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La Bendicion Del Oficial Del Cielo - Mo Xiang Tong Xiu

Xie Lian, el príncipe heredero del reino de Xianle, es un joven virtuoso que, a pesar de su belleza y habilidades, sufre de una mala suerte que lo lleva a ser desterrado de los cielos en tres ocasiones. Ochocientos años después, regresa al mundo mortal con el objetivo de redimirse y cumplir con diversas tareas para la corte celestial, donde conoce a San Lang, un joven enigmático. La historia explora su viaje de redención y los misterios que rodean a su nuevo compañero.

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La Bendicion Del Oficial Del Cielo - Mo Xiang Tong Xiu

Xie Lian, el príncipe heredero del reino de Xianle, es un joven virtuoso que, a pesar de su belleza y habilidades, sufre de una mala suerte que lo lleva a ser desterrado de los cielos en tres ocasiones. Ochocientos años después, regresa al mundo mortal con el objetivo de redimirse y cumplir con diversas tareas para la corte celestial, donde conoce a San Lang, un joven enigmático. La historia explora su viaje de redención y los misterios que rodean a su nuevo compañero.

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Xie Lian, el príncipe heredero del próspero reino de Xianle, es un joven lleno

de virtudes: excelso en el estudio de las artes de la cultivación, hermoso,


fuerte y de convicciones puras. Son tantos sus dones que no tarda en ascender
como inmortal a la corte celestial. Sin embargo, Xie Lian tiene un defecto: su
tremenda mala suerte, que lo lleva a cometer tales errores que acaba siendo
desterrado de los cielos, regresando al mundo terrenal. Y esta hazaña se repite
no una, ¡sino tres veces!
Ochocientos años después de su primer ascenso, Xie Lian se encuentra de
nuevo en el reino mortal, dispuesto a obtener los méritos necesarios para ser
perdonado por el resto de inmortales. Para ello, deberá llevar a cabo todo tipo
de trabajos para la corte celestial, desde resolver misterios hasta enfrentarse a
demonios y fantasmas. En uno de sus viajes conoce a un alegre joven, San
Lang, con el que siente una inmediata conexión. Sin embargo, detrás de su
sonrisa, San Lang parece esconder algo mucho más enigmático… hasta
siniestro…

Página 2
Mo Xiang Tong Xiu

La bendición del oficial del cielo


Tian Guan Ci Fu 1

ePub r1.0
Titivillus 08.02.2025

Página 3
Título original: 天官赐福 (Tian Guan Ci Fu 1)
Mo Xiang Tong Xiu, 2017
Traducción: Javier Román García

Editor digital: Titivillus


ePub base r3.0 (ePub 3)

Página 4
Página 5
Índice de contenido

Prólogo
Capítulo I. El inmortal chatarrero entrando por tercera vez a la capital
celestial
Capítulo 2. Tres bufones: discusión nocturna sobre el templo del Gigante
Yang
Capítulo 3. El fantasma toma una esposa; el Príncipe Heredero se monta en
el palanquín nupcial
Capítulo 4. Un templo oculto en las montañas y el bosque de cadáveres
colgantes
Capítulo 5. El fantasma vestido de rojo y la quema de templos literarios y de
la guerra
Capítulo 6. Ropajes más rojos que el arce, piel más blanca que la nieve
Capítulo 7. Charlas en el templo del Bodhisattva, cuentos astutos sobre el
paso de la Media Luna
Capítulo 8. Acortando distancias, perdidos en la tormenta de arena
Capítulo 9. La noche cae sobre el Pozo de los Pecadores
Capítulo 10. El Maestro del viento de blanco, rugen tormentas de arena de la
nada
Capítulo 11. Tanteando al Rey Fantasma, el Príncipe Heredero quiere saber
la verdad
Apéndices
Guía de personajes
Guía de lugares
Otros términos
Sobre el autor

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Prólogo

E NTRE LOS DIOSES DEL CIELO HAY UNO QUE ES EL FAMOSO HAZMERREÍR DE LOS
tres mundos.
Cuenta la leyenda que hace ochocientos años, en la llanura central de
China, había un reino llamado Xianle[1].
El antiguo reino de Xianle era un inmenso territorio con gran abundancia
de recursos, habitado por gentes alegres que vivían en paz y armonía. Era
famoso por sus llamados «cuatro grandes tesoros»: gente muy guapa;
melodías sublimes; mucho, muchísimo oro y todo tipo de piedras preciosas.
Además, contaba, claro está, con su archifamosa majestad el Príncipe
Heredero.
Este Príncipe Heredero era, cómo decirlo… un poco raro.
Tanto el rey como la reina lo trataban como si fuera una perla delicada,
mimándolo en exceso y deshaciéndose en halagos a cada instante. «Por
fuerza, mi hijito ha de ser un magnífico caballero», lo adulaban, «y su fama
perdurará a lo largo de las generaciones».
Sin embargo, en lo que concernía a cuestiones mundanas tales como el
poder de la casa real y las riquezas, el Príncipe Heredero no sentía el más
mínimo interés. Lo que a él le apasionaba era, usando sus propias palabras…
«¡Salvar al pueblo!».
Cuando el príncipe era niño, se dedicó en cuerpo y alma a adiestrarse en
las artes cultivadoras. Circulaban ampliamente dos historias sobre él con
respecto a aquella época.
La primera ocurrió cuando tenía diecisiete años. Aquel año, en el reino de
Xianle se celebraron unos fastuosos ritos para el festival de Shangyuan, que
incluía un gran desfile ceremonial en honor a las deidades y los ancestros.
A pesar de que esta tradición cayó en desuso hace ya siglos, aún es posible
imaginar de qué clase de efusivo y esplendoroso festejo se trataba a través de
los antiguos escritos y relatos orales que aún hoy perduran. El festival de
Shangyuan, la procesión del Guerrero Sagrado. A ambos lados se agolpaba la
multitud. Príncipes y nobles conversaban y reían en lo alto de las
edificaciones; la imponente guardia real se abría paso entre el gentío con sus

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refulgentes armaduras; las jóvenes bailaban con sinuosidad, y de sus níveas
manos se desprendían flores hasta cubrir todo el cielo con un manto de
colores. Aunque, por hermosas que fueran, no podían compararse a las
muchachas que las lanzaban en delicadeza y finura. De los carros de oro
emanaba una música meliflua que flotaba por cada rincón de la ciudad
imperial. Y cerraban la procesión dieciséis caballos blancos con riendas
doradas, dispuestos en dos filas paralelas, que tiraban de la plataforma
ceremonial.
Y era sobre esta grandiosa plataforma donde precisamente se posaban las
miradas de toda la muchedumbre para admirar al guerrero auspiciador. En la
procesión del festejo, el guerrero auspiciador debía portar una máscara de oro,
vestir con elegantes ropajes y empuñar una espada de doble filo para encarnar
el rol del emperador Jun Wu, el primer dios de la guerra, que hacía varios
milenios había logrado doblegar y someter por igual a monstruos y demonios.
Ser elegido como el guerrero auspiciador era un honor inigualable, por lo
que los criterios de selección eran extremadamente rigurosos. Ese año, el
elegido fue su alteza el príncipe. La nación entera confiaba en que él sería el
guerrero auspiciador más esplendoroso de la historia.
Pero aquel día sucedió algo imprevisto.
Y ocurrió justo cuando la guardia de honor estaba dando su tercera vuelta
alrededor de la ciudad y se disponía a atravesar las murallas de varias decenas
de metros de altura: en aquel instante, durante la escenificación sobre la
plataforma ceremonial, el guerrero auspiciador se disponía a matar de una
estocada a los demonios. Este era el punto álgido que todo el mundo estaba
esperando, y ambos lados de la procesión eran un hervidero de expectación.
Todos los asistentes se agolpaban incluso sobre las murallas, y los que estaban
abajo se empujaban, estirando el cuello y poniéndose de puntillas para lograr
atisbar el escenario.
Y fue entonces cuando un niño pequeño se cayó de una de las torres.
Los gritos llegaron hasta el cielo. Justo cuando la gente pensaba que aquel
año la procesión del guerrero auspiciador iba a ser regada con la sangre de un
niño, el príncipe agitó suavemente la cabeza y de inmediato se lanzó a coger
al pequeño en sus brazos. El pueblo solo alcanzó a ver una sombra blanca que
emprendía el vuelo como un ave para, al segundo siguiente, ver al príncipe
posando al niño en el suelo con suavidad. La máscara de oro se le desprendió,
mostrando un rostro joven y apuesto.
Al instante la multitud estalló en vítores.

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El pueblo no cabía en sí de júbilo, pero a los cultivadores del reino todo
esto les parecía un quebradero de cabeza enorme. Jamás se habrían imaginado
que en la procesión pudiera haber un fallo colosal.
¡Esto era un mal augurio, muy muy mal augurio!
Cada vuelta que la plataforma ceremonial daba alrededor de la ciudad
simbolizaba todo un año de paz y prosperidad para el reino; el hecho de que
se hubiera interrumpido, ¡¿acaso no era el presagio de que se avecinaba algún
desastre?!
De las arrugadas frentes de los cultivadores del reino caía sudor como
goterones de lluvia, y examinaban preocupados las posibles causas e
implicaciones que pudiera tener esto en el futuro. Llamaron al príncipe y no
dejaron de sugerirle con indirectas:
—¿Podría su majestad meditar frente a la muralla durante un mes en señal
de arrepentimiento?
—No haría falta meditar de verdad, solo con aparentar un poco bastaría.
—No quiero —contestó el príncipe con una sonrisa. Y añadió—: Salvar a
alguien no es nada malo, ¿por qué me habría de castigar el cielo si he hecho lo
correcto?
Eh… ¿y si, aun así, el cielo te castiga?
—Entonces se equivoca y, en ese caso, ¿por qué, si tengo razón, he de
disculparme ante quien no la tiene?
Los cultivadores del reino no supieron qué decir. Su majestad el príncipe
era esa clase de persona. Omnipotente y querido por todos, él era la justicia
personificada, el centro del universo.
Por eso, a pesar de que los cultivadores del reino en su fuero interno lo
estaban pasando fatal («¡no entiendes una mierda!»), no sabían qué decir ni se
atrevían a hablar. Y, de todas formas, su majestad no los escucharía.

La segunda historia también tuvo lugar cuando el príncipe tenía solo


diecisiete años.
Cuenta la leyenda que había un puente al sur del río Amarillo llamado
Yinian por el que deambulaba un fantasma desde hacía muchos años. Era un
espíritu aterrador: enfundado en su armadura y empuñando una espada

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endiabladamente afilada, dejaba a su paso un reguero de sangre, fuego y
desolación. Cada pocos años, se aparecía de repente por la noche, vagando
por el puente y deteniendo a los transeúntes para hacerles tres enigmáticas
preguntas: «¿qué mundo es este?», «¿de quién es este cuerpo?», «¿para qué
sirve?». Si la respuesta era incorrecta, el fantasma los devoraba de un bocado.
El problema era que nadie sabía cuál era la respuesta correcta, así que a lo
largo de los años el fantasma se había zampado ya a innumerables
transeúntes.
Al enterarse de aquella historia durante uno de sus viajes, el príncipe fue
hasta el puente de Yinian y montó guardia durante varios días sin descanso.
Una noche por fin se topó con el fantasma causante de todas aquellas
calamidades. El espíritu apareció y, efectivamente, era tan espantoso como se
rumoreaba. Abrió la boca para hacerle al príncipe la primera pregunta, a la
que él respondió:
—Este es el mundo terrenal.
El fantasma replicó:
—Este es el inframundo.
Empezaba bien, no era más que la primera pregunta y ya la había
contestado mal.
El príncipe pensó: «A ver, si, de todas formas, no voy a acertar ni una,
¿para qué esperar a las tres preguntas?». Así que desenfundó su espada y
empezó a liarse a golpes. La batalla duró hasta el anochecer. El príncipe era
un guerrero diestro en las artes marciales, pero el fantasma embestía
tenazmente con feroces ataques. Hombre y espíritu se batieron sobre el puente
largo tiempo, y parecía que la lucha iba a extenderse de sol a sol; sin
embargo, finalmente, el fantasma fue derrotado antes del amanecer. Tras ser
vencido, desapareció, y el príncipe plantó un árbol en flor en la cabeza del
puente. En ese instante pasó por allí un cultivador que justo lo vio esparcir
una palada de tierra amarilla a modo de despedida.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber.
Fue entonces cuando el príncipe pronunció aquellos célebres versos:
—… con los pies en el infierno,
y la mirada en el cielo.
El cultivador, al oír esto, sonrió ligeramente, se transformó en un general
inmortal ataviado con una armadura blanca y se alzó sobre las nubes
auspiciosas que avivaban las ráfagas de viento, emitiendo un intenso halo de
divinidad. Solo entonces comprendió el príncipe que se encontraba ante el

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emperador Shenwu, que había bajado a la tierra en persona para doblegar y
someter a los demonios.
Las diosas y los inmortales allá en los cielos ya se habían fijado en el
príncipe cuando, en su rol de formidable guerrero auspiciador durante el ritual
celestial de Shangyuan, saltó para salvar al niño que se había precipitado al
vacío. Tras este encuentro en el puente Yinian, uno de los inmortales le
preguntó al emperador:
—¿Qué opina usted de este príncipe?
Y este respondió a su vez con otros dos versos en tono épico:
—El futuro de este hijo
es espléndido e ilimitado.
Aquella misma noche en el palacio imperial ocurrieron fenómenos
meteorológicos anómalos, con viento huracanado y lluvias torrenciales.
Envuelto en aquel estruendo de truenos y el refulgir de los relámpagos, su
alteza ascendió a los cielos.
Siempre que alguien ascendía a los cielos, el reino celestial sufría un
temblor violento. Sin embargo, cuando su alteza ascendió, fueron tres las
sacudidas que estremecieron todo el cielo.
Alcanzar la inmortalidad a través de la cultivación era muy muy difícil.
Hacían falta un talento innato, mucho trabajo duro y, bueno, también un poco
de suerte. El nacimiento de un nuevo dios era la culminación de un largo y
lento recorrido que solía extenderse a lo largo de varios siglos.
Tampoco es que no hubiera habido antes otros jóvenes capaces de
ascender al cielo y convertirse en inmortales; pero los que se pasaban toda la
vida practicando la cultivación ardua y abnegadamente cada día para,
finalmente, no ser capaces ni de llegar a las pruebas de ascensión eran la
inmensa mayoría. Incluso si llegaban a las pruebas, los que no lograban
superar este último obstáculo acababan muertos, o bien mutilados. Eran como
los innumerables granos de arena del Ganges: llegaban así al final de sus
tristes vidas, y era un final bastante mediocre. No eran más que otro puñado
de ilusos sin talento, incapaces de encontrar su propio camino.
Su majestad el príncipe era, sin ninguna duda, el hijo predilectísimo de los
cielos. Conseguía todo lo que quería, hacía todo lo que se le antojaba y,
cuando le vino en gana ascender al cielo para convertirse en divinidad…, pues
fue y lo logró, claro. Y todo a la tierna edad de diecisiete años.
Ya que el príncipe era una figura muy querida por el pueblo y, además, el
rey y la reina echaban mucho de menos a su querido hijo, se ordenó la

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construcción de palacios y templos en cada rincón del reino, tallando grutas
enteras y erigiendo estatuas para que todo el mundo las adorara. Cuantos más
fieles había, más palacios y templos se construían; y, cuanto más longevo era
como inmortal, más fuerte era su poder mágico, de modo que en pocos años
el palacio del príncipe de Xianle alcanzó su punto álgido de popularidad, con
un esplendor y una suntuosidad inigualables… hasta que, tres años después,
estalló el caos.
El origen del embrollo fue que, debido a la tiranía de un señor feudal,
hubo un levantamiento popular. Sin embargo, aunque en el mundo terrenal se
estaba librando una guerra en todos los frentes, los inmortales celestiales no
podían intervenir a su antojo. A menos que los demonios y los monstruos se
inmiscuyeran y violaran las fronteras entre los tres reinos, los inmortales
permanecían impasibles ante las guerras de los humanos en el reino mortal.
Imagínate si todos interfirieran en cada uno de los conflictos que había en el
mundo humano: cada uno se creería siempre con la razón y, si un día tú
apoyaras a tal reino, al día siguiente el otro estaría ayudando a los
descendientes de los vencidos a vengarse, y al final los dioses acabarían
peleándose los unos con los otros hasta que la luz del sol y la luna se
extinguieran totalmente. Además, en un caso como el de su majestad el
príncipe, adorado en todas partes, era especialmente importante evitar
cualquier tipo de sospechas sobre su favoritismo por cualquier reino.
Pero eso a él no le importaba lo más mínimo.
—Quiero salvar al pueblo —le anunció al emperador.
Ni siquiera este, con sus mil años de poder divino a las espaldas, se
atrevía a poner esa clase de palabras en sus labios a la ligera, por lo que os
podéis imaginar lo que pensó al oír al príncipe decir esto. No obstante, se
limitó a observar:
—No puedes salvar a todo el mundo.
A lo que el príncipe repuso:
—Sí que puedo.
Y así, sin más, descendió al mundo de los mortales.
Como era de esperar, los habitantes del reino de Xianle lo recibieron con
grandes celebraciones. Sin embargo, los cuentos populares, desde tiempos
inmemoriales, no se cansan de advertirnos de esta gran verdad eterna: que los
dioses desciendan al mundo de los mortales por su propia cuenta y riesgo
nunca presagia nada bueno. Y, así, las llamas de la guerra no solo no se
apagaron, sino que crepitaron con aún mayor violencia.

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No es que su alteza el príncipe no se dedicara en cuerpo y alma a intentar
poner orden, pero le habría valido más no haberse esforzado tanto. Cuantas
más ganas le echaba, mayor era el desastre en el campo de batalla. Los
habitantes de Xianle eran masacrados; sus cabezas, cortadas y su sangre,
derramada formando ríos, con un brutal número de muertos y heridos.
Finalmente, una plaga acabó arrasando toda la ciudad imperial, los
sublevados se abrieron paso hasta el palacio real y el caos de la guerra llegó a
su fin.
Si de primeras el reino de Xianle ya estaba en los estertores de la muerte,
se podría decir que su alteza el príncipe terminó de rematarlo. Tras la
completa aniquilación de su reino, el pueblo por fin se dio cuenta de una cosa:
resultaba que el príncipe, al que habían adorado como a un dios, no era ni tan
perfecto ni tan poderoso como habían imaginado.
Hablando mal y pronto, ¡¿acaso no era un completo inútil, un fantoche de
mucho ruido y pocas nueces?!
Sin otra manera de desfogarse ante la pérdida de sus hogares y sus
familias, el pueblo, maltrecho y enfurecido, irrumpió en el palacio del
príncipe, derribando estatuas e incendiando altares a su paso. Ocho mil
templos de cultivación ardieron durante siete días y siete noches hasta que no
quedó ni uno en pie.
Entonces aquel dios de la guerra que velaba por la paz en el mundo
desapareció para dar paso al nacimiento de un dios pestilente que causaba
todo tipo de calamidades.
Si la gente dice que eres un dios, pues vale, eres un dios; y, si la gente dice
que eres un mierdas, pues vale, eres un mierdas. Eres lo que la gente te dice
que seas. Y ya está.
Su alteza el príncipe no podía aceptar este hecho de ninguna de las
maneras. Y lo que le resultaba aún más insoportable era el castigo que ahora
le esperaría: el descenso, que sellaran sus poderes y lo arrojaran al mundo de
los mortales.
Desde niño siempre se había criado entre algodones, nunca tuvo que
padecer estrecheces mundanas. Pero aquel castigo lo hizo caerse de las nubes
para estamparse de lleno contra el barro y experimentar por primera vez en
sus labios el sabor del hambre, la pobreza y la mugre. También por primera
vez se vio obligado a hacer cosas que nunca en su vida había imaginado:
robar en casas (y a personas), meterse en peleas y, en definitiva, tirar la toalla
respecto a sí mismo. Con su prestigio y su autoestima por los suelos, había

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llegado a un punto de total desesperación: le daba absolutamente igual todo y
se empeñó en rebajarse tanto como le fuera posible. Hasta tal punto fue así
que ni sus seguidores más leales pudieron aguantar aquella transformación tan
horrorosa y optaron por marcharse.
Las famosas doce palabras «Mi cuerpo está en el infierno, mi corazón está
en el cielo» seguían adornando cada rincón de Xianle, grabadas en estelas de
piedra de todo tamaño y forma, y, si no fuera porque habían quedado casi
todas calcinadas tras la guerra, su alteza probablemente habría sido el primero
en destrozarlas nada más toparse con ellas. El mismo que decía toda esa
bonita palabrería había demostrado que, a la hora de la verdad, cuando era su
propio cuerpo el que se las veía en el infierno, su corazón no era capaz de
permanecer en el cielo ni de coña. Si había sido rápido en ascender al cielo,
más rápido aún había vuelto a la tierra. Shenwu a veces le lanzaba una mirada
de soslayo desde el reino celestial, recordando como si fuera ayer cuando se
topó con él en el puente de Yinian. Pero el resto de los inmortales, tras lanzar
un breve suspiro, dejaron el pasado atrás y se olvidaron del príncipe por
completo.
Hasta que un buen día, tras muchos años, sonó un estruendo ensordecedor
en los cielos. Y ahí estaba de nuevo su majestad el príncipe, que por segunda
vez ascendía al paraíso.
A lo largo de la historia de los dioses caídos, o bien jamás se recomponían
de aquel descenso, o directamente acababan en el infierno, por lo que no
había muchos que hubieran sido capaces de levantarse tras un tropiezo así de
gordo. De ahí que la segunda ascensión a los cielos fuera merecidamente
considerada como algo insólito, sensacional y sin precedentes. Más inaudito
aún fue que, nada más ascender, irrumpiera en el reino celestial poseído por
una ira asesina, repartiendo puñetazos y patadas, matando a todo aquel que se
cruzara en su camino. Así que su nueva ascensión duró lo que tarda una varita
de incienso en consumirse, y rápidamente lo volvieron a echar a hostias,
poniendo fin a su ascenso.
Lo que dura una varita de incienso: posiblemente la ascensión a los cielos
más abrupta y efímera de la historia. Si la primera había sido como una bonita
historia de superación, la segunda fue una tragicomedia lamentable.
Por dos veces consecutivas el reino celestial sufría una enorme
conmoción, y así empezó a sentir una profunda aversión hacia el príncipe.
Bueno, no solo aversión; la verdad es que también le tenían un poco de
miedo. Después de todo, si la primera vez que lo hicieron descender del cielo

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se había sumido en aquella desesperación autodestructiva y suicida, ¿acaso la
segunda vez no se cebaría contra los humanos con la cólera de mil demonios?
Quién habría pensado que, después del segundo descenso, no se
comportaría como un demonio vengativo, sino que se adaptaría a la vida de
dios caído con bastante apacibilidad. No había ningún problema o, bueno, el
único problema era que se lo estaba tomando un poco… un poco demasiado
en serio.
A veces se dedicaba a trabajar como músico callejero, cantando y tocando
todo tipo de instrumentos con gran maestría o vendiendo artesanía a los
transeúntes. Incluso hacía de artista ambulante, partiéndose rocas en el pecho
desnudo como si fueran de mantequilla. Y, aunque todo el mundo ya había
oído antes que su alteza el príncipe era un excelente cantante y bailarín,
agraciado con múltiples talentos en las más diversas disciplinas, lo cierto era
que causaba, cuando menos, sentimientos contradictorios tener que verlo en
ese estado tan deplorable. Otras veces se lo podía ver recogiendo chatarra con
gran diligencia y esmero.
Todos los dioses inmortales de los cielos estaban consternados. La
situación había llegado hasta tal extremo que, si hoy en día le dices a alguien
«tu hijo es el príncipe de Xianle», es mucho más malicioso que insultarlo con
un «ojalá se muera toda tu descendencia». Aunque, en realidad, al menos él
había tenido la oportunidad de haber sido una vez un hermoso príncipe de
sangre azul, un divino inmortal; y, pese a que ahora hubiera caído tan bajo,
seguía siendo alguien cuyas hazañas eran legendarias. Pensándolo bien,
convertirse en el hazmerreír de los tres mundos seguía siendo una proeza
digna de elogio.
Después de reírse a carcajadas pensando en aquello, algunos
sentimentales también dejaban escapar un hondo suspiro: aquel que antaño
fuera el orgulloso hijo de los cielos realmente había desaparecido para
siempre. El ídolo cayó, su reino fue aniquilado, no quedó ni un solo devoto
que lo adorara, y poco a poco el mundo fue olvidándose de él, de modo que
nadie sabía adónde había ido a parar el príncipe.
Si descender una vez ya era una gran deshonra, de hacerlo dos veces ya
nadie lograría recomponerse.

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Y pasaron otros muchos años hasta que, de repente, un día se oyó otro
estruendo en el cielo. Cielo y tierra se resquebrajaron, retumbando con un
ensordecedor seísmo. El fuego de los altares, que permanecía encendido día y
noche, tembló haciendo oscilar sus llamas con violencia. Todos los dioses se
despertaron de un salto en sus palacios dorados y corrieron de un lado a otro,
preguntándose:
—¿Qué nuevo dios ha ascendido? En serio, ¡este temblor es demasiado!
Quién iba a imaginar una escena así: no habían terminado de decir
aquellas palabras cuando, al instante siguiente, todos los dioses y las diosas
del cielo habían sido abiertos en canal de un solo tajo. Apenas terminaba con
uno, ¡y ya estaba atravesando a otro! Aquel célebre bicho raro, el famoso
hazmerreír de los tres mundos, el legendario príncipe, su… su… su puta
madre, ¡había vuelto a ascender!

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Capítulo I

El inmortal chatarrero entrando por


tercera vez a la capital celestial

NHORABUENA, ALTEZA.
—E —Gracias. —Al oír esto, Xie Lian alzó la vista y esbozó una leve
sonrisa. A continuación, dijo—: Pero ¿puedo preguntarte por qué me
felicitas?
Ante él se erguía la sacerdotisa cultivadora Ling Wen, con las manos
entrelazadas tras la espalda.
—Felicidades por ocupar el primer puesto en la lista de «inmortales más
deseosos de que los hagan descender al mundo mortal» en la edición de este
año.
—Bueno, sin importar de lo que sea la lista, sigue siendo un primer puesto
—replicó Xie Lian—. Pero, ya que me estás felicitando, ¿hay algo por lo que
me debería alegrar?
—Sí. El primer clasificado puede conseguir cien méritos.
—Si vuelve a haber una clasificación como esta, por favor, llamadme de
nuevo —se apresuró a contestar Xie Lian.
—¿Sabes quién ha quedado en segundo lugar?
Xie Lian lo pensó un momento y finalmente repuso:
—No se me ocurre nadie. Después de todo, en lo que a este ámbito se
refiere, seguramente yo solo ya ocupo los tres primeros puestos.
—Más o menos. No ha habido segundo puesto. Cabalgas en primer lugar,
y los que te van a la zaga ni se ven en el horizonte.
—Eres muy amable, no será para tanto. ¿Y quién fue el ganador del año
pasado?
—No hubo ganador —respondió Ling Wen—. Esta lista empieza a partir
de este año. A partir de hoy mismo, para ser más exactos.
—Ah —exclamó Xie Lian, sobresaltado—, pero no será una lista creada
específicamente para mí, ¿verdad?

Página 24
—Puedes pensarlo de este modo: por el mero hecho de haber llegado en el
momento oportuno, has ganado un título.
—Bueno, me consuela un poco pensarlo de esa manera —comentó Xie
Lian, esbozando una sonrisa radiante.
—¿Y ya sabes por qué has ganado el título? —prosiguió Ling Wen.
—Eso todo el mundo lo sabe.
—Déjame decírtelo. Mira ese reloj, por favor.
Alzó el dedo y Xie Lian miró hacia atrás, hacia donde señalaba. Lo que
pudo contemplar era una escena increíblemente hermosa: un templo taoísta de
resplandeciente jade blanco, surcado por pabellones y pagodas, del que
brotaban un sinfín de cascadas; estaba rodeado por nubes serpenteantes y
pájaros que revoloteaban en círculos.
Pero, tras gozar de aquel paisaje durante un buen rato, acabó por
preguntar:
—¿Puede ser que te hayas equivocado de dirección al señalar? ¿Dónde
está el reloj?
—No me he equivocado. Está ahí, ¿no lo ves?
Xie Lian volvió a mirar y respondió con sinceridad:
—No.
—Normal que no lo veas. Antes allí había un reloj, pero lo derribaste al
ascender a los cielos —le reveló Ling Wen.
Xie Lian no supo qué decir.
—Ese reloj tenía más años que tú, pero tenía un temperamento muy
vivaracho. Siempre que alguien nuevo ascendía al cielo, repicaba unas
cuantas veces a modo de celebración. El día de tu ascensión, sonó como loco
sin parar y terminó por desprenderse del campanario. Solo así dejó de sonar.
Al caerse, además, se estampó contra un inmortal que pasaba por ahí.
—¿Y… está bien ahora? —quiso saber Xie Lian.
—No, aún lo están reparando.
—Me refería al inmortal que fue aplastado —matizó Xie Lian.
—Se estampó contra un dios de la guerra, que partió el reloj por la mitad
de un manotazo. Ven, que te enseño otra cosa. Mira ese templo dorado de ahí,
por favor. ¿Lo ves?
Ling Wen señaló otro lugar, y Xie Lian miró de nuevo. Esta vez vislumbró
una deslumbrante cúpula de vidrio dorado envuelta en una fina neblina.
—Ah, eso que sí lo veo.

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—Ese es el problema. Ahí antes no había nada. Cuando ascendiste, hiciste
que los palacios dorados de un buen número de inmortales se sacudieran hasta
que los pilares se derrumbaron y las cristaleras se hicieron añicos. Algunos
templos no se pueden reparar en tan solo un par de días, por lo que de
momento algunos tienen que apañárselas en una vivienda provisional.
—¿Y todo esto es por mi culpa?
—Todo esto es por tu culpa.
—Vaya… Así que, nada más llegar, ya he ofendido a muchos inmortales,
¿verdad? —quiso asegurarse Xie Lian.
—Tal vez no, si puedes redimirte.
—¿Y qué puedo hacer para que me perdonen?
—Es fácil. Obtener ocho millones ochocientos ochenta y ocho mil
méritos[2].
Xie Lian rompió a reír, por lo que Ling Wen le contestó:
—Ya, lo sé, no puedes conseguir ni la décima parte.
—Cómo explicarlo… Me sabe fatal, pero, incluso si fuera una
millonésima parte, tampoco sería capaz —admitió con franqueza Xie Lian.
La fe de los devotos del mundo mortal es lo que determina el poder
mágico o maná de los inmortales, y a cada uno de los inciensos y ofrendas de
los fieles se los denomina «méritos».
Tras reírse a gusto, Xie Lian preguntó, poniéndose serio:
—¿Querrías echarme de aquí ahora mismo de una patada a cambio de
ocho millones ochocientos ochenta y ocho mil méritos?
—Soy una diosa de la cultura —dijo Ling Wen—. Si quieres alguien que
te pegue, has de buscar a un dios de la guerra. Dan más patadas, y más
fuertes.
Tras lanzar un profundo suspiro, Xie Lian repuso:
—Permíteme que piense un momento en qué hacer.
—No te asustes, te irá bien. —Ling Wen le dio una palmada en el hombro
—. Ya sabes el dicho, «para llegar a la montaña, siempre hay un camino».
—En mi caso, «cuando la barca llegue al muelle, se hundirá[3]».
Si hubiera sido hace ochocientos años, cuando el palacio de Xianle estaba
en su máximo apogeo, conseguir los ocho millones ochocientos ochenta y
ocho mil méritos habría sido pan comido: su alteza el príncipe los habría
logrado con tan solo un chasquido de dedos. Pero los tiempos habían
cambiado, y su templo del mundo mortal hacía mucho que se había quemado
hasta los cimientos. Ya no tenía ni devotos ni incienso ni ofrendas.

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Se quedó sin palabras. En resumen, no había nada, nada, ¡absolutamente
nada!
Después de pasar medio día solo, con un dolor de cabeza terrible y
agazapado a un lado de la avenida principal de la capital celestial, recordó de
repente que hacía casi tres días que había ascendido y aún no había entrado en
la sala telepática. Además, se había olvidado de preguntar cuál era la
contraseña para acceder.
Los inmortales de la corte celestial superior habían establecido
conjuntamente una sala telepática: un lugar donde, a través de sus sentidos
divinos, podían comunicarse mentalmente entre ellos y con los espíritus. Tras
ascender, era necesario entrar en una de las distintas salas telepáticas. Sin
embargo, había una contraseña para cada una. La última vez que Xie Lian
entró en la suya fue hace ochocientos años, por lo que ya no se acordaba de la
contraseña. De modo que hizo uso de sus sentidos divinos y entró al azar en la
primera sala que se pareciera a la de sus recuerdos. Tan pronto como accedió
a ella, fue golpeado por unos gritos salvajes que venían de todas direcciones.
—¡Se admiten apuestas! ¿Cuánto creen que durará nuestro querido
príncipe antes de que vuelva a descender?
—¡Un año!
—Un año es demasiado, la última vez duró solo una varita de incienso.
Esta vez no durará más de tres días. ¡Tres días! ¡Apuesto a que tres días!
—¡No, idiota! Ya han pasado casi tres días, ¿eres tonto o qué?
Xie Lian se retiró en silencio.
Se había equivocado. Definitivamente, aquella no era la sala que buscaba.
Todos los dioses de la corte celestial superior eran grandes inmortales que
presidían alguna de las vastas regiones del mundo terrenal, por lo que se sabía
que andaban siempre ocupados en un sinfín de gestiones. Además, como
todos ellos eran inmortales que habían ascendido con su propio esfuerzo, por
lo general se comportaban de una manera más bien reservada y a menudo se
daban muchos aires de grandeza. Él era el único que, al ascender por primera
vez, estaba tan emocionado que se había parado a saludar a todos y cada uno
de los inmortales de la sala telepática, presentándose y contando su vida con
todo lujo de detalles y seriedad.
Salió y estuvo un rato buscando de nuevo para al final acceder a otra sala
al azar. Esta vez, cuando entró, Xie Lian sintió un gran alivio.
—Cuánta calma, seguro que es aquí.
En ese momento, se oyó una voz que musitó:

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—¿Su alteza el príncipe ha regresado?
Al principio la voz sonaba muy agradable, con un tono dulce y refinado.
Pero, al escucharla con mayor atención, uno podía percibir que pronunciaba
las palabras con suma frialdad, de manera que aquella aparente dulzura se
convertía inmediatamente en un presagio de malicia. Xie Lian solo había
querido entrar en la sala según las normas habituales, limitándose a merodear
en silencio y recogimiento, pero, dado que la gente ya se le había acercado
para hablar, no podía hacerse el sordo y no decir nada. Además, le alegró que
aún quedaran inmortales en la corte celestial superior que estuvieran
dispuestos a dirigirle la palabra, pese a que se había convertido en una especie
de dios apestado. Así que contestó rápidamente:
—¡Sí! Hola a todos, estoy de vuelta.
Poco se imaginaba él que, tras este sencillo intercambio de palabras, todos
y cada uno de los inmortales que se encontraban en la sala telepática
aguzarían bien el oído.
—Su alteza el príncipe ha causado sensación con su ascensión esta vez —
le dijo pausadamente aquel inmortal.
Podría decirse que, en la corte celestial superior, los emperadores y los
generales salían hasta de debajo de las piedras, mientras que los héroes y las
heroínas eran como una gota de agua en el mar. Para llegar a ser un dios
inmortal, primero había que convertirse en un ser humano excepcional.
Aquellos que lograban labrarse una carrera de éxito o tenían un inmenso
talento en el mundo humano siempre contaban con más posibilidades de
ascender al reino celestial. Por lo tanto, no era exagerado decir que los
señores, las princesas, los príncipes y los generales eran bastante comunes en
aquel lugar. ¿Acaso había alguien que no tuviera un título nobiliario
rimbombante? Su majestad, su alteza, señor general y hasta capo de la mafia:
así se llamaban cortésmente entre ellos según su rango y su posición. Pero el
tono de aquel inmortal que le dirigía la palabra tenía algo raro.
Aunque le dijera «alteza» esto y «alteza» lo otro, lo cierto era que su
manera de decirlo no denotaba ningún tipo de respeto, sino que parecía más
bien estar pinchándolo con una aguja. Había otros inmortales en la sala
telepática que también eran auténticos príncipes herederos de la realeza, y
todos ellos se retorcían de amargura y celos al escuchar aquellas palabras. Xie
Lian había percibido que las intenciones de su interlocutor no eran nada
buenas y, no queriendo enzarzarse en una batalla dialéctica contra aquel tipo,
pensó: «Mejor me voy de aquí».

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—No es para tanto —dijo Xie Lian con una sonrisa, haciendo ademán de
marcharse.
Sin darle oportunidad para escapar, el inmortal le respondió con voz
gélida:
—Sí, alteza, sí que es para tanto. Lo que no es para tanto es mi suerte.
De repente, Xie Lian escuchó un críptico mensaje que Ling Wen le
transmitió por telepatía. Tan solo fue una palabra: «Reloj».
Lo comprendió al instante. ¡Así que ese era el dios de la guerra contra el
que se había estampado el reloj! Dadas las circunstancias, era natural que
estuviera cabreado. A Xie Lian siempre se le había dado particularmente bien
pedir disculpas, y de inmediato se puso a dar rienda suelta a su habilidad:
—He oído lo del reloj, de veras que lo siento mucho. Te pido perdón.
Su interlocutor tan solo lanzó un gruñido, incapaz de precisar lo que
quería decir con ello. Había muchos dioses de la guerra de gran fama y
renombre en el reino celestial, y muchos de ellos habían ascendido después de
Xie Lian. Solo por la voz, no podía decir de quién se trataba y no podía
disculparse con alguien sin siquiera saber su nombre, por lo que a
continuación le preguntó:
—¿Te importaría decirme cuál es tu nombre?
Al oír estas palabras, el inmortal calló. No solo su interlocutor había
enmudecido, sino que toda la sala telepática se quedó petrificada, y una
intensa aura de muerte impregnó el ambiente.
Desde otro lugar, Ling Wen volvió a enviarle un mensaje telepático:
—Alteza, aunque no me creo que no lo hayas reconocido en todo este
rato, te lo recuerdo: es Xuan Zhen.
—¿Xuan Zhen? —exclamó Xie Lian. Se quedó paralizado un instante.
Cuando pudo reaccionar, ligeramente sorprendido, continuó la conversación
por telepatía—. ¿Este es Mu Qing?
El general Xuan Zhen era un dios de la guerra adorado en siete mil
templos a lo largo y ancho de la región del suroeste y de reconocida fama en
el reino de los mortales. Este general, cuyo verdadero nombre de pila era en
realidad Mu Qing, había sido teniente al servicio del príncipe de Xianle (o
sea, Xie Lian) ochocientos años atrás.
Ling Wen estaba pasmada.
—No irás en serio con lo de no haberlo reconocido, ¿verdad?
—Sí. Además, él antes jamás se habría atrevido a hablarme así. Por no
hablar de que ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que lo vi, ¿hace

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quinientos años? ¿O hace seiscientos? Si ni siquiera recuerdo qué aspecto
tenía, imagínate su voz —se excusó Xie Lian.
Aún reinaba un silencio sepulcral dentro de la sala telepática. Mu Qing no
dijo ni pío. El resto de los inmortales fingieron no estar espiando, aunque se
morían de ganas de que alguno de los dos abriera la boca para seguir con la
conversación.
El trasfondo de ambos era bastante incómodo, y la historia se había
contado durante tantos siglos que todo el mundo la conocía. En aquel
entonces, Xie Lian era el príncipe de Xianle y practicaba la cultivación en el
palacio real. Este era el templo para la cultivación de la realeza de Xianle, y
tenía criterios muy estrictos para seleccionar a sus discípulos. Mu Qing
provenía de una familia pobre, y su padre había sido un criminal condenado a
decapitación, por lo que no estaba cualificado para entrar en el palacio real.
La gente de un estatus así de humilde solo podía trabajar como sirviente,
barriendo pabellones y sirviéndole el té a su alteza. No obstante, viendo que
trabajaba con diligencia, Xie Lian le pidió al cultivador del reino que hiciera
una excepción y lo aceptara como su discípulo. El funcionario accedió, y así
Mu Qing pudo formar parte del templo y practicar la cultivación junto al
príncipe. Después de su ascensión, Xie Lian también lo nombró su general y
lo llevó con él a la capital inmortal.
Sin embargo, tras la total aniquilación del reino de Xianle y el
consiguiente destierro de Xie Lian al mundo mortal, Mu Qing decidió no
seguir sus pasos. No solo no descendió con él, sino que ni siquiera dijo una
palabra en su defensa. Con el príncipe fuera de escena, era libre de hacer lo
que se le antojara. Así, buscó una cueva para cultivar abnegadamente y en
pocos años logró superar las pruebas celestiales y ascender por su cuenta.
Al principio uno era el que había ascendido y el otro, el que se había
quedado en tierra; ahora de nuevo uno ascendía y el otro no, solo que se
habían intercambiado los puestos.
—Está muy cabreado —rompió por fin el silencio Ling Wen.
—Ya me imagino —repuso Xie Lian.
—Voy a acercarme a hablar con él para distraerlo, tú aprovecha y vete.
—No hace falta, haré como si no hubiera pasado nada y ya está —replicó
Xie Lian.
—¿Seguro? Me está dando muchísima vergüenza ajena veros así de
incómodos.
—¡No te preocupes! No pasa nada.

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Xie Lian, excepto de morirse, era capaz de cualquier cosa; de todo tenía
más bien poco, y si había algo de lo que careciera total y absolutamente era de
vergüenza. Había estado en un montón de situaciones mucho más
embarazosas que aquella, y la verdad es que en ese momento no se estaba
sintiendo especialmente incómodo. Quién habría imaginado que, apenas dijo
«no pasa nada», oiría una voz que rugía:
—¿Quién cojones ha derribado mi palacio dorado? ¡¿Quién?!
Fue un bramido tan furioso que a todos los inmortales que se encontraban
dentro de la sala les explotó el cráneo de dolor. A pesar de que el estómago les
dio un vuelco, los presentes contuvieron la respiración telepáticamente y
prestaron atención embelesados, sin decir una palabra, para escuchar cómo
respondía Xie Lian a ese buen rapapolvo. Lo más sorprendente estaba aún por
llegar: antes de que pudiera abrir la boca, fue Mu Qing quien rompió el
silencio.
Tan solo lanzó una risita seca:
—Ja, ja.
—¿Has sido tú? Muy bien, ahora verás —dijo fríamente el recién llegado.
—No he dicho que haya sido yo, no me cargues a mí con ese muerto —
dijo Mu Qing con desdén.
—Entonces, ¿de qué te ríes? ¿A ti qué te pasa? —le espetó su interlocutor.
—Nada, solo me ha parecido gracioso escucharte. La persona que
demolió tu templo dorado está ahora en la sala telepática, puedes preguntarle
tú mismo —replicó Mu Qing.
Llegado a ese punto, Xie Lian estaba demasiado avergonzado como para
salir huyendo de allí. Tras una escueta tos seca, musitó:
—Fui yo. Lo siento.
Al oír esto, el recién llegado no articuló palabra. La voz de Ling Wen
llegó de nuevo a sus oídos:
—Alteza, ese es Nan Yang.
—A este sí que lo he reconocido. Pero parece que él a mí no —contestó
Xie Lian.
—No es eso. La mayor parte del tiempo vaga por el mundo de los
mortales y no pasa mucho tiempo en la capital inmortal. Aún no se ha
enterado de que has ascendido otra vez.
Nan Yang era un dios de la guerra, patrón de la región sureste. Con casi
ocho mil palacios consagrados a su divinidad, era un inmortal
extremadamente querido y admirado por el pueblo. Pero, cuando aún utilizaba

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su verdadero nombre, Feng Xin, ochocientos años atrás, era el primer general
divino a las órdenes del palacio del príncipe de Xianle. Feng Xin había sido
un fiel y devoto guardia imperial de Xie Lian desde los catorce años. Ambos
crecieron juntos, ascendieron juntos, descendieron juntos y acabaron exiliados
juntos. Desafortunadamente, no aguantaron los ochocientos años juntos y al
final acabaron discutiendo. Cada cual tomó su propio camino, y nunca más
volvieron a verse.
El que en su momento fuera un príncipe inmortal había quedado reducido
al rol de hazmerreír de los tres «sin»: sin incienso, sin templos y sin devotos.
Mientras, sus dos criados habían superado la prueba celestial y ascendido
hasta convertirse en grandes dioses de la guerra, ampliamente venerados en
sus respectivas regiones. Cualquiera se sentiría raro en una situación así. Si
Xie Lian tuviera que elegir ante quién se sentía más incómodo, si ante Feng
Xin o ante Mu Qing, diría: «¡Estoy bien con los dos!». Pero, si dependiera de
los demás escoger a quién preferirían ver dándose de hostias con Xie Lian, si
a Feng Xin o a Mu Qing, aquí ya cada uno tendría sus propios favoritismos.
Al fin y al cabo, los tres tenían muy buenas razones para darse de hostias
entre ellos, y era difícil establecer quién tenía mayor prioridad en esa lista.
Por lo tanto, al ver que Feng Xin no reaccionó durante un buen rato ni articuló
palabra, apocado, todo el mundo sintió una gran decepción. Xie Lian decidió
entonces poner punto y final a aquel silencio, concluyendo con un poquito
más de autoflagelación:
—Yo tampoco esperaba montar este lío con mi ascensión. No era mi
intención, lamento haberos causado tantas molestias a todos.
—Oh, pues sí que ha sido coincidencia —comentó Mu Qing con frío
desdén. Sus palabras se clavaban como témpanos de hielo.
Coincidencia. Sí, Xie Lian también pensaba que había sido una
coincidencia enorme. ¿Cómo podía ser que, nada más llegar, acabara
aplastando a Mu Qing con un reloj desprendido y derrumbando el palacio de
Feng Xin a la vez? A ojos de cualquiera, parecía evidente que se estaba
vengando adrede. Pero la verdad era esta: Xie Lian siempre había sido la
clase de tipo que, de entre mil copas de vino, elegiría justo la que estuviera
envenenada. No podía hacer nada con respecto a lo que pensaran los demás,
por lo que se limitó a decir:
—Haré todo lo posible para remediar los daños a los templos dorados y
otras pérdidas que haya causado. Espero que podáis darme algo de tiempo.

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Incluso alguien con serrín en lugar de cerebro se habría dado cuenta de
que a Mu Qing le habría encantado sumarse a las quejas de Xin Feng; pero lo
cierto era que su templo dorado no había sido dañado y había partido en dos
con sus propias manos el reloj que se le había caído encima, de modo que, si
seguía mostrándose tan hostil, empezaría a quedar un poco mal a ojos de los
demás, e incluso parecería que actuaba de forma rastrera. Fue por esto por lo
que él también decidió no añadir nada más. Al ver que la situación parecía
temporalmente resuelta, Xie Lian se marchó, primero a trompicones, y, tras
un par de pasos, salió corriendo.
Todavía estaba dándole vueltas concienzudamente al asunto de cómo
conseguir los ocho millones ochocientos ochenta y ocho mil méritos cuando,
al día siguiente, Ling Wen lo invitó a su palacio. Era una inmortal encargada
del papeleo burocrático del cielo. Se le daba tan bien que había gozado de un
ascenso meteórico en su carrera como diosa. Todo su templo estaba lleno de
documentos oficiales y pergaminos desde el suelo hasta la cúpula, y la escena
era tan caótica que la gente salía despavorida al ver aquel revoltijo. Mientras
Xie Lian caminaba por ahí, los inmortales que salían del templo de Ling Wen
llevaban torres de papeles que los superaban en estatura en una procesión de
rostros cenicientos, algunos con cara de desolación y otros ya totalmente
apáticos. Cuando entraron en el pabellón del templo, Ling Wen se giró y le
preguntó sin rodeos:
—Alteza, el emperador tiene una petición. ¿Te gustaría ayudarlo?
Había muchos inmortales con títulos tales como «sacerdote cultivador» o
«virtuoso cultivador» en el reino celestial, pero solo uno podía llamarse a sí
mismo «emperador». Él era el único que no tenía que rendirle cuentas a nadie
y podía hacer lo que se le antojase. Por lo tanto, Xie Lian se quedó atónito
durante un instante antes de reaccionar.
—¿Qué necesita?
—Últimamente, un grupo de grandes devotos ha estado lanzando
plegarias con gran insistencia en la región del norte. La situación parece
bastante inquietante —le explicó Ling Wen, entregándole un pergamino.
La denominación «grandes devotos» se refería generalmente a tres
categorías de personas: en primer lugar, los ricos, que ponían el dinero para
costear el incienso de los rituales y la construcción de nuevos templos; en
segundo lugar, los predicadores o misioneros, que convertían al pueblo a la
nueva religión; y, en tercer lugar, aquellos fervientes creyentes que
encarnaban en sus propias vidas, y con absoluta devoción, la fe en todo

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pensamiento y obra. De los que más había era del primer grupo: en este
mundo le dabas una patada a una piedra y te salía un millonario. Y, cuanto
más dinero tenían, más reverenciaban a fantasmas y deidades. El grupo más
minoritario era el tercero: una vez que llegaba a ese nivel de devoción, una
persona no estaba lejos de ascender al cielo y convertirse ella misma en
inmortal. El grupo al que se refería Ling Wen era, obviamente, de la primera
categoría.
—Ahora mismo el emperador no puede atender la región del norte. Si
estás dispuesto a ir en su lugar, podrás quedarte con todos los méritos que
ofrezcan estos grandes devotos en tu propio altar. ¿Qué te parece? —le
ofreció Ling Wen.
—Muchas gracias. —Xie Lian tomó el pergamino respetuosamente con
las dos manos.
Estaba claro que era Jun Wu (ese era el nombre de pila del emperador)
quien le hacía un favor a él y, sin embargo, fingía estar pidiéndole ayuda. Xie
Lian era totalmente consciente de ello, pero no encontró nada mejor que decir
que esas simples dos palabras para expresar toda la gratitud de su corazón.
—Dáselas tú mismo cuando vuelva, yo tan solo cumplo órdenes —dijo
Ling Wen—. Por cierto, ¿necesitas que te preste alguna reliquia?
—No hace falta. Aunque me des una, no tendré maná cuando descienda,
así que no la podré usar.
Xie Lian había sido desterrado dos veces, por lo que había perdido todo su
maná. En el reino celestial, donde se aglutinaban los suntuosos palacios de los
inmortales, había una abundante e interminable fuente de energía espiritual
por todos lados. Esta podía utilizarse con tan solo alzar la punta de los dedos,
pero, una vez que regresara a la tierra, sería tonto intentar lanzar un conjuro,
ya que cada vez necesitaría pedirle a alguien que le dejara un poco de maná,
lo cual no era nada práctico.
—Entonces lo mejor sería pedir prestados unos cuantos oficiales militares
para que te echen una mano —propuso Ling Wen tras reflexionar un instante.
Xie Lian tenía claro que actualmente solo había dos tipos de dioses de la
guerra: los que no lo conocían y los que no lo soportaban.
—Tampoco hace falta. Nadie vendría a echarme una mano.
Pero Ling Wen se quedó ensimismada en sus propias consideraciones y
repuso finalmente:
—Lo intentaré.

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No perdían nada por intentarlo, y en realidad Xie Lian no estaba
especialmente a favor ni en contra, así que Ling Wen entró en la sala
telepática y anunció en voz alta:
—Señores, el emperador tiene un asunto importante en la región del norte
y necesita a alguien que le eche una mano urgentemente. ¿Hay algún dios de
la guerra que pueda enviarnos un par de oficiales militares de su templo?
En cuanto sus palabras aterrizaron en la formación, la voz de Mu Qing
emergió suavemente, envolviendo la sala:
—He oído que el emperador no está en el norte en este momento, así que
me temo que es a su alteza el príncipe a quien le estaríamos prestando
realmente los oficiales.
«¿Es que estás todo el maldito día vigilando la sala telepática o qué?»,
pensó Xie Lian.
Ling Wen quería sacar a Mu Qing de allí a bofetadas para que dejara de
interponerse en sus asuntos, pero se limitó a sonreírle.
—Xuan Zhen, parece que últimamente siempre estás en la sala telepática.
¿Has conseguido tomarte unos días libres? Me alegro por ti.
—Tengo una herida en la mano. Estoy convaleciente —dijo Mu Qing con
frialdad.
Todos los inmortales se burlaron en sus corazones: «Tú, que antes partías
montañas y mares en un abrir y cerrar de ojos, ¿ahora no puedes ni con un
estúpido reloj?».
La intención de Ling Wen era engañar, en primer lugar, a dos personas
para que fueran a echar una mano; luego ya vería cómo explicarles la
situación. Pero Mu Qing no solo había adivinado su plan, sino que también se
había tomado la molestia de exponerlo en voz alta para que les resultara
imposible encontrar a alguien. Y, efectivamente, así fue: tras medio día
preguntando sin obtener respuesta, Xie Lian acabó diciéndole:
—¿Ves? Te dije que nadie querría echarme una mano.
—Si Xuan Zhen no hubiera abierto la boca, alguien habría venido —se
lamentó Ling Wen.
—Tarde o temprano tendrías que haber puesto las cartas sobre la mesa.
Dicho de primeras sonaba muy bonito, ¿a quién no le habría apetecido ayudar
al emperador? Así por supuesto que habría habido muchos voluntarios, pero,
cuando hubieran descubierto que en realidad tenían que venirse conmigo,
habrían montado una escena y se habrían negado a tener nada que ver con
todo este asunto. De todas formas, estoy acostumbrado a estar solo, y no es

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que me falte un brazo o una pierna, así que dejémoslo así. Gracias de todos
modos por tomarte tantas molestias. Me voy ya.
Ling Wen vio que no le quedaba alternativa, así que se despidió colocando
la palma de la mano sobre su puño.
—De acuerdo. Buen viaje, alteza. Que el cielo te bendiga.
—¡Dejémonos de protocolo! —Xie Lian respondió con un gesto de la
mano y se marchó con paso decidido y relajado.

Tres días después, mundo de los mortales, región del norte.

Junto al camino había una pequeña casa de té. La posada era pequeña y el
servicio no era gran cosa, pero el paisaje era tan hermoso que el negocio
siempre estaba repleto. Había montañas y ríos, y el bullicio de los transeúntes
recorría las calles. Tenía un poco de ambos mundos, el rural y el urbano. Un
poco de cada uno, pero no demasiado de ninguno y, por lo tanto, el punto
justo. Era realmente un paisaje apacible. El maestro del té de aquella tienda se
desplazaba con gestos pausados y, cuando no había clientes, solía tomar un
pequeño taburete y sentarse tranquilamente junto a la puerta. Así,
contemplaba las montañas y los ríos, el bullicio de los transeúntes en las
calles, degustando el paisaje con placer. Vio de pronto a lo lejos como un
cultivador de túnica blanca se acercaba cubierto de polvo, como si hubiera
caminado durante largo tiempo. Tras pasar frente a la casa de té, de pronto se
detuvo y retrocedió despacio. Alzando su sombrero, miró el letrero y se rio.
—Casa de té Encuentro Fortuito, buen nombre.
Aunque el hombre tenía apariencia de estar agotado, lucía una sonrisa tan
amplia que cualquiera que lo mirara no podría sino curvar a su vez las
comisuras de sus propios labios. Volvió a preguntar:
—Disculpe, ¿el monte Yujun está por aquí cerca?
El maestro del té le señaló la dirección, diciéndole:
—Está por esa zona.
El hombre lanzó un prolongado y hondo suspiro, parando justo para no
vomitar toda su alma de golpe, y pensó: «¡Por fin he llegado!».
Este hombre era Xie Lian.

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Había abandonado la capital inmortal ese mismo día, fijando un lugar para
descender a la tierra y aterrizar cerca del monte Yujun. Quién le iba a decir
que, mientras se marchaba con gracia y elegancia, bajando de un salto con
mucho estilo, su manga se quedaría enganchada en una nube (sí, enganchada
en una nube, él tampoco sabía exactamente cómo) y acabaría rodando tres mil
metros por los aires, precipitándose sin saber dónde se suponía que había
caído. Después de tres días de caminata, llegó por fin al lugar de aterrizaje
original y se sintió momentáneamente embriagado por la emoción.
Entró en la casa de té, eligió una mesa junto a la ventana y pidió té y algo
para comer. Apenas se hubo sentado cuando oyó un llanto prolongado,
acompañado por un estruendo de tambores procedente del exterior. Miró
hacia la calle y vio un gentío de hombres, mujeres, niños y ancianos que
acompañaban en procesión a un gran palanquín rojo que bajaba por la calle
principal. La comitiva exudaba un aura completamente extraña. A primera
vista parecía una procesión nupcial, pero, al observarla con mayor detalle, se
veía que la expresión del rostro de estas personas era seria, triste, enfadada o
temerosa, no alegre, como cabría esperar, y en ningún caso se diría que
estuvieran celebrando una boda. La situación era realmente insólita. El
maestro del té, que sostenía una tetera de cobre, se limitó a sacudir la cabeza
en silencio.
Xie Lian contempló como la misteriosa procesión se alejaba. Reflexionó
unos instantes y estaba a punto de sacar el pergamino que le había dado Ling
Wen para volver a echarle un vistazo cuando, de repente, sintió que una
ráfaga de luz pasaba a toda velocidad. Cuando alzó la vista, una mariposa de
plata pasó revoloteando ante sus ojos. Era brillante y cristalina, y, al flotar por
el aire, emitía un halo destellante. Xie Lian no pudo evitar extender sus dedos
para tocarla. La mariposa plateada irradiaba divinidad y no solo no se asustó,
sino que permaneció en la punta de sus dedos. Sus alas brillaban, hermosas y
etéreas, y bajo los rayos del sol parecía no ser más que un espejismo que se
desvanecería al más ligero contacto. Al cabo de un instante, se fue volando.
Xie Lian agitó la mano como gesto de despedida y, al girar la cabeza de
vuelta, vio que a su mesa se habían sentado dos hombres. Se habían colocado
uno a la izquierda y otro a la derecha, ocupando cada uno un lado de la mesa.
Ambos parecían no llegar a la veintena. El de la izquierda era alto, con las
facciones rudas pero hermosas, y un aire de arrogancia y obstinación en la
mirada. El de la derecha era extremadamente pálido, frágil y de aspecto
refinado, pero tenía unos ojos quizá fríos y crueles en exceso, como si dentro

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de sí albergara una gran tristeza. A decir verdad, ninguno de los dos tenía muy
buen aspecto.
Xie Lian parpadeó.
—¿Vosotros sois…?
—Nan Feng —respondió el de la izquierda.
—Fu Yao —lo siguió el de la derecha.
«No os estaba preguntando por vuestro nombre…», se dijo Xie Lian. De
pronto oyó la voz de Ling Wen:
—Alteza, hay dos oficiales militares júnior de la corte celestial media que
están dispuestos a ayudar. Ya han bajado a buscarte, deberían estar al caer.
La llamada corte celestial media era, naturalmente, lo opuesto a la corte
celestial superior. Los inmortales del reino celestial podían dividirse, a
grandes rasgos y simplificando un poco, en dos grandes categorías: los que
habían ascendido y los que no. Los de la corte celestial superior eran la élite,
los que habían ascendido por sí mismos para convertirse en inmortales, y en
todo el reino celestial no había más de cien, mientras que los de la corte
celestial media eran aquellos que habían sido «designados» para ascender.
Estrictamente hablando, en realidad el nombre completo era
«semiinmortales», pero, a la hora de llamarlos, todo el mundo omitía ese
«semi».

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Entonces, te estarás preguntando, si había una corte celestial superior y
una corte celestial media, ¿había también una corte celestial inferior?
No.
Bueno, de hecho, cuando Xie Lian ascendió por primera vez, sí que había
una. En aquel entonces, se estableció una división entre la corte celestial
superior y la corte celestial inferior. Pero más tarde todos se dieron cuenta de
un inconveniente: al presentarse y decir «soy Fulano, de la corte celestial
inferior», sonaba francamente patético. La palabra «inferior» resultaba
demasiado degradante, y en ese grupo había muchas deidades que poseían un
talento extraordinario, famosas por sus poderes mágicos y a las que les faltaba
muy poco para convertirse en inmortales de verdad. ¿Quién sabía si un día lo
conseguirían? Así que en algún momento alguien sugirió cambiar una palabra
y decir «soy Fulano, de la corte celestial media», que sonaba muchísimo
mejor. Aunque en realidad era lo mismo. De todos modos, a pesar de que se
había cambiado hacía tiempo, Xie Lian seguía sin acostumbrarse a oírlo de
esa manera.
Xie Lian miró a los dos jóvenes militares, cada uno más feo que el otro y
sin ninguna pinta de que estuvieran realmente «dispuestos a ayudar», y no
pudo evitar preguntar:
—Ling Wen, más que a ayudar, parece que hayan venido a cortarme el
pescuezo. ¿No los habrás engañado?
Por desgracia, aparentemente, estas últimas palabras no le llegaban de
manera telepática, y tampoco podía oír la voz de Ling Wen en sus oídos.
Quizá es que llevaba demasiado tiempo lejos de la capital inmortal y su maná
se había agotado. Xie Lian no tenía ningún otro remedio, así que sonrió a los
dos jóvenes oficiales militares.
—Nan Feng y Fu Yao, ¿verdad? Os agradezco de antemano vuestra
disposición para ayudarme.
Ambos asintieron, manteniendo la compostura. Parecían salidos de la sede
de algún ilustre y celebrado dios de la guerra. Xie Lian pidió al maestro del té
que les trajera dos tazas más y, mientras preparaba las hojas para servirles, les
preguntó de pasada:
—¿Y estáis al servicio de cuál de sus altezas?
—De Nan Yang —dijo Nan Feng.
—De Xuan Zhen —dijo Fu Yao.
Eso sí que era espeluznante. Xie Lian le dio un sorbo al té y a
continuación preguntó:

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—¿Os han pedido vuestros generales que vinierais?
—No saben que hemos venido aquí —respondieron al unísono.
—Entonces, ¿sabéis quién soy? —continuó Xie Lian tras reflexionar un
momento.
Si Ling Wen había engañado a estos dos jóvenes y aturdidos oficiales para
que lo ayudaran y, al volver, encima iban a ser reprendidos por sus generales,
toda la situación resultaba demasiado descarada.
—Eres su alteza real el príncipe de Xianle —contestó Nan Feng.
—Eres la justicia en la tierra, eres el centro del mundo —replicó Fu Yao.
Xie Lian se atragantó un momento y le preguntó a Nan Feng para
asegurarse:
—¿Acaba de poner cara de sarcasmo?
—Sí —le confirmó Nan Feng—. Dile que se largue de aquí.
Nan Yang y Xuan Zhen no se llevaban nada bien. Aquello no era
precisamente un secreto, y Xie Lian no se sorprendió ni un ápice cuando se
enteró. La razón era que Feng Xin y Mu Qing ya se caían mal en el pasado,
pero en aquel entonces él era su maestro y ellos, los discípulos, por lo que, si
el príncipe les decía que no se pelearan, que tenían que ser buenos amigos, los
dos reprimían su hostilidad a regañadientes y, a lo sumo, se lanzaban pullitas
el uno al otro cuando se picaban. Su enemistad duraba hasta hoy, y ya no
tenían ninguna necesidad de ser hipócritas. Tal era su rivalidad que incluso los
devotos de ambos inmortales en el sureste y el suroeste se despreciaban
mutuamente, y en el cielo los oficiales de los templos de Nan Yang y Xuan
Zhen se profesaban un odio mutuo y centenario: los que Xie Lian tenía ante sí
eran un ejemplo típico.
—La sacerdotisa cultivadora Ling Wen dijo que podíamos venir
voluntariamente, así que yo no me largo de ningún lado.
La palabra «voluntariamente», dicha con esa cara que ponía, no resultaba
nada convincente.
—Vamos a aclararnos. ¿De verdad habéis venido voluntariamente? Si en
realidad no os apetece ayudarme, no os sintáis obligados —terció Xie Lian.
—Me ofrezco voluntario —fue su respuesta unánime.
«En realidad, queréis decir “me ofrezco en sacrificio”, ¿verdad?», pensó
Xie Lian, mirando esos dos rostros tan profundamente hundidos y sombríos.
—En fin… —continuó—. Vayamos al grano. Los dos sabéis qué hemos
venido a hacer aquí, en el norte, así que no empezaré por el principio…
—Yo no lo sé —dijeron al unísono.

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A Xie Lian no le quedaba otra que explicárselo todo, así que les mostró el
pergamino.
—Entonces será mejor que sí empiece por el principio…
Cuenta la leyenda que, hacía muchos años, hubo en el monte Yujun una
pareja que se iba a casar. Era una de esas parejas que se quieren de verdad,
con un amor fuera de lo común. El novio estaba esperando a que llegara la
comitiva nupcial, pero, después de aguardar mucho tiempo, la novia no
apareció. El novio estaba muy ansioso, de modo que fue a la casa de la
familia de la novia solo para que sus suegros le dijeran que había salido de
casa hacía ya mucho rato. Las dos familias dieron la voz de alarma y buscaron
por todas partes, pero la muchacha había desaparecido sin dejar rastro. Si las
bestias de la montaña la hubieran devorado, al menos habría quedado un
brazo o una pierna. ¿Cómo era posible que se hubiera evaporado? Así que,
inevitablemente, las malas lenguas rumorearon que la propia novia no había
querido casarse y había urdido un plan con la comitiva nupcial para fugarse.
Quién se habría imaginado que, años más tarde, cuando otra pareja se iba a
casar, volvería a ocurrir la misma pesadilla.
De nuevo una novia había desaparecido. No obstante, esta vez no fue sin
dejar rastro: en un pequeño sendero, la gente encontró un pie que alguna cosa
había dejado a medio devorar.

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Capítulo 2

Tres bufones: discusión nocturna sobre


el templo del Gigante Yang

PARTIR DE ENTONCES, TODO FUE CUESTA ABAJO Y SIN FRENOS. EN EL


A transcurso de casi cien años, diecisiete novias desaparecieron en las
inmediaciones del monte Yujun. A veces una década era tranquila y no ocurría
ningún incidente; otras había dos casos en solo un mes. Rápidamente se
propagó la terrorífica leyenda de que en el monte vivía el fantasma de un
novio que, si se encaprichaba de una mujer, la capturaba en su camino hacia
la boda y luego engullía a toda la comitiva nupcial. Una historia así en
principio no habría llegado a oídos de los cielos porque, aunque había
diecisiete novias desaparecidas, había miles que resultaban ilesas. A fin de
cuentas, si no se podía encontrar a las que ya no estaban y no se podía
proteger de aquella amenaza a las que quedaban, la gente pensaba en apañarse
de esta forma. Se resignaron, pues, a que cada vez menos gente se atreviera a
casar a sus hijas en aquella zona, y las parejas locales no se atrevían a
organizar bodas muy sonadas. Sin embargo, quiso la casualidad que la
decimoséptima novia fuera hija de un oficial. Este le tenía un especial cariño
a su hija predilecta y mimada, por lo que eligió a cuarenta valientes militares
sin parangón para que la escoltaran en la comitiva nupcial; pese a todo, de
nuevo no quedó ni rastro de la novia.
En esta ocasión el novio fantasma había golpeado un verdadero nido de
avispas. El oficial sabía que ningún mortal podría ayudarlo, de modo que,
ciego de cólera, llamó a un grupo de amigos de las altas esferas para celebrar
una disparatada cantidad de ceremonias para las deidades. Siguiendo las
instrucciones de un alto funcionario, fundó obras de caridad para ayudar a los
pobres hasta terminar provocando un gran alboroto y hacerse famoso en toda
la ciudad. Su fama creció hasta el punto de que llamó la atención de todos los
inmortales de las alturas. Si no fuera por esto, habría sido prácticamente

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imposible que las insignificantes vocecillas de aquellos diminutos mortales
llegaran a oídos de los dioses del cielo.
—Y así están más o menos las cosas —terminó Xie Lian.
No sabía si Fu Yao y Nan Feng lo habían estado escuchando o no, ya que
la expresión de su rostro no se correspondía en absoluto con la historia. Si no
habían prestado atención, tendría que volver a contárselo todo. Pero Nan Feng
alzó la vista y frunció el ceño.
—¿Qué tienen en común las novias desaparecidas?
—Hay pobres y ricas, guapas y feas, esposas y concubinas…
Resumiendo, no hay ningún patrón. No hay manera de saber cómo son los
gustos de este novio fantasma —le explicó Xie Lian.
Nan Feng emitió un sonido de aprobación y alzó su taza para tomar un
sorbo de té, como si hubiera comenzado a meditar sobre el caso. En cambio,
Fu Yao ni siquiera tocó el té que Xie Lian le había ofrecido, sino que usó un
pañuelo blanco para limpiarse las manos con parsimonia y, sin dejar de frotar,
preguntó con una mueca impasible:
—Su alteza el príncipe, ¿cómo estás tan seguro de que se trata de un novio
fantasma? No está nada claro. Si nadie lo ha visto, ¿cómo sabes si es hombre
o mujer, viejo o joven? ¿No crees que estás dando las cosas por sentadas?
Xie Lian esbozó una sonrisa.
—Los pergaminos son un resumen confeccionado por un oficial
administrativo del palacio de Ling Wen, «novio fantasma» es solo como se lo
conoce popularmente. Pero, en efecto, lo que dices tiene mucho sentido.
Tras intercambiar unas cuantas palabras más, Xie Lian se dio cuenta de
que los dos jóvenes oficiales tenían las ideas bastante claras. Y, aunque no
tenían buen aspecto, su argumentación era lógica y sin ambigüedades, lo cual
era bastante gratificante. Al ver que estaba oscureciendo, los tres salieron de
la casa de té. Xie Lian llevaba un rato caminando con el sombrero de arroz
puesto cuando de súbito percibió que los dos hombres que iban detrás de él ya
no lo seguían. Miró hacia atrás extrañado, y ellos en respuesta también lo
miraron así.
—¿Adónde vas? —quiso saber Nan Feng.
—Busco un lugar donde pasar la noche. Fu Yao, ¿por qué vuelves a poner
los ojos en blanco?
—Entonces, ¿por qué te diriges al bosque? —preguntó Nan Feng,
extrañado.

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Xie Lian solía dormir en la calle al raso, de manera que le bastaba con
encontrar un trozo de tela sobre el que tumbarse para pasar la noche. Actuó
sin pensar y por costumbre, buscando una cueva en la que encender un fuego,
y no reaccionó hasta que Nan Feng le hizo esa pregunta. Nan Feng y Fu Yao
eran oficiales bajo el mando de dos dioses de la guerra, de modo que bastaba
con encontrar un templo dedicado a Nan Yang o a Xuan Zhen para alojarse.
¿Qué necesidad había de dormir a la intemperie?
Poco después los tres encontraron un destartalado altar local en un
pequeño rincón común y ordinario, con el aire impregnado de olor a incienso
y platos rotos por doquier. El lugar tenía un aspecto desolado, y en el centro
se alzaba una diminuta y redonda estatuilla de piedra del dios local. Xie Lian
lo llamó varias veces. Esta divinidad había permanecido muchos años sin
recibir ofrendas ni plegarias. Al oír que lo llamaban y abrir los ojos, vio a tres
personas frente al santuario: las dos a izquierda y derecha desprendían un aura
divina estridente, como la de un nuevo rico ostentoso, con un brillo tan
cegador que no podía verles el rostro con claridad. El dios local se levantó de
un salto, alarmado, y les preguntó tembloroso:
—A sus órdenes, inmortales. ¿Qué desean que haga por ustedes?
—No vengo a dar ninguna orden. Solo quería preguntar si hay cerca
alguna ciudad cuyo templo esté dedicado al general Nan Yang o al general
Xuan Zhen.
El dios local se apresuró a contestarle:
—Esto… Eh, a ver… —Y, tras contar con los dedos, prosiguió—: Hay un
templo consagrado al dios de la ciudad a cinco millas en esa dirección. Está
consagrado al… eh… al general Nan Yang.
—Muchas gracias. —Xie Lian entrelazó las manos en señal de
agradecimiento.
Pero al dios local lo cegaban los dos halos divinos que había junto a él, y
se apresuró a esconderse. Xie Lian sacó unas monedas, las colocó delante del
altar y, al ver unas varillas de incienso esparcidas, las recogió y las encendió.
Durante todo este proceso, Fu Yao puso los ojos en blanco tantas veces que a
Xie Lian le dieron ganas de preguntarle si es que los tenía cansados.
Cinco millas después, efectivamente, vieron un templo del patrón de la
ciudad, de un color rojo incandescente, a un lado del camino. El templo,
aunque pequeño, estaba totalmente equipado y lleno de gente que iba y venía
en un efervescente bullicio. Los tres entraron tras hacerse invisibles: estaba

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decorado con una estatua de arcilla del dios de la guerra Nan Yang vistiendo
una armadura y empuñando un arco.
Al ver la efigie, Xie Lian dejó escapar un «hmm…» en su interior.
Al ser un pequeño templo de campo, la imagen del dios y su
recubrimiento de pintura podían describirse como francamente toscos. La
impresión general era realmente bastante diferente del Feng Xin que Xie Lian
recordaba. Sin embargo, los inmortales estaban acostumbrados a que las
estatuas esculpidas en su honor fueran una versión deformada de sí mismos.
Por no decir que algunas no las reconocía ni su madre, y a veces ni siquiera
los propios dioses representados eran capaces de adivinar que esa estatua era
suya. Al fin y al cabo, no eran muchos los artesanos que habían visto alguna
vez a una deidad en persona, por lo que, ya fuera por bonitas o por feas, lo
cierto era que todas eran objeto de licencias artísticas, de manera que solo se
podía identificar a la deidad por algún atributo característico, como una pose,
un arma o un atuendo determinados.
En general, cuanto más adinerada fuera la gente del lugar, más complacía
la estatua al inmortal; y, cuanto más pobre fuese, peor era el gusto de los
artesanos y, por consiguiente, la estatua era un horror que daba pena mirar.
Hoy en día, la única representación en estatua que se salvaba era la del
general Xuan Zhen. ¿Y eso por qué? Pues porque, si veían una representación
horrenda, los demás inmortales lo dejaban estar, pero él no. Si su estatua era
fea, la destruía a escondidas para que la tuvieran que reconstruir, o incluso se
aparecía en sueños para dejar entrever su descontento de forma sutil. Así, los
grandes devotos se enteraban de cuál era el problema: ¡había que buscar un
artesano que esculpiera estatuas bonitas!
Todos los miembros del palacio de Xuan Zhen estaban cortados por el
mismo patrón que su general: tenían un gusto exquisito. Nada más entrar en el
templo de Nan Yang, Fu Yao se pasó dos horas criticando minuciosamente
cada detalle de la estatua de Nan Yang: que si era deforme o el color era
vulgar, que si los acabados eran de mala calidad o que si era de un extraño
gusto estético. Xie Lian vio que a Nan Feng se le estaba hinchando poco a
poco la vena de la sien y pensó en la urgente necesidad de cambiar de tema.
Por suerte, vio a una joven que entró para adorar al dios. Se arrodilló
piadosamente y dijo con dulzura:
—Ahora que lo pienso, el sacerdote cultivador Nan Yang es el patrón del
sureste. No me esperaba que tuviera tantas ofrendas de incienso en el norte.

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La gente construía templos y palacios que en realidad eran imitaciones de
los palacios de los inmortales en el reino celestial, y las estatuas se erigían a
imagen y semejanza de los propios dioses. Los palacios y los templos atraían
a masas de devotos e incienso, y se convertían en una importante fuente de
maná para las deidades. Debido a múltiples factores, tales como la geografía,
la historia y las costumbres locales, los habitantes de distintas regiones solían
rendirles culto a deidades diferentes. Era en su propio territorio donde el maná
de un dios era más fuerte, y esta era la principal ventaja de jugar en casa. Solo
para deidades como el emperador divino, que contaba con fieles en cada
rincón bajo el cielo y tenía palacios y templos consagrados a lo largo de los
cuatro mares, el hecho de que fuera o no territorio propio carecía
completamente de relevancia. Era algo bueno que el templo de su propio
general floreciera de aquella manera en un territorio que no era el suyo, y Nan
Feng debería haberse sentido orgulloso de ello, pero, por su rostro, parecía
todo lo contrario. Por otro lado, Fu Yao sonreía con sorna.
—No está mal, no está mal. Se ve que por aquí lo quieren y lo admiran.
—Pero hay algo que no me queda claro de este lugar, no sé… —pensó en
voz alta Xie Lian.
—Si no sabes, no hables —lo cortó Nan Feng, claramente a la defensiva.
—No, déjame terminar… Lo que quería decir es que no sé si aquí hay
alguien que nos pueda ayudar a encontrar respuestas sobre el asunto que nos
ocupa.
Xie Lian tuvo el presentimiento de que más le valdría no decir lo que
estaba pensando, y optó por cambiar de tema.
—Sé lo que quieres preguntar. Estás pensando por qué hay tantas mujeres
que vienen a este templo, ¿verdad? —intervino de pronto Fu Yao.
Eso era exactamente lo que Xie Lian se estaba preguntando.
Entre los devotos de un dios de la guerra, las mujeres siempre eran menos
numerosas que los hombres, con la única excepción de él mismo hacía
ochocientos años. La razón de esta excepcionalidad era muy simple. En dos
palabras: era guapo.
Tenía claro que no se debía a su virtud intachable, su renombre, sus
poderes extraordinarios o cosas por el estilo, sino simplemente a que, como el
ídolo era hermoso, sus templos también. Casi todos sus palacios habían sido
construidos por algún miembro de la realeza y, para lograr reflejar sus bellos
rasgos en las efigies, se convocaba a los mejores maestros artesanos de cada
rincón del país. Además, debido a su famosa frase «Mi cuerpo está en el

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infierno, pero mi corazón mira hacia el cielo», a los escultores les gustaba
decorar con flores sus imágenes y plantar en los alrededores un mar de
árboles y jardines. Por eso en aquella época también se lo conocía por el
sobrenombre de «dios de la guerra de la corona de flores». A las creyentes en
realidad lo que les gustaba era la belleza de su estatua y que su palacio
estuviera repleto de flores por todos lados, pero, ya de paso, también
aprovechaban para rezarle un poco.
Por lo general, los dioses de la guerra estaban tan marcados por un halo de
muerte y destrucción que se los solía representar con gesto grave, feroz,
horrible y despiadado, de modo que las devotas solían preferir adorar a
Guanyin[4] o a otra deidad por el estilo. Aunque aquella estatua de Nan Yang
no tenía ningún halo de muerte o destrucción, seguía siendo horrenda y, aun
así, entre los devotos la mayoría eran mujeres. Estaba claro que Nan Feng no
quería responder a aquella pregunta y se comportaba de un modo extraño. En
ese mismo momento, la joven terminó de rezar, se levantó a tomar una varita
de incienso y se dio la vuelta.
Cuando se giró, Xie Lian les dio un codazo a los otros dos. Y, aunque
normalmente se le habrían echado encima por ese golpe, cuando miraron a la
muchacha, sus rostros palidecieron.
—¡Es feísima! —exclamó Fu Yao.
Xie Lian se atragantó un momento antes de reprenderlo:
—Fu Yao, no puedes hablar de esa manera de una chica.
Siendo honestos, lo que había dicho Fu Yao era verdad. El rostro de la
joven era una tabla rasa, como si alguien lo hubiera aplastado de un
manotazo. Decir que sus rasgos eran del montón sería no hacerle justicia: de
tener que describirlos, probablemente habría que hacer hincapié en el zigzag
de la nariz y las dos puñaladas torcidas que tenía por ojos. Pero Xie Lian ni
tan siquiera se fijó en si era guapa o fea. Cuando la muchacha se dio la vuelta,
su mirada se posó en el enorme agujero que tenía en la parte trasera de su
falda, tan grande que era imposible fingir no verlo.
Fu Yao al principio se sobresaltó, aunque rápidamente recobró la
compostura. En cambio, las venas que hacía un instante surcaban la sien de
Nan Feng desaparecieron sin dejar rastro. Al ver que le cambiaba la cara de
forma tan drástica, Xie Lian se afanó en calmarlo.
—No te pongas nervioso. No te pongas nervioso…
La muchacha tomó la varita de incienso y se arrodilló de nuevo, rezando
mientras se postraba:

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—Bendito sea el general Nan Yang. Su fiel devota Xiao Ying reza para
que el novio fantasma sea capturado pronto, para que ninguna víctima
inocente vuelva a caer en sus manos…
Rezaba con tanta devoción que no se dio cuenta de aquella anomalía en su
parte trasera, ni tampoco de que había tres personas agachadas a los pies del
ídolo al que adoraba. A Xie Lian le pesaba la cabeza.
—¿Qué hacemos? No podemos dejar que salga así, la gente se la quedará
mirando.
Además, al ver el agujero de su falda, estaba claro que la habían rajado
deliberadamente con un instrumento afilado. Xie Lian no solo temía a los
mirones, sino también a que otros se rieran de ella y la humillaran
públicamente.
—A mí no me preguntes. No estaba rezándole a mi general, Xuan Zhen.
Además, no he visto nada: con las obscenidades, hago la vista gorda —se
desentendió Fu Yao con indiferencia.
Nan Feng seguía con el rostro lívido, agitando las manos e incapaz de
pronunciar palabra. Aquel joven tan intrépido y revoltoso de repente se había
quedado mudo: no se podía contar con él. A Xie Lian no le quedó más
alternativa que encargarse él mismo del asunto quitándose el abrigo y
tirándolo al suelo. La prenda ululó, revoloteando hasta cubrir a la joven y
tapar el indecoroso agujero de su falda. Los tres dejaron escapar al unísono un
suspiro de alivio.
Pero aquella ráfaga de aire tan extraña sobresaltó a la muchacha y, tras
mirar en todas direcciones, dudó un momento antes de deshacerse del abrigo
y colocarlo sobre el altar. Seguía sin darse cuenta de nada y se disponía a
marcharse tras esperar a que el incienso se consumiera. Si salía así, quedaría
en ridículo frente a los demás. Los dos oficiales estaban quietos como piedras,
comportándose, en resumidas cuentas, como unos inútiles. Xie Lian lanzó un
suspiro. Nan Feng y Fu Yao solo sintieron un vacío a su lado: Xie Lian se
había materializado en su forma visible, saltando hacia abajo.
Las lámparas del templo parpadearon: su salto levantó una ráfaga de
viento que hizo oscilar las llamas. La joven Xiao Ying solo percibió una
figura borrosa ante sí y al instante vio a un hombre desnudo de cintura para
arriba emerger de la oscuridad y tenderle una mano. La muchacha entró en
pánico.
Como era de esperar, pegó un chillido. Xie Lian quería decirle algo, pero
la joven ya le estaba lanzando golpes a ciegas mientras le gritaba:

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—¡Pervertido!
Con un sonido seco (¡pam!), Xie Lian recibió una buena bofetada en la
cara. Sonó alta y clara. La hostia sonó con nitidez en los oídos de los dos
hombres agazapados ante el altar de los dioses, que torcieron la cara en una
empática mueca de dolor.
Xie Lian ni se inmutó por haberse comido aquella bofetada y,
entregándole su abrigo, le susurró rápidamente unas breves palabras al oído.
La chica dio un respingo y, al palparse el trasero, de inmediato enrojeció
como un tomate y sus ojos se inundaron de lágrimas (quién sabe si por enfado
o por vergüenza). Agarrando con fuerza el abrigo que Xie Lian le ofrecía, se
cubrió el rostro con él y salió volando, dejando al príncipe solo y de pie. El
templo estaba vacío y una brisa fresca entró en la sala, enfriando de pronto la
estancia.
Xie Lian se frotó la mejilla roja con la marca de la mano y se volvió hacia
los dos jóvenes.
—Ya está. Solucionado.
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, Nan Feng lo señaló y
dijo:
—¿Estás… herido?
Xie Lian bajó la cabeza y exclamó:
—Oh.
Sin abrigo, exhibía un cuerpo fornido, pero su pecho estaba envuelto en
capas de tela blanca que le apretaban hasta casi asfixiarlo. Las vendas le
cubrían también el cuello y las muñecas, y justo en los bordes de la tela
quedaban al descubierto innumerables cortes diminutos que sobresalían. Era
una imagen realmente horrorosa e impactante. Pensando que el esguince que
tenía en el cuello ya estaría más o menos curado, Xie Lian comenzó a
desliarse los vendajes. Fu Yao se lo quedó mirando con detenimiento e
inquirió:
—¿Quién es?
—¿Qué? —le respondió Xie Lian.
—¿Contra quién estás luchando? —insistió Fu Yao.
—¿Combatir? Con nadie.
—Entonces tus heridas son… —intervino Nan Feng.
—Me caí —dijo Xie Lian con la mirada perdida.
Silencio.

