ATLAS HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO
DE LA ARGENTINA Economía I
Este volumen del Atlas Histórico y Geográfico de la Argentina constituye una primera aproximación al estudio
de la estructura socioeconómica del país. A lo largo de un complejo y extenso marco temporal que se extiende
desde su génesis hasta el año 2019 inclusive, describe, analiza e interpreta de modo exhaustivo y detallado
las vicisitudes del surgimiento y el desarrollo de la matriz social, económica, productiva y política doméstica.
La obra consta de cuatro secciones. Brindando una caracterización general, la primera de ellas aborda las etapas
de desarrollo socioeconómico del actual territorio argentino –fase colonial, período independentista, modelo
agroexportador, industrialización sustitutiva de importaciones, reformas neoliberales, neodesarrollismo y
restauración neoliberal/neoconservadora–, estableciendo así el marco contextual de referencia para todos los
abordajes subsiguientes. La segunda sección, por su parte, se ocupa de las desigualdades regionales durante el
período 1947-2010, contrastando los presupuestos básicos de las teorías neoclásicas y críticas del desarrollo
regional con la evidencia empírica aportada por la relación entre la evolución del producto bruto geográfico
per cápita y la dinámica demográfica provincial. La tercera sección –la más extensa del conjunto– analiza
el surgimiento, el auge y la crisis estructural de nueve circuitos productivos regionales de base agraria/
agroindustrial de la Argentina extrapampeana: el algodón en el norte, destacando el caso del Chaco; la caña de
azúcar en Salta, Jujuy y Tucumán; la yerba mate en Misiones y Corrientes; el tabaco en el noroeste (Salta, Jujuy,
Tucumán, Catamarca) y el nordeste (Misiones, Corrientes); el arroz en el sur correntino y el norte santafesino y
entrerriano; la citricultura en el noroeste y el nordeste, con el foco puesto en los casos de Tucumán, Entre Ríos y
Corrientes; la vitivinicultura cuyana, con menciones puntuales de la Patagonia y el noroeste; la ganadería ovina
en la Patagonia y, en menor medida, en la región pampeana y el norte; y la fruticultura de peras y manzanas en
el norte patagónico. Con una perspectiva histórico-geográfica que no impidió desarrollar un fecundo diálogo
con la sociología, la economía, la ecología política, la antropología y las ciencias políticas, el estudio consideró
distintas categorías y variables de análisis, como los eslabones y agentes socioeconómicos de cada circuito
de acumulación, las relaciones sociales de producción, las estrategias o formas de articulación/integración
predominantes, los mecanismos de generación, transferencia y apropiación del excedente, las relaciones de
poder y explotación, las problemáticas vinculadas a la fuerza de trabajo de cada sector, el papel del Estado y las
contradicciones y conflictos derivados de esos procesos.
Finalmente, y como prolegómeno del siguiente tomo del Atlas Histórico y Geográfico de la Argentina, en la cuarta
sección se analiza el caso de la pesca marítima durante el período 1778-2018, abordando su lenta pero firme
transición desde una fase artesanal con baja presión sobre el recurso hacia un extractivismo a ultranza basado en
la resignación de soberanía marítima, la extranjerización y depredación masiva del caladero, el auge exportador,
la explotación laboral y la proliferación de la ilegalidad.
ATLAS HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO
DE LA ARGENTINA
ATLAS HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO
DE LA ARGENTINA
Economía I
dirección
Guillermo Velázquez
codirección
Diana Lan
Hernán Otero
Marcelino Irianni
Lucía Lionetti
coordinación de este volumen
Guillermo Velázquez
Fernando Manzano
autores
Sebastián Gómez Lende
Fernando Manzano
Guillermo Velázquez
Instituto de
Geografía, Historia
y Ciencias Sociales
CONICET / UNCPBA
Tandil - 2023
Gómez Lende, Sebastián
Atlas histórico y geográfico de la Argentina : economía I / Sebastián Gómez Lende ;
Fernando Ariel Manzano ; Guillermo Angel Velázquez ; coordinación general de Guillermo
Angel Velázquez ; Fernando Ariel Manzano. - 1a ed. - Tandil : Universidad Nacional del
Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2023.
Libro digital, PDF
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-950-658-605-8
1. Atlas. 2. Historia. 3. Geografía. I. Manzano, Fernando Ariel. II. Velázquez, Guillermo
Angel. III. Título.
CDD 903
© 2023 - UNCPBA
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
Pinto 399, 7000 Tandil, Provincia de Buenos Aires, Argentina
1ª edición: octubre de 2023
El contenido de esta obra fue sometido a evaluación externa.
Ilustración, documentación y archivo fotográfico
María Florencia Ramón & Luciano di Salvo
Cartografía y diseño con SIG
María Lorena La Macchia & Adela Tisnés
Corrección
Ramiro Tomé & Silvana A. Gómez
Edición técnica, diseño interior y maquetación
Ramiro Tomé
Diseño de tapa
Carolina Katz & Fabián Di Matteo
ISBN versión impresa: 978-950-658-604-1
ISBN versión ebook: 978-950-658-605-8
ISBN obra completa, versión impresa: 978-950-658-517-4
ISBN obra completa, versión ebook: 978-950-658-518-1
ÍNDICE
7 De la colonia a la actualidad:
Períodos de desarrollo socioeconómico de la Argentina
Sebastián Gómez Lende, Fernando Manzano & Guillermo Velázquez
107 Teorías y evolución de las desigualdades regionales
Guillermo Velázquez, Sebastián Gómez Lende & Fernando Manzano
129 Circuitos productivos regionales.
Cadenas productivas y formas de integración agroindustrial
Sebastián Gómez Lende
141 Circuito productivo del algodón
Sebastián Gómez Lende
183 Circuito productivo de la caña de azúcar
Sebastián Gómez Lende
243 Circuito productivo de la yerba mate
Sebastián Gómez Lende
293 Circuito productivo del tabaco
Sebastián Gómez Lende
345 Circuito productivo del arroz
Sebastián Gómez Lende
379 Circuito productivo de la citricultura
Sebastián Gómez Lende
433 Circuito productivo de la vitivinicultura
Sebastián Gómez Lende
511 Circuito productivo de la ganadería ovina
Sebastián Gómez Lende
595 Circuito productivo de la fruticultura
Sebastián Gómez Lende
651 Pesca marítima
Sebastián Gómez Lende
719 Bibliografía
Índice | 5
CIRCUITO PRODUCTIVO DEL TABACO
P or regla general, el tabaco exige suelos húmedos (pero no en exceso), permea-
bles, bien aireados, de evaporación normal y características neutras a ligera-
mente ácidas (para los tabacos claros) o neutras a ligeramente alcalinas (para los
tabacos oscuros). Sensible a las temperaturas, se desarrolla adecuadamente entre
15º C y 39 ºC y requiere al menos 125 días libres de heladas, así como precipita-
ciones óptimas –mínimo de 560 mm durante el ciclo agrícola, a razón de 12.000
m3 de agua por hectárea– y abundante heliofanía durante las épocas de floración
y fructificación, lo cual influye decisivamente sobre los niveles de nicotina y otros
parámetros químicos de la hoja. Puesto que las flores extraen elementos nutriti-
vos de la planta a expensas de las hojas, el desflore y el desbrote son prácticas cul-
turales habituales para aumentar los rendimientos y mejorar la calidad. Si bien
depende de la variedad cultivada, la cosecha suele ser manual, y en el caso de
algunas variedades de tabacos rubios es seguida por el encañado, procedimiento
que básicamente consiste en atar las hojas a una varilla de 1,30 metros de largo
(Fernández de Ullivarri, 1990; Agüero, 2009).
Los principales productores de tabaco son China, Estados Unidos, India, Brasil, Productores mundiales
Indonesia, Turquía, Malawi y Zimbabwe, en tanto que su consumo se concentra
preponderantemente en China, India, Rusia, Estados Unidos, Alemania e Indo-
nesia. Alrededor del 35 % de la producción mundial de tabaco se destina a la ex-
portación, en tanto que otro 37 % está representado por las importaciones, con
lo cual el comercio exterior absorbe nada menos que el 72 % (Agüero, 2009; Izu-
rieta, 2009). Cuatro empresas controlan más del 80 % de la producción mundial
(Gras, 1998; Gómez Lende, 2014) y, según la Organización Mundial de la Salud,
el 21 % de la población total adulta conserva el hábito de fumar (OMS, 2016).
Si bien en Argentina históricamente prevaleció la producción de tabacos Variedades exóticas
negros criollos, actualmente predominan dos variedades exóticas de tabacos
claros: el Virginia y el Burley. La elección de la variedad a cultivar no es una
cuestión baladí. Por un lado, define las condiciones técnicas de producción del
eslabón agrícola; por el otro, está estrechamente vinculada a las característi-
cas del siguiente estadio de la cadena productiva. Concentrada en Misiones,
Tucumán y Catamarca, la producción de tabaco Burley no exige altos niveles
de capitalización, equipamiento, innovación tecnológica ni trabajo asalariado,
por lo cual es llevada a cabo de modo rudimentario por familias campesinas en
minifundios, dependiendo totalmente del asesoramiento, asistencia técnica y
apoyo financiero de cooperativas y acopiadores. La autoexplotación de la fuerza
de trabajo familiar campesina permite a las empresas abonar un precio conside-
rablemente menor al que deberían pagar si adquirieran el tabaco a explotacio-
nes con fuerza laboral asalariada (García, 2011; Slutzky, 2011). La cosecha y el
Circuito del tabaco | 293
acopio de esta variedad se realiza entre enero y abril en Tucumán y entre marzo
y junio en Misiones.
Localización de la producción Localizada en Salta y Jujuy y, en menor grado, Chaco, la producción del tabaco
Virginia, en cambio, es realizada por pequeñas y medianas empresas en fincas
bastante tecnificadas y dotadas de cierta capacidad de gestión, equipamiento y
acumulación de capital. Se trata de explotaciones de tamaño mediano o grande
con altos niveles de capitalización, predominio absoluto del trabajo asalariado y
un calendario de comercialización que se extiende entre diciembre y abril de cada
Variedades criollas año. La otra cara de la moneda es constituida por las variedades criollas, cuyos
rasgos fundamentales de producción se sitúan en las antípodas de los del Vir-
ginia, asemejándose más al Burley –pequeña producción familiar y artesanal–,
pero con diferentes épocas de cosecha, comercialización y acopio –de abril a oc-
tubre para el Criollo Correntino, de mayo a julio para el Criollo Salteño y de abril
a julio para el Criollo Misionero–. Pese a las notables diferencias entre los tres
modelos (Virginia, Burley y Criollo), el tamaño medio de la explotación tabaca-
lera nunca alcanza grandes dimensiones, pues el logro de buenos rendimientos y
calidades está reñido con la producción a gran escala (Gras, 1998).
Figura nº 1. Santiago de
Liniers informa aumento del
tabaco, polvos, cigarros y
barajas, 15 de julio de 1808.
Fuente: Archivo General
de la Nación.
294 | Economía I
Una vez cosechadas, las hojas de tabaco son sometidas, en la propia chacra o Curado
finca, a una primera fase de elaboración: el curado. Considerado el proceso más
importante, este procedimiento básicamente consiste en la deshidratación de
la materia prima bajo condiciones relativamente controladas de temperatura y
humedad, para que las hojas mantengan el mayor tiempo posible su actividad
biológica y puedan inducirse los cambios químicos y bioquímicos necesarios para
garantizar la calidad y características finales del producto, esto es, las condiciones
organolépticas (aroma, sabor, textura, cuerpo, etc.) necesarias para el fumado.
Dependiendo de la variedad de tabaco cultivada, existen cuatro modalidades bá-
sicas de curado: por fuego, por sol, por aire o por calor artificial. El curado a fuego
lento directo por combustión de leña es la técnica más antigua y se aplica a taba-
cos de hojas grandes y ricas en nicotina para la elaboración de tabaco para mascar,
rapé y mezclas para pipas. El curado al sol corresponde a los tabacos orientales,
cuyas hojas son ensartadas y expuestas al aire libre a la luz solar para facilitar la
evaporación del agua contenida en la planta. Por su parte, el curado al aire es el
método típicamente utilizado para el tabaco Burley y se realiza bajo techo, en un
galpón dotado de amplias ventanas distribuidas de tal modo que permitan la re-
gulación natural de la temperatura (entre 25-28 ºC) y la humedad (80 %).
Finalmente, el curado por calor artificial –también denominado flue cured o “cu-
rado al cañón”– utiliza estufas a gas convencionales o estufas eléctricas bulk-cu-
ring para controlar detalladamente los niveles de temperatura y humedad de las
hojas del tabaco Virginia y aumentar sus niveles de nitrosaminas, sustancia que
le otorga su sabor característico. Dado que al secarse las hojas se tornan muy
quebradizas, luego del curado son rehumectadas en cámaras. Si bien el curado al
cañón es, sin duda, la modalidad más costosa, también es la más rápida y menos
riesgosa, puesto que aquí la materia prima no está expuesta a las inclemencias
meteorológicas. En el otro extremo del abanico, los tabacos negros criollos no
demandan ninguna inversión en galpones o estufas, pero su curado implica que a
menudo permanezcan más de un mes a la intemperie, resultando por consiguien-
te vulnerables a las contingencias del tiempo. Finalizado el curado, el tabaco es Acopio
enviado en fardos a la planta de acopio, donde se lo somete a procesos de pesaje,
clasificación y control de calidad para determinar el precio a pagar al agricultor.
Posteriormente, la materia prima sufre un proceso de preindustrialización des- Hebras de tabaco
tinado a volverla apta para la fabricación de hebras de tabaco. Las hojas curadas
ingresan a una mesa de alimentación donde se combinan las distintas variedades
de tabaco adquiridas para elaborar diversas mezclas (blends), cada una de ellas
dotada de características distintivas de color, textura y aroma determinadas en
función de los requerimientos de los clientes industriales. Luego, cada blend su-
fre un proceso de acondicionamiento (control de humedad y picking –es decir,
el descarte de materiales extraños y hojas que no cumplen con los parámetros
técnicos establecidos–), seguido más tarde por el despalillado (desgarro y frac-
cionamiento de las hojas), el secado mecanizado (para lograr las características
finales del producto) y el prensado, empaque, estibado y almacenamiento para su
eventual comercialización. Las plantas de acopio suelen ser subsidiarias o filiales
de las propias compañías industriales tabacaleras, o bien pertenecer a dealers in-
ternacionales o cooperativas de productores primarios. El producto intermedio
resultante de los procesos descriptos es destinado a la exportación directa –es
decir, realizada por el propio acopiador– o indirecta –esto es, canalizada a través
de un agente comercial–, o bien es adquirido por la industria tabacalera radicada
en el país para la fabricación de cigarrillos para consumo interno.
El circuito productivo del tabaco es una de las cadenas regionales de acumulación Circuito productivo desigual
más desiguales de la Argentina extrapampeana debido básicamente a las profundas
asimetrías socioeconómicas entre los distintos eslabones, estratos y agentes invo-
lucrados y las políticas públicas del Estado nacional y los gobiernos provinciales. Si
bien la regulación estatal de la actividad se inició en 1966 y recién se consolidó a par-
tir de 1972 con la creación del Fondo Especial del Tabaco (FET) –es decir, se desarro-
Circuito del tabaco | 295
lló bastante tardíamente si se la compara con los circuitos algodonero, azucarero y
yerbatero–, el papel del Estado nacional debe ser considerado clave en esta actividad.
surgimiento y primera Quizás el tabaco sea, junto con la yerba mate, uno de los pocos cultivos perte-
fase de expansión de necientes a los circuitos productivos regionales de la Argentina extrapampeana
la cadena tabacalera cuyo origen es netamente americano. Si bien casi todos los historiadores coinci-
argentina. de la den en este punto (Fernández de Ulivarri, 1990), existen controversias respecto
colonia al modelo a la determinación del país en el cual surgió esta planta solanácea y en cuanto al
agroexportador modo en que este cultivo ingresó a la Argentina.
(1580-1930).
Independientemente de las conjeturas, los primeros registros arqueológicos y
documentales del hábito de fumar hojas de tabaco se remontan a la América pre-
colombina, concretamente a unos mil quinientos años atrás, cuando los sacerdo-
tes mayas adquirieron la costumbre de consumirlo en pipas en el marco de sus
rituales mágicos y ceremonias religiosas de purificación espiritual, utilizándolo
a veces para alcanzar un estado de intoxicación delirante. Si bien los aborígenes
lo denominaban cohiba, cojiva o coviva, el tabaco recibió su nombre en 1518 de
parte de los conquistadores españoles, quienes en realidad confundieron dicho
producto con el instrumento utilizado por los nativos para fumarlo: el tobak, un
tubo encendido formado por hojas secas envueltas, o bien dos tubos insertados
en las fosas nasales con los cuales inhalaban el polvillo de la hoja (Llanos Com-
pany, 1981, citado por Agüero, 2009; Agüero, 2014).
Período colonial En la Argentina, el cultivo se difundió tempranamente durante la época colo-
nial, aunque el debate acerca de dónde comenzó aún permanece inconcluso. Se-
gún una publicación oficial del Gobierno del Territorio Nacional de Misiones, la
producción de tabaco comenzó en Tucumán y Catamarca en 1580, haciendo lo
propio en 1600-1609 en Misiones, con anterioridad a la llegada de los jesuitas.
Para Fernández de Ullivarri (1990), en cambio, el tabaco fue traído por los espa-
ñoles desde Perú y su cultivo se inició en el departamento salteño de Chicoana,
para luego extenderse a Jujuy (Agüero, 2009, 2014). Esta última hipótesis es
rebatida por Rodríguez Faraldo y Zilocchi (2012), quienes afirman que el cultivo
comenzó en el Valle de Pericos (Jujuy), dado que las características geográficas
del Valle de Lerma (Salta) facilitaban la producción clandestina y el contraban-
do. Más allá de estas discrepancias, el tabaco fue un producto de exportación
colonial y las plantaciones jesuitas desarrolladas a gran escala en Misiones, Co-
rrientes y Paraguay entre 1613 y 1767, así como la producción tucumana, fueron
claves para abastecer a los mercados del Alto Perú y el actual territorio chileno.
Buscando fortalecer su política monopolista y asegurarse el control exclusivo
del producto, la Corona española designó zonas específicas donde el cultivo es-
taba permitido y localizó los primeros “estancos” de comercialización, esto es,
grandes depósitos en los que el tabaco se compraba y procesaba antes de ex-
portarse a Europa. Sin embargo, esto resultó insuficiente para impedir el con-
trabando, el cual comenzó a crecer rápidamente bajo el influjo de los bucaneros
británicos y holandeses y jugó un papel importante en la gradual decadencia de la
potencia hispánica debido a la extrema importancia que este producto tenía para
los ingresos fiscales de la Real Hacienda. En nuestro país, el principal polo comer-
cial tabacalero de finales del período colonial fue la Administración del Estanco
de Tabacos de San Salvador de Jujuy, cuya condición de aduana seca determinó el
inicio de los primeros contratos de producción en 1780. Por su parte, Tucumán
y Salta desempeñaban un papel más marginal, algo que en el segundo caso obe-
decía a la baja calidad y el alto precio del producto, que determinaban que fuera
incapaz de competir con las importaciones paraguayas en el mercado de Bue-
nos Aires. Aun así, la producción local no sólo fue preservada para diversificar
riesgos climáticos y otras contingencias que condicionaban la satisfacción de la
demanda, sino que además se extendió a otras zonas salteñas, como Ampascachi,
Guachipas y Orán, donde el río Bermejo aparecía como una opción viable para el
transporte (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
296 | Economía I
Figura nº 2. Carta esférica
que comprende los ríos de
la Plata, Paraná, Uruguay
y Grande, y los terrenos
adyacentes, Picor, M. L., 1819.
Fuente: Biblioteca Nacional
Mariano Moreno.
Siguiendo a Agüero (2009, 2014), el modelo tabacalero de la época era tradicio-
nal y se basaba en el cultivo rudimentario en forma natural, sin ningún desarro-
llo de variedades, en tanto que las tareas de secado, curado, trenzado, molienda
y armado de cigarrillos se ejecutaban conforme a procedimientos de índole neta-
mente artesanal. Hacia comienzos del siglo XIX, la superficie sembrada en todo el
país rondaba las 3.000 hectáreas, teniendo su epicentro en las provincias de Tu-
cumán, Salta y Corrientes. Parte de la producción se destinaba al autoconsumo
en cada región de origen, mientras que el resto se remesaba a los grandes centros
poblados de la época, como Buenos Aires y Córdoba (Agüero, 2009, 2014).
A partir de 1810, la actividad entró en decadencia debido a las luchas inde- Período independiente
pendentistas, circunstancia a la que coadyuvó la derogación de la excepción de
convocatoria a las levas militares que hasta entonces regía para los cultivadores
de tabaco y su fuerza de trabajo. Si bien en 1812 el Primer Triunvirato abolió la
renta del tabaco que había regido durante el período colonial y liberalizó su culti-
vo –perdiendo así una fuente de recursos fiscales para las incipientes Provincias
Unidas del Sur–, por lo demás la injerencia política en la actividad fue práctica-
Circuito del tabaco | 297
mente nula, no modificando en absoluto su condición de rubro artesanal caren-
te de una organización que lo promoviera y normas que lo regularan. Aunque a
partir de la independencia latinoamericana Londres, Ámsterdam y las ciudades
independientes del norte alemán, como Hamburgo y Bremen, se convirtieron en
importadores del tabaco americano, en nuestro país la primera industria tabaca-
lera propiamente dicha recién surgió en 1873: se trataba de la Fábrica de Cigarri-
llos Villagrán, fundada en Salta por la familia catamarqueña homónima, la cual
guardaba estrechos lazos de sangre con el oligarca azucarero Patrón Costas y se
abastecía principalmente de sus propias plantaciones en Chicoana, adquiriendo
también las cosechas de pequeños productores del valle de Lerma (Rodríguez
Faraldo y Zilocchi, 2012).
