Cerrato Sobre Shakespeare y El Teatro Isabelino
Cerrato Sobre Shakespeare y El Teatro Isabelino
Lo que de pronto irrumpe como la naturaleza más desenfrenada se debe al arte de un ser
humano. Es decir, es el comienzo de la exposición de esta contradicción intrínseca relativa a la
aspiración del hombre de distinguir netamente entre lo que es naturaleza y lo que no lo es. La
obra en sí es un comentario metalingüístico y metateatral, si se quiere, del juego dramático por
excelencia: aceptar y no aceptar, al mismo tiempo, lo que vemos por verdadero. Eso que parece
tan verdadero es una ilusión óptica. El espectador se ve obligado a oscilar pendularmente entre
un movimiento de identificación con las catástrofes que aparecen y un movimiento de
distanciamiento porque, en última instancia, sabemos que eso se debe a la magia de Próspero. Es
lo que la teoría teatral moderna llama "la doble denegación". El dilema puede proyectarse hasta
el infinito: ¿lo que nos dicen Miranda y Próspero es verdad o es algo que Próspero ha tramado?
A su vez, lo que Prospero y Miranda representan y actúan ¿es auténtico o es otro simulacro del
dramaturgo? Vemos que todo, dentro y fuera de la obra, incluidos nosotros mismos, adquiere
una naturaleza dramática: todo es teatro como rezaba el lema del teatro "El globo", el teatro de
Shakespeare. Esta actitud de develar y velar, mostrar y ocultar, simular o exponer, que toma a la
isla misma como un escenario, se convierte en una especie de "puesta en abismo" de la realidad
en general. Así como Próspero maneja su isla. Dios maneja el mundo; así como Próspero
inventa roles para los distintos personajes que llegan a la isla, así el dramaturgo realiza su
escritura. Tal vez una de las versiones de La tempestad que más acentúa la naturaleza artística
del mago Próspero sea la película de Greenaway, Los libros de Próspero, porque ese punto
donde Greenaway se centra, los libros, hace a uno de los elementos básicos. Cuando Próspero,
en el acto I, escena 2o, narra su llegada a la isla después de haber sido traicionado y que
usurparan su reino, señala la ayuda de un súbdito fiel, Gonzalo, que le proporciona alimentos y
un bote para escapar con su hija Miranda y, sobre todo, le rescata sus libros y sus trajes. Eso es
lo que Próspero lleva a la isla. Libros y trajes son dos elementos básicos del hecho teatral en la
época isabelina, en donde más que escenografías, telones, todo lo que proviene del teatro a la
italiana, lo que concretaba el hecho teatral, en un espacio vacío como dice Peter Brook, era el
texto y el vestuario, el único elemento imprescindible para crear la atmósfera, la apariencia, de
un lugar y de una situación. Como no había escenografía, el vestuario lo significaba todo.
Vemos que Próspero basa su fortuna, su suerte (haber podido huir de la venganza de los que lo
traicionaron) en esos dos elementos que hacen al teatro mismo y que son la base de sus
posibilidades de creación. En este primer momento en que, después del naufragio, Próspero se
dedica a hacer una especie de "racconto", para el público, pero su apariencia es contarle a
Miranda las vicisitudes de su llegada, nos encontramos con que durante el tiempo en que
Próspero realiza su relato, Miranda tiene tendencias a distraerse, incluso a sumirse en sueños, y
Próspero constantemente le llama la atención ("escúchame", "fíjate", "me prestas atención",
etc.). Todas estas marcas del diálogo que se establece entre padre e hija reproducen la relación
dialéctica entre la obra y el público. Esto es un elemento más que hace a la sensación de que
Próspero escribe su historia. No es una historia que sucedió y punto, sino que él está en
permanente proceso de crear la obra; sea asignando papeles, es el maestro de ceremonias, para lo
cual, además, se vale del espíritu que es Ariel que se ha convertido en su sirviente. En esta obra
Shakespeare concibe un mago que es, en realidad, la figura del creador, del artífice. Es creador
de una realidad ajena a esa naturaleza que los rodea y que se asemeja muy notablemente a la
percepción que del creador literario Shakespeare ha dado a lo largo de toda su obra: el poeta
agrega realidad a la que ya existe en el sentido neo platónico; modifica la realidad existente.
