traducción de
MARCO AURELIO GALMARINI
FILOSOFIA DE LA PSICOLOGIA
f)OI
MARIO b u n c ;k
RUBÉN ARDIIA
siglo
veintiuno
editores
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN. 14310 MÉXICO, D. F.
siglo xxi editores argentina, s.a.
LAVAILE 1634 PISO 11-A C-1048AAN, BUENOS AIRES, ARGENTINA
p o r ta d a d e m a n a luisa m a rtfn e z passarge
p rim e ra e d ic ió n (c o rre g id a d e la p rim e ra e d ic ió n d e 1988,
Ariel, B a rc e lo n a ), 2002
O siglo xxi e d ito re s, s. a. d e c. v.
ishn <MK-2.V2H2f>-8
( I r i r t ' l i o s i t s c i v a d o s c o n í o r m r a l a le y
M l i p i e s n y l i c t h o e n m<;xi< o / p r i n l r d ;m<l m . i d c i n m c x i t o
Este libro versa sobre ciertos problemas filosóficos y metodológicos que se presentan
normalmente en el estudio de la conducta y la mente, así como también en el tratamiento
de los trastornos conductuales y mentales. Se refiere a interrogantes tales como: “¿De qué
es manifestación la conducta?” “¿Qué es la mente y cómo se relaciona con la materia?”
“¿Cuál es el legado positivo, si es que hay alguno, de las principales escuelas psicológi
cas?” “¿Cuál es la mejor manera de estudiar la conducta y la mente?” y, por último,
“¿Cuáles son las vías más eficaces para modificar los procesos de conducta y mentales?”
Estos interrogantes, y otros afines, no pueden ser evitados a largo plazo ya que
sirven para enriquecer la investigación cotidiana con mejores hipótesis, proyectos ex
perimentales, técnicas y tratamientos más eficaces. También se presentan en el examen
crítico de datos y teorías, así como de métodos para el tratamiento de los trastornos
conductuales y mentales.
Todos los estudiosos de la conducta y la mente humana o animal, normal o anor
mal, sea su interés principal básico o aplicado, teórico o empírico, presuponen más o
menos tácitamente una gran cantidad de principios generales filosóficos y metodológicos.
Por ejemplo, presuponen que la mente es algo distinto (o no) de la función cerebral; que
la comprensión del sistema nervioso es necesaria (o no) para explicar la conducta y la
mente; que la investigación animal es necesaria (o no) para avanzar en la comprensión
de la conducta y la mente humanas; que las estadísticas son indispensables (o no) para
evaluar la eficacia terapéutica de los trastornos conductuales o mentales; que la psico
logía es (o no) una disciplina autónoma; que la psicología tiene mucho (o poco) que
aprender de la inteligencia artificial, etc., etcétera.
Algunos de estos principios estratégicos guían la investigación y la práctica que
otros distorsionan. Mientras son tácitos, se trata de meros dogmas. Mientras que algunos
de éstos pueden ser fértiles, otros resultan vacíos o incluso perjudiciales para la bús
queda de la verdad y la eficacia. Un principio utilizado en la investigación científica 1
o en la práctica profesional se transforma en una hipótesis en el momento en que se
vuelve explícita. A partir dé "entonces, se 16 puede someter a examen y evaluación
mientras que anteriormente estaba fuera de la órbita consciente y, por tanto, era imper
meable a la crítica.
En suma, los principios explícitos no son meras guías para la investigación o la
práctica. También pueden convertirse en objetos de investigación, especialmente de aná
lisis conceptual, sistematización teórica y verificación empírica. Un objetivo de este es
tudio es indagar y examinar algunas de las hipótesis filosóficas y de las normas metodoló
gicas aprobadas y usadas más o menos tácitamente por los psicólogos contemporáneos.
N o se trata de un m ero ejercicio de futilidad académ ica; debe resultar ile alguna
utilidad tanto pnrii los psicólogos com o para los filósofos. A los prim eros porque Io n
principios malos, en especial cuando están escondidos, son obstáculos, mientras que
los buenos propician la investigación y la práctica, y a menudo, pueden reorientarles
en direcciones prometedoras. Nuestro ejercicio debe ser útil a los filósofos porque la
filosofía de la mente seguirá siendo obsoleta, aburrida y vacía de contenido mientras
no esté en contacto con la vanguardia de la investigación y la práctica.
Por tanto, nuestro libro no es de psicología filosófica ni de poltronas, sino un tra
bajo sobre la filosofía y la metodología de la psicología. No pretendemos arrebatar el
trabajo a los psicólogos, sino solamente estudiarlo desde un cierto punto de vista.
En realidad, nos ocuparemos de analizar la investigación y la práctica psicológicas a
la luz de la filosofía y la metodología, con la esperanza de que ese examen enriquezca
a su vez tanto a la filosofía como a la psicología. Estamos de acuerdo en que la
psicología filosófica es, en el mejor de los casos, precursora de la psicología científica,
y, en el peor, su enemiga; pero no creemos que la filosofía de la psicología pueda ser
su aliada.
Este trabajo es resultado del esfuerzo conjunto de un psicólogo investigador (R. A.)
y un físico convertido en filósofo (M. B.). El primero escribió los capítulos 10 y 12,
mientras que el segundo escribió el resto. Cada uno de ellos asume la total responsa
bilidad de su contribución, y ninguno de los dos suscribe por completo la de su colega.
Los autores han emprendido esta aventura sobre la base de la fuerza de cinco
creencias: (Tpque la psicología tiene una problemática filosófica y metodológica extre
madamente rica, pero en gran parte oculta;(2} que algunos de los principios filosóficos
y metodológicos que operan en psicología son tácitos, y, por tanto, se mantienen al
margen de la crítica;rlpque todos los principios que orientan o extravían la investi
gación y la práctica en cualquier campo debieran someterse a un examen rig u ro so ;'^
que, dado que tal investigación afecta a normas que conciernen tanto a la investigación
como a la práctica, debiera ser tomada en serio por todos los estudiosos de la conducta,
la mente y la salud mental, y^'5j; que los psicólogos pueden realizar sólidas contribu
ciones a estos estudios filosóficos y metodológicos, siempre que estén razonablemente
familiarizados con la filosofía contemporánea, y que los filósofos pueden hacer otro
tanto, en la medida en que tengan un conocimiento razonable de la psicología contem
poránea. Dado que se trata de un asunto prioritario, lo más conveniente para psicólogos
y filósofos' es cooperar los unos con los otros.
M A R IO B U N G E R U B E N A R D IL A
Foundations and Philosophy o f Science Unit, Departamento de Psicología,
M cGill University, Universidad N acional de Colombia,
Montrcal, Canadá B ogotá, Colom bia
La primera edición de este libro, publicada en 1988, se agotó hace mucho y ha estado
circulando en fotocopias. Mi coautor y yo la hemos puesto al día y hemos corregido
numerosos errores de traducción.
En el transcurso del último decenio la psicología ha hecho enormes avances y ha
vuelto a ponerse de moda, en parte debido a los nuevos métodos de visualización de
los procesos cerebrales, a su alianza con disciplinas vecinas, y a los nuevos medica
mentos psicotrópicos, tales como el célebre Prozac. Baste echar una ojeada a la
segunda edición de The New Cognitive Neurosciences, compilada por Michael Gazzani-
ga (2000). Desgraciadamente, la mayoría de los filósofos de la mente siguen rehusando
enterarse de lo que sucede en las ciencias de la mente. Este es uno de los motivos pol
los cuales puede decirse que la filosofía está en crisis y necesita ser reconstruida. Ésta
es la tesis que expongo en Philosophy in Crisis (2000).
Agradezco al Social Sciences and Humanities Research Council de Canadá por la
subvención que ha otorgado en apoyo de este proyecto. Agradezco a las siguientes
personas el haberme proporcionado información, comentarios o críticas, todo ello de
gran utilidad, acerca de una variedad de problemas psicológicos y neurofisiológicos en
los últimos años: Rubén Ardila (Psicología, Universidad Nacional de Colombia), el
difunto Dalbir Bindra (Psicología, McGill University), David Blitz (Filosofía, Central
Connecticut State University), Bemard Dubrovsky (Psiquiatría, McGill University), Mike
Dillinger (Psicología Educativa, McGill University), Hans Flohr (Neurobiología,
Universitát Bremen), Lluís García i Sevilla (Psicología Médica, Universidad Autónoma
de Barcelona), el difunto Donald O. Hebb (Psicología, McGill University), Rodolfo
Llinás (New York University), Peter M. Milner (Psicología, McGill University), Morti-
mer Mishkin (Neurobiología, National Institute of Health, Bethesda), Michel Paradis
(Lingüística, McGill University), Rafael Pérez Pascual (Física, UNAM), Meinrad Perrc/.
(Psicología, Université de Fribourg), Emst Poppel (Psicología Médica, Universitát
München), Viktor Sarris (Psicología, J. W. Goethe-Universitat, Frankfurt) y Endel Tulving
(Psicología, University of Toronto).
M. B.
PRIMERA PARTE
PRELIMINARES
Originariamente, la filosofía abarcaba la totalidad del conocimiento y los filósofos eran
polímatas. Por ejemplo, Aristóteles trabajó en problemas de física, biología, psicología
y ciencia política, así como en problemas de lógica y ética; y Descartes se interesó en
la matemática, la física, la biología y la psicología tanto como en la filosofía propia
mente dicha. Hoy en día, la filosofía es una rama de las humanidades, y los filósofos
limitan su atención a problemas conceptuales de un cierto tipo. No formulan juicios so
bre cuestiones de hecho especiales, que gustosamente dejan en manos de científicos y
tecnólogos.
La filosofía contemporánea puede considerarse esencialmente formada por las
siguientes disciplinas: lógica, que también es parte de las matemáticas; semántica, o
estudio del sentido, la réíerencia, la interpretación y la verdad; gnoseología, o teoría del
conocimiento y de la metodología general; ontología, o teoría de las características más
básicas y generales del mundo; y ética, o teoría del bien y de la conducta correcta.
Hay diversos estilos filosóficos. El modo más popular de filosofar consiste en re
flexionar sobre ciertos problemas generales —como ¿qué es la mente?— mediante la
utilización de una mezcla de conocimiento ordinario (por ej., psicología popular) y
restos de nuestra herencia filosófica y lógica. Este estilo no da cabida a los científicos.
Piaget (1971) le llamó “filosofía autística”. Para tener alguna utilidad en la ciencia, la
filosofía debe ser inteligible (si es posible, exacta) y compatible con la ciencia. Por
ejemplo, una filosofía de la mente debería utilizar la psicología contemporánea tanto
como los instrumentos del análisis conceptual.
La psicología era una rama de la filosofía, de la cual se dice que se independizó
alrededor de 1850, con el nacimiento de la psicofísica. ¿Por qué los psicólogos contem
poráneos habríán dé preocuparse por la filosofía? Porque, lo sepan o no, les guste o no,
los psicólogos se basan en y utilizan una cantidad de ideas filosóficas, sqbre todo ideas
acerca de la naturaleza de la mente y la ciencia. Todo psicólogo, por tanto, no sólo es
un científico o un terapeuta, sino un filósofo aficionado, en general malgré luCÉsto no
tendría por qué preocupar a nadie, si no fuera porque el conocimiento tácito está a
medio elaborar, es incoherente, a menudo obsoleto, y nunca expuesto al examen crítico.
Hay todavía una razón más para atacar explícitamente la conexión entre psicología
y filosofía, a saber, la de que los filósofos consumen productos psicológicos y, por
desgracia, rara vez frescos. Efectivamente, la deuda que casi todos los filósofos de la
mente tienen con la psicología popular — el conocimiento normal e intuitivo de uno
m isino y de los demás— y, de modo secundario, con los descubrimientos, auténticos
o espurios, de las generaciones anteriores, es a menudo mucho mayor que la de los
I 13|
14 PRELIMINARES
psicólogos de sillón. Tres ejemplos de este hábito lamentablemente bastarán para aclarar
la cuestión.
El otrora famoso libro de Ryle, The Concept ofM ind (1949), se basa exclusivamente
en el conductismo radical, que por entonces era una novedad en Gran Bretaña.
La filosofía de la mente, de Strawson, en su influyente libro titulado Individuáis (1959),
se reduce a la tesis medieval según la cual una persona es un compositum de cuerpo
y ente, sin indicación precisa de la naturaleza de esos componentes ni del modo de
composición. Y la contribución de Popper al famoso libro que escribió en colaboración
con Eccles (1977), es un descendiente directo del dualismo interaccionista cartesiano
de mente y cuerpo, en el que no se analiza ninguno de los conceptos clave implicados,
no se considera la existencia de la psicología fisiológica y se desafía la ley de la con
servación de la energía. Otros filósofos han sido ganados por las divertidas historias y
especulaciones de Freud, o incluso por la retórica de Lacan. La lista de filósofos familia
rizados con la literatura psicológica contemporánea quizá no ocupara más de una línea.
En resumen, la psicología y la filosofía interactúan enérgicamente, aunque en general
con un largo desfase temporal, de una manera clandestina y raramente con beneficio
mutuo. Lo mismo vale para otras ciencias, sobre todo la matemática, la física, la bio
logía y la ciencia social. Cuanto más lúcidos seamos acerca de tales interacciones
irregulares, mejor podremos controlarlas para bien de las partes involucradas. Este
control debiera conseguir, en particular, que ciencia y filosofía marcharan conjuntamen
te y realizaran un fecundo intercambio de conocimientos.
Este capítulo está dedicado a fundamentar la afirmación de que la psicología in
cluye filosofía y a esbozar el tipo de esta última que juzgamos adecuado para promover
la investigación y la práctica de la psicología. Tal filosofía tendrá que centrarse en los
principios generales que, de un modo más o menos explícito, se utilizan en las ciencias
más desarrolladas.
1.1. INFLUENCIA DE LA FILOSOFÍA EN LA PSICOLOGÍA
La filosofía se_introduce en la psicología por dos caminos: a través. de las hipótesis
relativas a la naturaleza de la mente y las maneras adecuadas de estudiarla,^ a través
de los principios generales subyacentes a la investigación científica en cualquier cam po,:
Comencemos por el primero. El segundo se tratará en la sección 1.4.
Si se considera la mente como una entidad inmaterial — esto es, si se adopta la
doctrina espiritualista o idealista de la mente— , se desemboca fatalmente en la psico
logía mentalista. El objetivo de semejante estudio es — se dice— la descripción de los
estados mentales, en particular del flujo de la conciencia, así como de las posibles
influencias de los estados mentales sobre los estados corporales. El grueso de la psi
cología clásica pertenecía a este tipo: mentalista y fundada en el idealismo filosófico.
El conductismo surgió y se desarrolló en gran parte como una reacción contra el
mentalismo y en estrecha asociación con el positivismo, que es una variedad de la
filosofía empirista. Niega la existencia de la mente (conductismo ontológico) o por lo
menos la posibilidad de estudiarla científicamente (conductismo metodológico). Además,
emprende con todo rigor el estudio de la conducta manifiesta, mediante la utilización
del método científico (y en particular del experimental). Sin embargo, el conductismo,
en común con el mentalismo, no presta atención al sistema nervioso, pues se centra en
el medio natural (conductismo biológico) o en el social (conductismo social). En con
secuencia, aunque su intención es explicar la conducta, sólo consigue describirla.
Sin ser totalmente ajena al mentalismo ni al conductismo, la psicobiología se di
ferencia tanto de uno como de otro. En verdad, con el primero comparte la creencia
en la existencia de estados mentales, y con el último, la necesidad de investigar de una
manera científica. La psicobiología afirma que la conducta es resultado de procesos
nerviosos que a veces son desencadenados por estímulos externos, mientras que los
estados mentales son estados cerebrales de un tipo muy especial. Esta última tesis,
sostenida con vigor por la psicología fisiológica contemporánea, tiene su origen en la
Grecia antigua. Efectivamente, era la opinión de Alcmaeon, que luego adoptó Hipócrates.
