1 Zamorano Argentina Siglo Xxi
1 Zamorano Argentina Siglo Xxi
Resumen
Desde 2003, igualmente que en muchos países latinoamericanos que participaron del
llamado “giro a la izquierda”, las políticas culturales argentinas se profundizaron y
diversificaron. Esta nueva política cultural ha sido caracterizada como un instrumento
de construcción de hegemonía en un sentido gramsciano, pero dicha afirmación no ha
sido explicada y la relación de la administración pública de la cultura con los
particularismos sociales y la diversidad cultural tampoco ha sido analizada. El presente
trabajo examina esta problemática, estudiando continuidad y cambio en la historia de las
políticas culturales argentinas y focalizando en el período 2003-2013. De este modo,
precisa su particular configuración administrativa, programática y constitutiva durante
la década estudiada, donde paradigma de la diversidad cultural tuvo una relevancia
secundaria en relación con el concepto peronista de pueblo.
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Palabras clave
Política cultural, Argentina, Kirchnerismo, hegemonía, diversidad cultural.
Abstract
Since 2003, as in many Latin American countries which participated in the so-called
"left turn", Argentinian cultural policies deepened and diversified. This new cultural
policy has been characterized as an instrument for the construction of hegemony in a
gramscian sense, but said statement hasn’t been explained and the relations of this
public area to social particularisms and cultural diversity haven’t been analyzed either.
This paper examines these issues, studying continuity and change in the history of
Argentinian cultural policies and focusing on the period 2003-2013. This way, we
reveal their particular administrative, programmatic and constitutive approach during
the studied decade, where the Peronist concept of people eclipsed the paradigm of
cultural diversity.
Keywords
Cultural policy, Argentina, Kirchnerism, hegemony, cultural diversity.
1. INTRODUCCIÓN
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Más allá de los diferentes modelos político-culturales emergentes de esta gobernanza y
de la transformación discursiva en el modo de administrar el patrimonio cultural, la
promoción de la identidad nacional continuó siendo un núcleo constitutivo [1] de dicha
actividad. En este sentido, la política cultural ingresó en una disputa por sus nuevas
definiciones en el sistema internacional, donde se confrontaron dos posiciones
históricas: el universalismo comercial, que perseguía la liberalización de los
intercambios culturales internacionales bajo el criterio de la eficacia económico-
territorial, y el eje “representacional”, que abogaba por la protección de las culturas
nacionales, regionales y locales (Singh, 2010). El discurso de la diversidad cultural,
promovido por UNESCO, sustentó esta posición y alcanzó una mayor influencia tras la
aprobación de la Convención para la Diversidad Cultural (2005). Desde entonces, esta
tesis acompañó múltiples proyectos políticos: tuvo diversas adopciones institucionales
que recentralizaron el poder estatal, por ejemplo, a través de la regulación de la industria
cultural nacional; asumió efectos descentralizadores mediante la legitimación de la
disputa competencial por parte de las culturas minoritarias (Petit Bozzo, 2009); o sirvió
de instrumento de movilización social, promoviendo que diversas organizaciones
sociales establezcan sus reclamos en torno a este paradigma (Castells, 2009).
En Latinoamérica, durante el declive dictatorial que cerró con la caída del régimen
pinochetista en 1989, se establecieron nuevas políticas culturales que tomaron como
principal referencia programática la ampliación del acceso a la cultura, promoviendo
valores democráticos (Harvey, 1990). Ya en los años noventa, en el marco de la
expansión del modelo neoliberal, la política cultural regional presentó dos dinámicas
contrapuestas: se fortaleció administrativa y legalmente (Rubim y Bayardo, 2008) pero
acentuó las distancias entre lo programático y el desarrollo de políticas públicas
efectivas. Sin embargo, desde la década pasada asistimos a una nueva convergencia en
las pautas que sostienen a la políticas culturales (Zurita Prat, 2012), que acompaña la
dinámica de transformación de los Estados y de la región en términos ideológicos y
geopolíticos. Desde entonces se produjo una reconfiguración burocrática y se
intensificaron y diversificaron las políticas culturales [2]. Si bien este proceso ha
1
Entendemos como políticas culturales constitutivas a “las actuaciones que promueven la identidad
cultural territorial como fuente de legitimidad del poder político” (Rodríguez Morató, 2012: 27).
