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Marcos 14 1 9 Traicion A Jesus y Uncion en Betania

El documento medita sobre la pasión y resurrección de Jesús según el Evangelio de Marcos, centrándose en la conspiración contra Él y la unción en Betania. Se reflexiona sobre la contradicción entre la celebración de la Pascua y el deseo de los líderes religiosos de matar a Jesús, así como la importancia de la entrega personal a Dios, simbolizada por la acción de una mujer que unge a Jesús con un costoso perfume. Se invita a los creyentes a reconocer la presencia de Jesús en sus vidas y a actuar con generosidad y entrega.

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Marcos 14 1 9 Traicion A Jesus y Uncion en Betania

El documento medita sobre la pasión y resurrección de Jesús según el Evangelio de Marcos, centrándose en la conspiración contra Él y la unción en Betania. Se reflexiona sobre la contradicción entre la celebración de la Pascua y el deseo de los líderes religiosos de matar a Jesús, así como la importancia de la entrega personal a Dios, simbolizada por la acción de una mujer que unge a Jesús con un costoso perfume. Se invita a los creyentes a reconocer la presencia de Jesús en sus vidas y a actuar con generosidad y entrega.

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PASIÓN Y

RESURRECCIÓN
DE JESÚS
MC 14-16
MEDITATIONS ON THE GOSPEL OF MARK – ADRIENNE VON SPEYR.
CONTENIDO
ORACIÓN
Conspiración contra Jesús Mc 14, 1-2.
La unción en Betania Mc 14, 3-9.
Compromiso.
Bibliografía.
HAZNOS UNA COMUNIDAD ALEGRE
Señor, Jesús, haznos una comunidad abierta, confiada y pacífica invadida por el gozo
de tu Espíritu Santo.
Una comunidad entusiasta, que sepa cantar a la vida, vibrar ante la belleza,
estremecerse ante el misterio y anunciar el Reino del amor.
Que llevemos la fiesta en el corazón aunque sintamos la presencia del dolor en
nuestro camino, porque sabemos, Cristo resucitado, que Tú has vencido el dolor y la
muerte.
Que no nos acobarden las tensiones ni nos ahoguen los conflictos que puedan surgir
entre nosotros, porque contamos - en nuestra debilidad- con la fuerza creadora y
renovadora de tu Espíritu Santo.
Regala Señor, a esta familia tuya una gran dosis de buen humor para que sepa
desdramatizar las situaciones difíciles y sonreír abiertamente a la vida.
Haznos expertos en deshacer nudos y en romper cadenas, en abrir surcos y en
arrojar semillas, en curar heridas y en mantener viva la esperanza.
Y concédenos ser, humildemente, en un mundo abatido por la tristeza, testigos y
profetas de la verdadera alegría.
https://biblioteca.familiamarianista.es/wp-content/uploads/2022/01/En_comun_y_en_lo_secreto.pdf
Conspiración contra Jesús Mc 14, 1-2.
Mc 14,1-2 It was now two days before the Passover and
the feast of Unleavened Bread. And the chief priests and
the scribes were seeking how to arrest him by stealth,
and kill him; for they said, “Not during the feast, lest there
be a tumult of the people. Faltaban dos días para la
Pascua y la fiesta de los Panes sin levadura. Y los
príncipes de los sacerdotes y los escribas buscaban
cómo prenderle a hurtadillas y matarle, pues decían: “No
durante la fiesta, no sea que se alborote el pueblo”.
Vamos a contemplar: 1. la maquinación de los sumos
sacerdotes, 2. su temor a un tumulto, 3. su cálculo
respecto al Señor.
1, Y los príncipes de los sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle a hurtadillas y matarle. Se
están preparando para una fiesta, y, dentro de esta preparación, traman cómo podrían prender y matar al
Señor. A sus ojos, existe una ruptura total entre la Antigua Alianza, que representa su fe, y el mensaje del
Señor. Han decidido quedarse donde están y marcar su punto de vista como definitivo matando al Señor.
