Prevencion Del Delito y Seguridad Ciudadana
Prevencion Del Delito y Seguridad Ciudadana
Conceptualización
La disuasión general puede ser definida como la evitación por parte de los ciudadanos de una
conducta dada como consecuencia de la consideración anticipada de los efectos negativos
asociados con las sanciones formales e informales que resultan de esa conducta. La teoría de
la disuasión general implica un proceso psicológico por medio del cual los individuos son
disuadidos de la comisión de delitos solamente si perciben las sanciones legales como ciertas y
severas.
La teoría de la disuasión asume que: los niveles de punitividad son percibidos por el público en
general de forma apropiada y que el público está dispuesto a modificar su conducta como
consecuencia de estas percepciones
A la hora de evaluar el efecto disuasorio de las penas no solamente hay que valorar en qué
medida estas son disuasorias por si mismas, sino también en que medida las penas implican
una serie de procesos sociales que pueden ser igualmente disuasorios. Las sanciones penales
formales pueden venir acompañadas de sanciones sociales informales.
William y Hawkins se refieren a tres categorías generales de costes indirectos asociados a las
sanciones penales: el estigma de la detención, es decir, la perdida de respeto que genera el
etiquetamiento como delincuente; los costes de relaciones sociales; los costes de implicación
en oportunidades (dañar la probabilidad de obtener un trabajo, obtener una educación,
casarse).
La literatura sobre disuasión también distingue entre disuasión general inicial y disuasión
general marginal. La disuasión inicial se refiere a los efectos asociados a la criminalización o
tipificación inicial de una conducta en la legislación penal. La disuasión marginal alude a
aumentos o descensos en el nivel de disuasión que resulta de cambios bien en la certeza del
castigo o bien en la severidad del mismo. Hoy por hoy la mayoría de las disuasiones político-
criminales giran en torno a cuestiones de disuasión marginal.
Von Hirsh y sus colaboradores destacan cinco prerrequisitos para poder hablar de efectos
disuasorios marginales:
Von Hirsh y sus colaboradores también destacan una serie de efectos paradójicos que pueden
resultar como consecuencia de cambios en la certeza y severidad del castigo:
Investigación empírica
En cuanto al efecto disuasorio del derecho penal, la evidencia empírica está más a favor de la
existencia de un efecto disuasorio que de la inexistencia de dicho efecto disuasorio.
El efecto disuasorio general marginal de la severidad de las penas se considera muy limitado o
nulo. Durlauf y Nagin insisten en que hay escasa evidencia que aumentos en la severidad de las
penas arrojen efectos disuasorios marginales sustanciales.
Los estudios ecológicos examinan la variación natural en las tasas del delito y de punitividad a
través del tiempo y del espacio y tratan de examinar si un mayor grado de punitividad, una
mayor severidad de en la aplicación de las penas, conduce a un nivel menor de delincuencia.
Estos estudios encuentran serios problemas metodológicos y estadísticos que hacen difícil su
realización e interpretación. Uno de los mas debatidos es el problema de la simultaneidad.
Este problema hace referencia al hecho de que la relación entre el nivel de punitividad y las
tasas delictivas no es unidireccionalidad. Una determinada jurisdicción puede tener una
punitividad más elevada que otra y por lo tanto los ciudadanos de dicha jurisdicción demandan
un mayor nivel de punitividad. Lo que significa esto, es que no es fácil determinar cuándo la
punitividad tiene un efecto en los niveles de la delincuencia.
El segundo problema es la causalidad, es decir, demostrar que el cambio que pueda resultar
tras el incremento de severidad de las sentencias ha sido causado por éste.
La opinión mayoritaria es que, al menos hasta el momento, existe poca evidencia que sugiera
que incrementar la severidad de las sanciones penales tenga un efecto disuasorio que merezca
la pena. Los sujetos con una mayor motivación para delinquir generalmente no toman en
consideración la penalidad futura.
Los estudios sobre certeza del castigo
La teoría de la disuasión destaca que la certeza del castigo es un elemento clave. Los estudios
sobre la certeza del castigo se han centrado en analizar la labor policial y han empleado
medidas de presencia o productividad policial como indicadores de la certeza del castigo.
Hay algunos estudios como el de Wilson y Boland que examinaban en que medida las
estrategias proactivas policiales agresivas tenían un efecto en los niveles del delito, y concluían
que la tasa de arrestos tenía un efecto disuasorio sustantivo en los niveles de robo.
Los análisis de Samson y Cohen mostraban que los adultos exhibían un grado mayor de
disuasión que los jóvenes.
Desde mediados de los 90 varios estudios encuentran un efecto disuasorio del número de
agentes policiales per cápita. La nueva generación de estudios a nivel macro de presencia
policial sugieren que aumentar la presencia policial en las calles está asociada con reducciones
de la delincuencia. Sin embargo, la literatura policial sugiere que el efecto de la presencia
policial no es constante, sino que depende de la forma en que se emplean los recursos
policiales o del contexto social en que se opera.
Durlauf y Nagin concluyen que existe evidencia sustantiva que sugiere que aumentos en la
certeza del castigo producen un efecto disuasorio considerable.
Otras investigaciones cuestionan que la idea de disuasión policial sea sostenible a largo plazo.
Taylor y sus colaboradores, en sus estudios de la delincuencia en Philadelphia, veían que el
efecto a corto plazo sugería que a más detenciones menos delincuencia. Sin embargo, el
efecto a largo plazo, indicaba que tasas altas de detenciones conducían a un aumento de la
delincuencia en varios distritos de Philadelphia.
Son estudios que examinan el vínculo entre las percepciones sobre el riesgo y la severidad de
sanciones y la delincuencia. Los datos de estos estudios proceden de encuestas, a diferencia de
los estudios ecológico y de series interrumpidas que solamente emplean datos oficiales sobre
los niveles de delincuencia. Trabajan con datos individuales.
Los estudios sobre percepciones del riesgo de sanción están basados en tres tipos diferentes
de métodos: las encuestas transversales, las encuestas de paneles y los estudios basados en
escenarios hipotéticos.
Las encuestas transversales han encontrado que la percepción del riesgo de detección es más
elevada entre las personas que delinquen menos o que expresan una menor predisposición a
delinquir en el futuro.
Los estudios de paneles siguen a una misma muestra de participantes a los que se pregunta
sobre sus percepciones sobre la certeza y severidad de sanciones y sobre su comportamiento
delictivo.
El problema de los estudios transversales es que no pueden determinar si las percepciones de
riesgo causan la delincuencia o si la delincuencia causa las percepciones, mientras que los
estudios de paneles al usar medidas de estas variables en al menos dos momentos diferentes
están en mejores condiciones para extraer conclusiones sobre orden causal, ya que nos
permiten establecer si las percepciones ocurren antes del comportamiento delictivo.
Las percepciones más relevantes desde un punto de vista causal son las que se encuentran en
mayor proximidad temporal al delito y las medidas de percepciones que están alejadas en el
tiempo pueden ser irrelevantes para explicar la conducta (Piliavin).
Los estudios basados en escenarios hipotéticos son estudios transversales en los que se
describe una situación delictiva a los participantes, se les pregunta cual es su percepción de la
certeza y severidad de sanciones y se les pregunta que harían en una situación problemática.
Estos estudios tan solo sugieren que los individuos en ciertas ocasiones tienden a modificar su
comportamiento en función de sus percepciones de la amenaza de sanción, pero no exploran
el vínculo entre cambios político-criminales y cambios en la percepción de sanciones penales.
William y Hawkins argumentaban que desde el punto de vista del análisis de costos y
beneficios realizado por delincuentes y no delincuentes, las respuestas sociales informales
ligadas al procesamiento penal de un sujeto son tan importante como los efectos directos de
las sanciones penales.
Para William y Hawkins es esencial que los estudios sobre disuasión tomen en consideración el
temor a las sanciones informales que acompañan a las sanciones formales.
Los individuos con una menor propensión hacia la criminalidad también son menos propensos
a ser afectados por la disuasión penal, ya que en su caso la no participación en actividades
criminales está fundamentalmente motivada por otro tipo de factores como, por ejemplo, la
moralidad.
Casi todo el mundo es consciente de que si comete un delito existe la probabilidad de que
pueda ser detenido, procesado y condenado. Puede que no todo el mundo perciba igualmente
la probabilidad de ser castigado si se comporta de forma ilegal. Hay quien pensará que el
riesgo es bajo y quien pensará que el riesgo es elevado, y estas diferencias pueden ser
relevantes a la hora de entender el comportamiento individual.
Puede que el derecho penal tenga un efecto disuasorio general, pero aparentemente,
aumentar la presión penal, por si solo, no parece que altere las percepciones de dicha presión
penal.
De forma simultánea, el programa ofrecía una serie de servicios sociales y otras formas de
ayuda a los jóvenes. El programa, por tanto, incluía castigo e incentivos positivos.
En Chicago, las autoridades locales emplearon una intervención de disuasión focalizada para
contener la violencia con armas de fuego. Se desarrollaron foros de notificación a los
delincuentes. Aquellos que tenían antecedentes por delitos con armas de fuego o relacionados
con pandillas y que se encontraban en libertad condicional eran obligados a atender uno de
estos foros. Los foros se celebraban un par de veces al mes. Estaban diseñados para recalcar a
los penados cuales eran las consecuencias de los delitos con armas de fuego. En la segunda
parte del foro un exdelincuente, un pandillero reconvertido al trabajo social de calle, contaba
sus experiencias de desistencia y detallaba los distintos programas que ofrecían oportunidades
para abandonar la delincuencia.
Las políticas penales orientadas a incrementar el nivel de disuasión general deben tomar en
consideración lo siguiente: el costo social y económico conocido o estimado de la política en
cuestión; la limitada probabilidad de que se produzca una reducción de la delincuencia como
consecuencia de los efectos disuasorios general; la probabilidad de moderada a alta de que los
actores del sistema de justicia penal alteren su comportamiento para atenuar los efectos de
políticas penales que consideren desmesuradas; y tensiones con el principio de
proporcionalidad.
Durlauf y Nagin han propuesto que tiene más sentido dejar de invertir en políticas públicas
orientadas a aumentar la gravedad de las penas y en su lugar invertir en políticas pública que
hagan el castigo más certero. Para estos autores, las penas privativas de larga duración no
pueden justificarse sobre los efectos empíricos de la disuasión general. Tiene más sentido
invertir en recursos policiales y de supervisión de penados en la comunidad.
DISUASIÓN ESPECIAL
Introducción
La investigación comprada sobre reincidencia muestra que entre el 25 y el 40% de las personas
que reciben una pena privativa de libertad vuelven a prisión como consecuencia de la comisión
de un nuevo delito entre 3 y 6 años después de su liberación.
Así mismo, no podemos asumir que las personas que no reinciden tras experimentar una
sanción penal no lo hacen por temor a recibir otra sanción penal o no lo hacen porque no son
delincuentes de carrera, porque no están interesados en ello, porque el tratamiento
rehabilitador en prisión ha sido efectivo, o porque han llegado a una edad en la que delinquir
no tiene sentido.