Y la tesis menos precisa, según la cual la mente no es una sustancia separada, sino un
estado de la materia, es común a todas las filosofías materialistas. Volveremos sobre esto
en la sección 1.2.
En definitiva, la filosofía es una fuente de inspiración, buena o mala, pero inevitable
para la psicología. Véase el cuadro 1.1. Con todo, la filosofía ha sido más que una fuente
de inspiración para la psicología: en ocasiones ha sido también un obstáculo. Por ejem-
plg^Kaní-y-sus influyentes seguidores del siglo xix agrupados en la escuela histórico-
CUADRO 1.1. LA FILO SO FÍA C O M O F U E N T E D E IN SPIRA CIÓ N PA R A LA PSIC O LO G ÍA (y/)
Idealismo Positivismo Materialismo
mentalismo conductismo psicobiología
Conducta Subproducto de la Respuesta a estímulos Respuesta a estímulos
mente externos externos e internos
Mente Entidad inmaterial No existente, o Conjunto de procesos
separada más allá del alcance cerebrales de tipo
de la ciencia especial
Objetivo de la y/ Descripción de los Descripción, explica Descripción, explica
procesos mentales y ción, predicción y ción, predicción y
sus efectos corpora modificación de la modificación de
les conducta procesos conduc
tuales y mentales
Método de la y Introspección, directa Observación, experimento y modelos matemá
o indirecta ticos, así como control estadístico
Estatus de la iff Rama de la filosofía o Rama de la biología Rama de la biología y
ciencia autónoma o ciencia social ciencia social
Máxima Pienso, luego existo Te conduces, luego Existimos, luego nos
existes conducimos y pen
samos
cultural o humanística, decretaron que la psicología no podía ser una ciencia natural
y que era una ciencia espiritual (una Geisteswissenschaft), junto con las ciencias sociales.
(La familia de las ciencias espirituales, también llamadas “ciencias morales”, coincide
aproximadamente con lo que los conductistas llaman “ciencias de la conducta”.)
Se consideró que las ciencias del espíritu (o mente) eran no experimentales y
no matemáticas, y se las colocó entre las humanidades, porque su estudio requería
únicamente libros y su enseñanza ni siquiera precisaba pizarras. El objetivo de esas
disciplinas era — se decía— describir y comprender empáticamente (esto es, verstehen),
no explicar (erklaren) ni predecir con la ayuda de leyes objetivas, puesto que el espíritu
(Geist) se tenía por inmaterial y no sujeto a leyes. Esta filosofía está todavía muy
presente en algunas escuelas contemporáneas, particularmente en la psicología huma
nista, en el psicoanálisis y, hasta cierto punto, también en la psicolingüística de Chomsky.
Todas ellas versan sobre mentes inmateriales y, en consecuencia, rehúyen el experimento
y evitan la biología, aun cuando a veces rinden culto verbal a uno y a otra.
La escuela humanista (o espiritualista, o histórico-cultural, o historicista) ha obs
taculizado el estudio de los seres humanos, principalmente debido a la barrera que ha
erigido entre éstos y la naturaleza, o, más bien, por haber importado esa barrera de la
teología cristiana.
En verdad, la barrera se ha ido desmoronando desde el mismo momento en que
se la erigió. Una gran cantidad de disciplinas científicas nacientes violan la interdicción
del estudio de la mente y la sociedad con el empleo del método científico; testimonios
de ello son la psicología fisiológica (o psicobiología), la lingüística experimental, la
neurolingüística, la antropología y otras.
Sin embargo, esta nota necrológica no sería completa ni justa si no dejáramos
constancia de que la escuela humanista tenía razón en un punto importante, a saber:
que la posesión de un “espíritu” (en la jerga contemporánea “cerebro altamente evo
lucionado”) coloca a los seres humanos en una categoría muy especial, debido a que
les da la posibilidad de modelar artefactos materiales y conceptuales complejos, así
como un medio artificial complejo que comprende economía, política y cultura. (A su
vez, este medio artificial, es decir, la sociedad, modela la conducta y la actividad
mental.) Esto quiere decir que la biología, aunque necesaria, es insuficiente para ex
plicar la naturaleza humana. Para decirlo de manera positiva: puesto que la naturaleza
humana no es completamente natural, sino parcialmente artificial (esto es, producto
humano), el estudio de la humanidad no compete únicamente a la ciencia natural, sino
también a la ciencia social. Sin embargo, ambos tipos de estudio son metodológicamente
afines.
Por tanto, debemos admitir que la humanidad posee propiedades y satisface regu
laridades (leyes y reglas) que la distinguen del resto de la naturaleza. Pero, al mismo
tiempo, podemos sostener que tales propiedades emergentes y tales regularidades no
liberan a los humanos de las leyes de la biología ni los invalidan como objetos de
investigación científica. En otras palabras, podemos admitir el punto de vista idealista
acerca de la singularidad de los seres humanos, siempre que lo asociemos indisolublemente
a las siguientes tesis acerca de aquellos rasgos emergentes: a] lejos de ser milagrosos,
son el resultado de un largo proceso evolutivo que únicamente involucra factores
materiales, y 6] lejos de desafiar a la ciencia, se los puede estudiar científicamente.
La tesis á] pertenece al materialismo emergentista (aunque no al fisicismo ni al ma
terialismo vulgar), y la tesis b] forma parte del realismo científico. Puesto que el materialis
mo es una doctrina ontológica y el realismo una doctrina gnoseológica, podemos ver
que la oposición al estudio científico del hombre y, en particular, a la psicología cien
tífica, no se encuentra en la filosofía como tal, sino en ciertas filosofías. También aquí,
lo mismo que en otros sitios, un clavo saca a otro.
1.2. F IL O S O F ÍA S D E L A M E N T E
Tan estrechamente relacionada a la filosofía se halla la psicología, que ningún psicó
logo, por indiferente, e incluso hostil, que pueda sentirse respecto de la filosofía, puede
evitar el sostener alguna filosofía de la mente. Aunque, en casos excepcionales, esta
filosofía puede ser resultado de reflexiones acerca de descubrimientos científicos, prin
cipalmente se obtiene de maestros, colegas o publicaciones. Después de todo, ningún
psicólogo puede escapar a la tradición, formada por una multitud de opiniones antiguas,
incluso arcaicas, sobre las pretendidas Grandes Cuestiones, entre las que se encuentra
ésta, relativa a la naturaleza humana. (Véase Boring, 1950; Hearst, 1979; Whetherick,
1979; Murray, 1983.)
Casi todas las filosofías de la mente han sido propuestas por filósofos y teólogos
durante los últimos tres milenios. Cada una de estas filosofías propone su propia solución
al problema mente-cuerpo, esto es, al siguiente interrogante: “¿Qué es la mente y cómo
se relaciona con la materia, en particular con el cuerpo?” Esta pregunta,"qué otrora fuera
propiedad exclusiva de teólogos y filósofos, se investiga hoy también entre los científicos.
Por tanto, se da junto con otros problemas, tales como el de “¿qué es una buena socie
dad?”, en la intersección de ciencia, filosofía e ideología. Como otros del mismo tipo, el
problema puede tratarse científicamente, filosófica o ideológicamente (en particular teo
lógicamente). Y, de un modo análogo a lo que ocurre en casos similares, es probable que
toda solución que se proponga al problema y todo argumento alrededor de él, provoquen
reacciones violentas. En palabras de un distinguido psicólogo, la mera invitación a ana
lizar el problema mente-cuerpo parece activar principalmente el sistema límbico, incluso
en científicos que, por lo demás, son reconocidamente sobrios.
Las diversas filosofías de la mente pueden agruparse en dos grandes familias: el
monismo^psicofísico y el dualismo psicofísico. El monismo afirma que la materia y
la mente son, en cierto sentido, una sola cosa; por otro lado, el dualismo sostiene
que la materia y la mente son sustancias de distinta clase. Sin embargo, ninguna de es
tas familias de doctrinas es homogénea, sino que cada una está compuesta por al me
nos cinco puntos de vista recíprócamente incompatibles. Los hemos resumido en el
cuadro 1.2.
CU A D R O 1.2. LOS D IE Z PR IN C IPA LES PU N TO S D E V ISTA S O B R E EL PR O B L EM A M E N T E -C U E R P O
Monismo psicofisico Dualismo psicofisico
M1 Idealismo, panpsiquismo y fenomena DI Autonomismo: (p y y son mutuamen
lismo: Todo es v (Berkeley, Fichte, te independientes (Wittgenstein).
Hegel, Fechner, E. Mach, y luego
W. James, A. N. Whitehead, Teil-
hard de Chardin, B. Rensch).
M2 Monismo neutral, o doctrina del D2 Paralelismo: (p y \y son paralelos o
doble aspecto: <p y y son otras sincrónicos (Leibniz, R. H.
tantas manifestaciones de una Lotze, W. Wundt, J. H. Jackson,
sustancia neutral única e incognos el joven Freud, algunos
cible (Spinoza, y en un momento gestaltistas).
W. James y B. Russell, R.
Camap, M. Schlick, y H. Feigl).
M3 Materialismo eliminativo: Nada es y D3 Epifenomenismo: tp produce o causa y,
(J. B. Watson, B. F. Skinner, A. que a su vez no reacciona sobre (p
Turing, G. Ryle, C. Hempel). (Hobbes, C. Vogt, T. H. Huxley, C.
D. Broad, A. J. Ayer, J. Searle).
M4 Materialismo reductivo o fisicista: D4 Animismo: y anima, controla, causa
Los estados y son estados cp o afecta a <p, que a su vez
(Epicuro, Lucrecio, Hobbes, La no reacciona sobre \|/ (Platón,
Mettrie, d’Holbach, I. P. Pavlov, Agustín, psicología cognitiva
K. S. Lashley, J. J. Smart, D. computacionalista, según la cual
Armstrong, W. V. Quine, los lo que gobierna a los individuos
Churchland, la psicología compu- son programas inmateriales).
tacionalista).
M5 Materialismo emergentista: \y es una D5 Interaccionismo: tp y \y interaccionan,
biofunción muy especial (Diderot, S. siendo el cerebro la “base mate
Ramón y Cajal T. C. Schneirla, rial” de la mente (Descartes, W.
D. Hebb, A. R. Luria, D. Bindra, McDougall, el Freud maduro, W.
V. Mountcastle, J. Olds, H. Jerison, Penfield, R. Sperry, J. C. Eccles,
J. P. Changeux, A. Damasio. K. R. Popper, N. Chomsky).
n o t a : ip representa el cuerpo (o lo físico) y la \|/ la mente (o lo mental). Sólo se citan algunos
bien conocidos postulantes de cada punto de vista. Apartado de Bunge (1980).
Las dos familias de soluciones propuestas al espinoso problema de la relación
mente-cuerpo tienen una serie de características que vale la pena destacar. Una de ellas
es que la división monista-dualista no coincide con la dicotomía clásica idealismo-
materialismo. En realidad, ambos campos, el monista y el dualista, incluyen tanto a
idealistas como a materialistas. Por ejemplo, Platón y Hegel eran idealistas, pero mien
tras que el primero era dualista, el último era monista; y Darwin, Vogt, Büchner y
Moleschott eran al mismo tiempo materialistas y epifenomenistas, pues sostenían que
el cerebro segrega pensamientos del mismo modo que el hígado segrega bilis.
Una segunda característica llamativa de la dicotomía monista-dualista es su in
dependencia de cuestiones gnoseológicas. En particular, no coincide con la división
subjetivistá-realista, ni con la división empirista-racionalista. Así, mientras que Ayer y
Quine son ambos empiristas, el primero es dualista y el último fisicista; y, por otro lado,
aunque tanto Popper como Smart son realistas, el primero es dualista, mientras que el
último es monista. (Recordar el cuadro 1.2.)
Una tercera característica que hay que destacar es que la mayor parte de las filo
sofías de la mente son incompletas y, consecuentemente, están sujetas a muchas con
troversias que no aclaran nada y que no concluyen en nada. (En este argumento, los
comentaristas o críticos A y B no están de acuerdo acerca de lo que “quiso decir realmen
te” el autor C. En cambio, en una controversia científica, los desacuerdos se producen
sobre el valor del plan de investigación, la fiabilidad del método, o la verdad de un dato
o una teoría, y se supone que producen alguna evidencia que confirma determinado
punto de vista.) Recordemos tres ejemplos importantes de estas nebulosasj filosofías de
la mente. __ ----- .
T 'i La opinión del grait^Áristóteles ácerca del problema mente-cuerpo era tan impre
cisa, que no hemos podido-efiGontrarle sitio en la tabla 1.2 (lo mismo vale para la de
Kant). Por un lado, criticó el idealismo y el innatismo de Platón, formuló una visión
empirista del aprendizaje y afirmó claramente que la mente humana no tiene existencia
independiente, sino que es la “forma” del cuerpo. Pero, por otro lado, llenó el cuerpo
de “espíritus animales” y admitió la existencia de entidades supranaturales. Esta am
bigüedad dio origen a una escisión entre sus muchos seguidores. Los hubo monistas y
criptomaterialistas como Teofrasto y Averroes, y también dualistas, como santo Tomás
de Aquino y la mayoría de los otros escolásticos (cf. Calvo, 1978).
f Otro caso de ambigüedad es el de Lenin (1947), quien se creía materialista, pero
que dio un traspié cuando se encontré con el problema de la relación mente-cuerpo.
Efectivamente, criticó al filósofo materialista J. Dietzgen por sostener que el pensamiento
es material, y afirmó en cambio que lo mental es lo opuesto a lo material. Razonó que,
si se negara esta oposición, no habría contraste entre idealismo y materialismo. (Pare
cería que, en este caso, Lenin sacrificaba el materialismo en el altar de la dialéctica.)
Su influencia sobre la filosofía marxista de hoy día es tal que, en los países en los que
predominó la filosofía marxista-leninista, lo mismo que en otros sitios, el dualismo
psicológico pareció ser la filosofía de la mente más popular. Así, el famoso historiador
soviético de la psicología, Jarochewski (1975, p. 168) rechazó como “materialismo
vulgar” la tesis que “identifica conciencia y procesos fisiológicos del cerebro”.
Un tercer e interesante ejemplo de confusión es la doctrina de los tres mundos, de
Popper (Eccles y Robinson, 1985; Popper y Eccles, 1977). De acuerdo con ella, la
realidad se compone de tres “mundos”: el Mundo 1 (físico), el Mundo 2 (experiencia
subjetiva) y el Mundo 3 (cultura). El Mundo 1 es material, el Mundo 2 es inmaterial
y el Mundo 3 es un saco en el que van mezclados objetos materiales, como libros, e
¡nmalerialcs, como los “contenidos” de los libros. Los Mundos 1 y 2 interactúan (según
Eccles, en el hasta ahora no identificado “cerebro de unión” [“liaison brain’’]; y el
Mundo 3, producto del Mundo 2, reacciona a su vez sobre el Mundo 2. En ningún sitio
de sus escritos acerca de esta doctrina, ni Popper ni sus colaboradores o seguidores se
molestan en aclarar (por ejemplo, definir) ninguno de los conceptos clave que tienen
lugar en la nueva trinidad. En particular, no nos dicen: a] qué clase de objetos son sus
“mundos”, si conjuntos, colecciones, agregados o sistemas; b] qué es un estado mental,
salvo que no es el estado de una cosa concreta, y c] de qué mecanismo de la interacción
mente-cuerpo podría tratarse, salvo la sugerencia de que pudiera ser un caso de telekinesis.
