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La Redencion Del Vizconde Spanish Edition - Mile Bluett

La redención del vizconde es la cuarta entrega de la serie Romances Victorianos, escrita por Mile Bluett. La historia sigue a Isabelle Raleigh, una joven que, emocionada por su debut en la sociedad londinense, se encuentra con el seductor vizconde Kilian Everstone, quien despierta en ella sentimientos inesperados. A medida que Isabelle navega por el mundo de la alta sociedad, se enfrenta a la realidad de que el amor verdadero puede ser más complicado de lo que imaginaba.

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La Redencion Del Vizconde Spanish Edition - Mile Bluett

La redención del vizconde es la cuarta entrega de la serie Romances Victorianos, escrita por Mile Bluett. La historia sigue a Isabelle Raleigh, una joven que, emocionada por su debut en la sociedad londinense, se encuentra con el seductor vizconde Kilian Everstone, quien despierta en ella sentimientos inesperados. A medida que Isabelle navega por el mundo de la alta sociedad, se enfrenta a la realidad de que el amor verdadero puede ser más complicado de lo que imaginaba.

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Serie Romances Victorianos IV

Mile Bluett

OceanofPDF.com
Título: La redención del vizconde
Libro 4
Serie: Romances Victorianos
Autora: Mile Bluett
Primera edición: Mayo, 2023.
©Mile Bluett, 2023.
[email protected]
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
Facebook: Mile Bluett Autora
Amazon: relinks.me/MilePDBluett

Banco de imagen: ©Shutterstock


Diseño de Portada: Pamela Díaz [email protected]

Esta obra está debidamente registrada y tiene todos los derechos reservados.
Queda prohibida la reproducción y la divulgación de esta por cualquier
medio o procedimiento sin la autorización del titular de los derechos de
autor. Es una obra de ficción, cualquier parecido con la realidad es solo
coincidencia.

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Índice
Índice

Sinopsis

Dedicatoria

Prefacio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19
Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo

Próximamente

Mile Bluett

Agradecimientos

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Sinopsis
Serie Romances Victorianos IV
La redención del vizconde
Isabelle Raleigh es la hermana de un conde que ha heredado el título
de un primo lejano. Deslumbrada y llena de ilusión por su primera
temporada, viaja a Londres bajo la supervisión de una matrona
experimentada, que le ha prometido guiarla para su gran debut. Pero esta
emergente rosa inglesa no solo encontrará conciertos, funciones de teatro y
salones de baile, aguardándola… La vida no es como las novelas
románticas que adora leer.
Kilian Everstone, vizconde Sadice, más conocido como lord Sadice,
es un caballero con fama de seductor irresistible. Las damas no pueden
rechazar sus atenciones, aunque sea evidente que sus intenciones distan de
ser honorables. Cuando la hermosa Belle se cruza en su camino, activa su
instinto de conquistador. Pero no siempre la flecha envenenada termina en
el corazón de la presa, a veces la víctima termina siendo el cazador.

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Dedicatoria

Para ti que has entregado el alma por completo,


que lo has dado todo por amor.

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Prefacio

¿Qué estás dispuesto a hacer por amor?

Londres, diciembre de 1864


La temporada del próximo año estaba cerca, pero aún quedaba el tiempo
suficiente para que primara la calma en los preparativos para su
presentación en sociedad. Para Isabelle Raleigh sería un momento
especial… Todos los cuentos de hadas leídos hasta la fecha, aquellas
novelas repasadas una y otra vez, le habían hecho anhelar el amor
verdadero. Sus esperanzas estaban puestas en el príncipe azul, el castillo y
la historia con final feliz.
¿Cómo no alimentar sus ilusiones si ella misma estaba viviendo un
sueño? Su situación cambió drásticamente durante ese año. Su hermano
mayor, Evander, heredó el título de conde de Allard de un primo lejano. Por
consiguiente, la vida de él y su familia cambió por completo. De vivir en
una modesta casa adosada, se cambiaron a un castillo en Yorkshire con
paisajes de ensueño, sobre todo en otoño, de ahí su nombre: Goldenshadow
Castle. Durante las épocas de sesión del Parlamento, vivían en Allard
House, una elegante casa en Berkeley. Fue así como, lady Abbott, una dama
de la familia quedó a cargo de preparar a Isabelle para hacer la gran entrada.
Belle no podía con tanta felicidad, era lo que siempre había soñado, y
su hermano la mimaba en exceso, para que ese año fuera presentada en
sociedad sin escatimar en nada. Su madre, Agatha, también estaba
encantada con el paso que daría su hija. Por eso, dio su aprobación para que
viajara a Londres bajo la supervisión de la distinguida lady Abbott, quien
gozaba de reputación de matrona experimentada. Una de sus protegidas
había hecho un matrimonio estupendo con un duque. Y, aunque Evander no
estaba de acuerdo con que Agatha le llenara la cabeza a Belle con esas
ideas, no se opuso. El nuevo conde veía a su madre y a su hermana tan
felices que no quiso desanimarlas con su acostumbrada mesura y rigor.
Isabelle estaba deslumbrada y muy ilusionada. Escuchaba atentamente
cada consejo de lady Abbott y se había vuelto una alumna muy
disciplinada, que mostraba avances más rápido de lo esperado. La dama
estaba encantada con los progresos. La muchacha tenía una voz dulce como
los ángeles cuando cantaba, manejaba con suficiencia tres instrumentos,
bordaba con delicadeza y pintaba al pastel con bastante habilidad. Su
hermano se había ocupado de que tuviera una buena educación. Aunque lo
que de verdad amaba Belle era la lectura, devoraba los textos de la
biblioteca con agilidad, le gustaba aprender de ellos y siempre tenía un libro
en la mano.
Mientras estaban en el atelier de moda, lady Abbott y Belle —
acompañada de su doncella—, seleccionando los conjuntos que usaría la
segunda, arribó lady Peasly con sus hijas y su dama de compañía, la
señorita Chapman. Las Peasly eran muy cercanas a la familia, así que las
mujeres se saludaron con cortesía. Aurora Peasly, la baronesa, era una dama
con una reputación intachable, lo único que se le podría señalar era que no
había tenido la suficiente habilidad para casar a su hija mayor, Rose, en sus
primeras temporadas.
—Querida Belle, no sabía que la familia ya estaba en Londres —soltó
Rose sin atenuar sus palabras, no solía hacerlo.
—Todavía siguen en Yorkshire, solo lady Abbott y yo nos
adelantamos —explicó la aludida—. La temporada se acerca y tengo a la
mejor carabina, así que hemos venido para terminar de hacer los ajustes. —
Ante el elogio, Abbott sonrió. La jovencita la adulaba, y ella que, estaba
necesitada de que valoraran los aportes que hacía a la familia Raleigh, se
sintió conmovida.
—Tiene usted mucha suerte, señorita Raleigh —correspondió Aurora
—, sin duda lady Abbott la hará brillar en su debut.
—Oh, Belle —dijo Rose con una radiante sonrisa—, después de
nuestras compras iremos a Gunter’s. ¿Por qué no nos acompañan? —agregó
mirando hacia Abbott—. Sería fantástico. Podríamos ponernos al día con
los acontecimientos transcurridos desde que nos vimos en Goldenshadow
Castle.
Lady Abbott carraspeó. Rose le agradaba, era una joven con potencial,
pero seguía solterona después de tantas temporadas. Se preguntó si sería la
mejor compañía para una próxima debutante.
—Me encantaría —contestó Belle animada.
La baronesa hizo un gesto de aprobación. Le agradaba la compañía de
Isabelle para sus hijas. Era la hermana de un conde, con excelentes maneras
y una guía confiable. Todas miraron expectantes a la dama de mayor edad,
ella sintiéndose aludida se excusó:
—Agradecemos la invitación, pero he quedado con unas amigas para
tomar el té. De mis lazos y conexiones también dependerá el éxito de mi
protegida —agregó con una inflexión en la voz, sin dejar de mostrar
afabilidad en sus facciones.
—En ese caso, ¿podría dejar que nos acompañe, lady Abbott? —
indagó Rose con entusiasmo y ojos suplicantes—. Por favor.
—Yo no podré ir con ellas —aclaró la baronesa. Sabía que Rose era
como un vendaval, y veía también una chispa de ese brillo que poseía su
hija en la mirada de Isabelle. Rose omitió deliberadamente que su madre no
las supervisaría, y Aurora quiso poner al tanto a lady Abbott. Luego se
compadeció de las tres jóvenes, que ardían en deseos de ir juntas de paseo,
así que añadió—: Pero la señorita Chapman es una excelente chaperona,
estarán más seguras con ella que conmigo misma. Daisy casi no ha podido
compartir con Isabelle, será una oportunidad para que se conozcan más.
Una hermosa salida matinal.
Lady Abbott suspiró con unas palabras de negativa atravesadas en la
garganta, titubeó unos segundos, pero terminó por acceder, siempre y
cuando la doncella de su protegida la acompañara. Y tras hacer cada familia
sus gestiones, Belle compartió el carruaje con la baronesa y sus hijas. Se
apearon en Gunter’s y se adentraron para tomar una mesa.
Isabelle estaba feliz. La cara menos afable de Londres dejaba de tener
espacio en su pensamiento, y lo que se abría delante de sus ojos le gustaba
mucho. Ella estaba hecha para la ciudad, los compromisos sociales, la
charla entre amigas; por lo que su anhelo de debutar crecía a cada minuto.
Ya quería que todo ese mundo al que podría acceder una vez presentada se
desplegara delante de sus pies.
Tres mesas después de la que ocupaban ellas, estaba sentado un
hombre que captó su atención. Belle no había aceptado la invitación de sus
amigas para coquetear con caballero alguno, sabía que ese comportamiento
no sería aprobado por su hermano, pero jamás había conocido a alguien
como ese desconocido. Le despertó la curiosidad y el deseo de mirar en su
dirección. Los ojos de ambos tropezaron unos segundos que fueron
interminables, aunque en realidad fueron muy cortos. Ella bajó la vista
apenada, rogando para sus adentros no ruborizarse y quedar en evidencia.
Rose y Daisy hablaban sin parar, así que ninguna notó su vergüenza.
Con el rabillo del ojo y suma discreción, Isabelle volvió a buscar al
caballero. Al parecer él dominaba el arte de simular mejor que ella porque,
aunque no tenía su atención fija en la señorita de cabello castaño, el instinto
de la muchacha le decía que él no dejaba de acecharla.
Lo fue detallando lentamente, con miradas furtivas. Se veía
imponente, serio y rodeado por un aura de frialdad, como si no estuviera
hecho para el plano terrenal. Como si cada ser que habitara este mundo
tuviera que hacer una reverencia ante su altivez. Y eso fue lo que más
despertó su interés. Se preguntó ¿quién sería y por qué actuaba como si
hasta el aire que respiraba le pareciese indigno? Cabellos dorados
exquisitamente peinados, cejas y pestañas rubias que guardaban los ojos del
azul más claro que vio jamás. El hombre estaba sentado, pero se podía notar
que medía más de un metro ochenta de altura. Se le veía joven, tal vez
veinticinco años, y muy seguro.
Entonces, la tomó desprevenida. Él sonrió hacia el Times que tenía en
sus manos, y negó con descaro sabiéndose objeto del escrutinio. Belle supo
en el acto que lo hacía por ella y se avergonzó. La sonrisa traviesa del
hombre hizo que todo rasgo de altivez se borrara del rostro varonil por un
instante.
Belle se tragó un suspiro. No estaba acostumbrada a esos juegos, en su
vida estuvo en tal posición. Su hermano mayor, como cabeza de familia,
solía complacerla en todos sus caprichos, pero en cuestiones del honor, el
decoro y los deberes era riguroso. Y ella se desempeñó hasta ese instante de
modo íntegro.
Pero jamás, había tenido un motivo lo suficientemente tentador para
que su curiosidad fuera retada. Siguió estudiándolo con suma discreción.
Era un hombre que calificaba como hermoso, o más que hermoso, bello de
un modo que podría enamorar en el acto; aunque las bases de ese amor a
primera vista no fueran tan sólidas como la roca que sería un cortejo
siguiendo las premisas establecidas. Ella sabía que su comportamiento no
era apropiado, pero a la vez, se justificó para sus adentros, imaginando que
algo útil podía salir de aquella impresión inicial. Las maneras del caballero
le parecieron las de un estupendo partido, seguramente su hermano no le
pondría reparos. ¿Y si el amor estaba tocando a sus puertas? ¿Sería sensato
cerrarlas de golpe o explorar qué tenía que ofrecer el descubrimiento de ese
magnífico candidato?
Él seguía sonriendo hacia el diario y Belle sucumbió ante aquella
sonrisa atrevida. Las arruguitas que se hacían en los ojos del caballero ante
tal despliegue de picardía hicieron que miles de mariposas fueran liberadas
en el estómago de Belle y aletearan descontroladas en todas las direcciones.
Ese ser majestuoso —que no volteó la vista hacia señorita alguna—
mostraba que también se había sentido tocado por el aura de la muchacha.
Eso la conmovió.
Ella tembló y la confianza que siempre le había caracterizado se
tambaleó. Todavía más, teniendo en la mente los preceptos de la buena
moral enseñados primero por su madre, y después por lady Abbott.
—Creo que es hora de terminar el paseo —propuso acalorada a sus
amigas.
—¿Sucede algo? —indagó Rose—. Estamos tan animadas disfrutando
de esta conversación en petit comité.
—Lo he pasado estupendo, pero no quiero que lady Abbott se
preocupe si tardo.
—No creo que suceda, supongo que tardará todavía más con sus
amigas. Créeme, esas damas de sociedad tienen mucho de qué hablar.
Demorarán más que nosotras para ponerse al corriente de lo acontecido
durante su ausencia de Londres. Cotilleos y, sobre todo, cuáles son los
solteros que han decidido entrar al mercado matrimonial —manifestó casi
burlona. Belle bajó aún más la mirada deseando que el caballero de la mesa
contigua estuviera en esa lista—. Es buen momento para exponer quiénes
tienen hijos dispuestos y bien establecidos, y qué señoritas poseen las
mejores cualidades como esposas. Gracias a Dios mi madre no fue invitada.
—Yo sí deseo casarme. —Daisy regañó a su hermana, quien no
tomaba con seriedad el tema.
—Pero si deseas marcharte, podemos retirarnos juntas, Belle —
resolvió Rose—. La señorita Chapman no dejará que vayas sola con el
cochero.
—Está mi doncella —repuso Belle, no quería dar más molestias.
—No es suficiente —alegó la dama de compañía de las Peasly—. El
cochero ya debe haber vuelto de llevar a la baronesa. Creo que es hora de
retirarnos.
Las señoritas se pusieron de pie y el caballero cerró su periódico. Belle
no se atrevió a mirar más en su dirección. Estaba resuelta a no reincidir, por
prudencia, decoro e instinto; uno al que dejó de hacerle caso, cuando sus
planes de poner tierra de por medio fueron socavados. Mientras la señorita
Chapman iba en busca del cochero, que había quedado aparcado cerca de
allí, sucedió todo muy rápido. El caballero de mirada de hielo pasó por el
lado de las tres jóvenes, ni siquiera se detuvo para saludarlas y, cuan largo
era, se dirigió al exterior en busca de su montura.
Las mariposas en el vientre de Belle se descontrolaron todavía más, en
la palma de su mano enguantada había una nota. Él se las había arreglado,
cual hábil estratega, para dejarle un pequeño trozo de papel, sin que nadie
más que ella, lo notara. Nunca había vivido algo tan emocionante y
prohibido, lo que aumentó su expectación y su curiosidad por saber todo
acerca del rubio desconocido. ¿Participaría en los eventos de la temporada?
¿Lo volvería a ver? ¿Qué decían aquellas letras que depositó en su mano sin
que sus amigas se percataran? No volvieron a intercambiar miradas. Él se
fue en su caballo y ellas abordaron el landó negro ante la sugerencia de la
señorita Chapman.
En cuanto la dejaron sana y salva en la puerta de la residencia, junto a
la doncella, y antes de llamar a la aldaba de la puerta, abrió su palma. El
trozo de hoja de periódico que él había arrancado para escribirle algo
encima estaba totalmente arrugado. Belle lo había apretado con fuerza
dentro de su puño por miedo a ser descubierta. Aquellos ojos hechiceros
aún la perseguían.
Con una caligrafía perfecta leyó el nombre de un establecimiento
Dance of the Starlings seguido de Hyde Park Corner. No estaba demasiado
lejos, pero no era apropiado que se desplazara hacia allá caminando.
—He olvidado un encargo de lady Abbott, debo cumplirlo antes de
que regrese —le informó a Phillis.
—No recuerdo encargo alguno —alegó la doncella.
—Será mejor que me acompañes.
Phillis se quedó pensando, pero mientras meditaba si era apropiado, ya
Belle caminaba en dirección de un carruaje de alquiler, así que tuvo que
seguirla. La señorita estaba segura de que lady Abbott tardaría, Rose lo
había enfatizado. Y ella andaba bastante rápido. Suspiró y trató de ubicarse
hacia el sitio señalado. Su rostro no era tan conocido en esas calles de
Londres, era algo que tenía a su favor, le ofrecía pasar desapercibida de
alguna forma. Aunque con el dulce rostro de Belle, tal vez era iluso creerlo.
Cuando llegó al sitio descubrió que era una galería de arte. No le
pareció mal, pero el solo hecho de estar allí la hizo sentir que cometía una
falta a la moral. Se arrepintió en el acto, aunque nadie reparaba en ella
sentía que era objeto de todas las miradas. A esa hora el lugar no estaba
muy concurrido, sin embargo, no tenía costumbre de salir sin carabina. Por
lo general, era su madre quien solía acompañarla. Phillis tendría que ser su
chaperona a falta de alguien más.
El corazón le latía agitado, sus mejillas ardían y la voz no le salía con
la fluidez natural.
—No sabía que lady Abbott fuera aficionada al arte. ¿Qué fue lo que
le encargó? —Phillis era bastante ingenua, no se había percatado de la nota
furtiva en posesión de la señorita, ni de las razones por las que Belle la
había arrastrado hasta allí. Sin embargo, a pesar de su inexperiencia, la
salida intempestiva de la señorita se le hizo sospechosa. Sintió alivio al
comprobar que el destino era una galería.
—Creo que… es mejor que venga ella más tarde en persona. Es un
asunto que no puedo manejar —contestó indecisa.
—¿Ya que estamos aquí podríamos ver los cuadros? —pidió la
doncella con un gesto de súplica, no solía tener actividades de ocio y ese día
había estado lleno de emociones.
—No… Yo… —titubeó Belle y Phillis la miró sin comprender su
vacilación—. Debemos regresar a la casa.
Belle tuvo un momento de lucidez al darse cuenta de que no había
tomado la decisión correcta. Y entonces lo vio. El caballero estaba apoyado
en una especie de mostrador conversando con el encargado del lugar, justo
desde donde tenía la mejor vista de la entrada principal. Eso la puso en
alerta y se devolvió sobre sus pasos muy agobiada. Su cuento de hadas
comenzó a desmoronarse.

Kilian Everstone, vizconde Sadice, no tardó en divisar a la hermosa


criatura que conoció esa mañana en Gunter’s. No era el sitio que
acostumbraba a visitar, pero tras realizar unas compras pasó a tomar una
taza de té en lo que hacía tiempo para su siguiente cita. Era la primera vez
que la veía y logró deslumbrarlo. No obstante, no se justificaba. No solo por
el impacto que la bella damisela le había causado, había sido tan osado
como para arrancar una esquina de la hoja del periódico que leía, y dejarle
una nota con la dirección del siguiente sitio al que visitaría esa mañana. Él
era un cazador, aunque su fama de libertino lo superaba. En realidad, sus
amantes no habían sido tantas como se rumoreaba, ni poseía la ligereza de
cascos que se le atribuía. Era bastante selectivo. Por eso, hacía bastante
tiempo que ninguna mujer lo calentaba en la noche.
—¿Pasa algo? —lo interrumpió el encargado de la galería de arte que
Kilian había heredado en vida de su madre. La vizcondesa viuda se había
retirado a una propiedad londinense, donde no hacía más que disfrutar de
los placeres que podían permitirse las damas de la alta nobleza, dejando sus
asuntos en manos de él. El sitio no era su fuente principal de ingresos, pero
daba buenas ganancias y lo mantuvo en funcionamiento.
—Lamento comunicarle que tendremos que posponer nuestra
conversación, Turner. Me ha surgido un imprevisto.
—Pero, lord Sadice, necesitamos…
—Será en otra ocasión.
Se despidió con una mirada que no permitía réplicas y caminó hacia la
salida por la que la muchacha y su doncella se habían escabullido. Tal vez,
abordarla así había sido muy precipitado, podía haber usado sus medios
para indagar su identidad. Debían tener conocidos en común si ella estaba
en compañía de las hermanas Peasly, a las que conocía desde tiempo atrás.
No tardó en divisarla, parecía contrariada y caminaba bastante rápido.
Decidió seguirla, creyendo que se dirigía a su carruaje para dar por
concluido el encuentro, que ni siquiera había tenido lugar. Ella llegó hasta
el arco de Wellington frente a Apsley House, luego se alejó y bordeó el área
verde que no estaba lejos. Había una banca de mármol y se sentó en ella
con el rostro desencajado.
Su doncella se alejó unos minutos y el caballero aprovechó el
momento.
—Señorita —le dijo cuando pudo alcanzarla. Ella se puso de pie de
súbito sorprendida, como si no se hubiese dado cuenta de que él se había
percatado de su arribo a la galería—. Lo siento, no quise importunarla.
Discúlpeme por abordarla sin ser presentados.
Belle volvió a sentarse, su enorme vestido no dejaba espacio para
nadie más. Él se mantuvo de pie frente a ella.
—No me importuna usted, pero es mejor que se retire. No deseo que
nos vean conversando a solas. Solo me he quedado observando el arco del
triunfo. Mi hermano Edward sostiene que la estatua de Wellington sobre el
arco es un atentado contra la estética y el arte.
—Coincido plenamente con su hermano. —Emitió una corta sonrisa y
volvió a su habitual seriedad—. Siempre arrugo la nariz cada vez que tengo
que pasar cerca del monumento, lo que es bastante a menudo, tomando en
cuenta la cercanía con la galería. Una cuadriga haría que el arco luciera más
proporcional. Para la estatua sería más adecuada otra base. Espero que
algún día recapaciten.
—¿También le gusta la ciencia y la arquitectura como a mi hermano?
—Tan solo me gusta el arte, soy… pintor.
La proximidad la hizo temblar, al igual que el intercambio de miradas
que no podían evitar. La prudencia la previno de todas las reglas que estaba
rompiendo.
—Mi doncella no tarda en volver, ha ido a buscar un coche de alquiler.
Creo que sería sensato dar por terminada la charla —decidió antes de ver su
reputación arruinada.
—Puedo ofrecerle mi carruaje, está cerca. —Evitó decir que no
llevaba blasón, lo que era bastante conveniente para cierto estilo de vida—.
Podrá llevarlas a donde deseen, yo aguardaré en la galería. No tiene que
preocuparse porque nos vean juntos, por suerte es una mañana poco
concurrida.
—¿Por suerte para quién? —desafió y a él le gustó su carácter.
—Para los dos. También tengo una reputación que cuidar. Kilian
Everstone, vizconde Sadice —se presentó.
—Pero dijo que era pintor.
—Es mi vocación. El título, en cambio, es un privilegio que recibí de
mi padre. ¿Y usted es?
—No espere que le dé mi nombre, no hemos sido presentados. Y no
necesito su carruaje. De todos modos, gracias por su amabilidad.
—Sin embargo, vino. Acudió a la cita. —Le hizo ver con una
inflexión de la voz.
—En realidad no es una cita. —Belle se llenó de valor y alzó una ceja
desafiante.
—Tiene usted razón. Solo le dije dónde iba a estar la siguiente hora.
¿Podemos empezar otra vez? ¿Y si ahora sí acordamos una cita?
—Lo que pide es completamente inapropiado, milord —se quejó. Pero
tenía deseos de verlo de nuevo, aunque siguiendo las normas establecidas y
no de manera clandestina.
—Quizás, pero puede traer a su doncella. Así su honor se mantendrá a
salvo. Mañana hay una exposición, lo recaudado de la venta de las obras
será donado a la caridad. No tiene que venir por mí… exactamente.
—Supongo que habrá muchas personas.
—No a la hora que la citaré.
La doncella se apareció en el campo visual y Kilian se retiró dejando
abierta la posibilidad de un encuentro.
Cuando la muchacha se fue con Phillis, el corazón de Kilian dio un
vuelco. Una necesidad inminente de no dejarla desaparecer en su vida lo
apremió. Se recriminó por no ser más insistente, por no desplegar su
habilidad de conquistador para atraerla a sus redes. Se sintió desarmado,
atrapado en su propio juego seductor. Nunca había experimentado tal
sensación. Él era el lobo y ella el venado escurridizo, curioso, que se
interesaba por el depredador; pero que, a la vez, obedecía a su instinto de
supervivencia, queriendo escapar.
Gruñó bajo, no le gustó la sensación que lo sacudió. Si no la veía
pronto no podría explorar las emociones que su presencia le hacía sentir.
Debió ser solo un encuentro fugaz sin relevancia alguna, una impresión
efímera… Pero su instinto también le prevenía. El venado tenía un brillo en
la mirada que indicaba peligro. Sin embargo, eso hizo que el deseo
aumentara. Jamás había sido cobarde, así que decidió esperar solo hasta el
día siguiente… Si ella no acudía a la cita, él removería cada piedra, cada
ladrillo de Londres hasta dar con su identidad. Se sintió impotente por no
usar su habilidad verbal para sacarle un nombre. Siempre había sido el amo
de su destino, pero esos ojos castaños comenzaban a tomar el poder.

Isabelle soñó con el caballero de la voz de tenor toda la noche, quien


le hacía sentir escalofríos con cada palabra pronunciada. La transportaba a
otro mundo, a uno paralelo, donde no había reglas y se podía coquetear sin
sonrojarse. Por supuesto que en aquel sueño, compartieron algo más que
palabras. Bailaron un vals, rieron y… Belle despertó justo antes de que sus
labios besaran los suyos. El sentimiento en su corazón era tan genuino,
como si fuera parte de la realidad.
Movida por ese sentimiento, esa mañana hizo lo que jamás imaginó.
—¿Entonces me dices que el carruaje de los Peasly vendrá por ti esta
tarde para que tomes el té con las señoritas? —inquirió lady Abbott
recelosa. Esperaba que a la joven no se le pegara la reticencia por el
matrimonio que tenía Rose.
—Es así como le digo —musitó Isabelle—. Phillis puede asegurarlo.
Lady Abbott miró a la doncella que se quedó muda tras la aseveración
y que no abrió la boca para desmentirla. Phillis llevaba poco tiempo en el
empleo y no quería perderlo. Si le decía a la dama que la señorita mentía,
podría perder la confianza de Belle, pero si se quedaba callada no cumplía
con lo que se esperaba de ella.
Cuando ya estaban a solas en el carruaje de alquiler rumbo a la galería,
Phillis decidió cuestionar a Isabelle.
—Señorita, ¿por qué mentir a lady Abbott? No quise ponerme en su
contra, pero no es una posición que mantendré.
—Y no te reprocharé si eliges hacerlo. Entenderé tu posición. Pero
déjame antes explicarte mis razones. ¿Te acuerdas de la galería que
visitamos ayer? Hay una exposición de arte, lady Abbott no iba darme
permiso para acudir si no me acompañaba en persona. Y ambas sabemos
que está muy ocupada. La pasaremos bien. Además, tú estarás conmigo en
todo momento. ¿Qué podría salir mal?
Todo. El empleo de Phillis pendía de un hilo y la reputación de lady
Abbott como matrona estaba a punto de desmoronarse. Ni qué decir de la
honorabilidad de la futura debutante.
En pocos minutos, las dos estaban en la galería y mientras Phillis se
distraía observando unos retratos al óleo, no se percató que la señorita se
escurrió de su lado. Tardó un rato más en darse cuenta de su descuido.
Isabelle ya había visto a lord Sadice, que con una mirada le dio a
entender que lo siguiera. Terminaron en una sala privada donde solo
llevaban a clientes selectos. Los cuadros y las esculturas ahí expuestos eran
de enorme valor artístico y Belle quedó cautivada por estos. Más por la
pieza central, una escultura de un hombre con una damisela entre sus
brazos, estaban recostados a una piedra y sus rostros se miraban entre sí. El
torso de la figura masculina estaba sin ropas, también sus piernas. Ella solo
vestía una túnica desde las caderas hacia abajo, parecían dioses del Olimpo.
El pecho de la mujer era cubierto por el brazo del hombre, sobre cuya
espalda se elevaban dos enormes alas.
—Es impresionante —dijo Belle y se quedó mirando detenidamente el
trabajo.
—Es una réplica exacta de la escultura Psique reanimada por el beso
del amor de Antonio Canova, pero a menor escala —le explicó con
paciencia, maravillado por el brillo en los ojos de la señorita—. Mi madre
no pudo adquirir la original, así que consiguió un maestro que lo duplicara
para su deleite.
—Adoro la historia de Eros y Psique. Esa forma de amar tan
misteriosa entre una humana y un dios. He escuchado que la historia de La
bella y la bestia está inspirada en…
—¿Te agrada leer? —preguntó y sonrió brevemente, ella le gustaba.
—¿Se puede vivir sin un libro? —jugó y también sonrió, pero borró su
sonrisa con rapidez llena de vergüenza.
—¿Eros o Cupido? —inquirió, ávido de saber qué respuesta ingeniosa
daba al respecto. Ella solo carraspeó—. Porque la historia de Apuleyo
cuenta que…
—He leído a Apuleyo. Sin embargo, me quedo con… la Bestia —lo
interrumpió antes de que él le explicara acerca de las mitologías.
Kilian notó que era muy fácil conversar con Belle, sin todo el rejuego
de seducción que necesitaba desplegar con otras damas. Era espontánea y
tan natural como un riachuelo de agua clara. La miró a los ojos deleitado
por el descubrimiento y ella le sostuvo la mirada sin temor.
—Es increíble lo que puede crear el hombre con sus manos y su
imaginación —agregó tras romper el contacto. Kilian ya no le parecía tan
altivo, ni frío, ni lejano. Ella percibió que él poco a poco se fue relajando, y
que la observaba reflexivo, como si estuviera asimilando una gran cantidad
de información que le hacía sentirse cómodo—. Yo pinto al pastel, no soy
tan hábil como los artistas que tiene en su galería, pero…
—Me encantaría verlo. Mi madre pintaba al pastel también hace unos
años. Ahora lo ha cambiado por una vida más activa en sociedad. —La
observó detenidamente y soltó lo que ya no podía aguantar—: ¿Cómo se
llama, señorita? No podemos encontrarnos por tercera vez y aún dejarme
con la incógnita de su nombre. Podría averiguarlo, pero preferiría que usted
me lo dijera.
—Soy Belle Raleigh —confesó con sencillez, también empezaba a
sentirse cómoda ante su presencia. No dio más explicaciones acerca de su
identidad, ni de su parentesco con el conde de Allard, no lo creyó necesario.
—Es usted muy hermosa, Belle. Seré honesto, jamás una mujer me ha
impactado de este modo y me gustaría seguir conociéndola. ¿Por qué no la
había visto antes? —preguntó intrigado. Conocía a cada familia de sociedad
y ella parecía pertenecer a esta. Sus maneras y sus vestiduras le dejaban
claro que no era una muchacha de una familia modesta.
—Londres no es un círculo tan cerrado como podría parecer —
contestó llenándose de seguridad, entrando al juego de seducción que él
desplegó desde que se conocieron en Gunter’s—. No me conoce porque
apenas voy a debutar esta temporada —se sinceró.
Él sonrió entendiendo por qué no la había visto con anterioridad.
—Sus padres deben estar muy complacidos.
—Mi padre falleció hace mucho tiempo y mi madre, la señora
Raleigh, está más emocionada que yo.
—¿Y espera casarse durante la primera temporada o…? —indagó
convencido de que podía ser que tuviera ante sus ojos a la joya más valiosa
entre las debutantes.
—Solo me casaré por amor —pronunció con fuerza y él le creyó.
—Espero que no acepte menos. El hombre que la despose será el más
afortunado de todos.
Ella creyó que se lo decía por algo especial, quizás se refería a sí
mismo.
Conversaron y rieron durante una hora entera hasta que los nervios de
ella se disiparon. Para Belle él era el misterioso vizconde de mirada helada,
pero corazón bondadoso. Dueño de una galería. Caballero en toda regla.
Pintor. Deseaba que los días corrieran para presentárselo a su hermano,
cuando una situación social ofreciera la posibilidad. De otro modo, Evander
no lo aceptaría. Para lord Sadice, la señorita Raleigh era todo un
descubrimiento, una presencia de la que no podía prescindir.

Los embustes para despistar a lady Abbott y encontrarse con Kilian no


cesaron. Phillis, por su parte, ató cabos y los remordimientos la tenían
preocupada. Había cerrado la boca, muy tarde se dio cuenta en los pasos
que andaba la señorita y temía que la dama la culpara de alcahuetearla.
Cuando en realidad lo había hecho por descuido.
Mientras tanto, Kilian y Belle se entendían con una mirada, un gesto,
un movimiento… Estaban completamente embriagados el uno con la
presencia del otro. Conversaban de mil temas como dos iguales y aquella
galería se volvió el centro de sus encuentros, y… Phillis la cómplice llena
de culpabilidad. Belle nunca se había sentido tan cercana a otra persona. Él
la respetaba, no le había dedicado ni una sola palabra de amor; sin embargo,
los ojos de ella eran transparentes, daban cuenta del sentimiento que ardía
en su interior.
Con cada mirada seductora de ese hombre, de quien se notaba el
esfuerzo por contenerse, Belle sentía que su cuerpo vibraba, que su corazón
palpitaba acelerado, y que su pecho se llenaba de dicha. Un helado, un té,
unas risas… Siempre en lugares discretos y poco concurridos… Pero había
algo más que él deseaba mostrarle… y terminaron en la galería de su
residencia viendo unos cuadros bastante prohibidos, con imágenes
seductoras del cortejo de la Bestia a la Bella, inspirados en La Belle et le
Bête de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve de 1740. Justo la obra
favorita de Isabelle, la que la señorita poseía y atesoraba en el libro original
Contes de Madame de Villeneuve.
Cuando Isabelle supo que el pintor detrás de esos cuadros era el propio
Kilian creyó que estaban destinados él uno para el otro, irremediablemente.
Una coincidencia tal no podía ser real si no hubiera un lazo invisible que los
uniera para siempre.
Incluso, Belle buscó la forma de burlar a Phillis a quien no llevó a su
última aventura. Y ahí estaba con Kilian, riendo, mientras conversaban y
observaban las pinturas. Belle sabía que no debía acudir sin carabina, pero
después de poner un pie en esa residencia cayó rendida y encontró
justificaciones para su comportamiento.
Disfrutaron del paseo por la galería de la propiedad, de una excursión
a la biblioteca y allí Belle descubrió que Kilian poseía un ejemplar de
Contes de Madame de Villeneuve idéntico al suyo. Suspiró ante tal señal del
destino.
—Es igual al mío —dijo perpleja.
—Es mi favorito. Oscuro y excitante. Lleno de intriga.
Ella no dijo nada, pero coincidía completamente. Terminaron en el
salón de música, donde él tocó el piano mientras Belle disfrutaba de un
delicioso té. El hombre bebía un vino francés, la copa descansaba sobre la
madera del instrumento que sonaba afinado.
—Es una hermosa casa. ¿Vives solo? —indagó Belle al darse cuenta
de que, además del mayordomo, nadie más salió a saludarlos o atenderlos.
En sus manos tenía el libro que había tomado de una de las estanterías.
—Oh, Belle, tal vez no debiste venir aquí. Hemos cruzado la línea y he
actuado mal al pedirte acompañarme. —Kilian tuvo un momento de
arrepentimiento, no era usual en él.
La música no se detuvo.
Jamás sentía culpa por conquistar a quien se lanzaba a sus brazos,
movida por la lujuria. Sus antiguas amantes solían compartir con él la
misma motivación, vivir la experiencia de un rato agradable. Los adioses
eran de mutuo acuerdo y solía ser muy generoso cuando el ímpetu de la
atracción comenzaba a mermar en él y la contraparte se resistía. Les
regalaba joyas para que las lágrimas fueran menos dolorosas.
Pero, por el brillo en los ojos de Belle, intuyó que la muchacha
buscaba algo más, algo que él no podía ofrecerle. Aunque, también
anhelaba arrojarse abrazado a su cuerpo por el abismo desconocido que lo
llamaba, dudó un instante.
Ella tragó en seco por la frase escuchada, entendía a lo qué se refería.
Cerró el libro sobre su regazo.
—Entonces es mejor que me vaya de inmediato, Kilian. Sé que tus
intenciones son honorables y no quiero que pienses mal de mí por haber
aceptado tu invitación. No acostumbro a…
—Jamás pensaría absolutamente nada malo de ti —murmuró sin dejar
de tocar—. No tienes que disculparte. Incluso, si acostumbraras a hacerlo,
tampoco te juzgaría. Sería un hipócrita si lo hiciera.
Dejó la música sin terminar. La observó en medio de su lucha interior.
Ella no se movió de su sitio, tampoco quería renunciar. Hacía semanas que
se tuteaban.
—Kilian…
—Ven —le pidió poniéndose de pie. Kilian ya no podía retirarse,
aunque quisiera.
La señorita accedió. Él estiró los dedos para acariciarle el rostro,
debatiéndose entre proseguir o hacer lo más sensato. A ella no podría
olvidarla tan fácil, no sería una relación fugaz. En su pecho se había forjado
un sentimiento que quiso arrancar inútilmente. Isabelle le tomó la mano y
pegó sus labios a los dedos masculinos, sin dejar de mirarlo a los ojos. Eso
detonó un disparo en el interior de Kilian, estaba decidido a luchar, no
quería y no podía quedarse sin el amor de Belle. Ya había renunciado a
demasiadas cosas en su vida y la posibilidad que se abría ante sus ojos, le
traía algo que nunca tuvo, que jamás creyó necesitar, pero que en ese
instante anhelaba de modo incontrolable.
—Quiero que estés a mi lado para siempre, Belle, que seas mi
compañera —le susurró.
La acercó hacia la tibieza de su cuerpo. Ella tembló como una hoja
azotada por el viento, pero le correspondió. Se fundió contra su torso, sin
dejar de perderse en sus pupilas. La calidez de los ojos marrones contra la
frialdad de los iris azules. Se besaron con un apetito voraz, un beso
descarnado que les robó el aliento. Un sentimiento profundo comenzó a
latir en sus corazones, una emoción volátil los devoró a los dos… Y ya nada
los detuvo.
La habitación fue sacudida por la pasión. El libro terminó sobre la
alfombra, el té derramado sobre la mesa, la sangre de ambos hirviendo, los
latidos descontrolados y no hubo barreras de contención…
En ese pequeño refugio todo estaba permitido.

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Capítulo 1

Londres, agosto 1866


Sentada en el suelo de la biblioteca, con los brazos cruzados sobre las
piernas, Belle miraba el libro que tenía en sus manos, Contes de Madame de
Villeneuve. Era inicios de agosto, y en Allard House estaban los
preparativos del viaje a Yorkshire, donde su hermano tenía afincado el
condado. Justo el Duodécimo Glorioso en Goldenshadow Castle se recibiría
a lo más selecto de la sociedad para un evento que se repetía cada año: la
caza del urogallo rojo. No tenía ganas de ir, pero tras sus tropiezos con el
innombrable vizconde, su hermano no le perdía el rastro ni a sol ni a
sombra. Así que, debía también prepararse para acompañarlos.
Por eso estaba en esa área de la casa, eligiendo los textos que
acostumbraba a leer para llevarlos consigo, pero cuando vio ese libro se
sintió derrotada. La biblioteca del castillo estaba bien abastecida, pero sus
lecturas habituales siempre viajaban con ella. Ese texto en particular, le
trajo reminiscencias de la pasión que compartió con Kilian. Una pasión
devastadora para un corazón que estaba iniciando su viaje por los senderos
del amor. Tragó en seco, sin abrir el libro se puso de pie y avanzó hasta el
salón principal donde estaba encendida la chimenea. Estiró el brazo con su
amada posesión hacia las llamas ardiendo. Quería arrojarlo, así como todo
lo que le trajera recuerdos de ese hombre. Y mientras se debatía entre
quemar cada página o conservarlo, aunque fuera un recuerdo constante de
una pasión prohibida, los sucesos de ese único encuentro volvieron a
producirse en su mente…
Estaban de pie al lado de aquel estupendo piano, el libro que había
tomado de la biblioteca había terminado por el suelo y él la abrazaba por
primera vez. Se besaron como poseídos y poco a poco fueron conscientes
del paso que habían dado, pero él no la soltó.
—Pequeña, no me prohíbas tus dulces labios nunca —dijo extasiado.
—Bésame de nuevo.
Cuando Kilian rozó sus labios con los suyos, para luego abrasarlos
con la llama de su pasión, ella cayó rendida ante su seductor encanto. La
mirada azul hielo la tenía hechizada, y se dejó envolver entre sus fuertes
brazos y explorar como un libro abierto. Era como soñar despierta con
todo lo que había añorado para su vida: un gran amor.
Los labios del varón recorrieron el delicado encaje que cubría el
escote de la señorita, el pecho de ella se agitó bajo su aliento.
—Oh, Belle, quiero amarte ahora —le reveló excitado.
—Ki-lian… —Solo alcanzó a balbucear, temblorosa.
—Loco, me tienes loco —gruñó deseoso—. No me reconozco.
Las manos rudas no se contentaron con explorar sobre la fina tela,
quitaron uno a uno los botones y continuó con la blusa, para luego
deshacerse del cubrecorsé, hasta aflojar el corsé lo suficiente para tener
acceso a los generosos pechos. Los besó con fervor, mientras ella
languidecía ante sus atenciones, entregada a las sensaciones nuevas que la
recorrían.
—Belle, si me dices que me detenga lo haré —le sostuvo con la voz
grave sobre la cremosa piel. La muchacha entendió la seriedad de la
propuesta, y él le entregó con esa frase todo el poder, aunque en su cara se
veía que le resultaría una proeza no continuar.
Ella le tomó el rostro entre las manos y lo levantó de su pecho, para
sumergirse en la intensidad de su mirada. Lo que encontró en aquellos ojos
le dio seguridad. Lo necesitaba de un modo apremiante. Su pecaminosa
boca estaba hecha para ser besada y Belle no se saciaba todavía de esta,
quería más.
—Kilian, yo… Por favor, no te detengas… —aceptó ruborizándose,
pero ya no podía dejar de palpitar, y la urgencia de llegar hasta el final
incierto la dominaba de pies a cabeza.
El vizconde deslizó un brazo por debajo de sus rodillas y la alzó, sin
dejar de besarla caminó con ella encima hasta un amplio diván donde la
recostó para seguir devorando su boca. Acto seguido, hurgó debajo de su
falda hasta lograr acceder a su intimidad, apartó la tela y se perdió entre
los volantes y los encajes. Belle se sorprendió al verlo descender sobre su
cuerpo, pero cuando el hombre saboreó el pequeño brote hinchado de
donde provenía la mayor cantidad de placer, solo se relajó y se concentró
en sentir. La lengua ávida de Kilian le robó varios suspiros, se sentía en la
gloria y justo cuando más acalorada estaba, el enorme hombre reptó sobre
su cuerpo. Ella estaba a punto de reclamar, de exigir que continuara
tocando allí, donde la enloquecía; pero cuando él se posicionó sobre su
entrada y rozó su apretada abertura con su hombría, se quedó quieta y
expectante.
Belle fue aprendiendo el arte de amar, a la par que sentía, entendió
que estaban haciendo el acto que consumaba el matrimonio; ni siquiera esa
certeza la hizo retroceder, se quedó muy suave y dispuesta. En ese
momento, el pudor solo servía para mancharle de rosado las mejillas, pero
ella no quería separarse de él. Lo precisaba como al aire que respiraba y
justo en ese instante.
—Te necesito tanto, Belle, ya no puedo seguir resistiendo esta tortura.
Quiero entrar en ti… ahora. ¿Me lo permites? —gruñó con la voz afectada
por su estado de delirio.
—Sí, sí —respondió ahogada de deseo.
—Mi amor —le dijo por primera vez. Mientras Kilian la besaba, se
introdujo lentamente en su interior. Un gruñido bajo se escapó de su
garganta.
—Señor… —murmuró ella cuando se sintió invadida por completo,
era una mezcla de dolor y placer que inundaba su corazón de sentimientos.
Lo abrazó con más fuerza.
—¿Te hago daño? —musitó preocupado, esperó unos segundos dentro
de ella sin moverse aguardando la respuesta.
—No te detengas. Por favor, no te detengas —rogó emocionada,
venciendo su timidez.
Si el fuego que los incendiaba no era amor, entonces ella no sabía
nada de la vida. Kilian comenzó a impulsar sus caderas muy lentamente,
amándola sin prisas, poniendo el goce de Belle por encima del propio.
Deslizó su mano entre sus cuerpos y se apoderó del pequeño sitio
palpitante y lo acarició al ritmo del movimiento de su empuje. En un
momento, el corazón de Belle latía descontrolado dentro de su pecho,
indicándole que estaba muy cerca. Kilian aceleró la frecuencia de sus
embestidas, más y más rápido, hasta que Belle gritó su liberación muy
sofocada.
Él sonrió complacido, y entonces supo que era el instante de seguirla.
La apretó por las caderas, susurrándole palabras bonitas llenas de
sentimiento, del sentimiento que lo desbordaba y que jamás había
experimentado. Empujó con más fuerza, sintiendo todo su cuerpo tensarse
previo a su culminación. Casi tocaba su liberación con los dedos.
Saboreaba el arrebato que estaba a punto de arrasarlo. Solo aguardaba el
segundo previo a la cúspide para retirarse y derramar fuera su semilla
para no perjudicarla más. No podía embarazarla. Él sabía, por supuesto,
cómo se hacían las criaturas. Solo faltaba un poco. Empujó sus caderas
una, dos, tres veces más y tuvo que tensar los dedos de los pies. A punto de
terminar quiso salirse de adentro. Pero, entonces, de la boca de ella salió
un suspiro seguido de una exclamación:
—¡Dios mío! —Ella gimió y él la sintió agitarse bajo su cuerpo. La
miró al rostro cuando las oleadas de la culminación la sacudieron de
nuevo. Belle volvió a liberarse entre sus brazos.
—Mi amor, tu rostro es todavía más bello salpicado por el placer.
Déjate ir, quiero que lo disfrutes. —Verla extasiada fue su perdición.
Kilian no podía contenerse más. Resistía como un soldado en plena
batalla hasta que ella quedara saciada para retirarse, y hacer lo suyo sin
riesgo de dejarla encinta. Pero, cuando ella reveló lo que él no se había
atrevido a decirle, fue llevado hasta el límite. Un enorme deseo de amarla
para siempre lo dominó.
—Te a-mo, Ki-lian —confesó Belle en un jadeo entrecortado,
arrebatada de placer, con el corazón a punto de detenerse para siempre de
tanto frenesí.
—Pequeña. —La abrazó con toda su fuerza, y arrepentido por todos
los errores que estaba cometiendo, y por los que sería duramente juzgado,
se enterró hasta la empuñadura y se vació en su interior ya sin poder
resistirse.
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, ya no había vuelta atrás.
Su pecho se movía frenético por el esfuerzo. Las gotas de sudor salpicaban
su nívea y altiva frente. Sus labios temblaban de tanta agitación.
Su abrazo se prolongó todo lo que pudo, hasta que sus respiraciones
fueron recuperando el control y se enfrentaron a la realidad. Ella debía
vestirse y regresar a su mundo sin levantar sospechas… Si algo así fuera
posible.
Tras dejarla en el carruaje sin blasón que la llevaría a su residencia,
él se despidió con una efusividad que a ella le hizo creer en su amor. Sin
embargo, en los días sucesivos, Belle esperó escuchar una propuesta que
nunca llegó.

Semanas después, cuando él dejó de buscarla, ella desesperada y


llena de ilusiones no dudó en burlar la vigilancia de lady Abbott y dirigirse
a Bedford Square, la pequeña pero elegante casa, donde se entregó por
primera y única vez a Kilian.
—Lord Sadice no se encuentra, señorita —le dijo el sirviente que ya
conocía, uno muy discreto.
—¿Cuándo volverá?
—No lo sé, jamás da esa información.
—Pero si no está de viaje debe volver en el transcurso del día —
comentó lo que le pareció lógico—. ¿Podría dejarle una nota? ¿Sabe si
está en la galería?
—No sé dónde se encuentra. Hace días que no visita la propiedad. No
suele venir seguido. Claro que puede dejarle una nota, se la daré cuando
nos visite.
Oír aquello fue devastador, de la forma que se expresaba daba a
entender que no vivía ahí. «Entonces, ¿dónde?», se preguntó.
Pensó que había algún tipo de confusión, pero tras irse sin respuestas
e indagar dio con la verdad. Lord Sadice vivía en Mayfair con su esposa e
hijas, cuando no estaba en su finca de campo. Bedford Square era un
barrio respetable, Belle jamás pensó que fuera la propiedad que él usaba
para sus conquistas.
Enloqueció de celos, de dolor, de vergüenza… Ni siquiera cayó en
cuenta de todo lo que perdió por su negligencia e… ingenuidad. Lo
entendió después, cuando lady Abbott terminó por descubrir el caos en que
estaba sumergida y puso el grito en el cielo, abriéndole los ojos de una vez.
Ella creía que había conocido al amor de su vida antes de la temporada,
que pediría su mano y terminarían casados antes del baile inaugural.
Pero ni remotamente sucedió así.
El miedo a que una criatura estuviera creciendo en su vientre
atormentó a su familia. Ella estaba tan afectada por la traición que ni
siquiera alcanzó a pensar en las dimensiones del escándalo que podría
desatarse en un abrir y cerrar de ojos.
Un idilio… Algo que empezó con la misma furia que terminó…
Cuando Belle supo toda la verdad sobre lord Sadice, la atracción se
transformó en dolor, uno despiadado y profundo.
Si lo que le había atraído en un inicio había sido su aire enigmático,
conocer los resquicios de lo que ocultaba la destrozó por completo.
Su desliz trajo consecuencias amargas, un duelo entre su noble
hermano y Kilian, donde por fortuna ambos sobrevivieron. Su sangre bajó
quitándole un peso de los hombros a los Raleigh. Solo quedaba limpiar el
desastre y guardar el secreto bajo siete llaves.
Ella, desconsolada, no debutó ese año y se refugió con su madre en el
campo durante un tiempo. Hasta que llegó el momento de sanar y darse otra
oportunidad. Su tropiezo se guardó en el más absoluto secretismo, y aunque
la atormentaba, su familia la instaba para que se presentara en sociedad,
como si todo lo anterior solo fuera una pesadilla que quedó atrás. Tenía que
hacerlo, se lo debía a sí misma: continuar de pie…
Pero ¿acaso era justo que viajara a Yorkshire sin cerrar el capítulo de
la historia que un año atrás la destrozó, y por la que aún estaba pagando las
consecuencias?
Quizás no se hubiera obsesionado con pedir cuentas al malnacido. No
obstante, hacía unos pocos meses, Sadice había tenido la osadía de llegar en
carruaje hasta la puerta de Allard House y mandar al lacayo ante el
mayordomo con una carta. ¿Ese hombre había perdido la cabeza? ¿Por qué
después de tantos sinsabores se atrevía a tal locura? ¿No le bastaba con que
el hermano de Belle, lo retara a duelo? Ella no había aceptado tal misiva,
pero tras reflexionar quiso confrontarlo, aunque fuera una sola vez. Kilian
ya se había salido con la suya, ella necesitaba gritarle en el rostro su
desprecio.
Se llenó de valor y redactó una nota, la envió con la temerosa Phillis,
que no quería ser partícipe. Sin embargo, Belle logró volver a engatusarla.
Le juró a la mujer que no se quedaría sola con él, que podía estar presente.
Y la doncella, compadecida, decidió secundarla, la resolución que vio en
los ojos de la señorita la convenció de que era justo que le hiciera una
reclamación en forma al canalla.
Se encontrarían tres días después, uno antes de partir.

Belle acudió a la cita en la galería de Sadice con el corazón acelerado


y las manos frías. No sabía si él iba a presentarse. Algo le decía que Kilian
iba a llegar puntual; de lo contrario, no habría insistido en entregarle la
carta.
Y así sucedió.
—Señorita, sígame, por favor —le dijo Turner al verla llegar, tenía
instrucciones de manejar el asunto con absoluta discreción. Al ver que la
doncella no tenía intenciones de retroceder o aguardar, añadió—: Su
doncella puede esperar en...
—Phillis irá conmigo… —sostuvo Belle con firmeza y el hombre no
puso objeción alguna.
Turner la hizo pasar junto a Phillis al área reservada, donde estaba la
réplica de la escultura de Psique. Sadice ya estaba ahí, de pie, frente al
mármol blanco, con el rostro más frío y duro que la misma piedra que
observaba. Dio una media vuelta cuando escuchó el ruido a su espalda, pero
no caminó a su encuentro.
Cuando la vio su rostro se contrajo, una línea surcó su frente, pero no
dejó entrever qué había en su interior. ¿Cuánto tiempo transcurrió desde la
última vez que se vieron, que se tocaron, que se entregaron al calor de la
pasión?
La doncella aguardó tras una columna, pero muy cercana a la señorita,
desde donde podía observarlos a ambos, sobre todo al canalla.
Belle se acercó hasta él, que parecía lejano, y respiró hondo al volver a
tenerlo al frente. Era todavía más hermoso que la última vez que estuvieron
juntos. Llevaba una incipiente barba cubriendo sus mejillas, como si
hubiese estado tan atormentado que hubiera olvidado entregarse a los
afeites con su ayuda de cámara. Pero ella no dejó que eso le removiera más
de lo que ya la estaba sacudiendo por dentro.
Sadice no era un hombre que se olvidara con facilidad, pero ella estaba
allí para confrontarlo, no para sucumbir. Así que no dejó que el valor que
había encontrado para enfrentarlo se viera empañado por cualquier otro
sentimiento o emoción.
—¿Por qué? ¿Por qué yo? —lo desafió sin titubear. Fue la primera en
hablar.
—Fui débil… Perdóname. —Sus palabras salieron apresuradas, más el
entrecejo arrugado hizo que Belle desconfiara de su sinceridad.
—Jamás… Me aniquilaste en vida. Destrozaste mi futuro. —Lo
miraba directo a los ojos. Ya no había miedo, timidez o rubor—. ¿Yo qué te
hice para que te ensañaras así conmigo?
—Perdóname —suplicó con los ojos tornándose vidriosos. Kilian
jamás lloraba, y en ese momento los ojos se le aguaron—. Perdóname. Por
un momento me olvidé de quién era y creí que tenía derecho a vivir la
pasión desbordante que sentí al conocerte. Belle, mi hermosa Belle, sé que
no merezco tu perdón. No te reprocharé si me lo niegas. Ódiame, soportaré
estoicamente tu desprecio. Pero esta es la más cruda verdad. Olvidé quien
soy. Me perdí en las intensas sensaciones que conocí a tu lado. Si hubieras
llegado años atrás a mi vida, no habría firmado el trato que hoy me aleja
para siempre de ti.
Las lágrimas de ella cayeron gruesas por sus mejillas.
—Pretextos… Bajos e inservibles pretextos —reprochó.
—La culpa es toda mía. Cuando te di mi nombre y seguiste adelante
con nuestro romance, creí que sabías que era un hombre casado y asumías
las consecuencias. Luego, por tu actitud comprendí que no tenías idea de mi
estado civil.
—No te conocía. —El llanto no cesaba—. Tampoco podía indagar
sobre ti sin levantar sospechas. Me avergonzaba de pronunciar tu nombre o
mi interés… Provenía de un mundo diferente al tuyo, no nací en la nobleza.
—No llores, Belle. No lo merezco.
—Eso debiste pensarlo antes.
—No acostumbro a hacer estas cosas. —Se refería a que no solía
enredarse con vírgenes. Pero no pudo explicarle a detalle.
—Y, por supuesto, das por sentado que voy a creerte. Kilian, ya se ha
caído el velo sobre mis ojos. Sé que eres un… libertino.
Él tensó la mandíbula y quiso retorcer el cuello de quien la puso al
tanto de su reputación.
—No creas todo lo que dicen de mi persona.
—Tonta de mí, la joven ilusa que arribó a Londres y no conocía la lista
de inescrupulosos canallas de los que debía mantenerme alejada.
—No siento por ti lo mismo que sentí por otras...
—¿En serio… sientes? —No lo dejó terminar.
—Por supuesto… ¿Por quién me tomas?
—Frío, inescrupuloso, manipulador… —le arrojó esas palabras a la
cara—. Podría seguir, pero sería interminable.
—No les creas si te aseguran que me he burlado de ti. —Estiró el
brazo, intentó acariciarle la mano enguantada y ella dio dos pasos hacia
atrás para mantenerse a salvo—. Reconozco que jamás debía arrastrarte a
mis fauces, pero, pequeña, te juro que cada sentimiento compartido fue
legítimo. Yo… Me enamoré… —No pudo sostenerle que todavía
continuaba enamorado.
—Y supongo que luego de cumplir tu propósito ese sentimiento se
desvaneció… —Esperó su comentario, uno que no llegó. Kilian estaba muy
serio, no podía hablar de lo que sentía su corazón—. No era amor, no te
engañes… ¡No me engañes! —enfatizó—. Jugaste al gato y al ratón y…
¡ganaste! Fui tonta, desvergonzada y ahora estoy pagando por mi
ingenuidad y mi ligereza. Es el castigo a mi falta de pudor. Pisoteé las
enseñanzas de mi familia. Aquí están las consecuencias.
—No hables así de ti, no lo permito. —Alzó ligeramente la voz, pero
aún sonaba como un penitente—. Belle, tu juicio no te engañó. Lo que
tuvimos fue tan auténtico... Imposible, tal vez. Prohibido, por desgracia;
pero sí absolutamente real.
—Si me amaras… Si me hubieras amado me habrías ofrecido algo...
Pero solo desapareciste como un ladrón que aprovecha la oscuridad de la
noche para robar.
—No tengo nada que pueda ofrecerte. —Odió decirlo en voz alta, pero
tras morder la tentadora manzana, reflexionó y supo que no podía seguir
arrastrándola a su mundo carente de decoro—. Lo único que hay a mi lado
es lugar para una amante y es algo que nunca saldrá de mi boca… para ti.
—No podía ensuciarla con esa posición.
—¡Y yo nunca aceptaría! —gritó indignada. Creyó que él le daba a
entender que ni como amante la quería y eso la humilló tanto, que lo único
que deseaba era correr lejos de allí.
Belle sintió que se desmoronaba en su interior, con sus palabras Kilian
le ocasionó una herida mortal. Como pudo recogió sus pedazos, levantó la
cabeza, aunque su mente era un torbellino de confusión y angustia.
—Belle, mi amor, ¿estás bien? —murmuró protector, pero ni siquiera
la piedad hizo que luciera menos altivo, con la boca tensa, la mandíbula
definida y los iris como el hielo.
Sin embargo, cuando avanzó a su encuentro, Belle pudo notar que su
andar no era elegante ni fluido como en el pasado. Con gran esfuerzo,
movía la pierna izquierda. Eso la distrajo un segundo y él se aproximó a ella
para envolverla en sus brazos.
—¡Suéltame! —Se desembarazó de su cuerpo, aunque su aroma y su
calor la volvieran loca, logró reunir la fuerza para alejarlo—. No vuelvas a
llamarme así… En tu vida… —susurró desgarrada, la voz era casi
inaudible, se sentía asfixiada.
Él dio unos pasos hacia atrás, con trabajo, sin dejar entrever cuánto le
dolía la rodilla.
—No te tocaré, si no quieres.
—¿Qué le pasa a tu pierna? ¿Quién te hizo eso? —preguntó Belle,
intrigada.
—Ya no importa.
—¿Fue mi hermano? ¿El duelo? —Bajó la frente sufriendo por las
consecuencias de sus actos. Si Evander hubiese fallecido a manos de
Sadice, defendiendo su honor, la culpa la habría aniquilado. Jamás se lo
habría podido perdonar.
—Belle, ahora no lo entiendes. Pero lo mejor que puede ocurrirte es
alejarte de mí, para siempre. —Metió una mano dentro del bolsillo de la
chaqueta y le ofreció una carta. Ella se negó a recibirla—. Debes encontrar
un buen hombre, uno que pueda brindarte lo que yo no puedo darte.
—Kilian, haz silencio, por favor. —Ya no podía aguantar tanto dolor,
necesitaba que se callara—. ¡Quién no lo entiende eres tú! Ya aprendí mi
lección —le aseguró clavándole sus pupilas, con una emoción impulsándola
a actuar—. Me engañaste, ahora no vengas con la máscara de héroe a querer
levantarme de las cenizas con consejos que no te corresponde dar… En mi
vida sobran las personas con la intención de guiarme por el buen camino.
Tú fuiste quien me desvió de la recta trayectoria.
Ella le dio la espalda y limpiándose las lágrimas de golpe, con la ira
ardiendo en su interior, se alejó lo más rápido que sus temblorosas piernas
le permitieron avanzar. Antes que la doncella también desapareciera, Kilian
le dio la carta y le ordenó que se la entregara a la señorita cuando estuviera
más calmada. Phillis la tomó con tal de que él dejara de insistir y salió
andando tras de Belle.
Kilian tuvo que inspirar hondo para quedarse ahí y no correr para
seguir implorándole perdón. Se revolvió el cabello, ya hecho un desastre.
Maldijo en todas las formas que conocía e hizo lo que ella le había pedido:
dejarla en paz.

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Capítulo 2

En White’s cada uno sostenía una copa de coñac, sin mirarse. Sus miradas
reposaban en sus bebidas ambarinas que traslucían a través del cristal.
Kilian volvió el rostro a Edgar Payne tras meditar las palabras que había
pronunciado. Su interlocutor era un hombre íntegro, de valores bien
cimentados, su antítesis. El esposo con que todo padre sueña para una hija.
Y, aunque el alma se le desgarraba con esa propuesta, estaba decidido a
enmendarse en esta vida, a arreglar todo lo que había roto, a restaurar todo
lo que había profanado.
Sabía que, Edgar ya había sanado y tenía el corazón dispuesto para
una segunda oportunidad. Temporadas atrás, se le hizo añicos al aspirar a la
mano de una de las solteras más cotizadas de ese entonces, la actual esposa
del duque de Weimar. Casi estuvieron prometidos, pero la duquesa jamás le
dio el ansiado sí.
Así que Edgar, desalentado, se enfrascó en olvidar sus ilusiones
despedazadas. Y, gracias a Dios, lo logró. Ya estaba listo para casarse, no lo
podía seguir dilatando, acababa de cumplir treinta y tres años. Necesitaba
un sucesor para el título.
Edgar Payne, quien fue vizconde Bristow, por título de cortesía, había
recibido recientemente el título de su padre, Normanby, quien ya
descansaba en paz. Como heredero de uno de los aristócratas más
respetados en el Parlamento, pensaba en la petición de su interlocutor. Lo
miró con el entrecejo arrugado.
—No puedo creer que hayas viajado hasta Londres para cobrar una
vieja deuda. Ni siquiera tienes hermanas. —Jamás creyó que lo acorralaría
de esa manera. Eran primos por parte de madre, y, además, Sadice era el
esposo de su hermana menor. No podía negarse a ayudarle con cualquier
excusa. Tampoco quería aceptar, así que se esforzó por razonar con él—.
Esto que me propones, primo, es descabellado. —Negó Edgar, pero sin
impresionarse, nada de su pariente le causaba sorpresa. Lo tenía en alta
estima porque era hijo de su tía favorita, pero Kilian siempre había sido un
dolor de cabeza, desde que era niño.
—Me sacrifiqué una vez por ti, ahora es tu turno de devolverme el
favor, porque estoy atado de manos y no puedo hacer otra cosa —exigió.
—Estoy por arrepentirme de mi petición de años atrás, lo hice en un
momento de desesperación. No quería romperle el corazón a mi madre, ni
que el honor de mi padre fuera pisoteado. Menos que mi hermano mayor —
dijo para referirse a un duque que era hijo del primer matrimonio de su
madre—, se viera afectado cuando estaba a las puertas del altar justamente
con una de las primas de la reina. Pero, tal vez fui un hermano
sobreprotector y tomé la decisión equivocada. Si hubiera dejado que la vida
siguiera su curso, ustedes ahora no estuvieran atados.
—Tus padres murieron tranquilos, cuando les llegó su momento. Se
fueron con la reputación intacta y sin sufrir sinsabores. Era lo que querías.
Yo cumplí mi parte, ahora te toca corresponder. Tu hermana tampoco podía
decepcionarlos. Por otro lado, la he hecho feliz y he respetado nuestro
acuerdo —puntualizó Kilian—. Vengo a pedirte que pagues con honor la
deuda que tienes conmigo.
—Tampoco vengas con aires de superioridad, fue un matrimonio por
conveniencia. Tu título estaba quebrado, te salvé de la vergüenza.
—Fue un trato justo para los dos, la dote saneó las arcas que los
excesos de mi padre dejaron vacías. Pero ese patrimonio lo he multiplicado,
la dote de tu hermana descansa intacta, es su dinero. Si algún día le falto la
recibirá íntegra.
—Dios no lo permita —soltó Edgar.
—Gracias por la estima. Pero te recuerdo que también ganaste con este
trato, no me gusta sacarte en cara esto, porque sabes que aprecio a
Gwendolyn como si fuera una hermana, pero ella estaba embarazada… de
otro, cuando yo le di la oportunidad de librarse del escarnio social —
masculló con la mandíbula rígida—. No me arrepiento. Ni siquiera ahora
que este matrimonio es una cadena que me amordaza y me aleja de la
posibilidad de encontrar mi propio final feliz. Tampoco quería ver su
nombre tirado por el suelo. Pero es justo que pagues por mi lealtad a la
familia. Si el hijo de Gwen hubiese sido varón, habría sido heredero del
título. Así que creo que merezco tu completa consideración.
—No te importa el título, jamás has sentido orgullo por portarlo.
—He ido cambiando, ya no me es tan indiferente.
—Antes solo querías librarte de las deudas que te dejó tu padre.
—Me ayudaste a que mi economía remontara, pero yo los salvé a
ustedes de una humillación de la que no habrían podido salir bien librados.
Ahora soy yo quien tiene la soga al cuello, te necesito. Y si tienes honor,
corresponderás aceptando.
Edgar le lanzó una mirada de desaprobación.
—Pensé que con el tiempo se llegarían a tomar cariño.
—Nos queremos. Sabes cuánto la cuido.
—Cumplir sus caprichos no es amarla. Creí que se enamorarían.
—Es imposible, siempre la vi como una prima, una hermana… Esos
sentimientos entre nosotros son antinaturales. Soy un hombre casi sin
escrúpulos; sin embargo, con eso no puedo. Además, ella llegó a mí con
lágrimas en los ojos… por otro —volvió a recalcar—. Así que no iba a
martirizarla obligándola a compartir el lecho conmigo. La noche de bodas,
establecimos un acuerdo, seríamos amigos, familia. Nos cuidaríamos las
espaldas como dos lobos feroces de ser necesario, pero entre nosotros no
podía surgir el amor. Ella sigue enamorada de ese hombre.
—Espero que no hayas permitido que continúe visitándolo.
—Ella no lo hace, por propia voluntad. Según me ha contado. Sabes
que no tenemos secretos. No tengo moral para exigirle nada.
—¿Entonces pretendes que en pago a la ayuda que nos diste en el
pasado, te devuelva el favor, haciendo lo mismo que hiciste por
Gwendolyn, pero por otra dama?
—Sí —afirmó el vizconde.
—¿Ella está embarazada? —titubeó.
—No. Podrás engendrar tus propios herederos. —Kilian apretó la
mandíbula al hacer tal comentario—. Una opción que yo no tuve en su
momento.
—Esa señorita… a la que deseas que despose… ¿fue tu amante?
Supongo que si deseas que salve su reputación es porque… ¡Demonios,
Kilian! No me hace feliz meterme en tus terrenos.
—Si te tranquiliza, debes saber que me odia, no quedan rastros de
sentimientos en su corazón hacia mí. Además, por nada del mundo ella
debe saber nuestro acuerdo o lo rechazaría. Es orgullosa.
—Eso me gusta, que te desprecie y que sea orgullosa. Dime su
nombre.
—Solo si me das tu palabra de caballero de que jamás saldrá de tu
boca nada que pueda dañarla. O… te estrangulo con mis propias manos —
añadió en tono amenazador.
Edgar rio quedamente, la situación no era para risas, pero jamás creyó
ver a su primo en esa tesitura, siempre era tan frío y calculador…
—¿Es bonita? Pregunta estúpida. No solo tuvo que ver contigo, sino
que te importa… Y jamás tienes tal consideración con nadie que no seas tú
y tu familia. ¿Es muy bella?
—Esa palabra hace honor a su nombre. Ella debutará en febrero,
brillará la siguiente temporada. Te quedarás con la joya más valiosa. Ni
siquiera sé por qué lo dudas. Y con su carácter no tendrás problemas, es
dulce, inteligente y comprensiva. Un poco testaruda, a veces, pero eso la
hace más encantadora aún.
—¿Estás enamorado? —preguntó llevándose una mano a la boca, sin
poderlo creer. Pero parecía más una aseveración que una pregunta. Negó
estupefacto, pero al final sonrió. Eso sí que le sorprendía—. ¿Tu pierna?
¿Ella tiene algo que ver con la lesión que sufriste en la rodilla?
Sadice suspiró hondo, mientras el recuerdo del duelo al que lo había
desafiado el hermano de Belle, le caló hasta los huesos. El enfrentamiento
le había dejado una cojera en la pierna izquierda de por vida.
—Sí. —Fue escueto.
—Eres muy bueno con las armas, no entiendo cómo saliste mal
librado de ese encuentro.
—Le di la satisfacción al hermano de la señorita para que su honor se
viera restaurado. Basta de interrogarme, Edgar. ¿Aceptas o no?
—La amas y la has deshonrado, y ahora no puedes reparar el daño —
pronunció cada vez más impresionado, mientras la seriedad de Kilian
aumentaba—. No sé si quiero casarme con una mujer que de alguna forma
está ligada a ti. No si continúas creyendo que tienes derechos sobre ella. No
deseo tener tus fauces de lobo hambriento sobre mi nuca, cuando los celos
hagan mella sobre ti.
—Cuando se quiere a alguien se hace cualquier sacrificio, incluso
alejarse. Yo estoy dispuesto a renunciar a Londres por un tiempo, hasta que
ustedes estén asentados. No solo quiero que repares su honor, deseo que ella
sea feliz.
—Si te apartas, entonces, te doy mi palabra. Estoy en deuda contigo, y
si alguien te importa tanto como para cobrarle viejas deudas a tu primo, y
amenazarlo con estrangularlo, es de considerar. Haces feliz a mi hermana.
Un matrimonio por conveniencia puede ser la gloria si hay comunicación y
acuerdos… Gwendolyn también tenía su corazón comprometido e igual te
aprecia como a un hermano. No podría haber sido de otra forma.
—Gracias, Edgar —dijo escueto, no solía ser muy elocuente a la hora
de agradecer.
—Ahora, dime, ¿quién será mi futura esposa?
Kilian sintió un nudo tremendo en el pecho con ese nombre atorado en
su garganta, la renuncia se sentía pesada, gigantesca, lo aplastaba… Tragó
en seco, se llenó los pulmones de aire y con un hilo de aliento contestó:
—Isabelle Raleigh, la hermana del conde de Allard.
—No. Una Raleigh no. Sabes que su prima me rompió el corazón, no
quiero estar emparentado con esa familia.
—Me diste tu palabra, además, ya pasó el tiempo… ¿Cuántos años de
ese cortejo? Ni siquiera estuvieron comprometidos.
—Pero la quería… Otra Raleigh por Zeus. ¡Qué desastre! Además, no
la conozco. ¿Apenas será presentada en sociedad? No aplaudo la diferencia
de edad, pero he dado mi palabra. Espero que sea tan encantadora como has
prometido, porque una cosa sí te aseguro. Yo no tendré un matrimonio
como el tuyo. Llevo mucho tiempo deseando enamorarme. Una vez que sea
mi esposa, será mi asunto y no te permitiré entrometerte ni cruzar la línea.
Seré yo quien te estrangule si te atreves a rondarla. No me importará retarte
a duelo si osas profanar mi matrimonio. ¿Estás seguro de dar un paso atrás?
Kilian apretó los puños con ira.
—Sí. Haz lo que tengas que hacer, pero trátala bien. Sé un buen
esposo y jamás la hagas llorar o seré yo quien te pediré cuentas, y no seré
clemente.
Le depositó en las manos un retrato que él mismo había pintado de la
señorita, lucía hermosa con un vestido dorado y una rosa entre sus manos.
Cabello abundante, rebelde, de color castaño con hebras rojizas. Una
mirada profunda enmarcada por dos cejas bien definidas del tono exacto de
su pelo. Labios carnosos y rojos como una manzana, curvados en una
sonrisa cautivadora. Nariz casi perfecta. Edgar se mostró asombrado,
maravillado y tras contemplar la cándida imagen, se volteó hacia su primo,
que apuró su bebida y lo dejó allí sin decir nada más.
Sadice salió con mil emociones haciendo implosión dentro. Su
sacrificio tendría que valer la pena. Acababa de engatusar a uno de los
solteros más cotizados de Londres para que cortejara al amor de su vida.
Edgar era un hombre de un corazón de oro, valores intachables, físico
afable. Alguien que sería muy fácil de amar. Si ella se enamoraba de Edgar,
Kilian terminaría de pagar todas las faltas cometidas en esta vida. Sería muy
duro de asimilar, pero la decisión estaba tomada y no había vuelta atrás.

