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Virginidad y Celib., Hoy - Cap. 10

El capítulo aborda la libertad afectiva como un concepto esencial en la formación de los vírgenes por el Reino, destacando que esta libertad no es simplemente hacer lo que se desea, sino amar y realizar la verdad de la propia vocación. Se enfatiza la importancia de integrar las energías afectivas en torno a un centro teocéntrico, donde la virginidad se convierte en un estilo de vida que refleja el amor divino. Finalmente, se plantea que la libertad afectiva se manifiesta en la coherencia entre lo que se ama y cómo se actúa, llevando a una vida plena y auténtica.
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Virginidad y Celib., Hoy - Cap. 10

El capítulo aborda la libertad afectiva como un concepto esencial en la formación de los vírgenes por el Reino, destacando que esta libertad no es simplemente hacer lo que se desea, sino amar y realizar la verdad de la propia vocación. Se enfatiza la importancia de integrar las energías afectivas en torno a un centro teocéntrico, donde la virginidad se convierte en un estilo de vida que refleja el amor divino. Finalmente, se plantea que la libertad afectiva se manifiesta en la coherencia entre lo que se ama y cómo se actúa, llevando a una vida plena y auténtica.
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Virginidad y celibato, hoy.

Amedeo Cencini

Capítulo 10
Libertad afectiva

«Para ser libres nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir
nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a
la libertad; pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario,
servíos unos a otros por amor» (Ga 5,1.13).
«Porque si nos hemos injertado en él por una muerte semejante a la suya, también lo
estaremos por una resurrección semejante» (Rm 6,5).

***
Es indudablemente uno de los conceptos más universales y conocidos, sin fronteras ni
distinciones de ninguna clase: todos hablan de la libertad afectiva y la reivindican, muchos la
entienden como quieren y piensan que la poseen, pero pocos se preguntan por ella y la
consideran el punto de llegada de un camino de crecimiento. Tal vez suceda también lo mismo
entre los vírgenes por el Reino, porque raramente se traza el itinerario formativo, inicial o
permanente, que conduce a la libertad afectiva.
En los Índices de las Reglas de vida o de los distintos tipos de Ratio formationis de los
seminarios, tan ricos en sugerencias y propuestas para la formación, por lo general no hay lugar
para esta expresión. Las razones pueden ser múltiples: tal vez porque tal libertad, o la libertad
en general, se da por supuesta en los jóvenes en formación, o porque parece una idea
psicológica, tiene un sabor ambiguo y es mirada con sospecha y desconfianza, o porque en
concreto nadie sabe bien en qué consiste esta libertad del corazón en el plano teórico y
práctico, o porque la libertad no es considerada una virtud o, por último, porque hay todavía
personas que piensan ingenuamente que es más un derecho que reivindicar que una ascesis, y
una mística, que vivir.