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Aquella era una de las heridas que se había hecho cuando bajó rodando al
mundo mortal hacía tres días. Si hubiera peleado con alguien, no se habría
dejado herir hasta tal extremo.
Fu Yao murmuró unas palabras que Xie Lian no oyó bien y tampoco quiso
preguntar, ya que imaginó que no estaría alabando su fortaleza precisamente.
Cuando terminó de desatar la gruesa capa de vendas que tenía alrededor del
cuello, Nan Feng y Fu Yao posaron la mirada fijamente en su parte superior:
allí, anudado alrededor de su piel nívea, llevaba atado un collar de un negro
intenso.
Al sentir sus miradas clavadas en él, Xie Lian esbozó una débil sonrisa y
se dio la vuelta.
—¿Es la primera vez que veis un yugo maldito de verdad?
El yugo maldito, como su nombre indica, era un aro metálico que se
colocaba alrededor del cuello a modo de maldición. Cuando un inmortal era
desterrado del reino celestial, era marcado por la ira divina con un sello que
señalaba sus pecados. Este castigo, del que no podría liberarse jamás, se le
imponía sobre el cuerpo como método de inhibición para sellar sus poderes
divinos. Era una práctica similar a tatuar el rostro o encadenar de manos y
pies a un condenado: servía a la vez como castigo y advertencia, causando
terror y humillación.
Como el hazmerreír de los tres mundos, que había sido derrotado no una,
sino dos veces, Xie Lian, naturalmente, cargaba con uno de estos yugos
malditos. Era imposible que los dos jóvenes oficiales no hubieran oído hablar
de él, pero había una diferencia considerable entre eso y verlo con sus propios
ojos. Así, a Xie Lian no le resultaba incomprensible que pusieran aquella
cara. Supuso que, al verlo, ambos oficiales se habrían sentido incómodos y
habrían sido plenamente conscientes de las posibles consecuencias de sus
actos. Al fin y al cabo, ese grillete era una cosa bastante jodida.
Pensaba en usar alguna excusa, como ir a ponerse algo de ropa, para salir
de allí y dar una vuelta él solo, pero lo detuvieron la miradita con los ojos en
blanco y el comentario de Fu Yao:
—Salir así a la calle sería ridículo.
Por fortuna, Nan Feng fue a la parte de atrás del templo y encontró una
túnica de sacerdote. Se la lanzó, y Xie Lian se la puso para así dejar de ser
patético. Pero, cuando se sentó de nuevo, sintió que el ambiente se había
vuelto un poco incómodo después de lo ocurrido, así que sacó el pergamino
que le había dado Ling Wen y les dijo:

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—¿Queréis volver a echarle un vistazo?
Nan Feng alzó las cejas.
—Yo ya lo he visto. Creo que el que necesita echarle un buen vistazo es
él.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Ese pergamino ambiguo e incoherente
que no vale ni un duro merece una segunda lectura?
Al oírlo decir que el pergamino no valía ni un duro, Xie Lian no pudo
evitar sentir un poco de lástima por los diminutos funcionarios del palacio de
Ling Wen que con tanto esmero habían confeccionado aquel documento,
trabajando hasta que sus rostros se tornaron cenicientos. Fu Yao prosiguió:
—Eh, ¿de qué estábamos hablando? El templo de Nan Yang… Por qué
hay tantas mujeres devotas de Nan Yang, ¿verdad?
Vale. Xie Lian guardó el pergamino y se masajeó el entrecejo, palpitante
de lo acelerado que tenía el corazón. Ya le había quedado claro que esa noche
nadie iba a leer nada.
Ya que no se iban a poner manos a la obra con asuntos serios, Xie Lian
reflexionó sobre qué estaba pasando realmente. Resultaba que, aparte de su
alteza el príncipe, que llevaba varios cientos de años recogiendo chatarra en el
mundo mortal, el resto de los inmortales y los dioses de los cielos sabían que
Feng Xin, el sacerdote cultivador de Nan Yang, durante un tiempo fue
conocido como el sacerdote cultivador gigante Yang. Él mismo sentía un odio
visceral hacia aquel apodo. Y todo el mundo coincidía en describir aquella
situación con una sola palabra: ¡injusticia!
Esto se debía a que la forma correcta de escribir su nombre original era
«girante Yang» debido a su asombrosa habilidad para dar giros en el aire. La
razón por la cual se difundió aquel apodo equivocado era la siguiente.
Hacía muchos años, cuando un rey construía un templo, escribía
personalmente las tablillas de cada pagoda y cada pabellón para mostrar su
ferviente devoción. Sin embargo, cuando fue a escribir «pabellón del girante
Yang», por alguna razón escribió «pabellón del gigante Yang».
El oficial encargado de la construcción del templo estaba muerto de
preocupación. No lograba comprender si su alteza lo había cambiado así
deliberadamente o si lo había escrito mal por accidente. Si había sido
deliberado, ¿por qué no había dado una orden explícita, indicando que era así
como había querido modificarlo? Si no había sido intencionado, ¿cómo había
podido cometer un error tan tonto? No podía ir y decirle: «Alteza, se ha
equivocado». ¿Quién sabe si su alteza se lo tomaría como un comentario

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sarcástico que se mofaba de su descuido, insinuando que solo tenía un
conocimiento superficial de la ortografía de lo sagrado? ¿O que su devoción
no era sincera? Además, ya se había empleado la preciada tinta del
mismísimo pincel de su alteza, ¿acaso podía invalidarse algo escrito con ella?
En este mundo, era imposible adivinar la intención de un sabio. El oficial
estaba sumamente afligido y, después de darle muchas vueltas, llegó a la
conclusión de que ofender a su alteza era peor idea que ofender al sacerdote
cultivador girante Yang.
Y hay que decir que en realidad tomó la decisión correcta. Cuando su
alteza se dio cuenta de que «girante Yang» estaba escrito como «gigante
Yang», no dijo nada. Se limitó a invitar a un grupo de eruditos para que
revisaran con minuciosidad todos y cada uno de los textos antiguos con el
objetivo de encontrar innumerables minucias y escribir una miríada de
ensayos con los que justificar por todos los medios que, efectivamente, el
girante Yang era en realidad el gigante Yang y que «girante» había sido
siempre la forma incorrecta de escribirlo. Y así, en el lapso de un solo día, los
altares del girante Yang a lo largo y ancho de todo el país se transformaron en
los del gigante Yang.
Lo más increíble de todo es que pasó más de una década hasta que Feng
Xin se enteró de este cambio en su nombre de dios. Básicamente, nunca se
paraba a leer el letrero a la entrada de su propio templo, pero un día, de
repente, se sintió apesadumbrado por la cantidad de mujeres que acudían a su
templo a rendirle culto, todas ellas sonrojadas por la timidez. Y, cuando
ofrecían sus inciensos, ¡¿qué era lo que le pedían en sus plegarias?!
Tras entender lo que estaba pasando, se precipitó a la cima del noveno
cielo y, ante el inmenso firmamento y un sol abrasador, estalló en insultos e
improperios. Todos los inmortales dieron un respingo al oírlo. Y, aunque se
quedó bien a gusto gritando, tampoco pudo hacer nada más al respecto. Si
querían rezarle, que le rezaran. Él tampoco se atrevía a rechazar de malas
maneras a esas mujeres que tan devotamente lo invocaban en sus plegarias y,
haciendo de tripas corazón, se dispuso a escuchar sus ruegos durante muchos
años. Hasta que un rey celestial decente y pundonoroso consideró que todo
esto era indecoroso e inadmisible, y le cambió el nombre a Nan Yang. Pero la
gente no olvidaba que, aparte de ser un dios de la guerra, podía bendecir otras
cosas. Sin embargo, existía un acuerdo tácito para que nadie volviera a
referirse a él con ese nombre. Había también otro saber popular: ¿cómo había
que describir al sacerdote cultivador Nan Yang? Con tan solo una palabra:

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«milagroso». Si no querías cabrearlo y que tronara en insultos, solo podías
decirle: «¡Qué milagro!».
Por un lado, la cara de Nan Feng ya estaba tan oscura como el fondo de
una olla vieja, pero, por otro, Fu Yao seguía de un humor sarcástico y recitó
flemáticamente:
—Fiel amigo de señoras que hijos quieren tener. Déjense de afrodisíacos,
a Nan Yang han de ver. Ja, ja, ja, ja, ja…
Xie Lian tuvo consideración y logró contener la risa para no resultar tan
insolente y mostrar un poco de respeto ante la efigie del mismo Nan Yang.
Nan Feng, por su parte, estaba hecho una furia.
—¡No vengas aquí a hacerte el místico con tus rimas! Si de verdad no
tienes nada mejor que hacer, ¡ponte a barrer el suelo!
En cuanto dijo esto, el rostro de Fu Yao palideció al instante. Igual que los
oficiales del templo de Nan Yang no soportaban escuchar el antiguo mote de
su señor, los del templo de Xuan Zhen tampoco toleraban que se hablara de
barrer el suelo. La raíz de aquello era que, cuando Mu Qing trabajaba como
sirviente en el palacio real, se dedicaba todo el día a labores como barrer,
hacer las camas, ir al pozo y servirle té a su alteza Xie Lian. Un día, cuando
Xie Lian lo vio recitando para sí las fórmulas de cultivo mientras barría el
suelo, se sintió tan conmovido por esa férrea voluntad de estudiar contra
viento y marea que les pidió a los cultivadores del reino que lo aceptaran
como su discípulo. ¿Cómo se podía entender esta historia? Podía ser una
calumnia o todo un ejemplo de superación; humillante o hermosa, según lo
que pensara cada cual. Evidentemente, Mu Qing la consideraba una mancha
que lo avergonzó toda la vida, pues tanto él como los oficiales bajo su mando
enloquecían al oír esas palabras. Al ver a Xie Lian a su lado balanceando los
brazos sin enterarse de nada, Fu Yao se mofó con frialdad:
—Oyéndote hablar así, no estoy seguro de si voy a poder ayudaros mucho
en esta aventura en la que os habéis metido los del templo de Nan Yang para
auxiliar a su alteza el príncipe.
—Si tu general es un tremendo desagradecido, ¿qué más se puede decir?
—replicó Nan Feng con la misma sonrisa gélida.
—Eh… —Xie Lian estaba a punto de intervenir cuando Fu Yao lo
interrumpió riéndose.
—Hay quien solo ve la paja en el ojo ajeno… ¿Quién te crees que eres
para decir nada de mi señor?

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—Eh… —Viendo que lo usaban como arma arrojadiza para dar
martillazos a la columna vertebral de otros inmortales, Xie Lian finalmente no
pudo seguir callado—. Esperad, esperad. Parad.
Naturalmente, nadie le hizo caso, y empezaron a pelearse. No sabía quién
había empezado, pero el altar de ofrendas se partió por la mitad y la fruta rodó
por todo el suelo. Al ver que no había manera de parar aquello, Xie Lian se
sentó en un rincón y suspiró. «Ellos mismos se lo han buscado». Cogió un
pequeño panecillo al vapor que había rodado hasta sus pies, le quitó el polvo
y se disponía a hincarle el diente cuando de inmediato alguien se lo tiró de un
manotazo.
—¿Qué haces comiéndote eso? ¡Que está lleno de polvo! —Fu Yao se
tomó la molestia de detener la pelea para reprochárselo con asco e
incredulidad.
—Parad, parad, parad. Tengo algo que deciros. —Xie Lian aprovechó la
oportunidad para intervenir, alzando la palma de la mano. Separó a los dos
chicos y los reconvino con afabilidad—. En primer lugar, ese príncipe del que
habláis no es otro que yo mismo. Y su alteza ni siquiera ha dicho nada, así
que no deberíais usarme como pretexto para atacaros el uno al otro. —Tras
una pausa, añadió—: No creo que vuestros dos generales se comporten de
esta manera. ¿No veis que, perdiendo las formas, los estáis haciendo quedar
en evidencia?
Ante aquella grave acusación, el semblante de ambos cambió de
inmediato.
—En segundo lugar, habéis venido a ayudarme, ¿verdad? Entonces,
¿quién obedece a quién: yo a vosotros o vosotros a mí? —continuó Xie Lian.
Ambos tardaron un buen rato en responder al fin:
—Nosotros a ti.
Aunque sus caras parecían decir «que te lo has creído», Xie Lian se
mostró complacido y, dando una palmada, terminó:
—Muy bien. Y, por último, lo más importante: si tenéis que tirar algo al
suelo, me tiráis a mí, pero haced el favor de no tirar comida.
Entonces Nan Feng le arrebató de las manos el panecillo al vapor que Xie
Lian se estaba guardando para comérselo más tarde y le espetó, perdiendo la
paciencia:
—Si se cae al suelo, ¡no te lo comas!

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Al día siguiente volvieron a verse en la casa de té.
El maestro del té estaba, como de costumbre, en la puerta haciendo
estiramientos para sus maltrechas articulaciones cuando vio a tres hombres
que se acercaban desde la lejanía. Un cultivador al frente, vestido
sencillamente de blanco, con sombrero de arroz, seguido de dos muchachos
altos y vestidos de negro. El cultivador iba con andar tranquilo e indolente:
parecía aún más ocioso que el propio tendero. Al llegar, le dijo con serenidad:
—Jefe, tres tazas de té, por favor.
—¡Aquí tiene! —Se las sirvió con una sonrisa.
El maestro del té pensó: «Aquí vienen otra vez estos tres chiquillos tontos.
Es una verdadera lástima. Cada cual con su cara de elegancia y dignidad, y,
aun así, cada cual aún más zumbado que el otro. Que si dioses e inmortales,
que si fantasmas y cielos. Por mucho porte que tengan, de nada les sirve si
están tan locos».
Xie Lian volvió a sentarse a la misma mesa junto a la ventana. Cuando
todos hubieron tomado asiento, Nan Feng preguntó:
—¿Por qué quieres venir hasta aquí para charlar? ¿Estás seguro de que no
nos va a oír nadie?
—No importa. Aunque nos oigan, no nos harán caso; solo pensarán que
estamos zumbados —le explicó cordialmente Xie Lian—. Vayamos al grano y
dejemos de perder el tiempo. Ahora que estamos más calmados que anoche,
¿se os ha ocurrido alguna idea con respecto al novio fantasma?
—¡Matarlo! —espetó Fu Yao. Sus ojos brillaban con un halo de frialdad.
—¡Chorradas! —lo contradijo Nan Feng.
—Nan Feng, no hay que ser tan hostil. Fu Yao no se equivoca, una buena
forma de resolver el problema de raíz es matarlo. La cuestión es dónde, a
quién y cómo hacerlo. Sugiero…
Justo en ese instante, un estruendo de gongs y tambores llegó desde la
calle y los tres miraron por la ventana. Era de nuevo una sombría y siniestra
comitiva nupcial. Una procesión de gente que montaba alboroto entre gritos e
instrumentos musicales, como si temieran que los demás no los pudieran oír.
Nan Feng frunció el ceño.

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—¿No decían que en las bodas de los alrededores del monte Yujun la
gente no se atrevía a montar mucha fiesta?
La comitiva estaba formada por hombres morenos, grandes y fuertes, con
el rostro anguloso y el cuerpo musculado. De la frente les resbalaban gotas de
sudor frío, como si la cosa de la que tiraban no fuera un festivo palanquín de
bodas, sino una guillotina que amenazara con segarles la vida y devorarles el
alma. ¿Qué clase de persona iría sentada dentro?
Tras un instante de indecisión, Xie Lian se disponía a salir para echar un
vistazo cuando justo sopló una ráfaga de viento que levantó la cortina del
lateral del palanquín. Detrás de ella había una persona contorsionándose en
una posición muy extraña. Tenía la cabeza ladeada y bajo el velo nupcial se
apreciaban unos labios pintados de un brillante color carmesí, torcidos en una
sonrisa tremendamente exagerada. El palanquín se tambaleó y el velo se le
cayó, revelando un par de ojos redondos que miraban hacia él: vieron con
claridad como aquella chica con el cuello roto se estaba riendo
silenciosamente de ellos.
Lo cierto era que el palanquín no era nada estable, quizá debido a que las
manos de los porteadores temblaban demasiado, y la cabeza de la mujer
oscilaba con el vaivén. Tanto se balanceaba que terminó cayéndose con un
ruido sordo y rodó por la calle. Dentro del palanquín, el cuerpo decapitado se
desplomó hacia delante con un ruido sordo y se estampó contra la puerta.

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Capítulo 3

El fantasma toma una esposa; el


Príncipe Heredero se monta en el
palanquín nupcial

NO DE LOS PORTADORES PISÓ SIN PERCATARSE UN BRAZO: ESE FUE EL QUE


U empezó a gritar. Fue entonces cuando se abrió la caja de Pandora: la
comitiva estalló en pánico, con aullidos de «¡ay, madre mía!», y todo el
mundo desenvainó unas fulgentes espadas blancas.
—¡¿Qué pasa?! ¡¿Ya ha venido?!
Nadie sabía dónde se había escondido el hombre que se había asustado.
Entre chillidos, Xie Lian se fijó bien en la cabeza y el cuerpo desmembrado
de la novia. Aquello no era una persona, sino un muñeco de madera.
—¡Qué horror! —exclamó Fu Yao.
Justo en ese momento el maestro del té se acercaba con una olla de cobre,
y Xie Lian, recordando su reacción del día anterior, lo interpeló:
—Jefe, ayer vi a un grupo de gente que montaba alboroto, y hoy lo
mismo. ¿Qué es lo que están haciendo?
—Muérete —fue su respuesta.
—Ja, ja, ja… —A Xie Lian no le sorprendió para nada aquella respuesta
—. ¿Están tratando de tenderle una trampa al novio fantasma?
—¿Qué otra cosa querrían hacer si no? El padre de una novia
desaparecida ofrece una gran recompensa por encontrar a su hija y capturar al
novio fantasma, y esta gente se pasa el día liándola como pájaros de mal
agüero.
El padre que ofrecía una recompensa debía de ser el oficial mayor de la
zona. Xie Lian echó otro vistazo a la burda reproducción de la cabeza de una
mujer que había en el suelo y de inmediato comprendió que intentaban hacer
pasar al maniquí por una novia.

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—Si yo fuera el novio fantasma, destruiría el pueblo entero si me enviaran
una cosa tan fea —oyó decir a Fu Yao con repugnancia.
—Fu Yao, esas palabras no son dignas de un inmortal. Y otra cosa, a ver si
dejas ya esa manía de poner los ojos en blanco. ¿Y si empiezas con una meta
fácil? Te pones un límite de cinco al día, algo así —lo cortó Xie Lian.
—¡Ni siquiera con cincuenta al día tendría suficiente! —comentó Nan
Feng.
En ese momento, un joven salió de repente de entre las filas. Hablaba
enérgicamente y con mucho entusiasmo, con aspecto de líder, y, alzando los
brazos, gritó:
—¡Escuchadme, escuchadme! ¡Es inútil seguir así! ¿Cuántas vueltas
hemos dado en los últimos días? ¿Y acaso hemos logrado atraer al novio
fantasma?
La multitud de hombres fornidos expresaba su acuerdo y su insatisfacción
con la situación. El joven prosiguió:
—Según me parece, deberíamos dejarnos de medias tintas e ir a por todas:
vamos directamente al monte Yujun, escudriñamos cada rincón hasta
encontrar a esa cara deforme, ¡y lo matamos! Yo voy para allá; los valientes
que tengan sangre en las venas que me sigan. Mataremos a ese adefesio, y la
recompensa nos la repartiremos entre todos.
Al principio la muchedumbre reaccionó como un tímido coro de voces
dispersas, pero su volumen aumentó gradualmente y finalmente todos
respondieron con grandes vítores, enardecidos por su arenga.
—¿Cara deforme? Tendero, ¿quién es ese adefesio del que hablan? —
inquirió Xie Lian.
—Se dice que el novio fantasma era un chaval horrendo que vivía en el
monte Yujun. Como era tan feo, no le gustaba a ninguna chica, por lo que
acabó lleno de resentimiento y despecho. Así que ahora se dedica a robar las
novias de los demás para evitar que se casen.
Los pergaminos de Ling Wen no decían nada de esto, por lo que Xie Lian
estaba perplejo.
—¿La gente dice eso? Quizá sean meras suposiciones.
—¿Quién sabe? Dicen que mucha gente lo ha visto. Tiene el rostro entero
cubierto de vendas, ojos sanguinarios y feroces, y es incapaz de articular
palabra. Solo logra aullar como un perro. Todo el mundo rumorea cosas por el
estilo.

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—Una cara vendada no necesariamente ha de ser fea, quizá sea tan guapo
que no quiere que lo vean los demás —se limitó a observar Fu Yao.
—Quién sabe —repuso el maestro del té tras permanecer un instante en
silencio—; de todos modos, yo no lo he visto.
En ese momento, se escuchó la voz de una joven proveniente de la calle:
—No… no le hagáis caso, no vayáis. El monte Yujun es muy peligroso…
La joven, que hablaba medio escondida desde una esquina, resultó ser la
misma que había ido la noche anterior a rezar al templo de Nan Yang: Xiao
Ying.
En cuanto la vio, Xie Lian sintió un pequeño dolor punzante en la cara e
inconscientemente se acarició la mejilla. El joven que parecía el cabecilla del
grupo no puso buena cara al verla y le espetó tras empujarla:
—Están hablando los adultos, ¿qué hace una muchacha interrumpiendo?
Xiao Ying se amilanó un poco ante el empujón, pero a continuación se
volvió a armar de valor y dijo con un hilo de voz:
—No le hagáis caso. Ya sea con vuestra falsa comitiva nupcial o yendo a
la montaña a buscarlo, es demasiado peligroso. ¿No veis que estáis firmando
vuestra sentencia de muerte?
—¡Qué bonito! Todos aquí jugándonos la vida y nuestra reputación,
luchando contra este monstruo por el bien del pueblo, ¿y tú qué haces? Eres
una egoísta que solo mira por su propio interés. Te niegas a disfrazarte de
novia y a subirte al palanquín, ni siquiera tienes el valor de hacerlo por el bien
de los demás, ¿y ahora vienes a seguir entorpeciéndonos? ¿Fingiendo que
estás preocupada por nosotros?
Con cada palabra que decía, el chico le daba otro pequeño empellón,
provocando que todos en la posada fruncieran el ceño. Mientras Xie Lian
bajaba la mirada para desatarse las vendas de las muñecas, oyó decir al
maestro del té:
—Este Peng… Cuando intentó engatusar a esa chica para que hiciera de
novia falsa, todo eran palabras bonitas. Pero ella se negó, y mira ahora cómo
se comporta.
Fuera un grupo de porteadores también la increpó:
—¡No te quedes en medio entorpeciendo el camino, hazte a un lado!
Al ver la situación, a Xiao Ying se le puso la cara rojísima y, con los ojos
anegados de lágrimas, les dijo:
—¿Por… por qué me habláis así?
El joven volvió a intervenir:

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—¿Lo que digo es cierto o no? Te pedí que te disfrazaras de novia y te
negaste por miedo a morir.
—Es que me daba miedo… pero no tenías que rajarme así la falda… —
dijo Xiao Ying.
Cuando mencionó esto, el joven se abalanzó sobre ella como si lo
hubieran pinchado con agujas en los pies y, señalándola amenazadoramente a
un centímetro de su rostro, la comenzó a insultar.
—¡No te atrevas a calumniarme, zorra fea! ¿Que yo te rajé la falda? ¿Te
crees que estoy ciego? ¡Quién sabe si no te la cortaste tú misma para exhibirte
ante los demás! Y seguro que, aunque te rajaste esa falda asquerosa, nadie te
quiso mirar. ¡Ni se te ocurra cargarme a mí el muerto!
Nan Feng no pudo seguir escuchando: su taza de té se le hizo añicos en la
mano. Justo cuando iba a levantarse, una sombra blanca flotó a su lado. De
inmediato, Peng saltó por los aires gritando y cayó de culo contra el suelo. Se
cubrió la cara; entre los dedos se le escurrían gotas de sangre. La multitud ni
siquiera tuvo tiempo de ver con claridad lo que estaba pasando antes de que
Peng ya estuviera en el suelo, y pensaron que había sido Xiao Ying quien lo
había golpeado. Pero, al volverse para mirarla, no lograron atisbarla: un
cultivador vestido de blanco se había puesto frente a ella. Xie Lian, con las
manos enfundadas dentro de ambas mangas, ni siquiera se giró hacia atrás,
sino que contemplaba a Xiao Ying con una sonrisa de oreja a oreja,
inclinándose ligeramente para mirarla directamente a los ojos.
—Joven, me pregunto si podría invitarte adentro para tomar un té —la
convidó.
Peng seguía tirado en el suelo con un intenso dolor en la nariz y la boca:
parecía como si lo hubieran golpeado en la cara con una maza de acero, pero
el cultivador estaba claramente desarmado, y no vio cómo o con qué lo había
golpeado. Se puso en pie tambaleándose y, alzando la espada, rugió:
—¡Este hombre está usando magia demoníaca!
Cuando los de atrás oyeron «magia demoníaca», desenvainaron uno a uno
sus espadas en respuesta. Pero quién habría imaginado que, por detrás, Nan
Feng daría repentinamente una palmada y, ¡pum!, en un estallido
ensordecedor, partiría un pilar de madera. Al ver ese poder sobrenatural, el
grupo de porteadores palideció y Peng se acobardó, pero, aun así, se mostró
reacio a admitir su derrota. Mientras corría, tuvo tiempo de gritarles:
—Hoy he acabado recibiendo yo, pero decidme vuestros nombres y
direcciones, ¡ya veréis como pronto nos volveremos a encontrar!

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Nan Feng ni siquiera se molestó en contestar, pero Fu Yao, que estaba a
un lado, le replicó:
—¡Bien dicho, bien dicho! Este de aquí es oficial del gigante…
Nan Feng dio otra palmada, y tanto él como Fu Yao se quedaron
inmóviles y en silencio. Xie Lian quería invitar a la chica a la posada y darle
algo de fruta o té, pero ella se limitó a enjugarse las lágrimas e irse. Xie Lian
se quedó contemplando como se marchaba, viendo su silueta de espaldas y
oyendo sus sollozos. Nada más entrar en la posada, el maestro del té le dijo:
—Acuérdate de pagar el pilar roto.
Así que Xie Lian le transmitió el mensaje a Nan Feng cuando este se
sentó:
—El pilar roto me lo tenéis que pagar. Pero, antes de eso, hablemos de
asuntos serios. Que alguien me preste un poco de maná, necesito entrar en la
sala telepática para verificar la nueva información que tenemos.
Nan Feng alzó la mano y, chocando los cinco a modo de juramento, como
si cerraran un trato de una forma extremadamente simple, Xie Lian obtuvo un
poco de maná y pudo volver a la sala telepática. Nada más entrar, oyó a Ling
Wen diciendo:
—Veo que por fin su alteza ha tomado prestado un poco de maná. ¿Cómo
van las cosas por el norte? ¿Qué tal los dos jóvenes oficiales que se ofrecieron
como voluntarios?
Xie Lian levantó la cabeza. Pensó en el pilar partido por el manotazo de
Nan Feng, así como en el rostro impasible y despiadado de Fu Yao, y
contestó:
—Cada uno tiene sus propios talentos y mucho potencial aún por moldear.
—Entonces habrá que felicitar a Nan Yang y a Xuan Zhen. Si, según las
palabras de su alteza, estos dos jóvenes tienen un brillante futuro por delante,
su ascensión será una mera cuestión de tiempo.
Al instante la voz de Mu Qing flotó con frialdad por la sala:
—A mí nadie me ha informado de este asunto. Yo no sabía nada de esto.
Xie Lian pensó: «De verdad que te pasas aquí día y noche vigilando…».
—Alteza, ¿dónde estáis ahora? En el norte preside como patrón de la
región el general Pei; sus ofrendas de incienso son innumerables. Si su alteza
lo necesita, puedes quedarte en el templo de Ming Guang por un tiempo —le
aconsejó Ling Wen.
—No hace falta. Por aquí cerca no hay ningún templo de Ming Guang, así
que nos hemos apañado con uno de Nan Yang. Te quería preguntar, Ling

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Wen, ¿podrías darme más información sobre el novio fantasma?
—Sí. Hace poco hubo un oráculo en nuestro palacio que lo clasificó como
feroz.
¡Un feroz!
Había cuatro categorías para clasificar a los demonios y monstruos que
causaban estragos y desgracias en el mundo de los mortales. Según sus
poderes, el palacio de Ling Wen los catalogaba como maliciosos, severos,
feroces y funestos.
Un malicioso podía matar a una persona, un severo podía asesinar a toda
una familia y un feroz era capaz de exterminar a toda una ciudad. El más
temible de todos, el funesto, llevaba a cabo matanzas a gran escala,
sembrando el caos y la destrucción a lo largo y ancho de todo un reino.
El novio fantasma que se escondía en el monte Yujun resultaba ser un
caso de demonio feroz, el segundo más mortífero y solo superado por el
funesto, por lo que Xie Lian consideraba muy poco probable que quienes se
toparan con él vivieran para contarlo. Después de salir de la sala telepática e
informar a los dos ayudantes sobre esto, Nan Feng se mostró escéptico.
—Esas historias de alguien con una cara deforme vendada no son más que
chismes, seguro que lo que vieron fue otra cosa.
—También existe otra posibilidad —repuso Xie Lian—. Se me ocurre
que, en determinadas circunstancias, el novio fantasma no quiere o no puede
herir a los demás.
—Gran eficiencia la del palacio de Ling Wen. Han tardado tanto en
catalogar a un demonio que ¿de qué nos sirve ahora? —comentó Fu Yao con
sarcasmo.
—Al menos ahora tenemos una idea aproximada de lo fuerte que es
nuestro enemigo. Dado que es un demonio feroz, el novio fantasma debe de
tener una gran cantidad de maná. Es imposible engañarlo con un simple
maniquí. Si queremos tenderle una emboscada, la comitiva nupcial no puede
valerse de un mero muñeco como táctica de distracción, y de poco les
servirán las espadas. Y lo más importante: la novia de señuelo tiene que ser
una chica viva.
—Pues ya tenemos la solución, sal a la calle a pedirle a una que se preste
a hacer de cebo —se mofó Fu Yao.
—No me parece bien —objetó Nan Feng.
—¿Por qué? ¿No estarán dispuestas? Dales un poco de dinero y ya verás
como alguna sí —le contestó Fu Yao.

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—Incluso si una muchacha estuviera dispuesta a hacerlo, es mejor no
recurrir a este método —observó Xie Lian—. El novio fantasma es un feroz.
En caso de que algo salga mal, a nosotros no nos pasará nada, pero, si
secuestra a la novia, será su perdición: una joven indefensa no podrá escapar
ni luchar contra él. Sería enviarla a una muerte segura.
—Pues, si una chica no puede ser, busquemos a un hombre —propuso Fu
Yao.
—¿Dónde vamos a encontrar a un hombre dispuesto a hacerse pasar por
una…?
Antes de que las palabras terminaran de salir de su boca, ambos desviaron
la mirada.
—¿Y bien? —Xie Lian continuaba con la misma sonrisa, sin saber cómo
terminaría la frase.

Anochecer, templo de Nan Yang.

Xie Lian salió de la parte trasera del templo con el cabello desaliñado. Los
dos hombres que custodiaban la puerta echaron un vistazo.
—¡¡¡Mierda!!! —maldijo Nan Feng en el acto, y salió corriendo.
—¿Cómo ha podido pasar esto? —repuso finalmente Xie Lian tras
enmudecer por un instante.
Solo con echarle un vistazo, cualquiera que lo mirara se daría cuenta de
que se trataba de un hombre apuesto de rasgos suaves y amables. Pero
precisamente por esa razón muchas personas quizá no podrían sostener la
mirada ante la imagen de un hombre atractivo con un vestido de novia. Nan
Feng, por ejemplo, probablemente no lo podía digerir con facilidad, de ahí
que su reacción hubiera sido tan dramática. Xie Lian miró a Fu Yao, que
permaneció inmóvil, de pie, escudriñándolo de arriba abajo con sentimientos
encontrados. Al final le preguntó:
—¿Quieres decir algo?
Fu Yao asintió.
—Si yo fuera un novio fantasma y alguien me enviara una novia así…
—¿Exterminarías al pueblo entero? —quiso saber Xie Lian.

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—No, solo mataría a la novia —contestó con indiferencia.
—Entonces, tengo suerte de no ser una mujer. —Xie Lian sonrió.
—Creo que sería mejor si fueras a la sala telepática a preguntar si alguno
de los inmortales estaría dispuesto a enseñarte un hechizo de transformación
—comentó Fu Yao—. Sería más práctico.
Era cierto que en el reino celestial había un selecto grupo de inmortales
que, debido a circunstancias especiales, eran verdaderos maestros en el arte de
la transfiguración, pero Xie Lian temía que ya fuera demasiado tarde para
aprender. Por su lado, Nan Feng volvió con la cara azulada. Siempre se
quedaba mucho más calmado después de proferir unos cuantos insultos al
aire. En ese aspecto era igualito a su general. Viendo que se hacía tarde, Xie
Lian quería darse prisa.

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—Da igual; al ponerme el velo, pareceré una novia.
Tras decir esto, iba a ponérselo cuando Fu Yao lo detuvo con una mano.
—Espera un momento. No sabes lo peligroso que es el novio fantasma. Si
se da cuenta de que ha sido engañado una vez que retire el velo para ver tu
rostro, montará en cólera de inmediato. ¿Esto no nos traerá más problemas?
Al oír aquello, Xie Lian pensó que tenía razón. Tan pronto como dio un
paso, escuchó unas carcajadas. El vestido de novia rojo que Fu Yao le había
dado le quedaba rematadamente mal. La prenda era de una mujer muy
menuda, así que, al ponérselo, no se le ajustaba a la cintura. Las mangas y las
perneras le estaban extremadamente apretadas, dejándolo tan constreñido que,
al primer movimiento, la ropa se le rasgó. Estaba buscando los desgarrones en
la tela cuando, de pronto, se oyó una voz procedente de la entrada del templo:
—Disculpa…
Los tres se volvieron hacia el lugar de donde provenía la voz y vieron a
Xiao Ying de pie en la entrada del templo, mirándolos con timidez. Sostenía
un vestido blanco doblado en sus brazos.
—Recuerdo haberte visto aquí anoche, así que pensé en venir otra vez por
si te encontraba… He lavado la ropa, te la dejo aquí. En cuanto a lo de ayer y
lo de hoy, bueno… Muchas gracias.
Xie Lian estaba a punto de sonreír cuando de repente recordó las pintas
que llevaba y decidió que era mejor no hablar mucho para no asustarla. Quién
iba a imaginar que, al verlo, Xiao Ying no solo no se asustaría de él, sino que
daría un paso para acercarse.
—¿Qué estás…? Te puedo ayudar si quieres.
Xie Lian finalmente repuso:
—Joven, no vayas a malinterpretarme; no es que yo tenga esta clase de
afición.
—Lo sé, lo sé. Quiero decir que, si a ti no te importa, te puedo echar una
mano. Vosotros… queréis atrapar al novio fantasma, ¿verdad? —De pronto,
su voz y su rostro se iluminaron—. Puedo… puedo arreglar la ropa, he traído
hilo y aguja. Puedo arreglarte el vestido y también puedo hacerte el peinado y
maquillarte. ¡Yo te ayudo!
Dos varitas de incienso después, Xie Lian volvió a salir de la parte de
atrás del templo con la cabeza gacha. En esta ocasión, la novia ya estaba
cubierta con el velo. Al principio Nan Feng y Fu Yao tenían intención de
echar un vistazo, pero al final prefirieron no dañarse la vista. El palanquín que
habían dispuesto estaba a la entrada del templo y los porteadores, que habían

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sido rigurosamente seleccionados, llevaban ya un buen rato esperando. La
luna estaba oscura, el viento nocturno soplaba con fuerza; su alteza el
príncipe, engalanado con su nuevo vestido de bodas, se subió al gran
palanquín decorado con flores rojas.
Estaba cubierto de seda roja, y sobre ella había coloridos bordados de
flores, lunas llenas, dragones y aves fénix. Nan Feng y Fu Yao iban
escoltándolo, uno a cada lado. Xie Lian estaba sentado con la espalda recta en
el palanquín, que se balanceaba plácidamente al compás de la marcha.
Cada uno de los ocho porteadores era un prominente maestro en artes
marciales. Nan Feng y Fu Yao se dirigieron directamente a la casa del oficial
mayor para encontrar a luchadores que se hicieran pasar por miembros del
cortejo nupcial. Al llegar a la lujosa mansión, le revelaron sus planes de
rastrear el monte Yujun por la noche, haciéndose pasar por un cortejo nupcial.
Sin articular palabra, el hombre les mostró una hilera de oficiales militares
altos y fornidos. No obstante, la verdadera razón por la que habían pedido
maestros en artes marciales no era porque esperaran que realmente les
sirvieran de ayuda en la lucha contra el novio fantasma, sino que buscaban a
gente capaz de defenderse y escapar si la cosa se ponía fea.
Ninguno de los ocho oficiales parecía tenerles mucha estima a los dos
jóvenes. Eran heroicos líderes de primera categoría en la corte de su reino, ¿y
aquí tenían que estar a las órdenes de otros? Se podría decir que no les hizo
ninguna gracia ver como estos dos guapitos paliduchos de repente eran sus
superiores y les mandaban hacer de porteadores. Pero, a fin de cuentas, tenían
que obedecer las órdenes de su amo, por lo que se obligaron a sí mismos a
disipar de sus corazones aquel ultraje, aunque con éxito limitado, ya que
seguían resentidos y no pudieron evitar vengarse: de vez en cuando se
tropezaban aposta y las manos les temblaban, de modo que el palanquín no
paraba de sacudirse. Alguien desde fuera no se percataría de esto, pero, si la
persona sentada en el palanquín hubiera sido un poquito más delicada, habría
vomitado hasta la última gota de negra bilis. A cada zarandeo, se oía a Xie
Lian dentro del palanquín lanzando suspiros por lo bajo, y varios de los
oficiales sintieron una gran satisfacción.
—Señorita, ¿qué le pasa? ¿Llora de alegría por lograr casarse a pesar de
su edad? —se ensañaba Fu Yao.
Era cierto que muchas novias lloraban y se enjugaban las lágrimas en el
palanquín cuando salían de sus hogares rumbo a la boda, como mandaba la
tradición, ya que, al hacerlo, se consideraba que se atraía la buena suerte. Xie

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Lian no sabía si reírse o llorar, pero, cuando hablaba, su voz era amable y
relajada, sin un atisbo de que estuviera con el estómago revuelto por tanta
sacudida.
—No, no es eso. Es solo que de repente me he dado cuenta de que falta
algo imprescindible en el cortejo.
—¿Qué es lo que falta? Si tenemos todo lo que había que preparar. —Nan
Feng estaba perplejo.
Xie Lian sonrió.
—Dos doncellas para la boda.
Los dos hombres, que lo escuchaban desde fuera, se miraron a la vez y,
aunque no quisieron ni imaginarse la escena, sintieron un escalofrío de
repulsa.
—Haz de novia pobre y sin dinero para tener una criada, de las que se las
arreglan ellas solas —terció Fu Yao.
—Bueno, vale —desistió Xie Lian.
Al oír estas burlas, los porteadores del palanquín no pudieron evitar
romper a reír. Así se disipó gran parte de la tensión y el descontento que
reinaban en el grupo. Ahora que ya se llevaban todos un poco mejor, el
palanquín se enderezó. Xie Lian se echó hacia atrás, se sentó con una postura
fija y erguida y cerró los ojos para relajarse. Pero de pronto, al poco tiempo,
unas risas de niño resonaron abruptamente en sus oídos.
—Je, je, je, je, je, ja, ja, ja, ja, ja.
El sonido se propagó en oleadas que resonaron por valles y campos,
etéreo e inquietante. Sin embargo, el palanquín no se detuvo, sino que siguió
avanzando con paso firme. Ni siquiera Nan Feng y Fu Yao hicieron ningún
ruido, como si no hubieran notado nada extraño.
—Nan Feng, Fu Yao —susurró Xie Lian al abrir los ojos.
—¿Qué pasa? —le contestó Nan Feng, a la izquierda del palanquín.
—Algo se acerca —dijo Xie Lian.
En aquel momento, el «cortejo nupcial» ya se había adentrado en las
profundidades del monte Yujun. Reinaba el más absoluto silencio a su
alrededor, tanto que el menor crujido de la madera del palanquín, el chasquido
de las ramitas y las hojas al pisar e incluso la respiración de los porteadores se
oían con total nitidez. Pero las risas no cesaban. A veces sonaban lejos, como
si estuvieran en lo más profundo de las montañas, y a veces cerca, como si el
niño estuviera tumbado justo debajo del palanquín.
—No he oído nada —dijo Nan Feng con expresión severa.

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—Yo tampoco —replicó Fu Yao, impertérrito.
En ese caso, el resto de los porteadores tenían aún menos probabilidades
de haberlo hecho.
—Lo cual significa que solo ha querido que lo oyera yo —observó Xie
Lian.
Los ocho oficiales estaban muy seguros de sus habilidades en las artes
marciales. No solo eso: dado que el novio fantasma no seguía ningún tipo de
patrón a la hora de atacar, pensaban que aquella noche volverían a casa con
las manos vacías, así que no tenían ningún miedo. Pero de pronto, y sin razón
aparente, recordaron a los cuarenta oficiales que habían desaparecido sin
ninguna explicación en los cortejos nupciales precedentes. Unas gotas de
sudor frío comenzaron a surcarles la frente. Xie Lian sintió que los pasos se
detenían.
—No paréis, haced como si no pasara nada. —Nan Feng hizo un gesto
con la mano para que siguieran caminando. Xie Lian añadió—: Está
cantando.
—¿Qué es lo que canta? —quiso saber Fu Yao.
Escuchando atentamente la voz del niño, Xie Lian les transmitía cada
frase, cada palabra, cada pausa:
—La nueva novia, la nueva novia, la nueva novia en el palanquín rojo…
En la quietud de la noche, su voz arrastraba cada palabra y sonaba con
gran nitidez. Aunque era claramente él quien recitaba estos versos, los ocho
militares sintieron que la voz de un niño cantaba con él aquella extraña
canción infantil, y la sangre se les heló.
Xie Lian prosiguió:
—Llorando sin consuelo, cruzando la colina, no le sonrías tras el velo…
No le sonrías tras el velo… al… al novio fantasma… ¿Un novio fantasma? ¿O
qué? —Tras una pausa, desistió—. No puedo oírlo bien. No deja de reírse.
—¿Qué significa esto? —Nan Feng frunció el ceño.
—El significado es bastante literal. Quiere decir que la novia sentada en el
palanquín ha de llorar, no ha de sonreír —le contestó Xie Lian.
—Me refiero a qué significa que esta cosa venga corriendo a advertirte —
matizó Nan Feng.
Fu Yao siempre debía tener una opinión distinta.
—Puede que no sea una advertencia, sino que te esté engañando, diciendo
lo contrario de lo que deberías hacer. A lo mejor quiere animarte a que llores,

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pero en realidad, si sonríes, no podrá atacarte. Es difícil saberlo, quizá las
novias anteriores hayan caído en su trampa de esta manera.
—Fu Yao —replicó Xie Lian—, al oír una voz así en el bosque, una novia
normal y corriente se daría un susto de muerte. ¿Cómo podría sonreír? De
todas formas, tanto si lloro como si sonrío, ¿qué es lo peor que podría pasar?
—Que te secuestraran —respondió Fu Yao.
—¿Y no es ese el objetivo de nuestro viaje?
Fu Yao soltó un sonoro bufido por la nariz, pero no continuó con la
discusión.
—Hay una cosa más que debería deciros —prosiguió Xie Lian.
—¿Qué es? —preguntó al momento Nan Feng.
—He estado sonriendo desde que subí al palanquín.
En cuanto esas palabras salieron de su boca, el palanquín se hundió con
una violenta sacudida.
De repente, hubo una gran conmoción entre los oficiales y se detuvo por
completo.
—¡No os asustéis! —gritaba Nan Feng.
—¿Qué está pasando? —Xie Lian sacó la cabeza.
—Nada —explicó indiferente Fu Yao—. Es solo que nos hemos topado
con unas bestias.
Tan pronto como terminó de decir esto, Xie Lian oyó el melancólico
aullido de un lobo surcando el cielo nocturno. ¡Había una manada en el
camino! De inmediato pensó que aquello era algo muy extraño.
—Una pregunta, ¿acaso hay lobos en el monte Yujun?
Uno de los oficiales respondió desde fuera.
—¡Nunca lo había oído! ¿En serio estamos en el monte Yujun?
—Bueno, entonces parece que hemos venido al lugar correcto —concluyó
Xie Lian, arqueando las cejas.
Una simple manada de lobos en medio de esas montañas desoladas no
tenía ninguna posibilidad contra Nan Feng y Fu Yao, ni siquiera contra aquel
grupo de militares curtidos y aguerridos, con años de experiencia luchando a
punta de espada. Pero el caso es que aún estaban sopesando la letra
fantasmagórica y espeluznante de aquella canción infantil, y todo aquello los
había pillado con la guardia baja. Un par de hambrientos ojos verde esmeralda
se iluminaron en la negrura del bosque silvestre y, uno tras otro, los lobos, de
un tamaño inmenso, emergieron lentamente de entre la maleza y los rodearon.
Pero, puestos a comparar, una bestia salvaje a la que puedes ver e incluso

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darle un guantazo en el morro siempre es mucho mejor que una cosa que no
se puede ni oír ni tocar, así que aquellos hombres se arremangaron, listos para
luchar a vida o muerte. Sin embargo, lo mejor aún estaba por llegar. A unos
pocos pasos de distancia, entre chasquidos y crujidos, sonó un extraño
gruñido como de bestia, pero sin ser de bestia; como de hombre, pero sin ser
de hombre.
—¿Qué es…? ¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué es esto?! —exclamó aterrado un
oficial.
Nan Feng también lanzó una buena retahíla de improperios. Xie Lian
tenía claro que algo malo había ocurrido de repente, por lo que trató de
levantarse.
—¿Y ahora qué pasa?
—¡No salgas! —le gritó Nan Feng de inmediato.
Xie Lian alzó la mano hacia el pomo cuando de pronto el palanquín se
sacudió con violencia, como si algo se hubiera apoyado contra la puerta. Bajó
ligeramente la mirada, manteniendo la cabeza inmóvil, y, a través de los
intersticios que dejaban las hebras del velo, pudo verle la nuca a esa cosa
negra. ¡Había trepado hasta el palanquín!
La cosa estrelló la cabeza contra la puerta solo para ser violentamente
arrastrada otra vez hacia el exterior por la gente de fuera. Nan Feng maldijo
delante del palanquín:
—¡Joder, es un siervo rastrero!
Tan pronto como escuchó esas palabras, Xie Lian supo que estaba en
apuros.
Según la categoría del templo de Ling Wen, un siervo rastrero era algo
que ni siquiera merecía la calificación de malicioso. Se decía que los siervos
rastreros eran originalmente seres humanos, pero, viendo a aquel ahora,
incluso si alguna vez había sido humano, había tenido que ser uno bastante
deforme. La cara no se le distinguía del resto de la cabeza; tenía brazos y
piernas, pero era incapaz de caminar recto o agarrar nada; tenía boca y
dientes, pero no mataría a nadie de un mordisco ni aunque se pasara medio
día masticando. Sin embargo, de poder elegir, cualquiera preferiría vérselas
con un malicioso o un severo antes que con aquella cosa.
Y es que el siervo rastrero siempre aparecía acompañado de otros
monstruos y demonios. Cuando la presa estaba enzarzada en la lucha contra el
enemigo, aparecía a traición y se enroscaba alrededor de su víctima
valiéndose de sus brazos y sus piernas, como una maraña de tentáculos, y de

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su cuerpo viscoso y pegajoso. Además, atraía a más compañeros en oleadas
masivas: eran como chicles que se enganchaban a sus presas. A pesar de que
su capacidad de lucha era nimia, debido a su resistencia y a que siempre
actuaban en grupo, no era fácil deshacerse de ellos y resultaba difícil matarlos
a todos de un plumazo. Poco a poco, los siervos rastreros iban agotándote y
poniéndote pequeñas zancadillas, y siempre había un momento en el que, tras
el menor descuido, un enemigo oportunista aprovechaba la ocasión para
acabar contigo. Una vez que la presa era asesinada y devorada por otro
monstruo o demonio, el siervo rastrero recogía algo de carroña que hubiera
sobrado —algún miembro amputado o un trozo de intestino—, roía los huesos
y se relamía de placer.
Todo eso era algo realmente repugnante. Si hubiera un inmortal de la corte
celestial superior, bastaría con un halo de luz divina para asustarlos y que
salieran huyendo despavoridos; pero, para los inmortales de menor rango de
la corte celestial media, aquel asunto iba a ser un verdadero suplicio.
—¡Odio estas cosas! ¿Los del templo de Ling Wen no te dijeron nada
acerca de esto? —exclamó Fu Yao desde lejos, verdaderamente asqueado.
—No —respondió escuetamente Xie Lian.
—¿Para qué sirven, entonces?
—¿Cuántos hay? —terció Xie Lian.
—¡Unos cien, tal vez más! ¡No salgas! —gritó Nan Feng.
Cuantos más había, más fuertes se volvían, y ya era difícil lidiar con más
de diez. ¿Cien o más? Eran más que de sobra para aniquilarlos. Normalmente
les gustaba habitar en zonas pobladas, por lo que Xie Lian nunca pensó que
habría tantos en el monte Yujun. Reflexionó un instante y alzó levemente la
mano, mostrando su muñeca a medio vendar.
—Vamos, Ruo Xie.
En cuanto pronunció aquellas palabras, la gasa de seda blanca se
desprendió súbitamente de su muñeca, cobrando vida, y voló hacia fuera
atravesando la cortina del palanquín.
—Estrangula —dijo con voz suave, sentado en el palanquín.
En la oscuridad de la noche, una sombra blanca emergió de la nada como
una serpiente venenosa. Cuando la seda envolvía la mano de Xie Lian,
parecía medir como máximo unos pocos pies, pero, en cuanto se extendió
para revolotear como un rayo diabólico sobre las cabezas de aquella multitud
que batallaba, parecía no tener fin. Tan solo se oyeron una sucesión de
crujidos, uno tras otro como una traca, ¡crac, crac, crac!, y, en un abrir y

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cerrar de ojos, docenas de lobos salvajes y siervos rastreros yacían en el suelo
con el cuello roto. Los seis siervos rastreros que rodeaban a Nan Feng
cayeron muertos de manera fulminante, y él mismo cortó de un tajo con la
palma de la mano a un lobo que se abalanzaba sobre él; pero, lejos de sentirse
aliviado por estar fuera de peligro, se volvió al palanquín con incredulidad.
—¿Qué ha sido eso? ¿No decías que sin maná no eras capaz de usar
reliquias?
—Siempre hay excepciones para todo… —fue la evasiva respuesta de Xie
Lian.
—¡Xie Lian! —Nan Feng estaba furioso y golpeó la puerta del palanquín
con la palma de la mano—. Dime sin rodeos qué es esa cosa. ¿Es…?
Al recibir el manotazo, el palanquín casi se vino abajo. Xie Lian tuvo que
apoyarse en la puerta, ligeramente aturdido. El tono de Nan Feng le recordaba
a cómo se ponía Feng Xin cuando se enfadaba. El joven iba a continuar con
sus reproches cuando de repente se oyeron los chillidos de los oficiales a lo
lejos.
—Si tenéis algo que hablar, ¿por qué no esperáis a decíroslo después de
que acabemos con esta nueva oleada? —los fulminó Fu Yao con frialdad.
Nan Feng no tenía alternativa: se apresuró hacia el frente para ayudar a los
hombres mientras Xie Lian volvía rápidamente en sí.
—Nan Feng, Fu Yao, será mejor que os vayáis.
Nan Feng se volvió.
—¿Qué?
—Si os quedáis alrededor del palanquín, van a seguir viniendo oleadas de
estos bichos y no vamos a terminar nunca de pelear, así que mejor llevaos a la
gente de aquí. Yo me quedaré para recibir al novio este.
Nan Feng estaba a punto de explotar de nuevo, «¡tú solo…!», pero, a su
lado, Fu Yao se limitó a observar, impasible:
—De todas formas, puede invocar a esa venda blanca cuando quiera; no
va a pasar nada si nos vamos un momento. En vez de estar aquí discutiendo
con él, eres de mayor utilidad si primero vas a encargarte de esos siervos y
luego vuelves para ayudarlo. Yo me voy con los oficiales.
Con aplomo y sin rodeos, dijo que se iba y, efectivamente, se fue al
instante. Nan Feng apretó los dientes, sabiendo que Fu Yao tenía razón, y dijo
a los oficiales restantes:
—¡Venid conmigo!

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En efecto, cuando se alejaron del palanquín, los lobos y los siervos
rastreros que quedaban siguieron acosándolos sin tregua, pero ya no se
unieron nuevas oleadas al asedio. Los dos jóvenes se marcharon escoltados
por cuatro hombres cada uno. Por el camino, Nan Feng le dio un codazo a Fu
Yao mientras despotricaba:
—¿Cómo te atreves? Como si yo no fuera a…
Estaba diciéndole esto cuando de pronto se lanzaron sendas miradas de
extrañeza. Fu Yao se tragó las palabras que pensaba responder y giró la
cabeza: ambos decidieron callar por el momento y continuaron su camino a
toda prisa.
Alrededor del palanquín había toda una ristra de cadáveres esparcidos por
el suelo. Una vez que la venda Ruo Xie hubo estrangulado a todos los lobos y
a los siervos rastreros que habían arremetido contra el palanquín, remontó el
vuelo y volvió a enroscarse suavemente alrededor de la muñeca de Xie Lian.
Este permaneció sentado tranquilamente, envuelto por la vasta oscuridad y el
susurro de un mar de árboles. De repente, esa miríada de notas musicales dio
paso a un abrupto silencio. El soplido del viento, el ulular del mar de hojas,
los bramidos de los demonios: de súbito todo cayó en un silencio sepulcral,
como si tuvieran miedo de algo.
Entonces oyó dos voces riendo con suavidad. Parecían ser de un hombre
joven y un adolescente. Xie Lian permaneció sentado en silencio. Ruo Xie
reposaba enroscada silenciosamente en su mano, lista para atacar. Tan pronto
como aquellos que se aproximaban mostraran el menor atisbo de intenciones
asesinas, la venda entraría en un frenesí sanguinario, ansiosa de responder.
Quién habría imaginado que, en lugar de un ataque repentino y una intención
asesina anticipados, lo que les esperaba era otra cosa.
La cortina del palanquín ondeó ligeramente y, a través de los intersticios
que dejaban las hebras del velo carmesí, Xie Lian pudo entrever que uno de
los recién llegados le tendía la mano. Tenía unos nudillos protuberantes, era
huesuda y pálida; en el tercer dedo tenía anudado un fino cordel de un rojo
brillante, como si fuera el hilo rojo del destino[5].
¿Le tomaba la mano o no?
Xie Lian estaba completamente inmóvil. Aún no había pensado qué hacer,
si seguir sentado impasible con esa pose majestuosa o fingir ser una novia
muerta de miedo y esconderse temblorosamente. Aquel que le tendía la mano
fue paciente y elegante. No se movía y su compañero tampoco, como si
ambos esperaran su respuesta.

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Después de un buen rato, sin saber lo que hacía, Xie Lian le tomó la mano
en un acto reflejo. Se levantó y fue a apartar la cortina roja para salir del
palanquín, pero la otra persona se le adelantó, corriéndola por él. El recién
llegado le dio la mano con suma delicadeza, como si temiera hacerle daño
apretando demasiado. Daba la sensación de actuar con una gran cautela. Xie
Lian se dejó guiar mientras bajaba con paso lento del palanquín y, al agachar
la cabeza, atisbó a sus pies el cadáver de un lobo estrangulado por Ruo Xie.
Al punto su mente se dispersó, instante en el que tropezó y cayó hacia delante
con un grito ahogado.
El hombre lo sostuvo de inmediato. Xie Lian se apoyó en él, y al primer
contacto percibió un frío tacto metálico: llevaba un brazalete plateado. Estaba
exquisitamente ornamentado con grabados de la antigüedad. Lucía
misteriosos tallados de hojas de arce, mariposas y bestias siniestras, y no
parecía de origen chino, sino más bien un artefacto de alguna civilización
extranjera. Estaba firmemente sujeto alrededor de su muñeca, con un aspecto
pulido y refinado. Fría plata, manos pálidas, rostro imperturbable; transmitía
cierta aura asesina, una energía malévola.
Xie Lian había fingido caerse adrede para tantear la reacción del hombre,
con Ruo Xie enredada bajo las anchas mangas de su vestido, lista para pasar a
la acción. Sin embargo, aquel extraño simplemente lo tomó de la mano,
guiándolo hacia delante. Xie Lian no podía ver bien el camino con la cara
cubierta por el velo. Pensó en ganar tiempo, por lo que decidió caminar muy
despacio. Su acompañante aminoró la marcha para acompasarse a sus pasos,
con su otra mano sosteniéndole la espalda con suavidad, como si temiera que
se volviera a caer. Aunque Xie Lian permanecía con todos los sentidos alerta,
al verse tratado así, no pudo evitar pensar: «Si de verdad este es el novio, es
extremadamente amable y considerado». En ese instante, oyó de repente un
suave y acelerado tintineo que sonaba más alto y claro a cada paso. Justo
cuando se preguntaba qué era ese sonido, a su alrededor emergieron los
gruñidos graves y amortiguados de unas bestias salvajes.

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¡Lobos otra vez!
Ante el ligero sobresalto de Xie Lian, Ruo Xie se apretó con fuerza
alrededor de su muñeca. Quién habría imaginado que, antes de que pudiera
hacer ningún movimiento, aquel hombre que lo sujetaba le daría dos ligeros
golpecitos en el dorso de la mano para tranquilizarlo, en señal de que no debía
preocuparse. Fueron unos toques tan suaves que podrían describirse como
cariñosos. Xie Lian se quedó ligeramente aturdido; el coro de gruñidos graves
ya había desaparecido. Al escuchar con atención, de repente descubrió que los
lobos no estaban gruñendo, sino que gimoteaban. Se trataba claramente del
gemido de una bestia tan aterrorizada ante su propio final que solo podía
permanecer inmóvil.
Su curiosidad por saber quién era aquel desconocido iba en aumento.
Quería levantarse el velo y echar un vistazo, pero sabía que eso sería poco
apropiado, así que se limitó a escrutar fragmentos de la escena a través de la
cortina de filamentos rojos. Lo que alcanzaba a ver era el dobladillo de un
vestido rojo y, debajo de este, un par de pequeñas botas de cuero negro que
caminaban con parsimonia. Envolvían el pie con firmeza, sirviendo de base a
un par de piernas largas y rectas que andaban con tal soltura y distinción que
daba gusto contemplarlas. En el lateral de las botas colgaban dos finas
cadenas de plata que se agitaban a cada paso, emitiendo un tintineo metálico
que daba gusto oír. Sus pasos eran descuidados y ligeros, propios de un
adolescente. Y, sin embargo, su gracia al andar transmitía una completa
seguridad en sí mismo, como si lo tuviera todo perfectamente planeado, de tal
manera que nadie pudiera interponerse en su camino, y el que lo intentara
sería inevitablemente triturado hasta convertirse en polvo. Aquel porte hizo
que Xie Lian fuera incapaz de adivinar qué clase de persona tenía ante él.
Mientras pensaba en todo esto, una cosa de un blanco reluciente que había en
el suelo se coló de pronto en su campo de visión.
Era un cráneo.
Por un instante, a Xie Lian se le congelaron los pies. Con tan solo un
vistazo, se percató de que había algo raro en la forma en que estaba colocada
aquella calavera. Tenía pinta de ser la esquina de algún tipo de área
encantada, y Xie Lian se temía que, con tan solo rozarla, un maleficio los
atacaría de inmediato. Pero, por el paso firme de aquel adolescente, él no
parecía notar que allí hubiera nada en absoluto. Estaba pensando si advertirlo
o no cuando, ¡crac!, oyó un crujido ensordecedor: el chico pisoteó el cráneo,

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haciéndolo añicos en un instante. Luego siguió como si nada, andando con
indiferencia sobre los pequeños fragmentos.
Xie Lian no daba crédito.
Había convertido el maleficio en un montón de polvo con un solo
pisotón…
Entonces los pies del joven se detuvieron. El corazón de Xie Lian dio un
vuelco. Se preguntó si había llegado el momento de pasar a la acción, pero el
muchacho tan solo paró un segundo y continuó guiándolo hacia delante. Tras
dar dos pasos, se oyó un repentino goteo por encima de ellos, como si una
fina llovizna golpeara la superficie de un paraguas: el joven había abierto uno
para resguardarse. Aunque, dadas las circunstancias, estaba fuera de lugar. En
su fuero interno, Xie Lian no pudo evitar elogiar a aquel desconocido por sus
buenos modales, a pesar de que seguía muy extrañado por toda aquella
situación. «¿Está lloviendo?», pensó.
Las montañas, silenciosas y oscuras; el bosque, impenetrable. En las
profundidades de los montes lejanos, los lobos le aullaban a la luna. No sabía
si era por la matanza que acababa de tener lugar, pero el aire gélido estaba
impregnado de un ligero olor a sangre. Era una escena surrealista y
espeluznante. En cambio, el joven no parecía inquietarse: sujetándolo con una
mano y sosteniendo el paraguas con la otra, continuaba con su andar pausado.
Y lo que era aún más extraño, actuaba con coquetería, como si fueran una
pareja de enamorados dando un paseo romántico. Aquella inusual lluvia iba y
venía a ráfagas, y al poco el repiqueteo de las perlas de agua al golpear el
paraguas desapareció. El joven se detuvo y permaneció estático, al parecer
para guardar el paraguas, y al mismo tiempo le soltó por fin la mano, dando
un paso hacia Xie Lian. La mano que había estado sosteniéndolo durante todo
el camino ahora le levantaba con delicadeza la esquina del velo para descubrir
su rostro. Xie Lian había estado esperando aquel instante durante todo el
trayecto y observaba inmóvil como la enmarañada cortina roja que lo tapaba
se elevaba lentamente… cuando, de pronto, ¡su venda se movió!
Y no es que el joven hubiera hecho ningún movimiento agresivo, pero,
bueno, mejor tomar la iniciativa con un ataque preventivo, ¡luego ya se vería!
De pronto, Ruo Xie salió disparada, levantando ráfagas de viento. Los
filamentos rojos del velo se desprendieron de los dedos del joven, que salió
volando por los aires e impactó contra el suelo. Xie Lian solo tuvo tiempo de
ver la sombra borrosa del chico vestido de rojo antes de que la venda lo
atravesara. El joven se desintegró en mil mariposas plateadas, que se

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dispersaron formando un resplandeciente remolino de polvo de estrellas. Y,
aunque seguía estando fuera de lugar dadas las circunstancias, Xie Lian no
pudo evitar maravillarse ante la onírica visión que tenía ante él. Dio dos pasos
hacia atrás para contemplar mejor la escena cuando una mariposa plateada
pasó revoloteando ante él y pudo observarla de cerca. La mariposa dio dos
vueltas a su alrededor para luego fundirse de nuevo en aquel espléndido
remolino y convertirse en un halo. Se unió a la luz plateada que iluminaba el
firmamento, y, agitando las alas, se elevó por el cielo nocturno.
Pasó un buen rato hasta que Xie Lian pudo volver en sí y pensar: «Pero
¿este chico es el novio fantasma o qué?».
Desde su punto de vista, la verdad es que no lo parecía. Si era él, los lobos
del monte Yujun debían de ser sus subordinados. En ese caso, ¿por qué se
habrían espantado de aquella forma al verlo? Además, el novio fantasma
debía de haber colocado la maldición del camino, pero él fue y, sin
inmutarse… la reventó de un pisotón. Pero, si no era él, entonces, ¿qué hacía
ese joven asaltando el palanquín?
Cuanto más lo pensaba, más extraño le resultaba todo. Xie Lian se echó a
Ruo Xie al hombro y pensó: «Da igual, quizá solo sea alguien que estaba de
paso. Dejémoslo a un lado por el momento y vayamos al grano». Soltó una
exclamación de sorpresa cuando miró alrededor. Justo enfrente se erguía un
edificio de aspecto tosco.
Dado que el joven lo había llevado hasta allí y ya que alguien se había
tomado la molestia de construir ese edificio tan minuciosamente oculto en
mitad de lo que parecía ser un laberinto, era imperativo entrar y echar un
vistazo. Tras avanzar unos pasos, Xie Lian se detuvo, lo pensó un momento y
se dio la vuelta para recoger el velo de novia del suelo. Lo sacudió y continuó
su camino con él en la mano.
El edificio, con unas paredes rojas que cercaban un extenso patio, de
ladrillos y tejas moteados, parecía un templo de Shing Wong con algunos
años y, según la experiencia de Xie Lian, lo más probable es que fuera un
templo dedicado a las artes marciales. Efectivamente, al alzar la vista,
vislumbró tres grandes caracteres en la parte superior de la puerta que
rezaban:
«Templo de Ming Guang».
El general Ming Guang, o dios de la guerra del norte, era el mismo que
había mencionado Ling Wen aquella vez en la sala telepática, señalando que
tenía una gran ofrenda de incienso en el norte. Con razón aquel día no habían

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encontrado ningún templo de Ming Guang y solo habían logrado dar con el de
Nan Yang. Resultó que estaba allí, en mitad del monte Yujun, pero se notaba
que hacía tiempo que el laberinto de su alrededor lo había ocultado. ¿Podría
ser que el novio fantasma tuviera algún tipo de conexión con el general Ming
Guang?
No obstante, Ming Guang era considerado un inmortal tremendamente
exitoso y arrogante, con su fama en el norte fuera de toda duda. Xie Lian
consideraba poco probable que un inmortal de tal renombre quisiera tener
algo que ver con un diablo feroz como el novio fantasma. No sería extraño
que simplemente hubiera tenido mala suerte y que su templo hubiera sido
usurpado por aquella criatura sin que el general Ming Guang lo advirtiera.
Tendría que averiguar cuál era el fondo de aquel asunto.
Se acercó a la puerta del templo, que estaba cerrada pero sin llave, y la
abrió de un empujón: de inmediato lo abofeteó un olor extraño. No era el de
la polvareda de un lugar desocupado durante muchos años, sino un hedor a
putrefacción. Xie Lian cerró la puerta para que pareciera que nadie había
entrado y accedió al templo dando grandes zancadas. En el centro de la sala
principal había una estatua de un dios de la guerra. Naturalmente, se trataba
del dios de la guerra del norte, el general Ming Guang. Todos los objetos y
figuras con forma humana, como estatuillas, muñecas o retratos, se
contaminaban fácilmente con energía maligna, por lo que Xie Lian primero
subió a examinar de cerca la efigie del dios. Después de inspeccionarla
durante largo rato, llegó a la conclusión de que la estatua estaba
extremadamente bien hecha. Blandía una espada de doble filo, llevaba un
cinturón de jade y mostraba un semblante apuesto y un porte majestuoso. No
tenía nada raro; el olor pútrido no provenía de la estatua. Xie Lian la dejó allí
y se volvió hacia la parte trasera del pabellón.
Al girarse, su cuerpo se quedó petrificado, y sus pupilas se contrajeron al
instante. Un grupo de chicas con vestidos rojos de novia y la cara cubierta con
velos nupciales se erguían frente a él. El hedor a podredumbre emanaba de
aquellas mujeres. Xie Lian se serenó de inmediato y contó cuántas eran: una,
dos, tres, cuatro… hasta diecisiete.
¡Eran las diecisiete novias que habían desaparecido en los alrededores del
monte Yujun!
Algunas llevaban vestidos anticuados y hechos jirones, cuyo color rojo
original se había desteñido; debían de haber desaparecido hacía ya mucho
tiempo. Otras llevaban vestidos nuevos y modernos, y el olor a cadáver en

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descomposición era muy muy tenue, por lo que debían de haber sido
secuestradas recientemente. Tras dudar un instante, Xie Lian descubrió el
rostro de una de las muchachas. Tras el velo, espeluznantemente iluminado
por la luz de la luna, vio un rostro espantoso, tan pálido que era de un blanco
verdoso. Y lo más horripilante de todo era que el cadáver, debido al rigor
mortis, exhibía una desfigurada sonrisa. Xie Lian descubrió el rostro de otra
mujer y vio que las comisuras de sus labios mostraban la misma mueca rígida.
Estaba en una habitación llena de gente muerta vestida de boda y sonriendo.
La tétrica canción infantil resonó de nuevo en los oídos de Xie Lian:
—La nueva novia, la nueva novia en el palanquín rojo, llorando sin
consuelo, cruzando la colina; no le sonrías tras el velo…
De repente, oyó un ruido extraño procedente del exterior del templo. Era
un sonido realmente anómalo, tanto que era imposible de describir. Parecían
dos palos envueltos en tela gruesa que golpeaban violentamente el suelo, o
como si algo pesado colgara de ellos y lo arrastraran por el suelo con
dificultad. El sonido se acercaba con extremada rapidez y enseguida alcanzó
la entrada del templo de Ming Guang. Se oyó un prolongado chirrido, ñeeec,
y la puerta se abrió de golpe. No importaba si era un ser humano u otra cosa:
Xie Lian estaba seguro de que se trataba del novio fantasma. ¡Ya estaba de
vuelta!
No había ningún escondrijo ni lugar para escapar por detrás del templo,
por lo que, tras pensarlo un momento, Xie Lian se fijó en la hilera de novias y
se apresuró a cubrirlas con el velo. Después se metió entre ellas y permaneció
inmóvil. Si solo hubiera habido tres, cuatro, cinco o incluso seis cadáveres ahí
de pie, entonces obviamente uno podría percatarse a simple vista de que había
uno de más. Pero había diecisiete novias muertas en esa sala y, a menos que
uno las contara una por una como él acababa de hacer, habría sido muy difícil
darse cuenta de que había entrado un intruso. Nada más sumarse a la hilera,
oyó el extraño sonido, aquel dong, dong, dong, entrando por la puerta.
Mientras se mantenía petrificado, Xie Lian reflexionaba: «Pero ¿este sonido
qué es? Por el ritmo y las pausas, suena a unos pasos, pero ¿qué suena de esta
manera al andar? Definitivamente, no es el joven que me trajo aquí, con su
paso grácil y confiado, acompañado por el alegre tintineo de sus botas».
De repente, su corazón dio un vuelco al pensar en un detalle: «La he liado,
¡no he pensado en la altura!».
Todos los cadáveres eran de mujer, pero él era un hombre hecho y
derecho, y siempre le había sacado más de una cabeza a la mayoría de las

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mujeres. Aunque a simple vista nadie distinguiría que había una persona más,
que uno de los cadáveres fuera mucho más alto que el resto era un detalle que
sí llamaría la atención. Sin embargo, pensándolo mejor, Xie Lian volvió a
sentirse a salvo. Ciertamente, él era muy alto, pero la joven Xiao Ying tan
solo le había recogido el pelo sin elaborarlo mucho más, y todas las novias
iban arregladas para la ocasión, con moños que se elevaban hacia el cielo;
algunas incluso llevaban coronas de fénix que les hacían aparentar una
estatura mucho mayor, hasta el punto de que, pese a que eran más bajas que
Xie Lian, él lograba mezclarse en el grupo sin sobresalir.
Mientras pensaba en todo esto, oyó un ruido de fricción, frufrú, a medio
metro de él. Unos instantes después oyó otro frufrú, esta vez un poco más
cerca. Xie Lian se dio cuenta de lo que estaba haciendo el novio: ¡uno a uno,
iba retirando los velos nupciales y examinando el rostro de cada cadáver!
¡Bang!
Debía atacar ahora o perdería la ocasión. Ruo Xie salió disparada con gran
violencia y golpeó de lleno al novio fantasma. Xie Lian solo escuchó un
fuerte estruendo, y una bruma negra lo cegó. No sabía si aquella niebla era
venenosa o no, pero carecía de un halo divino que lo protegiera, por lo que
enseguida contuvo la respiración para bloquear su nariz y boca. Al mismo
tiempo urgió a Ruo Xie a que aventara una ráfaga de viento para dispersar la
bruma negra. Tan solo oía ¡dong, dong!, ¡dong, dong!, y, con los ojos
entrecerrados, logró atisbar una silueta negra y bajita escurriéndose por la
puerta del templo. Esta se abrió de par en par, y la humareda negra engulló el
bosque.
En una fracción de segundo, Xie Lian tomó la decisión de perseguirla. Sin
embargo, tan solo había avanzado unos pocos pasos cuando oyó gritos de
guerra y alaridos provenientes del bosque en llamas:
—¡A la carga!
La voz de un joven destacaba entre el tumulto, sonando alta y clara:
—¡Atrapad al monstruo deforme! ¡Matarlo es salvar al pueblo! ¡Atrapad
al monstruo deforme! ¡Matarlo es salvar al pueblo! ¡Repartiremos la
recompensa!
Era ese tal Peng. El corazón de Xie Lian rezongó con disgusto: esa gente
había dicho que iría a la montaña, ¡y de verdad habían venido! El templo
había permanecido oculto por un conjuro de invisibilidad, pero el joven
misterioso lo había hecho trizas, y ahora ese grupo de ciegos guiados por un

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tuerto había encontrado el lugar por pura chiripa. Xie Lian se fijó en que
provenían de la misma dirección hacia la que había huido el novio fantasma.
Xie Lian corrió con Ruo Xie en la mano y gritó:
—¡Alto ahí!
La multitud se quedó atónita. Estaba a punto de decir algo cuando oyó a
Peng preguntar con efusividad:
—¡Señorita! Fue el novio fantasma quien te trajo hasta aquí, ¿verdad?
¿Cómo te llamas? Hemos venido a rescatarte, ¡no te preocupes!
Tras un instante de desconcierto, Xie Lian se rio por dentro: recordó que
todavía iba vestido de mujer. En el templo de Nan Yang no había ningún
espejo, así que no sabía qué aspecto tenía, pero, a juzgar por la reacción de los
demás, las manos de Xiao Ying debían de ser muy hábiles, ya que aquellos
hombres lo tomaron por una novia de verdad. Peng albergaba la esperanza de
que él fuera la decimoséptima novia para así poder llevarse la recompensa. En
cualquier caso, dadas las circunstancias, que estos aldeanos vinieran a
corretear por aquel lugar no era una buena idea, y a la vez Xie Lian no quería
permitir que el novio fantasma huyera. Afortunadamente, en ese momento
dos jóvenes vestidos de negro se acercaron corriendo, y Xie Lian gritó de
inmediato:
—¡Nan Feng, Fu Yao! ¡Ayudadme!
Para su sorpresa, ambos acudieron a su llamada, pero se quedaron atónitos
y retrocedieron dos pasos al verlo. Cuando Xie Lian les habló, por fin
reaccionaron.
—¿Venís de ahí? ¿Os habéis encontrado con algo por el camino?
—¡No! —respondió Nan Feng.
—Bien. Fu Yao, sigue este camino y rastrea los alrededores para
asegurarte de que el novio fantasma no anda suelto en esa zona. —El joven
oyó las órdenes en silencio y se fue en la dirección indicada. Xie Lian
prosiguió—: Nan Feng, vigila este lugar y asegúrate de que nadie se vaya de
aquí. Si Fu Yao no encuentra al novio fantasma en el monte, ¡entonces tiene
que ser alguien de este grupo!
Al oír esas palabras, aquella multitud de hombres fornidos estalló en
protestas. Al ver que no era una muchacha, el pequeño Peng fue el primero en
explotar.
—¿Que nadie se vaya de aquí? ¿Quién te ha dado a ti el derecho a darnos
órdenes? ¿Acaso dictas tú las leyes? Oídme todos, no tenemos por qué
hacerles caso a estos…

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No había terminado de rezongar cuando Nan Feng hizo un corte con la
mano, y la hilera de árboles que rodeaba a la multitud se desplomó con un
fuerte estruendo. La gente de pronto se acordó de que aquel joven partía cosas
en dos a la primera de cambio y, si despedazaba a alguno de ellos, ninguna
compensación económica les serviría de mucho, así que juzgaron más
prudente cerrar el pico.
—Si dices que el novio fantasma es alguien de este grupo, es fácil de
comprobar. —El joven Peng volvió a intervenir—. Aquí todos nos
conocemos. ¡Ilumínanos la cara uno por uno con una antorcha!
—Nan Feng —lo llamó Xie Lian.
El oficial le arrebató la antorcha de las manos a Peng y examinó uno por
uno a los allí presentes. Cada rostro estaba empapado en sudor, crispado de
nerviosismo, desconcertado o excitado; pero todos estaban muy muy vivos.
Xie Lian no podía ver bien lo que ocurría, así que se acercó a la multitud.
—Escuchadme todos, siento mucho haberos ofendido, pero he herido al
novio fantasma y acaba de escapar, así que no ha podido ir muy lejos. Mis dos
amigos no se lo han encontrado de camino hasta aquí, por lo que esa cosa ha
debido de mezclarse entre vosotros. Por favor, miraos bien la cara los unos a
los otros para ver si hay alguien a quien no conozcáis en el grupo.
En cuanto oyeron que el novio fantasma podría haberse camuflado entre
ellos, se les heló la sangre y se aplicaron con esmero a la tarea encomendada:
se reconocían mutuamente, el uno mirando al otro y el otro mirando al uno.
Después de un buen rato examinándose, de repente alguien exclamó:
—¿Qué haces tú aquí?
Xie Lian arqueó las cejas y corrió hacia el que había hablado.
—¿Quién?
El joven Peng tomó la antorcha de otra persona y alumbró hacia una
esquina.
—¡Monstruo deforme!
La persona a la que señalaba era Xiao Ying. Su cara, con la nariz en
zigzag y los ojos como dos puñaladas, parecía aún más distorsionada por el
brillo del fuego, como si no soportara estar expuesta a plena luz.
—Solo… solo estaba preocupada, quería venir a echar un vistazo…
Viendo que estaba encogida de miedo, Xie Lian le quitó la antorcha a
Peng y se dirigió al resto:
—¿Y vosotros?
Los miembros del grupo sacudían la cabeza uno tras otro:

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—No hay nadie a quien no conozca.
—Todos son del pueblo.
—¿Podría haber poseído a alguien? —sugirió Nan Feng.
—No lo creo, es un demonio corpóreo —declaró Xie Lian tras murmurar
algo para sí.
—Pero, como ya es de categoría feroz, es difícil saber si puede cambiar de
forma —insistió Nan Feng.
Estaban dudando de esa manera cuando Peng volvió a ser el primero en
abrir la boca:
—El novio fantasma no está entre nosotros, ¿no lo habéis comprobado?
¿Lo habéis comprobado y, aun así, no nos dejáis marchar?
Hubo unos dispersos murmullos de aprobación. Xie Lian los barrió con la
mirada.
—De todas formas, os voy a tener que pedir por favor que os quedéis
aquí, delante del templo de Ming Guang, y que no os alejéis ni un paso.
La multitud estaba a punto de quejarse de nuevo, pero, al ver la fría y
severa expresión de Nan Feng, se lo pensaron mejor. En ese momento Fu Yao
regresó de su búsqueda.
—No está por aquí cerca.
Contemplando aquella maraña de siluetas negras frente al templo de Ming
Guang, Xie Lian declaró pausadamente:
—Entonces, tiene que ser alguien de entre nosotros.

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Capítulo 4

Un templo oculto en las montañas y el


bosque de cadáveres colgantes

XIAO YING ENCOGIDA ENTRE LA MULTITUD, FU YAO


A L VER A
ceño.
—¿Qué hace una mujer aquí?
FRUNCIÓ EL

Aunque su tono no era agresivo, tampoco reflejaba el menor atisbo de


amabilidad. Xiao Ying agachó la cabeza.
—Temía que hubiera pasado algo malo, así que ha venido a echar un
vistazo —intercedió Xie Lian.
Fu Yao les preguntó a los demás:
—¿Ha venido con vosotros?
Tras dudar unos instantes, los miembros del grupo comenzaron a
responder:
—No me acuerdo.
—No sabría decir.
—No puede ser, ¡ella no estaba aquí cuando vinimos!
—Yo solo sé que no la he visto.
—Yo tampoco.
—Porque os he seguido hasta aquí a escondidas… —se apresuró a decir
Xiao Ying.
—¿Por qué nos seguías a escondidas? —Peng no tardó en reaccionar—.
Estás ocultando algo, ¿no? Eres tú el novio fantasma, ¡¿verdad?!
Al oír esto, de inmediato se hizo un gran vacío alrededor de Xiao Ying.
Ella agitó las manos, aturullada.
—No, no… Soy Xiao Ying, ¡la de verdad! —Y le imploró a Xie Lian—:
¡Mi señor, acabamos de vernos! Te he puesto maquillaje y colorete, te he
peinado y vestido…
Xie Lian se quedó sin palabras.

