NIÑOS QUE RECUERDAN VIDAS PASADAS
¿Evidencia de reencarnación?
ANA MARÍA DEL RÍO
A los que siguen siendo niños, no importa cuántas vidas hayan vivido.
“La ciencia es simplemente sentido común en su máxima expresión, es
decir, estricta precisión en la observación, y guerra sin cuartel contra las
falacias lógicas.” Thomas Henry Huxley (biólogo británico, 1825-1895).
INTRODUCCIÓN
Una de las cuestiones que más ha preocupado a la humanidad desde el
comienzo de los tiempos es la existencia de un más allá, y si este existe, la
posibilidad de que retornemos una y otra vez a la vida terrenal. La creencia
en la reencarnación forma parte de las tradiciones de muchos pueblos y
culturas, desde los indios Hopi a los seguidores de la religión budista,
incluyendo a los primeros cristianos y algunas tribus africanas. En nuestra
sociedad occidental, por el contrario, la reencarnación podría ser
considerada casi como un tema tabú, ya que va en contra de las enseñanzas
de las religiones mayoritarias. Sin embargo, las estadísticas muestran que las
personas que creen que después de muertos vamos a encarnar de nuevo en un
cuerpo humano, no son tan escasas como parece. Estudios realizados en
Estados Unidos en los últimos años, como el que se publicó en noviembre de
2013 por la Institución Harris (empresa de investigación que se dedica a
hacer encuestas para conocer la opinión pública sobre distintas materias),
apuntan que el 24% de los ciudadanos norteamericanos creen en la
reencarnación[1]. En España tenemos menos datos. Uno de los estudios más
recientes y completos sobre las creencias religiosas en nuestro país fue un
estudio llevado a cabo por la empresa gallega Obradoiro de Socioloxía
entre septiembre y diciembre de 2008. En él se refleja que aunque un 80’5%
de la población española se declara católica, solo un 29’2% son católicos
practicantes. De entre los católicos no practicantes, más de la mitad no creen
que Cristo fuera Dios o hijo de Dios, que naciera de una virgen o que
resucitara al tercer día (curiosamente, tampoco lo creen un 20% de los que
se consideran practicantes). Y más del 60% no cree en el cielo ni en el
infierno, en los milagros, en Adán y Eva, en la creación divina del universo
ni en la supervivencia del alma tras la muerte. Lo más sorprendente es que
hasta la cuarta parte de los católicos (practicantes y no practicantes) también
cree en la astrología y en la reencarnación. Por otro lado, los creyentes de
otras religiones, como el budismo, en el que por tradición sí existe una
creencia en la reencarnación, no superan el 2’1%.
A partir de estos datos podemos observar que en España el porcentaje de
personas que creen en la reencarnación es menor que en Estados Unidos,
pero no estaría muy alejado de ese 24%. Parece obvio que
independientemente de la religión a la que cada uno afirme pertenecer en
teoría, luego en la práctica las creencias personales pueden divergir
considerablemente de los dogmas que forman parte de esa religión. Además
hay que añadir un factor importante: muchas de estas personas se cuidarán
mucho de comentar abiertamente tales creencias por miedo a ser rechazados
o criticados. Lo más irónico de esta situación es que la gran mayoría de los
católicos desconoce que en los orígenes del cristianismo la reencarnación
era una doctrina plenamente aceptada. No fue hasta el siglo VI d.C. cuando
esta creencia se desterró de la religión católica. Desde entonces los
creyentes en la reencarnación se consideraban unos herejes y podían ser
excomulgados, según lo que se desprende del Concilio de
Constantinopla[2].
Pero en el presente trabajo no son las creencias lo que nos importa, sino los
datos y los hechos objetivos. Así que, la pregunta que debemos formular es:
¿hay evidencia objetiva y real para pensar que existe la reencarnación?
Llevo más de tres años investigando este tema, por razones que van más allá
de un simple interés o atracción hacia lo que nos espera después de la
muerte. Por otra parte, puedo afirmar que llevo toda una vida recopilando
información sobre posibles indicios que demuestren que nuestra consciencia
no desaparece cuando nuestro cuerpo físico deja de funcionar. Con solo doce
años comencé leyendo un libro sobre experiencias cercanas a la muerte que
ya se ha convertido en un clásico: Vida después de la vida, del Dr. Raymond
Moody. Después me pasé al espiritismo, los fenómenos poltergeist y las
casas encantadas, para acabar finalmente profundizando en el no menos
polémico tema de las experiencias extracorpóreas, más comúnmente
conocidas como viajes astrales. Mientras no paraba de devorar libros
“raros”, me formaba en la Universidad para ejercer como veterinaria. Me
enseñaron a confiar en la ciencia, a analizar los datos recogidos por
diferentes medios, a utilizar microscopios y técnicas analíticas. Aprendí a
diseccionar todo tipo de animales y a identificar enfermedades basándome
en listas de diagnósticos diferenciales. Aunque los que trabajamos en el
ámbito de la salud no somos ajenos a la intuición, cuando se trata de la vida
o la muerte no te puedes andar con intuiciones o inspiraciones divinas. Es
necesario realizar análisis, interpretar radiografías y ecografías, analizar
muchos datos, y hacerlo lo más rápido posible, para tomar una decisión y
aplicar el tratamiento que puede suponer un éxito o un fracaso. Así es como
pienso; así es como trabajo.
Cuando comencé a sumergirme en el mundo de la reencarnación lo hice del
mismo modo: leí toda la información que había disponible, busqué libros en
otros idiomas que ni siquiera hoy están traducidos al español, conocí un gran
número de casos y los analicé uno a uno. No solo me refiero a los que
cualquiera puede encontrar publicados en la literatura de reencarnación, sino
también a los de numerosas personas anónimas que compartían sus
experiencias en diversas comunidades online. Nunca me dejé llevar por mis
propias creencias o deseos. Los estudié, los diseccioné, busqué qué tenían
en común, me quedé con lo más plausible y llegué a identificar ciertos
patrones. Después de recopilar toda esa información, me veo capaz incluso
de formular una hipótesis sobre el mecanismo de la reencarnación, como
otros investigadores que he conocido por el camino. Aún me va a llevar un
tiempo desarrollarla y ponerla por escrito. Pero en estos momentos
considero —a título personal— que la respuesta a la cuestión tan
trascendental con la que comencé esta introducción es clara: ¿es posible que
hayamos vivido antes?
Aunque me es difícil hacerlo, trataré de ser lo más objetiva posible, puesto
que es el lector el que debe sacar sus propias conclusiones. Le animo a que
adopte una postura racional, pero también le invito a dejar a las puertas de
este libro sus prejuicios y sus ideas preconcebidas, todo lo que haya podido
leer o escuchar sobre reencarnación a lo largo de su vida. Al final de este
recorrido, deberá evaluar si los casos que voy a exponer en este trabajo
tienen alguna validez o no. Por mi parte, voy a tratar de explicar de manera
sencilla por qué algunas de las hipótesis que manejan algunos escépticos en
contra de la reencarnación no son suficientes, en mi opinión, para descartar
esta posibilidad.
Aún así, yo no puedo obligar al lector a que crea en nada, ni siquiera en las
palabras de los numerosos investigadores que han recopilado miles de casos
en todo el mundo de personas que dicen recordar vidas pasadas. No puedo
pretender siquiera que confíe en el testimonio de todas esas personas, puesto
que seguramente el lector es consciente de que el fraude existe. El lector
puede dudar todo lo que quiera, y está en su derecho. La duda es buena,
aunque no lo es el “ultra-escepticismo”, como yo lo llamo. Una cosa es
analizar y utilizar nuestro sentido común cuando nos enfrentamos a estos
casos, y otra muy distinta es negar sistemáticamente la posible existencia de
un fenómeno solo porque contradice nuestras propias creencias. Esta no es
una actitud muy científica, y los extremos nunca son buenos.
Sin embargo, es evidente que a la hora de investigar algo tan trascendental
para la humanidad como es la reencarnación, lo debemos hacer siempre
aplicando la lógica y el razonamiento. Debemos ser capaces de separar muy
bien el grano de la paja, las creencias religiosas de los hechos, las
elucubraciones de los datos objetivos de los que disponemos, que no son
pocos. Tengo la impresión de que muchas personas —incluyendo médicos
que están trabajando actualmente con terapia regresiva en hospitales
españoles— temen pronunciar la palabra “reencarnación” porque por lo
general va asociada a determinadas creencias muy arraigadas en nuestra
sociedad. Estas creencias carecen de base científica. Puedo mencionar, por
ejemplo, el karma, las “almas viejas” o las mal llamadas almas gemelas.
Alguien que se considere serio y racional huirá si escucha cualquiera de
estas palabras, y no le culpo, porque yo también lo hago. Por otro lado, el
investigador que tenga la ocurrencia de afirmar en público que para él la
reencarnación es un hecho, o al menos, un fenómeno con visos de realidad,
se estará arriesgando a que se burlen de él y a ser desprestigiado en su
profesión. Esta circunstancia me parece muy triste, pero temo que no seré yo
quien vaya a cambiarla, al menos no con este trabajo con el que solo
pretendo familiarizar al lector con un fenómeno vivo y actual que en
cualquier momento se nos puede presentar en nuestra propia familia o en la
de algún conocido cercano: los niños que afirman haber vivido antes.
Por alguna razón que desconozco, en los últimos tiempos una variedad de
casos ha saltado a determinados medios de comunicación, despertando el
interés de todos aquellos que están preocupados por la inmortalidad del
alma, o si preferimos un lenguaje más científico, la supervivencia de la
consciencia. Da la impresión de que existen muchos más niños que
recuerdan vidas pasadas que adultos. Lo cierto es que cualquier investigador
serio que se haya adentrado en el mundo de la reencarnación sabe que es al
contrario. Los testimonios de personas que comenzaron a recordar supuestas
vidas pasadas ya en la edad adulta son mucho más numerosos, ya sea de
manera espontánea, como ocurre en el caso de la meditación o los sueños de
vidas pasadas, o bien utilizando técnicas específicas como la autohipnosis o
la hipnosis regresiva guiada por un profesional. Sin embargo, los científicos
se han centrado sobre todo en el estudio de los niños por una cuestión
fundamental: estos casos son más fiables a priori porque a edades tan
tempranas como son los dos o tres años es menor la probabilidad de que
hayan sido expuestos a libros, películas, idiomas, historias familiares o
cualquier otro tipo de información que haya quedado en su subconsciente,
dando lugar más tarde a la aparición de los supuestos recuerdos (lo que
técnicamente se conoce como “criptomnesia”, según veremos más adelante).
También son en apariencia más fiables porque los niños que recuerdan vidas
pasadas lo hacen de manera espontánea. Esto también ocurre en adultos, con
una frecuencia mucho mayor de lo que la mayoría de la gente sabe. Pero
también es verdad que la mayoría de los trabajos escritos a este respecto se
basan en la utilización de la hipnosis regresiva, técnica que no gusta
demasiado a esos científicos preocupados por probar la existencia de la
reencarnación. Tienen el temor de que el hipnoterapeuta “implante” en la
mente del sujeto recuerdos falsos o determinadas sugestiones que puedan
contaminar esos datos. Es este un temor que no comparto, pero que puedo
entender, debido esencialmente a dos factores. Primero: los hipnoterapeutas
están más preocupados en la sanación física o emocional del paciente que en
verificar esos supuestos recuerdos. Para todo investigador serio que se
precie los recuerdos deben ser verificados históricamente o al menos contar
con una confirmación por parte de otra fuente distinta a la propia mente del
paciente. Y segundo: por desgracia, en el mundo de la reencarnación, tan
ligado al mundo de la espiritualidad, la videncia, el esoterismo y demás
prácticas que hacen desconfiar hasta al más crédulo de los investigadores,
proliferan los charlatanes que piensan que cualquiera puede realizar una
regresión hipnótica a vidas pasadas sin la cualificación necesaria. También
nos podemos encontrar con aquellos que adornan sus consultas de tarot con
promesas de sanación del alma como si conocer tus vidas pasadas fuera un
divertido pasatiempo. Y todos conocemos muchos “falsos gurús” que
pretenden convencernos de la existencia de una serie de leyes naturales
universales que ellos conocen a la perfección, leyes que dan respuesta a
todas las preguntas que inquietan a los seres humanos. Con este panorama, es
lógico que a los científicos les resulte difícil creer a alguien que afirme tener
recuerdos verificados de vidas pasadas. La gente en general es bastante
influenciable, algunos incluso solo buscan recibir atención o mienten
descaradamente. Distinguir entre hechos y creencias se convierte en una
tarea abrumadora.
Como consecuencia, las personas adultas que dicen recordar son
mayormente ignoradas por los científicos. O, lo que es peor, también son
ignoradas por la población en general. Esto hace que muchas de las personas
que recuerdan espontáneamente o que han acudido a especialistas en terapia
regresiva no quieran compartir sus experiencias, por temor a que les tachen
de locos. Lo que podría ser una fuente bastante rica de información, que nos
permitiese una exhaustiva recogida de datos y su posterior verificación, con
la finalidad última de hacer estudios estadísticos y conocer más en
profundidad este fenómeno, se acaba convirtiendo en una mera anécdota solo
válida a título personal. Para el paciente es útil porque su problema se
solucionó, y para el terapeuta es útil porque aparentemente consiguió sanar a
su cliente. Que exista o no la reencarnación es secundario.
Por tanto, lo que tenemos en la actualidad son sobre todo casos de niños que
supuestamente recuerdan vidas pasadas. La postura científica que voy a
adoptar en este libro no me permite suprimir la palabra “supuestamente”,
aunque seguro que habrá ocasiones en las que no la escribiré, solo por una
cuestión de ahorro y comodidad. Eso no significa que podamos dar por
definitiva la existencia de la reencarnación, aun cuando es difícil llegar a un
diagnóstico diferente. Por otra parte, los niños van a ser el centro de
atención en este libro, no porque los considere mejores sujetos que los
adultos, sino porque para la mayoría de las personas estos casos son más
fiables y serán más difícilmente descartables hasta para las mentes más
escépticas. Espero que este sea solo el primer paso para que al lector le
despierte la curiosidad y siga investigando por su cuenta cuando pase la
última página. Le puedo asegurar que la búsqueda puede llegar a ser
interminable, porque las evidencias, además de ser abundantes, son
abrumadoras, y las preguntas siempre llevan a más preguntas.
ÍNDICE
Introducción
1. Signos de reencarnación
2. Yo he vivido antes...
3. Abriendo el camino
4. Casos de reencarnación en los medios
5. Niños que recuerdan guerras
6. Marcas y defectos de nacimiento
7. Niños que recuerdan el periodo entre vidas
8. Un fenómeno vivo y actual
9. La aproximación terapéutica
10. Posibles explicaciones
11. La supervivencia y la transmisión de la consciencia
Bibliografía
1
SIGNOS DE REENCARNACIÓN
A ntes de entrar en materia quizá deberíamos dejar claros una serie
de conceptos que el lector podría no conocer o que puede que le
causen algo de confusión.
La creencia en la reencarnación forma parte de numerosas doctrinas
religiosas, incluyendo las enseñanzas derivadas de un movimiento espiritual
que se ha hecho muy popular en los últimos tiempos llamado “Nueva Era”.
Este término se viene utilizando desde la segunda mitad del siglo veinte y
tiene su origen en la astrología: se piensa que estamos en el final de la Era
de Piscis y el comienzo de la Era de Acuario, un nuevo ciclo que
supuestamente traerá un cambio profundo en los seres humanos. Estos
adquirirán una nueva conciencia y con ella llegarán un aumento en la
espiritualidad y un alejamiento del materialismo en el que nos hallamos
sumergidos. Aunque algunas de sus prácticas y creencias parecen tener su
origen en el ocultismo y en la teosofía, en concreto en los escritos de
Madame Blavatsky[3], entre otros, también se reconocen elementos
provenientes de otras tradiciones religiosas como el budismo, el hinduismo
o el paganismo. Las estanterías de cualquier librería española están repletas
de libros de autoayuda en los que proliferan fórmulas casi mágicas de
eficacia difícil de comprobar, recetas espirituales que todos podemos poner
en práctica para conseguir que nuestra vida sea más plena y alcancemos la
felicidad. La ley de la atracción, el poder del ahora, la meditación
trascendental, el mindfulness, el alineamiento de los chakras, la curación a
través de los cristales, cómo encontrar a tu alma gemela, cómo conocer el
plan de tu alma... Muchos de estos autores hablan de reencarnación. Muchos
de los lectores de estos libros creen en ella y se sienten reconfortados
porque si es verdad que volvemos a encarnar, que las desgracias que ocurren
en el mundo tienen una razón de ser, y sobre todo, que el Universo se rige
por leyes naturales que aseguran que todo aquel que cometa una mala acción
no lo va a pasar demasiado bien en su siguiente vida, una gran parte de su
angustia al pensar que todo se acaba con la muerte, desaparece.
Cualquier persona con un mínimo de sentido común y capacidad de
análisis enseguida cae en la cuenta de que este movimiento de la Nueva Era
no deja de ser un batiburrillo de creencias que aparentemente suenan muy
bien, pero que no tienen ninguna base científica. Como en todo sistema de
creencias, las leyendas y los mitos abundan, y muy pocos se detienen a
examinar qué hay de verdad detrás de la reencarnación. ¿Es tan solo cuestión
de fe, como la llegada del apocalipsis o la transformación del agua en vino
que supuestamente realizó Jesús? ¿Los que creen en la reencarnación creen
en ella igual que otros creen en la existencia de Dios, algo que de momento
es totalmente indemostrable? ¿Soportaría la reencarnación un análisis
exhaustivo? ¿Hay indicios que apoyen su existencia?
Para responder a estas preguntas primero tenemos que definir qué es la
reencarnación. Si creemos en la reencarnación debemos presuponer antes la
existencia de un “principio vital”, una parte de nuestro ser que sobrevive a
la muerte de nuestro cuerpo físico. Algunos llaman a este principio vital
“espíritu”, otros lo llaman “alma”. Ciertas enseñanzas esotéricas afirman
que en realidad nuestro cuerpo está compuesto de distintos cuerpos
energéticos que se superponen unos con otros. Una parte de esos cuerpos
energéticos no se descomponen después de la muerte física, y posteriormente
podrían volver a formar un nuevo ser. Los científicos huyen de esta
terminología y hablan de “consciencia”, aunque aún existen discrepancias
acerca de si esta consciencia es solo producto del cerebro, y por tanto,
finita, o si es inmortal. Las experiencias cercanas a la muerte parecen indicar
que la consciencia es capaz de sobrevivir, al menos por un tiempo, a la
muerte cerebral. Pero el límite entre la vida y la muerte es cada vez más
difuso y más difícil de determinar, por lo que aún sería imprudente por su
parte afirmar que esa consciencia puede desvincularse totalmente de un
cuerpo humano, perdurar de algún modo después de la muerte física, y
volver a “introducirse” en otro cuerpo. Aunque el uso de la palabra “alma”
esté tan extendido y casi todos demos por supuesto que el alma existe y es
parte de nosotros, lo cierto es que si queremos demostrar la reencarnación,
primero tendremos que demostrar la existencia del alma, y eso no parece que
vaya a ser posible en un futuro cercano.
Sin embargo, aparte de las experiencias cercanas a la muerte y otro tipo
de fenómenos paranormales —como las experiencias extracorpóreas o la
transcomunicación instrumental, por mencionar solo dos de ellos— existen
numerosas evidencias de que esa supervivencia de la consciencia, y su
“transferencia” a un nuevo ser humano, se produce. En apariencia, y a partir
de los testimonios de numerosas personas, nuestra parte inmortal —
llamémosla “alma” para simplificar— abandona el cuerpo material y con él
una dimensión donde imperan unas determinadas leyes físicas. El alma se ve
de pronto en otra dimensión, una especie de mundo paralelo que a veces es
muy similar al que acaba de dejar. Si esto ocurre, es capaz de ver lo que
están haciendo con su cuerpo, ya muerto, y puede intentar comunicarse con
otras personas, pero estas no le verán ni le oirán. Otras veces ese otro
mundo toma forma de un idílico jardín, un espacio vacío y oscuro, un antiguo
templo griego o cualquier otra escena que puede significar algo, o no, para la
persona que vive la experiencia. Por lo general, los colores son muy
brillantes, incluso deslumbrantes. Los paisajes pueden tener una belleza
imposible de describir para un ser humano. La sensación de paz es inmensa.
No ocurre siempre, pero normalmente acaba apareciendo un túnel de luz, al
final del cual unos seres espirituales salen al encuentro de la persona, la
tranquilizan y le dicen que debe volver. Esto suele ocurrir en el caso de que
se trate de una experiencia cercana a la muerte (ECM), pero muchas
personas que han podido recordar supuestas vidas pasadas, mediante
distintas técnicas, también describen ese mismo túnel de luz, y alguien —a
veces incluso una comitiva al completo— que les va a recibir. Después
llegan a lo que parece un mundo espiritual donde se reencuentran con sus
seres queridos, se toman un tiempo de descanso, se dedican a distintos
quehaceres, planifican su próxima vida, eligen su nuevo cuerpo y las
circunstancias de su nacimiento. Cuando llega el momento adecuado,
vuelven a la Tierra.
Podríamos decir que esto es básicamente lo que nos espera al otro lado,
o al menos, esto es lo que afirman muchos creyentes en la reencarnación.
Aparte de esto, muchos están bastante seguros de una serie de nociones que
están muy lejos de poder ser demostradas. En esencia esas ideas parten de
las observaciones que el psiquiatra Michael Newton[4] hizo al someter a sus
pacientes a hipnosis regresiva y llevarlos a lo que se conoce como el
periodo o espacio entre vidas. Aunque su trabajo es de gran valor, no
podemos olvidar que aún tenemos pocos datos y las conclusiones no son
definitivas. Michael Newton se limita a plantear hipótesis y tratar de hallar
patrones en lo que sus pacientes describieron, y siempre debemos tener
presente que la información que nuestra mente obtiene en un estado alterado
de consciencia —ya sea durante el sueño, en una experiencia cercana a la
muerte, en una experiencia extracorpórea, bajo los efectos de la anestesia o
de ciertas drogas, o bajo hipnosis— ha de pasar por el filtro de nuestra
mente consciente, por lo que esa información nunca será exacta al cien por
cien. Igual que ocurre con las ECM’s, una de las características
fundamentales de todo este tipo de experiencias es la inefabilidad: la
imposibilidad de describir con palabras lo que hemos percibido en ese otro
estado de consciencia. La realidad en la que nos encontramos es tan distinta
a nuestra realidad física, que no podemos explicarlo con conceptos humanos.
El lenguaje nos limita. Por tanto, a pesar de que no debemos dejar de lado el
trabajo de Michael Newton, tenemos que ser conscientes de que las
descripciones del periodo entre vidas no dejan de ser una interpretación
subjetiva de una realidad. Antes de establecer nuevas leyes, tenemos que
contrastar la información con la que nos viene de otras fuentes.
El problema fundamental que nos encontramos cuando comenzamos a
estudiar la reencarnación es que no hay creencias definidas. No hay dogmas,
al contrario de lo que ocurre en cualquier religión. No existen reglas fijas.
Aunque haya decenas de personas asegurando que saben de lo que hablan, en
realidad nadie sabe cuál es el mecanismo de la reencarnación.
Empíricamente, ni siquiera sabemos aún si el alma existe. Por tanto, no
sabemos si la reencarnación tiene lugar o no. Con “no saber” me refiero,
como es natural, a que no está demostrado científicamente. Por ello la
reencarnación todavía se engloba bajo la denominación de “fenómeno
paranormal”. Pero esto no significa que la ciencia no pueda llegar a
demostrar un día que tanto el alma como la reencarnación existen.
No obstante, muchas personas se conforman tan solo con creer. Esto es
característico de la naturaleza humana. La creencia en el más allá, la
esperanza de reencontrarnos con nuestros seres queridos o el saber que
nuestra vida tiene un sentido trascendental, nos ayuda a sobrevivir. Dentro de
la reencarnación, algunos dan por válidas las comunicaciones canalizadas
por diversos médiums: como ejemplo puedo citar el famoso Libro de los
espíritus de Allan Kardec[5], las enseñanzas espiritistas del médium
brasileño Chico Xavier[6] o los libros de Seth, entidad que era canalizada a
través de la escritora Jane Roberts[7]. Otros prefieren basarse en las
enseñanzas provenientes del budismo o el hinduismo, creyendo que por ser
enseñanzas ancestrales tienen mayor validez que lo que promulgan los
espiritistas. Una de las creencias que goza de mayor popularidad es la
supuesta “Ley del Karma”, que analizada en profundidad no es más que una
mala adaptación —y muy distorsionada, por cierto— del concepto budista
del karma al movimiento de la Nueva Era. Finalmente muchos otros añaden
al caldero mágico una serie de ideas que van del romanticismo más
inmaduro al esoterismo más adulterado y sin ninguna base lógica. Por
ejemplo, podemos mencionar la dudosa existencia de las llamadas almas
gemelas, los que piensan que un niño que recuerda vidas pasadas es porque
es un “alma vieja”, los que piensan que el parecido físico es evidencia de
reencarnación, o la idea de que dos personas con la misma marca de
nacimiento han sido gemelas en otra vida o tienen alguna conexión especial.
Tenemos aquellos que piensan que el suicidio tiene terribles consecuencias
kármicas. También existen determinadas creencias según las cuales alguien
puede nacer del sexo femenino por algo malo que hizo en el pasado
(especialmente en regiones como la India). Es fácil encontrarte con
individuos que afirman sin ninguna duda que esta es su primera o última
encarnación, o incluso hay algunos que están seguros de que si alguien muere
antes de tiempo se quedará vagando por el plano astral[8] los mismos años
que le quedaban para completar el tiempo de vida que tenía programado.
Con este panorama, comprendo que muchas personas duden de si la
creencia en la reencarnación es sinónimo de sufrir algún trastorno mental. Y
creo que no es bueno que estas personas decidan no ir más allá y no buscar
evidencias reales de reencarnación. Aunque esto es un hecho mayormente
desconocido por la población general, la reencarnación se está investigando
científicamente desde hace décadas. Incluso obviando las diversas creencias
que acabo de mencionar y quedándonos solo con el trabajo de Michael
Newton, también puedo comprender que las descripciones del periodo entre
vidas sean difíciles de creer. Según este autor, las almas pasan un tiempo
entre encarnaciones en un mundo espiritual bastante parecido a nuestro
mundo físico. Un mundo en el que no te encuentras con Dios, ni te fundes con
él, ni alcanzas el nirvana, como muchos quieren creer. Es un mundo en el que
existe una jerarquía espiritual, con seres aparentemente más experimentados
que otros. Las almas jóvenes o con poca experiencia, aquellas que se han
reencarnado pocas veces, tienen un color blanco o amarillo pálido. Las más
experimentadas, las que ya han vivido innumerables vidas, son de color azul
oscuro o morado. Algunas de ellas trabajan de guías espirituales, aunque
también pueden elegir otro tipo de trabajo. Existe una rígida organización,
con escuelas, lugares de descanso, viajes a otros planetas, grupos de almas y
consejos de ancianos frente a los que tenemos que rendir cuentas de nuestras
acciones en la Tierra.
Sí, esto puede ser difícil de creer, especialmente cuando las religiones
nos han asegurado desde que éramos pequeños que al morir nos uniríamos
con el niño Jesús en el cielo, seríamos recompensados con un jardín lleno de
vírgenes o nos convertiríamos en polvo hasta que sonasen las trompetas del
apocalipsis. Podemos objetar que seguramente los pacientes de Michael
Newton que acuden a él debido a diversos problemas psicológicos ya tienen
una creencia previa en la reencarnación y por eso se imaginan todos más o
menos lo mismo. O quizá son altamente sugestionables y esas escenas han
sido implantadas de alguna manera en sus mentes, haciéndoles creer que son
reales. Igual que esas personas han elegido creer en la reencarnación,
nosotros podemos elegir no creer en ella, o no creer en nada. Podemos
pensar que nadie puede probar la existencia de Dios, así que para qué
preocuparnos.
Pero, ¿qué ocurre si esto es lo que describe espontáneamente un niño de
tres años que jamás ha oído hablar de reencarnación y que ni siquiera tiene
por qué saber qué es la muerte? ¿Cómo podemos explicar que un niño afirme
que eligió a sus padres antes de nacer, si estamos convencidos de que la
consciencia es producto del cerebro? ¿Cómo puede conocer acontecimientos
familiares dramáticos que tuvieron lugar hace años y que nadie mencionó en
su presencia? ¿Cómo puede ser que un niño presente un defecto de
nacimiento de naturaleza y localización exacta a la herida mortal que
presentaba una persona fallecida años atrás, y que además conozca detalles
oscuros de la vida de esa persona? ¿Qué ocurre si es nuestro propio hijo el
que nos dice que su otra madre lo encerraba en una jaula y no le daba de
comer, y por eso hay veces que se despierta sollozando?
Estos casos existen, y no son raros. Estos casos son uno de los mayores
desafíos a la ciencia actual, y por alguna extraña razón no gozan de la
difusión ni de la atención que se merecen. Como mucho, estos niños
aparecen en programas televisivos con nombres muy mal elegidos, rodeados
de un aura de sensacionalismo que no les hace justicia. Mientras, existe un
gran número de investigadores que trabajan en silencio y publican sus
artículos científicos en revistas de psiquiatría y parapsicología,
esforzándose por hallar patrones comunes en todos esos casos y dar una
explicación a un fenómeno que podría dar respuesta a muchos de nuestros
interrogantes. Uno de esos interrogantes es nada más y nada menos que la
posibilidad de que sobrevivamos a la muerte. Sorprendentemente, muy
pocos se toman en serio la existencia de niños que dicen recordar vidas
pasadas. Un fenómeno que va mucho más allá de una simple creencia, como
veremos a continuación.
2
YO HE VIVIDO ANTES...
L a simpleza y la inocencia detrás de las palabras de un niño nos
pueden coger por sorpresa. Creemos que hemos dado vida a un
nuevo ser único, nuestro, que lleva nuestros genes. Para nosotros es una
personita indefensa a quien debemos proteger y cuidar, darle todo para que
en el futuro se convierta en un ser, si no excepcional, al menos alguien que
sabrá llevar una vida plena y feliz sin mayores contratiempos.
En el mundo de la ciencia se acepta desde hace siglos el concepto de
“tabula rasa”, creado por John Locke[9] en el siglo XVII. Según esta idea,
al nacer nuestra mente es como una hoja en blanco. Nuestro conocimiento
proviene únicamente de nuestra experiencia en el mundo. Además, Locke
dividía la experiencia en dos tipos: la externa, que deriva de nuestra
interacción con los objetos del mundo real, a través de los sentidos; y la
interna, consecuencia de nuestra propia reflexión, haciendo referencia a
actos de la mente, como saber, creer, recordar y dudar. Por tanto, según este
concepto, los bebés no saben nada cuando nacen. A partir de aquí, la
psicología desechó la idea de la herencia psíquica o la existencia de
recuerdos ya presentes en el nacimiento.
Por otra parte, para la ciencia es indudable —o al menos, no hay pruebas
que de momento demuestren lo contrario— que la muerte física supone la
muerte cerebral, y con ella, el fin de la vida. Si no hay nada después de la
muerte, tampoco hay razones para pensar que haya nada antes del
nacimiento.
Ahora, imaginemos que un día escuchamos a nuestro hijo comentar en un
tono totalmente casual que antes era él el que nos cambiaba a nosotros los
pañales. ¿Qué haría si un día su hijo de dos años le dijera de pronto que su
otra madre hacía ella misma las galletas? ¿O si le dijera que está muy
contento de haberle elegido como padre? ¿O si le hablase de su propia
muerte?
Con mucha probabilidad, el 99% de los lectores pensaría que tiene un
hijo muy imaginativo y no le daría mayor importancia. Algunos quizá se
sentirían algo descolocados, incluso heridos, y no podrían evitar contestar
con brusquedad algo como: “¿Otra madre? ¡Yo soy tu única madre!” También
se preocuparían, lógicamente, de que alguien ajeno a la familia se hubiera
acercado al niño con no muy buenas intenciones y le hubiese metido en la
cabeza esas raras ideas. Al no hallar comprensión, ni siquiera interés, por
parte de sus padres, el niño no dirá nada más, y esos padres habrán perdido
una valiosa oportunidad para indagar sobre posibles recuerdos de vidas
pasadas. Si ha recibido una respuesta negativa como “Anda, olvida esa
tontería y vete a jugar”, el niño pensará que no está bien hablar de ello, y
puede que nunca más lo intente.
El caso se complica un poco más cuando ese niño tiene terrores
nocturnos y los padres son testigo día tras día de su incapacidad para dormir
y su ansiedad, problemas que les preocupan ya que no se pueden imaginar
qué es lo que puede afectar a un niño tan pequeño. Tal vez despierta muchas
noches lleno de sudor y gritando sobre sucesos aparentemente dramáticos
que sus padres no llegan a comprender. Además, también puede haber alguna
fobia asociada, como un miedo inexplicable a quedarse solo, a los ruidos
fuertes como los petardos o al sonido de aviones sobrevolando la zona
donde viven. Puede que en algún momento haya tenido alguna reacción
emocional desproporcionada ante una situación que no tendría por qué
producir ningún tipo de problema en el niño. Los pediatras y psicólogos
infantiles no encontrarán nada anormal después de valorarlo, y
probablemente recomendarán no hacer nada, salvo esperar a que las
pesadillas desaparezcan por sí solas. Pero, ¿qué hacer si no desaparecen?
¿Cómo aliviar el sufrimiento que parece estar experimentando nuestro hijo?
¿Cómo calmar nuestra propia ansiedad porque no sabemos qué hacer para
ayudarle? ¿Hay que dar crédito a lo que afirma y animarle a que nos cuente
más? ¿No estaríamos de ese modo alimentando sus fantasías, cuando lo
mejor es que se centre en la escuela, en su rutina, y se olvide de lo que sea
que le está perturbando?
Desgraciadamente muy pocas personas sabrían cómo hacer frente a esta
situación. Más adelante daré unas pautas que serán de ayuda si el lector cree
que su hijo o hija podría estar recordando una vida pasada. De momento es
suficiente con que sepa que no está solo, y existen especialistas a los que
puede acudir, aunque en España aún sean escasos.
Carol Bowman y su hijo Chase.
Cuando hace tres años comencé a investigar en profundidad si la
reencarnación podía ser real, llegué casi por casualidad a una página web
donde se hablaba con mucha seriedad de niños que recuerdan vidas pasadas.
Era la página de una terapeuta estadounidense especializada en estos casos:
Carol Bowman[10].
Carol Bowman era un ama de casa con cierta familiaridad con la técnica
de regresión hipnótica. Un día uno de sus hijos, Chase, de cinco años de
edad, tuvo una reacción exagerada al escuchar ruido de petardos en una
celebración del 4 de julio. Al comienzo de la celebración todo iba bien,
pero cuando comenzaron los fuegos artificiales Chase comenzó a llorar
desconsoladamente. Carol trató de calmarle, pero Chase solo se volvía más
y más histérico, y finalmente tuvieron que volver a casa. Por el camino
Chase ni siquiera podía caminar, y su madre tuvo que llevarle en brazos. Una
vez en el porche lo abrazó en una mecedora mientras seguía sollozando.
Cuando le pudo preguntar si estaba enfermo o herido, negó con la cabeza, y
al preguntarle si los fuertes ruidos le habían asustado, comenzó a llorar más
fuerte. Después de un largo rato acabó por calmarse y se quedó dormido,
momento que Carol aprovechó para llevarle a la cama.
Meses después, un amigo suyo que era hipnoterapeuta, Norman Inge, se
ofreció a hacer una regresión a su hijo. Este hipnoterapeuta había trabajado
con Carol antes, por lo que ya estaba familiarizada con las técnicas y ella
misma había podido recordar alguna de sus supuestas vidas pasadas. Sin
embargo, en el caso de los niños ni siquiera es necesario utilizar la hipnosis.
En los niños los supuestos recuerdos están tan en la superficie que es
suficiente con hacerles entrar en un ligero estado de relajación para que
comiencen a ver escenas que aparentemente corresponden a otras vidas. El
hipnoterapeuta hizo que Chase se sentara en el regazo de su madre, le invitó
a que cerrara los ojos, y simplemente le preguntó qué veía cuando escuchaba
los fuertes ruidos que le asustaban. Chase enseguida se describió a sí mismo
como un soldado que llevaba un rifle con una especie de espada en la punta.
Dijo que vestía ropas desgarradas y sucias, calzaba botas marrones, y
llevaba un cinturón. Se encontraba agachado detrás de una roca disparando
al enemigo. Estaba en medio de una batalla. Todo alrededor era humo,
fogonazos, gritos y ruido de disparos. No quería estar allí ni tener que
disparar a otros hombres, pero debía hacerlo para sobrevivir. Carol podía
sentir la tensión en su hijo mientras describía la escena. Era como si ya no
tuviera cinco años y se hubiera convertido en alguien más maduro, como si
pensara y sintiera realmente como ese soldado.
Chase continuó relatando la escena. Un disparo le alcanzó en su muñeca
derecha. Se ocultó en la roca, sintiéndose mareado. Otros soldados le
ayudaron a llegar a un lugar parecido a un hospital, una tienda con camas e
instrumental donde los soldados heridos podían descansar. Allí le vendaron
la muñeca. Poco después tuvo que volver a la batalla, pues le ordenaron
encargarse de un cañón que debía transportar a la batalla. Volvió a repetir
que no quería estar allí, y que echaba de menos a su familia. Pero entonces
anunció que las imágenes se estaban diluyendo. Su expresión normal de un
niño de cinco años volvió a su rostro y abrió sus ojos. Norman le preguntó
qué tal estaba y Chase respondió que se sentía bien. Cogió una galleta y se
fue a jugar a la otra habitación.
Curiosamente, su hermana se dio cuenta de que justo en el lugar donde
decía que le habían disparado, Chase había presentado desde bebé un
eczema crónico. Solía rascarse en esa zona siempre que estaba cansado o
molesto. Pocos días después de la regresión, el eczema desapareció
completamente y no volvió a aparecer, y su miedo a los ruidos fuertes como
los de los fuegos artificiales, también. Poco tiempo después, en otra
regresión, descubrirían además que el soldado que supuestamente Chase
había sido en otra vida, era de raza negra.
A partir de ese momento Carol Bowman comenzó a investigar más en
profundidad y a reunir una gran cantidad de casos de niños que tenían
recuerdos que parecían corresponder a vidas pasadas, todos ellos en
Estados Unidos. Hasta ese momento apenas había información sobre cómo
manejar este tipo de casos. También se dio cuenta de otro fenómeno bastante
frecuente: la reencarnación dentro de la misma familia. Publicó el resultado
de sus investigaciones en dos libros que recomiendo a los lectores: Las
vidas pasadas de los niños: Cómo los recuerdos de vidas pasadas afectan
a tu hijo (en inglés Children Past Lives: How Past Life Memories Affect
Your Child, 1997), y Return from Heaven: Beloved Relatives Reincarnated
Within Your Family (2001).
El trabajo de Ian Stevenson.
Carol Bowman no era la primera investigadora que se había dedicado a
reunir una larga casuística de niños con supuestos recuerdos de otras vidas.
Ya desde la década de los 70 del siglo XX, el Dr. Ian Stevenson, jefe del
Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, se había pasado
más de cuarenta años viajando a diversas regiones de América, África,
Europa, India y otros países asiáticos. Su propósito era localizar a estos
niños, entrevistar a sus familias, buscar a la persona cuya vida decía
recordar ese niño, y pedir informes de autopsia a los hospitales donde esa
persona había muerto para corroborar los detalles de la muerte. Años
después, Ian Stevenson volvía a entrevistar a los protagonistas de cada
historia y comprobaba si había contradicciones en los testimonios, si el niño
seguía recordando o si su comportamiento había cambiado de algún modo.
Plasmó el resultado de sus investigaciones en varios trabajos a los que haré
referencia en repetidas ocasiones a lo largo de este libro, como por ejemplo
Children Who Remember Previous Lives, Veinte casos que sugieren la
reencarnación (en inglés Twenty Cases Suggestive of Reincarnation),
Where Reincarnation and Biology Intersect o European Cases of the
Reincarnation Type. En total estudió más de 3000 casos. Su método de
investigación no podía ser más riguroso, igual que el lenguaje que empleaba
en sus trabajos académicos, de difícil lectura. A pesar de ello, su trabajo fue
mayormente ignorado o incluso despreciado por gran parte de la comunidad
científica de la época. El Dr. Ian Stevenson falleció en 2007 y actualmente
continúa con la investigación el Dr. Jim B. Tucker, quien a su vez ya cuenta
con dos libros publicados: Vida antes de la vida: Los niños que recuerdan
vidas anteriores (en inglés Life Before Life: Children’s Memories of
Previous Lives, 2008), y Return to Life: Extraordinary Cases of Children
Who Remember Past Lives (2015).
Caso tipo de un niño con supuestos recuerdos de
vidas pasadas.
A partir de los datos recopilados por estos autores y otros
investigadores, podemos afirmar que los casos de niños que recuerdan vidas
pasadas no son poco frecuentes. Además suponen un desafío para los
científicos materialistas, que les deja con muy pocas alternativas para
explicar este fenómeno. Como veremos, la reencarnación es la única que nos
permite dar una explicación satisfactoria a todos los aspectos que lo
caracterizan. Es mucho más plausible que otras alternativas como la
percepción extrasensorial o la posesión. Y si aceptamos que la consciencia
no es producto del cerebro, sino parte de una entidad separada del cuerpo
que sobrevive a la muerte —llamémosle alma, “personalidad” (palabra que
utilizaba el Dr. Ian Stevenson) o como más nos guste—, también
comprobaremos que esta alternativa nos sirve para explicar otros fenómenos
paranormales como las experiencias extracorpóreas, las experiencias
cercanas a la muerte, las apariciones y los sueños anunciadores.
Pero, ¿cuáles serían las características del “caso tipo” de un niño que
recuerda supuestas vidas pasadas? Por lo general, los niños comienzan a
hacer referencia a una posible vida pasada tan pronto como empiezan a
hablar, aunque lo más usual es que esto suceda entre los dos y cinco años.
Esto no quiere decir que no tengan recuerdos ya de antes, lo que ocurre es
que aún no son capaces de expresarlo. Aproximadamente entre los cinco y
ocho años, en muchos casos los niños comienzan a hablar cada vez menos de
esa vida pasada. Los recuerdos comienzan a desvanecerse y parece ser que
al centrarse en su vida actual van olvidando poco a poco. Esto no ocurre así
siempre. En muchas ocasiones la persona mantiene esos recuerdos durante la
vida adulta.
Los niños hablan de esa otra vida con total naturalidad, y lo suelen hacer
en momentos en los que están relajados, por ejemplo cuando se van a ir a la
cama, cuando viajan en coche o cuando están en el baño. Se piensa que esto
es porque en esos momentos se induce un estado muy próximo al de la
meditación, en el que parecen “conectarse” con algo a lo que normalmente
no tienen acceso.
Cuando los niños hablan de sus vidas pasadas nos puede dar la
impresión de que de pronto son más maduros que lo que corresponde a su
edad. Hablan con mucha seriedad de unos hechos que para ellos son
completamente reales, de modo que si los ponemos en duda o les
contradecimos, pueden llegar a enfadarse. También pueden sumirse de
pronto en un estado de tristeza o depresión impropio de un niño de su edad.
Pero tan pronto como este estado de ánimo llegó, puede irse y el niño vuelve
a jugar o reír con total normalidad.
La mayoría de los niños se identifican plenamente con su supuesta vida
pasada, y por lo general son conscientes por sí mismos de que anteriormente
“eran otra persona”. Algunos son capaces de establecer una frontera entre
una vida y otra, de modo que utilizan expresiones como “Cuando yo era
grande...”, mientras que otros niños parecen no haberse dado cuenta de que
ahora tienen una vida distinta, y utilizan el tiempo verbal en presente,
diciendo cosas como “Tengo una esposa y dos hijos”. Algunos pueden llegar
a demandar que se les llame como se llamaban antes, aún pueden sentir
nostalgia o diversas emociones por hechos ocurridos en esa vida pasada. Y
en otros es evidente que les cuesta comprender lo que ha ocurrido, se hallan
confusos y desorientados al verse repentinamente en otro cuerpo. Son
frecuentes descripciones en las que no parece haber transición entre la
muerte y el nacimiento. Por ejemplo, pueden afirmar, sin ningún tipo de
preocupación:
“Sí, me dispararon y me mataron. Eran ladrones. No era su
intención. Yo no estaba haciendo nada. Simplemente me disparó sin
ninguna razón [...]. Entonces morí. Estaba muerto, pero crecí, ya sabes
lo que quiero decir. Me quedé allí hasta que regresé para ser un bebé
otra vez. ¡Y entonces te elegí a ti y a papá!”
(Caso de Sagiv, descrito por Carol Bowman en Las vidas pasadas de
los niños).
Investigadores de este fenómeno, como James Matlock[11], clasifican los
signos que presentan estos niños en tres tipos:
1. Signos físicos.
Están presentes desde el nacimiento. Pueden ser marcas o defectos de
nacimiento. Aparecen especialmente cuando se han producido muertes
violentas. Para que esas marcas o defectos de nacimiento tengan significado
se deben corresponder con lesiones que la personalidad pasada sufrió, ya
sea la herida que le causó la muerte o algún tipo de secuela que sufrió a
causa de una enfermedad durante su vida. En los trabajos de Ian Stevenson
podemos encontrar numerosos ejemplos: desde simples lunares que podrían
corresponder a puntos por donde un absceso drenó, a marcas con apariencia
de cicatrices que coinciden con los orificios de entrada y salida de una bala,
o amputaciones de miembros justo después del fallecimiento de una persona,
que dan lugar a malformaciones en la vida siguiente.
2. Signos de comportamiento.
Los niños que recuerdan vidas pasadas se comportan con frecuencia de
manera extraña pero consistente con esos supuestos recuerdos: pueden tener
ciertos miedos o fobias que podrían tener su origen en hechos traumáticos
que ocurrieron en esa vida pasada, por ejemplo si sufrieron una muerte
violenta. Esto también puede reflejarse en sus afinidades o preferencias a la
hora de vestirse o alimentarse, y en determinados hábitos que podrían tener
relación con las costumbres de un país en concreto. Por ejemplo, el rabí
Yonassan Gershom[12], en su libro Beyond the Ashes: Cases of
Reincarnation from the Holocaust, menciona varios casos de supuestas
víctimas del Holocausto reencarnadas. Es típico que estos niños presenten
comportamientos extraños como buscar continuamente lugares donde
ocultarse, tener un miedo inexplicable a las duchas o conocer determinados
ritos judíos sin que nadie se los haya descrito. Un niño no quería mezclar
leche y carne en la misma comida, pero no le importaba mezclar zumo o agua
con carne (entre los judíos mezclar leche y carne no se considera kosher, es
decir, “apto o apropiado”). Del mismo modo, pueden presentar aptitudes o
habilidades que no han tenido ocasión de aprender en su vida presente. Y
muchas veces presentan una personalidad en consonancia con la
personalidad que supuestamente tenían en su vida anterior. En los casos en
los que el sexo biológico de la personalidad previa era distinto, puede haber
un comportamiento contrario al que se espera en ese niño o niña teniendo en
cuenta su género actual.
3. Presencia de recuerdos.
Los niños dan suficiente información, y en ocasiones increíblemente
detallada, como nombres y lugares, que es útil para rastrear e identificar a la
persona de la que habla. Entonces se comprueba que la mayoría de sus
afirmaciones son correctas, y si esto se consigue, su extraño comportamiento
y sus signos físicos, si están presentes, cobran sentido. En algunos casos la
personalidad previa murió solo varios años atrás y no muy lejos de donde el
niño vive en el presente, por lo que es posible llevarles allí para ver si son
capaces de reconocer lugares, personas y objetos. En otros muchos, la
personalidad previa vivió en ciudades muy distantes al lugar donde han
nacido, haciendo muy difícil encontrar una explicación racional al fenómeno,
que no se puede achacar a simples fantasías.
Se ha observado que estos supuestos recuerdos suelen ser
desencadenados por algo presente en el ambiente, y se ha visto que cuanto
mayor es el sujeto cuando habla por primera vez de dichos recuerdos, mayor
es la probabilidad de que eso ocurra. También se ha visto que a mayor edad,
los signos de comportamiento son menos acusados y los signos físicos
aparecen con menos frecuencia.
Es fácil que recuerden la muerte de la personalidad previa, pero también
son más propensos a cometer errores al dar detalles sobre esa muerte. Son
mucho mejores a la hora de reconocer personas en fotografías, y por
supuesto, si ha pasado mucho tiempo entre una vida y otra, les cuesta
reconocer un lugar que haya podido cambiar considerablemente en ese
intervalo.
Normalmente los signos de comportamiento van desapareciendo con la
edad, aunque en algunos casos permanecen, llegando a interferir con la vida
actual del sujeto. Por ejemplo, Ian Stevenson describe un caso en el que el
niño afirmaba recordar la vida de su tío, que había matado a su esposa. Este
niño fue incapaz de desarrollar una relación madura con las mujeres y estuvo
entrando y saliendo de hospitales psiquiátricos durante su vida.
Puede resultar muy perturbador para un padre que un hijo le hable de su
propia muerte, de que tuvo que matar a otras personas, o que fue maltratado
en otra vida, sobre todo si se tiene la idea de que todo acaba con la muerte.
Muchos de estos niños han ejercido un efecto transformador en las creencias
de sus padres, muchos de los cuales jamás habían considerado la posibilidad
de la reencarnación. Ellos saben perfectamente la educación religiosa que
han recibido, lo que han podido oír o no en casa, los programas de televisión
o las películas a las que han sido expuestos. Por tanto, que un día llegue su
hijo y les diga que está muy contento de haberles elegido como padres, o que
les describa detalles de algo que sucedió antes de su concepción, algo que
no tenía modo de saber, puede resultar muy sorprendente. Estos niños hablan
con una inocencia y a la vez con una sabiduría que deja sin habla a los
padres, haciendo tambalear sus creencias y desafiando su razón.
Para los que lo ven desde fuera, es muy fácil recurrir enseguida a la
imaginación o pensar que esos padres o su niño solo quieren llamar la
atención. Pero las evidencias muestran que estos casos son muy poco
frecuentes, incluso en aquellos países donde la creencia en la reencarnación
está más extendida, por ejemplo como ocurre en la India. Existe la tendencia
a pensar que en estos casos, si un niño dice recordar una vida pasada, va a
poder hablar de ello sin temor a que no le crean. Su familia va a estar
encantada de pregonar por doquier que su hijo es la reencarnación de una
persona fallecida en la vecindad o en una aldea próxima, sea verdad o no.
Por ello muchas personas creen erróneamente que “solo hay casos de niños
que recuerdan vidas pasadas en la India”. Sin embargo, esto no es así. Al
contrario de lo que muchos piensan, en una gran proporción de familias en la
India no estarían demasiado contentos de que su hijo afirmase públicamente
que recuerda otra vida, ya que recordar vidas pasadas va con frecuencia
asociado a una serie de creencias y supersticiones muy habituales en estos
países. Por ejemplo, es una creencia muy extendida que aquellos niños que
recuerdan vidas pasadas tendrán una existencia más corta de lo normal, ya
que están destinados a morir jóvenes. O, si el niño dice recordar una vida
pasada en una casta superior, no les gustará mucho que el niño esté
continuamente presumiendo de haber tenido muchos sirvientes y
despreciando la ropa y la comida que le dan en su nueva familia. Tampoco
sería muy agradable si dijera recordar haber pertenecido a una casta inferior
que la actual.
No hay estudios que nos digan con exactitud la incidencia de estos casos
en los distintos países, por tanto no podemos afirmar sin temor a
equivocarnos que solo existen niños que recuerdan vidas pasadas en lugares
donde la creencia en la reencarnación está muy extendida. Es muy probable
que en estos países sea más fácil encontrarlos porque el niño puede hablar
de ello más libremente, pero no por ello podemos pensar que en los países
occidentales no existen. Tal vez lo único que ocurre es que no se les presta
atención. Muchos comportamientos infantiles que atribuimos a una fantasía
desbordada o a simples pesadillas pueden acabar desapareciendo sin más.
Pero si conocemos los signos que pueden estar relacionados con recordar
vidas pasadas, y somos capaces de identificarlos en nuestros hijos,
enseguida comprobaremos que en nuestro vecindario, en la escuela, o en
nuestra propia familia, podríamos estar frente a un caso de este tipo.
3
ABRIENDO EL CAMINO
E l riguroso trabajo científico del doctor Ian Stevenson respecto a los
niños que recuerdan vidas pasadas, la existencia de marcas y
defectos de nacimiento, y su posible relación con la biología, no es de
lectura fácil. Cualquier persona que investigue seriamente la reencarnación
enseguida encontrará que Ian Stevenson es uno de los mayores referentes a
nivel mundial. Su obra no está dirigida al público general, sino escrita para
ser valorada por académicos, científicos, médicos o psiquiatras.
Al estudiar sus libros el lector se dará cuenta por sí mismo del tremendo
valor de su trabajo: todavía nadie ha hecho nada igual, aunque por fortuna
hay investigadores que han recogido el testigo después de su muerte.
También estremece la tremenda valentía con la que Stevenson, sin sonrojarse
ni ocultarse, poniendo en peligro su reputación y su cargo en el
Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, se atrevió a
afirmar que la reencarnación era la posibilidad que mejor explicaba sus
observaciones en estos niños. Como tal, recomienda en repetidas ocasiones
que la reencarnación deje de ser ignorada por la comunidad científica.
