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Narrativas Psicoanalíticas Sobre El Cuerpo A La Luz de Pensadores Postestructuralistas

El capítulo revisa críticamente narrativas psicoanalíticas sobre el cuerpo, utilizando teorías postestructuralistas para contextualizar el malestar de los sujetos contemporáneos. Se argumenta que es esencial discernir las herramientas conceptuales adecuadas para abordar el sufrimiento en la práctica clínica, evitando la repetición de enfoques obsoletos. La discusión se centra en la dualidad del cuerpo en la teoría freudiana, contrastando un enfoque esencialista con uno pulsional que desafía las normativas sociales actuales.

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Narrativas Psicoanalíticas Sobre El Cuerpo A La Luz de Pensadores Postestructuralistas

El capítulo revisa críticamente narrativas psicoanalíticas sobre el cuerpo, utilizando teorías postestructuralistas para contextualizar el malestar de los sujetos contemporáneos. Se argumenta que es esencial discernir las herramientas conceptuales adecuadas para abordar el sufrimiento en la práctica clínica, evitando la repetición de enfoques obsoletos. La discusión se centra en la dualidad del cuerpo en la teoría freudiana, contrastando un enfoque esencialista con uno pulsional que desafía las normativas sociales actuales.

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EL DESARROLLO TEMPRANO A DEBATE – A.E.

MIRC – (COORDINADORXS)

CAPÍTULO 6
Narrativas psicoanalíticas sobre el cuerpo a la
luz de pensadorxs postestructuralistas
Maite Lucía Etchegoyen

Introducción

Me caminan animales por el cuerpo


los siento son inquietos
pequeños insectos
garrapatas arañas
soñé en la quietud de la noche que ratas
se hospedaban en mis pies
y entumecía
las veía
las sufría
pero no hacía nada
¿Dónde quedó la abrasadora temperatura de tu piel?
¿Cómo salgo de este mundo de muertos?
Gonzalo Zuloaga, Predicciones del año kitsch

El presente capítulo tiene como objetivo la revisión crítica de ciertas narrativas


psicoanalíticas vinculadas al concepto de cuerpo, a través de la lectura de las propuestas
teóricas de autorxs postestructuralistas1. Este ejercicio de relectura de las teorías con las que
nos hemos formado a lo largo de nuestro recorrido académico en la Facultad de Psicología de
la UNLP se vuelve necesario para poder instrumentalizar el psicoanálisis2. Esto implica utilizar
los conceptos psicoanalíticos como herramientas que permitan leer y actuar sobre el
padecimiento de los sujetos que acuden a nosotros como profesionales del campo de la salud
mental, y concretamente, de la psicología.
Para poder instrumentalizar nuestra formación académica, es necesario entonces poder
discernir cuáles son las propuestas teóricas que podemos utilizar para la lectura del devenir y el
malestar de los sujetos actuales, y cuáles son las marcas de época que tiñen dichas
herramientas conceptuales. Estas últimas obstaculizan el ejercicio de nuestra profesión cuando

1
El capítulo fue presentado originalmente como Trabajo Integrador Final para la obtención del título de Licenciatura en Psicología
(UNLP) bajo la dirección del Dr. Ariel Martínez.
2
Por instrumentalizar hago referencia a la posibilidad de tornar al psicoanálisis una herramienta crítica al servicio de nuevos
existenciarios. Para ello se impone la tarea de depurar los sesgos de época y poner en primer plano la potencia que anida en dicha
teoría.
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influyen en nuestra escucha clínica sin ser revisadas desde una lectura socio-histórica actual y
ponen en riesgo nuestro posicionamiento ético frente a los sujetos que nos convocan en busca
de un alivio de su padecimiento. Además del ejercicio de nuestra profesión, en palabras de
Silvia Bleichmar, la revisión crítica de las propuestas psicoanalíticas que circulan en los
espacios académicos se torna necesaria porque:

El psicoanálisis corre el riesgo de sucumbir -al igual que ocurrió con el


socialismo real-, no en razón de la fuerza de sus oponentes, ni de la
racionalidad de los argumentos con los cuales intentan su relevamiento, sino
implosionado por sus propias contradicciones internas, ante la imposibilidad
de abandonar los elementos obsoletos y realizar un ejercicio de
recomposición de la dosis de verdad interna que posee. (Bleichmar, 2005, p.
107)

Aplicar la teoría psicoanalítica sin realizar esta relectura a la luz de la producción teórica
contemporánea implicaría la repetición necia de voces muertas, la imposición de conjeturas
extraídas de una clínica estéril y descontextualizada que provocaría en los existenciarios
actuales un plus en su padecimiento.
En función de este posicionamiento político, acudimos a la lectura de autorxs post-
estructuralistas para poder leer a través de un lente contemporáneo los devenires de los
sujetos que habitan nuestros espacios clínicos.
En la actualidad, habitamos en un contexto de producción que Félix Guattari y Suely Rolnik
denominan ‘Capitalismo Mundial Integrado (CMI)’.

El capitalismo es mundial e integrado porque potencialmente ha colonizado el


conjunto del planeta, porque actualmente vive en simbiosis con países que
históricamente parecían haber escapado de él (los países del bloque
soviético, China) y porque tiende a hacer que ninguna actividad humana,
ningún sector de producción quede fuera de su control. (Guattari y Rolnik,
2005, p. 8)

Del CMI se desprende un modo de producción de subjetividad signado por lo que Rolnik
(2017) denomina inconsciente colonial-capitalístico. Se trata de una política del inconsciente
que es colonial porque se instaura con la cultura moderna occidental, lo que la vuelve
inseparable de los procesos de colonización, y es capitalista porque no hay separación posible
entre el nacimiento del capitalismo y la empresa de colonización que Rolnik denomina
extracción de la fuerza vital. La misma paraliza y homogeniza los procesos de creación y
diferenciación que son esencia de la vida. Paul B. Preciado, retomando la propuesta de Rolnik,
describe el malestar que se produce en los sujetos como consecuencia de la extracción de la
fuerza vital de la siguiente manera:

El sujeto colonial moderno es un zombi que utiliza la mayor parte de su


energía pulsional para producir su identidad normativa: angustia, violencia,

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disociación, opacidad, repetición… no son sino los costos que la subjetividad


colonial-capitalística paga para poder mantener su hegemonía. (Rolnik, 2019,
p. 11)

Teniendo en cuenta esta lectura del malestar que encarnan los sujetos actuales, el presente
capítulo se propone concretamente realizar una revisión crítica del concepto de cuerpo,
partiendo de dos discursos divergentes: el de ciertas narrativas psicoanalíticas, vinculadas
principalmente a la producción teórica de Sigmund Freud y Piera Aulagnier; y el discurso
vinculado a las propuestas teóricas de autorxs post-estructuralistas, como Judith Butler y Suely
Rolnik, entre otrxs. Además, se prioriza la búsqueda de producción académica de autorxs de
nuestras latitudes, pensadores jóvenxs que retoman la bibliografía y la ponen en movimiento,
desde una mirada actual y local.
En el presente trabajo, el cuerpo se utiliza como eje teórico que permite desgranar lo que
tanto Rolnik como Preciado describen a través de la metáfora del zombi. Esta descripción
sobre la que lxs autorxs profundizan permite pensar el malestar propio de nuestra época desde
herramientas conceptuales psicoanalíticas.
Si nos detenemos a observar el devenir de los sujetos contemporáneos, vemos que las
problemáticas vinculadas al cuerpo tiñen cada recoveco de la experiencia humana: la síntesis
entre un organismo y una voz que enuncia ‘yo soy’; la manera en que nos vinculamos con
otros; nuestro posicionamiento identitario en un mundo que nos inscribe (o no) en un grupo de
pertenencia; el anclaje en un contexto socio histórico determinado y por tanto, el vínculo de
cada sujeto con la dimensión témporo-espacial; la producción deseante que motoriza y da
sentido a un ciclo vital; los intercambios a través de la tecnología y los nuevos modos de
comunicación que la misma propicia más allá de las formas tradicionales del encuentro. En
todos estos aspectos de la experiencia humana, del devenir subjetivo, el cuerpo se presenta
como un lienzo de carne que nos vincula y nos sujeta, materialización de nuestras afecciones:
el cuerpo, allí donde anida la pulsión, el deseo, encarnación de la potencia que anima e
impulsa nuestra existencia como seres vivientes.
Teniendo en cuenta esta reflexión, inauguramos la elaboración de este aporte con la
siguiente pregunta:
¿Qué aportes podemos extraer de las narrativas psicoanalíticas y de las propuestas
postestructuralistas para gestar una política de los cuerpos que permita a los sujetos la
apropiación de la fuerza vital que les fue extraída?

Sigmund Freud

Como mencionamos en la introducción, en el primer apartado del trabajo realizaremos una


revisión de algunas conceptualizaciones psicoanalíticas del cuerpo. Es por esto que nos
pareció pertinente comenzar por una revisión de la teoría freudiana, que inaugura la tradición
psicoanalítica.

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Si bien Freud no utiliza el término cuerpo como concepto teórico, sí hace referencia al
mismo en su teorización del aparato psíquico. Para el autor, aquello que denominamos ‘cuerpo’
es entendido principalmente a través de dos conceptos: pulsión y narcisismo. Creemos que
estas dos nociones pueden ubicarse en los extremos de un continuum que represente una
aproximación al concepto de cuerpo desde la teoría freudiana. Si pensamos en un esquema de
este tipo, podríamos usar como variable el nivel de organización. De esta manera, la pulsión se
ubicaría en el polo de la desorganización y el narcisismo, en el polo de la organización.
Desorganización y organización ¿en torno a qué? Partiendo de la teoría psicoanalítica,
entendemos que la pulsión se organiza progresivamente en el desarrollo libidinal en torno de
una forma, que Freud denomina instancia yoica. Es decir que pulsión y narcisismo también
representan distintos momentos evolutivos del desarrollo libidinal. Siguiendo la propuesta
freudiana, podemos pensar que el estado originario de la pulsión que precede la organización
de la instancia yoica y el establecimiento de la represión primaria es característico de la
sexualidad infantil, y que una vez que el desarrollo libidinal se concreta en una organización
‘definitiva’, estamos en presencia de la sexualidad adulta ‘normal’.
Sin embargo, la progresiva organización de la dimensión pulsional en aquello que
denominamos narcisismo no descarta la posibilidad de que en un psiquismo adulto se hagan
presentes exteriorizaciones que den cuenta de la persistencia de elementos que no responden
a una organización ‘definitiva’ de la sexualidad adulta. La instancia yoica adopta una forma, que
ilusoriamente se presenta siempre como una versión final o definitiva, que representa al sujeto
y a su cuerpo. Sin embargo, partiendo del estudio del inconsciente y sus exteriorizaciones,
entendemos que la dimensión libidinal no se reduce nunca a una organización estática, y que
aquellos retazos pulsantes que quedan por fuera, que son rechazados por esa identidad
‘definitiva y completa’, emergen constantemente en las vivencias de los sujetos, y dejan en
evidencia el carácter contingente e ilusorio de la estructura narcisista. Teniendo esto en cuenta,
pensamos que las diversas maneras de concebir a lxs cuerpos en la teoría freudiana no son
excluyentes o contradictorias, sino que implican la coexistencia en el plano libidinal de una
‘forma definitiva e ilusoria’ representada por la estructura narcisista, y de los retazos pulsantes
que no logran incorporarse a la trama ‘coherente’ del cuerpo instituido para cada sujeto.
Siguiendo la propuesta de Tomás Gomariz en el texto ‘Los cuerpos de Freud: hacia una
conceptualización de la potencia queer de la pulsión’ (2022), entendemos que en la obra
freudiana encontramos dos concepciones del cuerpo de las que se desprenden consecuencias
teórico-políticas diversas:

Por un lado, un cuerpo entendido en términos esencialistas, como un puro


existente anatómico incuestionablemente dimórfico. Por el otro, un cuerpo
pulsional que rebasa toda posibilidad de ser capturado en una morfología y
que nos recuerda la potencia que anida en una dimensión refractaria a la
norma y no del todo modelada por las exigencias del discurso. (Gomariz,
2022, p.122)

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La primera concepción del cuerpo, entendido en términos esencialistas, pertenece a la


versión más difundida de la teoría psicoanalítica, mientras que la segunda concepción, que
llamaremos ‘cuerpo pulsional’, implica un cuerpo que rebasa toda posibilidad de ser capturado
en una morfología y se desprende de los escritos metapsicológicos sobre la pulsión. Es este
cuerpo pulsional el que nos permitirá aproximarnos a una teorización del cuerpo despojada de
las marcas de época que definen las morfologías instituidas por la norma vigente en un
contexto socio-histórico determinado. Partiendo de esta tesis, revisaremos los conceptos de
pulsión y narcisismo en la obra freudiana, para arribar a un entendimiento sobre la manera de
pensar lxs corporalidades en este marco teórico.

Pulsión

La opinión popular tiene representaciones bien precisas


acerca de la naturaleza y las propiedades de esta pulsión
sexual. Faltaría en la infancia, advendría en la época de la
pubertad y en conexión con el proceso de maduración que
sobreviene en ella, se exteriorizaría en las manifestaciones
de atracción irrefrenable que un sexo ejerce sobre el otro, y
su meta sería la unión sexual o, al menos, las acciones que
apuntan en esa dirección. Pero tenemos pleno fundamento
para discernir en esas indicaciones un reflejo o copia muy
infiel de la realidad; y si las miramos más de cerca, las
vemos plagadas de errores, imprecisiones y conclusiones
apresuradas.
Sigmund Freud, Tres ensayos de teoría sexual

El concepto de pulsión fue introducido por Freud en 1905, con la publicación del texto ‘Tres
ensayos de teoría sexual’. En escritos anteriores, el autor había utilizado la palabra trieb o
pulsión para distinguir dos tipos de excitación a los que se encuentra sometido el organismo y
que deben descargarse según el principio de constancia: junto a las excitaciones externas, de
las que el sujeto puede huir o protegerse, existen fuentes internas, que aportan un aflujo de
excitación constante, del cual el organismo no puede escapar y que constituiría el resorte del
funcionamiento del aparato psíquico (Laplanche y Pontalis, 2013).
En el primer ensayo, Freud ofrece una definición del concepto de pulsión:

Por ‘pulsión’ podemos entender al comienzo nada más que la agencia


representante psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo
fluir; ello a diferencia del ‘estímulo’, que es producido por excitaciones
singulares provenientes de fuera. Así, ‘pulsión’ es uno de los conceptos del
deslinde de lo anímico respecto de lo corporal. (Freud, 1915, p.153)

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Es interesante destacar que aquí ‘lo corporal’ hace referencia exclusivamente a la


dimensión biológica, sin embargo, la palabra ‘deslinde’ ubica a la pulsión en el intersticio de la
dimensión biológica y de la dimensión psíquica. Este carácter fronterizo de la pulsión permite
pensar el concepto de cuerpo de manera compleja y sin circunscribirlo exclusivamente a una
dimensión o a la otra.
En este escrito, Freud plantea un recorrido evolutivo que va desde la sexualidad infantil
hasta la sexualidad adulta ‘normal’, pasando por las metamorfosis de la pubertad. Esta elección
responde al contexto social en el que se publicó este texto, en el que se creía que la sexualidad
o dimensión deseante no estaba presente durante el momento evolutivo de la infancia, e
iniciaba con la pubertad, signada, desde una perspectiva biologicista, por la maduración de los
órganos reproductores.
En el segundo ensayo, Freud caracteriza la sexualidad infantil, a través de 3 caracteres
esenciales que localiza en las exteriorizaciones sexuales infantiles.
En primer lugar, ubica al autoerotismo como el carácter más llamativo de la práctica sexual
infantil, y éste implica que la pulsión se satisface en el cuerpo propio. En segundo lugar, Freud
afirma que el quehacer sexual se apuntala en las funciones que sirven a la conservación de la
vida, como por ejemplo el chupeteo, acto que reproduce la acción de mamar del pecho
materno. Por último, ubica la presencia de zonas erógenas como algo característico de la
sexualidad infantil. Si bien Freud atribuye un carácter erógeno al cuerpo en su integridad,
también delimita ciertas zonas proclives a la excitabilidad por su carácter fisiológico y la
estimulación que los otros ejercen sobre el cuerpo del niño en la asistencia de las necesidades
básicas como la alimentación.
Freud denomina este estado inicial del desarrollo libidinal como una anarquía pulsional, en
el que las pulsiones parciales buscan satisfacción cada una por su cuenta, en cada zona
erógena delimitada en la topología del cuerpo. Hasta aquí podemos trazar una
conceptualización de la pulsión fiel a la primera edición de ‘Tres ensayos de teoría sexual’ que
Tomas Gomariz caracteriza de la siguiente manera:

La formulación freudiana inicial subvierte tres aspectos centrales de la


concepción tradicional naturalista de la sexualidad: el objeto, porque no está
fijado de antemano, siendo la dimensión más contingente de la pulsión (esto
es, variable, sustituible) y pudiendo incluso encontrarse ausente (como lo
demuestran las exteriorizaciones autoeróticas infantiles); el fin, en tanto la
pulsión perturba el destino reproductivo del instinto y se encuentra
enteramente al servicio de la consecución de placer; y la zona, en la medida
en que se ve cuestionada la primacía otorgada a los órganos genitales al
evidenciarse la participación de toda porción de piel o de mucosa en la
búsqueda de satisfacción. (Gomariz, 2022, p. 122)

Gomariz afirma que estas ‘transgresiones’ empujan a Freud a caracterizar la sexualidad


infantil como ‘perversa polimorfa’. Sin embargo, Gomariz advierte que en las posteriores
ediciones de este escrito se evidencia una relativización de esta concepción inaugural, lo que
lleva a Freud a postular la existencia de lo que denomina organizaciones pregenitales, que
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ponen en cuestión el carácter anárquico y polimorfo de la sexualidad infantil. La primera que


sitúa es la organización pregenital oral o canibálica. Aquí, la actividad sexual no se encuentra
aún separada de la nutrición, y la meta sexual consiste en la incorporación del objeto. Luego
sitúa la fase sádico-anal, en la que se origina la división en opuestos, que atraviesa la vida
sexual, en este caso en forma de actividad o pasividad. Por último, el autor postulará una fase
fálica, en la que el genital masculino cobra un protagonismo que se sostendrá a lo largo de la
obra freudiana, suscitando numerosas controversias. Esta fase se corresponde a nivel evolutivo
con el momento de despliegue del Complejo de Edipo, teorización posterior que propone una
bifurcación temprana del desarrollo libidinal de hombres y mujeres, inicialmente ubicada por
Freud en el momento de la maduración sexual, con la subordinación de la dimensión pulsional
a la función de reproducción. En ambos casos, niño o niña, es el órgano fálico el que
desempeña el papel rector y el descubrimiento de su ausencia instaura la amenaza de
castración en el niño y suscita la envidia del pene en la niña. Esta propuesta teórica se
transforma en el eje de las críticas al psicoanálisis para varios autores que más adelante
retomaremos.
En este apartado, además, Freud establece que la elección del objeto sexual se realiza en
dos tiempos u ‘oleadas’. La primera ocurriría entre los 2 y los 5 años, en el marco de la
sexualidad infantil y la detendría el período de latencia, instaurado a partir del sepultamiento del
Complejo de Edipo. Esta primera oleada se caracteriza por la naturaleza infantil de las metas
sexuales y el carácter incestuoso del objeto sexual. Por otro lado, la segunda oleada
sobrevendría en la pubertad y sería determinante para la conformación definitiva de la vida
sexual. Entre ambas fases Freud ubica el desarrollo de la represión, que permitiría que se
considere la elección infantil como inaplicable. La operación de la represión sobre el objeto
infantil produciría el atemperamiento de la corriente sensual y sólo quedaría fuera de su imperio
la corriente tierna de la vida sexual. La elección de objeto que se produce en la pubertad
implica la renuncia a los objetos sexuales infantiles y la posibilidad de retomar la corriente
sensual, esta vez, dirigida a un objeto sexual exogámico. Freud sitúa como ideal de la vida
sexual ‘normal’ la unificación de los anhelos pertenecientes a la corriente tierna y a la sensual
en un mismo objeto exogámico.
Freud postula dos procesos que determinarían el tránsito de la sexualidad infantil a la
adulta: la unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales
al servicio de la reproducción. La introducción de la función biológica de la reproducción como
meta final de la organización sexual humana además asigna a los dos sexos, femenino y
masculino, funciones diversas, lo que implica una separación en el desarrollo sexual de
hombres y mujeres a partir de la maduración sexual, que reafirma la bifurcación establecida a
partir del Complejo de Edipo. La sexualidad adulta entendida de esta manera descarta la
consecución de placer como meta exclusiva de la pulsión sexual, e introduce un objetivo
novedoso que le otorgaría a la pulsión su carácter ‘altruista’: la reproducción biológica. El placer
originado en la estimulación de las zonas erógenas establecidas en la infancia quedará
degradado a un papel secundario, en lo que Freud denomina ‘placer previo’, cuyo objetivo final
será marcar el camino hacia el ‘placer final’, originado en la actividad sexual genital, y

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concretamente, la descarga de lo que el autor denomina ‘productos genésicos’, habilitada por


el desarrollo de la pubertad. En función de esto, Gomariz afirma:

De este modo, Freud concluye su tercer ensayo reintroduciendo el instinto


que se había encargado de subvertir en un primer momento: la meta sexual
inaugurada durante la pubertad asigna para cada sexo reconocido una
determinada función, de modo tal de asegurar la unión pene-vagina necesaria
para la procreación. (Gomariz, 2022, p. 124)

Esto implica que si bien al comienzo Freud sostiene una concepción de la pulsión que
separa la sexualidad humana de la sexualidad animal, plenamente instintiva, luego, al situar a
la reproducción como objetivo último de la sexualidad adulta, clausura esa diversidad que
plantea en un principio. Esto lo hace a partir del establecimiento de parámetros de ‘normalidad’:
habría otros caminos posibles en el desarrollo de la sexualidad humana, pero éstos son
considerados por el autor como manifestaciones patológicas o indeseables. Freud sitúa un
‘infantilismo de la sexualidad’ en los neuróticos, que refiere a una sexualidad en la que la
dimensión pulsional no se pone al servicio de la reproducción, sino que habría una pregnancia
del ‘placer previo’, situado en las zonas erógenas establecidas en la infancia, y que se
encuentra emancipado del primado genital.
Diez años más tarde, en 1915, Freud publica el texto ‘Pulsiones y destinos de pulsión’, en el
que manifiesta su interés por desarrollar el concepto de pulsión. Allí, el autor ofrece una
caracterización general de las pulsiones que retoma los supuestos de ‘Tres ensayos de teoría
sexual’:

Son numerosas, brotan de múltiples fuentes orgánicas, al comienzo actúan


con independencia unas de otras y sólo después se reúnen en una síntesis
más o menos acabada. La meta a la que aspira cada una de ellas es el logro
del placer de órgano; sólo tras haber alcanzado una síntesis cumplida entran
al servicio de la función de reproducción, en cuyo carácter se las conoce
comúnmente como pulsiones sexuales. (Freud, [1915] 1956, p.121)

En este escrito, Freud retoma la relación entre la pulsión y el estímulo. El autor entiende al
estímulo como algo que recepciona el ‘tejido vivo’, que proviene del exterior y que se descarga
hacia afuera mediante una acción acorde al fin. Habría también estímulos psíquicos, cuya
característica sería el provenir desde el interior del organismo, pero la pulsión o ‘estímulo
pulsional’ se distinguiría de ambos. Para entender esta diferencia, Freud evoca la imagen de un
ser vivo aún inerme que tiene la capacidad de captar estímulos de diversos tipos:

Por una parte, registra estímulos de los que puede sustraerse mediante una
acción muscular (huida) y a estos los imputa a un mundo exterior; pero, por
otra parte, registra otros estímulos frente a los cuales una acción así resulta
inútil, pues conservan su carácter de esfuerzo constante; estos estímulos son

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la marca de un mundo interior, el testimonio de unas necesidades


pulsionales. (Freud, [1915] 1956, p.114)

Aquí se introduce el principio de constancia, según el cual, el psiquismo posee la función de


‘librarse’ de los estímulos que le llegan a través de su dominio sobre ellos. Respecto de los
estímulos exteriores, lo logra a través de movimientos musculares que llevan a acciones
acordes a un fin, pero los estímulos pulsionales no pueden tramitarse mediante este
mecanismo, por lo que plantean exigencias más elevadas al psiquismo: lo mueven a
actividades complejas, que modifican el mundo exterior para satisfacer las fuentes internas del
estímulo. Esto lo lleva a inferir que ‘las pulsiones, y no los estímulos exteriores, son los
genuinos motores de los progresos que han llevado al sistema nervioso (cuya productividad es
infinita) a su actual nivel de desarrollo’ (p.116).
En este escrito, el autor aborda cuatro elementos de la pulsión. El primero de ellos es el
esfuerzo o empuje, que consiste en el factor motor de la pulsión, la suma de su fuerza o la
medida de exigencia de trabajo que ella representa. El carácter esforzante es una propiedad
universal de las pulsiones. El segundo elemento es la meta o fin, que en todos los casos
consiste en la satisfacción. Ésta sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación
en la fuente de la pulsión. Freud afirma que los caminos que llevan a la satisfacción pueden ser
diversos e incluyen la posibilidad de una satisfacción parcial. El tercer elemento es el objeto,
que consiste en aquello en o por lo cual la pulsión puede alcanzar su meta. Es lo más variable
en la pulsión y no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina sólo a
consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción. Puede ser una parte del cuerpo o un
objeto ajeno. El cuarto y último elemento es la fuente de la pulsión, que consiste en un proceso
somático, interior a un órgano o una parte del cuerpo, cuyo estímulo es representado en la vida
anímica por la pulsión.
Por último, Freud realiza un aporte novedoso a la teoría de las pulsiones, afirma que:

Todas las etapas de desarrollo de la pulsión subsisten unas junto a


las otras [...] Podemos descomponer toda vida pulsional en oleadas
singulares, separadas en el tiempo, y homogéneas dentro de la
unidad de tiempo, las cuales se comportan entre sí como erupciones
sucesivas de lava. (Freud, [1915] 1956, p.126)

Esto significa que la síntesis pulsional a la que el autor hace referencia tanto en este texto
como en el precedente daría cuenta de una de estas ‘oleadas’ de la vida pulsional, que
representaría un momento evolutivo de la misma, no su totalidad o su forma final. La posibilidad
de que otras ‘oleadas’ precedentes subsistan junto a esta versión ‘adulta’ de la dimensión
pulsional implica un hallazgo importante para poder pensar más allá del modelo de la
sexualidad adulta normal propuesto por Freud.
Hasta aquí, siguiendo la teorización freudiana de la pulsión, podemos ubicar en el origen un
cuerpo compuesto por pulsiones autárquicas, que por su lógica autónoma de funcionamiento
habitan diversas zonas erógenas, sin formar parte de una unidad que las englobe. Es en un

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segundo momento donde estas pulsiones se organizarán en una unidad coherente. Este
segundo momento, sin embargo, no está dado por la síntesis que se produce en la sexualidad
adulta, sino en el establecimiento de la instancia yoica, momento evolutivo que precede a la
pubertad. En el siguiente apartado, abordaremos la constitución de la instancia yoica y su
relación con el concepto de narcisismo, para continuar la revisión de la conceptualización del
cuerpo en Freud.

Narcisismo

Los conflictos entre el yo y el ideal espejarán, reflejarán, en


último análisis, la oposición entre lo real y lo psíquico, el mundo
exterior y el mundo interior.
Sigmund Freud, El yo y el ello

Identificarse, entonces, implica imaginar la posibilidad de


aproximarse a dichos esquemas, a través de los cuales la
imposición heterosexista opera mediante regulación y amenaza
de castigo.
Judith Butler, Mecanismos psíquicos del poder

En primer lugar, nos parece oportuno diferenciar dos conceptos que se encuentran
íntimamente relacionados, pero que no son equivalentes en la teoría freudiana: el concepto de
narcisismo y el de yo o instancia yoica.
En 1911, Freud establece al narcisismo, en el marco del Caso Schreber, como una fase de
la evolución sexual que se encontraría entre el autoerotismo y el amor objetal. Durante esta
fase que luego denominará narcisismo primario, el sujeto se toma a sí mismo, a su propio
cuerpo, como objeto de amor, lo que permite una primera unificación de las pulsiones sexuales.
Nos preguntamos entonces, qué mutación ocurre en el psiquismo humano para que pueda
considerarse al cuerpo como una entidad enmarcada en cierta unidad, que el sujeto reconoce
como propia, y que puede tomar como objeto de amor. Durante el autoerotismo característico
de la sexualidad infantil, Freud ya hacía referencia a una satisfacción en el ‘cuerpo propio’, pero
este cuerpo se encontraba fragmentado en diversas zonas erógenas que no conformaban una
unidad de la que el sujeto podría apropiarse. En ‘Introducción del narcisismo’ ([1914] 1976),
Freud se pregunta por la relación que habría entre el narcisismo y el autoerotismo, y afirma:

Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el


individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado.
Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto,
algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para
que el narcisismo se constituya. (Freud, [1914] 1976, p.74)

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Es por esto que consideramos a la instancia yoica como paso previo indispensable para que
se construya ese cuerpo del que el sujeto se apropia.
El yo se establece como instancia diferenciada del ello y del superyó a partir de la segunda
teoría del aparato psíquico, que Freud introduce luego de 1920. Se trata de un concepto
complejo, que puede pensarse en las tres dimensiones o puntos de vista del aparato psíquico.
Laplanche y Pontalis afirman:

Desde el punto de vista tópico, el yo se encuentra en una relación de


dependencia, tanto respecto de las reivindicaciones del ello como a los
imperativos del superyó y a las exigencias de la realidad. Aunque se presenta
como mediador, encargado de los intereses de la totalidad de la persona, su
autonomía es puramente relativa. Desde el punto de vista dinámico, el yo
representa eminentemente, en el conflicto neurótico, el polo defensivo de la
personalidad; pone en marcha una serie de mecanismos de defensa,
motivados por la percepción de un afecto displacentero. Desde el punto de
vista económico, el yo aparece como un factor de ligazón de los procesos
psíquicos. (Pontalis y Laplanche, 2013, p. 457)