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Capítulo 3

Goldenshadow Castle, Yorkshire, agosto de 1866


Isabelle había pensado en renunciar a la posibilidad de ser presentada en
sociedad algún día. Sin embargo, a sus veinte años, cuando las heridas del
desencanto amoroso que sufrió comenzaron a sanar, decidió que un tropiezo
del pasado no la definía, ni la hacía menos valiosa, ni echaba por tierra sus
anhelos de vivir y de disfrutar como otras muchachas de su edad. También
deseaba brillar en los salones, mostrar su habilidad para el canto, el piano o
el violín, y por qué no, enamorarse.
Su falta le robó la posibilidad de todo lo anterior. Desde el año que
debió debutar y no lo hizo porque la vergüenza la cubrió por completo,
vivió apartada. Se retiró con su madre al campo. Pero el tiempo, siempre
sabio, le sirvió para sanar, para amarse a sí misma y para valorar todas las
bendiciones que tenía en su presente. Por eso regresó. No sabía qué le
deparaba el destino, tampoco si había un hombre que le perdonara sus
fallos, los que por fortuna habían permanecido lejos de la luz, alejándola del
ostracismo social y dándole una segunda oportunidad.
Acababa de escribirle a su amiga, Rose Peasly, quien se había casado
con el marqués de Bloodworth, mejor conocido como lord Oso. Y le reveló
que estaba lista para retomar las riendas de su destino tras su desengaño
amoroso. Era el tiempo de renacer y sentirse merecedora de los dones que
Dios derramaba sobre los mortales. Ella también era hija de la misma tierra,
tenía un espacio en el mundo y nada ni nadie iba a dejar tan dolido su
corazón como para que su futuro se truncara para siempre.
Justo para esas fechas, el castillo estaba repleto de invitados para el
evento anual que tenía cierta remembranza en su familia: la caza del
urogallo rojo. Era momento de disfrutar con el resto de los asistentes de los
bailes, las cenas, los juegos de mesa, las conversaciones agradables… Sin
embargo, permanecía en su habitación, leyendo, pintando o a la espera de
alguna visita. Su hermano le pidió que fuera discreta hasta ser presentada el
año entrante.
Agradecía tener el apoyo de Evander. Tampoco se aburría todo el
tiempo. En las mañanas bajaba un rato y compartía con otras señoritas de su
edad, quienes ya habían debutado, y le anticipaban cómo sería su puesta de
largo. En las tardes tenía charlas interminables con su prima Angelina, la
duquesa de Weimar, con su cuñada Elizabeth, la condesa de Allard o con
Daisy, la hermana de Rose.
Su madre le hacía compañía en ocasiones. Aunque Agatha Raleigh
también se aisló por la vergüenza, tras pasar el tiempo y comprobar que el
secreto del desliz se mantuvo guardado, se sintió más confiada. Belle estaba
aliviada por esa parte, su madre había vuelto a ser la misma de siempre.
En sus manos, tenía la carta de Kilian. Decidida a ponerle punto final a
esa historia, tomó el abrecartas que reposaba sobre el secreter y rasgó el
sobre. Temblando sacó el contenido de su interior y con los ojos tristes leyó:

Mi adorada Belle:

No sé qué esperas encontrar en estas letras, pero no será una petición. La única forma de
que pudiéramos estar juntos sería si aceptaras convertirte en mi amante y yo jamás aceptaría
tal trato. Porque para mí eres como el agua cristalina de una fuente, que ya he enturbiado
demasiado. Ahora quiero dejarte correr en libertad. No creas que has sido una pasión
pasajera, ni que uso este ardid para evadir responsabilidades. Belle, te juro por lo más
sagrado —y no suelo jurar— que nunca había sentido amor, en el sentido romántico, por
criatura alguna.
Esto es una despedida, una cruel, una que me cambiará para siempre. Espero que no deje
una marca en ti.
Olvídame, sigue tu destino, haz tu glorioso debut, brilla en los salones de Londres… Una
mujer como tú no debe brillar solo en el corazón de un hombre que no la merece. Busca al
mejor candidato, uno superior a mí, despósalo, pero no como cumplimiento de tu deber.
Enamórate de la forma más abrasadora, vive lo que yo ya no podré, porque lo que tuve contigo
jamás se repetirá. Eres el amor de mi vida, no me tiembla la mano al escribirlo. Pero, lo más
honorable que puedo hacer es retirarme, permitir que nuestro camino se bifurque de hoy en
adelante —y no soy hombre de honor—, pero por ti lo seré, solo esta vez.

Si algún día logras perdonarme, si me olvidas, si vives como si jamás me hubieses


conocido, me daré por satisfecho.

Que Dios bendiga a tu corazón, pequeña.

Adiós

Kilian

Isabelle se llevó las manos a la boca para acallar el llanto brutal que
amenazaba con sacudirla. Buscó en los cajones de su secreter una llave que
le había entregado su prima, la de un refugio seguro que ahora le
correspondía cuidar. Respiró hondo y abandonó su habitación. Bajó las
escaleras corriendo, sin importarle con quien se cruzase a su paso. No paró
hasta quedar frente a la puerta del jardín secreto de rosas que había en la
propiedad. La llave pendía de su muñeca y no dudó en entrar. No se detuvo
hasta llegar a un banco y sentarse en él a llorar con desconsuelo. Entendía
que lo que él pedía era lo mejor, pero eso no significaba que no doliese.
Kilian no tuvo el valor de confesarle la verdad mirándola a los ojos, y
se valía de un papel para cortar de una vez un vínculo que ya estaba roto.
De ella no haber acudido a su encuentro para confrontarlo, habría sido la
forma en que el idilio de ambos hubiese visto el final. Por escrito. ¡Valiente
caballero! No era un hombre de honor, era un monstruo desalmado.
Las escenas del doloroso momento que vivió al descubrir la mentira de
Kilian se repitieron en su cabeza.
El dolor era devastador.
La despachaba con una carta, una donde le juraba un amor en el cual
ella no creía. Tal vez era el pretexto que usaba con todas… sus amantes.
Eso había sido Belle, una más de sus conquistas. Se recriminaba por ser tan
negligente y por su falta de decencia.
¿Qué ser tan despreciable podía jugar con las emociones del otro?
¿Qué hombre tan horroroso podía disfrutar de pisotear los sentimientos de
una incauta y enamorada muchacha? ¿Qué oscuro demonio podía engatusar
a un corazón, para enamorarlo y llevarlo hasta el cielo, para luego dejarlo
caer en un despiadado descenso que lo conducía a la ruina y el sufrimiento?
Solo una bestia podía ser capaz de tanta crueldad. Sadice no era el príncipe
azul que pensó encontrar en Londres, era una criatura vil, y ella se
recriminaba por haber sido vulnerable, por haber sido ilusa y dejarse
apresar en sus afiladas garras.
Se secó las lágrimas de golpe, no quería llorar por quien no lo merecía.
Antes de leer esas letras mezquinas ya había resuelto salir adelante y la
infamia de esa bestia de corazón oscuro, pero con rostro de arcángel, no
seguiría atormentándola. Lucharía para dejarlo atrás.
—Soy una tonta —se lamentó, mientras intentaba arreglar el estropicio
que las lágrimas causaron en su rostro.
—¿Qué la aflige, señorita? —La voz de un hombre la hizo salir de su
ensimismamiento. Se secó la humedad de la cara con el dorso de la mano.
—¿Quién es usted y qué hace aquí? Es un área privada solo para la
familia.
El hombre alto, de cabello castaño algo desordenado, barba arreglada
y rostro afable, le ofreció una cálida sonrisa. Su nariz era un poco grande,
no demasiado, pero junto a la alegría de sus ojos aceitunados, le daba un
aire familiar que ofrecía confianza, como si llegaras a puerto seguro al estar
en su presencia.
—Edgar Payne, marqués de Normanby. —Sonrió y omitió el
parentesco con Kilian.
—Aún no responde mi segunda pregunta —emitió sin reparar más de
tres segundos en su físico, su mirada seguía perdida en sus preocupaciones.
Él se acercó a uno de los rosales, tomó una flor roja y se la entregó.
—La vi correr, se veía afligida. Solo quiero ayudar.
—Nadie puede ayudarme, milord —confesó negando y convencida de
su comentario.
—Tal vez es un decreto demasiado categórico. Es muy joven, seguro
eso que la angustia pasará. Confíe en que todo estará bien.
Ella lo estudió con la mirada y después contestó:
—Ya no creo en que las cosas sucederán por obra del destino. Estar
bien depende de mí, en primer lugar; pero gracias de todas maneras por
intentar levantarme el ánimo. Como sea, no es correcto que estemos aquí a
solas, podría prestarse a malentendidos. ¿Lo acompaño a la salida? —le
ofreció para despacharlo de una manera amable.
—¿Qué es lo peor que podría pasar si nos encontraran a solas? —
inquirió entrecerrando los ojos.
—Mi reputación se vería…
—Soy un hombre soltero, si algo así ocurriera me responsabilizaría…
Nos desposaríamos en el acto —planteó con una pícara sonrisa. Después se
acercó a uno de los enormes rosales repletos de flores carmesíes, tomó la
más hermosa y se la ofreció con un guiño desenfadado.
Belle puso los ojos en blanco, luego sintió ganas de reírse
inexplicablemente. La situación era absurda, pero el caballero era tan cortés
que tuvo que ser amable.
—Discúlpeme por reír en su cara. —Tomó la flor—. Es solo que… No
le creo. ¿Casarnos? Ni siquiera me conoce. Y, además, ¿qué le asegura que
yo aceptaría?
—Conozco lo suficiente, señorita Raleigh, debutará la próxima
temporada, hermana del conde de Allard. Y no ando haciendo propuestas a
damas que acabo de conocer. Solo estudio posibles candidatas, ya que este
año que viene, deseo encontrar una esposa. Seré honesto. Usted encabeza
mi lista y me gustaría que fuera la única en ella.
—¿Su lista? —cuestionó estupefacta, dejando la rosa sobre un banco
de mármol. Convencida de que cortando las flores no la iba a conquistar,
ella creía que lucían más bonitas en su medio natural, no en jarrones de
cristal o porcelana.
—Lady Abbott es mi… casamentera —aclaró el hombre—. Ella me ha
hablado tantas cosas maravillosas de usted que ha despertado mi curiosidad.
Sé que no ha debutado y que esto no es correcto, pero… Ha llamado mi
atención. Acepté este año la invitación de su hermano para ver si tenía la
oportunidad de conocerla.
—Pensé que los caballeros que venían en estas fechas lo hacían para la
cacería, milord. No para buscar esposa.
—La cacería no es algo que me apasione. Disparar contra criaturas
indefensas no me divierte. Lo haría solo si fuera el único medio que me
quedara para llevar la comida a la mesa.
—Tenemos algo en común. Tampoco me agradan esas prácticas. Pero
no preste oídos a lady Abbott, seguramente habrá exagerado un poco sobre
mis cualidades.
—En eso se equivoca… Ni siquiera alcanzó a acercarse con exactitud
a su hermosura, señorita.
—¿Valora la belleza? ¿Es uno de los requisitos que busca en su futura
esposa? —lo desafió.
—Valoro más un buen corazón. Si es dueña de uno, quizás me
conquiste por completo —dijo con sencillez—. Por ahora, me ha agradado
lo suficiente como para incentivar mi curiosidad, quiero saber más de usted.
Incluso, me atrevería a acercarme a su hermano para comentarle que tal
vez… sea usted mi primera opción la siguiente temporada.
—Yo de ser usted me andaría con cuidado. Evander es muy protector.
Ahora me retiro ya que no parece interesado en irse. Casarse es una
decisión para toda la vida, yo sí quiero sopesarla con calma. Pretendo hacer
una buena elección.
—¿Será difícil de convencer, señorita Raleigh?
—También quiero a alguien con buen corazón. Un hombre de palabra,
con honor y nobles sentimientos. Esas cualidades encabezan mi lista. No
me conformaré con menos. Si cumple con los requisitos, quizás tenga el
camino fácil. De lo contrario, no le recomiendo perder el tiempo.
Edgar se humedeció los labios y sonrió tímidamente, ella lo había
descrito sin saberlo. No le diría que poseía esas características, era un
hombre modesto, pero le agradó la forma de pensar de la señorita, y todo lo
que desprendía a su paso, todavía más. La impresión que Belle le había
causado superó la que le produjo Angelina en el pasado. Eso debía ser una
buena señal.
Isabelle salió del jardín secreto y él la siguió. Ella cerró con llave y
fuera de este se despidieron.
—Espero que encuentre al candidato que está buscando —le insinuó
él.
—Le deseo una buena estancia en Goldenshadow Castle.
—¿No volveremos a conversar? Me gustaría…
—No hasta mi debut —enfatizó ella—. Hay normas que cumplir y
deseo hacer las cosas bien.
—¿Me aceptará un baile en la siguiente temporada?
—No lo sé. Tal vez. Quizás también pida información acerca de su
persona. Lady Abbott debe conocer bastante sobre usted y su familia.
—¿Me va a investigar? —añadió con una sonrisa, le divertía, pero a la
vez le agradaba. Ella había sido presa de los ardides de su primo. Seguro
por ese canalla lloraba. Valoraba que hubiese aprendido de su error.
—Por supuesto —le aseguró, aunque no tenía la intención de hacerlo.

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Capítulo 4

Everstone Garden & Park, Lincolnshire


Kilian no lo podía creer, aún no daba crédito a las palabras del doctor del
pueblo, Parker. Su compañera de vida, a quien conocía desde la niñez, su
amiga, languidecía sobre la cama con unas horrorosas fiebres. Cuando
arribó de Londres encontró un panorama devastador.
Él la había dejado cuando apenas el malestar empezaba, una de las
nuevas mucamas había arribado enferma y al parecer contagió a parte del
servicio, y a la vizcondesa. La casa parecía una clínica. Un ala de los
cuartos de servicio tenía más de cuatro camas ocupadas por los enfermos; y
de la familia, su esposa y las niñas también estaban padeciendo la afección.
En cuanto recibió el telegrama, comunicándole la gravedad del asunto,
pidió a su cuñado, el duque de Norfolk, que le recomendara el mejor
médico de Londres para que viajara de inmediato con él a la finca. Estaba
dispuesto a pagar lo que fuera con tal de llevarlo consigo. La
recomendación del doctor Emerson, uno de los médicos jóvenes más
prometedores que trabajaba en el St George, no tardó en llegar a sus oídos.
Le ofreció una fortuna para que lo acompañara.
Emerson al verlo tan desesperado, dejó a sus pacientes bien atendidos
con sus colegas de profesión, y accedió a ayudarlo, solo a cambio de sus
honorarios. No iba a aceptar un penique más.
—Espero que no tenga objeción, doctor Parker, pero cuando supe que
eran tantos los que cayeron con la fiebre busqué refuerzos en Londres. Le
presento al doctor Emerson.
—Por supuesto que no me opongo. Necesitaba otro médico para paliar
este desastre. No sabemos de dónde ha venido la enfermedad, pero la
mucama venía del continente. Tal vez se contagió en la embarcación. Así
que no tenemos antecedentes. Desafortunadamente, la joven no sobrevivió.
Así que nos enfrentamos a lo desconocido.
—Debemos cerrar la finca. Que nadie entre y nadie salga —sugirió el
doctor Emerson preocupado por las dimensiones de lo que aquel brote
pudiera ocasionar—. Debemos contenerlo. Toda enfermedad tiene un
período de incubación y de contagio. Nadie debe abandonar Everstone
Garden & Park hasta que el período de riesgo haya terminado.
Todos asintieron, pero Kilian no podía lidiar con tanta información. Su
mente estaba en las consecuencias inmediatas que las fiebres podrían
ocasionarle a su esposa y a sus tres adorables retoños, por quienes daría su
vida.
—¿Mis hijas? —preguntó tratando de mantenerse sereno.
—También están delicadas de salud, pero su estado no es tan grave
como el de su esposa. Las gemelas son más fuertes —dijo para referirse a
las hermanas de seis años—. Sin embargo, la menor, aunque está estable es
la que más me preocupa. Su condición podría cambiar de un momento a
otro.
—Hábleme de la situación de mi esposa.
El doctor Parker bajó la cabeza.
—No hemos podido bajarle la fiebre. Ahora mismo está delirando.
—¡Dios mío! No puede ser —se lamentó el vizconde—. Cuando partí
a Londres se veía tan saludable.
—Lo lamento mucho, milord —contestó Parker—. Este tipo de fiebres
son impredecibles.
—Tengo que ver a mi esposa.
—No debe verla, milord —lo previno el doctor Emerson, sujetándolo
por el brazo—. Es muy contagioso.
—¡Suélteme!
—Piense en sus hijas y en su esposa, lo necesitan fuerte. —Trató de
convencerlo Emerson—. No es momento para que todos caigan en cama.
Hay muchas cosas que hacer. Tal vez necesitemos…
—La veré justo ahora. Exijo hablar con ella —decidió el vizconde.
—Déjeme verla primero, estoy preparado para estas contingencias —
solicitó el médico de St George.
Kilian no le escuchó. Atravesó la estancia. Los doctores le siguieron y
Emerson le pidió permiso para examinarla primero.
—Le seré honesto —comunicó el doctor Parker—. No creo que pase
de esta noche.
El doctor Emerson se opuso a tal resolución.
—Es usted muy drástico, tomando medidas pertinentes la paciente
podría tener oportunidad de recuperarse —objetó el doctor Emerson, ante lo
que Parker negó.
—Tal vez en un hospital, pero aquí no y ya no hay tiempo para
trasladarla.
—Ocupémonos. No sentenciemos a la paciente sin luchar —defendió
Emerson sin querer perder tiempo en una disputa. Prefirió abocarse a darle
los cuidados a los pacientes—. Por favor, milord, mantenga su distancia. No
será útil si cae también en una cama.
—De acuerdo, pero salven a mi esposa y a mis hijas. ¡Lo ordeno! —
mandó Kilian con el entrecejo arrugado.
El estertor de una tos interrumpió la discusión. Un jadeo agitado
precedió a un momento de lucidez. La vizcondesa abrió los ojos, y entre las
personas que estaban a su alrededor distinguió a su esposo.
—Oh, Kilian… Lo siento —murmuró—. Déjennos a solas, salgan
todos —pidió.
Y él desoyendo a los doctores corrió a su lado. Hizo que sus deseos
fueran órdenes y sacó a los doctores de la habitación.
—Gwen, ¿cómo te sientes? —le preguntó con la voz rota.
Ella con mucho trabajo le acarició la mejilla, luego continuó hablando:
—Cre-o que es el fi-nal.
—No —dijo renuente—. No. —Dos lágrimas gruesas se escaparon de
sus ojos.
—No llores por mí, por favor. —Hizo una pausa profunda para toser
muy fuerte. Él trató de ayudarla, la incorporó para que el aire llegara a sus
pulmones—. Lamento tener que pedirte esto… Quie-ro despe-dirme de él…
Sé que no me queda mucho tiempo, pero no fui leal. No fui leal. Necesito
pedirle perdón o no podré irme en paz.
El tragó en seco y asintió, sin siquiera meditarlo estuvo de acuerdo. A
ella no podía negarle nada. No podía juzgarla. Los dos habrían sido el uno
para el otro si tan solo se hubieran enamorado. Ambos eran tan parecidos,
los mismos valores, el mismo desdén por ciertas cosas importantes, el
aprecio al poder, a las conexiones, a la opulencia. Y habían sido muy
fuertes como padres de familia. Pero en ese momento, a las puertas de la
muerte, ella vio todo de un modo muy distinto.
—Gwen… He mandado a llamar a tu hermano, Edgar pronto estará
aquí —murmuró dubitativo.
—No quiero arrepentirme de haberme casado contigo, pero mi vida no
es… —Una tos horrenda la calló. Cuando pudo calmarse, continuó—: Me
alejé de él para evitar lidiar con la vergüenza, para que mis padres no
sufrieran por el cruel escarnio público… La hija de un marqués con un…
Pero ¿de qué sirvió el sacrificio? Perdí a la criatura tras casarme contigo,
creo que fue la tristeza. Mis padres ya no están entre los vivos y yo…
desperdicié la oportunidad de estar al lado del único hombre que he amado
y que me ha que-ri-do.
De nuevo la tos la dejó sin voz. Tuvo que inspirar fuertemente.
—No hables más, por el amor de Dios. Descansa. Haré que esté aquí
esta misma noche. Así tenga que ir a buscarlo en persona —sentenció.
—No, por favor. No te va-yas. No me de-jes sola. El doctor Parker no
me gusta, no me gusta na-da.
Estaba delirando otra vez. Era el médico de su familia, el que ella
misma había escogido
La obligó a guardar silencio, a reposar sobre las blancas sábanas
manchadas de su sudor. Tampoco se perdonaría si ella fallecía siendo
infeliz, porque la felicidad absoluta no la da la posición, ni las
apariencias… ni la supuesta familia perfecta. Fue la decisión de Gwendolyn
casarse con él y no con el padre de la criatura que albergó en su vientre
como consecuencia de un mal paso con un hombre de una clase inferior.
Uno que la amaba, pero al que ella dio la espalda cuando entendió que ser
la esposa de un hombre sin título ni fortuna estaba muy lejos de sus
expectativas.
Edgar había hecho lo que estaba en sus manos para ayudarla a no caer
del pedestal donde la tenía el padre de ambos y el hermano duque, y donde
la tenía la alta nobleza. Pero sí, Gwen había dado rienda suelta a la pasión,
una desenfrenada, para luego caer en una aguda crisis de arrepentimiento,
cuando todos los preceptos morales con los que había crecido le pesaron
demasiado.
—Descansa, mi querida Gwen. Déjalo todo en mis manos —le dijo
palabras dulces y le sostuvo la mano hasta que Gwendolyn se quedó
profundamente dormida. Aunque todavía respiraba con mucha dificultad.
Entonces, abandonó su lado y fue a buscar a Stevenson, su hombre de
confianza, para que hiciera realidad el último deseo de su esposa. Escribió
una carta dirigida a Sean, esperando, que aquel albergara una cuota de
perdón, piedad y quizás amor para ella. También redactó otra nota, con
carácter igualmente urgente. La que envió con un lacayo discreto directo a
Goldenshadow Castle.

A la mañana siguiente, el comerciante estaba ahí. Sadice lo hizo pasar


de forma misteriosa, dejando limpio de curiosos el camino que iba a
recorrer hasta la habitación donde ella languidecía. El doctor Parker fue el
único que lo vio entrar y no dijo nada. Kilian sabía que podía contar con su
absoluta discreción, había tapado todos los secretos oscuros de los Sadice.
Con solo ver al recién llegado, Kilian entendió por qué Gwendolyn
cayó rendida ante sus encantos. Era un hombre sencillo, pero de anchas
espaldas y sonrisa franca. En el pasado, cuando tuvo sus amoríos con
Gwen, tan solo era el jovencísimo mozo de cuadra. Pero la vida, la
humillación y el desengaño le hizo aferrarse a las ganas de prosperar, para
jamás volver a ser rechazado por su posición. Seguía siendo humilde, pero
tan trabajador e ingenioso como para cerrar buenos tratos. Auguraba que en
el futuro se seguiría abriendo paso, hasta amansar una modesta, pero
significativa fortuna. Poco, quizás para la hermana de un marqués y de un
duque, acostumbrada al despilfarro, a las legiones de criados, a las
reverencias a su paso. Pero nadie elige de quién enamorarse, y el corazón de
Gwen, decidió prendarse del alma noble, limpia y sólida como una roca de
Sean Stewart.
—Milord, yo… —murmuró Sean intrigado, tenía enfrente al esposo de
la mujer que había amado y a la que sabía que jamás podría olvidar.
—Señor Stewart, sé que tendrá mil preguntas. —Su rostro frío
simulaba muy bien su tormento interior, no le importaba lidiar con Sean,
padecía ante la posibilidad de perder a Gwen y ante la enfermedad de sus
hijas.
—No habría venido de no ser porque me ha asegurado que lady Sadice
está al borde de la m…. —No pudo hablar de su deceso, no podía aceptarlo.
Habían compartido momentos tan intensos, llenos de entrega absoluta, que
cuando ella no pudo enfrentarse a sus padres para continuar a su lado le
rompió el corazón.
Con el tiempo, entendió que había diferencias insalvables, como las
sociales, y que la hija de un marqués había sido una aspiración muy
ambiciosa. La amaba, pero no tenía nada que ofrecerle. Ni siquiera sabía
cómo los mantendría a ella y al hijo que venía en camino. Aceptar la ayuda
del marqués habría sido inconcebible, si es que no lo mataba antes por
haber deshonrado a su hija.
—Ahorrémonos las explicaciones. Ella desea verlo —dijo Kilian.
—¿Y usted no se opone? —tanteó.
—Sígame, está detrás de esa puerta. Sé que Gwen no se comportó
como usted habría esperado, pero si la insulta o la humilla en la posición en
la que ahora se encuentra, no seré benévolo. —Tensó la mandíbula—. Daría
mi vida por ella, así que le exijo que la escuche, responda lo que considere
que deba decir con respeto y ¡mienta! si tiene que hacerlo para darle el
perdón que ella necesita para morir en paz.
—¿Me está pidiendo que le mienta, solo para que se vaya de este
mundo creyendo que la he perdonado?
—No se le estoy pidiendo. ¡Demonios! ¡Se lo exijo!
Sean lo retó con la mirada, y Sadice le clavó la suya tan despiadada
como el infierno.
—Es usted un hombre muy peculiar, teniendo en cuenta lo que pide y
a quién se lo pide. —Se rehusó a usar la palabra «exigir».
Sean negó ante la arrogancia del lord, pero no perdió más tiempo con
él, colocó la mano sobre el picaporte y entró a la habitación de la
vizcondesa.

La otra persona que había mandado a buscar llegó un rato después. Un


lacayo le avisó de su arribo, y de que el doctor Emerson, se negaba a recibir
las órdenes de Sadice. Así que fue hasta donde estaban ellos a intentar
mediar.
Emerson discutía con el marqués de Normanby, a quien trataba de
persuadir de abandonar de inmediato Everstone Garden & Park. Detrás de
este, una mujer joven y sencilla, aguardaba con la impaciencia dibujando
sus facciones. Reconoció a Diane, una doncella con quien se había
relacionado brevemente en el pasado y de cuyo encuentro había nacido una
criatura, la que tras un acuerdo mutuo, terminó al cuidado de Kilian, como
supuesta hija de su matrimonio con Gwendolyn. Diane y él solo
intercambiaron una mirada, pero en el rostro de ella se veía el
agradecimiento por haberla mandado a llamar en ese momento delicado por
el que estaba pasando la pequeña.
Kilian se acercó a Edgar, su cuñado, y este lo envolvió en un abrazo
inesperado, ante la negativa de Emerson, que ya no sabía qué hacer para
evitar que otros se enfermaran.
—Lord Sadice, le he pedido que aislemos a los pacientes y usted ha
traído a otras personas al sitio de riesgo. —Negó ofuscado el médico—.
¿No le bastó con exponerse?
Kilian entendía sus restricciones, pero era la familia de Gwendolyn, no
podía mantenerlos aislados.
—Lo siento, no puede negarle a su hermano la posibilidad de apoyarla
en el mal trago o… despedirse. —Tuvo que inspirar para que no se le
quebrara la voz.
—¡Oh, por Dios! ¿Tan grave está? —preguntó el marqués de
Normanby, tras separarse del cuerpo de su cuñado. La tristeza empañaba
sus ojos.
—¿Norfolk? ¿Ya sabe que su condición es muy grave? Él me despidió
cuando partí de Londres, pero ni remotamente pensé encontrar la desolación
que azota mi casa —inquirió Sadice por el hermano materno de su esposa y
el marqués.
—Norfolk me matará cuando sepa que le he negado quizás la
oportunidad de despedirse de nuestra hermana, pero me dijiste que era
contagioso. Consideré mejor no arriesgarlo y ahorrarle una temporada en
cama —explicó Normanby.
—Al menos un poco de sensatez —arguyó el joven doctor.
—Sin embargo, llegando a la estación del ferrocarril no pude con la
culpa y le envié un telegrama. Así que sí, le avisé que Gwen está muy mal y
demás detalles del contagio —continuó Edgar—. Estoy seguro de que
sorteará cualquier riesgo y vendrá a mi llamado. No se perdonaría si no está
aquí para hacer hasta lo imposible para salvarla, tanto como yo. Por favor,
Kilian, envía otro telegrama cuanto antes. Miéntele, asegúrale que está
mejorando. Si traerlo pone en riesgo su vida, es mejor mantenerlo lejos. No
puedo perder a mis dos hermanos. Tiene hijas por quienes velar.
—Es Norfolk quien debe tomar esa decisión. Es mejor no ocultarle
nada —resolvió Kilian. El carácter del duque era irascible, no soportaba que
tomaran decisiones en su nombre.
—Entonces vendrá. Adora a Gwen, además se cree invencible.
Emerson negó, alzó los brazos y los dejó caer al lado del cuerpo ya sin
poder hacer más.
—Instálate, Edgar, por favor. Un lacayo te acompañará. En breve te
avisaré para que puedas estar con ella —le dijo Sadice.
—¿Por qué no ahora mismo? —cuestionó el marqués.
Kilian se aproximó al oído de su cuñado y le susurró algo que
visiblemente lo escandalizó, pues aquel abrió los ojos de manera
desmesurada.
—¿Has enloquecido? —Lo miró espantado, como si hubiera perdido
el juicio.
—Podía haberte mantenido al margen —murmuró—, y haberme
escudado en las órdenes del doctor para no haberte llamado. Pero has estado
en esto desde el principio, no voy a andarme con subterfugios contigo, Ed.
Es lo que hay. No seré yo quien obstaculice la última voluntad de Gwen, así
que, aunque esto vaya más allá de lo que tu moralidad puede aguantar, haz
un esfuerzo por ella.
Edgar resopló y se dejó guiar por uno de los lacayos. Detrás de él,
Kilian volvió la vista a Diane, quien había permanecido callada, pero con el
rostro afligido.
—Diane —dijo escuetamente mirando a la doncella de la condesa de
Allard, quien había acompañado a Edgar en su viaje a Everstone Garden &
Park.
—Milord —saludó escuetamente. Sus manos se perdían entre los
pliegues de su falda de buena confección, pero de sencillos adornos. La
condesa a la que había servido hasta la fecha le tenía gran estima y la
trataba con ciertas consideraciones no habituales entre una dama y su
doncella. Un cariño especial se forjó entre ambas durante el pasar de los
años que habían compartido.
—La señorita es la nueva niñera de mis hijas —comunicó Sadice en
dirección al médico, que no tenía intención de moverse—. Ahora que la
anterior ha caído en cama, ella la suplirá hasta que se reponga.
—Si se repone, es una negligencia total —protestó el médico, de
estatura elevada, cabellos oscuros rizados y gesto soberbio. Emerson no se
amedrentaba ante título alguno cuando se trataba de cumplir su profesión.
—Señorita debo informarle que si se acerca a alguno de los pacientes,
podría enfermarse. La pequeña hija del conde, lamentablemente, está muy
delicada —explicó el galeno.
—Por favor, doctor. Lléveme con ella de inmediato —susurró la
mujer.
—Me rehúso a ponerla en riesgo —espetó indignado Emerson. ¿Todos
en esa casa habían perdido la razón?
—Yo la llevo, acompáñeme —ofreció el vizconde ante una ceja
levantada del médico. Rara vez un noble se tomaba tales molestias, lo más
usual habría sido que el ama de llaves se ocupara del recibimiento de la
nueva niñera, pero también estaba enferma. Todo era un caos.
Se alejaron del médico rumbo a la habitación infantil, quien tras negar
se dirigió hacia donde estaban los pacientes del servicio para revisarlos.
Mientras ascendían, Diane le susurró:
—Milord, gracias por mandarme a llamar.
—Es el acuerdo al que llegamos cuando decidiste entregármela.
Aunque no puedas gritarle al mundo que es tu hija, jamás te negaré verla.
Recuerda que tu discreción no solo salva mi cabeza del cadalso, mantiene
fuera de riesgo la legitimidad de Sophie.
—Haría lo que fuera por ella.
—Eso me ha quedado claro, Diane. —Le dedicó una mirada afable—.
Aún me pregunto ¿por qué sigues al servicio de la condesa? Te he reiterado
que puedo ayudarte a ascender en la vida, si es tu deseo.
—Es el lugar donde mejor estoy. No puedo beneficiarme
económicamente de que usted haya recibido a nuestra hija. No es aceptable
para mí —repitió lo que sostuvo desde tiempo atrás.
—Cuando salgamos de todo esto deberíamos discutirlo. No tiene nada
de malo que quieras prosperar. No lo hagas solo por ti, también conviene a
los intereses de Sophie. Quedamos en que, algún día, cuando Sophie tenga
la edad para entenderlo y guardar el secreto, le contaremos la verdad.
Diane ni siquiera lo escuchó, cuando se introdujeron en la habitación
infantil se quedó casi paralizada al observar a la pequeña de cuatro años,
con cabello castaño claro y grandes ojos grises. A su lado había dos
preciosas mellizas de bucles rubios y ojos azules muy claros. Una criada las
cuidaba a las tres.
—La señorita Diane estará a cargo del cuidado de mis hijas hasta que
se recupere la niñera. Puede volver a sus obligaciones —le dijo a la
mucama que agradeció por poder volver a la cocina, no estaba
acostumbrada a lidiar con niños, y menos enfermos.
La mujer hizo una reverencia y se perdió tras la puerta.
—¿Son sus hijas? —le preguntó Diane al vizconde.
—Sophie es la pequeña, es dulce y tranquila, como un remanso de paz.
—La interpelada se volvió a Diane y le clavó la mirada. Una tosecilla
húmeda se escapó de su garganta. Esta no tardó en acercarse y ofrecerle
agua que tomó de una jarra de cristal—. Iris y Blair tienen seis años, son las
traviesas, de las que debes cuidarte. Puedes contar con el apoyo de las
mucamas. No quería ponerte al cuidado de las tres, pero traerte como
suplente de la niñera fue lo que se me ocurrió para no levantar suspicacias.
—No se preocupe, milord. Me las arreglaré. He ayudado a la niñera de
la condesa en sus funciones.
—Gracias —agregó tras una profunda exhalación—. Necesito volver
con mi cuñado y… mi esposa.
—Entiendo. Espero que la vizcondesa se recupere pronto y que no sea
un problema muy grande encontrarme aquí. Me iré en cuanto abandone la
cama. Dios sabe que por una parte me siento mal de entrar de esta manera
al hogar de su esposa; pero Sophie....
—Mi esposa está condenada a muerte —explicó con la voz rota—. No
hay tiempo para pensar en lo moralmente correcto. Cuide a las niñas.
Sophie la necesita. El doctor Emerson la ayudará con las pequeñas, él le
explicará lo concerniente a su medicación.
Ella lo contempló con pena, pero la preocupación por la salud de su
hija le exigió concentrarse en su cuidado.
Lord Sadice respiró hondo al salir de allí, después de abrazar a sus
hijas, su mundo entero. Fue en busca de Edgar, mientras su suelo sacudido
por la convalecencia de su esposa se agitaba a sus pies.
Solo quería llegar cuanto antes a Edgar, porque las ideas que estaba
teniendo no le gustaban absolutamente nada. Y es que su castillo de cristal
amenazaba con desmoronarse, con Diane y Sean bajo su techo.
Tenía fortaleza para soportarlo, pero se preguntaba por qué su vida
había tenido que ser así, dejándolo parado al final, en un universo de
mentiras.
Su matrimonio había sido sólido hasta ese momento, a pesar de
haberse erigido en terreno pantanoso. Todo en su vida era una mentira. Su
esposa… Sus hijas… Fue el menor de sus hermanos, el más irreverente y en
quien el padre confiaba menos como futuro heredero. Pero la vida, jugó
haciendo que se fueran antes que él, —uno por un accidente y el otro por
una condición de nacimiento— quedándole el peso enorme de un
vizcondado quebrado. Su padre había sido un hombre de dudosa reputación
porque, aunque para los efectos fue alguien muy apegado a las costumbres,
su vida privada había sido un caos.
Sadice padre fue un hipócrita, que vivía de las apariencias y ocultando
la realidad. Kilian se preguntaba si justo en ese momento no era una vil
copia de su progenitor. Negó ofuscado. El anterior vizconde había superado
en edad a su esposa, por más de diez años. Este se dio el lujo de tener
amantes haciéndola sufrir más por humillación que por amor. Luego ella se
vengó con creces cuando el viejo vizconde quedó marchito y perdió su
vigor.
Con el título en mano, y su madre lejos emocionalmente, a quien solo
le importaba recibir su asignación mensual y vivir en una propiedad en
Londres manteniendo la vida social a la que estaba acostumbrada, Kilian
tuvo que esforzarse para que la quiebra no se llevara su patrimonio. Sufrió
mucha soledad, su madre y él tenían ciertas diferencias y no lograban
entenderse. Ella quería guiar sus pasos, y él detestaba que lo dirigieran.
Se sintió perdido, buscando la forma de resolver sus problemas, hasta
que, desesperanzado, se dejó hundir en ellos. Jamás quiso ser vizconde, su
padre no lo preparó para ello y no sabía qué hacer con la responsabilidad.
Para ese entonces, cuando heredó el título y aún era soltero, unos ojos
seductores le devolvieron la fe. Una de las damas más hermosas y
socialmente triunfantes se fijó en el nuevo y taciturno lord. Él era
consciente de las miradas que lo asediaban a su paso, pero más allá de
conquistas efímeras con féminas de reputación en entredicho, jamás tuvo
tratos con una mujer distinguida. Tal vez tuvo expectativas muy elevadas,
pero era consciente de que ninguna mujer se resistía a sus encantos y ella lo
cautivó.
Se refugió en los brazos de una dama mayor que él, una duquesa viuda
que le enseñó todo lo relacionado al arte de amar y los oscuros cortejos que
se mantenían ocultos en lo más selecto de la nobleza.
La pasión por la ardiente viuda lo hizo olvidarse de sus obligaciones,
ni siquiera sabía por dónde empezar para salvar su reducida herencia. Ella
le daba atenciones que él jamás había tenido.
Su intenso amorío de noches interminables trajo consecuencias. La
mujer de treinta y ocho años, quedó encinta y como resultado, la vida
volvió a golpearlo.
Sadice ilusionado, se atrevió incluso a proponerle matrimonio. Y solo
recibió su burla.
—Has perdido el juicio —le había reprochado la duquesa viuda seis
años atrás.
—Esperas un hijo mío. Eres viuda. Solo cumplo con mi obligación. No
te dejaré desamparada.
—Estás quebrado —le dijo sin tapujos como una flecha directa hacia
el orgullo del lord.
—Me esforzaré para sacar mi fortuna adelante.
—Ahora soy una duquesa viuda de un título respetable, mi hijo, el
nuevo duque, apenas tiene quince años. Mi deber es guiarlo. Jamás me
dejará desamparada. ¿Por qué rechazaría mi posición para ser la
vizcondesa Sadice?
—¿Cómo explicarás tu embarazo? Tu esposo lleva años fallecido.
—No seré la primera mujer que tiene que lidiar con las consecuencias
de un romance fugaz.
—¿Fugaz? —inquirió con el ego herido, pisoteado por el desdén de
esa mujer.
—¿No creerás que me he enamorado? Eres muy joven, en diez años te
verás todavía bien y yo… seguiré siendo una duquesa respetable. No seré el
hazmerreír de Londres casándome con un gallardo muchacho que apenas
sale del cascarón.
—¿Solo era lujuria? —le reclamó.
—No lo llamaría así. Vamos, un hombre como tú podrá tener a la
dama que quiera… Búscate una esposa que te ofrezca una dote sustanciosa,
es tu mejor oportunidad. Debes ser frío para sobrevivir en una sociedad
como la nuestra. Eres muy bello, pero tus arcas están vacías. ¿No creerás
que las mujeres solo se acercarán a ti para buscar amor? Tal vez una
señorita llena de ilusiones, pero incluso eso será pasajero. El matrimonio
es un espejismo. Al principio, puede ser excitante cuando dos personas se
casan enamoradas… con el tiempo, él buscará amantes y la herirá en lo
profundo… Entonces, ella sufrirá con honor o se vengará en secreto para
hacerse justicia.
—¿Supongo que a tu anterior esposo debes tu escasa fe en el amor?
¿Tanto te lastimó que ya no confías en nadie? —espetó dolido.
—Oh, Kilian querido, ¿qué sabes tú del amor? Quizás crees que estás
enamorado, pero no me has dado nada más que tu deseo. Amar es más
complicado que entregarse en encuentros furtivos… Sería una ingenua si
creyese en tus palabras, las que durarán muy poco. Si has comido de mi
mano, es porque estás necesitado del cariño que nunca has tenido porque
la vida ha sido muy avara contigo. No serás tú quién venga a darme una
lección de moral.
De pronto, él se vio con las manos vacías y con el corazón roto…
Entonces fue ella quien quebró la fe del vizconde. Tal vez no era un amor
en toda la extensión de la palabra, pero fue en la primera mujer que confió y
a la que le entregó algo más que su pasión.
Lord Sadice, orgulloso y herido en su infinito ego, desafió las reglas
de la vida y con veinte años escuchó la propuesta descabellada de Edgar de
desposar a su hermana arruinada… y ni siquiera lo pensó. Estuvo de
acuerdo. Tenía mucho que perder si le decía que no. Además, Gwen y su
primo lo necesitaban y eran unas de las pocas personas que le demostraban
afecto desinteresado. Por eso, no dudó en socorrerla. De todos modos, él no
quería arriesgar de nuevo su corazón. Desposó a Gwendolyn lleno de
arrogancia hacia la duquesa viuda y no se olvidó de invitarla a su boda. Ella
podría presumir de su falta de amor por él; pero estaba convencido de que
la rapidez con que restauró su vida sería un golpe directo a la vanidad de su
antigua amante.
Gwendolyn no era una mansa paloma, era bella y poderosa, una mujer
de armas tomar. No tardó en descubrir el pasado de su nuevo esposo, pero
como él también conocía el suyo, más allá de enfadarse o erigir barreras
entre los dos, hicieron un pacto de complicidad que se mantenía hasta la
fecha. El arreglo perfecto.
Ese matrimonio estrechó sus lazos con Edgar y también con el férreo
duque de Norfolk, quien estaba al servicio de la reina y era favorecido por
la Corona, quien desde ese momento no dudó en tapar las fechorías de
Sadice, cubriéndole las espaldas en su ascenso y ayudándole a volverse
intocable. Y eso, sin saber el servicio que el vizconde había prestado para
mantener en alto el honor de Norfolk y Normanby.
Sadice trató de sacarse el pasado de la cabeza, las decisiones tomadas
no iban a cambiar.
La belleza de sus gemelas le recordó esa efímera ilusión con la
duquesa viuda.
—Kilian. —La voz de Edgar lo detuvo justo antes de llamar a la
puerta de la habitación de huéspedes que siempre usaba en la casa de campo
de su hermana.
Él pestañeó, ni siquiera recordaba cómo llegó ante su puerta.
—Vamos, te acompañaré para que veas a tu hermana antes de que sea
muy tarde —le ofreció con el rostro adusto.
—¿Crees que…? Por Dios, Kilian, no estoy preparado para esto.
—Yo tampoco, me rehúso… —Le puso una mano sobre el hombro,
sacudió la cabeza ofuscado y le rogó—: Pídele a Dios por Gwen, es más
probable que te escuche a ti.
Si Dios iba a escuchar a alguien era a Edgar…

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Capítulo 5

Londres, febrero de 1867


La temporada llegó, como siempre, arrasando, vino cargada de esperanzas
renovadas de posibles matrimonios. Las invitaciones a numerosos eventos
habían sido enviadas. En Allard House, la condesa revisaba las misivas
recibidas con la intención de contestar a cada una. Era una tarea que no se
debía menospreciar, había eventos que coincidían y este año, no solo
acudirían como espectadores. Había una debutante en la familia y a su
cargo, debían asistir a los eventos más importantes. Debían casar a Belle lo
mejor posible, y aunque ella no aceptaría a un hombre por el que su corazón
y su mente no sintieran simpatía, correspondía apoyarla, más porque, pese a
todo lo vivido, su debut había sido un éxito.
Elizabeth se topó con un pequeño —pero lleno de incordio—
problema. En Normanby House se celebraría el baile inaugural.
Lady Abbott, a su lado, al escucharlo negó a la par de Elizabeth.
Habían recibido el sobre y estaban en la salita de la condesa debatiendo si
debían responder afirmativamente. El debut de Belle había sido un éxito, y
se esperaba su presencia en ese baile junto a las otras debutantes. Pero las
dos mujeres veían ahí un dilema.
—Normanby es un estupendo partido, el más cotizado entre todos los
caballeros solteros —balbuceó lady Abbott renuente a ausentarse.
—¿Me pides caminar sobre el fuego? Nunca he estado a favor de sus
intenciones de emparejar a Belle con el marqués, tía —manifestó Elizabeth
—. Es pariente de Sadice. No es una unión muy inteligente, traerá
problemas.
—¿Me sugieres que estudie la lista de candidatos y busque otra
alternativa para Belle, cuando Normanby evidentemente está buscando
esposa? ¿Desde cuándo no habría sus puertas para un baile colosal?
—Si somos sensatas, no deberíamos dudar. Es mejor dar una excusa.
—No es solo porque es marqués, sobrina. Belle estaría a salvo con él
—enfatizó—. Es un buen hombre y solteros con buen corazón son muy
escasos entre los que tenemos a disposición.
—Si aceptamos la invitación corremos el riesgo de encontrar ahí a
Sadice. Ambas hemos escuchado los rumores, él ha vuelto a Londres.
—Supongo que un hombre joven y viudo —carraspeó—, con tres
niñas a su cuidado, estará pensando en contraer nupcias. Todavía debe
engendrar un heredero.
—Todo es tan lamentable, que lady Sadice falleciera de unas fiebres
en el campo el verano pasado. Aún me cuesta creerlo.
—Me sucede igual. Se veía tan llena de vida. El pobre duque de
Norfolk no llegó a tiempo para despedirse de su hermana. O es lo que se
rumora. En cambio, Normanby pudo darle unas últimas palabras. ¿Por qué
me recuerdas un evento tan triste? Me empaña la felicidad de la temporada.
Espero que Belle esté bien con la llegada del vizconde.
—Yo espero que mi esposo respire profundo y no se deje provocar por
la presencia de lord Sadice. Lo mejor es dejar el pasado atrás.
—¿Has sabido de Diane?
—A cada tanto me comparte sus avances. Tal vez no es habitual
tomarle tanto cariño a alguien del servicio, pero…
—Tienes un gran corazón.
—Debemos apreciar a las personas por su condición humana y no por
su posición en la vida. Le va tan bien formándose como enfermera. Tras la
enfermedad de la… niña —dijo para no repetir en voz alta el parentesco de
Diane con su hija, para mantenerlas a salvo—. Se interesó por la Medicina.
Aún recuerdo la angustia que viví, cuando supe que ella resultó contagiada
y que ambas estuvieron a punto de correr con la misma suerte que la
vizcondesa. Por suerte, el doctor Emerson les salvó la vida. Uno de los
mejores médicos que tenemos en el hospital St George.
—Esa pequeña criatura se salvó gracias a los cuidados de Diane,
aunque le costó su propia salud a la buena muchacha —concluyó lady
Abbott.
—Por suerte ambas sobrevivieron —repitió Elizabeth—. La única que
falleció fue la vizcondesa.
—Pobre mujer —se compadeció lady Abbott, quien conocía a la
mencionada.
—Sadice es un hombre contradictorio. A veces no sé qué pensar de él
—dijo Elizabeth recordando las palabras que usó Diane para ponerla al
corriente de su suerte tras abandonar el castillo en agosto del año anterior.
Su antigua doncella, le había contado que cuando mejoró, Sadice,
sorprendido por su devoción hacia Sophie, le propuso un pacto: cuidar a su
hija en el anonimato en una casa de campo hasta que esta creciera. Después,
llegada la hora de ser presentada en sociedad, Sophie volvería como la hija
del lord, pero los lazos con su madre ya estarían establecidos. Diane no
había aceptado, aunque adoraba a la pequeña, prefería no someterla a
cambios bruscos y, menos, que su legitimidad se pusiera en riesgo. Sin
embargo, la brecha se había abierto, para que Diane, como la niñera que
tanto había hecho por las tres pequeñas en ese duro momento que había
sufrido la familia, pudiera visitarlas cada cierto tiempo.
—La vida a veces sorprende. —Lady Abbott interrumpió el flujo de
pensamiento de su sobrina—. ¿Alguna vez imaginaste que Sadice y Belle
entraran al mismo tiempo al mercado matrimonial?
—Sinceramente, jamás, querida tía.
—Espero que su presencia no haga que Belle se retraiga socialmente
—apuntó la dama mayor—. ¿Ya le has dado la noticia?
—No, no he tenido corazón para decirle que quizás será inevitable que
lo veamos en las actividades de la temporada. Todavía no sabemos qué
intenciones tiene Sadice. ¿Acudirá a bailes, conciertos y otros compromisos
como posible candidato? ¿O será más discreto y usará los servicios de una
casamentera silenciosa sin la necesidad de comparecer en el panorama de
los eventos de la sociedad?
Un carraspeo las sacó de la conversación, ambas enmudecieron al ver
a Belle bajo el vano de la puerta. ¿Habría escuchado lo de Diane?
—¿Él está buscando esposa? —La voz de Belle se escuchó en la
estancia. La señorita se llevó la mano al pecho.
Lady Abbott y Elizabeth suspiraron al darse cuenta de que no había
escuchado lo de la pequeña. Mientras menos personas conocieran ese
secreto, la legitimidad de la niña ante la sociedad seguiría intacta. Además,
el conocimiento de ese parentesco le traería dolor.
Ella solo pensaba en sus pérdidas y sus posibilidades.
¿Cómo había cambiado su vida? De ser la sencilla hija de un buen
matrimonio, el título del primo lejano que llegó de forma abrupta a su
hermano mayor la arrastró a un mundo completamente diferente.
Al principio fue encantador, como flotar en una nube, una de donde
cayó estrepitosamente cuando las espinas de la tentadora rosa que se atrevió
a apreciar le pincharon los dedos. Ahora era más sensata —en la medida de
lo que su carácter impetuoso se lo permitía—. Al menos, no caía rendida
ante un rostro atractivo ni unas palabras encantadoras.
—No se ha pronunciado, pero está en Londres —explicó lady Abbott,
experta en rumores—. Y ya sabes cómo son las matronas. Se emocionan
ante un soltero con título…
—Viudo —aclaró Belle y negó contrariada—. Pobre mujer, pensar que
él fue un canalla y la engañó, además, sufrió esa enfermedad. Al menos, me
alegro por Diane. También hablé hace poco con ella. El vizconde la deja
visitar a su hija con cierta discreción cada vez que lo desea. No sé si yo en
su posición hubiese podido desprenderme de mi criatura, pero también la
entiendo.
—¿Lo sabes? —preguntó Elizabeth. Las mujeres palidecieron.
—Cuando estuve en el fondo del pozo, desesperada, ella me lo
confesó. Se solidarizó conmigo. No se preocupen, le prometí absoluta
discreción. Ambas tenemos secretos y dependemos de mantenerlos
guardados.
—Ella decidió dejarla en las manos de Sadice porque quiere para la
niña una vida diferente a la que tuvo —puntualizó Elizabeth—. Me alegra
que Diane tenga la oportunidad de prosperar con su nueva preparación.
Estoy decidida a apoyarla en todo lo que necesite. Y creo que debemos
cerrar este tema aquí. Olvidemos que Diane nos reveló un secreto tan
delicado, por el bien de Sophie. Diane es una buena mujer y tiene esa fuerza
de voluntad para salir adelante pese a las circunstancias. Siempre podrá
contar conmigo. No es como la mayoría, que solo se contenta con hacer un
buen matrimonio.
—Un buen matrimonio es como debe ser, es lo que queda para
nosotras. Diane también debería buscar a un buen hombre, uno de su
posición. ¿O acaso hay más? —cuestionó lady Abbott.
—Yo quiero ser como Rose y su imperio de las rosas —dijo Belle para
referirse a la marquesa de Bloodworth. La temporada anterior, su amiga
Rose Peasly había hecho un estupendo matrimonio, dejando a todo Londres
boquiabierto.
—¿Te dedicarás a la jardinería? —inquirió lady Abbott espantada.
—No, pero quiero destacar en otro campo —respondió la interpelada.
—Es un largo camino, el de encontrar lo que nos apasiona. Y así y
todo, no es muy común —comentó Elizabeth.
—Sin embargo, creo que ya lo encontré. —El rostro de Belle se
iluminó—. Quiero hablar con Evander… aunque no sé si me apoye. Tal vez
casarse no tiene que ser el propósito de mi vida. Deseo abrir una biblioteca
donde todos tengan acceso a los libros. Habrá talleres para los niños de
familias muy humildes que no los pueden instruir. Les enseñaré a leer.
—¡Oh, pequeña! —Suspiró Elizabeth—. Lo que pretendes es muy
noble, pero no será lucrativo —observó, al escucharla comparar su
vocación con la de Rose, pensó que quería buscar sus propios medios para
vivir. Más, teniendo en cuenta que estaba un poco reacia al matrimonio.
—Querida Belle, admiro tu resolución, pero no estoy de acuerdo
contigo. Casarse es el propósito de la vida —arguyó lady Abbott, quien hizo
énfasis en «el» y la miró con pena. Aún se sentía culpable por no haber
estado como un águila avizora sobre la señorita. La dama se
responsabilizaba aún por el mal paso dado por Isabelle. Jamás joven alguna
a su cuidado había tenido un desliz. Trató de elevar la nariz para que su
orgullo mermado se recuperara.

Isabelle se encerró en su habitación, la que había sido recientemente


remodelada, con un área adjunta de lectura, que era su refugio del mundo.
Tras la conversación con su cuñada y la tía de esta, revisó dentro de su
armario de patas torneadas, algunos de los lujosos vestidos que había
mandado a confeccionar para la temporada.
Como hermana de un conde tenía ciertos privilegios, pero estos venían
de la mano de algunas responsabilidades. Su desliz produjo un cambio en
ella. Su entusiasmo, ingenuidad y lo espontáneo de su carácter había
recibido un golpe.
Pero su madre, Agatha Raleigh, también había dado un cambio
radical. De ser una señora alegre, interesada sobremanera en encajar en la
sociedad cuando la fortuna tocó a su puerta, su personalidad había dado un
giro. Fue como si su infinito ego hubiese recibido un escarmiento. Dejó de
ser exaltada en sus formas de comportarse, de recargar de adornos y lujos
innecesarios sus atuendos, y se volvió la reservada madre del conde. Lady
Abbott la ayudó para ceñirse a protocolos y etiquetas, así como a
perfeccionar sus modales. En lo que no pudo influir fue en su predilección
por los Westbridge. Agatha seguía teniendo en alta estima a sus vecinos de
Yorkshire, los que nadie más en la familia soportaba.
La antes mencionada no tardó en aparecer bajo el umbral de la puerta
de la habitación de Belle.
—Hija querida, Elizabeth me ha comentado que está en la posibilidad
de rechazar la invitación de Normanby al baile. ¿Qué opinas de eso?
—No tengo nada que opinar —contestó Belle e invitó a su madre a
pasar y acomodarse en una amplia butaca en la salita contigua al
dormitorio. Ahí tenía un librero de ébano de tamaño mediano donde
descansaban algunos libros. Su nueva adquisición junto con la confortable
butaca y el reposapiés, donde pasaba horas leyendo.
—Eres la más interesada en aceptar o declinar —insistió Agatha
colocando sus cansados pies en el escabel y agradeciendo por la comodidad
que sentía.
—Me gustaría ir, pero si mi hermano o su esposa lo consideran
contraproducente me ceñiré a sus disposiciones. Quiero que Evander esté
tranquilo, y si le da calma saber que estoy lejos de… «ya sabe quién», no
me pondré insistente. De igual modo, no deseo encontrarme con él.
—Hija querida… —titubeó—, si fue «ya sabes quién» el culpable de
tu situación, ¿no te parece lo más honorable que sea él quién la repare? He
estado pensando, lo que no es descabellado, hablar con tu hermano para que
le exija a ese caballero que cumpla con su obligación.
—¡Por Dios, no! —le salió del alma un grito atribulado—. Ni se le
ocurra tamaña desfachatez.
—Suena lógico.
—No, para mí. No, para Evander. No pondré a mi hermano en la
posición lamentable de tener que volverse familia y convivir con alguien a
quien detesta…. Con quien se ha batido en un duelo.
—En eso tienes razón. Me pregunto en qué momento maduraste tanto.
—Tampoco quiero enfrentarme a él, me resulta humillante. No tiene
idea de cuáles fueron sus últimas palabras hacia mí, madre.
—¿Tengo qué preocuparme?
—Me desechó como si fuera algo usado y descartado. «Cásate con
otro… y sé feliz».
Agatha se llevó la mano al pecho ofendida, para ella sus tres hijos:
Evander, Isabelle y Edward eran tres tesoros de incalculable valor. Siempre
le preguntaba a la vida qué había hecho para merecer hijos tan perfectos. En
ocasiones, Evander y Belle la ofuscaron, pero fue temporal y luego
volvieron a centrarse. Edward, por el contrario, era un santo, estudiaba con
honores en Cambridge.
—Ven, hija mía —agregó Agatha poniéndose de pie. Se acercó a Belle
y la abrazó colocando la cabeza de la señorita sobre su pecho y así
permanecieron.
Belle casi nunca tenía tales atenciones de su madre, era algo que
necesitaba… con creces, pero dada la poca frecuencia, se sintió rara. La
ambivalencia la dominaba, quería enterrarse en ese pecho y soltar todas las
lágrimas que se había guardado, pero, al mismo tiempo, necesitaba que ese
incómodo momento se terminara.
—Gracias, madre —susurró apenas audible.
Agatha se separó y le tomó el candoroso rostro entre sus manos.
—Los Westbridge tampoco han podido casar a su hija. No han tenido
una propuesta que consideren digna para Abigail. Ellos dicen que la
señorita que pesque al marqués de Normanby tiene el futuro garantizado,
que es un candidato muy prometedor. Van tras él. Ausentarnos a ese baile
solo por el parentesco que tiene el caballero con el susodicho, que no vale la
pena nombrar, sería limitar tus posibilidades. Debemos asistir, levantar el
rostro y tomar esa oportunidad de la mano.
Belle negó, ella recordó a Edgar Payne del encuentro en
Goldenshadow, ciertamente un caballero agradable, con una mirada pícara y
una sonrisa bonachona que auguraba buenos ratos en su compañía. ¿Cómo
podía ser primo de Kilian? Eran tan diferentes.
—Madre, el marqués es primo de Sadice. No me sentiría cómoda con
sus atenciones. Solo de imaginar que el vizconde se atreva a vulnerar
nuestro secreto y exponer mi falta de decencia ante él, me hace sentir
derrotada. Prefiero mantenerme alejada de esa familia. Es mi última
palabra. No asistiré a nada que tenga que ver con los Everstone ni los
Payne.
Agatha abrió la boca para intentar insistir, pero analizó la lógica en el
planteamiento de su hija y se dio cuenta de que era irrebatible. Así que no
tuvo nada más que agregar. Era una pena que sus oportunidades se vieran
limitadas, pero era parte de cargar con el estigma de una moral corrompida
y con un secreto en riesgo de volverse de dominio público.
—¿Crees que se atreva a hablar? —insistió Agatha.
—Creo que tiene un acuerdo con mi hermano, uno que nos mantiene a
salvo… Por ahora.
—Dios no permita que cambie de parecer. Hija mía, debes casarte lo
antes posible. Así nos libramos de esa horrible sensación de sentirnos
constantemente al borde de un precipicio.
Cuando Ágata se fue, pasó la mano por los lomos de los libros que
conformaban su tesoro personal, ediciones originales de encuadernaciones
hermosas. Totalmente arruinado, descansaba el libro de Contes de Madame
de Villeneuve. Suspiró.
La vida era impredecible, ella quiso quemarlo una vez, y por el
contrario, el libro había sufrido un daño muy diferente. Su amiga Daisy,
quien también había encontrado el amor con un caballero muy apasionado,
había tenido un accidente con el texto en la mano. Daisy no sufrió otra
consecuencia que un baño en el lago, lo que para esta fue inocuo, para el
libro fue devastador. Las hojas permanecían hinchadas y con ondulaciones.
Casi no se podía leer, salvo ciertos pasajes donde la tinta no se había
borrado por completo.
Lo sacó y lo apretó contra su pecho. ¿Por qué, aunque debiera odiar a
su propia Bestia, ella seguía amándolo en el más absoluto secreto? Podrían
juzgarla, castigar su reprobable proceder… Sin embargo, no era ligereza…
Todo lo había hecho por amor. Quien se atreviera a juzgarla, quizás jamás
había sido devorada por ese sentimiento. Levantó la frente. No buscaba
justificarse, ella se retiró cuando supo la mezquina verdad. Y se mantendría
al extremo opuesto del salón, porque su amor había trasmutado… en su
opuesto natural. Lo único que ahora podía sentir por Kilian era odio. Y
detestaba ser presa de esa emoción, pero no podía dominarse.
Unos toques en la puerta de su habitación la sacaron de sus
reflexiones, su doncella Phillis, le dijo que había llegado un obsequio para
ella. Desde que había debutado, no había recibido más que invitaciones o
tarjetas, pero ningún regalo todavía. Lady Abbott le había augurado que
después de debutar, estos no pararían. Así que, sorprendida, se pasó las
manos por las mejillas y la falda del vestido, para cerciorarse de que sus
preocupaciones no hicieran mella en su aspecto.
—¿Qué es? —preguntó mientras se encaminaba hacia la puerta del
dormitorio.
—Un ramo de rosas, creo que son alrededor de cien. No es nada
modesto, tomando en cuenta la época del año.
—¿De quién proviene?
Phillis negó desconociendo el dato, pero una sonrisa se dibujó en sus
labios. Ella también había padecido en el pasado por las venturas y
desventuras de la señorita, agradecía al cielo que su trabajo estuviera
salvado y que Isabelle se hubiera enmendado, un cambio para su propio
bien.
Cuando Belle estuvo delante del hermoso y majestuoso arreglo floral,
provenientes de un invernadero propiedad de su amiga Rose, no lo pudo
creer. Las rosas eran de todos los colores que al parecer había en la
floristería: rosadas, rojas, blancas, amarillas. Lady Abbott también estaba al
pie de la mesa que se veía pequeña con tal adorno.
Belle vio el sobre y lo tomó en sus manos. Lady Abbott no podía
disimular su emoción, estaba desesperada porque lo abriera y revelara el
nombre del remitente. Agatha llegó justo a tiempo para también
presenciarlo.
—Es hermoso, hija. ¿Quién será el admirador? No me digas que no
trae firma o la incertidumbre me devorará viva. Lee en voz alta, te lo ruego.
—Me uno a tal petición —la abordó lady Abbott.
—Supongo que un ramo de cien rosas es todo un espectáculo que
amerita verse —anunció Elizabeth uniéndose a la comitiva, lo que le robó
una sonrisa a Belle. Jamás había recibido tal muestra de admiración.
—Léela ya, me tienes en ascuas —presionó la tía de Elizabeth.
—Edgar Payne, marqués de Normanby —leyó Belle la tarjeta.
—¿Qué es-tás di-cien-do? —balbuceó Agatha.
—Sería una descortesía no acudir al baile, después de que el
caballero… —observó lady Abbott—. No creo que tenga tal cortesía con
todas las invitadas.
—Ruega mi presencia en su recepción —explicó Belle con los ojos
aún en la nota. Dobló la tarjeta por la mitad y la dejó en su mano, con las
ideas perturbadas. Tenía mil preguntas al respecto.
—Si estás lista, iremos al baile —propuso Elizabeth—. Sadice no
tiene por qué replegarnos como si tuviéramos algo horrible que esconder.
Vamos a enfrentarlo, y si se atreve a abrir la boca para dañar tu reputación,
contratacaremos.
—Sí, quiero ir —decidió en ese momento.
Isabelle les dio una última mirada a las rosas y dejó a las damas allí
contemplándolas. Se enfiló hacia las amplias escaleras de mármol, con una
balaustrada torneada de la misma piedra, y subió a toda prisa hacia su
habitación. No se detuvo hasta llegar ante el pequeño librero de su sala
anexa de lectura, tomó el volumen de Contes de Madame de Villeneuve y lo
abrió por la mitad. Ahí estaba el recorte de periódico con la dirección de la
galería de arte, y las otras notas que Sadice le había hecho llegar, incluso la
última carta. Observó la letra de cada documento con detenimiento y la
comparó con la de la tarjeta. El corazón le dio un vuelco. Por supuesto que
iría al baile, pero para exigirle al canalla que dejara de molestarla, que se
adhiriera a sus últimas palabras. Ahora sería ella quien le diría a Kilian —
quien había tenido el atrevimiento de usurpar el nombre de Normanby para
enviar esas flores—, que se alejara para siempre.
Sí, tal vez Normanby tenía todas esas cualidades que lady Abbott
aseguraba, las que proclamaban los Westbridge y cuanta persona lo conocía.
Quizás era el momento de luchar por un buen hombre y desechar para
siempre a la bestia malvada que habitaba dentro de Sadice, que se ocultaba
tras su hermoso, pero traicionero, rostro de arcángel.