1. El concepto: atracción y realización de la verdad


Libertad, en general, significa posibilidad de realizarse según la propia naturaleza y
vocación: es libre, en la perspectiva teológica de K. Rahner, quien quiere ser él mismo y decide
llevar a cumplimiento el plan de Dios sobre la propia vida, en el que está escondida su verdad.
Pero el adjetivo «afectiva» añade algo importante al concepto de libertad (y la psicología
a la teología). Indica que el individuo afectivamente libre cree en la propia vocación y la ama;
no sólo la realiza, sino que se siente atraído por ella, no la vive como inconsciente y opresora
limitación interna o consciente imposición externa, ni siquiera simplemente como deber o
esfuerzo, sino como algo hermoso y que da alegría al corazón, es su tesoro, allí está escondida
su identidad y verdad.
No es libre, por ejemplo, el hermano mayor del hijo pródigo y quien vive como él:
honesto y riguroso en su observancia, pero in feliz porque no ama lo que hace. Hace el bien,
pero lo hace a la fuerza1. Para él la vida buena es la otra, la que él «no puede» permitirse y que,
en cambio, el hermano menor ha tenido la cara dura de experimentar: dinero, fiestas, mujeres,
aventuras, autonomía... En el fondo este ser mezquino envidia a su hermano, y precisamente
por esto «no puede» perdonarlo. Sin embargo, no es nada buena la vida repetitiva,
dependiente, trabajosa, que le «toca» vivir a él.
En suma, en su lógica, el mal es mejor que el bien; en efecto, sus palabras son las de un
fracasado y decepcionado, como puede serlo quien no ama lo que hace y, por lo tanto, también
está rabioso, ante todo consigo mismo, exactamente porque no ha aprendido a amar lo que
hace y, por tanto, ha perdido la libertad y capacidad de gozar, de tomar parte en la fiesta de la
vida.
Es muy cierto lo que dice Dostoievski: «El secreto de una vida con éxito es esforzarse en
actuar por lo que uno ama y amar aquello por lo que uno se esfuerza».
Así pues, lo mismo que libertad no quiere decir hacer lo que me parece y me gusta,
tampoco la libertad afectiva se identifica banalmente con la gratificación espontánea de los
impulsos afectivos ni se refiere exclusivamente al área afectivo-sexual, sino que es componente
esencial del concepto de libertad.
Hay, en efecto, dos aspectos sustanciales en la idea de libertad, que es muy importante
tener siempre unidos entre sí y que dan razón de la relación entre libertad y libertad afectiva:
uno se refiere a la modalidad (= la atracción en vez de la limitación), y el otro a los contenidos (=
la atracción-realización de la verdad) o, dicho de otro modo, el cómo ser libres y el qué es
posible e importante hacer como seres libres y para vivir de hecho la propia libertad. Podríamos
decir que si el concepto de libertad, como tal, se refiere a los contenidos (= la verdad), la
libertad afectiva se refiere a la modalidad (= la atracción); en todo caso, un aspecto es
inseparable del otro. Nadie es libre si no es libre en el corazón (= libre «de») para amar la
verdad (= libre «para»).
En síntesis, pues, hay libertad afectiva allí donde el corazón ama y pone por obra la
verdad, donde la atracción por la verdad es tan fuerte que el sujeto no puede dejar de poner en
práctica aquella misma verdad, realizándola en la propia existencia.

2. El dinamismo: la integración afectiva


Si la libertad afectiva implica la atracción-realización de la verdad, un individuo es libre
en el corazón en la medida en que su afectividad vive de hecho tal atracción, o cuando, más en
concreto, sus energías e impulsos, la necesidad de amar y ser amado, su sexualidad y
genitalidad se inspiran de hecho en aquella verdad que ocupa el centro de su vida, en la que
reconoce su propia identidad y vocación.

1
Así pues, ni siquiera es virtuoso, porque “la virtud es algo no tiene dueño y es voluntario: no puede ser virtud
aquello que se hace por necesidad o violencia” (GREGORIO DE NISA, L’uomo, Roma 1987, p.77)

2
Es el concepto de la integración afectiva, en otro tiempo enseña y símbolo de un modo
un poco ambiguo de entender la misma virginidad, pero que, si es bien comprendido, puede
ayudarnos a individuar el dinamismo de la libertad afectiva en la vida del virgen 2.

