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Desobediencia Civil

La desobediencia civil, definida por John Rawls como un acto público y no violento contra la ley, busca generar un cambio en leyes injustas y se ampara en derechos fundamentales como la libertad de expresión y participación política. Aunque existen vías judiciales para impugnar leyes, el tiempo que requieren puede ser excesivo, lo que justifica la desobediencia civil en casos de violaciones graves a los Derechos Humanos. La responsabilidad penal de quienes practican la desobediencia civil debe ser evaluada considerando la constitucionalidad de la ley en cuestión y el contexto moral de su acción.

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Desobediencia Civil

La desobediencia civil, definida por John Rawls como un acto público y no violento contra la ley, busca generar un cambio en leyes injustas y se ampara en derechos fundamentales como la libertad de expresión y participación política. Aunque existen vías judiciales para impugnar leyes, el tiempo que requieren puede ser excesivo, lo que justifica la desobediencia civil en casos de violaciones graves a los Derechos Humanos. La responsabilidad penal de quienes practican la desobediencia civil debe ser evaluada considerando la constitucionalidad de la ley en cuestión y el contexto moral de su acción.

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Una de las definiciones más concisas y acertadas de la

desobediencia civil, es la dada por John Rawls, quien la define


como un “acto público no violento, consciente y político, contrario a
la ley, cometido habitualmente con el propósito de ocasionar un
cambio en la ley o en los programas de gobierno”.

Es decir, la desobediencia civil implica la violación de una ley


mediante una acción, generalmente pacífica, destinada a ser
contemplada por ciudadanía y clase política. Su finalidad es
generar una reflexión colectiva capaz de tumbar la ley injusta,
concienciando a los ciudadanos sobre el mal que provoca e
invitándoles a movilizarse para acabar con ella.

La ley que se incumple puede ser directamente la que se combate


(por ejemplo, acoger a un inmigrante sin papeles cuando hay una
ley que lo prohíbe). Pero también se puede incumplir una ley
distinta de la que se quiere derogar, usando dicho incumplimiento
como instrumento para combatir la ley injusta (por ejemplo, cortar
una carretera ilegalmente para detener un autobús que lleva a la
deportación a un grupo de inmigrantes sin papeles, y ello con el fin
de denunciar la ley en virtud de la que se les deporta).

En tal sentido, el filósofo Ronald Dworkin admite un derecho “en el


sentido fuerte” a desobedecer la ley. “Tiene ese derecho (el
ciudadano) toda vez que la ley invade injustamente sus derechos”.
Y es que la desobediencia civil se ampara en el ejercicio de tres
derechos fundamentales reconocidos en la generalidad de
constituciones (y también en la española): libertad de conciencia,
libertad de expresión y participación política.

El ciudadano que practica la desobediencia civil ejerce su libertad


de expresión por cuanto busca transmitir un mensaje de denuncia
contra la ley injusta. También ejerce su libertad de conciencia, pues
la ley choca contra sus principios éticos más elementales y siente
la necesidad moral de combatirla, ya que permanecer quieto ante
la injusticia es incompatible con su conciencia. Finalmente, la
desobediencia civil se ampara en la participación política, pues al
ejercerla el ciudadano busca participar en los asuntos públicos
mejorando la realidad social a través de la denuncia de una ley que
viola los derechos de sus semejantes.

Ahora bien, para que una ley aprobada mediante los cauces
legales pueda ser legítimamente desobedecida, es preciso que su
nivel de injusticia sea muy elevado. Ello sucede cuando vulnera los
Derechos Humanos, siendo ésta la causa fundamental que permite
justificar el ejercicio de la desobediencia civil. Así, Julieta Marcone
afirma que el derecho a tener derechos implica el derecho a
desobedecer la ley que los vulnera.