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Capítulo 6

El mayordomo había llegado una semana antes a Sadice House para


disponer todo para el arribo del vizconde. Con miles de ideas pululando en
su mente, Kilian llegó. El servicio lo recibió como de costumbre. Desde
agosto, se había rehusado a volver, pero al estar ahí, se dio cuenta de que
debió haber regresado antes. Londres tenía un ritmo vertiginoso que lo
sacaba de su periodo de aletargamiento y reflexión sobre su inminente
futuro. Tenía que reaccionar, tomar decisiones, poner en orden su vida, y
hacerlo pensando en sus hijas.
El adiós de Gwendolyn había sido un duro golpe, sobre todo para las
pequeñas, pero ella no pudo más... Y él tenía que darle el frente a la vida,
con su mayor responsabilidad, sus criaturas.
Se sentía derrotado, con las recomendaciones de varias damas de la
alta nobleza cercanas a la familia, entre ellas su propia madre, sobre cómo
debía proceder en el cuidado de las niñas. Se erigió como una muralla para
mantener la influencia de cada una lejos de sus hijas, principalmente la de
su madre. Si tenía algo claro, era que la forma de crianza que imperaba para
las señoritas de la sociedad más encumbrada distaba mucho de lo que
deseaba para las tres.
Por otro lado, la lesión permanente que le quedó en la pierna seguía
doliéndole e impidiéndole ser el mismo de antes. De un hombre enérgico y
hábil en los deportes, tan necesarios para desahogar su energía y no
enloquecer, se había vuelto más taciturno de lo que por costumbre era.
Las niñas no lo acompañaron, viajarían hasta la primavera… Así
podría ordenar sus asuntos y mantener a su madre lejos de las pequeñas.
También le permitiría arreglar sus diferencias con Edgar, con quien tuvo en
el verano un desacuerdo de cierta gravedad. Sophie, Iris y Blair tendrían
más tiempo para acostumbrarse a que sus vidas en Londres serían
completamente diferentes a lo que estaban acostumbradas.
Y, aunque, Gwen fue una madre comprometida, también era cierto que
jamás se recobró de sus pérdidas. Por eso tenía épocas de retraimiento, en
que decidía estar sola. Kilian jamás le reprochó nada, entendía que era un
tema delicado.
Edgar lo estaba esperando en el estudio de Sadice House, cuando el
mayordomo lo puso al tanto, Kilian chasqueó la lengua. No quería lidiar
con su cuñado, no en ese momento. Desde agosto no se habían visto.
Edgar lo atacó al tenerlo al frente.
—Explícame por qué demonios he recibido una nota de la condesa de
Allard aceptando mi invitación al baile y —enfatizó lo siguiente—:
agradeciendo las hermosas rosas que envié para la señorita Raleigh, cuando
lo único que hice fue invitarlos como al resto de nuestros conocidos.
—También me da gusto verte, cuñado —siseó Kilian clavándole la
mirada con desdén.
Edgar abandonó la silla del escritorio que correspondía a su primo y se
acercó a la ventana.
—Ya no somos cuñados, Gwen se ha ido —atacó con el brazo
apoyado sobre el alféizar—. Tú lo permitiste; así que nuestro lazo se ha
extinguido con la constancia de su fallecimiento.
—No está y es duro, pero ninguno de los dos puede hacer nada para
traerla al mundo de los vivos.
La mirada de Edgar se enturbió con el veneno que le corroía el
razonamiento, un hombre de naturaleza amable, pero que el dolor lo
transformaba.
—No me extrañaría escuchar el rumor de que la mataste para quedar
en libertad y poder acceder a la hermana del conde —soltó el arsenal de
reproches.
—¿Estás insinuando que esparcirás un rumor tan despreciable? —
Kilian resopló, negó y meditó muy bien lo que tenía en la punta de la
lengua. Sin embargo, no pudo retenerlo, ni siquiera por prudencia, tuvo que
sacarlo—. ¡Voy a perdonar tu traidora acusación solo una vez, la siguiente
olvidaré que nos une la sangre! Por Gwen no he hecho otra cosa que, lo que
me pediste primero, y segundo lo que me pidió ella. «Cásate con mi
hermana, sálvala de la ruina, reconoce a su hijo bastardo como si lo
hubieras engendrado». ¡Oh, Ed! Solo recibí tus órdenes.
—Y te vendiste como el hombre poco honorable que eres… —
masculló.
—¿Ya no soy su salvador? —Se puso de pie con gesto amenazante—.
¡¿Ahora soy una rata que se aprovechó del mal paso de Gwen para salvar
mi patrimonio?! Los matrimonios por conveniencia son más antiguos que tú
y que yo, son lo habitual. Y sabes que nos educaron para ello: casarse con
una dama de ascendencia noble, con una dote abultada, maneras
impecables… Pude buscar otra señorita con dote sustanciosa, no soy el
primero que salva su legado gracias a una boda arreglada… Pero me
imploraste, y yo también quería a Gwen. —Apretó los puños tratando de
controlarse, jamás esperó tal recibimiento. Miró al cielo y agradeció que las
niñas no hubieran venido—. No soy un santo, pero no olvides que los dos
salimos ganando. Y, también perdimos, perdimos mucho… en el camino.
Yo perdí el derecho a enamorarme, ella se quedó sin la oportunidad de tener
hijos. ¡Siéntate! —ordenó—. ¡Condenación! Conversemos y no nos
disparemos palabras asesinas al corazón. No quiero perderte también a ti…
Por favor, no… Ed… Por favor.
Edgar dejó de atacarlo con su discurso, Kilian jamás pedía nada por
favor, al menos no desde el fondo de su alma. Dejó el área de la ventana y
se sentó en la silla frente al escritorio cuando su primo también tomó
asiento.
—Voy a escucharte, pero no creo que me hagas cambiar de opinión —
refunfuñó Edgar como un animal enjaulado—. Lo haré por el respeto que le
tengo a tu madre.
Kilian puso los ojos en blanco, Edgar siempre había sido el sobrino
favorito de la vizcondesa viuda. Marybeth lo adoraba por poseer las
cualidades que le inculcó a su hijo, pero que este no pudo adoptar.
—¿Qué más querías que hiciera para mantenerla con nosotros?
Desahógate.
—No puedo vivir sin Gwen —confesó.
Kilian se puso de pie, se rascó la cabeza, rodeó el escritorio y tras
pensarlo mucho dio un breve apretón al hombro de Edgar. En ese sencillo
gesto depositó la compasión que lo inundaba, pero que no sabía cómo
expresar. Y tuvo que bastar. Entonces, fue él quien caminó hacia la ventana
y se apoyó en el alféizar, su mirada se perdió en el jardín.
—Cuando Gwendolyn se casó conmigo traía el hijo de Sean Stewart
en su vientre, como ya lo sabes. Justo ocurrió a la par el embarazo de la
duquesa viuda que tanto sinsabor trajo a mi vida.
—¿Tu amante?
Kilian asintió.
—Llegamos a un acuerdo, nos quedaríamos con los hijos de ambos y
los criaríamos como gemelos. Para Gwen fue un alivio, me dijo que estaría
eternamente agradecida porque acepté a su bebé pese a su origen. No tuvo
reparos en devolver la atención. Pero no podíamos hacerlo solos,
necesitábamos cómplices. Su doncella y el ama de llaves aceptaron por
lealtad. Esta última, me había visto crecer y pondría las manos al fuego por
mí.
—La doncella llevaba años al servicio de Gwen. También haría lo que
fuera por mi hermana.
—Sí, accedió por la misma razón, fidelidad. Ella hizo lo necesario
para no ver la reputación de Gwen por el suelo. El doctor Parker titubeó al
principio, pero no tardó en tomar la cifra abultada que dejé en sus manos y
consentir. A quien costó más convencer fue a la duquesa viuda, ella habría
preferido dar a su criatura de forma anónima en un orfanato, con tal de
librarse del escarnio social. Pero la enfrenté y le aseguré que bajo
circunstancia alguna mi sangre iba a vivir por debajo de su rango y sin mi
protección. No le quedó otro remedio que aceptar a regañadientes.
—¿A dónde quieres llegar, Kilian? ¿Una de las gemelas no es de
Gwen?
—Ten paciencia. Pero, hasta los planes más meticulosos se tambalean
ante la imprevisibilidad de la naturaleza. Dos semanas antes de la fecha
aproximada en que le correspondía dar a luz a Gwendolyn, los dolores de
parto la despertaron de madrugada. El médico llegó a toda prisa, pero la
criatura no respiró cuando nació. Y esa pérdida sumió a mi esposa en una
triste agonía. Sentía que era un castigo por su mal proceder.
—No puede ser, Kilian. ¿No me digas eso? ¿Su criatura no se salvó?
Los recuerdos del pasado sacudieron al vizconde.
—No, no es castigo divino —le rebatió Killian a Gwen, sentado a su
lado en la cama, mientras ella respiraba agitada por los esfuerzos del
parto.
—¿Cómo puedes creer lo contrario? —El dolor tras la pérdida la
tenía desecha.
—Porque esa forma de comprender el bien y el mal es un juicio que
solo hacemos nosotros, los seres humanos —soltó Kilian sufriendo la pena
de ella—. Descansa, Dios no manda castigos para las personas y menos
con una criatura indefensa que no merecía morir así. Las desgracias
suceden simplemente porque estamos vivos. Parecemos fuertes, quizás de
corazón, pero en realidad somos criaturas susceptibles de sufrir daños,
dolores, tristezas.
Kilian sintió un nudo en la garganta cuando esas imágenes se
repitieron en su mente. Sacudió levemente la cabeza para alejarlas de su
pensamiento.
—Nada logró sacar a tu hermana de su dolor, Ed —continuó el
vizconde—. Sin embargo, el plan ya estaba en marcha y nadie avisó de este
cambio a las partes implicadas. La duquesa no tardó en ponerse de parto
también y dar a luz a dos saludables mellizas. —El corazón de Kilian
retumbó dentro de su pecho con los recuerdos. Edgar se llevó una mano a la
boca para acallar la sorpresa y el sufrimiento que aquello le causaba—. Sin
conocer los pormenores, siguiendo lo pactado, la duquesa viuda dejó a las
gemelas bajo mi protección. Las recibí en silencio, con la expresión seria y
con un nudo enorme en el pecho. No le di explicaciones. No las merecía. Yo
solo tenía una resolución, que velaría por Iris y Blair como lo más
importante en mi vida.
—¿Por qué no me contaron nada en ese momento? Yo sabía del
embarazo de mi hermana y que tenías esa amante, no podía estar más
involucrado.
—Ella no quiso. No lo sé. Supongo que ya fue bastante duro para
nosotros. No creas que Gwen abrió simplemente los brazos y amamantó a
mis gemelas como suyas. Costó tiempo, mientras las registraba como
legítimas y nacidas de su vientre, el que todo Londres vio, tuve que
implorarle a Gwen que siguiéramos adelante, que tomara esa oportunidad
que la vida le daba de entregarle amor a mis criaturas. Fue difícil pedirle
por mis hijas, cuando su cabeza no había más espacio que para el dolor de
su pérdida. Traje nodrizas de leche para las niñas, una niñera, me ocupé de
todo. Los sirvientes no se explicaban por qué la vizcondesa pasó encerrada
y con el semblante muy triste el primer mes de vida de las gemelas, si había
tenido dos criaturas sanas y hermosas.
—Pobre Gwen. —Se mostró afligido.
—Pero al cabo del mes, dejó su encierro y fue a la habitación infantil a
hacerse cargo de Iris y Blair como si nada doloroso hubiese pasado.
—No dejaré de verlas como mis sobrinas, tampoco a Sophie. —De
esta última sí sabía la historia, porque Gwen había decidido contar con su
apoyo para hacerla pasar por hija del matrimonio.
—No esperaba menos. Las niñas te quieren, eres su tío favorito. Ya
sabemos que Norfolk tiene un carácter más hosco.
—Entonces, Gwen, nunca tuvo hijos propios, más que aquel que
perdió. ¿Por qué simplemente no cambiaron las reglas de su acuerdo
matrimonial? No tenías un hijo varón. ¿Por qué no lo hicieron al menos
para engendrar un heredero? Quizá el afecto en ese sentido hubiera crecido
entre ambos.
—¿Crees que no lo intentamos? Por supuesto que quería un heredero y
ella deseaba con ansias un hijo de su seno. No sabes cuánto. Dos o tres
veces, previa conversación, acudí a su dormitorio. Ella intentó quedar
dispuesta, pero hubiese sido como hacer el amor con un cadáver, peor aún,
como si estuviera ultrajándola. Leía en sus ojos que su corazón, su alma y
su cuerpo eran de otro. Sentí que iba a hacerle algo prohibido, incestuoso,
cruel.
Edgar se llevó una mano a la boca, su petición había traído
consecuencias que no previó.
—No son los únicos primos que se casaron para mantener un linaje —
se escudó en ese planteamiento—. ¿Por qué no pudieron convivir como
otros matrimonios arreglados?
—Crecí con Gwen, le tiraba de la trenza, me burlaba de sus pecas.
Sabes que cuando pequeños compartíamos nosotros tres la habitación
infantil cuando pasábamos largas temporadas en familia en el campo. Tras
ser presentada, cuando íbamos juntos al mismo baile, ella me intentaba
convencer de hacerle la corte a esta o aquella amiga, y me hablaba de las
bondades de este o aquel caballero. Te lo juro, no habría funcionado. Ni
siquiera la toqué… de esa manera. Ambos decidimos poner distancia, no
podíamos. Me dijo que, engendrara al heredero en otra parte y con otra
persona. Ella haría lo que fuera para ayudarme, incluso fingir un embarazo.
Ya teníamos a Parker sobornado.
—Por Dios. —Abrumado se revolvió el cabello que hasta ese minuto
lució bien peinado.
—Estaba buscando una madre para mi heredero y dejé de cuidarme.
Pero ninguna me parecía la adecuada para mantener tal secreto. Así que la
suerte hizo el trabajo por mí. Una noche atormentado por mis problemas,
bebí hasta que el mundo se apagara. Ya estaba cansado de fingir, de intentar
enamorarme de alguien que jamás amaría y que jamás me querría como
hombre… Entendí tarde que no, no debimos casarnos, porque no solo
quería una familia, necesitaba una mujer en mi vida, mi cama, mis anhelos.
Me desesperaba también saber que lo que Gwendolyn ofrecía a la sociedad
era una vil máscara, la reina del baile, de los conciertos, risueña en cada
compromiso social; pero cuando caía el telón era una dama arrepentida y
triste por no tener el valor de seguir a su corazón.
Edgar respiró muy fuerte, se sentía culpable. Él queriendo salvar la
reputación de su hermana la había obligado a casarse con Sadice. Sin saber,
que la condenaba a vivir dentro de una jaula dorada, pero con el espíritu
aprisionado para siempre.
—No debí entrometerme. ¡Demonios! No debí entrometerme. Quizá
mi madre hubiera llorado mares, y mi padre no habría vuelto a sonreír por
un tiempo, pero no me correspondía poner el honor de mi familia por
encima de la felicidad de mi hermana. Era Gwen quien debía decidir.
—Hiciste lo que todo caballero habría hecho en tu lugar. En fin, me
sentía ofuscado. Me desahogaba con amantes, pero Gwen no, ella era fiel
a… Stewart, yo ni siquiera había conocido el amor. Sabía que no tenía
derecho a enamorarme. Pero el desenfreno, la pasión ya no eran suficientes,
necesitaba una mujer que despertara todos los días en mi cama, que me
amara… Ser padre me hizo experimentar un vínculo especial con las
gemelas, yo quería lo que nunca había tenido…
—El viejo Sadice fue muy duro y, tienes razón, tía Marybeth no sabía
cómo congeniar contigo. Todos en la familia lo atribuíamos a tu carácter…
Lamento que te hayas sentido tan solo. —Su rostro reflejaba sinceridad.
—Solo tú y Gwen eran amables, pero yo necesitaba más. Y sin saber
cómo salir de la situación que yo mismo había propiciado bebí hasta casi
perder el sentido. Lo hice en un baile en Goldenshadow Castle en agosto.
Me hervía la sangre de escuchar a las personas del buen matrimonio que
tenían los Sadice, de ver a Gwen en su papel de esposa feliz sonriéndole a
todos… Cuando yo sabía, que esa noche que nos tocaba compartir
habitación como invitados de los condes, dormiríamos dándonos la espalda
y con una frialdad entre los dos que congelaría al más cálido de los
mortales. Así llegó Diane a mi vida. No recuerdo cómo la convencí para
entregarse a mí, pero no tomamos precauciones y embaracé a una de mis
conquistas pasajeras. Cuando me dijo que estaba encinta, le pregunté qué
deseaba hacer. Ella no tenía idea. Le di dos opciones una casa de campo
donde criar a su hijo, no les faltaría nada… o dejarlo en mis manos para que
creciera con los beneficios del hijo de un noble. Podría ser el heredero que
tanto había anhelado.
—Y eligió la segunda.
—Me dijo que ni todo el dinero que yo pudiera darle le ofrecerían los
privilegios que como mi hijo legítimo iba a poder tener. Que por otro lado,
no tenía alternativa. Yacer conmigo fue un error que no se perdonaba, algo
que de haber tenido la capacidad de retroceder en el tiempo hubiese
borrado. Ella estaba verdaderamente arrepentida. Se avergonzaba de
haberse metido en la cama de un hombre casado, de haberse entregado a
alguien que jamás iba a poder desposarla, de su ligereza...
—Como si mujer alguna tuviera la fuerza de resistirse a tus dotes de
cazador. No la culpo, si hasta la naturaleza te favorece. Jamás una dama ha
podido resistirse ante ti. Y no te envidio, ¿cómo puedes estar seguro de si te
aman por tu interior o por tu físico?
—No soy un dechado de virtudes en mi interior como tú, así que la
respuesta es fácil y no estoy orgulloso de ello. Tarde entendí que no solo
necesito que me deseen, no cuando el amor es tan necesario para sentirse
vivo.
—Por suerte no tengo esos problemas —se burló Edgar para aligerar
el ambiente.
—Tampoco te hagas el mártir —le recriminó Kilian—. No eres feo,
primo. Te puedes defender con el físico que tienes.
—Gracias por el raro cumplido, ya no me siento tan mal —siseó
negando.
—Volviendo a lo ocurrido con Diane, ella me reveló que temía quedar
en una situación en la que tuviese que dar explicaciones a su familia de
origen sobre el embarazo. Tomó la decisión que creyó conveniente e
hicimos un pacto. La duquesa viuda jamás me ha dirigido la palabra para
preguntar por sus hijas, si viven, si son felices, si se han enfermado. Ni
siquiera ahora que perdieron a Gwen. Pero Diane, en cambio, siempre se ha
preocupado por Sophie y se ha acercado a mí, con suma discreción, para
estar al corriente de su salud, su estado de ánimo, su crianza.
—Se ve que es una buena mujer, en el viaje de Goldenshadow a tu
casa solariega pude cruzar algunas palabras con ella. Me sorprendió de
muchas maneras que ahora no puedo explicarte.
—Lo es. Es una mujer muy honrada. No aceptó ni un penique de mi
bolsillo, no importa cuánto le insistiera, tampoco quiso vivir con nosotros
como su niñera. Solo pidió poder verla de vez en cuando, estar informada
de su salud, y me exigió que si Sophie algún día no era una niña feliz iba a
volver para atormentarme.
—No te envidio, Kilian. Fue turbulento tu matrimonio. Pero ahora
estás soltero. ¿Qué pretendes hacer? ¿Has vuelto por la señorita Raleigh? Si
usurpaste mi nombre para enviarle ese ramo de flores de tamaño absurdo,
supongo que es porque quieres cerciorarte de que no falte al baile. Y sí,
mandé tu invitación solo por cortesía. Aún sigo sin reconciliarme contigo
en mi corazón. Aunque entiendo el largo camino que has recorrido para
llegar hasta aquí, eso no quiere decir que perdone cómo terminaron las
cosas.
—¿Y qué querías que hiciera? Espero que no lances el rumor de que la
he asesinado. Todos saben que enfermó de esas nefastas fiebres.
—Me encantaría ponerte en el candelero…, pero no soy tan
despreciable y tus manos no están manchadas de sangre.
—Sé que no eres ni un poco despreciable. Eres un buen hombre,
Edgar.
—¿Quieres conquistar a la señorita Raleigh? ¿Ahora que tienes una
segunda oportunidad, te has propuesto hacer las cosas bien? Porque,
supongo que retiras la propuesta inicial que me hiciste para que yo la
corteje y la haga mi esposa. Ya puedes reparar el daño en persona. Las
matronas rumoran que has venido a Londres para buscar a tu nueva
vizcondesa.
Kilian caminó por la estancia, no estaba seguro de lo que iba a decir.
—Eso quisieran las matronas. Se equivocan, no deseo casarme.
—¿Y el título? ¿Dejarás que pase al siguiente en la línea de los
Everstone? —preguntó interesado Edgar.
—Por lo único que desearía casarme sería para tener un heredero que
vele a futuro por mis hijas. Pero, los bienes adheridos al título son escasos,
solo la casa de Londres, la de campo y algunas tierras que se están
cultivando con moderadas ganancias. En la importación de telas he
encontrado una solvencia importante y la galería de mi madre es exitosa.
Me ocuparé de dejarles una herencia a mis hijas si algún día les falto: un
hogar digno desligado del título y dotes envidiables para que no tengan que
hacer idioteces y puedan casarse verdaderamente enamoradas. Lo vivido
me ha enseñado que nuestro tiempo es breve y un matrimonio arreglado es
insostenible, es desperdiciar la única vida que tenemos y que merece la
pena vivirse.
—¿Entonces no vas a cortejar a la señorita Raleigh? —insistió
levantando una ceja.
—No creo que un hombre en mi situación sea lo que se merece Belle.
Tú en cambio, no tienes hijos, vives sin ilusiones rotas, con un corazón
menos frío que el mío. Aún podrías hacerla feliz.
—Sadice —Pocas veces le hablaba a su primo por el título, solo
cuando quería llamar su atención profundamente sobre un punto importante
—. Aún no has aprendido nada.
—Voy a ver a Dark —dijo para referirse a su caballo—. Viajó semanas
antes que yo, ya debe estar en los establos.
—No me cambies el tema de forma tan tonta —replicó.
—Por cierto, he hecho testamento dejando todo claro para mis hijas si
un día yo también les faltara. La partida de Gwen me ha hecho
replantearme las cosas. En ninguna circunstancia dejaré que Marybeth las
eduque bajo sus supuestas buenas costumbres.
—No digas idioteces, eres un hombre sano. —Lo miró con gesto
adusto, Kilian estaba actuando muy diferente a su comportamiento habitual.
—Tú serás su tutor si algo me sucediera —agregó sin escucharlo,
necesitaba informarle de todos los detalles—, y si las dejas al cuidado de mi
madre volveré del más allá para hacer tu vida miserable.
—Mi tía es formidable, no sé por qué ustedes son como el día y la
noche. Sé que daría su vida por ellas, pero si te tranquiliza, por supuesto
que asumiré el rol con total compromiso y responsabilidad. Pero intenta no
morirte antes de que cumplan la mayoría de edad, esas tres brujitas
pondrían mi mundo patas arriba. —Trató de aligerar el ambiente que se
estaba volviendo pesado
Kilian le dio una mirada de suficiencia, sabía que Edgar no mentía, las
niñas ya lo estaban llevando a él mismo al límite de su tolerancia; pero no le
importaba. Era el amor más genuino y grande que había conocido.
—Deja de seguir aquí perdiendo el tiempo. Ve a prepararte para esta
noche. Tienes una hermosa señorita que conquistar —lo sermoneó Kilian
ante la mirada reprobatoria de Edgar.

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Capítulo 7

Belle suspiró cuando su hermano la llamó al estudio. Su madre, lady


Abbott, Elizabeth y ella estaban listas para acudir al baile del marqués de
Normanby. Elevó los ojos al cielo, ¿habría cambiado de opinión? Primero
se le hizo muy extraño que Evander diera su consentimiento para que
asistiese a la casa del primo de su acérrimo enemigo, pero luego se dio
cuenta de que el pobre conde estaba rodeado por la armada: las tres mujeres
que la acompañaban al baile. Era complicado que Evander encontrara
argumentos sólidos durante un tiempo sostenible, para oponerse a la
asistencia de su hermana al compromiso social.
Se dio una última mirada en el espejo, llevaba unos pendientes y un
collar muy elegantes y extremadamente caros de zafiro, que realzaban más
su belleza. En otro tiempo, habría dado saltos de alegría ante el obsequio de
tales joyas, en ese instante tenía otras prioridades. Se los quitó sin dudar, y
los guardó en su lujosa caja azul turquesa con motivos dorados de las olas
del mar. Abrió otro color crema laqueado con rosas rojas a relieve y uno
último de plata. Esculcó cada uno buscando qué lucir.
Prefirió colocarse unas sencillas perlas, que no se veían ostentosas y
que le hacían lucir delicada y hermosa a la vez. Alisó su vestido color
celeste y bajó para encarar a su hermano.
Un lacayo le abrió la puerta del estudio y ella se introdujo. Las manos
con los dedos cruzados sobre la falda, la frente ligeramente inclinada hacia
sus palmas. Otro suspiro. Él estaba sentado en su escritorio llenando
papeles con su firma, Evander era un hombre muy ocupado, y esa noche
encontró la excusa perfecta para faltar al baile.
—Belle —le dijo al verla. Dejó lo que estaba haciendo y se puso de
pie. Rodeó el lado derecho del escritorio y caminó hasta ella.
—Evander, ¿me mandaste a llamar?
Con dos dedos, él le levantó el rostro.
—Luces tan bonita —le susurró—. Pensé que usarías los zafiros
nuevos, ya que los diamantes los llevaste para tu presentación.
—No tienes que llenarme de joyas —le dijo porque solía obsequiarle
piedras preciosas de elevado valor—. Las perlas están bien.
—Eres la hermana de un conde.
—Pero no la hija de uno. Como sea, me siento bien con lo que soy. No
quiero dejar de ser la hija de mi padre. Siempre estuve feliz con lo que él
me dio, o con lo que tú me proporcionabas cuando te hiciste cargo de la
familia con tu puesto de profesor de Eton. Evander…
—Me cuesta creerte. Hasta hace poco las chispas resplandecían en tu
mirada. Cuando supiste que heredaba el condado y tu situación como la mía
iban a cambiar, estabas llena de ilusión. ¿Por qué has cambiado de pronto?
No quiero que ese hombre haya borrado lo mejor de ti.
—Si lo dices por mi alegría no tienes por qué preocuparte. —
Carraspeó—. Me ha costado recuperarla, pero sé que tarde o temprano
estará intacta.
Él le acarició la mejilla, luego le tomó la mano enguantada.
—No permitiré que nadie apague tu brillo.
—Hermano —murmuró con suavidad, acariciándole el antebrazo—.
Nadie me ha apagado. Tal vez, cuando te convertiste en conde me excedí,
contagiada de la emoción que tenía nuestra madre. Soñar no es malo, pero
hay que hacerlo por los propósitos adecuados. Simplemente, he aprendido
de mi experiencia y ahora tengo los pies sobre la tierra.
—Me tranquilizan tus palabras. ¿Y por qué has dejado de lado los
zafiros? Quedarían hermosos con ese vestido. —Hizo una pausa para
carraspear, se sentía raro hablando de indumentaria femenina—. Solo repito
las palabras de mi esposa. Ella sabe más que yo de combinar atuendos.
—Se veía magnífico, pero era excesivo —porfió y él se preguntó si era
la misma señorita que había saltado de emoción cuando supo que lady
Abbott iba a prepararla para entrar en sociedad—. He pensado que si los
vendo —también carraspeó—, al igual que los diamantes podría hacer algo
similar a lo que ha hecho Rose, en otra faceta, por supuesto. No hago crecer
ni siquiera un cactus. Quiero tener una meta. ¿Por qué asistir a ese baile y
hacer un matrimonio estupendo tiene que ser lo único que ocupe mi mente?
—Suenas como la marquesa de Bloodworth, tal vez su amistad no sea
lo más adecuado.
—No te engañes, sabes que Rose está en lo cierto. Nosotros
pensábamos como ella antes de que recibieras la herencia. Me ha inspirado,
he estado pensando, tengo planes…
Él sonrió, había vuelto a encontrar esa chispa en ella, y ahora sí por los
motivos adecuados.
—Ya veo que has estado ocupada y que no cejas en tu empeño. He
querido quitar esas ideas de tu mente, pero ¿sabes qué? No seré más un
obstáculo para ti. Quiero apoyarte. Si lo haré con Edward, por qué no
contigo. Los dos son mis hermanos y me niego a verlos diferentes. Deseo
que tengas las mismas oportunidades, aunque el camino para las mujeres
ofrezca alternativas limitadas, te apoyaré.
—¿Hablas en serio? —inquirió alegre y él sonrió como un espejo de la
felicidad que ella estaba reflejando.
Evander ladeó la cabeza.
—Háblame de tu idea.
—Una biblioteca para ayudar a todos aquellos que no pueden acceder
a una. Quiero enseñar a leer a niños y jóvenes pertenecientes a familias que
no pueden pagar una educación para sus hijos.
—Mmmm —reflexionó—. No te harás rica con tu iniciativa. —Hizo
una pausa para aclararse la voz—. Pero veo la bondad en tu sueño, muchas
personas saldrán beneficiadas. Por supuesto que voy a ayudarte. Comenzaré
a buscar un sitio apropiado para emplazarla. Puedes ocuparte de hacer el
listado de los libros que necesitarás. Quizás podamos donar muchos de
nuestra biblioteca.
—¡Oh, gracias! ¡Gracias, hermano! —expresó emocionada e
instintivamente se llevó las manos al cuello para tocar las perlas, le
gustaban pero estaba dispuesta a venderlas también.
Él sospechó lo que pasaba por aquella cabecita.
—Y no tienes que vender todas tus joyas, por favor.
—No las necesito, pero… al menos esta noche luciré las perlas.
—Guarda todas las joyas que te he regalado, Belle. Si algún día estás
en un aprieto económico podrás obtener dinero de ellas para salir adelante.
Son tu seguro. Irás a ese baile porque Elizabeth, nuestra madre y lady
Abbott me torturaron dos días enteros. Ya no encontré razones que no me
rebatieran para negarme. Pero necesito confiar en ti, lo sucedido con Sadice
no puede repetirse con alguien más, y menos con él —enfatizó—. Ahora es
viudo, pero no te ilusiones, por favor. Un canalla como él no te merece.
—Odio a Sadice… Tal vez te tranquilice saberlo —soltó de golpe.
—No quiero que odies, Belle. Si lo haces él gana porque habría
corrompido tu nobleza de corazón para siempre. Eres honrada y pura.
Belle tragó ante esas palabras.
—Es algo que me atormenta también. Solo quiero ir a esa velada y
bailar un rato, dejar de lado las preocupaciones y reír como corresponde a
una joven de mi edad. Pero no me siento lista para el matrimonio. Engatusar
a un hombre y conducirlo al altar me haría sentir infame, estaría engañando
a alguien que me pretendiera de buena fe.
—Calma… —Él también tenía esas preocupaciones—. Tu hermano
tiene todo controlado. Ahora solo ve y baila. Tampoco voy a presionarte
para que te cases con este o aquel. No importa lo que escuches de madre o
lady Abbott… La última palabra es mía. Estoy irrevocablemente de tu lado,
siempre que, de hoy en adelante, te mantengas sobre la senda del bien.
Mantente alejada de ese canalla, es todo lo que pido. Y sé sensata con
cualquier caballero que te pretenda. Déjame hacer los arreglos a mí,
permíteme cuidarte, es mi responsabilidad. Ahora ve y diviértete un rato. Ya
te he dado un sermón bastante largo.
Belle sonrió y lo besó en la mejilla. A los ojos de Evander era pura,
buena, y era necesario que ella se viera de la misma forma. Porque él estaba
convencido de que, la nobleza y la pureza se llevaban en el corazón y, ella
debía creerlo también.
Al arribar a Normanby Hall, Belle supo que no había marcha atrás.
Admiró la moderna mansión victoriana situada en el corazón de Mayfair y
de pronto, un dolor se coló en su pecho… Era la casa de los padres de la
esposa de Sadice. De aún estar viva, seguramente sería una de las invitadas.
Nunca la conoció y no quería formarse un juicio al respecto. «¡Es
increíble!», pensó sobre la propiedad. Todos los parentescos de los que tuvo
conocimiento en las semanas previas la hicieron consciente de tantas
cosas... Ni por asomo podía aceptar los galanteos de Normanby —aunque le
diera un patatús a lady Abbott—, era el hermano de la difunta, la mujer que
fue traicionada por Killian… con ella. Sintió algo contraerse en su
estómago. Pero esos «galanteos» no eran tales, salvo la conversación que
tuvieron en el jardín secreto, él había mantenido la distancia. Ella estaba
segura de que Sadice había mandado las rosas, su letra no mentía.
Levantó la frente. No dejó que su falta la hiciera menos valiosa. Se
rehusó a sentirse culpable. Jamás supo de la existencia de la vizcondesa
mientras estuvo relacionada con Kilian —al que retorcería entre sus dedos
de tener la oportunidad por meterla en tal embrollo—, así que solo fue él
quien la traicionó. En su cabeza se sentía relativamente en paz porque tras
descubrir el engaño, se alejó. Otra en su lugar, tan enamorada, hubiese
perseguido al hombre. Ella no persistió. No se convirtió en un problema
sostenido para el matrimonio. Sus principios no le permitían ser la tercera
en discordia. No importaba si él seguía o no dentro de su pecho, algo que se
reprochó hasta que la llama ardiente comenzó a extinguirse. Ahora se sentía
fuerte, casi estaba curada de la fascinación que la atrajo al principio. Solo
necesitaba la fortaleza suficiente para superarlo por completo y borrarlo de
su vida.
La imagen del rostro de arcángel pasó fugazmente por su mente.
Recordó aquella mirada clara, enmarcada en pestañas y cejas tan rubias
como su cabello. ¿Cuánto tiempo hacía que no lo veía? ¿Debía Belle
albergar esperanzas de encontrarlo allí? ¿Lo anhelaba? Por supuesto que no.
Por lo único que le hubiera gustado verlo, una vez más, era para tirarle al
rostro sus costosas flores. Para desdeñar su feroz atrevimiento. Kilian era
muy descarado.
¿Por qué la emoción de su primer baile oficial debía verse saboteada
por la amenaza de la asistencia de Kilian? Arrugó el entrecejo.
Cuando decidió salir de las sombras donde se mantuvo oculta tras el
fallido romance, jamás imaginó que para su primera temporada, él iba a ser
uno de los caballeros que engrosara la lista de los hombres disponibles.
Pestañeó cuando la música le llegó en oleadas inundando su corazón desde
el interior. Miró de soslayo a sus acompañantes, y mientras eran anunciadas
por el mayordomo se introdujo con paso seguro al impresionante recibidor.
Todas sus interrogantes, quizás, iban a ser respondidas esa misma noche.
Cuando fueron conducidas al enorme salón de la recepción, Belle
quedó deslumbrada por el enorme candelabro de araña que pendía del cielo
raso. Las lágrimas de cristal relucían prometiendo que la noche sería
especial. La sonrisa del anfitrión las recibió con calidez. Normanby lucía
majestuoso, su abundante cabello castaño estaba estrictamente peinado, y su
corbata brillaba de tan blanca, como su amable sonrisa.
Lady Abbott no pudo mantener la boca cerrada. Luego de los saludos
y las cortesías, atacó cual hábil espadachín.
—Milord, ese ramo de flores fue impresionante. Me dejó sin aliento.
Con semejante incentivo era imposible rechazar su invitación. Aunque, por
supuesto, jamás fue algo de lo que dudamos. Es un honor acompañarle esta
noche.
Todas miraron a Edgar en espera de su comentario al respecto, aunque
Elizabeth habría preferido que su tía fuera más discreta sobre tal atención.
Agatha aguardó serena, aún no estaba segura de cómo los obsequios del
marqués —primo de Sadice— beneficiarían a su hija. Temía que si el noble
la cortejaba, como parecía que iba a suceder, Sadice abriese la boca para
ponerlo al tanto del resbalón cometido por Isabelle. Quien, sin embargo, ni
siquiera bajó la vista apenada. Al contrario, se mostró interesada en la
respuesta del marqués. En cuanto su madre, lady Abbott y la condesa
supiesen de labios del lord, que desconocía sobre el enorme ramo de rosas,
las mujeres sospecharían de Kilian.
—Oh, las flores —dijo Normanby e intercambió una mirada fugaz con
Belle—. Espero que la hermosura de las rosas me haga un espacio en su
carné de baile, señorita Raleigh. ¿Me concedería el siguiente vals?
Los ojos de Abbott brillaron, Elizabeth hizo un gesto de
condescendencia que acompañó el mohín confundido de su suegra.
Isabelle se preguntó: «¿Eso que significa? ¿Él sabe?». No se notaba
confundido. Normanby no tardó en cambiar el tema de la conversación con
la petición de baile. Ella no tuvo más remedio que aceptar, azuzada por
Abbott. Luego el anfitrión se disculpó para atender a los demás invitados.
No obstante, prometió regresar después de la actual contradanza, para
acompañarla durante el vals.
—Tía, modere su entusiasmo. Parece la debutante —sugirió con
cariño Elizabeth, aprovechando que Edgar ya no las escuchaba.
—Coincido con mi querida nuera. Lady Abbott, lord Normanby es un
inmejorable partido, pero si conseguimos uno que no esté emparentado con
el crápula, será más conveniente. —Por un lado, Agatha no perdonaría con
facilidad al vizconde. Por otro, aunque durante el cortejo de Evander a
Elizabeth se opuso rotundamente al compromiso, cuando le dio un nieto, y
conoció la nobleza del alma de la condesa, se arrepintió con creces de su
inicial reticencia. Le había pedido perdón y la relación entre ambas había
mejorado. Ahora eran familia.
—Al menos no veo a Sadice entre los asistentes. —Se apuró lady
Abbott a tranquilizarlas, ante lo que Belle suspiró aliviada.
—No creo que asista —aclaró Elizabeth—. Supimos por lord Oso —
dijo para referirse al esposo de Rose—, que los primos están distanciados.
Eso supuso un descanso del tremendo peso que cargaba Isabelle, pero
a la vez la llenó de intriga. Si estaban distanciados, ¿cómo había ocurrido lo
de las rosas y por qué Normanby no se mostró confundido al respecto?
Isabelle fue presentada en su camino hasta el sitio donde las damas
iban a sentarse en un cómodo sofá, a cuanta dama de importancia iban
encontrando en el trayecto.
—Bienvenidas a Normanby Hall —se adelantó la duquesa de Norfolk,
Rebecca, quien sintió especial interés por Belle. Era una mujer de unos
treinta años, que lucía una figura esbelta y envidiable, a pesar de ser madre
de cuatro niñas. Vivía atormentada por no haberle podido dar el heredero
varón a su esposo. Cabello oscuro, mirada penetrante e inquisitiva, que
obligaba a sus interlocutores a revelar sus más ocultos secretos. Su
parentesco y cercanía con la reina, le hacía sentirse ubicada en un escalón
por encima al de sus pares, a quienes miraba con desdén—. Su debut fue
impresionante, señorita. Su familia debe sentirse muy orgullosa. Supongo
que las atenciones de los solteros más cotizados de la sociedad no tardarán
en desplegarse ante usted.
—Su excelencia —le correspondió Elizabeth. Lady Abbott, Agatha e
Isabelle le hicieron una reverencia—. Gracias por el recibimiento. Estamos
felices con nuestra debutante.
—¿Qué le parece Normanby Hall? ¿Es la primera vez que nos visita?
¿Ya conocía a mi cuñado, lord Normanby? —indagó la duquesa insatisfecha
solo con el saludo. Lanzó las tres preguntas directamente a la muchacha,
con una ceja levantada; ante lo que Agatha y lady Abbott se miraron
intrigadas. Se notaba que deseaba escucharla hablar.
—Lo que he podido apreciar de la propiedad es magnífico, su
excelencia —se limitó a decir Belle con el mejor semblante que podía
mostrar e ignoró deliberadamente las otras preguntas. Hasta ese momento el
comentario le pareció adecuado, trivial para semejante situación en que la
familia anfitriona saludaba a los recién llegados. Para la duquesa de Norfolk
fue suficiente, sonrió ante su respuesta. Su tono y su metal de voz le
agradaron.
—La jovencita que cautive el corazón de mi cuñado será la dueña de
esta casa —contraatacó la duquesa como si se tratara de tal cosa, pero Belle
sabía que no era así. Por lo que prestó atención a sus palabras con cuidado,
entendió que se refería a ella y no se sintió cómoda. Conocía a la mayoría
de los solteros, y aún no tenía intenciones de interesarse por ninguno. No
estaba desesperada por casarse. Aunque la mayoría de las damas presentes
pensaran diferente a ella—. Ahora mismo soy la mejor influencia que usted
puede tener, señorita Raleigh, si considera a Normanby como un candidato
potencial —agregó con evidente interés.
Isabelle la miró inusitada. La dama había sido muy directa, aunque su
tono de voz daba a entender que parecía inofensiva, su instinto le advirtió
que no lo era.
—Usted siempre es la mejor influencia para una dama casadera, su
excelencia. Incluso si no tuviese un cuñado soltero —bromeó lady Abbott
para sacar a Belle del apuro.
Todas rieron y la duquesa se mostró complacida.
—Esta mañana en el desayuno, mi esposo y su hermano, la
mencionaron en más de dos ocasiones, señorita Raleigh. —Parpadeó
Rebecca mientras hablaba—. Me encantaría invitarla a tomar el té, uno de
estos días. Por supuesto, junto a toda su familia. Sin mi querida cuñada y mi
suegra, soy la única dama que puede acompañar a Normanby en tan
delicada selección. Lo queremos casado y en busca de descendencia, pero
no podemos perder de vista que una esposa es para toda la vida. Y siendo el
mejor partido de la temporada, espero que el marqués elija a la candidata
más destacada. ¿Qué le parece la idea?
Isabelle se sintió tan perturbada con su ataque velado… Se sentía
analizada como si fuera una pieza de orfebrería. Y sí, Rebecca miraba a
todas las debutantes de la misma forma, estaba tratando de escoger «la
mejor». Sin embargo, Belle solo quería huir de su presencia de inmediato,
pero las tres damas a su lado no le permitieron moverse. Sobre todo lady
Abbott, sabía que Belle debía ganarse a la duquesa si quería una
oportunidad con Normanby. Era parte del juego.
—Nos encantaría, igualmente a la señorita Raleigh —contestó
Elizabeth al notar que Belle había prolongado el silencio más de lo habitual.
—Será un honor —dijo Isabelle por fin, al sentir el ligero codazo de
Abbott que sonreía, y no forzada. La tía de Lizzy estaba pletórica por la
invitación. Era más de lo que muchas matronas conseguirían para sus hijas
casaderas.
Entonces la orquesta paró y mientras se preparaba para la siguiente
pieza musical, Normanby volvió. Las damas de la familia Raleigh ya
estaban instaladas conversando amenamente con sus iguales, cuando
Normanby, suscitando las miradas de todos —sobre todo la de la duquesa
de Norfolk, al ver que su estimado cuñado, quien no había bailado con
nadie más—, se dirigió a la pista de baile con Belle.
—Me gustaría hablar sobre las rosas —atacó Belle sin darle tiempo a
comenzar con una charla sobre los temas habituales durante el baile.
—Por supuesto, ¿qué desea saber? —respondió con gallardía y tono
afable, tal como su rostro.
Ella le clavó la mirada directo a las pupilas, ¿seguiría sosteniendo que
vinieron de su parte? Y él ladeó la cabeza, entre intrigado y sorprendido por
la audacia de la muchacha.
—Pensé que usted sería un caballero con otro tipo de gustos. —Trató
de sonsacarle la verdad—. Esperaba que —hizo una breve pausa—, fuese
de los que obsequian un delicado bouquet.
—Mmm. —Normanby parecía que iba a hablar, pero no dijo nada.
—¿Qué le llevó a vaciar casi todo el establecimiento de flores? —
arremetió con prisa, tanta que tuvo que inspirar con fuerza tras la última
palabra. Su mirada se acentuó con más atrevimiento, no con coquetería,
pero sí con la obstinación necesaria para demostrar que estaba dispuesta a
llegar hasta el final para obtener la verdad.
Él no pudo disimular unas cortas carcajadas. Le agradó que fuera lista
y que tuviese sus sospechas.
—Perdón, tal vez me excedí —intentó excusarse—. Pero ¿le gustaron
o no? Eso es lo más importante —sumó con suficiencia, resuelto a no
revelar que había sido Kilian.
—Prefiero que me obsequien la maceta con la planta sembrada en
tierra, no me gusta cortarlas. Además, ¿cien rosas? Es algo complicado de
asimilar. ¿Sabe cuánta suspicacia despierta en las personas que suelen
esparcir rumores? La calle completa debe estar intentando averiguar quién
envió el majestuoso ramo.
Edgar volvió a reírse, tanto que tuvo que pedir disculpas. Estaba
disfrutando de burlarse de su primo.
—Pido perdón por mi falta de gusto —explicó tras un carraspeo, con
toda intención de atacar veladamente al atrevido de Kilian.
—No quise decir que su gusto no fuera atinado —sugirió suspicaz.
—No es necesario que me lo haga ver, soy perfectamente capaz de
darme cuenta del exceso motivado por mi falta de mesura. Pero olvidemos
las flores, hábleme de sus intereses, señorita Raleigh. Quizás así sea más
fácil descifrarla y no cometer un error tan desproporcionado para la
próxima ocasión.
Isabelle comprendió que no importaba cuanto aguijoneara, él no iba a
reconocer que no había mandado esas rosas. La intriga de sus motivos la
recorrió de pies a cabeza.

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Capítulo 8

Kilian tenía invitación, pero no la necesitaba. Nadie lo detuvo en la entrada


para verificar su nombre en la lista de invitados. Al contrario, el
mayordomo lo recibió con suma pleitesía, lo conocía desde niño. Incluso, le
avisó que su madre había llegado desde hacía rato. Lo agasajaron con un
brandy y fue escoltado por uno de los lacayos hasta donde esta conversaba
con otras damas, desde donde admiraban a los jóvenes danzar.
Marybeth le sonrió al verlo, le emocionaba tenerlo allí. Últimamente
había sido tan escurridizo, hasta para ver a sus nietas aquel le ponía trabas.
Él saludó a las damas que hablaban con la vizcondesa viuda y luego se
dirigió a ella:
—Querida madre —le dijo clavándole los ojos claros, ante los que
Marybeth se rindió. Era un hijo que le daba muchos dolores de cabeza y
sinsabores. Tal vez él no sabía cuánto, porque su relación era complicada
por el difícil carácter de ambos, pero su progenitora lo amaba
profundamente.
Se alejaron lo suficiente para tener un poco de privacidad. Llevaban
algún tiempo sin hablar. Marybeth tenía cincuenta y cinco años recién
cumplidos. Su cabello rubio se entremezclaba con algunas hebras plateadas.
Tenía un físico elegante y luminoso, a pesar de que la vida la había
golpeado duramente. Le quitó al esposo y los demás hijos, dejándole al que
le costaba más comprender. No obstante, ella le perdonaba todos sus
defectos, aunque él creía todo lo contrario.
—Kilian, hasta el último momento pensé que no ibas a venir. Edgar
me dijo que no contestaste a su invitación. ¿Por qué estás enojado con tu
primo? —Había bondad en sus ojos castaños.
Ambos posaron sus miradas en Normanby que bailaba con soltura y
elegancia un vals con la hermosa señorita Raleigh.
—¿Con tu favorito? —inquirió sin quitar la vista de la pareja.
—No seas díscolo, no hables así de Edgar —alegó ajena a la intención
oculta en la mirada de su hijo, que no se despegaba de los danzantes.
—Era imposible contestar afirmativamente a una tarjeta que fue
enviada solo por obligación —porfió ante la cara de incredulidad de su
madre. Sus ojos estaban fijos en Belle y en Edgar, específicamente en el
brazo de su primo en la cintura de la señorita, en la pasión con la que
conversaban o ¿discutían? Daría lo que fuera por saber sobre qué tema
estaban tratando.
—Edgar sería incapaz… —continuó la madre.
—¿Soy un mentiroso? —Seguía sin mirarla al rostro.
Marybeth sabía que su hijo podía ser crudo, tajante o duro con ella,
pero jamás le mentía; salvo que hubiese una razón de gran peso, de esos
secretos que era mejor no saber. Y Edgar, odiaba darle problemas, así que
era más susceptible de decir una mentira piadosa con tal de evitarle una
preocupación.
—No eres mentiroso —convino y entrecerró los ojos intentando
adivinar qué estaba sucediendo entre aquellos dos.
Kilian hizo un gesto de suficiencia. A ella no podía engañarla, salvo
cuando la verdad era un dardo envenenado que podría causarle mucho daño
a su progenitora. Como aquella vez que le ocultó a su madre que había
descubierto a su padre con otra mujer, justo cuando la cama de la
vizcondesa llevaba algún tiempo fría. Claro que, con los años, Marybeth se
desquitó con ganas. Cuando el anterior vizconde perdió su vigor, ella se
refugió en los brazos de un amante joven. Y sí, Kilian lo creyó justo. Así
que en esa ocasión también ignoró el asunto, a pesar de que lidiar con los
apetitos carnales de su madre era algo difícil de digerir para él. Trató de no
pensar demasiado en ello.
—El muy canalla no me quería aquí, pero no podrá librarse de mí —
soltó el vizconde con desdén. En su mente recordaba la propuesta que le
había hecho a su primo, que la cortejara. ¿Lo estaba haciendo?
«¡Buen Dios, una cosa es planear un mejor futuro para Belle, pero
verla en sus brazos es devastador!», pensó tratando de no perder el hilo de
la conversación con su madre e intentando que sus emociones no se
traslucieran en su cara.
—Seguramente es tu culpa, Edgar es un santo. Además, ustedes son
los primos mejor llevados que existen. ¿Qué tan grave es tu falta para que le
hayas colmado la paciencia?
—Él se comporta un tanto despreciable conmigo, y usted me
responsabiliza en su totalidad. El propio Edgar me dijo que envió la
invitación sin deseos de que yo la aceptase. —Ni por un segundo se
concentró en el rostro de su interlocutora.
—Lo siento, querido.
—No se disculpe conmigo, no me gusta que lo haga. Usted es mi
madre y tiene derecho a corregirme. Y sí, tiene razón, Edgar es un santo.
—Espero que no sea por una damisela. Tu primo no ha tenido suerte
en el amor, no te interpongas en su camino. Siempre has podido tener a la
que desees —le dijo tomándole la barbilla entre sus dedos y obligándolo a
mirarla a los ojos—. Ahora es su turno. ¿Me lo prometes?
Pero no pudo contestarle. Norfolk, con sus casi dos metros y cara de
pocos amigos, intervino. Los dos tuvieron que mirarlo y saludarlo acorde a
su rango.
—Milady, no había tenido el placer de verla esta noche. Como siempre
es muy grata su compañía —le comentó el recién llegado a Marybeth, quien
lo agasajó con una sonrisa y correspondió al saludo.
—Lo mismo digo, excelencia, estuve conversando hasta hace unos
minutos con nuestra querida Rebecca. —La duquesa y Marybeth eran
cercanas y se tuteaban. Con el sobrino prescindía del trato formal en
dependencia de la ocasión.
—Ella siempre se pone feliz de verla, milady —respondió el
interpelado.
—Estimado primo —le dijo Kilian al hermano mayor de Edgar por la
vía materna. Desmond, el duque de Norfolk, perdió al padre a los dos años,
y le quedó una vida llena de reglas desde temprana edad, a la que tuvo que
adaptarse con rapidez como duque. El matrimonio de su madre con el
difunto marqués de Normanby, tras el estricto luto por el esposo anterior, no
contribuyó a suavizar su carácter. No pudo asimilar las enseñanzas de su
padrastro. Aunque su educación fue supervisada por este, su admiración y
su ejemplo a seguir siempre fue su padrino, un tío paterno.
—Sadice, no pensaba verte aquí. —Fue el saludo del duque, el que
soltó con una ceja arqueada.
—¿También te dijo Edgar que no había aceptado su invitación?
—No, me reiteró que no ibas a asistir porque seguías llorando la
muerte de mi hermana, algo que me hubiese dado mucha satisfacción —
ironizó Norfolk, ni siquiera habían hablado al respecto.
—He llorado su pérdida… con creces. —La voz de Kilian era
calmada, baja.
—No es suficiente para mí. No esperaba que la siguiente temporada a
su deceso estuvieras presente, justo como se murmura, para buscar esposa.
—El reproche era evidente en la voz del duque y en su semblante.
—No me he pronunciado al respecto, pero si lo decidiera… —Meditó
lo que iba a decir. Su madre le habría aconsejado prudencia, pero él
desconocía esa palabra—. No permitiré que absolutamente nadie opine
sobre ese tema en particular. —Cuadró los hombros y entrecerró los ojos
para dejarle muy clara su posición—. No le debo cuentas a nadie.
—En eso te equivocas —rebatió el primo.
—Desmond, Kilian… Muchachos, por favor, no es el momento ni el
lugar para arreglar sus desavenencias… si es que las hay —intervino
Marybeth dejando de lado la etiqueta, casi siempre se dirigía a Norfolk por
el título, salvo en contadas ocasiones en que necesitaba recordarle a aquel
que era su tía materna y le debía respeto.
—Lo siento, tía —accedió también usando un tono cariñoso y cercano,
y no el formal «milady» que solía utilizar con ella y las demás damas de su
familia. Norfolk era calificado de poseer una gran frialdad en su alma y,
nadie se equivocaba sobre ese rasgo tan marcado de su carácter. El peso del
ducado a tan corta edad lo había marcado en lo profundo, olvidando incluso
los lazos sanguíneos. En primer lugar era duque y en segundo ser humano.
Eso no había cambiado a sus treinta y seis años—. Mi primo y yo
hablaremos en otro momento, uno más privado.
—Cuando así lo desee, excelencia —siseó Kilian y se calmó justo
cuando deseaba tomarlo de las solapas, llevarlo fuera y darle una lección
para que dejara de lucir ese pomposo rostro. Norfolk solía mirarlo por
encima del hombro y estaba en un puesto mucho más arriba que el suyo en
la escala social, lo que era un golpe contundente para la arrogancia del
vizconde, que era superada por la de su primo mayor.
Cuando Norfolk se marchó haciendo un gesto de suficiencia, Kilian
gruñó un improperio muy bajo.
—Hijo, no olvides que estás en presencia de una dama; tu madre,
además.
—Es un insolente —masculló Sadice.
—Lo que te suele causar, es exactamente lo mismo que sienten las
demás personas cuando hablan contigo. Desmond y tú poseen idéntica
soberbia —le señaló Marybeth.
—No lo creo.
—Por supuesto que jamás lo admitirás. Por eso te llevas mejor con
Edgar que con Desmond, además de la diferencia de edad. ¿Qué ganas
retándolo? Es más fuerte que tú en todos los sentidos, más alto, más
corpulento, un duque —agregó con un inflexión de la voz que remató con
un mohín. No entendía por qué su hijo se ensañaba con aquel.
—Mientras estuvo Gwendolyn entre nosotros tuve que postrarme ante
la magnificencia del duque, solo porque era su hermano e insistía en
agradarle para que nos tuviera en su buen favor. Pero ya no toleraré sus
aires de grandeza —replicó.
Marybeth hizo otro mohín.
—Solo hago énfasis en que no necesitas un enemigo de ese calibre,
además son primos. Él tiene las de ganar.
—En eso se equivoca, madre, tengo una ventaja. Puedo derribarlo
como a un rígido costal de rocas —alegó muy seguro.
—¿Cómo? Él está sano y tú… querido. —No terminó la frase, no
pudo recordarle su situación delicada por la debilidad de su pierna.
—Él es un caballero. No se ensuciaría las manos. Si quiere seguir
gozando de los favores de la reina tiene una conducta intachable a la que
ceñirse. En cambio, yo puedo…
Unas leves carcajadas salieron de la garganta de la vizcondesa viuda.
No quería lastimarlo, le salió sin pensar. Pero Kilian estaba tan ofuscado
que no se enfadó.
—¿Insinúa que lo derribarías con tus manos? ¿Cómo un campesino?
—Si me provoca, no lo verá venir.
—Deja de pelear con tus primos y concéntrate en algo más interesante.
Busca una señorita, invítala a una limonada y… conversa… —Se le arrugó
el corazón pensando que no podía invitarlas a bailar. Sin embargo, inspiró
con fuerza al darse cuenta de que Kilian poseía otras cualidades que
seguramente opacarían su debilidad.
—No he venido con la intención de cortejar a dama alguna, madre.
—¿Entonces? Yo no estoy de acuerdo con Desmond. Él está dolido
aún por la muerte de Gwen y no comprende tu posición, pero se le pasará.
Tendrá que entender tarde o temprano que debes rehacer tu vida, sobre todo
por las niñas. Ya que no me dejas ocuparme de la educación de las
pequeñas, considero que no es descabellado encontrar a una buena mujer
que te ayude a darles amor.
—No lo he considerado aún. Me basto para hacerlas felices. No deseo
que tan pronto tengan otro cambio en sus vidas.
—También necesitas un heredero. Igual que Desmond. Él no quiere
admitirlo, pero está desesperado. Rebecca ha tenido cuatro embarazos y en
cada uno ha venido una niña. El médico le ha advertido que no debe volver
a intentarlo, en el último no le fue nada bien. Entiéndelo, tiene ese dolor y
encima pierde a la hermana.
—Eso no le da derecho a pisotear a todos a su paso. También he
sufrido… pérdidas y no voy desdeñando a todos a mi alrededor.
—¿Estás seguro de esto último? —Su madre intentaba hacerle razonar.
—Definitivamente usted se empeña en ver lo peor de mí. Es eso o la
versión que tenemos sobre mi persona es completamente diferente.
Marybeth carraspeó. Si él tenía razón, era una madre muy estricta. Y
si, por otra parte, ella era objetiva y no la cegaba el amor de madre,
entonces era Kilian quien debía cambiar.
Como sea, Kilian no quiso aceptarlo. Siempre su madre y él
terminaban igual y era doloroso para ella y desgastante para él. El vizconde
ya no se permitía sufrir por sentirse incomprendido. Lo peor de todo era que
la amaba tanto… y era duro no sentirse aceptado por la persona que debía
ser la primera en ponerse de su lado en una contienda.
Con un movimiento de cabeza se despidió, la dejó regresar con las
otras damas.
Se quedó en un rincón, al acecho, como un espectador de la obra que
él mismo había montado. Edgar conversaba amenamente con Belle, a su
alrededor estaban los amigos de ella, el matrimonio de los marqueses
Bloodworth y de los duques de Weimar. Todos reían, un círculo selecto
donde no tenía cabida. No importaba que en el pasado hubiese sido amigo
cercano de lord Oso, el marqués de Bloodworth, ni que le hubiera salvado
de un tremendo mal trago. No se atrevió a acercarse a ellos.
Kilian era la mala influencia, el descarriado, porque sin saberlo
arrastró a su mundo de perdición a la hermana menor de uno de ellos, el
conde de Allard.
Sintió celos de su amistad, de su camaradería.
Edgar no pertenecía a ese grupo, sin embargo, no tenían dificultad
para aceptarlo y dejarlo entrar. Negó y se alejó de allí, estaba empezando a
arrepentirse de haber asistido. Ni siquiera sería apropiado presentarse esa
noche ante ellos.
Mientras caminaba, una risa singular capturó su atención, pertenecía a
quien menos hubiese imaginado. Y, para su mala suerte, la compañía de la
aludida, eran la condesa de Allard y otra dama que no conocía, quienes se
alejaron dejándola sola. La mujer risueña salió caminando justo en su
dirección. Kilian elevó los párpados. «Oh, buen Dios», pensó. Tras el duelo,
se puso al corriente de muchas cosas importantes acerca de Isabelle
Raleigh. Como, por ejemplo, que quien la preparó para ser presentada en
sociedad aquella vez que juntos dieron el mal paso, fue lady Abbott, quien
caminaba alegremente hacia él sin percatarse de su presencia.
Kilian se detuvo con la intención de desviarse hacia la derecha o la
izquierda, no importaba, lo que urgía era hacerlo de inmediato. Lady Abbott
lo captó en su campo visual e hizo lo que aquel menos imaginó. Lo más
honorable habría sido ignorarse mutuamente con elegancia. Pero no, la
dama había esperado esa oportunidad desde que dañó su reputación
intachable de matrona.
Los pies del varón doblaron y salió huyendo. ¡Demasiado tarde! Ella
estaba decidida a toparlo de frente, así que emprendió una sutil persecución.
El andar del hombre era lento, y la dama parecía tener ruedas en vez de
pies.
Kilian se alejó del gentío y se refugió en una sala contigua que
permanecía completamente vacía, con la esperanza de disuadirla. Craso
error, ella conocía la prudencia, pero a veces le resultaba imperioso luchar
contra esta.
—Lord Sadice, que oportuna coincidencia —lo abordó con sutileza en
aquel saloncito donde no había nadie más.
—Milady. —Hizo una reverencia lo mejor que pudo, tomando en
cuenta su escaso equilibrio.
—Se que ha pasado algún tiempo y que por motivos ajenos a mi
voluntad no acudí a darle el último adiós a mi querida amiga lady Sadice.
Una mujer tan alegre y joven, que Dios la tenga en la gloria —admitió con
sinceridad. Ante tal comentario, él se quedó sin palabras. No había esperado
una frase de consuelo para su pérdida. Y sí, el tiempo había pasado, y
también la distancia se había marcado de tal forma entre las dos familias
que era inconcebible que los Raleigh tuvieran oportunidad de darles el
pésame, ni siquiera por carta habría sido apropiado—. Mi sobrina…
—No se preocupe, lady Abbott. La situación era complicada. Casi
nadie acudió al velorio. Era imperioso detener el contagio.
—Es una pena. Espero que sus hijas estén bien.
—Recuperadas gracias al altísimo y a los cuidados del doctor
Emerson, un joven médico muy prometedor.
—Sin embargo, no pudo salvar a Gwendolyn.
—¡Oh! Sí, tiene razón. No pudo.
Y cada uno siguió a sus asuntos.
No lo esperó, pero llenó sus pulmones a plenitud al salir de ese mal
rato. La dama era conocida por su peculiar carácter, e imaginó un encuentro
muy distinto al que acababan de tener. Aliviado, se alejó. Nadie más lo
consoló esa noche por la falta de su esposa, los demás tuvieron la
oportunidad de hacerlo por otras vías, antes de su regreso a Londres. Y lo
agradeció, era algo con lo que no deseaba lidiar en ese instante.
Cuando quedó solo, únicamente quiso una cosa, otra copa de brandy.
Así que se propuso abandonar el lamentable y fallido escondite.
—Kilian Everstone. —Una voz conocida lo detuvo antes de
escabullirse por la puerta.
—Dije que hablaríamos a solas, y no te he quitado la vista de encima,
esperando el momento.
—Desmond —musitó ya sin ganas de ceremonias, como tanto le
gustaba al duque.
—Pensé que tu paso sigiloso hacia un cuarto privado era para reunirte
con una de tus conquistas, ¿o me equivoco o tu gusto ha cambiado? ¿Ahora
te agrada el vino bien añejado? —Soltó una risa burlona, pero el vizconde
no rio ante su desafortunada broma.
—No te conocía esa faceta, reírte a expensas de una dama respetable
—lo sermoneó Kilian.
—¿Qué te traes con lady Abbott? —indagó ya sin irse por las ramas.
—Me estaba dando el pésame.
—¿Por qué hasta ahora?
—Sabes que las circunstancias de la partida de Gwen fueron inusuales.
Muchos no pudieron acudir al entierro. No he sido formalmente presentado
con lord Allard y nuestras familias no tuvieron la oportunidad de verse
antes.
—Lo que resulta muy raro. Eres cercano a lord Bloodworth y él es
parte del círculo más próximo del conde de Allard. ¿Por qué no los ha
presentado?
No podía explicarle que las condiciones en las que se conocieron
fueron muy desafortunadas. Menos le confirmaría que el estado de su
pierna se debía precisamente a él. Se conocían. Eran enemigos. Por lo tanto,
lady Abbott, a pesar de su simpatía por Gwendolyn debía permanecer
distante para evitar más desgracias.
—No tengo por qué conocer a todos los amigos de mis amigos —
explicó Kilian.
—¿De tus amigos? —inquirió Desmond suspicaz—. Ni siquiera te he
visto saludar a lord Bloodworth.
—Oso está feliz con su nueva esposa, Weimar también. No quería
interrumpir.
—Según recuerdo, no eres tan considerado.
—¿A dónde quieres llegar? —arremetió encarándolo, ya estaba
cansándose de su asedio—. ¿Sucede algo?
—Sean Stewart no aparece.
Sadice ladeó la cabeza.
—¿De qué hablas?
—Sean Stewart. Ambos sabemos a quién nos referimos.
—No, yo no.
—¿Creías que Edgar y tú me guardarían para siempre ese secreto?
—No tengo idea a qué te refieres —mintió sosteniéndole la mirada.
Odiaba hacerlo, no por honor, y sí porque detestaba andarse con
subterfugios. Pero defendería el castillo de naipes que había levantado con
Gwen y por Gwen.
—Ellos eran amantes —soltó al fin lo que ardía dentro de su ser y que
no lo había dejado respirar con tranquilidad desde que lo había visto esa
noche.
—No sé de qué demonios estás hablando —masculló irritado.
Desconocía de dónde había sacado semejante conclusión Desmond, pero
aunque no era exacta no estaba por completo perdida.
—¿Crees que iba a dejar la felicidad de mi hermana por completo en
tus manos? La engañabas con cuanta falda llena de volantes pasara por
delante de tus narices. Traté de contenerme. Primero porque mis padres me
exigieron no entrometerme, después porque Edgar siempre encontraba un
motivo para defenderte. Pero… Aunque repruebo que Gwen angustiada por
tus fechorías terminara por sucumbir ante ese antiguo sirviente, tampoco
celebro tu conducta. Cuando Stewart fue nuestro mozo de cuadra, hace
años, alguna vez sospeché que mi hermana lo miraba de modo diferente.
Recuperé la tranquilidad cuando tras algún tiempo sospechando, ella nos
sorprendió a todos casándose contigo.
—Desmond, créeme que estás en un error…
—No se te da bien ser cornudo, Kilian. Si me aseguras que jamás
sospechaste de esos dos pensaría que eres un tonto. Pero de tonto no tienes
ni un pelo. Admite que los descubriste y perdiste los estribos.
—¡No! Ni una ni la otra.
—¿Y entonces por qué, luego de tantos años, mientras mi hermana
estaba entre la vida y la muerte lo mandaría a llamar?
A Kilian se le hizo un nudo en la garganta. ¿Debía negarlo con creces
o inventar otro ardid para alejar a Desmond de lo que en verdad había
sucedido?
—¿De dónde sacas esas absurdas conclusiones?
—Alguien me reportó su llegada a Everstone Garden & Park y su
entrada silenciosa por la puerta trasera.
Kilian maldijo para sus adentros, pero intentó mantenerse sereno en el
exterior.
—No tengo información al respecto. Tal vez prestó algún servicio y
quienes lo hacen no se introducen a mi casa por la puerta principal. Hay una
entrada específica para ello, como en toda finca respetable.
—¿Niegas el tener conocimiento de su visita? —Sus ojos centelleaban
contra la luz dorada y titilante.
—Desmond, estás empezando a hacerme perder la paciencia. ¿A
dónde quieres llegar?
—Kilian, tú sabes todo lo que ocurre bajo tu techo. Sería un imbécil si
te menosprecio al respecto. ¿Los descubriste? ¿Por eso él está huyendo?
¿Teme a tu furia?
—No entiendo tus acusaciones. No tengo nada que ver con ese sujeto.
Desmond lo tomó de las solapas, con la ira escapándosele por los ojos
inyectados en sangre.
—¡¿La mataste?!
—¿A quién? ¿Qué diablos se te ha metido en la cabeza?
—Descubriste que Gwen te era infiel y acabaste con ella. Solo eso
explica que la hayas enterrado antes de que yo arribara a tus tierras. ¡Era mi
hermana! ¿Cómo pudiste tomar decisiones…?
—Era mi esposa. ¡No lo olvides, Desmond! —atacó apretándole los
nudillos hasta liberarse de su asedio—. No vuelvas a tocarme, ni se te
ocurra insinuar semejante bestialidad. Gwen falleció, el médico certificó la
causa de su pérdida.
—¿Entonces dónde está Stewart? ¿Por qué nadie lo ha visto de nuevo?
—Edgar estaba allí. Si no me crees pregúntale a tu hermano. ¡Y por la
tranquilidad de tus sobrinas y la memoria de tu hermana cierra la maldita
boca! No levantes susceptibilidades insanas que puedan llegar a oídos
equivocados. ¡Infierno! Me conoces desde mi nacimiento. ¿Crees, en serio,
que yo podría dañar uno solo de los cabellos de Gwen?