Una de las ventajas de los estudios longitudinales es que a diferencia de los estudios que han
evaluado la disuasión especial de las sanciones penales con muestras más criminales y
empleando diseños cuasiexperimentales o experimentales, han empleado medidas de la
delincuencia más fiables, basadas en cuestionarios de autoinforme, en lugar de emplear
medidas de reincidencia oficiales, basadas en estadísticas policiales o judiciales.
La gran mayoría de estos estudios indican que la experiencia de detención policial no tiene un
efecto de disuasión especial e incluso aumenta el riesgo de participación en actividades
delictivas en los años que seguían a esta experiencia de contacto con el sistema de justicia
penal.
Huizinga y Henri encontraban que las sanciones o bien no tenían ningún efecto o bien
aumentaban el nivel de delincuencia tras la imposición de la sanción y que a medida que la
severidad de las sentencias aplicadas aumentaba, el nivel de la delincuencia posterior a la
misma o no cambiaba o aumentaba. Estos autores concluyen que unas sanciones más severas
pueden resultar en niveles más elevados de delincuencia, prolongar la carrera delictiva y
criminal de los individuos y por lo tanto resultar en un nivel más reducido de seguridad
ciudadana.
Pogarsky, Kim y Paternoster mantienen que para que se pueda hablar de un efecto de
disuasión especial es fundamental que la experiencia de sanción penal altere la percepción
sobre las penas de quienes las reciben.
Paternoster y sus colaboradores argumentaban que las personas que no delinquen tienen
expectativas poco realistas y muy elevadas sobre el riesgo de sanciones y que una vez que las
personas delinquen, estas percepciones se hacen más realistas.
Estudios transversales llevados a cabo por Pogarsky, Piquero y Paternoster sugerían que evitar
sanciones cuando se actúa de forma delictiva por medio de experiencia vicaria o personal, está
asociado de forma positiva al comportamiento criminal y que este vínculo esté mediado por la
percepción de la certeza de las sanciones penales. Estos estudios transversales sugieren que la
experiencia personal de sanciones penales o de detención policial parece aumentar, en lugar
de reducir, el comportamiento criminal.
En otro estudio de panel de estos mismos autores, documentaban que la detención policial
aumentaba la percepción de certeza del castigo y que el nivel inicial de la percepción de
certeza puede ser determinante: para aquellos sujetos que tenían una percepción alta del
riesgo, la detención tenía poco impacto en la evolución de las percepciones, mientras que para
aquellos con percepciones relativamente bajas, la detención tenía un mayor impacto.
Estudios mas recientes como el de DeJong documentaba que, aunque la duración de la pena
no tenía un impacto en la probabilidad de reincidencia, afectaba, en cambio, la celeridad con
que los individuos reincidían: los delincuentes que recibían penas mas largas tardaban mas en
reincidir que los que recibían penas mas cortas. DeJong también argumentaba que los
individuos que tienen menos vínculos con la comunidad, son mas propensos a reincidir cuando
reciben prisión provisional, y que la duración del encarcelamiento estaba asociada con el
tiempo que transcurría desde la liberación hasta el momento de la reincidencia. DeJong
también descubrió que la prisión provisional incrementaba la probabilidad de reincidir para
delincuentes sin antecedentes.
En otro estudio realizado por Spohn y Holleran vieron que los delincuentes que reciben penas
privativas de libertad reinciden más y más pronto que los delincuentes que reciben penas
alternativas a la prisión de libertad. Estos autores también documentaron que las penas
privativas de libertad tienen efectos criminógenos más robustos para los delincuentes con
problemas de drogadicción.
Una revisión de estos estudios mostraba que la gran mayoría de los estudios mostraban que
las sanciones no privativas de libertad tendían a ser más beneficiosas en términos de
reincidencia, que las sanciones privativas de libertad.
Otros estudios como los de Chen y Saphiro comparaban la reincidencia de penados que habían
sido clasificados en distintos niveles de seguridad de las prisiones federales en EE.UU. Antes de
ingresar en prisión, los penados en el sistema federal norteamericano reciben una puntuación
que refleja el nivel de supervisión que requieren. El experimento mostró que los penados con
una clasificación de nivel III de seguridad que fueron aleatoriamente asignados a un nivel de
seguridad III, tenían un riesgo de volver a prisión que era un 31% más elevado que el de otros
penados con una clasificación de nivel III de seguridad que de forma experimental, fueron
asignados a una prisión de nivel I de seguridad.
En Minneapolis la policía decidió experimentar con una política más agresiva de detenciones.
Esta intervención fue evaluada con un diseño experimental clásico. Así, de manera aleatoria el
maltratador podía recibir una de tres opciones exclusivas: sería detenido y pasaría la noche en
la cárcel; se le ordenaría permanecer alejado de la casa al menos durante 8 horas; o se le
proporcionaría a la pareja algún tipo de mediación o recomendaciones.
Algunos de los análisis basados en datos de estos experimentos sugerían que determinados
maltratadores, aquellos con más interés en la conformidad y que tenían más que perder como
resultado de una intervención penal eran más sensibles y respondían mejor a la detención
penal que aquellos que tenían un menor interés en la conformidad que, podían empeorar su
comportamiento como resultado de la intervención policial. Los análisis iniciales sugerían que
los maltratadores casados y con un empleo mejoraban su conducta tras la detención policial
mientras que aquellos que no estaban casados y se encontraban en situación de desempleo
aumentaban el maltrato tras la detención.
Esta interpretación de los resultados, sin embargo, no coincidía siempre. Las comparaciones
empleadas en los informes de las replicaciones se podían caracterizar por cuatro rasgos
significativos. En primer lugar, en Minneapolis se había considerado el empleo de amenazas
como un indicador de reincidencia. En segundo lugar, no existía un consenso a priori entre los
diferentes equipos de investigación sobre cuales eran las comparaciones analíticas más
importantes. En tercer lugar, hay que tomar en consideración que la realización de
comparaciones múltiples plantea un problema adicional: las comparaciones realizadas no son
independientes entre sí. Y finalmente, hay que destacar que ninguno de los informes ofrecía
información sobre el poder estadístico de las comparaciones efectuadas.
Maxwell y sus colaboradores reanalizaron los datos de estas replicaciones de forma conjunta.
Demostraron que con independencia de las características de los sospechosos y otros factores
la detención policial del sospechoso tenía un efecto preventivo-especial que conducía a una
reducción consistente, pero muy moderada, de agresiones contra la misma víctima por parte
del maltratador. Estos autores también destacan que otros factores como los antecedentes
penales del sospechoso son predictores más robustos y fuertes de la reincidencia que el hecho
de la detención policial.
Introducción
La función incapacitad hora de las acciones penales, sobre todo de la prisión, se ha convertido
de alguna forma en el último refugio para quienes no han querido perder el tiempo en
argumentos sobre disuasión general o disuasión especial. El encarcelamiento limita o restringe
la duración de la carrera criminal de los delincuentes, ya que entre rejas no pueden delinquir.
Autores conservadores argumentan que si ponemos a un número suficiente delincuentes
activos impresión, conseguiremos una reducción efectiva de la delincuencia. En la medida que
estos sujetos no sean remplazados en el exterior por otros que tomen ventaja.
Aunque durante buena parte del siglo 20 se asumía una filosofía rehabilitadora para la mayoría
de los penados, para determinados delincuentes habituales se consideraban medidas que
tomaban en cuenta su incorregibilidad y tomaban un cariz incapacitador.
Para autores conservadores, las prisiones funcionan por medio de la incapacitación de los
delincuentes.
Los argumentos sobre incapacitación también fueron desarrollados por autores que tenían una
visión minimalista de las penas privativas de libertad cómo último recurso. Para estos autores
la prisión solo tiene sentido para aquella minoría de delincuentes crónicos que presentan un
elevado riesgo para la seguridad ciudadana. La diferencia con los conservadores no residía
tanto en la lectura de la función carcelaria sino en la definición de los sujetos que eran
merecedores de semejante sanción.
En los 70, estos datos empezaron a ser empleados para defender el uso de estrategias de
incapacitación selectiva cómo principio político criminal.
Estudios como los de Joan Pertesilla demostraron que la mayoría de los delincuentes comunes
no son especialistas, sino que cometen un amplio rango de delitos.
Peter Greenwood y Allan Abrahamse concluyeron Que sí una minoría de delincuentes cómete
delitos de forma desproporcional, la cantidad de delito que puede ser prevenida por medio del
aumento de la duración de penas privativas de libertad de estos delincuentes puede ser
considerable. Una política criminal orientada a la identificación de estos delincuentes crónicos
para su incapacitación en prisión, en lugar de políticas generalizadas de incapacitación
colectiva para todo tipo de delincuentes, sería una política más eficiente y efectiva.
Durante los años 90 Estados Unidos comenzaron a adoptar nuevas políticas apoyadas en estos
principios de incapacitación inspiradas por una serie de iniciativas que recibieron el nombre de
leyes de a la tercera va la vencida. Estas leyes aumentaban de forma considerable la penalidad
para delincuentes reincidentes qué recibían, en general, una tercera condena.
Durante los años 90 en Estados Unidos hubo una disminución de la delincuencia. Algunos
autores conservadores atribuyeron está disminución al uso masivo de la pena de prisión que
ha caracterizado más que ningún otro factor la política criminal de los Estados Unidos.
Los estudios sobre los efectos inocuizadores de las penas privativas de libertad han tomado
dos enfoques que podrían considerarse, al menos en teoría, complementarios: los estudios
individuales realizados por criminólogos Y los estudios agregados realizados por economistas.
El segundo enfoque adoptado por los economistas emplea datos agregados para generar
estimaciones del impacto de la población penitenciaria en los niveles de delincuencia. El objeto
de estos estudios es encontrar una estimación del efecto de los cambios en la tasa de
población penitenciaria sobre los niveles agregados de delincuencia o, en términos más
técnicos, la elasticidad de las tasas de delincuencia en relación con cambios en las tasas de
población penitenciaria.
El modelo básico derivado por AVI-Itzhak y Shinnar asume qué es fundamental asegurar
mantener entre rejas a los delincuentes durante buena parte de su carrera criminal si
queremos reducir la cantidad de litros que cometen. La cantidad de delitos que se previenen
por medio de una incapacitación por tanto depende de cinco factores: la tasa individual de
delitos que los delincuentes cometen cuándo se encuentran en libertad; la probabilidad de que
un delincuente sea detenido y condenado; la probabilidad de que el delincuente reciba una
pena privativa de libertad; el tiempo que pasa en prisión; y la duración de su carrera criminal.
La magnitud del efecto de incapacitación depende de forma muy notoria de las estimaciones
de lambda, de la tasa individual de delitos cometidos por los delincuentes mientras se
encuentran libertad. Mientras mayor es nuestra estimación de lambda mayor es el efecto de la
incapacitación, en la medida en que dejar fuera de circulación al delincuente activo previene
un mayor número de delitos.
