“Unidos por el bautismo, comprometidos con la misión”
AÑO JUBILAR 2025 – Arquidiocesis de Panamá
TEMA 3: DISCÍPULOS MISIONEROS: BAUTIZADOS Y ENVIADOS DESDE PANAMÁ
HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA
I. INICIO
En este tema deseamos proponer unos contenidos que permitan profundizar sobre la identidad
discipular y misionera de toda la Iglesia. En esta experiencia del año jubilar, deseamos impulsar con
nuevo ardor la misión ad gentes de la Iglesia, caminando juntos a la escucha del Espíritu, para ser
testigos de la fe en Jesucristo en la realidad de nuestros pueblos hasta los confines de la tierra.
El Resucitado, en sus apariciones a los discípulos después de Pascua, les dio un único mandato: “Id y
haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). Esa es la versión de Mateo.
Otros evangelistas señalan la misma tarea, pero destacan otros aspectos. Mateo habla de “hacer
discípulos” en la forma imperativa. En el texto griego más cercano al original, este es el único verbo que
aparece en este modo. Los otros tres verbos – ir, bautizar, enseñar – son participios que acompañan al
orden principal “hacer discípulos” y que describen el modo en que se ha de llevar a cabo la misión:
caminando, bautizando, enseñando. Pero el corazón de la misión, su meta, es hacer discípulos de todas
las naciones.
II. DESARROLLO
La misión no es proselitismo
Suena como un programa proselitista, pero en realidad no lo es. Para entender el mandato misionero de
Mateo, es necesario situarlo en el contexto de su Evangelio y de lo que quiere decir con “discípulo de
Jesús”.
El Papa Benedicto XVI, en Aparecida (2007), afirmó que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por
atracción. El Papa Francisco reforzó afirmando que “la comunidad de los discípulos de Jesús nace
apostólica, nace misionera, no proselitista. El Espíritu Santo la da en salida para que no permanezca
encerrada en sí misma, para que sea una extrovertida, una testigo contagiosa de Jesús” (Audiencia general,
11/02/2023).
De hecho, si cruzamos el texto de Mt 28,19-20 con la dificultad de la primera comunidad para acoger
entre sus miembros a los no judíos, testimoniada por Lucas en los Hechos de los Apóstoles y por Pablo
en sus cartas, nos damos cuenta de que este envío misionero no puede ser interpretado desde la
perspectiva de la conquista, sino desde la perspectiva de la apertura y la acogida de todas las personas
de todas las razas, culturas y etnias en la comunidad cristiana: nadie puede ser excluido.
Mateo busca animar a su comunidad a salir de la autocomplacencia, a no tener miedo de los demás, a
no encerrarse en sí mismos y a no tener prejuicios contra la diversidad. Los discípulos no estaban
preparados para esta tarea: para ellos las promesas mesiánicas estaban reservadas solo para el pueblo
de Israel (Hch 1,6). Poco a poco, siguiendo al Espíritu que abría caminos, sus mentes y sus corazones,
tuvieron que aprender que el Reino de Dios anunciado por Jesús estaba destinado a todos los pueblos y
que la llamada a ser sus discípulos se dirigía a todos los hombres.
Todo comienza con el encuentro con Jesús
¿En qué consiste “ser discípulo” de Jesús? Para responder a esta pregunta es necesario remontar el
Evangelio, especialmente desde la catequesis bautismal del Discurso de la Montaña (Mt 5-7), donde se
describe con precisión la propuesta de Jesús y su importancia para toda la humanidad. Todo comienza
con el encuentro con Jesús que habla a nuestro corazón (DAp 154), que “nos da un nuevo horizonte para
la vida y, por tanto, una orientación decisiva” (DAp 243). Esta fue la dinámica que encontramos ya en el
relato de los primeros discípulos (cf. Jn 1,35-49). Este encuentro se realiza concretamente a través de
una persona, de un amigo, de un catequista, de un misionero, a través de una comunidad cristiana viva
que reza, celebra, testimonia, evangeliza (DAp 256), a través del contacto con los pobres, los afligidos,
los enfermos, los marginados (Dap 257), meditando la Sagrada Escritura, participando en la liturgia,
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acercándose a los sacramentos, y de mil otras maneras que el Espíritu nos proporciona cautivándonos
para que prestemos atención para detener nuestra mirada, para encantarnos con algo profundo y
estremecedor que puede transformar nuestras vidas.
