0% encontró este documento útil (0 votos)
68 vistas421 páginas

Gudeman, A. (1942) - Historia de La Literatura Latina. (3ra. Ed. Rev) - (Riba, C, Trad) - Barcelona, España - Labor

Este libro digitalizado por Google es de dominio público, lo que significa que ha sobrevivido a los derechos de autor y está disponible para el acceso general. Se enfatiza la importancia de utilizar estos materiales de manera no comercial y respetar las leyes de derechos de autor que varían entre países. La Búsqueda de libros de Google facilita el descubrimiento de obras literarias, promoviendo el acceso a la cultura y el conocimiento.

Cargado por

Luis Rajoy
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
68 vistas421 páginas

Gudeman, A. (1942) - Historia de La Literatura Latina. (3ra. Ed. Rev) - (Riba, C, Trad) - Barcelona, España - Labor

Este libro digitalizado por Google es de dominio público, lo que significa que ha sobrevivido a los derechos de autor y está disponible para el acceso general. Se enfatiza la importancia de utilizar estos materiales de manera no comercial y respetar las leyes de derechos de autor que varían entre países. La Búsqueda de libros de Google facilita el descubrimiento de obras literarias, promoviendo el acceso a la cultura y el conocimiento.

Cargado por

Luis Rajoy
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 421

Acerca de este libro

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.

Normas de uso

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.

Acerca de la Búsqueda de libros de Google

El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página http://books.google.com
UC-NRLF

$B 304 532

COLECCIÓN
LABOR

BIBLIOTECA DE INICIACIÓN CULTURAL


F

omo una viva proyección de las civilizaciones


C del pasado y de las obras más selectas y
características de la época presente, los Manuales
de orientación altamente educadora que forman la
COLECCIÓN LABOR
pretenden divulgar con la máxima amplitud el
conocimiento de los tesoros naturales, el fruto
del trabajo de los sabios y los grandes ideales
de los pueblos , dedicando un estudio sobrio ,
pero completo , a cada tema , e integrando con
ellos una acabada descripción de la cultura actual.
Con claridad y sencillez, pero, al mismo tiempo,
con absoluto rigor científico, procuran estos volú-
menes el instrumento cultural necesario para
satisfacer el natural afán de saber, propio del
hombre, sistematizando las ideas dispersas para
que, de este modo, produzcan los apetecidos frutos .
Los autores de estos manuales se han seleccio-
nado entre las más prestigiosas figuras de la
Ciencia, en el mundo actual ; el reducido volumen
de tales estudios asegura la gran amplitud de su
difusión , siendo cada manual un verdadero maes-
fro que en cualquier momento puede ofrecer una
lección breve, agradable y provechosa : el conjunto
de dichos volúmenes constituye una completísima

Biblioteca de iniciación cultural


cuyos manuales, igualmente útiles para el estu-
diante y el especialista, son de un valor inestimable
para la generalidad del público, que podrá adquirir
en ellos ideas precisas de todas las ciencias y artes .
50

GES ORR'd

COLECCIÓN LABOR
BIBLIOTECA DE INICIACIÓN CULTURAL

La Naturaleza de todos los países. La Cultura de


todos los pueblos. La Ciencia de todas las épocas

PLAN GENERAL

SECCIÓN I SECCIÓN VIII

Ciencias filosóficas Ciencias jurídicas

SECCIÓN II
SECCIÓN IX
Educación
Política

SECCIÓN III
SECCIÓN X
Ciencias literarias
Economía
SECCIÓN IV

Artes plásticas SECCIÓN XI

Ciencias exactas,
SECCIÓN V
físicas y químicas
Música

SECCIÓN XII
SECCIÓN VI
Ciencias naturales
Ciencias históricas

SECCIÓN VII SECCIÓN XIII

Geografía Religión
SECCIÓN III : CIENCIAS LITERARIAS

VOLÚMENES PUBLICADOS

Gramática castellana, por el Prof. J. MONEVA Y PUYOL. (3.ª edición) .


La Poesía homérica, por el Prof. G. FINSLER. Con 16 láminas. (3.ª edición).
Gramática latina, por el Prof. W. Vorsch, de Magdeburgo. (2.ª edición)
Historia de la literatura italiana, por el Prof. K. VosSLER, de la Univer-
sidad de Munich. Con 12 láminas. (2.ª edición . Agotado) .
Historia de la literatura inglesa, por el Prof. A. SCHRÖER, de la Univer-
sidad de Colonia. Con 16 láminas. (2.ª edición) .
El Teatro desde la Antigüedad hasta el presente, por CHR. GAEHDE. Con
39 grabados y 16 láminas. (3.ª edición).
Historia de la literatura latina, por el Prof. A. GUDEMANN, de la Universi-
dad de Breslau. Con 16 láminas en negro y 1 en color. (3.ª edición).
Historia de la literatura alemana, por el Prof. М. Косн, de la Universi-
dad de Breslau. Con 99 grabados, 22 láminas en negro y 3 en color
y 8 autógrafos.
Historia de la literatura portuguesa, por el Prof. FIDELINO DE FIGUEIREDO .
Con 61 grabados y 16 láminas.
Historia de la antigua literatura latino-cristiana, por el Prof. A. GUDEMANN,
de la Universidad de Breslau. Con 16 láminas. (2.ª edición).
Historia de la Filología clásica, por el Prof. W. KROLL, de la Universidad
de Breslau. Con 16 láminas. (3.ª edición).
Historia de la literatura arábigo-española, por ÁNGEL GONZÁLEZ PALEN-
CIA, Catedrático de la Universidad Central, de Madrid. Con 8 láminas.
(2. edición).
Historia de la literatura rusa, por el Prof. A. BRÜCKNER, de la Universi-
dad de Berlín. Con 48 grabados y 16 láminas. (Agotado) .
Literatura dramática española, original de Angel Valbuena, de la Uni-
versidad de Barcelona. Con 103 grabados y 19 láminas.
Historia de la literatura griega, por el Dr. WILHELM NESTLE, Director
de Estudios del Karlsgymnasium de Stuttgart. Con 63 grabados y
16 láminas. (2.ª edición).
Literatura sueca, por HELMUT DE BOOR. Con 8 láminas .
Literatura noruega, por HARALD BEYER. Con 12 láminas .
Orígenes neolatinos, por O. SAVI-LOPEZ .
La Poesía lírica española, por el Prof. G. Díaz-PLAJA. Con 24 láminas .
(2.ª edición).
Historia del Romanticismo en España, por J. GARCÍA MERCADAL. Con
16 láminas .
Historia de la Lingüística, por G. THOMSEN. Con 4 láminas .
Historia de la Literatura argentina, por A. GIMÉNEZ PASTOR. Con 86 figuras .
Cervantes : Su vida y sus obras, por A. Maldonado Ruiz. Con 32 ilustra-
ciones y 16 láminas .

VOLUMENES EN PREPARACIÓN
La novela en España, por el Prof. ANGEL VALBUENA PRAT .
HISTORIA
DE LA

LITERATURA LATΙΝΑ
COLECCIÓN LABOR

SECCIÓN III
CIENCIAS LITERARIAS
N. ° 98-99

BIBLIOTECA DE INICIACIÓN CULTURAL


Prof. ALFRED GUDEMAN

HISTORIA
DE LA

LITERATURA
LATINA
Traducción del alemán por
CARLOS RIBA

TERCERA EDICIÓN REVISADA


REIMPRESIÓN

EDITORIAL LABOR , S. A.
BARCELONA MADRID BUENOS AIRES
RIO DE JANEIRO - MÉXICO - MONTEVIDEO
Con 16 láminas en negro y una en color

ES PROPIEDAD

Primera edición : 1926


Segunda edición : 1930
Reimpresión : 1934
Tercera edición revisada : 1942
Reimpresión : 1952

PRINTED IN SPAIN

1-426

TALLERES GRÁFICOS IBERO - AMERICANOS, S. A.: PROVENZA, 86. BARCELONA


Reproducción oftset - Grafos , S. A. Avenida Carlos I, 157 Barcelona
AVON
20

AVJAMIHI

Publio Virgilio Marón entre las Musas Clío y Calíope.


Mosaico descubierto en 1897 en una villa romana de Adrumeto
(África septentrional)

Literatura latina . 98-99 EDITORIAL LABOR, S.,A.


FA6007
G84
1952

ÍNDICE
Págs.
Introducción . 7

PRIMERA PARTE

Época republicana
(240-31 a. de J. C.)
A. Período antiguo, hasta 80 a. de J. C. 13

I. Los poetas .. 13
II . Las prosistas . 63

Los analistas 69
Los oradores 74

77
B. La segunda época (c. 80 - 81)
a) Discursos 107
b) Los tratados retóricos 111

c) Los tratados filosóficos 114


d) Obras históricas y poéticas 118
e) Las cartas 120

SEGUNDA PARTE

A. Época de Augusto
(42 a. de J. C. - 14 d. de J. C.)
Introducción . 125
I. Los poetas 131
La elegía .......
157
II. Los prosistas .... 183
6 ALFRED GUDEMAN

B. La Edad de plata
(14-117 d de J. C.) Págs.

Introducción . 190
I Los poetas . 193
II. Los prosistas 230

TERCERA PARTE

Introducción . 265

Literatura nacional pagana


I. El siglo II 274

II. Los siglos III y Iv 296

III. El siglo Iv 306

IV. Los siglos v y vi 341

Consideración final 378

Bibliografía 380

Índice alfabético 385

Ilustraciones 389
Introducción
‫م‬

Como todos los grandes pueblos civilizados, que en


el curso de su evolución histórica han producido obras
literarias importantes, los romanos, desde sus oríge-
nes entretejidos de leyenda o ya históricamente oscu-
ros, carecieron, durante siglos, de una literatura pro-
piamente dicha. En este respecto los griegos tampoco
fueron una excepción, o lo fueron sólo en apariencia,
pues aunque en los mismos umbrales de su literatura
nos presentan, con las dos epopeyas homéricas, dos
obras poéticas geniales, la perfección de las mismas no
es más que el resultado final de una ejercitación artís-
tica que, desde comienzos imperfectos, progresó conti-
nuamente. Además, la poesía precede, sin excepción, a
la prosa; sin embargo, según la célebre frase de Aris-
tóteles, el sentido del ritmo y de la armonía es ingénito
en el hombre, y la poesía primitivamente surgió de
intentos de improvisación. Las palabras, incluso cuando
ya hacía tiempo que se anotaban por escrito, siempre
iban acompañadas de canto, música o danza. Pero al
principio sirvieron intereses meramente privados o
rituales, sin otra finalidad accesoria de orden estético-
artístico. A este género pertenecían los antiguos cantos
latinos en honor de los antepasados y de los héroes con
que, según el testimonio de Catón, los jóvenes romanos
acostumbraban solazarse en sus banquetes, himnos reli-
giosos como el canto de los sacerdotes salios y de los
587
8 ALFRED GUDEMAN

hermanos arvales (1), nenias, epitalamios, canciones


guerreras y triunfales, augurios y máximas didácticas
y por último, los groseros versos de burlas (versus
Fescennini), los preferidos en las fiestas de la siega
y que, naturalmente, a menudo revestían forma dia-
logada o dramática. Aparte de algunos restos exiguos,
nada se ha conservado de tales vetustas producciones
poéticas; ya los romanos de los primeros tiempos del
Imperio tenían de las mismas una idea muy oscura, y
lo que se conservaba apenas era inteligible para los lin-
güistas más expertos. Nuestra ignorancia de estos poe-
mas nacionales, numerosos sin duda, no contaminados
por influencias extranjeras, se debe a que las genera-
ciones posteriores, engreídas de su talento artístico
superior, pero sin comprender la importancia cultural
de aquellos venerables documentos del pasado, sintieron
escrúpulo de transmitirlos a la posteridad. El historia-
dor Livio, para no perjudicar la unidad estilística de
su obra, no se atreve a reproducir el texto de un himno
de Livio Andrónico, el padre de la literatura romana
artística, debido al carácter arcaico de aquella compo-
sición.
Se ha preguntado a menudo si aquella antigua poe-
sía indígena poseía la fuerza vital suficiente para haber
producido una literatura artística verdaderamente ori-
ginal, en el caso de haberse podido desenvolver sin
estorbos, pues incluso con el mencionado Livio Andró-
nico la literatura romana habíase supeditado a la
griega, de cuya tutela, como veremos, nunca más pudo
librarse del todo. Acerca de ello haremos notar que
entre las literatura europeas únicamente los griegos, en
virtud de sus geniales dotes y sin influjo exterior, crea-
ron pura y simplemente obras originales de belleza y
(1) Los doce "hermanos arvales" tenían a su cargo los
sacrificios en honor de la Dea día y en tiempo del Imperio cele-
braban fiestas votivas en honor de los Emperadores. -J. P. H.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 9

perfección maravillosas, tanto por lo que respecta a la


forma como al contenido. Si en las literaturas modernas
la sumisión a tales modelos es menos aparente, hay que
atribuirlo a la circunstancia de que además de su
vinculación directa a los patrones clásicos, están enla-
zadas con la tradición antigua por corrientes culturales
de otras procedencias y a menudo entrecruzadas.
De haber sido en realidad los romanos en su íntima
esencia, como una y mil veces se ha sostenido, sólo una
"soldadesca casuística", un pueblo cimentado, tanto
familiar como públicamente, en la más estricta disci-
plina, pero abandonado de las musas, rústico, sin fan-
tasía, y sólo preocupado de lo práctico, apenas sería
explicable psicológicamente que al primer contacto con
la literatura helénica hubiese podido entregarse a ella
tan sin condiciones, y con facultad de adaptación
siempre creciente. La inevitable consecuencia de esta
impregnación de helenismo fué que la literatura
romana sólo puede ostentar escasísimas creaciones ori-
ginales. Esta imitación de una materia extranjera trajo
naturalmente consigo que junto con el contenido se
importaron también las formas externas, pues el
empleo del metro nacional viejo, el saturnio, en obras
extensas como en las de Livio y Nievo, no pasó de ser
una especie de experimento de aquellos iniciadores de la
literatura latina, que no volvió a repetirse. En el empleo
de estos metros griegos, cuya evolución podemos seguir
aún, manifiéstase, sin embargo, una potencia creadora
en laque debemos insistir, pues en vista de lo servil de
la imitación de los modelos griegos en lo que respecta
a la materia, suele pasarse por alto la mencionada vic-
toria en lo que concierne a la forma. La tarea ofrecía
dificultades enormes, pues se trataba de adaptar for-
mas métricas construídas sobre una base rítmico-musi-
cal, a una lengua de prosodia esencialmente distinta,
pobre en sílabas tónicas breves, lo que necesariamente
imponía diferente técnica del verso en múltiples aspec
10 ALFRED GUDEMAN

tos. Con el tiempo, en los metros líricos de Catulo y


Horacio, en los dísticos de Tibulo y Ovidio y en el
hexámetro de Virgilio y Ovidio, alcanzó el verso tal
flexibilidad y tersura, eufonía y dignidad, que podían
equipararse a las de los originales griegos, y aun tal
vez en ocasiones los aventajaban.
Al tratar de la literatura arcaica de los romanos el historia-
dor se encuentra en situación muy enojosa, pues desde sus ini-
cios en el siglo III hasta la época de César -Catulo, Lucrecio
y Cicerón fueron contemporáneos-, a excepción de Plauto y
Terencio y de un escrito en prosa de Catón acerca de la agricul-
tura, no poseemos una sola obra entera. Hemos de contentarnos
con juicios antiguos y fragmentos transmitidos al azar, que
además, en la inmensa mayoría de los casos, no guardan la
menor conexión con el conjunto y que los gramáticos de épo-
cas tardías citan no por consideraciones objetivas o estéticas,
sino por un interés puramente lingüístico en lo arcaico del
vocabulario. Salta a los ojos que, ante un montón de escombres
como éste, nuestro conocimiento y nuestra crítica quedan
estrechamente limitados; sobre todo, los antiguos, en sus jui-
cios, suelen aplicar a sus predecesores la medida absoluta de lo
realizado por sus contemporáneos en el terreno del arte, en
vez de comprenderlos históricamente, a la luz de la evolución
literaria Pero lo que acarreó la pérdida de tantos tesoros litera-
rios de la Antigüedad, no fueron las modificaciones sufridas por
el gusto, pues durante siglos anduvieron aún en manos de eru-
ditos lectores, o prolongaron su existencia en la quietud de las
ricas bibliotecas, especialmente de Roma, hasta que también
éstas fueron destruídas por las hordas guerreras que, a partir
del siglo Iv, una y otra vez invadieron Italia. Lo que se salvó
halló entonces un postrer refugio en los conventos, donde había
de ser descubierto de nuevo en la época del Renacimiento. Por
enormes que hayan sido las pérdidas en todos los campos de la
actividad espiritual -la literatura griega ofrece un cuadro de
ruinas análogo-, es tal vez lo más chocante que en el campo
de la oratoria, para la que los romanos se revelaron especialísi-
mamente dotados desde el principio, en la que todas las épocas
produjeron eximios representantes y que tan particular papel
jugó en la vida pública, hasta los llamados panegíricos de los
siglos III y Iv, sólo han llegado a la posteridad los discursos de

!
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 11

Cicerón. La única excepción, el discurso de gracias de Plinio


el Joven a Trajano, nos ha sido transmitido con importantes
modificaciones y ampliaciones del mismo autor, y por la cir-
cunstancia puramente casual de haber sido agregado a los
mencionados panegíricos imperiales para los que sirvió de
modelo.
Es curioso que ningún escritor romano de importancia
naciese en la misma ciudad de Roma. Si a pesar de ello se
prefiere hablar de una historia de la literatura romana y no
latina o italiana, ello no carece de justificación interna.
La enorme pujanza política de la Urbe después de la segunda
guerra púnica y su incontestado dominio del mundo después
de la destrucción de Cartago (146) y de la conquista de Grecia,
tueron como irresistible imán que atrajo a todos los talentos
literarios nacidos dentro de los límites del Imperio. Los más
trasladábanse a Roma desde su juventud, ya para efectuar
estudios, ya con la justa convicción de que sólo allí podían
esperar ver apreciadas sus obras. La Ciudad Eterna nunca
perdió del todo su hegemonía literaria hasta la ruina del
Imperio de Occidente (476 d. de J. C.) ; pero no se puede
hablar de una literatura latina en el amplio sentido de la
palabra hasta que en pleno período cristiano grandes escritores
latinos desplegaron una afortunada actividad literaria fuera de
Roma, por ejemplo en Africa: esto es, a partir del siglo III.
Dicha denominación, pues, ofrece ia ventaja de convenir tam-
bién a estas épocas tardías, y por ello es la generalmente
adoptada.
PRIMERA PARTE

Época republicana (240 a. de J. C.)


A. Período antiguo, hasta 80 a. de J. C.
I. Los poetas
L. Livio Andrónico. En la toma de Tarento fué
hecho cautivo un joven griego llamado Andrónico ; en
Roma, donde fué conducido, subvino a su existencia
enseñando su lengua materna a romanos de la aristo-
cracia. Manumitido por su señor, añadió, según la cos-
tumbre, el nombre de familia de éste al suyo. A su
llegada a Roma conocía ya seguramente el latín; se
comprende que, dada la inexistencia de todo texto
latino, sintiese la necesidad, puramente práctica, de uno
en que poder basar su enseñanza. Ocurriósele entonces
la idea, cuya trascendencia no podía sospechar, de tra-
ducir la Odisea de Homero. La sola ideade una empresa
tan enorme-la epopeya cuenta más de 12 000 versos- -
es de una osadía admirable, pues Andrónico no dispo-
nía, como hemos dicho, de ningún modelo literario; el
léxico poético estaba por crear, y las formas latinas,
rígidas aún, no se prestaban a la ejecución poética. Que
en vista de estas dificultades renunciase a verter a
Homero en el metro del original, introduciendo así
14 ALFRED GUDEMAN

desde el principio en la literatura romana el hexámetro


épico, es muy natural; sobre todo, cuando existia un
verso italiano primitivo, denominado más tarde satur-
nio, que bastaba para su objeto. Este verso constaba, en
su forma normal, de dos miembros, cada uno de ellos
con tres tiempos fuertes y cuatro -o tres- débiles
(しかし かし ト しかし ハート 。 ) ; pero dejaba margen para
varias licencias en el tratamiento prosódico de las
sílabas breves.
La vehemencia polémica, no acallada aún hoy, acerca de si
este verso se basaba en el acento (rítmico) o en la cantidad
(métrico) , puede, a mi entender, resolverse, admitiendo que
ambas partes tienen razón. Los saturnios populares fueron desde
un principio indudablemente acentuales y continuaron sién-
dolo; en cambio, la escansión de los saturnios artísticos de un
Andrónico y de su único seguidor Nevio, como sus yambos y
troqueos, se hizo cuantitativamente al modo griego, aun cuando
en latín no fué posible mantener la estricta regularidad del tri-
metro y del tetrametro. De esta obra primeriza de la literatura
latina poseemos unos cincuenta versos sueltos, que natural-
mente no permiten formar juicio acerca del conjunto como tal o
de su realización técnica. Si Cicerón compara ingeniosamente
esta Odisea con las rígidas estatuas de un Dédalo, considerado
el fundador de la escultura griega, y si Horacio se lamenta
de haber tenido que bregar con ella en los bancos de la escuela de
Orbilio, en rigor ambos juzgan desde la elevada atalaya de un
tecnicismo erudito que desde los tiempos de Andrónico había
alcanzado prodigioso desarrollo. Con todo, los escasos restos
salvados autorizan la convicción de que no se trata de un tra-
ductor congenial que hubiese solventado ágilmente las dificul-
tades, casi insuperables, indicadas más arriba, creando una
obra maestra equivalente. Pero, hasta hoy, ningún traductor
del más grande poeta épico de todos los tiempos ha tenido, ni
con mucho, tal suerte ; y si hombres como, por ejemplo, Momm-
sen han pronunciado contra el "inventor del arte de traducir"
una sentencia despiadadamente condenatoria, la misma sería
aplicable a los primeros ensayos similares en las lenguas
modernas, sin que en este segundo caso cupiera aducir circuns-
tancias atenuantes análogas. El gran filólogo inglés R. Bentley
ha dicho, con toda justicia, de la célebre traducción de Alejan-
dro Pope : "¡Es un poema hermosísimo, pero no es Homero !"
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 15

Si la versión de la Odisea respondió a una necesidad


práctica de la enseñanza escolar,Andrónico alcanzó un
puesto no menos glorioso en la historia de la literatura
con la creación del drama romano, en especial de la
tragedia. Conocía sin duda el teatro griego no sólo por
la lectura, sino también por haber tenido en Tarento
frecuente ocasión de asistir a representaciones a cargo
de actores nativos o de los "artistas dionisíacos" que
en aquel tiempo recorrían los países griegos. Y ello
pudo haberle sugerido la idea de hacer accesibles a los
romanos, bajo forma latina, las obras maestras del tea-
tro griego. En este caso pudo tratarse también, desde
luego, de versiones más o menos libres, pero la dificul-
tad capital consistía, como queda indicado, en adaptar
los esquemas métricos del diálogo y de las partes can-
tadas al carácter prosódico de la lengua latina, en regu-
lar la cantidad de las sílabas y en mantener dentro de
determinados límites la ligación de las sílabas finales.
Así surgieron el senario yámbico latino, el crético
(-o-) y el septenario trocaico, estructuras métricas
fundamentales en la versificación ulterior. Fué, pues,
ésta una creación de máxima importancia, aunque los
dramas de Andrónico, para decirlo con Cicerón, en sí
no merecían, a causa de lo arcaico de su lenguaje, una
segunda lectura.
Cuando Andrónico en los ludi Romani (septiembre)
del año 240 llevó a una escena romana la primera tra-
gedia, el terreno estaba bien preparado para una aco-
gida satisfactoria por parte del público. Ya cien años
antes, actores etruscos (histriones) habían dado, con
gran aplauso, representaciones improvisadas con acom-
pañamiento de flautas y danza; por otra parte, la farsa
atelana popular, elevada más tarde a la categoría litera-
ria, y el mimo, habían proveído en abundancia al afán
de espectáculos del ciudadano romano. Sólo el grave
género de la tragedia, con su acción llevada a la
extrema austeridad, era el único que hasta entonces no
16 ALFRED GUDEMAN

se había representado en los juegos públicos. En esto


consistió la sensacional innovación de Livio Andrónico.
Livio presentaría aquel primer drama de la literatura latina
al entonces director de los Juegos, tal vez por mediación de
algún personaje influyente como M. Livio Sarinator, cuyo pre-
ceptor parece haber sido, pues es absolutamente inverosímil que
aquel edil hubiese tenido de pronto la genial ocurrencia de
encargar a un liberto y maestrillo griego la traducción de tra-
gedias griegas para los juegos del período de su magistratura.
Faltábale, para ello, toda base informativa. Pero sea como sea,
el éxito fué imponente. Y una vez señalado el camino, acudieron
los poetas . A los ludi Romani no tardaron en agregarse los ludi
Plebei (220, en noviembre) y los ludi Apollinares (212, en julio),
y desde el año 194 también revistieron carácter escénico los
Megalenses (en abril), de suerte que cincuenta años después del
primer ensayo de Andrónico los días del año hábiles para repre-
sentaciones escénicas eran cuarenta v ocho. De las tragedias de
Livio sólo se han conservado nueve títulos con brevísimos
fragmentos que no dan el menor indicio acerca del modo de
composición o de la relación con sus originales. Algunos títu-
los como Aias, Andromeda, Ino, Tereus, corresponden a los de
obras de Sófocles y de Eurípides ; en otras, parece haber
seguido a trágicos posteriores a Eurípides. Andrónico escribió
también comedias ; pero sólo conocemos dos títulos : Gladiolus
y Ludius. Debieron pertenecer al género de la palliata (1), que
así habría también introducido por vez primera en la litera-
tura romana. Mientras sus tragedias se sostuvieron durante
largo tiempo en la escena, sus comedias quedaron eclipsadas
pronto por las de sus grandes sucesores.
El año 207 llamó de nuevo la atención como autor de un
himno coral acompañado de figuras de danza (partenio) , que
tres coros de nueve doncellas ejecutaron en solemne procesión
propiciatoria en honor de Juno. El himno, escrito en lenguaje
arcaico, no mereció, como hemos visto, el aplauso del historia-
dor Livio. Mas parece haber obtenido gran éxito, pues llevó, en
honor suyo, al reconocimiento oficial de los poetas y actores
( collegium scribarum histrionumque), a los que se asignó el tem-
plo de Minerva en el Aventino como lugar de reunión y para

(1) Véase págs. 18 y 23.


HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 17

el culto en común. A este propósito hay que observar que, en


la denominación de scriba (escribiente), se trasluce desagrada-
blemente el bajo aprecio en que se tenía la profesión de poeta,
considerándola un oficio manual ; a menos que el título de
poeta o scriptor, corriente en todo caso ya para Plauto, no
fuese entonces todavía de uso general.

Gneo Nevio (m. hacia 201 a. de J. C.) . En este


sucesor inmediato del fundador de la literatura romana
tenemos una figura poética de mucho mayor relieve.
Nacido hacia el primer cuarto del siglo III en una ciu-
dad, ya latinizada, de la Campania, de familia humilde
pero libre, tomó parte en la primera guerra púnica y al
terminar ésta fué inmediatamente a Roma, siendo ya
hombre maduro. Es de suponer que estimulado por los
éxitos de Andrónico, se consagró a la escena durante
treinta años, a partir ya de 235, escribiendo, como su
predecesor, y como su sucesor Ennio, tragedias y come-
dias. Con esto confirmaba la frase de Platón, de que
compete a un mismo poeta cultivar con fortuna ambos
géneros dramáticos. Más tarde este doble talento no se
da ya, como no se había dado entre los griegos, y hemos
de descender hasta Shakespeare, Dryden y Kleist (1) ,
para encontrar ejemplos análogos. A juzgar por el
numero de títulos llegados hasta nosotros, Nevio habría
preferido con mucho, la comedia, como más tarde, al
contrario, Ennio la tragedia; pues de treinta y cinco
obras del primero, sólo seis son tragedias ; pero la con-
clusión no es decisiva, pues las comedías ofrecían a los
gramáticos, a quienes debemos los fragmentos, una
mina de latín arcaico de mucho mayor rendimiento
para sus estudios que las tragedias. Nevio poseía una
vena reciamente satírica, aristofánica. Atacó sin temor
a los poderosos e ilustres, por ejemplo a los Metelos
y a un Escipión; y como la Ley de las Doce Tablas

(1) El autor podía haber añadido, por ejemplo, Calderón.


N. del T.

2. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99. - 3. ed.


18 ALFRED GUDEMAN

había prohibido ya, bajo severas penas, la crítica pública


de este género, Nevio se vió envuelto en un conflicto
con la autoridad. El poeta, ya anciano, fué a dar con
sus huesos en la cárcel ; y a este percance alude clara-
mente su colega más joven, Plauto, en un verso céle-
bre (211) de su Miles Gloriosus, representado, lo más
pronto, en 205.
La comedia traducida del griego, la llamada fabula palliata
(el pallion venía a corresponder a la toga romana) no puede
haber contenido semejantes pullas contra la distinguida sociedad
romana o los altos funcionarios, sin que los personajes quedasen
desplazados de su papel, aun cuando Nevio, lo cual es suma-
mente inverosímil, debiese haber callado sus nombres. Insensi-
blemente se va a la suposición, que autorizan, por otra parte,
fragmentos del Hariolus y de la Tunicularia, de que ya Nevio
había introducido en la literatura romana la fabula togata, en la
que los personajes eran todos romanos, y de ahí su nombre
Él es asimismo el fundador del drama nacional, histórico, de la
fabula praetextata (llamada así por el traje, la toga praetexta, de
los personajes que figuraban en la misma, pertenecientes a la
clase senatorial) , como algo análogo a la tragedia de temas
tomados de la leyenda heroica griega. Por los dos títulos que
conocemos -un tercero, Lupus, es dudoso y algunos fragmen-
tos, se sabe que en una de ellas dramatizó la infancia y juven-
tud de Rómulo y Remo, y en la otrala heroica victoria, viva aún
en el recuerdo general, de M. Claudio Marcelo, quien el año 222
dió muerte junto a Clastidio, en singular combate, al caudillo
galo Virdúmaro. Se tiende con facilidad a menospreciar la origi-
nalidad de tales producciones, Incluso dentro de la literatura
latina constituyeron una gran rareza, y las de la época imperial
estaban destinadas únicamente a la lectura. Sólo se nos ha con-
servado Octavia, que, tal vez sin razón, se niega sea de Séneca.
Nevio introdujo además una innovación fecunda en el arre-
glo de las comedias griegas, insertando escenas enteras y carac.
teres de otras comedias, lo que se designó con el nombre de
contaminatio (esto es, mezcla, adición) , técnica de composición
en la que le siguieron Ennio, Plauto y Terencio. A juzgar por el
estereotipado contenido de la nueva comedia ática, tal proce-
dimiento, sin alterar en esencia la marcha de la acción, podría
haber dado por resultado realzar con éxito el efecto cómico, de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 19

no haber tenido el poeta que preocuparse demasiado por disimu-


lar las junturas, pues eventuales inconveniencias técnicodramá-
ticas, el mismo hecho de la contaminatio, habrían pasado inad-
vertidas para un auditorio aun menos ingenuo que el de enton-
ces, delatándose únicamente a la inquisitiva mirada del lector
crítico. La destreza artística con que Nevio procedió a este
propósito escapa a nuestro conocimiento, lo mismo que las liber-
tades que tal vez se permitió con sus modelos. El fragmento
más largo conservado, la célebre descripción de una versátil
coqueta, produce la impresión de una semblanza original, de la
que el mismo Ovidio no se habría avergonzado. Si este pasaje
no procede de una fabula togata, como el título de Tarentilla
hace pensar, de toda suerte cabe suponer en espíritu tan vivaz y
creador que su originalidad, aun no apartándose de sus mode-
los griegos, había de traslucirse de múltiples modos. Aquel
encarcelamiento, del que salió probablemente por mediación de
los tribunos del pueblo, parece haber puesto brusco fin a su
producción para la escena, que tanto éxito había logrado, pues
lo demás que sobre este respecto se nos cuenta, es sumamente
sospechoso. Es también dudoso que saliese de Roma al poco
tiempo, pues aunque hacia el año 201 acabó sus días en la
africana Útica, su emigración o destierro difícilmente pudo
tener lugar durante la guerra púnica, terminada en 202.
La posibilidad del relato de Cicerón, cuya exactitud presupone
que Nevio tenía puesto especial deleite en su Bellum Punicum,
la obra de su vejez, se hace más comprensible, si la suponemos
compuesta en la misma Roma, es decir si admitimos la pre-
sencia del poeta en la Urbe.
Con esta extensa obra -en tiempo de Cicerón, C. Octavio
Lampadio la dividió y comentó en siete libros- creó Nevio no
sólo la epopeya nacional romana, sino también el primer poema
heroico histórico, cuyo asunto estaba tomado de la inmediata
actualidad y de cuyo contenido el propio autor podía responder
como testigo ocular. La poesía griega no podía presentar algo
análogo, pues las Mesénicas de Riano trataban de acontecimien-
tos históricos, pero no contemporáneos. En la introducción, que
contenía además algunos particulares autobiográficos, y en los
dos primeros libros, remontábase a la leyenda de Eneas y refe-
ría, entre otras cosas, la estancia del héroe troyano en la Corte
de la reina Dido de Cartago. Las funestas consecuencias de la
misma pudieron haberle servido para dar mayor fundamento al
20 ALFRED GUDEMAN

irreconciliable odio entre Roma y Cartago, que tuvo su expre-


sión en las guerras púnicas. Luego se describían los sucesos
desarrollados tras el desembarco de Eneas en el Lacio, y la
historia anterior de Roma (fundación de la ciudad, época
monárquica, etc.) , formando todo ello magnífico preludio a la
exposición del tema propiamente dicho.
Para su poema, Nevio eligió el verso saturnio. En esta elec-
ción hubo, sin duda, aunque no necesariamente deliberado, un
homenaje a Andrónico, quien en todo caso, a juicio de Nevio,
debía haber demostrado la aplicabilidad práctica de este metro
para un relato épico.

Un soplo de orgullo nacional y de inspiración patrió-


tica, perceptible todavía, hace vibrar esta obra aunque
entre los 60 versos escasos en conjunto llegados hasta
nosotros encuéntranse algunos que dan más bien la
impresión de una árida crónica versificada. El efecto
de la obra completa fué tan grande como duradero.
Ennio, que se consideraba superior a él como artista,
en sus Anales pasó casi por alto la primera guerra
púnica, meramente en atención a su predecesor, y le
siguió en los episodios histórico-legendarios, como lo
hizo evidentemente Virgilio en su Eneida, en mucho
mayor medida. Y si Horacio observa con disgusto que
Nevio está todavía en todas las manos, lo mismo que si
se tratara de un poeta moderno, refiérese principal-
mente al Bellum Punicum. Cicerón le compara con
Mirón, uno de los máximos escultores de laAntigüedad,
cuya imaginación llena de vida y naturalidad manifes-
tábase más en la viveza y el movimiento que en lo aca-
bado de la forma y en la expresión de lo espiritual. Más
significativo es aún que el mismo Cicerón cite sólo a
Nevio y Plauto como los representantes ejemplares del
latín arcaico sencillo, incontaminado ; juicio que con-
cuerda con un epigrama, en versos saturnios, de la época
de Augusto, erróneamente atribuído al propio Nevio :
"Si los inmortales pudiesen llorar a los mortales, las
divinas Musas llorarían por el poeta Nevio. Pues una
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 21

vez relegado éste a los abismos del Orco, olvidóse en


Roma hablar bien la lengua latina."
Tito Maccio Plauto (c. 254-184). En las noticias
que poseemos de la vida del primer poeta romano de
quien se han conservado obras enteras, es difícil separar
la poesía y la realidad. Lo que de él sabemos procede
del más grande erudito de Roma, M. Terencio Varrón,
contemporáneo de Cicerón; pero ignoramos de qué
fuentes se sirvió, y, sobre todo, si se encontraba en
condiciones para obtener noticias fidedignas especial-
mente acerca de los comienzos de Plauto. En los tiem-
pos antiguos como en los modernos, no se ha podido
resistir a la tentación de colmar las eventuales lagunas
biográficas con deducciones de las obras del autor:
piénsese, por ejemplo, en Eurípides y en Shakespeare.
Pero este proceder, arriesgadísimo ya tratándose de un
dramaturgo, había de conducir forzosamente a grandes
errores en el caso de un Plauto, cuyas comedias, sin
excepción, eran versiones más o menos libres de origi-
nales griegos. Sólo unos pocos detalles ofrecen credibi-
lidad interna.

Plauto nació en Sársina, pueblecito de Umbria. Su lengua


materna por tanto debió ser el osco -umbro, aunque una colonia
latina existente en la proximidad hace presumir que ya desde
su más temprana juventud tuvo ocasión de familiarizarse con
el latín. Fué muy joven a Roma, y como Shakespeare, halló
alguna ocupación relacionada con el teatro. Aunque este empleo
debió de proporcionarle las primeras experiencias escénicas,
éstas no podían a la larga bastarle, por lo espaciados que eran
aún los días de representación. Que él mismo fué actor, reci-
biendo el apodo de Maccus, uno de los cuatro caracteres típi-
cos de la fabula atellana, que más tarde transformó en el nom-
bre de familia, más distinguido. de Maccio, es una conjetura
moderna indemostrable, y que en nada aventaja a las demás
invenciones literarias de los antiguos, Con el dinero ahorrado
emprendió viajes mercantiles por mar, pero a consecuencia de
la guerra perdió todos sus bienes. Vuelto a Roma, ganó el pan
dando vueltas a la muela de un molino, hasta que, de un modo
22 ALFRED GUDEMAN

para nosotros desconocido, descubrió su talento y desde enton-


ces, poeta cómico predilecto del público, quedó exento de toda
preocupación de orden material. Murió el año 184, y ya muy
anciano, pues su Pseudolus (191 antes de J. C.) y su Truculentus
pertenecían, según inequívoco testimonio de Cicerón, a su vejez.
Reconociendo la gran fecundidad de este poeta, aun supo-
niendo que el ritmo de su labor fuese muy acelerado, su carrera
de comediógrafo debió de empezar algo antes de lo que general-
mente se cree. Podemos seguirla sólo hasta el año 205, ya que
las tres obras tempranas que posiblemente escribió siendo aún
mozo de molino, dan pie a justificadas sospechas. Pues si
Varrón hubiese tenido noticia bien garantizada de las mismas
habría debido incluirlas también en el número de las comedias
indudablemente auténticas, como, por otra parte, los numero-
sos autores, anteriores a él, que redactaron Indices de las obras
de Plauto. Cuando en tiempo de Sila, por la carencia de come-
dias en boga, el antiguo y popular poeta cómico experimentó
una especie de resurrección y los eruditos romanos, entre ellos
el trágico Accio, procedieron a tamizar su legado literario, se
evidenció que entre unas 130 comedias, que llevaban su nom-
bre, sólo unas pocas eran auténticas. No pasa de conjetura la
explicación que de este hecho curioso dan los antiguos, dicien-
do que se debía tratar de arreglos de piezas anteriores reali-
zados por .Plauto -¡sólo habrían podido ser comedias de Livio
y Nevio ! - y que en otros casos había tenido lugar una con-
fusión con las obras de otro poeta por lo demás absolutamente
desconocido, un tal Plautio, cuyo nombre en genitivo (Plauti)
sonaba igual. Es mucho más verosímil que los directores de
teatros representaron comedias más tardías con un prólogo
nuevo o ampliado, bajo el nombre del célebre poeta, con vistas
a los llenos, como se suele decir. Si, por otra parte, los moder-
nos suponen, como causa principal del crecido número de pie-
zas seudoplautínicas, que Plauto, el representante más conspi-
cuo de la fabula palliata, fué considerado con el tiempo como
una especie de depósito para producciones inferiores y anóni-
mas del mismo género, esta opinión, corriente hoy día, carece
también de analogías históricoliterarias. Las piezas sin título,
si existieron, debieron ser muy pocas; al contrario, poseemos
explícitas noticias de que comedias auténticas de Plauto corrían
bajo otros títulos, como su Boeotia bajo el de Aquilius, reinte-
grándolas Varrón a su verdadero autor a base de criterios posi
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 23

tivos y estilísticos. El que tales confusiones se hayan podido


producir, es, en primer término, culpa del propio Plauto, quien,
según la frase de Horacio, ejerció su arte por simple afán de
dinero, sin preocuparse del éxito o fracaso del estreno ni de su
fama poética en la posteridad. Análogos reproches se han diri-
gido, tal vez no sin razón, a un Scott, a un Dickens, a un Balzac
y sobre todo a Shakespeare, cuyos dramas quedaron en manos
de los actores, mientras él se retiró a su ciudad natal para ter-
minar en ella sus días como un burgués acomodado, no publi-
cándose la primera edición completa de sus obras, aumentadas
también con elementos apócrifos, hasta siete años después de
su muerte (1616) . La investigación de Varrón dió por resul-
tado que las piezas indudablemente auténticas, según opinión
unánime de todos los críticos, eran 21 ; un número casi igual
se dedujo de sus consideraciones de orden estético y estilístico:
las demás las rechazó por apócrifas. Este juicio de Varrón
parece haber cristalizado, en los primeros tiempos del Imperio,
en una edición del texto, acarreando la pérdida de las piezas no
reconocidas generalmente como auténticas. Como las obras de
Plauto llegadas hasta nosotros son igualmente 21 -la última,
la Vidularia, sólo fragmentariamente-, éstas deben de coinci-
dir con las llamadas fabulae Varronianae. Han llegado, pues,
hasta nosotros sólo comedias auténticas de Plauto, pero, sin
embargo, no todas. Así Varrón habría admitido entre las pri-
meras la comedia Commorientes, declarada plautínica por Teren-
cio, de no haber Accio, ignoramos por qué razones, combatido
su autenticidad. Lo mismo cabría decir del Colax. de cuya exis-
tencia Terencio fué advertido por sus detractores después del
estreno del Eunuchus. Las obras de Plauto debieroń, pues, estar
en alguna parte, a la disposición de aquéllos. ¿Estaban, acaso,
todos estos libretos dramáticos guardados en el collegium scri-
barum histrionumque del templo de Minerva? (Véase pág. 17).

La actividad de Plauto como dramaturgo se aplicó


exclusivamente a la fabula palliata, cuyos modelos
griegos estaban principalmente tomados del repertorio
de la nueva comedia ática, representado por los tres
grandes astros Filemón, Dífilo y Menandro. Por desgra-
cia, apenas si en la mitad de los casos podemos seña-
lar los originales, pues entre los mismos fragmentos de
Menandro, descubiertos no ha mucho, no se contiene
24 ALFRED GUDEMAN

una sola pieza que hubiese servido de base para una


de Plauto.

El Mercator, la Mostellaria y el Trinummus procedían segura-


mente de Filemón ; Rudens, Casina y Vidularia, de Difilo; Bас-
chides, Cistellaria y Stichus, de Menandro; la Asinaria, de un
poeta llamado Demófilo, por lo demás desconocido ; y el origi-
nal del Persa debe ser atribuído a un poeta de la comedia de
transición contemporáneo de Demóstenes. Sólo conjeturas, y
aun no siempre, caben acerca de los originales de las demás
piezas, encontrándose entre éstos precisamente algunas de las
comedias más célebres, como Amphitruo, Aulularia, Captivi, Epi-
dicus, Menaechmi, Miles Gloriosus y Pseudolus. La fecha de la
composición o estreno también sólo en contados casos es dedu-
cible, por la pérdida de casi todas las notas didascálicas análo-
gas a las que poseemos para Terencio. Así, el Stichus se estrenó
en los ludi Plebei del año 200, el Pseudolus en 191, el Trinummus
después de 194, desde cuyo año los ludi Megalenses revistieron
carácter escénico. La más antigua de las obras de Plauto con-
servada es el Miles Gloriosus, aproximadamente del 205; sigue
a la misma la Cistellaria, anterior a 201 ; el Epidicus precedió a
las Bacchides, que deben situarse hacia el año 189. Entre 197
y 186 oscilan el Persa, Poenulus, Epidicus, Captivi, Aulularia.
Siguieron, por último, Truculentus y Pseudolus, obras de su
vejez. La cronología de las demás es absolutamente indetermi-
nable : sólo el Rudens debió de preceder al Mercator.

No es posible descubrir, en Plauto, vestigio alguno


de evolución artística en la composición, en el estilo
y en la métrica, como tampoco de progresiva mengua
de su fuerza creadora. Sus obras mejores, así como las
relativamente peores, se reparten por igual entre los
períodos más tempranos y más tardíos de su actividad.
Según el testimonio incontrovertible de Terencio, Plauto
apeló sin duda alguna al recurso de la contaminatio.
Pero de haberlo hecho del modo extensísimo y casi
chapucero que los modernos con frecuencia pretenden,
sería incomprensible que los críticos hubiesen podido
echar en cara tal proceder a Terencio, cuando precisa
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 25

mente éste supo disponer las junturas con tal arte, que
hasta hoy nadie ha podido precisar la contaminatio
muchas veces confesada por el mismo autor. En cuanto
aPlauto, sólo se ha precisado, de modo convincente, la
de dos obras : Miles Gloriosus y Poenulus. Que en casi
todas sus piezas se encuentran contradicciones, incon-
secuencias, absurdos, en una palabra, numerosas faltas
de técnica dramática, es un hecho innegable. Pero en
esto coincide con todos los grandes comediógrafos de
la literatura universal, con Aristófanes, Shakespeare,
Molière y Holberg, cuyo objeto ha sido en primer lugar
el efecto cómico, no la estructura rigurosa, consecuente,
de la acción. Casi se puede decir que cuanto esta per-
fección asoma, por ejemplo, en Menandro, Cecilio y
Terencio, ha sido casi siempre a costa del puro efecto
cómico. Por lo demás, en el caso de Plauto, se
deberá contar siempre con arreglos, adiciones, supre-
siones y otras alteraciones del texto original, a causa
de ulteriores representaciones.
La cantidad de modelos griegos de que Plauto podía
disponer para sus versiones, era infinita : Ateneo, en el
siglo III d. de J. C., leía aún unas 800 obras de la come-
dia ática media y nueva; pero en cuanto al contenido,
ofrecían espantosa uniformidad. Presentaban un cua
dro fiel de la burguesía ateniense de los siglos IV y III
que, ajena a los superiores intereses culturales así como
a toda actuación política, penetrada del espíritu del
epicureísmo entonces dominante el mismo Menandro
pertenecía a esta secta-, llevaba una existencia trivial,
consagrada a los placeres. Rufianes, jóvenes ociosos
enamorados, en su mayoría hijos de padres acomoda-
dos que muchas veces resultan rivales de aquéllos (Asi-
naria, Bacchides, Casina, Mercator), soldados fanfarro-
nes y con dinero abundante, que se enamoran (Miles
Gloriosus, Trasón en el Eunuchus de Terencio), parási-
tos (Captivi, Curculio) , medianeros codiciosos (Curcu
26 ALFRED GUDEMAN

lio, Pseudolus, Poenulus, Persa, Rudens) y esclavos


taimados, constituyen los principales tipos de esta socie-
dad relajada, que vive al día. Raras veces presentaron
estos poetas una honrada vida de familia (Stichus, Tri-
nummus), que en rigor apenas daba pie para intrigas y
embrollos cómicos; las clases cultas o los funcionarios
tampoco tienen lugar alguno en estas capas sociales
inferiores. Mientras en Aristófanes se advertía como
una especie de predicador moral y de educador de su
pueblo, o al menos tomaba la apariencia de tal, sus
sucesores pierden todo sentido de la corrupción moral
y de la vacuidad espiritual del ambiente por ellos repre-
sentado. Creyeron cumplir su cometido presentando a
los personajes en conflictos dramáticos, que ofrecían
grata ocasión para múltiples situaciones cómicas o para
regocijada pintura de caracteres.
Con grandísima frecuencia los que asumen papel preponde-
rante en el desarrollo de la acción sos los esclavos. Su virtuo-
sismo, a menudo genial, en la invesción de expedientes siempre
nuevos, consigue arrancar a padres venerables, casi siempre
tacaños, el dinero necesario para que sus jóvenes dueños pue-
dan entrar en posesión de sus queriditas (Asinaria, Epidicus,
Bacchides, Mostellaria, Miles Gloriosus, Pseudolus) . Confusiones
(Menaechmi, Amphitruo) , reconocimientos de toda suerte, por
ejemplo de hijos o hermanos que se creſan perdidos, o entre
hermanas (Casina, Cistellaria, Curculio, Epidicus, Menaechmi,
Poenulus, Rudens, Vidularia), doncellas forzadas como esclavas
que más tarde se revelan de condición libre, acabando el lance
en honrado casamiento (Curculio, Cistellaria, Epidicus) y el des-
pido del. amante anterior o del alcahuete burlado : he aquí las
bases y los supuestos de la acción dramática, que aparecen en
conexiones múltiples, pero siempre se repiten. En cambio, una
obra como los Captivi, cuyo autor griego desconocemos, debió
ser rara en la comedia nueva, y entre las de Plauto es única.
En los versos finales dirigidos al espectador, el mismo Plauto
dice que no encontrarán en ella (y el prologuista posterior no
hace más que repetirlo) , todos los tipos, las situaciones, los
efectos y los gruesos chistes habituales, sino tan sólo morali-
dad honrada, pues "los poetas tienen a su disposición poquísi-

1
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 27

mas comedias, en las que los buenos resulten aún mejores".


Palabras que difícilmente pudieron tomarse del original griego,
pues con ellas se habría zaherido tal vez a Menandro y sus
colegas. Y en realidad, los Captivi no contienen figura femenina
alguna (como tampoco el Trinummus) , ni intrigas amorosas,
pero tampoco tienen comicidad, de suerte que más bien se nos
antojan un conmovedor drama burgués al estilo de los que
hacían las delicias del siglo XVIII ; y así comprendemos que Les-
sing llegase a afirmar que los Cautivos de Plauto son la obra
más hermosa que jamás haya pasado por la escena.

El mismo Plauto tenía tan poca fe como Goethe en


la misión ética o en el efecto educativo del teatro
(cp. Rud., 1249 sigs.) ; pero la citada frase de los Cap-
tivi evidencia que abrigaba plena conciencia del carác
ter inmoral de sus modelos griegos. Si a pesar de ello
no sentía escrúpulos en servir de truchimán al pueblo
romano para facilitarle tales pasatiempos, ello sólo
puede ser debido al convencimiento de que los especta-
dores sólo verían en los cuadros de costumbres repre-
sentados un ambiente extranjero, que en modo alguno
reflejaba su vida cotidiana, por lo que sobre el público
congregado para un festival podía ejercer tan poco
influjo desmoralizador, como escándalo religioso podía
levantar la parodia de los dioses griegos contenida en
el Amphitruo.
Aunque Plauto, por lo que se ha podido probar,
tomó de sus modelos los argumentos y la acción en blo-
que, sin variar ni ampliar con invenciones propias la
esencia y el carácter de los mismos, no diferenciándose
en ello de Shakespeare, por lo que desde este punto de
vista no pasa de traductor o imitador de obras extran-
jeras, se obtiene una imagen muy distinta si examina-
mos el aspecto más formal de su producción, la técnica
de su lenguaje y de su verso; pues en ello se revela
maestro genial de primer orden, cuya originalidad y
fuerza creadora brillan con más vivo esplendor des-
pués del nuevo hallazgo de fragmentos menandrinos.
28 ALFRED GUDEMAN

Examinando detenidamente la abundante producción


conservada de Plauto, vale la pena explorar los aspec-
tos y propiedades que no puede haber debido a sus
modelos. En primer lugar, nos sorprende en Plauto la
diversidad métrica de sus monodias (cantica), en las
que enriqueció la lengua latina con esquemas métricos
desconocidos de los mismos griegos.
Se ha intentado referir esta polimetría a la influencia de
una oscura lírica helenoalejandrina, de la que es único ejem-
plo conocido El lamento de una Doncella. Pero una canción de
este género, por lo demás compuesta, al parecer, como aria
para una sola voz, y de contenido elegíacotrágico, difícilmente
puede haber servido de modelo a un poeta cómico. Es muy posi-
ble que Nevio le hubiese precedido en ello, y que la comedia de
transición hubiese utilizado cánticos de este género para sus-
tituir el antiguo coro. En todo caso, salta a la vista de un
modo evidente el paralelo con Menandro y Terencio, el "Menan-
dro a medias", que se limitaron casi exclusivamente a los trí-
metros yámbicos y a los tetrámetros trocaicos, a los senarios
yámbicos y a los septenarios y octonarios trocaicos, respectiva-
mente, y ello, sobre todo, porque incluso en las partes dialo-
gadas echó mano de otros metros que se suceden respondiendo
al carácter de la situación. La comprobación de la estricta
regularidad y del arte formal que distinguen la versificación
de Plauto, data de la Edad Moderna, pues incluso Cicerón ,
Varrón y Horacio no vieron en ella más que irregularidad
caprichosa e impotencia artística, cuando ya la sola posibilidad
de adaptar a tantas estructuras métricas nuevas una lengua
tan rústica desde su origen, presupone una técnica admirable.
Sea como fuere, la literatura latina no produjo más hábil artí-
fice del verso, sin exceptuar al mismo Horacio.

La absoluta originalidad creadora de Plauto se ha


de buscar, sin embargo, en el dominio del lenguaje.
En lo que a éste respecta, rompió todas las cadenas
con que le habían sujetado sus modelos, por lo que
atañe al contenido. Las comedias de Menandro estaban
escritas en un estilo de ática elegancia y de incompara-
ble gracia, cómodamente adaptable a todas las situacio
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 29

nes, pero que más bien reflejaba el tono exquisito de la


conversación de las personas cultas. Evitaba escrupulo-
samente, como más tarde su fiel imitador Terencio,
todo lo vulgar, todo lo primitivo e ingenuo. En Plauto
encontramos exactamente lo contrario. A fuer de autén-
tico poeta cómico, mojó su pluma en la rica fuente de
la lengua popular. Su provisión de términos insultantes
y cariñosos es inagotable, la riqueza de su vocabulario
es sencillamente asombrosa. Los juegos de palabras y
los vocablos más grotescos, que no podían proceder de
sus originales, brótanle con jocosa facilidad. Emplea
con preferencia la aliteración, la asonancia y el asín-
deton -cosas poco menos que ajenas a la lengua
griega , imprimiendo a su estilo un sello inconfundi-
ble. En suma, domina con soberana maestría todos los
recursos lingüísticos, con vistas a un efecto cómico o
para llenar el diálogo de chispeante viveza. No siente
el menor escrúpulo en insertar en el diálogo recortes de
griego, perfectamente inteligibles, sin embargo, para el
público de la segunda guerra púnica; y son numerosí-
simas las alusiones, directas o figuradas, a circunstan-
cias puramente romanas de la vida privada o pública, a
modo de voces locales romanas sobre un fondo auténti-
camente griego : todo ello incongruencias que un Teren-
cio no se permitió jamás. Si fundándose en estos hechos,
que ningún lector puede dejar de advertir, se sostiene
que Plauto degradó las exquisiteces estilísticas de sus
modelos, sea por deficiencia de su sentido artístico, sea
porque su público grosero exigía categóricamente man-
jares más groseros, esta opinión descansa en prejuicios
erróneos, como pueden demostrarlo no sólo el ejemplo
de Aristófanes, sino también obras como Captivi, Sti--
chus, Rudens y Trinummus. Asombra el exiguo número
de obscenidades que se encuentran en Plauto, a pesar de
ser tan abundantes las ocasiones para ello. Lo obsceno,
lo moralmente repugnante, radica, puramente, en la
materia adoptada, jamás como ocurre en Aristófa
30 ALFRED GUDEMAN

nes y aun en el refinado y menandrino Terencio (Eunu-


chus) en las situaciones. Cicerón tributó al ingenio
de Plauto el elogio más alto que se pueda concebir, y
nególe explícitamente el carácter de lo bufonesco
y obsceno.
Los críticos antiguos, con excepción de Horacio y Quinti-
liano, juzgan unánimemente a Plauto en términos laudatorios.
Varrón, con dar la palma a Cecilio in argumentis (la invención
de la trama) , y a Terencio in cthesi (el diseño de los caracte-
res) , reserva para el comediógrafo que le precedió el primer
puesto in sermonibus (el diálogo y la lengua) . Ya el maestro de
Varrón, Elio Estilón, el primer filólogo romano, había declarado,
con excesivo entusiasmo, que si les dioses quisieran hablar latin
emplearían el lenguaje de Plauto, juicio que, despojado de su
exageración, coincide con el ya citado de Marco Tulio.
Plauto continuó hasta fines del siglo vi en manos de lectores
doctos; desde entonces piérdese casi todo el vestigio de él hasta
la época del Renacimiento, al paso que Terencio, por lo atil-
dado de su estilo, pudo sostenerse durante toda la Edad Media.
A partir del siglo xv aumenta sin cesar su influencia en las
modernas literaturas. Aparecen traducciones y adaptaciones en
gran número, sobre todo se advierte una utilización y una imi-
tación generales de los temas y caracteres plautínicos. Easte
aludir al Querolus (= Aulularia) medieval, a la Comedia de las
equivocaciones (Menaechmi) de Shakespeare, a Ben Jonson y a
Dryden, al Avaro (Aulularia) y al Anfitrión de Molière, a Les-
sing, a Holberg, el Plauto escandinavo, y a H. v. Kleist. La im-
presión más duradera, por lo que adaptaciones e imitaciones se
refiere, ha sido la de Amphitruo, Aulularia, Menaechmi, Miles
Gloriosus y en grado menor Captivi y Mostellaria. Y aun hoy la
comedia de Plauto, en virtud de su ingenio electrizante, inago-
table, de lo regocijante de sus situaciones cómicas, de su diá-
logo desenvuelto y del inimitable frescor de su lenguaje, ya
pesar de los temas a menudo inadecuados para el gusto mo-
derno, produce, como hace siglos, irresistible efecto.

Q. Ennio (239-169) . Si Plauto había cultivado


exclusivamente la comedia, con la unilateralidad genial
que de modo tan notable distingue también a los clási-
cos griegos, Ennio, su contemporáneo, más joven que
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 31

él, produjo en los campos más distintos de la actividad


poética obras afortunadas, que durante siglos, espe-
cialmente entre los épicos romanos, ejercieron un
influjo visible aún para nosotros, aunque por desgracia
no poseemos más que fragmentos de su producción.
Aunque no el más fecundo, es incontestablemente el
poeta romano que más aspectos ofrece.
Ennio nació el año 239 en Rudias, pueblecito mesapio de
Calabria. No sabemos cuándo además del griego, que en aquel
entonces debía ser todavía la principal lengua de relación de la
Magna Grecia, aprendió el osco y el latín: él mismo alardea,
más tarde, del conocimiento de estas tres lenguas. Hacia el fin
de la segunda guerra púnica le encontramos formando parte del
ejército, romano de Cerdeña -debió de alcanzar el grado de
centurión , de donde el entonces cuestor M. Porcio Catón,
advertido de su talento, le llevó consigo a Roma en 204. No deja
de ser una ironía de la Historia, que el romano que con mayor
ahinco se oponía a la influencia griega, entonces invasora,
hubiese de llevar, inconscientemente, al teatro de la actuación
de toda su vida al hombre llamado a imprimir para siempre en
la literatura latina el sello del espíritu y del pensamiento helé-
nicos. En Roma, como en otro tiempo, Andrónico, hubo de
ganarse la vida con la enseñanza del griego y del latín, viviendo
pobremente en el Aventino, donde, como hemos visto, se encon-
traba el colegio de los poetas y actores. Cuándo se reveló por
primera vez al público, escapa a nuestra noticia. En todo caso,
debía ser ya conocido como poeta, cuando en el año 189
M. Fulvio Nobilior se lo llevó en su compañía a la guerra etolia,
en calidad de cronista de sus probables hazañas. Pues ¿cómo de
otra suerte el general habría elegido a este hombre como futuro
heraldo poético de su gloria? Ennio celebró más tarde también
la conquista de Ambracia por aquél. Si el viejo Catón condenó
este paso del cónsul, su censura debió ser más bien ventajosa
para éste ; pero, dado que se trataba de su protegido de otro
tiempo, difícilmente podemos imaginar que entre el político
nacionalista y el poeta helenófilo existiesen a la sazón relacio-
nes muy estrechas. Agradecido al panegirista de Nobilior, el
hijo de éste gestionó para él la ciudadanía romana, lo que
llenó de legítimo orgullo al provinciano de Rudias. Si Ennio
32 ALFRED GUDEMAN

además confesó que sólo forjaba versos cuando le daba un ata-


que de gota -algo análogo se cuenta asimismo de Esquilo y de
Cratino el Cómico-, ello no ha de ser tomado al pie de la
letra, como acaso tampoco lo que se dice de Lucrecio, que com-
puso su obra genial durante los momentos lúcidos de la locura.
Que murió de la gota, puede deducirse del mencionado pasaje.
Alcanzó la edad de setenta años cabales. Pero no es verosímil
que el célebre poeta dramático que gozaba de la intimidad de
los romanos más conspicuos, como Sulpicio Galba, Escipión
Nasica, Fulvio Nobilior y Escipión Africano el Mayor, hubiese
acabado sus días en la más lamentable miseria: ya que, sobre
todo, paupertas en latín no significa esto, designando tan sólo
lo relativamente opuesto a la riqueza.

Acerca de la cronología de los poemas de Ennio,


estamos completamente a oscuras. Sabemos tan sólo
que su tragedia Thyestes fué representada el último
año de su vida, y que él trabajó durante varios años
en su extenso poema, los Anaies. La última fecha reco-
nocible en éste es la de la guerra de Istria, entre los
años 178 y 177, pero, según declaración propia, a
los sesenta y siete años, esto es en 172, trabajaba toda-
vía. Nos ocuparemos primeramente de esta obra.
Comprendía 18 libros, división en libros que ya conocía Cice-
rón. Debía proceder de C. Octavio Lampadión, a quien en tes-
timonio inequívoco designa como editor de los Anales y que,
como hemos visto, también había dividido en libros el Bellum
Punicum de Nevio. Según indica Suetonio, parece haber seguido
luego sus huellas Vargunteio, si es que no se ha de interpretar
el pasaje en el sentido de que éste hizo por Ennio lo que aquél
había hecho por Nevio. Pero, sea como fuere, razones tanto
internas como externas impiden atribuir al propio poeta esta
división en libros aceptada por la posteridad; incluso en épocas
en que la publicación de libros está muy avanzada, historiado-
res como Tucídides y Tácito, que, como Ennio, fundaron sus
obras en un principio puramente cronológico, no son los auto-
res de la división tradicional de las mismas. Y si en el caso de
los épicos romanos, los proemios y epílogos puestos en ciertos
momentos históricos decisivos, implicaban pausas del relato,
naturalmente el primer editor las utilizó, agradecido, para su
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 33

división. Por lo que se colige el mismo Lucilio no la conoció


todavía (frag. 343) . Tan indudable es que la extensa epopeya
fué publicada en partes y en tiempos distintos, como que este
procedimiento hace muy improbable una división original de
la obra en libros numerados. Lo que de estos Anales queda es
escasísimo : unos 600 versos, entre ellos sólo tres fragmentos de
cierta extensión (16, 19, 17 versos) . Muchas veces resulta difi-
cilísimo repartir los fragmentos entre los libros a que pertene-
cen, pero, en general, por lo menos, se puede determinar de
modo satisfactorio cuál sea el contenido de los mismos. Ennio
comenzó narrando un sueño, ficción que para introducción a
sus obras emplearon ya Hesiodo y el poeta alejandrino Calí
maco. Transportado al Parnaso, el monte de las Musas, apare
ciósele Homero y le inició en la "Naturaleza de las cosas" y
en la doctrina pitagórica del alma. Su propia alma había trans-
migrado en un pavo real, y ahora pasará a habitar en la del
poeta romano, sucesor suyo. Más adelante volveremos sobre
este punto ; observemos aquí, tan sólo, que, el hecho de presen-
tar a Homero como nuncio de la sabiduría pitagórica, prueba
-cosa hasta ahora no observada- que Ennio debió comulgar
en la opinión, declarada errónea ya en la Antigüedad, según la
cual Pitágoras había sido el maestro de Numa Pompilio. Y como
el poeta romano situó la fundación de Roma hacia el año 1100 ,
poco después de la destrucción de Troya (1184), no implicaba
para él un acacronismo tan craso como para nosotros, el que
Homero se mostrase conocedor de las doctrinas que pasaban por
pitagóricas. El resto del primer libro hasta el final del tercero
trataba de la partida de Eneas de Troya, su desembarco en el
Lacio, la fundación de Roma y la época de los reyes. Los libros
IV a VI narraban los comienzos de la República, la sumisión de
Italia, la lucha con Pirro y muy sumariamente la primera
guerra púnica, pues Nevio ya la había cantado, aunque en ver-
sos arcaicos. Con el libro VII, introducción a la historia de la
guerra de Aníbal, que abarcaba hasta el libro IX, empezaba, al
parecer, una nueva parte de la obra, como un proemio, en el
que Ennio se defendía contra los críticos de su soñada visión.
Seguían, en relato retrospectivo, la historia anterior de Car-
tago, y, al modo de Homero, una descripción de las andanzas
de Juno en su odio a Roma, junto con una asamblea de los
dioses en la que Zeus daba a los romanos esperanzas ciertas de
la ruina final de Cartago. En el libro VIII se refería al desastre
3. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99. - 3. ed.
34 ALFRED GUDEMAN

de Cannas (216), los libros X-XII comprendían la guerra con-


tra el rey Filipo de Macedonia con la gran victoria de Cinoscé-
falos (197) y los demás acontecimientos hasta 196. Aquí,
T. Quincio Flaminino pasaba a ser la figura heroica más
prominente. Es muy posible que el poeta, al principio, pensara
terminar con este punto brillante su obra, si es que la noticia
de que el poeta traía aquí a colación su propia edad en aquel
entonces y otros detalles autobiográficos (lo cual podía cons-
tituir un epílogo) no deriva más bien de un error de pluma
de nuestro tardío informador Geiio o de los manuscritos. Es más
verosímil que Ennio, después de haber narrado en los libros XIII
y XIV la guerra contra Antioco el Grande y la muerte del más
encarnizado enemigo de Roma, Aníbal, quiso terminar su obra
en el libro XV, con las hazañas de M. Fulvio Nobilior en la
guerra etolia y la conquista de Ambracia Ello induce a consi-
derar que el poeta, para preservar del olvido las admirables
heroicidades de los Cecilios, dos hermanos etruscos, decidióse a
"añadir" un libro XVI, exponiendo en un nuevo proemio los
motivos de esta ampliación de su primitivo plan. Seguían luego
dos libros más, acerca de cuyo contenido no tenemos noticias
suficientes, pues los diez únicos fragmentos que de él posee-
mos no continen ningún dato ni alusión histórica. Además, los
acontecimientos del período histórico en cuestión que conoce-
mos, son de importancia muy secundaria. Cuando la gran
batalla decisiva de Pidna (168) el poeta ya había fallecido.
La muerte le impidió, pues, dar a la obra de toda su vida una
conclusión adecuada y digna.

Acerca de las fuentes históricas de los Anales, a


pesar de lo enorme de la materia en los mismos elabo-
rada, carecemos de toda noticia fidedigna ; sabemos úni-
camente, por testimonio directo, que para el legendario
período prehistórico de la Urbe acudió a su predecesor
Nevio. Pero aventajó a éste en dos importantes puntos
formales, acreditándose en uno de ellos de imitador,
aunque de gran estilo, como en el otro de espíritu crea-
dor de primer orden. La ficción del sueño con que se
abría el libro I persigue claramente el fin de legiti-
marse como el segundo Homero. Con tal objeto, se
apoyó, en todos los aspectos, en el épico griego. No sólo
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 35

tomó de él comparaciones y los demás accesorios carac-


terísticos del mismo, como toda suerte de procedimientos
artísticos, sino que atribuyó también a los dioses una
influencia personal y determinante en el desarrollo de
la acción, en lo cual, exceptuando a Lucano, le siguie-
ron los épicos posteriores.
Para alcanzar este objeto, reconoció, con acierto,
como condición previa indispensable la adopción del
metro homérico. Asombra hasta qué punto triunfó en
esta empresa, pues las leyes que dió al hexámetro latino
fueron las básicas para todos los tiempos.
Como el hexámetro no permitía libertades prosódicas, es
decir en el manejo de las sílabas breves o largas, como los
inetros yámbicos y trocaicos, tuvo que someter a normas fijas
la cantidad todavía vacilante en el lenguaje. En las sílabas
largas por posición delante de consonantes, siguió el modelo
homérico, del cual, empero, separóse al preferir en absoluto
la cesura masculina del tercer pie, más aún, al erigirla en
regla. Échase de ver la enorme suma de reflexiones sutiles que
fueron precisas para la creación del hexámetro latino, y con
qué gran conocimiento técnico realizó Ennio su difícil reforma.

Lucilio, por un hexámetro poco afortunado (en el


Scipio) pudo arrojar una piedra a Ennio -¡cuando
él mismo por lo que respecta a la técnica del verso, vivía
bajo un tejado de vidrio !- y Horacio pudo protestar
en tonos burlones de su consciente pretensión de ser
un segundo Homero, y reírse de sus somnia Pythagorea
y sentirse tan por encima de lo plúmbeo de ciertos
versos de Ennio como éste se sentía por encima de
los toscos saturnios de Nevio. Pero, más que todos estos
reproches, generalización, al fin y al cabo, de detalles,
pesa el entusiasta elogio consagrado a los Anales por
un poeta de tan divinas dotes como Lucrecio ; y no
menos la admiración explícita de Cicerón por el poeta
egregius, y finalmente el elevado homenaje que implíci-
tamente tributó Virgilio a su predecesor, por el hecho
de haberle imitado profusamente.
36 ALFRED GUDEMAN

Ennio debe su fama, en primer lugar, a la mencio-


nada epopeya romanonacional ; pero desplegó no menos
afortunada actividad como autor de tragedias, que se
sostuvieron en la escena hasta los últimos tiempos de la
República. Se han conservado los títulos de 20 con unos
400 versos : el fragmento más extenso contiene sólo 12.
Nos movemos, pues, dentro de límites harto estrechos
para forjar un juicio independiente acerca de la rela-
ción de Ennio con sus originales o acerca de su arte en
general. A primera vista, parece que prefirió, con
mucho, al tercero de los tres grandes griegos. Siendo
Eurípides el trágico predilecto, el más repetidamente
representado de la época helenista, este apóstol dramá-
tico de la ilustración sofística había de atraer, por
fuerza, a un espíritu tan libre como Ennio. Cuando los
fragmentos permiten una comparación con originales
conservados, como en el caso de Medea, Hécuba y de
Ifigenia en Aulida, se echa de ver que el arreglador
romano no era un traductor servil, sino que, como sus
predecesores, no sentía escrúpulos en tomarse conside-
rables libertades, y no solamente en cuestiones acce-
sorias de poco alcance o en exterioridades.
Entre estas últimas citaremos, por ejemplo, el discurso de
Hécuba en yámbicos, reproducido en septenarios trocaicos ; la
traducción en parte abreviada, en parte aumentada, del comienzo
de la Medea de Eurípides, y las etimologías de nombres griegos
como Argo, Alejandro y Andrómaca, destinadas a la ilustración
de su público. Una alteración mucho más incisiva del original
fué la sustitución, por lo demás justificadísima, del coro de
doncellas por un coro de soldados en la Ifigenia.
No está claro cómo evolucionaba el coro faltando la oschestra
griega y siendo la escena relativamente estrecha. Roma, a pesar
de múltiples tentativas, no poseyó un teatro de piedra hasta el
año 55 ; el año 154 Escipión Nasica, que habiendo sido en otro
tiempo amigo intimo de Ennio se había convertido en enemigo
de todo lo griego, como Catón, impidió violentamente la cons-
trucción de uno, ya emprendida. Por consiguiente, para cada
representación había que construir y derribar de nuevo esce
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 37

nas y graderías de madera. Pero si nos representamos lo pri-


mitivo de la escena en tiempo de Shakespeare, y la capacidad
de ilusión de su público, acaso es lícito concluir que en la
Roma de entonces poquísimos coreutas bastaban para sustituir
a mayores masas. En estas circunstancias no tenemos motivo
para suponer que en las tragedias de Ennio la monodia o el
aria reemplazasen el acostumbrado canto coral. Habría consti-
tuído una importante innovación de Ennio, al menos para la
tragedia romana, de ser cierto, como es muy verosímil, que su
Medea exul estuviese "contaminada" con el Egeo de Eurípides,
cuya acción se localizaba en Atenas. En este caso sería posible
que incluso Terencio tuviese a la vista únicamente ejemplos
de tragedias de Ennio, en las que se había empleado aquel pro-
cedimiento.
Sólo dos títulos (con cuatro versos) conocemos de comedias
de Ennio, y aunque es de suponer compuso mayor número de
ellas, el talento poético de este hombre complejo, pero grave
en el fondo, no estaba orientado en este sentido. Compréndese,
pues, que la notable producción de sus contemporáneos en el
genero de la fabula palliata, las obras de un Nevio, un Plauto y
un Cecilio no tardasen en eclipsar sus piezas cómicas, hasta el
punto de relegarlas completamente al olvido. Tenemos también
vaga noticia de dos fabulae praetextatae, de las cuales, como en
el caso de Nevio, una derivaba su argumento del pasado más
remoto (El rapto de las sabinas) y la otra de hechos contempo-
ráneos presenciados por él mismo ( La conquista de Ambracia
por M. Fulvio Nobilior) ; con la única diferencia que Ennio
había tratado extensamente el mismo tema en sus Anales, sin
que podamos precisar si los dos dramas habían precedido al
relato épico, o si eran posteriores al mismo.
La actividad literaria de Ennio no se agotó, ni con mucho,
en estas obras épicas y dramáticas. Poseemos también frag-
mentos y noticias sueltas de los ocho escritos siguientes :
Praecepta o Protrepticus, Sota, Heduphagetica, Epigramme, Satu-
rae, Scipio, Epicharmus y la Historia Sacra de Euhemerus.
Praecepta puede ser la traducción latina de Protrepticon .
Estaban escritos en metro trocaico, y debían contener princi-
pios de sabiduría moral, tal vez análogos a las Sententiae de
Apio Claudio Ceco y al carmen de moribus de Catón. Difícil-
mente se puede haber tratado de una exhortación al estudio de
la filosofía, al modo de la obra, del mismo título, de Aristóteles,
38 ALFRED GUDEMAN

pues en la época de Ennio habría constituído un anacronismo.


"De vez en cuando filosofar es una necesidad para mí, pero en
resumidas cuentas no me gusta", dice su Neoptólemo.
Sota, forma abreviada de Sótades. Era un contemporáneo de
Ptolemeo Filadelfo (siglo III) y autor de poemas satíricos, en su
mayoría obscenos, que se leyeron apasionadamente durante
siglos. El metro inventado por él, y en consecuencia llamado
sotádeo, era un tetrametro jónico cataléctico ( 1
1 ) que podía adoptar formas múltiples. Ennio intro-
dujo en la literatura latina este verso difícil, en lo que le siguie-
ron más tarde Accio, Varrón y Petronio. Los exiguos restos
que de la obra han llegado hasta nosotros, no permiten conje-
turar si el contenido era también de carácter sotadeico.
Heduphagetica (Golosinas) . Era ésta una compilación del
poema gastronómico de Arquéstrato de Gela, contemporáneo
de Aristóteles, que trataba principalmente de peces comestibles
y el modo de guisarlos. Es difícil decir qué pudo inducir a
Ennio, cuya vida distaba mucho de parecerse a la de Lúculo,
a emprender esta traducción. ¿Tentóle acaso, como se ha mur-
murado de Ateneo, autor del Banquete de los sofistas, el imagi-
nario goce del sabroso contenido ? Tal vez fué más bien la
dificultad de dar cabida en el hexámetro al sinnúmero de nom-
bres, lo que, por lo demás, consiguió no sin forzar el metro.
Sólo ha llegado hasta nosotros un fragmento de once versos.
Es muy posible que se trate de uno de sus primeros ensayos
de adaptación del hexámetro .
De los Epigramas, en la forma del dístico elegíaco, que así
aparece por vez primera en latín, sólo cuatro han llegado hasta
nosotros, y aun su autenticidad no está por encima de toda
duda. El primero pretende ser una inscripción para un retrato
del autor de los Anales, y debió de figurar entre las Imagines de
Varrón, como los epigramas a Nevio y a Plauto. En el segundo
pide que no se llore su muerte, pues sigue viviendo, inmortal,
en boca de los hombres. La autenticidad, aunque admitida por
Cicerón, y aunque no imposible en sí, dado el orgullo del poeta,
es, con todo, muy problemática. ¿En qué ocasión lo escribiría
Ennio ? Debe tratarse de una inscripción ficticia, puesta en
boca de Ennio, análoga a la mucho más discreta de Pacuvio.
El tercero delata aún mas claramente el carácter de epitafio,
para Escipión el Mayor ; el cuarto está dedicado al mismo y
ofrece análogo contenido. El elogio desbordante tributado a las
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 30

hazañas de Escipión y la profecía, atribuída al propio héroe,


de su inmortalidad, no es del mejor gusto, pero no hay por qué
negarle la paternidad del autor del Escipión.
Saturae, en cuatro libros por lo menos, era una extensa
colección de poemas de "contenido mezclado", según la signifi-
cación original del vocablo, y en metros distintos. Que este
título proceda del mismo Ennio es muy problemático por diver-
sas razones, en cuyo detalle no podemos entrar. Puede muy
bien haber sido puesto a la obra por el primer editor, que así
quiso reunir bajo un mismo título la miscelánea hallada entre
los escritos del poeta, o que circulaban bajo su nombre. Acerca
del contenido sólo sabemos que figuraban en el volumen una
disputa dialogada entre la Vida y la Muerte y la fábula de la
alondra detalladamente contada en tetrámetros trocaicos, y de
la que poseemos todavía una paráfrasis en prosa con cita de los
dos versos finales.
Scipio (Escipión). De este panegírico del Africano sólo se
han salvado diez versos completos, que no dan la menor idea
del contenido. Posiblemente lo compuso con anterioridad a los
Anales, donde también estaba desarrollado el mismo tema.
Es dudoso si se trata de un poema épico suelto, o si fundán-
donos en la diversidad de metros -junto a cinco hexámetros
dactilicos se encuentra un número igual de tetrámetros trocai-
cos- hemos de asignarlo a las Saturae, contra lo cual el modo
en que el poema se cita no constituiría contradicción alguna.
En este caso, sería menester reflexionar si también la Ambra-
cia, obra del mismo género, no encontraría cabida entre las
Saturae; del Scipio, por su parte, se ha sospechado asimismo
fuese una fabula praetextata.
Epicharmus (Epicarmo) . Este poema, escrito en troqueos,
derivó su título del nombre del más antiguo y más célebre de
los comediógrafos, que vivió en Siracusa en el siglo vi. Las
parodias de los mitos delatan a Epicarmo como librepensador,
siendo en él evidente la influencia pitagórica. Desde muy anti-
guo circulaban bajo su nombre poemas didácticos sentenciosos,
utilizados ya por Eurípides; Ennio debió de tener a la vista
uno de ellos, sin sospechar lo apócrifo del mismo. De los pocos
versos conservados resulta que el tema del sueño empleado en
la introducción de los Anales aparecía también en esta otra
obra. El supuesto Epicarmo exponía a su oyente romano su
concepción del mundo, tocada de racionalismo, y sus doctrinas
40 ALFRED GUDEMAN

físicas, segúr las cuales los dioses pasaban a ser interpretados


alegóricamente como elementos de la Naturaleza: aire, agua,
tierra y fuego. No puede haberse tratado de una antología tra-
bajosamente compilada de las comedias, aun cuando el Epi-
carmo auténtico no podía ser en aquel entonces desconocido en
Roma; pero si Horacio dice que Plauto le había tomado ya
por modelo, esta afirmación se refiere únicamente a la viva-
cidad del diálogo.
Euhemrus (Evémero) . Esta obra era un arreglo libre, en
parte abreviado, en parte ampliado, de la famosa Historia sacra,
novela religiosofilosófica, así titulada, de Evémero, de fines del
siglo Iv. Su objeto era explicar el origen de los dioses griegos.
Éstos habrían sido, primitivamente, hombres valerosos, que un
pueblo agradecido habría elevado, por sus heroicidades, a la
categoría de dioses. Según la ficción del autor, habría tomado
esta doctrina de una columna de oro que se hallaba en una
lejana isla llamada Pancaya, en la que el mismo Zeus habría
escrito su propia historia y la de sus predecesores, así como
Hermes la de Apolo y Artemis. Debemos el conocimiento de la
traducción de Ennio exclusivamente al Padre de la Iglesia Lac-
tancio (siglo iv después de J. C.), pues esta obra de Evémero.
que despojaba a los dioses griegos de su origen y de su nimbo
divinos, ofrecía a los autores cristianos un arma oportunísima
en su lucha contra las creencias paganas. El original estaba
escrito en prosa sencilla, deliberadamente exenta de toda ver-
bosidad, para dar así la ilusión de la interna veracidad del
relato; tono que es claramente perceptible aun en los extractos
transmitidos por Lactancio. Este hecho ha conducido a la opi-
nión, ahora dominante, de que Ennio se sirvió, por excepción,
del "discurso soluto" , siendo así el fundamento de la prosa artís-
tica latina. Pero contra esta opinión existen razones de peso.
Cícerón y Varrón, que mencionan igualmente el Evémero de
Ennio, no habrían podido pasar en silencio, sobre todo el pri-
mero, un hecho de tal trascendencia, Después, los trozos con-
servados por Lactancio deberían ofrecer vestigios claros de un
estilo arcaico, como los encontramos en la prosa contemporá-
nea de un Catón, a menos que el "Cicerón cristiano" hubiese
expurgado deliberadamente todo lo anticuado. Y si opone expli-
citamente esta "Historia Sacra" de Evémero a las "locuras de
los poetas", ello responde por entero a su tendencia, y nada
tiene que ver con la forma externa original del texto latino,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 41

que no conocía. Por ello no podemos por menos de conjeturar


la existencia de un arreglo posterior, en prosa, de la traduc-
ción poética de Ennio, como fuente inmediata del Padre de la
Iglesia, y cuyo propósito, como el de los falsificadores Dictis
y Dares, aunque cor más habilidad que éstos, era conservar el
ingenuo tono narrativo de su modelo. Análoga suerte estaka
reservada a las fábulas de Fedro escritas en verso .

Si consideramos, ahora, en conjunto la actividad


poética, tan múltiple, de Ennio, podemos decir : su
importancia trascendental no consistió en producciones
de arte más o menos perfectas, como acaso la de Plauto
-Ovidio reconocía en él un gran talento, pero falto
de arte , sino más bien enque roturó para las letras
latinas más de un terreno virgen, creó el estilo épico
artístico en un canto heroico romano sostenido por el
entusiasmo patriótico, e introdujo el hexámetro latino.
Además, en lo posible, contribuyó enérgicamente den-
tro de la literatura, a la helenización del espíritu
romano, ya preparada por sus predecesores. En la
época imperial se le conocía sólo como épico. Sus admi-
radores Lucrecio, Virgilio y Silio Itálico, que en sus
Punica trató en gran parte de la misma materia, le
deben mucho más de lo que ahora podemos precisar, y
Quintiliano, que juzga a los antiguos poetas desde el
punto de vista de su utilidad para la profesión oratoria,
dice de él en hermosa frase : "Veneremos a Ennio, como
a un bosque sagrado por su ancianidad, cuyos potentes
troncos producen la impresión no tanto de la belleza
como la del respeto." Cuando en los siglos II y III estuvo
de moda el estilo arcaizante el mismo Adriano pre-
fería Catón a Cicerón, Celio Antipater a Salustio, y
Ennio a Virgilio , el poeta de los Anales gozó de una
breve y última foración. Por fin Claudiano (siglo Iv)
se inspiró en él, y los gramáticos lo estudiaron ávida-
mente en busca de curiosidades lingüísticas. Luego fué
olvidado, y del que fué en otro tiempo majestuoso bos-
que sólo nos quedan unas pocas ramas.
42 ALFRED GUDEMAN

Cecilio. Estacio. Este tercer representante de la


fabula palliata llegó a Roma como esclavo, con el nom-
bre de Estacio, durante la segunda guerra púnica, y
sirvió en la casa de un tal Cecilio, cuyo nombre de
familia adoptó después de la manumisión. Era un celta
de la tribu de los ínsubres, nacido tal vez en Mediola-
num (hoy Milán) , la capital de los mismos. Murió el año
siguiente al de la muerte de Ennio (169) , con quien
durante algún tiempo convivió en el Aventino, tal vez
en calidad de miembro del Colegio de los Poetas.
Si en la Crónica de san Jerónimo, que se remonta a Sueto-
nio, se da como época en que florecía el año 179, esta fecha
debe de ser la de algún acontecimiento particular. No nos
equivocaremos suponiendo que en dicho año Cecilio debió obte-
ner un éxito extraordinario con alguna comedia. Ello era muy
notable tratándose. de este poeta, ya que, como su modelo
Menandro, tuvo grandes dificultades para conquistarse el favor
del público. Debió el triunfo a los obstinados esfuerzos del
famoso director del teatro y actor L Ambivio Turpión, según
este mismo lo refiere extensamente en el segundo prólogo, por
él escrito, de la Hecyra de Terencio ; en él habla, en el tono de
un anciano (hacia 160), de lo que siendo joven había hecho en
favor de Cecilio, como más tarde también por Terencio. Tales
indicaciones de edad son, empero, demasiado imprecisas para
derivar de ellas conclusiones cronológicas. Pero cabe admitir
que los primeros ensayos teatrales de Cecilio tuvieron lugar en
vida de Plauto, de cuyo modo y estilo populares se apartaban
demasiado sus obras para que el éxito las favoreciese en
seguida.
De los 42 títulos conocidos de sus fabulae palliatae -como
Plauto y Terencio cultivó únicamente este género dramático-
sólo 16, por lo que se ha podido probar, estaban tomadas de
Menandro. Únicamente han llegado hasta nosotros fragmentos
y algunos pasajes más extensos del Plocium, que Gelio en sus
Noches Aticas analiza con todo detalle comparándolas con el
original menandrino, muy desfavorablemente para el adapta-
dor romano. Estos pasajes, de todas suertes, revelan que Ceci-
lio por un lado echó a perder la delicadeza del original para
satisfacer el gusto grosero de su público, y por otro procedió
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 43

con absoluta libertad en lo que respecta a la letra y al metro.


Una y otra cosa debieron de caracterizar sus restantes obras.
En cuanto al curso de la acción, parece haberse ceñido más
estrechamente a su modelo; sobre todo, de acuerdo con Luscio
Lanuvino, el malévolo crítico de Terencio. no empleó el proce-
dimiento de la contaminación. Por la escasez de los tragmentos
conservados es imposible apreciar su obra en conjunto; ade-
más, los juicios de los antiguos sobre arte, por encomiástico
que sea en general el tono de los mismos, en el modo de sentir
moderno no siempre son conciliables con las cualidades necesa-
rias del verdadero cómico. En el canon de los poetas cómicos.
llegado hasta nosotros por un tal Volcacio Sedígito (tal vez de
los tiempos de Sila) , se asigna, sin explicación alguna, a Ceci-
lio el primer lugar como mimico, juicio que Cicerón comparte
con la salvedad de un "acaso", reservando el segundo lugar a
Plauto. Mimicus (comicus aquí es imposible) sugiere la idea del
mimo popular, cuyo carácter de farsa es completamente ajeno
a Menandro, el modelo de Cecilio. De la misma opinión parece
haber sido Veleyo Patérculo (época de Tiberio), cuando habla
de las "dulces burlas del latino ingenio de los contemporáneos
Cecilio, Terencio ( ! ) y Afranio" , omitiendo singularmente a
Plauto, de todos modos anterior. El viejo soldado no debía
conocer a todos estos poetas más que de oſdas. No se armoniza
bien con este ju cio el que Varrón atribuya a Cecilio, como a
Trábea y a Atilio, menos importantes de seguro, especial habi-
lidad para producir efectos patéticos, y lo mismo viene a
afirmar Horacio, cuando habla de la superioridad de Cecilio en
la dignidad (gravitas), y del arte de Terencio, cualidades que
se les debe reconocer a juicio de los críticos (dicitur) . Que no se
puede tratar aquí del rigor de la expresión, del cual el nuevo
Menandro nos ofrece, de todos modos, algunas prubas, lo reve-
lan el contraste con el ars de Terencio y los juicios de Cicerón
y César acerca de éste. Si se quiere juntar al mimicus y al
patheticus en una sola persona, a mi entender no existe más
solución que admitir dos fases o más bien maneras en la pro-
ducción cómica de Cecilio : una, probablemente temprana, en la
que siguió las huellas de Menandro ; otra, de acción tensa, pero
de mayor relieve cómico. Y esta duplicidad puede haber sido la
que dió a Cecilio, por lo menos a los ojos de aquellos críticos
más antiguos, el triunfo sobre Plauto. Si posteriormente los
críticos se preocuparon por salvar a este último, mientras Ceci
44 ALFRED GUDEMAN

lio perecía ello puede haber sido también una maliciosa juga-
rreta del azar. Pero no es menos posible que el severo juicio
formulado por Cicerón acerca del " mal latín" de Cecilio y de
Pacuvio, contribuyese al olvido en que cayeron dichas come-
dias. De los fragmentos no se colige bien en qué se fundaba
este juicio: Difícilmente puede haberse tratado de provincia-
lismos, que no escapaban al delicado sentido lingüístico del
romano de la Urbe, pues los predecesores y los sucesores de
Cecilio tampoco eran nativos de Roma ni de origen distinguido.
Pero el hecho de, que un Asinio Polión haya podido echar en
cara a Livio. -que con Cicerón y Tácito fué el más conspicuo
estilista de la literatura latina- su " patavinitas " -era origi-
nario de Padua-, nos autoriza tal vez para admitir solamente
aquella sentencia condenatoria bajo la reserva de una generali-
zación inmotivada y de una exageración de purista.

M. Pacuvio (220- c. 131) . El que junto con su con-


temporáneo más joven, Accio, fué el más grande de los
trágicos romanos, nació en Brundisium (Brindisi) , hijo
de una hermana de Ennio, y murió a los noventa años
en Tarento, donde se había retirado, enfermo desde
Roma después de haber vivido largos años en la Urbe
ejerciendo con gran éxito de dramaturgo y de pintor.
Plinio el Viejo habla de una célebre pintura expuesta
en el templo de Hércules. Sus tragedias se mantuvie-
ron en la escena hasta el fin de la República en parte
porque ofrecían ocasión de gran'lucimiento a los gran-
des actores, en especial el Teucer, la Iliona, las Niptra
(Purificaciones) y la Antiopa. Para la posterioridad,
constituyen tan sólo una mina de lenguaje arcaico, y
casi exclusivamente a Cicerón debemos el poder for-
marnos una idea del carácter estético de su poesía.
De sus obras ( varte de una colección mencionada una sola
vez de poemas mezclados (Saturae) y de una fabula praetexta,
Paulus (que celebraba la victoria de L. Emilio Paulo sobre el
rey Perseo de Macedonia en Pidna, año 168) , sólo conocemos
doce títulos de tragedias, ninguno de los cuales, sin embargo,
se encuentra entre los dramas griegos que posemos, a menos
que el Pentheus fuera idéntico a las Bacantes de Eurípides.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 45

No revela preferencia alguna por este poeta, como Ennio y


Accio. El Juicio de las armas debe ser referido a Esquilo, y a
Sófocles, además de las Niptra, acaso Chryses, Hermiona y
Teucer. Por lo demás, parece haber buscado para modelos temas
legendarios más remotos, de la tragedia posteuripidiana y ale-
jandrina, y a esta predilección debió probablemente el apodo
de "El erudito" Si el Chryses era un arreglo del drama de
Sófocles, Pacuvio no sintió escrúpulos en servirse de una espe-
cie de "contaminación" , ya que insertó en el mismo ideas y
puntos de vista de procedencia evidentemente euripidiana.
Podemos ilustrar con un ejemplo especialmente característico
la libertad que mantenía respecto de sus originales. Los griegos
-que en esto diferían de los romanos- no juzgaban poco viril
la desmedida lamentación ; así Sófocles, por ejemplo, puso des-
garradoras quejas en boca de Filoctetes, de Hércules (en las
Traquinias) y de Ulises (en las Niptra) . En cambio, Pacuvio, en
su imitación de esta última tragedia, ateniéndose más al carác-
ter romano, moderó en gran modo las expansiones sentimenta-
les del héroe, superando en esto, como Cicerón añade con admi-
ración, al propio Sófocles.
Los fragmentos dan fe de lo elevado y patético (ubertas) del
estilo de Pacuvio, y, aunque ya hinchado por un soplo retórico,
presenta un carácter más semejante al estilo de Sófocles que
al de Eurípides. Eran especialmente apreciados los discursos
de los mensajeros, como los de Eurípides. No le atemorizaban
las osadías de lenguaje, y sobre todo parece haberse atrevido
a introducir en la lengua latina, tan pobre en voces compues-
tas como rica era la griega, pomposos neologismos de este
género. El ensayo suscumbió al ridículo, y no tuvo imitadores.

P. Terencio Afer (m. 159) . Terencio es, hasta Vir


gilio y Horacio, el único escritor romano profesional de
quien poseemos extensa biografía, debida a la pluma
de Suetonio, pero cuya veracidad deja mucho que
desear. Las noticias sueltas, en apariencia independien-
tes de la misma, tampoco están limpias de invenciones
literarias. Dignos de crédito son tal vez los siguientes
detalles.
Era de origen libio y nacido en la propia Cartago. Muy
joven aún, pasó, no se sabe cómo, a ser propiedad del senador
46 ALFRED GUDEMAN

Terencio Lucano, quien hizo educar exquisitamente al mucha-


cho, tan hermoso como inteligente, no tardando en darle la
libertad. Desde entonces se llamó P. Terencio; pero es dudoso
que se hubiera agregado él mismo dicho cognomen. Sin que
sepamos por qué motivo o por qué mediación ingresó, como el
historiador Polibio y el filósofo Panetio, en el distinguido círculo
filheleno, cuyo centro lo formaban el joven Escipión Africano,
el tuturo destructor de Cartago, y Lelio. Sus primeras obras,
como las de Cecilio, no obtuvieron éxito al estrenarse; pero la
energía de Ambivio Turpión triunfó por fin, deparándole una
acogida más favorable. El culto lenguaje corriente de sus pro-
tectores y su origen africano dieron tal vez ocasión a su rival ,
Luscio Lanuvino, para iinputarle la colaboración poética de
aquéllos . Si el propio Terencio, al replicar a esta acusación, no
la rebate ni la admite, convirtiéndola en adulador homenaje a
sus patronos, se comprenderá que la posteridad viera en ello
una confesión y tratase de confirmarla con datos más precisos.
Después de haber escrito las seis comedias que se han conser-
vado, efectuó un viaje a Grecia, muriendo a su regreso a Roma.
Acerca de los motivos de este viaje las opiniones difieren tanto
como acerca de la causa inmediata de su muerte, que se fechó
entre los años 159 y 158. La fecha exacta de su nacimiento es
poco menos que desconocida. Es tradición, que sólo alcanzó la
edad de 25 años. Er este caso, habría escrito su primera obra,
de cuyo estreno consta documentalmente la fecha (166) , a los
19 años : precocidad poética de la que en la literatura universal
existen numerosos ejemplos. Según una anecdota, que tiene un
paralelo exacto en el encuentro del anciano Pacuvio con el
joven Accio, Terencio, al ofrecer aquella su primera obra al
edil curul, recibió la respuesta de someterla al juicio del
anciano maestro Cecilio, el cual, durante la lectura, sintió cre-
cer su admiración. Únicamente que Cecilio había ya fallecido
dos años antes de dicha fecha, y la única solución al embrollo
sería suponer que la Andria estaba ya escrita dos años antes
del estreno. Tales relatos, aun prescindiendo de la exactitud en
la cronología, no persiguen otro fin que el de correlacionar a
personajes importantes : en este caso los dos poetas cómicos o
tragicos contemporáneos. La anécdota puede, empero, tener
fondo histórico : el decreto según el cual los poetas desconoci-
dos habían de someter sus primeros dramas a un examen pre-
vio, sólo que en este caso Cecilio no puede haber sido quien
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 47

recibió tal encargo. De ser ello cierto, desaparece el enigma de


que Terencio ya en el prólogo de la Andria pudo defenderse
contra ataques de Luscio. Su adversario pudo haber tenido
antes de tal estreno ocasión de dar una ojeada al manuscrito
en casa del edil o de conocer la pieza, como el mismo Terencio
lo atestigua para el Eunuchus. Es también posible que la Andria,
como la Hecyra, no obtuviesen el menor éxito al estrenarse, no
añadiéndose el prólogo hasta que Ambivio Turpión las volvió
a poner en escena, o por lo menos ampliándole con dichas dis-
tinciones poémicas; pero tal segunda representación estaría
explícitamente registrada en las Didascalias, como en el caso
de la Hecyra.
Para las seis obras de Terencio nos han sido transmitidas
noticias oficiales acerca del poeta del original, fecha y lugar
del estreno, nombre del principal actor y del compositor, y
modo del acompañamiento de flautas. Lo que más nos importa
son, naturalmente, los datos cronológicos y la indicación de los
modelos griegos, a la que sirven de complemento algunas alusio-
nes de los prólogos. De todo ello se colige, en suma : 1.° Andria
(" La mujer de Andros" , 166), contaminada de la Andria y la
Perinthia de Menandro, estrenada en los ludi Megalenses.
2. Hecyra ("La suegra" , 165, representada incompleta en 161,
luego en septiembre del mismo año, y repuesta en los ludi
Romani) ; el modelo era Apolodoro, acaso contaminado con una
pieza de Menandro del mismo título. 3.º Heautontimoroumenos
("El que se tortura a sí mismo", 163), tomado de Menandro, en
los ludi Megalenses. 4.° Eunuchos ("El eunuco", 161) , tomado
de Menandro, contaminado con el Kolax ( " El adulador" ) , del
mismo poeta en los ludi Megalenses. 5.° Phormio ("Formión",
161) , tomado del Epidikazomenos ( "El acusador" ) de Apolo-
doro. 6.° Adelphi (" Los hermanos", 160) , tomados de Menandro,
contaminados con una pieza de Difilo "Los que mueren jun-
tos" , representada en ocasión de las exequias de Emilio Paulo.
Director de escena y actor principal en todas esas seis piezas
fué Ambivio Turpión, el compositor un tal Flaco, esclavo de un
tal Claudio.

Dado que la nueva comedia ática proporcionó casi


exclusivamente los modelos de todas las fabulae pallia-
tae, es obvio que Terencio, que como Cecilio prefirió
a Menandro, presenta las mismas acciones, tipos y
48 ALFRED GUDEMAN

situaciones que encontramos en Plauto ; sin embargo, no


puede darse mayor contraste. Plauto nunca refrena su
rebosante humor, Terencio solicita menos la risa del
auditorio ; aquél es de genial descuido en lo que se
refiere a la estructura tecnica de sus piezas, éste
se propone escrupulosamente competir con el arte per-
fecto de Menandro, lo que consigue hasta el punto de
que el ingenio de los críticos modernos no ha podido
hasta ahora precisar las eventuales junturas de la con-
taminación, ni tan sólo habrían sospechado que ésta
existiese, de no haberla confesado el propio poeta
muchas veces en sus prólogos. La consecuencia en la
caracterización, de la que Plauto prescinde muchas veces
y que ya los antiguos elogiaron en Terencio, aprendióla
éste con éxito de su maestro griego. Plauto es, además,
para nosotros, el principal representante del verdadero
latín vulgar; Terencio, en cambio, se aplica al más
delicado lenguaje corriente de los romanos cultos.
En esta pureza y esta gracia del lenguaje la Antigüedad
-Ambivio Turpión, César y Cicerón- vió ya su encanto y su
fuerza principales. Ellas abrieron a Terencio las puertas de la
escuela, constituyendo al mismo tiempo un barniz que veló la
fealdad moral del contenido. Eir el siglo x, la monja Hrotsvita
de Gandersheim întentó neutralizar el efecto desmoralizador de
su lectura con seis comedias de contenido cristiano, en prosa
rítmica y al estilo de las de Terencio ; pero en vano. Terencio,
el artifice del estilo, conservó en los países de lengua románica
su puesto de modelo de estilo durante toda la Edad Media y el
Renacimiento, hasta fines del siglo XVIII. Pero cuando por estas
cualidades formales se le opone a Plauto, elogiándole por no
haber corrompido como éste la delicadeza de su modelo ático,
el hecho es indudable, mas tiene también su reverso, hasta
ahora no observado. Dejando desfilar la gran turba de figu-
ras que aparecen en estas comedias, y considerando sin pre-
juicios, más exactamente, su grado de plasticidad, no se podrá
menos de concluir que el lenguaje de Plauto refleja con mayor
naturalismo todo este ambiente, que en el caso de Terencio, que
atribuye sin distinción a las mismas bajas capas sociales el
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 49

lenguaje, refinado hasta lo infinito, del círculo de Escipión y


del gentleman romano ilustrado.
El espacio de cincuenta años entre Plauto y Terencio cons-
tituye la edad de oro de la fabula palliata. Junto a los tres cori-
feos, otros muchos poetas ambicionaron los éxitos escénicos,
pero los escasos competidores de que se nos hace mención,
Licinio, Imbres, Atilio, Aquilio, Turpilio, Trábea, Valerio,
Vatrónico, Juvencio y Luscio Lanuvino, son para nosotros
poco más que nombres vacíos, y no fueron, a la verdad, gran-
des poetas. Algunos de ellos alcanzan la época de los Gracos.
El último mencionado, el más viejo, nos es algo más conocido
por la crítica odiosa que ejerció sobre las comedias de Terencio,
quien, por su parte, en no menos de cinco prólogos se defiende
contra sus acusaciones de plagio, en lo que se refiere a la con-
taminación y al estilo, echándole en cara, en su contraataque,
defectos de composición, mal estilo y desviaciones de todo
género. De su nombre, que nos han transmitido los comenta-
dores del poeta, no hace jamás mención, y no, sin duda, por
temor a una acusación por injurias, ya que el reproche con-
trario de robo habría dado más motivo para la misma que la
crítica puramente estéticoliteraria de Terencio. Los contempo-
ráneos sabían quién era el aludido, y la omisión del nombre
pudo provenir del mismo motivo que un tiempo indujo a Mar-
cial y al gran filólogo Bentley a no nombrar a sus adversarios,
inferiores a ellos, para no conferirles la inmortalidad. Entre
los diez cómicos del canon de Sedígito, Luscio ocupa, en rigor,
el último lugar, pues Ennio es agregado a la lista por pura
reverencia. Parece haber pertenecido a la generación de Cecilio,
siendo acaso el jefe de un partido o capilla que, como el, no
aceptaba la contaminación, pero propugnaba una fidelidad aun
más estricta a los modelos griegos, según Cecilio y Terencio
dejaron entrever ya en sus primeras comedias. No puedo
demostrar la conjetura de que Luscio sostuvo esta polémica
igualmente en sus prólogos -el mismo Terencio se dirige
contra dos de sus piezas-; pero me parece muy verosimil.
Así este poeta, ya con anterioridad a Terencio, se habría ser-
vido del prólogo para discusiones literaria en neto contraste
con Plauto, quien suele utilizarlo únicamente para la instruc-
ción del público.

4. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed.


50 ALFRED GUDEMAN

A pesar de lo difícil que fué para Cecilio y Teren-


cio abrirse paso y triunfar, poco después de la muerte
del segundo la palliata parece haber desaparecido ya de
la escena. Quedó suplantada por la fabula togata,
llamada así por el traje nacional romano. El lugar de la
acción dejó de ser Grecia, y los personajes eran casi sin
excepción gentecilla de pequeñas ciudades itálicas, por
lo que también se la llamó fabula tabernaria, " comedia
de tenderos" En lo que se refiere a la técnica de la
composición, al modo y curso de la acción, la nueva co-
media ática continuó siendo el modelo Los caracteres
estaban tomados también de las clases inferiores de la
sociedad; pero respondiendo a las circunstancias y al
modo de sentir de los romanos, ya no pudieron figurar
en ella, por ejemplo, los esclavos taimados, burladores
de sus dueños, que con tanta frecuencia desempeñaban
papel preponderante en la comedia griega y en la
palliata romana. Lo predilecto eran las escenas de
la vida familiar de los humildes o de la clase media,
contrastando con la vida de las cortesanas. Échase
de ver en seguida que la elaboración de una comedia de
esta clase exige dotes de imaginación, de invención y
de observación superiores; en una palabra, requiere en
el poeta mucha más originalidad que la fabula palliata.
Constituye, por tanto, una de las pérdidas más lamen-
tables de la literatura romana, el que de estas creacio-
nes originales haya llegado hasta nosotros poco menos
que nada, pues los 300 versos sueltos sólo nos dan idea
de lo grande de dicha pérdida.
Esta comedia puramente romana no era nueva ;
había sido fundada, como hemos visto, con toda vero-
similitud por Nevio, pero durante el predominio de la
palliata el ensayo no tuvo imitadores. Tal vez el público
romano de aquel tiempo no encontraba interés o gusto
especiales en la representación caricaturesca de las cos-
tumbres, los hábitos y el ambiente del país. Pero al
resucitar, a mediados del siglo II, este género dramá
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 51

tico, no le estapa reservada una larga existencia. Para


nosotros -caso frecuente en la historia del arte dra-
mático está representado por una constelación de
tres poetas, aproximadamente contemporáneos, que
eclipsan a todos los demás, y por unos 70 títulos.
El primero por la edad, y el más grande, en todo caso el
más fecundo de ellos, fué L. Afranio. Dado que era entusiasta
admirador de Terencio -dudaba de si había existido jamás
un poeta que se le pudiera comparar- es de suponer que
inauguró su carrera dramática poco después que él. Conoce-
mos más de 40 títulos que nos dan idea de la asombrosa abun-
dancia de la materia, aunque no, claro está, de su contenido o
de su realización artística. Hay tipos características como el
Adulador o el Simulador (representado aún el año 57), el Pró-
digo, y títulos como el Yerno, las Tías, el Crimen, el Divorcio,
la Carta, la Fiesta de las Compitalias, e) Incendio (repuesta
significativamente en tiempo de Nerón), etc., en pintoresca
mescolanza. Lo cómico de las situaciones y el recio humorismo
acaso nos recordarfan a Plauto; en cuanto al tratamiento de la
acción y al diseño de los caracteres siguió, según testimonios
explícitos, de cerca a Menandro, y su lenguaje parece haber
sido una especie de término medio entre Plauto y su tan admi-
rado Terencio. Probablemente imitó también al trágico C. Ticio.
Como él mismo reconoce francamente, tomaba lo bueno -mien-
tras no fuese susceptible de mejora- donde quiera que lo
hallaba. Fero esto no explica ni su fecundidad, ni perjudica a
su originalidad, ya que por la misma naturaleza del género
sólo podía tratarse de imitaciones de detalle en un argumento
forzosamente original. En épocas posteriores (Quintiliano) se
le censuró por la infamia de haber llevado a la escena el amor
homosexual, y en rigor este vicio, exceptuando alusiones even-
tuales (Lucilio, Catulo, Marcial, Juvenal), rarísimas veces tiene
estado literario entre los latinos (Tibulo, Valgio Rufo, Petro-
nio), al contrario de los griegos como Platón y más tarde los
poetas Fánocles y Estratón.
De los otros dos autores de comedias togatae, Titinio y
T. Quincio Atta (m. 77 a. de J. C.) , poseemos aún menos noti-
cias que de Afranio. Del primero conocemos 15 piezas, de ellas
sólo 9 con nombres de mujer; y 12 de Atta. A juzgar por los
títulos, el ambiente de donde se tomaban los argumentos era el
52 ALFRED GUDEMAN

mismo que en el caso de Afranio. Se elogia en ambos la carac-


terización de los personajes. Los tres se representaban aún en
los primeros años del Imperio; pero, a poco de su triunfo, la
togata vió surgir una afortunada rival en la antiquísima farsa
popular osca, afín de ella misma (fabula atellana) . Ésta era de
procedencia etrusca y en sus orígenes tuvo carácter más bien
de improvisación; pero a fines del siglo 1, o algo antes, adqui-
rió categoría literaria por obra de dos conspicuos y fecundos
poetas: Novio y L. Pomponio. La revivificación, por aquel
tiempo, del viejo Plauto, que ya había alcanzado la dignidad
de clásico, debió constituir también un obstáculo en el camino
de la togata.
Dicha farsa local, que derivaba su nombre del pueblecito
osco de Atella, cuyos habitantes tenían fama de zafios, difería
principalmente de la togata en que los protagonistas eran siem-
pre cuatro personajes consagrados, cuyos nombres, Maccus,
Pappus, Bucco y Dosennus son de origen etrusco y designan el
zafio viejo y el joven, el baladrón y el doctor pedante. Agregá-
baseles Sannio, el chocarrero y bromista profesional. Son los
precedentes directos de los tipos de la Commedia dell' Arte y de
las piezas bufas medievales. De los 70 títulos de Pomponio y
los 43 de Novio, con unos 300 versos en total, se infiere, por lo
menos, que la multiplicidad de las situaciones y figuras cómi-
cas era asombrosa, y que, dado lo obsceno y procaz de los
gestos, la expresión y la acción en lo que de esta última cabe
colegir , el tono no podía estar más bajo. Los poetas de la
Atelana estaban, por lo que se comprende, muy lejos de toda
intención satírica. Su único fin era un realismo sin afeites,
vigoroso, para el que la vida popular de todos los tiempos ha
suministrado abundante materia, y la consiguiente diversión
del auditorio. Pero esta loca poesía chocarrera fué también de
breve duración. En tiempos de César la suplantó el mimo,
cuyos más ilustres representantes literarios fueron el caballero
romano Décimo Laberio (n. 106) y Publilio Siro, de Antioquía.
Esta farsa, también antiquísima, acompañada de canto, era
muy parecida a la Atelana por lo desenvuelto de la acción, por
los tipos característicos, las situaciones, lo pronto del ingenio
y el desenfrenado vigor de la expresión hablada. Pero difería
esencialmente de ella en que no empleaba máscaras y en que
los papeles femeninos los desempeñaban mujeres. Figura capital
en la misma parece haber sido el payaso (clown, arlequín) ,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 53

que, al modo de Till Eulenspiegel, tomaba deliberadamente las


palabras en un sentido literal produciendo así la impresión
cómica de un bobo. Tanto la atelana como el mimo, a pesar de
lo abigarrado del contenido y de la caracterización, no debieron
de estar exentas de cierta uniformidad maquinal ; pero es
dudoso que la literatura latina pueda presentar creaciones de
mayor originalidad que éstas, aun cuando su valor estético no
sea muy apreciable. Es, pues, muy de lamentar, sobre todo
desde un punto de vista históricocultural, la pérdida de todo
este género literario -sólo han llegado hasta nosotros míseros
restos--, pues lo que por otra parte poseemos de Laberio y de
Publilio no guarda relación inmediata con el mino propiamente
dicho. Del primero se ha conservado un prólogo impresionante,
en el que el anciano desahoga su alma por una humillación
que le había impuesto César. A Publilio se atribuye una colec-
ción, dispuesta en orden alfabético, de 700 sentencias sueltas,
en versos trímetros yámbicos, pero de las cuales apenas la
décima parte es auténtica. Las demás se han ido agregando, en
el curso de los siglos, por aluvión ; pero nunca habrían podido
enlazarse con su nombre, de no haberse distinguido sus obras
por este género de sentenciosidad epigramática.