2.1. El camino de la integración


A través de este camino, el virgen:
 reúne y unifica en torno a un centro (= la verdad del yo «escondida con Cristo en Dios»,
Col 3,3) todas sus energías afectivo-sexuales, sin prescindir neciamente de ninguna,
pero también sin dejarlas girar, de un modo igualmente necio, alrededor de sí mismas,
es decir, en vano (es la idea de «sexualidad pascual», que salva a la sexualidad de la
involución sobre sí misma y del consiguiente proceso de trivialización);
 deja que ese centro (que es la cruz como verdad del amor) juzgue la propia sexualidad y
le dé no sólo un sentido, sino también una orientación muy concreta de vida y de
conducta;
 valora, pues, las energías afectivo-sexuales en sí mismas y como modo de testimoniar
aquello en lo que cree, aquel amor de Dios que está en el centro de su vida.
Así pues, rigurosamente hablando, «lo que debemos buscar no es nuestra integración
afectiva, sino más bien nuestra integración religiosa, es decir, la integración de todo lo que
somos y sentirnos, de lo que hace nuestra vida feliz y también de lo que la hace triste, de lo que
nos “realiza” y también de lo que, en cambio, nos “mortifica”, en la perspectiva de lo que
creemos. En efecto, nuestra vida no se celebra a sí misma, sino a Aquel que vale más que la vida
(cf. Sal 63,4)»3.
Tal vez así se explique el motivo de la ambigüedad y confusión de otro tiempo: el objeto
de la integración (en nuestro caso la sexualidad) no puede ser también el sujeto o el criterio (=
el centro) de la integración misma. Es una ley psicológica fundamental, según la cual es
indispensable, para crecer en la libertad y madurez, un punto de referencia «distinto» del
propio yo y, por tanto, auto-trascendente, aunque después la persona se lo apropie; el yo no
puede estar en el centro de sí mismo, o de la vida4. Se pondría contra sí mismo, en un proceso
de frustración permanente.
Cuando se ha descuidado este principio en el área de la afectividad-sexualidad, el
desplazamiento narcisista que se ha producido ciertamente no ha creado libertad, sino a lo
sumo una cierta esclavitud, tan pesada como dolorosa, una especie de suicidio psicológico.
2
Sobre el sentido del modelo de la integración, como modelo general formativo, cf. A. CENCINI, L’albero della vita.
Verso un modello diformazione iniziale e permanente, Cinisello Balsamo 2005 (trad, cast.: El árbol de la vida, San
Pablo, Madrid 2005).
3
G. ANGELINI, «Meditazioni su Ezechiele. II. II mutismo del profeta»: La Rivista del Clero Italiano 6 (1997), p. 444.
4
Es interesante, en este sentido, lo que dice un maestro de vida espiritual como Moioli, sobre la necesidad de
vigilar acerca de la posibilidad de construirnos un «centro ilusorio, el que nos construimos nosotros, o que
construimos haciendo de nosotros el centro del mundo, de las cosas». Por el contrario, tendríamos que «aceptar la
expropiación de todo centro ilusorio y, por tanto, hacernos ex-céntricos, pero en el sentido correcto, es decir,
personas que tienen un centro, pero fuera de sí: ex-céntricos en Cristo» (G. MOIOLI, Il centro di tutti i cuori, Milano
2001, p. 73).

3
Y si nuestra vida en general no se celebra a sí misma, como Narciso ante el espejo,
tampoco nuestra virginidad se celebra a sí misma ni está en función de nuestra gratificación
afectiva; sería una abierta y vulgar contradicción, con una ruidosa frustración final. La virginidad
es señal de la centralidad de Dios en el corazón humano, como hemos subrayado
vigorosamente5, y se hace hermosa y buena, atractiva y vivible, cuando consigue expresar tal
centralidad, o cuando toda energía afectivo-sexual, gesto o pensamiento, del virgen se inspira
en aquel centro y en aquel amor, se deja iluminar y encender por él: es teocéntrica, en
definitiva, y por eso celebra, a su manera, el misterio de la recapitulación del cosmos en el Hijo,
según la complacencia del Padre: «Hacer de Cristo el corazón del mundo».
Entonces hay libertad afectiva. Porque hay coherencia entre verdad y libertad, entre
atracción y realización.

2.2. «Ama y haz lo que quieras»6


El segundo paso en el dinamismo de la libertad afectiva está bien expresado en la
conocida frase de Agustín, que vamos a leer reparando sus dos partes.
A) «AMA...»
Al comienzo de una opción virginal está el descubrimiento del amor, del amor divino
recibido en abundancia, es decir, descubierto como fuente de la propia identidad y vocación,
como lo que da verdad y pone orden (ordo) también en la propia vida afectivo-sexual. «Ama»
significa, en este caso, sobre todo la invitación a experimentar la atracción de este amor, a
percibir la fascinación del estilo amante de Dios, que hace brillar su sol sobre buenos y malos y
ama primero, que quiere también a quien no parece amable y nos pide que amemos a los
enemigos y a quien no puede correspondernos.
Esta atracción no es algo sin importancia, porque en realidad implica una conversión de
los gustos y una evangelización de la sensibilidad. Su vértice es la progresiva sintonía entre
sentir divino y humano, para que cuanto agrada y complace a Dios lentamente agrade también
al hombre amante, y lo lleve a realizar al máximo su libertad afectiva: un corazón humano capaz
de vibrar con latidos eternos, al unísono con Dios, libre para desear sus mismos deseos, un
corazón de carne abierto al infinito, en contacto misterioso pero real con el «corazón del
mundo».
¡Qué diferencia entre la libertad (pagana) de quien -pobre infeliz- hace sólo lo que le
parece y le gusta, y la libertad (creyente) de quien está aprendiendo los gustos de Dios! Esto
vale en el plano de la calidad y también en el de la cantidad y la intensidad de los deseos.