Fines del siglo XIX El punto de inflexión se produjo durante la última década del siglo XIX, cuando
se selló el proceso de mercantilización de la actividad y el tabaco se convirtió en
un commodity internacional. Numerosos factores externos e internos conspira-
ron para ello. La guerra hispano-estadounidense, que derivó en la independencia
de Cuba en 1898 y el cierre de los mercados de ultramar, puso en jaque a la indus-
tria tabacalera latinoamericana, generando la necesidad de satisfacer la demanda
doméstica sin recurrir a las importaciones. Como resultado, surgió la compañía
Manufactura de Tabaco Piccardo y Cía., que hacia 1910 se convirtió en el principal
emporio del sector en la Argentina. Dos años después, en 1900, surgió la firma
La Argentina, antecedente de lo que más tarde sería Massalín y Velasco. Luego
de que se sumara a este esquema la Compañía Introductora de Buenos Aires, en
1913 un decreto presidencial fundó la Compañía Nacional de Tabacos, que fu-
sionaba los capitales de una subsidiaria de la Argentine Tobacco Company –filial
a su vez de la inglesa British American Tobacco Company– con el propio Estado
argentino. Veinte años después, y en virtud de su privatización total y un decreto
Figura nº 3. Depósito de que prohibía el uso del término “nacional” en una sociedad anónima, la empresa
tabaco, Buenos Aires, 1910.
adoptaría el nombre de Compañía Nobleza de Tabacos. Emblemáticas familias
Fuente: Archivo General
de la Nación. vinculadas a la oligarquía azucarera jujeño-salteña, como Leach y Patrón Costas,
se sumaron más tardíamente al mercado tabacalero. Si bien las firmas citadas
eran indiscutiblemente las más importantes, no fueron las únicas; de hecho, sólo
en la ciudad de Buenos Aires a finales de 1896 se registraron 681 establecimien-
tos dedicados a la manufactura de tabaco (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Economía familiar Gracias al arribo de inmigrantes europeos y los planes oficiales de entrega de
de subsistencia tierras fiscales en el sur y el centro misionero, se desarrolló una economía fami-
liar de subsistencia basada en la horticultura, la ganadería, la avicultura, el maíz,
la caña de azúcar, la mandioca y los forrajes, con la yerba mate y el tabaco como
principales cultivos de renta orientados al mercado. Dada su condición de cultivo
anual que permitía obtener un rápido ingreso monetario a la familia que recién se
instalaba en su parcela, el tabaco fue durante largo tiempo el principal producto
de los minifundios de la época, a lo cual contribuyeron su aptitud agro-ecológica,
la excepcional fertilidad de la tierra luego del primer desmonte, el capital adelan-
tado por los acopiadores, la casi inexistente necesidad de incorporar herramientas
y técnicas sofisticadas, el escaso laboreo de la tierra y los relativamente elevados
rendimientos por unidad de superficie. Así, el tabaco desempeñó un rol sinérgico
con el proceso colonizador; ambos fenómenos se retroalimentaron, impulsando
la ampliación de la frontera agrícola y la expansión demográfica a través de un
patrón de asentamiento territorial basado en la roza y la quema de tierras selváti-
cas. El proceso continuaría de la mano de la colonización privada, que comenzó en
1919 (Girbal-Blacha, 2008, citado por Gallero, 2011; García, 2011; Slutzky, 2011).
Llegada del ferrocarril Simultáneamente, la llegada del Ferrocarril Central Norte a Salta y Jujuy puso
fin a la tradicional especialización ganadera de dichas provincias, impulsando
la producción azucarera y, en menor medida, la tabacalera. No obstante, esto
no logró impedir que el centro de gravedad de la actividad se desplazara desde
Chicoana y el valle de Lerma hacia Corrientes, cuyo tabaco era preferido por la
Compañía Nacional de Tabacos y Piccardo y Cía. (Rodríguez Faraldo y Zilocchi,
298 | Economía I
2012). Las principales variedades cultivadas durante este período correspondían
a tabacos oscuros o negros de sabor fuerte, como el Criollo Correntino, el Criollo
Misionero, el Criollo Salteño, el Criollo Colorado y el Criollo de las Sierras de Cór-
doba. Sin embargo, a instancias del flamante Departamento Nacional de Agricul-
tura comenzarían difundirse los tabacos Cubano, Bahía, Maryland y Kentucky
en el nordeste y Oriental en Córdoba y Santa Fe. Fortaleciendo los esfuerzos de
selección genética iniciados en 1912 en la Chacra Experimental de Coronel Mol-
des (Salta), en 1926 se importaron semillas de 27 variedades de tabaco Virginia
y en 1929 comenzaron las experiencias con simientes tipo Burley y Maryland.
No obstante, los cambios fueron lentos, sobre todo en el nordeste, debido a la
evolución paulatina del gusto de los consumidores, la ausencia de fuerza laboral
calificada, las pautas culturales tradicionales de los agricultores y el desconoci-
miento de las prácticas agronómicas requeridas por las nuevas variedades (Agüe-
ro, 2009; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Si en 1872 la superficie sembrada con tabaco en la Argentina era de 3.461 hec- Superficie cultivada
táreas, en 1895 sumaba 15.795 hectáreas, alcanzando las 19.000 hectáreas a co-
mienzos del siglo XX (Provasi, 1975, citado por Agüero, 2014; Rodríguez Faraldo
y Zilocchi, 2012). Sin embargo, una década después el área cultivada había retro-
cedido a guarismos que, según distintas fuentes, oscilaban entre 9.500 y 10.240
hectáreas (Paese, 1915, citado por Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012). Las cifras
censales oficiales dan cuenta de 15.789 hectáreas sembradas con tabaco en 1895
y 8.110 hectáreas en 1914 (Randle, 1981). La principal provincia tabacalera del
país durante el período intercensal era Corrientes, que con 6.598 y 4.012 hectá-
reas, respectivamente, explicaba casi la mitad de la superficie cultivada (41,8 %
en 1895, 49,8 % en 1914). Los datos oficiales respaldan en parte la afirmación
de Agüero (2009) de que en el ínterin la agricultura tabacalera migró desde el Mapa n° 1. Superficie cultivada
norte provincial hacia el oeste correntino; de hecho, el centro de gravedad de la con tabaco en Argentina,
por departamentos (en
actividad se desplazó desde San Luis del Palmar, General Paz, General Alvear y hectáreas). Año 1895.
Santo Tomé hacia Goya, Lavalle, Empedrado, Mburucuyá, Bella Vista, aunque Fuente: elaboración personal
permaneció estable en los casos de Goya, Lavalle y Bella Vista (mapas n° 1 y 2). sobre la base de Randle (1981).
Circuito del tabaco | 299
Mapa n° 2. Superficie cultivada Con 2.310 hectáreas en 1895 y 1.632 hectáreas en 1914, la segunda provincia
con tabaco en Argentina, tabacalera en este último año censal era Misiones (20,1 % del área nacional), cuyo
por departamentos (en
epicentro productivo se situó en San Javier, San Ignacio, Cerro Corá, Concep-
hectáreas). Año 1914.
Fuente: elaboración personal ción, Itacaruaré y Santa Ana. Otros casos destacables fueron los de Córdoba y
sobre la base de Randle (1981). Jujuy, que en apenas dos décadas redujeron su área tabacalera en más de un 90 %
–de 1.222 a 105 hectáreas y de 520 a 51 hectáreas, respectivamente–, en tanto
que este cultivo prácticamente desapareció de las provincias de Buenos Aires,
Entre Ríos y Formosa y el norte santafesino. Por otra parte, el área tabacalera
aumentó ligeramente en la capital chaqueña –de 422 a 589 hectáreas–. Cata-
marca, finalmente, exhibió una tendencia declinante –de 518 a 126 hectáreas–,
concentrando el cultivo de tabaco en los departamentos de Paclín y Ambato. Es
importante destacar que los datos censales no reflejan la expansión tabacalera
ocurrida posteriormente: los embarques a algunos países limítrofes y el estallido
de la Primera Guerra Mundial incentivaron las exportaciones hacia plazas euro-
peas y de África del Sur. Tal fue el caso de Salta, que entre 1914 y 1920 triplicó
su superficie tabacalera –pasó de 955 a 3.246 hectáreas–, a tal punto que, pese al
dominio de la alfalfa, la avena, la cebada y el maíz, llegó a representar el 3,39 %
del área agrícola provincial, más que duplicando el peso de la caña de azúcar (Ro-
dríguez Faraldo y Zilocchi, 2012). Aun así, la extensión del cultivo de tabaco se
mantuvo estable en esta provincia –poco más de 900 hectáreas, concentradas
mayoritariamente en Chicoana, Rosario de Lerma, Cerrillos y La Capital–.
A raíz del papel desempeñado por la colonización agraria, Misiones desplazó a Tu-
cumán, donde el cultivo de tabaco declinó fuertemente entre finales del siglo XIX y
comienzos de la siguiente centuria y la superficie sembrada se desplomó de 2.749
a 604 hectáreas, quedando esta producción reducida sólo a los departamentos de
Río Chico y Chicligasta. Muy distinto fue el caso tucumano. Concentrada en el área
central de la provincia (Río Chico, Chicligasta, Monteros), la superficie sembrada
había aumentado de apenas 980 hectáreas en 1874 a 2.800 hectáreas en 1895, en
tanto que la producción de la hoja era llevada a cabo por “hombres del pueblo” que
no hicieron más que continuar la rutina legada por sus antecesores y remesar la
300 | Economía I
producción a Chile y al mercado regional y nacional. Sin embargo, distintos facto-
res (rezago de las técnicas de cultivo y elaboración, bajo precio del producto, severo
seguimiento de la actividad por parte del gobierno, plagas) frenaron la expansión
de la actividad. El ciclo de auge culminó a finales del siglo XIX, cuando los altos pre-
cios de la caña de azúcar alentaron a los agricultores a abandonar el tabaco, a tal
punto que en 1930 sólo quedaban 230 hectáreas implantadas con dicha especie en
todo Tucumán. Deberían transcurrir más de setenta años para que el tabaco, esta
vez localizado en la zona sur de Tucumán, volviera a alcanzar cierta importancia
en la provincia (Natera Rivas y Batista Zamora, 2005).
Figura nº 4. Publicidad de
cigarrillos Centenario, 1910.
Fuente: CeGEHCS, IGEHCS,
CONICET/UNCPBA.
Agüero (2009, 2014) explica que, entre comienzos del siglo XX y la crisis de 1930,
la producción tabacalera argentina alternó entre ciclos de crecimiento y declinación
Circuito del tabaco | 301
que ocurrían cada tres o cuatro años. Más fluctuantes aún fueron las exportaciones:
de los datos aportados por Agüero (2009, 2014) puede colegirse que en 1915-1919
representaron apenas el 0,9 % de la producción, para alcanzar el 12,7 % en 1916-
1920 y decaer al 6,6 % en 1921-1925 y al 3,4 % en 1926-1930. Pese a esa incipiente
dinámica exportadora, la producción doméstica no lograba satisfacer el consumo in-
terno: en 1910 cada habitante argentino consumía en promedio 31 paquetes de ciga-
rrillos al año, cifra que trepó a 34 en 1930 (MINAGRI, 2008, 2020). Según Rodríguez
Faraldo y Zilocchi (2012), cubrir esa demanda doméstica hubiese implicado una su-
perficie tabacalera cinco veces mayor a la de la época –esto es, 33.000 hectáreas–.
Precio del tabaco Paradójicamente, los precios percibidos por los productores primarios no hacían
más que caer como resultado de las cada vez más frecuentes crisis de sobrepro-
ducción. Según Baldasarre (1913, citado por Agüero, 2009), el precio se desplo-
mó de 15 pesos por kilogramo en las últimas décadas del siglo XIX a apenas 0,17
pesos en 1912. Si bien suele argüirse que una razón para ello era la mala calidad
y el escaso valor comercial del tabaco local, estas caídas obedecían, en realidad,
a la dinámica de acumulación de la industria tabacalera, que prefería el tabaco
importado al local; de hecho, el 60 % del tabaco utilizado como insumo en sus
manufacturas era de origen foráneo, adquiriendo el tabaco nacional solamente
para mezclas. La naturaleza oligopsónica del mercado y las prácticas especulati-
vas de los acopiadores impedían que cualquier hipotética mejora de la calidad de
la materia prima revirtiese esa situación (Gelodi, 1926, citado por Agüero, 2009).
Figura nº 5. Obrera de la
fábrica de tabacos Piccardo
Hnos., Buenos Aires, ca. 1930.
Fuente: Archivo General
de la Nación.
302 | Economía I
La intervención fiscal y recaudadora del Estado nacional, que en 1895 había
sancionado la primera ley nacional de impuesto interno al tabaco (ley 3.247) para
apropiarse de una parte del excedente generado por la actividad (Agüero, 2009,
2014), no contribuyó a mitigar la problemática, sino más bien a agravarla. Dos
años después de la sanción de la norma, el aporte fiscal del tabaco al presupuesto
nacional rondaba el 5,5 % (6 millones de pesos, sobre un total de 109 millones).
Sin embargo, en 1920 la presión fiscal aumentó a través de la modificación de la
Ley de Tarifa de Avalúos (Girbal-Blacha, 2008, citada por Gallero, 2011), medida
que no pocas veces fue utilizada como pretexto por industriales y acopiadores
para reducir aún más los irrisorios precios pagados a los productores.
Debido a los bajos rendimientos agrícolas, la situación era más crítica en el nor-
deste que en el noroeste: mientras que en Salta, particularmente en el valle de
Lerma, los rindes eran altos y rondaban los 1.285 kg por hectárea (Rodríguez
Faraldo y Zilocchi, 2012), en Misiones alcanzaban máximos de sólo 900 kilogra-
mos, siempre y cuando se tratara de alemanes-brasileños que utilizasen fuerza
de trabajo estrictamente familiar y no de inexpertos colonos europeos (Gallero,
2011). Si bien de los datos aportados por esta autora se desprende que los prime-
ros obtenían beneficios netos por unidad de superficie del 58 %, esta cifra oculta
la sacrificada vida de los agricultores familiares y los abusos de los acopiadores.
Obligados a cultivar tabaco para conseguir lo que no se producía en la chacra, los
colonos recurrían a su propia prole para maximizar la productividad: desde muy
pequeños, sus hijos ayudaban al desbrote y al control manual de plagas; a los sie-
te años, participaban de la carpida, la siembra y la cosecha; de ocho a diez años,
rozaban y desmontaban; y a los doce, araban la chacra con una yunta de bueyes.
Por otra parte, los resultados económicos de la explotación no sólo dependían
de las frecuentes contingencias meteorológicas, sino también de los no menos
habituales caprichos de los acopiadores, que manejaban los precios a su antojo y
rechazaban injustificadamente la producción de algunos colonos, o bien la paga-
ban por debajo de su valor real. Si bien en 1926 se sancionó en el país la primera
ley de cooperativas, en Misiones el asociativismo fue inexistente en el caso del
tabaco (Agüero, 2009) y la única resistencia ensayada por los productores fue
cambiar de producto cuando les resultó posible (Gallero, 2011). En Salta y Jujuy,
en cambio, quienes soportaban las labores más duras y sacrificadas eran los mi-
grantes provenientes de la zona andina, quienes arribaban a las plantaciones ta-
bacaleras para trabajar en la cosecha y la clasificación, incluidas mujeres y niños.
La crisis internacional de 1929-30 significó un punto de inflexión para la acti- los avatares del
vidad tabacalera en nuestro país. Desde entonces, y hasta el fin de la Segunda tabaco durante las
Guerra Mundial, este circuito productivo sufrió una fuerte expansión y reestruc- primeras décadas de
turación que afectó al sector primario y al eslabón industrial y comercial de la la industrialización
cadena de acumulación. En 1931-32, los gobiernos conservadores de la época sustitutiva de
modificaron los impuestos internos al tabaco e incrementaron los gravámenes a importaciones
(1930-1965)
cigarros, cigarrillos en atado y tabacos en hoja. Asimismo, se estableció que cada
paquete de cigarrillos debía contener doce unidades y se incorporó otro derecho
fiscal, en virtud del cual por cada 10 centavos que el precio del paquete excediera Crisis de 1930
los 1,25 pesos –incluido el impuesto anterior– se deberían pagar 5 centavos adi-
cionales (Girbal-Blacha, 2008, citado por Gallero, 2011; Rodríguez Faraldo y Zi-
locchi, 2012). Paralelamente, el Estado nacional procuró aumentar la producción
tabacalera nacional para sustituir importaciones –que insumían 18 millones de
pesos anuales para el sector–, reforzando esa política durante la Segunda Guerra
Mundial a través de la restricción del acceso a divisas para las compañías indus-
triales del ramo. Como resultado, el peso de las importaciones de tabaco en bruto
sobre el producto elaborado se redujo del 60 % al 40 % primero, y luego siguió
declinando hasta mediados de los años cincuenta, cuando se logró el autoabaste-
cimiento (Boletín del Tabaco, 1944; Fernández de Ulivarri, 1990; Agüero, 2009;
2014; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Circuito del tabaco | 303
Mapas n° 3 y 4. Superficie Si en 1936 la producción doméstica de hoja de tabaco ascendía a 10,5 millones
cultivada con tabaco de kilogramos, ocho años después ya se había duplicado, alcanzando los 21 mi-
en Argentina, por llones de kilogramos, duplicándose nuevamente hacia el quinquenio 1961-1965
departamentos (en hectáreas).
Años 1947 y 1960.
(promedio anual de 48,7 millones). Este crecimiento no sólo permitió satisfacer la
Fuente: elaboración propia creciente demanda interna per cápita anual –que entre 1930 y 1945 aumentó de
sobre la base de Randle (1981). 34 a 41 paquetes de cigarrillos, llegando a los 55 paquetes en 1960 (MA, 2018)–,
304 | Economía I
sino que además generó saldos exportables cuya incidencia sobre la producción
global –estimada sobre la base de datos aportados por Agüero (2014)– pasó del
0,3 % en 1936-40 a nada menos que el 22,7 % en 1961-1965. Naturalmente, esta
expansión obedeció al fuerte aumento de la superficie cultivada, que según los
censos nacionales agropecuarios de la época creció un 160,9 % entre 1937 (10.918
hectáreas) y 1960 (28.490 hectáreas). Otras fuentes –también oficiales, pero no
censales– señalan guarismos aún mayores, contabilizando 30.248 hectáreas para
1945, 41.635 hectáreas para 1952, 49.200 hectáreas para 1960 y 64.300 hectá-
reas para 1966 (MAGyP, s/f, citado por Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
El centro de gravedad de la actividad sufrió un lento pero constante desplaza- Desplazamiento de la actividad
miento desde el noroeste hacia el nordeste del país. En 1937, Misiones era la prin-
cipal provincia tabacalera de la Argentina, destronando a Corrientes, que hasta el
año inmediatamente anterior había detentado la máxima participación histórica
en la producción nacional de tabaco (53 %) (Agüero, 2009). En su conjunto, ambas
jurisdicciones representaban el 80,4 % de la superficie sembrada, en tanto que la
primera albergaba en 1943 a casi el 62 % de los agricultores tabacaleros del país
(Fernández, 1944, citado por Gallero, 2011). Sin embargo, hacia 1947 Corrientes
había recuperado su liderazgo (45,8 %), relegando a Misiones al segundo puesto
(32 %). Un factor no menor para la consolidación de la agricultura tabacalera en
el nordeste argentino había sido la crisis yerbatera y la creación de la Comisión
Reguladora de la Yerba Mate, cuyos estrictos cupos de siembra determinaron la
reconversión masiva de muchos colonos hacia el tabaco. Y aunque a comienzos
de la década de 1950 el ritmo colonizador había comenzado a desacelerarse a raíz
de la saturación de las tierras disponibles (Gallero, 2009), dicho estancamiento
fue seguido por la espontánea y masiva ocupación de parcelas fiscales y latifun-
dios anteriormente dedicados al obraje maderero por parte de las familias de pe-
queños productores tabacaleros y los peones rurales o sus descendientes (García,
2011), lo cual determinó que este cultivo se afianzara en Candelaria, Cainguás y
San Javier (Misiones) y Lavalle, San Roque y Goya (Corrientes) (mapa n° 3).
Hacia 1960, la situación había cambiado: las dos principales jurisdicciones taba- Década de 1960
caleras del nordeste habían sido eclipsadas por Salta (31,4 %) y Jujuy (18,4 %), que
daban cuenta de poco menos de menos de la mitad del área cultivada (49,8 %). Si
la primera provincia había octuplicado su superficie sembrada –de 1.053 a 8.958
hectáreas–, la segunda pasó de no registrar ninguna explotación tabacalera a su-
mar 5.238 hectáreas implantadas con dicho cultivo, luego de la expansión iniciada
en 1954 en la zona de Perico (Agüero, 2009). En el nordeste la más relegada fue
Misiones, que descendió al cuarto escalón en cuanto a superficie cultivada, en
tanto que Corrientes continuó siendo la principal provincia tabacalera del país
(36,2 %). Por su parte, la distribución de la producción sufrió variaciones menos
dramáticas: según datos del FET (1970, citado por Rodríguez Faraldo y Zilocchi,
2012), en 1945 la satisfacción del consumo interno dependía fundamentalmente
del aporte de Corrientes (49,6 %) y Misiones (27,8 %), que en el quinquenio 1956-
60 aún conservaban su posición dominante en el mercado (42,7 % y 23,9 %, res-
pectivamente, contra el 20,4 % de Salta y el 10,9 % de Jujuy). Sin embargo, existe
cierta controversia al respecto, pues otros autores afirman que en la década de
1940 la provincia de Salta llegó a representar el 81 % de la producción nacional de
tabaco, acaparando el 65,3 % a mediados de los años cincuenta (Izurieta, 2009).
Concentrado mayoritariamente en los departamentos de Candelaria, Campo
Grande, San Javier, San Ignacio, Leandro N. Alem, San Martín y 25 de Mayo (Mi-
siones), Goya, Lavalle, Concepción, San Roque, Bella Vista y Saladas (Corrien-
tes), Chicoana, Cerrillos, Rosario de Lerma, La Viña y General Güemes (Salta) y
El Carmen y Capital (Jujuy), en el ínterin el tabaco literalmente desapareció de
Buenos Aires y se redujo a su mínima expresión en Catamarca, manteniéndose
estable en Chaco y Tucumán y duplicando y triplicando el área sembrada en For-
mosa y Córdoba, respectivamente, aunque siempre exhibiendo una participación
despreciable. Cabe aclarar que ese fenómeno en gran medida no es captado por
Circuito del tabaco | 305
los mapas n° 3 y 4 debido al hecho de que para 1960 las fuentes censales no
presentan la información desagregada a escala departamental para Catamarca,
Tucumán, Córdoba, Chaco y Formosa.