El dualismo interaccionista es pues tan vago hoy como lo explicó Descartes (1649).
(En realidad es todavía más vago hoy, pues Descartes se arriesgó y enunció la conjetura
de que la glándula pineal era el lugar de encuentro entre mente y cuerpo, mientras que
Eccles buscó infructuosamente el presunto “liaison brain”.) En lo que no cabe duda con
respecto a la filosofía de la mente de Popper-Eccles es en lo siguiente. En primer lugar,
que está a medio elaborar, debido a la falta de definición de sus conceptos clave —no
tablemente los relativos al mundo, la mente y la interacción— y a que no contiene
ninguna hipótesis precisa sobre la naturaleza de la mente o su pretendida interacción
con el cerebro. En segundo lugar, viola “un principio fundamental de la física”, el
llamado principio de la conservación de la energía, pues postula que la mente inmaterial
puede mover la materia. En tercer lugar, viola un supuesto táctico de toda la ciencia
experimental, a saber, el de que la mente no puede actuar directamente sobre la materia,
pues, si pudiera hacerlo, ninguna lectura de instrumentos serviría para nada. En cuarto
lugar, supone que los estados y los procesos mentales son diferentes de cualquier otro
estado y proceso, y que no son estados de cosas o procesos en las cosas, de ahí la
perpetuación de la anomalía ontológica de la psicología clásica. En quinto lugar, con
tradice la presuposición tácita de la psicología fisiológica, a saber, que los estados
mentales son estados cerebrales. En sexto lugar, contradice a la biología evolutiva, que
sólo reconoce cosas materiales. En séptimo lugar, la doctrina apela a una pizca de
parapsicología, al conjeturar que la mente es al cerebro lo que el ejecutante es al teclado
del piano (la metáfora es de Eccles). En octavo lugar, a pesar de que la doctrina se
adapta perfectamente a la corriente principal de la teología cristiana, se la ha utilizado
para acusar a los materialistas de dogmatismo e incluso de confundir su ciencia con su
religión (Eccles y Robinson, 1985, p. 36).
La mayoría de las filosofías de la mente, aunque no todas, son confusas y vagas.
El|maférTálísmó^OT¿rgéntista p su compañera científica, la^sTcdHíblogíá,'están avanza
dos, mHi¡ygft"Srpí(tOS ffiodérós matemáticos y gozan de un fuerte sostén experimental.
(Véanse Bindra, 1976; Bunge, 1980, 1981; Changeux, 1983; Damasio, 1999; Dimond,
1980; Donald, 1991; Edelman y Mountcastle, 1978; Greenfield, 2000; Hebb, 1949, 1980;
Milner, P. M. 1970; Thompson, 1975; Uttal, 1978.)
Además, a diferencia del dualismo y del monismo idealista, el materialismo
emergentista no postula la existencia de una sustancia inmaterial, es decir, al margen
de la ley natural e inaccesible a la manipulación experimental. En resumen, a diferencia
del dualismo y del monismo idealista, el materialismo emergentista mantiene la psico
logía dentro del campo de la ciencia en vez de alentarla a regresar a la filosofía o a
la teología. Pero, a diferencia del materialismo eliminativo y fisicista o materialismo
vulgar, el materialismo emergentista admite la especificidad de lo mental y, consecuente
mente, la necesidad de investigarlo mediante el uso de métodos de psicología agregados
a los de la neurofisiología. (Véase el capítulo 13.)
Lo mismo vale para la confusión y la vaguedad de la mayoría de las filosofías de la
mente. Una cuarta característica de esta familia de doctrinas es que la mayoría de sus
miembros son aisládos, esto quiere decir que raramente forman parte de visiones ge
nerales del mundo o de sistemas ontológicos (metafisicos). (Este, por cierto, no fue el
caso de Aristóteles ó Leífiníz, que eran pensadores sistemáticos, pero sí lo es de casi
todos los filósofos contemporáneos, que son típicamente especialistas antes que
generalistas.)
El aislamiento de una filosofía de la mente respecto de un cuerpo general de
hipótesis filosóficas acerca del mundo tiene la desventaja de dar rienda suelta a la
especulación. Todo producto de tal especulación salvaje está condenado a Ta vaguedad
y la debilidad. Está condenado a la vaguedad porque emplea ciertas nociones básicas,
tales como las de cosa, propiedad de una cosa, estado de una cosa, proceso, materia,
espacio, tiempo, causación y azar, sin aclararlos; por ello se ve obligada a tomarlas
prestadas del conocimiento ordinario, que es confuso, contradictorio y, en gran parte,
anquilosado. Y está condenado a la debilidad porque carece del soporte de otras ramas
de la ontología, en particular las que indagan en las características más generales de
los organismos y las sociedades. En resumen, para que una filosofía de la mente tenga
pleno sentido debe satisfacer la condición necesaria de que, lejos de ser producto de una
práctica aislada, sea un capítulo de una visión del mundo u ontología general, clara y
coherente. A su vez, para que tal ontología ofrezca intuiciones útiles y para que sea
atractiva para los científicos, ha de satisfacer la condición necesaria de que, lejos de ser
ajena a la ciencia contemporánea, armonice con ella. Esto nos lleva a una quinta
característica de la mayoría de las filosofías de la mente.
La mayoría de las filosofías de la mente son especulativas y sin contacto alguno
con la investigación psicológica, de modo que a menudo parecen textos medievales. Por
ejemplo, Wittgenstein escribió lo siguiente: “Una de las ideas más peligrosas para un
filósofo es, por extraño que parezca, la de que pensamos con la cabeza o dentro, de la
cabeza” (1967, p. 105). Y agregaba: “No hay suposición que me parezca más natural
que la de que no hay en el cerebro proceso correlativo al asociar o al pensar; de tal
modo que sería imposible leer los procesos de pensamiento a partir de procesos cere
brales” (1967, p. 106). Con su dogmatismo característico, Wittgenstein no se toma el
trabajo de explicar por qué la primera idea es “peligrosa” ni por qué la segunda es
"natural”.
Segundo ejemplo: a partir de un análisis (de la gramática inglesa) del verbo “ver”
(tt> scc), el filósofo analítico Ryle concluye que “ver” no puede ser una experiencia o
un fenómeno, ni en particular un estado ni un proceso. “En consecuencia, el programa
«lo localizar, inspeccionar y medir el proceso o estado de ver, y de correlacionarlo con
otros estados y procesos, es un programa sin esperanza [...] el producto, casi, de la falta
ilc atención a la (¿ramálica” (1960, p. 104). Sólo con que Hclmholtz y otros científicos
hubieran prestado más atención a la gramática en la escuela, ¡nos habríamos evitado
toda la psicofísica y la psicología fisiológica! Cuando la filosofía de la mente no tiene
contacto con la ciencia del momento es un ejercicio inútil de escolástica, no una bús
queda seria de la verdad.
Los psicólogos se vengan manejando al descuido una multitud de conceptos con
una larga tradición filosófica implícita en ellos, como el de concepto y el de conciencia.
Peor aún, a menudo, y sin saberlo, suscriben hipótesis filosóficas incompatibles con sus
propias obras. Una de esas hipótesis es, precisamente, el dualismo psicofísico. Tan
firmemente arraigada se encuentra esta opinión en el pensamiento y el lenguaje común,
que a veces hasta los monistas emplean expresiones que, en sentido estricto, sólo tienen
significado sobre un fondo de pensamiento dualista.
Hay expresiones de uso común que implican una filosofía dualista de la mente: “la
base neurofisiológica de la mente”, “los correlatos neurofisiológicos de las funciones
mentales”, “equivalentes fisiológicos de los procesos mentales”, “sistemas cerebrales
que sirven a las funciones mentales”, “transformación de la actividad nerviosa en actividad
mental”, “encarnaciones de la mente”, “representación (o código) neurofisiológico de los
procesos mentales”. Lamentablemente, los usuarios de estas expresiones no analizan
los conceptos clave que designamos aquí con cursiva, y raramente se percatan de que
las expresiones mencionadas presuponen el dualismo psicofísico. Hasta aquellos nor
malmente exigentes en materia de precisión cuantitativa y controles experimentales,
suelen muy a menudo tolerar la confusión conceptual. La coherencia es rara.
El evitar las imprecisiones y oscuridades inherentes al dualismo no es precisamente
la menor de las virtudes del monismo psiconeural. Considerémoslo más de cerca.
1.3. LAS HIPÓTESIS DE LA IDENTIDAD
La filosofía (en general tácita) que subyace a la investigación psicobiológica es el
materialismo, de acuerdo con el cual todos los objetos son materiales o concretos (véase
Bunge, 1981). La filosofía materialista de la mente se reduce a la llamada teoría de
la identidad, que es en realidad una hipótesis más que un sistema hipotético-deductivo
<Túna teoría propiamente dicha. La hipótesis de la identidad dice que todos los sucesos
mentales son (idénticos a) sucesos cerebrales. ' .......... ...
La hipótesis de la identidad se presenta en dos fuerzas. La hipótesis fuerte o
emergentista de la identidad dice que los fenómenos mentales son procesos nerviosos
específicos que ocurren en determinados subsistemas especiales del cerebro, y que no
pueden explicarse únicamente con el recurso de la física y la química. La hipótesis débil
o niveladora de la identidad dice que los sucesos mentales son tan sólo sucesos físico-
químicos que tienen lugar en el cerebro, en pie de igualdad con las señales eléctricas
que se propagan a lo largo del axón de las neuronas y con el acoplamiento de los neuro-
transmisores a la membrana postsináptica, por lo que la física y la química deberían
bastar para explicarlos.
Es evidente que la versión fuerte implica a la débil: si los fenómenos mentales son
cambios biológicos muy especiales, también son cambios físico-químicos, aunque no
sólo eso. Y ambas hipótesis son reduccionistas, pero mientras que ia débil es fisicisla,
la fuerte es biologista, y esto incluso con matizaciones, pues sostiene que lo mental es
una clase muy especial de proceso biológico influido además por circunstancias sociales
Muchos materialistas objetan a la hipótesis fuerte o emergentista de la identidad
porque desconfían de la noción de emergencia, ya que creen que es un resto di-
oscurantismo. De esta resistencia hay que responsabilizar a ciertos epistemólogos, pues
definen una propiedad emergente de un todo como una propiedad que no se puede
explicar en términos de las partes del todo y las interacciones entre ellas. Examinaremos
detenidamente estas dudas en las secciones 3.4 y 5.3. Baste por ahora con recordar que
la emergencia no es otra cosa que novedad cualitativa, y como tal penetra en todos los
niveles de lá realidad. En particular, acompaña todas las síntesis químicas y todas las
novedades evolutivas. En realidad, las cosas dotadas de nuevas cualidades (emergentes)
son resultado tanto de procesos de unión y sustitución, como de especialización. Lo que
puede no ser capaz de hacer una célula simple, puede conseguirlo un sistema de células;
y lo que puede estar fuera de las posibilidades de ejecución de un organismo de una
especie dada, puede estar al alcance de sus descendientes remotos. El nivelador no
encontrará procesos mentales en la neurona simple ni en el invertebrado; el emergentista
lo buscará en las grandes agrupaciones de células cerebrales de los vertebrados supe
riores. De aquí que sea el nivelador, y no el emergentista, quien abre la puerta al
oscurantismo que medra en la ciencia.
El objetivo de los psicobiólogos, en particular de los psicólogos fisiológicos, es
identificar a los sistemas neurales que controlan la conducta, así como a aquellos sis
temas cuya actividad específica es mental (por ejemplo, afectiva, perceptiva, intelectual
o volitiva). Los psicobiólogos coherentes no buscan los “correlatos” neurales, los “equi
valentes”, los “servidores”, las “encamaciones” o las “representaciones” de los procesos
mentales, pues todo eso es lenguaje dualista. En cambio, tratan de descubrir los sistemas
neurales que desencadenan funciones conductuales o mentales, al modo en que las
piernas se ocupan del caminar y el tubo digestivo, del digerir.
Por ejemplo, en una perspectiva psicobiológica, el percibir y el imaginar no están
“representados” en el cerebro, sino que son actividades cerebrales; el pensar no es
“equivalente” a un proceso cerebral de un cierto tipo, sino que es idéntico a él; y nc
hay sistema neural que “sirva” a la planificación o que “se transforme” en ella: la
planificación es idéntica a la actividad o función específica de determinados sistemas
neurales. Y en todas estas expresiones, la palabra “identidad” significa lo mismo que
en matemática, a saber: a - b si y sólo si a y b son nombres diferentes de un mismo
ente. (Además, si a = b, entonces b = a, y si a = b y b = c , entonces a = c).
Las diferencias entre las dos hipótesis de la identidad y entre éstas y sus rivales
se advierten mejor si las exponemos con ayuda de la notación de la lógica elemental.
Sean M, N y F las designaciones de los predicados “mental”, “neural” y “físico",
respectivamente. Llamemos además C a la relación causal, x e y a dos acontecimientos
y / y ti a dos instantes de tiempo. Finalmente, Vx y 3y simbolizan los cuantificadores
“pina lodo v” y “para algún y”, respectivamente; sea que => represente “si ... entonces”;
y a y v, “y” y “o”, respectivamente. Con esta notación, las diez filosofías de la mente
mejor conocidas quedan reducidas a las fórmulas siguientes:
Identidad fuerte (emergentista): Los fenómenos mentales son fenómenos nerviosos.
(Vx) (Vt) [Mxt => (3y)(Nyt a y = ;c)] [1.1]
Identidad débil (niveladora): Los fenómenos mentales son fenómenos físicos.
(Vx)(V/) [Mxt => (3y){Fyt a y = x)] [1.2]
Paralelismo: Todo fenómeno mental está acompañado deun fenómeno nervioso
sincrónico.
(Vx)(V/) [Mxt => (3y)(Nyt A y * *)] [1.3]
Epifenomenismo: Los fenómenos mentales son causados por procesos nerviosos.
(W)(V7) [Mxt => (3y)(3u)(u < t a Nyw a Cyx)] [1.4]
Animismo: Los fenómenos mentales causan procesos nerviosos o físicos.
(Vx)(V7) [M xt => (3y)(3z)(3w)(w > t a Nyw a F zu a (Cxy v Ocz)] [1.5]
Interaccionismo: Los fenómenos mentales causan o son causados por procesos
nerviosos o físicos.
(Vx)(V;) [M xt => (3_v)(3z)(3m)(m < /)[(Nyw a F zu a
(Cxy v Czx)) V (Nyt A Fzt a (Cxy V Cxz))]] [1.6]
Autonomismo: Lo mental y lo nervioso no guardan relación entre sí.
(Yx)(Vy)(Mx a Ny =$ Axy), donde A designa la relación vacía.
[1.7]
Idealismo (espiritualismo): Todo es mental.
(Vx) Mx [1.8]
Materialismo eliminativo: Nada es mental.
(V.x) ] Mx, donde 1 designa “no”. [1.9]
Monismo neutro: Lo mental y lo físico son otras tantas manifestaciones de una
sustancia neutral incognoscible.