B) «...Y HAZ LO QUE QUIERAS»


La fascinación y la atracción no pueden ser abstractas y teóricas, sino que tienen que
convertirse en factores de libertad que determinen también un cambio de actitudes y
5
Cf. Cap.2.
6
AGUSTÍN, Comentario al evangelio de Juan: PL 35, VII,8.

4
comportamientos en la línea de la atracción misma, es decir, del estilo amante de Dios.
Entonces podremos traducir el dicho agustiniano de esta manera:
«ama y vive según aquello que amas»,
o según el corazón y la libertad de Dios, para que se convierta también en tu modo de querer. Y
esto significa que la libertad afectiva no es hacer lo que me parece y lo que me gusta, como ya
hemos explicado, ni tampoco lo que agrada y complace únicamente a Dios, sino lo que agrada
a ambos, o expresar con la vida y de formas muy concretas la progresiva sintonía entre lo que
agrada a Dios y lo que me agrada a mí (entre verdad objetiva y verdad subjetiva).
De este modo los dos aspectos de la libertad (modalidad y contenidos) coinciden, y
quien ama no sólo es libre de toda obligación y coacción, sino que vive una profunda atracción
y se configura con ella. Sólo entonces, cuando la atracción es evangelizada y traducida en
gestos coherentes, la libertad afectiva es plena y el proceso de integración religiosa de la
afectividad se ha completado.
Llegados a este punto, el principio agustiniano nos permite dar un importante paso
adelante en la definición de la libertad afectiva: corazón libre quiere decir no sólo amar la
propia vocación, sino según la propia vocación7. Hasta tal punto que el objeto del amor se
convierte también en la modalidad del amar. Entonces la virginidad se convierte en estilo de
vida y el virgen manifiesta en todo lo que hace el amor que está en el centro de su vida, aquel
amor que le da identidad y verdad, pero también felicidad y plenitud de vida.

3. El estilo
El estilo es la impronta de lo que uno es en lo que hace o, en términos más cercanos a
nosotros, es la impronta de lo que uno ama en su modo de querer bien, la huella [orma] dejada
por una forma traducida en norma de vida.
No es un juego de palabras, porque expresa un principio importante y que no se puede
dar por descontado: todo ser humano es llamado a amar, pero cada uno en el estilo propio de
su vocación, y no copiando, con resultados a menudo torpes y ridículos, modos y gestos que
pertenecen a otros proyectos o situaciones de vida. El cónyuge, en virtud de este principio, está
llamado a amar como cónyuge, el novio como novio, el padre como padre, el adolescente como
adolescente, el virgen como virgen. Con la convicción de que el propio proyecto virginal le dicta
un preciso y correspondiente estilo relacional virginal: si ama aquel proyecto y reconoce en él la
propia identidad, también tendrá que amar según su estilo típico. Entonces él mismo será veraz
y libre, y claro y creíble en el testimonio.
En cambio, si adopta en su modo de relacionarse un estilo que no expresa
suficientemente la centralidad y la primacía de Dios, como aquel que puede llenar un corazón
humano hasta hacer posible la renuncia al amor de una mujer -por lo demás muy deseado y
hermoso-, o si emplea en sus relaciones de modo confuso y embrollado palabras, gestos o
actitudes que son típicos de otro estado de vida, no sólo no es virgen, sino que tampoco es
libre, porque se contradice a sí mismo y su verdad, para testimoniar sólo el caos y la
7
Igualmente se podría decir que el objeto material se convierte también en objeto formal.

5
esquizofrenia que tiene dentro de sí. Es posible que no cometa verdaderas transgresiones, pero
su corazón no es puro.

