capítulo primero.
caracteres de la revelación espírita
los planetas aparecieron como simples mundos semejantes al
nuestro, y el andamiaje de lo maravilloso se desmoronó.
Lo mismo sucede con el espiritismo en lo relativo a la
magia y la hechicería, que se basaban también en la manifes-
tación de los Espíritus, como la astrología en el movimiento
de los astros; no obstante, como aquellas ignoraban las leyes
que rigen el mundo espiritual, mezclaban con esas relaciones
creencias y prácticas ridículas, con las cuales el espiritismo
moderno, fruto de la experiencia y de la observación, nada
tiene que ver. Por cierto, la distancia que separa al espiritismo
de la magia y la hechicería es mayor que la que existe entre la
astronomía y la astrología, o entre la química y la alquimia.
Pretender confundirlos es demostrar que no se sabe ni una
palabra al respecto.
20. La sola posibilidad de comunicarnos con los seres
del mundo espiritual trae consecuencias incalculables de la
mayor gravedad: es un mundo nuevo el que se nos revela, y
que tiene tanta más importancia cuanto que a él habrán de
regresar todos los hombres, sin excepción. Ese conocimiento
no puede dejar de acarrear, al generalizarse, una profunda
modi cación en las costumbres, el carácter, los hábitos y las
creencias, que tan grande in uencia ejercen sobre las rela-
ciones sociales. Es una revolución total la que se opera en las
ideas, revolución tanto mayor y más poderosa cuanto que
no está circunscripta a un pueblo ni a una casta, visto que
alcanza simultáneamente, por el corazón, a todas las clases, a
todas las nacionalidades, a todos los cultos.
Razón existe, pues, para que el espiritismo sea conside-
rado la tercera gran revelación. Veamos en qué di eren esas
revelaciones, y cuál es el vínculo que las relaciona entre sí.
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La génesis, los milagros y las predicciones según el espiritismo
21. MOISÉS, como profeta, reveló a los hombres el co-
nocimiento de un Dios único, soberano Señor y creador de
todas las cosas. Promulgó la ley del Sinaí y echó las bases de
la verdadera fe. Como hombre, fue el legislador del pueblo
a través del cual esa primitiva fe, depurada, habría de expan-
dirse por toda la Tierra.
22. CRISTO, que tomó de la antigua ley lo que es eterno
y divino, y desechó lo que era transitorio, meramente disci-
plinario y de concepción humana, agregó la revelación de la
vida futura, de la que Moisés no había hablado, como tam-
bién la de las penas y las recompensas que aguardan al hom-
bre después de la muerte. (Véase la Revista Espírita, marzo y
septiembre de 1861, páginas 90 y 280.)
23. La parte más importante de la revelación del Cristo,
en el sentido de primera fuente, de piedra angular de toda su
doctrina, es el punto de vista absolutamente nuevo desde el
cual permite que se considere a la Divinidad. Esta ya no es
el Dios terrible, celoso, vengativo de Moisés; el Dios cruel e
implacable que riega la tierra con sangre humana, que orde-
na la masacre y el exterminio de pueblos, sin exceptuar a las
mujeres, a los niños y a los ancianos, y que castiga a quienes
tratan con indulgencia a las víctimas. Ya no es el Dios injusto
que escarmienta a todo un pueblo por la falta de su líder, que
se venga del culpable en la persona del inocente, que daña a
los hijos por las faltas de los padres; sino un Dios clemente,
soberanamente justo y bueno, pleno de mansedumbre y mi-
sericordia, que perdona al pecador arrepentido y da a cada
uno según sus obras. Ya no es el Dios de un único pueblo pri-
vilegiado, el Dios de los ejércitos que dirige los combates para
sustentar su propia causa contra el Dios de los otros pueblos,
sino el Padre común del género humano, que extiende su
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capítulo primero. caracteres de la revelación espírita
protección a todos sus hijos, y los convoca a todos hacia él.
Ya no es el Dios que recompensa y castiga solamente con los
bienes de la Tierra, y que hace consistir la gloria y la felicidad
en la esclavitud de los pueblos rivales y en la multiplicidad
de la progenie, sino un Dios que dice a los hombres: “Vues-
tra verdadera patria no está en este mundo, sino en el reino
celestial, allí donde los humildes de corazón serán elevados y
los orgullosos serán humillados”. Ya no es el Dios que hace
de la venganza una virtud y ordena que se retribuya ojo por
ojo, diente por diente, sino el Dios de misericordia que dice:
“Perdonad las ofensas si queréis ser perdonados; haced el bien
a cambio del mal; no hagáis a los demás lo que no queréis
que os hagan”. Ya no es el Dios mezquino y meticuloso que
impone, bajo las más rigurosas penas, el modo como quiere
ser adorado, que se ofende por la falta de observancia de una
fórmula, sino el Dios grande que ve las intenciones, y al que
no se honra con la forma. En n, ya no es el Dios que quiere
ser temido, sino el Dios que quiere ser amado.
24. Por ser Dios el eje de todas las creencias religiosas, y el
objetivo de todos los cultos, el carácter de todas las religiones se
halla conforme con la idea que estas tienen de Él. Las que hacen
de Dios un ser vengativo y cruel creen honrarlo con actos de
crueldad, con hogueras y torturas; las que tienen un Dios
parcial y celoso son intolerantes y, en mayor o menor medi-
da, meticulosas en la forma, pues lo consideran más o menos
contaminado con las debilidades y la frivolidad humanas.