2
Asimismo, este nuevo momento se caracterizó por el establecimiento de diversos isomorfismos
institucionales y transferencias programáticas.
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respondido a diferentes modelos nacionales (Zamorano et al, 2014), tuvo en el discurso
de la diversidad cultural una base ideológica compartida para la actualización y
reafirmación del Estado en la materia.
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un elemento de distinción, de cohesión y de conformación social (Bourdieu, 1977: 408),
la política cultural puede ser considerada como un instrumento destinado a promover
una idea particular de comunidad (Zolberg, 2007).
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industria cultural y por los distintos gobiernos. En este marco, el proyecto
multiculturalista se presentó también como un instrumento “antihomogeneizador”, de
defensa de la distinción cultural nacional y de las culturas minoritarias. Así, las políticas
de fomento de la diversidad cultural se han legitimado en base a la construcción
diferenciada y coordinada de mecanismos para atender las diversas demandas sociales y
en oposición a la perspectiva neoliberal, basada en la autorregulación del mercado
cultural (Feigenbaum, 2010). De este modo, en un mundo crecientemente
interconectado y caracterizado por la renovada importancia de la política cultural como
espacio disputa ideológica (Bennett et al, 1986) la convivencia entre unidad y
diversidad se ha tornado central para distintos sistemas gubernamentales.
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conservador. Este poder se organizó como una suerte de federación de gobernaciones
que administró las instituciones, predominantemente a través del sufragio fraudulento.
Los protagonistas de este movimiento, integrantes de la llamada “Generación del 80”,
impulsaron la liberalizaron de la tierra, la creación de nueva infraestructura –los
sistemas de ferrocarril, puertos y de refrigeración–, la atracción para la fuerza de trabajo
europea y la implementación diferentes medidas financieras. Este proceso derivó en la
consolidación de un modelo productivo ganadero y agroexportador en el marco de un
contexto sociopolítico autoritario y elitista y de una administración centralista.
Las grandes olas de inmigración ocurridas desde fines del siglo XIX fueron
interpretadas por las élites de la época desde una lectura que vinculaba progreso y
civilización a la cultura europea (Grimson 2005b) [3]. Este proyecto cultural se sustentó
en la menor presencia de las culturas nativas a lo largo del territorio, unida tanto a su
menor población indígena pre colonial en relación a otros países de América Latina,
como a la llamada Conquista del Desierto (1878-1885), una campaña militar destinada a
tomar el control estatal de la Patagonia y donde miles de habitantes tehuelches y
araucanos fueron asesinados.
3
Según el Censo Nacional de 1914, el 43% de la población argentina era extranjera, principalmente
italianos y españoles.
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Durante los inicios del siglo XX este planteamiento sobre la identidad nacional entraría
en crisis. Diversos grupos sociales, implicados en el socialismo, el anarquismo y en la
reorganización de los sindicatos y los partidos políticos, conformaron una nueva
posición subalterna a las fuerzas conservadoras (Halperin Donghi, 1999). Con el
centenario nacional el modelo liberal imperante se puso en duda. Entonces hicieron
eclosión nuevas definiciones de la cultura nacional que perseguían bucear en el interior
del país en la búsqueda de sus rasgos culturales distintivos. Las mismas estarían
representadas por dos de los principales intelectuales del período: Ricardo Rojas, que
lideró un movimiento crítico con el cosmopolitismo, resumido en su libro la
Restauración Nacionalista (1909), y José Ingenieros, que articuló una visión histórica y
sociológica del nacionalismo cultural argentino como movimiento antiimperialista
(Ingenieros, 1915). En esta línea, las organizaciones políticas y sindicales promovieron
ideas que tuvieron un cierto impacto sociocultural, debido a su capacidad de desafiar los
valores dominantes (Degiovanni, 2007).