Para ellos, por tanto, no hay contradicción entre su decisión y la preparación de la fiesta. Podemos
aprender una cosa de ellos: cuando nos preparamos para una fiesta, no podemos dejar de lado las cosas
importantes para no ser molestados. No pocas veces en la vida, cuando se va a celebrar un
acontecimiento alegre, dejamos de lado todo lo desagradable, todas las decisiones apremiantes. Los
enemigos de Jesús no hacen esto. Más allá de esto, no hay nada que aprender de ellos: una fiesta para
Dios y el asesinato del Hijo de Dios son pura contradicción. Ellos no ven esta contradicción. La
contradicción suprema radica en esto, en que quieren apartar a aquel en quien reside el sentido último
de su fiesta. El Señor podría haber dado a su fiesta su verdadero carácter. Él la habría cumplido. Pero
para ello habría sido necesaria su conversión y, junto con ella, la conversión de todos los que dependen
de ellos. Porque tienen una posición respetada e influyente, y si se hubieran convertido, seguramente
habrían traído consigo a un gran número de sus seguidores. Quizá también habrían encontrado
hostilidad, habrían tenido dificultades. Pero el Señor les habría ayudado a superar esas dificultades.
Ahora quieren su fiesta en el sentido tradicional, que, sin embargo, ya no necesita ninguna ampliación y
realización. Están mal dispuestos a lo nuevo, sobre todo al Señor, con el que se encuentran en todas
partes y que les impide llevar a cabo todas sus intenciones. Por eso lo tienen claro: lo apresarán y lo
matarán. Pero lo harán a hurtadillas. No creen que adivine sus intenciones. Por otra parte, creen que sólo
pueden aprovecharse de él con sigilo. Caerá en su trampa. Y el sigilo es para evitar que su acto sea
llamativo.
2, «No durante la fiesta, para que no haya
tumulto del pueblo». Temen que se produzca
un tumulto. Porque tan seguros como están
de que el mensaje del Señor no puede ser el
verdadero, su influencia les parece tanto más
siniestra. Una intervención imprudente podría
empujar al pueblo a una decisión que no
sería la suya. La influencia del Señor es
incalculable. Si fuera hecho prisionero en la
fiesta ante el pueblo, quién sabe cuántos de
ellos podrían decidirse por él precisamente
en ese instante. Tal vez hasta entonces
hubieran estado indecisos, y ahora podrían
ser presionados a una situación que
resultaría en una decisión por el Señor.
3, El cálculo con el Señor. Uno puede intentar varios cálculos con el Señor. Desde que se hizo
hombre, uno puede contar con él como con un hombre. Uno puede ver en él a un compañero, que
reaccionará a una pregunta particular de una manera particular. También se puede medir la esfera de
influencia de sus actos. Para los escribas, Jesús es un hombre entre muchos, uno que reclama algo
para sí y que, por tanto, puede resultar peligroso. Incluso los apóstoles -que sólo llegan a una
comprensión plena después de la Cruz- se relacionan con el Señor más o menos como con uno entre
ellos; lo reconocen como su maestro y de alguna manera saben que viene de Dios. Pero esta
característica es para ellos quizá más bien una carga. Confiere al Señor algo que no le es familiar y
que no le beneficia. Quizá es demasiado bueno, de modo que no reconoce suficientemente la malicia
de los hombres. O tan puro que no es realista con el pecado. ¿Es lo bastante fuerte para defenderse?
¿No ha dudado ya demasiado en intervenir? Por otra parte, los discípulos saben que él pertenece al
bando de Dios y, por tanto, sabe infinitamente más que ellos. Si estuvieran totalmente penetrados por
esta intuición, dejarían de contar con él y de medir su conducta en términos humanos. Es cierto que
les resulta difícil. Porque, a pesar de sus milagros y grandes hazañas, están tan acostumbrados a
verle como uno de los suyos, más grande, más poderoso, pero no esencialmente diferente. (sigue)
¿Y nosotros? Para nosotros sólo hay una actitud correcta: dejarnos
sobrecoger por él sabiendo que nadie puede contar con él. Se puede contar
con él, porque está entre nosotros, y se nos permite pertenecer a él. Pero
decidámonos a no calcular nunca hasta dónde llegará en una situación, lo
rápidas o lentas que puedan ser sus reacciones. No. Él nos ayuda y
ciertamente quiere lo mismo que nosotros, si aprendemos a hacer la voluntad
del Padre. En toda esta preparación para apresar al Señor, los escribas y
fariseos no hablan en ninguna parte de la voluntad del Padre. Se han
endurecido tanto que sólo conocen su propia voluntad.
Pidamos cada vez más a Dios que nos muestre y nos conceda su propia
voluntad en lugar de nuestra pequeña y limitada voluntad, para que sólo
queramos una cosa: ayudar a que su voluntad se realice a lo largo de nuestra
vida.
La unción en Betania Mc 14,3-9.