4. Paradoja y misterio
Normalmente se piensa en la libertad como autonomía e independencia, pero también
ésta es una idea vieja y peregrina, además de banal y de raíz pagana, sobre todo si
comprendemos el papel central de la libertad afectiva en la idea y en el dinamismo de la
libertad como tal.

4.1. Libertad y fecundidad


Ante todo hay una motivación general que impide o hace sospechosa la vinculación
automática entre libertad y autonomía. El problema de la libertad no puede ser planteado en
términos de independencia, porque nadie puede pensar que es libre por su cuenta o considerar
que su libertad termina donde empieza la de los otros. Quien así piensa parece respetuoso del
otro, pero en realidad, más allá de la apariencia bonachona, es un violento, porque carga de
competición y hostilidad la relación («o tú o yo, o tu libertad o la mía» o, peor todavía, «mors
tua vita mea»).
En realidad, sucede todo lo contrario, porque se crece sólo con los otros y gracias a los
otros, y la propia libertad empieza donde empieza también la del otro, y termina cuando ésta es
dañada o negada; o somos libres juntos o nadie es libre. Quien piensa que la propia libertad es
alternativa a la del otro está todavía en la edad de piedra, es un hombre primitivo que va por la
vida con una clava o cree en el «homo homini lupus»; es una persona que no engendra vida.
Esto significa que el virgen no puede entender su ser «solitario» y carente de familia
como un hecho liberador y que exime de responsabilidades, porque es exactamente lo
contrario: quien ha renunciado a la paternidad/maternidad física por el Reino de los cielos vive
otra misteriosa capacidad generadora, que lo hace responsable de todos y padre/madre de
quien es pobre de amor. Este virgen es una bendición 8, al igual que fue una bendición la
virginidad de Cristo y de María.
En cambio, aquel célibe que no es libre para hacerse cargo del peso y destino de los
otros, es un ser miserable; no es virgen, es sólo estéril e incapaz de dar vida, eunuco que se ha
liberado de los otros para hacerse esclavo de sí mismo. A éste podríamos aplicarle la maldición
que la Escritura dirige al vientre que no ha parido (cf. Nm 5,21).
4.2. Libertad y dependencia
Pero la paradoja irrumpe cuando se reflexiona con atención, también en el nivel
psicológico, sobre el carácter esencialmente relacional de la naturaleza humana y, por lo tanto,
también de la libertad, y se comprende que el hombre es libre, no cuando no depende de nada

8
A este tipo de vírgenes, libres en el corazón, se puede aplicar la frase de C. Bukowski: «El alma libre es rara, pero
cuando la ves la reconoces sobre todo porque experimentas un sentido de bienestar cuando te encuentras cerca
de ella».

6
ni de nadie (algo que es, en realidad, imposible), sino en la medida en que elige lúcidamente
depender de lo que ama y de lo que es llamado a amar.
Es paradójico pensar que la libertad en su expresión más madura pida el valor de
depender, pero no hay en ello contradicción si se piensa que en la raíz de la libertad está el
amor, y la intensidad del amor está en la base de la libertad para depender. No hay paradoja
sobre todo si se piensa que el objeto de este amor es la propia identidad y verdad, es el plano
del Creador sobre la criatura, su voluntad de que la criatura «viva», su llamada para que viva en
plenitud.
Llegamos así a la definición completa de la idea de libertad: es libre quien está
enamorado de la verdad (o de la propia vocación), no sólo quien la conoce y aprecia, y ni
siquiera quien simplemente la pone en práctica, sino quien está fascinado por ella y la realiza, o
quien la ama perdidamente, porque sólo el enamorado conoce cuánta libertad hay en el hecho
de abandonarse incondicionalmente en los brazos del amado, entregarse totalmente al otro, y
pertenecer a un tú en lo concreto de la vida. Ésta es la libertad afectiva del virgen: la libertad de
quien entrega por amor la propia libertad al Eterno, a aquel Dios sumamente libre que por
amor se ha puesto en nuestras manos, o que, como enamorado, se ha entregado antes a
nosotros.
Aquí no hay sólo un principio psicológico, sino un misterio de amor que se realiza, y que
determina muy concretamente una vida virginal atenta, muy atenta, a depender en todo, no
sólo en los gestos, sino también en los pensamientos, deseos, sueños, proyectos, palabras... de
aquel amor, que es una persona, que está en el centro de la vida. Como haría un enamorado...