Los detractores de la desobediencia civil afirman que ésta carece


de sentido porque existen tribunales (como el Tribunal
Constitucional) con capacidad para anular las leyes que violen los
Derechos Humanos. Pero, como en su día señaló Henry Thoreau,
el agotamiento de las vías judiciales requiere “demasiado tiempo y
se invertiría toda la vida”. Un procedimiento judicial que culmine en
la anulación por el Tribunal Constitucional de la ley injusta, puede
llevar hasta una década, y no puede exigirse a los ciudadanos que
la soporten durante todo ese tiempo.

Y ello sin perjuicio de que, tristemente, la elección política de los


magistrados del Tribunal Constitucional (nombrados directamente
por Parlamento y Gobierno) es un poderoso lastre para su
independencia. Lo mismo puede decirse de los magistrados del
Tribunal Supremo, que son elegidos por el Consejo General del
Poder Judicial, cuyos integrantes son a su vez elegidos por el
poder político y cuentan con una enorme libertad para nombrar a
los magistrados que consideren más convenientes, ya que no
existe un baremo objetivo y riguroso para medir qué magistrados
son más capaces y competentes para integrarse en el Tribunal
Supremo. Es por ello que el Consejo de Europa, año tras año,
requiere sin éxito a España para que garantice la independencia
judicial.

En esta tesitura, surge la cuestión del castigo que deberán tener


quienes, practicando la desobediencia civil, cometen una infracción
penal como puede ser el delito de desobediencia a la autoridad
policial. Examinando esta problemática, Rawls sostiene que “la
desobediencia civil (lo mismo que la objeción de conciencia) es uno
de los recursos estabilizadores del sistema constitucional, aunque
sea por definición, un recurso ilegal (...) ayuda a mantener y
reforzar las instituciones justas”.

En consecuencia, autores como Rawls entienden que cuando


pretenda enjuiciarse a quien haya practicado la desobediencia civil,
el tribunal ordinario encargado de ello debería dejar en suspenso el
proceso hasta que el Tribunal Constitucional se pronuncie acerca
de la constitucionalidad de la ley contra la que se lucha.

Es más, en sistemas como el español el juez podría aprovechar la


figura de la cuestión de constitucionalidad, que le permite dejar en
suspenso el proceso penal y pedir al Tribunal Constitucional que se
pronuncie sobre la constitucionalidad de la ley contra la que
luchaba el desobediente civil, pues esta cuestión tendrá un impacto
determinante en su condena.
Entendemos que, si la ley es finalmente declarada inconstitucional,
el desobediente civil debe quedar libre de responsabilidad penal,
siempre y cuando no haya practicado la violencia, pues se ha
limitado a desobedecer una ley que, por su inconstitucionalidad,
nunca debió existir. En los casos de desobediencia civil violenta,
consideramos que sólo procedería exención de responsabilidad
penal si la violencia se ciñó a una estricta autodefensa, esto es, a
protegerse del uso abusivo de la fuerza contra el desobediente civil
por parte de los agentes de policía, limitándose exclusivamente a
detener la agresión.

Esta exención de responsabilidad penal se produciría por


aplicación del artículo 20.7 del Código Penal, que impide condenar
a quien cometa un acto que resulte ilícito en abstracto cuando
actúe “en cumplimiento de un deber o en el ejercicio legítimo de un
derecho, oficio o cargo”, lo cual justifica los actos de desobediencia
civil contra una ley que contradiga los derechos reconocidos en la
Constitución. Siendo deber de todo ciudadano garantizar los
derechos constitucionalmente reconocidos, quien luche contra una
ley que los viole estará cumpliendo un deber y, a la vez, ejerciendo
sus derechos fundamentales.

También podría ampararse la exención de responsabilidad penal


por “estado de necesidad” prevista en el artículo 20.5 del Código
Penal. Este artículo ampara a quien “para evitar un mal propio o
ajeno lesione un bien jurídico de otra persona o infrinja un deber,
siempre que concurran los siguientes requisitos: 1. Que el mal
causado no sea mayor que el que se trate de evitar; 2. Que la
situación de necesidad no haya sido provocada intencionadamente
por el sujeto; 3. Que el necesitado no tenga, por su oficio o cargo,
obligación de sacrificarse”.