• Mc 14,3 In the house of Simon the leper, as he sat
at table, a woman came with an alabaster jar of
ointment of pure nard, very costly, and she broke
the jar and poured it over his head. En casa de
Simón el leproso, estando él sentado a la mesa,
llegó una mujer con un frasco de alabastro de
ungüento de nardo puro, muy costoso, y rompió
el frasco y lo derramó sobre su cabeza.
• Vamos a contemplar: 1. el Señor a la mesa, 2. la
mujer, 3. su acción.
1, En casa de Simón el leproso, sentado a la mesa. El Señor está en Betania como huésped
en casa de un leproso. Una y otra vez oímos que participa en las comidas a las que son
invitados huéspedes. Así pues, conoce todas nuestras necesidades corporales, no las
desprecia, e incluso le gusta sentarse a la mesa en casa de sus amigos o también de
extraños, solo o con sus apóstoles o con otras personas. Esto pertenece a su Encarnación.
En la mesa, no sólo sacia su hambre, sino que cultiva la amistad, se comparte, enseña. A
menudo, las comidas en las que participa son festivas, o su presencia confiere a la mesa el
carácter de una celebración. Nos fijamos en él para regular nuestro propio comportamiento
en la mesa. ¿Tenía quizás alimentos que prefería y otros que rechazaba porque no le
gustaba su sabor o de los que sólo tomaba un poco? Tal cosa no correspondería a la
imagen que tenemos de él. Seguramente estas comidas no son para él una ocasión para
entregarse a los placeres corporales. Conoce el hambre. Ya lo vimos con la higuera
infructuosa. Conoce la necesidad de descansar. Pero nunca descansa de su misión de
entregarse a los hombres, de revelarles al Padre. La cuestión es sólo si sus compañeros de
mesa están dispuestos a permitir que se les ofrezca esta revelación ininterrumpida. (sigue)
¿Acaso piensan los discípulos, cuando comen con él cada día, que el Hijo de
Dios está en medio de ellos: el Redentor, el Profeta, el Amigo, el Maestro, el
Hacedor de Milagros? Visto desde una perspectiva puramente humana, tal vez
sería una bondad que el Señor, por una vez, abandonara su oficio y fuera sólo
alguien entre la multitud. Pero no puede hacerlo: toda su Encarnación es una
con su oficio, y de alguna manera sus compañeros de mesa se habrán dado
cuenta de ello. No en el esfuerzo, como exige el trabajo cotidiano, sino en un
ambiente relajado, en la alegría del recreo. Él también participa y da forma a
este tiempo. Y los demás se alegran de que les conceda su presencia también
en la mesa. También nosotros queremos intentar darnos cuenta de que el
Señor permanece entre nosotros en nuestras comidas. Él debe guiar nuestro
recreo, nuestra relación con la comida, nuestra conversación. No olvidemos
nunca que está con nosotros, no menos que en Betania o en cualquier otra
fiesta.
2, Vino una mujer. El Señor es accesible. No pone un centinela junto a la puerta para que le guarde
mientras come, para mantener a distancia a los visitantes inoportunos. La casa está abierta. Quien lo
desea entra y sale. Seguramente, cuando el Señor pasa un tiempo precisamente en Betania, se corre
la voz rápidamente.
Ahora viene esta mujer. Y se hará evidente que tiene una tarea. Se podría decir que todo el que se
encuentra con el Señor está cumpliendo una u otra tarea: a veces, como aquí, para cumplir las
profecías de la Antigua Alianza; otras veces para dar a conocer algo nuevo; y a menudo sólo para
ofrecer al Señor la oportunidad de dar a conocer un nuevo aspecto de su verdad. Porque todo el que
viene al Señor tiene una misión, el Señor no cierra la puerta, para que todos los que se sientan
atraídos por Él puedan cumplir su misión con Él y recibirla de nuevo. Esta mujer tiene una intención
particular. ¿Sabe que es una enviada? Probablemente no. Este es el caso de muchos que se
esfuerzan hacia el Señor y se encuentran con él. Lo hacen porque están impulsados de alguna
manera; quieren realizar algo y no tienen idea de que, en ese encuentro, reciben algo que constituye
el sentido de su vida. Si ponemos ante nuestros ojos el camino de nuestra vida, tal vez nos demos
cuenta de que, en aquel instante, aquella semana, aquel mes o aquel año, lo decisivo fue que se nos
permitió encontrar al Señor. Si nos damos cuenta de esto -lo encontramos entonces durante los
ejercicios espirituales, al escuchar una palabra determinada, en la lectura, en la oración, en el deseo
de dar algo al Señor-, entonces hemos recibido de Él nuestra misión para siempre, igual que Él da su
misión a esta mujer que entra en la casa.
