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Pecados, repetición
LIBÉRATE DEL PECADO [62-64]
Meditación – 2025
Voy a hacer otra meditación sobre el pecado que San Ignacio llama la «Repetición de
los pecados». Tienen su importancia las repeticiones que pone San Ignacio varias veces,
volver sobre lo que ya se ha meditado para que se grabe mejor en el corazón, porque él
mismo dice, «no el mucho saber, harta y satisface al hombre, sino el gustar las cosas de
Dios internamente». Por eso no se trata de acumular ideas, en este caso sobre el pecado,
ni tampoco citas de santos y de papas y esquemas teológicos, sino de saborear bien lo que
significa para ponerlo en práctica. Quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y
después buscar y hallar la voluntad de Dios.
San Ignacio tiene este método y me parece muy práctico el hecho de repetir para que
se asimile, se conozca, se profundice, un poco más, aunque sea de la misma materia del
que se hace.
Dice:
[61] dando gracias a Dios nuestro Señor, porque me ha dado vida hasta agora,
proponiendo enmienda con su gracia para adelante.
[62] TERCERO EXERCICIO ES REPETICION DEL 1.º Y 2.º EXERCICIO
HACIENDO TRES COLOQUIOS.
Después de la oración preparatoria y dos preámbulos, será repetir el primero y segundo
exercicio, notando y haciendo pausa en los punctos que he sentido mayor consolación o
desolación o mayor sentimiento spiritual, después de lo cual haré tres coloquios de la
manera que se sigue:
[63] 1º coloquio. El primer coloquio a Nuestra Señora, para que me alcance gracia de su
Hijo y Señor para tres cosas: la primera, para que sienta interno conoscimiento de mis
peccados y aborrecimiento dellos; la 2ª para que sienta el dessorden de mis operaciones,
para que, aborresciendo, me enmiende y me ordene; la 3ª pedir conoscimiento del mundo,
para que aborresciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas, y con esto un Avemaría.
2º coloquio. El segundo, otro tanto al Hijo, para que me alcance del Padre, y con esto el
Anima Christi.
3º coloquio. El tercero, otro tanto al Padre, para que el mismo Señor eterno me lo conceda,
y con esto un Pater noster.
[64] CUARTO EXERCICIO ES RESUMIENDO ESTE MISMO TERCERO.
Dixe resumiendo, porque el entendimiento sin divagar discurra assiduamente por la
reminiscencia de las cosas contempladas en los exercicios passados, y haciendo los
mismos tres coloquios.
P. Eliseo García Rubio
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Pecados, repetición
Con la cuestión del pecado tiene que ser para mejorar, tiene que ser para llevar mejor
la vida, tiene que ser para que agrademos a Dios, es el fin principal y el más grande, el que
nos llevará toda la vida.
Los santos nos dan ejemplo que han estado toda la vida luchando contra el pecado, es
esa batalla, esa lucha continua, pero Dios está con aquellos que luchan y que quieren
vencerlo.
Es bueno, para evitar el pecado en nuestra vida, pensar por ejemplo, cuáles fueron los
pecados que llevaron a Jesús a la Cruz, porque podemos haber perdido el sentido del
pecado como ofensa a Dios, “ya nada es pecado…” y si de verdad lo miramos bien,
Cristo murió por nuestros pecados. Y no hay que pensar en pecados grandes, ni en los
peores hombres cargados de odio, los que llevaron a Jesús a la cruz. No fueron grandes
pecados, bastaron unos pocos pecados que la mayoría cometemos a diario sin darle
mucha importancia. Y esos son los pecados que pusieron a Jesús en la Cruz.
Es verdad que es el cúmulo de todos los pecados de todos los hombres. Pero en
concreto estos pecados que no parecen tan grandes son los que, aquella tarde del Viernes
Santo, lo pusieron en la Cruz.
Uno de ellos: la envidia de unos pocos. Este pecado estaba muy arraigado en los
corazones de los fariseos. Le tenían envidia a Jesús porque curaba, porque le seguían,
porque… la envidia es muy mala, la envidia es la tristeza por el bien ajeno.
Los fariseos, los sumos sacerdotes empezaron a sentir esa envidia, y es uno de los
pecados que llevó a Jesús a la Cruz. Y nosotros padecemos de este mal, aunque no lo
expresemos muchas veces sentimos tristeza por el bien de los demás, que eso es la
envidia. Es un pecado de diario, que cometemos con mucha facilidad, que no le damos
quizás importancia. Éste es uno de los pecados que llevó a Jesús a la Cruz.