Ian Stevenson nació en Canadá en 1918 y murió en 2007. Bioquímico,
doctor en medicina, y profesor de psiquiatría, desde 1966 a 1971 se dedicó
a viajar por diversos países de África, Europa, Asia y América recopilando
información sobre niños que supuestamente comenzaban a recordar vidas
pasadas. En total estudió más de 3000 casos, de los cuales solo unas
docenas quedan reflejados en sus libros y artículos, estos últimos publicados
en su mayor parte en la revista Journal of Mental and Nervous Disease.
Fundó la División de Estudios de la Percepción como una unidad de
investigación del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia
en 1967. Ian Stevenson se jubiló en 2002. A partir de entonces, la división
fue dirigida durante un tiempo por el doctor Bruce Greyson[13], muy
conocido por sus investigaciones sobre experiencias cercanas a la muerte.
En la actualidad ocupa el puesto de director el psiquiatra infantil Jim B.
Tucker, que en los últimos años se ha centrado en el estudio de posibles
casos de reencarnación en Norteamérica.
Desgraciadamente el trabajo de Ian Stevenson no fue muy bien acogido
por la comunidad científica. El Dr. Tucker llegó a comentar que antes de su
muerte Stevenson ya sabía que no iba a lograr su objetivo de que la
posibilidad de la reencarnación fuera tomada en serio por la ciencia. No se
equivocaba. La ciencia mecanicista, anclada aún en las leyes newtonianas,
no quiere moverse de ahí, así que pasan los años y sigue dando vueltas y más
vueltas a las mismas cuestiones, sin llegar a ningún sitio. Por fortuna, cada
vez está cobrando mayor importancia la física cuántica, la cual en la
actualidad sostiene que la consciencia es un componente irreductible en el
universo. Algunos científicos como Sir Roger Penrose o Stuart Hameroff han
propuesto incluso que la consciencia podría sobrevivir a la muerte, como
veremos en el último capítulo. El Dr. Greyson, por su parte, se centró en el
estudio de la experiencias cercanas a la muerte, y las investigaciones que se
están realizando en este campo también dan que pensar en este sentido. El
Dr. Greyson valora muy positivamente el trabajo de su mentor, y afirma que
las características que presentan los casos de niños que recuerdan vidas
pasadas suponen todo un desafío a la suposición de que todos nuestros
pensamientos y recuerdos son producidos por el cerebro. Según sus propias
palabras:
“Hay abundante evidencia, tanto a partir de nuestras vidas diarias
como de la investigación científica, que parece ligar la consciencia a
la función cerebral del día a día. Y sin embargo hay también abundante
evidencia procedente tanto de la vida como de la investigación
científica de que, bajo circunstancias extraordinarias, la consciencia
parece desligarse de la función cerebral, y de hecho parece operar
mejor sin la mediación del cerebro. De nuevo, quiero señalar que esta
evidencia no es aceptada por la mayoría de los científicos
occidentales, y de hecho ni siquiera es conocida por muchos científicos
occidentales. Sin embargo, está ahí, y son pruebas fiables y
reproducibles.”[14]
Tanto Moody como Stevenson fueron dos auténticos pioneros en lo que a
la supervivencia de la consciencia se refiere, y estoy segura de que dentro de
muchos años ocuparán el lugar que se merecen en la historia de la ciencia,
por haberse atrevido a hablar e ir contracorriente, y por proponer hipótesis
que aún hoy suenan descabelladas para muchas personas.
Pero no debemos adelantar acontecimientos. Antes de conocer las
hipótesis que podrían explicar el fenómeno que nos ocupa en este ensayo,
debemos hacer un recorrido por los principales casos que estos
investigadores han estudiado a lo largo de varias décadas. Es tremendamente
complicado seleccionar los mejores para exponerlos en este pequeño libro
de introducción a los niños que recuerdan vidas pasadas. Por ello se ha
realizado una selección de los más representativos para ilustrar los
principales aspectos que acompañan a este tipo de experiencias. Trataremos
algunos de los más impactantes, aquellos en los que hacen su aparición
marcas y defectos de nacimiento, en la parte final de este libro.
Como el término “alma” induce a confusión, ya que científicamente no
podemos aún definir su naturaleza, con frecuencia utilizaremos en su lugar la
palabra “personalidad” (como lo denominaba Ian Stevenson) o “persona”,
para referirnos a aquello que parece sobrevivir después de la muerte y
“transmitirse” a un nuevo cuerpo humano.
Swarnlata Mishra: una vida ordinaria.
Este es uno de los casos clásicos de Ian Stevenson, recogido en su libro
Veinte casos que hacen pensar en la reencarnación. Solo se diferencia de
la mayoría en que los recuerdos de Swarnlata no desaparecieron cuando se
hizo adulta. También se caracteriza por consistir en recuerdos agradables.
No hubo una muerte traumática o violenta ni tampoco luchas entre castas o
familias como ocurre en otros casos. Es una creencia generalizada que los
niños solo recuerdan cuando han sufrido acontecimientos traumáticos, pero
casos como este demuestran que es perfectamente posible recordar una vida
apacible. Es cierto que por alguna razón las personas recuerdan con mayor
facilidad hechos traumáticos, aunque las estadísticas muestran que no
siempre es lo que se recuerda primero. Quizá es más fácil que esos
acontecimientos salgan a la luz porque dejan secuelas en la mente que en la
vida siguiente se pueden manifestar en forma de fobias u otros
comportamientos anómalos, pero esto no significa que muchas veces esos
recuerdos sean totalmente mundanos y sin gran trascendencia.
Swarnlata Mishra nació en el seno de una familia de Pradesh, India, en
1948. Cuando tenía tres años de edad estaba viajando con su padre por la
ciudad de Katni, situada a más de cien millas de su casa, cuando de pronto
señaló hacia un punto y pidió al conductor que se desviase por un camino
que llevaba a “su casa”. Sugirió que allí podrían tomar una taza de té mejor
que en la carretera.
Más tarde describió más detalles sobre su vida en Katni, que su padre se
encargó de anotar. Dijo que su nombre era Biya Pathak y que tenía dos hijos.
Vivía en una casa blanca con puertas negras y barras de hierro. Cuatro
habitaciones estaban estucadas, pero otras partes de la casa no estaban
totalmente finalizadas. El suelo de la parte frontal estaba cubierto de losas
de piedra. Situó la casa en Zhurkutia, un distrito de Katni. Detrás de esta
casa había un colegio de niñas, enfrente una línea ferroviaria, y desde la
casa se podían ver unos hornos de cal. Añadió que la familia tenía un
automóvil, hecho muy poco frecuente en los años 50 en la India. Dijo que
Biya había muerto de un “dolor en la garganta”, y fue tratada por el Dr. S. C.
Bhabrat en Jabalpur. También recordaba un incidente en una boda en la que
ella y una amiga habían tenido dificultad para encontrar una letrina.
Cuando Swarnlata tenía diez años de edad, en 1959, el caso llegó a oídos
del profesor Sri H. N. Banerjee, un investigador indio de fenómenos
paranormales y colega de Stevenson. Banerjee tomó las notas del padre de
Swarnlata y viajó a Katni para determinar si los recuerdos de Swarnlata
podían ser verificados.
Únicamente a partir de la descripción que había hecho Swarnlata,
encontró la casa, a pesar de que había sido remodelada después de la muerte
de Biya en 1939. Pertenecía a los Pathak, una familia pudiente y prominente
con grandes intereses comerciales. Los hornos de cal estaban situados en un
terreno adyacente a la propiedad. La escuela de niñas se hallaba a cien
yardas pero no era visible desde la parte frontal de la casa.
Banerjee entrevistó a la familia y verificó lo que Swarnlata había dicho,
en total más de cincuenta afirmaciones. Biya había muerto en 1939 dejando
un marido, dos hijos jóvenes y muchos hermanos. Estos nunca habían oído
hablar de la familia Mishra, que vivía a cien millas de distancia. Los Mishra
tampoco conocían a la familia Pathak.
En el verano de 1959, el marido, el hijo y el hermano mayor de Biya
viajaron a la ciudad de Chhatarpur, donde vivía Swarnlata, para poner a
prueba su memoria. No revelaron sus identidades ni el propósito de la visita
a otras personas en la ciudad, y se hicieron acompañar de nueve ciudadanos
a la casa de los Mishra, donde llegaron sin avisar.
Swarnlata, que en ese momento contaba con diez años de edad,
reconoció inmediatamente a su hermano y le llamó “Babu”, el apodo que
utilizaba Biya para él. Después recorrió la habitación mirando a todos los
hombres: a algunos los conocía de su ciudad, otros eran extraños para ella.
Al llegarle el turno al marido de Biya, Swarnlata bajó sus ojos y se mostró
tímida, como normalmente hacen las esposas hindúes en presencia de sus
maridos, y pronunció su nombre. Stevenson no dice cuál fue la reacción de él
al encontrar a su esposa después de veinte años.
Swarnlata también identificó correctamente a su hijo de su vida pasada,
Murli, que tenía trece años cuando Biya murió. Pero Murli trató de
engañarla, insistiendo durante casi veinticuatro horas que él no era Murli,
sino otra persona. Murli también trajo a un amigo para tratar de engañarla,
diciendo que era Naresh, el otro hijo de Biya. Swarnlata aseguró que era un
desconocido.
Finalmente, Swarnlata recordó a su antiguo marido que había robado
1200 rupias que Biya había guardado en una caja. Él tuvo que admitir que
este hecho privado era verdad, algo que solo él y su esposa sabían.
Unas semanas más tarde, el padre de Swarnlata la llevó a visitar la casa
y la ciudad donde Biya había vivido. Nada más llegar Swarnlata notó los
cambios que se habían producido en la casa. Preguntó por una baranda que
había en la parte trasera, y sobre un árbol de neem[15] que crecía en el
recinto. Ambos habían sido retirados después de la muerte de Biya.
Identificó la habitación de Biya y la habitación donde había muerto.
Reconoció a uno de sus hermanos y lo identificó correctamente como su
segundo hermano. Hizo lo mismo con un tercer y cuarto hermano, la esposa
de su hermano pequeño, el hijo de su segundo hermano (llamándolo por su
apodo “Baboo”), un amigo cercano a la familia (comentando que ahora
llevaba gafas, adquiridas después de la muerte de Biya) y su esposa
(llamándola por su apodo “Bhoujai”), y la cuñada de Biya. También
identificó a un antiguo sirviente, a un viejo vendedor de nueces de areca, y al
vaquero de la familia, a pesar de que su hermano pequeño trató de probarla
diciendo que el vaquero había muerto.
Más tarde, llevaron a Swarnlata a una habitación llena de desconocidos y
le preguntaron a quién reconocía. Escogió a un primo del marido de Biya, a
la esposa del cuñado de Biya, y a una comadrona, a quien identificó por el
nombre que tenía cuando Biya estaba viva, no su nombre actual. El hijo de
Biya, Murli, presentó a Swarnlata un hombre a quien llamó un nuevo amigo,
Bhola. Swarnlata insistió que este hombre era en realidad el segundo hijo de
Biya, Naresh. En otra prueba, el hermano pequeño de Biya trató de que
cayera en una trampa, diciendo que Biya había perdido sus dientes.
Swarnlata no se dejó engañar, y afirmó que Biya tenía empastes de oro en
sus dientes frontales, un hecho que los hermanos habían olvidado y que
tuvieron que confirmar consultando a sus esposas, quienes les recordaron
que lo que decía Swarnlata era cierto.
Recordemos que Swarnlata no sabía nada de la familia Pathak, y sin
embargo allí estaba aquella niña de diez años de edad comportándose con
total confianza como una hermana mayor de la familia, demostrando una total
familiaridad con los apodos de los miembros, conociendo hasta los más
íntimos secretos, y recordando las relaciones de matrimonio, los viejos
sirvientes y algunos amigos. Además, era como si su memoria estuviera
congelada en el momento de la muerte de Biya: no sabía nada de lo que
había pasado en la familia Pathak después de 1939.
En los años siguientes, Swarnlata visitó a la familia Pathak a intervalos
regulares. Ian Stevenson investigó el caso en 1961, observando la relación
afectiva que había entre Swarnlata y los otros miembros de la familia,
quienes la habían aceptado como la reencarnación de Biya.
Swarnlata se comportaba de manera reservada hacia los mayores de
Biya, pero cuando estaba sola con los hijos de Biya, se hallaba relajada y
alegre como debería ser una madre, un comportamiento que en otras
circunstancias, en la India, sería inapropiado para una niña de diez años en
compañía de hombres adultos sin ninguna relación familiar.
Los hermanos Pathak y Swarnlata seguían la costumbre hindú del
“Rakhi”, en la cual los hermanos y hermanas renuevan anualmente su
devoción mutua intercambiando regalos. Un año los hermanos Pathak se
enfadaron porque Swarnlata se perdió la ceremonia. Pensaban que como
había vivido con ellos durante cuarenta años, mientras que con los Mishra
solo había vivido diez años, ellos tenían un mayor derecho sobre ella.
Creían tan fuertemente que Swarnlata era su Biya que admitieron que su idea
sobre la reencarnación había cambiado después de conocer a Swarnlata y
aceptarla como Biya renacida (debido a su estatus y riqueza, los Pathak
emulaban las ideas occidentales y no creían en la reencarnación antes de
estos hechos). El padre de Swarnlata aceptó la verdad de la pasada
identidad de Swarnlata. Años después, cuando llegó el momento de que
Swarnlata contrajera matrimonio, consultó con los Pathak para la elección
de un marido para ella.
¿Cuáles eran los sentimientos de Swarnlata respecto a todo esto? ¿Era
confuso para ella recordar con tanto detalle la vida de una mujer adulta?
Stevenson la visitó en años posteriores y mantuvo correspondencia con ella
diez años después de que este caso fuera investigado. Parece ser que
Swarnlata creció con normalidad, recibió un título avanzado en botánica, y
se casó. Dijo que en ocasiones se acordaba de su feliz vida en Katni, y
entonces sus ojos se llenaban de lágrimas y por un momento deseaba volver
a la vida de Biya. Pero su lealtad hacia la familia Mishra permaneció
inalterable, y exceptuando sus visitas regulares a Katni, se convirtió en una
hermosa joven y aceptó su posición en esta vida.
Este caso refleja lo enriquecedora que puede ser una experiencia de este
tipo. Es sorprendente el gran número de hechos y personas que recordaba y
que se pudo verificar; la identificación positiva de la personalidad previa; y
el intercambio de visitas entre las familias. No suele ser típica la ausencia
de una muerte traumática ni tampoco la cooperación entre las familias, ya
que en la mayoría de los casos una o ambas familias no están dispuestas a
alentar al niño a que hable de esos recuerdos. Veremos más adelante que con
frecuencia el recuerdo de vidas pasadas conlleva una serie de conflictos y
emociones negativas que no son fáciles de manejar.
Shanti Devi ante Gandhi.
La información que viene a continuación tiene su origen en un artículo del
Dr. K.S. Rawatt, un investigador de la India que trabaja como lo hizo en su
día Ian Stevenson. Este artículo fue publicado en 1997 en la revista Venture
Inward Magazine de la A.R.E. (siglas de la Association for Research and
Enlightenment, organización fundada por Edgar Cayce[16]).
El caso de Shanti Devi es uno de los más conocidos y posiblemente uno
de los más importantes a nivel mundial porque fue investigado por un comité
de hombres prominentes creado por el mismo Mahatma Gandhi, quien llevó
a Shanti Devi a la localidad en la que afirmaba haber vivido en su vida
anterior.
El 18 de enero de 1902, Chaturbhuj, residente en Mathura, tuvo una hija a
la que llamó Lugdi. Cuando Lugdi cumplió los diez años contrajo
matrimonio con Kedarnath Chaube, un comerciante de la misma localidad.
Era el segundo matrimonio de Kedarnath, ya que su primera esposa había
fallecido. Lugdi era muy religiosa y había realizado varios peregrinajes a su
corta edad. En uno de estos viajes sufrió una herida en una pierna por la que
tuvo que ser tratada.
Cuando Lugdi se quedó embarazada por primera vez, su bebé nació
muerto, después de que le fuera practicada una cesárea. En el segundo
embarazo, su marido la llevó al hospital de Agra, donde nació un hijo, de
nuevo por cesárea, el 25 de septiembre de 1925. Sin embargo, nueve días
después, el 4 de octubre, su condición médica empeoró y Lugdi murió.
Un año, diez meses y siete días después de la muerte de Lugdi, nació
Shanti Devi, el 11 de diciembre de 1926, en una pequeña localidad de Delhi.
Era una niña completamente normal excepto por el hecho de que hasta los
cuatro años no habló mucho. Pero en cuanto empezó a hacerlo comenzó a
mencionar a su “marido” y a sus “hijos”. Dijo que su marido vivía en
Mathura, donde era propietario de una tienda de ropa, y tenían un hijo. Se
hacía llamar a sí misma Chaubine (la esposa de Chaube). Los padres de
Shanti pensaron que era su imaginación y no hicieron caso. Sin embargo, se
empezaron a preocupar cuando siguió narrando una serie de incidentes que
habían ocurrido durante su vida en Mathura. Durante las comidas decía
cosas como: "En mi casa de Mathura comía distintos tipos de dulces". Otras
veces, mientras su madre la estaba vistiendo, hablaba del tipo de vestidos
que solía llevar en su otra vida. Describió algunas características distintivas
de su marido: dijo que tenía piel clara, una gran verruga en su mejilla
izquierda y que usaba gafas para leer. También mencionó que la tienda de su
marido estaba frente al templo de Dwarkadhish.
Para entonces Shanti ya tenía seis años de edad y sus padres estaban
perplejos y preocupados por sus afirmaciones. Shanti describió con detalle
cómo había muerto poco después de dar a luz, y cuando consultaron con el
médico de la familia, este se sorprendió de cómo podía dar tantos detalles
de los complicados procedimientos quirúrgicos. Los padres comenzaron a
pensar que lo que decía podría provenir de una vida pasada.
Según la niña fue creciendo, insistía en que la llevaran a Mathura, pero
nunca mencionó el nombre de su marido hasta que tuvo ocho o nueve años.
Es costumbre en la India que las esposas no digan el nombre de sus maridos.
Cuando le preguntaban se ruborizaba y decía que si la llevaban hasta allí,
sería capaz de reconocerlo, pero no pronunciaría su nombre. Un día, un
pariente lejano, Babu Bishanchand, profesor en un colegio de Delhi, le dijo a
Shanti que si le decía el nombre de su marido, la llevaría a Mathura.
Seducida por esta oferta, ella le susurró al oído el nombre de Pandit
Kedarnath Chaube. Entonces Babu escribió a Kedarnath contándole todas las
declaraciones que Shanti había hecho, y le pidió que visitara Delhi.
Kedarnath respondió confirmando la mayoría de esas declaraciones y sugirió
que uno de sus parientes que vivía en Delhi, Pandit Kanjimal, fuera a
conocer a esta niña.
En ese encuentro, Shanti reconoció a Kanjimal como el primo de su
marido. Dio algunos detalles de su casa en Mathura y le informó del lugar
donde había enterrado algo de dinero. Cuando le preguntaron si podría ir
ella sola a su casa de Mathura desde la estación de tren, ella asintió.
Kanjimal estaba tan impresionado que fue a Mathura para convencer a
Kedarnath de que visitara Delhi. Kedarnath lo hizo el 12 de noviembre de
1935, con su hijo Navneet Lal (hijo también de Lugdi, la supuesta vida
pasada de Shanti) y su nueva esposa. Tendieron una trampa a Shanti y
Kanjimal presentó a Kedarnath como su hermano mayor. Shanti se ruborizó y
se apartó a un lado. Cuando alguien le preguntó por qué se ruborizaba en
presencia del hermano mayor de su marido, ella dijo: "No, él no es el
hermano de mi marido, es mi marido".
Entonces Shanti pidió a su madre que preparara la comida para los
invitados. Cuando su madre le preguntó qué debía preparar, Shanti supo
cuáles eran los platos favoritos de su marido, hecho que le dejó estupefacto
y le llevó a preguntar a Shanti si podría contarles algo realmente inusual
para que pudieran depositar toda su fe en ella. Ella respondió
afirmativamente y les dijo que en el patio de su casa existía un pozo en el
que solía bañarse.
Al ver a su hijo Navneet, Shanti se vio abrumada emocionalmente y las
lágrimas inundaron sus ojos cuando lo abrazó. Corrió a por sus juguetes y se
los dio. Kedarnath le preguntó cómo le había reconocido como su hijo, si
solo lo había visto una vez antes de que ella muriese. Shanti explicó que su
hijo era parte de su alma y el alma es capaz de reconocer fácilmente este
hecho.
Después de cenar, Shanti preguntó a Kedarnath por qué se había vuelto a
casar, cuando habían decidido que no lo volvería a hacer. Kedarnath no
encontró respuesta.
Kedarnath halló muchas similitudes en cuanto al comportamiento de
Shanti respecto a su antigua esposa, Lugdi. Antes de acostarse pudo hablar
con ella a solas y más tarde dijo que estaba convencido de que ella y Lugdi
eran la misma persona, porque había muchas cosas que había dicho Shanti
que solo Lugdi sabía.
La historia de Shanti Devi se extendió por todo el país y muchas
personas se interesaron. Cuando Mahatma Gandhi se enteró, llamó a Shanti
Devi, habló con ella y le pidió que se quedara en su ashram[17]. Gandhi
designó un comité de quince personas prominentes incluyendo
parlamentarios y líderes nacionales para estudiar el caso. El comité
persuadió a los padres de Shanti para que la dejaran ir con ellos a Mathura.
Se dirigieron a Mathura el 24 de noviembre de 1935. En el informe del
comité se describe lo que ocurrió:
“Según el tren se aproximaba a Mathura, ella se ruborizó, llena de
una gran alegría, y dijo que a la hora a la que llegarían a Mathura las
puertas del templo de Dwarkadhish estarían cerradas. Su lenguaje
exacto fue: ‘Mandir ke pat band ho jayenge’, utilizadas comúnmente en
Mathura.
El primer incidente que atrajo nuestra atención al llegar a Mathura
ocurrió en la propia plataforma. La niña estaba en los brazos de L.
Deshbandhu. Apenas había avanzado quince pasos cuando un hombre
mayor, que vestía un típico vestido de Mathura, alguien a quien ella
jamás había visto antes, se puso frente a ella, mezclado entre un
pequeño grupo de personas, y se detuvo durante un rato. Le
preguntaron a Shanti si podía reconocerlo. Su presencia produjo una
reacción tan rápida en ella que inmediatamente se bajó de los brazos
del señor Gupta, tocó los pies del desconocido con profunda
veneración, y después permaneció de pie a un lado. Todo esto ocurrió
de manera tan espontánea y natural que dejó a todos aturdidos por la
sorpresa. Cuando le preguntaron, ella susurró al oído de L.
Deshbandhu que esa persona era su ‘Jeth’ (el hermano mayor de su
marido). El hombre era Babu Ram Chaube, el hermano mayor de
Kedarnath Chaube.”
Los miembros del comité la montaron en una tonga (vehículo de dos
ruedas tirado por un caballo, típico en la India), ordenando al conductor que
siguiera las instrucciones de Shanti. Por el camino fue describiendo los
cambios que se habían producido en el lugar, los cuales fueron todos
correctos. También reconoció algunos puntos de referencia importantes sin
haber estado allí antes.
Ya cerca de la casa se bajó de la tonga y enseguida percibió a una
persona mayor, frente a la cual se inclinó, diciendo que era su suegro, como
así era. Cuando llegó a la casa entró sin vacilar y pudo localizar su
habitación e identificó muchas de sus pertenencias. Le preguntaron dónde
estaba el “jajroo” (el aseo) y supo responder correctamente. Le preguntaron
qué quería decir “katora”, y dijo que significaba paratha (un tipo de tortita
frita). Ambas son palabras que solo utilizaban los Chaube de Mathura y
ningún extraño las habría conocido normalmente.
Entonces llevaron a Shanti a la otra casa donde había vivido con
Kedarnath durante años. Ella misma guió al conductor hasta allí sin
dificultad alguna. Uno de los miembros del comité, Pandit Neki Ram
Sharma, le preguntó dónde estaba el pozo del que había hablado en Delhi.
Corrió en una dirección, pero al no encontrarlo allí, se sintió confusa. Aún
entonces insistió convencida de que había un pozo allí. Finalmente
Kedarnath levantó una piedra en ese punto y encontraron el pozo. Shanti
también los condujo a la segunda planta y les enseñó el punto donde el
dinero debía estar enterrado, aunque el dinero ya no estaba. La niña insistió
que el dinero estaba allí. Kedarnath tuvo que admitir que lo había sacado él
después de la muerte de Lugdi.
Cuando la llevaron a la casa de sus padres, al principio identificó a su
madre como su tía, pero rápidamente corrigió su error y fue a sentarse en sus
piernas. También reconoció a su padre. La madre y la hija lloraron
abiertamente durante esta reunión, una escena que conmovió a todos.
Shanti Devi fue llevada al templo de Dwarkadhish y a otros lugares de
los que había hablado con anterioridad, y casi todas sus afirmaciones fueron
verificadas.
La publicación del informe del comité atrajo atención a nivel mundial.
Muchas doctas personalidades, incluyendo parapsicólogos y filósofos,
acudieron a estudiar el caso. Algunos lo apoyaban y otros trataron de probar
que era un montaje.
El Dr. Rawatt fue a visitar a Shanti Devi en febrero de 1986 y en
diciembre de 1987. La entrevistó en profundidad acerca de sus recuerdos de
vidas pasadas. También entrevistó a su hermano menor, Viresh Narain
Mathur, que la acompañó en su primera visita a Mathura. Después se
trasladó a Mathura para preguntar a varios parientes cómo fue la primera
visita que hizo Shanti a la edad de nueve años. Finalmente también interrogó
a un amigo cercano de Kedarnath para que le diera información explícita
sobre el modo en que Kedarnath quedó convencido de que Shanti era
realmente su esposa en su vida pasada.
El hermano de Lugdi le dijo que Shanti Devi recordaba a las antiguas
amigas de Lugdi, y también dijo a varias mujeres que les había prestado
dinero, hecho que aceptaron como cierto. Las reacciones emocionales de
Shanti al reunirse con sus parientes eran muy significativas. Solía romper a
llorar cuando se encontraba con sus padres. El comité llegó a mencionar en
su informe que era una bendición que las vidas pasadas se olvidaran. Sentían
que habían asumido una gran responsabilidad al traer a Shanti a Mathura, y
ahora la tenían que separar de sus padres de su vida pasada.
Durante sus investigaciones, un amigo de Kedarnath, Pandit Ramnath
Chaube, de setenta y dos años de edad, relató al Dr. Rawatt un hecho muy
significativo. Cuando Kedarnath estuvo en Delhi para conocer a Shanti Devi,
se quedó a dormir una noche con Ramnath. Todos se habían acostado, y solo
Kedarnath, su esposa, su hijo Navneet y Shanti estaban en la habitación.
Navneet estaba profundamente dormido. Kedarnath preguntó a Shanti cómo
se había quedado embarazada cuando ella sufría de artritis y no se podía
levantar. Ella describió todo el proceso de las relaciones sexuales con él, lo
que dejó a Kedarnath sin ninguna duda de que Shanti había sido su esposa
Lugdi en una vida anterior.
Este caso es uno de los más investigados en la historia de la
reencarnación. Un investigador sueco, Sture Lonnerstrand, bastante crítico
con este tema, acudió a la India y después de estudiar el caso dijo: "Este es
el único caso totalmente explicado y probado de reencarnación que ha
existido alguna vez". Llegó a publicar un libro, titulado I Have Lived Before,
sobre Shanti Devi.
El Dr. Rawatt manifestó su desacuerdo con Lonnerstrand. Como el lector
comprobará a lo largo de este libro, existen otros muchos casos igual o más
sorprendentes que este. Ian Stevenson dijo:
“También entrevisté a Shanti Devi, a su padre, y a otros testigos
pertinentes, incluido Kedarnath, el marido de la vida pasada. Mi
investigación indica que Shanti hizo al menos veinticuatro
afirmaciones que se correspondieron con hechos verificados”.
El brutal asesinato de Munna.
Esta recopilación comienza con los casos de Swarnlata Mishra y Shanti
Devi porque ilustran muy bien la investigación llevada a cabo por Ian
Stevenson en la India y no van acompañados de hechos traumáticos. Muchas
personas tienen aún la idea de que recordar vidas pasadas es algo agradable
que tiene mucho que ver con la espiritualidad, una especie de viaje al
interior del alma del que vuelves más sabio y a veces incluso más iluminado.
Sin embargo, esto no es lo habitual. Las vidas pasadas, incluso las de niños,
nos hablan con frecuencia del peor lado del ser humano, y de las terribles
consecuencias que determinados actos luctuosos originan en las víctimas.
Esas consecuencias, si damos por válida la existencia de la reencarnación,
parecen perdurar en la psique —y, por supuesto, también en el cuerpo físico
— del individuo que reencarna.
En la actualidad los investigadores aún tratan de determinar cuál es la
causa que provoca que un niño recuerde su vida pasada. No podemos
precipitarnos en nuestras conclusiones, y es evidente que aún contamos con
muy pocos estudios serios al respecto. Sin embargo, de momento, aunque
existen casos de todos los tipos, las estadísticas muestran que en una gran
mayoría el niño recuerda muertes violentas. Por ejemplo, Erlund
Haraldsson, en un artículo de 2002, titulado “Children Who Speak of Past-
Life Experiences: Is There a Psychological Explanation?”[18], afirma que
el ochenta por ciento de treinta niños del Líbano que hablaban de manera
sistemática de vidas pasadas, decían que hubo circunstancias que les
llevaron a una muerte violenta. De vez en cuando incluso aparecen en
internet noticias que hablan sobre alguno de estos casos, como el que narró
el terapeuta alemán Trutz Hardo en su libro Children Who Have Lived
Before: Reincarnation Today (2002), sobre un niño que recordaba haber
sido asesinado en su vida pasada por un hombre con un hacha. Volveré a
referirme a él en capítulos posteriores. El caso de Ravi Shankar pertenece a
este grupo, uno de los más numerosos en la bibliografía de Stevenson.
Ashol Kumar, conocido familiarmente como Munna, fue engañado por
dos vecinos y brutalmente asesinado con un cuchillo o una navaja. Ocurrió el
19 de enero de 1951 en Chhipatti, Kanauj, una ciudad de Uttar Pradesh.
Munna tenía seis años y era hijo de un barbero, Sri Jageshwar Prasad.
Parece ser que el móvil del crimen era eliminar al heredero para que uno de
los asesinos, un familiar, pudiese recibir sus bienes. Uno de los presuntos
asesinos (Jawahar) era barbero y el otro (Chaturi) lavandero. Alguien vio a
Munna salir con estos hombres y esto fue lo que condujo al arresto y la
confesión de uno de ellos. La cabeza del niño, mutilada y separada del
tronco, y algunas de sus ropas que aparecieron posteriormente, fueron
identificadas por el padre. La declaración del asesino fue retirada más tarde,
y ante la ausencia de testigos del crimen, los dos acusados quedaron en
libertad.
Algunos años después, Sri Jageshwar Prasad tuvo conocimiento de que
un niño nacido seis meses después de la muerte de Munna decía ser hijo de
Jageshwar, un barbero del distrito de Chhipatti. Este niño había dado
detalles de su asesinato, incluyendo quiénes eran los asesinos, el lugar del
crimen, y otras circunstancias de la vida de Munna. Este niño se llamaba
Ravi Shankar. Su madre y hermana mayor afirmaron que hacía esas
declaraciones desde que tenía dos o tres años de edad. Con frecuencia pedía
juguetes que estaban en su otra casa. Su maestro oyó a Ravi hablar del
asesinato cuando tenía seis años de edad.
Cuando Sri Jageshwar Prasad acudió a la casa de Ravi para obtener toda
la información posible, el padre de Ravi se molestó. Aparentemente tenía
miedo de que se llevara a Ravi, y los dos padres no llegaron a hablar. Sin
embargo, más tarde sí que pudo hablar con la madre de Ravi, y con el tiempo
Ravi lo reconoció como su padre de la vida anterior y le habló de su
asesinato. La descripción coincidía con lo que la familia había averiguado a
partir de la confesión de uno de los asesinos, la inspección del lugar del
asesinato y el cuerpo mutilado. Este encuentro tuvo lugar en 1955, cuando
Ravi tenía cuatro años.
El padre de Ravi Shankar siguió negándose a que se tratara el caso y no
permitía a Ravi hablar de su vida pasada. En 1956, el maestro de Ravi notó
que su padre le estaba dando palizas y que Ravi tenía miedo a hablar de su
vida pasada. Llegó a tener discusiones con los vecinos por ello y envió a
Ravi fuera del distrito durante más de un año, después de lo cual murió.
Ravi también tenía miedo de los asesinos de Munna. Una vez vio a uno
de ellos y se puso a temblar, de miedo y tal vez de rabia también, puesto que
expresó su intención de vengar el asesinato. Confesó a su maestro que tenía
miedo de todos los barberos y los lavanderos.
La madre de Ravi testificó que el niño tenía en el cuello una marca lineal
que asemejaba la herida de un cuchillo. Se dio cuenta de esta marca cuando
tenía tres o cuatro meses. Cuando Ravi hablaba del asesinato, decía que esa
marca era la herida del homicidio. Ian Stevenson visitó a Ravi Shankar en
1964, y observó una marca recta que cruzaba el cuello en dirección
transversal. Medía unas dos pulgadas de largo (unos cinco centímetros) y de
1/8 a 1/4 de pulgada de ancho (entre 0’3 y 0’6 centímetros). El pigmento era
más oscuro en esa zona que en la piel circundante. Parecía una antigua
cicatriz resultado de la curación de una herida por arma blanca. Al crecer la
marca encogió y se movió hacia la parte superior del cuello, justo debajo de
la barbilla. Ahí estaba en 1964, aunque parece ser que nunca desapareció
completamente.
Ravi también presentaba lo que los investigadores denominan “signos de
comportamiento”, es decir, presentaba una conducta totalmente en
consonancia con lo vivido en su supuesta vida pasada como Munna,
sintiéndose identificado con su previa personalidad: decía que necesitaba
los juguetes que estaban en su otra casa, y además se quejaba con frecuencia
de que la casa en la que vivía no era “su casa”. Una vez llegó a escaparse
para ir a su antiguo hogar. Hablaba de manera espontánea del asesinato de
Munna con vecinos y otras personas, excepto después de las palizas de su
padre, que lo hacía de mala gana. Tenía miedo de los hombres que mataron a
Munna, aunque este miedo disminuyó según fue creciendo, y en 1964 dijo
que ya ni siquiera podía reconocer a Jawahar. También había sentido pánico
de pequeño cuando iban al templo de Chintamini, situado cerca de la zona
donde asesinaron a Munna. La madre de Munna sufrió una enfermedad
mental después de la muerte de su hijo y vivía sumida en una fuerte
depresión. Parte de ella quería creer que Ravi era la reencarnación de su
hijo, pero por otra parte no soportaba pensar que su hijo podía vivir con otra
madre.
Fue la familia de Munna la que quiso llegar hasta el final y corroborar
las afirmaciones de Ravi. Además del miedo que tenía la familia de Ravi
por la posibilidad de que se lo llevaran, también temían represalias después
de que este acusara abiertamente a Chaturi del asesinato, por lo que es muy
difícil pensar que pudo haber algún tipo de fraude.
En 1969 Ravi Shankar tenía dieciocho años y decía haber olvidado los
recuerdos de su vida pasada. También había perdido todas sus fobias: no
tenía miedo a los barberos, ni a los cuchillos ni a las navajas. Su temor a la
zona del templo de Chintamini desapareció cuando tenía diecisiete años. Y
sus deseos de venganza también habían desaparecido.
Engin Sungur: el retorno de un padre.
Este caso fue estudiado originalmente por H.H. Jürgen Keil, un
investigador que junto a Antonia Mills y Erlendur Haraldsson, se propuso
replicar los estudios de Ian Stevenson sobre niños que recuerdan vidas
pasadas[19]. Jürgen estudió sesenta casos en Birmania, Tailandia y Turquía,
y algunos de ellos fueron incluidos en el artículo “Replication Studies of
Cases Suggestive of Reincarnation by Three Independent Authors”,
publicado en 1994 en la revista Journal of the American Society for
Psychical Research.[20]
Engin Sungur nació en diciembre de 1980 en la provincia de Hatay,
Turquía, entre la población musulmana aleví, un grupo religioso islámico
cuyos miembros veneran a Hayi Bektash-e Valí, místico iraní del siglo XIII.
Este grupo se diferencia de sus vecinos musulmanes suníes en su creencia en
la reencarnación. El caso fue estudiado en 1990. Por aquel entonces Engin
tenía nueve años de edad y todavía recordaba detalles sustanciales de su
temprana identificación con un hombre llamado Naif Çiçek, aunque según
sus propias declaraciones y las de sus padres, sus “recuerdos” habían ido
difuminándose durante los tres años precedentes.
Engin y sus padres vivían en la aldea de Tavla. Cuando Engin tenía
menos de dos años de edad, sus padres le llevaron a visitar a un pariente en
otra aldea. En el camino, Engin señaló desde una colina hacia el pueblo de
Hancagiz y dijo: “Puedo ver la aldea donde solía vivir”. Hancagiz está a
unos cuatro kilómetros de Tavla por carretera. Cuando sus padres le
preguntaron “¿De quién eres hijo?”, Engin dijo: “Soy Naif Çiçek”. Les contó
varias cosas sobre Naif, por ejemplo que había ido a Ankara antes de morir.
Insistió a sus padres para que le llevaran a Hancagiz pero al principio no
quisieron hacerlo. Nunca antes habían oído hablar de Naif Çiçek.
Según la hija de Naif, Gülhan, Engin la llamaba “mi hija” y le dijo que
era su padre cuando la vio una vez en Tavla, donde ella iba a la escuela.
Engin estaba preocupado por ella y le pidió que fuera a su casa, pero ella no
accedió. Hasta ese momento nunca había habido contacto entre las dos
familias, ni tenían conocimiento una de otra.
Después de esto, la madre de Engin lo llevó a Hancagiz. Debía tener
entre dos y cuatro años de edad. Cuando Engin conoció a la viuda de Naif la
llamó “mi esposa”. Llamó por su nombre al menos a otros siete miembros de
la familia de Naif, aunque las personas que informaron del caso no se
pusieron de acuerdo en los miembros exactos que pudo identificar. También
pudo señalar un terreno que había pertenecido a Naif, y preguntó si “su hijo”
(el de Naif) seguía escondiéndose en el horno de cemento que utilizaban
para hornear. Identificó ropa perteneciente a Naif. Dijo a su madre que Naif
solía hacer una lámpara de aceite especial a partir de un contenedor de
hojalata. También describió que un día un camión le golpeó cuando su hijo
estaba dando marcha atrás. Todas estas afirmaciones pudieron ser
verificadas. En total, de veintidós afirmaciones, solo cinco permanecieron
sin confirmar.
Naif Çiçek había sido un conductor de camiones que murió después de
una larga enfermedad. Había ido a Ankara a ver a su médico, consiguió unas
píldoras, pero volvió seguro de que moriría pronto. Tenía cincuenta y cuatro
años cuando murió en diciembre de 1979.
Después de que Engin volviera a su casa en Tavla, uno de los hijos de
Naif que no había estado presente durante su visita a Hancagiz, llegó sin
avisar a Tavla, en el camión de Naif. Engin preguntó: “¿Quién es el
conductor del camión?” Después de conocer al hijo de Naif, Engin dijo:
“Soy tu padre, ¿por qué no estás cuidando bien este camión?”
La viuda de Naif estaba impresionada por el hecho de que Engin hablara
y se comportara como un adulto. Además notó que cuando hablaba hacía los
mismos gestos con las manos que su difunto marido. El intérprete que
acompañaba a Jürgen consideró que su uso del lenguaje superaba al de
muchos adultos. Jürgen pudo entrevistar al que fue el profesor de Engin
durante sus tres primeros años en la escuela, quien afirmó que Engin siempre
fue un buen estudiante y desde que comenzó el colegio a los seis años de
edad se comportó como un adulto y habló sobre haber sido Naif Çiçek.
Los investigadores llegaron a la conclusión de que Engin no podía haber
obtenido la información relativa a la otra familia de ningún modo. Además
sus afirmaciones pudieron ser verificadas, afirmaciones de las que fueron
testigos varias personas. El niño mostró de manera espontánea afecto por los
parientes de la persona fallecida con la que se identificaba, con quienes
nunca antes se había encontrado.
Cambio de sexo: Paulo Lorenz y Dulcina Karasek.
Como estamos viendo, después de estudiar varios casos de Ian
Stevenson, podemos empezar a vislumbrar una serie de características
comunes en todos ellos. Una de las más importantes es la relativa a los
signos de comportamiento, una serie de rasgos en la personalidad del sujeto
que se corresponden con las que esperaríamos encontrar en la personalidad
previa, teniendo en cuenta sus vivencias. Esto incluye también la existencia
de ciertos gestos, la utilización de determinadas expresiones al hablar o
palabras exclusivas de ciertas regiones geográficas, o la aparición de fobias
cuando ha habido algún suceso traumático. También, cuando el sujeto tiene
un sexo biológico distinto al de la personalidad previa, podemos
encontrarnos con un comportamiento sexual que no se corresponde con el del
sujeto, sino con el de la personalidad previa. Con frecuencia este es un
aspecto que preocupa bastante a los que se acercan por primera vez a la
reencarnación. A algunas personas les cuesta comprender que podamos
cambiar de sexo biológico de una vida a otra, e incluso prefieren creer que
el alma tiene género y que todos siempre reencarnamos con el mismo sexo.
Lo cierto es que las pocas estadísticas que se han hecho a este respecto
muestran que a medida que vamos encarnando en diferentes cuerpos,
experimentamos vidas tanto de hombres como de mujeres. Según Michael
Newton, lo que sí ocurre es que cada alma puede sentir preferencia por un
género u otro, según sus experiencias previas. Y en ocasiones, sobre todo si
son almas que han reencarnado pocas veces, su “identidad espiritual” puede
producir cierta confusión cuando se encuentran en un cuerpo con un sexo
biológico distinto a esa identidad.
El Dr. Ian Stevenson ya sugirió a la comunidad científica en los años 70
que la reencarnación era una posibilidad a tener en cuenta para explicar los
trastornos de identidad sexual. Por desgracia, parece que sus sugerencias han
caído en saco roto. No es frecuente dentro de su casuística, pero Stevenson
pudo reunir varios casos de niños que decían recordar una vida pasada como
una persona del sexo opuesto, y comprobó que eso les hacía desear ser de
ese otro sexo o volver a nacer como una persona de ese mismo sexo. Casi
todos estos niños presentaban un comportamiento característico del sexo
opuesto: se vestían con ropas no correspondientes a su sexo biológico y
mostraban actitudes características del otro género. Igual que en las fobias,
el apego al sexo y a los hábitos de su vida pasada se iban atenuando con la
edad en la mayoría de ellos. Sin embargo, algunos seguían manteniendo las
mismas actitudes a lo largo de toda su vida.[21]
No va a ser posible, por limitaciones de espacio, ahondar aquí sobre las
causas y posibles explicaciones científicas a estos trastornos de la identidad
sexual, pero sí se expondrán un par de casos —entre otros muchos de los
estudiados por Stevenson— que servirán para ilustrar este hecho. Sí que
puedo afirmar, a partir de mi propia investigación en personas adultas que
recuerdan vidas pasadas, que para nada esto es algo aislado. Es muy común
que en todos nosotros predomine en nuestra personalidad un determinado
género, independientemente de nuestro sexo biológico. Y que predomine uno
u otro género parece tener una estrecha relación con nuestras experiencias
previas, por ejemplo el número de veces que hemos reencarnado en un
determinado sexo, el sexo de la vida más reciente cronológicamente o el
sexo que teníamos en la vida que mejor recordamos —que no siempre
coinciden—. Por lo que he podido observar, el género con el que nos
identificamos no es muy distinto a cualquier otra preferencia: nos pueden
gustar las comidas picantes porque a eso estábamos acostumbrados en una
vida anterior. De igual modo, puede que prefiramos una vida más
“masculina” porque en nuestra vida anterior estábamos encarnados en un
hombre y conservamos una personalidad activa y dominante. No hemos de
olvidar que los roles masculinos y femeninos en la sociedad en la que
vivimos son una conveniencia social y cambian a lo largo de las distintas
épocas.
Dulcina Karasek.
Dulcina Karasek nació probablemente en 1919 en Dom Feliciano, en el
estado de Rio Grande Do Sul, Brasil. Murió en 1937 con unos dieciocho
años. El Dr. Ian Stevenson no llegó a conocerla en persona, pero sí reunió a
una serie de testigos fiables a quienes entrevistó.
Durante su infancia Dulcina tenía una salud muy frágil, pero aparte de
esto no presentaba nada que destacar en cuanto a su físico. Parece ser que no
hizo ningún tipo de referencia a una vida pasada hasta los cinco años de
edad, algo tarde en relación a otros sujetos. Sin embargo, cuando comenzó a
hacerlo, lo hizo con profusión de detalles y con mucha frecuencia. Dulcina
afirmaba haber sido un hombre a quien ella llamó Zeca, un primo de sus
padres cuyo nombre real era José Martins Ribeiro, conocido popularmente
como Zeca. Había nacido alrededor de 1872.
De joven Zeca se había visto envuelto en actividades revolucionarias y
políticas que aún figuraban en los recuerdos de Dulcina. Más tarde montó un
negocio en la ciudad de Dom Feliciano y se casó. Después enfermó y murió,
quizá de sífilis, en 1897, a la edad de veinticinco años. Su esposa estaba
embarazada cuando murió, y más tarde dio a luz a su único hijo.
Dulcina se identificaba fuertemente con Zeca. Solía decir: “No me
llaméis Dulcina. Soy Zeca, un hombre, y estoy casado”. Solía negar
repetidamente ser una mujer e insistía que era un hombre. Una vez le
preguntó a su madre: “¿Por qué cambié de sexo? Era un hombre y ahora soy
una mujer”. En otra ocasión, se vio a sí misma en el espejo, y dirigiéndose a
su madre, preguntó: “¿Por qué mis ojos cambiaron de color?” (Zeca tenía los
ojos azules, pero los de Dulcina eran marrones).
Dulcina prefería llevar ropas de niño en lugar de ropas de niña. Cuando
montaba a caballo lo hacía como un hombre.
Cuando se hizo mayor, Dulcina desarrolló un físico masculino. Cuando
tenía nueve años y se puso enferma, un médico le realizó un estudio
radiográfico y detectó que su pelvis era más pequeña de lo normal. Le dijo a
su padre que Dulcina no sería capaz de dar a luz sin problemas y le aconsejó
que la esterilizaran, pero finalmente la esterilización no se llevó a cabo.
Después de la pubertad a Dulcina le creció mucho vello en los brazos,
las piernas y el labio superior. Fue descrita por varios testigos como muy
musculosa y bastante masculina. Otros pensaban que sus pechos estaban
menos desarrollados de lo normal.
A pesar de su físico masculino y su orientación de género hacia la
masculinidad, Dulcina maduró sexualmente y se enamoró de un joven con el
que contrajo matrimonio. Se quedó embarazada, y tal como predijo el
médico nueve años antes, no pudo dar a luz a través del canal vaginal. Fue
sometida a una operación de cesárea, pero inmediatamente después de la
operación tanto ella como el bebé murieron.
Paulo Lorenz.
Emilia Lorenz nació el 4 de febrero de 1902, también en el estado de Rio
Grande do Sul, Brasil. Era hija de F.V. e Ida Lorenz. Le pusieron el nombre
de Emilia en memoria de su primer hijo, Emilio, que había muerto unos años
antes siendo todavía un niño. Según muchos testimonios, Emilia se sentía
muy incómoda siendo niña. Unos años antes de morir le dijo a sus hermanos,
pero no a sus padres, que si existía la reencarnación volvería como hombre.
También decía que iba a morir soltera. Trató de suicidarse varias veces,
hasta que al final lo consiguió tomando cianuro, el 12 de octubre de 1921.
Durante el transcurso de una sesión espiritista, a las que Ida Lorenz
acudía asiduamente, un supuesto espíritu que decía ser Emilia afirmó que
lamentaba su muerte y que quería volver a la familia, pero siendo un niño. La
propia Ida Lorenz dudaba de este deseo de Emilia, pero el mensaje se le
repitió en tres ocasiones. En concreto, decía: “Mamá, admíteme como hijo
tuyo. Volveré como tu hijo”. Cuando Ida se lo contó a su marido, este se
mostró incrédulo acerca de ese deseo de cambiar de sexo. Ida ya había dado
a luz a doce hijos y no esperaba tener más. Sin embargo, concibió otro, y el
3 de febrero de 1923, algo menos de un año y medio después de la muerte de
Emilia, dio a luz a un niño al que llamaron Paulo.
Es un hecho tremendamente curioso que en los primeros años de vida,
Paulo se negaba rotundamente a llevar ropa de niño. Jugaba con muñecas,
hacía comentarios identificándose con Emilia, mostraba una gran habilidad
con la costura, y tenía varios rasgos y aficiones comunes con Emilia. Cuando
tenía cuatro o cinco años le hicieron unos pantalones y desde entonces
permitió que le pusiesen ropa de niño. Poco a poco su identidad de género
fue cambiando hacia el lado masculino, aunque en su adolescencia aún
conservaba una fuerte identificación femenina. Nunca se casó ni mostró
interés alguno en hacerlo, y apenas se relacionaba con mujeres, excepto con
sus hermanas.
Hasta los cuatro o cinco años de edad, sin que nadie le hubiera enseñado,
su habilidad para coser superaba incluso la de sus hermanas. Sin embargo,
después de que aceptara su sexo masculino y dejara de practicar, poco a
poco la fue perdiendo. Emilia había practicado mucho con la máquina de
coser.
Paulo se suicidó el 5 de septiembre de 1966. Había trabajado en el
ejército de Brasil pero se había retirado pronto por problemas de salud.
Tenía tuberculosis y estuvo unos años convaleciente. Después volvió a
trabajar y acabó dedicándose a la política. Las fuerzas armadas le
capturaron, siendo duramente interrogado y golpeado. Esto le llevó a una
fuerte depresión con manías persecutorias. Una vez intentó suicidarse
inyectándose aire en vena, aunque se lo impidieron. Mucho más tarde Ian
Stevenson averiguaría que Emilia también había intentado suicidarse de esta
forma. Finalmente, Paulo se echó un líquido inflamable por sus ropas y se
prendió fuego, muriendo unas diez horas después.
Según miembros de la familia, aunque los problemas políticos fueron un
factor predominante en su suicidio, no era el único. Emilia quería nacer
como hombre para poder tener libertad para viajar, algo virtualmente
imposible en esa época para una mujer soltera, y no siempre factible para
una mujer casada y con hijas. Paulo consiguió esa libertad para ir donde
quisiera y solía pasar sus vacaciones viajando, pero parece que esto lo pagó
con la soledad. Solo podemos especular sobre las verdaderas razones por
las que Paulo volvió a suicidarse. Personalmente me gustaría llamar la
atención sobre un par de hechos: uno, que el suicidio no determina la vida
siguiente. Parece obvio que el que lo comete no se ve condenado a una vida
eterna de sufrimiento, como muchas religiones pregonan. Y dos, que parece
probable que nosotros mismos elijamos determinadas circunstancias en
nuestra próxima vida, pero eso no asegura tampoco nuestra felicidad. Parece
ser que aprendemos de nuestras propias decisiones... o tal vez no. Quizá solo
dependa de nosotros. Recordemos que nadie conoce el propósito ni el
mecanismo de la reencarnación, si es que esta realmente se produce. Por
tanto, no podemos afirmar nada con rotundidad.
4
CASOS DE REENCARNACIÓN EN LOS
MEDIOS
S on muchos más de los que pensamos. El público en general tiene la
impresión equivocada de que los niños que recuerdan vidas pasadas
son un fenómeno raro, poco frecuente. De vez en cuando un caso salta a la
prensa o es mencionado en un programa de televisión, se comenta por un
poco espacio de tiempo, y vuelve a olvidarse. Los que ya creían en la
reencarnación siguen creyendo en ella. Los que no, apuntan a la posibilidad
de fraude o a la necesidad de llamar la atención de la familia, sin ni siquiera
moverse del salón de sus casas, y todo vuelve a la normalidad. Muy pocos
se ponen a investigar en serio.
Sin embargo, los casos de niños que recuerdan vidas pasadas son tantos
que si me propusiera hablar de todos ellos aquí, no me cabrían. En los foros
de reencarnación en internet, no exagero si digo que todos los meses surgen
una o dos madres pidiendo ayuda porque su hijo asegura haber muerto dentro
de una jaula en otra vida, o simplemente preguntando qué debe hacer cuando
su hija le dice que en otros tiempos ella era su madre. Existen varios casos
de niños que aseguran haber muerto en las Torres Gemelas el 11 de
septiembre de 2001 o en otros atentados terroristas. Muy pocos de estos
niños acaban saliendo en la televisión o siendo protagonistas de un libro.
Recientemente hemos podido conocer algunos de estos casos gracias al
programa Ghost Inside My Child de la cadena estadounidense BIO (The
Biography Channel), que en la actualidad va por su segunda temporada.