Seguir a Jesús es un proceso y se lleva a cabo en la misión
Les sucedió a los primeros discípulos en el mar de Galilea: eran pescadores que echaban sus redes en
el mar. Jesús pasó y dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron sus
redes, su barca y su padre, y lo siguieron (Mt 4,19-22).
El relato continúa: “Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena
Noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4,23) y los discípulos lo
seguían. No había seminario, ni noviciado, ni casa de formación. La misión de Jesús es la escuela misma
del discipulado. Por eso hablamos de discípulos misioneros, porque los seguidores de Jesús aprenden
“misionando”, acompañando y colaborando con Jesús en su misión de anunciar el Reino de Dios.
Jesús propone el proyecto de un hombre nuevo al grupo que lo sigue en el camino. También para el
evangelista Lucas, este viaje histórico de Jesús de Galilea a Jerusalén se convierte en un camino ideal,
el “camino de los discípulos” que siguen fielmente a su Maestro. El grupo de discípulos continuará este
camino desde Jerusalén hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). La misión se presenta ante todo
como un camino concreto de aprendizaje “para asumir el estilo de vida de Jesús, sus motivaciones, para
dirigir su destino y asumir su misión de hacer nuevas todas las cosas” (DAp 131). En la Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco afirma: “La intimidad de la Iglesia con Jesús es una
intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera” (EG 23).
Aprender a ser libres y pobres
A veces, sin embargo, el encuentro con Jesús no produce gran cosa. Es lo que le sucedió al joven rico
(Mc 10,17-22). Fue un encuentro intenso, profundo, donde Jesús miró al joven con amor (Mc 10,21) y le
encomendó una misión: “Ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y luego ven y sígueme”. Nótese
bien: el “ve” precede al “ven”, el seguimiento viene después de la misión. Nuestro joven, sin embargo,
se fue triste, porque tenía muchas posesiones que lo ataban y le impedían estar libre y disponible. Se
encerró en sí mismo y no se abrió al riesgo de seguir a Jesús. Para que esto suceda, el primer requisito
es aprender a hacerse pobre: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos” (Mt 5,3), dice la primera bienaventuranza. Dichoso el que voluntariamente se hace pobre para
enriquecer a los demás, podríamos decir en otras palabras. Es esta pobreza básica la que hace que el
discípulo esté disponible para el Reino con plena confianza y valentía. El discípulo es, por tanto, una
persona libre, fiel y generosa en su servicio a la comunidad y a los necesitados. Jesús no condena las
riquezas per se: condena a los ricos que acumulan riquezas solo para sí mismos (Mt 19,24; 6,19), así
como condena la idolatría del dinero (Mt 6,24). Ahora, si tienes, tienes que compartir, tienes que ofrecer
un servicio, tienes que dar tu vida y tus bienes.
En este sentido, hacerse pobre es el primer requisito para seguir a Jesús, que “de rico se hizo pobre”
(2Cor 8,9). Este es el paso fundamental de la iniciación cristiana que concierne al secreto más profundo
de la vida y al significado más refinado de la palabra “misión”, como lo describe el Documento de
Aparecida:
La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más
disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar
vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta
contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad
interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12,25). Aquí descubrimos otra ley
profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los
otros. Eso es en definitiva la misión (DAp 360).
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Este propósito no solo se aplica a los individuos. También se aplica a las comunidades y también a la
Iglesia como institución. El Concilio Vaticano II declaró que “la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, debe
seguir el mismo camino de Cristo: el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la
autoinmolación hasta la muerte” (AG 5).