La debilidad de unos pocos. Eran demasiado débiles aquellos que tenían que hacer
justicia. Pilatos se lavó las manos, no se atrevió a quitarle la condena, sino a ponérsela,
porque… ¿qué os parece a vosotros? ¿A quién queréis que salvemos? ¿A Barrabás o a
Jesús? Por debilidad, porque tenía que haber dicho: el inocente es este, lo sé yo bien. El
otro tenía delitos hasta de sangre (Barrabás).
Esa debilidad, que “me da un poco lo mismo, lo que diga la mayoría”, lo que en
definitiva ofenda a menos y disguste a menos, es otro de los pecados que también
nosotros cometemos. A veces por debilidad, somos capaces de condenar al inocente y de
salvar al culpable, es otro de los pecados que llevó a Jesús a la Cruz, esa debilidad de unos
pocos.
Otro pecado fue la cobardía. La cobardía de aquellos que le tenían que haber
defendido, los apóstoles. Que sepamos estaba el apóstol Juan con la Virgen allí junto a la
Cruz, que, de no haber estado con la Virgen, a lo mejor tampoco hubiera estado. El resto,
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o no estaban o estaban escondidos por miedo y no pudieron elegir allí a Jesús en lugar de
a Barrabás, no estaban sus voces allí dando votos.
Aquellos otros ciegos, paralíticos, aquellos mudos, aquellos que habían sido curados, o
no lo defendieron o no estaban por allá. Por cobardía se callaron -los romanos eran muy
peligrosos lógicamente-, y entonces la cobardía los llevó a eso.
La cobardía es un pecado que también nos sucede a nosotros. A lo mejor están
hablando mal de Jesús o mal de la Iglesia y por cobardía no lo defendemos, lo dejamos
pasar con cierta facilidad y no nos parece que sea tan grave, “y… he salvado el pellejo por
lo menos”, es uno de los pecados que también llevó a Jesús a la Cruz.
Y la indiferencia de aquella mayoría. Allí había tres condenados, -tres crucificados-, y
la indiferencia les llevó a que no les afectaba a ellos directamente. Puede pasar: en la vida
sacerdotal, en la vida religiosa, en la vida seglar. Si no me afecta a mí, voy saliendo del
paso y ya está. En definitiva indiferencia, “que está mal el mundo”, “que está mal la
Iglesia”, “que está...”; “Si no me afecta a mí directamente, pues entonces…” la
indiferencia es otro de los pecados que llevó a Jesús a la Cruz.
Lo tenemos que ver desde este punto de vista. Porque es que si nó, sí que es verdad
que nos parece que los pecados que crucificaron a Jesús son los más monstruosos, (sí que
es verdad, que era el cúmulo de todos los pecados), pero al final acabaron siendo estos
pequeños pecados los que le llevaron a morir aquella tarde del Viernes Santo. Por eso hay
que tomárselo en serio, por eso está bien que San Ignacio insista una repetición en estas
meditaciones del pecado para acentuar un poco más, para hacer caer en la cuenta un poco
más.
San José María Escrivá de Balaguer decía que «mucho duele al Señor la inconsistencia
de tantos que no se esfuerzan en evitar los pecados veniales deliberados1»
“Es lo normal” piensan, y se justifican. Estos no eran pecados tan grandes, porque en
estos tropiezos caemos todos, lo hacen todos, pues nosotros también.
Y añade: «óyeme bien: también la mayoría de aquella chusma, que condenó a Cristo y
le dio muerte, empezó solo por gritar -¡como lo otros!-, por acudir al Huerto de los
Olivos, -¡con los demás!-,… Al final empujados también por lo que hacían “todos”, no
supieron o no quisieron echarse atrás…, ¡y crucificaron al Señor!2».
Fijaros qué duro, pues otros que a lo mejor con malísima intención, no la tenían tan
mala pero fueron, empezaron dando voces y acabaron crucificando al Señor.
Por eso tenemos que caer muy en la cuenta y actualizar continuamente este aspecto
por la importancia que tiene. Es lo suficientemente importante que los pecados, por
chicos que sean, ponen a Jesús en la Cruz.