Si el desarrollo de la comedia latina se vió en el


curso de dos siglos influído por múltiples oscilaciones
en el gusto, la evolución de la tragedia no estuvo sujeta
a ellas, pero a su vez contó con representantes mucho
menos conspicuos que su desenvuelta hermana, fenómeno
que, por lo demás, se repite en la literatura dramática
de todos los tiempos. Prescindiendo de Pompilio, un
imitador de Pacuvio, y de los ensayos más o menos
" diletantistas" de C. Ticio, un contemporáneo de
Terencio, y del ilustre C. Julio César Estrabón (en
tiempo de Sila) -ambos eran oradores de profesión-,
sólo encontramos un trágico romano de alto vuelo,
que, a juicio de los antiguos, representa, con Pacuvio,
el apogeo de este género poético : L. Accio. En épocas
sucesivas se escribieron aún tragedias, algunas de las
cuales, como el Thyestes de Vario y la Medea de Ovidio,
fueron acogidas con copiosos elogios. Las tragedias de
54 ALFRED GUDEMAN

Séneca, las únicas conservadas, sangrientas; relum-


brantes con todos los colores de una retórica ampulosa.
han ejercido sobre la posterioridad un influjo tan dura-
dero como nefasto. Pero en conjunto no eran más que
dramas ineptos para la escena, que incluso en la Anti-
güedad nunca se representaron públicamente.
L. Accio (c. 170-c. 85) . De Pisauro (Umbria) y de
humilde extracción -su abuelo era aún esclavo-,
como la mayoría de poetas que hasta ahora hemos cono-
cido, fué en temprana edad a Roma, donde se educó.
La cuestión de si había emprendido algún viaje de
estudio a Grecia depende esencialmente del crédito
que concedamos a su supuesta visita a Pacuvio en
Tarento
Los informes sólo hablan de un viaje al Asia Menor y sin
especificar el objeto del mismo. Presuponen que el colega tenía
ya noticia del Atreo de Accio, y que éste, al emprender su
viaje, se llevó el manuscrito del drama, estando así en situa-
ción de leerlo si se lo pedían. La respuesta, en extremo dis-
creta, de Accio a la crítica de Pacuvio, no se armoniza con el
orgullo de un poeta que se dejó erigir en vida una estatua
gigantesca -él era de pequeña estatura- en el Templo de
Minerva, lugar de reunión del gremio de los poetas, y que
jamás se levantó de su asiento al entrar el mencionado Julio
César Estrabón, porque se creía intelectualmente superior a
este colega patricio. El objeto diáfano de la anécdota es el
'mismo que en el caso ya mencionado del encuentro de Cecilio y
Terencio. La explicación dada a Pacuvio acerca de la futura
evolución de su estilo, que compara, en amplia imagen, a la
gradual maduración de un fruto áspero al principio, es sin
duda una profecía ex eventu, pudiendo haber servido de modelo
para la misma una autocrítica análoga de Sófocles.

Al igual que Pacuvio, debió alcanzar edad muy


avanzada, ya que Ciceron, nacido en 106, le conoció
personalmente en su juventud, y tuvo con él muchas
conversaciones sobre temas literarios. Mantúvose ale-
jado del círculo de Escipión, como con razón se ha
inferido de la polémica empeñada entre Lucilio y él
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 55

sobre ciertas innovaciones ortográficas. En cambio,


gozó de la protección de Décimo Bruto, el vencedor de
los galaicos españoles. Suministró para los edificios
de éste las inscripciones, todavía compuestas, y ello es
singular, en versos saturnios, y rindióle homenaje con
una fabula praetexta titulada Brutus, en la que glori-
ficaba a un antepasado suyo, el fundador de la Repú-
blica romana. Una segunda praetexta, Aeneadae o
Decius, tenía por argumento el sacrificio del joven
P. Decio Mus en la batalla de Sentino contra los cel-
tas (295) , fundándose acaso en la misma el detallado
relato de Livio (X, 27, 1-30), a menos que la fuente
común de ambos fuesen los Anales de Ennio.
La fecundidad de Accio como trágico fué asombrosa.
Han llegado hasta nosotros 45 títulos con unos 700 frag-
mentos, que, por fortuna, no son interesantes úni-
camente para los lexicógrafos, de modo que nos sirven
para formarnos de su estilo una idea más satisfactoria
de lo que suele ocurrir en casos de pérdida de los ori-
ginales.
Aunque Accio adaptó libremente casi todos los argumentos
míticos dramatizados por los griegos, prefirió el ciclo legenda-
rio troyano, siendo 13 las tragedias que de éste tomó. Encon-
trándose ya no pocos títulos entre la producción de sus prede-
cesores romanos, es lícito suponer que abrigaba la ambición de
competir con éstos y dar obras de mayor perfección. Entre sus
modelos, como en el caso de Ennio, Eurípides ocupa el primer
lugar pero, como Pacuvio, recurrió muchas veces a argumen-
tos remotísimos del teatro helenístico. Dado el crecido número
de sus tragedias y de los fragmentos llegados hasta nosotros,
es extraña casualidad que sólo podamos comparar con las citas
latinas algunos pasajes de los originales conservados de las
Fenicias y las Bacantes de Euripides. Sin embargo, los fragmen-
tos permiten probar de modo irrecusable que respecto a sus
modelos griegos Accio conservó la misma aptitud libre que sus
predecesores. Parece haber tendido a emplear una especie de
contaminación, por cuanto más que agregar escenas o caracte-
res enteros de dramas del mismo título, adoptó temas drama
56 ALFRED GUDEMAN

ticos y acciones parciales, que ofrecían mayor abundancia de


materia para la imitación. Así, en el Juicio de las armas entre-
tejió el drama de Esquilo del mismo título con el Ayax de
Sófocles, y en el Filoctetes utiliza la leyenda, tratada en dis-
tintas formas por los tres grandes trágicos, adaptándola a sus
fines.

El juicio de los antiguos acerca de su arte, que los


fragmentos confirman en absoluto, presenta como nota
dominante la elevación, tanto en los sentimientos como
en el lenguaje. Así, emplea copiosísimamente agudas
antítesis y paralelismos, aliteraciones y otras muchas
figuras onomatopéyicas y recursos retóricos. El voca-
bulario es no menos escogido y vigoroso, sin que resulte
oscuro por el exceso de imágenes. Dispone del don de la
expresión apasionada e impetuosa, sin caer en la ampu-
losidad. Distínguense especialmente sus debates dramá-
ticos por una dialéctica pronta y aguda, en tan alto
grado, que alguien preguntó, maravillado, al autor, por
qué poseyendo una elocuencia tan notable no se consa-
graba a la oratoria del foro. La respuesta atribuída al
poeta decía que en sus dramas combinaba los discursos
y réplicas a su antojo, y en cambio, siendo abogado, sus
adversarios podían decir cosas que tal vez no le fueran
agradables. Su temperamento fogoso y su agudeza de
ingenio refléjanse en sus dramas de tal suerte, que la
frase " el estilo es el hombre" le es aplicable en su más
pleno sentido. Sus tragedias encontraron entusiasta
acogida hasta el fin de la República; luego desapare-
cieron de la escena y, como las precedentes, fueron
perdiéndose por falta de interés en el público hacia
este grave género literario.
La actividad literaria de Accio, sin embargo, no quedó limi-
tada a la tragedia y a algunos ocasionales poemas líricoeróti-
cos mencionados por Plinio el Joven. Dedicóse a estudios his-
tóricoliterarios y filológicos, exponiendo los resultados de sus
investigaciones en obras de gran extensión. Así, sólo las Didas-
calica ("crónica dramática" ) comprendían nueve libros, en los
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 57

que se debatían cuestiones de autenticidad -por ejemplo,


acerca de las piezas de Plauto- y problemas cronológicos. Las
Pragmatica, en dos libros por lo menos, trataban, en opinión
de algunos, de lo que solemos designar antigüedades escénicas ;
otros, con mayor verosimilitud, ven en las mismas una especie
de poética y de técnica del drama. Un fragmento hace referen-
cia a un diálogo, acaso al modo de las biografías del peripa-
tético Sátiro, de las cuales se han conservado restos importan-
tes en un papiro egipcio descubierto no ha muchos años. Una
obra titulada Annales se ocupaba, al parecer, de las fiestas
romanas. Es característico que todas estas obras de especia-
lización científica, estuviesen escritas en verso, troqueos, hexá-
metros ysotádeos. Para la forma métrica pueden haber servido
de modelo las célebres Crónicas de Apolodoro, contemporáneo
de Accio. Pero el promotor de este género de trabajos fué, sin
duda, Crates de Malo, el jefe de la escuela de Pérgamo, que
poco después de la muerte de Ennio (169) đió, el primero, en
Roma, conferencias de filología. En todo caso la colocación de
Hesíodo antes que Homero en un fragmento de las Didascalica
prueba claramente la influencia de Pérgamo. Estas obras de
historiografía literaria, a pesar de sus muchos errores, espe-
cialmente cronológicos, habrían sido para nosotros inestima-
bles en absoluto, como para los eruditos romanos posteriores
constituyen una rica mina de información ; pero en rigor caen
fuera del cuadro de una historia de la literatura latina. Es nece-
sario prescindir, pues, de entrar en detalles acerca de ciertas
ideas del poeta, por ejemplo, en el terreno de la reforma orto-
gráfica. Observaremos tan sólo, con respecto a estas últimas
-Accio escribía gg, gc en vez de ng, nc, ei er vez de i abierta,
rechazó y y, z e indicó, las vocales largas doblándolas , que no
sólo llevó estas propuestas a la práctica, sino que las funda-
mentó teóricamente, marcando su antagonista Lucilio el límite
cronológico superior a esta moda. Otras obras atribuídas a Accio,
como Praxidicus y Parerga, no están exentas de sospechas ;
pero no es este lugar indicado para entrar en discusiones
acerca de las mismas .

Hasta aquí hemos tratado de poetas que cultivaron


la épica o un género dramático, y ambos a la vez, o el
último exclusivamente. Ennio y acaso Pacuvio habían
escrito también poemas de contenido mezclado (Satu
58 ALFRED GUDEMAN

rae). Siguió sus huellas su contemporáneo, más joven,


C. Cecilio. Pero, dado que sometió a un examen crítico
toda la vida de su tiempo, tal como se manifestaba a
sus ojos en la política, en la sociedad y en las tenden-
cias morales o culturales de la Urbe, fué el creador de
un nuevo género literario, la Sátira, en el único sentido
corriente de esta palabra para los romanos de épocas
ulteriores y aun para nosotros, los modernos. Una
miscelánea semejante, que, a pesar de su variedad cali-
doscópica, en virtud de su intención crítica no estaba
despojada de cierto carácter de unidad, no existía, que
sepamos, en la propia literatura griega. Así la orgullosa
frase de Quintiliano : " La sátira es exclusivamente
nuestra (de los romanos) " es justa en absoluto, al paso
que se creía obligado a confesar que la comedia, afín
de la sátira, no resistía la comparación con la griega.
C. Lucilio (c. 180-102/1) . Nació en la ciudad cam-
pania de Suessa Aurunca, de padres ilustres y ricos,
siendo así uno de los pocos escritores romanos pro-
fesionales que no fuese de baja extracción. Su hermano,
senador, fue, por su hija, abuelo de Pompeyo Magno.
El mismo Lucilio permaneció soltero, denigrando, acaso
movido por enojosas experiencias, al sexo femenino con
su vehemencia acostumbrada. Pasó la mayor parte
de su vida sin desempeñar cargo alguno en la misma
Roma o en sus propiedades de Sicilia. También parece
haber poseído una villa en Nápoles, donde murió. Con-
tábase entre los amigos más íntimos del círculo de
Escipión, a quien acompañó, en calidad de caballero
romano, a la guerra de Numancia (134-133) .
El testimonio del historiador Veleyo Patérculo, no muy
digno de crédito en estas cuestiones, no da para más. Con ello
se solventaría una dificultad de orden cronológico muy discu-
tida, pues rechazando la fecha de 180 como la de su nacimiento,
por el motivo de que Lucilio en todo caso no puede haber pres-
tado sus primeros servicios militares a la edad de 47 años,
desaparece la única posibilidad de explicar la equivocación de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 59

S. Jerónimo, nacida de una confusión de cónsules del mismo


nombre. Éste admite como fecha del nacimiento el 148 y sólo
da al poeta cuarenta y seis años de vida, lo cual, por varias
razones, es sencillamente imposible. Escipión, como en otro
tiempo Fulvio Nobilior a Ennio, debió llevar en su compañía a
su amigo íntimo en calidad de futuro nuncio de sus proezas,
aunque Lucilio, como más tarde Propercio y Horacio, parece
haber declinado semejante invitación, fundándose en que no se
sentía a la altura de tal cometido. La prueba de esta renuncia
se encuentra, indudablemente, en los versos 620-622 M., cuya
justa conexión hasta ahora no se ha podido determinar. No es
menos verosímil que ya con anterioridad a la guerra numan-
tina y frisando en sus 50 años, Lucilio se había dado a cono-
cer al público con poemas, pues la ya mencionada indicación
de Veleyo, añadida simplemente en una oración de relativo,
significa a lo sumo que Lucilio a su regreso del teatro de la
guerra "gozaba de celebridad", pero no que hubiese empezado
a escribir hasta entonces, esto es en tiempo de Pacuvio, Afra-
nio y Accio. Por lo demás, sólo sabemos prescindiendo de con-
secuencias deducidas de sus mismas obras, que el libro XVI,
escrito relativamente tarde, llevaba como título el nombre de
su amada, Collyra, que desempeñaba en él un papel especial,
aunque de imposible determinación para nosotros. Era además
amigo del célebre académico ateniense Clitómaco, quien le
dedicó una de sus obras. De ser éste, en compañía de su
maestro Carneades, quien con otros dos filósofos fué a Roma el
año 155 en calidad de embajador -a ello alude una anécdota
que de él se refiere (Cic. Acad. II, 137) - habiendo conocido a
Lucilio en la misma Urbe, tendríamos una razón más para
fijar en el año 180 la fecna de su nacimiento.

Lucilio fué, sin duda, uno de los hombres más cultos


de su época, versado por igual en las literaturas griega
y latina y cosa rara en su tiempo profundo cono-
cedor también de la filosofía griega. A fuer de amigo
de Clitómaco, tomado de escepticismo, y respondiendo
a su actitud independiente en todo, no es probable que
se contase entre los adeptos de ninguna de las grandes
escuelas filosóficas. Algunos fragmentos presentan un
matiz estoico ; por otro lado, el desprecio, casi delibe
60 ALFRED GUDEMAN

radamente ostentoso, de toda labor de lima en lo que


respecta al estilo, acusa una tendencia epicúrea.
No existe otro poeta antiguo de una potencia tan origi-
nal, que al mismo tiempo presente tal negligencia de
forma, así en la expresión como en el verso. Trátase en
rigor de una prosa versificada, desnuda de toda gra-
cia; pero con todo, repugna atribuir este fenómeno a
falta de talento técnico, o a la excesiva rapidez en la
producción que Horacio le echaba en cara. Este con-
secuente descuido de lo puramente formal y artístico
que, según queda dicho, se nos antoja contrario al modo
antiguo, no puede menos de ser hijo de una intención
consciente. Atento sólo a la cosa y al contenido, Luci-
lio, sin duda, quería con ello dar la impresión de una
espontaneidad directa, criginal, desdeñosa de toda gala
externa; la impresión de una convicción íntima que en
aras de la verdad sacrifica a amigos y enemigos, a
pobres y a ricos, a encumbrados y a humildes, Y así,
armado de todas las dotes del ingenio y de la burla,
con una mirada infalible tanto para las pequeñas vile-
zas de los hombres como para los abusos en la vida
pública, descarga su azote satírico con implacable seve-
ridad. Jamás siente el menor escrúpulo en llamar las
cosas por su nombre, y trata de los fenómenos sexua-
les con una naturalidad casi cínica. A pesar de todo, le
falta la tendencia unilateralmente pesimista y amarga
de un Juvenal ; no adopta la actitud de un reforma-
dor de las costumbres ni de un asceta, no es un Abra-
han de Santa Clara o un Savonarola. Para ello dis-
frutaba de excesivas comodidades, y en el fondo era
una naturaleza harto inclinada a gozar de la vida.
Pero odiaba todo extremo y toda gazmoñería. Criticó la
grecomanía, pero él mismo, sin darse cuenta, insertaba
retazos de griego en sus versos. En cuestiones literarias
y gramaticales adoptó una actitud vivamente polémica,
distinguiéndose sobre todo como adversario de las inno-
vaciones ortográficas de Accio. Pero no siempre el
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 61

severo critico tendía el arco. Así, por ejemplo, describió


con fino humorismo un banquete o un viaje a Sicilia,
que, como es famoso, Horacio imitó, llegando a rasgos
tan nimios como no dar el nombre de un pueblecito,
porque métricamente no podía ser empleado en un
hexámetro. Las sátiras de un hombre tan consciente de
su valer contenían, naturalmente, numerosas noticias
autobiográficas y confesiones, aunque no sin maliciosa
ironía, siendo también en esto un precursor de Horacio.
En suma, dijo en verso, sin ambages ni rodeos, y tam-
bién sin arte, lo que íntimamente le conmovía, lo que
le interesaba -y el círculo de sus intereses era exten-
so-, de modo que, para decirlo con una frase de
Horacio, se podía leer su vida en sus obras como en
una tabla votiva.
La influencia de Lucilio fué tenaz y duradera. Todos los
satíricos posteriores fueron sus discípulos atentos : Horacio,
quien, aunque no sin envidia, le reconoció explícitamente por
su maestro ; Persio, Séneca en la Apocolocyntosis, Petronio,
Juvenal. Éstos le superaron sólo en la forma artística ; pero
en rebosante ingenio, en agudeza y en fuerza satírica ninguno
llegó a su altura, a no ser Petronio y Marcial. En rigor, no se
debe olvidar que en la época imperial no habría sido posible
una crítica tan ilimitada de los negocios públicos o de los per-
sonajes encumbrados, pues incluso lo que el mimo se permitió
en este orden, fueron alfilerazos ocasionales o alusiones impro-
visadas, sin ninguna tendencia política peligrosa en el fondo.
El mismo Lucilio pudo proceder con tal libertad y despreocu-
pasión sin incurrir en castigo, en parte al menos, gracias a su
situación independiente y al amparo de los personajes más
influyentes de la Roma de su tiempo
Nuestro conocimiento de la copiosa producción de Lucilio
limſtase, por desgracia, aparte de los preciosos juicios críticos
de Horacio, a unos 1000 versos enteros, pero en su mayoría
destacados del conjunto que los contenía. Y aun más de la
mitad de los mismos deben el haberse conservado al lexicó-
grafo Nonio y a algunos gramáticos aun más tardíos, para
quienes el abigarrado vocabulario de Lucilio, procedente de las
más diversas clases sociales, constituſa una mina inagotable.
62 ALFRED GUDEMAN

Por ejemplo, Lucilio abundaba especialmente en términos de


la jerga de los soldados (sermo castrensis) , fuente por lo demás
no muy acesible. Ya hacia fines de la República comenzó a
sentirse la necesidad de unos comentarios al popular satírico,
pues las circunstancias culturales por él descritas, así como
las alusiones a hombres y cosas de su tiempo, ya no eran del
todo comprensibles para las nuevas generaciones. Nada se sabe
de estos trabajos. La edición definitiva de la época imperial
constabą, al parecer, de 30 libros, divididos en tres grupos
en los que no se observaba el orden cronológico ni se tenía en
cuenta la época de la composición. Así, los libros I-XXI eran,
evidentemente, los últimos escritos, conteniendo todos, incluso
el último, del que no se conserva ningún fragmento, sólo hexá-
metros. Anteriores a los mismos son los libros XXII-XXV, de
los que sólo quedan siete versos, entre ellos un dístico elegíaco
del libro XXII. El tercer grupo comprendía los libros XXVI-
XXX. Estaban escritos en senarios yámbicos y septenarios
trocaicos, y el último en hexámetros. En el libro XXVI Luci-
lio, entre otras cosas, hablaba de su propia poesía. Deseaba
para sí lectores ni muy doctos ni del todo incultos, pues aqué-
llos irían más lejos que él mismo, y éstos no entenderían nada.
Es posible, aunque no se puede probar, que estas manifestacio-
nes y otras análogas provengan de un proemio. Pero aun en
este caso podría muy bien haber aparecido primeramente el
tercer grupo y el proemio ser de procedencia crítica. Sea como
fuere, no cabe duda que no fué el poeta quien editó sus sátiras
agrupadas de este modo y sin respetar la sucesión cronológica.
Más bien las publicaría sueltas y a intervalos, pues de otro
modo no habrían producido el efecto inmediato que el autor
se proponía con ellas.
Si las invectivas políticas, que también nos hacen pensar en
Aristófanes, dieron motivo a Horacio para observar que Luci-
lio, exceptuando la forma métrica, dependía en absoluto de la
vieja comedia ática, en rigor debió tener presentes tan sólo los
libros I-XXII, en todo caso también el libro XXX, pero no los li-
bros XXVI-XXIX, que contenían casi exclusivamente yambos
y troqueos (1). Pues refiriéndose a los poemas no escritos en
hexámetros , dicha afirmación acerca de la diferencia en el

(1) Acerca del metro de los libros XXII a XXV nada pre-
ciso sabemos.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 63

metro habría sido del todo ociosa; por lo demás, los grupos de
sátiras anteriores, hasta donde los fragmentos permiten formar
juicio, no dejan, en su contenido, adivinar la menor influencia
de la vieja comedia.

II. Los prosistas


No todo escrito en prosa es una producción litera-
ria, pero sólo las obras de tal categoría pueden tener
cabida en una historia de la literatura, mientras ésta,
para ser lo más completa posible, no se proponga tomar
en consideración los primeros ensayos de prosa, en
cuanto constituyen monumentos imprescindibles para
explicar la evolución de la lengua. Claro está que tales
obras pueden tener valor literario, aun cuando, en la
mayoría de casos, no fueron escritas pensando en lec-
tores de épocas futuras o persiguiendo un fin pura-
mente artístico. Y esto es aplicable en grado mucho
mayor, aunque no exclusivamente, a la prosa que a la
poesía, pues en ésta la forma métrica presupone en sí,
necesariamente, no poca habilidad y artificio. Sin
embargo, nos inclinamos demasiado a menospreciar la
dificultad enorme que encierra exponer por primera
vez en una lengua un complejo de ideas de cierta exten-
sión, en una prosa legible y eficaz, por más que los
romanos tuvieran a su disposición en la literatura
griega modelos sencillamente perfectos en que aprender.
Sólo así se explica que los primeros historiadores roma-
nos, hombres cultísimos y no faltos de talento literario
como Q. Fabio Píctor, L. Cincio Alimento, P. Cornelio
Escipión Africano, el padre adoptivo del destructor de
Cartago, A. Postumio Albino y C. Acilio, prefirieron
escribir la historia de Roma en lengua griega, aunque
con espíritu nacional. Por eso no es lícito, sin motivo
suficiente, ver en ello el resultado del filhelenismo lite-
rario que en aquel entonces se propagaba en círculos
cada vez más amplios, o de una grecomanía como la
64 ALFRED GUDEMAN

que de todos modos se traslucía en Albino, o del impulso


altruísta de facilitar a los griegos el conocimiento de
las gloriosas proezas de Roma. Haber roto este encanto
abriendo para los romanos un camino libre en el campo
de la prosa literaria, constituye el mérito inmortal de
uno de los más grandes contemporáneos de aquellos
escritores, de un hombre que encarnó en sí el antén-
tico espíritu romano como nadie antes ni después de
él, y que hasta el fin de su vida se opuso casi fanáti-
camente, aunque en vano, a la helenización que amena-
zaba a su pueblo : M. Porcio Catón el Censor.
M. Porcio Catón (234-149) nació en Túsculo, en la
Sabinia ; fué cónsul en 195, censor en 184. Como gene-
ral, político, agricultor, escritor, orador e historiador
este hombre enérgico, lleno de temperamento, tenaz en
perseguir el objetivo que se hubo propuesto como justo,
causó profunda impresión en sus contemporáneos y en
la posteridad. Como político, no exento de cierto
carácter demagógico y más bien combatiente de la opo-
sición que creador de ideas políticas, fué, en una época
abundante en guerras, no el caudillo coronado por el
éxito, sino la conciencia de su pueblo, pronto siempre
a advertir y aun muchas veces a mover escándalo. Una
personalidad tan consciente de su propio valer, que
debió cuanto logró no a la nobleza de su cuna, sino a sí
mismo, no fué, como Cicerón, un heraldo excesivamente
discreto de su fama. Esta intención es la que, en primer
término, puede haberle inducido a escribir. Así fué el
padre de la prosa latina. Bajo este único aspecto hemos
de considerarlo aquí.
La cronología de sus numerosas obras es imprecisa-
ble. Algunas de carácter más bien pedagógico o didác-
tico no fueron originariamente destinadas a la publici-
dad, mas no se puede decir lo mismo de sus discursos
ni de su obra histórica, en la que trabajó hasta poco
antes de su muerte. Sólo se ha conservado un escrito
suyo : De la Agricultura. Por lo demás, nos vemos redu-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 65

cidos a noticias acerca del contenido de sus obras o de


algunas partes de las mismas, y a cierto número
de fragmentos, entre ellos sólo dos de alguna extensión.
Catón destinó a la instrucción de su hijo un resumen de la
historia romana, y además copiosas compilaciones de materia-
les y preceptos de agricultura, arte militar, medicina -acerca
de los médicos griegos pronunció una sentencia desmesurada-
mente condenatoria- y, al parecer, también de jurisprudencia.
Si dió asimismo a su educando indicaciones detalladas acerca
de la retórica y la oratoria, es cosa que ba de quedar indecisa,
a menos que no tuviesen ningún carácter escolar, fundándose
en la rica experiencia de una larga vida; experiencia que al
fin y al cabo pudo ser la fuente principal de aquellas otras
obras de exclusiva finalidad práctica y pedagógica. El hecho
de que Catón en su vejez aprendiese el griego, de que definiera
al orador como un "hombre de bien que sabe hablar" y sobre
todo el famoso precepto : "Domina bien el asunto y las pala-
bras brotarán por sí mismas" , no se armonizan con la esque-
mática retórica de los griegos que los romanos adoptaron en
bloque. Lo que de sus procedimientos retóricos se ha creído
observar en los pocos fragmentos de sus discursos y de su
obra histórica, como la acumulación de sinónimos, el empleo
abusivo de atque en vez de et en el tratado de agricultura,
obra carente de todo estilo, no se encuentra casi nada de este
género-, provenía exclusivamente del esfuerzo natural para
ser claro, en un orador como Catón que sólo pensaba en per-
suadir y cuyas frases sin períodos caían sobre el auditorio como
golpes de maza. Añádase a ello que respecto de algunas citas
parece justificada la sospecha de una modernización ulterior
del estilo. Éste podría ser especialmente el caso del Carmen de
moribus, colección de "sabios proverbios y frases de nuestros
días" , análoga a la formada ya por Apio Claudio Ceco con sus
sentencias en verso saturnio, derivadas, en su mayoría, de
fuentes griegas. Los cuatro fragmentos conservados no acusan
forma métrica alguna, y ya Séneca parece haber conocido tan
sólo una paráfrasis en prosa. Originariamente el libro estaba
escrito en saturnios o en una especie de prosa rítmica con
paralelismos de frase y aliteraciones. Contradice toda idea de
prosa pura la palabra carmen, que en sí puede designar todo
género de fórmula o de proverbio, pero que en este caso habría
exigido el plural (carmina) .
5. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed .
66 ALFRED GUDEMAN

Cuando Cicerón escribió su Bruto, pudo desenterrar 150 dis-


cursos de Catón. Estaban ya relegados poco menos que al
olvido, como atestigua el propio Cicerón. Han llegado hasta
nosotros los títulos de unos 90 ; de algunos, conocemos poco
más o menos el contenido. El único fragmento de cierta exten-
sión procede del discurso por los Rodios (167) , el cual, junto
con el dirigido contra la innoble traición de Servio Sulpicio
Galba en la guerra lusitana ( 149) , era el más célebre. Pero
esta muestra de su elocuencia difícilmente se habría salvado,
de no haberla insertado el libro V de sus Origenes. Ninguno de
los discursos que de él conocemos es probable que sea anterior
a su consulado (195) . Este hecho curioso se explicaría, admi-
tiendo que poco tiempo después de Cicerón se formó una edi-
ción completa, en varios volúmenes, de sus discursos ; mas la
primera parte, que contenía los anteriores al consulado, no
tardó en perderse, pues el interés de los mismos era incompa-
rablemente menor que el de los pronunciados en el apogeo de
su carrera .Cicerón, sin ser ciego para sus defectos, emitió sobre
el antiguo orador un brillante elogio ; pero por boca de Bruto le
puso importantes objeciones, que reducen su panegírico a la
justa medida.

Los discursos de Catón debieron de producir un


arrebatador y convincente efecto en los auditorios del
Senado y del foro. El luchador político hubo de defen-
derse ante los tribunales no menos de 44 veces, triun-
fando siempre sin excepción. Debió este éxito ante todo
a su potente personalidad y al inflamador vigor de su
palabra viva, pues, como ha ocurrido a muchos grandes
oradores de los tiempos antiguos y modernos, la obra
escrita produce en el lector un efecto atenuado, sobre
todo tratándose de oradores como Catón y Sulpicio
Galba y el mismo C. Graco, cuya forma no se distinguió
por lo artística. En la historia de la literatura cabe
observar que, un contenido sólido, expuesto bajo una
corteza ruda, informe, suele ser menos viable que lo
contrario. Sólo un contenido importante bajo una ves-
tidura artísticamente perfecta confiere a una obra lite-
raria un derecho positivo a la inmortalidad.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 67

Si Catón fué el primer romano que dió sus discur-


sos a la publicidad, y con ello a la posteridad, fué
también el fundador de la historiografía en prosa
latina. El famoso discurso del ciego Apio Claudio con-
tra la paz con Pirro no fué, indudablemente, puesto
por escrito en la forma en que se había pronunciado,
ni tampoco editado por él mismo.
La obra constaba de siete libros, narrándose en los tres pri-
meros leyendas relativas a la fundación de Roma y al período
monárquico, y las de las demás ciudades italianas, de donde el
título de Origenes, que, sin embargo, sólo se puede atribuir al
autor suponiendo que esta parte fué editada independiente-
mente del resto. Seguían las guerras púnicas en los libros IV
y V, y las demás hasta la lusitana en los libros VI y VII. Todo
ello en rápido resumen, atendiendo sólo a los hechos capitales,
pero tomando en consideración, junto a la historia política, las
circunstancias culturales, pues le repugnaba, según su propio
testimonio, referir, al modo de las actas de los pontifices, de
la crónica oficial, carestías, eclipses de luna o de sol, etc. , por
lo que realiza el tránsito de la exposición analística, entonces
casi la única en boga, al método pragmático de la historia .
Mas esta atrevida innovación no encontró, por el momento,
seguidores importantes. En rigor, Catón se hallaba todavía
muy lejos de la reflexión filosófica de Polibio, su contemporá-
neo más joven, quien ciertamente, por este motivo no podía
influir en él. Puede guardar relación con esto el hecho curioso
de que Catón rehuyó nombrar a los personajes que desempe-
ñaban un papel en la historia, dando en cambio el nombre,
por ejemplo, de un valiente elefante del ejército de Antíoco.
No consta si siguió el mismo principio en la protohistoria de
Roma. En todo caso, no pudieron inducirle a omitir el nombre
de miembros influyentes de la nobleza y de victoriosos capita-
nes de su época, motivos puramente personales, por haberse
encontrado en pie de guerra con la mayoría de ellos y no serle
lícito, por tanto, cantar sus alabanzas como Ennio, Fabio Píctor
y otros. Contradice, sobre todo, esta hipótesis, el que narró
detalladamente la heroicidad de un tribuno llamado Q. Cedicio
en la primera guerra púnica, sin mencionar su nombre, y
poniéndola al mismo nivel que ia del célebre Leónidas en las
68 ALFRED GUDEMAN

Termópilas. Este procedimiento de exposición objetiva, sólo


atenta al hecho, no le impidió, sin embargo, insertar en su his-
toria discursos enteros para su propia glorificación, como los
pronunciados sobre los rodios y contra Galba. Este proceder
halla cierta justificación en el hecho de constituir casi una ley
inquebrantable de la historiografía antigua, poner, en oca-
siones adecuadas, discursos ficticios en boca de los protago-
nistas, con el objeto de explicar la conducta de los mismos o
aclarar situaciones . Porque se tratase de discursos suyos, no
estaba obligadó a faltar a la antigua ley de la unidad estilística.

La Antigüedad elogió unánimemente el esmero y la


veracidad de Catón al reunir una materia tan extensa,
aunque no siempre de fácil acceso. De todas suertes,
admitió de buena fe las numerosas leyendas relativas a
la fundación de las ciudades, pero esta falta de crítica
en lo que se refiere a la historia primitiva, es común
a toda la Antigüedad. Por favorable que sea el juicio
acerca de los Orígenes como fuente histórica de primer
orden, se le reprochó unánimemente lo rudo e informe
de su anticuado estilo. Y ello no puede admirarnos en
un hombre como Catón. El irresistible impulso que le
llevó a escribir no iba acompañado de un talento artís-
tico y técnico, y además no entraba en su propósito
perseguir una finalidad puramente artística.
Todo ello está confirmado por la única obra suya llegada
entera hasta nosotros, De la Agricultura. Vertió en ella la larga
experiencia y los conocimientos de un propietario rural curtido
en la práctica; pero sus preceptos y consideraciones, de los
que podríamos decir que no toleran la menor contradicción,
llevan un sello tan personal, son tan catonianos, que la obra se
ofrecía como una abundante mina de saber agrario, pero difí-
cilmente podía resultar útil como manual práctico para econo-
mistas de otro carácter. Por lo que al estilo se refiere apenas
puede decirse que este libro lo posea. Como las perlas de una
sarta infinitamente larga, sucédense una tras otra las frases
conminatorias o imperativas. La disposición, perceptible a
duras penas al principio, no tarda en perderse totalmente,
siguiendo un amasijo de notas y recetas de todo género, aun
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 69

cuando dentro de la misma esfera. Atribuir este desorden L


un editor posterior o al azar de la transmisión, no tiene el
menor fundamento. Aunque para nosotros esta obra ya no
conserva interés como fuente de saber práctico, a pesar de
ello ejerce un atractivo especialísimo incluso sobre el lector
moderno, debido no sólo al entusiasmo del famoso autor por su
objeto y a lo inteersante del cuadro cultural que despliega ante
nuestros ojos, sino también como el más antiguo monumento
de prosa latina llegado hasta nuestros días.

La actividad literaria de los romanos en el campo


de la oratoria y de la historiografía, una vez Catón
hubo inaugurado la serie, fué, por lo que respecta a la
cantidad, muy grande, y además, en cuanto a la prosa,
poco menos que única hasta la época de Cicerón. Pero la
reunión en una sola persona, como en Catón, del doble
carácter de orador e historiador conspicuo, no vuelve
a presentarse, y ello es curioso, hasta César y Asinio
Polión, y luego de nuevo hasta Tácito. Aciaga fué la
suerte de las obras oratorias e históricas de esta época :
todas han sido destruídas implacablemente por el
tiempo. Sus autores no son para la historia de la lite-
ratura más que sombras vanas, pues lo que la obstinada
actividad compiladora de los modernos ha conseguido
recoger entre estas inmensas ruinas, no basta, ni aun
con ayuda de eventuales juicios críticos de los anti-
guos, para devolverles la vida. Querer sentar las causas
precisas de esta pérdida sería, naturalmente, empresa
de dudoso éxito y, por lo tanto, sin objeto. Una causa
profunda podría ser la ya indicada : esto es la compara-
ción con las obras perfectas de un Cicerón por un lado
y de un Salustio y un Livio por otro lado, la falta de
arte estilístico y de talento literario, no compensada
por el posible valor del contenido.

Los analistas

En cuanto a los autores de Anales, la mayoría


siguieron el método cronológico -de ahí el nombre de
70 ALFRED GUDEMAN

analistas y su exposición abarcaba desde los tiempos


más remotos hasta lo contemporáneo suyo, ciñéndose
algunos a la historia de su propia época. De vez en
cuando asoma en ellos la tendencia a un concepto más
elevado de la historia, al modo de Polibio. En general,
su veracidad deja mucho que desear; a algunos no se
les puede perdonar la tendencia jactanciosa, las exa-
geraciones patrióticas y la excesiva glorificación de sus
antepasados. Su influjo es perceptible más allá de la
época republicana e incluso en escritores griegos. Mas,
como queda dicho, no es posible señalar un historiador
de altos vuelos.
El más antiguo de estos analistas latinos es L. Casio Hé-
mina, contemporáneo de Catón, cuya influencia es en él evi-
dente. Su obra comprendía cuatro libros y empezaba, según era
costumbre, en los tiempos protohistóricos. Apenas fué apre-
ciada por los historiadores ulteriores, invocando la mayoría su
autoridad únicamente para ciertos pormenores no históricos.
De los demás, hablaremos sólo en resumen. L. Calpurnio
Pisón Frugi, cónsul en 133 y adversario de los Gracos, escribió
Anales en siete libros, desde los tiempos primitivos hasta 146,
el año de la destrucción de Cartago y de Corinto. Fué para los
historiadores ulteriores una autoridad digna de crédito. A juz-
gar por los fragmentos, inclinábase a una apreciación raciona-
lista de la tradición legendaria romana (Tarpeya, Curcio) , acti-
tud que dió pie a varios disparates. Acerca de su estilo ané-
mico, Cicerón emite un juicio muy desfavorable. Del mismo
espacio de tiempo trató C. Gelio. Es solamente notable la
enorme divagación de sus anales, que comprendían al menos
33 libros, pues en la cita del libro 97 no hemos de ver más que
un error de escritura. Dionisio de Halicarnaso le utilizó. El más
importante de estos historiadores parece haber sido L. Celio
Antípater. Su estilo preciosista y retorcido disgustaba a Cice-
rón, quien, sin embargo, como historiador le ponía por encima
de todos sus predecesores. Al contrario de éstos, limitóse a una
breve época histórica, la guerra de Aníbal, siendo de este
modo el creador de la monografía histórica. Los autores más
tardíos acudieron a él como a una autoridad fidedigna. Dió un
paso más en esta dirección Sempronio Aselión, asimismo
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 71

contemporáneo de los Gracos, quien se propuso exponer única-


mente la historia del presente inmediato. Colocóse en cons-
ciente oposición a los analistas, cuyo método árido y croni-
quero flageló en duros términos. Parece haber estado también
bajo el influjo directo de Polibio. Como éste, exige del histo-
riador que explore las causas y los orígenes de los sucesos
históricos, no limitándose a narrar "cómo han ocurrido" . Parece
haber prestado también especial atención a los negocios inte-
riores de la vida del Estado. No podemos juzgar hasta qué
punto estuvo a la altura de estos principios sanos y metódicos.
A la época de Sila pertenecen dos historiadores más, que
volvieron a los antiguos cauces analísticos ; los citaremos aquí
para no interrumpir la sucesión. Los Anales de Q. Claudio
Cuadrigario, en 23 libros por lo menos, partían de la con-
quista de Roma por los galos el año 389. El último suceso cuya
fecha podemos determinar, es del año 82. Es imposible precisar
qué pudo haberle movido a empezar por aquella fecha tardía,
porque nos faltan testimonios relativos a ello. Difícilmente fué
el conocimiento crítico del carácter legendario de aquella pro-
tohistoria, pues ni la Antigüedad ni la Edad Media se elevaron
a tal escepticismo. Dado su interés, por otra parte evidente,
en determinar con precisión la cronología, que para aquella
época primitiva era y no podía menos de ser en extremo vaci-
lante, la fecha de la mencionada catástrofe, sobre la que no
cabían dudas, y acaso también el propósito de tratar con cierta
extensión la época en que vivía, debieron decidirle a excluir de
su obra aquellas vetustas historias narradas hasta la sacie-
dad. El haber insertado en la misma ficticiamente discursos y
cartas, hace creer que había recibido una educación retórica,
pero escribió en un estilo entrecortado, inconexo, que el even-
tual injerto de figuras retóricas no pudo hacer deleitoso, aun-
que las veleidades arcaizantes del siglo II (d. de J. C.) se
empeñó en gozar de su lectura. A esta aberración del gusto
debemos la conservación de numerosos fragmentos. Utilidzóle
sobre todo Livio -le menciona diez veces y acaso en mayor
grado de lo que podemos comprobar. El caso más lamentable
de la historiografía romana fué la gigantesca obra de Valerio
Ancias. Narró en 75 (?) libros toda la historia romana, desde
los legendarios comienzos hasta la muerte de Sila. Colmó sin
escrúpulo alguno las numerosas lagunas de la tradición con
invenciones de su propia cosecha; glorificó sin medida la fami
72 ALFRED GUDEMAN

lia de los Valerios, encontrándose en él a cada paso falseados


tendenciosamente los hechos, tanto por interés de bandería
política, como en el sentido nacionalista romano. No se con-
tenta con exagerar de un modo ridículo el número de los ene-
migos muertos, sino que en materia cronológica es también un
testigo sumamente inexacto. En estas circunstancias es casi
incomprensible que los historiadores posteriores no hayan
visto en seguida lo mentiroso e increíble de su información.
Así Livio siguióle ciegamente en extensos períodos, y cuando,
por último, el conocimiento de un testigo tan digno de cré-
dito como Polibio le hubo abierto los ojos, la indignación ante
el engaño dictó a su pluma, por lo demás tan comedida y
suave, palabras de cruel reproche. También Dionisio de Hali-
carnaso y Plutarco, no menos que Plinio el Viejo (Curiosa),
utilizaron incautamente la obra de Valerio Ancias. Los antiguos
no descuellan por su penetrante crítica de las fuentes, es ver-
dad; pero en este caso lo completo de la obra, su feliz abun-
dancia y el aplomo con que se presentaba, pudieron haberles
engañado acerca de las funestas consecuencias de su utiliza-
ción. Si Cicerón guarda silencio acerca de Valerio Ancias, ello
pudo ser debido a que su estilo no se distinguía por su notable
arcaísmo o por sus excrecencias al modo asiático, sospecha
que en cierto modo confirma el epiteto "desgarbado" que le da
el arcaizante Frontón.
De gran predicamento gozó entre los contemporáneos la
extensa obra histórica de L. Cornelio Sisena (118-67) . Cicerón,
en su tratado de Las Leyes (52) dice de él que habría superado
fácilmente a todos sus predecesores (lo mismo en el Bruto) ,
pero agrega la limitación algo enigmática "a menos que algu-
nos tengan sus escritos sin publicar, por lo que no se puede
formular juicio acerca de ellos" . Livio contaba entonces siete
años y Salustio era ya hombre maduro, aunque no se había
revelado aún como historiador. ¿A quién podía referirse el gran
orador, que declaraba no poder satisfacer por falta de tiempo
'al repetido requerimiento que se le hiciera, de escribir la histo-
ria de su pueblo? Asimismo, no se olvide que Cornelio Nepote
le invocaba como el más indicado para esta labor. Sisena,
empero, no llegó a la cumbre, entre otras razones, porque la
historiografía romana no estaba aún desarrollada suficiente-
mente, De otras observaciones del mismo crítico se deduce que
Sisena, como Clitarco, historiador de Alejandro, tenía buen
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 73

cuidado de cautivar a sus lectores, comparación nada lauda-


toria, pues este griego era famoso por lo novelesco de su
relato. Salustio vió en él la fuente más fidedigna para la
historia de la época de Sila, aunque dejase mucho que desear
en cuanto a sinceridad política -pertenecía al partido de los
optimates-. Su estilo tenía algo de barroco, una mezcla de
arcaísmo y de ornato retórico, por lo que Nonio nos ha conser-
vado gran número de citas del mismo. El que Varrón titulase
Sisenna de historia uno de sus diálogos, implica un elevado
concepto de su valor. El mismo Sisena tradujo, dicho sea de
paso, los licenciosos cuentos milesios de Arístides, que encon-
traron aún apasionados lectores.
Su amigo C. Licinio Mácer, padre del famoso orador y
poeta Calvo, fué condenado por exacción -su acusador fué
nada menos que Cicerón y eludió el castigo dándose a sí
mismo la muerte. Partió también de los tiempos más antiguos
y jactábase de su investigación de las fuentes ; pero los moder-
nos no se han podido poner de acuerdo acerca de si se dejó
extraviar por falsificaciones o si él mismo se hizo culpable de
ellas en el caso de los libri lintei -registros de los magistrados
escritos en rollos de lino- que se habían salvado, intactos, del
incendio galo (389) . Insertó discursos y cartas en su obra, que
por lo demás estaba fuertemente coloreada de retórica. Cice-
rón, que no podía estar libre de prejuios respecto de él, con-
dena su estilo y su locuacidad, sin manifestarse acerca de su
veracidad. Sirviéronse de él, sin sospecha alguna, principal-
mente Livio y Dionisio de Halicarnaso.
Junto a estas obras históricas propiamente dichas no tarda-
ron en surgir autobiografías y memorias. Citaré, como las más
importantes, las de M. Emilio Escauro (cónsul en 115) , de
Q. Lutacio Catulo, el vencedor de los cimbros en Vercelli (102,
junto con Mario), de P. Rutilio Rufo (cónsul en 105) y del
dictador Sila, que escribió memorias en latín y en griego. Como
en los tiempos modernos, también en la Antigüedad raras veces
han constituído una fuente muy pura de verdad histórica los
escritos de este género, más o menos apologéticos o hermosea-
dos. Esto es sobre todo aplicable a los elogios fúnebres, habi-
tuales desde antiguo en Roma. Pero ya Cicerón y Livio recha-
zaron por sospechosos estos testimonios, que con frecuencia
falseaban la imagen histórica, no habiendo por consiguiente
resultado tan pernicioso como, por ejemplo, las fábulas y fan-
farronadas de un Valerio Ancias, ingenuamente reproducidas.
74 ALFRED GUDEMAN

Los oradores

En todos los Estados democráticos, en que ha regido


la libertad de palabra, la aptitud oratoria, aparte del
talento militar, ha constituído la clave de una afortu-
nada carrera política ; así casi siempre en Grecia y en
Roma, y así en la época moderna, quizá con la única
excepción de Alemania, los grandes oradores fueron y
han sido, en bien o en mal, los protagonistas de la his-
toria de sus pueblos. Tampoco necesita mención espe-
cial el hecho de que también ante los tribunales la elo-
cuencia jurídica ha sido la condición previa del éxito,
desempeñando un papel decisivo. Esta importancia
suprema de la palabra viva la pusieron de relieve
Cicerón, Tácito en el Diálogo de los Oradores y Quinti-
liano. Mientras no se publicaron los discursos pronun-
ciados desde los antiguos tiempos en el Senado o ante
los jueces, llenaban todas las finalidades la voz, el
atractivo personal, el énfasis convincente, y otros fac-
tores imponderables en los que se funda el éxito orato-
rio. Pero cuando a partir de los días de Catón se
empezó, no importa con qué objeto, a difundir estos
discursos entre un público de lectores, sólo un estilo
atrayente, eficaz, podía, como ya hemos indicado antes,
conferirles un valor duradero. Mas para ello requeríase
algo más que elocuencia natural y habilidad en el manejo
del lenguaje. Por eso no es de admirar que en Roma se
dejara sentir pronto la necesidad de una educación
retórica y estilística. También en esto los griegos fueron
los maestros técnicos, desde luego. Los romanos de viejo
cuño barruntaron el efecto desmoralizador de estas
enseñanzas que, en su concepto, darían a los jóvenes
aptitud para hacer parecer, mediante procedimientos
sofísticos, bueno lo malo y viceversa. Así apelaron repe-
tidamente a medidas coercitivas. El año 161 el Senado
desterró a los maestros griegos de filosofía y retórica,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 75

y aun el año 92 los censores L. Licinio Craso, el más


célebre orador de su tiempo, y Cn. Domicio Aheno-
barbo, publicaron un edicto, que por casualidad ha
llegado hasta nosotros, prohibiendo a la juventud ro-
mana la asistencia y a los retóricos latinos la enseñanza
en la"Escuela de la impudicia" -expresión de Craso-
por incompatible con el ideal ético de los antepasados.
Como la experiencia hacía esperar, estas medidas de
restricción fueron inútiles. Así, casi todos los oradores
de verdadera importancia pasaron por las escuelas de
retórica. Pero hasta la época de Cicerón fueron poquí-
simos los discursos elaborados de antemano como obras
de arte oratorio y publicados por los mismos oradores,
aun cuando casi nunca en la misma forma en que
habían sido pronunciados. Esto reza principalmente con
los discursos judiciales, que en su mayoría se publica-
ban cuando se trataba de una causa célebre de alcance
político, o cuando sus autores esperaban de la publica-
ción un efecto que rebasara el interés meramente coti-
diano. A veces, hombres hábiles en el manejo de la
palabra (Lelio, C. Persio, L. Plocio Galo, L. Elio Esti-
lón) escribieron discursos para ser pronunciados por
otros ; esto en Atenas era corriente, aunque la proce-
dencia de los mismos era un secreto a voces. En ocasio-
nes, también se atribuyeron discursos a personalidades
significadas con propósitos tendenciosos ; así, después
de la muerte de P. Sulpicio Rufo, P. Canucio dió a la
publicidad discursos apócrifos bajo el nombre de aquél.
Análogamente circulaban discursos apócrifos de Esci-
pión el Mayor, del padre de Tiberio Graco y de
M. Antonio, el triunviro. En comparación con los grie-
gos, el número de los discursos inéditos era, según el
testimonio de Cicerón, inmensamente mayor que el de
los publicados, atribuyendo este hecho en parte a la
pereza de sus compatricios, solicitados por otros nego-
cios, en parte al menosprecio de la fama ante la posteri-
dad ( ?) , en parte, por fin, a la falta de talento literario.
76
. ALFRED GUDEMAN

Esta consideración es también aplicable a nuestro


tiempo, aunque se funda en otros motivos. Hoy los dis-
cursos importantes de las grandes figuras políticas los
divulga la prensa inmediatamente después de pronun-
ciados, siendo en contadas ocasiones impresos en forma
de libro por los propios autores o por otros. Antes de
que la prensa, a consecuencia de la invención del telé-
grafo, hubiese facilitado hasta tal punto la rápida
divulgación, la edición completa e independiente de los
discursos era mucho más frecuente ; recuérdese, por
ejemplo, los discursos, estilísticamente perfectos, de
Mirabeau, Fichte, los dos Pitt, de Burke, Fox y Daniel
Webster.
Lo que sabemos de la oratoria romana en el período repu-
blicano procede, aparte de fragmentos en su mayoría brevisi--
mos, casi exclusivamente de los tratados retóricos de Cicerón,
sobre todo el diálogo titulado Bruto, que contiene una historia
completa del género desde los comienzos hasta la época del
autor. Las noticias aportadas más tarde por otros autores con
independencia de Cicerón, quedan eclipsadas, así en lo que
respecta a la calidad como a la cantidad, por esta obra, fun-
dada en un soberano dominio del inmenso tema. Al tratar de
Cicerón hablaremos con mayor detalle de esta obra única;
aquí observaremos tan sólo que el autor, con el manifiesto
propósito de ser lo más completo posible, hace desfilar ante
nosotros una serie de 250 oradores. Entre éstos, según propia
confesión del autor, no pocos son de importancia secundaria,
pero no quiso pasarlos en silencio para dar una prueba convin-
cente de cuán enormemente difícil es, en el género oratorio,
alcanzar la cumbre de la perfección, aun siendo muchos los
que en el curso de las generaciones han aspirado a ello. Que en
realidad el propio Cicerón fué el primero en lograrlo, no se
nos dice así crudamente, pero ello se desprende de la conclu-
sión del Bruto, que culmina en el relato autobiográfico de la
formación oratoria del autor. En cuanto a los juicios que Cice-
rón formula sobre sus predecesores, grandes y pequeños, no
podemos comprobar si son justos, tanto más cuanto que él
mismo, respecto de los oradores antiguos, en muchos casos no
disponía de testimonios escritos, debiéndose atener a testimo-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 77

nios orales y otras fuentes secundarias. A pesar de su evidente


tendencia patriótica a la idealización, sus apreciaciones críticas
previenen favorablemente, pues en todo caso aplica el criterio
relativo, contemporáneo, insistiendo explícitamente en el efecto
absolutamente distinto de un discurso hablado y de uno publi-
cado más tarde, como, por ejemplo, en el caso de Servio Sulpi-
cio Galba y de Hortensio. A la verdad, sólo tienen cabida en
una historia de la literatura los discursos que pueden ser apre-
ciados como producciones literarias. Pasando revista de los
mismos a base de los fragmentos conservados y de los juicios
antiguos, los corifeos de la oratoria romana después de Catón
y anteriores a Cicerón serían los siguientes: P. Cornelio Esci-
pión Africano y su íntimo amigo Lelio, pero sobre todo el juve-
nil e impetuoso C. Graco (154-121) y en la generación subsi-
guiente C. Licinio Craso ( 140-91) . Su amigo y rival coetaneo,
M. Antonio, a quien Cicerón estima casi tanto como aquél
-erigió a los dos un monumento inmortal en su diálogo De
oratore , no había publicado discurso alguno. Después de éstos,
no encontramos otro orador de primer orden hasta Q. Horten-
sio (114-50). Fué durante largo tiempo el competidor de Cice-
rón, pero acabó completamente eclipsado por éste.

B. La segunda época (c. 80-31)


En los precedentes capítulos hemos estudiado la
literatura romana en sus más conspicuos representan-
tes hasta los primeros decenios del siglos I a. de J. C.
Era el período brillante de la República romana. Pero
con la dictadura de Sila se plantaron, sin que los con-
temporáneos advirtiesen el funesto peligro, los prime-
ros gérmenes perturbadores que unos cincuenta años
más tarde habían de ocasionar la ruina de la consti-
tución republicana. Si ordinariamente dentro de esta
breve época, o sea desde el fin de la guerra social (78)
hasta la batalla de Accio (31) , se suele situar un segundo
período literario, tal división tiene una justificación
puramente práctica, pues los acontecimientos políticos
de esta época no tienen conexión causal alguna con la
78 ALFRED GUDEMAN

evolución literaria. Tiempo hacía que "la Grecia ven-


cida había cautivado a su fiero vencedor", y el nivel
cultural romano no fué entonces cuando se elevó de
modo notable. Sólo en la plasmación artística del len-
guaje y de la métrica, en la que, naturalmente, tam-
poco influyeron las revoluciones políticas, parece reali-
zarse un progreso notable hacia fines del siglo, aunque
Catulo y Lucrecio continúan presentando numerosos
rasgos arcaicos, contrastando con la mayor perfección
de la generación siguiente. También, por lo que res-
pecta al ropaje y al contenido, la poesía especialmente
fué adoptando otro carácter, no a causa de una trans-
formación esencial en el espíritu de la época o a con-
secuencia de cambios de orden cultural, sino porque
llegaron a ser moda nuevas direcciones del gusto, pura-
mente literarias, cuyas causas no podemos determi-
nar. Así, poetas de gran talento, apartándose de los
antiguos modelos griegos, emularon más bien la poe-
sía erudita, postclásica, de los alejandrinos. Al mismo
tiempo estalló en brillantes llamas la polémica, latente
desde largo tiempo bajo las cenizas, acerca del género
ideal de retórica, el ático o el asiático ; pugna que se
refleja en los tratados retóricos de Cicerón y que aún
nos ocupará.
Apartado de estas corrientes revolucionarias, mo-
derno por su modo de pensar y de sentir, pero como
poeta y artista vuelto aún, en ardiente entusiasmo,
hacia Ennio, se encuentra una de las más grandes
figuras poéticas de Roma y aun de la literatura uni-
versal, T. Lucrecio Caro (c. 98-55) .
Acerca de su vida las noticias que poseemos son deficientí-
simas, desgraciadamente, y aun lo poco que se nos ha transmi-
tido ha dado origen a sospechas y controversias en parte jus-
tificadas . Atacado de locura por efecto de un misterioso filtro
de amor, cuéntase de él que escribió algunos libros de su poema
didáctico De rerum natura ("De la naturaleza de las cosas" )
en momentos de lucidez, no llegando a terminarlo por haberse
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 79

suicidado. La obra en sí ofrece algunos indicios de la verosi-


militud de esta historia, que se ha creído poder utilizar a falta
de datos realmente fidedignos acerca de su vida. Sin embargo,
en lo que respecta a la locura y al suicidio bueno será, basán-
dose en algunas analogías modernas, no arrojar por la borda
el relato entero como pura invención. Que el poema no recibió
la última mano del poeta y que éste no puede haberlo editado
en persona, está fuera de toda duda. Debemos la conservación
del mismo a Cicerón, quien hizo publicar el legado del poeta,
sin terminar, como se hallaba, probablemente por su amigo
epicúreo el editor Pomponio Atico ; acción tanto más meritoria,
por cuanto este poema didáctico debía ser, por su contenido,
muy antipático a Cicerón, como enemigo declarado del epicu-
reísmo que Lucrecio glorificaba. Ignoramos en absoluto cómo
Cicerón llegó a hacerse cargo del poema abandonado. Iba dedi-
cado al patrono del poeta, C. Memmio. Acaso éste indujo a
ello al orador, con quien sostenía correspondencia, aun cuando
Memmio más tarde (el año 51 ) se hubiese hecho culpable de
impiedad edificando sobre las ruinas de la casa de Epicuro.

El poema consta de seis libros con unos 7400 hexá-


metros en total. Preceden a cada uno de los libros, a
excepción, tal vez, del cuarto (IV, 1-25 = I, 926-950) ,
proemios, cada uno de los cuales constituye de por sí
una joya poética. No es posible, naturalmente, dar
aquí un análisis preciso o un resumen del contenido.
La intención principal del poeta, que no se cansa de
recordarla al lector, se dirige a librar al hombre de la
creencia en la intervención caprichosa de los dioeses
en su destino, y del temor a la muerte, que a modo de
espada de Damocles está continuamente suspendida,
amenazadora, sobre su cabeza. Según la arraigada con-
vicción del poeta, los míseros terrestres deben este
inapreciable beneficio únicamente a Epicuro, a quien
por ello, con fanático entusiasmo, ensalza como al más
alto bienhechor, como a un dios, sin advertir la contra-
dicción de que los dioses de Epicuro llevan una bien-
aventurada vida de Jauja, sin la menor preocupación
por lo que hagan y sufran los mortales. Se lamenta de
80 ALFRED GUDEMAN

que la lengua latina sea impotente para reproducir


como es debido las angustas e incontrovertibles verda-
des de la filosofía epicúrea. Abriga también la dolorosa
convicción de que la dificultad de su doctrina, a pesar
de lo íntimamente persuasivo de la misma, no podra
retener largo tiempo la atención del común de los lecto-
res, más bien producirá en ellos un efecto repulsivo.
Sin embargo, se efuerza en endulzar el áspero alimento
espiritual con las bellezas de la poesía, tal como se
suele hacer sabrosa al niño una bebida amarga untando
con miel los bordes del vaso. En infatigable labor pasa
las calladas horas de la noche meditando para solventar
con fundamentos de razón las dificultades de la doc-
trina. Recorre caminos aun no hollados por ningún
romano, sonriéndole como recompensa la esperanza de
eterna fama y de una corona magnífica, como las Musas
jamás la habían ceñido a ningún otro poeta. A este
esfuerzo para enramar poéticamente los enjutos aspectos
técnicodogmáticos del sistema, debe la literatura univer-
sal algunos de sus pasajes inmarcesibles, esparcidos por
todo el poema a modo de parterres de soberbios colores.
El primer libro, que trata de la naturaleza de los átomos
y del espacio vacío, contiene una inspirada invocación inicial a
la diosa del amor como madre de toda criatura y la plástica
descripción del sacrificio de Ifigenia como horripilante ejemplo
del funesto poder de la superstición. El libro II discute entera-
mente las propiedades de los átomos, su movimiento, figura y
ordenación, culminando en la prueba de que la formación del
cosmos no requiere ninguna acción divina. En este libro des-
cuella, poéticamente, la brillante exposición del culto a Cibeles
y su falsedad, con lo que se demuestra lo nulo de la veneración
a los dioses. Aquí encontramos también el célebre pasaje
( vv. 355-366) del ansia conmovedora de la vaca que busca en
vano el ternerillo que le ha sido arrebatado, Atestigua una
observación amorosa, casi podríamos decir sentimental, de la
Naturaleza, y un ahondamiento en el ser de los animales que
difícilmente se esperaría de un poeta antiguo. Al lado de esta
impresionante descripción sólo cabría poner la no menos con
HISTORIA DE LA LITERATURA DATΙΝΑ 81

movedora escena de la Odisea de Homero, en la que el perro


Argos, desatendido por todos, reconoce a su amo vuelto al cabo
de veinte años -y muere . En el libro III desarrolla la doc-
trina del intelecto y del alma. Ambos están inseparablemente
unidos, y su vida enlazada con la del cuerpo perecedero. A base
de este materialismo dualista, acumula casi con apasionamiento
más de veinte pruebas contra la inmortalidad del alma, dedu-
ciendo de las mismas la conclusión triunfante de que no encie-
rra importancia alguna para los hombres el que "la muerte
inmortal arrebate la vida mortal". Por profundamente con-
vencido que estuviera Lucrecio de que sólo viéndose libre del
miedo a la muerte alcanzaría el género humano paz y reposo,
puede en este punto haber tenido la sensación de que para el
general sentir de sus contemporáneos aquella conclusión podía
aparecer demasiado cara comprada a costa de la inmortalidad
del alma. Así, tal consideración indújole acaso a aquel mara-
villoso canto de consuelo (III, 870-1094) que por lo patético y
sublime del pensamiento y revestido de versos que suenan a
nuestros oídos como los augustos acordes de una Missa solemnis,
no tienen igual en la poesía de todos los tiempos. El libro IV
discute extensamente la doctrina epicúrea de las percepciones
de los sentidos, que sean evidentes; además, la psicología de la
voluntad, el sueño con sus visiones, los peligros y sufrimientos
del amor. El último capítulo arroja una viva luz sobre las cir-
cunstancias de la época. El rencor del poeta y sus impresio-
nantes advertencias pueden muy bien provenir de experiencia
personal, pues tiene plena comprensión de los aspectos alegres
de la vida familiar, como lo demuestran hasta la saciedad las
profundas primeras palabras del mencionado canto de con-
suelo (III, 894-896 ) : "Ya no te recibirán más la casa alegre
ni la esposa óptima, ni correrán a tu encuentro los dulces
hijuelos para arrebatar tus primeros besos, tocando tu cora-
zón con callada dulzura. No podrás ya florecer por tus nego-
cios, ni ser apoyo y defensa de los tuyos. Infeliz, oh infeliz
-dicen-, un día aciago te robó todas las delicias de la vida."
En el libro V Lucrecio explica la duración del Universo, cuya
creación, como la de los seres vivientes, presenta no menos
limitada y caduca que la vida de los hombres. Sigue a ello una
historia asombrosamente detallada de la evolución cultural del
género humano, desde los más primitivos comienzos hasta las
alturas de las conquistas científicas y artísticas en un Estado
6. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99.- 3. ed.
82 ALFRED GUDEMAN

ordenado y moral. Para esta pintura, que contiene en germen


algunos resultados de la investigación moderna, Lucrecio
parece haber tomado algunos colores a la paleta de su contem-
poráneo Posidonio, el último gran investigador de la Antigüe-
dad. Esta fué también la fuente de algunas partes del libro VI,
consagrado de modo principal a la meteorología, terminando
brillantemente la obra con la plástica descripción de la peste
de Atenas, a base de Tucídides, acaso en liberado contraste
con el comienzo. Allí, contagio, muerte y desolación; aquí bajo
el bendito influjo de Venus, vida sonriente y la Naturaleza
despertando del sueño invernal.

Lucrecio expuso con todo detalle y fidelidad el sis-


tema de su divinizado maestro -sólo la ética epicú-
rea tiene harto escasa cabida en el poema-, siendo, por
tanto, una fuente de primer orden para el estudio del
mismo. Por lo que respecta a muchos extremos, Lucre-
cio es nuestro más generoso informador; por lo que se
refiere a otras, es el único. Le son asimismo familiares
las doctrinas de otros filósofos, como, por ejemplo,
Heráclito, Empedocles, Anaxagoras y Demócrito, aun-
que algún análisis polémico de las mismas ya se podía
encontrar en los escritos de Epicuro. Conocía a Platón,
a Eurípides, los tratados de Hipócrates. Homero es
para él el más grande poeta griego, como Ennio entre
los romanos. La estructura de sus versos y su lenguaje
presentan a menudo un sello arcaico ; por ejemplo, en
las disquisiciones puramente científicas. Así emplea de
preferencia la aliteración, prestando con ello al conte-
nido ideal un efecto externo pintoresco. Pero Lucrecio
posee también en alto grado todas las demás cualidades
que revelan al gran poeta : viva fantasía, fuerza de
representación plástica, elevación de pensamientos,
inspiración apasionada y dominio de todos los recur-
sos del lenguaje, no contaminado por el más leve arti-
ficio retórico
Incluso los que se han sentido indiferentes u hostiles para
con la materia tratada, no han podido sustraerse a este hechizo
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΙΝΑ 83

poético. Inmediatamente después de la muerte de Lucrecio,


Cicerón, en una carta a su hermano, emitió el juicio, a menudo
tan mal interpretado, de que el poéma contiene muchos pasa-
jes geniales, revelando, a pesar de ello, un arte consumado.
Esta oposición entre un elevado talento natural y una habili-
dad artística adquirida por la disciplina y la práctica, era muy
corriente en la Antigüedad, como lo demuestran claramente los
juicios de Ovidio sobre los poetas Calímaco y Ennio. Tanto
más notable había de aparecer la unión de ambas circunstan-
cias en una misma persona. Entusiasta admirador de Lucrecio
fué Virgilio, quien llama feliz al hombre que pudo conocer las
causas del ser, desterrando del mundo todo temor, el hado
implacable y el estruendo del ávido Aqueronte. Lo que Vir-
gilio le debe no tiene fin ni cuenta, aunque muchas coinciden-
cias manan de una fuente común a ambos poetas: Ennio.
También Horacio, y Propercio, sin nombrarle, no menos que
Ovidio, se inspiraron en él. El último, como el propio Lucrecio,
crítico nada envidioso de sus grandes predecesores, profetiza,
empleando con habilidad suma un verso del mismo Lucrecio,
que el poema no perecerá hasta "el día que libre la tierra a la
destrucción". Manilio, en tiempo de Tiberio, y el autor del
Etna, en tiempo de Nerón, sintiéronse ya atraídos a Lucrecio
por lo científico del tema. En la juventud de Tácito existían
lectores que le ponían por encima de Virgilio, y Estacio, en
tiempo de Domiciano, habla del "sublime entusiasmo del docto
Lucrecio", mientras Quintiliano, estimándole en mucho, le juz-
gaba, desde su parcial punto de vista retórico, difícil y aun
pernicioso para el orador. Los autores cristianos lo utilizaron
para combatir a los dioses paganos, pero miraban con antipa-
tía su apasionada pugna contra la creencia en la inmortalidad
y la juzgaban peligrosa. Pero debieron considerar, con razón,
que quien como Lucrecio destruye la religión del temor, allana,
sin quererlo ni sospecharlo, el camino que conduce a la religión
de la esperanza. En la época carolingia tuvo admiradores,
luego cayó cada vez más en el olvido, hasta que en el Rena-
cimiento despertó a nueva vida. En la época moderna sólo
Lessig, influído sin duda por Aristóteles, quien no admite el
poema didáctico, ha menospreciado su grandeza poética. Pero
el grupo de poetas de Weimar, presidido por Goethe, le admiró
vivamente. "Sin Dios, pero divino", tal es el juicio de G. Her-
mann, el gran filólogo, y Tennyson se inspiró en él para su
84 ALFRED GUDEMAN

célebre himno. Latinistas tan conspicuos como Lambinus y


Lachmann han tributado los más calurosos elogios a la pureza
de su estilo y de su lenguaje. Mas en medio de este recono-
cimiento universal, asoma una y otra vez el pesar de que un
poeta tan divino se hubiese equivocado al escoger su tema.
Pero esta opinión casi general se funda en consideraciones
completamente modernas. Para nosotros, de todos modos, el
sistema epicúreo es una estructura árida, que nos deja fríos,
y descontando los resultados científicos modernos que en él
se presienten, es, filosóficamente, un punto de vista superado.
En cambio, para Lucrecio las doctrinas de Epicuro eran una
sagrada revelación de bienhechora verdad y divina sabiduría,
una visión religiosa del mundo, que agitaba tan hondamente
su intimo ser y todo su pensamiento, como sólo más tarde la
fe cristiana a los mártires. Y esta pasional emoción es lo que
le impulsó a poner el genio poético, que en él dormitaba, al
servicio de una causa para él tan sagrada. Por ello es absolu-
tamente inverosímil que otro tema cualquiera hubiese podido
entusiasmar a un espíritu así formado, hasta producir una
obra maestra aun más espléndida que la que nos legó.
Muy distinto fué el carácter de otro poeta, algunos
años más joven, no equiparable en genio original a
Lucrecio, pero acaso superior a él como artista :
Q. Valerio Catulo (c. 87-c. 54) , de Verona. También
fué arrebatado por la muerte en la flor de la juventud.
Procedente de una familia acomodada, debió recibir
su educación en Roma, y el calificativo doctus que se
le aplicó, lo mismo que a Pacuvio, Lucrecio y Pro-
percio, refiérese a su profundo conocimiento de la
literatura griega, que sus poemas confirman en abso-
luto. Sumóse a la tendencia antes indicada, que al pare-
cer, por obra de Valerio Catón, autor de difícil apre-
ciación para nosotros, habíase convertido en moda,
tomando por modelo predilecto la erudita poesía artís-
tica de los alejandrinos. Esta nueva escuela no mere-
ció el aplauso de Cicerón, que la tachó de neotérica (*) .
(*) Del.gr. νεωτερικος moderno, juvenil, insolente.
J. P. H.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 85

Versión directa de un poema algo fantástico de Calimaco


era, por lo que se deduce de unos versos de dedicatoria dirigi-
dos al orador Hortensio (c. 65), La cabellera de Berenice (c. 66) ,
la cual, elevada al cielo y convertida en constelación, siente la
añoranza de la cabeza de su dueña. Delatan asimismo la ma-
nera alejandrina, tanto en la estructura del verso como en la
composición general, casi todas las poesías de cierta extensión,
aun cuando no podamos determinar con exactitud los modelos
que utilizó. Así, por ejemplo, el c. 63, que describe la mutila-
ción y el furor orgiástico de un adorador de Cibeles, Attis, pin-
tura de un estado de ánimo admirable por su caracterización
psicológica, y proeza métrica por la habilidad con que está
manejado el raro y dificilísimo verso galiámbico (*) . Perte-
nece además a este género el más extenso poema de Catulo,
Las Bodas de Peleo y Tetis (c. 64), en 408 hexámetros, con sus
27 versos espondaicos (es decir, con un espondeo en el quinto
pie), con el uso del estribillo y su carácter episódico: el parén-
tesis acerca de Teseo y Ariadna en Naxos abarca más de la
mitad del total (vv. 50-266) . De modo análogo en el c. 88
la lamentación por la muerte del hermano está habitualmente
entretejida con la historia de los amores de Protesilao y Lao-
damia. El empleo del dístico (en los c. 65, 66, 67, 69, y en los
46 epigramas) para los temas elegíacos es también práctica
alejandrina, siendo en esto Catulo seguido por todos los poetas
posteriores. Parece haber sido el primer poeta latino que
empleó este metro en series de cierta extensión, pues a base de
los dos ejemplos conservados no se puede probar que ya en
esto le precediera Lucilio en el libro 22 de sus Saturae. Todo
evidencia que, a excepción, tal vez, de los dos impresionantes
himnos nupciales (c. 61, 62) , todos estos poemas de mayor
extensión pertenecen al primer período de su producción poé-
tica, pudiéndose considerar el de las Bodas de Peleo y Tetis
como el más antiguo. Trátase, si no exclusivamente de traduc-
ciones más o menos libres, en todo caso de imitaciones
de modelos extranjeros. Nos revelan a Catulo como poeta de
talento, diestro en el manejo de la forma, que sabe emitir tam-
bién acentos cálidos, profundos, que llegan al corazón, como
en los dos citados epitalamios no mitológicos, y en los versos en

(*) Relativo al "Galiambo" , himno en honor de Cibeles;


verso en que se componía este himno. - J. P. Η.
86 ALFRED GUDEMAN

que llora la prematura muerte de su hermano (c. 66, 68) . Pero


todavía no deja entrever al gran lírico romano, tal como se
manifiesta en los poemas a Lesbia, por breves que sean en
número y en extensión, el poeta en quien pensaba inmdiata-
mente la Antigüedad y en quien aun hoy se piensa en primer
término al citar su nombre. En estas inmortales joyas líricas
no aparece el menor vestigio de preciosismo alejandrino ni de
ostentación de erudición ; con su inimitable sencillez y natura-
lidad revelan los desbordantes sentimientos de un corazón que
rebosa alegrías y penas del amor. Son los más célebres los dos
poemitas, animados de muy tierna sensibilidad, al jilguerillo de
su amada (c. 2, 3) , los dos jubilosos poemas de los besos
(с. 5, 7) , y la espléndida traducción de una oda sáfica llegada
hasta nosotros, con especial referencia a su propia amada, a
quien designa con el nombre de la cantora de Lesbos. La mujer
que tal pasión despertó en el joven veronés, nos es conocida
especialmente gracias al discurso de Cicerón pro Caelio. Llamá-
base en realidad Clodia, y era la hermosísima y culta hermana
del célebre P. Clodio Pulcro, el mortal enemigo de Cicerón.
Cuando Catulo la conoció, hacia el año 61, era todavía la esposa
de Q. Cecilio Metelo Céler, quien al cabo de dos años murió,
sospechándose que envenenado por ella. Las relaciones con
Catulo duraron unos cuatro años, no sin desavenencias, aun-
quę seguidas de reconciliación (c. 107) . Más tarde surgióle un
rival peligroso en la persona de Celio Rufo, el amigo de Cice-
rón, y después otros, pues la versatilidad de cortesana de esta
mujer llevóla por malos caminos (c. 72) y si hemos de dar
crédito al c. 58, acabó convirtiéndose en vulgar ramera. Con
qué pesar Catulo renunció a ella, lo demuestran los dolientes
poemas de despedida (c. 8, 42, 76) , y la admirable imagen final
(c. 11, 21-24) en la que se compara con una flor tronchada
por el arado. Sin duda para olvidar en remotos países su des-
trozada ventura de amor y acaso también para reponer su for-
tuna, algo comprometida en aquellas relaciones, dirigióse, hacia
el año 57, en compañía de su amigo Helvio Cinna, al campa-
mento del pretor C. Memmio en Bitinia, el mismo personaje a
quien Lucrecio dedicó su obra. Las esperanzas puestas en él no
se realizarían tal vez en el grado soñado (c. 10, 28) ; en cambio,
después de su regreso , hacia 56, estaba completamente extin-
guida la pasión por la amada infiel que en tan bajo estado
había caído.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 87

Los demás pequeños poemas de Catulo -toda su obra, que


aun poseemos, comprende sólo 2286 versos- son de contenido
muy vario y de gran abigarramiento métrico. Enraman 08
más extensos (c. 61-68) de tal modo, que los polimétricos pre-
ceden, cerrando la colección los epigramas compuestos en dísti
cos ( 69-116), orden que seguramente procede del mismo poeta.
En cada uno de los tres grupos se rehuye deliberadamente, al
parecer, la seriación cronológica. Así, a menudo no es fácil dis
cernir si un poema es anterior o posterior a la expedición a
Bitinia. Dar idea, aunque incompleta, del abigarrado contenido,
es aquí, naturalmente, imposible. Baste una pequeña selección
de las más interesantes poesías. Fuerza es citar, en primer tér-
mino, los graciosos, íntimos, a menudo humorísticos poemas a
sus amigos, especialmente a Calvo (c. 50, 53) y a Septimio
(c. 45), cuyo amor a una tal Acme celebra. En el c. 10 narra
regocijadamente la irónica malicia de una hermosa. En puros
yambos -joya del arte métrico- describe, en el c. 4, la ligera
nave que le ha conducido venturosamente de las riberas del
Asia Menor hasta la patria querida, y ahora encontrará su
reposo junto al lago de Garda, como ofrenda votiva a los
Dióscuros que han velado por él en su viaje de regreso. No me-
nos encantadora es la descripción, en oliambos, de la península
de Sirmión (c. 31) , donde, libre por fin de trabajos y cuidados,
el fatigado viajero entra de nuevo en su hogar doméstico. Catulo
es uno de los contados poetas antiguos que revela el fogoso
sentimiento de las bellezas naturales, una simpatía que en el
poema de Attis logra expresión magnífica. El c. 49, en el que
Catulo elogia a Cicerón como orador, empequeñeciéndose a sí
propio como poeta, goza de especial celebridad, pues no se ha
podido llegar a un acuerdo acerca de si el elogio es irónico o
sincero. Esto último es lo más verosímil (1). Estas y otras
numerosas "fruslerías" , como el mismo Catulo denomina dis-
cretamente sus poemas en los versos de la dedicatoria a Cor-
nelio Nepote, le revelan en su aspecto más amable. Una ima-
gen esencialmente distinta y menos satisfactoria nos ofrecen
sus invectivas. Van dirigidas contra todos los que se inter-
pusieron en su camino o por cualquier motivo provocaron su

(1) La cuestión quedaría decididamente resuelta en este sen-


tido, si se aceptase mi ligera corrección Katullou (Plut., Cic. 29)
en vez de la sospechosa lectura Tullou que dan los manuscritos/
88 ALFRED - GUDEMAN

cólera o su desprecio. Con todas las armas de la burla y del


vituperio, sin sentir escrúpulos ante groseras obscenidades, son
puestos implacablemente en la picota. Algunos contemporáneos
criticaron ya duramente tales groserías. El poeta justifica su
proceder con el argumento, muchas veces repetido más tarde,
de que se debe aplicar el criterio del rigor moral a la vida de un
poeta, pero no a sus versos; confesión que, por lo demás, en su
propio caso demuestra que estaba lejos de condenar lo que
seguramente la habría parecido muy aburguesado, sus propias
relaciones adulterinas, al paso que el proceder inmoral de los
demás no encontraba gracia a sus ojos. Pero no sólo contra
enemigos personales fulminó las emponzoñadas saetas del odio:
persiguió también con mordaces burlas y sucias insinuaciones
a los prohombres políticos de su tiempo, en primer término a
César y a sus favoritos, un tal Vatinio y Mamurra. Otros adep-
tos de la joven escuela poética, como Calvo y Furio Bibáculo,
remachan el mismo clavo. Mas el dictador, particularmente
magnánimo en estos negocios, y que además era huésped del
padre del fogoso poeta, tendió a su nada comedido crítico la
mano para la reconciliación, según asegura explícitamente Sue-
tonio. Pero el efecto no es visible en la colección de sus poemas
que poseemos, pues Catulo murió a poco, probablemente víc-
tima de su vida disoluta, consumida en el amor apasionado y
el odio feroz. Tenía perfecta conciencia de esta su íntima disar-
monía, confesándola en unas palabras célebres : "Odio y amo.
Acaso preguntarás : ¿por qué? No lo sé. Sólo siento que ello
es así, y me tortura."

Lo que en Catulo repetidamente nos fascina, es lo


auténtico, inmediato y profundo de su sentimiento,
manifestado en sus versos como nacidos del instante,
fáciles en apariencia, pero torneados con el arte más
exquisito. El círculo de su visión espiritual no es muy
amplio, su contenido es original, pero no rico en ideas.
Mas todo lleva un colorido tan individual, está tan
metido en su propia personalidad, es en tal modo lo
vivido por un alma no siempre bella, que su influencia
en la posteridad ha sido bastante escasa en proporción
a su importancia poética. Lo puramente individual en
la vida de un hombre suele palidecer frente a una
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 89

caracterización más típica de un lado, y a las creacio-


nes de la fantasía poética de otro lado, pues sólo "lo
que no ha existido nunca y en ninguna parte, no enve-
jece jamás" .
Claro está que Catulo no escribió en vano para sus inmedia-
tos sucesores en la lírica y en la elegía, Horacio, Propercio y
Ovidio, no menos que para el epigramático Marcial. Gramáticos
y métricos no pudieron tampoco omitirle, y sus poesías líricas
tenían aún lectores entusiastas en tiempo de Quintiliano y de
Plinio el Joven. Mas a partir de entonces cayó en el olvido,
sobreviviendo a lo sumo en florilegios. A mediados del siglo x
parece haber surgido de nuevo un manuscrito, que no dió, sin
embargo, nueva vida al poeta. E incluso cuando en pleno
siglo xiv descubrióse en Verona. su ciudad natal, un ejemplar
completo, fué leído por algunos humanistas, como Petrarca,
sin ejercer, sin embargo, influjo perceptible. El justo aprecio
de su valor poético quedó reservado para una época más tar-
día, no pudiendo desde entonces las escortas inestéticas que
afean aquí y allí sus poesías, causar daño notable alguno a
su imperecedera fama.
Junto a este brillante astro de primera magnitud palidecen,
para nosotros al menos, los demás neotéricos de que tenemos
noticia. Es dudoso que, de haberse conservado sus obras, rudié-
semos formular un juicio más elevado, por célebres que hubie-
sen sido en su tiempo Valerio Catón y Calvo. En todo caso,
no producen impresión muy favorable las Dirae ( Imprecacio-
nes), llegadas a nosotros bajo el nombre de Virgilio y atribuí-
das, no sin fundamento, a Valerio Catón. Constan de dos partes,
unidas en los manuscritos, las Dirae propiamente dichas y una
elegía, Lydia, de contenido erótico. Existe un testimonio explí-
cito de un poema de este último título, obra de Valerio Catón.
Tales poemas imprecatorics no eran cosa extraña en la litera-
tura alejandrina. Menciónanse, además, un poema muy eru-
dito, Diana o Dictynna, que probablemente trataba de una
leyenda etiológica a imitación de Calímaco en las Aitias. Lo que
pudo motivar el sobrenombre de "Sirena latina, quien, único,
elige y hace poetas", dado al gramático Catón, es imprescin-
dible. Parece, empero, haber contraído méritos especiales
conservando y popularizando antiguos poetas, por ejemplo
Lucilio, lo que en rigor no encaja muy bien con su gusto
90 ALFRED GUDEMAN

neotérico, alejandrino, o presupone en él una rara medida


de comprensión literaria exenta de prejuicios.
M. Furio Bibáculo de Cremona, amigo y quizá discípulo de
Catón venerado por él, nos es principalmente conocido como
epigramático satírico, que atacó con vehemencia tanto a César
como al joven Octaviano, los cuales, empero, se lo perdonaron.
Los pocos versos suyos conservados no permiten juzgar de su
valor, lo cual se agrava todavía más por la existencia de algunos
poetas del mismo nombre. Así, el célebre verso, ridiculizado por
Horacio, " Júpiter escupió de blanca nieve los Alpes" , es sin
duda de otro Furio, que había compuesto una epopeya y fué
confundido con su más famoso homónimo .
C. Helvio Cinna, el amigo y compañero de Catulo en su
expedición a Bitinia, escribió como éste elegías amatorias y
epigramas de burlas. Cimentaron, empero, su fama dos poe-
mas de mayor extensión. El uno era un poemita, titulado
Smyrna, escrito a imitación de Partenio de Nicea, en el que
trabajó durante nueve años y al que Catulo profetizó la inmor-
talidad. Trataba del incestuoso amor de una hija a su padre.
El segundo era un llamado Propemptikon ( Poema para acom-
pañar en un viaje) en honor de Asinio Polión. Ambas obras
eran, siguiendo la moda alejandrina, de un contenido erudito
tan oscuro, que a poco de aparecer necesitaron ya comentarios
aclaratorios. El poeta, a consecuencia de una confusión con
L. Cornelio Cina, encontró la muerte el año 44, en los alborotos
atizados por Antonio en ocasión de las exequias de César, y
gracias al Julio César de Shakespeare, quien echa mano de
este suceso (tomándolo de Plutarco), por lo menos su nombre
ha sido conocido de un público más vasto.
El amigo más íntimo y también correligionario político de
Catulo, C. Licinio Calvo (82-47), desplegó, no menos como ora-
dor que como poeta, fructuosa actividad. Graciosas canciones
a los amigos alternaron con vivos ataques contra Pompeyo,
César y sus hechuras, al modo de los de Catulo. Escribió
un poemita, Io, acaso inspirado en el análogo de Calímaco, un
epitalamio, y un llamado Epicedio (himno fúnebre) a su esposa
Quintilia, acerca del cual Catulo (c. 96) emite el curioso juicio
de que la alegría de la esposa por el ardiente amor expresado
en dichos versos, le hará menos sensible el dolor por su
muerte prematura. Como Catulo, también Calvo murió en la
flor de su juventud, pero el destino fué menos benévolo para
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 91

sus obras. Sólo se han conservado en total unos veinte versos


sueltos . Acaso fué más célebre aun coino orador. En calidad de
jefe de la escuela rigurosamente ática, enemiga de todo ornato
estilístico, que en Lisias y en el viejo Catón veía su ideal, entró
en la liga contra Cicerón. Esta polémica se desarrolló en una
larga correspondencia que por fortuna ha llegado hasta nos-
otros. Cicerón censura en él, en primer término, la pedante
escrupulosidad en la estilización de sus discursos, que les qui-
taba fuerza y sangre. Este juicio debe de referirse desde luego
a los discursos puestos por escrito, pues con frecuencia se
insiste en lo arrebatador y apasionado de su dicción. Tácito, en
su juventud, conocía aún 21 discursos, pero sólo juzgaba favo-
rablemente el segundo de los tres discursos contra Vatinio,
estando, en cuanto a lo demás, de acuerdo con Cicerón. En cam-
bio, Quintiliano habla de gentes que ponían a Calvo por encima
de todos los demás oradores. Él mismo le tributa, en oposición
a Cicerón, elogios excepcionales, pero opina que la muerte
prematura impidióle alcanzar la perfección.

El círculo poético de estos neotéricos, personalmente


unidos por lazos de amistad, pasa ante nuestra vista
como un meteoro súbito, para desvanecerse con los
citados representantes después de brevísima floración.
Verdad es que el lastre de la erudición alejandrina, que
llevaron a la poesía latina, pesó en ésta aún por largo
tiempo. Pero mientras, por lo general, limitaron el
empleo de aquellos accesorios eruditos a los poemas bre-
ves mitológicos, evitándolos casi meticulosamente en su
lírica sentimental, los grandes elegíacos que habían de
recoger pronto la herencia, Cornelio Galo, Propercio y
Ovidio, los utilizaron sin escrúpulo también en sus poe-
sías amorosas. Que ello había de destruir la impresión
de una confidencia sentimental sincera, salida del cora-
zón y al corazón dirigida, como es el caso de Catulo y
Tibulo, y mucho más raramente de Propercio, es obvio.
En el de Horacio y por completo en el de Ovidio, alcanzó,
como veremos, el predominio una sobria lírica racional.
En el Pervigilium Veneris (" La Verbena de Venus") ,
poemita de la decadencia, resuena todavía a nuestros
asombrados oídos un eco lejano del viejo estilo.
92 ALFRED GUDEMAN

Ya hemos aludido a la evolución de la poesía dra-


mática, de la fabula atellana por obra de Novio y
Pomponio, del mimo por la de Laberio y Publilio Siro,
aparte de algunos analistas, que alcanzan, cronológica-
mente, a la época de César. Antes de ocuparnos de Cice-
rón, que representa el apogeo de la prosa latina, tra-
taremos de algunos autores, en parte nacidos antes del
siglo 1, pero cuyas creaciones no vieron la luz hasta los
últimos años de la República.
El más viejo de ellos fué M. Terencio Varrón (116-
27) , de Reate, en la Sabinia. Fueron sus maestros el
filósofo Antíoco de Ascalón y el primer filólogo romano
L. Elio Estilón. En su carrera política llegó hasta la
pretura. Adepto, al principio, de Pompeyo, pasóse más
tarde al partido de César, quien le nombró bibliote-
cario. En 43 fué, como Cicerón, incluído por Antonio
en las listas de proscripción de los triunviros, pero
escapó a la muerte gracias al auxilio de Fufio Caleno.
Más tarde reconcilióse con Augusto y la monarquía,
viviendo, en pleno dominio de sus facultades intelec-
tuales y dedicado a sus estudios, hasta la edad de
noventa años, Varrón es incontestablemente el más
grande erudito y el más fecundo escritor que haya
producido Roma, pudiendo San Agustín decir de él
que "había leído tanto, que era inexplicable cómo le
había quedado tiempo para escribir, y por otro
lado había escrito tan numerosas obras, que apenas
podría leer una sola". De todos modos, no fué un genio
creador, sino un compilador en grande, que, como se ha
dicho agudamente, se asemejaba a una grúa que de los
ricos cargamentos de la época alejandrina ha trasla-
dado los géneros a los vagones de la posteridad.
De las 74 obras suyas, en unos 620 libros, de que tenemos
noticia, una sola, la Agricultura, ha llegado hasta nosotros com-
pleta, habiéndose conservado los libros 5-10 de los 25 que ori-
ginariamente componían su historia de la lengua latina. Ade-
más de esto, poseemos extensos fragmentos de las Saturae
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 93

Menippeae y de los llamados Logistorici. Varrón, tocó, en obras


que a menudo constaban de varios volúmenes, casi todas las
ramas del humano saber, especialmente las antigüedades roma-
nas. Lo que los autores más tardíos nos comunican acerca de
la religión, de la arqueología y de la lengua romanas, lo deben
en gran parte, directa o indirectamente, a este polígrafo. El tra-
tado de Agricultura en tres libros, reviste forma dialogada. Así
como la obra de su gran predecesor Catón era desordenada,
ésta es rutinaria, trazada con regla y compás. Apura el tema
y por ello es instructiva para el especialista; pero por su
carencia de arte y de estilo es uno de los libros más sosos de la
literatura latina, sin que puedan modificar este juicio los
prefacios, de alguna mayor vivacidad. La investigación, por
desgracia sólo en parte conservada, De la Lengua Latina, es lo
más valioso que sobre este tema nos ha legado la Antigüedad :
pero, dado lo rígido y seco de la exposición, apenas tiene cabida
en una historia de la literatura.
Muy distinto carácter presentan las Saturae Menippeае.
Abarcaban no menos de 150 libros, y ofrecían el contenido más
variado, lleno de aguda sátira e ingeniosas y sólidas ideas.
Varrón manifiéstase ya en esta obra juvenil el romano de
viejo cuño que se manifiesta en sus demás obras. En medio del
triste presente siente la añoranza del buen tiempo pasado de los
padres, que en todo caso idealiza. La pérdida de esta abiga-
rrada pintura cultural con sus caracteres y tipos y circunstan-
cias arrancados de la vida real, es tanto más sensible, pues los
fragmentos y las noticias acerca de su contenido sólo alcanzan
para dar una idea del valor y originalidad de esta producción.
El género literario en sí, como ya el título indica, es de origen
helenístico. Su inventor fué el cínico Menipo de Gádara ( si-
glo III a. de J. C.), consistiendo su peculiaridad por un lado en
predicar la moral bajo la máscara del humorismo, y por otro
lado en la mezcla de poesía y prosa. De los griegos sintióse
poderosamente atraído hacia él el satírico Luciano, y de los
romanos emplearon la misma forma Petronio, Séneca y el tar-
dío Marciano Capela. En prosa sólo estaba escrita una colec-
ción de tratados históricofilosóficos : de ahí el título de Logis-
torici, que comprendía 76 libros. Son obra de su vejez y sé
distinguen de las sátiras en que eran de carácter serio y la
mayoría, si no todos, revestían la forma dialogada. Llevaban
por lo regular títulos dobles, como Sisena o de la Historia,
94 ALFRED GUDEMAN

Mesala o de la Salud, Orestes o de la locura, Mario o de la feli-


cidad, etc., en los que el nombre propio representaba una per-
sonalidad especialmente indicada para el tema tratado en el
diálogo y que también parece haber sido el principal interlo-
cutor del mismo. Por lo que aun podemos deducir, el conte-
nido era más bien de naturaleza popular y éticodidáctica,
habiendo el autor dado rienda suelta a sus sentimientos patrió-
ticos con inserciones de la historia nacional. Algunos de estas
ensayos dialogados parecen, aun cuando no por la forma de
exposición, haber sido, por la materia, idénticos a ciertas sáti-
ras. Así, por ejemplo, el logistoricus Mario trataba, como una
Satira Menipea, de la felicidad. Los fragmentos, como en el
caso de las Sátiras, no permiten reconocer si Varrón se pre-
ocupó de dar perfección artística al estilo, lo que sería de espe-
rar dado el género literario. Muy verosímil no es; al menos
dice Cicerón, sin reservas, que Varrón había sido un adepto
del estilo cortado, asiático, al modo de Hegesias.

El más grande de los romanos y una de las figuras


más conspicuas de la historia universal C. Julio César
(100-44) , осиpa en la historia de la literatura un lugar
más discreto. No era escritor de profesión y sus obras
históricas sirviéronle puramente de medios para la
consecución de fines políticos. Mas todo lo que este
hombre emprendió, lleva el sello del genio. Como ora-
dor, representó, al contrario de Cicerón, la tendencia
aticista, y profesó un riguroso purismo en el estilo y el
lenguaje, como se desprende de su famosa advertencia,
que se debe evitar un término insólito e inusitado como
la nave una peña. Expuso estas convicciones en un
escrito titulado De analogía. Sin embargo, Cicerón le
dedica los más altos elogios, y Quintiliano juzga que
habría sido digno rival de los máximos oradores, de
haberse consagrado exclusivamente a la elocuencia,
pues sus cualidades oratorias permiten deducir que
habría manejado la pluma con el mismo espíritu
que la espada.
Si se exceptúan algunos títulos, nada queda de estos discur-
sos; su Anticato, dirigido contra un panegírico de Catón por
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 95

Cicerón, tampoco ha dejado vestigios. Escribió también poemas,


como el Elogio de Hércules, el Viaje, una tragedia, Edipo, У
algunas elegías amorosas. Tratábase de obras juveniles, cuya
publicación Augusto prohibió por indignas de César. Concuer-
da, al menos, con ello, la ingeniosa, pero sarcástica frase de
Tácito: que César, con no haber sido mejor poeta que Cicerón,
había sido mucho más feliz que éste, pues poca gente había
tenido conocimiento de sus versos. Se han conservado seis
famosos hexámetros sobre Terencio, que revelan un delicado
sentido crítico .
La fama de César como escritor se funda, para nosotros, en
sus Comentarios sobre la Guerra de las Galias, en siete libros, y
sobre la Guerra civil en tres libros hasta el Bellum Alexandri-
num. El libro octavo de la primera obra es de Aulo Hircio; la
muerte le impidió, sin duda, terminar la segunda, pues la con-
tinuación, el Bellum Hispaniense, Africum y Alexandrinum pro-
cede de otra pluma y es literariamente inferior. Los escritos
auténticos son, manifiestamente, de naturaleza más o menos
apologética, en especial el de la Guerra gálica. Siendo su inten-
ción presentar bajo la luz más favorable su proceder, no irre-
prochable siempre, exponiendo sus actos como hijos de la
necesidad de defensa o de las exigencias tácticas, síguese que
debió publicar estos Comentarios año tras año y para el gran
público, sobre todo no habiendo podido pasar sin viva oposición
sus informes al Senado, especialmente por parte de Catón. Por
el hecho de esta publicación gradual explícanse también por sí
mismas algunas contradicciones y oscuridades, que una última
revisión de toda la obra habría podido subsanar. Es tarea del
historiador comprobar en detalle la exactitud del relato de
César; lo realizado en este respecto es abundantísimo, aunque
en algunos puntos esenciales no se ha llegado, hasta ahora, a
un acuerdo. La culpa principal de ello recae sin duda en el
mismo César, quien con admirable maestría supo dar a su
relato la apariencia de una información sencilla, objetiva y
veraz, exenta de toda exaltación o elogio de sí mismo. Su es-
tilo es de una maravillosa, cristalina claridad, y ello nos explica
el entusiasmo con que Cicerón juzgó la obra, a pesar del
carácter del estilo, tan distanciado del suyo. Asinio Polión
declaró discutible la credibilidad del Bellum civite, atribuyen-
dolo en parte a la consciente paliación de la verdad por el
mismo César, en parte a la inexactitud de los informes de sus
96 ALFRED GUDEMAN

generales. No tenemos medio de comprobar esta suposición,


pero la lengua, reconocidamente maligna de aquel crítico, nos
impide aceptar su juicio. De todos modos, podemos considerar
una gran fortuna el que poseamos una descripción de estas
trascendentales proezas debida a la pluma del incomparable
general que las llevó a cabo. ¿Qué no daríamos, por que Ale-
jandro, Aníbal o Napoleón hubiesen dejado comentarios análo-
gos, aunque presentasen un colorido no menos subjetivo?

Cornelio Nepote (c. 99-c. 27), nativo de la Italia


Septentrional, pertenecía, como Lucilio, al orden ecues-
tre y gozaba de posición independiente. Renunció, como
aquél, a la carrera política, y consagróse en Roma a
estudios puramente literarios, estando en relación de
íntima amistad con Tito Pomponio Atico (después
de 65) . Fué también amigo de Cicerón, como lo atesti-
gua su correspondencia, de la que, aunque perdida,
tenemos múltiple noticia, y después de la muerte de
aquél escribió una biografía del hombre a quien tanto
había admirado. Conoció inmediatamente la importan-
cia de Catulo, quien, como hemos visto, le dedicó, agra-
decido, su volumen de poesías. Como escritor, Nepote
tiene un interés principalmente histórico y arqueológico.
Fué más bien un compilador diligente que un investiga-
dor concienzudo, dotado para la crítica. Su labor de
historiógrafo, en la que prepondera el género biográ-
fico, tiene carácter moralizador y marcadamente pane-
gírico, como la de Plutarco, asemejándosele también en
que fué el primero, al parecer, que dispuso sus biogra-
fías de romanos y no romanos en serie comparada ; sin
poner, empero, con el arte propio de su gran sucesor,
los puntos de comparación separados en paralelo.
La exposición tiene en Nepote algo de rutinario.
Mediante la inserción de anécdotas y de consideraciones
sentimentales procura animar la monotonía que de ello
resulta. Sus caracteres están diseñados, por lo general,
como pensando en un ideal de virtud, rasgo que, en
cierto sentido, tiene de común con Plutarco, incluso con
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 97

Tácito, quien indica escribir su obra "a fin de que no


caigan en el olvido las virtuosas acciones". La elección
de sus héroes es bastante arbitraria, y utiliza las fuen-
tes históricas superficialmente, sin examen crítico de su
exactitud y de ordinario abreviándolas, lo que, natu-
ralmente, acarreó frecuentes errores y equivocaciones.
En cambio, no se le puede acusar de alteración o palia-
ción deliberada de los hechos, ni aun por móviles idea-
listas o por efectismos retóricos, como ha sucedido
repetidamente. Para ello, Nepote distaba demasiado de
ser un escritor tendencioso, y además los generales no
romanos, desde un remoto pasado, prestábanse poco
a ello; con el mismo Aníbal fué mucho más justo de
lo que solían los historiadores romanos. En punto a
cronología, fué tan descuidado como otros historiado-
res, mucho más conspicuos, de la Antigüedad. Ello es
chocante tratándose de Nepote, porque escribió una
Crónica, muy divulgada, en tres libros, que Catulo
ensalza por lo erudita y escrupulosa. Tomó como base
la célebre Chronica de Apolodoro, que no tenía en
cuenta las fechas romanas, por lo que Nepote se vió
obligado a añadirlas valiéndose de otras fuentes, que
no podemos precisar.
Si no podemos reservarle un lugar elevado como
historiador, tampoco es acreedor a grandes elogios
como artista literario. Su estilo es desigual, pobre de
recursos, y procede por oraciones breves, cortadas, que
por ello no carece de cierta loable claridad. Nos inclina-
ríamos a ver en él un representante del estilo asiático,
si sus desgraciadas tentativas para incluir en un solo
período complejos extensos de ideas, no delatasen, no
su principio estilístico, sino su impotencia. Su latinidad
dista aún mucho de la clásica pureza de un César o
un Cicerón. Si a pesar de esto Nepote se ha contado,
hasta hace poco, entre los autores latinos más leídos,
lo debe a motivos puramente pedagógicos. Sus biogra-
fías de los más ilustres capitanes de la Antigüedad, por
7. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed.
98 ALFRED GUDEMAN

lo interesante del contenido, lo fácil de la exposición


y la claridad de la construcción sintáctica, le hicieron
parecer especialmente apropiado para la iniciación en
las lecturas clásicas de las escuelas. Hoy se está, en
general, bastante lejos de este modo de ver. Pero al
menos es discutible si sus defectos, chocantes para los
filólogos e historiadores, no están compensados de sobra
por sus cualidades, en cuanto respecta a la educación
humanística de la juventud, sobre todo, hasta que se
le encuentre sustituto adecuado.

De todos los escritos de Nepote, sólo se han conservado las


biografías de 23 capitanes no romanos de la época comprendida
entre las guerras médicas y los diadocos, una breve biografía
de Catón el Viejo y una, muy minuciosa, de T. Pomponio
Ático. Constituyen una parte pequeña de una obra en otro
tiempo muy voluminosa, y muy utilizada por los escritores más
tardíos: "De los varones ilustres" (De viris illustribus) . Com-
prendía 16 libros, 8 de romanos y 8 dė no romanos. Según la
conjetura más verosímil -porque el tema es objeto de contro-
versia- la materia estaba distribuída en 8 grupos : reyes, gene-
rales, políticos, historiadores, oradores, poetas, retóricos y gra-
máticos, siendo imposible determinar exactamente la sucesión
de los mismos. Las biografías de los generales "bárbaros",
Amficar, Aníbal y Dátames, fueron agregadas por el autor
en una segunda edición -lo que, por lo demás, prueba la popu-
laridad de la obra- con ocasión de lo cual añadió también a
la biografía de Atico (publicada después de 35) varios párrafos
finales que la muerte de aquél (32) hacia imprescindibles. Como
el Emperador recibe siempre el título de César, que Augusto
no adoptó hasta el 16 de enero de 27, Nepote debió de escribir
este apéndice después de la indicada fecha. Del mismo modo la
ségunda edición de la obra así ampliada vería la luz entre los
años 32 y 27.
Entre sus demás obras, junto a la Chronica, ya mencionada,
recordaremos brevemente los Exempla en 5 libros. Ambos géne-
ros literarios son de origen griego e introducidos por Nepote en
la literatura romana, siendo recibidos con vivo aplauso. En los
Exempla tratábase de misceláneas de varias ramas del saber,
especialmente de curiosidades, recuerdos, anécdotas o interesan
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 99

tes notas de lecturas de todo genero. Compréndese que una


colección de este género constituyese para los autores más
tardíos una mina abundantemente explotada. Pero tratándose
de un estilista tan torpe como Nepote, esta obra debió ser ur.
producto de la prosa artística latina. inferior aún, estética-
mente, a las biografías.