3, con un frasco de alabastro de ungüento de
nardo puro, muy costoso, y ella rompió el
frasco y lo derramó sobre su cabeza. Sin duda
era un frasco precioso. Contenía nardo, que es
costoso y genuino. El recipiente y su contenido
se corresponden. Esto es importante, porque
las cosas costosas deben ir en un recipiente
costoso. En un encuentro con el Señor, todo
debe corresponderse y ser coherente entre sí.
La mujer rompe la vasija. Sacrifica lo que es
costoso. Puede que sólo sirva esta vez y que
luego ya no se utilice, por ejemplo, para
contenidos menos costosos. Y no hay acto que
sea digno de seguir a éste. (sigue)
Rompemos nuestra vasija entregando nuestra vida al Señor. Esto puede tener
lugar de muchas maneras. Dar es siempre una renuncia. Pero no sólo
renunciamos al aceite que se vierte y que después ya no puede servir.
También renunciamos al recipiente. El recipiente es la forma de vida que
teníamos hasta entonces, que nosotros mismos determinamos. Para poder dar
al Señor el contenido de nuestra vida, debemos renunciar a esta forma elegida
por nosotros mismos; debemos derramar nuestra vida y esperar una nueva
forma del Señor mismo.
La mujer vierte el aceite sobre la cabeza del Señor. Una parte se perderá, pero
lo principal fluirá sobre el Señor. También muchas cosas de nuestra vida se
perderán, pero lo principal debe pertenecer al Señor. Aunque estemos muy
atentos y tratemos de darlo todo, alguna cosa resultará inadecuada. Sin
embargo, el Señor toma nuestra vida en su conjunto y como adecuada, tal
como está destinada a Él, como recibió el aceite. Le pedimos que rompa por
completo nuestra vieja vasija y reciba por completo el contenido de nuestra
vida, como nosotros quisiéramos entregarlo por completo.
Mc 14,4-5 But there were some who said to themselves
indignantly, “Why was the ointment thus wasted? For this
ointment might have been sold for more than three
hundred denarii, and given to the poor.” And they
reproached her. Pero hubo quien se dijo indignado:
«¿Por qué se ha desperdiciado así el ungüento? Porque
este ungüento podía haberse vendido por más de
trescientos denarios, y haberse dado a los pobres.» Y se
lo reprocharon.
Vamos a contemplar: 1. la indignación de algunos de
ellos, 2. su proposición, 3. su reproche
• 1, Pero hubo quien se dijo indignado. ¿Es ésta la indignación de los que se
aferran a su opinión y rechazan desde el principio lo que es nuevo? ¿O de
los que querían aprovechar alguna ventaja para sí mismos y la perdieron por
el hecho de la mujer? ¿O tal vez sea nuestra propia indignación, que tiene
buenas intenciones pero cree saber más; una indignación que se apodera de
nosotros cuando pensamos que ya todo ha sido revelado y no hay ningún
misterio que aún requiera interpretación? Y, sin embargo, la mujer, al ungirlo,
hace algo que ha sido prometido y, por tanto, actúa por encargo de un poder
superior, lo sepa ella o no. A menudo, en la vida del Señor, nos encontramos
con cosas que revelan un misterio mayor del Señor y que son correctas
porque el Señor las aprueba, pero a las que los que le pertenecen no tienen
acceso. También puede ser la indignación de personas que oyen una llamada
en su interior, pero que no ven clara una tarea y no saben cómo afrontarla.
Los discípulos pertenecen definitivamente al Señor, pero dentro de un
asentimiento siempre hay situaciones nuevas- (sigue)
El significado de la unción les habrá sido desconocido; de lo
contrario, seguramente lo habrían ungido con gusto. O tal vez
tienen algún indicio del misterio sin poder explicarlo y con gusto
habrían participado en él. O temen que este hecho coloque al
Señor en un nuevo estado. Este temor sigue siendo algo que nos
preocupa incluso ahora: cuando los cristianos quieren entenderlo
todo por sí mismos y no dejan al Señor la comprensión de las
cosas últimas, de las cosas que le pertenecen, por miedo a que
algo pueda perturbar su camino o la interpretación de sus
misterios, sienten este temor menos por el bien del Señor que por
el suyo propio. Así que hay muchas posibilidades de indignarse en
la proximidad del Señor.