Teniendo esto en cuenta, partiremos del texto ‘Introducción del narcisismo’ para situar la
especificidad de este concepto y las posibilidades de integrarlo a una comprensión compleja
del concepto de cuerpo.
En primer lugar, Freud define al narcisismo como ‘aquella conducta por la cual un individuo
da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual’ (p.71).
Aunque en un principio el autor acuñó este término para describir un ejercicio ‘perverso’ de la
sexualidad, luego establece al narcisismo primario como una fase ‘normal’ en el desarrollo de la
sexualidad. Esta distinción entre un narcisismo primario y ‘normal’ y un narcisismo secundario y
‘patológico’ surge en función del estudio de las parafrenias (demencia precoz o esquizofrenia),
en las que el autor ubica dos rasgos de carácter fundamentales: el delirio de grandeza y el
extrañamiento del interés respecto del mundo exterior. Este último rasgo implica en la
parafrenia que los sujetos retiran la libido del mundo exterior, pero a diferencia de lo que ocurre
en la neurosis y la histeria, esa libido no se dirige a los objetos de la fantasía (proceso que
Freud denomina introversión de la libido), sino que esa libido retirada del mundo y objetos
externos se conduce al yo, lo que produciría el origen de una conducta narcisista patológica. El
delirio de grandeza se explicaría entonces por una libidinización del yo, y el narcisismo
secundario y patológico se produciría a partir del replegamiento de las investiduras de objeto, y
se sostendría en las bases de un narcisismo primario, que lo precedería como fase en el
desarrollo normal de la sexualidad.
Freud ([1914] 1976) utiliza una metáfora para explicar la dinámica del narcisismo primario:
‘Nos formamos así la imagen de una originaria investidura libidinal del yo, cedida después a los
objetos; empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a las investiduras de objeto como
el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite’ (p.73). Es decir que siempre queda en el
yo un reservorio de libido, y que parte de ella se retira del yo y se dirige a los objetos cuando se
produce una investidura de objeto.
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En este escrito, el autor realiza una primera aproximación a los conceptos de ideal del yo y
conciencia moral, que luego formarán parte de su conceptualización del superyó. Respecto de
los ideales, Freud ([1914] 1976) afirma que, frente a las mismas vivencias y mociones de
deseo, se observa que algunas personas pueden procesarlas concientemente, mientras que
otras las desaprueban y ahogan antes de que devengan concientes. ‘Podemos decir que uno
ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual, mientras que en el otro falta
esa formación de ideal’ (p.90). Esto implica que la formación de ideal sería la condición de la
represión, acción que parte de la instancia yoica. Además de cumplir esta función, el ideal del
yo engloba todas las características que el yo querría recobrar para volver a ostentar la
grandeza que se le atribuía en el momento evolutivo del narcisismo primario. Freud usa la
expresión ‘His majesty the baby’ para dar cuenta de la grandeza que se le atribuye al yo en el
momento del narcisismo primario, grandeza que luego perderá en función del Complejo de
castración. Durante el narcisismo primario el yo coincidía con el ideal, es por eso que se utiliza
la expresión yo ideal para dar cuenta de este momento, y luego, en función de la castración, el
ideal se proyecta hacia el futuro, encarnado en características diversas que le devolverían al yo
su carácter ‘ideal’ y que el yo se esfuerza por alcanzar. Sobre esto Freud afirma: ‘La formación
del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La
sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a
la represión’ (p.92). Vemos como tanto la represión como la sublimación se ubican como
herramientas que el yo utiliza para comandar la dimensión deseante del sujeto. La represión
sería un recurso extremo que implicaría el desplazamiento de las mociones pulsionales al
inconsciente, lo que las dejaría fuera del control del yo; por otro lado, la sublimación se ubica
como una herramienta más sofisticada que implica modificar el fin de una moción pulsional sin
necesidad de que ésta quede desterrada en el inconsciente. Esta operación además permite
utilizar la energía que proviene de una moción pulsional para invertirla en una actividad
‘socialmente valorada’, cuyo ejemplo paradigmático es la creación artística.
Respecto de la conciencia moral, aparece como una primera conceptualización de lo que
luego será el superyó:

No nos asombraría que nos estuviera deparado hallar una instancia psíquica
particular cuyo cometido fuese velar por el aseguramiento de la satisfacción
narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de
manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal [...] La incitación para
formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió en
efecto de la influencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y
a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y,
como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del
medio. (Freud, [1914] 1976, p.92)

Otro concepto interesante que se presenta en este escrito es el de sentimiento de sí, que el
autor define como una expresión del grandor del yo: ‘Todo lo que uno posee o ha alcanzado,
cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia corroborado por la experiencia, contribuye
a incrementar el sentimiento de sí’ (p.94). El sentimiento de sí dependería de la libido narcisista
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y esto puede observarse en dos hechos fundamentales: en las parafrenias el sentimiento de sí


aumenta, mientras que en las neurosis de transferencia se rebaja. Por otro lado, Freud afirma
que la investidura libidinal de los objetos no eleva el sentimiento de sí, sino que lo rebaja: ‘La
dependencia respecto del objeto amado tiene el efecto de rebajarlo; el que está enamorado
está humillado. El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo
puede restituírselo a trueque de ser-amado’ (p.95). Por último, el autor ubica tres fuentes de las
que se nutre el sentimiento de sí: ‘Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del
narcisismo infantil; otra parte brota de la omnipotencia corroborada por la experiencia (el
cumplimiento del ideal del yo), y una tercera, de la satisfacción de la libido de objeto’ (p.97). Es
interesante ver cómo este concepto permite pensar la dimensión libidinal de manera dinámica,
y la dependencia de la unidad narcisista tanto de los procesos psíquicos que le dieron origen,
el narcisismo primario, como del cumplimiento de los ideales y la satisfacción que proviene del
vínculo con otros sujetos, ambos dependientes de la dimensión social de la experiencia
humana y no exclusivamente de la dinámica intrapsíquica.
En el texto ‘El yo y el ello’ ([1923], 1979), Freud amplía su estudio de la instancia yoica y su
injerencia en la dinámica psíquica. Comienza nombrando al yo como una ‘organización
coherente de los procesos anímicos en una persona’ (p. 18), de quien depende la conciencia.
El yo gobierna los accesos a la motilidad, la descarga de excitaciones en el mundo exterior. En
este escrito, el autor intenta incorporar las dos concepciones tópicas del aparato psíquico que
establece en diversos momentos de su producción teórica. Cuando hablamos de ‘tópica’ nos
referimos a diversas teorías que suponen una diferenciación del aparato psíquico en cierta
cantidad de sistemas, dotados de características y funciones diferentes, que están dispuestos
en un determinado orden. Esto permite considerarlos como ‘lugares psíquicos’ a los que se le
puede dar una representación espacial figurada. El autor afirma:

Un individuo es para nosotros un ello psíquico, no conocido (no discernido) e


inconsciente, sobre el cual, como una superficie, se asienta el yo,
desarrollado desde el sistema P (perceptivo) como si fuera su núcleo. [...] El
yo no envuelve al ello por completo, sino sólo en la extensión en que el
sistema P forma su superficie (la superficie del yo) [...]. El yo no está
separado tajantemente del ello [...]. Lo reprimido sólo es segregado
tajantemente del yo por las resistencias de represión, pero puede comunicar
con el yo a través del ello (Freud, [1923] 1979, p.26).

Siguiendo este esquema, entendemos que el yo es la parte del ello alterada por la influencia
directa del mundo exterior. Su función consiste en hacer valer sobre el ello el influjo del mundo
exterior y sus exigencias, así como sus propósitos propios: ‘se afana por reemplazar el principio
de placer, que rige estructuralmente en el ello, por el principio de realidad [...] El yo es el
representante de la razón y la prudencia, por oposición al ello, que contiene las pasiones’
(p.27).
Puesto que para el yo las percepciones cumplen la misma función que en el ello las
pulsiones, Freud afirma que al ser el cuerpo propio fuente de percepciones tanto internas como
externas, éste estaría vinculado a la génesis del yo. El autor afirma: ‘El yo es sobre todo una
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esencia-cuerpo: no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una


superficie’ (p.28). Es decir que el yo sería la proyección psíquica de la superficie del cuerpo.
Esta afirmación, extraída de una nota al pie que no figura en el manuscrito original, sin dudas
trajo consecuencias en las diversas concepciones del cuerpo que autorxs del psicoanálisis
sostienen en sus respectivas teorías, y podría explicar la preponderancia de la dimensión ‘yoica
o consciente’ del cuerpo (representaciones ideicas e imágenes) por sobre la dimensión
pulsional, que abordamos en el apartado anterior del trabajo.
Respecto del origen del yo, en este escrito, el autor propone una hipótesis de cómo se
formaría: ‘El carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas,
contiene la historia de estas elecciones de objeto’ (p.31). De esta manera, el yo logra
profundizar sus vínculos con el ello, lo domina, a costa de su propia docilidad. Por otro lado, el
superyó se originaría en función de dos factores biológicos:

El desvalimiento y la dependencia del ser humano durante su prolongada


infancia, y el hecho de su Complejo de Edipo, que hemos reconducido a la
interrupción del desarrollo libidinal por el período de latencia, y por tanto, a la
acometida en dos tiempos de la vida sexual. (Freud, [1923] 1979, p.36)

Teniendo en cuenta lo expuesto en ambos escritos, podemos pensar que, en función de la


constitución del narcisismo y de la lectura libidinal que este implica, el cuerpo queda
entrelazado al yo. Al cuerpo pulsional con sus zonas privilegiadas de satisfacción y su
modalidad autoerótica, se le agrega el yo-cuerpo, que se nombra como una unidad y que se
construye a partir de una narrativa compuesta de imágenes y representaciones de todo tipo, en
función del establecimiento de la instancia yoica. El yo-cuerpo cree de manera ilusoria que
tiene cierto dominio sobre el cuerpo-pulsante, a través del mecanismo de la represión por
ejemplo, que se desencadena en función de una continua ‘medida’ del yo actual, y por lo tanto
del cuerpo actual, con el ideal. Habría ciertos deseos que serían sofocados por la represión,
por su carácter disonante respecto del ideal, establecido por instancias externas al psiquismo,
que pertenecen a un medio social particular. Sin embargo, esta ilusión de control se derrumba
cuando comprendemos que el ello utiliza la instancia superyoica, concretamente el ideal del yo,
para comandar las acciones del yo, que debe responder a las exigencias de ambos. Dicho de
otra manera, los deseos inconscientes irrumpen constantemente y no todos son sofocados, lo
que permite pensar a la instancia yoica como una unidad que está ‘tomada’ desde dentro, por
los deseos inconscientes. La experiencia vivida por el sujeto a diario también pone a prueba a
la instancia yoica: cuando las identificaciones de este yo entran en conflicto o encuentran un
límite en la vivencia del sujeto que es ese cuerpo, la brújula del deseo y de la satisfacción
pulsional no siempre logran ser sofocadas, y esto en ocasiones puede producir una vivencia de
perplejidad e incluso de angustia en el yo que creía conformar una unidad inalterable y
coherente. La imagen que construye el yo de sí mismo se ve interrumpida una y otra vez por
aquello que pulsa, y estas interrupciones podemos pensarlas como una oportunidad de
recomposición subjetiva, mutaciones que el yo debe ‘masticar’ e incorporar a la síntesis

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coherente que teje sobre sí mismo, y que siempre corre el riesgo de desvanecerse o
fragmentarse.

Piera Aulagnier

El yo es este compromiso que nos permite reconocernos como


elementos de un conjunto y como ser singular, como efecto de
una historia que nos precedió mucho antes y como autores de
aquella que cuenta nuestra vida, como muertos futuros y como
vivos capaces de no tener demasiado en cuenta lo que ellos
mismos saben acerca de ese fin.
Piera Aulagnier, Los dos principios del funcionamiento
identificatorio

En el apartado anterior, a través de los conceptos de pulsión y narcisismo establecimos dos


estatutos de la corporalidad en función de la teoría freudiana: el ‘cuerpo pulsional’ y el ‘yo-
cuerpo’, y además, situamos el entrelazamiento de ambos en una síntesis coherente en función
del establecimiento de la instancia yoica y la subsecuente demarcación del resto de las
instancias psíquicas. Siguiendo esta concepción psicoanalítica clásica, entendemos que el yo
se define como una unidad en contraposición con el funcionamiento anárquico y fragmentado
de la sexualidad que caracteriza al autoerotismo del ‘cuerpo pulsional’. Por otro lado, cuando
pensamos el cuerpo partiendo de estas concepciones nos encontramos con que estos
estatutos diversos pertenecen a diferentes ‘fases’ o momentos del desarrollo psíquico. Si bien
este marco teórico considera que los estatutos previos permanecen y continúan operando,
pensamos que sólo con los aportes de la psicología freudiana sería complicado poder pensar
un psiquismo en donde ambos estatutos corporales se tengan en cuenta desde una
perspectiva dinámica, que los integre en una sola y compleja noción de cuerpo, y no los
presente de manera dicotómica, como lógicas excluyentes. Nuestro objetivo apunta a poder
recuperar estos aportes para arribar a una comprensión compleja del cuerpo, que entiende los
diversos estatutos corporales como aspectos de un único cuerpo, que presenta lógicas
diversas en su interior, y que se modifica y complejiza a lo largo del devenir.
Volviendo a los aportes freudianos con este objetivo, entendemos que a partir de la
introducción del concepto de narcisismo (1914-1915), Freud establece una nueva concepción
del yo, que no existiría desde el principio y que tampoco sería resultado de una diferenciación
progresiva: para constituirse, esta instancia requiere una ‘nueva acción psíquica’. A partir de la
segunda tópica, en palabras de Laplanche y Pontalis (2013), Freud ‘hace del mecanismo de
identificación la operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano’ (p. 186).
Respecto de su definición, los autores afirman que se trata de un ‘proceso psicológico mediante
el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o
parcialmente, sobre el modelo de éste’ (p.184).
Esta revisión del concepto de identificación freudiano es necesaria para pensar la propuesta
teórica de la autora Piera Aulagnier, quien retoma este concepto y lo amplía para elaborar un
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EL DESARROLLO TEMPRANO A DEBATE – A.E. MIRC – (COORDINADORXS)

modelo del aparato psíquico que permite rastrear la incidencia del medio social en la
constitución psíquica, y por tanto de los valores e ideales de la cultura en la que se emplazan
los sujetos. Este aporte teórico nos permitirá posteriormente pesquisar en qué lugar de la
constitución psíquica podemos situar los mecanismos de poder que determinan las ofertas
identificatorias y corporalidades posibles en cada cultura y momento histórico.
Piera Aulagnier fue una psicoanalista italiana que se formó con Jacques Lacan, y en su obra
puede rastrearse la influencia tanto de Lacan, como de Freud y Cornelius Castoriadis. Su
producción teórica fue motivada por su práctica clínica, específicamente por el estudio y
tratamiento de la psicosis en adultos y jóvenes, desafío que la llevó a interesarse por los
tiempos de constitución del psiquismo. Es importante revisar el aporte teórico de esta autora
porque, en palabras de Guillermo Suzzi (2021), a partir del libro ‘La violencia de la
interpretación’, Aulagnier ‘proporciona una reformulación del modelo metapsicológico de Freud
mediante la introducción de elementos y categorías originales para abordar teóricamente la
aparición del Yo en la escena psíquica’ (p.118). Allí donde Freud alude a la existencia de una
‘nueva acción psíquica’, Aulagnier desglosa un proceso de constitución que inicia incluso antes
del nacimiento biológico del infans3, y en el que participan diversos actores que representan el
medio histórico-social en el que ese sujeto podrá inscribirse. De esta manera, podremos
ampliar nuestro entendimiento para pensar una constitución psíquica que no se restringe a las
identificaciones producto del Complejo de Edipo, sino que incluye la participación de un medio
social más allá de la familia nuclear. Para entender este posicionamiento político respecto de la
constitución psíquica, es importante retomar algunas premisas básicas de la propuesta de
Aulagnier.
En su libro ‘La violencia de la interpretación’ (1975), la autora presenta una primera
hipótesis que atraviesa su teoría del aparato psíquico: ‘la actividad psíquica está constituida por
el conjunto de tres modos de funcionamiento, o por tres procesos de metabolización: el proceso
originario, el proceso primario y el proceso secundario’ (p. 24). Estos procesos no están
presentes desde un comienzo, sino que se suceden temporalmente y su puesta en marcha es
provocada por la necesidad que se le impone a la psique de conocer una propiedad del objeto
exterior. En palabras de Aulagnier, ‘la psique y el mundo se encuentran y nacen uno con otro,
uno a través del otro; son el resultado de un estado de encuentro al que hemos calificado como
coextenso con el estado de existente’ (p. 30). La instauración de un nuevo proceso nunca
implica un silenciamiento del anterior, y además se postula que cada proceso se distingue por
una actividad que los representa, un modo de inscripción particular y un postulado que los
caracteriza.
En el capítulo 4 ‘El espacio al que el yo puede advenir’, la autora postula que todo sujeto
nace en un espacio hablante, y que el yo es una instancia esencialmente constituida por el
discurso, y es por esto que se aboca a describir las características que ese microambiente
debe tener para que allí advenga un yo. Se trata de un fragmento del campo social que
funciona como ‘metonimia del todo’, es decir que para el infans, el microambiente es
equivalente a la totalidad del campo social. Algunos de los elementos que organizan este