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Capítulo 9

Isabelle escuchaba las palabras de Normanby, mientras conversaban con sus


amigos. Era todo un caballero. Correcto y educado. Ni una sola de sus
frases era subida de tono, comprometedora o posesiva. Había sinceridad en
su agradable rostro. Y, aunque ella había acaparado su atención, las demás
señoritas aguardaban con ansias su turno. Sí, definitivamente, si «atrapaba
al marqués» se quedaría con el soltero más anhelado de la temporada. Pero
¿se sentiría satisfecha con semejante conquista?
No, todas sus cualidades no eran suficientes para que una chispa se
encendiera en su pecho. No como las fuertes llamas que se veían arder entre
las dos parejas que los acompañaban. Angelina y Jason, los duques de
Weimar, tenían esa mirada cómplice que no la hacía dudar de la solidez de
un matrimonio. Y, Oso y Rose, se contemplaban con tanto amor que era
imposible negar la existencia de ese sentimiento.
No supo cómo encontró una excusa para separarse del resto. La
desilusión pasó fugazmente por el rostro de Normanby, pero era mejor
aquietarlo a tiempo, que darle largas para al final del cortejo romperle el
alma. Ella sabía cómo se sentía y no podía causarle tal dolor a nadie. Con
esfuerzo estaba saliendo de su abismo personal. Si el amor no llegaba a su
vida en esa temporada no se daría por vencida, pero tampoco se obligaría a
encontrarlo. Su propósito ya estaba trazado y en él se concentraría: la
biblioteca. Mientras tanto disfrutaría de su juventud y de la convivencia
social.
El corazón se le paralizó cuando un hombre, con la cabeza en
cualquier cosa menos en su camino, pasó frente a ella como un torbellino
inestable. Le costaba coordinar cada paso; sin embargo, llevaba prisa y
trataba de alejarse a toda la velocidad que sus piernas le permitían. Ella
quiso prevenirlo del estrepitoso encuentro, pero al ver su figura, su
semblante ofuscado y la dificultad contra la que luchaba se quedó
paralizada. Así que ambos chocaron irremediablemente. El bastón de él
salió disparado y Kilian se tambaleó sin su soporte. Isabelle no lo pensó dos
veces, extendió los brazos y lo sujetó con toda su fuerza. Él inspiró y se
esforzó para mantener el equilibrio. Habría sido vergonzoso caer, justo
delante de Belle.
Cuando ambos enderezaron el torso, y un samaritano le acercó a
Sadice el bastón, él volvió a apoyarse en este y estabilizarse. Se quedaron
mudos. Ella porque hasta ese instante no se había percatado de su discreta
presencia. Él porque, por más que quiso mantenerse oculto de los ojos de la
muchacha, el destino volvió a colocarlos uno frente al otro.
—Lo siento —murmuró él cuando todos volvieron a sus asuntos.
Esa voz hizo que un escalofrío la recorriera de pies a cabeza. ¿Por qué
no podía librarse del efecto demoledor que ese hombre causaba en todo su
cuerpo?
—Lord… Sadice.
—Bel… Señorita Raleigh —se corrigió con propiedad—. Si usted está
bien es mejor que continúe mi camino —propuso indeciso—. Perdone mi
distracción.
—Estoy en perfectas condiciones —susurró.
Una mirada fugaz y el firme deseo de cada uno de alejarse cuanto
antes, pero ninguno se movió, como si una fuerza poderosa los hubiera
sembrado sobre el mármol donde estaban parados.
Y ahí lo tenía, había asistido contra toda lógica. Alto, frío,
inquebrantable… a pesar de su debilidad física. Como un león herido que
no muestra su fragilidad. Una mano contra la empuñadura plateada en
forma de una gárgola, a la que se sostenía. Con la otra hizo el ademán de
acomodarse una hebra muy rubia, que sentía que se había escapado de su
impecable peinado. Sadice era un hombre que se caracterizaba por su
elegancia, pero jamás lo había visto ataviado con las vestiduras de gala
propias de un baile. Parecía un ángel caído atrapado en el atuendo de un
respetable lord. La mirada celeste seguía clavada en los ojos castaños de la
señorita.
Isabelle comprendió que debió haber hecho caso de los rumores. Él
deseaba volver a casarse —por eso estaba ahí lleno de gallardía— y
evidentemente no con ella, de lo contrario se habría dado a notar. Su
comportamiento esquivo le enervó cada fibra de su ser. Era un perverso
monstruo, una bestia que devoraba todo a su paso y que había asistido a la
búsqueda de su siguiente víctima. Si siendo un caballero casado no había
respetado sus votos, como un hombre libre no tendría limitaciones.
Ella no podía dejar pasar la oportunidad. No después de las rosas.
—Usted tuvo la desfachatez de enviar ese absurdo y descomunal ramo
de flores. —No era una pregunta, era una acusación en toda regla. Pero tuvo
que conformarse con susurrar. Por supuesto que no quería que,
absolutamente nadie, se enterara del tema que estaban tratando.
Sus rostros trataron de aparentar lo contrario a lo que hervía en sus
emociones. Quienes estaban a unos pasos de ellos podrían aseverar que solo
se estaban saludando o disculpándose entre sí. A nadie sensato se le habría
ocurrido pensar que la estaba invitando a bailar. Él era un hombre con un
bastón.
—Yo no…
—No se atreva a negarlo —interrumpió—. ¿Acaso no conoce de
límites? Es evidente que no —contestó por él, quien inspiró y aguantó el
golpe con aparente frialdad—. Mantenga la distancia, por favor. Y no
vuelva a implicar al buen Normanby. Él sí es un caballero, ni siquiera se
atrevió a negarlo. Seguramente, al marqués la situación le pareció
vergonzosa. ¿Qué explicación razonable va a encontrar para tal
atrevimiento?
—No se preocupe por mi primo. Usted no se verá implicada en nada
escandaloso. Le diré que es una broma de mal gusto que jugué en su
nombre. —Sus facciones permanecieron casi estáticas mientras disparaba
palabras como dardos.
Ella solo quería tomarlo de la oreja y sacarlo de la recepción para darle
una lección. ¿Acaso no había aprendido nada en todo ese tiempo? ¿Quién le
creería semejante embuste?
—Si se atreve a poner en entredicho mi reputación, un bastón no será
suficiente, necesitará andar en silla de ruedas —lo amenazó y él se quedó
estupefacto por el uso de su vocabulario y la frase armada.
—¿Dónde quedó la simpática, espontánea y alegre señorita que
conocí? —replicó.
—Deje de jugar, milord. En su penosa circunstancia debería ser más
sensato y responsable. Es padre de no sé cuántas criaturas, su esposa…
Hum. —Apretó los puños negada a seguir porque ya no podría susurrar sus
reclamos. Arrugó el entrecejo y siguió de largo tratando de comportarse a la
altura de una dama.
Kilian tuvo que hacerse a un lado para dejarla pasar, antes de que lo
atropellara con sus recién adquiridos modales. Quedó extremadamente
serio. Primero Desmond y luego… ella.
Isabelle caminó con un cúmulo de sinsabores en el pecho. Su mente
trataba de asimilar lo ocurrido. Las palabras hirientes… que salieron de su
boca le daban vueltas en la cabeza. En realidad ella no era así, odiaba ser
maleducada, pero no pudo dominarse. Creía que estaba superando su
enamoramiento hacia Kilian, pero se mentía. Lo comprendió por el calor
que sentía, sus mejillas ardían y su corazón latía frenético disparando
borbotones de sangre caliente por todas sus venas. Necesitaba enfriarse
cuanto antes.
No era que Kilian sacara lo peor de ella, era que el sentimiento que
erosionaba en su pecho por él no estaba dormido, ni en vías de extinguirse.
Para su desgracia, estaba transformándose en su opuesto con una fuerza
abrumadora. Y no le gustaba. No quería convertirse en una persona
amargada, que rumiaba por sus desilusiones, con el alma oscura. Salió a la
terraza por un poco de aire, y la brisa nocturna helada comenzó a apaciguar
el fuego violento que la consumía.
Se aferró a los negros barrotes de hierro fundido. No importaba que
estuvieran más fríos de lo que sus manos pudieran soportar, debido a la
delgadez de la tela de sus guantes blancos. Apretó el metal para descargar
su furia.
—¡Isabelle! —Una voz grave le caló hasta los huesos—. Mírame —
ordenó.
La sangre dentro de su cuerpo le hirvió todavía más. Tanta soberbia en
aquel hombre la irritó. Se volvió hacia él con ganas de convertirse en una de
esas criaturas mágicas que había leído en sus libros y escupir fuego por la
boca.
—¿Cómo te atreves a seguirme, Kilian? —rugió como el dragón que
sentía en su pecho.
—¿Qué te haría feliz, Belle? ¿Quieres que desaparezca para siempre
de tu vida?
—Eso sería pedir un milagro. Pero no verte, justo cuando intento
rehacer mi vida sería estupendo —ironizó con las mejillas coloreadas por la
soberbia.
—Puedo regresar a Lincolnshire, si eso te complace y enterrarme en el
campo para siempre. —También hablaba con un tono lleno de ironía, era su
especialidad—. Tampoco quiero estar aquí. Sin embargo, hay asuntos que
solo puedo resolver en Londres y son importantes para mi economía. Por
otra parte, debo pensar en esas criaturas que tengo… Las que para tu
información no son una horda de hijos sin control. Solo tengo tres niñas,
Iris, Blair y Sophie. Y sería injusto aislarlas de la sociedad.
—Iris, Blair y Sophie —repitió sin darse cuenta. Escuchar sus
nombres le ocasionó un pálpito. Se sintió tan culpable. Aunque ella
desconocía de la existencia de las pequeñas y la esposa cuando ellos…
Darles identidad hacía que el pecado fuera palpable.
—Si solo se tratara de mí, pagaría mis culpas lejos, pero… —Negó
ofuscado.
—¿Por qué las flores? —Soltó lo que la confundía—. ¿Nuestras
cuentas no habían quedado muy claras? Intentas convencerme de que tus
motivos en Londres no son importunarme, sin embargo…
—¿Importunarte? ¡Oh, Belle! ¿Por quién me tomas? —Apretó aún
más la empuñadura de su bastón.
—¿Por qué otra razón jugarías con mis sentimientos sin nada de
remordimiento? ¿Acaso no tienes corazón? ¿O es tan malvado como el de
una bestia?
—Yo no juego contigo —musitó ahogado por la terrible comparación
que lo dejaba muy mal parado y que le causó un estremecimiento.
—Claro que sí —lo acusó con ahínco. Sus ojos se le clavaron a él,
tenía una mirada penetrante que Kilian no podría olvidar y le hizo
replantearse la razón de su asistencia al baile—. Juegas como un gato que
tiene un ratón entre sus garras. No tientes al lobo, mi hermano no te quiere
cerca de mí.
—Eso lo tengo muy claro.
—Ya lo expuse al peligro una vez y no me arriesgaré a que suceda otra
vez. Tu osadía enviando esas flores a su morada es temeraria. ¿Es que acaso
no tienes decencia, sensatez, amor por tu vida? Ya te dejó una lesión que,
sospecho que cargarás por siempre. ¿Pretendes que Evander te mate?
—Tienes mucha fe en tu hermano. También soy bueno con las armas
—siseó con una sonrisa sibilante que no terminó de florecer en sus labios
gruesos—. No sé si alguien te explicó lo que sucedió esa noche. Le di una
satisfacción, él iba a disparar primero y cuando llegó mi turno, yo… me
retiré. Una prueba de mi honor. —No añadiría que también de su amor
porque sería injusto darle esperanzas.
—¿Una bestia con honor? —lo atacó de nuevo.
—Envié esas flores a nombre de Edgar porque es el mejor hombre que
conozco y él… está buscando esposa —se sinceró al fin, sin hacer caso a
sus palabras hirientes. Entendía que la muchacha necesitara desahogarse, él
merecía su despiadado rencor.
Isabelle sintió que un balde de agua helada, con cubos de hielo
flotantes, era vaciado sobre todo su cuerpo. Kilian le estaba buscando un
pretendiente. Eso era abominable, la humillaba en todos los sentidos.
—¿Con qué derecho supones que estás en el deber de hacer de
casamentero? —Su orgullo estaba tan herido—. ¿Pretendes librarte de tus
responsabilidades endilgándole tu pecado a tu primo? Eres un monstruo.
—No, no me malentiendas. Belle… —Podría haberse explicado con
claridad para que ella entendiese la buena fe en su proceder, pero Kilian
también poseía un orgullo inquebrantable. Uno que cerraba las puertas de
todas las murallas de su fortaleza cuando, tal vez, la humildad que tenía
encerrada bajo llave en su infecundo corazón gritaba que era el momento de
domar su ego.
—Entiendo que, ahora eres, por desgracia, un hombre viudo y que
necesites volver a casarte para engendrar un heredero varón —repitió lo que
se murmuraba sobre él—. Quizás… si el decoro habitara en ti tendrías la
intención de enmendar el honor que has dañado. Pero es más fácil buscar un
alma noble y manipularla para que se haga cargo de «tu asunto». Pretendes
librarte de pagar el precio que exige la condena.
—¿Eso crees de mí? —inquirió cerrándose cada segundo más.
—¿Y qué otra cosa en su defecto tendría que pensar?
—¿Quieres que enmiende mi falta, que te pida matrimonio? ¿Para ti
sería lo más honorable?
—Por supuesto que no —se defendió llena de vergüenza,
completamente humillada. ¿Por qué había dicho semejante sandez? Buscó
dentro de sí la manera de arreglarlo. En ninguna circunstancia iba a
rebajarse delante del ogro, del canalla, del truhan—. Ya no puedo verte
como cuando te conocí. Jamás volverás a ser ese hombre para mí. Ya no
queda nada, solo cenizas.
—De las que te levantarás como el Ave Fénix. Eso ya lo estás
haciendo, y bastante bien. Edgar sonreía lleno de dicha, mientras bailabas
tomada de sus brazos —se le escapó una frase ofensiva que venía salpicada
por sus celos. No pudo evitarlo. Era tan contradictorio navegar entre las
aguas que gobernaban su conciencia. Era como encontrarse a la deriva en
medio de dos mares: el de sus buenas intenciones, que le exigían alejarse de
Belle y, el de la imposibilidad que sentía de olvidarla.
—Supongo que enmendar tus fechorías es algo muy difícil —acometió
con frialdad. Necesitaba desquitarse—. ¿Cuántas manos tendrías que pedir
para esquivar las balas que apuntan en tu dirección?
Él entrecerró los ojos y le devolvió una mirada irritada. Se notaba que
se esforzaba por contenerse para no atacarla con sus palabras, también.
—Si querías asestar un golpe bajo, ya lo hiciste, Belle. —Se notaba el
esfuerzo por mantener el tono sereno. Ya no podía seguir discutiendo, no
con ella. O la tomaría de la cintura y la estrecharía contra su torso lleno de
deseo para hacerle tragar cada una de sus ofensas entre beso y beso—.
Aprendes muy rápido. Todas mis cuentas con otras… damas… están
saldadas. Ahora solo tengo que ocuparme de…
—¿Arreglar el desastre que dejas a tu paso? —Volvió al ataque.
—Tus modales, Belle, se han perdido por completo. No olvides que
eres una señorita y debes hablar con cierta propiedad —la reprendió en voz
baja como un tutor muy enojado, que descubre que su protegida se le ha
salido de las manos y que jamás podrá recuperar el control sobre ella.
Seguía asombrado por sus agallas.
—Mis modales los obsequio a quien los merece. Un caballero, tal vez.
Normanby es un caballero, y sí disfruté muchísimo danzar entre sus fuertes
y cálidos brazos. Estoy dispuesta a regalarle un segundo baile, aunque para
toda la alta sociedad que asiste, sea más que suficiente para especular sobre
un posible cortejo.
Kilian arrugó el entrecejo dispuesto a responderle.
—Isabelle Raleigh, ¿qué se supone que estás haciendo? —La voz de
lady Abbott los alertó a los dos. Estaban tan ofuscados que ni se molestaron
en ocultar lo que estaba sucediendo.
Kilian chasqueó la lengua mortificado por la presencia de la dama.
—Saldando cuentas —se defendió ella sin nada de pudor.
—Con su permiso, lady Abbott. Me retiro. Aquí ya acabó la masacre
—agregó él, también sin una gota de decencia, estirando su orgullo al
máximo, para que su andar lento no le restara altivez—. Creo que podemos
todos continuar a nuestros asuntos.
—Lord Sadice, lo he sorprendido en una situación muy
comprometedora con una debutante… respetable y, ¿huirá cual sabandija?
¡Por todos los cielos, milord, lo he atrapado en el acto impúdico! —Casi se
le enreda la lengua con tal aseveración—. Estoy en la obligación de dar
aviso a la madre de la señorita, quien se encuentra hoy en el baile. Usted no
escarmienta, con todo lo que ha pasado y se ha atrevido a profanar esta
santa morada de su familia y volver a poner en riesgo la reputación de una
señorita a mi cuidado. ¡Ya es algo personal!
—Como desee, lady Abbott. Si usted puede vivir con las
consecuencias de avisar a quien tenga que informar, hágalo. —Kilian
desafió con un tono parsimonioso, como si estuviera hablando sobre las
inclemencias del clima, o bebiendo el té entre amigos.
Su sutileza y su frialdad dejaron helada a la dama que los sorprendió
discutiendo. Belle cruzó los brazos muy enfadada por la actitud del varón.
¿Cómo pudo enamorarse de él? ¿Qué otras cualidades poseía, aparte de su
belleza iridiscente? La decepción de la muchacha era creciente.
—¿Cómo puede ser tan frívolo? —le preguntó lady Abbott, pasmada.
Su voz era más bien un reclamo lleno de incredulidad—. Minutos atrás yo
le estaba ofreciendo el pésame por lady Sadice, milord, y usted lucía
compungido. Y ahora muestra las garras al menor descuido. —Se llevó una
mano al pecho, atormentada—. Usted saca lo peor de una dama respetable,
mire las palabras que me ha hecho proferir.
—No quiera endosarme la culpa de un vocabulario que usted maneja
muy bien, lady Abbott —arguyó con sorna.
—Hosco, maleducado y arrogante. Dios libre a la señorita Raleigh de
verse comprometida por un hombre como usted y quedarse sin otra opción
que tener que aceptar desposarlo. Si de mí depende que, mi pobre
muchacha tenga que llegar al altar a su lado, mi boca estará sellada. Tiene
mejores prospectos en su horizonte. Algo mejor que un Sadice —enfatizó
elevando su nariz al cielo.
Él aguantó con el rostro de hierro, lo que a ambas mujeres las inquietó
todavía más.
—Como desee, milady. Si aún está interesada en delatarnos, me
encontrará entre los invitados dispuesto a cumplir con las expectativas que
tengan sobre mí, el matrimonio o el duelo; ya no sé cuál será más
desastroso.
Belle no respondió ante sus ofensas, sus palabras ya no la herían, solo
hacían más elevada y fuerte la muralla entre los dos.

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Capítulo 10

Kilian llegó hasta la mesa de las bebidas. Con una seña discreta le ordenó a
uno de los lacayos que le sirviera un whisky. Miró con desprecio su bastón y
su pierna. Todavía se preguntaba por qué no se había marchado y seguía allí
pese a que no había sido bien recibido por alma alguna. Ni siquiera ella, a
quien había tratado de contentar con ese «absurdo y descomunal ramo de
flores», repitió sus palabras en su mente con gesto de fastidio. Su intención
había sido la de ofrecerle una temporada muy especial, el regalo más
impresionante, el pretendiente más valorado... En cambio, ella lo había
tomado como insultos.
Si quería ganar aliados en alguna contienda se había vuelto experto en
todo lo contrario. Había terminado enemistado con su propia madre,
Edgard, Desmond, lady Abbott y la mujer de la que estaba enamorado,
aunque se empeñara en agrandar la distancia emocional entre ambos. Quizá
así, viendo el canalla que era, Isabelle se convencería de que Edgar era una
mejor opción.
Se debatía entre camuflarse con las cortinas —lo que no era su estilo
— para evitar un encontronazo con alguien más o marcharse. Solo estaba
dando tiempo por si las amenazas de lady Abbott tenían lugar, aunque la
dama se hubiese retractado en el último minuto considerándolo indigno de
desposarse con la señorita. No tomó nada bien el desprecio. Acabó su
bebida de un solo trago.
Entonces vio a lord Oso acercarse a él dubitativo. En su mano
izquierda una copa, lo observó también beber su contenido hasta el final,
para después dejarla sobre una de las bandejas que llevaba un lacayo,
ataviado con una librea azul con brocado de oro. Después, su amigo —si
aún podía llamarle así— se llevó el índice sobre el labio superior y lo
examinó con detenimiento. Sin pronunciar una palabra.
—Oso, es grato saludarte. —Kilian rompió el hielo ante el silencio del
otro.
—No sé si decir lo mismo. ¿Por qué lady Abbott y la señorita Raleigh
han abandonado la terraza momentos después de que lo has hecho tú? —
Fue directo al grano.
—¿Me espías? —indagó sorprendido, justo en el instante en que
consideró volver al carruaje, con la intención de dirigirse a su casa en
Londres, reunir sus pertenencias y regresar a su finca en Lincolnshire. La
ciudad estaba siendo un verdadero fiasco.
—Te vigilo —soltó sin contemplaciones lord Oso—. No quiero que te
metas en problemas. Al menos no, en algo que se relacione con mi amigo.
—Por supuesto —ironizó. Era justo lo que le faltaba—. La noche no
ha sido amena para mí y hace bastante tiempo que no nos vemos. Sugiero
que si no vas a interesarte por cómo me va tras la ausencia de mi esposa,
lidiando con su pérdida y mi nueva vida como padre de tres criaturas muy
demandantes, regreses con «tus» amigos. No necesito niñera, salvo que
desees ayudarme con las pequeñas, aunque ese puesto ya está cubierto.
Como padre viudo... tengo todo bajo control, algo por lo que tampoco has
indagado.
—No quise ser insensible —aceptó suavizando su tono mordaz del
principio—. Sin embargo, pese a tus desgracias, no permitiré que molestes a
la señorita Raleigh.
—La señorita no necesita un protector, es bastante capaz de ponerme
en el lugar que me corresponde. Y, por supuesto, que mantendré mi
distancia. Si deseas saber por qué abandonamos la terraza con escasa
diferencia de tiempo, puedes preguntarle a su chaperona.
—Tengo entendido que su carabina es su madre.
—No he tenido el gusto de conocerla, pero lady Abbott, mientras
tanto, cumplió muy bien su función. Doy fe de ello.
—¿Todavía la quieres? —inquirió negando—. Allard jamás aceptará
esa unión. Si has venido a Londres con la intención de conquistarla… otra
vez… Te sugiero que desistas.
—Primero, no he venido a Londres, como algunos murmuran, con la
intención de buscar esposa. Segundo, mis asuntos privados, no te atañen.
Así que sugiero que respetes los límites. No intervengo en tus problemas
del corazón, no te entrometas en los míos.
—No era mi intensión entrometerme —espetó ofendido por el término
usado por Kilian, como si Oso fuera una dama cotilla—. Simplemente quise
evitar problemas para ti y para Allard, no quiero volver a verlos agredirse
mutuamente. Creí que podía tratar de guiarte lejos de los problemas, pensé
que éramos amigos.
—Ese derecho lo perdiste cuando decidiste ponerte del lado de él, sin
reservas.
—No es cuestión de lealtades. Tú lo ofendiste, Kilian —enfatizó el
lord de corpulenta figura, ojos azules profundos y voz áspera—. Si hubiese
sido al revés me tendrías de tu lado. Pero mi lugar es estar al lado de quien
actúa con honor.
—Eso me ha quedado muy claro. —Le dio una última mirada y trató
de alejarse, dejando a su interlocutor con varias palabras atoradas, las que
no tuvo tiempo de revelar.
Con dificultad, Kilian se dirigió a la puerta, a su paso divisó un lacayo
y con él le envió un recado a su madre y al anfitrión para disculparse por su
partida. A Edgar no lo había saludado siquiera, él estaba muy ocupado con
sus invitados y la diferencia de la mañana pesó más que el deseo de
reconciliación. Ya hablarían en otro momento. Por lo pronto, lo único que
deseaba era alejarse. Maldijo su lentitud, y trató de apurarse para llegar
cuanto antes a la salida, pero la rodilla le dio un calambre, y tuvo que
ralentizarse. Hasta que, por fin, atravesó el umbral de la entrada principal.
No tuvo el tino de pedirle a un lacayo que llamara a su cochero.
Necesitaba abandonar la residencia y aquella aura de personas felices que
sacaban lo peor de él. Ver la alegría de los otros removía la oscuridad que
había en su interior. ¿En qué momento había dejado de disfrutar de los
placeres de la vida? ¿Cuándo perdió el descaro con que tomaba lo que le
apetecía? ¿Por qué le había comenzado a importar lo que pensaran o
sintieran los demás?
Su mano perdió el apoyo sobre la gárgola, escuchó el sonido del ébano
de su bastón retumbar contra el suelo y todo su cuerpo se tambaleó. Iba de
camino a estrellarse contra los adoquines de la entrada, cuando una mano
fuerte lo sostuvo por las solapas y evitó su caída. Un empujón del agresor lo
lanzó hacia atrás. Afincó como pudo la pierna sana y se contorneó para
mantener el equilibrio hasta que lo consiguió.
Entonces se dio cuenta de lo ocurrido. El maldito de Norfolk lo había
seguido, había alejado de un puntapié el bastón y lo miraba con una
expresión acusatoria. Kilian apretó la mandíbula.
—¿Ahora qué? —Jamás imaginó que Desmond dejara sus pomposas
maneras para recurrir a la fuerza física.
—Eres tan endemoniadamente predecible. Solo tenía que aguardar y
observar, para descubrir todo lo que tramas.
—No sé de qué diablos estás hablando. Nunca habías sido tan imbécil,
primo. En tiempos de Gwen eras tan amable. ¿Qué sucedió?
—Mataste a mi hermana. Eso ha sucedido. Y has orquestado todo muy
bien. No sé cómo, pero voy a desenmascararte y tendrás que pagar por tu
crimen.
—Quería a Gwen, hice lo necesario para que fuera intocable. Para mí
fue sagrada. ¡¿Quién te crees que eres para venir a exigirme absolutamente
nada?! —Su furia se desató. Ya había aguantado demasiada insolencia de su
familia y amigos, Desmond sería contra quien arrojaría el peso de su ira.
—¿También asesinaste a Sean Stewart? Sabes que estoy en contra de
cualquier comportamiento que vaya más allá del decoro y el honor, pero si
Gwen faltó al juramento que hizo ante el altar fue porque tu proceder
deshonesto la arrojó a los brazos de… otro. —Incluso le costaba
pronunciarlo.
—No permito que ensucies con tal aseveración la memoria de tu
hermana.
—Soy el primero que desea preservarla, pero no puedo engañarme.
Rebecca y ella eran grandes amigas. Ninguno entendíamos la pasividad de
Gwen ante tus indiscreciones por aquí y por allá. Tratábamos de llamarte al
orden discretamente, conducirte con tacto de regreso al sendero correcto.
¿Por qué tuvo que enamorarse de ti? Con tantos hombres en la faz de la
tierra eligió al menos decente.
—Lamento la pésima opinión que tienes sobre mi persona. Si
encuentras las pruebas pertinentes para sustentar tu acusación, entrégaselas
a las autoridades. Yo no le he tocado un cabello. Ahora si me permites,
déjame recoger el bastón con algo de dignidad y marcharme. No sea que,
cuando se caiga de tus ojos, la venda de prepotencia que te ciega, descubras
lo injusto que estás siendo conmigo, querido primo.
—No tan rápido.
—¿Insistirás? ¿Qué motivos tendría yo para querer dañar a Gwen?
—¿A qué noble ofendiste a tal grado que tu pierna ha quedado
inservible? —demandó.
—Ya he dejado muy claro que estaba limpiando mi arma cuando esta
se disparó.
—Y sabes que absolutamente nadie te creyó, pero quisimos acallar
una indiscreción. Rebecca y Gwen conversaron —soltó sigiloso y Kilian se
envaró preocupado por lo que aquella le hubiese revelado a su amiga.
Desmond desconocía del acuerdo nupcial entre ellos, pero era evidente
que el matrimonio entre ambos era de conveniencia. La mayoría lo
sospechaba, sin embargo, no levantaba suspicacias pues era la práctica
habitual. Los duques de Norfolk también se casaron por un arreglo que los
benefició a ambos. La diferencia fue que llegaron hasta el final y
consumaron su unión en la noche de bodas. Además, el afecto creció entre
ambos.
—Supongo que sí, que se contaban muchas cosas —musitó el
vizconde—. Eran grandes amigas.
—Jamás le dijo absolutamente nada acerca de Sean Stewart, sabía que
Rebecca era estricta con las costumbres y los deberes. Nunca habría
entendido la inclinación de Gwen hacia otro hombre que no fuera su
esposo.
—Es loable que Rebecca no admita ese tipo de comportamiento, que
repito, no fue el caso de tu hermana.
—Ella dio a entender que, como sospechábamos mi esposa y yo, tu
arma no se disparó mientras la limpiabas. Todo Londres sospecha que algún
caballero al que ofendiste te dio finalmente tu merecido. Espero que
aprendas a no poner los ojos en la esposa, la hija o la… hermana de otro.
—Suelta lo que tienes atorado en la garganta. —Kilian carraspeó para
aclararse la voz.
—Me pregunté por mucho tiempo… ¿quién apretó el gatillo y tuvo la
afinada puntería de alcanzarte? Tu fama de excelente espadachín y tirador te
precedían —aseveró Norfolk. Kilian exhaló preocupado, un secreto dejaba
de serlo cuando demasiados lo guardaban—. Gwen le dijo a Rebecca que
esa vez fue diferente. Una mujer sabe cuándo su esposo desarrolla una
inclinación por otra dama. Si heriste y humillaste a mi hermana, no perdono
que, dándote golpes de moral, hayas clamado venganza cuando ella te pagó
de la misma manera, siéndote infiel con Stewart.
—Estás equivocado.
—¿Por qué discutías tan acaloradamente con la señorita Raleigh en la
terraza?
—¿Qué insinúas?
—Lady Abbott los sorprendió en medio de la encarnizada pelea, ¿y se
quedó callada? ¿Hablamos de la misma lady Abbott, quien no perdería
oportunidad de enlazar al semental y conducirlo derecho hacia el altar? Tal
vez vaya tras un título mayor, pero el vizcondado Sadice es rentable, una
adquisición nada despreciable. Salvo que la astuta dama supiera que no
vales lo que aparentas. Todos conocen tu reputación. Esperaré sentado para
ver qué familia respetable te abre los brazos y te recibe como yerno. Salvo
que tengan intereses económicos que les favorezcan o estén desesperados
por deshacerse de una solterona.
—Basta ya.
—No es el caso de la señorita Raleigh. Rebecca me ha dicho que tiene
un futuro muy prometedor y que Edgar, está prendado de ella. ¿Te ha
despreciado una y otra vez esa indiscutible beldad y has quitado a mi
hermana del medio para poder acceder a ella? ¿O te atreviste a engatusarla?
¿Fue Allard quien te dejó lisiado?
Sadice resopló como un caballo, sentía tanto aire caliente en sus
pulmones que estaba a punto de pitar como una tetera. No obstante, trató de
enfriarse y mantener la compostura.
—Definitivamente un duque tiene mucho tiempo de ocio como para
desarrollar una ridícula teoría tras otra. Me sorprende, su excelencia —lo
trató con sarcasmo—, su nueva afición por el cotilleo. Se ganaría un sitio de
honor entre las matronas más intrigantes.
Con paciencia, la que sacó de su última reserva, caminó hasta el
bastón. Se inclinó con dificultad para recogerlo y suspiró cuando sintió su
apoyo. Sin mirar atrás se dirigió en persona hacia donde descansaba su
cochero. No podía permanecer un segundo más en Normanby Hall.

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Capítulo 11

Isabelle, su madre, la condesa de Allard y su tía tenían cita en el hogar más


impresionante de Londres, Primrose Palace. Todos decían que era un
espectáculo en primavera, pero aún no habían tenido la dicha de
presenciarlo. Belle y Agatha lo visitarían por primera vez. Las otras dos
damas, en tiempos del anterior matrimonio de la condesa, habían acudido
en algunas ocasiones.
Así que, cuando se reunieron en la sala de estar de Allard House para
aguardar por el carruaje, le hablaron de la belleza del lugar. Esa temporada
tendría lugar en el palacio un concierto de violines donde solo lo más
selecto de la alta nobleza podría asistir. Los Allard recibieron una invitación
a tan esperado evento por las familias más ilustres.
Mientras aguardaban por el carruaje, un mensajero trajo un paquete
envuelto en seda y encaje dorados acompañado de una sola, enorme y
despampanante rosa.
Las cuatro mujeres apuraron a Belle para que leyera la tarjeta. Esa
mañana la debutante recibió varios obsequios, pero aquel destacó entre los
otros, acrecentando así la curiosidad de cada una.
El entrecejo de Isabelle se contrajo al percatarse del descaro,
atrevimiento y desparpajo de…
—¿Quién firma? —preguntó Agatha ansiosa.
—Edgar Payne, marqués de Normanby —pronunció con un pálpito, la
letra era de Kilian. Ni siquiera se molestó en disimularla. Y se guardó el
texto que venía escrito:
«Supe que el tuyo sufrió un desafortunado incidente y sé cuán importante es para ti».

Belle torció el gesto ante la leyenda que lo acompañaba, ya tenía una


pista bastante importante sobre lo que contenía el envoltorio.
—La rosa es hermosa —celebró Elizabeth—. Ahora el marqués
decidió tener mesura —dijo comparándolo con el arreglo exuberante con
que la agasajó previamente.
—Abre el obsequio. ¿Qué será? —persuadió cantarina lady Abbott
llena de emoción, ni siquiera los eventos acontecidos recientemente
reducían su entusiasmo.
—Es un libro —anunció Belle en voz baja.
—Eso es maravilloso —pronunció lady Abbott complacida—. Tú
amas leer por sobre todas las cosas, se ha dado a la tarea de investigar tus
aficiones.
—Es idéntico al que se arruinó con el agua, hija —observó Agatha—.
Recuerdo cuánto te dolió que a tu amiga se le haya estropeado. Lloraste
cuando ella no pudo verte, para no herir sus sentimientos. La pobre Daisy
trató de conseguir uno idéntico sin éxito. ¿No estás contenta? Te has
quedado muy seria.
—Por supuesto que me da felicidad tener un ejemplar, es solo que…
—Belle se sentía desdichada—. No es el obsequio el que me incomoda. Tal
vez él no es la persona adecuada. Quizás, incluso, no deberíamos alentarlo
visitando a la duquesa de Norfolk, es cuñada del marqués y están
emparentados con…
—Ni siquiera lo nombres —atajó Agatha—. Mi querida amiga lady
Westbridge asegura que lord Normanby es un partido insuperable. Ella ha
intentado un acercamiento con la duquesa sin éxito alguno. ¿Estaríamos
despreciando nuestra suerte rechazando la atención de su excelencia y el
evidente interés del marqués?
—No sean ilusas, declinar la invitación de la duquesa es imposible —
explicó lady Abbott—. Jamás nos perdonaría semejante desaire y
socialmente podríamos resultar afectadas. Solo bastaría con que abra la
boca para comentar sobre la descortesía y ciertas puertas se cerrarían ante
nosotras. Si has decidido que Normanby no es un buen candidato debido a
su parentesco, mejor busquemos una buena excusa para romper sus
ilusiones sin que sea un completo desastre. Pero insisto, será una verdadera
pena rechazar al marqués.
Todas suspiraron. Belle pidió un instante para guardar el libro de
Kilian junto al suyo y personalmente colocó la flor sobre un jarrón de
cristal. Cerró los ojos un segundo y exhaló convencida de que él era la
persona más difícil de comprender que conocía. No tardó en reunirse con
las demás. Partieron hacia el compromiso y tras un breve recorrido por las
calles adoquinadas llegaron a Primrose Palace.
Aunque aún era invierno, Isabelle se deslumbró por la belleza de la
residencia de los duques de Norfolk. No sabía qué esperar de aquella visita.
Ninguna de las cuatro mujeres estaba emocionada, habían acudido porque
era una de esas invitaciones que no se podían rechazar. Lady Abbott ya no
estaba segura de que un acercamiento con Normanby fuera favorable para
Belle. El resto de las damas que las acompañaban estaban convencidas de
que Isabelle debía buscar un pretendiente en otra familia. Pero ella solo se
había dejado llevar. Desde la noche anterior no podía sacarse de la cabeza
cada una de las frases atribuladas que salieron de la boca de Kilian. Un
vacío enorme crecía dentro de su pecho, al tiempo que la distancia entre
ellos aumentaba.
«Tus modales, Belle, se han perdido por completo. No olvides que
eres una señorita y debes hablar con cierta propiedad», le había dicho. ¿Qué
se creía ese engreído para darle lecciones?
«Envié esas flores a nombre de Edgar porque es el mejor hombre que
conozco y él… está buscando esposa», bajó los párpados con un fuerte
dolor que precedía la humillación sentida, la que no la abandonaba.
¿Por eso también mandó el libro y la rosa?
Por supuesto que quería estar en cualquier lugar que se ubicara muy
lejos de allí. Lejos de los Norfolk, de Normanby y Sadice.
El mayordomo la sacó de sus reflexiones, las recibió con suma
pomposidad y las llevó hacia un salón adornado con los ornatos más caros y
elegantes, sedas y terciopelos de colores claros vestían los enormes
ventanales blancos que ofrecían unas vistas increíbles hacia el jardín de un
lado, y del otro hacia el invernadero que estaba adosado a la casa. En el aire
se podía oler los suaves aromas entremezclados de las maderas: palisandro,
caoba, nogal. Unidos al olor cítrico y dulzón de las naranjas y otras frutas
exóticas, que también dominaba la estancia. Todo un derroche que a Belle
no la impresionó, para ella el lujo dejó de ser importante. Había cosas más
significativas en la vida: la familia, los amigos, la lealtad.
Las fuentes de frutas que descansaban en una estantería pegada a la
pared hacían que el ambiente oliera verdaderamente muy especial. Dos
enormes y mullidos sofás invitaban a tumbarse en ellos y perderse ahí toda
la tarde con un buen libro. En el centro, una mesa con un servicio de té
completo aguardaba.
—Agradezco que hayan accedido a mi invitación con tan poca
anticipación —canturreó la anfitriona con una sonrisa amplia y su
melodiosa voz. Como si a la duquesa de Norfolk se le pudiese negar algo.
Se notaba que esa mujer desconocía la palabra «no», lo único que se le
había negado en la vida era un heredero varón. Y en eso, ningún ser
humano tenía poder de intervenir a su favor.
—Con mucho placer, su excelencia —le dijo Elizabeth.
—El placer es todo mío. Tengo en mi casa a la debutante más
destacada. Seguramente, muchas matronas ya se estarán decantando por tan
dulce criatura para uno de sus hijos solteros. Tengo un ojo muy crítico. De
inmediato, noto cuando alguien posee un valor superior —alegó Rebecca
sin miramientos, mientras examinaba de pies a cabeza a Isabelle.
Ni siquiera se molestó en disimular. Belle hubiese hecho un mohín
reprobando su forma de tratarla, de no ser porque ella sí tenía educación.
Pero, por dentro estaba muy indignada. Ninguna mujer merecía ser
examinada como la futura yegua de cría que estaba a punto de adquirir su
nueva familia política.
Rebecca tenía esa expresión de suficiencia, de pertenecer a otro nivel
de la esfera social, como si estuviera exenta de las obligaciones a las que se
ceñía la mayoría de las personas. La misma suficiencia que poseía Kilian, y
también Desmond. Pero en Rebecca era más pronunciada.
—Estamos felices de poder acompañarla. Gracias por abrirnos las
puertas de su hogar —convino la condesa en nombre de su familia.
—El honor es mío. —Rebecca se dirigió a Belle, mientras el servicio
ataviado con un lujo exquisito ofrecía té a las damas—. Estuvo usted
espléndida ayer en el baile de mi cuñado. Brilló, como una hada danzando
entre las flores, en los dos valses que le concedió. Supongo que Normanby
estará pletórico. No sé si notaron que el marqués no bailó con ninguna otra
señorita, lo que dejó varios corazones desilusionados. Espero, señorita
Raleigh, que sepa apreciar sus circunstancias.
—¿No bailó con nadie más? —preguntó lady Abbott perpleja, tal vez
su insistencia había rendido frutos, justo cuando ya no era conveniente.
—Así es. Sorprendente, ¿no les parece? —apuntó Rebecca.
—Tal vez estaba ocupado en su papel de anfitrión —intervino la
condesa—. El baile fue esplendoroso, digno de abrir la temporada.
—¿Qué opina usted de mi cuñado, señorita Raleigh? —Rebecca no se
andaba por las ramas, si deseaba algo iba tras ello con astucia.
—Es un caballero —respondió Isabelle, y no se atrevió a ahondar. Tal
vez la duquesa de Norfolk la había invitado con esperanzas de buscar un
acercamiento entre las familias, pero estaba en un error. No le correspondía
desalentarla, pero tampoco la animaría a continuar por ese camino.
—Normanby es un buen hombre y la señorita que conquiste su
corazón, no solo se beneficiará de ser su marquesa y tener una posición
social envidiable, encontrará en él un compañero fiel para toda la vida. Sus
principios son muy arraigados —continuó la duquesa—. Posee una
excelente educación y su trato hacia las damas es amable. Es una de las
personas más generosas que he conocido.
—Tiene usted razón —intervino lady Abbott.
—¿Qué madre no querría un prometido a su altura para su única hija?
—indagó mirando en dirección a Agatha.
La mujer entendió que era su turno de hablar, y lo hizo:
—Toda madre estaría dichosa de casar a su hija con un caballero que
posea esas cualidades, excelencia.
—Espero que no tomen como un atrevimiento que haya invitado
también a mi cuñado para tomar el té. Y, perdonen, mi falta de cortesía por
no extender la invitación a los otros caballeros de su familia. Mi esposo está
muy ocupado esta tarde, y no quise poner al conde de Allard en un
compromiso del que le fuera difícil evadirse —explicó Rebecca y
entendieron que la duquesa les había tendido una pequeña emboscada.
—Nos gustará conversar con Normanby —aceptó Elizabeth tras mirar
a su tía, su suegra y su cuñada.
Belle apretó un trozo de la tela de su vestido en señal de reprobación,
pero lejos de la vista de todos. No imaginó que participar de la temporada la
obligaría a tener que departir con personas como la duquesa. Normanby le
agradaba, pero lo que estaba haciendo aquella dama estaba comenzando a
exasperarla. Trató de verlo por el lado amable. Se dijo que, seguramente,
Rebecca creía que estaba complaciendo a todos los presentes. ¿Qué
jovencita no estaría dichosa de tener una oportunidad como aquella de
conversar con el marqués en un entorno más privado?
—No tardará en llegar. Mandó un aviso, está ligeramente retrasado por
una dificultad con su caballo —justificó la anfitriona.
Tras la última palabra las cuatro mujeres vieron al mayordomo
acercarse para anunciar el arribo de alguien más. Así que Belle no tuvo más
remedio que recomponerse y esperar la gran entrada de Normanby. Sonrió
por amabilidad. Pero, cuando el hombre de mediana edad hizo el anuncio,
la sonrisa se le desdibujó del rostro.
—La vizcondesa viuda de Sadice y su hijo, el vizconde Sadice —
comunicó.
Las cuatro invitadas entendieron que la encerrona había sido
intencionada. ¿Con qué propósito Kilian y su madre fueron citados? ¿Por
qué la duquesa no tuvo la cortesía de avisarles que los Sadice también los
acompañarían? La duquesa parecía que podía saltarse el protocolo cuando
lo consideraba oportuno a sus intereses. La mirada afilada que Rebecca
intentaba disimular con certeza demostraba que no era una inocente
coincidencia.
Rebecca sonrió triunfante ante los recién llegados. La cara de Kilian
también reflejó el desconcierto, como si la dama le hubiese tendido una
trampa. Marybeth, ajena a lo que se aderezaba en el ambiente, se mostró
interesada en la visita. Alternaba en ocasiones con lady Abbott y la condesa
de Allard, y estaba muy interesada en conocer al resto de la familia. La
señorita Raleigh también había captado su atención al bailar dos veces con
su sobrino predilecto. Era una buena oportunidad para conocerla.
—Veo que han empezado sin nosotros —comenzó Marybeth luego de
los saludos.
—Ya sabes, querida, que la hora del té es sagrada para mí —respondió
Rebecca.
—Espero que mi hijo no se sienta abrumado entre tantas damas. Le
comenté que Normanby iba a estar presente y no pudo resistirse, son muy
cercanos los primos. Pero veo que no ha llegado —advirtió Marybeth.
—Eso nunca ha sido una dificultad para mí —contestó Kilian ante la
intervención de su madre.
El vizconde aceptó la invitación porque pensó que sería la oportunidad
perfecta para limar asperezas con Edgar. Nadie le avisó que los Raleigh
estaban contemplados. El fiasco de la noche anterior le había hecho desear
reconciliarse con la única persona que de verdad podía comprenderlo. Por
eso había mordido el anzuelo.
—Normanby no tardará en llegar —expuso Rebecca y miró
inusitadamente de Belle hacia Sadice.
Su esposo y ella habían conversado largo y tendido sobre todas las
suspicacias que se levantaban en torno a la muerte de Gwendolyn, y de
cómo había sorprendido a Kilian conversando con la señorita Raleigh en
unas circunstancias comprometedoras. Definitivamente, Rebecca no creía
que la muchacha fuera idónea para su cuñado; pero habían bailado dos
veces. La duquesa no sabía qué estaba ocurriendo y estaba dispuesta a
desentrañar los secretos del oscuro primo de su esposo.
—¿Té, lord Sadice? —le propuso con fingida gentileza.
—Gracias, su excelencia. Jamás me perdería un té en Primrose Palace
—manifestó con galantería, acallando el sarcasmo con el que en realidad
deseaba contestarle. Retenerlo en contra de su voluntad con todas esas
mujeres era una broma de mal gusto, ajustaría cuentas con su madre por su
complicidad. Sin embargo, Isabelle estaba allí, y solo ese detalle hacía que
su estancia tuviera un significado diferente. Verla y no poder tocarla era el
peor castigo de todos, pero prefería sufrirlo que privarse de su presencia. Lo
que daría porque la situación fuera diferente.
Todos volvieron a retomar el tema de la demora de Normanby y del
percance con la herradura de su caballo.
Isabelle ni siquiera prestaba atención a la información que compartían.
Solo los veía mover los labios. La presencia de Sadice, de su madre, de su
cuñada la estaban perturbando. Intentó llenar de oxígeno sus pulmones,
parecía que la capacidad de estos había disminuido. Entre el momento, que
le exigía mantener la compostura, y el ajustado corsé, sentía que no podía
respirar. Se estaba ahogando, y unas inmensas ganas de toser comenzaron a
hacerle cosquillas en lo profundo de la garganta. No quería pedir permiso
para acudir al servicio y dar señas que serían interpretadas por Sadice como
debilidad. Pero estaba ahí, ante la mirada acusatoria de ese hombre que la
había humillado de todas las formas posibles. Y frente a la evaluación
exhaustiva de la que era objeto, por parte de la estirada duquesa de Norfolk.
Ella creyó que era una mujer fuerte, que podía lidiar con el corazón
roto, con la altanería del lord que la sedujo, con las exigencias de algunos
miembros muy presuntuosos de la familia del vizconde; pero en ese
instante, necesitó replanteárselo. ¿No era tan resistente? Tembló, tuvo que
regresar la taza al plato para que el movimiento involuntario de sus dedos
no fuera visible. Una fugaz mirada hacia el hombre, solo para descubrir que
los ojos de él, de modo astuto ya estaban sobre los de ella. ¿Por qué lo
hacía? ¿Sentía un placer perverso en hacerla sentir incómoda?
Respiró hondo, y se dijo que ningún Norfolk o Sadice iba a
acorralarla. Enderezó el talle, como un soldado que va por primera vez a la
guerra y acepta que no hay otra salida que pelear.
—Pequeña, ¿está usted bien? —Alguien le preguntó con suma
dulzura.
—¿Cómo? —preguntó confundida. No había entendido.
—Espero que no sea la desilusión por el retraso de mi sobrino.
Normanby debe estar bien. —Fue entonces, que se dio cuenta de que era
Marybeth, que había visto lo que tal vez no era apreciable a los ojos.
—Es una pena que Normanby haya tenido un percance con el caballo
y al final parece que no podrá asistir. Ya tendremos otra oportunidad de
disfrutar de su presencia. Espero que no la estemos agobiando, querida. Un
paseo por el invernadero tal vez le regale un mejor semblante. Las flores
siempre ayudan —propuso la duquesa con alevosía.
—Me encantaría. —Belle tomó su salida, necesitaba cambiar de aires,
aunque fuera un minuto.
—Estimado primo, no la dejará dar un paseo a solas, ¿verdad?
¿Tendría la bondad de acompañarla? He sido muy desconsiderada al no
invitar a otras jóvenes de su edad. —Rebecca diría lo que fuera con tal de
salirse con la suya.
—Por supuesto, con mucho gusto —contestó él.
Kilian se puso de pie, no necesitó mucho estímulo para ello. Le brindó
el brazo a Isabelle.
Lady Abbott, Agatha y Elizabeth no pudieron disimular lo que ese
ofrecimiento les hizo sentir: pavor de que el secreto que hasta ese momento
habían guardado les explotara en los rostros.
—Yo puedo acompañarlos —intervino Elizabeth, creyendo que sería
lo más prudente.
—Oh, querida, no me prive de su presencia. Sadice es un caballero y
desde aquí los podremos observar. Seremos unas carabinas muy exigentes.
La reputación de la señorita también es un asunto primordial para mí —
insistió la duquesa con suspicacia.
Era cierto que desde donde estaban sentadas podían contemplar el
recorrido que andaría la pareja. Sin embargo, no los podrían escuchar.
Belle titubeó cuando Elizabeth no tuvo otro remedio que asentir. Se
puso de pie y tomó el brazo extendido. Caminaron hacia las enormes
puertas que fueron abiertas por un lacayo y así permanecieron.
—No era necesario —le dijo Belle a su acompañante.
—Parece que ambos hemos caído en una intrigante trampa de la
duquesa. No te confíes. Nada es al azar, menos con la intención de apoyarte
en tus avances con Normanby. Anoche Norfolk nos vio hablando en la
terraza. Seguro Rebecca ya lo sabe, ellos no tienen secretos.
Si Belle creía que se iba a ahogar por tener que soportar la incómoda
situación en el salón del té, esa revelación le advirtió de que tenía
problemas mayores. El pecho se le apretó. ¿Qué significaba la invitación?
—Pero, guardó silencio ante el resto de la sociedad. ¿Hablará con
otros, además de su esposa? —musitó la joven.
Kilian se humedeció los labios y ladeó la cabeza para reflexionar.
—Me inclino a pensar que no, pero no puedo asegurarlo. Juraría que
me cubrirá las espaldas. Es lo que suele hacer siempre. Aunque tengamos
nuestras diferencias somos familia. Sin embargo, últimamente Norfolk no
está cumpliendo con mis expectativas.
—¿A qué te refieres? —Tenía ganas de sacudirlo para que dejara el
aparente trato formal que simulaban a la distancia para los ojos escrutadores
de la duquesa, y que soltara toda la información que poseía de golpe; pero
no podía hacerlo y quedar en evidencia.
—Parece que Norfolk está librando una batalla en mi contra. Tenemos
un serio desacuerdo que lo ha alejado de mí —admitió y tensó la
mandíbula.
—Eso es alarmante en mis circunstancias. —Un calor sofocante la
recorrió. La tranquilidad que había disfrutado en los últimos meses estaba
severamente amenazada. No quería pensar qué opinaría el duque al
respecto, ese hombre no podía guardarles un secreto así.
—Por favor no te angusties, si han tramado esta encerrona es porque
no tienen idea de lo sucedido más allá de nuestra conversación de anoche.
También sabe que lady Abbott nos encontró al final. La situación aún no es
desesperada, creo que puedo manejarlo —sostuvo. Ella inhaló
profundamente y le concedió una mirada reconfortante. Caminaban entre
las macetas repletas de orquídeas de diversas formas y colores. Ella aún
tomada de su brazo, con un ligero temblor que fue cediendo, mientras
escuchaba la voz masculina pausada—. ¿Notas algo? —preguntó él
deteniéndose y mirándola al rostro, tratando de disimular que estaba
extasiado.
—¿Qué debo notar? —Su mente solo podía ocuparse de buscar una
solución para su conflicto actual: los duques de Norfolk.
—No estamos discutiendo. Hace tanto que no conversábamos sin
agredirnos, que ya había olvidado cómo se sentía. —La miró tan largamente
que por un segundo, Belle casi olvida todo el daño causado.
—Kilian, por favor, no… —Intentó soltarse de su brazo, pero él la
retuvo—. Lo único que me interesa tratar contigo es buscar la forma de
mantener mi reputación a flote. Si su excelencia abre la boca con uno de
nuestros conocidos sería mi fin.
—No lo permitiré —le dijo con firmeza y ella lo miró de manera
inusitada.
—¿Cómo podrías evitarlo?
—Si para rescatarte de las llamas debo casarme contigo lo haría sin
pensarlo —asumió como quien cumple un deber sagrado. El corazón de
Belle casi se detuvo ante tal afirmación—. No obstante, si Norfolk guarda
silencio, sugiero que elijas a un candidato que pueda ofrecerte lo que yo no
puedo darte.
—Por supuesto. Es lo que más deseo —alegó herida, tratando de
simular que ya lo había olvidado, pero por dentro su corazón estaba en
llamas. Se reprochó la fe que tuvo por un momento en la nobleza de Kilian.
¿Cómo pudo pensar que ese hombre poseía una pizca de integridad? De no
haber estado siendo el objeto de la mirada de la duquesa y las damas de su
familia, lo habría golpeado en ese rostro arrogante con todas sus fuerzas.
—Hermosa Belle. —Se atrevió a decir ante la perplejidad de ella,
quien no podía entenderlo—. Si yo fuera un buen sujeto, con algo mejor
que ofrecerte que lo que tengo en mis manos, te pediría matrimonio.
Anoche casi no pude dormir —confesó con la voz grave y la seriedad
surcando su frente—, cada una de las palabras que expusiste me rondaron el
pensamiento hasta hacerme sentir miserable.
Volvieron a caminar, aunque las revelaciones superaban lo que habían
esperado decir o escuchar, no olvidaban que eran el blanco de las miradas
de las damas.
—Por favor, no te justifiques, Kilian. Eso solo me humillaría más.
Tampoco quiero lo que tienes para ofrecer. —La última frase fue originada
por el despecho.
—Supongo que sí, no lo puedes querer —admitió bajando la mirada
—. Por eso y consciente de mi falta, estoy tratando de reparar mi error,
buscando un candidato que me supere. Me justifico porque la forma en que
he manejado la situación no ha sido acertada. En el afán de alejarte de mí,
para que mires en una dirección más favorable para ti…
—¿Normanby? —interrumpió poseída por la incredulidad. No sabía
cómo le permitía hablar de sus «anhelos de endilgársela a su promisorio
primo» como si fuera lo más natural del mundo.
—Normanby u otro caballero que esté a su altura. Tampoco será
agradable para mí verte a su lado. Pero aguantaría, aceptaría el sacrificio
para que tú estés mejor de lo que podrías estar conmigo —argumentó con la
resignación reflejada en su rostro.
Ella se detuvo entonces. ¿De verdad Sadice le estaba comentando
aquello?
—Creo que deberíamos volver con las damas —sostuvo indignada.
—No tendremos otra oportunidad como esta para hablar. En el afán de
alejarte de mí, para que mires en una dirección más favorable para ti —
repitió—, no he dicho las palabras adecuadas. No fuiste una más de mis
conquistas, como crees. Todo lo que vivimos fue real. Deseaba ser esa
persona que soñaba un futuro contigo. Imaginé por un segundo que era un
hombre soltero, que acudiría al baile de la siguiente temporada y que
compartiríamos miradas cómplices, hasta que tuviera la oportunidad de
acercarme a tu familia para pedir tu mano. Pero era una ensoñación, una
que no tenía derecho a desear, porque mi vida ya estaba arreglada.
—¿Y qué pretendes que haga yo con esa información? Lo diré con
serenidad porque me he cansado de luchar contra tu vanidad, tu ego y tu
falta de sentimientos. No te creo. Hoy eres un hombre soltero, ¿qué te
detiene?
—Debemos volver. —Evadió contestar—. Eso es todo lo que tenía
que decir. Eres especial, Belle, desde el día primero. Y no te estoy
rechazando. Me estoy haciendo a un lado para no perjudicarte más de lo
que ya lo he hecho. Tú eres mi debilidad. No me comporté con honor, debí
resistirme y no tocarte de esa manera.
—¿Soy especial, pero deseas que me case con otro? —Era absurdo su
planteamiento.
—Porque mereces a alguien mejor que… yo, pero eso seguramente ya
lo sabes. Estoy convencido de que, además de tu propia lógica, todos a tu
alrededor deben repetírtelo a diario. Hazles caso, Belle. Soy responsable de
cada una de las decisiones que he tomado en la vida, y no es justo que
pagues por ello.
—No, no es justo —redundó con el corazón hecho añicos—. Tampoco
que uses el nombre de otro para enviarme regalos con un significado que
solo atañe a nosotros, a lo que tuvimos… Regalos que me mueven cosas
por dentro como ese libro y esas rosas, que me enervan, me sofocan, me
hieren porque en circunstancias diferentes me habrían hecho muy feliz y
ahora son una burla, una daga directa a mi corazón.
—Yo solo quería…
—Ya lo sé, reparar el daño, endilgarme a otro, reparar la falta y
continuar con tu… maldita vida —masculló entre dientes ante el semblante
de él tan duro como una piedra.
Una verdad irrefutable la atravesó como un rayo. Ella podía detestarlo,
odiarlo, y querer asestarle un golpe en ese rostro hermoso y lleno de desdén
que la miraba con falso arrepentimiento. Sin embargo, estaba
irrefutablemente enamorada de ese infame. No quería amarlo, y ese era otra
verdad que debía enfrentar. Sin embargo, la lógica muchas veces decidía
enemistarse con el corazón.

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Capítulo 12

¿Acaso la ausencia de Gwen no le daba la oportunidad de empezar de cero?


La turbación en los ojos de Belle ante su revelación: «Norfolk los había
visto», lo inquietaba. Hubiese querido refugiarla dentro de su pecho y
ofrecerle la seguridad que le brindaba el matrimonio. Pero eso la dejaría a
ella en una posición desventajosa. No podía ser egoísta, no podía pensar
solo en su necesidad. Cuanto antes Belle desposara a otro, más rápido
estaría a salvo del desastre que sería terminar casada con él.
La respuesta a sus plegarias fue anunciada por el mayordomo. Seguido
de este, ambos vieron a un hombre introducirse en la sala, uno que tras
saludar a las damas no se detuvo y continuó caminando, atravesó las
amplias puertas de cristal y llegó hasta ellos. Isabelle le soltó el brazo a
Kilian en cuanto estuvo frente a frente a Normanby, que tras unas palabras
corteses para ambos, sobre todo para ella, le hizo una reverencia.
—Tarde, pero seguro, señorita —se defendió Normanby con una
sonrisa amplia que hacía que luciera encantador. Su barba castaña, al igual
que su pelo, y el brillo de sus grandes ojos, le daban un aire confiable.
—Creo que es hora de retirarme —decidió Sadice para dejarlos en el
invernadero, mirándolos con complicidad. Estaba lejos de ser Cupido, pero
por ella lo sería. Ese momento que él había usurpado le correspondía a
Edgar. Era él quien debía ocupar su lugar del brazo de Belle. Ellos debían
pasear por el invernadero. Quizás así, la señorita tendría un semblante más
iluminado y no uno adornado por la sombra del dolor y la preocupación.
—Adelante —lo instó Edgar a irse.
—También debo marcharme —expuso Belle—. Es una pena que no
haya podido llegar usted antes, Normanby —agregó con amabilidad.
—Lo siento muchísimo, es imperdonable —se excusó el marqués.
—Hay una cena familiar esta noche a la que hemos sido convocados y
ya hemos demorado. Mi cuñada debe estar impaciente por volver a casa. —
Los puso al tanto la joven.
—Entiendo. No suelo creer en la mala suerte, pero hoy me quejo de la
mía. Los esfuerzos de la duquesa por procurarnos un bello momento para
conocernos más han sido opacados por mi retraso —continuó Normanby.
—No se culpe usted —le dijo ella con una mirada condescendiente—.
Estamos invitados al concierto de violines. Supongo que podremos vernos
nuevamente.
No había emoción en la mirada de Belle, pero era una insinuación, una
decente; pero que igual cumplía su cometido. Kilian sintió un aguijonazo en
su costado. No cedió. Así debía ser.
—Con permiso —intervino el vizconde. Si permanecía un segundo
más escuchándolos ponerse de acuerdo para verse en una siguiente ocasión
iba a explotar. Una cosa era ponerlos frente a frente, a esos dos seres
extraordinarios que se merecían. Otra quedarse de espectador y aguantar
como un titán mientras su primo, el favorito de toda la familia y a quien no
podía envidiar, se quedaba con la mujer que él amaba.
—Debo retirarme. Con el permiso de ambos —murmuró ella
ignorando las palabras de Kilian.
La señorita los dejó en el invernadero y caminó hacia donde estaban
las damas, quienes al verla regresar, recordaron su obligación y la necesidad
de volver a su hogar.
Los caballeros acudieron a despedirse y se quedaron observando a
Belle y las otras mujeres de su familia abandonar Primrose Palace.
—Es una pena que el tiempo haya pasado tan veloz, querido sobrino
—concluyó Marybeth—. Al final tuvo que ser Kilian quien hiciera los
honores para que no matáramos de aburrimiento a la señorita Raleigh, una
joven encantadora. Me gustaría encontrar una damisela así para mi hijo.
—Madre, por favor —la aplacó el vizconde.
—También necesitas una esposa. Precisas un heredero y una madre
para tus hijas —insistió la vizcondesa viuda.
—Kilian supo aprovechar muy bien el tiempo. ¿También busca usted
esposa, querido primo? —agregó Rebecca con ironía.
—No me he pronunciado al respecto —respondió el interpelado—,
pero parece que todo Londres sabe más que yo de mis planes futuros. No
estoy buscando esposa. La señorita Raleigh y yo conversamos muy
amenamente, es verdad, pero cada minuto solo dialogamos sobre un tema.
—¿Alimentas mi curiosidad? ¿De qué hablaron? —preguntó Rebecca.
—De Edgar, por supuesto. ¿De qué otra cosa charlaríamos? —Kilian
le dio por su lado.
—Que conveniente, ¿no crees cuñado? —respondió Rebecca reticente.
No les había quitado los ojos de encima, y parecían muy… compenetrados.
—Muy conveniente —agregó Edgar dubitativo—. Eres un pícaro,
primo.
—En eso tienes razón, sobrino —terció Marybeth con unas carcajadas
—. Debes asegurar que estén mejor puestas las herraduras de tu caballo
para la próxima o Kilian te tomará la delantera. Me encantaría una nuera
como ella.
—No siga pidiéndolo en voz alta, querida tía —arremetió Rebecca con
sarcasmo y una falsa adulación en la voz—, podría hacérsele realidad.
¿Cómo haría sentir eso a Edgar? Mi cuñado bailó dos veces con la señorita
Raleigh. Y, si encima, resaltamos que no danzó con ninguna otra dama…
Kilian carraspeó bastante harto de la conversación girando en torno de
Belle, odiaba como Rebecca se expresaba de ella.
—Cambiando de tema. Hay algo que necesito hablar contigo en
privado, primo —le dijo Kilian—. ¿Me haces los honores?
—Adelante, podemos usar el salón de caballeros de mi hermano.
—Siéntanse como en su morada —ofreció Rebecca que se quedó
conversando con Marybeth de sus asuntos.