Dinamismo salto-jujeño El mayor dinamismo salto-jujeño respecto del litoral era de orden más cuali-
tativo que cuantitativo y obedecía a dos factores claramente diferenciados. La
modalidad de explotación, que en el nordeste era básicamente campesina, mi-
nifundista y familiar, en el noroeste se basaba en grandes fincas bajo riego de
hasta 25.000 hectáreas con trabajo asalariado, muchas de ellas pertenecientes
a familias de la oligarquía local vinculadas a la Sociedad Rural y al poder políti-
co conservador provincial (Pellegrini, D’Andrea, Zamora, El Carril, Usandivaras,
Figueroa, Patrón Costas, Durand, Van Hall, Krupp, Cornejo Becker, etc.) y con
estrechos lazos comerciales o personales con las grandes compañías tabacaleras
de la época, tales como Piccardo, Massalín y Velasco, Società Anonima Tabacchi
Italiani y, sobre todo, Nobleza de Tabacos. Por otro lado, el hecho de que la pro-
ducción correntina y misionera aún carecía de la calidad necesaria para satisfacer
la exigencias de la industria y los gustos del consumidor nacional, a diferencia
del noroeste, donde se habían logrado ciertos avances en ese sentido (Fernández,
1944, citado por Gallero, 2011; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Introducción de Hasta el inicio de la posguerra, la industria tabacalera utilizaba la materia pri-
variedades exóticas ma nacional casi exclusivamente para la fabricación de cigarrillos de bajo precio
y reservaba los insumos importados para la elaboración de productos de mayor
valor comercial. La expansión productiva y la creciente diferenciación regional
obedecieron en gran medida a la introducción paulatina de variedades que fue-
ron sustituyendo a los tabacos criollos o aborígenes, buscando asegurarse una
provisión regular de materia prima de origen nacional.
Política estatal Simultáneamente, comenzó a rendir sus frutos la política oficial de fomento
del Estado nacional, que en 1934-37 había creado la División Tabacalera de Di-
rección de Estaciones Experimentales; Cerro Azul (Misiones), Chicoana (Salta),
Perico (Jujuy), Villa Alberdi (Tucumán, Villa Dolores (Córdoba) y Goya (Corrien-
tes) se sumaron a la unidad preexistente en Coronel Moldes para llevar a cabo
tareas de introducción y ensayo comparativo de variedades de distintos tipos de
tabaco, estudios de suelos, abonos y rotación de cultivos y mejoramiento de las
variedades indígenas y exóticas (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012). Dada su
ya notable importancia en las cuentas fiscales del Estado nacional, la actividad
gozó también del apoyo financiero de la banca pública; de hecho, todas las em-
presas tabacaleras contaron con el auxilio del crédito oficial del Banco Nación
durante la década de 1930 y del Banco de Crédito Industrial a partir de 1944,
fenómeno que fue más palpable en el caso de la oligarquía tabacalera salteña
del valle de Lerma, que así logró cubrir costos operativos y adquirir fincas y ma-
quinaria para ampliar su producción (Girbal-Blacha, 2007; Rodríguez Faraldo y
Zilocchi, 2012).
Consejo Nacional del Tabaco En 1941 el Estado nacional creó el Consejo Nacional del Tabaco (decreto n°
85.021/41) y el Instituto Nacional del Tabaco (decreto n° 109.058/41), eliminan-
do al año siguiente a este último y reemplazándolo por la Dirección del Tabaco.
Estos organismos pretendían evitar el contrabando y la evasión impositiva, ela-
borar una Ley Nacional de Tabacos y formar el Mercado Nacional del Tabaco, así
como también asesorar a los agricultores, estudiar y experimentar con las varie-
dades mejor adaptadas a la condiciones agroecológicas de cada región, determi-
nar los calendarios de acopio y comercialización, proponer los patrones-tipo de
calidad y precio para cada variedad, controlar los contratos de compra-venta en-
tre productores y comerciantes y fiscalizar el estado sanitario del tabaco impor-
tado y exportado. En su mayoría estos objetivos se cumplieron de manera parcial
y los intentos legislativos de crear una Corporación Argentina de Productores de
Tabaco que permitiese reforzar la capacidad de negociación de los agricultores
ante los acopiadores nunca lograron prosperar (Girbal-Blacha, 2007; Rodríguez
Faraldo y Zilocchi, 2012).
306 | Economía I
Hacia finales de la década de 1930, las llamadas variedades “exóticas” de ta-
baco adquirieron proporciones significativas en la superficie cultivada nacional,
llegando a representar el 15,61 % al culminar la Segunda Guerra Mundial (Ro-
dríguez Faraldo y Zilocchi, 2012). Sin perjuicio de lo anterior, los tabacos negros
continuaron siendo dominantes, sobre todo el Criollo Correntino y el Criollo
Misionero, que absorbían dos tercios del mercado (Izurieta, 2009). Así, si du-
rante los años treinta se difundieron las variedades Bahía, Habano, Kentucky
y Maryland –destinándose los dos últimos para la elaboración de toscanos para
la comunidad italiana residente en el país y la exportación a Bélgica, respectiva-
mente– (Gallero, 2011; Agüero, 2014), el tabaco rubio tipo Virginia recién co-
menzó a adquirir cierta importancia a finales de la década de 1950.
Figura nº 6. Publicidad de
cigarrillos Particulares, 1936.
Fuente: CeGEHCS, IGEHCS,
CONICET/UNCPBA.
Por otra parte, la temprana clausura en 1944 de las estaciones de Goya y Perico
constituyó un factor determinante para que se consolidara el desplazamiento del
eje de la actividad tabacalera hacia Salta y Misiones. En el primer caso, la Compa-
Circuito del tabaco | 307
ñía Nobleza de Tabacos, aliada a la British American Tobacco, desarrolló las pri-
meras estufas para secado de tabaco Virginia –cuyos rindes eran en ese momento
muy magros– (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012), mientras que en el segundo
las variedades oscuras exóticas llegaron a representar el 19,6 % de la producción
misionera, según se desprende de los datos aportados por Otaño (1944, citado
por Gallero, 2011). Sin embargo, el desmantelamiento de la Dirección de Tabaco
luego de la Revolución Libertadora de 1955 debilitó la asistencia al productor,
ocasionando asimismo un retraso importante en los avances en genética llevados
adelante hasta entonces (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Radicación de acopiadores Si bien a partir de mediados del siglo XX la radicación de acopiadores en el in-
terior de país cobró nuevos bríos, las características básicas del mercado tabaca-
lero (oferta atomizada y demanda oligopsónica) se acentuaron cada vez más. En
1940, por ejemplo, existían veinte empresas fabricantes de cigarrillos de capital
nacional y sólo una de capital extranjero (Agüero, 2009, 2014). Cuatro años des-
pués se reportaba la presencia de 165 fábricas, pero la mayoría de ellas estaba
unificada o ‘cartelizada’, lo cual determinaba que en realidad –y más allá de las
razones sociales– media docena de firmas adquiriera entre el 70 % y el 80 % de
la producción primaria de los 15.465 agricultores registrados en todo el país y
concentrara proporciones similares de la fabricación de cigarros y cigarrillos, con
participación marginal de comerciantes menores y algunas cooperativas (Fer-
nández, 1944; Girbal-Blacha, 2008, citado por Gallero, 2011). El golpe militar
de 1955 profundizó la concentración agroindustrial, a tal punto que hacia co-
mienzos de los años sesenta el número de empresas de capital nacional se había
reducido a apenas cuatro firmas –Piccardo y Cía., Massalín y Celasco, Manufac-
tura de Tabacos Imparciales y Manufactura de Tabacos Particulares–, las cuales
se disputaban el mercado con Nobleza de Tabacos, filial de la British American
Tobacco (Agüero, 2009, 2014). En su conjunto, estas empresas industriales ge-
neraban unos diez mil puestos de trabajo y adquirían la materia prima de unos
cincuenta mil productores, dando cuenta así del incremento simultáneo de la
concentración de la demanda y la atomización de la oferta.
Crisis de sobreproducción Como era de esperar, ni bien las cosechas alcanzaron los niveles necesarios para
satisfacer la demanda doméstica –lo cual ocurrió en la campaña 1956-57, cuando
se logró el autoabastecimiento–, el mercado interno se saturó y se desencadena-
ron graves crisis de sobreproducción que precipitaron el desplome de los precios
por debajo de los umbrales de subsistencia de los pequeños agricultores. Medi-
dos en pesos de 1978, los precios por cada atado de tabaco de 100 kg cayeron un
32,2 % en apenas un quinquenio, pasando de 106.144 a 71.946 pesos (Rodríguez
Faraldo y Zilocchi, 2012). Debido a sus bajos o directamente nulos niveles de ca-
pitalización, los productores misioneros y correntinos fueron los más afectados
por esta política; de hecho, a numerosos colonos les resultó directamente impo-
sible reproducir la unidad familiar de subsistencia y al mismo tiempo cancelar
las deudas de capital adelantado contraídas en cada ciclo agrícola con los acopia-
dores y preservar la “cuenta corriente” en el almacén del bolichero local –que les
proporcionaba mercaderías a cambio de la entrega de su producción– (Gallero,
2011). Como resultado, en Misiones el tabaco dejó de representar el papel central
de antaño, puesto que el costo del flete, la irregularidad del transporte fluvial,
las contingencias climáticas, los múltiples cuidados que requería su producción
y, sobre todo, la asimétrica relación con los acopiadores acabaron por desalentar
la continuidad de su cultivo (Gómez Lende, 2014). Evidentemente, esto también
constituye otro importante factor que contribuye a explicar por qué el nordeste
resignó posiciones ante el noroeste.
Crecimiento de las Aunque en el resto de América Latina el tabaco ya era desde hacía tiempo un
exportaciones típico producto de exportación, en nuestro país se destinaba casi exclusivamen-
te al consumo interno (Teubal, 1995). Sin embargo, en 1960-65, cuando la pro-
ducción nacional creció más de un 25 %, las exportaciones se quintuplicaron
(Izurieta, 2009). Si bien significativo, el fenómeno no era nuevo y obedecía a
308 | Economía I
una tendencia surgida durante la posguerra y consolidada a partir de la Revolu-
ción Libertadora: de hecho, durante el cuatrienio 1952-1955 las exportaciones
tabacaleras crecieron exponencialmente, pasando de 36.123 a 628.586 kg, más
que duplicándose entre 1956 y 1966, cuando pasaron de 3,4 a 8,3 millones de
kg, alcanzando a mediados del subperíodo (1962) su pico máximo de 13,4 mi-
llones de kg –esto es, el triple de las cifras registradas en 1945–. Esta dinámica
no hacía más que reflejar la respuesta ensayada por el sector ante las reiteradas
crisis de sobreoferta y la necesidad de contar con nuevos mercados en los cuales
colocar sus excedentes de producción, en un marco donde los agentes extralo-
cales buscaban mundializar una forma de consumo hegemónica promovida por
las compañías británicas y estadounidenses (Agüero, 2014) y, de ese modo, ajus-
tar las preferencias de la demanda doméstica al patrón de consumo dominante
en el mercado mundial –es decir, el cigarrillo rubio americano– (Rofman et al.,
2008; Slutzky, 2011).
Figura nº 7. Publicidad del
Estatuto del Peón Rural.
Fuente: CeGEHCS, IGEHCS,
CONICET- UNCPBA.
Circuito del tabaco | 309
Los mecanismos de subordinación y explotación entre los agentes industriales/
acopiadores y los productores primarios se trasvasaban a las relaciones entre capi-
tal y trabajo en el interior de las fincas. A diferencia del nordeste, en cuyas chacras
minifundistas primaba la autoexplotación de la fuerza laboral familiar, en el no-
roeste, particularmente en Salta, se observaban formas de sujeción y dependencia
de los trabajadores rurales que no guardaban correspondencia con la relación sa-
larial típica. Rodríguez Faraldo y Zilocchi (2012) explican que en algunas grandes
fincas de la época se trabajaba mediante el sistema de “socios habilitados”, esto es,
antiguos pobladores de la zona a quienes se les cedía tierra preparada, animales
para la labranza y agua de riego a cambio de la realización de las labores agrícolas.
Simultáneamente, se les otorgaba adelantos en dinero, insumos o mercaderías a
través de los almacenes de la finca, cuyos montos se descontaban al momento de
la entrega del tabaco al final de la cosecha. Si bien los autores no lo mencionan,
este mecanismo –prevalente también en otros circuitos productivos de la región,
como la caña de azúcar– constituía una modalidad de explotación y acumulación
a expensas de los trabajadores, que rara vez lograban saldar sus deudas debido a
los sobreprecios impuestos a los artículos de primera necesidad.
Estatuto del Peón Rural Luego de la sanción del Estatuto del Peón Rural de 1944, los “socios habilitados”
dejaron de ser semiasalariados de las fincas para convertirse en trabajadores in-
dependientes, es decir, arrendatarios que debían pagar el uso de las tierras con
una parte (entre el 20 % y el 22 %) de su producción de tabaco. Las fincas salte-
ñas también se nutrieron de pobladores aborígenes que, en su condición de ocu-
pantes ancestrales de tierras apropiadas por los latifundistas, eran convocados a
trabajar en las fincas tabacaleras para cumplir con “su obligación” y así saldar sus
deudas por arrendamiento. Los terratenientes salteños y las grandes empresas
agroindustriales que se radicaron en la zona (Piccardo y Cía., Compañía Nobleza
de Tabacos) recurrieron asimismo a fuerza de trabajo extralocal, como los con-
tingentes migratorios bolivianos y los campesinos provenientes del norte andino
(Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
El tabaco no contó con un febril movimiento cooperativo que obrara como con-
trapeso frente a los abusos de acopiadores, comerciantes e industriales. Basta
citar como ejemplo el caso de la Cooperativa La Isla, fundada en Salta recién en
1959, que durante bastante tiempo operó en absoluta soledad. Ésta aglutinaba a
numerosos productores del este de Cerrillos, muchos de los cuales eran españo-
les emigrados cuya actividad agrícola (principalmente hortícola) paulatinamente
fue decantándose por el cultivo de tabaco Burley y Criollo. Su posición en el mer-
cado era absolutamente marginal y no logró limitar el poder de los grandes pro-
ductores e industriales, como lo demuestra el hecho de que carecían de turnos de
riego, debiendo bombear agua de pozos para poder irrigar los cultivos (Rodríguez
Faraldo y Zilocchi, 2012).
la tardía intervención A partir de mediados la década de 1960, las grandes compañías cigarreras, más
estatal en el circuito concretamente las denominadas ‘siete hermanas del tabaco’, desplegaron una sis-
tabacalero: la creación temática estrategia de internacionalización y transnacionalización en respuesta
del fet y la absoluta a cierta saturación de la demanda, las campañas antitabaco, las restricciones im-
transnacionalización puestas a la publicidad, las crecientes campañas impositivas en los países capita-
del eslabón listas más industrializados y la imperiosa necesidad de encontrar en el extranjero
agroindustrial
nuevas fuentes baratas de tabaco en hoja que les permitiesen paliar el aumento
(1966-1989)
de sus costos de producción en Estados Unidos y Europa. Estas empresas inten-
sificaron sus actividades en México, Brasil y Argentina, agudizando la internacio-
Estrategia de nalización de sus procesos productivos y la integración vertical agroindustrial.
internacionalización Posteriormente, a finales de los años setenta los acopiadores locales integrados
a los mercados de exportación se vieron forzados a adoptar una lógica producti-
va directamente influida por los dealers –esto es, los grandes comercializadores
transnacionales–, quienes estrecharon su relación con los primeros a través de
acuerdos y contratos. El propósito buscado era asegurarse el acceso a un flujo
310 | Economía I
estable de materia prima que contara con las mezclas y las calidades requeridas
para la elaboración del llamado american blend –cigarrillo rubio sobre la base de
tabacos Burley, Virginia y Oriental–. Esto reforzó la orientación de la producción
tabacalera argentina hacia la exportación (Teubal, 1995; Gras, 1997; Crovetto y
Re, 2007; García, 2011).
Figura nº 8. Publicidad de
cigarrillos Particulares, 1974.
Fuente: CeGEHCS, IGEHCS,
CONICET- UNCPBA.
Siguiendo esa línea, la cartelización que venía insinuándose durante las décadas Extranjerización y
previas en la Argentina acabó por decantar en un proceso simultáneo de extran- duopolización
jerización y oligopolización –en rigor de verdad, cuasi duopolización– del eslabón
industrial del circuito. No por casualidad, este fenómeno se desarrolló al amparo
de las políticas económicas desplegadas por las dos últimas dictaduras militares,
que en ambos casos fueron muy favorables al capital transnacional. En 1966, in-
mediatamente después del golpe de Estado comandado por Onganía, la nortea-
mericana Ligget & Myers adquirió el control de Piccardo & Cía., mientras que en
1968 la también estadounidense Philip Morris compró Massalín y Celasco. Por
su parte, Nobleza de Tabacos continuó en poder de la British American Tobacco
(BAT), en tanto que las otras dos firmas más importantes de la época (Manu-
factura de Tabacos Imparciales y Manufactura de Tabacos Particulares) cayeron
Circuito del tabaco | 311
en 1968 en manos de la alemana Remtsma Cigaretten Fabriken (RCF), la cual
también se hizo con el control de la fábrica P. Pando, localizada en la localidad
correntina de Goya. Ocho años después, las condiciones establecidas por el go-
bierno de facto de Videla determinaron que Nobleza de Tabacos y Piccardo & Cía.
iniciaran negociaciones para una eventual fusión, la cual se concretó en 1977.
Surgió así Nobleza Piccardo, razón social con la que desde entonces se conoce
a esta empresa y cuyo paquete accionario pasó a ser controlado en un 70 % por
BAT. Sin perjuicio de lo anterior, el proceso de desnacionalización y concentra-
ción del mercado culminó recién en 1979, cuando Massalín y Celasco se fusionó
con Manufactura de Tabacos Particulares, formando así la compañía Massalín
Particulares, liderada por Philip Morris y con participación minoritaria de RCF
(Agüero, 2009; 2014; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Con marcas tales como Jockey Club, Colt, Pall Mall, Fontanares, Embajado-
res, 43/70, L&M, Parisiennes, Arizona, Benson & Hedges, Big Ben, Caravanas,
Carlton, Colorado, Galaxy, Hudson, Indiana, Marlboro, Meca, Muratti, Nelson,
Parliament, Saratoga, Virginia Slims y Wilton –algunas de ellas orientadas so-
bre todo hacia el consumo de las capas sociales de mayores ingresos–, estas dos
megacompañías se apoderaron de buena parte de la demanda doméstica, espe-
cialmente Nobleza Piccardo, que durante la década de 1970 controló aproxima-
damente el 63 % del mercado tabacalero argentino. En el ínterin, la estrategia
de concentración empresarial e integración vertical hacia atrás desplegada por
Nobleza Piccardo y Massalín Particulares para reforzar su control sobre el acopio
de materia prima fue complementada por la modernización industrial, a través
del surgimiento de nuevas plantas con modernas instalaciones que aumentaron
la productividad de 4.000 cigarrillos/minuto a 6.000 unidades/minuto (Teubal,
1995). Obviamente, esto precipitó la paulatina desaparición de numerosas fir-
mas comerciales e industriales de capitales nacionales (Tabacalera Moldes, José
Mouriño y Cía., Enrique Pierazzoli e Hijos, Compañía Sudamericana de Tabacos,
Acopio de Tabacos Horizontes, Beruezo, López, Tabacos Industrializados, Acopio
Figura nº 9. Campos de tabaco. de Tabacos Norte Industrial de Tabacos Pacífico, Tabacos del Norte, Manufac-
Fuente: Portal Tabacalero, tura de Tabacos Villagrán, etc.) e incluso extranjeros (Manufactura de Tabacos
Ministerio de Desarrollo
Imparciales, la italiana SATI, la belga INTABEX Processors, las alemanas Krupp
Productivo, Tucumán.
y Toemphler, etc.). Dicho fenómeno se aceleró aún más con la dictadura militar
instaurada en 1976 (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Como bien explica Agüero (2009, 2014), este oligopolio industrial pasó a ope-
rar, además, como un poderoso oligopsonio. Al concentrar el poder de compra
del tabaco en hoja, estas megaempresas transnacionales, si bien eran rivales que
competían por la supremacía en el mercado, con frecuencia también se aliaron
para operar corporativamente y así ampliar su poder de negociación política con
el Estado, que se vio forzado a intervenir en los conflictos suscitados dentro del
circuito agroindustrial.
Intervención estatal Sugestivamente, esa intervención reguladora estatal cobró forma casi parale-
lamente al inicio del ya comentado proceso de concentración y extranjerización
del capital. En febrero de 1967, el gobierno militar sancionó la ley n° 17.175, por
la cual se creó el Fondo Tecnológico del Tabaco (FTT), financiándolo mediante
un impuesto de 5 pesos por cada paquete de cigarrillo vendido en el mercado
interno. Sus objetivos declarados eran compensar al productor por los mayores
costos de explotación, financiar la tecnificación de las explotaciones tabacaleras,
subsidiar la reconversión productiva hacia el tabaco Virginia y Burley, fomentar
el uso de tecnología, ordenar la comercialización y promover socialmente a los
productores tabacaleros. Puesto que se trataba de un fondo de carácter transito-
rio, los agricultores y los gobiernos provinciales bregaron por la continuidad de la
ley que dio a luz al FTT, la cual fue prorrogada anualmente hasta 1972. A finales
de ese año, dicha norma fue suplantada por la ley n° 19.800 –también llamada
Ley Nacional del Tabaco–, la cual reemplazó al FTT por un organismo de carácter
permanente: el Fondo Especial del Tabaco (FET), que a partir de entonces se con-
312 | Economía I
virtió en el eje de la política tabacalera argentina. Nutriéndose de los impuestos
al consumidor (7 % del precio de venta al público de cada paquete de cigarrillos),
el FET pretendía (en teoría) lograr una calidad uniforme de producción y asegu-
rar la corrección de las “deficiencias estructurales” del circuito tabacalero. Para
ello, sus funciones consistían en regular la producción, industrialización y co-
mercialización del tabaco, establecer un régimen de información obligatoria para
la actividad, mejorar los ingresos de los agricultores, alentar su diversificación
productiva, promover las exportaciones para descomprimir el mercado interno,
proveer de insumos y créditos a los productores, facilitar su equipamiento, capa-
citación y organización y propiciar la creación de cooperativas tabacaleras (Agüe-
ro, 2014; Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
El rol más importante desempeñado por el FTT/FET era el pago de sobreprecios
a los productores tabacaleros. Si hasta 1966 inclusive el precio que el agricultor
recibía por su materia prima dependía estrictamente del capricho de los acopia-
dores, a partir de 1967 comenzó a basarse en dos pilares: por un lado, el precio
privado de acopio pagado por las empresas y, por el otro, un monto fijado y des-
embolsado por el Estado nacional, el cual se compone, a su vez, de un sobreprecio
variable –cuyo tope máximo es el 40 % del precio de acopio– y un adicional de
emergencia –que no puede superar el 50 % del sobreprecio y se orienta a mitigar
problemas sociales y económicos derivados del régimen de tenencia de la tierra–.