La conclusión que se puede extraer de está bibliografía es que siempre habrá algún beneficio
en cuanto la reducción de la delincuencia, por medio del encarcelamiento de un delincuente
activo. Sin embargo, esto sugiere la posibilidad de que las políticas de encarcelamiento masivo
han resultado en encarcelamiento delincuentes menos activos y en una reducción de los
beneficios de las penas privativas de libertad. Por otro lado, incluso sí quisiéramos aplicar las
políticas de inocuización de forma más selectiva, al margen de los problemas éticos, algunas
simulaciones sugieren que la obtención de resultados sustantivos en niveles de delincuencia
requeriría aumentos que seguirían siendo masivos en la tasa de población penitenciaria.
Se considera que los estudios que ofrecen estimaciones más fiables son aquellos que emplean
unidades de agregación más pequeñas, que toman en consideración la relación reciproca entre
tasas de delincuencia y tasas de población penitenciaria, y que toma en consideración otros
factores.
Stemen encontraba tres artículos qué reunión estas características. Estos artículos
consideraban qué un aumento de la población penitenciarias del 10% viene a estar asociado
con una reducción de la delincuencia de entre el 2% y el 4%. Los oponentes de la prisión, en
cambio, interpretan estas figuras cómo muestra de limitado impacto de la prisión.
Liedka y sus colaboradores sugieren que en aquellos estados que ya tienen una tasa de
penados a penas privativas de libertad muy elevada, tienen menos impacto en los niveles de
delincuencia que el aumento en estados con poblaciones penitenciarias más pequeñas. Es
decir, los efectos de la prisión en la delincuencia disminuyen mientras más delincuentes
enviamos a prisión.
La opinión dominante, tanto entre criminólogos cómo entre economistas, es que en países
cómo Estados Unidos en los que se ha producido un aumento masivo de la población
penitenciaria, los costes de la prisión han superado sus posibles beneficios. El aumento masivo
en el uso de la prisión en los Estados Unidos solo explicaría un 25% de la reducción de la
delincuencia. El 75% restante del descenso se explicaría por otros factores como el nivel de
desempleo, el nivel de los salarios, o las mejoras en las tasas de jóvenes que terminan sus
estudios.
Spelman sugiere que no es suficiente demostrar que la prisión puede tener un efecto, sino que
hay que demostrar que no hay una forma más adecuada de gastar el dinero de los
contribuyentes en otro tipo de políticas para reducir la delincuencia.
En cuanto a los costes hay que señalar que los costes sociales de la prisión son posiblemente
más elevados que los costes presupuestarios, dado que afectan de forma desproporcional al
sector más joven de la población.
Tonry ha demostrado que las políticas punitivas de la guerra a las drogas sirvieron para
introducir elementos de discriminación sistemática institucional contra los jóvenes
afroamericanos, al penalizar más severamente el tráfico con crack que con cocaína,
contribuyendo de forma notable a la marginación de este grupo minoritario.
Clear ha sugerido que las políticas punitivas de los Estados Unidos han servido para empeorar
las condiciones de vida en los barrios pobres del país. Las tasas de encarcelamiento son más
elevadas para los barrios más pobres, aunque no siempre son los barrios con más delincuencia.
Está penalidad incide negativamente en estas comunidades por medio de tres mecanismos
complementarios: el empeoramiento en las condiciones económicas Individuales de las
personas que reciben una sanción penal; la presión que la sanción penal impone en las
relaciones de los presos con sus familias; y la exclusión política de la eliminación del derecho al
voto una vez que se recibe una condena penal en los Estados Unidos.
MODELOS Y PROGRAMAS DE INTERVENCIÓN Y PREVENCIÓN TEMPRANA
Introducción
Entre las dimensiones más importantes de los modelos hay que destacar:
Una de las modalidades de prevención desde muy temprano es la que trabaja con las madres
durante el embarazo y tras el parto, por medio de visitas a domicilio realizadas por
enfermeras. Este tipo de programas están diseñados para madres primerizas de recursos
económicos bajos. Tienen tres objetivos: mejorar los resultados del embarazo ayudando a las
mujeres a mejorar su salud prenatal; mejorar la salud y desarrollo del niño ayudando a los
padres a proveerle un cuidado más sensible y competente; y mejorar el curso de vida de los
padres ayudándolos a planear futuros embarazos, a completar su educación y encontrar
trabajo.
Uno de los programas que se utilizó, fue el Elmira Prenatal que identificó a madres primerizas
que presentaban alguno de los siguientes factores de riesgo: eran adolescentes, no tenían una
pareja estable o procedían una clase social baja.
Para Olds los beneficios funcionales y económicos del programa eran mayores para las familias
con un nivel más elevado de riesgo.
Bernazzani y Tremblay destacaban que las visitas a domicilio por parte de profesionales para
impactar sobre la calidad de la crianza o de la relación entre padres e hijos puede ser un
elemento necesario, pero insuficiente.
Estos programas nacen con el objetivo de mejorar el desarrollo cognitivo de los niños, así
como su rendimiento escolar.
La iniciativa mas citada es el High Scope Perry Preschool Project. La hipótesis qué sustentaba
está intervención es que los programas prescolares tenían la capacidad potencial de mejorar el
rendimiento escolar de niños procedentes de contextos marginales y, aunque no fue diseñado
con la intención de reducir la delincuencia, se puede argumentar que la mejora de capacidades
cognitivas y el rendimiento escolar a largo plazo puede tener un efecto positivo en la reducción
de la delincuencia.
El seguimiento de los participantes de este proyecto para evaluar los resultados de la iniciativa
se extendió hasta 27 años. La evaluación mostraba que los sujetos que habían recibido la
intervención presentaban una serie de resultados positivos en diferentes dimensiones. Un
porcentaje mayor de los mismos había completado el bachillerato, tenía un mayor salario, era
más proclives a ser propietarios de su hogar, habían necesitado menos servicios sociales y
presentaban una menor tasa de detenciones policiales a lo largo de su vida. Aunque el
programa no previno en modo alguno la delincuencia, tuvo una gran influencia en la reducción
de la reincidencia.
Recientemente, un análisis realizado por Greenwood señalaba que los programas orientados a
mejorar el rendimiento escolar de los niños, y los programas orientados a mejorar la calidad
del embarazo y el cuidado posnatal, son particularmente costosos, dado el carácter intensivo y
duradero de la intervención. Igualmente, el número de condenas penales prevenidas no es
tan elevado cómo con otro tipo de programas. Sin embargo, hay que tener en cuenta a la hora
de valorar estos datos, que estos programas se centran en familias particularmente
necesitadas, con un elevado grado de riesgo.
Programas que promueven la parentalidad positiva
Otros programas que trabajan directamente con familias se encentran en enseñar a los padres
cómo educar y disciplinar a sus hijos de forma más efectiva. Estos programas asumen que la
calidad de la relación entre padres e hijos facilita el aprendizaje del control sobre el
comportamiento problemático o agresivo.
Otro de los modelos es el Programa Años Increíbles. El programa está constituido por un
conjunto de tres currículos multidimensionales para padres, maestros y niños que tienen como
objetivo la prevención, reducción y tratamiento de problemas conductuales y emocionales en
niños entre 8 y 10 años. La base del programa es el currículo básico de formación de los padres
que presta especial atención a las habilidades de los padres tales cómo jugar con los niños,
ayudarlos a aprender, alabar, incentivar y poner límites de forma efectiva. El módulo avanzado
presta atención a las habilidades interpersonales de los padres en materia de comunicación,
control del enojo, resolución de problemas entre adultos y formas de dar y recibir ayudas. El
módulo académico se centra en educar a los padres en estrategias para promover las
habilidades escolares de los niños.
El módulo básico que dura entre 12 y 14 semanas en sesiones de grupo, se aplica a todos los
padres que se benefician del programa, mientras que el módulo avanzado y el académico se
aplica en función de las necesidades de cada familia.
Finalmente, existe un currículo dirigido a los niños que está pensando para aquellos que ya
exhiben problemas de conducta. Este currículo presta atención al desarrollo de la capacidad
emocional, la empatía, la toma de perspectivas, el desarrollo de amistades, el control del
enojo, la solución de problemas interpersonales y otros aspectos de comportamiento escolar.
Las evaluaciones han demostrado que el programa sirve para generar un cambio positivo en
las dimensiones tratadas de los padres, los maestros y los niños que lo reciben. El programa
disminuye el comportamiento negativo, agresivo y de desobediencia de los niños en el hogar y
en la escuela, aumentan su competencia social en el colegio y también mejora su actitud en
relación con tareas escolares en el colegio. No obstante, la mayoría de estas evaluaciones
solamente han realizado seguimientos a corto plazo, entre uno a tres años. Hay limitada
evidencia sobre los efectos a largo plazo de este tipo de intervenciones. El modelo ha sido
adaptado por los gobiernos de varios países en el desarrollo de sus políticas sociales, familiares
y de prevención.
La mayoría de las evaluaciones de triple P han empleado muestras con familias de clase media,
por lo que no se puede deducir resultados concluyentes y definitivos en cuanto a su
efectividad con familias de medios más humildes. El programa tenía un mayor impacto en sus
variante más intensiva y cuando se centraba en familias más problemáticas.
Existe suficiente evidencia que confirma que los programas que aspiran a mejorar la
comprensión de los padres sobre el proceso de crianza, y en particular sobre cómo controlar y
disciplinar a sus hijos, pueden tener efectos beneficiosos sobre el comportamiento antisocial
de los niños y sobre aspectos del funcionamiento psicológico y social de los padres.
Los programas que educan a los padres de niños y adolescentes en modelos de parentalidad
positiva son una de las técnicas de terapia que han sido investigadas de forma más intensa
durante las últimas décadas por medio de numerosos estudios experimentales.
Los programas cognitivos conductuales que enseñan habilidades sociales a los menores
Estos programas son estructurados con un número limitado de sesiones en las que se aspira a
enseñar a los menores modos adecuados de percepción social, identificación de las
emociones, atribución causal, toma de perspectivas y empatía, pensamiento alternativo,
anticipación y evaluación de consecuencias, autocontrol, control del enfado, solución de
problemas interpersonales y habilidades relacionadas.
Suelen ser más baratos, requieren personal menos especializado, son más fáciles de
implementar, y quizás plantea menos problemas de tipo ético en cuanto a selección y efectos
secundarios negativos.
Otro modelo es la terapia multisistémica concebida para delincuentes juveniles con edades
comprendidas entre los 12 y los 17 años. Requiere 60 horas de contacto durante un periodo de
cuatro meses, que aspira a incidir sobre varios determinantes del comportamiento antisocial
de los delincuentes juveniles. Concibe al individuo en sus conexión con sistemas más amplios,
como la familia, la escuela, el barrio y el grupo de iguales.