5. Las raíces
Curar la propia libertad afectiva significa, para un virgen, curar las propias raíces. Que
son esencialmente dos.
5.1. Raíces místicas
La primera es de naturaleza mística, y hemos aludido a ella al comentar el dicho de
Agustín, que empieza precisamente con un «ama» que significa: déjate amar, déjate conquistar,
porque la libertad no se conquista, sino que se recibe como don de aquel que nos ama y
amándonos nos libera de aquel miedo que es la madre de todos los miedos (y neurosis): el
temor de amar y ser amados, el temor de no haber sido queridos y de no merecer afecto.
Por eso la virginidad es expresión del aspecto místico de la vocación del consagrado, y
siempre por este motivo el consagrado que no posee el «cromosoma místico» será sólo un
célibe técnico de relaciones metálicas, o incansable trabajador o rígido observante o insaciable
Don Juan, es decir, una persona que está fuera del misterio y que no sabe gozar de Dios y del
hecho de pertenecer a él. Es la versión moderna del hermano mayor del hijo pródigo...

7
En este sentido dice Clément, a propósito del celibato sacerdotal, que «sólo tiene
sentido si es incluido en una ascesis global, de tipo monástico» 9, es decir, el tipo de ascesis que
es inseparable de la mística.

5.2. Raíces psicológicas


Desde el punto de vista psicológico, en la raíz de la libertad afectiva están las dos
certezas de las que hemos hablado ya en los capítulos anteriores: la certeza de haber sido ya
amado, desde siempre y para siempre, y la certeza correspondiente de saber amar, para
siempre.
Añadimos ahora que toda la vida del hombre es como un proceso de formación
permanente o de adquisición progresiva de estas dos seguridades (a propósito de las cuales se
podría decir que «cuanto más, mejor»), que son ciertamente de naturaleza psicológica, pero
que sólo el creyente en el eternamente Amante puede poseer de modo pleno y definitivo. Si
hemos sido amados por el Eterno, entonces hemos sido amados desde siempre, y llamados a
amar para siempre.
¡La virginidad tiene sabor de eternidad!
***
Espiritualidad patrística
La atracción de la verdad
«Nadie puede venir a mí, si mi Padre, que me envió, no lo atrae (Jn 6,44). ¡Qué
recomendación de la gracia tan grande! Nadie puede venir si no es atraído. [...] ¿No eres
atraído aún? No ceses de orar para que logres ser atraído. ¿Qué quiero decir con esto,
hermanos? ¿Acaso quiero decir que si somos atraídos a Cristo, creemos a pesar nuestro, se
emplea la violencia y no se estimula la voluntad? [...] Si fuese el acto de fe función corporal,
podría tener lugar en los que no quisiesen; pero el acto de fe no es función del cuerpo [...] La
confesión de fe tiene su raíz en el corazón [...]. Confesar es expresar lo que tienes en el corazón.
[...] No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento
del cuerpo, sino por el afecto del corazón. [...] Así, cuando escuchas: Nadie viene a mí sino quien
es atraído por el Padre, no vayas a creer que eres atraído a pesar tuyo. Al alma la atrae el amor.
[...]
Pon tus delicias en el Señor y Él te dará lo que pide tu corazón (Sal 36,4). Hay un apetito
en el corazón al que le sabe dulcísimo este pan celestial. Si, pues, el poeta pudo decir: “Cada
uno va en pos de su afición” [Virgilio, Égloga 2], no por necesidad, sino con placer; no con
violencia, sino con delectación, ¿con cuánta mayor razón se debe decir que es atraído a Cristo
el hombre cuyo deleite es la verdad, y la felicidad, y la justicia, y la vida sempiterna, todo lo cual
es Cristo? Los sentidos tienen sus delectaciones ¿y el alma no tendrá las suyas? [...] Dame un
corazón amante, y comprenderá lo que digo. Dame un corazón que desee y que tenga hambre;
dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de