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La multitud se lo quedó mirando fijamente, y algunos empezaron a
cuchichear. Xie Lian alcanzó a oír palabras sueltas como «pues si a él le
gusta…», «rarito», «no me lo puedo creer», y, tras toser un par de veces,
comentó:
—Esto, eh… ha sido tan solo por exigencias de la misión. Exigencias de
la misión. Nan Feng, Fu Yao, vosotros…
Al girarse, se dio cuenta de que los jóvenes también lo miraban con
extrañeza y mantenían las distancias con él. Xie Lian frunció el ceño ante
aquella mirada que le estaban lanzando.
—¿Hay algo que me queráis decir?
Cómo podría haber imaginado él que el pincel de maquillaje de esa
muchacha era capaz de hacer milagros o que ella sería tan hábil a la hora de
perfilarle las cejas hasta dejárselas hechas una maravilla y dejarle el cutis
reluciente como el jade y los labios carnosos salpicados de un rojo liliáceo
perfecto. Si no abriera la boca, sería una muchacha hermosa, dulce y delicada,
hasta el punto de que, cuando sus dos compañeros lo miraban, el corazón les
daba un vuelco. Fu Yao y Nan Feng no se lo podían creer. Ver a Xie Lian les
hacía plantearse muchas dudas y los recorría un escalofrío de incomodidad: su
cara seguía siendo la misma, pero ya no tenían nada claro con qué clase de
persona estaban hablando en realidad.
—¿Tú qué tienes que decir? —le preguntó Fu Yao a Nan Feng.
—Nada. —Nan Feng negó inmediatamente con la cabeza.
Xie Lian persistió:
—Va, decidme.
En ese momento, la multitud los interrumpió.
—¿Eh? ¿Es este un templo de Ming Guang?
—¿Cómo es que de repente hay un templo de Ming Guang en este monte?
Qué raro, nunca lo había visto.
Todos lo miraban con asombro.
—Sí, es un templo de Ming Guang —se apresuró a decir Xie Lian.
—¿Qué pasa? —Nan Feng percibió algo inusual en su tono.
—El norte es, obviamente, territorio del general Ming Guang, y no es que
no tenga una abundante ofrenda de incienso y un considerable maná. Sin
embargo, en el pueblo que se encuentra al pie del monte Yujun solo había un
templo de Nan Yang. ¿Cómo es posible?
Era comprensible que el oficial mayor que había perdido a su hija le
rezara al emperador divino pidiendo bendiciones porque este era el dios

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bélico más importante desde hacía mil años y tenía un estatus más alto que el
general Ming Guang, así que, naturalmente, cuanto mayor fuera el poder del
dios benefactor, mayor sería la garantía de que sus plegarias le fueran
concedidas. Pero el general Ming Guang y el general Nan Yang eran dioses de
un nivel muy similar, no había una gran diferencia entre uno y otro. De hecho,
puestos a ponerlo en cifras, Ming Guang tenía nueve mil templos, mil más
que Nan Yang. Así que Xie Lian no comprendía cómo era posible que el
oficial hubiera ignorado al dios protector de aquella región y se hubiera
tomado la molestia de pedir auxilio al lejano Nan Yang.
—Entiendo que el novio fantasma se haya adueñado del templo de Ming
Guang del monte Yujun —prosiguió Xie Lian—, de modo que nadie pudiera
encontrarlo. Pero, dado que es la principal deidad del norte, lo lógico habría
sido construirle otro templo. ¿Por qué entonces le erigieron uno a otro dios de
la guerra?
—Debe de haber algún motivo. —Fu Yao también pensaba que aquello
era muy extraño.
—Sí, debe de haber alguna razón por la que la gente de los alrededores del
monte Yujun decidiera no volver a construirle un templo a Ming Guang. Si
alguno de vosotros me puede prestar otra vez un poco de poder mágico,
volveré a ver a Ling Wen para preguntarle…
—¡Cuántas novias! —exclamó alguien desde el interior del templo.
En cuanto oyó esa voz, Xie Lian se giró con brusquedad. Les había pedido
que se quedaran en el campo abierto frente al templo, pero alguien había
hecho oídos sordos, ¡y se había colado dentro!
—¡La situación es muy peligrosa, que nadie más entre! —gritó Nan Feng.
—¡No les hagáis ni caso, no se atreverán a tocarnos! —lo contradijo Peng
—. Somos súbditos honestos y cumplidores de la ley, ¿en serio se atreverían a
matarnos? Entremos todos, venga, ¡vamos!
Estaba seguro de que aquellos tres hombres no iban en serio con sus
amenazas de abrirlos en canal, así que se levantó sin miramientos. Los
nudillos de Nan Feng crujían y parecía que estuviera conteniéndose para no
ponerse a insultar. Pero, al ser un oficial del templo de Nan Yang, no podía
romperle los brazos y las piernas a su antojo a ningún mortal; si alguno de los
inmortales supervisores se enterara y lo denunciara, tendría un problema
gordo.
—No creas que no me doy cuenta de lo que estáis tramando —dijo Peng
tras proferir una risa perversa—. ¿Acaso lo que queréis no es engañarnos para

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que nos estemos quietos y así poder llevaros todo el mérito para quedaros con
la recompensa?
Tras incitarlos así a la insurrección, la mitad de los hombres se dejaron
llevar por la euforia colectiva y corrieron como descerebrados hacia el templo
tras él. Fu Yao se sacudió las mangas y se desentendió completamente de
ellos.
—Dejad que se vayan. Menuda panda de desdichados.
Los despreciaba de tal manera que se mostraba indiferente a lo que les
pudiera ocurrir. En el templo de Ming Guang se oyó un chillido que les heló
la sangre:
—¡Están todas muertas!
Peng también parecía sorprendido.
—¿Todas muertas?
—¡Todas!
—Esto parece cosa de brujería, ¿cómo pueden llevar décadas muertas y
que aún no se hayan podrido? —Y al punto concluyó—: Da igual. Si
llevamos los cadáveres montaña abajo, podemos vendérselos a sus familias.
Xie Lian hundió la mirada al oír aquello. En cambio, la multitud estuvo
sopesando la idea. Algunos suspiraron, otros murmuraron con aprensión y
hubo quien mostró una gran alegría. Xie Lian se colocó frente a la entrada del
templo.
—Será mejor que salgáis de aquí. Este templo lleva cerrado y sin
ventilarse muchos años, y el hedor a cadáver lo impregna todo. Es nocivo
para la gente común inhalar este aire viciado.
Esto también parecía muy razonable, y la multitud se preguntaba si debían
escucharlo o no cuando Xiao Ying lo apoyó con un hilo de voz:
—Hagámosle caso, es peligroso estar aquí. ¿Por qué no escuchamos a este
caballero, salimos y nos sentamos fuera…?
Pero, si aquella gente ni siquiera les hacía caso a Xie Lian o a sus
compañeros, ¿cómo iban a escucharla a ella? Nadie le prestaba atención. Xiao
Ying no se dejó desanimar e insistió varias veces. Peng, por su lado, comenzó
a darles instrucciones.
—Escuchadme todos, hemos de llevarnos solo los cadáveres frescos. Con
respecto a los que son demasiado viejos, quién sabe si sus familiares están
todavía vivos, así que mejor ni nos molestemos en bajarlos al pueblo.
Hubo incluso quienes lo elogiaron por su astucia y su eficiencia. Xie Lian
no sabía si reírse o llorar y, cuando vio que empezaban a ponerles la mano

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encima, gritó:
—¡No les quitéis el velo! Sirve de barrera entre los cadáveres y vuestra
energía yang. Aquí hay tanta gente viva que la energía yang es muy intensa; si
los cadáveres la absorben, puede que algo malo ocurra.
Sin embargo, algunos, en el trasiego de cargar con los cadáveres frescos,
ya les habían alzado el velo a varias novias. Xie Lian miró a Nan Feng, que se
había acercado hasta la puerta, y ambos sacudieron la cabeza: sabían que no
podían detener a esa gente. Después de todo, no podían molerlos a palos hasta
que escupieran sangre y no pudieran dar ni un paso. Si pasaba alguna cosa,
tan solo les quedaba el inútil consuelo de haberles advertido sobre su propia
perdición. Un hombretón levantó la cabeza de una novia y exclamó:
—¡Madre mía, esta muchacha es un bellezón!
El resto de los hombres se congregó a su alrededor.
—Es una pena que muriera así, ni siquiera tuvo tiempo de casarse.
—El vestido está un poco roto, ¡pero eso la hace aún más guapa!
Probablemente, la novia no había muerto hacía mucho; su piel aún
conservaba bastante elasticidad. Hubo quien dijo «¿quién se atreve a
tocarla?», a lo que Peng respondió:
—¿Qué es lo que os da tanto miedo?
Al decir esto, le pellizcó las mejillas brillantes al cadáver. La gente
comenzó a incomodarse, y Xie Lian ya no pudo soportarlo más. Estaba a
punto de detener a Peng, en cuanto volviera a tocar el cuerpo, cuando Xiao
Ying se abalanzó sobre él.
—¡No hagas eso!
—¡No interfieras en los asuntos de los adultos! —Peng la tumbó de un
empujón.
—¡Como sigáis así, provocaréis la ira de los dioses! —Xiao Ying se
levantó de su caída.
—¡Joder, mira que eres un adefesio entrometido!
Iba a darle una patada mientras la seguía insultando, pero Xie Lian agarró
a Xiao Ying de la nuca y la levantó con un suave movimiento de la mano. De
repente se oyó un fuerte ruido sordo, ¡bum!, y a Peng gritando:
—¿Quién me ha pegado?
Xie Lian se dio la vuelta y vio que estaba sangrando: tenía una buena
brecha en la cabeza, y junto a él yacía en el suelo una piedra cubierta de
sangre. Xiao Ying se apresuró a decir:

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—Lo siento, lo siento mucho, yo… Estaba asustada, no me he podido
controlar…
Sin embargo, nadie la creía por mucho que quisiera inculparse. Y es que
ella estaba justo en la dirección opuesta de donde provenía la piedra. Alguien
la había arrojado desde una ventana de espaldas a Peng. Este gritó
señalándola, y la multitud viró en esa dirección justo para ver una figura
escabullirse por la ventana.
—¡Es él! —aulló Peng—. ¡Ese feo bastardo con la cara vendada!
Xie Lian dejó con suavidad a Xiao Ying en las manos de Nan Feng y en
dos zancadas se acercó hasta la ventana. Con un rápido movimiento de mano,
saltó por el marco de la ventana hacia el bosque, dispuesto a iniciar la
persecución. Otros pocos valientes, ávidos por hacerse con la recompensa,
también saltaron por la ventana tras él. Pero, al llegar a la linde del bosque,
Xie Lian sintió de pronto un intenso aroma a sangre y presintió que algo iba
mal. Paró abruptamente, con sus sentidos alerta.
—¡No entréis!
Al oír su advertencia, aquellos hombres pensaron «si no lo cazas tú, mejor
ya lo hago yo», y no se detuvieron hasta penetrar en la espesura. El resto
irrumpió desde el templo, y los que no eran tan valientes se quedaron con Xie
Lian mirando desde la linde del bosque. Al poco comenzaron a oír gritos que
les helaron la sangre, y unas figuras negras emergieron del bosque,
tambaleándose: eran los mismos que se habían adentrado en la oscuridad
hacía justo un instante. A trompicones, caminaron con dificultad hasta que un
haz de luna los iluminó. Lo que vieron les puso los pelos de punta: los que se
habían adentrado en el bosque rebosantes de vida salieron de él
completamente ensangrentados. Sus rostros y sus prendas estaban empapados
de sangre, que se les escurría a borbotones. Habían derramado tanta cantidad
que una persona ordinaria ya habría muerto de tales hemorragias. Sin
embargo, siguieron acercándose paso a paso, y la multitud estaba tan asustada
que retrocedió de golpe hasta colocarse a la espalda de Xie Lian, que alzó la
mano en un gesto tranquilizador.
—Calmaos. La sangre no es suya.
Efectivamente, los hombres respaldaron sus palabras:
—¡Sí! No es nuestra, es de… Es…
La sangre no lograba ocultar la vívida expresión de horror en sus rostros,
y el grupo siguió la dirección de su mirada hasta el bosque. Estaba demasiado
oscuro para ver con claridad lo que se ocultaba en la espesura, así que Xie

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Lian tomó una antorcha y dio unos pasos hacia delante para echar un vistazo.
Rodeadas de tinieblas, las llamas crepitaron cuando algo goteó de pronto
sobre la antorcha. Tras mirar primero al fuego, alzó la vista hacia la copa de
los árboles y arrojó la antorcha abruptamente, presa del pánico. Aunque tan
solo se elevó en el aire un breve instante, todos pudieron ver claramente como
iluminaba por un segundo lo que había por encima de los árboles: largos
cabellos negros, rostros cetrinos, uniformes hechos jirones y brazos que
colgaban en el aire, balanceándose de lado a lado. Eran los cuerpos de más de
cuarenta hombres de toda complexión y estatura, que se mecían en las ramas,
colgados boca abajo como un fruto siniestro. Y, a pesar de que debían de
haber estado derramando sangre toda una eternidad, aún no se habían secado:
gota a gota, la lluvia de sangre y el bosque de cadáveres colgantes creaban
una imagen infernal.
Aunque todos los miembros del grupo eran hombres curtidos, nunca
habían visto una escena semejante. Estaban tan aterrados que se quedaron
paralizados y en silencio. Cuando Nan Feng y Fu Yao se acercaron, también
se quedaron estupefactos al ver aquel panorama atroz.
—El fantasma verde —musitó Nan Feng.
—Ciertamente, este es su truco favorito —coincidió Fu Yao.
—No vayas —le advirtió Nan Feng a Xie Lian—. Si de verdad es él, será
peligroso.
Xie Lian se dio la vuelta y preguntó:
—¿De quién estáis hablando?
—Un semifunesto —le contestó Nan Feng.
—¿Qué quieres decir con semifunesto? ¿Que está a punto de convertirse
en funesto? —quiso saber Xie Lian.
—Así es —terció Fu Yao—. El fantasma verde está catalogado por el
templo de Ling Wen como una criatura feroz, muy próxima a convertirse en
funesta. Se ha labrado una reputación infame. Es muy aficionado a este
jueguecito de los bosques de cadáveres.
—Qué innecesario es inventar categorías. Si es funesto, es funesto y, si
no, pues no lo es. Igual que solo hay ascendido y no ascendido, y no existe
ningún semiascendido o a punto de ascender. Esto de añadirle el «semi» me
da un poco de vergüenza ajena.
De pronto, Xie Lian recordó el repiqueteo de la lluvia golpeando el
paraguas mientras el chico lo guiaba hasta el templo. ¿Lo había sacado para

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resguardarlo de aquella lluvia de sangre? Se le escapó un grito ahogado al
pensarlo.
—¿Qué pasa? —le preguntaron de inmediato sus dos compañeros.
Xie Lian les contó brevemente como aquel joven había aparecido frente al
palanquín y lo había llevado hasta allí.
—Al subir hasta aquí, percibí que este laberinto en mitad de la montaña
era extremadamente peligroso… ¿y él logró atravesarlo por pura casualidad?
—comentó Fu Yao con escepticismo cuando finalizó el relato.
«No fue pura casualidad», pensó Xie Lian. «Su manera de andar tan
relajada… y el pisotón a la calavera». Y se dirigió a los jóvenes:
—¿Podría ser él ese fantasma verde semifunesto al que os referís?
—Nunca lo he visto, así que no puedo decirlo —dijo Nan Feng tras
pensarlo un breve instante—. ¿El joven que viste tenía algún rasgo en
especial?
—Mariposas plateadas.
Cuando Nan Feng y Fu Yao vieron el bosque de cadáveres colgados,
lograron mantener la compostura. Sin embargo, tan pronto como oyeron esto,
Xie Lian pudo ver claramente que la expresión de sus rostros había cambiado.
—¿Qué has dicho? ¿Mariposas plateadas? ¿Qué tipo de mariposas
plateadas? —preguntó Fu Yao con incredulidad.
Xie Lian intuyó que probablemente había dicho algo grave.
—Parecían hechas de plata y cristal, no eran de verdad. Pero eran muy
hermosas.
Vio a Nan Feng y a Fu Yao intercambiar miradas, y sus caras tomaron un
color muy feo, casi azul. Solo después de un largo rato, Fu Yao dijo con voz
grave:
—Marchémonos. Ahora.
—¿Cómo vamos a irnos antes de resolver el asunto del novio fantasma?
—objetó Xie Lian.
—¿Resolverlo? —Fu Yao seguía atónito. Le dio la espalda, riendo con
frialdad—. Parece que has estado en el mundo de los mortales durante
demasiado tiempo. El fantasma verde, por mucho que le guste aterrorizar a la
gente con estos bosques de cadáveres, no es más que un semifunesto. —Hizo
una pausa y reanudó su discurso con tono aún más severo—. Pero ¿acaso
sabes quién es el que controla a esas mariposas plateadas?
—No, no lo sé —respondió Xie Lian con sinceridad.
Tras un silencio incrédulo, Fu Yao le espetó con rigidez:

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—Pues, si no lo sabes, yo no tengo tiempo para explicártelo ahora. De
todos modos, no es algo de lo que te puedas ocupar tú solo, así que deberías
volver al reino celestial y pedir ayuda.
—Vuélvete tú, entonces —repuso Xie Lian.
—Tú no…
—El que controla las mariposas de plata no ha mostrado ningún signo de
malicia. Y, si realmente escondiera alguna maldad y, además, fuera tan
terrible como dices, me temo que ni huyendo a mil kilómetros de aquí
seríamos capaces de escapar de sus garras, por lo que es imprescindible que
haya alguien aquí vigilando. Así que ¿por qué no vuelves tú primero y ves si
puedes conseguir refuerzos?
Podía ver que a Fu Yao no le hacía ninguna gracia quedarse para
enfrentarse a todo ese problemón, así que tampoco pretendía forzarlo. El
chico, que era una persona muy directa, se dio la vuelta airado y,
efectivamente, se marchó por su cuenta. Xie Lian se volvió hacia Nan Feng y
estaba a punto de preguntar más detalles sobre ese joven cuando la multitud
se alborotó de nuevo.
—¡Lo tengo! ¡Lo tengo! —gritaba alguien.
—¿Qué has cogido?
Xie Lian seguía con la palabra en la boca cuando dos figuras empapadas
en sangre emergieron del bosque. Una era un hombre corpulento y completo
merecedor de ser descrito como un valiente: había sido el primero en
adentrarse en el bosque y no se había dejado amedrentar por la lluvia de
sangre y los cadáveres. El otro, un chico joven, estaba siendo arrastrado con
ímpetu por aquel forzudo y tenía la cara cubierta por un caótico amasijo de
vendas. Xie Lian recordó las palabras del maestro del té: «Se dice que el
novio fantasma era un chaval horrendo que vivía en el monte Yujun. Como
era tan feo, no le gustaba a ninguna chica, por lo que acabó lleno de
resentimiento y despecho. Así que ahora se dedica a robar las novias de los
demás para evitar que se casen». En aquel momento, pensaron que
probablemente se trataba de un rumor, pero resultó ser cierto que tal persona
existía. Sin embargo, incluso si esa persona era real, que fuera o no el novio
fantasma era otra cuestión. Estaba a punto de echar un vistazo más de cerca al
chico vendado cuando Xiao Ying se interpuso corriendo.
—¡Os equivocáis! ¡Él no es el novio fantasma! ¡No es él!
—Lo pillan en la escena del crimen, ¿y te atreves a decir que no es él?
Voy a… —De repente, Peng pareció darse cuenta de algo y exclamó—: Oh,

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ya sé por qué te comportas de un modo tan extraño, con tanto «¡no es él, no es
él!». ¡Eres su cómplice!
Xiao Ying se asustó y no paraba de agitar las manos.
—No, no, yo… yo no he hecho nada, y él tampoco. De verdad que él no
ha hecho nada, es solo… es solo un…
—¿Es solo un qué? —la interrumpió Peng con agresividad—. ¿Un
monstruo horrendo? —Pegó dos fuertes tirones a la venda—. ¡Venga!
¡Averigüemos qué aspecto tiene este novio con la cara deforme al que tanto le
gusta robar las mujeres de los demás!
Al arrancarle así la venda, el joven enseguida comenzó a aullar de agonía;
era un grito repleto de terror y angustia, de dolor y desconsuelo. Xie Lian
agarró el brazo del joven Peng, diciéndole:
—Ya basta.
Al oír aquellos alaridos de dolor, a Xiao Ying se le inundó el rostro de
lágrimas. Cuando vio a Xie Lian deteniendo a Peng, se aferró a su brazo
como si fuera su última esperanza y, tirándole de la manga, le imploró:
—Se… señor, ayúdame, ayúdalo a él.
Al notar la mirada de Xie Lian, Xiao Ying le soltó la manga, avergonzada,
temerosa de que le diera asco que le pusiera la mano encima y no quisiera
ayudarla por esta razón.
—No pasa nada —la tranquilizó Xie Lian.
Cuando volvió a fijarse en aquel chico cuyo rostro era un amasijo de
vendas ensangrentadas, reparó en que tenía los ojos abiertos e inyectados en
sangre. Xie Lian pudo lanzar una mirada furtiva a un hueco entre las vendas
—aunque tan solo fuera un instante—, y el chico se apresuró a taparse de
nuevo. Pese a que no llegó a verle la cara, sí pudo ver un trozo de piel que
quedó expuesta. Fue suficiente para que se le quedara grabada aquella imagen
espeluznante: llagas supurantes que parecían el resultado de unas
quemaduras. Al verlas, no era difícil imaginarse la clase de rostro desfigurado
que se ocultaba bajo las vendas. Los hombres a su alrededor exhalaron un
suspiro de consternación, lo que provocó que el muchacho se encogiera aún
más.
Xie Lian notó que tanto él como Xiao Ying se agazapaban exactamente de
la misma forma, haciéndose un ovillo, como si durante largos años no
hubieran visto la luz del sol ni a ninguna otra persona. Verlos de esa manera le
causó una profunda aflicción; sin embargo, Peng mostraba un gran recelo.
—¿Qué haces? —le dijo—. Hemos capturado al novio fantasma.

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Xie Lian lo soltó.
—Me temo que la cosa no es tan fácil. Dudo que el novio fantasma se
haya dejado atrapar por vosotros. Mis compañeros peinaron la zona hace un
momento, y no había ni rastro de él. Este chaval solo puede haber llegado más
tarde. El verdadero novio fantasma sigue estando entre nosotros.
Xiao Ying también se armó de valor e intervino:
—Quieres conseguir la recompensa… Pero no puedes arrestar a la
primera persona que te encuentres solo para cobrar el dinero…
Al oír esto, Peng intentó golpearla de nuevo, pero a Xie Lian se le había
acabado la paciencia y, harto de aquel tipo que desde el comienzo no había
dejado de dar problemas, soltó a Ruo Xie con un rápido gesto. La venda salió
disparada y, tras oírse un fuerte golpe, Peng voló por los aires. Parecía que
Nan Feng también había llegado a su límite, y aprovechó la ocasión para darle
una patada de propina cuando impactó contra el suelo. Al ver que aquel
experto alborotador no se movía, la multitud se volvió muy mansa y
obediente sin un líder en torno al cual sublevarse. Apenas hubo algunos
murmullos aislados, pero nadie actuó en su defensa.
—Por fin podemos ponernos a trabajar tranquilamente. —Xie Lian
examinó un momento al joven del suelo y le preguntó—: ¿Fuiste tú el que le
tiró la piedra desde la ventana?
A pesar de que su tono era amable, el muchacho vendado temblaba como
una hoja y asintió con la cabeza sin atreverse a mirarlo.
—Él no quería hacerle daño a nadie —intervino Xiao Ying—, solo vio
que Peng me iba a pegar y quiso ayudarme…
Xie Lian le preguntó de nuevo al muchacho:
—El bosque de cadáveres colgados, ¿tú sabes lo que pasó?
—No —volvió a interrumpirlo Xiao Ying—, pero estoy segura de que no
fue él…
El chico vendado continuaba temblando y agitando la cabeza. Nan Feng
lo contemplaba fijamente y de pronto se dirigió a él:
—¿De qué conoces al fantasma verde Qi Rong?
Xie Lian se extrañó al oír este nombre. Era evidente que el chico vendado
estaba conmocionado: no tuvo ningún tipo de reacción, sino que siguió con la
mirada perdida, sin responder a Nan Feng.
—Está… está demasiado asustado, no se atreve a hablar… —respondió
Xiao Ying por él.

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Seguía haciendo todo lo posible por proteger a aquel extraño joven. Xie
Lian se dirigió hacia ella con dulzura.
—Señorita Xiao Ying, ¿qué le pasa a este muchacho? ¿Por qué no nos
dices lo que sabes?
La amable mirada de Xie Lian le infundió el valor necesario para hablar.
Con el rostro iluminado por las llamas, decidió no esconderse más y entrelazó
las manos mientras hablaba.
—De verdad que él no ha hecho nada malo. Este chico vive en el monte
Yujun y a veces, cuando está famélico, baja al pueblo y roba algo de comida.
Una vez vino a robar a mi casa… Vi que no podía hablar bien y que tenía la
cara llena de heridas, así que fui a buscar unos paños para vendárselas. A
partir de entonces, le llevo algo de comida de vez en cuando…
En un principio, Xie Lian creyó que quizá eran pareja, pero ahora parecía
claro que Xiao Ying era más como una hermana para el joven o incluso como
una madre adoptiva que cuidaba de él.
Xiao Ying añadió:
—Mucha gente pensaba que él era el novio fantasma, y yo no podía
decirles la verdad; solo esperaba que atraparan pronto al verdadero
culpable… Señor, al saber de vuestro plan y averiguar que ibas a disfrazarte
de novia como señuelo, pensé que no atraparíais a este chico inocente, ya que
él jamás, jamás se atrevería a asaltar el palanquín. Nunca me habría
imaginado que, tan pronto como os marchasteis, oiría a Peng y a los demás
preparándose para ir también a la montaña. Me preocupó que pudieran
hacerle daño al chico, así que los estuve siguiendo a escondidas.
Se irguió frente al joven, como si tuviera miedo de que alguien lo quisiera
golpear de nuevo, y continuó con su alegato:
—De verdad que él no es el novio fantasma, miradlo: si unos pocos
hombres lo han podido reducir de esta manera, ¿cómo podría haber asesinado
a todos los guardias que escoltaban a los cortejos nupciales?
Xie Lian y Nan Feng se miraron de reojo. Toda aquella historia les
empezaba a dar dolor de cabeza. Si lo que decía era cierto, ¿el chico de
verdad era alguien completamente ajeno a aquel asunto? El monte Yujun, el
chico del rostro vendado, el novio fantasma feroz, el fantasma verde
semifunesto, por no olvidar a uno de los principales causantes de aquella
situación: el que controlaba a las mariposas de plata, cuya mera mención
hacía palidecer de pavor a los inmortales del reino celestial. La lista de
nuevos sospechosos no dejaba de aumentar, y Xie Lian ya no daba abasto.

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¿Quién era quién? ¿Y cuál era la relación entre unos y otros? Sentía que la
cabeza le pesaba el doble.
Masajeándose el ceño y sin pararse a analizar qué había de cierto en las
palabras de Xiao Ying, de repente recordó algo que llevaba un buen rato
queriendo preguntar.
—Señorita Xiao Ying, ¿siempre has vivido al pie del monte Yujun?
—Sí, y puedo garantizar que el chico jamás ha hecho nada malo.
—No, no es eso. Quería preguntarte otra cosa. En los alrededores del
monte Yujun, aparte del que hay aquí, ¿no hay ningún otro templo de Ming
Guang?
La pregunta desconcertó a Xiao Ying.
—Esto… —Lo pensó unos instantes y finalmente contestó—: Me parece
que se intentaron construir algunos, sí.
Al oírla decir esto, Xie Lian tuvo la vaga sensación de que había
averiguado un detalle revelador.
—Entonces, ¿por qué solo hemos visto un templo de Nan Yang, pero
ninguno de Ming Guang?
Xiao Ying se rascó la cabeza.
—Se empezaban a construir, pero nunca se terminaban. Oí que, cada vez
que se intentaba, las obras sufrían incendios inexplicables. Hubo gente que
decía que por alguna razón el general Ming Guang no podía proteger esta
región, así que fue reemplazado por el general Nan Yang…
Nan Feng se percató de la expresión pétrea de Xie Lian.
—¿Qué te pasa?
De repente Xie Lian lo entendió todo. Era demasiado simple. Una novia
que no podía sonreír; templos que se incendiaban inexplicablemente; el
templo de Ming Guang del monte Yujun, cercado por un laberinto; una
imponente estatua del general Pei, dios de la guerra; el novio fantasma, que se
esfumó tras ser herido por Ruo Xie…
¡Era demasiado simple!
Todas aquellas distracciones no le habían permitido ver con claridad la
imagen global; de otra forma, habría entendido lo que ocurría mucho antes.
Agarró con fuerza a Nan Feng y le pidió presurosamente:
—¡Préstame un poco de maná!
—¿Qué pasa? —Nan Feng, aturdido por aquella brusquedad, se apresuró
a transmitirle maná con un gesto en el aire. Xie Lian lo empujó y corrió a toda
prisa.

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—¡Te lo explicaré más tarde, primero ocupémonos de controlar a esas
dieciocho novias muertas!
—¿Dieciocho? ¿No eran diecisiete? ¡La decimoctava eras tú!
—No, no, no, antes eran diecisiete, pero ahora hay dieciocho y una no es
un cadáver… ¡Es el novio fantasma!

Los dos compañeros corrieron de vuelta al templo de Ming Guang, pero la


sala estaba desierta; solo había una caótica maraña de velos rojos donde hacía
un momento se encontraban las novias. Al ver aquello, a Xie Lian le dio un
vuelco el corazón y pensó: «Esto no pinta bien, nada bien… Esto es feo, muy
feo». Apenas terminaron de recoger los velos cuando oyeron unos chillidos
procedentes del exterior del templo. A través de la ventana pudieron ver como
las novias, ataviadas con sus vestidos de boda de un rojo intenso, formaban un
círculo alrededor de los aldeanos y se les aproximaban lentamente.
Cada mujer lucía una sonrisa en su rostro verdoso y putrefacto, y
avanzaban con los brazos extendidos. La multitud, inmóvil y con los ojos
como platos, las veía acercarse cada vez más hasta que cundió el pánico y
todos salieron huyendo despavoridos. En esta desbandada a nadie le
importaba ya el chico de las vendas. Xiao Ying se apresuró hacia él e intentó
ayudarlo a incorporarse.
—¡No corráis! —les gritaba Xie Lian con impotencia. Había dicho esa
frase no sabía ya cuántas veces esa noche y, cada vez que ocurría alguna cosa,
la tenía que repetir al menos treinta o cuarenta, pero nunca le hacían ni
puñetero caso, lo cual era bastante frustrante. Con un rápido gesto de su
mano, Ruo Xie se elevó hacia el cielo; pronunciando un encantamiento breve,
la hizo girar por sí sola en el aire: parecía una ninfa celestial bailando de
forma caótica y atrajo la mirada embelesada de varias novias cadáver, que
contemplaban embobadas aquel maravilloso espectáculo. Sin embargo, siete
de ellas consideraron una opción más atrayente el intenso olor a sangre que
despedían las profundidades del bosque y se arrastraron en esa dirección.
—¡Nan Feng, síguelas; no dejes que bajen la montaña!
No hizo falta decírselo: ya se había lanzado tras ellas. Hubo dos novias
que atacaron por sorpresa a Xie Lian, extendiendo sus dedos de color rojo

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brillante, rematados por unas uñas muy afiladas. Xie Lian tomó los velos
nupciales que había recogido del suelo y se los lanzó. Rodaron por el aire
hasta posarse justo sobre la cabeza de las dos novias, y al instante su avance
se entorpeció. Como era de esperar, los gruesos velos carmesíes les taparon
los ojos y la nariz, impidiéndoles oler o ver nada. Además, como sus cuerpos
estaban completamente rígidos, no podían doblar los brazos para quitárselos.
Tan solo podían estirar las manos y palpar a su alrededor, como si estuvieran
jugando a la gallinita ciega. Era una escena espeluznante y a la vez un poco
cómica. Xie Lian se puso frente a ellas, agitó las manos a un palmo de sus
narices y, al verlas tantear el vacío en la dirección completamente opuesta, no
pudo evitar decirles:
—Disculpad.
Y, guiándoles los brazos, hizo que se agarraran del cuello la una a la otra.
Al principio se estremecieron al sentir el contacto de algo que no podían ver,
pero pronto se ensañaron la una con la otra. Xie Lian aprovechó para huir y,
alzando la mano, hizo descender a Ruo Xie, que, como un arcoíris albino,
bajó silenciosamente hasta aterrizar formando una amplia circunferencia
blanca en el suelo. Xie Lian se dirigió hacia los hombres que huían
desordenadamente en todas direcciones:
—¡Entrad en el círculo!
El grupo siguió corriendo mientras se lo pensaba, pero Xiao Ying se
apresuró sin dudarlo un momento y se metió en el círculo, llevando en sus
hombros al muchacho vendado. Tras vacilar un instante, volvió a salir
corriendo y arrastró de vuelta el cuerpo inconsciente de Peng. Justo entonces
una novia se abalanzó sobre ella en el borde del círculo blanco, pero sus
manos se toparon con lo que parecía ser un muro invisible. Xiao Ying
entendió que dentro estaban a salvo y apremió al resto:
—¡Escuchadme todos, entrad aquí, rápido! ¡No pueden entrar en el
círculo!
Viendo esto, la multitud se lanzó en tropel. Por suerte, Xie Lian había
tenido la precaución de expandir a Ruo Xie hasta el triple de su tamaño y el
círculo era lo suficientemente grande, ya que, de lo contrario, quizá no
hubieran cabido todos. Las novias, al ver que no podían entrar en el círculo,
se dieron la vuelta hacia Xie Lian lanzando agudos chillidos. Pero él ya
llevaba un rato esperándolas y, sacándose de la manga un puñado de velos, los
lanzó a diestro y siniestro, de arriba abajo, de aquí para allá: las telas rojas
salían disparadas en todas direcciones. Xie Lian entró en frenesí, sin parar los

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pies ni descansar las manos, cubriendo a una, luego a otra; las dejó sin ver tres
en un burro y tanteando torpemente el vacío, completamente cegadas. Su
habilidad para endilgarles los velos era deslumbrante. Acertaba un tiro tras
otro a dos manos como si fuese pan comido, haciendo volar por el aire una
miríada de sombras rojas. Desde el círculo, la multitud no pudo evitar
aplaudirlo entre vítores de «¡bravo!», «increíble, es increíble», «tú esto lo
practicas a menudo, ¿verdad?».
Oyendo las alabanzas, Xie Lian soltó por pura inercia:
—¡Gracias, gracias! Si tienen algo de dinero, apóyenme con alguna
moneda y, si no tienen nada, me doy por pagado con un aplauso… ¿Eh?
En cuanto dijo todo esto, se dio cuenta de su error. En un acto reflejo le
había salido recitar de memoria su discurso final de cuando era un acróbata
vagabundo. Mientras tanto, algunas novias se abalanzaron sobre él, dando un
asombroso salto de varios metros de alto y largo. A Xie Lian lo asaltó de
inmediato un intenso olor pútrido, y su cuerpo salió disparado. En el aire, se
apresuró a recitar la contraseña de la sala telepática, diciendo:
—¡Oh, Ling Wen, Ling Wen, tú, que lo sabes todo! Déjame hacerte una
pregunta, ¿sabes si el general Ming Guang, el dios de la guerra del norte, tiene
alguna amiga íntima o, ya sabes… confidente?
La voz de Ling Wen resonó en sus oídos:
—¿Por qué me preguntas eso, alteza?
—En estos momentos, estoy en una situación un poco crítica por aquí. Te
seré sincero, ahora mismo hay como una docena de muertas que me están
persiguiendo.
—¿Eh? ¿Tan grave es?
—Tampoco es para tanto. Entonces, ¿tiene alguna confidente o no? Sé que
esta pregunta es demasiado íntima y no es fácil de responder, por eso no te lo
pregunto en la sala telepática. Es información estrictamente relacionada con la
misión, prometo no divulgar nada.
—Alteza, no lo entiendes. Esta pregunta no es difícil de responder en
absoluto, el problema es que el viejo Pei tiene demasiadas confidentes. Si me
preguntas así, tan de repente, no sé a cuál te refieres.
A Xie Lian casi se le partieron los tobillos.
—Entiendo… Entre todas ellas, ¿hay alguna que sea especialmente
posesiva, celosa y que tenga algún tipo de discapacidad física?
—Se me ocurre una que encaja con tu descripción.

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Otros dos velos salieron disparados de las manos de Xie Lian, provocando
una nueva salva de aplausos. Se dio la vuelta hacia su público y le hizo una
reverencia con las manos entrelazadas.
—¡Dime! —la apremió.
—Una general, fue antes de que el viejo Pei ascendiera al cielo. La
conoció en pleno campo de batalla, cuando ella lideraba el ejército del
enemigo: era muy hermosa, feroz e intrépida. Se llama Xuan Ji.
—Xuan Ji…
—El general Pei —continuó Ling Wen— es un hombre que pierde la
cabeza cuando ve una mujer hermosa, y no lo detiene ni el filo de una espada
en la yugular. Ambos se batieron espada contra espada, y Xuan Ji fue
derrotada.
La general fue hecha prisionera, y la escoltaron hasta el campamento
enemigo, donde intentó suicidarse al primer descuido de los guardias,
arrebatándoles un arma. No lo logró: la salvó el general Pei, que seccionó un
metro de su hoja con su propio acero. Aquel elegante y caballeroso oficial
enemigo ascendería más tarde a los cielos para convertirse en el general Ming
Guang. El general Pei, por un lado, siempre fue un hombre con una especial
predilección y compasión por lo que él consideraba el sexo débil; por otro,
como la guerra ya estaba decidida, no cambiarían las tornas incluso si Xuan Ji
volviera a presentar batalla, así que la dejó marchar. El resto de la historia era
fácil de imaginar, y esos dos acabaron enamorados.
De pronto una de las novias cadáver agarró con fuerza la pierna derecha
de Xie Lian, sus cinco dedos casi penetraron en su carne. Él estaba a punto de
darle una patada, pero, al reparar en que desde aquel ángulo solo podía
alcanzar su rostro, pensó que no debía pegarle en la cara a una chica, por lo
que cambió de pose para poder propinarle un puntapié en el hombro y, de
regalo, le endilgó el velo en la cabeza con otro lanzamiento perfecto.
—Parece una historia muy bonita.
—Es que lo fue. Lo malo vino después: Xuan Ji se obcecó con estar con el
general Pei el resto de su vida.
Xie Lian saltó al tejado y desde allí arriba miró a las cinco o seis novias
que seguían acercándose a él. Secándose el sudor, replicó:
—Que esa mujer quisiera pasar el resto de su vida con su pareja tampoco
tiene nada de malo.
—Ya, pero sus respectivos reinos estaban en guerra, en una lucha,
además, bastante encarnizada, y mientras tanto ellos dos viviendo un

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romance… Se querían, sí, pero era un amor de disfrutar del hoy y no pensar
en el mañana; de hablar de trivialidades, como lo bonita que es la luna, pero
esquivar el tema de que, oye, nuestros dos reinos se están matando… Y voy a
ser honesta contigo, un matrimonio dura solo si es cosa de dos; en el caso del
general Pei, eso no se daba. Xuan Ji era la digna hija de un general con un
temperamento extremadamente intenso. Si quería algo, se agarraba a ello
como a un clavo ardiendo…
—¡Espera, espera un momento! —exclamó Xie Lian—. Primero dime,
¿Xuan Ji tiene algún tipo de discapacidad? ¿Qué le pasa?
—Pues lo… —La voz de Ling Wen alcanzó a decir esas palabras cuando
se detuvo en seco.
Quedarse sin maná cada vez que iba a oír el punto clave de algo lo estaba
matando. La próxima vez sería mejor que se dejara de rodeos e hiciera las
preguntas cruciales a bocajarro. Mientras seguía dando tumbos y luchando
contra las novias cadáver, Xie Lian se apresuró a poner en orden sus
pensamientos: si el chico vendado no era el novio fantasma y todos los
aldeanos se habían examinado mutuamente para confirmar que tampoco se
encontraba entre ellos, entonces, ¡el único lugar que quedaba para ocultarse
era el grupo de diecisiete novias cadáver!
Cuando él mismo se hizo pasar por una, el novio fantasma no detectó a
primera vista que había una de más y a la inversa, cuando el novio fantasma
se mezcló entre los cadáveres, Xie Lian tampoco reparó de un vistazo en el
cuerpo extra. Pensándolo bien, después de que Ruo Xie atacara, solo vio una
neblina negra e impenetrable flotando hacia el bosque, y no había manera de
saber si realmente había alguien entre la bruma. De hecho, se imaginaba que
habría pasado casi rozándolo cuando salió corriendo del templo. El novio
fantasma habría permanecido oculto en la humareda, regresando a la parte
trasera del templo y camuflándose entre los cadáveres de las novias como la
hoja de un árbol en el bosque. El novio fantasma, pues, no era un novio, sino
una novia: ¡una mujer en un vestido de boda!
Ahora que sabía que en realidad se trataba de una mujer, se podían
deducir muchas otras cosas. Por ejemplo, por qué no había un templo de Ming
Guang en los alrededores del monte Yujun: no era que los lugareños no
quisieran construir uno, sino que no habían podido. Recordó las palabras de
Xiao Ying: «Cada vez que se intentaba, las obras sufrían incendios
inexplicables». Esto no parecía una mera coincidencia, solo podía tratarse de
incendios a propósito. ¿Por qué prenderle fuego a un templo? Normalmente,

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un acto así era fruto del odio. Sin embargo, allí, en el mismo monte Yujun,
había otro templo de Ming Guang, cercado por un laberinto, que nadie había
podido visitar y, aun así, la estatua de su interior estaba magníficamente
tallada y muy bien conservada, ¿por quién? La propia novia fantasma,
engalanada con su vestido de bodas, no soportaba ver a otras mujeres así
vestidas, sonriendo cuando pasaban por el monte Yujun. Todas esas cosas
guardaban alguna relación entre sí y, aparte de los celos y el deseo de control,
a Xie Lian no se le ocurría ninguna otra explicación. Por no hablar de aquel
extraño ruido de palos envueltos en una tela gruesa y arrastrando algo pesado.
Si realmente era el sonido de unos pasos, ¡Xie Lian solo podía pensar en una
única posibilidad!
Al cubrir con un velo a la última novia cadáver que lo perseguía, por fin
pudo aterrizar en el suelo. Exhaló un breve suspiro para tomar fuerzas y, tras
recomponerse, comenzó a contar. Una, dos, tres, cuatro… Diez. Siete novias
cadáver se habían adentrado en el bosque y Nan Feng había ido tras ellas. Él
había vuelto a cubrir con el velo nupcial a otras diez, y estaban todas allí. Por
lo tanto, aún faltaba una.
Fue en aquel preciso instante cuando oyó aquel familiar sonido de arrastre
detrás de él. Xie Lian se giró despacio, y una figura de una estatura
anormalmente corta entró en su campo de visión. Resopló otra vez, pensando:
«Así que era eso». La mujer bajita vestida de novia que tenía ante sus ojos no
era una imagen alegre, sino que causaba una profunda desolación. No tenía
una corta estatura porque fuera bajita, sino porque estaba de rodillas en el
suelo. Tenía los huesos de ambas piernas rotos, pero no se las habían
amputado, por lo que caminaba de rodillas arrastrando el peso de sus piernas
muertas por el suelo: por fin logró ver la fuente de aquel extraño ruido sordo.
Aquella mujer fantasma tenía una cara larga y ovalada, y unas cejas
estiradas que le conferían una belleza refinada. Dicha belleza antes había
estado aderezada con un toque de heroísmo, pero ahora su rostro tan solo
exudaba un lastimoso aire de resentimiento, como si hubiera estado confinada
en un zulo y durante largos años no hubiera visto la luz del día. Xie Lian la
miró fijamente un momento, arrodillada en el suelo con el vestido hecho
jirones de rodillas para abajo, antes de romper el silencio:
—¿Xuan Ji?
Parecía que nadie la hubiera llamado por ese nombre desde hacía muchos
años. Solo después de una larga pausa, el resentimiento de su rostro pareció
disiparse un ápice y un haz de luz brilló en sus ojos.

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—Él te ha mandado a buscarme, ¿verdad?
Ese «él», adivinó Xie Lian, se refería, evidentemente, al general Pei. Xuan
Ji volvió a preguntar:
—¿Y dónde está? ¿Por qué no ha venido él mismo a buscarme?
El ferviente anhelo y la expectación de su voz hicieron pensar a Xie Lian
que sería mejor no decirle «te equivocas». Al ver que no contestaba, Xuan Ji
se tiró al suelo. Con la espalda apoyada en la magnífica y apuesta estatua del
dios de la guerra, el vestido de novia rojo extendiéndose por el suelo como
una enorme flor ensangrentada, el pelo hecho una maraña desaliñada y el
rostro contraído en una mueca de dolor y sufrimiento, parecía estar sufriendo
un auténtico calvario.
—¿Por qué no ha venido a verme? —aulló.
Xie Lian no tenía la respuesta, así que solo pudo guardar silencio. Xuan Ji
miró al ídolo y le gritó con aflicción:
—¡Pei Lang! ¡Pei Lang! ¡Yo, que por ti traicioné a mi país, que por ti lo
dejé todo y acabé de esta manera! ¿Por qué no has venido a verme? —Y,
pasándose las manos por el pelo, añadió—: ¿Acaso tienes el corazón de
piedra?
Xie Lian no movió ni un músculo al oír aquellas palabras y reflexionó.
Cuando Xuan Ji decía que había traicionado a su país por el general Pei, ¿se
refería a que este le había sonsacado información, aprovechándose de la
intimidad con su acaramelada amante, lo que resultó en la derrota militar del
reino de Xuan Ji? También dijo que se encontraba así por culpa del general
Pei, y con «esta manera», evidentemente, se refería a sus piernas rotas. Xuan
Ji era una general excepcional; era imposible que se hubiera quedado inválida
en el campo de batalla, por lo que tenía que haberle ocurrido después. ¿Acaso
el general Pei también guardaba relación con esto? ¿Podría ser que todo aquel
resentimiento tan profundo fuera fruto del despecho por haber sido engañada
y abandonada por él?
Aunque todas esas elucubraciones no dejaban de ser meros líos de faldas
bastante comunes, el resentimiento de Xuan Ji era tan abismal que era capaz
de asesinar a gente inocente, así que, por muy ordinaria que fuera su historia
de desamor, él tenía que hacer de tripas corazón y meterse en ella. En ese
momento, el chillido de una mujer llegó desde fuera del templo:
—¡Socorro! ¡Ayuda!
Xie Lian y Xuan Ji miraron a la vez por la ventana y vieron a un hombre
arrastrando al joven vendado fuera del círculo blanco que había esbozado Ruo

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Xie. Xiao Ying se sujetaba a la pierna del hombre y no la soltaba. Este se
deshizo en insultos: efectivamente, era Peng.
—¡Lárgate! Y tú, idiota, ¿qué hay que hacer para llamar al fantasma?
—¡Llámala si quieres, eres peor que ella! Yo… ¡prefiero verla antes que
verte a ti!
Peng ya se había repuesto de la conmoción que había sufrido al ser
golpeado por Ruo Xie. Nada más recuperar el conocimiento, se asustó al ver a
las novias cadáver por todos lados palpando el vacío, pero, al darse cuenta de
que no podían ver, se envalentonó y tuvo la temeridad de intentar arrastrar al
chico vendado montaña abajo, ahora que nadie se atrevía a moverse, para
cobrar la recompensa él solo. Poco le importaba si era o no el novio fantasma:
si la gente del pueblo rumoreaba que era él, entonces era él. Nadie se habría
imaginado que Xiao Ying se aferraría con uñas y dientes a sus piernas y
gritaría a pleno pulmón, sobresaltando a las novias cadáver que vagaban
erráticas y a Xuan Ji y a Xie Lian dentro del templo. Cuando Xie Lian vio a
Peng causando problemas otra vez, pensó que debería haberle pegado más
fuerte para que no se hubiera despertado en tres días.
—¡Vuelve al círculo! —le gritó.
En cuanto Peng sobrepasó la línea, una bruma negra arremetió contra él.
Al ver esa humareda cerniéndose sobre él, quiso retroceder de vuelta al
círculo, pero, al arrastrar al muchacho vendado y tener a Xiao Ying aferrada a
sus piernas, no pudo moverse con la suficiente rapidez, por lo que la niebla
negra lo envolvió y de pronto lo succionó hasta que cayó en manos de Xuan
Ji. Peng giró lentamente la cabeza: aquella mujer de largo pelo desaliñado y
aura espeluznante, ¿acaso no era el mismo cadáver hermoso que había
toqueteado antes? Fue entonces cuando por fin entendió lo mucho que debía
asustarse, y lanzó un alarido de espanto. Xuan Ji le clavó los dedos en la parte
posterior de la cabeza y le arrancó la piel de cuajo, dejándole el cráneo al
descubierto. Del hueso recién despellejado salía un vapor caliente mientras
Peng continuaba gritando:
—¡Aaaaah!
La multitud, a salvo en el círculo blanco, también gritó a coro:
—¡Aaaaaah!
Xiao Ying también estaba muerta de miedo y chillaba mientras tiraba del
muchacho vendado hacia el interior de la circunferencia. Xuan Ji volvió a
estirar sus dedos en dirección a los dos jóvenes, pero Xie Lian la detuvo
poniéndose frente a ella en una rápida finta.

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—Señora general, deje de derramar sangre inocente.
Llamándola así, quería avivar en su memoria el recuerdo de la mujer
heroica que había sido, luchando con honor en el campo de batalla y
defendiendo su reino como una verdadera heroína nacional. Sin embargo, la
única respuesta de Xuan Ji fue hacer añicos el cráneo de Peng, que aún
sostenía en la mano. El chico no había dejado de chillar de agonía. Su
bellísimo rostro estaba empezando a desfigurarse.
—No tiene el valor de venir a verme, ¿verdad? —dijo con una sonrisa
glacial.
Xie Lian sintió que no tenía escapatoria y se dispuso a fingir que era un
enviado del general Pei para seguir la conversación, pero Xuan Ji no precisó
respuesta. Se rio a carcajadas, dio media vuelta y señaló a la efigie del dios.
—¡Quemé tu templo y he sido una plaga para tu tierra! ¡Cuántos años
llevo esperando a que me vengas a ver!
Se quedó absorta mirando la estatuilla del dios durante una larga pausa.
De repente, se levantó de un salto y la zarandeó salvajemente por el cuello.
—¡Sigues negándote a venir a verme! ¿Verdad que sabes bien todo lo que
me has hecho? ¡Mírame las piernas! ¡Mira en qué me he convertido! Lo hice
todo por ti, ¡por ti! ¿Es que acaso tienes el corazón de piedra?
Como persona ajena a todo ese drama, Xie Lian no era quién para
posicionarse ni darle la razón a nadie, pero no podía evitar pensar: «Si quieres
verlo, ¿por qué no pruebas de una manera más normal? Si alguien hiciera
todo esto para verme, ni se me ocurriría acercarme a esa persona». En el otro
extremo, Xiao Ying y el chico vendado habían vuelto a entrar en el círculo.
La muchacha miró hacia Xie Lian, susurrándole con tono preocupado:
—Señor…
Al oír su voz, este le sonrió, indicándole que no había de qué preocuparse;
al ver esa sonrisa, la cara de Xuan Ji se retorció al instante y se abalanzó
violentamente contra Xie Lian.
—¡Eso, no me mires a mí! ¡Tú sigue mirando a cualquier muchacha que
luzca una sonrisa!
Aunque al que estaba pegando era a Xie Lian, sus palabras iban dirigidas
al general Pei. Xie Lian imaginó que Xuan Ji se consumía de celos cada vez
que veía a las muchachas sonriendo en su palanquín, rebosantes de júbilo en
su día de bodas, mientras que ella estaba condenada al ostracismo por su
amado. No se imaginó que en realidad deliraba y, como el general Pei sentía
debilidad por las chicas risueñas, suponía cada vez que esa era la novia que

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iba a casarse con su amado. Con razón había incendiado cualquier templo de
los alrededores: no soportaba la idea de que todo el día hubiera muchachas
entrando y saliendo de los altares, adorando al mismo ídolo que ella. Ese
fantasma era digno de llamarse feroz: a pesar de sus piernas rotas, sus
movimientos eran extremadamente ágiles y temibles, y seguía mostrando una
fortaleza inverosímil incluso después de que Ruo Xie la hubiera golpeado. La
lucha entre ambos contrincantes parecía haber llegado a un punto muerto. Xie
Lian estaba a punto de convocar a Ruo Xie cuando escuchó un fuerte alarido:
—¡Aaaaaaaaaah!
Al ver que Xie Lian y el fantasma estaban aferrados el uno al otro y
ninguno parecía lograr vencer al rival, la joven Xiao Ying cogió una rama del
suelo y arremetió contra Xuan Ji, chillando mientras lo hacía para insuflarse
valor a sí misma. Ella ni siquiera se inmutó; solo miró hacia atrás lentamente
y, antes de que la muchacha pudiera acercarse, salió disparada por los aires,
volando varios metros, e impactó contra el suelo de cabeza. El chico vendado
corrió hacia ella con un quejido ronco. Xie Lian estaba sobrecogido e intentó
incorporarse, pero sintió un frío intenso y repentino en la parte posterior del
cráneo: Xuan Ji lo había apresado con los dedos y parecía a punto de
arrancarle la cabeza como acababa de hacer con Peng. En su desesperación,
Xie Lian le aferró la muñeca y gritó:
—¡Atadura!
De inmediato se oyó que una tela rasgaba el aire, y Ruo Xie apareció en
respuesta a la llamada, envolviendo y amordazando a Xuan Ji, enroscándose
con varias vueltas e inmovilizándole los brazos. Con las piernas rotas, no tuvo
manera de zafarse y cayó con un ruido sordo rodando por el suelo. Intentó
liberarse frenéticamente de Ruo Xie, pero, a cada movimiento de su presa, la
venda apretaba con mayor firmeza. Tan pronto como se liberó del amarre, sin
haber recuperado aún el aliento, Xie Lian se levantó y corrió hacia donde
Xiao Ying había aterrizado.
Aunque Ruo Xie había apresado a Xuan Ji, la multitud aún no se atrevía a
moverse del círculo imaginario, pero algunos de los aldeanos más osados
pronto se acostumbraron a ver a aquellas novias andando a tientas y también
se acercaron a Xiao Ying. El chico vendado se arrodilló junto a su maltrecha
figura sin saber qué hacer, desesperado como un insecto diminuto en mitad de
una sartén abrasadora. Ninguno se atrevía a tocarla, temiendo que tuviera
algún órgano vital dañado y moverla fuera aún peor. Xie Lian la examinó con

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presteza y vio que cualquier cuidado era inútil: tras un golpe así, pronto
dejaría de vivir.
Aunque no había pasado mucho tiempo desde que conociera a aquella
joven y ni siquiera se podía decir que hubieran hablado demasiado, sabía que
tenía un buen corazón pese a su apariencia poco agraciada, y le causaba un
profundo pesar que acabara así. Xuan Ji no iba a poder zafarse de Ruo Xie
por un tiempo, así que Xie Lian tomó una decisión: «Aunque sea inútil, no
puedo dejarla morir en esta posición». Le dio la vuelta con sumo cuidado. Su
rostro estaba cubierto de sangre y la multitud exhaló un suspiro de
consternación. A ella aún le quedaba un hilo de voz, y susurró:
—Señor… he sido un estorbo más que una ayuda…
Aunque no era cierto que hubiera sido un estorbo, tampoco había ayudado
mucho. En aquel momento Xie Lian estaba a punto de recurrir a Ruo Xie, por
lo que no necesitaba que vinieran a auxiliarlo. Incluso si hubiera logrado
golpear a Xuan Ji con esa rama, no habría sido de gran utilidad, por no
mencionar que ni siquiera había podido acercarse a ella. Por eso, visto de ese
modo, podría decirse que era una muerte completamente inútil.
Todo esto pensaba Xie Lian cuando le dijo:
—Para nada, has sido de gran ayuda. Mira, al atacar a Xuan Ji, la
distrajiste y yo pude aprovechar el descuido para inmovilizarla, todo gracias a
ti. Pero la próxima vez no vuelvas a hacer eso; antes de actuar así, tienes que
consultarlo conmigo. Si no nos hubiéramos coordinado, podría haber salido
mal.
Xiao Ying logró soltar una débil risita.
—Ay, señor, no hace falta que me mientas. Sé bien que no ayudé y que no
habrá una próxima vez. —Y, tras musitar esas palabras con un hilo de voz
casi ininteligible, escupió sangre junto con un puñado de incisivos rotos.
El chico vendado temblaba y gimoteaba sin saber qué decir.
—A partir de ahora, no vuelvas a bajar de la montaña a robar comida, que,
si te pillan, te matan —le dijo Xiao Ying con afecto.
—Si tiene hambre, puede venir a buscarme a mí —intervino Xie Lian.
Al oír esto, los ojos de Xiao Ying se iluminaron.
—¿De verdad? Eso es maravilloso, muchas gracias…
Mientras sonreía, dos hilos de lágrimas brotaron repentinamente de sus
ojos diminutos.
—Siento que nunca he tenido un día de felicidad en esta vida —susurró.
Xie Lian no supo qué decir ante esto y le dio unas palmaditas suaves en la

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mano. Xiao Ying suspiró—. Ah, olvídalo, tal vez es que yo… he nacido con
mala estrella.
Esto sonaba un poco cómico. Al ser de una fealdad cómica por naturaleza,
con la nariz en zigzag y los ojos como dos puñaladas, verla con el rostro
empapado de sangre y lágrimas era una escena con un cierto humor cruel.
Con las lágrimas surcándole las mejillas, continuó:
—Pero, aun así, aun así… yo…
Y, sin terminar de pronunciar la frase, exhaló su último suspiro. Al ver
que había muerto, el chico vendado se abrazó a su cadáver, sollozando en
silencio. Enterró la cabeza en el regazo de la muchacha, como si, al perder a
su único apoyo, ya jamás tuviera el valor de volver a ponerse de pie. Xie Lian
extendió la mano para cerrarle los ojos, despidiéndose en su corazón: «Tú has
sido mucho más valiente que yo».
En ese momento, sonó una misteriosa campana. ¡Tan, tan! ¡Tan, tan!
¡Tan, tan! Se oyeron tres estridentes tañidos. Xie Lian se mareó súbitamente y
exclamó:
—¿Qué está pasando?
A su alrededor las novias cadáver se tambaleaban con las piernas
formando ángulos imposibles y caían al suelo con los brazos rígidos,
extendidos hacia el cielo. Los aldeanos también se desplomaron de un
plumazo, como si aquel ensordecedor repique de campanas los hubiera
sacudido hasta dejarlos inconscientes. Xie Lian también estaba un poco
aturdido, sujetándose la frente con la mano, y apenas era capaz de permanecer
de pie. Sus piernas flaquearon y acabó de rodillas, pero justo en aquel
momento una mano lo ayudó a incorporarse. Levantó la vista y vio que era
Nan Feng. Las siete novias se habían dispersado en todas direcciones
inmediatamente después de adentrarse en el bosque, y el joven había tenido
que recorrer casi todo el monte Yujun para que no se le escapara ninguna, por
lo que acababa de regresar. Al ver que se mostraba totalmente despreocupado,
Xie Lian le preguntó de inmediato:
—¿Qué son estas campanadas?
—No te angusties, son nuestros refuerzos.
Siguiendo su mirada, Xie Lian pudo ver que una columna de soldados
había aparecido frente al templo de Ming Guang sin que él se hubiera
percatado. Era un grupo de imponentes soldados rebosantes de energía, que
lucían lustrosas armaduras e irradiaban un tenue halo divino. Frente a ellos se
erguía un joven general, esbelto y refinado, que claramente no era un mortal.

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Aquel militar caminó con las manos entrelazadas a su espalda hacia Xie Lian
y le hizo una ligera reverencia.
—Alteza…
Antes de que a Xie Lian le diera tiempo a preguntar, Nan Feng le susurró:
—Este es el general Pei.
—¿El general Pei? —Xie Lian le dirigió una mirada a Xuan Ji, que aún
yacía en el suelo.
Aquel general Pei no era exactamente lo que se había imaginado ni
tampoco se parecía mucho a su estatua. El ídolo tenía un aspecto apuesto y
colérico, con un porte arrogante y desinhibido que reflejaba una belleza
salvaje. En cambio, el joven guerrero que tenía ante él era también apuesto,
pero de rostro fino y una apariencia tan apacible como la superficie del jade
blanco, sin un ápice de aura asesina, solo una calma imperturbable. Lo mismo
se podría decir que era un general militar o un consejero y estratega.
El general Pei observó a Xuan Ji, en el suelo.
—El templo de Ling Wen nos informó de que este incidente en el monte
Yujun podría estar relacionado con nuestro templo de Ming Guang, por lo que
he decidido venir en persona. No me esperaba que, efectivamente, el origen
de este asunto tuviera que ver conmigo. Su alteza el príncipe, te agradezco las
molestias que te has tomado.
En su cabeza, Xie Lian le dio las gracias a Ling Wen. ¿Quién se atrevía a
decir que en su templo eran un atajo de inútiles?
—Gracias a ti también por las molestias, general Pei.
Xuan Ji, que aún seguía luchando por zafarse, de pronto oyó vagamente
las palabras «general Pei» y al punto levantó la cabeza, chillando
fervorosamente:
—¡Pei Ming, Pei Ming! ¿Eres tú? ¿Has venido? ¿Por fin has venido?
Atada como estaba por Ruo Xie, por mucho que estuviera exultante de
gozo, tan solo podía ponerse boca arriba. Al mirar al general, su cara
palideció de manera imprevista.
—¡¿Y tú quién eres?!
Xie Lian, por su parte, le estaba explicando someramente a Nan Feng
quién había resultado ser el novio fantasma, pero se interrumpió al oír la
sorpresa de Xuan Ji.
—¿Este no es el general Pei? ¿O es que ha pasado tanto tiempo que ya ni
lo reconoce?

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—Es el general Pei. Pero no es el que ella está esperando —repuso Nan
Feng.
—¿Acaso hay dos generales Pei? —exclamó Xie Lian.
Sin embargo, Nan Feng le confirmó:
—Efectivamente, ¡hay dos!
Resultó que el general Pei al que esperaba el fantasma de Xuan Ji era la
deidad principal del templo de Ming Guang, mientras que la que tenían
delante era una deidad secundaria, es decir, un descendiente del primer
general Pei. En aras de hacer la distinción, llamaban a este el joven general
Pei. El templo de Ming Guang era de tradiciones muy ortodoxas, y se los
veneraba a uno y a otro de acuerdo con su rango: así, el general Pei, como
deidad principal, presidía el pabellón, con su estatua ocupando el centro de la
sala, mientras que la del joven general Pei estaba justo detrás. Aunque el
general Pei era su antepasado, lo cierto era que, al ver al joven, parecían
hermanos. Que dos descendientes de una misma familia lograran ascender al
reino celestial era una historia realmente inaudita.
Xuan Ji miró a su alrededor, pero entre los soldados tampoco encontró a
quien buscaba.
—¿Dónde está Pei Ming? ¿Cómo es que no ha venido? ¿Por qué no ha
venido a verme? —se lamentaba desconsoladamente.
El joven general Pei asintió levemente con la cabeza.
—El general Pei tiene un asunto importante del que ocuparse.
—¿Un asunto importante? —masculló Xuan Ji. Sollozaba con sus largos
cabellos cubriéndole el rostro—. Llevo cientos de años esperándolo, ¿y él
ahora tiene asuntos importantes de los que ocuparse? Él, que atravesó
fronteras en una sola noche para verme, ¿ahora tiene asuntos más
importantes? ¿Qué es tan importante para que ni siquiera se digne a bajar a
verme? ¿Hay algo tan importante? ¿De veras puede haber algo tan
importante?
—General Xuan Ji, por favor, acompáñanos —se limitó a contestar el
joven general Pei.
Dos soldados del templo de Ming Guang rompieron filas y se
aproximaron. Ruo Xie se desligó con soltura del cuerpo de Xuan Ji y volvió a
enroscarse en la muñeca de Xie Lian, que le dio dos suaves palmaditas para
calmarla. Al principio Xuan Ji dejó que los dos soldados la sostuvieran y, tras
permanecer absorta un instante, comenzó a forcejear con violencia mientras
señalaba al cielo y blasfemaba:

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—¡Pei Ming! ¡Yo te maldigo, Pei Ming!
Sus chillidos eran tan agudos y penetrantes que Xie Lian se quedó sin
palabras.
—¿Se atreve a maldecirlo delante de su descendiente?
El joven general Pei se mostró impertérrito.
—Es patético.
Xuan Ji continuaba despotricando a gritos:
—¡Yo te maldigo, más vale que nunca te enamores de nadie! Y, si ese día
llega, te habrá de pasar como a mí, ¡arderás y te consumirás en una pasión
incesante e inextinguible por los siglos de los siglos, por toda la maldita
eternidad! ¡Que el fuego de tu propio amor te abrase el corazón y las entrañas
hasta que solo queden cenizas!
En ese momento, el joven general Pei se excusó ante Xie Lian y los
demás.
—Disculpad. Por favor, esperad un momento.
Juntó sus dedos medio e índice y los posó sobre su sien. Esta era la
manera de comunicarse con la sala telepática. Al instante bajó la mano,
dejando escapar un suspiro, y, con las manos en la espalda, otra vez se dirigió
a Xuan Ji:
—El general Pei me ha pedido que te transmita el siguiente mensaje: «Eso
no es factible».
—¡Yo te maldigo…! —Xuan Ji estaba colérica.
El joven general Pei hizo una señal con la mano.
—Llévensela.
Dos soldados se llevaron a rastras a Xuan Ji, que forcejeaba
frenéticamente.
—Joven general Pei —medió Xie Lian—, ¿puedo preguntarte qué pasará
con ella?
—Será condenada bajo una montaña —respondió.
Apresar a los demonios y los monstruos bajo una montaña era un método
muy habitual en el reino celestial para sellarlos. Tras murmurar algo entre
dientes, Xie Lian comentó:
—La general Xuan Ji está muy resentida. Se siente agraviada por tener las
piernas rotas a causa de la traición del general Pei. Me temo que está tan
atormentada que ni sepultándola en una montaña lograréis detenerla por
mucho tiempo.
El joven general Pei lo miró de reojo.

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—¿Ha dicho que se rompió las piernas a causa de la traición del general
Pei?
—Sí, ha dicho que por culpa del general Pei acabó así, pero en realidad no
sé qué es lo que pasó.
—Parece que habrá que hablar de esto… Está bien. Es cierto que traicionó
a su reino por el general Pei. Sin embargo, lo que pasó en realidad no es lo
que la gente piensa. Después de que el general Pei se quisiera separar de ella,
la general Xuan Ji se ofreció a darle información confidencial a cambio de
retenerlo a su lado. El general Pei no quiso ganar la guerra con juegos sucios
y se negó a escuchar.
Xie Lian no se esperaba aquello en absoluto: esa versión estaba muy lejos
de lo que se había imaginado al oír el «traicioné a mi reino por ti».
—Entonces, ¿qué hay de aquello que dijo sobre que le rompieron las
piernas por culpa del general Pei…?
—Ella misma se las partió.
¿Ella misma se las partió?
El joven general Pei continuó su explicación con un tono totalmente
impasible:
—Al general Pei no le gustaban las mujeres de carácter, y la general Xuan
Ji era de temperamento fuerte por naturaleza. Por eso no podían durar mucho
tiempo juntos. La general Xuan Ji no estaba dispuesta a aceptarlo, así que le
dijo al general Pei que se sacrificaría por él: renunció a sus habilidades como
militar y se rompió a sí misma las piernas. Su intención era arrancarse las alas
y atarse así al general Pei de por vida. El general no la abandonó por no
querer cuidar de ella, sino que la acogió y prometió tenerla siempre a su
cargo, pero le dijo que jamás se casaría con ella. Al ver que no podía cumplir
su más anhelado deseo, la general Xuan Ji se suicidó con un intenso rencor no
para evitar ser una carga, sino con el propósito de hacerlo sentirse culpable.
Pero, y disculpa que te hable con total franqueza —prosiguió, con el mismo
tono educado pero totalmente apático del resto de su intervención—, al
general le dio absolutamente igual.
Xie Lian se masajeó la frente y no dijo nada, pensando: «¿Qué clase de
gente es esta?». El general Pei continuó:
—Yo no sé quién tiene la razón y quién no en toda esta historia. Solo sé
que, si la general Xuan Ji hubiera aceptado una simple ruptura, nada de esto
habría pasado. Alteza, me despido.
Xie Lian también entrelazó las manos en señal de despedida.

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—Bicho raro —fue la única valoración de Nan Feng.
Xie Lian recordó que él mismo había sido un famoso bicho raro y el
hazmerreír de los tres mundos, por lo que no era quién para hablar de los
demás. Pensó que no tenían derecho a juzgar quién era el bueno y quién el
malo en todo aquel asunto entre el general Pei y Xuan Ji, ya que no eran
ninguna de las partes involucradas en la historia. Tan solo se compadecía de
las diecisiete novias, así como de los soldados de escolta y los porteadores de
los palanquines, todos víctimas inocentes con un triste final inmerecido.
Al pensar en las novias, volvió los ojos de inmediato para ver que los
cuerpos de las diecisiete muchachas que yacían en el suelo habían sufrido
diversos cambios: algunas se habían reducido a huesos y otras habían
empezado a descomponerse, emitiendo un hedor nauseabundo. El olor era tal
que alertó a los aldeanos, los cuales sufrieron una gran conmoción al ver ante
sí aquella escena de horror. Aprovechando su contrición, Xie Lian les soltó un
sermón sobre el buen y el mal karma, advirtiéndolos a todos de que debían
rezar por las novias. Insistió en que debían encontrar la forma de avisar a sus
familias para que vinieran a reclamar los cadáveres y en que jamás debían
dedicarse al tráfico de cadáveres o a cualquier otro negocio turbio, ni
comportarse de manera vergonzosa. Después de una noche tan profundamente
perturbadora, con el principal alborotador fuera de escena, la multitud no se
atrevió a decir nada mientras lo escuchaban, y todos asentían temblando de
espanto, sintiendo que estaban en una pesadilla interminable. Por fin
recapacitaron. ¿En qué diantres estarían pensando la noche anterior? Con
tanta gente muerta antes que ellos, ¿cómo podían seguir pensando en ganar
dinero? Tras reflexionar, entendieron lo inconscientes que habían sido al
soñar con recompensas, preparar las armas y seguir a aquel cabecilla como
auténticos descerebrados. Ahora, con el miedo aún en sus corazones, todos se
arrepintieron sinceramente y recitaron sus plegarias.
Todavía no había amanecido, y aún había manadas de lobos acechando en
la espesura; Nan Feng apenas había acabado de recorrerse el bosque entero y
ahora tenía que llevarse a todo aquel grupo montaña abajo hasta el pueblo. No
se quejó y acordó con Xie Lian discutir más tarde qué harían con el bosque de
cadáveres colgantes y otros asuntos. Cuando el chico vendado despertó, se
sentó de nuevo junto al cadáver de Xiao Ying y la abrazó en silencio. Xie
Lian también se sentó a su lado y, después de un buen rato pensando en qué
decir, estaba a punto de consolarlo cuando se dio cuenta de que le sangraba la
cabeza. Si le hubiera salpicado en el bosque de cadáveres, ya se debería haber

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secado, pero la sangre fluía hasta caer goteando, por lo que tenía que estar
rezumándole de alguna brecha.
—Tienes una herida en la cabeza. Quítate la venda, te echaré un vistazo.
El joven levantó la vista muy despacio, y sus dos ojos inyectados en
sangre lo miraron durante un momento, dudando con timidez. Xie Lian
esbozó una débil sonrisa.
—No te angusties. Si tienes una herida, hay que vendarla. Te prometo que
no me asustaré.
El joven volvió a titubear un momento. Finalmente se giró y, vuelta a
vuelta, se deslió la venda de la cabeza con cuidado. Sus gestos eran muy
lentos, y Xie Lian esperó pacientemente, reflexionando sobre el próximo
problema: «Definitivamente, este joven ya no puede quedarse en el monte
Yujun. ¿Adónde puede ir? No se puede venir al reino celestial conmigo si ni
yo mismo tengo dónde caerme muerto. Tengo que pensar en alguna solución
para este chaval y, además, está el problema del fantasma verde Qi Rong…».
En aquel momento, el joven terminó de quitarse las vendas y se dio la
vuelta. Y, cuando Xie Lian le vio por fin el rostro, sintió que toda la sangre de
su cuerpo se desvanecía en un instante.

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Capítulo 5

El fantasma vestido de rojo y la quema


de templos literarios y de la guerra

A CARA DEL ADOLESCENTE ERA, EN EFECTO, COMO SE HABÍA IMAGINADO EN UN


L principio, un tétrico mosaico de quemaduras. Sin embargo, bajo aquellas
cicatrices rojas como la misma sangre, podían verse de manera difusa tres o
cuatro diminutos rostros humanos. Aquellas caras, de un tamaño parecido al
de la palma de la mano de un niño, estaban esparcidas surcándole las mejillas
y la frente. Tenían el aspecto de haber sido calcinadas por un fuego abrasador
y se retorcían violentamente, como si estuvieran contorsionándose y aullando
de dolor. Aquellas caras minúsculas, chillonas y perturbadoras se apretujaban
en un rostro humano que, por lo demás, sería normal y, ciertamente,
resultaban mucho más aterradoras que la imagen de cualquier fantasma.
Al ver aquel rostro, Xie Lian sintió que se hundía en una pesadilla. Tan
grande era su espanto que todo su cuerpo se adormeció, de manera que ni se
percató de que se había levantado del asombro. No sabía qué tipo de
expresión se le había quedado grabada, pero debía de ser aterradora. El chico,
que ya se había mostrado ansioso y expectante mientras se quitaba las vendas
con reticencia, dio dos pasos hacia atrás al ver su reacción, como si supiera
que Xie Lian no podía soportar ver su cara, y, protegiéndose a sí mismo, se
cubrió enseguida aquel terrible rostro, se puso de pie de un salto y huyó dando
alaridos hacia lo más profundo del bosque.
Fue entonces cuando Xie Lian volvió en sí.
—¡¡¡Espera!!! —Corrió detrás de él, llamándolo—. ¡Espera! ¡Vuelve
aquí!
Pero había reaccionado demasiado tarde, y el chico, que conocía bien cada
recoveco de las montañas y estaba acostumbrado a correr y ocultarse en la
oscuridad, huyó sin dejar rastro en cuestión de segundos, negándose a salir
por mucho que lo llamara. No había nadie cerca para ayudarlo en la búsqueda
y Xie Lian había agotado su maná, por lo que no podía comunicarse con la

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sala telepática. Rastreó a pie la montaña sin resultado hasta que una fría
ráfaga de viento de pronto lo hizo recapacitar y se dio cuenta de que correr de
un lado para otro como un pollo sin cabeza no era una buena idea, así que
trató de calmarse y pensó: «Quizá vuelva a recoger el cuerpo de Xiao Ying».
Así que regresó sobre sus pasos hasta el templo de Ming Guang, y allí se
llevó una sorpresa.
Había una multitud de hombres vestidos de negro congregados en el
bosque detrás del templo. Con semblante serio, bajaban con cuidado los cerca
de cuarenta cuerpos que colgaban boca abajo de los árboles. Delante del
bosque había una figura alta con las manos entrelazadas, supervisándolos. Se
giró para mostrar un semblante sereno y glacial: era Fu Yao. Parecía que
había regresado y traído a oficiales del templo de Xuan Zhen como refuerzos.

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Xie Lian estaba a punto de decir algo cuando oyó unos pasos detrás de él.
Nan Feng también había regresado de escoltar a la banda de aldeanos hasta el
pueblo. Al ver la situación, le lanzó una mirada despectiva a Fu Yao.
—¿No te habías ido por tu cuenta?
No es que fueran unas palabras muy agradables al oído, y Fu Yao se
mostró molesto, arqueando las cejas. Xie Lian no quería que se enzarzaran en
otra discusión en lo que parecía ser un momento crucial y se interpuso.
—Yo le dije que volviera a buscar ayuda.
—¿Y dónde está la ayuda? —se burló Nan Feng—. Como mínimo pensé
que le pedirías a tu general que bajara en persona.
—Al volver, me enteré de que el joven general Pei ya estaba en camino,
así que no era preciso ir a buscar al nuestro —replicó Fu Yao con indiferencia
—. Además, aunque se lo hubiera pedido, mi general está tan ocupado que no
era seguro que pudiera venir personalmente.
A decir verdad, Xie Lian conocía a Mu Qing lo suficiente como para saber
que, incluso aunque no estuviera haciendo nada, tampoco se habría molestado
en ir personalmente. Pero ahora no tenía tiempo para darles demasiadas
vueltas a aquellas cosas, así que puso paz entre los dos jóvenes con un ligero
cansancio en la voz:
—En vez de discutir, hacedme un favor y ayudadme a encontrar al
muchacho vendado.
Nan Feng frunció el ceño.
—¿No estaba contigo hace un momento, custodiando el cuerpo de la
chica?
—Le dije que se quitara las vendas y acabó huyendo. Lo asusté.
—No es para tanto, vestido de mujer no estás tan espantoso como para
huir de ti. —Fu Yao curvó los labios en una sonrisa torcida.
Xie Lian suspiró.
—Es mi culpa, me quedé petrificado y no pude reaccionar. El chico estaba
conmocionado por la muerte de Xiao Ying y encima pensó que su cara me
había horrorizado. Probablemente no pudo soportarlo más y se fue corriendo.
—¿Tan feo era? —Fu Yao arrugó la nariz.
—No se trata de si es feo o no. Tiene… tiene la plaga de los rostros.
Al oír esas palabras, Nan Feng y Fu Yao se congelaron al instante y sus
semblantes se ensombrecieron. Por fin entendieron por qué Xie Lian había
sufrido una conmoción al verle la cara al chico. Ochocientos años atrás, la
ciudad imperial del antiguo reino de Xianle fue arrasada por una plaga que

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asoló el país. A quienes contraían aquella enfermedad primero les aparecía un
pequeño bulto en el cuerpo que iba creciendo y poniéndose más duro,
causando un ligero dolor. A continuación, comenzaba a desarrollar
protuberancias lentamente, con tres hoyos y un saliente, como si fueran…
ojos, bocas y narices. Los rasgos se iban definiendo poco a poco, y al final
adquirían una forma parecida a un rostro humano. Si no se aplicaba ningún
tratamiento, brotaban más y más caras humanas por todo el cuerpo. Se
rumoreaba que, al final, algunos rostros crecían del todo hasta hablar e
incluso lanzar alaridos. Y esa calamidad era lo que se conocía como la plaga
de los rostros.
El semblante de Fu Yao cambió de color de repente, y sus manos,
firmemente entrelazadas, cayeron con languidez.
—¿Cómo es posible? Esa cosa se erradicó hace siglos, no hay
absolutamente ninguna posibilidad de que haya reaparecido ahora.
—Es lo que he visto. Estoy seguro —se limitó a reafirmar Xie Lian.
Tanto Nan Feng como Fu Yao eran incapaces de refutarlo. Nadie podía
negarle a Xie Lian lo que aseguraba haber visto.
—Tenía la cara repleta de cicatrices de quemaduras. Probablemente está
tratando de calcinar esas caras humanas.
La primera reacción de la gente ante una persona que sufría aquellas
úlceras era agarrar un cuchillo para extirparle ese horror de la cara, aunque
para ello tuvieran que cortar carne y hueso; en otras ocasiones, optaban por
intentar quemarlas.
—Me temo que no se trata de un aldeano normal y corriente, sino de
alguien que quizá haya vivido cientos de años —opinó Nan Feng con voz
grave—. Pero, antes de nada, ¿esa plaga es contagiosa?
Aunque la cabeza le dolía hasta sentir que se le abría por la mitad, Xie
Lian reflexionó con calma y repuso con certeza:
—La plaga de los rostros es extremadamente contagiosa. Si la cepa de ese
joven aún estuviera activa, ya habría infectado a toda la región al haber estado
escondido en el monte Yujun durante tanto tiempo. Por lo tanto, la
enfermedad debería estar curada, solo que las cicatrices no han desaparecido.
Los tres decidieron actuar con suma cautela. Fu Yao parecía gozar de
cierta autoridad en el templo de Xuan Zhen y convocó a los inmortales para
rastrear cada árbol y cada piedra del monte Yujun. Sin embargo, no hallaron
ni rastro del joven, que probablemente ya habría llegado a alguna ciudad para
disiparse en un mar de gente. Llegados hasta ese punto, tan solo podían

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regresar al reino celestial y pedirle al templo de Ling Wen que los ayudara a
buscarlo. El muchacho no contagiaba, lo cual era una suerte, pero Xie Lian
temía que, si lo encontraban al bajar de la montaña, probablemente fuera
golpeado y asesinado como un monstruo debido a su aspecto. Tenían que
encontrarlo lo antes posible.
No queriendo demorarse más, Xie Lian cogió en brazos el cuerpo de Xiao
Ying y bajó del monte Yujun andando. Hizo el camino totalmente absorto en
sus propios pensamientos, y hasta que el maestro del té le gritó no reparó en
que casi había metido el cadáver dentro de su establecimiento, por lo que se
disculpó repetidas veces y salió a hacer los preparativos para el entierro.
Después de ocuparse de todo y sentarse, Xie Lian se quedó en silencio y lanzó
un hondo suspiro.
Por fin habían cerrado aquel capítulo, pero sentía que los escasos días
posteriores a su ascensión habían sido aún más agotadores que todos los años
que había pasado en el reino de los mortales dando tumbos de arriba abajo,
recogiendo chatarra, travistiéndose y haciendo piruetas y malabarismos.
Sentía que todo su cuerpo se iba a descomponer de la extenuación, y aún le
quedaban varios misterios que resolver. Fantaseó con colgarse un cartel que
rezara «Antes que ascender al cielo, prefiero recoger chatarra en la tierra» y
hacer campaña a favor de quedarse en el mundo de los mortales. Fu Yao se
sentó a su lado y le levantó el dobladillo de la falda. Sin poder evitar poner los
ojos en blanco, gesto que, evidentemente, llevaba aguantándose mucho
tiempo, le espetó:
—¿Por qué sigues llevando esta ropa?
Al ver su conocida miradita, Xie Lian sintió una oleada de afecto
indescriptible. Se quitó el vestido de novia que había llevado hasta entonces,
limpiándose el colorete con un toque de melancolía.
—¿Acaso he llevado esta ropa todo el tiempo mientras hablaba con el
joven general Pei? Nan Feng, podrías habérmelo dicho.
—Seguro que no dijo nada por lo contento que se te ve así vestido —se
mofó Fu Yao.
Tras un largo día yendo de un sitio a otro, Nan Feng por fin pudo sentarse
a descansar.
—No hacía falta decirte nada. Al joven general Pei le da igual lo que
lleves puesto. Aunque te vistieses de manera aún más estrafalaria, no le diría
ni una palabra a nadie.

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Xie Lian sintió que el joven oficial había pasado una noche realmente
agotadora ayudándolo y le sirvió una taza de té con sincera gratitud.
Recordando el porte sereno e inmutable del joven general Pei y comparándolo
con la enajenación frenética de Xuan Ji, observó:
—El joven general Pei es realmente tranquilo y sosegado, parece que
nunca pierde la compostura.
—No te creas esa fachada de cortesía y recato —replicó Nan Feng,
dándole un sorbo al té—. En realidad, es igual que su antepasado; no es nada
fácil tratar con él.
Naturalmente, aquello era algo de lo que Xie Lian se había dado cuenta.
Incluso Fu Yao se mostró de acuerdo.
—Pei Su es un advenedizo que solo ha ascendido en los últimos cien o
doscientos años, pero está escalando rápidamente. Solo era un chaval cuando
el general Pei lo ascendió a general, ¿y sabes lo primero que hizo?
—¿Qué?
Fu Yao escupió sus palabras con frialdad:
—Masacrar una ciudad.
Xie Lian escuchó pensativo, pero no se sorprendió en absoluto. En la
corte celestial superior había monarcas y generales por doquier y, a la hora de
atacar o defender un reino, como decía el refrán, el éxito del general se
lograba a costa de diez mil huesos. Cuando alguien quería convertirse en
inmortal, antes debía tener éxito; y esa senda a menudo estaba salpicada de
sangre.
—En la corte celestial superior no hay mucha gente con la que sea fácil
tratar, no te puedes fiar de nadie —concluyó Fu Yao.
Cuando Xie Lian escuchó aquella advertencia con tono de sabelotodo,
solo quiso soltar una carcajada y se preguntó si los de la corte celestial
superior habrían humillado a Fu Yao de tal manera que este les guardaba
rencor. Sin embargo, también era consciente de que, pese a haber ascendido
tres veces, su estancia en cada ocasión había sido como flor de una noche y lo
habían expulsado en un santiamén, de ahí que no pudiera igualarse a estos dos
jóvenes en términos de sus conocimientos sobre los dioses. No obstante, Nan
Feng parecía discrepar.
—No seas tan alarmista, hay buenos y malos en todas partes. En el reino
celestial hay muchos inmortales que son dignos de confianza.
—¡Ja, ja, ja! —se burló Fu Yao—. Inmortales dignos de confianza,
¿como, por ejemplo, tu general?

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—No sé si mi general es digno de confianza, solo sé que el tuyo
definitivamente no.
Xie Lian ya se había acostumbrado a esta clase de disputas, por lo que ni
se inmutó y, con la cantidad de cosas que tenía en la cabeza, ni siquiera tuvo
fuerzas para poner paz. Terminada su misión en el norte, regresaron al reino
celestial. Lo primero que hizo Xie Lian al llegar fue ir al templo de Ling Wen
para explicarles todo el asunto del chico vendado, pidiéndole a la diosa que
hiciera uso de su red de contactos en la tierra para buscarlo. Ella aceptó con
semblante grave y, al terminar de escucharlo, dijo:
—El templo de Ling Wen hará todo lo posible por encontrarlo. Pero jamás
pensé que un viaje al norte acarrearía tantos problemas. Ha debido de ser muy
duro para ti.
—Esta vez tengo mucho que agradecerles a los dos jóvenes inmortales
que se ofrecieron a ayudarme y al joven general Pei del templo de Ming
Guang. Realmente no sé cómo hacerlo.
—Puesto que fue el mal karma de las tormentosas relaciones pasadas del
viejo Pei lo que causó el problema, lo natural era que el joven Pei se ocupara
de ello. Además, ya está muy acostumbrado, así que no hace falta darle las
gracias. Alteza, si estás libre más tarde, por favor, ve a la sala telepática.
Tenemos que contarle este asunto al resto.
Xie Lian aún tenía multitud de preguntas sin respuesta y, tras salir del
templo de Ling Wen, estuvo dando tumbos hasta que encontró un pequeño
puente de piedra sobre un riachuelo que emitía un débil murmullo, de aguas
tan cristalinas que a través de ellas se podía ver el mundo mortal de abajo, con
sus nubes, sus montañas serpenteantes y las grandes ciudades amuralladas.
Pensó: «Este es un buen lugar». Sentándose en el puente, recitó la contraseña
en silencio y entró en la sala telepática.
Una vez dentro, oyó un insólito bullicio, con voces resonando por todas
partes en caótico desorden. Lo primero que se escuchó fue la voz de Feng Xin
maldiciendo:
—¡Joder! ¿Habéis elegido ya bajo qué montaña la sepultaremos? Esa
mujer fantasma es una loca. Da igual lo que le preguntes, solo sabe chillar que
quiere ver al general Pei, ¡y se niega a decirnos dónde está el fantasma verde
Qi Rong!
—La general Xuan Ji siempre ha sido feroz y obstinada —repuso el joven
general Pei.
La voz de Feng Xin sonaba especialmente colérica:

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—Joven general Pei, ¿ha vuelto ya vuestro general Pei? ¡Deja que lo vea
y, en cuanto descubramos el paradero del fantasma verde Qi Rong, nos
deshacemos de ella!
Feng Xin era el inmortal que menos acostumbrado estaba a tratar con
mujeres. Al ver que la tarea de interrogar a Xuan Ji había recaído sobre él,
Xie Lian no pudo evitar sentir cierta conmiseración.
—Si lo ve, será peor. Se volverá aún más loca —opinó el joven general
Pei.
Otras voces murmuraron:
—El bosque de cadáveres colgantes otra vez… Qi Rong continúa con su
burdo y pésimo gusto, qué asco.
—Incluso entre los propios fantasmas se habla de lo burdo que es,
imagínate. Pésimo entre los pésimos.
Los inmortales parloteaban sin dejar un instante de silencio, hablando con
gran familiaridad. Como recién llegado que había ascendido ochocientos años
atrás, Xie Lian debería haber permanecido postrado y callado, pero, después
de escuchar durante un buen rato, no pudo evitar intervenir:
—Señores, ¿qué es ese bosque de cadáveres colgantes del monte Yujun?
¿Está también por allí el fantasma verde Qi Rong?
Como no solía hablar dentro de la sala telepática, su voz resultaba
desconocida y nadie supo si contestarle. El primero en responder fue Feng
Xin.
—El fantasma verde Qi Rong no está en el monte Yujun. Pero ese bosque
de cadáveres colgantes es la ofrenda que le exigió al fantasma de Xuan Ji.
—¿Xuan Ji es la subordinada del fantasma verde?
—Exactamente —confirmó el joven general Pei—. La general llevaba ya
muerta varios cientos de años. Aunque albergaba un profundo rencor desde el
principio, fue incapaz de causar ninguna calamidad hasta que fue reclutada
por el fantasma verde Qi Rong hace unos cien años. Él la admiraba tanto que
decidió aceptarla como vasalla, de manera que su maná se multiplicó.
Lo que en realidad quería insinuar con esto era que no se podía culpar al
general Pei por los crímenes de Xuan Ji, ya que ella en principio no tenía tal
capacidad de destrucción, y que, de culpar a alguien, ese tendría que ser Qi
Rong por aliarse con Xuan Ji y conferirle el poder de causar tanto daño. En
realidad, todos los inmortales pensaban que aquello era responsabilidad de los
desmanes del general Pei y, aunque no lo decían explícitamente, él lo había

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notado. Así, aprovechaba cualquier comentario para intentar desviar su
responsabilidad con indirectas.
—¿Han rastreado todo el monte Yujun? —volvió a preguntar Xie Lian—.
Aún debería haber un niño fantasma.
Esta vez fue la voz de Mu Qing la que emergió con indiferencia:
—¿Un niño fantasma? ¿Qué niño fantasma?
Xie Lian pensó que Fu Yao probablemente no le había contado todos los
detalles; quién sabe, quizá incluso le había ocultado que había salido en su
ayuda, así que no lo mencionó por si acaso le causaba algún problema.
—Cuando estaba en el palanquín, oí la risa juguetona de un niño que
lanzaba advertencias a través de una canción infantil. En aquel momento, me
acompañaban dos jóvenes oficiales del templo de Wushen, pero ninguno fue
capaz de percibir la voz, por lo que debía de ser un espíritu con un poder
mágico excelente.
—No han encontrado a ningún niño fantasma.
Xie Lian se extrañó. ¿Acaso el espíritu se había aparecido en especial para
él? Al reparar en ello, de repente recordó algo sobre lo que había estado
reflexionando durante todo el camino.
—Ahora que lo pienso, al poco conocí a un joven que se disolvía en forma
de mariposas plateadas. ¿Sabe alguien quién es?
La misma sala telepática que hacía solo un instante se había caracterizado
por un alboroto de gente que vociferaba de pronto se sumió en un silencio
sepulcral. Xie Lian había imaginado aquel tipo de reacción y esperó
pacientemente. Fue solo después de una larga pausa cuando Ling Wen rompió
el silencio:
—Alteza, ¿qué acabas de decir?
Mu Qing respondió por él con voz glacial:
—Acaba de decir que vio a Hua Cheng.
Cuando por fin supo el nombre del joven de rojo, Xie Lian se puso de un
inexplicable buen humor y replicó con una sonrisa:
—¿Así que se llama Hua Cheng? Bueno, el nombre le pega.
Al oírlo hablar en ese tono tan ligero, los inmortales se quedaron sin
habla. Después de un momento Ling Wen tosió ligeramente.
—Esto… Alteza, ¿alguna vez has oído hablar de las llamadas cuatro
grandes plagas?
Xie Lian pensó: «Qué vergüenza, solo conozco los cuatro grandes
dramas».