C. Salustio Crispo (86-c. 34) , de la pequeña ciudad


sabina de Amitermo, no careció de medios de fortuna.
Muy joven aún trasladóse a Roma, si es que no recibió
su educación en esta ciudad. El año 52 fué tribuno del
pueblo, y en 50, a lo que parece, legatus pro quaestore
en Siria. En el mismo año fué excluído del Senado por
el censor Apio Claudio, bajo el pretexto de su vida
inmoral -tratábase de la esposa de Annio Milón-,
pero ya en 49 volvió a entrar en él, como cuestor, por el
favor de César. El dictaoor parece haber apreciado no
poco sus aptitudes políticas y militares, pues a pesar
de sus fracasos en Iliria y Campania, en 46 le ascendió
a pretor y procónsul de África. Siguiendo la inmoral
costumbre de los procónsules romanos, reunió allí, gra-
cias a sus conclusiones,grandes riquezas, que le permi-
tieron adquirir una villa de César en Tíbur y los famo-
sos jardines situados en el Monte Pincio, en Roma, que
durante largo tiempo llevaron su nombre. Repetida-
mente habitaron en ellos, más tarde, los emperadores
Nerón, Vespasiano, Nerva y Aureliano. Después del
asesinato de su gran protector, Salustio retiróse a la
vida privada, para consagrarse a trabajos históricos.
En los prefacios a su Catilina y a su Yugurta, él mismo
manifiesta en memorables términos los motivos de tal
determinación. Segun ellos,laambición de cosechar los
laureles de una carrera política, había arrastrado al
inexperto joven, como a tantos otros, al torbellino de la
vida pública. El desorden de la época, dislocada en
partidos, la envidia y el menosprecio de los optimates,
sus adversarios -fué desde el principio partidario de
César, que combatía a la nobleza- le habían impe
100 ALFRED GUDEMAN

dido, según él, alcanzar éxito glorioso. Ahora que en


su contemplativo sosiego vuelve los ojos a su tempes-
tuoso pasado, ha adquirido la convicción de que el
servicio del Estado y la oratoria son dignos de los
esfuerzos de los nobles; mas para él, sólo en la desapa-
sionada y verídica exposición histórica de una época
desquiciada-difícil tarea luce la corona de la inmor-
talidad, pues sólo las obras de la virtud y del espíritu
son imperecederas. Ya en la Antigüedad se advirtió
el contraste entre tales manifestaciones y su propia
vida, manifestaciones que en nuestros tiempos se han
calificado de hipocresía farisaica. Sobre esto es preciso
observar que, aparte del odioso asunto de Milón, garan-
tizado por Varrón, testigo digno de fe, aunque en cali-
dad de pompeyano mal dispuesto para con Salustio,
trátase únicamente de pecados de juventud, que llegado
ala madurez y purificado en las tormentas de la vida
pudo muy bien relegar al olvido, pues en cuanto a sus
conclusiones como magistrado, ningún contemporáneo
podía arrojarle la primera piedra. Añádase a esto que
en el desfavorable juicio acerca de su carácter moral
han influído excesivamente las calumnias de Leneo,
un partidario de Pompeyo, de las que tenemos noticia,
y la torpe maledicencia de un emponzoñado libelo que
ha llegado hasta nosotros bajo el nombre de Cicerón.
Por lo demás, análogos contrastes entre la teoría y la
práctica ofrece el caso, por ejemplo, de Catulo, de
Séneca y otros filósofos, como ya Cicerón lo indicó
explícitamente. El juicio moral que otros formen del
escritor, no por ello ha de sufrir necesariamente en su
verdad histórica o psicológica. En la mayoría de los
casos en que los modernos podemos comprobar exage-
raciones o injusticias en este sentido, la causa no está
en el carácter del crítico, sino en su tendencia o en
prejuicios políticos de los que no ha podido librarse, y
esto es especialmente aplicable a Salustio.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 101

Su primera obra se ocupa de la Conjuración de Catilina.


Acerca del objeto y el motivo de esta monografía, escrita des-
pués de la muerte de César y Cicerón, se ha discutido mucho.
En la ya mencionada introducción el propio Salustio afirma que
desea tratar este tema brevemente y con la mayor veracidad
posible, por considerar el hecho memorable por la novedad del
mismo y por el peligro a que llevó la República. No tenemos
derecho a poner en duda tal afirmación, pues aunque por sus
tendencias antisenatoriales y como partidario de César no puso
tan de relieve la gestión feliz de Cicerón como éste mismo lo
hizo en discursos, poemas y tratados históricos -Cicerón, dice
Séneca, ha hablado de suaño de consulado no sin justificado
elogio, pero sin fin-, no se descubre el menor vestigio de saña
contra un muerto. Además, el hecho de que Salustio bosque-
jase una hermosa semblanza de César y Catón, poniéndoles en
boca discursos ficticios -que son de lo más brillante de la
obrita-, no atribuyendo ninguno a Cicerón, nada tiene de
extraño ni de odioso. El "espléndido discurso" de éste había
sido publicado, como él mismo añade para justificarse, y sus-
tituirlo por uno ficticio, no habría sido ni muy razonable ni
prudente. Por el mismo motivo, verbigracia, Tácito omitió
refundir en su propio estilo la alocución pronunciada por
Séneca en su lecho de muerte. Acaso otro móvil que le indujo
a elegir este episodio histórico, de tan reducidos límites en el
tiempo, fué el haberlo vivido él mismo, disponiendo así cómo-
damente de copioso material escrito y oral, pues el arduo estu-
dio de las fuentes eruditas no podía ser muy tentador para un
principiante, como por otra parte no concedió importancia espe-
cial a la cronología. Lo que le importaba era trazar una pin-
tura de costumbres que respondiese a sus convicciones demo-
cráticas, que mostrase al desnudo la nobleza en su intima
corrupción. Lo consigue espléndidamente por el artístico agru-
pamiento de los sucesos, que crea una atmósfera apropiada
para su tendencioso fin, así como por una brillante caracteri-
zación de los personajes que en los mismos intervienen. Tiene
parte muy esencial en este éxito, sin duda, el estilo histórico,
en el que más adelante insistiremos, formado por una parte en
Tucidides, por otra en Catón.
En la Guerra yugurtiana (111-105) Salustio adoptó un marco
algo más amplio y una época aun más adecuada a su objeto de
poner en la picota a la nobleza. La plástica caracterización
102 ALFRED GUDEMAN

de los personajes, Yugurta y Boco, Mario y Metelo, el dramá-


tico relieve de los acontecimientos descritos y la exposición de
las circunstancias culturales, tal como se manifestaban en la
venalidad y depravación de los funcionarios, muestran el pro-
grese artístico realizado por el historiador después de su libro
sobre Catilina. Disquisiciones interesantes y hábilmente entre-
tejidas realzan el atractivo de la exposición, así como los dis-
cursos entremezclados de Memmio y de Mario arrojan clara luz
sobre los motivos de la acción y las situaciones. Ciérnese sobre
el conjunto un espíritu aciago, que se comunica al lector deján-
dole la sensación de haber asistido a un acontecimiento tras-
cendental.
La obra maestra de Salustio, en la que principalmente se
cimentó su gloria en la Antigüedad, eran sus Historias en 5 11-
bros. Abarcaban también un período breve (78-67) , y refería la
guerra contra el heroico Sertorio (80-72) , la guerra de los escla-
vos (73-71) y una parte de la lucha contra el gran rey Mitri-
dates de Ponto. Terminaba, al parecer, con la entrada en escena
del vencedor definitivo de éste, Pompeyo. Esta fecha no era,
históricamente, de tal importancia que pudiese constituir el
término adecuado de una obra de este género. Por ello se ha
supuesto, generalmente, que la muerte sorprendió a Salustio
en su labor. Mucho más verosímil podría ser que no supo
resolverse a inmortalizar el triunfo de Pompeyo, de quien era
enemigo encarnizado. De las Historias se nos han conservado,
aparte de un número no despreciable de fragmentos, sólo cua-
tro discursos, los de M. Emilio Lépido, L. Marcio Filipo, C. Lici-
nio Mácer y C. Aurelio Cota, además una carta de Pompeyo
desde España al Senado y una de Mitridates al rey de los par-
tos, Ársaces. Proceden de una colección completa de los dis-
cursos y cartas insertados por Salustio en sus obras, formada
más tarde y destinada a ejercicios retóricos, y muestran al
autor en la cumbre de su arte.
Además, numerosos manuscritos nos han transmitido, bajo
su nombre, una Invectiva contra Cicerón, con la supuesta
réplica de éste, y dos meditadas memorias en forma de cartas,
en una de las cuales somete del modo más humilde a la consi-
deración de César reformas políticas, siendo la otra de carác-
ter, más bien económico. Nada contienen que Salustio, por lo
que conocemos de sus ideas, no hubiese podido decir o aprobar.
Pero atribuirle, con los manuscritos, estos libelos, sólo es facti
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 103

ble en el supuesto de que el estilo sea el de Salustio antes de


haberse creado el tan característico de las obras históricas,
evolución que tendría un análogo en Tácito. Lo mismo es apli-
cable a la Invectiva, que Quintiliano cita varias veces como de
Salustio. La mayor dificultad, empero, la constituyen la funda-
mentación y el carácter del contenido de la Invectiva, que se
supone provocada por un discurso de Cicerón en el Senado,
discurso que no se pronunció. La sospecha de que se trate del
género tan difundido de las declamaciones retóricas o suasorias,
impónese involuntariamente al lector libre de prejuicios. El dis-
curso seudociceroniano habíase probablemente perdido, y fué
agregado mucho tiempo después, para formar pareja con la
respuesta seudosalustiana. La tradición que hace a Salustio
autor del primer discurso carece de fundamento sólido; esta
pobre confección, que navega bajo el pabellón ciceroniano, es
reconocida unánimemente como apócrifa, siendo debida, si
hemos de creer una antigua nota, a la pluma de un tal Didio.
Ambas invectivas circularon durante algún tiempo sin nombre
de autor, encabezándose más tarde con ios de Salustio y Çice-
rón por una sugestión muy comprensible del contenido.
Entre las obras de breve extensión de los prosistas latinos
no ha habido otras que como las de Salustio hayan ejercido
tan fuerte influencia y hayan gozado de tan constante aprecio.
Mientras subsistieron los acerbos odios de partido engendrados
por la agonía de la República, a menudo fué objeto de duros
ataques por parte de los pompeyanos. Livio, naturalmente no
encontraba ningún deleite en su estilo; el envidioso Asinio
Polión, aunque contaminado de arcaísmo, censuró en su gran
predeces. r precisamente esta particularidad ; un anónimo acusó
al autor de la historia de la guerra yugurtina de haber saquea-
do el léxico de Catón. Esta crítica hostil y no exenta de pre-
juicios, pronto cedió, sin embargo, a la admiración ; y a partir
de entonces la utilización de los escritos de Salustio es visible
en historiadores, desde Veleyo hasta Amiano, en gramáticos, en
los frontonianos (1) y en los Padres de la Iglesia, incluso en
poetas como L. Arruncio y Silio Itálico. Marcial le proclama el
más ilustre de los historiadores romanos; Servilio Noniano

(1) Admiradores de M. C. Fronton, los cuales fundaron en


Roma una escuela cuya finalidad era restaurar el vigor de la
antigua lengua latina. - J. P. H.
104 ALFRED GUDEMAN

opinó que igualaba en valor a Livio sin ser análogo a él, y


Quintiliano, que elogia su "inmortal brevedad", no siente el
menor escrúpulo en equiparar a Salustio a su modelo Tucídi-
des. Sobre todo, Tácito, nada menos, le admiró formando su
estilo en el de Salustio y rindiéndole el más elevado tributo del
genio, la repetida imitación. Con ello no quedan, ni de mucho,
agotados los vestigios de su conocimiento e influencia, que
alcanzan hasta muy entrada la Edad Media. Por último, la
Edad Moderna, sin paliar, sus defectos como historiador, no le
ha regateado la admiración, aunque de las Historias, su obra
más madura, sólo haya quedado una sombra. Si inquirimos las
causas de la popularidad, casi ininterrumpida durante dos mil
años, de unas obras de tan reducida extensión, la respuesta
puede ser: lo que ha ejercido este atractivo magnético no ha
sido el interés por la materia, ni los personajes, Catilina, Cice-
rón, César, Catón, Yugurta, Boco o Mario, Mitridates o Pom-
peyo, que en abigarrada sucesión desfilan por su escena. Salus-
tio más bien lo debe a lo vivo y dramático de su exposición, a
la maestría con que caracteriza psicológicamente a sus perso-
najes, a lo sólido y grave del contenido ideológico ; mas, sobre
todo, al misterioso hechizo de su estilo sumamente original, que
en hermosa armonía une la epigramática brevedad a un colo-
rido arcaico muy latino, como únicamente en Tácito se volve-
ría a realizar. Y si éste en sus obras históricas, más extensas y
más maduras, consigue aún aventajar a Salustio en lo que res-
pecta a la forma, ello sólo es posible, en gran parte, por haber
sabido entretejer de modo maestro con los elementos salus-
tianos el excelso lenguaje poético de Virgilio. En todo caso, la
novedad y originalidad del estilo de Salustio debió producir
sensacional impresión en el lector contemporáneo. Si en reali-
dad Salustio y Cicerón fueron en vida enemigos encarnizados,
este contraste refléjase con la mayor rudeza imaginable tam-
bién en su estilo, constituyendo así propiamente una ironía el
que fuese Salustio quien, pocos años después de la muerte de
Cicerón, desmintiese para siempre la resignada frase de éste,
de que la literatura latina aún no había producido ningún
verdadero historiador.
M. Tulio Cicerón (106-43) nació en Arpino, antiquísima ciu-
dad volsca; fué hijo de un caballero romano que, como sus
antepasados, no había desempeñado papel alguno en la vida
política. Sus medios de fortuna debieron ser lo suficientes para
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 105

dar al muchacho, cuyas brillantes dotes ya se revelaron en la


escuela, una educación esmeradísima en la capital, en materias
de Derecho y Filosofía. Siendo todavía muy joven, escribió un
poema en tetrámetros trocaicos, Pontios Glaucos, que circulaba
aún en tiempo de Plutarco. Además tradujo la primera parte
del famoso poema astronómico de Arato, a lo que no tardó en
seguir la segunda, y el Económico de Jenofonte. Pertenece tam-
bién a esta época su primer tratado de retórica, que más tarde
repudió por prematuro, a imitación del célebre Hermagoras.
Debió concebir ya en edad temprana la ambición de presen-
tarse como orador, pues pronunció su primer discurso, pro
Quinctio, el año 81, e inmediatamente después (80) emprendió
la afortunada defensa de S. Roscio Amerino en un proceso por
asesinato. El verdadero culpable era un favorito de Sila, a la
sazón aún omnipotente. Ambos discursos cubrieron de gloria
al principiante; pero a fin de escapar a la eventual venganza
del dictador, abandonó Roma bajo el pretexto de cuidar de
su delicada salud y de perfeccionarse en el arte oratorio. Tras
de dos años de ausencia en Asia Menor, Rodas y Atenas,
donde asistió a las lecciones de retóricos y filósofos famosos
como Molón, Antioco, Fedro y Posidonio, reanudó, fortalecido
y poseedor de una formación múltiple, su actividad oratoria,
que le llevó desde luego a entrar en la carrera de los honores.
El año 75 fué cuestor en Sicilia, cargo que había de ser de
suma importancia para él en el proceso contra Verres ; en
69 edil curul, en 66 pretor urbano y en 63 llegó a la suspirada
meta de sus deseos, el consulado, que fué memorable por haber
ahogado, en el transcurso del mismo, la conjuración de Catilina,
pero que indirectamente había de tener para él consecuencias
funestas. En efecto, el año 58 su mortal enemigo, P. Clodio Pul-
cro, siendo tribuno del pueblo, obtuvo del Senado, con la apro-
bación tácita de los triunviros, un decreto, evidentemente diri-
gido contra Cicerón, por el que todo aquel que sin prévio juicio
legal hubiese hecho ejecutar a un ciudadano romano, fuese
proscrito. Cicerón sacó inmediatamente las consecuencias de
este ataque velado, y marchó al destierro. Al cabo de un año y
medio éste le fué levantado (agosto 57) y regresó a Roma
entre grandes manifestaciones de respeto. Hasta su proconsu-
lado en Cilicia (51-50), que le valió el glorioso título de Impera-
tor, su actividad como orador y literato fué muy notable, pues
en aquel intervalo le estaba prohibido desempeñar todo cargo
106 ALFRED GUDEMAN

político. A su regreso, la guerra civil, que había de acarrear el


fin de la República, estaba a punto de estallar. Elegir entre
César y Pompeyo érale enormemente difícil. Finalmente deci-
dióse por el segundo, pero después de la batalla de Farsalia (48 )
hubo de reconocer, con gran pesar suyo, que se había sumado
auna causa perdida. Sin embargo, el temor de que el vencedor
tomase represalias por su actitud, no se verificó. César, benigno
y magnánimo con sus enemigos, como siempre, y en este caso
también por sentimiento de sincera admiración al gran orador,
la cual repetidamente había expresado, le perdonó. Claro está
que toda participación influyente de Cicerón en la vida política
cesó desde entonces. Ocupó los involuntarios ocios que ello le
procuró con una actividad literaria asombrosamente fecunda.
Tras el asesinato de César (44) que saludó con la expresión de
un entusiasmo que nos repugna, envolvióle una vez más el
esplendor del caudillaje político. Pero no eran más que los últi-
mos rayos de un sol que descendía a su ocaso entre nubes de
sangre pues en la lucha contra Antonio, que sostuvo con las
solas armas del espíritu, sucumbió, no tardando en ser sacri-
ticado sin escrúpulos ante el altar de la calculadora política
oportunista del aliado de aquél, Octaviano (7 diciembre 43) .
Con ocasión de su muerte, reveló el heroísmo que más de una
vez dejó que desear en vida. Murió mártir de sus ideales repu-
blicanos
No es de la incumbencia del historiador de la literatura
someter a profundo examen las características personales o,
como en el caso de Cicerón, la actuación política de los grandes
representantes de la misma. Tales cuestiones biográficas solo
entran en consideración cuando han ejercido influencia percep-
tible y determinante en las creaciones literarias. Pero la sem-
blanza moral de Cicerón, envuelta en el favor y el odio de los
partidos, vacila de tal modo en la historia, que este hecho se ha
interpuesto a menudo en el camino de una imparcial aprecia-
ción de sus producciones literarias. No serán, por lo tanto,
ociosas algunas palabras más a este respecto, antes de trata
con la obligada brevedad, de sus obras. Dos son los reproches
dirigidos a Cicerón, en parte ya en la Antigüedad la glorifi-
cación de sí mismo y su ceguera en no reconocer que no había
nacido para político, y menos para caudillo. Por lo que res-
pecta al primer reproche, su vanidad y su anhelo de gloria
rebasaron, en verdad, la medida de lo lícito según nuestro
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 107

moderno sentir; sobre todo le indujeron no sólo a cantar sus


propias alabanzas en poesía y en prosa, sino a solicitar de
otros (Arquias, Luceyo, Posidonio) que pusieran de relieve
ante la posteridad los méritos por el contraídos. A esto cabe
objetar que la Antigüedad en general no veía tales propagan-
das de sí mismo con la repugnancia que hoy nos producen, y
además, esta vanidad y este afán de gloria se limitan de modo
curioso casi exclusivamente a un solo episodio de su acciden-
tada vida, la conjuración de Catilina. En cuanto a su actuación
política, ocurre desgraciadamente con Cicerón lo mismoue
con Dermóstenes, que en el juicio de los hombres nada es de
tanto éxito como el éxito, que a uno y otro fué negado.
En aquellos tiempos tan revueltos políticamente, en los que la
vieja República corría hacia su ocaso, podían aspirar a una
duradera situación política directiva únicamente los hombres de
nervios fuertes y voluntad tenaz que se dirigían sin vacilar a
meta bien fija ante sus ojos, v no se detenían en remordimien-
tos por los medios elegidos para conseguirlo. Las tristes expe-
riencias del inmediato pasado abundaban en ejemplos elocuentes
de ello. Fácilmente se comprende que, en tales circunstancias,
un temperamento como el de Cicerón, de fibras tan delica-
das, tan pronto a reaccionar a toda impresión exterior, no podía
triunfar de acuerdo con sus dotes naturales y con sus sanas
convicciones políticas. Y si en medio de la tempestuosa lucha
de los partidos más de una vez creyó impeler siendo tan sólo
impelido, como una pelota en manos de enérgicos caudillos en
pugna, sin quererlo reconocer, nosotros, que contemplamos
objetivamente estos acontecimientos poco gloriosos desde la leja-
nía de los siglos, no tenemos derecho a condenar a un hombre
que, llevado de su ardiente patriotismo, se equivocó, a menudo
de buena fe y para su propio daño, y que no siempre se reveló
a la altura de la situación en que se veía comprometido.

a) Discursos
Ya hemos aludido antes (pág. 10) al hecho curioso
de no haberse conservado, hasta los llamados panegíri-
cos del siglo III, más discursos latinos completos que
los de Cicerón; pues la única excepción, la Acción de
108 ALFRED GUDEMAN

gracias de Plinio el Joven a Trajano, se ha salvado


únicamente como apéndice a dichos panegíricos. Pero
de la abundante producción oratoria de Cicerón posee-
mos también unicamente 57 discursos, además frag-
mentos de 17, y conocemos los títulos de unos 30.
Abarcan todos los géneros de la oratoria : forense, sena-
torial, judicial, y los tres panegíricos de César, Catón y
de la hermana de éste, Porcia, que no fueron pronun-
ciados. Discursos de este género, que a pesar de ello
sostienen la ficción de haber sido realmente pronun-
ciados, son también 5 de las 6 6 7 Verrinas y la segunda
de las 14 Filípicas, que es una de las obras maestras de
la elocuencia ciceroniana. Lo mismo puede decirse del
no menos célebre discurso en pro de Milón (52), fun-
damentalmente distinto del pronunciado en realidad
en la amenazadora presencia de las bandas armadas
que sitiaban el Foro. Cicerón, tanto o más que otros
conspicuos oradores de todos los tiempos, que publi-
caron por su cuenta sus producciones oratorias, no las
editó sin cambios, muchas veces decisivos, así en el
fondo como en la forma. Después de haber realizado
su inmediato fin práctico, habían de ser libradas en
concepto de obras puramente literarias a la posteri-
dad, que acaso ya no sentía el menor interés por
numerosos casos jurídicos. Es natural, no todos los
discursos están a igual altura, pues la fuerza oratoria,
como observa Tácito, crece con la grandeza del objeto,
y, por lo tanto, no son defensas como las de P. Quin-
cio y Arquias sino, un Catilina, un Milón, un Verres y
un Antonio las que han hecho de Cicerón un gran ora-
dor. Para el arqueólogo esta extensa colección de dis-
cursos constituye en todo caso una mina casi inagota-
ble de ciencia jurídica y una fuente de primer orden
para el estudio del ambiente político y social de la
época, en una palabra, un monumento cultural de
importancia única.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 109

La naturaleza había dotado pródigamente a Cicerón


para el oficio de orador. A una presencia imponente,
juntaba voz expresiva, ademán adecuado a la pasión
del momento, fisonomía vivaz y dicción enardecedora,
convincente. Además de estas propiedades externas,
imprescindibles para todo orador de éxito, poseía bri-
llante memoria, el don de la improvisación y pronto
ingenio. En las discusiones judiciales ordinarias, que
se improvisaban, era maestro consumado. Sus agudezas,
que siendo algunas veces glaciales, rebuscadas y no
siempre delicadas, no escaparon a la burla, fueron
coleccionadas por Tribonio y después de la muerte de
Cicerón por su "secretario particular" Tirón, quien
también editó los discursos, así como la mayoría de
sus cartas y escribió su biografía. Ante todo era un
genio artístico de primer orden, que dominaba sobera-
namente todos los recursos retóricos y estilísticos del
lenguaje, sabiendo emplearlos con la máxima eficacia
para la expresión de todos los sentimientos y estados
de ánimo que pueden apoderarse del orador o ser sus-
citados en el oyente. Alcanzó esta perfección técnica
gracias al trabajo y al estudio más asiduos, y procuró
realizar en sí mismo las elevadas exigencias que impuso
a su orador ideal.
Ya un contemporáneo algo más joven, el célebre crítico
griego Cecilio, en una comparación de Demóstenes y Cicerón,
proclamó justificada la pretensión de éste, de ser el Demóstenes
romano. Y en el siglo 1 d. de J. C., el ingenioso autor del tra-
tado De lo sublime, acaso a imitación de Cecilio, hizo lo mismo,
como después de él Quintiliano. Citaremos el breve y menos
conocido pasaje del célebre tratado: " La sublimidad de Demós-
tenes se asemeja a una cuesta escarpada, la de Cicerón a una
ancha corriente. Nuestro orador (esto es, Demóstenes) , infla-
mándolo todo con su pasión, su rapidez, su fuerza y el poder de
su palabra, aseméjase al trueno o al rayo. Cicerón, en cambio,
como un incendio que se propaga ampliamente a su alrededor,
revuélvese con un ardor que todo lo devora, y que se reparte
ora aquí ora allá, atizado y enardecido siempre de nuevo."
110 ALFRED GUDEMAN

En tiempo de S. Jerónimo ( siglo Iv) circulaba aún la antitesis


proverbial: "Demóstenes te ha impedido ser el primer orador;
tú a él, ser el único." Para Quintiliano, Cicerón es no sólo la
personalidad histórica, sino ya el símbolo de la oratoria per-
fecta, y fué la tarea de su vida rehabilitar en la opinión
pública al orador, frente a una ruina, en su concepto lamenta-
ble, del género oratorio moderno. Pero la vuelta a Cicerón por
él efectuada fué sólo pasajera, pues al decaer la libertad de
palabra fueron también desapareciendo los discursos de Cice-
rón. En la Edad Media había caído en tal olvido, que se pudo
creer a Tulio y a Cicerón dos personas distintas. Cuando en el
Renacimiento sus discursos fueron desenterrados de las biblio-
tecas conventuales donde yacían, conoció de nuevo la gloria,
siendo erigido en norma estilística, y el ciceronianismo, aunque
combatido por hombres como Lorenzo Valla y Erasmo, man-
túvose, en la gramática escolar, hasta nuestros días. Mas no
faltaron, ya en la Antigüedad, vehementes adversarios de su
estilo. Los ataques partieron de los representantes, ya varias
veces mencionados, de la tendencia ática. La apasionada invec-
tiva contra Cicerón que Tácito pone en boca de su Apro, el
representante de la oratoria moderna, nos da una idea segura-
mente justa del género de dicha crítica, pues el autor se basa
explícitamente en los escritos polémicos hostiles a Cicerón, per-
didos para nosotros. Los modernos reconocen francamente la
perfección moral de los discursos ciceronianos, pero censuran
a especial los defectos de composición así como cierta flojedad
en la concepción y en la definición. También se afirma que el
orador buscaba disimular la pobreza de ideas o una causa per-
dida con la desbordante abundancia de las palabras. Se puede
admitir la justeza de estas acusaciones pues no son de mucho
peso, ya que resultan puramente de un detenido examen de
ejemplares impresos en la mesa de trabajo. A los oyentes con- 1

temporáneos, para quienes Cicerón habló, tales desigualdades


les pasaron sin duda inadvertidas, y en los discursos, encami-
nados a fines puramente prácticos, no les habría satisfecho
encontrar discusiones filosóficas, centelleantes de ideas. Una
vez puestos por escrito, los discursos tampoco habían de ser
modelos inatacables desde los puntos de vista lógico y jurídico,
sino obras de arte oratorio que tenían su fin en sí mismas.
Como tales utilizólas toda la Antigüedad, sin sospechar en lo
más mínimo los mencionados descubrimientos de nuestra
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 111

época. Por último, en cuanto a la disimulación de la verdad con


un diluvio de palabras y con deslumbradores recursos retóricos,
ello ha sido en todo tiempo práctica de abogados, y la Guerra
de 1914-1918 presentó en este punto las más perfectas analo-
gías. Cuán lejos estaba Cicerón de ver en ello un proceder
reprobable, lo revela su franca y aun regocijada confesión de
que, en el gran proceso de Cluencio, había engañado a los
jueces.

b) Los tratados retóricos


Así como en los Comentarios de César nos ha sido
dado leer las trascendentales hazañas de uno de los más
grandes capitanes de todos los tiempos, referidas por
él mismo, análogamente poseemos del máximo orador
romano extensas disquisiciones acerca de su arte debi-
das a su propia pluma, y que ya por ello sólo son de
inapreciable valor.
Podemos prescindir de su obra juvenil acerca De la Inven-
ción, que sólo trata de una parte de la teoría retórica, y que
más tarde él mismo calificó de prematura. Entre este tratado y
la anónima Rethorica ad Herennium, publicada poco antes, exis-
ten relaciones muy estrechas, pero hasta ahora no explicadas
de modo satisfactorio. Las Particiones oratorias son una especie
de vademécum o catecismo, que escribió para su hijo, probable-
mente sin intención de publicarlo. Lo único interesante en el
primero de dichos tratados es la introdución, rica en ideas
acerca de los beneficios o los daños que pueden emanar de la
oratoria, y acerca del origen de la cultura, pues en la misma
reproduce puntos de vista del gran Posidonio, su maestro. Tam-
bién los Tópicos, que Cicerón compiló, de memoria, para su
amigo C. Terbacio, durante un viaje por mar, tienen sólo inte-
rés técnico Obra de contenido incomparablemente más maduro,
que también encanta por la perfección de su estilo, son sus
tres libros De oratore, del año 55, en los que, como en el Bruto,
el Orador y los tratados filosóficos, se sirve de la forma dia-
logada. Precede a cada libro una introducción del autor que
indica el marco escénico del diálogo, que se supone tiene lugar
en el año 91. Toman en él la palabra gran número de perso
112 ALFRED GUDEMAN

najes cultísimos y que además nos son bien conocidos; pero los
interlocutores principales son los dos más célebres oradores de
aquel tiempo, L. Licinio Craso y M. Antonio, siendo de obser-
var que el primero ha de ser considerado el portavoz de las
ideas del propio Cicerón. Evitando en lo posible, meticulosa-
mente, los enjutos procedimientos técnicos del manual, trata
de las cinco partes admitidas de la retórica; así, en el libro II
está confiada a Antonio la discusión de la invención, la disposi-
ción y la memoria, y a Craso, en el libro III, la de la elocución
(o sea la expresión, el estilo) y de la pronunciación. Sirven para
dar variedad interesantes disquisiciones sobre la necesidad de
los estudios jurídicos, sobre la historiografía y, en el libro II,
la disertación sobre el ingenio, que, a falta de otros escritos
extensos sobre este mismo tema, resulta sumamente instructiva
para nosotros, y también divertida por los numerosos ejemplos
en ella diseminados. El "chistoso" Cicerón debió sentirse a la
altura de este tema, aun cuando para la discusión puramente
teórica utilizase fuentes griegas. Pero si tales cuestiones tenían
un carácter más o menos técnico, el primer libro, en el que
Craso y Antonio contienden frente a frente, es de naturaleza
general y discute los fundamentos propiamente dichos de la
oratoria y la necesidad de una cultura universal para el ora-
dor, de un modo que revela hasta qué punto la cuestión llegaba
al alma de Cicerón, es decir, de Craso. Estas consideraciones
son de lo más hermoso, y, en punto a lenguaje, de lo más gra-
cioso que salió de la pluma de Cicerón.
Mientras sobre esta obra se cierne cierta alegría serena y
satisfecha, los otros dos grandes tratados retóricos, el Bruto
y el Orador, ambos del año 46 y dedicados al que más tarde
había de ser el asesino de César, Bruto, ofrecen un aspecto
esencialmente distinto. Cuando Cicerón en el año 51 regresó de
Cilicia, el horizonte político estaba ya cubierto de aciagos nuba-
rrones. Él mismo había tenido ya que retirarse, maihumorado,
de la vida pública. Añádase a ello que así en la práctica como
en la teoría de la oratoria afirmábanse tendencias contrarias a
las ideas y convicciones representadas por Cicerón, amenazando
con minar seriamente la primacía que a costa de tantas fati-
gas había conquistado. Por eso salió, belicoso, a la liza para la
defensa de su situación en peligro. Los adversarios en su
mayoría jóvenes de talento, a cuyo frente estaba el orador
Calvo, contándose entre ellos el mismo Bruto, representaban,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 113

como antes hemos visto (página 91), una tendencia ática extre-
ma. que erigía por encima de todo la oratoria, desnuda de
ornato y pasión, de Lisias, de Tucidides, mientras Cicerón se
había apropiado la más impetuosa y rítmicamente estilizada de
Demóstenes, como la única legítima, una vez curado de la
manera asiática, caracterizada por el tintineo métrico del
período y por un estilo entrecortado. Efectuó el ataque en dos
frentes, el histórico y el teórico. En el Bruto dió una historia
completa de la elocuencia romana hasta su época, para demos-
trar que la evolución se había realizado sin solución de conti-
nuidad desde Catón hasta él mismo, que representaba el apogeo.
Ya hemos hablado antes (pág. 77) del valor de tales afir-
maciones. En el Orador fundamenta en detalle su convicción.
Cicerón traza la imagen del orador ideal, que ha de dominar
todos los estilos y saber emplearlos de acuerdo con la situación
del momento. De ello se sigue que el estilo unilateral, uniforme,
propugnado por los neoáticos, sólo representa una lamentable
caída desde la altura a que ya se ha llegado. Al final, Cicerón
se extiende en instructivas y profundas consideraciones acerca
de la cadencia rítmica de la frase, la llamada cláusula, que ha
de obedecer a leyes determinadas, y contra la cual tanto han
pecado, aunque de distinto modo, los asiáticos como los áticos
rigurosos . Para dar idea de lo sensible que era el oído antiguo
a estas cosas, aduciremos un solo ejemplo, pues hemos de
renunciar aquí a ahondar en los detalles técnicos de la impor-
tante doctrina del "número", que hasta los tiempos modernos
no ha sido comprendida científicamente y utilizada en la prác-
tica. Refiere Cicerón que la siguiente cadencia de su discurso
de Carbon: temeritas filii comprobavit -llamada de doble tro-
queo -transportó de entusiasmo al público, y añade: "Altérese
la construcción diciendo comprobavit filii temeritas, y todo el
efecto queda destruído." Completa esta gran obra, siendo por
ello sin duda de la misma época, una breve disertación titu-
lada: Del mejor estilo oratorio. Pretende ser el prefacio a una
versión de los dos más famosos discursos áticos, el de Esquines
contra Ctesifonte, y la respuesta al mismo, el llamado Discurso
de la corona de Demóstenes. No es seguro que las traduccio-
nes de Cicerón fuesen una realidad. En todo caso, habían de
servir para reducir ad absurdum a sus adversarios, presentando
bajo vestiduras latinas a los dos máximos representantes reco-
nocidos de la elocuencia ática. En esta discusión de principios,
8. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 -
. 3. ed.
114 ALFRED GUDEMAN

la Historia ha dado la razón a Cicerón. Sus adversarios pronto


enmudecieron, sus discursos cayeron en el olvido, y no tuvie-
ron sucesores dignos de ser mencionados.

c) Los tratados filosóficos


Inauguró la serie de los extensos tratados filosóficos de Cice-
rón una gran obra en seis libros, De re publica, de la que, eхсер-
tuando el Sueño de Escipión que la terminaba, sólo nos han
llegado fragmentos en un palimpsesto descubierto a principios
del siglo xıx; pero conocemos la historia de su composición, y,
aproximadamente, el contenido. Fué, al parecer, publicada poco
antes de su partida a Cilicia (51), después de sufrir múltiples
refundiciones, pues Cicerón vacilaba entre transportar el diá-
logo al vasado o asumir él mismo el papel de interlocutor prin-
cipal al modo de los diálogos aristotélicos. Había acabado deci-
diéndose. por el primer procedimiento, pues de otro modo se
habría visto obligado a hablar de la situación política de su
tiempo y, para decirlo con sus propias palabras, no quería
molestar a los vivos. La conversación que supone le fué refe-
rida por uno de los interlocutores --explicación al estilo plató-
nico- tuvo lugar en el jardín de Escipión Africano el Joven el
año 129, versando acerca de cuál sea la mejor constitución polí-
tica. La respuesta, fundamentada en la teoría y en la historia,
es que el mejor gobierno consiste en una mezcla de las tres
formas básicas, la democracia, la aristocracia y la monarquía,
pues sólo un sistema tal puede garantizar el carácter de justi-
cia indispensable en la vida de todo Estado. Este ideal ha
tenido su realización en la vieja constitución romana. En estos
tres primeros libros Ciceron sigue principalmente al estoico
Panetio y al historiador Polibio, ambos pertenecientes al
círculo familiar de Escipión. Los libros IV y V discutían pun-
tos de educación política. Del contenido del libro VI nada pre-
ciso sabemos; pero, como hemos dicho, se ha conservado, suelto,
el Sueño de Escipión; gracias a la circunstancia de que Macro-
bio (siglo Iv) escribió un comentario al mismo. Está escrito en
estilo ditirámbico, casi impetuoso, y en un tono semimístico,
profético, culminando en la tesis de que las acciones terrenas
de los grandes hombres reciben la merecida recompensa des-
pués de su muerte. Tal afirmación ha producido impresión
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 115

profunda en la posteridad, pero no cabe duda que, en el fondo,


procede de ideas de Posidonio.
Aplicación práctica de los principios ideales expuestos en la
República fueron los cinco libros de las Leyes, empezados hacia
la misma fecha (52 ) , y de los que sólo tres han llegado hasta
nosotros, y no sin lagunas. Cicerón no publicó personalmente
la obra, que no llegó a terminar ; aparte de otros indicios, la
prueba más fehaciente de ello la constituye el hecho de no
mencionarla en la enumeración cronológica de sus tratados
filosóficos que abre el tratado De divinatione (del año 44).
No incurriremos en error, buscando el motivo de ello en consi-
deraciones de orden estético, pues las leyes sacrales aducidas
en el libro II, en un lenguaje arcaico de imitación, con sus
aclaraciones de orden jurídico técnico, tal vez le parecieron ya
al autor impropias de un diálogo, desde un punto de vista
artísticoliterario. Después de una introducción, graciosamente
escrita, incluída por el Fedro platónico, Cicerón demuestra en el
libro I que el derecho es de origen natural, y en el III trata
extensamente de la magistratura y su organización. Todo escrú-
pulo sobre una inmixtión del diálogo en el presente resultaba
aquí imposible, por lo que el autor asume el papel principal, en
el que su hermano Quinto y su amigo Ático no hacen más que
secundarle. La obra, especialmente la segunda parte, en la
que Cicerón, con independencia de toda fuente griega, y con
profundo conocimiento de causa, discute asuntos estrictamente
romanos, es para nosotros de extraordinaria importancia por
su contenido.

Por abundante que fuese el tiempo que Cicerón


hubo de emplear, contra su voluntad, en trabajos lite-
rarios, siempre será motivo de asombro el que, en el
transcurso de dos años (45-44) , le fuese posible produ-
cir una serie tan magnífica de extensas obras de conte-
nido puramente filosófico. La modesta confesión, en
una carta a Atico, de que se trataba simplemente de
copias de sus libros griegos que no le costaban gran
trabajo, sólo el de poner las palabras, de que no andaba
escaso, ha sido tomada, injustamente, muy al pie de la
letra, prescindiendo fácilmente de las manifestaciones
del propio Cicerón al principio del tratado De finibus,
116 ALERED GUDEMAN

que suenan de modo muy distinto. Dicha manifestación


no se compagina con la exquisita forma dialogada, obra
exclusiva suya, ni con su elaboración de la historia de
los dogmas filosóficos, ni con las excelentes traduccio-
nes esparcidas de los trágicos griegos y las numerosas
citas de poetas romanos y ejemplos de la historia
romana, todo ello accesorios propios, que hubieron de
robarle mucho tiempo y que no debe a sus originales
griegos. Verdad es que Cicerón distaba mucho de ser un
filósofo creador, ni tan sólo un sistemático. Pero entre
sus contemporáneos sólo uno había, el gran Posidonio.
Los demás filósofos postaristotélicos, a quienes, aparte
de Posidonio, siguió, Antíoco, Fedro, Crántor, Clitó-
maco, Aristón, el mismo Panetio, llevan todos en la
frente la señal de la decadencia. Debido a la prisa, sin
duda algo precipitada, con que Cicerón hubo de elabo-
rar sus originales, para llegar al fin que se proponía,
de abrir a su pueblo los tesoros de la filosofía griega,
había de incurrir forzosamente en errores e inconse-
cuencias. Mas esto son siempre detalles, que no perjudi-
can el insuperable valor del conjunto. Para convencerse
de ello, basta imaginar qué enorme laguna existiría
en nuestro conocimiento de la filosofía antigua, de
haberse perdido los tratados de Cicerón. Si no ha sido
éste el caso, si se han podido conservar enteros para el
bien de la posteridad culta, lo deben, en primer tér-
mino, a la perfección estilista que supo darles aquel
incomparable artífice de la lengua latina.
Cicerón empezó con un Escrito de consuelo por la muerte de
su idolatrada hija Tulia, a imitacion de una obra de Crántor, y
con el diálogo Hortensio, que sirve de preludio a sus tratados
filosóficos, brillante defensa del estudio de la filosofía, cuya lec-
tura había de producir un cambio trascendental en la vida de
San Agustín. La pérdida de ningún otro escrito de Cicerón es
tan dolorosa como la de esta "perla de los diálogos". Junto a
éste, la obra artísticamente más perfecta son los cinco libros
De finibus bonorum et malorum, extensa comparación de las
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 117

doctrinas acerca del bien y del mal supremos capítulo desta-


cado del inmenso dominio de la moral práctica. Siguieron inme-
diatamente las Académicas, en las que el autor discute la teoría
del conocimiento según la nueva Academia, con un precioso
resumen histórico del problema desde Sócrates hasta sus días.
En los cinco libros de los Diálogos tusculanos -el nombre pro-
cede de Túsculo, casa rústica de Cicerón, donde se sitúa el diá-
logo- son debatidos el desprecio a la muerte, la resistencia al
dolor, a la aflicción y a otras pasiones, demostrando, por últi-
mo, que la ventura del hombre se funda en la virtud. La tra-
ducción del Timeo platónico, que, al parecer, había de ser inser-
tada en un diálogo, se ha conservado sólo en parte, habiéndose
perdido por entero los tratados De la gloria en dos libros, De las
virtudes y la versión del Protágoras de Platón. Universalmente
conocidos, por haber sido adoptados en las escuelas, son las dos
pequeñas perlas de la prosa ciceroniana, el Cato maior o de la
vejez y el Laelius o de la amistad. La obra, más extensa, Sobre
los deberes (De officiis) , en tres libros, fué escrita a poco de
la muerte de César y dedicada al hijo de Cicerón, que necesi-
taba en gran modo un vademécum de este- género. El primer
libro trata de lo moral y en el segundo de lo útil a base de las
doctrinas de Panetio, en el tercero del conflicto entre lo moral
y lo útil, inspirándose sobre todo en Posidonio. La obra influyó
algo en los Padres de la Iglesia, especialmente en San Ambro-
sio. Entran en el dominio de la historia de la religión y de la
teología tres obras: De la naturaleza de los dioses ( De natura
deorum) en tres libros, en los cuales contrasta unas con otras
las teodiceas epicúrea, estoica y neoacadémica. Cicerón repre-
senta aquí un punto de vista ecléctico, intermedio, análogo al
de Posidonio. Constituyen una especie de complemento a los
mismos los dos libros De la adivinación (De divinatione) , escri-
tos después de la muerte de César. Reproducen la doctrina de
los estoicos, tal como Posidonio, principalmente, la estructura,
y la de los académicos según Clitómaco. El autor adopta una
actitud racionalista, muchas veces no exenta de ironía, sin
aproximarse por ello demasiado a la fe popular romana o al
auguralismo oficial. El tercer tratado, Sobre el destino (De
fato), sólo se ha conservado en parte. Cicerón se revuelve en él
contra los estoicos, especialmente contra la astrología, que con
Posidonio había recibido un funesto refuerzo y a poco había de
iniciar su irresistible y triunfante carrera a través de los siglos .
118 ALFRED GUDEMAN

El sano juicio de Cicerón, educado en el escepticismo acadé-


mico, le preservó digna y ostensiblemente, de este error del
espíritu humano.

d) Obras históricas y poéticas


Como hemos visto (pág. 72), Cornelio Nepote había
expresado su profundo pesar porque el maestro de la
elocuencia no se había dedicado también a la historio-
grafía y el propio Cicerón en la introducción al tra-
tado De las leyes hace que su amigo Atico le exhorte
a ello. Los conocimientos históricos de Cicerón no eran
escasos; en su obra De oratore entona un himno a la
historiografía y tiene perfecta conciencia de que ésta ha
de ser la esclava de la verdad. Dado que según el
concepto romano entraba en el dominio de la retórica,
podía de hecho parecer que Cicerón estaba llamado
como ningún otro contemporáneo a ser historiador. Por
otro lado, particularmente siempre que se trate de la
glorificación de sus propias acciones, proclama prin-
cipios más liberales y decididamente contestables (pá-
gina 107) , que también adujo, por lo que podemos
saber, en las obras acerca de su consulado, una de las
cuales escribió en lengua griega.
La única obra histórica en prosa latina, salida de su pluma,
que conocemos, fué publicada después de su muerte, pues con-
tenía ataques muy vivos contra adversarios políticos, como
César y Craso. No es muy verosímil que Salustio, como algunos
han sugerido, se viese impulsado directamente por esta obra
libelesca, titulada De consiliis meis, a escribir su Catilina, pues
en tal caso éste ofrecería un carácter anticiceroniano mucho
más pronunciado y polemista de lo que el asunto requiere en
efecto.
Mucha más actividad desplegó Cicerón en el terreno de la
poesía, lo que no es de extrañar en un talento formal tan
extraordinario y en un espíritu tan vivaz. A los ya menciona-
dos ensayos juveniles (pág. 104) y traducciones, se añaden los
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 119

títulos de algunos poemas, como Alcyone, Nilus, Uxorius y Epi-


gramas, de los que no queda el menor rastro. De un poema titu-
lado Limon poseemos cuatro hexámetros sobre Terencio. Hay
que añadir cuatro poemitas épicos históricos, o "epilios" : Mario,
al parecer de sus primeros tiempos, una descripción de la
Expedición de César a Bretaña, y otros dos autobiográficos,
uno, extenso, sobre su Consulado, y el otro sobre su destierro y
regreso, titulado De temporibus meis. En estos dos últimos, al
viejo modo homérico, empleó todo el aparato divino, según ates-
tiguan extensas citas hechas por él mismo. Por lo que res-
pecta al contenido, a excepción, tal vez, del Mario, no eran
producciones muy satisfactorias. Plutarco, en su vida de Cice-
rón, cuenta que el gran orador algún tiempo había pasado
por un poeta importantísimo -después de la muerte de Lucre-
cio y Catulo-, siendo más tarde superado por maestros genia-
les y cada vez más olvidado como poeta, al paso que crecía
prodigiosamente su celebridad como orador. Si el retórico
Séneca, Marcial, Juvenal, Tácito y un comentarista de Cicerón,
que, aunque más tardío, bebió en fuentes de la época, el
llamado Scholiasta Bobiensis, sólo burla y desprecio manifiestan
para Cicerón como poeta, cabe observar lo siguiente : En pri-
mer lugar, las palabras de censura sólo significan que sus
obras poéticas habían quedado completamente eclipsadas por
las oratorias, juicio relativo, que en sí no expresa censura.
Luego, en rigor de verdad trátase solamente de dos versos
sueltos, los que, por el elogio de sí mismo en ambos contenido
y por la fea homofonía del uno, se hacen acreedores a una
burla que Quintiliano, sin embargo, califica explícitamente de
inicua (1). Si examinamos los fragmentos conservados, bas-
tante considerables, hemos de confesar, es cierto, que Cicerón
no era un divino poeta. Pero nuestro juicio será mucho más
favorable, si estudiamos honradamente su técnica poética y
ponemos sus hexámetros al lado de los de Lucrecio y Catulo,
los únicos entre sus inmediatos contemporáneos con quienes
sea posibie la comparación. De ello se desprende el hecho de

(1) Cedant arma togae, concedat laurea laudi ("linguae" pa-


rece ser maliciosa variante de un crítico antiguo) : "Cedan las
armas a la toga y sucumba el laurel [guerrero) a la fama
[de aquélla]" . Y: o fortunatam natam me consule Romam; o
sea: "Oh Roma afortunada, nacida siendo yo cónsul".
120 ALFRED GUDEMAN

que Cicerón, aunque no poeta profesional, acusa relativamente


sobre aquellos grandes poetas un progreso muy perceptible en
cuanto a la eufonía, la flexibilidad y la estructura regular del
verso; aun cuando no llegase, como es natural, al arte con-
sumado de un Virgilio, un Tibulo o un Ovidio.

e) Las cartas
La carta debe su aparición a la necesidad, sentida
ya sin duda desde muy antiguo, de sustituir por medio
de una comunicación escrita la comunicación oral
imposible por la ausencia. Ahora bien, tal comunicación
o es de carácter particular y destinada sólo a la persona
a quien se dirige, o la que escribe revela sus pensa-
mientos y experiencias, etc., a aquélla, es cierto, pero
teniendo presente, ya al escribir, un público más vasto.
Por último, la forma epistolar puede ser mantenida
exteriormente, pero estando el contenido calculado de
antemano para un círculo de lectores mucho más
amplio. En los dos últimos casos la carta muchas veces,
para decirlo con la frase antigua, adopta el carácter de
un "diálogo a medias", estilizada con mayor esmero
que la carta íntima, y con ello constituye ya un
género literario independiente, en el que incluso se
puede emplear el verso (Horacio) . Los griegos cultiva-
ron ya los tres géneros, aunque del primero no conoce-
mos, es decir no ha llegado hasta nosotros, ninguna
colección, pues las cartas de Fálaris, célebres en otro
tiempo, que se suponían del siglo vi a. de J. C., y
otras, han resultado ser puras falsificaciones retóricas.
En cambio, la carta didáctica, que persigue un fin
político, ético o científico, gozó entre griegos y romanos
de extraordinaria boga desde Isócrates, Aristóteles y
Epicuro, para no hablar de las cartas platónicas, por lo
dudoso de su autenticidad. Estas cartas adquieren a
menudo las dimensiones de ensayos, y están sujetas
a ciertas reglas estilísticas fijadas por la retórica, a
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 121

juzgar por las que se han conservado de un contempo-


ráneo griego de Cicerón. Pero el maestro insuperable
en este género literario es Cicerón. Los antiguos no
echaron de ver el incomparable valor histórico y bio-
gráfico de tales documentos contemporáneos, aunque sí
el valor formal, como lo demuestra el ejemplo de Fronto
y de Símmaco. En la Edad Media quedaron relegadas
al olvido, hasta que las descubrieron de nuevo los huma-
nistas Petrarca y Coluccio Salutato. Desde entonces,
constituyeron el modelo canónico del género.
Y de hecho, las llamadas Epistulae ad familiares, en 16 libros,
de los años 62 a 43, presentan casi todas las formas imagina-
bles de la expresión epistolar, desde la lacónica noticia arro-
jada al azar sobre el papel hasta la disertación y la memoria
al Senado, estilizada con el mayor esmero, o la epístola diri-
gida a elevadas personalidades de la política o de la adminis-
tración, en la que no se dice palabra que antes no haya sido
sospesada con toda exactitud. Sólo la carta de amor, lo que es
comprensible en un antiguo, brilla por su ausencia, debiéndose
tener en cuenta que el epistolario de Cicerón empieza en la
madurez. El libro XIII contiene sólo cartas de recomendación,
pero de asombrosa variedad en la forma como en el contenido.
Esta compilación ofrece también gran número de cartas dirigi-
das a Cicerón; así todo el libro VIII las de M. Celio Rufo,
encontrándose también entre éstas algunas perlas, como la
carta de consuelo de Sulpicio y la digna respuesta de Macio,
un amigo de César. La edición de esta correspondencia fué
hecha por Tirón, valiéndose en parte de notas encontradas
entre los papeles de Cicerón, en parte de las mismas cartas
facilitadas por los destinatarios. No tuvo en cuenta la sucesión
cronológica. Al mismo Tirón se puede atribuir la publicación
de la correspondencia con el hermano Quinto de 60 a 54, que
ahora comprende sólo tres libros, y la correspondencia con
Bruto, antes en 9 libros -poseemos sólo 15 cartas a él dirigi-
das, 7 suyas a Cicerón v una a Ático-. Están escritas después
del asesinato de César y son de singular importancia para la
historia de aquella época.
El segundo gran corpus epistolar comprende la correspon-
dencia con Ático en 16 libros y abarca desde el año 68 con
122 ALFRED GUDEMAN

breves interrupciones hasta algunos meses antes del asesinato


del autor. El destinatario había coleccionado con esmero todas
las cartas; no es lícito afirmar si con vistas a una edición ulte-
rior. El cauto Atico, que después del asesinato de Cicerón
estuvo también en amistosas relaciones con los triunviros,
reclamó, al parecer, sus propias cartas, destruyéndolas; las
ciceronianas debieron ser publicadas poco después de su muerte,
pues la opinión casi general, de que ello tuvo lugar en tiempo
de Nerón, no se funda en prueba alguna, y carece, además, de
toda verosimilitud interna.

En esta correspondencia Cicerón, sediento de con-


fidencia, ha manifestado al íntimo amigo, sin retención
ni reservas, cuanto movía su pensar y su sentir. Ella
nos revela los más oscuros móviles de sus acciones, los
más leves cambios de su humor, con una espontaneidad
y una fidelidad poco menos que únicas. Las mismas
Confesiones de San Agustín y de Rousseau, con las que
a primera vista se estaría tentado a compararla, no
resisten la comparación. Tienen un fin autobiográfico
e iban destinadas de antemano a la publicidad ; por
lo tanto, por causas puramente psicológicas no pueden
sin excepción aspirar a una veracidad sin afeites. Pero
las cartas de Cicerón a Atico han de ser consideradas
casi como la exacta reproducción fotográfica de una
gran individualidad, sin ningún retoque de las peque-
ñas taras humanas. Por ello son para el historiador de
mayor importancia todavía que las Epistulae ad fami-
liares o ad Brutum, pues sin disfraz alguno, ni peligro
de causar sorpresa, revelan la conducta y el carácter de
los personajes más conspicuos, tal como se reflejaban
en la cabeza de un hombre conocedor de los negocios a
fondo, y honrado.
Este ingenuo análisis de sí mismo ha sido, empero,
funesto para su autor, pues sus críticos modernos han
tomado de esta fuente inagotable casi todo su material
de cargo. Sin embargo, es dudoso que otra gran per-
sonalidad antigua o moderna hubiese podido resistir
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 123

tan brillantemente como Cicerón tal prueba del fuego.


Pues si se examinan con cierta detención y sin prejui-
cios los cargos presentados contra él, derivan casi exclu-
sivamente de que el gran orador y escritor no era al
mismo tiempo un gran hombre de Estado, o de que
en su exagerada vanidad apreció su actuación polí-
tica en más de lo que realmente valía, y, por último,
de que no era hombre de decisiones finales, antes
bien, vaciló en los momentos críticos paralizando así
sus aptitudes políticas y minando no pocas veces la
posición a que tenía derecho.
Pero todas estas escorias y flaquezas humanas se
desvanecen si consideramos un momento el carácter de
la labor total de su vida. En primer lugar, tejióse una
inmarcesible corona de gloria por el hecho innegable de
haber sido el perfeccionador de la lengua literaria
de su pueblo, mérito que ya César le reconocía. Con ello
fué en cierto sentido el fundador de la prosa artística
del Occidente europeo, realización que casi supera a
todo elogio. Después, sus tratados filosóficos, a pesar
de algunos defectos, como ya hemos hecho observar,
gracias a lo espléndido del estilo han ejercido enorme
influencia en la posteridad, salvando al mismo tiempo
para las generaciones futuras una parte muy consi-
derable del pensamiento griego. Como orador, Cicerón
ocupa entre los romanos indiscutiblemente el primer
puesto, y en el transcurso de los siglos ha constituído
también el modelo para la mayoría de oradores de otras
naciones. Y si, por último, preguntamos qué significa
o debería significar Cicerón para nuestra época pre-
sente, se puede responder sin exageración : aparte del
elevado goce estético que procuran las obras literarias
de forma perfecta, cualquiera que sea la lengua en que
estén escritas, podemos levantar los ojos a Cicerón como
a un auténtico patriota, que puso inquebrantablemente
las singulares dotes de su espíritu al servicio de la
patria, y que, en medio de un mundo corrompido social
124 ALFRED GUDEMAN

y políticamente, llevó una vida moralmente sin tacha y


permaneció fiel a sus ideales hasta la muerte. Fué, por
último, un hombre que apreciando todos los valores
espirituales y predispuesto a ellos, trabajó sin descanso
en su propia cultura y perfeccionamiento, constitu-
yendo en esto también, en una época como la de hoy,
tan apartada de todos los bienes ideales, un modelo
siempre grande y siempre digno de la imitación de
jóvenes y viejos.
SEGUNDA PARTE

A. Época de Augusto
(42 a. de J. C. -14 d. de J. C.)

Introducción

En la evolución literaria de los pueblos cultos euro-


peos ofrécense a la consideración del historiador cier-
tas épocas que representan la cumbre de la perfección
artística y que se suelen designar como Edad de Oro
de la respectiva literatura. Trátase, sin excepción -y es
fuerza insistir especialmente en ello , de produccio-
nes poéticas modelos ; y tales períodos, como ya observó
el historiador Veleyo Patérculo, son siempre de breve
duración. Los grandes trágicos y cómicos griegos, los
poetas romanos de Cornelio Galo a Ovidio, Calderón,
Cervantes, Lope de Vega en España, Corneille, Racine,
Molière en Francia, Marlowe, Ben Jonson, Shakespeare
en Inglaterra, y los príncipes de los poetas en Alema-
nia, todos estos grupos de corifeos fueron contempo-
ráneos. No es menos característico que a tales " edades
de oro" suceda inmediatamente, las más de las veces,
sin transición perceptible, una decadencia muy notable.
Como si la fuerza creadora de un pueblo, análoga-
mente a la del individuo, después de un período de
126 ALFRED GUDEMAN

tensión espiritual se adormeciese, sin poder remontarse


ya más a producciones literarias igualmente elevadas.
Se ha intentado en nuestros tiempos establecer una
relación de causalidad entre tales períodos de apogeo
literario y una expansión políticonacional. Verdad es
que repetidas veces se puede observar tal sincronismo,
y grandiosos acontecimientos históricos o revoluciones
políticas han ejercido a menudo importante influencia
en la actividad literaria. Tal influencia se extiende
casi únicamente al contenido o a un género literario
cultivado con predilección ; pero con ello no se explica
la genialidad de la producción en sí, a base de la cual
se habla de una Edad de Oro. Así, Atenas en tiempo
de Pericles encontrábase sin duda en el apogeo de su
grandeza política; pero Esquilo, Píndaro y Cratino
pertenecen a una época anterior. Por otra parte, Sófo-
cles, Eurípides y Aristófanes continuaron creando
durante largos años, cuando, a poco de la muerte de
aquel gran gobernante (429), la catástrofe de Sici-
lia (413) llevó a Atenas al borde de la ruina. El período
clásico de la literatura alemana, de Lessing a Goethe, se
desplegó en una época de profunda degradación y de
impotencia política; Schiller murió un año antes de la
batalla de Jena. Por lo que respecta a la Repú-
blica romana, quedó definitivamente enterrada con la
derrota de los asesinos de César en Filipos (42) ; pero
la guerra civil, que duraba hacía dos decenios, no se
terminó hasta que se afianzó el poder personal de Octa-
viano en la batalla de Accio (31). Habíase apoderado de
los espíritus un ansia irresistible de paz, cuya satisfac-
ción se esperaba del vencedor. La mayoría de los venci-
dos, como es de uso, rindió pleitesía al éxito ; pero la
sabia moderación de que dió pruebas Augusto, espe-
cialmente en los primeros años de su principado, faci-
litó aun más a los republicanos convencidos la resig-
nación a lo inevitable, resarciéndose bien o mal de la
perdida libertad política con los beneficios de la paz.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 127

Entre los personajes importantes de esta época de transi-


ción procedió con la máxima reserva Asinio Polión (76 a. de
J. C.-5 d. de J. C.) , amigo de Antonio y de César, hombre aco-
modado, sostenido por un alto concepto de sí mismo, que obtuvo
éxitos como general y también como orador, y fué célebre
historiador y poeta trágico. Durante toda su vida permaneció
hostil al vencedor de Accio, aunque sin atreverse a resistirle
públicamente, pues, como él mismo confesó en un ingenioso jue-
go de palabras, "no quería escribir contra quien le podía pros-
cribir" (Nolo in eum scribere qui potest proscribere). Teníase a sí
mismo por el primer orador después de Cicerón, y su hijo
escribió un tratado en el que ponía aún más alto el nombre de
su padre. Tácito y Quintiliano conocieron aún sus discursos y
tragedias, siendo muy utilizada por los autores más tardíos su
historia de las guerras civiles (hasta 43). Pero nada ha llegado
a nosotros de sus obras. Su estilo, a juicio de la Antigüedad,
tenía un sello arcaico muy marcado, lo que no impidió al autor
acusar a Salustio por sus arcaísmos. Buscó resarcirse de su
apartamiento político, y en esta nueva actividad estriba la
verdadera importancia que para la historia de la literatura
tiene este complejo e inteligente personaje. Se constituyó en
protector de poetas de talento, como Virgilio y Horacio, fun-
dando la primera biblioteca pública de Roma (después de 39),
que ornamentó con los bustos de escritores célebres. Pero en
primer término procede de Polión la costumbre de leer antes
de su publicación, en una especie de ensayo, las obras litera-
rias ante un auditorio de invitados. Esta novedad había de
convertirse er institución que duró siglos, y que muchas veces
decidía de antemano el éxito o el fracaso de una obra literaria.
Es fuerza conceder que con recitaciones de este género se abrió
también la puerta a la exhibición de los diletantes, pero en el
fondo, este método de dar a conocer a un público los nuevos
escritos o partes de una obra antes de ser editada en forma de
libro, fué de no despreciable importancia.
Un círculo aun más numeroso de poetas de más o menos
talento reunió en torno de sí el ilustre general y orador Mesala
Corvino (c. 64 a. de J. C.-c. 13 d. de J. C.) . El miembro más -
importante del mismo fué Tibulo; más tarde entró también
Ovidio en contacto con la familia de Mesala. Ya desde antiguo
se había separado de Antonio reconciliándose con Octaviano,
que se aprovechó de sus múltiples aptitudes. Mas, al parecer,
128 ALFRED GUDEMAN

ni Corvino ni su círculo estuvieron en próximas relaciones con


el nuevo dominador.
El mismo Augusto favoreció asimismo mucho a los poetas
como los heraldos más indicados y eficaces de sus proezas,
intentando adscribirlos al servicio de sus reformas sociales y
religiosas. Tuvo intimidad con Virgilio. y siguió los progresos
de la Eneida con la más viva expectación. A él solo debemos
la conservación de la epopeya (véase pág. 132) . También buscó
atraer de modo duradero a su lado a Horacio, ofreciéndole el
honorífico cargo de secretario imperial, cargo que el poeta,
por lo demás sin ofender a su elevado protector, rehusó.
Augusto estaba tan persuadido de la inmortalidad de las poesías
de Horacio, que después de la lectura de las dos grandes epis-
tolas literarias le escribió : "Sabe que estoy irritado contigo,
porque no me dedicas especialmente tales obras. ¿O crees, aca-
so, que la posteridad conceptuará vergonzoso para ti el ser con-
tado en el número de mis amigos ?" Entonces Horacio escribió
la llamada epístola a Augusto (ep. II, 1) . Gozaba también del
favor especial del Emperador el poeta L. Vario Rufo, quien en
recompensa de su sola tragedia Tiestes recibió un millón de
sestercios (unas 300 000 pesetas) .
Entre los personajes representativos de la época sobresalió,
como protector, el primer ministro de Augusto, Mecenas (m. 8
antes de J. C.) , y de modo tan egregio, que aun hoy, como es
sabido, se designa con su nombre a los impulsores de todo noble
esfuerzo literario y artístico. Los poetas más ilustres de su
círculo fueron Virgilio, Horacio, Propercio, L. Vario, el autor
de "togatas" C. Meliso y el epigramático Domicio Marso. Perte-
necieron además a él el crítico Quintilio Varo, Plocio Tuca, el
poeta Sabinio Tirón y muchos otros nombres de la literatura y
de la ciencia, para nosotros desvanecidos.
Muchos poetas de esta época, aun cuando originariamente
no carecían de fortuna, habían quedado desposeídos de sus
bienes paternos en los repartos de tierras entre los veteranos o
sufrido pérdidas mayores, por lo que hubieron de acogerse al
apoyo de ricos protectores. El escritor antiguo, exceptuando a
los dramaturgos, que cobraban por proveer a los festivales, no
recibía ningún honorario, de modo que sus producciones, lo que
no debe echarse en olvido, no representaban para él ninguna
fuente de ingresos. Y si no estamos de acuerdo con Marcial en
que, siempre que surja un Mecenas, encontrará un Virgilio, lo
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 129

cierto es que hombres como Augusto, Mecenas, Polión y Mesala


pueden gloriarse de haber proporcionado a numerosos ingenios
la holgada posición que constituye el indispensable fundamento
de una actividad literaria continua y de una alegría creadora
rica en resultados .
Circunstancias análogas han reinado, por lo demás, en los
tiempos modernos, en los que muchos poetas importantes
-¡piénsese, por ejemplo, en Schiller !- de seguro habrían
naufragado sin un magnánimo apoyo económico. Pues aun
cuando recibían honorarios de sus obras, éstos no bastaban las
más de las veces para cubrir sus necesidades, por lo que, como
sus antiguos cofrades, se vieron obligados a procurarse el
dinero necesario por otros medios. Éstos han sido, ordinaria-
mentę, dedicatorias lisonjeras. Así, para dar al menos un ejem-
plo entre muchos, Corneille dedicó su Cinna a un opulento per-
sonaje, Montauron, comparándole con Augusto. Por esta lisonja
recibió la suma, entonces considerable, de 9000 francos, com-
pensando por su lado al dador con la inmortalización de su
nombre. En cambio, el mismo poeta fué tachado de codicioso
por haber pedido 1000 francos por la representación de su Cid.
Este mecenaje, al menos en la extensión en que en aquel
tiempo se ejerció, era algo absolutamente nuevo, pero en nin-
gún modo de carácter puramente material. Muchas veces, a
poetas que ya habían dado muestras de extraordinario talento,
se les impusieron tareas que no siempre encajaban con sus
aptitudes individuales. Así, poetas como Horacio, Propercio,
Vario y el mismo Virgilio, de ordinario pretextando su insufi-
ciencia, repetidas veces se negaron a tales ruegos, o no acce-
dieron a los mismos, sino tras larga resistencia y aun, en la
mayoría de los casos, en forma distinta del proyecto original.
La idea moderna, de que tales indicaciones superiores, que se
habían de sentir como una presión más o menos fuerte, traban
la libre imaginación creadora o la desvían por caminos de la
conveniencia del monarca, no resiste, al menos por lo que res-
pecta a la poesía contemporánea, un examen libre de prejuicios.
Los tiempos en que Catulo, Calvo y Bibáculo se dedicaron a
despreocupados ataques contra el dictador César, habían ya
pasado, pero los poètas de la época de Augusto no renunciaron
a tal actitud de oposición bajo la presión de las circunstancias
políticas cambiadas, sino porque la mayoría habían cedido al
principado por convicción íntima, y cuando no fué éste el caso,
no se le opusieron con manifiesta hostilidad.
9. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99. - 3. ed.
130 ALFRED GUDEMAN

En un solo dominio literario, el de la oratoria, la profunda


revolución política tuvo por inmediata consecuencia una trans-
formación evidente, como ya Tácito explicó en palabras céle-
bres. Aparte de que, una vez llegada al apogeo con Cicerón,
había de iniciarse, forzosamente, un descenso, con el traspaso
del poder político a un solo individuo y con la "paz de Augusto"
ya no existían las condiciones indispensables para un ilimitado
cultivo de la oratoria en el Senado, el Foro y el Tribunal, como
también Tácito expuso de modo convincente. Sólo quedaban
abiertos a la oratoria los procesos privados, mucho menos
importantes, ante los tribunales civiles; o se refugió en las
salas de declamación de los retóricos, donde se substanciaban,
con imponentes énfasis, causas ficticias, tan inocentes políti-
camente como sofísticas y aun grotescas, y cuya mortal insul-
sez se procuraba remediar por medio de un brlilante fuego de
artificio retórico, especialmente en forma de sentencias que
sobrecogieron por su novedad y sutileza.
La historiografía tiene también algunos representantes en
la época de Augusto (Polión, Pompeyo Trogo, Fenestela) , pero
un solo nombre magnífico : Tito Livio. Es dudoso que se deba
cargar en la cuenta del nuevo gobierno monárquico la falta
sensible de obras de historia contemporánea ; en todo caso,
Augusto no castigó las sinceras expresiones de adversarios
políticos ; por ejemplo, Livio pudo expresar sin estorbo sus
simpatías por Pompeyo y Catón, llamándole él mismo jocosa-
mente un pompeyano.
Que en una época tan despierta espiritualmente floreciesen
también las ciencias especiales, no es de admirar. Citaré tan
sólo a Capiton y al fecundísimo Labeo en jurisprudencia; a los
arqueólogos Higino, Verrio Flaco, Fenestela y al arquitecto
Vitruvio, cuya obra extensa y de inapreciable valor es la única
que de todas éstas se nos ha conservado, pero cuyos méritos
caen fuera del dominio de la prosa latina artística.
Así esta época está, por lo que se refiere a la historia lite-
raria, casi exclusivamente bajo el signo de la poesía, pues sobre
la misma imponente obra en prosa de Livio flota como un
entusiasmo romántico. Fué una generación aplicada a la poe-
sía. Grandes y humildes, dotados y no dotados, como ya Hora-
cio hizo notar, creyeron haber de pagar tributo a las Musas,
fenómeno que se repitió, por ejemplo, en el período clásico de
la literatura alemana. "Jóvenes y ancianos, grandes y peque-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 131

ños -¡mala ralea !- nadie quiere ser zapatero: todo el mundo


poeta." Hasta nosotros, emnero, sólo han llegado los corifeos
poéticos, lo que difícilmente puede ser un mero azar. A los
demás, la corriente del tiempo los ha arrastrado implacable-
mente ; entre ellos también algunos ingenios, como Galo,
L. Vario, Meliso, Rabirio, Cornelio Severo, Mácer, Sabino, y
Albinovano Pedo. Lo que se ha salvado de poesías de segundo
y tercer orden, la mayoría de ellas de breve extensión, por
ejemplo, Ligdamo, el Panegírico de Mesala, Consolatio in Liviam,
Nux, y el llamado Apéndice virgiliano, debe su conservación
únicamente a la circunstancia de haberse transmitido bajo el
nombre de Virgilio, Tibulo u Ovidio con más o menos justifi-
cación. Nuestro conocimiento de la mayoría de los alumnos de
las Musas de la época de Augusto se funda casi exclusivamente
en e Catálogo, de los poetas de Ovidio (Pont. IV, 16) . Pero
estos veintitrés nombres son, según indica el mismo Ovidio,
una selección insignificante. Que Ovidio, a pesar de los elogios
que tributa a algunos, no los quiso situar en primera fila, se
infiere claramente del hecho de que omite hablar de los gran-
des poetas, porque sus obras andaban en manos de todos.
El primero entre ellos, por la edad, fué Virgilio.

I. Los poetas
P. Virgilio Marón (15 oct. 70-21 sept. 19) nació en
Andes, cerca de Mantua, de una familia de campesinos
no mal acomodada. Recibió la enseñanza elemental en
la vecina Cremona y en Milán. A poco de haber reves-
tido la toga viril (a los quince años -esta ceremonia
tuvo lugar el mismo día en que Lucrecio murió- partió
a completar su educación en Roma, donde estudió prin-
cipalmente retórica, así como filosofía con el epicúreo
Sirón. Este pudo llamarle la atención sobre el poeta
de De rerum natura; en todo caso, aquel sincronismo,
sin duda inventado, puede simbolizar solamente el
hecho de que Virgilio admiraba con entusiasmo a
Lucrecio, imitándole en múltiples pasajes. Con ocasión
del reparto de tierras entre los veteranos de Augusto, el
132 ALFRED GUDEMAN

año 41, la familia de Virgilio se vió desposeída de sus


bienes. Pero por la mediación de influyentes protec-
tores, como Vario, Cornelio Galo y Asinio Polión, fuéles
restituída la propiedad a él y a su hermano : su padre
en el ínterin había muerto. Es natural, por tanto, que
se sintiera obligado a dichos protectores, en primer
término a Augusto, a quien en las églogas expresó
la más viva y ardiente gratitud. Más importante es la
cuestión, que yo sepa aun no suscitada, de cómo el
joven campesino se pudo granjear el favor de aquellos
personajes. La única respuesta, a mi entender, posible,
es que Virgilio ya había llamado la atención de los mis-
mos con sus poesías. Estas debían ya ofrecer, en parte,
un carácter idílicobucólico, pues, como él mismo ates-
tigua, Polión se había deleitado con ellas, animándole
a escribir las Bucólicas. El éxito de las mismas fué
causa de que Vario introdujera al autor en el círculo
literario de Mecenas. Este paso no sólo fué de la más
dichosa importancia para su vida ulterior, sino que
tuvo también por consecuencia inmediata ponerse a
escribir, a instigación de Mecenas, un poema sobre la
agricultura, con un fervor explicable por lo congenial
del tema. Le ocupó durante siete años. En 29, las Geór-
gicas (esto es, Cultivo del campo) , dedicadas a Mecenas,
fueron leídas al Emperador, que acababa de regresar,
triunfante, de una campaña en el lejano Oriente. Ya en
las Bucólicas (égl. VI, 3) habla el poeta de su pro-
yecto de escribir un poema épico romano, habiéndole
Apolo detenido ; en las Geórgicas anuncia una epopeya
sobre las proezas de Augusto, probablemente por ini-
ciativa ajena. Tampoco este proyecto se vió realizado,
sustituyéndolo el de elaborar poéticamente la leyenda
de Eneas, supuesto antepasado de Augusto. La idea,
ya expresada en la Antigüedad, de que el Emperador
le indicó este tema en sustitución de la proyectada
epopeya sobre Augusto, carece de verosimilitud interna,
sobre todo porque aquél no podía sospechar que en un
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 133

poema heroico de tal género pudiese también ir entre-


tejida su glorificación, como ocurrió en realidad. Once
años necesitó el poeta, que trabajó siempre con suma
lentitud y sin cesar en la labor de lima, para dar a la
Eneida cierta conclusión. Para terminarla perfecta-
mente, emprendió un viaje de estudio a Grecia y Asia
Menor. Creía necesitar aún tres años para ello, renun-
ciando después a la poesía por el resto de sus días y
consagrándose exclusivamente a la filosofía. Tal es la
tradición, aunque semejante propósito tiene algo que
no cuadra con el carácter romano. En todo caso, espe-
rábase en los círculos de Mecenas que Virgilio, después
de la Eneida, se dedicaría a cantar las gestas imperia-
les. Como sea, el destino lo había decidido de otro
modo. En Atenas, Virgilio se encontró casualmente con
Augusto, quien le indujo a regresar con él a Roma.
El poeta, cuya salud ya desde joven siempre había
dejado que desear, cayó enfermo en Megara a conse-
cuencia del gran calor. Al llegar a Brundisium (Brin-
dis) empeoró de tal modo, que murió al cabo de pocos
días (21 sept. 19) . Recibió sepultura en Nápoles, su resi-
dencia predilecta. El poeta había expresado el deseo de
que se arrojase a las llamas su manuscrito de la Eneida,
no suficientemente limada y en parte aun por terminar.
Más tarde Ovidio, por la misma razón, hizo lo mismo con
sus Metamorfosis. Pero Augusto prohibió se diera cum-
plimiento al ruego, y encomendó a los amigos del poeta,
Vario y Plocio Tuca, la edición del poema, exactamente
como se había hallado entre los papeles de Virgilio,
incluso con los numerosos versos (58) incompletos.
Según revela el único retrato auténtico, descubierto
en 1876 en un mosaico de Suse (cerca de Cartago) , Vir-
gilio era de elevada estatura, delgado y de tez morena.
Su carácter, según la tradición unánime, era de rara
dulzura, de una suavidad casi virginal, indeciso y
tímido así en la conversación como en el trato. Su aus-
tera concepción de la vida y su fondo elegíaco reflé-
134 ALFRED GUDEMAN

janse en sus poemas, y no sólo en el contenido, sino


también en la forma, pues una solemne gravedad carac-
teriza su hexámetro, verso que llevó a la cumbre de la
perfección artística, y una firmeza llena de dignidad
es el rasgo más saliente de su estilo.
Entre las obras transmitidas bajo su nombre, las únicas
indiscutiblemente auténticas son las Bucólicas, las Geórgicas y
la Eneida.
Las Bucólicas (fines de 42 a fines de 39) comprenden diez
poesías de escasa extensión ; sólo dos cuentan más de 100 ver-
sos. Fueron editadas por el mismo poeta en el orden tradicio-
nal, no en el cronológico ; éste, empero, se puede fijar con
aproximada certeza. Todas, a excepción de la cuarta, ofrecen
un carácter idílicobucólico. Pero mientras la mayoría de los
personajes, en los cantos de certamen y en las canciones suel-
tas, son pastores verdaderos, bajo los nombres de pastores de
la 1. , 9. y 10.*, se ocultan personajes históricos, en primer
término el mismo Virgilio.
Las dos primeras se refieren a la desgracia que cayó sobre
el poeta cuando el reparto de tierras a los veteranos; la 10.ª va
enderezada a la glorificación de su amigo el poeta Cornelio
Galo, que en la segunda parte habla en persona, con lo que se
rebasa el marco de la poesía bucólica. Pero también bajo la
máscara pastoril, la cita de nombres reales o la clara alusión a
contemporáneos (Augusto, Polión, Vario, Codro, Cinna, Anser,
Bavio y Mevio, estos dos últimos enemigos enconados de Vir-
gilio) vienen como a interrumpir la ilusión. Esto es, sin duda,
una innovación consciente, que prestaba a las poesías cierto
colorido nacional romano, pues para tal proceder no podía
invocar a Teócrito, ya que éste, en sus idilios propiamente
dichos, bajo nombres fingidos disimuló también personajes his-
tóricos. Por lo demás, Virgilio tomó de este poeta, el más
grande bucólico de todos los tiempos, no sólo asuntos, motivos
y procedimiento de composición, sino también, en gran abun-
dancia, versos enteros o partes de verso. Con tal escrupulosi-
dad se atuvo, a veces, a su modelo, que en una ocasión incluso
incurre en un disparate de traducción en extremo chocante.
De todos modos, fué innegable mérito haber aportado, el pri-
mero, a la literatura latina, los idilios del cantor siracusano
-él mismo no disimula su dependencia (égl. 2, 1; 4, 1)- reali

1
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 185

zándolo, sobre todo, con una perfección de lenguaje y de mé-


trica, desconocida hasta entonces entre los romanos. Agrégase
a esto un factor sumamente importante, que no compensa ni
suple la falta de independencia, pero que en todo caso la ate-
núa. En vez de la ingenua naturalidad y original realismo del
modelo griego, se acusa en Virgilio un sentimentalismo. un
calor cordial muy suyos, que no podemos explicar aquí en de-
talle. Pero la creación de esta atmósfera sentimental , no cabe
sobre ello duda, era algo absolutamente original y que sólo
podía esperarse en un verdadero poeta.
Celebradas con entusiasmo por los contemporáneos y can-
tadas en la escena, la estima en que la Antigüedad tuvo las
Bucólicas, por paradójico que ello pueda parecer, se funda
sobre todo en una sola poesía de la colección (égl. IV) que,
según asegura expresamente el autor, escapando a la influen-
cia de Teócrito, había de remontar más alto el vuelo. Y de
hecho, esta famosa égloga se sale por completo del fondo
bucólico. No figuran en la misma pastores, y los ecos idílicos
que en ella se encuentran son los rasgos tradicionales de
la Edad de Oro que describe, o revelan el paso de Virgilfo de la
bucólica a la epopeya heroica. La égloga en sí, a causa de su
pronunciado carácter panegírico, no es una obra maestra de la
poesía; pero difícilmente se encontraría en la poesía univer-
sal un poema de tan escasa extensión, sólo sesenta y tres
hexámetros, que haya gozado de semejante celebridad -fué
incluso traducida al griego , debiendo esta celebridad, además,
a una equivocación singularísima. En el poema, escrito bajo el
consulado de Polión (40 a. de J. C.) , y dedicado a éste, se pro-
fetiza el inminente nacimiento de un niño, destinado a resta-
blecer la Edad de Oro en la Tierra. Posteriormente, sin preocu-
parse de la cronología, se vió en esta predicción a Cristo, el
Mesías y Príncipe de la paz. El problema de la identificación
de este niño fué ya muy discutido en la Antigüedad y ha con-
tinuado siéndolo hasta nuestros días. No podemos adentrar-
nos aquí en la controversia ; observaremos tan sólo que la única
conjetura que no deja lugar a escrúpulos es la de que se tra-
taba de un vastago de Augusto y su esposa Escribonia. La pro-
fecía no se realizó, pues lo que nació fué no un varón, sino
una hembra, la más tarde tan famosa Julia; hecho que, sin
embargo, no pudo decidir a Virgilio a suprimir el poema, pues
su principal objeto, la glorificación de. Augusto y de su casa,
estaba ya realizado por entero.
136 ALFRED GUDEMAN

En nuestros días se ha intentado, apelando a todo género de


violencias y de cavilaciones numéricas, establecer en las Bucó-
licas una división estrófica y una simetría en el verso llevada
hasta el más insignificante detalle, y que Virgilio también
habría sabido ver en Teócrito. Para no hablar de otras obje-
ciones, tales investigaciones aritméticas fracasan porque pre-
suponen un proceder tan de mosaico, una creación tan mecá-
nica, que psicológicamente no es imaginable ni en un poeta
mediocre, no hablemos ya de un Virgilio o de un Teócrito.
El trasplante de esta poesía pastoril desde el perfumado
huerto del poeta siracusano a un suelo poco adecuado para la
misma, fué, a los ojos de los contemporáneos de Virgilio, afor-
tunadísimo. Pero en la bochornosa estufa retórica de la época
siguiente, la bucólica no pudo ya echar flores frescas, y los
pocos ensayos ulteriores de Calpurnio Sículo, Nemesiano y del
manuscrito de Einsiedeln (p. 203) , son como ramas delgadas y
secas arrancadas del árbol de las églogas virgilianas.
Si con esta poesía seudopastoril el joven poeta había enri-
quecido la literatura latina con algo completamente nuevo a
su modo, y que en la época moderna había de suscitar innu-
merables imitadores en Italia, Francia e Inglaterra, en un
pasaje de las Geórgicas (c. 37-c. 30) alardeó de ser el primero
en llevar a las ciudades romanas el canto ascreo (esto es las
Obras y los Días de Hesiodo), declarando en otro, con entusiasta
conciencia de sí mismo, haber trepado con la exposición poé-
tica de la agricultura a desiertas y arduas cumbres del Par-
naso, no holladas aún por ningún cantor antiguo. Virgilio
estaba predestinado para triunfar en la tarea que le encomen-
dara Mecenas. En su calidad de hijo de campesinos estaba înti-
mamente familiarizado con la materia, poseía la experiencia
práctica de la misma, conocimiento que además ahondó y enri-
queció con la utilización de fuentes literarias, que en gran
abundancia se ofrecían a su disposición. Hesiodo, Teofrasto,
Arato, Eratóstenes, Nicandro y entre los romanos Catón,
Varrón e Higino, pueden ser citados como sus principales
garantes. Pero todos estos conocimientos reales en el caso más
favorable sólo habrían producido un poema didáctico enjuto,
aburrido, abrumado por la erudición, de la que apenas si el
consumado arte métrico nos resarciría. El que a pesar de ello
las Geórgicas sean la obra maestra de Virgilio y uno de los
productos artísticamente más importantes de la literatura
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 137

latina se debe a una serie de espléndidas cualidades que carac-


terizan este poema en altísimo grado. La copiosa materia está
dividida en cuatro libros, de suerte que en el primero trata del
cultivo de los campos, incluyendo un calendario del labrador y
las señales para conocer el tiempo ; en el segundo, del cultivo
de los árboles, especialmente de la viña; en el tercero, de la
cría del ganado, y en el cuarto, del cuidado de las abejas. Por
falta, sin duda, de espacio, el poeta dejó para sus sucesores el
importante capítulo del cultivo de los jardines y frutales (IV,
147 siguientes) , invitación a la que respondieron Sabinio Tirón,
miembro del círculo de Mecenas, y más tarde Columela (véase
más adelante) y Gargilio Marcial (siglo III) . Virgilio desgranó
los numerosos detalles y preceptos no sólo con la profundidad
de un técnico, sino estilizándolos con arte asombroso, y, a fin
de prevenir todo asomo de aburrimiento en el lector, trazando
graciosos cuadros, llenos de vida y fantasía, al principio y al
final de los varios libros, así como en numerosas digresiones.
Citaremos aquí solamente la espléndida descripción de la Edad
de Oro, el elogio de Italia, candente de patriotismo, y la des-
cripción del despertar de la Naturaleza en primavera : episo-
dios sobre los que se cierne la influencia de Lucrecio, especial-
mente perceptible en las Geórgicas. Como pocos poetas de
la Antigüedad, manifiesta Virgilio ante la Naturaleza viva y la
inanimada una sensibilidad tiernísima, de la que este poema
ofrece multitud de encantadores ejemplos. De singular interés
es el mito de Orfeo y Eurídice, que con hábil fundamentación
-lo que alguien ha querido negar curiosamente se enlaza, al
final del libro IV, con el episodio de Aristeo y Proteo, pues
tiene con éste relación especial. Se sabe, por fuentes fidedig-
nas, que las Geórgicas, originariamente, concluían con un pane-
gírico del amigo y protector de Virgilio, Cornelio Galo. Pero
éste, caído en desgracia de Augusto, se había suicidado, y Vir-
gilio, por deseo u orden superior, sustituyó dicho panegírico
por el final actual, con lo que el arte ganó sin duda, aunque
por ello se hayan perdido algunas noticias sobre el poeta Galo .
Virgilio debe, empero, su inmortalidad no a esta obra maes-
tra, sino únicamente a la Eneida, a la que inmediatamente se
consagró y cuya composición, le ocupó, como hemos visto, hasta
el fin de sus días. Había empezado por escribir en prosa un.
esbozo de toda la obra, versificando luego las distintas partes
sin atenerse al orden de los libros más tarde fijado ; proce
138 ALFRED GUDEMAN

dimiento del que Goethe y Schiller, para no citar más que a


éstos, ofrecen perfectas analogías. Sólo de vez en cuando leyó a
Augusto y en el círculo de Mecenas algunos libros o partes.
El entusiasmo con que se asistía al progreso de la obra lo
deınuestra el interés de Augusto, quien, en el colmo de la
expectación, le escribía: "Mándame el borrador o aunque sólo
sea una parte del poema" ; y los famosos versos de Propercio
(II, 34, 65 sigs.) que escritos hacia el 26 aluden a la descrip-
ción de la batalla de Accio insertada ahora en el libro VIII,
675 sigs.; "Abrid paso, poetas romanos, abrid paso, griegos:
está naciendo algo más grande que la Iliada." Esta admiración
entusiasta por la Eneida mantúvose incólume hasta fines del
siglo XVIII, a costa del mismo Homero ; de Voltaire es la frase:
"Dicese que Homero produjo a Virgilio ; si así es, sin duda es
su mejor obra ."
No sabemos hasta qué punto ya Ennio siguió a Homero en
los Anales, a base de los que Virgilio formó su estilo épico,
aparte de lo demás que le debe; en todo caso, la Eneida se
apoya en Homero. Así, el libro I de la Eneida corresponde al
VI de la Odisea ; el VII, al XII de la Iliada. Tal como Ulises
refiere extensamente sus aventuras a los feacios, Eneas cuenta
las suyas a la reina Dido , hasta su desembarco en Cartago.
Juegos fúnebres, un viaje a los infiernos, la descripción de un
escudo, un desfile de héroes, duelos, toda la máquina divina,
asambleas de los dioses e intervención personal de los mismos
en la lucha: todo tiene su paralelo en Virgilio. Con detalles,
motivos y situaciones revélase también la imitación : así, la
aventura nocturna de Ulises y Diomedes sirve de modelo a la
de Niso y Euríalo. A Aquiles, Héctor, Helena y Príamo corres-
ponden Eneas, Turno, Lavinia y Latino . Agréguese a ello no
menor número de imitaciones estilísticas, símiles homéricos y
recursos retóricos de todo género. La espléndida descripción
de la ruina de Troya se ha pretendido está literalmente tomada de
una antigua epopeya griega de Pisandro (siglo VII) ; la historia
de los amores de Dido es imitación de la de Medea en las
Argonáuticas de Apolonio de Rodas (siglo III). En cuanto a la
primera afirmación, es sumamente dudosa ; y, ateniéndonos a
la versión llegada hasta nosotros, una calumnia. Por lo que se
refiere al episodio de Dido, existen semejanzas entre ambos
relatos; pero son los que resultan de la analogía de las situa-
ciones. Añádase a ello que ya Nevio había tratado el mismo
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 139

tema, y así Virgilio utilizaría en parte la versión del Bellum


Punicum, y en parte se serviría de una antigua fuente común
(¿Timeo ?) . En todo caso, el detallismo, el miniaturismo psico-
lógico, que tanto encajaban con su temperamento elegíaco, son
propiedad poética suya ; y no es un azar que precisamente las
citadas joyas del arte virgiliano entusiasmasen a Schiller hasta
el punto de hacerle escribir sus célebres traducciones de las
mismas.
La manifiesta dependencia en que la Eneida se encuentra
respecto a Homero, inmediatamente o por mediación de Ennio,
ha sido ya desde antiguo analizada hasta los más insignifican-
tes detalles, y no sin cierta maligna complacencia, por doctos
gramáticos. El mismo poeta parece haber salido al paso de
estos llamados obtrectatores (censores) Virgilii -entre los cua-
les se citan un Vergiliomastix y un Aeneidomastix (azote de
Virgilio, de la Eneida) y opúsculos sobre los hurtos (furta)
de Virgilio: "Que tales quisquillosos prueben de tomar un solo
verso de Homero. Pronto echarían de ver que les resultaría
una empresa tan desgraciada como arrebatar la maza a Hércu-
les." Con ello quería indicar que la acusación de plagio era
injusta, pues todo lector ilustrado de su Eneida conocería lo
suficiente a Homero para distinguir inmediatamente lo imi-
tado; por lo que había de estar lejos de su ánimo la intención
de ocultar sus fuentes homéricas. Y de hecho, el procedimiento
seguido por Virgilio respecto de sus modelos griegos, en princi-
pio no difiere del de sus predecesores. Tales imitaciones, según
el modo de ver antiguo, constituían más bien una especie de
tributo indirecto a los originales utilizados, y como una prueba
de la cultura literaria del imitador. Sí, el lector romano de la
Eneida más bien debió admirar el arte con que Virgilio repro-
dujo, bajo una forma perfecta, fragmentos ajenos, adaptándo-
los a sus fines. No puede, pues, sorprendernos que la copiosa
prueba acumulada de la falta de independencia de Virgilio no
haya deparado el menor perjuicio a la popularidad de
la Eneida. A la admiración en todos los tiempos tributada a la
maestría lingüística y métrica del poeta -la Eneida constituyó
el canon del género épico poético- agregóse, para los romanos,
una cualidad que despertaba el más vivo entusiasmo. Vieron
en la Eneida un singular monumento patrióticonacional de su
glorioso pasado, que encerraba además para los contemporá-
neos un interés actual, pues Virgilio tuvo hábilmente en cuenta
140 ALFRED GUDEMAN

una corriente entonces popular, que relacionaba, en lazo genea-


lógico, la casa del Emperador con Julo, el hijo de Eneas.
La influencia de esta epopeya en los contemporá-
neos y en la posteridad ha sido inmensa, sin ejemplo,
y no sólo en poetas : los dos máximos historiadores
romanos, Livio y Tácito, no pudieron sustraerse al
encanto de su lenguaje. Ya en tiempos de Augusto,
Virgilio fué introducido en la escuela, constituyendo
desde entonces la base inquebrantable de la enseñanza
gramatical y retórica ; y durante el siglo II discutióse,
con toda seriedad, si Virgilio había de ser contado
entre los oradores o los poetas. En la época moderna, la
Eneida ha permanecido firmemente anclada en la lec-
tura escolar hasta nuestros días. Pero el influjo de
Virgilio extendióse más allá de la escuela. Sus versos
se emplearon, para fines proféticos, como oráculos de
la suerte, las llamadas sortes Vergilianae, confeccionan-
dose contones enteros de sus obras, por ejemplo, la tra-
gedia Medea de un tal Hosidio Geta, un poema nupcial
de Ausonio, una versión de la "Pintura" de Cebes y la
historia bíblica de Proba. La creencia en el profeta de
la Égloga IV pronto llevó en los círculos cristianos a
ver en él un gran sabio, y a atribuir a sus poesías un
sentido alegórico, oculto. Este modo de interpretación
celebró sus mayores triunfos en el libro, difundidí-
simo, del obispo Fulgencio (siglo vi) , titulado Expositio
Vergilianae continentiac secundum philosophos moralis
("Exposición moral del contenido de Virgilio según los
filósofos") . Con ello echóse el puente a la leyenda, for-
mada y crecida en la Edad Media, de un Virgilio, gran
hechicero, que desplegó en Nápoles una actividad bené-
fica. En el siglo XII el alemán Enrique de Veldeke,
inspirándose en el Roman d'Éneas francés, modernizó,
en su popular epopeya Eneit, las antiguas figuras,
dándoles carácter trovadoresco ; y dos siglos más tarde
Dante eligió al poeta pagano, " cuya gloria durará tanto
como el mundo", para guiarle a través del mundo sub
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 141

terráneo. Siglos después, cuando el personaje de la


leyenda había vuelto a desaparecer tras la figura his-
tórica del poeta, y el carácter romano nacional de la
Eneida no podía ya despertar, como en otro tiempo, el
entusiasmo patriótico, el lector continuó embriagándose
con la encantadora armonía de los versos y con su
noble lenguaje. Por último, el melancólico y cálido
sentimiento, esparcido por toda la epopeya, jamás ha
dejado de producir su efecto. Sunt lacrimae rerum et
mentem mortalia tangunt, expresa de modo intraduci-
ble este tono fundamental, sentimental, elegíaco,
pudiendo servir de lema a toda su obra.
Cuando en la escuela romántica alemana volvió a
levantarse el sol de Homero, casi desvanecido del hori-
zontes desde siglos, o absolutamente olvidado en lo que
respecta a su arte incomparable y a su calidad genial,
comenzó a palidecer el brillo, en parte prestado, de la
Eneida. Pero, así como antes se la había exaltado por
encima de Homero, entonces, con frecuencia, se cayó en
el extremo contrario. Criticóse la epopeya como produc-
ción artística defectuosísima en su composición, o se le
hicieron otras objeciones, con absoluto desconocimiento
de lo inacabado del poema y de los fines que Virgilio
perseguía preferentemente. Eneas, es verdad, no es un
héroe ideal de epopeya. Es una pelota en manos de los
dioses, lo que naturalmente había de coartar del modo
más sensible la independencia de su acción y toda
energía fundada en la propia voluntad. De ahí que sin
duda nuestras simpatías no se dirijan a él, sino a sus
víctimas determinadas por el destino, como Dido y
Turno. Pero precisamente en esta devota piedad vió el
romano el espejo y la encarnación de los buenos tiem-
pos pasados, el sentimiento, nunca desfallecido, del
deber, que se expresa en el epíteto pius "piadoso", que
acompaña constantemente al Eneas virgiliano. No po-
dríamos esperar de Virgilio, y por ello tampoco busca-
mos, ni imaginación creadora ni profundidad de ideas,
i
142 ALFRED GUDEMAN

ni el fuego abrasador de la convicción apasionada, que


tanto singularizan la personalidad de Lucrecio. Pero
todo aquel que se abandone sin prejuicios a la acción
de las cualidades antes citadas y de las innumerables
bellezas, así del contenido como formales, representán-
dose al mismo tiempo el objetivo nacional que prescri-
bió un tratamiento determinado de la materia mítica
y de los caracteres, reflexionando, por último, que en
un repaso definitivo de la obra sin terminar habrían
quedado corregidos los defectos que ahora la afean,
podrá hacer justicia al poema de mayor influjo en la
literatura universal junto con Homero, aunque no
pueda resistir una comparación con el divino cantor
de Quíos, comparación que el descrito poeta habría
declinado con indignación.
En cuanto a las demás poesías atribuídas a Virgilio por la
tradición manuscrita, hemos de ser muy breves, aun cuando
planteen algunos de los problemas más interesantes, si bien
más arduos, de la historia de la literatura romana. Trátase de
la Appendix Vergiliana, existente ya en el siglo 1 d. de J. C.,
pero aumentada más tarde con cierto número de poesías. Com-
prende, además de las piezas hoy unánimemente declaradas
apócrifas, las siguientes: Culex, Ciris, Catalepton (" pequeñeces",
incluso los epigramas y las priapeas) , Copa, Moretum. La Anti-
güedad atribuyó sin reflexión estas producciones a Virgilio .
El solo hecho de que entre las catorce poesías del Catalepton
algunas, por motivos estrictamente cronológicos, no puedan
proceder de Virgilio, obliga a ser prudentes y a comprobar con
sumo escrúpulo la autenticidad de las demás. Pero, desgracia-
damente, la cuestión ofrece bastantes dificultades, por lo que
las opiniones de los eruditos todavía no han coincidido. Reúne
las máximas probabilidades de ser de Virgilio el Culex (" mos-
quito" ) , poemita en 414 hexámetros, imitado, al parecer, de un
original griego . El insecto había sido muerto por un pastor a
quien despertó con su picadura, salvándole así de la mortal
mordedura de una serpiente. El mosquito se aparece en sueños
al pastor, inconscientemente ingrato, le explica los hechos y le
da, entre otras cosas, una descripción detallada del mundo sub-
terráneo. Lucano, en tiempos de Nerón, menciona y admira ya
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 143

el poemita; Estacio y Marcial lo atribuyen igualmente a Virgi-


lio. El lenguaje, la métrica y la ejecución, que ofrece algunos
defectos -la invención, ya de sí no de muy buen gusto, pro-
cede del original griego-, no permiten dudar de que Virgilio sea
el autor de la obrita, sobre todo porque, en el caso de ser autén-
tica, se trataría meramente de una producción de juventud.
El modelo de otras dos poesías del apéndice, Moretum
(124 versos) y Ciris ( 541 versos) , fué Partenio, poeta alejan-
drino de esta época, que no nos es desconocido. En la primera,
un campesino describe con exquisita gracia los preparativos
de un almuerzo campestre. Aunque esta bonita poesía no fué
incluída en el apéndice hasta más tarde, no se han aducido,
hasta ahora, razones decisivas de que sea apócrifa.
Mucho más difícil, poco menos que insoluble con los medios
de que disponemos, es la debatidísima cuestión acerca del
autor de la Ciris, mito popular, en el que Escila traiciona a su
padre Niso y le causa la muerte, por amor al rey Minos, enemigo
de Niso. Minos hace arrastrar a la desnaturalizada doncella por
el mar, hasta que se metamorfosea en el ave marina llamada
Ciris. Niso, en cambio, recibe la figura de un águila marina,
que, llena de odio, da caza a aquélla. El poemita no puede ser
obra de Virgilio, pues contiene indicaciones incompatibles con
las circunstancias conocidas de su vida. Carece también de
fundamento la célebre hipótesis, propugnada con gran derro-
che de ingenio y erudición, que ve en Cornelio Galo (m. 26) al
poeta de la Ciris. No podemos entrar aquí en los detalles de
la cuestión. Baste observar que las coincidencias con versos
de la Eneida presuponen necesariamente un texto ya publi-
cado, pero esta condición no se llenó hasta después de la
muerte de Virgilio ( 19 ) ; por otra parte, los intentos de pre-
sentar a Virgilio como el imitador, no han sido afortunados.
La Copa ( "Tabernera") , en diecinueve dísticos, pequeña
joya poética, nos deleita por su tono rebosante de la alegría de
vivir. Bailando y tocando las castañuelas, la alegre tabernera
invita al fatigado caminante a entrar en el establecimiento, des-
cribiéndole en términos tentadores los placeres que en él le
esperan, y le llama: "Perezca aquel que se preocupa por el día
de mañana. Goza de la vida, antes de que la muerte alevosa te
sorprenda. " Consideraciones de orden métrico, así como el em-
pleo del dístico elegíaco -razones de todos modos no decisivas
por la escasa extensión de la poesía- mas sobre odo el sello
144 ALFRED GUDEMAN

humorístico -el don del humor estaba negado en absoluto a


Virgilio impiden atribuirle la Copa.
Por último, haremos observar que en la Antigüedad no
parece haberse concedido importancia especial a la Appendix
Vergiliana, pues hasta ahora no se ha encontrado el menor.
vestigio de algún comentario antiguo, cuando el estudio y la
anotación de las obras mayores de Virgilio empezaron a poco
de su muerte, siendo proseguidos durante siglos con vivísimo
celo, verbigracia, por Higino, Valerio Probo, Asper, Acrón,
Terencio Escauro, Elio y Tib. Claudio Donato, Macrobio y
Servio. Con la única excepción de Homero, ningún otro poeta
de la Antigüedad clásica ha tenido tan numerosos intérpretes
como Virgilio. Tales comentarios antiguos, como en el caso de
Homero, se han perdido casi enteramente ; pero los escoliastas
y compiladores más tardíos los saquearon profusamente, por
lo que tenemos todavía a nuestra disposición porciones exten-
sas, preciosas, de la exégesis y erudición de dichos críticos.

Q. Horacio Flaco (8 dic. 65-27 nov. 8 a. de J. C.) ,


el íntimo amigo de Virgilio y Mecenas, fué hijo de un
liberto, que poseía una pobre finca rústica en Venusia
(en la frontera de Apulia y Lucania). El muchacho
debió dar pronto señales de estar dotado de excepcio-
nal talento, pues el padre, a pesar de la escases de sus
medios, decidió, con vistas a la educación de su hijo,
trasladarse a Roma, y empezar allí una nueva existen-
cia. Lográ obtener la plaza, entonces no del todo impro-
ductiva de cobrador de las subastas. Es muy posible
que la temprana muerte de la madre, que Horacio
nunca menciona, hubiese influído en este traslado.
En la capital, el mismo padre, a cuya tierna solicitud
el agradecido hijo levantó imperecedero monumento en
Sát. I, 4 y 6, tomó a su cargo la educación moral. Entre
sus maestros propiamente dichos, el poeta recuerda tan
sólo, con una amargura atenuada por la distancia, al
plagosus Orbilius, que iniciaba, más con la palmeta que
con el arte pedagógico, a sus alumnos en la Ilíada y en
la Odisea, y aun, esta última, en la traducción del viejo
Livio Andrónico. Después de su "reválida", no muy
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 145

abrumado de saber y siguiendo el ejemplo de la juven-


tud romana distinguida y acomodada, fué a completar
su educación en la Universidad de Atenas, donde flore-
cían principalmente los estudios filosóficos. A poco del
asesinato de César (44), el " noble" Bruto llegó a Ate-
nas y alistó reclutas para su ejército. El joven estu-
diante, a fuer de republicano convencido, sumóse a los
tiranicidas, y, a pesar de su origen humilde y de su
absoluta falta de instrucción militar, recibió el grado
de tribuno. Cuando en la decisiva batalla de Fili-
pos (42) el ejército de Bruto y Casio quedó en situa-
ción desesperada, Horacio, con otros mil, buscó la sal-
vación en la fuga, " abandonando vergonzosamente el
escudo", como él mismo expresó años más tarde. Por
ello, en la Edad Moderna, se le ha tratado repetida-
mente de cobarde, presentándole como un desertor.
Pero en las circunstancias reinantes no es acreedor,
como Demóstenes en la batalla de Queronea, a repro-
che alguno, aparte de que con su cínica confesión acaso
se limitó a imitar autoironías análogas de sus antiguos
colegas en poesía, Arquíloco, Alceo y Anacreonte.
Vuelto a Roma, sin recursos, pues la finca de Venusia
había entrado en el reparto a los veteranos del ejército
victorioso, parece haberle quedado de la herencia de su
padre, muerto en el ínterin, lo suficiente para entrar en
el Colegio de los escribientes de la cuestura. Pero esta
ocupación no le bastaba para vivir, y así “ la pobreza,
que infunde audacia, obligóle a forjar versos", sin duda
a fin de llamar con ello la atención de algún rico pro-
tector, pues la poesía en sí, en la Antigüedad, según ya
hemos indicado, constituía una ocupación improduc-
tiva. No es seguro que entre las poesías conservadas se
encuentren algunos de tales primeros ensayos ; pero las
más antiguas (epod. 16, sát. I, 2 y 7), aparte de los
epigramas griegos escritos siendo estudiante en Atenas,
pertenecen, en todo caso, aproximadamente a este
período (40-39) . Mas sea como fuere, leyó tales pro
10. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . -3.a ed .
146 ALFRED GUDEMAN

ducciones a amigos cuyo aplauso obtuvo. Vario y Vir-


gilio debieron de contarse entre los mismos. En todo
caso éstos presentáronle, a principios de 38, a Mecenas,
primera entrevista que el mismo Haracio contó en ver-
sos tan plásticos como encantadores (sát. I, 6) . Pasa-
dos nueve meses, el magnánimo protector le admitió en
su círculo, y desde entonces Horacio se contó entre sus
amigos más íntimos. Algunos años después regaló al
poeta una hacienda en los montes Sabinos, cuyo pro-
ducto le permitió llevar hasta el fin de sus días una
existencia contemplativa, libre de todo cuidado. Hora-
cio, a quien, como Virgilio, no cuadraba la vida en
medio del tumulto ciudadano, residió casi constante-
mente en esta hacienda. Raras veces visitaba la capital,
llevado a ella por negocios o por una invitación de
Mecenas, o tomaba baños en Bayas o residía en casa
de amigos en Tíbur. Su íntima amistad con Mecenas
púsole más tarde en relación con Augusto, quien apre-
ció no menos al hombre que al poeta.
Tenía todos los motivos para ello, pues ningún poeta de su
tiempo, ni los mismos Virgilio y Vario, secundó como Horacio
las reformas de Augusto, si bien tras de alguna reserva, con la
sincera convicción de Horacio, sin por ello renunciar jamás,
según hemos visto, a su independencia personal, ni caer en una
lisonja que rebasara la medida de lo entonces corriente. Para
emitir un juicio justo sobre el tono, altamente panegírico, de
varios poetas de esta época, no es lícito olvidar que a menudo
habían recibido valiosos beneficios de sus encumbrados protec-
tores y que las alabanzas a éstos tributadas se mantienen den-
tro de los límites de la discreción, si se comparan con el servi-
lismo rastrero de los poetas del tiempo de Tiberio o de las
dedicatorias y prefacios de los siglos xvi a XVIII ( véase tam-
bién pág. 133) .