La cara de Edgar no era afable cuando tomó asiento en una de las


confortables butacas de cuero marrón en el salón de los señores. Un lacayo
apareció para atenderlos, y Kilian lo despidió. No quería que lo escucharan.
Él mismo sirvió el coñac para ambos.
—Desmond tiene las mejores bebidas. No es justo —inició Kilian para
romper el silencio que se acrecentó entre ambos. Una cosa era fingir que
eran los primos mejor llevados delante de las mujeres. Otra era enfrentarse
a solas y aceptar las diferencias recientes que los alejaban, cuando en el
pasado habían tenido una sólida relación.
—Ve al grano —lo apuró Edgar muy serio. Su sonrisa se había
extinguido desde que Belle abandonó el palacio.
—¿La estás cortejando? —Su mirada era de hielo. También fue
directo.
—Eso me pediste. ¿O has cambiado de opinión? —lo enfrentó. Bebió
toda su bebida y dejó la copa sobre la superficie de madera de la mesa que
tenían frente a ellos.
—No. Sigo creyendo que me debes un favor y que debes casarte con
ella —exigió con dureza—, pero solo si de verdad consideras que puedes
hacerla feliz. Ya he vivido un matrimonio arreglado, no lo deseo para la
señorita Raleigh.
Ni siquiera se humedeció los labios con el alcohol, estaba más
interesado en aclarar la situación.
—El día que me case quiero hacerlo por amor —confesó Edgar,
remató la frase con un suspiro profundo. Era sincero—. Ya aprendí que la
vida es muy corta para desperdiciarla en un matrimonio por conveniencia.
No quiero terminar como tú. Y sí, me siento en deuda por pedirte que
desposaras a Gwen. No debí intervenir.
—Es bueno que pienses de esa forma, y ya no te preocupes por mí. No
volveré a reclamarte nada. Fue mi decisión al final acceder al matrimonio.
Estuve de acuerdo, soy responsable de mis actos —aceptó Kilian.
—Si voy a casarme con ella, quiero que te retires, que te apartes —lo
instó Edgar—. No vuelvas a quedarte a solas con la señorita Raleigh como
hoy en el invernadero, por respeto a ella, a su familia y a mi persona. Te lo
exijo con estas palabras. Si quieres un esposo para Isabelle, sal de nuestras
vidas. No voy a tolerarte rondándonos, recordándome que te debemos algo.
Porque si la hago mi mujer será por completo. No soy hombre que me
contente con una parte del alma de la persona que amo, la reclamaré, la
querré toda para mí.
Kilian lo escuchaba, y mientras lo hacía, sus manos apretaban más y
más el cristal de la copa.
—¿Te agrada?
—Mucho. Y cada segundo que imagino tus manos sobre su… Solo
quiero hacer una cosa, darte un escarmiento. ¿Cómo demonios pudiste
comprometerla? —Su mandíbula tensa, el rictus de su boca y sus fosas
nasales dilatadas demostraban que aquello era una información difícil de
digerir. Mientras más la conocía, más enfadado estaba con Kilian por
atreverse a llegar primero.
—Ese no era tu asunto, Edgar. Lo será después de que ella te acepte.
Entonces me retiraré.
—¡Lo harás! Porque su cara cuando llegué estaba triste, y cuando me
vio se transformó, una sonrisa floreció en sus labios. No eres bueno para
ella.
Kilian sintió la furia deslizarse por debajo de su piel, ni siquiera sintió
cuando los vidrios hechos pedazos de la copa que acababa de apretar hasta
hacerlos estallar, cortaron la carne de la palma de su mano. La sangre
comenzó a hacer surcos y a caer en gotas sobre la alfombra persa.
—Ha quedado muy claro. La cortejarás, y si te acepta, la convertirás
en tu esposa. No volveré a molestarlos. Sabes que te quiero, Edgar, y si te
cité aquí no fue solo para que habláramos sobre ella. Necesitaba que dejaras
atrás esa absurda rencilla que tienes conmigo. Deseo volver a estrechar
nuestros lazos.
—No es absurda —rebatió—. No estoy de acuerdo con ciertas
decisiones que tomas sin importarte lo que sientan los demás.
—Te recuerdo que no solo la tomé yo…
—Podías oponerte.
—No quería.
—Entonces es mejor así. Con la señorita en mi vida ya no podrás estar
cerca de mí. Le importas. Y si ella decide tomarme de la mano, no la voy a
importunar con tu presencia. De todos modos, no te deseo mal. Si algún día
me necesitas, sabes que estaré a tu lado.
—No necesito a nadie. Nunca te molesté para que fueras mi padrino
cuando fui retado a duelo hace algún tiempo atrás.
—Te habría acompañado —aceptó Edgar negando—. Te reservaste el
derecho de dejarme fuera.
—No podía corromper tu inmaculada reputación —bufó—. Jamás lo
habrías aprobado.
El marqués chasqueó la lengua.
—Que no esté de acuerdo con tu comportamiento con las damas, no
significa que no estaré a tu lado cuando me necesites. Espero que en el
futuro ya no recaigas en viejos vicios. Ahora, ve y atiéndete esa mano. ¡Por
Dios! Desmond te hará sangrar la otra en cuanto sepa cómo ha quedado su
ostentosa alfombra.
—Le gustan los libros más que las rosas —le sugirió sobre Belle y una
luz cálida iluminó su semblante.
Edgar negó ante el inconveniente Cupido
—Podía averiguarlo sin tu ayuda —agregó Edgar con suficiencia—.
Como conquistador eres pésimo, primo. Las rosas fueron un desacierto.
Detesta que las corten.
—¿Estás seguro? —Dudó—. Y tú debes esforzarte más en seducirla.
—Odió tener que sugerirle aquello—. Las señoritas ofrecen ese tipo de
excusas cuando no están interesadas, pero no significa que no tengas
oportunidad de entrar en su corazón, solo necesitas insistir de la manera
adecuada. Mis rosas siempre fueron bienvenidas, sin alegato alguno.
—No la conoces tan bien.
Kilian reflexionó. Ella no dejó de sorprenderlo una y otra vez. Tal vez
su primo tenía razón. Sin pronunciar otra palabra salió de allí. Con un
pretexto justificó su mano ensangrentada ante su madre, y tras un vendaje
improvisado, se despidió de la duquesa. Partió en su carruaje con la
vizcondesa viuda y la dejó en la puerta de su residencia.

Londres se le estaba haciendo insoportable. No pudo volver a la


inmensa soledad de su casa. Mandaría a buscar a las niñas antes de lo
planeado. La compañía de ellas era un bálsamo para su corazón, borraba sus
preocupaciones y le hacían sonreír. Por más que quisiera permanecer serio,
las ocurrencias de las pequeñas y el amor con que lo trataban le robaban
sonrisas. Le ordenó al cochero que lo llevara a White’s.
De ser un hombre rodeado de amistades, conocidos y familia, había
pasado a pelearse con el mundo entero. Por eso cuando vio a Emery
Osborne sentado solo en una de las mesas del club se limitó a saludar. En el
pasado habría tomado lugar a su lado sin preguntar. Kilian dudaba ser buena
compañía para alguien. Más esa noche.
Lord Oso le correspondió el saludo.
—Siéntate conmigo —le ofreció con su voz grave, entonces fue que
Sadice aceptó.
—Lo agradezco, Oso.
—¿Cómo te lleva la vida? —inició la conversación el marqués de
Bloodworth.
—Altas y bajas. No siempre se puede ganar. A ti sé que te está
llevando bien.
Le preguntaron a Kilian qué deseaba beber y pidió lo mismo que lord
Oso, un brandy. No tardaron en traérselo.
—Lamento tus recientes penas —continuó Oso—. Espero que tengas
mejor suerte esta temporada.
—¿Cómo va tu matrimonio?
—Parece que soy bendecido al fin. Rose es lo que tanto pedí. Todo
marcha a buen ritmo cuando estamos juntos
—Mi corazón se alegra por tus bendiciones. Sé que lo mereces.
Ambos repararon en la mano de Kilian, unas gotas de sangre
traspasaron la venda.
—¿Y ahora con quién saldaste cuentas?
—Fue un accidente —explicó sacudiendo la mano, como si de esa
forma fuera a dejar de sangrar—. Yo… no he vuelto a los problemas. No
desde ella.
—Oh —musitó el hombretón pasmado. Transcurrió un largo tiempo
desde que su amigo comprometió su corazón—. Deberías casarte con la
muchacha —le disparó sin contemplaciones. No era necesario mencionar el
nombre, ni especificar las circunstancias. Los dos sabían de quién y sobre
qué hablaban.
—Agradezco tu consejo. No lo tomaré. —Aunque no reconfortaba su
desazón, hablar con alguien le servía para desahogarse.
—No te entiendo, Kilian. —Oso le pasó una servilleta impoluta que
ninguno había tocado para que hiciera algo con la mancha creciente de
sangre—. Me aseguraste que la amabas. Soy un imbécil, ¿cómo pude
creerte? Ahora eres viudo. ¿Qué te retiene? Si fueses honorable ya hubieras
acudido ante su hermano para reparar el honor que corrompiste.
—Y Allard pediría mi cabeza —alegó usando la mano sana como si
fuera una pistola amenazando su sien.
—Eso es verdad, y creo que tendría toda la razón —siseó sin
contemplación por su interlocutor—. Un hermano responsable te querría a
varios kilómetros de distancia de su hermana. Tan lejos como de aquí a
Lincolnshire.
—¿También quieres refundirme en mi casa de campo? —Kilian apretó
la servilleta dentro de su puño. Estaba pensando que quizás iba a necesitar
unas puntadas. Por suerte, era la mano izquierda, no se perdonaría arruinar
la precisión que necesitaba para pintar.
—Te lo mereces por tener los cascos ligeros.
—Gracias por tu cruda sinceridad, Oso.
—Ya me conoces. No me ensuciaré la boca con viles mentiras,
tampoco me andaré por las ramas. Nos frecuentamos hace bastante tiempo,
así que ciertos subterfugios sobran entre nosotros. Ahora debo retirarme,
amigo. Tengo un compromiso.
—Valiente amigo —bufó Kilian, hacía tiempo que sentía que la
relación entre ambos se había enfriado.
—Como sea, tengo una cena importante esta noche en mi casa y no
puedo tardar más. —No iba a discutir los términos de su amistad. Tal vez
era inclemente, y debía hacerle participe de que aún lo apreciaba, aunque se
le dificultara demostrarlo. Pero era Oso, y no se andaba con
sentimentalismos.
—¡Bravo! —exclamó Kilian, pero lo dijo más para sí mismo. No
había recibido invitación. Su círculo seguía estrechándose, pronto quedaría
vacío.
Oso se percató de su torpeza, hablaba de la amistad; sin embargo,
había dejado de considerar a Sadice dentro de su círculo selecto hacía
bastante tiempo, aunque para su amigo era todo lo contrario. En el pasado le
había demostrado su lealtad cuando más lo precisó.
—La organizó mi esposa. Acudirá Evander —se sinceró—, es
imposible acomodarlos en la misma mesa.
—No te estoy reprochando nada. —Hizo un ademán de fastidio.
—Tú lo ofendiste. No puedo lograr que resuelvan sus diferencias, lo
que me pone en una posición embarazosa, y como detesto sentirme
incómodo prefiero ser el mismo ser despiadado de siempre y no pensar
demasiado en ello. Seré franco. Tienes tu merecido, Kilian. No nos
metemos con las hermanas de nuestros amigos.
—Me da igual lo que reflexiones para tener tranquila tu conciencia. —
Parecía que discutían, pero no era así. Estaban acostumbrados a hablarse sin
tapujos.
—Por supuesto que la tengo, no voy por ahí arruinando a jóvenes
casaderas —masculló y se alzó de hombros convencido de que su punto era
válido.
—Yo tampoco, tal vez en alguna ocasión —recordó y bajó la cabeza,
¿era tan terrible? Se defendió—: Lo de Belle fue circunstancial. He ofrecido
reparación de cada daño causado antes de ella. Ahora mi única deuda es con
Isabelle Raleigh y estoy trabajando para compensarla.
—Eso sí tengo que verlo. —Soltó unas tristes carcajadas ante el
cinismo de Kilian—. ¿Cómo crees que lo resolverás? Evander no recibirá tu
dinero, tampoco verá con buenos ojos tus arreglos matrimoniales
supuestamente ventajosos. ¿Buscarás a un caballero arruinado al que le des
una suma obscena para que despose a la muchacha? Allard no aceptará
nada que venga de tus manos.
—Normanby está dispuesto a casarse con ella. Y es muy rico. ¿Para
qué quiere un vizconde si puede tener al marqués más digno? Serán buenos
cuñados, los dos son hombres de honor.
Oso hizo un gesto de asombro. Después exhaló con fuerza.
—Esa mente tuya sí que funciona. No sé cómo demonios haces para
que las cosas ocurran. ¿Cómo convenciste a Normanby?
—Solo le mostré una pintura de Belle y le hablé de su carácter. En
realidad, no hice nada. El hombre que no aprecie a Isabelle por su alma
fuerte y valerosa, por su espíritu inquebrantable y por su corazón
apasionado es un tonto.
—Como tú… mi amigo. No has podido definirlo mejor. —Sus
carcajadas llenaron la estancia, y el premio a su entusiasmo fueron las
miradas ofendidas de otros caballeros que estaban en unas mesas lejanas—.
Creo que has cometido la peor idiotez de tu vida al presentarle a Normanby.
No soy experto en mujeres, tal vez solo un poco —añadió con arrogancia
—. Esa joven te ama. ¿Y se te ocurre mostrarle a tu primo que es mejor
partido que tú? No solo es un marqués, es leal, tiene un buen corazón,
nobles sentimientos, es honesto y no da golpes bajos como tú. ¿Cómo lo
digo para que entiendas? Eres un idiota.
Solo Oso podía atreverse a ofenderlo con tal desparpajo. Iba a
rebatirle, contestarle con el peso de su furia por los calificativos utilizados,
pero no pudo. Comprendió que Oso tenía toda la razón.
—Soy un maldito infeliz —asumió Kilian muy convencido.
—Y testarudo. Busca a un médico y atiéndete esa mano de una
maldita vez. No creo que te vayas a desangrar, pero apretar la herida con
una tela no será suficiente para que te alivies.

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Capítulo 13

Isabelle aún pensaba en cómo comunicarle a su hermano lo que había


sabido por Kilian esa tarde. No tuvo tiempo —ni valor— para ponerlo al
corriente. Habían llegado a toda prisa a Allard House a prepararse para la
cena, abordaron el carruaje y ya estaban llegando a la casa de los marqueses
de Bloodworth en Mayfair. Suspiró. Evander no tardó en mirarla. Se
arrepintió de subirse al primer carruaje con el matrimonio, debió abordar el
segundo con su madre y lady Abbott. Su hermano tenía una capacidad
innata para leerle la verdad en el rostro, por más que tratara de ocultarla.
—¿Sucede algo, Belle?
Ella se tensó. Elizabeth también concentró su atención en la joven.
—Si te digo la verdad ¿enloquecerías?
Debió sellar esos labios y quedarse callada.
—Habla —exigió sereno, pero firme. No hizo promesa alguna de
mantenerse en control.
—Solo si me juras que no vas a estallar, hermano.
—Entonces es grave —dedujo Evander—. No voy a prometerte
absolutamente nada, menos porque estás bajo mi responsabilidad.
—Por favor, cálmate, esposo —intervino Elizabeth—. Tal vez no es el
momento. Quizás será más sabio abordar el tema cuando regresemos a la
casa.
—Y la comida se me quedará atorada a medio camino. La vez anterior
que Belle tuvo esa mirada y necesitó comunicarnos algo, la situación fue
bastante delicada. ¿Tiene que ver con… él?
—Por el amor de Dios no te enojes —suplicó la señorita—. ¿O
prefieres que te tema y guarde silencio?
—Jamás me has temido y no tienes que hacerlo. ¿He hecho algo
distinto a protegerlos a ti y Edward?
—Anoche en el baile…
—Sabía que no era buena idea que asistieran a la casa de Normanby
—la interrumpió.
—Por favor, Evander, serénate. Déjala terminar de hablar.
Él le dio la palabra con la expresión.
—Sadice y yo quedamos a solas en la terraza por accidente —soltó y
sintió un escalofrío por la espina dorsal—. No sucedió lo que imaginas.
Solo discutimos. No puedes negarme el derecho a reclamarle a quien me ha
ultrajado.
—Ese derecho me corresponde a mí y creo que ya lo he tomado. El
asunto es que enterré esa dificultad cuando tuvo lugar. Y no entiendo por
qué han vuelto a revivirla.
—No sucedió nada reprobable —se excusó ante la mirada de
condescendencia de Elizabeth—. Solo cruzamos unas palabras, tampoco
fueron amables.
—Ustedes dos a solas ya es bastante reprobable.
—El duque de Norfolk nos vio —soltó tan rápido que se quedó sin
aliento. Por nada del mundo revelaría la participación al final de lady
Abbott, no quería que su hermano soltara unas palabras de reproches
dirigidas a la dama.
Ninguno de los tres pudo continuar hablando, pero un rugido que
brotó de la garganta del conde rasgó el silencio que amenazaba con
extenderse.
—Perdóname —musitó Isabelle.
Elizabeth bajó los párpados y negó apenada, le había fallado a su
esposo. Había prometido cuidar a su hermana.
—Tienes que casarte cuanto antes, Belle. ¿Entiendes lo importante que
es? Detesto estar en esta posición, jamás he tenido la intención de obligarte,
pero no puedo permitir que te lances al despeñadero y que arrastres a
nuestra familia contigo. Debes ser responsable de tus actos, y lo único que
puede salvarnos del escarnio público es el matrimonio. Piensa en Edward,
se ha esforzado tanto para hacer las cosas bien que no sería justo para él.
Piensa en mi hijo y los que vendrán.
—Estoy embarazada, otra vez —susurró Elizabeth. Evander la miró
con amor, ambos guardaban el secreto para develarlo a la familia en un
momento especial.
—No le digas nada a nuestra madre sobre lo sucedido, tampoco a lady
Abbott —pidió el conde—. No las agobiemos.
Belle asintió, si supiera que lady Abbott no se perdía de nada. Estaba
más al tanto de la situación que él. Pero no podía delatarla o también se
llevaría parte de la reprimenda, por solaparla y quedarse callada.
—Mándame lejos —pidió Isabelle. Haría cualquier sacrificio con tal
de no terminar en un matrimonio arreglado.
—Tal vez Sadice debería responder. Ahora es un hombre viudo. Sería
más fácil para todos si él asume su responsabilidad —opinó la condesa y su
esposo la miró como si lo que estuviera proponiendo fuera algo irracional.
Isabelle bajó los hombros, como si quisiese enterrarse en el asiento.
¿Cómo podría explicarle que aquel no estaba interesado? Si Evander
sospechara la mitad de las palabras que habían compartido, ya estaría
pidiéndole cuentas. No le podía contar, no era capaz de causar más
desavenencias entre su hermano y el canalla. Una de sus manos viajó hasta
sus labios, negándose a hablar, pero no fue necesario.
—Ni, aunque viniera a pedirlo de rodillas aceptaría a ese sinvergüenza
—sostuvo Evander—. La fisura entre nuestras familias no tiene reparación.
Buscaré un buen arreglo para ti, hermana. Te pido por favor que lo tomes en
cuenta, que lo consideres, porque irte lejos tampoco es la solución. Eres una
más de nosotros, dejarte marchar sería como darte la espalda y eso no
podría hacerlo jamás.
Belle soltó de golpe el aire que había retenido en los pulmones,
Evander lo despreciaba.
—Hermano… —musitó con el alma temblando—. Perdóname.
—Trata de mantenerte alejada de él. No hay nada más que aclarar
entre ustedes. Déjame hacer los tratos a mí.
Evander estiró la mano y tomó con ella la de su hermana. Elizabeth
suspiró al darse cuenta de que no habría conflicto entre los hermanos. No
podía tolerar la separación dentro del núcleo familiar.
—Saldremos victoriosos, ya verán —comentó Elizabeth—.
Buscaremos la forma de sortear esta crisis. Si su excelencia quisiera dejar
en evidencia a su primo, ya habría difundido el rumor. Son familia. ¿No
creen que tal vez por eso se mantenga callado?
—Cuando hablaron… ¿te ofendió? —continuó Evander.
Belle sintió el aire detenerse a su paso y negó rotundamente, estaba
decidida a no hacer más amplia la brecha entre Evander y Sadice. Era mejor
olvidar.
Por fortuna, cuando llegaron a Bloodworth House y los recibió el
nuevo mayordomo, les hizo pasar cuanto antes al salón. El pobre hombre
estuvo una eternidad como primer lacayo, hasta que el viejo Price, el
antiguo mayordomo de lord Oso, le dejó su puesto. Ahora cumplía su labor
con esmero, o de lo contrario, Price iba a amonestarlo severamente.

Pronto estuvieron todos sentados a la mesa. En la cabecera estaba el


anfitrión y en el otro extremo su esposa. Oso lucía su frac negro con
orgullo, adoraba tener a su familia y sus amigos llenando su casa. Los
comensales eran los duques de Weimar, que siempre lucían esa mirada
cómplice y enamorada. Casi toda la familia Raleigh estaba presente, a
excepción de Edward que estaba en Cambridge. Sus estudios ocupaban su
día a día. Lo mismo sucedía con Jacob Peasly, el joven barón Peasly,
hermano de la marquesa, que se había decantado por Oxford.
La hermana de Rose sí había podido asistir. A la dulce Daisy la
acompañaba su nuevo flamante esposo. Su boda fue un evento inesperado y
muy especial, resultado de un creciente amor de verano, algo no planeado.
Pero a veces los finales felices sorprendían en el momento menos
imaginado. Aurora, la madre de Rose, seguía de viaje por Francia, sanando
el corazón de viejas heridas, les escribía a menudo.
Price, quien era como un padre para Oso, también los acompañaba, a
regañadientes. A veces sentía que no le correspondía compartir la mesa con
su antiguo señor, pero el marqués era un hombre de firmes convicciones
que manejaba el protocolo a su antojo y cuya palabra no era cuestionada, no
lo permitía. Todos los presentes sentían una amplia estima por Price y lo
trataban con el respeto que habrían tratado al progenitor de Oso.
Cuando Belle vio quien se había sentado a su lado, sonrió. Annalise, la
pupila de los marqueses, era una joven de veinte años que había llegado a
vivir con ellos hacía poco tiempo, pero se había convertido parte importante
de la familia del marqués.
—Parece que sin contar a las viudas, somos las únicas solteras en la
mesa —le susurró Isabelle a la muchacha para iniciar la conversación.
—Algo muy descortés —intervino lady Abbott al otro lado de Isabelle
—. Tal vez los marqueses debieron invitar a algunos solteros para equilibrar
la situación. Pero no se sientan excluidas, señoritas, Price tampoco se ha
casado —bromeó la dama para sacarles una sonrisa. Por supuesto que el
hombre no se percató de la broma a sus espaldas, que se hizo sin mala
intención.
—Creo que ya tiene candidata, así que nos ha tomado la delantera —
las previno la hermosa Annalise. Había llegado muy delgada a Bloodworth
House, solo su cabello negro como las alas de un cuervo, y sus ojos azules
celestes destacaban en su figura. Con el pasar de los días ganó peso
convirtiéndose en una señorita de gran belleza, una que no se podía ignorar
al pasar. Quien caminaba por su lado debía mirarla dos veces, la primera
por asombro y la segunda para deleitarse con tanta perfección.
Las tres mujeres rieron, lady Abbott les había tomado cariño a las dos
jovencitas, a ambas había tomado bajo su ala. Todo lo que Isabelle había
aprendido sobre el arte de conducirse en sociedad, ella se lo había
enseñado. Con Annalise estaba a medio camino, la estaba preparando para
ser presentada la siguiente temporada, y esperaba que, su nueva protegida
fuera más obediente que la hermana del conde.
—La he escuchado, lady Abbott —terció Oso con tono mandón—.
Hasta que mi querida Annalise no sea presentada en sociedad no habrá
solteros en mi mesa.
Evander compartió una mirada cómplice con Oso. Belle bajó los
párpados apenada. Entendió sin que fueran necesarias las palabras. El
marqués no quería correr riesgos, tal y como le había ocurrido a su
hermano. Por darle tanta libertad y una confianza que ella traicionó ahora
estaban consultándole los problemas a la almohada. Se había equivocado.
De haber poseído el poder de volver el tiempo atrás habría hecho las cosas
tan diferente.
Lady Abbott hizo un mohín, no podía olvidar que a ella se le había
escurrido Belle entre sus dedos. Oso le confiaría la preparación de Annalise,
pero no la dejaría a su cuidado como hizo Evander con Belle. Esta última se
compadeció de la dama mayor, cada día le tomaba más cariño. Sentía
necesidad de compensarla por comprometer su reputación de matrona.
—Lo siento —le susurró Belle a lady Abbott, la dama rápidamente
entendió y el corazón se le ablandó. El sufrimiento de la muchacha lo sentía
como propio.
—Eso fácilmente habría tenido solución si Edward y Jacob hubiesen
estado presentes —intervino Rose—, se les echa tanto de menos. Es una
pena que no estén juntos, pero cada uno se debe a la tradición de su familia.
Estaría más tranquila si mi hermano pudiera tener la compañía del menor de
los Raleigh. Es un joven tan sensato. Sus logros deben tenerlo lleno de
orgullo, lord Allard.
El conde al sentirse aludido respondió:
—Edward es mi orgullo y el de mi madre también. No me da
preocupaciones. —La revelación de Evander abrió un hueco en el pecho de
Belle. Ella era todo lo contrario. ¿Por qué no podía ser como sus hermanos,
tan correctos y prudentes?
—La señorita Raleigh también es un orgullo para nuestra familia —
intervino lady Abbott, llena de piedad ante el semblante apagado de Belle
—. Ha resultado una de las debutantes más destacadas. Cuando llegue el
turno de la señorita Berry —dijo para referirse a Annalise— también
brillará. Son dos joyas que han quedado en mis manos, y las puliré para
sacar a relucir el valor que ya poseen.
—Usted, lady Abbott, sí sabe cómo hacer sonreír a las muchachas —
agregó Agatha—. Belle también es un orgullo para nuestra familia.
—Como lo es Annalise para nosotros —dijo Daisy sonriéndole a la
pupila de su hermana.
Belle miró en dirección de su hermano, por supuesto que su madre y
lady Abbott desconocían los últimos acontecimientos, esos que le iban a
robar el sueño esa noche a Evander.
—Por supuesto —sostuvo al fin Evander—. Mi querida hermana es
una bendición en nuestras vidas, y no imagino cómo llenaremos su ausencia
en la casa cuando tras el matrimonio marche a vivir a su propio hogar.
—¿Hay novedades sobre Belle? —preguntó Angelina, creyendo que
se estaba perdiendo los últimos acontecimientos acerca de su prima. Debía
invitarlas a todas a tomar el té y reanudar sus conversaciones. La duquesa
de Weimar notó también el semblante apesadumbrado de la aludida. Su
mirada viajó con rapidez hacia Rose y Elizabeth, para darles a entender que
debían reunirse como hacía rato no lo hacían.
—Nada nuevo —respondió Elizabeth—, pero eventualmente se casará
y creo que aún no estamos preparados para dejarla partir.
—Espero que encuentres al candidato adecuado, Belle —intervino
Rose—. Hay que cuidar al corazón. Y aprovechando que todos estamos
aquí, queremos hacer un anuncio. Querido, haz los honores, sé que ya no
puedes callarlo —anunció y todos miraron en dirección de su esposo.
Rose poseía un brillo más acentuado en sus mejillas. Oso se puso de
pie, rodeó la mesa y caminó gallardo hasta su esposa, la tomó de la mano, le
besó el dorso y la hizo poner de pie. Ella sonrió con tanta complicidad que
todos los presentes sospecharon de inmediato. Cuando el amor es tan
grande como el que unía a aquellos dos, a veces no se necesitaban las
palabras. Ellos poseían un vínculo sólido e intenso.
—Rose y yo vamos a tener un hijo —reveló el orgulloso futuro padre.
—Dios todopoderoso. ¡Qué gran bendición! —exclamó lady Abbott
alegre.
—Muchísimas felicidades —los apremió Price con la dicha reflejada
en el rostro.
—¡Enhorabuena! —Angelina les comentó con una sonrisa.
—Ya se habían tardado —espetó Jason guasón—. Incluso creí que el
gran Oso necesitaba unos consejitos para dar en el blanco. —El duque no se
pudo aguantar y no perdió la oportunidad de molestar a su amigo.
—Hay damas presentes, Jace —lo regañó Evander, reparando en su
madre, quien se sonrojó por el atrevimiento de su excelencia, también
estaban lady Abbott y las señoritas. Pero a estas solo les dio risa tal osadía.
Angelina le dio un golpecito a su esposo en el antebrazo, quiso
llamarlo al orden, pero solo pudo morderse el labio inferior y reírle la
gracia, aunque fuera subida de tono. Ella estaba acostumbrada, pero Jason
debía medirse delante de las damas. El duque era travieso, no conocía los
límites. Eso a ella le gustaba, le lanzó una mirada seductora que no pudo
disimular. Estaba perdidamente enamorada de ese hombre, la chispa que
brillaba en los ojos varoniles la derretía por dentro.
Agatha carraspeó para recuperarse de ese grupo tan peculiar. En
cambio, lady Abbott sonrió con picardía, recordando sus mejores tiempos.
Le habría encantado gozar de la compañía de un buen hombre. Aún le dolía
la soledad. Por fortuna, la vida la había premiado con su sobrina y la familia
de esta, donde se sentía querida.
—Me complacerá muchísimo verlos en esa faceta —les dijo Elizabeth
—. ¿Qué será? ¿Una niña tan valiente como su madre o un varoncito tan
fuerte como el padre?
—Lo que sea será bienvenido —respondió Rose—. Solo le pedimos a
Dios que venga con mucha salud. Tal vez un niño sea más seguro, si Oso se
desvive por cuidar a nuestra Annalise, no quiero imaginar qué sería de él si
tiene que velar por una pequeña niña.
Todos rieron.
—Me da gusto que te unas al club, querido amigo. Nosotros también
hemos sido bendecidos. Estamos en estado de buena esperanza —anunció
Evander.
—Tenemos que apurarnos, Angie —le dijo seductor el duque a su
esposa—. O dentro de poco nos superarán en número los Raleigh o los
Osborne.
Todos rieron. La felicidad del grupo fue inmensa y mientras se
felicitaban y disfrutaban del momento, Belle olvidó por un momento el
dolor que seguía latente en el fondo de su corazón. Tal vez casarse, después
de todo, no era un mal plan. No si desposaba a la persona adecuada. Un
compañero que la amara y la respetara, como esos tres hombres querían y
cuidaban a sus esposas. Hijos para llenar el alma. Familia. Sentido de
pertenencia. Unidad.
Suspiró y no dejó que nada empañara ese momento.

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Capítulo 14

Tras la acusación directa que le hizo Desmond cuando quedaron a solas, la


última vez que estuvieron juntos, Kilian no creyó que volviera a recibir otra
invitación para un evento en Primrose Palace. Pero ahí estaba él con su
madre del brazo, quien no podía faltar, acercándose a los asientos que le
habían designado y ocupando sus lugares. Marybeth estaba sonriente.
Ignoraba las palabras cruzadas entre su hijo y su sobrino mayor.
El concierto de violines estaba por comenzar en unos minutos, los
invitados seguían llegando. Eran recibidos por los lacayos elegantemente
uniformados y conducidos a sus sitios. El champán brillaba contra el cristal
de las copas en las que era servido. Los asistentes eran atendidos con
esmero. Duques, marqueses, condes y demás títulos rimbombantes. La más
alta nobleza había sido convocada a la residencia oficial en Londres de los
duques de Norfolk.
—Estás muy pensativo, Kilian. ¿Hay algo que no me has querido
decir? —le dijo Marybeth en voz baja.
Él sopesó si debía sincerarse con su madre en algún momento. Le
daría preocupaciones, y no era justo que la dejara con quebraderos de
cabeza. Bastante ya tenía con inquietarse por la suerte de sus nietas, sin su
madre. La dama le lanzó una mirada compasiva a su hijo.
—Tranquila, madre. Todo está bien.
—¿Si fuera lo contrario serías sincero conmigo?
La miró confuso. Hasta hacía poco Marybeth solo había querido vivir
en Londres, alejada de la finca familiar, sin atender sus responsabilidades.
Con el único interés de disfrutar de la vida que le quedaba con desespero.
Como si sus años de casada le hubieran robado todo de golpe, la inocencia,
la bondad, el amor, el deseo y necesitara recuperarlo todo. Sufrió tanto por
las infidelidades del esposo, y su falta de cuidado y cariño… Y después por
la pérdida de sus otros dos hijos, los que la vida le arrebató uno a uno. Tras
un duelo muy largo, despertar con ganas de devorar el mundo, era poco
pedir.
Kilian la entendió de cierta forma, por eso no se opuso a su necesidad.
Prefirió ponerse una venda sobre los ojos e ignorar las libertades que
Marybeth se tomaba. Agradecía que fuera una mujer discreta, intachable en
sociedad, y ávida por satisfacer sus deseos en lo privado. Pero prefería
saberla inmersa en sus nuevos intereses que verla hundida en la oscuridad
de sus desgracias.
Marybeth había viajado por el mundo, había tenido un amante, se
había dedicado a cultivar su pasión por el arte, y se había enamorado.
Quizás intentó guiar a su hijo y se entrometió más de lo que debía, y
eso causó una fricción en el vínculo de ambos. Pero, a pesar de que la
comprensión entre ellos fallaba, el afecto no se había resquebrajado. Por eso
no discutían ciertos temas. Fue la mejor forma que encontraron para no
terminar en una lucha de voluntades.
A veces se distanciaban, pero al final buscaban un punto de inflexión.
—Te pareces a él, no solo en el físico —le dijo la madre de pronto.
Kilian supo que se refería a su padre. Su mandíbula se tensó.
—Mi cabello es rubio como el tuyo —comentó para diferir de su
punto.
—Es cierto, él lo tenía castaño. Pero todo lo demás se lo heredaste. En
su juventud tu padre fue muy apuesto. Esos ojos celestes que enloquecían a
cualquier mujer. Por favor, no te le parezcas en el carácter. Ya es bastante
que poseas su temperamento, pero no sigas su ejemplo. Eres mejor persona,
eres mi hijo.
—Madre, no es el momento ni el lugar. ¿A qué viene todo esto?
—Algo en tu mirada me ha puesto sobre alerta. Déjate ayudar, al
menos con las niñas. Crees que puedes soportar el peso del mundo entero
sobre tus espaldas, pero todos necesitamos apoyo.
En alerta estaba él. ¿A qué jugaban Rebecca y Desmond? ¿Por qué lo
habían invitado? ¿Hasta dónde querían llegar?
—Todo está bien. —La miró largamente y Marybeth sintió un
escalofrío. Sí, era muy parecido a él, solo esperaba que no cometiera sus
mismos errores. Sentía que Kilian se estaba preparando para una batalla. Y
tenía un extraño presentimiento, tal vez sus contrincantes eran sus primos.
No podría soportarlos. Desmond, Edgar y Kilian no podían enemistarse,
tenían la misma sangre. Y, de ser así, ¿cuál sería el motivo?
La última familia llegó y fueron conducidos a sus lugares. Kilian
percibió la sorpresa en el rostro de Edgar. Normanby se puso de pie. Notó
que no los habían ubicado cercanos a él y no lo toleró. Como hermano del
duque nadie se opuso a que su silla fuera movida hasta quedar junto a la de
Isabelle Raleigh.
El vizconde tragó en seco. Él no podía hacer lo mismo. Su ventaja en
Primrose Palace estaba extinguiéndose muy rápidamente. Las puertas
seguían abiertas para él, ¿pero con qué propósito?
Lo que vieron sus ojos, lo dejó estupefacto. El conde de Allard
también acudió. Sin embargo, no asistió al baile en Normanby Hall, y
estaba seguro de que lo había hecho para no tener que soportar su presencia.
¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Trató de poner su mente en blanco y dejar de desviar su mirada hacia
donde estaban los Raleigh. Intentó no verla sonreír discreta ante las frases
galantes que seguramente su primo le estaba diciendo, con la completa
aprobación de Allard. El hermano de Belle estaba serio, pero se había
mostrado receptivo a las atenciones que Edgar estaba teniendo con su
familia.
¿Eso significaba que Isabelle había decidido seguir adelante? ¿Edgar
la estaba cortejando con el beneplácito de Evander?
—Creo que ya lo entiendo —murmuró muy bajo Marybeth. Solo él
podía escucharla.
—¿A qué te refieres, madre? Ya están por comenzar a tocar los
músicos, nos mandarán a hacer silencio.
En realidad, todos conversaban amenamente a su alrededor, los
músicos aún no estaban sobre el escenario, pero él quería evadir lo que su
observadora madre tuviese que decirle.
—¿Es por la señorita? No puedes enemistarte con Edgar por una
mujer, por más encantadora que sea. Y supongo, que Desmond ha tomado
partido por su hermano, porque también tiene esa cara de pocos amigos.
Marybeth había notado que las campanas sonaban, aunque desconocía
la razón. No obstante, no dejaría de escarbar.
—Ahora no.
—Él no ha tenido suerte en el amor. Siempre elige la dama que ya
tiene sus sentimientos comprometidos. Es una pésima apuesta. No te
interpongas en su camino. La familia está primero.
—Tranquila, madre, yo me haré a un lado —reconoció y Marybeth
exhaló preocupada, creyendo que había descubierto toda la verdad, sin
saber el trasfondo que aún desconocía.
Los músicos hicieron acto de presencia y tras colocarse en sus lugares,
la música melodiosa de ocho violines comenzó a inundar la estancia. Kilian
se dejó guiar por los afinados acordes, y su mente viajó al único momento
en que sus cuerpos fueron uno solo. Su coraza dejó caer todas sus barreras,
y sin darse cuenta, se perdió en la imagen de Belle. Olvidó donde estaba y
las apariencias que debía mantener. Como atraída por un imán, ella dejó de
sonreírle al marqués que la observaba embelesado a su derecha, y se
tropezó con los ojos azules como el hielo de un frío invierno. Pero lejos de
congelarla, aquella mirada entibió su corazón.
Cuando la última pieza cesó, los invitados se desplegaron por otra de
las salas preparadas para la degustación de un exquisito refrigerio.
Limonadas para las señoritas, bebidas más fuertes que el champán para los
que quisieran aventurarse y un delicioso oporto para las damas. Bocadillos
de todo tipo también aguardaban para complacer a los paladares más
exigentes.
Kilian seguía acechando a la nueva pareja que no se escondía para el
juego del cortejo que habían comenzado. Algunos ya empezaban a notar el
creciente interés del marqués por la señorita Raleigh. Evander parecía estar
complacido. Por suerte, nunca quedaron en una posición en la que
necesitaran saludarse. Habría sido engorroso para ambos, tener que explicar
por qué sus rostros lucían fieros ante la presencia del otro.
La anfitriona, Rebecca, tampoco había perdido detalle de los avances
de su cuñado con Isabelle. Compartió una mirada con su marido que fue
todo un reclamo.
—¿No harás nada?
Kilian no pudo escucharlos desde donde estaba, pero le leyó los labios.
Comprendió que el diálogo era de importancia para él, y buscó la manera de
acercarse sigiloso por detrás, para quedar lo suficientemente cerca para
poder oír sobre qué discutían. Pero ellos se alejaron por completo, ni
siquiera les importó desaparecer de la recepción por unos minutos, unos que
a él le parecieron eternos.

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Capítulo 15

Los duques se encerraron en el estudio de Desmond. Él se sirvió un brandy


y tras beberlo caminó por el escueto perímetro con el entrecejo fruncido.
—No debemos tardar, es una descortesía para los invitados —le
reprochó el duque, pero ella sentía que el asunto no podía esperar. Cada
segundo que transcurría, Edgar se volvía más efusivo en público en su
derroche de atenciones con la señorita Raleigh.
—Debes buscar la forma de detener lo que está sucediendo.
—¿Qué puedo hacer? —contestó Desmond con otra pregunta. Se alzó
de hombros. También estaba desesperado por las incógnitas alrededor del
triángulo Edgar, Kilian y la señorita Raleigh; pero de igual modo lo
inquietaba dejar a sus invitados solos, aunque fuera poco tiempo.
—Tu hermano va directo hacia el despeñadero. Adviértele de su error
—sugirió Rebecca de modo tajante.
—Le compartí lo que vi en la terraza de su casa cuando percibí su
fascinación por la señorita. Me ha dicho y sostenido que tergiversé la
situación. Que lo que necesitaba hablar con Kilian sobre la señorita Raleigh
ya ha quedado perfectamente aclarado. ¿Quién soy yo para entrometerme?
Ella hizo un mohín de desagrado.
—Habla, suelta discretamente el rumor o dame permiso de encargarme
de susurrarlo a quien sepa cómo hacerlo volar con rapidez. Así Edgar no
tendrá otro remedio que apartarse. Una fruta corrompida no le conviene.
¿Eso deseas para tu hermano? —insistió Rebecca.
—No nos consta.
—¿Qué honor puede quedar indemne tras dejarse seducir por tu
primo? Ambos sabemos cuáles son los intereses de Kilian.
—He dicho que no nos consta. Solo los vi dialogar. Es más, parecía
que discutían.
—Como dos amantes —presionó.
Él le abrió los ojos a su esposa para intentar disuadirla. No le gustaban
los cotilleos. La situación le parecía dudosa, pero Edgar le había asegurado
que la tenía bajo control. Y su hermano era un hombre cabal y sensato.
¿Debía continuar entrometiéndose?
—No puedo aseverarlo, Rebecca.
—¿Desde cuándo una situación comprometedora es menos grave
según el juicio de quien sorprende a los que han caído en tentación? Una
señorita respetable no queda a solas en una terraza oscura, con un caballero
cuya fama de libertino le precede.
—Basta ya, querida. Somos respetables, no andamos esparciendo
rumores. Así que, por favor, ya olvida el asunto. Atendamos a los invitados.
Tengo cuestiones más importantes para estar resentido con Kilian.
—Tal vez ella es el motivo. Hasta ahora has creído que tu pérfido
primo descubrió a tu hermana en malos pasos. Podrías estar equivocado.
Gwen jamás dañaría la reputación de su familia. ¿Y si Kilian quería quedar
libre para tener la oportunidad de ofrecerle a su conquista algo más que la
posibilidad de ser su amante?
—No, es demasiado sórdido. Estamos hablando de Kilian. Es frío,
pero no concibo que pueda dañar a un ser humano a propósito. Es distinto
defenderse en un duelo, que con dolo y premeditación causar un mal de tal
magnitud.
—Fuiste el primero en sospechar.
—Quizás la pena me ha trastornado un poco, y todo es producto de mi
ira por no poderla salvar. Un duque tan poderoso, ¿para qué me ha servido?
Cuesta mucho aceptar que Gwen no está más.
—Por eso debes velar con más afán por Edgar. Si hubieses estado en
Everstone Garden & Park cuando ella se enfermó, habrías mandado a
llamar a los médicos más capacitados, los tratamientos más infalibles. Estoy
segura de que sí la habrías salvado.
—Mujer, sé que era tu amiga, más allá de tu cuñada.
—Mi amiga de la infancia —dijo y dos lágrimas gruesas cayeron por
sus mejillas—. Y ni siquiera nos deja ocuparnos de las niñas. Me ofrecí
para ser una guía para ellas, necesitan una influencia maternal en su
condición tan adversa.
—Él es el padre. Sé que nos cuesta entender muchas cosas, pero no
tomemos decisiones precipitadas. Si Kilian es culpable de negligencia o
algún acto infame en contra de mi hermana, pagará con su vida. Pero, al
menos por respeto a la tía Marybeth y a la memoria de mi madre, no puedo
sentenciarlo hasta no estar completamente seguro de su responsabilidad.
—¿Te estás ablandando? —indagó sorprendida.
—No, querida. Si corroboro mis sospechas, seré implacable con su
castigo. Solo no me dejo llevar como tú por las emociones. Porque en estos
casos, aguardar con cautela ofrece mejores resultados.
Ella hizo otro mohín de descontento, no tenía la calma que él poseía
para esperar por unas pruebas que quizás nunca se iban a materializar. Ella
quería zanjar ese asunto de inmediato.
—Si consideras que estás en lo correcto, entonces no tenemos nada de
qué hablar.
—Rebecca, ven —ordenó el duque. Ella se le acercó a regañadientes.
Su esposo no era muy cariñoso a la hora de demostrar afecto, pero tenía
otras formas de manifestar cuanto le importaba—. No olvides que estás
esperando a mi hijo. Este puede que sea varón. Tiene que serlo. Ocúpate de
cuidarte. No desgastes tus fuerzas.

Ambos salieron por la misma puerta, primero la dama y después el


caballero. Pero se dirigieron hacia sitios diferentes. Él con la intención de
departir con sus pares del Parlamento. Ella en dirección hacia donde
conversaban las damas. Pero en su trayecto encontró a Normanby
conversando con la señorita Raleigh apoyados en el alféizar de una ventana.
Ella bebía inocentemente una limonada. Y él tenía en sus manos un
hermoso ejemplar de libro encuadernado. No estaban solos, la madre de la
muchacha estaba cumpliendo a cabalidad su papel de carabina.
La serenidad que poseía Desmond para tratar los asuntos más
complejos, su desapego emocional a la hora de observar, encontrar pistas,
atar cabos, sacar conclusiones, era exactamente proporcional en magnitud, a
la rapidez que tenía Rebecca para urdir un plan y ejecutarlo.
—Querido cuñado, espero que esta ocasión sea muy especial. Señorita
Raleigh, ya la hemos deleitado con las flores en el invernadero y con una
música exquisita. ¿Qué más podemos hacer para que desee regresar? —le
preguntó Rebecca con fingido interés en su comodidad.
—No necesita hacer nada más, su excelencia. Agradezco sus
atenciones —respondió Belle.
—Hay algo que le agrada a Isabelle más que la música o las flores —
expuso Edgar.
Rebecca no necesitó que se lo explicara, observó el libro en la mano
de la jovencita, el que hasta momentos atrás descansaba en la mano de su
cuñado. Pero lo que más perpleja la había dejado era que Edgar la había
llamado por su nombre de pila.
—¿Le gusta la literatura? —se adelantó Rebecca.
La joven asintió.
—Isabelle siente una predilección especial por los libros —comentó
Agatha e hizo un gesto de pesar. El marqués le agradaba cada segundo más.
Era todo un caballero. Era una pena que su hija no pudiera aceptar su
cortejo. Debían alejarse cuanto antes de Sadice y su familia. Era mejor
encontrar un candidato que no estuviera emparentado con el vizconde.
—Isabelle adora leer —ahondó el marqués—. Me lo ha confesado
Cupido —jugó, pero en realidad se refería a Kilian, quien le había aportado
tan valioso dato—. Y su madre, aquí presente me lo ha corroborado.
La duquesa estaba perpleja, él volvió a tutear a la señorita.
—¿Y le has regalado ese magnífico ejemplar? ¿Es poesía?
—Así es, excelencia —afirmó la señorita—. Lord Normanby ha tenido
este bello gesto, que no creo que deba consentir.
—Si le gustan los libros, tiene que conocer nuestra biblioteca. No creo
que haya otra mejor provista que la nuestra en todo Londres. Será como
sumergirte en un mundo solo conocido en sueños. Normanby puede guiarte
en tan esplendoroso paseo —propuso la duquesa.
—No quiero molestar. No hemos venido para ver los libros —dijo
Belle y se notaba la negativa en el rostro, solo Edgar no pudo advertirlo,
estaba tan entusiasmado.
—Querida —pronunció Rebecca—, no me prive de la dicha de
agasajarla como se merece. Me haría sentir una pésima anfitriona.
—Usted jamás lo sería, excelencia —expresó Belle.
—Adelántense, aprovecharé para conocer más a su madre. Casi no
hemos podido conversar. En breve les seguiremos —atajó antes de que la
carabina los escoltara.
—Su excelencia, debo acompañar a mi hija —se disculpó Agatha.
—No estarán solos. Justamente ahora mi biblioteca está más atestada
que este salón. Le confieso que, es el sitio que todo caballero o dama que
visita Primrose Palace desea conocer.

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Capítulo 16

Isabelle se dejó convencer por las palabras de la duquesa. Visitar el palacio


y no conocer la biblioteca era un despropósito. Y de verdad estaba
interesada en averiguar si su excelencia estaba en lo correcto. Porque la
biblioteca de Allard House era la mejor provista que había conocido hasta
la fecha.
Mientras recorrían los pabellones, los invitados se fueron quedando
detrás, y tras atravesar las puertas a dos hojas del recinto, notó que no había
un alma. Estaban completamente a solas. A Edgar no le importó. Al
contrario, su rostro reflejó que estaba complacido por disfrutar de unos
minutos a solas con ella.
—Adelante, prometo que no te arrepentirás. Puedes explorar con
confianza.
Isabelle lo pensó por unos segundos, pero las enormes paredes
tapizadas con estantes de libros la sedujeron y, en un abrir y cerrar de ojos,
ya estaba husmeando aquí y revisando allá, sin prestar más atención a su
acompañante.
—Isabelle —pronunció con firmeza la voz del marqués. Ella bajó los
dos peldaños que había ascendido en la escalera corrediza hecha de la
misma madera que las estanterías. Dejó la escalera en el sitio que la había
encontrado y se volvió hacia él.
—Le escucho, milord.
—Aunque has aceptado que me dirija a ti por tu nombre, aún no me
llamas Edgar.
—Lo siento. No puedo.
—¿Me estoy precipitando? —indagó reflexivo, intentando entender.
—Tal vez. —Lo miró largamente, luego sonrió. Aunque se daba
cuenta de lo que él intentaba hacer, sus atenciones no le molestaban. Era el
hombre ideal, pero tenía muy claro que no para ella, no lo veía con esos
ojos. Buscaba la manera de hacérselo saber, sin lastimar su corazón.
—Me agradas…
—Usted también me agrada, milord.
—Me refiero a que me gustas de un modo más personal.
—Lo sé —dijo al fin. Sus hombros bajaron—. Y no quiero dar motivo
para que malinterprete mis intenciones.
—Soy quien no desea que malinterpretes mis intenciones, pues estas
son las más honestas. Quiero hablar con tu hermano, y confiárselas, pero no
puedo avanzar si no me confirmas que estás de acuerdo conmigo. ¿Me
permites cortejarte con miras a pedir tu mano cuando ambos lo
consideremos apropiado?
—Milord, no quiero ser injusta con usted. Es un caballero admirable y
me pregunto por qué estoy dándole esta respuesta. No se me ocurre otra
razón, que una que aprendí de una dama a la que admiro, por su temple y su
sabiduría: la lógica muchas veces decide enemistarse con el corazón.
—¿Y esa dama es?
—Prefiero reservármelo. —No le diría que lo había aprendido tiempo
atrás de lady Abbott, aunque aquella lo había manifestado en completo
desacuerdo con la aseveración.
—¿Su corazón ya tiene dueño?
¿Cómo iba a responder sin mentir?
Un lacayo llegó con un aviso urgente para el marqués y ella no pudo
darle la tan ansiada respuesta, lo que supuso un alivio enorme para Belle.
—Espérame aquí, no tardaré. Puedes seguir disfrutando de los libros.
Isabelle estuvo de acuerdo. En lo alto de la biblioteca descubrió la
colección más completa y antigua de Shakespeare que hubiese podido tocar.
No dudó en volver a subirse a la escalera e intentar alcanzar los tomos. La
encuadernación era fascinante, marrón con letras doradas. Databan de 1709
y fueron publicados por Jacob Tonson. Revisó los lomos y terminó por
bajar los peldaños con tres de los seis, abrazados a su pecho. Pero la
escalera vibró entre sus manos. Trastabilló al intentar pisar el suelo y sintió
que iba a caer. Se negó a soltar su preciosa carga para sujetarse con fuerza a
los peldaños.
Una mano aferró la escalera otorgándole firmeza, otra la sostuvo por el
talle, permitiéndole recuperar el equilibrio, tras arrojar su bastón. Él
también buscó el apoyo que perdió en el cuerpo femenino.
Los ojos de Belle se encontraron de pronto con una mirada celeste que
conocía a la perfección, una que de vez en cuando se colaba en sus sueños.
Se sujetaron el uno al otro con fuerza.
Belle no pudo armar una frase para agradecer o intentar alejarse, su
cabeza no se decidía. Otra voz, pero de mujer, los dejó en silencio absoluto
por unos segundos, negados a reaccionar.
—Lord Sadice y señorita Raleigh… —El rostro de la duquesa de
Norfolk reflejaba la sorpresa y la reprobación—. Jamás imaginé
sorprenderlos en una situación tan comprometedora. —Llevó sus manos al
pecho en señal de indignación—. Justo cuando mi querido Normanby tenía
intenciones de cortejar… —No terminó la frase, no estaba interesada en
hacerlo—. Lo siento, no puedo callarme. Este desliz no debe pasarse por
alto. Como anfitriona debo informar cuanto antes a los condes de Allard.
Detesto ser mensajera de tan indecente noticia. Sin embargo, no puedo
permitir que un evento tan poco digno se ignore.
Sadice terminó soltando el talle de la joven, y trastabillando hasta
buscar su bastón. Ella se quedó con un nudo en la garganta, aún sin soltar
los tomos. Jamás había sentido tanta vergüenza. Las acusaciones de la
duquesa le hicieron sonrojarse, como si de verdad fuese culpable de la
indecencia que se le adjudicaba.
¡Pero si no había ocurrido absolutamente nada! ¿Cómo era posible que
en una fracción de segundo su excelencia hubiese aparecido? El vizconde y
ella ni siquiera habían compartido una palabra.
¿Y su madre? ¿Por qué no estaba con la duquesa?
Kilian, en cambio, no sintió vergüenza. Su rostro se fue encendiendo
como el de un guerrero inmortal iracundo. Volvió sobre sus pasos, al ritmo
de su lento andar, y se detuvo al lado de Isabelle, como si fueran dos
soldados peleando del mismo bando.
—Rebecca, ¿qué pretendes? —le reclamó Sadice sin el trato formal,
afincado en su bastón. Estaba tan encolerizado. Apretó la mandíbula,
conteniéndose para que las palabras que iban a salir de su boca no fueran
tan ofensivas como el disgusto que sentía—: Debes reconocer que
provocaste esta encerrona en la biblioteca para descubrirnos a solas.
—Tus acusaciones están fuera de lugar, igual que las artimañas que
habrás utilizado para corromper a tan ingenua jovencita. Su familia se
sentirá muy decepcionada.
—Rebecca… —rebatió el vizconde con el entrecejo arrugado.
—Kilian… —lo imitó la duquesa.
Toda la etiqueta quedó fuera de aquellas palabras con las que se
recriminaron el uno al otro.
—¿Has tramado este entresijo para apartarla de Edgar? —preguntó sin
tapujos el hombre—. Te conozco bien, sé de lo que eres capaz.
—¿Librar a Edgar de una joven que ha tenido un resbalón contigo? Si
no lo consideré antes, lo pienso ahora —mintió, fue su plan desde el inicio.
—Tú me dijiste que Edgar me esperaba en la biblioteca —terció
Kilian ante la cara perpleja de Belle. Y ella entendió a lo que se refería
aquel al afirmar que sabía hasta donde era capaz de llegar la duquesa de
Norfolk—. Estoy seguro de que sabías que él no estaba aquí.
Belle sintió que iba a desmayarse y solo atinó a sujetarse de Kilian. Él
no dudó en brindarle soporte, aunque aquello endureciera más las facciones
de Rebecca, que reprobaba el acercamiento que por necesidad se dio entre
ambos.
—Mi cuñado no desposará a una joven mancillada por su primo —
sostuvo con la frente alzada la dama.
—Te excedes hasta límites insospechables —objetó Kilian.
—¿Cómo vas a silenciarme? Es tu palabra contra la mía, y mi
reputación es más digna que la tuya, querido. Mejor piensa en qué harás
para resolver esta situación. ¿Dejarás que se arruine —discutió señalándola
con el índice— y con ella su familia, o te comportarás a la altura de un
caballero? Callaré si haces lo más honorable.
Isabelle seguía pálida, aún no entendía cómo ella y Kilian terminaron
en esa situación nada conveniente. No les iba a quedar más remedio que
casarse si no quería ser condenada por toda la sociedad. No podía arrastrar a
los suyos consigo. Pensó en ellos con dolor. Pero… ese hombre había dado
suficientes pruebas de su reticencia a desposarla. Entonces, no podía
esperar honorabilidad de él.
—Excelencia, usted está tergiversando los hechos —se defendió
Isabelle, llenándose de valor. Sabía que era su única oportunidad. Si había
algo que tenía muy claro, era que Kilian no le pediría matrimonio. Tuvo la
oportunidad de arreglar su penosa condición al enviudar, y no se dignó en
reparar el daño. ¿Por qué ahora haría lo correcto? ¿Para salvarla? No
esperaba clemencia. Por lo que buscó su absolución. No iba a terminar en el
ostracismo social sin dar pelea—. Y usted, suélteme y no empeore la
situación —se refirió a Kilian—. Puedo soportarlo.
Respiró hondo y trató de desembarazarse de su brazo. Sin embargo, él
se negó a dejarla.
El marqués de Normanby volvió a la estancia, entró con una sonrisa en
el rostro que se desdibujó al ver a Belle con el rostro turbado, abrazada a un
cúmulo de libros, y a Kilian sujetándola.
—Lo siento, señorita. Pero defenderé mi obligación de velar porque se
haga lo más respetable, en este caso. Deben casarse o su honor se verá
comprometido —insistió Rebecca.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Edgar con la expresión
confundida.
—Otro testigo del mal paso —emitió Rebecca como la dueña de la
absoluta verdad, del límite entre el bien y el mal—. Sadice y la señorita
Raleigh han sido sorprendidos en una flagrante indiscreción. ¿Sabías que
tenían tratos?
—No lo creo —dijo convencido, aunque una ráfaga de duda se coló en
su mente.
—No ha ocurrido tal cosa. Solo he pisado la biblioteca y su excelencia
—enfatizó Kilian lleno de mordacidad, y con ánimos vengativos en contra
de la intrigante duquesa— ha aparecido detrás de mí con la agilidad de un
lince. Justo cuando fue ella misma quien me dijo que deseabas verme con
urgencia en la biblioteca, primo. —Las mejillas de Sadice se sonrojaron
más, pero no por pudor, era la ira que le hacía hervir la sangre.
—Yo recibí una nota que me hizo salir de la biblioteca, al tiempo
exacto para que entraras y… —compartió Edgar en dirección del vizconde
—. Rebecca, creo que te has equivocado, tus ojos te han engañado.
—¿Cómo te atreves a refutar? —La dama respondió con frialdad.
—Recibí una nota de dudosa procedencia. Además, yo no pedí que
Kilian se encontrara conmigo en la biblioteca. ¿Por qué razón le diste tal
aviso? —insistió el marqués, decidido a no dejarse embaucar.
—Da igual el motivo —rebatió Rebecca—. Los brazos de Sadice
rodeaban impúdicamente la cintura de la señorita. Sus cuerpos estaban muy
cercanos, tan próximos como solo dos amantes pueden estar. ¿Quién se
atreverá a desmentirlo?
—Isabelle, habla, confiaré en tu palabra —le suplicó Edgar, se había
hecho ilusiones a las que no estaba dispuesto a renunciar.
—Es un malentendido —se excusó la joven—. No permitiré que me
calumnien. No he hecho absolutamente nada reprobable. Lord Sadice solo
me ayudó para que no cayera… al suelo. —Finalmente se liberó del agarre
de Kilian y se acercó a una mesa para depositar allí los libros responsables
de su perdición, ¿o debía responsabilizar a la duquesa? La trampa había
sido infalible—. Tuvimos la mala suerte de que su excelencia entrara en ese
instante.
—Cásate conmigo, Isabelle. —Edgar bajó una rodilla al suelo y la
miró al centro de los ojos.
Las respiraciones de los presentes se ralentizaron al grado de que
ninguna se escuchaba. Kilian aguantó un suspiro, mientras ella pensaba qué
contestar.
—No te corresponde salvarla —replicó la duquesa—. ¿Por qué vas a
sacrificarte en lugar de tu primo?
—Basta ya, Rebecca, o me harás perder mis modales de caballero y
terminaré por exigir que te calles y dejes de entrometerte. No te necesito
velando por mi porvenir —masculló Edgar al borde de perder los estribos,
pero solo le dedicó una mirada cargada de desdén a su cuñada. Sus ojos
volvieron prestos a buscar la mirada huidiza de Isabelle.
—¿Qué va a responder, señorita Raleigh? —la presionó Kilian. Un
vacío en el pecho lo asfixiaba, no obstante, sabía que la propuesta de Edgar
era la salida más digna para ella.
—Edgar —articuló Isabelle el nombre por primera vez para dirigirse al
marqués. Su voz era clara y serena, pero en ella se apreciaba un resquicio
de dolor—, tu propuesta es muy generosa. Sin embargo, no puedo aceptar.
Lo siento.
—Oh… —No pudo armar otra frase. La desolación y el rechazo
acompañaron el silencio del marqués, quien no repitió su proposición. Ella
se había pronunciado. No cabía la posibilidad de segundas oportunidades.
Un suspiro escapó de los labios de Kilian. La duquesa también soltó el
aire que retuvo, aterrada.
Isabelle tragó en seco, sabía que era su fin, lo que más la lastimaba era
que también fuera el de su familia.
—Excelencia —musitó la muchacha—, si aquello de lo que la acusa
lord Sadice es cierto, apelo a su honorabilidad. He rechazado al marqués.
¿No era lo que usted quería? ¿Usted podría olvidar lo ocurrido, que en
realidad no fue nada? No me atrevería a pedírselo si no fuese por mi
familia. —Odiaba morderse la lengua de aquella forma, pero se lo debía a
su madre, sus hermanos, a Elizabeth, a su sobrino y al que venía en camino.
—Muchacha insolente. ¡Qué insinúas! —Rebecca jamás admitiría su
intervención—. ¿También he orquestado tu encuentro con Sadice en la
terraza de Normanby… a solas? Mi esposo los vio, pero como él sí es un
caballero ha guardado silencio. Estoy dispuesta a hacerle cambiar de
opinión. Una ligereza tal no debe tolerarse.
El rostro de Edgar no cambiaba su expresión, en esta podía leerse que
todavía estaba dispuesto a ofrecer otra oportunidad. Pero Belle era
consciente de sus limitaciones, ella sí había pecado. No en ese momento,
pero era responsable de las acusaciones en su contra. De alguna manera,
aquella rígida mujer había visto lo que no era apreciable a simple vista.
—Si me disculpan, tengo que… salir —murmuró la joven ya sin ganas
de luchar, con un solo pensamiento en su mente: angustia por saber que era
la culpable de la caída de los Allard y los Raleigh. Rogaba al cielo, en su
humillante retirada, que pudieran salvarse, aunque fuera a costa de alejarla
de sus vidas. Sintió ganas apremiantes de llorar por la decepción y el
sufrimiento que les iba a causar.
—Isabelle Raleigh —La voz grave y, hasta cierto punto, severa del
vizconde la hizo detenerse—, ¿por quién me toma?
Ella no entendió su pregunta. Respiró hondo para que un quejido no se
escapara de su garganta y no demostrara su fragilidad. Necesitaba a toda
costa mostrarse fuerte ante aquellos.
—¿Qué quiere decir, milord? —emitió subiendo todas sus vallas,
tratando de fortalecer sus defensas ante la bestia insensible. Una lánguida
mirada se escapó hacia el marqués, el caballero en toda regla que su tonto
corazón acababa de rechazar. Si él supiera el tamaño de cada error cometido
en el pasado, ¿todavía le pediría matrimonio? Pero conocer la respuesta
valdría la pena si su corazón le diera señales de que en un futuro próximo
podría enamorarse de él.
—Isabelle —La voz de Kilian hizo que abandonara la figura del noble
marqués y que volviera a reparar en él, altanero, soberbio. Ni siquiera su
debilidad corporal lo hacía lucir menos orgulloso.
Belle necesitaba huir a toda prisa, lejos de esas personas, de aquel
palacio, del aire viciado que la asfixiaba.
—Lo escucho —balbuceó, ya no le importaba él, solo podía pensar en
su familia.
—¿Por quién me toma? —repitió la pregunta—. No la dejaré salir de
esta habitación con la frente baja. No cargaré sobre mis hombros el peso de
su ruina moral, ni la de su familia. Nos casaremos.
—No era tan difícil, ¿o sí, Kilian? ¡Enhorabuena! —celebró su éxito la
duquesa, poniéndose en movimiento para marcharse—. Le darás tú la
espléndida noticia a su familia o prefieres que sea portavoz de las
novedades.
—Basta ya, Rebecca —porfió el aludido con la paciencia casi extinta
por los ataques de la mujer.
—Es lo correcto —sentenció Edgar, resignado, ignorando sus
intercambios, el pesar seguía dibujado en su semblante.
—¡No! —soltó Belle ya sin poder disimular su tormento—. No me
casaré con usted, milord.
—Muchacha inconsciente. ¡Cómo si pudieras negarte! Se lo debes a tu
familia. Si no resuelven su situación en el trascurso de esta velada, pediré
una reunión con el conde de Allard. —Rebecca no dejaría un cabo suelto,
quería a esa joven lejos de las posibilidades de reconsiderar la propuesta de
su cuñado. Se sentía responsable de que su futuro fuese con una dama sin
mácula alguna.
Belle miró los libros que ni siquiera había revisado a conciencia, solo
superficialmente. ¿Cómo se las había arreglado el escritor de Stratford-
upon-Avon para concretar ese compromiso? No, había sido la duquesa de
Norfolk, y eso no podía olvidarlo. Sin ánimos de intercambiar otra palabra
con quien pediría su mano —si su hermano y el vizconde no se degollaban
antes— abandonó finalmente la biblioteca.
Evander no sabía nada, pero la duquesa estaba resuelta a que se
enterara ese mismo día.
¡El cielo iba a arder!

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Capítulo 17

Kilian aguardaba con cierta tensión en sus músculos aún en la biblioteca.