9
O. CLÉMENT, Quell’amore, p.21

8
la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo,
Mas, si hablo con un corazón que está del todo helado, este tal no comprenderá mi lenguaje.
(...)
El Padre atrae a quien así habla: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo [...]. Mira cómo
[Pedro] ha sido atraído, atraído por el Padre: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te
lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos (Mt 16,17-17). Esta
revelación es atracción también. Muestra a la oveja una rama verde, y la atraes. Muestra
nueces a un niño, y se le atrae y va corriendo allí mismo donde se le atrae; es atraído por la
afición y sin lesión alguna corporal; es atraído por los vínculos del amor. Si, pues, estas cosas
que entre las delicias y delectaciones terrenas se muestran a los amantes, ejercen en ellos
atractivo fuerte, ¿cómo no va a atraer Cristo, puesto al descubierto por el Padre? ¿Ama algo el
alma con más ardor que la verdad? ¿Para qué el hambre devoradora? ¿Para qué el deseo de
tener sano el paladar interior, capaz de descubrir la verdad, sino para comer y beber la
sabiduría, y la justicia, y la verdad, y la eternidad? ¿Y dónde podrá ser saciada el alma? Donde
se encuentra el sumo bien, la verdad total, la abundancia plena. [...] Está escrito en los profetas:
Todos serán enseñados por Dios (Jn 6,45). [...] ¿Quiénes son esos todos? Todo el que oye al
Padre y aprende de Él viene a mí (Jn 6,45). Mirad la manera de atraer que tiene el Padre; es por
el atractivo de su enseñanza, llena de delectación, y no por imposición violenta alguna; ése es el
modo de su atracción. Serán todos enseñados por Dios: ahí tenéis el modo de atraer de Dios.
Todo el que oye al Padre y aprende de Él, viene a mí; así es como atrae Dios».
(AGUSTÍN, Comentario al Evangelio de Juan, 26,2-7,
en Obras completas, vol. XIII, Bac, Madrid 1958, pp. 575-581).

***
Espiritualidad moderna
¿Qué temo más? Olvidar la verdad
«¿Qué temo más? Olvidar, ignorar la verdad íntima de mi ser, olvidar quién soy, estar
perdido en lo que no soy, faltar a mi verdad íntima, ser transportado por lo que no es conforme
a mí, lo que está fuera de mí [...], por la decisión de considerar mi ego como mi Yo pleno,
completo, verdadero y por la actividad para mantener esta ilusión contra la llamada de la
verdad secreta que surge en mí, y que es evocada en mí por los otros, por el amor, por la
vocación, por la providencia, por los sufrimientos, por Dios».
(T. MERTON, Scrivere é pensare, vivere, pregare.
Un’autobiografía attraverso i diari, Torino 2001, p. 370).

Fecundidad eucarística y mañana


«El secreto central de la castidad cristiana [...] está en la inconcebible fecundidad del
cuerpo virginal de Cristo que en la eucaristía, a través de todos los tiempos y todos los lugares,
ha engendrado vida divina. [...] Pero está también en el “Sí” incondicional de María, cuya fe
perfecta se da enteramente a Dios y recibe por la fuerza del Espíritu Santo la más elevada
fecundidad que se haya concedido nunca a una mujer terrena: llegar a ser la madre del Hijo de
Dios. Las personas castas que viven con convicción en el “estado de los consejos” y los

9
sacerdotes célibes reciben una parte de esta fecundidad eucarística y mariana; en ellos se
reconoce qué son la verdadera maternidad y la verdadera paternidad (1 Co 4,15; Ga 4,15; 1 Ts
2,7.11)».
(H.U. VON BALTHASAR, Seguiré Gesú,
Casale Monferrato 1990, p. 27).