3
Palabra que la autora utiliza para denominar a un sujeto que aún no tiene la capacidad de hablar.

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EL DESARROLLO TEMPRANO A DEBATE – A.E. MIRC – (COORDINADORXS)

microambiente son: el portavoz, la sombra hablada, la violencia primaria y la prótesis de la


psique materna.
El concepto de portavoz alude a la importancia del discurso parental en la estructuración de
la psique, y esto se piensa en dos sentidos: en un sentido literal, porque desde que llega al
mundo, el infans es alojado en un discurso que pone en palabras el conjunto de sus
manifestaciones y, por tanto, codifica sus necesidades. Además, el discurso parental es
portavoz porque es el delegado, representante de un orden exterior cuyas leyes y exigencias
enuncia. La sombra hablada es un concepto que designa el ‘lugar’ en el que se deposita y
hacia donde se dirige el discurso del portavoz. Esta sombra está presente antes del nacimiento
biológico del infans, y al momento de su llegada al mundo, es proyectada sobre su cuerpo. La
madre le atribuye a la sombra la capacidad de ‘hablar’, lo que da lugar a un ‘soliloquio a dos
voces’. La atribución de la capacidad de responder en el infans es una operatoria que anticipa
la función de un yo que aún está en proceso de constitución, y que, paradójicamente, es
indispensable para que éste se constituya. También es importante destacar que la sombra
hablada y el infans ‘real’ no son idénticos, y la posibilidad de desencuentro entre ambos
siempre implica un grado de riesgo en la constitución psíquica, que no puede anticiparse hasta
la aparición en lo real del infans a partir de su nacimiento biológico. Aulagnier denomina
violencia primaria a la operatoria que ejerce la sombra hablada, necesaria para permitir el
acceso del niño al orden de lo humano. Consiste en la imposición de una significación intrusiva
e impuesta de forma arbitraria que, paradójicamente, tiene un efecto humanizante y es
indispensable para la constitución psíquica. La autora a su vez advierte sobre el riesgo de
exceso de la violencia primaria, que denomina violencia secundaria. La violencia secundaria
implica la negación de la capacidad del infans, y de su psiquismo ya constituido, de reconocer
sus estados internos (placer y displacer), de pensar por fuera de la oferta del discurso de los
padres.
Por último, la prótesis de la psique materna hace referencia a la función del discurso
materno que permite que la psique del infans encuentre una realidad ya modelada por su
actividad y que, gracias a ello, será representable. La psique de la madre opera desde los tres
procesos de metabolización que caracterizan a la psique adulta, y esto permite que el infans
reciba objetos marcados por los procesos primario y secundario, precursores necesarios para
que la psique del infans pueda constituirse y apropiarse de estos dos procesos que se
adicionan a la operatoria del proceso originario.
Considerando estos cuatro elementos que constituyen, en palabras de Aulagnier, ‘el espacio
al que el yo puede advenir’, entendemos que la constitución de la instancia yoica depende
tanto de un discurso social como de otros deseantes que participen como eslabón intermedio
entre la psique del infans y el campo social. Respecto de la escena extra-familiar, Aulagnier
utiliza el concepto de contrato narcisista para pensar la función metapsicológica que cumple el
registro socio-cultural en la constitución psíquica. La autora entiende que el discurso social
también proyecta sobre el infans una anticipación, puesto que el grupo pre-catectiza el lugar
que se supone que el infans ocupará, con la esperanza de que el infans transmita el modelo
socio-cultural en el futuro. Dicho conjunto pronuncia una cantidad indeterminada de
enunciados, y entre ellos, una serie que define la realidad del mundo, la razón de ser del grupo,
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el origen de sus modelos; y que la autora denomina enunciados del fundamento. Siguiendo a
Aulagnier entendemos que:

Estos enunciados comparten una misma exigencia: su función de fundamento


es una condición absoluta para que se preserve una concordancia entre
campo social y campo lingüístico, que permita una interacción indispensable
al funcionamiento de ambos. Pero para que estos enunciados ejerzan tal
función se requiere que puedan ser recibidos como palabras de certeza: de
no ser así, serán dejados de lado y reemplazados por una nueva serie.
(Aulagnier, 1975, p.160)

La autora utiliza la metáfora del coro para ilustrar el pacto que debe producirse entre el
sujeto y el conjunto, para que ambos garanticen su existencia. Para el grupo, el infans
constituye una voz que encarna sus enunciados, y que garantiza de este modo su
permanencia. Respecto del niño, a cambio de catectizar el grupo, demandará el derecho a
ocupar un lugar independiente del veredicto parental (los enunciados del microambiente), la
oferta de un modelo ideal que los otros no pueden rechazar sin rechazar al mismo tiempo las
leyes del conjunto, junto a la ilusión de una persistencia atemporal proyectada sobre el
conjunto y su proyecto.
El acceso a la dimensión histórica es un factor esencial en el proceso identificatorio,
indispensable para que el yo del niño alcance la autonomía y pueda investir un futuro, apelando
a enunciados identificatorios que no procedan exclusivamente del microambiente familiar. A
través del contrato narcisista, el sujeto se procura el reconocimiento por parte del conjunto
social, al tomar como propio sus enunciados, y el conjunto, por su parte, asegura su
inmutabilidad y permanencia incorporando nuevos miembros, con la condición de que éstos
repitan los fragmentos del discurso que les son ofrecidos. Por otro lado, entendemos que el
contacto del infans con el conjunto es posible sólo por la mediatización de la pareja parental,
quienes poseen una relación singular con el campo social y sus enunciados, que tiene
consecuencias en la transmisión que hacen de este discurso en sus interacciones subjetivantes
con el infans. Siguiendo a Suzzi (2021), entendemos que ‘lo valorizado y lo desacreditado del
mismo, la calidad e intensidad de la catectizaciones hacia el conjunto social y sus modelos, así
como el acuerdo o rechazo con respecto a las cláusulas del contrato narcisista demarcarán la
singularidad del advenimiento del Yo que allí se articula’ (p. 122). Por otro lado, Aulagnier nos
advierte sobre dos rupturas posibles del contrato narcisista, que tienen consecuencias directas
en el destino psíquico del niño. En primer lugar, puede ocurrir una ruptura por la negativa de la
pareja parental a comprometerse en dicho contrato. La descatectización del discurso social por
parte del microambiente produce la creación de un microcosmos cerrado, que sólo mantiene su
coherencia mientras pueda evitar todo enfrentamiento directo con el discurso de los otros. El
riesgo aquí está en que el sujeto no logra encontrar fuera de la familia un soporte que le
permita obtener la autonomía necesaria para las funciones del yo. En segundo lugar, puede
ocurrir que el conjunto sea el responsable de la ruptura del contrato. Esto ocurre en contextos
donde la realidad histórica y social pone a cierto microambiente familiar en un lugar de
explotación, exclusión social. Aulagnier no descarta la posibilidad de exclusión en la dimensión
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del contrato narcisista, que tiene graves consecuencias para la constitución psíquica de los
sujetos que ocupan esta categoría.
Retomando lo que se planteó al inicio de este apartado, nos gustaría, a continuación, poner
el foco en la reformulación de la noción de identificación freudiana que presenta la autora en su
teoría. Aulagnier presenta en ‘Los dos principios del funcionamiento identificatorio:
permanencia y cambio’ (1991) la noción de acontecimiento, que le permite pensar cómo la
evolución del aparato psíquico está signada por ciertos sucesos que motivan una
reorganización en el registro de las investiduras, de los soportes internos o narcisistas, y de los
soportes externos u objetales. La elección de nuevos objetos, el duelo de otros, al igual que los
movimientos a nivel de soportes narcisistas, implican negociaciones necesarias entre las
instancias y el yo, y entre el yo y los dos principios que, según Freud, signan el funcionamiento
del aparato psíquico: el principio de placer y el principio de realidad.
Aulagnier piensa la evolución psíquica como un proceso que no es lineal, y que puede
pensarse en diversas ‘fases relacionales’. El proceso identificatorio inicia en el designado ‘T1’ o
tiempo de la infancia, y permite que el yo se autorrepresente como el polo estable de las
relaciones de investidura que compondrán sucesivamente su espacio, su capital y su mundo
relacional.
Aulagnier, parafraseando a Freud, afirma que el principio de permanencia y el principio de
cambio son los dos principios que rigen el funcionamiento identificatorio. Esto significa que el
yo firma un ‘compromiso identificatorio’, según el cual, el contenido de una parte de sus
cláusulas no deberá cambiar, mientras que el contenido de otra parte de ellas tendrá que ser
siempre modificable para garantizar el devenir de esa instancia. Este compromiso es el
contrato narcisista, que nombramos anteriormente en este apartado. Se trata de una operatoria
psíquica que nos permite reconocernos como elemento de un conjunto y como seres
singulares, como efecto de una historia que nos precedió y como autores de la historia que
cuenta nuestra vida. En el tiempo de la infancia, el yo forma alianzas temporarias con el yo
parental, quien se asegura que el contenido de esas cláusulas se encuentre dentro de lo
posible según el principio de realidad. Posteriormente, en el ‘T2’ o tiempo de la adolescencia,
se produce una revisión del contrato narcisista, y el yo adolescente pasa a figurar como único
signatario del contrato. Se produce una redacción conclusiva de las cláusulas no modificables
del compromiso, las que garantizan al yo la inalienabilidad de su posición en el registro
simbólico, el orden temporal y el sistema de parentesco. A su vez, el yo adolescente descarta
ciertos emblemas identificatorios y toma otros nuevos, pero esta vez no de la oferta del
microambiente familiar, sino del discurso del conjunto, espacio exogámico en donde encontrará
emblemas identificatorios acordes a el momento de su devenir. La oferta identificatoria del
discurso del conjunto estará signada por mecanismos de poder que subyacen a las ideologías
y sistemas de valores que priman en una sociedad determinada en un momento histórico
determinado.
En el capítulo IV de ‘La violencia de la interpretación’ (1975), Aulagnier introduce el
concepto de proyecto identificatorio, la contracara del proceso identificatorio, y segundo
concepto que desglosa de su reformulación de la noción freudiana de identificación. Lo define
como la ‘autoconstrucción continua del yo por el yo, necesaria para que esta instancia pueda
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proyectarse en un movimiento temporal, proyección de la que depende la propia existencia del


yo’ (pp. 167-168). Al igual que Freud, la autora ubica al mecanismo de la identificación como el
responsable del establecimiento de la instancia yoica, pero además, con esta noción, pone el
foco en el carácter dinámico del yo y su dependencia del acceso a la temporalidad, que le
permite investir un tríptico temporal: pasado, presente y futuro. El proyecto identificatorio
implica la construcción de una imagen ideal, que variará en su contenido ideico dependiendo
del momento del desarrollo psíquico en que se encuentre el sujeto. Antes de la declinación del
Complejo de Edipo, la imagen futura coincide con las expectativas que las figuras parentales
depositan en el niño, y el yo infantil cree que en un futuro podrá responder al deseo materno.
Luego de la declinación del Complejo de Edipo, comprobamos que la prohibición de gozar de la
madre se refiere tanto al pasado como al presente y al futuro, lo que permite comprobar que ha
operado la castración. El sujeto renuncia a la creencia de haber sido, de ser o poder llegar a
ser el objeto del deseo de la madre. Aulagnier piensa a la castración como el descubrimiento
en el registro identificatorio de que nunca se ha ocupado el lugar considerado como propio. La
considera como una prueba en la que se puede entrar, pero no salir: ‘las referencias que le
aseguran al yo su saber identificatorio pueden chocar siempre con una ausencia, un duelo, una
negativa, una mentira que obligue al sujeto al doloroso cuestionamiento de sus referencias, su
ideología’ (p.172). Sin embargo, el sujeto puede asumir esta prueba de tal modo que preserve
al yo algunos puntos fijos en los que apoyarse ante el surgimiento de un conflicto identificatorio.
La autora advierte que entre el yo y su proyecto debe persistir un intervalo, que el futuro no
puede coincidir con la imagen que el sujeto se forja de sí mismo en su presente. Para que
exista esta ‘x’ que simboliza lo que le falta al yo presente para alcanzar al yo futuro, es
importante que el sujeto haya podido asumir la prueba de castración, que el yo presente tenga
ciertas carencias, respecto de sus ideales. A modo de síntesis, Aulagnier afirma sobre el
proyecto identificatorio:

El acceso al proyecto identificatorio, tal como lo hemos definido, demuestra


que el sujeto ha podido superar la prueba fundamental que lo obliga a
renunciar al conjunto de objetos que, en una primera fase de su vida, han
representado los soportes conjuntos de su libido de objeto y de su libido
narcisista, objetos que le han permitido plantearse como ser y designar a los
objetos codiciados por su tener. (Aulagnier, 1991, p. 173)

Por último, revisaremos la noción de cuerpo que propone Aulagnier, en su texto ‘Nacimiento
de un cuerpo, origen de una historia’ (1991), escrito en el que la autora se propone desarrollar
la función que cumple el cuerpo como mediador y como apuesta relacional entre dos psiques, y
entre la psique y el mundo. Para poder pensar esta función, la autora describe las tres formas
de existencia que adopta la realidad para el ser humano. Cada una de estas formas
corresponde a uno de los procesos de metabolización que la autora le atribuye a la psique
humana.
Siguiendo el funcionamiento del proceso originario, la realidad es autoengendrada por la
actividad sensorial. En este primer momento de la constitución psíquica, el espacio psíquico y

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el espacio somático son indisociables, y todo lo que afecta a la psique responde al postulado
de autoengendramiento, propio del proceso originario. La segunda formulación de la realidad
se corresponde con el funcionamiento del proceso primario, según el cual, la realidad está
regida por el deseo de los otros. Para el infans, todo fragmento de la realidad, al igual que el
funcionamiento de su cuerpo, se leerá como consecuencia del poder ejercido por la psique de
los otros que lo rodean, y que son los soportes privilegiados de sus investiduras. Por último, en
función del establecimiento del proceso secundario se establece una tercera formulación sobre
la realidad, que establece que la misma se ajusta al conocimiento que tiene de ella el saber
dominante en una cultura.
Estas tres formulaciones sobre la realidad implican tres relaciones diversas que se
establecen entre psique y soma, correspondientes a los tres procesos de metabolización del
psiquismo humano. La actividad de las zonas sensoriales, el poderlo todo del deseo y lo que el
discurso cultural enuncia sobre el cuerpo, darán lugar a tres representaciones del cuerpo. Sin
embargo, para Aulagnier, habría una cuarta representación del cuerpo, la más decisiva para el
funcionamiento psíquico, que implica un compromiso entre las tres representaciones previas.
La autora afirma:

La relación de todo sujeto con ese cuerpo que lo enfrenta a su realidad más
cercana, más familiar y más investida, dependerá del compromiso que haya
podido anudar entre tres concepciones causales del cuerpo; las dos primeras
responden a exigencias psíquicas universales y atemporales, mientras que la
última será no sólo función del tiempo y del espacio cultural propios del
sujeto, sino también, la única que la psique puede recursar, o modificar y
reinterpretar para hacerla conciliable con las otras dos. Así pues, nuestra
relación con el cuerpo, así como nuestra relación con la realidad, son función
de la manera en que el sujeto oye, deforma o permanece sordo al discurso
del conjunto. (Aulagnier, 1991, pp.122-123)

Aulagnier advierte sobre la influencia que algunos discursos tienen sobre la concepción del
cuerpo. Sin importar de qué discurso se trate (mítico, religioso, científico), todos comparten un
mismo objetivo: imponer cierta construcción de la realidad. Sin embargo, al interior del
psiquismo, es la instancia yoica la encargada de producir la ‘biografía del cuerpo’, y para esto,
tomará de los diversos discursos que circulan en lo social las palabras que utilizará para
decodificar las marcas de una historia libidinal (aquello que Aulagnier denomina ‘cuerpo latente’
y que desde Freud pensamos como ‘cuerpo pulsional’) que devendrá por acción del yo en
historia identificatoria:

Una vez que esta historia se ha escrito, exigirá la periódica inversión de una
parte de los párrafos, hará necesaria la desaparición de algunos y la
invención de otros, para culminar en una versión que el sujeto cree en cada
momento definitiva, siendo que para prestarse a un trabajo de reconstrucción,
de reorganización de sus contenidos, y ante todo de sus causalidades, debe

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permanecer abierta cada vez que ello se revele necesario. (Aulagnier, 1991,
p. 129)

Esta periódica revisión de la historia libidinal en función de los acontecimientos y


experiencias vividas por el sujeto sólo es posible por la permanencia de ciertos puntos de
almohadillado, que permiten que el yo conserve la certeza de habitar un mismo y único cuerpo,
a pesar de las modificaciones que se producen en la historia libidinal. Estos puntos de
referencia imputan una misma causalidad a cierto número de experiencias, aunque el cuerpo
las haya vivido en tiempos y situaciones diferentes. A modo de síntesis sobre su concepción
del cuerpo, Aulagnier afirma:

No hay biógrafo o biografía mientras a una primera indisociación espacio


psíquico-espacio somático no le suceda una puesta en conexión de estos dos
espacios; donde la psique y el cuerpo ocupan, cada uno de ellos, uno de los
dos polos. Esta puesta en conexión señala el paso del cuerpo sensorial a un
cuerpo relacional que permite a la psique asignar una función de mensajero a
sus manifestaciones somáticas, e igualmente leer en las respuestas dadas a
ese cuerpo, mensajes que le estarían dirigidos. (Aulagnier, 1991, p. 133)

A modo de conclusión de este apartado, podemos afirmar que, en primer lugar, nos
ocupamos de revisar cómo se produce la constitución del psiquismo para Aulagnier, apelando a
lo que la autora denomina ‘microambiente’ y sus elementos. De esta manera, pudimos
comprender que la constitución psíquica depende de ‘otros deseantes’, que participen como
eslabón intermedio entre el psiquismo incipiente del infans y el campo social que lo reconocerá
como eslabón de una cadena que se perpetuará, incluso después de la muerte del sujeto.
Respecto de la escena extra-familiar, retomamos el concepto de contrato narcisista para
pensar la función metapsicológica que cumple el registro socio-cultural en la constitución
psíquica. En un segundo momento, revisamos el uso particular del concepto de identificación
freudiano que la autora propone en su metapsicología, con los conceptos de proceso y
proyecto identificatorio. Los principios de ‘permanencia y cambio’ que propone Aulagnier
permiten pensar la dimensión identificatoria de manera dinámica y cambiante, en función de los
acontecimientos que tienen lugar en la historia de cada sujeto y que motorizan la
complejización de la escena psíquica. Por último, nos interesamos por la noción de cuerpo que
propone Aulagnier. En el apartado anterior, establecimos dos concepciones o dos estatutos del
cuerpo que se desgranan de la metapsicología freudiana: el cuerpo pulsional y el yo cuerpo.
Aulagnier adiciona a estas dos nociones la noción de un cuerpo sensorial que precede a
ambos y que pertenece a la causalidad psíquica propia del proceso originario. Estas tres
concepciones del cuerpo desembocan en una cuarta concepción, que representa el
compromiso que el psiquismo puede establecer entre las tres, y que permite pensar las
corporalidades desde una perspectiva compleja. Es en la tercera concepción del cuerpo, que
pertenece al proceso secundario del funcionamiento psíquico, donde Aulagnier sitúa la
capacidad de la instancia yoica de establecer relaciones entre las diversas causalidades. Se
trata del conocimiento sobre el cuerpo al que el sujeto accede por su vinculación con el medio
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social, ‘la manera en que el sujeto oye, deforma o permanece sordo al discurso del conjunto’
(p.123). Esta tercera noción nos permite pensar que la constitución de la corporalidad psíquica
no es unívoca, y no responde a una esencia o estado natural sino a la acción de leyes
simbólicas, de ideales que establece un conjunto social y que no siempre tienen pregnancia en
los sujetos que conforman ese conjunto. Además, podemos pensar que en cada sociedad
intervienen diversos mecanismos de poder que establecen cuáles son los cuerpos que pueden
pensarse, que son posibles de experienciarse, y qué vivencias corporales quedan por fuera de
lo que ese conjunto considera deseable o incluso posible. Este recorrido nos permitirá en el
siguiente apartado poder establecer en qué momento de la constitución psíquica y en qué
operatorias podemos inscribir la acción de estos mecanismos del poder, que siempre se
emplazan en una sociedad y en un momento histórico determinado.

Judith Butler

Vulnerable ante unas condiciones que no ha establecido, uno/a


persiste siempre, hasta cierto punto, gracias a categorías,
nombres, términos y clasificaciones que implican una
alienación primaria e inaugural en la socialidad. Si estas
condiciones instituyen una subordinación primaria o, en efecto,
una violencia primaria, entonces el sujeto emerge contra sí
mismo a fin de, paradójicamente, ser para sí.
Judith Butler, Mecanismos psíquicos del poder

En la primera parte de este trabajo, nos propusimos llevar a cabo una revisión de ciertas
propuestas psicoanalíticas y la manera en que estxs autorxs teorizan sobre lxs cuerpos. Para
esto apelamos principalmente a la metapsicología freudiana y a la propuesta teórica de Piera
Aulagnier. A continuación, iniciamos la segunda parte del trabajo, en la que nos proponemos
introducir autorxs de otros marcos teóricos, para pensar cuáles son los aportes de los que
puede nutrirse la lectura psicoanalítica de lxs cuerpos, con el objetivo de construir una
perspectiva analítica que esté a la altura de las vivencias subjetivas actuales. Teniendo esto en
cuenta, es esencial poder identificar los sesgos de época que limitan nuestro entendimiento, y
para esto, debemos delimitar los ideales sociales y las coyunturas políticas de las que estos se
derivan. Estos ideales determinan cuáles son lxs corporalidades esperables y deseables en
una sociedad determinada, cuerpos a los que se les atribuye el estatuto de ‘esencia’ inalterable
y biológicamente determinada.
Comenzaremos este apartado recuperando los aportes de Judith Butler, filósofa materialista
y posestructuralista estadounidense, quien realizó importantes aportes en la teoría feminista, la
filosofía política y la ética y, además, es una de las teóricas fundacionales de la teoría queer.
Respecto de la teoría queer, brevemente podemos decir que surgió en Norteamérica en la
década de los 90, y que se trata de un campo de estudios cuyo objetivo principal es estudiar
las categorías de género y sexualidad, y sus posibles entrecruzamientos y diferencias.

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El término Queer comenzó a ser utilizado como nominación de una nueva


perspectiva enraizada sobre una torsión onto-epistemológica que, por un
lado, se muestra capaz de desocultar las coyunturas políticas e ideológicas
que subyacen a la peyorativización de la diferencia, y, por otro lado, propone
una resignificación positiva de los términos tradicionalmente injuriantes (puto,
maricón, torta, tortillera, trava, etc.). (Martínez, 2017, p. 2)

En ‘El género en disputa’ (2007), su obra más reconocida, Butler abre una serie de
preguntas con el objetivo de desarticular la distinción entre sexo y género. Esta distinción entre
ambos términos fue utilizada por las teóricas feministas como herramienta conceptual para
argumentar que la subordinación de las mujeres se sostiene en el plano de la naturaleza o
biología. Siguiendo la propuesta de Butler, habría diferencias biológicas entre varones y
mujeres, y estas pueden pensarse desde la categoría de sexo, entendido como superficie
corporal fáctica, natural e inmutable. Por otro lado, las interpretaciones sociales y culturales que
organizan y dan sentido a las diferencias sexuales se analizan bajo la categoría de género,
entendido como categoría social impuesta sobre un cuerpo sexuado. De esta manera, la autora
logra separar las diferencias sexuales de las interpretaciones que de ellas hace cada sociedad
en un momento histórico determinado, y la subsecuente jerarquización de las diferencias que
caracteriza a las sociedades patriarcales. Ariel Martínez afirma:

En última instancia la mirada de Butler apunta a vaciar la categoría de género


de aquellos significados anclados en expresiones o interpretaciones fundadas
sobre la base de un cuerpo naturalmente sexuado. Por lo tanto, Butler
rechaza el binarismo que impregna la diferencia sexual naturalizada sobre la
que descansa el sistema de géneros sociales y, en su lugar, propone torcer el
modo en que convencionalmente comprendemos el tema, pues afirma que la
percepción de la distinción binaria de sexo es en sí misma el efecto de la
construcción social y lingüística de género. (Martínez, 2017, p. 3)

En este sentido, la autora recupera las identidades de género para pensarlas como
productos de un ordenamiento obligatorio y heteronormado de determinados atributos en
secuencias que producen coherencia en el género. Butler propone pensar a las identidades de
género como prácticas reiterativas referenciales mediante las cuales el discurso produce los
efectos que nombra.

La performatividad tal como la delimita Butler, entonces, opera a través del


“poder reiterativo del discurso para producir los fenómenos que regula e
impone" (Butler, 2008, p. 19). No se trata de un acto que constituye de una
vez y para siempre una identidad, la cual provee al sujeto del sentido de su
ser y sustancia. Se trata de citación y repetición. (Martínez, 2017, p. 6)

Teniendo esto en cuenta, entendemos que la autora critica fuertemente el establecimiento


de los géneros en función de la anatomía corporal. En las sociedades occidentales, y en los
sesgos ideológicos que vislumbramos en la teoría psicoanalítica freudo-lacaniana, podemos
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inferir que el cuerpo-soma opera como soporte ficticio de la denominada ‘matriz heterosexual’,
a partir de la cual, paradójicamente, se producen dichos cuerpos como soportes naturalizados.
En palabras de A. Martínez, ‘así las normas de género se perpetúan circularmente de modo tal
que generan los elementos que requieren para propagarse’ (p.8). Las categorías de ‘varón’ y
‘mujer’ preceden la decodificación de los cuerpos, y es en función de ellas que vemos e
interpretamos lxs corporalidades.
En función de lo expuesto, consideramos que la producción teórica de Butler nos permite
pensar de qué manera se construyen lxs cuerpos en morfologías específicas (varón o mujer), a
partir de la operativa de diversos mecanismos y estrategias de poder. Estos mecanismos
delimitan la inteligibilidad de algunos cuerpos en detrimento de otros, que se tornan
impensables e invivibles. Si bien sabemos que los ideales sociales que se imponen a lxs
corporalidades varían en función de los diversos momentos históricos, la autora sitúa ciertas
invariantes que nos permiten entender de qué manera opera el poder en la constitución
psíquica y, por lo tanto, en la construcción de lxs cuerpos.
En su escrito ‘Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre la sujeción’ (2001), Butler
afirma que la sumisión es una condición de la sujeción, es decir, que la formación del sujeto
depende de la sujeción o sometimiento. Esta es una idea que la autora retoma de Foucault, y
en función de ella se pregunta: ¿cuál es la forma psíquica que adopta el poder?
Con este interrogante que da inicio al texto, Butler se propone articular las ideas
foucaultianas sobre el poder, con el marco teórico del psicoanálisis (freudiano y lacaniano), y su
concepción del psiquismo humano. De esta manera, la autora logra arribar a una hipótesis
sobre cómo opera la norma social hegemónica al interior del funcionamiento psíquico. En el
apartado previo habíamos situado, en función de la producción teórica de Piera Aulagnier, y a
través del concepto de contrato narcisista, la función metapsicológica que cumple el registro
socio-cultural en la constitución psíquica. En el presente apartado, nos proponemos explicar la
manera en que ese registro socio-cultural opera, a partir de mecanismos psíquicos específicos,
que nos permiten comprender la construcción de ciertos cuerpos en detrimento de otros. Para
esto, Butler apela a conceptos de la metapsicología freudiana y lacaniana, y los instrumentaliza
en función de sus objetivos teóricos.
En primer lugar, la autora explica que estamos habituados a comprender el proceso de
sujeción a la norma en función de un poder externo que se impone al sujeto, que lo debilita y lo
obliga a aceptar sus condiciones. Sin embargo, lo que Butler advierte es que los sujetos que
aceptan esas condiciones dependen de manera esencial de ellas para su existencia. Es decir,
que ese mismo poder que sujeta a los individuos es el que paradójicamente permite su
existencia como sujetos: ‘El sometimiento consiste precisamente en esta dependencia
fundamental ante un discurso que no hemos elegido pero que, paradójicamente, inicia y
sustenta nuestra potencia’ (p.12). Siguiendo esta idea, entendemos que las normas sociales,
que inicialmente se imponen de manera externa al sujeto, a través de aquellos individuos que
están a cargo de su ‘humanización’, luego asumen una forma psíquica, que constituye la
identidad del sujeto. Es decir que la identidad, aquello que pensamos en el apartado anterior en
función de los conceptos de proceso y proyecto identificatorio de Aulagnier, al igual que los

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elementos del ‘microambiente psíquico’, constituyen la forma psíquica que adoptan las normas
externas que se imponen de manera violenta sobre los individuos. Butler afirma:

La definición foucaultiana de la sujeción como la simultánea subordinación y


formación del sujeto cobra un valor psicoanalítico concreto cuando
consideramos que ningún sujeto emerge sin un vínculo apasionado con
aquéllos de quienes depende de manera esencial [...] Por otra parte, el deseo
de supervivencia, el deseo de ‘ser’, es un deseo ampliamente explotable.
Quien promete la continuación de la existencia explota el deseo de
supervivencia: ‘Prefiero existir en la subordinación que no existir’. (Butler,
2001, pp.17-18)

Vemos que Butler denomina ‘vínculo apasionado’ al vínculo que se establece entre los
sujetos y las personas de las que estos dependen de manera esencial. En un mismo sentido,
Aulagnier habla de ‘relaciones pasionales’ o asimétricas, y las define como aquellas en las que
el objeto de la pasión se presenta como no sustituible, un deseo transformado en necesidad.
De esta manera comprende el vínculo entre madre e infans, donde la madre se presenta como
insustituible y necesaria para la humanización del infans. También podemos pensar que la
existencia en la subordinación a la que refiere Butler es similar a la alienación al discurso del
portavoz sobre la que teoriza Aulagnier con el concepto de violencia primaria. Por otro lado,
Butler sitúa que la dependencia que caracteriza a los primeros vínculos que humanizan a los
sujetos es un aspecto que debe ser necesariamente negado, puesto que para que el sujeto
emerja, debe haber una negación de la dependencia y por tanto de la sumisión. Aquí la autora
sitúa una paradoja: ‘¿Cómo es posible que el sujeto, al cual se considera condición e
instrumento de la potencia, sea al mismo tiempo efecto de la subordinación, entendida ésta
como privación de la potencia?’ (p.21). Entendemos que aunque el poder sea ejercido sobre el
sujeto, el sometimiento es al mismo tiempo un poder asumido por el sujeto, y esa asunción
constituye el instrumento de su devenir. Cuando las condiciones de la subordinación hacen
posible la asunción del poder, el poder que se asume permanece ligado a las condiciones de
subordinación, a la norma, pero de manera ambivalente: el poder asumido puede mantener y al
mismo tiempo resistir la subordinación. Para Butler, ambas posibilidades se dan al mismo
tiempo y esta ambivalencia constituye el dilema de la potencia.
Respecto de cómo se produce la internalización de la norma por sometimiento, la autora
afirma que es el propio proceso de internalización el que produce la distinción entre vida interior
y exterior, entre lo psíquico y lo social. Esto ocurre porque las categorías sociales son las
garantes de la existencia social reconocible y perdurable, es por esto que la aceptación de
estas categorías, aunque operen al servicio del sometimiento, suele ser preferible a la ausencia
total de existencia social.