Según la ley n° 19.800, el FET está obligado a destinar el 80 % de sus fondos a
las provincias tabacaleras para el pago de dichos sobreprecios a los agricultores,
en tanto que el 20 % restante debe ser utilizado para financiar planes de mejora
de la calidad productiva y subsidiar la reconversión de los tabacaleros hacia otras
actividades más rentables.
Como era de esperar, estas contradictorias políticas de extranjerización, con- Impactos estructurales
centración y regulación estatal de la actividad tabacalera acarrearon numerosos
impactos estructurales para el sector. El primero de ellos fue, sin duda, el fuerte
crecimiento inicial de la producción. De acuerdo a distintas fuentes, entre 1966 y
1974 la producción aumentó de 61,1 a 97,7 millones de kilogramos. Dicho récord
histórico obedeció a las políticas desplegadas durante el breve gobierno democrá-
tico que medió entre ambas dictaduras militares, que favoreció particularmente a
los pequeños agricultores tabacaleros e implementó mecanismos de redistribución
progresiva del ingreso nacional. Esto es evidente cuando se advierte que en 1972 la
producción no superaba los 73,6 millones de kg, esto es, un 32,7 % por debajo del
pico alcanzado dos años después. En 1974, las estadísticas oficiales también regis-
traron el mayor consumo aparente de tabaco de la historia argentina (79.200 tone-
ladas), con una demanda per cápita anual de 75 paquetes por habitante (Agüero,
2009; Izurieta, 2009; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012; MA, 2018).
Sin embargo, la bonanza fue breve; el récord de 1974 marcó el inicio de una nue-
va etapa y a partir del último golpe de Estado la producción comenzó a declinar
sistemáticamente, pasando de 93 millones de kg en 1976 a 51 millones en 1981.
Aun así, en ese último año se reportó el pico máximo de consumo doméstico
(promedio de 78 paquetes de cigarrillos anuales per cápita), hecho atribuido a la
definitiva adopción del “sabor americano” y la incorporación masiva de la mujer
al mercado del cigarrillo. Debido a los reiterados estallidos hiperinflacionarios
y el creciente deterioro socioeconómico, la segunda mitad de la década de 1980
se caracterizó por un ciclo preñado de altibajos, con una producción que fluctuó
entre 67,6 y 80,5 millones de kg y un consumo aparente que osciló entre los 66 y
los 53 paquetes anuales por habitante (Aparicio, 1995, citada por Crovetto y Re,
2007; Agüero, 2009; Izurieta, 2009; MA, 2018, 2019).
Aunque con números absolutos bastante erráticos, las exportaciones tabacaleras Exportaciones tabacaleras
cobraron cada vez mayor gravitación. Si en 1966 se remesaron al exterior 10,6
millones de kilogramos –esto es, el 17,3 % de la producción–, en 1972 las ventas
en los mercados internacionales ascendían a 19,7 millones –es decir, el 26,6 %–,
sumando 27 millones de kg anuales en 1976 (29 %). Y aunque en 1981 las expor-
Circuito del tabaco | 313
taciones se desplomaron a 16,9 millones de kg, los altibajos no impidieron que
representaran una proporción creciente de la producción; de hecho, en 1976-85
dichas remesas absorbieron, en promedio, el 34,9 % de la materia prima cosecha-
da, sufriendo un fuerte crecimiento a finales de los años ochenta. Los datos apor-
tados por Agüero (2009) muestran claramente que este primer boom exportador
implicó profundos cambios en los destinos del tabaco argentino. A lo largo del
quinquenio 1966-70, por ejemplo, el principal comprador era Francia, que con-
centraba el 65,8 % de los envíos. Sin embargo, y dado que a partir del golpe de
Estado de 1976 el país galo decidió suspender temporariamente sus importacio-
nes de tabaco nacional, en 1986-90 el destino más importante pasó a ser Estados
Unidos (22,9 %), seguido por Alemania (16 %), Francia (9,1 %), Bélgica (5,3 %) y
una pléyade de mercados marginales (Argelia, Brasil, Canadá, Egipto, Filipinas,
Holanda, Inglaterra, Italia, México, Paraguay, Rusia, Sudáfrica, Uruguay, etc.).
Completando el proceso iniciado por la desnacionalización de la industria ci-
garrera, la política oficial de subsidios y los cambios inducidos en el patrón de
consumo del fumador argentino, el auge exportador dio el impulso definitivo a
la reconversión de los agricultores desde los tabacos oscuros hacia las variedades
claras exóticas. Un rápido vistazo a las estadísticas revela que hasta 1966-70 la
producción primaria estuvo dominada todavía por los tabacos criollos Correnti-
no, Misionero y Salteño, que en su conjunto acaparaban el 52,2 % del volumen
Figura nº 10. Trabajador de acopiado, seguidos a gran distancia por el Virginia (35,3 %) y el Burley (7,9 %).
la producción tabacalera. En el quinquenio 1986-90, en cambio, las tres variedades locales daban cuenta de
Fuente: Ministerio de
sólo el 16,3 % en tanto que el Burley y el Virginia explicaban el 83,8 % (22,5 % y
Economía de la Nación.
61,3 %, respectivamente). Lo mismo ocurrió con el consumo doméstico y las ex-
portaciones: los dos tabacos rubios norteamericanos, que en 1966-70 satisfacían
el 43 % de la demanda, pasaron a absorber el 92 % en 1986-90, en tanto que el
otrora despreciable peso del Burley (0,4 %) y el Virginia (19,5 %) sobre las ventas
externas creció exponencialmente hasta alcanzar el 11,8 % y el 76 %, respectiva-
mente. Eso explica también la retracción de las remesas a Francia, país que enton-
ces era el principal comprador de tabacos oscuros (Agüero, 2009; Izurieta, 2009).
Superficie cultivada Conforme la producción y las exportaciones aumentaban, la superficie cultiva-
da con tabaco en nuestro país sufrió fuertes oscilaciones, creciendo un 14,3 %
entre 1966 (64.300 hectáreas) y 1972 (73.500 hectáreas) y luego desplomándose
un 30,6 % entre ese último año y 1989 (51.035 hectáreas). Simultáneamente, se
consolidó el desplazamiento de la actividad hacia el noroeste argentino. De los
datos aportados por Rodríguez Faraldo y Zilocchi (2012) y las estadísticas del
Ministerio de Agroindustria (MA, 2019) puede colegirse que entre 1966 y 1989
las provincias de Corrientes y Misiones mantuvieron su participación sobre el
área sembrada en cifras relativamente estables (en torno al 32 %), pero que la
superficie retrocedió en términos absolutos, reduciéndose un 19,8 % en el primer
caso (de 9.412 a 7.550 hectáreas) y un 27,4 % en el segundo (de 11.541 a 8.374
hectáreas). Salta y Jujuy, en cambio, aumentaron su peso relativo sobre el total
del 33,2 % al 51,8 % debido al ostensible avance jujeño, cuya área cultivada con
tabaco creció un 67,9 % (de 8.280 a 13.906 hectáreas), consagrando a esta juris-
dicción como la principal provincia tabacalera del país. Más significativo aún fue
el meteórico crecimiento tucumano: la superficie sembrada se incrementó casi
quince veces (de 463 a 6.880 hectáreas). Otro hito de la fase fue la fuerte expan-
sión de la frontera tabacalera en Catamarca, provincia que con 1.461 hectáreas
pasó a ocupar el lugar que habían dejado vacante Córdoba y Santa Fe, donde este
cultivo literalmente desapareció.
Distribución de la producción Similar tesitura siguió la distribución de la producción. De acuerdo con Agüero
(2009), entre los quinquenios 1966-70 y 1986-90 la participación de Corrientes
y Misiones sobre la oferta de materia prima se redujo del 47,6 % al 27,2 %, en
tanto que el peso relativo de Salta y Jujuy aumentó del 46,6 % al 60,2 %. El de-
clive del nordeste y el ascenso del noroeste son dos fenómenos que deben ser in-
terpretados a la luz de las dinámicas sociales, políticas y productivas de la década
314 | Economía I
de 1970. El reclamo agrario y campesino por mejor distribución de la riqueza y
mayor justicia social tuvo uno de sus ecos más sobresalientes en el Movimiento
Agrario Misionero y las Ligas Agrarias Correntinas, que interpelaron a los go-
biernos de turno –militares y democráticos- para que mejoraran sus condiciones
de vida, les brindaran acceso al crédito, aumentaran los precios de la materia
prima, modificaran el régimen de propiedad y uso de la tierra y les permitieran
participar de la toma de decisiones en los organismos reguladores. Sin embargo,
luego de la producción extraordinaria de 1973-74 la consiguiente crisis de so-
breoferta impactó profundamente en Misiones y Corrientes.
La crisis golpeó con dureza el nordeste debido también a la mayor vulnerabili-
dad relativa de los colonos tabacaleros, cuya extensión cultivada con tabaco no
rebasaba, en promedio, las 2 hectáreas. En el noroeste, en cambio, la coyuntura
no impactó con crudeza. Para empezar, los productores salteños y jujeños goza-
ban de una posición privilegiada en virtud de sus fuertes vínculos con la oligar-
quía regional y los respectivos gobiernos provinciales; paralelamente, estaban
mucho más integrados con el eslabón agroindustrial y contaban con fincas de
mayor superficie (promedio de 10-15 hectáreas). Como resultado, los producto-
res tabacaleros salto-jujeños se configuraron en una suerte de “pequeña burgue-
sía media” que abandonó las antiguas formas de cultivo y curado del tabaco para
paulatinamente convertirse en pequeños propietarios capitalizados (Aparicio,
1995, citada por Crovetto y Re, 2007; Giarracca et al., 1995; Gras, 2005; Agüero,
2009; Izurieta, 2009; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012). Esto repercutió en
el mercado laboral, especialmente en las labores de cosecha y curado en estufas
a leña, imponiéndole a los trabajadores severos regímenes de sobreexplotación
laboral con jornadas laborales de doce horas diarias (Agüero, 2009).
Entre finales de la década de 1960 y mediados de los años ochenta, las provin-
cias tabacaleras del noroeste argentino y, sobre todo, la burguesía salto-jujeña, se
reconvirtieron masivamente hacia los tabacos rubios exóticos: en Salta y Jujuy,
el peso del Virginia se elevó del 57 % al 94,8 % y del 94 % al 98,9 %, respectiva-
mente; en Tucumán, la participación del Burley aumentó del 92 % al 100 %; y en
Catamarca, el Burley, que a fines de los años sesenta era totalmente desconocido Figura nº 11. Ilustración
en la provincia, pasó a acaparar tres cuartas partes de la producción (74,8 %). En de tabaco Virginia.
el nordeste, en cambio, Corrientes se mantuvo reticente a abandonar los tabacos Fuente: Portal Tabacalero,
Ministerio de Desarrollo
oscuros criollos, mientras que en Chaco el peso relativo de la variedad Virginia,
Productivo, Tucumán.
que en 1966-70 representaba el 97 % de la producción, se redujo al 80,3 % en
1986-87. El único caso significativo de reestructuración en esta región durante
el período analizado correspondió a Misiones, donde hasta finales de los años
sesenta el 97 % de la producción correspondía a los tabacos criollos, pero a partir
de entonces comenzó a volcarse paulatinamente al Burley, a tal punto que esta
variedad llegó a representar en 1986-87 más de la mitad de la producción provin-
cial (53,7 %) (Agüero, 2009; PRAT, 2019; MA, 2019).
Este último proceso fue activamente impulsado por la British American Tobac- Tabaco Burley
co y Philip Morris, que buscaban aprovechar ventajas comparativas vinculadas
a ciertas condiciones agroecológicas, económicas y socioestructurales –suelos y
climas propicios para obtener un Burley con mayor tenor de nicotina en relación
al tucumano, estructura agrícola basada en una articulación flexible de econo-
mías familiares de subsistencia que aseguran una disminución del riesgo empre-
sario por parte de los acopiadores, asimilación rápida de técnicas de cultivo por
parte de los productores, organización sindical menos radicalizada que la tucu-
mana, etc.– (Domínguez, 1995). La reestructuración de la agricultura tabacalera
misionera fue, asimismo, facilitada por otros factores complementarios, tales
como la rápida aceptación del Burley local en los mercados de exportación por
su condición de producto “artesanal”, la fuerte crisis sufrida por otros cultivos
regionales –yerba mate, tung, té, etc.– y la propaganda efectuada por los aco-
piadores, que crearon una percepción positiva entre los agricultores respecto de
los aparentes réditos que traería aparejada la reconversión (García, 2011). Como
Circuito del tabaco | 315
consecuencia, la provincia de Misiones literalmente copó el mercado argentino
del tabaco Burley, a tal punto que tal especialización determinó que iniciativas
similares fracasaran en los Valles Calchaquíes y otras zonas de Salta (Rodríguez
Faraldo y Zilocchi, 2012).
Fondo Especial del Tabaco Paradójicamente, la distribución de los recursos del FET a valores constan-
tes (pesos de 2008) no refleja tan claramente el desplazamiento del centro de
gravedad de la actividad hacia el noroeste. De los 184,5 millones de pesos que
en promedio dicho organismo transfirió a las provincias tabacaleras durante el
quinquenio 1966-70, el 29,7 % correspondió a Misiones y Corrientes y el 61,4 %
se concentró en Salta y Jujuy. En 1986-90, en cambio, y sobre un total de 112,3
millones de pesos, Misiones y Corrientes elevaron su participación al 30,5 % y
Salta y Jujuy la redujeron al 59,5 %. Sin embargo, ese mismo indicador da cuenta
de los cambios ocurridos a escala intrarregional a partir de la desigual adapta-
ción provincial al nuevo modelo tabacalero. La participación de Corrientes en las
remesas de fondos del FET cayó del 16,9 % al 9,2 % y el peso de Salta mermó del
33,5 % al 26,9 %, en tanto que Misiones y Jujuy, que antaño se apropiaban del
12,8 % y el 27,9 %, pasaron a representar el 21,3 % y el 31,6 %, respectivamente.
Mención aparte merece Tucumán, cuyo peso relativo se elevó del 5,5 % al 8,1 %.
Por añadidura, las presiones de la industria cigarrera para que en 1977-78 se mo-
dificara el patrón tipo para el cálculo de los precios de acopio, así como los cambios
operados en 1983 en el FET respecto de la distribución de fondos para el tabaco
mezcla –dejó de ser considerado oscuro, valorándose en función de la proporción
de tabaco rubio y negro contenida en el mismo–, contribuyeron a acentuar aún
más las asimetrías entre los ganadores y los perdedores del modelo. Otra cues-
tión, finalmente, se vinculaba con las pujas por la distribución del 20 % de los
recursos del FET que, según la ley 19.800, no se destinan al pago de sobreprecios,
sino a la asistencia directa al productor: de los 571 millones de pesos remesados
entre 1979 y 1988, el 63 % se destinó al noroeste y apenas el 37 % al nordeste, no
obstante el mayor número de agricultores tabacaleros radicados en esta última re-
gión (Reises, 1989, citado por Agüero, 2009; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Como se señaló previamente, a partir de 1967 los ingresos de los agricultores
tabacaleros habían dejado de depender íntegramente de los precios abonados
para el sector privado para incorporar un nuevo componente: los fondos públi-
cos provenientes de la recaudación fiscal ligada a la actividad (Rozemberg, Bez-
chinsky y Melamud, 2019). Bajo el pretexto de atenuar la conflictividad entre los
productores y el eslabón agroindustrial/comercial y mejorar los ingresos de los
agricultores, los consumidores de cigarrillos fueron obligados a pagar una parte
del precio de la hoja de tabaco que en realidad debían abonar las transnaciona-
les a los productores. Los recursos del FET se convirtieron así en una suerte de
subsidio indirecto o transferencia encubierta de ingresos a la industria tabaca-
lera extranjera, pues de no existir tales sobreprecios y adicionales de emergen-
cia las empresas se hubieran visto obligadas a realizar mayores erogaciones para
adquirir el mismo volumen de materia prima. Pero los beneficios corporativos
no acababan allí. Para las transnacionales, esta política fue propicia para reducir
aún más el precio privado del acopio y descargar en el Estado la responsabilidad
de sostener a los agentes sociales más vulnerables del circuito. Si en 1967-70
los fondos del FET representaron el 40,6 % del precio total del tabaco Virginia
y el 39 % del costo del Burley, en 1986-90 esa participación había aumentado al
57,6 % y el 50,6 %, respectivamente, con picos del 58,1 % y el 57 % en 1981-85.
Lo mismo ocurrió con el tabaco Criollo Salteño –el aporte estatal pasó del 42,8 %
al 54,5 %– (Agüero, 2009).
Paralelamente, entre la segunda mitad de los años setenta y mediados de la dé-
cada de 1980 las empresas redujeron un 66 % el precio privado de acopio para los
tabacos Virginia y Burley. Como resultado, hacia 1986-90 el costo de la materia
prima era un 80 % inferior al que tenía dos décadas atrás. Para empeorar la situa-
ción, los recursos pagados por el FET también disminuyeron ostensiblemente; de
316 | Economía I
hecho, se redujeron un 62 % entre comienzos de la década de 1970 y la segunda
mitad de los años ochenta, especialmente durante los últimos años de la dicta-
dura militar, cuando entre el 21 % y el 28 % de los fondos del organismo fueron
utilizados por el Estado nacional para cubrir su propio déficit presupuestario.
Como era de esperar, ante la combinación de estos tres factores, los producto-
res primarios no sólo no mejoraron sus ingresos, sino que ni siquiera lograron
mantenerlos. La única excepción a esta regla fue el breve interregno democrático
entre ambas dictaduras, cuando los productores recibieron los precios más altos
de la historia tabacalera del país (Agüero, 2009, 2014).
Figura nº 12. Transporte
de tabaco. Fuente:
Instituto Provincial del
Tabaco, Ministerio de
Producción, Corrientes.
Queda claro que el FET, en tanto símbolo de una intervención estatal supuesta-
mente orientada a favorecer a los agentes más débiles, operaba en realidad como
un mecanismo de abaratamiento de la materia prima para las firmas transnacio-
nales (Agüero, 2009, 2014).
El Estado nacional aumentó del 70 % al 75 % el impuesto interno a los cigarri-
llos, decisión que, junto a los controles de precios del producto, determinaron
que las empresas decidieran no acopiar materia prima en señal de protesta. Bus-
cando contentarlas, el gobierno argentino redujo el impuesto interno al 72 %,
aumentó un 10 % el precio del paquete de cigarrillos y dispuso que los derechos
que gravaban las exportaciones del sector disminuyeran del 31 % a apenas el 9 %
(Agüero, 2009, 2014).
Circuito del tabaco | 317
Intervención estatal El Estado se esforzó por contrarrestar el poder cuasi monopólico de las empre-
sas tabacaleras y aumentar la capacidad de negociación de los agricultores, pro-
moviendo para ello la institucionalización de las organizaciones de productores
y la creación y el desarrollo de cooperativas tabacaleras como una forma alter-
nativa de articulación agroindustrial. Dejando el abastecimiento de la demanda
doméstica en manos de las transnacionales British American Tobacco y Philip
Morris, la política oficial concibió el movimiento cooperativo para el acopio y
curado de hoja verde como un mecanismo idóneo para paliar las características
oligopsónicas del sector, alentar la transferencia tecnológica y la incorporación
de valor agregado e incentivar las exportaciones para, de ese modo, drenar la
oferta excedente, descomprimir el mercado interno y apuntalar la mejora de los
precios de la materia prima. Siguiendo esa línea, parte de los recursos del FTT/
FET fue utilizada para financiar la fundación de distintas cooperativas tabaca-
leras en Jujuy (1967-69), Salta (1973), Tucumán (1978-79), Corrientes (1980),
Misiones (1983-87) y Chaco (1989) (Bertoni y Gras, 1994; Agüero, 2009, 2014;
Izurieta, 2009; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Período democrático Procurando su afianzamiento, en 1983 el Estado nacional sancionó la ley n°
22.867, que declaró no reintegrables los fondos públicos utilizados para la crea-
ción de las cooperativas y condonó las deudas de éstas con el FET (García, 2011;
Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012). La más temprana creación de las coopera-
tivas jujeñas y salteñas consolidó la creciente gravitación de ambas provincias,
que capitalizaron en beneficio propio el hecho de que en Corrientes y Misiones
el fenómeno fuera más tardío. Por esa razón, el peso relativo de Corrientes sobre
Mapa n° 5. Superficie cultivada la superficie tabacalera nacional continuó descendiendo hasta llegar al 29,2 % en
con tabaco en Argentina, 1975/76, secundada por Salta (26,2 %), Misiones (19 %) y Jujuy (18,3 %), con-
por departamentos (en
hectáreas). Campaña 1975/76. centrándose especialmente en los departamentos de Chicoana, Cerrillos, El Car-
Fuente: elaboración personal men, Belgrano, Rosario de Lerma, Güemes, Goya, Lavalle, San Roque, Cainguás,
sobre la base de Randle (1981). Oberá y Guaraní (mapa n° 5).