Tras la crisis institucional y económica de los años treinta, que debilitó el modelo
agroexportador argentino, el régimen político impuesto por la restauración conservadora
entró en crisis; un proceso sociopolítico que desembocó en la aparición del peronismo.
La redefinición del modo de organización del Estado y del sujeto de acción política en
esta etapa, tendría un gran calado en la historia nacional. Por una parte, las políticas
desarrolladas durante los dos gobiernos de Juan Perón (1945-1955) perseguirían
avanzar en la industrialización del país mediante la sustitución de importaciones,
buscando también modificar su posición geopolítica. Por otro lado, la federalización del
sistema gubernamental y el avance de la actuación del Estado en diversas materias de
orden social, funcionaron como mecanismos redistributivos de un alcance inaudito.
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sucesivas dictaduras. El proyecto desarrollista establecido desde los años sesenta no
logró articular una visión de lo cultural-nacional del alcance del discurso peronista. La
marcada influencia del peronismo en la cultura argentina, promovió la constante tensión
entre los nuevos tradicionalismos de derechas –dominados por una lectura de lo
argentino que lo equiparaba a los cánones de la civilización cristiana occidental–, y lo
nacional-popular. Si bien con el retorno democrático, el Estado, influenciado por la
agenda multiculturalista supranacional, articuló una primera lectura antropológica de la
identidad nacional, ni siquiera en este nuevo contexto, la pluralidad cultural, étnica y
lingüística que compone el país sería el eje de la categorización oficial sobre lo
argentino [4]. Contradictoriamente, con el despliegue de las políticas neoliberales, la
cuestión de la diversidad cultural y la preexistencia de los Pueblos Originarios fueron
introducidas en la Constitución Nacional de 1994, en un contexto de escasa capacidad
de intervención estatal en esta materia (Acuña, 2009).
4
En el Registro Nacional de Comunidades Indígenas contabiliza actualmente 31 pueblos indígenas y 920
Comunidades Indígenas en Argentina. También la encuesta de INDEC 2004-2005 destaca que 600.329
personas se identifican como integrantes o descendientes de primera generación de un Pueblo Originario
y señala que coexisten entre 15 y 17 lenguas indígenas en el país (INDEC, 2007).
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La Subsecretaría de Cultura desarrolló programas que hicieron especial énfasis en la
promoción de las manifestaciones populares y de las prácticas artísticas amateur. Cabe
mencionar el Tren Cultural –un conjunto de elencos y artistas que itineraron por el país
llevando sus muestras, exhibiciones y obras–, el programa de audiciones radiales, el
desarrollo de bibliotecas populares, la creación de una Orquesta de Música Popular o
distintos premios nacionales a las artes (Fiorucci, 2007: 8). Este apoyo a las expresiones
populares y a las manifestaciones de estética realista, fue complementario de diferentes
intervenciones en el ámbito de la alta cultura y del abstraccionismo (Giunta, 2001). Por
ejemplo, en 1946 se creó la Junta Nacional de Intelectuales (JNI) de la Subsecretaria de
Cultura, un órgano que tuvo como objetivo la promoción artística e intelectual mediante
diferentes sistemas de becas y subvenciones. Durante su existencia (1948-1953) se
encargó de las relaciones del país con la UNESCO, de la regulación de la propiedad
intelectual y de la creación de la Orquesta Sinfónica del Estado. Si bien sectores del
peronismo vieron en la promoción de la cultura una forma de “civilizar a las masas”
(Fiorucci, 2007: 19), la política cultural del período manifestó una definición de la
cultura legítima de cierta apertura y, de modo acorde, priorizó a un determinado grupo
de artistas e intelectuales sin anular las expresiones subalternas.