Obligado a buscar el reconocimiento de su propia existencia en categorías,


términos y nombres que no ha creado, el sujeto busca los signos de su existencia
fuera de sí, en un discurso que es al mismo tiempo dominante e indiferente. Las
categorías sociales conllevan simultáneamente subordinación y existencia: dentro

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del sometimiento, el precio de la existencia es la subordinación. (Butler, 2001,


p.31)

En función de su interés por la interiorización de la norma, entendida desde una perspectiva


psicoanalítica, Butler se pregunta: ¿cómo se produce la formación de la conciencia? Para
responder este interrogante, la autora apela a la teoría freudiana. Freud sitúa la formación de la
conciencia como efecto de una prohibición internalizada, que es entendida no sólo como
privativa, sino también como prescriptiva. Es la prohibición de acciones y expresiones lo que
vuelve a la pulsión sobre sí misma, inaugurando un ámbito interno, que permite la introspección
y la reflexividad. Esta introspección deviene autocensura, por operación de la represión de
ciertos deseos (considerados displacenteros), y luego se consolida en la instancia yoica. La
conciencia y la autorreflexión son para Butler condición de la prohibición del deseo que
inaugura la identidad establecida por la norma socio-cultural, pero existiría otra forma de la
prohibición, que Freud sitúa con el concepto de ‘repudio’. En este sentido, mientras que la
represión responde a un deseo que en algún momento puede vivir ajeno a la prohibición, el
repudio da cuenta de aquellos deseos rigurosamente excluidos, que operan como ‘pérdida
preventiva’ que constituye a los sujetos.

La fórmula ‘Nunca he amado’ a nadie de género similar y ‘Nunca he perdido’


a una persona así funda al yo sobre el nunca-jamás de ese amor y esa
pérdida. De hecho, la consecución ontológica del ser heterosexual se puede
localizar en esta doble negación, la cual da origen a su melancolía
constitutiva, una pérdida enfática e irreversible que forma la precaria base de
ese ser. (Butler, 2001, p.34)

Esta ‘melancolía constitutiva’ alude a una pérdida de la que el sujeto no tiene conciencia y,
por tanto, que no puede duelar ni llorar. La autora argumenta que el objeto de amor
homosexual es prohibido de manera preventiva porque implica una amenaza para la existencia
del sujeto en un contexto en el que la norma social sanciona esos objetos de amor. El sujeto se
ve obligado a repetir las normas que lo han producido, como explica Aulagnier con el concepto
de contrato narcisista, pero esa repetición implica un riesgo, porque si el sujeto no logra una
reproducción fiel de la norma, puede verse sujeto a sanciones e incluso podrían verse
amenazadas las condiciones de su existencia. El sujeto, entonces, sería producto de la norma
social a la que se ve subordinado, pero Butler sitúa la existencia de un residuo inasimilable,
‘una melancolía que marca los límites de la subjetivación’ (p.40).
En el capítulo tres de este escrito, Butler retoma la idea foucaultiana de la subjetivación y
realiza una crítica en función de los aportes psicoanalíticos. Para Foucault, el proceso de
subjetivación se realiza a través del cuerpo, y no implica sólo la dominación del sujeto y su
producción, sino que también incluye restricciones. La prisión, institución social que funciona
como paradigma del poder disciplinario, actúa sobre el cuerpo del preso, y lo logra obligándolo
a aproximarse a un ideal, una norma de conducta y modelo de obediencia. De esta manera, su
identidad se vuelve coherente y totalizada. Los discursos normalizadores le dan vida al cuerpo
y al mismo tiempo lo contienen en ese marco ideal. Para Butler, Foucault reduce la noción de
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psique a un ideal que se impone de manera externa: siguiendo la lógica foucaultiana, el


psiquismo sería una superficie maleable que recibe los efectos unilaterales del poder
disciplinario. Por el contrario, y en función de los aportes psicoanalíticos, Butler afirma que la
psique y, por tanto, el cuerpo también incluyen aquello que desborda y se resiste a cualquier
tentativa de normalización externa. Siguiendo a Lacan, entendemos que el ideal freudiano
implica una posición del sujeto frente a lo simbólico, frente a la norma que lo instala dentro del
lenguaje y de los esquemas disponibles de inteligibilidad cultural. La subjetivación tiene un
costo en los individuos, y entendemos que todo aquello que se resiste a las exigencias
normativas por las cuales se instituyen los sujetos permanece inconsciente. Siguiendo la teoría
freudiana comprendemos que esta porción de las mociones pulsionales y deseos que no
responden al ideal normativo continúan operando en la economía psíquica y en los derroteros
de las corporalidades. La psique, entonces, sería lo que se resiste a la regularización que
Foucault atribuye a los discursos normalizadores. En función de esta hipótesis, Butler se
pregunta ‘¿cómo podemos concebir este cuerpo que ha de ser, por así decir, negado o
reprimido para hacer posible la existencia del sujeto?’ (p.105).
En el capítulo cinco, la autora retoma el concepto de identificación melancólica para explicar
su importancia en el proceso de asunción del carácter de género que ocurre en el yo. Para
esto, Butler revisa las concepciones sobre el proceso de duelo que Freud presenta tanto en su
escrito ‘Duelo y melancolía’ (1915) como en ‘El yo y el ello’ (1923). En el primero, Freud afirma
que, en función del proceso de duelo, se produce una reconstrucción en el yo del objeto
perdido. Esta sustitución participa considerablemente en la estructuración del yo y contribuye,
sobre todo, a la formación de su carácter. Según Freud, el carácter del yo es un residuo de las
cargas de objeto abandonadas y contiene la historia de tales elecciones de objeto. Respecto de
cómo se resuelve el duelo, resulta interesante la diferencia que podemos situar en ambos
escritos. En ‘Duelo y melancolía’, el autor supone que el duelo se resuelve mediante la
decatectización y ruptura del vínculo con el objeto perdido, y la posterior elaboración de
vínculos nuevos. Por el contrario, en ‘El yo y el ello’, Freud sugiere que la identificación
melancólica puede ser un requisito previo para desligarse del objeto. Con esta afirmación,
modifica el significado de ‘desligarse de un objeto’, puesto que no se produce una ruptura
definitiva del vínculo, sino más bien su incorporación como identificación, que es una forma
mágica, psíquica, de preservar el objeto. Siguiendo esta idea, Butler se pregunta: ‘¿Es posible
que las identificaciones de género o, mejor dicho, las identificaciones fundamentales para la
formación del género, se produzcan por identificación melancólica?’ (p.150).
La melancolía es uno de los tres procesos psíquicos que Freud propone ante la pérdida del
objeto. Mientras que el trabajo de duelo implicaría una tramitación saludable de la pérdida,
existen dos desenlaces indeseables: el duelo patológico y la melancolía. En el duelo
patológico, el proceso se estanca en su primera etapa, que Freud identifica con el
reconocimiento de la pérdida; en la melancolía, se produce una identificación con el objeto
perdido. Freud describe a la melancolía de la siguiente manera:

La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente


dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la

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capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el


sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y
se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. (Freud, 1917 [1915],
p.242)

Butler argumenta que las posiciones de lo masculino y lo femenino que Freud presenta en
‘Tres ensayos de teoría sexual’ (1905), se establecen en parte por las prohibiciones que exigen
la pérdida de ciertos vínculos sexuales y que, al mismo tiempo, estas prohibiciones operan de
manera que esas pérdidas sean irreconocibles e imposibles de llorar. La heterosexualidad,
calificada como ‘sexualidad adulta normal’, no depende sólo de la prohibición del incesto que
se establece en función del Complejo de Edipo, sino que depende también de la prohibición de
la homosexualidad, como un proceso previo. El conflicto edípico supone que ya se ha
producido la heterosexualización del deseo, proceso silenciado en la obra freudiana4. De esta
manera, Butler afirma que ‘masculino’ y ‘femenino’ no son disposiciones biológicamente
establecidas, sino que debemos considerarlas como posiciones subjetivas que emergen de un
proceso de consecución de la heterosexualidad.
Siguiendo este razonamiento, la autora se pregunta ¿cuál es el papel de las pérdidas no
lloradas y no llorables en la formación de lo que podríamos llamar el carácter de género del yo?
(p.151). Butler afirma:

Consideremos que, al menos en parte, el género se adquiere mediante el


repudio de los vínculos homosexuales; la niña se convierte en niña al
someterse a la prohibición que excluye a la madre como objeto de deseo e
instala al objeto excluido como parte del yo, más concretamente, como
identificación melancólica. Por consiguiente, la identificación lleva dentro de sí
tanto la prohibición como el deseo, de tal manera que encarna la pérdida no
llorada de la carga homosexual. (Butler, 2001, p.151)

Teniendo esto en cuenta, Butler afirma que el deseo homosexual pone en entredicho la
identificación melancólica que abonó a la asunción de una posición heterosexual. Si el rechazo
al deseo homosexual es lo que permite la asunción de un género, cada vez que el deseo
homosexual emerja infundirá lo que la autora denomina pánico al género. Entendemos
entonces que, en la lógica de la matriz heterosexual, el hombre deseara a la mujer que nunca
querría ser, ella es su identificación repudiada; y la mujer desea al hombre que repudió ser.
Aquí vemos claramente la desarticulación que Butler propone de los conceptos de sexualidad y
género. La sexualidad no expresa al género, sino que, la autora concibe al género como
compuesto de lo que permanece inarticulado en la sexualidad.

4
Si bien Freud sitúa una ‘bisexualidad originaria’, nunca explicita cómo se produce la heterosexualización de la pulsión. Sus
alusiones a la existencia de un Complejo de Edipo ‘completo’ pueden tomarse como una aproximación, pero de todas maneras no
es algo que se encuentre explícito en la teoría como sí ocurre con la prohibición del incesto y su dependencia del sepultamiento
del Complejo de Edipo. En ‘Tres ensayos de teoría sexual’ las diferencias que sitúa entre la posición femenina y la masculina se
sostienen únicamente en un sustrato biológico que Freud les atribuye a los cuerpos sexuados, en lugar de atribuirlo a ideales
socialmente establecidos.

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Retomando la descripción freudiana de la melancolía, entendemos que el yo se encuentra


empobrecido, y esto se debe a la autocensura. El ideal del yo, que Freud considera la medida
con respecto a la cual el superyó juzga al yo, es el ideal de rectitud social que se define por
encima y en contra de la homosexualidad. Este ideal tiene un componente social, es el ideal de
un momento histórico en una sociedad determinada. La insatisfacción provocada por el
incumplimiento de este ideal deja en libertad un acopio de la libido homosexual, que se
manifiesta como conciencia de culpa o angustia. Para Butler, las formas rígidas de género e
identificación sexual, ya sean homosexuales o heterosexuales, dan lugar a formas de
melancolía. Esto es así porque ante la emergencia de un deseo que no coincide con la
sexualidad ‘asumida’ y rigidizada, se produce este fenómeno de pánico que expresa el temor a
que la identificación con un género se desmorone en función de la emergencia de un deseo
que desestabiliza o conmueve la identidad del sujeto. Desde el psicoanálisis podemos pensar
que en esos sujetos opera una estructura superyoica severa, que ante el mínimo deseo que
escapa de la estructura sexual rígidamente asumida, produce el desprendimiento de grandes
caudales de angustia y sentimiento de culpa, castigando al yo por la emergencia de un deseo
que escapa de su control.
A modo de síntesis de este apartado, podemos afirmar que la propuesta teórica de Judith
Butler nos permite pensar cómo operan los ideales socialmente instituidos en diversos
momentos históricos, en el establecimiento de los cuerpos deseables y posibles, al igual que
las identidades que los sujetos asumen. La autora piensa a los cuerpos a partir de los
conceptos de matriz heterosexualidad, y su teoría de la performatividad del género. En función
de la lectura butleriana del psicoanálisis freudiano pudimos establecer en qué lugar del
psiquismo se cuela el poder normativo. Una vez que ubicamos a la identificación como el
mecanismo en el que Butler sitúa la participación de poder, logramos establecer, a través del
concepto de identificación melancólica, la manera en que las identidades de género se
construyen sobre la base de la prohibición del deseo homosexual. La melancolía de género,
entonces, sería un fenómeno que atestigua el carácter ficcional y contingente de las posiciones
dicotómicas y complementarias que establece la matriz heterosexual. Esto nos permite llevar a
cabo una reflexión crítica de la teoría freudiana, en donde las posiciones ‘masculino’ y
‘femenino’ se presentan como esencias inalterables y biológicamente determinadas. Esto
ocurre porque Freud desprende la heterosexualización del deseo de un carácter biológico
atribuido a los sexos, siguiendo el esquema del aparato reproductor. En este sentido, la
prohibición del incesto que decanta de la operatoria del Complejo de Edipo esconde un
proceso previo en el que la pulsión anárquica es filtrada por los ideales normativos de la matriz
heterosexual, que delimita dos modelos identificatorios exhaustivos, dicotómicos y
complementarios: el sexo-género masculino y el sexo-género femenino. Siguiendo el esquema
de ‘Tres ensayos de teoría sexual’ (1915), toda organización pulsional que quede por fuera de
esas dos formas exhaustivas se considera patológica, infantil o desviada. Es por esto que
rescatamos el valor político de la propuesta de Butler para situar el carácter normativo y, por
tanto, contingente, de la organización pulsional ‘adulta’ que Freud delimita en este escrito.