(Vx)(Vy) [Mx a Ny => (3z) [Uz a (Azx V Azy)]], en donde U denota la sustancia neutral
incognoscible, y A debe entenderse como “aparece (o se manifiesta) como” . [1.10]
Las fórmulas que anteceden muestran a simple vista las virtudes y los inconvenien
tes de cada punto de vista. Los más claros son el de la identidad (tanto de la fuerte como
de la débil), el paralelista, el autonomista, el idealista y el materialista eliminativo. En
cambio, el epifenomenismo, el animismo y el interaccionismo son vagos, puesto que no
apuntan el modo de causación, o el mecanismo, por el cual los sucesos corporales o
mentales en cuestión serían engendrados. Y el monismo neutro (o el punto de vista del
doble aspecto) es menos claro aún, pues implica el vago concepto de apariencia o
manifestación y, sobre todo, porque postula que tanto la materia como la mente tienen
una fuente incognoscible. Puesto que no son claros, ni el epifenomenismo, ni el animismo,
ni el interaccionismo, ni el monismo neutro están en condiciones de estimular la inves
tigación psicológica, por no hablar ya de esclarecer problemas fisiológicos. Considere
mos brevemente, pues, los seis puntos de vista siguientes.
Como ya hemos esbozado, las dos hipótesis de la identidad son programáticas. Sin
embargo, están bien definidas y ambas han dado pruebas de tener un formidable poder
heurístico. La elección entre ellas implica la cuestión relativa a la posibilidad de reducir
la biología a física y química. En otro lugar hemos considerado esta cuestión concluyen
do que: a] los entes vivos, aunque están compuestos por elementos físicos y químicos,
tienen propiedades emergentes propias, esto es, propiedades de las que sus componentes
carecen (Bunge, 1979a); y en consecuencia, b] la biología, aunque se base en la física
y la química, no es completamente reducible a ellas; tiene conceptos, hipótesis y méto
dos propios (Bunge, 1985a). Por esta razón, rechazamos la hipótesis débil o niveladora
1.2. En otras palabras, negamos que los sucesos mentales se puedan caracterizar sola
mente en términos físicos y químicos.
En cambio, adoptamos la hipótesis fuerte o emergentista de la identidad, de acuerdo
con la cual todos los~Iücesos mentales son sucesos biológicos de un tipo muy especial.
(En el capítulo 7 sugeriremos que la clave de la mentalidad es la plasticidad nerviosa,
que comienza ya en la sinapsis). La hipótesis fuerte o emergentista de la identidad
plantea el desafiante problema de identificar los sistemas neurales cuyas actividades
específicas o funciones son los procesos mentales de diferente tipo. Éste es, precisamen
te, el programa de la psicobiología o neurociencia cognoscitiva. En efecto, el objetivo de
esta ciencia es el de desarrollar la fórmula 1.1 de la identidad. Se trata de una tarea ex
tremadamente ambiciosa, de ahí su dificultad y su interés. Cuando se embarcan en ella,
los psicólogos se convierten en científicos del sistema nervioso, mientras que estos
últimos se vuelven psicólogos. La barrera entre psicología y biología desaparece. (Véanse
Lashley, 1941; Teuber, 1978.)
Lo mismo que para las restantes hipótesis relativas a la naturaleza de la mente, el
paralelismo (fórmula 1.3) es una doctrina demasiado fácil, pues no sugiere cuál puede
ser la relación entre lo mental y lo corporal. Tan sólo afirma que para toda secuencia
de sucesos mentales hay una secuencia paralela de sucesos cerebrales. Pero esto lo
reconoce prácticamente todo el mundo, y es demasiado impreciso como para inspirar
un proyecto de investigación. (En 5.3 se hallará más acerca del paralelismo.)
Las restantes alternativas a la hipótesis de la identidad son tan insatisfactorias como
el piirnlelisiuo. lÜ uutonomismo (fórmula 1.7) niega que haya una relación entre lo
mental y lo físico, de modo que es una doctrina puramente negativa y, por tanto, incapaz
de alimentar la investigación sobre el problema de la relación mente-cuerpo. El materia
lismo eliminativo (fórmula 1.9), al negar que existan fenómenos mentales, tiene exacta
mente el mismo efecto: es estéril. Peor aún, deja completamente sin objetivo a la inves
tigación psicológica. En cuanto al idealismo (fórmula 1.8), se trata, ciertamente, de una
doctrina positiva, pero de una doctrina incompatible con las ciencias fácticas (naturales
o sociales), que no estudian nada más que cosas materiales (concretas), ya sean protones,
células, cerebros, sociedades, o lo que fuere. Así pues, si queremos que la psicología sea
una ciencia como las de otros campos de la investigación científica, y que armonice e
interactúe con algunas de ellas, hemos de excluir el idealismo como un trasfondo útil.
Así las cosas, sólo nos quedan las dos hipótesis de la identidad (fórmulas 1.1 y 1.2)
que satisfacen los requisitos de claridad, poder heurístico y compatibilidad con la ciencia
contemporánea. Sin embargo, la versión fuerte, a saber, la de la fórmula 1.1 es preferible
por ser más precisa y por sugerir la unión de psicología y neurociencia. En realidad,
casi no cabe duda de que, aun cuando los procesos mentales sean procesos biológicos
que pueden analizarse en sus componentes físicos y químicos, tienen características que
ni la física ni la química estudian, y ni siquiera la biología general. Por ejemplo,
ninguna de estas ciencias trata de comprender procesos tan típicamente psicológicos
como la fantasía, la iniciativa o la inferencia.
Además de las virtudes que acabamos de mencionar, la hipótesis fuerte (emergentista)
de la identidad es miembro de pleno derecho de una visión precisa del mundo que
cuenta con la aprobación de la ciencia fáctica. Efectivamente, es peculiar del materia
lismo, la filosofía de acuerdo con la cual todos los constituyentes del mundo real (o sea,
todos los entes), son materiales o concretos. (Esto no conlleva la negación de la exis
tencia de ideas, pero niega su existencia autónoma, es decir, la existencia de ideas
separadas del cerebro.) Lo contrario del materialismo es el idealismo, o esplritualismo,
de acuerdo con el cual todos los entes son inmateriales.
Ni el materialismo ni el idealismo (o esplritualismo) son para los pusilánimes. Estos
últimos prefieren versiones diluidas de la tesis más fuerte. Estas doctrinas descafeinadas
son las contradictorias (lógicas) del materialismo y el idealismo. La contradictoria del
materialismo es el inmaterialismo, que sostiene que algunos objetos reales son inmateriales
(o ideales). Y la contradictoria del idealismo o esplritualismo, que sostiene que algunos
objetos reales son materiales, podría denominarse inidealismo. No hay oposición entre
inmaterialismo e inidealismo. El dualismo psicológico las une.
Las cuatro tesis y sus relaciones lógicas se muestran en el cuadro de oposiciones
que se presenta a continuación. (Para comprender este cuadro, recuérdese que la nega
ción de “Todos los x son F ' no es “Ningún x es F \ sino “No todo x es F \ que equivale
a “Algún x no es F '.)
Dado que los investigadores en ciencias fácticas (naturales y sociales) estudian
exclusivamente cosas concretas —aunque, por supuesto, con la ayuda de conceptos—
se comportan como materialistas. (Quienes afirman la existencia de ideas desencamadas
ao se atreven a agregar que la ciencia los aprueba.) En verdad, son muy pocos los
científicos que se percatan de este compromiso tácito con el materialismo, o que se
MATERIALISMO -4-------------------------- contrario --------------------------► IDEALISMO (ESPIRITUALISMO)
Algunos objetos reales son materiales Algunos objetos reales son inmateriales
f ig . 1.1. Materialismo, idealismo (esplritualismo) y sus negaciones.
toman el trabajo de reconocerlo, y ello se debe a diversas razones. En primer lugar, muy
pocas personas tienen interés en poner al descubierto sus propios presupuestos; esta
tarea es típicamente fundacional y filosófica. En segundo lugar, el materialismo no se
ha caracterizado precisamente por sus grandes avances en el curso del siglo, en gran
parte porque ha estado casi siempre en manos de aficionados. (Véase, sin embargo,
Bunge, 1977a, 1979a, y 1981, en lo relativo al intento de actualizar el materialismo y
liberarlo del dogmatismo.) En tercer lugar, declararse materialista equivale a hacer
sonar la campanilla del leproso: los materialistas convictos son muy pronto aislados, o,
peor aún, se los pone en compañía indeseable.
No obstante, quien adopta cualquiera de las dos hipótesis de la identidad, aun
cuando sólo fuera como conjetura de trabajo, se comporta como un materialista. Pero
no es ésta la única hipótesis filosófica que subyace a la investigación psicológica.
En efecto, podemos encontrar otros principios filosóficos que orientan la investigación
científica, como se verá a continuación.
1.4. PRESUPUESTOS FILOSÓFICOS DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA
La psicología filosófica trata de problemas de la conducta y de la mente en el contexto
del conocimiento común, sobre todo de la psicología popular, con el auxilio de herra
mientas exclusivamente filosóficas. Es una ocupación de sillón, ajena, por tanto, a la
psicología experimental, y una preferida de los eruditos vivamente interesados en el
llamado misterio de la mente, aunque no lo suficientemente interesados como para
tomarse la molestia de estudiar la corriente principal de la literatura psicológica.
Podría parecer que la psicología filosófica es cosa del pasado. Y así puede que sea
de jure, pero no de hecho. En verdad, la psicología filosófica no sólo sobrevive en
^departamentos de filosofía, sino también, aunque marginalmente, en la comunidad
psicológica. En realidad, la llamada psicología humanista, sea la de Frankl, Maslow,
Kogers, Lacan o cualquier otra, no es otra cosa que úriá continuación de la psicología
filosófica tradicional, que se mantiene libre de contaminación experimental y de mode
los miitonii'ilk'os. l,n única diferencia está en que los psicólogos humanistas, como los
psicoanalistas, ven pacientes, mientras que su contrapartida filosófica sólo se ocupa de
libros. Al margen de esto, ambos grupos comparten la convicción kantiana de que la
psicología nqjjuede ser experimental ni matemática: de que es una rama de las huma
nidades y no de la ciencia.
Es cierto que a veces se encuentran intuiciones más interesantes sobre la mente
humana en los escritos de los psicólogos de sillón, o incluso en autores de ficción, que
en muchos experimentos rigurosos, pero carentes de imaginación. Después de todo, la
perceptividad de la condición humana y el talento (en particular el talento literario) no
tienen fronteras. Sin embargo, ni los psicólogos científicos, ni los filósofos de orienta
ción científica pueden tener mucha paciencia con la psicología filosófica, pues, aunque
a menudo plantee problemas importantes e interesantes, lo hace sin consideración al
guna por el enfoque científico ni por los descubrimientos, aunque modestos todavía, de
la investigación científica. Además, ni el psicólogo clínico que se enfrenta con la droga-
dicción, ni el psiquiatra que se enfrenta con una depresión aguda, pueden considerar
con ecuanimidad los ritos logoterapéuticos, carentes de fundamento. Por el contrario,
están condenados a verlos como un curanderismo peligroso. Cuando se llega a la salud
pública, y en particular a expensas del contribuyente fiscal, la voz de orden es la
vigilancia, no la tolerancia.
A primera vista, la psicología científica, a diferencia de la psicología filosófica y
de la humanista, está totalmente divorciada de la filosofía. (En particular los conductistas,
a pesar de la influencia del positivismo, y sobre todo del operacionismo, estaban orgu
llosos de su independencia respecto de la filosofía.) Sin embargo, un análisis metodológico
de la psicología mostrará las cosas bajo otra luz. Entonces se verá que la investigación
científica, tanto en psicología como en cualquier otro campo del conocimiento, no se
conduce en un vacío filosófico, sino sobre el fondo de un complejo marco filosófico de
referencia. Hasta la pieza más modesta de la investigación científica presupone (admite
tácitamente) una cierta cantidad de principios filosóficos. Por ahora bastará con tres de
estos principios: “Nada surge de la nada ni se disuelve en la nada”, “Podemos conocer
el mundo, aun cuando sólo sea parcial y gradualmente” y “No manipularás los datos
ni falsificarás los cálculos”. Demos una rápida mirada a esos y otros principios.
Para comprobar si los principios anteriores son en verdad presupuestos en la
investigación científica, imagínese un proyecto que no los admitiera. Supóngase un
experimentador que observe un mono enjaulado con el objetivo de descubrir una pauta
de conducta en particular. De pronto, el mono desaparece de la vista. ¿Creerá el expe
rimentador que se encuentra ante un caso de desaparición o de teletransporte? Lo más
probable es que suponga que el mono se escondió o que él mismo es víctima de una
alucinación. En todo caso, no informará de la desaparición por temor a que sus colegas
crean que no tiene familiaridad con el antiguo principio filosófico básico de que la
materia es increable e indestructible.
Una vez solucionado el misterio del mono desaparecido con la ayuda de un prin
cipio filosófico y algunas investigaciones, nuestro científico reanuda sus observaciones.
Lo hace porque espera descubrir algo nuevo acerca de la conducta del mono. Esto quiere
decir que, tácitamente confía en el principio realista según el cual podemos conocer
cosas si las estudiamos. Cualquiera que sea su filosofía explícita, si es que tuviera
alguna, nuestro científico se comporta como un realista, no como un idealista o un
convencionalista. Por último, cuando informe sobre sus observaciones — esperemos que
así sea— lo hará fielmente y con mucho cuidado en distinguir los datos brutos de las
estadísticas construidas sobre su base, lo mismo que en distinguirlos de su propia
interpretación del resultado: a esto último se referirá como hipótesis. Al proceder de esta
manera, se estará guiando por una de las reglas metodológico-morales que gobiernan
la conducta de la investigación científica.
Podría parecer que todo lo que se acaba de decir es evidente, y que el aprendizaje
de tales principios forma parte de la formación científica de todo el mundo. De acuerdo.
Sin embargo, lo que importa es que esos principios, y muchos otros de este tipo, no
se estudian en el marco de la ciencia, sino de la filosofía. Son utilizados y comprobados
en la práctica por cualquier ciencia, pero a menudo es en la filosofía donde se originan,
y a veces donde se los analiza. (Véanse Agassi, 1975; Bunge, 1977a, 1979a, 1983a,
1983b, 2000; Burtt, 1932.) Al conjunto variable de todos esos principios ontológicos,
gnoseológicos y morales podemos denominarlo marco de referencia filosófico, perspec
tiva general o visión del mundo. El cuadro 1.3 incluye una lista de algunos de ellos.
CU A D RO 1.3. M UESTRA D E PRINCIPIO S FILO SÓ FICOS IN V O LU CRA D O S, G EN ER A LM EN TE D E M O D O TÁ C ITO ,
EN LA IN V E ST IG A C IÓ N C IEN TÍFIC A , TA N TO BÁ SIC A C O M O A PL IC A D A , ASÍ C O M O EN SU PLA N IFIC A C IÓ N
Y EVALUACIÓN
Principios ontológicos (rfetafisicos): Sobre el mundo
01 El mundo existe por sí mismo (esto es, haya o no investigadores).
02 El mundo está compuesto exclusivamente de cosas (objetos concretos).
03 Las formas son propiedades de las cosas (no ideas existentes por sí mismas).
04 Las cosas se agrupan en sistemas: toda cosa es un sistema o bien un componente de un
sistema.
05 Toda cosa, salvo el universo, interactúa con otras cosas en ciertos respectos y está aislada
de las demás en ciertos otros.
06 Toda cosa cambia.
07 Nada surge de la nada y nada se reduce a la nada.
08 Todas las cosas están regidas por leyes. (Hay coincidencias, pero no milagros.)
09 Hay diversos tipos de leyes: causales, estocásticas y mixtas; del mismo nivel (por ej.,
biológicas), que abarcan más de un nivel (por ej., biosociales), etcétera.
OIO Hay distintos niveles de organización: físico, químico, biológico, social y tecnológico.
O lí Todos los sistemas, salvo el universo, reciben alimentación exterior y son selectivos.
012 En todo sistema hay actividad espontánea (no causada) de algún tipo.
013 Todo sistema tiene propiedades (llamadas “emergentes”) de las que sus componentes
carecen.