Mecenas había rogado a Augusto en su testamento


que velase por "su querido Horacio" ; mas pocos meses
después de su muerte falleció también el poeta, siendo
enterrado junto a su amigo y protector en el Esquilino.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 147

Dado el hecho que Horacio pudo consagrarse, en


sosegada ociosidad, a la poesía durante toda su madu-
rez, si bien con algunas interrupciones, su obra, que ha
llegado entera hasta nosotros, es relativamente de muy
escasa extensión. La causa de ello estriba en su tempe-
ramento flemático, o en la meticulosa escrupulosidad
que puso en la elaboración técnica de todas sus poesías,
y aun más, en que no le animaba un entusiasmo poético
irresistible o la alegría creadora del genio ; lo que con-
dicionaba su producción era la fría actividad razonada
del artista que aspira a la perfección de la forma.
Su primera compilación de poesías, los Epodos (c. 41-30) ,
diecisiete poesías de las que la más extensa contiene 100 ver-
sos, fué publicada a instancias de Mecenas. El título con que
corrientemente se conoce se lo dieron los filólogos antiguos,
por razones métricas. En catorce poesías sigue, a un verso
largo, uno más breve, formando una pequeña estrofa, llamado
en griego epodós. El mismo Horacio tituló estas poesías Yam-
bos, a causa de su contenido satírico, con explícita referencia a
Arquíloco (siglo VII ) , el más célebre representante de este
género poético. Si alardea (epist. I, 19, 23 sig.) de haber sido
el primero en importar al Lacio los versos y el espíritu de
aquél, tengamos en cuenta que los poetas no suelen ser muy
rigurosos en tales pretensiones de prioridad (véase págs. 150,
173) ; pero en este caso no nos vemos obligados a reducir nues-
tra afirmación a la composición epódica, pues Catulo y Catón
el Menor ya habían imitado a Arquíloco, aunque ocasional-
mente. Por lo que respecta al espíritu de Arquíloco, el joven
poeta, como no se podía menos de esperar, queda muy inferior
a su gran modelo. En Arquíloco todo era vivido; ardiente odio
y sentimiento de venganza guiaron su pluma, y tuvo a su
disposición todas las armas de una invectiva aniquiladora.
Si el griego se asemeja a un torrente enfurecido que todo lo
arrastra consigo, su imitador romano más bien es comparable
a un arroyo que se desliza con sosiego, y cuyo curso sólo
raras veces se acelera. Añádase a ello que algunos epodos no
ofrecen ningún carácter satírico. Así el epod. 1 está dirigido a
Mecenas, que parte para la guerra; el 3, poesía jocosa, está
también dedicado a su protector. El 14 es una poesía entera-
148 ALFRED GUDEMAN

mente impersonal. El epod 16 y también el 2, hasta su conclu-


sión heiniana revisten un carácter declaradamente idílico;
el 11 y el 15, un carácter más bien elegíaco. Incluso en poesías
injuriosas como 4, 8, 10, 12, en las que Horacio, con indigna-
ción moral, pone en la picota a algunos ignorantes, o liquida a
una coqueta celosa o a una vieja libertina, no parece defen-
derse de ofensas dirigidas a él personalmente. Sólo en las recias
invectivas contra la supuesta envenenadora Canidia (epod. 5,
17, sát. I, 8) parece existir, en el fondo, algún episodio de la
vida del poeta, imprecisable ya para nosotros.
Contemporáneamente a los epodos, Horacio dedicóse a la
poesía satírica. El primer libro, que consta de diez sátiras él
mismo las tituló, discretamente, sermones (chacharas) -, fué
publicado, tal vez, el año 35. No pudo tener en esto más modelo
que Lucilio, dado que este género poético no había sido culti-
vado por los griegos -"la sátira es enteramente nuestra" , así
reza la orgullosa frase de Quintiliano-, pero aquel poeta podía
ser imitado, mas no trasplantado a la época de Augusto sin
perder elementos muy esenciales de su personalidad. Horacio
habría renunciado de todos modos a las invectivas políticas de
aquél, más aun en el caso de ser posibles en su tiempo, pues
simpatizaba sinceramente con la nueva forma de gobierno
monárquico. Tuvo, pues, desde el principio perfecta concien-
cia del riesgo que implicaba entrar en la liza con un satírico
como Lucilio, sobre todo porque el viejo poeta contaba aún
con numerosos y entusiastas adeptos y admiradores. Así vióse
pronto obligado a defender su actitud frente a la del predece-
sor, cát. I, 4, 10) . Reconociendo sinceramente la superioridad
de éste, quiso que sus sátiras fuesen consideradas solamente
como una especie de prosa versificada. Pero en toda labor
literaria ponía la inflexible exigencia de la más escrupulosa
lima y de una artística perfección en el lenguaje y el metro;
y en esto, su gran modelo había incurrido en gruesas faltas.
Otra diferencia, mucho más esencial, estribaba en que Horacio
no era, ni con mucho, un carácter belicoso como el de Lucilio,
a quien, en grado aun superior a Juvenal, la indignación había
convertido en satírico. Así, únicamente en contadas sátiras,
como la I, 2 sobre el adulterio y los extravíos sexuales, y más
tarde en la II, 5 sobre la caza de las herencias, asoma algo de
la ira y las durezas lucilianas. En las demás, prepondera un
precioso humorismo, al que las más de las veces suprime toda
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 149

punta ofensiva una autoironía conciliadora, o una tendencia


moral, que predica "riendo, la verdad". Así, en I. 5, a base de
un modelo de Lucilio, se describe, regocijadamente, con plás-
tico dramatismo, las peripecias de un viaje de Horacio desde
Roma a Brindisi. La reproducción de una disputa de dos fan-
farrones que termina con un ingenioso juego de palabras, se
basa en un suceso de su vida militar (I, 7) . Adopta un tono
algo más recio en la historia nocturna de brujas que, puesta
en boca de Príapo, el dios de los jardines, sorprende con su
efecto final (I, 8) . Constituye una pequeña obra maestra en
todos respectos el malicioso relato, copiosamente decorado con
rasgos satíricos, de su encuentro con un enojoso y despreocu-
pado advenedizo en la Vía Sacra (I, 9) . Al segundo grupo per-
tenece I, 1 sobre la falta de conformidad de los hombres con
su suerte y la ambición, I, 3, sobre la facilidad con que conde-
namos las flaquezas ajenas cuando somos topos para con nues-
tras propias faltas, y por último I, 6, que, vivido bosquejo de
su biografía, describe su primera entrevista con Mecenas y la
benéfica acción educadora de su excelente padre. Esta des-
cripción, simple y discreta, lleva, por lo demás, el sello de la
veracidad , y ofrece un testimonio tan favorable de la piedad
como del carácter del poeta, que bastaría, a quien no este
cegado por los prejuicios, para rebatir las desmedidas acusa-
ciones que farisaicos censores de la época moderna han fulmi-
nado contra Horacio .
El segundo libro de Sátiras, terminado hacia el año 30, trata
situaciones más genuinas y tópicos morales de la filosofía popu-
lar, la mayoría de origen cínicoestoico. Según el propio testi-
monio del poeta (epíst. II, 2, 60) , parecen haber sido fuente
generosa del mismo los "Diálogos " de Bión de Borístenes, céle-
bre predicador errante del siglo III . Esta dependencia respecto
de originales griegos llevó, naturalmente, consigo el que las
sátiras del libro II se distingan de las del libro I por una
falta de observaciones y juicios propios . Siguió también a Bión
en el empleo de la forma dialogada, con la única diferencia
esencial de no presentar, como aquél, sino observaciones en
primera persona, fingiendo con frecuencia un adversario para
contradecirle ; antes bien las pone en boca de otras, interrum-
piendo a menudo en persona al que habla: así, por ejemplo, en
sát. 3, 4, 7, 8. Gracias a este recurso dió mayor relieve a sus
puntos de vista, desarmando al mismo tiempo toda crítica per-
150 ALFRED GUDEMAN

sonal, pues no revestía personalmente el papel de predicador


o de satírico. Así, en II, 2 discute el rústico Ofelo el tema de la
sobriedad ; en la 3, Damaripo, convertido a las doctrinas estoi-
cas, sostiene, siguiendo a su maestro Estertinio, la paradoja de
que todos los hombres están locos, lo que Horacio le obliga,
humorísticamente, a probar, presentándole él mismo como
ejemplo. En la 4, Cato, aplicado discípulo de un artífice culi-
nario -cuyo nombre omite intencionadamente (v. 11 ) —, expone
las doctrinas culinarias de su maestro ; en la 5, Ulises se hace
dar por el ciego adivino Tiresias una lección sobre el arte de
enriquecerse, lo que conduce, con un salto mortal, a una dis-
cusión sobre lo funesto de la "caza de herencias" en Roma.
En la 6, traza el contraste entre la vida de la ciudad y la del
campo, sátira que realza su carácter didácticomoral con la
fábula, narrada con suma gracia, del ratón urbano y del ratón
campesino; en la 7.4, Davo, esclavo de Horacio, aprovecha la
libertad de hablar que reina durante las saturnales, para can-
tar las verdades a su dueño, fundándose en la paradoja, tam-
bién estoica, de que sólo el sabio posee la verdadera libertad.
Davo debe su sabiduría a su colega, el portero de Crispino,
predicador estoico callejero ; en rigor el poeta se inspiró
en alguna obra estoica, análoga a la utilizada por Cicerón en
la 5. de sus paradojas. En la 8.ª y última, el comediógrafo
Fundanio describe regocijadamente un opíparo banquete dado
en honor de Mecenas por un nuevo rico inculto. Cuando los
invitados no pudieron resistir más su enojosa charla, pusieron
velozmente pies en polvorosa. Este Nasidieno Rufo -el nom-
bre es fingido- es un precursor lejano, pero no igual, del Tri-
malción de Petronio (véase pág. 243) , quien tal vez tomó
directamente de esta sátira el efecto final, la huída de los
comensales. Petronio apreciaba mucho a este poeta; suyo es el
célebre juicio de la curiosa felicitas ("notable precisión") de
Horacio.

Hacia la época de las últimas sátiras (3) Horacio se


propuso en sus Odas trasplantar a suelo romano el
canto eólico de Alceo,Anacreonte y Safo, siendo en ello
el primero, pues las imitaciones sáficas de Catulo se
limitaron a dos ensayos sueltos. La osadía y dificultad
dela empresa consistían, desde luego, en reproducir las
formas polimétricas sin menoscabo de su eufonía o sin
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 151

infidelidad al carácter rítmico de la lengua latina.


Horacio salió tan airoso de esta proeza artística, que
ningún autor, antiguo o moderno, de odas-pues no le
han faltado imitadores de talento- podría sostener la
comparación con él. La dependencia en que está con
respecto a los citados modelos, entre los que también
se debe contar a Pindaro y Baquílides, es mucho mayor
de lo que podemos colegir por las migajas que de aqué-
llos nos quedan. En cambio, son débiles los vestigios
de influencia por parte de los poetas alejandrinos, que
tan conspicuo papel desempeña en el caso de los ele-
gíacos. Cuando Horacio (c. IV, 2, 27 sigs.) , empeque-
ñeciéndose a sí mismo (ego... parvus) dice que forja
sus penosas canciones al modo de las asiduas abejas,
que van libando la miel de las flores, ello es verda-
dero en comparación al inimitable genio de Píndaro
(IV, 2, 1 sig.) y a su propia labor tenaz, pero no implica
falta de originalidad. Pues el poeta, a pesar de lo mucho
que tomó prestado en motivos líricos, ideas y formas
métricas, alcanzó un grado asombroso de originalidad,
por cuanto infundió a sus canciones un espíritu autén-
ticamente romano, o les prestó un color puramente
local. Horacio, en rigor, nunca se limitó a traducir un
original griego, como tampoco lo hicieron Virgilio o los
grandes poetas de la época republicana. En cambio,
son de su exclusiva cosecha las seis célebres odas roma-
nas del libro III, las canciones del libro IV compuestas
por deseo de Augusto, para celebrar las victorias de
Druso y Tiberio, el Carmen seculare y varias otras
de carácter personal. El juicio de la producción lírica de
Horacio, tal como se ofrece en los tres libros de Odas
(30-23) , en los coros de doncellas del canto para la fiesta
secular (17) , y en el libro IV de odas (17-13) , se ha visto
muchas veces influído desfavorablemente en la época
moderna, por el estrecho sentido que solemos dar a la
palabra lírica desde el punto de vista técnico. Por
ella entendemos las más de las veces la expresión poética
152 ALFRED GUDEMAN

de efusiones del sentimiento personal, especialmente


en el orden de las vivencias amorosas. Esto es en gene-
ral aplicable a los líricos griegos, a quienes Horacio
tomó preferentemente por modelos; mas en él no es
perceptible la voz de la pasión o de una violenta exci-
tación del ánimo. En el rico tesoro de sus odas suenan
aquí y allá notas más cálidas, sabe evocar ante nosotros
encantadores paisajes ; pero la misma perla de sus odas
de amor (III, 9) , breve escena amorosa trazada con
mano maestra, así por lo que respecta a la forma como
al contenido, y que por su misma perfección artistica
no podríamos atribuir a la juventud, no nos da la
impresión de algo personalmente vivido. Es la lírica
racional de un gran artista en plena madurez, alejado
ya de la borrascosa pasión de poetas juveniles como
Catulo, Tibulo y Propercio, supuesto que alguna vez
la hubiese sentido. Pues no se debe olvidar que Horacio
inauguró su carrera lírica a los 35 años, edad que aque-
llos poetas no alcanzaron, y que entre las 104 odas, las
amorosas son apenas 20. Precisamente la circunstancia
de que Horacio sacrificó lo individual y personal en
aras del sentimiento humano general, nos da la clave
del secreto, de cómo es posible que sus odas, de conte-
nido tan variado, hayan podido ejercer el mismo atrac-
tivo irresistible en todas las épocas y en las más distin-
tas naciones, en jóvenes y en viejos. Sus ideas no llegan
muy hondo, nunca son originales; pero su filosofía de
la vida es racional, adecuada a todas las situaciones y
universalmente comprensible. Añádese a ello su len-
guaje, pulido como una piedra preciosa, y la encanta-
dora melodía de sus numerosas formas métricas, que ya
cautivó al joven Ovidio. Y si Horacio en la primera
Oda (I, 1) a Mecenas expresa la esperanza de merecer,
como lírico, el lauro poético, al final de la primera rece-
pilación de sus odas (III, 30) puede decir, con orgullosa
conciencia de su propio valer, que se " ha erigido un
monumento más duradero que el bronce", y que vivirá
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 153

mientras " el Pontífice suba al Capitolio con la callada


vestal" . No podía sospechar que su radiante gloria
rebasaría este término en mil quinientos años más.
Pocos años después de haber publicado los tres primeros
libros de Odas, y mientras estaba ocupado en la composición
del libro IV, escribió las cartas a sus amigos, reunidas en
el primer libro de Epístolas, a las que siguieron, formando el
libro II, las tres epístolas literarias, escritas entre 19 у 14.
Trátase, a excepción de la poesía final, "a su libro", de desti-
natarios reales. Prematuramente encanecido , satisfecho de su
bienestar y consciente de su gloria, el poeta se complace en
el papel de sesudo consejero y hombre conocedor del mundo,
que ha colgado de una higuera sus galas poéticas y considera
las flaquezas y maldades de los hombres con una tolerancia
adecuada a sus años. Estos consejos morales y normas de
conducta constituyen el principal contenido de las veinte pri-
meras epístolas, pues encuéntranse también entre los mismos
escritos de recomendación, cartas de envío, y algo de carácter
puramente personal. No está afiliado a ningún rígido sistema
filosófico ni repite las palabras de un maestro : quiere consa-
grarse, en lo sucesivo, a la verdad y a la virtud según los dic-
tados de su propio temperamento. Este modo de considerar
las cosas, con independencia de todo sistema, que, como en las
sátiras, emplea, estilísticamente, el ligero tono de la conversa-
ción en el lenguaje corriente de los círculos distinguidos, y que,
a pesar del artificio disimulado, no abriga la menor pretensión a
las cualidades poéticas, explica la abundancia de sentencias
que se encuentran en estas epístolas y que se graban sin
esfuerzo en la memoria ; aunque no todas son originales de
Horacio. Así, por ejemplo, conocemos el texto griego de "frases
aladas" como "los montes están de parto, nace un ratón
ridículo" , o " no a todos les es posible visitar Corinto", v algu-
nas otras citadas aun hoy, en los términos horacianos, por los
eruditos de todas las naciones.
Pero, dejando a un lado esta sentenciosidad, la filosofía
moral , algo casera y filistea de estas cartas poéticas, de las
que, por lo demás, no parece haber existido ningún modelo en
la literatura griega, no ha despertado en la posteridad el inte-
rés de las tres llamadas Epístolas literarias (libro II ) Y ello se
comprende, ya que en las mismas uno de los poetas más cons
154 ALFRED GUDEMAN

picuos de su tiempo nos expone, hacia el fin de su vida, y con


tan vivo ingenio como perfección formal, sus ideas acerca de
su propio arte, desempeñando en parte el papel de crítico cer-
tero de las corrientes literarias y sus representantes al mismo
tiempo que de defensor de su propia obra poética, en parte
como iniciador autorizado de nuevas tendencias posibles en el
dominio del arte poético. En la Epístola a Floro (II, 2) Hora-
cio fundamenta su renuncia a la poesía con la alusión a sus
años y a otras circunstancias desgraciadas que en aquel enton-
ces se oponían a una saludable actividad poética. En la carta
a Augusto (II, 1) -acerca de cuyo origen véase página 127-
el autor se revuelve contra la moda, dominante en aquella
época, de escribidores que únicamente admitían como clásicos
a los antiguos poetas, sólo porque eran antiguos, siendo así
que -reconociendo su talento- dejaban aún mucho que desear
por lo que respecta a la necesaria disciplina artística yala
infatigable labor de lima. Revélanse principalmente estos defec-
tos formales en el género dramático, que, a consecuencia de la
prevención arcaizante y del mal gusto del público de su
tiempo, no podía tomar nuevo vuelo. Pero el arte poética tiene
una misión sagrada que llenar, como fuerza educadora, por lo
que necesita del cuidado más exquisito, como lo tuvo en Grecia,
a fin de avanzar sin obstáculos hacia una perfección cada vez
más alta, escapando así al peligro de la decadencia. Para evi-
tarlo, el Emperador ha de estar dotado de cualidades excepcio-
nales. Cuando pensamos que precisamente Augusto era apa-
sionado devoto de los desmoralizadores Mimo y Pantomimo,
no podemos menos de reconocer la sinceridad del poeta. Pero
la incondicional exigencia de la perfección artística llevó a
Horacio a un juicio unilateral, y por consiguiente injusto, de
sus grandes predecesores, teniendo acaso su tanto de respon-
sabilidad en el lamentable olvido en que cayeron. Por lo demás,
esta epístola contiene numerosos pasajes de imperecedera
belleza.
La tercera epístola, dirigida a los Pisones, padre y dos
hijos, uno de los cuales revelaba afición a la poesía, la famosa
Arte poética, fué escrita entre la segunda carta y la primera.
El título, ya corriente en la Antigüedad, no puede provenir del
mismo poeta, pues no responde al contenido ; no se trata de
un tratado de poética completo, ni rigurosamente sistemático
y técnico, aun cuando no reinen en esta obra el desorden y la
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 155

falta de plan de que se la ha venido acusando casi hasta


nuestros días. En conjunto, la disquisición se divide, según
ahora sabemos, conforme a un plan tomado de la retórica, en
una primera parte en que se trata del poema en sí, y una
segunda parte, en la que se habla del poeta y artista. Por
razones de espacio no podemos dar un resumen completo del
contenido de esta poesía, la más extensa de Horacio ; pero indi-
caremos que el poeta tiene preferentemente ante su vista el
drama y la adecuada reforma del mismo, concediendo también
en esto la máxima importancia a la perfección técnica yala
labor de lima, si por otra parte una poesía ha de satisfacer las
rigurosas exigencias de una obra de arte. Unidad y consecuen-
cia de la acción, así como el más escrupuloso empleo de todos
los medios lingüísticos y métricos son condiciones previas cuya
falta no puede quedar compensada con el talento genial propio
a los romanos no menos que a los griegos. Pronuncia también
frases de oro acerca de las demás cualidades del verdadero
poeta así como del objeto del arte poética. Las principales doc-
trinas de Horacio, en cuanto tienen carácter general, son de
origen griego ; un comentador más tardío cita la fuente por su
nombre, el peripatético Neoptólemo de Pario, noticia que ha
quedado plenamente confirmada por el descubrimiento, entre
los rollos de Herculano, de una obra de Filodemo de Gádara,
amigo de Horacio. Con todo, el Arte poética es una obra entera-
mente original, escrita refiriéndose de continuo a circunstan-
cias romanas, repleta de juicios y puntos de vista que sólo
podían ser producto de la experiencia poética y de las reflexio-
nes personales del autor. No cabe señalar en la Antigüedad una
influencia notable del Arte poética; en cambio, a partir del
Renacimiento adquirió vigencia canónica, y su influjo de siglos
puede ser comparado sólo con el de la Poética de Aristóteles,
análoga en esencia, pero que Horacio, a pesar de algunas
coincidencias, no pudo tener a la vista.

Si damos una breve ojeada al conjunto de la pro-


ducción poética de Horacio, comprobaremos, desde
luego, que no se trata de un poeta "cuyos ojos ardan
en hermosa locura", sino de un artista del lenguaje y
del verso, delicado hasta la virtuosidad, que, poseyendo
la cultura de su tiempo y convencido de la fuerza edu-
cadora de la poesía, da, como lírico, expresión eficaz
156 ALFRED GUDEMAN

a sus ideas y sentimientos, y, como benévolo satírico,


fustiga las flaquezas de los hombres, o se burla de ellos,
sin caer nunca en altisonantes vehemencias. Era ajeno
a la pasión del genio. En su proceder y en su pensar
dominaba la razón rectora, ahogando las voces del
corazón. Era sensible a los aspectos claros de la vida.
Capacitábale para ello el divino don de un reconfor-
tante humorismo, que poseyó cual ningún otro poeta
romano, si se exceptúan los cómicos de profesión a no
ser Lucilio o Petronio. Poniendo, por íntima convicción
patriótica, su arte poética al servicio de las aspiraciones
políticas y renovadoras de Augusto, y así al de la patria,
granjeóse la gratitud del Emperador y las simpatías de
los contemporáneos que comulgaban en sus ideas. Pero
la inmarcesible corona de la inmortalidad la conquistó
Horacio legando a la posteridad, bajo dorada corteza,
una filosofía de la vida despojada de todo individua-
lismo, y por ello universalmente comprensible, lo que
confiere a sus obras, junto a su innegable carácter polí-
ticonacional, un carácter cosmopolita. Otros poetas de
Roma dejáronse acaso influir en mayor grado por la
poesía de los helenos, pero ninguno, como Horacio,
supo fundir de modo tan perfecto, en íntima unidad, el
arte griego con el sentimiento nacional romano. Por
ello, todas sus poesías -lo que en cierto modo puede
también decirse de sus sátiras- fueron en la literatura
romana algo nuevo, pudiendo así pasar por creaciones
originales, a pesar de lo que deben a grandes modelos.
Por ello también escapó a la suerte de Virgilio, cuyo
valor ejemplar y cuya popularidad han sufrido, como
hemos visto, grandes vicisitudes, cuando la belleza apo-
línea de la epopeya homérica se abrió de nuevo a la
comprensión estéticoliteraria del arte Y así también,
las condenas, fundadas en un lamentable error, que el
carácter moral de Horacio ha tenido que sufrir en la
época moderna, no han perjudicado en lo más mínimo
su gloria y su aceptación como poeta.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΝΑ 157

La Elegía
Entre los principales representantes de la poesía
elegíaca Ovidio menciona, en serie cronológica, a Cor-
nelio Galo, Tibulo, Propercio y a sí mismo. El modo en
que en otros pasajes recuerda a sus predecesores y sus
propias producciones como poeta del amor, demuestra
que, a su modo de ver, los demás elegíacos contemporá-
neos eran de importancia secundaria. Si Ovidio, en
dichos pasajes, omite hablar de Catulo y Calvo, de quie-
nes, por otra parte, tiene un elevadísimo concepto, y
sólo una vez menciona a Horacio, por lo eufónico de
sus versos, puede ser únicamente debido a que, en su
opinión, lo que distingue al elegíaco del lírico es menos
el contenido erótico que la forma métrica, el dístico
elegíaco. Ya en la Antigüedad reinaba la incertidumbre
de quién fué el inventor de este metro, que ya usan los
más antiguos poetas posthoméricos, Arquíloco, Calino
y Mimnermo, como también acerca de la etimología de
elegos o elegeion. Por lo común creíase reconocer en
estos vocablos una idea de duelo, sentido que hoy
enlazamos exclusivamente con la palabra " elegíaco".
Y en realidad, poesías como, por ejemplo, la Lyde de
Antímaco de Colofón, célebre poema consolatorio que
no ha llegado hasta nosotros, la elegía Cornelia de Pro-
percio, y la elegía de Ovidio a la muerte de Tibulo, con-
cordarían enteramente con este concepto. Por otro lado,
el contenido, ya en los mencionados poetas griegos, era
tan vario, tan abigarrado, que no podemos menos de
ver en la elegía, a diferencia de la epopeya en hexáme-
tros, una designación métrica, como ya Aristóteles en
un célebre pasaje de su Poética. Tal como el hexámetro,
en regular sucesión, resultaba apropiadísimo para la
epopeya narrativa, así, con la inserción continua de
un pentámetro dactílico sólo una vez aparece como
verso independiente creábase una pequeña unidad
158 ALFRED GUDEMAN

estrófica, que facilitaba la expresión de sentimientos


cambiantes, como Schiller observó en su célebre y her-
moso dístico :
Im Hexameter steigt des Springquells flüssige Säule,
Im Pentameter drauf fällt sie melodisch herab .
"En el hexámetro remóntase la líquida columna del
surtidor; en el pentámetro que le sigue, cae melodiosa-
mente." Si la exposición quedaba completa en pocos
dísticos, resultaba el epigrama (esto es, inscripción, en
el sentido y empleo primitivos de la palabra) ; si era de
mayor extensión, la elegía. La diferencia no estriba
en el contenido, por lo que ni los mismos poetas ni los
teóricos antiguos intentaron tal distinción. Así también
no tiene fundamento la conjetura de que la elegía tuvo
su origen en el epigrama literario. Antes bien, ambos
géneros se desenvolvieron paralelamente : algunas poe-
sías breves de Propercio, por ejemplo, habrían podido
con toda razón ser calificadas de epigramas. Por otra
parte, buen número de inscripcciones sepulcrales, exten-
sas y en dísticos, ofrecen el carácter de elegías, como
sucede con las mencionadas poesías funerales de Pro-
percio y Ovidio.
A la condición fragmentaria de la literatura griega
tal como ha llegado hasta nosotros, y a la innegable
predilección de los poetas helenísticos por el epigrama,
hemos de atribuir el que no podamos formarnos sino
una idea muy defectuosa de la elegía griega de con-
tenido erótico. Ahora bien, siendo así que se nos han
conservado muestras completas de la elegía amorosa
romana, de fondo autobiográfico o fingido, pero dado
que los elegíacos alejandrinos, a cuyo frente están los
filólogos poetas Filitas y Calímaco, al parecer sólo can-
taron episodios eróticos de la leyenda, se ha llegado a
la siguiente conclusión : la innovación, que hizo época,
de Galo y sus inmediatos sucesores, consistió en pasar
a los motivos eróticos personales. Se suele expresar esta
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 159

presunta evolución literaria atribuyendo a los alejan-


drinos una elegía amorosa objetiva, en oposición a la
subjetiva de los romanos. De los griegos tomaron éstos
la forma métrica y el aparato mitológico erudito, que
utilizaron para ilustrar sus propias vivencias, como
especialmente y de manera extraña sucede en Galo y
Propercio.
Sólo breves palabras podemos dedicar a esta controversia,
tan discutida y de ramificaciones tan remotas. Primeramente,
la supuesta inexistencia de una elegía griega personal no sólo
es indemostrable, sino que ya queda desmentida por el libro de
elegías de Mimnermo que llevaba por título el nombre de su
amada Nanno ; y Mimnermo es citado por Propercio y Horacio
como uno de los precursores de los elegíacos romanos. Además,
la distinción entre elegía o lírica objetiva y subjetiva es en
extremo impugnable. Pues incluso cuando un poeta pintaba
una situación de amor ajena, por ejemplo, Calímaco en su her-
mosa elegía Akontios y Kydippe, veíase obligado a sumirse
"subjetivamente" en los sentimientos de la pareja, si quería
producir la impresión de un proceso psicológicamente verda-
dero o verosímil. Por último, observaremos que precisamente
un elegíaco como Tibulo, que por lo demás se esforzó en rom-
per las cadenas de los modelos alejandrinos, en las canciones
de Sulpicia creó elegías puramente "objetivas ", que son de las
más rebosantes de sentimiento que existan dentro de este
género ; y que la Corinna de Ovidio fué no una figura mítica
como Kydippe, sino indudablemente una creación de su fanta-
sía (véase pág. 173) . En el mismo Propercio, en quien lo per-
sonalmente vivido se nos presenta con mayor ímpetu, el ele-
mento subjetivo anda a menudo tan mezclado con ejemplos
mitológicos, con lugares comunes y motivos eróticos, que la
distinción entre poesía y realidad resulta muy difícil. La misma
carta de Aretusa a su esposo Licotas ( véase pág. 168) , tan
ardiente y sentida, no es probable que esté basada en un
acontecimiento real. El rico sistema de tópicos de la elegía
amorosa romana tampoco es de origen nacional. Tiene su
raigambre en la nueva comedia ática, según permiten deducir
de modo inequívoco las imitaciones de Plauto y Terencio y el
libro IV de Lucrecio, habiendo sido luego ampliado y ahon-
dado en la poesía epigramática y elegíaca de los alejandrinos,
160 ALFRED GUDEMAN

por lo que se infiere de la Antología griega, cuyos poetas en


nada dependen de la elegía romana. Si la amalgama de la
elegía erótica con elementos idílicos, tal como se da en Tibulo,
tenía ya su precedente en Cornelio Galo, es imposible diluci-
darlo (véase pág. 161) . En todo caso, este procedimiento pudo
ser sugerido por elegías helenísticas. Por último, si Propercio se
proclama entusiasta discípulo de los maestros de la elegía Fili-
tas y Calímaco, si Mimnermo, mucho más antiguo, como ya
hemos indicado, aparece entre los modelos de la elegía erótica
romana, ello sólo tiene sentido razonable bajo el supuesto de
que esta elegía griega hubiese sido la maestra de la romana,
no sólo por lo que respeeta a la forma, sino también al conte-
nido y a la técnica de la composición.

El relevante mérito de los grandes elegíacos roma-


nos consistió, así, en que, a pesar de lo imitado en
cuanto a la materia y a la forma crearon poesías artís-
ticamente perfectas. Jamás podremos determinar si
Tibulo superó a aquellos precursores en la estricta
estructura del dístico, o Propercio en lo apasionado del
sentimiento, u Ovidio en la fluidez de sus versos, lo
cual es muy verosímil ; a menos que felices hallazgos de
papiros en Egipto vengan un día a llenar lamentables
lagunas en nuestro conocimiento de la elegía griega.
C. Cornelio Galo (69-26) , el amigo y protector de
Virgilio, nació en Forum Julii (Fréjus) , siendo el
único entre los elegíacos que no fué poeta de profesión.
Condiscípulo de Augusto, desempeñó, a pesar de su
humilde extracción, elevados cargos militares, siendo el
año 30 el primer procónsul de la nueva provincia de
Egipto. Tan brillante carrera le llenó de engreimiento,
al parecer, pues se hizo culpable de injurias al Empe-
rador, mandó colocar por doquiera su propio busto y
grabar en las pirámides un relato de sus proezas. Acu-
sado por ello, y condenado, tomó tan a pecho su pre-
cipitada ruina, que se suicidó.
Sus elegías en cuatro libros se referían a una actriz her-
mosa, pero tornadiza, Licoris. Su nombre de guerra era Citeris,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 161

su nombre de familia Volumnia. Con anterioridad había conce


dido sus favores a M. Bruto y a M. Antonio, no guardando
tampoco fidelidad al poeta. Galo escribió también poemitas a
imitación de los del célebre Euforión de Calcis (n: 276 a. de
J. C. ) , y que, al parecer, tenían marcado carácter bucólico.
Que amalgamó, a la manera alejandrina, su propia historia
amorosa con eruditas reminiscencias mitológicas, como después
de él Propercio, se deduce de que el poeta griego Partenio, resi-
dente en Roma, había formado a su intención una a modo de
enciclopedia de anécdotas eróticas, que aun poseemos, para su
cómoda consulta. Es muy verosímil que ya Cicerón (en el
año 46 ) , al aludir irónicamente a unos cantores Euphorionis,
que miraban con desprecio a Ennio, referíase especialmente a
Galo. De sus obras, Virgilio nos ha conservado un solo pentá-
metro, que nada dice, y algunas citas de cumplimiento, pues la
Ciris seudovirgiliana le ha sido atribuída, como hemos visto,
equivocadamente. En la época del Renacimiento se intentó
remediar la pérdida con torpes falsificaciones.

Aunque los homenajes que Virgilio tributó a Galo


en las Geórgicas y en las Eglogas (véase pág. 134), en
parte fueron hijos de la gratitud, son de mucho
peso para la valoración de sus obras poéticas los repe-
tidos elogios que Ovidio consagró al fundador de la
elegía romana, profetizando la inmortalidad a sus can-
tos a Licoris. En cambio, el retórico Quintiliano lo
calificó de duro, juicio estilístico que en cierto sentido
cuadraría también a Propercio.
Albio Tibulo, el segundo en la serie de los elegíacos,
ya sea por la fecha de su nacimiento, que desconoce-
mos, ya por la de su revelación como poeta, pertenecía a
una familia ecuestre, y se vió favorecido por la fortuna
con una hermosa presencia y con riquezas. Las distri-
buciones de tierras a los veteranos de Augusto el año 41
no dejaron de perjudicarle; pero más tarde adquirió
una finca rústica en Pedum (Lacio). Si se califica a sí
mismo de pobre, ello es más bien un tópico frecuente en
estos poetas eróticos, que frente a un rival opulento
gustan de subrayar su escasez de medios económicos.
11. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed .
162 ALFRED GUDEMAN

Fué amigo íntimo de Mesala Corvino (véase pág. 127) ,


tomando parte junto a él en la campaña de Aquita-
nia (27) , acompañóle también en su misión a Asia,
pero, habiendo enfermado, no pasó de Corcira. Murió
en la flor de la juventud, el año 19, poco después de
Virgilio, con el que tiene algo de común. Aunque amigo
de Horacio, los nombres de Augusto y Mecenas no se
mencionan ni una sola vez en sus poesías. Se ha inten-
tado explicar este hecho curioso, presentándolo como
republicano acérrimo y adversario del Emperador, al
modo, por ejemplo, de Casio Parmense, el mismo a
quien Horacio, en una epístola dirigida a Tibulo, cita
como precursor elegíaco de éste. Pero cuesta imaginar
que un poeta que tan conmovedora expresión dió a sus
ansias de paz, como Tíbulo, hubiese podido sentir odio
contra el príncipe que, a los ojos de sus contemporáneos,
había colmado aquel anhelo. Añádase a ello que Tibulo,
dejando a un lado Mesala y su familia, no nombra a
ningún contemporáneo excepto el poeta Emilio Mácer,
un tal Ticio y sus dos amadas, ni menciona, ni tan sólo
alude, a ningún acontecimiento histórico. ¿No ha de ser
atribuída más bien a intensidad de vida interior esta
reserva que, en cierto modo, sitúa las elegías de Tibulo
fuera del tiempo ? Tal intensidad es, en todo caso, fre-
cuente en naturalezas enfermizas e hipocondríacas como
Tibulo, obligándolas a recluirse casi angustiosamente en
sí mismas, frente a las impresiones personales del mundo
exterior, que no tocan directamente la vida de su yo.
Guarda conexión con ello, el que precisamente este
poeta sea dado a acariciar una fingida Edad de Oro
de un pasado ingenuo, o a entretejer en sus elegías
paisajes idílicos con el presente.
Recientemente se ha descubierto que la colección de elegías
llegada hasta nosotros bajo el nombre de Tibulo contiene cierto
número de elementos apócrifos. El libro III empieza con una
guirnalda de elegías (1-6) de un tal Ligdamo, un seudónimo,
que describe, más bien con sobriedad, las vicisitudes de sus
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 163

desgraciados amores con Neera, al parecer, su esposa. Por el


lenguaje y el metro depende de Tibulo, aunque sin el arte de
éste. Como los demás autores de las poesías seudotibulianas
pertenecía al círculo de Mesala, lo que explicaría la inclusión
de los poemas en la edición completa formada más tarde; pero
originariamente podían haber sido publicados aparte. Así es
posible que llegasen a conocimiento de Ovidio, quien en tres de
sus poesías intercaló, en parte literariamente, pasajes de la
elegía 5.ª, entre ellos un verso en el que se parafrasea la fecha
del nacimiento, común a ambos poetas, con las palabras: "el
año, en que perecieron juntos ambos cónsules", es decir, Hir-
cio y Pansa, en la batalla de Mútina, 43 a. de J. C.
Sigue a las poesías de Ligdamo, formando el final de este
libro o el comienzo del IV, un Panegirico de Mesala en 211 hexá-
metros, obra de pésimo gusto, cuyo autor esperaba de ella un
auxilio en su desesperada situación. Acaso el patrono, tan opu-
lento como exquisito, accedió a las pretensiones del poeta men-
digo, bajo la condición de que en adelante renunciase al servi-
cio de las Musas.
Las doce restantes breves elegías del libro tratan, sin
sucesión cronológica, de los amores de un tal Cerinto, acaso
idéntico al Cornuto de Tib. II, 2, 3, y Sulpicia, sobrina de
Mesala. Los eruditos se inclinan hoy a creer, en general, que
las cinco primeras elegías proceden de Tibulo, siendo las
siguientes de la propia Sulpicia. Sobre la primera suposición no
cabe la menor duda. Son de las elegías más graciosas que posee-
mos, y campea en ellas un espíritu enteramente tibuliano, ade-
más de que, desde el punto de vista de la técnica métrica, per-
fecta, sugieren el nombre de Tibulo. En cambio, no se ha podido
hasta ahora probar con razones decisivas que Sulpicia sea la
autora de las demás, aun cuando se haya pretendido descubrir
en las poesías vestigios de un latín femenino. Quien reconozca
a Tibulo, según el juicio general, la destreza de virtuoso en
reproducir con delicadeza y fidelidad sumas los más íntimos
sentimientos del corazón femenino, como es el caso en las cinco
primeras elegías, no puede descartar la idea de que pueda ser
también el autor de las siguientes poesías de Sulpicia, no menos
encantadoras. La diferencia que se ha creído observar entre
los dos supuestos grupos de elegías, puede ser deliberada por
parte del poeta, con vistas a una caracterización psicológica
naturalística, procedimiento a que más tarde Ovidio recurrió
164 ALFRED GUDEMAN

en las Heroidas con no menos fortuna. Por consiguiente, no


vacilo en atribuir por entero a Tibulo, de acuerdo con la tradi-
ción, este ciclo de Sulpicia. Pero, dado que todas las citas e
imitaciones de Tibulo están tomadas de los dos primeros libros,
y el mismo Ovidio, en la célebre elegía a la muerte del poeta
parece conocer como de Tibulo sólo estas elegías, las mencio-
nadas canciones de Sulpicia, guardadas en el archivo de Mesala,
no debieron ser hasta más tarde incluídas en el corpus Tibu-
llianum.
Sea como fuere, Tibulo debe su imperecedera fama a las
dieciséis elegías que, con solos 619 dísticos, están distribuídas
en los dos primeros libros de modo que constituyen el centro
del primero su amada Delia -traducción griega de su nombre
burgués Plania- y en el segundo Némesis, acaso idéntica a la
Glicera de la oda de Horacio dirigida a Tibulo ( I, 33): Tres
elegías .(I, 4, 8, 9) están dedicadas a un muchacho llamado
Marato. Es éste el único ejemplo llegado hasta nosotros de
tratamiento poético de este vicio, más bien griego, en la litera-
tura latina. Si se ha querido ver en Marato una mera figura
imaginaria, ello se debe al deseo de lavar de tal ınancha al
amable poeta. Tibulo puso significativamente en boca del dios
Príapo (I, 4) las "enseñanzas de Venus", a intención y prove-
cho de un tal Ticio, cuya esposa, empero, según el poeta añade
maliciosamente, le prohibe acordarse de ellas. Con tales ins-
trucciones eróticas Tibulo pasa a ser un precursor del Arte de
amar de Ovidio. En I, 7 el poeta felicita a su amigo Mesala por
su cumpleaños, y ya que precisamente en ese día triunfó de
los aquitanos (25 sep. 27) , preséntase por sí misma la ocasión
de celebrar al mismo tiempo su victoria. Contrasta en cierto
modo con ella su elegía más antigua ( I, 10) en la que maldice
la guerra y describe amablemente las delicias y bendiciones de
una existencia bucólica. Son igualmente de contenido no eró-
tico la encantadora descripción de una fiesta primaveral (II, 1) ,
un sentidísimo poema de cumpleaños (II, 2) a Cornuto ( = Ce-
rinto ? véase página 163) y un canto festivo (II, 5) en honor de
Mesalino, el hijo de Mesala, en el que se dejan oír, empero,
ciertas notas elegíacas. Constituyen, sin embargo, lo más valioso
de su producción los cantos a Delia y a Némesis ; los amores
más tardíos con la codiciosa y tornadiza Némesis parecen haber
sido de duración más breve y de menor intensidad. Pero la
aventura con Delia no se desarrolló tampoco según los deseos
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 165

del poeta: un opulento rival y una celestina intervienen en


ella. Más tarde encontramos a Delia casada, y el enamorado,
ahora definitivamente despedido, advierte al esposo y le ruega
-¡ocurrencia originalísima !- que sea el guardián de la virtud
de la infiel.

Apesar de los numerosos tópicos elegíacos y moti-


vos eróticos, que tampoco faltan en Tibulo, estas poe-
sías nos encantan por lo cordial y simple del sen-
timiento, encanto realzado por notas de dulce melancolía
y por la pintura de idílicos paisajes. Tibulo desdeña
esencialmente cuanto signifique vigor lógico en la com-
posición ; el no tener esto en cuenta, ha motivado fre-
cuentes transposiciones por parte de los editores.
Déjase llevar, en apariencia involuntariamente, de sus
pensamientos, sin soltar, empero, del todo los hilos
de la mano. Es un modelo insuperable de este arte de
disimular el arte, la elegía I, 3, acaso la reina de todas
las elegías latinas. Una importuna erudición mitoló-
gica no viene a turbar, en Tibulo, el placer del lector,
como a menudo ocurre con Propercio. Dejando aparte
el sistema de tópicos elegíacos, en Tibulo la influencia
helenística revélase tan sólo en una pequeñez, es a
saber en la rima de los dos hemistiquios del pentáme-
tro, que se da en él, como en Propercio y Ovidio, con
mucho mayor frecuencia que en los elegíacos prealejan-
drinos. En cambio, en la perfección técnica de sus dís-
ticos, cuya estructura adaptase admirablemente a la
unidad del pensamiento, supera a sus predecesores, así
latinos como griegos, por lo menos hasta donde permi-
ten juzgar las obras llegadas a nosotros, no igualándole
en ello más que Ovidio. Como es artificiosa su métrica,
es cristalino su lenguaje y noble su estilo. Domina
también los recursos de la retórica, pero los emplea con
discreción y gracia muy superiores a los de los poetas
más tardíos, de modo que el lector experimenta sus
efectos sin tener conciencia de la causa.
166 ALFRED GUDEMAN

S. Propercio (с. 50-40 — с. 16-15). Respecto de su


vida estamos algo mejor informados que acerca de la de
Tibulo, por la única razón de que sus mismas poesías
nos proporcionan algunos detalles. Según éstos, nació
en la pequeña ciudad umbra de Asís, de familia bur-
guesa, establecida en ella desde antiguo. Perdió a su
padre en temprana edad, y hubo de sufrir, como Vir-
gilio y Tibulo, por la distribución de tierras entre los
veteranos el año 41. Pero si repetidamente se presenta
como poeta pobre, trátase sin duda únicamente de la
"pose" habitual, pues hacía en Roma libre vida de
soltero, teniendo su domicilio en el Esquilino, y estando
su existencia, al parecer, al abrigo de los cuidados
materiales. Lo demuestra asimismo la exquisita educa-
ción que debió de recibir a juzgar por la cultura eru-
dita y artística revelada en sus poemas. "Al despertar
una mañana -como Byron- se encontró famoso" con
sólo la publicación, verificada en edad juvenil, de su
primer libro de elegías, que llevaba como título el nom-
bre de su amada Cintia, la cual llamábase en realidad
Hostia. Este éxito sensacional del poeta, muy joven
todavía en años, proporcionóle la entrada en el círculo
literario de Mecenas. La protección de este personaje
pudo reportar a Propercio ventajas personales no
menos que materiales ; para la historia de la literatura
fué, en todo caso, de suprema importancia, pues al
estímulo de aquél, debemos que el poeta, una vez
enfriada la pasión por Cintia, mejor dicho, rotas sus
relaciones con ella, recurrió a temas patrióticos de la
historia y de la leyenda romanas, en los que su talento
brilló bajo un aspecto enteramente nuevo. Verdad es
que se resistió largo tiempo a la presión de Mecenas,
pretextando no sentirse a la altura de la tarea impuesta ;
por último, apoderóse de él la ambición de ser el " Calí-
maco romano" en el dominio de la poesía etiológica,
como antes lo había sido en el de la elegía amorosa.
Horacio alude irónicamente a este título de gloria, y
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 167

Propercio no menciona una sola vez a su rival. Los dos


caracteres divergían demasiado para que fuese posible
una relación de amistad; parece también que Mecenas
no sentía íntima simpatía por el borrascoso erotismo de
Propercio, pues de lo contrario no se habría esforzado
en apartarle de este camino, en el mismo sentido en que
Horacio prohibía a su amigo Tibulo cantar en versos
elegíacos penas de amor inmoderadas. Una muerte pre-
matura, hacia 16-15, impidió al poeta perseverar en la
nueva dirección emprendida; pero no había de tardar
en surgir un digno continuador de su obra : Ovidio.
La mujer que incendió el corazón del inflamable joven, con-
virtiéndole en poeta erótico, nos es conocida por sus poesías.
Según él, estaba, desde luego, adornada con todos los encantos
del cuerpo y todos los prestigios del espíritu; pero tales testi-
monios, como en el caso de la Lesbia de Catulo, son de escaso
valor biográfico. Lo único cierto es que su condición social
excluía la posibilidad de un matrimonio legal con el poeta.
Sus relaciones, con la interrupción de un año de castigo, a que
el poeta habíase hecho acreedor por su propia culpa, duraron
en total cinco años, pasando durante este período por las eta-
pas ordinarias : solicitación vehemente, delirante felicidad, tor-
turas de los celos y maldición de rivales reales o imaginarios,
melancólica desesperación, reconciliación, nuevas querellas,
enfriamiento y ruptura duradera, que termina definitivamente
la novela con la muerte de Cintia, acaecida al breve tiempo.
En una elegía del último libro Propercio conjura la sombra de
la amada, proyectando así un brillo transfigurador sobre los
venturosos días pretéritos. Todo el drama de estos amores des-
pliégase en treinta y cinco elegías, que el poeta, deliberada-
mente, no compiló según un orden cronológico riguroso. Más
de la mitad corresponden al primero de los cinco libros, que
en tiempo de Marcial solía ser regalado suelto (monobiblos) .
Además de las elegías a Cintia encontramos cierto número de
elegías amorosas de carácter general, como II, 12, en la que
con gracia exquisita discute la pregunta : ¿por qué se repre-
senta al dios Amor con alas, y con arco, saetas y carcaj ? Dos
poesías de incomparable dulzura, que revelan a Propercio deli-
cado conocedor del corazón femenino, son la carta de la angus
168 ALFRED GUDEMAN

tiada Aretusa a su esposo Licotas, que se encuentra en cam-


paña (V, 3 ) , precedente de las Heroidas de Ovidio, y la célebre
elegía final de toda la compilación (V, 11). En ésta la noble
Cornelia, hijastra de Augusto, recuerda desde su tumba pré-
matura su inmaculada vida, y prodiga a su esposo e hijos
consuelos y normas de conducta que revelan excepcional gran-
deza de alma .

En la primavera de su amor arde la llama de la


pasión sensual y son infinitamente múltiples las situa-
ciones y cuadros que la lujuriante fantasía del poeta
nos presenta. Se recibe la impresión de sucesos real-
mente vividos, de sensaciones auténticas ; impresión
que nada enturbiaría, de no haber Propercio, seducido
por modelos alejandrinos, impedido frecuentemente la
arrebatadora corriente de sus sentimientos con la inser-
ción de eruditas reminiscencias mitológicas. Estando
las más de las veces esbozados solamente tales paralelos
eróticos, y tomados a menudo de ciclos de leyendas
remotas, la comprensión de los mismos requiere muchas
veces extraordinario esfuerzo por parte del lector.
Añádasę a ello que Propercio, llevado por la emoción,
exige de la capacidad expresiva del languaje casi lo
imposible, por lo que es uno de los poetas romanos
más difíciles.
Tales peculiaridades son menos aparentes en las elegías del
libro V, en las que, por lo que respecta al contenido, pisa otro
terreno. Trata asuntos patrióticos del inmediato presente, como
la victoria de Accio, discute leyendas de las llamadas etiológi-
cas o etimológicas al modo de las aitias (causas) de Calímaco,
por ejemplo, el origen de los antiguos ritos, usos, fiestas y
juegos romanos, lo que motiva frecuentes descripciones de suce-
sos enlazados con los mismos, como la muerte de Caco a manos
de Hércules, la fábula de la traición de Tarpeya y otras leyen-
das de los primeros tiempos de Roma. Todas estas poesías son
pequeñas obras maestras, en las que la erudición de Propercio
campea de modo irresistible, moviéndose su fantasía por cami-
nos más sosegados.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 169

Ya en la Antigüedad reinaba desacuerdo acerca de


si la palma de la poesía elegíaca correspondía a Tibulo
o a Propercio ; pues tácitamente excluíase a Ovidio
del concurso En efecto, se tenía la sensación de que las
elegías eróticas de éste, aunque nacidas de honda expe-
riencia y basadas en fina observación psicológica, en
general sabían más a retórica, por lo que no producían
la impresión de lo directamente vivido, como las de sus
dos predecesores. Y de hecho, la comparación entre
ambos poetas se impone a todo lector. En fantasía
creadora y fertilidad de ideas, en ardiente pasión y
fuerza de sentimiento, en el léxico y en riqueza de imá-
genes, en la invención de motivos eróticos o en el empleo
de los mismos siguiendo modelos alejandrinos, Proper-
cio lleva gran ventaja a Tibulo. Pero le es inferior en
la insinuante dulzura y sencillez del sentimiento, en el
entusiasmo por el sosiego de la vida campestre y
el amor a lo doméstico, lejos de guerra, peligros y cui-
dados. Propercio es un hijo de la metrópoli ; Tibulo, en
esto muy parecido a Virgilio, es un carácter más bien
sentimental, de inclinaciones bucólicas, que, como ya
hemos observado, vuelve los ojos hacia una dorada edad
de apacible ventura para sumirse en ella. El lenguaje de
Propercio es, en parte, oscuro y retorcido, lo que a
menudo hace difícil retener el curso de sus ideas; el
de Tibulo, por el contrario, es de simplicidad y trans-
parencia extraordinarias. Si aquél deja mucho que
desear como versificador, éste es un artista de primer
orden, que en la estructura del dístico elegíaco alcanza
un nivel de perfección jamás superado. En general, los
antiguos dieron la preferencia a Tibulo, los modernos
se inclinan más bien a Propercio, pues en el primero
ven al artista consumado, y atribuyen al segundo supe-
rior genio poético, contraste que ya hemos advertido
antes (véase pág. 83) . Fundar en razones estéticas o
científicas una decisión al abrigo de toda objeción, es
imposible, ya que la crítica siempre ha de estar influída
170 ALFRED GUDEMAN

por el ánimo individual del juzgador, dependiendo


especialmente de las cualidades que se cree con derecho
a exigir como imprescindibles al poeta elegíaco. En estas
condiciones, es recomendable, como en la disputa sobre
si es más grande Goethe o Schiller, alegrarse de que
la literatura latina nos ofrezca "dos tipos así", y
de que se haya conservado la producción completa de
los dos.
Pero no hay indicios de una supervivencia activa
de Tibulo ni de Propercio. Ovidio está bajo su influjo,
son leídos con gusto hasta los tiempos de Adriano y
Suetonio escribió sus biografías; pero san Jerónimo,
que en su Crónica utiliza la obra de Suetonio sobre los
poetas, omite hablar de ellos. Desde el siglo rv hasta la
época del Renacimiento apenas se encuentran vestigios
de que fuesen conocidos, a excepción de algunos ver-
sos de Tibulo que se incluyeron en florilegios medieva-
les. La razón de este olvido estriba principalmente,
como en el caso de Catulo y en oposición al de Horacio
y Ovidio (véase pág. 89) en el carácter preponderan-
temente personal de tales elegías. Que el contenido eró-
tico no tuvo parte en ello, lo demuestra el que Ovidio
gozase de ininterrumpida aceptación, llegando a eclip-
sar durante siglos a sus grandes predecesores (véase
pág. 181) . La época moderna ha restablecido a los dos
elegíacos en la plenitud de sus derechos, pero sin que
hayan ejercido notable influencia en poetas, si se excep-
túa a Goethe, a quien, como es sabido, el entusiasmo por
Propercio indujo a escribir las Elegías romanas, y aun
esto no sin sufrir los ataques de una oposición farisaica.
P. Ovidio Nasón (20 marzo 43 a. de J. С. — са. 18
después de J. C.) . Sobre la vida y las obras de ningún
poeta romano poseemos tantas noticias de fuente
auténtica, entre ellas una autobiografía (trist. IV, 10)
como sobre Ovidio. Nació en la pequeña ciudad pelignia
de Sulmo (la actual Sulmona, Italia central) , pertene-
ciendo a una familia ecuestre, rancia y acomodada.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 171

Educado en Roma, siguió con afición los cursos de


célebres retóricos, cuyas declamaciones sobre casos ima-
ginarios, las llamadas suasorias, solía versificar ; pero
era reacio a toda argumentación rigurosa. Ovidio era
poeta nato, pues, como él mismo dice "lo que intentaba
escribir, me resultaba verso", confesión que el poeta
inglés A. Pope imitó en estos términos : "Balbuceaba en
verso y los versos se presentaban. " Su padre destiná-
bale a la carrera jurídica, pues consideraba, y con
razón (véase pág. 127) , que el arte poético no daba pan,
y solía predicar esto a su hijo, apoyándose en que el
mismo Homero no había ganado riquezas. Ovidio acce-
dió a su deseo, llegando a desempeñar en la judicatura
un empleo secundario que, siguiendo irresistible impul-
so, no tardó en trocar por el servicio de las Musas.
El padre, que murió a los 90 años, más tarde debió
estar satisfecho con la gloria poética de su genial hijo,
de cuya desgracia no fué testigo, Ovidio casó muy
joven, si bien este matrimonio, lo mismo que otro subsi-
guiente, fué de breve duración; en cambio, su tercera
esposa, una viuda de la ilustre familia de los Flavios,
le permaneció fiel hasta el fin de sus días, incluso
durante su lejano destierro. De esta relación de fami-
lia, al contrario de la desenfrenada vida de soltero de
sus dos predecesores, se deduce que, si sus poesías eró-
ticas que no sean de carácter general- se agrupan
en torno de una amada con el nombre ficticio de Corina,
ésta existía únicamente en su fantasía, sirviéndole de
mero pretexto. Que no se trataba de una aventura
vivida, demuéstralo el que en Roma procuróse en vano
descubrir su identidad, que en los casos de Licoris,
Delia, Némesis y Cintia, a pesar de los nombres ficti-
cios, era un secreto a voces ; hubo damas que creyeron,
erróneamente, ser la célebre Corina. Hasta el año 8 des-
pués de J. C., Ovidio vivió entregado por entero a sus
aficiones poéticas, en posición desahogada, en medio de
una sociedad que le era altamente simpática, gozando
172 ALFRED GUDEMAN

de una gloria creciente. Entonces, de pronto, cual rayo


caído de un cielo sereno, le hirió un golpe del Destino.
El César lo desterró a la lejana y bárbara Tomi, en el
glacial pais de los getas, en la costa occidental del Mar
Negro, la actual Dobrucha.
Los motivos de tan cruel castigo han excitado en sumo
grado la curiosidad de la posteridad. El propio Ovidio, la única
fuente de información de que disponemos, limitase a alusiones
más o menos generales o disimuladas, que no levantan el velo
del misterio ni tampoco deberían o podrían. Lo único que de
ellas se infiere con suficiente claridad, es que el poeta, contra
su voluntad, había sido testigo ccular de una acción criminal
que tocaba muy intimamente al César, y que el carácter diso-
luto de su Arte de Amar le había hecho aparecer como cau-
sante moral de la misma. Ahora bien, como por el mismo
tiempo fué también desterrada Julia, la nieta del Emperador,
se ha supuesto, acaso no sin razón, que se trataba de las rela-
ciones adulterinas de ésta con D. Silano. És obvio, y el propio
poeta lo confirma, que el Arte de Amar, el cual hacía ya diez
años que se encontraba en manos del público, no pudo haber
entonces desencadenado hasta tal punto las iras del César con-
tra su autor; pues no pasa de ser una anécdota forjada para
suplir el desconocimiento de los hechos, el que aquel poema se
encontrase a la sazón en manos de la culpable pareja. Puede
también que un delator malévolo, acaso idéntico al atacado en
el Ibis (véase pág. 180) , denunciase el libertino poema como un
cargo más contra el poeta, envuelto en aquel suceso.

Al partir para el destierro, Ovidio había terminado


hacía tiempo la etapa de sus poesías eróticas, había
dado fin a las Metamorfosis, y escrito la mitad de los
Fastos, pero el poeta, destrozado, no tuvo ya fuerzas
para terminar la obra. Su actividad poética agotóse en
interminables lamentos, en la justificación de su poesía
amorosa, en maldiciones a sus enemigos, y en contritas
súplicas para obtener gracia o por lo menos el traslado
a un país más culto y de clima más tolerable. Parecía
ya que Augusto, acaso por la mediación del noble
Germánico, inclinábase a la benevolencia, cuando falle
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΝΑ 173

ció (14) , y con su sucesor Tiberio se desvaneció toda


esperanza de indulto. Así Ovidio murió, destrozado el
corazón, el año 18, sin haber vuelto a ver su Roma tan
ardientemente amada, encontrando sus restos mortales
sepultura en el mismo lugar del destierro.
Ovidio se dió a conocer del público, en edad muy juvenil,
con elegías eróticas. Obtuvieron entusiasta aceptación. La colec-
ción, titulada Amores, comprendía originariamente cinco libros,
que más tarde el poeta, suprimiendo poesías de mérito infe-
rior, y añadiendo otras nuevas, editó en tres libros, siendo esta
segunda edición la que ahora poseemos. A excepción de la
poesía sobre la imperecedera gloria de los poetas (I, 15) -Ovi-
dio era un crítico de sus contemporáneos singularmente gene-
roso , la descripción de un cortejo en honor de Juno ( III, 13 )
y la exaltada elegía a la muerte de Tibulo (III, 9) , escrito
hacia 19-18, la colección contiene cuarenta y cinco elegías, la
mayoría más bien breves, de contenido erótico, de las cuales
sólo doce dirigidas a su supuesta amada Corina. Esta despro-
porción prueba también (véase pág. 177) que se trata de una
ficción. El autor domina. toda la escala de tópicos y motivos
eróticos con soberana maestría, y con admirable plasticidad
pinta situaciones y escenas, sin molesta intromisión de la gran
cultura mitológica del poeta. Algunas elegías delatan con exce-
siva claridad al estudiante de retórica, por lo que con frecuen-
cia nos permiten dar una ojeadá en el taller mecánico de su
fantasía. Respiramos una atmósfera de intensa sensualidad, y
en su cínica frivolidad Ovidio no retrocede ante descripciones
lúbricas. Pero flota sobre el conjunto una serena alegría de
vivir, conciliadora, y la ligereza genial y la gracia de sus ver-
sos, en los que son vencidas, como por juego, todas las difi-
cultades, y que se deslizan gozosamente, a modo de susurrante
arroyuelo, producen en el lector un efecto irresistible, mag-
nético.
Contemporáneamente a los Amores escribió Ovidio las Heroi-
das. Son diccisiete cartas, en dísticos, de mujeres célebres de la
leyenda griega a sus maridos o amantes ausentes . Movióle
acaso a escribirlas la carta de Aretusa a Licotas por su amigo
Propercio, la cual, según está probado, conocía. Se ha creído
que Ovidio reclamaba injustamente la prioridad para sí ( illud
novavit opus); pero tal suposición pierde fuerza si se piensa que
174 ALFRED GUDEMAN

novavit significa con no menos frecuencia "renovar" que "fun-


dar de nuevo". La relación es muy análoga a la de Horacio con
Catulo (véase página 147) ; en ambos casos trátase, por parte
de los predecesores en el tiempo, sólo de tentativas sueltas; en
cambio, Horacio y Ovidio fueron los perfeccionadores del res-
pectivo género poético. Nos presenta, en su mayoría, mujeres
desgraciadas en amor o abandonadas. Así, para mencionar al
menos algunas, Briseida escribe a Aquiles, Enone a Paris,
Hipsípila y Medea a Jasón, Dido a Eneas, Deyanira a Hércu-
les, Ariadna a Teseo. Pintan su situación desesperada y se
esfuerzan en atraer de nuevo a sus amantes. Indignación, celos,
amenazas, maldiciones, angustia y declaraciones de amor a
pesar de las injurias sufridas, todos los sentimientos que se
pueden agitar en un corazón apasionado, alternan en abiga-
rrada sucesión. Profundo conocimiento del alma femenina,
asombrosa sensibilidad, que se manifiesta en numerosos ras-
gos delicados, son los caracteres más salientes de estas epís-
tolas, cuyo contenido, puramente mitológico, deriva de nume-
rosas fuentes, en su mayoría aun precisables. Mientras las
elegías a Corina nos dejan bastante fríos, gracias al arte del
poeta sentimos íntima y viva simpatía por los infortunios
amorosos de estas mujeres. Un amigo de Ovidio, Sabino, había
escrito respuestas; se han perdido, pero a imitación suya el
mismo Ovidio más tarde añadió cartas dobles, entre Paris y
Helena, Faón y Safo, Leandro y Hero, Aconcio y Cidipe.
Se puede observar, lo que es curioso y aun sorprendente, que
las cartas de hombres son algo inferiores a las de mujeres por
lo que respecta a penetración psicológica y a verdad humana.
Hemos de dedicar breves palabras a una objeción hecha repe-
tidamente a Ovidio. Se ha considerado intolerable anacronismo
el hecho de escribir en sí, censurándose además, por ridícula,
la supuesta posibilidad, en la situación en que están escritas las
cartas, de hacer llegar éstas a sus destinatarios. El poeta tuvo
presente tal objeción, pues en dos casos procuró justificar el
envío. Por lo demás, Ovidio se colocó, y con razón, por encima
de tales superficialidades pedantescas. Son convencionalismos
en todo tiempo permitidos a los poetas, como, por ejemplo, los
del drama, en el que los personajes improvisan espirituales
diálogos en versos perfectos, o un coro canta canciones reple-
tas de alta poesía y de sugestivas ideas. Lo que importa no es
el marco, sino la representación artística y la ejecución técnica
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 175

del cuadro en aquel contenido. Es indudable que estas cartas


las trazó el pincel de un gran pintor de almas y un conocedor
incomparable del corazón femenino.
Si Plauto en una ocasión dice de una cortesana que no nece-
sita de aditamentos externos para ser bella, en el sentido del
poeta inglés : " La belleza sin adorno es su más rico adorno" , y
si Propercio asegura a su Cintia que no tiene necesidad de
teñirse el cabello, trátase en realidad de transparentes lison-
jas, que no corresponden a los hábitos mujeriles de todos los
tiempos. Y así no ha de admirarnos que Ovidio, a fuer de maes-
tro de amor que vivía palpando la realidad, proyectase escribir
un vademécum de arte cosmética (Medicamina faciei) . Nos ha
llegado incompleto en cincuenta dísticos. Asombra tan pro-
fundo conocimiento de la materia por parte de un hombre,
aunque limitóse a versificar una especie de catálogo de dro-
guero. Dejando a un lado la graciosa introducción, que abarca
exactamente la mitad del fragmento, este poema es, en todo
caso, la producción menos valiosa de la musa ovidiana.
A mayor altura remontóse el poeta con su Arte de Amar
(Ars amandi o amatoria), en tres libros, con un total de 1165 dis-
ticos. Es éste un poema didáctico de muy artística disposición,
que inauguró un nuevo género poético, aunque ya Tibulo y
Propercio en algunas de sus elegías habían espårcido normas
de conducta para uso de enamorados. En el primer libro trata
el poeta de la busca y conquista de la joven, en el segundo
enseña cómo conservar su amor, y en el tercero, por último,
que originariamente acaso no entraba en su plan, las jóvenes
reciben a su vez lecciones de arte amatoria, con idéntica com-
petencia. En una segunda obra, "Remedios contra el amor"
(Remedia amoris), destinado a ambos sexos, Ovidio muestra
cómo defenderse contra la amorosa pasión. Esta contraposi-
ción consciente obliga ya por sí sola a concluir que el poeta,
aunque adopte un aire de sistematizador del arte amatoria, en
realidad sólo quiso entregarse a un alegre juego de la fantasía,
pudiendo haber creído honradamente embotar el carácter las-
civo de este poema didáctico, que había suscitado censuras,
encareciendo que no pensaba en la honrada matrona o en la
virtuosa doncella, sino en las damas galantes romanas, a
quienes iban ya dirigidas, en su mayor parte, las efusiones
poéticas de sus predecesores Catulo, Galo, Tibulo y Propercio .
Y le daremos la razón, pues no es creíble que jamás una
176 ALERED GUDEMAN

romana se hubiese dado al libertinaje a causa de los líbriços


versos del Arte ovidiano o, que un carácter de alguna firmeza
moral se hubiese descarriado, seducido por la lectura de los
mismos. Para prevenir tal efecto o tal intención Ovidio se
esfuerza, con éxito, en adornar las partes puramente dogmáti-
cas con sentencias brillantes y ejemplos poéticamente decora-
dos del rico tesoro de la leyenda griega, y todo ello expuesto en
un lenguaje de maravillosa claridad y en versos de una fluidez,
en la que Ovidio es insuperable. Tales excelencias, puramente
poéticas, nos levantan por encima de la frivolidad y de la
intrínseca corrupción del tema, y convierten la Ars amatoria
en una obra maestra de primer orden. Quedó terminada el
año 2 después de J. C., y con ella Ovidio, que ya pasaba de los
cuarenta, se despidió de la poesía erótica.
En su juventud Ovidio había ya escrito una tragedia, Medea,
que se podía calificar de elegía erótica dramatizada. El asunto.
tratado infinidad de veces, debió de atraerle de modo especial,
pues presentó el episodio final también en la carta de Medea a
Jasón, y en las Metamorfosis pinta su lucha entre el deber y el
amor çon brillantes colores, descripciones que pueden sugerir-
nos una idea de sus procedimientos dramáticos. La obra se ha
perdido, con la excepción de dos únicos versos. Pero no pode-
mos dejar de mencionarla, pues esta tragedia, a juicio de Quin-
tiliano y Tácito, merecía ser considerada, con el Tiestes de
Vario, como la más notable producción del teatro romano.
"Demostró de lo que era capaz este poeta, si en vez de dar
rienda suelta a su fantasía hubiese preferido frenarla."
Comparando la poesía erótica de Ovidio en general con la
de Tibulo y Propercio, la diferencia más arriba indicada (véase
página 169 ) , si es lícito emplear una imagen moderna, se puede
expresar plásticamente ast: Ovidio guarda con sus dos prede-
cesores la misma relación que una película de técnica perfecta
y gran espectáculo con una representación escénica palpitante
de vida.
De la poesía elegíaca Ovidio pasó a la historia mítica, eli-
giendo las leyendas de metamorfosis, que tan importante papel
desempeñan en la mitología griega. Poetas helenísticos como
Boyo, Nicandro y Partenio ya habían tratado poéticamente la
misma materia, pero además estaban a su disposición otras
muchas fuentes, incluso en prosa. Su conocimiento profundo
del objeto, que ya se revela en sus obras juveniles, junto con
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 177

una memoria infalible, permitiéronle dar cima, en el espacio,


relativamente corto, de seis años, a la extensa obra de la
Metamorfosis, en quince libros, con unos 12000 hexámetros.
Al caer sobre él la mencionada catástrofe, cuéntase que, en su
desesperación, lanzó el original al fuego. Ello puede ser verdad
en el fondo, pero bien sabía que ya se habían sacado copias y
expresó su satisfacción de que se conservase la obra. Si suplica
indulgencia a sus lectores, porque el poema, falto de la última
lima, presenta ciertas imperfecciones, no parece concordar con
ello el epílogo (XV, 871-879) , en el que, en versos impetuosos
y rebosantes de justificado orgullo, profetizą su fama inmor-
tal de poeta.
Empezando por la repoblación de la Tierra después del
Diluvio, con lo que Deucalión y Pirra pasan a ser los más
antiguos ejemplos de metamorfosis, Ovidio desgrana en la más
abigarrada abundancia centenares de fábulas de este género ; el
relato ora es breve, ora adopta una sosegada amplitud, aunque
siempre con la misma admirable y viva plasticidad. Tales poe-
mitas, empero, no se suceden en calidoscópico desorden; el
poeta, en virtud de su casi inagotable invención, sabe enlazar
genealógica o cronológicamente, por medio de múltiples trán-
sitos, las leyendas más distintas. Es innegable que algunos de
tales tránsitos son rebuscados y trídos por los cabellos, pero
estos casos desaparecen enteramente bajo la gran masa de los
afortunados. Es del todo inverosímil que una técnica de la
composición tan perfecta no sea original, debiéndola mera-
mente a sus predecesores. Por lo demás, respecto a la enorme
riqueza de materia y a sus fuentes, hasta donde éstas son preci-
sables, Ovidio conserva plena libertad de estructura. No es posi-
ble aquí la enumeración de los más célebres y afortunados rela-
tos, en los que a menudo el contenido épico se decora con
rasgos elegíacoeróticos; indicaremos, al menos, los siguientes :
Faetón (II, 1-366) , Narciso y Eco (III, 339-510), Píramo y
Tisbe ( IV, 53-165) , historia cuya escasa difusión hace obser-
var el mismo Ovidio, y que había de inspirar. como es sabido, a
Shakespeare una parodia genial en el Sueño de una noche de
verano, Fineo (V, 1-235), Níobe (VI, 146-312), Procne y Filo-
mela ( VI, 412-674 ) , Jasón y Medea (VII, 1-293) , Escila (VIII,
1-151) , Meleagro (VIII, 260-546 ) , Filemón y Baucis (VII, 607-
715), Orfeo (X, 1-105) , Ceix y Alcione (XI, 410-748) y el juicio
de las armas (XIII, 1-397) . Los dos últimos libros tratan espe

12. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed .


178 ALFRED GUDEMAN

cialmente de mitos romanos, constituyendo así una especie de


preludio a los Fastos (Calendario de fiestas). La obra se ter-
mina con una apoteosis del gran César y de Augusto (XV, 745-
870). Este homenaje apenas llegó a noticia del "Júpiter de la
Tierra" (XV, 858-860 ) ; en todo caso el poeta patriota no sos-
pechaba cuán pronto había de herirle el rayo de aquel Júpiter.

Con las Metamorfosis, Ovidio se remonta al cenit


de su talento poético. Brillante fantasía, lenguaje rico
en imágenes, pero diáfano al mismo tiempo, verso
incomparablemente perfecto, distinguen en alto grado
esta obra. Manifestó además un don que sus anteriores
poesías apenas permitían suponer. Con este colorido
ciclo de poemitas, Ovidio se pone en primera fila de
los grandes virtuosos de la narración, muy raros en la
literatura universal. Pues si prescindimos de los cuen-
tos, que revelan un admirable arte narrativo, pero
carecen de personalidad literaria, y también de Hero-
doto, cuyas historias muchas veces arraigan en anti-
guos cuentos, en este género y en la Antigüedad sólo
podríamos citar como rival de Ovidio además de
Petronio, de cuya obra sólo fragmentos poseemos, a
Apuleyo. Después, en el arte de la narración no encon-
tramos dignos rivales del autor de las Metamorfosis
hasta Chaucer, Boccaccio y Scott, no debiendo pasar
por alto que, en todos estos casos, además de Ovidio
sólo Chaucer escribió en verso.

Contemporáneos de las Metamorfosis son los Fastos, obra


enteramente original, cuyo objeto es el calendario de las fies-
tas romanas ; enderezada a fines patrióticos, está dedicada a
Augusto, a quien el poeta glorifica con exaltación. Estaban
terminados los seis primeros meses, como ya hemos observado,
al sobrevenir la catástrofe. En el destierro y después de la
muerte del César el autor empezó una refundición del poema.
Había de ir dedicado a Germánico, pero no pasó del libro II,
faltándole los ánimos para escribir la segunda mitad que fal-
taba. Así esta hermosa obra quedó truncada, no publicándose
hasta después de su muerte.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΙΝΑ 179

En las Metamorfosis, a pesar de la riqueza casi abrumadora


de la Materia, Ovidio había creado una epopeya narrativa toda
de una pieza, limitándose casi exclusivamente a los mitos de
transformaciones, los cuales, como hemos visto, dispuso según
lazos cronológicos o genealógicos. En los Fastos tal unidad de
composición era imposible, porque la explanación de un calen-
dario de festividades estaba enlazada con los distintos meses y
con la significación de determinados días. El poeta procede
explicando la etimología de los nombres de los meses, enume-
rando los fenómenos celestes y constelaciones, y mencionando
brevemente los mitos estelares correspondientes el gran eru-
dito alejandrino Eratóstenes las había recopilado en una obra
célebre. Ello se explica por haber tratado Ovidio extensamente
esta materia, que en la Antigüedad gozaba de un prestigio
casi incomprensible para nosotros, en sus Phaenomena, com-
puestos por el mismo tiempo de los Fastos. Forma, empero, el
núcleo de todo el poema la descripción de las fiestas romanas
y usos rituales, con la indicación de su origen (sacrorum origo),
siendo las aitias de Calímaco el modelo canónico del género.
Al tratar las leyendas romanas reconoce la prioridad a Pro-
percio (véase pág. 168) , pero Ovidio le aventaja, por cuanto
expone minuciosamente también las leyendas de la protohisto-
ria romana, en especial interesantes acontecimientos del período
monárquico. El material arqueológico está tomado en su mayor
parte de Varrón, de una guía a través del calendario debida a
Verrio Flaco, y de Higino, dos eruditos filólogos de su tiempo;
pero la pérdida de estas obras no permite precisar la cuantía
de los elementos aprovechados por Ovidio. En todo caso, no
cabe atribuir a Ovidio estudios científicos propios, pues las
inexactitudes astronómicas descubiertas en su obra, delatan
una utilización precipitada de sus obras de consulta. Importa-
bale meramente revestir de poesía la materia dada, con vistas
al placar del lector y a la satisfacción de los sentimientos
patrióticos de sus contemporáneos, y no cabe duda que Ovidio
realizó plenamente este fin. Para no hablar de su versifica-
ción, sencillamente perfecta, como de ordinario, hemos de admirar
el arte con que varía siempre los procedimientos de intro-
ducción y de exposición. Una vez son los mismos dioses omnis-
cientes, por ejemplo, Jano, Marte, Venus, Mercurio Minerva,
Juno y las Musas, los que dan minuciosa respuesta a las pre-
guntas del poeta; otra vez son una enterada matrona, un vete
180 ALFRED GUDEMAN

rano, un sacerdote o un huésped, los que explican un acon-


tecimiento o disertan sobre el origen de un uso ritual o de una
fiesta Gracias a este juego de preguntas y respuestas las vene-
rables leyendas adquieren dramatica vida. En ocasiones entre-
teje asimismo encantadores relatos, que nada tienen que ver
con el tema : por ejemplo, el rapto de Proserpina, sólo por el
placer de contar, que caracteriza a Ovidio como a ningun otro
poeta romano. En rigor, este poeta, liberal, arraigado con todas
las fibras de su ser en el presente mundano, no tiene intima y
piadosa relación con el vetusto pasado, como un Virgilio, un
Tibulo o un Livio. Así ocurre que en esta obra se observa
mayor retoricismo en el modo de tratar la materia, aunque sólo
perceptible para lectores habituados a analizar tales recursos
del lenguaje y del estilo.
Pero a tal actitud objetiva, a tal carencia de sensibilidad
religiosa debemos atribuir el que Ovidio en los Fastos pudiese
revelar un aspecto de su múltiple talento, que hasta entonces
había quedado oculto o había aparecido tímidamente, una cua-
lidad que no encontramos en la literatura conservada de la
época de Augusto, a excepción de Horacio y de la Copa: el
humor y en su forma mas graciosa, sin resabios satíricos.
Ofrecen algunos ejemplos, entre muchos, las regocijadas his-
torias de la parlanchina Lara de Anna Perenna del Sileno
gloton de miel, de la cazadora Carna y de la huelga de los
flautistas.

Ovidio habría dejado aún otras muestras espléndidas de su


alegre carácter, de haber continuado esta obra con anteriori-
dad a su desgracia. La Musa permaneció fiel a su lado durante
los diez años del destierro escribir versos fué como él mismo
dice, el único consuelo que le quedaba , pero excepto un
poema, sin terminar, sobre los Peces (Halieutica), y tres pane-
gíricos, a un triunfo de Tiberio, a la muerte de Augusto y a la
familia imperial -¡este último en lengua gética !- sólo consi-
guio arrancar a su lira cantos de duelo y de lamentación.
En un poema injurioso, Ibis, libre imitación de la invectiva,
del mismo título, de Calímaco contra el épico Apolonio de
Rodas el título designa un ave sordida , Ovidio ataca en
321 dísticos a un encarnizado enemigo de Roma, que parece
haber sido el principal culpable de su destierro. Acumula sobre
el innominado -para los lectores contemporaneos su nombre
no debía constituir ningún secreto- un abrumador alluvio de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 181

maldiciones e imprecaciones de todos los castigos imaginables.


Nada autoriza a ver en este poema, como de hecho ha ocu-
rrido recientemente, la mera invención de una fértil fantasía.
La erudición almacenada en él, las alusiones deliberadamente
oscuras han convertido el poema en uno de los más difíciles
de la literatura latina. Han llegado a nosotros algunos frag-
mentos de un comentario antiguo, que, al parecer, debía mucho
a Teón, célebre anotador de Calímaco de la epoca de Augusto.
Las Tristes (Tristia) en cinco libros con 1764 dísticos en
total, y las Cartas Pónticas, en cuatro libros con 1637 dísticos,
sólo difieren entre sí por el título, segun nota del mismo poeta,
y porque en la segunda obra se cita por los nombres a los
destinatarios. En las Tristes, escritas primero, no se había
atrevido a ello, a fin de evitar posibles molestias a sus amigos
y protectores. El contenido de ambas compilaciones de poemas
es idéntico. "Lamentable es mi situación y por consiguiente
lacrimosa mi poesía." En terminos conmovedores refiere su
partida de Roma y las vicisitudes de su viaje hasta llegar a
Tomi. Con crudos colores describe su futura residencia, la
incultura de los habitantes, lo rudo del clima, especialmente
sensible para los meridionales, y los peligros a que está de
continuo expuesta su persona. Pero el capital objeto de estas
cartas, repletas de lamentaciones siempre repetidas, es obtener
el perdón de su "error", que reconoce contrito, o por lo menos
su traslado a un destierro más agradable. De particularísimo
interes es la petición de gracia a Augusto en 289 dísticos, que
abarca todo el segundo libro de las Tristes. "Para no abrir de
nuevo antiguas heridas", pasa rápidamente por encima de la
verdadera causa de su desgracia; defiéndese de que se juzgue
de su carácter a base de sus versos, e insiste en su fervor
patriótico siempre atestiguado por sus versos y en los nume-
rosos homenajes que ha tributado al Cesar. Sobre todo, para
disculpar sus doctrinas, que no han de ser tomadas demasiado
en serio, invoca a sus predecesores, empezando por Homero,
cuyos episodios eróticos jamas habían chocado a nadie, y la
injusticia que representa condenarle a el solo a la ruina a
causa de sus poesías amorosas. Esta carta, escrita con suma
habilidad dialéctica, iba sin duda destinada al propio Augusto
y no al público contemporaneo en general, pues sólo a base de
aquella suposición puede justificarse su existencia. Aunque
Ovidio, a fin de presentar su defensa del modo mas favorable
182 ALFRED GUDEMAN

posible, se hizo culpable de algunas alteraciones de los hechos


y del texto, no por ello había de temer que el elevado destina-
tario se dedicase a comprobar minuciosamente sus argumen-
tos a base de la letra de la Ars amatoria. Ignórase si el mismo
autor creía en el éxito de este escrito ; lo cierto es que no lo
obtuvo. El anciano César permaneció inflexible, y su frío suce-
sor, quien conservaba rencor al ilustre amante de su hijastra
Julia aun despues de la muerte de esta, negó, como ya hemos
indicado, toda gracia al infortunado poeta.

La admiración de sus contemporáneos y el juicio


unánime de la posteridad han compensado a Ovidio
la crueldad de su destino. Ya en vida saliéronle imita-
dores; en las paredes de Pompeya aparecen garaba-
teados versos de Ovidio, en numerosas inscripciones
encuéntranse ecos de sus obras, en una losa sepulcral
del sur de Italia desígnase a un difunto como Ovidianus
poëta. Por último, le han atribuído buen número de
obras anónimas, salvándose así del olvido. En el largo
fluir de los siglos su gloria irradia, impoluta, hasta hoy.
Virgilio había hallado un público extenso, porque su
obra formaba parte del rígido material de enseñanza,
para lo que Ovidio, claro está, no se prestaba; pero
en profunda influencia en poetas y artistas de todos los
tiempos el genial narrador, el consumado maestro del
amor y sentencioso poeta, supera al autor de la Eneida.
El caracter muchas veces inmoral de sus poesías jamas
ha sido obstáculo a su difusión, en primer término por-
que se ha visto en ellas mas bien un juego frívolo de su
fantasía que el reflejo fiel de una personalidad inmo-
ral, punto de vista crítico tambien aplicable a Aristó-
fanes, Boccaccio v Rabelais.
Ya hemos hablado (pág. 128) de otros poetas de la epoca
de Augusto. Sus obras han desaparecido todas, excepto algu-
nas poesías sueltas, anónimas o seudónimas, y el primer libro
de las Cinegéticas de Gratio (541 hexametros), y aun ésta ha
llegado a nosotros en un manuscrito único y además mutilado.
Los detalles tecnicos del autor, entusiasta del tema -el frag
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 183

mento sólo trata de los requisitos para ia caza, como redes,


jabalinas, perros y caballos-, nos son útiles desde un punto
de vista arqueológico, mas, como poeta, Gratio había equivo-
cado la vocación, aunque su versificación, fundada en la dé
Virgilio, sea en general correcta y su lenguaje, a pesar de las
expresiones técnicas, numerosas y de difícil manejo métrico,
sea más bien claro. Pero estábale negado el don de exornar con
las flores de la poesía un tema árido, y así la obra completa
debía ser de lectura bastante aburrida, para no decir imposi-
ble estéticamente: así Ovidio, en el catálogo de poetas (Pont. IV,
16, 34) la recuerda en un solo pentámetro y aun sin añadir
ningún calificativo laudatorio. La obra derivaba sin duda de
un original griego, acaso idéntico a la fuente de las Cinegéticas
del seudo Opiano (de los tiempos de Caracalla), también en
griego; pero entre las ocupaciones del gentleman romano la
caza jamás desempeñó lucido papel. Revélase cierta influencia
de Gratio tan sólo en el poema, del mismo título, de Neme-
stano (c. 250) , quien saqueó intrépidamente a sus predecesor,
aunque se jacte de haber conquistado para la poesía latina un
nuevo dominio, siguiendo el ejemplo de célebres modelos (Lu-
crecio, Virgilio, Horacio, Ovidio, Manilio, Fedro) .

II. Los prosistas


En el dominio de la prosa la actividad literaria fué,
en la época de Augusto, como ya observamos en capí-
tulos anteriores muy extensa y fecunda aunque la
historia de la misma sea para nosotros una página casi
en blanco. La pérdida sólo en parte debe atribuirse al
azar, pues en la inmensa mayoría de los casos tratá-
base únicamente de obras de especialización científica,
que las más de las veces son leídas no por sí mismas,
en calidad de notables creaciones de la prosa artís-
tica, sino meramente por su contenido técnico. Pero
este contenido, en cuanto era de especial valor, no tardó,
aunque por múltiples caminos, en ser incorporado al
acervo común del conocimiento científico, por lo que
184 ALFRED GUDEMAN

una época menos afanosa de cultura creyó poder renun-


ciar a los originales, más extensos.
Mas, incluso en el dominio de la historiografía, nada se ha
conservado, con una sola excepción, además de Livio. Son éstas
las Filípicas de Pompeyo Trogo, en no menos de cuarenta y
cuatro libros, los cuales, empero, sólo conocemos por un breve
compendio de un tal Justino (siglo III) . Es la primera historia
universal en lengua latina y, si se exceptúa el bosquejo, pos-
terior, de Orosio, también la única. El título procede de la céle-
bre obra de Teopompo (siglo Iv ) y las distintas exposiciones
arrancan de la historia macedonia como de un foco central.
Caracterizaban la obra digresiones etnográficas y geográficas,
así como consideraciones morales, cuya abundancia y origina-
lidad se adivina aún en el resumen de Justino . Eran peculiares
de Trogo la marcada tendencia antirromana y la repugnancia
a la inserción de discursos fingidos, repugnancia que, en la
historiografía antiguo, sólo comparte con Cratipo. Sin embargo,
puso en boca de Mitridates una extensa arenga, aunque en
forma indirecta, que Justino, por vía de ejemplo nos trans-
mite según el tenor original, dándonos así la única muestra
extensa de su estilo, aun cuando el compendiador parece en
general haberse ceñido estrechamente al lenguaje de Trogo.
En resumen, esta obra, de grandes dimensiones y construída
con sumo arte, debía ser de lectura tan instructiva como
amena. Si por motivos de orden práctico hemos de lamentar la
pérdida de las Filipicas, de todos modos Trogo no fué uno de
los corifeos de la prosa artística latina. Este honor recae en
primer término, y no sólo para la época de Augusto, sobre el
autor de la obra más extensa de la literatura clásica, y tal vez
de la universal : el historiador Livio.

T. Livio (59 a, de J. C. - 17 d. de J. C.) nació en


Patavium (Padua) , donde también murió, en avanzada
edad. Probablemente adquirió su extensa cultura en
Roma, donde, al parecer, pasó la mayor parte de su
atareada vida. Fué amigo de Augusto (véase pág. 130) ,
y gozó también de la familiaridad del que más tarde
fué el emperador Claudio. Esto es cuanto sabemos de
su vida. Tenemos también noticia de diálogos filosóficos
de marcado carácter histórico y de un tratado de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 185

retórica, que en forma de carta dirigió a su hijo. En él


aboga por la lectura de Demóstenes y Cicerón, exigiendo
del estudiante de elocuencia que se esfuerce en pare-
cerse en lo posible a estos dos oradores : él mismo pudo
haber oído aún a Cicerón. Esta convicción engendra la
sospecha de que el propio Livio en sus discursos, ela-
borados con artístico cuidado (véase pág. 187) , obede-
ció al mismo elevado propósito.
Trabajó durante unos cuarenta años en la enorme obra de
su vida. Comprendía 142 libros, empezando por la fundación
de Roma -de donde su título ab urbe condita libri- у аса-
bando en la muerte, históricamente sin importancia, de Druso
(9 a. de J. C.) . Si fué una grave enfermedad o la muerte lo que
arrebató al anciano la pluma de los fatigados dedos, impi-
diéndole dar a su monumental producción un final más digno
y apropiado, no lo sabemos. Se han conservado, por el azar de
la transmisión manuscrita, no a causa de una selección, sólo
treinta y cinco libros completos, libros 1-10 hasta la tercera
guerra samnita (293 ) , y libros 21-45, con lagunas en 41-45,
desde la segunda guerra púnica (218) hasta la sumisión de
Macedonia por L. Emilio Paulo en la batalla de Pidna (167) .
Añádase a ello un papiro del Epitome (véase pág. 188) con
extractos de los libros 37-40 у 48-55, un fragmento del libro 91
y dos citas textuales sobre Cicerón. Suplen lastimosamente lo
perdido los sumarios (Periochae), de extensión muy desigual,
de hacia el siglo Iv, de toda la obra, con la excepción de los
libros 136, 137, y la colección de los prodigios mencionados por
Livio, que un tal Julio Obsequente compiló de un epitome hacia
el mismo tiempo. Los conservados abarcan solamente los
años 249-12, correspondiendo en parte a pasajes del original de
que aún disponemos.

En la impresionante y espléndida introducción, el


mismo Livio expresa, con toda la claridad deseable,
el fin que perseguía con esta obra gigantesca, dando
así a la posteridad, sin proponérselo en rigor, la clave
para el único juicio equitativo de su producción. Quería
superar a sus predecesores que habían dejado mucho
que desear en punto a técnica estilística, y de la mano
186 ALFRED GUDEMAN

de los hechos históricos hace ver cómo el pueblo romano,


al ir abandonando las antiguas virtudes nacionales,
había caído en la presente degeneración moral, y cómo
marchaba a su inevitable hundimiento, a modo de un
edificio minado en sus cimientos, caduco -la imagen
es laempleada por el mismo Livio-. Esta actitud, en
parte pesimista, en parte romántica, da tono y color
atoda su obra. Al tratar del glorioso pasado apodérase
de él un entusiasmo casi religioso, como él mismo lo
manifiesta en una ocasión. Compréndese que el patriota
escritor, dado su temperamento, presente aquellos tiem-
pos pretéritos con color de rosa.
Con todo, Livio, como otros grandes historiadores de la
Antigüedad, no abrigó el propósito de falsear o velar la ver-
dad; sintióse, en primer término, no investigador científico,
sino artista del estilo y pintor de caracteres. Tanto él como
aquéllos, cuando disponían de abundante material, que se les
antojaba digno de crédito, lo aprovechaban, escogiendo en él,
ya con preferencia de un solo garante, ya de varios. Sólo de
no existir tales fuentes, y ello ocurría las más de las veces con
el pasado inmediato o con acontecimientos contemporáneos, los
antiguos historiadores veíanse obligados a juntar por sí mis-
mos la primera materia. Y si lo hicieron, según está probado,
Tucidides y Polibio, Tácito y Amiano Marcelino, podemos supo-
ner lo mismo también de Livio, para las últimas partes, no
llegadas hasta nosotros, de su obra. Sus fuentes para las épocas
más antiguas fueron los analistas romanos y Polibio. Pero no
siempre estuvo afortunado con los primeros, y publicando su
historia de tiempo en tiempo, en grupos de libros (véase pá-
gina 188) , muchas veces no tuvo posibilidad de enmendar erro-
res que más tarde reconoció como tales, por ejemplo, la utili-
zación de Valerio Ancias (véase pág. 72). Así, la credibilidad
de Livio depende de la bondad de sus fuentes, que, a excер-
ción de Polibio, no nos son ya accesibles, lo que hace muy
difícil, y en parte imposible, una ojeada a su método de
trabajo.
Falto de cultura militar, como Tácito, sus numerosas des-
cripciones de batallas son relatos de la más viva plasticidad,
pero más bien piezas retóricas de lucimiento que documentos
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 187

de valor histórico. Livio no tenía el menor sentido o el menor


interés por el papel que desempeñan en la historia los factores
económicos o políticos, y de aquí que en su historia fenómenos
importantes estén enfocados con luz falsa. Importábanle mucho
más las tendencias éticas y la característica de las personali-
dades dirigentes y de sus acciones. Responden a este fin, en
primer término, los discursos, elaborados con arte perfecto y
admirados desde siempre, que en toda ocasión pone en boca de
los políticos y generales de algún relieve. Sólo en nuestros
treinta y cinco libros, que no constituyen mas que un cuarto
de la obra total, encontramos unos 400 discursos, directos e
indirectos, breves y extensísimos, entre ellos también réplicas.
Sólo el libro 43, y ello es singular, no contiene ninguno. Esto
nos puede dar idea aproximada del número total, y por
ello no nos sorprende que tales discursos fuesen recopilados y edi-
tados para fines retóricos, como los de Salustio (véase pág. 103) .
El brillante estilo de Livio se nos presenta como una afortu-
nada mezcla del ciceroniano, cuyo carácter periódico aun éxa-
geró, y el virgiliano, por mas que las coincidencias, incluso en
lo etico, proceden en parte de Ennio, la fuente comun. Su relato,
semejante en esto al de Herodoto, fluye con sosegada amplitud
épica, particularidad que Quintiliano acertadamente calificó de
"láctea abundancia" (lactea ubertas), en oposición a la "inmor-
tal rapidez de Salustio". Tal mescolanza estilística de poesía y
prosa fué, a la verdad, funesta para las épocas literarias
siguientes, pero en manos del maestro consérvase rigurosa-
mente la independencia del género, pues el elemento poético es
sólo una inserción, que no llega a borrar el caracter pura-
mente prosaico. En medio de la admiración unánime por el
estilo de Livio, suena como una nota estridente el juicio,
influído por la envidia y por la vanidad lastimada, de Asinio
Polión, su rival, quien echó en cara al historiador y estilista de
Padua, infinitamente superior a él, la patavinitas, esto es su
"latin paduano" . La rencorosa crítica es sin duda desmedida,
pero no por ello podemos adherirnos a la maliciosa observación
del antiguo Morhof, de que se ocultaba más asininitas (asnería)
en Asinio que patavinitas en Livio. Pues no cabe apenas des-
cartar la posibilidad de que a un romano de la capital fino de
ofdo, como al parisiense desde los tiempos de Chaucer, habían
de parecer chocantes ciertas particularidades del lenguaje pro-
vinciano, que para nosotros han de quedar enteramente inad
188 ALFRED GUDEMAN

vertidas ; el mismo Cicerón emitió sobre el latín del celta Ceci-


lio y del meridional Pacuvio un juicio desfavorable que nos
sorprende (véase pág. 44).

La extensa celebridad de que Livio gozó ya en vida,


se desprende de la curiosa anecdota, según la cual un
habitante de la remota Cádiz verificó un viaje ex pro-
feso a Roma para verle, y, una vez satisfecha su curio-
sidad, regresó derechamente a su país. La anécdota en
sí puede ser una invención, pero descansa en el necesa-
rio supuesto de que la obra de Livio se publicó por
partes. Esta gloria, según él mismo atestigua, le prestó
fuerza y animo para no desfallecer en la prosecución
de su gigantesca empresa. Durante toda la Antigüedad
gozo de una autoridad poco menos que canonica, estando
su credito, incluso en detalles, por encima de toda duda.
Poetas y prosistas, comprendiendo entre los mismos a
griegos, tomaron sus materiales históricos preferente-
mente de Livio. De todos modos, desempeño en ello
importante papel de intermediario, como en muchos
casos es aun posible precisar, un Epitome aparecido
muy pronto, y que mas tarde fue a su vez objeto de un
nuevo resumen. Si Marcial, refiriendose al "enorme
Livio", observa jocosamente que la obra no le cabe en la
biblioteca con ello se insinua el motivo principal de
la perdida de la mayor parte de esta obra gigantesca.
Pero tampoco el epítome ha llegado a nosotros. A partir
del siglo vi son cada vez más raros los vestigios de un
conocimiento directo de Livio, y en la Edad Media
puede decirse que son nulos. Luego, a partir del
siglo XIV, resurge paulatinamente lo que del original
habíase conservado en bibliotecas monasticas, y en el
Renacimiento Livio pasa a ser uno de los clásicos mas
celebrados de la literatura latina, habiendo ya Dante
declaradole infalible. El solo rumor de la existencia de
un ejemplar completo en el Norte excitó poderosamente
los animos, y por largo tiempo se fué, en vano, en
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 189

busca del mismo, como tras de una fata morgana (1) .


Hasta hoy no se ha obtenido ningun aumento conside-
rable del texto. Para el "último tribuno" Cola di
Rienzi, Livio, a fuer de historiador de la heroica raza
de los antiguos romanos, fue un aliado inspirador, y
estimulo a Maquiavelo a escribir sus celebres "Discur-
sos sobre la 1.ª década de Tito Livio" (1523) . No ha
ejercido, empero, influjo más hondo, ni aun en la his-
toriografía, pues su estilo, aunque entusiasticamente
admirado, no encontró, a pesar de lo extraño que ello
pueda parecer, imitadores dignos de nota porque en
aquel entonces se estaba aún bajo el hechizo del cicero-
nianismo.
Mas para su pueblo, como queda dicho, esta histo-
ria fue la unica exposición auténtica y completa de su
glorioso pasado republicano, candente de noble patrio-
tismo, ennoblecida por una concepción éticamente ele-
vada, y revestida de un lenguaje de oro. Estas cuali-
dades, así como la personalidad del autor, extraordi-
nariamente simpática, y que por todas partes asoma,
son las que aún encantan al lector moderno, aun cuando
no apreciemos en mucho al investigador, que Livio no
pretendió ser (véase pág. 186), sin que por ello ten-
gamos que poner en duda su veracidad.
(1) No menos conmoción y no menos desilusión produjo,
en el año 1924, la noticia de haber descubierto, un profesor
napolitano, la obra entera de Livio. - N. del T.
B. La Edad de plata
(14-117 d. de J. C.)
Introducción

El importante cambio iniciado en la literatura latina


despues de la muerte de Augusto, se consumó con
asombrosa rapidez. Pero luego el caracter de la misma
mantuvose esencialmente igual por espacio de un siglo,
desde Tiberio hasta Adriano. Solemos designar este
período como la Edad de plata, con lo que al mismo
tiempo expresamos un juicio esteticoliterario por con-
traste con la precedente. Tres son las causas principa-
les de la transformación : una históricoliteraria, otra
psíquica, condicionada directamente por las circuns-
tancias políticas, y una tercera retóricoformal.
Primeramente, con la única excepción de la fábula
y del epigrama, todos los géneros literarios en verso y
en prosa, unos ya antes, como el drama, la sátira y la
oratoria, otros en la época de Augusto, habían alcan-
zado un nivel de perfección insuperable. Estas obras
maestras podían invitar a la imitación, lo que fué el
caso general, pero tal imitación, como, por ejemplo, en
Alemania la de los modelos franceses en la época de
Gottsched, había de convertirse en amaneramiento,
haciéndose poco menos que imposible, entales circuns-
tancias, la creación de obras de igual merito. Rigió en
esto la ley de la evolución literaria, confirmada tam
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 191

bién por la historia, según la cual los apogeos de la crea-


ción espiritual no gozan de larga estabilidad, siendo
seguidos a poco por una decadencia (véase pág. 125) .
La segunda causa fué, como hemos dicho, psíquica.
Ya empezando por Tiberio el poder personal fué adqui-
riendo carácter cada vez más despótico, conduciendo
en breve a la represión sin escrúpulos de toda mani-
festación independiente, hablada o escrita. Esta servi-
dumbre espiritual había de pesar en los ánimos como
una pesadilla, produciendo un efecto mutilador en
la actividad literaria, especialmente en el sector de la
oratoria pública y de la historiografía contemporánea.
Quien no quería guardar absoluto silencio, como Juve-
nal y Tácito también hicieron bajo el reinado de Domi-
ciano (81-96), acudía a materias alejadas en el tiempo
o políticamente inocuas, pero que, por la misma natu-
raleza de la cosa, no siempre presuponen un vivo inte-
rés, o de las que, por ejemplo, en vista de la obra maes-
tra de Livio, no existía apremiante necesidad. Algunos,
como Veleyo Patérculo y Valerio Máximo, compraron
la seguridad personal con la rastrera adulación del
emperador. En cambio, por ejenplo, T. Labieno esperó
eludir todo peligro personal, interrumpiendo brusca-
mente la lectura pública que daba de una obra histórica
y añadiendo : " Lo que omito, se leerá después de mi
muerte. " A pesar de ello, sus escritos fueron quemados
por orden del Senado, a cuya medida, enteramente
rueva a la sazón, observó, mordaz, Casio Severo, que
también habían de quemarle a él, pues sabía de memo-
ria la obra. Su contemporáneo Cremucio Cordo, aun-
que famoso por su mala lengua, pudo leer sus historias
a Augusto, pero en tiempo de Tiberio alcanzóle la
misma suerte, porque en un pasaje había elogiado a
Bruto y llamado a Casio el último romano. Así, que-
dábanle a la prosa artística pocos caminos libres de
peligros. Fueron excepción los emperadores, como
Vespasiano (69-79) , Tito (79-81), Nerva (96-98) y Tra
192 ALFRED GUDEMAN

jano (98-117) , en cuyo reinado "se podía pensar lo que


se quería, y aun era permitido expresar lo que se pen-
saba", para servirme de las célebres palabras de Tácito.
Más funesto, si cabe, para la evolución de la litera-
tura de la Edad de plata, fué el predominio alcanzado
por una retórica dogmática, rutinaria, opresora de toda
independencia, que así vino a ejercer una especie
de despotismo espiritual. Creíase poder suplir la falta de
originalidad y de auténtico sentimiento o de un conte-
nido impresionante, con artificios estilísticos de todo
género, con un énfasis excitante, però hueco, y con sen-
tencias de relumbrón. Lentamente se derribó el muro
divisorio entre poesía y prosa, aparte del metro, pasando
a ser comunes a ambas, indistintamente, las respectivas
particularidades en el estilo y el léxico. Esta penetra-
ción mutua habíase iniciado ya acaso con Livio y Ovi-
dio al declinar la época de Augusto. Cimentáronla
expertos retóricos, que supieron cautivar a una juven-
tud de gran receptividad para cuanto significase efec-
tismo. Estamos excelentemente informados acerca de su
modo de actuar así como acerca de sus cualidades per-
sonales, por una obra del viejo Séneca, padre del filó-
sofo : obra copiosa, aunque ha llegado incompleta hasta
nosotros, que nos hace ver por nuestros propios ojos la
horrible pobreza de ideas de aquellos retóricos, y su
cavilosa dialéctica, unidas al más patético énfasis y a
una fraseología sonora pero hueca : resultado para el
lector, que el autor en su probidad no pretendía. Muy
pocos escritores dejaron de sucumbir a tar malsano
influjo de la retórica (Fedro, Petronio, Celso, Marcial,
Suetonio) , o le rindieron sólo escaso tributo (Columela) ,
esforzándose por un estilo más natural, según el modelo
de Cicerón (Quintiliano, Plinio el Joven en las Cartas) .
Sólo uno, en rigor el máximo prosista de la época impe-
rial, Tácito, manejando todos los recursos de la retó-
rica, supo, de modo maestro, adaptarlos a su profundo
contenido ideológico.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 193

Los mismos Césares, con pocas excepciones, fueron hombres


de gran ilustración, y muchas veces, aunque dentro de estre-
chos límites, se dedicaron a la literatura. Algunos, como Clau-
dio en el dominio de la historia, y Nerón en el de la poesía,
poseyeron, al parecer, cualidades de escritor que rebasaron el
nivel común. Por lo general no mostraron antipatía a la cultu-
ra superior, antes bien la fomentaron en parte (Vespasiano) .
La institución de certámenes poéticos y oratorios, como los
de Nerón, las llamadas Neronia y Juvenalia, y el célebre Agon
capitolino y las Quinquatria Minervae de Domiciano, ha sido
considerada por algunos especialmente beneficiosa para las
letras. Mas como los participantes en los, mismos habían de
tener en cuenta las tendencias y caprichos cortesanos, y en
tiempo de Nerón estaban incluso expuestos a la envidia y los
celos de este poeta coronado, dichas instituciones literarias
pudieron alguna vez despertar y espolear talentos adormeci-
dos, pero no sazonar frutos espléndidos ; sea como quiera, nin-
guna de las obras coronadas en estos certámenes ha llegado a
la posteridad, pues incluso Lucano y Estacio, de quienes, entre
otros, sabemos concurrieron a ellos, deben su celebridad pós-
tuma únicamente a poesías que no fueron recitadas en dichas
fiestas.

I. Los poetas
En el lindero entre ambas edades encontramos a
dos poetas, que se propusieron un tema análogo y lo
desarrollaron, por entero o en breve parte, en tiempo de
Augusto, no siendo, con todo, publicada la obra hasta
el de su sucesor. Es el uno Germánico, príncipe impe-
rial e hijo adoptivo de Tiberio, de cuya brillante, pero
breve y trágica vida (n. 15 a. de J. C., m. 19 d. de J. C.) ,
Tácito trazó un cuadro inolvidable. Ya Ovidio habla
repetidas veces de su actividad poética. Se nos ha con-
servado un areglo bastante libre y muy erudito, de los
célebres Fenómenos de Arato (c. 250 a. de J. C.) , que
Cicerón tradujo en su mocedad y Ovidio tomó por
modelo para su obra del mismo título. El estilo y el
lenguaje revelan decidido talento, la técnica métrica
13. GUDEMAN : Literatura latina.. 98-99 - 3. ed.
194 ALFRED GUDEMAN

es también acreedora de elogio. Prueba de la estima


de que este poema astronómico gozó, son unos comen-
tarios, llegados hasta nosotros, cuyo núcleo principal
no puede ser posterior a fines del siglo II.
El segundo poeta es Manilio. De él sólo sabemos lo
que incidentalmente nos dice en su Astronómica, obra
en cinco libros; incluso su nombre no se ha podido
fijar con certeza hasta los tiempos modernos, a base de
manuscritos medievales. De aquellas escasas indicacio-
nes se desprende la época en que vivió, y el hecho de
que concibió el plan de su poema en edad madura, pues
expresa la esperanza de gozar de sosegada vejez des-
pués de la terminación del mismo. La muerte, em-
pero, arrebatóle la pluma de la mano poco antes de
alcanzar la meta, pues carece de fundamento firme la
conjetura de que el libro que falta se perdió más tarde.
El autor de este poema astronómico está no poco
orgulloso de haber dado con un tema excelso, no tratado
aún poéticamente por ningún predecesor (I, 1-117 ;
II, 1-149 ; II, 1-42) . El fin que se propone es pura-
mente práctico : la divulgación científica, pues la difí-
cil y seca materia no admite ornatos poéticos. Por for-
tuna, gracias al entusiasmo que le animaba, y que le
asemeja a su gran modelo Lucrecio, en la exposición en
sí es a menudo infiel a dicho propósito, acaso no del
todo decidido, pues en las introducciones y en los fina-
les de los cuatro primeros libros, así como en numerosas
digresiones, se remonta a gran altura poética. Esplén-
dido es el mito de Perseo y Andromeda (V, 538-631) .
Están, además, esparcidas por el poema consideracio-
nes éticas, cuadros históricoculturales y entusiastas jus-
tificaciones de sus ideas fatalistas, que no carecen de
encanto poético. La técnica métrica de Manilio, pres-
cindiendo de algunos deslices prosódicos y de cierta
monotonía en la estructura del verso, es de no menos
notable pureza. En conjunto, el poema está vivamente
coloreado por la retórica; su lenguaje y sintaxis son
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 195

torpes, su estilo monótono. La dificultad que las Astro-


nómicas ofrecen a menudo, en parte puede ser atri-
buída a lo complicado de la materia, que el poeta, sin
estudios especializados de la misma, se esforzó honra-
damente en dominar, o, hasta cierto punto, a la tradi-
ción manuscrita, sumamente defectuosa ; pero esté
sistema de astrología versificada será siempre una pro-
ducción poco satisfactoria desde el punto de vista artís-
tico, una obra que lleva estampado el sello de la deca-
dencia.

A cada paso encontramos la poderosa influencia de Lucre-


cio, Virgilio y Ovidio ; pero las fuentes reales eran griegas,
como el mismo Manilio confiesa, sin nombrarlas. Entre ellas
ocupan, al parecer, el primer lugar, los manuales astrológicos
del seudo Petosiris y Nequepso, y, en cuanto a la concepción
filosófica total, el gran estoico Posidonio. En todo caso, de
éste proceden las disquisiciones sobre el destino, la omnipoten-
cia de la razón y el orden del universo, sobre la divinidad de
las constelaciones y del alma, la posibilidad de la mántica y el
desenvolvimiento históricocultural del linaje humano.
No sin motivo fueron las Astronómicas dedicadas a Tiberio,
quien era aficionado a la astrología hasta la pasión, y, como
Wallenstein a Seni, tenía siempre junto a sí un astrólogo como
su más íntimo amigo. Si prescindimos de la concordancia, a
menudo hasta en detalles, del libro V con el libro VIII del
manual astrológico, en prosa, de Firmico Materno (siglo Iv) ,
concordancia que sólo se explica satisfactoriamente por haber-
se servido ambos de una fuente común, sólo ecos aislados de
un conocimiento de la obra de Manilio descubrimos en poetas
romanos. A partir del siglo v piérdese todo vestigio de una
utilización, incluso superficial, del poema, que hasta mil años
más tarde no vuelve a ver la luz gracias al dichoso descubridor
de tantos manuscritos, Poggio Bracciolini. Si inquirimos los
motivos del olvido de Manilio, podría haber tenido importante
parte en él la comprensible repugnancia de la Iglesia, bajo
cuya salvaguardia había quedado paulatinamente la literatura
profana, a conservar esta obra por medio de copias. Pues la
superstición astrológica, con su divinización de las constelacio-
nes, que atraía irresistiblemente a elevados y a humildes, a
196 ALFRED GUDEMAN

cultos y a rústicos, constituía sin duda un obstáculo no leve


para la expansión del Cristianismo, con su doctrina rigurosa-
mente monoteísta. En la Edad Moderna, dos grandes filólogos,
Scaligero y Bentley, cautivados por la dificultad del texto
tradicional y la frecuente oscuridad del contenido, pusieron al
servicio de Manilio sus extraordinarias dotes de interpreta-
ción. En estos últimos decenios, el interés históricocultural de
la materia, así como la solemnidad y entusiasmo del poeta han
promovido hondas investigaciones, de las que ha salido nota-
blemente mejorado el texto y facilitada su comprensión .
De todos modos, las Astronómicas, ahora como siempre, sólo
pueden contar con un círculo limitado de lectores, en su
mayoría especialistas .