Asumir la cruz
La pobreza de la que nos habla el Evangelio tiene un sentido de abnegación interior y exterior. Significa
hacerse efectivamente pobre, comprometerse en una vida sobria y austera, compartir la vida de los más
necesitados (GE 70), tocar con la mano la miseria humana, la carne sufriente de los demás (EG 270),
aprender a mirar la realidad desde adentro hacia afuera, desde el punto de vista de las víctimas y de los
crucificados de la historia, luchando por un mundo mejor para todos. Vivir intensamente la vida
cotidiana de la gente sencilla: “A la luz del Evangelio reconocemos su inmensa dignidad y su valor
sagrado a los ojos de Cristo, pobre como ellos y excluido entre ellos” (DAp 398).
Pero también hay una pobreza interior que hay que aprender y que se manifiesta en la ternura y en la
mansedumbre: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra” (Mt 5,4). Donde reina el
orgullo y la vanidad, donde cada uno se cree con derecho a elevarse por encima de los demás, donde
hay odio y arrogancia por doquier, Jesús propone a sus discípulos adoptar otro estilo (GE 71): despojarse
del propio ego, del propio orgullo, y dar cabida a la humildad, que no significa renunciar a la indignación,
al coraje y a la profecía, sino alimentar siempre una actitud positiva de acogida, de diálogo y de
comprensión. Los mansos, dice el Evangelio, verán cumplidas las promesas de Dios y “poseerán la
tierra”. Y esto es lo que tratamos de vivir como discípulos de Jesús, e invitamos a los demás a hacer lo
mismo.
Las Escrituras no hacen apología de los pobres y la pobreza. Condenan resueltamente toda situación
de necesidad, injusticia y opresión. Jesús no enseña a soportar el mal, sino a luchar para vencerlo. Para
vencer el mal, es necesario enfrentarlo y no huir de él. El mundo ignora el sufrimiento, escapa de
situaciones dolorosas, esconde, cubre, disimula. Sin embargo, ¡la cruz nunca puede faltar! (GE 75).
“Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados”, dice la tercera bienaventuranza. Los
que se compadecen de la angustia de los demás, los que “lloran con los que lloran” (Rom 12,15), los que
tocan las heridas de los hermanos, los que “se dejan traspasar por la aflicción y lloran en el corazón,
pueden llegar a lo más profundo de la vida y ser verdaderamente felices” (GE 76).
Enfrentando persecuciones
De esta manera, Jesús forma a sus discípulos para que participen en la vida divina, para que participen
en la misión de Dios. Las Bienaventuranzas siguen proclamando felices a los que tienen hambre y sed
de justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón –porque es del corazón de donde proceden
nuestras rectas intenciones –, a los que promueven la paz y, finalmente, a los perseguidos por causa de
la justicia.
No hay seguimiento de Jesús sin persecución. El Señor instruyó mucho a sus discípulos sobre las
inevitables persecuciones que les esperaban (Mt 10,17-24): porque la Buena Nueva a los pobres, que
anuncia la liberación de los presos, la recuperación de la vista de los ciegos, la liberación de los
oprimidos y un año de gracia del Señor (Lc 4,18), era una mala noticia para los ricos y poderosos. No
esperes que quien proclamó “depusieron de sus tronos a los poderosos y levantaron a los humildes” (Lc
1,52), que alguien pueda alegrarse por ello. Por el contrario, quienes están en el poder harán todo lo
posible para reprimir esta voz y esta acción que lucha por la construcción de una sociedad más justa y
solidaria. Nadie renuncia a sus privilegios. Por lo tanto, la persecución siempre acompañará la misión
de Jesús y sus discípulos. También se convierten en un criterio de discernimiento para el camino: si solo
estamos recibiendo aplausos, algo anda mal en la acción evangelizadora; si no estamos molestando a
la gente, significa que probablemente estamos nivelando el Evangelio hacia abajo, adaptándolo a los
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gustos del mundo. ¡Las aclamaciones, las alabanzas y los cumplidos son siempre una tentación en el
camino discipular!