014 Toda propiedad emergente aparece en un cierto estadio en el conjunto de un sistema.
015 Todo sistema pertenece a algún linaje evolutivo.
016 Todo nínU-iim , hiiIvo el universo, se origina por agrupación o formación de sistemas.
CU A D RO 1.3 (continuación)
017 Los componentes de los sistemas sociales son biológicos, químicos y físicos; los de los
sistemas químicos son químicos o físicos; y los de los sistemas físicos son físicos.
018 Todo sistema, salvo el universo, es un subsistema de algún otro.
019 Cuanto más complejo es un sistema, más lo son los estadios en su proceso de sistematización.
020 Cuanto más complejo es un sistema, más lo son sus modalidades de quiebra.
Principios gnoseológicos descriptivosi sobre el conocimiento humano del mundo
G1 Podemos conocer el mundo (la realidad), aunque sólo parcial, imperfecta y gradualmente.
G2 Todo acto de conocimiento es un proceso en el sistema nervioso de algún animal.
G3 Los seres humanos sólo pueden conocer dos tipos de objetos: los entes materiales (cosas
concretas) y los conceptuales (conceptos, proposiciones y teorías).
G4 Un animal puede conocer una cosa únicamente si uno y otra pueden estar unidos por señales
que el primero pueda detectar y decodifícar.
G5 Ninguna investigación comienza con la ignorancia total: hemos de saber algo antes de poder
formular un problema e investigarlo.
G6 Toda operación de conocimiento está potencialmente sujeta a error, pero todo error
conceptual es corregible.
G7 Hay distintos modos de conocimiento: por percepción, por concepción y por acción; y
se combinan de diferente manera en múltiples investigaciones.
G8 Toda investigación humana se realiza en sociedad, y, por tanto, en cooperación y competencia
con otros.
G9 El conocimiento puede ser de individuos o de pautas o regularidades.
G10 Toda teoría, cuando se enriquece con datos e hipótesis subsidiarias, puede contribuir a
describir y predecir, pero sólo las teorías mecanísmicas pueden explicar.
Principios gnoseológicos normativos:'sobre la conducción de la investigación científica
G il Comienza tu investigación escogiendo un problema abierto.
G12 Formula tu problema con claridad: expon (amplía o restringe) su contexto, sus presupuestos,
sus datos.
G13 No tomes por problemas de conocimiento los problemas del ser ni a la inversa (por ejemplo,
no trates de definir la causalidad en términos de predictibilidad, y no creas que los hechos
cambian porque se los considere a través de marcos conceptuales alternativos).
G14 No permitas que las técnicas disponibles dicten todos tus problemas. Si es necesario, prueba
nuevas técnicas o incluso enfoques completamente nuevos.
G 15 Proyecta la investigación de tu problema, pero has de estar dispuesto a cambiar de proyecto,
e incluso de problema, cuantas veces sea necesario.
G 16 Siempre que sea posible, trata científicamente tus problemas (esto es, mediante conocimiento
y métodos científicos, apuntando a una meta científica o tecnológica).
G 17 No toleres la oscuridad o la confusión, salvo al comienzo. Prueba y precisa todos los conceptos
y proposiciones clave.
G 18 No te comprometas antes de comprobar. Primero conoce, luego, cree... y duda.
( ¡ l c) Revisa periódicamente tus más preciadas creencias. Seguramente encontrarás que alguna
de ellas es errónea, y, con suerte, podrás comenzar una revolución conceptual.
(¡20 Comprueba (la claridad, la coherencia y la efectividad de) todas tus reglas metodológicas.
Preceptos morales:¡sobre la conducción científica correcta
M1 Sé veraz.
M2 No te quedes en la superficie de los problemas por miedo a los poderes constituidos.
M3 Considera todos los datos, todas las teorías y todos los métodos como falibles, y considera
únicamente la investigación como sagrada.
M4 Corrige todo lo corregible o en particular tus propios errores.
M5 No desdeñes la superstición ni la seudociencia: exponías y lucha contra ellas.
M6 No acapares el conocimiento: compártelo.
M7 Deposita tu confianza donde es debido.
M8 Desdeña los argumentos autoritarios y ad hominem.
M9 Acaricia la libertad intelectual y mantente preparado para luchar por ella.
MIO Sé modesto, conoce tus limitaciones, pero no seas humilde; no te humilles ante la auto
ridad ni ante la tradición.
M il No uses el prestigio obtenido en el progreso del conocimiento para apoyar causas injustas.
M 12 Ponte al servicio de los colaboradores, los estudiantes y la comunidad científica en general.
M 13 Rehúye la ideología en ciencia básica, pero declárala en la tecnología.
M14 Rehúsa utilizar el conocimiento para fines de destrucción u opresión.
M I5 No alardees de poderes de percepción especiales (particularmente paranormales).
M16 Trata de justificar todas tus afirmaciones.
M 17 Conserva tu independencia de juicio y, si es necesario, nada contra corriente.
M18 Tolera la investigación seria sobre problemas o con métodos que no te agradan.
M19 Sé intolerante con el oscurantismo organizado.
M20 No abandones nunca la vigilancia moral sobre tus propias acciones e incluso sobre tus
propios principios morales.
n o ta: para análisis detallados, véase Bunge (1977a, 1983a, 1983b, 1985a, 1985b, 2000).
Los principios filosóficos inherentes a la investigación científica no son siempre
evidentes — en particular para los investigadores con inclinación antifilosófica— , pero
salen pronto a la superficie, sobre todo en situaciones críticas. Por ejemplo, salen a
la superficie cuando se trazan ambiciosos proyectos de investigación (como localizar la
mente en el cerebro), e incluso cuando se discuten descubrimientos empíricos que resultan
dillcilcs de interpretar; también surgen cuando se construyen teorías (sistemas hipo-
lélico-deductivos), y cuando se evalúan proyectos de investigación o teorías rivales,
lin particular, los árbitros llamados a evaluar los proyectos de investigación no pueden
dejur de blandir todo un arsenal de esos principios generales. Si alguno de estos últimos
lucra erróneo, que es algo que ocurre comúnmente en psicología, habría que suprimir
Uncus enteras de la investigación. Por ejemplo, un árbitro comprometido con el arcaico
dogma teológico-filosófico, según el cual la mente es un ente inmaterial independiente,
pmlrln informar desfavorablemente sobre cualquier proyecto de investigación en
pnii/(>l)iolo¡>i;i, mientras que, siempre que no sea incoherente, podría recomendar la
invcsliy,lición |>mii|isH'ológic:a.
La afirmación de que la investigación científica implica los principios filosóficos
que se citan en el cuadro 1.3 y otros, no es una afirmación descriptiva, sino normativa.
Lo que se afirma no es que, de hecho, todos los científicos se sometan a esos principios,
y menos aún que lo hagan conscientemente. Esa afirmación podría obviamente ser falsa.
Lo que se afirma en lugar de ello es que el análisis filosófico de un fragmento de
investigación científica correcta está condenado a mostrar que tales principios están
implícitos en ese trabajo, cosa que, casi siempre, es lo más desconocido para los propios
investigadores. Hace un tiempo se sugirió una manera de justificar dicha afirmación. Hela
aquí: prescíndase, de uno en uno, de todos los principios filosóficos, y se verá si tales
omisiones mueven a cometer un error o a dejar de considerar un problema interesante.
Invitamos al lector a realizar esta comprobación por sí mismo, y a consultar otros textos
en busca de orientación (Bunge, 1977a, 1979a, 1983a, 1983b, 1985a, 1985b, 2000).
1.5. FILOSOFÍA DE LA PSICOLOGÍA
! Una filosofía de la psicología es, por supuesto, un estudio filosófico de la psicología.
Puesto que, como hemos visto al comienzo, la filosofía consta básicamente de lógica,
semántica, gnoseología y ontología, una filosofía general de la psicología debería con
tener una lógica, una semántica, una gnoseología y una ontología de la psicología.
Ahora bien, en cualquier momento de su historia, la psicología implica una cantidad
de principios filosóficos: recuérdese la sección 1.4. Además, algunos de los descubri
mientos de la investigación filosófica, pura o aplicada, forzosamente apoyan o minan
hipótesis filosóficas previas, o bien sugieren otras nuevas (por ejemplo, que hay, o que
es imposible que haya, mente sin cuerpo, o conocimiento sin aprendizaje). En conse
cuencia, una filosofía general de la psicología no puede evitar enfrentarse con los
principios lógicos, semánticos, gnóseoTógícos, ontológicos y monfles'implicados en la
investigación y la práctica psicológicas, o por éstas sugeridos. (Para la negación de que
la filosofía de la psicología debe ocuparse de problemas ontológicos, tales como el de la
naturaleza de la mente, véase Margolis, 1984.) A decir verdad, ningún estudio particular
de la filosofía de la psicología se centrará en ninguno de estos problemas; es la disci
plina como totalidad la que debe tratar acerca de ellos.
Lo mismo que otras ramas de la filosofía, la filosofía de la psicología no es en
absoluto un campo de conocimiento unitario y firmemente establecido. En realidad, hay
prácticamente tantas filosofías de la psicología como filósofos que se ocupen del tema,
y todas son superficiales y sectoriales. Ninguna cubre todos los aspectos de la disciplina
(lógico, semántico, etc.), y la mayoría de ellas distan mucho de la investigación psico
lógica actual o apenas utilizan herramientas analíticas, o no pertenecen a sistemas
filosóficos generales. En resumen, las filosofías existentes de la psicología no se caracteri
zan precisamente por su unidad de enfoque y de tema. Pero no es ésta una responsa
bilidad exclusiva de los filósofos. Por ejemplo, Robinson (1985), un psicólogo, defiende
el dualismo psicológico anticuado con ayuda de instrumentos filosóficos obsoletos, y se
une a F.ccles (Recles y Robinson, 1985) en la cruzada contra el materialismo.
Hay distintos modos de filosofar acerca de la psicología o, en verdad, acerca de
cualquier cosa. Un discurso filosófico puede ser original o escolástico, constructivo
o crítico, exacto o inexacto, sistemático o fragmentario y de orientación científica o
acientífico (incluso anticientífico). O bien puede combinar dos o más de tales modali
dades.
Así, antes de introducir una idea nueva es aconsejable resumir el fondo de cono
cimiento pertinente, esto es, realizar un trabajo de exposición y de crítica. (Una filosofía
se califica como escolástica sólo si no contiene ideas nuevas, y en particular si es
apologética.) Un discurso original puede consistir en un análisis conceptual o en la
construcción de una teoría, pero no está necesariamente exento de observaciones crí
ticas. Las críticas pueden motivar la construcción y, en todo caso, toda nueva idea
debiera ser críticamente examinada. (Una filosofía es puramente crítica o destructiva si
no propone alternativas.)
Cuando se expone un sistema filosófico están justificados los comentarios aclaratorios
o los ejemplos ilustrativos que, en sentido estricto, no pertenecen al sistema. Además,
el discurso puede ser exacto en unos aspectos e inexacto o informal en otros. (No
obstante, hay una diferencia entre la inexactitud — por ejemplo, la del lenguaje ordi
nario— y la oscuridad, sea deliberada, sea manifestación de un trastorno neurológico.)
Por último, el discurso filosófico puede presentar una orientación científica en ciertos
pasajes y no científica (por ejemplo, ideológica) en otros. Sin embargo, si el objetivo
es estimular el avance del conocimiento, jamás debe ser anticientífico.
La pureza del modo, entonces, no es de importancia capital en filosofía. Lo que
interesa es que el discurso sea inteligible (tal vez con cierto esfuerzo de aprendizaje),
interesante o pertinente (por ejemplo, que trate problemas importantes), verdadero (por
lo menos en parte), y que esté dotado de cierto poder heurístico, esto es, que sugiera
nuevas hipótesis, experimentos o métodos, o que relacione entre sí ideas hasta entonces
aisladas. Sin embargo, sostengo que el modo de filosofar con mayor factibilidad de
conducimos a la claridad, la pertinencia, la verdad, la profundidad y el poder heurístico,
es el que combina crítica y exactitud, sistematicidad y fidelidad a la investigación y
la práctica actuales. Tratemos de justificar esta afirmación.
La necesidad de crítica es evidente, no sólo porque la crítica es un componente
de toda investigación racional, sino también porque la filosofía y la psicología, a pesar de
su antigüedad, todavía están subdesarrolladas, en parte debido a que siguen albergando
multitud de dogmas —por ejemplo, el dualismo psicofísico y la creencia de que, en
filosofía, en psicología o en ambas, basta el lenguaje ordinario. Sin embargo, no hay que
exagerar el valor de la crítica a expensas de la invención (de hipótesis) y el descubri
miento (de hechos). La función de la crítica consiste en regular la investigación, no en
remplazaría. La crítica es al progreso del conocimiento lo que el termostato es al homo.
Sin un termostato, el homo puede resultar arrebatador, pero sin el homo, el termostato
ni) sirve para nada.
lin cuanto a la exactitud, o la obediencia a los modelos lógicos y el uso de herra
mientas matemáticas, sólo en las primeras etapas de investigación se puede prescindir
de ellos. I)c alil en lulelante, su uso debe incrementarse por tres razones como mínimo.
En primer lugar, porque queremos minimizar malentendidos y las correspondientes
disputas hermenéuticas. (Si Freud hubiera sido un pensador exacto, no habría podido
engendrar más de 200 escuelas psicoanalíticas.) En segundo lugar, la exactitud favorece
la verificabilidad. (Compárese, por ejemplo, “Y es una función exponencial de X ” con
“Y depende de X ”.) En tercer lugar, la profundidad, siempre deseable, reclama exactitud,
pues las construcciones hipotéticas son siempre sospechosas, a menos que sean cuan-
tifícadas y relacionadas de una manera exacta con cantidades observables.
Igualmente obvia es la virtud de la sistematicidad cuando se trata de problemas
complejos, tales como los de investigación psicológica o filosófica. En ambos casos,
estamos condenados a recurrir a muchas hipótesis y definiciones, métodos y datos que,
a primera vista, no presentan relación entre sí. El enfoque exclusivo de algunos de tales
componentes es probable que termine en una presentación distorsionada del todo.
Un buen ejemplo de las desventajas de pensamiento sectorial es la psicología de las
facultades, que ignoraba las interacciones entre lo cognitivo, lo afectivo y los compo
nentes motores del fenómeno mental. (Gran parte de la psicología contemporánea del
conocimiento es culpable de la misma falta.) Otro ejemplo es el segundo Wittgenstein,
cuyos libros son colecciones de aforismos y ejemplos sin conexión mutua.
Por último, solamente la actitud científica y la fidelidad a la investigación actual
produce un discurso filosófico lo suficientemente atractivo para los psicólogos como
para tener la oportunidad de sugerir nuevas y fructíferas ideas científicas o de desalen
tar los proyectos de investigación orientados erróneamente. (Una de las razones por las
que los psicólogos no tienen en cuenta a los filósofos radica en que la mayoría de estos
últimos sólo se mueven en el campo de la psicología popular.) Sin embargo, es menester
que una buena dosis de escepticismo atempére la ciega entrega a la ciencia del momento,
pues, de lo contrario, el filósofo corre el riesgo de verse arrastrado por alguna corriente
de moda, que no tiene por qué ser la más fecunda y promisoria. (Recuérdese las épocas
en que psicólogos famosos identificaban mente con conciencia, o con un conjunto de
programas de computación.) En resumen, aun cuando en abierta colaboración con los
científicos, los filósofos debieran conservar su independencia de juicio, y no olvidar que
la mejor ciencia puede ser errónea (por ejemplo, por falta de adecuada orientación
filosófica). La filosofía no tiene por qué ser esclava de la ciencia, ni tampoco su señora,
sino su colaboradora. Esta cooperación, lejos de acallar las críticas mutuas, debe con
tribuir al desarrollo de ambas partes.