La terapia multisistémica aspira a incidir sobre factores de riesgo relevantes en cada uno de los
sistemas en los que el individuo participa. Las técnicas de tratamiento empleadas incluyen
técnicas cognitivo-conductuales, conductuales y terapias familiares pragmáticas. Algunos de
los rasgos distintivos de la terapia multisistémica son el acento que pone en incidir sobre el
circulo social del adolescente y de la familia, el compromiso de reducir las barreras de acceso a
los servicios que caracterizan muchas otras intervenciones de salud mental, y la naturaleza
particularmente intensiva del tratamiento.
Los programas examinados hasta ahora son iniciativas en los que las familias participan de
forma voluntaria, pero existen programas de intervención familiar que se imponen de forma
coactiva u obligatoria a familias que se definen cómo disfuncionales o problemáticas.
En conclusión, se puede decir, que aunque hay un apoyo generalmente amplio a los programas
intensivos de apoyo a familias necesitadas, la literatura es muy crítica cuándo estos programas
se imponen de forma coactiva.
En Estados Unidos se han usado programas como Hermanos Mayores. La popularidad del
programa consiste en que recupera muchas de las ideas de la psicología comunitaria.
Generalmente, se asume que los mentores pueden prestar apoyo social, operar cómo modelos
de conducta, proporcionar orientación de forma directa para el desarrollo de habilidades y la
mejora del autoconcepto, y operar como mediador que facilite la relación del joven con su
familia, con la escuela, el mercado de trabajo y otros sistemas relevantes.
Es muy difícil hacer una valoración de conjunto de estos programas, porque existe una gran
diversidad entre ellos en función de la calidad de los mentores, la edad de los mentores, el
grado de riesgo o conducta problemática de los menores, el tipo de relación que se establece
entre mentor y persona joven, los elementos adicionales de apoyo a la familia así como otras
dimensiones importantes a la hora de considerar un posible impacto.
Los metaanálisis realizados sugieren que los programas de mentores tienen general efectos
positivos pequeños para los jóvenes que participan en ellos. DuBois y sus colaboradores
argumentan que los programas de mentores son más efectivos cuando: cuentan con una clara
teoría del cambio, están inspirados en buenas prácticas, y consiguen establecer una relación
solida entre los jóvenes y los mentores. Rhodes y DuBois concluían que:
Los programas de mentores tienen un impacto mayor cuando la relación del mentor
con el joven es duradera, consistente y cercana.
Pocos programas consiguen alcanzar este tipo de relaciones.
Algunos programas obtienen resultados modestos, otros no tienen resultados, y
algunos afectan de forma negativa a los menores.
Apenas hay datos sobre los beneficios económicos de estos programas.
La alta popularidad de los programas de mentores está conduciendo a un proceso en
el que la calidad se redefine cómo cantidad.
La mayoría de los estudios empleaban diseños pobres o muy pobres y también documentaban
qué en numerosos casos el efecto positivo no era muy duradero. La evaluación oficial de los
programas de mentores financiados por el Colegio de justicia juvenil de Inglaterra y Gales
documentaba que el coste medio de estos programas es aproximadamente tres veces más
caro que otros programas que ofrecen resultados similares.
La conclusión de Roberts y sus colaboradores es que para algunos de los jóvenes más
vulnerables, los programas de mentores tal y cómo están siendo implementados no cumplen
sus promesas.
Los colegios en donde los estudiantes perciben de forma más clara las reglas de
comportamiento y en donde las perciben cómo legítimas son aquellos en dónde hay un menor
nivel de delincuencia y victimación.
Cook, Gottfredson y Na sugieren que los colegios pueden reducir el comportamiento delictivo
tomando las siguientes medidas:
Reduciendo el acceso a oportunidades para participar en comportamientos
problemáticos.
Reduciendo las recompensas al comportamiento problemático.
Aumentando los controles formales.
Aumentando los controles informales.
Aumentando el nivel de autocontrol de los alumnos.
Gottfredson Ofrece una clasificación de los programas de prevención escolares que resulta
muy útil. (ver cuadro pag. 235)
El metaanálisis realizado por Wilson, Gottfredson y Najaka documentaba qué algunas prácticas
de prevención en los colegios podían ser eficaces en la prevención del consumo de drogas,
problemas de absentismo o fracaso escolar, así como otros problemas de conducta, incluida la
delincuencia. El tamaño del impacto de la intervención variaba mucho entre los distintos
estudios, dada la variedad de estrategias consideradas y la muy diversa calidad de los mismos.
Por lo que se refiere a estrategias de cambio individual, el estudio documentaba qué las
intervenciones terapéuticas o clínicas, los modelos de asesoramiento que no empleaban
enfoque cognitivo-conductuales, o la intervención por medio de trabajo social de forma
consistente mostraban efectos negativos. Por otra parte, los programas de formación que se
apoyaban en métodos conductuales y cognitivo-conductuales que aspiraban a promover el
autocontrol o la competencia social ofrecían de forma consistente resultados positivos.
Las intervenciones orientadas a cambiar el entorno escolar eran particularmente efectivas para
reducir la delincuencia y el uso de drogas.
Otros metaanálisis más recientes han vuelto a documentar que los programas de prevención
en colegios e institutos son eficaces en la prevención de varios problemas de conducta,
incluida la delincuencia, el comportamiento violento y el acoso escolar.
Otros autores que a diferencia de los anteriormente nombrados que se centraban de forma
exclusiva en la prevención de la agresión y la violencia escolar, concluían que los programas
más efectivos eran los programas conductistas y las intervenciones de asesoramiento
terapéutico seguidos de los programas de competencia social, tanto si incluían componentes
cognitivo conductuales como si no lo hacían, mientras que los programas multimodales y los
de mediación por parte de grupos de iguales ofrecían resultados más modestos e
inconsistentes.
Farrington y Ttoti destacaban que los programas de prevención del acoso escolar más eficaces
eran aquellos que empleaban formación, información y participación de los padres, mejoras en
la supervisión de los patios de recreo, métodos de disciplina escolar, técnicas de gestión de las
clases, formación de los profesores y grupos de trabajo cooperativo entre los distintos
profesionales implicados. Además, los programas que empleaban más componentes y de
mayor duración e intensidad y trabajaban con grupos de edad más maduros eras más
efectivos.
Cómo hemos señalado hasta ahora, una cosa es el efecto, el impacto del programa en
condiciones controlada y óptimas, y otra la efectividad, su impacto en condiciones reales. En
este sentido, la investigación sugiere que incluso los programas de prevención en la escuela
que ofrecen resultados prometedores pueden tener un efecto mucho más moderado en la
práctica. Wilson y sus colaboradores por ejemplo destacaban en su metaanálisis de prácticas
escolares para prevenir la agresión que los efectos de los mismos eran mucho mayores en las
evaluaciones de programas piloto que en la evaluación de programas que formaban parte de
la práctica ordinaria de los colegios e institutos y cuándo los programas no eran
implementados de forma adecuada.
Siguen existiendo muy pocos estudios de evaluación de estos programas bajo condiciones que
no son óptimas cómo para alcanzar una conclusión definitiva.
Este programa se implementa a través de una serie en cinco fases que pueden tomar entre
uno y dos años:
Este programa también requiere que se contrate a una persona como coordinador del
programa en cada comunidad en la que opera.
Este programa ha sido evaluado en los Estados Unidos. Cuatro años después de su adopción,
las coaliciones comunitarias conseguían reducir la incidencia y prevalencia del
comportamiento delictivo y del uso del alcohol y el tabaco entre los jóvenes.
Los programas de prevención primaria son aquellos que se aplican a toda la población, los
programas de prevención secundaria se aplican a aquellos miembros de la población que
presentan determinada puntuación una serie de factores de riesgo, y los problemas de
prevención terciaria a aquellos miembros de la población que ya exhiben la conducta
problemática.
Los políticos prefieren estrategias secundarias antes que reconocer, que las específicas
y costosas políticas sociales nacionales, o la ausencia de las mismas, puedan tener un
efecto en los niveles generales de delincuencia.
Las intervenciones secundarias son más fáciles de conceptual y el público las entiende
mejor.
El nivel de intrusión es menor.
La mayoría de estas intervenciones solo han sido evaluadas cómo programas de
prevención secundaria y sus efectos pueden ser mínimos o nulos cuándo se aplica a la
población general.
Desarrollar estos programas cómo intervenciones primarias puede ser particularmente
costosos desde un punto de vista económico, y en última instancia imposible desde
una perspectiva pragmática.
Rose argumentaba que las estrategias secundarias solo son eficaces si el problema sólo afecta
a una minoría de individuos que pueden ser identificados y controlados, pero no es una
estrategia efectiva o adecuada si el problema es más amplio y las causas más generales.
Las políticas preventivas de tipo primario, sin embargo, también presentan problemas. Muchas
intervenciones pueden ser consideradas demasiado intrusivas cómo soluciones generales. Sin
embargo, es difícil prescindir de las mismas. En estos contextos la identificación de individuos
de alto riesgo tiene poco sentido y es preciso desarrollar reformas económicas orientadas a
estabilizar y mejorar las condiciones sociales de estas comunidades.
Es relativamente común ver afirmaciones sugiriendo que en España no existe ningún tipo de
prevención temprana.
La mayor parte de las medidas del Estado español para el control de la delincuencia han sido
puramente penales. Garrido genovés reconoce al menos que en relación con la prevención del
acoso escolar, destaca que esta concienciación no se ha traducido de forma concreta en
programas nacionales de prevención y no existe ninguna medida por parte del sistema de
salud pública española para afrontar los problemas del comportamiento violento juvenil.
No obstante, existe cada vez un interés mayor hacia la prevención y atención temprana en
ámbitos científicos y profesionales muy diversos.
Los programas de educación infantil de cero a tres años en nuestro país aunque han
experimentado mejoras notables en la última década, presentan tasas de escolarización que
son muy bajas en relación con otros países desarrollados.
En España existen profundas diferencias entre los recursos en los niveles central, regional y
local.
También habría que apuntar, un creciente interés en programas de parentalidad positiva que
se ha concretado en guías de actuación, convenios de colaboración entre la administración
central y la Federación española de municipios y provincias, y el desarrollo de alguna
experiencia piloto.
Poco a poco, se dan pasos para promover en España las iniciativas de atención temprana que
han dado buenos resultados fuera de nuestras fronteras. Para que se alcance un grado más
adecuado de desarrollo sería preciso:
La evidencia sugiere que una buena parte de los programas que pretenden intervenir en la
familia, los colegios o en diversos contextos ecológicos relevantes para el desarrollo humano,
cuando están bien diseñados, suficientemente financiados, y son desarrollados de forma
profesional, se muestran eficaces en la prevención de la delincuencia, por más que la
investigación aún presente limitaciones importantes.
La mayor parte de los estudios de intervención temprana sobre los que existe evidencia
rigurosa, han evaluado programas intensivos sobre muestras pequeñas con nivel elevado de
riesgo. Aunque los programas con menores de tres años sean particularmente efectivos, no
podemos dejar de intervenir con niños de más edad, así como con adolescentes, por más que
no sea tan eficiente.