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Los conocidos como cuatro grandes dramas eran cuatro hermosas
historias sobre cuatro inmortales de la corte celestial superior antes de
ascender, en su vida humana. Eran «El joven gobernante que derramó vino»,
«El príncipe que complació a los dioses», «El general que partió su espada» y
«La princesa que se degolló». Entre ellos, «El príncipe que complació a los
dioses» narraba la trepidante historia del príncipe de Xianle. Los inmortales
que protagonizaban aquellas leyendas no eran necesariamente los más
poderosos, sino que sus historias eran simplemente las más difundidas y
celebradas por el pueblo. Xie Lian siempre había tardado mucho en enterarse
de cualquier tipo de noticia del mundo exterior, y se podría decir que vivía al
margen del mundo y la actualidad; pero, como él mismo protagonizaba una de
las historias, inevitablemente se enteró de aquel canon de episodios populares.
«Las cuatro grandes plagas», pensó, sería probablemente una nueva expresión
que se habría hecho popular mucho después, pero Xie Lian nunca había oído
hablar de ellas. Dado que se utilizaba la palabra «plaga», estaba claro que no
debía de ser nada bueno.
—Qué vergüenza, nunca lo había oído antes. ¿Puedo preguntar qué son?
—Su alteza lleva siglos en la tierra cultivándose, pero ¿totalmente aislado
de cualquier noticia? Uno se pregunta qué es lo que ha estado haciendo ahí
abajo todo este tiempo —respondió Mu Qing con mordacidad.
Naturalmente, lo que hizo fue comer, dormir, hacer malabares y recoger
chatarra. Xie Lian se rio.
—Ser humano es mucho trabajo, es demasiado complicado. No es tan
fácil como ser un inmortal.
Ling Wen se interpuso.
—Por favor, recuerda las cuatro grandes plagas, alteza. Son el agua negra
que hunde el barco, la lámpara verde que vaga en la noche, la ropa blanca que
asola el mundo y el tanhua[6] de la lluvia de sangre. Se refieren a los cuatro
reyes demonio del mundo fantasmal, que suponen el mayor quebradero de
cabeza tanto para la corte celestial superior como para la corte celestial media.
Quien ascendía se convertía en dios; quien descendía, en fantasma. Los
dioses y las diosas inmortales de los cielos habían establecido el reino
celestial como su morada, separándose del reino humano y contemplando el
mundo mortal por encima del hombro, mirando desde arriba al resto de la
creación. Sin embargo, el llamado reino de los fantasmas aún no se había
separado de la tierra. Así, demonios y monstruos disfrutaban de la misma

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tierra que las personas, algunos acechando en la oscuridad, otros disfrazados
de seres humanos, mezclándose con la multitud y vagando por la tierra.
—El agua negra que hunde el barco es un gran demonio acuático. Aunque
es un funesto, rara vez sale a causar calamidades y mantiene un perfil tan bajo
que pasa totalmente desapercibido, hasta el punto de que no mucha gente lo
ha visto, así que por ahora ignorémoslo. —Ling Wen continuó—: La lámpara
verde que vaga en la noche se refiere al vulgar fantasma verde, Qi Rong, cuya
marca de la casa es el bosque de cadáveres colgantes. Sin embargo, es el
único de las cuatro grandes plagas que no es un funesto, así que ¿por qué está
aquí? Quizá porque siempre está causando problemas y es muy molesto, o
simplemente porque, al añadirlo, son cuatro y queda un número más redondo,
no lo sé.
Ling Wen prosiguió con la lista:
—Este, alteza, debería serte más familiar: la ropa blanca que asola el
mundo, cuyo nombre es Bai Wuxiang.
Al oír ese nombre, Xie Lian, sentado en el puente de piedra, sintió un
dolor punzante que se extendió desde su corazón hasta sus extremidades, y el
dorso de su mano tembló ligeramente mientras la cerraba inconscientemente
en un puño. Naturalmente, le resultaba familiar. Se decía que, cuando un
funesto nacía, podía infundir el caos en todo un reino. Cuando nació Bai
Wuxiang, el primer reino que aniquiló fue precisamente el de Xianle.
Xie Lian guardó silencio. Ling Wen prosiguió:
—Sin embargo, Bai Wuxiang ya ha sido destruido, así que tampoco
diremos mucho más. Incluso si todavía estuviera vivo, me temo que ahora
mismo no le toca ser el centro de atención. Alteza, la mariposa plateada que
viste en el monte Yujun se conoce como la mariposa fantasmal de la muerte.
Su maestro es el último de estos cuatro y al que más nos preocupa provocar
en el reino celestial, el llamado tanhua de la lluvia de sangre o Hua Cheng.
Los inmortales de mayor reputación en el reino celestial eran el
emperador Wushen y el príncipe de Xianle. Aunque los dos eran exactamente
lo opuesto, su fama estaba prácticamente a la par. En cambio, si en el reino de
los fantasmas hubiera que elegir a un demonio cuya reputación estuviera a la
altura de aquellos dos, solo podría ser Hua Cheng.
Si se quería comprender a un inmortal en particular, bastaba con salir a la
calle, entrar en un templo y fijarse en qué tipo de ropa llevaba la estatua y qué
clase de reliquia sostenía. Viendo esos detalles, probablemente uno podía
hacerse una idea de qué clase de atributos tenía ese inmortal. Si se quería

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saber más, podían escucharse los dramas históricos, los mitos y las leyendas
que se habían transmitido de boca en boca, y prácticamente se podían
desenterrar todos los detalles de quiénes eran los dioses y qué hacían cuando
eran humanos. No obstante, no ocurría lo mismo con los demonios y los
monstruos: quiénes eran en su forma humana y cómo eran ahora eran casi
siempre misterios sin resolver.
El nombre de Hua Cheng era falso, al igual que su aspecto: se rumoreaba
que a veces tomaba la forma de un joven malhumorado y perverso; otras, que
era un caballero apuesto y gentil; en ocasiones se transformaba en un hermoso
fantasma femenino de corazón viperino; y así la lista continuaba con un largo
y diverso historial de apariencias. Lo único cierto sobre él era que siempre
vestía de rojo y traía consigo una llovizna de sangre y mariposas plateadas
que emergían de sus solapas y sus mangas.
En cuanto a sus orígenes, existían numerosas versiones. Algunos decían
que era un niño deforme que nació sin el ojo derecho y que fue maltratado
cruelmente durante su infancia, lo cual habría originado su odio hacia el
mundo; otros aseguraban que era un joven soldado que murió por su reino en
la batalla y cuya alma muerta estaba repleta de resentimiento; había quien
especulaba que era un demente atormentado por la muerte de su amada; otros,
que simplemente era un monstruo. Había una versión aún más extraña. Decía
el rumor —porque era solo eso, un rumor— que Hua Cheng era en realidad
un inmortal que, tras su ascensión, decidió por sí mismo descender de nuevo
al reino mortal y ahí degeneró en un fantasma. Sin embargo, esto era solo una
leyenda marginal y, si pocos la conocían, menos aún creían que fuese cierta.
Pero tenía que ser falsa por fuerza. Si realmente hubo alguien en este mundo
que hubiera rechazado ser inmortal y hubiera preferido descender y
convertirse en fantasma, eso supondría una gran humillación para el reino
celestial. En definitiva, cuanto más diversas eran las opiniones, más confusa
se volvía la historia.
Había muchas razones por las cuales todos los inmortales le tenían un
especial terror a Hua Cheng. Una era su carácter completamente
impredecible, a veces cruel y asesino, otras extrañamente amable. Otra era
que tenía un gran número de seguidores en la tierra, lo cual lo convertía en un
fantasma extremadamente poderoso. Sí, la gente veneraba a los dioses y les
rezaba pidiendo bendiciones o protección contra los fantasmas y los diablos,
razón por la cual los inmortales tenían muchos devotos. Sin embargo, pese a

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ser un fantasma, Hua Cheng también gozaba de una gran multitud de fieles en
la tierra, hasta el punto de tener casi tantos como un dios.
Llegados a este punto, hay una historia que se necesita explicar: cuando
Hua Cheng emergió por vez primera, logró una hazaña realmente mítica. Retó
públicamente en duelo a los treinta y cinco inmortales de la corte celestial
superior. El duelo consistía en dos partes: luchar contra los dioses de la guerra
midiendo sus poderes mágicos y su fortaleza física, y debatir sobre el Tao y la
cultivación contra los dioses espirituales.
A treinta y tres de esos treinta y cinco inmortales la idea les pareció
ridícula, pero, de todos modos, se enfurecieron por aquella provocación y
aceptaron el reto, dispuestos a unir sus fuerzas para poner al espíritu en su
lugar. Los primeros en batirse contra él fueron los dioses de la guerra. Ellos
eran el panteón de inmortales más fuertes del reino celestial. Casi todos tenían
un elevado número de fieles que les proporcionaba un gran maná, por lo que
se esperaba una victoria fácil contra aquel fantasma salido de la nada. Nadie
imaginaba que en la batalla todos los inmortales serían machacados, e incluso
sus armas divinas acabaron hechas añicos por la insólita e inconcebible
cimitarra de Hua Cheng.
Solo cuando terminó la batalla se dieron cuenta de que Hua Cheng
procedía de la montaña Hornos de Cobre. Que esta montaña fuera un volcán
daba igual, lo importante era la ciudad que había en ella, llamada Ciudad
Rabia. No era un lugar donde todo el mundo tuviera la rabia, era la ciudad en
sí misma la que era un inmenso pozo de rabia pura. Cada cien años, diez mil
fantasmas se congregaban allí para masacrarse los unos a los otros hasta que
solo quedaba uno en pie y consumar así el ritual de la rabia. Aunque a
menudo el resultado era que no quedaba ni uno con vida, cada vez que uno
lograba sobrevivir, se convertía en el rey de los demonios y los fantasmas. A
lo largo de los siglos, solo dos espíritus habían logrado regresar de Ciudad
Rabia, y ambos, como era de esperar, se convirtieron en reyes demonio cuyos
nombres eran bien conocidos y temidos en cada hogar.
Hua Cheng era uno de ellos.
Con los dioses de la guerra derrotados y por los suelos, les llegó el turno a
los dioses espirituales. Si no se lo podía vencer en una pelea, siempre se le
podía ganar en un debate, ¿verdad?
Pues resultó ser también imposible. El discurso de Hua Cheng fue
fulminante: removió cielo e infierno con igual facilidad y habló de la
antigüedad y del presente en el lapso de una frase. A veces cordial y otras

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mordaz; a veces intransigente y otras poético y profundo; otras, un
convincente manipulador… Realmente tenía un pico de oro, con una retórica
y una argumentación impenetrables; citaba a los clásicos y embaucaba al
público presente. Varios inmortales espirituales fueron vapuleados
dialécticamente, criticados de arriba abajo, y acabaron tan furiosos que les
brotó un chorro de sangre por la nariz que se desparramó como una cascada
entre las nubes.
En una sola batalla, Hua Cheng se hizo famoso. Pero, si eso fuera todo, no
sería suficiente como para considerarlo tan temible. Lo temible vino después,
tras su victoria total y absoluta, cuando les exigió a los treinta y tres
inmortales que cumplieran su promesa. Antes de la batalla, ambas partes
pactaron lo siguiente: si Hua Cheng perdía, ofrecería sus propias cenizas
como sacrificio a los dioses. Si, en cambio, ellos eran derrotados, todos sin
excepción descenderían voluntariamente de los cielos y a partir de entonces se
convertirían en mortales. Si no hubiera sido tan arrogante y decidido en su
apuesta, los treinta y tres inmortales ni se habrían dignado a considerar
aquella propuesta, profundamente convencidos de que jamás perderían.
Sin embargo, ninguno de ellos cumplió su promesa. Aunque era una
vergüenza romper su palabra, más humillante era ver que los treinta y tres
dioses habían perdido. Que un inmortal quedara en evidencia ante el resto era
una vergüenza, pero que todos perdieran a la vez dejaba de serlo, e incluso
podían burlarse unos de otros. Así que llegaron a un acuerdo tácito y
fingieron que nada de aquello había ocurrido. De todos modos, la gente era
olvidadiza, así que al cabo de cincuenta años ya nadie se acordaría.
Eso no fue una buena idea por su parte. Lo que habían calculado mal era
que no resultaba tan fácil tratar con Hua Cheng. «¿No queréis cumplir con
vuestra parte del trato? Bien, yo os echo una mano». Así que, en un único y
multitudinario incendio, quemó todos los palacios y los templos de los treinta
y tres inmortales en la tierra. Aquello era la pesadilla por cuya mera mención
los inmortales y dioses se ponían lívidos: el fantasma vestido de rojo
incendiando los treinta y tres templos de los dioses de la guerra y espirituales.
Templos y fieles eran la mayor fuente de maná para los inmortales, pero,
sin los primeros, ¿dónde irían los devotos a venerarlos? ¿Dónde ofrecerían
incienso? Con su energía vital gravemente dañada, se tardaría como mínimo
cien años en reconstruir los templos, y muy posiblemente nunca recuperarían
su esplendor ni su tamaño originales. Para los inmortales, aquello era una
tragedia aún mayor que no haber superado las pruebas celestiales. Las

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mayores deidades ostentaban hasta miles de palacios a su nombre y las
pequeñas, cientos, por lo que en total más de diez mil habían sido calcinados
por Hua Cheng en tan solo una noche. Nadie sabía cómo lo había hecho, pero
lo había hecho.
Era la obra de un completo desequilibrado.
Los inmortales fueron a quejarse y a gimotear ante el emperador Jun Wu,
pero este tampoco podía hacer nada. Los propios inmortales habían aceptado
el desafío y pactado las consecuencias. Además, Hua Cheng fue muy astuto al
destruir los templos sin herir a nadie: les había tendido una trampa, y ellos
mismos se habían metido de cabeza. Y, al intentar retractarse, las
consecuencias habían sido aún peores.
Como las treinta y tres deidades habían querido derrotar a aquel fantasma
arrogante delante de todo el mundo, eligieron transmitir la contienda armada
y dialéctica para que muchos príncipes y nobles terrenales la vieran en sus
sueños, con el fin de mostrar su poder ante los creyentes más influyentes y
poderosos de la tierra. Sin embargo, lo que los príncipes y los nobles vieron
fue precisamente su estrepitosa derrota. De ese modo, tras despertarse,
muchos dejaron de adorar a los inmortales celestiales y, en su lugar, honraron
al fantasma. Tras perder todos sus templos y devotos, los treinta y tres
inmortales cayeron poco a poco en el olvido hasta desaparecer por completo.
Hizo falta que una nueva generación ascendiera poco a poco al reino celestial
para que se cubrieran todas aquellas vacantes.
Desde entonces, muchos inmortales temblaban de pavor ante la sola
mención de Hua Cheng, y se les helaba la sangre al oír hablar de su
vestimenta roja o de las mariposas plateadas. Temían provocarlo y que
primero viniera el desafío y luego, la quema masiva de templos; otros temían
quedar paralizados cuando el espíritu les agarrara el arma; y había a quienes
les inquietaba que Hua Cheng fuera tan poderoso en la tierra que tuvieran que
pedirle un favor si tenían asuntos que resolver en el reino mortal. Viendo su
historial, los inmortales sentían una mezcla de estremecimiento y admiración
al pensar en él. Era una mezcla de odio, miedo y respeto.
De los treinta y cinco inmortales anteriores, los únicos dos dioses de la
guerra que no lucharon fueron el general Xuan Zhen o Mu Qing y el general
Nan Yang o Feng Xin. No aceptaron el duelo de Hua Cheng no por miedo,
sino porque en ese momento ni siquiera conocían al oponente y no le hicieron
caso, lo cual resultó ser un gran golpe de suerte. Aun así, Hua Cheng no se
olvidó de ellos y en varias ocasiones, al salir por el festival de los Fantasmas

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Hambrientos se encontraron y enfrentaron desde la lejanía. A ambos les
quedó un profundo y sombrío recuerdo de sus frenéticas y devastadoras
mariposas plateadas.
Mientras escuchaba esto, Xie Lian solo veía en su mente a las hermosas y
cristalinas mariposas plateadas que revoloteaban a su alrededor. No pudo
asociarlas con la imagen tan temible que de ellas estaban esbozando, por lo
que pensó: «¿Esas mariposas son tan temibles? No será para tanto… Si son
monísimas».

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Capítulo 6

Ropajes más rojos que el arce, piel


más blanca que la nieve

OR SUPUESTO, ESTO NO ERA ALGO QUE SE ATREVIERA A DECIR EN VOZ ALTA. POR
P fin entendió que los rostros de Nan Feng y Fu Yao palidecieran cada vez
que oían hablar de las mariposas plateadas. Los dos jóvenes que lo habían
acompañado en su aventura habían sufrido los estragos de ese fantasma que
las controlaba.
—Alteza, cuando conociste a Hua Cheng, él… ¿qué te hizo? —preguntó
uno de los presentes.
A juzgar por su tono, parecía querer decir más bien: «¿Qué te arrancó, un
brazo o una pierna?». Xie Lian repuso:
—No me hizo nada, solo…
Al decir esto, su lengua enmudeció. «¿Solo, qué? No puedo decirles que
solo asaltó mi palanquín y me llevó todo el camino agarrado de la mano,
¿verdad?». Tras un momento en silencio, logró responder:
—Solo me condujo por el laberinto del fantasma de Xuan Ji, en el monte
Yujun.
Hubo un murmullo general, pero nadie habló en voz alta. Solo tras una
larga pausa, uno de los inmortales intervino:
—Caballeros, ¿qué pensáis?
Solo con escuchar su tono de voz, Xie Lian pudo imaginarse la expresión
del rostro de los inmortales mientras negaban con la cabeza y sacudían las
manos.
—¡No tengo nada que decir!
—No sé lo que está tramando, es espeluznante.
—Nadie logra entender jamás lo que le ronda por la cabeza a ese…
Aunque había una opinión generalizada de qué clase de demonio era Hua
Cheng, sin embargo, Xie Lian no encontraba a aquel hombre aterrador en
absoluto. A decir verdad, sentía que lo había ayudado.

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En resumen, así terminó la primera bendición que recibió después de
haber ascendido de nuevo al reino celestial. Como se había acordado, la
misión en el monte Yujun le reportó una gran cantidad de méritos. Sin
embargo, debido a la tristeza por la muerte de su hija, el oficial mayor tardó
mucho tiempo en recordar que tenía que cumplir su promesa a los dioses y,
aunque sus sacrificios se llevaron a cabo con una gran decepción y un cierto
descuento sobre lo prometido inicialmente, incluso con las deducciones, a
final de cuentas los ocho millones ochocientos ochenta y ocho mil méritos ya
no estaban muy lejos.
Prácticamente libre de deudas, Xie Lian se sintió mucho más ligero: su
mente miraba ahora a un horizonte brillante y sin nubes, su corazón estaba
lleno de gozo y su espíritu irradiaba un aura de paz. Con esta nueva actitud,
decidió comportarse como un dios ejemplar, y lo primero en lo que pensó fue
en hacerse amigo del resto de divinidades. Aunque se suponía que la sala
telepática de la corte celestial superior era un lugar tranquilo, también se
animaba con gritos y jolgorio durante noches enteras. Normalmente, cuando
los inmortales estaban de buen humor o veían alguna cosa interesante, lo
comentaban allí, lanzándose indirectas y comentarios incisivos entre risas.
Aunque aún no tenía claro quién era quién, escuchaba sus chismes en
silencio. Pero no podía permanecer siempre callado, así que, tras un buen rato
escuchando, de vez en cuando soltaba de la nada comentarios amables como:
—¡Qué interesante!
—He leído un hermoso poema que me gustaría compartir con todos
vosotros.
—Sé un truco muy eficaz para el dolor de espalda y piernas, escuchad.
Lamentablemente, cada vez que decía alguna de aquellas frases
cuidadosamente preparadas con la intención de que resultaran beneficiosas
para el resto, se hacía el silencio en la sala telepática. Más tarde Ling Wen no
pudo soportarlo más y le dijo en privado:
—Alteza, los comentarios que haces en la sala telepática son muy
correctos, pero ni un inmortal cientos de años mayor que tú hablaría de esas
cosas.
Xie Lian se sintió entonces un poco deprimido. En realidad, él ni siquiera
era el mayor. ¿Por qué entonces, a ojos de los demás, parecía un viejo que no
podía seguir los temas de los que hablaba la juventud? Probablemente se
debía a que llevaba mucho tiempo fuera del reino celestial, lo que se sumaba a
su tendencia de ermitaño: no le interesaba lo más mínimo lo que ocurría en el

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mundo exterior. Bueno, qué más daba. En cuanto se dio por vencido, dejó de
sentirse deprimido.
Pero seguía habiendo un problema: nadie en la tierra le había construido
un templo hasta el momento. O quizá sí, pero, como nadie en el reino celestial
se había preocupado de buscar, no había ninguno registrado de todos modos.
Incluso los dioses locales tenían un altar, por mísero que fuera; pero Xie Lian,
célebre inmortal ascendido a los cielos no una, sino tres veces, no tenía
templo ni fieles que lo adoraran, lo cual era bastante bochornoso. Sin
embargo, la vergüenza ajena solo la sentían los demás inmortales; a Xie Lian
esto le traía sin cuidado. Un día, hablando sin pensar, bromeó:
—Si nadie va a ofrecerme sacrificios, tendré que pensar en la forma de
ofrecérmelos a mí mismo.
Los inmortales no supieron qué decir ante aquello. ¿Quién hostias había
oído hablar de un inmortal que se hiciera sus propias ofrendas? ¿De qué
servía ser un dios si era para acabar en un estado tan miserable? Pero Xie Lian
ya estaba acostumbrado a provocar silencios incómodos cada vez que abría la
boca y pensó que no estaría mal divertirse por su cuenta al margen de lo que
pensara el resto, por lo que, sin pensárselo dos veces, saltó de vuelta a la
tierra.
Esta vez aterrizó en un pequeño pueblo llamado Aldea del Bodhisattva.
Bueno, más que un pueblo, era una ladera con algunas casas. Al ver aquel
idílico paisaje de verdes colinas, riachuelos de aguas cristalinas y campos de
arroz que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, pensó: «Esta vez sí que
he caído en un buen sitio». Se fijó en que sobre la ladera había una pequeña
choza destartalada, y todo aquel a quien preguntó le respondió de la misma
forma:
—La casa está medio en ruinas y abandonada, de vez en cuando algún
vagabundo pasa ahí la noche. Si quieres alojarte ahí, no hay problema.
¿Acaso no era ideal para lo que necesitaba? Así que de inmediato se
acercó a la casa.
Al aproximarse, se dio cuenta de que la cabaña, que desde lejos ya se veía
destartalada, de cerca lo estaba aún más. De los cuatro pilares que había en las
esquinas, dos estaban podridos, y con la menor ráfaga de viento toda la casa
crujía y amenazaba con derrumbarse en cualquier momento. Sin embargo,
esto todavía estaba dentro de lo que Xie Lian consideraba aceptable, así que
entró a echar un vistazo y a ponerla en orden.

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Los aldeanos se mostraron maravillados al ver que de verdad alguien se
atrevía a alojarse ahí y se acercaron a ver qué pasaba. Xie Lian se sorprendió
ante su amabilidad, pues no solo decidieron regalarle una escoba al verlo
cubierto de polvo, sino que también lo obsequiaron con una cesta de castañas
de agua recién recogidas. Todas estaban peladas y eran tiernas, dulces y
jugosas. Xie Lian se acuclilló frente a la puerta de la casa en ruinas y se las
zampó todas. Tras terminar, saludó juntando las palmas de las manos en señal
de bendición, y en su corazón decidió llamar a aquel lugar el templo del
Bodhisattva.
En el interior había una mesa que, tras limpiarla en dos pasadas, ya podía
usarse como altar de ofrendas. Viendo cómo se afanaba en preparar el interior
para que el edificio sirviera de templo, los aldeanos se agolparon a su
alrededor y le preguntaron asombrados:
—¿A quién le vas a consagrar este santuario?
Xie Lian tosió ligeramente y dijo:
—Bueno, está dedicado a su alteza el príncipe de Xianle.
La multitud se mostró bastante confundida.
—¿Y quién es ese?
—Yo… yo tampoco lo sé. Parece ser un inmortal.
—Oh, ¿y qué clase de deidad es?
—Probablemente una de esas a las que se les reza para que haya paz.
Y de paso también recogía chatarra.
—Entonces, ¿su alteza el príncipe también concede riquezas y
prosperidad? —preguntaron con creciente interés.
Xie Lian pensó «con no deber dinero ya se da por satisfecho», y les
contestó con voz cálida:
—Desafortunadamente, parece que eso no.
Sin embargo, el grupo era un hervidero de propuestas.
—¡Consagremos el templo al dios del agua! Seguro que nos trae mucha
riqueza. ¡Yo le pondría mucho incienso!
—¡Quizá deberíamos consagrarlo a la sacerdotisa cultivadora Ling Wen!
Tal vez así nazca un erudito en nuestra aldea que saque la mejor nota en los
exámenes imperiales.
Una mujer dijo con timidez:
—¿Y ese…? ¿Y si lo consagramos a ese…?
Xie Lian siguió sonriendo y la animó a continuar la frase:
—¿A cuál?

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—Al general gigante Yang.
Si realmente abriera un templo para el girante Yang, Xie Lian se temía
que Feng Xin bajaría como una flecha desde el cielo.
Aunque el templo del Bodhisattva estaba más o menos limpio, todavía
faltaban algunos quemadores de incienso, varitas de adivinación y otras cosas
típicas de los santuarios. Pero Xie Lian había olvidado por completo lo más
importante: la estatua del dios. Recogió su sombrero de arroz y salió por la
puerta, aunque, por cierto, en realidad no había. Pensándolo bien, la casa
definitivamente necesitaba reparaciones, así que escribió un letrero y lo colgó
en la entrada: «Peligro. Este templo está en ruinas. Se aceptan donativos de
personas piadosas y caritativas que quieran acumular méritos para
restaurarlo».
Salió del templo y caminó siete u ocho millas hasta la ciudad. ¿Que cuál
era su propósito? Naturalmente, ganarse la vida con su antiguo trabajo. En los
mitos y las leyendas, los dioses y los inmortales nunca necesitaban comer. De
hecho, era un asunto un poco complicado. Era cierto que los inmortales
podían tomar directamente de la luz del sol y de la lluvia la energía necesaria
para vivir. De acuerdo. Pero la pregunta era: ¿a quién le gustaba hacerlo si no
era por necesidad? ¿Quién haría algo así? Algunos inmortales seguían
entrenamientos de cultivación muy estrictos que requerían la total limpieza y
depuración de los cinco órganos vitales, y no podían ni tocar la carne y los
platos grasientos de los mortales. Si los tomaban, el resultado era parecido al
del envenenamiento de un mortal: vómitos y diarrea. Sin embargo, eso no
significaba que no pudieran comer, sino que solo podían alimentarse de frutas
inmortales y aves legendarias que crecieran en tierra pura y cuyas cualidades
promovieran la longevidad y aumentaran el maná.
Pero Xie Lian no tenía ese problema. Con el yugo maldito sobre él, no era
diferente de un simple mortal y podía comer de todo. Dado que tenía el
cuerpo ya curtido en mil batallas, podía comer lo que fuera sin ponerse malo.
Ya se tratara de un panecillo al vapor de más de un mes o de un pastel al que
le hubiera crecido moho de pelos verdes, sin duda podría sobrevivir. Al tener
un físico que desafiaba al cielo, en realidad lo pasaba bastante bien
recogiendo chatarra. Xie Lian lo veía así: inaugurar un templo costaba dinero,
recoger chatarra se lo daba. Salía más a cuenta que ascender al cielo. Un
cultivador fuerte, ágil y despreocupado como él tenía ciertas ventajas a la hora
de recoger chatarra, y en apenas unos minutos ya tenía el saco lleno. En el
camino de vuelta, vio un viejo buey tirando de un carro de paja y recordó

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haberlo visto en Aldea del Bodhisattva, por lo que seguramente iban en la
misma dirección. Le preguntó al conductor si iba hacia el pueblo, y este
levantó la barbilla en señal afirmativa, indicándole que se subiera. Xie Lian se
sentó en la parte de atrás del carro con su saco lleno de chatarra y se dio
cuenta de que, detrás de la alta pila de paja, había un chico acostado. No
podía ver la parte superior de su cuerpo y solo alcanzaba a ver sus piernas,
una doblada y otra recta. Daba la sensación de que se estaba echando una
siesta con los brazos como almohada. Viendo esa postura tan ociosa y plácida,
a Xie Lian le dieron ganas de tumbarse igual. Llevaba un par de botas negras
apretadas, aferradas en torno a unas atractivas piernas muy rectas y finas. Xie
Lian recordó cuando, aquella noche en el monte Yujun, atisbó al desconocido
misterioso a través del velo nupcial, y no pudo evitar comprobar que,
efectivamente, de las botas no le colgaba ninguna cadena de plata. Más
tranquilo, vio que eran buenas, hechas con el cuero de algún tipo de animal, y
pensó: «Debe de ser un joven de buena familia que se ha escapado unos días
de casa para pasárselo bien».
Mientras el carruaje se balanceaba lentamente por la carretera, Xie Lian,
con su sombrero de arroz a la espalda, sacó un pergamino, dispuesto a leer un
rato. Nunca había prestado mucha atención a las noticias que circulaban por el
mundo, pero, como ya se habían producido silencios incómodos muchas
veces por su culpa en el pasado, pensó que lo mejor era ponerse más o menos
al día con un atracón de sucesos para compensar. El carro estuvo
bamboleándose durante no se sabe cuánto hasta atravesar un bosque de arces.
Alzó el rostro y vio un paisaje de embriagadora belleza: campos de un verde
casi turquesa mecidos por la brisa; el fuego iridiscente de las hojas de arce,
con un cierto toque salvaje e indómito; así como un fresco y limpio aroma a
hierba que despejaba la mente y el corazón. A Xie Lian lo recorrió un
escalofrío ante tanta hermosura. De joven había practicado la cultivación en el
palacio imperial, que estaba construido en mitad de una montaña rodeada por
bosques de arces allá donde alcanzaba la vista, con hojas de brillos dorados y
matices de un rojo ardiente. Era inevitable que lo asaltaran mil pensamientos
y recuerdos al ver aquella escena. Después de mirarla un rato, bajó la vista y
volvió a leer el pergamino.
Lo primero que vio al abrirlo fue una línea que rezaba:
«Ya son tres las veces que el príncipe de Xianle ha ascendido al reino de
los inmortales: una como dios de la guerra, otra como dios de la plaga y ahora
como dios de la chatarra».

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Al final, Xie Lian masculló:
—Bueno, si lo piensas bien, no hay tanta diferencia entre el dios de la
guerra y el de la chatarra. Todos los dioses son iguales, y todos los seres son
iguales.
En ese momento oyó una risita a su espalda, y una voz preguntó con
sorna:
—Ah, ¿sí? —Y añadió con pereza—: A la gente le gusta decir que todos
los dioses son iguales y todos los seres son iguales. Pero, si eso fuera verdad,
los inmortales no existirían.
La voz procedía de detrás del montón de paja. Xie Lian miró hacia atrás y
vio que el joven seguía allí, tumbado lánguidamente, sin ninguna intención de
levantarse, como si tan solo hubiera querido intervenir de forma casual e
indolente.
—Tienes razón. —Xie Lian sonrió y, volviéndose de nuevo, procedió a
leer el pergamino, en cuya parte inferior continuaba el texto:
«Mucha gente cree que, como dios de la peste, el nombre o el retrato del
príncipe de Xianle sirven como maldición. Si se pega en la espalda de alguien
o en la puerta de una casa, a esa persona u hogar los perseguirá la mala
suerte».
En vista de esos comentarios, era sorprendentemente difícil determinar si
se estaba hablando de un dios o de un fantasma. Xie Lian sacudió la cabeza.
No aguantaba leer más reseñas sobre él, así que decidió que sería mejor
averiguar más sobre los inmortales del panteón actual y así dejar de
confundirlos, lo cual resultaba bastante descortés. Al recordar que un aldeano
había mencionado al dios del agua, buscó su descripción y llegó a la siguiente
frase:
«El dios del agua es insuperable. Tiene total dominio sobre el agua y las
riquezas. Muchos comerciantes rinden culto a un ídolo de esta deidad en sus
tiendas o sus casas para proteger sus posesiones y su buena fortuna».
—Pero, si es el dios del agua, ¿por qué controla también la buena suerte y
las riquezas? —se extrañó Xie Lian.
En ese momento, el joven que yacía detrás de un montón de paja volvió a
hablar:
—Cuando los mercaderes transportan mercancías, siempre atraviesan los
mares, así que, antes de zarpar, van al templo del dios del agua a quemar una
varita de incienso, rezando por volver sanos y salvos, y prometiendo a su

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vuelta no sé qué y no sé cuántos. Con el paso del tiempo, el dios del agua se
fue apoderando también de la fortuna y las riquezas.
La explicación iba dirigida a él. Xie Lian se dio la vuelta y dijo:
—Ah, ¿sí? Interesante, supongo que este dios es un inmortal muy
poderoso.
El joven resopló.
—Bueno, es el cielo que remueve el agua.
A juzgar por su tono, no parecía tener muy buena opinión de él ni
tampoco estar diciendo nada agradable.
—¿El cielo que remueve el agua? ¿Qué es eso?
El joven dijo pausadamente:
—Controla que los barcos que atraviesan los ríos puedan navegar a salvo.
Si no le haces un sacrificio, te hunde la barca. Es tan chantajista que le
pusieron un apodo: «el cielo que remueve el agua». Es similar a cuando
llaman a los otros «general gigante Yang» o «general barrendero».
Un inmortal famoso tenía unos cuantos apodos tanto en el reino terrenal
como en el celestial, similares a los de Xie Lian: «el hazmerreír de los tres
mundos», «bicho raro famoso», «barrendero», «perro de funeral», etcétera.
Por lo general, era muy grosero llamar a un inmortal por un sobrenombre. Si,
por ejemplo, alguien se atreviera a llamar a Mu Qing «general barrendero» en
sus narices, se pondría furioso. Xie Lian se recordó a sí mismo no hacerlo
nunca y dijo:
—Ya veo, gracias por tu respuesta. —Encontró divertidas las palabras del
chico y, tras una pausa, añadió—: Amigo, eres joven, pero sabes mucho.
—No mucho —le respondió—. Solo tengo mucho tiempo libre. Me puedo
permitir mirar a mi alrededor.
En el folclore se podían encontrar muchos panfletos mitológicos por todas
partes que contaban historias de dioses y diosas, desde las más legendarias y
heroicas hasta las más triviales y mundanas, tanto verdaderas como falsas.
Tampoco era de extrañar que aquel joven supiera todo aquello. Xie Lian dejó
el pergamino y le preguntó:
—Amigo, veo que sabes mucho de inmortales, pero ¿y de fantasmas?
El joven repuso:
—Hay muchos. ¿Por ejemplo?
—Hua Cheng, el tanhua de la lluvia de sangre.
Ante aquellas palabras, el joven rio por lo bajo dos veces y finalmente se
sentó. Tan pronto como giró la cabeza, los ojos de Xie Lian se iluminaron de

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inmediato. Tenía unos dieciséis o diecisiete años; su ropa era roja como el
arce; su piel, blanca como la nieve; sus ojos, brillantes como estrellas; y lo
miraba con una amplia sonrisa en la cara. Llevaba el pelo negro recogido en
un moño distendido, ligeramente ladeado, que le daba una apariencia
informal. El carro atravesaba el bosque. Las hojas caían bailando, y una de
ellas se posó sobre el hombro del chico. Este se la quitó con un suave soplido,
luego lo miró y le dijo con una sonrisa:
—¿Qué quieres saber? Pregúntame lo que quieras.
Su expresión tenía un aire juguetón, pero a la vez dejaba entrever un
semblante indescifrable de omnisciencia y compostura. Aunque su voz era la
de un adolescente, tenía un tono ligeramente más grave que la de un chico de
esa edad y resultaba muy agradable de escuchar. Xie Lian se sentó con la
espalda erguida en el carro y, tras detenerse a reflexionar un momento, dijo:
—«E l tanhua de la lluvia de sangre» es un apodo que suena bastante
imponente. Amigo, ¿me podrías decir de dónde viene este nombre?
Para mostrar respeto, decidió no llamarlo «chaval». El joven se sentó en
una pose cómoda y distendida, y, tras colocarse las mangas de la túnica,
respondió con tono despreocupado:
—No es por nada grave. Es tan solo que una vez arrasó la guarida de otro
fantasma y empezó a llover sangre en aquella montaña. Cuando se disponía a
marcharse, vio que las gotas de sangre golpeaban miserablemente una flor al
lado del camino, así que movió su paraguas para protegerla.
Xie Lian imaginó aquella escena y, al pensar en la lluvia de sangre y el
viento impregnado de aquel hedor, de pronto sintió que, de alguna manera,
era un gesto bonito y elegante. Recordó la leyenda del fantasma rojo que
quemó los treinta y tres templos y esbozó una sonrisa.
—¿Este Hua Cheng es de los que se pelean a menudo en todas partes?
—No —repuso el joven—, depende de su estado de ánimo.
—¿Qué clase de persona era cuando estaba vivo?

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—Definitivamente, no era una buena persona.
—¿Y qué aspecto tiene ahora? —continuó Xie Lian.
Ante esta pregunta, el joven levantó los ojos para observarlo, ladeó la
cabeza y, tras levantarse, fue hacia él.
—¿Qué aspecto crees que debería tener? —preguntó, sentándose a su
lado.
Viéndolo de cerca, Xie Lian pudo apreciar con mayor detalle al
muchacho: realmente era de una belleza pasmosa. Además, era un tipo de
hermosura que tenía un aire vagamente agresivo, como una espada afilada
que permaneciera enfundada, tan extremadamente llamativa que uno no se
atrevía a mantener el contacto visual y, de hacerlo, no podría sino desviar la
mirada al instante. Tras contemplarlo fijamente unos segundos, Xie Lian no
pudo aguantar más la mirada y le dijo, desviando los ojos:
—Puesto que es un rey fantasma, debe de tener muchas formas diferentes
y aparecerse de muchas maneras distintas.
Al verlo girar la cabeza, el joven enarcó una ceja.
—Hmm… Sin embargo, a veces muestra su verdadero rostro. Me refiero,
por supuesto, a su cara de cuando era un mortal.
No sabía si eran imaginaciones suyas, pero Xie Lian sintió que la
distancia entre ambos de pronto había aumentado, así que volvió la cara para
continuar con la conversación.
—Entonces tengo la sensación de que su verdadero rostro es
probablemente el de un chico joven como tú.
Al oír aquello, las comisuras de la boca del muchacho se curvaron
ligeramente.
—¿Por qué piensas eso?
—No lo sé. Tú me cuentas lo que sabes, yo me imagino cosas… Estamos
hablando por hablar.
—Puede ser. —El joven soltó una risotada—. Pero él es ciego de un ojo.
—Y, señalándose el ojo derecho, añadió—: De este.
Esa afirmación no era para nada poco común. Xie Lian había oído hablar
de ello muchas veces. En algunas versiones de la leyenda, Hua Cheng llevaba
un parche negro sobre el ojo que había perdido.
—Entonces, seguramente sabes lo que le pasó.
—Bueno, eso es algo que mucha gente intenta averiguar —se limitó a
responder el chico.

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Cuando la gente quería saber qué había hecho que Hua Cheng perdiera su
ojo derecho, en realidad lo que quería saber era su punto débil. Sin embargo,
cuando Xie Lian le hizo esta pregunta, fue puramente por su deseo de conocer
la historia, sin más. Antes de que pudiera añadir nada más, el chico prosiguió:
—Se lo arrancó él mismo.
Xie Lian se quedó atónito.
—¿Por qué?
—Se volvió loco —fue su única respuesta.
Xie Lian sentía cada vez más curiosidad por ese rey fantasma vestido de
rojo, el tanhua de la lluvia de sangre. Suponía que la razón no era tan simple
como sencillamente volverse loco, pero, puesto que de momento esto era todo
lo que el chico estaba dispuesto a decir, aceptó no saber más detalles sobre el
incidente y continuó con sus preguntas.
—¿Y sabes si Hua Cheng tiene algún punto débil?
No esperaba en absoluto que el chico de verdad le respondiera a esa
pregunta, sino que simplemente la formuló de manera casual. Si las
debilidades de Hua Cheng se pudieran conocer tan fácilmente, no sería Hua
Cheng. Sin embargo, para sorpresa de Xie Lian, el chico contestó sin vacilar:
—Las cenizas.
Conseguir las cenizas de un fantasma significaba que podías lanzar un
conjuro sobre él. Si el fantasma no obedecía y destruía las cenizas, él también
era aniquilado y su alma desaparecía sin dejar rastro. Eso era algo que
formaba parte del saber popular. Sin embargo, el saber popular podía no tener
mucho sentido cuando se trataba de Hua Cheng. Xie Lian se rio.
—Me temo que nadie puede apoderarse de sus cenizas. Por lo tanto, esa
debilidad es lo mismo que no tener ninguna en absoluto.
Pero el chico apuntó:
—No necesariamente. Hay una situación en la que el fantasma entregaría
sus cenizas por voluntad propia.
—¿Como cuando retó a los treinta y tres inmortales como parte de una
apuesta?
—¿Cómo va a ser eso? —El muchacho bufó con desdén.
A pesar de que no lo puso en palabras, Xie Lian entendió lo que quería
decir: consideraba completamente imposible que Hua Cheng pudiera haber
perdido ese duelo.
—Hay una costumbre en el mundo de los fantasmas. Si un fantasma elige
a una persona, le confiará sus cenizas.

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En realidad, eso equivalía a poner su vida en manos de otra persona. ¿Qué
clase de sentimientos podían dar lugar a una relación tan íntima?
—Conque en el mundo de los fantasmas hay una costumbre así de
romántica —comentó Xie Lian con interés.
—Sí, pero casi nadie se atreve a hacerlo.
Xie Lian se lo imaginaba. En el mundo no solo había demonios que
engañaban a la gente, sino también seres humanos que engañaban a los
demonios, por lo que sin duda debía de haber muchos casos de insidias y
traiciones.
—Es desgarrador que alguien se entregue ciegamente en cuerpo y alma
solo para terminar con sus cenizas tiradas por el suelo.
El chico soltó una sonora carcajada.
—¿De qué tienes miedo? Si yo ya hubiera entregado mis cenizas, tanto
me daría que las tiraran al suelo o que las esparcieran por el aire para
divertirse.
Xie Lian esbozó una sonrisa. De pronto reparó en que llevaban un buen
rato hablando, pero ninguno de los dos sabía aún el nombre del otro.
—Amigo, ¿cómo te llamas?
El joven alzó una mano a modo de visera para protegerse la vista de la
intensa luz burdeos del atardecer, entrecerrando los ojos como si no le gustara
mucho el resplandor del sol.
—¿Yo? Soy el tercero de mis hermanos, así que todos me llaman San
Lang[7].
Dado que no quiso revelar su verdadero nombre, Xie Lian no insistió.
—Mi apellido es Xie y mi nombre tiene solo un carácter, Lian[8]. ¿Tú
también vas camino de Aldea del Bodhisattva?
San Lang se echó hacia atrás y se apoyó en la paja. Utilizando las manos
como almohada y entrecruzando las piernas, repuso:
—No lo sé. Solo estoy deambulando.
—¿Ha pasado algo? —inquirió Xie Lian al intuir que el tono de sus
palabras denotaba algo más.
San Lang suspiró abatido.
—Tuve una pelea con mi familia y me echaron de casa. Llevo mucho
tiempo andando sin tener adónde ir. Tenía tanta hambre hoy que estaba a
punto de desmayarme en la calle, así que he buscado un sitio donde poder
tumbarme.

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El joven vestía de manera informal, pero con tejidos de altísima calidad.
Por su manera de hablar refinada y porque parecía tener mucho tiempo libre
para informarse de todo tipo de temas (parecía que sabía de todo), Xie Lian
hacía rato que había inferido que aquel chico debía de ser algún príncipe de
buena familia que había escapado de casa para divertirse. Un joven criado
entre algodones sin duda debía de estar pasándolo mal deambulando tanto
tiempo por su cuenta, cosa que Xie Lian sabía por propia experiencia. Al oírlo
decir que tenía hambre, rebuscó en su faltriquera y tan solo encontró un
panecillo al vapor. En su fuero interno se alegró de que aún no estuviera duro,
y se lo ofreció al muchacho.
—¿Quieres comer? —El chico asintió, y Xie Lian le tendió el panecillo.
San Lang se lo quedó mirando y preguntó:
—¿Tú no lo quieres?
—Estoy bien, no tengo mucha hambre.
San Lang se lo devolvió.
—Yo también estoy bien.
Tras recibir de vuelta el panecillo, Xie Lan lo partió por la mitad y le
volvió a ofrecer un trozo.
—Entonces lo compartimos.
Esta vez el joven lo aceptó y se sentó a su lado. Ambos les daban bocados
a sus trozos de panecillo. Así dispuestos, comiendo el uno al lado del otro,
Xie Lian, al mirarlo, sintió que el chico tenía un aire indescifrablemente
bondadoso, y tenía la sensación de no estar tratándolo lo suficientemente bien.
Mientras el carruaje se arrastraba pesadamente por el serpenteante camino
de montaña y el sol caía poco a poco tras el horizonte, los dos hombres
permanecían sentados en el carro, conversando. Cuanto más hablaban, más
sentía Xie Lian que aquel era un muchacho extraño. Aunque aún era muy
joven, su lenguaje corporal y su manera de hablar denotaban cierto desdén y
una arrogancia reposada, como si no hubiera nada bajo el cielo que no supiera
ni nada que lo pudiera confundir. Xie Lian estaba impresionado por sus
conocimientos a pesar de su corta edad, hasta el punto de que lo consideraba
un joven prodigio. Y, sin embargo, en ocasiones revelaba los gustos típicos de
un adolescente.
Cuando Xie Lian le contó que era el encargado del templo del
Bodhisattva, exclamó:
—¿El templo del Bodhisattva? Suena a que hay un montón de castañas de
agua para comer. A mí me gustan mucho. ¿A qué deidad está consagrado?

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Al volver a enfrentarse a aquella pregunta un tanto molesta, Xie Lian tosió
ligeramente y respondió:
—Al príncipe de Xianle. Seguramente no lo conozcas.
El chico esbozó una débil sonrisa y, antes de que pudiera decir nada, el
carro se sacudió de repente con gran violencia. Los dos pasajeros se
tambalearon y Xie Lian, preocupado por si el joven se caía, estiró la mano
con rapidez para sujetarlo. Sin embargo, en cuanto sus dedos alcanzaron a
San Lang, el muchacho lo apartó con violencia, como si se hubiera quemado
con un objeto abrasador. Aunque la expresión de su rostro apenas cambió, al
ver esto, Xie Lian no pudo sino preguntarse si acaso el chico en realidad lo
detestaba. Pero a la vez estaba claro que habían estado charlando alegremente
durante todo el camino. No obstante, en aquel momento no tenía tiempo para
pensar en ello. Se levantó y exclamó:
—¿Qué pasa?
—¡Yo tampoco lo sé! —contestó el anciano que conducía el carro—.
Azafrán, ¿cómo es que no te mueves? ¡Sigue andando!
Ya se había puesto el sol y había anochecido, por lo que el carro se
encontraba en medio del bosque, rodeado de una oscuridad inescrutable. El
buey se había quedado quieto donde estaba y se negaba tozudamente a
continuar hacia delante por más que el anciano le insistiera. El animal parecía
querer esconderse bajo tierra, mugiendo sin cesar y agitando el rabo como un
látigo. Xie Lian vio que la situación no pintaba bien y estaba a punto de bajar
del carro cuando, de pronto, el viejo comenzó a chillar, señalando hacia
delante.
Frente a ellos, un confuso muro de llamas verdes ardía de este a oeste. Un
grupo de personas vestidas de blanco caminaban lentamente hacia ellos,
sosteniendo sus cabezas en las manos.
Al ver esto, Xie Lian bramó de inmediato:
—¡Cúbrenos!
Ruo Xie se desprendió de su muñeca y voló formando un círculo
alrededor del carro para proteger a los tres hombres y al animal. Xie Lian se
giró y les preguntó:
—¿Qué día es hoy?
Antes de que el anciano pudiera responder, el joven replicó a su espalda:
—El festival de los Fantasmas Hambrientos.
Cada año, a mediados de julio, se abrían las puertas del inframundo para
que los fantasmas deambularan por el mundo de los vivos. Había salido sin

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mirar la fecha, ¡y resultaba que justo ese día era el festival de los Fantasmas
Hambrientos!
—No os mováis de aquí —les advirtió Xie Lian con voz grave—. Hoy es
un día de mal augurio. Si os extraviáis, no regresaréis jamás.

Las personas de blanco no tenían cabeza y, vestidas con uniformes de


presidiario, la sostenían en las manos, como si fueran un grupo de prisioneros
que hubieran sido decapitados. Caminaban lentamente hacia la carreta con la
cabeza en los brazos, parloteando sin cesar.
—Ahora, cuando se acerquen, no hagáis ningún ruido —susurró Xie Lian
a sus dos compañeros.
San Lang ladeó la cabeza y dijo:
—Hermano mayor, resulta que eres alguien extraordinario después de
todo. —Por su tono, parecía interesado.
—No sé si extraordinario, pero sé un poco sobre esto —replicó Xie Lian
—. Ahora no pueden vernos, pero no sé si lo harán cuando se aproximen.
El anciano que conducía el carro ya se había quedado boquiabierto al ver
volar la venda blanca, pero, cuando vio al grupo de personas descabezadas
caminando hacia ellos, se quedó tan estupefacto que se le pusieron los ojos en
blanco del terror y sacudía continuamente la cabeza, asustado.
—¡No, no, no, me temo que no lo voy a soportar! ¿Qué puedo hacer,
maestro cultivador?
Xie Lian hizo una breve pausa.
—Bueno, se me ocurre una cosa. Discúlpame.
Y, tras decir esto, se colocó con rapidez a su espalda. De inmediato el
anciano cayó desmayado sobre el carro. Xie Lian lo tumbó con cuidado y se
sentó en el asiento del conductor. Al notar un movimiento extraño detrás, se
giró y vio que el joven se sentaba a su espalda, apretándose contra él.
—¿Estás bien? —le preguntó Xie Lian.
—No, no estoy bien. Lo que estoy es aterrado —le respondió el chico,
apoyándose la barbilla en las manos.
Aunque no percibió ningún atisbo de miedo en su voz, Xie Lian lo
reconfortó:

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—No tengas miedo. Aquí, detrás de mí, no te van a hacer ningún daño.
El chico sonrió y no dijo nada. De pronto, Xie Lian se dio cuenta de que
se lo había quedado mirando. Tras un instante, finalmente se percató de que el
muchacho le estaba escrutando el yugo maldito que tenía alrededor del cuello.
Era como un collar negro que resultaba completamente imposible de ocultar y
podía dar lugar fácilmente a que la gente pensara mal de él. Xie Lian se subió
el cuello de la túnica para intentar cubrirlo, sin éxito.
Estaba demasiado oscuro como para poder ver la expresión del chico. Xie
Lian cogió las riendas del carro y espoleó suavemente al buey. Los fantasmas
vestidos de presidiarios intentaron acercarse, pero sintieron que algo en mitad
del camino los bloqueaba y comenzaron a exclamar con brusquedad:
—¡Qué cosa tan rara! ¿Por qué no podemos pasar?
—¡Es verdad! ¡No puedo pasar! ¡Demonios!
—¡Joder! ¡Nosotros somos demonios! ¿Qué dices tú de «demonios»?
Xie Lian consiguió conducir al buey para que pasara a un palmo de los
fantasmas decapitados, riéndose al verlos sujetar esas cabezas que no paraban
de refunfuñar. El grupo de fantasmas parecía tener mucho de lo que quejarse.
—Oye, tú, ¿no te has equivocado de cabeza? ¿Por qué tengo la sensación
de que el que te sujeta la cabeza es mi cuerpo?
—¡Eres tú el que se ha equivocado!
—Venga, va, intercambiaos las cabezas y punto…
—¿Cómo es que el tajo de tu cuello está tan mal hecho?
—Ay… Mi verdugo era un novato y necesitó cinco o seis cortes para
decapitarme. Aún me pregunto si lo hizo adrede.
—Tu familia no le dio propina, ¿verdad? La próxima vez acuérdate de
pagarle por adelantado y ya verás qué alegría cuando te rebanen la cabeza de
un tajo.
—Pero ¿qué dices de una próxima vez?
El día 15 del séptimo mes lunar era el primer festival importante del
mundo de los fantasmas. Ese día las puertas de su reino se abrían y todos los
demonios y los monstruos que normalmente acechaban ocultos en la
oscuridad salían a divertirse, por lo que los vivos habían de buscar cobijo.
Especialmente durante esa noche, era recomendable mantener las puertas de
casa siempre cerradas, y las posibilidades de toparse con algo desagradable
una vez que se salía eran mucho mayores que de costumbre. Xie Lian, que
había nacido con mala estrella, era un tipo que solía tener mala suerte de por

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sí, y en aquella ocasión, incluso ataviado con su túnica de cultivador, se vio
atrapado en medio de ese lío.
En todas direcciones a su alrededor veía las llamaradas fantasmales
verdes, con una multitud de espíritus que corrían detrás del fuego; otros, con
el semblante inexpresivo, murmuraban palabras ininteligibles para sí mismos,
enfundados en sus trajes fúnebres, y, agazapados frente a un círculo trazado
en el suelo, recolectaban todo aquello que sus familiares vivos les habían
ofrecido mediante la quema ritual: dinero de papel, doblones de oro y otros
sacrificios.
Era una escena que podría describirse literalmente como un
pandemónium, un lío de mil demonios. Xie Lian pasaba a través de los
fantasmas, pensando que la próxima vez que saliera de casa sin duda se fijaría
en el calendario lunar, cuando de repente una voz gritó como una gallina a la
que estuvieran estrangulando:
—¡Qué horror! ¡Qué horror! ¡Han asesinado a un fantasma!
Este alarido hizo que todos los espíritus entraran en pánico.
—¿Dónde? ¿Dónde han matado a un fantasma?
El espectro gritón prosiguió:
—¡Ay, que me muero del susto! Por allí he visto un montón de fuegos
fantasmales hechos trizas, estaban todos destrozados. ¡Qué horroroso!
—¿Todos destrozados? ¡Eso son miles de cadáveres desmembrados! ¡Es
una bestialidad!
—¿Quién ha hecho algo así? No puede ser… ¿Acaso un monje budista o
un sacerdote cultivador se ha infiltrado aquí?
Los hombres sin cabeza gritaron uno tras otro:
—¡Ah! Ahora que lo dices, justo hace un momento algo en el camino nos
impidió pasar. No puede ser…
—¿Dónde? ¿Dónde?
—¡Justo ahí!
Xie Lian no pudo reprimir un grito. Al instante un gran grupo de
demonios y fantasmas rodearon el carro. Todos ellos lucían una mirada
sanguinaria en el rostro y susurraban con tono amenazador:
—Puedo sentir el calor que desprende la energía yang…
¡Ya no había escapatoria!
De primeras no tenía ningún sentido que los vivos se enfrentaran a un
grupo de espíritus en el festival de los Fantasmas Hambrientos, por lo que Xie
Lian no tenía ninguna intención de luchar con una banda tan numerosa como

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aquella. El buey estaba aterrorizado y llevaba un buen rato quieto, dando
golpes con las pezuñas en señal de alarma, pero, al oír aquella voz, no pudo
aguantarlo más y echó a correr frenéticamente.
—¡Agárrate! —exclamó Xie Lian, sujetando al joven que estaba detrás de
él.
Ruo Xie se dispuso a volver a su muñeca y en su itinerario trazó
convenientemente una ruta para escapar entre los fantasmas. De repente, el
carro quedó totalmente expuesto a la luz del círculo de llamas y al instante
emprendió la huida, rompiendo el cerco. El grupo de fantasmas, algunos sin
piernas, otros sin brazos, pero todos ellos con expresiones iracundas,
bramaban detrás del carro:
—¡Sí que había un cultivador! ¡Parece que el maldito sacerdote se ha
cansado de seguir vivo!
—¿Cómo se atreve un vivo a venir aquí a estropear nuestro festival? ¡Esto
no ha sido provocación nuestra!
—¡A por él!
Xie Lian agarró las riendas con una mano y con la otra lanzó un buen
puñado de amuletos al suelo, gritando «¡barrera!». Aquellos eran los
prodigiosos amuletos llamados sellos de barrera, unas poderosas herramientas
muy útiles para las huidas. A continuación, se oyeron una serie de pequeños
estallidos, y en el lugar de cada explosión se estableció un obstáculo que
impediría el paso a los fantasmas durante un breve período de tiempo. Sin
embargo, era muy limitado, ya que, tras media varita de incienso, los
fantasmas podrían reanudar la persecución. Xie Lian condujo el carro como si
tuviera el culo en llamas, huyendo montaña arriba, cuando de repente
exclamó:
—¡Para!
El viejo buey Azafrán había llevado el carro hasta una bifurcación. Al ver
que ante sí había dos caminos de montaña en la más profunda oscuridad, Xie
Lian tiró inmediatamente de las riendas.
¡Aquí habían de tener muchísimo cuidado!
En el día del festival de los Fantasmas Hambrientos, a veces la gente
caminaba y se encontraba con que un camino que normalmente no existía
aparecía delante de ellos. Un camino así no era para los vivos. Si cometías un
error y entrabas en el mundo de los fantasmas, ¡era difícil que lograras volver!
Xie Lian era nuevo en la ciudad y no sabía cuál de los dos caminos tomar.
Recordó que en el pueblo, aparte de recoger un buen montón de basura

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variada, también había comprado algunos cachivaches, y entre ellos había
unas varitas adivinatorias. Pensó «voy a hacer una tirada» y, mientras agitaba
el cilindro con las varitas, invocó:
—¡Oh, bendición del inmortal, que ningún conjuro me atormente! ¡El
camino al cielo es solo uno! ¡La primera será la izquierda y la segunda será la
derecha! ¡Tomaré el camino que indique la varita más auspiciosa!
Tan pronto como pronunció esas palabras, ¡pum!, salieron dos varitas.
Cuando las recogió, se quedó sin palabras. ¡La tragedia y la debacle! Ambos
oráculos eran malos, por lo que los dos caminos también: parecía que iban a
morir de todas maneras. Xie Lian no tuvo más remedio que volver a sacudir el
cilindro como si fuera un maníaco.
—Oráculo, oráculo, tú y yo nos hemos visto hoy por primera vez. ¿Por
qué eres tan desalmado? Te invoco una vez más, ¡échame un cable!
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, ¡pum!, volvieron a salir
dos varitas y, al recogerlas, tenía de nuevo ante sí la tragedia y la debacle.
En aquel momento, San Lang intervino:
—¿Me dejas probar?
Xie Lian le entregó el cilindro con las varitas. San Lang lo tomó con una
mano, lo agitó despreocupadamente y, tras arrojar dos varitas, las cogió y se
las dio sin siquiera mirarlas. Xie Lian echó un vistazo y no pudo evitar
quedarse con la boca abierta: auspicioso y bienaventuranza, ambos oráculos
de muy buena fortuna. La razón de su asombro era que, siendo él tan gafe, a
menudo su mala suerte se contagiaba a los demás. No tenía claro si aquello
era verdad del todo, pero siempre se habían quejado de él por eso. Sin
embargo, al joven no le había afectado en absoluto su mala suerte contagiosa,
¡y de una tirada había conseguido dos varitas auspiciosas! Dado que ambas
eran buenas, escogió un camino al azar y, mientras seguía conduciendo el
carro, exclamó con sinceridad:
—Tienes mucha suerte, amigo mío.
San Lang tiró la varita y se rio.
—¿En serio? Yo también lo creo. Siempre la he tenido.
Al oírlo decir «siempre la he tenido», Xie Lian pensó: «Igualito que yo.
Los destinos de las personas son como una grieta que separa el cielo y la
tierra». Mientras continuaban su huida, oían los lamentos y los lloriqueos de
los fantasmas desde todas las direcciones:
—¡Atrapadlos! ¡Están ahí!
—¡Venid todos! ¡El maldito cultivador está aquí!

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Una cabeza fantasmal apareció de repente.
—Ah, no puedo creer que haya escogido el camino equivocado —gruñó
Xie Lian.
¡Los sellos de barrera se habían agotado y seguían rodeados!
Había una multitud de al menos cien demonios y fantasmas rodeándolos
en tres círculos, y no dejaban de agolparse más y más. No tenía ni idea de
cómo habían aparecido tantísimos seres no humanos en el mismo lugar, pero
ahora no era el momento de preguntárselo. Xie Lian se dirigió a ellos con
suavidad:
—No era en absoluto nuestra intención toparnos con ustedes. Les imploro
que tengan piedad de nosotros.
Un fantasma decapitado exclamó:
—¡Pfff! Cultivador asqueroso, ¿por qué no has mostrado piedad tú
primero? ¡Vosotros fuisteis los que destrozasteis aquellos fuegos fantasmales!
—No fuimos nosotros y, a decir verdad, yo solo soy un humilde recogedor
de chatarra —replicó Xie Lian.
—¡No nos vengas con historias! ¿Qué clase de chatarrero se supone que
eres? ¡Es evidente que eres un sacerdote cultivador! ¿Hay algún otro
sacerdote cultivador aquí, además de ti, que haría algo tan cruel?
—Para destruir el fuego fantasmal, no hace falta ser un sacerdote
cultivador.
—¿Quién si no podría hacerlo? ¿Un fantasma?
—No es imposible —repuso Xie Lian, colocando reposadamente una
mano dentro de su manga.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! Tú… tú…
El grupo de fantasmas, que había estado soltando estrepitosas carcajadas,
de repente se quedó en silencio.
—¿Yo qué?
Cuando preguntó, los espíritus permanecieron mudos. Se quedaron
mirando fijamente a Xie Lian como si hubieran visto algo aterrador: algunos
abrieron la boca de par en par, otros apretaron los labios con fuerza y varios
prisioneros decapitados se asustaron tanto que las cabezas que sostenían se les
cayeron al suelo.
Xie Lian prosiguió tentativamente:
—¿Caballeros? Ustedes…
Quién lo habría podido imaginar: antes de que pudiera terminar su
pregunta, los fantasmas se dispersaron en un santiamén como una bandada de

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pájaros. Xie Lian se quedó atónito.
—¿Eh?
Todavía sostenía un sello en la mano oculta bajo la manga, pero ¿acaso se
habían dado cuenta de eso? ¿Tan perspicaces eran? Además, ni siquiera era un
amuleto tan poderoso. Xie Lian estaba realmente perplejo. ¿Era a él a quien
habían estado mirando?
¿O a algo detrás de él?
Pensando en esto, giró la cabeza y miró tras de sí.
Allí solo estaban el dueño de la carreta de bueyes, desmayado, y el joven
vestido de rojo, que aún apoyaba la barbilla en las manos. Al verlo mirar
hacia atrás, San Lang sonrió levemente y bajó las manos.
—Maestro cultivador, eres tan formidable que has espantado a esos
demonios y fantasmas.
Xie Lian también sonrió ligeramente y contestó:
—Ah, ¿sí? Jamás lo habría dicho, resulta que soy un cultivador muy
poderoso.
Y, tras decir esto, dio unos tirones a las riendas y las ruedas del carro
volvieron a rodar despacio. El resto del viaje transcurrió sin contratiempos, y
en menos de media varita de incienso la carreta salió lentamente del bosque y
se adentró en la espaciosa carretera de montaña. Aldea del Bodhisattva ya
estaba bajo la ladera, con grupúsculos de lámparas que emitían una luz cálida
y brillante.
Como había predicho la varita, era realmente una carretera auspiciosa, sin
ningún peligro. Soplaba una agradable brisa nocturna, y Xie Lian volvió la
cabeza una vez más. San Lang parecía estar de muy buen humor, tumbado y
contemplando la luna resplandeciente con las manos haciéndole de almohada.
Bajo la pálida luz, el joven no parecía una persona real.
Tras un instante de contemplación, Xie Lian esbozó una sonrisa.
—Amigo.
—¿Qué?
—¿Alguna vez te han adivinado el futuro? —quiso saber Xie Lian.
—No, nunca.
—¿Te gustaría que te lo hiciera yo?
San Lang se lo quedó mirando, divertido.
—¿Quieres leerme el futuro?
—La verdad es que sí.
—Vale —accedió San Lang, asintiendo levemente con la cabeza.

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Tras incorporarse, inclinándose ligeramente hacia Xie Lian, le dijo:
—¿Cómo quieres hacerlo?
—¿Qué tal leyéndote las manos?
Al oír esto, los labios de San Lang se curvaron ligeramente. Era difícil
saber qué significaba aquella enigmática sonrisa, pero tan solo le respondió
con un «bueno» y le tendió la mano izquierda. Sus dedos eran hermosísimos,
esbeltos y delicados, con unas líneas muy bien definidas. Pero no tenían una
belleza frágil, sino que poseían una gran fuerza latente: a nadie le gustaría que
una mano así lo agarrara por el cuello. Xie Lian recordó la expresión de San
Lang cuando lo había tocado y tuvo especial cuidado en evitar cualquier
contacto físico. Sin tocarle la mano directamente, bajó la cabeza y la examinó
con detalle.
La luz de la luna era de un blanco tan inmaculado que apenas era posible
afirmar que hubiera oscuridad aquella noche y, al mismo tiempo, tampoco
estaba iluminada. Xie Lian observó durante unos instantes mientras el buey
seguía tirando del carro despacio y se oía el crujir de las ruedas de madera.
—¿Qué tal? —quiso saber San Lang.
Tras unos segundos, Xie Lian le respondió pausadamente:
—Tienes un muy buen destino.
—¡Oh! ¿Cómo es eso?
Xie Lian alzó la cabeza y le explicó con voz suave:
—Eres de naturaleza fuerte y persistente, y, a pesar de todas las
dificultades que has encontrado a lo largo de tu vida, siempre has
permanecido fiel a tu corazón. Has logrado llevar a buen puerto todo mal
comienzo, convirtiendo los infortunios en bendiciones. Tu fortuna será
duradera, amigo; estás destinado a tener un porvenir próspero y brillante.
Se había inventado todas las frases sobre la marcha. Xie Lian no sabía
cómo leer la palma de la gente y se dedicó a soltar cualquier chorrada que
pareciera encajar. Tras ser desterrado del reino celestial, a menudo se
lamentaba de no haber aprendido a leer el futuro en las manos y la cara con
los cultivadores del palacio imperial, pues, si lo hubiera hecho, no habría
tenido que vagabundear por las calles haciendo malabares y partiéndose rocas
en el pecho cuando vivía en la tierra. La razón por la que había querido leerle
las manos no era para intentar entrever el destino del joven, sino para
examinar si tenía líneas en las palmas y huellas dactilares.
Los demonios y los fantasmas ordinarios podían transformarse en cuerpos
de carne y hueso y hacerse pasar por vivos, pero las sutilezas del cuerpo

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humano, tales como las líneas de las palmas, las huellas dactilares y las puntas
del pelo, en general eran casi imposibles de reproducir con exactitud. No
obstante, aquel joven no solo no exudaba ninguna fluctuación de poder
mágico que Xie Lian pudiera detectar como una pista, sino que las líneas de
sus manos también eran tremendamente claras. ¿Realmente era un demonio o
un espíritu? Solo los que superaban el nivel de feroz eran capaces de realizar
una réplica tan perfecta de un cuerpo humano. Sin embargo, ¿cómo podía un
rey demonio de tal estatus venir a una pequeña aldea de montaña a pasar el
tiempo con él en un carro de bueyes? Al igual que los inmortales del reino
celestial, que estaban siempre ocupados con su trabajo diario, corriendo de un
sitio para otro, ¡los reyes demonio también estaban muy atareados!
Xie Lian fingió saber lo que estaba haciendo e improvisó algunas
palabras, pero finalmente no pudo continuar con la farsa, y San Lang, que lo
miraba intensamente, escuchaba sus tonterías riéndose por lo bajo, con
aquella sonrisa tan intrigante, instándolo a continuar:
—¿Algo más? ¿Qué más?
Xie Lian pensó «no puedo seguir con tanto invento», y le dijo:
—¿Qué más quieres que te diga?
—Cuando se lee el futuro —observó San Lang—, ¿acaso no se suele
hablar también de matrimonio?
Xie Lian tosió ligeramente y respondió con solemnidad:
—No soy un experto en esto, así que no soy muy bueno adivinando
matrimonios. Pero, pensándolo bien, no creo que sea algo de lo que te tengas
que preocupar.
San Lang levantó una ceja.
—¿Por qué lo crees?
Xie Lian esbozó una sonrisa:
—Estoy seguro de que les gustas a muchas chicas.
—¿Y por qué estás tan seguro?
Xie Lian estaba a punto de abrir la boca para responderle cuando de
repente reaccionó y entendió lo que estaba pasando. En realidad, su joven
amigo estaba ingeniándoselas para que le soltara un piropo. Dándose cuenta
de que se encontraba expuesto y en una situación un poco ridícula, sin saber
bien qué decir, se masajeó el entrecejo.
—¡Ay, San Lang!
Era la primera vez que Xie Lian lo llamaba por su nombre. El joven, al
oírlo, soltó una carcajada y finalmente lo dejó escapar de la encerrona. El

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carro ya estaba entrando en la aldea, acompañado por los jadeos y los bufidos
de Azafrán, así que Xie Lian se giró y se bajó apresuradamente. San Lang
también saltó del carro y Xie Lian alzó la vista. Durante todo el trayecto el
chico había estado sentado o tumbado perezosamente, pero, ahora que ambos
estaban de pie, se dio cuenta de que en realidad era más alto que él y ni
siquiera podía mirarlo directamente a los ojos. San Lang se puso delante del
carro a hacer estiramientos, y Xie Lian le preguntó:
—¿Adónde irás ahora?
San Lang suspiró.
—No lo sé. Dormiré en la calle, o tal vez encuentre una cueva y me las
apañe.
—No hace falta que hagas eso.
San Lang estiró las manos.
—No me queda otra alternativa, no tengo adónde ir. —Miró de reojo a
Xie Lian y, tras reírse, prosiguió—: Gracias por leerme el futuro, acepto de
buen grado tus bendiciones. Espero que nos volvamos a ver en otra ocasión.
Al oírle mencionar la adivinación, Xie Lian se puso a sudar. Viendo que
San Lang se había dado la vuelta dispuesto a irse, se apresuró a decir:
—Espera un momento. Si no te parece mal, ¿te apetece venir a mi templo?
San Lang se detuvo sobre sus pasos y se giró.
—¿No te importa?
—En realidad, esa casa tampoco es mía; he oído que mucha gente solía
pasar allí la noche. Es solo que probablemente sea un lugar mucho más
destartalado de lo que te imaginas, así que me preocupa que no te sientas a
gusto.
Si el joven era realmente un príncipe fugado de casa, no podía dejarlo
vagar por ahí así como así. Xie Lian sospechaba que realmente solo había
comido medio panecillo en todo el día. Un muchacho que de verdad fuera tan
negligente con su propio cuerpo tarde o temprano se desmayaría en la calle.
Al oír las palabras de Xie Lian, San Lang se dio la vuelta sin decir nada.
Caminó hacia él y se inclinó hacia delante. Antes de que Xie Lian supiera qué
iba a hacer, sintió que la proximidad entre ellos se volvía de repente muy
estrecha, tanto que apenas podía soportarlo.
El adolescente dio un paso atrás de nuevo: había cogido del carro el gran
saco de chatarra de hierro y cobre que Xie Lian llevaba consigo. Dijo:
—Vamos pues.

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Xie Lian se quedó donde estaba, estupefacto. El joven, de figura delgada y
esbelta, lo ayudaba a llevar la bolsa cargada de chatarra y cachivaches con
gran soltura, aunque, al verlo, Xie Lian se sentía apurado. San Lang daba
grandes zancadas, liderando la marcha, y Xie Lian estaba a punto de seguirlo
cuando de pronto recordó que el anciano carretero seguía inconsciente, así
que volvió y, tras despertarlo, le pidió encarecidamente que bajo ningún
concepto le contara a nadie lo que había pasado aquella noche. El anciano,
que había visto de primera mano de lo que era capaz Xie Lian, no se iba a
atrever a desobedecerlo, así que no dejó de asentir con la cabeza y condujo a
Azafrán de vuelta a casa. Lo único que quedaba en el carro era una esterilla
que Xie Lian se echó a la espalda y, al mirar atrás, vio a San Lang cargando
colina arriba la bolsa llena de cacharros con solo una mano y aire sosegado.
Cuando llegó al destartalado templo del Bodhisattva, San Lang miró hacia
abajo y se rio entre dientes, como si hubiera visto algo interesante. Al
aproximarse, Xie Lian se dio cuenta de que estaba mirando el cartel que pedía
donaciones para arreglar el ruinoso edificio.
—Bueno, es aquí —anunció tras toser ligeramente—. Por eso te dije que
quizá no estuvieras dispuesto a pasar la noche en un sitio así.
—Está muy bien —respondió San Lang.
En el pasado, siempre era Xie Lian quien les decía a los demás «está bien,
está bien», pero hoy era la primera vez que oía a alguien decírselo a él, por lo
que era difícil describir cómo se sentía en realidad. La antigua puerta de
madera del templo del Bodhisattva ya estaba podrida, así que Xie Lian la
había quitado y la había sustituido por una cortina.
—Pasa. —Invitó a San Lang levantando la tela, y el muchacho entró tras
él.
Bastaba un vistazo para hacerse una idea de la sencilla disposición del
interior de la cabaña: una larga mesa cuadrada, dos pequeños taburetes de
madera, una delgada esterilla y una caja de donaciones para méritos. Xie Lian
cogió las cosas que llevaba San Lang y colocó en el altar de ofrendas las
varitas de adivinación, los incensarios, el papel y otros utensilios que había
comprado en el pueblo. Después encendió una vela roja que había tomado
prestada de algún lugar cuando estaba recogiendo chatarra. La habitación se
iluminó de repente. San Lang cogió despreocupadamente el cilindro con las
varitas, lo sacudió, lo dejó en el suelo y comentó:
—Entonces, ¿hay cama?

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Xie Lian se dio la vuelta y, en silencio, le entregó la estera que llevaba a la
espalda.
San Lang arqueó una ceja.
—Solo hay una, ¿verdad?
Xie Lian había conocido al chico en la travesía de vuelta al pueblo, así
que, como era lógico, no había pensado en comprar una esterilla extra.
—Si a ti no te importa, podemos apretujarnos esta noche.
—Vale —contestó San Lang.
Xie Lian tomó entonces una escoba y barrió el suelo. San Lang miró
alrededor de la estancia y le preguntó:
—Hermano mayor, ¿no le falta algo a este templo?
Xie Lian había terminado de barrer y estaba en cuclillas poniendo la
estera. Al oír esto, respondió mientras continuaba con su labor:
—Pues, aparte de devotos, no se me ocurre nada más que le falte.
San Lang también se agazapó y, con la mejilla apoyada en una mano,
continuó:
—¿Dónde está la estatua del dios?
Solo cuando se lo recordó, Xie Lian se percató de que se había olvidado
de lo más importante: ¡los ídolos! ¿Qué clase de templo era si no tenía la
estatua del dios? Aunque la misma divinidad estuviera ahí, de cuerpo
presente, ¡tampoco podía pasarse todos los días sentado, posando en el altar
de ofrendas!
Después de pensarlo unos instantes, Xie Lian dio con la solución.
—Justo acabo de comprar papel y pinceles, así que mañana haré una
pintura del dios y la colgaré.
Hacer un autorretrato y colgarlo en su propio templo: si se enteraran de
esto en el reino celestial, probablemente se estarían burlando de él diez años
seguidos. Sin embargo, esculpir la estatua de un dios era algo muy costoso y
requería de mucho tiempo, por lo que, en comparación, Xie Lian prefería que
se rieran de él.
Pero entonces San Lang dijo inesperadamente:
—¿Pintar? Yo sé. ¿Te ayudo?
Xie Lian se quedó asombrado y se rio.
—Pues te lo agradezco, pero me temo que no sabrás pintar al príncipe de
Xianle.
Después de todo, casi todos sus retratos habían sido quemados hacía
ochocientos años y, por mucho que algunos hubieran sobrevivido hasta ese

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día, Xie Lian se imaginaba que casi nadie los habría visto alguna vez. Pero
San Lang replicó:
—Por supuesto que sé. ¿No es el que mencionaste antes en el carro?
Xie Lian lo recordó. Efectivamente, durante la travesía, al mencionarlo,
había añadido: «No creo que hayas oído hablar de él». Pero San Lang no le
había contestado nada, por lo que le sorprendía un poco oírle decir eso ahora.
Tras extender la esterilla, Xie Lian se enderezó.
—¿En serio lo conoces, San Lang?
El chico se sentó en la esterilla.
—Sí.
Su expresión y el tono de su voz resultaban muy intrigantes. Sonreía
mucho, pero era difícil saber si lo que decía era en serio o si le hablaba con
sarcasmo por considerarlo una especie de deficiente mental. Xie Lian lo
escuchó durante todo el camino hablando sin cesar, y la impresión que le dio
era que se trataba de un joven muy interesante. Se sentó a su lado.
—Y, entonces, ¿qué opinas del príncipe de Xianle? —quiso saber.
Los dos se miraron bajo la luz de la lámpara; la llama de la vela roja
temblaba ligeramente. San Lang estaba a contraluz, envuelto por el halo de
las velas, con sus ojos oscuros hundidos en la sombra, de manera que Xie
Lian no podía ver su expresión. Al cabo de unos instantes, dijo al fin:
—Creo que el emperador Jun Wu debe de odiarlo.
Xie Lian no se esperaba una respuesta así y se quedó atónito.
—¿Por qué piensas eso?
—¿Por qué, si no, le habría mandado descender dos veces? —razonó San
Lang.
Ante esto, Xie Lian sonrió ligeramente y se dijo: «Al final, solo piensa
como un niño».
Bajó la cabeza y, mientras se desvestía lentamente, le respondió:
—No tiene nada que ver con odiarse o no. En este mundo hay muchas
cosas que no se pueden explicar simplemente con el odio o la simpatía.
—Oh —exclamó San Lang.
Xie Lian se dio la vuelta y, mientras se quitaba las botas blancas,
continuó:
—Además, si haces algo mal, debes ser castigado. El emperador solo
estaba cumpliendo con su deber.
—Tal vez. —San Lang se abstuvo de posicionarse.

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Xie Lian se quitó el abrigo y lo dobló para ponerlo sobre la mesa de
ofrendas. Al girarse, vio la mirada de San Lang clavada en sus pies. Era muy
extraña: fría como el hielo, pero a la vez ardiente y penetrante;
fervorosamente apasionada, pero a la vez glacialmente desapegada. Cuando
Xie Lian miró hacia abajo, lo comprendió: el chico estaba observando el
grillete negro maldito de su tobillo derecho.
Tenía dos grilletes: el yugo maldito, firmemente aferrado a su cuello, y el
grillete negro atado a su tobillo. Ambos estaban pegados a su piel, y no había
manera de ocultarlos. En el pasado, cuando otros le habían preguntado por
ellos, Xie Lian había respondido con la excusa de que eran pesos para
practicar artes marciales, pero, si se lo preguntaba San Lang, temía que no
sería tan fácil engañarlo. Sin embargo, solo le observó el tobillo durante un
rato y no dijo nada, así que Xie Lian no le dio más vueltas y se tumbó. El
joven también se tumbó junto a él con gesto obediente, aún vestido.
Probablemente no estaba acostumbrado a dormir en el suelo sin ropa, así que
Xie Lian pensó «tendré que encontrarle una cama más tarde», y le dijo:
—Descansa.
Con un leve soplido, la vela roja se apagó.

A la mañana siguiente, Xie Lian abrió los ojos, pero San Lang ya no estaba a
su lado. Cuando alzó la vista, el corazón le dio un vuelco. Había un retrato
colgado sobre el altar. Era la pintura de un hombre vestido con ropajes
exquisitos y una máscara de oro, que blandía una espada en una mano y una
flor en la otra. Las pinceladas denotaban una gran maestría, y los colores eran
claros y brillantes. Era un cuadro del guerrero auspiciador, el príncipe de
Xianle.
Hacía muchos años que Xie Lian no veía una representación así y la
contempló pasmado durante un buen rato antes de levantarse, vestirse y
levantar la cortina. San Lang estaba justo fuera del edificio, apoyado a la
sombra, haciendo girar una escoba en la mano y mirando el cielo con aire
tedioso. Al chico no parecía gustarle la luz del día. Miraba el cielo como si
estuviera pensando en cómo tirar el sol al suelo y pisotearlo hasta hacerlo

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añicos. Había un montículo de hojas fuera de la puerta, todas ordenadas y
apelotonadas.
—¿Qué tal descansaste anoche? —le preguntó Xie Lian, saliendo por la
puerta.
San Lang, que seguía apoyado en la pared, giró la cabeza.
—Bien.
Xie Lian se acercó a él y le tomó la escoba de la mano.
—¿Has pintado tú ese retrato del templo?
—Ajá.
—Está muy bien hecho.
Sus labios se curvaron y no dijo nada más. Xie Lian no sabía si era porque
el joven había dormido a pierna suelta durante toda la noche, pero ahora
llevaba el pelo recogido, aún más desaliñado, suelto e informal que antes. De
hecho, le quedaba muy bien: informal pero no desordenado, sino más bien
juguetón. Xie Lian se señaló el pelo.
—¿Quieres que te ayude? —se ofreció.
San Lang asintió y fue con él al templo. Cuando se sentó, Xie Lian le
desató los cabellos y sostuvo aquella melena azabache en las manos,
examinándola cuidadosamente sin moverse.
Aunque replicaran las líneas de las manos y las huellas dactilares de
manera exacta, siempre había un aspecto en el que los demonios y los
fantasmas solían cometer un error al encarnarse en cuerpos humanos. Una
persona viva tenía más pelo del que se podía contar y, uno a uno, los cabellos
estaban fina y claramente divididos. Muchos demonios y fantasmas, al
forjarse cuerpos falsos, tenían una cabellera que era como una nube negra, o
se pegaban capas como tiras de tela, o… simplemente se transformaban en un
calvo. Tras revisarle las palmas de las manos y las huellas dactilares la noche
anterior, Xie Lian ya había bajado la guardia, pero, al ver el retrato de aquella
mañana, no pudo evitar abrigar sospechas de nuevo. ¿Cómo podría una
persona normal y corriente pintar algo así? Sin embargo, tras frotar con
suavidad sus dedos sobre el pelo de San Lang y explorar minuciosamente el
largo y liso cabello negro del joven, no logró ver nada inusual en él. Después
de un buen rato, sin saber si era porque le había hecho cosquillas con tanto
toqueteo, San Lang se rio y lo miró de reojo.
—Hermano mayor, ¿me estás atando el pelo o estás intentando hacer otra
cosa?

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Su larga melena se deslizaba hacia abajo, grácil y esplendorosa, pero con
cierta aura maliciosa. Le hizo aquella pregunta como si estuvieran bromeando
y, tras sonreírle de vuelta, Xie Lian le contestó:
—De acuerdo. —Y terminó de atarle el pelo en un santiamén.
Pero, para su sorpresa, cuando hubo terminado, San Lang le echó un
vistazo a su reflejo en la pila de agua y se volvió hacia él, arqueando las cejas.
Al mirarlo bien, Xie Lian tosió ligeramente. Antes tenía el pelo suelto y
torcido, y, ahora que estaba bien atado, seguía estándolo. Aunque San Lang
no dijo nada y se limitó a mirarlo, Xie Lian sintió que hacía por lo menos
varios cientos de años que no había estado tan avergonzado. Estaba a punto
de decirle «déjame intentarlo otra vez» cuando oyó unos ruidos provenientes
de fuera: el sonido de unas voces y pasos en todas direcciones, así como
numerosos gritos de «¡gran inmortal!». Xie Lian salió sorprendido a echar un
vistazo solo para ver un gran círculo de personas afuera, todas con aspecto
agitado y la cara roja. El jefe de la aldea se acercó a paso rápido y lo agarró de
la mano, exclamando:
—¡Gran inmortal! Nuestra aldea tiene un dios, ¡esto es maravilloso!
Xie Lian no daba crédito.
El resto de los aldeanos ya se habían reunido a su alrededor.
—¡Gran inmortal, bienvenido a Aldea del Bodhisattva!
—¡Gran inmortal! ¿Puedes bendecirme para que me case con mi novia?
—¡Gran inmortal! ¿Nos bendices al bebé que va a nacer dentro de poco?
—¡Gran inmortal! ¡Aquí tengo algunas castañas de agua frescas! ¿Quieres
unas cuantas? Si te doy, ¿puedes de paso bendecirme con una buena cosecha
este año?
Los aldeanos estaban tan entusiasmados que Xie Lian acabó agobiado y se
retiró, maldiciendo en su corazón. El anciano carretero de anoche era un
bocazas. Le había pedido explícitamente que no le contara nada a nadie, pero,
a la mañana siguiente, ¡todo el pueblo se había enterado! Los aldeanos ni
siquiera sabían a qué dios se le rendía culto en el templo, pero uno a uno le
ofrendaban fervorosamente varitas de incienso. Total, no importaba qué clase
de deidad fuera: los dioses eran dioses, así que no haría ningún daño rezarle
una plegaria. Xie Lian se había hecho a la idea de que su pequeño templo
permanecería desierto todo el año, con apenas algún visitante de vez en
cuando, por lo que apenas había preparado incienso. Pero ahora, para su
sorpresa, se había agotado todo, y el pequeño incensario estaba tan
densamente repleto de varitas que el aroma era abrumador. Como hacía

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mucho tiempo que no olía semejante fragancia, Xie Lian se atragantó varias
veces.
—Eh, ejem, paisanos, en realidad no podéis bendecir vuestra fortuna en
este templo. De verdad, ¡no pidáis dinero aquí! Las consecuencias son
impredecibles… Lo siento, tampoco matrimonios… No, no, no, tampoco
puedo bendecir a embarazadas…
A San Lang no pareció importarle su moño torcido y se limitó a sentarse
junto a la caja de donaciones, apoyando la mandíbula en una mano y
lanzándose con la otra castañas de agua a la boca con languidez. Muchas de
las chicas del pueblo se sonrojaron cuando vieron al joven y le preguntaron a
Xie Lian:
—Vosotros, ¿sois…?
Aunque no sabía lo que le iban a preguntar, Xie Lian las interrumpió de
inmediato intuitivamente:
—¡No!
Con dificultad, logró que el gentío se dispersase, dejando tras de sí el altar
repleto de frutas, verduras e incluso arroz, fideos y otras ofrendas. A pesar del
revuelo, lo cierto era que tenía una buena despensa de sacrificios. Xie Lian
barrió del suelo los desperdicios que habían quedado tras la oleada de
aldeanos, y San Lang se acercó hasta él.
—El incienso no está mal.
Xie Lian sacudió la cabeza mientras barría.
—En circunstancias normales, nadie lo habría prendido en todo un mes.
—¡Qué va!
Xie Lian lo miró y dijo con una amplia sonrisa:
—Pensándolo bien, creo que me estás pegando tu buena suerte, San Lang.
Mientras decía esto, recordó que necesitaba una nueva cortina para la
entrada, así que se sacó una de las mangas y la colgó en la puerta. Al
retroceder para examinarla, Xie Lian de pronto se dio cuenta de que San Lang
había dejado de caminar junto a él y se giró.
—¿Qué pasa?
Lo vio escrutando la cortina con aire pensativo. Al seguir su mirada, Xie
Lian descubrió que estaba observando el amuleto pintado en la cortina. Él
mismo lo había dibujado antes. Estaba diseñado con capas de poderosos
encantamientos para ahuyentar a los espíritus malignos del mundo exterior.
Pero, como los había escrito Xie Lian de su puño y letra, no tenía claro si

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también atraerían la mala suerte. De todas formas, dado que no había ninguna
puerta, parecía más seguro añadir ese amuleto en la cortina.
Al ver que el joven se había quedado petrificado frente a la tela con el
talismán, el corazón de Xie Lian dio un vuelco.
—¿San Lang?
¿Podría ser que el amuleto le impidiera entrar?