1.6. RESUMEN
Hubo un tiempo en que la psicología era miembro de la familia filosófica. Hacia mediados
del siglo xix sufrió la ilusión de haberse emancipado por completo de la filosofía. Hoy,
cuando se encuentra en plena lucha por su independencia y en proceso de convertirse
en ciencia madura, se puede conceder que, lo mismo que cualquier otra ciencia, la psi
cología no es del todo ajena a la filosofía.
Un examen de cualquier proyecto ambicioso de investigación psicológica, como de
cualquier progreso importante de la psicología, sugiere que nuestra cicncin rslii por
doquier impregnada de principios ontológicos, gnoseológicos y morales. En particular,
una gran parte de la investigación de los fenómenos mentales presupone alguna filosofía
de la mente. Pero es mayor aún la cantidad de investigación que se ha dejado de realizar
en este campo bajo la presión de erróneas filosofías de la mente y de la ciencia. Además,
hay hallazgos de la investigación psicológica que la filosofía debería asimilar, ya que,
después de todo, los problemas referentes a la naturaleza de la mente y a la mejor
manera de estudiarla son problemas que interesan tanto a la filosofía como a la psi
cología.
Por tanto, no se trata de renunciar a la filosofía, sino de mantenerla bajo el control
de la ciencia, y de ayudarla a convertirse en una disciplina capaz de hacer progresar
activamente el conocimiento científico.
Muchos_ psicólogos y observadores de la psicología se quejan de la falta de consenso
acerca del verdadero objeto referente de su disciplina. Sin embargo, en esto la psicología
no está sola. Hay biólogos que no están seguros de que el estudio de la química de las
biomoléculas, como el a d n , sea de su competencia. Muchos químicos consideran la
termodinámica como tema propio, pero, por otro lado, están dispuestos a rendirse ante
los físicos cuando éstos afirman que toda la química no es más que un capítulo de la
física. Hasta en física — la más antigua y la más poderosa de las ciencias fácticas— se
producen vivas disputas acerca de su objeto. Así, aunque la mayoría de los físicos
sostiene que la física es el estudio de las cosas físicas, otros — los seguidores de la
interpretación de Copenhague de la teoría cuántica— niegan que haya cosas autónomas, y
afirman que la física estudia lo que aparece a los observadores, esto es, apariencias.
Y unos pocos llegan a sostener que la teoría cuántica no puede comprenderse a menos
que incluya la mente humana, lo que, si es cierto, pondría a la física en indisoluble
relación con la psicología. Sin embargo, ninguna de estas controversias impide a los
contrincantes la prosecución de sus trabajos: las incertidumbres relativas al objeto de
estudio afectan, por cierto, al modo en que se enseña la ciencia y en que se hace filosofía
acerca de ella, pero difícilmente influyen en la comente principal de la investigación.
En psicología las cosas son muy diferentes. Toda visión del objeto o referente de
la psicología es probable que afecte profundamente a la naturaleza de los problemas que
han de atacarse y a la modalidad de las investigaciones mismas. Así pues, si la psi
cología se define como el estudio de la conciencia, todo lo demás se dejará de lado y
se favorecerá la introspección por encima de cualquier otro método. Pero si, por el
contrario, se define la psicología como el estudio de la conducta manifiesta, sólo se
estudiarán los movimientos observables, y todo lo demás será ignorado. Una razón de
que la importancia de la cuestión del tema u objeto sea mayor en psicología que en otras
ciencias reside en que la psicología todavía se encuentra en proceso de transición del
estadio protocientífico al científico. En consecuencia, la antigua tradición, nacida al
abrigo de la filosofía clásica, es más fuerte de lo que parece, mientras que la nueva
tradición todavía es débil.
Dadas estas condiciones, no es sorprendente que, mientras que algunos estudiosos
de la psicología buscan aún refugio en una u otra escuela, los haya también quienes
adopten una posición nihilista o cínica y digan que la psicología es una ciencia que tiene
por lo menos dos explicaciones para todos los fenómenos y ningún fenómeno para la
mayoría de sus teorías. Pero los autores de este libro, junto con la gran mayoría de los
psicólogos, no son dogmáticos ni nihilistas. Por el contrario, creen que la psicología
l ■»> I
tiene una clase bien definida de referentes —aunque en absoluto una clase estrecha—
que pueden y deben ser estudiados científicamente. También creen que esta clase puede
identificarse mediante el análisis de algunos de los conceptos clave del aprendizaje y
la hipótesis de que éste equivale al fortalecimiento de conexiones intemeuronales.
2.1. DEFINICIONES DE LA PSICOLOGÍA
Como todos sabemos, “psicología” etimológicamente significa estudio de la psique, el
alma, el espíritu o la mente. Es así como los psicólogos clásicos y los teólogos concebían
el objeto de esta disciplina. Y lo propio hace la mayoría de los psicólogos filosóficos,
los psicoanalistas, y los psicólogos humanistas. Por ejemplo, el clásico de Descartes
sobre el tema se titula Les passions de l ’áme, y Freud ha hecho frecuentes referencias
a la Seele, que en la edición inglesa común (1953-1965) se transformó en mind [mente],
la hermana legal del alma [soul].
Algunos psicólogos, de acuerdo con la tradición y, más particularmente, seguidores
de James, Dewey e incluso Piaget, se refieren a la psicología como al “estudio de las
funciones de la mente”. Tomada literalmente, esta expresión presupone que la mente
es una entidad o una cosa, pues se le atribuyen funciones, esto es, actividades. De aquí
que la expresión, literalmente entendida, presuponga alguna versión del dualismo psi
cológico (para ello, véase la sección 1.2). En un contexto psicobiológico, en el que se
supone que la mente es una colección de funciones (actividades) cerebrales, la expresión
“funciones de la mente” es equivalente a “funciones de una colección de funciones
cerebrales”. Como esta última expresión no tiene sentido, el psicobiólogo no puede
aceptar la definición de “psicología” como “el estudio de las funciones de la mente”.
Los conductistas radicales tienen razones propias para rechazar la definición an
terior. La primera es que dicha definición deja fuera de ella precisamente lo que más
les interesa: la conducta manifiesta. La segunda es que no creen en la existencia de la
mente, o por lo menos en la posibilidad de estudiarla científicamente. En consecuencia,
definen la psicología como “el estudio científico de la conducta”. No obstante, esto no
soluciona el problema. Primero, porque el término “conducta” es interpretado en sentido
estricto, a saber, como el movimiento corporal observable. Esto impide a los psicólogos
estudiar el afecto, el conocimiento y otras importantes categorías de fenómenos, lo cual
constituye una tácita invitación a los seudocientíficos para tapar ese agujero. Y si “con
ducta” se interpreta en sentido amplio, de modo que incluya el afecto, la cognición y
lodo lo demás, entonces el término “conductismo” pierde su mordacidad. (Paralelo: el
demócrata que tolera amistosamente regímenes totalitarios.) Segundo, los psicólogos no
sólo debieran interesarse por la conducta manifiesta, sino también por su motivación,
nnI como por los mecanismos nerviosos de una y otra. Tercero, para un conductista, la
paleología sólo es una más de las “ciencias de la conducta”, junto con la antropología,
In Nociología, la economía, la politología, la historia y la lingüística. Pero, entonces,
¿qué rs lo que hace tan especial a la psicología? ¿Y qué la distingue del estudio de la
enmluitii de las bacterias y las amebas, o incluso de la de los cuerpos en general (esto
pk, In merAnint)? ('iinlquicrn de las razones precedentes basta para desterrar la defini
ción conductista clásica de “psicología”, lo cual, por supuesto, no es un juicio acerca
de la innegable importancia histórica del conductismo.
Parece que hemos llegado a un callejón sin salida. Rechazamos la definición de
“psicología” como “el estudio de las funciones de la mente”, pero admitimos que debe
estudiar la mente (o las funciones mentales del cerebro). Y, aunque rechazamos la
definición conductista de “psicología”, no negamos que nuestro estudio deba ocuparse
de la conducta, aunque no de todas las cosas, sino únicamente de los animales. (Los
informes ocasionales sobre la vida psíquica de las plantas han demostrado carecer de
fundamento: véase, por ejemplo, Kmetz, 1978.) Además, no todas las especies animales
caen dentro de la jurisdicción de la psicología. Por ejemplo, los psicólogos, como tales,
no tienen interés en la conducta de los organismos sin sistema nervioso. De hecho, la
gran mayoría de las especies animales son objeto de estudio de los zoólogos, no de los
psicólogos.
A los psicólogos sólo les interesan los animales capaces, por lo menos, de percibir
y aprender y, en particular, capaces de aprender a modificar su conducta de una manera
adaptativa. Y es probable que tal aprendizaje requiera un sistema nervioso mucho más
complicado que, digamos, la red neural de una esponja. Por tanto, de acuerdo con las
actuales opiniones mayoritarias, estipularemos que la psicología es el estudio científico
de la conducta (y de la mente, en caso de que existiera) de los animales dotados de
un sistema nervioso que los capacite por lo menos para percibir y aprender. Esta
definición excluye de la psicología el estudio no científico de la conducta y de la mente,
así como el estudio científico de los animales incapaces de percibir y aprender. Estos
últimos son de la incumbencia de zoólogos y etólogos.
2.2. REFERENTES DE LA PSICOLOGÍA
Si se acepta la definición de psicología que se acaba de dar, los referentes o los temas
de estudio de nuestra ciencia resultan ser todos los animales que, en circunstancias
normales, son capaces de percibir y aprender, y sólo ellos. La mención de circunstancias
normales tiene por finalidad explicar las anomalías de aprendizaje debidas a defectos
genéticos, lesiones, enfermedad, privación sensorial, etc. Sin embargo, también correspon
de a los psicólogos estudiar tales anomalías.
Nuestra definición deja fuera del ámbito de la psicología a todos los animales que
normalmente son incapaces de aprendizaje. Se trata de aquellos animales que no tienen
sistema nervioso o que poseen un sistema nervioso genéticamente predeterminado o
“precableado”, como consecuencia de lo cual sus conductas son rígidas. Tales animales
constituyen la gran mayoría de los phyla de animales. Los zoólogos y los etólogos son
los que estudian en general su conducta.
Hay ciertas pruebas fácticas de que algunos invertebrados, sobre todo las abejas y
los pulpos, pueden aprender. Sin embargo, la atribución de capacidad de aprendizaje
(como de cualquier otra capacidad), depende decisivamente de la definición de “apren
dizaje”. Si el mero cambio de conducta en circunstancias ambientales nllermlus, por
ejemplo, la habitación (“adaptación”), se considera aprendizaje, los gtisimoN y ln bubosa
marina (Aplysia) también deben considerarse objetos de la investigación psicológica; de
lo contrario, no. (En las secciones 7.2 y 9.1 volveremos sobre este tema.) Puesto que
no hay consenso acerca de la definición de “aprendizaje”, tampoco puede haberlo acerca
de si los invertebrados pueden aprender o no. Dado que la solución de este conflicto
conceptual depende de la definición de “aprendizaje”, dejaremos, hasta nueva orden, el
estudio de la conducta de los invertebrados a los zoólogos y los etólogos.
En cuanto a los vertebrados, no cabe duda de que todos los vertebrados superiores,
sobre todo los mamíferos y las aves, pueden aprender, y, en consecuencia, ser calificados
como objetos de estudio de la psicología. Sin embargo, antes de descalificar las otras
clases de vertebrados, sobre todo los peces, los anfibios y los reptiles, habría que con
siderarlas con más detalle. No obstante, lo mismo que en el caso de los invertebrados,
podemos, por ahora, dejárselos a los etólogos y a los zoólogos. En resumen, los refe
rentes de la psicología son los mamíferos y las aves. Pero esto, como se ha advertido
ya previamente, sólo se refiere a la actual corriente principal de la psicología.
Nuestra definición de psicología excluye las sociedades anímales de los referentes
de nuestra ciencia. La razón de ello es que sólo los individuos de ciertas especies son
capaces de aprender, y de éstos, sólo algunos son capaces de presentar estados mentales.
Las sociedades no aprenden, ni sienten, perciben o piensan. Atribuir propiedades o
capacidades psicológicas a las sociedades es tan erróneo como atribuirles propiedades
o funciones biológicas.
Esto no quiere decir que los psicólogos deban ignorar la sociedad. Por el contrario,
se supone que los psicólogos sociales investigan la conducta social, las condiciones
sociales del aprendizaje y de las funciones mentales, y las consecuencias sociales (in
directas) de la ideación (por ejemplo, la planificación, véase capítulo 10). No obstante,
el foco d eJa psicología, sea_individual o social, es el individuo en su medio natural o
socia), no la sociedad. Las sociedades son objeto de estudio de ios científicos sociales,
no de los psicólogos. De la misma máñéraj los geólogos estudian Tás" rocas,''no la
atmósfera, aun cuando también les interese la acción de los procesos atmosféricos
- -tales como la lluvia o el viento— sobre las rocas. Su referente central es la litosfera,
no la atmósfera. Análogamente, las sociedades son, junto con los hábitat naturales, los'
referentes periféricos de la psicología, pues los referentes centrales de esta última son
los animales individuales capaces de aprendizaje.
La-discusión precedente no es tan bizantina como pudiera creerse. En realidad,
elimina de Vin solo golpe dos ramas de la psicología clásica: la psicología de los pueblos
( Vfílkerspsychologie) y la psicología de las masas (MassenpsychoTógie)T o r supuesto,
en legítimo estudiar la psicología de los individuos pertenecientes a diferentes socieda
des, por ejemplo, iletradas y letradas, o agrarias e industriales — en resumen, embar
carse en la psicología intercultural— , a fin de descubrir el impacto del progreso social
«obre la conducta y la ideación del individuo. Análogamente, es legítimo estudiar los
efectos de los grupos de pares y la presión de la masa sobre el individuo, así como
Ion efectos del liilcrn/.go sobre la conducta social. Pero pretender que las totalidades so-
linlcN, tules como piirhhw o musas, tienen una mente propia, es pura fantasía holística,
pues sólo los individuos tienen sistemas nerviosos, y sólo algunos sistemas nerviosos
pueden estar en estados mentales.
Otra clase de objetos que se excluyen de la clase de referencia de la psicología es
la de los artefactos, incluso los dotados de inteligencia artificial. Esta exclusión se
fundamenta en que no se trata de animales. Es la misma razón por la que los ornitólogos,
como tales, no estudian el avión, esto es, porque son biólogos y no ingenieros. No cabe
duda de que los ordenadores (dotados de programas y controlados por seres humanos)
imitan o sustituyen ciertas funciones animales, pero trabajan de una manera absolu
tamente distinta de la de un animal. Es seguro que realizan ciertos trabajos que ante
riormente sólo podían ejecutar personas, pero no los realizan como personas, sino como
sus delegados y apoderados. En resumen, los psicólogos, en tanto tales, no estudian
máquinas, salvo para manejarlas, o para descubrir lo que los animales no son. Por otro
lado, los expertos en inteligencia artificial no pueden prescindir de estudiar psicología,
sobre todo psicología del conocimiento, pues lo que quieren imitar o sustituir es la
inteligencia natural, prerrogativa de algunos animales. En la sección 5.4 volveremos
sobre este tema de tanta actualidad.
Hemos decidido, por tanto, que los psicólogos no sean científicos primordialmente
sociales, aunque 'püe3añ~’verse obligados a tomar en consideración la matriz social.