Con la fábula, especialmente la fábula esópica de


animales, Fedro, contemporáneo de Manilio, introdujo
en la literatura romana un género asimismo nuevo, pero
más alegre. Tampoco se descuida, con creciente con-
ciencia, de llamar la atención del lector sobre lo que
significa esta hazaña. Su objeto es tanto deleitar como
ser útil. Fedro, nacido en Macedonia, hijo de esclavos
y liberto de Augusto, está persuadido de que sus poe-
sías, a pesar de las eventuales críticas inspiradas por
la envidia, tienen segura la inmortalidad.
Su anhelo se ha realizado; pero si se han confirmado aque-
llas palabras, que cada libro tiene su destino, ha sido en el
caso de Fedro. Durante su larga vida le fué negado, al pare-
cer, el éxito. Estuvo, incluso, expuesto a persecuciones de
Sejano, el intrigante y todopoderoso ministro de Tiberio, quien,
como el mismo poeta indica, creyóse blanco de veladas alusio-
nes, para las que la fábula ofrece, a la verdad, ocasión harto
fácil. Si Séneca, en un opusculo de consuelo escrito durante su
destierro en Córcega (41-49) , dice que la fábula es un género
literario no ensayado aún por los romanos, ello significa que
los libritos hasta entonces publicados por Fedro no habían
llegado aún a la solitaria isla ; y si Quintiliano recomienda las
fábulas esópicas como libro de lectura y de ejercicio, ello se
debe a que en aquel pasaje no tenía motivo alguno directo
para citar a Fedro. En cambio, el satírico Marcial habla una
vez de las "burlas del maldiciente Fedro", o como se quiera
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 197

traducir improbi, calificación que no encaja bien con nuestra


colección de fábulas, y que deja siempre en pie la posibilidad
de que se trate acaso de un mimógrafo del mismo nombre y
para nosotros desconocido. En el siglo v le menciona, de paso,
Aviano, quien tradujo en dísticos elegiacos cuarenta y dos
fábulas de Babrio, libro que desde su aparición se adoptó en
las escuelas, contribuyendo así al olvido de Fedro. Al declinar
la Antigüedad fué vertido en prosa, y, sin mención de su nom-
bre, incorporado a un Esopo latino, formando un fabulario, al
que el editor dió el título de Romulus, y que gozó de la mayor
estima durante siglos. En el siglo xv descubrióse el primer
manuscrito del original, al que faltaban, empero, parte de los
libros II y V. A comienzos del pasado siglo aparecieron otras
treinta fábulas, el llamado Appendix, reconstituyéndose además
con bastante seguridad como de Fedro, a base de la mencio-
nada parafrasis en prosa, unas veinte fábulas nuevas, de
modo que lo conservado de él suma ahora unas 145 fábulas,
además del prólogo y el epílogo. Mas no todas estas poesías
son fábulas de animales ; encuentrase entre las mismas buen
numero de anécdotas , chascarrillos antiguos y contemporá-
neos, los cuales, como la verdadera fábula, apuntan a una
moraleja, y aspiran a la mayor brevedad posible. El poeta,
como repetidas veces él mismo recalca, ha puesto en dicha
brevedad especial empeño, que a menudo ha redundado en
perjuicio de la conexión necesaria a la claridad.

La íntima esencia, el ahna de la fábula no es, sin


embargo, sólo la brevedad, sino también la simplicidad
y cierta ingenuidad en la expresión, condiciones pre-
vias que Fedro Ilena de modo igualmente notable. Man-
tiénese deliberadamente libre de todo relumbrón retó-
rico, y su lenguaje, como su estilo, son de clásica
pureza. Sólo en su afición a los abstractos vemos un
indicio característico de la Edad de Plata de la latini-
dad. Su versificación obedece a leyes rigurosas, pero
sigue singularmente modelos más arcaicos, en el hecho
de sustituir por un espondeo un yambo en todos los
pies del yámbico senario, excepto en el último.
Entre los géneros poéticos cultivados en esta época, la come-
dia había quedado completamente suplantada por el mimo y la
198 ALFRED GUDEMAN

pantomima (véase pág. 52) y tampoco la tragedia había tenido


representantes dignos de mención después de la Medea de
Ovidio y el Tiestes de Vario. Funesto resultó para Emilio
Escauro su Atreo, pues en un verso del mismo se creyó ver una
alusión ofensiva para Tiberio. Poco después el consular y ven-
cedor de los Catos, P. Pomponio Secundo, cuya agitada vida
relató Plinio el Viejo, escribió igualmente tragedias, recorda-
das por Tácito y Quintiliano con grandes elogios. Fueron lleva-
das a la escena y en tiempo de Claudio, no sabemos por qué
motivo, provocaron un escándalo teatral. En tiempo de Nerón,
y más tarde Curiacio Materno, a quien Tácito en el Diálogo de
los Oradores levantó imperecedero monumento -no es men-
cionado en ninguna otra parte , escribió tragedias y pretex-
tas, cuya sinceridad despertó susceptibilidades.

Todas estas producciones dramáticas han desapare-


cido sin dejar vestigios ; en cambio, bajo el nombre del
filósofo Séneca, a quien volveremos a encontrar entre
los prosistas, han llegado a nosotros sólo nueve dramas,
a saber, Hercules Furens, Troades, Medea, Phaedra,
Oedipus, Agamemnon, Thyestes, Hercules Oetaeus, tres
fragmentos de cierta extensión (664 v.) , pertenecientes
acaso a una tragedia Phoenissae, y la pretexta Octavia.
L. Anneo Séneca (c. 4 a. de J. C. 65 d. de J. C.)
-

nació en Córdoba. Recibió en Roma la educación más


exquisita y fué, ya en tiempo de Calígula, senador.
Su carrera política quedó, empero, bruscamente inte-
rrumpida, cuando en 41, es de presumir que como
amante de Julia Livila, hermana de Calígula, fué des-
terrado a Córcega. Al cabo de ocho años fué llamado de
nuevo por la mediación de Agrippina y a causa de su
celebridad como escritor, nombrado preceptor del hijo
de aquélla, Nerón, que contaba entonces doce años y
hacía concebir grandes esperanzas. Durante los prime-
ros tiempos de su gobierno (54-68) , el joven césar estuvo
enteramente bajo el enérgico, pero saludable influjo de
Burro y Séneca, que durante ocho años fueron en reali-
dad los dirigentes del Imperio romano. Con la muerte
violenta de Burro (62) y el delirio cesáreo, cada vez
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 199

más desbordado, del matricida, cuya defensa, por lo


demás, escribió Séneca, la situación de éste fué resul-
tando insostenible. Pretextando dolencias -su estado
de salud dióle mucho que hacer durante toda su vida-
y con la excusa de querer consagrarse únicamente a sus
trabajos literarios, obtuvo el retiro. Le fué concedido
graciosamente, con los más lisonjeras protestas de inal-
terable amor y gratitud. Pudo también conservar sin
mengua alguna las grandes riquezas allegadas por el
favor de Nerón. Pero el anciano no gozó largo tiempo
de este involuntario reposo, pues el año 65 fué denun-
ciado como miembro o cómplice de la conjura de Pisón,
y Nerón no vaciló en transmitir a su paternal conse-
jero y maestro la orden de darse la muerte. Como su
sobrino Lucano, como Petronio, víctimas igualmente de
dicha conjura, Séneca se despidió de la vida con frío
estoicismo. Tácito describe con incomparable plastici-
dad estas últimas horas de Séneca, que recuerdan la
muerte de Sócrates.
Dichos dramas merecen nuestro más vivo interés
por dos motivos muy distintos. Son las únicas trage-
días de la literatura latina, que han llegado enteras
hasta nosotros, y han ejercido en los autores escénicos
de la posteridad un influjo tan duradero como funesto.
Pero cuando a fines del siglo XVIII húbose aprendido
de nuevo a apreciar la sencilla grandeza de los origi-
nales griegos, quedaron inmediatamente apagados los
faros, un día deslumbrantes, del retórico dramaturgo.
Contribuyó no poco a esta brusca caída el hecho de
que, con la excepción de Tiestes y Fedra, los dramas
de Esquilo, Sófocles y Eurípides, directamente utiliza-
dos por Séneca, están aún a nuestra disposición para
la comparación inmediata.
La acción, que según Aristóteles es el alma de la
tragedia y ha de ser construída según las leyes de
la necesidad o de la verosimilitud, en los dramas
de Séneca, destinados a la lectura, consiste las más de
200 ALFRED GUDEMAN

las veces en discursos declamatoriso y pinturas trucu-


lentas o patéticas. Tales escenas de horror constituían
sin duda el mayor hechizo para el lector que, embrute-
cido por el espectáculo de las sangrientas luchas del
anfiteatro, habría encontrado poco deleite en un man-
jar espiritual más exquisito. Renuncia a una evolución
de los caracteres, lo más a menudo nos los presenta,
para engañarnos con la ilusión de lo heroico, en un
estado de suprema tensión, que muchas veces raya en
lo patológico. Los numerosos corales o arias esparcidos
acusan suma habilidad en cuanto a la forma métrica,
rebosan muchas veces de vida y no carecen de delica-
deza y profundidad psicológicas, pero no guardan cone-
xión, o muy poca, con la acción, sirviendo al poeta
estoico tan sólo como medio para discutir ingeniosa-
mente problemas filosóficos y políticos o tópicos éticos,
exactamente como en sus obras en prosa. Pero el plúm-
beo peso de la retórica, que gravita sobre estos dramas,
ahoga por doquiera la voz del corazón, no dejando
surgir el natural calor del sentimiento.
Durante mucho tiempo se ha discutido que Séneca sea el
autor de este ciclo de dramas, aunque ello esté certificado por
citas a su nombre y por la tradición manuscrita unánime.
Mas hoy se dan por infundadas las dudas sobre la autentici-
dad, pues todas las tragedias reflejan de modo inequívoco el
espíritu y el estilo del filósofo. La misma Octavia, que nos pre-
senta el trágico destino de la esposa de Nerón, primero repu-
diada y luego condenada a muerte, ha sido recientemente
defendida de nuevo como auténtica, con razones de mucho
peso. Claro está que no pudo ser publicada en vida del César.
El mismo Séneca figura en la obra, e intenta, aunque en vano,
volver a la razón al mal aconsejado emperador, que arde en
amor por la hermosa Popea. Incluso la profecía del asesinato
de Nerón, acaecidó tres años después de la muerte de Séneca,
no es insuperable obstáculo para admitir la autenticidad, si se
tiene en cuenta la suerte de los dos césares que precedieron a
Nerón en el Trono. Precisamente en Séneca se encuentran
vaticinios o atisbos del futuro aun más desconcertantes ; por
ejemplo, en la Medea y en las Naturales Quaestiones.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΙΝΑ 201

Si las tragedias no eran más que un reflejo, en parte una


desgraciada corrección retórica de sus espléndidos originales
griegos, habiendo la mayoría sido escritas durante su destierro,
la pretexta Octavia pertenece al penúltimo año de la vida, del
ya anciano autor. Tratándose de una tragedia de contenido
romano, el autor estaba reducido a sus propias dotes de com-
posición y de invención, así por lo que se refiere a la forma
como a la intriga. Constituye, pues, espléndido testimonio de
su talento poetico el que esta obra resultase, con mucho, la
más importante producción de su Musa dramática. Quod voluit,
effecit (" realizó lo que quiso") : con estas palabras concluye su
crítica Quintiliano, que ciertamente no se distingue por su
benevolencia hacia Séneca.
A menudo se ha suscitado la cuestión de si estas tragedias
fueron alguna vez llevadas a la escena en la Antigüedad.
Su estructura técnica consentía perfectamente una represen-
tación escénica. Tal representación, empero, no es verosímil,
sobre todo porque Séneca, contra la teoría y la práctica unáni-
mes de los antiguos, nos presenta directamente escenas de
horror, conmovedoras y sangrientas, en vez de hacerlas refe-
rir por un mensajero. ¿O es que se permitía entonces simple-
mente en la escena, lo que no hería ninguna susceptibilidad en
la arena del anfiteatro? Por desgracia, ignoramos si las trage-
dias de su contemporáneo, el citado Pomponio Secundo, seguían
una técnica dramática análoga. De ser éste el caso, podríase
contestar afirmativamente a aquela pregunta.
Además de estos poemas extensos poseemos gran número
de epigramas en la Anthologia Latina, que, a excepción de tres,
no llevan el nombre de Séneca, pero le pueden ser atribuídos,
con cierta seguridad, por razones intrínsecas. La versificación
de los mismos es de gran virtuosismo, estando basada en la de
su admirado Ovidio.
Podemos dedicar aquí breves palabras al poema Aetna, en
646 hexámetros, atribuído a Virgilio por la tradición manus-
crita. Las opiniones difieren por lo que respecta a la época en
que fué escrito y al probable poeta. Por razones, en cuyo
detalle no podemos entrar aquí, la obrita ha de ser situada en
la época neroniana o poco antes. En cuanto al autor, por un
pasaje de las cartas de Séneca dirigidas a su intimo amigo
Lucilio Junior, se ha pensado generalmente en éste. Pero esta
hipótesis, seductora a primera vista, no está al abrigo de obje-
ciones.
202 ALFRED GUDEMAN

El poeta del Etna mira con menosprecio a todos los prede-


cesores que han cantado los mentirosos mitos y leyendas, e
incluso no admite como lícito ocuparse de las creacines del
arte -rasgo auténticamente romano-. Sólo el estudio de las
maravillas de la Naturaleza y la investigación de sus secre-
tos se le antojan dignos del sudor de los bien nacidos. Así, ha
escogido como digno objeto de la ciencia física la descripción
del Etna y las causas de los fenómenos volcánicos, pero implora
la asistencia de Apolo para entrar por esta " insólita vía",
considerando que la feliz ejecución de su tarea poética "exige
infinita fatiga". Qué es lo que, además de la ambición de cose-
char laureles, pueda, en tales circunstancias, haberle indu-
cido a abandonar el camino, más apropiado, de la prosa, escapa
a nuestras conjeturas. Sea como fuere, la requerida asistencia
apolínea le fué negada. El Etna es uno de los poemas latinos
más difíciles, torpe en la composición -los versos 224-251 , por
ejemplo, forman un solo período , monótono en la versifica-
ción, y la imitación, por ejemplo, de Lucrecio y de las Geórgi-
cas de Virgilio se extiende hasta minucias de lenguaje. Particu-
larmente chocante es la tendencia del autor a la personifica-
ción de seres inanimados, en la que veía una propiedad autén-
ticamente poética, fenómeno, por lo demás, que ya por sí solo
impediría situar el poema demasiado cerca de la época de
Augusto . El autor anónimo deriva los elementos científicos,
que no sabe disponer con mucha claridad, de Posidonio, la
máxima autoridad en la materia tratada. Por ello no merece
ningún reproche : también Séneca en las Cuestiones naturales
bebe en la misma fuente, lo que explica las múltiples coinci-
dencias entre ambos. La posibilidad de que su garante más
bien sea Séneca, queda excluída, porque el anónimo es mucho
más explícito. No deja de impresionar, a pesar de ser algo
sentimental, el episodio, con que se cierra el poema (versos 604-
646) de los dos piadosos hermanos de Catania, que con peligro
de la vida, pero luego con el auxilio de los dioses, salvan a sus
ancianos padres durante una erupción del Etna. Pero encon-
tramos también esta narración popular, en una versión aná-
loga, en el célebre discurso de Licurgo (siglo Iv) contra Leó-
crates ; seguramente el autor la tomaría de alguna fuente
alejandrina.
Como el drama y el poema didáctico, tuvieron representan-
tes literarios en los tiempos neronianos, tan dados a la poesía,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 203

también la bucólica, la sátira, la lírica y la epopeya histórica.


Así, un tal T. Calpurnio Sículo escribió siete poesías pastori-
les. Tres de ellas (1, 4, 7) son rastreras adulaciones a Nerón
y un himno a la Edad de oro, que supone iniciada por él, en
el estilo de los panegíricos del grand siècle y del Rey Sol,
Luis XVI. Las demás églogas, en cambio, son verdaderos idi-
lios al modo de Virgilio, cuya versificación imita Calpurnio con
no poca destreza y escrupulosidad artística, mientras en todo lo
demás, con sus exageraciones, faltas de gusto y pobreza de
ideas, no hace más que realzar el brillo de su gran predecesor.
Carácter muy análogo ofrecen dos poesías bucólicas conser-
vadas en un manuscrito de Einsiedeln (siglo x), que igual-
mente glorifican a Nerón, empezando la segunda como la
égloga 4. de Calpurnio ,extraña coincidencia no explicada aún
satisfactoriamente.
Que el Panegírico de Pisón, en 261 hexámetros perfectos, sea
obra de un pobre cliente, del mismo Calpurnio, es una hipóte-
sis que, con los medios a nuestra disposición, no podemos
demostrar ni contradeçir. Mas quien sin prejuicios lea las
églogas cortesanas de Calpurnio, descubrirá en aquel Panegírico
un espíritu distinto. En todo caso, este desmedido panegirista
de Nerón debió escribir su poema mucho antes de la aciaga
conjura de Pisón contra el César ( 65) .
Entre los poetas líricos que merecen aún ser leídos además
de Horacio, Quintiliano cita a Cesio Baso, que no se ha de
confundir con el poeta Saleyo Baso, tan elogiado por Tácito .
Es de lamentar que nada se haya conservado de él. En cambio,
poseemos aún el final de su tratado de métrica, que seguía el
llamado sistema varroniano, según el cual todos los pies métri-
cos y versos derivan de las formas básicas del trímetro yám-
bico y del hexámetro. Le conocemos también por amigo de
Persio y editor de sus sátiras.

A. Persio Flaco (34-62) , nacido en la etrusca Vola-


terrae (Volterra) , procedía de familia ecuestre y muy
acomodada. A los doce años fué llevado a Roma, donde
estudió con maestros célebres : gramática con Remio
Palemón, retórica con Verginio Flavo, filosofía con el
noble estoico Anneo Cornuto, con quien le unió la más
fiel amistad, erigiéndole, en la quinta sátira, un bello
monumento de piadosa gratitud. Más tarde trató a los
204 ALFRED GUDEMAN

personajes hombres y mujeres más distinguidos y


de más elevado espíritu de su tiempo. Era pariente de
aquella Arria, que tendió a su marido Peto Trásea,
condenado a muerte, el puñal que acababa de clavarse
en su propio pecho, con las inmortales palabras : "Peto,
no hace daño". La biografía de Persio llegada a nos-
otros, celebra su belleza física, su dulzura, su culto de
la familia, su vida virtuosa. Sólo su salud dejaba que
desear, impidiéndole conocer por experiencia propia los
hombres y circunstancias de su tiempo. Una enferme-
dad de estómago crónica arrebatóle en la flor de la
juventud. Su aspecto exterior y las circunstancias de
su vida, su complexión enfermiza y su muerte tem-
prana, manifiestan curiosa semejanza con Tibulo. Pero
mientras las creaciones, igualmente escasas, del ele-
giaco son de lo más perfecto del género y constituyen
una joya de la literatura universal, las seis sátiras de
Persio son, para nosotros, de las más enojosas produc-
ciones del arte poético. Su lectura constituye un verda-
dero martirio. No por su contenido, pues si prescin-
dimos de la primera, en la que se fustigan corrientes y
excesos literarios de la época, materia que la lectura
del libro X de Lucilio pudo haber inspirado al joven
poeta, las cinco restantes tratan ideas sobadas de la
filosofía popular estoica. Son declamaciones de un
jovenzuelo desconocedor del mundo, que desea colocar
la sabiduría aprendida en sus libros y se presenta
como un predicador moral algo avejentado, aunque sin
duda sincero. Lo que para nuestro gusto hace inso-
portable la obra de Persio, es su forma. Toda expresión
natural, sencilla, es para Persio tabú. Retuerce y tor-
nea ideas ajenas completamente diáfanas, por ejemplo,
de Horacio, hasta que, transformadas en enigmática
oscuridad, apenas son ya reconocibles, resultando tam-
bién entre sus manos un lamentable fiasco el recurso
artístico del diálogo, que con frecuencia emplea a imi-
tación de célebres modelos pues muchas veces no se
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 205

puede discernir la parte de los distintos interlocutores.


Se observa por doquier que ha labrado sus versos con
el sudor de su frente. Las satiras se publicaron después
de su muerte; la última estaba por terminar, dándole
Cornuto forma definitiva. Estos hechos sugieren la sos-
pecha de que Persio tal vez no había destinado sus ver-
sos a la publicidad, sino para ser leídos, a modo de
alarde poético, ante un auditorio de amigos que comul-
gaban en sus mismas ideas. Él mismo se jacta de no
poseer la menor ambición literaria y de renunciar go-
zoso a los vanos aplausos del gran público. Ha tomado
la pluma únicamente para satisfacer su humor burlón
(sát. I) y enseñar el verdadero camino de la virtud
Al ser publicado poco después de su muerte, su libro
de sátiras se vendió profusamente. Su amigo Lucano
declaró con entusiasmo que aquello era poesía autén-
tica ; Quintiliano, igualmente discípulo de Palemón y
de la misma edad que Persio, proclama que el autor,
con este único libro de poesías, se ha granjeado fama
imperecedera, y Marcial le prodiga no inenos elogios.
En toda la Edad Media, Persio fué uno de los poetas
romanos más leídos. Podríamos contentarnos con esta
admiración, que se nos antoja apenas comprensible,
pues una crítica sana no puede aplicar a manifestacio-
nes literarias del pasado ios criterios estéticos moder-
nos como los únicos legítimos, antes bien ha de procu-
rar representarse el punto de vista contemporáneo y
comprenderlo históricamente. Un examen de este
género, verificado sin prejuicios, aun existiendo dife-
rencia de conceptos, conducirá casi sin excepción a un
juicio menos desfavorable. Pero con ningún otro poeta
antiguo sucede como con Persio, que el juicio condena-
torio, casi unánime, de la época moderna, contraste de
modo tan estridente con la admiración, no menos con-
corde, de la Antigüedad y la Edad Media. ¿Cómo se
explica tan fuerte contraste ? El juicio moderno se
funda en que nosotros ya no tenemos o no podemos
tener comprensión ni interés por las dos cualidades
206 ALFRED GUDEMAN

sobresalientes de las sátiras de Persio. La Edad de


plata de la literatura romana está hasta tal punto domi-
nada por la retórica, que la asombrosa ingeniosidad con
que Persio, por medio del retorcimiento estilístico, sabe
prestar a ideas ajenas la apariencia de la originalidad,
satisfacía vivamente el gusto de su época, afanoso de
novedad y de sensación. En cambio, para la ideología
de la Edad Media, de base ascéticomoral, el edificante
y virtuoso contenido de estas sátiras, como la lucha de
Juvenal, " el ético", contra los vicios (véase pág. 227
y sigs. ), constituyó un medio educativo de primer
orden, a cambio del cual se pasaba por la oscuridad y
las dificultades lingüísticas de estos sermones en verso.
En M. Anneo Lucano (39-65) encontramos un
talento mucho más conspicuo y de extraordinaria
fecundidad. Nació en Córdoba, y era sobrino del filó-
sofo Séneca. Formó su cultura retórica y filosófica en
Roma y Atenas, de donde Nerón llamóle a la capital,
otorgándole la pretura antes de la edad exigida por la
ley. Brilló como declamador en las lenguas latina y
griega, y las primeras poesías del precoz joven culmi-
naron en un homenaje al César, cuya envidia por la
creciente gloria del poeta tradújose en una prohibición
de declamar en público, que abrasó en odio contra Nerón
el alma de Lucano. No es, pues, de extrañar que tomase
también parte activa en la conjura de Pisón. Al ser
ésta descubierta, intentó cobardemente salvar la vida
delatando a sus cómplices, entre ellos a su propia
madre. A pesar de todo, fué condenado, y supo al
menos morir serenamente, pues tras de un opíparo
banquete abrióse las venas, recitando algunos versos de
su Farsalia que se ajustaban a la circunstancia.
La fama de Lucano fundóse, incluso en la Antigüedad, en
esta epopeya histórica "Sobre la guerra civil" ( de bello civili)
-tal era el verdadero título , cuya inmortalidad él mismo
profetizó, pues sus demás poesías, aunque numerosas cayeron
todas, al parecer, muy pronto en el olvido. Él mismo había
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 207

publicado los tres primeros libros, antes de incurrir en la des-


gracia de Nerón; los otros siete fueron editados después de su
muerte, pero sin duda no antes del fin del emperador, que no
tardó en sobrevenir ( 68 ) , aun cuando probablemente el poeta,
como era costumbre, ya había leído fragmentos en círculos de
amigos. La obra quedó por terminar, pues acaba bruscamente
con los acontecimientos de Egipto, país al cual llegó César
después del asesinato de Pompeyo. Es muy verosímil que el
proyecto originario de Lucano fuese dar a la obra fin adecuado
con el asesinato de César, tal como había dado impresionante
principio con el paso del Rubicón, tan fecundo en consecuen-
cias. Suponer que la conclusión había de ser la batalla de
Filipos (42) , como Estacio parece indicar, está en contradic-
ción con la tendencia anticesariana de la epopeya.
Lucano sigue la marcha cronológica de los sucesos, tal
como se leían en Livio, cuya franca simpatía por Pompeyo
(véase página 130) aveníase con su propio punto de vista
político. El relato de Livio no se ha conservado, pero no cabe
duda que Lucano en el suyo, especialmente por lo que atañe a
la figura de César, fué mucho más allá que el historiador,
siempre suave en sus juicios ; incluso no sintió escrúpulo, para
glorificar a Pompeyo, en falsear hechos históricos, y, por ejem-
plo, antes de la batalla decisiva pone un discurso en boca de
Cicerón, cuando éste se encontraba a la sazón muy lejos del
teatro de la guerra, en Dirraquio. El "gran" Pompeyo es para
él la encarnación del ideal republicano, César un criminal sin
escrúpulos, el causante de todos los infortunios que la triste
guerra civil hizo caer sobre Roma. Pero tal es la fuerza triun-
fante del genio, que, a pesar de los convulsos esfuerzos del
poeta para erigir a su Pompeyo en héroe de la epopeya a cos-
tas de su gran adversario, éste aparece por doquiera como el
verdadero protagonista del histórico drama.
Para lograr su tendencioso objeto, el hábil poeta recurre a
una retórica del más fulgurante y variado colorido, que culmi-
na en los 120 artificiosos discursos contenidos aproximada-
mente en la obra. Añádase a ello, con excesiva frecuencia para
nuestro moderno sentir, patético énfasis, hueco sentimenta-
lismo, junto con disculpas mal cultivadas de las funestas
medidas del vacilante y mal aconsejado "Magno", y ruines
insinuaciones acerca del proceder de César. Mucho más sim-
pática, pues no ha sido llevada hasta lo caricaturesco, resulta
208 ALFRED GUDEMAN

para nosotros la caracterización del rígido republicano Catón,


que encuentra expresión casi epigramática en el célebre verso :
Victrix causa deis placuit, sed victa Catoni (" La causa triun-
fante agradó a los dioses, pero la vencida a Catón") . Contiene
además la Farsalia largas descripciones, pinturas horribles al
modo de las de su tío, reflexiones filosóficas, incluso eruditas
digresiones científicas como acerca de las fuentes del Nilo, y
la enumeración de las serpientes africanas, todo ello cosas que
nada tienen que ver con el curso de la acción histórica, y que el
joven poeta inserta para dar mayor variedad o para servir
de ornato poético y de prueba de su erudición.
Pero una peculiaridad distingue este poema de
todas las epopeyas heroicas de la Antigüedad que cono-
cemos. Con audaz resolución, Lucano echó sencilla-
mente por la borda todo el divino aparato tradicional,
apreciando con acierto que en el relato de sucesos
acaecidos en un pasado próximo la intervención perso-
nal de poderes sobrehumanos no tendría la menor jus-
tificación poética. Con ello la epopeya histórica dió un
paso más hacia la prosa, y es significativo que las úni-
cas objeciones hechas contra la Farsalia en la Antigüe-
dad se refieren a este punto. Así, el exquisito Petronio
tampoco admite por verdadera epopeya el poema
heroico histórico sin la habitual máquina divina, y
opone a la Farsalia una larga muestra sobre el mismo
tema, para servir de modelo. Quintiliano, elogiando el
fuego poetico y la sentenciosidad de Lucano, añade que
mejor podría contársele entre los oradores que entre
los poetas ; otros, considéranle únicamente como histo-
riador. Estas críticas en nada han perjudicado a la
popularidad de la obra. Tácito dice en el Diálogo de los
Oradores que hoy se exige al discurso ornato poético,
pero éste ha de ser tomado no de los poetas arcaicos,
sino de "la santidad de Horacio, de Virgilio y de Lu-
cano" -obsérvese la conexión-; y aun más tarde la
influencia de la Farsalia se deja sentir en el gran his-
toriador. Estacio ensalzó con entusiasmo a Lucano en
una poesía por el día de su natalicio, que la viuda cele-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 209

braba regularmente, discerniéndose también multiples


vestigios de la utilización de la Farsalia en obras de
poetas posteriores ; de modo que la respuesta a sus
adversarios, que Marcial pone en boca suya : "Algunos
creen que no soy poeta, pero mi librero, que me vende,
es de otra opinión", expresa con acierto la estima gene-
ral en que se le tenía. En la Edad Media leyóse también
ávidamente a Lucano. Únicamente la Edad Moderna
permanece fría ante su obra, casi la rechaza, pues mu-
chas de sus particularidades que la Antigüedad admi-
raba, o al menos no se escandalizaba por ellas, a nos-
otros nos parecen graves defectos épicos o poéticos.
Pero aunque hubiésemos de reconocer el fundamento
de tales objeciones, no podemos jamás olvidar, en el
caso de Lucano, que se trata de una obra en parte pós-
tuma, pero, ante todo, escrita por un poeta de poco más
de veinte años en pleno hervor político, delatándose en
ella la falta de madurez poética de su período de impe-
tuosa juventud, no menos que, por ejemplo, en el Götz
de Goethe, o en Los Bandidos de Schiller. Considerada,
como es justo, desde estos puntos de vista, la Farsalia
constituye en resumen, una asombrosa proeza poética,
que justifica las más altas esperanzas de obras maes-
tras ulteriores. Con Lucano murió un segundo Virgilio,
antes de haber tenido su genio poético tiempo para
depurarse y alcanzar la plenitud.
Si Lucano había ido a buscar su materia en el
pasado inmediato, otro poeta de talento, que vivió en la
época de Vespasiano, C. Valerio Flaco, se remontó de
nuevo a la leyenda griega, eligiendo, cosa extraña, un
tema que cual ningun otro habia ya sido tratado repe-
tidamente por griegos y romanos, el mito de los Argo-
nautas, en cuyo centro estaba la demoníaca figura de
Medea. Después que Eurípides, el primero, seguido por
Neofrón, Sófocles, Carcino; Diceógenes, Bioto, Ennio,
Ovidio, Séneca y Curiacio Materno había dramatizado
esta figura heroica, todo el mito había sido narrado
14. GUDEMAN : Diteratura latina. 98-99. - 3 . ed.
210 ALFRED GUDEMAN

extensamente en las Argonáuticas de Apolonio de


Rodas, traducidas en tiempo de Augusto, con bastante
fidelidad, por Varrón Atacino.
Este relato constituyó el modelo de las Argonáuti-
cas de Valerio Flaco, que, desgraciadamente, quedaron
sin terminar, en ocho libros y 5593 hexámetros exce-
lentes, mientras la obra de Apolonio contiene 4 835 ver-
sos en cuatro libros. Este solo hecho demuestra con
qué libertad procede el imitador romano respecto del
original. Las numerosas alteraciones que verificó, tanto
en el aspecto de ampliar el original a base de otras
fuentes como de abreviarlo, casi siempre mejora el
original, algo seco. Los importantes acontecimientos
están explicados y agrupados con mayor habilidad; la
figura de Jasón, algo abúlico, resulta más enérgica y,
por consiguiente, más heroica, y, gracias a cierto minia-
turismo psicológico, los demás caracteres cobran tam-
bién más vida y colorido. Incluso el pasaje más brillante
de Apolonio, el conflicto psíquico de Medea entre el
deber y el amor, en el autor romano, acaso por influen-
cia de Ovidio, queda enriquecido con algunos rasgos
delicados, siendo también la ejecución más artística.
El poema contiene, además, muchas escenas conmove-
doras y pasajes impresionantes. Los numerosos símiles
del original han sido sustituídos por otros propios, y
aunque Valerio, en los discursos esparcidos por su obra,
paga el debido tributo a la retórica, no cae en la hin-
chazón y la afectación que tanto molestan a Lucano y
Estacio. Nadie censurará a los épicos romanos de la
Edad de plata por haber tomado mucho de Homero y
principalmente de Virgilio y Ovidio en lo que respecta
a la ejecución formal y a la técnica de la composición,
si por lo demás, como sucede con Valerio, revelan
fuerza poética y originalidad en tan alto grado .
Pero junto a las muchas bellezas, en el contenido y
la composición, menguan nuestro goce ciertos defectos
externos, que imprimen también en este poeta de ta
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΝΑ 211

lento la marca de la decadencia. En su afán de encon-


trar siempre la expresión más compendiada y justa,
Valerio Flaco incurre a menudo en transposiciones y
cruzamientos caprichosos, en atrevidas elipsis y auda-
ces atracciones sintácticas y grecismos : retorcimientos
estilísticos que conducen a la oscuridad y ponen obs-
táculos desagradables a una lectura despreocupada.
Pero una vez vencidas, como sucede con Tácito, el
esfuerzo queda sobradamente compensado, lo que
prueba su excelencia poética.
Las Argonáuticas parecen haber sido la obra de su vida. Fue-
ron empezadas ya en tiempo de Vespasiano, pues al comienzo se
menciona la toma de Jerusalén por Tito (70) como un aconte-
cimiento reciente. En repetidas ocasiones se alude a la catas-
trófica erupción del Vesubio en el año 79, y si dos pasajes de los
dos últimos libros pueden ser referidos a la campaña dacia de
Domiciano, terminada el año 89, el poeta seguía a la sazón
ocupado en su obra; pero no le fué permitido darle cima.
Si Quintiliano, el único escritor romano que le menciona, escribe
hacia el año 92 : "Recientemente (nuper) hemos sufrido una
gran pérdida con Valerio Flaco", difícilmente podemos referir
estas palabras a un hecho secundario como el de la no termina-
ción de las Argonáuticas, sino tan sólo a un poeta en plena
madurez, del que se había podido esperar, según todos los
cálculos humanos, nuevas obras de valor, de haber sido más
largos sus años. Raros son los vestigios del conocimiento de
esta epopeya en poetas posteriores, como, por ejemplo, Estacio,
Silio Itálico, Nemesiano, Claudiano y Draconcio ; lo cual no
deja de ser extraño, y aun en estos poetas citados tal influjo
no siempre está demostrado satisfactoriamente. En la Edad
Media la obra permaneció en el olvido ; pero el manuscrito
más antiguo que poseemos es de los tiempos carolingios.

La vida de Silio Itálico (25-101), de la que posee-


mos noticias más exactas, procedentes de un contempo-
ráneo amigo suyo, Plinio el Joven, abarcó casi todo el
período de que estamos tratando, desde Tiberio hasta
Trajano. En su juventud fué orador, y aun delator.
Luego abrazó la carrera política. El año de la muerte
212 ALFRED GUDEMAN

de Neron fué cónsul, en el siguiente, de los tres empe-


radores (69) , adopto, como partidario de Vitelio, una
actividad prudente y moderada, confiandole el defini-
tivo vencedor, Vespasiano, el cargo de proconsul de
Asia Menor, que desempeño con exquisito celo. Termi-
nada su gestión, y muy rico, retirose de la vida política,
consagrandose, en sus fincas de Campania, por entero
a sus aficiones literarias y a la frecuentacion de amigos
dados a la filosofía. Gloriábase de poseer una villa de
Cicerón y la tumba de Virgilio, cuyo natalicio solía
celebrar con mayor solemnidad que el suyo propio.
A los 75 años, afligido por un tumor incurable, puso
término a sus dolores absteniendose de todo alimento.
Fruto de sus treinta años de ocio es una epopeya histórica
en diecisiete libros con mas de 12 000 versos, titulada Púnica, el
poema mas largo y al mismo tiempo mas aburrido en lengua
latina. Leerlo de un tirón constituye una prueba de paciencia
que sólo de un editor o de un historiador de la literatura con-
cienzudo se puede suponer. El contenido se limita a la segunda
guerra púnica o de Aníbal, desde el sitio de Sagunto (218)
hasta la batalla de Zama ( 201) estando, como no se podía
menos de esperar, tomado del brillante relato de Livio ; pero
también debió de utilizar copiosamente los Anales de Ennio, a
quien ensalza (XII, 381-413 ) . Sólo las digresiones, en las que el .
leído poeta es generoso, proceden de otras fuentes, en parte
aun identificables : así, reflexiones filosóficas en su mayoría de
origen estoico ( por ejemplo, Escipión, como Hercules en la
bifurcación de los caminos, prefiere el sendero de la virtud al
del placer) , descripciones de cosas notables y discusiones sobre
fenómenos de la naturaleza (por ejemplo, sobre el flujo y
reflujo, a base de Posidonio) . Por lo que respecta a la técnica
de la composición épica, Silio no se aparta de Homero y Virgi-
lio. Tuvo especial cuidado en insertar escenas famosas a imi-
tación de aquéllos. Así las Púnicas ofrecen, por ejemplo, la des-
cripción de un escudo, unos juegos funebres, un catálogo de
pueblos, un descenso a los infiernos, una prediccion de la Sibila,
escenas de combate, juegos macabros, visiones. Ya se da por
descontado que la máquina divina es puesta en movimiento y
funciona a todo vapor. En cuanto al estilo y al léxico Silio
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 213

sigue también las huellas de Virgilio. La expresión aspira a lo


heroico evitando visiblemente lo natural, pero este rígido andar
sobre zancos acaba a la larga por fatigar en vez de elevar el
ánimo. Agréguense a ello ornatos retóricos y exageraciones de
todo género, para no hablar de los disparates y ampulosas
salidas de tono ni de las sandeces sentimentales.

Pero por interminables,monótonas y desabridas que


sean las Púnicas en conjunto, de todos modos no faltan
en este paramo epico algunos oasis de poesía, que,
tomados sueltos, vierten una luz algo más favorable
sobre el talento poetico del autor. Así, para citar sólo
algunos ejemplos, la descripción del carácter de Aníbal
y su sueño, el diálogo de Juno y Venus, la batalla de
Cannas, la predicción de la Sibila y la pintura del
caracter de Escipión. Es también innegable que pasa
por el poema un soplo del viejo modo de pensar y de
sentir romano, y un patriotismo no retorico ni artifi-
cioso, sino auténtico, salido del corazón del poeta.
Marcial, que en todo personaje distinguido y rico
veía, en primer termino, un futuro generoso Mecenas,
llamó las Punicas de Silio ornamento de la literatura
latina, profetizandole la inmortalidad ; mas acertado es
el breve juicio de Plinio el Joven, segun el cual el poe-
ma en cuestion revela mayor aplicación que genio.
Aparte de algunas reminiscencias vagas en autores pos-
teriores y dè una mención, enteramente incidental, en
Sidonio Apolinar (siglo v), parece que la obra, si no
pasó inadvertida, por lo menos no ejerció influencia
alguna durante la Antigüedad y la Edad Media. Hasta -
el siglo xv no resurgió del olvido en que estaba, pero,
como prueban las escasısimas ediciones hechas desde
entonces de las Punicas, siempre han sido contados sus
lectores.
A base de dos supuestos acrósticos, repetidas veces se ha
querido ver una relación entre Silio Itálico y el llamado Home-
rus Latinus o Pindaro Tebano. Este último subtítulo, recibido
en la Edad Media, fúndase en una grosera equivocación, inex-
214 ALFRED GUDEMAN

plicada. El poema consta de 1070 hexámetros de rigurosa


estructura, y es en parte una traducción, en parte un arreglo
muy libre, y muy resumido, de la Iliadu. Mientras una cuarta
parte corresponde a los libros I y II, terminándose el libro V
con el verso 537, los diecinueve libros restantes son la segunda
mitad, numéricamente igual a la primera, se restringen hasta
formar un resumen tan lamentable y anémico, que se podría
conjeturar la existencia de dos autores distintos. Pero también
es posible que el resumidor perdiese la paciencia o fuese inca-
paz de llevar a cabo la nada fácil tarea de terminar el epítome
al modo de la primera parte. Mas incluso en esta forma engu-
rruñida el librito, que en cuanto al lenguaje copia, casi servil-
mente, a Virgilio, Ovidio y Séneca, tuvo tanto éxito hasta bien
entrada la Edad Media, que no tardó en ser introducido en la
escuela. Nuestro interés actual se ciñe únicamente a los acrós-
ticos que se ha creído descubrir en los ocho primeros versos y
en el epílogo. Admitiendo, lo que en buen método es siempre
poco recomendable, dos modificaciones en los versos 7 y 1065,
resulta la siguiente frase : Italicu [e] s ...sc[q] ripsit. Pero aun
suponiendo que tales conjeturas (u en vez de e, y cen vez
de q) no sólo arreglen a nuestro gusto los acrósticos, sino tam-
bién corrijan dos faltas del texto tradicional, que en realidad
existen, de ningún modo se sigue la identidad de este versifi-
cador, dejado de la mano de todas las Musas, con el autor de las
Púnicas. Contra tal identidad existen razones de peso, entre
las cuales no puede, empero, ser contado el hecho de que ni
Marcial ni Plinio el Joven hagan mención de esta insignifi-
cante obrita.

Si hemos de dar crédito a Marcial, a Plinio el


Joven y a Juvenal, Roma, a fines del siglo 1, rebosaba
de poetas. Casi no pasaba día en que no tuviese lugar
una lectura pública, a la que el aficionado a las letras
y el mecenas sentíanse obligados a asistir, por un deber
social que robaba mucho tiempo, aun en el caso de
no ser molesto. Sin embargo no parece que estos favori-
tos de las Musas gozasen de éxito duradero. Conoce-
mos algunos nombres, pero sus obras apenas han dejado
huella, pues nadie, como dice Tácito, conoce a los poe-
tas mediocres, y sólo algunos conocen a los buenos.
Entre estos pocos descuellan -podemos prescindir de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 215

Silio Itálico- dos poetas de extraordinarias dotes,


Estacio y Marcial. El primero ha provocado, durante
siglos, como épico, una admiración que comprendemos,
pero no podemos compartir, mientras el último entre
los corifeos de la literatura universal figura como el
maestro genial y único representante romano de deter-
minado género literario. Juvenal fué en rigor contem-
poráneo suyo, pero no se manifestó con sus sátiras hasta
algunos años después del asesinato de Domiciano (96) .
P. Papinio Estacio (ca. 40-ca. 96) nació en Nápoles.
Era hijo del afortunado director de una escuela que
también se había granjeado renombre como poeta. Ya
en su ciudad natal, el joven, precoz como Lucano,
había triunfado en concursos, como más tarde en los
albanos de Minerva en Roma, adonde, no sabemos
exactamente cuándo, habíase trasladado en compañía
de su padre. Menos afortunado fué en el Agon capito-
liano, sintiendo vivamente su derrota. Hacia 94, por
vanidad herida o por motivos de salud, se retiró de la
capital. Murió en Nápoles, poco antes que Domiciano.
Estacio poseyó, cual ningún otro poeta antiguo, que
sepamos, a no ser Lucano, el don de la improvisación,
recordando en esto al poeta inglés John Dryden.
El mismo estaba no poco orgulloso de lo rápido de su
producción, y de hecho es lícito decir que, en general,
sus poesías más felices son las que menos fatiga le
costaron .

Su fama se funda en tres obras, que de él se han conser-


vado. Dos poemas épicos, la Tebaida en doce libros con más
de 9000 versos, en la que, según propia confesión, trabajó doce
años (80-92) , y la Aquileida, que la muerte le impidió terminar.
Además escribió, entre los años 90 y 95, las llamas Silvas, en
cinco libros, pero el último es incompleto, no habiéndose publi-
cado hasta después de su muerte. El título, Silvas, designa aquí
una colección de poesías ocasionales de contenido muy vario y
rápidamente escritas, siendo tomado de la obra del mismo título
de Lucano, para tributarle con ello, al mismo tiempo, un home-
naje. Las " Silvas críticas", o reflexiones acerca de la ciencia y
216 ALFRED GUDEMAN

el arte de lo bello" , de Herder, ofrecen la misma abigarrada


multiplicidad, así como también el título, sin duda, está tomado
de las Silvas de Estacio.
La extensa epopeya trata de modo prolijo y no sin pedan-
tería la antiquísima leyenda, ya relatada en canciones heroi-
cas posthoméricas, de la expedición de los Siete contra Tebas,
que culmina en el funesto duelo de los dos hermanos enemigos,
Polinices y Etéocles, hijos de Edipo y hermanos de Antigona.
De la misma fuente los tres grandes trágicos griegos, Esquilo,
Sófocles y Eurípides, habían derivado repetidamente materia
para dramas, y en el siglo iv Antimaco de Colofón había des-
arrollado el mismo argumento en una extensa epopeya igual-
mente titulada Tebaida. Estacio tenía, ademas, a su disposición
abundantes fuentes mitológicas. Los sucesos, harto conocidos
de todos, podían únicamente cobrar nuevo encanto por una ela-
boración retórica del detalle y por un agrupamiento que pro-
vocase la expectación. Estacio consigue este objeto mediante
las representaciones de batallas, magníficas de colorido, pero
hinchadas y enfáticas. Como ejemplo craso de su desmedida
exageración podemos al menos citar el feroz heroísmo de Tideo
moribundo, quien clava los dientes en la cabeza de su adver-
sario caído y sorbe su sangre. Este horrible tema, de todos
modos; procede de la antigua epopeya, pero lo característico del
imitador romano es la amplitud y aun la delectación con que
traza la escena. Antipática y repugnante es la figura del ciego
Edipo, en cuyo diseño, enteramente desafortunado, Estacio
supera al mismo Séneca. Graciosa es, en cambio, la representa-
ción del juvenil y hermoso héroe Partenopeo, condenado como
Aquiles, a temprana muerte, aunque también esta figura podría
proceder de aquellas antiguas fuentes. Que los dioses interven-
gan por doquiera, era de esperar, pero los olímpicos no bastan
a Estacio, las Furias Tisífona y Megera reciben también un
papel de importancia ; incluso personificaciones alegóricas,
como la Piedad, el Terror y el Sueño, influyen con eficacia en
la marcha de la acción . Comparaciones en las que se desborda
la fantasía del poeta, realzan el esplendor del relato. Mas no
pocas veces son inadecuadas, y no siempre del mejor gusto ; la
expresión retorcida ofrece también dificultad, al menos para el
lector moderno.
Aunque el poeta se esfuerza, no sin éxito, en aumentar gra-
dualmente el interés, disponiendo con arte la materia hasta la
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 217

dramática catástrofe, vienen a retardar el efecto episodios


intercalados, como el de Hipsípila, que llena algunos libros y
que sólo puede nallar justificación en razones retóricas.
El gran modelo épico fué también para Estacio, naturalmente,
Virgilio. La dependencia en que está respecto de éste mani-
fiéstase no sólo en el lenguaje, sino en el modo de trazar esce-
nas enteras, en la adopción de temas y en la introducción de
figuras, situaciones y acciones paralelas. En el epílogo espera
el premio de la inmortalidad, pero insiste en no querer compe-
tir con el poeta de la Eneida.

De su predecesor griego Antimaco se refiere la


curiosa anécdota de que, al leer su interminabic
Tebaida, los oyentes, aburridos, abandonaron poco a
poco la sala ; Platón fué el único que resistió hasta el
final, por lo que el poeta declaró : "Un Platón es de
mayor peso para mí que mil oyentes. " La obra de Esta-
cio halló una acogida mucho más favorable. El solo
anuncio de que iba a leer fragmentos de su Tebaida,
provocó en Roma la más gozosa expectación, y la juven-
tud, entusiasmada, aprendióse de memoria libros ente-
ros de la epopeya. Esta admiración por la Tebaida no
menguó con el tiempo, como lo demuestra el que Dante
glorifique a su autor en la Divina Comedia, imitando al
mismo tiempo algunos pasajes. En nuestra época, que
no encuentra ya deleite alguno en epopeyas retóricas
de esta índole, la Tebaida de Estacio tiene muy pocos
lectores.

La Aquileida revela un notable progreso, siendo muy de


lamentar que no llegase a terminarla. El poema estaba esbo-
zado a grandes rasgos, y había de abarcar toda la historia del
héroe homérico. Lo conservado (1127 hexámetros) se inte-
rrumpe al ser llevado Aquiles a Troya por Ulises y Diomedes,
refiriendo del modo más gracioso la estancia del joven Pelida,
disfrazado de mujer, entre las hijas de Licomedes, y sus amo-
res con la princesa Deidamía, la madre del más adelante cele-
bérrimo Neoptólemo. A juzgar por la muestra conservada, el
poema entero habría pecado contra una regla de Aristóteles,
por ofrecer una unidad menos de acción que de protagonista,
218 ALFRED GUDEMAN

siendo apenas dudoso que en las partes correspondientes a la


Iliada, el imitador habría llevado gran desventaja a su inmor-
tal modelo; pero no habría dejado de tener su encanto, ver
cómo Estacio salía de su difícil empresa. Sabido es que tam-
bién Goethe quiso escribir una Aquileida, pero la realización
del proyecto no pasó de los comienzos.
El talento del poeta muéstrase bajo un aspecto completa-
mente distinto en las Silvas. Las treinta y dos poesías, a menudo
bastante extensas, son obras de ocasión, y no raras veces de
encargo, esbozadas velozmente, en parte improvisadas. Los des-
tinatarios, personas elevadas o ricas, recompensarían debida-
mente al poeta el pase que les daba para la inmortalidad; pero
la esperanza del galardón manifiéstase en Estacio, que no care-
cía de fortuna, con menos frecuencia que en Marcial, el poeta
mendigo. La materia de esta colección de poesías es, como ya
indica el título, muy varia. Cantos de pésame, de consuelo y de
fiesta, descripciones de obras de arte, baños y soberbias villas,
cuyos felices propietarios ensalza a boca llena; he aquí lo
principal del contenido. Cierto número de poesías celebran, del
modo más desbordante, a Domiciano y a sus hechuras, dueños,
gracias a aquél, de poder y riquezas. Al elogiar a estos últi-
mos el poeta parece una vez sobrecogido de un ligero sen-
timiento de vergüenza, pues la carta introductoria, en prosa,
al libro V, emplea el giro : " Quien honra sinceramente a los
dioses (esto es, al César) , ama también a sus sacerdotes."
Por mucho que nos repugnen tales adulaciones de Lucano,
Estacio, Marcial, Veleyo Patérculo y Valerio Máximo, para no
mencionar más que a éstos, sobre todo yendo dirigidas a Tibe-
rio, Nerón y Domiciano, sus contemporáneos no encontraron
nada chocante en las mismas. Se trata de un hábito ya fuerte-
mente arraigado, y con frecuencia de giros lisonjeros o corte-
sanos que habían acabado por fosilizarse, constituyendo flores
de retórica o fórmulas que apenas eran tomadas en el sentido
literal de la palabra. En el fondo, tales lisonjas no difieren de
los cumplidos y los finales de cartas, corrientes, aun en nues-
tros días, entre particulares, para no hablar de las frases ampu-
losas en uso en las relaciones escritas entre súbditos y prín-
cipes. Repetidas veces hemos ya hablado de otras circunstancias
atenuantes que se deben tener en cuenta al tratar de los
escritores antiguos (véase pág. 128).
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 219

Si prescindimos, como es debido, de este carácter


panegírico y de sus motivos, en todo caso poco ideales,
y consideramos tales poesías desde el punto de vista
meramente artístico, juzgando ingenuamente, llegare-
mos a la conclusión de que se trata de una producción
poética tan peculiar como notable. Las descripciones
de Estacio son de plasticismo y gracia efectivos; el sen-
timiento de la Naturaleza y sus bellezas es vivo ; el
poeta es capaz de pulsar cuerdas profundas del cora-
zón. Y aunque sus poesías de pésame, consuelo y felici-
tación están construídas según esquemas retóricos co-
nocidos y huelen a receta; si, por ejemplo, una poesía,
como la dedicada a la muerte de un papagayo, delata
desde luego la influencia de célebres modelos (Catulo y
Ovidio), el contenido es las más de las veces variado
y lleno de fantasía en los detalles, la ejecución es origi-
nal y adecuadísima a la situación dada. Los veinte ver-
sos en que el poeta, enfermo, pide al dios del Sueño
alivio para su insomnio, son una joya preciosa y nos
hacen pensar involuntariamente en un pasaje célebre
del Macbeth de Shakespeare. Incluso en el poema más
extenso de esta recopilación, sobre la muerte de su
padre, que se distingue por una escogida erudición y
que, en comparación de la rapidez con que están escri-
tos los demás, está elaborado con arte y escrúpulo
especiales, el poeta jamás cae en lo falsamente paté-
tico, deleitándonos con cierto calor del alma que cons-
tituye honroso testimonio de su piedad y gratitud.
Por último, en cuanto a la forma métrica de las Silvas a
excepción de una oda alcaica y una sáfica, y de cuatro poesías
en endecasílabos yámbicos, Estacio se limita al hexámetro,
construído algo más a la ligera que el de sus grandes poemas
épicos, en cuya estructura sigue más de cerca a su modelo
Virgilio. Hasta qué punto era el poeta consciente de esta dife-
rencia, lo prueba la interesante observación motivada por su
poema al natalicio de Lucano (Introducción al libro II) , de
que en un panegírico de este poeta épico teme, si emplea el
220 ALFRED GUDEMAN

hexámetro, dar pie a un parangón desfavorable para él, por lo


cual prefiere el endecasſlabo.

M. Valerio Marcial (c. 45- c. 104), uno de los mas


grandes pintores de costumbres de todos los tiempos y,
en nuestra opinión, el representante mas conspicuo de
un género literario peculiar, el epigrama, en la litera-
tura universal, nos traza de la sociedad romana un
cuadro mucho mas variado que su contemporaneo Esta-
cio, aunque no sea un cuadro muy encantador. Nacido
en la pequeña ciudad española de Bilbilis (Calatayud),
de una familia burguesa no muy acomodada, llego en
el año 64 a Roma, en busca de fortuna. Parece haber
sido cliente de la familia, igualmente española, de los
Senecas. Pero una vez muertos, violentamente, los últi-
mos miembros significados de la misma, Marcial hubo
de buscarse otros protectores ricos. La necesidad des-
perto en él, como en otro tiempo en Horacio, el talento
poético adormecido, pero menos dichoso que éste en el
descubrimiento de un Mecenas, se quedó casi toda la
vida en poeta-mendigo que sin discernimiento ni sen-
tido del honor puso siempre sus brillantes dotes al
servicio del poderoso y del rico, a cambio de compen-
saciones. Pero al ceñir Nerva y Trajano la diadema
imperial, Roma dejo de ser lugar apropiado para los
clientes del cuño de Marcial ; el mismo Domiciano, a
quien habia glorificado en todos los tonos, jamás
habíale demostrado reconocimiento. Así, lleno de ren-
cor, abandonó la capital (98) , donde había vivido
durante treinta y cuatro años, y retiróse a su patria.
Plinio el Joven dió al poeta, ya universalmente célebre,
pero pobre, la cantidad necesaria para el viaje, agra-
decido por un elogio (X, 19) que el mismo Plinio nos
ha transmitido tambien, aunque sólo en parte y segu
ramente de memoria En su ciudad nativa Marcial,
gracias a la generosidad de una rica admiradora se
vio libre por último de preocupaciones materiales,
muriendo unos seis años despues de su regreso
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 221

Marcial decidióse más tarde, y aun a instigacion de otros, a


divulgar en forma de libro los productos, a modo de camafeos,
de su Musa ligera, amontonados durante toda una vida y ya de
tiempo conocidos entre un público bastante extenso. Pudo muy
bien contribuir a ello el hecho de que repetidas veces plagiarios
habianse incautado de epigramas suyos en circulación, editán-
dolos como propios, mientras otros hacían pasar como de Mar-
cial los pobres frutos del propio ingenio. Pero su individualidad
poética era tan marcada, que el engaño se echaba de ver en
seguida. Al parecer no incluyó las poesías de su primera juven-
tud, considerando tambien indignas de la publicación otras
obras ulteriores. Poseemos cuatro colecciones de epigramas,
editadas en distintos tiempos :
1. El llamado "Libro de los Espectáculos" (liber spectacu-
lorum), que ahora sólo contiene treinta y dos breves epigramas
-los más largos, cuentan sólo seis dísticos-, trata de los bri-
llantes festivales organizados por Tito y Domiciano. Las des-
cripciones de combates de gladiadores y de fieras, de nauma-
quias, etcétera son, a pesar de su brevedad, de un relieve
lleno de vida pero rebosan de lisonjas al emperador.
2. Las llamadas Xenias ("regalos de bienvenida") . Durante
las fiestas Saturnales, que venían a corresponder, incluso por
la fecha en que se celebraban, con nuestras Navidades, era
costumbre que los patronos ricos enviasen regalos a los nume-
rosos clientes, a quienes no podían invitar a su mesa. Para
acompañar estos regalos escribió Marcial gran numero de tar-
jetas, consistentes en sendos dísticos con la correspondiente
inscripción. Los llegados hasta nosotros, seguramente una selec-
ción, son en numero de 127, de los que todos, con seis exхсер-
ciones ( 1-3, "Introducción" ; 4, "Incienso" ; 15 " Leña" ; 127,
"Corona de rosas" ) , se refieren a manjares y bebidas. Como
es sabido, Goethe y Schiller pusieron también a sus epigramas
satíricos, netamente polémicos título de Xenias, lo que, dado el
caracter de la colección de Marcial, sólo se explica en sentido
ironico, como regalos poeticos a sus enemigos literarios.
3. Análogos a las Xenias eran los Apophoreta (literalmente
"regalos que uno se lleva") . Durante las Saturnales era asi-
mismo costumbre, en los festines, distribuir regalos a los con-
vidados, las mas de las veces a la suerte ; nos da un regoci-
jante ejemplo de ello Petronio en el Banquete de Trimalción
Servian para este objeto las 221 etiquetas para regalos de los
222 ALFRED GUDEMAN

1
más variados géneros que quepa imaginar, escritos igualmente
én dísticos. Entre las mismas, nos interesan de modo especial
las inscripciones para acompañar presentes de libros, encon-
trándose entre éstos la Batrocomiomaquia de Homero, el Culex
de Virgilio, la Tais de Menandro, el Libro de Cintia (libro I) de
Propercio, las Historias de Salustio, Catulo, Tibulo y una poesía
suelta de Calvo. Añadíanse a éstas obras de mayor extensión,
escritas, muy prieto, en pergamino de pequeño tamaño, como
Homero, Virgilio, Cicerón (¿los discursos?) , las Metamorfosis
de Ovidio, Lucano y "el enorme Livio, que no cabe en toda mi
biblioteca", lo que ha hecho suponer que se trataba acaso de
ediciones estenográficas. La ordenación está hecha visiblemente
por materias, teniendo sobre todo cuidado, según indica el
poeta, de aparejar siempre un regalo costoso con otro de
menos valor. Sin embargo, en nuestra tradíción manuscrita
no se sigue con toda exactitud este plan, pues a menudo las
parejas quedan incompletas, o dísticos sueltos han ido a parar
a sitios que no les corresponden.
4. El núcleo propiamente dicho, la obra sobre la cual des-
cansa la gloria del poeta, fórmanla los doce libros de epigra-
mas, en total 1172 poesías con unos 9000 versos. Como Estacio
a las Silvas, Marcial hace preceder a algunos libros un prefa-
cio en prosa, así a los libros 1, 2, 8, 9, 12. Ello nos permite
suponer que los libros 1, 2-7, 8, 9-11 y 12 formban cinco voli-
menes de desigual extensión. Existían además ediciones suel-
tas: así, el libro octavo estaba dedicado a Domiciano.
El metro preferido es el dístico elegíaco, empleado desde el
principio en el epigrama por los griegos. Como una décima
parte están escritos en otros géneros de verso. El más fre-
cuente es el endecasſlabo yámbico, más raro el yambo cojo o
"escazonte", llamado así a causa de su inesperado final tro-
caico en ( __ ). Marcial es un virtuoso del verso, aunque
se permite, a conciencia, discrepar en algunas cosas de sus
modelos clásicos, especialmente Ovidio. Así, por ejemplo, no se
preocupa en lo más mínimo por el final bisílabo del pentámetro.

No es éste el lugar indicado para seguir la evolu-


ción del epigrama (véase pág. 158) . Siendo en su ori-
gen una verdadera inscripción sepulcral, fué adqui-
riendo un carácter cada vez más variado, hasta que,
siempre dentro de una extensión muy limitada, llegó a
HISTORIA DE LA LITERATURA LAΤΙΝΑ 223

ser un instrumento admirable cuyas cuerdas prestá-


banse a casi todas las expresiones del pensamiento y
del sentimiento del hombre. Habían contribuído a su
perfección numerosos e inteligentes predecesores de
Marcial, tanto griegos como romanos, cuya influencia
en él es dado aún precisar en algunos casos, a pesar de
lo fragmentario de la traducción manuscrita. Con
todo, Marcial es de los poetas más originales de la lite-
ratura romana. Dotado de agudo talento para las fla-
quezas humanas, se adentra en la vida del presente y
"hace interesante cuanto toca" . Es inagotable en la
invención de motivos y situaciones siempre nuevas, e
incluso cuando trata más de una vez el mismo objeto
u otro análogo, como ocurre especialmente con las
Xenias y los Apophoreta, sabe siempre descubrir aspec-
tos nuevos o dar un giro ingenioso, que tiene el encanto
de la novedad. Posee, en alto grado, chispeante inge-
nio, sorprendentes agudezas, ironía y burla mordaz.
Atacó a los vivos únicamente bajo nombres supuestos,
de suerte que adquieren para nosotros un carácter casi
típico. Pero Marcial no fué sólo un satírico tan inge-
nioso como múltiple, sino también un gran artista.
Todo está escrito con una ligereza en apariencia fácil,
y expuesto, empero, en un lenguaje pulido, que no
revela el menor vestigio de factura retórica ni de receta,
caso sin ejemplo en la poesía de esta époса.
Ya hemos aludido a un aspecto desfavorable de sus poesías,
la desmedida adulación de personajes poderosos y ricos con
vistas a la mejora material de su situación crónicamente
rayana en la indigencia ; habiendo indicado también que tal
particularidad distaba mucho de aparecer a los ojos de sus
contemporáneos lo repugnante que hoy se nos antoja a nos-
otros. Añádese a este aspecto un segundo. Marcial indudable-
mente mojó muchas veces su pluma en cieno. Aunque en la
Antigüedad clásica, como en los países meridionales en gene-
ral, se han mantenido, incluso en literatura, respecto de las
cosas sexuales puntos de vista menos estrictos que en el norte
de Europa, Marcial, como Ovidio antes que él, fué muchas
224 ALFRED GUDEMAN

veces materia de escándalo por lo obsceno de algunas poesías.


Por ello sintióse repetidamente inducido a fijar su posición a
este respecto. Primeramente indica que sus predecesoras en el
género epigramático, Catulo, Domicio Marso, Albinovano Pedón
y últimamente Léntulo Gentúlico (en tiempo de Caligula)
habían incurrido en el mismo reproche. Además, protesta, des-
pués del precedente de Catulo y Ovidio, de que se consideren
sus versos lascivos espejo de su propia vida, la cual es irrecu-
sable; punto que también Lessing toca en su Apología del
poeta. No escribe para inoralistas rezongones, que tienen por
pecado hablar sin ambages, sino para el público que asiste a
las Florales. Eran estas una antigua fiesta romana de prima-
vera, que duraba. seis días, y que mucho despues de Marcial
era aún famosa por la impúdica licencia que en ellas reinaba.
Que ningun Catón, continua el poeta en justificación propia,
entre en mi teatro a no ser que permanezca. Por lo demás,
añade malicioso, tales reguladores de la moral, en rigor, no
son más que unos tartufos que van al teatro únicamente para
poder decir luego que han salido de el indignados. Tales dis-
culpas, en rigor, no están al abrigo de objeciones, pero aun
rechazándolas por infundadas, es fuerza conceder que Marcial
es mejor que su fama; en una copiosa colección de epigramas
las poesías indecentes no pasan de un octavo (150), por más
que la moral no se mide por cifras.

Como el propio Marcial asegura, ya en vida era un


poeta leído y gustado en todos los países del Imperio
romano : lo mismo por el sibarita de las letras en la
capital, que por el soldado raso en el lejano campa-
mento. A esta divulgación debió de contribuir no poco,
además de lo picante del contenido, la facilidad con
que se asimilan y saborean poesías tan breves. Plinio
el Joven, que le dedica una necrología, para que no
aparezca como suyo propio un juicio desfavorable, se
hace objetar por un fingido adversario que las poesías
de Marcial difícilmente serán inmortales. Con aquel
gesto protector que suele emplear con los que le aven-
tajan en talento, replica : "Es muy posible, pero al
menos él mismo las escribió con esta convicción. " Esta
duda no se ha confirmado. Marcial es uno de los pocos
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 225

autores latinos que en el transcurso de los siglos nunca


han desaparecido de las manos de los lectores, aunque
las puertas de la escuela siempre le han permanecido
cerradas. Lessing contése entre sus más decididos admi-
radores : "Son innumerables los poetas anteriores a
Marcial, así griegos como romanos, pero con anterio-
ridad a él no había existido ningún epigramista" ; y
"el temerario" entusiasmó también un tiempo a Goethe,
junto con Propercio. Pero si en nuestros tiempos sucle
ser más elogiado que leído, ello se debe sin duda menos
a lo escabroso del contenido que a las innegables difi-
cultades que algunos epigramas ofrecen. El poeta
arraiga tan profundamente en el mundo que le rodea,
que con frecuencia el sentido sólo es asequible mediante
el conocimiento exacto de las circunstancias de su
época, el cual pocas veces poscemos; pues en cuanto a
claridad y agudeza de la expresión Marcial no deja
nada que desear, lo que no se puede afirmar ya tanto
de su amigo y colega Juvenal.
D. Junio Juvenal (c. 58 c. 138) es el último gran
satírico de la literatura romana. Sus poesías casi nada
nos dicen de su vida; en cambio, las fuentes biográfi-
cas manan con gran abundancia. Por desgracia, están
a menudo tan llenas de contradicciones y de combina-
ciones manifiestas, que no pueden ser utilizadas sin la
más extrema prudencia. Juvenal nació en Aquino,
floreciente ciudad vòlsca del valle del Liris. Procedía,
al parecer, de una familia distinguida ; por lo menos un
pariente suyo, según sabemos por una inscripción dedi-
catoria, desempeñó cargos elevados en su ciudad natal.
No es posible determinar con exactitud los años de su
nacimiento y de su muerte. En 127-128 vivía aún, como
se deduce de cierta alusión de una de las últimas sáti-
ras (sátiras, 15, 27) , y, dando la unánime tradición
motivo para creer que había alcanzado los 80 años, se
puede situar la fecha de su nacimiento hacia el 58. Una
fecha más tardía difícilmente se compaginaría con su
15. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99. - 3. ed.
226 ALFRED GUDEMAN

íntima amistad con Marcial. Juvenal, como también


Marcial, Tácito y, según está demostrado, Plinio el
Joven, probablemente fué discípulo de Quintiliano,
el más célebre maestro de su tiempo, y durante largos
años se dedicó en Roma, no sin éxito, a la profesión de
retórico. Según testimonio propio, había estado en
Egipto, pero difícilmente ejerciendo ningún cargo ofi-
cial. Como poeta, revelóse en edad ya madura, acaso
durante el primer decenio del reinado de Trajano
(98-117) , pues Marcial no le conoce aún como satírico,
sino tan sólo como "elocuente" orador, y Plinio tam-
poco lo menciona. Aunque, entre otros detalles biográ-
ficos no muy de fiar, sabemos también que, siendo
anciano, vióse condenado al destierro, por haber ofen-
dido a un actor y favorito imperial llamado Paris;
esta tradición divulgadísima rebosa de tales absurdos
y contradicciones, que en ella sólo podemos ver una
fábula literaria formada a base de combinaciones de
todo género.

A excepción de la última sátira (sesenta versos) , mutilada


por la pérdida de algunas hojas, la obra de Juvenal ha llegado
hasta nosotros completa. Consta de dieciséis poesías de exten-
sión muy desigual, con un total de 3871 hexámetros. Gracias a
un sorprendente descubrimiento, la sátira 6, ya sin esto la más
extensa, vióse en 1899 aumentada con treinta y cuatro ver-
sos (después del verso 365), cuva autenticidad se ha negado
sin razón.
En la primera sátira el poeta expone todo un programa lite-
rario. En vista de la inmoralidad y vileza reinantes en la
sociedad romana, " es difícil no escribir sátiras" . " Si la natura-
leza le ha negado talento poético, la indignación dictara los
versos." Por ello no quiere escuchar ya más las interminables
lecturas de glaciales poetas, sino blandir el látigo al modo de
Lucilio. "Todo cuanto hacen los hombres, deseos, temores, iras,
placeres, goces, intrigas, serán el fárrago de mi libro." Con una
rapidez casi atropellada el poeta hace desfilar ante nuestros
ojos numerosos ejemplos de procederes viciosos o criminales,
que vienen a ser preludio de una exposición más detallada en
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 227

las sátiras siguientes. Así, la sátira segunda se extiende acerca


de los vergonzosos excesos de la llamaba buena sociedad de
Roma, cometidos impunemente bajo la máscara de una auste-
ridad hipócrita. En la sexta, una de las poesías más obscenas
de la literatura universal, con palabras de llameante indigna-
ción, con asombroso conocimiento de la materia, cínico impu-
dor y repugnante minuciosidad, se ponen en la picota los vicios
y crímenes de las mujeres. No menos asqueroso es el tema de
la novena, escrita en forma dialogada. Contiene las quejas
de un alcahuete por lo poco que, a su entender, le produce su
puerca profesión. La décimoquinta refiere con horrible proliji-
dad un caso de antropofagía ocurrido en Ombo, junto al Nilo,
en el año 127, y culmina en un fogoso apóstrofe contra los egip-
cios, odiados cordialmente por el poeta. La sátira cuarta em-
pieza con un apasionado ataque contra un tal Crispino, mons-
truo de libertinaje : trátase tal vez de un fragmento de una
sátira no terminada jamás, pues sigue sin transición la rego-
cijada parodia de una deliberación del consejo de Domiciano
acerca de un gran pez, que da ocasión para ridiculizar al
emperador y a sus hechuras.
Las demás sátiras, moralmente, nada tienen que repugne,
distinguiéndose también por un tono menos excitado y tem-
pestuoso. En las más tardías, el poder creador del poeta ha
menguado visiblemente ; algunos no pueden ser absueltas del
vicio de locuacidad y de pobreza de ideas. Con todo, nada nos
autoriza a negar la autenticidad de estos productos de la
vejez. Tal hipótesis, que en otro tiempo levantó gran polva-
reda, hoy tiene sólo un interés histórico. Nada adelantaríamos
con ella, sino inventar, propiamente, un chapucero imitador
que tome sobre sí la responsabilidad de las flaquezas naturales
en un poeta anciano . Forman el objeto de la sátira quinta las
indignas humillaciones de que eran víctimas los clientes en la
mesa de los ricos patronos. Juvenal parece haberla escrito en
parte inspirado por amarga experiencia personal. La séptima
presenta, con crudos colores, la desolada situación de las pro-
fesiones liberales, descripción que a menudo hace pensar viva-
mente en el estado actual de las mismas. La octava contiene
un enérgico discurso exhortando a la noble juventud de Roma
a mostrarse digna de sus grandes antepasados mediante accio-
nes propias, beneméritas, pués de lo contrario el frondoso
arbol genealógico o las vetustas imágenes de los abuelos no
228 ALFRED GUDEMAN

son más que ilusión y vanidad. El tema satírico, con prestarse


tanto, está tratado con poco ingenio ; largas digresiones, sin
conexión visible, destruyen sensiblemente la unidad artística de
la composición. En la décima, el poeta echa mano de un tópico,
ya sobado, de la filosofía popular griega, la locura y vanidad de
los deseos y plegarias de los hombres; con todo, Juvenal no se
muestra directamente influído ni por el Alcibiades II (de Pla-
tón) , ni por la sátira segunda de Persio. La undécima describe
una comida frugal, y elogia la sobriedad al estilo de los buenos
tiempos antiguos, oponiéndola a la vida relajada y dispendiosa
que se llevaba entonces en la capital. La duodécima presenta
dos ceremonias de sacrificio, y termina en un discurso contra
la antigua plaga romana de los cazadores de herencias. La déci-
motercera consuela a un amigo, a quien han estafado una
pequeña cantidad, siendo ésta la obra más floja del poeta. La dé-
cimocuarta discute los funestos efectos de los malos ejemplos
domésticos en la educación de los niños. El resto, casi los dos
tercios de la larga poesía, va dirigido contra el vicio de la
codicia, no estando exento de rebuscamientos y repeticiones.
El fragmento de la décimosexta sospesa las ventajas y desven-
tajas del estado militar. Constituye, sin duda, la cúspide de la
producción de Juvenal, así por el contenido como por la forma
artística, la sátira tercera. Con eficaz plasticidad y sin su
habitual destemple, presenta a nuestros ojos los aspectos som-
bríos de la capital, en la que no queda ya sitio para la gente
honrada y sin bienes de fortuna. Esta célebre sátira fué el
modelo de la poesía de S. Johnson titulada Londres.

Juvenal pinta con tétricos colores. Raras veces un


rayo de un claro humorismo atraviesa la atmósfera car-
gada de odio e indignación. El rencor acumulado bajo
la cruel tiranía de Domiciano descargó con furia irre-
sistible en los tiempos subsiguientes de mayor libertad.
No existe ningún motivo para presentar este humor
colérico del poeta, ya de sí dispuesto al pesimismo,
como si fuese la expresión amañada de un retórico
reflexivo , amargado por desengaños personales ; su
gran coetáneo Tácito nos ofrece un ejemplo análogo.
De todos modos, las sátiras de Juvenal no desmienten
al retórico y declamador de otro tiempo, ya sea que
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 229

discuta, según fórmulas escolares, temas tradicionales,


ya sea en los textos expresivos, ceñidos, llenos de alu-
siones y, por lo tanto, con frecuencia oscuros, en la
acumulación de ejemplos y descripciones o, por fin,
en la rebusca de sentencias brillantes. Por lo que se
refiere a estas últimas, acaso ningún poeta romano, a
no ser Horacio, presenta tantas "palabras aladas"
como Juvenal, algunas de las cuales aun hoy se citan
sin tener idea de su procedencia. Aduciremos unos
pocos ejemplos : "Es un cuervo blanco", "así lo quiero,
así lo mando" (Sic volo, sic jubeo), " ¿ quién vigilará al
guardián ?", "col recalentada" (crambe repetita), " el
pueblo pide pan y juegos de circo" (panem et circen-
ses), "un espíritu sano en un cuerpo sano " (mens sana
in corpore sano), "debemos el mayor respeto al niño"
(maxima debetur puero reverentia) , frase que en nues-
tros días los reformadores de la Pedagogía han adop-
tado por lema.
Durante dos siglos reina profundo silencio sobre
Juvenal. El entusiasmo por la literatura arcaica que
se puso de moda poco después de su muerte, resultó
muy desventajoso para la fama de un poeta tan moder-
no. Luego, a fines del siglo Iv, reaparece súbitamente
cual nuevo astro en el cielo literario, y su brillo no
había de palidecer ya más. El historiador Amiano Mar-
celino refiere que sus contemporáneos, que huían de la
literatura y de la ciencia "como si fuesen veneno",
leían únicamente a Juvenal y a Mario Máximo (histo-
riador del siglo III) con especial afición. Y de hecho, a
partir de entonces podemos seguir su múltiple influen-
cia, y aun mil quinientos años después, un personaje de
Los Miserables, de V. Hugo, aprende latín sólo para leer
al poeta en el original, pues en su opinión es el único
poeta latino digno de ser leído. El poeta pagano debe su
tardía celebridad únicamente a la brutal carencia de
escrúpulos con que combate los vicios de su tiempo, y a
la cínica sinceridad con que denuncia los extravíos
230 ALFRED GUDEMAN

humanos. Este punto de vista, puramente moral, no


pudo predominar más que de una manera paulatina
hasta triunfar el Cristianismo, debiéndose también a
aquél el honroso epíteto de "ético" que se dió en la
Edad Media a Juvenal. Con ello los defectos artísticos
del satírico quedaron, claro está, en segundo término,
pues Juvenal, como metrificador es negligente y en la
composición a menudo muy descuidado. Pero es, al
menos, discutible, si un poeta que explícitamente
adoptó Lucilio por modelo, reconocía estos defectos
como tales, considerando más bien dichas negligencias
de forma como una peculiaridad del género satírico.
Por consiguiente, bueno será no sumarse sin restriccio-
nes a los reproches formulados en aquel sentido, o no
atribuir simplemente a impotencia artística sus defec-
tos. Contra ello podrían con razón aducirse numerosos
pasajes muy felices y, sobre todo, y enteramente, la
sátira tercera.

II. Los prosistas


La prosa de esta época, junto a algunos representantes de
talento, únicamente ofrece tres nombres grandes: Séneca, a
quien ya conocemos como poeta, Petronio y Tácito. Quizá
podríamos añadir a éstos el del historiador Fabio Rústico, el
amigo de Séneca. Al menos, dice Tácito de él que entre
los autores modernos es el más elocuente, como Livio entre los
antiguos, y Quintiliano habla, sin nombrarle, de un historiador
aun vivo como de un ornamento de su época y digno del
recuerdo de los venideros siglos. Durante mucho tiempo se ha
supuesto que se refería a aquel Fabio, pues Tácito, a quien
antes se solía identificar con el gran innominado, queda des-
cartado por razones cronológicas. No obstante, de sus obras no
ha quedado ni una sola línea. Además, la actividad literaria
en el terreno histórico era muy viva, abarcando también bio-
grafías y memorias. Fuera de Tácito, sólo han llegado hasta
nosotros Veleyo Patérculo, Curcio Rufo y Suetonio. De los
demás, mencionaremos al menos los más conspicuos : Séneca el
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 231

Retórico, Fenesteła, que prestaba especial atención a lo his-


tóricocultural, Cluvio Rufo, Aufidio Baso. Continuó la obra de
éste Plinio el Viejo, escribiendo además unas Guerras de Ger-
mania en veinte libros, que Tácito utilizó no sólo en sus gran-
des obras históricas, sino también para su Germania. Sin duda,
el valor positivo de todas estas obras históricas no era escaso ;
pero ignoramos si eran también importantes como productos
de la prosa artística latina, aunque no es verosímil. En todo
caso, no podemos atribuir tal valor a la obra de Plinio, reco-
pilador de asombrosa diligencia, pues en su Historia natural,
en treinta y siete libros, siendo infinitamente rica en ense-
ñanzas materiales, se revela uno de los más lamentables esti-
listas de toda la época. Su triste inhabilidad manifiéstase sobre
todo en aquellos pasajes en que intenta remontar el vuelo y
escribir elegantemente.
No menos copiosa es la literatura de las especialidades cien-
tíficas. Sólo de paso podemos aquí rozar esta literatura, pres-
cindiendo de que el destino le ha sido adverso. Así, de la
extensa enciclopedia de A. Cornelio Celso (época de Tiberio) ,
sólo poseemos los ocho libros sobre la Medicina. Esta erudita
compilación de fuentes griegas y, respectivamente, traducción
de T. Aufidio Sículo, es para nosotros de valor histórico tan
inapreciable, como agradable es la sorpresa que nos propor-
ciona con su estilo flúido, ajeno a los artificios retóricos.
En cambio, el español Pomponio Mela (época de Claudio) , en
su epitome de Geografía procura hacer más sabrosa la árida
materia, como él mismo confiesa sinceramente, por medio de
un estilo agudo y ornamentado, y de digresiones histórico-
culturales. El compendio deriva de buenas fuentes antiguas,
aunque utilizadas de segunda mano, consistiendo su principal
valor en que es la más antigua obra corográfica en lengua
latina que ha llegado hasta nosotros. En tiempo de Nerón
escribió L. Junio Moderato Columela su obra de Agricultura
en doce libros. El estilo es de una claridad ejemplar, estando
casi del todo libre del retoricismo de la época ; trátase, en con-
junto, de una lectura atractiva incluso para el lego; sobre
todo el autor está poseído de ardiente entusiasmo hacia la ma-
teria, que le es querida también por razones patrióticas. Ofrece
peculiar interés el libro X, escrito en esmerados hexámetros,
aunque sin impulso poético; trata de los jardines, estando
insertada allí con el objeto de completar las Geórgicas de Vir-
232 ALFRED GUDEMAN

gilio, superfluamente, pues el siguiente libro da una exposición


en prosa de la misma materia. La superioridad general de esta
obra, tanto en el contenido como en la forma, salta a los ojos
en seguida que se la compara, aunque sólo sea superficial-
mente, con sus más conspicuos precursores en la especialidad,
Catón y Varrón. Experiencia práctica y abundante utilización
de la rica literatura existente aparecen unidas en bella armo-
nía, por lo que admira que la obra haya dejado en la Anti-
güedad tan escasos vestigios de influencia. No menos satisfac-
torio es el caso del escritor técnico S. Julio Frontino (m. c. 104) ,
hombre que ocupó los más elevados cargos -fué varias veces
cónsul- siéndonos además conocido por un carácter muy res-
petable. Poseemos de él una colección de "Ardides de guerra"
(Strategemata) en tres libros -el IV procede de un autor pos-
terior y el valioso tratado acerca de las Conducciones de agua
romanas. También su estilo es agradable, transparente, libre de
retoricismo. Entre las obras puramente de especialización cien-
tífica que no se han conservado su número está probado que
fué enorme- es sobre todo de lamentar que se hayan perdido
los trabajos jurídicos de Masurio Sabino (época de Tiberio ) y
de Casio Longino (época de Nerón) . Fueron diligentemente
comentados más tarde y utilizados en los digestos. Tal como el
derecho es la más original y espléndida creación del espíritu
romano, así el lenguaje y estilo de los grandes juristas, a pesar
de numerosas diferencias individules, continuaron siendo peси-
liares hasta épocas tardías, no variando en lo esencial. La con-
cisión, la limpidez y la seguridad en la determinación de los
conceptos eran en este dominio hasta tal punto condición pre-
via, que la retórica o la poesía no pudieron ejercer sobre el
latín jurídico su influencia a pesar de ser tan poderosa.
Los primeros prosistas de la nueva época revelan de modo
terrible la decadencia, y se asemejan también en la repugnante
manera de adular a Tiberio : C. Veleyo Patérculo y Valerio
Máximo .
Veleyo, el más viejo de los dos, nativo de la Campania, fué
soldado de profesión y tomó parte en las campañas de Tiberio,
que le contaba entre sus amigos, nombrándole pretor a poco
de su acceso al trono. Ignórase en qué año murió.
Con motivo del consulado de su coterráneo M. Vicinio en el
año 30, resolvió, cuando ya contaba cincuenta años, dedicarle
un epitome de la historia romana, como preámbulo a una obra
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 233

más extensa desde las guerras civiles hasta su época. Pero no


había de realizar su plan. Este epitome en dos libros nos ha
llegado fragmentariamente; así, por ejemplo, falta el relato del
fin del reinado de Rómulo hasta la batalla de Pidna (168) .
Hasta la guerra civil, los acontecimientos están tratados con
suma brevedad; luego, cuanto más se acerca el autor a su
época, más detallada es la exposición.

Especialmente digno de notar es que Veleyo intro-


duce en su obra capítulos de historia literaria, así
griega como romana, pero el carácter de sus juicios
algunas veces hace dudar de que hubiese leído a los
autores mencionados; sus demás consideraciones, por
interesantes e ingeniosas que sean de vez en cuando,
han de ser también referidas a lecturas ocasionales.
Ante todo su obra abunda en excelentes semblanzas de
los personajes principales, pues Veleyo, lejos de tener
en cuenta la evolución histórica, sitúa en el primer
plano la personalidad como el verdadero resorte de la
historia. Su furiosa diatriba contra Antonio por el ase-
sinato de Cicerón, aunque, a decir verdad, hija de una
indignación sincera, constituye un decisivo epemplo de
sus opiniones monárquicas, pero llenas de prejuicios.
Pues aunque Livio tiene razón al afirmar que el gran
orador, en el caso de haber triunfado, habría supri-
mido a su mortal enemigo con la misma sangre fría, es
característico que Veleyo pase en silencio al cómplice,
si no principal culpable, al emperador Augusto y
padrastro de su divinizado héroe Tiberio. Así, la obra
resulta muchas veces tendenciosa, incluso cuando omite
algo, por lo que sus datos a menudo no son del todo
dignos de crédito. Añádase a ello que compiló superfi-
cialmente los materiales, incurriendo así en numerosos
errores. Su estilo peca de áspero y falto de lima. Quizás
él mismo tenía conciencia de ello, pues para dar el
necesario atractivo a su relato, lo rocía todo con la
lejía de la retórica, que en él produce la sensación de
algo aprendido con fatiga. A pesar de todo, este epí
234 ALFRED GUDEMAN

tome no carece de valor como fuente de información


histórica, pues el autor pudo apoyarse en ricas expe-
riencias personales y referir, a fuer de testigo ocular,
algunos particulares interesantes de que no tenemos
noticia por otro conducto. Tampoco carece de interés
observar cómo los sucesos contemporáneos se refleja-
ron subjetivamente en el cerebro de un hombre al que
no faltaba inteligencia ni cultura. Pero ha sido un
desatino utilizar su semblanza panegírica de Tiberio
para presentar como sospechosas la verdad y la fideli-
dad del desfavorable 1etrato de Tácito. Primeramente,
es fuerza advertir que éste reconoce sin prejuicios las
virtudes guerreras y el talento político del mencionado
emperador, y que la inmensa mayoría de sus acusa-
ciones más graves se refieren a sucesos de que Veleyo
ya no trata. También sería menester demostrar, lo que
hasta ahora no se ha conseguido, que Veleyo, entre
varios relatos paralelos divergentes, es el testigo más
irrecusable, si no se quiere quedar de antemano ence-
rrado en un círculo vicioso.

De la vida de Valerio Máximo sólo sabemos que era cliente


del ilustre consular S. Pompeyo, y que acompañó a éste cuando
fué a desempeñar el cargo de procónsul de Asia menor (27 d.
de J. C.) . Su obra, dedicada a Tiberio y publicada después de
la muerte de Sejano, ( 31) , llevaba el título : Factorum et dicto
rum memorabilium libri (" Dichos y hechos memorables") . Com-
prende nueve libros y se ha conservado entera con la схсер-
ción de una extensa laguna en el libro I, que en parte se
puede colmar con extractos tomados de un ejemplar más anti-
guo que se conserva intacto. La colección contiene noventa y
cuatro grupos por materias, aunque no se ve qué principio
sigue para la distribución de los mismos : por ejemplo, acerca
de la religión, del valor, de la felicidad, de los abogados feme-
ninos, de la ambición de gloria, de los géneros de muerte insó-
litos, etc.; en cada capítulo enumera primeramente los sucesos
de la historia extranjera y luego, con visible predilección.
los de la romana.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΝΑ 235

Valerio tomó su copiosísimo material de buenas


fuentes, en primer lugar de Livio. El objetivo de tales
recopilaciones era de orden práctico : proporcionar a
los retóricos ejemplos adecuados de fácil utilización
para sus disertaciones y declamaciones ; dentro de los
metodos de enseñanza de aquel tiempo resultaban obras
de mucha utilidad, y para nosotros, con la perdida de
la mayoría de los originales, inapreciables manantiales
de ciencia. Pero nos amargan la lectura el estilo del
compilador, vacío de ideas, y la ilimitada glorificación
de Tiberio, que está en franca pugna con la verdad
histórica y en la que deja lejos al mismo Veleyo, sin
que en su favor puedan aducirse circunstancias ate-
nuantes, pues el viejo y leal militar sentíase vivamente
obligado a su imperial amigo y protector. Prueba cuán
insinceras son los lisonjas de Valerio, la innoble exe-
cración del un día todopoderoso ministro de Tiberio,
Sejano, añadida después de su desgracia. Pero aunque
tan groseras adulaciones se puedan aceptar como algo
convencional, Valerio Máximo constituye una verda-
dera tortura para el lector, sobre todo por su estilo
retorcido y su ampulosa retórica. El afán de suprimir
todo lo natural y sencillo en la sintaxis y en el léxico,
llega a ser casi enfermizo y recuerda a Persio; a quien,
sin embargo, a fuer de poeta, le están permitidas mu-
chas más libertades de este género que al prosaico reco-
pilador de acciones y frases célebres. Pero la obra
resultaba tan idónea para las necesidades prácticas de
la escuela, su contenido era tan edificante o tan lleno
de patriotismo romano, que no se echaron de ver los
defectos de la forma. En todo caso, no fueron obstáculo
para la difusión del libro hasta la Edad Media ; las
ediciones resumidas, de las que poseemos aún dos, no
han podido suplantar el extenso original, como suele
suceder.
Mientras Valerio centraba su interés en el pasado
inmediato, un retórico, por lo demás desconocido, de la
236 ALFRED GUDEMAN

época de Claudio, Q. Curcio Rufo, escribió una volu-


minosa obra sobre Alejandro Magno. De los diez libros
se han perdido los dos primeros, ofreciendo los demás
considerables lagunas. La meteórica carrera del gran
macedonio había ya puesto en movimiento muchísimas
plumas; también la leyenda se había apoderado pronto
de la impresionante figura del juvenil conquistador,
aunque en tiempo de Curcio no había revestido todavía
las formas tan grotescas que había de revestir más ade-
lante. A comienzos del Imperio romano había surgido
una especie de culto a Alejandro, del que Antonio, e
incluso no menos César, parece ya haber sido adepto ;
el mismo Imperio romano en cierto modo fué el suce-
sor o heredero histórico del efímero Imperio macedó-
nico. Entre los filósofos griegos y los retóricos romanos,
animados aún con frecuencia de sentimientos republi-
canos, habíanse afirmado dos contracorrientes -ves-
tigios de una oposición al concepto en uso encuéntranse
ya en Livio-que en el rey veían menos el héroe inven-
cible que el hombre con estrella o el tirano. Al elegir,
pucs, su tema, Curcio pudo contar con un vivo interés
por parte del público, sobre todo no existiendo hasta
entonces en lengua latina una historia especial de Ale-
jandro, pues la narración de Pompeyo Trogo era sólo
una parte de su historia universal. Curcio realizó con
destreza la tarea que se impuso, lo que se ha querido
negar injustamente. De todos modos, el retórico sólo
hubo de preocuparse de ofrecer una lectura de pasa-
tiempo lo más atractiva posible por su estilo. A este
objeto responden las descripciones de batallas y los dis-
cursos, elaborados con sumo esmero, y para los cuales
Livio, a quien por lo demás quiso emular, ofrecía bri-
llante modelo. Su lenguaje es transparente, de clásica
nitidez, aunque ofrece ciertas señales de la latinidad
decadente. Evita los períodos largos, aunque sin caer
en un fraseo desmenuzado, y gusta de sentencias bri-
llantes, antítesis y otros ornamentos retóricos. Abunda
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 237

en imágenes, y el léxico también presenta un colorido


poético. Pero todos estos recursos artísticos no empecen
al deleite de la lectura, pues no producen la impresión
de ser un fin en sí mismos, o un puro medio para
disimular la vacuidad del contenido o la pobreza de
ideas.
Inequívocas declaraciones del autor no dejan la mener duda
de que no abrigaba la pretensión de ser considerado como
investigador crítico, carácter que, al menos en el sentido mo-
derno, no se puede atribuir ni a los más grandes historiadores
romanos (véase página 186) . Curcio siguió sus fuentes, en pri-
mer término la historia alejandrina de Clitarco (comienzos del
siglo III) , por mucho tiempo la que dió el tono, aun siendo
muy poco digna de crédito, no discrepando de ellas incluso
cuando concebía sospechas acerca de la credibilidad de lo
relatado. Mientras la narración de Clitarco era idealista, estan-
do empapada de elementos románticos, en la de Curcio toman
muchas veces la palabra juzgadores menos afectos a Alejandro
o que sospesan sus acciones con frialdad de críticos. Por ello
es necesario atribuirle mayor independencia en la utilización
de otras fuentes, de la que hasta ahora se le ha venido supo-
niendo. Pero el retórico, que andaba lejos de perseguir un
objetivo científico, no siempre debió tener conciencia de la dua-
lidad que en la caracterización de Alejandro resultaba al que-
rer enlazar versiones incompatibles, pues el retrato literario
por él trazado presenta aún más relevantes los aspectos som-
bríos que los claros, contrastando así de modo curioso con su
principal fuente. Que esta contaminación procedía ya de un
precursor enteramente desconocido, es una hipótesis infun-
dada; tampoco se puede sostener, por falta de pruebas, que se
trate de una adaptación a la concepción romana de Alejandro,
pues de ésta en la época de Curcio nada absolutamente sabemos.

Los numerosos manuscritos conservados de esta


obra prueban que en la Edad Media seguía siendo muy
leída, a pesar de la gran popularidad del llamado
"Romance" o "Poema de Alejandro". Tanto más cho-
cante resulta, pues, el profundo silencio de la Anti-
güedad, así por lo que respecta a la persona del autor
como a su obra, tan notable desde el punto de vista
238 ALFRED GUDEMAN

literario. Incluso las escasísimas coincidencias de len-


guaje, que se ha pretendido descubrir en Séneca y
Lucano, resultan, examinadas más detenidamente, harto
tenues para constituir imitaciones directas.
Llegamos a la época neroniana. Su más brillante e influ-
yente representación en el dominio de la prosa artística es
Séneca (véase página 198). No todas las obras de que tenemos
noticia han llegado hasta nosotros. Entre las mismas encuén-
transe, por ejemplo, todos sus discursos, cartas a Novato, de
autenticidad no bien certificada, acaso de contenido filosófico
como las conservadas a Lucilio, obras de historia, filosofía y
física, y por último cierto número de tratados morales. Entre
estos últimos, es sobre todo de lamentar la pérdida del tratado
"Del matrimonio" ; pero una obra de San Jerónimo nos per-
mite colegir las principales ideas en él expuestas.
De los tratados filosóficomorales conservados, son anterio-
res al destierro, o escritos durante el mismo : el "De ira" , y los
tres escritos "De consolación" a Marcia, hija del historiador
Cremucio Cordo (véase pág. 191) , a su madre Helvia y a Poli-
bio, poderoso favorito de Claudio. Los demás son los siguien-
tes: "De los beneficios" en siete libros, "De la Providencia",
"De la constancia del sabio", "De la vida feliz", "Del ocio",
"De la tranquilidad del ánimo" (en forma dialogada) , "De la
brevedad de la vida", "De la clemencia" (dedicado a Nerón
poco despues de su acceso al trono ) , y las "Cartas morales" a
Lucilio, 124 ensayos filosóficos, su obra más importante.

Como en parte ya indican los mismos títulos, tra-


tase principalmente de cuestiones de moral practica y
de una vida éticamente irreprochable, que conduce a la
felicidad. Siendo Seneca, como hombre de Estado y
político, siempre un oportunista avisado, era psicologi-
camente casi inevitable que, como pensador filosofico,
tendiese al eclecticismo. Por eso erale especialmente
simpático el gran estoico Posidonio, quien había rela-
jado algo el rígido sistema de la filosofía estoica ; ello
no le impide combatir con frecuencia doctrinas de su
predecesor. Después de Lucrecio y Cicerón, ningún
romano estuvo tan íntimamente familiarizado como
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΝΑ 239

Séneca con la historia de los dogmas filosóficos griegos ;


pero aborda los problemas con mayor independencia
que aquéllos, que sólo fueron y quisieron ser mediado-
res del pensamiento helénico. Por otro lado, limítase a
la moral práctica, y, como quizá no se podía menos de
esperar de un cerebro tan sutil, no está del todo limpio
de sofistería, de espíritu de contradicción y de prejui-
cios de todo género. Ya en la Antigüedad habíase
hecho notar, censurándole, la frecuente contradicción
entre su enfática teoría de la virtud y su propia con-
ducta práctica, hasta el punto de que él mismo se vió
repetidamente obligado a defenderse de este reproche.
Mas la personalidad viva con sus flaquezas nada signi-
ficaba ya para la posteridad. Ésta se interesó por sus
edificantes escritos, viendo en ellos meramente al efi-
caz predicador moral.
Pero por eficaces que para la educación resulten
estos sermones en forma de ensayos, el secreto de su
atractivo no radica en el contenido conceptual, sino
mas bien en el estilo y en la ingeniosa formulación.
Su modo de escribir es enteramente original. Procede
por frases breves de cristalina transparencia, y su
riqueza de ideas, casi inagotable, recibe un cuño epigra-
mático de inimitable esplendor y gran agudeza psico-
lógica. En el lector moderno este ininterrumpido fuego
de artificio, este centelleo de ingenio, a la larga acaban
por producir una impresión más bien de deslum-
bramiento que de deleite. Recurriendo a otra imagen,
es como querer alimentarse con confites en vez de man-
jares higiénicamente tolerables. Este estilo truncado,
que chispea con todos los colores de la retórica, se gran-
jeó la admiración casi exclusiva de los contemporáneos,
especialmente de la juventud. Surgióle un gran adver-
sario con Quintiliano, a quien debemos una célebre
semblanza de Séneca escritor. Observa muy aguda-
mente que una peculiaridad estilística como la de
Séneca sólo se justifica si va aparejada con su espí
240 ALFRED GUDEMAN

ritu, pero precisamente aquí fallarían sus fogosos admi-


radores, que sólo imitaban sus "dulces defectos". Nos
declaramos del todo conformes con este juicio, que en
el fondo concuerda asimismo con el de Tácito, quien, si
recuerda a menudo a Séneca, también realizó en sumo
grado la exigencia de Quintiliano. El regreso a Cice-
rón, propugnado por éste, fué de duración brevísima.
La época de los arcaístas, que no tardó en seguir, hizo
tan poco caso del filósofo como del orador. Después de
más de mil años, éste conoció un resurgimiento triun-
fante; en cambio, el estilo de Séneca tuvo aún, tran-
sitoriamente, su sucesor en el gran filólogo holandés
del siglo XVI, Justo Lipsio.
Séneca habíase dedicado también desde su juventud a estu-
dios físicos, dominio que en la Antigüedad correspondía casi
exclusivamente a lós filósofos. Los escritos se han perdido; en
cambio, poseemos la obra madura de su vejez, las llamadas
Naturales Quaestiones ("Problemas de física" ) en ocho libros,
cuya sucesión, y con ello la división en libros, está alterada en
nuestra tradición manuscrita. Originariamente el libro IV
constaba de dos partes, y IV b-VII precedía a I-IV a. Se tra-
tan cuestiones astronómicas y geográficas, y con la máxima
extensión la meteorología; el autor utilizado con preferencia
no es Aristóteles, sino Posidonio, ya directa, ya indirecta-
mente. El entusiasta elogio que en el prefacio tributa a la
ciencia de la Naturaleza, ofrece un carácter absolutamente
posidónico. Pero aunque Séneca tomó de sus fuentes abundante
material, en la apreciación de los problemas que se le presen-
tan muchas veces sigue direcciones originales, según ha puesto
en claro un estudio reciente, y no adopta sin crítica los ensayos
de solución de sus grandes predecesores. Con su espíritu pro-
fético, estaba también plenamente persuadido de que vendrían
tiempos en que muchos enigmas y problemas de la Naturaleza
no ofrecerían tan desesperada resistencia como entonces. Pero
Séneca no previó el gran éxito de esta obra suya, pues hasta
bien entrada la Edad Media sirvió de manual de física, cuyo
atractivo realzaban aún las numerosas consideraciones filosó-
ficas del espiritual autor. Para nosotros, las doctrinas conteni-
das en este libro resultan completamente superadas, pero para
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 241

el conocimiento de la Antigüedad en los dominios tratados son


de gran valor histórico y de interés históricocultural.

Por último, Séneca nos ofrece también un ejemplo


clásico de sátira menipea (véase pág. 93) en su Apokolo
kyntosis ("metamorfosis en calabaza") de Claudio divi-
nizado . Es una diatriba tan irónica como llena de odio
cruel contra el emperador recién asesinado (54) , a
cuya intercesión debía Séneca haber escapado en otro
tiempo a la muerte, y a quien más tarde había glorifi-
cado repetidamente. Tal ingratitud e inconsecuencia
dan al escrito un carácter innoble, impidiendo, al menos
al lector moderno, deleitarse plenamente con él. Mucho
ha dado que pensar el curioso título, que de todos modos
debía ser perfectamente comprensible para el lector
contemporáneo. Ante todo, escóndese en él una acusa-
ción de simplicidad, pues la calabaza era el símbolo de
la estupidez. Además, contiene una referencia disimu-
lada al culto de los muertos, en el cual dicho fruto
parece desempeñaba un papel; así como también, pro-
bablemente, una significación astrológica imprecisable
para nosotros, pues, según Petronio, Acuario influye
especialmente en taberneros y calabazas.
La novela picaresca y de aventuras de C. Petronio
Árbitro, en unos veinte libros, constituye una de las
obras más originales de la literatura latina, y al mismo
tiempo una de las creaciones literarias más geniales
de todos los tiempos. Cuanto sabemos del autor lo debe-
mos a una magnífica y detallada semblanza de Tácito,
pues razonablemente no cabe dudar de la identidad
del escritor con el personaje retratado por Tácito :
identidad que se ha negado muchas veces. Rico, indo-
lente, dado a los placeres, en el desempeño de cargos
élevados reveló facultades nada comunes, así como una
infatigable energía, no difiriendo mucho de Mecenas
en esta dualidad. Fué durante largo tiempo una espe-
cie de supremo maestro de ceremonias o maître de
plaisir en la corte de Nerón (elegantiae arbiter, " árbi
16. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3 . ed.
242 ALFRED GUDEMAN

tro de la elegancia" : de ahí su sobrenombre) . Su fami-


liaridad con el emperador excitó la envidia del pode-
roso Tigelino, quien le calumnió como amigo de uno de
los comprometidos en la conjuración de Pisón (65).
Injustamente acusado, previno la sentencia que no
podía menos de esperar dándose voluntariamente la
muerte, que sufrió casi con frivolidad. Pero antes envió
a Nerón un escrito sellado, que contenía la enumera-
ción exacta de todas las infamias del cruel déspota.
Hasta la época moderna sólo se tenían de la extensa obra
extractos que a lo sumo permitían conocer en epitome la mar-
cha de la acción. Los numerosos pasajes poéticos daban mucha
verosimilitud a la conjetura de que, al menos por la forma,
aunque no por el contenido, se trata de una especie de sátira
menipea; la misma obra parece haber llevado el título de Sati-
rae. En el año 1650 descubrióse en Trau (Dalmacia) un frag-
mento de mayor extensión, "El convite de Trimalción" ; la
fama mundial de Petronio fúndase hoy en esta incomparable
obra de arte. Entre los fragmentos anteriores encontrábanse,
es cierto, una joya de arte narrativo perfecto, como la novela
de la "Matrona de Éfeso", los insertos poéticos, por ejemplo,
el de la Guerra civil (en 295 hexámetros, véase pág. 207) y la
parodia de la "Caída de Troya" de Nerón, en sesenta y cinco
yámbicos senarios ; además, la aguda y excelente crítica del
estilo retórico de moda y de los métodos educativos contempo-
ráneos así como algunos de sus juicios sobre literatura y arte
llaman la atención del entendido ; pero estos extractos, arran-
cados, en su mayoría, del conjunto, no dejan sospechar la
maestría de un artista de primer orden.

La extensa novela refiere las aventuras de viaje de


un disoluto mozo, Encolpio, y tres dignos compinches,
entre ellos el relajado poeta Eumolpo. Como las pere-
grinaciones de Ulises por tierra y por mar tenían su
causa en la cólera de Neptuno, las de nuestro héroe la
tienen en la del dios de la fertilidad Príapo, contra
cuya santidad había pecado con alguna acción indeco-
rosa. En la literatura griega había habido novelas de
aventuras con mucha anteroridad a Petronio, pero aun
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 243

presuponiendo que las conocía, ello no merma su origi-


nalidad, pues el contenido y la ejecución son de exclu-
siva invención suya, como no menos el arte del lenguaje
y del estilo, que, podríase casi decir, maneja con el
desconcertante virtuosismo de un prestidigitador.
Nada induce a creer que así como Cervantes en su
Quijote ridiculizó las necias novelas de caballerías de
su tiempo, Petronio pretendiese parodiar las novelas
de aventuras de sus predecesores helenísticos. El cua-
dro de costumbres que en esta obra maestra se des-
pliega tiene su fin en sí mismo, sin segunda intención
discernible ; y este fin no era más que regocijar al
culto lector. No contradice este hecho el que circuns-
tancias de la época reciban en el juego alguno que
otro tajo satírico, pues éste en todo caso es ocasional y
no llega al meollo de la acción o del relato. Pero revela
a Petronio como hombre que, en plena posesión de la
cultura de su tiempo, no sólo había echado de ver las
corrientes malsanas de la misma en el orden espiritual,
sino que también estaba capacitado para proponer
reformas muy razonables.
El "Convite de Trimalción" es de una fuerza cómica y satí-
rica tan rebosante, que lo proclamaríamos desde luego el epi-
sodio más espléndido de toda la obra, aunque no es imposible
que la novela hubiese contenido otros de igual valor. La escena
está situada en una pequeña ciudad de Campania, la época es
la del autor. Por boca de Encolpio se describe un convite dado
por un advenedizo de inmensas riquezas y bajísima extracción :
en él reinan el lujo más dispendioso y el refinamiento más
rebuscado. El magnate se precia ante todo de poseer una cultu-
ra superior, que coloca en toda ocasión, naturalmente sin darse
cuenta de las continuas planchas que comete. Así, por ejemplo,
da noticia de la presencia de Aníbal en la conquista de Troya
y posee objetos de arte en los que está representada Casandrà
(en vez de Medea), dando muerte a sus hijos, y Dédalo ence-
rrando a Niobe en el caballo de Troya. Al empezar el retórico
Agamenón una declamación con las palabras : "Había una vez
un rico y un pobre", Trimalción le interrumpe con la pre-
gunta: "¿Qué quiere decir pobre?" .
244 ALFRED GUDEMAN

Pero ni ejemplos a granel ni un sumario del conte-


nido pueden dar la más remota idea de las situaciones
cómicas, trazadas con picaresca ironía. Los numerosos
personajes caracterízanse a sí propios por sus actos, su
proceder y sus palabras, adecuadas con arte inimitable
a su horizonte intelectual y a su posición. En la pre-
sentación, tan verídica como regocijante, del burgue-
sillo de provincia, con sus supersticiones, su rudeza, su
charla trivial y su auténtico lenguaje popular, con sus
refranes y sus giros reñidos con la buena gramática,
Petronio sólo ha sido igualado por Dickens. Casi era
inevitable que un espíritu que tanto había ahondado en
el alma popular y en la vida cotidiana del plebeyuelo
sacase también inmundicias a la luz del día; pero estos
aspectos turbios jamás constituyen un fin en sí mismos,
contribuyendo únicamente al verismo del cuadro.
El autor permanece a un lado, espectador imparcial y
sonriente, evocando con la varita mágica de su arte
una abigarrada muchedumbre de figuras rebosantes de
vida. Y aun ello forma una parte pequeñísima de este
cortejo que la suerte nos ha permitido contemplar, de
realismo tan espléndido, de frescor tan inmarcesible,
que despierta en nosotros infinita añoranza de la parte
negada a nuestros ojos. Es sabido que en nuestros días
Sienkiewicz, en su célebre novela Quo vadis ?, ampliando
fantásticamente la semblanza de Tácito, ha hecho de
Petronio el protagonista de la acción.
En el período que se extiende desde la muerte de
Nerón (68) a la de Domiciano (96) , aparte de algunos
escritores especialistas, historiadores (véase pág. 230
y sigs.) y del primer escrito de Tácito, sólo un prosista
de renombre podemos citar : M. Fabio Quintiliano
(с. 35 - с. 95) , de Calagurris (Calahorra) , en España.
Fué educado en Roma por célebres maestros, y volvió
a su país natal. El emperador Galba lo llevó de nuevo a
Roma, donde fundó una escuela pública ; Vespasiano
le confió la primera cátedra oficial de retórica. Ade
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 245

más, por algún tiempo ejerció la abogacía con éxito.