Algunos de ellos fueron estudiados por la terapeuta Carol Bowman, ya
mencionada en el capítulo 2 de este libro. En esta serie se pone bastante
énfasis en la necesidad de que el niño resuelva los conflictos que han
quedado sin resolver provenientes de esa vida pasada. Debe hacer las paces
de algún modo con esos acontecimientos y centrarse en su vida actual. No
digo que esto no sea conveniente, pero a la luz de lo que muchas personas
que recuerdan vidas pasadas afirman, este proceso no es cuestión
simplemente de visitar la tumba de esa persona y dejar unas flores, o realizar
una especie de ritual para dejar atrás esos recuerdos. La realidad es que los
recuerdos que a veces surgen en la infancia pueden acompañar a la persona
durante toda su vida. Esos recuerdos van acompañados de fuertes emociones
que en algunos casos pueden ser muy difíciles de superar. En mi opinión, no
podemos ignorar esos recuerdos con tanta facilidad y esperar que nuestro
hijo los olvide. Sea o no real la reencarnación, el fenómeno afecta a la
psique de la persona que tiene esos recuerdos, y las emociones han de ser
procesadas adecuadamente.
Sin embargo, por muy novedoso que parezca un programa de televisión
como Ghost Inside My Child, los niños que recuerdan vidas pasadas no son
un fenómeno reciente. Uno de los casos clásicos es el de Barbro Karlen, una
niña sueca que siendo muy pequeña dijo a sus padres que su verdadero
nombre era Anne Frank. Hablaré más adelante de este caso, ya que forma
parte de un grupo bastante numeroso de niños que recuerdan vidas pasadas
durante la Segunda Guerra Mundial, y creo que se merecen un capítulo
aparte. Antes de llegar a ellos, conozcamos la parte más amable de este
fenómeno, puesto que no siempre los recuerdos que aparecen son
traumáticos. Esto nos llevará a plantearnos uno de los mayores interrogantes
a los que nos enfrentamos: ¿Por qué los niños recuerdan vidas pasadas?
Varios de estos casos fueron investigados por el Dr. Jim B. Tucker, que
es el actual director del Departamento de Estudios de la Percepción
(Division of Perceptual Studies) de la Universidad de Virginia. Además es
profesor asociado de psiquiatría y ciencias neuroconductuales. Desde que el
Dr. Ian Stevenson se retiró en 2002, fue él la persona encargada de
investigar niños que recuerdan vidas pasadas, centrándose en casos
estadounidenses. El Dr. Tucker fue educado en la religión baptista, y nunca
había considerado seriamente la posibilidad de la reencarnación antes de
leer uno de los libros de Ian Stevenson. Cuando tuvo conocimiento de su
trabajo se quedó fascinado por la existencia de estos casos y por la
perspectiva de estudiarlos utilizando una aproximación científica. Contactó
con el Departamento de Estudios de la Percepción y en 1999 comenzó a
trabajar a tiempo parcial en ese departamento. Un año después dejó su
práctica privada para dedicarse a tiempo completo a su nuevo trabajo en la
universidad. Ha publicado dos libros, ya mencionados antes, y numerosos
artículos en revistas científicas. Es uno de los principales investigadores —
aunque no el único— que hace posible que de vez en cuando nuevos casos
salten a la palestra de los medios de comunicación.
Cameron Macaulay: el niño escocés que viajó a la
Isla de Barra.
Este caso es uno de los más mediáticos, ya que fue el primero
documentado por la BBC. Apareció como parte del documental de Channel
5 "Extraordinary People: The Boy Who Lived Before".
Cameron vivía en Glasgow (Escocia). Desde que tenía dos años y
comenzó a hablar, tenía supuestos recuerdos de una casa blanca en la que
vivía, desde la que podía ver los aviones aterrizar en la playa. Hablaba a su
madre actual, Norma, de "su otra mamá". Recordaba que tenía un pelo
precioso que se movía con la brisa cuando estaban jugando en la playa.
También recordaba al perro de la familia, de color negro y blanco, a sus
hermanos, y a su antiguo padre, que se llamaba Shane Robertson. Le
describió con pelo de punta y pantalones cortos, y aseguró que murió "por no
mirar a los dos lados". Esa casa estaba en la isla de Barra, a unos 260
kilómetros de Glasgow. Siendo un poco mayor, llegó a afirmar que la casa
tenía tres baños, lo que le parecía mucho mejor que uno solo.
La madre de Cameron decidió llamar al Dr. Tucker. Cuando este llegó
para estudiar el caso, comenzó a interrogar a Cameron para que le contara
más recuerdos, y finalmente decidieron volar a la isla de Barra. Esto sucedió
en 2005. Cameron tenía tan solo seis años. Se encontraba muy excitado por
la perspectiva de volver a su antigua casa, y esperaba reencontrarse con su
antigua familia. Le llegó a decir a su madre que estaba seguro de que se
llevaría bien con su otra madre. Esto me parece digno de atención, ya que es
una característica común en los niños que recuerdan vidas pasadas: muchas
veces no son conscientes de la existencia de la muerte, hasta el punto de que
en su mente se mezclan de manera confusa recuerdos de esa otra vida con
hechos de la vida actual.
La primera noche en la isla de Barra durmieron en un hotel. Pudieron
hablar con un historiador. Al principio este manifestó que no tenía
conocimiento de que en la isla viviera una familia Robertson que coincidiera
con las características descritas por el niño. Sin embargo, al día siguiente,
les llamó al hotel para decirles que había encontrado una coincidencia: sí
que había una familia Robertson, con una casita blanca de una planta en la
playa, que tenía un perro blanco y negro y un coche negro, pero el único
problema era que esta familia había vivido allí... en los años 60.
Al día siguiente fueron a recorrer la playa, sin decirle nada al pequeño.
Allí encontraron la vieja casa, ya vacía, y Cameron la reconoció al instante.
La emoción que sintió al verla es visible en el vídeo del documental, así
como la pena que sintió al comprobar que su familia ya no estaba allí.
Cameron pudo reconocer sin dificultad alguna su habitación y la puerta
secreta por la que salía con sus hermanos a la playa. El Dr. Tucker y Norma
trataron de hacerle comprender que hay mucha gente a la que le ocurre lo
mismo, que recuerdan lugares y personas que ya no están, pero que no debía
preocuparse por ellas, porque seguro que ahora tienen otras vidas. Una vez
un amigo le preguntó a Cameron qué nos pasa al morir, y él respondió que no
pasa nada, porque vamos a renacer.
Se pudo localizar a una de los descendientes de la familia Robertson,
llamada Gillian, que les mostró fotografías del lugar, del perro y del coche
de la familia. Sin embargo, esta mujer no recuerda a ningún Shane Robertson
ni ningún accidente de tráfico mortal.
Las gemelas Pollock: hermanas renacidas en la
misma familia.
Este es un caso también bastante conocido, e investigado a lo largo de
muchos años por el Dr. Ian Stevenson. Es descrito en profundidad en su libro
Niños que recuerdan vidas anteriores, y también mencionado en su libro
Where Reincarnation and Biology Intersect, por la aparición de una
determinada característica física en una de las niñas que describiremos en
las próximas líneas.
Gillian y Jennifer Pollock eran gemelas idénticas (monocigóticas[22]),
nacidas en una localidad llamada Hexham, Inglaterra, el 4 de octubre de
1958. Cuando tenían entre tres y siete años comenzaron a hacer varias
afirmaciones y a reconocer una serie de hechos, lo que sugería que ambas
tenían recuerdos de las vidas de sus dos hermanas mayores, fallecidas en un
accidente de coche diecisiete meses antes de que las gemelas nacieran. Iban
de camino a la iglesia cuando desgraciadamente un coche perdió el control y
arrolló a ambas y a un amigo. Los tres murieron del impacto de manera
instantánea. Las hermanas mayores no habían sido gemelas. La mayor,
Joanna, tenía once años, y la pequeña, Jacqueline, seis, cuando murieron.
Gillian recordaba la vida de Joanna, y Jennifer la de Jacqueline.
Los padres de las niñas, John y Florencia Pollock, eran católicos. A
pesar de sus fuertes creencias religiosas, John estaba convencido de que sus
hijas volverían a nacer, y se le metió en la cabeza que su esposa daría luz a
gemelas, que serían la reencarnación de Joanna y Jacqueline. En los años 50
todavía no existían los medios técnicos que tenemos ahora y el médico
afirmó que solo oía los latidos de un corazón. Sin embargo, se equivocó.
Como en otros casos de gemelos estudiados por Stevenson, las
diferencias entre las gemelas Gillian y Jennifer eran considerables, teniendo
en cuenta que eran monocigóticas y por tanto su dotación genética es la
misma. Jennifer nació con una marca de nacimiento en la cadera que era
igual a una que también había tenido Jacqueline. Además también presentaba
una marca sobre la ceja derecha, una línea blanquecina, que coincidía con
una marca que había tenido Jacqueline, solo que en este caso no era de
nacimiento, sino que correspondía con una cicatriz resultado de una caída de
la bicicleta cuando tenía tres años.
Cuando las gemelas tenían nueve meses de edad, la familia se trasladó a
vivir a Whitley Bay. No volvieron a Hexham hasta que cumplieron los tres
años. Y los padres de las niñas se sorprendieron al comprobar que
reconocían perfectamente la casa donde habían vivido hasta los nueve
meses. También sabían dónde estaba el colegio y conocían la zona muy bien,
llegando a describir el parque donde querían ir a jugar, que era el parque al
que iban las hermanas mayores. Además eran capaces de llamar por su
nombre a algunas personas del pueblo que no conocían con anterioridad.
Según fueron creciendo, se produjeron más coincidencias. Cuando tenían
cuatro años de edad, sus padres les regalaron unas muñecas que habían
pertenecido a sus hermanas mayores, e instantáneamente las llamaron Mary y
Susan, los mismos nombres que habían escogido las hermanas mayores. A
los cinco años, describieron a sus padres un atropello. La descripción
coincidía exactamente con el accidente donde sus hermanas mayores habían
perdido la vida. La madre también notó que a veces jugaban a juegos un
poco siniestros. En uno de estos juegos Jennifer permanecía tumbada en el
suelo con su cabeza apoyada sobre su hermana, Gillian. Esta le hablaba
calmadamente diciendo que su sangre salía de sus ojos porque era ahí donde
el coche la había golpeado. Un día ambas entraron en una especie de estado
de histeria cuando pasaron al lado de un coche aparcado que tenía su motor
al ralentí, y comenzaron a gritar con todas sus fuerzas: “¡El coche! ¡Viene a
por nosotras!”
Cuando comenzaron a escribir, se dieron cuenta de que la forma en que
Gillian cogía el lápiz era idéntica a la manera peculiar con la que escribía
Jacqueline, de manera vertical, apretado en su puño, y esto lo siguió
haciendo incluso cuando ya tenía más de veinte años. Joanna había ido a la
escuela durante cinco años y había aprendido a coger el lápiz de manera
adecuada. Sin embargo Jacqueline solo había ido durante un año antes de su
muerte, y los intentos de sus padres y su profesor de corregirla no habían
tenido éxito.
Según los padres, nunca mencionaron a sus hijas que habían tenido dos
hermanas que fallecieron atropelladas hasta que tuvieron trece años. El Dr.
Stevenson llevó a cabo pruebas físicas y realizó entrevistas por separado a
cada una de las niñas. Al preguntarles si recordaban algo que hubiera
sucedido antes de morir, una de las niñas contestó: “Sentí un dolor muy
fuerte en la cabeza y la sangre cubrió mis ojos”.
Sam: el niño que demostró ser la reencarnación de
su abuelo.
El Dr. Jim B. Tucker dio a conocer este caso al publicar un vídeo en la
página web del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia, y
posteriormente apareció en su libro Vida antes de la vida: Los niños que
recuerdan vidas anteriores.
Sam Taylor nació en Vermont, Estados Unidos, un año y medio después
de la muerte de su abuelo paterno. Con un año y medio de edad, su padre le
estaba cambiando el pañal, y Sam de pronto le dijo: “Cuando yo tenía tu
edad, yo te cambiaba los pañales”. Su madre fue testigo directo de la
expresión de perplejidad en el rostro de su padre según sacaba a Sam de la
habitación. Ambos encontraron extraño ese comentario. Ninguno de ellos
había pensado mucho en la reencarnación. La madre de Sam era la hija de un
pastor baptista, pero ellos no eran especialmente religiosos.
Después de este incidente, Sam comenzó a decir de manera gradual que
había sido su abuelo. También dijo cosas como: “Yo antes era grande, y
ahora soy pequeño”. Aunque su padre era al principio bastante escéptico, su
madre estaba más abierta a la idea, así que comenzó a preguntarle sobre la
vida de ese abuelo paterno. En determinado momento, ella y Sam estaban
hablando sobre el hecho de que su abuela había tenido que cuidar a su
abuelo antes de que muriera. La madre de Sam le preguntó qué le hacía su
abuela de beber a su abuelo todos los días, y Sam contestó correctamente
que utilizaba una máquina de la cocina para prepararle batidos. Cuando su
madre le señaló la batidora que había en la alacena y le preguntó si quería
decir que era eso con lo que hacía los batidos, Sam contestó que no y en su
lugar señaló el robot de cocina que había en la encimera. Así era como su
abuela había hecho los batidos. Su abuela sufrió varios derrames cerebrales
después de la muerte de su abuelo y Sam jamás la había visto preparar
batidos para nadie.
En otra ocasión, la madre de Sam le preguntó si había tenido hermanos o
hermanas en su vida anterior. Él respondió: “Sí, tenía una hermana. Se
convirtió en un pez”. Cuando ella le preguntó quién la había convertido en
pez, él dijo: “Unos hombres malos. Murió. ¿Sabes? Cuando morimos Dios
nos permite regresar otra vez. Yo era grande antes, y ahora soy un niño otra
vez”. La hermana del abuelo de Sam, había muerto de hecho unos sesenta
años antes. Su marido la asesinó mientras dormía, envolvió su cuerpo en una
manta y la arrojó a la bahía. Según el padre de Sam, el muchacho no conocía
esa historia, ya que nunca se hablaba de ese suceso en la familia.
Otras veces Sam también afirmó de manera correcta que el lugar favorito
de su abuelo en casa era el garaje donde solía trabajar en “inventos”, y que
el padre de Sam tenía un pequeño volante propio en el coche de la familia.
Cuando su padre era un niño tuvo un volante de juguete que se sujetaba con
ventosas en el salpicadero.
Cuando Sam tenía cuatro años y medio, su abuela murió. Su padre cogió
un avión a su casa para hacerse cargo de sus pertenencias y regresó con una
caja llena de fotografías de la familia. Los padres de Sam no habían tenido
ninguna foto de la familia de su padre antes de ese momento. Cuando su
madre las extendió sobre la mesita una noche, Sam llegó y comenzó a
señalar las fotos de su abuelo diciendo “¡Ese soy yo!” Cuando vio una
instantánea que solo mostraba un coche, sin ninguna persona, dijo: “Hey, ese
es mi coche!” Esta fotografía era realmente del primer coche nuevo que su
abuelo había adquirido, un Pontiac de 1949 que era muy especial para él.
Su madre le dio una foto de la clase cuando su abuelo estaba en la
escuela de gramática. En la foto había dieciséis niños y once niñas. Sam
recorrió las caras con su dedo, hasta que llegó a la de su abuelo y dijo: “Ese
soy yo”.
Su padre dice que el abuelo de Sam no se comunicaba muy bien con sus
hijos cuando se trataba de hablar de temas emocionales, sobre todo cuando
eran adultos. El padre de Sam sí era capaz de transmitir sus sentimientos a su
padre, pero al abuelo de Sam le era más difícil hacerlo. Piensa que si su
padre ha vuelto a través de Sam, entonces su padre está tratando de devolver
su amor.
Algunos escépticos dudan de la veracidad de estos casos porque se
basan principalmente en declaraciones de los padres, simples anécdotas que
pueden acabar siendo muy distorsionadas, y también aducen que los padres
pueden influir en los niños para hacerles creer en determinadas cosas o
hacerles comportarse de un modo determinado. El Dr. Tucker investigó en
profundidad a la familia y no encontró ningún indicio de que esto fuera así.
Para él la prueba definitiva de que Sam es la reencarnación de su abuelo fue
la fotografía en la que señaló al niño que había sido su abuelo entre otros
muchos niños.
Ryan: actor de Hollywood.
Este es otro caso que ha saltado a los medios de comunicación
recientemente. El Dr. Jim B. Tucker lo describe en su libro Return to Life:
Extraordinary Cases of Children Who Remember Past Lives.
Ryan Hammons nació en 2005 y vive en Muskogee, Oklahoma, con sus
padres. Su madre, Cyndi, no creía en la reencarnación. Había sido criada
como baptista y su esposo es hijo de un ministro de la Iglesia de Cristo. A
los cuatro años de edad, Ryan comenzó a decir que quería ir a casa, a
Hollywood. En sus juegos, se imaginaba dirigiendo películas, gritando
“¡Acción!” Sus padres no le dieron mucha importancia a esto, hasta que las
pesadillas comenzaron. Según el Dr. Tucker cuenta en su libro, Ryan se
levantaba agarrando su pecho y diciendo que no podía respirar. Decía que
cuando estaba en Hollywood su corazón había explotado. A los cinco años
de edad, cuando su madre estaba metiéndole en la cama, Ryan dijo: “Mamá,
hay algo que necesito decirte. Yo antes era otra persona”. Ryan relataba con
todo detalle las experiencias de su vida anterior, incluyendo viajes por todo
el mundo, su trabajo con actrices como Rita Hayworth y sus bailes en
Broadway.
La primera reacción de Cyndi fue negarlo todo y ocultarlo a su marido,
pero su curiosidad fue en aumento cuando Ryan reveló todos estos detalles
de su vida pasada en Hollywood. Llegaron a la conclusión de que eso no
podía deberse exclusivamente a la imaginación de un niño tan pequeño.
Hablaba también de sus cinco matrimonios, sus antiguas casas, y su carrera
como actor y luego como agente. Cyndi decidió investigar y consiguió en una
biblioteca algunos libros sobre Hollywood. Se los mostró a Ryan, para ver
si reconocía algo. En uno de esos libros había una imagen de la película
Noche tras noche, de 1932, protagonizada por Mae West. Esta instantánea
desencadenó una serie de recuerdos en Ryan que posteriormente pudieron
ser verificados.
Ryan dijo que era amigo de un hombre que en la película hacía de
vaquero y que también era actor en anuncios publicitarios de cigarrillos. En
esa película trabajó Gordon Nance, quien protagonizó westerns y fue
portavoz de los cigarrillos Viceroy.
Ryan señaló a un hombre en la foto y dijo: “Hey, mamá, ese es George.
Nos hicimos una foto juntos”. Después su dedo apuntó a otro hombre a la
derecha, que vestía un abrigo y tenía el ceño fruncido: “Ese hombre soy yo.
¡Me encontré!”.
Cyndi contactó con el Dr. Tucker, quien les ayudó a identificar a ambos
hombres. El hombre que Ryan identificó como George era George Raft, un
actor de películas de gángsters en los años 30 y 40. El hombre con el que
Ryan se identificó no estaba nombrado en el libro, pero más tarde el Dr.
Tucker ayudó a la familia a descubrir su identidad: se trataba de Marty
Martyn, un actor que hizo de extra en la cinta, sin texto, y que después se
convertiría en agente de otras estrellas. Murió en 1964. Este actor tuvo un
papel secundario en la película. Ryan recordó una escena donde había un
armario lleno de armas... y sí, existía tal escena en la película. También
recordó otros detalles de la vida de Martyn, los colores de su coche y del
coche de su esposa, el cabello castaño y rizado de su madre, una hermana
tres años menor que él, las coletas de su hija y su época de bailar claqué en
Broadway. Ryan una vez le pidió a su madre un “Tru Ade”, antes de
corregirse y decir “Dr. Pepper”. Tru Ade fue un refresco que se vendió
desde 1940 hasta principios de los años 70, mucho antes de la época de
Ryan.
Vio una foto de Marilyn Monroe y la llamó “esa dama María”. Comentó
que trató de hablar con ella en una fiesta y que “esos tipos del estudio” le
dieron un puñetazo. No le dejaron acercarse lo suficiente como para hablar
con ella. Vio una foto de Rita Hayworth y dijo que ella solía hacer
presentaciones de Coca-Cola.
En sus recuerdos siempre estaban presentes una gran añoranza y nostalgia
por su estilo de vida en Hollywood, sus viajes por el mundo, sus vals con
bellas mujeres y otros pasatiempos llenos de glamour. Una vez dijo: “No
puedo vivir en estas condiciones. Mi última casa era mucho mejor”.
El Dr. Tucker le mostró cuatro fotos de mujeres. De todas ellas Martyn
conoció solo a una, su esposa. Ryan no pareció reconocer las otras fotos,
pero señaló la de la esposa de Martyn y dijo que le resultaba familiar.
Del mismo modo, el Dr. Tucker le mostró fotos de cuatro hombres. Ryan
señaló a uno de ellos y dijo: “Ese es el senador Five”. Ryan dijo que se
había reunido con ese hombre en Nueva York. La foto era de Irving Ives,
senador de Estados Unidos por Nueva York durante doce años en los años
40 y 50. Five y Ives son palabras que suenan de forma tan parecida que un
niño pequeño las podría haber confundido fácilmente. Se pudo comprobar
que Martyn había conocido realmente a Ives, pero no a los otros tres
hombres.
El Dr. Tucker también mostró a Ryan cuatro nombres (Ryan tenía seis
años en ese momento y pudo leerlos): John Johnson, Willie Wilson, Marty
Martyn y Robert Robertson. Ryan eligió Marty Martyn.
A veces enfrentar a los niños con la familia de una vida anterior puede
ayudar a que dejen atrás esa vida pasada y olviden la angustia que
generalmente va asociada a esos recuerdos. Según Tucker: “Los recuerdos
de los niños quedan verificados, pero también ven que las cosas han
cambiado”. Aunque Ryan había expresado desde hace tiempo una intensa
añoranza de lo que recordaba de su antigua vida, en cierto momento dijo:
“Yo solo quiero ser yo, no mi viejo yo”. Cuando se estaba preparando para
conocer a la hija de Martyn y le dijeron su edad, se enojó: “Ella envejeció.
¿Por qué no me esperó?” Cuando hablaron con ella pudieron comprobar que
cincuenta y cinco de las afirmaciones que había hecho Ryan sobre la vida de
Martyn eran correctas, incluyendo el nombre de la calle donde vivía, y los
nombres de sus hijos, hermanos y ex-esposas. También sabía que tenía dos
hermanas, hecho desconocido incluso para la hija de Martyn, que creía que
solo había tenido una.
Durante la reunión Ryan pareció un poco intimidado. Más tarde dijo: “La
misma cara, pero no me esperó. Ella cambió, su energía cambió. No quiero
volver. Quiero seguir para siempre con esta familia”.
Ryan dijo que la razón por la que tuvo que regresar fue que no pasaba
suficiente tiempo con su familia en su vida pasada. Trabajaba tanto que se
olvidó de que el amor es lo más importante.
Una de las revelaciones más impactantes tuvo lugar cuando Ryan le dijo
al Dr. Tucker en una de sus sesiones que se preguntaba por qué Dios le había
hecho morir a los sesenta y un años solo para reencarnar como un bebé. Esto
contradecía los registros oficiales, según los cuales Martyn había muerto a
los cincuenta y nueve años de edad. Tucker buscó en antiguos censos y
descubrió que el certificado de nacimiento era incorrecto: Martyn había
nacido en realidad en 1903, no en 1905 como ponía en el certificado.
Pero aún más sorprendente, Ryan también tenía recuerdos del embarazo
de su madre actual, Cyndi. Ella quería una hija, ya que su marido ya tenía
dos hijos de su primer matrimonio. Un día Ryan le preguntó por qué ella
había pensado que él iba a ser una niña y Cyndi le preguntó quién le había
contado eso, cómo sabía que ella deseaba tener una niña. Ryan respondió
que nadie se lo había dicho, que lo había visto desde el cielo. Dijo: “Ese
médico te hizo una prueba y te dijo que yo era un niño. Te enojaste y dijiste
que estaba equivocado. Tú simplemente sabías que yo iba a ser una niña.
Mamá, era el cumpleaños de papá, después fuisteis a un restaurante a comer
y lloraste durante mucho tiempo”. Era así tal y como había sucedido. Cyndi
le explicó que lamentaba su comportamiento. No sabía cómo podía haberle
dicho eso a Ryan ni recordó que hubiera hablado de ello en algún momento.
Los recuerdos de Ryan han ido desvaneciéndose con el tiempo.
El Dr. Tucker concluye:
“Estos casos requieren una explicación. No podemos simplemente
descartarlos o explicarlos como algún tipo de cuestión cultural
normal”.
Patrick Christenson: el hijo fallecido.
Este caso fue remitido por Carol Bowman al Dr. Jim B. Tucker. El Dr.
Tucker hizo una primera referencia a Patrick Christenson en un artículo
titulado “Some Bodily Malformations Attributed to Previous Lives”,
publicado en 2005 en la revista Journal of Scientific Exploration junto a
Satwant K. Pasricha y Jürgen Keil[23]. En esta revista se utilizan las
iniciales PM para referirse a Patrick Christenson. Posteriormente se
mencionó el caso en su primer libro Vida antes de la vida: Los niños que
recuerdan vidas anteriores, y la historia completa aparece en su segundo
libro Return to Life: Extraordinary Cases of Children Who Remember Past
Lives.
Patrick Christenson nació por cesárea en Michigan, Estados Unidos, en
1991. Su madre, Lisa, al verle por primera vez después de su nacimiento,
sintió una conexión instantánea con él y creyó que era un hijo fallecido que
había vuelto a ella (aunque oficialmente era cristiana, creía en la
reencarnación). Este hijo, Kevin, había muerto en 1979 debido a las
complicaciones de un neuroblastoma, un tipo de cáncer que comienza en el
tejido nervioso de algún lugar del cuerpo y de ahí se extiende a otros
lugares. Afecta sobre todo a los niños. Kevin tenía menos de dos años
cuando falleció. Lisa hacía tiempo que se había separado del padre de
Kevin, y había empezado a salir con un nuevo hombre antes de que Kevin
cayera enfermo. Se casaron después de la muerte de Kevin, y Lisa tuvo una
hija, Sarah. La pareja se divorció a los cuatro años, y Lisa se volvió a casar.
Dio a luz un segundo hijo, Jason, y más tarde, doce años después de la
muerte de Kevin, tuvo a Patrick. Su convicción de que Patrick era su otro
hijo renacido se hizo más fuerte cuando poco después del nacimiento de
Patrick se dio cuenta de que presentaba tres defectos congénitos que se
correspondían a las lesiones que Kevin había sufrido los últimos días de su
vida. Notó una marca inusual en su cuello, una línea inclinada de unos cuatro
milímetros de largo; una opacidad blanquecina que cubría su ojo izquierdo; y
una inflamación en su cuero cabelludo sobre la oreja derecha. Patrick
también cojeaba cuando comenzó a caminar, igual que su otro hijo.
Cuando Patrick tenía cuatro años, comenzó a hacer ciertas declaraciones
que sugerían la presencia de recuerdos de la vida de su hermano. Fue
entonces cuando la madre de Patrick contactó con Carol Bowman. Hablaron
por teléfono en varias ocasiones y Carol la ayudó a afrontar los problemas
que surgen usualmente cuando aparecen casos de este tipo. Carol Bowman
refirió finalmente el caso a los doctores Ian Stevenson y Jim Tucker, los
cuales fueron a visitar a Patrick cuando este contaba con cinco años, en
1998. Ambos pudieron examinar a Patrick y consiguieron el historial médico
donde figuraban sus exámenes oftalmológicos. Entrevistaron a la madre de
Patrick, a su padre, a una tía materna, y al padre adoptivo del hijo fallecido.
También obtuvieron copias del historial médico de Kevin. En el año 2000
regresaron para volver a entrevistar a la familia y observar la evolución de
Patrick.
Patrick tenía una marca de nacimiento oscura y oblicua en el área frontal
derecha de la superficie del cuello, con la apariencia de un pequeño corte.
Parecía como si hubiera sido la abertura a una pequeña cavidad, y la madre
de Patrick dijo que una vez había exudado. Patrick también presentaba un
área redondeada y abultada de alrededor de un centímetro de diámetro sobre
la oreja derecha. En 1998, cuando contaba con seis años de edad, lo que
había sido una zona de opacidad en el ojo izquierdo había disminuido, pero
aún quedaba un cierto oscurecimiento. El ojo izquierdo también mostraba un
desequilibrio en sus músculos, lo que médicamente se conoce como
esotropía, es decir, una desviación de uno o ambos ojos hacia dentro. Otra
peculiaridad que habían observado es que Patrick cojeaba de la pierna
izquierda, y según su madre, esto lo había hecho desde que había comenzado
a caminar.
Kevin había nacido en 1978. Tuvo buena salud hasta que a la edad de
dieciséis meses comenzó a cojear. Un día sufrió una caída y un examen
médico mostró que tenía una fractura en la tibia izquierda. En octubre de
1979 fue ingresado en un hospital, donde se le realizaron exámenes
radiológicos y biopsias tanto de médula ósea como del nódulo que
presentaba sobre la oreja derecha. El diagnóstico fue de neuroblastoma, un
tumor metastásico que ya se había diseminado por el resto del cuerpo. Su ojo
izquierdo estaba protuyendo y parecía sangrar levemente. Se le puso un
catéter intravenoso en el lado derecho del cuello y se le comenzó a tratar con
radioterapia y quimioterapia. Aunque la zona en su cuello por donde
entraban los agentes quimioterápicos se congestionó y se hinchó ligeramente
en varias ocasiones, no presentó mayores problemas. Fue dado de alta en
noviembre, con tratamiento ambulatorio, pero fue reingresado en abril de
1980. En ese momento ya tenía varias zonas afectadas en la boca y algunas
sangraban. Ya había perdido la visión del ojo izquierdo. Tenía fiebre y se le
trató con antibióticos. Fue dado de alta unos días después y murió en casa a
los dos días, tres semanas después de su segundo cumpleaños. No se hizo
autopsia, pero los investigadores pudieron obtener el historial médico
completo, confirmando así lo que la madre de Patrick había afirmado.
A partir de los cuatro años y medio de edad, Patrick comenzó a decir que
quería volver a la antigua casa familiar. Cuando Lisa le preguntó cómo era
su casa, él dijo que era “chocolate y marrón”. La casa de Lisa y Kevin era de
hecho un edificio marrón y naranja. Le preguntó a su madre si él había sido
operado, y cuando ella le dijo que no, él insistió en que sí había sido
operado, y señaló una zona por encima de su oreja derecha, el mismo punto
donde le habían hecho la biopsia a Kevin. También dijo que no recordaba la
cirugía porque estaba dormido cuando se la habían hecho.
En otra ocasión Patrick se puso muy nervioso cuando vio una foto de
Kevin. Nunca la había visto antes porque Lisa normalmente no tenía fotos de
Kevin a la vista en casa. Con sus manos temblando, Patrick dijo: “Aquí está
mi foto, la he estado buscando”. Fue muy firme al decir: “Ese soy yo”.
También habló una vez del pequeño cachorro marrón que había estado con la
familia. Lisa y Kevin habían tenido de hecho un perro como ese.
Como ocurre en otros casos donde los propios padres desean que su niño
sea la reencarnación de un familiar fallecido, algunos escépticos podrían
objetar que la propia madre de Patrick pudo inducir a Patrick a realizar
determinadas declaraciones o que hubiera influido en su evolución. Sin
embargo, que pudiese haberle influido hasta el punto de hacerle cojear, da
lugar a la duda. Las correspondencias entre la marca en el cuello de Patrick,
el abultamiento sobre la oreja derecha y la opacidad en el ojo izquierdo, con
anormalidades conocidas presentes en el hijo fallecido (el punto de
colocación de la vía intravenosa, la zona de inflamación que fue biopsada, y
el ojo izquierdo ciego, respectivamente) requieren una explicación distinta a
la casualidad.
En el capítulo sobre marcas y defectos de nacimiento conoceremos casos
aún más impactantes que el que acabo de exponer.
Luke Ruehlman: ¡Yo fui Pam!
Con frecuencia, los niños que tienen este tipo de experiencias recuerdan
muertes traumáticas. También es un hecho bastante aceptado en las
comunidades de reencarnación que por alguna razón los sucesos traumáticos
se recuerdan con mayor facilidad, aunque es erróneo pensar que esto es lo
único que se recuerda.
Luke Ruehlman pertenece a esta categoría. Su caso salió en el programa
de televisión Ghost Inside My Child, que ya ha sido mencionado con
anterioridad. A pesar del mal elegido título, este programa recoge casos muy
interesantes de niños que supuestamente recuerdan vidas pasadas. Lo más
sorprendente es que en la gran mayoría de estos casos se consiguen
increíbles verificaciones que hacen difícil encontrar una explicación distinta
a la reencarnación. También se ve cómo es la evolución de algunos de estos
niños, y cómo llegan a la adolescencia integrando perfectamente esos
recuerdos y llevando vidas normales. No tendría por qué ser de otra manera.
No es necesario olvidar el pasado para centrarse en el presente. Más bien al
contrario: ese pasado, en la mayoría de los casos, aporta una experiencia y
un conocimiento que se reflejan en la madurez típica de estos niños. Debido
a la popularidad de este programa, muchos de los casos descritos se
encuentran fácilmente en los medios de comunicación.
El pequeño Luke Ruehlman nació en Cincinnati, Ohio. Su madre, Erika,
notó desde siempre ciertos comportamientos muy peculiares en Luke. Le
solían decir que era un viejo. Luke parecía obsesionado con la seguridad en
su casa de Cincinnati y la vecindad. Era muy cauto al cruzar la calle, frente a
cualquier cosa que pudiera estar caliente o que pudiera ser peligrosa, o en
sitios altos. Luke le puso a una mariquita el nombre de Pam, y su madre le
preguntó por qué le había puesto ese nombre. Luke respondió: “Creo que es
un nombre bonito”. Pero poco después, todo era “Pam”.
Además, solía decir: “Cuando era una niña, tenía el pelo negro”. O
“Solía llevar pendientes como esos cuando era una niña”. Erika no podía
comprender de dónde le venían esas ideas. Por pura frustración dijo “Pero
¿quién es Pam?”. Y entonces Luke se volvió hacia ella y respondió: “Bien,
yo fui Pam”. Erika le preguntó qué quería decir con eso. Y Luke dijo: “Yo
era Pam, pero morí. Subí al cielo, y vi a Dios, y él me empujó de vuelta y
cuando desperté era un bebé y tú me llamaste Luke”.
Erika llamó a su madre, Lisa Trump, y le dijo que algo raro estaba
pasando. Lisa había leído el libro de Ian Stevenson Veinte casos que hacen
pensar en la reencarnación, y comenzaron a comprender que tal vez se
encontraban realmente ante un caso de este tipo.
Erika decidió hacerle más preguntas a Luke, así que le preguntó si
recordaba cómo había muerto. Él miró a su madre a los ojos y dijo: “Sí,
claro. Hubo un incendio”. Y después hizo un movimiento con su mano, como
si hubiera saltado de un edificio. Este edificio era muy alto, y se encontraba
en una gran ciudad, en la que Luke dijo haber caminado mucho. También dijo
que solía viajar en tren en Chicago. Erika le preguntó si estaba seguro que
esa ciudad era Chicago, y Luke dijo: “Sí, recuerdo que era Chicago”.
Erika comenzó a investigar en internet, y dio con el Hotel Paxton, un
edificio residencial con un vecindario predominantemente afroamericano.
Erika preguntó de manera casual a Luke de qué color era la piel de Pam. Y
él contestó sin dudar: “Negra”.
En marzo de 1993 un gran incendio se propagó en el Hotel Paxton,
atrapando a la mayor parte de los residentes. Murieron diecinueve personas,
incluyendo una mujer de treinta años llamada Pamela Robinson. Pam saltó a
través de una ventana y murió en la caída.
Ya rodando el programa, decidieron probar a Luke, que entonces contaba
con cinco años de edad. Imprimieron una foto de Pam y la juntaron en la
misma hoja de papel con otras muchas fotos falsas. Luke dijo que había
alguien a quien reconocía, incluso afirmó que recordaba dónde se había
tomado la fotografía. Luke escogió la foto correcta.
La familia de Pam todavía vivía en la zona de Chicago, pero en una
primera aproximación del equipo de televisión, dijeron que no querían hacer
comentarios. Erika habló con un miembro de la familia de Pamela Robinson
y descubrió aún más similitudes. Pam era fan de Stevie Wonder, y a Luke
también le gustaba la música de esa época. Pam tocaba el teclado con
frecuencia, y uno de los juguetes preferidos de Luke era un pequeño piano
que siempre llevaba a todas partes. Poco después Luke no dijo nada más
acerca de sus recuerdos.
El niño que reconoció a su asesino.
Aunque este caso también ha ganado en popularidad en años recientes al
ser difundido en internet, no es para nada un caso nuevo. Fue recogido por
primera vez en el año 2002 en un libro llamado The Children Who Have
Lived Before: Reincarnation Today, del investigador alemán Trutz
Hardo[24]. El caso en cuestión le fue referido por otro hipnoterapeuta, Eli
Lasch, un médico israelita que trabajó en los servicios de salud en la franja
de Gaza y que posteriormente se dedicó a la terapia regresiva. Lasch y Trutz
se conocieron en Berlín en 1989 en uno de los seminarios que impartía Trutz.
El Dr. Lasch, fallecido en 2009, investigó este caso de reencarnación, en
el que un niño de tres años decía recordar una vida pasada en la que alguien
le había golpeado en la cabeza con un hacha. No se divulgó el nombre de
este niño, pero según sus informaciones, había nacido con una marca de
nacimiento larga y roja en su cabeza. Sus padres pertenecían a la religión
drusa, procedente del Islam e influida por la antigua filosofía griega y otras
tradiciones. Esta religión fue fundada en Egipto a finales del siglo X y su
nombre proviene de uno de sus primeros líderes, Mohamed al-Darazi. La
comunidad drusa, formada por aproximadamente 200.000 personas, se
estableció hace mucho tiempo en el Líbano, Siria, Jordania, y en la región
que hoy se conoce como Israel. Sin embargo, no son musulmanes ni
cristianos. Son los únicos israelitas no judíos que sirven en el ejército
israelí. Tienen su propia religión: la religión drusa, según la cual las almas
de los drusos se reencarnan continuamente. Por ello tienen la costumbre de
que tan pronto como un niño nace, buscan la presencia de marcas de
nacimiento. Tienen el convencimiento de que estas surgen a partir de heridas
mortales que recibieron en una vida pasada. Si se encuentran tales marcas,
tratan de averiguar algo de su vida pasada en cuanto el niño comienza a
hablar, con el fin de conseguir la primeras pistas que les sugieran en qué
circunstancias murió. También son conscientes de que los niños pequeños
confunden con frecuencia hechos pasados y presentes, experimentando todo
como si se tratara de la misma vida.
Cuando el niño cumple tres años y es capaz de distinguir el pasado del
presente, es llevado al lugar del que habla, donde afirma haber vivido en una
vida pasada (en el caso de que esto se haya producido). Se forma una
especie de comité de investigación, dirigido por varios ancianos respetados
de la aldea.
En una de estas ocasiones, se encontró que un niño presentaba una marca
de nacimiento larga y de color rojo en la parte superior de su frente, que se
extendía hasta el centro de su cabeza. Inmediatamente se constituyó el
comité, constituido por el padre y otros parientes del niño, además de varios
ancianos del pueblo y representantes de otras tres aldeas cercanas. Por lo
que había dicho el niño, su vida pasada había transcurrido en un lugar
cercano. El Dr. Lusch fue invitado a unirse al grupo porque conocían su
interés en la reencarnación.
El comité y el niño visitaron dos aldeas cercanas y le preguntaron si le
eran familiares. El niño dijo que no en ambos casos. Cuando llegaron a la
tercera dijo que ese era el lugar donde había vivido, y además de pronto
pudo recordar algunos nombres del pasado. Meses antes les había contado
que un hombre le había matado con un hacha, pero no había sido capaz de
recordar su nombre ni el del asesino. En ese momento pudo recordar su
propio nombre y apellido, y también los de su atacante. Uno de los hombres
que formaban parte del comité había conocido al hombre que el niño había
afirmado haber sido. Dijo que había desaparecido sin dejar rastro cuatro
años antes. Pensaban que debía haberle pasado algo en esta área tan
castigada por la guerra, ya que era frecuente que las personas que se
desviaban entre las líneas de los israelitas y los sirios fueran tomadas
prisioneras o disparadas si se sospechaba que eran espías.
Continuaron caminando por la aldea y el niño les enseñó su casa. Muchos
curiosos se habían congregado alrededor. Súbitamente el niño se acercó a un
hombre y le dijo: “¿No eres tú... (el Dr.Lasch olvidó el nombre)?” El
hombre respondió afirmativamente. Entonces el niño dijo: “Yo era tu vecino.
Tuvimos una pelea y me mataste con un hacha”. El hombre se puso blanco
como una sábana. El niño dijo que sabía incluso dónde habían enterrado su
cuerpo. Poco después todo el grupo, seguido por los curiosos, fue visto
deambulando por los campos cercanos. Pidieron al hombre que el niño había
reconocido que les acompañara. Entonces el niño les guió hasta un campo en
particular y se detuvo frente a un montón de piedras. Dijo: “Él enterró mi
cuerpo bajo estas piedras, y allí enterró el hacha”.
Al retirar las piedras descubrieron el esqueleto de un hombre adulto que
vestía ropas de campesino. En la parte frontal del cráneo era claramente
visible una fisura. Todos miraron al asesino, que finalmente reconoció su
crimen. Después fueron al lugar donde el niño decía que el hacha estaba
enterrada. No tuvieron que cavar mucho tiempo antes de tenerla en sus
manos.
El Dr. Lasch preguntó al grupo qué sería del asesino. Le dijeron que no le
iban a entregar a la policía, sino que impondrían un castigo apropiado sobre
él. No se informó de qué ocurrió finalmente con él.
Aunque este caso carece de datos específicos, tan abundantes en aquellos
que son investigados científicamente por el Dr. Ian Stevenson y sus
colaboradores, y por ello no podemos decir que sea algo más que
anecdótico, es interesante observar la gran similitud entre unos y otros. La
presencia de marcas de nacimiento que se corresponden a heridas mortales
de la personalidad pasada, junto a recuerdos tan detallados en el sujeto, hace
muy complicado pensar que se deba a una simple casualidad.
He de decir también que cuando el Dr. Erlendur Haraldsson, que ha
estudiado muchos casos de reencarnación entre la comunidad drusa, trató de
verificar la historia de este niño, le fue imposible hacerlo. Quizá debamos
pensar que es falso. Sin embargo, esto no significa que no existan casos
similares convenientemente investigados, como el de NK, incluido en el
capítulo 6.
5
NIÑOS QUE RECUERDAN GUERRAS
N o es conveniente olvidar ni por un segundo que muchos de los
niños que recuerdan vidas pasadas se enfrentan a situaciones y
traumas que podrían resultar duras incluso para un adulto. El investigador
Erlendur Haraldsson[25] puso de manifiesto en un artículo publicado en el
año 2003 en la revista Psychology and Psychotherapy: Theory, Research
and Practice[26] que un gran porcentaje de los niños que recuerdan vidas
pasadas presentan síntomas de estrés postraumático. La gran mayoría de
estos niños recuerdan muertes violentas: soldados que murieron en el campo
de batalla, pilotos de combate que se estrellaron, víctimas de asesinatos, etc.
Algunos se muestran angustiados por haber dejado atrás a su antigua familia
o porque echan de menos su casa y desean regresar. Otros tienen alguna
fobia relacionada con la manera en que murieron, y otros son atormentados
por esos traumas a través de pesadillas recurrentes o súbitos flashes en
estado de vigilia (lo que se conoce como recuerdos espontáneos).
Según la Organización Mundial de la Salud, los criterios para
diagnosticar síndrome de estrés postraumático son:
1. El paciente ha sido expuesto a un hecho o situación traumática
excepcionalmente amenazadora o de naturaleza catastrófica.
2. Debe haber un recuerdo y una evocación persistentes del factor
estresante en forma de vívidos recuerdos que son intrusivos,
como súbitos flashes.
3. Debe haber una incapacidad para recordar o bien síntomas
persistentes de hipersensibilidad psicológica y alteración, que
deben incluir al menos dos de los síntomas siguientes: dificultad
para dormir o permanecer dormido, irritabilidad o ataques de
ira, dificultad para concentrarse, hipervigilancia, y una reacción
de alarma exagerada.
Encontraremos muchos de estos síntomas en gran cantidad de niños que
dicen haber participado en guerras en una vida pasada. Por supuesto, se trata
de niños en cuyas familias no hay ningún indicio de malos tratos ni cualquier
otra situación traumática que pudiera estar detrás de esos síntomas en su
vida presente. Aunque en la actualidad sea complicado controlar lo que los
niños ven en televisión o en internet, lo normal es que cualquier padre
responsable esté pendiente de los programas o películas a los que su hijo
puede tener acceso, y será capaz de diferenciar cuándo una pesadilla puede
deberse a algo puntual, a algún suceso que esté ocurriendo en la vida diaria
del niño, o si se debe a algo más que no podemos explicar. Algunos de
nosotros apenas hemos estudiado algo sobre la Segunda Guerra Mundial o
sobre otras contiendas bélicas que han asolado el mundo en los últimos
siglos. Si nuestro hijo parece saber más que nosotros sobre ello o es capaz
de describirnos con pelos y señales escenas que nos hacen estremecer por su
realismo y su violencia... es que algo ocurre.
Barbro Karlen: la reencarnación de Anne Frank.
Podríamos decir sin temor a confundirnos que este es el caso de
reencarnación más famoso del mundo. Tiene además la peculiaridad de que
no solo tratamos aquí de los supuestos recuerdos de una víctima judía del
Holocausto, sino que por si eso fuera poco, son los supuestos recuerdos de
alguien que se hizo famosa tras su muerte por la publicación de un libro que,
según dicen, es el segundo libro más leído después de la Biblia: El diario de
Ana Frank.
Existe cierta controversia rodeando a este libro, pues hay voces que
dudan de su autenticidad y del verdadero autor del diario, que pudo ser el
propio padre de Anne Frank. No vamos a entrar a analizar estas teorías
porque no es el objetivo de este trabajo, y nos centraremos en la experiencia
que relató Barbro Karlen en su libro autobiográfico And the Wolves Howled:
Fragments of Two Lifetimes, publicado en el año 2000. En internet es muy
fácil encontrar vídeos donde ella misma cuenta su historia.
Anne Frank murió en 1945 en el campo de concentración de Bergen-
Belsen. Menos de diez años después, en 1954, Barbro Karlen nació en
Suecia, de padres cristianos. Cuando tenía menos de tres años de edad,
Barbro le dijo a sus padres que su nombre no era Barbro, sino Anne Frank.
Los padres de Barbro no tenían ni idea de quién era Anne Frank, ya que el
libro Anne Frank: Diary of a Young Girl, no había sido traducido ni
publicado en sueco en aquel momento.
Barbro relata que sus padres querían que los llamara “Ma” y “Pa”, pero
Barbro sabía que ellos no eran sus padres reales. Barbro incluso le dijo a su
madre que sus padres reales vendrían pronto para llevársela a su verdadera
casa. Durante su infancia, Barbro les contó detalles de su vida como Anne,
pero sus padres pensaron que eran fantasías. Además, Barbro tenía
pesadillas de niña, en las que unos hombres subían al piso de arriba y daban
una patada en la puerta del escondite del ático de su antigua familia. Existen
fotos de la casa de los Frank donde se ve ese ático, con el techo de tejas
rojas.
Estos supuestos recuerdos de vidas pasadas preocuparon a sus padres y
la llevaron a un psiquiatra siendo aún una niña. Sin embargo, por aquel
entonces Barbro había aprendido que no era prudente hablar sobre el otro
mundo en el que había vivido, el mundo de Anne Frank, porque había notado
que todos se ponían “tensos” cuando describía sus recuerdos. Cuando vio al
psiquiatra no mencionó sus recuerdos de haber sido Anne y el psiquiatra la
consideró una niña completamente normal.
Cuando Barbro tenía siete u ocho años, un día su profesor comenzó a
hablar de Anne Frank en clase y ella se sintió confusa. Pensó: “¿Cómo puede
el profesor conocer a Anne Frank, si yo sé que soy Anne Frank?” Barbro
comenzó a darse cuenta de que Anne Frank era una persona famosa. “¿Cómo
podía ser eso?”, pensaba. Nada tenía sentido para ella. Debió ser muy duro
para Barbro tener recuerdos espontáneos de una vida pasada y no tener a
nadie con quien hablar de ello, nadie que la pudiera ayudar con su confusión,
sus recuerdos traumáticos y sus pesadillas.
Desde la infancia, Barbro tuvo miedo de hombres con uniforme. Incluso
de adulta, si era detenida por una infracción de tráfico por un agente de
policía, Barbro sentía tal ansiedad que llegaba a considerar la huida. Para
superar su fobia a los uniformes y para trabajar con caballos, ya siendo
adulta, Barbro decidió hacerse oficial de policía montada. Tras completar su
aprendizaje, Barbro trabajó con caballos de la policía durante más de una
década.
Además, Barbro tenía aversión a comer judías desde pequeña, y solo
podía tomar baños, no duchas. En los campos de concentración, los nazis
llevaban a los prisioneros a grandes salas diciéndoles que les iban a dar una
ducha. Pero en vez de agua, vertían gas venenoso en la sala para matar a los
prisioneros.
Su primera verificación fue a los diez años, según describe en su libro,
And the Wolves Howled: Fragments of Two Lifetimes. Fue capaz de
encontrar el camino ella sola a la casa de Anne Frank en Amsterdam sin
ningún tipo de indicación. Es fácil perderse en las calles de esta ciudad, sin
embargo los recuerdos de Barbro sobre estas calles eran claros. Sus padres
la llevaron a varias ciudades europeas, incluyendo Amsterdam, donde los
Frank habían vivido. Durante la Segunda Guerra Mundial, Otto Frank y su
familia se ocultaron en el ático del edificio donde Otto tenía su negocio, ya
que los nazis habían invadido los Países Bajos y estaban persiguiendo a los
judíos. Los Frank se ocultaron en este ático durante dos años, hasta que
fueron descubiertos por los nazis, arrestados, y enviados a campos de
concentración.
El único superviviente fue el padre, Otto Frank, que recibió el diario de
Anne que después fue publicado. Después de la guerra, el escondite se
convirtió en museo, y fue llamado el Museo de Anne Frank.
Cuando Barbro tenía diez años, Anne Frank: Diary of a Young Girl ya
había sido publicado en sueco, y mientras estaban en Amsterdam, su padre
quiso visitar la casa de los Frank. Fue a llamar a un taxi para ir, pero Barbro
exclamó: “No necesitamos un taxi, no está lejos de aquí.” Lo dijo tan segura
que los padres aceptaron seguirla. “staremos pronto allí, está a la vuelta de
la esquina”, les dijo a sus padres. Después de diez minutos caminando
llegaron a la casa. Los padres se quedaron sin habla y se miraron entre sí.
“Esto es extraño”, dijo Barbro, cuando estuvieron enfrente de los
escalones que llevaban a la casa. “No estaba así antes”. Los padres no
supieron qué decir. Entraron en la casa y subieron por la estrecha y larga
escalera. Barbro de pronto se puso blanca, sintió un sudor frío y cogió la
mano de su madre. Su madre se horrorizó al sentir que su mano estaba fría
como el hielo. Cuando entraron al escondite los mismos terrores irracionales
la abrumaron, igual que en sus pesadillas. Le costaba respirar y sintió el
pánico extenderse por todo su cuerpo. Cuando entraron en una de las
habitaciones más pequeñas, se paró de pronto y se animó un poco. Miró a la
pared enfrente de ella y exclamó: “¡Mirad, las fotos de estrellas de cine
están aún ahí!” Las fotos que Anne había recortado y fijado a la pared, que
Barbro vio en ese momento, la hicieron sentir contenta, casi como si hubiera
vuelto a casa. Pero su madre miró a la pared vacía y no lo podía entender.
“¿Qué fotos? ¡La pared está vacía!” Barbro miró otra vez y vio que era
verdad. La madre estaba tan confundida que le preguntó a uno de los guías si
había habido alguna vez fotos en la pared. “Oh, sí”, contestó un guía, “se han
quitado temporalmente para montarlas en un cristal, para que no se destruyan
o sean robadas”. La madre de Barbro no supo qué decir. “¿Cómo es posible
que pudieras encontrar el camino hasta aquí lo primero de todo, después
insistir que los escalones de fuera eran distintos, y entonces ver las fotos en
la pared cuando no estaban ahí?” Tenía un montón de preguntas y estaba
bastante irritada, pero Barbro fue incapaz de decir una sola palabra. Solo
quería salir de allí, no lo podía soportar más. Sintió las piernas como
gelatina según bajaba las escaleras. Nunca se había sentido tan desgraciada.
Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro y sus piernas no la sostuvieron
más. Cuando llegó al último escalón, sus piernas se doblaron y cayó.
Barbro relata que estos incidentes en Amsterdam fueron los que
convencieron finalmente a sus padres de que ella era la reencarnación de
Anne Frank. Después de todo, ¿de qué otra forma podría haber llegado a la
casa de Anne Frank en el primer viaje de la familia a Amsterdam, sin ningún
tipo de indicación? ¿Cómo pudo saber que las escaleras habían sido
modificadas? ¿Cómo supo que las fotos de las estrellas de cine, que Anne
había recortado de revistas, deberían estar en una pared determinada, dentro
de la casa, cuando esas fotos habían sido retiradas?