Por eso no debemos justificar los pecados personales nuestros. Y a veces tendemos a
justificarlos. Condenamos a los demás y quizás justificamos los nuestros, A veces cuando
1
SAN JOSEMARIA ESCRIVÁ DE BALAGUER, n. 139, Surco.
2
Idem.
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criticamos solemos decir, “yo no critico, eso está muy feo, yo analizo la realidad, hablo de
otros, haciendo ver y tal…”, eso es una crítica. Entonces yo lo justifico.
La ira o el mal genio. “Yo tengo ese carácter, es mi carácter y…”, pero es un pecado
también.
Robar. A veces uno dice: “caramba es algo circunstancial, no es que sea todos los
días” y me he quedado con algo, o no he declarado algo, o no…
La pereza, igual tengo que descansar y a lo mejor, también dejo de atender las cosas
de Dios y las cosas del prójimo.
La envidia, “sin querer me está pasando”. En fin, justificamos la mentira, la
mediocridad, todas esas cosas que sabemos que a lo mejor no son lo suficientemente
grandes, vamos justificándolas y vamos acabando en pecados de verdad, de aquellos que,
como digo, llevaron a Jesús a la Cruz.
Tenemos que caer en la cuenta también en esta meditación, qué situación se crea
cuando pecamos. Porque lo malo de pecar voluntariamente no es el hecho de haber
pecado, sino la situación en la que nos quedamos después. Y eso nos puede dar mucha
luz para evitar los pecados.
Una persona, por ejemplo, que falta a Misa un domingo, hay un mandamiento: oír
Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, y no va porque no quiere. O una
persona que consiente un mal pensamiento u otro pecado cualquiera. Es malo, es grave
no ir a Misa el domingo o tener malos pensamientos o cualquier otro hecho. “Pero ya
pasó, pasó, mañana es lunes y fue ayer, no fui a Misa, pues ya está…”. ¡No está!, sino que
lo malo es que hemos caído en una situación de pecadores. Aquello que sucedió, no
nos deja igual que estábamos, hemos caído en situación de pecadores.
Esa es la situación que se crea cuando pecamos, que no quedamos igual que antes. San
Agustín comentando a San Juan 12, dice:
Hombre y pecador: son como dos realidades. Dios ha hecho lo que oyes nombrar
«hombre»; ese hombre mismo ha hecho lo que oyes nombrar «pecador». Para que Dios
salve lo que ha hecho, destruye tú lo que has hecho. Es preciso que odies en ti tu obra y
ames en ti la obra de Dios3.
Son como dos casos distintos: hombre y pecador. Lo que llamamos hombre es lo que
Dios ha hecho. El pecador es lo que hacemos nosotros: destruimos lo que hace Dios y
nos convertimos en un pecador. Una persona, hijo de Dios, que se convierte en un
pecador. Por eso es justo aborrecer el pecado para volver a ser lo que Dios hizo y no lo
que hemos hecho nosotros. Nosotros hemos caído en una situación de pecadores y
tenemos que dejar esa situación para volver a lo que hizo Dios, que es hijos suyos, almas,
llenos incluso de alegría y de satisfacción.
3
SAN AGUSTÍN, Comentario al Evangelio de San Juan. Comentario a Jn 3,6-21, predicado en Hipona, en 407,
entre el lunes 4 y el sábado 9 de marzo. Tratado 12, La confesión de los pecados.
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En este aspecto podemos pensar cuánto nos parecemos al apóstol Pedro. El apóstol
Pedro, amaba mucho a Jesús, le quería mucho, y fue capaz de negarle. Nos podemos
parecer mucho a él, vernos identificados con él, porque queremos mucho al Señor, pero
en algún momento también le negamos.
Y nos parecemos mucho a Pedro porque enseguida vuelve, y a llorar, y nos pasa a
nosotros también, pero hay que evitarlo. ¿Por qué lo negamos? ¿Por qué sale ese mal de
mí que no quiero? como diría también San Pablo. Es muy claro a veces, por poner el
ejemplo de Pedro que le quería mucho al Señor y que le negó y que lloró y volvió
enseguida, nos podemos ver nosotros también en esta situación.
La consecuencia es que Pedro le seguía de lejos a Jesús. Cuando se le sigue de lejos
se le acaba negando -porque nos aturden otras cosas, porque no estamos ya en ello solo,
pendiente en ello- de varias maneras: voy dejando de rezar un poco más, con un poco
menos me arreglo; Voy alargando también la confesión; voy relativizando también mi
carácter, que a veces es desagradable: “bueno, pues ya está, no pasa nada”, aunque tengan
que sufrir las personas que están cerca de mí; No quiero reconocer tampoco que tengo
obligación de hacer apostolado, de ir hablando y dando a conocer al Señor. Lo voy
dejando, “lo hacen otros”. Desde lejos -si os dais cuenta-, vamos siguiendo al Señor de
lejos.