También hemos decidido que”no son ingenieros, aun cuando puedan utilizar su cono
cimiento de la psicología humana para ayudar a diseñar programas de computación o
robots. Los psicólogos estudian los animales, en particular los humanos, y en este
sentido son zoólogos. Pero son zoólogos altamente especializados. No es que limiten sus
intereses a una única clase de animales, sino que se especializan en la conducta apren
dida y la vida mental. Puesto que cierta conducta y cierta vida mental están fuertemente
condicionadas por circunstancias sociales, la psicología tiene cierto campo en común
con la ciencia social. Esta intersección está compuesta por la psicología social, la etio
logía social y la biosociología. En resumen, nuestra definición de la sección 2.1 implica
que la psicología es primariamente una ciencia biológica y secundariamente una
ciencia social. O, lo que es equivalente: los referentes centrales de la psicología son
animales capaces de percibir y aprender, mientras que sus referentes periféricos son so
ciedades animales. Volveremos sobre este tema en el capítulo 13.
2.3. LA FRAGMENTACIÓN DE LA PSICOLOGÍA Y CÓMO PONERLE REMEDIO
La psicología del siglo xx parece un inmenso mural con una gran cantidad de sujetos
pintados de todos los colores, ya por esquizofrénicos industriosos, ya por un ejército de
trabajadores pertenecientes a centenares de oficios sin relaciones mutuas y a escuelas
rivales. No se advierte ninguna pauta o regularidad. Tenemos por un lado la psicología
científica, y por otro, la gran variedad de psicologías no científicas. Dentro de la psico
logía científica hay estudiosos conductistas y los hay mentalistas, así como orientaciones
biológicas, sociales e incluso ingenieriles. A su lado hay divisiones entre lo básico y
lo aplicado, lo animal y lo humano o entre lo normal y lo anormal. Y, mientras que
unos psicólogos se especializan en la emoción, otros se centran en el loimiimicnto, el
lenguaje, el retraso mental o lo que se quiera. (Véanse, por ejemplo, Boring, 1950;
Brunswik, 1955; Marx y Hillix, 1973.)
Las diversas escuelas y “sistemas” de psicología son otros tantos enfoques de los
problemas psicológicos, y a menudo se basan en filosofías diversas de la mente. (Re
cuérdese el capítulo 1.) La división en escuelas no es tan flagrante en la investigación
básica como lo fuera anteriormente, ya no se asocia con grandes nombres y en la
enseñanza académica sufre un deliberado desplazamiento, salvo en algunos países
subdesarrollados. Pero todavía están allí, como lo muestra el hecho de que a menudo
uno y el mismo problema se enfoque de distintas maneras; esto es, que haya una
multitud de paradigmas. Así, hoy en día estudian el aprendizaje, entre otros, los etólogos,
los psicólogos conductistas y los psicólogos fisiológicos. Estos diferentes enfoques son
más a menudo mutuamente incompatibles que complementarios. En todo caso, estos
diversos grupos se ignoran con frecuencia unos a otros, emplean diferentes métodos y
llegan a conclusiones contradictorias entre sí. Es lamentable, pero es así.
No hay duda de que, en ciencia, la controversia es normal y saludable, en la medida
en que su resultado sea el alejamiento de la falsedad y el nacimiento de la verdad. Sin
embargo, en psicología, el faccionalismo se ha pasado de la raya, puesto que algunas
facciones se han vuelto estériles e incluso seudocientíficas. ¿Qué se pensaría de la física
si algunas de sus figuras más importantes enseñaran que los cuerpos son puestos en
movimientos por fantasmas? ¿Qué se pensaría de la química si químicos muy conocidos
proclamaran que su disciplina es tan especial que puede y debe cultivarse sin conside
ración a la física? ¿Qué de la biología, si algunos de sus más eminentes representantes
afirmaran que el estudio de los animales de juguete es más útil que el de los animales vi
vos? Hoy en día, la psicología todavía está llena de notables paralelismos con estos
ridículos ejemplos imaginarios.
Además de la fragmentación en escuelas se asiste a la división en diferentes campos
o sistemas de problemas. Por ejemplo, hay expertos en visión y otros en audición, o en
bilingüismo, en personalidad o en pequeños grupos, y así sucesivamente. Esta fragmen
tación en subcampos es inevitable, dada la inmensa cantidad de problemas, así como las
diferencias individuales entre los investigadores. Es el paralelismo de lo que ocurre hoy
en todas las disciplinas científicas, y es el precio del estudio de los problemas en profun
didad, o así por lo menos se nos dice. En realidad, la consecuencia es a veces la estrechez
más que la profundidad. Por ejemplo, sabiendo como sabemos, que el sistema límbico
—“asiento” de la emoción y muchas otras cosas— tiene múltiples conexiones recíprocas
con todas las regiones del neocórtex, es ilusorio tratar de lograr una comprensión plena
de la percepción, el aprendizaje, la memoria, la voluntad y otros procesos con total
independencia de la emoción (véanse Damasio, 1994; Greenfield, 2000).
Dado que la actual fragmentación de la psicología en escuelas en guerra recíproca
y campos separados obstaculiza el avance de nuestra ciencia, ¿qué se puede hacer para
Kupcrar esta situación? Puesto que la fragmentación en escuelas rivales deriva de filoso-
IIiin rivales, sólo se puede alcanzar esa superación si se adopta una filosofía subyacente
única, preferiblemente la que más se acerque al “espíritu científico”. Y la fragmentación
on eumpos Ncp»i«(loN puede superarse si se recuerda en todo momento que hay un
protagonista único que desempeña todos los papeles conductuales y mentales: el sistema
nervioso.
Realmente, las dos medidas que acabamos de proponer para forjar la unidad de la
psicología no son independientes entre sí. En verdad, la adopción de una filosofía que
contenga la hipótesis de la identidad psicofísica (sección 1.3) conlleva el hecho de
que todo ítem de interés psicológico se contemple como controlado por el sistema
nervioso (en caso de la conducta) o como una función particular del sistema (el caso
de los procesos mentales).
Obsérvese que lo que proponemos no es que todo ítem de interés psicológico sea
abordado exclusivamente por psicólogos fisiológicos. Esto destruiría nuestro propósito
de promover la unidad de la psicología. También privaría a la psicología fisiológica de
la mayor parte de sus problemas, pues el fin último de la psicología fisiológica es poner
al descubierto el mecanismo de todo hecho psicológico, independientemente del campo
en que se lo hubiera estudiado previamente. Lo único que proponemos es que, cualquie
ra que sea el nivel de análisis o de descripción elegido, se conserve en mente (o más
bien en el cerebro) que el proceso, o bien es nervioso o bien está bajo el control de algún
sistema neural, por lo que también debería ser abordado por los fisiopsicólogos. En otras
palabras, lo que proponemos es que la psicología se basa en la neurociencia con la
misma firmeza con que la química se basa en la física y la biología en la química. Veamos
qué consecuencias pueden derivarse de este enfoque para la conducción real de la
investigación^ psicológica.
r
2 .4 . UNIFICACIÓN EN ACCIÓN
Supóngase que un equipo de investigadores convencido de los beneficios de un enfoque
unificado de los problemas psicológicos decide estudiar el movimiento voluntario en los
macacos. Es probable que comience por filmar la conducta manifiesta de un mono en
el proceso de coger un cacahuate u otro estímulo capaz de mover su voluntad. Los
investigadores variarán en el contexto y el escenario (por ejemplo, colocarán el ca
cahuate en la caja, a la vista del mono, pero sólo le permitirán cogerlo unos minutos
después). Todo esto, y más, se ha producido para ser descrito, es la materia prima que
hay que procesar, los datos que hay que explicar.
Si los investigadores son curiosos, querrán saber cuáles son los mecanismos
neuromusculares específicos del movimiento voluntario, y cómo los alteran las drogas
o la cirugía. Esto implicará el uso de técnicas más o menos invasoras, comenzando por
la miografía. Pero esto no bastará. También querrán identificar los mecanismos neurales
de los lóbulos frontales que controlan esos procesos neuromusculares. Y esto, a su vez,
requerirá la implantación de electrodos en las regiones del cerebro sospechosas de
realizar tal control.
Una vez hallado el “asiento” de la voluntad, los psicólogos tratarán de encontrar
los impulsos, las percepciones, las imágenes y los recuerdos y expectativas que desen
cadenan o interfieren la decisión del animal de coger el cacahuate, o bien que lo inhiben
de hacerlo. Todo eso requerirá nuevo entrenamiento, registro de electrodos y pruebas.
Por último, nuestros curiosos psicólogos querrán saber cómo la presencia de otros ejem
plares de la misma especie, del mismo sexo o de sexo contrario, la misma o distinta
edad, y el mismo o distinto estatus social, altera el proceso y, en particular, qué sistemas
neurales adicionales son activados (estimulados o inhibidos) en tales circunstancias.
En resumen, el psicólogo curioso (o más bien el equipo interdisciplinario de psicó
logos curiosos) investigará en distintos niveles el movimiento voluntario, o cualquier otro
proceso psicológico, y cruzará libremente las fronteras entre los distintos subcampos de
nuestra ciencia. Intentará integrar estos subcampos porque los límites entre ellos son muy
artificiales, y su erección no responde a las necesidades del objeto de estudio, sino a la
tradición psicológica. Sólo tal integración sobre la base de la neurofisiología puede arrojar
un cuadro (descripción) razonablemente completo (pro temporé) y, además, una explicación
viable en términos de mecanismos. (Volveremos sobre la integración en 13.2.)
Insistamos en la artificialidad de la división de la psicología en subcampos. Hasta
aquí todos los intentos de clasificar adecuadamente las distintas clases de comporta
miento y actividad mental han fallado. Por cierto que se puede distinguir la percepción
de la imagen, la locomoción de la resolución de problemas, etc. Pero no hay criterio
claro (fundamentum divisionis) que permita dividir de manera ordenada y clara toda la
enorme gama de fenómenos psicológicos. En el mejor de los casos, son listas más o
menos vagas de supermarket. Una razón de este fracaso estriba, tal vez, en que todos
los fenómenos psicológicos son mixtos, es decir, tienen una cantidad de aspectos o
componentes, principalmeñte'afectivos, conductuales, sensoriales y cognitivos. En algu
nos casro ^W d '^ ^so s^É o m p o ñ én teí predomina, mientras que los otros son mucho
menos importantes. Pero en otros casos, como, por ejemplo, las actividades sen-
soriomotrices, hay dos o más componentes igualmente importantes. Por ejemplo, si estoy
esperando una llamada telefónica importante, cuando oigo el sonido del teléfono puedo
abalanzarme sobre él cargado de emoción, al mismo tiempo que me imagino la cara
de mi esperado interlocutor y anticipo el mensaje que estoy a punto de recibir. Este
proceso es al mismo tiempo afectivo, sensoriomotor y cognitivo.
Podemos distinguir, por tanto, entre aspectos conductuales, afectivos sensoriales y
cognitivos, pero^no podemosRepararlos en todos los casos. Si las cosas son así, no hay
división de fenómenos psicológicos en conductuales, afectivos, sensoriales o cognitivos.
Lo mismo vale para otras divisiones propuestas. (Una división de un conjunto es se
mejante a la de una tarta, esto quiere decir que es limpia, nítida, que dos subconjuntos
cualesquiera son mutuamente excluyentes.) De aquí que cuando una persona afirma
estar estudiando, digamos, un fenómeno cognitivo tal como la inferencia, deba compren
derse que está diciendo que se centra en el aspecto cognitivo del fenómeno, como si
los otros aspectos no existieran. Se trata de una ficción útil, sin duda, por lo menos
mientras no se pruebe lo contrario. (Véase la sección 9.4, sobre el nefando aislamiento
de la psicología cognitiva de los restantes compartimentos de la ciencia de la conducta
y de la mente.)
La últim a razón de la im posibilidad de trazar u na clara dem arcación entre los
distintos fenóm enos psicológicos, y por ende entre los subcam pos correspondientes de
nuestra l ieiu in, t's In siguiente. T odos los fenóm enos psicológicos son procesos que
ocurren en el sistema nervioso o que están bajo el control del sistema nervioso. Y éste,
aunque unitario, está compuesto por una gran cantidad de subsistemas íntimamente
ligados entre sí y a otros sistemas corporales, como el muscular, el endocrino, el
inmunológico y el cardiovascular. Análogamente, sería imposible comprender en detalle
el movimiento de un coche si sólo se tuviera en cuenta la intención del conductor, el
aspecto mecánico, el termodinámico o el eléctrico. Una comprensión adecuada del sistema
coche-conductor-carretera reclama la atención de todos estos aspectos.
Por último, nótese que la unificación propuesta de la psicología sobre la base de
la neurociencia no es la única posible desde el punto de vista lógico. Hay una propuesta
alternativa y mucho más popular, a saber, dejar de lado el sistema nervioso en conjunto
e interpretar todo fenómeno psicológico como un momento de un procesamiento de
información. Examinaremos esta propuesta en la sección 5.4. Por ahora baste con decir
que la rechazamos enfáticamente por distintas razones, entre las cuales citamos las
siguientes. Primero, porque, por ignorancia del sistema nervioso, corta el eslabón entre
psicología y neurociencia y, en consecuencia, no puede explicar los fenómenos psicoló
gicos, sino que se limita a redescribirlos en términos del lenguaje informático. Segundo,
porque la intentada reducción de la maravillosa variedad cualitativa de los fenómenos
conductuales y mentales a términos de computación empobrece la psicología. La psi
cología no versa sobre procesadores de información de propósito general, sino sobre
animales dotados de un sistema nervioso que es resultado de un largo proceso evolutivo,
que siguen un proceso de desarrollo, aprenden y desaprenden, y a veces — en el caso
de los vertebrados superiores— nos asombran por la ejecución de nuevas acciones o la
creación de nuevas ideas.
2.5. OBJETIVOS DE LA PSICOLOGÍA
Al analizar los objetivos de la psicología debemos comenzar por distinguir la investi
gación básica, por un lado, de la investigación aplicada y la práctica profesional, por
otro. Los objetivos de la psicología básica son o deberían ser los mismos que los de
cualquier otra ciencia básica, esto es, describir, explicar y predecir (o retrodecir) los
hechos que estudia.
La psicología científica es, por supuesto, más exigente que otros tipos de psicología.
En la psicología científica, las descripciones que se buscan son objetivas; las explicaciones,
válidas, y las predicciones (o retrodicciones), correctas. Se dice que una descripción es
objetiva si es un juicio aproximadamente verdadero sobre cuestiones de hecho y no un
producto de la ficción. Una explicación es válida si es un razonamiento válido que
implique únicamente hipótesis bien confirmadas y datos bien comprobados. Un razona
miento válido es una deducción de un conjunto de proposiciones de acuerdo con las reglas
de la lógica deductiva. A veces, los razonamientos no deductivos, tales como los analógicos
y los inductivos, son fructíferos; pero carecen de validez formal. No hay reglas universales
de inferencia analógica o inductiva. Por último, una predicción (o una retrodicción) será
correcta si, además de ser un razonamiento válido a partir de hipótesis confirmiuias y
datos seguros, cuenta con el sostén de la observación o el experimento.
No nos demoraremos en las mencionadas operaciones típicas de la ciencia básica,
porque son objeto de desarrollo en obras de epistemología, metodología y filosofía de
la ciencia (por ejemplo, Bunge, 1983a, 1983b, 2000). Pero nos apresuramos a señalar
que no hay consenso entre los psicólogos sobre estas cuestiones. En particular, hay
escuelas enteras de pensamiento que niegan la posibilidad de la objetividad, otras que
niegan la existencia o incluso la posibilidad de hipótesis generales bien confirmadas
(esto es, leyes), y hay todavía otras que niegan la necesidad de explicación en psicología.