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Libertadora (1955-1958) y, seguidamente, los regímenes de la denominada Revolución
Argentina (1966-1973). Estos períodos estuvieron caracterizados por la reducción de la
intervención pública en el ámbito de la cultura, dirigida ahora a la promoción de una
definición conservadora –aunque por momentos de tono liberal– y patrimonialista de la
identidad nacional, por la censura y la persecución política de aquellos actores y
expresiones que cuestionaran este canon. En este marco, cabe destacar la creación de la
Comedia Argentina en 1956 y la instauración del Fondo Nacional de las Artes (1958),
un sistema financiero público para apoyar a los creadores nacionales. Por otra parte, las
dictaduras se ocuparon de regular y controlar los crecientemente masivos medios
audiovisuales. En 1957 fue establecido el Instituto Nacional de Cinematografía (INC).
En 1967, durante el régimen de Onganía, se aprobó la Ley Nº 17741, de Promoción y
Regulación de la Actividad Cinematográfica y, en esta línea, cinco años después se creó
el Comité Federal de Radiodifusión (COMFER), una organización dependiente del
ejecutivo encargada de vigilar la actividad de las radios y TV.
5
Entonces se reestableció la Secretaría de Cultura de la Nación.
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descentralización un mecanismo de disputa del legado autoritario (Wortman, 1996), y
por la adopción del discurso de la diversidad cultural (Gregorich, 2006: 26). Estas
cuestiones se plasmaron en el Plan Nacional de Cultura (1984-1989) y también en el
Programa Nacional de Democratización de la Cultura (PRONDEC), que abarcaba una
década. El mismo asumía lo cultural como un derecho individual y al Estado como
garante de la legalidad y de la promoción de la participación (Secretaría de Cultura
1986: 4). Sin embargo, en un escenario de inestabilidad política y económica, las
políticas culturales de la década, concentradas en la ciudad de Buenos Aires, contaron
con un presupuesto limitado y no lograron avanzar en estos objetivos.
Durante los años noventa, se estableció una acción cultural orientada a la sociedad de
consumo (Wortman, 2002). La intervención gubernamental fue disminuida a su mínima
expresión, el patrimonio descuidado y muchas instituciones culturales abandonadas. La
creciente participación de los movimientos sociales y de las organizaciones sectoriales
en las ciudades, que adoptaron diversas estrategias de autogestión e
internacionalización, los convirtió en activos promotores de la reforma del Estado
(Rivero y Funes, 2009). No obstante, desde mediados de esta década se instauraron
distintas medidas, como el nuevo Plan Nacional de Cultura (1994), la ampliación del
campo de actuación del INCAA (ex INC), a nuevas expresiones audiovisuales en 1994
y, dos años después, la aprobación de la actual Ley de Cine, que adoptó la línea de la
excepción cultural defendida por Francia en esta época. En 1997, mediante la Ley de
Teatro largamente reclamada por los agentes sectoriales y sociales, el Teatro Cervantes
fue declarado una organización pública autónoma.
En los inicios del Gobierno de Néstor Kirchner, el sociólogo Torcuato di Tella [7] fue
puesto al mando de la nueva Secretaría de Cultura de la Nación (SCN), dependiente de
la Presidencia. Conjuntamente, se tomaron algunas medidas que planteaban un nuevo
esquema programático y legal para la política cultural. En diciembre de 2003 la
Dirección de Patrimonio y Museos (SCN) elaboró el documento Una política para los
Museos en Argentina. El texto estuvo destinado a generar un debate federal sobre los
nuevos lineamientos de una política patrimonial del país. En el informe, el Director del
área señaló que durante las décadas previas en la Argentina “parecía no ser necesario
que los museos cumpliesen con los requisitos profesionales ni sociales, o al menos estas
carencias no fueron tomadas públicamente en cuenta” (Castilla, 2003). Presentó como
un objetivo central de la SCN la ampliación de los públicos de los museos, pensándolos
como espacios para la “construcción de la ciudadanía”. De este modo, el nuevo
proyecto político-cultural se posicionaba como contrapuesto al modelo de la década
anterior, que relegaba en gran medida las dinámicas socioculturales al sector privado.