Jesús nos invita a no renunciar nunca a la profecía, a la búsqueda de la justicia y la esperanza para los
pobres, porque “si no hay esperanza para los pobres, no habrá esperanza para nadie” (PG 67; DAp 395).
El Evangelio, el mensaje de Jesús, llama continuamente a cada sociedad, a cada historia y a cada
cultura, a una conversión desde dentro (EN 19), aunque siempre busque un diálogo positivo, abierto y
sin condenas.
Llamados a brillar
“Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra” (Mt 5,13-14), dice Jesús a sus discípulos. En realidad,
la verdadera Luz es Él, solo estamos llamados a reflejar esa Luz, a recordar que la Iglesia nunca puede
brillar con luz propia. Cuando la Iglesia pretende brillar con luz propia, se vuelve mundana, pierde su
referencia y se vuelve autorreferencial. De hecho, la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio
Vaticano II comienza exactamente así: “Siendo Cristo luz de las naciones ...” (LG 1).
Sea como fuere, los discípulos de Jesús están llamados a resplandecer, “para que el pueblo, viendo
vuestras buenas obras, glorifique al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). Este brillo proviene de una
conducta: el discipulado no es más que una propuesta de vida de quien no dice “¡Señor, Señor!”, sino
de quien practica la voluntad del Padre (Mt 7,21). El discípulo de Jesús es fundamentalmente un
practicante de la Palabra. Es en esta Palabra donde la iniciación cristiana busca forjar una identidad
particular sobre la base de “un aprendizaje gradual en el conocimiento, el amor y el seguimiento de
Cristo” (DAp 291). Por eso, “es necesario abrir el corazón para hacer de la Palabra alimento que,
entrando por la mente, toca el corazón, alimenta el espíritu, transforma la vida y es criterio de
experiencia comunitaria y de acción misionera” (Directrices Generales para la Acción Evangelizadora de
la Iglesia en Brasil 2019-2023, n. 148).
Para que el discípulo brille verdaderamente con la luz de Cristo, debe responderse a sí mismo:
“Si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si este es realmente el vademécum para la vida
cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. No basta leerlo, no es suficiente meditarlo.
Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras” (FRANCISCO, A las personas consagradas. Con
ocasión del Año de la Vida Consagrada, 2014, n. 2).
“Cuando la Palabra de Dios entra en la vida de las personas, se inician procesos de conversión personal,
comunitaria y pastoral, que las llevan a ser testigos valientes que anuncian lo que el Señor ha realizado en
sus vidas (cf. Mc 5,19). Así como es propio que el encuentro con Jesucristo vivo se convierta en una llamada
a la misión, la vida transformada se convierte en mensaje” (CONFERENCIA NACIONAL DE OBISPOS DE
BRASIL, Discípulos y Siervos de la Palabra de Dios en la Misión de la Iglesia, 2012, n. 60).
Cinco pasos
Este aprendizaje avanza por cinco escalones en la montaña de las Bienaventuranzas, produciendo una
cadencia por el estribillo: “han oído que se dijo a los antepasados ... pero yo les digo”:
1. “No matarás”, pero también humillar y ofender al hermano es lo mismo que matar (Mt 5,21-26):
los discípulos están llamados a vivir una fraternidad radical hacia todos los hombres, en cuanto
que todos somos hijos e hijas del mismo Padre, íntima y consanguíneamente hermanos y
hermanas de la misma familia. Esta es la cosmovisión según el Evangelio.
2. “No cometerás adulterio”, pero tampoco mirarás al otro o a la otra con una mirada de acoso (Mt
5,27-32; 6,22-23): desarrollar una capacidad de relación humana que garantice el respeto
más absoluto por el otro, en el dominio de los propios impulsos, en la responsabilidad por la
fidelidad y en el celo por la dignidad de los demás.