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Capítulo 7

Charlas en el templo del Bodhisattva,


cuentos astutos sobre el paso de la
Media Luna

LANG LO MIRÓ DE REOJO Y, TRAS ESBOZAR UNA LEVE SONRISA, SE LIMITÓ A


S AN
contestar:
—Me voy un rato.
Lo dijo a la ligera y, dando media vuelta, se marchó. Lo habitual en Xie
Lian habría sido ir tras él y preguntarle adónde iba, pero lo invadió una
extraña sensación con respecto al joven. Además, puesto que había dicho que
se iba un rato, no estaría fuera mucho tiempo y seguramente acabaría
volviendo, así que decidió volver a entrar en el templo. Xie Lian rebuscó
entre los bártulos que se había dedicado a recoger de la calle durante su paseo
la noche anterior. Tras sacar una olla de hierro con la mano izquierda y palpar
un cuchillo de cocina con la derecha, miró el montón de frutas y verduras que
había sobre el altar de ofrendas y se levantó.
Transcurrida una varita de incienso, sonaron unos pasos fuera del templo.
Su sonido no era ni demasiado lento ni demasiado presuroso, y, al oírlos, uno
podía imaginarse al joven paseando plácidamente y en quietud. En ese
momento, Xie Lian había pasado a ocuparse de los platos. Tras pasar revista a
los artículos durante un rato, finalmente exhaló un hondo suspiro y salió para,
previsiblemente, encontrarse con San Lang. El joven estaba de pie fuera del
templo. Tal vez debido al sol, se había quitado su túnica roja y se la había
atado alrededor de la cintura. Vestía solo una ligera camisola blanca con las
mangas subidas, mostrando su cuerpo limpio e impoluto. Tenía el pie derecho
apoyado en una larga tabla cuadrada, y con la mano izquierda hacía círculos
con un machete para partir madera. Probablemente lo habría tomado prestado
de la casa de algún aldeano. Parecía romo y pesado, pero el chico lo sostenía
con ligereza en la mano, y estaba extremadamente afilado, ya que de vez en

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cuando cortaba la tabla de madera como si estuviera pelando una fruta. Al ver
salir a Xie Lian, le dijo:
—Estoy tallando algo.
Xie Lian se acercó y vio que estaba haciendo una puerta. Además, la
había hecho del tamaño justo, simétrica y hermosamente adornada, con la
superficie perfectamente pulida. Era una pieza de ebanistería excelente. Al
ver que el chico tenía habilidades e intereses tan diversos, al principio Xie
Lian pensó que probablemente fuera el tipo de muchacho que no sabía lo que
hacer y probaba un poco de cada cosa, pero se dio cuenta de que en realidad
tenía un gran talento.
—Muchas gracias, San Lang.
Este se limitó a sonreírle sin contestar. Con aire indolente, arrojó el
machete al suelo y, tras encajar la puerta en el umbral, golpeó la madera.
—Ya que quieres poner un amuleto, ¿no sería mejor tallarlo en la puerta?
Y, tras decir esto, levantó la cortina y entró como si nada. Parecía que el
potente encantamiento realmente no tenía ningún efecto disuasorio sobre él,
ya que, evidentemente, entró sin inmutarse. Xie Lian cerró la nueva puerta y
no pudo evitar abrirla de nuevo, y volver a cerrarla, y volver a abrirla, y
volver a cerrarla, diciéndose a sí mismo lo sorprendentemente bien hecha que
estaba. Después de abrirla y cerrarla varias veces, de repente volvió en sí y
pensó en lo aburridísimo que estaba. San Lang estaba sentado en la
habitación. Xie Lian dejó la puerta, sacó un plato de panecillos que los
aldeanos le habían dado como ofrenda aquella mañana y los colocó sobre el
altar. San Lang los miró sin decir nada, pero se rio por lo bajo, como si se
hubiera dado cuenta de algo. Xie Lian lo ignoró y sirvió dos cuencos de agua.
Estaba a punto de sentarse también cuando vio una pequeña hilera de tatuajes
en el brazo de San Lang, con caracteres muy extraños, que habían quedado al
descubierto al arremangarse la camisa. Al notar su mirada, el joven se bajó la
manga y explicó con una sonrisa:
—Me los tatué de niño.
Xie Lian comprendió que, con ese gesto, el chico le indicaba que no
quería decir nada más sobre ese asunto. Se sentó, miró la pintura y comentó:
—Eres muy bueno pintando. ¿Te enseñó alguien en casa?
San Lang pinchó varias veces el panecillo con los palillos.
—No, aprendí yo solo por diversión.
—¿Y cómo es que incluso sabes pintar al príncipe de Xianle?
San Lang sonrió.

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—¿No dijiste que yo lo sabía hacer todo? Pues también sé dibujarlo.
Aunque su respuesta era descarada, a la vez mostraba una actitud abierta y
honesta, como si no estuviera preocupado por las sospechas de Xie Lian y no
tuviera ningún miedo a sus preguntas. Así que Xie Lian tan solo sonrió y no
dijo nada más. En ese momento, se oyó un clamor fuera. Los dos levantaron
la vista a la vez e intercambiaron miradas.
Oyeron que alguien aporreaba la puerta exterior, llamando:
—¡Gran inmortal! ¡Ayuda! ¡Necesitamos ayuda!
Xie Lian abrió y vio a un grupo de personas formando un corro. Cuando
el jefe de la aldea lo vio salir, se llenó de júbilo.
—¡Gran inmortal! ¡Parece que este hombre se está muriendo! ¡Sálvalo!
Al oír que la vida de alguien corría peligro, Xie Lian se apresuró a echar
un vistazo. Abriéndose paso entre el grupo de aldeanos que lo rodeaban, vio a
un cultivador muy maltrecho, cubierto de polvo y tierra, con la ropa andrajosa
y los zapatos rotos. Tenía aspecto de haber estado vagando de un lado a otro
durante largos días hasta, finalmente, caer desmayado.
—No os asustéis, no está muerto —los tranquilizó Xie Lian.
Se inclinó hacia el taoísta y lo palpó en distintos puntos. Durante el
proceso, se dio cuenta de que todos los objetos que colgaban de su cuerpo,
como los ocho trigramas y la espada, eran poderosas reliquias mágicas, por lo
que parecía que no era un cultivador errante ordinario. Xie Lian adoptó un
gesto grave. Tras unos breves instantes, el cultivador se despertó poco a poco
e inquirió con voz ronca:
—¿Dónde estoy?
—¡En Aldea del Bodhisattva! —le explicó el jefe de la aldea.
El cultivador murmuró:
—Fuera, estoy fuera, por fin he conseguido escapar…
Miró a su alrededor, y de repente sus ojos se abrieron de par en par. Gritó
aterrorizado:
—¡Ayuda! ¡Ayudadme!
Xie Lian había esperado una reacción así.
—Amigo cultivador, ¿qué te ocurre? ¿Cómo te podemos ayudar? No te
alarmes y explícanos qué pasa.
Los aldeanos lo animaban a coro:
—¡Sí, no tengas miedo! ¡Tenemos a un gran inmortal aquí, seguro que te
puede solucionar cualquier problema!
Xie Lian se quedó mudo.

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A pesar de que los aldeanos no lo habían visto mostrar ningún tipo de
poder sobrenatural, creían sin el menor atisbo de dudas que, efectivamente,
era un dios viviente. No sabía qué decir y pensó: «¿Solucionar cualquier
problema? Eso jamás me atrevería a decirlo». Sin embargo, tan solo le
preguntó al cultivador:
—¿De dónde vienes?
—Yo… vengo del paso de la Media Luna.
Al oír esto, los aldeanos se miraron los unos a los otros con aire confuso.
—¿Dónde está el paso de la Media Luna?
—¡Nunca lo había oído antes!
—Está muy lejos, en la región del noroeste. ¿Cómo has llegado hasta
aquí? —continuó Xie Lian, dirigiéndose al cultivador.
—Yo… Me ha costado mucho llegar.
Hablaba sin orden ni concierto; debido a su estado emocional, su discurso
resultaba incoherente. Dadas las circunstancias, cuanta más gente hubiera a su
alrededor, más difícil le resultaría hablar y, con todo ese gentío parloteando a
la vez, ni él podía expresarse ni Xie Lian podía oírlo con claridad.
—Hablemos dentro —resolvió finalmente.
Levantó al cultivador con suavidad y lo sujetó para ayudarlo a entrar en la
estancia. Volviéndose hacia los aldeanos, les pidió:
—Por favor, volved a casa; no os quedéis aquí mirando.
Pero ellos estaban entusiasmados.
—Gran inmortal, ¿qué le pasa?
—Sí, ¡queremos saberlo!
—¡Si hay algún problema, todos podemos echar una mano!
Cuanto más se excitaban, menos ayudaban. Xie Lian no tuvo más remedio
que bajar la voz y decir en tono grave:
—Es… es posible que esté poseído.
Los aldeanos se quedaron estupefactos. Si estaba poseído, ¡ya habían oído
suficiente! Se les quitaron las ganas de mirar y se apresuraron a dispersarse.
Xie Lian no sabía si reírse o llorar. Tras cerrar la puerta, vio que San Lang
seguía sentado en el altar de ofrendas, entreteniéndose en girar los palillos con
una mano. Entornó los ojos al fijarse en el cultivador, escrutándolo.
—No pasa nada, tú sigue comiendo —le dijo Xie Lian.
Ayudó al cultivador a sentarse y él se quedó de pie.
—Compañero, soy el responsable de este templo y también soy
cultivador. No te preocupes; si te ha pasado algo, me lo puedes contar. Si hay

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algo que pueda hacer para echarte una mano, te ofrezco mi humilde ayuda.
Hablabas del paso de la Media Luna, ¿qué es lo que ocurre?
El cultivador lanzó un suspiro, como si, al estar en un lugar menos
concurrido y escuchar sus palabras tranquilizadoras, por fin pudiera calmarse.
—¿Has oído hablar de ese lugar?
—Sí —replicó Xie Lian—. El paso de la Media Luna está en un oasis del
desierto de Gobi. Las noches en las que hay media luna es un paisaje
particularmente hermoso, de ahí que se lo llame así.
—¿Oasis? ¿Paisaje hermoso? Todo eso era hace un par de siglos. ¡Ahora
habría que llamarlo el paso de la Media Muerte!
Xie Lian se quedó ligeramente sorprendido.
—¿Qué quieres decir?
La cara del cultivador se tornó de un azul espantoso.
—Sin importar quién sea el que pase por ahí, al menos la mitad de los
viajeros desaparece sin dejar rastro. ¿No es acaso el paso de la Media Muerte?
A Xie Lian aquello le resultaba inaudito.
—¿Quién te ha dicho eso?
—No lo he oído de nadie, ¡lo he visto con mis propios ojos! —E,
incorporándose, prosiguió—: Una caravana tenía que atravesar aquel lugar y,
sabiendo que estaba maldito, pidieron a nuestra escuela de cultivadores que
los escoltáramos. Pero al final… —Su tono estaba repleto de rabia y tristeza
—. ¡Al final solo yo he escapado vivo!
Xie Lian alzó la mano para apaciguarlo e indicarle que permaneciera
sentado.
—¿Cuántos erais en total?
—¡Toda mi escuela de cultivadores más la caravana! ¡Unas sesenta
personas!
Más de sesenta personas. El fantasma de Xuan Ji había estado dando
rienda suelta a sus fechorías durante cien años y, aun así, según el recuento
final de asesinados que hizo el templo de Ling Wen, la cifra no llegaba a los
doscientos. Pero si, atendiendo a lo que decía el hombre, ese lugar llevaba
más de cien años maldito y cada tragedia se cobraba la vida de un número tan
elevado de personas… aquello parecía un problema realmente serio.
—Y el paso de la Media Luna, ¿cuándo se convirtió en el paso de la
Media Muerte?
—Hace aproximadamente ciento cincuenta años, cuando se convirtió en la
guarida de un cultivador poseído.

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Xie Lian quería preguntarle más detalles sobre la caravana masacrada y el
cultivador poseído, pero, desde el principio de la conversación, tenía la vaga
sensación de que algo no encajaba. Llegado hasta ese punto, ya no podía
ocultar más su sensación de extrañeza, así que se mordió la lengua y frunció
ligeramente el ceño.
En aquel momento, San Lang intervino de repente.
—¿Has hecho todo este camino hasta aquí escapando del paso de la
Media Luna?
—Sí —se lamentó el cultivador—, y casi no vivo para contarlo.
—Oh —exclamó San Lang como respuesta, y no dijo nada más. Sin
embargo, con solo esa frase, Xie Lian entendió qué era lo que no encajaba en
la historia. Se dio la vuelta y se dirigió al cultivador con voz cálida.
—Después de todo el camino hasta aquí, debes de estar sediento.
El cultivador se quedó traspuesto un segundo. Xie Lian ya había colocado
un cuenco de agua frente a él.
—Toma agua, compañero cultivador, bebe un poco.
Cuando miró el cuenco, hubo un fugaz destello de vacilación en su rostro.
Xie Lian se quedó de pie junto a él, con ambas manos cruzadas dentro de las
mangas, esperando en silencio. Aquel cultivador había venido desde el lejano
noroeste, huyendo aterrorizado y a toda prisa, por lo que sin duda debía de
estar sediento y hambriento, ya que no parecía que hubiera tenido tiempo de
permitirse el lujo de comer o beber por el camino. Sin embargo, tras
despertarse y haber hablado tanto, todavía no había pedido nada de agua o
comida. Al entrar en la estancia con el altar repleto de comida, no pareció
sentir ningún deseo de tomar nada y ni siquiera lo miró.
Aquello no era propio de una persona viva.
Mientras los otros dos lo observaban con atención, el cultivador tomó el
cuenco de agua y, encorvándose, se lo bebió despacio. No solo no parecía que
hubiera estado esperando un trago como un náufrago a la deriva, sino que se
lo veía más bien indeciso y receloso.
Mientras bebía, Xie Lian oyó con claridad los glup, glup, que repicaban
como si se estuviera llenando una jarra vacía. En un instante le vino un
momento de lucidez y, agarrándole la mano, lo paró.
—No bebas. —El cultivador lo miró con sorpresa, sosteniendo el cuenco
con las manos temblorosas—. Beber no te sirve de nada, ¿verdad?
La cara del cultivador cambió de color mientras desenvainaba su espada
de hierro del cinto y cargaba contra Xie Lian, el cual permaneció inmóvil, y,

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sin apenas inmutarse, apartó la espada, que provocó un fuerte ruido metálico.
Cuando el cultivador vio que seguía agarrándole la mano, dio un violento
tirón, rechinando los dientes. Xie Lian solo sintió que el brazo se le desinflaba
de repente, como si fuera una pelota quedándose sin aire, y vio cómo se
zafaba de él. En cuanto el cultivador se soltó, huyó hacia la puerta. Xie Lian
no tenía ninguna prisa, ya que en un lugar como ese, donde no había ningún
obstáculo visual en el exterior, incluso si lograba correr varios metros, Ruo
Xie sería capaz de arrastrarlo de vuelta fácilmente. Sin embargo, tan pronto
como alzó la muñeca, una ráfaga de viento afilado pasó por su lado. El sonido
era como el de una flecha punzante disparada desde su espalda, la cual
hubiera atravesado a aquel hombre por el abdomen y se hubiera clavado en la
puerta. Cuando Xie Lian se fijó, vio que se trataba de uno de los palillos de
bambú. Al girarse, vio a San Lang levantándose del altar con aire
imperturbable. El joven pasó rozándole el hombro y, tras sacar el palillo de
bambú de la puerta, lo agitó un par de veces.
—Está sucio. Luego lo tiro.
Pero el cultivador, a pesar de haber recibido una herida tan severa, no
gritó de dolor y se deslizó lentamente contra la puerta sin hacer ningún ruido.
Lo que brotaba de su vientre no era sangre, sino agua cristalina.
Era la misma que se acababa de beber.
San Lang y Xie Lian se inclinaron sobre él. Al presionarle la herida, Xie
Lian la sintió como un globo muy inflado al que le hubieran perforado un
agujero por el cual dejaba escapar un torrente de aire frío hacia el exterior. El
«cadáver» del cultivador también estaba cambiando poco a poco: hacía un
momento era claramente un hombre corpulento, pero ahora parecía haber
encogido de tamaño. Su cara y sus extremidades seguían encogiéndose y
marchitándose sin parar, dándole el aspecto de un débil anciano.
—Es una cáscara vacía —observó Xie Lian.
Algunos demonios y fantasmas, cuando eran incapaces de transformarse
por sí mismos en una réplica humana perfecta, intentaban otro método: crear
una cáscara vacía. Solían utilizar materiales muy realistas para confeccionar
piel humana falsa. A menudo este tipo de piel se basaba en la de una persona
real, y a veces incluso se fabricaba directamente con piel humana, de manera
que las líneas de las manos, las huellas dactilares y el pelo eran,
evidentemente, muy reales. Además, las cáscaras vacías no estaban
impregnadas de energía fantasmal y no se veían afectadas por los amuletos y

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los conjuros contra los espíritus malignos, de ahí que el talismán colocado en
la puerta no le hubiera impedido el paso al cultivador.
Sin embargo, las cáscaras vacías también solían ser fáciles de detectar
porque, al fin y al cabo, no eran más que maniquíes huecos y solo se
limitaban a obedecer las instrucciones de aquel que las estuviera controlando.
Además, las órdenes no podían ser demasiado complejas, sino solo cosas
relativamente sencillas, repetitivas y previamente establecidas. Por lo tanto,
su comportamiento solía ser bastante torpe y mecánico, poco parecido al de
una persona viva. Por ejemplo, solían repetir una frase o dos constantemente,
hacían siempre lo mismo, hablaban solas, respondían con evasivas y solían
ser descubiertas tras intercambiar unas breves palabras con alguien. Sin
embargo, Xie Lian tenía un método más práctico para detectar a las cáscaras
vacías: bastaba con darles algo de comer o beber. Al fin y al cabo, al estar
huecas, no tenían órganos internos. Cuando comían o bebían era como si
dejaran caer algo en un tarro vacío y se oía claramente el eco, que se
diferenciaba del sonido que hacía una persona viva al ingerir.
El cadáver del cultivador se había desinflado por completo y ya apenas
era un charco inerte de piel. San Lang le clavó el palillo de bambú en la piel
un par de veces y finalmente lo tiró al suelo.
—Esta cáscara es bastante interesante.
Xie Lian sabía a qué se refería. La forma en que aquel cultivador miraba y
se desenvolvía no solo era realista, sino tan convincente que parecía
realmente una persona viva. Por su manera de conversar y reaccionar, era
evidente que quienquiera que lo controlara tenía un poder magnífico.
—Parece que también sabes bastante de este tipo de poderes —comentó,
mirándolo fijamente.
San Lang se limitó a sonreír.
—No mucho.
La cáscara vacía había venido a propósito para hablarle del paso de la
Media Luna. Fuera cierto o no, el propósito era atraerlo hacia aquel lugar y,
para estar seguro de qué era lo que estaba ocurriendo, tenía que ir a la sala
telepática a preguntar. Xie Lian calculó que le quedaba suficiente poder
mágico para hacer unos cuantos viajes, así que concentró su energía y se
dirigió hacia allí.
Dentro de la sala había un jaleo ensordecedor, y no era precisamente
debido a que los dioses estuvieran enfrascados en el trasiego de sus asuntos
oficiales; más bien parecía que todo el mundo estaba jugando a algún tipo de

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juego, riendo a carcajadas. Xie Lian se sorprendió cuando escuchó a Ling
Wen recibiéndolo:
—¿Su alteza ha vuelto? ¿Cómo has pasado estos días allí abajo?
—Estoy bien, estoy bien. ¿Qué está haciendo todo el mundo aquí? Parece
que se lo están pasando en grande.
—El Maestro del viento ha regresado y está esparciendo méritos. ¿Su
alteza no quiere coger alguno?
Efectivamente, Xie Lian oyó a varios inmortales dentro de la formación
desgañitándose:
—¡Cien méritos! ¡Los tengo!
—¿Por qué a mí solo me ha salido uno…?
—¡Mil! ¡Mil! ¡Aaah! ¡Gracias, Maestro del viento! Ja, ja, ja, ja, ja, ja.
Xie Lian pensó que parecían un grupo de gente afanándose por recoger
dinero caído del cielo. Aunque su caja estaba desangeladamente vacía, él no
se atrevía a recoger méritos: primero, porque ni siquiera sabía cómo se hacía,
y segundo, porque el resto de los inmortales se conocían todos entre sí, así
que no importaba si se divertían peleándose de broma por conseguir un
mérito; pero, en cambio, era un poco extraño que él entrara en el juego de
repente. De modo que, ignorando este asunto, preguntó directamente:
—Damas y caballeros, ¿os suena un tal paso de la Media Luna?
En el momento en que estas palabras salieron de su boca, toda la sala
telepática, que hasta hacía un segundo había estado compitiendo entre gritos
de júbilo y emoción por hacerse con un mérito, al instante se quedó en
silencio. Una vez más, Xie Lian se sintió un poco apesadumbrado. En el
pasado, solía enviar pequeños poemas y recetas secretas a la sala telepática
ante el total desdén del resto de los inmortales, que no le hacían el menor
caso. Fue por eso por lo que llegó a pensar que quizá todo lo que comentaba
estaba fuera de lugar. Sin embargo, dentro de la sala telepática, los inmortales
a menudo preguntaban sobre asuntos oficiales, como «¿quién conoce a aquel
fantasma? ¿Es fácil tratar con él?», «¿quién de vosotros controla tal territorio?
¿Me puede echar una mano?». En esos momentos, cada uno expresaba su
opinión: los que tenían sugerencias las decían y los que no decían «cuando
tenga tiempo, pregunto por ahí y luego te digo». Así que decidió preguntar
por el paso de la Media Luna, que era un asunto oficial de su misión; por lo
tanto, no había ninguna razón para que en toda la sala reinara un silencio
sepulcral solo porque él hubiera abierto la boca.

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Después de unos instantes que se hicieron eternos, una persona gritó de
repente:
—¡El Maestro del viento ha arrojado otros cien mil méritos!
Al instante se volvió a animar el cotarro, con los inmortales peleándose
por hacerse con los méritos, y a nadie pareció importarle su consulta. Xie
Lian se temía que el asunto al que se enfrentaba no fuera nada sencillo, pero
parecía que no tenía forma de obtener ninguna información de la sala. «El
Maestro del viento», pensó, «sí que es generoso, soltando cien mil méritos de
una sola tirada. Debe de ser alguien increíble».
Se disponía a irse cuando Ling Wen le habló en privado:
—Alteza, ¿qué querías saber del paso de la Media Luna?
Xie Lian le habló entonces de la cáscara vacía que había llegado en su
busca.
—Fingía ser un superviviente que había escapado del paso de la Media
Luna, así que debía de tener algún propósito. No sé si lo que me dijo es cierto
o no, así que quise venir a consultarlo. ¿Qué es lo que ocurre en ese lugar?
Ling Wen murmuró algo para sí misma un instante y finalmente dijo:
—Alteza, te aconsejo que no te involucres en este asunto.
Xie Lian ya se había imaginado que diría algo así. De lo contrario, no
habrían transcurrido ciento cincuenta años sin que nadie preguntara sobre ello
ni, al hacerlo, toda la sala se habría quedado muda.
—¿Es cierto que, cada vez que pasa una caravana, más de la mitad de las
personas desaparecen?
Después de un buen rato, Ling Wen por fin le respondió:
—Esto no es algo sobre lo que la gente se atreva a hablar mucho.
Xie Lian notó un tono de profunda deliberación en su voz.
—De acuerdo, lo entiendo. Si es un problema, no digas nada más. Tú y yo
no hemos hablado de este tema.
Después de salir de la sala telepática y retornar su conciencia al mundo
terrenal, Xie Lian se levantó y barrió con una escoba el montículo de piel
falsa que había quedado en el suelo, murmurando para sí. Finalmente alzó la
vista y se dirigió a su compañero.
—San Lang, me temo que he de irme lejos.
Viendo la reacción de Ling Wen, estaba claro que el asunto tenía muchas
implicaciones. La cáscara vacía había ido a buscarlo para intentar engañarlo y
que fuera allí, por lo que, desde luego, no tenía pinta de ser un buen lugar.
—Vale, hermano mayor. No te importa que vaya contigo, ¿verdad?

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—Es un viaje largo y lleno de dificultades, ¿por qué quieres venir
conmigo? —Xie Lian no daba crédito.
San Lang se rio.
—¿Quieres saber qué es lo que pasa con el cultivador poseído del paso de
la Media Luna?
Xie Lian dio un respingo.
—¿También sabes algo de eso?
San Lang se cruzó de brazos y explicó reposadamente:
—El paso de la Media Luna originalmente no se llamaba así. Era el lugar
donde se ubicaba el antiguo reino de la Media Luna hace doscientos años.
Irguió la espalda mientras permanecía sentado y, contemplando el cielo
estrellado, prosiguió:
—El cultivador poseído del paso de la Media Luna es…
Xie Lian apoyó la escoba contra la pared. Estaba a punto de sentarse a
escuchar con atención cuando justo en ese momento se oyeron unos golpes en
la puerta.
Era tarde; todos los aldeanos se habían asustado y no se atrevían a salir de
sus casas tras oír a Xie Lian decir la palabra «poseído», así que ¿quién podría
ser? Xie Lian se paró en la puerta y contuvo la respiración por un momento,
pero no sintió ningún movimiento anómalo del talismán. Enseguida sonaron
dos golpes más. Parecía el ruido de dos personas que aporrearan la puerta al
unísono. Tras pensárselo un momento, finalmente la abrió y vio a dos jóvenes
vestidos de negro frente a él. Uno era de porte gallardo y el otro, de aspecto
refinado: Nan Feng y Fu Yao.
—Vosotros dos…
Fu Yao fue el primero en reaccionar, poniendo los ojos en blanco. Nan
Feng preguntó a bocajarro:
—¿Vas a ir al paso de la Media Luna?
—¿Dónde lo habéis oído?
—Algunos inmortales estaban hablando de esto —respondió Nan Feng—.
He oído que hoy has preguntado por ese lugar en la sala telepática.
Al oír esto, Xie Lian se metió las manos en las mangas.
—Ya veo. Y vosotros os ofrecéis voluntarios, ¿no?
Ambos torcieron el gesto, como si les dolieran las muelas, cuando dijeron:
—Sí.
Xie Lian no pudo contenerse y les dijo:

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—Entendido, entendido. Pero, antes de nada, que sepáis que, si por el
camino hay algo que no podáis soportar, podéis iros en cualquier momento.
Y tras aquellas palabras se apartó y los invitó a entrar para seguir
charlando sobre los detalles de esa nueva misión. Sin embargo, cuando de
pronto vieron al joven que estaba tumbado detrás, sus rostros sombríos se
volvieron en un instante de un azul metálico.
Nan Feng entró corriendo y se apresuró a colocarse frente a Xie Lian,
gritando:
—¡Atrás!
—¿Qué pasa? —se alarmó este.
San Lang se sentó y, con las manos extendidas, también preguntó:
—¿Qué pasa?
—¿Quién eres tú? —le espetó Fu Yao, frunciendo el ceño.
—Es un amigo mío —intervino Xie Lian—. ¿Os conocéis?
San Lang, con cara de inocente, se limitó a comentar:
—Hermano mayor, ¿qué clase de personas son estos dos?
Nan Feng apretó los labios y Fu Yao arqueó las cejas al oír que lo llamaba
«hermano mayor». Xie Lian le hizo un gesto a San Lang alzando la mano.
—No pasa nada, no te preocupes.
Sin embargo, Nan Feng rugió:
—¡No le hables!
—¿Qué pasa, os conocéis? —insistió Xie Lian.
—No —repuso Fu Yao con frialdad.
—Si no os conocéis, entonces, ¿por qué estáis tan…? —Pero, antes de que
las palabras salieran de su boca, de repente sintió que algo brillaba a ambos
lados de su espalda. Al darse la vuelta, vio que los dos jóvenes habían
concentrado una luz blanca en sus manos al mismo tiempo. Presintiendo que
aquello no auguraba nada bueno, se apresuró a intervenir—. ¡Parad, parad!
No seáis tan impulsivos.
Las dos palpitantes bolas de luz blanca que surgieron de la nada parecían
peligrosas y, definitivamente, no eran algo que una persona normal y corriente
pudiera hacer aparecer en sus manos. San Lang los aplaudió un par de veces,
animándolos con tono cortés:
—¡Fantástico, fantástico!
En sus cumplidos no se percibía ni un ápice de sinceridad. Xie Lian a
duras penas logró sujetarles los brazos, y Nan Feng se giró, dirigiéndole una
mirada furibunda.

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—¿De dónde ha salido este chico? ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿Quién
es su familia? ¿Por qué está aquí contigo?
—Lo conocí en el camino hasta aquí. Se llama San Lang, y en realidad no
sé nada de él. Le dije que viniera conmigo porque no tenía adónde ir. ¿Podéis
hacer el favor de tranquilizaros?
—Pero tú… —Nan Feng contuvo la respiración. Parecía querer soltar un
improperio, pero se esforzó por tragarse sus palabras y, en lugar de eso, le
preguntó a Xie Lian—: ¿No sabes nada de él y, aun así, lo dejas entrar aquí?
¿Y si no está tramando nada bueno, qué?
«¿Por qué habla como si fuera mi padre?», pensó Xie Lian. Si hubiera
sido otro oficial inmortal o cualquier otra persona, le habría resultado
tremendamente desagradable oír a alguien más joven que él hablándole así.
Pero, por un lado, Xie Lian se había vuelto completamente indiferente a todo
tipo de burlas e imprecaciones y, por otro, sabía que, después de todo,
aquellos dos hombres tenían buenas intenciones, de modo que no le importó.
En ese momento, San Lang volvió a hablar:
—Hermano mayor, ¿son estos dos tus sirvientes?
—«Sirvientes» no es la palabra adecuada —le contestó Xie Lian con tono
afectuoso—, son más bien mis ayudantes.
San Lang sonrió.
—Ah, ¿sí? —Tras levantarse, agarró un objeto que tenía al lado y se lo
lanzó a Fu Yao, diciendo—: Entonces, ¿nos puedes echar una mano?
Fu Yao agarró aquello sin siquiera tener tiempo de ver qué era.
Sosteniéndolo en la mano, bajó la vista y lo que vio lo hizo enrojecer de rabia
al instante.
¡El chico le había lanzado una escoba!
Por la expresión de su rostro, parecía estar a punto de agarrar al chaval y
la escoba y partirlos en pedacitos allí mismo. Xie Lian se apresuró a
quitársela.
—Calma, por favor, calma, que solo tengo una.
Sin embargo, antes de que pudiera terminar de decir esto, Fu Yao lanzó la
bola de luz blanca que había acumulado en la mano.
—¡Muestra tu verdadera forma, rápido! —gritó con aspereza.
San Lang apenas hizo amago de intentar esquivarla: permaneció sentado
con los brazos cruzados y se inclinó de manera casi imperceptible. La
deslumbrante luz blanca golpeó la base del altar de ofrendas, que cayó a un
lado; las tazas y los cuencos se hicieron añicos contra el suelo. Xie Lian se

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llevó las manos a la cabeza y, viendo que aquello no podía seguir así, soltó a
Ruo Xie con un gesto de muñeca y les ató los brazos a Nan Feng y a Fu Yao.
Los dos forcejeaban sin lograr zafarse.
—¡¿Qué estás haciendo?! —bramó furioso Nan Feng.
Xie Lian le hizo un gesto para que se quedara quieto.
—Hablemos fuera, hablemos fuera. —Y, con otro gesto de la mano, Ruo
Xie los arrastró a ambos fuera de la estancia. Xie Lian se volvió hacia San
Lang—. Vuelvo enseguida.
Cerró la puerta y se dirigió a la explanada que había delante del templo.
Tras guardar de nuevo a Ruo Xie, cogió el cartel de la entrada y lo colocó
frente a los dos jóvenes, diciéndoles:
—Leed esto, por favor, y decidme qué pone.
—«Peligro. Este templo está en ruinas» —leyó Fu Yao en voz alta—. «Se
aceptan donativos de personas piadosas y caritativas que quieran acumular
méritos para restaurarlo». —Y, alzando la vista, se dirigió a Xie Lian—.
¿Donaciones para el edificio en peligro? ¿Esto lo has escrito tú? Eres una
deidad ascendida a los cielos, ¿cómo puedes haber escrito algo así? ¿Dónde
está tu dignidad?
—Sí, lo he escrito yo —asintió Xie Lian—. Si seguís luchando ahí dentro,
entonces tendré que pedir donaciones para construir un templo, no para
repararlo, y en ese caso tendré aún menos dignidad.
Nan Feng señaló el templo.
—Entonces, ¿tú no crees que ese chaval es muy extraño?
—Por supuesto que sí —confirmó Xie Lian.
—¿Sabes que es peligroso y, aun así, te atreves a tenerlo cerca? —insistió
Nan Feng.
Al ver que los dos oficiales no tenían ninguna intención de hacerle un
donativo, Xie Lian volvió a colocar el cartel en su sitio.
—Nan Feng, eso que dices no está bien. En el mundo hay gente con todo
tipo de temperamentos extraños, pero ser excéntrico no significa ser
peligroso. Sin duda a ojos de los demás yo también soy un tanto extraño, pero
¿acaso crees que soy peligroso?
El oficial no supo qué responder. Xie Lian tenía aspecto de ser un
poderoso e imponente inmortal y, sin embargo, se pasaba todo el tiempo
recogiendo chatarra. ¡Era la perfecta definición de un bicho raro!
—¿No tienes miedo de que esté tramando algo? —insistió Fu Yao.

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—¿Qué interés creéis que tendría alguien en conspirar contra mí? —
repuso Xie Lian.
Ante esta pregunta, Nan Feng y Fu Yao se quedaron boquiabiertos. Era
muy sensata. Cuando se conspiraba contra alguien, normalmente era porque
esa persona ostentaba un puesto de poder. Pero la triste realidad era que,
pensándolo bien, por aquel entonces no había nada que se le pudiera arrebatar
a Xie Lian mediante insidias. ¿Querían dinero? No tenía. ¿Querían reliquias?
Tampoco tenía. ¿Podría ser que conspiraran para arrebatarle su chatarra?
—Además, ya lo he tanteado para ver si suponía alguna amenaza —
añadió Xie Lian.
Los dos hombres lo miraron con perplejidad.
—¿Cómo lo has hecho?
—¿Qué has sacado en claro?
Xie Lian les contó cómo había inspeccionado al joven.
—No he visto nada raro. Llegado a este punto, si no es un común mortal,
entonces solo queda una posibilidad.
¡Un fantasma de tipo funesto!
Fu Yao se rio con frialdad.
—Tal vez lo sea.
—¿Crees que los espíritus funestos tienen tanto tiempo libre como
nosotros? No creo que un rey fantasma viniera a esta aldea a recoger chatarra
conmigo.
—¡A nosotros no nos sobra el tiempo libre!
—Ya, ya, ya…
Allá, en la ladera de la colina, desde la explanada del templo, todo cuanto
podían oír era el sonido del joven deambulando ociosamente dentro de la
estancia. Daba la sensación de que se mostraba totalmente indolente ante
aquella situación, como si nada de lo ocurrido le preocupara en absoluto.
—Esto no puede ser. Tenemos que pensar en alguna forma de cerciorarnos
de si es o no un fantasma funesto —opinó Nan Feng con voz grave.
—Venga, pues intentadlo —terció Xie Lian, masajeándose el ceño—.
Pero no arméis demasiado alboroto; al fin y al cabo, puede que realmente solo
sea un niño rico que ha escapado de casa. Me llevo muy bien con el chaval,
así que sed amables con él y no lo intimidéis.
Al oír la frase «no lo intimidéis», Nan Feng puso una expresión difícil de
describir con palabras y parecía que los ojos en blanco de Fu Yao le fueran a
dar la vuelta hasta la nuca. Tras pedirles de este modo que se comportaran,

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Xie Lian abrió la puerta. San Lang, con la cabeza gacha, parecía estar
examinando las patas del altar de ofrendas. Xie Lian tosió ligeramente.
—¿Estás bien?
San Lang sonrió.
—Sí. Solo miraba el altar para ver si sería posible arreglarle la pata.
—Lo de antes ha sido un malentendido, espero que no te importe —le dijo
Xie Lian cariñosamente.
San Lang se rio.
—¿Por qué iba a importarme? Quizá es que mi cara les resultaba familiar.
—Eso es. Hace un momento te hemos confundido con otra persona —
replicó Fu Yao con una voz tan gélida como un torrente de lluvia.
Una amplia sonrisa atravesó el rostro de San Lang.
—Oh, fíjate qué casualidad, a mí también me resultan familiares vuestras
caras.
Pese a que ambos oficiales seguían en estado de alerta, no reaccionaron
con violencia. Nan Feng dijo con voz hosca:
—Dejadme espacio para dibujar el sello de las mil millas de tierra
reducidas.
Como su nombre indica, las mil millas de tierra reducidas era una técnica
que reducía miles de hectáreas de montañas y ríos hasta que alcanzaban el
tamaño de una sola zancada. Aunque consumía una gran cantidad de maná
cada vez que se invocaba, lo cierto es que se trataba de una técnica
increíblemente práctica.
—Dibújalo aquí —le indicó Xie Lian, apartando la estera del suelo.
Hasta hacía un momento, Fu Yao no se había fijado en la disposición del
mobiliario dentro del templo. Sin embargo, ahora que tenía tiempo de
examinar con detenimiento la choza destartalada, miraba a su alrededor con
aspecto incómodo y, frunciendo el ceño, preguntó:
—¿Estás viviendo en un sitio así?
—Siempre he vivido en sitios así —replicó Xie Lian, acercándole un
taburete.
Al oír sus palabras, Nan Feng dio un breve respingo, pero de inmediato
continuó trazando el sello. Fu Yao no se sentó. Tenía una expresión
indescifrable en el rostro. Era imposible decir qué sensación denotaba su cara:
había un noventa por ciento de perplejidad y un diez por ciento de algo
parecido al placer de regodearse en la desgracia. Pero se recompuso y
preguntó:

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—¿Y la cama?
—Es esto. —Xie Lian le mostró la esterilla.
Nan Feng alzó la vista, la miró un segundo y enseguida volvió a bajar la
mirada. Fu Yao miró de reojo a San Lang.
—¿Dormís juntos?
—¿Qué tiene de malo? —repuso Xie Lian.
Durante unos instantes eternos, los dos oficiales no dijeron ni una palabra
más, por lo que parecía que ya no tenían ninguna otra objeción. Xie Lian se
giró hacia el chico.
—San Lang, hace un momento estabas diciendo algo y te han
interrumpido. ¿Qué ocurre con el cultivador poseído del paso de la Media
Luna? ¿Puedes contármelo?
El muchacho tenía la mirada clavada en los recién llegados, con aire
pensativo y una oscuridad impenetrable en los ojos; pero, al oír la pregunta de
Xie Lian, volvió en sí y esbozó una leve sonrisa.
—Vale. —Y, tras una breve pausa, continuó—. El cultivador poseído del
paso de la Media Luna era en realidad uno de los dos cultivadores del reino de
la Media Luna.
—Si hay dos, ¿quién es el otro?
San Lang no podía dejar una pregunta sin respuesta:
—No tiene nada que ver con el reino de la Media Luna, es un cultivador
poseído de las llanuras centrales llamado Fang Xin.
A Xie Lian se le abrieron los ojos de par en par, aunque siguió escuchando
en silencio. Resultaba que el reino de la Media Luna poseía unos guerreros
formidables, de carácter agresivo y beligerante. Además, tenía una situación
geográfica particular: bloqueaba la ruta principal entre las llanuras centrales y
las regiones occidentales, por lo que ambos países se batían en constantes
escaramuzas en la frontera. La fricción era constante, con batallas que se
sucedían a lo largo del tiempo. Los cultivadores de ambos reinos eran duchos
en las artes oscuras, y los soldados del reino de la Media Luna tenían una fe
ciega en su maestro, mostrándose férreamente resueltos a seguirlo en
cualquier decisión.
Sin embargo, hacía doscientos años, una dinastía de las llanuras centrales
decidió enviar sus tropas para invadir el reino vecino, asestándole un golpe
fulminante que devastó el reino de la Media Luna.
Aunque fue completamente destruido, su cultivador y los guerreros
sobrevivieron. Le profesaban un odio visceral a su enemigo y continuaron en

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su empeño de causarle estragos. El reino de la Media Luna antes era un oasis,
pero, tras su aniquilación, pasó a llamarse el paso de la Media Luna y, como
si se debiera al efecto de un conjuro maléfico, el oasis fue engullido poco a
poco por el desierto de Gobi. Se rumoreaba que a menudo aún se veían
soldados de enorme estatura y armados hasta los dientes merodeando por el
Gobi de noche, patrullando por sus antiguas posesiones en busca de víctimas.
Decenas de miles de habitantes de la región tuvieron que marcharse para
salvar su vida. Al mismo tiempo, se extendió la leyenda de que la mitad de los
viajeros desaparecía sin dejar rastro: cada vez que las gentes de las llanuras
centrales atravesaban aquel lugar, tenían que pagar un peaje en vidas
humanas.
—Principito, se ve que sabes de todo —comentó Fu Yao con una falsa
sonrisa.
San Lang se rio.
—Qué va, qué va, tampoco es que tenga mucha idea; es solo que vosotros
sabéis aún menos que yo.
Xie Lian no pudo evitar pensar: «Este chico realmente tiene una lengua
afilada». San Lang continuó con voz perezosa:
—Pero al final no es más que una leyenda propia de los libros de cuentos.
¿Quién sabe si realmente existe ese cultivador? Ni siquiera está claro que el
reino de la Media Luna existiera de verdad.

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Capítulo 8

Acortando distancias, perdidos en la


tormenta de arena

—XIE LIAN SE
—A UNQUE LO OYERAS A TRAVÉS DE RUMORES Y LEYENDAS
apresuró a contestar aquella insinuación de San Lang—, el reino
de la Media Luna existió realmente.
—¡Oh! —exclamó el chico.
Para entonces Nan Feng ya había terminado de dibujar el sello en el suelo.
—Muy bien. ¿Cuándo nos vamos? —dijo, levantándose.
Xie Lian hizo su petate en un santiamén y se acercó hasta la puerta.
—Pues ahora mismo. —Y, dándole un suave empujón a la madera, añadió
—: ¡Que el cielo nos bendiga y nos libre de todo peligro!
En cuanto abrió la puerta, la ladera y el pueblo ya no estaban allí; en su
lugar había una calle desierta. Aunque era ancha, estaba casi vacía, y tras un
largo rato solo vieron a uno o dos peatones. Esto no se debía a que ya fuera de
noche, sino a que, en la región del noroeste, la población era de por sí muy
escasa. A esto se sumaba que aquel lugar se encontraba próximo al desierto de
Gobi, por lo que incluso de día no parecía que hubiera mucha gente por la
calle. Xie Lian salió de la casa, cerró la puerta con el revés de la mano y, al
volverse, se sorprendió. ¡¿Acaso no acababa de salir del templo del
Bodhisattva?! El edificio que había a sus espaldas se había transformado en
una pequeña posada. En un solo paso, habían recorrido mil millas de
distancia. Esa era la gracia del sello de las mil millas de tierra reducidas.
Algunos transeúntes pasaron cerca, murmurando y lanzándoles miradas
llenas de recelo. En aquel instante, oyó a San Lang decir detrás de él:
—Según los textos antiguos, cuando la luna empieza a descender, si
caminas en dirección a la estrella polar, verás el reino de la Media Luna.
Hermano mayor, mira. —Y añadió señalando al cielo—: La Osa Mayor.
Xie Lian alzó la vista y sonrió.
—Qué brillante.

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San Lang se puso a su lado hombro con hombro y, después de mirarlo a
los ojos, levantó también la vista hacia el cielo, sonriendo.
—Sí… La noche estrellada en el noroeste, de algún modo, parece más
brillante y despejada que en las llanuras centrales.
Xie Lian estaba de acuerdo. Mientras ellos dos tenían una conversación
intensa sobre el cielo nocturno y las estrellas, los dos jóvenes inmortales que
iban detrás de ellos estaban totalmente desconcertados.
—¡¿Cómo es que también él ha venido hasta aquí?! —protestó Nan Feng.
—Oh —repuso San Lang con candidez en la voz—. Vi que el sello que
dibujaste era realmente asombroso, así que pensé en probarlo y unirme a
vuestra excursión.
—¿Excursión? —Nan Feng se enfureció aún más—. ¿Crees que hemos
venido aquí de viaje?
Xie Lian comenzó a masajearse el entrecejo.
—Déjalo; si quiere venir, que venga. ¿A vosotros qué más os da?
Tampoco afectará a vuestras raciones, he traído comida más que suficiente
para todos. San Lang, pégate a mí y no te pierdas.
—Vale —respondió el joven con tono obediente.
—¡El problema no es la comida!
—Ay, Nan Feng, ya es tarde y todo el mundo está durmiendo. Vamos al
trabajo, venga, no te quejes por tonterías. Vamos, vamos…

Con la Osa Mayor como guía, los cuatro se dirigieron hacia el norte. Después
de andar durante toda la noche, las poblaciones y la vegetación fueron
volviéndose más escasas a lo largo del camino, dando paso a una cantidad
cada vez mayor de arena y rocas. Cuando dejaron de caminar sobre tierra
firme, habían llegado oficialmente al Gobi. Aunque el sello de las mil millas
de tierra reducidas permitía recorrer largas distancias en un solo paso, cuanto
mayor era el trayecto, mayor era también la cantidad de maná que consumía,
por lo que, tras la primera invocación, Nan Feng tendría que esperar al menos
varias horas más antes de poder volver a usarla. Además, dado que este ya
había agotado gran parte de su maná, Xie Lian no quiso que Fu Yao gastara el

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suyo de cara a la posible batalla que se avecinaba. Por si acaso, siempre era
mejor que al menos uno de ellos conservara su poder mágico intacto.
En el desierto la diferencia de temperatura entre el día y la noche era
abismal: el frío de la noche calaba hasta los huesos, lo cual tampoco estaba
tan mal, ya que durante el día se tenía una sensación completamente opuesta.
El cielo de aquellos parajes era extremadamente límpido, un vasto
firmamento con nubes escasas, lo cual también conllevaba un sol abrasador.
El grupo caminaba y caminaba, y a cada paso parecía que se adentraban
aún más en una enorme cesta de mimbre para hacer panecillos al vapor, con
un calor sofocante que se elevaba desde la tierra. Daba la sensación de que un
día de caminata bastaba para cocer a una persona viva. Xie Lian se guiaba por
el viento y la escasa vegetación que había al pie de las rocas. Preocupado de
que los demás no pudieran seguirle el ritmo, miraba hacia atrás
constantemente. Nan Feng y Fu Yao no eran gente normal y corriente, por lo
que en realidad no le inquietaban, pero, al ver a San Lang, no pudo sino
sonreír. El sol abrasador se alzaba en mitad del cielo, y el joven se había
quitado su túnica roja para cubrirse con ella con aire indolente, buscando
proporcionarse algo de sombra. En su rostro se veían cierta languidez y tedio.
Con su piel tan blanca y el cabello oscuro, al cubrirse la cara con la túnica, se
acentuaba aún más su imponente belleza.
—Ten, toma esto —le ofreció Xie Lian, quitándose el sombrero de arroz y
poniéndoselo al muchacho.
San Lang se quedó inmóvil un momento y luego se rio.
—No hace falta —dijo, devolviéndoselo.
Xie Lian no quiso forzarlo ni insistirle de manera protocolaria, así que
aceptó la decisión del chico.
—Si lo necesitas, dímelo. —Y, colocándose de nuevo el sombrero, siguió
caminando hacia delante.
Tras proseguir la marcha durante un rato más, el grupo atisbó entre las
dunas, a lo lejos, una pequeña construcción gris. Al acercarse, vieron que
parecía una posada abandonada desde hacía mucho tiempo. Xie Lian alzó la
vista y, observando el sol, calculó que era pasado el mediodía, cerca de las
primeras horas de la tarde. Le preocupaba caminar durante las horas más
calurosas del día, especialmente tras la larga travesía durante toda la noche,
por lo que pensó que era momento de descansar. Guio a sus tres compañeros
hasta el interior del edificio, y se sentaron a una mesa cuadrada que había allí

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dentro. Xie Lian sacó una cantimplora de agua de la sencilla bolsa de viaje
que llevaba colgada.
—¿Quieres? —le ofreció a San Lang.
El chico asintió. Tomándola, dio un sorbo y se la devolvió a Xie Lian, el
cual, tras recibirla de vuelta, inclinó la cabeza hacia atrás y dio varios tragos
de agua fresca. Su nuez subía y bajaba mientras un chorro de frescor le
recorría la garganta y le aliviaba el agotamiento. A su lado, San Lang lo
miraba fijamente con la vista perdida y la mejilla apoyada en la mano, pero al
cabo de un rato preguntó de pronto:
—¿Hay más?
Xie Lian se limpió unas gotas de agua de la comisura de los labios,
ligeramente húmedos, y, asintiendo, le entregó de nuevo la cantimplora. San
Lang estaba a punto de cogerla cuando una mano agarró la de Xie Lian.
—Un momento —intervino Fu Yao.
El resto del grupo se lo quedó mirando solo para ver que sacaba
pausadamente otra cantimplora de su manga. Tras colocarla sobre la mesa, la
empujó hacia el chico.
—Yo también tengo agua. Por favor.
En cuanto vio aquello, Xie Lian tuvo claro lo que estaba pasando.
¿Cómo podía Fu Yao, con aquel temperamento, estar dispuesto a beber de
la misma cantimplora que otra persona? Recordando que la noche anterior
habían expresado su intención de averiguar si San Lang era realmente un
simple mortal, Xie Lian dedujo que lo que debía de contener esa cantimplora
no era agua normal y corriente, sino que con toda probabilidad se trataba de
agua reveladora. Si una persona bebía ese tipo de agua medicinal secreta, no
le ocurría nada en absoluto; pero, si no fuera un ser humano, debido al efecto
del agua se transformaría, revelando su forma original. Puesto que querían
saber si el joven era en realidad un fantasma funesto, aquel líquido tenía que
ser extremadamente poderoso.
Tras reírse, San Lang repuso:
—No importa, beberé de la misma agua que mi hermano mayor.
Nan Feng y Fu Yao miraron de soslayo a Xie Lian, que no pudo evitar
pensar por qué demonios lo miraban a él.
—La suya casi se ha terminado. Toma de la mía, no seas maleducado —le
insistió Fu Yao con frialdad.
—¿Sí? Después de vosotros, entonces.

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Los dos hombres se quedaron mudos. Tras unos instantes, Fu Yao rompió
el silencio:
—Eres nuestro invitado, así que bebe tú primero.
A pesar de que mantenía su elegancia y delicadeza en el tono, Xie Lian
tuvo la sensación de que había dejado escapar la frase rechinando los dientes.
San Lang también hizo un gesto de «por favor» con las manos, declinando el
ofrecimiento.
—Vosotros sois los asistentes, así que bebed primero. Es lo justo.
Xie Lian escuchó a ambas partes montando su pequeño número de teatro,
al principio solo con palabras, luego que si cantimplora para arriba y
cantimplora para abajo. Los tres, separados por una mesa, comenzaron su
silenciosa pugna con la pobre cantimplora dando tumbos, siendo empujada de
un lado a otro. Xie Lian podía sentir que la mesa temblaba ligeramente y,
temiendo que el mueble muriera de forma prematura, sacudió la cabeza en
señal de desaprobación. Tras unos cuantos forcejeos más en aquel duelo sin
palabras, Fu Yao finalmente no pudo contenerse y le espetó a San Lang con
una sonrisa glacial:
—¿Cómo es que no quieres beber de esta agua? ¿Acaso tienes algo de lo
que preocuparte?
El joven se rio.
—Si vosotros dos, que sois tan hostiles conmigo, me ofrecéis un agua que
ni siquiera os atrevéis a probar primero, ¿acaso no es razón de sobra para
preocuparse? ¿No será que la habéis envenenado?
—Pregúntale al que tienes al lado si está envenenada o no.
—Hermano mayor, ¿está envenenada?
La pregunta de Fu Yao era realmente astuta. Naturalmente, el agua
reveladora no era venenosa, y para la gente corriente no había ninguna
diferencia entre beberla o beber agua potable. Xie Lian se vio obligado a
responder.
—No tiene veneno, pero…
Sin que hubiera terminado la frase, Nan Feng y Fu Yao lo fulminaron con
una mirada feroz.
—De acuerdo —accedió San Lang, destensando el brazo. Tomó la
cantimplora y la agitó—. Dado que tú me dices que no es venenosa, me la
beberé.
Tras decir esto, sonrió y se la bebió de un solo trago. Xie Lian no se
esperaba que el chico actuara de manera tan abrupta y se quedó ligeramente

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sorprendido. Nan Feng y Fu Yao también se mostraron atónitos y de
inmediato se pusieron en guardia. Quién habría imaginado que, cuando San
Lang terminó de beber el agua reveladora, tan solo sacudiría la cantimplora,
diciendo:
—No está muy buena. —Y la tiró al suelo. La cantimplora impactó con un
gran estruendo y se hizo añicos.
Al ver que había bebido del agua reveladora pero no sufría ningún cambio
en su apariencia, un fugaz rayo de perplejidad cruzó el rostro de Fu Yao. Sin
embargo, de inmediato dijo, con indiferencia:
—Solo es agua. ¿Acaso no sabe toda igual? ¿Qué diferencia hay?
San Lang cogió la cantimplora que estaba junto al brazo de Xie Lian.
—Por supuesto que la hay. Esta sabe muchísimo mejor.
Al ver esto, Xie Lian no pudo reprimir una sonrisa. Realmente no le
importaba en absoluto el resultado de aquella prueba, como tampoco la
identidad ni el propósito del chico, por lo que para él, pese a ser entretenida,
la disputa carecía de sentido. Justo cuando pensaba que las cosas se
calmarían, sonó un gran estruendo metálico: Nan Feng había puesto una
espada sobre la mesa. A primera vista, Xie Lian pensó que iba a asesinar a
San Lang allí mismo.
—Pero ¿qué haces? —logró balbucear tras recuperar el habla.
—El lugar al que vamos es peligroso, así que le estoy dando a nuestro
hermano menor una espada bien afilada para que se proteja —le explicó con
voz grave.
Xie Lian bajó la mirada y vio que su funda era sencilla y sin adornos;
parecía curtida por los años y no tenía aspecto de ser un objeto ordinario. El
corazón le dio un vuelco y alzó las cejas al ver el reverso, pensando: «Es el
Espejo Escarlata».
Ese era el nombre de aquella arma. Era toda una reliquia: aunque no podía
sellarlos, ningún demonio o fantasma podía eludir su espejo mágico. Si quien
la desenvainaba no era humano, su hoja se volvía roja lentamente, como si
estuviera impregnada de sangre. Además, sobre el rojo de la hoja se reflejaba
la forma original de quien la blandía. Daba igual que fuera un fantasma feroz
o funesto: ¡ninguna criatura se libraba de su efecto! Los jóvenes siempre
sentían una gran debilidad por las reliquias y las armas, así que San Lang
exclamó con aparente interés:
—¡Oh! Déjame ver.

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Sujetó la hoja con una mano y la empuñadura con la otra, desenvainando
la espada pausadamente. Nan Feng y Fu Yao clavaron sus ojos en cada uno de
sus movimientos. Desenfundó el arma tan solo tres pulgadas, mostrando la
hoja blanca y refulgente. Después de un largo rato, San Lang dejó escapar una
ligera risotada.
—Hermano, ¿tus sirvientes no se estarán riendo de mí?
Xie Lian tosió ligeramente y se giró hacia el chico.
—Eh, San Lang, ya te lo he dicho antes: no son mis sirvientes.
Tras esto, se dio la vuelta de nuevo.
—¿Quién está bromeando contigo? —inquirió Nan Feng con frialdad.
San Lang se rio.
—¿Cómo me voy a defender con una espada rota?
Diciendo esto, volvió a enfundarla y la dejó sobre la mesa. Nan Feng
arqueó las cejas con semblante severo, agarró con brusquedad la espada por la
empuñadura y la desenvainó. Sonó un chasquido metálico, y en sus manos
sostuvo una cortante e imponente… espada rota. ¡El Espejo Escarlata tenía la
hoja rota a partir de la tercera pulgada! El rostro de Nan Feng se crispó
ligeramente mientras desenfundaba por completo el arma solo para oír el
cling, cling que hacían todos los pedacitos brillantes de la hoja partida al salir
de la vaina. Era cierto que el Espejo Escarlata era capaz de desenmascarar a
todos los demonios y fantasmas del mundo, y nunca se había oído hablar de
ninguna criatura que hubiera podido eludir su magia, ¡pero también era
verdad que nunca se había oído hablar de nada que pudiera romperla en
pedacitos a través de la funda!
Nan Feng y Fu Yao señalaron a San Lang.
—Tú…
El joven soltó dos risotadas y se reclinó hacia atrás, poniendo sus botas
negras sobre la mesa. Recogió un trozo del Espejo Escarlata y jugueteó con él
entre los dedos.
—Me imagino que no me habéis dado adrede una espada rota. ¿Quizá se
ha roto por el camino? No os preocupéis, puedo defenderme sin ella. Quedaos
vosotros las espadas, tal vez os hagan falta.
Xie Lian fue completamente incapaz de mirar el arma directamente. Era
una reliquia mágica de la colección personal del emperador Jun Wu. Cuando
Xie Lian ascendió por primera vez, acudió al templo de Shenwu a pasar el
rato y la vio allí expuesta. La espada no le pareció muy útil, pero sí le
resultaba curiosa, así que Jun Wu se la regaló. Cuando más tarde fue

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expulsado del reino celestial, hubo un tiempo en que las cosas le iban
realmente mal y apenas podía mantenerse a sí mismo, de modo que le pidió a
Feng Xin que empeñara aquella rareza.
¡Sí, efectivamente, empeñó una reliquia!
El dinero que consiguió por ella solo bastó para que sirviente y amo
disfrutaran de un puñado de buenas comidas, y después… Bueno, no hubo
después. Eran tantas las cosas que Xie Lian había empeñado en aquella época
que simplemente decidió olvidarse de todas y así evitar que su corazón se
desangrara al pensar en ellas constantemente. Al parecer fue el mismo Feng
Xin quien, tras ascender, recordó todo ese asunto. No pudiendo soportar que
una rareza tan extraordinaria como el Espejo Escarlata vagara extraviada por
el mundo de los mortales, descendió dispuesto a recuperarla. Tras afilarla y
pulirla, la exhibió en el templo de Nan Yang, y ahora Nan Feng la había
llevado consigo.
En definitiva, a Xie Lian le dolía en el alma ver la espada, de modo que
apartó la mirada. Al ver que los tres se volvían a enzarzar de nuevo, sacudió
la cabeza y observó con atención el tiempo que hacía fuera, pensando: «Tiene
pinta de que va a haber una tormenta de arena. Si salimos, ¿encontraremos
otro refugio por el camino?». En ese instante, dos figuras atravesaron como
un relámpago la resplandeciente arena dorada del exterior del edificio.

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Xie Lian se incorporó de inmediato.
Las dos siluetas, una negra y otra blanca, parecían no tener prisa a juzgar
por su forma de andar, e incluso podría decirse que paseaban tranquilamente,
pero sus pies se deslizaban con gran celeridad, como si caminaran sobre una
nube. El de negro parecía un hombre esbelto, mientras que la de blanco era
una cultivadora con una larga espada a la espalda y un abanico de cultivación
en la mano. La figura de negro ni siquiera se volvió, mientras que la de blanco
sí se giró y sonrió al pasar junto al pequeño edificio. Fue una sonrisa tan
fugaz como las mismas siluetas, que desaparecieron al instante.
Inexplicablemente, Xie Lian sintió que las recubría un aura de peligro y
extrañeza.
Al haber estado mirando al exterior por casualidad, había logrado captar
toda la escena, pero sus tres compañeros, desde dentro de la estancia, solo
alcanzaron a verles de espaldas, sin tiempo para nada más.
—¿Quiénes son esos? —preguntó Nan Feng, levantándose rápidamente.
Xie Lian también se irguió.
—No lo sé. Pero, desde luego, no son gente corriente. —Y, tras un breve
silencio, añadió—: Dejad de discutir. Se aproxima una tormenta de arena, así
que démonos prisa e intentemos llegar lo más lejos posible.
Lo bueno de aquel pequeño grupo de compañeros era que, aunque
anduvieran a la greña los unos con los otros de tanto en tanto, cuando tenían
que ponerse serios, lograban dejar las diferencias a un lado. De modo que
dejaron de pelearse y, tras recoger los pedacitos del Espejo Escarlata, salieron
del edificio. Los cuatro caminaron a contraviento un buen rato, pero esta vez
la distancia que cubrieron fue mucho menor que durante el mismo período de
tiempo aquella misma mañana. Las ráfagas de viento cargadas de arena eran
mucho más intensas que antes. El vendaval venía cargado de arena y golpeaba
con fuerza la cara de los viajeros. Aquel hormigueo incesante y doloroso
hostigaba tanto las cabezas como los brazos al descubierto. Cuanto más
proseguían su caminata, más difícil se les hacía avanzar: los granos de arena
les nublaban la vista, cubrían todo el cielo y les silbaban al oído.
—¡Esta tormenta de arena es muy extraña! —exclamó Xie Lian,
sujetándose el sombrero de arroz.
Pasó un largo rato sin que obtuviera respuesta, hasta el punto de que
empezó a sospechar que sus compañeros se habían perdido; pero, al mirar
atrás, pudo ver claramente que los tres lo seguían a duras penas, solo que
parecían no haberlo oído. La tormenta de arena era tan violenta que, nada más

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abrir la boca, las palabras se las llevaba el viento. Naturalmente, no hacía falta
preocuparse por Nan Feng y Fu Yao, que caminaban contra aquel viento
cortante con paso firme y semblante feroz. Pero San Lang había permanecido
pegado a cinco pasos de Xie Lian, siguiéndolo sin pausa, pero sin prisa. Pese
a que caminaba bajo aquel cielo cubierto de arena, el joven avanzaba con los
brazos cruzados y el rostro imperturbable, con sus ropajes rojos y sus cabellos
negros revoloteando caóticamente al viento, y mantenía una actitud impasible,
como si no pudiera sentir los golpes de la arenisca. A Xie Lian le dolía toda la
cara por el golpeteo de la arena y le preocupó ver aquella indiferencia en el
chico, que ni siquiera parpadeaba.
—Ten cuidado, que no te entre arena en los ojos ni en la ropa.
Recordó que ni siquiera él mismo oía lo que decía, así que se acercó
directamente y lo ayudó a ajustarse el cuello de la túnica con fuerza para que
no se le inundara de arena. San Lang seguía con la mirada en blanco. En ese
instante, los otros dos compañeros los alcanzaron. Estando los cuatro más
juntos, por fin podían oír las voces de los demás, aunque no sin dificultad.
—Tened cuidado, hay algo raro en esta tormenta tan repentina. Me temo
que es un viento demoníaco —les advirtió Xie Lian.
—No es más que una tormenta de arena, ¿qué otra cosa podría ser? —
replicó Fu Yao.
Xie Lian sacudió la cabeza.
—La tormenta en sí no es el problema, pero creo que hay algo más en la
arena.
En ese preciso instante, una repentina y violenta ráfaga de viento hizo
volar el sombrero de arroz de Xie Lian. Estaba a punto de desaparecer en la
inmensidad de la arena en suspensión, pero San Lang, con unos reflejos
prodigiosos, levantó una mano con extremada rapidez para interceptar el
sombrero, que volaba hacia el cielo, y se lo entregó de vuelta a Xie Lian. Este
le dio las gracias y dijo mientras se lo ataba:
—Será mejor que busquemos un lugar donde refugiarnos.
Pero Fu Yao no estaba de acuerdo.
—Si la tormenta de arena está realmente embrujada, su propósito es
impedirnos avanzar. Si es así, razón de más para continuar hacia delante.
Al oír esto, antes de que Xie Lian pudiera decir nada, San Lang rio a
carcajadas.
—¿De qué te ríes? —le espetó con voz gélida Fu Yao, alzando la cabeza.
El chico juntó las manos y se rio con descaro.

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—Siempre estás llevándoles la contraria a los demás adrede. Seguro que
te sientes muy satisfecho de ti mismo por ser tan inconformista, ¿verdad?
Desde el principio Xie Lian había tenido la sensación de que, aunque el
joven siempre estaba sonriendo, a menudo era difícil saber si hablaba con
sinceridad o si se valía de falsos cumplidos para burlarse de los demás. Pero
en esta ocasión cualquiera podía darse cuenta de que su rostro sonriente no
tenía ni un ápice de bondad. La mirada de Fu Yao de pronto se volvió aún
más adusta, y Xie Lian tuvo que intervenir alzando las manos.
—Parad ya. Si tenéis algo que deciros, hacedlo más tarde. El viento es
cada vez más fuerte, estoy empezando a preocuparme.
—¿Crees que nos puede hacer volar por los aires? —inquirió Fu Yao.
—Bueno, lo que dices es muy posible…
No hubo terminado de decir esto cuando sus compañeros desaparecieron
repentinamente. De hecho, no fueron ellos los que desaparecieron, sino Xie
Lian: la tormenta de arena, efectivamente, lo había envuelto y arrastrado hacia
el cielo.
¡Un tornado!
Xie Lian estaba dando vueltas por los aires cuando hizo un gesto con la
muñeca.
—¡Ruo Xie! ¡¡¡Agárrate a algo firme y robusto!!!
Ruo Xie emitió un silbido y salió disparada. Al instante Xie Lian sintió
que el extremo de seda blanca se hundía en picado, como si se hubiera
enganchado en algo que le sirviera de ancla. Se quedó suspendido en el aire y
miró hacia abajo, pero de inmediato volvió a ser arrastrado por el vendaval a
unos treinta metros sobre el suelo. Ahora era igual que una cometa, sujeto por
un hilo que lo conectaba a tierra firme. En medio de los granos de arena que
lo golpeaban con fuerza en la cara, Xie Lian se asía con fuerza a la venda
mientras se esforzaba por ver qué era a lo que se había sujetado Ruo Xie. Tras
mirar unos instantes, finalmente reconoció una sombra roja. El otro extremo
parecía haberse enroscado alrededor de la muñeca de un joven vestido de
rojo: le había pedido a Ruo Xie que se agarrara a algo firme y robusto, ¡y se
había aferrado a San Lang!
Xie Lian no sabía si reírse o llorar, y estaba a punto de decirle a la venda
que se sujetara a otra cosa de inmediato cuando sintió que la seda blanca de su
muñeca se aflojaba violentamente. «¡Maldición!», gritó en su fuero interno.
Esa abrupta reacción no se debía a que el otro extremo de Ruo Xie se hubiera
aflojado, sino a que algo aún más aterrador había sucedido: efectivamente, la

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sombra roja del suelo se aproximaba a gran velocidad hacia él y, en tan solo
un instante, llegó hasta un palmo de distancia de Xie Lian.
¡San Lang también había sido atrapado por la tormenta!
—¡No te asustes! —bramó Xie Lian.
En cuanto abrió la boca, se comió un gran puñado de arenisca, pero, tal y
como estaban las cosas, de tantos puñados ya se había acostumbrado a tragar
arena. Aunque le gritó que no se asustara, la verdad es que no sentía que San
Lang fuera a hacerlo en absoluto. Como era de esperar, después de que el
joven fuera atrapado por el torbellino, Ruo Xie se recogió rápidamente,
acercando a ambos hasta que Xie Lian pudo verlo claramente y apreció que su
rostro no mostraba ni un atisbo de miedo. Si en aquel momento le dieran un
libro, sería capaz de ponerse a leer plácidamente en mitad de la tormenta de
arena. Xie Lian incluso llegó a sospechar que el chico se había dejado engullir
por el remolino.
Ruo Xie dio varias vueltas alrededor de la cintura de ambos compañeros,
atándolos juntos. Xie Lian abrazó a San Lang.
—¡Vuelve a anclarte a algo! ¡Y esta vez no te agarres a una persona!
La venda salió disparada de nuevo. Esta vez se había aferrado a… ¡Nan
Feng y Fu Yao!
Xie Lian, agotado física y mentalmente, le dijo:
—Si te digo que no te agarres a una persona, no me refiero a «persona» en
el sentido literal de la palabra… En fin. —Y añadió, gritando hacia abajo—:
¡Nan Feng, Fu Yao! ¡Agarraos fuerte!
Desde el suelo, ambos querían, naturalmente, agarrarse fuerte y se
quedaron quietos firmemente en su lugar, pero el torbellino de arena era
demasiado violento y feroz. En poco tiempo, como era de esperar, otras dos
sombras negras fueron arrastradas por el tornado. En esta ocasión, eran cuatro
las personas que se encontraban dando vueltas en el aire a gran velocidad,
sumidas en aquella marabunta de arena dorada entre el cielo y la tierra. El
tornado era como un pilar celestial que se hubiera contorsionado en círculos,
y la venda blanca conectaba a las cuatro siluetas que giraban en él sin cesar,
cada vez más rápido, cada vez más alto. Xie Lian tragaba arena como un loco,
y también como un loco les gritaba:
—¿Cómo es que vosotros también habéis salido volando?
Aparte de la arena, solo veían más arena; y, aparte del viento, solo oían
más viento. En aquel estruendo, tan solo podían hablar a voz en grito.

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—¡Pregúntale a tu estúpida venda! ¿Qué le pasa a esa cosa? —se
desgañitó Fu Yao, mitad comiendo arena y mitad escupiéndola.
Xie Lian agarró su «estúpida venda» con ambas manos y le imploró
impotente:
—Ruo Xie, ay, Ruo Xie, ahora los cuatro dependemos de ti. Esta vez ni se
te ocurra agarrarte a un lugar equivocado. ¡Ve!
Y, con aire trágico y solemne, volvió a liberarla.
—¡No cuentes con esa cosa! ¡Piensa en otra manera de salir de aquí! —
rugió Nan Feng.
En ese momento, Xie Lian sintió otro tirón en la muñeca, y su corazón dio
un vuelco.
—¡Esperad, dadle otra oportunidad! ¡Ha vuelto a engancharse a algo!
—¡Que no se enrede en alguien que pase por aquí! ¡Que deje a la gente en
paz! —le gritó Fu Yao.
No hacía falta decir que el mismo Xie Lian estaba especialmente
preocupado por eso. Tiró con fuerza de Ruo Xie y, cuando vio que el otro
extremo no se movía ni un ápice, se quitó un gran peso de encima.
—¡No se ha sujetado a una persona! ¡El otro extremo parece firme! —Y
de inmediato le ordenó a la venda—: ¡Recógete!
En dirección contraria a la violenta corriente del tornado, Ruo Xie se
replegó sobre sí misma a gran velocidad. Las cuatro siluetas se alejaron
apresuradamente de aquel remolino de aire y, poco a poco, en medio de la
arena en suspensión, Xie Lian pudo distinguir una inmensa silueta negra
semicircular en tierra firme. Era gigantesca, del tamaño de un templo
aproximadamente. Aquello era a lo que se había aferrado Ruo Xie. Cuando ya
estaban cerca del suelo, por fin pudo apreciar con claridad de qué se trataba:
era una roca enorme. En medio de aquel violento vendaval de arena, se erguía
como una fortaleza sólida y silenciosa, y sin duda era un excelente refugio
para resguardarse. Cuando el grupo caminaba antes de la tormenta, no habían
visto semejante pedazo de roca, así que ahora no sabían hasta dónde los había
llevado el extraño tornado. En cuanto los cuatro aterrizaron en el suelo,
rodearon inmediatamente la roca para colocarse a resguardo del viento. Tan
pronto como llegaron a la parte posterior de aquella mole, el corazón de Xie
Lian se iluminó.
—Esto es realmente una bendición del cielo.
Resultaba que en la parte trasera había una cueva. La entrada tenía la
anchura aproximada de dos puertas, aunque era un poco más baja; pero era lo

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suficientemente grande como para que entrara un adulto agachado. Pese a que
la gruta no era totalmente lisa, con los habituales entrantes y salientes,
tampoco parecía natural; daba la impresión de que alguien la hubiera
excavado con imprecisión. Al entrar, Xie Lian descubrió que el interior de la
roca había sido casi completamente excavado. Así, la cavidad era espaciosa,
si bien algo oscura, y no la exploró por dentro. Sin detenerse a inspeccionar el
lugar, se sentó allí donde llegaba algo de luz del exterior para sacudirle la
arena a Ruo Xie y envolvérsela de nuevo alrededor de la muñeca.
Nan Feng y Fu Yao escupían la arena que les había entrado en la nariz, la
boca, los ojos y los oídos, por no hablar de los pliegues de sus túnicas, que se
quitaron y sacudieron para librarse del peso de los innumerables granos de
arena y grava. De los cuatro, el único que parecía totalmente ileso era San
Lang, que se agachó y se sacudió la arena de su túnica roja como si nada.
Aparte de que su cabellera negra estaba un poco revuelta y tenía el moño
torcido, su porte tranquilo y satisfecho no se había visto afectado en modo
alguno. De todas formas, Xie Lian ya le había hecho el moño así, por lo que,
si se torcía un poco más, tampoco pasaba nada.
Nan Feng se frotó la cara un par de veces y se deshizo en improperios.
Xie Lian vertió la arena de su sombrero de arroz y dijo:
—Eh, de verdad que no me esperaba que vosotros también salierais
volando por los aires. ¿Por qué no usasteis una palanca de cultivador?
—¡Lo hicimos! Fue inútil —le aseguró Nan Feng mientras escupía arena.
Fu Yao sacudió con saña su túnica exterior mientras decía con malicia:
—¿Dónde te crees que estamos? Esta es la tierra baldía de la región más
extrema del noroeste, y no es territorio de mi general. Al norte están los
dominios de los dos generales de la familia Pei y al oeste, los de Quan
Yizhen. No hay un templo de Xuan Zhen en millas a la redonda.
Es de vital importancia comentar que había un dicho popular en el mundo
de los mortales: ni el dragón más poderoso puede contra la serpiente que
juega en casa. Por lo tanto, pese a que eran generales adjuntos de los dioses de
la guerra del sureste y del suroeste, al lanzar hechizos en un territorio que no
les pertenecía, el uso de su maná se veía inevitablemente restringido. Xie Lian
observó su aspecto: ambos parecían preocupados y molestos. Pensándolo
bien, ser lanzado por los aires por una ráfaga de viento diabólico era razón
suficiente para estar cabreado, por lo que les dijo:
—Gracias por estar a mi lado en este trance.

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San Lang se sentó en el suelo junto a él y, con una mano en la mejilla,
repuso:
—¿Estamos aquí esperando a que el viento y la arena paren?
Xie Lian se volvió hacia él.
—Parece que por ahora es lo único que podemos hacer. No importa lo
poderoso que sea ese tornado, sin duda no va a ser capaz de hacer volar una
mole de roca como esta.
—Tal y como dijiste antes —prosiguió San Lang—, ese torbellino de
viento y arena era realmente extraño.
Xie Lian de repente pensó en algo.
—San Lang, déjame hacerte una pregunta.
—Pregúntame lo que quieras.
—¿El cultivador del reino de la Media Luna es un hombre o una mujer?
San Lang dijo:
—¿Te dije cultivador? En realidad, es una mujer.
Efectivamente, era lo que Xie Lian se había imaginado.
—Antes, cuando estábamos descansando en ese pequeño edificio
abandonado, ¿no vimos a dos personas que pasaron caminando? Iban a paso
ligero y un tanto extraño, como deslizándose; estoy seguro de que no eran
mortales. La que vestía de blanco era una cultivadora.
Fu Yao se mostró escéptico.
—Con solo verle la ropa desde tan lejos, no era fácil ver si era un hombre
o una mujer. Además, era más alta de lo habitual en una mujer, ¿estás seguro
de que la viste con claridad?
—Sí, no hay lugar a error —le confirmó Xie Lian—. Por eso me pregunto
si podría ser la cultivadora del reino de la Media Luna.
—Es posible —asintió Nan Feng—. Pero había otra persona de negro
viajando con ella. ¿Quién podría ser?
—No lo sé, aunque caminaba aún más rápido, por lo que sus habilidades
de cultivación no pueden ser inferiores.
—¿Es posible que sea el otro de los cultivadores poseídos, Fang Xin? —
planteó Fu Yao.
—Bueno, creo que en realidad esto de los dos cultivadores poseídos es
solo palabrería para que sea un número par y así resulte más fácil de recordar,
al igual que las cuatro grandes plagas o algo así. Seguro que en realidad eran
tres, pero le añadieron una para que quedara un número más bonito.

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Al oír esa frase, San Lang se rio a carcajadas y, cuando Xie Lian se volvió
hacia él, el joven repuso:
—No pasa nada, es solo que estoy muy de acuerdo contigo. Seguro que se
inventaron una de las cuatro grandes plagas para redondear. Por favor, sigue.
Entonces Xie Lian continuó:
—En realidad, no deberían tener nada que ver el uno con el otro. He oído
un poco acerca de este Fang Xin: es el cultivador del reino de Yong’an, y hay
por lo menos cien años entre el momento de su nacimiento y el de la
cultivadora del reino de la Media Luna.
Fu Yao se quedó estupefacto.
—¿No sabes nada sobre las cuatro grandes plagas del reino fantasma, pero
ahora conoces estas historias del mundo terrenal?
—A veces, cuando recogía chatarra por ahí, me enteraba de estas cosas.
No iba al mundo de los fantasmas a hacerlo, así que lógicamente no sé nada
de aquello.
En aquel preciso instante, el viento fuera de la cueva comenzó a amainar.
Nan Feng salió hasta la entrada, palmeó la roca y, tras quedarse absorto
examinando el material, se dirigió hacia el resto de sus compañeros:
—¿Por qué alguien ha excavado así esta gruta?
Parecía estar pensando que la aparición de una roca tan oportuna en aquel
lugar era algo muy sospechoso. Sin embargo, a Xie Lian no le sorprendía.
—No son pocas las rocas que tienen agujeros excavados de esta manera.
En el pasado, la gente del reino de la Media Luna de vez en cuando los
cavaba para escapar del viento y la arena cuando estaban pastoreando y no
podían resguardarse en sus casas a tiempo, o para pasar la noche. Algunas de
estas grutas no eran excavadas, sino que las volaban con explosivos.
Nan Feng estaba perplejo.
—¿Cómo iban a pastorear en el desierto?
—Hace doscientos años, este lugar no era todo desierto, sino que también
había un oasis —le explicó Xie Lian.
En ese momento, San Lang dijo:
—Hermano mayor.
—¿Qué pasa? —preguntó Xie Lian, girándose.
—En esa roca en la que estás sentado parece que hay algo escrito —dijo,
señalándola.
—¿Qué? —Xie Lian primero bajó la cabeza, y solo tras levantarse se dio
cuenta de que estaba sentado sobre una losa de piedra. Limpiando el polvo,

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descubrió dos caracteres escritos en la superficie; sin embargo, el grabado no
era muy profundo y no se veía con claridad. La mitad de la losa estaba
enterrada en la arena, y la escritura se extendía hacia arriba, ocultándose en la
oscuridad.
Puesto que había algo escrito, Xie Lian no podía ignorarlo.
—No me queda mucho maná, ¿quién de vosotros puede hacer una llama
de mano para iluminarlo? Eh… y gracias.
Nan Feng chasqueó los dedos, y de inmediato una llama apareció en su
palma. Xie Lian miró inconscientemente a San Lang, que no parecía nada
sorprendido. Después de todo, ya había visto incluso la técnica de las mil
millas de tierra reducidas, y Xie Lian pensó que, sin importar lo que ambas
partes se revelaran mutuamente en el futuro, ninguno ya se asombraría de
nada. Nan Feng movió la mano hacia donde señalaba Xie Lian e iluminó la
escritura tallada en la losa. Era una caligrafía muy extraña, ligeramente
inclinada, como si fueran los garabatos de un niño pequeño.
—¿Qué son estos caracteres? —inquirió Nan Feng.
—Evidentemente, es la escritura del reino de la Media Luna —respondió
San Lang.
—Creo que lo que Nan Feng ha preguntado es qué significan. Déjame ver
—repuso Xie Lian.
Limpió la arena y la gravilla de la losa hasta llegar a la línea superior,
donde los caracteres eran particularmente grandes; parecían ser un título.
Aquellos símbolos, además, se repetían a lo largo del texto. Fu Yao también
levantó una llama de mano a su lado.
—¿Sabes leer el idioma del reino de la Media Luna?
—A decir verdad —contestó Xie Lian—, antes de que apareciera ese
cultivador poseído del paso de la Media Luna, o como se llame, yo ya recogía
chatarra allí.
Silencio sepulcral.
—¿Qué pasa?
—Nada, solo tengo curiosidad por saber en cuántos lugares has recogido
chatarra.
Xie Lian sonrió y bajó la cabeza para seguir leyendo. Después de un
momento, de repente pronunció una palabra:
—«General».
—¿Qué? —preguntaron al unísono Nan Feng y Fu Yao.
Xie Lian levantó la vista.

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—He dicho que estos caracteres escritos en la parte superior de la losa
significan «general». —Y, tras una pausa, añadió—: Sin embargo, hay otro
carácter después de ellos, y no estoy muy seguro de lo que es.
Nan Feng pareció aliviado.
—Bueno, sigue leyendo entonces.
Tan pronto como Xie Lian asintió con la cabeza, Nan Feng sostuvo la
llama y extendió la mano un poco más hacia delante. Con este movimiento,
Xie Lian sintió de repente que algo no iba del todo bien. En los límites de su
campo de visión, parecía haber algo más. Con ambas manos posadas sobre la
losa repleta de caracteres, levantó lentamente la cabeza solo para ver que,
oculto en la oscuridad y vagamente iluminado por la llama, había un rostro
humano con cada centímetro de músculo en tensión. Con los dos ojos
mirando hacia abajo, lo observaba fijamente.
—¡¡¡Aaaaaaaaaah!!!
No fueron ellos los que gritaron, sino aquel rígido rostro humano.
Nan Feng también alzó su llama de mano, tan alto que ambos fuegos
finalmente lograron iluminar todo el interior de la caverna. Lo que acababan
de descubrir era una persona que había permanecido oculta en la oscuridad y
que ahora se arrastraba frenéticamente hacia un lado para escapar hasta el
fondo de la caverna. Justo en ese lugar yacían también, hechas un ovillo, otras
siete u ocho personas, abrazadas y temblando.
—¿Quiénes sois? —les gritó Nan Feng.
Su bramido inundó toda la caverna, retumbando por las paredes. A Xie
Lian ya le había perforado los oídos aquel primer chillido desgarrador, y no
pudo evitar taparse las orejas por el último grito de Nan Feng. El viento y la
arena formaban un estruendo ensordecedor y, al hablar entre ellos, apenas se
oían. Tras haber entrado en la cueva, primero se habían puesto a hablar de la
cultivadora del reino de la Media Luna y luego habían desviado la atención
para descifrar los caracteres sin ser conscientes de que durante todo ese
tiempo había oculto en la cueva un grupo de gente que no había dicho una
palabra. Las siete u ocho personas se estremecían atemorizadas y, solo
después de una larga pausa, un anciano de unos cincuenta años se atrevió a
romper el silencio:
—Somos una caravana de paso, no somos más que mercaderes normales y
corrientes. El viento y la arena son demasiado fuertes para que podamos
seguir nuestra marcha, así que nos hemos refugiado aquí.
Era el más sereno del grupo y parecía el líder.

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—Si solo sois mercaderes, ¿por qué os habéis ocultado de nosotros? —les
preguntó Nan Feng.
Justo cuando el anciano estaba a punto de hablar, un chico de diecisiete o
dieciocho años que estaba a su lado dijo, alzando la voz:
—No era nuestra intención acecharos, pero entrasteis corriendo de
repente. ¿Cómo íbamos a saber si erais o no bandidos? Luego os oíamos
hablar de la cultivadora del reino de la Media Luna, del reino fantasma, y
prendisteis llamas encima de las manos de la nada… Pensábamos que erais
los soldados de la media luna, patrullando el desierto para atrapar a gente y
comérosla. ¿Cómo íbamos a atrevernos a hacer ningún ruido?
El anciano parecía temer que las palabras del joven fueran demasiado
precipitadas y pudieran considerarse una provocación, por lo que lo regañó
enojado:
—Tian Sheng, ¡no digas tonterías!
Era un joven de ojos grandes y cejas pobladas, con buena planta y aspecto
honesto. Al ser reprendido por el anciano, dejó de hablar inmediatamente. A
Xie Lian por fin dejaron de pitarle los oídos y, tras destapárselos, intervino
con tono amable:
—No pasa nada, ha sido solo un malentendido. No hace falta que nos
pongamos nerviosos, tranquilicémonos. —Y, tras una breve pausa, continuó
—: Por supuesto que no somos soldados de la media luna. Soy el cultivador
de un templo, y estos son… devotos que han aprendido artes cultivadoras.
Vosotros sois mercaderes normales y corrientes, y nosotros también somos
cultivadores normales y corrientes, no tenemos ninguna mala intención. Solo
nos hemos topado con la misma tormenta y ha dado la casualidad de que nos
hemos refugiado en la misma gruta.
Su voz era suave, y hablaba tan despacio que logró calmar los ánimos.
Tras múltiples explicaciones y garantías de que no les iban a hacer ningún
daño, el semblante de los mercaderes se fue relajando.
Inesperadamente, San Lang se rio.
—¿Qué dices? No me creo que estos sean mercaderes normales y
corrientes. No seáis modestos, decid la verdad. —Todo el mundo se quedó
perplejo, mirándolo. El chico prosiguió—: ¿No es cierto que en el paso de la
Media Luna la mitad de los viajeros desaparece sin dejar rastro? A pesar de
haber oído ese rumor, os atrevéis a pasar por aquí, lo cual me parece muy
valiente. ¿Cómo podéis decir que sois unos mercaderes ordinarios?
Al oír esto, el anciano replicó:

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—Joven, eso no es necesariamente cierto. De hecho, los rumores suelen
ser exageraciones, y hay muchas caravanas que atraviesan este paso sin
contratiempos.
—Ah, ¿sí?
—Mientras encuentres a un guía adecuado y no entres por error en el
territorio del antiguo reino de la Media Luna, no hay problema. Por eso
buscamos a un lugareño para que liderara nuestra caravana.
—¡Así es! Todo depende del guía —intervino el joven Tian Sheng—. Le
estamos muy agradecidos a nuestro hermano mayor Ah Zhao. Nos ayudó a
evitar muchas zonas de arenas movedizas, y hace un momento, cuando vio
que el viento se levantaba, se apresuró a buscar un lugar donde resguardarnos
de la tormenta. Si no fuera por él, la arena ya nos habría enterrado vivos.
Xie Lian lo observó. Ese Ah Zhao que les hacía de guía era muy joven, de
unos veinte años, de semblante apuesto y rudo. Se mostró indiferente a todas
aquellas alabanzas y comentó con parquedad:
—No es nada, solo cumplo con mi deber. Lo único que espero es que este
viento amaine pronto y que los camellos y las mercancías estén bien.
—¡Seguro que sí!
Los mercaderes se mostraban tremendamente optimistas, pero Xie Lian
presentía que las cosas no iban a ser tan simples como ellos pensaban. Si,
como decían, no había ningún problema mientras no se adentraran en el
antiguo territorio del reino de la Media Luna, entonces, ¿qué pasaba con todas
las caravanas de las que la mitad de los viajeros desaparecía sin dejar rastro?
¿Todos morían por no creer en supersticiones?
Después de pensar en ello unos instantes, les susurró a Nan Feng y a Fu
Yao:
—Esperemos a que la tormenta de arena amaine. Nos aseguramos de que
esta gente esté a salvo y luego nos vamos al antiguo territorio del reino de la
Media Luna para averiguar qué está pasando.
Bajó la cabeza de nuevo y siguió mirando la escritura de la losa. Acababa
de reconocer los dos caracteres de «general», pero eso se debía a que esa
palabra aún se usaba bastante. A fin de cuentas, ya hacía más de doscientos
años que había viajado al reino de la Media Luna y, aunque hubiera aprendido
bien el idioma en aquella época, después de tanto tiempo lo había olvidado
todo, y ahora tratar de recuperar el vocabulario perdido le llevaría un poco de
tiempo y paciencia. En ese momento, San Lang, a un lado, dijo en voz alta:
—Sepultura del general.