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Suely Rolnik

El sometimiento consiste precisamente en esta dependencia


fundamental ante un discurso que no hemos elegido pero que,
paradójicamente, inicia y sustenta nuestra potencia.
Judith Butler, Mecanismos psíquicos del poder

Suely Rolnik es una spinozista selvática, una freudiana


transfeminista, una arqueóloga del imaginario, una indigenista
queer que busca en el futuro (y no en el pasado) el origen de
nuestra historia, una artista cuya materia es la pulsión.
Paul B. Preciado, en Esferas de la insurrección

En este último apartado del trabajo, nos reservamos unas páginas para dedicarnos al
pensamiento de Suely Rolnik, filósofa, escritora, psicoanalista, curadora, crítica de arte y
cultura y profesora universitaria brasileña. Perseguida por el régimen militar, vivió exiliada en
Francia entre 1970 y 1979. Durante este período, fue paciente y luego trabajó con Félix
Guattari en la Clínica Experimental de Cour-Cheverny (La Borde), y asistió a las clases y
seminarios de Gilles Deleuze, Michel Foucault, entre otrxs. En su regreso a Brasil en el año
1979, fundó el Núcleo de Estudios de la Subjetividad de la PUC-SP, en donde continúa su
actividad en la actualidad. En este trabajo nos centraremos en su libro ‘Esferas de la
insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente’ (2019). Este libro compila tres escritos,
que en palabras de Paul B. Preciado:

Llegan a nosotros en medio de la bruma tóxica que producen nuestros modos


colectivos de vida sobre el planeta. Vivimos un momento
contrarrevolucionario. Estamos inmersos en una reforma heteropatriarcal,
colonial y neonacionalista que busca deshacer los logros de los largos
procesos de emancipación obrera, sexual y anticolonial de los últimos siglos
[...] tras el brillo de las pantallas, se ocultan hoy las formas más extremas de
dominación neocolonial, tecnológica y subjetiva. (Rolnik, 2019, p.9)

Como mencionamos en la introducción del presente trabajo, tanto Rolnik como Guattari nos
advierten que nos encontramos inmersos en lo que ellos denominan ‘Capitalismo mundial
integrado’ (CMI), un contexto de producción global que tiene bajo su control toda actividad
humana, en función de la alianza entre el neoliberalismo financiero y las fuerzas reactivas
conservadoras. La organización socio-cultural que presenta el CMI, propone un modelo de
identificación subjetiva, que Rolnik denomina ‘inconsciente colonial-capitalístico’. Bajo esta
lógica inconsciente, la producción de subjetividad presenta dos características principales: por
un lado, el proceso que la autora denomina extracción de la fuerza vital; y, por otro lado, la
homogeneización de las multiplicidades, que se consolida como el objetivo de este tipo de
producción subjetiva. El resultado es la creación de sujetos con identidades homogeneizadas,
que encorsetan la experiencia subjetiva. La autora habla de una extracción de la fuerza vital

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EL DESARROLLO TEMPRANO A DEBATE – A.E. MIRC – (COORDINADORXS)

porque gran parte de la energía pulsional de los sujetos coloniales se encuentra destinada a la
reproducción de las identidades normativas, de esta manera se logra que lo múltiple se
transforme en una masa identitaria homogénea.
En este contexto, el esquizoanálisis5 se propone como una suerte de revolución molecular,
casi imperceptible que, sin embargo, modifica radicalmente la existencia de todo lo percibido. El
esquizoanálisis fue originalmente introducido por los autores franceses Gilles Deleuze y Félix
Guattari, en su obra ‘Capitalismo y esquizofrenia’, dividida en dos tomos: ‘El anti-edipo’ (1972) y
‘Mil mesetas’ (1980).
Para Rolnik (2019), existe una dimensión normativa en la psicología que forma parte del
dispositivo que ella denomina inconsciente colonial-capitalístico. A pesar de que el psicoanálisis
surgió originalmente como una ‘contraciencia’ en relación a la psicología, en la mayoría de las
situaciones contribuye a ‘expropiar la productividad del inconsciente para someterlo al teatro de
los fantasmas edípicos’ (p.14). Es por esto que la autora nos invita a descolonizar el
psicoanálisis, activar su fuerza micropolítica fundacional, y eso sólo se logra si dejamos de lado
el ‘lastre’ -en palabras de Bleichmar- de algunos ideales normativos que acarrean las teorías
psicoanalíticas hegemónicas. Rolnik apuesta a una práctica analítica que, en palabras de
Preciado:

Funcione como una política de subjetivación disidente, permitiendo la


reapropiación de la potencia vital de creación y el desarrollo de lo que ella
llama el “saber-del-cuerpo”, el saber de nuestra condición de vivientes. A
diferencia de las recetas de la felicidad instantánea y del “feel good”, la
condición de posibilidad de la resistencia micropolítica es “sostener el
malestar” que genera en los procesos de subjetivación introducir una
diferencia, una ruptura, un cambio. (Rolnik, 2019, p.14)

En este sentido, Preciado nos invita a reivindicar el malestar que suponen las rupturas en
los procesos de subjetivación: lxs autorxs nos proponen pensar el malestar no desde una
perspectiva patologizante que privilegia los tratamientos con fármacos para que la reproducción
de la norma continúe sin interrupciones, sino en función de procesos de transformación
subjetiva, en donde la angustia debe ser la alarma que motorice los procesos de subjetivación.
Antes de continuar con los saberes que nos interesa recuperar de esta obra, es pertinente
aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de micropolítica, puesto que es un concepto
esencial para entender el interés de Rolnik por los procesos de subjetivación. ‘Micropolítica’ es
el término que Felix Guattari acuñó en los años 60 para englobar aquellos ámbitos que por
considerarse relativos a la ‘vida privada’ habían quedado excluidos de la acción reflexiva y
militante en las políticas de izquierda tradicional: la sexualidad, la familia, los afectos, el
cuidado, el cuerpo, lo íntimo. Más tarde, Foucault se referirá a ellos con los términos microfísica

5
Es una teoría alternativa del psicoanálisis, que se contrapone a éste. Lo ataca en dos puntos principales que conciernen tanto a
su teoría como a su práctica: su culto a Edipo y su reducción de la libido a catexis familiaristas, incluso bajo las formas encubiertas
y generalizadas del estructuralismo o del simbolismo. Esta escuela señala dos escollos principales con los que tropieza el
psicoanálisis: es incapaz de llegar a las máquinas deseantes de cualquiera porque se mantiene en las figuras o estructuras edípicas;
y es incapaz de llegar a las catexis sociales de la libido porque se queda en las catexis familiaristas.

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EL DESARROLLO TEMPRANO A DEBATE – A.E. MIRC – (COORDINADORXS)

del poder y biopoder. La noción de micropolítica representa una crítica del modo en el que la
izquierda tradicional consideraba la modificación de las políticas de producción como el
momento prioritario de la transformación social, dejando las políticas de reproducción de la vida
en un segundo plano. Suely Rolnik invierte esta relación y afirma que no hay posibilidad de una
transformación de las estructuras de gobierno sin la modificación de los dispositivos
micropolíticos de producción de subjetividad. Su obra radicaliza aún más la noción de
micropolítica, al poner estos ámbitos en contacto con las fuerzas del inconsciente. Desde esta
perspectiva, familia, sexualidad y cuerpo no son simplemente instituciones o realidades
anatómicas, sino auténticos entramados libidinales compuestos de afectos y perceptos que
escapan al ámbito de la conciencia individual. Suely nos alerta frente al extractivismo colonial y
neoliberal de los recursos del inconsciente y de la subjetividad, la pulsión de vida, el lenguaje,
el deseo, la imaginación, el afecto. Preciado afirma:

Inspirada por las políticas del trabajo sexual, Suely Rolnik denomina “chuleo”
este dispositivo de extracción del saber-del-cuerpo que opera en el
capitalismo colonial capturando lo que ella, siguiendo a Freud, denomina
“pulsión vital” y que yo he denominado en otros textos, siguiendo a Spinoza,
“potentia gaudendi”. (Rolnik, 2019, pp.16-17)

En el primer capítulo de ‘Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el


inconsciente’ (2019), Rolnik se pregunta ¿cuál es el modo de relación entre el capital (en su
versión actual) y la fuerza vital? Sabemos que la base de la economía capitalista es la
explotación de la fuerza de trabajo, y el objetivo es la extracción de plusvalía producto de dicha
explotación. Esta operación, a la que Rolnik se refiere con el término ‘extracción’ o
‘proxenetización’, fue cambiando de forma en función de las transformaciones del régimen
capitalista desde su origen.

En su nueva versión, es de la propia vida que el capital se apropia; más


precisamente, de su potencia de creación y transformación en la emergencia
misma de su impulso –es decir, en su esencia germinal–, como así también
de la cooperación de la cual dicha potencia depende para efectuarse en su
singularidad. (Rolnik, 2019, p. 28)

De esta manera, la fuerza vital de creación y de cooperación es canalizada por el sistema


capitalista para la construcción de una realidad acorde a sus objetivos. Aquí podemos situar un
cambio en la fuente de la cual el régimen extrae su fuerza: ya no es una fuente exclusivamente
económica, sino que se trata de una fuerza intrínseca e indisociablemente cultural y subjetiva,
lo cual la dota de un poder perverso más amplio, más sutil y difícil de combatir. La resistencia al
régimen capitalista actual, por tanto, implica un esfuerzo de reapropiación colectiva de esa
potencia para construir con ella aquello a lo que lxs autorxs designan como ‘lo común’.
Podemos definir a lo común como el campo inmanente de la pulsión vital de un cuerpo social
cuando éste la toma en sus manos, de manera tal de direccionarla hacia la creación de modos
de existencia para aquello que ‘pide paso’. La insurgencia en esta instancia implica poder
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EL DESARROLLO TEMPRANO A DEBATE – A.E. MIRC – (COORDINADORXS)

diagnosticar el modo de subjetivación vigente y el régimen de inconsciente que le corresponde,


para poder investigar cómo podría llevarse a cabo un desplazamiento de su principio rector.
Con la intención de escrutar la modalidad actual del inconsciente colonial-capitalístico, para
pensar nuevos modos colectivos de motorizar ‘lo común’, Rolnik apela a la metáfora de la
banda de Möbius. Se trata de una figura matemática que simboliza un proceso en el que no
puede situarse ni un inicio ni un final. Al ser una superficie topológica en la cual el extremo de
uno de los lados tiene continuidad en el reverso del otro, esto provoca que ambos lados sean
indiscernibles, y que la superficie adquiera una cara única. La autora nos invita a utilizar la
figura de la banda de Möbius para pensar la extracción de la fuerza vital en la lógica del
inconsciente colonial-capitalístico, y las posibles maneras en que podría producirse una
resistencia a este régimen que se le impone a la producción subjetiva actual.

Con esta intención lx invito, lector(a), a realizar un ejercicio de fabulación:


proyecte una banda de Möbius sobre la superficie del mundo e imagínelo
como una superficie topológica materializada con todo tipo de cuerpos
(humanos y no humanos) en conexiones variadas y variables, lo que nos
permitirá calificarla como “topológica-relacional”. Imagínese también que una
de sus caras corresponda a las formas del mundo tal como este se encuentra
moldeado en su actualidad, mientras que la otra corresponda a las fuerzas
que se plasman en él en su condición de vivo y también a aquéllas que lo
agitan desestabilizando su forma vigente. Imagínese también que, al igual
que en la banda de Möbius, dichas caras resultan indisociables y constituyen
una sola y la misma superficie: una sola cara. (Rolnik, 2019, p. 43)

Fuerzas y formas requieren de diferentes capacidades para ser registradas por los sujetos.
Por un lado, las formas del mundo se captan a través de la percepción y del sentimiento.
Ambas componen la experiencia más inmediata que tenemos del mundo, en la cual,
aprehendemos los contornos de aquello que Rolnik denomina realidad. Aquí ubicamos los
modos de existencia articulados según códigos socioculturales, que configuran identidades con
determinada distribución en el campo social:

Cuando vemos, escuchamos, olemos o tocamos algo, nuestra percepción y


nuestros sentimientos ya están asociados a los códigos y a las
representaciones de que disponemos que proyectamos sobre ese algo, que
es lo que nos permite adjudicarle un sentido. (Rolnik, 2019, p.46)

La autora llama a esta capacidad ‘personal-sensorial-sentimental-cognoscitiva’. A través de


ella, se produce la experiencia como sujetos, intrínseca a una condición sociocultural
determinada. Su función consiste en hacer posible que los sujetos se ubiquen en la vida social:
‘establecer relaciones con los otros a través de la comunicación y sentirlas según nuestra
dinámica psicológica’ (p.46). Rolnik afirma además, que en las sociedades occidentales, por la
influencia del régimen colonial-capitalístico, la función de esta capacidad adquiere un poder
desmesurado. En estos contextos, los individuos se limitan aún más a la experiencia como

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sujetos, y desconocen otro tipo de experiencias, otras vías de aprehensión del mundo. Para
Rolnik, esta característica constituye uno de los aspectos principales del modo de subjetivación
bajo el dominio del inconsciente colonial-capitalístico.
Por otro lado, las fuerzas que constituyen el flujo vital que anima las formas del mundo y los
cuerpos de los sujetos, se aprehenden a través de una capacidad que Rolnik denomina
‘extrapersonal - extrasensorial - extrapsicológica- extrasentimental - extracognoscitiva’. Dicha
capacidad incluye la captación de perceptos y afectos, tal como los denominan Gilles Deleuze y
Félix Guattari. El percepto se diferencia de la percepción porque constituye una atmósfera que
excede a las situaciones vividas y sus representaciones. Respecto del afecto, no se lo debe
confundir con la afección, el cariño. No se trata de una emoción psicológica, sino de una
emoción vital. Los perceptos y lo afectos conforman una experiencia de apreciación del entorno
sutil, a la que Rolnik se refiere como ‘saber-de-cuerpo’ o ‘saber-de-lo-vivo’. La aprehensión de
las fuerzas produce otra experiencia del mundo: la experiencia ‘fuera-del-sujeto’, inmanente a
la condición de ser un cuerpo vivo, a la que la autora denomina ‘cuerpo vibrátil’ o ‘cuerpo
pulsional’. El modo de relación en el plano de las fuerzas no es la comunicación, sino que se
trata de una vinculación en función de las resonancias entre cuerpos vivos, pulsantes.

En este plano no existe distinción entre sujeto cognoscente y objeto exterior:


el otro, humano o no humano, no se reduce a una mera representación de
algo que le es exterior, tal como lo es en la experiencia del sujeto: el mundo
vive efectivamente en nuestro cuerpo y produce en este gérmenes de otros
mundos en estado virtual. La pulsación de esos mundos larvarios en nuestro
cuerpo nos lanza a un estado de extrañeza. El mismo se intensifica en las
sociedades occidentales y occidentalizadas, que actualmente abarcan el
conjunto del planeta. Sucede que la reducción al sujeto en la política de
subjetivación que prevalece en ellas implica permanecer disociados de
nuestra condición de vivientes, lo cual nos separa de los afectos y perceptos
y nos destituye del saber-de-lo-vivo. (Rolnik, 2019, p.48)

Esta extrañeza que provoca la resonancia de las fuerzas sobre nuestros cuerpos, producto
de la destitución del ‘saber del cuerpo’, es la segunda característica que Rolnik sitúa del modo
de subjetivación bajo el dominio del inconsciente colonial-capitalístico. Ante la emergencia de
aquello que aprehendemos del plano pulsional, se produce una ruptura con la experiencia de
las formas moldeadas socioculturalmente. Esto ocurre porque las formas vigentes constituyen
un ordenamiento que refleja fuerzas pulsionales anteriores, de otros momentos histórico-
sociales, producidas por otros cuerpos. La vigencia de las formas implica un obstáculo para la
expresión de la vivencia pulsional. Este ‘desajuste’ es fuente de malestar para el sujeto y de
tensión entre ambos planos de la experiencia humana: por un lado, un movimiento que
presiona a la subjetividad hacia la conservación de las formas establecidas, y por otro, una
corriente que la impulsa hacia la preservación de la vida en su potencia de germinación.
Teniendo esto en cuenta, Rolnik afirma que la subjetividad se convierte en un gran signo de
interrogación, para el que deberá encontrar una respuesta. En este signo de interrogación la
autora ubica el inconsciente pulsional, motor de los procesos de subjetivación.
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La pulsación del nuevo problema dispara una señal de alarma que llama al
deseo a actuar, de manera tal de recobrar un equilibrio vital, existencial y
emocional. El deseo es entonces impelido a realizar cortes sobre la superficie
topológico-relacional del mundo que le devuelvan a la subjetividad un
contorno, una dirección y su sentido. (Rolnik, 2019, p.50)

En el momento en que se abre este signo de pregunta en la subjetividad, el deseo es


convocado a actuar, y deberá definir cada vez sus políticas, que corresponden a distintos
regímenes de inconsciente pulsional, ‘Desde la posición del deseo más sumisa al régimen de
inconsciente colonial-capitalístico, en la cual se produciría una entrega total a la expropiación
de la fuerza de creación, hasta la más desviante, en la cual se plasmaría su total reapropiación’
(p.52). Aquí Rolnik propone dos posiciones opuestas, la micropolítica activa, y la micropolítica
reactiva. Nunca se presentan en su estado puro, sino que los sujetos oscilan entre diversas
posiciones. La autora presenta como deseable una política del deseo propia de una
subjetividad que habita la paradoja entre sus dos experiencias simultáneas: como sujeto y
fuera-del-sujeto. Para que el deseo pueda efectivamente producir cortes sobre la superficie
identitaria de la forma que lo contiene, deberán crearse, inventarse nuevas ideas, imágenes,
objetos, modos de existencia, de vivir la sexualidad, de vincularse con otros, con el mundo, etc.
De esta manera se producirán rupturas en la escena instituida que permitirán la emergencia de
un más allá de la forma normativa. Sin embargo, Rolnik nos advierte que la conservación de la
vida no es posible por fuera de las formas vigentes del mundo. Conservar la vida, aquello que
pulsa, depende de la negociación con dichas formas de manera tal de encontrar los puntos en
donde el deseo podrá perforar la superficie del mundo para inscribir en ellos los cortes de la
fuerza instituyente.

