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Noveno Grado Identidad Política

El documento analiza la crisis política e institucional en El Salvador, enfatizando la importancia de la identidad política y su evolución desde el pensamiento primitivo hasta la conformación de instituciones. Se argumenta que la identidad se construye a través de narrativas y prácticas discursivas, y es crucial para la movilización política. Además, se destaca la necesidad de una nueva intelectualidad en la izquierda salvadoreña para ofrecer un relato alternativo al discurso del poder.
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Noveno Grado Identidad Política

El documento analiza la crisis política e institucional en El Salvador, enfatizando la importancia de la identidad política y su evolución desde el pensamiento primitivo hasta la conformación de instituciones. Se argumenta que la identidad se construye a través de narrativas y prácticas discursivas, y es crucial para la movilización política. Además, se destaca la necesidad de una nueva intelectualidad en la izquierda salvadoreña para ofrecer un relato alternativo al discurso del poder.
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Identidad política

La crisis política e institucional que vive el mundo global y, dentro de


ella, el problema nacional de gobernabilidad, gobernanza y desarrollo de
el Salvador motiva a investigar el ser de las instituciones políticas y su
ubicación en la naturaleza político-social del hombre, para precisar cuál
fue el primer acto racional del hombre al evolucionar de primate a ser
humano en millones de años existiendo en el planeta Tierra. La
problemática se inicia cuando el hombre comenzó a pensar; por tanto,
afirmamos que su primer pensamiento fue político. Entonces
preguntarnos: ¿cuál es el factor que determina el ser político-social del
hombre y sus instituciones políticas? La conjetura es la noción política en
el proceso de hominización y humanización como destino final del ser
humano en la búsqueda de su felicidad. Se utilizaron los métodos
histórico y hermenéutico, y como técnica el análisis de contenido. La
investigación concluye en que el pensar es un proceso de evolución del
homínido al humano en millones de años; además, la formación de la
conciencia humana, la existencia y evolución del hombre se inicia con
una decisión política que determina su proceso histórico-social,
materializándose en instituciones políticas, como base estructural del
poder.

Los debates registrados desde hace unas décadas en torno al concepto


de identidad han dado al traste con la noción de sujeto integral,
originario y unificado. La crítica ha venido desde la filosofía, con su
rechazo al sujeto racional cartesiano, hasta la crítica cultural apoyada en
el psicoanálisis y sus estudios del inconsciente y la formación de la
subjetividad. Paradójicamente este rechazo crítico de la idea clásica de
identidad ha ido acompañado de una revalorización de su valor teórico.
En el ámbito de la política, el problema de la identidad cobra
importancia porque permite comprender como se conforma el espacio
social, permitiendo a cada individuo encontrar su lugar en él. Las
identidades tienen menos que ver con los problemas de origen que con
los recursos de la historia, la cultura y la lengua. Más que a la pregunta
¿Quiénes somos?, responden a cuestiones relacionadas con ¿Qué
podemos ser?, ¿en qué debemos convertirnos? y ¿cómo nos
representamos ante nosotros mismos y ante los demás? De ahí su
fuerza movilizadora, su carácter agencial y, sobre todo, ideológico.

Las identidades surgen dentro de narrativas específicas, como resultado


de prácticas discursivas y estrategias enunciativas específicas. Emergen
en el juego de modalidades de poder, y por esta razón lejos de ser el
signo de algo previamente existente, son el resultado de la dominación
y exclusión. Precisan de lo que autores como Derrida, Laclau y Mouffe
llaman un “otro constitutivo”. Es ese “otro” concebido como una falta -
un extraño espectral del cual nos diferenciamos y, de hecho, deseamos
diferenciarnos- el que permite la constitución de una comunidad con la
que podemos identificarnos. Este cierre es lo que Stuar Hall denomina
“sutura”. No se trata de una recepción pasiva de los valores y prácticas
culturales de una comunidad por parte del sujeto, sino más bien de una
adopción temporal siempre sujeta a negociación; el sujeto se construye
al mismo tiempo que su identidad al insertarse en el campo social con el
cual se identifica. Un campo social que es simbólico e ideológico. Aquel
no es convocado sino investido en su posición, lo cual significa que la
sutura es un proceso de articulación más que de cierre unilateral.