Esto es como un contemporáneo de Shakespeare, Sir Philip Sidney, autor de uno de los primeros
tratados teóricos sobre la poesía, Defensa de la poesía, manifiesta de manera teórica siguiendo
las teorías neoplatónicas que Plotino expresa en las Enéadas. Próspero es el artífice, el poeta,
que decide cómo van a realizarse los sucesos de esta historia. En el volumen quinto, parte 7o,
capítulo 1, de Las Enéadas de Plotino, este autor habla de las artes y del quehacer artístico como
de algo que no debe ser despreciado, según la tradición platónica, porque imita objetos reales y a
la naturaleza porque, para comenzar, los objetos naturales son imitaciones ellos mismos y
entonces deberíamos reconocer que no ofrecen meras reproducciones de la cosa misma, de la
idea, sino que van más allá de lo que la propia naturaleza ofrece. El arte, al imitar a la
naturaleza, en realidad, apunta hacia las esencias, hacia la idea primera. El arte nunca es copia
propiamente dicha y es detentora de belleza, dice Plotino, porque la agrega donde a la
naturaleza le falta. Si el concepto neoplatónico es que la naturaleza es una imitación de por sí
imperfecta de la idea, el artista no es alguien que degrada todavía más esa imitación de la
naturaleza, sino que es quien modifica esa imitación para mejorarla y agregar belleza. Esto es lo
que Próspero se propone hacer. Con la soberbia propia del renacentista, de alguna manera, se
propone corregir la naturaleza. El artista no imita, según las teorías de Plotino, sino que trabaja
con los elementos de la naturaleza y estos elementos son, básicamente, materia y espíritu que, en
La tempestad, son simbolizados con las figuras de Caliban y Ariel. De alguna manera, materia y
espíritu nos evocan por analogía formas y contenidos si nos referimos a la tarea literaria.
Próspero, como el poeta, aspira a conciliar lo material con lo inmaterial. Éste planteo lo recoge
inmediatamente la filosofía cartesiana: ¿cómo se interrelacionan o no materia y espíritu? De
alguna manera, a través de la relación de Próspero con Caliban y Ariel, La tempestad también
plantearía este problema filosófico que tiene, por supuesto, un desenlace nada optimista ni
positivo. Por otra parte, Shakespeare nos da una visión del poeta, en el final de su vida, como un
intento último de Próspero por alcanzar esa conciliación entre estos dos elementos a pesar de
que la conclusión final es, para Próspero y el hombre isabelino, que sería preferible mantener a
Caliban y a Ariel apartados uno del otro. Es decir, renuncia a llevar hasta las últimas
consecuencias ese intento de integración de dos fuerzas opuestas, de materia y espíritu si se
quiere. En este sentido, podemos pensar que "el mensaje de Próspero", no habiendo nada
demasiado categórico en las obras de Shakespeare, es que todo esto, aún para el saber de un
mago, es una tarea imposible. La aspiración de Próspero era mantener a Caliban (que representa
la crasa materialidad, lo que está más cerca de los instintos y no de la razón, aquello que en la
"Cadena del ser" une al hombre con los seres inferiores) lo más sujeto posible y conservar a
Ariel, figura etérea y cuyo destino es el aire, sujeto a su voluntad. Próspero en esta isla, además
de muchos otros papeles que cubre, es la metáfora del ser humano, en la "Cadena del ser"
platónica, que controla lo que hace a su naturaleza más baja y logra que el espíritu y lo más
elevado trabaje para él. Esto sería el ideal del ser humano integrado y armónico para el
Renacimiento. Por distintas razones de seguridad, podemos pensar que es deseable mantener
controlado a Caliban; pero, por otra parte, esto tampoco implica nada valioso ni ninguna
ganancia para el individuo. Por más controlado que esté Caliban nunca dejará de ser quién es y
esto también alude al sueño alquímico de transformar la materia baja en el oro sublimado de la
sabiduría. Cuando se habla de oro y lodo para las transmutaciones alquímicas, en realidad, se
refiere a la naturaleza animal y celestial del hombre. Esa doble naturaleza era vivida y
experimentada intensamente por el isabelino, lo cual da cuenta de esas contradicciones que lo
caracterizaron.