La madre de Barbro se hizo muy espiritual y comenzó a creer en la
reencarnación. Su padre, sin embargo, pareció molesto, y respondió: “No
puedo negar que has estado aquí antes, de algún modo. Quizá has vivido
antes y has reencarnado, ¡pero tú eres la única!” Barbro comprendió que al
ser enfrentado con la realidad de la reencarnación, la visión cristiana de su
padre, en la que “todo estaba dispuesto correctamente”, se estaba viendo
amenazada. Barbro se sintió mucho más feliz de todas formas, puesto que a
partir de ese momento pudo hablar con su madre sobre su vida pasada como
Anne Frank y tuvo todo su apoyo.
Anne Frank fue una niña escritora prodigio. No se convirtió en la víctima
más famosa del Holocausto porque tuviese una muerte horrible, sino porque
siendo adolescente escribió un libro, un diario, que era ameno y hablaba
sobre temas universales, tales como la naturaleza del hombre y la tendencia
del hombre a la bondad o a la maldad. Como Anne Frank, Barbro Karlen
también fue una niña escritora prodigio. Publicó su primer libro con doce
años, Man on Earth, un libro de prosa y poesía que se convirtió en un best
seller en Suecia. Barbro se convirtió en una pequeña celeberidad,
debatiendo sobre teología con pastores y teólogos en programas de
televisión. Durante su adolescencia publicó nueve libros, que han sido
traducidos a numerosas lenguas.
Tras su adolescencia, los recuerdos de vidas pasadas de Barbro
comenzaron a desvanecerse, lo que fue una liberación para Barbro, que pudo
llevar una vida normal. Mientras desarrollaba su carrera en la Policía Sueca,
pensó que nunca haría pública su experiencia, pero como ella misma dice:
“Nunca digas nunca”. Ya con más de cuarenta años sus recuerdos de vidas
pasadas comenzaron a emerger de nuevo, y Barbro tuvo alguna interacción
negativa con otro agente de policía montada, que parecía estar
persiguiéndola. Barbro comenzó a recordar escenas de un campo de
concentración, y creyó reconocer en este oficial de policía a un guardia nazi
reencarnado del campo de concentración de Bergen-Belsen.
Después de que su libro, And the Wolves Howled: Fragments of Two
Lifetimes, fuera publicado, Barbro recibió gran atención y publicidad en
Europa. Buddy Elias, presidente de la Fundación Anne Frank y el último
pariente vivo de Anne Frank, organizó una reunión para conocer a Barbro,
aunque él no reveló quién era en relación a Anne Frank o la fundación.
Aunque no creía en la reencarnación, quería conocer en persona a esta mujer
que afirmaba ser la reencarnación de Anne Frank. Buddy y Anne habían sido
primos y habían jugado juntos en su juventud.
Buddy pudo planificar el encuentro a través del editor de Barbro, quien
solo le contó que Buddy era un fan suyo. Barbro describe este encuentro cara
a cara, el cual tuvo lugar en 1995, en un vídeo titulado Barbro Karlen:
Reincarnation of Anne Frank. En él relata que cuando se vieron por primera
vez, ella y Buddy se abrazaron y lloraron juntos. Barbro reconoció
inmediatamente que Buddy era alguien a quien había conocido y querido
como Anne Frank. Estuvieron hablando durante dos horas y desde aquel día
siguieron siendo muy buenos amigos, hasta hoy.
Barbro se fue a vivir a California, donde un investigador, Walter
Semkiw[27], pudo conocerla en persona, comprobando el gran parecido
físico, con los mismos rasgos faciales, de Barbro Karlen y Anne Frank.
También son evidentes las similitudes en cuanto a personalidad. En 2006,
Barbro también se reunió con Carol Bowman, para quien el caso de Karlen
es bastante sólido.
James Leininger: el piloto que cayó en Iwo Jima.
Este es uno de los casos más interesantes de niños que recuerdan vidas
pasadas, y es ampliamente conocido en el mundo de la reencarnación. Se
halla recogido con todo lujo de detalles en el libro que escribieron los
padres del protagonista, Bruce y Andrea Leininger, titulado Soul Survivor:
The Reincarnation of a World War II Fighter Pilot. Para Bruce toda la
experiencia supuso una constante lucha personal, ya que la posibilidad de
que su hijo fuera la reencarnación de James Huston, Jr., suponía un conflicto
con sus creencias religiosas cristianas. Hoy en día, Bruce acepta la
reencarnación como una realidad.
James Leininger nació el 10 de abril de 1998 en el área de la bahía de
San Francisco. A Bruce le ofrecieron un trabajo como director de recursos
humanos en una empresa de la industria del aceite en Lafayette, Luisiana, y
allí fue donde su hijo creció. James era un niño completamente normal hasta
que comenzó a tener pesadillas a la edad de dos años. Hasta cuatro veces
por semana, James tenía unos sueños que le hacían gritar. El 1 de mayo de
2000, Andrea escuchó que James gritaba: “¡El avión se estrella! ¡El avión
está en llamas! ¡El hombrecito no puede salir!” Andrea acudió a su
habitación y vio que James estaba luchando. Describió: “Estaba tumbado
boca arriba, dando patadas y agarrando las sábanas, como si estuviera
intentando salir de un ataúd”. Cuando le preguntaron quién era el hombrecito
dentro del avión, James respondió: “Yo”. Cuando Bruce le preguntó quién
había derribado el avión, James dijo: “Los japoneses”. Cuando le
preguntaron cómo sabía que habían sido los japoneses, respondió: “El gran
sol rojo”.
Bruce y Andrea estaban impresionados y perplejos acerca del
conocimiento que mostraba James sobre los aviones japoneses de la
Segunda Guerra Mundial. Comenzaron a buscar una explicación a sus
palabras, prestando atención a lo que el niño veía en la televisión u otras
cosas que pudieran estar influenciándole, pues James aún no sabía leer y
ellos no sabían nada de aviación. Comenzaron a preguntar a James más
detalles sobre sus sueños. Le preguntaron por los nombres de otras personas
en sus pesadillas, y James dijo que tenía un amigo que también era piloto. Se
llamaba Jack Larsen.
Bruce y Andrea también observaron que James tenía una cierta obsesión
con los aviones, en particular con las hélices de los aviones de la Segunda
Guerra Mundial. Además solía hacer estrellar sus aviones de juguete contra
la mesita del salón, destruyendo las hélices. Cuando iba en el coche de la
familia, James hacía que se ponía unos cascos y una máscara imaginarios,
como si se estuviera preparando para volar en un avión. También creó una
cabina simulada en uno de los armarios de la casa.
Un día Andrea le dio a James un avión de juguete con lo que parecía una
bomba debajo. James lo miró y le dijo: “Eso no es una bomba, mamá, eso es
un tanque lanzable”. James se refería a un tanque externo (drop tank en
inglés), un depósito de combustible auxiliar, reemplazable y a veces
desechable, que es utilizado en aeronáutica para incrementar la autonomía de
los aviones en vuelos de largo alcance.
La madre de Andrea, Bobbi, fue la primera persona que sugirió que
James podría estar experimentando recuerdos de vidas pasadas, y
contactaron con Carol Bowman, terapeuta que había estado investigando este
tipo de casos desde 1980. Carol aconsejó a Andrea que intentara hablar con
James sobre sus pesadillas justo después de que ocurrieran, y sobre todo
insistió en lo importante que era que apoyaran a James lo máximo posible y
le aseguraran de que ahora se encontraba a salvo. Como resultado, las
pesadillas disminuyeron. Sin embargo, como Carol Bowman esperaba, las
afirmaciones de James sobre el accidente de aviación comenzaron a hacerse
más detalladas y más reales para él. James comenzó a hablar
espontáneamente sobre ello durante el día, describiendo cómo su avión
había despegado desde el agua, desde un barco, y fue derribado por los
japoneses. Dio detalles más específicos sobre el nombre del avión e incluso
dio el nombre de un portaaviones estacionado cerca de Japón durante la
Segunda Guerra Mundial. Esto llevó a que Bruce y Andrea comenzaran a
investigar más profundamente. Llegaron a la conclusión de que su hijo estaba
ligado al espíritu de un piloto de la Marina Estadounidense de la Segunda
Guerra Mundial llamado James M. Huston Jr., que murió en 1945.
Entonces comenzaron a darse cuenta de otros detalles que habían estado
ahí desde el principio:
Con solo veinte meses de edad, Bruce llevó a James a un
Museo de Aviación en Addison, Texas. James se pasaba horas
jugando con aviones de juguete y solía gritar cuando veía un avión
real en el aire. En el museo parecía hipnotizado y siempre acababa
en la sección dedicada a la Segunda Guerra Mundial. Cuando Bruce
intentó sacarlo del museo tres horas después, James comenzó a
llorar.
Dos meses después comenzaron las pesadillas. La familia
se acababa de mudar y Bruce asoció este hecho a la aparición de las
pesadillas.
James solía estrellar sus aviones de juguete contra las
mesas y las sillas, y si alguien mencionaba la palabra “volar”,
siempre decía: “El avión se estrella ardiendo”.
Cinco meses después (septiembre del año 2000), James
comenzó a decir que el avión era derribado por los japoneses, y
cuando le preguntaban quién era el piloto, respondía “James”.
Cuando le preguntaron qué tipo de avión era, él decía que
era un “Corsair”. Además sabía que los Corsair viraban hacia la
izquierda al despegar y que los neumáticos tendían a romperse en
los aterrizajes. James sabía que los pilotos estadounidenses daban
nombres de chica a los bombarderos japoneses y nombres de chico
a los cazas japoneses. Por ejemplo, James dijo que los cazas eran
llamados Zekes y los bombarderos Bettys. Cuando la familia estaba
viendo un programa en el History Channel sobre la Segunda Guerra
Mundial, en el que unos aviones Corsair estaban disparando contra
aviones japoneses, el narrador dijo que a los aviones japoneses
abatidos se les llamaba “Zeros”. James le corrigió diciendo que no
eran “Zeros” sino “Tonys”. Bruce y Andrea no sabían a qué se
refería. James explicó que un Tony era un caza algo más pequeño
que un Zero. Bruce acabó averiguando que lo que afirmaba era
correcto, y además supo que James Huston había derribado él
mismo un Tony.
Poco después consiguieron que dijera otra palabra:
“Natoma”. Bruce encontró en internet que existió un portaaviones
llamado “U.S.S. Natoma Bay”, destacado en el Océano Pacífico
durante la Segunda Guerra Mundial. Pero pensó que se debía a una
coincidencia.
En octubre de 2000, Bruce estaba leyendo un libro que
había adquirido recientemente, La batalla por Iwo Jima, de Derrick
Wright. James señaló un punto en el mapa de Iwo Jima cercano a
Chichi Jima y dijo: “Papá, ahí es donde derribaron mi avión”.
Bruce averiguó que el Natoma Bay había apoyado de hecho la
invasión de Iwo Jima. ¿Cómo podía James saber esto? ¿Era posible
que James, en una vida pasada, hubiera quedado atrapado en una
cabina de un avión, y usado sus piernas para tratar de salir de allí,
mientras su avión caía ardiendo hacia el mar?
James dibujaba impresionantes escenas de batallas, en las
que había hélices de avión y bombas estallando. Firmaba sus
dibujos como “James 3”. A sus muñecos G.I. Joe les dio nombres
inusuales, como Billy, Leon y Walter, que sus padres nunca
mencionaron y que no correspondían a ninguno de sus amigos.
Cuando le preguntaron por qué les ponía esos nombres, James
respondía: “Porque ellos son los que me recibieron cuando llegué al
cielo”.
James también había mencionado que solía volar con un tal
Jack Larsen. Cuando Bruce contactó con Leo Pyatt, de la asociación
Natoma Bay, Leo le confirmó que había conocido a Larsen, pero
nunca supo qué le había ocurrido.
Bruce continuó investigando, siendo su único deseo descartar todas estas
“coincidencias” y acabar con la idea de que supuestamente un espíritu estaba
afectando a su hijo. Buscó en archivos y registros militares, y averiguó que
la tripulación del Natoma Bay organizaba reuniones de manera periódica.
Bruce decidió acudir a una de estas reuniones, que tuvo lugar en San Diego
el 11 de septiembre de 2002. En esta reunión Bruce averiguó que dieciocho
pilotos del Natoma Bay habían muerto en el Pacífico. Uno de ellos era James
Huston, Jr. Bruce también averiguó que James Huston fue el único piloto que
murió en la batalla de Iwo Jima, el 3 de marzo de 1945. Además supo que
Billy, Leon y Walter habían sido aviadores del Natoma Bay que habían
muerto antes que James. Sus nombres completos eran Billie Peeler, Leon
Connor y Walter Devlin. Se dieron cuenta de que el color del pelo de los
muñecos coincidía con el de los pilotos fallecidos.
Bruce no encontró ninguna referencia en archivos militares a ningún Jack
Larsen que hubiera estado en el Natoma Bay. Pero el problema es que estaba
buscando a un fallecido. En septiembre de 2002 descubrió que Larsen aún
estaba vivo, vivía en Arkansas, y fue a visitarle. Bruce ya sabía que uno de
los hombres del Natoma Bay era un teniente llamado James McCready
Huston Jr., perteneciente al escuadrón de cazas VC-81, derribado a la edad
de veintiún años en una misión especial en Chichi Jima a la que se había
presentado voluntario. Larsen le confirmó que su avión había sido tocado
por fuego antiaéreo el 3 de marzo de 1945, el día que Huston no volvió de su
misión, y por tanto fue declarado perdido en combate. Larsen había sido el
escolta de vuelo de Huston durante ese día. También pudo localizar a dos
pilotos que habían presenciado cómo el avión de Huston había sido
derribado. Jack Durham, John Provost y Bob Skelton vieron que un proyectil
antiaéreo golpeó la hélice del avión. También verificaron que el fuego
envolvió el avión antes de que cayera al mar.
Posteriormente Bruce descubrió una discrepancia con la versión de
James: el avión que pilotaba cuando murió era un FM 2 Wildcat, no un
Corsair. Sin embargo, otro piloto, Bob Greenwald, le dijo a Bruce que
Huston había participado en un programa en el que se habían probado
aviones Corsair, para el cual solo veinte pilotos habían sido seleccionados.
Por tanto, sí era verdad que James Huston había volado en aviones Corsair,
tal y como James Leininger había afirmado. Este piloto también corroboró
que los Corsairs solían virar a la izquierda en los despegues y las ruedas
solían estallar en los aterrizajes.
Poco a poco Bruce se fue convenciendo de que todo esto no podían ser
solo coincidencias, y llegaron a contactar con la hermana de Huston, Anne
Huston Barron, que vivía en Los Gatos, California. Anne tenía ochenta y
cuatro años cuando Andrea contactó con ella. James Leininger y Anne
pudieron mantener una conversación telefónica, en la que James mostró
conocer detalles muy personales de la vida de James Huston, que Anne pudo
confirmar. Por ejemplo, dijo que Huston solía llamarla Annie y que tenían
una hermana llamada Ruth, cuatro años mayor que Anne. También dijo que
Anne era cuatro años mayor que James Huston. Su padre era alcohólico y
solía romper cosas cuando estaba borracho. Tuvo que acudir a
rehabilitación. Ruth era columnista en un periódico local, y se sintió
“mortificada” cuando su madre aceptó un trabajo como criada en una familia
rica sobre la que Ruth estaba escribiendo. También dijo que a él y Anne, de
niños, les habían hecho unos retratos pintados por el mismo artista, llamado
Daryl. Había sido un regalo de su madre. Todo esto fue confirmado por la
propia Anne, quien acabó por creer que James tenía que ser “parte de su
hermano”.
Bruce llegó a crear un memorial para recordar a todos aquellos que
murieron en el Natoma Bay. Este memorial fue inaugurado en el Museo
Nimitz de Fredicksburg, Texas. Muchos veteranos acudieron a esta
inauguración. James Leininger también acudió, y una de las personas a las
que vio fue a Bob Greenwald, a quien reconoció al instante, llamándole
correctamente por su nombre. Cuando Bruce le preguntó cómo supo que ese
hombre era Bob Greenwald, James dijo que había reconocido su voz. En
esta reunión James también se encontró con su viejo amigo Jack Larsen. Los
veteranos del Natoma Bay observaron el gran parecido físico que había
entre James Leininger y James Huston, Jr. Los padres de James Leininger
notaron que el niño se encontraba un poco consternado. Cuando le
preguntaron por qué, dijo que estaba triste porque todos parecían muy viejos.
Él recordaba a sus compañeros como hombres jóvenes, no como ancianos.
Se encontraron muchas similitudes entre los dos James. James Huston
también sentía una gran fascinación por los aviones desde niño. En su
infancia solía construir maquetas de aviones de madera. Muy joven ya
volaba en biplanos. James Leininger tiene un gran talento como cantante,
algo que también tenía James Huston.
Aparte de todo esto, James Leininger también hizo referencia a posibles
recuerdos del periodo entre vidas. Afirmó que había elegido a Bruce y a
Andrea como sus padres. Una vez contó a su padre que había visto a ambos
veraneando en el Hotel Royal Hawaiian en Honolulú. El pequeño James lo
llamó “el gran hotel rosa” en Hawai. Bruce confirmó que cinco meses antes
de que Andrea se quedara embarazada habían estado en ese hotel, que
coincide con la descripción de James, y aseguran que jamás le habían
contado nada de esas vacaciones.
Otros fenómenos paranormales que involucran una posible comunicación
con el espíritu de James Huston también aparecen en este caso. El 3 de
marzo de 1945, el día de la muerte de James, su hermana Anne estaba
limpiando su casa en California cuando sintió la presencia de su hermano.
Comenzó incluso a hablar con él. Unos días después supo que su hermano
había muerto en el Pacífico en ese momento. Ese mismo día una amiga de la
familia, Lydia Eastman, tuvo un sueño en el que James venía a ella y le
decía: “Solo quiero decir adiós”. Lydia también se enteró más tarde que
James había muerto aquel día.
En abril de 2004 un programa de televisión japonés llevó a la familia
Leininger al punto exacto donde James Huston murió. El pequeño James
lanzó una corona de flores desde el barco al agua, donde James Huston cayó
en picado, en recuerdo de su vida pasada.
Teuvo Koivisto: víctima del Holocausto.
Aquí tenemos otro caso investigado por el Dr. Ian Stevenson, recogido en
su libro European Cases of the Reincarnation Type, en el que de nuevo
comprobamos la aparición de un sueño anunciador.
Teuvo Koivisto nació en el seno de una familia cristiana luterana en
Helsinki, Finlandia, el 20 de agosto de 1971. Sus padres eran Jan Koivisto y
su esposa, Lusa. Jan Koivisto era un hombre de negocios. Los antepasados
más recientes de la familia eran finlandeses. Si nos remontamos más atrás en
el tiempo, la familia tenía raíces alemanas y húngaras. La tatarabuela de
Lusa había sido judía.
Lusa, a los dieciséis años, pudo haber recordado una vida pasada en
Francia, durante la época de la revolución francesa. Esta vida no presentó
elementos que se pudieran verificar, como tampoco los presentó otro breve
recuerdo de otra vida pasada en el Tíbet. Sin embargo, estas experiencias
predispusieron a Lusa a escuchar con atención cuando Teuvo comenzó a
hablar de una vida pasada. Durante el embarazo de Teuvo, Lusa tuvo un
sueño en el que parecía hallarse de pie en una fila de prisioneros que se
movía hacia delante. Alguien le dijo a Lusa que se refugiara bajo la paja.
Entonces escapó de la fila de prisioneros y se encontró a sí misma con un
hombre que tenía una copia de la Cábala, un antiguo libro judío sobre
enseñanzas místicas. En segundo plano había unos hombres disparando. Un
hombre le dijo a Lusa: “El bebé que estás esperando es un judío, y yo
salvaré tu vida”. Ahí acabó la experiencia.
Teuvo nació completamente sano pero muy pronto mostró fobia a la
oscuridad, de modo que sus padres siempre tenían que dejar una luz
encendida por las noches. Comenzó a hablar al año y medio de edad, pero no
lo hizo de manera fluida hasta los tres.
Cuando Teuvo tenía tres años, le dijo a su madre que había estado vivo
antes. Describió con considerable detalle lo que era estar en un campo de
concentración y haber muerto gaseado, aunque por supuesto Teuvo no utilizó
las palabras “campo de concentración” al describirlo. Al mismo tiempo que
comenzó a hablar de estas experiencias, Teuvo comenzó a sufrir episodios
en los que le era difícil respirar (posiblemente esto ocurrió antes, pero su
madre solo lo notó a partir de los tres años de edad).
La investigadora Rita Castrén conoció este caso al principio de 1976,
cuando Teuvo tenía cuatro años y medio. Entrevistó a Lusa en febrero de
1976 y envió las primeras notas a Ian Stevenson. Stevenson pudo entrevistar
a Lusa en diciembre de 1978, y posteriormente visitó Finlandia en 1999. En
esta ocasión no pudo hablar con Lusa, pero Rita Castrén habló con ella por
teléfono un par de veces y pudo obtener información sobre la infancia de
Teuvo y su posterior evolución.
Teuvo hizo referencia a un “gran horno", en el que la gente era apilada en
varias capas de manera caótica. Dijo que algunos estaban tumbados encima
de otros. Teuvo solo tenía tres años entonces y no tenía aún el vocabulario
suficiente para decir lo que deseaba, por eso utilizó sus manos para
describir a Lusa la forma de los hornos.
Teuvo explicó que le dijeron que le iban a llevar al baño, pero en su
lugar le llevaron al horno. Entonces ordenaron a la gente que se desnudara y
les quitaron los dientes de oro y las gafas. Después los pusieron en el horno.
Teuvo relató entonces que un gas salió de las paredes y no podía respirar.
Dijo que él “sabía” que le iban a meter en el horno, pero no llegó a decir que
le habían metido. Dijo que había venido a su madre después de ver cómo
metían a los otros en el horno. También describió un horno con niños en su
interior.
Al describir estas escenas de un campo de concentración alemán en la
Segunda Guerra Mundial, Lusa dijo que Teuvo estaba extremadamente
asustado, aterrorizado. Parecía tan perturbado que tenía que contarle un
cuento de hadas para distraerle. Además Teuvo experimentaba dificultad
para respirar al describir el horno y el gas. A Lusa le pareció que sentía
dolor cuando trataba de respirar. Estos ataques duraban de diez a quince
minutos. Lusa incluso llevó a Teuvo al médico, pero este no pudo encontrar
ningún problema físico en él y además descartó que tuviera asma.
Más tarde, Teuvo le dijo a Lusa: "Me quedé atrapado en un alambre de
espino. Ven y sácame". Lusa notó que Teuvo parecía deprimido cuando
hablaba del alambre de espino.
Desde los tres años de edad, Teuvo habló repetidamente de estos campos
de concentración durante un periodo de seis meses. Lusa aseguró a los
investigadores que Teuvo no había podido conocer esas escenas de campos
de concentración por medios normales. Raramente se le dejaba ver la
televisión y nunca se le permitía ver programas con contenido violento.
Nadie en la familia hablaba del Holocausto o de campos de concentración, y
no tenía ninguna relación con personas judías. La fobia a la oscuridad le
duró hasta los siete años y después desapareció.
Otro comportamiento relevante es que Teuvo solía jugar a soldados.
Hasta los dos años no quiso llevar ropa, incluso cuando se encontraban al
aire libre y hacía frío. Sin embargo, nunca presentó un comportamiento que
se pudiera considerar típicamente judío.
Cuando Ian Stevenson investigó este caso, pudo confirmar que las
escenas que Teuvo describía eran acertadas para los campos de
concentración alemanes. Los alemanes separaban a los niños menores de
catorce años de los otros prisioneros, ya que estos niños eran considerados
demasiado jóvenes para ser trabajadores útiles. A estos niños se les mataba
poniéndolos en los hornos o siendo quemados en fosos abiertos.
Las cámaras de gas también se usaban para matar judíos, a quienes se les
decía de hecho que les iban a llevar al "baño". A los prisioneros se les
desnudaba y se les quitaba las gafas, para que su ropa y sus gafas pudieran
ser usadas por los alemanes después de que murieran. Una vez que a los
prisioneros se les metía en las cámaras de gas, se usaba cianuro de
hidrógeno para matarlos. Los dientes de oro se recuperaban de los
cadáveres, los cuales eran apilados unos encima de otros en los hornos,
donde se cremaban. Alambradas de espino rodeaban los campos y los
dividían en distintas secciones. En resumen, los recuerdos de Teuvo eran
precisos.
De niño, Teuvo se escondía con frecuencia para que sus padres no
pudieran encontrarle. Las paredes de su apartamento eran muy delgadas y
Teuvo rompía los tabiques que separaban las habitaciones para esconderse
en el espacio vacío entre ellas. Este comportamiento continuó hasta los trece
o catorce años de edad. Ian Stevenson habló con él en 1999, cuando Teuvo
tenía veintinueve años, y entonces le dijo a Stevenson que siempre quería
sentirse seguro y que incluso a la edad de veintiocho años no le gustaba su
residencia porque no tenía un lugar para ocultarse.
Ian Stevenson notó que este comportamiento de ocultación podría estar
relacionado con las estrategias que los judíos utilizaban para huir de los
nazis. En el gueto de Varsovia los judíos rompían las paredes entre los
apartamentos para poder moverse de uno a otro sin ser vistos. De esta forma
podían trasladar sus posesiones y suministros a través de todo el complejo
de apartamentos de manera clandestina. También podían esconderse de los
nazis en refugios creados entre las paredes de los apartamentos.
Stevenson pudo comprobar que los detalles que dio Teuvo sobre los
campos de concentración eran correctos: la alambrada de espino, la
incautación de las pertenencias personales, forzar a los prisioneros a
desnudarse, la simulación de que las cámaras de gas eran baños, la muerte
por gas venenoso y la incineración de los cuerpos de las víctimas en hornos
(a veces en pozos abiertos). Asimismo, es cierto que los alemanes quitaban
los dientes de oro de los prisioneros, pero lo hacían después de haberlos
gaseado, antes de la cremación en los hornos o las hogueras.
El caso de Teuvo no pudo ser resuelto. Los métodos de ejecución
descritos pudieron ser utilizados tanto en Auschwitz como en Treblinka o
Sobibor. Sin embargo, sus descripciones tan precisas, a la temprana edad de
tres años, de lo que ocurría en los campos de concentración alemanes, no
pueden ser descartadas a la ligera. Los Koivisto no tenían ninguna conexión
con judíos. Durante los años de colaboración de Finlandia con Alemania, de
1940 a 1944, la familia de Lusa vivía en un edificio de apartamentos en el
que había algunos inquilinos judíos. Lusa no sabía si los alemanes habían
enviado a alguno de estos vecinos judíos a campos de concentración, pero
parece ser que esto habría sido muy improbable.
Como en otros casos, el espíritu de Teuvo parecía haber planeado su
siguiente encarnación, anunciando su llegada a su madre, Lusa. También es
curioso que Lusa soñara con un hombre judío siendo ella y su marido
cristianos, y que luego Teuvo tuviera esos supuestos recuerdos de una vida
pasada como judío.
En 1999 Teuvo ya no tenía recuerdos visuales de su vida pasada, aunque
sí recordaba su “comportamiento de ocultación”. Había contraído
matrimonio en 1997 y tenía un hijo de dos años. Trabajaba como músico
profesional y profesor de música.
También seguía teniendo miedo y ansiedad cuando veía uniformes nazis o
la esvástica. Teuvo incluso se quedaba paralizado de miedo en estas
ocasiones. Sin embargo, no tenía miedo de las banderas o uniformes
franceses o británicos.
Teuvo se interesaba mucho por las religiones, pero no sentía especial
atracción por el judaísmo. Creía en la reencarnación, pero pensaba que era
incompatible con el cristianismo.
Helmut Kraus: un final triste.
Este es otro caso descrito por Ian Stevenson en su libro European Cases
of the Reincarnation Type, donde se ve que el sujeto presentaba un
comportamiento inusual que podría estar relacionado con la vocación
profesional de su personalidad previa.
Werner Seehofer nació en Bratislava, Eslovaquia, el 14 de agosto de
1868. En ese entonces Bratislava era parte del Imperio Austrohúngaro.
Cuando tuvo la edad suficiente, Werner se unió al Ejército Imperial
Austriaco.
Vivió en Viena por un tiempo y gradualmente fue ascendiendo de rango.
En 1902, Werner era coronel y fue destinado a Linz, Austria, donde
permaneció hasta 1907. En enero de 1918 ya era general y fue nombrado
comandante de una división en el frente italiano durante la Primera Guerra
Mundial. Permaneció en este puesto hasta su muerte seis meses después.
El 17 de junio de 1918, cuando comenzó una nueva ofensiva, Werner
abandonó inexplicablemente los cuarteles y se fue caminando hasta más allá
de la línea fronteriza. Numerosos soldados austriacos le advirtieron que no
fuera más lejos, pero él los ignoró a pesar del peligro que estaba corriendo.
No está claro qué sucedió después, pero los periódicos informaron de que
Werner fue herido y hecho prisionero por el ejército italiano. Se pensó que
había muerto en un hospital militar italiano poco después de su captura, a la
edad de cuarenta y ocho años. Se pensó que había sufrido una alteración
mental que nublaba su juicio, lo que le impulsó a entregarse al enemigo. El
motivo por el que emprendió este camino suicida hacia el fuego enemigo es
desconocido. Un último intento por parte de los Archivos Militares
Austriacos para obtener información sobre la muerte del general Seehofer
fue infructuoso. En 1934 aún estaban tratando de averiguar qué le había
ocurrido al general. Ian Stevenson no pudo averiguar mucho más de su vida,
excepto que era un jinete apasionado y le encantaban los deportes en general.
Helmut Kraus nació en Linz, Austria, el 1 de junio de 1931, unos trece
años después de la muerte de Werner. Su padre era Wilhelm Kraus, un
profesor de biología de secundaria en una escuela de Linz. Desde la edad de
cuatro años, Helmut habló con frecuencia de una vida pasada. Solía
comenzar sus frases con las palabras: “Cuando yo era grande...”. Helga
Ullrich era una amiga de la familia que solía recoger a Helmut de la
guardería. Decía que Helmut era muy hablador. Un día, Helmut le dijo a
Helga: “Cuando era grande vivía en la calle Manfred, 9”. También dijo que
había sido un oficial en la Gran Guerra, refiriéndose a la Primera Guerra
Mundial. Nunca especificó su nombre y nadie le preguntó cómo había muerto
en su vida pasada.
Helga tenía una amiga, Anne Seehofer, prima de Werner Seehofer, que
vivía en la calle Manfred, 9, en Linz. Helga le preguntó a Anne sobre los
hombres que habían vivido en esa dirección y quiénes habían muerto. Anne
sugirió que Helmut podría estar refiriéndose a su primo, el general Werner
Seehofer. Había vivido en la casa por un tiempo antes de que su primera
esposa falleciese. Helmut también hizo otras afirmaciones que correspondían
con detalles de la vida y muerte del general Seehofer.
En otra ocasión, Helmet también le dio a Helga la dirección donde su
familia política había vivido en Linz. Helga investigó y encontró que las
direcciones exactas que Helmet dio correspondían a las del general Werner
Seehofer en Viena y a las de la familia política de Werner en Linz.
Cuando Helmet tenía cuatro años de edad, iba caminando desde el
colegio con Helga, y esta sugirió que abriera su abrigo, porque hacía calor.
Helmet se negó, diciendo: “No está permitido que un oficial vaya con el
abrigo abierto”. Si se cruzaban con soldados, Helmet los miraba de frente y
los saludaba a la manera militar.
Cuando le presentaron a la viuda de Werner, se comportó de manera muy
tímida, a diferencia de su comportamiento amistoso normal. Ian Stevenson
pensó que esto era atípico: el comportamiento tímido podría haber indicado
un reconocimiento de su esposa en la previa encarnación.
Según fue creciendo, Helmet desarrolló una gran pasión por montar y
otros deportes a caballo, algo característico de Werner.
Además Helmet tenía un marcado miedo a los ruidos fuertes, como los
disparos de arma de fuego. Esto podría haber estado relacionado con las
experiencias de Werner en la Primera Guerra Mundial y las heridas que
sufrió, las cuales le condujeron a su muerte.
Helga Ullrich manifestó que Helmut tenía una marca de nacimiento en su
sien derecha. La describió como un área de pigmentación aumentada, de
tamaño similar al diámetro de un lápiz. Helmut no presentó dolores de
cabeza durante su infancia temprana, pero sí un poco más tarde. Helga dijo
que era conocido que el general Seehofer había muerto por una herida en la
cabeza, pero este punto no pudo ser verificado en los Archivos Militares de
Viena. Es posible que los detalles acerca de sus heridas llegaran a oídos de
su familia y no estuvieran reflejados en los informes oficiales.
Helmut continuó hablando de su vida anterior hasta los siete años. En
lugar de escoger una carrera militar, se dedicó a la industria hotelera y
recibió formación para ello. Se mudó de Linz a Viena, donde estaba
viviendo en los años 80.
Carl Edon: piloto de la Luftwaffe.
Este caso también fue inicialmente investigado por el Dr. Ian Stevenson y
aparece recogido en su libro European Cases of the Reincarnation Type. Es
especialmente interesante porque con posterioridad a este primer informe
hubo nuevas investigaciones que permitieron resolver el caso. También se
hace referencia a él en otro libro mucho menos conocido por el público,
titulado The Children That Time Forgot, de Peter y Mary Harrison.
Posiblemente es uno de los casos de reencarnación más sólidos que existen.
Carl Edon nació en Middlesborough (Inglaterra) el 29 de diciembre de
1972. Sus padres eran James Edon, un conductor de autobuses, y su esposa,
Valerie. Carl era el tercero de tres hijos. Tenía una hermana cinco años
mayor y un hermano once años mayor.
Cuando Carl comenzó a hablar a los dos años, enseguida empezó a decir
que “había estrellado un avión en una ventana”. Solía repetir esto con
frecuencia, y posteriormente comenzó a añadir más detalles, como por
ejemplo que estaba en una misión de bombardeo sobre Inglaterra cuando se
estrelló. A partir de otros detalles que Carl añadió a la narración, sus padres
llegaron a la conclusión de que Carl hablaba de una vida como piloto de la
Luftwaffe (Fuerza Aérea Alemana), y había muerto durante la Segunda
Guerra Mundial.
Cuando aprendió a dibujar, comenzó a hacer dibujos de un avión con una
esvástica (los padres, James y Valerie, dijeron que la esvástica estaba “al
revés”), y en una ocasión también dibujó un águila, que sus padres
identificaron como “el águila alemana”. Un poco después, llegó incluso a
hacer un bosquejo de la carlinga de un avión. También fue capaz de describir
la función de los indicadores de aceite y combustible. Decía que el
bombardero que pilotaba tenía un pedal rojo que utilizaba para soltar las
bombas. Uno de sus otros dibujos era aparentemente una insignia con un
águila en el centro y las alas dispuestas de forma lateral.
Carl también sentía mucho cariño por Alemania y mostraba un
comportamiento “típicamente alemán”. Por ejemplo, prefería el café al té, y
le gustaban las sopas espesas y las salchichas. Además, realizaba
espontáneamente el saludo nazi, el paso de ganso típico del ejército alemán,
o solía ponerse recto con las manos extendidas a los costados, como un
soldado. De hecho, en el colegio se burlaban de él con frecuencia,
llamándole “alemán” y “nazi”, lo que motivó que a partir de los diez u once
años de edad, dejara de hablar de su supuesta vida pasada.
Un breve informe de este caso fue publicado en una revista británica
llamada Woman’s Own en agosto de 1982. Stevenson pudo conocer la
dirección de los Edon a través del editor de esta revista. En 1984 el Dr.
Nicholas McClean-Rice fue a Middlesborough y entrevistó a los padres de
Carl y al propio Carl Edon, que entonces contaba con más de once años de
edad. El caso había recibido bastante publicidad en los periódicos
regionales. Un periodista alemán también entrevistó a la familia y su informe
apareció en un periódico de Berlín, el Morgenpost, en julio de 1983.
Ian Stevenson dejó transcurrir diez años antes de decidir que podían y
debían conocer más sobre este caso. Entonces volvió a escribir a los Edon y
en junio de 1993 fue a visitarlos. Después continuó la relación mediante
correspondencia, hasta octubre de 1998, cuando sostuvo una segunda
entrevista con los padres de Carl. Carl, para ese entonces, ya había
fallecido, como veremos más adelante.
En el transcurso de estas entrevistas, Stevenson pudo reunir más
información sobre el caso. Carl Edon había llegado a decir cuando era
pequeño que el avión era un Messerschmitt, y su madre, Valerie, recordaba
que incluso había dado un número, aunque no estaba segura de si había sido
101 o 104. Además, Carl afirmaba que en el accidente había perdido su
pierna derecha. También dijo que su nombre en esa otra vida era Robert,
tenía veintitrés años cuando murió, y tenía una novia de diecinueve años,
rubia y delgada. Su padre se llamaba Fritz; tenía un hermano llamado Peter.
No recordaba el nombre de su madre, aunque dijo que llevaba gafas y era
mandona.
Cuando fue lo suficientemente mayor para ver películas sobre la Segunda
Guerra Mundial, con frecuencia hacía comentarios si veía que algo no estaba
bien hecho. Por ejemplo, señalaba que tal soldado no llevaba la insignia en
el lado adecuado. En cierta ocasión, cuando vio un documental sobre el
Holocausto, salió un campo de concentración (los padres no estaban seguros
cuál, pero podría haber sido Auschwitz), y comentó que su base aérea estaba
cerca de este campo de concentración.
Carl expresó el deseo de vivir en Alemania. Comparado con los otros
hermanos, era extremadamente limpio y ordenado, le gustaba vestir bien, y
tenía un carácter más rebelde y travieso. Además su apariencia física
también era distinta: mientras que en su familia todos tenían pelo castaño, él
era rubio y con ojos azules (su madre también tenía ojos azules).
Además, Carl tenía una marca de nacimiento: un nevus hiperpigmentado,
elevado y prominente, indoloro, en su ingle derecha, que creció con el
tiempo, llegando a los 2'5 centímetros de diámetro cuando era un adulto
joven. En 1993 fue extirpado y dejó una cicatriz blanquecina. Él nunca
asoció esta lesión a su supuesta pérdida de la pierna derecha. Tampoco se
quejó de que le doliera ni cojeó nunca al andar. En 1993 las marcas de los
puntos de sutura todavía eran visibles y la cicatriz era de color rosa.
A la edad de dieciséis años Carl había dejado la escuela y tenía un
trabajo en el servicio ferroviario británico. Tenía una niña, producto de su
relación con una joven. En agosto de 1995, Carl fue asesinado. Su asesino
fue identificado, arrestado, juzgado y enviado a prisión. La novia de Carl dio
a luz a una segunda hija ese mismo año.
Eso fue todo lo que Ian Stevenson pudo averiguar, lamentándose de no
haber estudiado el caso desde sus orígenes, con la consiguiente pérdida de
información y los dibujos que realizó Carl entre los dos y cuatro años. A
partir de los datos recogidos no pudo explicar este caso a través de la
genética o influencias medioambientales, por tanto concluyó que la
reencarnación era la explicación más plausible.
Se propusieron dos posibles personas fallecidas que podrían encajar con
los recuerdos de Carl Edon. Por una parte, el hermano de James Edon (el
padre de Carl) se había casado con una mujer alemana cuyo padre había sido
un piloto de la Luftwaffe y había participado en la Segunda Guerra Mundial.
Esto llevó a la familia a especular que Carl podría estar recordando la vida
de este piloto. Desafortunadamente, esta mujer alemana se había vuelto a
casar. Su segundo marido era inglés y ella se había mudado a Inglaterra. No
quiso dar detalles sobre su primer marido. Conocía las afirmaciones de Carl
sobre su vida pasada, y los Edon averiguaron que no creía en ellas.
Por otra parte, Ian Stevenson descubrió en sus investigaciones que
durante la Segunda Guerra Mundial se había producido de hecho un
accidente de aviación cerca de Middlesborough: el 15 de enero de 1942, un
bombardero Dornier 217E-4 se estrelló contra la línea del ferrocarril en
South Bank. Este avión alemán había atacado las defensas costeras cerca de
la desembocadura del río Tees, después se había golpeado con el cable de
un globo de barrera[28] que se encontraba a 4000 pies, y había acabado
cayendo en una amplia espiral y estrellándose en las vías ferroviarias,
envuelto en una bola de fuego. Lo hizo justo en South Bank, una localidad
casi adyacente a Middlesborough, donde Carl nacería treinta años después.
La munición que había en el avión comenzó a explotar y el ruido se pudo
escuchar a gran distancia. Se encontraron los cuerpos carbonizados de tres
de sus ocupantes, que fueron recuperados rápidamente y enterrados en el
cementerio de Thornaby. Los restos del avión bombardero se apartaron para
que la línea del ferrocarril pudiera seguir funcionando y más tarde se fueron
cubriendo con escoria de forma gradual, cayendo en el olvido. En noviembre
de 1997 se realizaron unas excavaciones para colocar nuevas
canalizaciones, y fue entonces cuando los restos del avión se desenterraron,
lo que llevó al descubrimiento de un cuarto cadáver. La insignia asociada
con este cuerpo, según lo que afirma Ian Stevenson, correspondía a Hans
Maneke, el operador de radio del bombardero. Sin embargo, posteriores
investigaciones demostraron que había habido una confusión respecto a la
identificación de los cuerpos, y este hombre, a quien le faltaba la pierna
derecha, era en realidad Heinrich Richter. El 14 de octubre de 1998 se
celebró un funeral en memoria de estas cuatro víctimas. Las otras dos eran el
piloto, Joachim Lehnis, y el copiloto, Rudolph Matern. Aunque Ian
Stevenson sugirió que Carl Edon podría haber estado recordando la vida del
piloto, Joachim Lehnis, no contaba con todos los datos. El nombre que había
dado Carl para su supuesta vida pasada, Robert, no coincidía con ninguno de
estos hombres. Sin embargo, el descubrimiento de que a Heinrich Richter le
faltaba la pierna derecha, y sobre todo, la localización de una fotografía de
Richter por parte de un historiador llamado Bill Norman, la cual mostraba
una increíble semejanza con Carl, acabó por convencer a los padres de Carl
Edon que su hijo era la reencarnación de Richter.
Los detalles que dio Carl Edon de su vida anterior, según los autores
Peter y Mary Harrison, son ciertamente impresionantes:
“Cuando el joven Carl Edon juega con sus aviones de juguete, sus
padres piensan que no se trata del típico comportamiento infantil sino una
rememoración de los hechos que tuvieron lugar cuando Carl era un piloto
de la Fuerza Aérea Alemana.
‘Tan pronto como comenzó a hablar solía decirnos que una vez
estrelló su avión contra las ventanas de un edificio’, dice su madre,
Valerie. ‘Suponemos que finalmente murió de las múltiples heridas que
sufrió en la colisión. Pensamos que era extraño que dijera tal cosa, ya
que cuando era un niño pequeño nunca mostró ningún interés real en
historias de aventuras y no tenía tiempo de ver películas de guerras o
cosas parecidas’.
Valerie Edon continuó explicando que según fue creciendo y fue
ganando más control en su pronunciación, la historia se fue haciendo más
detallada, y Carl la contaba de manera tan realista que ella y su marido
no podían seguir descartándola y pensar que era solo una fantasía de un
niño.
El incidente que realmente persuadió a los Edon que la historia de
Carl sonaba cierta sucedió cuando Carl aprendió por primera vez a
dibujar y colorear. Como la mayoría de los niños pequeños Carl pasó
por la etapa en la que experimentaba con sus lápices de colores y sus
ceras, y tenía sus cuadernos para colorear y los libros de rompecabezas
para niños en los que solía unir los puntos para crear un dibujo. Un día se
sentó con sus ceras y su libro para colorear, pero en lugar de colorear en
los dibujos, su madre notó que había dibujado unas insignias y unos
motivos de aspecto peculiar que cubrían toda la página.
Lo que más llamó la atención de Valerie fue la pulcritud de sus
dibujos. A diferencia de los normales garabatos de un niño de tres años,
los pequeños dibujos de Carl eran muestras definidas y precisas de
varios símbolos e insignias que Valerie confesó eran completamente
extrañas para ella, excepto un pequeño dibujo. Ahí en la esquina superior
de su libro para colorear Carl había dibujado una esvástica alemana
perfecta dentro de un círculo, lo que la hacía parecer una insignia. Había
otras insignias pequeñas trazadas con la habilidad de un artista
profesional. Cuando Valerie preguntó a su hijo acerca de estas insignias,
él respondió: ‘Esas son el tipo de insignias que llevaba en mi uniforme
cuando pilotaba mi avión’.
Más sorpresas estaban esperando cuando poco después de su quinto
cumpleaños, Carl dibujó la cabina de su avión. Recordaba las posiciones
exactas de todos los controles y explicó a sus desconcertados padres la
función de cada palanca, esfera e indicador. Incluso sabía cuál era la
localización exacta del botón que recordaba haber presionado para
lanzar las bombas.
El padre de Carl estaba intrigado con la cantidad de detalles
minuciosos presentes en los dibujos de su hijo, especialmente porque
sabía que Carl jamás había estado en ningún avión y ciertamente nunca
había estado en una cabina. ’No veo cómo pudo obtener esa
información’, dijo su padre, ‘es seguro que no pudo conseguirla de un
libro con ilustraciones porque nos habríamos dado cuenta, y de todas
formas él no tuvo ningún libro de ilustraciones que contuviese aviones
alemanes o cabinas.
El pequeño puede recordar cómo se alistó en la Luftwaffe, la Fuerza
Aérea Alemana, cuando tenía diecinueve años de edad, y fue destinado a
un gran campamento de la fuerza aérea con muchas casetas dispuestas en
filas. Carl explica: ‘Las casetas tenían lavabos, pero no había grifos para
el agua. El agua salía de una bomba’. El chico recuerda que él y sus
camaradas habían recibido formación de primeros auxilios y cualquiera
que era herido era tratado por los propios hombres. Todos ellos fueron
llamados para cumplir con su obligación.
Valerie y su marido se sorprendieron cuando su joven hijo les dijo de
pronto que le habían hecho saludar una fotografía enmarcada de Hitler.
‘No podía creer lo que estaba oyendo’, dijo Valerie, ‘no tenía ni idea de
que él conocía, o incluso había oído mencionar alguna vez el nombre de
Hitler. Ciertamente nunca fue un tema de conversación en casa’.
Según Carl, se ordenó a las tropas que se reunieran en un gran salón
de asambleas. Dice: ‘Había una imagen de Hitler en la pared y todos
nosotros teníamos que golpear el suelo con nuestros pies y hacer un
saludo a esta imagen’. Puede hacer una demostración de la patada y el
saludo como si fuera algo totalmente natural para él.
En respuesta a la pregunta de su madre sobre qué llevaba puesto
cuando se encontraba en el salón, dice: ‘Pantalones grises metidos por
dentro de unas botas altas de cuero y una chaqueta negra’. Sus padres no
se creían que lo que su hijo estaba describiendo era un uniforme alemán
completo, así que sin decírselo a su hijo acudieron a la biblioteca local y
consultaron algunos libros, solo para encontrar que Carl había dado una
descripción totalmente correcta de su uniforme, las insignias y la cabina
de su avión. Sus padres también pudieron corroborar hasta el más
pequeño detalle de los dibujos de Carl comparándolos con los que
encontraron en un viejo libro de aviones alemanes de la última guerra.
Carl puede reconstruir con un detalle espeluznante su choque contra
las ventanas del edificio. Estaba sobrevolando a baja altura algunos
edificios y debe de haber perdido la consciencia por algunos minutos.
Según describió: ‘Todo se volvió negro por un momento’. Cuando volvió
a la realidad en la cabina de su avión, se dio cuenta de que un edificio se
aproximaba hacia él a rápida velocidad. Desesperadamente tiró con
fuerza de los controles en un esfuerzo frenético por evitar la colisión,
pero fue demasiado tarde. El avión se abrió paso a través de las grandes
ventanas del edificio.
Carl recuerda la horrible sensación que le recorrió al darse cuenta de
que había perdido la pierna derecha. El shock del choque y la pérdida de
la pierna, combinados con sus otras heridas, le afectaron tan gravemente
que murió poco después de la colisión.
Tristemente el golpe fatal no solo afectó a Carl, sino también a una
fraulein[29] bastante joven que vivía en el pueblo de Carl en Alemania,
con quien estaba prometido. Habían sido pareja desde la infancia y
habían crecido juntos, aunque ella era varios años más joven que él.
Recordaba sus pensamientos justo antes de morir y cómo sintió una gran
compasión por su joven novia, sabiendo que a ella le darían las
devastadoras noticias sobre su muerte. Con la sutileza típica de Carl: ‘Lo
sentí tanto por ella’.
Aunque Carl no puede recordar mucho de lo que ocurrió después de
su muerte, es fuertemente consciente de haber tenido un hermano más
joven que también era piloto, y lo extraño es que está convencido de que
este hermano murió poco después de que se desangrara hasta la muerte
entre los restos retorcidos de su avión. Tiene recuerdos claros de su
padre en esa vida pasada, cuyo nombre era Fritz. Carl parece haber
tenido mucho cariño por este hombre, aparentemente de carácter jovial.
Carl dice de él: ‘Era muy divertido y siempre me hacía reír, y me llevaba
a dar agradables paseos por los bosques’. Le contó a Carl sobre los
árboles y las flores y las plantas que verían en sus caminatas por los
bosques cerca de su casa en Alemania. El pueblo donde vivían era
pintoresco, y se enclavaba entre colinas y exuberantes bosques. ‘No era
un lugar muy grande’, dice Carl, ‘pero me gustaba’.
Su madre era la persona que imponía disciplina en la familia y Carl
la recuerda como una mujer pequeña y regordeta, con pelo moreno rizado
y gafas pequeñas que solía llevar en la punta de su nariz. ‘Era un poco
mandona’, recuerda el chico, ‘y siempre tenía que hacer lo que me
decía’.
Le obligaban a hacer su parte de las tareas de casa y recuerda que su
quehacer habitual era recoger leña para las grandes fogatas en su casa.
Tiene recuerdos nítidos de trocear largos troncos de árbol en pequeños
leños, y después transportarlos en su carretilla para ser almacenados
como combustible. El olor de los troncos recién cortados causó una
vívida impresión en el joven. Lo describe como ‘un olor fresco y
agradable que siempre me recuerda a los bosques’.
Otros olores que permanecen en la consciencia de Carl son los de la
cocina. Recuerda cómo le solían servir una especie de sopa. ‘No era
como la sopa que me dan ahora’, dice, ‘tenía un color rojo oscuro y era
bastante espesa. Mi madre la hacía casi todos los días’. Entonces añadió
con una risa: ‘Solían darme otras cosas de comer también, pero no
recuerdo cómo eran las demás. Pero sé que me las daban igual que la
sopa’.
Carl comenzó a sufrir burlas en el colegio cuando se supieron sus
declaraciones sobre una posible vida pasada. Como consecuencia, llegó un
momento en el que Carl ya no quería hablar de ello, pero según sus padres,
siempre mantuvo su creencia de que había sido un piloto alemán en otra
vida. Su padre declaró a la revista Gazette que al principio él estaba harto
de oír a Carl hablar de sus recuerdos, pero finalmente acabó creyendo más
en la reencarnación.
Heinrich Richter había sido condecorado con la Cruz de Hierro en dos
ocasiones y herido en combate. Tenía veinticuatro años cuando su avión fue
derribado, falleciendo a causa de las heridas. Su cuerpo fue enterrado
cincuenta y cinco años después junto al de sus colegas. En 1998, tres años
después de la muerte de Carl Edon, sus padres se unieron junto a trescientas
personas al funeral que se realizó en honor de Richter y el resto de la
tripulación del Dornier. James, el padre de Carl, dijo: “Estar de pie más
tarde junto a la tumba de Richter era inquietante. Fue como si estuviéramos
enterrando a Carl otra vez. Quizá esto sea el final”.
6
MARCAS Y DEFECTOS DE
NACIMIENTO
D e todos los casos estudiados por Ian Stevenson, aquellos que se
caracterizan por la aparición de marcas y defectos de nacimiento
son sin duda alguna los que causan mayor impacto. También son los que
hacen más difícil encontrar una explicación racional a este fenómeno. Ya
hemos visto algún ejemplo en los capítulos precedentes, pero nos
ocuparemos aquí de algunos de los más impresionantes o más significativos.
Un hecho muy curioso y poco conocido es que estas marcas de
nacimiento no solo aparecen como consecuencia de lesiones o enfermedades
presentes en la personalidad anterior. En culturas donde es común la
creencia en la reencarnación, la gente sabe que las marcas y defectos de
nacimiento podrían ser evidencia de la existencia de una conexión entre el
niño y una persona fallecida. En algunos países asiáticos, a veces marcan el
cuerpo de una persona agonizante o ya muerta utilizando distintos materiales,
como hollín o lápiz de labios. Tienen la creencia de que el bebé tendrá una
marca de nacimiento que corresponderá a la marca hecha en el cuerpo.
Stevenson denominó a esta práctica “marcas de nacimiento experimentales”.
Sin embargo, no siempre hay una intención tan clara tras ellas. Estas
marcas también pueden producirse únicamente por el derramamiento de
sangre sobre cierta región del cuerpo. En estos casos la superficie de la piel
no fue ni tan siquiera arañada, mucho menos herida en profundidad. Existe
incluso un caso en el que parece que el origen del defecto de nacimiento fue
un simple pensamiento.