2, «¿Por qué se desperdició así el ungüento? Porque este ungüento podía haberse vendido por
más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres.» Son testigos de un acto de despilfarro.
Probablemente es una de las pocas veces en que algo se despilfarra justamente en el Señor.
Cuando el Señor sea condenado a la Cruz, también podremos hablar de despilfarro, pero en el mal
sentido. Pero ahora, alguien despilfarra este ungüento en él. Esta es una acción que él mismo
inspira. Él derrocha su gracia. Se derrocha a sí mismo en todo lo que da. Se derrocha en la
comunión como en la Cruz. En la Iglesia queda, por así decirlo, un débil eco de esto en la pompa de
su liturgia, de sus iglesias, de sus fiestas; un escándalo para todos los que calculan
continuamente. Pero este derroche es un mero símbolo para los suyos. E incluso cuando le
entregamos nuestra vida, cuando aparentemente la despilfarramos en él -quizás habríamos podido
disponerla de forma más expeditiva, desarrollar mejor nuestros dones, aspirar con nuestra vida a
un mejor retorno-, no es más que una débil respuesta a su despilfarro por nosotros. Seguramente
podría haberlo hecho con menos. Pero quiso derrochar su vida por cada uno de nosotros. Podría
haberlo hecho con una parábola, una palabra, una pequeña acción. Al fin y al cabo, es Dios. Pero
se derrochó a sí mismo para que nuestros cálculos se detuvieran de una vez por todas. Y cuando
los que ahora se indignan calculan cuánto dinero se podría haber dado a los pobres con el
producto del aceite, demuestran que aún no se han atrevido a dar el salto a la vida derrochada.
Nuestra pobreza evangélica debe ser un derroche en el Señor.
3, Y se lo reprocharon. La mujer dio lo que le era más preciado para ella. Y lo
primero que experimenta son palabras duras a causa de ello. Aunque el Señor
está allí, los indignados se arrogan el derecho de reprenderla. Esto sería, si
fuera necesario, asunto del Señor. Se lo quitan a él. No tienen sentido de quién
es el responsable aquí. Y, sin embargo, todos ellos, salvo Judas, son santos;
santos a los que veneramos y amamos, pero que aquí nos muestran una vez
más lo poco que van hasta la Cruz, acompañan al Señor casi como medio
ciegos. Sentimos la tentación de llamarles la atención una y otra vez: ¡Por ahí
no! Pero la Escritura inspirada nos muestra que los apóstoles hacen
continuamente precisamente lo que no funciona, de modo que la distancia
entre su vida antes y después de la Cruz. La inminencia de la Cruz se cierne
sobre esta escena con toda claridad. Y los discípulos deberían saber -el Señor
se lo dijo suficientemente- que ahora viene el sufrimiento. Él trata de
prepararlos constantemente, para que, cuando tenga que partir, permanezcan
en su camino y lleven a cabo lo que les ha encomendado.
La unción en Betania Mc 14, 6-7.
• Mc 14, 6-7 But Jesus said, “Let her alone; why do you
trouble her? She has done a beautiful thing to me. For you
always have the poor with you, and whenever you will, you
can do good to them; but you will not always have me. Pero
Jesús le dijo: «Déjala en paz; ¿por qué la molestas? Me ha
hecho una cosa hermosa. Porque siempre tenéis a los
pobres con vosotros, y cuando queréis les hacéis bien;
pero a mí no siempre me tendréis.
• Vamos a contemplar: 1. cómo el Señor se pone de parte de
la mujer, 2. cómo la justifica, 3. la partida del Señor y la
permanencia de los pobres.
1, Pero Jesús le dijo: «Déjala en paz; ¿por qué la molestas?». El Señor se pone de parte de
esta mujer. No quiere que la molesten. Podemos preguntarnos si el Señor, cuando
reprende, puede molestar a alguien. Probablemente, uno se molesta sobre todo cuando
hace el bien y se interpreta mal. Pero el Señor reprende sólo cuando se hace el mal, de
modo que no hay motivo para molestarse porque la reprimenda es merecida. Él no quiere
molestias innecesarias. Sería bueno que tuviéramos esto bien claro ante nuestros ojos: el
Señor no sólo se pone de parte de la mujer, sino también en contra de sus apóstoles.