8
Intelectual de referencia en el país. Al igual que di Tella, tendría una relación conflictiva con el poder
ejecutivo. En mayo de 2004 declaró: “El Gobierno le destina a nuestra área el mismo presupuesto que las
anteriores gestiones, pero hemos decidido apostar a la descentralización y a revalorizar las formas
populares de cultura” (Di Tella, 2004).
9
En marzo de 2004, coincidiendo con el aniversario 28 del golpe de Estado, el Gobierno Nacional
anunció la creación del Espacio Memoria y DDHH, situado en el edificio donde se encontraba la Escuela
de Mecánica de la Armada (ESMA), un espacio que sirvió de centro de torturas y detenciones durante la
última dictadura militar. En 2007 se firmó un acuerdo entre el gobierno nacional y el de la Ciudad
Autónoma de Buenos que estableció el Ente Público Interjurisdiccional Espacio para la Memoria y para la
Promoción y Defensa de los Derechos Humanos, actualmente a cargo del espacio. Este centro ha
mantenido una continua actividad cultural, así como los múltiples de su tipo ubicados a lo largo del país,
en muchos casos de administración subestatal.
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desde universidades a cárceles de todo el territorio argentino. En la misma línea, se
organizaron los Congresos Argentinos de Cultura, el primero de los cuales fue
convocado en 2006 –en los mismos la cuestión del federalismo en la política cultural
ocuparía un espacio central de discusión. Otro paso en esta dirección fue la creación,
este mismo año, del Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA). Esta
institución es la primera de su tipo en el país y ha desarrollado un importante trabajo de
sistematización y producción de las variables culturales.
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Tabla 1. Evolución del PIB cultural
PIB cultural
3
2,5
2 % del sector cultural
1,5 en el PIB
1
0,5
0
2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009
0,3
0,25
0,2
0,15
0,1
0,05
0
2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012
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Las iniciativas de la SCN se verían limitadas en su alcance por la falta de recursos
económicos y de apoyo político-institucional. En este marco, dicha Secretaría buscaría
impulsar, desde 2007, la federalización de la política cultural y acercar las
administración central a las provinciales (Bayardo, 2007). Por un lado, se fraguó una
Ley federal de cultura, que no prosperaría en esta etapa, y, por otro, en 2008 se creó el
Consejo Federal de Cultura, un órgano intergubernamental que cuenta con intervención
de los organismos provinciales de cultura, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la
propia SCN, y que ha realizado algunos avances en la coordinación de las políticas en la
materia.
Asimismo, si bien la SCN mostraría una limitada intervención directa en cuanto a las
políticas dirigidas al desarrollo de la industria cultural, el INCAA continuó desplegando
sus líneas de promoción para el sector [10] , pasando de una inversión de 154,2 millones
de pesos en el año 2008 a 214,6 millones al año siguiente (INCAA, 2009). De esta
manera, pudo atender, mediante subsidios a la reproducción y producción audiovisual y
conjuntamente con las vitales aportaciones internacionales (Solot, 2009), la creciente
relevancia social y productiva de este ámbito creativo.
10
Según la Ley del Cine, este organismo cuenta con ingresos provenientes del 10 % de cada entrada de
cine vendida, de cada vídeo alquilado y de un porcentaje de la publicidad de televisión.