Cooperativas Las cooperativas contribuyeron a generar cierta certeza para el productor pri-
mario con respecto a la colocación del producto del mercado y los precios de la
318 | Economía I
materia prima, evitar el control monopólico por parte de las corporaciones de
las semillas de las distintas variedades de tabaco (Rodríguez Faraldo y Zilocchi,
2012), quedar relativamente más a salvo de los caprichos de los acopiadores y
aumentar el valor de la producción primaria mediante la obtención de un tabaco
flavour y no de un mero insumo de relleno. Hasta la aparición de estas entida-
des, el poder de los acopiadores era absoluto: otorgaban cupos, financiaban el
cultivo y la cosecha, la construcción de estufas y la compra de fincas, brindaban
asesoramiento técnico, fijaban precios, intereses y recargos a su antojo, entre-
gaban pagarés que luego no abonaban e imponían arbitrarios parámetros de
calidad a la materia prima, determinando que muchos productores, después de
largas esperas a la intemperie, volvieran a sus fincas sin haber logrado vender el
tabaco (Agüero, 2009).
Sin embargo, no es menos cierto que la creación de las cooperativas paradóji-
camente sirvió a la estrategia de los acopiadores extranjeros con intereses en el
negocio exportador, puesto que los recursos girados por el FET a las flamantes
instituciones evitaron que las empresas transnacionales debieran realizar impor-
tantes inversiones en capital fijo para acopio y preindustrialización, contando
con la posibilidad de limitarse a utilizar la estructura (financiada con fondos es-
tatales) de las nuevas entidades (Gras, 1998). Paralelamente, las cooperativas
reforzaron la subordinación y dependencia del agricultor, buscando más bien
disputarles a las grandes cigarreras el mercado exportador que velar por la efecti-
va mejora de la calidad de vida de sus asociados y la defensa de sus intereses ante
las estrategias de acumulación de los agentes transnacionales (García, 2011). Por
ello, en general –pero sobre todo en el nordeste– el pequeño productor tabacale-
ro acabó por convertirse en una suerte de empleado con todos los rasgos del con-
tratista rural, perdiendo su autonomía para subordinarse aún más a los intereses
industriales y comerciales y sufriendo un aumento de su pobreza relativa que lo
obligó a hallar y diseñar nuevas estrategias de supervivencia (Teubal, 1995).
Con la entronización del neoliberalismo durante la década de 1990, el modelo ta- de los intentos de
bacalero del norte argentino sufrió profundos cambios, los cuales se cristalizaron desregulación a la
e intensificaron durante el régimen neodesarrollista de comienzos del siglo XXI y consolidación del
la posterior fase de restauración neoliberal/neoconservadora. La hiperinflación fet como legitimador
de 1989-90 derivó en la dolarización del sector, fenómeno que fue viabilizado de las desigualdades
por el Plan de Emergencia Tabacalera. Casi inmediatamente después, la actividad estructurales del
circuito tabacalero
entró en crisis debido a la decisión del gobierno nacional de desregular el circuito.
(1990-2018)
De hecho, durante el bienio 1991-93 los decretos n° 2.284 y 2.488 dispusieron la
eliminación de los artículos de la ley n° 19.800 que permitían estipular precios
y volúmenes de acopio en cada campaña agrícola. Aunque el Fondo Especial del Neoliberalismo
Tabaco (FET) no fue eliminado, dejó en gran medida de operar, no obstante lo
cual se continuó la recaudación de los impuestos con los cuales se financiaba
dicho organismo. En 1993, el Estado nacional reintegró al FET la totalidad de
sus recursos, no obstante lo cual ratificó la desregulación de los volúmenes de
producción y los precios privados de acopio.
La desregulación impulsó la sujeción de la actividad tabacalera a los mercados Desregulación de la actividad
internacionales, determinando que la producción comenzara a exhibir violentas
fluctuaciones y altibajos en función de las crisis mundiales de sobreoferta de ta-
baco y las variaciones de las cotizaciones externas. También consolidó el proceso
de reconversión iniciado en los años setenta, basado en la especialización de las
principales provincias productoras en el cultivo de variedades exóticas de taba-
cos rubios como el Virginia y el Burley.
La producción argentina de hoja de tabaco aumentó 30,5 % entre 1990 (94,5
millones de kg.) y 1996 (123,3 millones), para retornar en 2001 a valores muy
similares a los iniciales. Luego de la devaluación de 2002, inició otro ciclo ascen-
dente que la catapultó a un pico de 161 millones de kilogramos, manteniéndose
hasta 2010 en cifras que rondaban los 130 millones. Desde entonces, viene su-
Circuito del tabaco | 319
friendo dramáticas oscilaciones en muy cortos lapsos de tiempo, desplomándose
a 93,7 millones en 2015 y alcanzando los 117,1 millones un año después. Lo
mismo ocurrió con el área sembrada: si entre 1990 (63.312 hectáreas) y 1997
(84.454 hectáreas) aumentó un 33,4 %, a comienzos de este siglo descendió a
59.647 hectáreas; en 2004, en cambio, alcanzó un récord de 91.559 hectáreas,
pero sólo para desde entonces sufrir una caída casi constante que para 2017/18
la dejó reducida a poco más de 60.000 hectáreas (PRAT, 2019). En el ínterin,
Misiones aumentó fuertemente su participación (36,4 %, contra el 14,6 % regis-
trado en 1986), mientras que la de Corrientes y Tucumán se desplomó del 17,9 %
a apenas el 2,8 % y del 13,8 % a sólo el 6,4 %. En contrapartida, el peso relativo de
Jujuy se mantuvo estable (27 % en 1986, 24,2 % en 2017, aunque con un pico del
40,4 % en 1997), mientras que el de Salta aumentó del 23,8 % al 27,8 %.
Superficie cultivada Si se considera el período global 1990-2016, la retracción de la superficie sem-
brada se concentró fundamentalmente en tres provincias: Corrientes, donde el
área tabacalera se contrajo un 72,9 % –pasó de 6.250 a 1.692 hectáreas–; Ca-
tamarca, donde mermó un 63,5 % –de 1.507 a 550,6 hectáreas–; y Tucumán,
donde disminuyó un 56,3 % –de 8.856 a 3.872,5 hectáreas–. Paralelamente, la
superficie implantada con tabaco aumentó en las provincias de Chaco –de 216
a 854,5 hectáreas (295,6 %)–, Salta –de 15.144 a 16.859 hectáreas (11,3 %)– y
Mapas n° 6 (debajo), 7 y 8 (pág. Misiones –de 15.016 a 22.060 hectáreas (46,9 %)–. Como resultado, se consolidó
siguiente). Superficie cultivada el desplazamiento de la producción tabacalera argentina hacia el área misionera y
con tabaco en Argentina, por
salto-jujeña. Si en 1990 estas tres provincias concentraban el 81,9 % del volumen
departamentos (en hectáreas)
para los años censales 1988 cosechado y acopiado, en 2016 acaparaban el 91,6 %, confirmando en ambos años
y 2002 y producción de el liderazgo de Jujuy, con alrededor del 34 % de la producción (PRAT, 2019). Los
tabaco por departamentos mismos cambios se reflejaron a escala departamental: los departamentos de El
para la campaña 2016/17 Carmen (Jujuy) y Cerrillos (Salta) claramente se afianzaron como los principales
(en toneladas).
Fuente: elaboración personal
distritos tabacaleros del país, a expensas de las localidades de Goya (Corrientes),
en base a INDEC (1990, La Cocha (Tucumán) y Guaraní, Belgrano, 25 de Mayo y Cainguás (Misiones)
2005) y PRAT (2019). (mapas n° 6-8).
320 | Economía I
En el ínterin, las variedades Virginia y Burley pasaron a acaparar casi la tota- Reconversión de variedades
lidad de la superficie y la producción tabacalera argentina. La única provincia
ajena a la reconversión fue Corrientes, donde todavía los tabacos oscuros criollos
representan el 96 % del área y la producción (PRAT, 2019).
Es importante señalar que las especializaciones derivadas de esta división terri-
torial del trabajo tejida en torno a la actividad tabacalera definen en gran medida
Circuito del tabaco | 321
la jerarquización de las áreas productivas. El tabaco Virginia es muy rico en nicoti-
na y azúcares, lo cual implica que sea la variedad más requerida por los mercados
internacionales y también por la producción industrial doméstica, dada su aptitud
para ser utilizado como flavour en las mezclas (blends) de cigarrillos. Dado que
requiere un proceso de curado artificial, su producción no es viable en Misiones,
donde la orientación al tabaco Burley fue el resultado de tres factores complemen-
tarios: el tipo de suelo predominante, puesto que el tabaco Virginia exige suelos
arenosos, en tanto que el Burley requiere tierras limosas o arcillosas; la decisión
política de no conectar a la provincia a la red nacional de gas natural; y el interés
de las empresas tabacaleras de aprovechar la estructura típicamente campesina y
minifundista de la matriz agraria misionera para especializar a los colonos en una
producción que no requiere grandes inversiones ni trabajo asalariado, como ocurre
en Salta y Jujuy. Esto ocasionó perjuicios económicos a los productores misione-
ros, que han sido inducidos a dedicarse a una variedad de menor valor económico
relativo y cuyos rendimientos agrícolas por hectárea son mucho más bajos que los
de los tradicionales tabacos negros criollos. Sin embargo, en términos comparati-
vos el Burley misionero obtiene mejores precios que el tucumano, pues se destina
preferentemente a la exportación, en tanto que el segundo se utiliza como relleno
y es consumido en el mercado interno (Agüero, 2009; MHyFP, 2016).
Producción agrícola El eslabón primario del circuito tabacalero argentino es, por definición, una
pequeña producción agrícola. Según el Censo Nacional Agropecuario realizado
en 2002, la extensión promedio de las fincas o chacras tabacaleras de nuestro
país era de apenas 3,67 hectáreas, situándose muy por debajo del tamaño de la
explotación agropecuaria promedio (587 hectáreas); paralelamente, el 36,2 % de
las unidades productivas vinculadas al cultivo de tabaco no superaba las 25 hec-
táreas (INDEC, 2005; MINAGRI, 2010). Aun así, se trata de un colectivo extre-
madamente dual, como lo demuestra el hecho de que el 92 % de los agricultores
produzca el 45 % de la hoja de tabaco a nivel nacional en chacras de menos de 5
hectáreas operadas, mientras que apenas el 2,6 % de los productores hace lo pro-
pio con el 39 % de la materia prima en fincas de más de 20 hectáreas (Izurieta,
2009; MHyFP, 2016; Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019). Con epicentro
en los departamentos de Guaraní, 25 de Mayo, Leandro N. Alem, Cainguás, San
Pedro, General Belgrano, Oberá y San Javier, la provincia de Misiones es la más
importante desde el punto de vista social, puesto que reúne aproximadamente
al 71 % de los productores tabacaleros del país. Presente en el 40 % de las ex-
plotaciones agropecuarias misioneras, el tabaco es cultivado por alrededor de
13.000 agricultores, esto es, poco más de la mitad de los productores registrados
a comienzos de la década de 1970 (22.000) y un 24 % por debajo de las cifras de
finales de los años noventa (17.000). La producción tabacalera provincial es bá-
sicamente minifundista, familiar y campesina, si bien los datos oficiales revelan
que más de la mitad de los agricultores tabacaleros misioneros posee chacras de
hasta 25 hectáreas. Esta aparente contradicción obedece a dos factores básicos:
el 70 % de la superficie de sus chacras corresponde a ‘capuera’ –esto es, tierra
desmontada que alguna vez fue cultivada–, y el amplio grado de diversificación y
rotación de la matriz agraria de los colonos misioneros, que dedican buena parte
de la superficie bajo explotación a actividades de subsistencia (maíz, mandioca,
avena, poroto, avicultura, horticultura, etc.) y otros cultivos de renta (té, yerba
mate, tung, cítricos, forestaciones, etc.).
Estos productores familiares rara vez cuentan con título jurídico de propiedad
de las tierras que cultivan. Por otra parte, las reducidas extensiones de cultivo
y la topografía de las chacras, aunadas a los rasgos típicamente campesinos de
las unidades productivas –bajos o nulos niveles de capitalización, casi absoluta
ausencia de fuerza de trabajo asalariada, etc.–, impiden cualquier tipo de meca-
nización, determinando que el tabaco sea una producción netamente manual y
artesanal; de hecho, la principal herramienta de trabajo del 90 % de los produc-
tores tabacaleros es la yunta de bueyes, y el 10 % restante utiliza tractores cuya
322 | Economía I
antigüedad promedio fluctúa entre 26 y 32 años, en tanto que el 99 % de los gal-
pones de curado de tabaco tiene techo de cartón (Gortari, 2008; Agüero, 2009).
Figura nº 13. Secado de tabaco.
Fuente: Instituto Provincial
del Tabaco, Ministerio de
Producción, Corrientes.
Sin perjuicio de lo anterior, los sistemas de cultivo se han modernizado, dejan- Sistemas de cultivo
do atrás las tradicionales labores de arado previo a la siembra. Las modalidades
que predominan son la labranza mínima –según la cual después del rozado de
la tierra se extiende una cobertura con avena o maíz, se abren pequeños surcos
y se aplican herbicidas para luego proceder al plantado de los almácigos– y el
sistema floating (o hidroponía) –que consiste en la disposición de los almácigos
sobre bandejas de telgopor flotantes, alimentados con agua y sin contacto con el
suelo–. Aunque la hidroponía supone un complejo desafío para los campesinos,
su difusión obedece a su capacidad de estandarizar el proceso productivo y neu-
tralizar la alta variabilidad ambiental, en un marco donde la alternancia entre
sequía y exceso de precipitaciones ocasiona graves perjuicios al agricultor taba-
calero (Valeiro y Biaggi, 2001; Krivenki et al., 2001; Cáceres, 2003, 2004, 2009;
Agüero, 2009). Aun así, el tabaco lejos está de representar una fuente importante
de ingresos para los productores misioneros: para alcanzar el umbral mínimo
de reproducción social –o subsistencia–, cada familia tabacalera debe cosechar
10.000 kg de tabaco al año, pero el 83 % produce menos de 2.000 kg anuales
(Agüero, 2009; Gómez Lende, 2014).
Salta y Jujuy, en cambio, encarnan la agricultura tabacalera empresarial por ex-
celencia. Contando con trabajo asalariado y acceso a tecnología y formas moder-
nas de gestión, las fincas salto-jujeñas su mayor superficie relativa y niveles más
elevados de concentración de la tierra. Si sólo el 11,1 % de la superficie tabacalera
jujeña y el 15,4 % de la salteña corresponde a unidades de hasta 25 hectáreas de
superficie, las fincas de 200 hectáreas o más dan cuenta del 29,3 % y el 38,8 %
respectivamente, superando holgadamente la media nacional (9,6 %). La tierra
se halla concentrada en pocas manos, registrándose 1.100-1.600 productores en
Salta y apenas 850-900 agricultores en Jujuy, el 80 % de los cuales posee explota-
ciones que superan las 100 hectáreas (INDEC, 2005; Izurieta, 2009; MINAGRI,
2010; MHyFP, 2016). En esta última provincia, más de la mitad (56,6 %) de los
productores es propietaria directa de la tierra, en tanto que el 42 % es arrenda-
tario y el resto corresponde a medieros, ocupantes, aparceros y usufructuarios.
Circuito del tabaco | 323
Salta y Jujuy Concentrada en Monterrico, Perico, La Ovejería, El Carmen, Santo Domingo,
San Pedro, San Antonio, Santa Bárbara, la capital jujeña, La Candelaria y los
valles de Lerma y Siancas, casi la totalidad de los productores salto-jujeños se
halla asociada a las respectivas cooperativas y cámaras tabacaleras provinciales,
existiendo apenas agricultores independientes. Uno de los ejemplos más paradig-
máticos de la agricultura tabacalera jujeña es la finca El Pongo, que con 11.118
hectáreas es la más grande de Perico. Muchos de los tabacaleros salto-jujeños son
empresarios, profesionales, diputados o senadores, dando pábulo así a la tesis
de Agüero (2009), quien afirma que el sector representa una suerte de alianza
entre la nobleza –los apellidos con prestigio social– y la burguesía provincial –los
propietarios de los medios de producción–. Dentro de este conjunto existe una
élite privilegiada que cuenta con los sistemas de curado artificial a base de estufas
bulk-curing, lo cual permite un notable ahorro de fuerza laboral y reduce signifi-
cativamente los costos por hectárea cosechada (Fernández, Noceti y Regazzone,
2008). Pese a sus notables ventajas sociales, técnicas y productivas sobre Misio-
nes, la adaptación de los tabacos rubios exóticos a las condiciones agroecológicas
locales ha sido bastante pobre, resultando vulnerables a los ataques de virus que
operan como vectores para plagas como el corcovo del tabaco, que ocasiona seve-
ras pérdidas en el noroeste argentino, sobre todo en Salta y Jujuy (MHyFP, 2016).
Chaco y Tucumán Chaco y Tucumán representan una situación intermedia entre ambos extremos.
En el primer caso, se trata de alrededor de dos centenares de agricultores, y en el
segundo, de entre 1.200 y 2.000 productores. Sin perjuicio de tales diferencias,
en ambos casos cerca de la mitad cultiva tabaco en fincas de hasta 25 hectáreas,
no obstante lo cual el peso de las grandes explotaciones (200 hectáreas o más), si
bien más reducido que en Salta y Jujuy, es bastante importante (15,7 % y 18,1 %)
(INDEC, 2005; Izurieta, 2009; MINAGRI, 2010). La estructura tabacalera agraria
tucumana posee la singularidad de que los productores campesinos tradicionales
coexisten tanto con agricultores familiares capitalizados –que ocasionalmente
contratan mano de obra asalariada para las labores rurales– como con una pe-
queña franja de empresarios propiamente dichos que concentra alrededor del
60 % de la oferta provincial de hoja de tabaco a la industria. A esto se le añade
la inadecuada relación entre superficie cultivada y capacidad de curado y el defi-
ciente estado de los galpones utilizados para este último propósito (Gras, 1999).
Catamarca y Corrientes Finalmente, Catamarca y Corrientes constituyen las provincias tabacaleras más
marginales del país. Aquí también prevalece la pequeña producción minifundista
y familiar. Con poco más de un centenar de agricultores localizados sobre todo en
el departamento de Santa Rosa, el 90 % de las fincas tabacaleras catamarqueñas
no supera las 10 hectáreas, en tanto que Corrientes aglutina a 1.300 agricultores,
en su mayoría concentrados en los departamentos de Goya (94 %), Lavalle, San
Roque, Esquina, Bella Vista y Curuzú Cuatiá, donde se localizan las mejores tie-
rras para este cultivo. En esta última provincia las condiciones son muy similares
a las descriptas para Misiones.
El eslabón acopiador se concentra en poco más de una veintena de compañías.
Por un lado, las empresas privadas propiamente dichas, que a lo largo del perío-
do aquí analizado han sido representadas por la norteamericana Massalín Par-
ticulares, la inglesa Nobleza Piccardo y dealers como DIMON –que a partir de su
fusión con la Standard Tobacco se convirtió en Alliance One–, Tabacos Norte,
Tabaco Argentino, PROTAS, la francesa Comercial Industria Misionera Argenti-
na (CIMA) y la estadounidense Universal Carolina Leaf. Por otro lado, las firmas
cooperativas de las distintas provincias tabacaleras, han sido representadas –al-
ternada o continuadamente, según el caso– por las siguientes firmas: en Salta,
por la Cooperativa Tabacalera de Salta; en Tucumán, por la Cooperativa Taba-
Figura nº 14. Trabajadora calera de Tucumán, la Cooperativa Tabacalera de Independencia y la Cooperati-
del tabaco. Fuente:
Portal Tabacalero,
va Tabacalera de La Invernada; en Corrientes, por la Cooperativa Tabacalera de
Ministerio de Desarrollo Corrientes; en Jujuy, por la Cooperativa Tabacalera de Jujuy; en Chaco, por la
Productivo, Tucumán. Cooperativa Tabacalera del Chaco; y en Misiones, por la Cooperativa Bonpland y,
324 | Economía I
más recientemente, por la Cooperativa Tabacalera de San Vicente y la Cooperati-
va Tabacalera de Misiones, ambas fundadas a comienzos de este siglo –la primera
formada por un selecto grupo de agricultores capitalizados y la segunda creada
por iniciativa de la Asociación de Plantadores de Tabaco de Misiones (APTM)–.
El reparto empresarial del acopio ha sufrido importantes cambios desde las re-
formas estructurales de la década de 1990 hasta la actualidad. Entre los quin-
quenios 1987-90 y 1996-2000, las principales compañías privadas y cooperati-
vas mantuvieron participaciones bastante estables y equitativas en el mercado,
puesto que ambos grupos acapararon aproximadamente el 45 % de la oferta de
materia prima. Si el análisis se desagrega según empresas, queda claro, no obs-
tante, que a lo largo de dicho período el mercado fue dominado por sólo cinco
empresas: Massalín Particulares –entre el 15,4 % y el 21,7 % del volumen aco-
piado–; Nobleza Piccardo –entre el 20,4 % y el 28,1 %–; y las cooperativas jujeña
–alrededor del 20 %–, salteña –entre el 8,3 % y el 12,8 %– y misionera –alrededor
del 8,5 %– (Agüero, 2009). Hacia 2014-15, estas proporciones se habían alterado
sustancialmente debido al avance de los dealers privados, que acopiaron el 53 %
de la producción, frente al 47 % de las cooperativas. Los agentes que lideraban
ese eslabón de la cadena de acumulación eran claramente Massalín Particulares
(24,6 %), la Cooperativa Tabacalera de Jujuy (19,9 %), Alliance One (15,4 %) y
la Cooperativa Tabacalera de Salta (14,7 %), secundados por Universal Leaf y la
Cooperativa Tabacalera de Misiones, con alrededor del 7 % y 10 %, respectiva-
mente (MHyFP, 2016). Los ya de por sí elevados niveles de concentración empre-
sarial han aumentado todavía más. Si en los años noventa cinco empresas con-
trolaban alrededor del 79 % del flujo de hoja de tabaco, en 2016-17 cinco firmas
hacían lo propio con el 82,2 % (Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019). En el
ínterin, Nobleza Piccardo fue desplazada del mercado, Massalín Particulares per-
dió su liderazgo a manos de Alliance One y las cooperativas de Salta y Misiones
aumentaron su participación relativa sobre el total.