También, en determinadas áreas geográficas de África, se amputan uno o
varios dedos de la mano de niños pequeños por la creencia de que así ese
niño dejará de reencarnar en la misma familia. Posteriormente, en la misma
comunidad, nacen bebés con la ausencia de los miembros amputados.
Deberemos tener en cuenta estos datos cuando vayamos a formular una
hipótesis para explicar el mecanismo por el que aparecen en el nuevo
cuerpo.
A continuación veremos algunos de estos casos.
El asesinato de U Sein Maung.
Ma Myint Thein nació en el pueblo de Okingone, Birmania, el 12 de
octubre de 1956. Sus padres eran U Pe Tin y su esposa, Daw Khin Hla.
Antes de que Daw Khin Hla se quedara embarazada de Ma Myint Thein, U
Pe Tin soñó que un conocido suyo, U Sein Maung, le decía que deseaba
renacer en la familia de U Pe Tin. Cuando tuvo este sueño, U Pe Tin no sabía
que U Sein Maung estaba muerto, pero al día siguiente se enteró de que unos
hombres armados con espadas habían matado a U Sein Maung el día anterior.
Ese día U Sein Maung había salido en bicicleta a visitar a sus padres. En el
camino de vuelta se detuvo y charló un poco con el matrimonio antes de
volverse a montar en su bicicleta y continuar el camino. Los asesinos le
acecharon en la carretera que iba hacia su pueblo, Pyawbwe.
U Sein Maung tenía un camión con el que comerciaba entre Pyawbwe y
Rangún. Sus frecuentes ausencias habían originado tensión en su matrimonio,
y las cosas no mejoraron cuando su esposa descubrió que tenía una amante
en Rangún. En un ataque de frustración la esposa se suicidó bebiendo ácido
de batería.
El asesinato de U Sein Maung no tuvo lugar hasta cuatro o cinco años
después de la muerte de su esposa. El móvil no fue el robo, puesto que los
asesinos no se llevaron la bicicleta ni las joyas que llevaba puestas. Se
sospechó que su suegra, Daw Saw Yin, alimentando pensamientos
vengativos sobre el maltrato que había sufrido su hija en sus manos, contrató
a unos asesinos profesionales para matarle.
Stevenson pudo hablar con dos personas que habían visto el cuerpo de U
Sein Maung después de haber sido atacado y muerto (los asesinos dejaron el
cuerpo en el lugar donde lo mataron). Dijeron que los dedos de las manos
habían sido cortados con una espada y la cabeza había sido separada casi
por completo del tronco. Otro testigo mencionó que también había sido
apuñalado por la espalda.
Ma Myint Thein comenzó a hablar coherentemente cuando tenía no más
de dos años de edad, aunque no comenzó a referirse a una vida pasada hasta
los cinco (más tarde de lo que se considera habitual en estos casos). Muchos
años después recordó que los primeros recuerdos de una existencia anterior
tuvieron lugar cuando notó, mientras jugaba con otros niños, que sus manos
eran distintas a las de los demás. Ma Myint Thein había nacido con casi
todos los dedos acortados y malformados, la mayoría tenía anillos de
constricción[30]. Solo el pulgar izquierdo era normal. En ese momento
comenzó a recordar que en una vida anterior había sido asesinada por tres o
cuatro hombres con espadas. Su madre, Daw Khin Hla, dijo que la primera
vez que oyó a Ma Myint Thein mencionar sus recuerdos, le estaba diciendo a
uno de sus hermanos mayores: “Tengo una esposa en el sur [queriendo decir
Rangún]. Te daré caramelos si me llevas allí”.
Después de esto, Ma Myint Thein comenzó a hablar más de sus recuerdos
a otros miembros de la familia. Dijo que su nombre había sido Sein Maung.
Tenía una esposa y dos hijos, un niño y una niña. Dio otros detalles que
luego resultaron ser ciertos, pero la descripción de su muerte es
especialmente llamativa: dijo que le habían matado con un “cuchillo largo y
grande” (usó la palabra birmana dah, que puede significar cualquier
instrumento con hoja, desde un cuchillo de cocina a una espada). Dijo que
sus dedos estaban malformados porque había levantado sus manos para
defenderse del primer golpe con la espada cuando los asesinos comenzaron
a atacarle. Recordaba que U Sein Maung llevaba en ese momento un anillo,
un reloj de muñeca y una pulsera de oro.
Además, Ma Myint Thein tenía miedo del lugar donde U Sein Maung
había sido asesinado, y cuando tenía que pasar a través de él para ir a
Pyawbwe, se ponía a temblar. La malformación de sus dedos le producía una
gran angustia cuando era joven, y a veces trataba de ocultarlos. De joven
mostró características masculinas. Le gustaba vestir ropas de chico y a veces
utilizaba verbos masculinos al hablar (en la lengua birmana se usan
diferentes formas semánticas dependiendo del sexo de la persona que habla).
Se quejaba de ser una chica. Según creció se fue ajustando a su condición
femenina. A los veinte años se casó y posteriormente tuvo dos hijos,
totalmente normales.
Un fatal accidente de tren.
Ma Khin Mar Htoo nació en Tatkon, Birmania, el 26 de julio de 1967.
Sus padres eran U Thein Myine y Daw Ngwe Kyi. Antes de concebir a Ma
Khin Mar Htoo, Daw Ngwe Kyi soñó que una niña llamada Ma Thein Nwe
iba a renacer como su hija. Esta niña respondía al sobrenombre de
Kalamagyi, que significa “gran niña oscura”, ya que era de complexión
morena, y había muerto en agosto de 1966 en tristes circunstancias.
En aquel entonces los trenes en Birmania no tenían vagones-restaurante ni
vendedores ambulantes ofreciendo comida y bebida a los viajeros en el tren.
Por ello, al llegar a la estación, este tipo de vendedores rodeaba los trenes y
ofrecía todo tipo de mercancías a los pasajeros. Kalamagyi y su madre se
ganaban la vida de esta forma. Los trenes en Tatkon paraban en dos vías,
cada una al lado de un andén. Había una tercera vía central por la que
circulaban los trenes que no paraban en Tatkon.
En el día de su muerte, Kalamagyi estaba caminando por la vía central,
esperando confiadamente que el tren se cambiara a la vía cercana al andén.
Llevaba flores que esperaba vender a los viajeros y caminaba a lo largo de
la vía, con su espalda a la máquina del tren. Aquel día, sin embargo, un
conmutador no funcionaba bien y el tren continuó por la vía central. El
guardagujas, horrorizado, vio que iba a atropellar a Kalamagyi, al igual que
el conductor del tren, que hizo sonar el silbato y activó el freno. Fue
demasiado tarde, y el tren pasó por encima de Kalamagyi.
Se pudo reconstruir hasta cierto punto cómo se produjo su muerte. La
parte inferior de su pierna derecha se encontró a una considerable distancia
del resto de su cuerpo, el cual fue cortado en dos. Es probable que
Kalamagyi cayera bajo el tren, quedando su pierna atrapada bajo las ruedas,
y siendo separada del cuerpo antes de que se produjeran el resto de lesiones.
Si no había perdido la consciencia de manera inmediata, probablemente lo
hizo cuando el tren pasó sobre su tronco.
Ma Khin Mar Htoo nació sin pierna derecha, justo unas pulgadas por
debajo de la rodilla. Dos dedos rudimentarios sobresalían del muñón.
También tenía defectos menores en sus manos, pero eran triviales en
comparación a la ausencia de la pierna. Esta afección, llamada hemimelia en
términos médicos, es una malformación muy poco frecuente.
Cuando Ma Khin Mar Htoo pudo hablar, expresó muchos recuerdos de la
vida y muerte de Kalamagyi. Sin embargo, las dos familias se conocían
moderadamente bien antes de que el caso se desarrollara, por lo que no se
puede descartar que nada de lo que dijo Ma Khin Mar Htoo no fuera ya
conocido por los miembros de su familia.
Wijeratne y el karma.
Este es uno de los casos que hace cuestionarnos la validez de la
extendida creencia en el karma. Según algunas personas, que alguien nazca
con un defecto de nacimiento se debe a que en una vida anterior cometió
algún tipo de crimen atroz; tal vez produjo en una víctima las mismas
lesiones que ahora él mismo se ve obligado a padecer. De esta forma, se
dará cuenta de por qué no está bien infligir cualquier tipo de sufrimiento en
nuestros semejantes. Sin embargo, una y otra vez a lo largo de este libro
vemos que con frecuencia son las propias víctimas, no los agresores, las que
nacen con la marca o defecto de nacimiento. Esto va en contra del sentido de
la justicia que tienen muchas personas, que esperan algún tipo de castigo
sobre los que hacen mal por parte del “Universo”, sin darse cuenta de que
sus deseos de justicia no son más que una expresión de sus deseos de
venganza. Muchas de estas personas son muy reticentes a cambiar sus
creencias. A pesar de que casi todas ellas creen en la reencarnación, muy
pocas recuerdan vidas pasadas, o recuerdan tan pocas que no tienen datos
suficientes para valorar si la llamada “ley del karma” existe o no. Pero se
siguen aferrando a ella porque es lógica y sobre todo muy tranquilizadora, ya
que les asegura que todos sus enemigos pagarán por sus malas acciones y las
buenas personas serán recompensadas. Por desgracia (o no), la realidad
parece ser bien distinta.
Existe todo un sistema de creencias tejido alrededor del karma, concepto
creado inicialmente por budistas e hinduistas y que posteriormente ha sido
ampliamente tergiversado por el movimiento de la Nueva Era. Basta con
estudiar de manera superficial el origen de la palabra karma[31] y
sumergirse en las investigaciones sobre niños que recuerdan vidas pasadas,
para darse uno cuenta de que no existe absolutamente ninguna evidencia
científica que apoye la existencia del karma tal y como otros nos intentan
convencer.
En el caso de Wijeratne, es el propio sujeto el que cree que su defecto de
nacimiento podría tener relación con haber sido un malhechor en su vida
pasada. No debemos dejar de observar que esto no es más que una creencia
del sujeto, y por lo demás, el karma, tal y como es entendido por ciertos
sectores, brilla por su ausencia. Igual que en el caso del suicidio, haber
cometido actos criminales no es en absoluto garantía de que en la vida
siguiente esa persona sufrirá más que el común de los mortales.
H.A. Wijeratne nació en el pueblo de Uggalkaltota, Ceilán (actual Sri
Lanka), el 17 de enero de 1947. Sus padres eran Tileratne Hami y su esposa,
Huratal Hami. Nada más nacer Wijeratne, notaron que tenía marcados
defectos en la parte derecha de su pecho y en el brazo derecho. El músculo
pectoral del tórax estaba ausente, su brazo derecho tenía un tamaño mucho
menor que el izquierdo, y los dedos de su mano derecha eran
extremadamente cortos; algunos estaban unidos (esta patología, descrita por
primera vez en la literatura médica en la década de1840, recibe el nombre
de síndrome de Poland).
Cuando Wijeratne comenzó a hablar, una vez su madre le oyó hablar solo,
y al escucharle se sorprendió cuando afirmó que había nacido con un brazo
defectuoso porque había asesinado a su esposa en una vida anterior. Cuando
le contó esto a su esposo, este confesó que no le sorprendía, porque ya había
deducido que Wijeratne era su hermano pequeño Ratran Hami renacido.
Ratran Hami le había dicho a Tileratne, antes de morir, que volvería
como su hijo. En 1927 Ratran se había prometido con una chica, Podi
Menike, con la que ya había pasado una ceremonia preliminar para el
matrimonio, según las costumbres de la época en Ceilán. Podi Menike, sin
embargo, cambió de opinión y no quiso completar el matrimonio ni volver
con Ratran al pueblo donde vivía. Así que Ratran regresó solo a su pueblo,
pidió prestado algo de dinero para pagar algunas deudas, afiló un gran
cuchillo, volvió al pueblo de Podi Menike, y la mató.
Ratran Hami fue apaleado por otras personas allí presentes, y arrestado.
Después de un juicio fue sentenciado a muerte y ahorcado en julio de 1928
(el intervalo entre su muerte y el nacimiento de Wijeratne es por tanto
superior a dieciocho años, mucho más largo que en la mayoría de los casos).
Tileratne no estaba casado cuando su hermano murió. Es muy improbable
que contara algo a su esposa sobre la conducta criminal y la ejecución de
Ratran, lo que explicaría el porqué de la sorpresa de Huratal Hami cuando
oyó a su hijo hablar de haber sido un asesino.
En su juicio, Ratran se había declarado “no culpable” y alegó que había
actuado en defensa propia. Declaró que había sido atacado por unas
personas presentes en la casa de Podi Menike y en el tumulto la había
apuñalado. Wijeratne no creía esto. Libremente reconoció su culpa en el
asesinato de Podi Menike y creía que estaba pagando un castigo al renacer
con un brazo malformado. Sin embargo, no perdonaba a Podi Menike. Con
catorce años de edad, cuando Stevenson le entrevistó por primera vez, le
preguntó qué haría si se viera en similares circunstancias a las de Ratran
Hami. Dijo que mataría a cualquier chica que se comportara como lo había
hecho Podi Menike. Más tarde, en 1969, escribiría a Stevenson diciendo que
lo había pensado mejor, y que era mejor divorciarse de esposas que se
comportaran mal antes que matarlas.
La vida temprana de Wijeratne no tuvo pocas complicaciones. No
parecía acomplejado por su defecto de nacimiento, pero era consciente de
que las chicas serían reacias a casarse con un hombre que decía haber
matado a su esposa, aunque lo hubiera hecho en una vida anterior. En 1969
contrajo una enfermedad mental y fue diagnosticado de esquizofrenia. Se
recuperó completamente, continuó con sus estudios y consiguió convertirse
en profesor de escuela. Se casó, y en 1982 era feliz y gozaba de buena salud.
NK: asesinado en un robo.
Este caso también apareció en el artículo “Some Bodily Malformations
Attributed to Previous Lives”[32], ya mencionado en el capítulo 4. Incluyo
este caso aquí por sus similitudes con el caso investigado por el Dr. Lash en
la comunidad drusa, demostrando que este tipo de casos son bastante
plausibles, y ejemplos como estos no son escasos.
NK nació en la aldea de Kharwa, India, en 1982. Presentaba un área con
piel anormal en la región frontal izquierda de su cabeza. Cuando tenía poco
más de un año y medio de edad, comenzó a caminar y a hablar, ambos al
mismo tiempo. Cuando le regañaban, comenzaba a alejarse de la casa de su
familia. Al preguntarle a dónde iba, respondía: “Soy de Sarnia. Mi esposa es
Dakho, y mi hijo es Madan”. Rechazó el nombre que le habían puesto y dijo:
“Soy Babu”. Habló de la vida de Babu hasta los cinco o seis años.
Describió cómo Babu había sido acechado por unos ladrones que le mataron
con un hacha para quitarle el dinero que llevaba. Esto pudo ser verificado
posteriormente: se encontró un informe policial sobre el asesinato de Babu,
y también se obtuvo una copia del informe de autopsia.
En 1998, el nevus en la región temporoparietal de la cabeza de NK tenía
7’5 centímetros de largo y 2 centímetros de ancho. La piel estaba arrugada y
presentaba hiperpigmentación. Dentro de la piel afectada había dos zonas de
ligera rugosidad inusual.
NK declaró que dos hombres le habían parado con el pretexto de pedirle
una cerilla para encender un cigarrillo. Se supo que los asesinos le
golpearon en la cabeza y en algún otro lugar con un hacha, arrastraron su
cuerpo a un pozo cercano y lo arrojaron en él, donde fue encontrado. Más
tarde dos hombres fueron arrestados por el crimen pero se les absolvió por
falta de pruebas.
El informe de autopsia describe tres heridas incisas en el cuerpo de
Babu. Había una pequeña herida redondeada en la mandíbula y una más
grande en el hombro izquierdo y base del cuello. Una tercera herida incluía
fracturas de los huesos de la parte izquierda del cráneo con profunda
penetración en la sustancia cerebral. Presumiblemente esta fue la herida que
causó la muerte, y la que correspondía al área de piel anormal en la parte
izquierda de la cabeza de NK.
NK hizo diecinueve afirmaciones sobre la vida y muerte de Babu. Siete
eran sobre Babu y miembros de su familia, y todas resultaron correctas.
Doce eran sobre el asesinato. Como no había testigos del asesinato, la
mayoría eran inverificables, pero el informe policial pudo corroborar cuatro
de ellas. Además, hubo informantes que dieron fe de que NK pudo reconocer
espontáneamente a cinco miembros de la familia de Babu cuando se
reunieron.
Ariya: sangre que deja huella.
Ariya Noikerd nació en Bangkok, Tailandia, el 7 de noviembre de 1968.
Sus padres eran Hong y Nitaya Noikerd. Antes de que Ariya naciera, su
madre y la hermana mayor de su madre, La-Mom, soñaron que Apirak, un
hijo de la familia que había muerto tres meses antes, iba a retornar a la
familia. Nitaya soñó que Apirak pedía permiso para volver, pero en el sueño
de La-Mom solo decía que iba a renacer en la familia. Ariya nació alrededor
de un año después de la muerte de Apirak.
Cuando Ariya nació, enseguida se observó que tenía una marca de
nacimiento que consistía en una mancha roja bastante extendida por la parte
izquierda de la cara y la cabeza. Además, tenía una hendidura o pliegue
profundo en la piel de la parte baja de la espalda, cerca de la línea media,
justo encima de su nalga derecha. Apirak tenía una hendidura similar en el
mismo sitio.
Apirak tenía trece años cuando se fue con su familia a visitar la ciudad
de Pakching, a ciento ochenta kilómetros al nordeste de Bangkok. Mientras
estaban allí un camión lo golpeó y Apirak murió casi instantáneamente. El
abuelo de Apirak fue herido, pero otros miembros de la familia pudieron
evitar el golpe. El cuerpo de Apirak tuvo que ser transportado de vuelta a
Bangkok. Hubo cierta mala gestión en este proceso, pero finalmente, a los
siete días de su muerte, Apirak fue incinerado en Bangkok. En este intervalo
de tiempo, el cuerpo no había sido lavado, y aún quedaba sangre en la cara y
en la cabeza a consecuencia del accidente. No se sabe de qué lesión o
lesiones murió Apirak, aunque es probable que la cabeza sufriera alguna
herida importante. Tanto los padres de Apirak como su tía materna (La-
Mom) dijeron que las marcas de nacimiento en la cara y cabeza de Ariya
estaban exactamente en el mismo lugar donde había estado la sangre en la
cara de Apirak cuando su cuerpo fue incinerado.
Apirak había sido un chico claramente afeminado. No rechazaba llevar
ropas de chico, pero le gustaba llevar ropa de chica, y cuando lo hacía se
maquillaba los labios y los ojos. Llevaba ropa de chica con tanta frecuencia
que su madre lo recordaba más vestido así que con pantalones. También
parecía tener un modo de andar femenino. Jugaba a juegos de niña y la
mayoría de sus amigos eran niñas. Al menos una vez afirmó que le gustaría
renacer como niña. Le gustaba bailar al son de los tambores.
Apirak parecía un poco deprimido y en varias ocasiones expresó el
deseo de morir. Cuando le reprendían por tener tales pensamientos, él decía
que quería saber lo que ocurría después de la muerte.
Los padres de Ariya estaban convencidos de que ella era Apirak
renacido, por los sueños anunciadores, las marcas de nacimiento y el defecto
de nacimiento que presentaba Ariya.
Un informe del caso apareció en un periódico de Bangkok en diciembre
de 1968, y Stevenson fue a visitar a Ariya y su familia en marzo de 1969,
cuando Ariya tenía tan solo cinco meses. En 1971 Stevenson continuó con la
investigación. Por aquel entonces Ariya ya había hecho algunas afirmaciones
sobre la vida de Apirak. Después perdió el contacto con la familia, hasta
1980.
Cuando Ariya hablaba de su vida anterior, lo hacía solo en respuesta a
las preguntas que le formulaban, y al menos una fue una pregunta cerrada. Sin
embargo, sí que dijo que las marcas de nacimiento en su cabeza tenían su
origen en “una herida por el coche”. Además, identificó una fotografía de
Apirak como una de “Ut”, que era el apodo de Apirak. Su tía materna mezcló
algunos juguetes y ropa de Apirak que la familia había guardado con otros
objetos similares y pidió a Ariya que seleccionara aquellos que
pertenecieron a Apirak. Dijo que Ariya lo había hecho correctamente.
Ariya no parecía tener ningún miedo a los camiones cuando era joven,
pero en 1980 Stevenson averiguó que entonces sí que lo tenía. Mostraba un
comportamiento marcadamente masculino y prefería vestir ropa de niño en
lugar de ropa de niña. A los dos años aproximadamente comenzó a bailar
espontáneamente al son de los tambores. Ni las marcas de nacimiento ni la
hendidura cercana a sus nalgas desaparecieron.
Lo que más llama la atención de este caso es que a pesar del expreso
deseo de Apirak de nacer como niña y su tendencia a manifestar un
comportamiento típicamente femenino, en su vida siguiente volvió a padecer,
aparentemente, cierto grado de disconformidad con su sexo biológico,
mostrando esta vez comportamiento masculino a pesar de haber nacido como
niña. Este hecho nos hace reflexionar sobre qué factores intervienen en la
determinación de la identidad sexual de una persona, y da la impresión de
que no se puede atribuir únicamente a factores biológicos como la influencia
hormonal o la genética, factores mentales o factores ambientales.
Lamentablemente ahondar en esta interesante cuestión no es el objetivo del
presente trabajo.
Otras consideraciones de importancia.
Ya hemos mencionado en la introducción de este capítulo la existencia de
marcas de nacimiento experimentales, aquellas que se hacen a propósito
sobre el cuerpo de un difunto, con la esperanza de reconocer a su
reencarnación cuando el bebé nazca con una marca en el mismo lugar en el
que se realizó. Ian Stevenson fue el primer occidental que documentó esta
práctica, muy habitual en algunos países asiáticos. Pero el Dalai Lama
también contó en una ocasión que cuando su hermano pequeño falleció a los
dos años de edad, le hicieron una señal con mantequilla, y posteriormente su
madre tuvo un hijo con una señal pálida en el mismo lugar.
Un paso más allá es lo que Stevenson llamó defectos de nacimiento
experimentales, en los que no solo se hace una marca sobre la piel con hollín
o algún tipo de pasta o pigmento, sino que se llega a mutilar una parte del
cuerpo. Estas personas creen fuertemente que a consecuencia de esta
mutilación sobre el cadáver, el cuerpo en el que el alma se reencarne
aparecerá sin esa parte que fue mutilada. Esta práctica sucede en ciertas
regiones de África, como en el África Occidental subsahariano, desde
Nigeria en el este a Senegal en el oeste. Deriva de la creencia en estas
culturas de que los niños que mueren son altamente responsables de sus
muertes, a diferencia de lo que se cree comúnmente en los países
occidentales, donde la culpa recae en los padres o los médicos del niño, o,
si estos parecen libres de ella, en Dios o el azar.
En África occidental el hecho de que haya dos o más muertes sucesivas
en la misma familia hace creer a los padres que la misma alma está
retornando a ellos una y otra vez. Estos niños se conocen como “niños
repetidores”, y para detener este ciclo de muerte y nacimiento, a veces los
padres mutilan el cuerpo de un niño recientemente fallecido. De esta forma
esperan que el alma del niño deje de reencarnar en su familia, o si lo hace,
que no muera en la infancia. A veces sospechan que un niño físicamente
débil o que padece una enfermedad grave podría ser un niño repetidor.
Entonces los mutilan, o piden a alguien que les mutile, incluso en vida, para
así evitar que muera. Normalmente les cortan el dedo meñique.
Se ha visto que en estas regiones muchas veces nacen niños a quienes les
falta un dedo meñique o algún dedo del pie. El problema que nos
encontramos en estos casos es que a veces los niños no tienen recuerdos de
una vida pasada, por tanto solo se puede especular acerca de quién fue en
esa vida pasada.
Otro aspecto muy interesante y muy poco conocido que menciona
Stevenson en sus libros es la posibilidad de que la falta de pigmentación en
un individuo se deba a la correspondencia con el color de la piel del
individuo cuya vida recuerda. En varios casos investigados por Stevenson se
observa que el sujeto que recuerda supuestamente una vida pasada presenta
un color de piel o de pelo distinto al de los demás miembros de la familia, y
además coincide con el de su personalidad pasada. Esto es especialmente
espectacular cuando hablamos de albinismo. Se han reportado casos de
individuos hindúes que presentaban este problema y que decían recordar
vidas de ciudadanos británicos o americanos. Por ejemplo, podemos
mencionar brevemente el caso de Maung Zaw Win Aung, que nació en
Meiktila, Birmania, el 9 de mayo de 1950. Él fue el primero de doce hijos,
cuatro de los cuales eran albinos. Maung Zaw Win Aung tenía un grado
moderadamente severo de albinismo. Su color de piel era más claro de lo
normal y tenía pelo rubio. El iris de sus ojos era de color marrón claro.
Tenía nistagmo (movimiento rápido e involuntario de los ojos) y también
padecía de fotofobia (sensibilidad a la luz). La forma de sus ojos era más
próxima a la forma de ojos característica de los caucásicos que a la de los
birmanos, que en su mayoría tienen los ojos de forma mongola.
En cuanto pudo hablar, comenzó a decir que había sido un aviador
estadounidense cuyo avión había sido derribado cerca de Meiktila. Dijo que
tenía un compañero en el avión, pero no recordaba si había sido el piloto,
aunque podemos suponer que sí porque más tarde jugaba a ser piloto.
También declaró que su nombre era John Steven. No fue capaz de describir
su avión, la unidad militar a la que pertenecía, su rango ni el tipo de
uniforme que llevaba, pero sí que recordaba que el avión no tenía base en
Birmania. No se pudo averiguar la identidad de su personalidad previa, pero
lo que afirmaba sí que parece plausible, ya que existía una base aérea
americana cerca de Calcuta, y en 1945 los japoneses derribaron muchos
bombarderos americanos.
El comportamiento de Maung Zaw Win Aung era típicamente occidental.
Además sentía nostalgia por los Estados Unidos y decía que volvería allí si
pudiera. Sentía furia hacia los japoneses. Quería vestir ropa occidental y se
resistía a comer con las manos (como hacen casi todos los birmanos). Hasta
los doce años estuvo comiendo con una cuchara. Tampoco le gustaba la
comida picante de Birmania y pedía leche y galletas. A ratos presumía sobre
los bombardeos aéreos en los que había participado, pero más tarde se
mostraba arrepentido y decía que había pecado al matar tantas personas.
Parecía querer hablar con monjes budistas como si le pudieran dar la
absolución a sus crímenes de guerra. A esa edad no sabía que no existe una
doctrina de perdón en el budismo, pero quizá los confundía con sacerdotes
occidentales. Con el tiempo acabó aceptando su nueva vida en Birmania, se
hizo médico y contrajo matrimonio.
Cuando Maung Zaw Win Aung tenía diez años de edad, su madre, Daw
Kyin Htwe, soñó que una mujer occidental venía a ella y le pedía nacer en su
familia, para poder estar junto a su hermano. Daw Kyin Htwe estaba
embarazada en ese momento y posteriormente dio a luz a una niña rubia a la
que se le llamó Dolly Aung. Ella también era albina. El iris de sus ojos era
de color marrón claro. Era miope y padecía nistagmo. La forma de sus ojos
era caucásica. Dolly Aung nunca habló de una vida pasada, pero sí que
exhibía algunos de los rasgos de comportamiento típicamente occidentales.
Daw Khin Htwe tuvo dos niños rubios más, y en ambos casos se produjo
previamente un sueño con un hombre rubio. Los cuatro bebés rubios de la
familia pesaron al nacer considerablemente más que los otros niños, que
tenían una pigmentación birmana normal. (Las personas occidentales son, de
media, más grandes y pesadas que las personas birmanas).
Aunque este tema puede ser especialmente controvertido y los científicos
enseguida encontrarían la solución en la genética, Stevenson asegura que la
genética por sí sola no explica todos los aspectos que caracterizan a estos
casos. Pudiera ser que en esa familia los padres portaran cada uno el gen del
albinismo, que ellos mismos decidieran que estos niños rubios debieron ser
occidentales en una vida pasada, y después convencer a esos niños para que
se identificaran con occidentales, llegando a mostrar por sí solos un
comportamiento considerado occidental. Pero quizá sería más lógico pensar
en reencarnación: un individuo americano reencarnó en una familia birmana,
algunos de sus amigos o familiares de esa vida pasada decidieron seguirle y
reencarnar en la misma familia. El alma de ese individuo pudo influir de
alguna forma en la pigmentación del embrión o feto, interfiriendo en el
metabolismo de la melatonina. Quizá, como poco a poco la ciencia va
descubriendo, la mente tiene una influencia sobre el cuerpo mucho mayor de
lo que pensamos, y por ello pueden tener lugar todas estas alteraciones,
marcas y defectos congénitos.
7
NIÑOS QUE RECUERDAN EL PERIODO
ENTRE VIDAS
U n buen número de investigadores que se acercan al trabajo de
Michael Newton ponen en duda sus resultados por razones
similares a las que veíamos cuando hice referencia a la validez de los
recuerdos obtenidos por la técnica de regresión hipnótica. Sus detractores
también le acusan de presionar demasiado a sus pacientes, ya que en su
búsqueda personal de la verdad Michael Newton trataba de obtener el mayor
número de respuestas posibles, y con el máximo nivel de detalle, acerca del
funcionamiento de ese hipotético más allá que parece existir tras la frontera
de la muerte. Por ello sometía a sus pacientes a verdaderos interrogatorios
mientras estaban bajo regresión, hasta el punto de que algunos de ellos se
negaban a contestar a sus preguntas y preferían concentrarse en lo que
estaban viendo en ese estado alterado de consciencia. Otros objetan que
nunca podemos estar seguros de qué porcentaje de esas percepciones se
corresponden con la realidad y qué porcentaje es pura imaginación o son
visiones contaminadas por las propias interpretaciones que hace el cerebro
humano, incapaz de describir un mundo totalmente distinto al mundo físico.
Por otro lado, algunos de sus lectores más acérrimos toman sus libros
como una especie de Biblia y olvidan que el trabajo de Newton no es
definitivo. Aún no contamos con datos suficientes para poder establecer
normas inamovibles sobre la organización de la vida espiritual, pero la
mayoría de los seres humanos se sienten más cómodos creyendo que alguien
tiene todas las respuestas a sus preguntas. Creo que, como siempre, debemos
mantenernos en un punto medio y ser conscientes de que aún no sabemos
nada.
Esas objeciones que se ponen a las conclusiones de Newton sobre el
periodo entre vidas son aceptables por los escépticos, que parecen ávidos
por descartar todo el material que provenga de las regresiones, a veces sin
saber ni siquiera en qué consisten realmente. Sin embargo, no podemos decir
lo mismo de los recuerdos espontáneos de los niños. Aunque los recuerdos
de posibles vidas pasadas gozan de bastante popularidad y es relativamente
fácil encontrar casos, no se presta la misma atención a los recuerdos que
parecen provenir del periodo entre vidas. Y no solo me refiero al momento
en que el niño afirma haber estado flotando en el cielo y haber escogido a
sus padres, algo que aparece en la gran mayoría de estos casos, sino a
muchas otras afirmaciones que hacen sobre ese periodo en el que
supuestamente estaban “desencarnados”. En general se habla mucho de la
muerte y lo que pasa justamente después, pero también existen muchos
testimonios de niños que dicen recordar los momentos no solo anteriores al
nacimiento, sino también anteriores a la concepción. Los psicólogos que
utilizan la regresión conocen perfectamente que una persona puede recordar
cuando estaba en el útero, incluso ser consciente de los sentimientos de la
madre, de sus dudas de continuar o no con el embarazo, o saber si es un hijo
deseado. Esto podría ser explicado por la comunicación existente entre la
madre y el feto, podría deberse a un factor puramente biológico, y por tanto
no tendría por qué ser una prueba de la existencia de un alma o consciencia
previa al nacimiento. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando un niño dice recordar
hechos que ocurrieron antes de la concepción? ¿Qué ocurre si parece
conocer detalles relativos a un hermano que murió antes de que él naciera,
del que nadie jamás había hablado en su presencia? ¿O si es capaz de
describir espontáneamente un lugar en el que se encontraba antes de nacer,
muy similar a los que los pacientes de Newton suelen describir en sus
regresiones? En este último caso siempre podemos aducir que los pacientes
pueden conocer los libros de Newton y sus propias expectativas crean
ciertas imágenes en sus mentes, o podemos pensar que Newton (o cualquier
otro hipnoterapeuta conocedor de las técnicas) da forma de algún modo a
esas imágenes. Pero cuando un niño que jamás ha oído hablar de este autor,
ni jamás ha recibido educación religiosa alguna, ni siquiera conoce el
concepto de la reencarnación, empieza a hablar de guías, seres de luz o un
“cielo”, se hace difícil achacarlo todo a una simple casualidad.
Es cierto que no todos los niños que recuerdan el periodo entre vidas
recuerdan también vidas pasadas. Del mismo modo, estudios realizados
tanto por el Dr. Ian Stevenson, como por el Dr. Jim B. Tucker junto a Poonam
Sharma[33], muestran que muchos de los niños que recuerdan vidas pasadas
no tienen recuerdos del periodo entre vidas. Sin embargo, al comparar los
niños que tienen recuerdos de vidas pasadas con niños que tienen además
recuerdos del periodo entre vidas, se encontró que la única diferencia entre
ellos es que los últimos tienen una memoria inusualmente buena. Es más
probable que estos niños recuerden más de una vida pasada, nombres y
apodos de la personalidad previa, nombres de otros individuos de la vida
pasada, y hacen significativamente más afirmaciones sobre la vida pasada
que luego han podido ser verificadas.
Un artículo[34] publicado en la revista Journal of Scientific Exploration
en el año 2014, titulado “Children with Life-between-Life Memories”,
escrito por Masayuki Ohkado y Akira Ikewaga, reproduce algunas de estas
afirmaciones:
“Un niño de seis años recuerda su experiencia antes de nacer,
diciendo: ‘Estaba volando en el cielo, buscando a mi madre. Mirando
hacia abajo. Pude ver a mi madre y la elegí. Pensé que era la mejor
persona. Parecía solitaria, y pensé: ‘Si acudo a ella, no se sentirá sola
nunca más’.
Una niña de nueve años describe un lugar en el que se encontraba
antes de llegar a su madre: ‘Había muchos niños, o almas, y un dios,
una entidad con autoridad.’ A nuestra pregunta ‘¿Es como un profesor
de colegio?’, ella respondió: ‘¡No, no, no! Es mucho más generoso’, y
dijo ‘Cuidaba de nosotros, como un consejero’.”
Al contrario de lo que se podría pensar, esto tampoco es un fenómeno
nuevo. Igual que ocurre con las experiencias cercanas a la muerte o los mitos
acerca de un “bardo”, es decir, un estado o un lugar que las almas deben
atravesar para alcanzar el más allá, los testimonios sobre vidas pasadas o el
periodo entre vidas existen desde que el hombre es hombre. En el artículo se
da el ejemplo de un niño japonés nacido en 1806, Katsugoro, quien afirmaba
haber vivido en una casa distinta a aquella en la que había nacido. Le
llevaron allí y sus antiguos padres le llegaron a aceptar como su hijo Tozo
renacido. Katsugoro dijo que después de su muerte fue guiado a un hermoso
campo por un hombre con largo cabello blanco, y después de pasar un
tiempo ahí, ese hombre le condujo a su casa actual y volvió a nacer.
Uno de los autores del artículo previamente mencionado, el Dr. Ikewaga,
es un ginecólogo que llevó a cabo una encuesta en el año 2003, inspirado
por estudios similares realizados por otros autores como Chamberlein o
Verny, que informaban sobre casos de niños que decían tener recuerdos del
vientre materno o del nacimiento. El cuestionario se distribuyó a 3601
padres a través de escuelas de enfermería y guarderías en Japón, y contenía
preguntas acerca de si los niños habían afirmado alguna vez tener recuerdos
de ese tipo, ya fuera de manera espontánea o al preguntarles directamente.
Los resultados fueron que un gran número de niños había hablado de esos
recuerdos. En concreto, un 30’5% había hablado alguna vez sobre recuerdos
del vientre materno y un 19’3% sobre recuerdos del nacimiento. En el
cuestionario no se preguntaba directamente sobre el periodo entre vidas o
vidas pasadas, pero algunos de los padres informaron de que sus hijos
también hablaban sobre estos recuerdos. Esto es lo que llevó al Dr. Ikewaga
a realizar el estudio cuyos resultados comentaremos a continuación.
La edad media de los sujetos que se investigaron fue de unos siete años y
medio. Se vio que la edad media a la que comenzaban a hablar de la vida
entre vidas era de unos cuatro años. En consonancia con las observaciones
de Carol Bowman, se vio que era frecuente que lo hicieran cuando se
encontraban en un estado relajado, ya sea durante el baño o cuando se van a
dormir. Los padres solían notar algún cambio en su forma de hablar: lo
hacían de una manera especialmente elocuente, inusualmente clara, o con
mucha concentración. Un niño que solía tartamudear hablaba con mucha
fluidez solo cuando se refería a tales recuerdos.
Los investigadores Sharma y Tucker, en su artículo previamente
mencionado, en el que analizaron treinta y cinco casos birmanos,
propusieron dividir los recuerdos del periodo entre vidas en tres etapas:
1. La primera etapa es de transición. Durante este periodo la
persona ve su propio cuerpo fallecido o es testigo de su funeral.
A veces tratan de contactar con los afligidos parientes, solo para
descubrir que son incapaces de comunicarse con los vivos.
Algunos dicen que no se habían dado cuenta de que estaban
muertos. Otros dicen que fueron alejados de los parientes que
lloraban su muerte. Esta etapa termina normalmente cuando el
sujeto es dirigido por un anciano o un hombre mayor vestido de
blanco a otro lugar.
2. La segunda etapa se caracteriza por una gran estabilidad. La
persona permanece en un lugar determinado durante un tiempo
prolongado, participando en diversas actividades. Son frecuentes
los informes de ver o interactuar con otras personalidades
desencarnadas. Algunos parecen apegados a un determinado
lugar físico. Por ejemplo, una mujer declaró que no era capaz de
abandonar el sitio donde había enterrado sus joyas en vida, pero
dijo que era mucho más hermosa estando desencarnada y que
tenía bonitos vestidos de oro.
3. La tercera etapa incluye recuerdos de escoger los padres para
la próxima vida o de la concepción. Algunos informaron de que
siguieron a sus futuros padres a casa, aparentemente por propia
iniciativa. Otros dijeron que fueron dirigidos a sus padres
actuales, con frecuencia por ancianos o el mismo hombre mayor
al que nos referimos en la primera etapa. Algunos hicieron
comentarios sobre cómo entraron en el cuerpo de la madre. Esto
es frecuentemente descrito como “transformarse en un grano de
arroz o una mota de polvo en agua y ser ingerido por la madre”.
Algunos tuvieron que hacer repetidos intentos porque eran
rechazados por espíritus guardianes o el agua era expulsada
sucia.
Volviendo al artículo de Ohkado e Ikewaga, de los veintiún sujetos
investigados, cuatro tenían recuerdos de una vida pasada. Uno describió el
funeral de su personalidad previa, y otro dijo que había visto la casa
quemada en la que su pasada personalidad y su madre habían fallecido.
Trece sujetos describieron en la segunda etapa un lugar al que llamaron
“nube o cielo”, y tres lo llamaron “luz”. Los otros cinco utilizaron
expresiones como “un espacio amplio desde donde puedes ver la Tierra”,
“un lugar como una estrella”, “un lugar donde hay un número de niveles”,
“ahí arriba”, y “un lugar con la forma de una larga elipse”. Los veintiún
niños dijeron que no estaban solos. Catorce afirmaron que había un dios o
una entidad similar a un dios. Esta entidad parecía un consejero que hacía
sugerencias sobre sus futuros padres o les daba permiso para nacer de los
padres que habían escogido. Doce de ellos dijeron que se encontraban con
su familia actual (principalmente hermanos y hermanas) y/o con amigos
actuales. Un niño dijo que había muchas “bolas de luz” presentes, pero era
difícil decir quiénes eran, aunque creía que eran personas cercanas a él en su
vida actual.
Trece de estos niños describieron cómo se sentían en ese espacio entre
vidas. Ocho dijeron que se sentían “serenos” o “calmados”, dos dijeron que
se sentían “alegres” o “excitados”, y los tres restantes dijeron que era
“difícil de describir”, “no distinto a lo que siento ahora” y “solo”.
Quince de estos niños afirmaron que eran capaces de ver los “asuntos
terrenales” desde el lugar donde se encontraban, pero sus recuerdos eran
limitados, relativos solo a sus padres y sus domicilios.
Diecisiete niños dijeron que eligieron a sus padres. Nueve de ellos
dijeron que eligieron solo a sus madres, mientras que ocho de ellos dijeron
que eligieron tanto a sus padres como a sus madres.
Trece niños recordaban por qué habían decidido volver a nacer: para
reunirse con sus madres o ayudarlas en algo (tres); para ayudar a otras
personas (cinco); para ser más felices de lo que habían sido en sus vidas
anteriores (dos); y para disfrutar de la vida. Un niño dijo que no recordaba
por qué había nacido porque había olvidado la razón al nacer, con el fin de
averiguarlo en su vida actual.
Doce niños dijeron recordar cuándo habían llegado al vientre materno.
Tres afirmaron que alguien (un dios, una bola brillante o una entidad similar
a un ángel) les ayudó a llegar hasta su madre.
Tres de los veintiún niños hicieron declaraciones que coincidieron con
los recuerdos de sus padres antes de que nacieran. Una niña de cinco o seis
años le había dicho a su madre: “Cuando eras joven, yo venía a ti con
frecuencia”. Antes de casarse, la madre había tenido la sensación de que un
ente con apariencia de niño la miraba y se movía bulliciosamente a su
alrededor. Otro niño que había empezado a hablar de la vida entre vidas con
cinco años le dijo a su madre: “Te vi con un precioso vestido blanco.
Estabas abrazando a un perro”. La madre había abrazado a un perro mientras
llevaba puesto su vestido de novia. Después de la ceremonia de la boda,
entró en una habitación donde el perro la estaba esperando. Lo recordaba
claramente porque abrazar a un perro llevando un vestido de novia es algo
que se supone no debes hacer. Otro niño, de seis años, dibujó un edificio de
cuatro plantas rodeado de montañas y dijo a su madre: “Aquí es donde
vivías. Te vi ahí”. Su madre se quedó sorprendida, porque de niña había
vivido en un edificio de esas características.
Es curioso comprobar que la segunda etapa varía notablemente en los
casos de niños birmanos. Sharma y Tucker vieron que de diecinueve sujetos
estudiados, nueve dijeron que permanecieron en un árbol, cuatro en una
pagoda, y dos cerca del lugar donde murieron. Estas diferencias podrían
deberse al contexto religioso. En Birmania, la religión predominante es el
budismo combinado con el animismo. La creencia generalizada es que la
muerte es solo el comienzo de un nuevo nacimiento en uno de los treinta
reinos no humanos existentes, y durante el periodo en el que una persona
vive como una entidad desencarnada, se le pueden asignar tareas como
guardar templos o tesoros. En Japón, por el contrario, solo tres padres
dijeron ser budistas. Uno dijo ser cristiano, y el resto dijo no pertenecer a
ninguna religión. Por tanto, parece que las diferencias podrían deberse a las
diferencias culturales entre ambos países.
Otro aspecto importante a tener cuenta y que se pone de manifiesto en
este estudio, es que, según los datos recogidos, los recuerdos del momento
del nacimiento son los más frecuentes, seguidos, por este orden, de
recuerdos en el vientre materno, recuerdos de la vida entre vidas y recuerdos
de vidas pasadas. Esto sugiere que los primeros serían más fáciles de
recordar que los otros tipos de recuerdos. Aún no sabemos las razones que
podrían explicar esto, pero por lo que podemos observar en casos de adultos
que recuerdan vidas pasadas, es muy posible que intervengan factores como
la lejanía de esos recuerdos, la duración o la intensidad emocional. Sin
embargo, esto no se correlaciona con algunos de los patrones observados en
estos niños, por lo que aún no podemos llegar a conclusiones definitivas.
En cualquier caso, la similitud de estos casos con las experiencias
cercanas a la muerte es destacable. Muchos niños con recuerdos de la vida
entre vidas hacen referencia a una etapa en la que aparentemente se
encuentran fuera de sus cuerpos, y el encuentro con otros “seres”, descritos
con frecuencia como “ancianos”, “guardianes”, etc., son comunes en los dos
tipos de experiencia. Esa presencia normalmente les ofrece ayuda a través
del periodo de transición, aunque, obviamente, en las ECM’s se le dice a la
persona que vive la experiencia que su tiempo aún no ha llegado y es
enviada de vuelta a su cuerpo. También se encuentran con parientes
fallecidos. Sin embargo, ninguno de ellos habló de “ver o ser envuelto en
luz”, “ver hermosos colores” o “entrar en la luz”. Otra diferencia es la
ausencia del túnel de luz, aunque debemos recordar que también existen
variaciones interculturales en los testimonios de ECM’s, y a veces este túnel
de luz tampoco está presente en las ECM’s no occidentales.
Como vemos, es necesario que se lleven a cabo más estudios científicos
para que podamos reunir más datos y poder esclarecer a qué tipo de
fenómeno nos estamos enfrentando cuando hablamos de niños que parecen
recordar momentos anteriores a su nacimiento. Quizá sea pronto hablar de
reencarnación, o quizá no podamos afirmar que lo expuesto en este capítulo
sea evidencia de nada. Pero lo que nadie puede negar es que este fenómeno
es real y mucho más frecuente de lo que pensamos. Los resultados de este
estudio podrían demostrar la preexistencia de una consciencia que no
depende del cerebro, una entidad que parece ser capaz de recordar
acontecimientos antes de que exista un órgano material que almacene esa
información. Esto podría poner en un grave aprieto a todos aquellos que aún
piensan que las experiencias cercanas a la muerte, las experiencias
extracorpóreas, las regresiones de vidas pasadas o los niños con recuerdos
espontáneos anteriores al nacimiento no son más que el resultado de la
química cerebral o los millones de conexiones neuronales de esa fantástica
máquina que todos tenemos dentro del cráneo. Lo único cierto, hoy por hoy,
es que el funcionamiento de la memoria sigue siendo un gran misterio para la
ciencia. Pero... ¿podría explicar la memoria todos los aspectos
característicos de las personas que supuestamente recuerdan vidas pasadas?
8
UN FENÓMENO VIVO Y ACTUAL
L amentablemente, en España la reencarnación aún no recibe excesiva
atención. Los científicos simplemente la ignoran, incluso aquellos
que estudian las experiencias cercanas a la muerte. Puede que algunos de
estos científicos mencionen en sus obras a investigadores como el Dr.
Raymon Moody o el Dr. Bruce Greyson, pero “olvidarán” mencionar que
estos investigadores no solo se dedican a estudiar y a divulgar todo aquello
que rodea a las experiencias cercanas a la muerte, sino que también invierten
grandes esfuerzos en investigar la reencarnación. No en vano muchos
pacientes que sufren experiencias cercanas a la muerte vuelven de ellas
hablando de que vivimos varias vidas, aunque esto es ampliamente ignorado.
Lógico, si seguimos pensando que una experiencia cercana a la muerte
consiste básicamente en alucinaciones producidas por el cerebro.
Los científicos pueden elegir dar su espalda a los niños que dicen
recordar vidas pasadas y achacarlo todo a la imaginación o a una extraña
“habilidad” aún inexplicada de nuestra propia mente (parapsicólogos
escépticos conocedores de estos casos de reencarnación llaman a esto
último “super-psi”, como veremos en el capítulo 10). Pero eso no hará que
estos niños dejen de existir. Si alguien muestra una actitud receptiva y
respetuosa hacia lo que estas personas tienen que decir, no es nada
complicado encontrar este tipo de casos dentro de la geografía española. Por
desgracia, como aún carecemos de protocolos estandarizados en las
consultas de los psicólogos y muy pocos se toman en serio este tipo de
experiencias, estos casos no pasan de la mera anécdota. No hay nadie
tomando notas exhaustivas, no hay un seguimiento a lo largo de los años, no
hay un esfuerzo por identificar a la persona que ese niño dice que fue, no hay
intentos de verificar sus afirmaciones con datos históricos... por haber, no
hay ni directrices sobre cuál es la mejor forma de manejar las pesadillas y
emociones que puede estar sufriendo ese niño, que podría ser nuestro hijo.
Pero sí hay personas que han pasado por ello. Mientras escribía este ensayo
varias personas se pusieron en contacto conmigo para contarme sus
experiencias, y el investigador James Matlock, que actualmente modera un
grupo en Facebook llamado Signs of Reincarnation, también me dio
amablemente su permiso para incluir la historia de su hija Cristina, de madre
peruana. Todos son casos sin resolver —es decir, no conocemos la identidad
de la personalidad previa— pero creo que no puedo dejar de describirlos
aquí porque ilustran muy bien el lado humano de lo que supone, para un niño,
recordar supuestas vidas pasadas. También demuestran que, al contrario de
lo que estamos acostumbrados a pensar, estos niños no solo se encuentran en
libros polvorientos de los años 70 en un rincón oscuro de la biblioteca de
nuestro barrio. Puede ser nuestro vecino, nuestro sobrino, un amigo de la
infancia a quien veíamos “raro”. Prestemos atención, y quizá nos
sorprendamos.
Si algún lector se siente identificado con lo que se cuenta aquí y quiere
compartir su experiencia, puede contactar conmigo en el correo electrónico
que incluiré al final del libro.
La hija de Susana y su antiguo rancho.
Susana es una madre que supuestamente también recuerda vidas pasadas,
pero me escribió porque supo que estaba interesada en niños que recuerdan.
Le hice una serie de preguntas sobre su hija, y esto fue lo que me respondió:
“Yo creo que mi hija comenzó a hablar de una vida pasada sobre los
dos años. Recordaba la ciudad, el nombre de su madre, el suyo, el
entorno... La cara le cambió, el brillo de sus ojos, estaba emocionada, es
como si sintiera en ese momento todos los sentimientos, al hablar de su
madre, de los caballos de aquel rancho... Se sabe claramente que no es
una fantasía porque aquel momento fue mágico también para mí. No
sabría explicarte con palabras, yo sentí su emoción. También las
coincidencias. A mi hija le gustaban los caballos antes de relacionarse
con ellos.
Ha habido después otras experiencias. Un día por ejemplo estuvimos
en una casa donde había una chimenea. Al encender la chimenea le dio un
ataque de ansiedad, se puso a chillar ‘¡No encendáis!’, con un miedo
horrible. Era la primera vez que veía una chimenea. Poco después fui yo
la que recordé que en otra vida se incendió nuestra casa.
Mi hija, que ahora tiene ocho años, no me ha contado nunca que
recordara la muerte. Hubo una temporada que le daba miedo dormir sola.
Yo lo viví de una manera natural. Yo no la interrumpía y ella lo
contaba abiertamente porque yo le prestaba la atención normal, como
cuando me contaba cualquier otra cosa.”
Es interesante señalar que los sentimientos que describe Susana respecto
a su hija concuerdan con lo que cuenta Carol Bowman de otros padres. Estos
suelen mencionar que cuando su hijo habla de una vida pasada llegan a sentir
como un “cambio en la energía”. Sienten su propio cuerpo energizado, lo
cual no ocurre cuando hablan de fantasías. La propia Carol Bowman relata
que cuando sus niños hablaron por primera vez de sus vidas pasadas ella
notó cómo su vello se ponía de punta y una especie de energía recorría todo
su cuerpo. Científicamente esto podría tener una explicación: todos estamos
rodeados de campos de energía, y Bowman sospecha que cuando el niño
entra en un estado alterado de consciencia, podrían producirse cambios en
esos campos que los padres llegan a detectar a través del cerebro. Por
supuesto, esto puede producir un shock en estos padres, que pueden sentirse
desorientados o incluso mareados por un momento, como si estuvieran a
punto de caer por un abismo. En todo caso, no deben preocuparse: es una
reacción normal y no supone ningún tipo de peligro.
Miguel y los fenicios.
Miguel se puso en contacto conmigo a través de correo electrónico,
sabiendo que su historia me interesaría. Al pedirle su colaboración para este
libro, me pidió expresamente que respetara su anonimato, y por ello he
cambiado pequeños detalles en su testimonio.
“Tengo cuarenta y cuatro años, y aunque no he tenido la suerte de
reconocer, identificar y verificar vida pasada alguna, sí puedo contarte
‘mis rarezas’ de pequeño que es posible te interesen.
Debido al trabajo de mi padre, deambulábamos por la geografía
nacional, siendo yo el menor de cuatro hermanos. Viviéramos donde
viviéramos, mis padres procuraban ir una o dos veces al mes a Málaga,
ciudad de la familia de mi madre.
1. De los dos a cuatro años.
Esto que te voy a contar primero me lo cuentan mis padres, yo tengo
imágenes borrosas. Mi abuelo Juan, padre de mi madre, fue patrón de
pesca, en su momento el primer propietario en un pueblecito de Málaga
de una flotilla de barcos congeladores que iban al Atlántico norte a
pescar bacalao. Él nos llevaba de paseo al parque, a mis primos y a mí.
Parece que se reía mucho conmigo porque con la medio lengua de los
dos-tres años, siempre me emperraba en ir ‘a los barcos’, al puerto, una
y otra vez, siempre. Mis primos querían ir al parque, chucherías, yo
quería ir ‘a los barcos’.