Los expertos en política social destacan que hay muchas formas de desarrollar políticas de
apoyo a la familia, de la conciliación de la vida familiar con la vida laboral, que van más allá de
darles clases a los padres sobre cómo deben educar a sus hijos y que, sin embargo, no están
siendo adoptadas por los mismos gobiernos que destacan la necesidad de promover una
parentalidad positiva.
Para algunos autores, esto significa desarrollar políticas que pongan un menor acento en la
identificación de individuos con un riesgo alto para intervenir sobre ellos y pongan un mayor
acento en valorar y confrontar los determinantes socio-estructurales que condicionan este
riesgo.
LA PREVENCIÓN SITUACIONAL DEL DELITO
INTRODUCCIÓN
Aunque existen ciertas diferencias entre las diversas teorías del delito, un elemento común a
todas ellas es la noción de oportunidad. Lo que hace que el delito se concentre en particulares
espacios y momentos, tiene que ver con las oportunidades existentes en los mismos para la
comisión de delitos.
Una de las más conocidas teorías del crimen o de la oportunidad criminal es el enfoque de las
actividades cotidianas. Esta teoría sostiene que para que un crimen ocurra es necesario la
convergencia en tiempo y en espacio de los siguientes tres elementos: la presencia de un
delincuente motivado, la presencia de un objetivo alcanzable y la ausencia de un guardián
capaz de prevenir.
Cohen y Felson demostraron que el aumento de los delitos en Estados Unidos entre 1947-1974
se caracterizó por el aumento de oportunidades criminales. Durante ese periodo hubo un
mayor protagonismo de las actividades que tienen lugar fuera del hogar en la vida cotidiana
de los individuos y las familias. Por un lado se incrementan los contactos con desconocidos y
posibles delincuentes y por otra parte, significa que los hogares están vacíos y se encuentran
sin la protección que ofrece la mera presencia de ocupantes. Durante este periodo también se
produjeron cambios tecnológicos que favorecieron la presencia en el mercado y en los hogares
de equipos electrónicos de elevado valor económico y de poco peso, fáciles de remover y
transportar, así como tentadores.
De acuerdo con la teoría de los estilos de vida, las diferencias en la probabilidad de ser
victimizados entre diversos grupos sociales y demográficos serían explicables por las
diferencias entre los estilos de vida de los miembros de estos grupos. Desde está perspectiva
se entiende que algunos estilos de vida son más arriesgados qué otros. En este sentido se
entiende que el tiempo que pasamos en el hogar disminuye los riesgos de victimización,
mientras que el tiempo que pasamos en espacios públicos aumenta dicho riesgo. Así, por
ejemplo, se señalaba desde esta perspectiva que las mujeres son menos proclives a ser
víctimas del delito ya qué pasan más tiempo en el hogar. Cuando son adolescentes, aún son
supervisadas de forma más intensa por sus padres y cuando son adultas aún son más proclives
a encargarse de las tareas domésticas y quedarse en el hogar. Si comparamos a las personas
mayores con la gente joven, también aquellos exhiben un menor riesgo de ser victimizados. En
cuanto a la clase social los ingresos económicos escasos reducen las oportunidades para residir
y desarrollar actividades en barrios o domicilios más seguros.
Estas teorías no solo destacan la oportunidad como un elemento crucial, sino que también
prestan especial atención al componente racional de la conducta delictiva.
Desde Canadá, algunos autores han reivindicado el uso de la imaginación geográfica para
analizar el delito y el desarrollo de una criminología medioambiental. La imaginación
geográfica nos invitaría a reconocer el papel que el espacio y los lugares desempeñan en la
biografía y conducta cotidiana de los individuos, así como el funcionamiento de las
organizaciones. Las actividades cotidianas de los delincuentes los ubican en situaciones,
espaciales y temporales, en las cuales es más probable que se cometan los delitos. Los
delincuentes cometen sus delitos cerca de las áreas donde pasan más tiempo y alrededor de
las rutas que los conectan.
Las zonas que atraen delitos, son aquellas que crean oportunidades criminales bien conocidas
y que atraen a delincuentes motivados a cometer delitos en las mismas.
Estas teorías también tienen en común una visión menos demonizada o patológica del
delincuente que algunas teorías tradicionales. Los delincuentes son personas que responden a
necesidades humanas ordinarias. Se entiende que todos somos más o menos susceptibles de
ser tentados por las oportunidades criminales en determinados contextos y ocasiones.
Finalmente, estos autores, se apoyan en la evidencia para mostrar que todos los ciudadanos,
incluso quienes regularmente cometen un delito, obedecen la ley la mayor parte del tiempo.
Dado que la delincuencia, desde este punto de vista, no es un síntoma de inadaptación social o
un efecto de causas sociales, sino simplemente el producto del egoísmo humano que
aprovecha las tentaciones del entorno, no tiene sentido, por tanto, incidir en la inadaptación
social u otros problemas sociales para prevenir la delincuencia. Este modelo de prevención
pretende hacer el delito menos atractivo para potenciales delincuentes. Sí queremos prevenir
eficazmente el delito debemos reducir las oportunidades para el mismo a través de la
modificación del medio ambiente o las situaciones. este enfoque recibe por ello la
denominación de prevención situacional del delito. Se propone que se deje tratar la
delincuencia como una metáfora o indicador de algo diferente y que se trate simplemente
como lo que es.
La prevención situacional, descansa en la modificación del ambiente para hacer el delito más
difícil y arriesgado, así como menos satisfactorio a partir de la reducción de los beneficios
recompensas. De acuerdo con Clarke, las medidas de reducción de oportunidades: han de ser
dirigidas a formas muy específicas de criminalidad, deben implicar la gestión, diseño o
manipulación del ambiente inmediato de una manera tan sistemática y permanente como
posible, y debe ser establecidas de manera que se incrementen los esfuerzos y riesgos y se
reduzcan los beneficios. Todo proyecto de prevención situacional pasa por varias etapas:
El tercer conjunto aglutina a las técnicas que pretenden reducir la ganancia o recompensa del
delito. Comprende el desplazamiento del objetivo, identificación de la propiedad, la reducción
de la tentación y la eliminación de los beneficios. El desplazamiento del objetivo se basa en
que si el objetivo no se encuentra a, no hay posible ganancia o beneficio. La identificación de la
propiedad se basa en reducir la ganancia del delito en la medida en que este material marcado
es más difícil de vender en el mercado negro y por tanto de menor utilidad. La eliminación de
beneficios se basa por ejemplo en utilizar mecanismos que estropeen los objetos robados.
El último grupo de técnicas comprende a todas aquellas que pretenden incrementar los
sentimientos de vergüenza o culpabilidad en el delincuente: establecimiento de reglas,
fortalecimiento de la condena moral, control de los desinhibidores, y facilitar la conformidad.
La eliminación del grafiti en el metro de Nueva York y la seguridad en los transportes públicos
Tras múltiples esfuerzos frustrados por atacar este problema utilizando una mayor vigilancia
policial los gestores del metro asesorados por un equipo de criminólogos encontraron la
solución a su problema: ningún vagón saldría a hacer su recorrido hasta estar completamente
limpio. La negación del beneficio de consumó.
Esta medida se combinan con la utilización de materiales especiales que hacen más difícil que
la pintura se adhiriese a los vagones (endurecimiento de los objetivos).
En Arlington las autoridades locales, la policía, los comerciantes y las asociaciones de vecinos
decidieron permitir la concentración de los jóvenes en una zona alternativa donde no
molestasen a los vecinos ni interrumpieran el tránsito.
Productos calientes se refiere a todos aquellos objetos que son particularmente atractivos
como objetivos criminales.
Algunas ideas que se han desarrollado para combatir este problema fueron: diseñar
estacionamiento de bicicletas más seguros, bolsos de mano menos susceptibles de ser objeto
de sustracción, o mobiliario de bares que hagan más difícil la sustracción de bolsos de mano a
sus usuarias.
La sociología tradicional a diferenciado dos formas de control social: el control social formal y
el control social informal. El control social formal cómo la policía y otras agencias. El control
informal a través de la familia, la Iglesia, los medios de comunicación social, la escuela o la
comunidad.
Felson y Clarke plantean que existiría un tercer mecanismo de control social, que denominan
las precauciones rutinarias. Por tales, entienden el conjunto de medidas cotidianas que los
ciudadanos o las organizaciones sociales adoptan para prevenir su propia victimización. Estos
autores creen que la sociedad futura Beraún desarrollo creciente de las producciones
rutinarias.
Felson y Clarke consideran que debe existir un acercamiento entre prevención situacional y
precauciones rutinarias.
Para estos autores, los protagonistas de la prevención del delito no son los agentes del sistema
de Justicia penal, sino el conjunto de organizaciones públicas y privadas cuyos servicios,
productos y modos de operar crean oportunidades para una amplia gama de actividades
delictivas.
En todo caso, conviene resaltar una vez más que “responsabilidad de todos”
no significaría abandono de funciones de la administración pública.
El modelo de prevención situacional ha recibido muchas críticas por parte del sector más
tradicional de la criminología. Tanto las teorías del crimen como este modelo preventivo se
apoyan en la crítica de las teorías de la criminalidad y los modelos preventivos aceptados por la
Criminología tradicional. Estas críticas atacan dos dimensiones. Por un lado, se cuestiona su
eficacia, y por el otro, se cuestiona su legitimidad moral y política.
La primera critica que se hizo a estos planteamientos es que solo se pueden aplicar en aquellos
delitos que tienen un componente oportunista y, sobre todo, en formas de delincuencia
menores, como los pequeños hurtos y el vandalismo. Los críticos entienden que este modelo
nunca podría aplicarse con garantías para prevenir delitos violentos en los que la razón no
tiene cabida y todo es cuestión de emociones encontradas.
Estos argumentos recibieron respuestas del sector que defendía el modelo de prevención
situacional del delito. La mayor parte de los actos delictivos son hechos de bagatela, es decir,
contra la propiedad, en la mayoría de las ocasiones no consumados, sin contacto directo entre
la víctima y el delincuente, y en los que se produce una pérdida económica mínima. Se nos
está diciendo que sirve para prevenir la mayor parte de los actos delictivos. Al prevenir estos
delitos de bagatela se están previniendo formas de criminalidad más series y los sentimientos
de inseguridad ciudadana de la población.
En numerosos contextos nacionales, estas técnicas han sido también empleadas para prevenir
la violencia juvenil asociada al fenómeno de la movida y el consumo de alcohol. Estás técnicas
también se empiezan aplicar en un ámbito tan cerrado como el de las relaciones domésticas.
También con mujeres maltratadas por sus maridos que tienen la posibilidad de tener unas
alarmas portátiles que alertan de manera veloz a la policía cuando se encuentran en peligro.