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3. “No perjurarás...”: no jures nada (Mt 5,33-37). Comprométete a decir solo la verdad y nada más,
con una comunicación abierta, honesta y sincera, sin disimulos ni intrigas, para construir
relaciones de confianza, porque si hay necesidad de “jurar”, esto indica que hay desconfianza.
4. “Ojo por ojo...”: no respondas al mal de ninguna manera (Mt 5,38-42). El discípulo está llamado
a pasar de relaciones de reciprocidad (“ojo por ojo, diente por diente”) a relaciones de
gratuidad que no sean violentas, no vengativas, no interesadas. Este es uno de los requisitos
más característicos del discipulado misionero.
5. “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”: pero yo te digo: “amad a vuestros enemigos” (Mt
5,43-48). Vivir la universalidad en el amor sin odio, sin prejuicios y sin límites lleva al discípulo
a ser como el Padre: “Porque si amas solo a los que te aman... ¿Qué haces que sea
extraordinario? Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt
5, 46-48).
Enviados a hacer discípulas las naciones
Con este último paso nos situamos en la cima del monte de Galilea, desde donde el Resucitado envía a
sus discípulos al encuentro de todos los pueblos (Mt 28,16). La vivencia de estos cinco preceptos
fundamentales – fraternidad, humanidad, verdad, gratuidad, universalidad – configura al discípulo de
Jesús, así como proyecta el camino de la vida plena para todos los pueblos: el mandato de “hacer
discípulos a todas las naciones” es, en efecto, una invitación a cada persona a emprender junto con la
Iglesia la ascensión al monte de las Bienaventuranzas.
Es un camino en el Espíritu que modela, eleva y abre relaciones basadas en la misericordia, la ternura y
el perdón; es una ascesis que hace profunda y plenamente humana la vida, esencia del Reino de Dios;
es también un umbral donde se juega la salvación o la condena del mundo, la plenitud o el fracaso de la
existencia de los individuos y de las sociedades (Mt 25,31-46). “Jesucristo es la plenitud que eleva la
condición humana a la condición divina para su gloria” (Dap 355), y también él “quiere que todos se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4).
III. CIERRE
Salir nunca fue fácil
Este es el proyecto de vida para el que los discípulos de Jesús fueron enviados al mundo. Sin embargo,
les tomó un tiempo entender y salir de su zona de confort. Como hemos dicho, el discipulado misionero
es un proceso de aprendizaje. Para la primera comunidad no fue diferente: su viaje desde Jerusalén
hasta los confines de la tierra fue vacilante, dramático y, al mismo tiempo, fascinante. Tuvieron que
aprender a enfrentarse a muchos retos, porque no estaban preparados para esta tarea.
En primer lugar, aún no habían entendido la propuesta de Jesús cuando el Señor, en una de sus
apariciones después de la Pascua, les habló del Reino de Dios durante cuarenta días (Hch 1,3). En
aquella ocasión, le preguntaron: “¿Es ahora el tiempo en que restaurarás el reinado de Israel?” (Hch 1,6).
A su entender, el objetivo de la misión era la restauración política del Reino de Israel, un pueblo
reconstituido y renovado en su totalidad, donde no había lugar para los no judíos. El libro de los Hechos
de los Apóstoles muestra cómo tuvieron que abandonar esta perspectiva cuando el Espíritu los empujó
fuera de Jerusalén hacia los samaritanos, los temerosos de Dios, y finalmente los paganos.
En la casa de Cornelio, un piadoso y temeroso centurión romano pagano que fue agraciado por una
visión del Ángel del Señor (Hch 10,2-3), Pedro finalmente tuvo que admitir que “Dios no hace acepción
de personas” (Hch 10,34). Pero la mayor sorpresa fue cuando el Espíritu descendió de repente sobre el
anfitrión y toda su familia, dejando atónitos a los judíos que acompañaban a Pedro, porque los paganos
eran tan merecedores de la gracia de Dios como los judíos: “¿Podemos negar el agua del bautismo a
estas personas que han recibido el Espíritu Santo, de la misma manera que nosotros lo hemos recibido?”