A fines de su vida recibió la investidura de cónsul,
distinción hasta entonces no soñada por un retórico.
Quintiliano vivió en situación desahogada, pero el des-
tino descargóle repetidamente golpes crueles, pues vió
morir a su joven esposa, y más tarde a sus dos hijos, en
plena juventud, cuando hacían concebir las mejores
esperanzas. Con la introducción al libro VI de su insti-
tutio oratoria dió conmovedora expresión a su dolor sin
consuelo. Después de veinte años de actividad profe-
sional con extraordinario éxito, Quintiliano dimitió de
su cargo ( 88) . Murió poco antes que Domiciano (96) ,
quien había algunos años le había confiado la educa-
ción de sus dos sobrinos, a la sazón presuntos herederos
del trono. Desbordando de gratitud por este elevado
honor, el anciano maestro dejóse arrastrar a lisonjas
del emperador, harto recargadas y reñidas con la
verdad.

De sus discursos, al parecer, sólo publicó uno. Además,


según él mismo refiere, oyentes en exceso oficiosos habían
publicado, sin su consentimiento, algunas lecciones tomadas
estenográficamente. Sus otros dos escritos son de sus años de
descanso.
El primero, de causis corruptae eloquentiae ( "De las causas
de la corrupción de la elocuencia") , nos es conocido tan sólo
por algunas referencias de su gran obra. Según ellas, combatía
en primer lugar el estilo, tan admirado por muchos, de Séneca,
ataque que le valió el odioso reproche de personal enemigo con-
tra el filósofo. Por el solo objeto del tratado échase ya de ver
que el primer escrito de Tácito, publicado unos diez años antes,
y que perseguía fines muy distintos, no tratando absolutamente
de cuestiones retóricoestilísticas el nombre de Séneca no apa-
rece en él una sola vez- nada de importancia podía ofrecer a
Quintiliano. En modo alguno, pues, pudo ser compuesto más
tarde, ya que las razones aducidas para creer que el diálogo
de Tácito es posterior a la época de Domiciano, se fundan en
suposiciones completamente erróneas.
La gran obra institutio oratoria ("Educación del orador" ) , en
doce libros, terminada poco antes de su muerte, después de un
246 ALFRED GUDEMAN

trabajo de algunos años interrumpido con frecuencia, respon-


dió a las repetidas súplicas de discípulos y amigos, editándola
luego Quintiliano a instancias de su editor, sin revisarla. Toma
de la mano al alumno destinado a orador, desde su ingreso en
la escuela elemental, y dirige la educación del mismo hasta el
tiempo de su presentación en público. El último libro, que
lleva un prefacio especial, es de carácter más general y trata
de las cualidades éticas indispensables al orador y de las demás
exigencias de la profesión oratoria, en forma sumamente atrac-
tiva. El X goza de justa celebridad, porque nos da una estima-
ción crítica de los escritores griegos y romanos interesantes
para la formación del futuro orador : la primera historia de la
litératura comparada que poseemos. Los juicios no siempre
son originales y, como requiere la destinación del libro, están
concebidos con alguna unilateralidad desde el punto de vista
del retórico; pero están formulados con agudeza y, hasta donde
podemos comprobar, con gusto certero. Los libros I y II con-
tienen interesantísimas consideraciones de valor pedagógico
aun en nuestros días .

Esta obra excelente, junto a la cual, que sepamos,


nada análogo ni con mucho podían presentar los grie-
gos, no es un árido manual técnico de retórica, sino un
escrito en el que el maestro por la gracia de Dios,
entusiasta de su profesión casi hasta el fanatismo,
registró, en el ocaso de su vida, sus ricas experiencias
pedagógicas y los conocimientos teóricos adquiridos en
sus múltiples lecturas. Sus juicios son meditados, depu-
rados y de consoladora benignidad, incluso cuando cen-
sura, y por su exposición es de una luminosa nitidez,
sostenida por un cálido sentimiento y a menudo ani-
mada por graciosas imágenes. Estilo y lenguaje tienen
cierta solemnidad, sin caer nunca en lo patético. Con
todo, Quintiliano no es más que un hijo de su época,
por lo que no pudo eximirse enteramente de algunas
particularidades estilísticas de la Edad de plata de la
latinidad, por muy visiblemente que se esfuerce en
acercarse a los modelos de Cicerón, para él divino.
Nunca se cansa de presentar a éste como canon de la
perfecta elocuencia ; convicción que culmina en las
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 247

célebres palabras : "El alumno conocerá que ha progre-


sado, al gustarle mucho Cicerón."
Marcial (II, 90) en su elogio de Quintiliano le cali-
fica de "supremo moderador de la fogosa juventud y
gloria de la toga romana". Esta segunda alabanza es
en extremo exagerada; pero, por lo que se desprende
de los versos siguientes, se trata visiblemente de una
poesía, disimulada o tímida, de petición de socorros.
Como ya queda indicado, una manía arcaizante, que no
tardó en ponerse de moda, se opuso casi habitualmente
a este culto y resurrección de Cicerón, y con ello la
obra maestra de su apóstol quedó relegada a segundo
término, aunque jamás cayó en completo olvido. En el
período carolingio quedaban aún en circulación ejem-
plares muy estropeados. Hasta el siglo xv no se descu-
brió un códice completo, y a partir de entonces Quinti-
liano ha desempeñado importante papel en la Pedagogía.
Martín Lutero fué uno de sus muchos admiradores.
No tardó en verificar su entrada en las escuelas como
probado maestro de la elocuencia, especialmente en paí-
ses de lengua románica. Cuando a fines del siglo XVIII
la retórica perdió importancia como disciplina espe-
cial, Quintiliano fué también menos estimado; y hoy
casi únicamente el libro X ha podido mantenerse en
los programas escolares. Pero sería de desear que le
acompañasen al menos los dos primeros libros.
Bajo el nombre de Quintiliano han llegado también hasta
nosotros, de época relativamente temprana, dos volúmenes de
declamaciones, sobre los temas tradicionales en las escuelas
de retórica. Pero ni las 19 más extensas, ni las 145 más breves,
reliquias de una colección más completa (388), tienen la rela-
ción más mínima con el célebre retórico. Constituyen, sin em-
bargo, elocuente testimonio del aprecio en que el autor de la
institutio oratoria era tenido entre los retóricos posteriores, de
quienes proceden, en último caso , dichas colecciones.

La manifestación literaria más sobresaliente de todo


el período y una de las glorias de la literatura univer
248 ALFRED GUDEMAN

sal, es el más grande de los historiadores romanos,


P. Cornelio Tácito (c. 54- después de 117) . Era, según
toda verosimilitud, originario del sur de la Galia, pro-
cediendo de una familia ilustre. Recibió su educación
en Roma, donde fueron sus maestros dos célebres ora-
dores, M. Apro y Julio Secundo, asimismo galos. Como
su íntimo amigo Plinio, algunos años más joven, debió
disfrutar de las enseñanzas de Quintiliano. Talento
precoz, granjeóse renombre de orador desde su juven-
tud, siendo más tarde considerado como el más famoso
de su tiempo. Tácito entró en la vida política bajo el
reinado de Vespasiano. En el año 77 casó con la hija
de Julio Agrícola, poco antes de partir éste para Bre-
taña. En el año 88 fué pretor, y como tal director de
los juegos seculares organizados por Domiciano. Al mo-
rir Agrícola (93) Tácito hacía ya cuatro años que
estaba ausente de Roma, probablemente desempeñando
algún cargo elevado. El trato desdeñoso que Domi-
ciano dispensó a su suegro, induce a creer que Tácito
no regresó a Roma hasta después de la muerte del dés-
pota. En tiempo de Nerva (97) alcanzó el consulado, y
en el año 112 fué procónsul de la provincia de Asia.
Luego se pierde su rastro. La fecha más tardía a que
se alude en sus obras encuéntrase en el libro II de los
Anales. Pero sólo demuestra que el pasaje en cuestión
no pudo ser escrito antes de julio de 117, fecha de la
subida de Adriano al trono. Como la mencionada obra
contenía dieciséis libros, aunque Tácito ni escribió la
prometida historia de Augusto ni la de Nerva y Tra-
jano, la determinación de la fecha de su muerte
depende del tiempo que aún necesitó para terminar
los catorce libros restantes. Ello no se puede precisar
ni por conjetura; de todos modos, la fecha corriente-
mente aceptada (120) es arbitraria, y decididamente
harto temprana.
El emperador Tácito ( 275-276) , para preservar del olvido
las obras de su supuesto antepasado, decretó que se sacasen
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 249

anualmente diez copias de las mismas, depositando ejemplares


en todas las bibliotecas. La noticia, en sí, no es inverosímil,
aunque procede de una fuente digna de poco crédito. Pero
durante el breve reinado del imperial homónimo, la orden, si
llegó a cumplirse, debió serlo una sola vez, pues de lo contra-
rio parece que se habrían salvado más manuscritos de Tácito.
La conservación de sus obras pendió de un hilo tenuísimo. Los
tres llamados "escritos menores", gracias a Enoch de Ascoli
fueron a parar del convento de Hersfeld a Roma, en 1455 ; los
Anales, libros I-VI, de Corvey (Westfalia) , igualmente a Roma,
en 1508, y luego a la Biblioteca Laurenciana de Florencia
(= Mediceus I) ; la segunda parte (XI-XVI) y las Historias
(I-V) fueron copiadas en Monte Cassino en el siglo XI, y esta
copia, que Boccaccio descubrió en la descuidadísima biblioteca
monacal, encuéntrase ahora asimismo en Florencia ( = Medi-
ceus II) . Proceden todas de un manuscrito único de los
siglos ix-x, de Fulda. El año 1902 encontráronse en Jesi algu-
nas hojas del mencionado antiguo códice de Hersfeld, corres-
pandientes al Agrícola.
Tácito empezó su carrera de escritor con el ingenioso Dialo-
gus de oratoribus. La obra fué escrita entre 79 y 81 ; pero la
conversación que Tácito pretende haber escuchado siendo toda-
vía estudiante, es de los años 74 a 75. La primera parte,
introductoria, trata, de un modo completamente moderno, del
problema de la elección de profesión, ya que uno de los interlo-
cutores, M. Apro, defiende la abogacía desde el punto de vista
de la mera utilidad, al paso que su contrincante, el poeta y
orador Curiacio Materno, justifica con entusiasmo de idealista
su retorno a la poesía. Sigue la prolija discusión de las causas
de la corrupción de la oratoria. Apro no sólo no admite que
tal corrupción exista, antes bien ataca con vehemencia a los
antiguos oradores de la época republicana, especialmente a
Cicerón; pero le refuta brillantemente Vipstano Mesala. Enton-
ces Julio Secundo y Materno explican históricamente las causas
verdaderas y profundas de la corrupción, como resultantes de la
evolución política. El debate acaba pacíficamente, pues Ma-
terno, en el mismo sentido en que más tarde Tácito, aconseja
conformarse con lo inevitable y apreciar lo bueno que cada
época ofrece.
A partir del siglo XVI se ha venido poniendo en duda la
autenticidad de este librito, con razón calificado de "aureo" ,
250 ALFRED GUDEMAN

porque su estilo, de aire más bien ciceroniano, difiere notable-


mente del de las demás obras de Tácito. Las sospechas están
hoy acalladas. En cambio, continúa siendo divulgadísima la
opinión, tan endeble, de que el diálogo es contemporáneo del
Agrícola y de la Germania. La falta de espacio impide entrar
en detalles acerca de esta hipótesis. Puedo renunciar tanto
más a su refutación cuanto que en mi edición del Diálogo se
encontrará discutido el problema con todo detalle. Indicaremos
sólo dos puntos. El argumento aducido siempre como contun-
dente, que un autor antiguo no sólo era capaz de adaptar su
estilo al género literario, sino que también estaba obligado a
hacerlo, precisamente por esto es insostenible como criterio
cronológico. Además, el optimismo y el sosiego esparcidos toda-
vía por el Diálogo, distan infinitatamente de la amargura y
la tristeza de las obras posteriores ; así, por consideraciones
psicológicas, debe rechazarse la hipótesis de que Tácito lo
escribió despuée de la época de Domiciano.
Durante los dieciséis años de terror del reinado de este
César, Tácito, según él mismo afirma, nada publicó, porque
toda manifestación sincera habría sido ahogada; y cuando el
día de la libertad lució de nuevo, en el feliz período de Nerva y
Trajano "habríamos perdido la memoria con la voz, de haber-
nos sido tan fácil olvidar como callar". Así emprende la his-
toria de aquella época; pero en el interin, quiere transmitir a
la posteridad la vida de su suegro Agrícola. Por lo que res-
pecta a la debatida cuestión de la forma literaria del Agrícola,
está probado que se trata de un panegírico biográfico, que en
todo lo esencial se adapta a las normas de los retóricos para
este género : en todo lo esencial, pues el arte y originalidad de
Tácito precisamente estriban en que, sin desviarse de los sen-
deros de la retórica y valiéndose de todos los recursos de la
misma, conserva siempre plena libertad de movimientos, no
cayendo así jamás en lo rutinario. La fama de Agrícola fundá-
base únicamente en la feliz sumisión de buena parte de Bre-
taña. Impidióle únicamente completar la conquista, según ase-
gura su biógrafo, la envidia de Domiciano, que le destituyó
prematuramente. Había, pues, de formar el núcleo principal de
la obra el relato de acontecimientos históricos, lo que llevaba
consigo, según los métodos antiguos, descripciones de batallas,
discursos fingidos y noticias etnográficas y geográficas. Estas
últimas, en la obra en cuestión, nunca son, como suele oси
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΝΑ 251

rrir, meros insertos interesantes, que también podrían faltar,


sino al contrario, datos indispensables para la orientación del
lector, quien a la sazón desconocía por completo el remoto tea-
tro de aquellos sucesos, así como el carácter de los nuevos
enemigos. En cuanto al estilo, Tácito no presenta aún el origi-
nalísimo de las obras históricas ulteriores ; en parte experi-
menta la influencia de Salustio, pero ya asoman sus caracte-
rísticas propias. En cambio, estalla ya con violencia en el
Agrícola, como en Juvenal, el odio acumulado durante largo
tiempo de sufrir en silencio, comunicándose al lector tan invo-
luntariamente como le sobrecoge hasta lo más íntimo la con-
clusión, tan sentida y, estilísticamente, tan perfecta. Plinio pro-
clamó a Tácito el panegirista más elocuente de su tiempo, cuyo
lenguaje se distinguía por la noble gravedad. Estos discursos
se han perdido, pero el magnífico epílogo del Agrícola prueba
que el elogio de un amigo como Plinio, tan dado a tributarlos,
en este caso debe ajustarse enteramente a la verdad.
Un año después (98) apareció la Germania, que se puede
calificar de Biblia etnológica de los germanos, pues ningún otro
pueblo posee un documento tan fehaciente de su prehistoria,
una descripción tan detallada de sus costumbres y usos primi-
tivos. Los griegos, y a imitación suya los romanos, solían desde
antiguo idealizar las peculiaridades de los pueblos naturales,
especialmente los del Norte, acaso por lo que el mismo Tácito
dice : omne ignotum pro magnifico (" todo lo desconocido pasa
por magnífico" ) . Vestigios de ello encuéntranse ya en Homero,
y en Herodoto esta actitud es corriente, sin tener en rigor
conciencia de ella. Formóse, pues, con el tiempo una especie de
patrón etnológico, de modo que se atribuían a todas las razas
más o menos desconocidas ciertos caracteres comunes.
Tácito tampoco se libró del hechizo de este método, aunque
no es ciego a los defectos de los germanos, y aun menos ador-
nóles con cualidades loables que no poseían: meramente les
atribuye, en el fondo, órdenes de ideas y móviles que, como a
todo pueblo primitivo, les eran y habían de serles ajenos.
Estas exageraciones semiinconscientes y estas razones infun-
dadas en último caso tenían sus raíces en la intención, estric-
tamente ética, de Tácito, de oponer los juveniles e incorruptos
germanos a la decrépita y desmoralizadora cultura romana, a
modo de un espejo de virtud; este procedimiento comparativo
explica también el hecho curioso de que no mencione ningún
252 ALFRED GUDEMAN

rasgo germánico que corresponda exactamente a uno romano.


Este paralelo, desfavorable para su pueblo, era, como hemos
dicho, una consecuencia natural tratándose de un hombre
como Tácito. Así, no es lícito ver en él la explicación ten-
denciosa del libro ; por otra parte, en la mayoría de los casos
los contrastes no están indicados explícitamente. Además, la
Germania contiene tal número de datos de naturaleza objetiva,
que jamás debería de haber existido la duda de que se trata de
una monografía geográficoetnológica que, como toda obra cien-
tífica, tiene su fin en sí misma. Es muy posible que la inten-
ción originaria de Tácito fuese encajar lo que había aprendido
acerca de los germanos, en una digresión de las Historias o de
los Anales. Pero el material se le multiplicó de tal modo entre
las manos, que decidió publicarlo como una obra suelta. Que
con ello persiguiese al mismo tiempo un objetivo político, es
decir explicar a sus compatriotas o al emperador Trajano, a la
sazón en Germania, el peligro que les amenazaba por parte de
aquel valeroso pueblo, no pasa de ser una hipótesis, pues en
toda la obra no se descubre el más leve vestigio de tal ten-
dencia. Un folleto político que disimule con tanto cuidado su
intención y carácter, como sería el caso de la Germania, cons-
tituye una contradicción intrínseca y sería el único ejemplo en
la literatura universal, pues incluso los célebres Viajes de
Gulliver de Swift no fueron para los contemporáneos la ino-
cente novela para niños que ha pasado a ser en la actualidad.
La obra se divide en dos partes perfectamente limitadas:
una general, que trata de la situación de Germania, origen de
la población, costumbres y usos de la misma, terminando signi .
ficativamente con el enterramiento de los muertos (1-26) ; у
una especial, que contiene una lista de pueblos, discutiendo
también sus peculiaridades etnológicas mientras no sean de
carácter germánico general. Constituye un inserto interesante
la breve ojeada a las guerras hasta entonces sostenidas por
Roma contra los germanos (c. 37) , para acabar en la confe-
sión, aun actual, que se han celebrado más triunfos sobre los
germanos que obtenido victorias (triumphati magis quam victi
sunt) . La única salvación del Imperio romano amenazado por
los germanos, el patriota autor la ve en la gran desunión de
este inveterado enemigo, por lo que, en una oración célebre,
pide a los dioses la duración de la misma (c. 33) . No es éste
el único rasgo característico de los germanos registrado por el
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 253

viejo romano, que apenas ha sufrido modificación en el trans-


curso de los siglos.
Tácito no conocía Germania por haberla visitado; pero dis-
ponía de abundantes medios de información. Es de presumir
que le era fácil obtener noticias verbales de mercaderes, via-
jeros y militares, como aun hoy podemos comprobar. Pero
también está probado que debió mucho a la extensa literatura
existente sobre la materia. Entre tales fuentes escritas figura-
ron, al parecer, en primer término, Posidonio, sea directa-
mente, sea en parte a través del libro 104 de Livio, y las
Guerras germánicas de Plinio el Viejo.
Si en su primera obra Tácito siguió los pasos de Cicerón, y
en el Agrícola sufrió la influencia de Salustio, la Germania, con
sus frases breves y de aguda intención, recuerda a Séneca, de
cuya monotonía, sin embargo, no se contagió nuestro autor.
Su estilo fluctúa al compás del carácter del contenido, pues los
pasajes puramente informativos están escritos con simplicidad
y lisura extremas ; en cambio, las reflexiones y descripciones
a menudo adquieren impulso poético.
El virtuoso del estilo, único en su género, que admiramos
en Tácito, no se revela hasta las Historias, llegando en los
Anales al apogeo de su genio incomparable. Ambas obras, como
hemos dicho, sólo se han conservado en parte. Aunque las
Historias, que abarcaban el período desde la muerte de Nerón
hasta la de Domiciano (68-96 ) , son anteriores, por motivos
cronológicos no tardaron en ser enlazadas con los Anales
(14-68) continuando a éstos en la numeración de los libros.
San Jerónimo (siglo Iv) disponía de una edición que abarcaba
treinta libros. Poseemos, de las Historias, los libros I-IV У
y gran parte del V, que refieren las guerras civiles del año
de los tres emperadores (69 ) con los comienzos del reinado de
Vespasiano, interrumpiéndose en pleno relato de la gran suble-
vación del bátavo Civilis. De los Anales -el título originario
era Ab excessu divi Augusti ("desde la muerte del divino
Augusto" )- sólo se han conservado los libros I-IV, el comienzo
del V, una parte del VI hasta el final del libro. Faltan los acon-
tecimientos de fines del año 29, todo el año 30 y la mayor
parte del 31, con la caída de Sejano. Luego sigue una gran
laguna. En el libro XI nos encontramos ya en el año 47, sexto
del reinado de Claudio, y el relato continúa sin interrupción
hasta el libro XVI, que está incompleto y concluye dos años
254 ALFRED GUDEMAN

antes de la muerte de Nerón (68) . Sólo suposiciones caben


acerca de la extensión exacta de ambas obras. Quien sostenga
que los acontecimientos desde el año 66 hasta 1.º de enero
de 69 cabían dentro del libro XVI, ha de admitir que las
Historias, para la exposición del reinado de Vespasiano, Tito y
Domiciano, requerían otros nueve libros, comprendiendo, en
total, catorce libros. Quien niegue esto, contará dieciocho libros
para los Anales y doce para las Historias. Entonces tendría que
modificar la numeración del libro I de las Historias en
libro XVII, ya que los Anales siempre han terminado en el li-
bro XVI. Personalmente, me inclino a la primera alternativa.
Ya hemos indicado (véase pág. 186) que los historiadores
antiguos únicamente solían reunir por sí mismos los materia-
les necesarios cuando se proponían relatar acontecimientos con-
temporáneos o autobiográficos, al paso que, tratándose de épo-
cas pretéritas, recurrían a uno o más predecesores, haciendo
consistir su tarea en agrupar y estilizar la materia conforme a
los fines perseguidos. Éste fué el procedimiento de Tácito. Para
su propia época -a la muerte de Nerón contaba unos catorce
años , además de Cluvio Rufo, Fabio Rústico y Plinio el
Viejo, utilizó, por ejemplo, protocolos del Senado y memorias,
como las de Agrippina y de Vipstano Mesala. También, para
ciertos sucesos, aprovechó informaciones orales, por ejemplo,
está probado que de Plinio el Joven. En detalle sus fuentes
son de imposible determinación, porque, siguiendo la costum-
bre, es decir la mala costumbre antigua, raras veces cita, y,
en la mayoría de los casos, no lo hace sino para contradecir a
un predecesor o cuando existían versiones contradictorias de
un mismo suceso .

El cristal con que Tácito mira los acontecimientos


históricos está coloreado por sus ideas políticas y éti-
cas. Éstas son muy pesimistas. El corazón se le va a la
República de la vieja Roma, de espíritu aristocrático ;
pero la sabe irremisiblemente perdida, y tiene perfecta
conciencia de que una oposición turbulenta sólo aca-
rrearía la ruina del rebelde sin alcanzar el objetivo
anhelado. Respeta al mártir de sus convicciones, pero
cree que, con una conducta oportunista, incluso bajo
el dominio de malos emperadores es posible desplegar
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 255

una actividad beneficiosa y honrada. Ha meditado


largamente sobre los dioses y el Destino, partiendo del
orden de ideas estoicas, pero sin dar con una solución
enteramente satisfactoria, por lo que en sus obras a
menudo se tropieza con expresiones contradictorias.
Como historiógrafo rinde homenaje a los principios
éticos, y lamenta repetidamente la triste necesidad de
tener que ocuparse de horrores, guerras sangrientas,
ejecuciones, procesos de lesa majestad y crímenes de
todo género, en vez de transmitir a la posteridad
hechos gloriosos para su provecho y edificación. Sin
embargo se presta a la ingrata tarea sin odio apasio-
nado ni prejuicios, de cuyas causas se siente lejos (sine
ira et studio quorum causas procul habeo). Muchas
veces se ha negado crédito a esta afirmación, presen-
tando a Tácito como historiador imbuído de prejuicios
y poco creíble. Napoleón I, por motivos no difíciles de
comprender, odiábale cordialmente, estigmatizándole,
en la conclusión de su célebre semblanza, con las
siguientes palabras : "Habla continuamente de delacio-
nes y él es el primer delator." No hay duda que Tácito
pinta sobre fondo oscuro. Plumbeas nubes se ciernen
sobre las obras de este grave autor, y encendidos relám-
pagos iluminan el paisaje histórico. Por medio del dra-
mático agrupamiento de los hechos, la cruda, obsesio-
nante luz en que los sitúa, y el arte incomparable de la
descripción de los caracteres, que pone implacable-
mente de manifiesto los resortes al parecer más secre-
tos de la conducta humana, da de las figuras de sus
grandes y pequeños malvados una pintura a menudo
unilateral, pero no por ello necesariamente menos verí-
dica. Un ejemplo magnífico de su método nos lo ofrece
el retrato de Tiberio, cuyo carácter hipócrita, como
muchas veces se ha observado, Tácito hace desplegar
ante nuestros ojos, con el arte de un poeta trágico,
acto tras acto, hasta que la catástrofe de Capri pone
violentamente fin a la vida del viejo déspota. Para dar
256 ALFRED GUDEMAN

mayor plasticidad a la figura del sombrío gazmoño, le


opone la luminosa y heroica de Germánico, de cuya
vida, con visible amor y cálida simpatía por su trá-
gico destino, Tácito ha bosquejado un relato, que deja
profunda impresión en el ánimo del lector. Quien crea
deber aplicar a un historiador el criterio de la más
estricta objetividad, que en realidad no existe ni puede
existir, claro está que tendrá motivos para refunfuñar
de un temperamento como el del autor de las Historias
y de los Anales. Y, sin embargo, si las figuras de Tibe-
rio y Nerón, de Sejano, de Agrippina y Mesalina, para
no citar más, han quedado tan indeleblemente graba-
das en la memoria de la posteridad, al buril de Tácito
se debe, y con los rasgos que les prestó viven, dotadas
de la misma verdad intrínseca, del mismo valor de eter-
nidad que tienen, por ejemplo, el Ricardo III de Sha-
kespeare, el Alba de Goethe o los malvados históricos
de Schiller.

Pero este efecto poderoso se debe no sólo al gran pintor de


costumbres, al psicólogo que ahonda en los más ocultos replie-
gues del corazón humano, sino también, en inseparable cone-
xión, al artista dueño absoluto de todos los recursos lingüís-
ticos y retóricos para la expresión. El célebre estilo de Tácito
es resultado de una evolución progresiva, que, como hemos
indicado antes, llega en los Anales a la más alta cumbre del
arte. Salustio y Virgilio, y también Séneca, le influyeron visi-
blemente; pero en toda la literatura latina no existe otro estilo
más personal, sin exceptuar el de Cicerón, Livio y Séneca, que
con igual virtuosismo se ajuste siempre al carácter de la
materia, como el de Tácito. Así este autor jamás ha podido
ser imitado o traducido con éxito. Las características de su
estilo son una noble gravedad, que ya Plinio hizo observar con
elogio, y la constante aspiración a dar a cada idea, la forma
más breve posible. Logra este objeto evitando todo enlace por
partículas que no sean estrictamente necesarias, recurriendo a
elipsis verbales y renunciando al período, sin por ello caer
nunca en el estilo de Séneca, truncado y antitético. Además,
Tácito huye corrientemente de la simetría sintáctica, proce-
dimiento que se suele designar por inconcinidad y que, como
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 257

principio estilístico, es exclusivo de Tácito. Elige también los


vocablos con escrupuloso cuidado. Así, prefiere palabras poéti-
cas, y sustituye giros sobados, expresiones habituales, feas,
incluso técnicas, por otras menos usuales y más sólidas, o
apela a la perífrasis o les da, modificando la construcción, el
atractivo de la novedad. Es innegable que con todas estas pecu-
liaridades la lectura de Tácito resulta a menudo sumamente
ardua, y que en especial sus frases breves, con su rico conte-
nido ideológico, exigen la máxima atención del lector, hechos
que ya en la Antigüedad fueron obstáculo para su difusión y
popularidad.
Al gran artista del lenguaje y del estilo va unido el consu-
mado maestro de la retórica; en rigor de verdad, lo que presta
a su relato el brillo deslumbrador y el irresistible efecto que
estaba en su intención producir, es el prodigioso empleo de los
recursos del arte retórico. Así, suele agrupar los acontecimien-
tos de tal modo, culminando en una catástrofe importante, que
los varios libros concluyen con un efecto como de estampido .
Esta técnica de la composición proviene posiblemente de que
también Tácito, siguiendo la costumbre del tiempo, antes de la
publicación de sus obras divulgaba algunas partes de las mis-
mas ante un auditorio, que se retiraba con el ánimo sobreco-
gido o elevado, como después de asistir a la representación de
una tragedia. Relatos de plástica visualidad, entre los que su
obra maestra es el de la sublevación de las legiones de Pano-
nia en tiempo de Tiberio, alternan con descripciones de batallas
y discursos. Éstos sirven para dar variedad, y para carac-
terizar los personajes, o para satisfacer las necesidades retóri-
cas de los contemporáneos. Pero mientras los discursos a me-
nudo rebosan de ideas y están estilizados con sumo arte, los
relatos de batallas, tradicionales también en la historiografía
antigua, sin estar cortados todos según un mismo patrón, están
compuestos más o menos a base de modelos retóricos. Ha sido
injusto llamar por ello a Tácito el "menos militar de los auto-
res" ; tales inserciones están concebidas como piezas retóricas
de lucimiento, sin la menor pretensión de provenir de testigos
oculares y menos de la propia visión del autor. A la verdad,
desde el punto de vista histórico, no son ni más ni menos cref-
bles ni menos esquemáticas que las de Livio, Curcio, Lucano o
Itálico, quienes, que sepamos, carecían también de toda expe-
riencia militar. Por último, en cuanto al miniaturismo retórico

17. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . -3.ª ed.


258 ALFRED GUDEMAN

de Tácito, revélase ante todo en ingeniosas y aguzadas antite-


sis, y en una muchedumbre de profundas sentencias, que a
modo de relámpagos iluminan un carácter o aclaran una situa-
ción. A diferencia de las de Séneca, en su mayoría de conte-
nido ético, las de Tácito más bien se fundan en observaciones
psicológicas. Ya hemos citado algunas -podríamos llenar pági-
nas con ellas-, por lo que aquí nos limitaremos a entresacar,
arbitrariamente, unas pocas más. "Más fácil es encontrar quien
hable mal de las riquezas, que quien las desdeñe." " ( Los roma-
nos) crean un desierto, y lo llaman paz." "De hombres es odiar
a aquel a quien han inferido un agravio." "Sobornar, y dejarse
sobornar, no se considera (en Germania) como espíritu del
tiempo." " (Galba) habría sido digno del imperio, si no hubiese
imperado." "A la muerte de Germánico demostraban más hondo
pesar los que más se alegraban de ella." "Brillaron por su au-
sencia." "Cuanto más caída estaba la república, más leyes
había." " La confianza en la victoria les llevó a ser vencidos."

No estaba reservada a Tácito una supervivencia


propiamente dicha. Su amigo Plinio, que profetiza
eterna vida a las Historias, había advertido su extraor-
dinaria importancia, y hasta el siglo v, en citas ocasio-
nales, encontramos vestigios de un conocimiento directo
de sus obras. El último gran historiador de Roma,
Amiano Marcelino (siglo IV), empezó su historia de los
Césares donde Tácito la había terminado, utilizándole,
como también le utilizó el historiador cristiano Orosio
(siglo v) . Pero ya al declinar la Edad Antigua el eru-
dito Casiodoro tiene sólo una vaga idea de Tácito,
pues refiriéndose a un pasaje de la Germania habla de
"un tal Cornelio". Sin embargo, guardábase, como
hemos visto, en la biblioteca del convento de Fulda un
viejo manuscrito que contenía todas sus obras ; pero
llevaba en ella una oscura existencia. Hombres como
Rodolfo de Fulda, quizá también Eguinardo, el bió-
grafo de Carlomagno, lo conocieron, al parecer, como
Adán de Bremen en pleno siglo XI. Después, vuelve a
reinar profundo silencio hasta el Renacimiento. Desde
entonces Tácito ha venido ocupando en el Panteón de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 259

la literatura universal un sitio de honor como historia-


dor y como artista; aunque por los motivos indicados
no ha penetrado nunca entre el pueblo y, en gran parte,
apenas en las escuelas.
C. Plinio Secilio Segundo (61-2 — са. 113), llamado
habitualmente el Joven para distinguirlo de su tío
Plinio el Viejo, nacido en Como. Recibió su educación
en Roma, donde Quintiliano y Nicetes fueron sus
maestros. Exceptuando a Cicerón, de ningún otro escri-
tor romano estamos tan bien informados como de Pli-
nio, gracias a varias inscripciones de su ciudad natal
y a numerosas noticias autobiográficas contenidas en
sus cartas. Según ellas, desempeñó gran número de
cargos de todo género. En el año 100 fué cónsul, y
hacia 112 procónsul de Bitinia. A los 14 años escribió
una tragedia griega, a los 19 debutó como orador. Fué
uno de los abogados más conspicuos de su tiempo. Sabe-
mos de unos dieciséis discursos, que más tarde leyó
ante un auditorio de amigos dándolos luego a la publi-
cidad, con la firme esperanza de que le sobrevivirían;
esperanza que no se había de realizar, pues todos sus
discursos forenses han desaparecido. En cambio, han
llegado a nosotros su extensa colección de Cartas, y un
Discurso de gracias a Trajano pronunciado cuando su
elevación al consulado. También montó con frecuencia
en el Pegaso, pero, si se exceptúan las muestras, harto
mediocres, que él mismo nos comunica de su actividad
poética, sus libros de poesía no tardaron en caer en un
olvido sin duda merecido.

El llamado Panegírico de Trajano debe su salvación, como ya


hemos indicado (vol I) , a la circunstancia puramente casual
de que, a fuer de primero en su género, sirvió de modelo para
los discursos, más tarde habituales, de gracias a los emperado-
res, y junto con estos llamados panegíricos nos ha sido trans-
mitido. El discurso en realidad pronunciado, fué, según cos-
tumbre, muy notablemente ampliado por el autor, leído en
público y luego editado. Rebosa de exageradas adulaciones al
260 ALFRED GUDEMAN

emperador, muchas veces a costa del difunto Domiciano, y


con su estilo ampuloso y atiborrado resulta de lectura casi fas-
tidiosa, pobre de ideas y aburrido. En cambio, es de inapre-
ciable valor histórico, pues constituye una fuente abundante, y
en parte única, para conocer los tres primeros años del reinado
de Trajano, con la ventaja de ser debida a la pluma de un con-
temporáneo informadísimo.
Sus Cartas en nueve libros, con un total de 247 piezas, fue-
ron editadas en libros sueltos o grupos de libros entre los
años 97 y 109. Agregóse a éstas, publicada después de su
muerte y hoy contada como libro X, la Correspondencia con
Trajano, 121 6 122 cartas, entre las cuales se encuentran
también cincuenta y una brevísimas respuestas del propio
emperador.
Las cartas a los amigos, a diferencia de las de Cicerón,
estaban destinadas desde el principio a la publicidad, por lo
que el estilo está trabajado con arte. Según él mismo asegura,
no observa un orden cronológico. Ello se refiere sin duda al
de las cartas dentro de los varios libros; pero también de vez
en cuando es aplicable a los mismos libros: así, para citar un
solo ejemplo, la epístola IX, 23 debió ser escrita con anteriori-
dad a las VII, 20, 33. En general, el contenido de las cartas es
independiente de la persona del destinatario, llegando a pro-
ducir el efecto de que el autor pretendía dispensarle un honor
al dirigírsela, persuadido de que procuraba a sus ilustres ami-
gos la inmortalidad que para sí mismo esperaba, con no menos
franqueza que ardor, como la suprema meta de sus deseos.
Las Cartas, cuando no se ocupan de las andanzas del propio
Plinio, en su calidad de orador, poeta, mecenas y bienhechor,
a fuer de abnegado amigo de honrados ciudadanos, benigno
señor de los que le están sometidos, marido y pariente ama-
ble, son breves ensayos de la más varia materia, o contienen
descripciones, por ejemplo, de villas (Plinio vivió siempre en la
opulencia) , relatos, anécdotas, necrologías, felicitaciones, chá-
charas urbanas, etcétera. La joya de la colección la constituye
el relato, en extremo plástico, de la funesta erupción del Vesu-
bio en el año 79, en dos cartas a Tácito (VI, 16, 20) , quien
había pedido al testigo ocular un informe sobre la muerte de
Plinio el Viejo, acaecida en la catástrofe, a fin de utilizarlo
para las Historias. Es la única descripción que poseemos del
acontecimiento. Es característico del autor la observación,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 261

hecha de paso, que, joven, a la sazón, de 18 años, conservó là


sangre fría durante aquella terrible tragedia, continuando,
impasible, sus extractos de Tito Livio.

El estilo de las Cartas es diáfano, hábil y gracioso.


Como buen discípulo de Quintiliano, el ideal estilís-
tico es para él Cicerón, a quien, como a Demóstenes,
cree haber imitado en sus discursos no sin fortuna.
La autobiografía, que se nos ofrece en estas cartas,
presenta rasgos altamente simpáticos. Plinio fué sin
duda un hombre de inmaculada vida, culto, entusiasta
de todo lo bueno y bello, cordial; nadie tampoco podrá
negarle talento de escritor. Pero estaba tan persuadido
de sí mismo, exageraba su valer con tan sin par vani-
dad, que llegaba a poner nerviosos a sus amigos.
El fantástico convencimiento de que no era del todo
inferior a Tácito, a quien, por lo demás, admiraba sin-
ceramente, nos produce un efecto cómico. Se suele
siempre aducir en favor suyo que alardea de sus dotes
excepcionales con ingenua franqueza de niño, no admi-
tiéndose, en cambio, circunstancia alguna atenuante a
las autoalabazas de Cicerón, que no llegan, ni de lejos,
a las de Plinio. Pero por mucho que la personalidad
del autor, que hoy nos es indiferente, se adelante al
primer término, estas cartas poseen para nosotros
incomparable valor como documento históricocultural,
porque hacen revivir ante nuestros ojos los aspectos
claros, tanto espirituales como sociales, de la misma
época que Marcial, Juvenal y también Tácito presen-
tan con los más sombríos colores. Plinio refleja y nos
da, sin querer, y por lo tanto verídicamente, otra ima-
gen, el necesario reverso de la medalla い

Aunque sin duda no era ésta la intención del autor, el


sumo interés de la correspondencia con Trajano, principalmente
de la época del proconsulado de Plinio en Bitinia, estriba úni-
camente en que, por lacónicas que sean las respuestas del
Emperador, nos dan una imagen contemporánea y fiel de lo
certero del juicio y de la consciente política de Trajano. Ima
262 ALFRED GUDEMAN

gen que resulta tanto más favorable, cuanto más contrasta con
la indecisión, incluso en leves negocios, de su procónsul, menos
dotado como gobernante que como literato. Las cartas nos
ofrecen también datos preciosos en materia de métodos admi-
nistrativos de aquella época. Pero las más célebres son las dos
cartas acerca del trato dado a los cristianos (X, 96, 97) , uno
de los documentos oficiales más antiguos que se han conser-
vado sobre la actitud del Estado romano frente a la nueva fe.

En la Antigüedad, las Cartas de Plinio ejercieron


influencia sólo en cuanto dos escritores tardíos, Símaco
y Sidonio Apolinar, las adoptaron por modelo. En la
Edad Media estas cartas fueron poco menos que des-
conocidas, y en el Renacimiento las de Cicerón las
relegaron completamente a la sombra. Para nosotros,
por los motivos indicados, el Panegírico y la corres-
pondencia con Trajano encierran un interés predomi-
nantemente histórico, las cartas particulares un interés
cultural.
Señala el paso a la época siguiente, de Adriano, un
amigo de Plinio, más joven que él, C. Suetonio Tran-
quilo. Después de ejercer la abogacía en Roma, fué,
aunque por breve tiempo, secretario de Adriano. Por
intervención de Plinio, Trajano concedió a Suetonio,
con no tener descendencia, los privilegios de la ley de
los tres hijos, lo que no permite inferir una gran hol-
gura económica. Parece haberse dedicado ya desde su
primera juventud a estudios muy eruditos, pues en el
año 105 Plinio le insta a publicar por fin sus obras;
su timidez resultaba incomprensible para el ambicioso
epistológrafo, sediento de gloria literaria. No sabemos
de qué escritos se trataba, ni si el autor cedió entonces
al deseo de su protector. Con todo, la mayoría de sus
numerosas obras no fué publicada hasta el reinado de
Adriano, cuando ya Suetonio caminaba hacia el ocaso
de su vida. Nada sabemos de la fecha de su muerte
ni de la de su nacimiento .
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 263

Suetonio es un filólogo de condición enciclopédica, una espe-


cie de Varrón en pequeño, que debió contribuir no poco a
arrinconar las obras, más extensas, de aquel gran polígrafo.
Especialmente en el dominio de la historia de la cultura y de la
literatura ha sido, durante siglos, fuente generosa de saber.
A fin de dar, al menos, idea de la abigarrada multiplicidad de su
investigación erudita, enumeraremos los títulos de sus princi-
pales obras: Prata, en ocho libros, recopilación de cuestiones, en
su mayoría, de ciencias naturales; "De los juegos griegos y
romanos" ; "Instituciones y costumbres romanas" ; "Del año
romano " ; "De las magistraturas" ; "De los modos de vestir" ;
"De las injurias" ; "De los signos empleados por los gramáti-
cos" ; " Heteras célebres" ; "De los reyes" ; "Cicerón como hom-
bre de Estado" ( apología) ; por último, De viris illustribus
("Vidas de varones ilustres") y los "Césares" (biografías de
emperadores, desde César hasta Domiciano). Únicamente de las
dos últimas obras se ha conservado algo más que citas disper-
sas y fragmentos ; algunas fueron escritas en griego, en lo que
se manifiesta claramente el carácter filohelénico de la época de
Adriano.

En cambio, como escritor, Suetonio pertenece toda-


vía a la época anterior, pues se muestra incontaminado
aún por la moda arcaizante que a la sazón se iniciaba
-Frontón y Apuleyo, aunque más jóvenes, eran con-
temporáneos suyos. Positivo, sin ninguna finalidad
secundaria de orden estético literario, mantiénese ajeno
a procedimientos retóricos y evita casi escrupulosa-
mente toda prolijidad. Su estilo adquiere, así, un carác-
ter algo austero y seco. Esto es también aplicable a
sus biografías de emperadores, única obra suya que se
ha conservado completa -exceptuando una laguna al
principio. Suetonio así sólo podría aspirar a un lugar
muy discreto en la historia de la literatura, de no
haber sido tan profunda y duradera la influencia de
los " Césares" como canon de la historiografía biográ-
fica; la vida de Carlomagno por Eguinardo está aún
construída según el uniforme esquema empleado por
Suetonio.
264 ALFRED GUDEMAN

El autor encárase con sus héroes sin asomo de sim-


patía personal ni de crítica. Tiende su gran red en la
vasta corriente de la tradición histórica y todo cuanto
en ella apresa tiene valor para él, incluso el cieno. Es un
registrador consciente de hechos crudos, que incorpora
a su colección cuidadosamente y siguiendo determinado
sistema, cual si se tratara de sellos de correo. No hay
en él asomo de caracterización psicológica, y en vano
se buscará en su obra discusiones sobre nexos causales
históricos, fases de evolución política o gobierno inte-
rior. Su galería de césares consiste en fotografías suel-
tas, tomadas bajo luces distintas según las fuentes de
información, pero no del todo desemejantes a los origi-
nales. Apenas cabe imaginar mayor contraste que entre
Suetonio y Tácito ; por ello importa observar que,
cuando existen relatos paralelos, el de Tácito queda, en
lo esencial, confirmado. Su gran contemporáneo Plu-
tarco, es sabido, escribió igualmente "no historias, sino
biografías" y sólo biografías quiso escribir ; pero con-
trastando rudamente con Suetonio, aunque de otra
suerte que Tácito, en vez de darnos esqueletos descar-
nados y sin sangre, supo prestar a sus figuras vida y
alma. Por eso la lectura de Tácito, como la del bió-
grafo griego, es un deleite inagotable, al paso que Sue-
tonio hoy es únicamente de interés para el historiador,
como abundante arsenal de anécdotas y hechos valio-
sísimos.
TERCERA PARTE

Introducción

Abrimos con Adriano (117-138), por consideracio-


nes de índole muy diversa, la última época de la litera-
tura latina antigua, que abarca un espacio de más de
cuatrocientos cincuenta años. La Edad de plata, como
hemos visto, caracterizábase, con algunas excepciones
gloriosas, por la imitación de modelos clásicos perfec-
tos y por el dominio casi despótico de la retórica. Pero
ésta, a pesar de algunos excesos, no había sido en gene-
ral más que un medio. Después pasó a ser un fin en
sí misma, siendo indiferente el contenido material o
ideológico, y constituyendo muchas veces la frase el
único objetivo estéticoliterario del escritor. Las posi-
bilidades del léxico latino habían quedado poco menos
que agotadas desde los grandes autores del siglo de
Augusto, y para neologismos viables o para modifica-
ciones de la significación originaria de las palabras fal-
taban en esta época, con la eventual excepción de Apu-
leyo y Tertuliano, la " feliz osadía" de un Horacio, e
imaginación creadora. Por tanto, una renovación léxi-
cográfica o fraseológica, que al mismo tiempo supliese
la ausencia de ideas originales, parecía sólo posible
acudiendo a los autores arcaicos, caídos poco menos
266 ALFRED GUDEMAN

que en el olvido, y enriqueciendo artificiosamente la


literatura con elementos derivados del lenguaje vivo
del pueblo. Tales corrientes literarias nada tenían de
nuevo. Ya Horacio combatió a los arcaizantes (véase
Segunda parte, pág. 154), y en la juventud de Tácito
había quienes preferían Lucilio a Horacio, Lucrecio a
Virgilio, Sisena y Varrón a los historiadores contempo-
ráneos, los oradores modernos a Cicerón; y cuando, al
finalizar el siglo I, Quintiliano escribió su gran obra
sobre la educación del orador, vióse obligado a hacer
determinadas concesiones al indestructible partido de
los arcaizantes. Esta tendencia afirmóse más cada vez
y acabó por triunfar. Adriano fué entusiasta de la
misma, poniendo a Catón, Ennio y Celio Antípater
por encima de Cicerón, Virgilio y Salustio ; pero el
influyente portavoz de la misma había de ser, poco
después, M. Cornelio Frontón, retórico de indecible
pobreza de ideas.
A este culto de la palabra y de la frase de origen
arcaico o vulgar unióse cierto amaneramiento estilís-
tico que procedía directamente, sin interrupción, del
sofista Gorgias (siglo v), habiendo alcanzado después
su apogeo en la llamada segunda sofística. Caracterí-
zase principalmente por rigurosos paralelismos sintác-
ticos, antítesis, asonancias, hinchazón retórica y floreos
poéticos de todo género. Griegos y romanos, como aun
hoy los pueblos de lengua románica, fueron siempre en
extremo sensibles a la eufonía y al ornato del discurso,
y así no puede sorprendernos que los oradores sofisti-
cos errantes fuesen escuchados por públicos numerosí-
simos, en los que despertaban el más vivo entusiasmo.
Al principio estos malabaristas del estilo fueron grie-
gos; pero el que tan pomposa elocuencia se abriese
inmediatamente camino entre los romanos es un hecho
que, en parte, pudo ser debido al filhelenismo que a la
sazón se había apoderado de la sociedad culta y que
se encarnó nacionalmente en la persona del emperador
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 267

Adriano. De ahí también que muchos autores romanos


escribiesen por igual en griego y en latín (Suetonio,
Adriano, Frontón, Apuleyo, Papiniano), y aun sólo en
griego (Favorino, Apiano, Marco Aurelio, Juliano).
El más conspicuo representante del mencionado arcaís-
mo y, al mismo tiempo, del preciosismo sofístico en la
literatura latina es para nosotros Apuleyo. Mas, como
toda moda o gusto puramente artificioso no suele gozar
de larga y potente vida, también el frontonianismo fué
de breve duración y quedó circunscrito a un círculo
relativamente pequeño. En cambio, el estilo efectista,
primoroso, hinchado, en una palabra, completamente
infestado por la retórica, fué característico de toda la
época siguiente, en chocante contraste con los poetas,
que ni en el lenguaje ni en la métrica pudieron -ni
quisieron sustraerse del todo al omnipotente influjo
de los modelos clásicos.
Lo que presta valor de eternidad a una obra litera-
ria, es la íntima fusión de una forma artística con su
contenido ideológico de calidad proporcionada. Por eso,
una época en que un estilo completamente degenerado
y barroco obtenía fácil aplauso, aun a costa del con-
tenido espiritual, no podía ya producir obras literarias
de primera calidad. Y así, la decadencia fué tan inevi-
table como rápida. La prosa artística pagana ya no
presenta, después de Apuleyo, un solo nombre digno de
mención, y hasta Claudiano no volvemos a encontrar
un poeta de dotes geniales.
Se nos ofrece otra característica de la época que se
inaugura con Adriano, y es la siguiente. A falta de
materia apropiada, que infundiese nueva vida a una
fuerza creadora agotada, o inflamase de nuevo el res-
coldo de la fantasía poética, los autores, con sumo celo
y no sin éxito, se internaron por los dominios científi-
cos. Esta actividad empezó acaso con Suetonio (véase
Segunda parte, pág. 262), quien alcanzó la época de
Adriano, y fué progresando durante más de dos siglos,
268 ALFRED GUDEMAN

para adquirir luego un carácter cada vez. más super-


ficial hasta quedar en lo meramente compilatorio.
En cuanto a la materia, dada la pérdida de la mayoría
de las fuentes originales, cuya sólida erudición ha que-
dado en parte así salvada para la posteridad, es inapre-
ciable el valor de estas abundantes compilaciones. Pero
gramáticos y comentaristas tan célebres como Donato,
Servio, Prisciano, compilaciones de tanto empuje como
las Saturnalia de Macrobio, las Collectanea memora-
bilium de Solino y la Enciclopedia de Mariano Capela,
por copiosas que sean como fuentes de saber, no pue-
den tener cabida en una historia de la literatura. Y el
mismo juicio habrían sin duda merecido del historia-
dor de la literatura los trabajos, excelentes según todas
las noticias, pero sólo fragmentariamente conservados,
de Q. Terencio Escauro, del arqueólogo Cornelio
Labeón, de Gargilio Marcial (siglo III) , que escribió
sobre materias agrícolas, y de muchos otros. Algunas
excepciones aparentes no hacen más que confirmar la
regla. Así, el frontoniano Aulo Gelio (siglo II) , en sus
Noches Áticas, en veinte libros, estilizó cuidadosamente
sus abigarradas e instructivas notas, prestándoles a
menudo un marco escénico ; y Censorino (siglo III)
esforzóse en hacer más sabrosas, con lo atildado del
estilo, las áridas explicaciones, en su mayoría de orden
cronológico, contenidas en su voluminoso tratado De
die natali. Lo mismo cabe decir de las compilaciones de
Vegecio (siglo rv), quien en su libro De re militari
procura escribir en un estilo hermoso, al paso que en su
mulomedicina emplea un estilo popular, que los mis-
mos pastores habían de entender. La poesía fué tam-
bién puesta al servicio de la ciencia. Así, hacia el
siglo III, Terencio Mauro escribió en verso tratados de
métrica, y Q. Sereno recetas de medicina.
En un solo dominio produjo Roma en estos siglos
de decadencia literaria obras tan acabadas por lo que
respecta a la forma como al contenido, y comparables a
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 269

las de los tiempos anteriores, aunque no las superasen :


en el de la jurisprudencia. Sus maximos representan-
tes Salvio Juliano, Gayo, Pomponio y Papiniano
alcanzaron en seguida valor canónico, sirviendo sus
trabajos de base a los jurisperitos del siglo III, Ulpiano
y Paulo, tan asombrosamente fecundos, que casi la
mitad de las Pandectas consiste en extractos de sus
obras ; hasta que por último, en el siglo vi, bajo el cetro
de Justiniano, el derecho de Roma tuvo su concreción
suprema en el Corpus iuris. Como también en el
período anterior, los juristas más conspicuos de la
época siguiente aparecen incontaminados por las epi-
demias estilísticas y los vicios retóricos. Permanecieron
fieles a sus antiguas tradiciones, y preocupáronse siem-
pre únicamente de escribir en estilo limpio, diáfano,
aunque algo seco (véase Segunda parte, pág. 232 y
siguientes) .
A las mencionadas características de la época que
nos ocupa, añádese un fenómeno aún más importante.
Ya durante la Edad de plata la Hispania romanizada
había contribuído a la literatura latina con una serie
de escritores conspicuos -baste recordar a los dos
Sénecas, Lucano, Columela, Marcial y Quintiliano--,
pero todos ellos se habían educado en Roma o por lo
menos en ella ejercieron su profesión literaria. A par-
tir de ahora, España parece retraerse, pues sólo el
jurista Juliano y algunos autores cristianos posterio-
res, como los poetas Juvenco, Prudencio y Merobaudes
y el historiador Orosio son de origen español. A España
sustituye en primer término Africa, algo más tarde
también la Galia. Pero los grandes autores de estas
provincias y en ello estriba la diferencia, muy esen-
cial- o no residieron en Roma, o sólo estuvieron de
paso en ella, permaneciendo en el país natal, donde se
formaron nuevos centros de cultura que alcanzaron
espléndido florecimiento. De esta manera el latín pasó
a ser la lengua universal de las clases ilustradas. Este
270 ALFRED GUDEMAN

hecho había de tener otra consecuencia inmediata


importantísima. Mientras la capital de un país cons-
tituye al mismo tiempo la metrópoli espiritual o lite-
raria del mismo, como sucedió en Atenas y Roma y
modernamente en París, sus autores de primera fila
dan a la lengua literaria un carácter exento de elemen-
tos dialectales o provinciales, esto es, clásico o normal.
Cuando en tiempos de Alejandro Magno el ático hubo
perdido su predominio, quedó libre el camino para el
desenvolvimiento y expansión del griego común, la
llamada koiné. Con el latín podemos observar un fenó-
meno análogo. Cuando en las provincias extraitalianas
se desarrollaron centros culturales independientes, y
con el tiempo penetraron cada vez en mayor número
en la lengua escrita provincialismos y toda suerte de
peculiaridades locales, del lenguaje de los soldados y
del pueblo, Roma ya no podía mantener su primacía
literaria. Este lento proceso de descomposición, que
llevó finalmente a la formación de los idiomas romá-
nicos, puede ser en parte seguido, por ejemplo, en los
escritos de Gregorio de Tours (siglo VI), que ya están
cuajados de galicismos, hasta el punto de que muchas
veces es preciso recurrir al francés para dar con el
sentido exacto.
Según esto, los últimos años del siglo vi constituyen
el límite natural de una exposición de la historia lite-
raria latina. Poco antes, bajo el reinado de Justiniano
(527-565) , asistimos a ciertos fenómenos, como la defi-
nitiva codificación del Derecho romano, la clausura de
las escuelas de filosofía paganas, y la fundación de la
orden benedictina, que en su sincronismo y en sus efec-
tos inmediatos son sin duda de importancia sintomá-
tica; pero no coincide con la terminación cultural de la
Antigüedad. El tránsito a la Edad Media no se veri-
ficó bruscamente, por lo que es imposible determinarlo
con precisión cronológica, debido sobre todo a que no
estuvo enlazado con revoluciones históricas de las que
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 271

hacen época, ni fué motivado por ellas. La frontera


cronológica antes indicada recibe, por último, una jus-
tificación interior, del hecho de que en los dos siglos
que inmediatamente siguieron, los más oscuros de la
historia cultural europea, no es dado señalar ninguna
personalidad de la más pequeña importancia literaria.
En el período carolingio las letras latinas volvieron a
florecer, aunque sólo por breve tiempo.
Tanto el magnífico florecimiento de la época de
Augusto, como la decadencia y ruina final de la lite-
ratura pagana preséntanse en conexión estrecha, aun-
que no causal, con los acontecimientos históricos de los
distintos períodos. Con pocas excepciones, los empera-
dores se sucedían a intervalos de tiempo tan breves,
cambiando tan a menudo los centros de influencia, que
ya por ello sólo no cabía esperar un fomento de la lite-
ratura por parte de la Corte. Agréguese a ello que
muy pocos Césares demostraron aficiones literarias o
se ocuparon de literatura, y de éstos, algunos, como
Marco Aurelio y Juliano, escribieron sólo en griego.
Las imponentes borrascas que ahora descargaban de
continuo sobre el Imperio, sacudiéndole en sus cimien-
tos hasta determinar el derrumbamiento final, eran lo
menos favorables que quepa imaginar para una acti-
vidad literaria productiva. Sin embargo, dichos acon-
tecimientos de carácter político y económico no expli-
can, al menos por sí solos, la decadencia, pues un
período tan apacible como el que duró medio siglo desde
Adriano hasta Marco Aurelio, precisamente significó,
según ya queda indicado, un retroceso notable respecto
a la producción literaria del período inmediatamente
anterior. En ningún período de la historia romana
estuvo tan difundida como entonces una cultura gene-
ral o de especialización, y la gran lucha religiosa, la
decisiva, no había estallado aún. Con cierta compla-
cencia, la gente dióse por satisfecha con la herencia
literaria de los antepasados, pero no habiendo costado
272 ALFRED GUDEMAN

esfuerzo adquirirla, pronto se adormecieron las facul-


tades creadoras propias, de suerte que la vacuidad
espiritual y el ya referido formulismo imprimieron en
las producciones literarias de este período el sello de
la languidez.
En la época cultural que siguió a la de Adriano,
cambia esencialmente el cuadro a los ojos del historia-
dor de la literatura, debido a un acontecimiento que
todo lo domina y que le presta peculiarísimo carácter :
el ingreso del Cristianismo en la literatura latina.
El Cristianismo no había de tardar en dominar, tanto
en cantidad como en calidad, las letras latinas, dándo-
les un contenido ideológico enteramente nuevo. Aunque
ambas tendencias son, por lo que respecta a la crono-
logía, paralelas, ábrese entre ellas el abismo infran-
queable de dos concepciones del mundo radicalmente
distintas, de las cuales la más antigua estaba conde-
nada a desaparecer. El lazo que las unía era puramente
el de la lengua común y las formas literarias, de las
que los autores cristianos, prosistas y poetas, se servían
y no podían menos de servirse. En mi historia de la
antigua literatura latinocristiana encontrará el lector
una exposición detallada de la actividad literaria de
los mismos. A partir del siglo v, la pública profesión
de cristiano deja de constituir en sí un carácter distin-
tivo ---Símaco y Rutilio Namaciano son los últimos
representantes puramente paganos de la literatura
latina : los autores se distinguen por el contenido
material e ideológico de sus obras. Cuando éstas, como
ocurre con frecuencia, no revisten un carácter prepon-
derantemente cristológico, o cuando lo ofrecen neutral
o profano, no he vacilado en incluirlas en este manual.
Si está justificada, por razones internas, la separación
de literatura nacional y cristiana, en cambio la distin-
ción, hasta ahora adoptada por motivos prácticos, entre
poesía y prosa, carece de objeto, pues en el caso de los
1

HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 273

autores paganos la pureza de ambos géneros literarios


había quedado muy enturbiada por la mutua influen-
cia. En el caso de los autores cristianos, agrégase que
la materia tratada es en ambos géneros poco menos
que idéntica.

18. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed .


1

Literatura nacional pagana

I. El siglo II
El emperador de la paz, Adriano, que inaugura esta
época, fué sin duda uno de los hombres más cultos de
su tiempo, dotado de talento e ingenio, escritor en
ambas lenguas, así en prosa como en verso, pero sus
obras eran tan de aficionado como peregrinos sus jui-
cios artísticos. Así, no comprendía a Homero y Platón,
y en cambio sentia entusiamo por Antímaco de Colo-
fón, autor de un fastidioso poema épico y de una elegía
fúnebre (véase pág. 217) ; ya hemos hablado de sus
preferencias por los autores latinos arcaicos. Aunque
muchas veces obsequió con esplendidez a literatos,
artistas y eruditos, dispensándoles su trato, por lo gene-
ral sólo ironías y burlas tenía para sus esfuerzos y
producciones. Cambiaba de humor del modo más impre-
visible, y sus aficiones eran vacilantes y superficiales.
De hombre tan inquieto, cuya velėidad se manifestó
también en su fiebre de viajes, no se podía esperar una
influencia fecundante ni duradera en la literatura.
Así, si prescindimos de Suetonio, su reinado, desde el
punto de vista de la historia. literaria, es una página
casi en blanco. Un solo nombre merece algo más que
una mención pasajera.
El de Anio Floro. No existiendo razones de peso
que se opongan a su identificación con el poeta y el
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 275

retórico del mismo nombre, podemos refundir en una


sola noticia biográfica cuanto sabemos acerca de los
tres Floros. Nació en África, probablemente en la pro-
vincia Bética. Siendo aún muy joven, tomó parte en
un certamen capitolino de Domiciano. Aunque los jue-
ces del concurso le habían adjudicado por unanimidad
la corona, el César anuló el fallo, acaso porque no que-
ría dispensar tal honor a la provincia natal del poeta.
Vivamente ofendido por esta injusticia, abandonó la
capital, y dedicóse, lo que por lo demas presupone una
cuantiosa fortuna, a largos viajes por mar y tierra,
que le llevaron a Sicilia, Creta, las Cícladas, Rodas,
Egipto, Italia, Galia, y, por último, atravesando los
Pirineos, a la colonia militar romana de Tarraco (Ta-
rragona) , capital de la Hispania citerior. En esta ciu-
dad residió por lo menos cinco años, de director de una
escuela, profesión que elogia con entusiasmo. Después
de la muerte de Domiciano parece haber vuelto, a ins-
tigación de un amigo, a Roma, donde más tarde con-
trajo amistad con Adriano; por lo menos así se infiere
de los versos satíricos a la conocida afición del Empe-
rador a los viajes, y de la réplica de éste, asimismo en
verso. Lo único curioso es que, habiendo viajado tanto
por su parte, tenga algo que objetar a la poca capaci-
dad de residencia permanente de Adriano.
Su exposición de la Historia bélica romana en dos
libros, desde Rómulo a Augusto, aparece en nuestros
manuscritos designado como un extracto de Livio, y
aun no del original, sino del Epítome (véase pág. 188) .
En realidad, Floro no utilizó más fuentes, o las utilizó
sólo ocasionalmente y sin ahondar en las mismas, como
Salustio, Séneca el Retórico y Lucano; a menos que
las coincidencias con estos autores provengan más bien
de reminiscencias. Su objeto, según él mismo declara,
es despertar la admiración por las gestas magníficas
del soberano pueblo romano. En su entusiasmo patrió-
tico hace del pueblo en sí el protagonista del drama
276 ALFRED GUDEMAN

histórico, idea que ya se la sugería Livio. Esta personi-


ficación indujo a Floro, a ejemplo de Séneca el Mayor,
a considerar el curso de los acontecimientos históricos
desde el punto de vista de las edades humanas, concep-
ción que volvemos a encontrar en Amiano Marcelino
(XIV, 6, 3-6) y sobre todo en la Ciudad de Dios de
San Agustín. La niñez comprende la edad monárquica,
la juventud alcanza hasta la conquista de Italia, la
madurez acaba con Augusto. Floro no pasa de aquí, y
no pasa porque Livio terminó con la muerte de Druso
(9 después de J. C.), y a la sazón no disponía aún de
una historia completa de la época imperial, como las
de Tácito y Suetonio, y aun éstas le habrían resultado
completamente inútiles, dada la finalidad panegírica
que perseguía. Así, contentóse con designar toda la
época imperial como la vejez de Roma, cuyas fuerzas
habíanse debilitado por la inactividad de sus Césares
(inertia Caesarum). Mas, para no ofender a Trajano o
Adriano con este juicio despectivo, añade cautamente
que con estos Césares el anciano, aunque no era de espe-
rar según el estado natural de las cosas, habíase reju-
venecido súbitamente. Tan grosera explicación no debe
extrañarnos ; para el mismo Tácito, habíase inaugurado
con Nerva y Trajano un nuevo siglo dichosísimo
(beatissimum saeculum).
Como fuente de información histórica, la obrita de
Floro no ofrece interés ; al contrario, debe ser utilizada
con suma cautela, pues el patriota autor no siente es-
crúpulo en recurrir a exageraciones e interpretaciones
tendenciosas, incluso a falsificaciones directas de los
hechos . Muchas veces se le deslizan errores históricos.
Además, todo queda envuelto en una nube de incienso.
El pueblo romano está bajo la protección visible de los
dioses, y su proceder es siempre justo. Las afortunadas
estratagemas, por ejemplo, de Aníbal son implacable-
mente condenadas, pero si Mario las emplea contra los
teutones, entonces se trata de alta estrategia. No menos
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 277

notable es su estilo, rico en imágenes y sentencioso, ora


atildado ora enfático, no faltando en él patéticas excla-
maciones de admiración y de horror, todo ello recursos
para mantener despierto el interés del lector, lo que
sin duda ha logrado. El gran éxito de la obrita-hasta
nuestros días ha estado muy difundida en las escuelas,
a las que originariamente fué destinada- se debe no
sólo al entusiasmo patriótico que la anima y a su estilo
florido, en consonancia con el gusto de la época, sino
también, en gran parte, al hecho innegable de que con-
tiene en breve espacio abudantísima materia en forma
fácilmente asequible. La monumental extensión del ori-
ginal de Livio había impedido se conservase completo ;
pero si ni el escueto epítome del mismo ha llegado a
nosotros, la popularidad de Floro, como la de Eutropio
(página 311 y sigs.) , podría haber contribuído a ello ;
autores más tardíos, como Amiano, San Agustín, Oro-
sio, Jordán, e incluso bizantinos, no dejaron de recurrir
a él en demanda de información histórica.
Bajo el nombre de un tal Anio Floro, de la época de
Adriano, leemos en la Antología latina cierto número
de poemitas en metro dactílico y trocaico. En tono ora
juguetonamente satírico, ora sentimental, tratan pro-
blemas y experiencias generales de la vida, en espe-
cial el amor y el regocijante presente de Baco. Sólo
poseemos un fragmento de su obra poética, lo que
impide formular una crítica justa acerca de la misma.
Sin embargo, no podemos apreciar en mucho su origi-
nalidad; Floro tomó directamente de Ovidio, por ejem-
plo, el célebre motivo de grabar el nombre del amado
en la corteza de los árboles, como también en Ovidio
parece haberse inspirado todo un Shakespeare (Como
gustéis) . En cinco hexámetros encantadores pinta la
efímera vida de una rosa, también a base de un
modelo helenístico.
Por último, de un tercer homónimo de la misma
época se ha conservado un fragmento de la introduc
278 ALFRED GUDEMAN

ción a un diálogo, Vergilius orator an poeta. Como ya


hemos indicado, carece de toda verosimilitud la supo-
sición de que tres contemporaneos de idéntico nombre
no sean la misma persona; existen, además, otros moti-
vos para creerlo. Este prólogo, rico en detalles auto-
biográficos, recuerda por su gracia y calor de sen-
timiento los proemios del Diálogo de los oradores de
Tácito y el Octavio de Minucio Félix, de modo que es
muy de lamentar la perdida de la discusión propia-
mente dicha. El problema planteado en el título es ya
caracteristico de esta epoca, embriagada de retórica, y
sin duda su resolución es favorable a la idea de que se
trate de una misma persona. No es inverosímil que
Macrobio (siglo Iv) en sus Saturnales (V. 1), donde
pone las excelencias oratorias de Virgilio por encima
de las del mismo Cicerón, conociera el diálogo de Floro;
éste parece hacer también influído en el comentario,
puramente estéticorretórico, de Tiberio Donato (c. 400)
a la Eneida.
A la segunda mitad del siglo o poco más tarde,
pertenece el célebre poema anónimo Pervigilium Vene-
ris (" La verbena de Venus") ; pues que su autor sea
Floro, Nemesiano, Luxorio, Tiberiano u otro, no pasa
de mera conjetura sin fundamento. Consiste en 82 te-
trámetros trocaicos casi impecables, además de un
verso repetido once veces, a intervalos distintos, a
modo de estribillo : Cras amet qui numquam amavit,
quique amavit, cras amet ("Ame mañana quien no sepa
de amor, y quien sepa de amor, ame mañana") . El estri-
billo es bastante raro en la literatura antigua (Esquilo,
Teócrito, Mosco, Bión, Catulo, Virgilio, Ovidio, Neme-
siano, Ausonio, Oriencio, Epistula Didonis) ; pero en
este caso, como es lo más corriente, no cumple fines de
composición técnica, antes bien sirve para dar, como
en Teócrito, un tono personal, elegíaco, a la exposición.
El tema fundamental es el mismo del espléndido elogio
de la Venus genitrix con que empieza Lucrecio, proe
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 279

mio célebre que sin duda tuvo presente el anónimo


autor. El poema pinta con lozanos colores los prepara-
tivos y la celebración de una fiesta primaveral dedi-
cada a la diosa de los amores en Sicilia, en la que
toman parte las Gracias y las Ninfas; el Amor, pero
sin arco ni saetas ; Ceres, Baco y Apolo. Por doquier
la Naturaleza despierta del sueño invernal, las flores
abren sus capullos, los pájaros lanzan gozosos trinos al
aire, y floridos coros atraviesan cantando bosques y
praderas. Bajo el influjo de la omnipotente diosa acó-
planse los seres vivos y cuidan de su perpetuación.
Roma en particular tiene motivos, desde los días de
Eneas y Rómulo, para estar agradecida a la Hija de la
espuma por los beneficios continuamente recibidos.
Sólo a nuestro poeta está negada la bendita gracia de
la diosa, y en su pesimismo, de tono perfectamente
moderno, termina con palabras cuyo melancólico son
es inolvidable para quien una sola vez las haya oido (1) .
El poema es con razón muy admirado, pues en él, a
una entusiasta descripción de la naturaleza animada,
especie de apoteosis de la primavera, van unidas en
bellísima armonía encantadoras escenas idílicas y una
disposición de ánimo elegíacosentimental, como tal vez
en ningún otro poema latino de tan escasas dimensio-
nes; impresión que los sonoros troqueos contribuyen a
ahondar. Es discutible que Schiller tuviese presente el
Pervigilium Veneris cuando compuso su himno " Triun-
fo del Amor", en el que también emplea el estribillo ;
pero es indudable que el comienzo inspiró los celebres
versos introductorios del Locksley Hall de Tennyson,
escrito en el mismo metro.

(1) Illa cantat ; nos tacemus. Quando ver venit meum ? Quando
faciam uti chelidon, ut tacere desinam ?-Perdidi Musam tacendo
nec me Phoebus respicit... Cras amet,etc. ("Aquél [el ruiseñor]
canta, pero yo callo. ¿Cuándo llegará mi primavera? ¿Cuándo,
como la golondrina, cesaré en mi silencio? Callando he perdido
a mi Musa, y Febo no me mira propicio... Ame mañana, etc.").
280 ALFRED GUDEMAN

El corifeo de los arcaizantes, que alcanzaron el


máximo predominio poco después de la época de
Adriano, fué, como ya hemos indicado, M. Cornelio
Frontón (c. 100 - c. 169), de Cirta, en Africa. Hasta
comienzos del pasado siglo apenas se tuvo noticia
alguna acerca de su vida. Sólo se sabía que fué pre-
ceptor de los emperadores Marco Aurelio y Vero, y
que había alcanzado la dignidad de cónsul. De sus
producciones literarias nada se había salvado ; en
cambio, los juicios acerca de Frontón como orador eran
tan entusiastas, que la pérdida total de sus escritos
había de resultar más dolorosa, sobre todo teniendo en
cuenta la escasez de grandes autores en la época de
que estamos tratando.
En el año 1815 sorprendió a los humanistas la noticia sensa-
cional de que en la célebre biblioteca de la Ambrosiana de
Milán se había descubierto un palimpsesto, que en uno de sus
estratos contenía obras de Frontón ; más tarde, en 1823, apare-
ció en el Vaticano una segunda parte del destrozado y casi
ilegible manuscrito, de modo que, de las 340 páginas del texto
primitivo, se poseyeron 194, o sea más de la mitad de la obra
de Frontón. Consistía ésta, principalmente, en una nutrida
correspondencia con su discípulo Marco Aurelio, corresponden-
cia que prosiguió, no menos animada, después de subir éste al
trono; y una correspondencia con Antonino Pío y con varios
amigos. Seguían una serie de disertaciones, en parte también
en forma epistolar, por ejemplo sobre el respectivo valor de la
elocuencia y de la filosofía, un breve escrito de consuelo del
emperador Marco en ocasión de la muerte de un nieto de
Frontón y la extensa respuesta de éste con una interesante
autosemblanza, el relato de la salvación del cantor Arión
(tomado de Herodoto), escarceos retóricos como el elogio del
humo, del polvo y de la negligencia. Quien desee hacerse
cargo de la mediocridad de Frontón, lea, a modo de paralelo,
el "Elogio de lo locura" de Erasmo. Con el panegírico de
los supuestos éxitos militares de Vero en la campaña contra los
partos, el retórico se atreve a entrar en el cercado de la his-
toria. Va dirigido a Marco, y es presentado como una especie
de proemio al relato propiamente dicho, que no llegó a escri-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 281

bir. Pero las muestras ofrecidas constituyen una falsificación


tan burda de la historia, que en obsequio al autor, hombre por
lo demás veraz, admitiríamos que él mismo sintió escrúpulos
ante la tarea, impuesta por Vero. La colección contiene, ade-
más de numerosas cartas de Marco Aurelio a Frontón y algu-
nas de Vero o a él dirigidas, otras en lengua griega, por la
imperfección de cuyo estilo se excusa con aduladora modes-
tia, y un Erótico a imitación del Fedro platónico.

Esta voluminosa correspondencia vertió brillante


luz sobre la biografía de Frontón, hasta entonces des-
conocida, y sus relaciones con los contemporáneos, en
primer término sus dos discípulos imperiales. Nos da
también la más exacta y directa noticia acerca de sus
opiniones y tareas literarias. Descubrimos en él una
personalidad vanidosa, con un exagerado concepto
de sí misma, pero altamente simpática; un hombre de
corazón, franco y leal, que sembraba y cosechaba amis-
tades. Jamás aprovechó para fines egoístas el amor y
la confianza que dos Césares guardaron a su preceptor.
Como su colega Quintiliano, vivió en la más desaho-
gada posición, pero como aquél, recibió crueles golpes
del destino. La muerte arrebatóle esposa, cinco hijas
y un nieto, y él mismo, durante cuatro años, padeció
violentos ataques de gota, que le obligaron a renun-
ciar a cargos elevados como el de procónsul de la pro-
vincia de Asia. En sus obras conservadas no existe alu-
sión alguna cierta a hechos posteriores al año 165,
debiendo haber muerto poco después de esta fecha.
Si la abundancia de nuevos datos biográficos hizo
las delicias de los humanistas, constituyó una amarga
desilusión descubrir la mediocridad de las obras de este
jefe de una nueva escuela literaria y " ornamento de la
elocuencia romana" . Frontón revelóse ante nuestros
ojos asombrados, como un " escribidor" de increíble
pobreza ideológica, y un verdadero chiflado de las
letras. Su persuasión de la omnipotencia de la oratoria
es absoluta, siendo para él la elocuencia el supremo
282 ALFRED GUDEMAN

objetivo de una vida; pero se agota en la rebusca de


vocablos y frases arcaicas, de quincalla estilística y toda
suerte de fruslerías retóricas. Cuando Marco Aurelio
subió al trono y ahito al fin de tales naderías litera-
rias dedicóse a la filosofía, conmueve casi ver al
anciano retórico, consternado por la mudanza de su
discípulo, en otro tiempo tan asiduo, intentar apartarle
de su funesto error, pintándole una vez más las delicias
de su paraíso retóricoestilístico en contraste con el esté-
ril desierto de la filosofía. La admiración de que Fron-
tón gozó en la Antigüedad, fundábase casi exclusiva-
mente en sus discursos en el Foro y en el Senado, pero
precisamente, si se exceptúan algunos títulos, se han
perdido por completo, no siendo así imposible que, de
existir, tuviésemos que suavizar algo nuestro juicio
acerca del orador. Pero las numerosas e inequívocas
manifestaciones sobre su ideal de elocuencia permiten
apenas dudar de que sus producciones oratorias no fue-
ron obras maestras. A pesar de sus desviados gustos
arcaizantes, no se atrevió a excluir a Cicerón del
numero de los oradores ejemplares, pero es significa-
tivo que prefería su epistolario, como una mina de
material fraseológico. Para cerciorarse del bajo nivel
de Frontón como orador, lo mejor es, quizá, parango-
narlo con su gran predecesor Quintiliano. Para ambos
retóricos la oratoria era la reina de todas las profe-
siones, consagrando ambos a la misma toda su vida con
devoción casi fanática. Pero ¡a qué enorme distancia
nos aparecen uno de otro, en cuanto a lo que exigen
del orador perfecto ! Tenían que haber bajado mucho
el gusto y las exigencias espirituales de un público
que, apenas cincuenta años después de publicada la
institutio oratoria, deleitábase en las enseñanzas retóri-
cas de Frontón y se entusiasmaba con el retorcido fra-
seo de sus discursos. Uno de éstos encerraría, de todos
modos, para nosotros, interés histórico y valor objetivo.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 283

Iba dirigido contra los cristianos, conteniendo proba-


blemente también una apología del paganismo. Fron-
tón había tomado la materia y la argumentación de un
original griego, pero era el primer escrito de este género
en lengua latina, pues ya se refiere a él Minucio Félix,
por lo demás el único autor que lo menciona.
Reflejo fiel de un mundo cultural desquiciado, pero
aun completamente ajeno al Cristianismo, mejor dicho,
hostil a él, y al mismo tiempo la personalidad literaria
más compleja, fecunda y notable de toda la época, fué
Apuleyo, compatriota de Frontón y más joven que él,
nacido hacia el año 125 en Madauro (no Madaura como
se suele escribir erróneamente) . Lo poco que sabemos
de su vida lo debemos casi exclusivamente a sus propias
obras, de las que sólo una parte escasa ha llegado hasta
nosotros ; pero entre ellas, una que pertenece a la lite-
ratura universal. Su celebridad se infiere de las esta-
tuas, atestiguadas también por inscripciones, que sus
admiradores le erigieron en vida; como también de que
durante siglos, como Apollonio de Tíana (siglo I) y en
la Edad Media Virgilio, pasó por hechicero, y de que
a ningún otro escritor latino, excepto tal vez Plauto,
San Cipriano y San Jerónimo, fueron atribuídas tantas
obras apocrifas como a Apuleyo. Nacido de una familia
rica y considerada -su padre ejercía la magistratura
suprema de la ciudad- recibió su primera educación
en ésta y en Cartago. Joven de gran precocidad, no
tardó en trasladarse a Atenas, donde siguió con afán
estudios de matemáticas, música, dialéctica, ciencias
naturales y sobre todo de filosofía. Después empren-
dió dilatados viajes, y, abandonándose a una profunda,
casi enfermiza inclinación al misticismo, inicióse en
numerosos misterios, al objeto de ahondar en la verdad
de las concepciones religiosas, pues no tenemos el menor
motivo para dudar de esta declaración suya. Residió
largo tiempo en Roma, donde pronunció discursos de
1
284 ALFRED GUDEMAN

lucimiento que fueron celebradísimos (1) . En ocasión


de un viaje a Alejandría, enfermó en Oea (hoy Trí-
poli) y casóse al cabo de algún tiempo con una viuda,
mucho más vieja que él, y rica, llamada Emilia Pu-
dentila. Este paso implicóle en un proceso con los
parientes con derecho a la herencia, que en su indigna-
ción habían azuzado también a los hijos contra el joven
padrastro. Una vez obtenida una sentencia sin duda
favorable, se trasladó, según parece, a Cartago, donde
ejerció el elevado cargo de sacerdos civitatis ("sacer-
dote de la provincia"), que llevaba unida la dirección
de los juegos sagrados. Además, como atestiguan varias
inscripciones honoríficas, desplegó en Cartago y en
otras ciudades brillantísima actividad como orador
en lengua griega y latina, al modo de los sofistas ambu-
lantes de la época. Hacia el tiempo en que escribió el
libro I de De dogmate Platonis tenía un hijo ya cre-
cido, Faustino. Tanto que éste, cosa no verosímil, fuese
hijo de Pudentila o de unas segundas nupcias, en todo
caso Apuleyo no murió antes de 180, pues con toda se-
guridad el proceso tuvo lugar entre los años 158 y 161.
En términos no exentos de cierta jactancia, aunque de vera-
cidad poco menos que indudable, Apuleyo declara haber culti-
vado todos los géneros literarios, así en verso como en prosa,
y en lengua griega a la par que en lengua latina. Habla de
poemas épicos, poesías líricas, tragedias, comedias, sátiras, dis-
cursos, diálogos, obras históricas, y lamenta no poder enumerar
al por menor todas sus producciones. Entre éstas había tam-
bién tratados de carácter científico y filosófico. Aparte de unas
pocas muestras de su estilo poético, por lo demás mediocres,

(1) El supuesto de que también ejerció en Roma de abo-


gado, se funda en una interpretación errónea de dos pasajes de
las Metaformosis (XI, 28, 30) . Los términos técnicos jurídicos
que aparecen en sus obras no son numerosos, ni rebasan la
medida de lo que una persona culta podía saber, en aquella
época o en otra cualquiera : piénsese, por ejemplo, en Sha-
kespeare ( o en Cervantes) .
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 285

que se han conservado en citas del propio autor, conocemos


gran número de sus obras por el título; pero, prescindiendo de
los numerosos esrritos que le han sido atribuídos, sólo cinco
obras de Apuleyo han llegado hasta nosotros, mejor dicho,
cuatro, pues las Floridas son meros extractos de sus declama-
ciones. Sólo aproximadamente se puede fijar la época en que
fueron escritas; con mayor exactitud la del discurso de defensa.
La mayoría de los discursos que sirven de base a las Floridas
son posteriores a éste, siendo considerablemente más tardíos el
tratado sobre Platón y, en caso de ser auténtico, el de mundo,
por mencionarse en ellos a Faustino. De deo Socratis pertenece
con toda probabilidad a la misma época del tratado platónico.
La cronología de las Metamorfosis ofrece mayores dificultades.
Fundándose en un pasaje de la introducción, que sería absurdo
referir al original griego, se ha querido presentar sin razón
como un libro de juventud esta obra maestra, que muestra su
personal estilo en plena madurez. En dicho pasaje Apuleyo
encarece que después de haber aprendido el ático, siendo un
muchacho, en países griegos, ejercitóse en el dominio de su
lengua patria en una ciudad latina. Pide, por ello, se le per-
done, si en la traducción latina de una fabula Graecanica ha
cometido, a causa de su torpeza en el manejo del idioma, faltas
contra el buen uso (si quid exotici ac forensis sermonis rudis
locutor offendero). Pero este modo de captatio benevolentiae no
pasa muchas veces de ser un recurso (véase, por ejemplo, el 1

Agrícola de Tácito, Frontón, San Cipriano y Sulpicio Severo)


empleado preferentemente cuando el autor penetra en un domi-
nio nuevo y está persuadido de haber hecho lo posible para
dar a su obra un estilo impecable. Tanto más viva resulta
entonces la admiración del lector ilustrado, quien, advertido
de faltas, asómbrase de no hallar ninguna. Contra la opinión de
que las Metamorfosis son obra de juventud, se ha aducido el
hecho, de que los acusadores de Apuleyo no habrían dejado de
echarle en cara esta novela mágica, de haberla ya conocido.
Pero tales deducciones carecen en sí mismas de valor proba-
torio, pues el silencio del autor a este propósito pudo tener
determinados motivos, tratándose, sobre todo, de un discurso
retocado más tarde en el escritorio.
Este discurso, titulado en los manuscritos pro se de magia
liber, pero habitualmente conocido bajo el título, más breve, de
Apología, es el más extenso de la literatura latina, aun sin
286 ALFRED GUDEMAN

hacer entrar en la cuenta las inserciones probablemente leſdas


pero no conservadas (véase c. 37, 55, 69, 70, 80, 94, 96) . Pero en
la forma en que lo poseernos, nunca pudo ser pronunciado. Más
bien se trata de un discurso escrito, muy ampliado, que man-
tiene del principio al fin la ficción de lo oral, pero en rigor
destinado a un público de lectores. Así se desprende también de
la división de los manuscritos en dos libros (I = c. 4-65; II,
c. 66-03) , caso sin ejemplo tratándose de un discurso. Apuleyo
tenía de este procedimiento, por lo demás genial, modelos céle-
bres, que aun podemos leer, en el pro Milone de Cicerón y el
Panegyricus ad Traianum de Plinio el Joven. Pero mientras
tales ampliaciones ulteriores de un original más breve, respon-
diendo a la ficción, habrían podido ser pronunciadas en esta
forma, y lo mismo cabría decir de discursos absolutamente
ficticios, como, por ejemplo, cinco de las Verrinas y dos de las
Filípicas de Cicerón, así como el Apologético de Tertuliano, no
puede decirse lo mismo de la Apología de Apuleyo. Empezando
porque el fundamento de la acusación, que Apuleyo había con-
quistado a su esposa valiéndose de hechizos, era demasiado
burdo y ridículo para justificar la necesidad de una defensa
tan prolongada sobre todo ante un juez hábil y culto como
Apuleyo lo presenta. Él mismo dice en el c. 28 que en rigor
podría terminar allí, pero desea aprovechar todo el tiempo
concedido, para captarse al público que ha afluído de todas
partes y persuadirle de que la filosofía sirve únicamente a la
verdad. En ello encontramos la razón de las extensas insercio-
nes que, por ejemplo, la digresión sobre los estudios ictiológi-
cos del autor (c. 32-41) , guardan apenas relación con el punto
debatido en el proceso. Además, el aplastante desprecio con
que trata a sus miserables acusadores, y la triunfante superio-
ridad con que hace trizas las inculpaciones de éstos, apenas es
probable figurasen en el discurso hasta después de obtenida
la absolución. Difícilmente es compatible con esta actitud la
desmesurada extensión de la Apología; además, Apuleyo ase-
gura que dispuso de muy breve tiempo para componerla. Pero
más tarde el vanidoso retórico debió considerarla muy oportuna
para sacar a relucir su múltiple erudición y sus grandes dotes
oratorias. Mas como se trataba de un discurso forense serio,
preocupóse visiblemente de una mayor naturalidad de la expre-
sión, que muchas veces puede sostener un paralelo con Cice-
rón; finalmente, la Apología es el único escrito de Apuleyo que
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 287

ofrece con los discursos de aquél abundantes y curiosos puntos


de contacto que no pueden ser casuales.

Los lauros de los grandes representantes de la


segunda sofística, Polemón, Dión Crisostomo y Herodes
Ático, no dejaban dormir a Apuleyo. Y, en realidad,
un raro sentido de la forma, una habilidad dialéctica
unidas al don de la improvisación, su compleja cultura
y su viva fantasía, así como, sin duda, un magnetismo
personal, hacían de él el más indicado para trasplantar
a suelo latino la declamación sofística. Apuleyo había
adoptado esta profesion de orador ambulante, que por
lo demás debió ser bastante productiva, siendo aun
joven; pues el antes citado pasaje de la Apología revela
aun orador habituado desde largo tiempo a presentarse
ante un auditorio numeroso. La gloria de Apuleyo en
la Antigüedad se funda principalmente en tales decla-
maciones. Se publicaban a poco de pronunciadas, y
alcanzaban gran difusión entre el público. Él mismo
preparó más tarde, al parecer, una edición completa en
cuatro libros, probablemente con el título de orationes.
Un admirador de Apuleyo, de época desconocida, selec-
cionó de esta edición los pasajes a su entender más
"hermosos" y felices. El epítome conservado contiene
23 extractos de muy desigual extensión, ó 27, pues
cuatro de ellos en nuestros manuscritos han ido a parar
erróneamente al comienzo del de deo Socrático. Dióles
el título de Floridas, equivalente al de antología, flori-
legio o selección de flores. El contenido es el más abi-
garrado que quepa imaginar.
Así, de una expresión de Sócrates pasamos a una extensa
descripción del vuelo del águila (2), el relato de la apuesta de
Apolo y Marsias (3), una ingeniosa observación del flautista
Antigénidas (4) . Otros extractos tratan de la India y de los
sabios gimnosofistas ( 6) ; de Alejandro Magno y su gusto artís-
tico, con una aplicación ética (7); de sus esfuerzos para agra-
dar al exquisito público, con lo que enlaza un extenso paran-
gón de la destreza del sofista Hipias con su propia multiplici
288 ALFRED GUDEMAN

dad literaria (9, véase también 20) ; del papagayo (12) ; del
cínico Crates (12, 22) ; de Samos, Policrates y Pitágoras (15) ;
de la última conferencia y súbita muerte del cómico Flimeón,
así como de la estatua erigida en su honor en Cartago (166) .
En un extracto de un discurso de gracias nos cuenta la famosa
controversia entre el célebre sofista Protágoras y su discípulo
Evatlo, con motivo de los honorarios convenidos entre ambos,
comparándole con el noble proceder del filósofo Tales en un
caso análogo (18 ) .

El público de Apuleyo encontraba sin duda sus


delicias en un contenido tan variado como éste; pero lo
que sobre todo le encantaba, atrayendo hacia el orador,
como él mismo asegura, auditorios como no los tuvo
otro alguno antes que él, era su estilo. Brilla con todos
los colores de una espléndida retórica. Apuleyo no se
cansa de amontonar miembros de frase rigurosamente
simétricos, y sinónimos (1) . Además, abundan glacia-
les juegos de palabras, enlaces aliterantes, asonancias,
antítesis, quiasmos y anáforas, comparaciones y metá-
foras de todo género. El léxico es rebuscado, proce-
diendo indistintamente de la rica mina de los escrito-
res arcaicos o del lenguaje popular; sorpréndennos
frecuentes y a menudo atrevidos neologismos, a menos
que sólo nos parezcan tales por la pérdida de tantas
obras que Apuleyo tenía aún a su disposición. Que este
(1) Para muestra de este refinado estilo, he aquí un breve
pasaje del c. 1 de las Floridas : " ara floribus redimita-aut spe-
lunca fundibus inumbrata-aut quercus cornibus onerata-aut fagus
pellibus coronata-vel enim colliculus sepimine consecratus-vel
truncus dolamine effigiatus-vel caespes libamine umigatus-
vel lapis unguine delibutus." Así, ocho llamados tricolos en fila:
y primero cuatro sustantivos femeninos seguidos de otros cua-
tro del género masculino. Además, los ablativos del primer
grupo colocados en el mismo lugar, están en plural de la ter-
cera declinación, siendo trisſlabos; los del segundo grupo están
en singular y son tetrasílabos, a excepción del último. De los
ocho participios, siete son tetrasílabos y riman entre sí dentro
de ambos grupos, excepto el primero y el último.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 289

desbordado raudal oratorio no era la explosión espon-


tánea de una elocuencia directa que salta los diques,
sino más bien una manera de estilo calculada hasta los
mínimos detalles, el mismo Apuleyo lo indica cuando
dice (flor. 9) que su público se cree con derecho a
exigir de él algo de este género, por lo cual finge
lamentar la publicación de las conferencias, pues con
ello ve desaparecer la posibilidad de purgarlas un día
de faltas o asperezas estilísticas : como si hubiese tenido
presente la frase de Horacio : nescit vox missa reverti
("la palabra, una vez dicha, no vuelve") .
Aunque Apuleyo desplegó, como declamador, una
actividad tan inquieta y logró un éxito tan sin par,
su ambición principal dirigíase a ser considerado como
filósofo y heredero de Platón. Como su contemporáneo
Máximo de Tiro, denominóse Platonicus philosophus,
título que él mismo hizo preceder a sus obras y que se
encuentra también en citas de autores más tardíos
y en un decreto honorífico conocido por una inscrip-
ción. De estos escritos filosóficos sólo tres han llegado
a nosotros, pues de su versión del Fedón platónico sólo
poseemos dos fragmentos sin importancia, conserva
dos por un gramático.
El principal de dichos escritos titulado de Platone et elus
dogmate, consta de dos libros de no mucha extensión. Después
de una biografía, poco apreciable, de Platón, pasa a tratar de
los tres grandes grupos de su sistema filosófico, la cosmología,
la ética con la política, y la dialéctica, sólo los dos primeros.
Ha llegado a nosotros, bajo el nombre de Apuleyo, la prome-
tida exposición de la lógica, pero ni puede haber salido de la
pluma de nuestro autor ni tiene algo que ver con Platón, pues
reproduce las doctrinas peripatéticas y estoicas sobre la mate-
ria. El tratado, utilizadísimo a partir de Casiodoro (siglo VI )
hasta muy entrada la Edad Media, ofrece curiosas analogías
con Marciano Capela (libro IV), es decir con las fuentes de
éste, siendo atribuído a Apuleyo para suplir el tercer libro, que
faltaba. Naturalmente, es imposible poner en claro si la obra
llegó o no a ser terminada, o si la pérdida tuvo lugar
19. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99. - 3. ed.
290 ALFRED GUDEMAN

más tarde; pero la segunda alternativa es, con mucho, la más


verosímil, pues también el libro I ha llegado incompleto, que-
dando interrumpido en medio de una frase. Si el falsificador
usa una vez en el c. 4 el nombre de Apuleyo como ejemplo, en
la forma: "si en vez de Apuleyo dijeses philosophum Platoni-
cum Madaurensem", ello no tiene evidentemente más objeto que
producir la ilusión de la autenticidad, pues las palabras con
que empieza: "el estudio de la sabiduría, que llamamos filo-
sofía, parece tener tres formas o partes", comparadas con I, 4
y II, 1, .excluyen por sí selas la posibilidad de que el autor
sea Apuleyo.

El informe de Apuleyo sobre la doctrina de Platón


se basa, en su mayor parte, en el Timeo, la República
y las Leyes, mientras otros diálogos se aducen sólo acci-
dentalmente. El problema es curioso. Al parecer.
Apuleyo, que incurre en torpes equivocaciones, aunque
conocía los originales no los utilizó personalmente al
escribir su obrita. Esta coincide a menudo tan exac-
tamente con la Introducción a la filosofía platónica de
su contemporáneo Albino (= ps. Alcínoo) , quien, por
su parte, se inspira en la obra de su maestro Gayo,
que todo induce a suponer una relación entre ellas ;
con todo, el modelo inmediato de Apuleyo pudo ser la
obra más extensa de Albino, que no ha llegado hasta
nosotros. Si, según esto, nos encontramos ante la repro-
ducción latina de ideas platónicas en la forma que les
dió un erudito griego, ello explicaría también, prescin-
diendo de la materia, por qué en la obrita de Apuleyo
la personalidad estilística de su autor aparece innega-
ble, pero mucho menos destacada.
En cambio, Apuleyo muévese por los mismos cauces de las
Floridas en el tratado, también procedente de originales grie-
gos, de deo Socratis, lo que tiene su explicación en el género
.literario, pues está escrito en forma de discurso, no existiendo
motivo alguno que obligue a considerarlo ficticio. Precedíale
inmediatamente una exposición del mismo tema en lengua
griega, a la que se refieren de modo inequívoco el último capí-
tulo (5) del llamado prólogo -c. 1-4 pertenecen a las Floridas
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 291

y el c. 15. Tratábase, pues, de una pieza de lucimiento, desti-


nada a poner de relieve la habilidad lingüística del autor; así,
es poco probable que el texto griego fuese suprimido por el
mismo Apuleyo al publicar sus escritos : más bien debió per-
derse, con sus demás obras griegas, por las vicisitudes de la
transmisión manuscrita. El título induce a error, es decir es
demasiado restringido, pues sólo en los c. 17-19 trata del céle-
bre demonio socrático, entendido no como una voz interior,
advertidora, sino como un ser demoníaco visible. Así, Apuleyo
también en esto interpretó mal a Platón, la única autoridad
que aduce, citándole con frecuencia. En el resto de la obra, el
autor se ocupa de la doctrina de los demonios en sí. Ésta
había sido ya sistematizada por el académico Xenócrates
(siglo Iv) y especialmente por Posidonio (siglo I a. de J. С. ) ;
pero a la sazón, como demuestran Plutarco y los escritores
cristianos, había adquirido nueva importancia. Apuleyo ofrece,
por lo demás, muchos puntos de contacto con aquél, lo que
podría provenir de la utilización de fuentes comunes o análo-
gas, aunque conocía a Plutarco y estimaba en mucho su valor
Los demonios representan seres inmortales, etéreos, que resi-
den entre el cielo y la tierra y sirven de intermediarios entre
'los hombres y los dioses. Encadenados, en parte, como genios,
al cuerpo humano, al morir éste pasan a ser espíritus de la
muerte; en parte son seres divinos, que acompañan al hombre
hasta el fin de su vida, custodiándole y aconsejandole en sus
acciones. Siendo el primer tratado latino sobre este tema, que
apasionaba por igual a paganos y cristianos, la obrita de Apu-
leyo ejerció durante un siglo una influencia que no guarda pro-
porción con su importancia intrínseca.
Bajo el nombre de Aristóteles se ha conservado una intere-
sante obrita, escrita con cierto empuje poético, "Sobre el
mundo" (siglo 1 d. de J. C.). La concepción del mundo en ella
expuesta elévase a un monoteísmo casi cristiano, que junto
con lo demás del contenido ideológico, de no menor importan-
cia, refleja, incluso en el estilo, el pensamiento del gran Posi-
donio de Rodas. Este tratado, si hemos de dar crédito a la
tradición manuscrita, fué traducido por Apuleyo. La versión
como tal es en conjunto espléndida, sin perjuicio de algunos
errores de interpretación. El autor permitióse además algunos
recortes en el original, insertando por otro lado citas de poetas
latinos y, por ejemplo, añadiendo una exposición de Favorino
292 ALFRED GUDEMAN

acerca de los vientos, tomada, sin indicación de origen, literal-


mente de Gelio, contemporáneo de Apuleyo y casi de su misma
edad ( ! ) . Como el libro II de De dogmate Platonis, el de mundo
1 esta dedicado a su hijo Faustino ; pero no contiene indicio
alguno de que lo que sigue sea una traducción más o menos
libre. Esta circunstancia ha motivado algunas controversias.
En cuanto a que Apuleyo sea el autor, podríase aducir el tes-
timonio de San Agustín y la mencionada dedicatoria; aunque
el primero, en sí, sólo probaría que la obra llevaba ya enton-
ces el nombré de Apuleyo, mientras el vocativo Faustine fili
podría haber sido tomado del escrito sobre Platón. El estilo no
es el característico de Apuleyo, lo que en todo caso se expli-
caría por las trabas con que se encuentra todo traductor.
Lo que a mi entender hace dudoso que el libro sea debido a la
pluma de Apuleyo, es el hecho curioso de que éste eligiera,
para traducir, un tratado de espíritu tan marcadamente mono-
teístico, y no sólo omitiese la mención del original griego, lo
que hace también, por ejemplo, en el tratado platónico, sino
que además, sin remordimiento alguno, lo presentase como
original suyo, como sucede en el c. I.
Dedicaremos breves palabras a otra versión filosóficorreli-
giosa del griego, salvada para la posteridad bajo la máscara de
Apuleyo, pues es como el canto del cisne del paganismo en
lucha con la muerte, revistiendo por ello especial interés en
calidad de documento históricocultural. El escrito lleva por
título el nombre de Asclepio, quien formula a Hermes Trisme-
gisto, en presencia de los dioses egipcios Tot y Hamón diecid-
cho preguntas, a las cuales aquél responde minuciosamente.
La escena tiene lugar en un templo, y las discusiones, como,
por ejemplo, acerca de los dioses, el mundo y el destino, enca-
jan, al menos por su solemne gravedad, con el ambiente. Por
lo demás, la obra nada tiene de artístico ; en cambio, la tra-
ducción, como tal, está escrita en un estilo flúido y diáfano,
que a veces hace pensar en San Agustín. El autor griego des-
conocido, que demuestra estar familiarizado con la literatura
hermética, expone, no sin apasionamiento, las ideas que para
él son sublimes verdades, pero sus explicaciones no permiten
dudar de que ya no confía en la fuerza de atracción o proseli-
tismo de las mismas, no forjándose ilusiones sobre la inminente
ruina de la ideología pagana.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 293

Apuleyo estaría en la Edad Moderna poco menos


que olvidado, fuera del círculo de las investigaciones
históricorreligiosas, filosóficas y filológicas, de no haber
escrito la novela de aventuras y magia Las Metamor-
fosis, en once libros, y más especialmente el inmortal
cuento de Amor y Psique, insertado en la misma como
episodio (IV, 28-VI, 24) , conquistándose con ello un
puesto indiscutible en el panteón de la literatura uni-
versal. Dicha novela confirióle el rango de uno de los
más grandes narradores de todos los tiempos, cuyo
número es muy limitado (véase pág. 179) . Trátase de la
mágica metamorfosis de un distinguido mercader de
Corinto, llamado Lucio, en un asno que conserva todas
sus facultades humanas, a excepción de la voz, sufriendo
una serie de tribulaciones sumamente desagradables y
peligrosas, y siendo al mismo tiempo testigo visual
u ocular de numerosas y emocionantes aventuras y sen-
sacionales historias de duendes. Su redención definitiva
dependía de que oliese unas rosas. Es una novela refe-
rida por el mismo protagonista después de haber reco-
brado la figura humana. Apuleyo interrumpe esta fic-
ción con numerosas inserciones novelísticas, que o no se
compaginan con la acción desarrollada en presencia del
asno, o tienen con la misma una conexión muy floja o
nula, aunque precisamente tales digresiones prestan
especialísimo encanto a la narración. Con todo, el único
objeto de la novela, según se indica desde el principio,
era proporcionar una lectura recreativa atrayente y
variada, que, además, recibe un sabor picante de su
contenido en parte erótico. El autor realiza dicho
objeto en grado casi insuperable, de suerte que los
eventuales defectos de composición y, sobre todo, lo
extravagante del estilo, no llegan a desvirtuar las exce-
lencias de su arte de narrador. Apuleyo, además, sin
pretenderlo, despliega un panorama cultural único, que
nos permite dar una ojeada profunda y aterradora a
una sociedad henchida de la más crasa superstición,
embotada moralmente y ajena a todo ideal.
294 ALFRED GUDEMAN

El original griego procede de un tal Lucio de Patras.


De esta obra se ha conservado un epítome de Luciano,
el célebre satírico y contemporáneo de Apuleyo Lucio
o el asno, que en su prosa sencilla y pedestre reproduce
el sobrio tono narrativo del modelo, coincidiendo con
Apuleyo en el meollo de la historia, a menudo hasta en
pequeños detalles, e incluso en el texto. En cambio, a
excepción del héroe, encontramos nombres distintos,
alteración que acaso realizó también el seudo-Luciano,
sin duda para despistar sobre las fuentes, pues al
menos Apuleyo no disimula haber imitado un modelo
griego, Por lo demás, con la amplia introducción, las
coloridas descripciones, las numerosas partes dialoga-
das y, sobre todo, con las ya mentadas novelas, que no se
encuentran en el seudo-Luciano, la obra de Apuleyo
adquiere una extensión ocho veces mayor; así, en el
relato griego la metamorfosis tiene lugar en el c. 14, y
en el latino en el III, 24. Plantéase el problema de si tan
considerables ampliaciones proceden, en conjunto, del
mismo Apuleyo. Es muy verosímil que buena parte de
la materia accesoria de la introducción, que crea el
fondo escénico y la atmósfera del hechizo en que se des-
arrolla la acción, se encontrase ya, al menos insinuada,
en el original. En cambio, el sorprendente final, en el
que Apuleyo, saliendo de su papel, se identifica con su
héroe y se confiesa adepto del culto de Isis, es sin duda
suyo, como ya se desprende de una comparación con el
seudo-Luciano. Incorporó también, es lo más probable,
algunas perlas de la rica novelística griega y temas
de la poesía mística helenística : en primer término, el
cuento de Amor y Psique, puesto en boca de una vieja
que con él intenta distraer a una muchacha raptada
por unos bandidos. Empieza del modo antiquísimo :
"Había una vez en un país un rey y una reina que
tenían tres hijas de extraordinaria hermosura", conser-
vando con exquisito arte este tono de conseja hasta
el fin. La posteridad vió en él una alegoría del alma
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 295

purificada por múltiples pruebas, para prescindir de


otras interpretaciones de los eruditos modernos. Pero
en la imitación de Apuleyo nada induce a creerlo, a
menos que se quiera ver un rasgo alegórico en la frase
final en la que se nos habla de una hija de Amor y
Psique, Voluptas (El placer del alma). En todo caso,
esta invención, rebosante de fantasía y no muy al
alcance de cualquiera, no parece atribuíble a Apuleyo,
a quien no sobran facultades creadoras.
Su indiscutible talento más bien consistía, casi exclu-
sivamente, en la estructura formal de los temas ajenos.
En las Metamorfosis, su obra más extensa y, con mucho,
más importante, su estilo celebra las más desenfrenadas
orgías, yendo más allá de las mismas Floridas; la única
razón de ello estriba, acaso, en que no poseemos los dis-
cursos completos, sino tan sólo una extensa selección de
pasajes brillantes Con ser muy hinchado y pomposo
su estilo, simétricas sus frases, efectista su vocabulario,
en el que rehuye lo tradicional y natural, Apuleyo es
y será siempre, en la literatura romana, uno de los
autores que con más dominio manejaron el idioma,
constituyendo el modelo clásico de la aptitud camaleón-
tica del latín para adaptarse al género literario. Pero
quien se sobreponga a todas sus faltas de gusto y exa-
geraciones en punto a lenguaje y estilo, que no pueden
ser paliadas, pronto se convencerá de que Apuleyo
posee también una serie de cualidades brillantes, que le
colocan muy por encima del nivel ordinario, y que
le hacen acreedor al calificativo de genial. En primer L

término, como ya hemos hecho notar, es un narrador


exquisito, cuya gracia cautiva al lector. Sus descripcio-
nes están con frecuencia recargadas de adornos, pero
son siempre espléndidas de color y plásticas. Es prolijo,
afectado y verboso, pero sin pecar de difuso ni oscuro.
Apesar de sus procedimientos barrocos y que a menudo
se atropellan calidoscópicamente, no ofrece grandes
dificultades de comprensión, lo cual en último caso
296 ALFRED GUDEMAN

proviene de que, bajo este barniz estilístico, no se oculta


un contenido ideológico profundo. Para hacerse cargo
de ello, léase inmediatamente después de Apuleyo a su
gran contemporáneo Tertuliano, aunque éste comparta
con aquél muchas características del estilo sofístico en
boga. Apuleyo, pobre en ideas originales, se asemeja a
un acróbata del estilo, que ejecuta con ligereza todos
los equilibrios y saltos imaginables ; Tertuliano, al con-
trario, rebosante de contenido espiritual, tortura el
lenguaje para adaptarlo a sus nuevas ideas, pero es
pesado, intrincado y a menudo oscuro hasta lo ininte-
ligible. Ambos son, cada cual a su modo, grandes maes-
tros del idioma, pero antipodas tanto por lo que res-
pecta al estilo como en las ideas.