Todos los demás se habían marchado. Aún se recriminaba por la forma tan
insensible que le había propuesto matrimonio a Belle.
—Soy un idiota —se dijo. Pero no sabía si se recriminaba por la forma
de pedirle que fuera su esposa o porque había caído en la telaraña de
Rebecca. Belle debía desposar a Normanby, ella tenía que ser marquesa y
tener un futuro ideal al lado de un hombre íntegro. Él se había esforzado
para que quedara protegida, amada y limpia.
Sin embargo, lo había arruinado. ¿Por qué era débil ante ella? Si no
hubiera acudido a la terraza de noche tras Belle, sin carabina… Reglas y
más reglas que nunca cumplía y que traían consecuencias.
Pero, por otra parte, la idea de desposarla, de recibirla en su morada
bajo la mirada aprobatoria de Londres, hizo que el vacío de su corazón
amenazara con llenarse. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, solo
de imaginarla su esposa, compartiendo su brazo delante de todos, sin tener
que ocultarse del resto del mundo, como en el pasado.
No obstante, las palabras hirientes, con las que ella le reprochó su
comportamiento en ocasiones anteriores, le hicieron preguntarse si podrían
tener un matrimonio feliz o si su hogar iba a convertirse en un campo de
batalla.
La persona a la que esperaba no tardó demasiado. El marqués de
Bloodworth hizo su arribo. Tras saludarlo, Kilian le informó que tenía que
ponerlo al tanto de un asunto privado. Oso frunció el entrecejo y lanzó la
pregunta que le estaba quemando la garganta.
—Si me has citado aquí a solas, hay un motivo muy delicado —
protestó hosco—. ¿Qué te traes entre manos? ¿Qué reputación has
corrompido ahora? Si tu intención es pedirme que sea tu segundo en un
duelo, debo advertirte que detesto esa forma de arreglar los dilemas de
honor.
—Lo sé, te conozco bien. —Se revolvió el cabello con ambas manos.
Se recompuso y exhaló—. Jamás te importunaría pidiéndote tal cosa.
Bueno, espero que puedas ayudarme para no llegar a tal grado. Es
justamente lo que deseo evitar.
—Esto me huele a problemas —soltó Oso con severidad. Exhaló con
fuerza, temiéndose que el asunto en cuestión no sería de su agrado.
Los dos continuaron de pie, ninguno estaba interesado en tomar
asiento, solo querían salir del problema a la brevedad. Los libros en sus
estanterías fueron testigos silenciosos de la revelación.
—Voy a casarme —aclaró sin más e hizo un gesto de suficiencia.
—¡Qué demonios! —largó el marqués.
Un carraspeo de Kilian dio a entender que eso no era lo que más
exaltaría a su interlocutor.
—Voy a casarme, Oso; si mi futuro cuñado no me amenaza de muerte
antes.
—¿Y quién es el infortunado? Si me lo comunicas en ese tono,
supongo que no es un matrimonio en buena lid. Seguramente habrás
corrompido a alguna señorita y ahora te han cazado porque han de haberte
atrapado en el acto. Lo que no entiendo es qué tengo yo que ver en todo este
entuerto.
Otro carraspeo.
—El conde de Allard te aprecia. Es tu amigo y….
—¡Demonios, no! —Le clavó una mirada asesina—. ¿Has perdido el
juicio o no valoras la vida? —Dio dos pasos hacia atrás, tenía deseos de
abandonar la biblioteca.
—Arreglaré lo que un día corrompí, es honorable… ¿No lo crees?
—Sí, pero… —reflexionó por un segundo. Entre Allard y Sadice se
había levantado una inquebrantable pared. No había forma de que aquello
terminara bien—. No.
—Norfolk nos encontró a solas en la terraza… en la recepción que dio
Normanby —aceptó y el rostro de Oso se volvió más severo aún—. Solo
conversábamos. Sin embargo, hoy Rebecca me encontró a solas con Belle
aquí en la biblioteca. De esto último no tengo culpa, fue una encerrona de la
duquesa.
—¡Maldito Kilian! —Tuvo que caminar por el perímetro para
descargar la molestia que se instauró en su ser—. ¿Y por qué tu familia se
pondría en tu contra para obligarte a cumplir con tus responsabilidades? —
indagó, necesitaba más elementos.
—Yo tenía arreglada la boda de Normanby con Belle, pero a los
duques no les pareció tan buena idea. Menos después de verme hablando
con ella en la terraza la otra noche —sostuvo estoico. No iba a mentir,
aceptaba sus culpas.
—Eres un endiablado canalla. ¿Cómo puedes cometer fechoría tras
fechoría y creer que saldrás impune? ¿Y por qué tengo que ser yo quien
limpie tu desastre?
—Porque Allard es tu amigo, y… espero que yo también. Supongo
que no querrás quedarte cruzado de brazos mientras nos masacramos. Solo
te pido que intercedas para que no se oponga al enlace. No pretendo que me
vea con buenos ojos, ni que nos volvamos los mejores amigos. Yo hablaré
con él, pero necesito que estés cerca para mediar.
Oso lo miró con ira, ¡cómo se atrevía a dejarlo en semejante posición!
—No puedo prometerte nada, Kilian. Primero debo asimilarlo. —
Negó escéptico. ¿Podría aceptar esa unión? Suspiró—. No estoy seguro de
que seas la compañía idónea para esa señorita. Si tras analizarlo con calma,
cambio de opinión y decido que es la mejor solución al dilema existente, te
apoyaré. De lo contrario, seré tu más ferviente opositor. Si la dañas, si
perjudicas a Allard…
—No tengo tanto tiempo, Oso —disparó palabra tras palabra de modo
certero—. Así que piensa rápido. Su excelencia, la duquesa de Norfolk, me
ha dado hasta que termine la velada para concretar el compromiso, o le
soltará todo al conde de Allard.
—Esto no puede estar ocurriendo —añadió perplejo—. ¿Por qué su
excelencia se ha puesto tan estricta contigo?
No le contestaría que Rebecca y su esposo pensaban que él estaba
detrás de la muerte de Gwendolyn; tendría que bastar con lo siguiente:
—Creen que Belle y yo estamos involucrados. Están velando por el
corazón de Normanby y por su reputación.
—Es grave.
—No me pondré de rodillas —aseveró, clavándole al otro su mirada
también poco amable—. Te pido ayuda porque eres alguien neutro y tienes
buenas intenciones. Pero recuerda, tampoco eres un santo —lo desafió.
—No, no soy un santo. Pero la opinión que tiene mi esposa de mí es
muy diferente a la que la señorita Raleigh tiene sobre ti. Eso debe significar
algo —atacó dándose importancia—. Jamás he dañado a Rose a propósito.
—La verdad siempre posee aristas, unas que por honor no te puedo
explicar —musitó callándose tantos arreglos que había tolerado para salvar
la reputación de Gwen. Su amigo sabía que fue una boda arreglada, que
hasta cierto punto fueron un matrimonio peculiar. Pero no podía revelarle
los motivos por los que se casaron, el origen de sus hijas, y tantas otras
verdades que debía callar. Mantendría en el más absoluto secreto la
legitimidad de sus hijas y, por ende, el honor de Gwen.
—¿La amas? —lo enfrentó sin preguntar nada más, con los músculos
rígidos. Había ciertas explicaciones que Oso no entendía, pero el amor lo
podía comprender. Lo había vivido en carne propia: el desgarrador dolor
ante la ausencia del ser amado y la fuerza inexplicable que te empuja en la
misma dirección que este.
Kilian detestó esa pregunta. Sopesó cómo evitarla, pero en los ojos de
su amigo leyó que si no se sinceraba no iba a contar con su apoyo.
—Sí —susurró y la garganta se le cerró tras pronunciarlo, como si
tanto tiempo de saberlo prohibido le impidiera entregarse. Seguía sintiendo
que no era merecedor de un cariño honesto.
—Evander va a arder en furia cuando se entere. Así que prepárate para
luchar. Bajo ningún concepto aceptará esa unión. Estará decidido a hacer lo
que sea para impedirla.
—En el pasado ya me lo dejó claro. ¿O, por qué crees que he acudido
ante ti?
—Ella… La señorita Raleigh, ¿se ha pronunciado al respecto? ¿Ha
accedido a casarse contigo?
—No estaba muy convencida —titubeó y arrugó el rostro.
—Kilian —reprochó.
—Esta vez haré lo correcto. Si Allard o Belle rechazan mi
ofrecimiento, entonces pensaré en otras opciones… Por lo pronto, daré el
paso adelante y con la frente en alto pediré la mano de la muchacha. Si el
conde me la otorga, prometo que la respetaré hasta el último de mis días.
¿Mi palabra te basta?
—Solo puedo intervenir para que no se saquen los ojos el uno al otro,
pero si te rechazan ya no será asunto mío. No abogaré en tu favor.

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Capítulo 18

Kilian prometió delante de la duquesa de Norfolk que se casaría con Belle,


y que la proposición no pasaría de esa noche. Sin embargo, no podía
permitirse que tal resolución llegara ante los oídos de su hermano de boca
de otra persona que no fuera ella. Tenía que ahorrarle la vergüenza, el mal
rato, en la medida de lo posible, lo que parecía una tarea titánica.
Confiaba en su cuñada para que la apoyara en tal cometido, pero
recientemente había revelado su estado de gravidez. Así que consideró
dejarla fuera para evitarle el disgusto, al menos, por el momento. Evander
era sensato y no haría nada que exaltara los ánimos de su esposa. Belle se
las arreglaría para no implicarla.
Miró en dirección de su madre que conversaba alegremente con otras
dos damas de sociedad, entre las que estaba su vecina de Yorkshire, lady
Westbridge. A Agatha le costó mucho volver a integrarse, tras el golpe a la
reputación de Belle. La vio sonreír después de tanto tiempo que no se sintió
capaz de acudir ante ella. Además, Evander no iba a escucharla. En el
pasado les había costado entenderse. No quería ser el motivo para reavivar
las diferencias entre ambos.
Al otro lado del salón vio a sus amigas, la duquesa de Weimar y la
marquesa de Bloodworth. La segunda estaba también embarazada —y por
primera vez—, y aunque eran muy cercanas prefería no atormentarla en ese
momento en el que debía disfrutar de su gestación. Suspiró. Su prima, la
duquesa, parecía la única que podría intervenir. Y era una mujer bastante
decidida, se armó de valor para caminar en su dirección, cuando alguien la
tocó por el brazo.
Lady Abbott la miraba con los ojos muy abiertos.
—Júrame por lo más sagrado que no te has metido en problemas —le
susurró.
Belle se quedó perpleja. ¿Acaso poseía una caldera repleta de pócima
viscosa donde podía adivinar lo que fuera de su interés?
—¿Por qué me pregunta eso? —Trató de sonar segura, pero sus dedos
nerviosos dentro de aquellos guantes blancos la delataron.
—Querida, tras el fiasco que me llevé en el baile de Normanby, ¿crees
que te quitaría la vista de encima?
—Pero si usted no estaba siquiera cerca de donde me encontraba —
protestó.
—Mi pecho se hinchó de júbilo cuando te vi marchar en dirección de
la biblioteca con Normanby, luego quedé descorazonada cuando lo vi
volver solo. Mi desconcierto fue enorme cuando Sadice se dirigió presto
hacia la biblioteca y… Casi me da un patatús cuando no pude hacer nada
para evitar que su excelencia, la duquesa de Normanby, irrumpiera en el
recinto donde estaban los dos. Breves minutos después regresó el marqués.
Al final, abandonaron la estancia Normanby, la duquesa y tú. Cuéntame qué
ha sucedido antes de que mi corazón ya no resista.
Belle suspiró, miró en dirección de su prima Angelina y decidió que
ya no era necesario acercarse para pedirle que fuera su soporte en tan ardua
misión. Lady Abbott la había atrapado y no le quedaba más remedio que
compartirle lo sucedido. La dama no parecía que tuviera paciencia para
darle otra opción.
—Efectivamente, la duquesa nos sorprendió a solas a Sadice y a mí —
titubeó, pero ya no pudo callarse—. Él no ha tenido otro remedio que
ofrecer una reparación en el acto. Su excelencia le ha dado solo hasta que
termine la velada para presentarse ante mi hermano y oficializar el
compromiso, solicitando… mi mano.
—¿Estás jugando alguna broma malintencionada, muchacha?
—¿Cuándo lo he hecho? Menos a usted. La duquesa nos tendió una
trampa —resumió, cabizbaja—, incluso se deshizo de mi madre… Fue la
que mandó a Sadice a la biblioteca y… llamó a Normanby.
—Típico de su excelencia. —Negó con los brazos cruzados.
—Sadice pedirá mi mano. Está decidido.
—No creo que tu hermano lo acepte.
—Yo tampoco. ¿Acaso cree que deseo casarme con ese hombre tras
las desavenencias tan sórdidas que hemos tenido?
La miró dubitativa.
—Supongo que será incómodo para ti aceptarle. Algo complicado con
lo que lidiar. Y, aunque tu hermano tampoco soporte tal solución, será lo
más honorable —concluyó lady Abbott.
—¿Está sugiriendo que debo acceder?
—Ya no se trata de un secreto guardado por pocas almas. Isabelle, tu
reputación puede caer estrepitosamente, el círculo de personas que conocen
de tu indiscreción está creciendo. El rumor podría diseminarse con la
rapidez del fuego tras una chispa sobre pólvora en excelentes condiciones.
Piénsalo bien, querida. Tu hermano te defenderá con uñas y dientes, pero
¿dejarás que vuelva a enfrentarse a ese caballero? Sadice es muy diestro
con las armas. No hay que tentar a la suerte por segunda vez.
Belle analizó las palabras de lady Abbott con detenimiento.
—No quiero perjudicar la reputación de mi hermano y del resto de mi
familia por los errores que cometí en el pasado. Fui yo quien no me ceñí a
las normas que me enseñaron. Y a pesar de ser consciente de mi error, volví
a ponerme en situaciones que debí evitar a toda costa.
—Una cosa es la que debes y otra la que quieres. Si te casas con él no
lo hagas solo porque es tu obligación. Pregúntate a futuro, ¿cuál será la
mejor decisión para ti?
—Ya sé qué voy a hacer —alegó con firmeza.
Dejó a lady Abbott con los nervios a flor de piel. Se dispuso a buscar a
Kilian entre los asistentes al baile. Tenía que detenerlo antes de que se
presentara delante de Evander con su proposición.
No tardó en encontrarlo al lado del marqués, con quien bebía una copa
cerca de la mesa de las bebidas, mientras miraba sin discreción alguna hacia
donde Evander conversaba con el duque de Weimar.
No le importó, que tal vez, la mirada de su hermano se dirigiera en su
dirección y la viera caminando hacia los caballeros. Estaba decidida.
Lady Abbott no la dejó sola en tal empresa. Más le valía a ambas que
Belle no volviera a quedar sin carabina, bastantes tropiezos habían tenido.
—¿Lady Abbott? —inquirió al darse cuenta de que la dama ya estaba
a su lado.
—¿Quieres hablar con él? —indagó sabiendo de antemano la
respuesta.
—Si voy a aceptarle necesito establecer acuerdos, porque cada vez que
conversamos, terminamos en una despiadada discusión.
—Si es lo que deseas, haré los arreglos.
Cuando se aproximó a la mesa de las bebidas, lady Abbott compartió
una discreta seña con Kilian. Este último no tardo en aproximársele y
simular que compartían un saludo. La dama aprovechó para susurrarle algo
casi imperceptible
Oso los contempló con los labios en una línea apretada, oteando al
resto para verificar que no levantaran suspicacia, pero no se entrometió.
Captó lo que estaba sucediendo a la primera. Entendía que necesitaban
conversar, antes de que el vizconde se enfrentara a Evander.
Lady Abbott se acercó a Belle y se dirigieron a un saloncito apartado,
que había visto en uno de sus recorridos. Afortunadamente, continuaba
vacío. Todos estaban en el salón grande departiendo alegremente.
Sadice, acompañado de Oso, que se negó a dejarlo solo, para
cerciorarse de que la reputación de la señorita estuviera a buen recaudo, no
tardaron en llegar. El marqués se quedó fuera en la entrada como un
centinela de la moral, evitando que algún curioso los molestara. Lady
Abbott se negó a dejar a los futuros contrayentes a solas. A la distancia de
un par de metros, tomó asiento en una mullida butaca y simuló interesarse
en la decoración, pero los observaba con el rabillo del ojo.
Belle rompió el hielo.
—Si vamos a casarnos —comenzó a decir y eso llamó la atención de
él—, debes estar de acuerdo con mis condiciones.
—¿Estás pensando en aceptar? —Kilian se quedó helado, tratando de
asimilar sus palabras. Ante la intervención de ella se irguió, olvidándose por
un minuto de la molestia lacerante sobre la rodilla. Parecía más alto que lo
habitual.
—Si me escuchas y no te opones a lo que vengo a proponer.
—También tengo mis condiciones —murmuró el caballero y ella lo
miró sorprendida. ¿Cómo se atrevía a imponer lo que fuera en su situación?
Pero, cuando lo escuchó hablar entendió que era justo aquello que pedía—:
Sabes que soy padre.
—Lo sé.
—Tengo tres hijas encantadoras que no tienen la culpa de nada. No
puedo exigirte que las ames, aunque es lo que más quisiera porque de
verdad se lo merecen. Son pequeñas, tiernas y amables. Sin embargo, sí
quiero dejar sobre la mesa que mis requerimientos son completamente para
ellas. Te pido… que seas buena con las niñas, que nunca las dañes o las
uses como bastión en mi contra. Sé que tu corazón es noble y que jamás las
lastimarías. Pero si pondremos exigencias esas serán las mías. No quiero
que sufran más de lo que ya lo han hecho por mi causa.
Belle tragó en seco. Por un instante pensó que de la boca de Kilian
iban a salir otras palabras. Que el caballero tuviera un primer pensamiento
para las criaturas fue reconfortante. Lo más importante que tenía un padre
eran sus hijos y le pareció razonable que se preocupara por el porvenir de
las niñas dentro de la nueva familia que formarían.
—Nunca las perjudicaría —confirmó—. Son seres inocentes a las que
solo daré buenos tratos. Exijo lo mismo para mí de tu parte, un trato
respetable…
—Acepto. —Fue tajante y concreto, sin ofrecer más allá de lo
solicitado.
—Será un matrimonio arreglado. No esperes afecto o que cumpla con
tareas matrimoniales en la intimidad.
Lady Abbott, que seguía inmersa en el «escrutinio de la decoración»
carraspeó ante tal sugerencia. No hubiese imaginado que Belle se atreviera
a abordar el tema sin que le temblara la voz.
—Necesito un heredero —admitió él, mirándola a los ojos.
Lady Abbott más nerviosa que la futura prometida, se atoró de pronto
con su propia saliva y comenzó a toser, hasta que tuvo que volver a
carraspear para recuperarse.
—¡Oh! —exclamó Belle ante la alusión al hecho de tener decendencia
con Sadice. Él quería un heredero, pues solo tenía hijas. No había meditado
en ese punto importante al que un noble no desearía renunciar—. Solo
cumpliré con esa obligación, después de que nazca un varón no volveremos
a compartir esas responsabilidades.
—De acuerdo.
—No estoy interesada en estrechar mi vínculo contigo, Kilian, solo
deseo evitar el escándalo y no darle más dolores de cabeza a mi familia.
Ellos se han comportado siempre con decencia, tampoco merecen salir
agraviados por nuestros errores. Tus armas, las quiero lejos de mi hermano
—apuntó con intransigencia—. En ninguna situación volverás a desafiarlo a
duelo o a aceptarle una afrenta similar, aunque tu honor de caballero o tu
ego salga herido. Ahora serán familia y como tal deben mantener la paz. En
cuanto a mí, tengo planes sobre en qué ocuparé mis días, tras cumplir con
mis responsabilidades de esposa. No te opondrás y me apoyarás con una
parte proporcional de mi dote para conseguirlo.
La mirada celeste de él brilló un instante al imaginar un futuro juntos y
exhaló profundamente. Lo que Belle pedía no era imposible de cumplir. Las
piedras con las que construían su futuro estaban asentándose unas sobre
otras, formando los cimientos de lo que vendría.
—Ambos hemos puesto condiciones y creo que dadas las
circunstancias son bastante razonables. Ahora si me disculpas, voy a pedir
tu mano —alegó haciendo una reverencia formal—. Entiendo, tras este
pacto, que ya estamos comprometidos. ¿O me equivoco?
La frialdad con la que manejó el asunto congeló el corazón de Belle,
hubiese querido una última condición, que le exigiera amor o de lo
contrario no iba a dar una respuesta afirmativa en el altar. Pero no se
engañaba, ella tampoco había sido amable o afectuosa. Un matrimonio
arreglado, por conveniencia, para que su familia no fuera condenada al
ostracismo social.
—Seré yo quien informe a mi hermano —especificó ella—. Hablarás
con Evander cuando seas requerido. Si no da su brazo a torcer, quiero que
sepas que acataré su orden. En este momento, lo que él diga tiene más peso
para mí que lo que tú desees. Recuerda que me caso contigo exclusivamente
para no contrariar a los míos. Si ellos consideran que estaremos mejor
separados, aunque víctimas del escarnio social, asumiré las consecuencias.
—Lo acepto, pero si nos desposamos serás una Everstone, la
vizcondesa Sadice. Y de ahí en adelante seremos una familia. Entonces,
tendrás un papel que cumplir y exigiré también lealtad a mi apellido. ¿No
me demandarás algo más?
—¿Qué más esperas oír?
—Lo que piden la mayoría de las esposas, que no ponga mis ojos en
dama alguna —agregó con suficiencia.
—Solo hasta que engendremos al heredero —enfatizó—. Únicamente
porque me resultaría exasperante y repugnante compartir… —Su pudor no
le permitió ofrecer más detalles—. Después de que aseguremos al siguiente
en la línea de sucesión no me importará hacia quien dirijas tus afectos.
Tampoco tengo puestas mis esperanzas en tu fidelidad.
Lady Abbott controló su tos y su exaltación lo más que pudo, se sentía
orgullosa de haber depositado su confianza en Belle. La joven había
levantado la voz y solicitado más de lo que ella se atrevió a pedir en su
juventud cuando contrajo matrimonio. Aliviada, en parte, porque las
negociaciones hubiesen llegado a su fin, pero preocupada por lo que seguía,
escuchó al igual que los prometidos una voz dialogar con Oso en la entrada.
El enorme marqués dejó de flanquear la puerta y dio paso al conde de
Allard.
A la dama de mayor edad del susto le subió la temperatura y sus
mejillas se colorearon de rosa. Evander allí sin que pudieran prepararlo para
lo que sobrevendría, era alarmante.
Kilian se mantuvo firme en su posición, con la mirada desafiante, la
que comenzó a suavizar cuando recordó las palabras compartidas con Belle.
Esta última caminó en dirección de su hermano que se adentró en la
reducida estancia con el semblante muy serio.
—Hermano, yo… Iba a hablar contigo en este momento —musitó
Belle.
—Pero ya estoy aquí. Noté cómo se escabulleron los cuatro. Quiera
Dios que nadie más lo haya percibido. ¿Qué tienes que decir? —ordenó
Evander con la voz firme, pero aún serena, estirando al máximo su
tolerancia, cuando en su faz se veía que aquella reunión le disgustaba
muchísimo.
—En mi función de carabina me he cerciorado de que este encuentro
ocurra con total respeto a los lineamientos de las buenas costumbres —
intervino lady Abbott para enfatizar ese detalle tan indispensable.
—Querida tía, con usted hablaré en nuestra residencia —añadió
tratando de sonar afable por consideración a la dama.
—Consciente de mis fallos en el pasado y de mi situación actual le he
pedido matrimonio a la señorita Raleigh, milord —se adelantó Kilian—, así
que sin animosidad repito delante de usted mi propuesta. Sé que hemos
tenido diferencias que parecen insalvables, pero si me escucha con
detenimiento podrá constatar que mi ofrecimiento no es vacío.
—Lord Sadice, le suplico que dé dos pasos atrás y mantenga la
distancia. No estoy interesado en escuchar su ofrecimiento. No es momento
ni el lugar para tal… petición. —Trató de aguantarse porque era un
caballero, pero hubiese deseado soltar dos o tres improperios ante semejante
descaro.
—¿No considera un alivio que me haga responsable de reparar el daño
que he causado? ¿No le complace que ya no tenga esa preocupación cada
vez que recuesta su cabeza en la almohada? —insistió Kilian y Oso negó, a
su amigo se le daba fatal la reconciliación. Él era un bruto para las cosas del
corazón, pero el vizconde le ganaba.
—Lo que me da tranquilidad es saberlo a varios kilómetros de
distancia de los míos. No alargaré esta conversación por respeto a los
duques de Norfolk —sostuvo Evander.
—¿Hay posibilidad de que esta conversación pueda continuar en otro
sitio, Allard? —terció Oso—. Sé que tienes razón, pero Sadice ha decidido
recobrar el buen juicio y comportarse como un caballero. Escucha su
propuesta, al menos…
—Bloodworth —le dijo Evander, quien siempre lo llamaba por su
apodo o su nombre de pila, pero en ese momento el esfuerzo tan grande que
hacía por mantener la compostura no le permitía ser condescendiente
también con su amigo—, tú y yo arreglaremos cuentas después. No
entiendo por qué te has confabulado con ellos. De lady Abbott puedo
entenderlo, sus motivos quizás son loables, aunque desacertados. —Estuvo
a punto de decirle a Oso que el papel de casamentera no le iba bien, pero
jamás lo ofendería delante de otras personas, por muy enojado que
estuviera.
—Hermano… —intervino la señorita.
—Ahora no, Belle —reprendió suavemente Evander dolido y
desconcertado—. Me cuesta entender que después de todo lo sucedido aún
deposites tu confianza en este… caballero.
—¿Usted no cree en las segundas oportunidades? ¿En la redención? —
indagó Kilian en dirección del conde.
—No para el hombre que desposará a mi hermana. Prefiero a un varón
digno, de temple y que pueda guardarle fidelidad —añadió con la lengua
afilada.
—Pretendo hacerlo —confirmó Kilian, esforzándose para que su voz
también se oyera calmada. No podía darse el lujo de mascullar, sisear o
ironizar, aunque el orgullo de Evander lo exasperara. Entendía que había
sido un canalla, y que era lógica la desconfianza.
—No me haga reír, lord Sadice. Por respeto, no haré alusión a la
difunta vizcondesa y la zozobra que debió sufrir en su matrimonio… —
discutió Evander.
—Pues acaba de hacerlo —manifestó Kilian—. Y le pido que no
vuelva a mencionarla.
Isabelle se llevó una mano a la cabeza, todo estaba saliendo mal. Miró
a lady Abbott que tenía el rostro compungido.
—Aléjese de mi hermana —le exigió alzando la voz y extendió el
brazo hacia la aludida—. Belle, lady Abbott, es hora de irnos.
—Aguarde, Allard —persistió Kilian, quien tomó una honda
inspiración para aguantar el desdén con que estaba siendo tratado. No le
mermaba el ego, pero no solía callarse o mantenerse ecuánime ante ataque
alguno. Había desarrollado desde su adolescencia una mordacidad
irreverente para lidiar con los ataques velados o directos. Y tener que
morderse la lengua estaba poniendo a prueba su paciencia—. Pida lo que
sea, estoy aquí frente a usted solicitando la mano de su hermana. Belle ya
ha aceptado desposarse conmigo y no estoy huyendo a una iglesia para
casarnos sin su consentimiento. Estoy pidiéndoselo de la manera más
sensata posible.
—¡Señorita Raleigh para usted! —emitió Evander exasperado—.
Aléjese o me veré obligado a volver a retarlo a duelo. No me obligue a
causarle tal pena a mi esposa. —No tuvo vergüenza de admitir lo que lo
frenaba, su amor por su condesa, su hijo y el que venía en camino era muy
grande.
—Estaría en la obligación de negarme, si ocurriese tal cosa. Le he
prometido a mi futura esposa que jamás volveré a empuñar un arma en su
contra. Y no comenzaré mi matrimonio defraudándola —admitió Kilian.
Evander le lanzó una mirada tan afilada como su resentimiento.
Apretó los puños y ya sin poder refrenarse más, se lanzó contra Kilian.
Lady Abbott soltó un chillido muy asustada y unas lágrimas de importancia
se asomaron a los ojos de Belle. Todo lo que se empeñó en evitar estaba
ocurriendo. Y bajo el techo de los Norfolk, no tardarían en quedar en
evidencia frente a todo Londres.
Las manos de Evander sujetaron las solapas de Kilian con intención de
molerlo a puñetazos bajo la fuerza de sus manos, que se había forjado en la
ardua labor del remo, como antiguo remero de Cambridge. El vizconde
apretó la mandíbula muy contrariado, mientras sopesaba si insistir en sus
ánimos pacíficos o repeler el ataque. Como caballero prefería un duelo al
contacto físico brutal, pero ya en esa posición, también sabía defenderse.
—Estimado amigo, seré franco —intervino Oso con su voz grave,
interponiéndose con rapidez entre ambos varones, para obligarlos a
separarse antes de que fuera demasiado tarde—. Tu techo está a punto de
arder. Su excelencia, la duquesa de Norfolk, irrumpió en la biblioteca
cuando la señorita y Sadice conversaban —soltó sin tapujos y el rostro de
Evander ardió todavía más.
—No es posible —masculló Evander clavándole la mirada furiosa a
Kilian.
—Fue la duquesa quien le dio un ultimátum al vizconde antes de
acudir a tu encuentro —continuó Oso—. Sadice está dispuesto a casarse.
Belle ha puesto condiciones que son dignas de respeto. Y siempre podrás
darle un derechazo en la cara a tu cuñado si no cumple con todo lo
prometido. Pero ¿harás pasar a tu esposa y a tu madre por tal humillación?
¿Pondrás en riesgo el futuro de tus hijos?
—No podemos asegurar que su excelencia mantenga la boca cerrada
—intervino lady Abbott con un hilo de voz rogando por una tregua.
Evander le dio la espalda a su adversario y se volvió hacia su hermana.
—¡Salgan todos! —ordenó.
Oso instó a los presentes a salir. La dama lo hizo con la angustia
devorándola viva. Kilian, acomodándose las vestiduras y a regañadientes,
salió antes que el marqués de Bloodworth.
Cuando quedaron a solas, Belle suspiró profundo. Al menos, su
hermano y su prometido habían sobrevivido y no sucumbieron ante la
tentación de un duelo. La habitación seguía intacta y ningún invitado se
había aproximado a curiosear.
—Hermano, no me gusta verte así. Perdóname… —le suplicó. Sus
lagrimones bañaban sus mejillas.
—Sécate la cara —pidió él, y sin poder esperar por el resultado. Él
mismo limpió su rostro—. Pequeña, no te sientas obligada a casarte con ese
canalla.
—Yo deseo hacerlo —le dijo para tranquilizarlo. Por supuesto que
estaba llena de incertidumbre, pero aquello se había salido de control y ella
solo quería paz. La tranquilidad de los suyos, por encima de lo que fuera.
—¿Lo quieres? El matrimonio es un camino difícil, si con amor es
complicado mantenerlo a flote, sin ese bendito sentimiento, puede volverse
una cárcel horrible. No puedo permitir que te sacrifiques por la familia.
—Le quiero —alegó para calmarlo y terminó estremecida, porque en
el fondo de su alma aún tenía sentimientos que bullían por Kilian y los
escasos momentos felices que compartieron.
—Si es lo que deseas no me opondré, pero eso no significa que lo
perdone. Lo trataré con condescendencia solo en los momentos que no
pueda evitarlo. Las puertas de mis propiedades estarán cerradas para él,
salvo que fuese un caso de vida o muerte. Belle, es todo lo que puedo
ofrecer.
—Lo entiendo. Gracias, hermano. Y perdóname otra vez.
—Dile al canalla que lo veré en el altar. Y recuérdale que nunca
estarás sola, sin mi respaldo. La sangre que corre por nuestras venas, el
vínculo que nos une nada lo puede separar. No solo eres mi hermana,
terminé de educarlos a Edward y a ti, como habría hecho nuestro padre de
haber tenido más tiempo. —La besó en la frente—. No llores más. Vas a
casarte, dile a nuestra madre. Busca un hermoso vestido. Y no angusties a
las mujeres con lo que ha ocurrido aquí. Si algún día tienes la necesidad de
abandonarlo, en mi casa siempre serás bienvenida.

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Capítulo 19

El día de la ceremonia, Kilian lucía formal con su frac negro, un botón rojo
de rosa engalanaba el bolsillo frontal. La corbata blanca estaba anudada de
modo impecable, como su cabello peinado hacía atrás con unas pomadas de
olor. Su semblante permanecía imperturbable, no así el de las personas que
lo rodeaban. La familia y los amigos de Isabelle aún estaban sorprendidos.
La iglesia estaba adornada, las amonestaciones habían corrido y nadie se
opuso al enlace. Sin embargo, los rostros de los invitados lucían
asombrados. Pero eso no evitó que la joven se casara con un vestido blanco
de encaje y amplios volantes que la hacían resplandecer como la princesa
de un cuento de hadas.
Ambos pronunciaron «sí, acepto» con la voz alta y firme. Varios
suspiros contenidos acompañaron las palabras de: «los declaro marido y
mujer» del rector de St James.
Del lado de la novia estaba su familia completa, incluso Edward había
viajado desde Cambridge para acompañar a su hermana. Los marqueses de
Bloodworth con Annalise, Daisy y su esposo también se unieron a ellos.
Del lado del novio, aguardaban Marybeth, quien sonreía plácidamente,
ajena a todo el revuelo que la boda había causado. Normanby fue uno de los
que exhaló cuando el oficiante terminó la ceremonia, se arrepentía por el
tiempo perdido, más no por haberlo intentado, tras darle su palabra a su
primo. Los duques de Norfolk no se perdieron el evento, ocupaban
igualmente un lugar. Rebecca con una mirada irónica de júbilo que reflejaba
que estaba celebrando haberse salido con la suya. Desmond más suspicaz
que de costumbre. A este último, aquella boda apresurada solo le hacía
sospechar todavía más.
Marybeth se acercó para felicitar a su hijo. Con un gesto maternal, le
puso una mano a cada lado del rostro, que parecía la escultura de mármol de
un bello arcángel. Suspiró y aliviada le besó la frente. La mirada que Kilian
le dedicó a su madre fue paciente.
—Espero que la dicha los acompañe en el matrimonio, hijo. ¿Quién
diría que atraparías a la debutante más hermosa de la temporada? —musitó
como una dulce broma, solo para hacerlo sonreír—. Espero que sean muy
felices.
—Agradezco sus palabras, madre. Pero no la he «atrapado» —se
justificó, no le agradaba que se refirieran a una mujer de esa manera.
—¿Te refieres a que están enamorados? Pero ¿en qué momento
ocurrió todo? Oh, Kilian. —Lo miró a los ojos y no necesitó una respuesta,
lo conocía más de lo que él creía; incluso, aunque él se esforzaba por
disfrazar sus sentimientos para evitar sentirse vulnerable—. Por un instante
creí que se inclinaba por Normanby. Querido, espero que no te hayas
interpuesto ante los intereses de tu primo.
—Tranquila, madre. Edgar sobrevivirá.
Marybeth lo reprendió con una mirada.
—¿Por qué no mandaste a buscar a las niñas? Habría sido una buena
oportunidad para que conocieran a Isabelle. —La nombró como si la
frecuentara de toda la vida. No podía borrar su sonrisa.
—Llegarán pronto. Gracias, madre, por ofrecer tu casa para la
recepción —añadió. Necesitaban un terreno neutral.
—No tienes que agradecer. Me alegra que me lo hayas pedido, aunque
es raro que los condes no hubiesen preferido celebrarlo en su casa.
Él le besó la mano con caballerosidad para evadir con elegancia la
respuesta. Se lo explicaría en otra ocasión. Marybeth entrecerró los ojos
sospechando que algo quería ocultar y rogó al cielo porque todo tuviera
solución. Con Kilian nada era sencillo, jamás lo había sido; pero ella
conocía su mejor versión, también la menos amable, y estaba segura de que
al final la recompensa iba a llegar.
Tras salir de St James se retiraron hacia una discreta celebración que
no duró demasiado. Entre las puyas de los duques de Norfolk y los rostros
dubitativos de los familiares y los amigos, que comieron y bebieron sin
conversar demasiado, todo terminó.
La anfitriona agasajó a su nueva familia política con creces, era una
experta en recibir invitados y atenderlos. Hasta sus excelencias, los Norfolk
terminaron por suavizar sus rictus, al menos en esa ocasión.
Kilian sabía que Isabelle merecía una recepción mayor, pero ella
insistió en que fuera discreta, así que él no pudo oponerse. Aún recordaba
su expresión mientras pronunciaba los votos. Era su esposa y había
aceptado consumar el matrimonio. Yacería con él esa misma noche…
aunque solo sería hasta que naciera un hijo varón. Un escalofrío lo recorrió,
haciéndolo estremecer.
—Creo que llegó la hora de marcharnos a nuestra casa —le dijo en
voz baja. Como casados era lo primero que compartían, pues durante la
celebración no estuvieron solos ni un minuto. Belle fue acaparada por los
suyos en todo momento.
Amigos y familiares de la recién casada la despidieron con abrazos y
palabras de buenos deseos. Agatha tenía una lagrimilla escapándose de uno
de sus ojos, Edward la miraba con orgullo y Evander no le quitaba la vista
de encima, como un fiel guardián dispuesto a defenderla en cuanto diera la
voz de alarma.
Las amigas la llenaron de mimos, entre ellas estaban su cuñada, su
prima, Rose, Annalise y Daisy. Lady Abbott perdió su habitual compostura
e hizo un puchero al despedirse. Weimar y Bloodworth se despidieron de
ambos, y sus miradas hacia Kilian fueron inclementes, recordándoles que
también estaban dispuestos a lo que sea por defender el honor y la
tranquilidad de la muchacha: la nueva vizcondesa Sadice.
Cuando la liberaron de su afecto, Belle le tomó la mano en silencio a
su esposo. Él comprendió que ella gozaba de un núcleo familiar fuerte, sus
hermanos la adoraban, y podría afirmar lo mismo de su madre, su cuñada,
lady Abbott y sus primos los duques de Weimar. En cuanto a lord Oso y los
suyos, comprendió que no solo eran amigos de Belle y los Raleigh, habían
estrechado los lazos hasta considerarse parte de la familia. Era querida.
En cambio, él tenía a su madre, con quien la comunicación no fluía,
aunque el cariño entre ambos era desmesurado. Tenía a Edgar con quien
había sido uno solo, pero los recientes malentendidos trajeron un
distanciamiento entre ambos. Y estaban los Norfolk, quienes siempre lo
apoyaron, ayudándole a elevar su estatus dentro de la alta nobleza por los
nexos de Rebecca con la reina, pero quienes tras la muerte de Gwen se
volvieron sus mayores detractores.
Gracias al cielo, tenía tres personas que eran incondicionales, y
esperaba que Belle pronto pudiera conocerlas. Sophie, Iris y Blair poseían
corazones inmensos y un vínculo sólido con su progenitor. Eran el refugio
de Kilian, y su tesoro más valioso, por eso las cuidaba y defendía con todo
la fuerza de su ser. Anhelaba que Belle pudiera llegar a quererlas, incluso
más de lo que consiguió hacerlo Gwen. Añoraba que las amara con el
mismo cariño que iba a sentir por el hijo que procrearían.

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Capítulo 20

Cuando el carruaje se detuvo frente a la entrada principal de Sadice House


en Mayfair, el corazón de Belle lo hizo también. Su nueva vida se abría
paso con la rapidez de un rayo. De la noche a la mañana su vida dio un giro
completo. Su esposo, la ayudó a descender del coche en persona, le
extendió el brazo y la condujo al interior de la morada tras ser recibidos con
total solemnidad por el servicio, quienes formados en dos filas perfectas les
dieron una formal bienvenida.
Isabelle se esforzó en mostrarse amable con cada uno, quería empezar
con el pie derecho. Lo primero que observó fue que los sirvientes sonreían
al vizconde y lo trataban con agradecimiento, eso le hizo sentirse tranquila,
porque la decoración de la casa era bastante inquietante. Tras el recorrido
que le dio el ama de llaves por la mansión, descubrió que, Kilian como
buen coleccionista de obras de arte, conservaba algunas piezas que estarían
mejor en su galería que decorando su hogar.
Una pintura al óleo sobre la chimenea con un ángel caído cuyo rostro
estaba salpicado por el pecado. Una escultura de gárgola elaborada en
bronce también cercana a esta, cuyos colmillos y garras se veían muy
reales. Un cuadro, también pintado, con una sirena muy hermosa y
seductora, con los atributos superiores al descubierto, en el salón privado de
estar del vizconde. Cada obra era sublime, pero no parecían idóneas para
una casa decente, menos habitada por criaturas. Entre otros adornos que
ocupaban sitios estratégicos para deleitar a la vista.
El paseo terminó a las puertas de sus habitaciones, las de su
predecesora. Se sintió una intrusa al mirar el mobiliario, era como entrar en
la habitación de alguien más. Tanto, que no se atrevió a poner un pie en el
interior.
El ama de llaves pareció entenderla sin necesidad de palabras.
—Sus pertenencias están dentro, la doncella ya las ha acomodado.
—Gracias, es solo que… ¿Ella dormía aquí cuando venía a la ciudad?
—Sí. —La mujer entrecerró los ojos tratando de entender el
resquemor de la vizcondesa—. Todo el mobiliario fue cambiado para usted.
El vizconde escogió las piezas en persona.
—¿Son antigüedades? —indagó temiendo que estaba heredando los
muebles de alguien que ya no caminaba entre los vivos, debido a la
fascinación de Kilian por los ornatos de colección.
—Todo es nuevo, podrá darse cuenta al oler la frescura que aún trae la
madera.
—Oh. ¿Usted lo sugirió? —preguntó—. Agradezco el detalle.
—Fue idea de milord.
Aquello le complació.
—¿Cómo era la anterior vizcondesa Sadice? —preguntó y se
arrepintió en el acto.
—Fue buena con nosotros. —La respuesta llegó de todos modos.
—Entraré sola —decidió—. Dígale a mi doncella que venga ayudarme
con el vestido. Me cambiaré para la cena. Mañana conversaremos usted y
yo para conocer más acerca del manejo de la propiedad.
La cama era amplia y robusta, con base de roble y un alto dosel del
que colgaba la muselina blanca. Estaba vestida con seda de un agradable
color palo de rosa. La cómoda de palisandro donde descansaban todas sus
pertenencias, se le hizo práctica y hermosa; pero la butaca con banquillo
para los pies frente a la chimenea fue su sitio favorito. Solo faltaba traer
unos libros para colocarlos de modo ordenado en la mesa que tenía a su
lado, para poder seguir disfrutando de su más exquisito placer.
Imaginó que sus libros seguían en algunos de los baúles que no habían
tenido tiempo de desempacar. Le diría a Phillis, su fiel doncella, que los
trajera cuanto antes.
Tras tomar un baño, cambiarse de ropa y reunirse para cenar con su
esposo, aprovechó para indagar al respecto de la decoración. El comedor
poseía varias reliquias también.
El mayordomo comenzó a servir, con ayuda de dos lacayos, una crema
de champiñones con trufa; en una mesa auxiliar depositaron la delicada
sopera. Belle no se esperaba que la primera cena fuera algo tan formal. Un
mantel blanco cubría la mesa, que estaba adornada con tres enormes
floreros que, intercalaban dos candelabros. Los adornos casi no les
permitían verse a la cara.
Supuso que las niñas tomaban sus alimentos en la habitación infantil,
pero era difícil imaginarlas corriendo libremente por los pasillos de la
propiedad.
—¿Tus hijas suelen pasar largas temporadas aquí? —susurró con
miedo de que su sola voz causara un estruendo que volcara los lujosos
jarrones de porcelana china, que se veían antiquísimos y que estaban
dispuestos en las esquinas del comedor.
Kilian la sorprendió mirando a los jarrones.
—Si lo dices por las piezas de arte no tienes nada que temer. Son niñas
muy cuidadosas, han crecido aquí y ya pasaron la prueba. Jamás han roto
nada.
—Lo refiero por el contenido de algunas obras, no lo veo apropiado
para un hogar familiar —continuó—. La sirena en tu salón de estar es…
—Es un área de la casa prohibida para… —alegó con seriedad.
—¿Las esposas? —lo interrumpió.
—Iba a decir para las criaturas y todos los demás. Ni siquiera mis
amigos tienen invitación para entrar. No es así en tu caso. No hay área de la
residencia a la que tengas vetada la entrada. Esta también es tu casa, Belle,
todas las puertas están abiertas para ti. Siento si te ha molestado la sirena,
lleva tanto tiempo colgada en la pared que ya la había olvidado.
—¿El ángel caído concupiscente con medio torso desnudo? ¿La
gárgola espeluznante? ¿Jamás se han quejado tus visitas? —prosiguió.
Él esbozó una media sonrisa burlona.
—Esas sí las he traído recientemente. No suelo recibir visitas desde
que enviudé… En otros tiempos —agregó para referirse a su matrimonio
anterior— el ángel y la gárgola estaban en la casa de Bedford Square. Solo
que no tuviste la oportunidad de verlos, estaban en una habitación
reservada. Les tengo un cariño especial, por eso los he traído. Estaba soltero
nuevamente y quise recuperar el control de mi hogar.
—¿Tu anterior esposa jamás hizo un comentario acerca de la sirena?
Has dicho que lleva mucho tiempo colgada en esa pared.
—Gwen nunca le dio importancia —respondió y se alzó de hombros.
Belle hizo un mohín, detestó parecer caprichosa, celosa o exaltada ante
los valores morales.
—Entiendo —emitió sin comprenderlo realmente, su mente seguía
girando en si le gustaba o no la decoración de su nuevo hogar.
—Disculpa si no te agrada la decoración. No sabía que iba a casarme
tan pronto.
—Tuviste tiempo para mandar a redecorar mi habitación —le señaló
con tino.
—Era imperioso que descansaras en un sitio donde te sintieras
cómoda.
—Gracias por ese detalle —le comunicó. No solo sabía protestar y
quejarse, también reconocía cuando debía agradecer.
—La gárgola estuvo mucho tiempo en una antigua iglesia de Francia,
traerla por mar fue complicado —relató, estaba apegado a esa creación.
—¿No estaría mejor en la galería?
—Me gusta tener objetos que tengan un significado especial para mí.
Despertarme y verlos. Regresar de viaje y poder apreciarlos me hace sentir
en casa. ¿Sabes el significado que tiene? Protege simbólicamente una
propiedad, ya que solía cuidar un edificio de las inclemencias del tiempo.
—También eran usadas por los religiosos para recordarle a las
personas los horrores del infierno. —Carraspeó obstinada.
—No me desharé de ella —rezongó como un niño pequeño
aferrándose a un juguete.
—Si de verdad soy tu esposa…
—Lo eres —la interrumpió.
—Entonces, me dejarás tomar ciertas decisiones domésticas. Enviaré
el ángel y la gárgola a tu estudio o a tu salón privado junto a la sirena
indecente —decidió e hizo otro mohín.
—De acuerdo con mover la gárgola, el ángel se queda en su sitio —
convino con el ceño fruncido.
Otro carraspeo que no provenía de ninguno de ellos les hizo recordar
al mayordomo y las mejillas de Belle se ruborizaron. Este comenzó a servir
los platos principales.
—Por favor, podrían traer todo lo que tengan destinado para esta
noche y dejarlo sobre la mesa, Hall —le habló Kilian al mayordomo.
—¿A la francesa? ¿Cómo se hacía antiguamente? —replicó el hombre
algo en desacuerdo.
—Sí, y no se escandalice, por favor —exhortó el vizconde.
—Es su primera cena de casados —rebatió Hall tratando de adherirse
a la etiqueta, más delante de la nueva lady de la casa.
—Insisto —replicó el vizconde—. Deseo conversar con mi esposa con
tranquilidad y a solas.
—Enseguida, milord —obedeció tratando de no mostrar su
indignación.
Cuando la petición del vizconde fue cumplida y los sirvientes se
retiraron, ellos continuaron comiendo un poco más relajados. Para Kilian
era imperioso seguir el hilo de la conversación y que ella no se cortara por
las personas que estarían escuchando.
—No sé por qué te irritas, si has ganado —siguió Belle—. La gárgola
se quedará en nuestro hogar. —Tomó uno de los platos servidos con ternera
en salsa de moras silvestres y comenzó a degustarlo—. ¿Y qué hacemos con
el ángel caído?
—¿Qué quieres decir? —Arrugó el entrecejo sin probar la porción de
salmón que descansaba frente a él.
—No será lo primero que verán nuestros invitados —concluyó.
—No sabía que estarías interesada en la vida social —repuso.
—Tengo amigas y familia, me gustaría que me visiten.
Él creyó que tal pensamiento era algo positivo, su matrimonio sería
menos hostil de lo que había supuesto en un inicio. Comenzó a devorar el
pescado y tras saborear varios bocados, explicó:
—El ángel es una broma. Cuando tenía dieciséis años y mi cuerpo
comenzó a cambiar tuve una experiencia poco grata. En un almuerzo con
algunas familias de la alta nobleza, en Goldenshadow Castle, cerca del lago,
mis amigos me arrojaron al agua completamente vestido. Se me hizo una
temeridad deshacerme de la chaqueta y de la camisa delante de los demás
invitados. Orgulloso de los músculos que había comenzado a ganar y,
consciente de que era desafiante, no dudé en hacerlo. Los muchachos suelen
molestarte bastante si no eres osado, y yo en esa época lo era. Mi padre se
avergonzó de mi conducta y me hizo pasar una vergüenza frente a los
presentes que nunca olvidé. Sé que me excedí, pero delante de mis amigos
mi moral se elevó. Nadie volvió a jugarme una broma pesada.
—Los hombres tienen actitudes… incomprensibles para mí. No
concibo que se traten los unos a los otros con tanto desdén —admitió y
Kilian se alzó de hombros. Él tampoco comprendía el comportamiento de
los varones, y no se esforzaba por hacerlo, tan solo pretendía salir airoso y
con el ego intacto—. Sigo sin entender qué tiene que ver tu historia con el
ángel con cara de pícaro.
—¿No te das cuenta? Recuérdalo bien.
—No lo contemplé lo suficiente, recién estaba llegando. Había tanto
que conocer —se excusó.
—Es mi… cuerpo. No la cara, pretendía escandalizar, pero desde las
sombras porque abiertamente sería demasiado escandaloso incluso para mí.
Así que el rostro fue modificado —esclareció con una sonrisa de
suficiencia.
Belle suspiró, aquella sonrisa le provocaba un sobresalto en el
estómago. Se veía todavía más hermoso.
—Tu sentido del humor es bastante retorcido. —Negó. No supo en qué
momento dejó de tratarlo con hostilidad y él, de responder a la defensiva.
Estaban conversando, conociéndose más—. Ahora dudo todavía más que
debamos conservarlo, al menos en casa. Imagina el rostro de mi madre o el
de lady Abbott si… se enteran de que es tu torso desnudo.
—¿Pretendes invitar a lady Abbott? —cuestionó con la sonrisa
desdibujándose de su rostro.
—¿Por qué no lo haría?
—Es un poco intrigante.
—Para contestar a tu pregunta, pienso traer a toda mi familia, excepto
a Evander, que ha puesto sus condiciones para aceptar nuestra unión. Sobre
todo a lady Abbott, quien ha sido tan buena conmigo. Es más noble que tu
prima la duquesa.
—Rebecca no es tan terrible —la defendió y después se limpió la boca
con la servilleta—. Hay ciertas situaciones que la tienen incómoda, también
a Norfolk; y por eso, se han comportado excesivamente petulantes. Pero
nada tiene que ver contigo, en el momento oportuno resolveremos nuestras
diferencias. No permitiré que esas desavenencias se extiendan hasta ti.
—Como sea lady Abbott nos solapó en la terraza. Mientras que su
excelencia nos dejó sin otra salida que el matrimonio —soltó y odió tocar el
tema. Él le clavó la mirada cuando se refirió a la encerrona.
—¿Te arrepientes? —le preguntó con seriedad sosteniéndole la
mirada.
Justo en ese momento, el mayordomo volvió para preguntar si ya
podía levantar el servicio y traer el postre. Ella aprovechó la intromisión
para no verse obligada a responderle. Y ya no volvieron a quedar a solas.

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Capítulo 21

Kilian se preparaba para dormir en una habitación contigua a la de su


esposa, una puerta que solo traspasó en contadas ocasiones de noche. Pero
el resultado había sido una calamidad. Se preguntaba si Belle lo estaba
esperando, si tendría la capacidad para dejar los rencores atrás y cumplir
con su deber: un heredero para preservar el linaje.
Suspiró con las emociones recorriéndolo entero. Se puso una bata azul
oscura que hacía que su piel luciera todavía más pálida. Acababa de tomar
un largo baño, en el que tuvo la oportunidad de reflexionar sobre la
consumación del matrimonio.
Cerró los ojos, aún podía recordar la sedosidad de la piel de Isabelle al
tacto, sus curvas discretas, su delicada silueta. ¿Lo podría perdonar algún
día? Tal vez, ella podría entenderlo si se abría a ella, si le contaba que Gwen
y él nunca estuvieron realmente casados, que jamás consumaron su unión,
que tenían un acuerdo en el que tenía permitido satisfacer sus necesidades
masculinas, siempre que fuera reservado.
Claro que, él siempre estuvo con mujeres conscientes de su estado
civil. Cuando único se comportó como un canalla fue cuando conoció a
Belle. Estaba tan decidida a encontrar el amor y hacer un buen matrimonio,
que Kilian entendió que si revelaba la verdad ella se alejaría.
Era culpable de no contener el deseo y omitir la verdad. Jamás le
aclaró que nunca la iba a poder llevar al altar. Su interés por una dama
nunca se había alargado tanto en el tiempo. Kilian no se engañaba, él
conocía exactamente lo que sentía por Belle. Y se hizo a un lado, para
encontrarle una alternativa más digna. Porque él tenía secretos que no podía
compartir con nadie. Secretos que arruinarían para siempre a Belle si algún
día salían a la luz. Sin embargo, Rebecca había arruinado todo. ¿Por qué
demonios tuvo que entrometerse?
Se llenó de valor y caminó hasta la puerta. Apoyó su frente contra la
madera de roble, llenó de aire sus pulmones y decidido giró el picaporte.
Cuando traspasó el umbral la encontró sentada frente a su cómoda. Se
contemplaba en el espejo y dejó de hacerlo al escucharlo. Se puso de pie,
sobresaltada. Llevaba una delicada bata de algodón con volantes de un
suave encaje, parte de su ajuar de novia.
—Si estás agotada por los sobresaltos del día, podríamos comenzar
mañana a cumplir con nuestras obligaciones —titubeó y él no solía hacerlo.
—Haz lo que tengas que hacer —resolvió, pero el resquemor en su
tono era evidente.
—Vamos a vivir juntos de hoy en adelante, seremos responsables de
sacar a la familia y el apellido adelante, ¿crees que existe una posibilidad
por pequeña que sea de que pudiésemos recuperar la complicidad que una
vez tuvimos? —propuso—. Antes era muy bueno hablar.
—En ese entonces confiaba en ti, después me dejaste sin una
explicación, me enviaste esa carta hiriente y, por último, trataste de
endilgarme a tu primo. No sé cómo tu comportamiento puede ser digno de
mi confianza.
—Tienes razón, tal vez yo debería comenzar a ofrecer esas
explicaciones que no tuve el valor de darte.
La tomó de la mano y la llevó hasta el borde de la cama, cuando ella
se sentó y recostó la espalda en la cabecera, él dio un rodeo para dirigirse
hacia el otro lado donde tomó asiento. Con las batas puestas y las sábanas
cubriéndoles hasta las rodillas, intentó buscar otra salida: una más sincera.
Suspiró hondo, no sabía cómo abrir la boca y soltar todo lo que se
había acostumbrado a guardar. Pero Belle era ahora su esposa, y él no podía
terminar atrapado en un matrimonio similar al anterior… Le tomó la mano
y ella no la retiró, pero Kilian sintió su reticencia.
—Mi matrimonio no fue por amor, fue de conveniencia —comenzó—.
Un trato justo para los dos, que nos permitía mantener ciertas apariencias,
una economía sólida y cierta respetabilidad. Gwendolyn y yo nos teníamos
cariño, ella era una persona estupenda. Pero nunca hubo atracción, menos
enamoramiento. No estoy justificando lo que te hice, sé que no fui honesto
y que no tengo perdón. Solo te pongo al tanto de los antecedentes. Ella y yo
hicimos un acuerdo, yo tenía permiso de satisfacer fuera del hogar lo que no
tenía dentro.
Isabelle se llevó una mano al pecho.
—¿Cómo nosotros?
—Entre Gwen y yo no había intimidad. Para ella era un alivio. Para mí
era un escape. No es loable, pero era lo mejor que podía hacer con mis
medios. Además, la sociedad es más indulgente con los caballeros.
Pasábamos por una familia normal.
—Tuvieron hijas —recordó inclinándose hacia adelante, interesada en
saber más de él. No hizo alusión al secreto que le guardaba a Diane sobre
Sophie. Pero se refería a las gemelas. Kilian también se despegó de la
cabecera y se corrió un poco más hacia su izquierda, pero sin llegar a
rozarla—. ¿Las concibieron en un pacto similar al que tenemos?
—Porque conozco la cárcel que termina siendo un matrimonio por
conveniencia donde no hay amor de pareja, es que me postro ante ti para
que reflexiones si vale la pena que el odio gobierne nuestras vidas. —Se
elevó sobre el lecho e hincó la rodilla buena, dejando la otra dolorosamente
flexionada. En su rostro se notaba que la posición era incómoda—. Me
niego a volver a recorrer tu cuerpo solo con el propósito de engendrar un
heredero.
Kilian resopló fuerte, era una decisión meditada. En las semanas que
corrieron las amonestaciones, entendió que a su edad le pesaban los errores
cometidos y no iba a volver a repetirlos.
—Pero ya lo habíamos acordado. Para mí es más simple entregarme a
ti en el cumplimiento de mi deber de esposa que…
—Porque en el fondo me amas, pero tu resentimiento es tan grande
que no encuentras el camino hacia el perdón. Y yo lo siento tanto. —Se
llevó las manos a la cabeza, y en un acto desbordado de fe continuó—:
Tengo secretos que podrían arruinarme por completo y te arrastrarían
conmigo. Por eso, quería «endilgarte» a mi primo —masculló con ironía—.
Con él ibas a estar segura, libre, limpia. No me condenes si los suelto a
cuentagotas, hay temas muy delicados, que tienen que ver con mis hijas. Y
mi obligación como padre es protegerlas.
—No tienes que decir nada que podría perjudicarlas, ni siquiera para
ganarte mi favor. Entiendo que un hijo es sagrado. Por favor, siéntate,
puedes lastimarte. —Ella entendió cuál era el secreto. Sophie no era hija de
Gwendolyn sino de Diane, eso podía costarle la vida a Kilian y arruinaría a
Belle y a las niñas. ¿A eso se refería con que podía salir lastimada? No tuvo
valor de preguntárselo y admiró que mantuviera su boca sellada. Un hijo era
más importante que todo lo demás.
Isabelle le colocó las palmas sobre los antebrazos para ayudarlo a
volver a acomodarse. Kilian inspiró con fuerza, ese olor dulce y cremoso
como a la leche de almendras lo embriagó por completo. Ese tacto suave.
Ese calor que se escapaba de su piel tibia cubierta por el seductor algodón
con ribetes de encaje, que la hacía lucir tan deseable.
Ella no lo sabía, pero con ese gesto provocaba un incendio en la piel
del hombre, su temperatura se elevó. Desde que hicieron el amor en la casa
de Bedford Square, no había sentido interés por mujer alguna, y no se
entregó a otro cuerpo. Un solo toque de Belle podía acelerar todo el deseo
contenido por la única dama que le interesaba.
—Cuando no tienes algo, lo añoras y comienzas a valorar. He mirado
con disimulo en dirección a Oso con la marquesa, esa complicidad, ese
juego de seducción que despliegan cuando creen que nadie más lo nota. Lo
descubrí hace más tiempo con Weimar y su duquesa, es como mirar el
fuego y ver saltar diminutas chispas. Y luego, estábamos Gwendolyn y yo,
con una distancia enorme entre nosotros, esforzándonos para mantener las
apariencias, en una carrera tan ardua y desgastante. ¿Para qué? ¿Para
marcharnos a dormir cada uno a una habitación distinta cuando caía la
noche? Puedes tolerarlo cuando crees que eres un canalla que jamás será
tocado por el amor, pero cuando conoces a alguien capaz de inspirarte tal
sentimiento, reconoces que solo eres el hombre más miserable del mundo.
Y Gwen también lo sufría. Los dos vivíamos en un infierno sin saberlo, solo
queríamos que terminara. Pero no encontrábamos el modo de hacerlo sin
consecuencias que afectaran a nuestras hijas de forma irremediable.
—Yo… —Belle quería añadir algo, pero se quedó sin palabras.
—Como te lo he dicho en el pasado. Te amo. ¡Demonios, te amo!
Desde que te conocí me he mantenido lejos de otras mujeres, incluso si me
dieras la misma opción que me dio Gwen, no correría tras ninguna dama.
La mujer que quiero eres tú. Quiero tenerlo todo contigo: chispas,
complicidad, amor absoluto, seducción, que me hagas el amor hasta que
nuestros cuerpos estén tan complacidos y cansados que pidan a gritos un
respiro.
La vio tragar ante la última petición.
—Si me hubieses planteado la situación que vivían Gwen y tú todo
habría sido diferente —dijo hasta que al fin pudo hablar:
—¿Me habrías creído? —Unas tristes carcajadas abandonaron su
garganta—. ¿Acaso no son los ardides que usan los hombres casados para
atraer a jóvenes incautas?
—No sé si te hubiese creído, pero preferiría lidiar con esa posibilidad
que con la forma en que se desencadenó todo. Me causaste mucho dolor,
incertidumbre y es algo que no sé si pueda perdonar.
—Perdón, mi amor, perdón. Y no, no soy un monstruo como me
dijiste aquella vez. La culpa me caló hondo cuando evadí mi
responsabilidad, cuando no te dije que no podía desposarte porque estaba
casado. Fui cobarde y me atormenta. Cuando no puedo manejar una
situación, huyo. Sé que no es de valientes, pero si te hubiese tenido al
frente, hubiese hecho hasta lo imposible para conservarte, aunque fuera de
un modo indecente.
—Si hubieses sido honesto, quizás yo hubiera aceptado —sostuvo de
frente, sin miedo a parecer poco honorable—. Está mal decirlo, pero igual
te quería. Ahora necesito tiempo para pensar en todo lo que hemos hablado.
Porque, una parte de mí se esfuerza por entenderte, pero otra desconfía,
odia, detesta. Y tengo que ser honesta con lo que hay en mi corazón. Es
muy difícil para mí volver a confiar en ti. Vivamos el presente y el futuro
dirá si hay una oportunidad para los dos o si el daño es irreparable.
—Me ganaré tu confianza —resolvió decidido y ahuecando la
almohada acomodó su cabeza sobre esta sin dejar de mirarla, con toda la
intención de dormir en aquella cama, con los ojos entrecerrados y el azul
titilando entre sus párpados adormilados.
—No puedo hacerte desistir. —Se mostró desinteresada, pero fingía.
Su peso sobre la cama la estaba enloqueciendo, su olor, el calor que
emanaba, su aliento.
—¿Puedo dormir aquí? —suplicó con la voz ronca—. Creo que la
cercanía puede hacer que recuperemos el vínculo.
—He dicho que no me negaré a cumplir con mis deberes de esposa y
de darte un hijo varón para el título. —Si él estiraba el brazo y la tocaba,
ella no aguantaría. Se sentía tensa, palpitante. El calor comenzaba a
abrasarla.
—Y yo he prometido no tocarte, hasta que lo que te motive a recorrer
mi cuerpo sea el deseo y el amor.
Ninguno cedió.
La vio acomodarse también y los dos se estuvieron contemplando con
las mentes repletas de tantos pensamientos… hasta que el sueño les hizo
vencerse y caer rendidos.

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Capítulo 22

A la mañana siguiente la despertó la doncella muy tarde.