El poeta, al final de su vida, el creador que es Próspero, debe aprender a convivir con esta
realidad de las fuerzas polarizadas y antinómicas: Caliban versus Ariel y viceversa. Esto no
significa desconocer a Caliban sino, como dice Próspero, al final de la obra, reconocerlo como
propio: "Esta cosa de oscuridad la reconozco como propia". Para llegar a eso, Próspero necesitó
de todo su arte y sabiduría, lo cual lo lleva a admitir algo sumamente humano e imperfecto.
Próspero necesita de toda la perfección y sabiduría de su arte para poder ser humano y reconocer
esas dos fuerzas antagónicas que funcionan en el interior de cada individuo. De algún modo,
estas figuras de Caliban y Ariel encarnan para el isabelino esa ubicación contradictoria y
ambigua del ser humano entre lo terrestre y lo celeste; condenado a reconocer lo terrestre en sí
mientras lo celeste se le escapa que es lo que Próspero debe aceptar de Ariel. Próspero aparece
como un aprendiz de brujo, Shakespeare parece decir que los poetas siempre lo son. cuestión
que se aclarará con la lectura de los Sonetos, que intenta subvertir el orden ineludible de las
cosas y que lo logra, en un plano inmediato y práctico, para darse cuenta, finalmente, de que
todo esto no tiene mayor sentido. Subvertir el orden de las cosas, modificar y mejorar la
naturaleza (como decía Plotino) que es el sueño de la Modernidad; en este aspecto Shakespeare
encama al hombre moderno por excelencia. Sin embargo, Shakespeare relativiza esto cuando, en
el final, le imprime a ese sueño por lo menos un sesgo escéptico. Ese sueño, como la de
Gonzalo, es una utopía más y que, si bien parece viable (o, por lo menos, Próspero parece llegar
al punto de lograrlo), de alguna manera, no se realiza porque el propio Próspero así lo decide. En
ese sentido es muy importante la "Masque" o "Mascarada" que se representa para celebrar los
esponsales de Ferdinando y Miranda. Próspero convoca a los dioses, a estos seres
sobrenaturales, que interpretan una alegoría del amor y el matrimonio, pero eso es interrumpido.