En el seno del marxismo, fue Althusser el primero que se preocupó por


estudiar los mecanismos de subjetivación que hacen posible el
despliegue del poder: la reproducción de las relaciones sociales de
producción. En su trabajo Ideología y aparatos ideológicos del Estado,
introduce el concepto de interpelación. En su consideración, los
individuos son interpelados por una serie de aparatos ideológicos en los
cuales se reconocen, haciendo posible la reproducción del sistema
capitalista. El análisis de Althusser sin embargo no explica ¿cómo es
posible el reconocimiento para un sujeto que aún no ha sido
conformado? El desarrollo del psicoanálisis y su aprovechamiento por
parte de la teoría social ha ofrecido sugerentes respuestas a esta
problemática. La ideología es eficaz porque conecta con los niveles más
elementales de la psique y las pulsiones. Esto vuelve necesario explicar
el modo en el que el sujeto se intersecta en el campo social que es, en
definitiva, donde funciona la ideología. El término adecuado para ello es
el de identidad.

Como vemos, la identidad es crucial para todo proyecto transformador.


La política requiere de la movilización y esta solo es posible ahí donde
las personas se identifican, en lo más profundo de su ser con una causa.

Lo primero que hay que decir es que no siempre esta identificación es


un hecho consciente, y el potencial de su incidencia está en proporción
inversa con el grado de consciencia que tenemos de ella. Es por eso que
los espacios políticos por excelencia son aquellos comúnmente tenidos
por “despolitizados”. Aquellos lugares donde se comentan con la mayor
inocencia y la menor sospecha, las situaciones que afectan el día a día -
un parque, un estadio de fútbol, la escena de una película, una iglesia o
una cena en el comedor, constituyen los espacios donde de manera
acuciante se hace sentir el rasgo agencial de la ideología. Se trata de
espacios en los que actúa “la normalidad”, es decir, la identidad propia
de una comunidad asumida con naturalidad.

Ahí donde un discurso se asocia a la normalidad, triunfa una identidad


específica, permitiendo que se rechace todo aquello que aparece en el
horizonte como una amenaza. Es lo que vemos cada vez que se abre el
debate sobre cuestiones como el aborto, la educación sexual o el salario
mínimo. La fuerte aversión que causan estos temas solo se puede
entender a partir de la identidad católica, neoliberal y occidentalizada
que históricamente se ha construido en nuestro país. No es posible
entender de otra manera que una buena parte de los trabajadores sean
partidarios de bajarles impuestos a los ricos, mantener bajos salarios y
se identifiquen con el estilo de vida consumista promovido por las series
de televisión norteamericanas. La identidad no solo tiene que ver con
ideas, también con el placer, los afectos y los deseos. La carga
valorativa positiva que tienen las relaciones políticas hacia los Estados
Unidos solo se entiende de esta manera ¿De qué otra manera se
entiende el que una embajadora que interviene directa y
constantemente en los asuntos internos del país cause simpatías, al
tiempo que se ven con recelos las relaciones con otros países, aun si
están marcadas por el respeto a la soberanía y la cooperación? Nuestra
subjetividad determina un aspecto esencial para la política ¿Quiénes son
nuestros amigos y quienes nuestros enemigos?

Nuestra identidad occidentalizada, neoliberal y consumista determina a


quienes consideramos nuestros amigos en el mundo, nuestro lugar en él
y nuestra proyección hacia el futuro. Un proyecto radical de
transformación debe comenzar por tener claro este punto. Es necesario
comprender que no se puede transformar una sociedad sin antes
modificar el sentido común de las personas, el cual ya de por sí es un
escenario de lucha y disputa permanente. Esto se logra, por un lado,
controlando una serie de dispositivos de producción cultural de enorme
importancia en una época marcada por las comunicaciones y el uso de
las tecnologías informáticas, y por el otro, mediante la creación de un
nuevo lenguaje que haga inteligible un proyecto alternativo a la
explotación capitalista. Para ello se precisa de una nueva
intelectualidad.

Una de las principales carencias en la izquierda salvadoreña es la


ausencia de intelectuales públicos con la capacidad y el vigor de crear y
posicionar un relato alternativo al que ofrece el poder. Es necesario
dejar de pensar que la gente vota a partidos conservadores o
reaccionarios por propia ignorancia. En mi opinión es la ausencia de un
relato crítico alternativo que haga frente al lenguaje del poder, lo que
permite que los discursos simplistas y demagógicos se posicionen con
tanta facilidad. Es el momento de poner nuestros esfuerzos en función
de ello, poniendo en marcha lo que Gramsci denominó “guerra de
posiciones”.

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