Aquí nos encontraríamos, en palabras de María José Falcón y


Tella, ante un “estado de necesidad moral”, es decir, un imperativo
moral que impide estar quieto a quien practica la desobediencia
civil, y le obliga a luchar por los derechos de los demás.

Pero, ¿qué sucedería si la ley combatida es declarada


constitucional? En este sentido, María José Falcón y Tella ha
realizado un interesante estudio sobre la aplicabilidad de las
eximentes y atenuantes que existen en el Derecho Penal español
en este caso. Las eximentes privarían de responsabilidad penal,
mientras que las atenuantes limitarían la pena reduciendo su
duración.

Pues bien, el artículo 14.3 del Código Penal dispone que “el error
invencible sobre la ilicitud del hecho constitutivo de la infracción
penal excluye la responsabilidad criminal. Si el error fuera vencible,
se aplicará la pena inferior en uno o dos grados”. De este modo, si
el ciudadano enjuiciado sufría un error invencible sobre la ilicitud de
la conducta por la que se le juzga, queda libre de responsabilidad
penal, mientras que si el error es vencible, se minora su pena.

El error invencible sobre la ilicitud de la conducta es aquel que no


podría ser apreciado en ningún caso por el ciudadano medio, es
decir, se da cuando ninguna persona poseedora del nivel
intelectual y cultural propio del ciudadano común, pudiese darse
cuenta de que la conducta que realizaba era ilícita. En cambio, el
error vencible sucede cuando, si bien el ciudadano medio podría
percibir la ilegalidad de la conducta realizada, esto le resulta
especialmente dificultoso y dicha dificultad ha de tenerse en cuenta
a la hora de sancionarle.

Cuando la constitucionalidad de la ley combatida sea


profundamente dudosa, aunque finalmente el Tribunal
Constitucional no la declare inconstitucional, entendemos que,
como mínimo, debería aplicarse la figura del error vencible,
minorándose la pena en uno o dos grados, pues el ciudadano
medio podía tener una legítima y razonable convicción sobre la
inconstitucionalidad de la ley que denuncia y, en consecuencia, de
la justicia de su desobediencia.

También debe aplicarse a la desobediencia civil el atenuante de


confesión recogida en el art. 21.4 CP, desde el momento en el cual
la desobediencia es un acto público, por lo que quien la practica lo
hace sin ánimo de ocultación alguno y ante la vista de la autoridad.
De otra parte, el artículo 21.1 del Código Penal establece que las
causas de exención de responsabilidad penal (como el estado de
necesidad) se considerarán atenuantes cuando no se den
plenamente los requisitos que las caracterizan. Por ejemplo, el
estado de necesidad moral que expusimos en anteriores párrafos
puede desvirtuarse como causa de exención porque finalmente la
ley contra la que se combatía fuese declarada constitucional, pero
esto no impide que se mantenga como atenuante si el ciudadano
obró defendiendo los derechos consagrados en la Constitución,
dado que su imperativo moral a la hora de luchar por los derechos
de los demás era sumamente poderoso (lo cual mantiene
parcialmente el estado de necesidad).

Finalmente, a la hora de castigar la desobediencia civil siempre


deberá tenerse en cuenta la doctrina del efecto desaliento. Esta
doctrina, admitida por el Tribunal Constitucional, viene a decir que
si un ciudadano se excede en el ejercicio de un derecho
fundamental, la sanción que sufra por ello siempre deberá ser
comedida y limitada.

La razón es que, si los ciudadanos sufren castigos


desproporcionados por extralimitarse en el ejercicio de un derecho
fundamental (como la libertad de expresión), en el futuro temerán
volver a usarlo por miedo a sufrir una sanción demoledora y, muy
posiblemente, dejarán de ejercer sus derechos por el citado clima
de miedo (ya que, en muchos casos, es difícil determinar dónde
está la línea roja que separa el legítimo ejercicio de un derecho
fundamental y la extralimitación en el mismo).

Dada la íntima conexión entre desobediencia civil y derechos


fundamentales, esta doctrina es claramente aplicable a su
enjuiciamiento.

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