Regido por esta micropolítica, el deseo cumple su función ética de agente


activo de la creación de mundos, propio de una subjetividad que apunta a
ubicarse a la altura de lo que le sucede [...] En suma, una vida que logra
orientarse de acuerdo con una ética pulsional. Vida noble, vida prolífica, vida
singular, una vida. (Rolnik, 2019, p.58)

¿Qué ocurre cuando el deseo se pone al servicio del inconsciente colonial-capitalístico? En


la micropolítica reactiva, asistimos a una expropiación de la fuerza de creación, en donde el
sujeto acalla los efectos de las fuerzas que agitan el mundo, ignorando aquello que el saber del
cuerpo le apunta. La dimensión pulsional es vivida por la subjetividad como un cuerpo extraño
e imposible de absorberse, al punto que se vuelve aterrador, razón por la cual el sujeto se ve
compelido a silenciarlo a cualquier costo. Este tipo de subjetividad vive el universo
exclusivamente como un objeto que le es exterior y lo descifra únicamente desde la perspectiva
de su experiencia como sujeto. La imagen de sí misma que resulta de esa reducción es la de
un individuo, un todo indivisible. Una totalidad organizada y acorde con una repartición estable
de elementos fijos: ‘lo que lleva a la subjetividad a la creencia en ese espejismo es el miedo de
que la disolución del mundo establecido cargue consigo su propia disolución’ (p.59). En estos
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casos, el deseo rastrea modos de existir y representaciones que ya existen, para encontrar un
punto donde apoyar su corte, de manera tal que la subjetividad pueda rehacer su contorno
reconocible y librarse, al menos temporalmente, de la angustia. En las sociedades
occidentales, asistimos a una patologización de la experiencia de la desestabilización por parte
de la psiquiatría. El malestar se interpreta como indeseable, y la subjetividad cree que su
desestabilización responde a una deficiencia de sí misma. Esto provoca sentimientos de
inferioridad y vergüenza, y en el caso de que se proyecten al exterior, produce odio y
resentimiento. Para evitar estos sentimientos, las subjetividades buscan mimetizarse con
estilos de vida que les ofrecen una sensación de pertenencia. Se trata de ‘narrativas que
transmiten imágenes de mundos siempre presentadas en escenarios idílicos, protagonizados
por personajes idealizados’ (p. 66) y para esto, el mercado ofrece diversos productos asociados
a dichos escenarios, que funcionan a modo de paliativos temporales. En cualquiera de estos
casos, las acciones del deseo regidas por una micropolítica reactiva tienen como efecto la
disminución de la potencia de la condición de viviente, producen una especie de anemia vital.
Lo que se debilita es la potencia colectiva de creación y cooperación, que constituye la
condición para la construcción de lo común.
A modo de síntesis sobre estas posiciones que adoptan las subjetividades respecto de las
formas instituidas, Rolnik afirma:

Al comparar la política activa y la política reactiva de las acciones del deseo, en la


primera se plasma efectivamente un nuevo equilibrio mediante un acto de creación
que transmuta la realidad con su fuerza instituyente, mientras que en la segunda el
equilibrio se rehace en forma ficticia y fugaz mediante un acto que, a decir verdad,
interrumpe el destino de la “potencia de creación” propia de la vida para reducirla a
la “creatividad”. Dado que la creatividad es tan solo una de las capacidades
indispensables para el trabajo de creación, cuando esta se disocia del saber-del-
cuerpo, se vuelve estéril y no hace sino recomponer lo instituido. El deseo deja
entonces de actuar en sintonía con lo que la vida le demanda y se desvía de su
función ética. (Rolnik, 2019, p.68)

Para concluir este apartado, podemos afirmar que la lectura que realiza Rolnik sobre el
malestar de los sujetos coloniales nos permite revisar la producción psicoanalítica desde una
perspectiva crítica: no nos interesa examinar este malestar desde una visión patologizante, sino
que nuestro interés se centra en los contextos normativos que producen el malestar subjetivo.
Concretamente, el extractivismo colonial y neoliberal de los recursos del inconsciente y de la
subjetividad, la pulsión de vida, el lenguaje, el deseo, la imaginación, el afecto; proceso que
Rolnik sitúa como responsable de la ‘desvitalización’ de los sujetos contemporáneos, que
destinan gran parte de su energía pulsional para producir su identidad normativa. Estas
identidades se presentan como espejismos, alimentados por el consumo de productos que
prometen alcanzar la hegemonía, en donde la angustia y el malestar no tiene lugar. Por el
contrario, tanto Rolnik como Preciado nos proponen una reivindicación del malestar, que le
devuelve a la angustia su función de ‘señal’, originalmente propuesto por Freud. Se trata de
ese signo de interrogación al que Rolnik se refiere cuando emerge algo de estos ‘mundos
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larvarios’ que anidan al interior de cada ser viviente, que friccionan las formas identitarias
establecidas. La propuesta de la autora para pensar la experiencia subjetiva en dos
dimensiones, desde el sujeto y fuera del sujeto, nos recuerda a las dos maneras de pensar el
cuerpo que habíamos recortado en la teoría freudiana: el cuerpo pulsante y el yo-cuerpo.
Ambas experiencias conviven en la vivencia subjetiva, y resulta imposible pensar una
experiencia del cuerpo sin la otra. Por un lado, la pulsión es responsable de animar el
psiquismo, de motorizar el circuito de deseo que es responsable de la dinámica psíquica. Por
otro lado, la estructura narcisista que recubre a la instancia yoica permite que la identidad del
sujeto quede anclada en un psiquismo que se transforma en función de cada encuentro
novedoso con los otros y con el mundo. De manera similar, Rolnik afirma: “No hay forma que
no sea una concreción del flujo vital y, recíprocamente, no hay fuerza que no esté moldeada en
alguna forma produciendo la sustentación vital de la misma” (Rolnik, 2019, p.44).
Por último, también resulta importante mencionar el lugar que Rolnik le atribuye a la práctica
artista en su teoría, así como en su modo de vida subjetivo. Para la autora, la práctica clínica
debe llevarse a cabo siguiendo el molde de la práctica artista, ‘de forma siempre experimental,
apelando a la transformación de la sensibilidad y la representación, inventando en cada caso
los protocolos necesarios que permiten renombrar, sentir y percibir el mundo’ (p. 15).

Conclusiones finales

La posibilidad de concebir nuevos imaginarios


representacionales a la hora de pensar el cuerpo permite, por
un lado, situar el carácter político del proceso que idealiza
ciertos cuerpos en detrimento de otros, y, por otro lado, llamar
a la necesidad de transformar los marcos normativos que
producen vidas que valen la pena ser vividas y otras que ni
siquiera cuentan como vidas. Aquí se intenta argumentar que el
cuerpo es un primer bastión donde el poder opera en la
producción de vida y muerte.
Ariel Martínez, Medusa y el espejo cóncavo

En este último apartado del capítulo, realizaremos una breve síntesis del recorrido, e
intentaremos realizar una articulación teórica de las propuestas de los diversos autorxs
respecto del concepto de cuerpo.
En primer lugar, queremos nombrar la importancia que tuvo este proceso de escritura para
la aprehensión de las narrativas psicoanalíticas presentes. Entendemos que los textos cobran
otra densidad teórica cuando, como estudiante, se los revisa al final del recorrido académico de
grado. Los saberes que fuimos adquiriendo a lo largo de los años habilitan otra lectura y
comprensión de las teorías, sobre todo cuando se las revisa en función de las propuestas de
pensadores actuales. En este sentido, rescato el valor de este ejercicio, pensando en el inicio
de mi recorrido como licenciada en psicología.

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En el primer apartado del trabajo, nos abocamos a revisar la metapsicología freudiana y


concluimos que, si bien Freud no utiliza la noción de cuerpo como concepto, sí alude al mismo,
principalmente a través de dos nociones: pulsión y narcisismo. En función de esta hipótesis,
profundizamos en la caracterización de ambos conceptos, a través de la lectura de textos
pertenecientes a los primeros tiempos de la teoría freudiana, como ‘Tres ensayos de teoría
sexual’ (1905) y escritos que ubicamos en la última teoría de Freud, posterior al ‘giro de los
años 20’, como ‘El yo y el ello’ (1923). A través de la selección de los conceptos de pulsión y
narcisismo, nuestra intención fue trazar un paralelismo con las dos dimensiones de la
experiencia subjetiva que plantea Suely Rolnik en el libro ‘Esferas de la insurrección: Apuntes
para descolonizar el inconsciente’ (2019). Para Rolnik, fuerzas y formas coexisten en la
vivencia compleja que tienen los sujetos, de sí mismos y del mundo del que forman parte.
Mientras que las formas configuran representaciones, imágenes, conceptos, enunciados,
codificados de manera previa al advenimiento del sujeto, y anclados en una sociedad
determinada; las fuerzas son una manifestación de aquella energía pulsional que impulsa la
creación, la imaginación e invención de nuevas representaciones, imágenes, realidades,
afectos, etc. Es decir, que la potencia de las fuerzas pulsionales sólo puede manifestarse en el
seno de una forma que la estructure, y en un sujeto en el que esa vivencia ‘disonante’
pulsional, no provoque temor o rechazo, sino curiosidad y apertura. De la misma manera, las
formas que estructuran el mundo, fueron instituidas en función de la potencia creadora de las
fuerzas. Toda forma se presentó como una organización novedosa en algún momento previo a
su institucionalización. Siguiendo esta lógica, pensamos que la estructura narcisista refleja una
organización posible de la dimensión pulsional, aunque no la única. A lo largo del devenir
subjetivo, esa forma ‘coherente’ se encuentra por momentos interrumpida, por aquello que
pulsa, sin organización, sin unidad, sin responder a ideales normativos, a la adaptación a la
sociedad, a la función biológica de reproducción. Es por esto que pensamos que la vivencia del
cuerpo está compuesta por al menos dos dimensiones: una organización ‘coherente’ a cargo
de la instancia yoica, diferenciada del exterior, con una historia libidinal compuesta de
enunciados identificatorios que fueron aportados desde el microambiente psíquico; y por otro
lado, una dimensión pulsional que escapa de los límites del espejismo identificatorio, que
emerge cada vez que el sujeto se hace una pregunta respecto de quién es, cada vez que un
impulso motoriza la concreción de un deseo. Rolnik señala la aparición de esta vivencia
pulsional con un desprendimiento de angustia, de cierto malestar que indica que algo de
aquella organización ficticia ha perdido su brillo ideal, su coherencia interna, su completud.
En función de los aportes de Piera Aulagnier, pudimos situar el valor de la escena extra-
familiar en la constitución psíquica. El lugar imprescindible que ocupan los otros deseantes en
la constitución del ‘espacio al que el yo puede advenir’, al igual que la importancia del vínculo
que estos otros deseantes mantienen con el conjunto social. La autora nos permite revalorizar
los aportes freudianos y lacanianos desde una perspectiva que sitúa un anclaje socio-histórico-
político en la constitución psíquica y, por tanto, del cuerpo.
Por otro lado, los aportes de Judith Butler nos permiten pensar de qué manera el conjunto
social, a través de los otros primordiales, ejerce un poder que en un mismo movimiento
subordina a los sujetos y les permite su existencia como tales. Además, Butler nos permite
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situar la producción de lxs cuerpos en morfologías específicas (varón o mujer), a partir de la


operativa de mecanismos y estrategias de poder, como la identificación melancólica, que
inaugura en el yo su carácter de género. A partir de la revisión de las narrativas psicoanalíticas,
y de los aportes de autorxs contemporáneos de nuestras latitudes, pudimos situar que si bien
originalmente la teoría freudiana presenta una subversión respecto de la concepción tradicional
naturalista de la sexualidad, luego este movimiento se revierte con la institución de las
organizaciones pregenitales y el primado del falo, incluso en el momento evolutivo de la
sexualidad infantil. Podemos pensar este movimiento de ‘clausura’ de lo diverso como un juicio
de valor que responde a un sesgo de época y a una lectura patriarcal de la sexualidad. Lo
mismo ocurre con el recurso de la dimensión biológica, utilizado para sustentar la bifurcación
de las posiciones masculina y femenina respecto de la sexualidad. Butler nos permite ver que
en esta operativa se invisibiliza un ‘repudio’ del deseo homosexual, que tiene como
consecuencia la institución de la matriz heterosexual como proceso deseado y ‘normal’.
Pensamos que los aportes de lxs autorxs post-estructuralistas resultan de gran importancia
para visibilizar aquellos lugares ‘impensados’ que se trazan en las teorías psicoanalíticas que
revisamos. Al inicio de este trabajo, partimos de la siguiente pregunta, que sintetiza el espíritu
detrás de esta producción: ¿Qué aportes podemos extraer de las narrativas psicoanalíticas y
de las propuestas postestructuralistas para gestar una política de los cuerpos que permita a los
sujetos la apropiación de la fuerza vital que les fue extraída?
Nos propusimos una relectura crítica de ciertos autores y autoras del psicoanálisis porque
creemos que continúa siendo una herramienta valiosa tanto para pensar los existenciarios
contemporáneos como para orientar una práctica clínica que esté a la altura de nuestros
tiempos. En palabras de Tomás Gomariz (2022): ‘Debemos ser capaces de instrumentalizar el
psicoanálisis, extrayendo el potencial revolucionario que todavía posee para ponerlo al servicio
de nuevos interrogantes’ (p.138). A su vez, pensamos que la lectura de la problemática de la
producción de subjetividad actual que nos propone Rolnik nos permite entender por qué la
reproducción de teorías psicoanalíticas ahistóricas, acríticas y vetustas, aún continúa operando
en las instituciones educativas y resonando en los dispositivos de atención en salud mental. Se
trata de una manera de reproducir el saber que refuerza lo instituido en lugar de
descompletarlo y cuestionarlo, algo que es funcional a los mecanismos de dominación y
extracción de la fuerza vital propios de la lógica del inconsciente colonial-capitalístico. Desde la
producción de este trabajo intentamos posicionarnos de manera diferente, nos propusimos
poner a dialogar al saber psicoanalítico instituido con otras teorías y otrxs pensadorxs, para
arribar a una comprensión de la experiencia subjetiva que nos permita aprehender la
complejidad de los tiempos que transitamos. En el camino, nos quedamos con más
interrogantes que certezas, y con las ganas de visitar las producciones de otrxs pensadorxs,
pero creemos que el espíritu de esta pregunta pudo sostenerse, y que la respuesta a la misma
aún queda pendiente, por lo que terminamos este recorrido con el deseo de continuar
estudiando.

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