El propio Próspero decide cortar la representación y dejar que esos personajes, "frutos de
nuestra imaginación" como él mismo dice, se desvanezcan en el aire. Es muy interesante la
elección de Shakespeare de cortar esta representación utópica, si se quiere, de la armonía, del
equilibrio de los impulsos humanos a través de esta "Masque" sobrenatural porque La tempestad
estaba destinada, precisamente, a celebrar los esponsales de una hija del rey Jacobo I, sucesor de
Isabel e hijo de María Estuardo, y lo que Shakespeare decide interrumpir es el ritual celebratorio
de los esponsales de Ferdinando y Miranda. Con esto es como si estuviera lanzando un mensaje
a la realidad de la corte, más allá de lo que la obra en sí representa. Se podría pensar que hasta
podría ser algo de mal augurio para los novios verdaderos. Al mismo tiempo, esto implica una
toma de consciencia con respecto a la realidad más inmediata y Próspero termina rechazando
todo eso como algo ilusorio, como una representación que, por carácter transitivo, él proyecta
hacia todo el público. Dice "Estamos hechos de la materia con que se hacen los sueños" y, al
mismo tiempo, está negando toda la materia divina de este ritual, ya que la representación dentro
de la representación acentúa el sentido de la obra en sí. Esta representación dentro de la
representación o de teatro dentro del teatro es una especie de "puesta en abismo" del sentido
general de la obra. La disolución del ritual enfatizaría la naturaleza engañosa de esa realidad
utópica en la que nos instalamos tan cómodamente. Además la interrupción de la "Masque" o la
volatilización de esas figuras implica la imposibilidad, aún con la propia magia de Próspero, de
retener a esos seres divinos y etéreos. De la misma manera que Ferdinando lamenta que se hayan
volatilizado, porque hubiera querido retenerlos, lo mismo pasa con Próspero y Ariel; Próspero
desea retener a Ariel pero, finalmente, debe liberarlo. Esta liberación de Ariel simbolizada en las
figuras de Ceres y las demás diosas de la "Masque" implica la reaparición, digámoslo así, de la
figura de Caliban. Próspero interrumpe la ensoñación y la idealización porque recuerda a
Caliban y su grotesco complot contra él que significa el peligro inminente. Esta vuelta a la
realidad, a sus enemigos, es lo que provoca la impaciencia de Próspero que corta el ritual. El
recuerdo de ese peligro abstrae a Próspero de la contemplación de ese despliegue de
inmaterialidad. Lo que Próspero, de alguna manera, nos dice es que no podemos estar siempre
viviendo en el espíritu, sino que hay otras cosas que nos preocupan. Figurando todo esto como
una obra por desarrollarse, es como si Próspero se encontrara ante dos posibles finales para su
obra estricta: el final utópico, etéreo, feérico, "arielesco" si quieren, o el final con Caliban, Por
eso Jan Kott, en sus Apuntes sobre Shakespeare, dice que, en realidad, La tempestad no es una
comedia sino que es una tragedia que tiene dos comienzos y dos finales; uno que hace a la
realidad cotidiana y el otro que hace a las ensoñaciones de los humanos, a aquello que no se
puede, de alguna manera, alcanzar. A pesar de la tradición de las interpretaciones, Próspero no
está utilizando su magia, como casi siempre se lee, para recuperar el trono que le ha sido robado,
sería el planteo inmediato y obvio, sino, por un lado, para intentar integrar dos mundos en
conflicto que estarían representados por el matrimonio de Miranda y Ferdinando y, al mismo
tiempo, poner orden en cuanto a la conspiración para derrocar al rey de Nápoles, además de la
conspiración para derrocarlo a él, en clave grotesca, intentada por Caliban y sus seguidores. Esto
implica, de nuevo, esa tendencia restauradora del orden que anima el desenlace de las obras de
teatro en general. Además, aparte de lo que Próspero crea a través de esta escritura de los
papeles que le asigna a cada uno, está la necesidad de perdonar. Esta obra que comienza con el
designio y las características de una obra de venganza (el mago traicionado urde toda una trama
para realizar su anhelo de venganza), de pronto se convierte en un ejercicio de este sabio, poeta
y mago que debe aprender a perdonar. Perdonar, reconocer la naturaleza inferior que él también
posee y elegir eso porque, de alguna manera, Próspero elige ser hombre. Ése es el sentido de
retirarse, de abandonar la Isla y volver a Milán, pero no para gobernar sino para meditar en la
cercanía de la muerte. Es como si la naturaleza de origen humano prevaleciera sobre el impulso
a lo sobrehumano que caracteriza al mago. No es para nada casual que Shakespeare escribiera
esta obra en el momento en que decide retirarse de la literatura y volver a Stratford, de donde era
originario. Hay como un paralelo y tal vez una superposición palimpséstica entre la historia del
mago que renuncia a su utopía y la historia del escritor que da por terminada su escritura.
Laura Cerrato