“Esas pequeñas críticas tampoco son importantes”, desde lejos…, desde lejos… ,y
cada vez que cedemos un poco nos alejamos un paso de Jesús. Eso es prepararse a
negarle, al pecado. Así es la realidad, por eso nos parecemos tanto a Pedro, nos
parecemos tanto, como digo, porque le queremos mucho al Señor, porque a veces le
negamos, y porque enseguida volvemos, es verdad, a llorar el pecado que le hemos
ofendido, pero hay que ir a la raíz, que es que Pedro le seguía de lejos, y yo cuando voy
apartándome un poco del Señor, aunque sea poco, me voy apartando de la oración, me
voy apartando de la caridad, me voy apartando del apostolado, un poco, aunque sea poco,
cada paso que doy para atrás, me alejo un poco más de Jesús. Las consecuencias son
tremendas, las consecuencias son tremendas porque llega enseguida la negación.
Por eso diría Santa Teresa:
«(…)a quien se guarda de ofender al Señor y ha entrado en religión le parezca que todo lo
tiene hecho! ¡Oh!, que quedan unos gusanos que no se dan a entender, hasta que, como el
que royó la yedra a Jonás, nos han roído las virtudes, con un amor propio, una propia
estimación, un juzgar los prójimos, aunque sea en pocas cosas, una falta de caridad con
ellos, no los queriendo como a nosotros mismos»;».4
“Aunque sea en poca cosa”, dice. Si nos apartamos un poco, por poco que sea,
acabamos negando. Pues ese es el caso de Pedro y ese es el caso nuestro, que cualquiera
de nosotros somos capaces de -si nos apartamos de Él-, negarle.
En el caso de Pedro fueron caídas muy torpes, porque nadie le obligó, nadie le puso
una espada al pecho, o una pistola al pecho. Sino que él mismo se asustó y fue capaz de
4
SANTA TERESA DE JESÚS. “El castillo interior”. Moradas quintas, capítulo 3.
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negarle. Y nos puede pasar a nosotros, nadie nos obliga, y a veces somos capaces de,
depende con quién estemos, hablar de una manera o de otra. Y eso deja mucho que
desear.
Pero fijaros algo en Pedro que nos podemos parecer a él también: que esas caídas
fueron inmediatamente después de comulgar porque acababa de suceder la Última Cena.
No sólo que había sido hecho sacerdote, que Jesús les hizo sacerdotes allí a los apóstoles,
sino que acababa de comulgar.
¿Y cuántas veces nos pasa a nosotros? Habiendo acabado de comulgar, habiendo
estado con Él tan cerca, habiéndole hospedado en nosotros, pues una caída. Por eso,
quizás lo tenemos que reconocer, nos apartamos un poco de Él, nos apartamos.
Esto es bueno recordarlo en esta meditación de repetición de los pecados, que a veces
la causa de nuestro pecado es esta, es quizás apartarnos un poco del Señor. Lo malo
como he dicho, no es ya el pecado que sucedió, sino que hemos caído en situación de
pecadores.
Y más malo todavía es que podemos ir a peor, porque unos pecados nos llevan a otros,
y así aquellas personas que conocemos que viven apartadas por completo, pecados ya de
toda clase, pues les han ido llevando unos a otros. Por eso debemos cuidar mucho estos
aspectos porque tienen su importancia y suelen ser graves.
Fijaros que el pecado en nosotros lo que hace es esterilizar la obra de la redención.
Es decir, con palabras más sencillas, la vida interior no prospera, vamos tirando es verdad,
-hoy rezo más, mañana menos, hoy evito una falta, mañana cometo dos-. Luego el
pecado aquel que yo no cuido evitar, aunque no sea grave, hace que la vida interior no
prospere, las gracias no produzcan frutos. Lo que decía en la meditación anterior, hay que
quitar esos obstáculos, hay que quitarlos porque esto sin duda hace que mi vida interior
no prospere, que vaya a temporadas como la salud a veces.