La gracia de poder amar


«Hay una cosa que el amor puro no conoce: el concepto de obligatoriedad; por mejor
decir, su tener obligación de... siempre significa para él tener derecho a... La necesidad que el
amor siente de y, amar al amado es vivida por él como la libertad suprema y más perfecta que
por nada del mundo querría perder. Lo que a quien no ama se le antoja fría obligación, es gozo
para el amante: [el amor] “todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta” (1 Co
13,7); fe o esperanza son sus modos de comportarse. Tolerar y soportar no es una carga
indeseada para el amor, sino un elemento del que se nutre. El amor lo acepta todo mientras no
se le prohíba una cosa: amar. Tan valioso es el amor que está dispuesto a pagar cualquier
precio por sí mismo. El amor no conoce mayor gracia que la de tener el derecho de amar. Al
escuchar a una persona que comenzara a hablarle de límites entre el deber y el derecho, de
obligación e imposición, el amor no podría hacer otra cosa que quedarse mirando fijamente,
con cara de asombro, a ese interlocutor, sin comprender ni una sola palabra. A lo sumo, llegaría
a pensar: éste que habla así no está enamorado. [...]
¿Qué amante no querría poner el mundo a los pies del amado? El amante no conoce la
distinción entre orden y deseo; el deseo del amado es una orden para el amante, es como una
petición aún no pronunciada que éste arranca de los labios y la cumple con la misma atención
con la que quien no ama observa una orden estricta. [...]
Si el amor es puro, lleva a cabo, impulsado por su movimiento más propio, la conversión
a Dios y a sus semejantes. El amor no es otra cosa que esa conversión. Por eso no necesita otra
ley que no sea él mismo, y en él todas las leyes quedan cumplidas y superadas. [...] Porque no
existe imperativo alguno por encima de él. Por eso lo imperativo y lo libre coinciden en él.
Cuando el amor, en libertad suprema, opta por sí mismo, entonces queda cumplido todo lo
imperado, porque él es lo único necesario. [...]
Al ofrecer a Dios, antes que nada, su libertad en el acto de la entrega, el amor creado se
despoja libremente de la libertad de buscar y decidir algo fuera de la libertad de Dios. Elige de
una vez para siempre la elección de Dios y renuncia con ello para siempre a toda forma de
libertad de elección que pudiera elegir algo distinto de lo que Dios elige para ese amor. Porque
su libertad no debe consistir en adelante en elegir lo que le agrada a él mismo, sino lo que
agrada al amado. Sólo al que está fuera del amor y para el que libertad es sinónimo de
autorrealización egoísta parecerá esta entrega de la libertad en el amor una privación de
libertad».
(H.U. VON BALTHASAR, Estados de vida del cristiano,
Encuentro, Madrid 1994, pp. 20, 21 y 44).

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Vivir para aprender a amar
«La extraordinaria belleza de la libertad no es que nos hace libres de, sino que nos hace
libres para. Para amar y ser amados. ¡No, el infierno no son los demás! El infierno es la soledad
del que se ha creído autosuficiente.
Cuando me preguntan por qué hemos nacido, respondo sencillamente: “¡Para aprender
a amar!”. La existencia de todo el cosmos, en su incalculable inmensidad, sólo tiene sentido
porque, en alguna parte, hay seres dotados de libertad. [...] Para que el Amor sea posible, no
basta con que haya montañas, glaciares, mares y estrellas; es necesario que haya al menos un
ser libre. Y ese ser libre tiene un destino: “Amar”. Estamos destinados a encontrar ese Amor,
cuya necesidad se deja sentir en forma de vacío dentro de nosotros. [...] Empleo con frecuencia
la imagen del barco de vela. Nuestra libertad consiste en desplegar o no la vela... Pero eso no
basta para hacer avanzar el barco: hace falta que sople el viento. Ahora bien, si el viento sopla
cuando la vela no está desplegada, el barco tampoco avanza. Es aquí donde se juega la
necesaria complicidad entre nuestra libertad y la libertad infinita de Dios. [...]
Por muchas preguntas que nos planteemos sobre la existencia de tantas imperfecciones
y de tantas desgracias, si estamos realmente convencidos de que el Eterno es Amor, que somos
amados, que somos libres para poder responder al Amor con amor, todo lo demás es peccata
minuta».
(ABBÉ PIERRE, Testamento, Ppc, Madrid 1994, pp. 94-96).

***
Poesía virgen
Amar el amor
No conozco otro modo
de vivir
que amando.
Amando el amor
la vida está llena de amor,
tan llena
como para poder dar de ella
a todos10.

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M. PEIRANO, La vía, p. 27

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