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Tan pronto como lo pronunció, Xie Lian se acordó: ¿el último carácter no
era justo el de «sepultura», «tumba», «gruta»? Se dio la vuelta con curiosidad.
—San Lang, ¿acaso también conoces la escritura del reino de la Media
Luna?
El joven se rio.
—No mucho. Es solo un pasatiempo, me sé algunos caracteres.
Xie Lian ya estaba acostumbrado a que siempre respondiera así. Esa
escritura era realmente inusual, por lo que saber leerla era toda una rareza. Por
si fuera poco, la palabra «sepultura» no era precisamente de uso común, de
modo que, si realmente solo se sabía algunos caracteres, ¿cómo es que justo
conocía ese? Al responderle «no mucho», Xie Lian pensaba que en realidad lo
quería decir era «pregúntame lo que quieras».
—Estupendo. —Se limitó a sonreírle al muchacho—. A lo mejor los que
tú te sabes son justamente los que yo no. Ven aquí y los leemos juntos —dijo,
invitándolo con un suave gesto.
San Lang se acercó. Nan Feng y Fu Yao estaban a su lado, sosteniendo
llamas de mano para iluminarlos. Los dedos de Xie Lian acariciaban
pausadamente los caracteres de la estela. Los comentaba con San Lang entre
susurros, leyéndolos en voz baja. A medida que leían, sus miradas se volvían
cada vez más curiosas y finalmente se calmaron de nuevo.
El chico de la caravana llamado Tian Sheng era joven después de todo, y
los jóvenes son curiosos por naturaleza. Como hacía un momento ya habían
intercambiado algunas palabras, se sintió en confianza con ellos y se acercó a
preguntarles:
—Hermanos, ¿qué pone en la losa?
Xie Lian volvió en sí y respondió:
—Es una estela funeraria, y lo que está escrito son la vida y los logros de
un general.
—¿Un general del reino de la Media Luna?
—No, de las llanuras centrales —explicó San Lang.
—¿Un general de las llanuras centrales? —preguntó Nan Feng con
escepticismo—. Entonces, ¿por qué la gente del reino de la Media Luna le
erigiría una sepultura así? ¿No decías que ambos reinos estaban
constantemente en guerra?
—Este general es muy peculiar. Aunque la estela lo llama así en todo
momento, en realidad, solo era un oficial militar.
—Pero ¿en algún momento lo ascendieron a general?

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—La verdad es que no. Además, al principio comandaba a cien hombres;
más tarde, a setenta, y luego acabó comandando a cincuenta. En definitiva, no
paraban de degradarlo.
Este tipo de experiencia de ser degradado una vez, y luego otra, y así
hasta tocar fondo a Xie Lian le resultaba muy familiar. De hecho, sintió que
dos miradas se clavaban sobre él, pero fingió no darse cuenta y se dispuso a
continuar leyendo la inscripción de la estela. En ese momento, Tian Sheng
preguntó con perplejidad:
—¿Cómo puede un oficial del reino caer cada vez más bajo? Mientras no
cometas grandes errores, aunque no te asciendan, tampoco te degradan. ¿Qué
clase de fracasos pueden provocar que a alguien lo degraden así?
Xie Lian tosió ligeramente, cubriéndose la boca con el puño, y respondió
con solemnidad.
—Joven amigo, no es raro que un oficial baje de rango a lo largo de su
carrera.
—¿Eh?
San Lang soltó una carcajada.
—Efectivamente, ocurre a menudo.
Tras una pausa, prosiguió:
—La razón por la que este oficial fue destituido a rangos cada vez más
bajos no es porque no fuera un buen militar o no estuviera a la altura de su
puesto, sino porque, pese a que la relación entre los dos reinos no era buena,
entorpecía a las tropas en el campo de batalla.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No solo impedía que el otro bando matara a civiles de su reino, sino
también que los suyos asesinaran a civiles del reino enemigo. Por cada vez
que hizo esto, lo degradaron un rango —explicó San Lang.
Dijo todo esto pausadamente y, para oírlo mejor, los siete u ocho
comerciantes se acercaron poco a poco, como si lo escucharan contar un
cuento. Se habían metido de lleno en el relato y le prestaban toda su atención
a la vez que hacían comentarios.
—Creo que ese oficial no hizo nada malo, ¿verdad? —dijo Tian Sheng—.
Los soldados deben luchar en las batallas, por lo que lo correcto es
precisamente impedir que asesinen al pueblo llano, ¿no?
—Aunque no me parece muy apropiado que un oficial de alto rango se
muestre demasiado benevolente, tampoco tiene nada de malo.
—Exacto. Al fin y al cabo, solo salvó a inocentes, no le hizo daño a nadie.

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Xie Lian los escuchaba y sonreía ligeramente. Se notaba que el grupo de
mercaderes que tenía frente a él no habían vivido en la frontera de dos reinos
en guerra ni entendían cómo pensaba la gente doscientos años atrás. Ahora
que el reino de la Media Luna había sido aniquilado sin dejar rastro, al hablar
de este tema, la gente podía verlo con perspectiva, empatizar, ver los matices
e incluso alabar el comportamiento del oficial. Aunque no estuvieran de
acuerdo con su comportamiento, podían comprenderlo. Sin embargo, cien
años atrás, cuando ambos bandos estaban enzarzados en una guerra cruenta y
se profesaban un odio sin fin, las consecuencias de aquel tipo de
comportamiento iban mucho más lejos que un simple comentario indulgente
que lo tildara de demasiado benevolente.
De la caravana, probablemente solo Ah Zhao entendía un poco más
aquella época por ser de esa misma tierra.
—Hoy es hoy, y hace doscientos años era hace doscientos años. Este
oficial tuvo mucha suerte de que tan solo lo degradaran.
—Es ridículo —espetó Fu Yao con una mueca de desdén. Xie Lian ya
había adivinado su reacción y se limitó a masajearse las cejas. El rostro
sombrío del oficial apareció iluminado bajo la luz de las llamas—. Cada
puesto tiene sus responsabilidades y, si aquel hombre era un soldado, debería
haber recordado que su deber era siempre defender su reino, luchando
ferozmente en primera línea para matar al enemigo. Cuando dos países
luchan, matar es inevitable, y que uno muestre compasión como una mujer
sensiblera solo le granjeará el resentimiento de sus propios compañeros de
armas y que los generales enemigos lo consideren ridículo y patético. Nadie le
agradecería esa clase de comportamiento.
Sus argumentos parecían tener lógica, por lo que reinó un silencio
sepulcral en la caverna.
—Este tipo de personas solo tienen un final: la muerte. Además, la
mayoría de las veces acaban muriendo a manos de su propia gente —
sentenció Fu Yao con indiferencia.
Después de unos instantes sin que nadie abriera la boca, Xie Lian rompió
el silencio.
—Sí. Tienes toda la razón. Al final lo mataron.
—¡Oh! —exclamó Tian Sheng, estupefacto—. ¿Y cómo murió?
¿Realmente lo asesinó su propia gente?
Después de rumiarlo unos instantes, Xie Lian continuó explicando.

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—Pues no… La estela dice que un día este oficial no se calzó bien las
botas y, en pleno fragor de la batalla, se pisó a sí mismo, cayó al suelo y…
Todos los presentes en la cueva pensaron en un principio que el general
debía de haber tenido una muerte increíblemente trágica, por lo que, al oír
esto, y tras un instante de perplejidad en el que se estarían preguntando qué
clase de muerte era esa, estallaron en carcajadas.
—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…
—… y, debido al caos del momento, fue pisoteado y acuchillado por
soldados de ambos bandos que se batían en un furor enloquecido —continuó
Xie Lian.
—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…
San Lang arqueó una ceja.
—¿Os parece gracioso?
—Ejem… Sí, es muy trágico —coincidió Xie Lian—. Tengamos
compasión y no nos riamos de esto. Ya que estamos en su sepultura,
tratémoslo con respeto y dignidad.
—¡No lo hago con malicia! —se apresuró a excusarse Tian Sheng,
intentando contenerse—. Pero la verdad es que esto es… un poco… ¡Ja, ja, ja,
ja, ja, ja, ja!
Xie Lian pensó que no había nada que hacer, ya que también a él le habían
entrado ganas de reírse al leerlo, y se dijo que lo mejor habría sido no leer
aquella parte. Continuó, pues, traduciendo el resto de la estela.
—En conclusión, aunque este oficial no tenía muy buena reputación en su
propio ejército, la gente que vivía en el área limítrofe entre el reino de la
Media Luna y las llanuras centrales le estaban agradecidas por haberles
salvado la vida. Lo llamaban «general» y le construyeron aquí un sencillo
túmulo funerario de piedra, erigiendo esta estela en su honor.
—Más tarde —intervino San Lang—, la gente del reino de la Media Luna
también descubrió las propiedades mágicas de esta estela de piedra: si te
arrodillas frente a la lápida tres veces, puede revertir cualquier situación
difícil que te ocurra en el Gobi.
Su tono era tan inescrutable y convincente, y su rostro parecía tan serio y
solemne, que, nada más oírlo, varias personas se lanzaron a adorar la estela
inmediatamente, diciendo «en algo habrá que creer». Xie Lian estaba
desconcertado.
—¿Eh? ¿Eso dicen? ¿Que es mágica?
San Lang le sonrió de soslayo, susurrándole:

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—No, me lo he inventado. Ya que hace un momento se han reído ante
ella, no está de más que ahora muestren un poco de respeto, ¿verdad?
Xie Lian echó un vistazo y vio cómo los mercaderes se agolpaban frente a
la estela. Antes había sentido lástima por la memoria del general, pero ahora
se estaba divirtiendo con aquella escena.
—¿Cómo eres tan travieso? —le susurró.
San Lang le sacó la lengua. Ambos se estaban riendo cuando, de repente,
alguien gritó:
—¡¿Qué es esto?!
Aquel chillido agudo y penetrante, que retumbó por toda la caverna, heló
la sangre a todos los presentes.
—¡¿Qué pasa?! —dijo Xie Lian, mirando hacia el lugar de donde
provenía el grito.
La persona que estaba arrodillada ante la antigua estela de piedra huyó
rodando de allí aterrorizada.
—¡Serpiente!
Nan Feng y Fu Yao se giraron para iluminar con sus llamas de mano
aquella zona. Sobre el suelo arenoso, con actitud amenazadora, ¡había una
enorme y colorida serpiente!
Todo el mundo entró en pánico.
—¿Cómo puede haber una serpiente aquí?
—¿Cómo es que no ha hecho ningún ruido? ¡A saber cuándo se ha metido
aquí!
Cuando el fuego iluminó al animal, su cuerpo se irguió; parecía estar
totalmente alerta, lista para atacar en cualquier momento. Nan Feng estaba a
punto de cortarla en dos con su llama de mano, pero vio que un hombre se
acercaba despacio, cogía despreocupadamente a aquella serpiente de unos
veinte centímetros con las manos y la levantaba ante sus ojos para observarla
de cerca.
—¿Que haya serpientes en el desierto no es lo más normal del mundo?
Esta persona tan temeraria e imprudente era, naturalmente, San Lang.
Estaba agarrando a la serpiente por detrás de la cabeza, de manera que, por
muy venenosa que fuera, no podría atacarlo. El animal había rodeado
suavemente con su cola el brazo izquierdo del joven. Ahora que la veía de
cerca, Xie Lian pudo fijarse en su piel translúcida, que dejaba entrever su
interior, de un rojo púrpura brillante, surcado de finas hebras de negro.
Recordaba al color de los órganos internos, lo cual era una visión muy

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desagradable; su cola era, además, de color carne, y las filas de escamas se
sucedían capa tras capa como cáscaras duras, más parecidas a la cola de un
escorpión que a la de una serpiente.
Después de verle las escamas traseras, el rostro de Xie Lian cambió en un
segundo.
—¡Cuidado con la cola!
Antes de que terminara de pronunciar esas palabras, la cola enredada de la
serpiente soltó repentinamente el brazo de San Lang. Aquella especie de
aguijón parecía haberse transformado en otra cabeza de serpiente, que, tras
balancearse hacia atrás para tomar impulso, ¡se lanzó para atacar!
La cola se abalanzó sobre San Lang con extrema ferocidad, pero el joven
reaccionó con rapidez y, como si nada, la agarró con la mano derecha.
Sujetándola como si fuera una cosa muy graciosa, se la mostró a Xie Lian,
riendo.
—Esta cola es bastante interesante.
Xie Lian vio que la serpiente tenía un aguijón rojo y afilado en la punta de
la cola.
—Menos mal que no te ha picado. Es una serpiente cola de escorpión —
dijo, suspirando aliviado.
Nan Feng y Fu Yao también se acercaron a mirar al reptil.
—¿Serpiente cola de escorpión?
—Es bastante peligrosa —les explicó Xie Lian—. Es extremadamente
venenosa y muy poco común, oriunda del reino de la Media Luna. Hay tan
pocas que yo nunca había visto una, pero he oído hablar de ella. Tiene cuerpo
de serpiente y cola de escorpión, pero su veneno es aún más potente que el de
ambos a la vez. Como te muerda con los colmillos o te pique con la cola,
acabas…
Estaba diciendo esto cuando vio a San Lang pasarse la serpiente de una
mano a otra, estirándola y enrollándola, o poniéndosela alrededor del cuello
como si fuera una toalla. Solo le faltaba hacer un lazo de mariposa con ella.
—San Lang, no juegues con ella; es muy peligrosa —lo instó Xie Lian
con tono cariñoso tras haber enmudecido un instante.
Pero él se limitó a reírse.
—Está bien. Hermano, no te preocupes. Esta serpiente cola de escorpión
es el tótem de la cultivadora del reino de la Media Luna. Es muy raro tener la
suerte de toparse con una, quiero verla con detalle.
Xie Lian se quedó atónito.

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—¿El tótem de la cultivadora del reino de la Media Luna?
—Exactamente. Se dice que la mujer fue capaz de controlar a la población
de serpientes cola de escorpión, por lo que la gente pensó que sus poderes
mágicos eran ilimitados y le rindieron pleitesía como cultivadora del reino.
Tan pronto como escuchó las palabras «controlar a la población», Xie
Lian tuvo un mal presentimiento: siempre que se hablaba de eso, pensó, se
solía hablar de plagas, por lo que inmediatamente les dijo a los demás:
—Oídme todos, daos prisa y salid de aquí. Me temo que habrá más de una
serpiente…
Antes de terminar la frase, oyó un grito que le heló la sangre:
—¡¡¡Aaaaaah!!!
Uno tras otro, se oían los chillidos de la gente:
—¡Serpientes!
—¡Está todo lleno de serpientes!
—¡Aquí también hay!
En la oscuridad, siete u ocho serpientes cola de escorpión salieron
arrastrándose silenciosa y subrepticiamente. Aparecieron sin previo aviso:
nadie sabía de qué agujero habían salido, y no se abalanzaron sobre los
presentes, sino que se quedaron completamente inmóviles, mirándolos, como
si estuvieran examinando lo que ocurría. Un tipo de serpiente así, tan
silenciosa y furtiva, que ni siquiera te avisaba con un sonido siseante como
hacían las de cascabel, era algo particularmente peligroso. Nan Feng y Fu Yao
les lanzaron sendas bolas de fuego y crearon una gran explosión ígnea dentro
de la caverna.
—¡Fuera! —bramó Xie Lian.
¿Cómo se iba a atrever alguien a quedarse ahí dentro? Todos se
apresuraron a escapar. Afortunadamente, era la hora del atardecer y aún
quedaban algunos rayos de sol en el cielo. El tornado se había ido hacía ya
tiempo, y el viento y la arena del exterior también habían amainado en gran
medida. El grupo huía hacia el exterior corriendo mientras se oía a alguien
gritar:
—¡Esta estela es terrorífica! ¡Nos arrodillamos tres veces y, aun así, nos
pasa todo esto!
Xie Lian pensó en la gran suerte que tenían de que no supieran que eso se
lo había inventado San Lang.
—¡Sí! —Oyó a alguien más quejándose—. ¡Lo mismo que adorando a ese
inmortal chatarrero! Cuanto más lo adoramos, ¡más desgracias nos ocurren!

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Al ver que incluso allí, en aquel lugar en mitad de la nada, también lo
maldecían, Xie Lian se quedó sin palabras.
—¡Tío Zheng! —exclamó Tian Sheng.
Estaba ayudando a un anciano a caminar cuando este se derrumbó.
—¿Qué pasa? —Xie Lian se acercó al instante.
El anciano Zheng levantó una mano trémula con el rostro deformado por
el dolor. El corazón de Xie Lian se hundió al examinarlo: tenía una gran
hinchazón entre el pulgar y el índice, y, apenas visible, una diminuta marca de
color rojo púrpura. Temiéndose que fuera una picadura de serpiente cola de
escorpión, no se detuvo más en inspeccionarla y, sin tiempo que perder, gritó:
—¡Comprobad todos si tenéis alguna picadura o mordida! ¡Si os han
picado, haceos un torniquete, rápido!
Xie Lian le dio la vuelta a la muñeca del anciano y se fijó en las venas:
una mancha de color rojo púrpura se extendía a lo largo de su brazo. Al ser un
veneno tan potente, estaba a punto de desvendar a Ruo Xie cuando vio a
Ah Zhao arrancándose un jirón de tela y atándolo con fuerza en el brazo del
herido para impedir que la sangre envenenada fluyera hacia el corazón. Actuó
con enorme rapidez, y Xie Lian asintió con la cabeza, elogiando su gesto. Sin
necesidad de llamarlo, Nan Feng ya había sacado una cantimplora medicinal
de la que extrajo una píldora. Xie Lian se la dio al anciano mientras Tian
Sheng gritaba, presa del pánico:
—Tío, ¿estás bien? Hermano Ah Zhao, no se va a morir, ¿verdad?
El joven sacudió la cabeza.
—Lo ha mordido una serpiente cola de escorpión, no hay nada que hacer.
En dos horas como máximo, morirá.
—Pero… pero ¿qué podemos hacer? —Tian Sheng estaba totalmente
desesperado.

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El tío Zheng era el líder de la caravana, y los mercaderes también se
mostraban ansiosos.
—¿Este amable hermano no le ha dado un antídoto?
—La medicina que le he dado no es un antídoto —repuso Nan Feng—,
sino que tiene un efecto temporal para mantenerlo con vida. Como mucho, lo
ayudará a retrasar los efectos del veneno unas diez horas más.
Los comerciantes enloquecieron.
—¿Solo diez horas más?
—Es decir, ¿solo podemos esperar a verlo morir?
—¿Este veneno no tiene cura?
En ese momento, San Lang se acercó a paso lento.
—Hay una.
Todos se quedaron mirándolo.
—Hermano Zhao, ¿por qué no me has dicho antes que tiene cura? ¡Me
has dado un susto de muerte! —exclamó Tian Sheng, lleno de júbilo.
Ah Zhao, sin embargo, no dijo nada y se limitó a sacudir ligeramente la
cabeza en silencio.
—No te lo podía decir tan fácilmente. Si uno se salvara, pero otros quizá
no tuvieran tanta suerte, ¿cómo daría explicaciones luego?
—San Lang, ¿qué quieres decir? —lo interpeló Xie Lian.
—Hermano mayor, ¿conoces el origen legendario de la serpiente cola de
escorpión?
Según la leyenda, cientos de años atrás, un señor feudal del reino de la
Media Luna se adentró en las profundidades de las montañas para cazar. Sin
percatarse de ello, capturó a dos espíritus que se habían transformado en
animales venenosos: uno se había hecho serpiente y el otro, escorpión.
Aquellas dos criaturas se dedicaban a la cultivación en unas montañas
remotas, alejadas del mundo y sin dañar nunca a nadie, pero el señor del reino
de la Media Luna quería darles muerte, alegando que eran venenosas y que
tarde o temprano acabarían matando a alguien. Los dos espíritus le suplicaron
que los dejara vivir en paz, pero él, de temperamento cruel e inmisericorde,
los obligó a copular frente a todo un banquete que celebró con sus ministros,
todo para su divertimento, mientras se emborrachaban. Al final del banquete,
el rey mató a las dos criaturas venenosas. Solo la reina sentía que no podía
soportar tanta atrocidad, aunque tampoco se atrevía a desobedecer a su señor.
Aun así, arrancó una hoja de una planta aromática y la arrojó sobre los
cadáveres de las dos criaturas venenosas.

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La serpiente y el escorpión se transformaron en criaturas diabólicas y,
llenas de odio y rencor, profirieron la siguiente maldición: las crías nacidas de
aquel apareamiento ignominioso y todos sus descendientes permanecerían en
aquel territorio para siempre, hostigando a los humanos y cobrándose
víctimas en el reino de la Media Luna. Como resultado, las serpientes cola de
escorpión eran una plaga limitada a ese lugar y, una vez que mordían o
picaban a alguien, el veneno era rápido y la muerte, miserable. Sin embargo,
gracias al acto de bondad de la reina, que había arrojado aquella hoja como
mortaja improvisada, esa especie de planta aromática se convirtió en el único
antídoto eficaz contra su veneno.
Una vez que hubo terminado su explicación, San Lang añadió:
—Esa hierba se llama hierba de la buena luna y, además, solo crece en el
antiguo territorio del reino de la Media Luna.
Cuando los mercaderes oyeron esto, se mostraron perplejos.
—Esto… ¿Estos mitos y leyendas son de verdad? —se decían unos a
otros.
—Hermano, hay una vida humana en juego. ¡No estarás tomándonos el
pelo!
San Lang se limitó a sonreír sin decir nada más. Tian Sheng, por su parte,
buscaba la confirmación de Ah Zhao.
—Hermano Zhao, ¿es cierto lo que ha dicho el hermano vestido de rojo?
Tras murmurar algo para sí, este le contestó:
—Yo no sé qué hay de cierto en esos mitos y leyendas. Sin embargo, sí es
verdad que la hierba de la buena luna crece en el reino de la Media Luna y
que puede contrarrestar el veneno de la serpiente cola de escorpión.
—Es decir —intervino Xie Lian—, que para alguien con una mordida de
serpiente cola de escorpión solo hay una salvación posible y esta pasa por ir al
reino de la Media Luna a buscar esa planta, ¿verdad?
No era de extrañar que tantas caravanas y viajeros de paso siguieran
adentrándose en ese territorio aun sabiendo que la mitad de los viajeros
desaparecían sin dejar rastro. No era porque estuvieran empeñados en
abocarse a su propia muerte, sino porque precisamente, si no lo intentaban,
morirían de todas formas.
La serpiente cola de escorpión era el tótem de la cultivadora poseída del
paso de la Media Luna, y ella ejercía el control sobre aquellos reptiles, de
modo que su abrupta aparición no era una mera coincidencia. Ni la protección
de unos pocos inmortales podía garantizar que aquellas personas salieran

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ilesas de la incursión, y tampoco sabían si los atacarían más serpientes cola de
escorpión en el trayecto. Xie Lian se palpó la sien con el índice y accedió a la
sala telepática. Quería ver si podía echarle un poco de cara dura y tomar
prestados más oficiales inmortales de algún templo para que lo ayudaran. Para
su sorpresa, no pudo conectar con la sala: todo era oscuridad y silencio. Bajó
la mano con extrañeza. «No se me ha gastado el maná tan rápido, ¿no? Lo
comprobé por la mañana y aún me quedaba un poco».
—¿Quién de vosotros puede intentar acceder a la sala telepática? Yo no
puedo —dijo, volviéndose hacia Nan Feng y Fu Yao.
Tras unos instantes, los dos lo miraron con semblante serio.
—Yo tampoco puedo entrar —le explicó Nan Feng.
En los lugares donde las cotas de auras malignas estaban por las nubes, el
maná de algunos inmortales podía verse afectado, debilitado temporalmente o
directamente bloqueado. Los tres se temían que se encontraban en uno de
ellos.
Después de pasearse de un lado a otro durante un rato, Xie Lian levantó la
cabeza.
—Tal vez este lugar esté demasiado cerca del antiguo reino de la Media
Luna y nuestra comunicación telepática tenga interferencias…
En ese preciso momento, por el rabillo del ojo, vislumbró de repente un
color rojo púrpura deslumbrante. Nan Feng y Fu Yao seguían tratando de
acceder a la sala telepática; mientras, los mercaderes se afanaban en
comprobar si tenían alguna picadura. El joven Tian Sheng, preocupado por
atender a su tío Zheng, estaba tan absorto que no se percató de que tenía una
serpiente cola de escorpión reptando silenciosamente por su columna
vertebral.
El animal se enroscó sobre sus hombros. Sus colmillos no apuntaban al
cuello del joven, sino al brazo de San Lang, que estaba a su lado con aire
distraído. Y, tomando impulso hacia atrás, ¡la serpiente se abalanzó sobre él!
Justo en el preciso instante en que los colmillos estaban a punto de
atravesar la carne de San Lang, Xie Lian alargó la mano con rapidez y agarró
a la serpiente del pescuezo con una precisión pasmosa. Solo con la fuerza de
su mano podía partirle la nuca al reptil, salpicando todo con un revoltijo de
vísceras y sangre; sin embargo, no sabía si su carne y su sangre también
contenían toxinas, por lo que quiso ser cauto. Se apresuró a agarrarla de la
cola, que parecía más dura. Sin embargo, el cuerpo de la serpiente resultó ser
más resbaladizo de lo que esperaba y, tras intentar sujetarla, sintió cómo algo

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frío y blando se escurría por las grietas de sus dedos. Al momento sintió un
pinchazo muy doloroso en el reverso de la mano.
¡La cola de escorpión!
Sin embargo, después de la picadura, Xie Lian volvió a agarrar a la
serpiente de la cola y apretó con la mano hasta dejarla inconsciente. Pese a la
mordida, su expresión no cambió en absoluto, y se limitó a arrojar al suelo el
cuerpo inmóvil del reptil.
—Tened todos cuidado, puede haber más serpientes alrededor…
No hubo terminado de decir esto cuando notó que alguien le agarraba la
muñeca.
—¿San Lang? —Xie Lian se quedó mirando al joven, desconcertado.
La razón por la que había preguntado con tanta perplejidad se debía a la
expresión en la cara del chico: había algo extraño en esa mirada,
completamente imposible de describir con palabras, pero capaz de provocarle
escalofríos a cualquiera que la viera. San Lang examinó la pequeña herida del
dorso de la mano de Xie Lian. Al principio solo parecían unos pinchazos de
acupuntura, pero el veneno actuaba de forma rápida y virulenta. El dorso de la
mano se convirtió inmediatamente en un enorme bulto inflamado de rojo
púrpura, y la diminuta herida fue creciendo hasta asemejarse a una puñalada
hecha con un cuchillo de grandes dimensiones. San Lang permaneció con
gesto impasible y, sin pronunciar una palabra, agarró a Ruo Xie y la usó para
sujetarle la muñeca con un nudo muy apretado, impidiendo que la sangre
envenenada siguiera fluyendo. Aunque a Ruo Xie le gustaba hacerse de rogar
y actuar como un niño travieso con Xie Lian y nunca se mostraba
especialmente obediente, se dejó manipular por San Lang de manera
totalmente sumisa, como si fuera un trozo de tela inerte.
Desde que ambos se habían conocido en la carreta, Xie Lian nunca había
visto esa expresión en el rostro del chico. Estaba a punto de decirle algo más
cuando lo vio desenfundar una daga de la cintura de uno de los comerciantes.
Al ver esto, y comprendiendo de inmediato lo que se disponía a hacer, Nan
Feng encendió una llama de mano. San Lang ni siquiera lo miró y colocó la
punta de la daga en el fuego, templando el hierro de la hoja. Tras darse la
vuelta de nuevo, hizo dos cortes rápidos y superficiales en forma de cruz
sobre la mano herida de Xie Lian y, cuando se dispuso a agachar la cabeza
para succionar el veneno, este se apresuró a interrumpirlo.
—No es necesario. La toxina de la serpiente cola de escorpión es muy
poderosa; no sirve de nada succionarla, y puede que tú también te

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envenenes…
El muchacho no dio lugar a más explicaciones y, sujetándolo con fuerza,
le cubrió la mordedura con los labios. Sin saber por qué, a Xie Lian le
comenzó a temblar el brazo.
—Así tú también te puedes intoxicar, es un veneno muy potente —lo
amonestó Fu Yao—. Aprovecha que no te han mordido, ¿de qué te sirve
intoxicarte? Solo estás empeorando las cosas.
Fu Yao estaba en lo cierto. De hecho, Xie Lian pensó en cómo hacía un
momento San Lang jugueteaba con una de las serpientes, y estaba seguro de
que al joven no lo morderían tan fácilmente. Si lo hicieran, seguramente le
daría absolutamente igual. Pero, como Xie Lian prefería pasarse de largo
antes que quedarse corto, ¿qué habría pasado si San Lang de verdad no
hubiera visto cómo esa serpiente lo atacaba? Y, ahora que lo habían mordido
al intentar ayudar a su compañero, no tenía ningún sentido lamentarse por
ello.
—De todas formas, ni siquiera me duele, así que no creo que me mate. No
os preocupéis por mí. —Xie Lian agitaba la otra mano, quitándole hierro al
asunto.
—¿De verdad no te duele? —le preguntó Fu Yao.
—No, ya no siento nada —le respondió con total sinceridad.
Xie Lian no estaba fingiendo: había sido siempre un tipo con tan mala
suerte que, cuando le daba por adentrarse en las montañas, ocho de cada diez
veces acababa pisando serpientes venenosas o lo picaban insectos venenosos
o cosas así. Ya lo habían picado cientos de veces criaturas con toxinas de todo
tipo, pero siempre se había negado tozudamente a morir. A lo sumo tenía
fiebre durante tres días con sus tres noches, y luego se despertaba como
nuevo. Además, tenía la sensibilidad al dolor completamente adormecida, ya
que su cuerpo se había acostumbrado a todo tipo de padecimientos.
Al oír a Xie Lian decir aquello y ver que la hinchazón había desaparecido,
San Lang levantó por fin la cabeza. Un hilo de sangre le caía del labio y lucía
una mirada gélida. Desvió su atención hacia el cuerpo inerte de la serpiente en
el suelo. Tan solo se oyó un lúgubre ¡bang!, y el cuerpo del reptil estalló en un
charco rojo púrpura de sangre y vísceras. La multitud se asustó al ver que la
serpiente explotaba de repente, pero no sabían quién lo había hecho y, aunque
no les había salpicado aquella carnicería, estaban igualmente aterrados. Tian
Sheng era el único que parecía recordar la picadura de Xie Lian, y dijo con
tono de preocupación:

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—Hermano mayor, a ti también te han mordido, ¿no? ¿Qué podemos
hacer?
Xie Lian se apretó el vendaje de la muñeca y le sonrió.
—Amigo, estoy bien. El plan es el mismo de antes, ahora iremos a buscar
la hierba de la buena luna.
—¿Vais a ir? —inquirió un comerciante—. ¿Y nosotros? ¿No deberíamos
enviar a alguien también?
—No es necesario —repuso Xie Lian—. El reino de la Media Luna es un
lugar extremadamente peligroso, por lo que una persona más es un riesgo
más. Encontraremos la hierba de la buena luna y os la traeremos en menos de
doce horas.

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Los mercaderes murmuraban entre ellos:
—De… ¿de verdad? Os estamos muy agradecidos…
—Sois muy amables…
Sin embargo, les cambió la cara tan pronto como Xie Lian pronunció su
siguiente frase.
—Aunque, para encontrar el antiguo reino de la Media Luna tan pronto
como sea posible, me gustaría pediros un favor. No sé si podríais dejar que
vuestro compañero viniera con nosotros para guiarnos.
El compañero al que se refería era, naturalmente, Ah Zhao. Si hacía un
momento las caras de los comerciantes eran de alegría y agradecimiento,
ahora la mayoría de ellos se mostraban dubitativos. Xie Lian comprendía que
les preocupaba que huyeran con su guía después de encontrar la hierba de la
buena luna e, incluso si Ah Zhao se quisiera comportar con integridad y no
estuviera dispuesto a fugarse con ellos, este cambio de planes resultaba un
gran retraso en su travesía. Sin embargo, no tenían ninguna intención de
acompañarlos a ese lugar diabólico del que se rumoreaba que la mitad de los
viajeros desaparecían sin dejar rastro, así que sus opiniones estaban muy
divididas.
Así era la naturaleza humana, y Xie Lian podía comprenderlo
perfectamente, por lo que se apresuró a añadir:
—Pero también me preocupa que os ataquen, así que, Fu Yao, tú quédate
aquí para protegerlos.
Al ver que un miembro del grupo de Xie Lian se quedaba con ellos, los
comerciantes finalmente accedieron.
—De acuerdo. Siempre y cuando Ah Zhao esté dispuesto a ir con
vosotros.
Xie Lian se volvió hacia él.
—Hermano, ¿nos harías este favor? Si no quieres, también lo
entenderemos.
—Sí —asintió Ah Zhao—. Pero en realidad es muy fácil encontrar la
antigua ciudad de la Media Luna, basta con seguir recto en esta dirección.
Después de despedirse de los comerciantes, Ah Zhao marchó al frente
para liderar el camino, con Xie Lian, San Lang y Nan Feng siguiéndolo de
cerca. Después de caminar durante un rato, Xie Lian le preguntó:
— Ah Zhao, ¿hay serpientes cola de escorpión en esta zona?
—Son extremadamente raras. Era la primera vez que las veía.

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Xie Lian asintió y dejó de hacer preguntas. De hecho, él había vivido en
las inmediaciones del reino de la Media Luna durante algún tiempo y también
era la primera vez que las veía, por lo que no le extrañó esa respuesta.
—¿Sospechas de este tal Ah Zhao? —le susurró Nan Feng, presintiendo
algo.
—De todos modos, basta con no perderlo de vista —musitó a su vez Xie
Lian.
Si las cosas fueran como antes, el primero en abrir la boca definitivamente
habría sido San Lang. Sin embargo, quizá debido al incidente de hacía un
momento, el joven continuaba con un semblante sombrío y taciturno. Xie
Lian no comprendía qué le pasaba, pero ahora no era el momento de hablar
con él y se limitó a caminar. Los cuatro atravesaron el Gobi, surcado de
matorrales secos, durante media hora. Con la tormenta ya muy lejos y sin
arena que los azotara y entorpeciera la marcha, andaban a paso rápido, y poco
a poco el camino se volvía más verde: la vegetación se abría paso entre las
grietas de las rocas, aferrándose a la vida con evidente dificultad. Cuando el
sol estaba a punto de ponerse, Xie Lian finalmente vislumbró la antigua
capital en el horizonte.
Era una ciudad difícil de distinguir, ya que, como era de color amarillo
terroso, se fundía con el paisaje de vastas dunas. Había murallas
semiderruidas, y algunos segmentos habían sido devorados por la arena. Al
acercarse, se dieron cuenta de que la muralla de la ciudad era extremadamente
alta: con sus más de veinte metros, no era difícil imaginar la grandeza y el
esplendor de los que debió de gozar aquel lugar en el pasado. Al atravesar el
portón, los cuatro compañeros hicieron su entrada oficial en los dominios del
antiguo reino de la Media Luna. Accedieron a una amplia avenida
completamente vacía. A ambos lados todo era desolación: casas en ruinas,
estatuas en ruinas, muros en ruinas. Tal vez por pura costumbre de dar
instrucciones a los demás, Ah Zhao les advirtió:
—Tened cuidado, id detrás de mis pasos.
Sin embargo, a aquellos tres viajeros no les hacía falta que les dieran ese
tipo de consejos. Nan Feng parecía escéptico, probablemente porque la
antigua capital del reino de la Media Luna no se parecía en nada a lo que tenía
en mente.
—¿Este es el reino de la Media Luna? ¿Por qué es tan pequeño? No
parece ni una ciudad propiamente dicha.

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—En lo que se refiere a los reinos del desierto —le explicó Xie Lian—, el
país es tan grande como su oasis. En su máximo esplendor, el reino de la
Media Luna solo tenía unos diez mil habitantes. Así que, efectivamente,
siempre ha sido así de pequeño. No estaba mal cuando había mucha gente, era
un sitio bastante animado.
—Para invadir un país así, bastarían unos pocos días —opinó Nan Feng,
observando a su alrededor.
—En absoluto —replicó Xie Lian, negando con la cabeza—. Nan Feng,
no deberías subestimar al pueblo de la Media Luna. Aunque su población no
pasaba de diez mil personas, su ejército se mantenía siempre por encima de
los cuatro mil soldados durante todo el año. Tenían más hombres que mujeres
y, exceptuando a los ancianos, a los enfermos y también a los campesinos que
labraban la tierra, casi todos los hombres estaban en el ejército. Además, la
mayoría de los soldados medían más de dos metros y eran famosos por su
bravura y su fiereza. Empuñando sus garrotes con dientes de lobo, seguían
batiéndose incluso con un cuchillo clavado en el pecho, por lo que eran
extremadamente difíciles de derrotar.
Ah Zhao parecía ligeramente sorprendido, y se quedó mirando a Xie Lian.
—Este caballero parece saber mucho.
Xie Lian se limitó a sonreír. Estaba a punto de hacer un comentario casual
para quitarle hierro al asunto cuando Nan Feng volvió a lanzar una pregunta.
—¿Qué es ese muro? —dijo, señalando un enorme edificio de loess en la
distancia.
Llamarlo «edificio» resultaría un poco exagerado, ya que, estrictamente
hablando, solo podía referirse a eso como una cosa rodeada por cuatro altos
muros de tierra, sin puertas ni tejado. Cuatro muros desnudos de tierra, cada
uno de los cuales medía más de veinte metros de altura, y sobre ellos se
alzaba un mástil en el que, hecho jirones y completamente destrozado, algo
ondeaba al viento; no se apreciaba si era un estandarte o alguna otra cosa. Sin
saber por qué, aquella visión enigmática les dio un escalofrío a todos los
presentes.
—Ese es el Pozo de los Pecadores —declaró Xie Lian tras observarlo un
instante.
Tan pronto como escuchó ese nombre, Nan Feng tuvo claro que,
definitivamente, aquello no era nada bueno.
—¿El Pozo de los Pecadores? —repitió, frunciendo el ceño.

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Después de un momento musitando algo para sí, Xie Lian continuó la
explicación.
—Imagínatelo como una prisión. Era el lugar donde encerraban a los
criminales.
—Si ni siquiera hay una puerta, ¿cómo podían encerrar ahí a nadie?
¿Acaso los arrojaban desde arriba?
Xie Lian estaba pensando si decírselo o no cuando San Lang intervino de
repente:
—Los tiraban abajo. Además, el fondo estaba lleno de serpientes
venenosas, escorpiones y bestias hambrientas.
Al oírlo hablar por fin, el corazón de Xie Lian se llenó de alivio. Sin
embargo, cuando se miraron el uno al otro, San Lang apartó la vista.
—¡Eso no era una jodida prisión! —se puso a maldecir Nan Feng—. Más
bien era una tortura cruel, ¡una atrocidad! Los habitantes del reino de la
Media Luna o estaban mal de la cabeza, o eran unos depravados por
naturaleza.
—No todos —apuntó Xie Lian, masajeándose el ceño—. También había
gente que era muy maja. —En este punto, de repente dejó de hablar y se
dirigió de nuevo a sus compañeros con una mirada penetrante—. Esperad.
Los otros tres se detuvieron al instante.
—Fijaos en el poste que hay arriba. —Xie Lian lo señaló—. ¿No hay una
persona colgada?
El sol se hundía por el oeste, la noche se cernía sobre el firmamento y
había mucha distancia, por lo que resultaba difícil ver con claridad qué era lo
que colgaba del mástil. Sin embargo, a medida que se acercaban, el contorno
de la silueta fue haciéndose más y más nítido hasta mostrar lo que
visiblemente era una persona escuálida y vestida de negro, con la ropa
completamente hecha jirones, colgada del poste sobre el Pozo de los
Pecadores. Parecía un muñeco de trapo balanceándose siniestramente con
cada ráfaga de viento.
—Sí —le confirmó escuetamente San Lang.
El rostro de Ah Zhao se puso lívido al ver a una persona allí colgada. Era
una imagen demasiado macabra y extraña, y ni siquiera alguien tan
imperturbable como él podía soportarlo. En aquel preciso instante, San Lang
giró la cabeza ligeramente a un lado y les dijo con voz grave:
—Hay alguien aquí.

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No solo él lo había detectado, Xie Lian también había oído un leve ruido
de pasos. Los cuatro se dispersaron inmediatamente, escondiéndose en las
construcciones en ruinas a ambos lados de la gran avenida. Xie Lian y San
Lang se ocultaron en la misma casa derruida, mientras que Nan Feng y
Ah Zhao se cobijaron en la opuesta. No transcurrieron más que unos instantes
cuando del final de la calle repleta de escombros emergió una cultivadora
vestida de blanco. La mujer, ataviada con una ligera túnica blanca como la
nieve, sostenía en la mano un abanico de plumas de cultivación y caminaba
por la calle mirando a izquierda y derecha. Sus ojos resplandecían y, a juzgar
por su expresión, parecía como si aquel lugar no fuera una antigua ciudad
abandonada durante siglos, sino más bien un pequeño jardín por el que ella
podía pasear a su antojo. No muy lejos, una mujer vestida de negro caminaba
pausadamente detrás de ella con las manos tras la espalda. Tenía unas
facciones hermosas, pero denotaban frialdad y melancolía. Su mirada era
como una daga desenfundada, y su larga cabellera caía sobre sus hombros con
languidez. Un aura gélida y sedosa emanaba de ella. Aunque caminaba detrás
de la cultivadora de blanco, a nadie se le ocurriría considerarla la subordinada
de nadie.
Eran las mismas personas a las que habían visto fuera del habitáculo
abandonado aquel mediodía. En aquel momento, ambas figuras pasaron como
un relámpago, y Xie Lian solo logró atisbar a lo lejos la silueta alta y esbelta
de la persona vestida de negro, sin alcanzar a distinguir si era un hombre o
una mujer. Ahora sí podía ver que las misteriosas personas a las que habían
visto antes eran dos mujeres. La de blanco solo podía ser la cultivadora del
reino de la Media Luna, pero ¿quién podría ser la de negro?
—¿Dónde se han escondido esas personas? —comentó la cultivadora del
reino de la Media Luna, sacudiendo pausadamente su abanico de plumas—.
Al menor descuido se han esfumado. ¿Acaso ahora tendré que buscarlos y
matarlos uno por uno?
«Efectivamente», pensó Xie Lian, «nos han estado vigilando desde que
entramos en la ciudad». La mujer vestida de negro se acercó y, adelantando a
su compañera, con el rostro inexpresivo, le dijo sin siquiera dirigirle una
mirada:
—Si necesitas ayuda para matarlos, puedes llamar a tus amigos.
Con estos «amigos» solo podía referirse a los sanguinarios y feroces
soldados de la media luna.

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—¡Ja! —La cultivadora del reino de la Media Luna soltó una risotada—.
No me gusta recurrir a nadie más. Solo a ti. ¿Estás contenta?
La mujer vestida de negro, sin embargo, no puso ninguna cara y respondió
con tono gélido:
—¿Tengo que alegrarme de que me llames para esto? Vayamos rápido.
La cultivadora del reino de la Media Luna enarcó una ceja y aceleró la
marcha. Escuchando su conversación, parecían dos viejas conocidas con una
relación muy estrecha. Era evidente que no eran gente corriente y también que
la mujer de negro tenía que ser alguien de alta alcurnia. ¿Cuántas personas
había que conocieran de manera tan cercana a la cultivadora del reino de la
Media Luna? ¿Una misteriosa condiscípula? ¿O tal vez el reino tenía una
reina o una general?
Xie Lian contuvo la respiración mientras pensaba con rapidez. Lo que
tenía claro era que no quería ser descubierto en ese momento. A la luz de lo
que había visto hasta ahora, la cultivadora del reino de la Media Luna tenía un
carácter impredecible y enigmático. Bastaba con que los encontraran ahora
para que las hordas de los legendarios soldados de la media luna, de casi tres
metros de altura, se abalanzaran sobre ellos blandiendo sus garrotes con
dientes de lobo. Un enredo así los tendría entretenidos un buen rato. Y, si solo
tenían doce horas, cada hora de menos era un riesgo añadido. Pero, para
desgracia de Xie Lian, formaba parte intrínseca de su manera de ser el que,
cuanto menos deseaba algo, antes le ocurriera. Al pasar justo frente a la casa
donde se cobijaban, la mujer vestida de negro se detuvo súbitamente y barrió
con la mirada las ruinas, escudriñando cada rincón. La cultivadora del reino
de la Media Luna había continuado unos pasos hacia delante y, cuando la vio
detenerse, ella también se paró.
—Eh, ¿vamos o no?
—Ven, vuelve aquí.
—Oh —exclamó la cultivadora del reino de la Media Luna, retrocediendo
sobre sus pasos.
Parecía que la mujer de negro estaba a punto de levantar la mano cuando,
de repente, ¡se oyó un estruendo en el lado opuesto de la calle!
Las ruinas donde se escondían Nan Feng y Ah Zhao se derrumbaron de
repente y, al hacerlo, se generó un efecto en cadena en todas las
construcciones semiderruidas, que colapsaron a izquierda y derecha,
inundándolo todo con una gran nube de polvo. En mitad de aquel caos de
arena y rocas que surcaban el aire, una sombra negra salió disparada y,

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lanzando una poderosa llamarada, atacó por sorpresa a la cultivadora del reino
de la Media Luna. La mujer vestida de negro se apresuró a colocarse frente a
su compañera y, con la mano izquierda aún detrás de la espalda, golpeó con
gran facilidad la bola de fuego, enviándosela de vuelta a quien se la había
lanzado. La sombra negra también reaccionó con una rapidez inhumana,
esquivándola como un relámpago, y con la agilidad de un mono se escabulló
entre el polvo y la arena. La cultivadora del reino de la Media Luna fue tras
ella de inmediato, pero la mujer vestida de negro aún tuvo tiempo de dirigir
otra mirada hacia donde se encontraba Xie Lian antes de unirse a la
persecución. Todo el incidente transcurrió en apenas unos segundos. «¡El
bueno de Nan Feng!», pensó Xie Lian. Escondido al otro lado de la calle, el
joven debía de haber visto que estaban a punto de ser descubiertos y había
atacado como medida de distracción, atrayendo al enemigo hacia sí. Se había
lanzado él solo, por lo que Ah Zhao aún estaría entre las ruinas. Tras
asegurarse de que ya no había peligro, Xie Lian tiró de San Lang para salir de
su escondrijo.
— Ah Zhao, ¿estás bien? No estás herido, ¿verdad?
Al instante una voz apagada les llegó desde debajo de una casa
derrumbada.
—Estoy bien.
—Menos mal —se alivió Xie Lian.
Aunque confiaba en que, al derribar el edificio, Nan Feng habría
controlado minuciosamente la caída para que no aplastara al hombre, tuvo
que comprobarlo para quedarse totalmente tranquilo. Levantó una viga
podrida con una sola mano y, al cabo de un momento, Ah Zhao salió
arrastrándose de debajo de la casa con gran dificultad, con la cara totalmente
cubierta de polvo. Irguiéndose, se dio dos palmaditas en el rostro y recuperó
su gesto sereno y estoico.
—Ahora solo quedamos tres personas —le explicó Xie Lian—. Han ido a
perseguir a Nan Feng, por lo que tenemos que darnos prisa. Ah Zhao, ¿sabes
dónde crece exactamente la hierba de la buena luna?
Él, sin embargo, sacudió la cabeza.
—Lo siento. Solo conozco la ubicación de la antigua ciudad y nunca había
estado aquí antes, así que no tengo ni idea.
—Se dice que la hierba de la buena luna crece en lugares sombríos, que es
una planta de tallo corto y raíces muy finas, pero con las hojas

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desproporcionadamente grandes, y que tiene forma de melocotón puntiagudo
—apuntó San Lang—. ¿Por qué no miras cerca de ese edificio alto?
—¿Edificio alto? —preguntó Xie Lian tras pensarlo.
Si se hablaba de edificios altos, ¿en qué reino había uno más alto e
imponente que el palacio imperial? Además, según la leyenda, tras el
banquete, la reina arrancó un trozo de hierba de la buena luna, lo que también
podría indicar que la planta, efectivamente, crecía allí. Los tres miraron a su
alrededor y vieron que en el centro de la ciudad se erigía un palacio de ladrillo
y tejas. Se alzaba imponente desde lejos, pero de cerca el grado de deterioro
apenas era inferior al de las demás construcciones. Después de atravesar la
entrada del palacio, había un gran jardín. Tal vez aquel lugar no fuera un
jardín en el pasado, sino una plaza o algo parecido, pero, tras tantos siglos de
abandono, tan solo quedaba un descampado lleno de hierbajos. Eso era un
cambio para mejor, ya que resultaba más fácil pisar sobre tierra firme,
vestigios del antiguo oasis, que sobre la arena. La hierba de la buena luna
debía de encontrarse escondida entre la multitud de plantas salvajes.
—Démonos prisa, solo tenemos doce horas. Aunque hemos de ir con
mucho cuidado con las serpientes cola de escorpión.
Ah Zhao asintió, y San Lang también dejó escapar un «hmm» de
aprobación. Los tres agacharon la cabeza y se pusieron manos a la obra. Sin
embargo, Xie Lian de pronto recordó que el cultivador del reino de la Media
Luna podía manipular a su antojo las serpientes cola de escorpión, por lo que
sería lógico que más reptiles los hubieran atacado al adentrarse en su
territorio. Sin embargo, después de que el grupo entrara en la antigua ciudad
de la Media Luna, no habían vuelto a ver ninguna.
Xie Lian enderezó la espalda y estaba a punto de decir algo cuando, de
repente, sus manos palparon algo parecido a un tronco.
Al bajar la mirada, vio una pierna humana.
—¡¡¡¡Aaaaaaaah!!!!
Xie Lian retiró la mano y enmudeció. Se conocía y sabía que, cada vez
que veía o palpaba algo en la oscuridad y se enfrentaba a una visión así de
espeluznante, solía ocurrir que otros a su lado se le adelantaban para gritar
antes de que él tuviera tiempo de pronunciar palabra. Pero, en realidad, él
debería ser el que estuviera más asustado, ¿no? Aprovechando que los
arbustos y las malas hierbas de aquel jardín eran densos y frondosos, alguien
se había escondido entre la maleza hasta que Xie Lian le tocó sin querer la

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pantorrilla. La pierna se contrajo enseguida, haciendo mecerse y susurrar a los
arbustos.
—¡No me pegues, hermano, que soy yo! —gritó una voz.
Xie Lian afinó la mirada para ver de quién se trataba: jamás se habría
imaginado que la voz que le gritaba «¡no me pegues!» fuera la de Tian Sheng,
el joven mercader de grandes ojos y cejas pobladas. El chico suspiró aliviado
al ver que lo reconocía. Sin embargo, tras darse cuenta de quién era, Xie Lian
no exhaló un suspiro de alivio, sino que, por el contrario, se alarmó aún más.
—¿Tú no te habías quedado con los demás para cuidar de los heridos?
¿Qué haces aquí? ¿De verdad eres Tian Sheng? —le preguntó mientras alzaba
un brazo para obstruirle el pecho.
Puesto que había aparecido en tales circunstancias, parecía más bien como
si otra «cosa» se hubiera transformado en Tian Sheng para hacerse pasar por
él.
—¡Soy yo! —se afanó en responder el chico—. Soy yo de verdad. No he
venido solo, ¡también hay otros tres compañeros! Están dentro; si no me
crees, ¡compruébalo tú mismo!
Señalaba hacia el palacio y, efectivamente, no mucho después tres
personas salieron corriendo de las ruinas. Pertenecían al grupo de
comerciantes que habían dejado con Fu Yao. Cuando vieron a Xie Lian, su
primera reacción fue de perplejidad y, a continuación, de vergüenza.
Xie Lian exhaló con fuerza antes de ponerse de pie.
—¿Qué pasa con vosotros? —dijo, sacudiendo el dobladillo de su túnica
blanca.
Ante su pregunta, los mercaderes se ruborizaron y no emitieron ningún
sonido. Finalmente, Tian Sheng rompió el silencio:
—Hermanos, al poco de que os fuerais, el envenenamiento del tío Zheng
se recrudeció. Estaba tan mal que nosotros… No sabíamos cuándo volveríais
y nos preocupaba que no pudierais encontrar la hierba curativa o que no lo
hicierais a tiempo. El hermano Ah Zhao indicó que bastaba con seguir esta
dirección para llegar hasta el reino de la Media Luna, así que pensamos que,
cuantos más fuéramos, antes encontraríamos la planta. Por eso también hemos
venido hasta aquí…
Y siguió con las explicaciones un rato más, mostrando arrepentimiento.
Tenían miedo de que Xie Lian y sus compañeros encontraran la hierba de la
buena luna y escaparan con Ah Zhao, por lo que decidieron seguirlos. Xie
Lian supuso que Fu Yao o bien no había podido persuadirlos para que se

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quedaran, o bien simplemente le había dado pereza intentarlo y consideró que
era imposible detener a un grupo de personas obstinadas en no escuchar las
advertencias y empeñadas en abocarse a su propia muerte.
—Le habéis echado demasiadas agallas —dijo finalmente Xie Lian con
impotencia—. No ignoráis en absoluto lo que puede haber en esta ciudad ni lo
que puede suceder, ¿y, aun así, os atrevéis a venir?
Imaginó que Tian Sheng sabía que seguirlos era una clara muestra de
desconfianza hacia ellos y, sintiéndose culpable, se había ocultado entre los
matorrales sin atreverse a hablar, por lo que, al descubrirlo, estaría aún más
avergonzado.
—Lo siento, hay una vida en juego. No teníamos tiempo para pensar y…
Era inevitable: en cuestiones de vida o muerte, era parte de la naturaleza
humana actuar atropelladamente y con recelo. Además, habían mostrado una
gran camaradería al estar dispuestos a poner en riesgo sus propias vidas por su
compañero envenenado. Xie Lian no podía echarles en cara gran cosa, así que
se limitó a masajearse el entrecejo.
—Habéis tenido mucha suerte de no haberos topado con nadie al llegar
hasta aquí. Al margen de todo esto, ¿cómo supisteis que teníais que venir al
palacio para encontrar la hierba de la buena luna?
—Nosotros tampoco sabíamos dónde buscarla —repuso Tian Sheng,
rascándose la cabeza—. Sin embargo, ¿no decía la historia que contó el
hermano vestido de rojo que la reina recogió la hierba de la buena luna? A las
reinas ni siquiera se les permite salir del palacio a voluntad, ¿no? Así que
pensé en venir aquí a probar suerte.
Xie Lian pensó que el joven tenía la cabeza bien amueblada y que
probablemente su suposición era acertada. En aquel momento, San Lang
anunció:
—La he encontrado.
Xie Lian se giró para ver al muchacho levantando un puñado de hojas de
color verde jade de las que colgaban el tallo y unas pocas raíces. Eran del
tamaño de la mano de un bebé y tenían forma de melocotón puntiagudo, con
unas raíces finísimas. Sin siquiera tener que confirmarlo con Ah Zhao, Xie
Lian supo que aquella era con seguridad la legendaria hierba de la buena luna.
Antes de que pudiera añadir nada, San Lang ya le había tomado la mano
herida.
Había llegado a hincharse de manera espantosa, pero, tras haberle
succionado el veneno, aunque la toxina no había sido eliminada, la

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inflamación había disminuido mucho. De inmediato San Lang sujetó su mano
herida, mientras que con la otra sostenía la hierba de la buena luna. La cerró
en un puño y, aunque no pareció hacer fuerza, cuando la abrió, la planta se
había convertido en un polvo fino y verde. Lo aplicó en el dorso de la mano
de Xie Lian, el cual sintió unas hebras de frescura extendiéndose lentamente
por toda la herida.
—San Lang, muchas gracias.
Este, sin embargo, no respondió. Después de aplicarle el ungüento de
hierbas, le soltó la mano. La atmósfera entre los dos se había enrarecido y,
aunque Xie Lian intuía que pasaba algo raro, no sabía cómo hablar sobre ello;
fuera cual fuera la manera de abordar el asunto, le parecía incómodo
preguntarle. Los demás, sin embargo, no apreciaban aquellas sutilezas, y Tian
Sheng le preguntó con impaciencia:
—Hermano, ¿te sientes mejor? ¿La hierba funciona?
—Mucho mejor, este debe de ser el antídoto —replicó Xie Lian,
volviendo en sí.
Al oír esto, los demás se llenaron de júbilo.
—Rápido, busquemos más plantas.
No mucho después, Ah Zhao también levantó un puñado de hojas verdes.
—¡Yo también he encontrado aquí!
Su manojo de hierbas de la buena luna era mucho más grueso que el
mísero puñado de hojas que San Lang acababa de recoger. Cuando los demás
le echaron un vistazo, comprobaron que su forma y sus características se
correspondían con la descripción y se acercaron en tropel, exclamando
alborozados:
—¡Aquí hay una enorme!
—¡Hay un montón!
—Corre, coge más.
—¿Y si recogemos más para venderla?
Mientras estaban ocupados recogiendo hierbas, Xie Lian se miró el dorso
de la mano y, buscando algo que decir, le comentó a San Lang:
—¿No es donde tú estabas buscando hace un momento? ¿Cómo es que no
encontraste nada?
En cuanto terminó de decirlo, se dio cuenta de que era una manera
bastante aburrida de entablar conversación. Sin embargo, San Lang sacudió la
cabeza y le dijo:
—No uses esas hierbas.

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—¿Por qué? —se extrañó Xie Lian.
Quién iba a sospechar que, antes de que San Lang pudiera abrir la boca
para explicarse, se escucharía un grito desgarrador que les heló la sangre.
—¡Marchaos!
Todos se quedaron paralizados en mitad del desconcierto.
—¿Quién ha gritado?
—¡Yo no he sido!
—Yo tampoco…
De nuevo volvieron a oír aquella voz de tono lastimero:
—Marchaos, me estáis pisando…
¡Solo entonces se percataron de que venía de sus pies!
Los mercaderes se dispersaron de inmediato. Xie Lian ya estaba
acostumbrado a ponerse al mando en momentos como ese. Cuando otros se
retiraban, a él le tocaba dar un paso al frente, de modo que se dirigió hasta el
lugar de donde provenían los gritos y, extendiendo la mano, arrancó
pausadamente la frondosa maleza. Al verlo, los presentes contuvieron la
respiración. Lo que descubrió en la tierra desnuda fue la cara de un hombre.
Allí, con tan solo el rostro visible en la superficie, ¡había una persona viva
enterrada! Era una imagen realmente extraña, y varios comerciantes estaban
tan aterrados que comenzaron a gritar, abrazándose unos a otros. Xie Lian
demostró de nuevo aplomo en los momentos de crisis; supo mantener la
calma y sosegarlos.
—Tranquilizaos, no os asustéis. No es para tanto, es solo una cara. Todos
vosotros tenéis una, ¿verdad?
La cara se rio.
—¿Os he asustado? Bueno… A menudo yo también me doy miedo a mí
mismo.
Xie Lian se puso en cuclillas y examinó detalladamente aquel rostro
plantado en el suelo. Era un hombre de cara muy lisa, que se llenaba de
arrugas cuando sonreía. Era imposible decir si era viejo o joven, ni tampoco si
era feo o agraciado. Lo miró durante un buen rato sin tener ni idea de qué era
exactamente, así que no tuvo más remedio que preguntarle:
—¿Quién eres?
—¿Y vosotros?
—Mercaderes —le contestó Xie Lian.
—Ay… —El rostro enterrado exhaló un suspiro—. Mercaderes. Yo
también lo fui un día. Pero eso fue hace ya cincuenta o sesenta años.

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Al decir aquello, la escena se volvió aún más inverosímil. El hombre
llevaba cincuenta o sesenta años enterrado en el suelo de una antigua capital
abandonada. ¿Acaso se lo podía seguir considerando una persona?
—Entonces… entonces usted… ¿cómo ha acabado así? ¿Eh? —le
preguntó un comerciante, temblando de miedo.
La cara enterrada tosió un par de veces y se arrugó.
—A mí… me capturaron los soldados de la media luna. Entré por
accidente en la ciudad y me atraparon, así que me enterraron en este pedazo
de tierra para que me convirtiera en abono para las hierbas de la buena luna…
Así que las hierbas se cultivaban utilizando a personas vivas como abono.
¡No era de extrañar que aquellas estuvieran tan grandes y exuberantes! Varios
comerciantes se apresuraron a tirar al suelo los grandes puñados que
sostenían, sintiendo que tenían en sus manos un cadáver. Xie Lian tampoco
pudo evitar mirar el dorso de su mano, pero entonces escuchó que San Lang
le decía:
—Ese ungüento medicinal no tiene nada raro.
Ahora entendía por qué, a pesar de que claramente había estado buscando
por esa zona, el joven no había recolectado ninguna de esas hierbas de la
buena luna tan exuberantes. Al ver las de aquella parcela, probablemente
intuyó que las plantas se habían abonado con personas, por lo que
directamente las ignoró y buscó en algún lugar más alejado hasta dar con
hierbas medicinales que crecieran de manera totalmente natural.
—Has sido muy considerado, San Lang. Te lo agradezco, de verdad.
El muchacho negó con la cabeza y mantuvo el semblante imperturbable.
Desde que lo picó la serpiente cola de escorpión, había mantenido esa actitud.
Los días anteriores que habían pasado juntos, el joven no había parado de
contarle cosas: hermano mayor esto, hermano mayor lo otro… Pero ahora ni
tan siquiera le dirigía la palabra. Aparte de succionarle el veneno y aplicarle
el ungüento, San Lang parecía estar evitando el contacto físico con él tanto
como fuera posible, lo que extrañó e inquietó sobremanera a Xie Lian. Era
incapaz de comprender por qué se comportaba así.
En ese momento, la cara enterrada volvió a hablar:
—Hace ya muchísimos años que no veía a una persona viva… Podríais…
¿podríais acercaros y dejar que os vea bien?
Todos se miraron con incredulidad y pensaron de manera unánime que lo
mejor sería no hacer ningún caso de lo que decía. Después de un largo rato en
silencio, al ver que nadie respondía, la cara enterrada murmuró:

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—¿Qué, no queréis? Ay… Es una pena…
—¿Qué es una pena? —preguntó Xie Lian, girándose.
—Desde que habéis llegado, no he podido dejar de pensar en una cosa —
les explicó la cara enterrada—. Quería verlo bien para confirmarlo con mis
propios ojos antes de deciros nada, por eso os he pedido a todos que os
acercarais. Quiero veros a todos más de cerca, uno por uno.
—Pero ¿qué es lo que quieres? —le insistió Xie Lian.
La cara enterrada rio extrañamente.
—Os he dicho que no tuvierais miedo… Hay uno de vosotros a quien
conocí hace cincuenta años.
Al oír estas palabras, a todos se les erizó el pelo en un repentino
escalofrío. Si la cara enterrada hubiera conocido a alguno de ellos hacía tanto
tiempo, ahora tendría que tener al menos sesenta o setenta años. Pero, de los
allí presentes, ninguno parecía mayor de cuarenta. ¿Cómo era esto posible? A
menos que… ¡ese alguien no fuera una persona!
Xie Lian barrió con la mirada el rostro de cada uno de sus compañeros,
empezando por Ah Zhao y terminando por Tian Sheng: algunos, sorprendidos
o temerosos; otros, atónitos y boquiabiertos. Sus reacciones eran totalmente
acordes a la situación. Si había alguien cuya reacción no encajaba con las
circunstancias, ese era sin duda San Lang, que se mostraba completamente
indiferente. Sin embargo, en lo que respectaba al chico, no reaccionar de
ninguna manera probablemente era lo más normal.
—¿De quién estás hablando? —continuó Xie Lian.
Los músculos de la cara enterrada se crisparon un par de veces, revelando
una sonrisa exageradamente extraña, como si se estuviera esforzando todo lo
posible por parecer un poco más fiable, pero a la vez no pudiera ocultar esa
sonrisa traicionera que se le escapaba desde lo más profundo del corazón.
—Acércate… —lo invitó con tono misterioso—. Acércate y te lo diré.
La primera vez que se lo había pedido, Xie Lian lo creyó al ochenta por
ciento. Pero, después de esta segunda vez, ya solo lo creía al cincuenta por
ciento. ¿Cómo podía averiguar sus verdaderas intenciones? ¿Acaso aquel
monstruo no estaba tratando de engatusar a alguien para que se acercara y
tenderle una emboscada?
Xie Lian, evidentemente, no le hizo ningún caso y se levantó para volver
sobre sus pasos.
—¿De verdad no queréis saber quién es esa persona? —se apresuró a
decir la cara enterrada—. ¡Os matará a todos, igual que nos mató a nosotros!

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Capítulo 9

La noche cae sobre el Pozo de los


Pecadores

UANTO MÁS INSISTÍA, MÁS PELIGRO PRESENTÍA XIE LIAN.


C —Alejaos todos, no os acerquéis y no hagáis caso a lo que diga.
Los demás lo obedecieron de inmediato y se dispersaron, presos del pánico.
La cara enterrada se desternillaba mientras les decía:
—¡Ay, no os vayáis! ¡No os asustéis! ¡Yo también soy humano, no os haré
ningún daño!
—¡Hablas mucho! Sin embargo, no tienes pinta de ser una persona en
absoluto.
Justo en ese momento, hubo un cambio drástico en la situación: un
comerciante, pensando probablemente que, al margen de todo aquello, ellos
tenían que llevar de vuelta las hierbas curativas para salvar a su compañero
herido, caminó sigilosamente unos pasos y se agachó para recoger un manojo
de hierbas de la buena luna que alguien había tirado al suelo del susto. Los
ojos de la cara enterrada comenzaron a dar vueltas, emitiendo una luz
radiante.
Maldiciendo en su fuero interno, Xie Lian corrió hacia él.
—¡No lo recojas! ¡Vuelve!
Sin embargo, ya era demasiado tarde: la cara enterrada había abierto la
boca, y una cosa viscosa de un rojo brillante se deslizaba fuera de ella. ¡Era
una lengua larguísima! Xie Lian agarró al comerciante del cuello y tiró de él
con insistencia, pero la cosa que había salido disparada de la boca de la cara
enterrada era increíblemente larga y, con un ruido sibilante, ¡se metió por una
oreja del mercader!
Xie Lian sintió que el cuerpo que estaba agarrando era zarandeado con
violencia y, tras un fugaz grito de horror del comerciante, sus miembros
comenzaron a convulsionarse sin parar mientras caía de rodillas. Aquella
lengua de gran longitud le había arrancado un gran pedazo de algo

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ensangrentado que salía del interior del oído y se retrajo de nuevo hasta la
boca de la cara enterrada.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Qué rico, qué rico, qué rico!
¡Delicioso! ¡Me muero de hambre, me muero de hambre!
Tenía una voz chillona y aguda, y unos globos oculares inyectados en
sangre realmente repugnantes. Aquella persona había estado enterrada ahí
durante más de cincuenta años y había sido totalmente poseída por aquel
reino demoníaco, convirtiéndose en algo que ya no era humano.
Xie Lian soltó al comerciante y estaba a punto de partir esa cosa viscosa y
repugnante con la mano cuando de repente oyó a la cara enterrada en la tierra
gritando de nuevo:
—¡General! ¡General! ¡Están aquí! ¡Están aquí!
Se oyó un gruñido más feroz que el de una bestia salvaje, y una sombra
negra descendió del cielo y aterrizó pesadamente frente a Xie Lian. Al
posarse, el suelo retumbó y, cuando se irguió lentamente, la enorme sombra
que proyectaba envolvió a la multitud.
Ese «hombre» era, simplemente, demasiado alto.
Su rostro era oscuro como un hierro calcinado y sus rasgos, escabrosos y
sanguinarios, con las facciones de una bestia. Con el pecho y los hombros
cubiertos por una armadura y una estatura de más de tres metros, más que una
persona, parecía un lobo gigante que caminara erguido. Y, tras él, aterrizó un
goteo constante de uno, dos, tres… más de una docena de esas «personas»,
que saltaron desde el tejado del palacio. Estos «hombres» se parecían mucho:
eran altos y fornidos, y todos llevaban sobre los hombros un garrote con
dientes de lobo gruesos y afilados, lo que les otorgaba un aspecto de lobos
con forma humana. Tras descender, rodearon con paso plomizo a los
presentes como un círculo de barrotes gigantes de metal.
¡Eran los soldados de la media luna!
A todos los rodeaba una intensa y opaca aura negra y, por supuesto, hacía
ya mucho tiempo que habían dejado de estar vivos. El cuerpo de Xie Lian
estaba tenso, y Ruo Xie estaba lista para atacar. Sin embargo, al verlos, los
soldados no se abalanzaron sobre ellos, sino que dejaron escapar una risa
maníaca que hizo temblar el cielo y comenzaron a gritarse entre ellos en un
idioma extranjero. Emitían unos sonidos extraños, con una pronunciación
intrincada y erres vibrantes: el idioma de la media luna.
Aunque después de doscientos años Xie Lian ya casi no recordaba nada
de aquella lengua, repasar con San Lang en la sepultura del general le había

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refrescado la memoria; aquello, sumado al hecho de que las voces de los
soldados retumbaban como campanadas, eran claramente audibles y escupían
palabras rudas con un vocabulario muy simple, hizo que no le fuera difícil
entender lo que decían. Cuando oyó que todos los soldados de la media luna
llamaban «general» al primero en bajar, intercalando palabras como «llevarse
detenidos» y «de momento no los matemos», respiró hondo y cuchicheó a sus
compañeros:
—Que no cunda el pánico. No pretenden matarnos de momento, y parece
que nos van a llevar a otro sitio. No actuéis precipitadamente, no os garantizo
que pueda contra ellos. Esperemos a encontrar una buena oportunidad.
A simple vista era evidente que aquellos soldados eran extremadamente
difíciles de combatir, con sus pieles gruesas y sus duros músculos, e incluso
intentar estrangular a uno de ellos con Ruo Xie le llevaría un tiempo, lo cual
no era muy práctico teniendo en cuenta que el resto se abalanzaría sobre él.
Además, había varios mortales acompañándolo, por lo que de momento lo
mejor era esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
San Lang guardaba silencio. Los demás tampoco tenían nada que
proponer; aunque quisieran intentar alguna locura, tampoco se les ocurría
ninguna, así que se limitaron a asentir con lágrimas en los ojos. Solo la cara
enterrada continuaba profiriendo gritos.
—¡General! ¡General! ¡Suéltame ya! Os he ayudado a capturarlos,
¡dejadme volver a casa! ¡Quiero volver!
Se mostraba sumamente agitada ante el grupo de soldados, gritando y
gimoteando al mismo tiempo, y en sus chillidos intercalaba algunas palabras
mal pronunciadas en la lengua de la media luna que debió de aprender de
oídas en los cincuenta o sesenta años que llevaba sirviendo de abono en aquel
lugar. El soldado de mayor estatura, al que llamaban «general», vio algo que
se retorcía y gritaba en la tierra y lo miró con asco. Sin mediar palabra, lo
golpeó con su garrote con dientes de lobo, atravesando el cráneo de la cara
enterrada con varios de los pinchos afilados. Esta comenzó a gritar, y él alzó
el garrote de nuevo. Como los pinchos se habían hundido profundamente en
su carne, arrancó la cara de raíz, haciendo realidad su deseo de que la
soltaran. Sin embargo, lo que salió a continuación no fue un cuerpo humano,
¡sino un puñado de huesos!
Varios mercaderes gritaron aterrorizados ante aquel espectáculo tan atroz.
La cabeza de la cara enterrada se desprendió de los pinchos del garrote con

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dientes de lobo, empapada en sangre. Pareció asustarse al ver su propio
cuerpo.
—¿Esto qué es? ¡¿Esto qué es?! —gritaba horrorizada, exhalando
profundamente.
—Este es tu cuerpo —le señaló Xie Lian.
Si se pensaba bien, era evidente. Esa persona había permanecido enterrada
en mitad de aquel oasis en el desierto durante cincuenta o sesenta años, y la
carne y la sangre de su cuerpo hacía tiempo que se habían convertido en los
nutrientes de los que se habían alimentado las hierbas de la buena luna, que
habían devorado todo su ser hasta dejar solo el esqueleto.
—¿Cómo es posible? Mi cuerpo no era así, ¡¡¡este no es mi cuerpo!!! —
gritaba, negándose a aceptar lo que veían sus ojos.
Era una voz suplicante y desgarradora, que acompañaba aquella escena a
la vez trágica y aterradora. Xie Lian negaba con la cabeza, pero San Lang se
rio con desdén.
—¿Qué, ahora no te gusta tu cuerpo? ¿Y qué pasa con esa cosa que ha
salido de tu boca hace un momento, eso no te da asco?
—¿Por qué tendría que hacerlo? —replicó de inmediato la cara enterrada
—. Tan solo es… tan solo es un poco más larga de lo normal, ¡nada más!
—Claro, claro, solo un poco más larga de lo normal, ¡ja, ja, ja, ja! —fue la
respuesta de San Lang, que lo miraba arqueando las cejas, burlón.
—¡Exacto! —insistió la cara—. Solo es un poco más larga. Eso es porque
he tratado de alimentarme de insectos y lagartijas para sobrevivir durante
todos estos años y, con el tiempo, he logrado estirar la lengua más y más. ¡Por
eso la tengo así!
Cuando enterraron al hombre ahí, probablemente aún estaba vivo y, para
sobrevivir, intentó estirar la lengua para comer los insectos y las lagartijas que
pasaban por su lado. Poco a poco, cuando dejó de ser humano, su lengua se
hizo cada vez más larga, y su «comida» pasó a ser algo aún más horrible.
Pero, como había permanecido enterrado bajo tierra, no podía ver el aspecto
que había cobrado su cuerpo con el paso del tiempo. Ahora simplemente era
incapaz de aceptarlo y de admitir que ya no era un ser humano.
—¡Hay mucha gente con la lengua larga! —La cara enterrada continuaba
empeñada en justificarse.
San Lang siguió riéndose. Mirándolo, un inexplicable escalofrío recorrió a
Xie Lian. Aquella sonrisa exudaba una cruel frialdad, como si estuviera a
punto de arrancarle la cabeza a otra persona.

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—¿Crees que todavía eres un ser humano? —inquirió finalmente Xie
Lian.
Ante esta pregunta, la cara enterrada pareció estar en un aprieto. De
repente se enojó y le espetó:
—¡Por supuesto que sí! ¡Soy un ser humano!
Mientras gritaba así, luchaba por mover las piernas convertidas en hueso,
intentando arrastrarse por el suelo. Tal vez, al ver que por fin había emergido
de la tierra, se alegró sinceramente y se rio como un maníaco:
—¡Voy a volver! ¡Puedo volver a casa! ¡Ja, ja, ja, ja, ja…!
—¡Puaj!
Su risa era demasiado aguda. Se clavaba como alfileres en los oídos, y
finalmente molestó al general: de un pisotón, hizo añicos el cráneo de la cara
enterrada. Ya no volverían a oír más sus gritos de «¡soy un ser humano!».
Después de que el general pulverizara a la molesta cara enterrada, dio
órdenes a los soldados, y un grupo de ellos agitó sus garrotes con dientes de
lobo, vociferándole al grupo de viajeros un par de veces. Tras esto, los
condujeron hacia el exterior del recinto palaciego. Xie Lian caminaba el
primero, con San Lang a su espalda. Incluso escoltado por un grupo de
feroces soldados de la media luna, el joven caminaba sin prisa y ocioso, como
si estuviera dando un paseo. Desde hacía un tiempo, Xie Lian había tratado de
encontrar una oportunidad para hablar con él y, tras un tiempo caminando, al
ver que el grupo de soldados charlaban entre ellos y no les prestaban mucha
atención, le susurró:
—Llaman a su líder «general». Me pregunto qué clase de general será.
Como era de esperar, tan pronto como preguntó, San Lang no le negó una
respuesta.
—Cuando el reino de la Media Luna fue aniquilado, solo había uno. Su
nombre se puede transcribir como «Ke Mo».
—¿Ke Mo?
Era, ciertamente, un nombre extraño.
—Así es. Se dice que de niño era débil y a menudo era víctima de abusos
y humillaciones, por lo que juró volverse más fuerte. Así que utilizó una
piedra de moler para entrenar, y de ahí el nombre[9].
Xie Lian no pudo evitar pensar: «Pues, en vez de eso, podrían haberlo
apodado simplemente Grandullón…».
—Se rumorea que Ke Mo fue el general más valiente de toda la historia
del reino de la Media Luna. Medía tres metros, tenía una fuerza ilimitada y

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fue un fiel partidario de la cultivadora del reino —añadió San Lang.
—¿Incluso después de su muerte? ¿Ahora nos llevará ante ella?
—Tal vez.
En caso de que hubiera más soldados allí, ¿cómo podrían escapar?
Tampoco sabía cómo estaría Nan Feng después de atraer hacia sí a sus dos
oponentes. Ya habían conseguido la hierba de la buena luna, pero ¿cómo
podían entregársela al envenenado en menos de doce horas?
Xie Lian sopesó todas aquellas cuestiones durante el camino, y se dio
cuenta de que el general Ke Mo los llevaba a un lugar cada vez más y más
remoto hasta detenerse en los mismos confines del reino de la Media Luna.
Xie Lian se detuvo y levantó la cabeza para mirar hacia arriba: un muro
inimaginablemente alto de loess se alzaba frente a él, como si fuera un titán.
Así que ahí era adonde los llevaban: al Pozo de los Pecadores.
Aunque había vivido en las inmediaciones del reino de la Media Luna
durante algún tiempo, Xie Lian en realidad casi nunca había entrado en la
antigua ciudad y, por supuesto, jamás se había acercado al Pozo de los
Pecadores. Viéndolo ante sus ojos, su corazón comenzó a palpitar
aceleradamente. Había una escalera pegada a la pared de loess y, mientras
subía lentamente por aquellos escalones rudimentarios, Xie Lian miró hacia
abajo, escudriñando con sus ojos humanos hasta que, finalmente, logró
entender por qué su corazón se había desbocado de aquella manera.
No era debido a las connotaciones que tenía aquel lugar, usado para
torturas, por lo que se estremecía, ni tampoco porque le preocupara que los
soldados lo empujaran al fondo del foso. Era una respuesta puramente física
debida a la presencia de un fuerte campo de energía sobrenatural. El Pozo de
los Pecadores, así como todo el territorio de su alrededor, había sido
deliberadamente diseñado como un sello cultivador extremadamente
poderoso. Y aquello tenía un único objetivo: ¡que nadie que cayera al pozo
pudiera salir de allí!
Y no poder salir de allí significaba que, incluso si alguien tirara una
cuerda o pusiera una escalera y la persona del fondo se aferrara a ese rayo de
esperanza para salir con vida y subiera por ella, a mitad de camino el sello
cultivador se activaría y sería arrojada al pozo de nuevo. Xie Lian permaneció
impasible y, sin apenas pestañear, continuó avanzando mientras palpaba la
pared. Descubrió que, aunque parecía hecha de adobe, en realidad era una
roca dura y resistente. Sospechó que incluso podía contener algún tipo de
hechizo, por lo que con seguridad sería muy difícil de destruir.

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Cuando hubieron subido todas las escaleras hasta la cima y miraron desde
el borde del muro de loess, el espectáculo que vieron solo podía describirse
con una palabra: perturbador. El Pozo de los Pecadores estaba formado por
cuatro imponentes muros de gran altura. Cada uno medía más de treinta
metros de largo, veinte de alto y dos de ancho. Entre las cuatro paredes había
un enorme vacío, sin ningún tipo de plataforma o viga que lo atravesara. El
cielo ya se había oscurecido, y en el pozo reinaba una negrura tal que no se
veía el fondo. De vez en cuando ráfagas de aire frío e impregnadas de un olor
sanguinolento subían desde aquel fondo inescrutable.
Todo el mundo acabó subiendo hasta lo alto de los muros, sin ninguna
barrera que los protegiera del borde. Caminando a decenas de metros de
altura, no muchas personas se atrevían a mirar hacia abajo. Tras proseguir la
marcha, vieron el poste del que colgaba un cadáver, el cual habían atisbado
antes desde abajo. Era diminuto, una joven vestida de negro con la ropa hecha
jirones y desgarrada, y la cabeza colgando hacia abajo de forma siniestra. Xie
Lian sabía que el poste se utilizaba para colgar a aquellos infractores a los que
los soldados querían humillar con especial saña. Normalmente, los carceleros
despojaban al malhechor de sus ropas, lo colgaban desnudo y dejaban que
muriera de hambre o deshidratación; una vez muerto, dejaban el cadáver
balanceándose al viento y a merced de las inclemencias del tiempo: sufría los
envites del sol, la lluvia y el viento; la carne se pudría y se caía a pedazos. Era
una escena verdaderamente atroz.
El cuerpo de la joven aún no se encontraba en estado de putrefacción,
debía de haber muerto no hacía mucho. Tal vez se trataba de una habitante de
las postrimerías del reino. Que los soldados de la media luna fueran capaces
de dejar colgado el cuerpo de una joven muchacha en un lugar así era una
clara muestra de su crueldad y su malicia. Cuando Ah Zhao, Tian Sheng y los
demás vieron aquello, sus rostros se pusieron lívidos y se detuvieron sobre sus
pasos, sin atreverse a avanzar más. Afortunadamente, Ke Mo no los apremió
para que continuaran, sino que se dio la vuelta y profirió un largo grito
dirigido al interior del Pozo de los Pecadores. «¿Por qué grita así?», se
extrañó Xie Lian. En tan solo un instante, su pregunta obtuvo contestación.
En respuesta a su llamada, se oyó un estruendo de rugidos ensordecedores
provenientes de aquella negrura, como una multitud de tigres y lobos, como
bestias monstruosas, como un tsunami de sonidos; una miríada de chirridos
les perforaron los oídos hasta el punto de que varios desearon quedarse
sordos. Varias personas se tambalearon en el borde del muro, manteniendo el

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equilibrio con dificultad debido a la impresión. Xie Lian oyó con nitidez el
crujir de la gravilla precipitándose al vacío.

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Dado que solo los malhechores eran arrojados al Pozo de los Pecadores,
¿acaso quienes respondieron a la llamada de Ke Mo no eran sino los espíritus
de esos condenados? En aquel instante, el general volvió a proferir un aullido
hacia el fondo del foso. Xie Lian escuchó atentamente esta vez para intentar
discernir lo que decía: no eran alaridos sin sentido ni tampoco insultos, sino,
al contrario, palabras de ánimo. Estaba muy seguro de haber oído una palabra:
«hermanos».
Después de que Ke Mo terminara de rugir, se dirigió a los soldados que
escoltaban a Xie Lian y a los demás. Xie Lian oyó con total nitidez la frase
que gritó entonces. Lo que dijo fue: «Arrojad solo a dos». Aunque ninguno de
los otros entendía lo que estaba diciendo, podían intuir cuáles eran sus
intenciones, y sus caras se volvieron blancas al unísono. Viendo que estaban
tan atemorizados que apenas podían mantenerse en pie, Xie Lian dio un paso
adelante y murmuró:
—No os pongáis nerviosos; pase lo que pase, yo iré el primero.
En caso de que lo arrojaran al pozo, no le quedaba otro remedio que
armarse de coraje y echar un vistazo él solo. De todos modos, lo que le
esperaba no era nada que le resultara nuevo o insólito: solo más serpientes
venenosas, más bestias feroces y más fantasmas sanguinarios. Dado que no
podía morir ni por la caída ni por los golpes ni por mordeduras o
envenenamientos, mientras en el fondo del foso no le esperara lava o aguas
putrefactas, la cosa no debería ponerse demasiado fea.
Además, todavía tenía a Ruo Xie; incluso aunque no pudiera trepar con
ella de nuevo debido al bloqueo mágico de la formación, podría usarla para
recoger a los demás en caso de que también los arrojaran al pozo.
—Llevaos a los demás y no los perdáis de vista —ordenó entonces
Ke Mo.
Parecía que el resto estaría a salvo de momento. Después de todo, no era
nada fácil capturar a gente viva en el Gobi, así que probablemente no querían
comérselos a todos de una sentada, sino dosificarlos y devorarlos de uno en
uno. Xie Lian estaba tranquilo y pensaba con lógica, pero pronto descubriría
que no todo el mundo a su lado iba a mantener la calma tan fácilmente.
Desde que llegaron a la cumbre del Pozo de los Pecadores, aparte de Xie
Lian y San Lang, que se mostraban tan serenos como siempre, los demás
estaban temblando, especialmente Ah Zhao. Tal vez temiendo que su muerte
fuera inevitable de todas formas y pensando que, por lo tanto, no perdía nada
si luchaba hasta el final, apretó los puños y se abalanzó sobre Ke Mo sin

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siquiera mirar qué golpeaba. Se precipitó con la determinación de morir
matando, queriendo derribar a Ke Mo de manera que ambos cayeran al pozo.
A pesar de la enorme envergadura del general, más parecido a una mole de
hierro que a un ser humano, el envite desesperado y suicida de Ah Zhao lo
hizo retroceder tres pasos y por poco perdió el equilibrio. Furioso, el gigante
profirió un rugido y, tras alzar a Ah Zhao sobre su cabeza, lo tiró al foso.
Al ver al joven precipitándose en la oscuridad, la multitud gritó al
unísono.
—¡ Ah Zhao! —exclamó Xie Lian.
En aquel fondo de negrura inescrutable se oyeron distantes gritos de
júbilo, así como un sonido despiadado de desgarramientos y mordeduras,
como si la turba de espíritus malignos se estuviera disputando un bocado.
Solo con oír aquello, Xie Lian supo que Ah Zhao no tenía ninguna posibilidad
de sobrevivir. Tampoco había esperado aquella reacción tan súbita, por lo que
se encontraba estupefacto. Al principio sospechaba que Ah Zhao era un
secuaz de la cultivadora del reino de la Media Luna que se dedicaba a atraer a
las caravanas hasta allí; e incluso llegó a pensar que él era al que se refería la
cara enterrada cuando mencionó que había visto a alguien que le resultaba
familiar. Por todo aquello, no esperaba que el joven fuera el primero de los
viajeros en ser asesinado. ¿Cómo podría sobrevivir a la caída?
Pero ¿podría haber fingido su muerte? Los soldados de la media luna ya
los habían hecho prisioneros, por lo que, si Ah Zhao fuera realmente un
esbirro de la cultivadora, hacía tiempo que tenía la sartén por el mango.
Podría haber desvelado su tapadera y vanagloriarse de su victoria sin ningún
problema. ¿Por qué habría de tomarse la molestia de fingir su propia muerte
frente a ellos? Simplemente no tenía ningún sentido. Pero ¿por qué se había
abalanzado contra Ke Mo? ¿No era un suicidio completamente inútil?
Mientras la mente de Xie Lian no paraba de dar vueltas a todo aquello, los
soldados de la media luna comenzaron a elegir a la siguiente víctima para
arrojarla al pozo. Ke Mo señaló a Tian Sheng, y uno de los soldados extendió
una de sus manazas para agarrarlo.
—¡Ah! ¡Socorro! ¡No me tiréis a mí! Yo soy… —exclamó con verdadero
pavor.
Sin tiempo para pensar nada más, Xie Lian dio un paso al frente.
—General, espera.
Al oír que le hablaba y que, además, lo hacía precisamente en la lengua de
la media luna, una mirada de perplejidad surcó el rostro cetrino y oxidado de

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Ke Mo.
—¿Hablas nuestra lengua? ¿De dónde eres? —Ke Mo les hizo un ademán
a sus soldados para que se detuvieran.
—Vengo de las llanuras centrales —contestó Xie Lian con suavidad.
No le habría importado mentir y decirle que era del reino de la Media
Luna, pero no era una coartada sostenible. No tenía claro cuánto podía
recordar del idioma y acabaría delatándose a sí mismo a poco que hablara con
Ke Mo. Su apariencia también revelaba claramente su procedencia, y la gente
del reino de la Media Luna profesaba un odio visceral a los engaños, las
artimañas y cualquier tipo de comportamiento deshonesto. Si lo pillaban
mintiendo, las consecuencias serían aún peores.
—¿Llanuras centrales? ¿Eres descendiente de Yong’an?
—No, ese reino fue destruido hace mucho tiempo. El pueblo de Yong’an
ya no existe.
Sin embargo, para la gente del reino de la Media Luna, si venían de las
llanuras centrales, todos eran prácticamente iguales: todos eran parientes y
descendientes de Yong’an. Dado que su reino fue aniquilado por el ejército de
Yong’an, tan pronto como escuchó de dónde venía, el rostro ennegrecido de
Ke Mo brilló con furia, y el resto de los soldados de la media luna también
vociferaron, lanzando imprecaciones y palabras despectivas. Xie Lian los oyó
decir «despreciable», «mentiroso», «tíralo al pozo» y otros insultos
insustanciales por el estilo.
—Nuestro país desapareció de la faz del Gobi hace más de doscientos
años, y tú, que no eres nuestro paisano, sin embargo, hablas nuestro idioma.
¿Qué clase de persona eres?
Xie Lian no pudo evitar mirar a San Lang, el cual permanecía a su lado
con actitud impasible y tranquila, y pensó que, si más tarde se veía incapaz de
sortear la situación, al menos podría hacer de tripas corazón e implorarle
ayuda. Estaba a punto de decir alguna tontería cuando, en ese mismo instante,
se oyó otro rugido estrepitoso procedente del fondo, negro como la boca de
un lobo. Las criaturas que hubiera allí abajo parecían haber terminado de
devorar el cadáver de Ah Zhao, pero seguían hambrientas, y a coro, aullaban
para transmitir su sed de carne y sangre fresca. Ke Mo hizo ademán de agarrar
a Tian Sheng de nuevo, pero Xie Lian lo interrumpió:
—General, yo iré primero.
Ke Mo nunca debía de haber oído a nadie pidiendo que lo arrojaran allí
primero, y sus ojos se abrieron como platos.