Cuanto más cerca esté alguien del Señor, más debe esforzarse por no molestar a nadie en
este sentido. Esto no significa ser débil, sino, sobre todo, tratar de comprender lo que llega
inesperadamente. Esta mujer llegó de forma totalmente inesperada. Tratar de comprender,
cuando sucede algo, lo que no habríamos hecho o, como pensamos en ese momento,
habríamos sido incapaces de hacer. Y tratar de comprenderlo, no con indiferencia, sino por
amor al Señor. Al Señor le cuesta mucho menos entender a la mujer que a los apóstoles en
este momento. Él sabe, al fin y al cabo, lo que ella hace y debe hacer. A menudo ocurre que
vemos cosas que no comprendemos. (sigue)
Pero, a partir de esta escena, nos esforzaremos por comprender junto con el Señor. A
menudo, esto significará que dejamos la comprensión plena al Señor y
modestamente ocupamos el lugar del que no quiere molestar. En este dejarle a él la
comprensión reside siempre algo muy hermoso, que la obediencia puede y debe
exigirnos en todo momento: Allí, donde obedecemos, al menos el Señor entiende. Y
en este momento, el Señor no exige de sus apóstoles otra cosa que obediencia.
Quiere que no molesten a la mujer. La explicación sólo se da después. Si los
apóstoles son practicantes de la obediencia, en su espíritu dejarán instantáneamente
de molestar para, sólo después, percibir las palabras ulteriores del Señor y averiguar
por qué no tolera esa molestia. En una vida de obediencia, a menudo hay momentos
en los que uno habría tomado una decisión distinta de las instrucciones que se nos
dan. Y deberíamos ser capaces de conseguir obedecer antes de comprender, es decir,
movilizar nuestra voluntad de obedecer antes que nuestra necesidad de comprender.
Toda la regla de obediencia de San Ignacio se puede insertar también aquí, en esta
conversación del Señor con sus discípulos.
2, «Me ha hecho una cosa hermosa». El Señor abarca toda la acción de la mujer. Ella
le ha hecho este acto; al principio le concierne sólo a él, pero, junto con él, le
concierne también a ella. Es algo grande, santo, algo que no tolera ninguna injerencia
exterior. Aunque los apóstoles, que representan a la Iglesia, están presentes y
observan, y tal vez se sientan perturbados en su intimidad con el Señor, aquí ha
ocurrido algo que al principio sólo concierne al Señor y a la mujer. Los demás son
testigos, sin derecho a expresar su opinión. Es, pues, como si la mujer hubiera
adorado sencillamente al Señor, como si, atraída por él, se hubiera sumido en la
contemplación. Los espectadores ven que alguien reza, pero no conocen el contenido
de la oración. El Señor les dice ahora algo al respecto: era una buena acción realizada
en él. Una obra realizada en el Espíritu del Señor, en la que, curiosamente, la mujer
participó activamente y el Señor permitió que se le hiciera a él, lo que es, de nuevo,
un signo de su perfecta humanidad. Aunque sea adulto y libre, y el sufrimiento no
haya comenzado aún, otra persona puede hacerle todavía algo bueno; así como los
que vienen le harán mal, la mujer le ha hecho un bien que encuentra su meta en él,
que no va más lejos que él pero, también, que no se queda corto.
3: «Porque siempre tenéis a los pobres con vosotros, y siempre que queréis podéis hacerles bien; pero a
mí no siempre me tendréis». En todo momento, sabemos algo que podemos hacer por los demás, igual
que los discípulos sabían que podían haber dado esos trescientos denarios. Pero algo tiene prioridad
sobre este servicio. El Señor no siempre está ahí. Contemplemos esto desde nuestro punto de vista
eclesial hoy: no podemos, por principio, saltarnos la Misa para servir a los pobres. Porque el Señor en la
Eucaristía no está siempre. Se ofrece a nosotros ahora, y una hora después, tal vez, ya no lo haga. Y así
como exige de nosotros este servicio de la Misa -considera nuestra presencia en la Misa como una
buena acción que se le hace-, en el momento en que era un hombre entre nosotros, había también
situaciones en las que exigía para sí toda la atención y todo el ser de un hombre, no sólo estando
presente y participando, como lo habían entendido los apóstoles, sino autoexigiéndose precisamente
ahora. En esta unción residía algo verdaderamente muy extravagante. Y esto también le gusta al Señor,
porque no siempre permanece entre nosotros, porque como Dios tiene derecho a nuestro derroche, ya
consista ahora en entregarle toda nuestra vida o en hacer algo en un momento de alegría que puede
parecer poco razonable desde un punto de vista mundano. Por ejemplo, una persona podría tener dinero,
una suma considerable, y gastar todo el importe en comprar velas y encenderlas ante una imagen de la
Madre de Dios o de un santo al darse cuenta de repente de que, en este momento, el Señor necesita
precisamente esto, este sacrificio, que no beneficia a los pobres sino, más bien, sólo a sí mismo. Está
claro que siempre hay suficientes proyectos en el mundo para que estemos continuamente en acción,
que siempre hay tareas sociales y filantrópicas que no se han llevado a cabo, pero la escena de la mujer
que unge al Señor nos muestra que debemos combinar nuestra acción con la contemplación y que
debemos contemplar también aquellos momentos que, en sí mismos, podrían ser momentos en los que
sería posible hacer algo bueno por el prójimo.