25. Toda la doctrina del Cristo está fundada en el carác-
ter que él atribuye a la Divinidad. Con un Dios imparcial,
soberanamente justo, bueno y misericordioso, él pudo hacer
del amor de Dios y de la caridad para con el prójimo la con-
dición expresa de la salvación, y decir: En esto consiste toda la
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La génesis, los milagros y las predicciones según el espiritismo
ley y los profetas; no existe otra ley. Sobre esta única creencia
pudo asentar el principio de la igualdad de los hombres ante
Dios, así como el de la fraternidad universal.
Esta revelación de los verdaderos atributos de la Divini-
dad, junto con la de la inmortalidad del alma y de la vida
futura, modi caba profundamente las relaciones mutuas en-
tre los hombres, les imponía nuevas obligaciones, los hacía
encarar la vida presente desde otro aspecto, y por eso mismo
habría de reaccionar contra las costumbres y las relaciones
sociales. Ese es, indiscutiblemente, por sus consecuencias, el
punto principal de la revelación del Cristo, cuya importancia
no fue su cientemente comprendida. Además, es lamentable
decir que también es el punto del que la humanidad más se
ha apartado, el que más ha ignorado en la interpretación de
sus enseñanzas.
26. No obstante, Cristo agrega: “Muchas de las cosas que
os digo, todavía no las podéis comprender, y muchas otras
tendría que deciros, que no comprenderíais; por eso os hablo
por parábolas; con todo, más adelante os enviaré el Consola-
dor; el Espíritu de Verdad, que restablecerá todas las cosas y os
las explicará todas”.
Si Cristo no dijo todo lo que hubiera podido decir, es
porque consideró conveniente dejar ciertas verdades en la
sombra, hasta que los hombres estuviesen en condiciones de
comprenderlas. Como él mismo lo confesó, su enseñanza es-
taba incompleta, visto que anunció la llegada de aquel que
debería completarla. Había previsto, entonces, que sus pala-
bras serían despreciadas o mal interpretadas, y que los hom-
bres se desviarían de su enseñanza; en suma, que destruirían
lo que él había hecho, puesto que todas las cosas habrán de
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capítulo primero. caracteres de la revelación espírita
ser restablecidas. Ahora bien, solo se restablece aquello que ha
sido deshecho.
27. ¿Por qué él denomina Consolador al nuevo Mesías?
Ese nombre, signi cativo y sin ambigüedad, encierra toda
una revelación. Así, Cristo preveía que los hombres estarían
necesitados de consuelo, lo que implica que sería insu ciente
el que hallarían en la creencia que habrían de fundar. Tal
vez nunca Cristo fue tan claro, tan explícito como en estas
últimas palabras, a las cuales pocas personas prestaron la de-
bida atención, probablemente porque evitaron interpretarlas
y profundizar su sentido profético.
28. Si Cristo no pudo desarrollar su enseñanza de manera
completa, se debió a que a los hombres les faltaban conoci-
mientos que solo podrían adquirir con el tiempo, y sin los
cuales no la comprenderían; muchas cosas habrían pareci-
do absurdas en el estado de los conocimientos de entonces.
“Completar su enseñanza” debe entenderse, pues, en el senti-
do de explicarla y desarrollarla, mucho más que en el de agre-
garle verdades nuevas, dado que en ella todo se encuentra en
estado de germen. Faltaba la clave para captar el sentido de
sus palabras.
29. Pero ¿quién se arroga el derecho de interpretar las Es-
crituras sagradas? ¿Quién tiene ese derecho? ¿Quiénes poseen
las luces necesarias, si no son los teólogos?
¿Quién se atreve? En primer lugar, la ciencia, que no pide
permiso a nadie para dar a conocer las leyes de la naturaleza,
y salta sobre los errores y los prejuicios. ¿Quién tiene ese de-
recho? En este siglo de emancipación intelectual y de libertad
de conciencia, el derecho de examen pertenece a todos, y las
Escrituras ya no son el arca santa en la cual nadie se atrevía a
introducir la punta de un dedo sin que corriera el riesgo de
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La génesis, los milagros y las predicciones según el espiritismo
ser fulminado. En cuanto a las luces especiales, necesarias, sin
objetar las de los teólogos, y por más iluminados que fuesen
los de la Edad Media y, en particular, los Padres de la Iglesia,
ellos no lo eran lo su ciente para no condenar como herejía
el movimiento de la Tierra y la creencia en las antípodas.
Incluso sin ir tan lejos, los teólogos de nuestros días, ¿no han
arrojado un anatema sobre la teoría de los períodos de for-
mación de la Tierra?
Los hombres solo pudieron explicar las Escrituras con el
auxilio de lo que sabían, de las nociones falsas o incompletas
que tenían acerca de las leyes de la naturaleza, más tarde re-
veladas por la ciencia. Por esa razón los propios teólogos, de
muy buena fe, se equivocaron acerca del sentido de ciertas
palabras y de algunos hechos del Evangelio. Al querer a toda
costa hallar en él la con rmación de una idea preconcebida,
giraban siempre en el mismo círculo, sin abandonar su punto
de vista, de modo que solo veían lo que querían ver. Por más
sabios teólogos que fuesen, no podían comprender las causas
dependientes de leyes que ignoraban.
Pero ¿quién habrá de juzgar las diferentes interpretaciones,
muchas veces contradictorias, surgidas fuera de la teología? El
futuro, la lógica y el buen sentido. Los hombres, cada vez
más esclarecidos a medida que nuevos hechos y nuevas leyes
se vayan revelando, sabrán apartar de la realidad los sistemas
utópicos. Ahora bien, la ciencia da a conocer algunas leyes; el
espiritismo da a conocer otras; todas son indispensables para
la comprensión de los textos sagrados de todas las religiones,
desde Confucio y Buda hasta el cristianismo. En cuanto a la
teología, esta no podrá, juiciosamente, alegar contradicciones
de la ciencia, dado que no siempre es coherente consigo mis-
ma.
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