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—¿Quieres ir tú primero? ¿Por qué? —preguntó atónito.
Xie Lian, por supuesto, no podía responder con sinceridad que no tenía
ningún miedo, así que optó por una respuesta más moderada.
—General, estos no son más que unos inocentes comerciantes de paso, y
algunos de ellos son solo muchachos.
Ke Mo se rio con frialdad al oír aquello.
—Cuando tu ejército de Yong’an bañó nuestro reino en sangre, ¿acaso
pensaste en que aquí también había muchos mercaderes y niños inocentes?
La destrucción del reino de la Media Luna se remontaba a doscientos años
atrás, y en los territorios de ambos contendientes hacía mucho que se había
cambiado de dinastía. Sin embargo, para aquellos muertos vivientes el tiempo
se había detenido en el pasado, y su odio visceral no se desvanecería con el
cambio de los regímenes.
—Eres alguien sospechoso, quiero hacerte más preguntas. No bajarás aún.
¡Tirad a otro!
No tenía alternativa. Xie Lian estaba a punto de sacrificarse y saltar
primero, haciendo caso omiso, pero vio a San Lang dar un paso adelante. Su
corazón dio un vuelco.
El joven estaba de brazos cruzados, observando con la mirada absorta y
pensativa el pozo de los Pecadores, que parecía no tener fondo. A Xie Lian lo
asaltó de pronto un mal presentimiento.
—¿San Lang?
El joven se volvió y esbozó una leve sonrisa.
—No pasa nada.
Dio otro paso adelante. Su cuerpo se encontraba en una posición
extremadamente peligrosa.
—Espera, San Lang, no te muevas —le imploró Xie Lian con el corazón y
los párpados agitándose con violencia.
Justo al filo del muro, el dobladillo de la túnica roja del joven ondeaba,
ferozmente agitado por el viento de la noche. San Lang lo miró y, de nuevo
con una ligera sonrisa, le dijo escuetamente:
—No tengas miedo.
—Pues… Pues apártate de ahí. No tendré miedo si lo haces.
—No hay de qué preocuparse. Solo nos vamos a separar un momento.
Nos volveremos a ver enseguida.
—No te…

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Antes de que las palabras terminaran de salir de su boca, el joven, aún con
los brazos cruzados, avanzó otro paso, dio un salto ligero como una pluma y
desapareció al momento en la insondable negrura. En el mismo instante en
que saltó, Ruo Xie salió disparada de la muñeca de Xie Lian, formando un
arco de color blanco, para tratar de atrapar la figura del chico. Sin embargo, se
precipitaba al vacío a gran velocidad, y la seda blanca se retrajo
lánguidamente sin siquiera haber rozado la punta de sus vestiduras. Xie Lian
corrió a arrodillarse al borde del abismo.
—¡¡¡San Lang!!!
Silencio.
Después de que el joven se tirara al vacío, se hizo el silencio a su
alrededor, como si el mundo se hubiese detenido.
Al segundo siguiente, los soldados de la media luna comenzaron a gritarse
unos a otros, presos de una gran conmoción. ¿Qué estaba pasando?
Antiguamente, tenían que agarrar a la gente de pies y manos para arrojarla,
¡pero hoy se peleaban por saltar los primeros, sin esperar su turno!
El general Ke Mo les ordenó que se calmaran. Xie Lian, al ver que Ruo
Xie no había logrado atrapar a San Lang, sin tiempo para pensar en nada,
recogió la venda y se arrojó al Pozo de los Pecadores. Para su sorpresa,
cuando su cuerpo ya se hallaba suspendido en el aire, algo lo agarró del cuello
de sus vestiduras, dejándolo colgado en el vacío. Al mirar hacia atrás, Xie
Lian vio que el general Ke Mo se afanaba en sujetarlo para evitar su caída.
—Si quieres venirte conmigo, estupendo. Cuantos más, mejor.
Instada a actuar con rapidez, Ruo Xie trepó por el brazo de Ke Mo como
si fuera una serpiente blanca y, anillo tras anillo, acabó envolviendo todo el
cuerpo del gigante. Al ver aquella seda blanca tan extraña e impredecible que
parecía estar endemoniada, el rostro del general se crispó, con las venas a
punto de explotar. Cada músculo de su cuerpo se dilató considerablemente, e
intentó partir a Ruo Xie inflándose a sí mismo. Habían llegado a un punto
muerto cuando, de repente, por el rabillo del ojo, vio algo realmente extraño:
el cadáver que colgaba del poste cobró vida y levantó ligeramente la cabeza.
El grupo de soldados de la media luna también se dio cuenta de que se
había movido, y todos gritaron y blandieron sus garrotes con dientes de lobo
en dirección al cadáver. La muchacha vestida de negro se había comenzado a
mover y, sin que nadie supiera cómo, se las había arreglado para desatar la
cuerda que la colgaba, saltó del poste y se dirigió hacia ellos a una velocidad
endiablada. Era como una ráfaga negra de viento que soplaba a lo largo de la

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cima del muro, veloz y malévola; los soldados fueron barridos al instante por
esa especie de aire diabólico y cayeron del muro entre alaridos. Al ver que
eran arrollados y se precipitaban al Pozo de los Pecadores, Ke Mo comenzó a
maldecir con furia. Soltó improperios especialmente vulgares, con jerga del
reino que Xie Lian no entendía muy bien. Sin embargo, sí que pilló la primera
frase:
—¡Esa perra otra vez!
Pero no pudo maldecir más porque Xie Lian tiró con fuerza y lo arrastró
junto a él hacia el Pozo de los Pecadores. El mismo del que no se podía volver
a subir después de caer.
Durante el descenso, los rugidos coléricos de Ke Mo casi le destrozaron
los tímpanos a Xie Lian. Solo tuvo que recoger a Ruo Xie y patear al gigante
para alejarlo un poco y proteger así sus pobres oídos. Luego impelió a la
venda hacia arriba, con la esperanza de agarrarse a algo para amortiguar la
caída y que así el aterrizaje no fuera un golpetazo demasiado catastrófico
contra el suelo. Sin embargo, el pozo de los Pecadores estaba muy bien
construido, y también lo estaba su sello cultivador, de manera que ni Ruo Xie
podía ir hacia arriba ni tampoco había nada a lo que aferrarse en aquellas
paredes lisas. Justo cuando pensaba que iba a estamparse para acabar
incrustado en el suelo como un pastel de carne humana, enganchado en la
superficie y sin poder despegarse durante varios días (como, por otra parte, le
había ocurrido en incontables ocasiones), de pronto en la oscuridad hubo un
deslumbrante destello de luz plateada. Al momento un par de manos lo
sostuvieron como una pluma. Una persona lo había recogido en el aire con
una precisión inverosímil, casi como si fuera alguien específicamente
encargado de esperar en el fondo del pozo y mitigar su caída. Una mano
envolvió su espalda y sus hombros, y otra lo sostuvo por las rodillas,
amortiguando con gran suavidad el salvaje impacto que habría supuesto una
caída desde aquella tremenda altura.
Aturdido aún por la sacudida, con la visión borrosa y algo mareado,
levantó una mano de manera automática para abrazar con firmeza el hombro
de su protector.
—¿San Lang?
Totalmente rodeado por la oscuridad, no podía ver nada, y menos aún
quién era la persona que lo llevaba en brazos. Sin embargo, eso fue lo primero
que salió de su boca de manera espontánea. La persona no respondió, y Xie
Lian palpó sus hombros y su pecho, buscando una confirmación.

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—San Lang, ¿eres tú?
Quizá debido a que se encontraban en el fondo del foso, el olor a sangre
era tan pesado que empapaba hasta el punto de llevar al desmayo. Xie Lian
seguía confuso y no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. Continuó
toqueteando el cuerpo de su benefactor y, cuando llegó hasta su garganta y
notó su nuez, de repente volvió en sí, pensando en qué diablos estaba
haciendo al comportarse de aquella manera tan poco apropiada. Retiró la
mano de inmediato y preguntó:
—Eres San Lang, ¿no? ¿Estás bien? ¿Te han herido?
Tras todo aquel rato en silencio, por fin oyó la voz del joven, que venía de
muy cerca.
—Estoy bien —respondió con tono grave.
Sin embargo, sin saber por qué, Xie Lian notó que su tono al decir aquello
parecía ligeramente diferente del habitual.
—San Lang, ¿en serio estás bien? Bájame.
—No, no bajes.
«¿Qué está pasando? ¿Acaso hay algo en el suelo?», pensó Xie Lian con
perplejidad.
Las manos de San Lang seguían sujetándolo con fuerza, sin ninguna
intención de soltarlo. Xie Lian quiso empujar con suavidad su pecho. Sin
embargo, tan pronto como le puso la mano encima, recordó que, cuando hacía
un momento el chico lo había salvado de la caída, él se había dedicado a
sobarlo de manera inapropiada, llegando a tocarle la nuez. Y, con esto en
mente, retiró la mano en silencio y se estuvo quieto. Era algo realmente
insólito, ya que durante todos aquellos siglos Xie Lian nunca había conocido
la vergüenza, pero ahora había una voz en su corazón que le advertía
constantemente, diciéndole que era mejor que estuviera con las manos quietas
y se comportara.
En ese momento, se oyó un rugido lleno de rabia y pena procedente del
otro lado del fondo del pozo:
—¿Qué os pasa?
La voz hablaba en la lengua de la media luna: era el general Ke Mo, al
que Xie Lian había arrastrado consigo. Dado que ya estaba muerto,
naturalmente no podía morir por la caída, pero el impacto había sido tan
fuerte que había acabado incrustado en la tierra, horadando un agujero con su
forma. Cuando logró ponerse en pie, comenzó a chillar a diestro y siniestro:
—¿Qué ha pasado? ¡Soldados! Hermanos míos, ¡¿qué os ha pasado?!

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Cuando, tan solo unos instantes atrás, había vociferado desde lo alto del
muro hacia el fondo del pozo, desde abajo le habían respondido con claridad
una miríada de voces, como si las profundidades de la fosa estuvieran
abarrotadas de furiosos espíritus malignos suplicándole por comida. Sin
embargo, ahora, además de los furibundos y desgarradores rugidos de Ke Mo,
solo se oía un silencio sepulcral. Xie Lian ni siquiera podía oír la respiración
ni los latidos de San Lang, pese a tenerlo al lado.
Contuvo la respiración al darse cuenta de que algo no encajaba.
Efectivamente, estaba pegado piel con piel al joven, ¡pero no oía su
respiración ni los latidos de su corazón!
—¿Quién os ha matado? ¿Quién os ha matado? —continuaba aullando
Ke Mo.
Cuando Ah Zhao se precipitó hacia las profundidades, aún habían podido
oír el aterrador sonido de una persona viva siendo devorada y mordisqueada
pedacito a pedacito, pero, después de que San Lang bajara, ya no se
escuchaba ningún ruido. ¿Quién más podría haberlos matado?
Ke Mo también debió de pensar de esta manera.
—¡Tú has matado a mis soldados! ¡Maldito seas, voy a acabar con
vosotros!
Aunque no podía ver nada, Xie Lian percibía que el peligro se cernía
sobre ellos.
—¡San Lang, ten cuidado! —dijo, revolviéndose en sus brazos.
—No te preocupes por él —fue su respuesta.
Sin dejar de sostenerlo, San Lang movió ligeramente los pies, girándose.
En la oscuridad, Xie Lian oyó con nitidez el tintineo extremadamente
delicado del batir de unas alas. Era un sonido increíblemente agradable:
melodioso e intenso, pero a la vez efímero. Intentando capturarlos, Ke Mo se
abalanzaba hacia ellos una y otra vez para terminar dando zarpazos al aire:
San Lang lograba esquivarlo a cada intento con movimientos gráciles y
elegantes, veloz como un rayo. Xie Lian trepó involuntariamente por su
cuerpo y, sin ser consciente de lo que hacía, acabó aferrándose con fuerza a
sus hombros. El chico, por su parte, continuó sujetándolo con firmeza y, a
pesar de las fintas que ejecutaba con gran agilidad, no aflojó su agarre ni por
un instante. No obstante, Xie Lian notaba de vez en cuando que había algo
que emitía un frío glacial en las manos del joven; era algo duro que ejercía
presión sobre él, y no pudo sino inquietarse. En aquella oscuridad vasta y sin
límites hubo un destello de luces plateadas, y de todas direcciones llegaba el

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sonido de unas cuchillas afiladas que rasgaban el aire, así como los continuos
alaridos iracundos de Ke Mo.
El general parecía estar herido de gravedad, pero, dando muestras de un
gran coraje, continuaba batiéndose incansablemente y con gran furia, sin
retroceder ni un paso.
—¡Ruo Xie!
Se oyó el frufrú de la venda blanca atravesando el espacio, así como el
ruido de Ke Mo dando varias vueltas por los aires y cayendo al suelo.
—¡Vosotros! ¡Dos contra uno, sois unos cobardes! —gruñó.
«Si afirmas que quieres matarnos, ¿qué dices ahora de dos contra uno ni
dos contra nada?», pensó Xie Lian. «En peleas a vida o muerte, ¿qué importa
ganar como un cobarde? Lo importante es matar al otro primero». San Lang
soltó una risotada cruel y sin ningún atisbo de sonrisa en su rostro.
—En un uno contra uno tampoco tendrías ninguna posibilidad. Tú estate
quieto.
La última frase se la dijo a Xie Lian, murmurándosela, lo cual hizo que
cualquier tono de burla que pudiera haber percibido en la primera frase
desapareciera de inmediato.
—Vale. —Xie Lian obedeció. Tras decir esto, recordó algo—. San Lang,
¿por qué mejor no me sueltas? Te estoy estorbando.
—No me estorbas. No te bajes.
—¿Por qué diablos no me puedes bajar? —insistió Xie Lian.
Al fin y al cabo, no era que al joven le gustara pelear con alguien en
brazos, ¿verdad? No era necesario ser tan despreciativo con su oponente, ¿no?
La respuesta del chico fueron solo dos palabras:
—Está sucio.
Xie Lian no se había imaginado en absoluto que aquella pudiera ser la
razón, pero lo dijo tan en serio que incluso resultaba un poco gracioso. Sin
embargo, su respuesta no estaba exenta de un toque extraño e indescriptible, y
a la vez sintió que el pecho de San Lang comenzaba a emitir un calor
inexplicable.
—No puedes llevarme todo el rato en brazos.
—No es imposible.
Xie Lian le hablaba en broma, pero el tono de San Lang no tenía nada de
bromista, hasta el punto de que Xie Lian no sabía qué más decir. En el
transcurso de aquellas breves palabras, Ke Mo seguía atacándolos tenazmente
en la oscuridad. A pesar de que San Lang lo estaba sujetando con ambas

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manos, Xie Lian veía que de alguna manera era capaz de repeler los continuos
envites de Ke Mo e incluso devolvérselos. El gigante retrocedía a cada
ataque, frustrado.
—Esa zorra os ha…
Antes de que terminara de gritar aquello, se oyó un estridente ¡bum!: su
enorme cuerpo se acababa de caer al suelo, causando un fuerte estrépito, y ya
no volvió a levantarse.
—San Lang, no lo mates aún —intercedió Xie Lian—. Lo necesitamos
para saber cómo salir de aquí.
San Lang no lo atacó, sino que permaneció inmóvil.
—No tenía intención de hacerlo. Si no, no habría sobrevivido hasta ahora.
En el fondo del Pozo de los Pecadores volvió a reinar un silencio
sepulcral. Tras unos instantes en la más absoluta quietud, Xie Lian preguntó:
—San Lang, los espíritus que había aquí… ¿Los has matado tú?
Incluso aunque en aquella impenetrable oscuridad era imposible ver nada,
en el ambiente flotaba un halo de muerte y un olor abrumador a sangre;
aquello, sumado al ataque de dolor y rabia histérica de Ke Mo, permitía
esbozar con claridad lo que había ocurrido allí abajo. Hubo un momento de
silencio antes de que Xie Lian finalmente oyera a San Lang contestarle:
—Sí.
No era una respuesta inesperada. Después de otra larga pausa, Xie Lian
suspiró.
—Cómo decirlo… —Tras sopesarlo, finalmente le dijo con tono sincero y
afectuoso—: San Lang… la próxima vez que veas un pozo como este, no
vuelvas a tirarte así, a lo loco. Ni siquiera he podido sujetarte, y por un
momento no he sabido qué hacer.
San Lang parecía sorprendido por semejante contestación, y se le
atragantaron las palabras por un momento. Cuando volvió a abrir la boca,
habló con un tono extraño:
—¿No me vas a preguntar nada más?
—¿Qué más quieres que te pregunte?
—Por ejemplo, si soy humano o no.
Xie Lian se masajeó el entrecejo.
—Creo que no hace falta.
—¿Hm? ¿No?
—No, no hace falta. En realidad, da igual si eres o no humano.
—¿Mmm?

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Xie Lian le abrazó el antebrazo.
—Cuando conoces a alguien, lo principal es ver si encajáis o no, si los
temperamentos de cada cual congenian; el estatus, quién es cada uno, no
importa. Si me gustas, me gustarás aunque seas un mendigo; si te detesto, te
detestaré aunque seas el mismísimo emperador. ¿No debería ser siempre así?
Por esta sencilla razón, no me hace falta preguntar nada más.
San Lang se rio a carcajadas.
—Sí, tienes mucha razón.
—¿Verdad? —Xie Lian también se rio un par de veces con él. Rieron y
rieron hasta que de pronto Xie Lian cayó en la cuenta de algo que le
sorprendió. Llevaba un buen rato en brazos de San Lang, y le asustó ver que,
sin haberse percatado, ¡se había acostumbrado y hasta disfrutaba de estar en
aquella posición!
Xie Lian se estaba muriendo por dentro. Tosió ligeramente y quiso
cambiar de tema:
—Esto… San Lang, eh, hablaremos de estos asuntos sin importancia más
tarde. Mejor bájame ya, ¿no?
—Espera un momento —replicó el joven con una sonrisa.
Caminó un poco más antes de depositarlo suavemente en el suelo, que Xie
Lian notó duro y despejado.
—Muchas gracias —le dijo al pisar tierra firme.
San Lang no reaccionó a su agradecimiento, sino que levantó la cabeza y
miró hacia arriba. En mitad del firmamento había una luna brillante y
extremadamente hermosa, la cual se veía enmarcada dentro del trozo
cuadrado de cielo que formaban los cuatro muros. Era una escena que
recordaba al proverbio de la rana que, desde el fondo del pozo, miró hacia el
cielo y creyó que todo el universo se reducía a aquel pequeño círculo.
Intentó mandar a Ruo Xie hacia arriba, pero, como era de esperar, cuando
ascendía, algo invisible la bloqueaba y rebotaba hacia atrás, incapaz de
avanzar.
—El Pozo de los Pecadores tiene formaciones por todos lados —comentó
San Lang.
—Ya me lo imaginaba, solo quería intentarlo para no quedarme con la
duda. No sé lo que les habrá pasado a los demás allí arriba, si esa chica de
negro también los ha tirado.
Le habló a San Lang acerca de la doncella que colgaba del poste y cómo
de repente se había liberado y había sembrado el caos barriendo a los

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soldados. Al decirle todo esto, dio unos pasos hacia delante hasta que pisó
algo que parecía un brazo. Xie Lian casi tropezó y cayó al suelo, pero
recuperó el equilibrio rápidamente.
—Ten cuidado —le dijo San Lang, sujetándolo con una mano. Y, como un
comentario casual y sin importancia, añadió—: Te lo dije, el suelo está sucio.
Xie Lian entendió al instante a lo que se refería con ese «sucio».
—No importa. Voy a iluminarlo un momento con una llama de mano para
ver bien qué es lo que hay aquí abajo antes de hacer ningún plan.
San Lang guardó silencio. En ese instante, la voz de Ke Mo resonó a lo
lejos una vez más:
—¡Si estáis a las órdenes de esa perra, los millones de almas que murieron
de forma injusta en nuestro reino os maldecirán!
Xie Lian se dio la vuelta y le preguntó en la lengua de la media luna:
—General Ke Mo… ¿de quién demonios estás hablando?
—¿A qué viene hacerse el tonto? —repuso con una voz repleta de odio—.
¡Hablo de la cultivadora poseída!
—¿Te refieres a la que vaga por la ciudad?
Ke Mo escupió con rabia y desprecio: al parecer, sí que era ella.
—¿No le habías jurado lealtad a la cultivadora del reino de la Media
Luna?
Ke Mo se encolerizó aún más al oír esto.
—¡Juro por toda la eternidad que jamás le volveré a rendir pleitesía!
¡Nunca perdonaré a esa zorra!
A continuación, siguió con un galimatías de insultos y maldiciones.
Ke Mo estaba tan agitado que hablaba muy rápido, tanto que Xie Lian se
quedó boquiabierto y no entendió nada de lo que dijo.
—San Lang, San Lang —le cuchicheó a su compañero para pedir que le
tradujera.
—Está insultándola. Dice que traicionó a su reino, abriendo las puertas de
la ciudad para que el ejército de las llanuras centrales entrara y cometiera una
masacre. Luego arrojó a sus hermanos a este pozo infernal. Dice que quiere
ahorcarla mil, cien mil veces.
—¡Espera! —lo interrumpió Xie Lian.
¿Qué estaba pasando? ¡Había dos cosas en aquella historia que no tenían
sentido!
En primer lugar, cuando Xie Lian habló de la cultivadora que vagaba por
la ciudad, se estaba refiriendo a la mujer de blanco. Pero ahora Ke Mo había

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llamado «perra» a la cultivadora del reino de la Media Luna y la acusaba de
haber empujado a sus hermanos a aquel pozo infernal. Hacía un momento,
había insultado así a la doncella vestida de negro que había barrido a sus
soldados en lo alto del muro. Sumado a lo que decía sobre ahorcarla mil veces
más, Xie Lian entendió que no estaban hablando de la misma persona. En
segundo lugar, ¿la cultivadora del reino de la Media Luna los había
traicionado?
—General —intervino Xie Lian—, ¿la cultivadora de la que hablas es la
chica de negro que colgaba del poste?
—¡¿Quién va a ser si no?!
¡La doncella vestida de negro que estaba colgada como un cadáver era en
realidad la cultivadora del reino de la Media Luna!
Pero, si ese era el caso, entonces, ¿quién era la cultivadora de blanco que
se paseaba plácidamente por la antigua ciudad, amenazando con matarlos a
todos? ¿Y la mujer de negro que la acompañaba?
La doncella del mástil, con aquellos movimientos extraños e
impredecibles, había sido capaz de barrer a decenas de los formidables y
temibles soldados de la media luna en un abrir y cerrar de ojos, de modo que
¿cómo era posible que la hubieran colgado del poste del Pozo de los
Pecadores?
Cuanto más oía Xie Lian, más confuso le parecía todo y, cuanto más
reflexionaba sobre ello, menos entendía.
—General, te quiero preguntar una cosa…
—¡Basta! —terció Ke Mo—. Asesinas a mis soldados, ¿y, aun así, quieres
andarte con preguntas? Basta de hablar, ¡ven y pelea!
—Los he matado yo, él no ha hecho nada —intervino San Lang—. Puedes
responderle a él y luego pelear conmigo.
Eso tenía muchísimo sentido.
—¡Todos sois sus cómplices, sois todos iguales! —rugió Ke Mo.
—General —se apresuró a explicar Xie Lian—, me temo que hay un
malentendido. Nosotros hemos venido hasta el Gobi precisamente para
enfrentarnos a ella, ¿cómo vamos a ser sus cómplices?
Al oír que su propósito era luchar contra la cultivadora del reino de la
Media Luna, Ke Mo se sumió en un profundo silencio. Al cabo de un rato,
repuso:
—Si no sois sus secuaces, ¿por qué habéis matado a mis soldados?

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—¿Acaso no nos has tirado tú aquí abajo? No nos has dejado alternativa,
hemos actuado en defensa propia.
—Bobadas, no tenía intención de arrojaros. Tan solo os habíamos
capturado. ¡Fuisteis vosotros los que os empeñasteis en saltar!
Xie Lian le siguió la corriente.
—Sí, sí, sí, fuimos nosotros los que quisimos tirarnos al pozo. General,
ahora mismo estamos todos atrapados aquí, así que de momento será mejor
que unamos fuerzas. Entonces, ¿por qué la cultivadora del reino de la Media
Luna abrió las puertas de la ciudad para que el ejército enemigo os
masacrara?
¿Cómo iba Ke Mo a tener una conversación lógica? En su lugar, siguió
con su rencilla personal.
—Sois unos cobardes, peleando dos contra uno.
Xie Lian se sintió completamente impotente.
—¡Pero si yo solo te di un bofetón!
No le importaba que lo llamaran «cobarde», «tramposo» o cosas por el
estilo. En situaciones críticas, no solo era perfectamente capaz de luchar en un
dos contra uno: ir con cien para pegarle una paliza a alguien era algo que
tampoco le quitaba el sueño, por lo que aquellas cuestiones de honor y de
luchar uno contra uno le traían sin cuidado. Hacía un momento, San Lang le
estaba dando claramente una paliza, hasta el punto de que le había pedido a
Xie Lian que no interviniera. Parecía que Ke Mo pensaba que podría
machacar a Xie Lian en un uno contra uno, y no pudo sino sentir lástima por
aquel gigante. No obstante, a juzgar por su carácter, parecía posible
apaciguarlo poco a poco y con buenas palabras. Ahora bien, San Lang no
tenía tanta paciencia y le dijo con aire indolente:
—Por el bien de tus soldados, será mejor que le respondas.
—Si ya los has matado a todos, ¿de qué te sirve amenazarme con ellos?
—Pero sus cadáveres siguen intactos —terció San Lang.
Ke Mo se revolvió y preguntó alarmado:
—¿Qué vas a hacer?
—Esa pregunta te la hago yo a ti, ¿tú qué quieres que haga? —Solo con
escuchar su voz, Xie Lian podía imaginar sus ojos entrecerrados mientras
decía—: ¿Quieres que estén bien en la otra vida o prefieres que renazcan
convertidos en un charco de sangre?
Tras unos instantes de perplejidad, Ke Mo lo comprendió.
—¡¿Tú…?!

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Los habitantes del reino de la Media Luna concedían una gran
importancia a los ritos funerarios y creían que los fallecidos renacerían con el
mismo aspecto que tenían al morir. Por ejemplo, si a alguien le faltaba un
brazo en el momento de su muerte, se reencarnaría como un manco. Si San
Lang pulverizaba sus cadáveres hasta convertirlos en un charco de sangre,
¿no sería mejor morir para siempre que renacer de aquella manera? Para un
ciudadano del reino de la Media Luna tan genuino y fiel a las costumbres
como Ke Mo, aquella posibilidad era realmente aterradora. Como era de
esperar, oyeron rechinar sus dientes en la oscuridad durante un buen rato
hasta que finalmente imploró con impotencia:
—¡No toques los cadáveres! Todos ellos eran buenos y valientes soldados,
y ya ha sido una desgracia pasar tantos años en este maldito pozo. No sé si en
realidad ha sido una liberación para ellos que los mataras hoy. Pero no
permitiré que sufran más humillaciones. —Y, después de una pausa, añadió
—: ¿De verdad habéis venido para matar a Media Luna?
—No te estamos mintiendo —le dijo Xie Lian con amabilidad—. Como
dice El arte de la guerra, «si conoces a tu enemigo y te conoces a ti mismo,
vencerás en todas tus batallas». Los forasteros apenas sabemos nada sobre la
cultivadora del reino de la Media Luna, así que no tenemos manera de
enfrentarnos a ella. Pero, dado que tú la conoces bien, seguro que puedes
darnos mucha información.
Tal vez al estar unidos contra un enemigo común, o tal vez por
encontrarse en el fondo de un abismo del que era imposible salir, desanimado
al yacer sobre la montaña de cadáveres de sus propios soldados, Ke Mo
parecía haber aparcado temporalmente su hostilidad.
—¿No sabes por qué abrió las puertas para dejar entrar a los de Yong’an?
Fue porque quería vengarse de nosotros. ¡Odiaba profundamente al reino de
la Media Luna!
—¿Qué quieres decir? ¿Ella no era de aquí?
—Sí, pero no del todo. Era mestiza, ¡su padre era de Yong’an!
Resultó que la madre de la cultivadora era una mujer del reino de la
Media Luna y su padre, un hombre de Yong’an. En las tierras fronterizas, los
ciudadanos de ambos países se profesaban un odio mutuo y ese tipo de
parejas llevaban una vida extremadamente difícil, por lo que, tras algunos
años, el hombre ya no pudo soportarlo más y abandonó la frontera para
regresar al próspero y pacífico Yong’an. Aunque ambas partes acordaron su
separación, al poco tiempo la madre falleció, al parecer debido a la

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melancolía. Dejaron atrás a su hija de seis o siete años, que creció hambrienta
y desatendida. La pareja había sufrido el rechazo de la sociedad, y su hija
terminó padeciendo ese mismo desprecio. La gente del reino de la Media
Luna era alta, y tanto los hombres como las mujeres tenían un físico
corpulento y destacaban por su vigorosidad, lo cual se consideraba hermoso;
sin embargo, al ser mestiza, aquella niña destacaba entre la multitud por ser
delgada y frágil, por lo que a menudo recibía acoso y humillaciones. Poco a
poco su personalidad se volvió sombría y excéntrica. Los niños del reino de la
Media Luna no querían jugar con ella, mientras que algunos de Yong’an la
trataban solo un poco mejor.
Cuando la pequeña hija de los dos reinos era una adolescente, hubo una
escaramuza en la frontera y los ejércitos de ambos bandos se enfrentaron.
Mucha gente murió en la batalla, y la pequeña niña mestiza desapareció sin
dejar rastro. Dado que no tenía muchos parientes ni amigos en el reino de la
Media Luna, nadie preguntó por ella durante los años en los que estuvo
desaparecida. Cuando reapareció al cabo de un largo tiempo, había sufrido un
cambio drástico. Había viajado miles de kilómetros y atravesado sola el Gobi
hasta Yong’an. Debido a detalles que se desconocían, a su vuelta dominaba
artes cultivadoras extremadamente oscuras; no solo eso, sino que también era
capaz de controlar al animal venenoso más temido por el pueblo de la media
luna: la serpiente cola de escorpión.
Al verla regresar, aparte de suspirar de admiración, hubo algunos
ciudadanos que sintieron miedo. El carácter de la joven no había cambiado en
absoluto, y seguía siendo tan sombría y antisocial como siempre. Muchos la
habían humillado cuando era niña, pero, ahora que había entrado a formar
parte de la corte y ocupaba un puesto privilegiado, convirtiéndose en una
cultivadora de un altísimo estatus, a muchos los asaltaba una gran
preocupación: ¿acaso no querría ahora vengarse de ellos?
—Imagino que muchos empezaron a difamarla —opinó Xie Lian.
—Más que difamarla —gruñó Ke Mo—, fueron directamente al palacio
para hablar con el rey diciendo que era una enviada de las serpientes cola de
escorpión para asolar el reino de la Media Luna y que, por lo tanto, debían
ahorcarla. Pero ninguno de ellos tuvo éxito.
—¿Acabó ella ahorcando a esas personas?
Ke Mo se mostró asqueado.
—Hijo de Yong’an, ¿por qué tienes la cabeza tan llena de perversiones?
¡No! Yo la protegí.

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—Ya he dicho que no soy de Yong’an… —replicó Xie Lian con
impotencia—. Bueno, da igual.
En aquel momento, Ke Mo ya había ascendido al rango de general. Una
vez había liderado a sus soldados para aniquilar a unos bandidos del desierto.
En esa misión lo acompañó la muchacha como cultivadora de la corte.
Aquellos bandidos eran verdaderamente excepcionales y habían construido
una guarida bajo la arena. Ambos bandos sufrieron numerosas bajas en la
batalla y, aunque Ke Mo salió finalmente victorioso, la lucha hizo que la
guarida subterránea comenzara a derrumbarse. No solo eso, sino que también
se avecinaba una tormenta de arena, por lo que no era aconsejable permanecer
allí mucho más tiempo, y Ke Mo se retiró con algunas de sus tropas, mientras
que otra parte de su ejército, en la cual se encontraba la cultivadora, no tuvo
oportunidad de salir a tiempo.
Ke Mo se retiró a un lugar seguro hasta que la tormenta amainó. Quiso
regresar para desenterrar a los soldados sepultados y darles un entierro digno,
pero, para su sorpresa, la cultivadora había excavado por sí misma un refugio
subterráneo de grandes dimensiones, arrastrando hasta allí a todos los
supervivientes y los heridos. Incluso había tenido la consideración de llevar
consigo los cuerpos de los caídos en combate y disponerlos en el suelo
ordenadamente. Hizo todo esto con sus propias manos y, cuando llegaron,
tenía las vestiduras empapadas de sangre. Los esperaba en silencio y de
rodillas, montando guardia en la puerta de aquella gruta, como si fuera un
pequeño lobo solitario.
—Tras ese incidente, tuve una muy buena impresión de ella al ver que
actuaba de manera intachable, y pensé que sin duda no tenía ninguna
intención de dañar al reino de la Media Luna. De modo que respondí por ella
y me enfrenté a todas las voces en su contra.
Todo aquello, sumado a que Ke Mo también había sufrido acoso y
humillaciones de sus compañeros cuando era niño a causa de su debilidad
física, hizo que sintiera una gran afinidad y empatía hacia la joven. Poco a
poco se fueron conociendo mejor, y fue así como Ke Mo descubrió las
insuperables habilidades cultivadoras de la chica. Tras un largo recorrido de
ascensos y sin ayuda de nadie, alcanzó la posición de cultivadora del reino y,
tal y como quedó registrado en los anales de la historia, Ke Mo se convirtió
en uno de sus partidarios más leales.
El tiempo discurrió sin incidentes hasta que estalló otra gran guerra y el
reino de Yong’an envió tropas para asediar el reino de la Media Luna.

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—Los dos reinos se enfrentaron durante mucho tiempo, sin que ninguna
de las partes lograra una victoria decisiva. En mitad del conflicto, ella erigió
un altar a los dioses, diciendo que era para proteger a nuestros soldados.
Así, la moral y el espíritu combativo de los guerreros se fortalecieron, y
defendieron las puertas de la ciudad hasta la muerte. La matanza se prolongó
durante días, con un trasiego continuo de flechas que rasgaban el aire, rocas y
aceite hirviendo y el chocar de las espadas. Nadie se habría imaginado que,
cuando la batalla se encontraba en su punto álgido, sería la mismísima
cultivadora del reino quien abriría de repente las puertas de la ciudad de par
en par. En un instante decenas de miles de tropas enemigas entraron en
tromba y con furor. En cuanto penetraron los jinetes con armadura, la ciudad
entera se convirtió en un sacrificio de sangre para los dioses. Ke Mo, que
estaba batiéndose amargamente contra el enemigo, oyó que la cultivadora del
reino había abierto las puertas de la ciudad y se encolerizó hasta perder la
razón. Ahora, por mucho que hiciera valer su bravura, ya no podía hacer nada
para revertir la situación.
—Fue entonces cuando supe que se había confabulado con los generales
enemigos para que sus tropas pudieran entrar en la ciudad —explicó,
rechinando los dientes—. ¡¡Pero, incluso si estaba destinado a morir en la
batalla, antes quería matar a esa traidora!! Así que ordené a un grupo de
soldados que subiera a la torre de la ciudad para apresarla y que,
arrastrándola, la colgaran sobre el Pozo de los Pecadores. ¡Justo en ese poste!
Cuando las tropas de Yong’an atravesaron la frontera, aniquilaron a todo
el mundo a su paso. Los oficiales, los soldados y los cultivadores del reino
que no perecieron en la batalla fueron ahorcados. Ahora llevaban siglos
languideciendo en aquellas ruinas y, aun después de la muerte, ambos bandos
se profesaban un odio profundo.
—General Ke Mo —lo interpeló Xie Lian—, entonces ahora, con el
ejército de la media luna bajo tu mando, sigues dando caza a la cultivadora
del reino y, cada vez que la capturas, ¿la vuelves a colgar en el Pozo de los
Pecadores?
—¡Lo haría mil, diez mil veces, y nunca sería suficiente! Ella también se
dedica a dar caza a mis valientes soldados, ¡y los arroja al pozo! Alrededor de
él conjuró un sello cultivador extremadamente poderoso, y solo ella puede
deshacerlo. Si caen aquí, ya no hay manera de liberarlos. Mis soldados fueron
traicionados por ella y murieron en trágicas circunstancias, por lo que están
poseídos por un implacable resentimiento. Solo bebiendo la sangre de los

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ciudadanos de Yong’an pueden mitigar el odio de su corazón para ascender
poco a poco y en paz al cielo. ¡De lo contrario, su rencor los ata a este mundo
y, noche tras noche, permanecen aquí atrapados lanzando alaridos!
—Es por eso por lo que sigues capturando humanos y arrojándolos al
pozo, ¿verdad?
—¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿No satisfacer su sed de sangre y oír cómo
se lamentan ahí abajo por toda la eternidad?
—Y la gente a la que habéis arrojado aquí, ¿la capturáis vosotros mismos?
—No podemos alejarnos mucho del reino de la Media Luna, pero lo
bueno es que a sus serpientes diabólicas les encanta sembrar el caos y suelen
salir de las ruinas para morder a los humanos por todas partes. Cuando
muerden a los miembros de una caravana, la gente entra en la ciudad para
buscar la hierba de la buena luna.
—¿Y la cara del palacio? ¿La enterraste tú?
—Sí. Era un bandido que vino a saquear los tesoros del palacio. Pero no
quedaba absolutamente nada: las tropas de Yong’an ya lo habían rapiñado
todo como botín.
—¿Por qué lo enterraste en lugar de tirarlo aquí? —quiso saber Xie Lian.
—Las plantas necesitan abono; de lo contrario, es imposible controlar la
plaga de serpientes cola de escorpión… Las hierbas sirven de repelente, y
nosotros tampoco queremos toparnos con esas alimañas.
«Hay algo que no me cuadra», pensó Xie Lian. Dado que Ke Mo y sus
soldados cultivaban deliberadamente la hierba de la buena luna e incluso se
tomaban la molestia de enterrar a una persona viva como fertilizante, era
evidente que, pese a que ya no eran humanos, su miedo a las serpientes cola
de escorpión no había disminuido ni un ápice. Aquel temor debía de haber
sido aún mayor en vida. Dado que la cultivadora del reino de la Media Luna
dominaba aquella arma tan mortífera, ¿cómo podía un puñado de soldados
capturarla y colgarla tan fácilmente?
Según Ke Mo, a lo largo de esos doscientos años, la habían atrapado una y
otra vez, y en cada ocasión había acabado ahorcada. Xie Lian pensó que, si él
tuviera un arma tan mortífera en sus manos, sin duda no dejaría que sus
enemigos se acercaran a él ni un centímetro. Y luego estaba la cuestión de las
serpientes cola de escorpión que salían de la ciudad antigua para morder a la
gente. ¿Era algo fortuito? No, parecía más bien un intento deliberado de atraer
a la gente hasta allí. ¿Acaso la cultivadora del reino lo hacía adrede?
Entonces, ¿no se podía afirmar que quería ayudar a Ke Mo a capturar

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víctimas para alimentar a sus soldados hambrientos en el foso? Por lo tanto,
¿no era contradictorio afirmar que ambos bandos eran hostiles? ¿Podían estar
fingiendo tal hostilidad? Pero ¿qué sentido tendría eso? Y, aparte de todo este
caos conspiratorio, había otro enigma: la identidad de la cultivadora vestida
de blanco y su acompañante.
Xie Lian decidió hacer algunas preguntas más.
—General, cuando entramos en la ciudad hace un momento, vimos a dos
cultivadoras, una de negro y otra de blanco. ¿Sabes quiénes son?
Antes de que pudiera responder, San Lang les susurró:
—Shhhh.
Aunque no tenía ni idea de qué estaba ocurriendo, Xie Lian cerró la boca
de inmediato. Una extraña intuición le hizo inclinar la cabeza y mirar hacia
arriba. Vio el mismo cuadrado de cielo azul oscuro, la misma media luna de
un blanco glacial. Sin embargo, junto a ella, vislumbró a una persona, una
silueta de negro que se asomaba al pozo. Tras permanecer así durante unos
instantes, la lejana figura de pronto se convirtió en un cuerpo de tamaño
natural: había saltado hacia el fondo.
Mientras caía, Xie Lian pudo ver que era la misma persona que hacía un
momento colgaba del poste: ¡la cultivadora del reino de la Media Luna!
—¿Qué pasa, Ke Mo? —dijo nada más aterrizar en la lengua de la media
luna.
Su voz no era para nada como Xie Lian había imaginado. Sin duda
denotaba frialdad, pero sonaba débil, como si fuera una niña huraña
murmurando algo para sí misma, en lugar de una persona cruel e imponente.
Si no fuera porque tenía un buen oído, probablemente no habría sido capaz de
escucharla en absoluto.
—¿Que qué pasa? ¡Están todos muertos!
—¿Cómo puede ser?
—¿Acaso no es porque tú misma los has arrojado a este maldito lugar?
—¿Quién está aquí? Noto que hay alguien más oculto en la oscuridad.
De hecho, en el fondo del pozo, aparte de Ke Mo en realidad había otras
dos «personas» ocultas; sin embargo, San Lang no respiraba ni su corazón
latía, de modo que la cultivadora del reino no podía captar el más mínimo
indicio de su presencia. Debido al caos que se había vivido arriba hacía un
momento, no se fijó en quién cayó al pozo y quién huyó, por lo que pensaba
que solo estaba Xie Lian.

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—Son los que mataron a mis soldados, ¿ya estás contenta? ¡Por fin están
todos muertos! —le contestó Ke Mo.
La cultivadora del reino se quedó en silencio unos instantes, y de pronto
un fuego emergió en la oscuridad, iluminando a una joven vestida de negro
que tenía una pequeña llama en la palma de la mano. Ahora Xie Lian la pudo
ver con claridad: parecía tener solo diecisiete o dieciocho años, e iba ataviada
con una simple túnica taoísta negra a juego con el color de sus ojos. Su rostro
no estaba exento de belleza. Sin embargo, una profunda tristeza surcaba sus
facciones, y tenía la frente y los labios repletos de moratones. Si no se lo
hubieran dicho de antemano, Xie Lian jamás habría pensado que la
cultivadora del reino de la Media Luna fuera, en realidad, tan solo una
muchacha de rostro pálido.
La llama también iluminó los alrededores: a sus pies, todo eran cadáveres
de soldados de la media luna con sus armaduras. Xie Lian no pudo evitar
desviar la mirada. Debido a que la llama que sostenía la cultivadora del reino
era diminuta, no alcanzaba a iluminar el fondo del Pozo de los Pecadores en
su totalidad, y tanto Xie Lian como San Lang aún permanecían ocultos en la
negrura; sin embargo, gracias a aquellos distantes rayos de luz, Xie Lian fue
capaz de atisbar una silueta vestida de rojo a su lado. No sabía si se trataba de
un efecto visual, pero, si bien San Lang ya era más alto que él de por sí, ahora
parecía haber aumentado de estatura. La mirada de Xie Lian se desplazó
lentamente hacia arriba hasta llegar a la garganta del joven, donde se detuvo
un instante antes de continuar su trayectoria hasta posarse en su mandíbula,
bellamente moldeada. La mitad superior de su rostro continuaba oculta en la
oscuridad, pero la mitad inferior también parecía ligeramente diferente.
Aunque no había perdido su hermosura, las líneas y los contornos parecían
más marcados. Tal vez se había percatado de su mirada, ya que tenía el rostro
ligeramente ladeado y los labios curvados en una tenue sonrisa. Tal vez
porque se moría por verlo de cerca y aproximarse a él, Xie Lian dio un paso
hacia él inconscientemente.
En ese momento, oyó el desgarrador grito de Ke Mo en la distancia,
sobrecogido al ver aquella macabra escena con sus propios ojos. Xie Lian
volvió en sí súbitamente y se giró para ver al general llevándose las manos a
la cabeza. La cultivadora del reino lo escuchaba gritar sin mostrar ninguna
emoción.
—Bueno —se limitó a decir, asintiendo con la cabeza.
Sobrepasado por la tristeza, Ke Mo se enfureció al oír aquello.

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—¿Qué quieres decir con «bueno»? ¿Qué tiene esto de bueno?
—Con esto, por fin todos hemos expiado nuestra culpa. —Y, volviéndose
hacia donde estaba Xie Lian en la negrura, añadió—: ¿Los habéis matado
vosotros?
—Fue un accidente —se excusó Xie Lian.
—¡¿Te atreves a mentirnos a la cara?! —bramó Ke Mo.
—¡En la vida pasan accidentes así todo el rato! ¿No? —se resignó a seguir
defendiéndose.
La cultivadora del reino lo miró, aunque era incapaz de verle la cara.
—¿Quiénes sois? —inquirió sin agresividad en su tono. Hablaba la lengua
de Xie Lian de manera fluida y sin acento.
—Soy un inmortal de la corte celestial superior, y este es… mi amigo.
Ke Mo no podía entender ni una palabra, pero sabía por su tono que no
estaban discutiendo, por lo que preguntó alarmado:
—¿De qué estáis hablando?
La cultivadora del reino barrió pausadamente con la mirada a Xie Lian y
se detuvo en San Lang un instante; de inmediato la desvió y se dirigió a Xie
Lian.
—Ningún inmortal había venido aquí antes. Creía que hacía tiempo que se
habían olvidado de este lugar.
Al principio, Xie Lian había pensado que tendría que enfrentarse con la
cultivadora del reino de la Media Luna, pero se sorprendió al ver que ella no
mostraba ni una pizca de voluntad de luchar.
—¿Queréis salir de aquí? —les preguntó.
—Por supuesto, pero hay sellos cultivadores dispuestos en las cuatro
paredes, así que nos es imposible.
Al oír esto, la cultivadora del reino caminó hacia uno de los imponentes
muros que cercaban el Pozo de los Pecadores. Dio una palmada en la pared de
manera tajante y, girándose hacia ellos, les anunció:
—Los he desbloqueado, así que ya podéis salir.
¡Pues sí que era maja!
Xie Lian ya no sabía ni qué decir. Fue en ese momento cuando llegó una
voz procedente de arriba:
—¡Eh! ¿Hay alguien ahí abajo? Si no hay nadie, ¡me voy!
Era la voz de Fu Yao.
A Xie Lian le pareció oír a San Lang chasqueando la lengua. Miró hacia
arriba y, efectivamente, allí había una silueta vestida de negro asomada al

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pozo.
—¡Fu Yao! ¡Estamos aquí! —lo llamó, haciéndole señas con las manos.
—¿En serio estáis ahí abajo? ¿Qué más hay aparte de ti?
—Pues… Muchas cosas, ven tú mismo y lo ves.
Fu Yao también pareció preferir verlo por sí mismo que oír cómo se lo
describían, así que, con una explosión, liberó una gran bola de fuego que
lanzó hacia abajo. De repente, todo el fondo del pozo de los Pecadores se
iluminó, de manera que parecía de día, y Xie Lian por fin vio claramente en
qué clase de lugar se encontraba. Había montañas de cadáveres por doquier y
ríos de sangre: incontables cuerpos de soldados de la media luna se apilaban
en una maraña de miembros entremezclados. Sus rostros tiznados
contrastaban con el blanco níveo de sus armaduras nevadas y el rojo púrpura
de su sangre. Pero el lugar donde Xie Lian tenía los pies… resultó ser la única
porción de suelo sin cadáveres en todo el pozo de los Pecadores.
Todo aquello lo había hecho San Lang a oscuras apenas un instante
después de haberse precipitado al pozo. Xie Lian volvió una vez más la
cabeza hacia atrás para mirar al joven, que permanecía de pie a su lado. Allí,
en la oscuridad, había percibido vagamente que San Lang parecía
repentinamente más alto, así como algún otro cambio sutil. Sin embargo, bajo
la brillante luz del fuego, seguía siendo el mismo apuesto muchacho de
siempre y, al observarlo, no pudo evitar esbozar una débil sonrisa. Xie Lian
bajó la cabeza para fijarse en sus muñecas y sus botas; efectivamente, estaban
igual que antes, sin ningún adorno que pudiera emitir un tintineo.
Tras oírse un grito ahogado, Fu Yao bajó de un salto.
—¿No se suponía que estabas cuidando de la caravana? —fue el
recibimiento de Xie Lian.
Acababa de aterrizar y aún no se había acostumbrado al olor a sangre que
impregnaba la atmósfera del fondo del pozo, por lo que se abanicó con la
mano mientras fruncía el ceño, y dijo con un hilo de voz:
—Esperé tres horas y, como no volvíais, imaginé que habría pasado algo.
Dibujé un círculo protector en el suelo y les dije a los mercaderes que
esperaran allí. Luego vine a buscaros.
—Un círculo protector no durará mucho tiempo. Al haberte ido así,
seguro que sospechan que los has abandonado. ¿Y si se salen del círculo y se
meten en líos? —lo reprendió Xie Lian.
—Si alguien se empeña en buscar su propia muerte, no puedes evitar que
lo haga ni atándolo a ocho caballos. Así que ¿qué le puedo hacer yo? —

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replicó indolente—. ¿Y qué pasa con estos dos? ¿Quiénes son?
Al principio Fu Yao se mostró alerta y en guardia contra los dos
desconocidos del fondo de la fosa, pero pronto se percató de que Ke Mo
estaba gravemente herido, tendido en el suelo y luchando por moverse,
mientras que a la cultivadora del reino la cabeza le colgaba en un ángulo
extraño y permanecía en silencio, con una expresión de completa perplejidad
en el rostro.
—Este es el general del reino de la Media Luna y esta, su cultivadora, y
ahora ellos…
Antes de que las palabras terminaran de salir de su boca, Ke Mo se puso
de pie de un salto. Llevaba tanto tiempo tumbado que por fin había reunido
las fuerzas suficientes y, lanzando un fuerte grito, se levantó y golpeó a la
cultivadora del reino de la Media Luna con los puños. Un hombre alto y
fornido golpeando a una muchacha: era una escena que Xie Lian nunca había
presenciado antes. Sin embargo, Ke Mo tenía un sinfín de razones para odiar
visceralmente a la cultivadora, la cual, pese a poder esquivar los golpes, no lo
hizo y se dejaba zarandear como una muñeca de trapo.
—¿Dónde están tus serpientes cola de escorpión? —rugió Ke Mo—.
Venga, ¡que me muerdan, que me maten! ¡Que expíen también mi culpa!
—Ke Mo, mis serpientes ya no me obedecen —respondió ella
hoscamente.
El general le espetó:
—¿Y por qué no te matan entonces?
Tras un silencio, tan solo le susurró:
—Lo siento.
—¿Cómo puedes odiarnos tanto?
La cultivadora del reino negó con la cabeza. Esto no hizo sino enfurecer
aún más a Ke Mo.
—Tú lo que quieres es reírte de mí, ¿verdad? Si no nos odiabas, ¿por qué
nos vendiste al enemigo? ¡Eres una asquerosa infiltrada, una traidora, una
hipócrita que trabajaba a sueldo para Yong’an mientras disfrutaba de
privilegios en nuestra tierra!
Al ver que los golpes eran cada vez más intensos y que seguía siendo una
pelea completamente unilateral, Fu Yao frunció el ceño.
—Eh, ¿de qué están hablando? ¿No deberíamos pararlo?
Xie Lian tampoco podía soportarlo más, de modo que dio un paso
adelante y agarró a Ke Mo.

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—¡General! ¡General! ¿Por qué no hablamos primero…? —Pero fue
rápidamente interrumpido por la cultivadora del reino, que lo agarró de la
muñeca.
Lo sujetó de repente con muchísima fuerza. El corazón de Xie Lian dio un
vuelco. Pensó que ella estaba aprovechando esa oportunidad para asesinarlo,
pero, al mirar hacia abajo, le sorprendió verla tendida en el suelo con los
labios amoratados, levantando la cabeza para mirarlo fijamente. No dijo nada,
pero sus ojos brillantes y oscuros desprendían una vitalidad abrasadora. Xie
Lian se quedó atónito al descubrir que aquel rostro encajaba con el de alguien
que se había convertido en un muy lejano recuerdo del pasado.
—¿Eres tú?
—¿General Hua? —respondió ella a su vez.
Con este intercambio de palabras, todo el mundo se quedó boquiabierto.
Fu Yao avanzó hasta ellos y dejó inconsciente a Ke Mo de un manotazo.
—¿Os conocéis?
Xie Lian, sin embargo, no tenía tiempo de responderle. Se puso en
cuclillas, agarró a la muchacha del hombro y le examinó el rostro con
detenimiento. Hasta hacía un momento solo la había visto de lejos y, además,
había cambiado mucho. Habían pasado más de doscientos años, por lo que en
un principio no la había reconocido. Pero ahora, mirándola de nuevo, ¡sin
duda su rostro le era familiar!
Xie Lian se quedó mudo unos instantes y al rato logró preguntar:
—¿Media Luna?
La cultivadora del reino le agarró la manga de inmediato.
—¡Soy yo! General Hua, ¿todavía te acuerdas de mí? —dijo emocionada.
—Por supuesto. Pero… —Fijó su mirada en la joven y suspiró—. ¿Cómo
has acabado así?
Al oírlo decir eso, un fino hilo de tristeza se derramó por sus ojos.
—Lo siento, mi oficial, yo… —le susurró—. Metí la pata.
Primero lo llamó «general», ahora «oficial»… ¿Cómo no iban a darse
cuenta los demás?
—¿Oficial? ¿General? ¿Tú? ¿Cómo es posible? —Fu Yao estaba
estupefacto—. Entonces, ¿la sepultura de ese general es…?
—La mía —asintió Xie Lian.
—¿No dijiste que habías venido a recoger chatarra?
—Bueno… es largo de explicar. Al principio esa era mi idea.

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Se decía que hacía doscientos años, por alguna razón, Xie Lian ya no era
bienvenido en la región del este, así que decidió mantener un perfil bajo hasta
que se calmara el asunto y se dispuso cruzar las montañas Qinling e ir al sur
en busca de un nuevo territorio en el que seguir con su apasionante negocio
de recoger chatarra. De modo que, brújula en mano, emprendió su viaje hacia
el sur. El camino le resultó deprimente. Parecía que había algo fuera de lugar
en el paisaje: se suponía que debía volverse cada vez más verde y densamente
poblado, ¿cómo era posible que se encontrara con aquel panorama de tierra
yerma cada vez más desolada? Dudaba y dudaba, cada vez menos
convencido, pero siguió andando obstinadamente en la misma dirección hasta
que, caminando y caminando, llegó al Gobi: fue recibido por una ráfaga de
viento que le hizo comerse un puñado de arena, y fue entonces cuando se dio
cuenta de que la brújula estaba rota. ¡Llevaba todo el camino indicándole la
dirección equivocada!
Ya que había llegado hasta allí, le pareció una buena idea aprovechar y
visitar el desierto. Xie Lian continuó caminando y disfrutando del paisaje.
Cambió su destino final por el noroeste y, cuando finalmente arribó a las
tierras fronterizas, eligió un lugar cercano al reino de la Media Luna como
residencia temporal.
—Al principio, realmente solo me dediqué a recoger chatarra por las
inmediaciones —explicó Xie Lian—. Pero en aquellas tierras había guerras
constantemente, por lo que a menudo los soldados desertaban y el ejército
movilizaba a la gente indiscriminadamente para llenar sus filas.
—¿Y a ti te reclutaron a la fuerza?
—Sí, me capturaron. Pero a mí no me importó, todos los trabajos son
iguales. Si hay que hacer de soldado, pues hago de soldado. Tras expulsar
varias veces a los bandidos, sin saber muy bien cómo, me las arreglé para
convertirme en oficial. Algunos, para ensalzarme aún más, me llamaban
«general».
—Pero ¿cómo es que te ha llamado «general Hua»? —inquirió Fu Yao—.
Si tú no te apellidas así.
—Eso no tiene importancia. —Xie Lian sacudió la mano, quitándole
hierro al asunto—. Dije un nombre falso sin más, me parece que era Hua Xie.
Al oír este nombre, San Lang cambió de expresión ligeramente, con los
labios curvándose como si no le cupieran en la cara. Xie Lian no reparó en
ello y continuó con su explicación:

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—Dado que en las tierras fronterizas se sucedía una guerra tras otra, había
muchos huérfanos y, cuando tenía tiempo libre, de vez en cuando jugaba con
ellos. Entre ellos había una niña… Se llamaba Media Luna.
Cuando se enfrentaba a los bandidos, Xie Lian se comportaba como un
soldado de fiereza y fuerza incomparables. No había nadie que se atreviera a
estar frente a él o ni siquiera a su lado. Pero, cuando no había enemigos cerca,
parecía que cualquiera podía aprovecharse de él. Un día buscó una trinchera
para encender un fuego y, utilizando su propio casco, se puso a cocinar. El
olor se extendió, y un grupo de soldados se enfadaron y le dieron una patada a
lo que estaba preparando. Entristecido, Xie Lian se dispuso a recoger su casco
cuando vio a una niña desaliñada en cuclillas detrás de él, la cual, a pesar de
estar abrasándose las manos, agarraba la comida y se la llevaba a la boca con
desesperación.
—¡No! ¡Amiguita, espera! —le gritó atónito Xie Lian.
Como era de esperar, continuó devorando lo que recogía del suelo hasta
que le dieron arcadas y vomitó todo el contenido de sus tripas. La niña estalló
en lágrimas y, asustado, Xie Lian la sostuvo boca abajo mientras andaba de un
lado para otro hasta que por fin echó todo lo que se había comido. Cuando
hubo terminado, Xie Lian se puso en cuclillas en el suelo y se limpió el sudor.
—No pasa nada, amiguita… Siento haber sido un poco rudo, por favor,
¡no se lo cuentes a tus padres! Y la próxima vez no comas nada del suelo…
Espera, ¿qué estás haciendo?
Con los ojos anegados de lágrimas, la niña volvió a recoger del suelo lo
que acababa de vomitar: aún se lo quería comer. Al agarrarla, Xie Lian vio
que estaba en los huesos, con la barriga inflamada por la desnutrición.
Llegada hasta ese punto de inanición, una persona puede comerse cualquier
cosa. Aunque sea tan asqueroso que le den ganas de llorar, es capaz de
comérselo. Xie Lian no tuvo otra elección, y le dio a la niña su última ración.
Más tarde pudo ver como lo espiaba a menudo desde su escondrijo favorito.
La impresión de Xie Lian era que aquella niña llamada Media Luna
siempre tenía una expresión muy sombría. Su cuerpo y su cara estaban llenos
de moratones y, cuando lo miraba, agarrándose al dobladillo de su túnica, lo
examinaba de arriba abajo con detenimiento. Como los niños del reino de la
Media Luna la condenaban al ostracismo, aparte de Xie Lian, solo un joven
d e Yong’an que también vivía en la frontera le prestaba atención de vez en
cuando, por lo que la niña se pasaba el día entero detrás de ellos. Rara vez
abría la boca, pero sabía hablar chino, así que Xie Lian nunca pudo averiguar

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de dónde era. De todos modos, cuando veía niños desatendidos en la calle,
intentaba cuidar de ellos sin preocuparse de sus orígenes. Cuando tenía
tiempo libre, enseñaba a la niña a cantar y a luchar, e incluso de vez en
cuando a partirse piedras en el pecho, por lo que su relación se fue haciendo
más y más estrecha.
—Al principio pensé que la llamaban cultivadora del reino de la Media
Luna por su país, no me imaginé que en realidad Media Luna fuera su
nombre.
—¿Qué pasó después? —quiso saber Fu Yao.
—Después… es más o menos la misma historia que está grabada en la
estela de la sepultura del general.
Tras un momento de silencio, San Lang intervino:
—La estela decía que te moriste.
Cuando lo mencionó, Xie Lian se hundió en la miseria.
¿Acaso las estelas no eran para cantar las alabanzas y glorificar a toda
costa a la persona a la que se conmemoraba? Ya bastaba con haber incluido lo
de que no dejaron de degradarlo. No contentos con eso, ¿en serio tenían que
escribir en tono neutro e inexpresivo aquella manera de morirse tan
humillante?
Cuando leyó esa parte en la gruta, simplemente no pudo continuar. Si no
hubiera sido porque San Lang entendía la lengua de la media luna y estaba a
su lado leyendo, habría fingido que no había ninguna parte que hablara de su
muerte. Era algo que a él mismo le parecía patético, así que ¿cómo podía
culpar a los demás de querer reírse? Cuando leyeron sus hazañas en la estela,
viendo que unos criticaban cada detalle de su vida y otros se reían a
carcajadas, a Xie Lian le dio vergüenza pedirles que se callaran, aunque en
silencio estuviera muriéndose por dentro. Sintió que ya tenía las cejas rojas de
tanto masajeárselas y finalmente dijo:
—Ah, eso, por supuesto, no era verdad. Fingí mi muerte.
Fu Yao lo miraba con incredulidad.
—Me habían pisoteado tantas veces que simplemente no me pude
levantar, así que no me quedaba otra que hacerme el muerto —se justificó Xie
Lian.
De hecho, no podía recordar muchos detalles acerca de cómo «murió», y
ni siquiera se acordaba de por qué ambos reinos se enfrentaban en esa batalla.
Solo sabía que eran trivialidades muy aburridas y qué él no tenía ningunas
ganas de pelear. Sin embargo, ya lo habían degradado hasta tocar fondo, por

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lo que nadie le hizo caso cuando se mostró contrario a esa batalla. Ambos
bandos estaban sumidos en el furor de la contienda, matando enemigos hasta
tener los ojos inyectados en sangre. Pero, tan pronto como apareció Xie Lian
en escena, los soldados de ambos ejércitos se lo quedaron mirando y, sin
previo aviso, todos los cuchillos y espadas de los alrededores buscaban dar en
el blanco de su cuerpo.
—Sería porque siempre te ponías en medio de los conflictos y te
interponías en lo que hacían los soldados, de modo que al final todos te
acabaron odiando, ¿verdad? Si no, ¿cómo podrían querer acuchillarte nada
más verte? Además, sabías que todo el mundo te odiaba, ¿a que sí? Si es así,
¿por qué no evitaste las aglomeraciones y, en lugar de ello, te metiste en
primera línea? Si hubieras querido evitarlo, estoy seguro de que habrías
podido.
—Sinceramente, ¡no me acuerdo! —contestó Xie Lian.
Aunque ni tan siquiera cientos de golpes podían acabar con él, lo cierto
era que cada corte le hacía daño y no podía soportarlo más. «¡Esto no puede
seguir así!», pensó, y al instante tomó la decisión de quedarse inmóvil en el
suelo haciéndose el muerto. El resultado de aquella estratagema fue que lo
siguieron pisoteando hasta que se desmayó. Se despertó ahogándose en el
agua, ya que, al finalizar la batalla, todos los cadáveres habían sido arrojados
al río. Xie Lian siguió flotando en la corriente como si fuera una maraña de
harapos hasta llegar al reino de Yong’an. Tardó tres o cuatro años en
recuperarse de sus heridas y, llegado el momento, cogió una brújula que no
estaba rota, partió de nuevo y cumplió finalmente su deseo original de viajar
al sur. A partir de entonces no volvió a prestar mucha atención a lo que estaba
pasando en el reino de la Media Luna.
—Lo siento —volvió a musitar Media Luna.
Fu Yao frunció el ceño.
—¿Por qué no dejas de pedir disculpas?
—Según Ke Mo —intervino San Lang—, la cultivadora del reino de la
Media Luna huyó a las llanuras centrales después de un incidente. ¿Tuvo algo
que ver contigo?
Ahora que lo decía, rememorando el contenido de la estela de piedra, a
Xie Lian le venían vagos recuerdos.
—Ah, parece…
—Fue para salvarme —dijo finalmente Media Luna.

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Todos los presentes se la quedaron mirando, y ella continuó con un hilo de
voz:
—Al general Hua lo pisotearon hasta hacerlo trizas porque vino a
salvarme.
Xie Lian recordó al instante la sensación de que mil personas lo pisaban y
le daban patadas, y no pudo evitar abrazarse los hombros. Al ver que los otros
dos lo miraban desconcertados, se afanó en aclarar:
—¡No me hicieron trizas, de verdad que no fue para tanto!
—Vaya, realmente es, como diría Confucio, «sacrificar tus intereses por
los del prójimo» —comentó Fu Yao con tono místico y sombrío.
Xie Lian agitó las manos.
—Nada de eso, nada de eso. No recuerdo los detalles, pero creo que en
ese momento había dos niños jugando, y yo solo pretendía llevármelos de allí
y huir inmediatamente. No me imaginé que no me daría tiempo a rescatarlos:
en cuanto me giré, ambos bandos ya se habían enzarzado en la batalla.
—¿Cómo es que no te acordabas de algo así? —Fu Yao parecía escéptico.
—Te olvidas de que tengo cientos de años. Pueden pasar muchas cosas en
solo un año, y una persona puede cambiar completamente en diez. Imagínate
entonces si pasan doscientos. Es imposible recordar cada mínimo detalle con
claridad. Además, hay cosas que es mejor olvidar. En lugar de acordarme de
aquella vez en la que me apuñalaron y pisotearon cientos de veces, es mejor
recordar que ayer me comí un baozi de carne muy rico, ¿no crees?
—Lo siento. —Media Luna continuaba disculpándose.
Xie Lian suspiró.
—Media Luna, es completamente innecesario que me pidas perdón por
esto. Salvarte fue mi decisión, tú no hiciste nada malo. Si quieres disculparte
con alguien, quizá no sea conmigo con quien debas hacerlo. —La muchacha
agachó la cabeza en silencio, y Xie Lian añadió—: Aun así… tal vez sea
porque mi impresión de ti sigue anclada en la niña que conocí hace doscientos
años, pero nunca me has parecido vengativa, calculadora ni traicionera…
¿Quieres contarme de una vez qué pasó en realidad? ¿Por qué abriste las
puertas de la ciudad?
Media Luna permaneció pensativa por un momento, luego sacudió la
cabeza y continuó callada.
—Al menos dime, ¿por qué soltaste a las serpientes para que mordieran a
la gente?
Esta vez la chica sí que habló:

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—Yo no lo hice.
—¿Qué? —exclamó Xie Lian con sorpresa.
—Yo no solté a las serpientes, se escaparon ellas solas. No sé qué ha
pasado, pero ya no me hacen caso. —Al oír esto, la cara de Fu Yao mostró
claros signos de impaciencia. Media Luna insistió—: General Hua, no estoy
mintiendo.
Antes de que Xie Lian pudiera decir algo, Fu Yao intervino con tono
cortante:
—¿Quién no diría algo así después de que lo capturaran? No sirve de nada
que afirmes que no lo hiciste adrede, he oído eso muchas veces. Lo cierto es
que tus serpientes atacaron a los comerciantes que atravesaban el desierto, así
que extiende las manos, que te vamos a llevar con nosotros.
Media Luna cerró la boca e hizo lo que le pedían. Fu Yao le lanzó una
cuerda inmortal de atadura que extrajo de su manga.
—¡Muy bien, hemos logrado el objetivo de nuestra misión! —exclamó
tras atar a la muchacha y a Ke Mo.
—Ella no tiene necesidad de mentir. —San Lang, que había permanecido
a un lado, finalmente intervino en la conversación.
Xie Lian sintió la necesidad de preguntarle de nuevo a Media Luna:
—¿Realmente ya no eres capaz de controlar a las serpientes cola de
escorpión?
—Sí que puedo, la mayor parte del tiempo me hacen caso. Pero a veces
no, y yo tampoco sé por qué.
—Convoca a las serpientes y muéstranoslas —le pidió Xie Lian tras
sopesarlo.
Media Luna, que estaba de rodillas frente a él, se levantó y asintió con la
cabeza. Al poco una serpiente cola de escorpión, con su característico color
rojo púrpura, salió reptando de debajo de uno de los muertos y trepó por la
pila de cadáveres levantando la parte superior de su cuerpo. En silencio,
sacaba la lengua y miraba a todos los allí presentes. Xie Lian estaba a punto
de echarle un vistazo más de cerca cuando vio que los ojos de Media Luna se
abrían de par en par con una expresión extraña. Al ver esto, el corazón de Xie
Lian dio un vuelco y pensó: «Algo no va bien».
Efectivamente, la serpiente cola de escorpión dejó de sacar la lengua,
abrió la boca de par en par y se abalanzó sobre él de repente. Aunque atacó
sin previo aviso, Xie Lian estaba en guardia y pudo verla venir claramente.
Estaba a punto de agarrarla, pero, antes de que su mano pudiera tocarla,

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escuchó un fuerte ¡bang!, como si algo hubiera explotado. Cuando volvió a
fijar la mirada en la serpiente, el reptil ya había caído al suelo suavemente tras
estallar en pedazos; sin embargo, fue una explosión controlada y comedida,
ya que no salpicó ningún veneno.
Xie Lian recordó a la serpiente cola de escorpión que murió de la misma
manera antes de entrar en el reino de la Media Luna, por lo que era evidente
quién había acabado también con esta. Antes de que pudiera levantar los ojos
para mirar a San Lang, vio cómo su manga roja lo separaba de Media Luna.
Desde lejos, Fu Yao exclamó con frialdad:
—Evidentemente, estás mintiendo. ¿Creías que una serpiente podría llegar
a morderlo? Estúpida.
A Media Luna ya le había cambiado el gesto cuando vio a la serpiente y,
ante aquella acusación, alzó la cabeza con vehemencia.
—No he sido yo. He dicho que hay serpientes que no me obedecen, y esa
era una de ellas.
Fu Yao no estaba en absoluto convencido.
—¿Cómo podríamos saber si te estaba obedeciendo o no?
—Ni siquiera la he llamado yo —afirmó Media Luna con voz grave.
Xie Lian estaba a punto de decir algo cuando vio a otras dos serpientes
que emergían de debajo de los cadáveres, sacándoles la lengua como si
estuvieran blandiendo sus armas de manera amenazante. Inmediatamente
después, apareció una tercera, una cuarta, una quinta… De la montaña de
cuerpos y de todos los rincones, ¡salieron reptando un sinfín de serpientes
cola de escorpión!
Todos miraron hacia Media Luna, que estaba arrodillada encima de la pila
de cadáveres. Fu Yao se abalanzó hacia ella con una bola de luz blanca en la
mano.
—Diles que se retiren, no puede ser que ninguna te haga caso.
La muchacha frunció el ceño con fuerza, parecía estar pensando en una
forma de expulsarlas. Sin embargo, seguían apareciendo más y más serpientes
cola de escorpión, que, reptando y entrelazándose, se acercaban poco a poco.
Si fueran una o dos, no los matarían con sus mordeduras, pero, si eran cientos
o miles, era difícil de decir; incluso si no los mataban, igualmente sería algo
bastante feo. Xie Lian iba a invocar a Ruo Xie, pero vio que las serpientes se
detenían cuando aún estaban a unos metros de ellos y vacilaban, formando un
extraño círculo a su alrededor. Tuvo una revelación: miró a San Lang, que, a
su lado, dirigía a los reptiles una mirada soberbia y de profundo desprecio.

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Las serpientes cola de escorpión parecían haberla leído y no se atrevían a
acercarse, incluso retrocedieron un poco más, bajando sus siniestras cabezas
mientras se retiraban hasta pegarlas al suelo en señal de sumisión. Pero a la
vez era como si hubiera alguna fuerza que las impeliera a atacar y no les
permitiera marcharse, por lo que muchas se giraron hacia Fu Yao. Con un
leve movimiento de su mano, unas llamas brotaron de su manga, quemando a
toda una fila de serpientes y obligando a retroceder a la siguiente.
De todas formas, la situación no era sostenible, por lo que Xie Lian tomó
la iniciativa.
—Salgamos de aquí.
Al oír el sonido de su voz, Ruo Xie salió disparada hacia arriba con un
frufrú, rasgando el aire. Sin embargo, no mucho después, oyeron el frufrú de
vuelta. Xie Lian estaba un poco desconcertado y le dijo a la seda blanca, que
se había recogido de nuevo alrededor de su muñeca:
—¿Qué haces? El sello ya se ha desactivado, así que no hay nada que te
detenga. Venga, sube, sube.
Pero la venda seguía envuelta en su muñeca y temblando, como si hubiera
visto algo terrible allí arriba. Xie Lian intentaba convencerla para que se
desenroscara cuando de pronto algo cayó con un golpe seco e impactó en el
hombro de Fu Yao. Cuando fue a agarrar aquello y lo sostuvo frente a él para
ver qué era, la cara le cambió de color: ¡lo que caía del cielo también eran
serpientes cola de escorpión!
Aquel ataque por arriba pilló a Fu Yao por sorpresa y, después de que lo
mordiera, lanzó a la serpiente con fiereza a la cara de Media Luna. Pese a que
tenía las manos atadas, la muchacha intentó inconscientemente agarrar al
reptil y, efectivamente, lo atrapó al vuelo. El cuerpo rojo púrpura y alargado
se enredó en su muñeca pálida, pero no la atacó. En ese momento, se oyó otro
golpe seco. ¡Una segunda serpiente cola de escorpión había aterrizado desde
arriba!
Xie Lian ya podía adivinar por qué Ruo Xie se negaba a subir. Alzando la
vista, y cegado al principio por la luz de la luna, apenas pudo distinguir con
claridad aquella escena: cientos de puntos rojo púrpura se precipitaban
rápidamente desde lo alto del Pozo de los Pecadores.
¡Una lluvia de serpientes!
Al ver esos puntos rojo púrpura cada vez más cerca, Xie Lian gritó:
—¡Fu Yao! ¡Llamas! ¡Lanza un muro de llamas hacia arriba y acaba con
todas antes de que toquen el suelo!

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El joven se mordió la palma de la mano y la agitó: varias perlas de sangre
salieron disparadas y al punto se transformaron en un abrasador muro ígneo
que ascendió hasta impactar contra los reptiles. La barrera de fuego se elevó
decenas de metros por los aires, arrasándolo todo a su paso, y convirtió
instantáneamente en cenizas a toda serpiente que entrara en contacto con las
llamas. Así fue como interceptaron la lluvia de reptiles que se les venía
encima.
Al ver que estaban temporalmente fuera de peligro, Xie Lian respiró
aliviado.
—¡Bien! Fu Yao, realmente te debo una.
Ese tipo de hechizo consumía una cantidad extremadamente alta de maná,
por lo que, después de lanzarlo, a Fu Yao se le puso la cara un poco morada.
Tras girarse con rapidez, mandó otro círculo de fuego hacia abajo, quemando
y haciendo retroceder a las serpientes del suelo.
—¿Y todavía dices que no te obedecen? —le espetó a Media Luna—. Si
no eres tú quien las controla, ¿cómo es que no te atacan?
San Lang se rio.
—¿Quizá es solo que tienes mala suerte? A nosotros tampoco nos atacan.
Fu Yao los fulminó con una mirada glacial y severa. Xie Lian tenía un
muy mal presentimiento, pero tampoco sabía exactamente por qué ni tenía
tiempo para pararse a pensarlo. No quería ver a Fu Yao y a San Lang pelearse,
así que intervino rápidamente.
—Tenemos que averiguar qué está pasando con estas serpientes.
Salgamos de aquí.
—¿Qué está pasando? —Fu Yao se rio con frialdad—. O la cultivadora
está mintiendo, ¡o el que está a tu lado no trama nada bueno!
Xie Lian miró a Media Luna y luego a San Lang.
—No creo que sean ellos.
Su tono era amable, pero mostraba una gran determinación. Esta fue su
conclusión después de sopesarlo, pero sin duda Fu Yao pensaba que los estaba
encubriendo intencionadamente. La luz del fuego iluminó su rostro, que
mostraba una expresión extraordinariamente maliciosa. No se sabía si estaba
sonriendo o exhibía un gesto furibundo.
—Alteza, no finjas estar confundido. ¿Aún recuerdas quién eres? Creo
que sabes a la perfección desde hace mucho tiempo qué es exactamente esa
cosa que tienes a tu lado. ¡No me creo que, llegados a este punto, aún no te
hayas dado cuenta!

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Capítulo 10

El Maestro del viento de blanco, rugen


tormentas de arena de la nada

LIAN, YA FUERA VOLUNTARIA O INVOLUNTARIAMENTE, DIO UN PASO


X IE
adelante y se puso frente a San Lang.
—Sé quién soy mejor que nadie.
—Entonces, ¿cómo es que todavía te atreves a estar a su lado?
—Porque… a su lado, ninguna serpiente vendrá a morderme —respondió
con sinceridad.
Al oír esta respuesta, San Lang se echó a reír.
—Tú…
La cara de Fu Yao se puso aún más morada y acabó tiñéndose de un negro
intenso. No solo era su rostro: todo el campo visual de Xie Lian se fundió en
negro. La barrera de fuego que Fu Yao acababa de lanzar, así como las llamas
que había en el suelo, ¡se habían extinguido de repente!
En la absoluta oscuridad, Xie Lian oyó a San Lang reírse y exclamar:
—¡Vaya un inútil!
Luego sintió que el chico lo cogía por los hombros. Tras esto, Xie Lian
oyó un rápido e intenso repiqueteo por encima de su cabeza, como si una
lluvia torrencial golpeara la superficie de un paraguas. Huelga decir que, sin
duda, debía de tratarse de la lluvia de serpientes, que descendía
frenéticamente una vez desaparecida la barrera de fuego. Pero sobre ellos
había un paraguas que interceptaba a todos los reptiles que caían alrededor de
su perímetro.
Xie Lian sintió un denso olor a sangre. Estaba a punto de salir cuando oyó
a San Lang decirle:
—No te muevas. No son tan insensatos como para atreverse a venir a por
nosotros.
Su tono de voz transmitía confianza. Dijo la primera frase en un tono bajo
y dulce, pero la segunda denotaba una pizca de arrogancia. Xie Lian no estaba

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preocupado, pero, cuando escuchó los gritos furiosos de Fu Yao desde lejos,
como si la lluvia de serpientes lo estuviera masacrando, no pudo evitar
insistir:
—¡San Lang!
—No lo hagas —le insistió de inmediato.
Xie Lian no sabía si llorar o reírse.
—¿Cómo sabes lo que voy a decir?
—No te preocupes. No morirá.
En ese momento, un rugido les llegó desde delante.
—¡Media Luna! Si quieres matarme, hazlo rápido y que me muerdan de
una vez. ¿Qué sentido tiene alargar esto?
—¡No he sido yo! —replicó la muchacha.
A Ke Mo lo habían despertado los golpes de las serpientes que caían sobre
él y, al encontrarse inmerso en un mar de innumerables culebras resbaladizas,
se imaginó que aquello era obra de Media Luna.
—Fu Yao, ¿todavía puedes prender una llama?
—¡Esa cosa que hay a tu lado está anulando mis poderes, no puedo
prender nada!
El corazón de Xie Lian dio un vuelco, pero San Lang repuso:
—No soy yo.
—Lo sé, y es precisamente eso lo que me preocupa. Media Luna y Ke Mo
están inmovilizados con la cuerda inmortal de atadura, por lo que no pueden
lanzar hechizos; yo me he quedado sin maná y si tú no estás anulando sus
poderes… ¡¿Acaso no significa que aquí abajo hay alguien más?!
—Los demonios te han nublado el juicio, ¿verdad? No hay nadie más
aquí, ¡no he visto a nadie bajar! —exclamó Fu Yao.
—¿Quién es? —se oyó a Media Luna preguntar.
—¿Qué te pasa? —la interpeló Xie Lian—. ¿Puede ser que alguien viniera
contigo?
—Hay alguien… —Pero, antes de terminar la frase, su voz desapareció.
—¿Media Luna? —insistió Xie Lian.
—¡Puede que te esté tendiendo una trampa! ¡No te acerques a ella! —le
advirtió Fu Yao mientras bregaba frenéticamente con las serpientes, lanzando
ondas de luz blanca que iluminaban fugazmente la oscuridad total.
—Puede que no esté tramando nada. ¡Hemos de salvarla de las serpientes!
Mientras decía eso, se disponía a precipitarse hacia la lluvia de reptiles,
pero oyó que San Lang le susurraba al oído:

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—¡Vale!
Xie Lian solo notó que una mano le rodeaba el hombro y lo hacía salir
disparado al instante en un remolino. Entonces se dio cuenta de que San Lang
sostenía un paraguas con una mano y lo sujetaba a él con la otra mientras se
lanzaba a luchar. De pronto una luz plateada brilló en la oscuridad,
acompañada de un tintineo, y un ensordecedor repique de espadas que
entrechocaban agujereó el tímpano de los allí presentes.
—¿Eh? —se sorprendió San Lang—. De verdad había alguien más. Qué
interesante.
Xie Lian no tenía ni idea de qué arma empuñaba el muchacho ni cómo la
usaba, pero, en aquel preciso instante, ¡estaba en pleno duelo con alguien! El
contrincante desconocido no dijo ni una palabra, y solo se oía el sonido de las
espadas al rasgar el aire, por lo que parecía que volvían a lanzar un golpe. Del
choque salieron chispas que iluminaron fugazmente la oscuridad, tan efímeras
que no consiguieron alumbrar el rostro del enemigo. Mientras aguzaba el oído
para escuchar atentamente aquel duelo, Xie Lian alzó la voz:
—Media Luna, ¿estás bien? ¡Dime algo!
Pero, al otro lado, nadie dijo nada.
—¡Quizá es con quien estáis luchando ahora! —insinuó Fu Yao.
—¡No, definitivamente no es ella!
Cuando peleó en la oscuridad contra Ke Mo, San Lang se mostró relajado,
como si estuviera jugando con su oponente. Sin embargo, en aquella ocasión
parecía estar tomándoselo un poco más en serio. Su enemigo parecía tener
una fuerza formidable y estar en su elemento con el manejo de la espada,
mientras que Media Luna era pequeña y delgada, y bastaba con mirarle los
brazos para saber que la confrontación física y las armas no eran su fuerte.
Dado que ella no podía ser, ¿quién era exactamente esa persona? ¿Y cuándo
había aparecido allí?
—Alguien que traicionó así a su país es igual que el fantasma de Xuan Ji.
¿Por qué demonios confías tanto en ella? —le espetó Fu Yao.
—Fu Yao, ¿puedes tranquilizarte un momento? Has… Espera, ¿qué
acabas de decir?
—He dicho que por qué demonios confías tanto en ella. ¡Es igual que
confiar en esa cosa que tienes al lado! —Mientras decía esto, el joven hizo
saltar por los aires a varias serpientes con otra explosión procedente de su
mano.