—Phillis, ¿por qué me dejaste dormir tanto? El ama de llaves pensará
que soy una remolona. Hoy tengo que ponerme al tanto de todos los asuntos
domésticos. Las hijas de mi esposo vendrán. Y eso es algo que de verdad
me emociona. Quiero conocerlas.
—Tuve que esperar a que el vizconde abandonara el dormitorio. Jamás
he sido la doncella de una dama casada —soltó con una risita—. ¿Hay
nuevas disposiciones para mí con respecto a su reciente condición de
esposa?
—Ninguna. El vizconde no dormirá todas las noches aquí. —Las
palabras de él acerca de «la cercanía» le hicieron preguntarse si estaba
equivocada.
—De acuerdo, milady Sadice.
Belle notó lo que estaba haciendo, llamándola por el tratamiento.
—Milady será suficiente. Necesito acostumbrarme poco a poco a los
cambios.
Phillis la miraba con un gesto que conocía bien.
—¿Qué estás pensando? —la instó.
—No me corresponde —se excusó, pero su rostro era muy
transparente.
—Habla.
—¿Imaginó que después de tanto sobresalto terminaría siendo su
esposa? Es un alivio, pero parecía imposible —insinuó.
—Por favor, Phillis, no lo repitas delante de nadie.
—De mi boca nunca ha salido absolutamente nada que la perjudique, y
no solo porque el conde se esforzó en ello. —Se refería a que había
comprado su silencio—. Usted me trata con amabilidad y soy una persona
agradecida y leal.
—Me consta. Me alegra contar contigo en este nuevo camino. Hemos
transitado juntas terrenos bastante sinuosos. Espero que vengan tiempos
más tranquilos.
—También lo deseo, por usted, milady. —Sonrió. Era imposible
quitarle de la cabeza esa palabra que repetía a todas horas «milady»—.
Tengo un mensaje para usted del caballero, tras desayunar en sus
habitaciones, la esperará en su estudio. Me pidió que baje vestida para salir.
—Gracias, Phillis.
Así que, tras degustar los alimentos que la doncella le trajo en una
bandeja de plata, bajó para ver de qué se trataba con un vestido apropiado
para acompañarlo fuera de la residencia.
Lo encontró firmando recibos y estudiando muy serio papeles llenos
de números.
—Belle, buenos días. —Se puso de pie al verla entrar—. No quise
despertarte. Parecías una bebé rendida. —A ella se le encendieron las
mejillas con tal comparación. Imaginarlo contemplándola mientras dormía,
la llenó de vergüenza.
—Buenos días —le contestó.
—Hay asuntos que debemos tratar. Siéntate, por favor. —La ayudó
con la silla y después regresó a su asiento.
—Te escucho.
—Como parte de las condiciones de nuestro acuerdo matrimonial,
quiero asegurarte de que tu dote, será puesta en un fideicomiso a tu nombre
para que lo uses si algún día yo te faltara. Añadiré una suma considerable
de mis arcas, podrás vivir sin limitaciones.
El corazón se le apretó, ¿por qué iniciaban sus vidas juntos hablando
de lo que sucedería si algún día él ya no estaba?
—Gracias, pero yo…
—Sé que deseabas una parte proporcional de la dote para ese proyecto
que tienes intención de realizar, la biblioteca. Soy moderno, Belle. He visto
lo que ha hecho la marquesa de Bloodworth y me parece que, aunque
muchos se escandalicen, es justo que tengas un propósito más allá de ser mi
esposa. Mi madre lo hizo durante mucho tiempo con la galería, a pesar de
que mi padre se oponía, ella nunca cedió. Quiero que tengas algo parecido.
No pretendo que te entregues por completo, en cuerpo y alma solo a mí o a
nuestra descendencia, incluyo a Sophie, Iris y Blair, si también decides
amarlas como tus hijas. Es pronto para esas conclusiones, así que no tienes
que responder. El día que estés lista, podremos conversar sobre ello. Por lo
pronto, sé que entre tus requerimientos estaba recibir un monto para tus
planes. He vendido la casa de Bedford Square, ese dinero es tuyo.
—Oh. —Se sorprendió—. Tal vez no es la mejor decisión, no sé si
quiero iniciar un proyecto con las ganancias provenientes de tu nido de…
—Iba a decir «lujuria», pero la prudencia la previno de no iniciar una
guerra en su segundo día de casados. Lo estaban manejando bastante bien,
como dijo él «civilizadamente».
—Pensé que te alegraría saber que…
—¿Cómo podría hacerme feliz recibir el dinero del sitio donde me
sedujiste y engañaste? —lo interrumpió y se arrepintió por ser tan directa,
pero después continuó—: ¿El nido de tu lujuria donde llevaste a otras
amantes?
—No creas todo lo que dicen de mí, tampoco tuve tantas.
—Una es suficiente.
—Sacar a relucir los rencores cada vez que tengamos una oportunidad,
solo nos lastimará más, y acrecentará la distancia que hay entre nosotros.
Pensé que íbamos a intentarlo —añadió con un gesto reflexivo.
—No sabía que algo podía dañarte. No pareces tan frágil —replicó.
—Anoche, no nos fue tan mal. ¿O sí? Pensé que el sentimiento entre
nosotros estaba cambiando.
—Solo fui receptiva, para que hicieras bien tu trabajo, si así lo
decidías. —Las palabras hirientes salieron disparadas de su boca espoleadas
por el rencor—. Cuanto antes tengamos un hijo me libraré de tus visitas
nocturnas.
Kilian, rebasado en su tolerancia, gruñó.
—¿Has despertado con ánimos de pelear? —Arrugó el entrecejo—.
Resulta que lo más mínimo que digo te provoca. He prometido
reconquistarte con hechos, estoy haciendo… cosas, no solo promesas.
Apoyo incondicional en tus planes, futuro económico asegurado, respeto de
tu cuerpo—. Parecía un niño enorme replicando.
—¿No puedes ser más civilizado? ¿Cómo puedes ser tan sórdido y
regalarme el producto de la venta de la casa de tus citas clandestinas?
—Era una muestra de mis buenas intenciones —continuó quejándose
con un rictus.
—No veo cómo pueda serlo, Kilian. —Cruzó los brazos sobre el
pecho.
—No era mi intención ofenderte. Al contrario, era una prueba de mi
fidelidad. Mi amante serás solo tú de hoy en lo adelante. Me deshice del
sitio donde llevaba a… —Dio una fuerte exhalación e hizo un movimiento
con los párpados para conservar la paciencia—. Belle, estoy dando fe de lo
que quiero. Una esposa, una mujer, un amor —le soltó mirándola directo a
los ojos—. No soy el ogro que puedo parecer. Solo anhelo una cosa, algo
que jamás te ha faltado. El calor de una familia verdadera. Tú, las niñas, yo
y los hijos que puedan nacer de nuestra unión.
—¿Y no era más fácil decírmelo con todas sus letras, que renuncias a
tu libertinaje? —reclamó sin descruzar los brazos.
—Pensé que los hechos serían más contundentes que las promesas.
Ayer… te abrí mi corazón. Creí que venía implícito.
Belle supo que él tenía razón y se reprendió por estar haciendo una
rabieta. Pero a eso se refería, su corazón estaba dividido: de una parte, el
amor que nunca había podido desterrar, y de otro, el odio motivado por el
rencor. Eran reacciones no premeditadas. Respiró hondo para tratar de
escucharlo sin entrar en erupción como un volcán. Con la ira y el
resentimiento no llegarían lejos, terminarían convirtiendo su vida en un
suplicio.
Trató de decir lo que sentía del modo menos hiriente:
—De todos modos no aceptaré ese dinero. Sin embargo, aprecio tu
intención. Pero recuerda que mi dormitorio se abrirá cada noche para ti solo
hasta que nazca el heredero. Con una acción, no puedes cambiar todos los
errores del pasado. —Descruzó los brazos. Ella creyó que era indulgente.
El varón volvió a gruñir.
—Pensé que eso te contentaría, así como no tocar tu cuerpo bajo esos
términos, y sí los del amor.
—Ni siquiera me siento la vizcondesa Sadice —se sinceró—, menos
tu esposa. Para todos nos hemos casado cumpliendo con los lineamientos de
la moral más estricta. Un viudo y una debutante. Pero tú y yo sabemos la
verdad. Sigo sintiéndome en deuda con tu antigua esposa.
—No sabías de su existencia. Además, ya conoces que teníamos un
pacto.
—¿Y eso me exime de mi culpabilidad? Todos los hombres alegan que
no se entienden con sus mujeres cuando desean ser infieles.
Él elevó las palmas, recordando que se lo explicó la noche anterior.
—Sabía que no me creerías. Es el recurso más gastado. Pero en mi
caso es verdad. —Respiró profundo para intentar serenarse—. Por supuesto,
el único culpable de quebrantar mis votos matrimoniales soy yo. Por favor,
no cargues con mis errores o mis responsabilidades.
—Lo intentaré.
—¿Por qué no puedes contemplarme a mí cómo los miras a ellos, a tu
familia?
—¿Y cómo los veo?
—Con lealtad, confianza, afecto.
—Oh, Kilian, por favor… Pongamos fin a esta discusión de inmediato
y ciñámonos a lo pactado.
—El dinero estará listo para ti. No te preocupes que no saldrá de esa
venta, me encargaré de disponer que provenga de otra fuente. Ahora, si me
lo permites, voy a salir en el carruaje. Mis hijas llegan y acostumbro a ir
personalmente a recibirlas a la estación ferroviaria.
—De acuerdo —murmuró desconcertada.
—¿Deseas acompañarme? —propuso poniéndose de pie.
—E…ste, no me gustaría abrumarlas o que piensen que pretendo
ocupar el lugar de su madre. ¿No crees que es más apropiado que las
conozca aquí en la casa? Tal vez el encuentro que imaginas no sale tan bien,
quizás no les agrado o no les alegre que su padre se haya vuelto a casar.
—Muchas suposiciones para esa cabecita —concluyó poniéndose de
pie y era cierto, Belle añoraba conocerlas, pero le daba temor—. Son unas
niñas pequeñas y muy dulces. Se han sentido solas. Confío en que al menos
dos de tres serán muy amables contigo. Iris es la más celosa del afecto de
papá. Pero tú ya eres una mujer adulta, ¿puedes lidiar con eso? —inquirió
ladeando la cabeza—. ¿Me acompañas a recibir a las niñas o las esperarás
aquí?
—Iré contigo —susurró.
Lo vio ponerse de pie y lo siguió. Kilian comenzó a dar órdenes al
mayordomo y al ama de llaves con un tono de voz enérgico, se estaba
cerciorando de que las condiciones para recibir a las pequeñas fueran las
acostumbradas. Belle se sorprendió de lo empapado que estaba de las
necesidades de las criaturas.
Cuando él se acercó a su ayuda de cámara para tomar su sombrero,
Belle aprovechó para preguntarle al ama de llaves sobre la disposición que
notaba en su esposo como padre.
—¿Siempre es así el vizconde? Los otros caballeros que he conocido
desconocen cualquier tema relacionado a la crianza de sus hijos.
—Lord Sadice siempre supervisa todo lo relacionado con el bienestar
de las pequeñas —contestó la mujer.
—¿Desde su viudez? —preguntó, aunque le daba vergüenza.
—No, desde antes —aclaró la señora—. También me ha llamado la
atención. Pero lo entenderá cuando conozca a las pequeñas.
Solo alcanzó a agradecer antes de tomar el brazo que él le extendía. El
bastón ya estaba en la mano del vizconde. Nunca lo dejaba, ni dentro de la
casa.
Salieron a tomar el carruaje como si no hubiese desacuerdos entre los
dos. Cada uno ocupó su lugar sobre los mullidos asientos, y tras cruzar unas
miradas, sintieron la vibración producida por el arranque y las ruedas en
movimiento.
Al llegar a la estación ferroviaria, Kilian miró su reloj. Soltó una
expresión de satisfacción al escuchar el ruido producido por el ferrocarril,
llegaba en tiempo. Ambos esperaron uno al lado del otro hasta que los
pasajeros de primera clase comenzaron a descender.
La anticipación ante la llegada de las niñas era visible en la expresión
del hombre, y cuando la niñera bajó con Iris, Blair y Sophie las facciones de
Kilian se suavizaron. Ellas lo divisaron casi de inmediato, y comenzaron a
dar tironcitos a la falda de la niñera para que fueran con rapidez hasta su
padre.
Isabelle, aún tomada del brazo de su esposo, trató de seguirle el ritmo
a las grandes zancadas de él que quería volar hasta sus hijas. Las tres se le
prendieron al mismo tiempo, y él se veía desbordado de felicidad. Como si
cualquier dolor quedara fuera en esos momentos. Besó las níveas frentes y
escuchó con atención la avalancha de preguntas con que lo asediaron.
—¿Quién te acompaña, padre? —preguntó Iris.
—¿Es nuestra nueva mamá? —inquirió Sophie.
Kilian lanzó una mirada regañona hacia la niñera.
—Disculpe, milord, debe haberme escuchado hablar con el ama de
llaves de la finca sobre sus recientes nupcias. Por cierto, muchas felicidades
para los dos —agregó haciendo una cortés reverencia hacia los recién
casados.
—Les presento a Belle, mi esposa. —Luego se volvió a la aludida—.
Iris y Blair son las gemelas. —Por suerte no eran idénticas, sería fácil
diferenciarlas—. La menor es Sophie. Espero que sean muy amables con
Belle, niñas.
La niñera les hizo una seña, les había explicado cómo comportarse en
esos casos.
—Milady, es un placer conocerla —recitaron al unísono, aunque la
más pequeña aún no pronunciaba las palabras del todo bien.
Aquel coro, que seguramente ensayaron en el pasado, para ponerlo en
práctica ante presentaciones formales, le robó una amplia sonrisa a Belle.
—El gusto es todo mío —les contestó también con propiedad y
suspiró. Hasta ese momento entendió en lo que se estaba metiendo.
—Le presento a mi esposa, lady Sadice —le dijo a la niñera, quien
correspondió con gesto afable—. Querida, la señora Lloyd, es quien está a
cargo del cuidado de mis hijas. —Aquella se había recuperado
afortunadamente de las fiebres que enfermó a todos en la casa solariega de
la familia.
Tras las presentaciones y el viaje en carruaje de vuelta a Sadice House,
la quietud de la casa se vio sacudida por un terremoto. Las niñas estaban
contentas por estar cerca de su padre y no querían despegarse de él. Sus
juguetes se apoderaron del salón de estar del vizconde, no importaba que la
sirena indecente los mirara desde su altura o que hubiese prohibiciones de
entrar. Aunque Belle creyó que no era buena influencia para las niñas, ellas
se fijaron más en el brillo de la cola de pez y en los largos cabellos azules
que en sus demás atributos.
La trataban de milady y le hicieron un tierno interrogatorio con la
intención de conocerla más. Al final, concluyeron que Belle les agradaba y
no tuvieron reparos en darle una dosis cruel de sinceridad.
—Usted nos cae bien, milady, sería terrible si no —soltó Blair, y
después emitió unas traviesas carcajadas.
Ante la mirada asustada de la niñera por el atrevimiento, Belle trató de
aplacar la situación.
—No les llame la atención, entiendo sus preocupaciones —le pidió a
la señora Lloyd.
—Son buenas niñas —le aseguró la mujer de mediana edad.
Tras torturar a Belle con sus preguntas, buscaron otro punto de interés.
Kilian observaba a las gemelas discutir por su turno en el caballo de
madera desde un diván, mientras Sophie estaba sentada en una butaca cerca
cantándole una canción que la niñera le había enseñado.
Belle se preguntó si algún día, iba a ser capaz de ganarse su amor, si
de verdad se volverían una familia. Mientras más las miraba, el anhelo de
cuidarlas y quererlas se instauraba en su pecho. Aprovechó que estaban
distraídas, para escabullirse.
—Milady, no se vaya aún —le dijo Blair con una dicción casi perfecta,
era la que mejor hablaba de las tres—. Aún tenemos otras preguntas que
hacerle.
Sophie bajó de su asiento y se acercó a sus hermanas.
—¿Y bien? —Estuvo lista Belle sentándose en un amplio sofá que
rápidamente fue invadido por las tres pequeñas beldades.
—¿Hasta cuádo se quedará con nosoto? —Se adelantó Sophie, porque
sus hermanas acapararon a Belle en el interrogatorio preliminar.
—Va a vivir con nosotro —le explicó Iris haciendo un gesto con las
manos para indicar que era evidente—. Están casado.
—Entonce, ¿ya no regresará a su casa, con sus padre? —insistió
Sophie que no entendía del todo.
—Ahora esta es «su» casa, nuestro padre es «su» esposo y nosotras
somos «sus» hijas —aclaró Blair y alzó los hombros, aceptando lo
inevitable.
—Extraño a mamá —soltó Sophie y después suspiró con una inmensa
tristeza surcándole el rostro. A Belle le dio una pena profunda—. ¿Usté será
nuestra made?
Kilian tragó en seco y ladeó la cabeza, afectado por la pena que aún
sufrían las niñas.
—Si alguna lo desea puedo ser también su madre. Pero su madre
Gwen lo será toda la vida —aseguró Isabelle—. Desde el cielo las cuida
cada día.
Las tres suspiraron y fue suficiente para que Kilian abandonara el
diván y se tirara con ellas sobre la alfombra para intentar animarlas.
—¿Y si le enseñamos a Belle cómo hacen mis tres princesas para
derrotar a la bestia? —Él gruñó simulando a un animal feroz y las niñas
armadas de cojines comenzaron a intentar abatirlo.
Isabelle se abrazó a su torso sin darse cuenta, sin dejar de mirarlos
desde el sofá. Sintió que la ternura la inundaba de una forma que jamás
había conocido. Tal vez darle un hijo a ese hombre no era una idea del todo
descabellada. Las niñas lo adoraban y él tenía un fuerte nexo con ellas.

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Capítulo 23

Kilian miró a Isabelle con el rabillo del ojo. A pesar del trato hostil entre
ambos, ella era dulce y comprensiva con sus hijas. Suspiró, era lo que más
le había preocupado antes de que se produjera ese encuentro. No podía
pensar solo en sí mismo, la responsabilidad paterna no era algo que dejaba
al azar. La relación con su padre había sido muy tensa. El anterior vizconde
fue un hombre estricto que cometía errores, pero que no permitía que los
que estaban a su alrededor fallaran.
Con una seña le indicó a la señora Lloyd que llevara a las niñas a
descansar. Se quedaron solos. Kilian se sentó en el sofá, acarició la tela.
—Esta pieza también la traje de la casa de Bedford Square. Ven —la
invitó a sentarse junto a él.
—Te apegas demasiado a… —No terminó la frase, por su expresión
comprendió que ella recordó que encima de ese diván, se había entregado
por única vez a un hombre, a Kilian—. Tengo asuntos domésticos sobre mi
nueva responsabilidad como dueña de casa, que debo tratar con el ama de
llaves.
—¿Y cómo dueña del vizconde? —la provocó con una mirada repleta
de deseo—. ¿Serás tan eficaz también tratando esos asuntos? —Le prometió
paciencia, pero las ganas de volver a recorrer su tibia piel lo estaban
enloqueciendo. La necesitaba—. Siéntate a mi lado, Belle.
—Podemos discutirlo esta noche —evadió temblorosa—. Ahora tengo
que…
Ella se puso de pie y él hizo lo mismo. La observó con los ojos
entrecerrados, mientras intentaba escabullirse.
—Belle, te dejaré ir, pero dime antes, mirándome a los ojos, que no me
amas, que no me deseas con la misma intensidad que mi cuerpo adolece por
el tuyo.
Sus largos pasos la interceptaron antes de que llegara a la puerta, la
encerró entre sus brazos y la dura superficie de la pared. Sus ojos azules
como el hielo tenían una expresión tan cálida que amenazaban con
derretirla.
—Kilian… Trató de evitarlo, pero él no dejaba de mirarla con deseo,
necesidad, amor.
—Te quiero —confesó con la voz quebrada, aún no estrechaba el
cerco de sus brazos, ni siquiera la rozaba—. Contigo aquí mi vida es
completa. —Su aliento podía mezclarse con el de ella. Estaban tan cerca
que las bocas de ambos se llenaron instintivamente de saliva y los dos
tuvieron que tragar al mismo tiempo—. Júrame que me detestas.
Un sonido de dolor se escapó de la garganta femenina, luego se
escuchó un sollozo:
—¡No puedo! —Alzó la voz.
—¿Por qué no puedes confirmar que me detestas?
—Porque también te quiero, Kilian —susurró con la voz rota, teniendo
que al final inhalar de forma violenta, sentía que se quedaba sin aire—. Pero
necesito tiempo. Necesito tiempo —repitió turbada.
Él se moría por abrazarla; sin embargo, no lo hizo. Tragó en seco y la
liberó de su agarre. La revelación lo dejó pasmado, lo llenó de esperanzas.
—Podemos seguir intentándolo. Esta noche conversaremos como has
sugerido.
Hubiese querido besarla, al menos en la frente como lo haría un
marido normal antes de abandonar la habitación. Pero no la tocaría sin su
permiso.
—Esta noche —repitió ella para ganar tiempo.
Para él fue una promesa encubierta de los deseos que igualmente
percibió en Isabelle. Esa noche por fin resolverían sus diferencias y él la
amaría con una calma infinita, dándole la oportunidad de perderse en la
sedosidad de las muchas caricias que le tenía guardadas.
—Saldré a ocuparme de mis asuntos, esposa —le dijo porque le
gustaba pronunciar esa palabra que los unía, en una alianza especial e
importante—, mi amada esposa —añadió y ella suspiró al escucharlo.
Tras despedirse, Kilian salió a sus asuntos. No sabía qué vendaval
azotó su vida en el último año, pero en contra de sus designios, tenía la
familia que por mucho tiempo soñó. Una de verdad. No la que tuvo con
Gwen, con ella el idilio no terminaba de cuajar, porque los corazones de
ambos latían por diferentes motivos. El de ella por su primer amor, el de él
sin causa aparente, hasta que Belle apareció en su vida e irrumpió con su
tímida, pero a la vez valiente mirada.
Isabelle le dijo: «también te quiero, Kilian», y eso dotó de paciencia al
ser más impaciente. Aquel primer encuentro, donde la amó por única vez,
se repitió en su mente. Jamás imaginó que terminarían así. Sus dotes de
conquistador le hicieron tomar su arco y apuntar en dirección a la joven de
belleza cándida. Pero no siempre la flecha envenenada termina en el
corazón de la presa, a veces la víctima termina siendo el cazador.
Tal como le ocurrió. Su corazón fue el que resultó flechado. Ahora
entendía que la funesta salida, la boda tras la encerrona de Rebecca, era la
mejor solución posible para su terrible mal. Si su propósito absurdo se
hubiese cumplido e Isabelle hubiera desposado a Edgar, el problema que
tendrían en este momento sería de proporciones gigantescas.
Porque Kilian no habría sido capaz de cumplir sus promesas. Habría
convergido una y otra vez, aunque ella no se dignara siquiera a mirarlo.
Estuvo fuera hasta llegada la tarde, hizo visitas, supervisó sus
negocios, y volvió para la hora de cenar. Comieron en silencio, por alguna
razón los dos estaban muy callados, hasta cierto punto reflexivos.
Y en la noche sin falta, tras tomar un largo baño, como acostumbraba,
traspasó la puerta que separaba sus habitaciones. Ella estaba despierta, pero
ya se había acostado. Como si fuera lo más natural en sus vidas, se acercó al
lado de la cama que permanecía vacío y tras dejar su bastón a un lado se
sentó. Esta vez se quitó la bata de seda azul, y como solía hacer, en ropa
interior, se metió bajo las mantas calientes.
Se miraron a los ojos, aún sin pronunciar palabra. Pero percibió que
ella temblaba, como si pensara que esa noche él iba a exigirle más.
—¿Qué haces aquí? —se atrevió Belle a preguntarle.
—Cumplir con mi deber de esposo. Me dijiste que esta noche…
«hablaríamos» —le indicó sin dejar de mirarla al centro de las pupilas, con
la esperanza inundándolo y el deseo quemándole la piel.
—¿Has venido a engendrar al heredero? —preguntó dubitativa.
También se moría de deseos, pero su orgullo era una barrera infranqueable
contra la que ella no sabía cómo luchar. Por eso de su boca salían
disparadas palabras que tal vez ella no deseaba decir del todo.
—He venido a hacerle el amor a mi esposa si ella lo desea —confesó
con la voz ronca, dejando muy claro, como la noche anterior, que necesitaba
más.
Ella tragó la saliva que se le acumuló dentro de la boca, él se quedó
hechizado observando los movimientos de su garganta. El calor lo
incineraba, y tuvo que liberarse de la colcha de la cintura hacia arriba. Belle
notó las mejillas sonrosadas de Kilian, por su urgencia.
—Ya estoy lista para dormir. —Usó una justificación para negarse.
Él la respetó, aunque quemándose por dentro. La piel le ardía.
—En ese caso podemos dormir juntos —musitó con un gesto
interrogante, le preocupaba que hubiese cambiado de opinión. Pero había
reconocido que lo quería y él no iba a convertir la dificultad de
comunicación que tenían en una batalla. Respiró hondo y trató de ser lo más
comprensivo posible.
—No puedo echarte del dormitorio —continuó.
—¿Y te gustaría hacerlo? ¿Quieres que duerma en mis habitaciones?
—inquirió. Ella volvió a tragar y él no le insistió—. ¿Si te hubiese dicho
que venía para engendrar al heredero habrías sido más receptiva? —Belle
asintió—. Pero no te lo pondré fácil. Sé que me deseas, debes aceptarme si
me quieres tener, así como te acepto yo. No te exijo perdón, puedes seguir
enojada conmigo e intentar perdonarme con el tiempo o no. Pero no voy a
tocar tu cuerpo desnudo y recorrerlo, si no reconoces que también me
deseas. Si te tomara sin tu aceptación ¿eso en qué me convertiría?
—Yo… —Ella quería que la tomara. Le era más fácil sucumbir al
deseo con el pretexto de su obligación.
—Recuerdo tus palabras, esa vez que estabas entre mis brazos,
mientras te entregabas a mí: «Te amo», aseguraste y jamás lo olvidé.
Fantaseé con esa frase desde entonces. Me persiguió en mis sueños, me la
repetías una y otra vez al calor de la pasión. Por esa época era la única
forma en que podía tenerte, me gustaba que llegara la noche. Así que estoy
listo para dormirme y que me visites en sueños, donde no hay trabas, donde
todo está permitido entre nosotros.
Se quedaron dormidos unos minutos después, para él fue una lucha,
teniendo la tentación donde la podía ver, oler; pero no estirar sus dedos para
abrazarla y pegarla a su pecho.
Y la lucha entre el perdón y el resentimiento continuó acechándolos.

Vivieron unos días de paz, aunque en las noches dormían juntos sin
siquiera tocarse, ella no lo había echado de su dormitorio. Se rendían
mirándose, con miles de emociones y palabras contenidas. Kilian se negaba
a dormir en su habitación, aunque solo los separara una puerta.
Con los compromisos a los que tuvieron que responder como los
vizcondes Sadice, no volvieron a tocar el tema de sus discrepancias, las
niñas absorbían por completo su rutina.
Incluso invitaron a Marybeth para que compartieran un rato con ellas,
y pasaron una mañana estupenda en compañía de la abuela. Belle se
comportaba con soltura en cada situación, era una persona muy maternal, su
actitud al hablar con las pequeñas era paciente y calmada.
Kilian se sentía aliviado, era una mujer joven y recibir una
responsabilidad tan grande podía abrumar a cualquiera. Afortunadamente,
la niñera era muy comprensiva y colaboró con la nueva vizcondesa para que
aprendiera rápidamente todo lo concerniente al cuidado de las criaturas.
También la vio conversar durante horas con el ama de llaves, y el
mayordomo, y tomar notas sobre diversos asuntos que investigaba o le
sugerían. Para haberse casado en contra de su voluntad, Belle se integraba
muy bien a Sadice House y a su familia. Marybeth estaba encantada, ella y
su nuera se entendieron rápidamente. Incluso, acordaron verse una tarde en
la casa de la vizcondesa viuda para pintar juntas al pastel, y eso que aquella
no lo hacía desde hacía bastante tiempo; pero le agradó que tuvieran en
común esa habilidad.
Una tranquila mañana de miércoles, cuando los botones de las flores
comenzaban a llenar los árboles, los arbustos y las plantas de los parterres,
planearon un paseo con las niñas en Hyde Park para celebrar la primavera.
Invitaron a Marybeth y Kilian consideró que era momento de extender
la invitación a Edgar. Con las niñas presentes, sus ahijadas —hecho que aún
molestaba a Norfolk, porque de tres no habían podido confiarle al menos
una—, el marqués tendría que deponer sus armas. Era la esperanza de
Sadice de reconciliación con su primo, porque lo echaba de menos en su día
a día.
Todos llegaron puntuales. Otras familias disfrutaban del verdor que
destacaba. Estaban sentados a una mesa dispuesta bajo una carpa
observando a los cisnes nadar apaciblemente en el Serpentine. Las pequeñas
jugaban al aire libre bajo la supervisión de la niñera y los adultos las
observaban cómodamente instalados.
En determinado momento, Marybeth abandonó su silla y fue a reunirse
con sus nietas. Sophie llamó a su padre para mostrarle un pato que batía las
alas mientras flotaba, y Kilian no tuvo más remedio que dejar a solas a su
esposa y su primo. Desde donde estaba podía verlos y escuchar
perfectamente lo que hablaban.
—¿Eres feliz? —le preguntó Edgar a Belle y Kilian no le gustó que la
tratara con tanta familiaridad. Si bien era cierto que eran primos políticos,
recordaba que se tuteaban cuando él la estuvo cortejando. No podía negarlo,
no le agradó.
Agudizó el oído, interesado en escuchar lo que Isabelle tenía que decir.
—Cuanto tiempo sin verlo, milord. Justo desde la boda —dijo lo que
fuera para evitar responder y Kilian aquello lo sintió como un golpe a su
ego.
—Puedes dirigirte a mí por mi nombre. Ya te lo he ofrecido. No es
justo que me permitas llamarte por el nombre de pila y no me devuelvas la
cortesía. Además, somos oficialmente parientes —afirmó Edgar.
Aquello le robó una carcajada a Isabelle.
—¿Es una encerrona? —A ella se le escapó una risita cordial—. Lo
haré con el tiempo. Deme la posibilidad de acostumbrarme. Me cuesta
habituarme a los cambios.
Kilian trataba de seguir el hilo de la conversación, pero Sophie
acaparaba su atención de modo demandante.
—Te desenvuelves muy bien con las niñas —la elogió Edgar—. Eres
especial. Me alegra mucho que Blair, Iris y Sophie puedan contar contigo.
Son afortunadas.
—Gracias, pero tal vez la afortunada soy yo. Es difícil adaptarse a
estar casada de la noche a la mañana —se sinceró—. Ellas hacen que todo
sea más fácil para mí.
Kilian le contestó lo que fuera a Sophie, jamás había sido celoso, pero
lo desbordaban unos deseos urgentes de volver a la mesa y sentarse en su
puesto, en medio de aquellos dos.
—Eres la única que puede decir eso —continuó Normanby—. Criar a
tres hijas de la noche a la mañana asustaría a cualquier recién casada, que
preferiría estar viajando de luna de miel por toda Europa con su nuevo
esposo.
Kilian apretó los puños. Belle y él ni siquiera abordaron ese tema. Por
una parte, no eran los esposos convencionales, su lecho estaba más frío que
un tempano de hielo y, por otro, tenía muchos asuntos sin resolver que lo
ataban a Londres. Y lo más importante, las niñas perdieron a su madre hacía
menos de un año. Para él sería cruel escaparse por meses y no estar cerca
por si lo necesitaban. Podían caerse, causarse heridas, enfermarse de tos —
más con la primavera iniciando—, tener vómitos por comer demasiadas
confituras. La mandíbula de Kilian no podía estar más tensa. Pero Sophie
seguía acaparándola, y no podía rechazarla.
Iris y Blair llegaron a emboscarlo. Ellas querían jugar con su padre y
este se sentía terrible por tener un ataque de celos, y no poder estar
completamente entregado a su papel de progenitor.
—No sé si sabes que soy el padrino de las tres —siguió Normanby y
Kilian negó con ironía.
—No sabía —le contestó Belle a su interlocutor.
—Lo que necesites, puedes contar conmigo. El marquesado está a tus
pies.
Esto fue demasiado. Lejos de la vista de su primo y de su esposa,
Kilian repitió en silencio la frase, imitando a Edgar y exagerando los gestos.
—Gracias, me siento un poco mal por la forma en que acabamos —le
dijo Belle al marqués—. Mi intención nunca fue darte falsas esperanzas, mi
situación era…
—Jamás, ni por un segundo, se me ha ocurrido culparte. Conozco a
Kilian, él no podía ocultar que te quería. Meterme en medio de los dos
habría sido temerario. Sin embargo, si la vida me diera una oportunidad en
el amor, me encantaría una mujer como tú, con un corazón tan fuerte como
el tuyo. ¿Recuerdas cuando nos conocimos en el jardín de las flores? Llegué
a creer que teníamos una oportunidad. —Suspiró—. Insisto, estoy a tu
disposición, si el canalla de mi primo no se comporta a la altura no dudes en
buscar mi protección.
Suficiente para Kilian, alzó a Sophie por los tirantes de la espalda del
vestido, como si fuera tan ligerita como una pluma y la hizo aterrizar sobre
su torso. Y con Iris y Blair prendidas a su chaqueta, como dos insistentes
ardillas, regresó a la mesa y ocupó su lugar. Miró a los ojos a su esposa, que
no entendió su acaloramiento.
—Pequeñas, hora de torturar a su padrino —ordenó Kilian lanzándole
una mirada implacable a Normanby—. Las ha extrañado demasiado. Es mi
turno de conversar con «mi esposa» —enfatizó lo último.
Belle abrió desmesuradamente los ojos en dirección a Kilian. La
reacción del vizconde era exagerada. Incluso, él extendió su mano para
estrechar la suya enguantada. No se habían tocado de modo afectuoso ni
una sola vez. Ella no supo qué hacer y terminó retirándola, más por la
vergüenza del momento que por un acto deliberado.
Las niñas no tardaron en tratar de acaparar la atención de Normanby,
quien no se hizo de rogar y lo terminaron convenciendo para que las
acompañara junto al lago.
Kilian suspiró de alivio, y después sonrió triunfante. Sus hijas fueron
las mejores aliadas para liberar a Belle de las cortesías de Edgar. Sin
embargo, la mirada reprobatoria de su esposa lo hizo volver a quedar muy
serio.
—¿Qué te sucede? ¿Actúas como un…? —No pudo decirlo allí.
—¿Habrías preferido casarte con Edgar? —la desafió.
—¿Por qué la pregunta?
—Él no tiene tantos problemas, además su carácter es más…
—Habría preferido no casarme con nadie por ahora, espero que mi
respuesta te haga feliz.
—No veo cómo. —Ambos se miraron con hostilidad—. ¿Echas en
falta el viaje de luna de miel? —le soltó indeciso.
—¿Nos escuchabas? —inquirió Belle sorprendida.
—Estábamos relativamente cerca. ¿Por qué no los habría estado
oyendo? —agregó como si nada.
—Te veías tan concentrado en la conversación de Sophie. —Se alzó de
hombros.
A él su razonamiento le pareció natural.
Kilian extendió el brazo por encima de la mesa, la mano iba con la
palma hacia arriba, necesitaba ese toque con ansias. Todos los demás
estaban distraídos. Eran solo ellos dos mirándose a los ojos. Ni siquiera lo
hizo en el lecho o en algún rincón de la intimidad de la casa. Pero si ella le
tomaba la mano, sabría que su nuevo matrimonio no sería un infierno y que
tendrían una oportunidad.
—Siento no haberte llevado de viaje —se sinceró. La mano seguía
extendida—. Pensé que sería mejor cuando nuestra situación fuera menos
adversa.
—Un viaje de luna de miel es lo último en lo que pienso, así que
quédate tranquilo. No te reprocho nada.
Kilian miró la mano vacía y luego a los ojos indecisos de Belle, con
una expresión suplicante.
—Caminemos por el borde del lago, como lo harían dos recién
casados. Por un instante, solos tú y yo. Isabelle, ¿no te gustaría dejar de
luchar? —Su voz se hizo más grave—. Depongamos las armas. Permíteme
seducirte, amarte, cuidarte. No dejes que se apague lo que aún arde en
nuestros corazones… Porque sé reconocer una mirada llena de pasión,
aunque intentes disimular lo contrario. ¿Por qué crees que aún no me doy
por vencido?
La sombra de dos personas adultas y cuatro niñas los hizo volver las
miradas al mismo tiempo en dirección de Iris, Blair y Sophie. Ellas se
mostraron felices al ver a sus tíos y a sus primas, los primeros comenzaron
a llenarlas de mimos. Después las siete pequeñas se reunieron a jugar. Los
duques de Norfolk estaban ahí como la mayoría de la alta nobleza de
Londres, admirando el arribo de la primavera. Era un encuentro difícil de
evitar.
Kilian retiró su mano. Mientras se ponía de pie, tragó en seco para
reprimir un comentario. Era una situación que había intentado aplazar.
—Lord Sadice, no iba a decirnos que nuestras sobrinas ya estaban en
Londres —atacó veladamente Rebecca. Cuando quería era el primo Kilian.
En cambio, su trato últimamente era bastante frío.
—Ni siquiera usted, querida tía, nos dio el aviso. —Se unió al reclamo
Desmond.
—Lo siento, sobrinos. Creí que ya les habían notificado —se disculpó
Marybeth que no entendió por qué Kilian no los puso al tanto de la llegada
de las niñas. Ellos eran bastantes cercanos.
—Lady Sadice —la saludó Rebecca.
—Su excelencia —le correspondió Belle a la recién llegada.
Kilian le cedió su silla a la duquesa.
—Lady Sadice, le sienta de maravilla el matrimonio —le dijo con un
movimiento de cabeza el duque.
—Gracias, su excelencia —le respondió Belle intentando
acostumbrarse a la familia de su esposo.
Kilian percibió que estos últimos no la hacían sentirse cómoda. Y no
era solo por las intrigas que la obligaron a contraer matrimonio. Era la
forma como la miraban, y las palabras que le dirigían, que siempre parecían
tener un mensaje oculto. Con sus gestos, Rebecca y Desmond insinuaban
que algo en la nueva vida de los Sadice estaba mal.
El duque también tomó asiento y trataron de departir en paz.
—¿Para cuándo el heredero? —le preguntó Rebecca orgullosa, su
embarazo era notorio. Para los meses que cursaba, ya debía haberse retirado
al campo a aguardar el nacimiento, pero seguía en la ciudad.
—Llevamos muy poco tiempo de casados —se excusó Kilian salvando
a su esposa de la indiscreta pregunta.
—Yo quedé encinta a los dos meses de contraer matrimonio. No tengo
dificultad para concebir —recalcó.
—Ya tenemos tres niñas en casa, es el turno del varoncito —musitó
Marybeth emocionada, compartiendo una mirada amigable hacia Isabelle;
pero no tardó en quedarse seria tras comprender lo que hizo. Rebecca se iba
a sentir aludida.
La duquesa trató de disimular su rostro compungido. Una sombra
fugaz oscureció su semblante y con la misma sonrió.
—Esta vez será varón —dijo refiriéndose a la criatura de su vientre—.
Lo presiento, es completamente diferente a mis anteriores embarazos. No
me da problemas. Las niñas eran más inquietas.
Kilian la miró con aflicción, a pesar de sus desavenencias deseaba que
sí fuera un niño y que al fin tuvieran su ansiado sucesor para el ducado.
Tras el último parto, el médico le advirtió que no debía volver a intentarlo.
Desmond, tan apegado a su título, comenzó a adaptarse a la idea de que uno
de sus primos, el que le seguía en la línea sucesoria, iba a heredarlo. Le
rogó a su esposa para que se apegara a las recomendaciones del doctor, y
como la vio decidida a volver a embarazarse dejó de visitar su alcoba.
Ella no se dio por vencida, lo engatusó como una zorra astuta hasta
lograr su cometido. Lo embriagó y lo sedujo hasta que él perdió por
completo el control. Desmond era un hombre fiel, no se desfogaba con
amantes y ya había resistido unos cuantos meses sin mujer, asustado por las
palabras del médico que le aseguró que podía perderla.
Cuando supo que ella estaba embarazada se lamentó, pero ya no podía
hacer otra cosa que cuidarla y rogarle a Dios por su esposa e hijo.
Todos en la familia lo sabían. Por eso Marybeth cambió su expresión
al hacer referencia al hijo que podría tener Belle.
Aunque la duquesa fue despiadada hasta lograr que los esposos Sadice
quedaran a solas en la biblioteca para luego amenazarlos si no se casaban,
Kilian no podía guardarle rencor. Sabía por qué a estas alturas continuaba
en Londres a pesar de que su embarazo era avanzado. Desmond quería que
tuviera los mejores hospitales a su alcance. El desenlace era incierto.
Rebecca y Kilian habían sido buenos amigos en el pasado. La ausencia
de Gwendolyn la volvió en su contra. Ella creía, como Desmond, que
quizás, él tenía algo que ver en el fallecimiento. Era el dolor quien hablaba
por los duques y, aunque era dura de asimilar tal acusación y perdonarlos, el
vizconde trataba de serenarse y entender la desesperación que sus
excelencias sintieron.
No pudieron despedirse.

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Capítulo 24

Cuando los caballeros eludiendo las pullas de Rebecca se mezclaron con


otros que pasaron a saludarlos, a Belle no le quedó más remedio que
quedarse con su prima política. Marybeth también las abandonó para
saludar a unas conocidas. El sitio estaba lleno de personas. A Isabelle no le
pasó desapercibido que había cierta tirantez entre los duques y su esposo, y
entre este último y Normanby. Solo esperaba no heredar los conflictos
familiares. Al menos, su suegra era un encanto con ella.
—Hay algo que no me ha dejado dormir. —De pronto la voz de
Rebecca tomó un matiz diferente, ya no había ironía—. Me ha costado
dormir últimamente. No sé si tomé la decisión correcta —titubeó. La segura
aristócrata altiva, dejó la máscara sobre la mesa y en su semblante se
mostró su verdadera humanidad—. Quizás cuando usted esté esperando un
hijo pueda entenderme. Las decisiones que tomamos en estado de gravidez
a veces obedecen a un orden poco coherente.
Isabelle la miró extrañada, no comprendía su cambio de actitud.
—Disculpe, excelencia, me cuesta trabajo entenderla.
—Espero —dijo entornando los ojos— que de verdad hayan existido
intereses mutuos y tratos secretos entre Kilian y usted. No quise planear esa
encerrona en la biblioteca —reconoció y Belle se quedó boquiabierta. El día
del concierto, Rebecca negó su implicación con insistencia.
—Kilian aseguró que usted lo planeó —recordó en voz alta.
—No soy una arpía, incluso usted me agrada. Pero defiendo a los míos
con uñas y dientes. Cuando Desmond me reveló que los vio a Kilian y a
usted en la terraza, en una actitud que una señorita decente no hubiese
permitido, mil ideas pasaron por mi cabeza. Ahora no sé si la he lanzado a
las garras de un monstruo despiadado por tratar de salvar a Edgar.
—Su excelencia… —Quería hablar, pero las palabras se quedaron
atoradas a su paso. Tomó aire y solo pudo agregar—: Kilian y yo solo
conversamos en la terraza. Yo llegué primero. Tenía problemas y
necesitaba… respirar. Luego, él llegó, pero lady Abbott no tardó en reunirse
con nosotros y velar porque todo ocurriera con respeto a las normas de la
decencia.
—Tal vez cometí un error. Pero no puede culparme, lady Sadice. No
me recuperaba de la pérdida de mi cuñada a quien quería como una
hermana, y presentía que Kilian quería enredar a Edgar en algún juego
sucio para librarse de… No sé qué planes perversos tendría en su cabeza.
No obstante, me consta que Gwen sufría, a pesar de que se esforzaba por
ofrecer una sonrisa y aparentar ante el mundo que eran el matrimonio mejor
llevado.
—¿Por qué me dice esas cosas? —Pudo desatascar las palabras, al fin.
Su corazón se aceleró. Tal vez prefería a la Rebecca fría, a esta versión
desconocida de una persona más común, con miedos e inseguridades.
—Porque cuando llegamos, él le extendía la mano y usted se negaba a
tomarla. La expresión de sus ojos, milady, era la misma que la de mi amiga.
Y eso me ha hecho tocarme el corazón.
Belle no supo cómo responder, Kilian le había revelado el pacto entre
él y su difunta esposa. Tal vez a eso se debía la infelicidad que Rebecca
percibió en los ojos de Gwendolyn, pero ella no podía hablar al respecto
para discutir el tema y llegar a una conclusión. ¿Era eso lo que atormentaba
a la anterior vizcondesa? ¿O existía un motivo oculto que ni siquiera
sospechaba?
De pronto, una carcajada proveniente de una voz dulce y elegante las
hizo mirar en la misma dirección. Una dama vestida de verde mar, como sus
ojos, estaba inclinada hacia las gemelas. Conversaba alegremente con ellas,
la niñera estaba distraída con Sophie cerca de los patos en la orilla,
cuidándola de un picotazo, porque la niña estaba empeñada en tocarlos.
A la distinguida mujer parecían divertirle las ocurrencias de las
hermanas, las miraba con una expresión amigable y hasta cierto punto…
tierna.
—¿Es la duquesa de Arlington? —preguntó Rebecca poniéndose de
pie, con una mano en el vientre que se notaba que le pesaba—. Kilian
necesita dos niñeras, Lloyd no se da abasto. Ha descuidado a Iris y Blair.
—No tengo el gusto de conocerla —contestó Isabelle como si nada. La
mujer parecía decente e inofensiva. Por eso, no entendió el argumento de
Rebecca. Las niñas estaban cerca y ellas las tenían a la vista. No obstante,
no dejó de vigilar en su dirección, para evitar que se metieran en problemas.
—No puedes ser tan inocente, Belle —la tuteó. Elevó los párpados de
modo teatral. Le extendió la mano—. ¿Amigas? Podríamos intentarlo,
ahora somos… primas. Mis recelos son en contra del canalla, no contra ti.
Me he dado cuenta de que la primera impresión que tuve al conocerte
prevalece, pareces una buena persona. Después saqué juicios precipitados
por los comentarios de Desmond.
—Oh —se le escapó. Miró de las niñas a Rebecca y de nuevo a las
criaturas.
—¿Tienes dudas de mi sinceridad?
—No, es solo que… —Era una persona muy difícil de entender. Sin
embargo, tampoco la detestaba.
—Te daré una prueba irrefutable de confianza. —Miró en dirección a
la duquesa de Arlington, en ese momento se percataron de que Kilian con el
entrecejo arrugado caminaba hasta ellas—. Arlington fue amante de tu
marido.
El corazón de Isabelle se desbocó. La mujer la superaba en edad, pero
su belleza y su personalidad la hacían digna de los deseos de un hombre de
la edad de Kilian.
—Buen Dios… —le salió del alma. Una cosa era conocer la fama de
libertino del hombre que amaba, otra era mirar a los ojos esa verdad.
—Tranquila, sucedió antes de Gwendolyn. Pero desde entonces se
evitaron con vehemencia. Incluso la invitó a la boda, supongo que fue una
especie de venganza, pero nunca más volvieron a hablarse. Los primos a
veces compartían demasiada información, no siempre eran conscientes de
que yo estaba muy cerca como para escucharlos. Pero no está de más que
vayas con tu esposo —le insinuó.
Ambas miraron en dirección a las niñas, Kilian y aquella mujer,
quienes compartían unas palabras. El rostro de él seguía encolerizado, el de
ella, en cambio… Un ramalazo sacudió a Belle por dentro. Volvió a fijarse
en la duquesa de Arlington. Había un parecido innegable, unos años atrás.
¿Era ella en quién se inspiró Kilian para pintar a la sirena indecente? ¿Y
aún la conservaba como aquellas cosas que todavía eran importantes para
él? Meditó en la sugerencia de Rebecca de acudir con urgencia al lado de su
esposo, para que la antigua amante tuviera la decencia de alejarse. Pero se
mantuvo estoica. Jamás iba a comportarse de esa manera.
—Estoy tranquila —contestó Belle—. Confío en Kilian.
«¿En serio, confío en Kilian?», se preguntó Belle. ¿O solo lo dijo para
mantener su dignidad?
Pero ni siquiera pudo procesarlo. Rebecca la sujetó con mucha fuerza
del brazo y tuvo que voltear para verla. Su rostro se veía compungido, más
que hacía un rato.
—Creo que el sucesor del título Norfolk quiere nacer —anunció
apretando los dientes—. Por favor, busca a mi esposo.

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Capítulo 25

Kilian no entendía cómo podía tener tan noble corazón, Rebecca había
conspirado en contra de ambos y ahí estaba Belle brindándole su
solidaridad. A pesar del complot, él no le reprochaba a la duquesa porque
gracias a tal ardid, estaban juntos. Por su cuenta jamás habría dado el salto,
aunque se muriese en secreto de amor.
Él se habría marchado a la casa con las niñas a esperar por noticias.
Por supuesto que estaba preocupado por el riesgo de ese nacimiento, y les
deseaba lo mejor, pero prefería evitar ponerse en una situación donde
tuviese una fricción desventurada con el duque de Norfolk.
El doctor Emerson estaba arriba, su nueva asistente la conocía bien,
era Diane, quien se encontraba con la paciente en sus aposentos. La
duquesa se negó a que el hijo tan deseado y heredero de varios títulos y
gracias, naciera en hospital alguno. Norfolk no pudo alzarla en sus brazos
fuertes y llevarla al St George a regañadientes. Para cuando llegó el médico
a Primrose Palace, ya el parto había iniciado.
Marybeth y Edgar también estaban ahí. Aguardaban en un salón
exclusivo para el uso de la familia. Sus rostros estaban tan serios y
preocupados como el de Norfolk. El duque lucía derrotado, estaba sentado
en una de las butacas, con la cabeza entre las manos y los codos afincados
en sus piernas. La tía estaba muy cerca de él, dándole ánimos, lo que
intercalaba con sus súplicas a Dios.
—Si esta vez no tenemos un hijo, será la última que lo intentemos —
sentenció Desmond—. No importará lo que desee Rebecca. El deber no es
más importante que su vida. Sobre todo por las niñas que la adoran, y
también por mí. No podría vivir sin ella.
—Van a estar bien —musitó la tía y volvió a perderse en sus ruegos.
Kilian vio a Belle suspirar y caminar hacia uno de los amplios
ventanales, desde donde se podían observar las prímulas de colores. Se
apoyó en el alfeizar y se perdió en la vista. Tuvo el impulso de ponerse de
pie para ir en su búsqueda, pero lo pensó demasiado, y Edgar se adelantó.
¿A qué jugaba su primo? ¿Sería capaz de…? No, era Edgar. Era un
hombre de principios; sin embargo, en su mirada había un halo de luz
brillando, uno que no podía esconder. Tal vez nunca debió tentarlo, quizás
ahora libraba la batalla de olvidar una efímera ilusión.
No pudo tolerarlo, se puso de pie y fue en busca de su esposa, lo que
persuadió a Edgar de abandonar el sitio a su lado. Kilian suspiró. Se aferró
al alféizar para contener las ganas de acariciarla, de abrazarla. Se imaginó
cómo se sentiría si por un minuto le tocaba estar en la posición de
Desmond. La tristeza inundó su pecho y sin darse cuenta estiró los dedos y
los depositó sobre la pequeña mano de su esposa. Ella lo miró inusitada.
—Lo siento, yo… —pronunció sin pensar, como parte del intercambio
que se había dado últimamente entre ellos; pero en realidad no lo sentía. Al
contrario, estaba lleno de anhelos.
—Ahora en la biblioteca —le susurró ella intempestivamente y él
elevó una ceja con curiosidad.
La siguió. Se escabulleron por los pasillos y las escaleras hasta llegar
al sitio donde decidieron casarse, o les dieron el ultimátum de hacerlo.
Kilian seguía mirándola a los ojos, queriendo adivinar sus motivos. Sin
embargo, aguardó en silencio, no quería apresurarla.
—Si en el pasado me hubiesen preguntado —inició Belle—, ¿cuál
sería el mejor sitio para una declaración de amor… para una propuesta de
matrimonio?, habría contestado que una biblioteca sin dudas. Hasta me
hubiera casado en una tan bonita como esta, si mi madre no lo considerara
un despropósito.
—Puedo volverlo a pedir… —dijo creyendo que iba a reprocharle por
la forma tan poco civilizada en que se había declarado. Su corazón
palpitaba y su estómago se contraía como si fuera un muchacho
adolescente. Ni siquiera se recriminó por el escaso control de sus nervios.
—La sirena… La duquesa de Arlington. —Isabelle continuó con
aquello que no salía de su mente—: ¿Te importa tanto como para no poder
despegarte de ese cuadro? No sé cómo tu anterior esposa pudo tolerarlo. —
En realidad sus propios celos la empujaron a tal cuestionamiento.
—Porque a Gwen nunca le importé de ese modo —explicó con un
gesto inquisitivo. Quería preguntarle tantas cosas y por un momento se
contuvo, para escuchar todo lo que ella necesitaba decir y poder entenderla.
No obstante, dejó muy claro—: Arlington… es pasado.
—Mírame a los ojos y júrame que no te importa nada que tenga que
ver con la duquesa de Arlington —demandó, como si no pudiera esperar a
regresar a la privacidad de su hogar para hacer el reclamo.
—¿Estás celosa? —Entrecerró los ojos, desconcertado. Desde que se
casaron ella se mostró fría y hermética.
—¿Evades contestar? —presionó con el rostro contraído y los brazos
cruzados sobre el pecho.
Él estaba tan sorprendido por su reacción que se quedó pasmado unos
segundos, pero reaccionó un instante después.
—Llegando a la casa bajaré en persona ese cuadro y me desharé de él
—prometió con solemnidad. Estaba feliz de hacerlo porque Belle se estaba
muriendo de celos y no podía evitarlo—. Lo pinté hace muchos años —
justificó porque lo último que deseaba era que ella volviera a desconfiar de
él—, y si lo conservé fue porque apreciaba el resultado de mi desempeño,
no a la modelo. Ella ya no significa nada. Hace mucho que no está dentro
de mi corazón. La quise, no lo negaré, pero me decepcionó de un modo
irreconciliable.
No podía responder exactamente lo que ella le pedía, porque sus hijas
eran lo único relacionado con la duquesa que jamás iba a dejar de
importarle. Si embargo, quería borrar cualquier idea de desconfianza que
atormentara la mente de Isabelle.
—¿Por qué no puedes decir que no te importa nada que tenga que ver
con ella y das tantas vueltas?
Aquel reclamo lo hizo estremecer. La tomó por el talle y abrazándola
fervorosamente le susurró sobre los labios dispuestos:
—Déjame besarte, Belle.
—¿Por qué se acercó a tus hijas en Hyde Park? —continuó
interpelando. No obstante, no se alejó ni un centímetro. Su boca lucía un
mohín casi perfecto.
—Supongo que llamaron su atención y quiso conocerlas. —Dar
explicaciones nunca le había parecido tan grato, tuvo que inhalar con
fuerza. Se humedeció los labios desesperado por besarla, por abrazarla
hasta que sus cuerpos se fundieran como el metal al calor del fuego—. Pero
si miraste hasta el final, podrás haberte dado cuenta de que tomé a mis hijas
de las manos y me aparté de su presencia.
—Nuestras… Ahora serán nuestras hijas. Su madre Gwendolyn
siempre tendrá un sitio especial para ellas; pero soy tu esposa, tendremos
hijos y deseo que todos crezcan en igualdad de condiciones, con la guía de
una madre y un padre. —Se las reclamó a la vida con fervor y él no
esperaba menos, pero ella dudando de si exigía demasiado agregó—: Si te
parece bien.
—Me parece completamente adecuado. —Estaba pletórico y con una
sonrisa pícara que no se esforzaba por disimular—. No esperaba menos de
mi esposa.
—He visto la consternación de Norfolk, mientras su esposa lucha por
traer al mundo a su criatura. Tarde o temprano estaremos en una situación
similar… No sigamos en guerra, Kilian.
—No, no sigamos en guerra, amor. Te lo suplico.
Al vizconde, el alma le volvió al cuerpo que se fue volviendo cálido.
No supo qué más agregar. Temía pronunciar una palabra inconveniente que
le hiciese retroceder en el terreno ganado.
Kilian se estremeció cuando sintió las lágrimas ardientes de Belle
bajar por sus dedos, trató desesperadamente de limpiarle el hermoso rostro.
—No llores, bella.
—No quiero traer un hijo al mundo con el corazón lleno de
resentimiento, menos si hay tanto en riesgo.
—Tranquila, no siempre tiene que ser así. —Trató de calmarla—.
Rebecca está pasando por un caso especial, por eso mi primo está tan
preocupado. Ella no debía volver a embarazarse. Le dijeron que la siguiente
podía ser mortal.
—¡Qué terrible! Entonces, vamos con ellos. Brindémosle nuestro
apoyo, ahora somos familia. Y todo parece indicar que, ahora somos
amigas.
—¿En serio? —No le resultó extraño, Rebecca era muy peculiar. Belle
asintió—. Vamos, pero primero bésame.
Isabelle acortó la distancia, rozó con ternura los labios llenos y rosados
de Kilian. Soltó un gemido, mirándolo a los ojos y se dejó vencer por todas
las emociones que la invadieron cuando fue poseída por el calor de su
esposo. Él desbordado de deseo, de amor, la estrechó entre sus brazos,
mientras capturaba famélico los labios de la mujer. La besó con desespero,
con un apetito voraz, resultado de verse sometido a una larga y penosa
hambruna.
—Te amo y hubiese querido tener otro inicio contigo, mi preciosa
Belle —le dijo entre beso y beso, y volvió a chuparle los sensuales labios
sin encontrar la saciedad.
—No sé qué camino encontraste para llegar a mí, pero ahora estamos
juntos. Si me quieres conservar escúchame, no tolero la infidelidad. Una
sola mujer y un solo hombre.
—Una pareja. Lo he entendido muy bien. No estoy dispuesto a
perderte. —La abrazó con toda su fuerza, decidido a no perderla. Los
secretos que guardaba eran de un índole superior, concernía a sus hijas. Y
tal vez lo más inteligente era que quedaran sepultados para siempre. Sin
embargo, sentía la necesidad de abrirse a su esposa, sobre todo por una
razón muy específica que de hacerse pública podría perjudicarla. Omitirle
información equivalía a una traición.
—Te amo, Kilian. Nunca dejé de amarte —le reveló ella con las
mejillas sonrojadas por la emoción.
—Te quiero, Belle, como mi pareja, mi amada. Si decides que no
deseas tener hijos para no poner en riesgo tu vida, seré la última persona
que te exija un heredero. Solo anhelo tu compañía, tu cariño, tu amor.
Ella suspiró y él no dejó de abrigarla entre sus brazos.

Cuando volvieron al salón con la familia, Belle ya se había limpiado


las lágrimas. Entraron con las manos enlazadas, queriendo gritar su verdad
al mundo, que ya estaban juntos para siempre. Sin embargo, como nadie
sabía de sus problemas maritales no pudieron decir nada.
—Acompañaré a Marybeth en sus ruegos —le susurró Isabelle con
cariño en la voz.
Él le besó la mano antes de dejarla ir con su madre.
Edgar los miró inusitado, como si notara algo diferente en los dos.
—¿Y Norfolk? —le preguntó el vizconde a su primo que desvió la
mirada de su esposa hacia él.
—El médico lo ha llamado. Nosotros seguimos esperando —contestó
el aludido.
Kilian asintió con solemnidad, y aprovechó que estaban alejados de las
mujeres para susurrarle:
—¿Recuerdas la advertencia que me hiciste de estrangularme con tus
propias manos si me atrevía a rondarla, en el supuesto de que Belle se
convirtiese en tu esposa?
—Como si fuese ayer —masculló Edgar.
—Ahora es mi turno de advertirte lo mismo. He visto como la miras, y
si te hice creer que podías tenerla, lo siento muchísimo. Solo estaba
desvariando.
—No tienes que amenazarme, ya me he dado cuenta de que no tengo
oportunidad. Además, eres mi primo, mi amigo. Jamás tendría un
comportamiento tan reprobable, menos contigo.
Se miraron con firmeza y Kilian se sintió aliviado. Era un tema que
necesitaba saldar. Aún le quedaba pendiente que Edgar lo perdonara por
otro asunto, pero sería difícil llegar a un acuerdo
Las puertas del salón se abrieron y el mayordomo con el rostro
descompuesto, se les acercó.
—Su excelencia pide que se acerquen a los aposentos de la duquesa.
Ha sido una niña —anunció.
Todos suspiraron aliviados, quizás no era el varón que la familia
necesitaba, pero eso era lo que menos les importaba en ese momento.
—¿Cómo está la duquesa? —preguntó Marybeth y todos volvieron a
contener el aliento.
El mayordomo quiso agregar que, por las palabras del duque, percibió
que estaba desconsolada, ella habría dado lo que fuera por tener un hijo.
—Milady, creo que se lo podrá preguntar en persona. Ella está
pidiendo por usted —respondió el aludido.
Eso fue suficiente para que la familia respirara de nuevo con
tranquilidad. Rebecca y la criatura habían superado los pronósticos del
doctor Emerson. Todos, fueron guiados por el mayordomo hasta la antesala
de los aposentos ducales. Solo Marybeth traspasó el umbral. Norfolk no
tardó en salir con la criatura en brazos. La miraba con amor, como
contemplaba a sus otras hijas, con las únicas que su frialdad se entibiaba.
Todos se acercaron a verla. Incluso, por un momento, el duque olvidó
su resentimiento contra Kilian. Fueron una sola familia festejando un
nacimiento.
—Lady Gwendolyn —la presentó ante sus tíos que le sonrieron y
felicitaron al padre—. Ha sido duro, pero ya está aquí.
—¿Cómo está Rebecca? —indagó Edgar.
—Muy agotada —respondió el padre—. Pero aún le quedaron fuerzas
para hacer pucheros cuando escuchó que era una niña. Sin embargo, cuando
la vio se enamoró de la pequeña tanto como yo.
—¿Querrá intentarlo de nuevo? —preguntó Edgar preocupado.
—¡Demonios, no! —soltó ofuscado Desmond, solo de sopesar esa
posibilidad. De pronto, percibió a Isabelle y se disculpó—: Perdone mi falta
de modales, lady Sadice. Ha sido el momento más angustiante que he
pasado en mi vida, pero ya todo estará bien. Me he conformado, cinco
hermosas flores para darme muchos dolores de cabeza, cinco dotes y la dura
tarea de encontrar cinco esposos que las traten como se merecen.
Comenzaré a preparar a mi sucesor, es un gran hombre, hará un buen papel
cuando llegue su momento.
Diane se asomó por la puerta de improviso en medio de la celebración,
se veía ofuscada, una gota de sudor se le escurría por la frente. Musitó algo
ininteligible, donde solo distinguieron «doctor Emerson» y «su excelencia».
Desmond depositó a la pequeña criatura en los brazos de Isabelle y entró a
los aposentos en tromba.
Pero Diane, se quedó estática, de pie.
—Habla —le suplicó Kilian.
—Su excelencia, la duquesa de Norfolk se ha ido —anunció Diane
ante los rostros pasmados de los familiares que comenzaron a desencajarse.
—Pero acaban de decir que estaba bien —interpeló estremecida
Isabelle, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—El doctor no entiende qué ha sucedido —farfulló Diane—. Pensó
que podía controlar la situación. Ella se descompensó de un momento a
otro.
Los gritos del hombre que debería aguantar esos avatares de la vida
con estoicismo se escucharon invadir la estancia. A todos se les encogió el
estómago y se les apretó el pecho.
Kilian y Edgar entraron a la habitación con pasos enérgicos para
contener al duque. Encontraron a Marybeth derrumbada en un sillón,
desconsolada y a Desmond llorando aferrado a la mano del cuerpo inerte de
su esposa.
—Lo siento mucho, hermano. —Trató de confortarlo Edgar, pero
apenas podía controlar sus propios sollozos. Rebecca había sido la
compañera de juegos de Gwendolyn. Se conocían desde hacía tanto tiempo.
—Es mi culpa —susurró Desmond deshecho.
—No, su excelencia, en todo caso sería la mía. Yo fallé. No pude
salvarla —admitió derrotado el doctor Emerson con el semblante
descompuesto.
—No, Emerson. Estoy seguro de que luchaste con ahínco. Te he visto
salvar a personas que han estado entre la vida y la muerte —intervino
Kilian—. Nadie es responsable de lo sucedido. Hagamos lo que Rebecca
hubiese querido en esta situación. Pensemos en las niñas, ellas la van a
necesitar demasiado. Primo —se acercó a Norfolk, pero este parecía no
oírlo por estar sumido en su dolor—. Desmond, no tienes que preocuparte
por lo que sigue ahora. Yo me encargaré de todo lo relacionado con el
funeral. Isabelle y mi madre ayudarán con las pequeñas. Edgar supervisará
con tu administrador todos tus asuntos. Tú despídete de Rebecca.
—¿Ocuparte de todo? —preguntó de pronto el duque.
—Gracias, Kilian. Yo te ayudaré —propuso Edgar.
—¿Ocuparte de todo como hiciste cuando falleció mi hermana? —
atacó Desmond poniéndose de pie—. O mejor dicho, cuando la asesinaste
para tener el camino libre para desposar a Isabelle. ¿Lo planeaste? ¿Ya te
habías cansado de Gwen y querías un remplazo o ya habías elegido a la
nueva vizcondesa? Los vi discutiendo en la terraza esa noche, parecían dos
enamorados de tiempo atrás. No era reciente, ¿verdad?
Kilian se quedó con la expresión rígida, muy serio. Quiso defenderse
de la acusación, pero entendió que la pena que invadía el corazón de su
primo era tan grande que lo tenía completamente obcecado. Entonces,
descubrió a Belle con la niña en brazos a unos pasos de ellos, Diane estaba
a su lado. Ninguna dijo nada.
No tenía intenciones de rebatir al duque en ese momento de angustia,
sin embargo, quiso explicarle a Isabelle que era inocente. La expresión en
los ojos de ella le hizo temer que el acercamiento que lograron en la
biblioteca podría deshacerse si tal acusación le generaba desconfianza.
Isabelle no iba a aceptarlo si sospechaba que él era causante de una muerte,
menos en su nombre.
Como sus ojos estaban centrados en su esposa, no vio a Desmond tan
enorme como era, caminar cegado hasta él, con la intención de ponerle las
manos alrededor del cuello. Kilian lo sintió cuando ya estaba muy cerca y
con gran esfuerzo, logró esquivarlo. Sin embargo, el equilibrio le hizo
tambalearse y necesitó sujetarse de la pared más cercana.
—¡Desmond, cierra la boca! —ordenó Edgar en voz alta y firme—. Ni
siquiera por el dolor que sientes puedo permitir que cometas una injusticia.
Kilian no asesinó a nuestra hermana. No sé de dónde has sacado esa idea
absurda.
—Rumores. Es un libertino, y alguien de una reputación como la suya
suele levantar ese tipo de suspicacia. Escuché a alguien murmurar que el
entierro de Gwen fue tan rápido, que parecía que estaban encubriendo algo
sucio. Más cuando supieron que ni siquiera esperaron por la familia…
—¿Y desde cuándo has hecho caso de cotilleos? Sé qué es duro,
hermano, pero yo estaba allí —le dijo Edgar con evidente dolor—. Acéptalo
de una vez, Kilian no tuvo nada que ver, como tampoco tú has tenido nada
que ver con lo que hoy ha sucedido. No nos lastimemos más unos a otros.
Déjanos ayudarte, somos tu familia.
—Perdón que me inmiscuya, su excelencia —intervino el doctor—.
Lord Sadice es inocente, también puedo dar fe de ello. Yo estaba en la finca
familiar de los Sadice cuando su hermana se puso delicada.
—Discúlpenme todos. Lo siento, lo siento mucho —pidió Norfolk con
solemnidad y volvió a arrodillarse a llorar a su esposa.
Isabelle suspiró al devolver a la pequeña lady Gwendolyn a los brazos
de Diane, para acercarse a su esposo. Todos salieron de los aposentos
ducales, dejando detrás solo al duque con su esposa.
La mirada fugaz de Isabelle, cuando escuchó la acusación de
Desmond, aún atormentaba a Kilian. La tomó del brazo y se apartaron lo
suficiente del resto.
—¿Confías en mí? —le preguntó Kilian a Isabelle sosteniéndole la
mano y exhalando con fuerza.
—Tu inocencia ha quedado esclarecida. Por favor, no volvamos a
tocar ese tema —le susurró.
—No puedo volver a perderte. —La abrazó con toda su fuerza sin
importar las personas que pasaban por su lado. Pegó su frente con la de ella,
un instante—. Tengo algo urgente que decirte —masculló, sabía que debía
abrir la boca antes de que fuera demasiado tarde.
—Habla —indagó impaciente.
—En nuestra casa.
—¿Pasa algo? —La angustia hizo que su rostro palideciera—. Tu
madre me ha pedido que pase la noche aquí para ayudarla con las criaturas,
cree que no tiene el temple para encararlo sola. Está muy afligida. ¿Qué
hago, Kilian? ¿Qué necesitas decirme?
La besó en la frente estrechándola con fuerza.
—Acompáñala, las niñas las van a necesitar. Siempre es bueno que
tengan a alguien de la familia en los momentos difíciles. La madre de
Rebecca es mayor, ni siquiera sé cómo le daremos tan terrible noticia, pero
Edgar y yo nos ocuparemos de comunicar tan dolorosa pérdida a su familia.
—Por supuesto, yo… Pero qué tienes que decirme… —insistió.
—Soy tuyo incondicionalmente, Belle. Nada en este mundo me
importa más que mis hijas y tú. Sin embargo, como referiste con
anterioridad, el camino para llegar a tus brazos no ha sido el más limpio.
Cuando todo esto pase, abriré mi corazón ante ti, de otra forma no puedo
permitir que te entregues por completo. Si tras escucharme, aún me amas, te
juro que te cuidaré y te protegeré incluso con mi vida.
—Me asustas, Kilian. ¿Eres un hombre inocente? ¿La acusación de su
excelencia tiene algún fundamento? El médico dijo que… Hay pecados que
ni en nombre del amor estoy dispuesta a perdonar… —La resolución en su
rostro lo hizo titubear.
—Soy inocente, aunque tal vez no del modo que esperas —confesó
ante la mirada inusitada de Belle que se soltó de los brazos de su esposo y
se abrazó a sí misma.
—Disculpen —interrumpió el médico—. Dejaré a mi asistente esta
noche para que vigile los progresos de la bebé. Fue un parto difícil. Ahora
la llevaremos con la nodriza, ya está esperándola. Como entenderán, no
puedo perder otra paciente.
—Por supuesto —aceptó Kilian irguiéndose para atender al médico.
Una lánguida mirada en dirección de su esposa le dejó un pozo de angustia
en su interior. Hubiese querido que el momento fuera propicio para
sincerarse, pero tenían asuntos ineludibles que atender, y él necesitaba
bastante tiempo para revelar todo lo que le había ocultado a Isabelle—.
Acompáñeme al estudio, doctor —le dijo Kilian para hacerse cargo de los
honorarios.
Isabelle se quedó en el sitio, aún abrazada a su cuerpo, con mil ideas
en la cabeza. Marybeth era un mar de lágrimas y había que dar
instrucciones a las niñeras, al mayordomo, al ama de llaves. Primrose
Palace estaba a punto de sumergirse en un caos con la duquesa inerte y el
duque destrozado.
Edgar también estuvo de acuerdo con la sugerencia del doctor, pero
antes de que Diane fuera conducida a la habitación infantil la detuvo.
—¿Me permite tomar en brazos a mi sobrina, señorita? —le pidió.
—Por supuesto, milord —le contestó la joven enfermera.
Edgar cargó a la pequeña Gwendolyn y una triste sonrisa se dibujó en
su rostro. Nadie se movió de su sitio, solo los miraban.
—Serás una niña muy amada. Tu tío te va a mimar demasiado para
que no sientas la falta de tu madre. —Después se la devolvió con sumo
cuidado a Diane—. Gracias, señorita. Quizás en medio de tanto
desconcierto nadie le agradeció su labor. Gracias por todo lo que está
haciendo por nosotros —agregó con cortesía.
—Milord. —Hizo una corta reverencia con la niña en brazos y se dejó
conducir por el ama de llaves que tampoco podía contener sus lágrimas.