Como bien apuntan Rozemberg, Bezchinsky y Melamud (2019), las acopiado-
ras están íntimamente relacionadas entre sí, hallándose comercialmente inte-
gradas e incluso controladas por dealers internacionales, sin considerar a las que
dependen directamente de la industria cigarrera. Misiones y Salta proporcionan
sendos ejemplos al respecto.
En Misiones, la Cooperativa Bonpland fue absorbida por la norteamericana
Universal Leaf, cambiando su nombre a Bonpland Leaf (BLASA). Por su parte, la
Cooperativa Tabacalera de Misiones (CTM) es uno de los actores más poderosos
a escala regional: posee vínculos directos con Alliance One y Philip Morris –que
son sus principales clientes– y controla además a otras acopiadoras, como BLA-
SA y CIMA, valiéndose para ello de recursos otorgados por el Fondo Especial del
Tabaco. Finalmente, Tabacos Norte pertenece a Universal Leaf, Alliance One y
Massalín Particulares. Como resultado –y con la única excepción de la COTAVI–,
todas las acopiadoras de la provincia se hallan recíprocamente entrelazadas e
integradas a los principales dealers y cigarreras de occidente (Domínguez, 1995;
Rofman et al., 2008; Izurieta, 2009; García, 2010, 2011).
En Salta, si bien operaban ocho acopiadoras, sólo tres adquirían la inmensa ma-
yoría de la producción primaria: Massalín Particulares, Cooperativa Tabacalera de
Salta (COPROTAB) y –hasta comienzos de este siglo– Nobleza Piccardo (Izurie-
ta, 2009). Sin embargo, la COPROTAB también ha sido absolutamente cooptada
por los grandes intereses extranjeros. Hasta 1993, su producción fue adquirida
por la estadounidense Dibrell Bros., la alemana Gebrueder Kulenkapff y la belga
INTABEX, pero a partir de entonces, la acuciante situación financiera de COPRO-
TAB la obligó a firmar un acuerdo de exclusividad con Dibrell Bros. –su principal
acreedora– mediante el cual esta última firma pasó a adelantarle capital y asumir
la deuda de la cooperativa con la banca pública a cambio de absorber el 100 % de
la producción, supervisar el manejo general de la empresa e incluso fijar el precio
que debía pagarse al productor primario (Gras, 1998). Esta situación de depen-
Circuito del tabaco | 325
dencia económica persistió luego con DIMON –resultado de la fusión de la citada
Dibrell Bros. con Monk-Austin– y Alliance One –surgida, como ya se señaló, de la
unión de DIMON con la Standard Tobacco– (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Algo similar ocurrió con la Cooperativa Tabacalera de Jujuy (CTJ), que a mediados
de la década de 1990 pasó a ser controlada por una Unión Transitoria de Empresas
(UTE) formada por sus dos principales clientes transnacionales, que así pasaron a
supervisar la compra, clasificación y procesamiento del tabaco (Gras, 1998).
Dealers Hasta la crisis de sobreoferta mundial de tabaco de 1992-93, para los dealers no
fue conveniente controlar las cooperativas; al contrario, su estrategia consistía
en eludir riesgos y limitarse a proveerles asesoramiento técnico y financiamiento
para la adquisición de insumos y realizar convenios de compra-venta con precios
poco redituables para dichas cooperativas, en un contexto en el que los fondos
compensatorios del FET cubrían los déficits operativos resultantes. Sin embargo,
la crisis coincidió con la desregulación transitoria de la actividad y la retracción
del apoyo del FET a las cooperativas, quebrando así el triángulo que desde la
década de 1970 venía sustentando esas formas de articulación agroindustrial y
comercial. Asfixiadas financieramente e impedidas tanto de exportar en condi-
ciones rentables debido a la subvaluación del tipo de cambio como de recurrir al
financiamiento estatal, las cooperativas quedaron a merced de los dealers, quie-
nes redujeron sus compras y precios, restringieron los anticipos de capital y las
presionaron financieramente para que liquidaran sus deudas.
Buscando debilitarlas aún más, los dealers condicionaron su asistencia financie-
ra y la compra de la materia prima a que las cooperativas resignaran autonomía
en cuanto a su gestión interna. Para ello, debieron ceder su poder de decisión a
las transnacionales y emprender una profunda reestructuración, basada en la
adopción de un modelo empresarial-gerencial que renegara de su carácter origi-
Figura nº 15. Plantas de tabaco. nario de herramienta gremial. El resultado fue el desarrollo nuevas formas flexi-
Fuente: Ministerio de
Economía de la Nación. bles de control de la producción que derivaron en que las cooperativas perdieran
buena parte de su identidad: los precios de la materia prima fueron ajustados
hacia abajo, pues pasaron a ser fijados en función de criterios de rentabilidad
empresarial y no de asociativismo colectivo, la negociación de los precios de
exportación fue cada vez menos beneficiosa para los productores, y funciones
tradicionales –como el financiamiento al agricultor mediante el adelanto de in-
sumos para la siembra y de dinero para el pago de jornales de la fuerza de trabajo
rural– desaparecieron paulatinamente, o bien se tornaron mucho más selectivas
en cuanto a sus destinatarios y su alcance. La premisa de las cooperativas fue en-
tonces abatir los costos de producción agraria y ajustar la asistencia financiera a
los productores de acuerdo a los requerimientos de los dealers, aceptando que es-
tos últimos introdujeran nuevas semillas, paquetes de insumos, tecnología para
el secado, curado y almacenamiento y modificaciones en los sistemas de compra
y clasificación del tabaco.
Crisis de las cooperativas Las cooperativas que no se adaptaron a las nuevas reglas de juego quebraron o
nunca superaron la crisis, como ocurrió en el primer caso con la Cooperativa Ta-
bacalera La Invernada en Tucumán y en el segundo con la Cooperativa Tabacalera
de Corrientes, que aglutinan entre el 80 % y el 70 % de los productores provin-
ciales (Gras, 1998, 1999; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012; Agüero, 2009). En
contraposición, las cooperativas de las principales provincias tabacaleras (Salta,
Jujuy y Misiones) quedaron en términos funcionales desvirtuadas de su propia
esencia, puesto que pasaron a operar como empresas capitalistas agroindustria-
les propiamente dichas en las que el asociativismo no es más que una fachada
para encubrir los intereses extranjeros a los que realmente sirven.
La creciente gravitación de los dealers sobre la distribución nominal del vo-
lumen acopiado y respecto del funcionamiento interno de las cooperativas ha
obedecido a un factor de singular importancia: la reorientación del sector taba-
calero hacia el mercado mundial. Si en 1966-70 apenas se exportaba el 13 % del
tabaco producido en nuestro país, en 1991-95 esa proporción había aumentado
326 | Economía I
al 47,4 %, alcanzando el 54,9 % a finales del siglo XX. En el ínterin, la proporción
de la producción de las variedades Virginia y Burley que era remesada al exterior
pasó del 20 % al 62 % y del 1,5 % al 50 %, respectivamente, mientras que su peso
conjunto sobre las exportaciones tabacaleras totales se incrementó del 20 % al
89 %. El fenómeno se intensificó durante las últimas dos décadas, a tal punto que
en 2018 la Argentina era el séptimo exportador mundial de tabaco, destinando el
80 % de su producción (básicamente, fardos de tabaco curado en bruto sin valor
agregado) a más de 75 países. Durante la década de 1990, los principales mer-
cados fueron Estados Unidos e Inglaterra –secundados por Alemania, Francia,
Bélgica y Brasil–, pero desde comienzos de este siglo cobraron importancia Sud-
áfrica, Rusia, Paraguay y, sobre todo, China, que explica el 25,2 % de las compras
y constituye el nicho de mercado con mejores precios relativos (Agüero, 2009;
PRAT, 2005, 2010, 2015, 2019; Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
Como se señaló en el apartado anterior, el surgimiento del movimiento coope-
rativo había sido auspiciado por el propio Estado nacional, que pretendía que las
flamantes firmas se especializaran en la exportación de tabaco en bruto para así
descomprimir el saturado mercado interno, reservando a este último como de-
manda cautiva para las grandes cigarreras transnacionales. Como resultado, las
protagonistas del actual boom exportador han sido las cooperativas, especialmen-
te la CTM, la COPROTAB y la CTJ. Sin embargo, paralelamente ha crecido la par-
ticipación en ese negocio de dealers/acopiadores extranjeros como Massalín Par-
ticulares, Alliance One, Bonpland Leaf y China Tabaco Internacional, puesto que
algunas cooperativas compran producción a nombre de aquellos para que luego
ellos se encarguen de llevar a cabo la operación de comercio exterior (Rozemberg,
Bezchinsky y Melamud, 2019). Ejemplo de esto es la cooperativa tabacalera salte-
ña, que a raíz de la apertura de nuevos mercados comenzó a enviar su producción
a clientes internacionales como Japan Tobacco, British American Tobacco, Hong
Kong Tobacco, Brasfumo, Philip Morris, Imperial Tobacco, Rothmans, Ligget &
Myers y Asian Leaf, entre otros (Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012).
Figura nº 16. Campos
de tabaco.
Fuente: Ministerio de
Economía de la Nación.
Por su parte, el eslabón industrial-comercial vinculado a la demanda doméstica Eslabón industrial-comercial
es dominado, desde hace décadas, por el duopolio formado por Massalín Particu-
lares y Nobleza Piccardo, que concentran entre el 95 % y el 97 % de la producción
de cigarrillos y de las ventas del producto final en el mercado interno. Con un
paquete accionario controlado en un 64 % por la estadounidense Philip Morris y
el remanente en manos de la alemana Reemstma Cigaretten Fabriken, Massalín
Circuito del tabaco | 327
Particulares constituye la principal empresa del sector, apropiándose de entre el
60 % y el 73 % de las ventas y la facturación gracias a marcas como Philip Morris,
Marlboro, LeMans y Parliament, que dan cuenta de más de la mitad del valor
comercializado. Nobleza Piccardo, en cambio, continúa perteneciendo a la com-
pañía inglesa British American Tobacco (BAT), la cual asumió el control total del
capital de la firma en 2016. Con marcas como Jockey Club, Camel, Derby, Lucky
Strike y Parisiennes, BAT explica entre el 23 % y el 40 % de la producción, las
ventas y la facturación (Fernández, Noceti y Regazzone, 2008; MINAGRI, 2010;
MHyFP, 2016; Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
En ambos casos se trata de firmas verticalmente integradas, que, por un lado,
controlan –directa o indirectamente–plantas de acopio y despalillado para así su-
pervisar la producción y contar con stocks permanentes de distintas variedades
de tabaco para el armado de los blends o mezclas, y que, por otro lado, son propie-
tarias de las principales fábricas de elaboración de cigarrillos. Nobleza Piccardo
posee una planta industrial en Pilar (provincia de Buenos Aires), así como doce
centros de distribución localizados en las principales ciudades del país. Por su
parte, a lo largo del período analizado, Massalín Particulares operó una planta de
procesamiento de hojas de tabaco en Rosario de Lerma (Salta), varios centros de
acopio en Perico (Jujuy) y Leandro N. Alem (Misiones) y dos fábricas de cigarrillos
en Merlo (provincia de Buenos Aires) y Goya (Corrientes), aunque en 2019 deci-
dió cerrar definitivamente a esta última, después de sesenta y cinco años de activi-
dad (MHyFP, 2016; Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019; Cadena3, 2019a).
Crisis de 2001 Sin perjuicio de lo anterior, es importante destacar que después de la crisis de
2001 irrumpió en el mercado de industrialización y comercialización un conjun-
to de PyMEs cigarreras tales como Espert, Coimexpor, Tabacalera Sarandí, Coo-
perativa Tabacalera de Jujuy, Monterrico, Goloteca, V8, Boxer, Fénix, Tabacalera
del Litoral y Dólar, las cuales comenzaron a erosionar la hegemonía absoluta de
las transnacionales. Se trata de firmas que elaboran productos de escaso nivel de
diferenciación y bajo precio –aproximadamente, la mitad del valor de comercia-
lización de las grandes marcas– para de ese modo captar la demanda de meno-
res ingresos. Muchas de ellas se hallan bajo sospecha de incurrir en actividades
ilícitas como el contrabando, la falsificación de estampillas fiscales y la evasión
tributaria. Su fase de mayor esplendor correspondió al primer quinquenio del
siglo XXI, cuando, gracias a la devaluación de la moneda nacional, pasaron de
representar menos del 1 % del mercado a absorber más del 11 %. Sin embargo,
esa participación caería al 1,09 % en 2010 debido a dos factores: por un lado, las
grandes cigarreras transnacionales lanzaron segundas líneas para disputarles el
mercado de los cigarrillos “ultra-baratos”; por otro lado, las presiones sobre el
Estado para que combatiera la “competencia desleal”. Esto último derivó en la
sanción de la ley 26.467 de 2008, que favoreció el poder de mercado del capital
extranjero. Al encarecer los productos elaborados por las PyMEs, que desde en-
tonces deben tributar como impuesto interno un monto mínimo equivalente al
75 % del pagado por la categoría más vendida (Philip Morris/Marlboro) (García,
2010; MINAGRI, 2008, 2010, 2020; MHyFP, 2016).
Las PyMEs lograron subsistir recurriendo a medidas cautelares ante la Justicia
Federal para evitar el pago de ese impuesto. La misma táctica fue replicada en la
reforma fiscal de 2017, la estrategia judicial determinó que las PyMEs cigarreras
llegaran a representar, en promedio, nada menos que el 16,13 % de las ventas en
2019, con un pico máximo del 21,03 % en octubre de ese año (MINAGRI, 2020).
La respuesta de las grandes transnacionales no se hizo esperar. Nobleza Piccardo
- BAT imitó a Espert y Tabacalera Sarandí interponiendo una medida cautelar
para quedar exenta la nueva carga fiscal (Economis, 2019) y Massalín Particula-
res justificó el cierre de su planta de Goya aduciendo la caída de las ventas debido
a la pérdida de mercado a manos de las PyMEs eximidas (Cadena3, 2019b).
Declinación del consumo En parte, esta disputa entre los agentes industriales obedece a la sistemática
declinación del consumo de tabaco en general y el de cigarrillos en particular en
328 | Economía I
Argentina durante las últimas décadas. Si en 1990 la demanda per cápita anual
era de 53 paquetes de cigarrillos por habitante, en 2000-2010 rondaba los 51-52
paquetes, cayendo a 41 unidades en 2017. Ese proceso no ha sido constante: las
ventas aumentaron entre 2005 y 2010 de 1.844,3 a 2.088,1 millones de paquetes
de cigarrillos de 20 unidades promedio, manteniéndose en cifras similares has-
ta 2015, cuando comenzó a descender hasta desplomarse a 1.657,7 millones en
2019 (MINAGRI, 2008, 2020; MA, 2018). Esta caída se inscribe en el marco de
dos procesos simultáneos: las políticas de prevención de la salud y el deterioro
del poder adquisitivo de la población.
Figura nº 17. Campaña del
Ministerio de Salud en los
paquetes de cigarrillos.
Fuente: CeGEHCS, IGEHCS,
CONICET/UNCPBA.
De acuerdo con el Ministerio de Salud, el consumo de tabaco en la Argentina por
parte de la población adulta viene cayendo de manera lenta pero sostenida debi-
do a la mayor conciencia de la población acerca del daño causado por el tabaco,
a las políticas de control más restrictivas a nivel nacional y provincial y a pautas
culturales que han determinado que el hábito de fumar sea socialmente menos
aceptable. Sin embargo, el Sexto Estudio Nacional sobre Sustancias Psicoactivas
realizado en 2016-17 determinó (con metodologías distintas de cálculo) que esta
adicción todavía se hallaba presente en el 28,6 % de los habitantes ubicados en
la franja etaria 12-65 años. Si durante las décadas de 1960 y 1970 predominó
una visión “productivista” interesada en fomentar la producción y consumo de
tabaco, en los años noventa emergió una perspectiva de prevención de la salud
basada en el aumento de la carga impositiva, la prohibición de la publicidad y del
acto de fumar en lugares públicos y privados cerrados y las regulaciones que obli-
gan a informar al consumidor sobre los riesgos sanitarios que implica esta prácti-
ca. Desde entonces, ambos enfoques coexisten en un frágil y delicado equilibrio,
puesto que el Estado argentino aún no ha ratificado el Convenio Marco para el
Control del Tabaco de la Organización Mundial de la Salud, firmado en 2007 por
más de 180 países (Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
Durante el decenio 2005-2014, el cigarrillo se había tornado más asequible para
la población, puesto que la incidencia de la compra de 100 paquetes de cigarri-
llos de 20 unidades sobre la remuneración promedio de un trabajador formal del
sector privado había descendido del 25 % al 12 %. En el ínterin, el precio prome-
dio del producto se había mantenido en torno a un dólar por paquete, a lo que
evidentemente contribuyó la ya comentada aparición de PyMEs cigarreras y se-
gundas marcas de las compañías transnacionales. Como resultado, la Argentina
gozaba del discutible privilegio de ser uno de los países del mundo donde resul-
Circuito del tabaco | 329
taba más barato fumar. A partir de 2014, y con más fuerza aún desde 2016-17, el
aumento de la carga fiscal sobre el tabaco se trasladó a los precios –la media subió
a 2,8 dólares por paquete–, potenciando la caída de la demanda al combinarse
con las políticas regresivas de redistribución del ingreso vigentes desde entonces.
Aun así, el cigarrillo en nuestro país continúa siendo un producto relativamente
barato: de todas las naciones de la OCDE, la Argentina se ubica en el último lugar
según precio promedio ponderado, siendo superada por México (2,9 dólares) y
Chile (3,8 dólares) y muy lejos de los picos exhibidos por Noruega y Australia
(más de 12 dólares) (Rozada y Rodríguez Iglesias, 2015, citado por MS, 2018).
Estado nacional Durante el período aquí analizado el Estado nacional ha captado una porción
sustancial de la renta del sector tabacalero. Para ello se ha valido de diversos
impuestos y gravámenes que pesan sobre el consumo final: el Impuesto al Va-
lor Agregado (IVA), con el 4 % del precio de venta al público de cada paquete de
cigarrillos correspondiente a la categoría más comercializada; Ingresos Brutos
(IIBB), con el 0,9 %; el Impuesto Interno al Tabaco (INT), con el 59,3 %; el Im-
puesto Adicional de Emergencia (IAE, con el 7 %); y el componente tributario
y no tributario del financiamiento del Fondo Especial del Tabaco (FET), con el
8,9 % y el 1,1 %, respectivamente. En 2017, el Estado captaba entre el 79,8 % y
el 81,2 % del valor generado por la cadena tabacalera, aunque esa participación
se reducía en realidad al 71,2 % si se descontaban los recursos correspondientes
al FET, que son reinyectados al sector privado bajo la forma de sobreprecios y
programas (MS, 2018). El aporte fiscal de la actividad al erario público repre-
senta alrededor del 4 % de la recaudación tributaria nacional, contabilizando los
impuestos internos, el IVA, los gravámenes sobre las ventas y las contribuciones
al FET y el Fondo de Asistencia Social (Corradini et al., 2005; MS, 2018; Rozem-
berg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
Figura nº 18. Planta de tabaco.
Fuente: Instituto Provincial
del Tabaco, Ministerio de
Producción, Corrientes.
Carga fiscal Aunque la industria tabacalera transnacional radicada en el país insiste en que
esta carga fiscal es una de las más elevadas del mundo, la evidencia empírica in-
dica que esto no es verdad. Más de una veintena de países supera a la Argentina
en ese sentido, entre ellos Corea del Sur, Israel, Turquía, Nueva Zelanda, Chile,
Alemania, Austria, Inglaterra, Francia, España, Italia, Bélgica, Holanda, buena
parte de Europa oriental y, particularmente, Irlanda, que encabeza el listado con
el 87 %. En contrapartida, son apenas nueve los países que exhiben una presión
330 | Economía I
fiscal menor a la nacional, sobresaliendo Noruega, México, Japón, Suiza, Islan-
dia, Australia y, sobre todo, Estados Unidos, que con el 43 % muestra los valores
más bajos del conjunto (MS, 2018).
Por otra parte, es importante aclarar que ese elevado peso relativo del Estado
nacional sobre la renta cigarrera corresponde al 20 % de la producción argentina
de tabaco, pero no se manifiesta de igual manera sobre el 80 % restante, que se
destina a la exportación.
Otra cuestión que ha afectado profundamente al funcionamiento del FET ata-
ñe a las limitaciones que la Organización Mundial del Comercio (OMC) impuso
luego de que la Ronda Uruguay del GATT incluyera en 1995 al sector agrícola
dentro de su plan general de liberalización del comercio entre los países signata-
rios. Puesto que en la Argentina el único producto que goza de subsidios o ayuda
interna es justamente el tabaco, se estableció que a partir de 1996 los fondos
que el FET remesaba a las provincias productoras debían disminuir a razón del
1,3 % anual, calculando dicha reducción en base al promedio de los montos otor-
gados durante el trienio 1986-88. Desde entonces, todos los recursos del FET
que exceden el límite o tope máximo previsto para cada año pasan a engrosar la
denominada “Caja Verde”, como se suele llamar al conjunto de planes asistencia-
les de gestión ambiental, saneamiento financiero, capacitación, obras de infraes-
tructura y Proyectos de Reconversión de Áreas Tabacaleras (PRAT) orientados a
auxiliar a los agricultores, o bien a alentar su diversificación productiva (Izurieta,
2009; García, 2010; Rodríguez Faraldo y Zilocchi, 2012; Agüero, 2014; MHyFP,
2016; Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
Como resultado, el “precio FET” –también llamado “caja ámbar” o “retorno” en ‘Precio FET’
la jerga del sector– se desacopló de la evolución de los valores de mercado y limitó
el volumen monetario de recursos públicos que el FET podía utilizar para pagar
sobreprecios y compensar a los productores por los bajos precios pagados por las
empresas: en otras palabras, las oscilaciones del precio de acopio continuaron ri-
giéndose por las cotizaciones internacionales y la posición dominante del oligop-
sonio industrial, pero el precio FET pasó a quedar supeditado al cumplimiento
del acuerdo con la OMC.