(Hch 10,47).
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Cambio de mentalidad
Este es el momento del gran viraje: comprender que los “otros”– los pobres considerados “pecadores”,
los samaritanos considerados “impuros”, los temerosos de Dios considerados “impedidos”, los paganos
considerados “idólatras” – también podían ser contemplados en las promesas de Dios a su pueblo, sin
convertirse al judaísmo. A nosotros hoy en día, esto nos parece bastante natural. Pero para los judíos del
primer siglo – y los apóstoles eran todos judíos observantes – esto implicó un cambio radical de
mentalidad, que consistió en renunciar a las dimensiones más sagradas de su propia tradición.
Una misión a las naciones no fue emprendida por Jesús en su ministerio antes de su pasión. No dio
ninguna indicación sobre cómo llevar a cabo esta misión ad gentes. Ciertamente, sin embargo, formó a
sus discípulos en una conciencia misionera basada en el anuncio del Reino de Dios y en la compasión
por todos los pobres (Lc 4,26; 6,20), los pecadores (Jn 8,11), los enfermos (Mt 11,5), las prostitutas (Lc
7,37), los excluidos (Mc 1,41), los enemigos (Mt 5,44), los paganos (Mt 8,10; 15,21-28). Sin embargo, la
vacilación de la comunidad apostólica a la hora de dirigirse a las naciones delataba el hecho de que no
estaba suficientemente preparada para esta tarea.
La misión como acción del Espíritu
El evangelista Lucas atribuye este desarrollo misionero a la acción del Espíritu. Fue el Espíritu quien
empujó literalmente a la comunidad hacia fuera: no fue una iniciativa espontánea, ni nació de un plan
de expansión o proselitismo, sino que surgió de una actitud de escucha, docilidad y percepción de la
irrupción de Dios en medio de los demás, que generó apertura, reconocimiento y aceptación por parte
de los discípulos de Jesús.
La Iglesia nace aquí como algo distinto de cualquier movimiento judío de la época. La Iglesia nace
históricamente como algo nuevo y original cuando acoge a los demás y realiza y asume la misión de
anunciar el Evangelio fuera de su entorno sociocultural. En efecto, después de que algunos discípulos
anunciaran el Evangelio no sólo a los judíos, sino también a los griegos, “la mano del Señor estaba con
ellos, de modo que un gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hch 11,20-21). A partir de esta
audacia, se formó en Antioquía una comunidad intercultural entre judíos y griegos. Fue allí donde los
discípulos recibieron por primera vez el nombre de “cristianos” (Hch 11,26).
El Evangelio de Mateo se escribió después de que hubieran tenido lugar todos estos acontecimientos.
Su propósito era invitar a una comunidad que aún se resistía a la acción del Espíritu, a abrirse y salir en
misión a todas las naciones: porque ésta es la marca característica de la Iglesia, intercultural, abierta a
todos, sin excluir a nadie.
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FICHA DE TRABAJO Ser discípulo de Jesús no consiste únicamente
en decir: ¡Sí, aquí estoy! Es entrar en un proceso
DISCÍPULOS MISIONEROS: BAUTIZADOS Y de acompañamiento personal y comunitario
ENVIADOS
que nos llevará a un cambio interior, a una
I. ELEMENTOS ORIENTADORES conversión y a vivir de manera determinada las
• Texto bíblico: Jesús dijo a sus discípulos: bienaventuranzas, la libertad y la aceptación de
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que la cruz. Un proceso que no estará libre de
vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en persecución. No hay seguimiento de Jesús sin
Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta persecución. El Señor instruyó mucho a sus
los confines de la tierra.» Hechos 1,8 discípulos sobre las inevitables persecuciones
Tema: Evangelizadores con Espíritu hasta los que les esperaban (Mt 10, 17-24) El sabía que la
confines de la tierra opción por los pequeños, los pobres y
Lema: Unidos por el bautismo Comprometidos oprimidos, no sería bien recibida por parte de
con la misión. los ricos, los grandes y poderosos.