Los días transcurrieron con rapidez. Belle y Meredith permanecieron


en Primrose Palace acompañando a las pequeñas que estaban desconsoladas
y guiando al servicio para que la casa continuara en pleno funcionamiento,
aunque con todo el rigor del luto. Diane también estuvo junto a la nodriza
cuidando a la recién nacida durante unos días. Cuando todos los honores
funerarios terminaron, la familia entera decidió que era momento de
reanudar sus vidas. Desmond tendría que adaptarse a su nueva realidad y
encararla, como correspondía a un duque. Así que dejó de lamentarse,
encerró su dolor en un sitio que se volvió inaccesible dentro de su mente y
dejó que la frialdad dominara sus emociones para estar a la altura de lo que
se esperaba de sí.
Kilian acudió a Primrose Palace para buscar a su esposa y
acompañarla de vuelta a Sadice House. La tarde comenzó a caer y la
necesitaba de regreso en su hogar. Su ausencia le había bastado para
comprender que no quería su vida sin ella
Era consciente de las palabras que compartieron el funesto día y como
los dos dejaron de lado el tema, para corresponder a la familia en un
momento de crisis. Pero, ya no podía seguir posponiendo lo que seguía
latente en su corazón y el de Belle. En la mirada de ella, la duda seguía
asomándose cada vez que lo contemplaba.
El equipaje ya estaba en el carruaje y Phillis e Isabelle aguardaban en
el recibidor para abordarlo. Iris, Blair y Sophie la echaban de menos y eso
fue lo primero que le dijo al tenerla al frente:
—Nuestras hijas están ansiosas por verte. —Ella se las había
reclamado a la vida y él se lo recordó, para que no olvidara que ahora eran
una familia, no solo una pareja enfrentando sus problemas.
—También quiero verlas —musitó, sin hacer alusión al asunto
pendiente, pero mirándolo a los ojos de modo demandante.
—¿Puedes ir subiendo al carruaje? Tengo algo importante que hablar
con mi primo antes de marcharnos.
Ella asintió y lo vio dirigirse con un gesto adusto al estudio del duque.
Cuando Desmond y Killian estuvieron frente a frente, el último sacó
del bolsillo de su chaqueta un papel que estuvo guardando desde tiempo
atrás. Desmond se puso de pie intuyendo por su expresión que la noticia iba
a remover otra vez su vida desde los cimientos.
—Es una carta para ti —aclaró Kilian, luego alzó la voz—: ¡Quizás así
dejes de llenarte la boca de tantas sandeces! —rugió, pero luego recordó la
pena de Desmond y suavizó el tono de su voz—. El odio entre nosotros
debe parar. Somos Edgar, tú y yo, como siempre. Somos familia. No
podemos seguir pisoteándonos. Esta carta llegó hace dos meses, pero no
había encontrado el valor para entregártela. Y tus acusaciones solo hacían
más alta la muralla que nos separaba, no encontraba las palabras para hablar
contigo.
—¿De quién es? —exigió desde el pedestal de piedra donde había
decidido refugiarse, para que las consecuencias de los eventos
desafortunados no lo atormentaran.
—Siéntate —ordenó intentando mantener la serenidad.
—¡Condenación, Kilian! —bramó irritado—. No soy un muchacho, no
me temblarán las rodillas. ¿Quién la ha enviado? Ya te pedí disculpas por
mis acusaciones, pedí perdón a tu esposa por cualquier acción de Rebecca o
mía que la hubiese ofendido, y le agradecí a los dos por apoyarme en este
trago amargo. ¿No es suficiente?
—No está firmada, pero sé que reconocerás la letra. Tendrás que
quemarla delante de mí tras leerla. Intuyo que volverás a dirigir tu odio
contra mí, pero te aseguro que no tengo nada que ver. Me escribe a cada
rato, siempre quiere saber cómo estamos. No dudes ni por un segundo que
nos quiere a todos. Le he escrito contándole lo de Rebecca, sé que la dejará
desecha y no poder estar aquí para sostenerte es parte del precio tan alto que
ha tenido que pagar.
Con dedos temblorosos, Norfolk rasgó la envoltura hasta que el texto
quedó desplegado. Los ojos se le fueron llenando de lágrimas mientras
devoraba las letras. Cuando terminó de leer necesitó sujetarse de Kilian, que
continuaba a su lado.
Pero no fue suficiente, cayó de rodillas y lloró como cuando era niño.
Kilian bajó a su altura y lo abrazó, Norfolk no rechazó el soporte. Las
lágrimas del vizconde también se asomaron a sus ojos, con una sonrisa
temblorosa.
—¿Nunca te amó? ¿Su corazón era de otro? ¿Pero es posible que una
mujer pueda no amarte? —Las preguntas de Norfolk eran parte de su
intento de comprender lo ocurrido.
—Resulta que el amor entre nosotros nunca se dio en una dirección
romántica. También es mi hermana. —Kilian no pudo darle información
sobre las niñas, con lo que le reveló era suficiente.
—¿Cómo pudiste perdonarla? Se fue con su amante. —Era difícil de
entender para Desmond, sin importar los argumentos que Kilian ofreciera.
—Porque su corazón nunca fue mío. No creímos que fuese a
sobrevivir. Él médico dijo que moriría pronto. Ella aseguró que las
semanas, los días o las horas que le quedaban iba a vivirla con el amor de su
vida. Y yo no tuve corazón para retenerla, la tuve que dejar marchar.
—Necesito verla, necesito abrazarla —soltó desesperado.
—En ese caso tendrás que viajar a América. Pero no esperes encontrar
a la misma mujer que conociste. Ahora vive muy diferente a nosotros.
Aunque le envié hasta el último penique de su dote, bajo otro concepto, ella
es libre de todas las ataduras que nos amarran a nuestras costumbres. La
vida le regaló una segunda oportunidad y ha decidido aprovecharla. Puedes
estar tranquilo, no le faltará nada.
—Por supuesto que no, porque yo no voy a permitirlo. Es mi hermana,
y si se hubiese sincerado conmigo… —No pudo terminar de hablar. Se puso
de pie y Kilian le siguió.
—Habrías hecho lo mismo que Edgar, la habrías casado con alguien
de su posición.
—Tienes razón. Nunca hubiese cedido —se lamentó—. Sin embargo,
tuvo la vida que arrebatármela para darme cuenta de que la quiero
respirando sin importar el estatus que tenga.
—¿Me reprochas el silencio? ¿A ella? Porque Edgar no me perdona
aún por dejarla marchar. Se fue mientras él dormía, de lo contrario se habría
negado rotundamente. Pero tuve que decirle la verdad en la mañana. La
persona que enterramos en su lugar fue otra, la sirvienta sin familia que
trajo la enfermedad a mi propiedad. Tuve que decirle o tu hermano habría
exigido que abrieran la tumba para darle un último abrazo a Gwen. ¿Me
odias? ¿Estás enfadado con ella?
—No. Prefiero mil veces este desenlace. El mundo es menos gris
sabiendo que Gwen sí tuvo un final feliz.
—De más está decirte que nuestros cuellos dependen de tu silencio —
advirtió con la voz rasposa—. Mi esposa no sabe nada.
—Pobre mujer. Se ha portado tan bien con la familia. Lady Sadice
cuenta con mi absoluta lealtad. No haré nada que la perjudique. También
tengo una deuda contigo —le ofreció Norfolk con lágrimas en los ojos tras
su revelación—. Si vamos a sacar a la luz los secretos de la familia, es
ahora el momento.
Kilian lo miró sorprendido, sin entender a qué se refería.
—¿También me has ocultado algo?
—Tu padre me confesó una verdad antes de morir que ya no quiero
seguir callando.
Kilian apretó los puños tratando de adivinar qué le reveló que
mereciese guardarse en secreto por tantos años.
—¿Por qué a ti? —Hizo la pregunta que primero le vino a la cabeza—.
Yo soy su hijo… —Las dudas empezaron a atormentarlo—. ¿No soy hijo
suyo? —Tembló al imaginarlo—. ¿Por eso me criticaba tanto? Nunca me
creyó apropiado para heredarlo.
—Buen Dios, no. No va por ahí. —Desmond negó con ahínco—.
Pones en entredicho la reputación de tía Marybeth que es una santa.
Kilian volteó los ojos. Por supuesto que Norfolk creía que todos tenían
un proceder tan recto como el suyo. Pero no sería él quien revelase los
secretos de su madre. Ni siquiera Marybeth sabía que Kilian conocía de su
desliz con aquel amante y que él, tras descubrirla, lo había callado.
—¿Entonces? —Estaba impaciente por saber.
—Tal vez Edgar es el sobrino favorito de tía Marybeth…
—No digas idioteces, también te queremos a ti —le aseguró.
—El viejo Sadice me apreciaba —dijo orgulloso de ser el favorito de
alguien.
—No lo dudo, tú eras muy parecido a mi hermano mayor. Él habría
querido que yo siguiera tus pasos. Pero tuvo que conformarse conmigo.
—Hay una joven —continuó—, es una Everstone. Es bastarda. Él hizo
los arreglos para que creciera como hija legítima de otro matrimonio. Antes
de morir tuvo la necesidad de confesármelo. Quería asegurarse de que
alguien de la familia supiera de su existencia. No supe qué hacer con esa
información. Al principio, creí que el viejo estaba desvariando, pero cada
día que pasa lo dudo más. Juró que estaba arrepentido de apartarla de la
familia. Dijo que cuando Marybeth lo supiera jamás lo iba a perdonar.
—¿Estás queriendo decir que tengo una hermana? —Entonces fue él
quien tuvo que buscar una silla y sentarse.
Un recuerdo sibilante le atravesó la mente: un registro en los libros
contables, una asignación mensual, una información completamente errada
que le dio a un amigo. ¿Cómo podía haber sido tan imbécil para no atar los
cabos sueltos?
—No —respondió Desmond.
Kilian ladeó la cabeza todavía más intrigado.
—¿Entonces? No entiendo.
—Tienes una sobrina. La única. Es la hija ilegítima de Trevor —dijo
para referirse al hermano mayor de Kilian—, con esa muchacha escocesa de
familia modesta que a tu padre no le parecía apropiada. El viejo Sadice se
opuso a esa unión y Trevor huyó con la joven, ella estaba embarazada.
Tuvieron un accidente en su intento de escape. La madre sobrevivió y
también la criatura en su vientre. Tu padre arregló el casamiento de la mujer
con un hombre de Escocia, para que el bebé naciera de modo legítimo y así
tapar la vergüenza. El dolor de la pérdida de Trevor y la culpa de su deceso
lo persiguió hasta el último de sus días; por eso jamás tuvo el valor de
conocer a la pequeña. La madre de la criatura le escribió una vez una carta,
y él me repitió una frase que destacaba en ella: «piel nívea, ojos oscuros y
cabellos tan negros como las alas de un cuervo».

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Capítulo 26

Isabelle observó a su esposo subir al carruaje donde ella aguardaba. El


rostro de Killian estaba más pálido y serio de lo habitual. Se sentó a su lado
impertérrito y ella tuvo que tocarlo en el antebrazo para que él reaccionara y
le diera la orden al cochero de partir. Ni siquiera se atrevió a hablarle.
Desconocía el asunto que conversó con su primo, y aunque le intrigó su
semblante tras aquel encuentro, lo que más deseaba era llegar a Sadice
House para que al fin pudiesen hablar.
Las palabras de la última discusión, si podía llamársele así, aún le
daban vueltas en la mente. Los cascos de los caballos, unidos al sonido de
las ruedas sobre los adoquines, se confundían con los latidos de su corazón.
Contribuyeron a que la cabeza de Isabelle se pusiera caliente. Solo deseaba
escuchar una cosa, la voz de él aclarando lo que no se había atrevido a
terminar de contar.
—Habla —se le escapó, ya no podía aguantar.
—En la casa —indicó estoico.
—Estoy cansada de que sueltes este asunto a cuentagotas. —Su voz
sonaba atropellada. No supo cómo aguantó esos dos días de funerales—Si
ya despegaste los labios para introducir el problema, ten las agallas para
abordarlo hasta el final.
—No es mi intención —negó con evidente ofuscación—. Pero no me
sinceraré dentro de un carruaje.
—Si me dices que no has sido completamente sincero, no sé si pueda
tolerarlo.
—¿Estás enfadada? —Tamborileaba sobre su muslo.
—¿Tendría que no estarlo? —Lo desafió con la mirada—. No soy un
témpano de hielo. Si me he comportado es porque la familia está
atravesando por un dolor devastador.
—Por favor, no te predispongas antes de escucharme o te cerrarás y no
habrá forma alguna de que puedas entenderme. Quizá hay una explicación
para todo, una que te convenza de por qué quería «endilgarte a mi primo».
¿Recuerdas? —añadió para traer a su memoria la frase con la que ella lo
acusó en el pasado—. Sin embargo, la verdad a veces es dura de asimilar.
No estarás feliz con el resultado.
Belle sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal, más aún
cuando Kilian le ordenó al cochero que condujera a toda prisa hasta la
propiedad. No volvieron a dirigirse la palabra, incluso ella decidió esquivar
la mirada de él. Tampoco lo miró a los ojos cuando se apearon en la
residencia y la ayudó a descender del carruaje. Sentía un calor perturbador
en el pecho, en el estómago, y solo deseaba que la angustia terminara. No se
opuso cuando la tomó de la mano, con ese gesto enamorado al que ella
respondió con reproche. No quería confiar hasta que Kilian terminara con la
agonía que había desatado tras la reconciliación, tras aquel arrebato de
conciencia que tuvo cuando fue testigo de la pérdida que sufrió Norfolk.
Las niñas la recibieron con besos y abrazos, y ella tuvo que aguantar
un poco más. La angustia era palpable, pero no podía demostrarla ante las
pequeñas.
—Pensamo que no volverías nuca má —le dijo Sophie y se aferró a
sus piernas.
Tuvo que alzarla y besarla en la mejilla.
—¿Por qué pensaste algo así, querida? Solo estuve fuera unos días —
manifestó Belle.
Kilian aguardó a su lado, observándolas sin querer interferir.
—Cuando nuesta made Gwen se fue al cielo —contestó Iris por su
hermana menor—, papá tenía la misma cara tiste.
—¿Te quedarás para siempre? ¿Ahora serás nuestra mamá? —indagó
Blair con los ojos anhelantes.
El corazón de Belle latió con fuerza. No era justo que cuando más
enfadada estaba con Kilian, las tres tiernas niñas la recibieran de esa forma.
Vio la angustia en sus rostros, tras la esperanza de tener una presencia
femenina en casa, en la que podían depositar sus anhelos de un cariño
maternal. La ausencia de Belle las había hecho dudar.
—Esta ahora es mi casa y ustedes son… mis hijas. —Depositó a
Sophie en el suelo, se agachó y extendió los brazos. Las tres pequeñas la
abrazaron a la vez. Belle escuchó a Kilian suspirar, pero no miró en su
dirección—: Ahora voy a reponerme de mi viaje, pero les prometo que
mañana haremos una excursión solo nosotras cuatro y será inolvidable.
—¿Habrá besos de buenas noches antes de irnos a dormir? —preguntó
Blair—. Eso nos gustaba de mamá Gwen.
—Besos de buenas noches, abrazos y también les leeré cuentos
hermosos para que sueñen con historias asombrosas.
—Por favor, señora Lloyd, lleve las niñas a la habitación infantil, ya es
su hora de descansar —ordenó Kilian. Las niñas rieron. La niñera se las
llevó para que cenaran y para acostarlas después, antes de que hicieran más
alboroto. Miró dubitativo a Belle, tratando de disimular que en su interior la
pasaba mal—. ¿Deseas cambiarte para pasar al comedor?
—No tengo hambre, solo tomaré un té en mi habitación. Dormiré
temprano —apuntó, de pronto se sintió aguijoneada por el orgullo. El
momento que tanto aguardaron estaba frente a ellos, y se volvía con cada
segundo más difícil.
—El cuadro de la sirena ya no está, ni aquí ni en ningún otro sitio. Ya
no existe —enfatizó estirando una mano para tomarla del brazo, lo que ella
esquivó hábilmente.
—No te pedí que fueras tan radical —manifestó simulando no estar
tan interesada.
—No importa, es un pasado que deseo dejar atrás. Ella, la duquesa de
Arlington me buscó antes de los funerales, se atrevió a venir a esta casa. No
sé cómo supo que estabas en Primrose Palace. Le dije que se fuera y no
volviera jamás. Esa mujer no volverá a molestarnos.
Belle sintió el aguijonazo de la duda, pero para no demostrarlo
enderezó la espalda y elevó la frente, aunque sin buscar el contacto visual
con su esposo.
—¿Se trata de ella lo que me has ocultado? —tanteó.
—En parte sí… —titubeó. Estiró de nuevo la mano y aunque ella no
quiso la tomó del antebrazo para volverla hacia sí, necesitaba mirarla a sus
intensos ojos castaños.
Ella trató de esquivarlo otra vez, ya sin disimular sus esfuerzos. Pero
Kilian fue más evidente, le sostuvo con dulzura las mejillas con sus dedos y
sus rostros quedaron muy cerca. Se observaron sin poderlo evadir.
—¿Es tu amante?
—No, lo fue hace seis años.
—¿La amaste?
—¿Acaso importa?
—¿La amas?
—No, te amo a ti de un modo incontrolable, violento y que me está
dejando seco por dentro. Por Dios, Belle, ¿no lo notas?
—Nunca sé lo que piensas, no sé qué hay debajo de tu fría e
infranqueable coraza.
—Un hombre —se sinceró—. Uno que prefirió no mostrarse para no
quedar vulnerable. Fue duro crecer bajo el yugo de un padre para el que
nunca fui suficiente.
—La única vez que me atreví a descifrarte, hice un juicio totalmente
errado. Creí que me amabas y solo resulté una más de tus conquistas.
—Estuve tanto tiempo negando mis sentimientos, mujer, que casi
olvido quien soy en realidad.
La aferró por el antebrazo y la condujo por los pabellones hacia su
salón privado. Isabelle se dejó guiar, la urgencia en el rostro de Kilian era
visible. Ella se quedó sin palabras, encima de la chimenea había un cuadro
suyo; pero no de su imagen actual, era la Isabelle soñadora y entusiasta que
llena de ilusión entregó su corazón sin importarle si jugaba con un fuego tan
fuerte que la podía quemar.
La vizcondesa intentó despegar los labios para pronunciar una palabra,
pero no tuvo valor.
—Estaba en mi taller de arte en Everstone Garden & Park. Cuando
tuve que abandonarte, no sabía qué hacer para sacarte de adentro. Imaginé
que te casarían con otro con rapidez y eso me dejó el alma desolada. Yo
tenía una vida que continuar con mi esposa y mis hijas. Estaba atado de
manos. No supe hacer otra cosa que darle a tu hermano la satisfacción de
darme un balazo y vengar tu reputación. Yo habría muerto por ti. Pero tenía
unas niñas que dependían por completo de mí. Mi pierna y mi orgullo
tuvieron que bastar, pero no fue suficiente incentivo para olvidarte.
Mientras me recuperaba, me dediqué a inmortalizarte sobre el lienzo. Gwen
me descubrió un día…
—Señor… —Se llevó las manos a la boca llena de vergüenza, la culpa
la invadió de golpe, otra vez—. ¿Supo que era yo? ¿Qué dijo?
Dos lágrimas recorrieron sus mejillas llena de vergüenza, creyendo
que sin proponérselo había dañado a otra mujer.
—No llores, Belle. No hasta que escuches todo lo que tengo que decir.
Gwen no se enfadó al descubrirme, solo sintió pena por mí, por ella y odio,
sí, pero por la preciosa cárcel que construimos a nuestro alrededor con la
esperanza de que fuera nuestro refugio… Nada más lejos de la realidad.
Éramos dos aves anhelantes de volar hacia la libertad que exigían nuestros
corazones, pero estábamos atrapados para toda la vida. Y eso nos volvía
miserables.
Hizo una larga pausa y respiró profundo.
—Ella está muerta y no me gusta hablar de los que ya no están.
Dejémosla descansar en paz…
—Perdóname también por eso —la interrumpió, no podía escucharla y
seguir callando. Se puso de rodillas, abrazado a sus piernas y enterró la cara
en los pliegues de su falda. La culpa apretaba sus entrañas.
Belle notó su tensión y se deslizó hasta el suelo tomándole el rostro
entre sus manos.
—¿Qué intentas decir? Por todos los cielos, Kilian, ¿la acusación de
Norfolk es cierta? ¿La mataste para poder ser libre? —Su mente se bloqueó
ante tal pensamiento, no podía coordinar sus ideas. Si él hubiese sido capaz
de condenarlos al infierno pecando de una manera tan atroz, jamás sería
capaz de perdonarlo.
—No, jamás le haría daño a Gwen, ni ella a mí tampoco. Crecimos
juntos, somos como hermanos.
—Fueron —lo corrigió con un nudo en la garganta. Sintió alivio al
volver a constatar su inocencia; pero a la vez sintió dolor al ver cuánto le
costaba aceptar el fallecimiento.
—Precisamente por eso te pido perdón. Gwendolyn padecía
condenada a muerte, sus días estaban contados y solo tenía un anhelo,
quería ver por última vez al amor de su vida, al único hombre que amó.
Sean Stewart, alguien de diferente posición, cuyo matrimonio su familia
jamás habría aprobado. Por eso se casó conmigo, ella estaba embarazada de
Stewart. La desposé para salvarla de la vergüenza.
—Oh —balbuceó asombrada. Entendiendo que solo era la punta del
iceberg.
—Yo no tenía ataduras. La persona por quien sentía afecto en esa
época, la duquesa de Arlington, dejó muy claro que lo nuestro era una
aventura que jamás podría trascender. Edades diferentes, apariencias que
mantener, diferencias insalvables. Gwen y yo nos casamos y aguardábamos
el nacimiento de su hijo, quien sería nuestro heredero. Entonces, supimos
que la duquesa estaba encinta y que no iba a poner en riesgo su reputación.
No pude dejar a mis hijas abandonadas a su suerte, creciendo sin la
protección de mi techo, mi afecto y mi apellido.
—Kilian, ¿estás insinuando qué? —Se veía desorientada.
—La criatura de Gwen murió durante el nacimiento y las niñas
llegaron a nuestras vidas.
Los ojos de Belle se llenaron de lágrimas con toda la información.
—Blair e Iris son hijas de… Arlington. Por eso vino, no por mí —
aclaró—. Tras verlas en Hyde Park algo se movió dentro de ella. Quiso
procurar un acercamiento, sin que las niñas supieran quién es ella en
realidad.
—¿Qué hiciste? —Su voz salió ronca por la conmoción.
—Me negué rotundamente.
—¿Y si se ofende? ¿Crees que diga algo que pueda perjudicarlas? —
Temió por las niñas, sus hijas.
—Todo lo que hizo fue por proteger su reputación, no se pondrá en
riesgo después de tanto esfuerzo. Para ella el buen nombre lo es todo, no se
arriesgará al escándalo.
—Creo que nosotros tenemos más que perder.
—No existe documento ni prueba alguna que ate a nuestras hijas a las
niñas que ella tuvo. Me cercioré de ello. Todos los cabos están bien atados.
Le dejé muy claro que es demasiado tarde para regresar a sus vidas.
—¿Y Sophie?
—Sophie… —Respiró hondo para tomar fuerza para iniciar esa
historia.
—Sé todo sobre Sophie. Por favor, no te enojes con Diane. Es amiga
de Elizabeth, confían ciegamente la una en la otra y yo, terminé por
enterarme. Pero el secreto está a salvo con nosotras.
—¡Oh! Lo sabías. Para mí ha sido muy difícil revelarte esto, te amo y
confío en ti, pero es un secreto que habría preferido enterrar, como si nunca
hubiese sucedido como en realidad ocurrió. Son mis hijas y su bienestar
está por encima de todo lo demás.
—Yo puedo entender la preocupación que sientes acerca de las niñas.
—No quería casarme contigo porque no podía sentenciarte a compartir
conmigo todos los secretos de mi familia. Es un peso duro de llevar y tú…
No tenías por qué cargarlo sobre tus espaldas.
—¿Por eso querías que desposara a Edgar?
—Por eso y porque lo que tenía para ofrecerte no era limpio… Si
Rebecca no hubiera sido nuestro Cupido yo no te hubiese pedido
matrimonio. —Enarcó una ceja y ella sintió sus manos enfriarse—. No te
merezco, Belle, tú merecías ser la esposa de un buen hombre.
Ella seguía sin entender.
—Solo veo ante mí a un buen hombre con virtudes y defectos, uno que
comete errores e intenta enmendarlos, uno que salvó la reputación de una
amiga, que no dejó sus hijas abandonadas ante la adversidad. No eres
perfecto, Kilian. Pero ¿quién lo es?
—Gwen estaba siendo rodeada lentamente por los brazos de la muerte,
y me pidió que la dejara ir. Quería vivir sus últimos días en compañía de
Stewart, pero no murió y ya no quiso regresar. Emerson logró salvarla.
Cuando la vida te da una segunda oportunidad, tendrías que ser muy tonto
para no aprovecharla.
—Eso quiere decir que ella está … que nuestro matrimonio… —Se
tapó la boca con ambas manos a punto de romper en quejidos.
—Legalmente ella está muerta —enfatizó Kilian—. Ya no es
Gwendolyn, vive con el nombre de una persona común en América. Ahora
es la señora Stewart, tiene un hijo y… según me ha contado en una carta su
vida es maravillosa. Está feliz de que al fin, tú y yo tengamos una
oportunidad. Ahora, yo, sin secretos, te pregunto: ¿Quieres ser mi pareja,
mi compañera, el amor de mi vida? He tomado todas las precauciones para
que tú y las niñas salgan bien libradas si algún día algo saliera a la luz.
Jamás les faltará nada, pero no puedo entregarme a este matrimonio en
cuerpo y alma si tú, mi amor, desconoces la verdad.
De pronto, las rodillas de Belle ya no soportaron su peso y no tardó en
sentir los brazos fuertes de Kilian rodearla y arrastrarla sobre su regazo,
donde la acomodó con la cabeza recostada contra su pecho. Necesitó unos
minutos para asimilar la realidad, una que ni siquiera podría compartir con
sus familiares cercanos para mantenerse a salvo ella y las niñas.
—Aún puedo pedir la anulación de nuestro matrimonio si eso es lo
que deseas —continuó Kilian—, no te reprocharé nada. Puedo buscar una
excusa convincente para que te alejes de todo esto…
Ella solo le tomó una mano y se la apretó con las escasas fuerzas que
tenía. Él guardó silencio.
—Llévame a la cama, estoy muy cansada —le susurró con un hilo de
voz.

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Capítulo 27

Kilian no podía levantarse con Isabelle en brazos y mantener el equilibrio,


así que la rodeó por la cintura con un brazo y con la otra mano se apoyó en
su bastón. Con paso lento avanzaron. Ella se comportó como una dama ante
sus revelaciones. Se mantuvo todo lo fuerte que pudo y no lo rechazó. Ni un
solo reproche salió de sus labios. Él decidió respetar su silencio y
caminaron juntos hasta sus habitaciones.
Sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Sentía que la
soledad y la agonía sacudían los cimientos de su existencia. No aspiraba al
perdón, a esa altura y al ver las consecuencias de sus actos, no tenía
pretensiones más allá de ver crecer a sus hijas sanas y felices. Vio un
porvenir sombrío para él y para Belle. Ella lo amaba, estaba convencido,
pero no sabía hasta donde podía estirar ese amor.
Cuando subió el primer escalón, ella le pasó un brazo sobre el cuello,
para sujetarse y ayudarlo a mantener el equilibrio. Para él fue un soplo de
aire fresco, justo cuando estaba a punto de asfixiarse, de perder la fe.
Continuaron hasta el último de los escalones, sin separarse, no quería
ni podía soltarla. Caminaron con paso firme hasta el dormitorio y la ayudó a
acomodarse sobre la cama.
—¿Llamo a la doncella para que te ayude a cambiarte? —indagó con
la voz afectada por no saber qué decir o cómo actuar.
—Por favor, no —musitó lánguida.
La vio luchar contra su vestido y el extenuante miriñaque, le dio una
mano sin mediar otra palabra. Ella aceptó en silencio su ayuda. Con
habilidad, el varón le desató el apretado corsé. Isabelle inhaló con fuerza
libre del artefacto y se sentó sobre la cama. Debajo de sus ojos dos sombras
violáceas comenzaron a formarse. Se veía extenuada, no sabía si era el
ajetreo de los días previos o el golpe de la verdad.
Le quitó los escarpines y los dejó sobre la alfombra. Ella se acurrucó
sobre el lecho y se arrebujó bajo la manta, que él le colocó por encima.
El vizconde tragó en seco y como pudo soltó las palabras a
continuación:
—Te dejaré descansar, voy a mi dormitorio. La puerta estará abierta
por si necesitas algo…
—No te vayas…. —El corazón de Kilian se detuvo—. Ven. Acuéstate
a mi lado como cada noche que he permanecido en Sadice House. —
Suspiró—. Ella nunca fue tu esposa, en realidad. Ese matrimonio no se
consumó.
Kilian no tardó en quitarse las botas, desanudarse la corbata y tirarla a
un lado, liberarse de la chaqueta y el chaleco, desabotonarse los tres
primeros botones de la camisa. Se metió bajo la misma manta y la abrazó
por la espalda. La esperanza latiendo en su corazón le hizo tomar una
amplia bocanada de aire, mientras la envolvía con su calor.
El aroma de sus cabellos lo invadía llenándolo de alivio.
—Gwen y yo no podíamos anular el matrimonio alegando que jamás
lo consumamos, no sin poner en riesgo a mis hijas y a nosotros mismos.
—Entiendo.
—El divorcio habría sido igual de desastroso.
—Por favor, no más explicaciones. Solo quiero descansar y tratar de
entender tu largo recorrido hasta aquí.
—Te amo, Isabelle Everstone, vizcondesa Sadice y si te quedas
conmigo bajaré la luna si es preciso para ti —prometió con la voz
entrecortada. Quería dejarle muy claro que las convenciones sociales ya no
iban a regir su vida—. Eres mi esposa, la que elijo de hoy en adelante. Y si
cualquier fundamento algún día nos separa, huiré contigo y mis hijas,
adonde seamos libres de amarnos como las dos personas libres que somos.
No más jaulas de oro. Usaré todas mis cartas, sobornaré, mataré si es
necesario con tal de que nadie te robe la tranquilidad.
—No quiero la luna, jamás la he querido —musitó girando entre sus
brazos y quedando frente a frente—. No quiero que hagas nada indebido…
No te ensucies las manos. Y también huiría contigo a donde sea, así como
lo hizo Gwen con Stewart. Ella tiene toda mi admiración. Ojalá algún día
podamos conocernos.
—Creo que se llevarían bien —apuntó.
Se miraron a los ojos, ella se perdió en la frialdad del azul pálido, él en
el calor del castaño. Los labios de ambos temblaban.
—Te amo, Kilian —le reveló y él se estremeció por completo—. Ha
sido difícil descifrarte. Espero que no haya más sorpresas en el camino.
—Me siento tan desnudo ante ti como jamás lo he estado delante de
nadie. Ahora vivo en un titubeo, temo que descubras que no soy digno de tu
amor, y me reproches mi incompetencia. Pero a la vez, tengo esta nueva
necesidad de presentarme como soy, con todas mis aristas. Prefiero ser
genuino, que seguir pretendiendo…
—Kilian Everstone, deja de recriminarte —lo regañó.
—Belle, mi hermosa Isabelle…
—Cuando te conocí parecías tan seguro y distante, como si el mundo
entero tuviera que rendirse a tus pies.
—Toda una falsa pretensión para alcanzar los estándares que me
dijeron que correspondían a un Sadice. Alguien me hizo creer que de otro
modo sería vulnerable y pisoteado. Cuando crecí, fui el hijo más apegado a
mi madre, nuestro vínculo era muy poderoso. Mi padre pensó que era
perjudicial para mí, que me haría débil. Y traté de luchar contra mi
necesidad de abrazarla, de enterrarme en su pecho, sentir su aroma y buscar
su protección. Me volví rebelde y ella eligió entonces a Edgar, él se volvió
su favorito.
Belle negó.
—No sé por qué has llegado a esa conclusión. Marybeth adora a
Edgar, es cierto, pero no lo mira del mismo modo que te contempla a ti. Tal
vez es más complaciente con él, pero tú eres su hijo. Hablamos mucho
durante nuestra breve estancia en Primrose Palace. Ella te ama con locura,
dice que eres un excelente padre y que está muy orgullosa de ti.
—¿Eso dijo? —Se asombró—. ¿Y por qué siempre intenta corregirme
y se opone a cada decisión que tomo con las niñas?
—Justamente eso es lo que más valora de ti, que estás involucrado en
la crianza, que no has dejado la responsabilidad a las mujeres de tu familia.
Te contaré algo en secreto, pero no lo repitas. Te comparó con Norfolk, el
pobre está perdido. Marybeth me confesó que cuando Gwen «falleció», tú
te hiciste cargo de tus hijas, y estabas informado de cada detalle, de cada
necesidad, de cada interés de las pequeñas, porque ya lo dominabas en tu
día a día. En cambio, tu primo no tiene idea de qué hacer con sus hijas. Las
niñeras buscan dirección y él lo mejor que puede hacer es dejar todo en sus
manos. La está pasando mal.
—Pobre Desmond, supongo que tendrá que aprender.
—Podríamos ayudarlo.
Kilian necesitaba devorar esos labios rojos como una manzana
madura, sin embargo, ahogó su deseo en un tierno beso sobre la frente de su
esposa. La abrazó lo más que pudo, con evidente afecto, uno que va más
allá de la atracción, del deseo, y se fundamentaba en el verdadero y
desinteresado amor.
—Desde que te vi por primera vez, no pude resistirme. Tenías tanta
vida, como una chispa que puede prender el universo entero. Lejos estaba
de saber que revolucionarías mi mundo. Pero no pude resistirme a la
picardía de tus ojos cálidos. Quería conocerte, saberlo todo de ti… No
podía permitir que te escaparas entre mis dedos, como un agua que no debía
beber. —Respiró hondo llenándose de su reconfortante olor.
—Bebe —lo desafió dejándolo sin palabras, justo cuando él quería ser
más profundo en su razonamiento.
—¿Qué? —balbuceó entrecerrando los ojos.
—No tienes necesidad de tener sed… —susurró y él lo escuchó como
un canto de sirena. No necesitó más invitación.
Isabelle cerró los ojos quedándose dispuesta y Kilian, con el deseo
quemándole las entrañas, la aferró con ansias desbordantes. Su boca buscó
los labios color de manzana con desesperación. Los probó de nuevo, y
sintió que el aliento de vida lo recorría entero, haciéndole sentir más
enérgico que nunca.
—Nunca pude dejar de amarte —le aseguró entre besos.
—Jamás pude controlar mis impulsos hacia ti, bella. Cuando te conocí,
mi corazón tomó las riendas de mi buen juicio, no pude evitar enamorarme.
Las manos de ella fueron rápidas hacia los botones de la camisa, los
fue sacando de los ojales uno a uno. La larga espera ahora se volvía
insoportable. Kilian sonrió al ver el deseo colorearle las mejillas a su
amada, cada noche tortuosa que debió reprimir su apetito, estaba a punto de
colapsar. Su mente se llenó de imágenes, anticipando el calor que
envolvería su miembro cuando al fin encontrara el camino hacia su interior.
La ayudó en sus intentos, terminó de liberarse de la camisa. Belle le
depositó las palmas de las manos sobre los pectorales, recorriéndolos,
palpándolos, explorándolos. Él se aventuró hacia sus pantalones, sin dejar
de besarla, y los desabotonó con agilidad. Ella lo ayudó empujándolos por
sus afiladas caderas hasta lanzarlos lejos, igual destino tuvo la ropa interior
masculina.
Era la primera vez que él quedaba completamente desnudo ante su
esposa. Ella se mordió el labio inferior y apretó las piernas. Los latidos
acelerados de Isabelle rebotaban contra la dura roca del tórax masculino, lo
que le hizo anhelarla todavía más.
—Debemos librarnos de la camisola y todo lo demás —dijo para
referirse a las medias y los calzones—. Es justo que te tenga completamente
desnuda.
Ella se apartó lo suficiente para desanudar el tierno lazo que tenía en el
escote, con un movimiento casi inocente.
—En todo este tiempo, ¿hubo alguien más? —Isabelle no supo por
qué esas palabras salieron de sus labios. Él, por el contrario, omitió hacerle
preguntas sobre lo que ocurrió durante el lapso que estuvieron separados.
—No —jadeó—. No he estado con otra mujer.
Ella bajó los párpados.
—Lo siento, estoy nerviosa. No debí cuestionar. Eres el único y…
—Puedes indagar todo lo que quieras. Tu curiosidad es natural.
—Antes, dijiste que podía decidir si quería darte hijos o no. ¿Cómo
podríamos evitarlos?
—Creo que cada mujer debería tener el derecho de elegir si desea
arriesgar su vida al traer un hijo al mundo. Yo me moriría si te ocurre algo,
creo que no deberíamos tenerlos. ¿Acaso ya no tenemos demasiadas
criaturas con las niñas?
—¿Ya no necesitas un heredero?
—Prefiero tenerte a mi lado completamente a salvo. Mañana mismo
compraré protección para evitar tener descendencia.
—Me ofendes.
—Solo quiero cuidarte y evitarte dolores.
—Kilian, ya has dicho que «cada mujer debería tener el derecho a
elegir» y concluyo que me encantaría tener un hijo más. Después de la
experiencia valoraremos si ya tenemos suficientes hijos.
El miedo a perderla quiso volverlo vulnerable, pero los ojos vibrantes
de Isabelle no le permitieron dudar. Volvió a apoderarse de sus labios con la
intención de saborearlos hasta que quedaran más rojos e hinchados de lo
que ya estaban. Su boca persistió chupando, mordiendo y explorando no
solo la intensidad de sus besos; bajó por la curva de su cuello, embriagado
con su aroma femenino. Se le hacía la mujer más hermosa que había tenido
entre sus brazos, y juraba que jamás podría encontrar la saciedad, siempre
estaría listo para la acción.
La camisola se resbaló tentadoramente por los hombros de Belle, hasta
que él se libró de la delicada prenda de algodón y encaje.
Contuvo la respiración ante sus pechos redondos, no eran demasiado
grandes, y le parecieron perfectos. Los tocó primero con delicadeza,
después los apretó solo un poco hasta que quedaron turgentes, llenos. Las
mejillas de Belle se tiñeron más aún, una mezcla de pudor y deseo hizo que
su temperatura se elevara. Sus pechos se endurecieron bajo su toque y él
acomodó una mano sobre cada copa mientras saqueaba su boca sin
intenciones de abandonarla jamás. Los besos parecían no tener fin.
—No hay nada mejor que besarte, o tal vez sí —añadió con una
mirada pícara que hizo que las mejillas de Belle se enrojecieran, sabiendo a
qué se refería.
Con suavidad, cuando era necesario, o firmeza, cuando la pasión lo
exigía, Kilian recorrió cada rincón de su cuerpo, amándola. Roces cargados
de complicidad, entre promesas sobre el placer que le regalaría cada noche.
La piel de ella palpitaba encendida, rogando por otra caricia, allí
donde quedaron las huellas de sus manos.
Kilian se humedeció los labios y reptó por su cuerpo, con una
invitación en los ojos, la de hacerla disfrutar. Besó cada rodilla, y deslizó
las ligas y las medias una a una, hasta que sus sedosas piernas quedaron al
descubierto. Terminó la procesión de las prendas de vestir, cuando le
arrebató el calzón dejándola completamente expuesta.
Bebió directamente de su intimidad hasta que la hizo jadear. Belle
recordaba lo que había sentido aquella vez que se entregaron atropellados
por el deseo feroz, sin tiempo para recrearse demasiado. Pero las
sensaciones que la arrasaban esta vez, cuando la lengua de Kilian se enterró
entre sus pliegues, le hizo arrepentirse de su reticencia inicial. Se aferró a
los cabellos rubios y fue muriendo lentamente de fruición con cada lametón
en su entrepierna. Eso quería recrear todas las noches. Su cálida lengua,
firme y suave a la vez, entrando y saliendo por su abertura, lamiendo
profusamente hasta hacerla gemir. Sus dientes mordiendo, excitando,
incendiando su intimidad. Su boca entera devorando su carne hasta llevarla
al éxtasis.
Belle gritó cuando fue sacudida por pequeños espasmos que se
multiplicaron. Reclamó a su esposo, lo quería dentro de nuevo y que sus
cuerpos se volvieran uno solo. Kilian no tardó en subirse sobre su esposa.
—Te amo, pequeña —le susurró al oído, acomodándose entre sus
muslos, mientras ella se recuperaba y se preparaba para recibirlo en su
interior.
—Tómame, no me hagas rogar —exigió con un hilo de voz,
intentando recuperar el aliento—. Te necesito.
Belle le acarició las mejillas con ferocidad, él se saboreó los labios
húmedos y le obsequió una perversa sonrisa que la hizo desearlo todavía
más.
—¿Me necesitas?
—Sí —contestó a la primera.
—Pero te negaste con ahínco.
—Creí que lo merecías. Ahora me arrepiento, nos castigaba a los dos.
—Ya sé que en todo este tiempo no disfrutaste de la compañía
masculina.
—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? —lo interrumpió sin
entender el punto.
Él estaba calmado, disfrutando del momento sin prisa, y ella no podía
más.
—Pero ¿tampoco te diste placer a ti misma? —murmuró muy cerca de
su oído, y remató la pregunta con un beso sensual sobre la oreja que la hizo
estremecerse—. Estuvimos mucho tiempo separados y ya habías probado lo
delicioso que puede ser.
—No sabía que yo misma podía… —La cara de ella cambió de
expresión al entender a lo que él se refería—. ¿Tú sí lo hiciste?
—Dije que no estuve con otra mujer, no que me convertí en monje —
bromeó y le robó un beso enamorado.
—Ustedes los hombres corren con ventaja —reclamó—. Para las
mujeres está vedada toda información sobre nuestros cuerpos y el placer.
—¿No tuviste la necesidad de explorar? —indagó con una mirada
insinuante, mientras se posicionaba en su entrada dirigiendo su grueso
miembro con la mano libre y acariciando con este justo ahí, donde era más
sensible.
Él quería jugar, dilatar el momento y ella sentía que su cuerpo entero
demandaba, exigía tenerlo dentro con urgencia.
Se estaba incinerando con la espera. La expresión de ella era una
súplica, la necesidad de volverlo a sentir juntos, muy juntos, en lo más
profundo de su intimidad, la estaba quemando viva.
—No… Sí… No lo sé —dudó.
—Es algo natural. Yo no necesité que nadie me instruyera al respecto.
—Será porque tu naturaleza es mucho más descarada que la mía —se
defendió con un mohín, que a él lo excitó todavía más. Nunca había estado
tan firme como en ese momento—. La culpa, la vergüenza por lo que
sucedió entre nosotros, por mi… falta de decoro.
—Eso tiene que cambiar. Nunca más sientas culpa ni vergüenza, las
necesidades de tu cuerpo no volverán a estar desatendidas. Es natural, sano
y bueno. —Un gemido ronco se escapó de sus labios cuando impulsó sus
caderas y la punta de su virilidad se posicionó sobre la entrada,
introduciéndose un par de centímetros. Ella soltó un grito sordo de absoluto
placer, pero todavía quería más—. Si no has jugado contigo misma esto será
casi como la primera vez, ¿lo recuerdas? Puede doler al principio, pero te
prometo que será muy agradable después.
—Sí, eso quiero —balbuceó con la pasión obnubilándola.
—Solo déjate llevar. —Esas últimas palabras la encendieron y la
dejaron más anhelante todavía. Era tan seductor como un ángel que hubiese
sucumbido ante lo pagano, y su promesa tentaba como el propio pecado.
—Sí —reiteró.
Un embate más y sintió cómo era invadida, lentamente. El dolor no
llegó, solo un placer desbordante. Cerró los ojos extasiada, mientras su
intimidad se acostumbraba al grosor de su amado. El calor la llenó por
dentro de un modo exquisito. Suspiró mientras recibía lo que tanto había
añorado. Las manos de ella vagaron a tientas hasta la espalda masculina. Le
clavó las uñas, lo obligó a embestirla una y otra vez a un ritmo constante,
sin piedad. Sus piernas lo rodearon por las caderas hasta que sus cuerpos
ardorosos quedaran apretados, sin espacio para que el aire se colara entre
ambos.
Kilian tuvo que pasar sus manos por debajo de la espalda de Belle.
Sentir sus pechos llenos y voluptuosos contra sus pectorales aumentaba la
frecuencia de sus embestidas. Aquel contacto frenético lo estaba
enloqueciendo, su hombría crecía al tiempo que palpitaba, dura,
deliciosamente cálida, húmeda.
Los jadeos de Belle lo trastornaban. El momento se acercaba. Un
gemido ronco abandonó su garganta.
Y ambos, poseídos por el deseo más encarnado, se perdieron en la
pasión, una dominada por el amor, ese que compartían en cada bocanada de
aire, en cada exhalación. Ese amor contra el que ninguno pudo luchar
cuando se lo propusieron.
—Ya no puedo más, mi amor —le susurró Kilian. Lo había demorado
todo lo que pudo. Parecía una labor titánica para alguien tan desesperado
por tenerla.
—Yo tam-po-co —le confesó ella con la voz entrecortada, apretándolo
más con sus piernas.
Un empuje más del varón y ella comenzó a deshacerse en pequeñas
convulsiones. Kilian no tardó en alcanzarla, se enterró hasta lo más
profundo. El arrebato los consumió a los dos cuando gritaron al unísono tras
la liberación.
Después solo quedaron jadeos, intentos por recobrar el aliento perdido,
sudor cálido, latidos agitados. No se pudieron soltar, se quedaron abrazados
en la misma posición. Cuando Kilian pudo, buscó los labios de Belle otra
vez. La besó con devoción, intercalando hermosas palabras de amor,
susurros apasionados, juramentos que estaba dispuesto a cumplir.
—Te amo —contestó ella ante sus promesas.
—Yo también te amo. Es más… Si existiera un verbo más sublime que
amar, para describir lo que provocas en mí, sería exactamente lo que me
haces sentir.
—Mi cielo.
—Mi vida entera.

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Epílogo

Esa noche y las que les siguieron, se amaron tantas veces sobre aquella
cama, y en cada rincón del dormitorio, que sus cuerpos dejaron de tener
secretos para el otro. Hablaron muchísimo, se contaron todo, terminaron de
conocerse y por cada palabra que confiaron, se amaron todavía más.
Entonces, tomaron una decisión juntos, viajarían de luna de miel. Estaban
tan enamorados y sentían que se lo merecían, que hicieron planes llenos de
ilusión.
Solo faltaba elegir con quién se quedarían las niñas. Así que citaron a
la madre del vizconde en el salón del té, y mientras compartían una cálida
taza de la aromática bebida, se hizo la petición.
Cuando Marybeth escuchó las palabras de su hijo no podía dar crédito.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó.
Isabelle los observaba con una sonrisa, estuvo de acuerdo, era la mejor
opción.
—Sí, madre. Por supuesto —le dijo Kilian—. Quiero llevar a mi
esposa de luna de miel a Italia y no hay nadie mejor que tú para cuidar a las
niñas. La niñera Lloyd tiene todas mis instrucciones. Me gustaría que no
hagas cambios importantes —sugirió, entonces Belle lo miró con el
entrecejo fruncido y él intentó delegar—: Pero alguna sugerencia de tu parte
que no trastoque demasiado la rutina de tus nietas será bienvenida. Quizás
puedas enseñarlas a pintar, como hiciste conmigo a esa edad. ¿Qué opinas?
Belle negó con la cabeza y volvió a sonreír.
—Siempre estuviste reacio a dejarme intervenir.
—Nunca me había alejado tanto de ellas.
—Será tan divertido —manifestó Marybeth su felicidad—. Belle y tú
disfrutarán de un romántico viaje, y mis nietas ya necesitan un tiempo a
solas con la abuela. Gracias, hijo, por confiar en mí.
Kilian la miró a los ojos, suspiró y ante la sorpresa de su madre se
levantó y se aproximó a ella. Se sentó en el mismo sofá que la dama
ocupaba. La rodeó con sus brazos fuertes y ella no supo cómo quedarse
quieta dentro de estos.
—Te quiero, madre —le susurró—. Perdóname si, mientras crecía, fui
hosco contigo.
A Belle se le escapó una lagrimilla.
—¡Qué tonterías dices! —Marybeth alzó la voz con un tono mandón y
luego agregó con dulzura—: No tengo nada que perdonar.
—Solo quería demostrar que… —No consiguió decirlo—. Y cuando
mis hermanos murieron y me tocó quedar de remplazo, todo se recrudeció.
—Sé cuánto te esforzabas para conseguir las elevadas exigencias de tu
padre —añadió la madre—. Pero te diré algo, no lo necesitabas. Siempre
has sido mejor que él.
Kilian la besó en la frente, la apretó contra su pecho un rato más en el
que Marybeth se sintió bendecida y después la soltó con suavidad.
—Te amo, hijo. Siempre he creído que como vizconde estás
desaprovechado, eres un pintor, un gran pintor. Ojalá no hubieses tenido
que cargar con esa responsabilidad, te habrías dedicado al arte. Ese cuadro
de tu esposa en tu salón privado es… magnífico.
—¿Usted entró en mi salón privado? —arguyó perplejo, había dado
órdenes explícitas al servicio de no dejar entrar a nadie que no fuera su
esposa. Sus hijas solo podían acudir cuando él estaba presente.
—La invité a pasar para que viera la pintura. Sé que le iba a encantar y
no me equivoqué. Ahora compartimos intereses artísticos. —Quiso
justificarse Belle.
—Prohibir la entrada de tu madre a sitios de esta casa, que antes fue
mía, es muy poco generoso de tu parte, hijo.
—No se sienta excluida. —Kilian se dirigió a Marybeth con un tono
lleno de ternura—. Es solo que, como hombre, uno a veces tiene cosas
privadas, secretos. Créame, a veces es mejor mantenerse en la ignorancia.
—¿Lo dices por el cuadro de la sirena? —Carraspeó la vizcondesa
viuda—. Lo siento, no quería entrometerme, pero una vez… Una madre
agradece vivir en la ignorancia sobre ciertos temas, pero no puede poner la
cabeza en la almohada sin saber en qué está metido su hijo. Tranquilo,
Kilian, ese secreto está a salvo conmigo —soltó para salir del aprieto.
—Me hace reír, madre —agregó con una sonrisa—. Aprecio su
silencio, también su cumplido sobre mi habilidad con el pincel. Tal vez
como vizconde estoy desaprovechado, pero no necesito ser un pintor
reconocido. Solo disfruto de mi arte. Mi vida hoy, con mi familia —enfatizó
mirando a Isabelle—, es todo lo que siempre anhelé.
—Me complace escucharlo.

Londres, agosto de 1867


Más enamorados que nunca los Sadice volvieron de su romántica luna
de miel, y aunque pidieron ser recibidos solo por Marybeth y las niñas,
dejando el resto de la semana para ver a demás familiares y amigos, se
llevaron una sorpresa.
Agosto iniciaba y con él los compromisos del verano seguían su curso.
La vizcondesa viuda invitó a ambas familias para que disfrutaran de su
bello jardín. Ahí estaban Iris, Blair y Sophie jugando con las hijas de
Norfolk, que estaban bajo el cuidado de Normanby. El duque había partido
hacía un mes a América para reencontrarse con esa persona especial de la
que no pudo despedirse. Cuando las tres niñas vieron a Belle y a Kilian
arribar, dejaron lo que estaban haciendo y corrieron a abrazarlos. Fueron las
más felices cuando les dijeron que pronto tendrían otra criatura en casa.
Todos recibieron con felicidad la noticia y les desearon la enhorabuena.
Belle no tardó en reunirse con las mujeres, ahí estaban Angelina,
Elizabeth, Rose y Daisy interrogándola sobre las peripecias de la luna de
miel. También invitaron a Annalise, quien llegó con los marqueses de
Bloodworth, y la hicieron sentirse tan especial y cercana como las demás.
Parecía que el tiempo entre ellas nunca pasaba. Los temas de conversación
se reanudaban como si se hubiesen visto el día anterior.
Lady Abbott y Agatha tras saludar con afecto a los recién llegados, se
sentaron a observar a las parejas y sus retoños, y a conspirar acerca de las
nuevas parejas que se podrían formar. Todavía quedaban solteros.
—Normanby necesita una esposa —apuntó lady Abbott.
—Annalise, la pupila del marqués de Bloodworth, debutará el
siguiente año. Si atrapara a Normanby… —apuntó Agatha. Las dos mujeres
cada día se llevaban mejor.
—Eso sería tan conveniente —susurró lady Abbott haciendo planes
muy emocionada.
—Aunque lady Westbridge, no piensa desistir. Esta temporada no lo
atrapó para su hija y se está preparando para la siguiente. Está feliz de que
continúe soltero.
—La pobre Abigail no tiene oportunidad, no si compite contra la
belleza de Annalise. La señorita me ha sorprendido gratamente, se nota que
es una prima lejana de lord Oso, tiene ese brillo innato que tienen los
Osborne que los hace deslumbrar.
—Pero no se apellida Osborne —advirtió Agatha.
—Quizás es su prima por parte de madre, tal vez el brillo viene por esa
línea de la familia —se corrigió lady Abbott decidida a no perder y las dos
volvieron a contemplar a las damas que conversaban amenamente—. ¿De
qué hablarán tan animadas? Mira cómo se ríen, espero que las casadas no
sean muy efusivas preguntando sobre la luna de miel y recuerden que hay
una soltera entre ellas.
—Son damas muy peculiares, yo usted llamaría discretamente a la
muchacha —dijo precavida Agatha.
Mientras lady Abbott las observaba llena de indecisión, las damas
traían otro asunto entre manos.
—¿Desea casarse en su primera temporada, señorita Berry? —le
preguntó Angelina a Annalise.
—Realmente no lo sé —respondió la aludida.
—He escuchado a lady Abbott hablarle de lord Normanby —musitó
Angelina con una traviesa sonrisa—. Es un caballero ejemplar.
—Supe que la cortejó años atrás —añadió la muchacha y se arrepintió
de inmediato.
—Sí, antes de heredar el título —comentó—. Cuando eso lo
conocíamos como lord Bristow. Quedamos en buenos términos, entendió el
motivo de mi rechazo.
—¿Qué le parece? —insistió Isabelle—. El primo de mi esposo es un
buen hombre, un caballero.
—Oh, no lo he contemplado. Parece un excelente partido. No he
querido herir las nobles intenciones de lady Abbott, pero no veo al marqués
de Normanby como posible candidato.
—¿Alguien en la mira? —Soltó la vizcondesa con una risa cómplice.
Annalise negó bajando la mirada. No quería decir que en Bloodworth
House se reuniría la familia en septiembre para aguardar la llegada de lady
Peasly, quien continuaba de viaje con la señorita Chapman. Y menos
explicaría que Jacob Peasly, el barón Peasly, vendría expresamente de
Oxford para visitar a su madre. Lo que significaba una estupenda
oportunidad para verlo, y eso la llenaba de una inmensa felicidad.
El joven noble no había intercambiado con ella nada más que saludos,
siempre parecía tan ensimismado, tan absorto en sus propias
preocupaciones: el título, sus estudios, su entrada al equipo de remeros de la
universidad. Y todo lo hacía con un ímpetu que le robaba el aliento. Sin
embargo, ella sí lo había visto y no podía dejar de pensar en su taciturna
mirada de ojos castaños, tan transparentes que trasmitían mil emociones sin
que una palabra necesitara abandonar sus labios llenos y delineados con un
perfecto arco de Cupido. Dejó de pensar en su cabello rubio como la miel y
su expresión seria y segura. Aún tenía que responder al interrogatorio de las
damas que cada día se volvían más cercanas a ella.
—Lord Oso no me presiona y yo he encontrado una nueva pasión
gracias a Rose. Tengo mi propia sección en el invernadero. —Prefirió
evadir, tampoco tenía esperanzas de que el escurridizo Jacob Peasly, la
mirara diferente cuando se volvieran a encontrar.
—¿También cultiva rosas, señorita Berry? —preguntó interesada
Elizabeth.
—No, exactamente —respondió Rose—. Le interesan las plantas no
por su belleza, a ella le gusta cultivar y coleccionar las que tienen bondades
medicinales. Y mi esposo está de acuerdo con que aprenda al respecto todo
lo que pueda. Le estoy trasmitiendo oralmente todo lo que mi padre me
enseñó de botánica.
—Es muy interesante —concluyó Isabelle—. También tengo algo que
contarles. Marybeth y yo vamos a abrir una biblioteca cercana a la galería
de arte de la familia. Será difícil ahora con el embarazo, pero estamos muy
emocionadas, habrá talleres de pintura, música y muchos libros para leer.
—Pero eso implicaría quedarse en Londres. ¿No viajarán con nosotros
para el evento de cacería anual de la familia? —preguntó Elizabeth, y de
pronto, recordó que su esposo puso ese requisito al aceptar la unión de su
hermana con Sadice. El vizconde tenía prohibida la entrada a sus
propiedades.
—No lo creo, querida cuñada —agregó Isabelle con reserva.
Elizabeth hizo un mohín y miró en dirección a donde los caballeros
conversaban. Había una razón por la que el recibimiento de los Sadice se
fijó en casa de Marybeth, de lo contrario Evander no habría asistido. El
conde estaba decidido a no conocer la casa de su hermana, en reciprocidad
a su renuencia. Seguía sin recibir a Kilian en la suya.
De un lado Weimar, Evander y Oso conversaban acerca de lo que el
conde les tenía preparado para el doce de agosto en su castillo. Del otro,
Kilian le contaba a su primo, Normanby, acerca del viaje, de lo enamorado
que estaba y del hijo que iba a tener, entre otros temas pendientes.
—Tengo algo para ti —le compartió Normanby.
—¿Un regalo? No recuerdo la última vez que nos dimos alguno.
Normanby le entregó con discreción un sobre de carta.
—No la abras aquí, pero es la pintura que me diste cuando pretendías
que desposara a tu esposa. No debo conservarla.
—En eso concuerdo contigo, Edgar. Iba a pedírtela más temprano que
tarde.
—Lo suponía. Cambiando de tema, Desmond partió feliz hacia
América. Supongo que debo dejar mis rencores atrás. Quiero hacer las
paces contigo y disfrutar de tus buenas noticias.
El rostro de Kilian se iluminó, y sin importarle los convencionalismos
sociales, ni la imagen de caballero distante que solía mantener, envolvió en
un abrazo caluroso a su primo. Edgar no esperó el gesto, pero conmovido le
correspondió. Algunas miradas se volvieron hacia ellos e imaginaron que
era por el reencuentro y la próxima paternidad.
—Gracias, primo.
—A veces parece que no necesitas ni a Dios, Kilian, pero sé que en
secreto siempre recurres a mí cuando ya no puedes sostener un peso sobre
tus espaldas. Me pasa exactamente igual, solo que yo no me demoro tanto
en ceder.
—Y te lo agradezco, Edgar. Siempre estaré ahí para ti. Sin embargo, te
equivocas. Necesito mucho a Dios, solo que soy más reservado.
—Me alegra saberlo. Estaba por creer que eras ateo.
—Ahora mismo no he dejado de pedirle algo que haría muy feliz a mi
esposa. Belle es dichosa a mi lado, salvo por algo que no le permite que la
alegría sea completa.
—¿Tu cuñado?
—Así es, mi cuñado. En ese tema toda la ayuda de Dios es tan
bienvenida. Estoy rogando por un milagro.
—No pierdas la fe.
Kilian respiró hondo y luego se armó de valor, era en ese momento o
no lo haría nunca. Caminó con firmeza hasta donde estaban Weimar, Oso y
Allard. Los dos primeros se miraron a la par, y los dejaron a solas.
—Nuestra enemistad debe parar, Allard, ahora somos hermanos —
comentó decidido, tratándolo de modo cercano—. Serás padrino de todos
los hijos que tenga en lo adelante. Belle adora a mis primos y también a tu
hermano Edward, pero ha dicho que si alguien que no seamos nosotros,
tiene que guiar a nuestros hijos algún día, prefiere que seas tú. Entenderás
que no quiero verme en la posición de tener que explicarles por qué su
padrino me detesta.
Evander lo observó largamente y meditó unos segundos. Luego miró
en dirección de su hermana, que lucía adorablemente embarazada y que
jugaba con las tres pequeñas Everstone, que la miraban con amor.
—Ella sonríe —afirmó el conde reflexivo.
—Siempre. La hago feliz —agregó con orgullo—. Es una de mis
prioridades.
—Mientras vivió conmigo siempre sonrió con idéntico brillo. Hasta
que apareciste en su vida y su alegría se borró de golpe. Pero ahora, puedo
comprobar que le devolviste la sonrisa que una vez le robaste.
La antigua formalidad con que lo trataba el conde de Allard fue
remplazada por el tuteo. Kilian suspiró esperanzado en una reconciliación.
—¿Eso quiere decir que estamos en paz? —Su pregunta era un ruego.
—Oso no ha parado de insistirme en que reconsidere mi indisposición
contigo ahora que somos familia.
—¿Y?
—Mientras dure esa sonrisa, tal vez sopese hacer una tregua. No me
arrepiento de dispararte en la pierna. En realidad, quería matarte —
puntualizó—, pero no tengo tan excelente puntería como mi predecesor.
—Entonces, creo que tuve suerte.
—Volveré a retarte a duelo si regresas a las andadas, si la haces sufrir.
—En ese caso, no tendrás que desenfundar tus armas —dijo mirando
embobecido a su esposa—. No tengo intenciones de mirar en otra dirección.
Lo que tengo con Belle, es lo que siempre he querido, un matrimonio con
amor verdadero, complicidad, pasión tórrida…
Evander levantó una mano para instarlo a callar.
—No necesito detalles, solo hazla feliz… en todos los aspectos. Los
espero en Goldenshadow Castle para el Duodécimo Glorioso. Serán muy
bienvenidos. Además, Edward por fin viajará para estar con la familia. No
quiero que Belle se lo pierda —recalcó y con una reverencia se alejó en
dirección a su propia felicidad. Elizabeth y sus dos hijos, con quién él
también tenía todo aquello, que de la vida podía desear.
Kilian tragó en seco al darse cuenta de que lo había conseguido, miró
en dirección al cielo y suspiró lleno de agradecimiento. Oso no tardó en
acercarse a su lado.
—Bien hecho, amigo —le dijo—. Me alegra que se hayan
reconciliado.
—Valiente amigo. Ahora resulta que vuelvo a estar en tu selecta lista.
—Era bastante aburrido dejarte fuera de mis fiestas cuando acudía
Evander. Tu humor sarcástico me agrada.
—No creo tener mucho humor —rechistó.
—Quizá no, pero es suficiente para mí.
—Oso, hay algo que debemos tratar sin dilación. Una información que
te di en el pasado fue basada en mi desconocimiento total. Debo
enmendarlo cuanto antes. —Su mirada pasó con rapidez de su interlocutor a
la joven de cabello tan negro como el azabache.
El marqués de Bloodworth captó su intención, no sabía qué tenía que
comunicarle, pero era sobre ella.
—Habla —lo instó con urgencia.
—No es el lugar ni el momento. Recíbeme mañana mismo en tu casa,
por favor.
—Si me confiesas algo que no quiero escuchar, te retorceré el cuello
hasta que hagas silencio. La señorita Berry es sagrada para mí.
—No es tu hermana… —soltó y se arrepintió de adelantarle parte de la
información, pero necesitaba que entendiera la seriedad del asunto.
—Eso ya lo sabía, pero igual no me importa. Para mí es mi hermana y
no me salgas con que tienes derechos sobre ella porque no la dejaré en tus
manos. Eso no está en discusión. Le he hecho promesas que no estoy
dispuesto a romper. Además, mi esposa la quiere como a una hermana y no
haré nada que lastime a Rose —masculló con seriedad—. ¿Sabes algo de su
familia?
—Sé que su madre es la mujer que la crio —explicó calmado.
Oso exhaló con fuerza sabiendo que eso la haría feliz, Annalise adoró
a esa mujer.
—¿Y su padre? No me digas que es el viejo Sadice. Ese hombre
malvado no pudo haber engendrado a una criatura tan dulce.
—No es él.
—¿Y entonces?
—Mañana. Debo atender a mis invitados y tú debes asimilar con
tranquilidad la noticia. Yo le daré las buenas nuevas a mi esposa.
Kilian caminó con paso lento hacia Isabelle y con una sonrisa en el
rostro. Al llegar hasta donde se encontraba, la rodeó por la cintura y la miró
a los ojos con una expresión enamorada.
—¿Sucede algo? —le preguntó Belle llena de intriga, pero sus labios
también se curvaron al contemplar los de su esposo.
—Phillis tendrá que preparar tu equipaje. Mi cuñado —agregó con
orgullo— me ha invitado a la cacería. Nos hospedaremos en Goldenshadow
Castle.
El asombro mezclado con dicha en el rostro de la vizcondesa fue un
regalo para Sadice, que se había esforzado hasta conseguir la felicidad
completa para la mujer que amaba.
—Oh, querido. Es estupendo. Gracias a Dios —musitó mirando al
cielo reconfortada y después al hombre que amaba.
—Todo lo que haga por verte sonreír es poco, dulzura. Me das una
plenitud que no sabía que existía.
Se fundieron en un abrazo lleno de amor.

Un día después, Kilian se encerró en el estudio con Oso y hablaron por


horas. Cuando terminaron de discutir y pudieron llegar a un acuerdo, uno
que tardó demasiado y que casi les cuesta la antigua amistad, el marqués se
puso de pie. Ni siquiera se valió de un sirviente para lo que iba a hacer. Con
paso firme caminó hasta donde estaba la muchacha, que aprendió a querer.
Cuando estuvo ante ella se quedó en silencio un rato, hasta que
encontró las palabras adecuadas.
—Annalise, alguien ha pedido verte —le informó.
—¿Quién? —musitó la joven con una tímida sonrisa. No supo por qué
lo primero que pasó por su mente fue el impetuoso barón Peasly, aunque
sabía que había decidido quedarse en Oxford durante aquellas vacaciones.
Sin embargo, en primavera había estado en Londres para la gran regata
como remero de Oxford, y ella no perdió la oportunidad de espiarlo cuando
estuvo de visita en la casa.
—Lord Sadice.
—¿Lord Sadice? —repitió sin entender qué motivo tendría aquel
caballero para visitarla.
Sus ojos azules muy claros se abrieron llenos de curiosidad.
—Te espera en mi estudio.
Tras reponerse, Annalise caminó precedida de Oso hasta llegar al sitio
donde la aguardaba el vizconde. Dubitativa, sobre qué tema tendría que
hablar con ella el lord, se introdujo a la estancia. El aristócrata de cabellera
rubia se puso de pie en cuanto la vio entrar.
—Señorita… —dijo a secas, sin terminar de pronunciar su apellido y
antes de que continuara, Oso carraspeó interrumpiéndolo.
El marqués decidió tomar la palabra, pensó que así sería más fácil de
asimilar para ella:
—Annalise, te presento a tu tío.
El corazón de la muchacha se aceleró. Aquella noticia la dejó
estupefacta. Experimentó tantas emociones con respecto a su origen en los
últimos tiempos, que no supo cómo debía reaccionar. Sin embargo, la
mirada clara de Kilian le recordó el azul exacto de sus propios ojos.
Además, había algo familiar en la forma de la nariz y de los labios de aquel,
que comenzó a disipar sus dudas.

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Próximamente

Serie Romances Victorianos V


La promesa del barón
Annalise Berry está a punto de ser presentada en sociedad. Sin
embargo, la joven no se engaña, proviene de una familia sencilla en
Escocia, y aunque su dote es sustanciosa, sabe que no será suficiente para
lograr el final de cuento de hadas que su protector desea para ella.
El futuro matrimonio de Jacob Peasly, barón Peasly, está pactado
desde su niñez. Debe desposar a la hija de un hombre poderoso, que no lo
dejará olvidar la promesa hecha. Pero, desde que conoció a Annalise, su
corazón lo empuja en otra dirección.
La fuerza del primer amor emergiendo. Él le hace sentir mariposas
en el estómago. Ella lo impulsa a sonreír como un tonto.
Aunque Jacob se resiste a sucumbir ante su encanto para cumplir con
su deber, la idea de perderla lo paraliza por completo.

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Mile Bluett
Todos mis libros en mi página de Amazon: relinks.me/MilePDBluett

Mile Bluett vive en México. Estudió Derecho, Psicología,


Psicoterapia y Corrección Profesional, pero la lectura la sedujo desde niña.
Escribe desde la adolescencia y el amor a la literatura es una constante en
su vida. Es una apasionada de la novela romántica y sus referentes son Jane
Austen, Julie Garwood, Lisa Kleypas, Johana Lindsey, Karen Marie
Moning, Susan Elizabeth Philips. Su familia y sus perros son su vida.
Es autora de novelas románticas históricas, contemporáneas y de
fantasía como la serie Romances Victorianos, Porque manda el corazón,
Amor Sublime, Herederos del mundo, Amor Amor y Dioses Paganos, entre
otros libros. Desde 2016 publica en Amazon donde ha conseguido varios
best sellers. En 2018 firma contrato con la editorial Penguin Random House
y publica bajo el sello Selecta. Actualmente compagina la autopublicación y
la publicación con editorial.
«Antes de dar un paso hacia atrás hay que dar dos hacia delante. Si
le pusiéramos más énfasis a la inteligencia emocional seríamos más felices
y el mundo sería menos cruel». «Amo el agua, la música y mi laptop. El
agua porque repara y nutre cada célula de mi cuerpo, la música porque me
regala inspiración y mi laptop porque es ahí donde sucede la magia».
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bienvenida).
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Agradecimientos

Escribir un libro es un viaje increíble, difícil, divertido y a veces


solitario. Sin embargo, en mi trabajo como escritora, dándole vida a esta
serie, he conocido a personas maravillosas que han hecho este camino muy
especial. Gracias por estar aquí desde la página uno.
Bella lectora, amante de la novela romántica, gracias por leer mis
libros. Tu ilusión es mi ilusión. Un libro de amor es el universo donde
podemos sumergirnos, sonreír, enamorarnos y soñar sin límites.
Agradezco a cada una de esas personas maravillosas que impulsan y
apoyan mi trabajo, compartiendo mis libros en las redes sociales, reseñando
en Amazon o Goodreads.
Gracias a Pamela Díaz por la hermosa portada y la diagramación de mi
libro, es todo lo que soñé.
A quienes me ayudan leyendo la historia antes de que salga a la luz,
millones de gracias por un apoyo tan valioso.
En este hermoso camino de letras, todo apoyo suma, toda mano amiga
es necesaria, por eso jamás me cansaré de agradecer.

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