La unción Mc 14, 8-9.
• Mc 14,8-9 “She has done what she could; she has anointed
my body beforehand for burying. And truly, I say to you,
wherever the gospel is preached in the whole world, what
she has done will be told in memory of her.” Ha hecho lo
que ha podido; ha ungido de antemano mi cuerpo para
enterrarlo. Y en verdad os digo que dondequiera que se
predique el Evangelio en el mundo entero, se contará lo que
ella ha hecho en memoria suya.»
• Vamos a contemplar: 1. «Ella ha hecho lo que ha podido», 2.
La unción para la sepultura, 3. La unción y el evangelio.
1: «Ha hecho lo que ha podido». Ella, entonces, ha cumplido completamente su
misión. Su misión era ungir al Señor. Todo el que cree recibe una misión. Para el
Señor, esta misión consiste en realizar exactamente lo que él espera. Nadie puede
decir que cree pero no tiene misión. Por supuesto, la mujer tiene aquí la misión de
una santa, pero es una misión que puede cumplir o no, porque, en la distribución de
las misiones, Dios deja a cada uno la libertad de asumir o rechazar su propia misión.
Y cuando hoy conocemos nuestra misión, sabemos también que, si bien somos libres
de asentir a ella o no, rechazarla es irreconciliable con la fe. Cuando una persona se
confiesa cristiano católico, asume, si es fiel a su fe, la misión que Dios le ha
asignado. Se puede discutir si la palabra «misión» debe reservarse a la vocación al
estado de los consejos o al sacerdocio. Entonces los demás cristianos se quedarían
sin misión. Pero esto seguramente no es correcto. La misión de las personas casadas
es de otro tipo que la misión de los que han sido particularmente elegidos, pero
también los primeros tienen, sobre la base de su fe y como respuesta a ella, una
misión. (sigue 2)
Hay misiones que pueden agotarse en un solo acto. La mujer ungió al Señor e
hizo lo que pudo. Su respuesta es incondicionalmente perfecta. Pero la
mayoría de las misiones están constituidas de tal manera que se componen de
un gran asentimiento, que se sitúa como corchetes alrededor de todo lo
demás y da sentido al contenido de los corchetes. Pero los contenidos
mismos pueden ser múltiples: a ellos pertenecen mil pequeñas obras,
oraciones, actos de voluntad y manifestaciones de fidelidad en la fe. Tales
misiones, que abarcan toda una vida -no importa si en el matrimonio o en los
consejos-, son mucho más difíciles, porque sitúan a las personas a lo largo de
su vida ante tareas que son constantemente nuevas. Cuando, por otra parte, el
Señor dice: «Ha hecho lo que ha podido», esto presupone probablemente
mucho en la mujer. (sigue 3)
Tal vez adquirió su santidad definitiva con este hecho, pero antes de ello, antes de
comprender cuál era su misión, tuvo que dar muchos pasos en un largo camino;
muchas pequeñas fidelidades suelen ser el requisito previo para que una persona sea
capaz de recomponerse para la gran fidelidad y la decisión final. Ciertamente hace
falta valor para entrar en esta asamblea de hombres, romper la vasija sobre el Señor y
ungirlo. Tal valor no es seguramente la pura inspiración del momento, sino que se
prepara desde lejos, probablemente con mucha oración, penitencia y abnegación. No
leemos que la mujer oyera de repente una voz y obedeciera. Más bien, aparentemente
se mantuvo en una pequeña obediencia, como invisible, con respecto al Señor;
cumplió día a día lo que se esperaba de ella, pero de tal manera que se santiguó cada
vez más y, finalmente, en el instante, supo exactamente: esto hay que hacerlo de
verdad. La recompensa es abrumadora. El Señor mismo dice con conocimiento
divino: «Ella ha hecho lo que podía». Es un elogio perfecto, sin reservas, un elogio
que le hace justo en el momento en que su Iglesia naciente se levanta contra ella.