Objetivo: Impulsar con nuevo ardor la misión
ad gentes de la Iglesia, caminando juntos a la El encuentro con Jesús
escucha del Espíritu, para ser testigos de la fe ¿En qué consiste “ser discípulo” de Jesús? Para
en Jesucristo en la realidad de nuestros pueblos
responder a esta pregunta es necesario
hasta los confines de la tierra.
remontar el Evangelio, especialmente desde la
Canto: HIMNO AÑO JUBILAR
catequesis bautismal del Discurso de la
Objetivo específico: Redescubrir el llamado Montaña (Mt 5-7), donde se describe con
de cada bautizado a un encuentro personal precisión la propuesta de Jesús y su
con Jesús, a ser discípulo, interpelado, iniciado importancia para toda la humanidad. Todo
y enviado por Jesús a ser testigo de la Buena comienza con el encuentro con Jesús que habla
Nueva en su contexto específico.
a nuestro corazón (DAp 154), que “nos da un
II. ORACIÓN PARA EL AÑO JUBILAR
nuevo horizonte para la vida y, por tanto, una
orientación decisiva” (DAp 243). Esta fue la
III. TEXTO ILUMINADOR : dinámica que encontramos ya en el relato de
Les sucedió a los primeros discípulos en el mar los primeros discípulos (cf. Jn 1,35-49). Este
de Galilea: eran pescadores que echaban sus encuentro se realiza concretamente a través de
redes en el mar. Jesús pasó y dijo: Síganme, y yo una persona, de un amigo, de un catequista, de
los haré pescadores de hombres. un misionero, a través de una comunidad
Inmediatamente dejaron sus redes, su barca y
cristiana viva que reza, celebra, testimonia,
su padre, y lo siguieron (Mt 4, 19-22). Mt 5, 1-16
evangeliza (DAp 256), a través del contacto con
- Iniciados y enviados: Las bienaventuranzas Mt los pobres, los afligidos, los enfermos, los
28,19 -20 - Id y haced discípulos a todas las marginados (Dap 257), meditando la Sagrada
naciones, bautizándoles en el nombre del Escritura, participando en la liturgia,
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y acercándose a los sacramentos, y de mil otras
ensenándoles a guardar todo lo que les he maneras que el Espíritu nos proporciona
mandado. cautivándonos para que prestemos atención.
para detener nuestra mirada, para encantarnos
IV. SÍNTESIS BREVE DEL MARCO TEOLÓGICO con algo profundo y sobrecogedor que puede
En la base de todo llamado, de toda vocación transformar nuestras vidas.
hay una primera etapa de la cual no podemos
prescindir: El encuentro personal con Dios en la Seguir a Jesús es un proceso y se lleva a cabo
Persona de Jesús. Es precisamente a partir de en la misión
este encuentro donde se desencadena un Les sucedió a los primeros discípulos en el mar
proceso de conocimiento, formación y llamado de Galilea: eran pescadores que echaban sus
al seguimiento desde una misión específica en
redes en el mar. Jesús pasó y dijo: “Síganme, y
la vida de cada bautizado. yo los haré pescadores de hombres”. Ellos,
inmediatamente dejaron sus redes, su barca y
su padre, y lo siguieron (Mt 4,19-22). El relato
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“Unidos por el bautismo, comprometidos con la misión”
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continúa: “Jesús recorría toda la Galilea, 2. A la luz del evangelio y de nuestra experiencia
enseñando en las sinagogas, proclamando la personal y comunitaria, ¿cómo se forman
Buena Noticia del reino y curando todas las nuevos discípulos?
enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4,23) 3. ¿A qué nos invita concretamente el Papa
y los discípulos lo seguían. No hay seminario, ni Francisco cuando nos habla de una Iglesia “en
noviciado, ni casa de formación. La misión de salida” y de “periferias”?