Por esa edad y con esa lengua, parece que empecé a decirle: ‘Abuelo,
yo ya he vivido aquí otra vez, pero esto era diferente, esta calle no
estaba’, y cosas por el estilo, que él le contaba divertido a mis padres.
En una de esas ocasiones, estando en el puerto —para fastidio de mis
primos, parece— le dije algo que lo dejó pensativo: ‘Abuelo, esto no era
así cuando yo vivía aquí. Este suelo no estaba, era ‘menos’ y los barcos
eran más bonitos, y había muchas ramas, muchos palos’. Escamado, nos
sentamos todos a tomarnos un batido y siguió preguntándome. Le dije que
había vivido allí antes, y en otro sitio muy bonito, y salía en barco debajo
del castillo, del río al mar, más allá, más allá, ‘marino, marino’. Siguió
preguntándome, y por lo que le contaba, le estaba describiendo Lisboa.
Me preguntó en portugués si era Lisboa. Le sonreí muy contento y le
respondí en portugués sonriendo que sí, que allí estaba mi casa y mi
familia, mientras me tomaba el batido.
Mi pobre abuelo llegó blanco a casa y se lo contó a mis padres. Mi
padre lo escribió en su agenda. Y no se volvió a hablar del tema hasta
1999.
2. Cinco años.
En el año 1976 fuimos a vivir a Cádiz. Y empezaron mis pesadillas.
Estaba constantemente angustiado, quería salir de Cádiz a toda costa.
Tenía una pesadilla con la que me despertaba gritando, y que se me
repitió durante muchísimos años: Estábamos todos los niños en el patio
del colegio, en filas, con nuestro uniforme blanco. Era un día muy
importante porque en el colegio iban a matar a varios niños, era como
una fiesta. Todos temblábamos y llorábamos de miedo, recuerdo cagarme
encima y orinarme en el sueño. Y lo peor sucedía. Ese día tocaba matar a
los que se llamaban ‘Miguel’, por lo que me cogían y a otros
compañeros: gritábamos suplicando a mamá, llorábamos, pataleábamos...
pero todo era inútil. Nos ataban las manos a la espalda, nos
amordazaban y nos ponían una careta de carnaval, que apenas nos dejaba
respirar. Lo peor era cuando nos llevaban al matadero, porque allí
estaban nuestros padres desesperados llorando en silencio o chillando,
pero no sabían quiénes éramos a los que iban a matar porque llevábamos
las caretas. Y uno tras otro, nos iban matando... con un golpe de martillo
de carnaval en la cabeza, ¡de los que hacen ruido como de juguete! Me
despertaba chillando antes de que me tocara mi turno. Soy un enamorado
de Cádiz, pero odio las caretas, el carnaval y los martillitos.
A partir de esos sueños me convertí en un niño angustiado y
miedoso. Estaba obsesionado con que me iban a secuestrar y matar, y
andaba por la calle pegado a mi padre.
Lo peor era si me tenía que acercar al colegio de mis hermanas, Mª
Auxiliadora, en la Avenida de Andalucía. Lloraba y me tiraba al suelo
para no tener que pasar por ahí. El caso es que vivíamos muy cerca. Mis
padres vivían resignados con que les había tocado el hijo ‘cagón y raro’.
3. Pasaron varios años.
Seguía teniendo varios miedos patológicos terribles: a que me
secuestraran y me separaran de mis padres, al chalet de Varela en la
Avenida, y a las caretas y los golpes en la cabeza.
Un día nuestro perro me mordió y se escapó detrás de una perra —era
época de celo— y lo perseguí corriendo. Terminó llevándome a un
callejón detrás de la Catedral —un sitio al que nunca había ido antes,
zona nada recomendable para la época. Pero extrañamente, a medida que
me adentraba en el barrio me iba sintiendo más y más fuerte, más y más
seguro y tranquilo, totalmente tranquilo. Hasta tal punto que recuerdo
haberme sentido feliz, completamente feliz por vez primera desde que
llegamos a Cádiz. Pegué dos patadas al perro —que generalmente me
imponía y me daba miedo—, lo amarré a su correa y marché triunfante a
casa, con un subidón de adrenalina tremendo.
Esa tarde, o la tarde siguiente, no recuerdo, le di un susto de muerte a
mi madre. Era la hora del baño. Pasada la media horita de rigor aporreó
la puerta del baño. Como no contestaba, intentó entrar. Me había
encerrado por dentro. Empezó a ponerse nerviosa porque no le abría.
Gritó y mi hermana abrió manipulando con un boli Bic: estaba a oscuras,
con los ojos cerrados y solo la nariz fuera del agua, y en la bañera, dos
serpientes de plástico de mi hermano mayor.
Todavía recuerdo los gritos y las bofetadas. Mi padre, que llegaba
muy tarde de trabajar, no quería saber nada, suficiente tenía con su
trabajo. Pero lo seguí haciendo... hasta hoy. Había descubierto una
manera de aislarme del mundo, de tener ‘mi momento’ para mí, a solas
conmigo y con nadie más. Y es, de hecho, mi práctica de meditación,
incluso ahora, casado y con hijos. ¿Las serpientes? Seguí echándolas al
agua durante mucho tiempo, incluso compré más serpientes de juguete (y
el cabrito de mi hermano me echó alguna culebra viva de vez en cuando,
¡pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta que no me daban miedo!).
Obviamente no podía practicar esto cuando estábamos de visita en
Málaga o en otro sitio o cuando teníamos visita nosotros, pero buscaba
un cuarto o hueco oscuro, y me quedaba allí quieto, con los ojos cerrados
durante un rato, solo respirando.
Mi padre me llevó al médico de la empresa, y este, muy bien
intencionado, me mandó unos tranquilizantes, y nos remitió a un
psiquiatra muy famoso de Sevilla, ya desaparecido. El señor psiquiatra,
uno de los hombres más encantadores y exquisitos que he conocido en mi
vida y del que guardo un recuerdo maravilloso, estuvo durante una hora
entera hablando conmigo como si fuera un adulto, sonriéndome todo el
tiempo, muy afectuoso. Le conté todo. Y me dijo que no me preocupara
de nada, que era un niño especial, muy inteligente —tenía once años
entonces—, que hiciera mucho ejercicio del que me gustaba, que tratara
de no sentirme superior a nadie, que fuera amable con todo el mundo y
que no me preocupara de nada. Que la angustia desaparecería sola y
‘todo encajará en el futuro, cuando seas mayor’. Y tranquilizó a mis
padres.
4. Año 1999.
He viajado por medio mundo. Tengo un trabajo muy técnico, que me
llena más o menos. Hablo alemán, inglés, griego, turco y algo de japonés.
Conozco todas las islas del Mediterráneo. Viajo en invierno y otoño,
fuera de la época turística y los circuitos turísticos. Y durante unas
vacaciones voy por fin a Lisboa. ¡No había estado nunca y cuando llego
la conozco como la palma de mi mano, todo, todo! Qué sensación, qué
emociones inexplicables, qué sensación al pararme delante de un portal
de Alfama...
A partir de ese viaje empiezo a investigar y salen a la luz las
anotaciones que mi padre hizo de lo que decía mi abuelo.
Descubro que en 1981, en Cádiz, en la Avenida de Andalucía, a la
altura del Colegio Mª Auxiliadora descubrieron enterramientos fenicios:
TOPHET o sepulcros de niños sacrificados ritualmente por los fenicios
mediante un golpe de maza en el cráneo —costumbre de todos los
pueblos semíticos, los cartagineses los quemaban directamente dentro de
un ídolo repugnante: MOLOCH BAAL.
Investigando descubro un librito de Peter Kingsley, In the Dark
Places of Wisdom, en el que describe los ritos mediante los cuales
Parménides, un padre de la filosofía, médico, sacerdote de Apolo y
legislador, conectaba con los Dioses en una suerte de viaje astral y lo
comunicaba luego a los humanos. ¿Sabes cómo? ¡Se encerraba en un
lugar oscuro, sumergido en agua rodeado de serpientes! El reverberar de
las mareas en la caverna unido al siseo de las serpientes provocaba un
zumbido y un desdoblamiento astral. Y se obraba igual en los
Asclepeion[35] de toda Grecia, y Magna Grecia. ¿Y sabes qué
descubrieron en Cádiz, detrás de la Catedral, en la casa vieja del
Obispo? ¡Yacimientos fenicio-romanos del Asclepeion de Cádiz!
¡Exactamente donde me paré y experimenté felicidad cuando cogí a mi
perro!
Me dices que te interesa la parte humana, qué se siente cuando se es
‘especial’. Se siente mal. Porque no encajas, eres consciente de que no
encajas, ni en tu familia, ni en el colegio, ni con tus amigos. Y no lo
entiendes, y dudas si los demás sentirán algo parecido. Eres ‘raro’,
diferente. A medida que vas creciendo y madurando lo vas asimilando,
aceptando, integrando, y finalmente abrazando con dicha porque eso eres
tú precisamente. Lo celebras porque es esa diferencia la que te hace
único, lo que te hace ser quien eres. Pero eso me gustaría haber podido
decírmelo a mí mismo con cinco, siete, diez o catorce años. ¿Están todos
los niños obsesionados con imaginar la cara de Dios, con buscar un rato
para encerrarse solos a oscuras, o aterrorizados de día y de noche con
una pesadilla inexplicable? Tus padres hacen lo mejor que pueden,
pero nadie está preparado para el hijo raro. La psicóloga del colegio me
calificó de ‘asocial y escapista’ porque prefería identificarme con
un águila volando por la noche que con un perro jugando con unos niños
en la playa. Añade a esto un hermano mayor todo extroversión y
diversión, el alma de la fiesta de la familia, el sobrino, hijo, hermano del
que se han cantado sus divertidas proezas a lo Mío Cid en toda la
familia, y entenderás además cuál era mi posición inevitable por
contraste.
Pero mi caso no es único tampoco, y tuve la suerte de contar con otro
‘raro’ en la familia. Un primo mío también era muy introvertido,
enfermizamente tímido y miedoso y ávido lector. Y también lo pasaba
mal. Hablábamos horas y horas sobre los ángeles, cómo debían ser, y
sobre la muerte. Y recuerdo un día especialmente. No recuerdo la edad
ni el año pero tendríamos nueve o diez años. Fuimos a ver 2001: Una
Odisea Espacial de Kubrik. Mis otros primos estaban cabreados y
aburridos, pero M y yo mirábamos la pantalla fascinados. Esa noche —
dormíamos los cuatro en la misma habitación— estuvimos hablando y
hablando de las escenas finales de la película —para fastidio de mis
otros primos—, acerca de cuál podía ser el significado que tenían. Yo
tenía claro que cuando el astronauta se iba convirtiendo poco a poco en
niño, bebé, feto, nada, era porque se había convertido en Dios, en el que
vive siempre. Pero M me dijo:
—No, eso no es correcto. No se ha convertido en Dios, si acaso ha
vuelto de donde vino, de donde venimos todos para volver a nacer una y
otra vez. Y la escena está mal.
—¿Por qué lo dices?
—Porque si en realidad hubiera hecho eso, la escena no se movería
en línea recta hacia delante, sino que iría describiendo un círculo para
siempre, girando sobre sí mismo en espiral, hacia arriba y vuelta hacia
atrás a empezar de nuevo, porque así es siempre cuando morimos y
volvemos a nacer. Sería como un electrón, dando vueltas y vueltas,
naciendo y muriendo.
Me quedé atónito, callado, pensando, porque no entendía nada (¡tenía
nueve o diez años!), hasta que le pregunté:
—¿Y tú cómo sabes eso?
—No lo sé, pero lo sé. Y tú también, y estos dos que están dormidos
también. Lo que pasa es que vosotros no lo recordáis y yo sí.”
La otra familia de Estefanía.
Este relato me llegó a través de una persona que conocí en mi propio
foro de reencarnación en internet[36]. Por desgracia no se registró toda la
información al momento y por tanto solo podemos hablar de lo que recuerda
la propia familia del sujeto de cuando era pequeña.
Estefanía es actualmente una mujer de treinta años que nació en Méjico y
vive en los Estados Unidos desde que tenía cinco años. Su familia recuerda
que ya desde muy temprana edad decía cosas a las que no podían encontrar
explicación. Esto es lo que Estefanía puede relatar hoy en día:
“Nunca tuve papá, pero yo hablaba de dos mamás. Yo no me acuerdo
de nada, pero mi abuela me contaba que yo hablaba de Ohio. Yo debía
tener tres, cuatro o cinco años de edad en aquel entonces. Decía que
quería a mi mamá, pero extrañaba a la otra. Mi abuela es muy religiosa,
no cree en vidas pasadas. Decía que yo tenía mucha imaginación de
chiquita. Nadie sabe de dónde sacaba yo los nombres de la gente o de las
partes de Estados Unidos de las que hablaba. No teníamos tele, ni radio,
ni nada. En ese tiempo solíamos andar a caballo, íbamos de la escuela a
la casa, limpiábamos. Yo les decía que vivía en los Estados Unidos y
nadie sabía de dónde sacaba yo las cosas. Cuanto mayor se pone mi
abuela, más se acuerda y se ríe. Dice que yo lloraba y que solía decir que
patinaba en un lago con hielo. En Agua Prieta no hay nunca hielo. De más
grande, mi mamá me empezó a llevar a la playa. Yo le decía que yo era
un niño y que tenía una hermana. En esta vida tengo un hermano y una
hermana. Yo sé que no soy niño, pero a mi abuela le decía que yo era un
niño. Ella me decía: ‘Aquí está tu mamá, yo soy tu abuela. No puedes
tener otra mamá. Si tú tienes otra mamá, ¿cómo viniste aquí?’ Le
respondí que fue cuando me caí en el agua.”
Es interesante señalar que al preguntar por algún signo de
comportamiento, Estefanía contestó que en esta vida se siente atraída
sexualmente por las mujeres y de hecho su pareja actual es una mujer. No
obstante, el físico de Estefanía no es masculino. Por su testimonio podríamos
sospechar que murió ahogada en su vida pasada, sin embargo no presenta
ningún tipo de fobia al agua. Más bien al contrario, comenta que cuando era
pequeña fueron a patinar a una pista de hielo y a ella le salía de manera
totalmente natural, como si ya lo hubiera hecho antes.
Vale: oscuros recuerdos.
Conocí a Bela, de Méjico, a través de una red social. Contaba en un
grupo que su hija Vale parecía recordar una vida pasada cuando era
pequeña. Actualmente Vale tiene seis años y según su madre ya no recuerda
nada, pero con cuatro años comenzó a hablar y decía algunas cosas extrañas,
además de presentar un comportamiento algo inusual. Esto es lo que relata
Bela:
“Cuando nació Vale, era muy huraña, hasta conmigo. Desde bebé casi
no le gustaba que le diera de comer ni que me ocupara de ella, es decir,
no le gustaba que la vistiera o que la llevara al baño. Le gustaba mucho
estar sola y casi no hablaba. Seguía mucho a su papá. Pero cuando
empezó a ir a la guardería yo pasaba mucho tiempo sola con ella, ya que
teníamos que esperar a que mi otro hijo saliera de la escuela. Mis hijos
no tienen abuelitas, las dos fallecieron por enfermedad. Pero un día
empezó a decirme: ‘¿Te acuerdas cuando mataron a mi abuelita?’ Yo
pensé que ella tenía una idea equivocada por alguna película o algo que
hubiera visto, pero revisando no había nada que hiciera referencia a algo
así. Un día le pregunté estando las dos solas. Ella me dijo que vio cómo
mataron a su abuelita, una que estaba muy gorda... Sus abuelitas en
realidad eran delgadas. Contó que sus papás la dejaban con su abuelita
para que cuidara de ella. Los dos eran altos y rubios (algo que nada tiene
que ver con mi esposo ni conmigo), y ese día hasta me dijo los nombres.
También me dijo que hablaban diferente, yo lo relaciono con el inglés.
Dijo que ella no podía mover su cuerpo y todos le daban de comer en su
boca. Entonces cuenta que un día llegaron los policías a la casa de su
abuelita. Todos corrieron, y a ella la metieron debajo de la cama, y a sus
hermanos dentro de un closet. Desde debajo de la cama vio cómo
mataron a su abuelita y dice que vio a un policía que la jaló. Dice que
entonces vio mucha luz, y un señor le dijo: ‘Ya no vas a estar con tus
padres. Vas a estar con otros y el papá que vas a tener va a dar todo por
ti.’ Entonces me dijo ese día que el policía se parecía mucho a su papá y
yo a su abuelita. Y que a mí sí me quería pero que quería más a sus papás
y hermanitos de antes. Sinceramente, esta parte me rompe mucho el
corazón.
Cuanto le conté esto a mi esposo relacionamos muchas cosas que
hacía de pequeña con lo que me había contado. Por ejemplo, nunca habló
ni balbuceó. No tuvo nunca pesadillas, pero no le gustaba dormir en su
cama. Siempre se escondía en el closet y debajo de la cama; todavía hoy
lo hace a veces de repente. Aprendió a comer y a vestirse solita, y era
muy hiperactiva, como si se desquitara por lo que no pudo hacer antes
(como no poder moverse). En la guardería la maestra siempre nos
mencionó que Vale era muy independiente en relación a los demás. No le
gustaba hablar o jugar con nadie. Sus tíos la llamaban Matilda (como la
de la película). La familia nota ahora la diferencia en comparación a
cuando era pequeña, porque no hablaba, y su rechazo hacia todo... No era
como mi primer hijo o como cualquier otro sobrino o niño que
conociéramos, siempre tenía cara de enfado.
Días después le volví a preguntar e incluso la grabé en vídeo, pero
como era una historia tan fuerte mi esposo me pidió que ya no tocáramos
el tema.
Más recientemente he llegado a preguntar a Vale pero ya no se
acuerda de lo que me platicó. Sin embargo yo no lo olvido porque me lo
dijo de forma tan real y fluida que dudo mucho que lo haya sacado de
algún lado.”
Cristina: la finca rosa.
James Matlock es uno de los investigadores actuales de reencarnación
interesado en niños que recuerdan vidas pasadas. Cuando le informé de la
realización de este ensayo en su grupo Signs of Reincarnation, me
sorprendió gratamente diciéndome que podía utilizar el caso de su hija
Cristina. James habla de su hija en una ponencia que forma parte de un curso
ofertado a través del Instituto para la Investigación y Educación Alvarado
Zingrone[37].
“Cuando tenía tres años, mi hija Cristina comenzó a decir que había
vivido antes. Sus primeros comentarios vinieron en respuesta a una
motocicleta que había visto. Estábamos en el coche y habíamos parado
en un semáforo, la moto estaba delante de nosotros. Cristina preguntó:
‘Papá, ¿te gusta montar en moto[38]?’ Moto es la palabra española para
motorcycle. La madre de Cristina es peruana y la estábamos educando
para ser bilingüe.
—No, no me gusta —confesé—. Me asustan.
—Tienes que agarrarte muy fuerte —dijo, seriamente.
—Cariño, ¿cuándo montaste en moto? —le pregunté—. ¿Fue en
Lima? —Todos los inviernos ella y su madre iban a Perú durante unos
meses y no habíamos estado juntos de manera continuada.
—No —dijo Cristina—. Fue hace mucho tiempo. Antes de que
viniera a ti y a mamá.
El tráfico comenzó a moverse otra vez y tenía que girar a la izquierda.
Agradecí que casi estuviéramos ya en el centro comercial, que era
nuestro destino ese día. Pregunté a Cristina si recordaba algo más sobre
esa vida y dijo que recordaba una casa rosa, lo que parecía divertirla.
“Era toda rosa, por fuera era rosa, el techo era rosa, todo era rosa”.
Esto me dejó aún más sorprendido. Conocía dos casas rosas. Una
estaba cerca de la casa de mi cuñada en Bethesda, Maryland, y mi esposa
y yo habíamos conducido hasta allí con frecuencia. La otra era parte de
una finca que habíamos visto conduciendo por la Interestatal 81 de
camino al área de Washington D.C. alrededor de un año antes de que
Cristina fuera concebida. La casa principal era rosa, todas las
construcciones eran rosas, y la valla del perímetro era también rosa. La
rareza de esta finca nos había causado una gran impresión y habíamos
hablado de ella durante semanas. Pero ya no era rosa, tal y como había
descubierto cuando la busqué en mi siguiente viaje a lo largo de esa ruta.
Que esa finca rosa era el candidato más probable para el lugar de los
recuerdos de Cristina se hizo claro más tarde, cuando ella misma dijo
que la casa rosa era parte de una finca, la cual describió de manera
similar a la que yo recordaba haber visto.
Cristina estaba justo en la edad correcta para comenzar a expresar sus
recuerdos, pero aunque montar en una motocicleta fue el primero del que
habló, claramente no fue su recuerdo más temprano. Fue incapaz de
decirme por cuánto tiempo había estado pensando en la finca rosa.
Sospecho que esperó hasta que le encontró sentido a esa y otras imágenes
en su mente antes de darlos a conocer. A los tres años, podría haberse
dado cuenta de que la gente normalmente no habla de sus vidas pasadas,
pero no habría sabido cómo de inusuales son tales recuerdos. Sin duda
parecían completamente naturales para ella.
Cristina llegó a la conclusión por sí misma de que lo que estaba
recordando era una vida pasada, sin ninguna sugestión por parte de su
madre o de mí. Aunque yo había estado profundamente interesado en la
reencarnación en años anteriores, durante ese periodo de tiempo no era
algo que me preocupase y Cristina no habría podido oírme hablar sobre
ello. Su madre está segura de que nunca dijo nada sobre ello tampoco y
no creemos que hubiera podido estar expuesta a ese concepto en los
Estados Unidos o en Perú. Es evidente que fue guiada por una sensación
de continuidad psicológica con la persona cuya vida recordaba. Estaba
enteramente contenta en su vida presente, pero también sentía que había
sido otra persona antes. Durante unos meses después del incidente de la
moto, vino a mí de vez en cuando para contarme sobre sus otros
recuerdos, invariablemente introduciendo sus testimonios con: ‘Quiero
contarte una historia sobre mí’.
Stevenson observó que los niños varían en cuanto al grado de
identificación con la persona previa y su inmersión en la vida pasada.
Muchos niños, como Cristina, separan las dos vidas, señalando la
distancia con el pasado con frases como ‘Cuando era grande...’ Otros
utilizan el tiempo presente, diciendo cosas como ‘Tengo una esposa y dos
hijos’. [...].
Los recuerdos de vidas pasadas de los niños son mayoritariamente de
personas, lugares, objetos o hechos de importancia para la persona
previa —son el tipo de memoria autobiográfica que Tulving llamó
‘episódica’. Sin embargo, también pueden ser bastante triviales. Uno de
los recuerdos de Cristina era el de haber estado bebiendo chocolate
caliente mientras estaba sentada observando la nieve caer, algo que dijo
que le gustaba hacer (es decir, a la persona previa). [...].
Aunque los hechos de antes de la muerte de la persona previa pueden
ser recordados, los recuerdos de niños se atañen predominantemente al
último año, mes, y días de la vida previa. Cerca del 75% de los sujetos
de Stevenson describieron cómo había muerto la persona previa. Era
especialmente probable que lo hicieran cuando la muerte era violenta.
Una de las historias de Cristina se refería a ‘su’ muerte, que pudo haber
sido accidental. Una tarde fue a dar un paseo por la nieve, dijo. No podía
recordar exactamente qué ocurrió, pero dijo: ‘Me dormí y cuando
desperté comencé a caminar. Caminé y caminé y caminé y caminé y
caminé y caminé, entonces vi que tú y mamá estabais buscando un bebé,
así que vine a vosotros.’
Cristina tiene una serie de marcas de nacimiento en la parte inferior
izquierda de su cuerpo, una que se asemeja a un gran corte semicircular
en su muslo, que sería consistente con sangrar después de caer sobre
rocas, pero al no estar este caso resuelto aún, no lo podemos saber
seguro. Desde muy temprana edad ha mostrado una gran habilidad para
dibujar y pintar, lo que es coherente con un recuerdo visual que tiene de
la mujer cuya vida recuerda, pintando en un caballete delante de una
ventana de la casa de la granja.
Cristina dijo que llevaba un vestido o una blusa de flores rosa cuando
salió para dar el paseo y estaba convencida de que se lo había traído con
ella a su vida presente. Me llevó por toda nuestra casa y me hizo abrir
los armarios y vitrinas cerrados hasta que encontró unas ropas de
segunda mano que su madre había relegado a trapos y colocado bajo el
lavabo del cuarto de baño. Una de estas ropas tenía un patrón similar al
que había descrito y la tocó con dudas antes de decidir que ese era el top
que había traído con ella. Después lo volvió a colocar cuidadosamente
en el montón de prendas descartadas. En otra ocasión me hizo abrir de
nuevo la vitrina para que pudiera ver ‘su’ camisa.
No he hecho un recuento de los recuerdos espontáneos (involuntarios)
de Cristina de este periodo temprano, y su caso permanece sin resolver.
En parte porque no quise arriesgarme a extraer más de sus recuerdos
cuando era joven, todavía no hemos tratado de confirmarlos visitando la
finca que su madre y yo vimos desde la carretera. Los aparentes
recuerdos de Cristina pueden ser fantasías, a pesar de su convicción de
que son reales. Esto es cierto de los casos sin resolver en general, pero
no se puede decir lo mismo de muchos casos resueltos registrados, como
el excepcional caso indio de Swarnlata Mishra. [...].
Cristina tenía once años y no había vuelto a hablar de la finca rosa
desde que tenía tres, cuando en preparación para este escrito le pregunté
si todavía recordaba algo. Ella dijo que sí recordaba algo, pero cada vez
menos, y las imágenes que aún recordaba eran unas que ya le habían
venido con anterioridad.”
9
LA APROXIMACIÓN TERAPÉUTICA
A unque en este trabajo intento centrarme en el lado científico, en la
investigación más pura de este fenómeno que permanece sin
explicación, no puedo dejar de lado —como profesional de la salud que soy
— la parte terapéutica. Esto es así porque sé que si hay algún padre o madre
leyendo estas líneas, y sospecha que su hijo o hija podría estar recordando
una vida pasada, lo más importante para ellos es saber qué pueden hacer
para resolver este problema que les preocupa.
Antes de aconsejarles sobre la mejor forma de actuar, haré una breve
referencia al tema de las regresiones, ya que en los adultos es una técnica
que se utiliza con frecuencia y que goza de bastante popularidad. Los
psicólogos y psiquiatras que utilizan con regularidad la terapia regresiva en
sus consultas conocen su eficacia para tratar determinados problemas. Sin
embargo, dan poca o ninguna importancia al hecho de si las imágenes que
aparecen en la mente del paciente son realmente recuerdos de vidas pasadas
o una simple historia simbólica que crea nuestra mente para propiciar esa
curación. Comprendo que para un terapeuta saber si la reencarnación es real
o no sea algo secundario. Pero como investigadora, lamento esta actitud, ya
que para mí no solo es importante que la persona se sienta mejor, sino que
también es fundamental avanzar en el conocimiento del ser humano. Creo que
lo ideal sería combinar terapia e investigación, igual que se hace en muchos
hospitales para mejorar el diagnóstico y el tratamiento de muchas
enfermedades. De este modo, además de mejorar la salud del paciente,
podríamos reunir una ingente cantidad de información que nos permitiera
conocer mucho mejor en un futuro el funcionamiento de la psique humana, la
memoria, y quién sabe, si en último término, podríamos llegar a demostrar la
realidad de la reencarnación. Lamentablemente, la falta de unión entre los
profesionales; la escasa apertura a estas técnicas, aún poco difundidas; y la
dificultad para luchar contra la ciencia materialista que aún domina la
medicina, hacen que aún estemos muy lejos de conseguir cualquiera de esos
objetivos previamente mencionados.
No obstante, se han hecho y se siguen haciendo buenos intentos. Hay
investigadores que ponen en duda la fiabilidad de la hipnosis regresiva o la
autohipnosis, afirmando que en muy pocas ocasiones se han podido verificar
los supuestos recuerdos surgidos de la mente de una persona en este estado.
En este punto difiero totalmente, puesto que a lo largo de mi investigación
me he encontrado con numerosas personas adultas que han utilizado estas
técnicas y han obtenido asombrosas verificaciones históricas. Yo soy una de
ellas[39], y por tanto sé de lo que estoy hablando. Pero como este libro no
trata de mí, he escogido otro ejemplo sorprendente sobre cómo los recuerdos
de vidas pasadas obtenidos por regresión pueden ser verificados: es un
documental que se rodó en 1981 para la televisión australiana, titulado
Reencarnación. En él un hipnoterapeuta llamado Peter Ramster sometió a
varias mujeres a hipnosis regresiva, obtuvo una considerable cantidad de
datos sobre las supuestas vidas pasadas de estas mujeres, y luego su equipo
de investigación trató de verificar esa información viajando a los países
donde esas mujeres afirmaban haber vivido, entre ellos Francia o Alemania.
El propio Peter Ramster relató cada una de estas historias. Aunque en este
caso no estemos hablando de niños, creo que merece la pena que el lector
conozca, al menos, una de ellas:
Historia de Helen Pickering (por Peter Ramster).
“Helen era una mujer que bajo hipnosis recordó varias vidas, pero la
que decidí investigar fue una vida pasada en Escocia en el siglo XIX.
Recordó la vida de un hombre que era doctor en Medicina y que había
estudiado en la Universidad de Aberdeen. Recordó que había trabajado
en una consulta en un pequeño pueblo llamado Blairgowrie. Helen
recordó haber estado de joven bebiendo en la barra un bar en ‘The
Seaman’s Mission’ en Aberdeen, y también recordó las vistas a la bahía
desde los dormitorios de la escuela médica donde estudió para ser
médico. Bajo hipnosis en Sidney, recordó la disposición de la escuela de
medicina, así como el pueblo de Blairgowrie. También recordó haber
sido una persona importante en los asuntos municipales, y estuvo
involucrado en el ayuntamiento de Blairgowrie. Recordó que su nombre
era Dr. James Burns.
Una vez que tuve conocimiento de todo lo que ella recordaba, Helen
fue llevada a Escocia, a Blairgowrie. Todo fue filmado tal y como
ocurrió. Se le vendaron los ojos en el camino hacia allí para que no
pudiese recabar pistas sobre el lugar donde estaba. La llevamos a un
punto justo a las afueras del pueblo y ahí le quitamos la venda. En
Australia había hablado de una plaza con una zona ajardinada en la mitad
del pueblo, alrededor del cual la carretera se dividía por los dos lados.
Esto no era visible desde donde nos detuvimos. Helen caminó hasta el
final de la carretera a la que la habíamos llevado y giró a la derecha
hacia otra carretera que llevaba hasta un puente sobre el río. Este llevaba
al centro del pueblo. Comenzó a caminar a través del puente, y según
caminaba, la plaza con la zona ajardinada apareció. Esa fue la chispa de
reconocimiento que necesitaba. Hubo un súbito cambio en su
comportamiento. Hasta ese punto había dudado, sin estar segura de los
alrededores y dudando sobre hacia dónde iba. De pronto supo dónde se
encontraba y supo qué era lo que había más adelante. Era exactamente
como me había descrito bajo hipnosis en Sidney. Al alcanzar la plaza se
dio cuenta de que el pueblo era como lo recordaba, aunque jamás antes
en su vida había estado en Escocia. Antes de esto, esta escena solo había
sido un recuerdo recuperado mediante hipnosis. Fue capaz de reconocer
los cambios que se habían producido desde el tiempo en el que
recordaba haber vivido allí. El doctor James Burns había sido una
persona importante en el pueblo. Había tenido relación con asuntos
municipales y el ayuntamiento. Naturalmente buscábamos pruebas de su
existencia además de cualquier pista acerca de cuál sería el mejor lugar
donde mirar, y buscábamos pruebas para confirmar la realidad de su
profesión. Para empezar, decidimos mirar en los registros del archivo del
pueblo que databan de cientos de años atrás. Ese era el próximo paso,
examinar esos registros. Los registros desvelaron más de lo que
esperábamos. Se mencionaba a James Burns, y también que había estado
involucrado de hecho en asuntos municipales. Cuando buscamos
reminiscencias del Dr. James Burns las encontramos en los antiguos
libros de actas del ayuntamiento. Encontramos incluso la firma del Dr.
James Burns. Bajo hipnosis en Australia, Helen recordó que el Dr. James
Burns era un juez de paz. La firma de James Burns escrita en antiguos
libros confirmó este hecho. Esto no es algo que Helen Pickering hubiera
podido saber.
Bajo hipnosis Helen recordó haber ido a la escuela de medicina a
partir de 1830. Recordó con detalle la disposición de la escuela y otras
características, como la biblioteca, las aulas, las escaleras, etc., así
como los dormitorios en el piso de arriba. Recordó que la escuela tenía
forma de U en la parte frontal, y forma de T en la parte trasera. Llevamos
a Helen a Aberdeen a un punto cerca de los viejos muelles y le quitamos
la venda de los ojos. De nuevo tratamos de asegurarnos de que Helen no
tenía ninguna pista de dónde se encontraba. Dejamos por un momento que
se orientara. Después de una corta pausa, señaló la carretera por la que
deseaba ir, y de nuevo comenzamos a avanzar: varios de nosotros
delante, con el equipo de filmación grabando desde todas las
perspectivas. Como otras veces, habíamos conseguido la ayuda de
testigos independientes. Esta vez se trataba de una persona de la
universidad local, y también conseguimos la ayuda de una segunda
persona de la estación de radio local. Después de una corta distancia
desde donde habíamos comenzado, Helen señaló el punto donde estaba
‘The Seaman’s Mission’. La gente que teníamos actuando como testigos
no tenían ni idea de si esto era cierto o no. Las investigaciones que hizo
nuestro equipo probaron que así era. Una mujer de Sidney, Australia,
había sabido algo que ni siquiera la gente que vivía en Aberdeen sabía.
Llevamos a Helen a un lugar en la ciudad de Aberdeen cerca de
donde se encontraba la escuela de medicina. Helen no notó ninguna
familiaridad. Según caminaba trató de sentir algo acerca de lo que le
rodeaba, hasta que al final lo sintió. Nos guió por el camino y entonces
entró en el recinto de un viejo edificio. Todos caminamos hasta el
aparcamiento y entonces se detuvo y se quedó mirando. Estábamos en lo
que parecía un aparcamiento. El edificio se extendía frente a nosotros
pero también hacia nuestros lados. Tenía forma de U, exactamente como
Helen había descrito bajo hipnosis en Sidney. Había algunas diferencias
en la actualidad. El césped ya no estaba allí y había sido reemplazado
por asfalto. La entrada era un poco más grande. Indecisa, Helen caminó
hacia la parte frontal del edificio. Todavía era parte de la Universidad de
Aberdeen. Había dos grandes puertas imponentes impidiéndonos la vista
de la entrada en el interior. Se podía sentir la tensión creciendo en Helen
según nos aproximábamos. Una vez que pasamos las puertas y entramos,
la sensación de familiaridad superó a Helen. Permaneció callada por un
momento y miró hacia arriba, observando la escalera que había frente a
ella. Estaba blanca, como si hubiera visto un fantasma. No estaba
preparada para esa sensación de familiaridad. Comenzó a subir las
escaleras. Estaba visiblemente emocionada por lo que veía. En lo alto de
las escaleras me recordó sus palabras en Sidney, cuando me dijo que
podías mirar sobre la barandilla del primer piso hacia la entrada en la
parte de abajo. Tenía razón. Pasamos por lo que ella recordaba que era
la biblioteca. No era ya una biblioteca cuando estuvimos allí, pero lo
había sido en los tiempos de James Burns. Helen nos guió a través de los
pasillos hacia lugares que ella recordaba. Identificó el lugar donde había
habido una escalera, después nos guió de vuelta a la parte trasera del
edificio para confirmar que tenía forma de T como ella recordaba.
Algunas cosas de las que recordaba eran muy específicas, y pudimos ver
que lo más importante de lo que había recordado estaba ahí. El edificio
tenía forma de T en la parte trasera y forma de U en la parte frontal.
Dentro el edificio era también similar. Helen también había dibujado la
vieja escuela tal y como la recordaba, de modo que podíamos ver las
similitudes y algunas de las diferencias.
Encontramos a un hombre que había estudiado y escrito un artículo
sobre la vieja escuela de medicina tal como era en los tiempos de James
Burns. Él pudo confirmar que Helen tenía razón en cuanto a los detalles
del edificio, incluyendo la posición de la escalera que ella había notado
que faltaba en la actualidad. El edificio hoy no está como entonces.
Helen pudo confirmar su conocimiento a través de lo que él sabía del
viejo edificio. Él además la puso a prueba. No había una razón lógica
que explicara por qué Helen sabía lo que sabía, excepto por la
reencarnación y recuerdos que vinieran de esa época. No era el edificio
actual el que Helen recordaba, sino el edificio original antes de que fuera
alterado, el edificio que estaba allí a principios del siglo XIX había
cambiado hacía mucho tiempo. Cada parte de sus averiguaciones fueron
filmadas y grabadas tal y como sucedieron, incluyendo la discusión con
el experto. Los recuerdos de Helen llegaron inicialmente solo mediante
hipnosis. Sus hallazgos probaron la realidad de estos recuerdos, desde
los detalles de la antigua escuela médica, a los aspectos de Aberdeen y
del pueblo de Blairgowrie. Incluso los registros de James Burns, un
hombre importante en asuntos civiles de Blairgowrie, fueron
encontrados. El recuerdo de Helen cambió de un recuerdo hipnótico a un
recuerdo consciente.”
No era el objetivo de las regresiones que se hicieron a estas mujeres,
pero la literatura de reencarnación está llena de ejemplos en los que los
pacientes encuentran la curación de sus problemas psicológicos, o incluso
físicos, a través de la terapia regresiva. En España los libros de Brian Weiss
han alcanzado una tremenda popularidad. De hecho, son casi los únicos que
el público conoce, mientras que desgraciadamente los trabajos científicos,
que desde mi punto de vista dan mucha más validez a la posible existencia
de la reencarnación, permanecen en la sombra. El efecto sanador de la
terapia regresiva sobre el paciente es indiscutible, aunque haríamos bien en
preguntarnos si no será que ese efecto sanador proviene únicamente de la
mente del individuo que se somete a la regresión, en lugar de suponer que el
terapeuta es poseedor de una especie de poder sobrenatural, como muchas
personas tienden a hacer. El terapeuta es solo un guía que ayuda al paciente a
entrar en ese estado alterado de consciencia que le permite acceder a su
subconsciente. De ese subconsciente pueden salir elementos simbólicos,
igual que ocurre con los sueños, y quizá también puedan surgir recuerdos, de
la infancia o de otras vidas, que a la larga proveerán la solución al
problema. Nunca debemos olvidar que esos recuerdos han de ser verificados
para poder afirmar con total seguridad que podrían corresponder a una vida
pasada... y aún así, mientras no se hagan más investigaciones, siempre
permanecerá la duda de si hablamos de reencarnación o algún otro fenómeno
aún no descubierto por la ciencia.
Otro factor muy importante a tener en cuenta es que si estamos hablando
de memoria, esos recuerdos de vida pasada tendrán las mismas
características que los recuerdos de esta vida. Esto significa que la memoria
no es exacta al cien por cien, como se comprueba en muchos de los casos de
niños que hemos estudiado en los capítulos anteriores. Tanto niños como
adultos se pueden equivocar al dar datos, fechas, o al describir un lugar.
Es cierto que hay muy pocos casos de adultos estudiados científicamente,
verificados y publicados en revistas científicas, pero esto es explicable por
la propia naturaleza del fenómeno. Ocurre lo mismo cuando un niño
comienza a hablar de una vida pasada: los únicos testigos son los familiares
y los conocidos de la familia, y nunca podemos asegurar al cien por cien que
no haya una influencia intencional o no sobre él, ni tampoco que los hechos
hayan ocurrido tal y como son descritos cuando el investigador llega a
entrevistar a los testigos años después. En el caso de los adultos, los
recuerdos también pueden aparecer de manera inesperada, ya sea
espontáneamente —en estado de vigilia, en meditación o a través de sueños
— o en una sesión de hipnosis regresiva con un terapeuta especializado.
Pero como generalmente estas personas no están preparadas para manejar
este tipo de experiencias, ni siquiera el propio terapeuta, la aparición de
esas imágenes que parecen no tener sentido alguno las toma por sorpresa.
Igual que en los niños, pensarán que es solo su imaginación. No pueden
acudir a ningún investigador serio, porque no los hay. No pueden preguntar a
su médico porque seguramente los tomará por locos. Como consecuencia
estas personas se ven solas. Deben vivir la experiencia en secreto, lidiando
lo mejor posible con las emociones que surgen durante el proceso. Y cuando
por fin alguna de ellas se decide a contar su experiencia, incluyendo esas
verificaciones que tantos años le ha costado conseguir, esa experiencia no es
más que una mera anécdota para los demás. Pueden creerla o no creerla. No
constituirá prueba de reencarnación de ningún tipo, lógicamente. Aunque
para esa persona la reencarnación es un hecho indiscutible, porque lo ha
vivido en su propia piel, para el resto del mundo seguirá siendo una
incógnita o una mera creencia.
El aspecto más negativo de lo que acabo de escribir es que al no
encontrar apoyo en la medicina o psiquiatría convencional, estas personas
pueden acabar buscando ayuda en ambientes esotéricos o pseudoespirituales,
corriendo el riesgo de caer en manos de embaucadores que no dudarán en
aprovecharse de su confusión y su creencia en todas aquellas “leyes” que
mencioné al principio de esta obra, leyes que están muy lejos de ser
demostradas.
Sea o no la reencarnación la culpable de la aparición de estos supuestos
recuerdos, lo que nadie puede negar es que el fenómeno existe, hoy por hoy
no tiene explicación, y afecta de verdad a la psique del individuo que “lo
padece”. Y lo pongo entrecomillado porque recordar vidas pasadas no es
una ninguna enfermedad. No es algo de lo que se deba sanar, por mucho que
algunos nos quieran convencer de lo contrario. Tampoco se trata de una
especie de “espíritu” que haya poseído a nuestro hijo y que le hace
comportarse de manera extraña, hasta que un día ese espíritu le abandona y
nuestro hijo se centra en su vida actual, como parecen dejar entrever ciertos
comentarios en algunos episodios de Ghost Inside My Child. Sí que
entiendo que para unos padres pasar por esta experiencia es muy estresante y
puede llevar asociado unos altos niveles de ansiedad, sobre todo por el
desconocimiento acerca de cómo manejar esta situación. Por eso, tal y como
afirma Carol Bowman, creo que una de las primeras y más esenciales
recomendaciones que hemos de tener en cuenta si debemos enfrentarnos a un
caso como los que hemos visto en este libro es: mantener la calma y verlo
como lo más natural del mundo.
Los cuatro signos para diferenciar fantasía de
posibles recuerdos.
Antes de ir más allá y profundizar en estas recomendaciones, hemos de
tener en cuenta que una de las primeras dudas que se le presentan a toda
mamá o todo papá es cómo saber si lo que dice su hijo o hija puede ser
verdaderamente un recuerdo de vida pasada o una simple fantasía. No es
difícil diferenciarlo. Carol Bowman, en su libro Las vidas pasadas de los
niños, habla de cuatro signos que nos ayudan a valorar si nuestro hijo podría
estar recordando una vida pasada. No todos tienen que aparecer al mismo
tiempo, ni en el mismo orden. Pero en la mayoría de los casos aparecen
combinaciones de al menos dos de ellos. Estos signos son:
1. Total naturalidad cuando hablan sobre ello.
Pueden hacer determinadas observaciones de manera muy espontánea,
cuando van en el coche, cuando están jugando, o mientras les bañamos, por
ejemplo: “Así es como yo me morí”, o “Mi otra madre lo hacía de otra
manera”. Lo que notan la mayoría de los padres es el cambio de tono que se
produce en la voz del niño cuando hace este tipo de afirmaciones. Cuando
están fantaseando suelen hablar con una modulación característica, subiendo
y bajando el tono de voz, casi como si estuvieran cantando. Además lo hacen
esperando una reacción por parte del interlocutor, ya que quieren divertirle,
hacerle reír o retarle a que le digan que están haciendo el tonto. En cambio,
se tornan completamente serios cuando hablan de una vida pasada.
Simplemente se nota que no están bromeando o jugando. Dicen algo que para
ellos es un hecho, no les importa si el interlocutor se queda callado. No
esperan que haya una interacción o una discusión sobre lo que están
diciendo, igual que si afirmaran “El cielo es azul”. Pueden sonar como una
persona de mayor edad, a veces incluso es palpable la emoción que
acompaña a un determinado recuerdo, ya sea miedo o tristeza. Cuentan lo
que recuerdan, del mismo modo que contarían algo que hicieron la semana
pasada o hace un mes, no hay diferencia con cualquier otro recuerdo.
Un hecho muy curioso es que en muchas ocasiones para ellos recordar
una vida pasada es algo completamente natural, y por tanto pueden llegar a
enfadarse si ven que no les entendemos, que dudamos de lo que dicen, o que
les hacemos preguntas que para ellos tienen una respuesta muy simple.
Pueden incluso llegar a creer que nos estamos haciendo los tontos, y eso les
sienta mal, puesto que para ellos se trata de algo muy serio. Si les
aseguramos que nosotros no recordamos lo que ellos recuerdan, se sentirán
confusos.
En muchos casos también experimentan una súbita mejora en sus
habilidades de comunicación. Puede que de pronto notemos que hablan con
mucha mayor fluidez de lo habitual, que su sintaxis es mejor o que utilizan un
vocabulario avanzado para su edad.
Su expresión también cambia cuando hablan de estos recuerdos. Algunos
padres lo describen como si su hijo o hija entrara en trance y perdiera
contacto con el entorno. Es como si hablaran de cosas que ven y perciben
fuera de su rango habitual de percepción.
Vuelven a la normalidad de manera súbita. Dejan de hablar del tema,
vuelven a jugar o a lo que estaban haciendo, y actúan como si nada hubiera
ocurrido.
2. Coherencia a través del tiempo.
Aunque hayan pasado días, semanas o meses, el niño seguirá contando
siempre la misma historia. En el caso de que fuera pura fantasía, muy
raramente se repetiría con los mismos detalles. Por lo general las historias
que inventan los niños van cambiando, se van embelleciendo, o las olvidan
directamente. Los recuerdos de vidas pasadas son estables, como cualquier
recuerdo de hechos de la vida actual.
Sí que puede haber adición de detalles que van completando la historia
—que al principio suele componerse de fragmentos inconexos— según el
niño va adquiriendo un mejor uso del lenguaje o ve y oye cosas en el mundo
exterior que le recuerda el pasado. El núcleo permanece inalterable, pero en
versiones posteriores la narración se va llenando de recuerdos más
concretos, muchas veces mundanos, que dan más peso a la historia.
3. Muestran un conocimiento más allá de su experiencia.
Si habla sobre cosas que es seguro que no ha podido aprender todavía, a
las que no ha sido expuesto, es posible que sea un recuerdo de vida pasada.
Nadie mejor que los padres conoce el tipo de libros, películas o programas
de televisión a los que el niño ha podido tener acceso en casa. Por tanto,
ellos han de ser los jueces y serán los que puedan identificar cuándo lo que
les está contando su hijo podría pertenecer a una vida pasada. Por ejemplo,
si un niño de uno, dos o tres años habla de la rutina de un marinero con total
exactitud y es capaz de mencionar el nombre de cada uno de los mástiles de
un barco, y es imposible que lo haya aprendido en ningún sitio (ni siquiera
sus padres conocen esa información), esto es un signo de que puede tratarse
de una vida pasada.
Una vez que comienzan a ir al colegio, es probable que sea más difícil
controlar a qué tipo de información pueden acceder, pero ante la duda no
está de más que se pregunte directamente al niño cómo es que sabe tal cosa.
Si nos responde algo como “Simplemente lo sé”, quizá haya algo inusual
detrás de sus palabras. Quizá si insistimos algo más —muy importante,
siempre haciendo preguntas abiertas—, tal vez nos llegue a decir: “Lo sé de
cuando estuve aquí antes, pero tú no eras mi mamá entonces”.
Un fenómeno que aún no hemos mencionado en este ensayo es la
xenoglosia, es decir, la habilidad que presentan algunos niños de hablar en
un lenguaje desconocido para ellos, que no han podido aprender a través de
medios normales. Dominar una lengua extranjera y hablarla con fluidez es un
trabajo que requiere años de estudio y práctica. En ocasiones los niños,
espontáneamente, pueden pronunciar palabras en otro idioma que nosotros
mismos desconocemos, y que expertos pueden llegar a reconocer como
pertenecientes a un idioma extranjero. La ciencia aún no ha encontrado una
explicación a este fenómeno, que a veces también se da en adultos,
especialmente cuando son sometidos a regresión hipnótica o después de
sufrir algún trauma o despertar de un coma.
Los niños que presentan xenoglosia suelen utilizar solo palabras aisladas
o cortas frases. También debemos estar atentos a la utilización de palabras
que pertenecerían a una jerga determinada y que es raro que hayan podido
escuchar en nuestra familia, o si utilizan palabras de nuestro idioma que son
anticuadas o han caído en desuso.
Es también muy importante que nos demos cuenta desde qué perspectiva
habla el niño cuando nos está hablando de sus recuerdos. Si se trata de una
vida pasada, lo hará en primera persona, y de una manera totalmente realista,
como si de verdad estuviera viendo y sintiendo desde la perspectiva de esa
otra persona. Por ejemplo, si el niño relata que fue atropellado por un
camión, podría describir cómo se vio a sí mismo debajo de las ruedas, no
como un observador externo que hubiera presenciado el atropello. Este tipo
de perspectiva no es fácil de imaginar ni de describir tan detalladamente a
partir de una escena que haya visto en la televisión. Estas descripciones
visuales son tan exactas porque los niños están mirando momentáneamente a
través de los ojos de la persona que fueron. Carol Bowman relata el caso de
Natalie, una niña de dos años que le contó a su madre que se había ahogado
en una piscina. Su madre le preguntó si llevaba bañador en ese momento.
Natalie, que hasta entonces había mantenido la mirada fija en su madre, se
miró a sí misma antes de responder que sí.
Si recuerdan los momentos posteriores a su muerte lo harán normalmente
como un observador omnisciente, fuera del cuerpo que acaban de dejar,
todavía viendo y escuchando lo que pasa a su alrededor. Como hemos visto
en algunos de los casos, muchas veces son capaces de localizar el lugar
donde su cuerpo fue enterrado, o describir cómo fueron trasladados al
hospital después de un accidente. Estas descripciones son idénticas a las que
reportan muchas personas que sufren experiencias cercanas a la muerte.
4. Comportamientos y rasgos de personalidad congruentes con esa
posible vida pasada.
Pueden ser fobias, gestos inusuales, habilidades no aprendidas, talentos
pronunciados... que no tienen otra explicación o que se hallan fuera de lugar
en la familia. También es importante prestar atención a marcas y defectos de
nacimiento o problemas físicos crónicos que puedan tener relación con la
supuesta forma de muerte en esa vida pasada. El caso de Carl Edon es un
perfecto ejemplo de este tipo de comportamientos.
Según las estadísticas de Ian Stevenson, uno de cada tres niños que
recordaba su muerte en una vida pasada presentaba una fobia relacionada
con la forma en la que murió.
Debemos estar atentos a cualquier juego repetitivo que muestre el niño,
puesto que podría ser indicativo de algún asunto sin resolver. También
debemos escuchar los diálogos que mantengan cuando juegan con sus
muñecos, por ejemplo, en busca de algún conocimiento que no se
corresponda con su edad.
Una fuerte afinidad hacia determinadas culturas o periodos históricos, o
una preferencia a ciertos tipos de comidas, también son fuertes indicativos
de que podría estar recordando una vida pasada. Pero lo opuesto también
puede ser verdad: las aversiones pueden señalar igualmente a una vida
pasada.
Por supuesto, cualquier talento excepcional como una gran habilidad para
la música, las matemáticas o el arte, sobre todo si va acompañado de las
correspondientes afirmaciones, podría ser un indicio de un recuerdo de vida
pasada. A veces tenemos la impresión de que más que aprendiendo, están
recordando lo que ya sabían.
Cómo hacer frente a la situación si nuestro hijo
afirma haber vivido antes.
Quizá lo más importante de todo es que no debemos alarmarnos.
Creamos lo que creamos, tenemos que saber que estos casos ocurren y
debemos tomárnoslo con total naturalidad. Por lo general en los niños no
está indicado el uso de la terapia regresiva, ya que los recuerdos están tan en
la superficie que no es necesario inducirles un trance muy profundo para que
salgan a la luz, tal y como veíamos en el capítulo 2, cuando Chase, el hijo de
Carol, comenzó a recordar su vida pasada como soldado en la Guerra Civil
Americana. Es bueno que esos recuerdos fluyan, que no sean reprimidos: eso
hace que también las posibles emociones negativas que hayan quedado
estancadas se manifiesten y poco a poco se vayan trabajando, hasta que la
aceptación tenga lugar. Sé que es especialmente doloroso para un padre o
una madre imaginarse tan siquiera que su hijo murió en circunstancias
traumáticas en una vida pasada y que hoy pueda estar aún sufriendo por ello,
pero es necesario que el niño reviva ese momento con todo detalle, para que
pueda integrarlo y pasar página.
Excepto en los casos en los que el niño presente terrores nocturnos o una
fobia asociada a esos recuerdos, el problema va a ser nuestro, no del niño.