Tanto el régimen neodesarrollista como la posterior fase de restauración neo-
liberal/neoconservadora han tenido como rasgo común la retirada de la ayuda
por medio de sobreprecios al productor debido al aumento de la cotización del
producto en los mercados internacionales de exportación.
Otro cambio significativo atañe a la distribución territorial de los recursos totales Distribución territorial
del FET durante el período de tres décadas aquí analizado. Debido a las modifica-
ciones en los patrones tipo para el cálculo del precio de las distintas variedades de
materia prima y los criterios distributivos, así como a la política de remesa discre-
cional de fondos de la “Caja Verde”, el reparto de recursos públicos entre las pro-
vincias tabacaleras ha variado ostensiblemente. En 1991-93, por ejemplo, Misio-
nes captaba el 32,33 %, Jujuy se apropiaba del 28,80 % y Salta hacía lo propio con
el 22,1 %; en 1994, en cambio, la participación de estas tres provincias ascendía al
34,5 %, 19,1 % y 17,1 %, respectivamente. En el ínterin, el peso de Corrientes, Cha-
co y Catamarca se había triplicado, pasando del 4,91 % al 12,7 %, del 0,51 % al 1,6 %
y del 1,52 % al 4 %, respectivamente, en tanto que la participación de Tucumán au-
mentó ligeramente –del 975 % al 11 %– (Ávalos, 1999, citado por Rodríguez Faral-
do y Zilocchi, 2012). Esta distribución da cuenta de una política de redistribución
progresiva que favoreció a las provincias más marginales del conjunto, así como
a Misiones, donde se concentra el mayor número de productores tabacaleros y la
gran mayoría de los agricultores familiares minifundistas del país. Por su parte,
el reparto de recursos del FET en 2017 muestra una lógica mucho más desigual y
regresiva que ha privilegiado a las provincias centrales del modelo y, más concreta-
mente, a los distritos más competitivos del noroeste. En ese año, Jujuy concentró
nada menos que el 40,1 % de esos fondos, mientras que Salta y Misiones captaron
el 26,1 % y el 25,7 %, respectivamente. Paralelamente, la participación de Chaco se
Circuito del tabaco | 331
mantuvo estable (1,1 %) respecto de los valores consignados para mediados de la
década de 1990, en tanto que la de Corrientes (2,3 %), Tucumán (4,3 %) y Catamar-
ca (0,5 %) se desplomó (Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
Impacto del FET Esas asimetrías se tornan aún más pronunciadas cuando los recursos del FET
son ponderados por unidad de superficie. En 2003-04, los fondos recibidos por
Salta y Jujuy alcanzaron los 3.000 pesos por hectárea cosechada, esto es, casi el
doble que lo percibido por Misiones (1.525 pesos por hectárea) (Izurieta, 2009).
Esa brecha se mantuvo e incluso se ensanchó ligeramente en 2017, cuando Jujuy
recibió 230.000 pesos por hectárea, Salta hizo lo propio con 160.000 pesos y Mi-
siones percibió 110.000 pesos por unidad de superficie. No obstante, Chaco fue
en realidad la provincia más beneficiada del conjunto (400.000 pesos/hectárea).
En el otro extremo, Catamarca, Corrientes y Tucumán eran las más perjudicadas
en términos relativos, con cifras que oscilaban entre 3.000 y 6.000 pesos/hectá-
rea –entre 66 y 76 veces más pequeñas que las de Chaco y Jujuy, respectivamen-
te– (Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
Por otra parte, el FET contribuye a generar situaciones de dependencia y subor-
dinación que obligan a los productores –especialmente a los campesinos– a per-
sistir en un cultivo que no arroja los niveles de rentabilidad indispensables para
garantizar siquiera la simple reproducción de la economía familiar.
No menos importante, los campesinos sufren importantes demoras en los en-
víos de recursos del FET, especialmente en lo que atañe a los sobreprecios que
complementan los valores pagados por la agroindustria. Lo mismo puede decirse
de la “Caja Verde”, es decir, de los subsidios indirectos otorgados bajo la forma
de insumos, financiamiento e infraestructura. Esta dependencia se agrava toda-
vía más cuando se advierte el significativo peso de los fondos del FET sobre las
finanzas públicas de algunas provincias: en 2012-2016, representaron el 4 % de
los recursos totales de Misiones y Salta y entre el 6 % y el 12 % de los de Jujuy; y
si se considera su relación con la recaudación tributaria de cada una de esas pro-
vincias, el FET era equivalente al 25 % en los dos primeros casos y al 75-90 % en
el tercero (Agüero, 2009; Gómez Lende, 2014; FIC, 2013, citado por Rozemberg,
Bezchinsky y Melamud, 2019).
Los contratos con el eslabón primario representan una prolongación de los
acuerdos que los dealers internacionales imponen a acopiadores y cooperativas
para garantizarse un abastecimiento regular en cantidad y calidad de los distin-
tos tipos y mezclas de tabaco requeridas. A raíz de la reproducción de esta lógica,
el productor se ve obligado a operar con un limitado margen de autonomía y
someterse al control de las tabacaleras extranjeras, que regulan indirectamente
el proceso productivo, externalizan riesgos, imponen condiciones específicas de
cultivo y comercialización y extraen plusvalía al productor.
Al inicio de cada ciclo agrícola, cada productor –que debe estar inscripto como
monotributista ante la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP)–
suscribe un contrato de producción con una firma acopiadora, el cual puede ser
escrito o de palabra –un “pacto de caballeros”–, circunstancia que depende bási-
camente del hecho de si el tabacalero posee o no títulos jurídicos de propiedad
sobre su chacra. Conforme a dicho contrato, el acopiador asigna al agricultor un
cupo de producción, el cual se fija en el número de plantas a cultivar (en Misiones,
por ejemplo) o la cantidad de hectáreas a sembrar (como en Tucumán). Paralela-
mente, le adelanta todos los paquetes tecnológicos e insumos necesarios –desde
plásticos, semillas, bandejas, abonos (sustrato) y agroquímicos hasta el hilo, el
clavo y el alambre–, los cuales el productor está obligado a utilizar para asegurar
la calidad de la materia prima, obligándose además a no comercializarla por fuera
de los canales pautados por la empresa. Por su parte, el acopiador se compromete
a brindarle asesoramiento técnico mediante “instructores”, cada uno de los cua-
les supervisa en promedio a 150 agricultores. Cada empresa informa el listado de
productores contratados al organismo provincial de contralor para que los agri-
cultores queden habilitados para vender tabaco y recibir los sobreprecios del FET.
332 | Economía I
Constantemente, el pequeño tabacalero se ve obligado a operar con un alto
margen de incertidumbre: los contratos agroindustriales nunca estipulan cuál
será el precio final del kilogramo de hoja de tabaco; a su vez, cuando el productor
entrega su cosecha al acopiador, éste le abona el valor de su producción en pesos,
pero le descuenta los costos financieros implicados en el capital adelantado y el
precio de los insumos anticipados en dólares, conforme a la fluctuación del tipo
de cambio y la evolución de las cotizaciones en el mercado mundial de agroquími-
cos. Como resultado, los acopiadores acaban apropiándose de la renta del suelo y
del valor generado por el trabajo familiar.
Figura nº 19. Roturación
del suelo. Fuente:
Instituto Provincial del
Tabaco, Ministerio de
Producción, Corrientes.
Los campesinos sufren otra sustancial merma de su rentabilidad debido a la Sistema de clasificación
segmentación del mercado de acuerdo a las distintas categorías correspondientes
a cada variedad de tabaco. El sistema de clasificación o tipificación actualmente
vigente data de 1972 y fue establecido en su momento por la ley 19.800, siendo
reestructurado luego por distintas resoluciones de la Secretaría de Agricultura,
Ganadería, Pesca y Alimentación y el Ministerio de Agroindustria. El tabaco Vir-
ginia y el Burley cuentan con más de veinte categorías o Patrones Tipo Oficiales
(PTO), y los propios agricultores sostienen que este sistema fue ideado por las
compañías tabacaleras para reducir el valor de la materia prima, no siendo raro,
además, que la hoja de tabaco sea arbitrariamente clasificada por debajo de su
PTO real para disminuir el precio de manera fraudulenta.
El saqueo y la expoliación no se detienen aquí. Los sobreprecios y subsidios del
FET, que antes eran captados por completo por los productores, ahora son en
gran medida absorbidos por los aportes obligatorios a las obras sociales del sec-
tor y las cuotas de asociación a las cooperativas agrarias, con lo cual el agricultor
recibe apenas migajas. Finalmente, no es infrecuente que los acopiadores decidan
disciplinar a los productores tabacaleros rescindiendo contratos o negándose a
renovarlos y refinanciar las deudas si aquellos han incurrido en alguna infrac-
ción a las cláusulas establecidas. Como consecuencia, los agricultores excluidos
del circuito legal –llamados ‘echos’ o ‘echados’ en la jerga del sector– producen
materia prima sin contrato para vendérsela a un comerciante (generalmente, un
vecino, familiar, amigo o allegado) que les adelanta los insumos. El resultado es
una relación de explotación entre pobres.
Otra cuestión relevante a abordar concierne al Proyecto de Reconversión de PRAT
Áreas Tabacaleras (PRAT) que, con apoyo del Instituto Interamericano de Agri-
cultura (IICA), el FET viene financiando desde 1980 con el objetivo de que los
Circuito del tabaco | 333
productores descapitalizados diversifiquen su matriz agrícola y reemplacen pro-
gresivamente al tabaco por actividades económicas alternativas (García, 2010).
Sin embargo, este mecanismo ha servido más para expandir y consolidar la pro-
ducción de tabaco que para sustituirla. En 2016, por ejemplo, el Estado nacional
transfirió a las provincias productoras apenas el 1,5 % de los recursos que hubie-
ra debido girarles por tal concepto. Esto no representa un fenómeno coyuntural,
sino un rasgo estructural, pues viene ocurriendo sistemáticamente durante las
últimas décadas bajo el pretexto de que los gobiernos provinciales no presentan
proyectos para este componente, o bien lo hacen pero no cumplen los requisi-
tos para ser aprobados. Por otra parte, la propia naturaleza de esta herramienta
paradójicamente desalienta la diversificación: dado que sólo los productores de
tabaco pueden recibir fondos de este programa, si la reconversión tuviera éxito
automáticamente dejarían de ser beneficiarios del organismo estatal. Finalmen-
te, y pese a que sólo en 2016-17 se destinaron por este concepto 6.159 millones
de pesos (unos 410,5 millones de dólares), los casos “exitosos” de reconversión
productiva financiados por el FET son muy escasos, constituyendo ejemplos ais-
lados y bastante a menudo reñidos con el marco legal (MS, 2018; Rozemberg,
Bezchinsky y Melamud, 2019).
En Misiones, instituciones privadas como la Cooperativa Tabacalera (CTM) y la
Figura nº 20. Publicidad Asociación de Productores Tabacaleros de Misiones (APTM) y entidades públicas
de la 57° Fiesta Provincial como la Fundación de Asuntos Agrarios fueron encomendadas con la tarea de
del Tabaco, Salta. reorientar al campesinado hacia producciones presuntamente más rentables (es-
tevia, cebolla, esencias, caña de azúcar, granos, apicultura, avicultura, ganadería
porcina, insumos agrícolas, etc.) y fundadas en el asociativismo (cooperativas)
que le permitieran, a mediano plazo, abandonar el cultivo de tabaco y mejorar sus
condiciones de vida. Sin embargo, no existió reconversión alguna: el número de
tabacaleros de Misiones no mermó en absoluto y todos los proyectos fracasaron
rotunda y estrepitosamente. Los casos más paradigmáticos fueron los de la cuenca
cañera, granera y apícola –implantadas en áreas históricamente no aptas (o poco
rentables) para el cultivo de caña de azúcar y maíz, y donde ningún productor
tabacalero logró obtener rédito alguno de la producción de miel–, la avicultura y la
cebolla –donde, a pesar de las importantes inversiones iniciales, nunca se verificó
actividad plena– y la producción tecnológica de sustrato –costoso abono impor-
tado, indispensable para la producción agrícola–. Otras estrategias, igualmente
falaces, apuntaron a efectuar contribuciones para mejorar la calidad de vida de
las familias campesinas: la construcción de letrinas para los colonos, por ejemplo,
que iba a ser financiada en partes iguales por éstos y el FET, quedó trunca, pues
los agricultores abonaron sus créditos, pero los fondos públicos comprometidos
para tal propósito jamás llegaron a destino (Gómez Lende, 2014). Y en los pocos
casos en que el dinero del PRAT efectivamente llegó a los productores, no fue
bajo la forma de un subsidio, sino de un crédito usurario a reintegrar con valores
ajustados en función de la evolución del precio del tabaco (Misiones Opina, 2014).
Obstando la desidia y la corrupción evidentemente implicadas en el fracaso de
los proyectos citados, queda claro que ello ha sido funcional a intereses espurios.
El Estado no está dispuesto a renunciar al generoso caudal de recursos que aporta
la industria tabacalera, y que en buena medida depende de la continuidad (y la
miseria) del campesinado en dicha producción. Si los proyectos de reestructura-
ción y diversificación productiva implementados hubieran sido eficaces o, cuanto
menos, viables, los colonos habrían abandonado rápidamente un cultivo al cual
están apegados más por tradición y subordinación que por rentabilidad, con lo
cual el fisco se hubiera visto despojado de una fuente significativa de ingresos. Las
agroindustrias y los acopiadores perderían, a su vez, la posición privilegiada de po-
der que actualmente detentan y que les permite adquirir la materia prima un pre-
cio situado muy por debajo de su costo de producción y disciplinar al campesinado
mediante contratos sin correr los riesgos que implicaría intervenir directamente
en la producción primaria (Gómez Lende, 2014). Como señalan Rozemberg, Bez-
334 | Economía I
chinsky y Melamud (2019), los actores sociales que controlan el uso discrecional
de los recursos del FET sólo están interesados en mantener el status quo.
Siguiendo a Agüero (2009), en resumidas cuentas, el Fondo Especial del Tabaco
se ha instalado en el imaginario colectivo como un objeto cultural hegemónico in-
vestido de un poder simbólico tal que nadie concibe la actividad sin su existencia.
No importa que no mejore la vida, los precios ni los ingresos de los tabacaleros;
tampoco importa que haya degenerado en un instrumento de dominación políti-
co-ideológica que los gobiernos nacionales de turno utilizan para presionar a los
respectivos gobiernos provinciales y al que estos últimos recurren como una for-
ma de obtener réditos políticos y económicos; menos significativo todavía es que
sirva de pantalla para eludir convenientemente la realidad de que el FET sólo sirve
para que las grandes empresas transnacionales maximicen sus ganancias a través
de los subsidios a los acopiadores (mediante los sobreprecios) y a la industria (a
través del financiamiento de los costos de comercialización en el mercado inter-
no), corroborando así la tesis de Cariola y Lacabana (1986), según la cual, aunque
exista una transferencia de recursos desde el Estado hacia los agentes subalternos
de un circuito de acumulación dado, los mecanismos de subordinación implicados
siempre beneficiarán a los agentes dominantes. Peor aún, ni siquiera la continui-
dad de este organismo puede justificarse desde el punto de visto del impulso a
las exportaciones y el equilibrio de la balanza de pagos: desde 2013, en adelante
el FET ha consumido más divisas que las generadas por las remesas de tabaco al
mercado mundial (Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019). No obstante todo
lo señalado, para los tabacaleros el FET continúa siendo un derecho adquirido que
les permite recrear indefinidamente el mito de alcanzar una vida digna liberada
del yugo del capital, la desigualdad y la opresión (Agüero, 2009).
Pese a todo lo expuesto hasta aquí, no faltan quienes insisten en que la con-
tinuidad de la actividad tabacalera es vital para la preservación de millares de
puestos de trabajo en nuestro país, los cuales representarían el 4,1 % del empleo
nacional privado. Después de todo, la cadena de valor genera ingresos para alre-
dedor de 60.700 personas, de las cuales el 33 % corresponde a los productores y
sus familias y el 64 % constituye empleos directos. Del total global, 53.840 pues-
tos de trabajo corresponderían al eslabón primario del circuito y 6.850 se vincu-
larían con el sector acopiador-industrial, dentro del cual Massalín Particulares y
Nobleza Piccardo explicarían alrededor de la mitad de los puestos de trabajo. A
su vez, la producción de la hoja de tabaco es una de las actividades laboralmente
más intensivas de la agricultura argentina: dependiendo de la variedad cultivada,
requiere entre 90 y 140 jornales por hectárea, muy por encima de la vid (85), la
caña de azúcar (65) y el algodón (28 jornales). Eso determinaba que en 2007 el ta-
baco fuera la séptima cadena agroalimentaria argentina con niveles más altos de
intensidad laboral (65 puestos de trabajo por cada millón de pesos generado de
valor agregado) (Corradini et al., 2005; Anlló, Bisang y Salvatierra, 2010; MHyFP,
2016; Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019). Sin embargo, es conveniente
recordar que en las etapas de cosecha y acopio el empleo es estacional –su du-
ración no supera los seis meses al año– y que en términos globales la actividad Figura nº 21. Trabajador
tabacalera se caracteriza por sus altos niveles de precariedad e informalidad la- del tabaco.
boral, que rondan el 58 % y se sitúan bastante por encima del promedio nacional Fuente: Instituto Provincial
(33,9 %). Asimismo, el empleo en el sector acopiador e industrial viene retrayén- del Tabaco, Ministerio de
Producción, Corrientes.
dose sistemáticamente durante los últimos años. Sólo en 2019 se perdieron 468
puestos de trabajo debido al cierre de la planta industrial de Goya (Corrientes)
de Massalín Particulares y el centro de acopio de Alliance One en Cerrillos (Salta)
(Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019; Cadena3, 2019a, 2019b).
Las condiciones de trabajo y vivienda son extremadamente precarias: durante
la cosecha, los trabajadores estacionales se alojan con sus familias en pequeños
habitáculos emplazados dentro de las fincas y no cuentan con agua potable, abas-
teciéndose de las acequias (Agüero, 2009; MHyFP, 2016; FIC, 2014, citado por
Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019). No menos importante, el trabajo in-
Circuito del tabaco | 335
fantil es habitual, erigiéndose incluso en una práctica institucionalizada por el Es-
tado provincial. De hecho, en 2018 el periódico jujeño El Tribuno denunció que el
gobierno provincial había emitido permisos de trabajo para menores de dieciséis
años, de los cuales al menos 40 correspondían a autorizaciones para que niños y
adolescentes desarrollaran labores agrícolas, entre ellas la inserción como peones
en las fincas, el encañado de tabaco y la carga de estufas (Sputnik News, 2018).
Autoexplotación ¿Qué decir entonces de la situación de los campesinos y minifundistas misio-
laboral familiar neros, correntinos, tucumanos y catamarqueños? A diferencia del caso anterior,
aquí prevalece la autoexplotación de la fuerza de trabajo familiar, que llega a ni-
veles impensados debido a la absoluta dedicación y sacrificio que demanda el
cultivo del tabaco en aras de la reproducción de la unidad económica de subsis-
tencia. Organizador y centralizador de la vida del campesinado, el tabaco exige la
participación de todo el grupo familiar.
Queda claro, pues, que es una utopía que el tabaco asegure una movilidad social
ascendente para estos agentes sociales, sin siquiera arrojar los márgenes de renta-
bilidad indispensables para garantizar la simple y estricta reproducción de la uni-
dad productiva y, por ende, del grupo familiar que depende de ella para su sustento.
Protestas A raíz de sus miserables condiciones de vida, los tabacaleros misioneros han
protagonizado numerosas protestas y cortes de rutas, sobresaliendo particular-
mente los ocurridos en 2000 y 2007. Sin embargo, todos esos conflictos fueron
desactivados o neutralizados a través de promesas del gobierno provincial y na-
cional que jamás fueron cumplidas, tal como siempre ha ocurrido históricamente
en el sector (Agüero, 2009). En 2013, una encuesta realizada por una consultora
local reveló que casi el 70 % de los tabacaleros misioneros se dedican a esta acti-
vidad tan solo para mantener su registro en el Monotributo Social y de ese modo
conservar la obra social, los aportes jubilatorios y el cobro de la Asignación Uni-
versal por Hijo (Misiones Opina, 2014).
Figura nº 22. Campaña
sobre la prevención del
cáncer de pulmón.
Fuente: Liga Argentina de
Lucha contra el Cáncer.
336 | Economía I
Para finalizar, mención aparte requiere el impacto sanitario del modelo taba- Impacto sanitario
calero. Muy atrás ha quedado la falaz idea –sostenida y propalada durante la
Segunda Guerra Mundial por la propia comunidad médica– de que el consumo
regular de tabaco carecía de efectos nocivos para la salud y que era incluso reco-
mendable para aliviar tensiones. Los estudios epidemiológicos realizados desde
mediados de la década de 1930, así como los informes generales de sanidad de
1962-64 encargados por el gobierno norteamericano, probaron exhaustivamen-
te el papel desempeñado por el cigarrillo en la incidencia del cáncer de pulmón,
constatándose asimismo que muchas de las sustancias químicas contenidas en
el humo derivado de su combustión eran carcinógenas –entre ellas la nitrosami-
na, que se produce y acumula durante la fase de almacenamiento y curado de la
hoja de tabaco–.
Actualmente, se estima que el consumo y la exposición al humo de tabaco se Tabaquismo
sitúan entre las principales causas de muerte a nivel mundial debido a su inci-
dencia en numerosas patologías graves, entre ellas trastornos cardiovasculares,
bronquitis crónicas y enfisema pulmonar. Se ha comprobado, además, que los
hombres fumadores tienen una expectativa de vida 4,91 años menor que los no
fumadores y que las madres que fuman dan a luz con más frecuencia a niños
prematuros o con bajo peso al nacer. Por su parte, los hijos de padres fumado-
res tienen más probabilidades de contraer enfermedades que la descendencia de
progenitores que no han adquirido dicho hábito (Sandoval, 2011; MHyFP, 2016;
Rozemberg, Bezchinsky y Melamud, 2019).