II. Los siglos III y IV


El camino nos conduce ahora a través de un desierto
literario, en el que encontraremos pocos oasis, y aun
éstos raras veces compensan el tiempo de detenerse en
ellos. En la introducción ya hemos tratado en general
de la obra de los especialistas, por ejemplo, en el domi-
nio de la jurisprudencia, exponiendo las razones por las
cuales en una historia de la literatura sólo se les puede
reservar un espacio modesto.
Prescindiendo de la misma, la actividad literaria de
este siglo queda casi reducida a la historiografía, o a lo
que se entendía por tal. Si hubiéramos de dar crédito
a los llamados Scriptores historiae Augustae, trataríase
de una actividad vivísima. Se invoca en ésta la autori-
dad de treinta y cinco biógrafos imperiales, pero con
contadas excepciones, dos griegos y dos romanos, en
ninguna otra parte se hace mención de tales escribi-
dores. Algunos de ellos pueden haber existido, sin dejar
huellas, pero la inmensa mayoría es sin duda falsifi-
cada, con el objeto de dar apariencia de legalización
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 297

histórica a notas forjadas por el mero capricho. Entre


la legión de estos biógrafos romanos, dos reclaman nues-
tra atención especial, porque de sus obras perdidas
existen algunas noticias : Mario Máximo y Elio Junio
Cordo.
Mario Máximo, de noble origen y titular de cargos eleva-
dos, escribió, continuando a Suetonio, una serie de doce bio-
grafías de Césares, desde Nerva (97) hasta Heliogábalo (218-
222) Tales continuaciones eran corrientes en la Antigüedad
(Tucídides y Jenofonte, Polibio y Posidonio, Aufidio Baso y
Plinio el Viejo, Tácito y Amiano Marcelino) ; pero a diferen-
cia de aquellos escudriñadores independientes no sólo imitó
servilmente a su predecesor en el modo y plan de la composf-
ción, sino que aun le aventajó en la profusión de detalles, la
locuacidad y el chismorreo. También en la segura selección de
sus fuentes quedó muy atrás con respecto a su modelo. Para
dar tinte científico a sus múltiples parlerías, que parecieron
excesivas incluso a los que tan faltos como él de sentido crítico
le utilizaron, insertó supuestos documentos oficiales citados
literalmente, pero sólo a modo de apéndice, pues según la cos-
tumbre antigua, a fin de no destruir la unidad del estilo, las
actas de cierta extensión sólo podían aparecer en el texto esti-
lizadas. La obra, salpicada de detalles picantes, gozó de gran
aceptación ; al menos Amiano Marcelino atestigua (XXVIII, 4,
14) que en su tiempo incluso aquellos que huían de toda cultura
como del veneno, leían con especial afición a Juvenal y Mario
Máximo .
Elio Junio Cordo, a quien no debe confundirse con el his-
toriador Cremucio Cordo, de la época de Tiberio (véase pá-
gina 191) . escribió biografías de Césares, que, al parecer for-
maban en parte el complemento, en parte una continuación de
las de Mario Máximo. Trataban especialmente de los empera-
dores Alejandro Severo (222-235 ) y Gordiano II (238-244) .
Se refería particularmente a lo personal, y deteníase con eno-
joso énfasis y ridículo detallismo en los más insignificantes
pormenores, como las ropas, los manjares, con indicación
exacta del número y el peso, los hábitos y el aspecto exterior
de los Césares. Podría decirse, más bien, que su obra es una
parodia de la biografía. La materia, infinitamente copiosa y
recopilada de todas partes, prescindiendo de naderías y hoja
298 ALFRED GUDEMAN

rasca superflua, habría podido ser una colección de notas no


sin valor, y aun en parte divertida ; pero Cordo bebio sin el
menor sentido crítico en fuentes harto turbias, y como además
quería hablar de cosas acerca de las cuales no existían docu-
mentos o que escapaban naturalmente a la publicidad, inventó
sin escrúpulos el material anhelado falsificando cartas impe-
•xiales y otros documentos. Pero con ello hace difícil el crédito
incondicional a noticias que en sí son creibles. Capitolino •
(véasė más abajo y pág. 300), el único quemenciona la obra,
se indigna mucho con el autor, pero es muy probable que, a
pesar de todo, le daba mucho más de lo que nos quiere dar
a entender.
El omnimodo poder de los emperadores fué causa, natural-
mente, de que historiografía, con escasas excepciones, degene-
rase en biografía, llegando a su apogeo, por lo que respecta a
la cantidad, en la gran compilación de los llamados Scriptores
historiae Augustae. En nuestra tradición manuscrita esta his-
toria cortesana comprende las biografias de los emperadores,
sucesores al trono (césares.), usurpadores y pretendientes desde
Adriano hasta Numeriano (117-284) , con una gran laguna,
debida sólo al azar, entre los años 244 y 253 (desde Filipo
hasta los comienzos del reinado de Valeriano ) ; contiene tam-
břen las vidas de Nerva y Trajano, inspiradas en Suetonio.
Toda la obra está repartida entre seis autores, cuatro de los
cuales, Elio Esparciano, Julio Capitolino, Vulcanio Galicano
(representado con una sola vida) y Trebelio Polión presupo-
nen a Diocleciano (284-305 y 316) todavía emperador; Elio
Lampridio y Flavio Vopisco le conocen como particular.
Ninguna otra obra de la literatura latina ofrece al investi-
gador tantos problemas y enigmas como esta historia imperial.
Se ha intentado resolverlos por los caminos más distintos y
poniendo en juego la mayor erudición y agudeza. Pero en
muchos puntos esenciales se está muy lejos de la unanimidad,
porque a menudo carecemos de medios para decidir de modo
irrecusable, y las conjeturas o posibilidades más o menos sub-
jetivas no pueden suplir la falta de pruebas positivas. He de
renunciar a ahondar aquí en tales controversias, limitándome
a algunas breves indicaciones. Desde luego puede darse por
demostrado que nos encontramos ante una banda de impúdicos
falsificadores, aunque los miembros de la misma repetidamente
aseguren que en su relato se ajustan estrictamente a la verdad
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 299

y expresen las más sanas ideas sobre la elevada misión moral


del historiador. Lo único discutible es hasta qué punto son de
su propia cosecha las numerosas cartas, actas, etc., inventa-.
das, pues es muy verosímil que en muchos casos no fueron más
que burladores burlados, habiendo aceptado las falsificaciones
que les suministraban sin someterlas al menor examen crítico.
Es también dudoso si las autoridades aducidas en la Historia
Augusta han existido realmente. En cambio, es insostenible la
célebre hipótesis de que los nombres de los mismos scriptores
son una falsificación, y la Historia Augusta una recopilación
recha por un desconocido en época muy posterior. Pues a
pesar de la uniformidad del conjunto, que se explica suficien-
temente por la utilización de fuentes iguale's o análogas, la
tendencia común, la materia en sí y la técnica de composición,
imitada de Suetonio, hay motivos de mucho peso contra la
creencia de que la obra data de una época posterior a Cons-
tantino (305-337) . Así, jamás aparece, como ya se ha hecho
observar hace tiempo, el nombre de Constantinopla (fundada
en 330), en vez de Bizancio. Faltan, sobre todo
, las vidas de
Diocleciano y Constantino el Grande, dos de los emperadores
romanos más ilustres, que un compilador o falsificador más
tardío habría agregado sin duda. Además, no cabe imaginar, en
los siglos Iv y v, un motivo que hubiese podido inducir a un
escritor a formar esta galería de emperadores, cerrándola
caprichosamente con un Numeriano. Ello es tanto más invero-
símil, cuanto que una de las fuentes principales de la Historia
Augusta, Mario Máximo, es citado a fines del siglo Iv, según
hemos visto, como el prosista más leído. En cambio, nada se
opone a la conjetura de que poco antes de 330 la colección
sufrió una refundición más o menos decisiva. Naturalmente es
imposible precisar en detalle la parte que corresponde a este
editor. Con seguridad se le ha de atribuir la consecuente orto-
grafía de los nombres propios, como, por ejemplo, " Helius" y
"Caracallus" en vez de "Aelius" y "Caracalla" mucho más
corrientes. De él pueden asimismo proceder las numerosas
inserciones de Dexipo y Herodiano. Si en especial Trebelio
Polión y Vopisco, con su estilo ampuloso y sus demás carac-
terísticas, destacan entre los biógrafos de modo muy rotable;
ello prueba, por una parte, que el redactor no pretendía o no
podía llevar a cabo una imitación completa ; y, por otra parte,
que al menos estos dos autores no son una invención.
300 ALFRED GUDEMAN

Que dichos falsificadores disponían de material abundanti-


simo y en parte también fidedigno, es indudable; pero descu-
prir en detalle hasta qué punto lo utilizaron realmente, sería
tarea poco menos que desesperada, por liberales que sean los
autores en la mención de sus fuentes, con objeto de dar al
relato una apariencia de probidad. Pues aunque no todas dichas
fuentes sean imaginarias, las comprobadas, con algunas eҳсер-
ciones, se han perdido. En general, podemos dar por seguro lo
siguiente : Contra las autoridades latinas, están en primer
término Mario Máximo y Cordo; el segundo, aunque sólo men-
cionado por Capitolino, parece haber sido saqueado en mayor
proporción de lo que hacen suponer las citas. Importante papel
desempeñaron además dos historiadores griegos del siglo III,
Dexipo y Herodiano. La obra del primero consistía en una
extensa crónica en doce libros, perdida para nosotros, que se
terminaba en el año 269-270 y cuya influencia en autores pos-
teriores es visible. La mayoría de noticias tomadas de dichas
fuentes, que producen una impresión de credibilidad, no fueron
incorporadas a la Historia Augusta hasta más tarde. Las trece
biografías de emperadores de Herodiano abarcan un período
de cincuenta y nueve años, desde Cómodo hasta Gordiano III
(180-238) ; si habla, en un pasaje, de setenta años, puede ser
debido a que incluyese también a Decio (249-251) , o que no
llegase a realizar, más tarde, este proyecto. No es este sitio el
más a propósito para tratar de la credibilidad histórica de
Herodiano, sobre todo, por la discrepancia de los eruditos
acerca de la cuestión. Yo me inclino a creer que, despojado su
relato de la pompa retórica y prescindiendo de su negligencia
en punto a cuestiones cronológicas y geográficas, defecto que
comparte con historiadores antiguos mucho más conspicuos,
esta historia imperial, en conjunto, nos ofrece una visión bas-
tante fiel de hechos que aun estaban relativamente próximos.
En todo caso se comprende que los autores de la Historia
Augusta no desdeñaran una mina tan oportuna para su objeto :
pero utilizáronła en proporción muy desigual. En todas las
vidas de la Historia Augusta encuéntranse pasajes de Hero-
diano; siete de Capitolino están tomadas de él en lo esencial.
Ello induce a sospechar que en las demás se trate únicamente
de interpolaciones de un redactor más tardío, siendo éste el
propio Capitolino. Quizá debemos al mismo las mencionadas
citas de Dexipo, en el caso de ser éstas meros accesorios de la
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 301

redacción. La pérdida de todas las fuentes originales, y coinci-


dencias de autores más tardíos (Aurelio Victor, Eutropio) , que
por lo demás no presentan relación alguna con la Historia
Augusta, así como otras consideraciones en cuyo detalle no
podemos entrar, han inducido en nuestros tiempos a evocar
una fuente básica, que superaría en importancia a todas las
demás y resolvería de una vez, a modo de deus ex machina, los
más arduos problemas. Esta llamada Crónica imperial, cuya
existencia no consta en ninguna parte, se ha hinchado hasta
la categoría de producción histórica de primer orden, esplén-
dida como la obra de Tácito y superior aun a ella en credibi-
lidad objetiva. Opérase hoy día, casi generalmente, con esta
"obra maestra" como si se tratase de un hecho notorio. Consi-
dero así deber mío manifestar abiertamente que dicha Crónica
es una creación de la fantasía, sin que ello implique negar que
hayan existido, en su tiempo, algunas otras fuentes de las
biografías imperiales. Pero escapan por completo a nuestra
vista, y ninguna combinación puede conferirles forma corpórea.

Los autores de la Historia Augusta, que no retroce-


den ante falsificaciones ni mentiras, adoptan el gesto
de historiadores profesionales al servicio únicamente de
la verdad. Como sólo les importan los hechos, nos ase-
guran, por ejemplo, Polión y Vopisco, aunque se pre-
ocupen abiertamente de pulir el estilo según todas las
reglas de la retórica, que lo necesario no es la elocuen-
cia de Salustio, Livio, Trogo y Tácito, sino únicamente
una exposición concienzuda, al modo de Suetonio, Mario
Máximo y otros. Sin embargo, desde el punto de vista
de la historiografía científica, el juicio acerca de estas
obras ha de ser condenatorio. Aunque el conjunto está
envuelto en una atmósfera cortesana, por lo general
-excluyendo acaso la biografía de Claudio por Polión-
estos coleccionadores de curiosidades son ajenos a ten-
dencias panegıricas. Su objeto único era proporcionar
una copiosa lectura recreativa al público ilustrado de su
tiempo, que devoraba con el más vivo interés anécdotas
personales, chismes y en general cuanto se refiriera a
los emperadores rodeados del nimbo del supremo poder
302 ALFRED GUDEMAN

terrenal. Podemos lamentar tal extravío del gusto, pero


como demuestran numerosas analogías incluso en nues-
tra moderna cultura, trátase más bien de una tenden-
cia inherente a la humana naturaleza; ello nos hace
comprensible una obra como la Historia Augusta, des-
tinada a satisfacerla.
Habiendo los emperadores y su corte dirigido la historio-
grafía por caminos biográficos, era casi inevitable que la ora-
toria pública, expulsada desde largo tiempo de los gloriosos
dominios de antaño, conservase su derecho a la existencia úni-
camente poniéndose al inmediato servicio de los imperiales
autócratas. Como Suetonio para las vidas de emperadores, su
amigo Plinio el Joven fué el modelo canónico para los llamados
Panegíricos, hecho que exteriormente se revela en que su dis-
curso de gracias a Trajano fué colocado, como el primero en su
género, a la cabeza de la colección, salvándose así del olvido
al amparo de sus imitaciones. Poseemos, en conjunto, once
discursos, todos ellos pronunciados en ciudadas galas ; pero
entre ellos sólo podemos identificar con certeza Tréveris y
Augustodunum (Autun). Cuatro pertenecen a la época de que
estamos tratando; otros cinco, a los dos primeros decenios del
siglo siguiente, y dos son bastante posteriores, de los años 362
y 389. Abarcan así un período de cien años, lo que sólo se
explica admitiendo la existencia de una selección básica, que
fué ampliada más tarde por adiciones sucesivas. Sólo de los
tres últimos discursos conocemos con certeza los autores (Na-
zario, Claudio Mamertino y Pacato Drepancio ) ; pero investiga
ciones más recientes han puesto en claro, con bastante vero-
similitud, que al menos un discurso dirigido a Constancio y
otros dos a Constantino, de los años 297, 310 y 311, son del
retórico Eumenio, y que los dos más antiguos, pronunciados
en 289 y 291 en honor de Maximiano, son obra de un mismo
panegirista, para nosotros anónimo .

Mas ello importa poco, pues tales discursos, a pesar


de diferencias que revelan la personalidad de los auto-
res, ofrecen, en el estilo y el contenido, un carácter
uniforme, como calcados sobre un patrón retórico tra-
dicional de "discurso al rey". Objeto explícito de los
mismos es, como ya indica el título común, presentar

4

HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 303

las hazañas de los emperadores bajo la luz más favora-


ble. Con enfático entusiasmo son exaltados a la cate-
goría de superhombres, nimbados con la aureola de las
más sublimes virtudes, mientras se vierte sobre los ene-
migos un torrente de los más groseros insultos. Échase
de ver que las serviles efusiones de estos aduladores
oscuros, aunque nos hayan conservado detalles impor-
tantes no transmitidos por otros documentos, sólo pue-
den ser utilizados con la máxima cautela. Pero con ser
en general fastidiosísimo el contenido de tales produc-
tos cortesanos, el lenguaje es puro y flúido, la estruc-
tura artísticamente insuperable, el estilo imitado del
de Cicerón y su imitador Plinic. De ahí que los pane-
gíricos estén tan libres del arcaísmo de los frontonianos,
como del barroco estilo de un Apuleyo. Este hecho,
que a primera vista sorprende, proviene, sin duda,
de que los galorromanos, según unánime testimonio de
la Antigüedad, ya desde los tiempos de Catón fueron
un pueblo aficionado con pasión a la oratoria, pose-
yendo durante siglos escuelas de retórica célebres, a
las que concurrían incluso romanos distinguidos.
En estos centros culturales, que florecían lejos de la
metrópoli incontaminados por la misma -un discurso
de Eumenio está dedicado a la escuela de Augustodu-
num-, seguíase cultivando las antiguas tradiciones del
estilo, que así fueron transmitidas a muchas genera-
ciones de alumnos.
La poesía apenas existe en este, siglo. Si hemos de dar cré-
dito a Vopisco en la vida de Numeriano (m. en 284), a la sazón
M. Aurelio Olimpio Nemesiano, de Cartago, pasaba por ser un
poeta de primera categoría. Esel autor de Cynegetica, Halieutica
(imitación de Ovidio) y Nautica, cuyo título acaso está equivo-
cado. No se mencionan las cuatro poesías bucólicas atribuídas
durante largo tiempo a Calpurnio (véase pág. 203). Además
de las Bucólicas se nos ha conservado sólo un extenso frag-
mento de las Cynegetica en 325 hexámetros. Una lectura super-
ficial de tales muestras de su talento poético no permite dudar
de que aquel juicio era exageradísimo o lo que se exigía enton
304 ALFRED GUDEMAN

ces a los poetas era muy poco. En motivos, formas de composi-


ción y accesorio bucólico Nemesiano sigue las huellas de Virgi-
lio, no vacilando en insertar versos enteros tomados incluso de
Calpurnio La Bacanal de la égloga tercera es encantadora,
pero no pasa de reproducción de un modelo helenístico en verso
o en prosa. La cuarta contiene un certamen poético entre dos
pastores, con el estribillo repetido diez veces : Cantet, amat quod
quisque; levant et carmina curas ("Cante cada cual sus amores :
las canciones alivian los pesares" ) : estribillo que, si el sentido
no me engaña, debió ser sugerido por el final del Pervigilium
Veneris. El fragmento del poema cinegético empieza con un
extenso proemio (1-103), en el que el poeta justifica la elección
de su tema, exponiendo que todos los temas mitológicos están
ya tratados, pasando así en silencio, sin duda intencionada-
mente, a su predecesor Gratio, por él saqueado (véase pá-
gina 182) . Pero una vez llevada a término su actual y noví-
sima tarea, proyecta celebrar poéticamente las hazañas de los
hijos de Caro, o sea Numeriano y Carino, que acababan de
subir al trono, promesa que probablemente no llegó a cumplir,
pues sus héroes fueron asesinados un año después. Sigue una
larga discusión sobre el amaestramiento de los perros y lo que
a ella se refiere ( 104-238 ) , y una, más breve, sobre los caballos
de caza (239-298) . Con algunas indicaciones acerca de las redes
y otros instrumentos de caza, el poema didáctico queda inte-
rrumpido. Del mismo modo que son fastidiosas y poco origi-
nales las poesías de Nemesiano, es pura su técnica métrica,
que maneja, como los poetillas de su talla, con destreza, como
algo que se aprende mecánicamente.

Lo mismo cabe decir de una obra cuyo núcleo prin-


cipal corresponde a este período. Aunque no posee el
mínimo valor poético, no puede ser pasada aquí en
silencio, a causa de la difusión sin ejemplo que alcanzó
hasta fines del siglo XVIII. Son los llamados Dicta o
Disticha Catonis, colección de 142 proverbios o reglas
útiles para la vida, que fueron atribuídos a Catón el
Viejo en memoria de su libro de sabiduría (véase pá-
gina 65) , y reúnen siempre dos hexámetros formando
una sentencia. Este procedimiento queda justificado
explícitamente en el último dístico (IV, 49) : " Te ex
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 305

traña que escriba en palabras desnudas de todo ornato ;


la brevedad lo exige, a fin de cobijar una idea en dos
versos." A excepción de la Biblia; no existe una sola
obra que haya sido traducida tan a menudo y en todas
las lenguas de Europa, como este librito escolar de
edificante lectura. Las traducciones empiezan en los
albores de la Edad Media, encontrándose versiones en
viejo y medio alemán, en bajo alemán, bajo renano,
anglosajón, inglés medio, provenzal, lorenés, vene-
ciano, catalán, engadino, viejo islandés, celta, bohemo,
polaco, húngaro, escandinavo y griego moderno. Sólo
de unas pocas conocemos, como se comprende, el autor :
así, hay una alemana de Martín Opitz y una griega
de Máximo Planudes (siglo XII), para sólo citar nom-
bres célebres .
Hasta el presente, nada se ha podido averiguar con
certeza acerca de las fuentes de esta colección de sen-
tencias, que en el transcurso de los siglos ha sufrido
muchas modificaciones, intentándose, sobre todo, lim-
piarla de elementos paganos. El contenido presenta
estrecha afinidad con las sentencias que circulaban bajo
los nombres de Pitágoras, Focílides y Quilón, así como
con las sententiae de Publilio Siro (véase pág. 52) .
No es tampoco imposible que entre las mismas se
hayan conservado algunos pensamientos, auténticos, de
Apio Claudio y Catón, cuyo nombre lleva la colección.
La sabiduría así formulada en sentencias suele ser obra
colectiva, creciendo al modo de las avalanchas. Así, en
nuestros manuscritos de los Dicta Catonis encontramos
también breves admoniciones en prosa y cierto número
de monósticos, en sendos hexámetros, del mismo género,
y de los cuales no siempre se puede precisar en qué
relación están con los dísticos. Algunos sirvieron tal vez
de modelo a éstos ; otros sólo representan transforma-
ciones de los mismos. La existencia de versiones parale-
las tampoco puede atribuirse simplemente al conoci-
miento o a la imitación consciente de originales más
20. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99. - 3. ed.
306 ALFRED GUDEMAN

antiguos. Así, para sólo citar dos ejemplos, es dudoso


que Dicta Catonis, III, 2, proceda de Plauto, Trin. 105,
o que la frase de Schiller : "En la misma tumba planta
la esperanza", esté tomada de II, 25.

III. El siglo IV
El siglo fué fecundo en acontecimientos de tras-
cendencia universal: la división del Imperio en dos
mitades, el definitivo triunfo del Cristianismo, la inva-
sión de los germanos con sus luchas sangrientas y la
funesta destrucción de antiguas obras de cultura por
parte de hordas bárbaras que nada comprendían de los
productos del espíritu. Y, sin embargo, esta época
borrascosa es rica en talentos literarios. Pero, con
contadas excepciones, éstos se pusieron al servicio de
las nuevas concepciones antinacionales, siendo así este
siglo la Edad de oro de la literatura cristiana. Algunos
hombres bien intencionados, como Nicomaco y Símaco,
ciegos a las señales del tiempo, se aferraron con vehe-
mencia a los antiguos ideales romanos y a las formas
externas del culto pagano, e intentaron, fomentando la
copia de manuscritos de grandes autores como Livio,
resucitar el glorioso pasado, aunque sin lograr remon-
tarse a la producción de obras literarias originales de
importancia. Dieron piedras en vez de pan. No obs-
tante, este siglo cobró cierto brillo por haber producido
al último gran historiador y al último poeta genial de
Roma, Amiano Marcelino y Claudiano. Pero es signi-
ficativo que el primero procedía de Oriente y el segun-
do del Sur, de Siria y Egipto, no siendo el latín su
lengua materna.
Empezamos con una curiosidad: la colección de poesías del
africano Publilio Porfirio Optaciano. Es un panegírico al empe-
rador Constantino al cual le fué entregado en ocasión del
vigésimo aniversario de su reinado (325), con el fin de obte
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 307

ner el indulto del autor, que había sido condenado al destierro,


probablemente sin culpa de su parte. La petición tuvo el resul-
tado deseado, pero no acaso por su contenido, sino por la ori-
ginalidad de la forma, que el emperador ya había admirado en
anteriores producciones, análogas, de Porfirio. Trátase de com-
binaciones métricas realmente asombrosas, acaso sin igual en
la versificación de todos los tiempos. Junto a las llamadas poe-
sías en figura, que representan una palma, un órgano hidráu-
lico, un altar y una flauta pastoril, y cuyos antiguos modelos
eran el " Huevo", la "Segur" y las "Alas del Amor" de Simias,
el "Altar" de Dosíadas y la "Flauta pastoril" del ps. (?) Теб-
crito de la época alejandrina, así como ciertas obras de Levio
(siglo I a. de J. C.), encontramos otros entretenimientos métri-
cos: por ejemplo, cuadrados, cuyo número de versos se regula
por las 35 letras del hexámetro ; pero no bastando esto, las
primeras y las últimas letras forman acrósticos y telésticos, y
las diagonales dan asimismo un pensamiento completo: En el
número 15 los versos 1-4 constan, respectivamente, de dos,
tres, cuatro y cinco sílabas; el verso quinto, en cambio, forma
una especie de escalera, pues cada palabra contiene una sílaba
más que la precedente (1) . Ciertos versos, leídos en una u otra
dirección, conservan el mismo metro, por lo que son denomi-
nados versus anacyclici; por lo demás, ya Virgilio ofrece un
ejemplo en el verso Aen. I, 8 Musa, mihi causas memora, quo
numine laeso, aunque sin intención por parte del poeta. Supera
todavía este entretenimiento métrico el número 28, en el que
ocho dísticos elegíacos están también formados a base de enca.
denarse unos con otros (2) . A pesar de tales acrobatismos
métricos, sorprende que sean rarísimas las faltas contra la
prosodia, y en cuanto al lenguaje Porfirio se atiene a modelos
clásicos. La Musa de la poesía, empero, no apadrinó ninguno
de tales artificiosos virtuosismos.

Además de Flavio Vopisco (véase pág. 298 y sigs.)


Sicilia, es decir Siracusa, produjo un escritor latino,
(1) quem divus genuit Constantius induperator. Ausonio
ofrece otros ejemplos.
(2) Por ejemplo, v. 1-4 : Blanditias fera mors Veneris persen-
sit amando Permisit solitae nec Styga tristitiae Tristitiae
Styga nec solitae permisit, amando - Persensit Veneris mors fera
blanditias. Véase también Sidon. Apol., epist. IX, 14.
308 ALFRED GUDEMAN

Julio Fírmico Materno, autor de dos obras que aun se


conservan. La primera, titulada Mathesis, comprende
ocho libros y fué escrita viviendo aún Constantino.
El primer libro contiene la introducción, en la que
defiende la astrología como ciencia contra las objecio-
nes del académico Carneades (siglo II a. de J. C.) ,
polémica que sin duda procedía ya de antes. Omitiendo,
deliberadamente, hablar de su precursor Manilio, jác-
tase de ser el primero en transmitir esta disciplina a
los romanos. Los demás libros contienen una exposición
bastante completa del sistema en sí, con marcada
influencia del neoplatonismo, es decir de las doctrinas
afines de Posidonio. Si una vez habla de su defectuoso
conocimiento de la materia, y de su incapacidad de
realzar su estilo a la altura del tema, ello no debe
entenderse como una confesión en serio, pues la obra
en sí no ofreec el menor vestigio de tan humilde con-
ciencia de sí mismo, esforzándose, por otra parte, since-
ramente en cautivar a sus lectores mediante una retó-
rica coloreada y un estilo enfático. A pesar de ello, con
la mencionada confesión hipócrita, Fírmico anduvo
muy cerca de la verdad. Su expresión hinchada acaba
por fatigar, y aun constituyendo la Mathesis un manan-
tial de saber copiosísimo, presenta únicamente produc-
tos ajenos. Pero no conocía directamente todas las
fuentes que cita; pasa en silencio algunas que está
probado utilizó, habiendo dejado de consultar otras,
como Vetio Valente y Ptolemeo. Es dudoso que las
chocantes coincidencias del libro VIII con el V de
Manilio procedan de una utilización directa, pero clan-
destina, pues de otro modo sería de esperar una utili-
zación más extensa por parte de Fírmico. Más bien se
ha de admitir la existencia de modelos griegos comunes a
ambos, en primer lugar Nequepso y Petosiris, a quienes
el mismo Fírmico cita repetidamente (véase pág. 195) .
El espíritu cortesano del autor se revela en que sustrae
al emperador del influjo, por lo demás omnipotente, de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 309

las constelaciones sobre la conducta humana, puesto que


él mismo es un dios. Por otro lado, es muy exigente, en
punto a moral, con los devotos de la astrología, fundán-
dose en que quien tiene continuos tratos con los dioses
ha de ser necesariamente un carácter elevado. Pero tal
exigencia encierra una contradicción grave, pues la
doctrina astrológica suprime la libertad de albedrío, y
con ella toda responsabilidad moral del hombre res-
pecto a su conducta predeterminada por los astros.
Parece existir aquí una transacción, rehuyendo las últi-
mas consecuencias del sistema en gracia a un orden
puramente moral del universo. Por cuanto se vislum-
bra, proviene dicha transacción de Posidonio, con quien
Boecio pone al autor de la Mathesis en relación directa,
habiendo servido también sus ideas de base al poema
de Manilio (véase pág. 194) . En todo caso, tales disqui-
siciones éticas no salieron de la cabeza de un compila-
dor tan poco original como Fírmico. Algunas diserta-
ciones astrológicas, que escribió como complemento a
su obra, no han llegado a nosotros.
Si la Mathesis, como se comprende, estaba saturada
de las ideas paganas, la segunda obra, escrita unos diez
años más tarde, "Del error de los cultos paganos"
(De errore profanarum religionum), contrasta neta-
mente con aquélla. Durante este intervalo de tiempo,
Fírmico habíase convertido al Cristianismo. Con impe-
tuoso fanatismo, condena los cultos y misterios antiguos
como obra del diablo, mas no satisfecho con ello, pre-
senta como deber de los emperadores extirpar violenta-
mente aquellas vergüenzas paganas. Tal cambio de
actitud ha hecho prosperar por algún tiempo la hipóte-
sis de que tan apasionada invectiva ha de ser atribuída
a otro autor. Pero prescindiendo de que, como es
sabido de siempre, los prosélitos suelen ser más papis-
tas que el Papa -casos análogos tenemos por ejemplo
con Tertuliano y Arnobio-, investigaciones recientes
han puesto en claro una coincidencia estilística que
310 ALFRED GUDEMAN

llega a los mínimos detalles, de modo que no cabe ya


poner en duda la identidad de los autores de ambas
obras. El escrito, aunque no exento de alteraciones y
exageraciones tendenciosas, constituye una mina para
el conocimiento de los antiguos misterios y de los ritos
religiosos de aquella época, dándonos al mismo tiempo
idea de las fuertes corrientes subterráneas que presta-
ron nueva fuerza a la antigua fe, casi vencida, impi-
diendo así por algún tiempo el definitivo triunfo del
Cristianismo.
Además de Fírmico, numerosos especialistas, algu-
nos panegíricos y Símaco, la prosa pagana del siglo rv
la representan tres historiadores, que con una sola
excepción merecen únicamente este título por la mate-
ria tratada : S. Aurelio Víctor, Eutropio y Amiano
Marcelino. Agrégase a éstos una obra peculiarísima,
que no pasa de ser la traducción de un grosero apó-
crifo griego, pero que, por la increíble aceptación de
que gozó en la posteridad, merece nuestra atención : el
diario de Dicthis Cretense sobre la guerra troyana.
El africano S. Aurelio Víctor es autor de un brevísimo resu-
men de la historia imperial, titulado Caesares, que abarca desde
Augusto a Constancio (m. 361) . Aunque, como sus numerosos
predecesores, entre los cuales Suetonio es el que más influyó
en él, escribió desde un punto de vista biográfico, no es un
compilador mecánico de sus fuentes. Abriga pretensiones de
escritor, y a imitación de Salustio y Tácito esparce en el relato
múltiples reflexiones morales, que presentarían especial encanto
a la obrita, de no caer a menudo en insoportable hinchazón y
faltas de gusto. Los Césares los citan San Jerónimo y el histo-
riador carolingio de los lombardos, Paulo Diácono. Por lo demás,
Víctor no ejerció influencia notable, pues el llamado Epitome
sólo en los once primeros capítulos ofrece chocantes coinci-
dencias con Víctor, las cuales, empero, se explican también por
una fuente común. Alcanza hasta Teodosio, y es, por lo demás,
independiente de él, incluso en el estilo. Víctor parece haber
debido su conservación a la circunstancia, puramente casual,
de que un anónimo eligió su obrita para formar la última parte
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 311

de una exposición total, abreviada, de la historia romana. Las


dos partes precedentes de este Corpus son el Origo gentis Roma-
nae ("Origenes de la nación romana"), que se ha conservado, у
un escrito titulado De viris illustribus urbis Romae, que com-
prende las épocas monárquica y republicana.

Éxito incomparablemente mayor logró el Brevia-


rium ab urbe condita de Eutropio, magister memoriae
(director de la cancillería) del emperador Valente
(364-378) , a cuyo explícito deseo escribió este resumen
de la historia romana desde Rómulo hasta su tiempo.
Los diez libros son de escasísima extensión y ofrecen
un carácter algo descosido. Los seis primeros llegan
hasta el asesinato de César, y con su fraseo entrecortado
producen la impresión de una crónica, así como por su
tono puramente objetivo, lo que concuerda con la fuente
principalmente utilizada por el autor, el Epitome de
Livio. En cambio, lahistoria imperial, en la que Sueto-
nio fué también para Eutropio la máxima autoridad,
distínguese por ceñidas semblanzas de los emperadores,
en las que el autor se esfuerza en distribuir imparcial-
mente la luz y las sombras. Su estilo es sobrio y claro,
ofreciendo, como es natural, muchos ecos de Suetonio.
Las palabras finales de la obra, que se termina con
Joviano, demuestran claramente que el autor tenía
plena conciencia de la pobreza de su estilo. En dicho
pasaje el autor justifica este final de tan escasa impor-
tancia histórica, proclamando que la biografía de su
sucesor Valente exige un estilo más elevado y mucho
mayor esmero, lisonja cortesana que ya encontramos
en la Historia Augusta y de nuevo en Amiano. Mas no
por ello estamos obligados a suponer que Eutropio
abrigase en realidad la intención de consagrarse más
tarde a esta tarea.
La rica materia, que abrazaba el entero dominio de
lahistoria romana dentro de un marco exiguo, así como
el estilo diáfano y flúido, explican la grande y dura-
dera popularidad de este compendio, aunque no la jus-
312 ALFRED GUDEMAN

tifiquen. Es una de las escasas obras de la literatura


latina que ya en la Antiguedad fueron traducidas al
griego (Salustio, Virgilio) , habiendo llegado completa
hasta nosotros la versión de Peonio (siglo Iv) , y sólo
algunas muestras de la de Capitón (siglo VI) . El men-
cionado Paulo Diácono amplió y completó la obrita de
Eutropio, estando hasta nuestros días en uso en las
escuelas. Pero el Breviario en nada enriquece nuestro
caudal de conocimientos históricos ; y a pesar de una
loable ausencia de prejuicios, en general no está del
todo libre de cierta tendencia panegírica ; así, por ejem-
plo, al tratar de Augusto no sólo pasa en silencio la
derrota de Varo en el bosque de Teutoburgo, sino al
contrario, habla de gloriosas victorias sobre los germa-
nos (VII, 9) , siendo con ello el precursor de un proce-
dimiento que hemos visto empleado no hace mucho
tiempo.
En punto a crítica literaria la Antigüedad, no menos que la
Edad Media, era de una credulidad infantil, pues de otra suerte
no habría sido posible que numerosas falsificaciones pasaran
por fuentes históricas auténticas, sin despertar la más leve
sospecha: por ejemplo, la Sacra historia de Evémero (véase
página 40) . Para nosotros, los mismos medios de certificación
de que los falsarios se sirven, llevan ya en la frente el sello de
lo apócrifo. Uno de los medios predilectos ha sido siempre la
ficción del descubrimiento casual de un tesoro literario ente-
rrado, como, por ejemplo, los libros de Numa Pompilio en un
sepulcro del Janículo en Roma el año 181 antes de Jesucristo
y la Biblia mormona de Joseph Smith en 1827. Del mismo
recurso valióse el traductor de Dicthis Cretense, un tal L. Sep-
timio. En una carta anexa afirma, a base del prólogo del ori-
ginal griego, tratarse de un combatiente de la guerra troyana
que, a diferencia de Homero, que vivió mucho más tarde, refi-
rió con toda veracidad los acontecimientos desde el rapto de
Helena por Paris hasta la muerte de Ulises, en parte como tes-
tigo presencial en parte valiéndose de noticias contemporáneas,
en forma de diario y en lengua fenicia. El relato se nutre er
buenas fuentes ; el autor parece haber utilizado especialmente
un manual mitográfico. Tan inapreciable obra, así lo asegura
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 313

Septimio, fué enterrada junto con su autor. En el penúltimo


año del reinado de Nerón (67) un terremoto hízola salir a la
superficie, siendo traducida al griego & instancias del empera-
dor. El mismo tradujo después los cinco primeros libros al
latín, resumiendo en uno los cuatro restantes. El modelo esti-
lístico de Septimio fué Salustio; adoptó también expresiones de
Virgilio, Nepote, Livio y Apuleyo.
Una especie de duplicado literario del Dicthis, y de la misma
gran popularidad, aunque mucho más tardía (siglo v), es la
historia de excidio Troiae de Dares Frigio. Después de una
epístola dedicatoria de Cornelio Nepote a Salustio ( ! ) , el
supuesto autor dice haber descubierto el original griego en
Atenas, habiéndose apresurado a traducirlo al latín sin añadir
nada por su parte, para que se viese a qué distancia estaba
Homero con sus embustes, del relato de su contemporáneo.
Si Dicthis no se aparta de la tradición, el autor griego de esta
chapucería, que se remonta hasta la expedición de los Argo-
nautas, se permite las más arbitrarias modificaciones y las
exageraciones más ridículas. Son el colmo de lo involuntaria-
mente cómico los capítulos XII y XIII, en los que nos ofrece
una exacta descripción del carácter físico y moral de treinta
héroes y heroínas conocidos por Homero, sin otro objeto, natu-
ralmente, que el de dar a su relato el grado de verosimilitud
y de autoridad, que sólo pueden poseer los datos basados en
una visión directa.

De estos dos apócrifos de origen griego derivó la


Edad Media, casi exclusivamente, cuanto sabía de la
leyenda heroica troyana, y en los mismos basáronse
los numerosos romances caballerescos de Troya, que
tan vivo deleite procuraron a generaciones de lectores
y oyentes que ignoraban absolutamente a Homero y la
antigua tradición épica. El más célebre de dichos poe-
mas fué el Roman de Troie de Bénoît de Sainte More
(c. 1150) , en 30000 versos ( !) , que a su vez sirvió de
modelo a poemas análogos en otros países.
Es lamentable el decaimiento de la historiografía,
según se revela en estos compiladores, sin la menor ori-
⚫ginalidad, así como en los seudohistoriadores Dicthis y
Dares; y el favor especial de que pudieron gozar a la
314 ALFRED GUDEMAN

sazón autores como Mario Máximo, según hemos ya


visto estaba en consonancia con la falta de gusto de
esta época. Este solo hecho cleva a Amiano Marcelino
a la categoría de caso asombroso. Procedía de una dis-
tinguida familia griega de la Antioquía siria. Siendo
joven ingresó en el ejército romano, ejerciendo durante
largos años la profesión militar. Unióse especialmente a
Ursicino, el célebre general de Constancio, y figuró
más tarde en el séquito de Juliano. Así pudo dar
cuenta, a fuer de testigo presencial, de numerosas
empresas guerreras contra los persas, los alamanes y
los godos. No puede precisarse cuándo se retiró a la
vida privada. Vivió primero en su ciudad natal, trasla-
dándose luego a Roma, probablemente para escribir o
terminar allí su obra histórica. Además del Asia Menor
yde Italia, conocía Egipto, Grecia y Tracia, ya sea por
haber recorrido dichos países por cuenta propia, como
suponen los más, ya más bien por haberlos atravesado
con las legiones imperiales, desde el Rhin hasta el
Eufrates : de su propia obra no se desprende con clari-
dad. Diciendo Amiano (XXIX, 6, 15, año 374) de Teo-
dosio, a la sazón muy joven todavía, que más tarde fué
un emperador notabilísimo (princeps perspectissimus),
el pasaje no pudo ser escrito antes de la derrota de
Máximo (388) , pero verosímilmente es posterior a 394,
año en el que a consecuencia de la victoria sobre
Eugenio, el poder único quedó en manos de Teodo-
sio (m. 395) . No se puede conjeturar cuánto tiempo
vivió todavía Amiano después de haber terminado los
otros dos libros.
Su obra, en 31 libros, continuaba sin interrupción
las Historias de Tácito, empezando por Nerva y aca-
bando con Valente, muerto en 378 en la batalla de
Adrianópolis contra los godos. Sólo han llegado hasta
nosotros los libros XIV, que empieza a la mitad del
reinado de Constancio (350-361) a XXXI, de suerte
que sólo poseemos el relato de los sucesos acaecidos en
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 315

vida de Amiano. Así, el largo período de tiempo que


va de 97 a 353, quedaba compendiado en el breve
espacio de 13 libros. Tal desproporción, en sí chocante,
ha sido causa de muchas cavilaciones; sin razón, pues
Amiano pudo muy bien opinar que la época anterior
a la suya, objeto ya de tantas otras históricas, no nece-
sitaba ser expuesta con tanto detalle, sobre todo estando
obligado a utilizar únicamente documentos literarios.
Por lo demás, los historiadores romanos a partir de
Veleyo suelen ser tanto más circunstanciados cuanto
más se acercan a su propia época. El carácter compen-
dioso de esta primera parte puede haber sido causa de
la pérdida de la misma, dada la existenciade numerosas
obras de carácter análogo, como la dé Eutropio. Según
atestigua el retórico contemporáneo Libanio, Amiano,
siguiendo una costumbre existente desde los tiempos de
Asinio Polión (véase pág. 127) , leyó en público, y con
gran éxito, fragmentos de su obra. Así también debió
publicarla por partes sucesivas -lo que también era
antigua costumbre tratándose de obras tan volumino-
sas (los Anales de Ennio, Livio, Tácito)-: las breves
palabras de introducción de los libros XV y XXVI
parecen indicar este procedimiento.
En una historia del Imperio era natural que los
acontecimientos se agrupasen en torno de la persona
del autócrata, por lo cual la obra de Amiano posee tam-
bién carácter biográfico ; pero siguió más bien a su
ilustre modelo Tácito que la manera de Suetonio, a la
sazón poco menos que canónica. Encuentra rudas pala-
bras de censura para la historiografía de sus predece-
sores inmediatos, reducida a lo anecdótico personal y
a los chismorreos cortesanos. La disposición de la obra
es más bien analista; pero a veces encontramos, como
en Tucídides, la división por veranos e inviernos. Hacia
el fin, en cambio, no se entrevé ya ningún principio
cronológico, prueba de que las inconsecuencias de este
género no tienen necesariamente su origen en la utili-
316 ALFRED GUDEMAN

zación de fuentes distintas. En lo demás, el método de


trabajo de Amiano es el de los historiadores clásicos.
Así, en circunstancias apropiadas inserta discursos fic-
ticios, los cuales, empero, únicamente se ponen en boca
de emperadores, por ejemplo, Constancio (tres veces) ,
Juliano (seis veces) y Valentiniano (dos veces) , siendo
además mucho más breves que los contenidos en sus
grandes predecesores. No menos espacio ocupan, como es
natural, las descripciones de batallas; pero así como
en Salustio, Livio, Lucano, Curcio, Silio, Tácito y otros
son piezas de lucimiento retórico, redactadas según un
formulismo dado, en Amiano son obra de un técnico,
que o fué testigo presencial o contó con informaciones
fidedignas. En las partes históricas de su obra, rara
vez cita Amiano a sus autoridades, lo cual es también
costumbre o, mejor vicio, vicio antiguo; pero en ello da
un paso más, pues muchas veces pretende hacer pasar
como presenciado personalmente lo que está probado
conoció por documentos escritos. Así, para aducir al
menos un ejemplo de ello, el relato de las campañas
persas de Juliano, a las que él mismo asistió, concuerda
a menudo literalmente con el del historiador griego
Zósimo (siglo v) , quien, por su parte, procede de
Magno de Carras. Este debió ser, así, la fuente primera
común, pues parece descartarse una utilización de
Amiano por parte de Zósimo. Pero disimular de este
modo los modelos utilizados en nada perjudica al cré-
dito del relato. Proviene meramente de la vanidad que
tiene el historiador en hacer ostentación de su saber,
fenómeno que suele ser frecuente en los autodidactos y
del que es otro ejemplo excelente Veleyo Patérculo,
quien, por lo demás, presenta otros rasgos comunes
con Amiano (pág. 232) . Es, además, característico de
Amiano como de la mayoría de historiadores antiguos a
partir de Herodoto, intercalar disquisiciones que
a menudo interrumpen el curso del relato y sirven para
darle amenidad o para la instrucción del lector. Regu-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 317

larmente se refieren a cuestiones etnológicas, a veces


también físicas o naturales. En la parte conservada de
su obra, Amiano ofrece solamente veintiséis de tales
digresiones. Derivan de múltiples fuentes, sólo en parte
precisables, siendo a menudo puntos de lecturas traí-
dos por los cabellos, y que el autor nos presenta con la
intención manifiesta de lucir la erudición con tanta
fatiga adquirida. Únicamente en las digresiones geo-
gráficas, que en conjunto forman una corografía casi
completa, parece, como Claudiano y Avieno, haber res-
pondido a un interés contemporáneo, sobre todo en
cuanto a menudo aduce sus propias observaciones y
recuerdos de viajero. Desde el punto de vista antiguo,
tales digresiones en sí nada dejarían que desear ; pero
en realidad Amiano, llevado por el gusto de referir,
peca mucho por falta de exactitud y de información.
Tal diletantismo, empero, sería tolerable, si el horri-
ble estilo de este historiador no menguase de tal modo
el deleite de leer. El latín no era la lengua materna de
Amiano ; él mismo nos lo recuerda en el capítulo final :
"A fuer de viejo soldado y de griego, he puesto en la
redacción de esta historia mis mejores esfuerzos." Sin
duda no ahorró ningún esfuerzo para hacerse con el
idioma extranjero, a base de apasionadas lecturas
-está probado que abarca toda la literatura romana,
de Plauto a Apuleyo- con el objeto de asimilarse los
modos de decir literarios ; pero no poseía el sentido del
idioma. No piensa en la lengua en que escribe, lo que
siempre es signo inequívoco de defectuoso dominio
de la misma. Así, su lenguaje constituye un mosaico de
todas las épocas literarias. Los floreos poéticos alternan
pacíficamente con formas vulgares, y su período es
pesado y oscuro. No hemos de culpar demasiado a un
griego por no comprender las delicadezas de la sintaxis
latina, pues en este terreno el relajamiento había reali-
zado ya en su tiempo inquietantes progresos. Mucho
peor es su construcción irregular y caprichosa, que no
318 ALFRED GUDEMAN

tiene semejante en la prosa latina; pero, según se des-


prende de un estudio reciente, la cláusula de ritmo
acentual que Amiano aspiraba a construir, determi-
naba, en parte, la cadencia de la frase. Agréganse a
estos aspectos oscuros de su estilo una ampulosidad
enfática, comparaciones traídas de lejos, metáforas
atropelladas y copiosas descripciones brillantes, forja-
das según las viejas fórmulas de las escuelas retóricas,
y que nos obligan a pensar en Veleyo y Valerio Máxi-
mo, en Floro y Apuleyo. La conjetura de que Amiano
se sirvió de este modo de expresión, persuadido de entu-
siasmar a sus oyentes y lectores, puede, en cuanto se
refiere a lo retórico, ser acertada; pero el retorcimiento
y oscuridad de su estilo provienen sin duda más de
incapacidad como escritor, que de una intención deli-
berada. Si sus palabras finales no son pura retórica,
abrigaba la perfecta conciencia de su torpeza en el
manejo del idioma.
Mas, sea como fuere, no cabe duda que tales defec-
tos en nada favorecieron la difusión de su obra. En
toda la Antigüedad, una sola vez encontramos citado
a Amiano, por el gramático Prisciano y a propósito de
una forma verbal ; y sólo le utilizó Casiodoro (siglo VI)
quien le imitó repetidamente en el estilo. Durante la
Edad Media quedó absolutamente ignorado, no resur-
giendo del largo olvido hasta comienzos del siglo xv,
en un manuscrito llevado de Fulda a Italia ; y desde
entonces se le cuenta entre los más grandes historiado-
res de Roma. 1

A los mencionados defectos de la forma externa,


innegables y de peso, que someten a dura prueba la
paciencia del lector, se oponen brillantes excelencias del
contenido, que justifican la elevada estima en que se
tiene a Amiano. En primer término, caracterízale un
impertérrito amor a la verdad, que no se detienė ante
el mismo trono imperial. Exento de prejuicios y obje-
tivo, tributa elogios y no retrocede ante la mas acerba
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 319

censura. A menudo se jacta de su independencia, lo


cual, según hemos visto, hicieron también algunos de
sus predecesores, aun siendo en realidad todo lo con-
trario. Pero si al revisar de una ojeada, en el ya men-
cionado breve capítulo final, su extensa obra, dice :
"Mi primera preocupación ha sido por la verdad, pues
nunca me he atrevido a sabiendas a alterarla con el
silencio o con la mentira", estas palabras continúan
aún hoy siendo justas, pues la crítica moderna, en
cuanto nos ha sido posible la comprobación mediante
otras fuentes fidedignas, hasta ahora no ha conseguido
descubrir en la historia de Amiano errores o falsea-
mientos de los hechos. Su objetividad, su tolerancia,
aparecen sobre todo manifiestas en el juicio que forma
del Cristianismo. Amiano comulgaba aún en las ideas
paganas, pero rinde plena justicia al espíritu de sacri-
ficio de los cristianos y reprueba abiertamente las me-
didas represivas adoptadas por Juliano, a quien, por
lo demás, tanto admira.
Otra cualidad sobresaliente de Amiano, que hace de
él un digno sucesor de Tácito, es su arte admirable en
la descripción de caracteres, que le revela como pro-
fundo conocedor de los hombres. Cuantos personajes
desempeñan un papel de importancia en su colorido
relato, son agudamente analizados en su carácter y en
los motivos de su conducta. El autor llega a la cumbre
de su arte en los circunstanciados epílogos -así los
denomina él mismo (XXX, 7, 1)- que dedica a los
emperadores muertos ; por ejemplo, a Constancio
(XXI, 16) , Juliano (XXV, 43, Valentiniano I (XXX,
7-9) y Valente (XXXI, 14) .
La extensión y detalle con que Amiano trata la
agitada historia de su tiempo -abarca solamente vein-
tiséis años , eleva su relato a la categoría de fuente
histórica de primer orden. Una sola cualidad admirable
que poseyeron los máximos historiadores de la Anti-
güedad faltó, como hemos visto, a este griego que escri
320 ALFRED GUDEMAN

bió en latín, como a Polibio, pero en grado mucho


mayor que a éste : el don de revestir su materia y sus
ideas de una forma artística a la altura del contenido.
En vez de cautivar al lector, le repele con su insopor-
table estilo, destruyendo así lamentablemente buena
parte de su eficacia.
Si el proșista del lejano Oriente vió menguada su
gloria por defectos de la forma externa, en cambio,
Décimo Magno Ausonio, poeta y retórico del Norte,
alcanzó una perfección admirable de la técnica métrica,
aunque a costas del contenido ideológico, gozando de
gran fama en la Antigüedad, si bien no en la Edad
Moderna. Acerca de su vida, gracias a las noticias que
él mismo nos da, estamos informados bajo tantos aspec-
tos y de modo tan fidedigno, como acaso de ningún
otro poeta de toda la literatura romana. Sólo acerca de
las fechas de su nacimiento y de su muerte nos faltan
noticias precisas; pero al parecer llegó a edad avan-
zada, y falleció en el último decenio del siglo Iv. Auso-
nio nació en Burdigala, la actual Burdeos, siendo su
padre un médico distinguido. En Burdeos y en Tolosa
recibió esmerada educación y durante treinta años y
con brillante éxito desempeñó una cátedra de gramá-
tica y retórica en su ciudad natal. En el séptimo dece-
nio del siglo fué llamado a la Corte de Tréveris, por
Valentiniano, para encargarse de la educación del here-
dero del trono y después emperador Graciano. En la
guerra con los alamanos (368-369) formó parte del
séquito del emperador y del príncipe heredero. Gracias
al favor de éstos recibió elevados empleos, como la
administración de la Galia y, junto con su hijo, los de
Italia, Iliria y África ; y en el año 379 Graciano conce-
dió a su viejo maestro la dignidad de cónsul. Era el
tercer retórico, después de Quintiliano y Frontón, que
desempeñaba este cargo tan ambicionado, aunque enton-
ces sólo fuese una sombra de lo que había sido en otro
tiempo. Poco después subió al trono imperial un colega,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATIΙΝΑ 321

Eugenio, prueba de la consideración altísima en que se


tenía la retórica en aquel tiempo. Rebosante de alegría,
Ausonio dedicó a su imperial protector un discurso de
gracias, como en otro tiempo Plinio a Trajano. Es la
única obra en prosa de cierta extensión debida a la
pluma de Ausonio; su rebuscado estilo y las enormes
lisonjas en que abunda la sitúan al lado de los habi-
tuales panegíricos de los emperadores ; pero en cuanto
a valor histórico, dista mucho del modelo canónico de
Plinio. Después del asesinato de Graciano (383) reti-
róse, ya viejo, a la vida privada, pasando el ocaso de su
vida en la ciudad natal, apreciado de todos y entregado
a los estudios literarios hasta el fin de sus días. Auso-
nio, al contrario de Amiano y de su amigo Símaco,
como Claudiano y aun más tarde Sidonio y Boecio,
convirtióse al Cristianismo por motivos oportunistas,
escribiendo repetidamente versos de contenido cristiano.
Lo poco que arraigó en su corazón la fe cristiana, lo
demuestran la fría indiferencia y la falta de compren-
sión con que abordan las doctrinas cristianas, no sólo sus
poemas, que rarísimas veces tocan cuestiones religiosas,
sino, sobre todo, la correspondencia que en sus últimos
años sostuvo con su discípulo de más talento y más
tarde obispo, San Paulino de Nola. Éste había recibido
en 389 el bautismo, y consagrádose inmediatamente,
con santo celo, al servicio de la Iglesia, causando con
ello a Ausonio el mayor dolor de su vida.
La extensa producción poética que nos queda de
Ausonio, 5400 versos, ha llegado a nosotros en varias
colecciones, de las que sólo una comprende sus poesías
completas. Proceden, en la inmensa mayoría, de los
años de su madurez. Los temas por él tratados son
de asombrosa diversidad, y despliegan, prescindienão de
numerosas naderías y escarceos, un cuadro tan abiga-
rrado de la sociedad contemporánea y de la vida inte-
lectual, que el historiador de la cultura no puede
negarles su atención. Interesan también en parte al
21. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99. - 3. ed.
322 ALFRED GUDEMAN

filólogo, pues Ausonio es un virtuoso del verso y


maneja todas las formas métricas con una facilidad casi
ovidiana. Sus obras nos proporcionan también intere-
santes y valiosos datos acerca del estado en que a la
sazón se encontraba la lengua latina en la Galia. Pero,
de todas las cualidades que distinguen al verdadero
poeta, apenas se encuentra en Ausonio un hálito, acaso
con una excepción única. Por doquiera nos acecha una
intolerable vacuidad de ideas, e incluso cuando encon-
tramos alguno que otro giro rebosante de fantasía, trá-
tase casi siempre de bienes procedentes del rico tesoro
del pasado, que tenía a su disposición gracias a su
memoria admirable: se sabía de memoria a Virgilio.
Pero no puede negársele cierto valor de sentimiento :
sintió entusiasmo por su profesión y guardó sincero y
constante afecto a sus parientes y amigos.
Sólo una selección podemos dar aquí de sus obras, y aun
ésta breve.
Epigramas, en total 112 y escritos en distintos metros,
preponderando entre éstos el dístico elegíaco. El contenido es
muy vario. Además de poemitas a su esposa, muerta prematu-
ramente, encontramos numerosas versiones de la Antología
griega; algunos contienen una mezcla de versos griegos y
latinos, algunos están únicamente en griego. Además, Ausonio
se complace en escarceos y variaciones sobre un mismo tema,
por ejemplo, sobre la célebre vaca del escultor Mirón (c. 450
a. de J. C.) , según las descripciones de la misma en la Antolo-
gía griega. Ephemeris, descripción de una jornada habitual del
poeta; está escrita en varios metros, y nos ha llegado incom-
pleta. Es chocante la inserción en la misma de una plegaria
matutina rigurosamente cristiana. Parentalia, ciclo de invoca-
ciones a 30 parientes del poeta fallecidos, la mayoría compues-
tas en dísticos elegíacos. El poema fúnebre a su padre, en el
que no falta calor de sentimiento, parece ser de fecha anterior.
De carácter idéntico, aunque mucho más interesante desde el
punto de vista cultural, es la commemoratio professorum Burdi-
galensium, semblanza personal y científica de 36 profesores
fallecidos de la escuela de Burdeos, que nos permite dar una
mirada a la actividad de una Universidad gala de fines del
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 323

siglo Iv. Pertenecen también a este grupa los 36 Epitafios a


héroes troyanos y otras figuras de la leyenda. La mayoría son
traducciones de una colección griega, análoga a la contenida en
el peplo seudoaristotélico (1) . Los Caesares son una especie de
epitome versificado de las doce biografía imperiales de Sueto-
nio, en el que emplea doce hexámetros para cada emperador.
Agregóseles un grupo de poemas análogos sobre los emperado-
res hasta Cómodo. Como en el siguiente, sólo se trata de versos
mnemotécnicos destinados al uso escolar. Ordo nobilium urbium
da una descripción característica, casi siempre brevísima, de
17 ciudades, empezando por Roma (¡un solo verso ! ) y аса-
bando por Burdeos (40 versos) : entre las mismas encontramos
Constantinopla, Cartago, Antioquía, Alejandría, Atenas, Sira-
cusa y Tréveris. El Ludus VII sapientum es uno de los poemas
de Ausonio más notables. Después de una dedicatoria y un
prólogo, un actor enumera las sentencias famosas de los siete
sabios, en su forma original y en una traducción latina libre.
Luego los sabios en persona -Solón, Quilón, Cleobulo, Tales,
Bías, Pítaço y Periandro- explican con más o menos elocuen-
cia la significación de las mismas. Al final, como en una come-
dia de Plauto se invita a los espectadores a aplaudir. Lenguaje
y versificación son arcaicos, imitados con escasa habilidad de
Plauto y Terencio. El Epistolario, en verso principalmente
-figuran también en él respuestas- es sólo una selección.
Únicamente nos interesa por la celebridad de algunos destina-
tarios, como San Paulino y Símaco. La correspondencia con el
primero ha sido calificada de monumento cultural de universal
importancia; pero este juicio es muy exagerado, pues el retó-
rico y versificador Ausonio no desempeñó el menor papel en
la gran lucha decisiva de las dos ideologías, la pagana y la
cristiana, dejando sospechar en esta correspondencia, como en
muchas otras de sus obras, que entonces, bajo el manto de un
Cristianismo concebido únicamente como monoteismo, se podía
continuar siendo pagano convencido. La comparación con Marco
Aurelio se impone por sí sola. Lo que para el Emperador fué la
filosofía, fué para Paulino la doctrina de Cristo; así ambos,
insatisfechos, abjuraron del ideal de vida de sus maestros, que
culminaba en una vacua retórica. Para tal renuncia faltaba a

(1) Colección de epitafios dedicados a los héroes que se


mencionan en el catálogo de las naves de la Iliada. - J. P. Н.
324 ALFRED GUDEMAN

Ausonio, como a Frontón, la comprensión necesaria; por ello


la conducta de sus en otro tiempo rendidos discípulos había de
parecerles un extravío perturbador, malsano. En estos debates
personales el corazón habla sin falseamientos, y ello presta
especial encanto a las mencionadas epístolas. - Jugueteos téc-
nicos ( Technopaignion) , dedicados a Paulino, llenan todo un
libro. Contiene hexámetros que al principio y al fin presentan
una palabra monosílaba, empezando la segunda de ellas el verso
siguiente (1) ; además, 42 de los llamados versos ropálicos (2 ) ,
por el estilo de los que ya encontramos al hablar de Porfirio
Optaciano (véase pág. 307) . A esta clase de poemas pertenece
el asqueroso cento nuptialis, entretejido con versos y hemisti-
quis virgilianos. Para disculpar la indecencia del contenido, el
poeta invoca el tono frívolo habitual en el género desde anti-
guo, y advierte, siguiendo a célebres modelos (Catulo, Ovidio,
Marcial, Adriano), que no se deriven de ello conclusiones des-
ventajosas sobre su propio carácter moral. De importancia
para la historia de la pintura es el Cupido cruciatus. Es la des-
cripción de una pintura existente en Tréveris, que representa
al dios del Amor en los infiernos, castigado por vengativas
mujeres cuya desgracia había él causado en otro tiempo. Otras
descripciones de obras de arte que poseemos, son, por ejemplo,
de Luciano y de Filóstrato ; en Roma, además de algunos ejem.
plos existentes en la Antología latina, merece especial mención
el llamado Dittochaion de Prudencio, el más grande poeta cris-
tiano. Por lo que respecta al modelo plástico de la descripción
de Ausonio, quizás en último término la base de ésta se debe
buscar en la Lide de Antímaco de Colofón (siglo Iv), que con-
tiene una lista análoga de infortunios amorosos.

El propio Ausonio, si hemos de darle crédito, no


tenía muy elevada opinión de sus obras poéticas, y con
esta confesión desarma hasta cierto punto a la crítica.
Sólo tenía en mucho el Mosela, su poema de mayor
extensión (483 hexámetros) , y los contemporáneos se
adhirieron con entusiasmo a su propio juicio. Prescin-
(1) Por ejemplo : Res hominum fragiles alit et regit et peri-
mit forsfors... spes - spes ... mors, etc.
(2) En estos versos cada palabra tiene una sílaba más que
la precedente. - J. P. Н.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 325

diendo de numerosas exageraciones, repeticiones, pasa-


jes prosaicos y de una continuada imitación de poetas.
anteriores, en primer término de Virgilio, el Mosela
contiene graciosas y coloridas descripciones de paisaje
y de costumbres. El valor poético de la obra queda
realzado, si la parangonamos con la descripción de un
viaje en barco por el Mosela, de Metz hasta Andernach,
que siglos más tarde escribió un poeta no menos hábil
en el manejo de la forma, Venancio Fortunato. En la
Edad Moderna, Ausonio debe su gloria poética exclu-
sivamente al Mosela; pero este aprecio fúndase más
bien en consideraciones sentimentales de patriotismo
local, que en un juicio artístico estético. Trátase de una
rosada descripción del Mosela desde Tráveris hasta su
desembocadura en el Rhin, que en muchos aspectos
aun hoy responde a la verdad. El territorio que atra-
viesa el cristalino río (48-81) con sus numerosos afluen-
tes (349-380) está minuciosamente descrito como un
paraíso. Las colinas cubiertas de viñedos producen exce-
lente vino, sus profundidades crían sabrosos peces, cuya
enumeración no omite (82-149) . Villas de placer y otros
edificios magníficos adornan sus orillas (298-348) ,
magníficos baños recuerdan la célebre Bayas de la
Antigüedad, y la juventud del país solázase alegre-
mente en el agua. Cuando el sol se halla en lo más alto
de su carrera, cuando vendimiadores y pescadores están
entregados al descanso, ninfas y sátiros retozan tam-
bién entre las ondas. El país goza del clima más suave
que sea dado imaginar, y sus habitantes, ricos y ale-
gres, presentan elevado nivel cultural, sobresaliendo
por la elocuencia, el buen sentido y las aptitudes gue-
rreras. A su regreso a la patria, el poeta desea cantar
los hombres célebres y las florecientes ciudades de esta
próspera cuenca ; proyecto que no abrigaba en serio,
que en todo caso no llegó a realizar. A todo aquel que
conozca a Ausonio, si no a todo lector del Mosela, se le
ocurrirá involuntariamente preguntar qué indujo al
326 ALFRED GUDEMAN

profesor de Burdeos, lleno de patriotismo local, a com-


poner semejante himno al Mosela. A ello se ha respon-
dido tiempo ha que se trata de una obra que Valenti-
niano encargó a su favorito, y que había de servir para
la propaganda de la región fluvial donde se encontraba
Tréveris, la capital, a la sazón residencia de los empera-
dores. Es un canto de sirena, pues este territorio se
veía en aquel tiempo amenazado por hordas bárbaras,
de las que pocos años después la misma Tréveris fué
víctima, por lo cual no parecía muy atractivo para nue-
vos colonos.
Amigo de Ausonio, y más joven que él, fué Q. Aurelio
Símaco. De familia rica e ilustre, recibió escrupulosa
educación de un retórico galo, no se sabe si en la misma
Roma. Desempeñó después los más elevados cargos, el
proconsulado de África (373) , la Prefectura (384-385)
y el consulado (391) . En el año 403-4 Prudencio le
cita como el más grande de los oradores aun vivos ;
no debió de tardar mucho en morir. Como los nicómacos
perteneció al partido, no muy numeroso, de los aristó-
cratas romanos, que desplegaban intensa actividad
política llevando inscrita en su programa la conserva-
ción de la antigua fe, que consideraban inseparable del
gran pasado de Roma. El carácter de Símaco carece de
unidad, Débil, bien intencionado y afanoso por eludir
cuanto pudiese molestar a los suyos, vióse envuelto en
las luchas dinásticas de su época, que costaron la vida
a Nicomaco, y escapó a una suerte análoga dedicando
un panegírico al vencedor Teodosio. Pero en una oca-
sión, el año 384, dió prueba de gran elevación de alma,
con la célebre petición al emperador Valentiniano II,
para que revocase la orden de quitar de la Curia el
altar pagano de la Victoria. Es un angustioso grito del
paganismo que se hunde. Si alguna vez fué cierta la
frase : "Ha de salir del corazón, lo que ha de llegar al
corazón" fué en este caso, pues aun hoy nadie puede
leer esta apología y justificación, en la que la misma
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 327

Roma defiende su causa, sin intima simpatía, compren-


diéndose el entusiasmo de los contemporáneos que
comulgaban en las mismas ideas. El éxito del escrito
afianzó sin duda la fe de los paganos; mas el obispo
SanAmbrosio, con un eficaz ataque, consiguió alejar el
peligro. Prueba sobre todo el efecto de este discurso de
Símaco, la respuesta de Prudencio, escrita veinte años
después.
El estilo corresponde al profundo sentido moral de
este importante monumento de la cultura. Por lo demás,
Símaco sólo es acreedor a un lugar muy modesto en la
historia de la literatura. Para sus contemporáneos fué
el primer orador de la época; mas aquí se repite el caso
de Frontón. Sólo fragmentos de ocho discursos se han
salvado para la posteridad; pero bastan para probar
cuán injustificados son los elogios tributados a Símaco,
aunque acaso el modo de elocución, del que nada sabe-
mos, pudo haber realzado el efecto producido en los
oyentes.
El escritor Símaco se nos hace perfectamente com-
prensible por la correspondencia que de él se ha conser-
vado, en diez libros -un total de 900 cartas en su
mayoría breves-, una de las más copiosas que posee-
mos de la Antigüedad. Fueron tan admiradas que los
destinatarios sintiéronse orgullosísimos de poseerlas y
algunos incurrieron en falsificaciones. Como las cartas
de Plinio el Joven y de su imitador Sidonio Apolinar
(véase pág. 346 y sigs.), estaban de antemano destina-
das a la publicidad, por lo que su estilo es esmeradí-
simo. El autor se esfuerza en variar la expresión de
una misma idea. El objeto de las cartas es la torneada
frase y el vacuo tintineo de las palabras, pues el conte-
nido, por múltiple que sea, se reduce a escritos de
recomendación, felicitaciones y pésames, saludos, invi-
taciones y discusión de innumerables acontecimientos
de índole puramente privada. La ausencia de ideas y
la profusión muchas veces banal de estas cartas lindan
328 ALFRED GUDEMAN

con lo increíble; pero más incomprensible es aún el


hecho de que un hombre como Símaco, de pluma tan
fácil, que ocupó los cargos más elevados, interviniendo
personalmente en las agitadas luchas religiosas y polí-
ticas, pudiese pasar en silencio acontecimientos tan
trascendentales. Esto da a la correspondencia de Síma-
co, además de su pobreza espiritual y de su estilo
remilgado, un carácter históricamente incoloro, aun-
que cierto número de cartas estén dirigidas a persona-
jes célebres, como Estilicón. La pérdida total de las
mismas sólo habría sido lamentable porque, como en el
caso de Frontón, habríamos podido imaginar en ellas
una mina inagotable de información histórica. Las cua-
renta y nueve llamadas Relaciones, añadidas al libro X
de las Cartas, y, excepto la mentada apología del paga-
nismo (rel. III) , no publicadas hasta después de la
muerte del autor, son lo único que poseemos de los
informes de un prefecto romano, con cierto valor his-
tórico para el conocimiento de la administración de
la época.
Una inscripción dedicatoria a la diosa etrusca Nor-
cia, nos da noticia de su contemporáneo, el asiduo
versificador Rufio Festo Avieno. Oriundo de una fami-
lia domiciliada desde antiguo en Volsinii (la Bolsena
actual) , donde se adoraba a aquella diosa, trasladóse a
Roma, y fué dos veces procónsul, al parecer de Acaya
y de África. De posición holgada, padre de numero-
sísima familia, de carácter sin tacha y apreciado de
todos, compuso, en sus horas de ocio, cierto número de
extensas traducciones o parafrasis, en verso. De éstas
se han conservado dos enteras, una sólo en parte y otras
dos se han perdido por completo. La versificación, pres-
cindiendo de algunos desvíos, está imitada con asom-
brosa destreza de los modelos clásicos, especialmente
de Virgilio. El lenguaje, inspirado también en el de
aquellas obras maestras, es aún relativamente puro.
Mas el propósito, en sí loable, de dar vida poética a la
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 329
,

árida materia, hace incurrir con frecuencia a Avieno


en énfasis retórico.

Su poema didáctico más antiguo, escrito poco antes de 387


en el metro del original, es una traducción de los Fenómenos de
Arato, que de tan injustificable aceptación gozó en toda la
Antigüedad. Cicerón y Germánico (véase pág. 193) habían tra-
ducido este poema en hexametros latinos, y en el siglo I lo
tradujo el emperador Gordiano, con el curioso pretexto de que
el lenguaje de Cicerón resultaba ya anticuado. Avieno amplió
la obra del poeta griego, cuyas dos partes contenían 1154
(732 +422 ) versos, hasta 1878 (1325 + 553) , principalmente
utilizando comentarios análogos a los que aún poseemos.
La obra no tiene así, para nosotros, más interés que el de una
traducción. No es verosímil que Avieno se decidiese a empren-
der una nueva para aventajar en exactitud las de sus predece-
sores, pues sirvióse de la de Cicerón, y adoptó por modelo la
de Germánico. Más bien es de suponer que deseaba proporcio-
nar a los astrólogos un manual útil con la descripción del cielo
estrellado, motivo muy explicable en un etrusco y adorador de
Norcia, diosa que acaso correspondía a la Fortuna.
Traducción, igualmente, de la Periégesis, célebre hasta épo-
cas tardías, de un tal Dionisio del tiempo de Adriano, es su
Orbis terrae ("El orbe de la tierra" ) en 1393 correctos hexá-
metros en vez de los 1185 del original. Como se ve, sigió,
aunque permitiéndose a veces recortes, aun más de cerca a su
modelo que en la versión de Arato; las ampliaciones, más
que al tema en sí, atañen al ornato poético. Es muy dudoso que
Avieno hubiese consultado otros documentos geográficos, pues
por lo que respecta a información este aficionado deja mucho
que desear, como lo demuestran algunos errores graciosos
en que incurre. Mas, por fortuna, también en este caso los
defectos son de mínima importancia, ya que la posesión de la
obra original hace asimismo superflua la traducción de Avieno,
como la de Prisciano (siglo vi), aunque éste se presta mucho
menos a censuras .

Muy distinta es la cuestión tratándose de su tercera obra,


titulada Orae maritimae, que contiene graves errores, aunque
para nosotros es la descripción más antigua de las costas desde
las Islas del estaño, de Bretaña, hasta Masilia (Marsella) , en
718 senarios yámbicos; pues las obras que sirven de base a la
330 ALFRED GUDEMAN

del refundidor latino se remontan hasta el siglo rv a. de J. C., a


Piteas de Masilia, así como a Eratóstenes (siglo III) y otras
autoridades, aunque el modelo directamente utilizado sea de
fecha mucho más reciente, al parecer de la época de Augusto.
Por desgracia, no ha llegado hasta nosotros la descripción de
las demás costas del Mediterráneo y del Mar Negro, lo que es
tanto más lamentable por cuanto para las últimas utilizó una
célebre digresión etnológicogeográfica existente en las perdi-
das Historias de Salustio. Lo conservado ha sufrido mucho en
la transmisión manuscrita, no conociéndose ya más que por la
primera edición impresa ( 1488), pues el códice que le sirvió de
base ha desaparecido. No es probable que Avieno, al elegir esta
materia, obedeciese a aficiones puramente científicas, sino más
bien al deseo de satisfacer la curiosidad geográfica de sus con-
temporáneos, deseo que también animó a Amiano, como no
menos, por ejemplo, a Claudiano, en su descripción de Frigia
(en Eutr. II, 236 y sig.) . San Jerónimo conoció la Aratea, y
San Ambrosio, lo que hasta ahora no se había hecho constar,
las obras geográficas de Avieno. En las épocas siguientes ape-
nas hallamos vestigios de estas refundiciones métricas, a no ser
en Prisciano en la mencionada traducción de Dionisio Perie-
getes.
Aristóteles en la Poética representó el punto de vista de
que el metro en sí no hace el poeta; así, por ejemplo, si se
tradujese a Herodoto en verso, el resultado sería, como antes,
una obra histórica. En lo expuesto hasta aquí no han faltado
pruebas de la verdad de esta frase. Pero lo que Aristóteles
sentó como posible, lo realizó setecientos años después Avieno,
y de modo aun más extenso. Al parecer puso en senarios yám-
bicos a Livio, el Herodoto romano -la comparación es anti-
gua- Esta noticia, que apenas suena a creíble, del comen-
tador de Virgilio, y contemporáneo de Avieno, Servio, por is
demás autor fidedigno, ha de entenderse que se refiere única-
mente al Epitome de Livio (véase påg. 188) ; pero aun así, trá-
tase de una labor asombrosa. No habiéndose conservado dicho
Epitome, la obra de Avieno habría sido para nosotros de valor
casi inapreciable para suplir el original. Si preguntamos cuál
pudo ser el motivo que indujo a Avieno a este trabajo de ver-
sificación, difícilmente nos equivocaremos relacionándolo con
los esfuerzos patrióticos contemporáneos de Nicomaco y Síma-
co, para divulgar de nuevo a Livio. Por último, el laborioso
1

HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 331

versificador puso en senarios yambicos casi todas las leyendas


mencionadas en la Eneida. Pero de esta obra, citada también
únicamente por Servio, no queda vestigio. Ambas obras, así
como buena parte de las Orae maritimae han desaparecido, pro-
bablemente a causa de la pérdida de unas páginas de un
códice que contenía la producción completa de Avieno.

Mero traductor o arreglador de un original griego


fué también un contemporáneo de Avieno, cuyo nom-
bre sólo en una letra difiere del suyo, el fabulista
Aviano. Sus cuarenta y dos fábulas esópicas proceden
casi todas de la colección, que aún poseemos, de Babrio ;
pero, a lo que parece, por mediación de una paráfrasis
en prosa de Ticiano (siglo III) , cuyo estilo Ausonio
califica de sobrio y seco. En un prefacio Aviano nom-
bra a algunos predecesores, entre ellos a Fedro, pero
no a Ticiano ; pero se reconoce a éste por las caracterís-
ticas de su estilo, que concuerda con las que da Auso-
nio. Su propio estilo es artificioso, retorcido y abunda
en reminiscencias virgilianas; pero sus dísticos revelan
una técnica depurada. Según el mismo poeta asegura,
lo que le indujo a su labor fué el anhelo de gloria lite-
raria. Este anhelo se había de realizar de un modo tan
insospechado como inmerecido. Pues con ser inadecuada
su elección del dístico elegíaco para la sencillez exigida
por la fábula, y con ser escasas sus dotes de escritor,
logró introducirse desde luego en las escuelas, cuyas
necesidades retóricas no podían a la sazón satisfacerse
con la simplicidad de Fedro o la prosa de Ticiano, que
pasaba por torpe Aviano constituyó así la base de casi
todas las colecciones medievales de fábulas, aumen-
tando aún su difusión gracias a numerosas versiones
francesas (Avionnet) e inglesas. Su estrella no palide-
ció hasta salir de nuevo a la luz los originales griegos y
el Fedro auténtico, y hoy las fábulas de Aviano son
un libro apenas leído, incluso entre los filólogos.
Del mismo modo que el último gran historiador de
Roma fué un griego del lejano Oriente, así también fué
332 ALFRED GUDEMAN

de origen griego el último poeta de genio de la litera-


tura nacional romana, Claudio Claudiano. Había naci-
do, al parecer, en Alejandría. En esta célebre ciudad,
romanizada desde largo tiempo, el precoz poeta, antes
de trasladarse a Roma a comienzos del nono decenio del
siglo Iv, debió adquirir el maravilloso dominio de la
lengua latina, que le distingue en tan alto grado. Ya en
su país natal había escrito en su lengua materna; a
este período pertenecen el fragmento conservado de una
Gigantomaquia y algunos epigramas. Después de su
llegada a Roma, "la Talía helena cedió a la toga
latina", observación que queda confirmada por las
obras, relativamente numerosas, que dejó al morir.
Puso desde el principio su lira al servicio de ilustres
dignatarios y de la Corte imperial, entrando especial-
mente en relación estrecha con Estilicón, el estadista y
general más conspicuo de su época, cuyas proezas y
actuación política no se cansa de celebrar en todos los
tonos. No es de extrañar que en tales circunstancias se
le confiriesen al cortesano poeta grandes honores.
Recibió la condición de patricio, y los dos emperadores,
Honorio y Arcadio, a petición del Senado, le hicieron
erigir, aun en vida (c. 400 a 402) una estatua en el
Foro de Trajano, cuya inscripción se conserva. En ella
es celebrado como glorioso poeta, que reúne en una
sola persona el espíritu de Virgilio y el genio de
Homero. Poco después desposóse con una ilustre com-
patriota, en la obtención de cuya mano apoyóle eficaz-
mente Serena, la esposa de Estilicón. La boda tuvo
lugar en su ciudad natal, y es opinión corriente que
una muerte prematura le impidió realizar su deseo de
volver en seguida a Italia (carm. min. XXXI, 49
y sigs.) , pues en sus poesías nada se refiere a una
fecha posterior a 404.
Pero tal conclusión dista mucho de ser decisiva: caben con-
tra la misma graves objeciones. Poco después de aquella fecha
la influencia de Estilicón quedó muy quebrantada, y en el
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 333

año 408 tuvo lugar su ignominiosa ejecución. El trágico des-


tino de su divinizado héroe debió de producir en Claudio abru-
madora impresión, reduciendo por algún tiempo su Musa al
silencio ; sobre todo, el género poético por él cultivado carecía
de suelo donde crecer. Tras una pausa más o menos prolon-
gada, el poeta recobró la inspiración, pero, como es compren-
sible, consagróse a un tema no político. Sólo así se explican,
sin dar asidero a objeción alguna, las palabras finales del
prólogo al libro II de De raptu Proserpinae, pues los "antros
de las Musas helados en largo sueño", cuyo acceso procuróle de
nuevo Florentino, el prefecto benemérito por haber provisto
de trigo Roma (395-397) , no pueden referirse al período 395-
404, porque está probado que éste fué abundante en extensos
poemas. Así comprendemos también por qué la obra maestra
de Claudiano posee una sola tradición manuscrita, completa-
mente independiente. Pues si el corpus de sus demás obras,
como es opinión general, fué editado antes de la muerte de
Estilicón, la mencionada epopeya mitológica quedó excluída de
la colección no por referirse a Estilicón esto cuadra también,
por ejemplo, con la Gigantomaquia-, sino porque en el año 408
no estaba aún compuesta. Cuánto tiempo vivió todavía el poeta,
y si el haber quedado dicho poema incompleto se debe al azar
o a la muerte del autor, escapa a nuestro conocimiento. La tra-
dición nada dice tampoco de la fecha en que nació ; pero la
poesía latina más antigua que de él se ha conservado (395) le
revela ya en la cumbre de su arte y en plena posesión de una
lengua para él originariamente extranjera.
Se ha discutido mucho sobre si Claudiano fué adepto del
Cristianismo. Pero no puede caber sobre ello duda alguna razo-
nable, aunque el poemita "Del Redentor" fuese apócrifo, lo que
hasta ahora no se ha demostrado . Su amistad íntima con
Honorio y Estilicón, ambos cristianos ortodoxos, excluyen lo
contrario ; mas también es posible que no fuese cristiano de
corazón. Pero como Claudiano no trató temas cristianos y, en
cuanto a la forma, no se apartó de los modelos antiguos, su fe
cristiana no se refleja en ninguna parte de sus obras, como en
las de Ausonio, y más tarde en las del obispo Sidonio Apoli-
nar y de Boecio, siendo así comprensible que San Agustín y
Orosio calificaran a Claudiano de pagano. Quien, a pesar de
numerosos ejemplos análogos, considerase que una vida cris-
tiana es incompatible con la ideología pagana que asoma en
334 ALFRED GUDEMAN

estas poesías, debería reflexionar acerca del fenómeno similar


que más de un milenario después nos ofrecen los humanistas
italianos, cuya ortodoxia cristiana nadie ha puesto en duda.
Casi todas las obras latinas de Claudiano (unos 10000 ver-
sos) fueron compuestas en el breve espacio de unos nueve años
(395-404) , y tratándose las más de las veces de acontecimientos
históricos de última hora, cuyo efecto menguaría con la demora
de su divulgación, hay que suponer en el poeta una asombrosa
facilidad y ligereza de creación, análogas a las de Ovidio y
Estacio .
Prescindiendo de las poesías de contenido mitológico y de
las llamadas carmina minora, la obra de Claudiano consiste úni-
camente en panegíricos -a este género pertenece también el
elogio de Serena, incluído en aquella colección menor, así como
los epitalamios y dos invectivas. Aquéllos, incluso en verso,
son bastante frecuentes en la literatura antigua, como no
menos las invectivas en prosa. Mucho más raras son, en cam-
bio, las invectivas poéticas, aunque las tales se encuentran ya
entre las obras de Hesiodo, Arquíloco y Alceo. Ejemplos ulte-
riores son el Lupus de Lucilio, además del Ibis de Calímaco у
de Ovidio (véase pág. 180), así como una Praetexta una sola vez
mencionada, de Curiacio Materno, dirigida contra Vatinio, pode-
roso favorito de Nerón. La Apocolocyntosis de Séneca (véase
página 241) puede ser aducida aquí en calidad de sátira meni-
pea. Pero lo que en el modo de tratar ambos géneros literarios
distingue muy especialmente a Claudiano de casi todos sus
predecesores, es el fondo histórico y la tendencia política.
El móvil de sus invectivas no es el odio contra enemigos per-
sonales a causa de ofensas personalmente sufridas ; el poeta
habla siempre en nombre de intereses patrióticos, que veía, no
sin razón, encarnados en el fondo histórico y la tendencia polí-
tica. El móvil de sus invectivas no es el odio contra enemigos
personales a causa de ofensas personalmente sufridas; el poeta
habla siempre en nombre de intereses patrióticos, que veía, no
sin razón, encarnados en el gran Estilicón. Este punto de vista
se manifiesta en que personifica repetidamente la ciudad de
Roma, como ya lo hizo Símaco, atribuyéndole un papel efec-
tivo en calidad de guardiana la más indicada del antiguo y
glorioso Imperio.
El primer panegírico se refiere a dos hermanos de ilustre
origen, que en edad juvenil alcanzaron, en un mismo año
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 335

(395) , el consulado. La misma Roma pide esta distinción al


emperador Honorio, y el dios fluvial Tiberino se aparece en la
festividad de la toma de posesión. Ha invitado a una mesa
común a todos los ríos de Italia, y en un bien compuesto dis-
curso expone a los nuevos cónsules el más brillante pronóstico.
El marco escénico y las magníficas descripciones prestan al
conjunto elevado encanto poético, que hace menos sensibles las
exageraciones en sí grotescas. Tres elogios van dedicados
al tercero (396), cuarto (398) y sexto (404) consulados de
Honorio (n. 384). Como Claudiano, sin burda injuria a la ver-
dad histórica, no podía atribuir grandes méritos al joven
César, completamente indigno del trono imperial, hace resal-
tar con tanto más vigor sus características y buenas intencio-
nes. Para suplir la ausencia de proezas reales, describe en el
tercer panegírico las virtudes de Teodosio, quien, en un largo
discurso, dirige minuciosas admoniciones a su hijo. De este
modo sumamente hábil, gracias a la potente personalidad del
padre, cae un reflejo transfigurador sobre Honorio, a quien el
poeta cortesano sentíase obligado a celebrar. Entre las obras
más graciosas de la Musa de Claudiano, cuéntase el poema a
las Bodas de Honorio y María, del año 398, cuyo episodio más
brillante lo forma la fantástica descripción de la patria cipriota
y del palacio de Venus. Su hijo Amor lleva el gozoso mensaje
de que con su flecha ha encendido el corazón de Honorio por
María, la hermosa hija de Estilicón, y solicita el apoyo de su
madre para realizar la unión de los amantes. Venus accede, y
con numeroso séquito, montada sobre la espalda del dios
marino Tritón, dirigese a María, a quien encuentra ocupada
en la lectura de clásicos griegos y latinos. No resulta difícil a
la diosa del amor lograr su objeto, y ella misma realiza todos
los preparativos para el enlace. El poema acaba en un elogio
de Estilicón. Para la composición del epitalamio así como para
el panegírico y la invectiva, la retórica había sentado determi-
nadas reglas, y también Claudiano las sigue ; pero ofrece rela-
ciones especiales con el canto nupcial de Estacio, por ejemplo,
en el episodio de Amor y Venus; queda, sin embargo, en pie si
este motivo no procede de un modelo alejandrino común, como
aparece más tarde en su breve epitalamio a Paladio. Sea como
fuere, la expresión poética es de Claudiano. Habían precedido
al epitalamio cuatro breves canciones, llamadas versus Fascen-
nini, habituales desde tiempos remotos en las bodas. Están

1
336 ALFRED GUDEMAN

compuestos en distintos metros, pero sólo el cuarto ofrece el


carácter obsceno tradicional en el género. El panegírico al cón-
sul Manlio Teodoro (398) dirígese a un jurista elocuente, afi-
cionado a estudios científicos, que se había retirado al sosiego
de su finca. La justicia en persona le suplica ponga de nuevo
sus grandes facultades al servicio de la patria. Para alegría de
todos, incluso de las Musas, se decide a sacrificarse personal-
mente, y Urania, en un discurso, exhorta a sus hermanas a
preparar los festivales que tendrán lugar al tomar posesión del
cargo. Pero Teodoro, por lo que se desprende de un epigrama
(carm. min. 21) , no colmó las esperanzas que el poeta conce-
bía de este consulado. El panegírico más extenso de Claudiano
es el dedicado al consulado de Estilicón (400). Consta de tres
libros con 1230 hexámetros, y un breve prefacio, en dísticos,
al libro III, en el que se compara con Ennio, quien proclamó la
gloria de Escipión, como ahora él la de Estilicón, más grande
que aquél. Los dos primeros libros enumeran las proezas mili-
tares y las virtudes de su héroe ; el tercero tiene lugar en
Roma, donde Estilicón organiza magníficos juegos. El poemita
de bello Gildonico ( 398) describe la derrota de Gildón, quien
había impedido la exportación de trigo a Roma y se había
puesto al lado de Arcadio. Está sin terminar, y por lo que se
calcula había de ser una glorificación de Estilicón, quien es el
protagonista de la parte conservada. A su gloria está entera-
mente consagrada la epopeya, también histórica, de bello
Gothico (401) , cuyo centro lo constituye la derrota de Alarico
en Pollentia.
De las dos invectivas, una va dirigida contra Rufino, el
omnipotente ministro de Arcadio y enemigo acérrimo de Estili-
cón. Preceden, como es frecuente en Claudiano, a los dos libros
en hexámetros, que comprenden, en total, 900 versos, breves
prefacios en dísticos. La obra fué escrita después de la muerte
de Rufino, y entregada personalmente a Estilicón el año 397, a
su regreso de la no tan gloriosa campaña contra Alarico en las
montañas de Fóloe. Rufino es presentado como un monstruo
en forma humana, y como el favorito de la furia Megera, la
cual desempeña en el poema el papel de adversaria de la Justi-
cia. La disposición escénica es también original ; la ejecución,
emocionante y briosa. Esta obra, poco convincente por el con-
tenido, resulta interesantísima en cuanto a técnica de compo-
sición, pues el poeta supo enlazar armónicamente la invectiva
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 337

con el panegírico. Después de la caída de Rufino ocupó el


puesto de favorito en la Corte de Arcadio, Eutropio, eunuco
de la más baja extracción. Su régimen de terror y su inmora-
lidad habían llegado a ser intolerables, constituyendo un peli-
gro para el Imperio. Exasperada, Roma entrégase en manos de
Honorio y Estilicón para moverles a poner fin a tan vergon-
zoso régimen. Esto en el primer libro. En el segundo se des-
cribe plásticamente la opresión de Eutropio, proclamándose a
Estilicón el único salvador de la patria. Justamente célebre es
el episodio del consejo de guerra, representado con gran vigor
satírico: lo forman numerosos individuos de la calaña de
Eutropio, crápulas, esclavos, un cocinero, tejedores de lana, etc.,
quienes, olvidando su misión, entréganse a conversaciones en
consonancia con sus viles intereses (II, 325 y sig.) . Esta paro-
dia, según se ha observado, puede muy bien estar inspirada en
la sátira cuarta de Juvenal; pero comparándolas se evidencia
que, en todos los detalles, es tan original como la situación exige.
A estos poemitas relacionados con la historia de la época,
agrégase una colección de unas 50 poesías, la mayoría breves
-de aquí que se las llame carmina minora- y de contenido
muy vario. El metro se reduce al hexámetro y al dístico ele-
gíaco, pues la poesía dedicada a Estilicón, en anapestos, es
idéntica a la tercera fascenina. Mencionaremos únicamente las
más interesantes y poéticamente más afortunadas. El núme-
ro IX trata del puerco espín; el número XVII (24 dísticos), de
los piadosos hermanos de Catania, quienes, durante una erup-
ción del Etna, salvaron a sus ancianos padres exponiendo la
propia vida, y por esta heroica acción fueron honrados .con
estatuas. Esta historia, repetidamente mencionada desde el
siglo iv a. de J. C., había sido ya narrada en verso por el autor
del Etna (véase pág. 202) ; pero Claudiano, si había leído a su
predecesor, en nada le imita. El número XX (11 dísticos) es la
conmovedora semblanza de un "viejo, que nunca había salido
de su lugar natal" (en las cercanías de Verona) . El núme-
ro XXVI (50 dísticos) describe el salutífero manantial sulfu-
roso de Apona (cerca de Padua), y el número XXVIII celebra
el benéfico desbordamiento del Nilo, tema que tocaba intima-
mente al poeta, natural de Egipto. El número XXIX trata del
misterioso poder de atracción del imán. Sigue el más extenso
poema de esta colección, el elogio de Serena (236 hexámetros ) ,
con el que está directamente enlazada la ya mencionada epis
22. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed.
338 ALFRED GUDEMAN

tola de gracias. Los números XXXIII-XXXIX contienen siete


variaciones sobre un cristal con una gota de agua que en él se
halla, escarceo retórico conocido por la Antología griega, que
también se encuentra en Ausonio y Enodio, pero al parecer, en
cuanto a la ejecución, original de Claudiano. Hemos de dete-
nernos algo más en el poema del Fénix (número XXVII,
110 hexámetros). Refiere, como, por ejemplo, Tácito (ann 6, 28)
y otros con anterioridad a él, el célebre mito de la maravillosa
vida, sepultura y resurgimiento de la fabulosa ave. El relato
de Claudiano es, inmerecidamente, menos conocido que un
poema de carácter cristiano, divulgadísimo en la Edad Media,
desde el siglo vi, bajo el nombre de Lactancio. Sorprendentes
coincidencias estilísticas entre ambas versiones alejan casi
toda duda acerca de la influencia del uno en el otro. La debati-
dísima cuestión de la prioridad quedaría definitivamente resuelta
contra Claudiano, si se demostrase que el célebre Padre de la
Iglesia, Lactancio, es el único autor posible, lo que no está al
abrigo de objeciones : conocemos otras poesías que también le
fueron atribuídas falsamente. La superioridad poética de la
obra de Claudiano, con saltar a la vista, no basta para ver
simplemente en ella el original. Forma la conclusión de los
carmina minora el fragmento (128 versos) de una Gigantoma-
quia, que sólo la materia tiene común con su poema juvenil,
en griego, del mismo título. A juzgar por la muestra conser-
vada, es muy de lamentar la pérdida, debida probablemente a
estar colocado el poema al fin del manuscrito. La epopeya
pertenece al último período del poeta, pues no es probable que
a poco de su traslado a Roma diese una continuación latina a
su poema griego, sobre todo porque, como hemos visto, su
musa anduvo en otra dirección durante el siguiente decenio.

Constituye, sin duda, la cúspide de toda la produc-


ción de Claudiano, el poema mitológico De raptu Pro-
serpinae, en tres libros, con unos 1100 hexámetros.
Suele incluirse la obra entre sus primeras poesías lati-
nas. Pero ello está en contradicción no sólo con la suma
perfección artística del poema, sino también con ambos
prefacios, uno, breve, al libro I, y otro, más extenso,
al II. Aquél, con el símil de la gradual realización de
la travesía, presupone un ejercicio artístico anterior,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 339

que ahora le capacita para una mayor producción.


En el segundo, Claudiano dice que así como Orfeo,
después de largo silencio, inspirado por las proezas de
Hércules, cantó a este héroe, él ahora, estimulado por
Florentino, tras una interrupción igualmente prolon-
gada, encuentra de nuevo con este poema el camino del
arte poético. Por desgracia, nos ha llegado incompleto,
pues según datos del propio autor, había de tratar tam-
bién las peregrinaciones de Ceres, gracias a las cuales
los hombres aprendieron a cultivar el trigo. Se ha
intentado explicar la ausencia de esta conclusión recu-
rriendo a la hipótesis, absolutamente insostenible, de
que Claudiano no llevó a cabo su proyecto por conside-
ración a Estilicón, en cuya desgracia había caído Flo-
rentino el año 397. ¡ Como si el poeta, en el caso de
abrigar el temor de ofender al elevado personaje cuyo
favor acababa de granjearse, no hubiese podido fácil-
mente -piénsese en el proceder de Virgilio en las
Geórgicas (véase página 137)- borrar los versos que
se referían a Florentino ! Y si realmente hubiese que-
rido sugerir una comparación panegírica, por lo demás
traída por los cabellos, entre el episodio del cultivo del
trigo y los merecimientos de aquel prefecto de la Urbe,
apenas es concebible que la hubiese hecho preceder de
tres extensos libros sobre el rapto de la hija de Ceres.
Tampoco sabemos si semejante glorificación disimulada
entraba en sus proyectos. El contenido es, en resumen,
como sigue : Plutón se lamenta de ser čélibe, y solicita
de Júpiter que le procure una esposa. La elección del
padre de los dioses recae en Proserpina, a quien su
madre, para apartar posibles pretendientes, tiene cui-
dadosamente guardada en un escondido lugar de Sici-
lia. Por orden de Júpiter, Venus induce a la doncella a
salir al aire libre. Henna, la madre de las flores, junto
con el suave Céfiro, hacen brotar magníficas flores de
la pradera. Mientras Proserpina está atareada cogién-
dolas, aparece de pronto, con terrible estrépito, Plutón,
340 ALFRED GUDEMAN

y se lleva a la descuidada virgen en su carro. El dios


procura calmar sus lamentos. En los infiernos la espera
brillante acogida por parte de las gozosas sombras.
Sigue, bruscamente, una asamblea de los dioses, en la
que Júpiter manifiesta que la Edad de oro de Saturno
ha de terminar, y que en adelante los hombres han de
valerse de su propio esfuerzo y trabajo. Entonces apa-
rece la Naturaleza -Claudiano es aficionado a tales
alegorías entre quejas de que la Tierra ha perdido
su capacidad productiva, y que los terrícolas tendrán
que vivir a modo de bestias. A fin de prevenir este
daño, Júpiter decide que la dolorida Ceres, quien a su
regreso de una visita a la frigia madre de los dioses,
Cibeles, no ha encontrado a su hija, y carece de toda
noticia acerca de su paradero, recorra en sus pesquisas
los países de la Tierra, para introducir por doquiera la
agricultura. El poema se interrumpe con los prepara-
tivos para esta peregrinación ; es uno de los más hermo-
sos de la literatura latina, pues este desnudo argumento
no puede dar idea de los graciosos accesorios poéticos,
de las plásticas descripciones y paisajes que sirven de
rico ornato a esta obra.
El estilo de Claudiano es brioso, de rara transpa-
rencia ; sabe revestir de fantasía poética la materia
más árida. Poseía un conocimiento tan extenso como
profundo de los clásicos de la poesía romana, pero por
abundante que sea lo de ellos tomado, proviene, como
en el caso de Ovidio, más bien de una memoria fiel que
de una imitación consciente. Arcaísmos y vulgarismos
son en él tan escasos, que sólo quien los busque los
encuentra. Su técnica métrica procede también de
los mejores modelos, aunque su verso no siempre sea
flúido. Se delata por doquiera su formación retórica,
por ejemplo, en su predilección por los discursos y en
su fidelidad a esquemas de disposición ; pero en él
nunca molesta la retórica, pues para él es sólo un
medio dirigido a un fin. Así Claudiano, en una época
1

HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 341

decadente, es un caso único, un poeta divino. Sin


embargo, los temas que preferentemente trató fueron
causa de que la gloria de Claudiano se funde hoy casi
exclusivamente en aquel poema mitológico. En cambio,
quizá ningún otro poeta latino, a no ser Coripo (véase
pág. 369 y sigs.) , ha sido tan apreciado de los historia-
dores por su contenido material. La exageración hin-
chada por la retórica y una exposición tendenciosa de
los hechos han sido en todo tiempo las columnas bási-
cas de todo panegírico y toda invectiva; además, siem-
pre se reconocerá a un poeta en mayor grado que a
un prosista el derecho al ornato poético y retórico.
Pero se ha evidenciado que las obras históricas de Clau-
diano, despojadas de su ropaje poético y retórico, siem- "

pre que hemos podido comprobar sus noticias mediante


otros testimonios fidedignos, resultan ser undocumento
histórico de primer orden.

IV. Los siglos Vy VI


Mientras todas las poesías latinas de Claudiano se han con-
servado, la suerte fué mucho menos favorable a su contempo-
ráneo, más joven que él, el español Flavio Merobaudes. En la
inscripción de la estatua que se le erigió en Roma el año 345,
se le ensalza como excelente militar, orador y poeta. De sus
escritos sólo había llegado hasta nosotros una loa sublime de
Cristo en 30 hexámetros ; aunque se atribuía a Claudiano, en
1546 apareció bajo su nombre en un manuscrito que se perdió
de nuevo. El año 1823 el poeta cobró figura más palpable gra-
cias a un descubrimiento de Niebuhr, quien en un palimpsesto
Identificó como de Merobaudes cierto número de fragmentos.
Evidencióse que, así como Claudiano había sido el panegirista
de Estilicón, este poeta había elegido como su héroe al no
menos ilustre general Aecio. Halláronse además poesías de
circunstancias al hijo de éste y a miembros de la familia del
emperador Valentiniano III. Habiendo éste dado muerte por
su propia mano a Aecio en el año 454, cabe muy bien suponer
que los mencionados elogios cortesanos son de una época en
342 ALFRED GUDEMAN

que aún reinaba amistad entre ambos personajes. Además,


conocemos fragmentos de un panegírico de Aecio en prosa. Los
restos, relativamente escasos, de su obra, no permiten formular
juicio definitivo de su valor, mas parece fuera de duda que se
trata de un poeta hábil en el manejo de la forma, aunque no
pueda medirse con Claudiano, a quien probablemente tomó por
modelo. Fuera de la mencionada inscripción, el nombre de
Merobaudes no aparece en parte alguna; Sidonio Apolinar
alude a él en una ocasión de modo inequívoco, de lo cual se
deduce que sus obras gozaban, a la sazón, de cierta fama.

Con Claudiano se puso el sol de la poesía nacional


romana, entre los colores de un crepúsculo magnífico ;
un postrer fulgor, aunque pálido, de la misma, brilla
en la obra del último poeta puramente pagano, Rutilio
Claudio Namaciano. Era, al parecer, natural de Tolosa
de Francia, ciudad en la cual, o en sus cercanías, poseía
su familia extensas propiedades; así, en aquel célebre
centro de cultura, encontró especiales facilidades para
una exquisita educación. Ignoramos si acompañó a su
padre a Pisa, donde aquél desempeñó los cargos más
elevados. En todo caso, más tarde volveremos a encon-
trar a ambos en Roma, donde el padre llegó a ejercer la
prefectura, cargo que su hijo obtuvo el año 414. Tras
largos años de residir en la Urbe, el afecto hacia sus
paisanos, a quienes no quería abandonar en medio de
las miserias de la guerra, y aun más el peligro que
corrían sus bienes, obligáronle en el año 416 a salir de
su querida Roma y correr hacia su patria. Mas como a
la sazón resultaba peligrosísimo el viaje por tierra,
a causa de los ejércitos getas que se encontraban en
Italia, decidióse por la vía marítima. Tras una espera
de catorce días, motivada por el mal tiempo reinante,
abandonó por último las bocas del Tíber. Rutilio des-
cribió minuciosamente su viaje en un poema, al cual
debemos también todos los pormenores biográficos.
Para no fatigar al lector, lo dividió en dos libros (II,
1-10) , el primero de los cuales, en 322 dísticos, se ha
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 343

conservado entero, quedando el segundo interrumpido


en el verso 68.

Por plástica y graciosa que resulte la descripción de las


distintas etapas -incluso numerosas excursiones tierra , aden-
tro- , la atención hasta hoy dispensada a este poema se funda,
además de los motivos que más adelante aduciremos, en las
digresiones, que ocupan aproximadamente la mitad del total.
La más célebre es un himno a la Urbe, dirigido a la propia
diosa Roma (I, 46-164) . La Ciudad Eterna con su glorioso
pasado llenó al provincial galo del mismo entusiasmo que hen-
chía a Claudiano o a los rancios aristocratas agrupados alrede-
dor de Nicómaco y Símaco, sus contemporáneos. El elogio de
Rutilio, a pesar de algunos detalles hermosos, produce la impre-
sión de forjado a base de formularios cuando se compara con el
ardor de sentimiento que anima el discurso de Símaco : la
súplica final a Roma, de que no olvide sus méritos, segura-
mente muy discretos, produce en el lector el efecto de un jarro
de agua fría. Añádase a ello que el panegírico pretende ser
efusión directa de un hombre que, contra su voluntad, se ve
obligado a abandonar a su patria adoptiva. En realidad, el
poeta escribió sosegadamente una vez llegado al lugar de su
destino. Roma, que pocos años antes (410) había sido ineen-
diada en parte, y saqueada por Alarico, como punto de residen-
cia, forzosamente tenía que haber perdido algo de su magné-
tica atracción : el mismo Rutilio menciona a los fugitivos "de
la desgarrada ciudad" (I, 331 y sigs.), que encontraron acogida
en los bosques de la isla de Igilio. Las llamadas Termas Tauri-
nas, en las cercanías de Civitavecchia, le dan ocasión para
referir, con espiritu algo escéptico, la leyenda del origen del
manantial, enlazando con ello un elogio de Mesala, quien
había cantado el lugar en un poema (I, 249-276) . Las ruinas
de Cosa le recuerdan la inverosímil historia de que una plaga
de ratones había obligado a abandonarla. En la próxima escala
coloca reflexiones sobre el continuo infortunio que acompañó a
la familia de los Lépidos, a partir del triunviro (I, 239-312) .
El cuarto día divisan Elba, cuyas minas de cobre le mueven a
considerar la mayor utilidad, para los hombres, del hierro en
comparación del oro (I, 351-370). La visita a Faleria, donde se
estaba celebrando la fiesta del dios egipcio Osiris -prueba sig-
nificativa de lo incompleto aun de la cristianización de Italia-
344 ALFRED GUDEMAN

le resulta amargada por el abuso de un mesonero judío, lo que


hace prorrumpir a Rutilio en un fogoso discurso antisemita
(I, 381-398) , jnto al cual se debe poner la no menos apasionada
invectiva contra los monjes (I, 439-452, 517-526) . Se equivoca-
ría quien viese en estas confesiones de su alma pagana la efu-
sión directa de un corazón sublevado. Son declamaciones retóri-
cas, cuya materia estaba tomada de los libros y sin más objeto,
como otras digresiones, que mantener despierto el interés del
lector. Más auténtico es el tono de Rutilio al describir Pisa, la
ciudad donde fué magistrado su padre, cuya estatua en el
mercado le arranca lágrimas de emoción. Sus panegiristas,
añade, expresaron su alegría de ver en el hijo un digno sucesor
del padre (I, 572-592). De especial interés es el ataque, lleno de
odio, innoble, contra Estilicón (II, 41-60), sobre quien invoca
los más crueles tormentos del infierno. "Nerón mató a su
propia madre mortal, Estilicón na dado muerte a la inmortal
Roma, madre del universo." Los últimos años de la vida de
Estilicón ofrecen cierta semejanza con los de Wallenstein,
desempeñando Olimpio, consejero de Honorio, el papel de Octa-
vio. A causa de sus proyectos ambiciosos y de una supuesta
actitud amistosa respecto a su antiguo enemigo Alarico, fué.
tachado de traidor a la patria, y Rutilio además acusa al cris-
tiano de haber quemado los venerables Libros Sibiltnos, de
cuyo hecho no existe más testimonio. Este odio, profesado por
toda la comunidad nacionalista y pagana de Roma, explica
claramente que después del vil asesinato de Estilicón (408)
quedase descartado para siempre el heraldo de sus glorias,
Claudiano; poco después, el historiador Orosio, aunque cris-
tiano piadoso, adoptó contra Estilicón una actitud igualmente
hostil . Que el odio de Rutilio era más bien humo de paja retó-
rico, parece indicarlo él mismo cuando, después de las pala-
bras: "Con esta digresión acaso pasemos por charlatanes"
vuelve a su tema propiamente dicho .

Entre las obras de Lucilio, Horacio, Ovidio y Esta-


cio tenía Rutilio célebres precedentes de descripción
poética de un viaje en la que se traza un animado cua-
dro cultural de la época; que, por lo demás, hubiese
entrado a saco en el tesoro de los modelos clásicos, se
ha de dar por descontado tratándose de estos imita-
dores. Un detalle tan insignificante como la supresión

/
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 345

de un nombre propio porque no cabe en el verso, lo ha


de imitar de Lucilio, es decir, de Horacio (I, 420 ;
cp. Lucil. 229, Hor. Sát. I, 5, 87) . Su lenguaje es puro,
el estilo flúido y casi exento de relumbrón retórico.
Su versificación es también correcta, pero nos sorpren-
den ciertos extravíos y faltas de gusto extravagantes.
Así, el segundo hemistiquio de un pentámetro está for-
mado por una sola palabra (I, 628, Amphitryonidas) ,
y un pentámetro entero consta sólo de dos palabras, de
lo cual no existe otro ejemplo en toda la literatura
latina (I, 450, Bellerophonteis sollicitudinibus) .
Ni del poema en sí ni del nombre de su autor se
encuentra en la Antigüedad y en la Edad Media el
más leve vestigio. En 1493 descubrióse casualmente, en
el convento de Bobbio, célebre por su riqueza en manus-
critos, un ejemplar bastante mutilado. La estima casi
universal en que desde entonces se ha tenido la obrita,
como una especie de canto de cisne del antiguo mundo
romano, justifica el espacio que le hemos consagrado ;
pero no se debe olvidar que dicho favorable juicio se
funda más bien en su contenido sentimental que en sus
excelencias como obra de arte.
Contemporáneo inmediato de Rutilio por la fecha de su naci-
miento ( 376) , Paulino de Pela (Macedonia) , nieto de Ausonio,
no tomó la pluma hasta la avanzada edad de ochenta y tres
años, escribiendo una historia de su vida en 616 hexámetros.
Intentos de autobiografías en verso, o partes de tales produc-
ciones, encuéntranse ya en Cicerón, Propercio y Horacio. Ovi-
dio describió su vida en 66 hexámetros (Trist. IV, 10) . Pero
con la única excepcion del extenso poema autobiográfico de
San Gregorio Nacianceno (siglo Iv) , no existen en la Antigüe-
dad, hasta Paulino, imitadores de esta costumbre. Por desgracia,
este autor tardío, cuya lengua materna era, por lo demás,
el griego, no estaba llamado para poeta. Refiere su accidentada
y borrascosa vida en una prosa versificada sincera, pero sin
vuelo alguno ; ofreciendo algunos pasajes que no es posible leer
sin compadecer a este hombre, feliz un día, pero abrumado por
:
los infortunios en su extrema vejez. Por otro lado, Paulino es
346 ALFRED GUDEMAN

un espíritu inconstante, inquieto, sin nobles ideales; no una


gran personalidad que impone el respeto, sino un hombre del
montón, cuya vida sin hechos no pudo despertar el interés de
la posteridad, que por lo demás ha ignorado por completo su
poema. Según él mismo afirma lo compuso en acción de gra-
cias al Señor de ahí el título de Eucharisticon-, quien con la
desgracia le concedió también días felices, y al mismo tiempo
para su propio consuelo, sin pensar en un público extenso.
Pero no hemos de ver en esto más que el procedimiento tradi-
cional para granjearse de antemano la simpatía del lector, pues
Paulino tuvo fijos los ojos en la literatura poética desde Vir-
gilio; mas sus aptitudes técnicas no respondían a su ambición.