Nuestro porque somos nosotros los que tenemos que vencer años y años de
educación religiosa y condicionamiento mental que nos han hecho creer que
antes del nacimiento no hay nada, y que tras la muerte tampoco hay nada, o
como mucho un cielo donde nos espera la vida eterna. Lo primero que
tenemos que hacer para entender a nuestro hijo es dejar de lado nuestros
prejuicios e ideas preconcebidas, tomarnos en serio lo que nos está diciendo
y escucharle. Después debemos tratar de averiguar por qué tiene esos
recuerdos y qué podemos hacer para ayudarle, en el caso de que esos
recuerdos le estén afectando.
Carol Bowman resume sus consejos en seis puntos que veremos a
continuación, pero deja claro que cada caso es único, y en todos ellos lo más
importante es responder siempre de manera positiva. Debemos afirmar,
permitir, animar, aceptar, explicar, aclarar, asegurar... siempre con amor.
Jamás deberíamos ponernos a corregir, discutir, juzgar, corregir o regañar a
nuestro hijo.
Estos consejos son:
1. Mantener la calma.
Esto es especialmente importante si los padres se encuentran
conduciendo hacia el centro comercial cuando su hijo les sorprende
diciendo: “Yo antes era una chica”. No es conveniente que ese comentario
provoque un accidente. Así que si es necesario será mejor frenar, parar el
coche al lado de la carretera (si es posible) y dirigir la atención a nuestro
hijo. Hay que respirar profundamente, concentrarse y hacer las preguntas que
consideremos apropiadas, con cuidado de no romper esa burbuja de energía
que súbitamente parece rodear la situación. Si esto ocurre en casa, no es
necesario correr a por papel para apuntar lo que diga, ni tampoco llamar
inmediatamente a un familiar para que él también sea testigo de lo que está
diciendo, porque esto solo haría que el niño saliese de ese estado alterado
de consciencia. Lo mejor es relajarse, permitir que nuestro instinto nos guíe
y confiar en que nuestra memoria se quedará con cada palabra.
2. Aceptar.
Es importante que nuestro hijo sepa que le creemos y que damos
importancia a lo que nos está confiando. Puede que no nos sintamos capaces
de hacer nada más, en ese caso al menos tenemos que saber escucharles. Él
necesita de nuestro apoyo, necesita sentir que está seguro, que no será
ridiculizado si habla de su pasado. Al principio podemos simplemente
repetir lo que está diciendo en tono interrogativo para asegurarnos de que
hemos oído bien. Los terapeutas llaman a esto “reafirmación”. Así le
haremos comprender que estamos realmente interesados en sus palabras. Si
dice: “Un hombre me disparó”, podemos contestar con “¿Un hombre te
disparó?” No está mal que le preguntemos si eso que nos está contando lo
vio en algún sitio, pero jamás debemos juzgar si se trata o no de un
verdadero recuerdo. Eso ya lo haremos más tarde. De momento queremos
que siga hablando y que siga explicando lo que supuestamente vivió y le
preocupa. Si no crees en la reencarnación, no importa, olvida ese detalle
también. Si logramos transmitir a nuestro hijo que aceptamos totalmente sus
experiencias, esto propiciará que en el futuro nos cuente más cosas. Si por el
contrario lo negamos o le restamos importancia, esto podría dañar la futura
relación. Él podría dejar de hablar de sus recuerdos, incluso olvidar, pero
cuando sea adulto esos recuerdos podrían volver a surgir, quizá ocultos
detrás de algún problema psicológico cuyo origen será entonces más difícil
de dilucidar.
3. Discernir.
Tenemos que escuchar con mente abierta para así analizar lo que el niño
está diciendo y diferenciar los hechos y emociones que acompañan a ese
recuerdo. Entonces podremos identificar el tema principal de esa
experiencia, para poder averiguar si hay algún asunto sin resolver que le esté
afectando o algún sentimiento que necesite ser tratado. Durante este proceso
es muy importante que no asumamos nada, que le dejemos expresarse y
contar lo que pasó con sus propias palabras. Debemos adaptarnos a su ritmo
y esperar con paciencia. No es necesario que hagamos muchas preguntas. Si
por alguna razón el niño duda o le es difícil continuar podemos animarle con
un “¿Y qué pasó luego?” o “¿Qué ves ahora?” Las preguntas abiertas son
útiles para que la información siga fluyendo, mientras que las preguntas
cerradas, es decir, aquellas que se pueden contestar con un sí, un no, o una
respuesta breve, son válidas para obtener detalles específicos, como por
ejemplo si tenía hermanos, o qué edad tenía cuando murió. En general
siempre es mejor hacer preguntas abiertas: en lugar de decir “¿Te sientes
triste?”, es mejor decir “¿Cómo te sientes?”, ya que esto permitirá que el
niño se exprese más abiertamente. Hay que evitar todo lo posible preguntar
“¿Por qué?” Esto puede forzar al niño a que intente buscar una respuesta
usando su pensamiento racional, y posiblemente hará que la conversación se
acabe de manera súbita.
4. Permitir emociones.
Es tremendamente importante que el niño exprese todo lo que siente,
aunque las emociones sean particularmente intensas. Puede que esté triste,
que sienta ira o frustración, que tenga miedo, que esté contento o lleno de
ansiedad. Si le dejamos que libere todas esas emociones, es muy posible que
esto constituya de por sí esa “sanación” que deseamos para nuestro hijo. Si
no para de llorar, no importa: esto tiene un efecto catártico, que es el mismo
por el que los adultos deben pasar en sus sesiones de psicoterapia para
resolver algunos de sus problemas emocionales.
Nunca es aconsejable que reprimamos esas emociones. Conozco algún
caso en el que una actitud inadecuada de una madre, tratando de destruir los
dibujos sangrientos que su niña realizaba con tan solo cuatro años de edad,
únicamente llevó a producir un mayor trauma en esa niña, que solo pudo
resolver ya siendo adulta. Los asuntos sin resolver que provienen de vidas
pasadas seguirán siendo asuntos sin resolver en la época adulta.
Parece ser que recordar una vida pasada es un proceso natural guiado
por el inconsciente. Es muy importante que confiemos en el inconsciente de
nuestros hijos, y no tener ningún tipo de temor porque su mente sabe lo que
está haciendo, sabe cuánto puede soportar cada vez y cuándo parar.
No siempre hay emociones. Muchos niños hablan de sus vidas pasadas
como si fuera lo más natural del mundo y no hay ningún trauma o conflicto
asociado. En estos casos, razón de más para no preocuparse.
Las emociones pueden ser positivas o negativas. Cuando son negativas,
con frecuencia tienen que ver con algún hecho traumático, incluida la muerte,
así que debemos estar preparados para ello. Recordemos que no se trata de
lo que nosotros sintamos, sino de lo que nuestro hijo está sintiendo. No
debemos pensar que es malo o perturbador concentrarse excesivamente en un
recuerdo de muerte. Más bien al contrario, estas son magníficas
oportunidades para dejar atrás un inquietante pasado que le está causando
algún tipo de malestar o pesadillas. No hay que forzarles a olvidarse de ello
o insistir en hacer otra cosa. Debemos revivir junto a él eso que le hace
llorar, y esperar a que él mismo se calme y pase por ese proceso de catarsis.
Si lo interrumpimos prematuramente, le arrebataremos esa oportunidad de
liberar por completo todas esas emociones. En cuanto acabe, será él mismo
el que nos hará saber que ese recuerdo ya no le afecta más y entonces será el
momento de cambiar de actividad.
Lo más normal es que con el paso del tiempo esa ansiedad o esos
terrores nocturnos acaben desapareciendo por sí solos. Pero si esto no
ocurre, entonces tal vez sea necesaria la ayuda de un psicólogo infantil,
mucho mejor si este profesional está abierto a la idea de vidas pasadas. Lo
que más necesita nuestro hijo es comprensión y paciencia.
5. Aclarar el pasado y el presente.
Como ya hemos mencionado con anterioridad, muchos niños que
recuerdan vidas pasadas no diferencian el pasado del presente. Para ellos
las emociones son totalmente reales y están afectándolos ahora. Y,
curiosamente, en muchos casos no tienen consciencia de la muerte. Para
ellos no existe. A veces llegan a sentirse confusos porque no entienden qué
ha pasado. Les puede resultar difícil comprender que ahora están viviendo
con otra familia, tienen otro cuerpo, y las cosas han cambiado. Por ello es
importante recordarles que el pasado ya pasó, y ahora se encuentran seguros
en una familia que cuidará de ellos. Otras veces incluso se enojan, ya que
piensan que estaban mejor con su otra familia. En los libros de Ian Stevenson
podemos encontrarnos con frases como “¿Qué estoy haciendo aquí? Yo
estaba en el puerto” o “Estaba sentado en una bañera y mis pies se han hecho
muy pequeños”. Es frecuente que estos niños “salten” constantemente entre
las dos vidas, como si para ellos no hubiera transición entre el pasado y el
futuro. Es como si parte de su consciencia aún permaneciera en el pasado.
Muchas veces es suficiente con repetirles que ahora están en otro cuerpo
viviendo una vida nueva para que se anclen al presente y olviden su otra
vida.
6. Llevar un diario de vidas pasadas.
Por último, también es muy importante que desde el primer momento en
el que sospechemos que nuestro hijo está recordando una vida pasada
llevemos un diario en el que apuntaremos todo lo que diga. También sus
sueños, si nos los cuentan, ya que en ellos pueden hallarse muchas pistas. De
esta forma podremos en un futuro intentar verificar lo que dijo, e incluso, si
llegamos a localizar a su antigua familia, programar una reunión con sus
otros parientes, si eso es lo que él o ella quiere, y si pensamos que va a ser
bueno para que se produzca esa integración.
10
POSIBLES EXPLICACIONES
T om Shroder es otro gran investigador de niños que supuestamente
recuerdan vidas pasadas. Por un tiempo acompañó al Dr. Ian
Stevenson en sus viajes, y en el año 2001 publicó otro libro altamente
recomendable llamado Old Souls: Compelling Evidence from Children Who
Remember Past Lives. Scientific Search for Proof of Past Lives. En un
artículo publicado el 8 de agosto de 1999 en la revista Washington Post,
titulado “A Matter of Death and Life: Ian Stevenson’s Scientific Search for
Evidence of Reincarnation”, introduce al lector al trabajo de Stevenson, del
que tanto hemos hablado a lo largo de este libro. La razón es porque se trata,
sin duda alguna, del mayor investigador de este fenómeno. No solo alguien
que intentó por todos los medios aplicar el método científico con la mayor
rigurosidad posible para poder convencer así a la comunidad científica, sino
porque lo hizo con la mayor de las pasiones e invirtiendo mucha energía. A
sus ochenta años seguía viajando por inseguros caminos en remotas aldeas
de la India, infatigable, tratando de reunir evidencias sólidas y empíricas que
pudieran probar que la muerte física no es el fin de nadie. Mientras ambos,
Shroder y Stevenson, compartían horas de viaje, Stevenson se preguntaba:
“¿Por qué los científicos tradicionales se niegan a aceptar la evidencia que
tenemos de reencarnación?”
Quizá, me atrevo a sugerir, por la misma razón por la que se niegan a
aceptar que las experiencias cercanas a la muerte no se pueden explicar por
la falta de oxígeno en el cerebro, el efecto de las drogas anestésicas o
alucinaciones producidas en el momento en que la consciencia abandona el
cuerpo. Ian Stevenson no habla en sus libros de fuentes esotéricas o
provenientes de la Nueva Era. Tampoco habla de lecturas de vidas pasadas
que algunos videntes dicen poder realizar. Apenas se atreve a mencionar las
regresiones hipnóticas, que también son objeto de controversia entre
determinados sectores dentro de la ciencia. Stevenson se centra en niños que
dicen “recordar” espontáneamente otra vida, una vida muy específica, de la
que con frecuencia son capaces de dar detalles muy concretos: nombres,
situaciones, lugares, parientes, la forma en la que falleció. Estos recuerdos
son verificados con posterioridad, bien porque se consigue contactar con la
familia del individuo fallecido, o bien porque es posible localizar informes
médicos o de autopsia donde se reflejan las lesiones que el individuo sufrió
durante su vida, en los meses previos a su muerte, o aquellas que fueron la
causa del fallecimiento. Como veremos a continuación, las únicas
explicaciones posibles a este fenómeno, si no consideramos la
reencarnación, se encuentran en fenómenos paranormales que hoy por hoy
son mucho más raros, también escapan a una explicación racional, y además
no nos sirven para explicar todos los aspectos que rodean a los niños que
recuerdan vidas pasadas. Lamentablemente, el trabajo de Stevenson es
mayormente ignorado por sus colegas más ortodoxos. Sin embargo hay otros
que no pueden dejar de alabarlo y que han seguido sus métodos de estudio,
llegando de manera independiente a resultados muy parecidos. Por su parte,
Stevenson llegó a esta conclusión:
“Creo que una persona racional, si quiere, puede creer en la
reencarnación basándose en la evidencia”.
Defensores y detractores de Ian Stevenson.
Uno de los principales argumentos de los escépticos en contra de Ian
Stevenson era la falta de casos en los países occidentales. Con el tiempo, se
demostró que estos casos también podían ser encontrados en países sin una
creencia tradicional en la reencarnación. Stevenson recogió más de cien
informes de niños norteamericanos, no pertenecientes a ninguna tribu, que
decían recordar vidas pasadas. Posteriormente, su sucesor el Dr. Jim B.
Tucker, y otros investigadores como la terapeuta Carol Bowman, han podido
estudiar muchos más, tanto en Estados Unidos como en Europa, incluso en
familias de religión cristiana donde jamás se habla de reencarnación. Esto
parece demostrar que este fenómeno es universal. Igual que las experiencias
cercanas a la muerte, parece ser un fenómeno ligado a la naturaleza humana,
no a una determinada cultura o cierta creencia religiosa. En él también se
dan ciertas peculiaridades según la región geográfica y sobre todo, por la
forma de reaccionar de los familiares que son testigos del fenómeno, pero
básicamente las características son comunes. En algunos casos —los de
reencarnación en la misma familia, a los que Carol Bowman dedica por
completo su segundo libro— se da una circunstancia que les dota de cierta
debilidad como evidencia: el dolor de los familiares y su deseo de que el
pariente fallecido vuelva podrían hacer que el niño tuviera una clara
motivación de fabricar inconscientemente una ficción para hacer realidad
ese deseo. Además, por muy extensas que sean las afirmaciones hechas por
este niño acerca de su pariente fallecido, no podemos descartar la
posibilidad de que hubieran llegado a su conocimiento a través de los otros
miembros de la familia. Por ello Stevenson se centró en aquellos casos en
los que el niño decía recordar la vida de un extraño, alguien totalmente
desconocido para la familia.
A pesar de que es difícil encontrar puntos débiles por donde atacar el
trabajo de Stevenson, muchos de sus colegas continuaron ignorándolo. Por
suerte, otros investigadores de la Sociedad Americana para la Investigación
Psíquica (American Society for Psychical Research) o de la Revista de
Investigación Científica (Journal of Scientific Research) han continuado
investigando casos similares, y de aquí es donde han surgido los artículos
más recientes. Aparte del Dr. Jim B. Tucker, siguen escribiendo y divulgando
estos estudios psicólogos y antropólogos como Antonia Mills, Jürgen Keil o
James Matlock. Algunos de estos investigadores fueron también críticos con
el trabajo de Stevenson. Llegaron a publicar informes de casos casi
idénticos a los de él, aunque sus conclusiones tendían a ser algo más cautas.
Aún así, la antropóloga Antonia Mills, por ejemplo, después de investigar
diez casos en la India en 1987, escribió:
“Como Stevenson, concluyo que a pesar de que ninguno de los
casos que estudié ofrecen prueba irrefutable de reencarnación o algún
proceso paranormal relacionado, son parte de un grupo creciente de
casos para los que las explicaciones normales no parecen hacer
justicia a los datos.”
Según cuenta Tom Shroder, en 1996 Stevenson fue acusado por un
profesor de filosofía, Paul Edwards, a partir de las observaciones de un
asociado de Stevenson, de que hacía preguntas cerradas; que conducía
investigaciones superficiales; que no tenía en cuenta la “falibilidad humana”
de los testigos a los que entrevistaba; y que informaba de los casos de un
modo que los hacía sonar más impresionantes de lo que eran en realidad.
Edwards escribió:
“¿Qué es más probable, que haya cuerpos astrales, que invaden el
útero de las madres gestantes, y que los niños puedan recordar eventos
de una vida pasada aunque el cerebro de las personas previas hayan
muerto hace tiempo, o que los niños de Stevenson, sus padres, o los
otros testigos e informantes no estén diciendo la verdad, intencionada
o no intencionadamente, que estén mintiendo, o que sus muy falibles
recuerdos y sus poderes de observación les hayan llevado a hacer
falsas declaraciones y falsas identificaciones?”
La principal vulnerabilidad del trabajo de Stevenson es lo que
mencionábamos al principio de este libro: no sabemos qué es el alma, y por
tanto mucho menos podemos saber cómo es posible que se transfiera de un
cuerpo a otro. Por tanto, no importa cuánta evidencia junten los
investigadores a favor de la reencarnación: científicamente no podrá ser
demostrada mientras no demostremos la existencia del alma. Sin embargo,
Edwards estaba admitiendo que en el caso de que se pudiera demostrar que
esos testimonios no eran el producto de mentiras o falsas identificaciones,
entonces constituirían una prueba legítima de reencarnación, incluso cuando
no podemos explicar cómo funciona la reencarnación.
Tom Shroder afirma que Stevenson se encontraba profundamente
decepcionado por la actitud de esos científicos que aceptan que el
conocimiento actual está “ya establecido para siempre”, en palabras de
Stevenson. Este es un error que muchos continúan cometiendo hoy en día,
pero poco a poco más voces comienzan a alzarse, afirmando que hay muchas
razones para pensar que la consciencia sobrevive a la muerte. Stevenson
también era consciente de que estaba arruinando su carrera, y ni siquiera su
esposa apoyaba lo que estaba haciendo. Mientras, Stevenson continuaba
convencido de que había algo realmente sustancial en sus primeras
investigaciones, sabía que tenía que ir tras ello costara lo que costase, y
cada vez fue invirtiendo más tiempo y esfuerzo en los casos que estudiaba.
Para Shroder era evidente que no ignoraba evidencias en contra ni fabricaba
nada que respaldara su tesis, y fue la acumulación de casos, todos ellos con
testigos múltiples e independientes, declarando cosas que eran
inconcebibles, lo que comenzó a vencer el inicial escepticismo de Shroder.
Una vez le llegó a preguntar a Stevenson si su propia pasión no amenazaba la
objetividad de sus averiguaciones. A lo que él respondió: “Muéstrame un
investigador a quien no le importen sus resultados de una manera u otra, y te
mostraré una mala investigación.” Tenía la esperanza de que otros
investigadores inspeccionaran su trabajo y que avalaran o impugnaran sus
conclusiones. Lo que no podía soportar era la posibilidad de que nadie
mirara tan siquiera... algo que parece seguir sucediendo hoy en día, al menos
en los países de habla hispana, donde la reencarnación parece que es un
tema aún tabú en ambientes científicos.
Por otro lado, ya en su época, Stevenson se dio cuenta de que
parapsicólogos y científicos trabajaban por separado, sin hablar unos con
otros, algo que se debe evitar en futuros años si queremos de verdad avanzar
en el conocimiento del ser humano.
Pero antes de continuar, veamos, ¿qué otras explicaciones podría haber
al fenómeno de los niños que recuerdan vidas pasadas? Hemos comprobado
a lo largo de este trabajo, a pesar de haber utilizado continuamente el
término “recordar” con reparo y mucha cautela, que sin duda alguna este es
un fenómeno que parece estar íntimamente relacionado con la memoria. Una
memoria que según la ciencia actual tiene que estar localizada en el cerebro,
pero esto de momento aún no se ha podido demostrar. Y además es evidente
que si aceptamos que es un fenómeno relacionado con la memoria, igual que
aceptamos el concepto de tabula rasa, mencionado en el capítulo 2, algo no
encaja. Si la memoria se forma a consecuencia de una función cerebral, y es
el resultado de toda la información que recogen nuestros sentidos físicos
desde el momento del nacimiento, ¿cómo es posible que un niño tenga
conocimiento de algo que sucedió antes de nacer o incluso antes de su
concepción? ¿Cómo puede recordar la forma en que murió la persona cuya
vida dice recordar? ¿Cómo, incluso, puede recordar acontecimientos que
aparentemente tuvieron lugar después de la muerte física de ese individuo,
en un plano que podríamos llamar “espiritual”?
Pero, si no se trata de memoria, ¿qué es? Veamos qué posibilidades
existen.
Fraude.
Sí, evidentemente el fraude existe en todos los ámbitos de la vida, y
cómo no, también en la parapsicología, en la ciencia, y en aquellos
individuos que sueñan con hacerse famosos o ricos afirmando que tienen un
niño que recuerda vidas pasadas. El fraude es una de las opciones más
fáciles a la que recurren los escépticos para echar por tierra años y años de
investigaciones serias y meticulosas. Pero, ¿tienen de verdad algo que ganar
unos padres que afirman que su hijo recuerda vidas pasadas? Ninguno de los
niños entrevistados por Ian Stevenson recibió ningún tipo de compensación
económica por manifestar que habían vivido antes, ni tampoco de la
publicidad que eso hubiera podido reportarles. Es más, en muchos casos
tuvieron que soportar un trato vejatorio.
Muchos afirman que algunos niños criados en la pobreza o que han
sufrido malos tratos podrían estar imaginando vidas en las que fueron ricos o
pertenecieron a una casta superior como mecanismo compensatorio al
sufrimiento que han tenido que soportar. Es evidente que, tal y como hemos
visto en muchos casos, los acontecimientos de esa vida previa distan mucho
de ser más felices que los de la vida presente, y además, esta hipótesis
tampoco explicaría la cantidad de conocimiento que estos niños reúnen
acerca de esa vida pasada. En la práctica, las fantasías son bastante fáciles
de diferenciar de verdaderos (supuestos) recuerdos.
A este respecto cabe decir que nos encontramos con un problema similar
al de aquellos adultos que dicen recordar vidas pasadas famosas. Podríamos
afirmar que la mayoría de estos adultos solo lo hacen con el fin de llamar la
atención o por algún otro tipo de alteración psicológica. Aunque no podemos
descartar esta posibilidad, e incluso podría llegar a explicar un pequeño
porcentaje de estos casos, lo cierto es que ser adulto y recordar una vida
pasada famosa no es nada fácil ni agradable. Lo mínimo a lo que estas
personas están expuestas es a una mayor burla e incomprensión que los
demás adultos que recuerdan vidas pasadas. Y el resto de problemas, como
la intensidad de las emociones o la resolución de determinadas fobias, son
los mismos. Alguien que afirme que cualquiera desearía tener una vida
pasada famosa es porque no sabe lo que realmente supone recordar una vida
pasada famosa.
En los casos más modernos, ya en referencia a nuestra sociedad
occidental, no debemos olvidar que afirmar públicamente que nuestro hijo
dice recordar una vida pasada probablemente solo conduciría a sufrir el
acoso de los compañeros de colegio, o cuando menos miradas burlonas.
Recordemos el ejemplo de Carl Edon, que dejó de hablar de sus recuerdos
por esta razón. También es posible que nuestro hijo tenga que pasar por
visitas a psiquiatras infantiles que además de prescribir medicinas
innecesarias, se hallarían igual de perdidos que los padres. ¿Tal vez es por
esto que es tan difícil romper el silencio y que más casos de este tipo salgan
a la luz?
También es evidente que niños como James Leininger no se han hecho
especialmente famosos ni ricos gracias al libro publicado por sus padres. Al
contrario de lo que popularmente se cree, los autores no suelen hacerse ricos
publicando libros.
En todo caso, que haya un fraude aislado no invalida el resto de miles de
casos que son auténticos y que podrían ser prueba de que la reencarnación
existe.
Fantasías.
Bien, tal vez no se trate de un fraude organizado intencionadamente por el
niño y todos los miembros de su familia, pero ¿y si estos niños tuviesen una
imaginación desbordada? ¿Y si simplemente hubiesen tenido ocasión de
escuchar historias fuera o dentro de la familia que luego repiten sin el
conocimiento de sus padres? ¿Y si su deseo de llamar la atención les hiciera
hablar de una supuesta vida pasada? ¿Serían capaces de hacer creer a toda
su familia que recuerdan la vida de otra persona y dar una gran cantidad de
detalles verificables? O, tal vez al contrario, ¿podrían ser estos niños tan
sugestionables que algunos padres, deseosos de que sean la reencarnación de
un familiar perdido, les podrían llegar a convencer de ser ese familiar
renacido, como si todo este fenómeno se tratara de una especie de locura
compartida?
Ya hemos visto que esto es altamente improbable. Aún así, el psicólogo
Erlendur Haraldsson llevó a cabo un estudio, ya mencionado con
anterioridad, titulado “Children Who Speak of Past-Life Experiences: Is
There a Psychological Explanation?”[40], en el que comparaba treinta
niños del Líbano que decían recordar vidas pasadas con otros treinta niños
completamente normales. Examinó a estos niños para ver si tenían mayores
tendencias disociativas que sus compañeros. El Dr. Haraldsson explica:
“El concepto de disociación se ha utilizado para describir una
variedad de procesos psicológicos que van desde aquellos que son
perfectamente normales, como la atención dividida[41] o la
ensoñación, a la aparición de múltiples personalidades en la misma
persona sin conocimiento o con conocimiento limitado de las otras.”
Haraldsson encontró que los niños con supuestos recuerdos de vidas
pasadas obtuvieron puntuaciones elevadas en ensoñación, búsqueda de
atención y disociación, pero no en aislamiento social ni en susceptibilidad a
la sugestión. Sin embargo, observó que el nivel de disociación era mucho
más bajo que en casos de personalidad múltiple y no podía ser considerado
clínicamente relevante.
En el mismo artículo también menciona que entre los niños estudiados en
Sri Lanka encontró que solían soñar despiertos con más frecuencia, pero no
presentaban ningún indicio de que fueran más proclives a fabricar
experiencias imaginarias. Tampoco eran más sugestionables. Por lo general,
según afirman varios investigadores, los niños que recuerdan vidas pasadas
suelen tener un vocabulario más amplio, obtienen mejores resultados en las
pruebas de inteligencia, y suelen sacar mejores calificaciones en la escuela.
La gran mayoría de estos niños no presentan ninguna diferencia psicológica
con respecto a otros niños, y casi todos acaban creciendo e incorporándose a
la sociedad.
De estos datos se desprende que los niños que recuerdan vidas pasadas
suelen ser niños completamente normales, y no hay razón para pensar que lo
que nos cuentan es consecuencia de algún trastorno psicológico o que son
niños especialmente fantasiosos. Sin embargo, también debemos señalar que
una de las conclusiones más importantes del estudio de Haraldsson es que
estos niños presentaban algunos síntomas compatibles con síndrome de
estrés postraumático, como fobias, ataques de ira o pesadillas, que parecían
estar relacionados con sus supuestos recuerdos de muertes violentas en el
pasado. ¿Es esto algo que un niño simplemente imaginaría?
Percepción extrasensorial.
En la ponencia de James Matlock[42], ya mencionada anteriormente, se
propone que una de las principales alternativas a la memoria es la
percepción extrasensorial o PES. Sin embargo, los casos de niños que
recuerdan vidas pasadas son difícilmente susceptibles de ser explicados
mediante percepción extrasensorial. Recordemos que con este término,
acuñado por el parapsicólogo Joseph Banks Rhine[43], nos estamos
refiriendo a la supuesta habilidad de percibir acontecimientos y adquirir
información por medios distintos a nuestros sentidos físicos. A veces se
conoce como “sexto sentido”, y englobaría los fenómenos de telepatía,
clarividencia, precognición, retrocognición y psicoquinesis. Parapsicólogos
como Stephen Braude[44] también hablan del “súper-psi”, una forma
extrema de PES que podría ser accesible para estos niños a través de
estados alterados de consciencia. Según Matlock[45], el súper-psi se
definiría como una habilidad más compleja que la PES que requeriría la
integración de información procedente de múltiples fuentes, y que a veces
iría también acompañada de acciones en el mundo físico. En principio no
tendría ningún límite. Sin embargo, enseguida se queda atascado en lo que
Braude llama una “complejidad paralizante”. Es decir, llevaría a unas
complicaciones tan densas y enrevesadas que no parecen plausibles.
Además, no debemos olvidar que de momento es un concepto puramente
hipotético: no existen evidencias de ningún tipo que apoyen su existencia,
empezando por el hecho de que muy pocos de estos niños muestran signos de
entrar en estados alterados de consciencia cuando hablan de sus supuestos
recueros. Aun cuando pudiéramos concebir el súper-psi en situaciones muy
concretas y poco frecuentes, jamás deberíamos esperar que se manifestara de
manera rutinaria.
Hablemos de PES o súper-psi, los niños que recuerdan vidas pasadas
muy raramente exhiben este tipo de habilidades inusuales. Además, esto no
explicaría la identificación con la personalidad previa, la cual sería mucho
más coherente con la hipótesis de la memoria. Si se tratara de percepción
extrasensorial, los niños no tendrían por qué tener mayor dificultad a la hora
de reconocer a las personas o lugares tal y como están en tiempo presente
que en una foto antigua. También sería de esperar que cometiesen menos
errores a la hora de describir sus muertes. Sin embargo, sí se suelen
producir fallos en la memoria cuando se trata de relatar acontecimientos
traumáticos, como bien saben aquellos que se dedican a resolver crímenes
entrevistando a los testigos, como policías, criminólogos o jueces.
Una hipótesis similar es la que se refiere a los “paquetes psíquicos de
pensamientos” (thought bundles en inglés). Se ha sugerido la posible
existencia de una conexión extrasensorial entre la madre, los niños que
recuerdan vidas pasadas y la madre de la personalidad previa. Después de
todo, es de sobra conocida —aunque dudo que esté demostrada
científicamente— la especial conexión materno-filial o entre gemelos que
aparentemente hace que se desarrolle una gran intuición entre esos
individuos. Por ejemplo, se han dado casos en los que uno de ellos ha sido
capaz de predecir algún hecho desafortunado que le iba a ocurrir al otro, o
incluso ha sentido físicamente algo que, según pudieron corroborar más
tarde, podía ser la consecuencia de lo que le estaba sucediendo al otro a
kilómetros de distancia en ese mismo momento. Algunos investigadores
sugieren que esos “paquetes de pensamiento” podrían llegar de alguna
manera a las madres embarazadas, transfiriendo esa información al hijo que
posteriormente mostrará signos de recordar una supuesta vida pasada, sin
serlo. Como Matlock apunta, esto no tiene ningún sentido, puesto que en la
gran mayoría de casos estudiados las mujeres embarazadas nunca tuvieron
ningún tipo de contacto con la persona fallecida cuya vida recordó luego el
niño. Y, por supuesto, tampoco explicaría los signos de comportamiento.
De hecho, Ian Stevenson propone que si queremos utilizar esta alternativa
para explicar estos casos, no es suficiente con recurrir a la percepción
extrasensorial, sino que además tendríamos que añadir lo que él llama
“absorción de la personalidad”. Estos niños no solo acceden de algún modo
a esa información de la vida de una persona fallecida, sino que además se
identifican plenamente con ella y adquieren determinados rasgos de
comportamiento coherentes con esa personalidad. El niño llega a creerse
completamente que fue esa otra persona, y además es capaz de convencer a
los demás que realmente lo fue.
Otro punto débil es que si el niño tuviera realmente esta facultad, no le
sería difícil obtener información sobre esa vida pasada de varias fuentes,
incluso de hechos ocurridos después de la muerte de esa persona.
Recordemos por ejemplo el caso de Swarnlata, incapaz de recordar lo que
había pasado después de su muerte como Biya, cuando en su entorno había
muchas personas que habían sobrevivido a Biya y habían sido testigo de los
cambios en la familia y en el lugar donde vivían.
Criptomnesia.
La palabra criptomnesia significa literalmente “memoria oculta”.
Proviene del griego “kruptos” (oculto) y “mnèmè” (recuerdo o memoria).
Théodore Flournoy[46] la utilizó por primera vez en referencia al caso de la
médium Hélène Smith —la cual transmitía información sobre vidas pasadas
en estado de trance— para sugerir la alta incidencia en el psiquismo de
“recuerdos latentes que surgen por parte del médium, a veces desfigurados
en gran medida por un trabajo subliminal de imaginación o razonamiento,
como sucede con frecuencia en nuestros sueños ordinarios.” En medicina, la
criptomnesia se define como “la aparición en la consciencia de imágenes
mnémicas que no son reconocidas como tales, sino que aparecen como
creaciones originales”.
Según esta hipótesis, los recuerdos de vidas pasadas se podrían explicar
porque el niño tuvo acceso a alguna fuente de la que obtuvo esa información.
El niño habría olvidado de dónde obtuvo la información, pero
posteriormente manifiesta esos conocimientos como si proviniesen de una
vida pasada.
La criptomnesia es un fenómeno bien conocido, que incluso en algunos
casos de adultos ha servido para explicar supuestos recuerdos de una vida
anterior. Quizá ese adulto tuvo una niñera de pequeño que le hablaba en otra
lengua, o tal vez leyó en su infancia un libro que después olvidó, y de pronto
comienza a recordarlo palabra por palabra. Stevenson menciona varios
ejemplos famosos de criptomnesia en su libro Veinte casos que hacen
pensar en la reencarnación, como el de la señora Adela Albertelli, que
escribía en estado de trance pasajes enteros en distintas lenguas que
desconocía en estado de vigilia. Se identificó el origen de algunos de esos
pasajes en libros o artículos de revistas que podía haber leído tiempo atrás.
Hay incluso casos de criptomnesia en los que hay cierta absorción de la
personalidad, pero todos ellos se produjeron en médiums que decían
establecer contacto con esa otra personalidad. En un caso en concreto, la
información y el comportamiento típico de esa personalidad aparecían solo
cuando el sujeto estaba hipnotizado o trabajaba con una tablilla, y se vio que
esa información se encontraba en un libro que el sujeto había leído con doce
años.
En los casos de niños que recuerdan vidas pasadas, esa “absorción de
personalidad” de la que habla Stevenson es constante, de modo que se
establece una fusión entre ambas “personalidades”, y la personalidad
presente parece obtener el conocimiento de la personalidad previa. No solo
eso, sino que se produce una evolución de esa personalidad y una adaptación
a las nuevas circunstancias.
Por supuesto, es francamente complicado atribuir a la criptomnesia el
conocimiento altamente especializado que demuestra tener un niño pequeño
que tiene un acceso limitado a ciertas fuentes de información y que ya es
capaz de utilizar términos técnicos sobre determinados aviones, como hemos
visto en los casos de James Leininger y Carl Edon. Los padres preocupados
de un niño que comienza a afirmar que ha vivido antes saben sin lugar a
dudas a qué libros o películas ha podido tener acceso ese niño, y ellos son
los primeros sorprendidos cuando ese niño muestra un conocimiento atípico,
anómalo para su edad, como decía Carol Bowman.
Posesión.
Esta hipótesis sugiere que un espíritu desencarnado toma control del niño
y la información que este tiene proviene de ese espíritu. Según Stevenson,
las posesiones son extremadamente raras en niños menores de dos años.
También es importante señalar que el niño suele hacer comentarios de forma
totalmente espontánea y natural, sin estar bajo estado de trance, como ocurre
con los médiums. Además, en caso de existir las posesiones —algo que
tampoco está demostrado científicamente—, estas suelen ser transitorias y no
acompañan al niño desde su nacimiento o poco después, a no ser que
estuviéramos hablando de la posesión por parte de un espíritu de un bebé...
lo cual no deja de ser extrañamente similar a la reencarnación. La diferencia
entre reencarnación y posesión, según Stevenson, estaría en que la posesión
supone, o bien una influencia parcial de la personalidad primaria, que
continúa para mantener cierto control del cuerpo físico, o bien un control
temporal (aparentemente completo) del organismo físico, con regreso
posterior a la personalidad original. Ejemplos de posesión se hallan
recogidos en la literatura parapsicológica, como es el caso de aquellas
personas que dicen ser capaces de pintar extraordinarios cuadros en estado
de trance, al ser poseídos por un pintor fallecido que utiliza su cuerpo. Una
vez más, la principal diferencia es el grado de identificación de la persona
con esa otra personalidad. Además, estos sujetos no suelen recordar lo que
ocurre cuando están en trance. A veces esa posesión puede durar más
tiempo, pero aún así hay una clara distinción entre ambas personalidades.
Stevenson también llama la atención sobre el hecho de que a veces una
persona dice haber muerto después de haber nacido en su vida presente, es
decir, hay un solapamiento entre el nacimiento y la muerte de las dos
personas. Él solía llamarlos “casos con fechas anómalas”. Este es un
fenómeno bastante frecuente dentro del mundo de la reencarnación, y si
siguiéramos adelante, entraríamos en el concepto de vidas simultáneas o
solapadas, objetivo que se sale del presente trabajo. Sin embargo, puedo
mencionar brevemente el caso de Ruprecht Schulz[47]. Nació el 19 de
octubre de 1887 y parece ser que recordaba la vida de Helmut Kohler, un
hombre de negocios alemán que murió el 23 de diciembre de 1887, varios
días después de dispararse a sí mismo. El intervalo entre la muerte de
Kohler y el nacimiento de Schulz sería por tanto de cinco semanas. Más
fascinante es el caso de Chaokhun Rajsuthajarn[48], un abad de Tailandia
que tenía recuerdos de una vida previa y también decía recordar
acontecimientos del periodo “intermedio” (intermission en inglés), es decir,
del tiempo entre vidas. Afirmaba que su nacimiento había tenido lugar antes
de la muerte de la personalidad previa. Describió que durante ese tiempo
había estado enfermo desde hacía varios meses en su vida como Nai Leng,
un devoto budista que practicaba meditación Vipassana todas las noches. En
1908, a la edad de cincuenta y cinco años, se encontraba cerca de la muerte,
en un estado semicomatoso. Mientras se hallaba tumbado en su cama tuvo
aparentemente una experiencia extracorpórea, ya que relata que dejó la casa
y observó cómo su hermana Nang Rien rezaba y meditaba mientras otras
personas preparaban flores, comidas, velas y un altar para un sermón
especial. Estaba embarazada de más de siete meses en ese entonces, y desde
la concepción había tenido una fe ardiente hacia el budismo, dedicando más
y más tiempo a rezar y meditar, como era la costumbre de su hermano Nai
Leng. Ambos se hallaban muy unidos. Chaokhun dijo que había sido
consciente todo ese tiempo de las actividades de su hermana, mientras estaba
muriendo como Nai Leng, hasta que un día se sintió confuso y no pudo
recordar nada. De pronto estaba de vuelta en su cama, enfermo. Entonces
oyó a gente decir que su hermana había dado a luz a un niño muy lindo.
Deseó ir a visitarla, y sintió angustia. Trató de moverse, pero al cambiar de
posición no pudo mantener el equilibrio, y se encontró de nuevo tumbado
sobre su espalda. Pensó que estaría mejor si se dormía. Así que suspiró
profundamente varias veces y cerró los ojos. Justo en ese momento se sintió
completamente normal, se sintió más fuerte y se podía mover mucho más
rápidamente de un lugar a otro. Su cuerpo era mucho más ligero, como si no
tuviera peso. Le agarró la mano a una persona y tiró del brazo a otra, pero
nadie notó nada. Quería contarles a todos que ya no estaba enfermo, pero no
pudo hacerse comprender. Todos estaban llorando y gimiendo. Fue testigo de
su propio funeral y cremación, y finalmente fue a la casa de Nang Rien. De
algún modo ella sí que podía percibirlo, y le dijo que ya había dejado el
mundo y no debería aparecerse más a sus hermanos. Él se debatía entre dos
sentimientos: le habría gustado quedarse pero sabía que debía irse. Antes de
hacerlo, quiso mirar al niño. Cuando estaba girando para irse
definitivamente, de pronto se sintió girar, trató de cubrir su cabeza, su cara y
sus orejas con las manos, pero al final perdió la consciencia. Al recuperarla
estaba dentro del cuerpo del bebé. Reconocía a todo aquel que venía a verle
y trataba de llamarlos, pero solo salían sonidos guturales de sus labios de
bebé.
Aunque se podría pensar que estos casos pueden ser considerados casos
de posesión, personalmente no estoy de acuerdo. No sabemos si ya había un
espíritu controlando el cuerpo. Según algunas fuentes, como el psiquiatra
Michael Newton, el alma puede entrar en el cuerpo en cualquier momento
durante la gestación, incluso después del nacimiento, y parece ser que está
entrando y saliendo del niño hasta que este tiene cinco o seis años de edad.
Por tanto, deberíamos considerar la posibilidad de que un alma pueda estar
ocupando dos cuerpos a la vez —hipótesis que no acepto, y lo hago
basándome en mi propia teoría sobre cómo funciona el tiempo, la cual está
en línea con otras teorías científicas, como la Teoría del Desdoblamiento del
Tiempo de Garnier-Malet— o quizá, la posibilidad de estar preparando ya
su próxima reencarnación cuando aún no se ha producido su muerte en la
actual.
En todo caso, Stevenson señala que quizá la única diferencia entre
reencarnación y posesión estaría relacionada entonces con el momento en
que la personalidad toma contacto con el cuerpo físico: si lo hace durante la
concepción o durante el desarrollo del feto, hablaríamos de reencarnación; y
si lo hace con posterioridad, hablaríamos de posesión. A este respecto,
tenemos otro caso interesante que nos hace reflexionar: el caso de
Sumitra[49], una joven mujer casada, de unos diecisiete años de edad, que
aparentemente murió y revivió. Después de un periodo de confusión,
comenzó a comportarse como una persona distinta y no reconocía a los que
había alrededor. Decía ser otra mujer llamada Shiva que había muerto
violentamente en la noche del 18 al 19 de mayo de 1985, es decir, dos meses
antes de la aparente muerte de Sumitra. La familia paterna de Shiva creía que
había sido asesinada por miembros de su familia política, los cuales habían
tratado de simular después un suicidio poniendo su cuerpo en unas cercanas
vías de tren. La familia de Sumitra pertenecía a la casta Thakur, aldeanos sin
apenas educación, y Sumitra solo sabía leer y escribir un poco. La familia de
Shiva eran por el contrario brahmanes, urbanitas de clase media. Shiva sí
había recibido educación. El comportamiento de Sumitra cambió de aquel
propio de una chica de pueblo al de una mujer de casta superior,
moderadamente culta, que podía leer y escribir hindi de manera fluida. Un
informe posterior, escrito por la investigadora Antonia Mills[50], mostró
incluso que había similitudes en la escritura de Shiva y la de Sumitra
después de la posesión. Sumitra murió a los treinta años, en 1998, trece años
después de que la supuesta posesión tuviera lugar, una edad temprana para
una mujer en la India en ese entonces, donde la esperanza de vida de las
mujeres es mayor, pero bastante significativa si el espíritu de Shiva
reemplazó de verdad el de Sumitra. Los cambios en su personalidad se
mantuvieron durante el resto de su vida. Algunos autores como James
Matlock llaman a estos casos “reencarnación de reemplazo”, y sugieren que
la única diferencia entre reencarnación y posesión sería la duración relativa.
Yo no iría tan lejos. Tal vez deberíamos revisar la definición de “posesión”
y determinar qué entendemos por “transitoria”, o tal vez necesitamos seguir
estudiando la reencarnación para definir con mayor claridad cuáles son las
diferencias y dónde se encuentra el límite entre los dos fenómenos.
De cualquiera de las maneras, la posesión no explicaría las marcas de
nacimiento o los defectos congénitos, ni el conocimiento de estos niños
acerca de antiguos edificios o lugares que conocieron en su vida pasada.
Tampoco explicaría las reacciones de sorpresa de muchos niños al encontrar
que la que supuestamente era su antigua casa haya sido modificada o que su
antiguo familiar haya envejecido.
Impresiones maternas.
Aunque esta hipótesis es mencionada ocasionalmente en las
investigaciones del Dr. Ian Stevenson, y algunos investigadores como Jürgen
Keil parecen darle alguna validez, no es útil para explicar la gran mayoría
de los casos expuestos en este libro.
Las impresiones maternas tienen su origen en la India y la China antiguas,
y en el folclore de los pueblos africano y asiático. Constituyeron una
hipótesis bastante famosa en el siglo XVIII para explicar la aparición de
ciertos defectos de nacimiento en los recién nacidos. Se creía que las
experiencias de la mujer durante su embarazo podían impresionarla de tal
forma que llegaban a afectar al feto en gestación. Por ejemplo, un niño
podría nacer sordo debido a que la mujer sufrió un fuerte impacto al oír un
gran estruendo estando embarazada. O podría nacer ciego debido a que la
mujer se quedó mirando a una persona ciega. O el bebé nació sin un brazo
porque la mujer se asustó al cruzarse con un mendigo que solo tenía un
brazo, y al temer que su hijo nacería con esa amputación, ese miedo se
acabaría haciendo realidad. Enfermedades como la ictiosis —una
enfermedad de la piel caracterizada por la aparición de escamas— se
explicaban porque la mujer tenía miedo a las serpientes.
En la primera mitad del siglo XX esta idea quedó desechada como
simple superstición, junto a la creencia de que las mujeres embarazadas
“solo debían exponerse a estímulos agradables”. Los avances en anatomía y
fisiología mostraron que no existe ningún tipo de conexión física entre la
mujer gestante y su bebé a través de la placenta o de algún otro modo que
pudiera posibilitar que una imagen mental de la madre acabara expresándose
en el cuerpo del bebé. Algunos investigadores afirmaron entonces que tal vez
la mente podía ejercer esa influencia por “medios inusuales”. El propio Ian
Stevenson analizó un gran número de este tipo de casos, incluyendo uno en el
que el hermano de la mujer gestante había sufrido la amputación del pene a
causa de un cáncer, y a ella le fue imposible evitar la curiosidad y echar un
vistazo. Posteriormente esta mujer dio a luz un hijo al que le faltaba el pene.
La incidencia de este tipo de defecto congénito es de 1 en 30.000.000, lo
cual parece indicar que, quizá, no podamos descartar del todo las
impresiones maternas.
Otro dato importante es que el estímulo que aparentemente producía el
defecto congénito tenía lugar con mucha más frecuencia en el primer
trimestre de gestación, lo que parece sugerir que es importante la
susceptibilidad del embrión a la impresión materna. Durante ese periodo el
embrión también es más susceptible al efecto de ciertos fármacos como la
talidomida y a infecciones virales como la rubeola.
En algunos casos descritos por Stevenson, la mujer pudo ser testigo de
las heridas que eran producidas en otra persona, o quizá ella misma sufría
algún tipo de lesión. En otras ocasiones pudo contemplar el cadáver de la
persona cuya vida luego decía recordar su hijo. Algunas mujeres se sentían
muy impresionadas, tenían miedo, o incluso se preocupaban de manera
obsesiva y no podían dejar de pensar sobre ello. Algunas temían que sus
hijos pudieran resultar afectados, pero otras no. Unas pocas confiaban,
equivocadamente, que sus hijos nacerían normales. Stevenson describe dos
casos de este tipo en su libro Where Biology and Reincarnation Intersect,
pero en ninguno de ellos el niño dio muestras de recordar una vida pasada ni
se pudo averiguar si sus defectos de nacimiento correspondían a las lesiones
de otra persona. Sí se comprobó que las madres habían tenido ese tipo de
sentimientos respecto a acontecimientos que habían tenido lugar en su
entorno.
Por tanto, aunque esta explicación podría llegar a ser plausible en
determinados casos muy aislados, es evidente que en la mayoría se puede
descartar. La madre, por lo general, no tiene conocimiento de la otra familia,
ni ningún contacto con la supuesta vida pasada de su hijo, ni ningún miedo
que pueda explicar las marcas o defectos de nacimiento que aparecen en sus
hijos.
Inconsciente colectivo y campos morfogenéticos.
Aunque esta es una de las alternativas a la que más recurren los
escépticos para rechazar la reencarnación, también se queda muy corta a la
hora de explicar los casos de niños que recuerdan vidas pasadas. El
inconsciente colectivo es un término acuñado por el psiquiatra suizo Carl
Gustav Jung, colaborador de Sigmund Freud. Jung postulaba la existencia de
un sustrato, común a todos los seres humanos, que estaría constituido por
símbolos primitivos a través de los cuales se expresaría el contenido de
nuestra psique, y que estaría más allá de la razón. Ese sustrato se basaría en
la existencia de arquetipos, los cuales se manifiestan en fantasías y revelan
su presencia solo por medio de imágenes simbólicas.
Jung trabajó mucho con los sueños y analizó cómo se creaban los mitos,
leyendas y religiones de las distintas culturas, lo que le llevó a identificar
una serie de elementos psíquicos comunes en todos ellos, los arquetipos.
Estos se transmitirían hereditariamente y se referirían a problemas
universales que todos debemos enfrentar, como la muerte, el sentido de la
existencia, lo masculino y lo femenino, etc.
Muchas personas creen que esto explica que en la mente de un niño de
dos o tres años aparezcan imágenes y sensaciones tan concretas de la vida de
otra persona; que sea capaz de identificar con nombres y apellidos a
parientes de esa otra persona, ya fallecida, a los que jamás ha visto en su
vida presente; e incluso que en su cuerpo haya marcas o defectos de
nacimiento correspondientes con lesiones o enfermedades que esa otra
persona sufrió. No se dan cuenta de que el inconsciente colectivo de Jung se
refiere a algo mucho más general. Como mucho, podría llegar a explicar el
porqué los seres humanos tenemos miedos atávicos a determinadas especies
animales como las serpientes, o por qué tenemos ciertos instintos que nos
harían huir de un lobo o algún otro animal salvaje. Personalmente no
descartaría que ciertos hechos traumáticos dejaran de algún modo una huella
en los genes y que esa información se transmitiera de generación en
generación. Después de todo, esto es bastante similar a lo que propone la
teoría de la evolución de Darwin, teoría que, recordemos, tampoco está
demostrada, aunque la mayoría de los científicos la acepten sin más. Según
Darwin, en las especies animales se irían produciendo mutaciones
aleatorias, dando lugar a individuos con una dotación genética que les
permitiría una mejor adaptación al medio. La selección natural fijaría esos
genes, los cuales se transmitirían a la siguiente generación, permitiendo la
supervivencia de esa especie. Podríamos especular con que el miedo a las
serpientes tuviera su origen en una mordedura que casi llevó a la muerte a
uno de nuestros ancestros, y ese miedo quedó “grabado” de algún modo en
los genes y después fue transmitido a los descendientes. Estos huirían
instintivamente de ellas y así la muerte por veneno de serpiente sería menos
probable. Sin embargo, esto jamás explicaría los detalles tan específicos que
dan estos niños de esas personas que supuestamente fueron en una vida
pasada, ni tampoco, como veremos en el siguiente apartado, que ese niño
recuerde cómo murió una persona a la que no conoció.
Otro concepto similar al inconsciente colectivo, y que por ello incluimos
aquí, es el de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, según el cual
las mentes de todos los individuos de una especie, incluido el ser humano, se
encuentran unidas, formando parte de un mismo campo mental planetario al
que llamó “morfogenético”. Si un individuo de esa especie aprende una
nueva habilidad, los otros individuos la aprenderán con mayor facilidad, ya
que les resultará familiar, sin importar la distancia a la que se encuentren.
Cuantos más individuos la aprendan, más fácil y rápido resultará al resto. De
nuevo, esto podría llegar a explicar por qué, por ejemplo, en lugares
distantes del planeta se repite el diseño piramidal en determinadas
construcciones, pero desde luego no nos sirve para explicar por qué un niño
tiene aparentemente recuerdos de una persona tan específica, y no de todos
los compañeros de especie que comparten el mismo espacio con él.
Memoria genética.
Una última alternativa que también goza de mucha popularidad entre los
escépticos es la de la memoria genética. Según Stevenson, esta hipótesis
sugiere que los supuestos recuerdos de vidas anteriores aparecen al aflorar
experiencias de los antepasados del sujeto. El sujeto “recuerda” mediante
visualizaciones y otro tipo de imaginación. Los supuestos “recuerdos” no
tendrían mayor importancia que otros aspectos de la conducta que atribuimos
a la herencia y llamamos “instinto”.
Es importante señalar que esta hipótesis solo tendría validez en dos tipos
de casos. El primero es cuando la persona desciende en línea directa del
antepasado en cuestión. Aunque los casos de reencarnación en la misma
familia son relativamente frecuentes, no son para nada los mayoritarios. Por
lo general, las dos personalidades han vivido con pocos años de diferencia,
y pertenecen a líneas genéticas distintas. En el segundo tipo de casos estarían
incluidos aquellos en los que hay mucha diferencia temporal, incluso de
siglos, entre ambas personalidades: aquí podríamos especular que había
algún tipo de parentesco genético entre ellas. Esto, además de ser
extremadamente raro, sería difícil de demostrar, y en todo caso, estaríamos
atribuyendo a la herencia unos poderes de transmisión de imagen mucho
mayores de lo que es racional pensar.
Lo cierto es que esta hipótesis suena muy racional y científica. Sin
embargo, la molécula de ADN es a veces considerada poco menos que
mágica por algunas personas. A este respecto puedo aportar mi experiencia
en biología molecular, que me permitió trabajar en laboratorio con material
genético viral y familiarizarme con las técnicas básicas que se usan para
manipularlo y estudiarlo. El ADN es una molécula fascinante, de eso no hay
duda, pero, al igual que ocurre con el cerebro, parece ser que en él no se
encuentran todas las respuestas.