2, «Ha ungido de antemano mi cuerpo para sepultarlo». Jesús es el
Mesías, y se convierte en Mesías cuando es ungido. Es ungido por el
Padre desde la eternidad para realizar la obra de la redención. Ahora
también ha sido ungido Mesías por los hombres. La mujer cumplió el
encargo e indicó la hora en que se ha de realizar la obra mesiánica.
Ahora puede comenzar el sufrimiento. El hombre creyente da en la tierra
la señal del comienzo simultáneamente con el Padre en el cielo.
Con esto, una profecía de la Antigua Alianza llega a su cumplimiento y
permite ahora la redención de todos los pecados por medio del Señor. El
tiempo anterior del Señor fue un tiempo divino, que, sin embargo, desde
el momento de su nacimiento hasta ahora se adaptó al tiempo humano;
estuvo marcado por sus milagros, su enseñanza, su apostolado, el
despertar de la fe, y también por los muchos hilos que llevan de las
profecías de la Antigua Alianza a su cumplimiento en la Nueva Alianza.
(sigue 2)
Pero ahora viene el sufrimiento, por el que vino al mundo. Todo era
preparación para la Cruz. Llamó discípulos a sí mismo, enseñó
muchas cosas y fundó cargos eclesiales, para que hubiera testigos
de la Cruz y luego, desde la Cruz, se proclamaran cumplidas las
enseñanzas.
Y renunció a un signo puramente divino, que sólo habría sido
reconocible para él. Prefirió ser ungido humanamente, en un
acontecimiento que sus discípulos pudieran vivir con él y del que
pudieran dar testimonio. En adelante serán testigos; ya han
comenzado a serlo. El comienzo del sufrimiento está aquí. Y para
este preludio están presentes más testigos del círculo de sus
discípulos que los que habrá en la Cruz.
3, «Y en verdad os digo que dondequiera que se predique el Evangelio en el mundo entero, se contará lo
que ella ha hecho en memoria suya». El hecho de la mujer entra en el Evangelio. Ya no se puede separar
el hecho del Evangelio. Cuando se habla de la Cruz como cumplimiento de la Antigua Alianza, la unción
le pertenece incondicionalmente. Y el Señor no dice a los discípulos, que lo han entregado todo: La
gente hablará de vosotros todo el tiempo. Tampoco dice: Sois los primeros que habéis comprendido mi
misterio de fe y de amor. Pero esta mujer, que hizo todo lo que pudo, está a partir de ahora tan unida a Él
que ya no se puede hablar de Él sin mencionarla a ella, lo que concuerda con lo que el Señor dijo de ella
anteriormente: «Ha hecho cuanto ha podido». Cuando consideramos a los discípulos, sería fácil decir de
todos ellos, especialmente de Pedro, en qué fallaron. Pero la mujer ha hecho lo que ha podido. Si hemos
escuchado de antemano la alabanza, debemos prestar mucha atención a la promesa que el Señor le
hace. Quien hace lo que el Señor espera y cumple su misión, es para siempre inseparable de Él. Esto
puede ser un gran estímulo para nosotros, saber que en nuestra vida cotidiana, en todo lo que hacemos,
mucho de lo cual puede no atraernos -quizá no atrajo en absoluto a la mujer para causar este revuelo de
hace un momento-, a través de ello nos hacemos inseparables del Señor. No de un modo tan evidente
como la mujer, a la que se permite determinar la hora del Hijo porque hace la voluntad del Padre, pero sí
de tal modo que nuestras acciones tienen cabida en sus acciones, nuestro ser en su ser, y nuestra
misión se convierte y sigue siendo parte de la suya. Visto así, todo el relato está lleno de consuelo
Compromiso
Leer:
•San Marcos 14, 10-11: La traición de
Judas.
•San Marcos 14, 12-16: Preparando
la Fiesta de La Pascua.
Bibliografía
•Meditatios on gospel of Mark.
Adrienne Von Speyr. 2012. Ignatius
Press. San Francisco. USA.
•Fotos de www.pixabay.com sin
licencia de uso.

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