Hans Christian Andersen - Historias Del Sol
Hans Christian Andersen - Historias Del Sol
textos.info
Biblioteca digital abierta
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Texto núm. 798
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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Historias del Sol
—¡Ahora voy a contar yo! —dijo el Viento.
Y lo dijo con tal brillo y tanta majestad, que el Viento se echó cuan largo
era. La Lluvia, sacudiéndolo, le dijo:
—Volaba un cisne por encima del mar encrespado; sus plumas relucían
como oro; una de ellas cayó en un gran barco mercante que navegaba con
todas las velas desplegadas. La pluma fue a posarse en el cabello
ensortijado del joven que cuidaba de las mercancías, el sobrecargo, como
lo llamaban. La pluma del ave de la suerte le tocó en la frente, pasó a su
mano, y el hombre no tardó en ser el rico comerciante que pudo
comprarse espuelas de oro y un escudo nobiliario. ¡Yo he brillado en él! —
dijo el Sol —. El cisne siguió su vuelo por sobre el verde prado donde el
zagal, un rapaz de siete años, se había tumbado a la sombra del viejo
árbol, el único del lugar. Al pasar el cisne besó una de las hojas, la cual
cayó en la mano del niño; y de aquella única hoja salieron tres, luego diez
y luego un libro entero, en el que el niño leyó acerca de las maravillas de la
Naturaleza, de la lengua materna, de la fe y la Ciencia. A la hora de
acostarse se ponía el libro debajo de la cabeza para no olvidar lo que
había leído, y aquel libro lo condujo a la escuela, a la mesa del saber. He
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leído su nombre entre los sabios —dijo el Sol—. Se entró el cisne volando
en la soledad del bosque, y se paró a descansar en el lago plácido y
oscuro donde crecen el nenúfar y el manzano silvestre y donde residen el
cuclillo y la paloma torcaz. Una pobre mujer recogía leña, ramas caídas,
que se cargaba a la espalda; luego, con su hijito en brazos, se encaminó a
casa. Vio el cisne dorado, el cisne de la suerte que levantaba el vuelo en el
juncal de la orilla. ¿Qué era lo que brillaba allí? ¡Un huevo de oro! La mujer
se lo guardó en el pecho, y el huevo conservó el calor; seguramente había
vida en él. Sí, dentro del cascarón algo rebullía; ella lo sintió y creyó que
era su corazón que latía.
La mujer besó los anillos e hizo que cada pequeño besase uno, que luego
puso primero sobre su corazón y después en el dedo.
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El cuarto hijo era como la Cenicienta; tenía el moquillo, decía la gente;
había que darle pimienta y cuidarlo como un pollito enfermo. A veces
decían también: «¡Pimienta y zurras!». ¡Y vaya si las llevaba! Pero de mí
recibió un beso —dijo el Sol—, diez besos por cada golpe. Era un poeta,
recibía puñadas y besos, pero poseía el anillo de la suerte, el anillo del
cisne de oro. Sus ideas volaban como doradas mariposas, símbolo de la
inmortalidad.
—El cisne de la suerte voló por encima del profundo golfo, donde los
pescadores habían tendido sus redes. El más pobre de ellos pensaba
casarse, y, efectivamente, se casó.
¿Qué diremos nosotros, los que hemos estado escuchando las historias?
Pues diremos:
¡Se terminaron!
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Hans Christian Andersen
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hijo de un zapatero de 22 años, instruido pero enfermizo, y de una
lavandera de confesión protestante. Andersen dedicó a su madre el cuento
La pequeña cerillera, por su extrema pobreza, así como No sirve para
nada, en razón de su alcoholismo.
Desde muy temprana edad, Hans Christian mostró una gran imaginación
que fue alentada por la indulgencia de sus padres. En 1816 murió su padre
y Andersen dejó de asistir a la escuela; se dedicó a leer todas las obras
que podía conseguir, entre ellas las de Ludwig Holberg y William
Shakespeare.
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nuevo del emperador», «La reina de las nieves», «Las zapatillas rojas»,
«El soldadito de plomo», «El ruiseñor», «La sirenita», «Pulgarcita», «La
pequeña cerillera», «El alforfón», «El cofre volador», «El yesquero», «El
ave Fénix», «La sombra», «La princesa y el guisante» entre otros. Han
sido traducidos a más de 80 idiomas y adaptados a obras de teatro,
ballets, películas, dibujos animados, juegos en CD y obras de escultura y
pintura.
El más largo de los viajes de Andersen, entre 1840 y 1841, fue a través de
Alemania (donde hizo su primer viaje en tren), Italia, Malta y Grecia a
Constantinopla. El viaje de vuelta lo llevó hasta el Mar Negro y el Danubio.
El libro El bazar de un poeta (1842), donde narró su experiencia, es
considerado por muchos su mejor libro de viajes.
Una costumbre que Andersen mantuvo por muchos años, a partir de 1858,
era narrar de su propia voz los cuentos que le volvieron famoso.