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—No, no es de eso de lo que estoy hablando… Has mencionado a Xuan
Ji. ¿Acabas de hablar de ella sí o no?
—¿Y qué importa eso?
Xie Lian contuvo la respiración y exclamó de inmediato:
—¡Ya basta! No hace falta que sigas ocultándote, ¡ya sé quién eres!
El sonido de las espadas entrechocando no se detuvo ni un segundo: el
enemigo permanecía totalmente indiferente a lo que le decían.
—¿Crees que te engaño cuando digo que sé quién eres? —insistió Xie
Lian con calma—. ¿Eh, joven general Pei?
Fu Yao estaba atónito.
—¿Con quién estás hablando? ¿El joven general Pei? Te has vuelto loco.
¿Tienes idea de a qué rango pertenece? Si de verdad hubiera descendido,
¿quién no se habría enterado?
—Tienes mucha razón. Pero ¿y si no hubiera descendido en su forma
original? —En la oscuridad, el sonido de las espadas luchando se detuvo por
un instante para reanudarse de inmediato—. He tardado mucho en darme
cuenta… Debería habérmelo imaginado desde el principio. —Y, tras ese breve
lamento, expuso abiertamente su sospecha—: Sabía que había algo
sembrando el caos en el paso de la Media Luna durante casi doscientos años y
que ningún inmortal le había prestado atención. Ni siquiera nadie se atrevía a
mencionarlo, lo que sin duda significaba que alguien a quien tenían miedo de
ofender tenía interés en ocultar lo que ocurría. Pero, como aún no conozco
bien a los inmortales de la actual corte celestial superior, no me atrevía a
hacer conjeturas, así que no quería especular sobre qué inmortal podría ser.
Fue la mención de la mujer fantasma Xuan Ji lo que le causó aquella
revelación. Cada vez que se hablaba de ella, era inevitable asociarla a los dos
generales Pei. El norte era el territorio de ambos, y antes Fu Yao había
aludido casualmente al hecho de que el joven general Pei había ascendido tras
un acontecimiento en particular: había masacrado toda una ciudad. ¿Cuál?
¡Lo más probable era precisamente que se tratara de la antigua ciudad del
reino de la Media Luna!
Ese tipo de cosas no eran inusuales entre los inmortales de la corte
celestial superior. Después de todo, para lograr que las cosas sucedieran,
¿quién no había derramado un poquito de sangre? Pero masacrar una ciudad
no era algo particularmente glorioso, por lo que, si se difundía demasiado,
inevitablemente acabaría influyendo en la capacidad de ganar nuevos devotos.
Así, tras su ascensión, se preocupó de encubrir y maquillar un poco el asunto,

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y, aunque todo el mundo sabía qué había ocurrido, nadie conocía exactamente
los detalles. Después de todo, si no había odio visceral ni rencillas
particulares de por medio, ¿quién querría escarbar en el pasado de otra
persona, a riesgo de ofender no solo al involucrado, sino también a sus
poderosos aliados?
—La cara enterrada dijo que en nuestro grupo había alguien al que
conoció hace cincuenta o sesenta años —recordó pausadamente Xie Lian—.
Al principio sospeché que nos mentía para que nos acercáramos y tendernos
una trampa, pero a la vez es muy probable que lo que dijo fuera cierto.
»Antes, de entre todas las personas de este grupo, de quien más
sospechaba era de ti. Eras el guía de la caravana y podías llevarlos adonde
quisieras. Ni siquiera yo, que había vivido durante años en el reino de la
Media Luna, había visto una serpiente cola de escorpión y, en cambio, cuando
elegiste un lugar donde refugiarnos de la tormenta de arena, casualmente nos
topamos con esta criatura venenosa tan extraordinariamente rara.
»Te pedí que vinieras con nosotros para recolectar hierbas de la buena
luna y, antes de marcharte, les diste a los demás indicaciones para llegar a la
antigua ciudad de la Media Luna deliberadamente. Así, si algunos se
impacientaban por nuestra vuelta, también podían venir por su cuenta. Y
ahora mismo aquí, en el pozo de los Pecadores, yo había dicho claramente
que bajaría el primero, pero tú, que siempre habías estado tranquilo y sereno,
de repente te abalanzaste contra Ke Mo en una muerte sin sentido.
Tras una pausa, añadió:
—Tu comportamiento ha sido extraño e ilógico, pero no me había
percatado de quién eras hasta ahora. Sí que he sido lento, ¿verdad, joven
general Pei? ¿O debería llamarte por tu nombre actual… Ah Zhao?
De forma abrupta, sobrevino un silencio absoluto. Solo después de una
larga pausa, una voz fría emergió al fin:
—¿Y no te has parado a pensar en que, tal vez, en realidad la cara
enterrada hablaba del joven de rojo que tienes al lado?
Aquellas palabras aún flotaban en el aire cuando el fondo del Pozo de los
Pecadores se iluminó con una llamarada repentina que rescató de la oscuridad
a dos siluetas de un color sanguinolento, dispuestas frente a frente. Una era
San Lang, con su túnica roja, con la espada ya enfundada y de pie, tranquilo e
indolente en mitad de aquella tormenta; la otra, un joven con una sencilla
vestimenta de algodón que empuñaba aún su espada y estaba en guardia.

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El muchacho ataviado con la prenda de algodón estaba tan empapado en
sangre que parecía vestir de rojo, y llevaba una persona al hombro. De nuevo
veía aquel rostro de rasgos afilados: era Ah Zhao. De hecho, ya fuera en su
aspecto original o encarnado en él, el joven general Pei tenía la misma cara
inexpresiva, fría y cruel. Habría sido fácil asociar esa expresión con la del
general si no fuera porque Xie Lian no había pensado en aquella posibilidad
en absoluto.
Media Luna yacía en sus hombros. Probablemente había querido
llevársela aprovechando el caos que habían provocado las serpientes, pero,
dado que su identidad ya había sido revelada, no era necesario continuar con
la distracción. Así, el mar de culebras que los rodeaba y la lluvia de las que
caían del cielo dejaron de causar estragos al instante. Con una mano enfundó
la espada, mientras que con la otra bajó a Media Luna.
—¿Tú quién eres? ¿No te habías muerto ya? —A un lado, Ke Mo no daba
crédito a lo que veía.
Ah Zhao ni tan siquiera le dirigió la mirada, que seguía clavada sobre San
Lang, y se limitó a decir en la lengua de la media luna:
—Ke Mo, realmente no has cambiado ni una pizca en todos estos años.
Tal vez fue su tono insípido e insolente lo que le resultó familiar, ya que,
al oír aquello, el rostro tiznado del general se encendió de furia.
—¡¡¡Eres tú!!! ¡¿Pei Su?! —Si no fuera por la cuerda de atadura inmortal
que lo sujetaba firmemente, se habría abalanzado hacia él con denuedo.
—Joven general Pei, las serpientes cola de escorpión obedecen las
órdenes de más de una persona —intervino Xie Lian—. Media Luna dijo que
estaban fuera de su control cuando salieron a morder a la gente que atravesaba
el desierto. Tú les diste la orden, ¿verdad?
—Ajá. Fui yo —reconoció con gran satisfacción.
—¿Media Luna te enseñó a controlarlas?
—No. Aprendí yo solo.
—Después de todo, el joven general Pei es más listo que nadie —ironizó
Xie Lian. Y, tras una breve pausa, le preguntó—: ¿Cuándo y cómo os
conocisteis?
Pei Su, sin embargo, se lo quedó mirando y dijo:
—General Hua.
—¿Y tú por qué me llamas así? —se extrañó Xie Lian.
—¿No me reconoces, general Hua? —replicó con su voz monótona.
Xie Lian finalmente se acordó de él.

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Al tenerlo enfrente, recordó vagamente que, cuando Media Luna era una
niña condenada al ostracismo por los críos del reino de la Media Luna, el
único que le hacía caso era un joven de Yong’an. Era un chico tan taciturno y
parco en palabras como ella. Muchos de los niños que vivían en la frontera
eran hijos de los militares estacionados allí, y la mayoría de ellos se alistaban
en el ejército cuando se hacían mayores. Ese joven, ¿acaso no era…?
—¿Eres tú? Acabo de caer en la cuenta.
Pei Su asintió.
—Sí. Yo también acabo de reconocerte, general.
Ahora todo cobraba sentido. Media Luna y el general del reino enemigo
se conocían desde hacía mucho tiempo.
—¿Fuiste tú quien ordenó a Media Luna abrir las puertas de la ciudad?
—¡Libérame de esta cuerda, quiero batirme con ese cobarde! —bramó
Ke Mo tras escupir al suelo—. ¡Solo uno de los dos quedará con vida!
—En primer lugar —repuso con frialdad Pei Su—, ya luchamos a muerte
hace doscientos años, y perdiste. En segundo lugar, ¿qué tiene el general Pei
de cobarde?
—Si no fuera por vuestra confabulación traicionera, coordinándoos desde
ambos lados de la muralla, ¿acaso habríamos sido derrotados?
—Ke Mo, sé que debe de costar admitirlo. A pesar de que solo tenía dos
mil hombres conmigo, para mí era solo una cuestión de tiempo romper las
puertas de la ciudad.
Xie Lian no pudo evitar callarse:
—Espera, ¿te enviaron a atacar un país con solo dos mil hombres a tu
mando? ¿Qué era eso, una sentencia de muerte? ¿Acaso estabas aún más
marginado que yo dentro del ejército?
Pei Su dejó de hablar. Parecía que Xie Lian había dado en el clavo.
—Y, si estabas tan seguro de ganar —prosiguió—, ¿por qué le pediste a
Media Luna que abriera las puertas?
—Porque quería masacrar la ciudad —repuso Pei Su.
—¿A qué venía esa crueldad? Puesto que estabas seguro de tu victoria,
¿por qué esa fijación?
Sin duda, ¡no podía ser por puro entretenimiento!
—Precisamente porque íbamos a vencer, era nuestro deber masacrar la
ciudad. Y teníamos que hacerlo cuanto antes, enseguida, sin dejar
supervivientes.
La frase «sin dejar supervivientes» resultaba verdaderamente impactante.

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—Pero ¿por qué?
—La noche antes del asedio, muchos líderes de los clanes del pueblo de la
media luna se reunieron y acordaron un plan en secreto.
—¿Cómo?
—La gente de la media luna era feroz e indómita por naturaleza, y odiaba
tanto al reino de Yong’an que, aunque supiera que, inevitablemente, se
avecinaba su derrota, se negaba a aceptarlo. Todo el reino, hombres y
mujeres, ancianos y niños, se apresuró a organizar los preparativos para su
última operación. —Xie Lian ya podía intuir de qué se trataba. Lo que dijo a
continuación Pei Su confirmó lo que tenía en mente—: Así, todos se
equiparon con pólvora.
Pei Su continuó su relato de manera pormenorizada.
—Su plan era el siguiente: en caso de que la ciudad fuera derrotada, los
ciudadanos del reino huirían en todas direcciones para infiltrarse en Yong’an
con explosivos ocultos en sus vestimentas. Su objetivo era ir a lugares donde
hubiera grandes aglomeraciones y allí esperar la oportunidad para inmolarse.
No les importaba morir: lo importante era hacerlo matando, arrastrando
consigo a tantos ciudadanos de Yong’an como fuera posible. Aunque su
propio reino fuera destruido, juraron que el enemigo jamás volvería a tener un
día de paz. Por eso teníamos que exterminar a todos esos civiles de un solo
golpe antes de que tuvieran tiempo de huir…
Xie Lian se volvió hacia Ke Mo.
—¿Es eso cierto?
—¡Sí! —afirmó el general, sin ninguna intención de ocultarlo.
Al oír esto, San Lang arqueó una ceja.
—Inhumano, realmente inhumano.
Xie Lian no sabía si lo había hecho adrede, pero dijo aquello en la lengua
de la media luna.
—¿Inhumano? —se enfureció Ke Mo—. ¿Qué derecho tienes tú de
llamarnos inhumanos? Si no nos hubierais invadido, ¿acaso nos habríamos
visto obligados a llegar hasta ese extremo? Si vosotros veníais a destruirnos,
nosotros íbamos a tomar represalias. ¡¿Qué tiene eso de malo?!
—Si eso es cierto —lo interrumpió Pei Su—, ¿por qué no ajustamos
cuentas desde el principio? ¿Cuántas veces nos atacó sin provocación previa
Media Luna a lo largo de toda la frontera? ¿Cuántas caravanas y viajeros de
Yong’an fueron interceptados maliciosamente cuando se dirigían hacia el
oeste? Sabíais perfectamente que en vuestro propio país había ladrones de

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caballos que, bloqueando los caminos, se dedicaban a asaltar y asesinar a los
ciudadanos de Yong’an y, aun así, los encubríais deliberadamente. Cuando
Yong’an envió a sus tropas para enfrentarse a los bandidos, los matasteis a
todos alegando que habían cruzado la frontera para invadir el país. ¿Acaso no
es eso también inhumano?
Aunque no habló aceleradamente ni se mostró agitado, sus palabras tenían
un tono incisivo.
—Eso fue un contraataque por los territorios que invadisteis —lo
contradijo Ke Mo.
—Las zonas limítrofes entre ambos reinos eran tierra de nadie. ¿Cómo
puede considerarse eso una invasión?
—Ya se había llegado a un acuerdo para establecer las fronteras, ¡fuisteis
vosotros quienes incumplisteis el tratado!
—Aquella división la decidisteis vosotros unilateralmente. ¿Acaso
Yong’an la aceptó en algún momento? El supuesto tratado nos daba los
territorios desérticos, mientras que vosotros os quedabais con todo el oasis.
Era ridículo.
—El oasis siempre fue nuestro. —Ke Mo estaba cada vez más furioso—.
¡Pertenecía a Media Luna desde hacía generaciones!
Cada uno se adhería a su propia versión de los hechos con obstinación, y
solo de escucharlos discutir a Xie Lian le iba a explotar la cabeza. Al recordar
el día en el que ambos bandos lo masacraron hacía doscientos años, la cara le
dolió de nuevo. Pei Su ya no le prestaba atención a Ke Mo, y se dirigió a Xie
Lian:
—Ya lo ves. En este mundo hay muchas cosas sobre las que es imposible
llegar a un acuerdo. Solo queda luchar.
—Estoy de acuerdo con la primera parte —opinó Xie Lian.
—Yo, con la segunda —comentó San Lang.
Con su furia ligeramente apaciguada, Ke Mo dijo:
—La gente de Yong’an no tiene vergüenza, y tú eres el más
desvergonzado que he visto nunca. Eres una persona fría y calculadora. No
quisiste masacrarnos por el bien de tu país ni para salvar a tu pueblo. —Ante
esas palabras, Pei Su guardó silencio. Ke Mo prosiguió—: Tú, hijo de un
exiliado, eras menospreciado por todos y querías ganar la batalla para escalar
posiciones en el ejército de Yong’an. Lo más triste es que Media Luna
pensaba que eras una buena persona, y por eso se dejó utilizar por ti,
traicionando a nuestro reino.

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—Pero, joven general Pei, ¿tú no eres descendiente del viejo general Pei?
—dijo Xie Lian.
Con tal prestigioso antepasado, era difícil creer que hubiera podido caer
en desgracia en su ejército.
—No es su descendiente directo —explicó San Lang—, sino que
pertenece a una rama familiar secundaria y medio desconocida.
Ahora todo tenía sentido: si no lograba ascender y convertirse en inmortal,
tenía pocas posibilidades de obtener la bendición de su viejo antepasado.
Pei Su continuó con su voz monótona e insípida:
—Media Luna era mi infiltrada, fue al reino de la Media Luna bajo mis
órdenes. Ella era descendiente de ambos reinos, por lo que si eligió serle fiel a
nuestro bando no puede considerarse una traición. La gente de la media luna
era impredecible y maliciosa, así que no me arrepiento de haberla
exterminado.
De repente, una voz les llegó desde arriba:
—¡«No me arrepiento de haberla exterminado», esa sí que es buena!
Entonces, ¿tampoco te arrepientes de que muchos viajeros hayan perdido la
vida en el fondo de este pozo durante todos estos años?
La voz llegó por encima de sus cabezas, y Xie Lian miró hacia arriba de
inmediato.
—¿Quién anda ahí?
No obtuvo respuesta, pero se oyó un sonido extraño. Era un silbido
similar al ulular del viento y, a medida que se aproximaba, Xie Lian
finalmente estuvo seguro: ¡se acercaba un vendaval! Aquella ráfaga fue tan
repentina y violenta que, antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba
pasando, ¡su cuerpo ya estaba de lado y flotando por los aires! La súbita
ráfaga inundó el fondo de la fosa y elevó a todos los presentes.
Xie Lian, agarrándose a San Lang por ser a quien tenía más cerca, gritó:
—¡Ten cuidado!
El muchacho también se aferró a él, aunque sin cambiar de expresión. Xie
Lian sintió que todo daba vueltas mientras su cuerpo se elevaba con rapidez y,
tras tambalearse en el aire, empezó a caer de nuevo, por lo que se apresuró a
convocar a Ruo Xie.
—¡Vale, vale, vale, no pasa nada! —alcanzó a decir mientras giraba—.
¡Rápido, querida Ruo Xie, tenemos una emergencia!
Después de darle dos toques, la venda finalmente salió volando. Sin
embargo, a su alrededor no había nada a lo que aferrarse, por lo que, tras dar

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una vuelta en círculo, se recogió de nuevo. A falta de otra opción, Xie Lian se
resignó a adoptar una buena postura para la caída. En el pasado acostumbraba
a aterrizar siempre con la cabeza, y aquella vez no iba a ser una excepción si
no fuera porque San Lang, justo en el instante previo al impacto, le dio la
vuelta para que cayera de pie. Cuando sus botas tocaron suelo firme, Xie Lian
no se lo acababa de creer, pero su incredulidad se desvaneció de inmediato.
Tan pronto como aterrizó en el suelo, vio una figura vestida de negro que se
acercaba tambaleándose hacia él. Tras fijarse bien, exclamó con alegría:
—¡Nan Feng!
Efectivamente, el joven había vuelto. Solo que era un Nan Feng en un
estado lamentable. Parecía haber rodado en el polvo una docena de veces y
después haber sido arrollado por una manada de bestias toda la noche. Su
ropa estaba hecha jirones y, en general, su aspecto era realmente deplorable.
Cuando oyó a Xie Lian gritarle, solo levantó la mano y se frotó la cara en
silencio.
—¿Qué pasa? ¿Esas dos mujeres te han dado una buena tunda? —dijo Xie
Lian, ayudándolo a sostenerse.
Antes de que hubiera terminado de decir esto, vio dos siluetas detrás de
Nan Feng acercándose. Una no era otra que la cultivadora de blanco que, con
el abanico de plumas apoyado en el pliegue del brazo, lo saludaba con una
sonrisa:
—¿Cómo estás, su alteza el Príncipe Heredero?
Aunque no sabía quiénes eran, Xie Lian quiso ser cortés y corresponder a
su saludo; pero, como no sabía cómo dirigirse a ella, se limitó a levantar la
mano y, sonriéndoles a su vez, las recibió con un «hola, compañeras
cultivadoras».
La mujer de negro lo ignoró completamente, dándole un repaso con su
mirada glacial, pero, en cuanto vio a San Lang, se detuvo un instante para
escrutarlo con desconfianza. Ambas mujeres pasaron por delante de Xie Lian
y caminaron directamente hasta Pei Su. Él las miró sin mostrar sorpresa;
después de todo, ya las había visto antes, cuando había adoptado la forma de
Ah Zhao. Arrodillado en el mismo lugar donde había aterrizado, inclinó la
cabeza ante la cultivadora de blanco y musitó:
—Maestro del viento.
Al oír esas palabras, Xie Lian se quedó petrificado. Había pensado todo
ese tiempo que las dos mujeres eran algún tipo de espíritu maligno, ¡y resulta
que en realidad eran unos inmortales de la corte celestial superior! Y encima

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la mujer de blanco era en realidad el Maestro del viento, ¡el mismo que se
había dedicado a regalar cien mil méritos en la sala telepática!
Ahora, pensándolo con detenimiento, no parecía haber nada maligno en
ellas. Cuando antes oyó decir a la cultivadora de blanco aquello de «¿dónde
se han escondido esas personas? ¿Acaso ahora tendré que buscarlas y
matarlas una por una?», las identificó como personajes diabólicos y
peligrosos. Pero, en realidad, cuando dijo «personas», no se estaba refiriendo
necesariamente a ellos, sino a la gente de la media luna. Xie Lian se había
dejado llevar por las apariencias, y a partir de ahí había visto con recelo cada
uno de sus gestos, como si se tratara de una pareja de monstruos diabólicos.

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Ante un inmortal capaz de desprenderse de diez mil méritos como si nada,
Xie Lian no podía evitar mostrarse asombrado y reverente.
—¿Por qué no me has avisado antes de que se trataba del Maestro del
viento? —le cuchicheó a Nan Feng—. Estaba convencido de que serían algún
tipo de serpientes demonio, escorpiones demonio o alguna cosa por el estilo.
Qué grosero he sido.
La cara del joven se ensombreció.
—¿Cómo iba a saber que era el Maestro del viento? Nunca antes lo había
visto con esas pintas, siempre ha sido un poco… Olvídalo.
Para Xie Lian era evidente que meramente se trataba de una apariencia
falsa que había adoptado, por lo que, pasando por alto aquel asunto, le
preguntó:
—¿Cómo es que el Maestro del viento ha venido hasta el reino de la
Media Luna?
—Para ayudar —contestó Nan Feng—. Estaban vagando por la antigua
ciudad en busca de los soldados.
Xie Lian recordó entonces la primera vez que preguntó por el paso de la
Media Luna en la sala telepática y cómo, en mitad de aquel silencio
incómodo, el Maestro del viento de repente dispersó cien mil méritos,
distrayendo a los allí presentes. Sospechó que fue en aquel momento cuando
lo oyó preguntar por aquel asunto.
Mientras Xie Lian cavilaba, por su parte, el Maestro del viento se agachó
frente a Pei Su.
—Joven Pei, lo he oído todo. —Este bajó la cabeza. El Maestro del viento
prosiguió—: ¿Admites que fuiste tú quien atrajo a todos los viajeros que han
entrado en la antigua ciudad de la Media Luna durante estos doscientos años?
De todos modos, ya lo habían pillado in fraganti, por lo que Pei Su no
quiso intentar defenderse, y dijo con voz grave:
—Sí, fui yo.
—¿Y por qué lo hiciste?
Tras una pausa, contestó:
—Maestro del viento, ¿acaso, tras sospechar de mí tanto tiempo, aún no
has sido capaz de adivinar el porqué?
—Porque las almas de los fallecidos son el testimonio de tu
comportamiento sanguinario cuando eras humano, y temías que algún día se
convirtieran en un obstáculo para tu carrera.

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Pei Su no lo afirmó ni lo desmintió. Xie Lian estaba escuchando su
conversación y no pudo evitar decir:
—Si realmente eran un problema, ¿por qué no los mataste directamente?
¿Por qué tenías que alimentarlos de víctimas humanas para calmar su rencor?
Matar a unos para apaciguar a otros… ¿Qué sentido tiene eso?
—No podía matarlos —afirmó San Lang.
Y, efectivamente, así era. En la corte celestial superior, el más mínimo
movimiento de un inmortal como Pei Su era observado con lupa por un
sinnúmero de ojos. Había muchas cosas que no podía hacer de forma directa,
como, por ejemplo, bajar en su verdadera forma y matar sin miramientos a
todas esas almas atormentadas, o enviar a sus tropas para que las
exterminaran. Necesitaba actuar con sigilo y, si llevaba a cabo una operación
a gran escala, acabaría llamando la atención de todos. Así que no le quedaba
otra alternativa que adoptar la forma de Ah Zhao y descender en secreto al
mundo humano. Así, utilizando la habilidad de Media Luna para controlar a
las serpientes cola de escorpión y hacer que los reptiles mordieran a la gente,
atraía a sus víctimas para así arrojarlas al pozo y alimentar a las almas
atormentadas que yacían en él. De esta manera, su rencor se iba apaciguando
poco a poco. Sin duda, Pei Su era un hábil manipulador y había sabido valerse
de los demás para lograr sus propios objetivos.
—Tu ancestro, el general Pei, jamás haría algo así. Has ido demasiado
lejos. Aunque eres un inmortal de la corte celestial superior, te has valido de
una doble identidad para sembrar el caos en el paso de la Media Luna durante
casi doscientos años, llevando a innumerables viajeros a extraviarse para
terminar pereciendo bajo las fauces de los soldados de la media luna. Se mire
como se mire, esto no se puede considerar un asunto trivial.
—Lo sé —contestó, agachando la cabeza.
—Al menos lo reconoces. Recapacita sobre todo esto y ya lo hablaremos
arriba —le ordenó el Maestro del viento, abanicándose.
—De acuerdo —susurró.
Una vez que terminó su intercambio de palabras, introdujo el abanico
cultivador de plumas en el cuello de su túnica, se levantó y, sonriendo a Xie
Lian, le hizo el saludo cultivador, con la palma de la mano sobre su otro puño.
—Su alteza el príncipe, he oído hablar mucho de ti. Es un honor conocerte
al fin.
Era un saludo muy formal. A Xie Lian no le gustaban nada esas fórmulas
de cortesía como «es un honor conocerte», pero, al fin y al cabo, solo eran

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protocolos que a algunos les gustaba mantener.
—Qué va, qué va —rio Xie Lian—. El honor es mío, Maestro del viento.
—Te pido disculpas por lo de antes.
—¿Antes? ¿Qué pasó antes? —Xie Lian no entendía nada.
—¿No os topasteis con una tormenta de arena?
Solo de pensar en ello, Xie Lian sintió que se le llenaba la boca de arena.
—Sí.
—La provoqué yo. Mi intención era mantenerte alejado del reino de la
Media Luna. No imaginé que hubierais escapado del torbellino y llegado
hasta aquí.
Cuanto más escuchaba Xie Lian, menos sentido le veía a todo aquello.
¿Impedir que llegaran al reino provocando que un tornado los hiciera saltar
por los aires? ¿Acaso no había otra manera? Aun así, se mordió la lengua y no
dijo nada, esperando a ver si el Maestro del viento tenía algo más que añadir.
—Su alteza el príncipe, te agradezco tu ayuda, pero ya no hace falta que
sigas preocupándote por este asunto.
Xie Lian miró a Media Luna, que estaba acurrucada en el suelo, y en su
corazón sintió como un relámpago un mal presentimiento. Al principio le
preocupaba que, una vez que el incidente fuera revelado a la corte celestial
superior, los inmortales manipularan el caso a voluntad, añadiendo y quitando
detalles para que al final el joven general Pei fuera inocente y Media Luna
asumiera toda la culpa. Pero justo ahora aparecía el Maestro del viento de la
nada diciéndole que no se preocupara más por aquel asunto. ¿Acaso no estaba
tratando de encubrir al joven general Pei?
Mientras estos pensamientos se agolpaban en su cabeza, Xie Lian
mantuvo la compostura, dio un paso adelante con serenidad, colocándose
disimuladamente frente a Media Luna, y dijo con tono amable:
—Pero, si ya he solucionado todo este asunto, no tiene mucho sentido que
me digas que no me preocupe por él.
El Maestro del viento soltó una breve risita.
—Tranquilo, puedes llevarte a la cultivadora del reino de la Media Luna.
—Xie Lian no había contado con esto en absoluto y seguía un poco
desconcertado cuando el Maestro del viento añadió—: Desde arriba lo hemos
oído todo. Y, aunque esta cultivadora ya ha alcanzado el rango de feroz, al
deambular por la ciudad he visto que dispuso sellos cultivadores para que los
soldados no pudieran salir de las murallas. También he visto cómo liberaba a
los humanos a los que habían capturado Ke Mo y sus secuaces. No solo no le

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ha hecho daño a nadie, sino que además ha querido salvar a mucha gente. Los
únicos a los que me voy a llevar conmigo son el joven general Pei y Ke Mo.
En cuanto a ti, no tienes que preocuparte de a quién voy a cargar con la culpa.
—¡Qué vergüenza! —repuso Xie Lian, aliviado—. He sido demasiado
malpensado.
—Es totalmente comprensible. Al fin y al cabo, en la corte celestial
superior hay maneras de hacer las cosas que son realmente despreciables.
Parecía que la mujer de negro no soportaría quedarse ahí ni un minuto
más, por lo que dijo, apremiando a su compañera:
—¿Has terminado ya? Venga, vámonos.
—¡Ah! ¿Qué prisa tienes? ¡Cuanta más prisa me metas, más tiempo me
voy a quedar hablando! —A pesar de sus palabras, ya se había dado la vuelta
y, sacando un abanico plegable de su cintura, se despidió—. Alteza, si no hay
nada más, ¿nos vemos pronto en la corte celestial superior?
Xie Lian asintió con la cabeza, y el Maestro del viento desplegó el
abanico. En su parte delantera tenía inscrito el carácter de «viento», dispuesto
horizontalmente, y en la posterior había tres ráfagas dibujadas. Xie Lian
imaginó que se trataba de la reliquia de los inmortales del viento. El maestro
lo agitó tres veces en un sentido y otras tres en el opuesto, y de repente una
ráfaga emergió del suelo. La arena y la gravilla se le metían en los ojos, y Xie
Lian levantó la manga de sus vestiduras para protegerse. Cuando el viento
amainó, las dos mujeres, Pei Su y Ke Mo se habían esfumado, dejando atrás a
Xie Lian, San Lang, Nan Feng y Media Luna, que cayó al suelo hecha un
ovillo.
—¿Qué ha sido todo esto? —Xie Lian se bajó las mangas, aturdido.
San Lang se acercó con paso ocioso.
—Han sido buenas noticias.
Xie Lian se lo quedó mirando.
—¿Buenas noticias?
—Muy buenas. El Maestro del viento te está haciendo un favor al decirte
que no te metas.
—Sí. —Nan Feng también se aproximó a ellos—. Ya te has inmiscuido
demasiado en este asunto, lo único que te falta es ir a explicárselo al
emperador celestial. Pero es mejor que no te ocupes tú de eso.
—¿Por el general Pei? —Xie Lian al fin lo comprendió.
—Exacto —le confirmó Nan Feng—. Esta vez has cometido una grave
ofensa en su contra.

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Xie Lian se rio.
—De todos modos, me esperaba ofender al menos a un dios con toda esta
aventura. No me importa demasiado quién haya sido en particular.
Nan Feng frunció el ceño.
—No te lo tomes a broma. Aparte de Shenwu, el dios de la guerra más
poderoso es Ming Guang. El general Pei tiene en alta estima al joven Pei y ha
estado intentando que desbancara a Quan Yizhen, por lo que sin duda ahora
irá a por ti.
—¿Quan Yizhen es el dios de la guerra del oeste del que me hablaste?
—Sí. Es joven y una especie de recién llegado. Ascendió más o menos a
la vez que Pei Su, y es un poco… Pero también es muy poderoso. El general
Pei quería que Pei Su le arrebatara a sus devotos en el oeste, y este se estaba
esforzando mucho. Le ha ido muy bien estos últimos años hasta que tú has
destapado todo esto. Seguramente teme haberse metido en problemas. Quién
sabe, incluso puede que lo degraden. En ese caso, tú también te habrás metido
en un buen problema.
Xie Lian se frotó la frente y, en silencio, tomó la firme resolución de ir
con más cuidado a partir de entonces con la comida, la bebida y los paseos a
solas. San Lang, sin embargo, se mostró en desacuerdo con Nan Feng:
—No hay necesidad de preocuparse tanto. Pei Ming es muy orgulloso y
no recurrirá a triquiñuelas para atacarte.
Nan Feng lo miró de reojo, y Xie Lian le dijo:
—¿Y el Maestro del viento? Cuando me dijo que no me metiera, ¿se
refería a que él se ocuparía de dar parte al emperador? En ese caso, ¿no
ofenderá él al general Pei? Es mejor llamarlo para que vuelva. Nan Feng,
¿sabes cuál es la contraseña de la sala telepática de los maestros del viento?
—No necesitas preocuparte por él —lo tranquilizó Nan Feng—. El
general Pei se atreverá a ir en tu contra, pero a él no lo tocará. Aunque es más
joven que tú, está mucho mejor conectado.
Xie Lian guardó silencio no por haberse ofendido, sino porque estaba
pensando: «¿Habrá alguien en la corte celestial que esté más marginado que
yo? No, ¿verdad?».
San Lang se rio.
—El Maestro del viento tiene a alguien que lo respalda, tiene buenas
conexiones. Le irá bien.
—¿Estás hablando de la mujer de negro que lo acompañaba? —quiso
saber Xie Lian—. Tenía pinta de ser alguien poderoso.

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—No me refería a ella, pero sí, también es poderosa. Debe de ser una de
los cinco maestros del viento, el agua, la lluvia, la tierra y el rayo. No te
recomiendo que te enemistes con ella.
Puesto que podía crear tornados con un simple gesto de manos, el Maestro
del viento tenía, evidentemente, un gran poder, y la mujer vestida de negro
parecía pertenecer a una categoría superior. Xie Lian recordó que aquella
dama parecía haber percibido algo malo en San Lang y se sintió ligeramente
incómodo mientras le decía:
—Estoy de acuerdo contigo.
Sin embargo, prefirió guardarse para sí la siguiente frase que le vino a la
cabeza: «Sea quien sea el que esté detrás de él, no tiene por qué irle bien». Se
acordó de que en su día, siendo príncipe de Xianle, tuvo como aliado al
mismísimo emperador Jun Wu, el principal dios de la guerra y señor de los
tres mundos, durante mil años y, aun así, no le fue demasiado bien.
Xie Lian recogió del suelo su sombrero de arroz, le dio unas palmaditas y,
al ver que no estaba roto, suspiró aliviado. Mientras se lo colgaba a la espalda,
escrutó a Nan Feng de arriba abajo.
—¿Y a ti no te habían pegado una paliza esos dos?
El joven contestó con gesto sombrío:
—Sí. Una buena paliza.
—Te agradezco muchísimo tu ayuda —lo alabó Xie Lian, dándole una
palmada en el hombro. Al decir esto, de repente recordó que había alguien
que también le había prestado una gran ayuda y, dándose la vuelta, preguntó
—: Por cierto, ¿dónde está Fu Yao?
—¿No estaba con los mercaderes? —repuso Nan Feng.
Pensándolo bien, desde que los había barrido el vendaval que había
causado el Maestro del viento a su partida, no lo habían vuelto a ver; de
hecho, incluso antes, desde que había aparecido Ah Zhao. O bien huyó
cuando vio a Ah Zhao, o bien lo hizo cuando se levantó aquel remolino. Xie
Lian no estaba demasiado preocupado por él, imaginaba que simplemente no
quería verse involucrado en todo aquel lío y había preferido escabullirse a
toda prisa. Sin embargo, cuando Nan Feng habló de los mercaderes, sintió que
despertaba de un sueño.
—¡La hierba de la buena luna! —gritaron ambos al unísono.
—No hay prisa, justo acaba de amanecer —los tranquilizó San Lang.
Sin embargo, salvar vidas no era algo que la gente se tomara con calma.
Incluso si aún no habían pasado las doce horas, ¿quién sabe si habría algún

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contratiempo en el camino? Así que Xie Lian recogió a Media Luna del suelo
y se la echó a la espalda para, a continuación, correr como un loco hacia el
palacio. Al llegar, posó a la muchacha en el suelo con delicadeza y se puso a
recolectar grandes puñados de hierba de la buena luna. La cara enterrada
yacía en el suelo, ensangrentada. En otra ocasión, Xie Lian se habría detenido
a cavar un hoyo y darle sepultura, pero pensó que, por una parte, tenía prisa
por ir a salvar a los mercaderes y, por otra, dado que aquel hombre había
estado enterrado más de cincuenta años, seguramente no tendría muchas
ganas de volver a ser sepultado. Xie Lian se extrañó al ver que sus huesos
habían desaparecido, pero justo en ese momento San Lang salió del palacio
con una vasija de cerámica. Xie Lian echó un vistazo a su interior.
—Querido San Lang, ¡muchas gracias!
En esos momentos Media Luna estaba muy débil y no había modo de
despertarla, por lo que Xie Lian la refugió dentro de la vasija y se puso manos
a la obra. Estuvieron recolectando hierbas medicinales hasta tener un buen
puñado y se apresuraron a regresar. Para entonces solo habían pasado cuatro
horas desde el incidente con las serpientes cola de escorpión.
Cuando llegaron al lugar donde Fu Yao había trazado el círculo en el
suelo, los mercaderes seguían en su interior como les habían mandado, sin
atreverse a salir y pasear por los alrededores. El anciano que se había tomado
la píldora de Nan Feng tenía las heridas bajo control y, cuando se aplicó el
ungüento de hierba de la buena luna, la combinación de ambas medicinas hizo
que fuera capaz de caminar tras descansar apenas unos instantes. Eso sí, Xie
Lian pensó que no había ninguna necesidad de decirle lo que habían usado de
abono para esas plantas.
Al cabo de un rato, el grupo dejó de inquietarse por el veneno, cambiando
el foco de sus preocupaciones.
—¿Dónde está Tian Sheng? ¿Por qué no ha regresado todavía?
Xie Lian había tenido tanta prisa por recoger las hierbas para salvar a los
heridos que no se había acordado de Tian Sheng y los demás. Además, dado
que ya no quedaban soldados de la media luna, imaginó que no correrían
peligro. Estaba a punto de dar la vuelta para ir a buscarlos cuando oyó la voz
de un joven que gritaba y corría hacia ellos: no era otro que Tian Sheng.
Llevaba en la mano un gran puñado de hierbas de la buena luna, y lo seguían
otros dos mercaderes, jadeantes.
Los recién llegados les relataron cómo Media Luna había arrojado a los
soldados al pozo y después había agarrado a Tian Sheng y los demás. Estos

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estaban muertos de miedo hasta que vieron como la muchacha los bajó del
muro y, tras darles indicaciones sobre dónde encontrar las hierbas, los dejó
marchar. Tras escapar de aquella pesadilla, se apresuraron a recolectar la
hierba de la buena luna y sepultaron los huesos de la cara enterrada. Corrieron
como si la vida les fuera en ello de vuelta a donde estaban los demás, pero,
aun así, su paso no podía compararse al de Xie Lian y los demás héroes
divinos.
Al fin, tras escoltar a la caravana de mercaderes fuera del Gobi, aquella
aventura había terminado. Sin embargo, en el momento de la despedida, Tian
Sheng se acercó sigilosamente a Xie Lian y le murmuró con un tono
misterioso:
—Hermano, quiero hacerte una pregunta.
—Dime.
—En realidad eres un inmortal, ¿verdad?
Xie Lian estaba sorprendido a la par que conmovido. Hubo un tiempo en
el que, por más que gritara a los cuatro vientos «¡soy un inmortal, soy su
alteza el príncipe!», nadie se lo tomaba en serio. En cambio, aquella vez, sin
ni siquiera tener que abrir la boca, ese chico le preguntaba si lo era. Para Xie
Lian era algo sorprendente y a la vez conmovedor.
—¡Te he visto usar tus poderes de cultivador! No te preocupes, no se lo
diré a nadie —añadió Tian Sheng rápidamente.
Xie Lian pensó: «Cómo decirlo… Aunque lo contaras, nadie te
creería…».
—Te estaré eternamente agradecido. Si no hubiera sido por ti, aquellos
malditos soldados de piel ferruginosa me habrían arrojado al pozo. Cuando
vuelva a casa, construiré un templo en tu honor.
Al ver que el chico se daba palmadas en el pecho y hacía un gesto de
«muy muy grande», Xie Lian fue incapaz de reprimir una sonrisa y
responderle rebosante de alegría:
—Bueno, en ese caso, ¡gracias a ti!
San Lang, a su lado, se rio por alguna razón. Xie Lian no sintió que se
estuviera burlando de las palabras del joven por creer que podría construir un
templo por sí mismo. Aunque el muchacho había hablado a la ligera y no
tenía ni idea de toda la dificultad que entrañaba construir un templo, Xie Lian
estaba muy contento de que le hubiera hecho esa promesa,
independientemente de si al final lograba cumplirla o no. Como le insistió mil
veces, no tuvo más remedio que inventarse algo y decirle a Tian Sheng que se

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llamaba «el inmortal chatarrero», y, saludando con la mano, se despidió
finalmente de él. Nan Feng ejecutó el sello de las mil millas de tierra
reducidas y los envió de vuelta al templo del Bodhisattva.
Nada más abrir la puerta, Xie Lian sacó una estera, la extendió en el suelo
y se tumbó, todo esto en un abrir y cerrar de ojos. Estaba tan exhausto que
parecía un cadáver. San Lang se sentó a su lado y se quedó mirándolo con las
mejillas apoyadas en las manos. Xie Lian lanzó un hondo suspiro.
—¿Cuántos días hemos estado fuera?
—Tres o cuatro.
Xie Lian suspiró de nuevo.
—¿Solo? ¿Cómo es que estoy tan cansado?
Desde que ascendió al cielo, se daba cuenta de que a menudo se
encontraba hecho polvo, como un perro baldado. Tras exhalar hondo, levantó
la vista y se dirigió a su otro compañero:
—Eh, Nan Feng, ¿cómo es que no vas a tu templo?
—¿Para qué?
—¿Acaso no eres un oficial de Nan Yang? Después de haber estado fuera
todos estos días, ¿tu general no te estará buscando?
—No está en el templo ahora, no se preocupa por dónde estoy.
—Mejor quédate entonces —repuso Xie Lian, incorporándose.
—¿Qué vas a hacer?
—Te prepararé algo de comer —contestó con afabilidad—. Es tu
recompensa por tanto esfuerzo.
La cara de Nan Feng cambió drásticamente. Se puso el índice en la sien,
como si hubiera recibido un mensaje telepático, y se levantó.
—Algo está pasando en el templo. Me marcho.
—Eh, Nan Feng, no te vayas tan pronto —dijo Xie Lian, haciéndole señas
para que se sentara de nuevo—. ¿Cómo es que de repente hay una urgencia?
Esta aventura ha sido realmente dura, deja que…
—¡Algo va mal! —lo interrumpió el joven.
Al verlo salir disparado por la puerta, Xie Lian se sentó de nuevo en la
esterilla.
—Pues parece que no tiene hambre.
Antes de que San Lang pudiera responder, se oyó el ¡bang! de la puerta, y
Nan Feng volvió corriendo.
—Vosotros dos… —titubeó frente al umbral.
Xie Lian y San Lang estaban sentados juntos sobre la estera, mirándolo.

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—¿Qué pasa?
Nan Feng señaló a San Lang y luego a Xie Lian, y, tras permanecer mudo
un buen rato, logró decir:
—Luego vuelvo.
—Cuando quieras, cuando quieras —le contestó Xie Lian.
Nan Feng fulminó a San Lang con la mirada y cerró la puerta tras de sí.
Xie Lian se cruzó de brazos y ladeó la cabeza como hacía a menudo San
Lang.
—Parece que de verdad ha pasado algo.
Volvió a mirar al joven, a su lado, y comentó con una sonrisa burlona:
—Él no tiene hambre, pero ¿y tú?
San Lang le devolvió la sonrisa.
—Yo sí.
Xie Lian soltó una carcajada y, tras levantarse de nuevo, limpió de pasada
el altar de ofrendas.
—Estupendo. Entonces, ¿qué quieres comer, Hua Cheng?
Tras él se hizo un breve silencio, y al instante oyó una risita.
—Bueno, en realidad prefiero que me llames San Lang.

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Capítulo 11

Tanteando al Rey Fantasma, el


Príncipe Heredero quiere saber la
verdad

—¿E ?
L TANTHUA DE LA LLUVIA DE SANGRE
—Su alteza el príncipe —lo llamó a su vez Hua Cheng.
Xie Lian soltó una carcajada, dándose la vuelta.
—Es la primera vez que me llamas así.
El joven de rojo, sentado en la estera, levantó una rodilla mientras se reían
juntos.
—¿Y cómo te sientes?
Xie Lian pensó un momento y respondió con franqueza:
—Pues… es diferente a cuando me lo dicen los demás.
—Oh, ¿en qué sentido?
Xie Lian ladeó la cabeza y entrecerró los ojos ligeramente.
—No lo sé explicar, es…
Cuando los demás lo llamaban «su alteza», o bien lo hacían sin ningún
afecto y de forma protocolaria, como Ling Wen; o bien la mayoría de las
veces era con sorna, como cuando alguien llama «guapo» a un adefesio con la
intención de ser sarcástico. Pero, cuando Hua Cheng lo llamaba «su alteza»,
esas dos palabras sonaban preciosas. Por lo tanto, aunque le resultaba
imposible expresarlo, Xie Lian se sentía completamente diferente cuando se
lo decía Hua Cheng.
—En el monte Yujun, tú eras el novio que me secuestró, ¿verdad?
La sonrisa de Hua Cheng se acentuó al oír esto. Solo entonces Xie Lian se
percató de que la frase era un poco ambigua y podía malinterpretarse, así que
se apresuró a corregirse:
—Quiero decir, tú eras el que se disfrazó de novio y me llevó por el monte
Yujun, ¿verdad?

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Sin embargo, Hua Cheng se limitó a contestar:
—Yo no me disfracé de novio.
En realidad, visto con perspectiva, tenía razón. Cuando se encontraron en
el monte Yujun, el chico no se hizo pasar por el novio ni le contó milongas;
pensándolo bien, no dijo nada en absoluto. Simplemente se detuvo frente a la
puerta del palanquín y le tendió la mano. ¡Y fue el propio Xie Lian quien
decidió irse con él!
—Vale, entonces dime, ¿por qué apareciste en el monte Yujun justo en ese
preciso momento?
—Solo hay dos maneras de responder a esa pregunta: la primera es que
quería encontrarme contigo, su alteza el príncipe; la segunda, que estaba de
paso y tenía mucho tiempo libre. ¿Cuál te parece más creíble?
Contando todos los días que habían pasado juntos, Xie Lian respondió:
—No me atrevo a decirlo… Pero sí me parece que tienes mucho tiempo
libre.
Dando vueltas a su alrededor, Xie Lian lo recorrió con la mirada durante
un buen rato.
—Tú… no eres como en las leyendas —concluyó, asintiendo con la
cabeza.
Hua Cheng cambió de postura, pero seguía con las manos en las mejillas,
mirándolo fijamente.
—¿No? Entonces, su alteza el príncipe, ¿cómo supiste que soy el tanhua
de la lluvia de sangre?
En la memoria de Xie Lian se sucedieron varias imágenes: el paraguas
bajo la lluvia de sangre, el tintineo de la cadena de plata, el brazalete frío
como el hielo. «Tampoco es que te hayas esforzado mucho en ocultarlo»,
pensó.
—Eso no importa. Viéndote, es evidente que eres de rango funesto. Estás
vestido de rojo, como las hojas de arce y la sangre, y te comportas como si
fueras omnisciente, omnipotente y no tuvieras miedo a nada. Con esa actitud,
no podías ser otro que el tanhua de la lluvia de sangre, cuya mera mención
hace que a todos los inmortales y los dioses les cambie la cara. No se me
ocurre ningún candidato mejor.
Hua Cheng se rio.
—Todo esto que dices, ¿me lo he de tomar como un cumplido?
«¿Acaso no es evidente que lo es?», se dijo Xie Lian.
La sonrisa de Hua Cheng decayó sutilmente.

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—Dicho esto, su alteza el príncipe, ¿por qué no me preguntas cuál es mi
propósito al acercarme a ti?
—Si no me lo quieres decir, no lo harás aunque te lo pregunte, o lo que
me digas no será verdad.
—No tiene por qué. Sabiéndolo, puedes decidir si quieres echarme o no.
—Incluso si pudiera echarte de aquí ahora, para alguien con tanto poder
como tú no sería difícil volver a buscarme convertido en otra cosa… si tu
intención realmente fuera hacerme algo malo.
Los dos se miraban con una sonrisa cuando de pronto un sonido de algo
rodando rompió el breve silencio que se había apoderado del templo del
Bodhisattva. Los dos se volvieron en la dirección de donde provenía el ruido:
no había nadie, solo una pequeña vasija de cerámica negra que daba vueltas
en el suelo.
Era la vasija donde había refugiado a Media Luna. Xie Lian la había
puesto en la esterilla, pero, sin que se dieran cuenta, había rodado hasta
detenerse frente a la puerta que había tallado Hua Cheng y golpeaba una y
otra vez la madera. A Xie Lian le preocupaba que se rompiera, así que fue
hasta la puerta y la abrió. La vasija continuó rodando hasta la hierba que había
frente al templo. Mientras Xie Lian la seguía, continuó avanzando y
finalmente se puso de pie. Aunque se trataba de un mero objeto, daba la
sensación de que estaba mirando a las estrellas.
Hua Cheng también salió del interior del templo del Bodhisattva.
—Media Luna, ¿estás despierta? —le preguntó Xie Lian a la vasija.
Afortunadamente, era ya de noche cuando regresaron de su aventura en el
Gobi. De lo contrario, si la gente viera a Xie Lian de pie ahí fuera en mitad de
la noche y hablándole a una vasija, probablemente se armaría un gran revuelo.
Después de un largo silencio, sonó una voz apagada en su interior:
—General Hua.
Xie Lian se sentó a su lado.
—Media Luna, ¿querías ver las estrellas? ¿Quieres salir?
Hua Cheng los miraba apoyado en un árbol.
—Acaba de salir de la antigua ciudad de la Media Luna, es mejor que se
quede dentro un poco más.
Media Luna había permanecido en el reino durante los últimos doscientos
años, por lo que le resultaría difícil adaptarse a aquel cambio repentino de
lugar.

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—Entonces es mejor que te quedes dentro un tiempo y te recuperes. Ahí
es donde practico la cultivación, es un buen lugar para reponer fuerzas. —El
frasco tembló un par de veces, pero Xie Lian no sabía qué intentaba decir.
Tras cavilar unos instantes, añadió—: Media Luna, nada de lo ocurrido tiene
que ver contigo. Tus serpientes cola de escorpión estaban…
—General Hua, antes no podía moverme, pero lo escuché todo.
Al oír esto, Xie Lian se quedó petrificado. Resultaba que Pei Su solo
había inmovilizado a la muchacha, pero no la había dejado inconsciente.
—Mejor —dijo finalmente Xie Lian.
Mejor que lo hubiera oído todo.
—General Hua, ¿qué pasará con el joven general Pei? —preguntó la
vasija.
Xie Lian metió las manos en las mangas de su túnica.
—No lo sé. Pero… cuando haces algo mal, mereces un castigo.
Después de un rato de silencio, la vasija tembló dos veces más. Xie Lian
finalmente entendió que cuando temblaba era porque estaba asintiendo.
—En realidad, el joven general Pei no es tan mala persona.
—¿No?
—No —continuó Media Luna—. Él me ayudó.
La mente de Xie Lian se inundó de imágenes y recuerdos que se le
aparecieron de repente. Media Luna a menudo recibía palizas, ya que, en
palabras de los niños de Yong’an, «tenía una cara que pedía a gritos que la
machacasen». Xie Lian solo supo aquello mucho después de conocerla
porque, por muchas palizas que recibiera, Media Luna nunca se lo contaba a
nadie. No fue hasta que un día vio con sus propios ojos a un grupo de niños
metiéndole la cara en el barro que finalmente supo de dónde venían todos
esos moratones que tenía en la cara. Pero, si le preguntabas a la niña después,
no recordaba nada excepto al joven que un día la ayudó a salir del barro y le
prestó un pañuelo para que se limpiara la cara. Nunca recordaba el rostro de
todos los que le pegaban, pero recordaría toda su vida el de aquel que la salvó
una sola vez.
Media Luna añadió:
—Ke Mo siempre me regañaba, advirtiéndome de que Pei Su me
manipulaba y se aprovechaba de mí. Al margen de si me utilizó o no, la
responsabilidad por haber abierto las puertas de la ciudad es solo mía.
Xie Lian no sabía qué decir. Sentía que una parte de su corazón se había
ablandado de repente. Después de un rato, le dio una palmadita a la vasija y

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dijo:
—Bueno, todo eso forma parte del pasado. Por cierto, Media Luna, Hua
Xie era un nombre falso y hace mucho tiempo que dejé de ser general, así que
no hace falta que me sigas llamando general Hua.
—¿Cómo te llamo entonces?
Xie Lian tampoco lo tenía claro. Si Media Luna también lo llamaba «su
alteza el príncipe» con ceremoniosidad, se sentiría un poco extraño. No le
importaba cómo lo llamara y, pensando en cambiar la conversación, terció:
—En realidad, puedes dirigirte a mí como quieras. Si quieres seguir
llamándome general Hua, no me importa.
Sin embargo, luego reparó en que Hua Cheng se apellidaba así de verdad,
por lo que ese nombre daría lugar a confusión. Cavilando sobre este asunto,
pensó que, si «Hua Xie» era un nombre falso que se había inventado tomando
el primer carácter de «dios de la guerra de la corona de flores[10]» como
apellido, ¿acaso «Hua Cheng» no era también inventado? Que ambos
hubieran elegido el mismo apellido para sus pseudónimos era una casualidad
bastante insólita.
—Lo siento, general Hua.
—Media Luna, ¿por qué sigues disculpándote? —replicó Xie Lian,
apesadumbrado. Tampoco es que tuviera una cara que hiciera a la gente
sentirse culpable, ¿no?
—«Yo solo quiero salvar al pueblo».
Xie Lian se quedó mudo.
—General Hua, esa frase la dijiste tú.
Atónito, Xie Lian se apresuró a coger la vasija.
—¡Espera un momento! ¡Espera!
—¿Qué? —preguntó confundida Media Luna.
Xie Lian miró de reojo a Hua Cheng, que seguía de pie bajo el árbol con
los brazos cruzados, y le susurró a la muchacha:
—¿En serio dije eso?
Era su frase favorita durante la adolescencia. En aquellos años no paraba
de repetirla, pero más tarde se aseguró de no volver a hacerlo en cientos de
años. Al oírla ahora, Xie Lian sintió que el choque era demasiado grande y no
podía soportarlo.
—Sí.
Xie Lian todavía intentaba negarlo:
—Qué va…

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Pero Media Luna insistió con seriedad y un punto de frialdad:
—Sí que lo dijiste. Una vez me preguntaste qué quería ser de mayor. Yo te
respondí que no lo sabía, y tú me dijiste que cómo no iba a saberlo. Te
pregunté entonces yo a ti, y me dijiste: «¡De niño, mi sueño era salvar las
vidas del pueblo!».
Efectivamente, así fue.
—Esto… Media Luna, ¿cómo es que recuerdas tan vívidamente un
comentario tan casual?
—¿Era solo un comentario casual? Yo creo que lo decías muy en serio.
Sintiéndose acorralado, alzó la mirada para contemplar el cielo.
—Ja, ja… ¿Sí? Puede ser. ¿Qué más te dije? Ya ni me acuerdo.
—También me dijiste: «¡Haz siempre lo que creas que es correcto!»,
«Nada puede pararte», «Aunque te caigas cien veces en el barro, tienes que
ser fuerte y levantarte otras cien». Y otras muchas frases por el estilo.
—Pfffff…
No le hizo falta darse la vuelta para saber que Hua Cheng se estaba riendo
a carcajadas apoyado en el árbol. Xie Lian quería tapar la vasija para dejar de
oírlo, pensando: «Vaya sarta de idioteces… ¿Por qué diría esas cosas? No soy
esa clase de persona… ¿O sí lo soy?».
—Pero yo ya no sé qué es lo correcto. —Al oír aquello, Xie Lian acalló
sus pensamientos—. Estaba tratando de salvar las vidas del pueblo, como
dijiste, general Hua. Pero al final acabé destruyendo el reino de la Media
Luna —continuó con tono abstraído—. Parece que no importa lo que haga…
El resultado siempre será catastrófico. General Hua, sé que cometí un error,
pero ¿puedes decirme qué hice mal exactamente? ¿Qué es lo que debería
haber hecho para seguir tu consejo… y salvar las vidas del pueblo?
Tras enmudecer un segundo, Xie Lian repuso:
—Lo siento, Media Luna… Esa es una pregunta para la que no tenía una
respuesta en aquel entonces, y sigo sin tenerla ahora.
Después de un rato en silencio, la joven se sinceró:
—General Hua, si te soy franca, siento que no sé lo que he estado
haciendo durante estos doscientos años. Ha sido todo un fracaso.
Al oír eso, Xie Lian se sintió aún peor y pensó: «Y yo, que llevo
ochocientos años sin tener ni idea de lo que hago, ¿acaso no soy un fracaso
aún mayor?». Dejó al fantasma de Media Luna contemplando el cielo
estrellado en soledad y volvió con Hua Cheng al templo del Bodhisattva.

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—Media Luna no quiso quedarse en el paso de la Media Luna por haberse
convertido en un fantasma feroz —comentó Xie Lian tras cerrar la puerta—,
sino que estaba allí atrapada.
Se torturaba a sí misma por haber abierto las puertas de la ciudad y no
quiso justificarse con la excusa de que lo hizo por salvar otras vidas. Se
entregó a sí misma una y otra vez para que Ke Mo y sus soldados la
ahorcaran, con la esperanza de que se liberaran del rencor que los maldecía y
un día pudieran finalmente pasar a la otra vida en paz.
Xie Lian sacudió la cabeza.
—Pero, en realidad, si lo que el joven general Pei pretendía era acabar con
los soldados de la media luna y a la vez no quería que la corte celestial
superior lo descubriera, podría haber bajado al mundo mortal adoptando otra
identidad y aniquilarlos a todos. No entiendo por qué optó por apresarlos en el
Pozo de los Pecadores.
—Si se transforma en un doble, el poder de Pei Su se debilita mucho. Tú
mismo lo viste convertido en Ah Zhao, así no era capaz de enfrentarse a los
soldados de la media luna. Probablemente era más fácil ofrecerles víctimas
humanas para mitigar sus ansias de venganza y que su rencor se apaciguara lo
más rápidamente posible.
—¿Por qué piensas que quería apaciguarlos cuanto antes?
—Tal vez para que dejaran de ahorcar a su amiguita Media Luna.
Tras un breve silencio, Xie Lian pensó en voz alta:
—¿Y qué pasa con las víctimas?
—Para un inmortal, la vida de un mortal es tan insignificante como la de
una hormiga. Pei Su es el típico inmortal de primera categoría: mientras no lo
descubrieran, para él matar a unos cuantos centenares de personas era como
aplastar insectos.
Xie Lian recordó cómo San Lang mató a los soldados de la media luna
nada más bajar al pozo de los Pecadores.
—¿El poder de los dobles siempre es inferior al de los inmortales en su
forma original? A mí me parece que el tuyo es imbatible.
—Por supuesto. —Hua Cheng alzó una ceja—. Pero es que este es mi
cuerpo original.
Xie Lian giró la cabeza un poco sorprendido.
—¿Eh? ¿Este es tu cuerpo original?
—El original e inimitable. Te devuelvo el dinero si no quedas satisfecho.

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La culpa fue de aquella frase, que, acompañada de la expresión de San
Lang, parecía estar invitando a Xie Lian a examinar por sí mismo su cuerpo.
Sin apenas darse cuenta de lo que estaba haciendo, levantó una mano y
pellizcó a Hua Cheng en la mejilla. Inmediatamente después de hacerlo, entró
en razón, como si despertara de un sueño, y se puso a maldecir para sus
adentros. En su mente solo sentía curiosidad por saber qué tipo de sensación
tendría al tocarle la piel a un rey fantasma de rango funesto, y no se imaginó
que su cuerpo actuaría más rápido que su mente y su mano le pellizcaría las
mejillas como una autómata. Era un comportamiento totalmente inaceptable.
Parecía que ese gesto había pillado por sorpresa a Hua Cheng, pero, en
línea con su perpetua serenidad, recuperó la compostura rápidamente y no
dijo nada. Su única reacción fue arquear aún más la ceja, como si estuviera
esperando una explicación. Sin embargo, su mirada divertida lo delataba. A
Xie Lian, por supuesto, no se le ocurrió ninguna excusa y, tras quedarse
mirando su propia mano, la retiró de nuevo diciendo:
—No está mal.
Hua Cheng se rio a carcajadas, cruzándose de brazos y ladeando la
cabeza. Después le preguntó:
—¿Qué es lo que no está mal? ¿Te refieres a esta piel?
Xie Lian le respondió con franqueza:
—Sí, es muy bonita. Pero…
—Pero ¿qué?
Xie Lian lo miró fijamente a la cara, observándola con detenimiento
durante un buen rato.
—¿Puedo echar un vistazo a tu verdadero rostro?
Hacía un momento, Hua Cheng se había referido a su cara como «esta
piel», por lo que Xie Lian intuyó que, aunque el cuerpo era el original, la piel
no. Aquella apariencia de muchacho no era su verdadero rostro.
Esta vez Hua Cheng no respondió de inmediato y bajó los brazos. Xie
Lian no sabía si eran imaginaciones suyas, pero sintió que la mirada de su
amigo se había oscurecido un poco, y se le encogió el corazón.
Le bastó notar como el aire se condensaba en un instante para saber que
quizá no debería haberle pedido aquello a Hua Cheng. Aunque los dos se
habían llevado muy bien desde que se conocieron, eso no significaba que
tuvieran la suficiente confianza como para hacerle semejante petición. Sin
esperar a que respondiera, Xie Lian se rio.
—Lo he dicho por decir, no te lo tomes muy en serio.

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Hua Cheng cerró los ojos unos instantes y finalmente sonrió.
—Más adelante, cuando haya una ocasión, te lo enseñaré.
Si cualquier otra persona le hubiera dicho eso, naturalmente no habría
sido más que una excusa dicha de pasada, ya que «más adelante, cuando haya
una ocasión» era lo mismo que «ni lo sueñes, olvídalo». Pero, al ser Hua
Cheng quien se lo había dicho, Xie Lian estaba seguro de que más adelante
realmente era más adelante y que, llegado el momento, de verdad se lo
enseñaría. Todo aquello le hizo sentir aún más expectación y repuso,
esbozando una sonrisa:
—Está bien. Tú dirás, cuando te sientas preparado. Ahora mejor
descansemos un poco.
Entre idas y venidas ya era medianoche, y la idea de preparar algo para
comer hacía tiempo que había quedado relegada a la esquina más recóndita de
su cerebro, de modo que se tumbó en la esterilla. Hua Cheng hizo lo mismo y
así, en silencio, ninguno de los dos se molestó en pensar por qué, después de
que cada uno hubiera revelado su identidad, un inmortal y un fantasma podían
estar tumbados uno al lado del otro en la misma estera andrajosa, bromeando
y charlando animadamente.
Al no tener almohadas, Hua Cheng reposó la cabeza sobre su brazo e,
imitándolo, Xie Lian le comentó:
—Parece que vosotros, los del reino de los fantasmas, tenéis mucho
tiempo libre, ¿eh? ¿Ni siquiera has de darle el parte a nadie?
—¿A quién debería decirle lo que he hecho? Yo soy el de mayor rango.
Además, cada uno va por su cuenta, nadie controla a nadie.
Así que el reino de los fantasmas estaba compuesto por una multitud de
espíritus solitarios que actuaban por libre, sin ningún tipo de organización.
—Ya veo. Pensé que estaba todo centralizado, como en la corte celestial
superior. Entonces, ¿alguna vez has visto a otro rey fantasma?
—Sí.
—¿Al fantasma verde Qi Rong?
—¿Te refieres a ese inútil de pésimo gusto?
«¿Cómo me he de tomar esto?», pensó Xie Lian. «¿Como un sí o como un
no?». Por suerte, no necesitó decir nada más, ya que Hua Cheng añadió:
—Lo saludé y salió corriendo. —Xie Lian intuyó que ese «lo saludé»
seguramente no se refería a un saludo normal y corriente, y, efectivamente,
poco después Hua Cheng continuó con parsimonia—: Y así es como me gané
el sobrenombre del tanhua de la lluvia de sangre.

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Cuando, en el pasado, Hua Cheng le comentó que había destrozado la
guarida de otro fantasma, justo se estaba refiriendo a Qi Rong. Y con
«saludo» en realidad quería decir «masacre». Xie Lian pensó que aquella
manera de saludar era algo fuera de lo común y, toqueteándose la barbilla,
comentó:
—¿El fantasma verde Qi Rong te había hecho algo?
—Sí.
—¿El qué?
—Incomodarme cada vez que lo veía.
Xie Lian no sabía si reírse o llorar al pensar que tal vez también hubiera
retado a los treinta y tres inmortales simplemente porque le resultaban una
visión odiosa.
—En la corte celestial se rumorea que tiene muy mal gusto y que incluso
en el mundo de los fantasmas os da asco. ¿Es verdad?
—Sí. A Agua Negra también le da asco.
—¿Quién es Agua Negra? —En cuanto lo preguntó, Xie Lian se acordó
—. ¿Es el agua negra que hunde el barco?
—Así es. También se lo conoce como el fantasma Xuan Agua Negra.
Xie Lian recordó que era también un funesto, mientras que el fantasma
verde Qi Rong era solo un semifunesto, incluido en esa categoría solo para
hacer bulto y que quedara un número bonito.
—¿Y conoces bien al fantasma Xuan? —preguntó Xie Lian, lleno de
interés.
—No muy bien —respondió Hua Cheng perezosamente—. No conozco a
mucha gente en el mundo de los fantasmas.
Xie Lian se sorprendió un poco.
—¿En serio? Pensaba que tendrías a mucha gente a tu cargo. Quizá es que
nuestra definición de «conocer» es un poco diferente.
—Puede ser —replicó Hua Cheng, arqueando una ceja—. En el reino de
los fantasmas, los que no son del rango funesto no tienen permiso para
hablarme.
Era un comentario extremadamente arrogante, pero lo dijo con toda
naturalidad, como si fuera algo evidente y justificado. Xie Lian sonrió
débilmente.
—El reino de los fantasmas está muy bien, en general solo tenéis unos
pocos cabecillas, a diferencia del reino celestial. Hay tantos inmortales en la
corte celestial superior que ni siquiera recuerdo quiénes son. Por no hablar de

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los de la corte celestial media, que esperan ascender pronto. Se podría llenar
un océano con ellos.
—¿Para qué acordarte de quiénes son? Olvídate de sus nombres, es solo
un desperdicio de memoria.
—¡Ja, ja, ja! Si nunca los recuerdo, se van a ofender.
Todo el mundo sabía que los inmortales eran muy vanidosos. Hua Cheng
resopló con desdén.
—Si alguien se ofende por algo tan trivial, es evidente que es un ñoño y
un pedazo de basura.
Tras charlar un rato más, temiendo tocar puntos delicados, Xie Lian dejó
de hablar sobre la diferencia entre los dos reinos y, mirando la puerta cerrada,
comentó:
—Me pregunto cuándo volverá Media Luna.
Pensó en cuando había dicho «quiero salvar al pueblo», esa frase tan
rimbombante que hasta a un sordo le chirriaría, y una caótica sucesión de
imágenes emergió en su cabeza, que se esforzó en suprimir. En ese momento,
oyó a Hua Cheng decir:
—Esa frase es muy buena.
—¿Qué?
—Quiero salvar al pueblo —repuso pensativo Hua Cheng.
Xie Lian recibió aquellas palabras como una bofetada. Se dio la vuelta y
se acurrucó como una gamba, cubriéndose la cara con las manos. Deseó tener
otro par de manos con el que taparse los oídos.
—San Lang… —gimoteó.
El joven parecía haberse acercado un poco más y dijo con voz seria, justo
detrás de él:
—¿Hmm? ¿Qué hay de malo en esa frase?
Siguió insistiéndole y, al ver que no aceptaría un silencio por respuesta,
Xie Lian se volvió hacia él.
—Es muy tonta.
—¿De qué tienes miedo? De veras que admiro a la gente que se atreve a
hablar del pueblo, ya sea para salvarlo o exterminarlo. Lo admiro
sinceramente. Lo primero es mucho más difícil que lo segundo, así que me
parece aún más loable.
Xie Lian estaba al borde del llanto y la carcajada. Sacudiendo la cabeza,
se tumbó con el cuerpo extendido a lo largo de la esterilla.

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—No basta con hablar de ello, hay que respaldar las palabras con hechos.
Solo tiene sentido hablar de algo si de verdad eres capaz de hacerlo. —Se
cubrió los ojos con una mano y añadió—: Ah… Bueno, en realidad no pasa
nada. Lo que dijo Media Luna no es nada. Cuando era joven, dije cosas aún
más estúpidas.
Hua Cheng se rio.
—¿Sí? ¿Qué clase de cosas? Dime, quiero oírlas.
Xie Lian se quedó totalmente absorto por un momento, sonriendo
levemente mientras lo recordaba.
—Hace muchos muchos años, hubo una vez una persona que me dijo que
no quería vivir más. Me preguntó para qué demonios vivía, cuál era el sentido
de vivir. —Y, mirando a Hua Cheng a los ojos, añadió—: ¿Sabes qué le
contesté?
No sabía si eran imaginaciones suyas, pero en su mirada parecía haber un
brillo resplandeciente.
—¿Cómo respondiste? —le preguntó en un susurro.
—Le dije: «Si no tienes nada por lo que vivir, hazlo por mí». —Y añadió
—: «Si no sabes cuál es el sentido de tu vida, entonces, por favor, tómame a
mí como tal, haz que yo sea el pilar que te sostiene».
—Ja, ja, ja, ja, ja…
Pensando y hablando, de repente el mismo Xie Lian no pudo contener la
risa y sacudió la cabeza.
—Incluso ahora todavía no sé en qué estaría pensando al decir todo eso.
¿Cómo tuve el valor de decirle a alguien que yo podía convertirme en el
sentido de su vida? —Hua Cheng no dijo nada, y Xie Lian continuó—.
Realmente son cosas que uno solo diría siendo joven. En aquel entonces,
realmente me creía capaz de todo y no tenía miedo a nada… Si ahora me
pidieras que dijera algo así, me quedaría sin palabras. —Y añadió
pausadamente—: No sé qué fue de esa persona después. Ser el sentido de la
vida de alguien es una carga muy pesada, por no hablar de salvar al pueblo.
En el templo del Bodhisattva reinó un prolongado silencio. Al cabo de un
rato, Hua Cheng dijo con un hilo de voz:
—Eso de salvar el mundo… Atreverse a decir tales cosas siendo tan
joven, aunque valiente, también es algo muy estúpido.
—Es verdad.
Sin embargo, Hua Cheng añadió:
—Y, aunque estúpido, también es algo muy valiente.

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Tras enmudecer, Xie Lian soltó una carcajada.
—Muchas gracias.
—De nada.
Los dos se quedaron mirando el techo destartalado del templo del
Bodhisattva durante un rato hasta que Hua Cheng volvió a hablar.
—Sin embargo, su alteza el príncipe, nos conocemos desde hace solo unos
días. ¿No habrá algún problema con que me cuentes todas estas cosas?
Xie Lian dejó escapar una exclamación de desaprobación.
—¿Qué problema iba a haber? Da igual. Incluso las personas que se
conocen desde hace décadas se pueden convertir en extraños en un solo
instante. Si me sale decirte todo esto, te lo digo. Todos nos conocemos por
azares del destino, nos encontramos y volvemos a separarnos. Si hay una
conexión profunda, nos encontramos; si no la hay, nos separamos. Al fin y al
cabo, en este mundo no existe ningún banquete que no termine en despedida,
así que es mejor disfrutar de las cosas tal como vengan.
Tras reírse sosegadamente, Hua Cheng comentó:
—Pero ¿y si…?
Xie Lian giró la cabeza y dijo:
—¿Y si qué?
Hua Cheng no lo miró, sino que desvió su atención al tejado hecho trizas.
Xie Lian solo podía ver la mitad izquierda de aquel rostro apuesto y sin igual.
—¿Y si no soy guapo? —dijo con voz débil.
—¿Eh?
Solo entonces Hua Cheng giró la cabeza para mirarlo de frente.
—Si mi verdadero rostro fuera feo, ¿todavía querrías verlo?
—¿Sí? —Xie Lian estaba atónito—. Aunque no tengo ninguna razón,
siempre he pensado que no puede ser demasiado feo.
—Eso no lo sabes —replicó Hua Cheng, medio en broma, medio en serio
—. ¿Y si tengo una cara espantosa y deforme? Si fuera tan feo como un
demonio y tuviera el aspecto de un fantasma malévolo, ¿cómo reaccionarías?
Al oírlo decir aquello, Xie Lian pensó que era muy gracioso: ¿un señor
supremo del reino de los fantasmas, un rey demonio capaz de atemorizar a
todos los inmortales y los dioses de los cielos, también sentía inseguridad por
si era guapo o no? Pero, al pensar en ello en profundidad, ya no le parecía tan
gracioso: recordaba vagamente que, entre el sinnúmero de leyendas que se
contaban de Hua Cheng, había algunos rumores que aseguraban que era «un
niño deforme» y otras habladurías por el estilo. Si aquello era cierto, debió de

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recibir muchas vejaciones cuando era humano, tal vez incluso desde su
infancia. Quizá por esa razón se mostraba especialmente sensible con respecto
a su verdadero aspecto. Por lo tanto, Xie Lian quiso medir bien sus palabras.
—Bueno… —Y, con el más suave de los tonos, le dijo con total franqueza
—: En realidad, solo quiero ver tu apariencia real porque, mira, ya que
somos…
—¿Hm? ¿Qué somos?
—Bueno, ahora somos amigos, ¿no? Entonces, ya que lo somos, tenemos
que ser honestos el uno con el otro. Por eso te dije que quería ver tu verdadero
rostro. ¿Qué importa si eres feo o no? Me preguntabas que cómo iba a
reaccionar, pues de ninguna manera. No te preocupes; si me muestras tu
verdadera cara, yo nunca… ¿De qué te ríes? Estoy hablándote con el corazón.
Al pronunciar las últimas frases, Xie Lian sintió que el cuerpo del joven
temblaba ligeramente y dudó por un instante, pensando: «¿Lo que he dicho ha
sido tan conmovedor que está llorando?». Le daba demasiada vergüenza girar
la cabeza para ver lo que estaba sucediendo hasta que, al cabo de un rato, oyó
que se le escapaba una risa muy baja. Xie Lian se sintió devastado y,
golpeándole suavemente el hombro, se dirigió a él de nuevo.
—San Lang… ¿Qué haces riéndote así? ¿Qué he dicho de malo?
Hua Cheng dejó de temblar al instante y se dio la vuelta.
—Lo que has dicho tiene mucho sentido.
Xie Lian se sintió aún más devastado.
—Qué mentiroso eres…
—Te lo juro. No serás capaz de encontrar a alguien más sincero que yo ni
aunque remuevas todo el cielo y la tierra.
Xie Lian quiso zanjar el asunto y, dándole la espalda a Hua Cheng,
sentenció:
—Déjalo, vamos a dormir. Dejemos de hablar del tema y durmámonos.
A su lado, el joven volvió a reírse silenciosamente.
—Bueno, otra vez será.
A pesar de que ya se había decidido a dormir, tan pronto como Hua Cheng
abrió la boca, Xie Lian no pudo evitar reanudar la conversación.
—¿Qué otra vez?
—La próxima vez que te vea, usaré mi apariencia real —susurró Hua
Cheng.
Aquella frase daba mucho que pensar. Xie Lian debería haber seguido con
el diálogo, pero era tan tarde que el cansancio se apoderó de él y, sin poder

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aguantarlo más, cayó rendido en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, Xie Lian se despertó con un sobresalto y vio que, a
su lado, la cama estaba vacía. Se levantó tambaleándose y, desconcertado, dio
vueltas por el interior del templo. Al salir, tampoco había nadie fuera. Así que
era verdad: el chico se había marchado.
Había barrido las hojas caídas, amontonándolas junto a la vasija. Xie Lian
la llevó dentro para colocarla sobre el altar de ofrendas. Fue en aquel
momento cuando de repente se dio cuenta de que parecía haber algo en su
pecho desnudo. Al tocar por debajo del yugo maldito, encontró una cadenita
muy delgada que le colgaba holgadamente. Xie Lian se la quitó del cuello de
un tirón: era de plata, tan fina y ligera que no se había percatado de que la
llevaba puesta. Y, colgando de la cadena, había un anillo resplandeciente y
cristalino.

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Guía de personajes

Xie Lian
Antiguo príncipe heredero del Reino de Xianle, Xie Lian de joven practicó
cultivación como discípulo de Mei Nianqing (en realidad, un seudónimo), el
principal cultivador del Reino de Xianle.
A la edad de diecisiete años, salvó a un niño que se cayó de la muralla de la
ciudad durante la procesión del Guerrero Sagrado del Festival de Shangyuan.
Ese mismo año, derrotó a un fantasma embrujado en el puente Yinian. Fue
mientras plantaba un árbol de flores que se topó con el emperador Shenwu,
que había acudido a derrotar al demonio del puente. Esa misma noche, Xie
Lian ascendió al cielo. Debido a esta anécdota, las estatuas de Xie Lian lo
representan sosteniendo una espada en una mano y una flor en la otra, y se lo
conoce como el dios de la guerra de la corona de flores.
Debido a su carácter impetuoso, ha descendido de los cielos tres veces, pero
gracias a su talento, ha logrado ascender de nuevo otras tantas, hazaña insólita
en el reino celestial. Con la ayuda de su poderosa venda Ruo Xie, sigue
luchando por lo que cree que es justo, preocupándose por el pueblo llano y los
más desfavorecidos.

Hua Cheng
Rey fantasma del rango funesto, el más poderoso entre los fantasmas. Hua
Cheng conoció a Xie Lian convertido en un joven de apariencia humana, en
cuya forma se hacía llamar San Lang.
Se caracteriza por su túnica roja, pose refinada y llena de confianza, y su
truco de cultivación estrella, la lluvia de sangre. Es por eso que se le conoce
como el Tanhua* de la lluvia de sangre, y su mera mención provoca pavor
entre los dioses de la corte celestial. La razón es simple: Hua Cheng retó y
venció a todos los dioses de la guerra en batalla, así como a todos los dioses
literarios en un debate, por lo que los actuales dioses de la corte celestial no
quieren vérselas con él. También es uno de los fantasmas del grupo conocido
como las cuatro grandes plagas.
*Se utilizaba el título de Tanhua para referirse a aquel que obtiene el tercer
puesto en los exámenes imperiales.

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Inmortales
Emperador Jun Wu
El dios principal de la guerra, señor de los tres reinos y líder del templo
Shenwu, siendo este también su nombre celestial.

Feng Xin
Feng Xin era el estimado compañero de Xie Lian. Siendo su guardia personal
de joven, crecieron, ascendieron y descendieron del cielo juntos. Después de
800 años en el exilio, finalmente se separó de Xie Lian, y él mismo ascendió a
los cielos convirtiéndose en el dios de la guerra del sureste, conocido como el
general girante Nan Yang. Su mote es el de Gigante Nan Yang, siendo yang el
término referido a atributos masculinos en chino…
Entre él y Mu Qing existe una gran rivalidad, igual que entre su subordinado,
Nan Feng y el de su homólogo, Fu Yao.

Fu Yao
Oficial militar júnior a las órdenes de Mu Qing. Es un inmortal de la corte
celestial media, al servicio del templo de Xuan Zhen. Es frío, dado a
prejuzgar a los demás y a poner los ojos en blanco.

Ling Wen
Diosa literaria o espiritual, su especialidad es el manejo de la información. No
hay acontecimiento que escape a su perspicacia. Ling Wen suele echar una
mano a Xie Lian cuando puede, pues este, como recién llegado (de nuevo) al
reino celestial, tampoco tiene muchos amigos.

Mu Qing
Originalmente era un sirviente de origen humilde que se dedicaba a barrer y a
hacer todo tipo de recados en el Templo Imperial del Reino de Xianle. Es por
eso que detesta cualquier referencia a escobas o barridos. Más tarde, se ganó
la estima de Xie Lian y fue capaz de practicar la cultivación con él.
Finalmente ascendió hasta convertirse en un dios de la guerra del suroeste,
conocido como el general Xuan Zhen. El subordinado que manda para ayudar
a Xie Lian es Fu Yao.

Nan Feng

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Oficial militar júnior a las órdenes de Feng Xin. Es un inmortal de la corte
celestial media, al servicio del templo de Nan Yang. Es algo estirado y serio,
pero tiene un vivo temperamento que lo lleva a perder los nervios, y la
compostura, con frecuencia.

Pei Ming
También conocido como general Pei, es el principal dios de la guerra del
norte y líder del templo de Ming Guang. Conocido por sus éxitos militares y
escarceos amorosos en vida.

Pei Su
A menudo se refieren a él como joven general Pei, para distinguirle de su
ancestro, el poderoso dios Pei Ming. También fue general militar en vida.

Fantasmas
Qi Rong
Se lo conoce como el fantasma verde, famoso por su pésimo y vulgar gusto y
por su afición por crear bosques de cadáveres colgando a sus víctimas de los
árboles. Es un fantasma de la categoría semifunesto. Con su sobrenombre de
Lámpara Verde Nocturna, es uno de los fantasmas a los que llaman las cuatro
grandes plagas.

Xuan Ji
Fantasma femenino, excelente general en vida y antigua amante de Pei Ming.

Otros personajes
Chico de la cara vendada
Misterioso personaje evasivo, siempre huye y se esconde del resto del mundo.
Parece estar afectado por la plaga de los rostros.
Ke Mo
Líder de los soldados de la media luna que aún vagan por el desierto en busca
de víctimas.

Media Luna

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De madre del reino de la Media Luna y padre del reino de Yong’an, fue una
niña criada en la frontera. Se convirtió en cultivadora del reino de la Media
Luna por su habilidad para manipular a las serpientes cola de escorpión,
temidas por los habitantes de la Media Luna. Ella y el cultivador del reino,
Fang Xin, son conocidos como los dos cultivadores poseídos.

Xiao Ying
Muchacha del pueblo que protege al chico de la cara vendada.

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Guía de lugares

Antigua capital del reino de la Media Luna


En mitad del desierto, se encuentran las ruinas de la antigua capital de este
reino. En ella aún se alza el Pozo de los Pecadores, en cuyas profundidades
permanecen encerrados los soldados de la media luna de Ke Mo.
Capital celestial
La ciudad donde residen los inmortales.

Corte celestial media


Es a la que pertenecen los inmortales de menor rango a las órdenes de los
dioses de la corte celestial superior. Son inmortales a la espera de su
ascensión, básicamente semiinmortales con menor poder.

Corte celestial superior


Es el panteón con los inmortales más poderosos, aquellos que han ascendido
por completo. La élite. Cada uno tiene su propio templo y a otros inmortales
de menor rango a su servicio.
Reino de Xianle
Antiguo reino del que proviene Xie Lian, famoso por su nobleza amante de
los lujos y las artes.
Reino de Yong’an
El Reino de Yong’an ocupaba el mismo territorio que el anterior Reino
Xianle, y es la dinastía sucesora de dicho reino tras su debacle.
Sala telepática
Como una sala de chat, pero para la comunicación telepática de los dioses.
Templo del Bodhisattva
Casucha en ruinas que reformó (o eso intentó) Xie Lian para que fuera su
primer templo tras su tercer regreso a los cielos como inmortal. Situada en la
Aldea del Bodhisattva.

Templos celestiales

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Cada dios principal tiene un templo con inmortales de menor rango a sus
órdenes.

Los tres reinos


El mundo se compone del reino celestial, el reino mortal y el reino fantasma.
Por lo general, inmortales y fantasmas no se inmiscuyen en lo que cada bando
haga en sus propios reinos.

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Otros términos

Barritas de incienso
Medida de tiempo equivalente a media hora.

Categoría fantasmal
Según los registros del palacio de Ling Wen, los fantasmas se clasifican, de
menor a mayor poder maligno, en maliciosos, severos, feroces y funestos.

Las cuatro grandes plagas


Nombre con el que se conoce al grupo integrado por los cuatro reyes
demonios del mundo fantasmal: el agua negra que hunde el barco, la lámpara
verde que vaga en la noche, la ropa blanca que asola el mundo y el tanhua de
la lluvia de sangre.

Cultivador
Persona que se entrena según prácticas taoístas para alcanzar la inmortalidad
y poderes mágicos.

Espejo Escarlata
Espada con la propiedad de desenmascarar a cualquier demonio o fantasma.
Cuando la desenvainaban, su hoja se volvía roja y sobre ella se reflejaba su
forma original.
Maná
Poder mágico para poder efectuar hechizos o sellos cultivadores.
Méritos
Cada vez que los mortales ofrecen sacrificios y plegarias a los dioses, estos
acumulan méritos. Cuantos más méritos tiene un inmortal, mayor será su
poder.
Pruebas celestiales
También conocidas como pruebas de ascensión o tribulaciones celestiales, son
la última prueba por la que deben pasar los cultivadores para convertirse en
dioses.

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Reliquias
Armas que usan fantasmas o inmortales, célebres por su pasado esplendoroso
y sus poderes cultivadores.

Ruo Xie
Venda de seda sobrenatural que lleva Xie Lian enrollada a la muñeca. A una
orden suya se desenrolla, estirándose tanto como sea necesario, para obedecer
la voluntad de su amo. Es tanto un arma como una defensa… y una amiga.

Sello cultivador
Artefacto físico o hechizo invisible que tiene propiedades mágicas y produce
los efectos de un encantamiento.

Sello de las mil millas reducidas


Técnica capaz de reducir miles de millas hasta que pueden llegar a recorrerse
en un solo paso. Es muy práctica pero consume muchísimo maná del que lo
invoca.

Varitas adivinatorias
Varitas con un oráculo que te redirige a una lectura de tu futuro. Presentes en
templos y tiendas de adivinos.

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Mo Xian Tong Xiu es el seudónimo de una autora de la República Popular de
China. Su nombre quiere decir, textualmente: Olor a tinta y cobre. No se
conoce a ciencia cierta ni su nombre ni su edad. Sus obras combinan varios
géneros muy populares como el danmei (romance homosexual masculino),
xianxia (fantasía tradicional china) y wuxia (artes marciales).
Sus obras comenzaron a publicarse en el portal JJWXC, destino a escritores
amateur, y su enorme éxito hizo que comenzaran a publicarse en formato
físico. Se cree que prefiere usar un seudónimo, ya que la inclusión de escenas
y personajes gays continúa siendo muy polémica en la China continental.
Únicamente, cuenta con un perfil en Weibo, la versión china de twitter.
Sus obras se han traducido a numerosos países como Corea, Japón, Tailandia,
Vietnam, Taiwan y Rusia. Las más populares son The Scum Villain’s Self-
saving System (2015). Mo Dao Zu Shi (Grandmaster Of Demonic
Cultivation, 2016) y Heaven official’s Blessing (2018).
En otros países, como España ha sido más reconocida por sus adaptaciones al
manga chino (el manhua) y a la animación.

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Notas

[1] La pronunciación estándar del segundo carácter de «Xianle» es «le», pero


se puede pronunciar «yue» si se quiere, ya que ni siquiera los propios nativos
del reino se ponen de acuerdo con la pronunciación. En el original, el segundo
carácter del reino de Xianle, 乐, tiene dos pronunciaciones en mandarín: «le»
y «yue», dependiendo de la palabra en la que se encuentre. (Todas las notas
de este libro son del traductor).

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[2] El número ocho es considerado el de la riqueza y la buena suerte en la
cultura china.

Página 333
[3] Alusión a un proverbio chino en dos partes: «Para llegar a la montaña,
siempre hay un camino. / Cuando la barca llega al muelle, se endereza». Hace
referencia a que las cosas saldrán bien al final.

Página 334
[4] Nombre que recibe la deidad budista asociada a la compasión.

Página 335
[5] Leyenda según la cual un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están
destinados a encontrarse, sin importar el tiempo transcurrido, la lejanía del
lugar o lo adverso de las circunstancias.

Página 336
[6] 探花, tanhua, es el título honorífico con el que se denominaba a la
persona que obtuviera el tercer puesto en los exámenes imperiales para ser
oficial. Asimismo, significa literalmente «explorador de flores».

Página 337
[7] 三郎, San Lang, significa «tercer muchacho».

Página 338
[8] A menudo los nombres chinos se componen de dos caracteres.

Página 339
[9] En el original, los caracteres de su nombre, 刻磨, Ke Mo, pueden
entenderse como «tallar la piedra de un molino».

Página 340
[10] El carácter de Hua significa «flor».

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