Los santos se lo tomaron en serio, esa «grande y muy determinada determinación»
que decía Santa Teresa, de no parar, de no parar hasta llegar.
Hemos de pensar que esto le causa pena al Señor, pues el pecado esteriliza en
nosotros esa vida interior. Pero además nos daña a nosotros mismos, porque si uno cae
en la cuenta de decir “ya no soy un buen hijo, antes quizás era mejor hijo y ahora me he
ido distanciando un poco de mis padres, por lo que sea no soy tan buen hijo”. Con Dios
igual, no soy tan buen hijo. Deberíamos sentirnos orgullosos y presumir -en el buen
sentido- de ser hijos de Dios.
Cuando me voy apartando de Él me daña a mí personalmente. El ejemplo de los
sarmientos, cuando se arranca un sarmiento se seca, pero también le duele. Ese sarmiento
que deja de recibir esa savia muchas veces se cae en el remordimiento, en una situación de
vida difícil. Por eso quizás la pérdida de salud, de riqueza, de honor, de todo eso, a veces
la valoramos un poco más que la pérdida de la relación con Dios. Y afecta personalmente
porque dejamos de ser felices como antes, dejamos de ver con la misma claridad que
antes, nos vamos relajando en las costumbres. Muchas veces se debilita el carácter y la
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perversión llega enseguida. Y acaba la muerte, en una persona y acaba la muerte en la vida
espiritual.
Es muy importante que ralentiza de alguna manera nuestra vida interior, nuestra vida
espiritual y nos perjudica a nosotros. Pero más todavía, también repercute sobre la
comunidad, en mi familia, si yo dejo de ser un buen hijo de Dios también va a repercutir
en mi familia y entre mis amigos y en mi trabajo. Y si una es religiosa o religioso en su
convento, o en la comunidad religiosa, en el grupo apostólico en el que pueda vivir, en la
comunidad de vecinos, acaba repercutiendo también en la comunidad.
El pecado es causa de muchas divisiones y ya no sólo esa ruptura interior en mí, sino
que enfermo a los que están cerca de mí. No sólo esteriliza en mí la vida interior, sino que
perjudica a los demás. Quizás antes yo les daba ejemplo y ahora les escandalizo. Eso son
pecados y tiene mucha importancia en la vida espiritual.
Por eso, algún detalle más con relación a los pecados en esta meditación de la
repetición, pues nos pueden servir todas estas cosas, si yo me voy apartando del Señor
voy dando pasos para atrás, me va a perjudicar a mí y va a perjudicar también a las
personas que viven cerca de mí. Si no quiero valorar esto, pues ya está, cada uno hace lo
que quiere en la vida, pero como cristiano tengo obligación de ser un ejemplo para los
demás.
Y es verdad, también lo decía en la meditación anterior, hay pecados mortales y
pecados veniales. Pero cuando uno se va distanciando acaba llegando de menos a más, esa
es la lógica de todo ello. Por eso en nuestra vida tenemos que tomar muy en cuenta este
aspecto.
Hay otro aspecto que tenemos que añadir también que es que no solo hay que evitar el
pecado, que es muy importante. Decir: ¡basta!, rompo con esta tendencia y empiezo de
otra manera, sino también el afecto hacia el pecado porque esto a veces sucede. Caminar
en pecado es un asunto muy serio, pero seguir apegado a aquel pecado que dejé,
pensando en él, retrasa ese progreso espiritual, porque lo vemos en la escritura, los
israelitas dejaron Egipto, pero seguían pensando en aquellas cebollas de Egipto.
Hay un ejemplo simpático de San Francisco de Sales que habla a un enfermo que le
prohíben comer una fruta indigesta. No la come pues se la han prohibido y le sienta mal,
pero está todo el día con pena, ¡qué pena no poder comer esa fruta!, ¡qué pena, que pena!
no poder volver a disfrutar de lo que era esa fruta. De semejante forma, dice San
Francisco de Sales, estos débiles y cobardes penitentes acaban volviendo a la fruta,
porque si es una obsesión, aunque coma otras, a regañadientes he dejado ese pecado, le
he dejado y puedo volver a él con mucha facilidad porque sigue habiendo en mí un
afecto hacia ese pecado. Quizás lo dejo, en efecto le dejo, pero el afecto sigue.