11
Se realizaron en diversos puntos del país y tuvieron un enfoque ligado al análisis de la planificación y
organización sociopolíticas. Contaron con el soporte del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
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cultura a los derechos sociales, como el Concurso para chicos y jóvenes Hacia el
Bicentenario (2006), desarrollado junto con el Ministerio de Educación [12].
En síntesis, durante este período de gobierno las políticas de desarrollo federal de las
artes y de la producción cultural local serían limitadas. Su diversificación burocrática y
programática –incorporando, entre otros instrumentos, una renovada política cultural en
los medios de comunicación–, estuvo fundamentalmente sostenida por la Presidencia y
el programa del Bicentenario, y encontraría un reflejo menor en la capacidad de
incidencia de la SCN sobre el conjunto del campo cultural territorial.
A diferencia del período anterior, esta nueva situación del mapa económico tendría un
mayor correlato en el avance de las líneas de la política cultural descentralizada, aunque
los nuevos programas no estarían incorporados y sistematizados en un plan nacional de
cultura. De este modo, la SCN relanzó y profundizó sus políticas en materia de cultura
popular, medios de comunicación y descentralización del sistema político-cultural. Este
13
Por otro lado, en 2009 comenzó el programa Fútbol para todos, que puso a disposición pública la
emisión de partidos de fútbol, en manos privadas, mediante la TV estatal, y que ha sido presentado como
un éxito en la “batalla cultural”.
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replanteamiento perseguiría la extensión, a más puntos del país, de la administración
cultural local o barrial, desarrollada principalmente en la Provincia de Buenos Aires
durante los años 2000 (País Andrade, 2008a, 2008b).
En otro ámbito, sobre la base de la nueva Ley de la comunicación [15], en 2011 la SCN y
el Ministerio de Planificación Federal lanzaron el Plan Nacional de Igualdad Cultural
[16], que persigue establecer “el acceso a la información y a la cultura como derechos
fundamentales para el desarrollo pleno de los ciudadanos” (Presidencia de la Nación,
2012). El Plan incorpora distintas medidas destinadas a democratizar las plataformas
tecnológicas y, de esta manera, a proteger el patrimonio, promover el desarrollo
económico y laboral y la producción y circulación de bienes culturales (Consejo Federal
de Educación, 2010). Sus ejes son: 1- Red Federal de Cultura Digital, basada en la
presentación de diversas manifestaciones artísticas en teatros y centros culturales que
son transmitidas de manera abierta por TV e Internet, 2- Infraestructura Cultural,
consistente en diversas mejoras en la infraestructura tecnológica federal, 3- Promoción
y Estímulo a la Innovación en las Artes y las Industrias Culturales, mediante subsidios
a diversas disciplinas del sector creativo, y, finalmente 4- Centro Cultural Bicentenario,
como espacio articulador de la red.
14
Véase: http://www.cultura.gob.ar/acciones/puntos-de-cultura/
15
La corporación de medios Clarín se interpuso impidiendo la aplicación completa de la norma. Pero en
2012 el Tribunal Supremo decidió que la Ley debía estar completamente en aplicación durante este año.
Este proceso de disputa legal propició un debate público sobre dicha iniciativa estatal, que fue defendida
desde el oficialismo como un mecanismo de diversificación de las manifestaciones sociales y culturales.
16
En 2013 el plan recibió el reconocimiento de la Dirección de UNESCO, a cargo de Irina Bokova.
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Paulatinamente, bajo el paraguas de los programas y las medidas mencionados, la
rationale de la inclusión social que sirvió de base a la política cultural incorporaría la
cuestión étnica. En esta línea, por ejemplo, sobre la base de la nueva Ley de
Comunicación algunas comunidades nativas accedieron a establecer soportes
comunicativos autónomos. En 2012 se aprobó la frecuencia radial de la Comunidad
Potae Napocua Navogoh, situada en la provincia de Formosa y este mismo año
comenzó a emitir el canal de TV Kintun, gestionado por la comunidad mapuche. Estos
procesos se establecieron posteriormente a la Marcha nacional indígena, realizada en el
año 2010 y que puso en evidencia el histórico abandono de dichas comunidades [17].