Jesús es la escuela misma del discipulado. Por
eso hablamos de discípulos misioneros, VI. TRABAJO EN GRUPO
porque los seguidores de Jesús aprenden Propuestas y desafíos para atender la misión ad
“misionando”, acompañando y colaborando gentes desde América
con Jesús en su misión de anunciar el Reino de 1. ¿Cuáles desafíos debemos superar para
Dios. poder vivir una experiencia de iniciación
cristiana misionera?
Aprender a ser libres y pobres 2. ¿Cuáles propuestas presentamos para vivir la
A veces, sin embargo, el encuentro con Jesús no misión ad gentes desde la identidad de los
produce gran cosa. Es lo que le sucedió al joven discípulos-misioneros?
rico (Mc 10,17-22). Fue un encuentro intenso,
profundo, donde Jesús miró al joven con amor VII. ORACIÓN MARIANA
(Mc 10,21) y le encomendó una misión: “Ve, La Visitación de María a su prima Santa Isabel
vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y (2º Misterio Gozoso)
luego ven y sígueme”. Nótese bien: el “ve” María al sentirse interpelada por Dios, se deja
precede al “ven”, el seguimiento viene después transformar totalmente por la obra del Espíritu y
de la misión. Nuestro joven, sin embargo, se fue asume su vocación de Madre del Salvador. Algo
triste, porque tenía muchas posesiones que lo tan grande que no lo guarda solo para ella, con
ataban y le impedían estar libre y disponible. Se gozo, aunque con sacrificio y dificultad sale al
encerró en sí mismo y no se abrió al riesgo de encuentro del otro, sale al encuentro de su
seguir a Jesús. prima Isabel, convirtiéndose así en la primera
misionera que no solo lleva en su vientre al Hijo
Para que esto suceda, el primer requisito es de Dios, sino que entra en movimiento y sale al
aprender a hacerse pobre: “Bienaventurados encuentro del otro.
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Salmo desde el sí de María
reino de los cielos” (Mt 5,3), dice la primera María, Madre del sí,
bienaventuranza. Dichoso el que tu ejemplo me admira.
voluntariamente se hace pobre para enriquecer Me admira porque arriesgaste tu vida;
a los demás, podríamos decir en otras palabras. me admira porque no miraste a tus intereses
Es esta pobreza básica la que hace que el sino a los del resto del mundo;
discípulo esté disponible para el Reino con me admira y me das ejemplo de entrega a Dios.
plena confianza y valentía. El discípulo es, por Yo quisiera, Madre, tomar tu ejemplo,
tanto, una persona libre, fiel y generosa en su y entregarme a la voluntad de Dios como tú.
servicio a la comunidad y a los necesitados. Yo quisiera, Madre, seguir tus pasos,
Jesús no condena las riquezas per se: condena y a través de ellos acercarme a tu Hijo.
a los ricos que acumulan riquezas solo para sí Yo quisiera, Madre, tener tu generosidad y
mismos (Mt 19,24; 6,19), así como condena la entrega para no decir nunca «no» a Dios. Yo
idolatría del dinero (Mt 6,24). Ahora, si tienes, quisiera, Madre tener tu amor para ser siempre
tienes que compartir, tienes que ofrecer un fiel a tu Hijo. Madre del sí, pide a tu Hijo por mí,
servicio, tienes que dar tu vida y tus bienes. para que me dé tu valentía. Pide a tu Hijo por
mí, para que me conceda un corazón
V. PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN enamorado de él. Pide a tu Hijo por mí, para
1. ¿Qué significa para mi el dejarme encontrar que me dé la gracia necesaria para entregarme
por Jesús, comprometerme y comenzar a vivir y no fallarle nunca.
su misión?