Él pone el ejemplo bonito de la fruta, pues cualquier pecado -una crítica, una
tendencia, un mal pensamiento, un deseo de infidelidad, cualquier cosa- no lo llevo a
cabo, pero estoy apegado a ello, sigo dándole vueltas y pensando en ello y eso hace de la
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vida espiritual algo agotador, porque yo sigo apegado a aquello que he dejado. Muchas
almas dejan la vida espiritual porque vuelven a aquello que dejaron.
Por eso necesitamos que crezca en nosotros el odio al pecado, ¡no lo quiero! por
chico que sea, «Dios me libre» -dice Santa Teresa-, es decir, a ese afecto al pecado que
había habido en mí. Esto, si no se procura, se apodera de nosotros y suele ser un peligro
que acaba haciéndonos recaer en la fruta -como dice San Francisco de Sales-, en cualquier
tendencia, en cualquier pecado.
Por eso en Ejercicios debemos provocar nuestro arrepentimiento, aquello que nos
lleva a caer ya no sólo el pecado como tal, sino las causas, lo que me lleva a caer. Pueden
ser personas, pueden ser lugares, pueden ser imágenes, he de romper con ello porque si
no acabamos volviendo a aquello a lo que tengo afecto.
Pedro se arrepiente y llora de aquello. Dice el Evangelio que salió afuera enseguida.
Esa es la actitud. Cuando me doy cuenta, cuando me arrepiento, salir fuera. No seguir ahí
dándole vueltas. Hubiera vuelto a recaer muchas más veces. Salir fuera, marcharse de
aquel trato con aquella persona, de aquel lugar.
En nuestra vida espiritual lo mismo, salir fuera, salir fuera enseguida. Esa es la actitud
que nos va a mantener en el estado de gracia, incluso avanzando en la vida espiritual. De
no ser así –repito-, lo esteriliza (el estar a distancia del Señor), y acaba dejándole por
completo.
En esta meditación -esta repetición de los pecados-, pensemos que Dios está con
nosotros todos los días hasta el fin del mundo -nos dijo Jesús- y nos está mirando ahora
en los Ejercicios.
Y si algo ha tocado nuestro corazón de estas pocas ideas y ha despertado en nosotros
esos deseos de darnos por completo a Él, es el momento de decirle de una vez: “Señor
quiero romper no solo con esos pecados, sino con esa tendencia, con ese afecto al
pecado”.
¿Qué es lo que me mueve caer en esto? Esta persona o esta circunstancia o este lugar,
¡he de romper con ello!. Sea lo que sea que nos lo pida el Señor, ha de ser nosotros un
querer dárselo. Y le pidamos que nos dé un verdadero dolor por nuestros pecados. No
habrá gracia en los Ejercicios si no hay dolor por los pecados, porque ¿qué otra gracia va
a haber más grande que dolernos los pecados y el hacer propósito firme de no volver a
pecar? Y de desechar de nosotros ese afecto.
Esa mirada que le hizo a Pedro que llegara a esa situación (que lo dejara y llorara), la
podemos experimentar nosotros, porque el Señor nos está mirando. Y podríamos y
deberíamos forzar y experimentar en nosotros también ese mismo deseo. Eso nos tiene
que servir para que, de verdad, le queramos un poco más al Señor. Cuando a alguien que
se le quiere tanto en algún momento se le trató mal, uno procura luego recuperar aquello,
mostrárselo con un afecto especial. Con el Señor de una manera muy concreta. Con otras
personas a lo mejor nos ha pasado, no nos dio tiempo ya de mostrarle aquello que no le
hicimos bien, querérselo demostrar, se nos murieron y ya está. Pero el Señor resucitó, está
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de nuevo entre nosotros, por eso tenemos la oportunidad de que aquello que en nosotros
no le agradó, que fue pecado o afecto al pecado, o apartarnos de Él o distanciarnos un
poco, se lo demostremos, porque sí que está entre nosotros, y eso hace que tengamos esa
posibilidad.
Es muy saludable espiritualmente. Aquello que todavía me duele, que todavía no he
arreglado bien con el Señor, en esta Cuaresma, en estos Ejercicios Espirituales se lo
pidamos a la Virgen. A ella le decimos: «Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos»
y como Tú le querías a Jesús, que le queramos nosotros. Y ya que Tú no le ofendiste, que
a mí me duela el haberle ofendido, para que de verdad quiera salir de aquel, ya no solo del
pecado sino del afecto a aquel pecado, que pueda seguir defendiendo a tu Hijo, a quien
tanto amamos y queremos sobre todas las cosas.
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