La crítica más importante a este modelo es la que hace referencia a eficacia temporal y
transitoria de estas técnicas, en otras palabras, el problema del desplazamiento. De acuerdo
con los críticos, la prevención situacional del delito no previene, sino que simplemente
desplaza el delito. Según Barr y Pease el desplazamiento es la respuesta de los delincuentes al
bloqueo de las oportunidades criminales. Repetto describe cuatro tipos de desplazamiento:
Otros autores respondiendo a la crítica anterior, argumentan que la teoría de las actividades
rutinarias nos lleva a esperar que si los objetivos vulnerables disminuyen y se produce un
incremento de la vigilancia, la delincuencia disminuiría sin que fuera a existir una amenaza
seria de desplazamiento. Desde la perspectiva de la elección racional, el desplazamiento en es
algo inevitable. Un programa de prevención que hace más difícil o arriesgado cometer un
delito puede conducir a la conclusión lógica, para un delincuente que razona, de que las
oportunidades y los riesgos son más favorables en otro lugar o momento. Por otra parte, la
ausencia de desplazamiento solo puede interpretarse desde la perspectiva de la elección
racional.
Los autores partidarios de este modelo, han promocionado el debate teórico entorno al
desplazamiento en tres interesantes líneas: la diferenciación entre desplazamiento benigno y
maligno, el examen de cómo funciona el desplazamiento, y el desarrollo de la noción de fusión
de beneficios. Barr y Pease crearon la noción de desplazamiento benigno. Desde el punto de
vista de estos autores, el problema no es si existe desplazamiento, sino como pueden
diseñarse los programas de prevención para que se produzca una distribución del delito más
equitativa o una criminalidad de menor importancia o gravedad. Para estos autores, el
desplazamiento solo es maligno cuando los cambios en la criminalidad se producen de una
manera que resulta socialmente indeseable.
Cornish y Clarke entienden que la probabilidad de que un delincuente sustituya una acción
delictiva por otra dependerá de que esta última comparta las características que el delincuente
considera relevantes de conformidad con sus fines y habilidades.
Los partidarios de la prevención situacional han tendido a ignorar los problemas éticos que se
podrían generar y los críticos han tendido a rechazar este modelo preventivo por considerarlo
inmoral de una manera global.
Von Hirsch considera tres aspectos o situaciones que hacen a estas intervenciones
especialmente conflictivas o difíciles. En primer lugar, la prevención situacional del delito tiene
un ámbito mucho más amplio que el sistema de justicia penal y afecta a todos los ciudadanos,
sean delincuentes o no. En segundo lugar, la novedad de estas intervenciones nos sitúa en un
contexto en el que no existen garantías jurídicas claramente definidas para prevenir los abusos
de las mismas. Y en tercer lugar, sigue sin resolverse el eterno problema de quien vigila a los
vigilantes.
Von Hirsch entiende que los problemas éticos de estos programas se pueden clasificar en dos
categorías: limitaciones de las libertades individuales y problemas de justicia penal. En la
primera categoría incluye los problemas que se pueden plantear por la exclusión de
determinados individuos de espacios semipúblicos en la medida que supongan prácticas
discriminatorias. En la segunda categoría este autor, hace referencia a las restricciones en el
acceso a determinados bienes públicos y el riesgo de que sólo se apliquen estas técnicas en
barriadas residenciales de clase media o alta sin que se puedan beneficiar personas con menos
recursos socioeconómicos.
Los partidarios de este modelo preventivo creen que cuando se diseñan e implementan de una
manera cuidadosa, los programas de prevención situacional del delito constituyen un método
éticamente superior a los actualmente practicados por la sociedad.
Aunque alguno críticos han señalado que un potencial problema es que estas técnicas sólo
llegan a beneficiar a las clases más favorecidas, los programas de prevención situacional se han
aplicado en muchas ocasiones para prevenir la victimización de las clases más desfavorecidas,
minorías étnicas o mujeres.
Todas estas ideas se inspiran en el modelo que asume que la mejor forma para la policía de
prevenir y controlar la delincuencia es poniendo a los tipos malos entre rejas y que esta
actividad constituye la labor central de la policía.
Sin embargo, los estudios sobre estrategias policiales durante la década de los 70 pusieron en
tela de juicio el impacto de estas estrategias y dimensiones en los niveles de delincuencia.
Cuando los políticos se ven acuciados por aumentos en los niveles de delincuencia, una de las
primeras respuestas es reivindicar más agente de policía.
La cuestión es saber si existe una relación entre el número de policía y los niveles de
delincuencia. Hay dos formas de evaluar esta relación. Una sería, por medio del análisis de
series temporales. Se podrían observar durante un periodo largo en qué medida los cambios
en la cantidad de policías están relacionados con cambios en los niveles de delincuencia. De
forma alternativa se podrían comprar regiones o zonas con dotaciones policiales de diferente
tamaño y ver si existe una relación con los niveles de delincuencia.
El consenso hasta fechas recientes ha sido que, en líneas generales, se puede decir que el
número de agente de policía empleados no tiene un efecto en la tasa de delincuencia. La
mayoría de las estimaciones sugieren que un incremento de la presencia policial del 10% viene
a producir una reducción de la delincuencia de aproximadamente el 3%. En última instancia, el
consenso dominante sigue siendo que mucho más importante que el número de agentes de
policías, es qué es lo que estos hacen.
El personal uniformado de patrulla ofrece una presencia visible que en teoría disuade al
delincuente en potencia de la comisión de delitos.
La aplicación de las patrullas en coche fue evaluada en el experimento Kansas City preventive
Patrol Experiment. Este estudio demostró que las variaciones en los niveles de patrulla en
coche no tenían un efecto en los niveles de delincuencia.
30 años más tarde, este experimento fue aceptado como valido por jefes de policía y
criminólogos. Cómo señala Bailey, se podría argumentar que debería existir un mayor interés
en repetir un experimento que minó las bases de una política preventiva costosa y extendida,
pero no ha sido así.
En realidad, los niveles de policía en cualquier sociedad occidental son bajos en relación con la
totalidad de la población. No todos los policías tienen funciones de patrulla, además, incluso
los policías que tienen funciones de patrulla no trabajan las 24h y 365 días. En Estados Unidos,
por ejemplo, cuándo se deducen fines de semana, vacaciones, formación continua y
entrenamiento y bajas por enfermedad, se obtiene que cada policía trabaja en realidad unos
235 días por año. En función de estas consideraciones Bailey ha estimado que en realidad en
los Estados Unidos estamos hablando de un agente de policía en patrulla por cada 3600 o 5000
personas. Ésto explica por qué incluso multiplicar por dos la plantilla policial o incrementar la
presencia policial en las calles no tiene un impacto en los niveles de delincuencia.
Se pudo comprobar que las patrullas a pie tampoco tenían un impacto en los niveles de
delincuencia. Sin embargo, los resultados fueron un tanto más positivos porque se comprobó
que la presencia de policía a pie sirvió para reducir los niveles de miedo al delito y para
aumentar la satisfacción con la policía.
3. Proporcionar una respuesta rápida a las llamadas a los números de emergencia policial
Una de las razones por las que los policías patrullan en coche es para acortar las distancias con
lugares a los que hay que acudir para responder emergencias. Los tiempos de respuesta a
llamadas de emergencia son una de las medidas más populares para evaluar la productividad
policial. Mientras antes se acuda mayor es la probabilidad de detener al delincuente in
fraganti. También mientras antes aguda más satisfecho se queda el público y para evitar
cualquier lesión o daño resultante del delito.
La razón por la que las respuestas rápidas no parecen tener ninguno de los efectos esperados
parece deberse a que existe tanto retraso en las llamadas del público a la policía que no
importa lo rápido que la policía vaya, siempre llegan mucho después de que el delito se ha
cometido.
Incluso las personas que recibían una respuesta más rápida no se encontraban más satisfechas
con la policía de aquellas que tenían que esperar más. Más que la velocidad de la respuesta, el
público quiere una estimación realista de cuánto van a tardar en presentarse.
Definición
Los partidarios de la policía comunitaria también pensaban que era un modelo qué podía
ayudar a generar capital social: a fortalecer los lazos entre distintos grupos comunitarios.
Una definición ortodoxa es que la policía comunitaria es una estrategia y una filosofía
organizativa que permite a los residentes de la comunidad y a la policía trabajar juntos para
resolver de forma innovadora los problemas de delincuencia, el miedo al delito, el desorden
social y físico, así como el deterioro de los barrios. Es policía Con la comunidad y para la
comunidad.
El uso del término policía comunitaria, en la práctica, sugiere nociones mucho más ambiguas y
difíciles de precisar. Kelling y Coles destacan qué es uno de esos términos que ha venido a
significar cosas diferentes para distintos colectivos. Muchos piensan que para mejorar su
imagen social, la policía comunitaria más que servir para eludir a un movimiento de reforma
policial, debe ser entendido como un instrumento discursivo y simbólico que sirve para
encontrar una nueva fuente de legitimación a la acción y función policial.
El problema que el uso del término comunidad parece obviar es que en las comunidades
locales hay actores con aspiraciones e interés diversos acerca de la acción y presencia policial
en estas zonas.
Brogden y Nijhar consideran que la policía comunitaria se define por cinco proposiciones
básicas:
Tilley señala que la policía comunitaria es un enfoque policial en el que la comunidad juega un
papel esencial en la respuesta policial al delito y al desorden social, o, cómo Skogan plantea, es
una estrategia organizativa que permite a los residentes y policías locales decidir
conjuntamente sus prioridades y los medios para alcanzarlas.
Cómo Herbert ha destacado, este modelo se construye sobre dos afirmaciones normativas: las
comunidades locales deben construirse a sí mismas como actores políticos y el estado debe
reconocer a estas comunidades como actores políticos.
En teoría estos foros servirían también para ayudar a la policía a comprender mejor a la
Comunidad de la qué sirve, ya la comunidad a entender mejor a la policía. En la práctica estos
foros se limitan a concederles un papel de apoyo a la labor policial por medio del suministro de
información, mientras que otros autores piensan que estos forros han de tener un mayor
poder a la hora de formular las prioridades policiales locales y los modos de actuación policial.
Por ejemplo en la práctica holandesa solamente hay una forma de participación que la policía
admite: los ciudadanos como fuente de información.
Algunos de los problemas más comunes son: la resistencia de muchos departamentos para
aceptar lo que los residentes consideran que son los problemas más importantes de sus
comunidades; la contradicción de estás prioridades locales con los indicadores de rendimiento
y las políticas nacionales que controlan la labor policial y limitan su flexibilidad para adaptarse
a las necesidades locales; así como el escaso grado de participación local en estos foros,
particularmente en las comunidades con problemas de delictivos más serios.
Sí el capital político y social está distribuido de forma desigual y si éste tiene un impacto en la
salud económica de individuos y comunidades, los barrios más marginados pueden sufrir más,
en lugar de prosperar, como consecuencia de las expectativas que se depositan sobre la
administración comunitaria. La visión de la policía comunitaria puede contribuir a que las
comunidades con mayor capital social y capacidad de organización de clase media o más
elevada sean las que reciben más recursos a pesar de ser las que menos los necesitan.
Es evidente que el grado de implementación de las ideas de policía comunitaria ha sido muy
dispar, incluso en los países en los que se desarrolló originalmente como modelo policial.