Argentina lejos está de constituir una excepción a la regla. Según un estudio
realizado en 2015, ese año el tabaquismo fue responsable por 44.851 muertes,
20.620 diagnósticos de cáncer, 14.405 accidentes cerebro-vasculares y 68.100
hospitalizaciones por enfermedad cardiovascular en nuestro país, constituyen-
do el factor de riesgo más importante para esa última patología. Como resul-
tado, el costo económico de atender problemas provocados por esta adicción
se situaba en el orden de los 33.000 millones de pesos, cifra que equivalía al
0,75 % del PBI y representaba entre el 7,5 % y el 9,4 % del gasto total del sistema
de salud público y privado. Durante el trienio 2015-17, el impacto sanitario de
cada paquete de cigarrillos vendido en el mercado interno habría aumentado
de 16 a 28 pesos por unidad. Pese a la importante carga fiscal que pesa sobre el
sector tabacalero, los impuestos selectivos aplicados a la actividad –que en 2015
sumaban 22.000 millones de pesos– eran un 50 % inferiores al costo sanitario
del hábito de fumar, esto sin considerar la recaudación del FET (que retorna a
la cadena de valor). Por otra parte, cabe aclarar que ni el FET ni los impuestos
generales al cigarrillo se encuadran dentro del concepto de impuesto pigouvia-
no, dado que su finalidad es meramente recaudatoria, no aspirando de ningún
modo a desalentar su consumo o tratar las externalidades negativas provoca-
das por él (Alcaraz et al., 2016, citado por Rozemberg, Bezchinsky y Melamud,
2019; MS, 2018).
Los datos presentados más arriba nada dicen del impacto sanitario provocado Cultivo y enfermedades
por la producción de tabaco. Quienes cultivan tabaco con frecuencia sufren la
enfermedad del “tabaco verde”, que es causada por la absorción por vía dérmica
de la nicotina presente en las hojas de la planta, cuyos síntomas habituales inclu-
yen náuseas, vómitos, debilidad, cefalea y mareos, además de dolor abdominal y
problemas respiratorios (Carménate Milían, Rivera y Moncada Chévez, 2011).
Sin embargo, el cuadro más grave corresponde a las nefastas consecuencias del
uso masivo de agrotóxicos para las labores de fertilización del suelo y combate de
malezas y plagas, especialmente en Misiones, donde esta problemática es mucho
más habitual que en Salta o Tucumán, cuya producción suele ser orgánica (Agüe-
ro, 2009). Con la sustitución de los tabacos criollos por el Burley, el abono tradi-
cional y la plantación directa fueron reemplazados por el cultivo de plantines y la
fertilización con productos químicos elaborados a base de NKT. Por otra parte, el
manejo del cultivo comenzó a requerir fumigaciones habituales con agroquími-
Circuito del tabaco | 337
cos de alta peligrosidad cuya aplicación no había sido necesaria hasta la adopción
de las variedades exóticas.
Por ello, la esperanza de vida de los campesinos tabacaleros misioneros oscilaba
entre 48 y 52 años (Klippahn y Enz, 2006). Dado que el Protocolo de Montreal de
1987 determinó que la liberación de bromuro de metilo a la atmósfera afectaba
a la capa de ozono, se estableció un calendario que conminaba a las naciones
desarrolladas a eliminar su uso en 2005, extendiendo el plazo a 2015 para los
países subdesarrollados. En 1998, el gobierno argentino se comprometió a que
en 2007 el bromuro de metilo sería definitivamente erradicado; las provincias de
Corrientes, Tucumán, Salta y Misiones prohibieron su uso y 20.200 productores
tabacaleros dejaron de utilizarlo, con lo cual la presencia de esta sustancia en el
sector se redujo un 94 % (MHyFP, 2016).
Sin embargo, la situación sanitaria de los tabacaleros misioneros no mejoró en
absoluto. Pese a los esfuerzos del INTA por difundir el manejo integrado de pla-
gas y persuadir a los colonos a que sólo utilicen agrotóxicos cuando el ataque de
insectos supere determinado umbral (Agüero, 2009), los intereses de firmas bio-
tecnológicas –Monsanto, Syngenta, Du Pont, Bayer– y compañías tabacaleras,
las cláusulas de los contratos agroindustriales impuestos por estas últimas y la
acuciante situación de los agricultores –que procuran por todos los medios mi-
nimizar sus ya de por sí altas pérdidas económicas por riesgos climáticos y agrí-
colas– han obrado en sentido contrario. Así, los campesinos aplican una vasta
gama de pesticidas, desde herbicidas, insecticidas y fungicidas hasta acaricidas,
nematicidas, fitorreguladores e inhibidores de brotes.
Agroquímicos Los agroquímicos más utilizados son el glifosato de amonio, el paraquat,
el acefato, el clorpirifós, el imidacloprid, la cipermetrina y el thiamethoxan,
seguidos por otros como setoxidim, etoprop, aldicarb, metidation, metomil,
deltametrina, dimetoato, fosmet, paraquat, mancozeb, Bt, metoxifenocide,
carbendazin, carbaryl, sulfluramida, fipronil, clomazone, napropamida, triflu-
ralina, pendimetalin, S-metolacloro, carbofuran, endosulfán, metamidofós,
fenamifos, metomil, oxicloruro de cobre, mancozeb, deltametrina, carbenda-
zin, epoxiconazole, metalaxil, zineb, diazinon, tiocarbamatos, metsulfuron
metil y alcoholes grasos (González, 2007; Dutra, 2010; Gallo, 2010; Souza
Casadinho, 2013). Se trata en su mayoría de fosfitos, piretroides y organo-
fosforados de amplio espectro y alto nivel de peligrosidad muy cuestionados
a nivel mundial. Su uso en Misiones contraviene las disposiciones de la ley
provincial de agroquímicos sancionada en 1993, que prohíbe la utilización de
pesticidas cuyo uso haya sido vedado en su nación de origen o cuyos perjuicios
para la salud humana hayan sido demostrados en otros países. Otras variables
que aumentan el nivel de exposición de la población rural a los efectos de los
plaguicidas atañen a la proximidad de los cultivos fumigados con respecto a las
viviendas de las familias campesinas y la acumulación o quema de los envases
vacíos de agroquímicos.
Si bien en Misiones existe un fuerte nivel de subregistro epidemiológico res-
pecto de la ocurrencia de intoxicaciones accidentales con agroquímicos, un rele-
vamiento desarrollado en los municipios tabacaleros de Aristóbulo del Valle, San
Vicente y Colonia Aurora reportó que el 65 % de los agricultores entrevistados
manifestó sufrir problemas de salud ligados al uso de plaguicidas, en tanto que
en Colonia Aurora entre 10 y 15 campesinos fallecen anualmente por cuadros
de intoxicación aguda con agroquímicos utilizados en el cultivo de Burley (Gon-
zález, 2007; Páez, 2009). En un relevamiento efectuado por Dutra (2010), aun-
que los colonos entrevistados negaron haberse intoxicado con plaguicidas, todos
confesaron que sufren reiterados malestares, dolores de cabeza y vómitos inme-
diatamente después de fumigar. Para Souza Casadinho (2013), esta negación del
deterioro corporal y estas falaces relaciones causa-efecto son una estrategia de
defensa psicológica que los campesinos construyen para no asumir la dura ver-
dad de que, literalmente, deben envenenarse para sobrevivir.
338 | Economía I
Peor aún, ese fenómeno de despojo del derecho a la salud afecta sobre todo
a la población infantil, en la que la alta incidencia y prevalencia de malfor-
maciones, leucemia y cánceres con metástasis se explica por el hecho de que,
en el caso de madres en gestación o período de lactancia, los agrotóxicos se
incorporan al genoma materno, ingresando a la placenta y siendo excretados
en la leche. De hecho, en Misiones se estima que 14 de cada 1.000 niños nacen
afectados por malformaciones, frente a una media internacional de 0,5 casos
cada mil nacidos vivos (Parrotta, 2014). Otra grave malformación detectada
es la mielomeningocele, una enfermedad ocasionada por la falla del cierre
del tubo neuronal del sistema nervioso central; como resultado, el niño nace
con la médula espinal abierta o expuesta, pudiendo sufrir parálisis de vejiga,
intestino grueso y miembros inferiores, hidrocefalia e incontinencia urina-
ria y fecal. Su rehabilitación puede requerir hasta veinte intervenciones qui-
rúrgicas (Gómez Demaio, 2009). Según estadísticas del Hospital de Niños de
Posadas, alrededor de 5,4 de cada 1.000 misioneros nacen afectados por esta
patología, cifra cincuenta veces más elevada que la reportada para la provin-
cia por el Centro Latinoamericano de Registro de Malformaciones Congénitas
(Gómez Demaio, 2009; NM DD.HH., 2009). A raíz de la modificación del ge-
noma, existe alta probabilidad de que estas malformaciones y discapacidades
sean transmitidas a la futura descendencia de los afectados (Territorio Digi-
tal, 2010). A lo anterior, se añade la elevada incidencia de neoplasias entre la
población infantil, superando ampliamente la prevalencia esperada para la
provincia (Gómez Demaio, 2009).
Figura nº 23. Imagen
utilizada en campaña de
concientización de los riesgos
para la salud por el consumo
de tabaco. Fuente: Ministerio
de Salud de la Nación.
La problemática sanitaria previamente descripta constituye la cara más dra-
mática del perverso juego al que los campesinos son sometidos por los acopia-
dores, industriales y dealers tabacaleros. Las empresas se jactan de que el uso de
agrotóxicos se redujo un 86 % entre 2001 y 2011 –de 8,50 kg/ha a 1,17 kg/ha–
(COTTAPROM, 2012), pero al mismo tiempo los contratos continúan exigiendo
a los agricultores el uso de sus paquetes tecnológicos como condición sine qua
non para adquirir su producción. Si bien es cierto que algunos de los insecticidas
organofosforados más peligrosos, como el acefato y el clorpirifós, han comen-
zado a ser paulatinamente sustituidos por productos neonicotinoides de última
generación y menor toxicidad relativa, como el imidacloprid y el thiamethoxan
(Agüero, 2009; Dutra, 2010), esto responde a la estrategia de las tabacaleras de
Circuito del tabaco | 339
preservar ciertos mercados internacionales (la Unión Europea, por ejemplo) que
rechazan el tabaco contaminado con agrotóxicos de alta capacidad residual; esto
no impide a los acopiadores fomentar entre los agricultores el uso de productos
más agresivos y riesgosos, como el paraquat (González, 2007). Así, el agricultor
queda acorralado en la encrucijada de verse obligado a utilizar un vasto arsenal
de agroquímicos, pero al mismo tiempo ser penalizado con la no renovación del
contrato y refinanciación de su deuda si el Burley analizado en las bocas de aco-
pio posee altos niveles de toxicidad residual.
Paradójicamente, la grave situación sociosanitaria de las familias campesinas,
en vez de alentarlos a abandonar el tabaco, los somete cada vez más a su yugo.
Los agricultores deben afrontar altos gastos (inasequibles, en muchos casos) de
atención médica, realización de estudios, intervenciones quirúrgicas y adquisi-
ción de medicamentos e insumos sanitarios. Sólo considerando patologías como
la hidrocefalia y la mielomeningocele, el valor del botón gástrico –que debe ser
renovado semestralmente– asciende a 660 dólares; la válvula para la hidroce-
falia, a 1.500 dólares; y el esfínter urinario artificial, a 10.000 dólares (Gómez
Demaio, 2009; Souza Casadinho, 2013; De Fina, 2015). Como consecuencia, sus
exiguos recursos económicos, así como la ausencia de alternativas de reconver-
sión productiva más rentables, los condenan a continuar plantando tabaco, tan-
to para obtener un mínimo ingreso monetario con el cual solventar los crecientes
gastos médicos del grupo familiar como para preservar el acceso a la cobertura
proporcionada por las obras sociales del sector.
El Estado y las compañías tabacaleras procuran esconder por todos los medios
esta realidad, exhibiendo una actitud que combina desidia y ocultamiento (Gó-
mez Lende, 2018). La Asociación de Plantadores de Tabaco de Misiones (APTM)
deriva a los enfermos a clínicas privadas locales y centros asistenciales de alta
complejidad de Buenos Aires, quebrantando no pocas veces la legislación pro-
vincial vigente, que establece que todo malformado debe ingresar al Hospital
de Niños de Posadas (Gómez Demaio, 2009). Amedrentados por las presiones
ejercidas por los intereses políticos y económicos en juego, los propios profesio-
nales médicos desisten de denunciar los casos de intoxicación aguda con pla-
guicidas y mortalidad infantil por uso de agrotóxicos (González, 2007; De Fina,
2015). Si bien la etiología de las patologías citadas se halla relacionada con la
exposición a plaguicidas, no existen estudios oficiales exhaustivos, o bien los
proyectos implementados culminan abruptamente debido a la falta de apoyo
del poder político local y las desinteligencias entre éste y el Ministerio de Salud
de la Nación (González, 2007). Por añadidura, los actores políticos y la APTM
suelen minimizar la gravedad de la problemática sanitaria de los tabacaleros, o
bien los estigmatizan atribuyendo sus padecimientos al alcoholismo, la consan-
guinidad de parejas y la anemia y escasez de ácido fólico en mujeres embaraza-
das (Parrotta, 2014).
Sin embargo, el empeño corporativo y estatal ha sido en vano y la dramática
situación de los campesinos misioneros –aunque poco conocida en nuestro país–
ha cobrado trascendencia a escala mundial. Tal es el caso de 144 familias taba-
caleras de Leandro N. Alem, San Vicente y otras localidades misioneras, que en
2011 entablaron una millonaria demanda judicial contra Monsanto, Bayer, Du
Pont, Philip Morris y Universal Carolina Leaf Tobacco en los tribunales de New
Castle y Delaware (Estados Unidos). Asesorados por estudios jurídicos naciona-
les y extranjeros, los productores reclaman por los perjuicios sanitarios ocasio-
nados por las firmas citadas debido al uso obligado de glifosato con bromuro de
metilo (Misiones on Line, 2011; De Fina, 2015).
340 | Economía I
ANEXO ESTADÍSTICO
Provincia 1895 % 1914 %
Buenos Aires 112 0,71 2 0,02 Cuadro n° 1. Superficie
Catamarca 518 3,28 126 1,55 cultivada con tabaco en
Argentina durante el modelo
Córdoba 1.222 7,74 105 1,29 agroexportador, según
Corrientes 6.598 41,79 4.012 49,47 provincias. Censos de 1895
y 1914 (en hectáreas).
Chaco 422 2,67 589 7,26 Fuente: elaboración personal
Entre Ríos 130 0,82 19 0,23 sobre la base de Randle (1981).
Formosa 102 0,65 9 0,11
Jujuy 520 3,29 51 0,63
Misiones 2.310 14,63 1.632 20,12
Salta 922 5,84 955 11,78
Santa Fe 184 1,17 6 0,07
Tucumán 2.749 17,41 604 7,45
Total 15.789 100,00 8.110 100,00
Provincia 1937 % 1947 % 1960 % 1975/76 %
Buenos Aires ---- 0,00 2 0,01 ---- 0,00 ---- 0,00 Cuadro n° 2. Superficie
Catamarca 575 5,27 ---- 0,00 106 0,37 690 0,84 cultivada con tabaco
en Argentina durante el
Córdoba 73 0,67 74 0,29 214 0,75 300 0,37 período de industrialización
Corrientes 4.164 38,14 11.570 45,81 10.315 36,21 23.900 29,22 sustitutiva de importaciones,
según provincias. Censos de
Chaco 37 0,34 9 0,04 42 0,15 1.225 1,50
1937, 1947, 1960 y campaña
Entre Ríos 90 0,82 77 0,30 4 0,01 ---- 0,00 1975/76 (en hectáreas).
Formosa 15 0,14 2 0,01 30 0,11 50 0,06 Fuente: elaboración personal
sobre la base de Randle (1981).
Jujuy --- 0,00 1.439 5,70 5.238 18,39 15.000 18,34
Misiones 4.614 42,26 8.085 32,01 3.293 11,56 15.500 18,95
Salta 1.053 9,64 3.895 15,42 8.958 31,44 21.400 26,16
Santa Fe 2 0,02 1 0,00 5 0,02 35 0,04
Tucumán 295 2,70 104 0,41 285 1,00 3.700 4,52
Total 10.918 100,00 25.258 100,00 28.490 100,00 81.800 100,00
Año Catamarca Chaco Corrientes Jujuy Misiones Salta Tucumán Total
1986 1.248 558 10.900 16.477 8.873 14.500 8.418 60.974 Cuadro n° 3. Superficie
1990 1.507 316 6.250 16.323 15.016 15.144 8.856 63.412 cultivada con tabaco
en Argentina durante el
1997 1.309 1.007 6.200 42.416 25.762 21.760 6.500 104.954 período histórico actual,
2002 1.409 1.489 4.940 15.375 29.160 16.807 6.570 75.750 según provincias (en
hectáreas). Período 1986-
2007 543 578 3.604 19.408 27.295 21.776 3.231 76.435
2017 (años seleccionados).
2012 586 687 1.947 16.589 25.551 19.881 3.172 68.413 Fuente: elaboración personal
2017 551 855 1.692 14.682 22.060 16.859 3.873 60.572 sobre la base de PRAT (2019).
Año Catamarca Chaco Corrientes Jujuy Misiones Salta Tucumán Total
1986 2,05 0,92 17,88 27,02 14,55 23,78 13,81 100,00 Cuadro n° 4. Superficie
1990 2,38 0,50 9,86 25,74 23,68 23,88 13,97 100,00 cultivada con tabaco
en Argentina durante el
1997 1,25 0,96 5,91 40,41 24,55 20,73 6,19 100,00 período histórico actual,
2002 1,86 1,97 6,52 20,30 38,50 22,19 8,67 100,00 según provincias (en %).
Período 1986-2017 (años
2007 0,71 0,76 4,72 25,39 35,71 28,49 4,23 100,00
seleccionados).
2012 0,86 1,00 2,85 24,25 37,35 29,06 4,64 100,00 Fuente: elaboración personal
2017 0,91 1,41 2,79 24,24 36,42 27,83 6,39 100,00 sobre la base de PRAT (2019).
Circuito del tabaco | 341
Año Catamarca Chaco Corrientes Jujuy Misiones Salta Tucumán Total
Cuadro n° 5. Producción 1986 1.916 690 3.856 23.570 11.705 19.127 7.749 68.613
primaria de hoja de tabaco 1990 1.846 315 3.737 32.634 19.494 25.250 11.109 94.385
en Argentina durante el
período histórico actual, 1997 1.287 1.010 2.825 77.058 21.769 37.807 9.079 150.836
según provincias (en 2002 992 1.506 2.835 35.690 29.582 35.381 9.851 115.837
toneladas). Período 1986-
2007 905 592 3.531 44.059 36.011 39.031 6.253 130.381
2017 (años seleccionados).
Fuente: elaboración personal 2012 820 406 1.419 39.780 27.457 36.304 6.162 112.348
sobre la base de PRAT (2019). 2017 801 910 1.320 40.586 34.371 32.330 6.836 117.154
Año Catamarca Chaco Corrientes Jujuy Misiones Salta Tucumán Total
Cuadro n° 6. Producción 1986 2,79 1,01 5,62 34,35 17,06 27,88 11,29 100,00
primaria de hoja de tabaco 1990 1,96 0,33 3,96 34,58 20,65 26,75 11,77 100,00
en Argentina durante el
período histórico actual, 1997 0,85 0,67 1,87 51,09 14,43 25,06 6,02 100,00
según provincias (en %). 2002 0,86 1,30 2,45 30,81 25,54 30,54 8,50 100,00
Período 1986-2017 (años
2007 0,69 0,45 2,71 33,79 27,62 29,94 4,80 100,00
seleccionados).
Fuente: elaboración personal 2012 0,73 0,36 1,26 35,41 24,44 32,31 5,48 100,00
sobre la base de PRAT (2019). 2017 0,68 0,78 1,13 34,64 29,34 27,60 5,84 100,00
Consumo per Consumo per
Año Año
cápita cápita
Cuadro n° 7. Evolución del 1910 31 1989 53
consumo per cápita de 1930 34 1993 59
cigarrillos en Argentina (en
paquetes por habitante al 1940 37 1999 56
año). Período 1910-2017 1950 52 2002 49
(años seleccionados).
Fuente: elaboración personal 1959 59 2008 56
sobre la base de MA (2018). 1967 56 2012 51
1974 75 2015 47
1980 69 2017 41
Año Virginia Burley
Cuadro n° 8. Participación % 1967-70 40,6 39,4
del precio pagado por el Fondo 1971-75 58,5 57,8
Especial del Tabaco (FET) sobre
el precio total del kilogramo 1976-80 50,1 47
de hoja de tabaco Virginia y 1981-85 58,1 57
Burley. Argentina, período
1986-90 57,6 50,6
1967-2017 (quinquenios
y años seleccionados). 1992 23,53 24,01
Fuente: elaboración personal 1995 49,42 48,4
sobre la base de Agüero (2009),
MINAGRI (2013) y Rozemberg, 1998 33,03 33,88
Bezchinsky y Melamud (2019). 2001 41,63 42,01
2003 31,04 32,87
2007 28 28
2011 20,07 19,93
2014 20,4 20,3
2016 30,6 30,2
2017 25,6 25,3
342 | Economía I
Provincia 1966-70 1976-80 1986-90 1991-93 1994 2017
Catamarca 0,0 2,0 2,0 1,52 4 0,5 Cuadro n° 9. Distribución de los
Chaco 2,0 1,7 0,8 0,51 1,6 1,1 recursos del Fondo Especial del
Tabaco (FET), según provincias
Córdoba 0,8 0,4 0,0 0,0 0,0 0,0 (en %). Argentina, período
Corrientes 16,9 7,9 9,2 4,91 12,7 2,3 1966-2017 (quinquenios,
trienios y años seleccionados).
Jujuy 27,9 35,6 31,6 28,8 19,1 40,1
Fuente: elaboración personal
Misiones 12,8 7,8 21,3 32,33 34,5 25,7 sobre la base de Agüero
Salta 33,5 37,6 26,9 22,19 17,1 26,1 (2009), Rodríguez Faraldo
Zilocchi (2012) y Rozemberg,
Santa Fe 0,0 0,0 0,1 0,0 0,0 0,0 Bezchinsky y Melamud (2019).
Tucumán 5,5 6,6 8,1 9,75 11 4,3
Total 100 100 100 100 100 100
Circuito del tabaco | 343