Resulta tentador imaginar que todos los recuerdos de nuestros
antepasados se encuentran almacenados en esta molécula. Aquí estaríamos
hablando de nuevo de memoria. Pero recordemos antes que nada que los
propios científicos aún no han conseguido determinar dónde se almacena la
memoria. De hecho, existen estudios recientes que parecen indicar que la
memoria podría encontrarse fuera del cerebro. Por ejemplo, en 2013 se
realizó un experimento[51] con planarias, un gusano plano, a las que se les
entrenó para encontrar una fuente de comida, y entonces se les cortó la
cabeza y se les permitió regenerarla. Se vio que los gusanos con la cabeza
regenerada encontraban la comida más rápido que otros gusanos que no
habían sido entrenados. Aunque algunos autores proponen que quizá los
recuerdos migraron de la antigua cabeza al tronco del cuerpo y de ahí
regresaron a la nueva cabeza, quizá sería más lógico pensar que los
recuerdos nunca estuvieron en la cabeza, y que lo que se perdió al cortar la
cabeza fueron los medios para recuperar esos recuerdos. Después, cuando la
nueva cabeza creció, pudieron recordar lo que habían aprendido
previamente.
Por saber, ni siquiera se sabe cuál es la “naturaleza” de esa memoria. El
ADN se compone de nucleótidos, un código a partir del cual se crean las
proteínas: algunas forman los tejidos, otras tienen funciones fisiológicas
como las hormonas, los pigmentos o las enzimas (moléculas de naturaleza
proteica implicadas en la regulación de muchos procesos orgánicos). El
ADN humano se secuenció completamente hace ya muchos años, a través del
proyecto Genoma Humano. Esto quiere decir que a partir de ese momento ya
se disponía de lo básico para poder averiguar la función de muchos de esos
genes. Conocer la secuencia del ADN significa que conocemos el orden de
los nucleótidos que lo componen, como si se tratara de un larguísimo listín
telefónico, pero no nos dice a qué se corresponde cada fragmento de esa
secuencia. Es decir, no sabemos a qué persona estaríamos llamando si
marcáramos un número de teléfono de ese listín. La conclusión de ese
proyecto fue que en el ADN humano había 20.000 genes, los cuales
representaban solo el 2% del genoma completo.
Posteriormente, en 2003, se lanzó el proyecto Encode, en el cual se
pudieron utilizar técnicas mucho más avanzadas para analizar el ADN. Esto
permitió conocer con más profundidad el origen de algunas enfermedades
genéticas, campo que apenas se había desarrollado tras el proyecto Genoma
Humano. Además, ahora se sabe que el mal llamado “ADN basura” no es
inútil: en realidad contiene la información para codificar una ingente
cantidad de factores reguladores, también de naturaleza proteica, que actúan
como interruptores para activar o inactivar los genes. En el año 2012 se
habían identificado cuatro millones de regiones del genoma que regulan la
actividad de esos 20.000 genes humanos.
Aunque se conoce la función que realizan muchos de esos genes, aún
queda camino por recorrer. En lo que a memoria se refiere, hasta el momento
se han podido identificar algunos genes relacionados con ella. Por ejemplo,
hay cuatro que están involucrados en reducir el tamaño del hipocampo, una
región del cerebro que participa en la generación de nuevos recuerdos. Si
tenemos esos genes activados, al envejecer el tamaño del hipocampo se va
reduciendo, y este hecho nos podría predisponer a sufrir enfermedades
degenerativas como el Alzheimer. Pero esto no quiere decir ni mucho menos
que los recuerdos se almacenen de algún modo en nuestro código genético.
Por tanto, ¿por qué algunas personas insisten en recurrir a la memoria
genética para explicar los casos de niños que recuerdan vidas pasadas?
Primero, suponen erróneamente que la memoria puede transmitirse
genéticamente, algo que no está aún demostrado. Lo único que se transmite
es la información que hay en el material genético, que sirve para codificar
proteínas. Estas proteínas pueden determinar el color del pelo de nuestro
hijo, su sexo biológico (que es distinto a su identidad de género), incluso
características más “intangibles” como la ausencia de una enzima que dé
lugar a una determinada enfermedad. Esto no incluye la transmisión de
nuestros recuerdos, los cuales, según parece, están relacionados con la
mente, no con el cuerpo físico (por supuesto, entendiendo por mente algo
distinto al cerebro).
Segundo, no tienen en cuenta que incluso en el caso de que los recuerdos
se pudieran transmitir a través de los genes, nos quedaría sin explicar algo
en lo que generalmente nadie repara. Como decía Stevenson, antes de nada
tendríamos que estar hablando de un caso de reencarnación en la misma
familia. Estos casos son relativamente frecuentes, pero ya hemos visto que
están muy lejos de ser los únicos dentro de la amplia casuística. Ahora, de
producirse esa transmisión, eso ocurriría en el momento en que se forma el
embrión, a partir de la unión de los gametos del padre y la madre
(espermatozoide y óvulo, respectivamente). Los recuerdos transmitidos al
descendiente serían los recuerdos presentes en el padre y la madre hasta el
momento de la concepción. Por tanto, ¿cómo sería posible que el niño
recordase la muerte de ese antepasado, si tuvo lugar después de su
concepción?
En definitiva, la memoria genética tampoco nos sirve para explicar los
casos de niños que recuerdan vidas pasadas.
Por consiguiente, volvemos al principio. Todo parece apuntar a que este
fenómeno solo puede deberse a algún mecanismo relacionado con la
transmisión de la memoria. Debemos recurrir a la utilización de este término
porque decir que la reencarnación es una realidad sigue levantando ampollas
en determinados ambientes académicos. Es comprensible, porque decir
“reencarnación” sigue evocando algo religioso, una creencia sin ninguna
base científica. ¿Cómo podemos explicar este fenómeno sin utilizar la
palabra “reencarnación”? En el último capítulo trataremos de dar una
respuesta a esta interrogante.
11
LA SUPERVIVENCIA Y LA
TRANSMISIÓN DE LA CONSCIENCIA
P ara llegar a conocer la Verdad de la naturaleza humana no podemos
estudiar solo fragmentos de la realidad. No podemos quedarnos con
aquello que se ajusta a nuestra propia concepción del mundo e ignorar todo
lo demás porque supone un desafío a nuestras creencias y eso nos podría
obligar a modificarlas. No solo me refiero a creencias religiosas. La ciencia
más ortodoxa también está llena de dogmas, y los científicos a veces olvidan
que están hablando de teorías o hipótesis aún no demostradas. Echar abajo
los cimientos que tanto ha costado levantar y reconocer que han podido estar
equivocados durante mucho tiempo no es fácil. Por ello muchos continúan
apegados a formas antiguas de pensar. Pero si no se apuesta por abrir las
fronteras de nuestras propias limitaciones mentales, nos quedaremos
estancados en un conocimiento que poco a poco se va volviendo inútil.
Los niños que recuerdan vidas pasadas son solo una cara de uno de los
mayores misterios de la humanidad: la cuestión de si sobrevivimos a la
muerte. Es este un problema que aún no está resuelto, y los indicios que
apuntan a que sí sobrevivimos son numerosos. En todo el mundo, en culturas
muy diferentes y distantes unas de otras, existen historias y testimonios con
una base común que no cesa de repetirse: sueños en los que se produce una
aparente comunicación con personas fallecidas o que van a nacer;
experiencias de personas que estuvieron a punto de morir y cuando regresan
tienen la certeza de que la muerte no es el final y el más allá existe;
chamanes o estudiosos de lo paranormal que afirman haber aprendido a salir
de su cuerpo y viajar por un mundo que parece ser menos material que el
nuestro, sujeto a leyes físicas totalmente distintas; apariciones de seres
fantasmales o espíritus que tratan de comunicarse con nosotros;
premoniciones, fenómenos poltergeist, obtención de voces que interaccionan
con el experimentador mediante grabación controlada... ¿Qué es lo que está
ocurriendo aquí?
La ciencia no ha sido siempre tan materialista. Según el Dr. Bruce
Greyson, uno de los principales investigadores de experiencias cercanas a la
muerte que existen en la actualidad, los psicólogos modernos se han ido
aproximando más y más al materialismo que caracterizaba a los físicos del
siglo XIX. La mayoría de los científicos han asumido que todo es producto
del cerebro, y si las evidencias apuntan en otra dirección, directamente
descartan esas evidencias. Todavía hay personas que están convencidas de
que las experiencias cercanas a la muerte son debidas a la falta de oxígeno
en el cerebro, al efecto de los fármacos o a simples alucinaciones, y parecen
olvidarse de todas aquellas experiencias en las que estos factores
simplemente no sirven para dar una explicación. Pero es mucho mejor si
escuchamos al Dr. Greyson. Recordemos la conferencia que mencioné al
principio de este libro, celebrada en 2011 en presencia del Dalai Lama y
otros monjes budistas. En ella, el Dr. Greyson se expresó de esta manera:
“La mayoría de los científicos occidentales asumen que la
consciencia es producida de alguna forma por el cerebro. Hay, por
supuesto, considerable evidencia para adoptar tal postura, evidencia de
sentido común que proviene de nuestra vida cotidiana. Cuando bebemos
demasiado alcohol, cuando recibimos un fuerte golpe en la cabeza,
nuestro pensamiento sufre. Tenemos también más evidencias científicas
complejas de la relación entre el cerebro y la consciencia. Podemos
medir la actividad eléctrica en el cerebro durante determinadas tareas
mentales e identificar correlaciones entre las distintas áreas del cerebro
y las distintas actividades. Podemos estimular partes del cerebro y
registrar las experiencias que resultan. Y podemos extraer partes del
cerebro y observar los efectos en el comportamiento.
Toda esta evidencia sugiere que el cerebro está de hecho implicado
en el pensamiento, la percepción y la memoria; pero no sugiere
necesariamente que el cerebro produzca esos pensamientos,
percepciones y recuerdos. Mientras ustedes me oyen hablar, hay una
actividad eléctrica en el lóbulo temporal de su cerebro en una región
llamada área de Brodmann. Pero, ¿la actividad eléctrica en su cerebro
sugiere que el lóbulo temporal está produciendo el sonido de mi voz?
No, en absoluto: los estudios que muestran las áreas del cerebro
asociadas a diferentes funciones mentales solo muestran correlaciones,
no una relación causal. Son totalmente coherentes con la idea de que los
pensamientos, percepciones y recuerdos podrían tener lugar en una
consciencia localizada en algún lugar, separada del cerebro, pero que
luego son recibidos y procesados por áreas específicas en el cerebro. Es
muy parecido a un teléfono, una radio o una televisión. La señal, el
mensaje, se crea en otro lugar, pero el receptor de televisión, de radio o
de teléfono es necesario para recibir y procesar el mensaje. [...]
El cerebro se compone de millones de células nerviosas o neuronas;
pero una sola neurona no puede formular un pensamiento. Una sola
neurona no puede sentir enfado o frío. Parece que creemos que los
cerebros pueden pensar y sentir, pero las células cerebrales no pueden.
No sabemos cuántas neuronas se necesitan para formular colectivamente
un pensamiento, y no sabemos cómo ese conjunto de neuronas pueden
pensar cuando una sola neurona no puede.
Los científicos evaden este problema diciendo que la consciencia es
una propiedad emergente del cerebro, una propiedad que aparece cuando
una masa suficientemente grande de neuronas se junta. ¿Qué significa
eso? No tenemos idea de lo que eso significa. Decir que algo es una
propiedad emergente es una forma de decir que es un misterio que no
podemos explicar. No existe, de hecho, ningún mecanismo conocido por
el que los procesos físicos en el cerebro, o en cualquier otro lugar,
puedan producir cosas no visibles como pensamientos, percepciones y
recuerdos. La interpretación materialista del mundo fracasa al tratar de
resolver cómo un impulso eléctrico o un estímulo químico en el cerebro
puede producir un pensamiento, o una emoción, en realidad cualquier
otra cosa que haga la mente. Y sin embargo, a pesar de no tener idea de
cómo funciona, la mayoría de los neurocientíficos continúan manteniendo
la visión materialista del siglo XIX según la cual el cerebro, de algún
modo milagroso que no comprendemos, produce la consciencia. Y
descartan o ignoran la evidencia de que la consciencia en circunstancias
extremas puede funcionar muy bien sin el cerebro.”
El Dr. Greyson afirma que aunque la mayoría de los neurocientíficos
asumen que la consciencia se origina de alguna manera en el cerebro,
todavía no se ha propuesto ningún mecanismo por el que los procesos físicos
puedan originar los pensamientos, los sentimientos o las sensaciones. Al
contrario, cada vez existen más evidencias que sugieren que la consciencia a
veces puede producirse en ausencia de actividad cerebral. Entre esas
evidencias, Greyson destaca cuatro:
1. La inexplicable recuperación de la consciencia en personas que han
estado inconscientes durante largos periodos de tiempo, momentos o días
antes de su muerte.
En los últimos doscientos cincuenta años se han reportado muchos casos
en la literatura médica. Nos referimos a pacientes que sufren abscesos
cerebrales, tumores, esquizofrenia, meningitis o algún tipo de demencia
como la enfermedad de Alzheimer, que han perdido la habilidad de
comunicarse. En muchos de estos casos había evidencia, a partir de
autopsias o escáneres cerebrales, de que sus cerebros estaban deteriorados
de manera irreversible, y sin embargo en los últimos minutos, horas, o a
veces días previos a su muerte, recuperaron su claridad mental.
2. La complejidad de la consciencia en personas que tienen muy poco
tejido cerebral.
Se ha visto que pacientes que tienen muy poco tejido cerebral presentan
una inteligencia normal o incluso mayor de lo normal. Y hay casos raros,
pero muy sorprendentes, de casos de personas que parecen funcionar
normalmente en la vida a pesar de no tener apenas cerebro. Por ejemplo, un
neurólogo británico, John Lorber, describió casos de muchas personas con
hidrocefalia[52], tanto niños como adultos, que parecían llevar una vida
normal. Esto nos hace cuestionarnos si el cerebro es realmente necesario
para vivir.
3. La sorprendente complejidad de la consciencia en las experiencias
cercanas a la muerte.
Esto incluye la adquisición de nueva información, cuando el cerebro está
funcionando a un nivel muy disminuido. Estas personas que han sido
resucitadas o que han revivido espontáneamente después de un breve
periodo tienen recuerdos de haber estado en algún lugar distinto al mundo
físico. Describen una experiencia en la que su claridad mental era
excepcional, con imágenes sensoriales muy vívidas, una experiencia que
parece más real que la que viven con su consciencia ordinaria. Las
emociones típicas que acompañan a este tipo de experiencias incluyen una
gran sensación de paz y bienestar, una sensación de unidad con el cosmos o
ser uno con todo, un sentimiento de alegría plena y sentirse amado
incondicionalmente. En muchas ocasiones se acompaña de experiencias
fuera del cuerpo. Otras veces los sentidos físicos de la persona, como la
visión o la audición, se hacen mucho más agudos. También puede haber
percepción extrasensorial: el sujeto puede saber cosas más allá de lo que
pueden percibir sus sentidos físicos, como sucesos que están ocurriendo en
lugares distantes, o tener visiones del futuro. Finalmente, muchas personas
dicen haber alcanzado otro mundo o plano de existencia, haber llegado a una
frontera que no podían cruzar, un punto de no retorno que, de haberlo
traspasado, no habrían podido volver a la vida. Algunos dicen haberse
encontrado con algún tipo de ser místico o divino, espíritus de personas
fallecidas, con frecuencia parientes que habían muerto con anterioridad que
parecen darles la bienvenida o bien, en algunos casos, enviarlos de vuelta a
la vida.
Muchas de estas características sugieren que el cerebro no produce la
consciencia. Las tres principales son: pensamiento claro, percepción y
memoria mientras el cerebro está incapacitado; percepciones desde una
perspectiva visual fuera del cuerpo físico; y el encuentro con personas
fallecidas que muchas veces dan información precisa que nadie más podría
haber sabido, como por ejemplo personas que no se sabía que habían
muerto.
4. Los niños que recuerdan detalles precisos de una vida pasada.
Como hemos visto a lo largo del presente ensayo, con frecuencia estos
niños tienen recuerdos muy detallados y específicos que corresponden a la
vida de alguien que vivió y murió en un lugar distante. Mencionan nombres y
ocupaciones de parientes y amigos de su supuesta vida pasada, y muchas
veces dan descripciones muy detalladas de cómo la vida de esa persona
acabó. Cuando se les lleva al lugar donde afirman que vivieron, son capaces
de identificar a esos parientes y amigos, incluso cuando se les trata de
engañar. También reconocen lugares en los que supuestamente nunca han
estado en su vida actual.
Además, estos niños exhiben rasgos de personalidad inusuales,
determinadas afinidades y aversiones acordes con sus experiencias en esa
otra vida. Pueden presentar fobias si les sucedió algún hecho traumático que
les dejó marcados, por ejemplo pueden tener miedo del agua si murieron
ahogados. Pueden tener ciertas habilidades relacionadas con el oficio que
ejercieron en su vida pasada. Y si recuerdan una vida pasada de sexo
biológico distinto, con frecuencia quieren vestirse y jugar como si fueran de
ese otro sexo.
Finalmente, algunos de estos niños presentan marcas o defectos de
nacimiento muy inusuales e inexplicables que ellos atribuyen a su muerte en
una vida pasada. Esas marcas o defectos de nacimiento ocurren en
aproximadamente un tercio de los niños investigados. En ocasiones se ha
podido comprobar mediante los historiales médicos o lo informes de
autopsia que las heridas mortales de la personalidad pasada se
correspondían de hecho con las marcas o defectos de nacimiento en el niño.
La explicación más lógica.
De todas las posibles explicaciones a este fenómeno de los niños que
recuerdan vidas pasadas solo hay una que es totalmente satisfactoria:
estamos hablando de memoria. No se sabe aún cómo es esto posible, pero
indudablemente parece algo ligado a la consciencia. Al tratarse de memoria,
vemos que comparte las mismas características que los recuerdos normales:
no siempre son exactos, no todas las personas recuerdan por igual, y
tampoco se sabe muy bien qué es lo que desencadena esos recuerdos. Si
tienen algo en común es que en la mayoría de los casos hay un gran
componente emocional asociado a esos recuerdos, y casi siempre es mucho
más fácil recordar una escena, un acontecimiento, una vivencia altamente
significativa para el sujeto, que datos y nombres precisos. Aún así, hemos
visto algunos casos en los que el niño exhibía un conocimiento mucho mayor
de lo que cabría esperar si todo se tratara de una simple casualidad. A la vez
ese conocimiento parece limitado por el tiempo durante el que su supuesta
vida pasada vivió. Si parecen recuerdos, se comportan como recuerdos, y
tienen las características normales de los recuerdos de la vida actual, ¿por
qué no simplemente aceptar que son recuerdos?
Curiosamente existen fenómenos descritos por la ciencia que parecen
tener relación con la memoria, pero la causa que produce esos fenómenos es
aún desconocida, puesto que el modo en que funciona la memoria es aún uno
de los mayores misterios del ser humano. Un ejemplo es la denominada
“fuga o amnesia psicogénica”. Esta alteración psiquiátrica es un desorden
disociativo caracterizado por uno o más episodios de amnesia en los que el
paciente no es capaz de recordar su pasado. La pérdida de memoria va
acompañada de un estado de gran confusión por la pérdida de identidad o la
formación de una nueva identidad, y normalmente el individuo se encuentra
de manera súbita e inesperada lejos de casa. Por supuesto esta amnesia no
está relacionada con los efectos fisiológicos de ninguna sustancia (ya sean
drogas o medicamentos) ni con ningún tipo de alteración médica general
como por ejemplo la epilepsia del lóbulo temporal.
La duración de la fuga puede variar desde unas horas a unas semanas o
meses, aunque a veces la memoria no se llega a recuperar nunca. La persona
puede parecer totalmente normal y no atraer ningún tipo de atención. Puede
que asuma un nuevo nombre y un nuevo domicilio, y relacionarse
socialmente con total normalidad. La prevalencia de este fenómeno es solo
del 0’2%, pero se ha visto que suele tener relación con acontecimientos
traumáticos como guerras, accidentes y desastres naturales. Parece como si
existiera algún tipo de mecanismo de supervivencia o de protección frente al
trauma vivido. Se pierde lo que podríamos llamar “memoria emocional”, es
decir, aquella relacionada con las emociones, pero no la memoria sobre
diversas habilidades aprendidas como el lenguaje o la capacidad motriz.
Para recordar el pasado olvidado, se puede enfrentar al individuo a
diferentes estímulos, esperando que ello provoque una sensación de
familiaridad en él y eso evoque en su mente los recuerdos perdidos. Esos
estímulos pueden ser las personas que conoció, el barrio donde creció, sus
objetos personales, un mapa, etc. En este proceso de recuperación de
recuerdos también pueden producirse sueños recurrentes en los que de
manera borrosa aparecen antiguas experiencias vividas. El individuo vuelve
a recordar el trauma que le llevó a la situación inicial, y es capaz de
enfrentarse a ese trauma desde una nueva perspectiva, como si olvidar esa
parte de su vida le hubiera permitido empezar de nuevo.
Es francamente interesante comprobar la gran similitud que existe entre
las características de la fuga psicogénica y la forma en la que se desarrollan
los casos de niños que afirman recordar vidas pasadas, y esto es extensible a
los casos de adultos: la confusión en cuanto a la identidad, los sueños
recurrentes, la existencia en ocasiones de episodios traumáticos no
completamente superados, objetos y situaciones que sirven como
desencadenantes para recordar, el vínculo con emociones originadas en el
pasado... Incluso casi podría decirse que la amnesia psicogénica es como
una “pequeña muerte”. Si lo comparamos con la reencarnación, la única
diferencia es que en este caso la pérdida de la antigua identidad y los
antiguos recuerdos es total en la mayoría de las personas. De nuevo, parece
claro que el fenómeno de los niños que dicen recordar vidas pasadas tiene
que ver con la memoria. Esto es mucho más plausible que una posesión o la
percepción extrasensorial. El único problema que parece haber es que en el
caso de la reencarnación existiría una muerte física de por medio, y eso es
incompatible con el conocimiento actual de la ciencia. Eugene Brody,
psiquiatra y editor de la revista Journal of Nervous and Mental Disease, fue
uno de los pocos científicos de la época que pareció darse cuenta de que la
única razón para no aceptar la reencarnación es que se encuentra excluida de
los paradigmas de la ciencia materialista dominante hoy día. En relación al
trabajo de Ian Stevenson dijo:
“El problema está menos en la calidad de los datos que Stevenson
aporta para defender su punto de vista que en el gran conjunto de
conocimientos y teorías que debe ser abandonado o radicalmente
modificado para aceptarlo.”
Por tanto, ¿por qué nos negamos a aceptar que la reencarnación es la
mejor interpretación a la evidencia que hemos obtenido de los niños que
dicen haber vivido antes? Parece que lo único que se interpone es nuestra
propia reticencia a reconocer que hay una realidad que desafía nuestra razón
y nuestro intelecto, algo que aún no llegamos a comprender, algo que ni
siquiera los científicos más avanzados en la sociedad occidental pueden
comprender. Pero, ¿realmente no podemos llegar a comprenderlo? ¿O es que
nos da miedo tan solo intentarlo? ¿A qué tienen miedo los científicos? ¿A
perder su prestigio quizá? ¿A ser señalados por sus colegas, como le pasó a
Ian Stevenson o a otros muchos personajes históricos que decidieron ir en
contra de la “verdad” establecida, muchos de los cuales murieron en la
hoguera?
Una cuestión fundamental a este respecto es: ¿por qué estos niños
recuerdan vidas pasadas? ¿Por qué algunos parecen recordar y otros no?
Hemos visto que con frecuencia se recuerdan hechos traumáticos, pero en
otros muchos casos no hay ningún trauma asociado, no parece haber ninguna
causa determinada para la aparición de esos recuerdos. Por tanto, quizá
deberíamos aclarar primero si es verdad que la mayoría de los niños no
recuerdan. ¿Es una habilidad psíquica o cualquiera puede llegar a recordar?
¿No podría ser algo natural? ¿Prestamos la atención suficiente a nuestros
hijos? ¿Podría ser algo que nos pasa desapercibido porque jamás se nos
ocurriría pensar que nuestro hijo podría haber vivido antes? ¿Les damos la
oportunidad de hablar de ello, de mantener ese “contacto” con esa otra
realidad que parece no existir para los adultos?
Muchos niños no solo parecen recordar vidas pasadas. A veces este
fenómeno va acompañado de otros que también consideramos paranormales
y que por lo general nos causan pavor, aunque quizá no debería ser así.
Quizá notemos que hablan con un “amigo invisible”. Quizá nos traigan un
mensaje de un pariente fallecido, como un bisabuelo, y nos digan de pronto
que está ahí en el salón, balanceándose en la mecedora, aunque nosotros no
podamos verlo. Muchos tienen sueños increíblemente vívidos. De hecho, es
probable que muchos lectores echen de menos aquellos días de infancia en
los que sus sueños eran tan reales como la vida misma, en los que podían
volar o ir a lugares que ya han olvidado... sin caer jamás en la cuenta de que
tal vez esos sueños eran algo más, experiencias extracorpóreas que ahora, de
adultos, es mucho más difícil realizar de manera consciente, cansados y
absorbidos por las preocupaciones de la vida diaria.
Los niños que son entrenados en las lamaserías de Tíbet, que meditan
durante horas todos los días, no pierden ese contacto con esa otra realidad.
¿Qué pasaría si en los colegios se enseñara a meditar, en lugar de querer
llenarlos de conocimientos que luego resultarán completamente inútiles?
Entre los científicos es conocido el fenómeno de la poda sináptica: en el
cerebro del niño las conexiones neuronales son mucho más numerosas que en
el cerebro adulto, y mientras los niños van creciendo, cuando tienen entre
cinco y siete años, las vías que no tienen uso se cierran, mientras que otras
permanecen abiertas. Pudiera ser que esa poda sináptica fuera la causante de
esa pérdida de conexión con esa otra realidad. Aunque algunos científicos
proponen que es necesaria para que el niño se desenvuelva con eficiencia en
nuestro mundo materialista, que requiere de él que piense con lógica, tal vez
no sea así. Tal vez el entrenamiento adecuado podría propiciar que los niños
desarrollaran esas habilidades y esa intuición que nos une con nuestra parte
espiritual, y entonces tal vez muchos más de nosotros seríamos capaces de
recordar vidas pasadas y percibir otros seres que normalmente no vemos con
nuestros sentidos físicos. Hemos visto en el caso de la fuga psicogénica que
parece existir una especie de interruptor que bajo determinadas
circunstancias puede permitir o prohibir el acceso a la memoria. No se sabe
aún dónde está ese interruptor, ni qué se puede hacer para activarlo o
desactivarlo. Quizá la poda sináptica tenga algo que ver con este interruptor.
Quizá si desde pequeños propiciamos que ese interruptor permanezca
abierto, esa conexión no desaparecería. Puede que la meditación nos ayude a
ese respecto. Quizá sea necesario un cambio de mentalidad en todos
nosotros, para que podamos volver nuestras miradas hacia dentro, hacia
nuestra verdadera naturaleza, y recuperar lo que hemos perdido después de
siglos de materialismo.
Hacia la construcción de una hipótesis.
El Dr. Greyson no es el único que aboga por un cambio de paradigma en
nuestra sociedad. Desde la física cuántica, existen otros científicos que
también empiezan a proponer nuevas hipótesis que sirvan para explicar el
misterio de la consciencia, y en esas hipótesis no se descarta la posible
inmortalidad de esa consciencia. Un ejemplo son los investigadores Sir
Roger Penrose y Stuart Hameroff, que han propuesto un modelo según el cual
los microtúbulos de las células neuronales estarían implicados, mediante
vibraciones cuánticas, en la producción de la consciencia. Esta
hipótesis[53], que recientes descubrimientos parecen corroborar, también se
acomodaría a la perspectiva “espiritual”, según la cual esa consciencia
existiría previamente a los procesos cerebrales. El Dr. Hameroff, director
del Centro de Estudios de la Consciencia en la Universidad de Arizona,
llegó a afirmar que la consciencia podría continuar después de la muerte en
un universo paralelo. Para él, la consciencia es un fenómeno no localizado
que puede ser tan antigua como el universo físico. Mientras una persona está
viva, la consciencia residiría en la estructura microtubular del cerebro, que
es la que proporciona las conexiones entre el cerebro y el alma. En una
entrevista[54] que concedió a Alex Tsakiris, creador del portal Skeptiko en
internet, explica:
“Me han preguntado básicamente si es posible que la consciencia
pueda existir fuera del cerebro en caso de que el cerebro se haya dejado
de perfundir y que el corazón se haya detenido y tal. Pienso que no lo
podemos descartar. Pienso que es posible porque en el modelo que
Penrose y yo desarrollamos... y debería decir que esto es especulación
mía y Roger no llegaría ahí, pero yo sí, ya que nos parece que la
consciencia se está produciendo a nivel de la geometría espaciotemporal,
el nivel más fundamental del universo, o al menos a ese nivel en y
alrededor de los microtúbulos en el cerebro, y eso está sucediendo ahora
mismo, mientras estamos conscientes, mientras estamos hablando.
Si ese es el caso, entonces cuando el cerebro deja de funcionar parte
de la información cuántica podría no perderse ni disiparse ni destruirse,
sino que podría persistir de algún modo en este nivel fundamental de la
geometría espaciotemporal, la cual parece que no es local y es similar a
un holograma, repitiéndose en escala y distancias. Quizá podría persistir
incluso indefinidamente a una escala más fina, que sería a una frecuencia
más alta, a una escala más pequeña pero también con menor energía. Y
podría existir en cierto modo de manera indefinida. [...]
Recientemente me han preguntado en una par de ocasiones sobre unos
casos de reencarnación en los que la evidencia es bastante contundente.
No hay modo por el que, por ejemplo, un niño podría conocer detalles
sobre un piloto de la Segunda Guerra Mundial que murió hace cuarenta
años al otro lado del mundo, sin embargo este niño sabía cosas
sorprendentemente reveladoras. Por supuesto hay infinitos testimonios de
este tipo. Se han descartado en el pasado porque, bien, se pensaba que no
había modo alguno por el que eso pudiera ocurrir.
Pero esta es la forma por la que podrían ocurrir: la consciencia
podría producirse en el nivel fundamental de la geometría espacio-
temporal cuando el cerebro deja de ser perfundido. No se disipa sino que
permanece unida mediante entrelazamiento. La personalidad, la
consciencia, la memoria, el alma si lo prefieres, podría estar entrelazada
en sentido cuántico y persistir como fluctuaciones en la escala temporal
del universo.
Esto podría ocurrir. No estoy diciendo que ocurra. No argumento que
haya pruebas, pero es una posibilidad. Pienso que es lógico. Si es
comprobable o no, eso es otra cuestión. Pienso que lo podría ser en
cierto sentido, pienso que es una posibilidad lógica y podría ocurrir
científicamente.”
Vemos una vez más que para algunos científicos el problema no es tanto
si la consciencia puede sobrevivir a la muerte o no, sino qué parte concreta
de nosotros es la que sobrevive. No se sabe con certeza si es la
personalidad, la consciencia, la mente, la memoria o el alma. Quizá en el
futuro necesitaremos nuevas definiciones para cada uno de estos conceptos.
En cuanto a la reencarnación, que es lo que nos concierne, el diccionario de
la Real Academia de la Lengua Española la define como: “Acción y efecto
de reencarnar (volver a encarnar)”. Y encarnar, en su sexta acepción, sería:
“Dicho de un espíritu, de una idea, etc.: tomar forma corporal”.
Personalmente tengo mis reservas en cuanto a la exactitud de la palabra
“encarnar”. Pensar que la reencarnación consiste simplemente en la
existencia de espíritus vagando por el plano terrenal en busca de un cuerpo
que ocupar o poseer, luchando por encontrar el cuerpo de un bebé que reúna
las características que desean, me parece una versión un tanto infantil o
inmadura, perteneciente al pasado, sobre todo cuando desde hace años
tenemos interesantes y consistentes testimonios de personas que describen el
periodo ente vidas de una manera totalmente distinta. También considero
bastante reprobable el hecho de que en general se sigan utilizando
indistintamente palabras como “alma”, “espíritu”, “mente” o “consciencia”
para hacer referencia a una entidad cuya naturaleza aún está por definir.
Todos entendemos que el alma es aquella parte del ser humano que
sobrevive a la muerte, y por ello es la forma más fácil de hablar sobre ella.
Pero hasta que podamos describir su naturaleza exacta, no podemos asumir
que es equivalente al cuerpo astral, la mente, el espíritu o la consciencia.
Creo que no deberíamos usar términos demasiado generales o ya obsoletos,
pues producen mucha confusión y esto hace imposible que haya una
comunicación fluida entre científicos, parapsicológos y las personas que
tienen este tipo de experiencias.
A pesar de que la reencarnación aún no esté ampliamente aceptada en los
ambientes científicos, Ian Stevenson ya propuso un posible mecanismo para
explicar sus observaciones al estudiar los casos de niños que recuerdan
vidas pasadas, en especial la aparición de las marcas y defectos de
nacimiento. En concreto, Stevenson hablaba del “psicóforo”, que, según su
propia definición, sería “un paquete de pensamientos que es capaz de viajar
después de la muerte desde ese cuerpo a un nuevo cuerpo, ocupándolo e
impregnándolo de consciencia”. Sería su propia versión de un cuerpo sutil o
cuerpo astral, capaz de incorporar la consciencia, o como él decía, de
“sostener el alma” (del inglés “soul-bearing”). En él irían los recuerdos,
los comportamientos, la forma, y además transportaría también los residuos
de las cicatrices físicas, actuando como una plantilla para el nuevo cuerpo
físico. Estas impresiones físicas ayudarían a dar forma a un embrión o feto
cuando el psicóforo se sitúa en alineación con el cuerpo físico. Otros
investigadores creen que no es necesario ningún cuerpo sutil y que las
marcas y defectos de nacimiento se podrían explicar simplemente por la
actuación directa de nuestra mente en el cuerpo, modificando el material
genético si fuera necesario.
Personalmente pienso que simplificaríamos demasiado si diéramos por
sentado que la mente es la culpable de todo el proceso de reencarnación,
más si utilizamos la palabra “mente” como sinónimo de alma o consciencia.
Mi posición sí que está más cercana al psicóforo de Stevenson. Sin embargo,
creo que este no es muy distinto al concepto de “alma” que utilizan las
personas no científicas, o incluso a los cuerpos energéticos o sutiles cuya
existencia hace tiempo que se da por sentada en la medicina tradicional
china. Me resulta difícil comprender por qué la ciencia occidental no amplía
sus miras y se interesa por investigar otras líneas de pensamiento para ver si
hay algo de verdad detrás de ese conocimiento ancestral, y quizá entonces
avanzaríamos más rápido en nuestra búsqueda de la Verdad. Una actitud muy
frecuente dentro de los círculos científicos que considero errónea es la de
ignorar las teorías y evidencias procedentes de otros círculos. Pero esta
actitud también se da en otras áreas como la parapsicología. La falta de
colaboración entre todos ellos hace que en muchas ocasiones solo se den
palos de ciego, cuando estoy convencida de que en este mismo momento ya
tenemos todos los elementos y todas las claves para comprender mucho
mejor la naturaleza del ser humano y ser capaces de elaborar una hipótesis
sobre el mecanismo de la reencarnación. O, dicho, con otras palabras, cómo
nuestra consciencia sobrevive a la muerte y es capaz de volver una y otra
vez a la vida física. Y todos los fenómenos que hoy consideramos
paranormales deberían tener cabida dentro de esa hipótesis, puesto que
todos forman parte de esa Realidad que es innegable pero que aún escapa a
la comprensión de la ciencia.
Si queremos explicar algo científicamente, tenemos que tener en cuenta
dos premisas: una, nuestra explicación tiene que encajar en el resto de la
realidad; y dos, para conocer esa realidad, no podemos descartar todo
aquello que no entra en nuestros esquemas mentales de lo que es la realidad.
Es decir, no podemos limitarnos a estudiar una parte del elefante e ignorar
las otras, sino que tenemos que estudiar el conjunto del elefante como un
todo. A pesar de que valoro y respeto enormemente el trabajo de
determinados investigadores de reencarnación (que se autodenominan
“académicos”), no llego a comprender por qué algunos han decidido dar la
espalda a las personas adultas que afirman recordar vidas pasadas.
Comprendo que la falta de financiación y la necesidad de no malgastar
tiempo ni dinero en investigar casos fraudulentos, les obliga a ser selectivos
y centrarse en los niños que dicen recordar vidas pasadas, pero también creo
que no deberían dejar de lado los recuerdos obtenidos por regresiones ni
descartar la información que nos llega a través de esta técnica, aunque no
nos sea posible verificarla de momento. Es esta una actitud completamente
distinta a la de los científicos que estudian las ECM’s, por ejemplo, los
cuales recogen casos de niños y adultos por igual, sin descartar nada a
priori. Considero que aún estamos en la primera fase de la investigación
científica sobre reencarnación: la observación y la recogida de datos. No
nos podemos permitir el lujo de descartar parte de esa información solo por
la existencia de ciertos prejuicios en nuestra mente. Una actitud como esa
solo puede llevar a conclusiones precipitadas o inexactas: si en un
experimento partimos de una toma de muestras sesgada, porque nos
dedicamos a seleccionar aquellos sujetos que nos parecen más fiables —en
este caso los niños—, lo único que conseguiremos serán unos resultados
sesgados.
Por otra parte, también echo de menos una mayor apertura al estudio de
las experiencias extracorpóreas, que tantas pistas nos podrían dar en
relación al funcionamiento de la consciencia, como bien saben las personas
que practican desdoblamientos conscientes. Por desgracia, los escasos
estudios científicos que se han hecho sobre este tema solo muestran la gran
ignorancia que existe por parte de la ciencia en relación a lo que es una
verdadera experiencia extracorpórea. Por ejemplo, en el año 2014,
científicos de la Universidad de Ottawa afirmaron haber realizado un estudio
con resonancia magnética a una persona que decía ser capaz de tener
experiencias extracorpóreas voluntarias. Al leer el artículo[55], cualquiera
con un mínimo de conocimiento y experiencia sobre este tipo de fenómeno se
da cuenta de que ni siquiera la mujer protagonista del estudio sabía lo que
estaba haciendo en realidad. Esta mujer describía cómo había aprendido de
niña a “provocar la experiencia de moverse por encima de su cuerpo”,
cuando se aburría en el momento de la siesta en la escuela. Decía que
utilizaba esto como distracción, pero no dormía. Decía que algunas veces se
vio moverse desde arriba pero que en todo momento se mantuvo atenta a su
cuerpo real, que permanecía inmóvil. Bien, esto en todo caso podría
definirse como “autoscopia”, es decir, la experiencia en la cual un individuo
percibe el ambiente que la rodea desde una perspectiva diferente, desde una
posición fuera de su cuerpo. Pero no tiene nada que ver con una experiencia
extracorpórea real, en la que el individuo tiene que estar dormido para que
así se produzca la separación del hipotético cuerpo astral del cuerpo físico,
mediante técnicas que muy bien conocen los que han practicado durante años
para alcanzar este estado alterado de consciencia. Si los científicos se
hubieran molestado en entrevistar a una sola de estas personas, no habrían
elegido al sujeto equivocado para realizar su experimento, y por tanto los
resultados habrían sido muy diferentes.
En mi propia búsqueda de la Verdad sí que he estudiado todos estos
fenómenos y aún hoy sigo haciéndolo. Como mencioné al comienzo de este
ensayo, estoy trabajando en una hipótesis que debería servir para explicar no
solo la reencarnación, sino también cómo funciona nuestra consciencia. Me
temo que la ciencia aún está muy lejos de poder demostrar que la
reencarnación es un hecho, pero estoy convencida de que ya tenemos los
pilares que nos llevarán a poder hacerlo. Mi hipótesis se basa en varias
teorías científicas que están siendo corroboradas mientras escribo, y estoy
segura de que en el futuro encontraremos el resto de respuestas en la física
cuántica.
Una de esas teorías es la dualidad onda-corpúsculo, que, según
definición de Stephen Hawking[56], es un “concepto de la mecánica cuántica
según el cual no hay diferencias fundamentales entre partículas y ondas: las
partículas pueden comportarse como ondas y viceversa”. Este es un hecho
que ya se había comprobado en repetidas ocasiones a lo largo del siglo XX,
pero muy recientemente investigadores del Instituto Federal de Tecnología
de Suiza (Swiss Federal Institute of Technology) han conseguido la primera
“fotografía” de la luz comportándose como onda y partícula al mismo
tiempo[57]. Para simplificar, las leyes de la mecánica cuántica dicen que
"una cosa puede ser dos cosas distintas simultáneamente y estar en dos
lugares distintos al mismo tiempo.” Pero hasta este momento no se había
podido demostrar. Si futuros experimentos demuestran que esto es cierto,
decir que “somos cuerpo y alma a la vez” quizá ya no sea algo tan
inconcebible. En principio esto parece estar en consonancia con algunas
observaciones realizadas por Michael Newton a partir de la información
obtenida de regresiones al periodo entre vidas: muchos pacientes afirman
que es posible estar encarnado y al mismo tiempo estar en el mundo
espiritual, y ser consciente de ello en determinadas circunstancias. También
existe un paralelismo con las experiencias extracorpóreas voluntarias: una
persona puede estar dormida y al mismo tiempo “viajar” a otras
dimensiones, siendo más o menos consciente de ello según su grado de
entrenamiento y control. Evidentemente, todavía queda mucho que dilucidar,
pero parece que un día la ciencia arrojará luz sobre una fenomenología que,
hoy por hoy, no podemos explicar.
Por otra parte, tenemos la Teoría del Desdoblamiento del Tiempo de
Garnier-Malet. Resumiendo mucho, esta teoría sugiere que, aunque parece
que el tiempo es continuo, en realidad dos instantes perceptibles están
siempre separados por un instante imperceptible. La duplicación hace que
estemos presentes en un tiempo que no percibimos como nuestro tiempo, el
presente, pero en él nuestro doble vigila nuestros recuerdos del pasado. Es
decir, aunque no seamos conscientes de ello en condiciones normales,
nuestra consciencia está continuamente “saltando” a un tiempo que nosotros
nos percibimos, pero del que obtiene información que nosotros guardamos
de todas maneras en nuestro inconsciente. Desde mi punto de vista, esto tiene
su explicación en nuestra naturaleza dual: nos comportamos como ondas y
partículas a la vez, como luz y como materia.
En definitiva, parece que es hora de que dejemos atrás conceptos tan
indefinidos y poco exactos como el de “alma”. Desde la física cuántica ya
están surgiendo nuevos modelos y nuevas formas de concebir esa Realidad
que hasta ahora solo hemos podido intuir y que hemos descrito con términos
abstractos que escapan un análisis científico. En ambientes “espirituales” se
suele decir que no somos un cuerpo con un alma, sino un alma con un cuerpo.
Bien, pues esto no parece ser así. No es que seamos un alma con un cuerpo,
somos mucho más que eso. Somos alma y cuerpo a la vez. Y aún más, no
estaríamos hablando de reencarnación como tal. Creo que es más apropiado
hablar de repetidas manifestaciones de nuestra consciencia en el mundo
material. Para comprender esto tenemos que empezar por cambiar nuestra
concepción de que “la realidad” se limita al mundo físico que podemos
percibir a través de nuestros sentidos. No. La Realidad, bajo mi punto de
vista, se compone de una dimensión inmaterial, con distintos niveles de
densidad; y una dimensión material o física que es aquella en la que nos
movemos cuando estamos encarnados. Aunque con frecuencia uso la palabra
“físico” como sinónimo de “material”, la verdad es que ambas dimensiones
son físicas. Y no hay diferentes realidades, sino solo UNA realidad, aunque
solo podamos percibir parte de ella mientras vivimos en la dimensión
material, encarnados en un cuerpo físico.
También debemos comprender que la parte de nosotros que es inmortal,
la que está libre de cualquier otra envoltura, sería la consciencia. Nuestra
consciencia puede tener conocimiento de todas esas dimensiones, pero para
moverse “físicamente” en cualquiera de esas dimensiones, necesita un
vehículo: el menos denso sería el alma, seguido de otros cuerpos sutiles que
quizá ya hayan sido descritos con mayor o menor exactitud en fuentes
esotéricas (los llamados cuerpos causal, mental, astral), hasta llegar al
cuerpo físico. Debemos tener en cuenta la salvedad de que esos “cuerpos”
no serían en realidad recipientes que ocupa sin más nuestra consciencia. En
su lugar, deberíamos decir que están hechos de nuestra propia materia (a
nivel subatómico o más allá) en distintos estados vibracionales, más o
menos densos. En el mundo físico necesitamos un cuerpo tan denso, que este
necesita ser creado antes a partir de la propia materia física: quizá por ello
muchos niños (y adultos) relatan que eligieron a sus padres antes de nacer.
Probablemente demos forma al que va a ser nuestro cuerpo a través del
material genético. Una vez que el feto está desarrollándose en el vientre
materno, tenemos la sensación de que “nos introducimos” en él, pero es
nuestra consciencia, con todas sus “envolturas”, la que lo hace. Nuestra
consciencia puede entrar y salir hasta que decide quedarse definitivamente.
Esto parece ocurrir en el momento del nacimiento, aunque algunas fuentes
sugieren que la unión no se hace más fuerte hasta que el niño tiene seis o
siete años. En este punto tengo la sospecha de que seguramente es la poda
sináptica, quizá junto a otros procesos neurológicos, la que levanta esa
barrera entre nuestra parte espiritual y nuestra parte física, quizá porque así
nos centraremos más en nuestra experiencia física, sin perturbaciones o
distracciones que provengan de la dimensión espiritual.
Sin embargo, esa barrera no es nunca totalmente inquebrantable. Aunque
nosotros apenas nos percatemos de ello, la consciencia sigue teniendo la
habilidad de transferirse de una dimensión a otra, y traer información que
nosotros percibimos en forma de intuiciones o premoniciones, tal y como
propone Garnier-Malet. De hecho, lo estamos haciendo constantemente. En
estados alterados de consciencia, como el sueño o durante una anestesia, y
en determinadas circunstancias, podríamos ser algo más conscientes de esas
otras dimensiones. Y por supuesto, después de la muerte, seríamos capaces
de acceder al mundo espiritual, al adquirir nuestra materia un estado
superior de vibración (aunque no el más alto), siendo plenamente
conscientes de ello. Tanto la mente como el cerebro serían filtros que
ocultan parcialmente esa realidad. Cuando el cerebro deja de funcionar y nos
liberamos de nuestro cuerpo físico, volveríamos de manera automática,
como un resorte, a nuestra forma espiritual original. Estaríamos “de vuelta
en casa”, como dicen muchas personas. En el momento que nosotros
deseemos (probablemente con alguna que otra limitación), nos podríamos
manifestar físicamente en cualquiera de las dimensiones materiales poco
densas, como hacen a veces los seres desencarnados que nos quieren
transmitir un mensaje. Pero para vivir una experiencia física completa, con
todo lo que eso supone, solo hay una opción: volver a reencarnar.
Creo que decir que existe un “alma” o cualquier otro tipo de “cuerpo
sutil” transportando de algún modo la memoria —es decir, toda la
información que hemos reunido a lo largo de nuestra vida sobre nuestras
experiencias, los traumas, las emociones, las heridas físicas, etc.— no es
exacto. Nosotros no desaparecemos cuando morimos, solo nuestro cuerpo
físico desaparece. Cuando desencarnamos simplemente nos liberamos de ese
vehículo material y cambiamos el estado vibracional de nuestra propia
materia, llevando toda esa información en nosotros. Hay científicos que
defienden la existencia de una “consciencia no localizada”: puede que la
memoria no esté solo en el cerebro, en la mente o en algún lugar concreto.
Quizá esté en todas y cada una de nuestras células, como parecen sugerir
algunas experiencias de personas que recibieron un trasplante de órgano y
comenzaron a “recordar” vivencias del donante o a verse influenciados por
esa otra personalidad. Si podemos aceptar esto, no es difícil imaginar que
toda esa información estará aún ahí cuando reencarnemos, y se transferirá al
nuevo cuerpo físico en mayor o menor grado. El punto clave aquí es que
tendemos a separar nuestra naturaleza en varias entidades, cuando en
realidad hay solo una entidad, en distintos estados. Utilizando una analogía
que me fue muy útil para desarrollar esta hipótesis, podríamos decir que
somos como el agua: puede estar en estado gaseoso, líquido o sólido, pero el
agua seguirá siendo agua. De igual modo, nosotros tenemos una naturaleza
espiritual, estemos encarnados o no. No importa en qué estado vibracional
estemos, seguiremos siendo nosotros, con una personalidad espiritual
concreta, con nuestros gustos y aversiones, y un bagaje de experiencias que
vamos acumulando en nuestras sucesivas vidas. Esto incluiría aquellas
emociones que aún requieren ser procesadas porque, tal vez, una muerte
temprana nos impidió hacerlo.
Conclusión final.
Muchas personas no tienen ningún problema aceptando que puede haber
vida más allá de la muerte, y sin embargo no se sienten cómodas con el
concepto de reencarnación. Al tratar de analizar las causas de esa
incomodidad es frecuente encontrar la existencia de diversos patrones
mentales, procedentes o no de una educación religiosa, que nublan la razón
de esas personas. La mayoría de nosotros sufre profundamente cuando pierde
a un ser querido. Tenemos miedo al olvido, a que las experiencias vividas
no hayan servido para nada y que todos volvamos a ser polvo. Sumidos en la
desesperanza, buscamos creer en la inmortalidad del alma, y en que esos
seres queridos nos estarán esperando al otro lado cuando nosotros también
crucemos el umbral, tal y como fueron en el pasado, tal y como los
recordamos en nuestro corazón. Muchos temen que volver a la Tierra con un
cuerpo distinto, muchas veces con un sexo biológico distinto, signifique que
ya no sea la misma persona, y que no estará allí para esperarnos. En la
oscuridad de nuestro dolor no somos conscientes de que si amamos
realmente a esa persona la dejaremos ir para continuar con lo que tenga que
hacer, según sean sus deseos, en lugar de estar esperándolos eternamente.
Estamos tan afligidos, tan centrados en la nostalgia y el sufrimiento, que ni
siquiera somos capaces de echar un vistazo fuera y escuchar a aquellos que
dicen recordar otras vidas, aquellos que han regresado. Y como hay ciertos
hechos que no concuerdan con lo que nos han enseñado y hemos creído
desde niños, damos la espalda a la reencarnación. Preferimos seguir
sintiéndonos cómodos dentro de los muros de la prisión que nosotros
mismos nos hemos creado. Citando a Mariano José de Larra (escritor
español romántico del siglo XIX):
“El corazón del hombre necesita creer en algo, y cree mentiras si
no encuentra verdades que creer”.
Mientras, permanecen ignorantes a la infinita esperanza que hay en la
reencarnación, a los cientos de testimonios que nos dicen sin lugar a dudas
que la muerte no es jamás el fin, sino un nuevo comienzo. Nada se pierde: ni
los recuerdos, ni la personalidad, ni las experiencias vividas, ya sean buenas
o malas. Los niños están ahí, demostrándonos a cada momento que no son
principiantes en esto que se ha llamado vida. Ellos saben más de lo que les
hemos enseñado nosotros, y vienen con un carácter ya definido, distinto
incluso al de su hermano gemelo. Hay muchos niños que dicen tener amigos
invisibles, a los que generalmente tampoco hacemos caso, ya que asumimos
que también son producto de su imaginación. Otros dicen poder ver y hablar
con familiares fallecidos. Pero nosotros no escuchamos. Creemos que lo
sabemos todo, cuando en realidad no sabemos nada. Y poco a poco los niños
dejan de intentarlo, de comunicarnos lo que ven y lo que sienten, lo que
saben... creyendo que como nosotros somos más viejos, siempre tenemos
razón y no tienen nada que enseñarnos.
No obstante, no se trata de creer en algo solo porque eso nos hace sentir
mejor, sino de abrir los ojos a la realidad. Debemos ser lo suficientemente
humildes y objetivos como para reconocer que son nuestras propias
limitaciones mentales las que nos impiden buscar más allá. Con esto no
quiero decir que debamos alejarnos de la racionalidad y el sentido común.
Son los datos los que cuentan, y sobre todo, una interpretación honesta e
imparcial de esos datos. Aún no sabemos científicamente si somos seres
espirituales o no, puesto que según la ciencia todos nosotros vamos a morir y
no hay nada después de la muerte. Sin embargo, ya hemos mostrado todos los
indicios que existen que parecen estar en contra de tal afirmación. Tal vez no
sepamos aún de qué está hecho un espíritu, si un espíritu es lo mismo que un
alma, si un alma tiene siempre la misma personalidad, o si la memoria es un
atributo del alma. No sabemos qué porción del ser permanece después de la
muerte, ni cómo es posible que ese ser “vuelva a tomar forma corporal”.
Pero recordemos que la primera fase del método científico es la
observación, antes que la formulación de hipótesis, la experimentación y la
emisión de conclusiones. No podemos descartar algo porque sí, sin antes
haber prestado la debida atención a todos los hechos que han sido
reportados desde el comienzo de los tiempos. Puede que decir
“reencarnación” no sea exacto del todo, o que muchos cuestionen, con razón,
la validez de las creencias que tradicionalmente la acompañan. Pero si
somos realmente objetivos, estudiamos los hechos, y mantenemos una mente
abierta, no tengo duda de que en este punto la mayoría de los lectores habrán
llegado a la misma conclusión a la que llegué yo.
Los niños pueden decirlo más alto, pero no más claro.
“Yo viví antes...”
Madrid, a 2 de Marzo de 2016.
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