Aunque algunas de las ideas han tenido éxito y han sido generalmente bien recibidas e
implementadas, algunas de sus pretensiones más ambiciosas han tenido mucho menor calado
y han sido más difíciles de implementar.
Los estudios que han evaluado estos programas en ocasiones han medido su impacto en
actitudes de los ciudadanos y más raramente en los niveles de delincuencia. Skogan
documentó que está filosofía policial redujo los niveles subjetivos de inseguridad ciudadana en
las áreas que recibieron la intervención. La intervención aumento con éxito el nivel de
visibilidad policial, lo que se tradujo en una mayor satisfacción local con la actuación policial y
en niveles menores de miedo al delito. Los residentes en estas comunidades pensaban que los
niveles de delincuencia habían descendido allí.
Más difícil es establecer el impacto en los niveles objetivos de delincuencia. Muchos autores
son escépticos sobre el impacto que estas intervenciones pueden tener en las formas más
serias de delincuencia. Aunque otros autores siguen pensando que existe evidencia
prometedora. Sherman opinaba que la policía comunitaria puede traducirse en una reducción
de la delincuencia por varias razones: por el éxito de los programas ciudadanos de vigilancia de
barrio, por el hecho de que estos programas facilitan información de utilidad a la policía que
incrementa su eficacia y, por el hecho de que este modelo aumenta la legitimidad de la policía.
Algunos estudios recientes destacan que aquellas jurisdicciones en donde la policía, durante
sus intervenciones con los ciudadanos, exhibe una conducta más respetuosa, tienda a obtener
mejores respuestas de los ciudadanos.
Muchos autores han destacado en darle el papel central a la policía comunitaria en el proceso
de reconstrucción de barrios que contribuye al proyecto de la gobernanza a través de la
delincuencia. Los discursos de la policía comunitaria sirven para que sea ésta la que determine
la naturaleza de la comunidad, sus valores, sus problemas y cómo deben ser resueltos.
Los agentes de policía pueden ser capaces de inspirar sentimientos de seguridad en los
ciudadanos, por ejemplo, patrullando a pie las calles. Pero esto no se traduce en una mayor
competencia profesional para restaurar la capacidad regeneradora de la vida comunitaria. Con
todo esto se puede decir que es mejor limitar, más que expandir, el papel de la policía en
cualquier proyecto de regeneración comunitaria; un papel que pertenece más claramente a
otras agencias estatales.
Aunque todos los autores aceptan que es preciso desarrollar modelos con un mayor
acercamiento entre la ciudadanía y la policía, así como la necesidad de desarrollar mecanismos
formales y más participativos de control democrático de la policía, muchos consideran que la
policía comunitaria promete mucho más de lo que realmente puede ofrecer. En este sentido,
debería ser evidente que existen límites importantes al grado de participación ciudadana en el
desarrollo del trabajo policial, y que los deberes sobre la policía comunitaria no son
simplemente discusiones sobre modelos más o menos eficaces en la lucha contra la
delincuencia, sino sobre el modelo de Estado en el queremos vivir.
España se ubica en la tradición policial napoleónica: como una fuerza policial cuasimilitar como
la Guardia Civil, y una fuerza civil, la Policía Nacional, ambas dependientes del Gobierno
central, que coexisten con las fuerzas policiales municipales, que dependen del Gobierno
municipal. En España se introdujo durante la transición la idea de policía de proximidad.
Otra de las innovaciones policiales que se desarrollan durante la década de los 80 como
respuesta a la crisis del modelo policial tradicional es la de la policía orientada a la solución de
problemas, desarrollada por el profesor Herman Goldstein.
Goldstein mantenía que la razón por la que la policía tenía un éxito tan escaso en la lucha
contra la delincuencia es que existía lo que él denominaba la confusión entre “medios” y
“objetivos”. En su opinión, la esencia del trabajo de policía consiste en responder a los
problemas residuales de la sociedad, la amplia variedad de problemas sociales y de
comportamiento que surgen en la comunidad, y que llegan a la atención de la policía porque
nadie más ha sabido darles solución. Goldstein proponía qué, en vez de concebir a los agentes
de policía como vigilantes de la legalidad, había que considerarlos como profesionales que
buscan soluciones proactivas a problemas.
Goldstein proponía un modelo policial que de forma explícita estuviera más orientado hacia
los resultados del trabajo policial en la lucha contra la delincuencia y los sentimientos de
inseguridad, y que ofreciera respuestas proactivas imaginativas, desarrolladas de forma
cooperativa con ciudadanos y otras instituciones, a los problemas de inseguridad. Esencial para
este proceso es la identificación y el análisis de las situaciones que generan los problemas que
llegan a la atención policial, así como la evaluación de posibles soluciones a estas situaciones y
problemas.
Todos estos análisis sobre los fallos de implementación de la policía orientada a la solución de
problemas coinciden en destacar la inexistencia de capacidad institucional dentro de la policía
para desarrollar los análisis y estudios que este modelo requiere, además de otros factores
como resistencias culturales internas, factores organizativos de la policía que dificultan su
adopción, ausencia de presiones externas para su adopción que coexisten con presiones
externas para seguir concentrando el trabajo policial en el modelo tradicional de respuesta,
confusión sobre el significado auténtico del modelo, insuficiente formación policial, limitadas
dotaciones presupuestarias, etc.
Evidencia empírica sobre la policía orientada a la solución de problemas
Para Weisburd y sus colaboradores, el alto nivel de inversión del Gobierno en estas iniciativas
no está justificado a la luz de los resultados de esta revisión sistemática, y habría que dedicar
más recursos y esfuerzos a identificar enfoques y tácticas específicos que pueden funcionar
mejor en la resolución de distintos problemas.
Estos autores consideran que hay muy pocos estudios con la calidad suficiente como para
recomendar el tipo de reestructuración de la organización y función policial propuestas por el
modelo de policía orientada a la solución de problemas.
Policía de calidad de vida, policía de “tolerancia cero” o policía de mantenimiento del orden
La base teórica de la policía de mantenimiento del orden: la teoría de las ventanas rotas
No cabe duda de que existe una relación fuerte a nivel individual y transversal entre
percepción de desorden y sentimientos de inseguridad.
El estatus icónico adquirido por la teoría de las ventanas rotas, así como su influencia política,
resultan particularmente sorprendentes, dado que, a día de hoy, aún no contamos con
evidencia empírica convincente de su valor explicativo.
De la teoría a la práctica
Para kelling y Coles el principal factor responsable de la situación de desorden en las ciudades
norteamericanas es que la policía dejo de prestar atención a estas cuestiones para concentrar
sus recursos en la lucha contra delitos más serios.
Para estos autores La solución a los problemas de desorden y deterioro urbano pasa por que la
policía asuma y recupere de nuevo sus competencias en la lucha contra las formas menores de
delincuencia, que suele se suele agregar bajo la categoría de desorden social y físico
Estos autores opinan que la policía debe aprender cuáles son los problemas locales de
desorden o falta de civismo que molestan a los residentes y comerciantes en cada barrio para
tratar desarrollar, a partir de ahí, soluciones a estos problemas. El modelo de estos autores
asume como punto de partida que la lucha contra estos problemas de desorden tiene una
especial relevancia para obtener niveles adecuados de seguridad ciudadana y mejora de las
condiciones de vida en las comunidades urbanas.
Los escritos sobre policía Comunitaria suelen señalar que la comunidad a menudo destaca la
relevancia de estos problemas por encima de otras formas de delincuencia.
La policía de mantenimiento del orden destaca que es una función importante de la policía,
prestar atención a estos problemas, pero, en principio no prescribe de qué forma se han de
gestionar éstos.
En Estados Unidos durante los años 90, el aumento en la práctica de detenciones por faltas
penales menores y las políticas más agresivas de paradas y cacheos, a menudo realizadas por
la brigada de investigación en lugar de los policías de barrio, contribuyeron a que mucha gente
equiparara policía de mantenimiento del orden a policía de tolerancia cero.
Durante el mandato de Bratton, Nueva York pasó de ser una de las ciudades con una tasa de
delitos, particularmente de delitos violentos, más alta del país, a ser una de las que
experimentó un descenso más dramático de delitos.
Varios autores han señalado una serie de problemas fundamentales con la atribución del
descenso a las prácticas policiales de Bratton orientadas a reducir el desorden. El descenso se
comenzó a experimentar incluso antes de que las políticas se pusieran en práctica y también se
produjo durante los 90 en otras ciudades norteamericanas y países europeos que no
emplearon estas políticas policiales. Esto hace que sea muy difícil establecer qué componente
especifico de las reformas introducidas por Bratton pudo ser responsable de la reducción los
niveles de delincuencia. Esto hace que sea muy difícil establecer qué componente especifico
de las reformas introducidas por Bratton pudo ser responsable de la reducción en los niveles
de delincuencia experimentados en la ciudad.
Otros autores han destacado que el problema fundamental con estas técnicas policiales es
ético. Panzarella califica estas estrategias como “policía de acoso”, que incrementa de forma
desproporcionada los poderes policiales y la posibilidad de abuso policial, un abuso que es
sufrido de forma desproporcional por los miembros de minorías étnicas y en particular por las
personas negras. Hay autores que concluyen que en aquellos distritos en los que los mandos
policiales eran serios en cuanto al control del abuso policial, los residentes no tenían que elegir
entre policía respetuosa y policía afectiva.
Desde una perspectiva crítica también se ha destacado que una consecuencia directa de estas
estrategias puede ser la erosión de la legitimidad de la policía.
La teoría de las ventanas rotas y la idea de policía de mantenimiento del orden han servido
para inspirar nuevos enfoques y medidas orientados a controlar el desorden. Belina y Helms
plantean que, sobre todo para viejas ciudades industriales, es fundamental ofrecer una imagen
de seguridad y limpieza como parte de su capacidad competitiva y de promoción de imagen y
que, en este contexto, es de competencia en la atracción de residentes, capital y visitantes que
uno ha de entender la nueva popularidad de estas medidas. Otros autores consideran estas
estrategias segregacionistas orientadas a reducir la presencia de los indeseables en la calle
como un síntoma de planteamientos neoliberales a la hora de conceptuar los espacios públicos
y el desarrollo urbano.
Estos sistemas de análisis informático permiten compilar y analizar la información sobre delitos
y delincuentes. Los análisis geográficos de estos datos permiten identificar los espacios
geográficos y temporales en los que se concentran distintas actividades delictivas; la relación
entre estas actividades delictivas y las características medioambientales de dichos lugares; la
identificación de series delictivas y patrones que solamente se pueden descubrir a un
adecuado nivel de desagregación de los datos; las distancias entre las residencias de los
delincuentes y la de sus cómplices al mismo tiempo que las distancias con el lugar de la
comisión de los delitos, etc.
Por otra parte, los críticos del modelo consideran que, aunque la información sobre puntos
calientes podría ser de utilidad para resolver los problemas que afectan a determinadas
comunidades, la idea se ha convertido en la práctica, en una coartada para que la respuesta
policial tradicional siga siendo utilizada de forma poco efectiva. Pese a reconocer que, quizás a
corto plazo, estas medidas puedan ofrecer algo de alivio, se cuestiona el impacto que puedan
tener a largo plazo.