6. CONCLUSIONES
No obstante, los distintos gobiernos del período estudiado propiciaron una ampliación
de la definición de cultura a considerar por parte del Estado, que se tradujo en una
extendida gobernanza y un activo trabajo interministerial. Principalmente desde el año
2007, en el marco del Bicentenario nacional, el Gobierno impulsó diversas iniciativas
artísticas y culturales, que tuvieron como plataformas a los grandes eventos o los
medios masivos comunicación. Desde este enfoque se diversificó el campo de actuación
de esta política y se amplió el acceso popular a sus instituciones, especialmente a través
de los soportes audiovisuales.
18
En esta tónica se inscribe el reemplazo de la denominación del día de la raza para, celebrado el 12 de
octubre, por el “Día del Respeto por la Diversidad Cultural”, mediante el Decreto presidencial 1584/2010.
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De este modo, cabe distinguir dos registros de las políticas culturales del período: a) las
iniciativas de promoción de los sectores artísticos y patrimoniales que, desde la relativa
autonomía de la SCN, contaron con una menor atención por parte del Gobierno central,
b) las actividades de orientación cultural/antropológica y discursiva/constitutiva, donde
la SCN, en distintas etapas, secundó un discurso político-cultural desarrollado
principalmente mediante la estrategia de medios y mediante una labor muy promovida
desde la Presidencia. En esta segunda esfera de actuación la “batalla cultural” se articuló
mediante distintos programas como una disputa por la hegemonía.
Esta política orientada a los “modos de vida”, conllevó una particular definición de la
cultura nacional. Saavedra, Jefe de Gabinete de la SCN, delimitaría dicho concepto
como “más antropológico vinculado a los quehaceres y saberes cotidianos del conjunto
de nuestra población.”(Coulomb Herrasti, 2006: 69). En esta línea, la diversidad de la
sociedad fue asumida por la política cultural en su vinculación con una acepción amplia
de los derechos humanos. En consecuencia, el discurso focalizado en la diversidad
lingüística y étnica, promovido por UNESCO y otros agentes internacionales, no se
tradujo en un planteamiento específico y articulador de la acción cultural pública
durante la década estudiada.
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En cambio, la intervención del Estado en la construcción de una nueva hegemonía,
mediante su relación con el espacio mediático y su articulación con los campos
intelectual y artístico, se basó en la “universalización de la diferencia” (Laclau, 1995),
sostenida en el concepto de igualdad social (como valor universal) de todas las
diferentes expresiones y los grupos culturales. Esta política hegemónica buscó conducir
y contemplar una amplia sumatoria de demandas, muy diversas entre sí, en términos
sectoriales, sociales e identitarios. Dicho paradigma, lejos de suponer la homogeneidad
de la realidad cultural nacional, implicó su entendimiento como un ámbito compuesto
de particularismos y antagonismos materiales y simbólicos en constante reconstrucción,
pero que tuvo como núcleo discursivo un sujeto político de tipo nacional y popular, que
operó como valor universal (Laclau, 1995: 153). La política cultural se sitúa así en una
línea específica de cuestionamiento de la tesis liberal multiculturalista, que prescribe un
posicionamiento de las prácticas y expresiones culturales de las minorías sociales como
partes relativamente autónomas y a la vez interrelacionadas de un mismo sistema
sociopolítico (Kymlicka, 1996: 154), pero focalizando en el señalamiento y
empoderamiento de la diferencia. Una de las derivadas de dicho enfoque, fue que la
política cultural kirchnerista situó en un segundo plano la dimensión étnica de la cultura
argentina, un elemento diluido en lo nacional-popular y no abordado desde un
reconocimiento activo que suponga un sistemático tratamiento diferencial.
7. BIBLIOGRAFÍA
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