Examinemos estas opiniones.
El movimiento anticientífico y sus filósofos afirman que en ciencia no es posible
la objetividad, puesto que no hay diferencia real entre ciencia y no-ciencia. Algunos
pretenden que esto se debe a que los científicos tienen tantos prejuicios como los legos,
y otros a que los científicos crean los hechos en vez de descubrirlos en el mundo
exterior. Un análisis de la investigación científica demuestra que ambas afirmaciones
son erróneas. La primera, porque incluso en el caso de un individuo con prejuicios, si
pertenece a una comunidad científica, ha de someter sus procedimientos y descubrimien
tos individuales al examen crítico de sus pares. Por ejemplo, los resultados de un
investigador no se aceptan, en general, a menos que hayan sido obtenidos según ciertas
normas y a menos que puedan ser reproducidos por investigadores independientes. Esto
no quiere decir que el prejuicio, el error e incluso el fraude brillen por su ausencia en
la ciencia, sino que se los puede descubrir y corregir. El conocimiento científico no es
perfecto, pero es perfectible.
En cuanto a la tesis subjetivista según la cual los hechos no están allí fuera, sino
que son criaturas de los científicos, no deja de tener una pizca de verdad. En realidad
el experimentador puede provocar fenómenos que normalmente no ocurren en la natu
raleza. Por ejemplo, puede entrenar a una paloma para que discrimine entre ciertos
dibujos, o a un mono para que utilice rudimentos del Lenguaje Americano de Signos.
Pero esos hechos ocurren en el mundo real; no son ficciones de la imaginación cien
tífica. También es verdad que pueden aparecer “artefactos”, tales como aureolas en tomo
a focos luminosos, en el trabajo experimental, pero finalmente pueden ser descubiertos
y corregidos (por ejemplo, mediante la alteración del diseño experimental). Los científi
cos pueden modificar el mundo en pequeña escala, pero no pueden crearlo. Han nacido
en el mundo y tratan de explicarlo. En cambio, el interés primordial de los teenólogos
ch controlar y aun remodelar la realidad. Sin embargo, tanto teenólogos como científi
cos admiten más o menos tácitamente la existencia real del mundo exterior. Si no lo
hicieran, no emprenderían su estudio, ni probarían sus hipótesis y sus proyectos. Que
lo conozcan o no, no cambia el hecho de que son científicos realistas (Bunge, 1983b,
1985, 2000b).
Los enemigos de la psicología científica, e incluso unos pocos practicantes de la
minina, se lamentan de que la corriente principal de la psicología desdeñe al individuo.
A lgunos de ellos llegan a afirmar que los individuos son tan únicos que las leyes
(ideológicas son imposibles. La primera acusación se justifica hasta ahora en que no
Imy ciencia «Ir lo individual (lo único, Aristóteles). Pero carece de justificación desde
el m om ento en <|in\ milvo para el caso del universo com o totalidad, todo individuo, sea
átomo o sociedad, es semejante a algún otro individuo en una cantidad de aspectos,
mientras al mismo tiempo presenta sus idiosincrasias. (De no ser por esas semejanzas,
los conceptos generales serían inútiles.) Esas semejanzas hacen posible categorizar (es
decir, agrupar) cosas diferentes en especies, e hipotetizar leyes que satisfacen todos los
miembros de una especie dada. En verdad, tales generalizaciones pueden estar sugeridas
por el examen de un puñado de casos, como ocurre casi siempre en Piaget. Pero la
prueba de toda generalización reclama el examen de una muestra representativa de
la especie (población).
Lo mismo que cualquier otra ciencia, la psicología estudia tanto los individuos
como las especies. Estudia los individuos con la esperanza de encontrar pautas gene
rales, y utiliza estas últimas para explicar las idiosincrasias. Hay un flujo conceptual
constante entre los individuos y la especie, y a la inversa. Pero, mientras que en la
investigación básica el flujo más fuerte es el que va de los individuos a la especie, en
la ciencia aplicada y la tecnología, en cambio, la más fuerte es la corriente inversa.
En verdad, mientras que en la primera el estudio del individuo es un medio para la
busca de la pauta general, en las aplicaciones del modelo es un medio para comprender
y tratar al individuo. Por ejemplo, el hallazgo (ley) de que todos los casos de trastorno
mental X están causados por deficiencia del elemento químico Y, permitiría al psiquiatra
tratar los casos individuales X con dosis de Y.
Con respecto a la controversia sobre la explicación, en psicología la situación es
la siguiente. Los positivistas, desde Comte hasta el Círculo de Viena, no creyeron en la
explicación y exaltaron la descripción. Los conductistas, de Watson a Skinner, adopta
ron esa actitud y afirmaron que los psicólogos sólo debían ocuparse de describir la
conducta manifiesta y poner de manifiesto las relaciones constantes entre estímulos y
respuestas. La deliberada restricción a la descripción no fue precisamente un caso de
sometimiento a una escuela filosófica; fue un acto de rebelión contra las explicaciones
seudocientíficas por entonces prevalecientes en psicología, esto es, explicaciones en
términos teleológicos y mentalistas. Esta situación se ha visto radicalmente modificada
con la consolidación de la psicología fisiológica, que a veces está en condiciones de ex
plicar por qué el sujeto hace lo que hace. Mientras que previamente los psicólogos tra
taban de dar razón de la conducta en términos de causas finales e ideas, los neurofisiólogos
tratan de explicar tanto la conducta como la vida mental en términos neurofisiológicos.
En resumen, la explicación científica se vuelve hoy posible en psicología. Y es necesario
que así sea, pues sin ella no hay comprensión ni motivación para orientar la investi
gación a fin de comprender. (Más información en la sección 13.3.)
Las mismas leyes y datos que se utilizan para explicar los hechos psicológicos
pueden utilizarse también para predecirlos o retrodecirlos. Así, si sabemos que una dieta
pobre en proteínas desemboca en déficit irreversibles en el desarrollo de neocórtex, pode
mos predecir que todos los niños de un cierto grupo social que vive casi exclusivamente
de maíz serán adultos que padezcan de déficit intelectual. E inversamente, cuando se
encuentre un grupo de adultos con estas características, podemos aventurar la hipótesis
de que en su niñez fueron víctimas de una dieta pobre en proteínas (caso de relrodiceión).
Pero, por supuesto, tanto la predicción como la retrodicción deben ser com probadas.
La importancia teórica de la predicción y la retrodicción es evidente: permiten verificar
la verdad de nuestras hipótesis. Y no menos evidente es su importancia práctica: per
miten provocar ciertos fenómenos o impedir que sucedan.
La predicción, la explicación e incluso la descripción se llevan mejor a cabo con
ayuda de teorías (esto es, de sistemas hipotético-deductivos). (Un sistema hipotético-
deductivo es un conjunto de proposiciones, cada una de las cuales es o bien una hi
pótesis inicial, o axioma, o bien una consecuencia deductiva, inmediata o remota, de
uno o más axiomas). Todo conjunto de proposiciones que comparte referentes (las cosas
descritas) y predice (denota propiedades o relaciones) puede organizarse en una teoría.
Tal organización lógica tiene una cantidad de ventajas. En efecto, se adapta a la
sistematicidad que se ha hallado en la realidad, reúne las ideas e incrementa la cantidad
de sostenes empíricos directos o indirectos de cada idea del sistema, facilita la inferencia
y, por último, aunque no lo menos importante, minimiza la cantidad de ideas a recordar.
Naturalmente, no todas las teorías tienen el mismo valor. Las teorías más poderosas
son las que combinan el máximo vigor y generalidad con la máxima exactitud, profun
didad y verdad. La teoría A es más fuerte que la teoría B si B se sigue de A. La teo
ría A es más general que la teoría B si la clase de referencia de A incluye la de B.
( Es decir, si A versa sobre todos los objetos sobre los cuales versa B y sobre otros más.)
A es más exacta que B Ú A utiliza más matemáticas que B. A es más profunda que
tí si A explica todo lo que explica B, pero no a la inversa. Y A es más verdadera que B
si A realiza predicciones o retrodicciones más correctas que B. (Para detalles, véase
Bunge, 1983b, 2000a.)
Por ejemplo, una teoría que explique la habituación en todos los organismos es más
general que otra que explique el mismo proceso únicamente en los invertebrados.
Un modelo matemático de un sistema celular es más exacto que el modelo correspon
diente, expresado en lenguaje ordinario. Una teoría neuropsicológica de la solución de
problemas — aún por construir— será más profunda que una teoría fenomenológica
- -o de caja negra— acerca del mismo proceso. Y una teoría sobre la locomoción
que implique no sólo estímulos externos, sino también estados internos, es probable que
tenga mayor poder predictivo.
Sin embargo, necesitamos teorías de todas las potencias posibles. En particular,
necesitamos teorías especiales (esto es, modelos conceptuales) junto con otras generales,
porque hay pautas generales y pautas especiales. Y al comienzo debemos formular
teorías modestas, que luego remplazaremos por otras más generales y exactas, así como
más profundas y verdaderas. Unicamente esas teorías potentes pueden ayudar a mejorar
nuestras descripciones, explicaciones y predicciones actuales de sucesos conductuales
y mentales. Si se duda de esto, considérese el papel cada vez más importante de la teo
rización en disciplinas tales como la física nuclear, la astronomía, la genética, la fisio
logía y la sociología.
Lam entablem ente, la psicología actual es extrem adam ente pobre en teorías p ropia
m ente dichas (sistem as hipotético-deductivos). Y m ás pobre aún es en teorías científicas
(tro llas eompioliahU'N cxpcrim entalm ente y en arm onía con nuestro m ateo general de
ro h o riin iciiln ) 11uv Ih ’n niusas que explican este estado de cosas. I lim o* el prejuicio
romántico contra las teorías: recuérdese la máxima de Goethe acerca de lo gris de las
teorías, mientras que el árbol de la vida es verde. Este prejuicio es particularmente
intenso cuando se trata de teorías en psicología y en ciencias sociales, que a menudo
se consideran inevitablemente blandas. Una segunda causa reside en el prejuicio antiteórico
de la filosofía positivista inherente al conductismo radical: recuérdese la comunica
ción de Skinner de 1950, titulada “¿Son necesarias las teorías del aprendizaje?” Una
tercera causa probablemente sea un efecto de estos prejuicios antiteóricos, a saber, la
inadecuada formación matemática que comúnmente reciben los estudiantes de psicología.
En todo caso, la pobreza teórica de la psicología actual no sólo es un indicador de
subdesarrollo de nuestra disciplina, sino también un serio obstáculo para la investiga
ción experimental. En verdad, si nuestras ideas son escasas, dispersas y no muy precisas
ni demasiado profundas, lo más probable es que nuestros proyectos experimentales no
sean imaginativos y que la interpretación de nuestros descubrimientos experimentales
sea ambigua. Todo el que admita la corrección de nuestro diagnóstico debe acordar que,
de aquí en adelante, debiera impulsarse con mucho más vigor la investigación teórica,
y en particular la construcción de modelos matemáticos de los sistemas neurales aunque,
claro está, en estrecho contacto con el trabajo experimental.
Suficiente, por ahora, en cuanto a la teoría y su valor para la descripción, la ex
plicación y la descripción. A veces, a la investigación en psicología humana se le exige
una condición más: la de que sea ecológicamente válida (Neisser, 1976, Introducción).
Se dice que una hipótesis o teoría tiene validez ecológica en psicología humana sólo
si aborda problemas interesantes (“pertinentes”) acerca de gente real en situaciones
ordinarias. Si, en cambio, una teoría pasa por alto la mayor parte de los fenómenos y
sólo se refiere a situaciones artificiales (de laboratorio), entonces se dice que carece de
tal validez. La validez ecológica no tiene nada que ver con la verdad. Una teoría pue
de ser ecológicamente válida, pero falsa (como el psicoanálisis), o significativamente
verdadera, pero ecológicamente inválida (como una teoría del aprendizaje de un labe
rinto); o, por último, puede no ser verdadera ni tener validez ecológica (como la mayoría
de los modelos de procesamiento de información).
La invalidez ecológica de gran parte de la psicología científica se advierte cuando
se piensa en que el amor, una de las emociones humanas más intensas y admirables,
cantada por poetas y descrita y analizada por novelistas y dramaturgos, apenas ha
atraído la atención de los psicólogos científicos. En una célebre comunicación titulada
“La naturaleza del amor”, el distinguido primatólogo Harlow (1958) regañaba a los
psicólogos por descuidar el estudio del amor, y procedía a describir sus ya clásicos
experimentos acerca de los sustitutos de alambre y de ropa de la madre mona. A partir
de entonces, docenas de psicólogos han estudiado el vínculo de afecto entre la madre
y su hijo pequeño. Pero el amor del adolescente y el del adulto, lo mismo que la amistad,
han seguido descuidados por la gran mayoría de los psicólogos. Incluso aquellos que
no tienen orientación psicoanalítica — que son la inmensa mayoría— han preferido
centrarse en el componente sexual del amor, con ignorancia de otros componentes.
En cuanto a los objetivos de la investigación aplicada y la práctica, son dioices y
eficientes. Eficacia es la capacidad para producir de manera permanrnlr no musió-
nal— los efectos deseados; en este caso, ayudar a los pacientes en alguna dificultad de
orden psicológico. Eficiencia es el bajo coste (esto es, baja relación input-output). La
terapia de conducta es un ejemplo de procedimiento al mismo tiempo eficiente y eficaz
en el tratamiento de ciertos trastornos como, por ejemplo, la drogadicción y las fobias.
En cambio, el psicoanálisis es un precioso ejemplo de una técnica al mismo tiempo
ineficaz (no funciona) e ineficiente en su coste. Volveremos sobre estas cuestiones en
el capítulo 12.
Terminaremos esta sección con una lista de diversas condiciones que un ítem de
nuestra disciplina — sea dato o predicción, hipótesis o teoría, método o proyecto expe
rimental— puede satisfacer o no satisfacer. Estipulamos que el ítem X es
1] ontológicamente válido, si X se refiere a animales reales (en lugar de a espíritus
desencamados o personajes de ficción) o a medios para estudiarlos;
2] metodológicamente válido, si X es
a] un procedimiento o un proyecto escrutable y justificable.
b] un dato o una predicción obtenida o controlada con ayuda de un procedi
miento o proyecto que satisfaga la condición a],
c] una hipótesis o una teoría comprobable con ayuda de ítem de los tipos
a] o b\,
3] aléticamente válido, si X es un dato, predicción, hipótesis o teoría que se en
cuentra suficientemente verdadera mediante la utilización de ítem metodoló
gicamente válidos (esto es, que satisfacen la condición anterior);
4] ecológicamente válido, si X tiene interés para más de un investigador particular
(o grupo de investigadores) que utilizan X, y A' es pertinente a situaciones
vitales reales;
5] prácticamente válido, si es al mismo tiempo eficaz y eficiente.
Por ejemplo, mientras que la neuropsicología del aprendizaje satisface los cinco
•spectos, la parapsicología sólo tiene cierta validez metodológica, el psicoanálisis y la
psicología humanista sólo alguna validez ecológica, y la psicología filosófica no tiene
ninguna de las cinco. (Véase la sección 5.5, sobre una crítica metodológica de la
psicología popular.)
2 , 6 . RESUMEN
Se supone que la psicología estudia la conducta y la vida mental, en caso de que exis
ta, de los animales capaces de aprendizaje. Este estudio tiene tres objetivos cognitivos
- la descripción, la explicación y la predicción— y una meta práctica, a saber, el
tratamiento de trastornos de conducta o mentales. Nuestra próxima cuestión será la
relativa a la mejor manera de alcanzar esas metas.