Victimización repetida
Los análisis del profesor Ken Pease mostraban que, para determinados delitos, haber sufrido
una victimación era uno de los indicadores más fiables del riesgo de sufrir una nueva
victimación. Dichos estudios documentaron que los pisos o casas que habían sido objeto de un
robo presentaban un riesgo elevado de sufrir más robos. El énfasis se ponía en prevenir la
victimación repetida, por entenderse que la victimación previa, en determinados casos,
constituía un factor elevado de riesgo. Pease mantenía que muchos puntos calientes en el
fondo no hacían sino enmascarar instancias de victimización repetida. Para Pease las virtudes
de esquemas preventivos policiales construidos sobre estas ideas son múltiples:
Ayudan a concentrar los esfuerzos y recursos allí donde son más necesitados por las
personas que exhiben un riesgo mayor de victimización.
Ayudan a determinar en qué periodos intervenir, no solamente con quién o dónde.
Ayudan a fusionar la prevención del delito con la atención a la víctima.
Pueden ayudar a detectar y capturar a los delincuentes reincidentes que podrían ser
responsables por, al menos, buena parte de las instancias de victimización repetida.
Pease reconoce que la noción de victimización repetida no especifica los mecanismos para
prevenir dicha repetición. La mayor parte de las intervenciones preventivas inspiradas en estas
ideas han tendido a emplear medidas de prevención situacional como el principal elemento
para prevenir la repetición de la victimación.
Cuándo se habla de inteligencia se alude a información que ha sido sometida a algún tipo de
análisis y evaluación con la intención de informar futuros actos de control social. Ratcliffe
mantiene en sus orígenes la idea de policía inteligente se interpretaba con un modelo
conceptual que empleaba análisis del delito e inteligencia criminal de una forma estratégica
para seleccionar delincuentes sobre los cuales actuar. Las técnicas a ser empleadas incluían la
extensión del uso de informantes confidenciales, el análisis de los delitos registrados y las
llamadas a la policía, la vigilancia de los sospechosos y las entrevistas con delincuentes. El
aspecto revolucionario de la policía inteligente consistía en el uso de la inteligencia obtenida
por medio de la información secreta como un recurso estratégico de planificación más que
como un elemento probatorio en casos concretos, como ha sido más comúnmente empleada
de forma tradicional. En resumen, la policía inteligente es un modelo de actuación de una
filosofía de gestión en los que el análisis de datos y el uso de la inteligencia criminal son
centrales en un marco objetivo de toma de decisiones que facilitan la reducción, disrupción y
prevención del delito por medio de la gestión estratégica y el uso efectivo de estrategias de
aplicación de la ley que se centran en los delincuentes prolíficos y serios.
El modelo nacional de inteligencia del Reino Unido distingue una serie de niveles. A nivel local
los equipos policiales de barrio gestionan los problemas de delincuencia y desorden
obteniendo información y usando la inteligencia criminal en el área local. En el nivel 2, se
ubican las operaciones contra delincuentes o grupos de delincuentes que actúan en más de
una jurisdicción. Mientras que en el nivel 3 se ubican las operaciones, desarrolladas por
unidades especializadas, contra las formas más serias de criminalidad organizada que actúan a
nivel nacional o internacional. El modelo básicamente atribuye una forma de actuar a cada uno
de estos niveles, que especifica de qué forma las distintas técnicas para obtener información
han de ser comisionadas, utilizadas e interpretadas para desarrollar distintos productos de
inteligencia, qué pueden ser posteriormente empleados para adoptar decisiones tácticas y
estratégicas para incidir sobre determinados problemas criminales, delincuentes y grupos
criminales.
En los países de habla inglesa, la empresa privada ha ido penetrando de forma gradual en los
debates sobre la gestión de la función pública y, en particular, de la policía y de los organismos
responsables de la coproducción urbana de seguridad ciudadana. En esencia, esto a significado
la adopción de una mentalidad más empresarial y comercial por parte de los gestores
policiales.
Los proponentes de la nueva gestión pública conceptuaban este movimiento como un esfuerzo
por trascender el impulso privatizador del neoliberalismo más radical, como una forma de
revitalizar la función del sector público y así cuestionar el dogma neoliberal de que no hay otra
opción que privatizar el sector público. Algunos autores han planteado que la nueva gestión
pública se debe entender como un conjunto complejo, a veces contradictorio, de técnicas,
prácticas y conocimiento profesional posburocráticos que proceden de fuentes diversas. Estás
técnicas pueden incluir entre otras:
Los regímenes de gestión del rendimiento parte de la premisa de que existe un consenso sobre
cuáles han de ser los resultados de la función pública.
Estos regímenes de gestión del rendimiento, tienden a condicionar las actividades de las
organizaciones en función de lo que generalmente ya se mide, en el caso de la policía: los
niveles de delincuencia por medio de la estadística policial. Sí lo que se mide son los niveles de
delincuencia, puede contribuir a definir a la policía fundamentalmente como una agencia cuya
principal función es reducir los niveles de delincuencia, en lugar de otros posibles cometidos
que son generalmente más difíciles de cuantificar pero igualmente importantes. De ahí que los
partidarios de visiones más amplias de la función policial acostumbren también proponer
cambios en la forma que evaluamos el rendimiento y la productividad policial.
Una de las manifestaciones más conocidas oculares de estas ideas es el COMPSTAT en Estados
Unidos. El termino significa compare stats, comparar estadísticas. Bratton Fue nombrado
comisionado de policía, y decidió instaurar reuniones semanales con cada uno de los
representantes de las ocho principales divisiones del departamento de policía de Nueva York.
Este se llevó la sorpresa de que la policía de Nueva York no sabía cuál era la situación actual de
la delincuencia. Su ayudante, se encargo de preparar a los diferentes precintos policiales de la
ciudad para que generasen estadísticas criminales semanales que eran computarizadas y
agregadas en un documento que se llamaba el compstat book. Este documento clasificaba los
precintos en función de la delincuencia y proporcionaba una medida indirecta de efectividad
policial al ofrecer una medida de la tasa de arrestos. Este documento servía para identificar a
los jefes de policía que conseguían reducciones de delincuencia en sus precintos y aquellos que
no. Las reuniones llevadas a cabo por Bratton, exigían responsabilidades a cada uno de los
jefes de precinto en frente de sus colaboradores, sancionando aquellos que no ofrecían
resultados y premiando a quién si lo lograban, y en los que se discutían y debatían
explicaciones de las tendencias y posibles soluciones a los problemas. Poco a poco, los datos
que se presentaban no solamente incluían los delitos más comunes y las tasas de arrestos, sino
también otro tipo de información, como recursos disponibles, características
sociodemográficas de las áreas, el tiempo de respuesta a incidentes, las ausencias laborales de
efectivos policiales, fotografías de las áreas, etc.
Silverman destaca que una de las características esenciales del compstat consistía en devolver
a la policía la responsabilidad por la prevención del delito. Compstat partía, por el contrario,
del principio de que el trabajo que la policía realiza puede tener un impacto en los niveles
delincuencia y que, por tanto, tiene sentido pedirle responsabilidad a la policía por dichos
niveles.
Moore destaca que COMPSTAT constituía, un mecanismo administrativo que servía para medir
resultados y diseminar la responsabilidad para cumplir la misión de la organización: la
reducción de la delincuencia.
Hay que destacar el uso de sistemas de información geográficos para el análisis del delito y su
trasfondo social y físico.
El discurso oficial partidario de compstat sostiene que este sistema administrativo facilita la
proliferación de soluciones creativas a problemas sociales. En la medida en que este sistema
subraya la responsabilidad de los comandantes locales por los niveles del delito, se podría
decir que el sistema obliga a los mismos a desarrollar modelos eficaces y eficiente de
prevención.
Los partidarios de este modelo consideran que la reducción de la delincuencia que tuvo lugar
en Nueva York fue una consecuencia directa de las políticas policiales adoptadas en esta
ciudad, incluyendo compstat. Sin embargo, muchos autores son escépticos sobre la existencia
de un vínculo causal entre la introducción de los variados cambios introducidos por Bratton y
la reducción del delito Nueva York. La delincuencia había comenzado a disminuir en Nueva
York antes de la introducción de estas políticas policiales y también disminuyó en muchas otras
ciudades que no habían experimentado estas reformas policiales.
Es preciso que la policía sea receptiva a las demandas y preocupaciones del público. En este
punto juega un papel clave la idea de delitos señales. Un delito señal es cualquier incidente
criminal que produce un cambio en el comportamiento o percepciones públicas; son delitos
que señalan la presencia de un peligro a la gente y funcionan como señales de aviso sobre
amenazas y peligros, o incidentes que asumen una particular visibilidad cognitiva
condicionando las percepciones públicas de riesgo y seguridad.
Los delitos señales no tienen por qué ser delitos particularmente serios, sino que pueden ser
los denominados problemas de desorden o falta de civismo. Los incidentes criminales o de
desorden que contribuyen a generar las percepciones de riesgo en los ciudadanos varían a
nivel local. Por lo tanto, la policía precisa consultar al público local para identificar los delitos
señales que son relevantes en cada comunidad para así poder desarrollar estrategias de
aseguramiento eficaces.
Innes mantiene que la idea de los delitos señales es diferente de la hipótesis de las ventanas
rotas, porque mientras esta última simplemente indica que el desorden genera miedo, que a
su vez conduce al retraimiento colectivo y a más delincuencia, la perspectiva de los delitos
señales postula que son ciertos incidentes de delincuencia y desorden, que bien de forma
combinada o aislada, causan la inseguridad.
Innes Habla de centros locales de control, redes informales en cuyo centro se encontraría la
policía que tendría la responsabilidad de identificar los problemas locales y la responsabilidad
de involucrar a residentes locales, colectivo interesados y otras agencias públicas en este
proceso de identificación. Está centralidad de la policía se hace particularmente evidente al
discutir el proceso de identificación de prioridades locales.
Para este autor, de la misma forma que la policía necesita tener una estrategia para involucrar
a la comunidad, una estrategia para resolver problemas, o una estrategia para desarrollar
inteligencia criminal, precisa de una estrategia que sea útil para mejorar los sentimientos de
seguridad del público. Solamente el uso combinado de estás diversas estrategias, lo que Innes
denomina doctrina policial total, puede ayudar a la policía a alcanzar sus fines. La particular
aportación de este modelo reside en la necesidad de trabajar directamente sobre el problema
del miedo al delito y hacerlo sobre la base de iniciativas que identifiquen y traten de solventar
a nivel local los delitos señales.
Para el Ministerio de Interior de Inglaterra era necesario estructurar la función policial de tal
forma que las prioridades locales fueran tenido en consideración. En el proceso, las ideas de
policía de aseguramiento se transformaron en lo que se denominó el modelo nacional de
policía de barrio, una etiqueta que en los círculos gubernamentales se percibía más atractiva y
más fácil de comunicar al público.