Al siglo v pertenece otro ilustre galo, Sidonio Apo-


linar. Nació hacia 430 en Lión. Después de haber des-
empeñado distintos cargos, incluso en Roma, donde se
le erigió una estatua, en el año 470 fué elegido obispo
de Clermont, dignidad que llevaba también unidos
deberes políticos y diplomáticos. Tomó, al parecer,
parte activa en las luchas por la sucesión al trono : su
propio suegro Avito habíase proclamado emperador
en 455. Aunque Sidonio perteneció las más de las veces
al partido vencido, supo siempre granjearse el favor
de los vencedores, que se sucedían vertiginosamente.
No se puede precisar el año en que murió, pues los datos
contenidos en sus cartas, suponiendo que estén en orden
cronológico, son contradictorios y muy generales.
Ср. V, 9, 14 y IX, 16, 3 v. 45 con VII, 6, 2. Según el
epitafio que aún se conserva, fué sepultado en 21 de
agosto, reinando el emperador Zenón (474-491) , y si
hemos de dar crédito a lo que nos dice, que renunció
al episcopado (IX, 12), su muerte debió de ocurrir
entre 483 y 491.
Desde su mocedad, Sidonio reveló decidida aptitud
para la poesía, ejercitándose en los más distintos
metros. Los versos afluíanle sin esfuerzo a la pluma, y
poseía también el raro don de la improvisación. Más
adelante, como queda indicado, subió con menos fre-
cuencia al Parnaso, probablemente por no considerar
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 347

muy compatible el culto de las Musas con su dignidad


clerical, aunque aquél le hubiese proporcionado gran
fama. Hasta ahora no se ha puesto en duda la sinceri-
dad de tal explicación : con todo, existen graves obje-
ciones contra la misma. ¿Por qué, si tenía una idea tan
elevada de su talento poético, no trocó la poesía pro-
fana por la cristiana, como Paulino de Nola y muchos
de sus sucesores ? Se pueden aducir acaso los siguientes
motivos. Para actuar con fortuna en este dominio,
Sidonio habría debido sentir el Cristianismo más ínti-
mamente de lo que en realidad lo sentía, como era
notorio. Después, podía conocerse a sí mismo lo sufi-
ciente, para no querer competir con su admirado Pru-
dencio a quien pone al lado de Horacio (Epist. II,
9, 4) y con otros poetas cristianos como Paulino.
En vez de la poesía dedicóse activamente al género episto-
lar. Sus obras literarias divídense así en dos grupos cronoló-
gicamente distintos, uno en verso y otro en prosa. El primero
contiene 19 poesías de contenido vario y en diferentes metros,
cuatro de las cuales llevan prefacios escritos en dísticos al
modo de Claudiano, una un prólogo en prosa y uno en verso, У
por fin, una cuarta poesía, una introducción y un epílogo.
Afines entre sí son los tres panegíricos de los emperadores
Avito (548 hex. ) , Mayoriano ( 603 hex. ) y Antemio ( 602 hex. ) y
dos epitalamios (X, XV) , ambos muy influídos por Estacio
y Claudiano, pero repletos de erudición mitológica, filosófica e
históricoliteraria. Esto ocurre especialmente con la poesía IX,
en 346 endecasílabos, consagrada casi por entero a estas mate-
rias. No menos de 512 endecasílabos abarca el elogio de los
Consencio, padre e hijo, y de la ciudad natal de los mismos,
Narbona (número XXIII ) , hallándose en esta poesía también
numerosas alusiones a escritores. Justifica la circunstanciada
descripción ( 235 hex. ) del palacio de Leoncio (número XXII)
invocando explícitamente a Estacio. Forma la conclusión (nú-
mero XXIV) un envío (propemticon) a su libro (101 endecasí-
labos) , que corresponde a uno, mucho más breve, del principio,
al cual, empero, hizo preceder un panegírico del emperador.
Agréganse a estas poesías las trece insertadas en el epistola-
rio, todas ellas de breve extensión, excepto IX, 13 y 16. Esta
348 ALFRED GUDEMAN

epistola final contiene 41 estrofas sáficas: si se exceptúa una


oda de Paulino de Nola, que contiene el doble, es la poesía
más larga que poseemos escrita en dicho metro.

En sus versos, técnicamente bien construídos, Sido-


nio se preocupa de un estilo sencillo, que en las poesías
de mayor extensión muchas veces apenas se distingue
de una prosa versificada (1). Sus conocimientos en lite-
ratura profana latina y griega son asombrosos. En su
afán de sacar a relucir lo que sabe, vierte erudición,
lo cual muchas veces es, para nosotros, el principal
valor de algunos de sus poemas, por ejemplo : II, IX,
XV, XXIII. No siempre merecen crédito sus datos,
que a menudo han sido causa de errores ; pero compro-
bamos con pesar, cuán completas se conservaban aún a
la sazón en la Galia las obras de los corifeos de la lite-
ratura, aunque Sidonio, por lo que se deduce, no había
leído personalmente todos los autores (unos 70) que
enumera. En comparación con los escritores paganos,
que, dicho sea de paso, muchas veces designa por una
parafrasis o por el contenido de una obra (Homero,
Anaximandro, Safo, Demóstenes, Cicerón, Virgilio,
Livio, Séneca, Lucano, Claudiano), nuestro,obispo rara-
mente cita a cristianos (Ambrosio, Paulino, Prudencio,
Agustín, Orosio, Eusebio, Gregorio Nacianceno), y, con
la eventual excepción de Paulino (además de epist. 3, 7
acaso también carm. IX, 304), sólo en las cartas. Debía
conocerles de primera mano ; pero ello sólo está pro-
bado de Mamerto Claudiano y Merobaudes, cuya obra
principal designa por el contenido. En sus juicios lite-
(1) Véase, entre innumerables ejemplos, V, y 475 sig.:
Bastarna, Suebus-Pannonius, Neurus, Chunus, Geta, Dacus, Hala-
nus-Bellonotus, Rugus, Burgundio, Vesus, Alites-Bisalta, Ostro-
gothus, Procrustes, Sarmata, Moschus; XI, 113-121 (ocho hexá-
metros que empiezan por hic) y II, 204 innumerabilibus legioni-
bus imperitabant, versos que nos recuerdan a Nevio y Ennio, y
que con su prosaico estilo de Crónica aún dejan atrás a estos
Iniciadores de la literatura latina.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 349

rarios Sidonio es muy reservado, sin nada de agudo ni


de original. Así, subraya de Cicerón y Quintiliano (se
refiere a las declamaciones apócrifas) la elocuencia, de
Salustio la brevedad, de Varrón la erudición, de Plauto
el ingenio. Tanto más chocante resulta su entusiasmo
por Tácito, a quien "jamás se debe nombrar sin elogio"
(II, 192 y análogamente XXIII, 154) . Además de Vir-
gilio y Horacio, fueron sus modelos Estacio y Clau-
diano, aquéllos por el lenguaje y el estilo, éstos más
bien por los temas y la técníca de composición de los
panegíricos y epitalamios ; pero ni una sola chispa del
espíritu o la fantasía de los mentados autores prendió
en este versificador sin inventiva.
Los verdes lauros que Sidonio cosechó entre los con-
temporáneos con su Epistolario, destinado de ante-
mano a un amplio públlico de lectores, pudieron muy
bien resarcir a nuestro autor, sediento de gloria lite-
raria, de su renuncia a más coronas de poeta. Como en
el caso de Símaco, los destinatarios de las cartas creían
recibir un bono de inmortalidad, aprovechando tam-
bién el autor la ocasión para presentarse a la posteri-
dad bajo una luz favorable. En su breve biografía de
Sidonio, Gennadio, eludiendo las poesías, como sean
paganas, califica el Epistolario de obra extraordinaria,
que demuestra lo que su autor es capaz de realizar en
literatura ; y aun más tarde tuvo sus admiradores.
Según él mismo declara, tomó las cartas de Plinio y
Símaco por modelos; pero en cuanto a las de Cicerón,
prefiere callar, pues un tal Julio Ticiano fracasó en su
intento de imitarlas. Poseemos aún 147 cartas, incluso
una de Mamerto a Sidonio, comprendiendo, en total,
nueve libros. La colección fué ampliada hasta este
número a ruegos de un amigo, porque también la
correspondencia de Plinio contenía el mismo número de
libros, concluyente prueba de que ya en el siglo v las
cartas de éste a Trajano (libro X) tenían existencia
independiente. El autor descubrió en su precursor
350 ALFRED GUDEMAN

numerosos recursos y particularidades, compitiendo con


él en la multiplicidad de asuntos. Por lo demás, Sidonio
revela curiosas afinidades con Plinio, en la vanidad, el
exagerado concepto de sí mismo, el afán de gloria, el
desmedido elogio de sus amigos, como no menos en sus
cualidades apreciables (véase pág. 260) . Para conocer la
historia, así como la vida intelectual y social de este
período, estas cartas, como las de Plinio, arrojan abun-
dante rendimiento, diferenciándose en esto ventajosa-
mente de las anémicas de Símaco o Ennodio. Nos refe-
riremos a algunas por vía de ejemplo. I, 2 (detallada
semblanza de Teodorico) , I, 7 (proceso de Avando por
traición) , I, 11 (sobre una sátira falsamente atribuída
a Sidonio) , II, 2 (descripción de su villa), IV, 3 (noti-
cias históricoliterarias) , VIII, 6, 11 ; X, 13, 16) (en
parte autobiográficas) . Treinta y cinco cartas, nada
menos (VI, 1-12) ; VII; 1-11; VIII, 13-15; IX, 2-11)
están dirigidas a obispos, llevando todas ellas la
fórmula final : memor nostri esse dignate, domine papa
("dígnate acordarte de nosotros, señor padre") en vez
del habitual vale ("salud") . Una de éstas (VII, 4) lleva
anexo un discurso que ocupa seis páginas, y que Sido-
nio compuso en el breve espacio de seis horas, distri-
buídas en dos noches de verano, valiéndose con exu-
berancia de todos los recursos de la retórica tradicio-
nal. Chocan, incluso tratándose de Sidonio, las gruesas
lisonjas a sus elevados destinatarios. Pero lo más nota-
ble de estas " cartas pastorales" es el hecho de que, a
pesar de su tono religioso, evitan deliberamente toda
discusión de doctrinas cristianas. Incluso para estos
dignatarios eclesiásticos, lo cristiano, como para Auso-
nio, Ennodio, Boecio y otros escritores de esta época,
era tan sólo una apariencia externa, un holgado ropaje :
en el fondo de su pensar y su sentir, continuaban siendo
paganos. Como reflejo fiel de una época cultural impor-
tante, sin duda estas cartas poseen, según queda dicho,
valor histórico. En cambio, el estilo, retorcido, hincha
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 351

do, repleto de imágenes, temeroso hasta la manía, de


todo lo natural, hace casi un tormento de la lectura
de estas cartas, aun prescindiendo de la pobreza ideo-
lógica del autor, de su pedantería y de su inmensa
vanidad. En justificación de tan duro juicio acerca de
las cartas de Símaco y Sidonio, establézcase un paran-
gón con las de Plinio el Joven (véase pág. 260 y sigs. )
que sirvió a ambos de modelo : con no estar limpio de
escorias, éste sale ganando de la comparación.
Natural de la Galia fué también Magno Félix Enno-
dio (373-4-521) . Había nacido, al parecer, en Arelate
(Arles), y pertenecía a una familia muy ilustre, pero
más bien pobre. Huérfano en edad temprana, el mucha-
cho pasó a Liguria, donde bajo la tutela de una tía,
que murió en 489-90, recibió completa educación retó-
rica y literaria. Hacia 494 ingresó en el estado ecle-
siástico. Poco después dirigióse a Milán, donde perma-
neció hasta 513, escribiendo allí la mayor parte de sus
obras. En 515 fué nombrado obispo de Pavía.
Tomó parte activa en las contiendas eclesiásticas de
la época, poniéndose al lado del papa Símaco. Se ha
conservado una obra escrita en interés de éste. En cali-
dad de obispo fué dos veces a Constantinopla (515-517)
al frente de una embajada, sin conseguir, empero, el
objeto propuesto de una unión de las Iglesias griega y
romana (1) .
Sus obras, que los mauscritos ofrecen en orden cronológico,
divídense en cuatro grupos:
1. Opúsculos. Sólo cinco de ellos son dignos de mención
especial. Un Panegírico de Teodorico posee valor histórico, dis-
tinguiéndose por el estilo pomposo y retorcido. Ofrece también
interés histórico su escrito, con mucho el más extenso, la bio-
grafía del noble obispo de Pavía Epifanio (438-496), el pacifi-
cador. Había ordenado de sacerdote a Ennodio, honrándole más
(1) La Iglesia ha elevado a los altares a este prelado a
quien los papas Nicolás I y Juan VIII dieron los títulos de
Grande y de Glorioso Confesor respectivamente. - J. P. H.
352 ALFRED GUDEMAN

tarde con su amistad personal. De todas sus obras, ésta es la


única que, así por el contenido como por la forma, deja una
impresión casi satisfactoria. En cambio, su biografía de San
Antonio es un engendro lamentable. Fué obra de encargo, y
como además la vida del eremita ofrecía materia más bien
escasa, el autor procuró suplir este defecto con toda clase de
relleno retórico y de oscuro ornato de imágenes. En la Parai-
nesis didascalica el obispo expone brevemente su ideal ético y
pedagógico, sirviéndose de la prosa y del verso. Después de
una exhortación inicial a aplicarse al verdadero amor de Dios,
comparecen tres virtudes, el Pudor, la Fe y la Castidad, y
cantan en verso sus excelencias. Entonces el autor pasa a las
disciplinas intelectuales, la Gramática y la Retórica. La última
constituye para él la cúspide de toda humana cultura, y los
elogios que le tributa habrían hecho las delicias de Quintiliano,
Frontón y Ausonio. Pero la obra no se basa en su personal y
profunda experiencia ; y a pesar de su apotesosis de la elo-
cuencia, el estilo es recargado y oscuro. Por último, recorda-
remos la breve autobiografía (Eucharistikon de vita sua), cuyo
modelo fueron las Confesiones de San Agustín.
2. Dictiones ("Discursos"), en número de 28. De los seis
que se refieren a asuntos eclesiásticos o dirigidos a clérigos,
tres fueron escritos para ser pronunciados por otros obispos,
por lo que extraña fuesen incluídos en la edición de sus obras.
Es preciso remontarse hasta L. Elio Estilón y aun hasta logó-
grafos áticos como Iseo y Lisias, para encontrar ejemplos aná-
logos. Otros seis son atildados discursos escolares; los demás
entran en el género de los antiguos retóricos, incluso por el
contenido, declamaciones, entre ellas diez llamadas contro-
versias (casos de derecho ficticios) y seis suasorias, todas sin
vestigio de ideología cristiana, pues en ellas figuran Tetis junto
al cadáver de su hijo Aquiles, las reflexiones de Menelao
durante el incendio de Troya, las quejas de Dido al partir
Eneas. La menor extensión, comparada con la de los modelos (
antiguos, evidencia ya falta de inventiva, a no ser que nos
hayan llegado en resumen.
3. Cartas. Se han conservado 297, que, con ser de breve
extensión, exceden de la mitad de sus obras en prosa. Entre los
destinatarios encuéntranse algunos contemporáneos ilustres,
como los papas Símaco y Hormisda, los oradores Fausto y
Avieno, luego Boecio, Olibrio, y el poeta Arator. Aunque verda-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 353

deras cartas particulares -proceden, al parecer, de su estan-


cia en Milán-, estuvieron destinadas a un público más amplio ;
pero el contenido es tan pobre, tan nulo, que su lectura resulta
fastidiosa . No en vano Ennodio había adoptado a Símaco por
modelo. Añádase a ello un estilo tan retorcido, una frase tan
contorneada, un léxico tan retumbante, que, aun consiguiendo
dominar a este monstruo lingüístico, las más de las veces
resulta haber descifrado palabras latinas sin sentido razona-
ble, sin más objeto que ellas mismas. Con la eventual excep-
ción de Tertuliano, no sabría citar a otro autor latino que
como Ennnodio ofrezca tan poderosas dificultades para su com-
prensión, y que compense tan escasamente el esfuerzo de inter-
pretarlo.
4. Aunque en su producción domine la prosa, Ennodio fué
asiduo versificador, por más que, a imitación de Sidonio, no
considere la poesía muy en consonancia con su dignidad cleri-
cal. Las obras de los poetas romanos le son familiares, espe-
cialmente las de Virgilio, Horacio, Ovidio, Lucano, Claudiano
y Sidonio. Prescindiendo de algunos deslices, sus versos son
correctos, estando no poco orgulloso de su habilidad polimé-
trica. A pesar de todo, no le sonrió la Musa de la poesía. Le fal-
tan fantasía y espíritu, y aunque su estilo en verso resulte
más flúido y transparente que en prosa, ello se ha de atribuir
a la poderosa influencia de una dicción poética tradicional, a
la que ninguno de estos imitadores puso o quiso escapar. Sus
obras poéticas se dividen en dos libros. El primero contiene
cierto número de poemas de alguna extensión, por ejemplo,
un Epitalamio, cuyo modelo parece haber sido especialmente
Claudiano. Citaremos, además, el poemita en panegírico de
Epifanio ( 170 hexámetros), una carta de petición de socorros
para el célebre maestro milanés Deutorio, dos panegíricos de
los oradores Fausto y Olibrio, dos descripciones de viajes y
doce Himnos en ocho estrofas, producciones míseras que no
admiten comparación, ni aun remota, con las de Ambrosio,
Prudencio o Venancio Fortunato. El libro II contiene 151 epi-
gramas sobre personas, obras de arte, epitafios, etc. En resu-
men, la historia de la literatura latina habría podido conso-
larse de la pérdida de estas poesías. La conservación de las
mismas, no menos que la de sus escritos en prosa, demuestran
que respondían al gusto de la Edad Media, lo cual está confir-
mado también por expresiones admirativas de los siglos ix y х.
23. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3 . ed.
354 ALFRED GUDEMAN

Uno de los escritores más singulares de toda la literatura


latina, que vivió acaso durante los primeros decenios del si-
glo vi, es el africano Fabio Plancíades Fulgencio. Esta deter-
minación cronológica sería indiscutible, si fuese el mismo que
su compatricio Fabio Claudio Gordiano Fulgencio (467-532) ,
obispo de Ruspe, de quien poseemos numerosos escritos. Pero
tal identificación continúa siendo rechazada por unos con la
misma vehemencia con que otros la defienden. No puedo aden-
trarme en la cuestión, pero no vacilo en sumarme a los prime-
ros. Los criterios estilísticos fallan en este caso, pues, con
poquísimas excepciones, la prosa de los siglos v y vi -baste
recordar a Marciano Capela, Sidonio, Símaco, Ennodio y Sedu-
lio- ofrece, en esencia, idéntico carácter. La solución pro-
puesta, que los engendros casi absurdos de nuestro Fulgencio
serían pecados retóricos de la juventud del célebre obispo, es
inadmisible, pues a juicio de los entendidos en la materia, fué
éste el teólogo más conspicuo de su tiempo ; y una evolución
intelectual de esta índole repugna a toda experiencia psico-
lógica.
Son cuatro las obras hoy generalmente atribuídas a Fulgen-
cio, pues de algunas se ha discutido la autenticidad sin motivo
bastante. En las Mitologías, en tres libros, son referidas en
total 50 leyendas, la mayoría con suma brevedad, y sin que se
trasluzca el principio que guió al autor en la selección. Ello
hace presumir que se trata de un extracto de algún manual de
mitología, lo cual también explicaría las múltiples coincidencias
con el llamado Mythographus Vaticanus mejor que la suposición
de que Fulgencio había sido la fuente de éste. Los relatos son
para el autor sólo un medio para realizar su principal objeto,
el de explicarnos alegóricamente, procedimiento de interpreta-
ción que en esta obra celebra las más locas orgías, pero que ya
con gran anterioridad había echado no menos soberbias flores
entre los escritores cristianos, siendo lo más increíble lo que
en este dominio realizaron sus contemporáneos, el poeta Sedu-
lio y Arator. La llave mágica que le abre el sentido verdadero
y profundo de los mitos, es la etimología. Las sandeces que
llega a sacar a la luz del día, son horripilantes, o, más bien, de
una comicidad irresistible, aunque involuntaria. De todos
modos, se ha sido demasiado severo contra el autor, pues las
tales etimologías no son menos fantásticas que las de Platón,
Varrón o los antiguos lexicógrafos, sólo que ningún autor las
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 355

da en masa como Fulgencio. Añádase que apenas una sola de


las interpretaciones aducidas por Fulgencio es original, dela-
tándose su origen estoico y neoplatónico.
La segunda obra, titulada de continentia ("contenido") Vir-
giliana, es mucho menos extensa. Es una alegoría de la Eneida,
sostenida en el mismo espíritu de las Mitologías, y puesta en
boca nada menos que del propio Virgilio. Trata de los seis pri-
meros libros con cierta extensión; muy rápidamente los seis
últimos. También las Bucólicas y las Geórgicas contienen la
misma sabiduría mística ; pero, como en el prefacio se hace
notar ingenuamente, en las circunstancias de la época una
prueba más explícita engendraría más peligros que gloria, lo
cual quiere decir que el autor no se sentía capaz de la difícil
tarea. Ambos escritos están destinados a las escuelas, y tenían
que gozar de gran difusión en la Edad Media, pues bajo el
manto de una interpretación alegórica en sentido ético la mito-
logía pagana y sobre todo Virgilio, inevitable como autor esco-
lar, resultaban sabrosos e innocuos para los ánimos ortodoxos.
Boccaccio, al escribir su manual de mitología, sigue aún los
pasos de Fulgencio. De aetatibus mundi et hominis ("De las
edades del mundo y del hombre") , obra sumamente singular,
pretende establecer un paralelo entre las edades históricas y las
fases del desarrollo humano. Tenía que ser realizado en 23 sec-
ciones -veremos luego por qué , pero el autor no pasó de la
décimocuarta. Las nueve primeras tratan del Antiguo Testa-
mento, la décima y undécima de Alejandro Magno y de la
República romana, la duodécima y décimotercera de Cristo y
la Historia de los Apóstoles, la décimocuarta de algunos empe-
radores romanos hasta Valentiniano, posiblemente el primero
de este nombre ( m. 375) , pues de lo contrario la materia difí-
cilmente habría alcanzado para los nueve libros restantes.
La obra, escrita en el estilo barroco que ya conocemos hasta la
saciedad, abunda en errores y distracciones de todo género :
así la cronología está completamente trastornada. La atención
que, a pesar de ello, a partir del siglo XVII, en que resurgió de
largo olvido, se ha venido prestando a tan mísero engendro, se
debe a la particularidad de su forma, en la cual Fulgencio
había tenido varios predecesores griegos. Se impone la tarea,
en sí estúpida, de evitar absolutamente en cada sección de la
obra una letra del alfabeto, por su orden. Prescindiendo de
unas pocas inconsecuencias, sale tan airoso de esta proeza
356 ALFRED GUDEMAN

artística, que no es menos acreedor a nuestra admiración que,


por ejemplo, Porfirio Optaciano por sus virtuosismos métricos.
La ejecución resultaba especialmente ardua con las vocales e, i,
en las que el latín es riquísimo, y aun aventaja al griego. Si la
obra quedó por terminar -alcanza sólo catorce letras (0)-0
si el resto se ha perdido, no se puede determinar. La expositio
sermonum antiquorum es una serie de vocablos raros, tomados
de un léxico arcaico y reunidos sin plan alguno. Las explica-
ciones van casi siempre acompañadas de ejemplos, y éstos son,
principalmente, los que reclaman nuestra atención. Como en
las Mitologías, anuque menos numerosas por la naturaleza del
tema, encontramos citas muy escogidas de antiguos escritores,
que en parte Fulgencio ya no podía leer directamente, entre los
cuales citaríanse en la obra primitiva tampién autores griegos,
como Epicarmo y Estesícoro. Además, tropezamos con autores
y obras que ni había leído ni había tomado de fuentes anterio-
res, por la sencilla razón de que no han existido jamás.
¿O creerá alguien que el grave Tácito habría publicado una
colección de chascarrillos (facetiae), o que un tal Flaco Tibu-
lo ( ? ! ) habría escrito una comedia titulada Melene, o que Numa
Pompilio fuese el autor de un libro de pontificalibus ? En este
caso, Fulgencio conocería probablemente la noticia de que la
obra del antiguo rey (?) fué descubierta en el año 181 en el
Janículo, dentro de su sepulcro. Por desgracia, nuestro autor,
tan amigo de citas, no pudo tener a la vista tales apócrifos, pues
fueron quemados en su tiempo por orden del Senado. El regis-
tro de culpas de Fulgencio ha quedado algo atenuado gracias a
haberse podido compulsar con el original algunos pasajes sos-
pechosos ; pero no se le puede eximir del reproche de engañar a
conciencia, aun cuando se dedicase a ello en la extensión de un
Ptolemeo Quenno (c. 150 después de J. C.), su contemporáneo el
gramático Vírgilio Marón, o posteriores farsantes como Ético
Íster y el Geógrafo de Ravena.

Tallado en muy distinta madera fué el hombre a


quien, con mucha más razón que a Casiodoro, se podría
llamar el último romano, Anicio Manlio Boecio. Perte-
neciente a aristocrática y acomodada familia, y nacido
a comienzos del octavo decenio del siglo v, recibió en
Roma la más esmerada educación. Las altas dotes espi-
rituales del precoz jovenzuelo llamaron la atención del
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 357

gran rey godo Teodorico, quien se sirvió a menudo


de sus conocimientos. Entró en relaciones amistosas
con Casiodoro y Símaco, desposándose con la hija
de este último, tataranieta del más célebre personaje de
este nombre. En el año 510 fué cónsul, cargo que en 522
ocuparon también sus dos hijos, muy jóvenes todavía.
Las gracias del padre por este honor fueron un pane-
gírico de Teodorico. Poco después, su carrera hasta
entonces brillante, tomó un giro trágico. Un patricio
romano, Albino, fué acusado de estar en relaciones
secretas con Justino, emperador romano de Oriente,
con el fin de socavar la autoridad del anciano Teodo-
rico. Boecio, convencido de su inocencia, no titubeó en
defenderle. Sus animosas palabras : " Si Albino es culpa-
ble, también lo somos yo y el Senado romano" le fueron
fatales. A base de falsos testimonios, a los que Teodo-
rico dió oído, fué envuelto en la acusación y después
de prolongada prisión ejecutado en secreto, y proba-
blemente entre torturas (524-5) . Más tarde se le ciñó
la corona de mártir, en la convicción de que había sido
víctima del hereje arriano que ocupaba el trono, y esta
aureola de santidad contribuyó sin duda no poco a la
enorme difusión de sus obras, sobre todo a la del tra-
tado de consolación, escrito poco antes de su muerte.
Boecio se había convertido al Cristianismo, y algunos
escritos cristianos sobre la Trinidad, y el libro contra
las herejías de Eutiques y Nestorio, llevan con razón
su nombre ; pero su corazón y todo su modo de pensar,
como los de tantos cristianos de nombre, continuaban
arraigados en la antigua fe de sus padres. Demuéstralo,
en primer término, el que en la hora de su muerte, en
el citado escrito de consuelo, no se dejó influir por las
promesas cristianas de otro mundo mejor, antes bien
refugióse en la filosofía pagana; también se revela en
el proyecto de toda su vida, de poner de acuerdo las
doctrinas de Platón y Aristóteles. Boecio creyó realizar
este sincretismo -al que más de quinientos años antes
358 ALFRED GUDEMAN

había aspirado el gran Posidonio- traduciendo los diá-


logos de Platón y los tratados lógicos, físicos y éticos
de Aristóteles, y añadiéndoles los comentarios del caso.
Su muerte prematura interrumpió la ejecución del
proyecto en los comienzos. No parece haber puesto
mano en los diálogos platónicos, y de las obras de
Aristóteles sólo trabajó en la primera parte. A la rea-
lización de su plan se dirigen unos extensos comentarios
sobre la famosa introducción de Porfirio a la doctrina
aristotélica de las categorías, que ya existía en una
traducción de Victorino, y aclaraciones a los Tópicos
de Cicerón. Base del estudio de la Filosofía conside-
raba Boecio la Aritmética, la Geometría, la Astronomía
y la Música, el llamado Cuadrivio de las siete artes
liberales, que tan conspicuo papel había de desempeñar
en la enseñanza de la Edad Media. El tratado de Astro-
nomía se ha perdido, sin duda, porque su marcado
carácter astrológico repugnaba a las ideas cristianas;
de la Geometría han llegado hasta nosotros algunos
fragmentos, pues el tratado que se conserva es un apó-
crifo del siglo xi atribuído a Boecio. Además, escribió
algunas disertaciones lógicas independientes. Con estas
obras Boecio pasó a ser el maestro de la Edad Media
en las respectivas disciplinas, y es innegable su gran
influencia, aunque no favorable, en la escolástica, a
pesar de que no fué un pensador original, sino tan sólo
el intérprete e intermediario del pensamiento antiguo.
Cuando en el siglo XI surgieron numerosas traducciones
latinas de Aristóteles a base de versiones arábigas,
reapareciendo más tarde los originales griegos, Boecio
no tardó en resultar superfluo, sobre todo porque sus
obras científicas, encaminadas a fines puramente didác-
ticos, y a menudo prolijas, carecían de todo encanto
literario.
En cambio, la Consolatio philosophiae, en cinco
libros, eclipsó y sobrevivió a la gloria del erudito. Si se
exceptúan la Biblia y la Historia Apollonii, fuera de
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 359

los libros escolares (Virgilio, Dicta Catonis) , ninguna


obra latina ha gozado de tanta difusión. Se conocen
más de 400 manuscritos, aunque ninguno anterior al
siglo Ix. Alfredo el Grande la tradujo al anglosajón, y
el célebre monje bizantino Máximo Planudes al griego
en el siglo XIII, habiendo también sido desde el princi-
pio vertida a todas las lenguas cultas de Europa. Desde
la célebre obra de Crántor (siglo III a. de J. C.) , que
para la posteridad constituyó inagotable mina de todos
los motivos de consuelo, la consolación filosófica fué un
género literario muy en boga en la Antigüedad -ejem-
plos de ellos son Cicerón, la Consolatio ad Liviam,
Séneca, Estacio y Plutarco- y la retórica había esta-
blecido determinadas reglas para la composición de
tales obras. La consolación de sí mismo, que invade el
campo de la autobiografía, fué una anı ovación de Cice-
rón, pues la Lide de Antímaco (siglo Iv a. de J. C.) era
de muy distinto género. Boecio sírvese también de los
tópicos tradicionales sobre la condición tornadiza y
caduca de la dicha, sobre el nulo valor de los bienes
terrenos como riquezas, poder, honores y gloria. En el
libro de Boecio agréganse extensas discusiones, puestas
en boca de la Filosofía, que se le aparece personalmente
para consolarle ; sobre la perfecta ventura, que es el
mismo Dios ; sobre el problema del mal en la tierra,
sobre la providencia y el destino, sobre el azar y la
libertad del albedrío : todo ello ideas y soluciones que
en último caso se remontan a Platón, Aristóteles, los
estoicos y los neoplatónicos. Durante sus largos años
de estudios filosóficos el autor se había familiarizado
íntimamente con estos grandes problemas de la vida,
por lo que no necesitaba renovar sus lecturas, prescin-
diendo de que, en el escaso tiempo que después de su
detención le quedó para escribir esta obra, ello no era
posible, además de que en su prisión no debía disponer
de una copiosa biblioteca. Ello explica también, en
parte, que en su extensa obra Boecio apenas mencione
360 ALFRED GUDEMAN

a sus autoridades ; sólo cita a Platón y ocasionalmente a


Aristóteles, Cicerón y Séneca. Así resulta poco menos
que imposible precisar en detalle sus fuentes inmedia-
tas, aunque parece muy fundada la conjetura de que
utilizó el Protréptico de Aristóteles, ya sea directa-
mente, ya a través del célebre diálogo ciceroniano Hor-
tensio. Se suele llamar a Boecio el último filósofo roma-
no. La denominación es justa cronológicamente y, en
sentido limitado, también objetivamente ; pero nada
dice, pues Roma en realidad sólo ha tenido un filósofo,
Séneca, porque Lucrecio y Cicerón no pueden ser con-
tados entre los filósofos, ya que, como el mismo Boecio,
simplemente dieron a conocer a su pueblo la sabiduría
griega, sin enriquecerla con ideas propias.
¿En qué estriba, pues, el secreto de la enorme
influencia que la Consolación ejerció durante muchos
siglos, y que aun hoy podría ejercer en los lectores, por
más que el mundo moderno no sienta ya la necesidad
íntima de recurrir a un libro edificante de este género ?
Primeramente, la conmovedora introducción de la obra,
que estrecha lazos de simpatía entre el autor y el lec-
tor. Nos habla en ella un doctor ilustre y un carácter
noble, que, injustamente condenado, se encuentra ante
la perspectiva de una muerte cruel y prueba de conso-
larse de su trágico destino. Luego, la discusión a todos
asequible, científicopopular en el mejor sentido de la
palabra, de cuestiones y problemas que los hombres
jamás nos cansaremos de plantear y resolver de nuevo.
Añádase que la ideología ética de estoicos y neoplató-
nicos tiene numerosos puntos de contacto con las doc-
trinas cristianas y los conceptos monoteístas, pres-
tando así un tinte aparentemente cristiano a obras que
son paganas en absoluto. Además, la forma, artística-
mente atractiva, de la obra, ha ayudado a su inmensa
difusión, pues está escrita en un estilo agradable, diá-
fano y liso, la narración que le sirve de marco es emo-
cionante y la disposición escénica del diálogo, original.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 361

Por último, el autor, para descanso de sus graves refle-


xiones, según él mismo declara, no diferenciándose en
esto de Lucrecio, insertó al comienzo y al final de cada
capítulo gran número de poesías -39 en conjunto-.
Son de extensión desigual, escritas en distintos metros
y comentan o completan, como los corales de una tra-
gedia griega, lo precedentemente expuesto. No todas
son de igual valor, pero la mayoría se elevan a gran
altura poética. En este campo, el autor, como él mismo
también hace saber, no era advenedizo -tenemos noti-
cia de su canto bucólico , pero, desgraciadamente, sus
demás poesías se han perdido.
Amigo íntimo de Boecio, y más joven que él, fué
Maximiano, quien intentó despertar a la elegía de un
sueño que duraba ya quinientos años, encontrando úni-
camente en Venancio Fortunato su sucesor, en todo
caso más que digno de él. Lo poco que de Maximiano
sabemos, lo debemos exclusivamente a indicaciones oca-
sionales de sus poesías. Según ellas, era originario de 1

Etruria. En Roma, donde probablemente se educó,


ejerció la abogacía, granjeándose renombre como ora-
dor. Ya entrado en años, formó parte de una embajada
al emperador romano de Oriente. Que fué cristiano, al
menos de nombre, se da por descontado tratándose de
esta época. En las elegías sólo leves vestigios se han
descubierto de ello, pero la I, 11 ofrece una prueba
segura : "A menudo he refundido dulces mentiras de
los poetas", pues así designaba Juvenco, como ya antes
Tertuliano, los poemas mitológicos paganos. Estas pro-
ducciones poéticas de su juventud se han perdido.
Lo que nos queda, son cinco Elegias, con una poesía final
en doce dísticos: pertenecen todas a los últimos años de su
vida. En la primera y más extensa (292 dísticos) describe deta-
lladamente y con negros colores los achaques y privaciones de
la vejez contrastando con los goces de la juventud. Acaso es
lícita la conjetura de que el autor, si no la célebre disertación
de Aristón de Quíos, Titón o de la Vejes (siglo III a. de J. C.)
362 ALFRED GUDEMAN

utilizó el escrito, de idéntico título, de Varrón. Esta transfigu-


ración del pasado constituye el tema principal de su poesía.
Las palabras finales responden a dicha tendencia, y el mismo
humor pesimista preside el relato de la aventura amorosa del
viejo impotente (e) V, en 154 dísticos) , poesía que por lo
demás, y dicho sea de paso, es de las más obscenas de la lite-
ratura latina. Las tres restantes tratan también de amores del
poeta, pudiendo en el fondo ser muy bien históricas. La ter-
cera ofrece especial interés, por figurar en ella como interlo-
cutor nada menos que Boecio, quien da al casi desesperado
amante un consejo tan práctico como eficaz. El modelo de
Maximiano fué Ovidio, de quien derivó también algunos tópi-
cos eróticos de la elegía. Así no es de extrañar que su lenguaje
sea diáfano y exento de énfasis retórico; sus versos resultan
asimismo, en general, hábiles y flúidos, aunque no llegan, ni
con mucho, a la maravillosa flexibilidad y clásica perfección
de su genial predecesor. El éxito de estas elegías fué, con todo,
muy duradero, constituyendo durante toda la Edad Media, por
incomprensible que ello pueda parecer, una lectura escolar.

Habiendo Africa producido desde su romanización


una serie tan espléndida de conspicuos prosistas, hasta
el siglo v no presenta un solo poeta, pues Terencio o
Claudiano apenas pueden ser considerados excepciones.
Con el dominio africano de los vándalos se transforma
el cuadro. Los prosistas desaparecen, sucediéndoles una
serie de poetas del país. La mayoría hallaron acogida
en la llamada Antología Latina, recopilada en África
y que contiene también poesías más antiguas. Trátase
casi exclusivamente de poesías de circunstancias y de
fruslerías epigramáticas en los metros más diversos,
a menudo de un erotismo muy pronunciado, pero sin
el ingenio de un Marcial; estas producciones revelan
también suma habilidad formal no faltan entre ellas
piezas de virtuosismo y centones, semejantes a las de
Porfirio y Ausonio-, pero el contenido poético pocas
veces rebasa los límites de lo más discreto. La mayoría
de estos poetillas son anónimos, estando representados
muchos de ellos por unas pocas muestras. Los de más
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 363

relieve para nosotros son Luxorio y en todo caso Sin-


fosio, con 100 (99) enigmas en tres hexámetros cada
uno, cuya solución se da en el título. El autor pretende
haberlos improvisado en una saturnal, lo cual, natu-
ralmente, es una ficción. La versificación está imitada
de los mejores modelos, el lenguaje y el estilo son irre-
prochables, la idea es aguda. Ello explica la gran acep-
tación de que gozó, alcanzando su influencia hasta el
siglo x. Quien ocupa mayor espacio es Luxorio, con
89 epigramas. Son de contenido con frecuencia lascivo,
con mayor frecuencia aun pobre ; pero ofrecen gran
diversidad así en la materia como en el metro. Añádase
un epitalamio (68 hexámetros), de lo más flojo y falto
de gusto en su género, y compuesto a base de relleno
de Virgilio y Ovidio.
Mucho más importante como poeta es el africano
Blosio Emilio Draconcio. Nació probablemente en Car-
tago, donde en todo caso recibió educación -fué su
maestro el entonces famoso gramático Feliciano- y
en Cartago se distinguió en el ejercicio de la abogacía,
habiendo actuado también por algún tiempo, según
parece, de retórico. Gozaba de fortuna espléndida y
todo hacía prever una carrera llena de honores. Como en
otro tiempo a Ovidio, la fortuna asestóle súbito golpe
en medio de su felicidad. Según él mismo da a entender
-pues no poseemos otra fuente de información-,
había cantado en un panegírico a un señor extranjero,
verosímilmente el emperador de Bizancio, lo que odiosos
acusadores presentaron como alta traición. Cuando
todo un Teodorico en circunstancias muy análogas no
vaciló en condenar a muerte a Beocio, puede parecer
un castigo suave si el airado rey de los vándalos, Guta-
mundo (484-496) , limitóse a encarcelar al poeta, hacién-
dole padecer hambre y otros correctivos y extendiendo
las tribulaciones a su numerosa familia. Al cabo de
algún tiempo recobró la libertad, probablemente al
subir al trono el generoso Trasamundo (496-523) , a
364 ALFRED GUDEMAN

quien Draconcio celebró en un panegírico que no ha


llegado hasta nosotros, como tampoco el que causó su
desgracia. No tenemos ninguna noticia acerca de las
fechas de su nacimiento y de su muerte.
Tres obras han llegado a nosotros bajo su nombre;
una cuarta, anónima, ha sido identificada moderna-
mente como suya, siéndole atribuída también una
quinta con razones menos convincentes. Además
de poesías puramente paganas, Draconcio tiene dos de
contenido religioso, ambas escritas en la cárcel. Como
su gran celebridad proviene meramente de estas últi-
mas, cabría la duda de si el autor no debería ser más
bien incluído entre los poetas cristianos. Contra ello
se puede objetar lo siguiente. Dichas poesías no son
hijas de un fervor generoso, no fueron producidas en
el interés dogmático de la Iglesia; al contrario, van
dirigidas al fin, muy comprensible, pero puramente
personal, de iluminar cristianamente su triste situa-
ción y determinar, en lo posible, un giro más feliz de su
suerte. Una vez en libertad, el poeta volvió a los temas
paganos y mitológicos, e incluso durante su prisión
compuso un epitalamio de ideología perfectamente
pagana, y en el que un solo verso (132) delata el Cris-
tianismo del autor: "Dios todopoderoso mueve el cora-
zón del soberano." Por lo demás, la fecha en que fué
escrito el poema es incompatible con la suposición de
que Draconcio se hubiese convertido en la cárcel.
Draconcio sufría desde largo tiempo prisión, cuando se deci-
dió a implorar su gracia en un poema dirigido al propio rey,
en 158 dísticos, titulado Satisfactio. Arrepentido y humilde con-
fiesa su culpa, pero espera que Dios, todo bondad y misericordia,
induzca al heroico soberano a perdonarle también. El agra-
decido pueblo ha experimentado su benignidad, y, como demues-
tran ejemplos del pasado, los fuertes han usado de esta virtud
para con los débiles.
La súplica no fué atendida. Entonces el poeta, para des-
ahogarse y acaso también para presentar a Gutamundo un a
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 365

modo de espejo, compuso su poema de mayor extensión, de


laudibus dei, en tres libros, con 2327 hexámetros en total.
La idea fundamental es también que Dios dispensa su miseri-
cordia (pietas) a todo pecador, mientras demuestre arrepen-
timiento; sólo que la tesis está ampliamente desarrollada.
Un análisis del ya abundante contenido, y que por otra parte
es imposible darlo en este manual, resulta más difícil por las
numerosas digresiones, que con estar a menudo hábilmente
razonadas quebrantan sensiblemente la unidad de la obra.
Culmina el primer libro, por no decir toda la obra, en la his-
toria de la creación, el llamado hexámeron ( v. 115-436) , que
poéticamente puede competir con el de Mario Víctor, pero no
llega al de Avito. No tardó en ser separado y divulgado aparte :
así Eugenio sólo se refirió al libro primero además de la
Satisfactio. El libro segundo trata de la misericordia divina,
manifestada en la misión de Cristo. El tercer libro saca las
necesarias consecuencias didácticas para la vida religiosa y
ética del hombre, que se funda en ia incondicional obediencia
a Dios y en la fe en sus milagros. Para hacer plausibles estos
últimos también a los paganos -¡como si entonces éstos se
hubiesen contado en número importante entre sus lectores !-
el autor presenta una larga serie de célebres actos de sacrifi-
cio heroico realizados por hombres y mujeres a través de la
historia griega y romana; de la Biblia, en cambio, sólo cita a
Judit. Por último, como prueba clara de cuán secundario es
todo lo que sucede, el poeta confiesa de nuevo su culpa y pide
esta vez al mismo Dios, no al rey, la vuelta a la libertad, para
que, en los límites de lo posible al hombre, pueda cantar sus
alabanzas y con ello ganar el premio del cielo. Las fuentes de
este poema requieren todavía una investigación más precisa.
A mi modo de ver, lo que más influyó en las ideas del poeta,
directa o indirectamente, fué la teoría agustina de la gracia.
Con el rebuscado título de Romulea (sc. carmina), designó el
mismo Draconcio una serie de poesías de contenido pagano.
Son de extensión muy desigual, y están incompletas evidente-
mente. El metro, con la excepción de un fervoroso poema dedi-
catorio a su maestro Feliciano --también el número 3 le está
dirigido- en 21 octonarios trocaicos, es el hexámetro. El nú-
mero 2 trata de las leyendas de Hilas, el número 8 del rapto
de Helena (655 versos) , y el número 10 de Medea (601 versos) .
Son versiones bastante prosaicas, aunque guarnecidas de flo-
366 ALFRED GUDEMAN

res poéticas ajenas, de las ya tan manoseadas historias. El ca-


rácter purament retórico de estos poemas se revela en que,
de 1418 versos, 07 corresponden a discursos. El número 4 es
una declamación escolar sobre el trabajado Hércules cuando
vió que las cabezas cortadas a la Hidra renacían sin cesar; el
número 5 (329 versos) una controversia regular sobre el necio
problema, de si la estatua erigida a un héroe puede ser bené-
fica para su enemigo contra la voluntad de aquél. El número 9
(231 versos) es una suasoria cortada según el patrón tradicio-
nal, en la que se discute el rescate del cadáver de Héctor. En un
epflogo desproporcionadamente largo y conmovedor (90 versos) ,
apela a la benignidad (pietas) de Aquiles. Este punto de vista
encaja tan excelentemente con el de la Satisfactio y de las
Laudes Dei, que nos vemos obligados a situar la poesía en la
época de su prisión o cerca de ella. Los números 6 (122 ver-
sos) y 7 (159 versos) son cantos nupciales. El primero, como
lo prueban los versos 36 y sig., fué escrito después de su pri-
sión; el segundo, según hemos visto, durante la misma. Ambos
siguen la antigua corriente mitológica, pero lo personal les da
un tono algo más cálido.
Originariamente formaba también parte de las Romulea la
Orestis tragoedia ("Trágica historia de Orestes") , en 974 hexá-
metros, en deliberado contraste con la tragedia yambica.
Refiere insipidamente la conocidísima leyenda con gran copia
de palabras y con la inserción de muchos discursos. Presenta
algunas discrepancias de detalle, cuyo origen hasta ahora no se
ha podido precisar. Si la impresionante poesía: " La enfermedad
de Perdicas", descubierta en el año 1877, procede igualmente
de Draconcio o de un contemporaneo africano, está por resol-
ver, pero en mi opinión la autenticidad es muy dudosa. Trátase
de un jovenzuelo -segun otras fuentes era el hijo del rey de
Macedonia Alejandro I- quien ardía de desesperado amor por
su madre, entonces desconocida para él, pasión que Venus le
había inspirado para vengarse. Se consume, pero el célebre
medico Hipócrates conoce sutilmente la verdadera causa de su
dolencia, en su actitud al entrar la mujer amada, lo cual es
expuesto con todo detalle como si se tratase de un diagnóstico.
La historia tiene un paralelo mucho mas célebre en el diag-
nóstico de Erasístrato, es decir, de su padre Cleombroto, quien
descubrió el amor de Antímaco, gravemente enfermo, a su
madrastra, la esposa del rey de Siria Seleuco I. Perdicas escapó
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 367

a la tortura del Amor, dándose avergonzado la muerte al ente-


rarse de la verdad; mientras Antímaco satisfizo sus deseos
gracias a la complacencia de su padre.

Como el de Fedro (véase pág. 196), el caso de Dra-


concio justifica el proverbio de que cada libro tiene su
hado. Hasta el año 1791 se tenía la Satisfactio y las
Laudes Dei sólo en la forma arbitrariamente expurgada
y resumida que les diera el obispo Eugenio de Toledo
(siglo VII; las Romúleas no fueron descubiertas has-
ta 1858, agregándoseles en el año 1873 la Orestis tra-
goedia. Sólo al conocerse la producción entera fué posi-
ble un juicio de Draconcio. Vióse en él a un poeta cuyo
talento sin duda excedía del nivel ordinario. Conocía a
fondo los más importantes poetas paganos, de Virgilio
a Claudiano, a los que saqueó sin escrúpulo, y su edu-
cación retórica no se desmiente jamás. Su verso fluye
con facilidad, pero presenta algunos defectos de téc-
nica. Su estilo es las más de las veces seco, en innume-
bles pasajes la construcción impuesta por el metro es
lo único que le impide ser pura prosa. Así, no ofrece
dificultades al lector, pero el contenido ideológico es
demasiado pobre para cautivar largamente nuestra
atención. Draconcio tampoco era capaz de construir una
obra artística con unidad, pues a menudo interrumpe
la conexión insertando episodios. Algunos pasajes, sin
embargo, demuestran que no carecía del don de la
representación plástica, y cuando el corazón dirigía su
pluma, también sabía emocionar. Estas cualidades,
como asimismo su inspirado elogio de la misericordia
divina, debieron determinar el alto aprecio en que se
tuvo a Draconcio durante la Edad Media, aunque sólo
se le conocía en la caricatura de Eugenio.
Aunque la novela de aventuras y de amor, así como
el cuento erótico fueron cultivados activamente ya en
la época helenística, este género literario no alcanzó
entre los romanos cultivo independiente, con la única
excepción de Petronio (véase pág. 241), no obstante ser
368 ALFRED GUDEMAN

grande el interés con que se solicitaba tal género de


relatos. Ya L. Sisena, contemporáneo de Cicerón, tra-
dujo las Milesíacas de Arístides (c. 150 a. de J. C.)
cosechando con ello tan vivos aplausos, que Milesia fué
la palabra que se empleó para designar esta índole de
narraciones lascivas. También la obra más popular
de Apuleyo, las Metamorfosis, era, según hemos visto, el
arreglo latino de una novela helenística. Un original
griego, acaso ya del siglo II o III, debió así constituir la
base de uno de los libros populares más divulgados de
la literatura universal, la llamada Historia Apollonii
regis Tyrii. Esta conjetura es aún hoy vivamente recha-
zada porque la novela contiene muchas referencias a
instituciones y usos romanos, y el lenguaje no ofrece
vestigios de traducción; pero tal objeción no tiene
fuerza. Pues con las mismas razones se podría presen-
tar por ejemplo cualquier comedia de Plauto como una
producción independiente de originales griegos. Aun
menos puede tratarse de una imitación congenial de
modelos griegos, acaso análoga a las numerosas novelas
conservadas, que en su estructura y contenido revelan
la máxima afinidad con la Historia Apollonii. Es difí-
cil atribuir a un escritor romano la opulenta fantasía y
la fuerza de invención en la pintura de situaciones emo-
cionantes siempre nuevas, que forman la base de nues-
tra novela, aunque, como ha ocurrido, se sitúe la obra
anónima ya en el siglo III. La versión latina que posee-
mos de la novela de Apolonio, podría ser del siglo VI,
pero no más tardía, pues ya Venancio Fortunato alude
claramente a ella, y en ella se contienen algunos enig-
mas de Sinfosio, a no ser que éstos hubiesen sido inser-
tados con posterioridad. El caso es muy análogo a lo
que fué el problema de Dicthis y Dares. Existió el pru-
rito de descubrir también en ella estratos griegos. En el
transcurso de los siglos, como era casi inevitable tra-
tándose de una obra tan popular, esta novela ha sufrido
múltiples arreglos, con adiciones y supresiones, incluso
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 369

ha sido en parte sometida a un proceso de cristianiza-


ción. Halló acogida en la gran compilación de las Gesta
Romanorum, lo que contribuyó muchísimo a su popu-
laridad, y fué desde muy antiguo traducida a casi todas
las lenguas modernas. Así, ya en los siglos x y XI encon-
tramos una versión anglosajona, siguiendo traduccio-
nes francesas griegas, alemanas, etc. Son también
numerosas las refundiciones poéticas, así una en latín
de Godofredo de Viterbo (c. 1186), una alemana de
Enrique de Neustadt (siglo XIV) en nada menos que
20 893 versos rimados. Por último, la Historia Apollo-
nii recibió su transfiguración poética en el arreglo
efectuado por Shakespeare, cuando joven, de un drama
anterior titulado Pericles de Tiro . Los nombres de los
personajes aparecen en gran parte alterados, a base de
fuentes más antiguas aun precisables; mas, al parecer,
el de Pericles en vez de Apolonio procede del mismo
genial poeta. Un análisis, aunque breve, del confuso
contenido, resulta imposible dentro del marco de este
manual. La técnica de composición y el lenguaje están
a un nivel igualmente bajo, de suerte que la novela,
como obra de arte literario, no ofrece interés. Si a
pesar de ello le hemos dedicado cierto espacio, ha sido
por la difusión, casi sin ejemplo, de que la Historia
Apollonii ha gozado durante muchos siglos.
Desde los tiempos de Claudiano la epopeya histó-
rica no había tenido otro representante. A fines de la
Edad Antigua aparece uno en la persona de un maes-
tro de escuela africano llamado Flavio Cresconio
Coripo. En Cartago dió lecturas de sus propios poe-
mas; más tarde desempeñó un cargo de modesta cate-
goría en Constantinopla, y luego, habiendo perdido su
fortuna, procuró restablecerla mediante poesías pane-
gíricas.
Su extenso poema épico en ocho libros, Iohannis
o de bellis Libycis, describe en 4671 hexámetros la
derrota de los moros por este experto general de Justi-
24. GUDEMAN : Literatura latina. 98-99 . - 3. ed.
370 ALFRED GUDEMAN

niano, pero queda interrumpido con la batalla decisiva


librada en 548 en los Campi Catonis. El autor escribe
bajo la impresión inmediata de los acontecimientos,
conocía además exactamente los lugares y era sensible
a las peculiaridades y costumbres de los pueblos ; por
todo lo cual constituye para nosotros una inapreciable
fuente de noticias. Con minuciosa precisión y amplitud
épica describe el autor los sucesos, sin olvidar los pre-
cedentes de la lucha, presentándonos también la des-
trucción del imperio vándalo en 533 por el célebre Beli-
sario. Si lleva demasiado lejos la glorificación de su
héroe Johannes, no es difícil separar tales exageracio-
nes del meollo histórico. A imitación de célebres mode-
los antiguos, Coripo se permitió digresiones geográficas
y etnológicas, que resultan de gran valor para nosotros,
insertando asimismo discursos, descripciones de bata-
llas y comparaciones. Sólo renunció, siguiendo en ello
a Lucano (véase pág. 206), al aparato divino corriente
en las epopeyas, ya sea por la razón allí indicada, ya
sea, lo cual es mucho más verosímil, porque tal proce-
dimiento repugnaba a su piedad cristiana. Que este
antiguo maestro conociese a fondo a los más grandes
autores de la literatura latina, no es de extrañar ; pero
los plagios que Coripo se permitió, y no sólo de Virgi-
lio, exceden de la tradicional medida de lo lícito.
Infinitamente inferior por el contenido y desde el
punto de vista poético es el Panegírico del emperador
Justino (565-578) , el sucesor de Justiniano. Es una
obra de su vejez, publicada poco después de la subida
de aquél al trono. Lo precede una introducción (48 ver-
sos) y un breve elogio (51 versos) de un alto funciona-
rio imperial, Anastasio, quien había de disponer al
soberano en favor del arruinado poeta. Solamente la
glorificación de los ocho primeros días del reinado de
Justino ocupa tres libros, con 1194 hexámetros, lo cual,
naturalmente, sólo era posible mediante relleno de todo
género, como, por ejemplo, sobre el traje del empera-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 371

dor, el ceremonial de la corte bizantina, detalles de


derecho público, etc., todo ello cosas, sin embargo, inte-
resantísimas para nosotros. No tardó en seguir un libro
cuarto (377 versos), que describe el ingreso al consu-
lado. La adulación al emperador está reñida con el buen
gusto más elemental, y llevada hasta el exceso. No sabe-
mos si logró su objeto. Si el hecho de estar por termi-
nar el libro final no se debe a los azares de la trans-
misión manuscrita, puede provenir de que el anciano
poeta falleciese antes de dar cima a su obra.
El lenguaje y la versificación de Coripo son, para
esta época tardía, de pureza y tersura notables, pues las
faltas contra las normas clásicas que se han advertido,
nada son relativamente a la extensión de su obra poé-
tica. Vestigios claros de influencia de Coripo encuén-
transe tan sólo en la época inmediata a la suya, en
Venancio Fortunato, Eugenio de Toledo y en el céle-
bre erudito bretón Aldhelm (siglo VII) . Después, Coripo
desaparece durante siglos de nuestra vista, aunque los
manuscritos más antiguos, hoy todos perdidos de nuevo,
pertenecen a los siglos x y XI. Lo notable es que
el Panegírico fué impreso ya en 1581; en cambio, el
poema de Johannes no vió la luz hasta 1820.
El último poeta romano, y al mismo tiempo el más
hábil y fecundo de toda la época, fué Venancio Fortu-
nato, nacido hacia 530 en Treviso (norte de Italia) , y
educado en Ravena. Joven aún, dedicóse a viajar, reco-
rriendo la Germania hasta Inglaterra y las Galias hasta
los Pirineos. Residió largo tiempo en Tours, donde
intimó con el célebre ebispo Gregorio, y en Poitiers,
que pasó a ser para él una segunda patria, aunque
desde esta ciudad emprendió repetidos y lejanos viajes.
Es el primer ejemplo de cantor andante. Bien acogido
en cortes de reyes y sedes episcopales, puso, como en
otro tiempo Marcial, su talento poético, siguiendo
sonantes recompensas y tentadoras invitaciones --gus-
taba mucho de los placeres de la mesa , a la disposi-
24 Literatura latina.
372 ALFRED QUDEMAN

ciónde personajes muchas veces indignos de sus himnos


panegíricos. Dos mujeres desempeñaron gran papel en
su vida: Radegunda, la infortunada princesa ymonja
turingia, primeramente esposa del rey de los francos
Clotario I, y la pupila de ésta, Inés, abadesa del con-
vento fundado en Poitiers por Radegunda. Con sus
poemas a estas dos mujeres, imbuídos de tierno amor
y cordial sentimiento, es el precursor de la mucho más
tardía poesía de los trovadores. Después de la muerte
de aquellas damas, se hizo clérigo en Poitiers, habiendo
llegado hasta la dignidad de obispo. El último poema
cuya fecha es dado precisar, es del año 591. La tradi-
ción nada dice del año en que murió, pues si la monja
Baudonivia de Poitiers, a comienzos del siglo vII, aña-
dió un apéndice a la hermosa elegía por la muerte de
Radegunda (587) , ello no implica, como en general se
ha supuesto, que la muerte del poeta hubiese acaecido
poco antes.

La abundante producción poética de Fortunato -sin ha-


berse conservado completa comprende más de 200 poesías con
unos 10 500 versos- entra con pocas excepciones en el género
de poesía de circunstancias, preponderando la forma epistolar.
El contenido es, así, sumamente variado. Encontramos elogios
de reyes, reinas, princesas, altos dignatarios eclesiásticos y
elviłes, versos para la consagración de basílicas, epitafios para
clérigos y seglares, escritos de gratitud, recomendaciones, poе-
sías consolatorias, epitalamios, elegías e himnos, descripciones
de lugares, relatos de viajes y cuadros de la naturaleza (el
Mosela, la primavera), cosas vividas, epigramas y virtuosis-
mos métricos al modo de Porfirio. Los poemas religiosos más
exter sos, por ejemplo, sobre la muerte de Gelesuinta, la esposa
de Chilperico (370 versos) , son raros. Ocupa, incluso en la tra-
dición manuscrita, lugar especial el poema más extenso de
Fortunato, la Vida de San Martin. Abarca, junto con una dedi-
catoria en dísticos a Radegunda e Inés, cuatro libros, con un
total de 2243 hexámetros, derivando, por lo que se refiere al
coritenido, de la célebre biografía del santo por Sulpicio Severo
(siglo v), a quien menciona entre sus fuentes. En cambio,
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 373

omite, al parecer, a su predecesor poético Paulino de Périgueux,


a quien, por otra parte, utiliza sin escrúpulo. Entre los autores
de poemas épicos cristianos que enumera (I, 14 y sig.), además
de Juvenco, Prudencio, Oriencio, Sedulio, Avito y Arator, men-
ciona también a Paulino, repitiendo la mención en II, 469, pero
podría muy bien tratarse en ambos pasajes del mucho más
célebre Paulino de Nola. Compuso la obra en el breve espacio
de dos meses, "inter frivolas ( ! ) occupationes", lo cual, aun
con la facilidad que distingue a Fortunato, sólo fué posible
limitándose a poner mecánicamente en fila los milagros del
santo, e intentando suplir con deslumbradores fuegos de artifi-
cio retórico el defecto de composición artística y meditada. Así
el poema resulta de lectura no sólo fastidiosa, sino también en
parte dificilísima a causa de su pomposo estilo. Lo escribió
en cumplimiento de un voto hecho ya en Ravena a San Martín,
por cuya milagrosa intercesión curó de una dolencia de la
vista. Pero si de un modo algo molesto insiste en que como
poeta no está a la altura de la tarea, empleando incluso una
fórmula de modestia de Draconcio, ello sólo prueba, como en
numerosos casos análogos (véase págs. 280, 289 у 308) , que
todo la esperaba menos una crítica condenatoria de su obra.

Si damos una ojeada a la actividad poética de For-


tunato, ejercida durante toda una vida, lo que en pri-
mer lugar merece nuestra admiración es su notable
sentido de la forma. Maneja con rara destreza la téc-
nica métrica y los recursos poéticos y retóricos apren-
didos de célebres predecesores, y si no llega a la genial
facilidad de un artista como Ovidio, podríase repetir
a propósito de él la frase de Ovidio : " Cuanto inten-
taba decir, era verso", siendo muchas de sus poesías
meras improvisaciones. Lo único chocante es su predi-
lección por el dístico elegíaco, además del hexámetro,
si se exceptúa la Vida de San Martín, desapareciendo
casi en absoluto el verso yámbico y trocaico. Una vez,
a ruegos de Gregorio, compuso una oda sáfica (IX, 7) ,
según el modelo horaciano, aunque asegura también
que no está a la altura de la dificultad.
374 ALFRED GUDEMAN

Mas el contenido no ofrece excelencias comparables


a lo brillante de la forma. De vez en cuando sabe
encontrar acentos cálidos, pero sus poesías raras veces
son expresión directa de una convicción sincera y pro-
funda, revistiendo con harta frecuencia un carácter
uniforme, rutinario, como trabajo de encargo que son
en numerosos casos. Por último, Fortunato, como el no
menos hábil Ausonio, distinguese por la carencia de
fantasía y la pobreza de ideas, pues cuando encontra-
mos ejemplos de lo contrario, trátase casi siempre de
bienes ajenos. Se ha elogiado mucho de nuestro poeta
el haber roto con la Antigüedad incluso en los escritos
profanos-constituyen abrumadora mayoría-, habien-
do sido el primero que tuvo valor para arrojar por la
borda el ya anticuado fárrago mitológico. Es, innega-
blemente, una notable innovación, pero que puede ser
atribuída tanto a un conocimiento defectuoso, como a
la convicción de que, de sus lectores, en su mayoría
germánicos, no podía esperar ni comprensión ni inte-
rés por el Olimpo pagano.
Fortunato se encuentra en el lindero de dos edades,
y así se comprende que los historiadores de la litera-
tura medieval lo consideren como suyo y le cuenten
entre los corifeos poéticos de la nueva época, sobre todo
siendo ésta para la historia de la literatura, hasta el
renacimiento carolingio, una hoja en blanco. Pero
pesando sin prejuicios todas las circunstancias que con-
curren en el caso, y que no son para detalladas aquí,
Fortunato, cuya gran fama es discernible hasta el si-
glo XI, pertenece aún a la Antigüedad, como Boecio
y Casiodoro.
A ningún otro escritor latino le fué concedida tan
larga vida como a Casiodoro Senator. Al terminar su
manual de Ortografía, contaba, según él mismo declara,
93 años; la fecha de su muerte nos es tan desconocida
como la de su nacimiento, pero poseemos algunos datos
seguros acerca de su carreray de sus escritos. Procedía
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 375

de una familia muy acomodada de Brutio (Italia meri-


dional), donde más tarde, en las cercanías de Escilacio,
fundó su célebre convento de Vivario. Sus inmediatos
antepasados habían ya ejercido altos cargos, destinán-
dole así la tradición familiar a una carrera puramente
profana. Con su Panegírico de Teodorico granjeóse el
favor del ilustre rey godo, quien nombró cuestor al
joven orador, cargo que equivalía al de secretario par-
ticular, y entre cuyas funciones más importantes con-
tábase la de redactar los documentos reales. Fué cónsul
en514, con anterioridad a la muerte de Teodorico (526) ,
magister officiorum, y en 533 ascendió al cargo enton-
ces más elevado, la prefectura del Pretorio, que tam-
biénhabíadesempeñado su padre, y que él ejerció cua-
tro veces más bajo distintos soberanos. Casiodoro había
encanecido al servicio del Estado, cuando, no sabemos
por qué motivo ni en qué año, retiróse de la vida
pública a su país, aunque no para
ra descansar. Entonces
inauguró la segunda y mucho más importante época
de su actividad. Se puede afirmar que Casiodoro, en el
caso de haber terminado su vida al servicio del Estado,
con no haber quedado en absoluto olvido, no habría
tenido papel alguno en la historia cultural de Europa.
Ya antes había concebido la idea de fundar en Roma
una Universidad teológica para la cultura superior del
clero, pero el proyecto fracasó en las enmarañadas cir-
cunstancias de aquella época. Entonces procuró reali-
zarlo dentro de límites más modestos. En una de sus
fincas construyó un convento, al cual proveyó de riquí-
sima biblioteca. Puso por condición a los monjes ahon-
dar en la lectura y el estudio de las Sagradas Escritu-
ras, con auxilio de los más célebres comentadores, y
para facilitarles el logro de este objeto, escribió él
mismo cierto número de obras adecuadas. Al mismo
tiempo les impuso el deber, y en eso estriba la impor-
tancia históricocultural de Casiodoro, de multiplicar la
copia de los autores paganos, pues los consideraba
376 ALFRED GUDEMAN

imprescindibles, menos por su contenido que por su


perfección formal, incluso para los teólogos cristianos,
punto de vista que ya habían compartido sus maestros
Jerónimo y Agustín. A esta exigencia -especie de
edicto de tolerancia literaria- debemos la salvación de
no escasa parte de las obras paganas, pues incluso más
tarde continuóse observando el precepto de Casiodoro.
Así los conventos pasaron a ser depósito de aquellos
inapreciables tesoros del espíritu, que bajo las riguro-
sas medidas de un Gregorio Magno habrían sufrido
pérdidas aun más irreparables que las acarreadas sin
ello por circunstancias externas, Es cierto que en los
siglos siguientes aquellos manuscritos arrastraron en
muchas bibliotecas monásticas una existencia lamenta-
:

ble, abandonados a menudo en espacios húmedos, pero


al abrigo de las pétreas paredes conventuales resistie-
ron victoriosamente los ataques del tiempo, hasta que
a comienzos del siglo XIV fueron sacados de nuevo a la
luz del día. El descubrimiento de los mismos inauguró
la nueva época cultural del Renacimiento, cuyo nombre
proviene del despertar de la Antigüedad clásica.
Como en la vida de Casiodoro, distinguese también en su
fecunda actividal literaria dos épocas. Pertenecen a la primera.
las obras del período preconventual, de contenido profano; a la
segunda, los numerosos escritos que compuso en Vivario para
uso y edificación de sus monjes.
Además de discursos, que se han perdido, mencionaremos
como su obra más antigua la Crónica, que llega hasta el consu-
lado de Euterico (519) , yerno de Teodorico, y empieza con
Adán. Está elaborada a base de buenas fuentes que nos son
conocidas, pero con precipitación. A partir de 496 recurrió a su
propia memoria. Estas noticias son escasas y a menudo defec-
tuosas, y, lo que es todavía peor, arregladas tendenciosamente
en interés de los godos. Esto último es aplicable también, en
alto grado, a su Historia del origen y hechos de los godos, en
doce libros, cuyo objeto era equiparar las proezas de los godos,
no sólo por la edad, sino también por la importancia, con las de
los romanos. Es obvio que ello era imposible sin grandes exa-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 877

geraciones y falsificaciones de la verdad. Así, por ejemplo,


Casiodoro, para suplir la falta de material, identificó a los
godos con los getas y escitas. Utilizó múltiples fuentes, como
Trogo, Orosio, también griegas y no menos la leyenda heroica
gótica, y en su estilo imitó curiosamente a Amiano Marcelino.
Hoy hemos de limitarnos al imperfecto epſtome del godo Ior-
danes (siglo VII), quien continuó la obra desde la muerte de
Teodorico (526) hasta la de Vitiges ( 540 ) , no cabiendo duda
de que este extracto es responsable de la pérdida del extenso
original. La obra capital de Casiodoro son las Varia, en doce
libros, publicada en 537. El título se refiere, como el mismo
autor explica, no a la variedad del contenido, sino al diferente
carácter estilístico de las distintas piezas -en total 468-, pues
Casiodoro, con esta colección, históricamente valiosísima, no
perseguía ningún fin científico, deseando tan sólo patentizar al
lector su destreza estilística. Trátase de documentos oficiales y
decretos de la cancillería real, que había escrito en nombre de
Teodorico (I-V), Atalarico, Amalasunta, Teodahad, Gudelina y
Vitiges, además de formularios, y por último, de documentos de
su prefectura (XI-XII) . El estilo de hecho varía según la
cultura o la posición de los destinatarios, pero adolece, en
general, de enfático, rebuscado y retórico : en conjunto, pres-
cindiendo de la materia, resulta una lectura desagradable.
Agregó más tarde, constituyendo el libro XIII, un tratado
de anima, sin pretensión de originalidad, pues está basado en
San Agustín y Mamerto Claudiano. En sus obras eruditas
Casiodoro revela conocimientos prodigiosos para su época, pero
no pasa de compilador. Esto es también aplicable a sus obras
de la época conventual, destinadas a fines prácticos y educa-
tivos, de las que sólo mencionaremos la última de su vida, el
breve tratado de Ortographia y sus Institutiones, apreciadísimas
en toda la Edad Media. Además de minuciosas indicaciones
sobre la cultura teológica y profana del clero, contienen una
exposición enciclopédica de las siete artes liberales según los
célebres inodelos de Varrón, San Agustín y Marciano Capela,
que no deja de tener valor para nosotros, pues, como el tra-
tado de Ortografía, se refiere con frecuencia a documentos que
no han llegado hasta nuestros días.

En su larga actuación como funcionario, Casiodoro


revélase una naturaleza de fámulo de rara flexibilidad,
378 ALFRED GUDEMAN

que le permitió ocupar el mismo puesto de confianza


bajo cuatro soberanos de muy distinto temperamento,
y su diestra pluma estuvo siempre al servicio de sus
elevados comitentes. Este carácter oportunista, que
sabía volverse según el viento reinante, explica que no
ejerciese su influencia sin duda poderosa, cuando era
ocasión de salvar a su admirado amigo Boecio, deján-
dole vilmente en la estacada para no ponerse enfrente
de Teodorico. Como escritor, no ocupa un lugar ele-
vado. Pero todas sus flaquezas como hombre, como esti-
lista y como erudito, quedan compensadas por su signi-
ficación históricocultural, y ésta es la que ha conferido
inmortalidad a su nombre.

Consideración final

Gracias a la inteligente actitud de Casiodoro res-


pecto a la literatura pagana, la Edad Media no perdió
todo contacto con el espíritu antiguo, por completa que
al observador superficial pueda parecerle la ruptura.
Falta de potencia creadora literaria, la nueva época
nutrióse, durante siglos, de los ricos tesoros del pasado.
La cultura en general no había quedado hundida o
destruída, sino más bien encerrada en un círculo
mucho más estrecho, adoptando también los intereses
del espíritu formas más unilaterales. Cuanto en la lite-
ratura latina de la Antigüedad tendiese a los concep-
tos místicorreligiosos y ascéticomorales que ocuparon a
toda la Edad Media, no cayó fácilmente en el olvido,
pues la Iglesia, a la sazón omnipotente, no sólo no vió
en ello ningún peligro para la fe ortodoxa, sino al
contrario, un instrumento eficaz de educación ética.
Pero lo que más contribuyó a la conservaciónde la lite-
ratura pagana fué otra circunstancia, ésta externa : su
perfección formal, así en lo que se refiere al estilo
como al lenguaje. Consideróse a gran número de poetas
nacionales romanos como maestros insustituíbles y mo-
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 379

delos insuperados de dicción latina, basándose en ellos


la enseñanza. La importancia práctica de los mismos
aparecía tan grande, tan imprescindible, que para aca-
llar escrúpulos religiosos a causa del contenido pagano,
se prestó a dichos autores escolares, mediante los méto-
dos de interpretación alegórica, una significación ética,
pues ni uno solo de los grandes poetas o prosistas cris-
tianos logró, a pesar de algunos ensayos en este sentido,
suplantar por largo tiempo a sus modelos paganos.
En pleno siglo x la monja Hroswita de Gandersheim
creyó aún alcanzar este objeto con una cristianización
deTerencio; pero fracasó lamentablemente, empezando
por lo mediocre de su obra. Más de quinientos años
después pretendióse, en Francia, arrojar del trono a los
clásicos antiguos en beneficio de los modernos ; pero
también sin resultado. En nuestros días la lucha contra
el legado de los antiguos vuelve a ser más enconada
que nunca, pero tampoco cabe dudar de quién será el
triunfo, a pesar de ser numerosas las obras maestras,
así en poesía como en prosa, de que se pueden preciar
las naciones cultas modernas.
BIBLIOGRAFÍA

1. Obras de conjunto
M. SCHANZ, Röm. Literaturgesch. 7 vols., en F. MÜLLERS, Hand-
buch der klass. Altertumswissenschaft. Die republikanische
Zeit en el vol. I, 1.º (1907), 2.º (1909) . - Die Kaiserzeit bis
auf Hadrian, vol II, 1.º (1911, 3. ed.) ; 2.º (1913, 3. ed.);
III (1922, 3.º ed.) , págs. 1-244; IV, 1.° (1904) , págs. 1-186 ;
IV, 2.° ( 1920) , págs. 1-359. Continuada por C. Hosius y
G. KRÜGER. (Esta obra contiene abundantes datos biblio-
gráficos.)
S. TEUFFEL, Geschichte der römischen Literatur, vol I (1916,
6. ed.) ; II (1921, 7. ed. ) ; III (1913, 6. ed. ), reeditado por
W. KROLL, F. SKUTSCH, E. KLOSTERMANN, R. LEONHARD Y
P. WESSNER. (Contiene abundantes datos bibliográficos.)
FR. LEO, Geschichte der römischen Literatur, vol I (1913) hasta
Lucilio. Resumen en Die Kultur der Gegenwart, I, 8 (1907,
2.ª ed. ) , págs. 321-400.
E. NORDEN, Einleitung in die Altertumswissenschaft, vol. I
(1912, 2ª ed.) , págs. 317-361, 361-393 ) .
G. BERNHARDY, Grundriss der römischen Literatur, 1805 (1872,
5.ª ed. ) (Obra anticuada, pero no desprovista de utilidad.)
A. GONZÁLEZ GARBÍN, Historia de la literatura latina (1882) .
H. N. FOWLER, History of roman literature. Londres, 1923.
G. CURCIO, Storia della litteratura latina, 2 vols. Nápoles, 1921
У 1923.
A. S. AMATUcci, Storia della litteratura latina. 2 vols. Nápoles,
1912 у 1916.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 381

R. PICHON, Histoire de la littérature romaine. París.


C. LAMARRE, Histoire de la littérature latine. 1ère Partie : depuis
la fondation de Rome jusqu'à la fin du gouvernement repu-
blicain. 4 vols. París, 1902.
P. LEJAY, Histoire de la littérature lotine des origines à Plaute.
Paris, 1924.
DIMSDALE, A History of Latin literature. Londres, 1915.

2. Monografías y obras especiales


MOMMSEN, Römische Geschichte. Vols. I-III-V. Traducida al
castellano por GARCÍA MORENO.
F. PLESSIS, La Poésie latine. 1909.
A. CARTAULT, La Poésie latine. París, 1922.
O. RIBBECK, Geschichte der römischen Dichtung. II, III (1894,
2.ª ed.) .
C. WACHSMUTH, Einleitung in das Studium der alten Geschichte.
1895.
E. NORDEN, Die antike Kunstprosa, vol. I (1918, 3.ª ed.), pági-
nas 156 a 239, 240-243, 576-605, 632-650.
Artículos en la Realenzyklopädie des klassischen Altertums :,
F. MARX, Accio, vol. I, págs. 142-147 ; F. SKUTTSCH, Ennio,
vol. V, págs. 2589-2628 ; E. STEMPLINGER, Horacio, vol. VIII,
2336-2399 ; STEIN-SKUTSCH, Cornelio Galo, IV, 1342-1350 ;
F. MARX, Tibulo, I, 1319-1329 ; FR. VOLLMER, Gratio, VII,
1841-1846 ; O. ROSSBACH, Séneca, I, 2240-2247 ; F. SKUTSCH,
Calpurnio Siculo, III, 1402-1406; F. MARX, Lucano, I,
2226-2236 ; L. SCHWABE, Quintiliano, VI, 1845-1864; ID., Tá-
cito, IV, 1566-1590 ; FR. VOLLMER, Juvenal, X, 1041-1050;
BRZOSKA, Fronto (IV, 1312-1340) ; F. MARX, Floro (I, 2266-
2268) ; L. SCHWABE, Apuleyo (II, 246-258) ; C. Hosius, Gelio
(VII, 992-998) ; O. SEECK, Eumenio ( VI, 1106-1114 ) ; E. DIEHL,
Historia Augusta (VIII, 1051-2110) ; F. SKUTSCH, Dicta Ca-
tonis (V, 358-370) ; F. BOLL, Firmico Materno (VI, 2365-
2379) ; GENSEL, Eutropio (VI, 1522-1527) ; O. SEECK, Am-
miano Marcelino (I, 1845-1852) ; F. MARX, Ausonio (III,
2563-2508) ; Festo Aviano ( II , 2386-2391 ) ; O. CRUSIUS, Aviano
(II, 2373-2378) ; FR. VOLLMER, Claudiano (III, 2652-2660) ;
Rutilio Namaciano ( II A, 1249-1254) ; A. KLOTZ, Sidonio
382 ALFRED GUDEMAN

Apolinar (II A, 2230-2238) ; BENJAMÍN, Ennodio (V, 2629-


2633 ) ; JULICHER Y SKUTSCH, Fulgencio (VII, 214 s., 215-227) ;
HARTMANN, Boecio ( III, 596-601) ; Casiodoro (III, 1672-1675) ;
F. MARX, Anthologia Latina; FR. VOLLMER, Draconcio (V,
1635-1644) ; F. SKUTSCH, Coripo (IV, 1236-1246) .
Las introducciones de las obras siguientes: F. VAHLEN, Ennius,
1093, 2. ed.; F. MARX, Lucilius, vol. I, 1904, y Rhetorica ad
Herenium, 1904; R. PETER, Fragmenta Historicum, vol. I,
1904, 2. ed.
H. PETER, Der Brief in der römischen Literatur. 1901.
P. LEJAY, Plaute. París, 1925.
H. REICH, Der Mimus, vol. I (1903) .
FR. LEO, Plautinische Forschungen. 1912, 2. ed.
K. V. REINHARDTSSTOETTNER, Plautus. Refundiciones posteriores
de sus obras. 1886.
A. CIMA, L'eloquenza latina prima di Cicerone. Roma, 1903.
TH. ZIELINSKI, Cicero im Wandel der Jahrhunderte. 1908, 2.ª ed.
H. PETER, Die geschichtliche Literatur über die römische Kai-
serzeit, 2 vols. 1897.
R. HEINZE, Vergils epische Technik. 1915, 3.ª ed.
D. COMPARETTI, Vergilio nel medio evo, 2 vols. (1896, 2. ed.)
Traducido al alemán por H. DUTSCHKE, 1875.
E. STEMPLINGER, Das Fortleben der horazischen Lyrik seit der
Renaissance, 1906. Horaz im Urteil der Jahrhunderte, 1921
en Das Erbe der Alten, cuad. V) .
E. NORDEN, Verg. Aen. VI, 2.ª ed., 1916.
H. E. BUTLER, Post-Augustean poetry from Seneca to Juvenal.
Oxford, 1909.
O. JAHM, Persio. 1843 (en latín) .
S. SUDHAUS, Aetna mit Prosa Ubersetzung. 1898.
FR . VOLLMER, Statius Silvae. 1898 .
L. FRIEDLÄNDER, Martial, 2 vols. 1886 ; Juvenal, 2 vols. 1895.
A. GUDEMANN, Tacitus Dialogus. 2. ed., 1914.
A. KIESSLING-R. HEINZE, Horaz, Oden. 6.ª ed., 1917; Sat. 5.ª ed.
1921; Epist. 4. ed., 1914
M. ROTHSTEIN, Properz I, 2. ed., 1920 ; II, 1898.
A. GUDEMANN, Tacitus Agricola, 1902 ; Germania, 1916.
M. MENÉNDEZ PELAYO, La novela entre los latinos. 1875.
Bibliografía hispanolatina clásica. 1902.
Horacio en España. Solaces bibliográficos. 1885. 2 vol.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATΙΝΑ 383

3. Traducciones

C. BARDT, Plauto: Der Schatz, Die Zwillinge, Die Gefangenen,


Der Bramarbas, Der Schiffbruch, Gespenterkomëdie, Pseu-
dolus, Die Schwestern, Bacchis; Terencio : Die Mädchen von
Andros, Die Brüder, Der Eunuch, Der Selbstquäler, Phor-
mio, en 3 vols. 1907 a 1911.
M. SEYDEL, Lucrez. 1881.
TH. HEYSE, Catullus. 1889, 2.ª ed..
Virgilio : J. H. Voos, W. HERTZBERG, Aeneis, 1857 ; FR. SCHILLER,
Aeneis, II, IV ; E. NORDEN, Aeneis, VI, 2. ed., 1916 ; H. DRA-
HEIM, Aeneis, selección, 1908.
Horacio: C. M. WIELAND, Sat. und Epist.; E. GEIBEL, 50 Oden
7. ed., 1906; C. BARDT, 12 Sat, und Epist., vol. I, II, 1900 ;
FR. SCHULTESS, Lieder und Briese, 1920 (en prosa) .
Tibulo: J. H. Voss, W. S. TEUFFEL, 1853 ; H. STERNBACH, Nach-
dichtung, 1920.
Propercio : V. KNEBEL, 2.ª ed., 1883 ; F. JACOB- W. BINDER, 2. ed.,
1868 ; P. MAHN, Nachdichtung, 1918 ; H. STERNBACH, Nach-
dichtung, 1920.
Ovidio: E. BULLE, Metam., 1898.
Persio : H. BLUMMER, Sat. I, III, V, 1897.
Petronio: L. FRIEDLÄNDER, Gastmahl des Trimalchio, 2.ª ed. ,
1906; Homo Heidelbergensis, 1910.
Estacio : A. IMHOFF, Thebais, 1885-9.
Juvenal : W. HERTZBERG- W. S. TEUFFEL, 1864-7.
Tácito : C. L. ROTH, 2. ed., 1906; G. AMMON, Germania, 1913 ;
A. HORNEFFER, Annales, 1909 .
Pervigilium Veneris : G. A. BÜRGER, 1796; A. MOEBIUS, 1816.
Apuleyo : A. RODE, 5.ª ed., 1906; 1. ed., 1783; FR. WEISS, Appо-
logia, 1894 ; C. NORDEN, Amor und Psyche, 1902.
Scriptores historiae Augustae : C. A. Cross, 1856.
Gelio: FR . WEIS, 1875.
Dicta Catonis : CHR. PISTORIUS, 1816
Eutropio : A. FORBIGER, 1875.
Ammiano Marcelino : L. TROSS y C. BUCHELE, 1827-49.
Ausonio : E. BÜCKING, 1845 y ss.
Claudiano : G. VON WEDEKING, 1868.
Boecio: de consolatione philosophiae : R. SCHEVEN, 1893.
Historia Apollonii regis Tyrii : R. PETERS, 2. ed., 1904.
384 ALFRED GUDEMAN

Textos, traducciones, comentarios de la Cambridge Univ. Press.


Pit Press Series of Latin Authors. -Id. de la Association
Guillaume Budé (texto y versión francesa).- Id. de la
Fundación Bernat Metge (texto y versión catalana) . (Estas
dos últimas series en curso de publicación.)

4. Obras auxiliares

S. MIDDLETON Y T. R. MILLS, Student's companion to latin


authors . Londres, 1903.
SANDYS, Sir J. E. A., Companion to latin studies, 2.ª ed. Camb.
Univ . Press. , 1921 .
ÍNDICE ALFABÉTICO

Accio, L. , 22, 23, 53 y ss. Casiodoro Senator, 274 y ss.


Acilio, C., 63. Catón el Censor, M. Porcio, 10,
Adriano, 265 y ss . 31, 64 y ss.
Afranio, 51 . Catulo, Q. Lutacio, 73.
Albino, A. Postumio, 63. - Q. Valerio, 9, 10, 84 y ss. ,
Alimento, L. Cincio, 63. 96, 156.
Andrónico, Livio, 8, 13 y ss . , Cecilio, 25, 30, 47.
144. Celso, A. Cornelio, 231 .
Antipater, L. Celio, 70. Censorino, 268.
Antonio, M., 77, 112. César, C. Julio, 94.
Apuleyo, 267, 283 y ss. Cicerón, M. Tulio, 10, 14, 19,
Aquilio, M., 77, 112. 20, 22, 28, 30, 35, 40 y ss.,
Aquilio, 49. 66 y ss. , 91, 94y ss., 104 y ss.,
Arvales hermanos) , 8 . 246.
Aselión, Sempronio, 71 . Cinna, C. Helvio, 90.
Atellana, Fabula, 15, 21, 52, Claudiano, 42, 267, 306, 332 y ss.
63, 92. Claudio, 192.
Atilio,49. - Cecus Apio, 37, 65, 67.
Atta, T. Quincio, 51 . Collegium scribarum histrionum-
Augusto, 128 y ss. que, 16, 17, 23.
Ausonio, Décimo Magno, 320 Columela, L. Junio Moderato,
y ss. 191, 231.
Aviano, 197, 331 y s . Contaminatio, 18, 19, 24, 25.
Avieno, Rufio Festo, 328 y ss. Cordo, Cremucio, 191 .
- Elio Junio, 297 y ss.
Baso, Aufidio, 231 . Coripo, Flavio Cresconio, 369
- Cesio, 203. y ss.
- Saleyo, 202. Craso, C. Licinio, 77 .
Bibáculo, M. Furio, 90. L. Licinio, 75, 112.
Boecio, Anicio Manlio, 356 y ss . Cuadrigario, Q. Claudio, 71 .
Calpurnio Sículo, T. , .203. Dares Frigio, 313.
Calvo, C, Licinio, 90, 91, 157. Dexipo, 299, 300.
Canucio, P., 75. Donato, 268.
Capela, Marciano, 268. Draconcio, Blosio Emilio, 363
Capitolino, Julio, 298, 300. y ss .
Capitón, 130. Drepancio, Pacato, 302.
386 ALFRED GUDEMAN

Elegía, 157. Horacio Flaco, Q., 9, 14, 20, 28,


Ennio, 17, 18, 20, 30 y ss., 137. 30, 35, 43, 61, 127 y ss. ,
Ennodio, Magno Félix, 251 y ss. 144 y ss.
Epigrama, 157, 222. Hortensio, Q., 77.
Epodós, 146.
Escauro, M. Emilio, 73, 198 . Imbrex, 49.
- Q. Terencio, 268 .
Escipión Africano, 46, 55, 58, Juliano, Salvio, 269.
59, 63, 77. Justiniano, 269, 270. 1
Esparciano , Flio, 298 . Justino, 184.
Estacio, Cecilio, 42 y ss . Juvenal, D. Junio, 190, 225
Estacio, P. Papinio, 215 y ss. y ss .
Estilón, Elio, 30, 75. Juvencio, 49.
Estrabón, C. Julio César, 53. Juvenco. 269 .
Eutropio, 301, 311 y ss.
Labeó, 130, 268.
Fedro, 191, 196 y ss. Laberio, Décimo, 52.
Fenestela, 130, 231 . Labieno, T. , 191 .
Fescennini, Versus , 8 . Lactancio, 40, 41, 338.
Firmico Materno, Julio, 308 Lambinus, 84.
y ss. Lampadio, C. Octavio, 19.
Flaminino, T. Quincio, 34 . Lampadión, C. Octavio, 32.
Floro, Anio, 274 y ss. Lampridio, Elio, 298 .
Fortunato, Venancio, 371 y ss. Lanuvino, Luscio, 43, 46, 47.
Frontino, S. Julio, 232. Lelio, 46, 75, 77.
Frontón, M. Cornelio, 266, 280 Licinio, 49 .
y ss . Mácer, C., 73 .
Fulgencio, Fabio Plancíades, Livio, Tito, 9, 72, 103, 129, 139,
354 y ss . 184 y ss.
obispo (Fabio Claudio Gor- Longino , Casio, 232.
diano), 140, 355 . Lucano, M. Anneo, 198, 206 y ss.
Lucilio, 33, 35, 54 y ss., 147.
Lucrecio Caro, T., 10, 35, 41,
Galba, Servio Sulpicio, 66, 77. 78 y ss . , 136 .
Galicano, Vulcacio, 298. Ludi Apollinares, 16.
Galo, Cornelio, 125 y ss., 156,
160 y ss . Megalenses, 16, 24.
Plebei, 16, 24.
- L. Plocio, 75. Romani, 15, 16.
Gayo, 269 . Luscio Lanuvino, 49.
Gelio, Aulo, 43, 268 . Luxorio, 363.
Gelio, C. , 70.
Germánico, 193. Mácer, 130.
Gordiano, 239 . Macrobio, 268 .
Graco, C. , 66, 77. Mamertino , Claudio, 302.
Gratio, 182 y s. Manilio, 194 y ss.
Gregorio de Tours, 270. Marcelino , Amiano, 228, 258,
276, 306, 314 y ss .
Hémina, L. Casio, 70. Marcial, Gargilio, 268.
Herodiano, 299, 300. M. Valerio, 103, 191, 204,
Hexámetro latino, 35. 208, 212, 220 y ss., 246.
Higino, 130 . Marso, Domicio, 128.
Histriones, 15. Materno, Curiacio, 198.
HISTORIA DE LA LITERATURA LATINA 387

Mauro, Terenciano, 268. Polión, Asinio, 95, 103, 127 y ss. ,


Maximiano , 361 y ss. 186.
Máximo, Mario, 297, 299, 300. Trebelio, 298, 299, 301 .
Mecenas , 128 y ss . Pompeyo Trogo, 129.
Mela, Pomponio, 231 . Pompilio, 53.
Meliso, C. , 128, 130. Pomponio, L. , 52.
Merobaudes , Flavio, 269, 341, Atico, 79, 96.
342. Porfirio Optaciano, Publilio,
Mesala. Corvino, 127 y ss . 306 .
Mimo, 15, 52, 53. Praetextata, Fabula, 18, 37.
Prisciano , 268 .
Namaciano, Rutilio, 272, 342. Propercio, 128 y ss., 166 y ss .
Nazario, 302 . Prudencio, 269.
Nemesiano, M. Aurelio, Olim-
pio, 303. Quintiliano, M. Fabio, 30, 41 ,
Neniae, 7 . 51, 83, 91 y ss., 187, 192 y ss.,
Neoáticos , 113. 244 y ss .
Neotéricos , 85 y ss.
Nepote, Cornelio, 72, 96 y ss. , Rabirio, 130 .
118. Rufo, Cluvio, 231 .
Nerón, 192. Rufo , Q. Curcio, 236 y ss.
Nevio, Gneo, 9, 14, 17 y ss., 34. P. Rutilio, 73 .
Nicómaco, 306. P. Sulpicio, 75.
Nobilior, M. Fulvio, 31 y ss. Rústico, Fabio, 230.
Noniano, Servilio, 103 .
Novio, 52. Sabino, 130, 174.
Masurio, 232 .
Obsequente, Julio, 185. Salustio Crispo, C., 99 y ss.
Orosio, Paulo, 269 . Saturae, 58 .
Ovidio Nasón, P. , 9, 41, 127, Saturnio, 9, 14, 20.
131, 157, 170 y ss. , 198. Scaligero, 195.
Scriptores historiae Augustae,
Pacuvio, M., 39, 44 y ss . 296, 298 y ss.
Palliatae Fabulae, 16, 18, 22. Secundo, P. Pomponio, 198.
23, 37, 42, 48, 49. Sedigito, 49.
Panegíricos, 259, 302. Senario yámbico latino, 15.
Papiniano, 269. Séneca, L. Anneo, 198 y ss. ,
Partenio, 16. 229 , 238 , y ss.
Paulino de Pela, 345 . - el Retórico, 231 .
Paulo , 369 . - el Viejo, 192.
Pedón, Albinovano, 131 . Septenario trocaico, 15.
Persio, C. , 75. Septimio, L. , 312.
- Flaco, A. , 203 y ss. Sereno, Q. , 268.
Petronio, C., 192 y ss. , 208 y s. Servio, 268 .
Pictor, Q. Fabio, 63. Severo, Casio, 191 .
Pisón Frugi, L. Calpurnio, 70. Cornelio, 131 .
Plautio, 22. Sidonio Apolinar, 246 y ss .
Plauto, 10,18, 20 y ss. Sila, L. Cornelio, 73.
Plinio Cecilio Secundo, C. (Pli- Silio Itálico, 41 , 211 y ss .
nio el Joven), 10, 108, 192 Símmaco, 121, 272, 306, 326
y ss. , 259. y ss.
el Viejo, 72, 231, 258. Sinfosio, 363 .
388 ALFRED GUDEMAN

Siro, Publilio, 52. Ulpiano, 269


Sisena, L. Cornelio, 72, 73.
Suetonio Tranquilo, C., 32, 45, Valerio Ancias, 49, 72, 74.
191, 230, 262 y ss . Catón, 89 .
Flaco, C., 209 y ss.
Tabernaria, Fabula, 50 . Máximo, 190, 231, 234 y ss.
Tácito, 91 y ss. , 191 y ss., 207, Vargunteio, 32.
229, 241 , 243 y ss. Vario Rufo, L. , 128 y ss.
Terencio Afer, P. , 10, 18, 23 Varo, Quintilio, 128.
y ss. , 29, 30, 45 y ss. Varrón Atacino, 209.
Tertuliano, 296. M. Terencio, 21 y ss., 40 y ss.,
Tibulo, Albio, 9, 126, 156, 151 92 y ss.
y ss. Vatrónico, 49.
Ticiano, 331 . Veleyo Patérculo, 43, 58, 125,
Ticio, C. 53, 190, 232 y ss.
Tirón, 109, 121 , 128. Verrio Flaco, 130.
Titinio, 51 . Víctor, Aurelio, 301, 310.
Togata, Fabula, 18, 50. Virgilio Marón, P., 9, 20, 35, 41,
Trabea, 49. 83, 217, 128, 131 y ss., 200.
Tribonio, 109. Vitruvio, 130.
Trogo, Pompeyo, 184. Volcacio Sedígito, 43.
Tuca, Plocio, 128. Vopisco, Flavio, 298, 299, 301,
Turpilio, 49. 303, 307.
Turpion, L. Ambivio, 42, 46,
47. Yegecio, 268.
ILUSTRACIONES
Literatura latina .
98-99
I
aos
amamantando
romana
loba
La
R
y
:lB
v
siglo
.del
posteriores
son
gemelos
ronce
ómulo
emo
Museo
Rlinari
Conservadores
los
de
).A(F ot
oma
Terencio . Busto conservado en el Museo Capitolino, Roma
(Fot. Alinari)

II
Zeus enamorado. Vaso filaco, conservado en el Vaticano. Roma

III
Sudnuncrenuntieabfterefponfuchreme
Neferaatmetontilleabzreferat che
Negre,nimiumillumenedemeindulgefuinfine
Inceparepficehochippeais chrome, CHR
Dicconuenille:egiffer denupailMEN
Dicaquiddernde CHRmefuturuceomnia;
Generuplacere poftremo &iafiuoles
D
CHR
efponfaquoq; cedieromen emifarcuoluera
;.
Iamo ociufeureporcarexudqdefipif
Qua calfimeundermenNCIPIO CHR
CHRnauppediem
neai
Wenfeamreuides taufobrazuyabent,
Sethee wifa vefuntcura&paulandabıy
Silapiam faciaCHR abiintroundegapofarlem,
Igodomero fiqundmeruolefMIN faneuolo,
Namecremefaciaquicquidegero; M. CH
‫خير عمرك‬ lampho SYRUS.

Fragmento del Heautontimorumenos , de Terencio .


Manuscrito conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán

IV
IVLIVS CAESAR

Cayo Julio César.


Busto conservado en la Galería de los Uffizi . Florencia
(Fot. Alinari)

V
Gary Cruppi Galufty LiberJu ADID

guvan Jaapre. rent cafus, eteo magnitionspoe


Also queritur de deaêtuty mortalibz glora eter 3
natua fuagenue m fieret.Namutagenushomm
humanum. & tbe Copofitum excorpore etala eft.
alla etas atqzbre ita ves cute ſtudrag oranêu con3
uis cum porus force ofuirtute porre alia, alia anımı natuam 3


regatur.Namconan reputando. fequuar.
Igrairpelara facies. ma
neoz maius aliud neorprabili gue dustic. adhee uns corpore.co
Tuenies uirtute,magief nature alla ora buicemôi breau dilabune
Fr

induftriam bouz g'uim aut Me igeny egregia faanora ficuti


tempus deeffe. Sed dour any î araTimorcalia fur.poftremo con
perator uite mortalium are porre cofortunebononut iimau
quipingehe
ubi adgloriam uirtutes wa fic fie ft. Omiar osta ordue
auffatur,abunde pollene potes et aucta fenefrit.Nume corupt
3of et clarus eft. ner foraina a eternus. reavrhuamguis,age.3
eget.Ouippe que probitate.Tou atonhabercucta.neopipe
neg habetur.
Priam.aliasofbonae artce neop Quo magis prauitas conadmun
mbove
3dare, neof carpere cuiqua poteft. eft- qui seora corporregaudye
જામ લાખા
in captnepraiscupidibus
captue ad plusum etignauiam etateagūt.
3
eet
Tertiam t voluptacco corpore Cétenigenium quo neoz melius
perfundatue eft. pmcofa libror ner ampliue aliud înatamota
ne paulifp ufus. ubip focondraz luum eft. inalte aty pondra to adeur-ut-us.
uires tepus ctas îgemum de pepere illi ſinut. dipretimamb

fluxere natur îfrmitas accufa multe uarief fine ar a2tce.962
tur. Guâquigh culpam auctores fimadaurtudo paratuur. beu er Thoe drene op queses,
4arguebatd 8
ad negocia trafferut.ar fi borba bis magnitue ceimpia, poftremo
1 I ediciat an fhидай
3bonayveri tantacun cêt, qua oisau renpublicaninimem
to fluoro aliena acnichilppunia hactepestatecupienda uidentur.3
multon caapraulofapeaît
cad ,near qm nep uturbon
honoe datur.
nep
regrerentacafibuemagreofrege illegouey flaudem wie fut nag

Fragmento de Bellum Jugurthinum, de Salustio.


Manuscrito conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán

VI
Cicerón. Busto conservado en el Museo Capitolino. Roma
(Fot. Alinari)

VII
aflerumcipitumene picture-quare ploraremmo
art rine
Mrr Se

Se
NISTARPTAU OSEM

BIS
Harempacientation
poree
babechus
Loqueris quidcauregul
тисометет guupantesemua parcemorrhearo

COINARI TERRAESTANCESLesest. Semintequamu


seop

Nasxm erquiomeres pacem. Numquidem


dipen

greuisongungiiter boo
pa
cham
end pa paupe
erousaliquidamsrulerar quadruplumreddezurum, ITINTELL
CASPROPTEREA SIBICUmtenuisse dimidium,nonur, habererquod

Fragmento del palimpsesto, conservado en la Biblioteca Vaticana de


Roma, con el texto de De republica, de Cicerón (I , 6-7), sobre el cual
está escrita la Enarratio in Psalmum 125 de San Agustín

VIII
MTVLIO CICER

Marco Tulio Cicerón.


Dibujo de Rafael, que se conserva en la Academia de Venecia
( Fot. Anderson)

IX
Mecenas .

De la Gliptoteca de Munich

X
Virgilio . Busto conservado en el Museo Capitolino. Roma. ( Fot. Alinari)

XI
TALIAVOCIFERANSCIMITUTECTUMOMNIREPLERAT
QUUMSUBLIUDICIUQUIORITURMIRABILEMONSTRUM
NAMQUEMANUSINTERMISTORUMQUEORAPARENTEAM
ECCELEUISSYMMODEUERTICEUISUSIULI
FUNDERELUMENAPENTACIUQUEINNOXIAMOLLIS
LAMBIREFLAMMACOMASÉICIRCUMIEMPORADASCI
NOSPAUIDITREPIDARE METUCRINENIQUE FLAGRANTEM
EXCUTERELISANCIOSRESTINGUERLIONTIBUSIGNIS
ATPALERANCHISESOCULOSADSIDERALALIUS
IXTULIHICALLOPALMASCUMUOCITETENDI
TUPPLIEROMNIPOTENSPRAECIBUSSIFLECTERISULLIS-
ASLICENOSHOCIANIUMITSIPILIATEMERIMUR
DADEINDEAUXILIUMPATERAIQUIOMINANIRMA
VIXENIATUSERAISENIORSUBLIOQUIERAGORE
INTONUTILAIUUMEIDICALLOLABSAPERUNABRAS-
STELLAIACEMDUCENSMULIACUMLUCICUCURRIT
ILLAMSUMMASUPERLABINTIMCULMINATICI
CERNIAIUSLDALACLARAMSECONDERISILUAM-
SICNANTEMQUIASIUMLONCOLIMITESULCUS
DATLUCEMETLATECIRCUMLOCASULLURIFUMANI
HICUEROVICIUSCENTIORSLIOLLIIADAURAS:

Fragmento de un manuscrito de la Eneida ( II, 679-99)


conservado en la Biblioteca Vaticana. Roma

XII
GG

P -VERG AMARONI MANTVANO

Virgilio .
Dibujo de Rafael, que se conserva en là Academia de Venecia
(Fot. Anderson)

XIII
Terracota representando una escena amorosa. Museo central. Atenas

XIV
ANNAFO SENECAE CORDVE

Anneo Séneca .
Estudio de Rafael, que se conserva en la Academia de Venecia
(Fot. Anderson)

XV
Anneo Séneca (?)
Busto conservado en el Museo Capitolino . Roma
(Fot. Alinari)

XVI
ÍNDICE DE LOS MANUALES PUBLICADOS
Los volúmenes que llevan el signo * van encuadernados en tela

1. Introducción al estudio de la Química experi-


mental ( 2.ª reimpresión) R. BLOCHMANN
2. Introducción a la Botánica (3.ª ed.) ... B. F. RIOFRÍO
*
3. Teoría general del Estado (4.ª ed.) . O. G. FISCHBACH
5-6. Introducción al Derecho hispánico (3.ª ed.) .. J. MONEVA
7. Economía política (4.ª ed. Reimpresión) .... C. J. FUCHS
8. Tendencias políticas en Europa en el siglo XIX
(3.ª ed. en preparación) HEIGEL-ENDRES
9. Historia del Imperio bizantino (3.ª ed. Reimp.) K. ROTH
11. Introducción a la Química inorgánica (3.ª ed.
Reimpresión) B. BAVINK
12. La escritura y el libro (3.ª ed. Reimpresión) .. O. WEISE
13. Los grandes pensadores (3.ª ed. Reimpresión) J. COHN
14. Los pintores impresionistas (3.ª ed. Reimp.) . BÉLA LÁZÁR
*
15. Compendio de Armonía (4.ª ed. Reimpresión) H. SCHOLZ
* 16-17. Gramática castellana (3.ª ed.) J. MONEVA
18. Hacienda pública, I : Parte general ( 4.ª ed.
en preparación) VAN DER BORGHT
19-20. Hacienda pública, II : Parte especial (4.ª ed.
en preparación) VAN DER BORGHT
21. Cultura del Renacimiento (3.ª ed. Reimpresión) R. F. ARNOLD
22. Geografía física ( 4.ª ed. Reimpresión en prep.) . S. GÜNTHER
* 23-24. Etnografía (3.ª ed. Reimpresión en prep.) .. M. HABERLANDT
25. Las civilizaciones antiguas del Asia Menor
(Reimpresión) FÉLIX SARTIAUX
26. Totemismo .. MAURICE BESSON
27. Concepción del Universo, según los grandes
filósofos modernos (4.ª ed. revisada) L. BUSSE
*
28. La poesía homérica (3.ª ed.) G. FINSLER
29. Ideales de la Edad Media, I : Vida de los héroes
(4.ª ed. Reimpresión) V. VEDEL
30. Historia de la Literatura italiana (2.ª ed. 2.ª re-
impresión K. VOSSLE
31. Antropología (4.ª ed. 2.ª reimpresión) E. FRIZZI
32-33 . Zoología, I : Invertebrados (2.ª ed. Reimp.) . L. BÖHMIG
34. Meteorologia (4.ª ed. ampliada en preparación) . J. M. LORENTE
*35-36. Aritmética y Álgebra (2.ª ed.) P. CRANTZ
38. Islan'smo (3.ª ed. Reimpresión) S. MARGOLIOUTH
39. Gramática latina (2.ª ed. Reimpresión) W. VOTSCH
40. Kant (3.ª ed. Reimpresión) . O. KÜLPE
*

*
41. Prehistoria, I : Edad de la piedra (3.ª ed. Reimp.) M. HOERNES
44. Introduceión a la Química general (3.ª ed.
2.ª reimpresión en prensa) B. BAVINK
*
45. Trigonometría plana y esférica (4.ª ed. Reimp.) G. HESSENBERG
46-47. Física teórica, I : Mecánica. Acústica. Calor
(2.ª ed. Reimpresión) .. G. JÄGER
*
48. Psicología aplicada (4.ª ed. revisada) . TH. ERISMANN
49-50. Historia de la Literatura inglesa (2.ª ed. A got.) M. M. A. SCHRÖER
51. Los Rusos ... G. K. LOUKOMSKI
52. Los Negros M. DELAFOSSE
53. Orientación profesional (Reimpresión) ...... A. CHLEUSEBAIRGUE
54-55. Geología, I: Volcanes. Estructura de las mon-
tañas. Temblores de tierra (Agotado) ..... F. FRECH
56. Historia de la Geografía (3.ª ed.) C. KRETSCHMER
ÍNDICE DE LOS MANUALES PUBLICADOS

57-58. Historia del Derecho romano, I (3.ª ed. en


preparación) . R. VON MAYR
* MATILDE RAS
59. Grafología (3.ª ed. 2.ª reimpresión)
60. Derecho internacional público ( 4.ª ed. en prep.) TH. NIEMEYER
61-62. Historia de las Artes industriales, I : Anti-
güedad y Edad Media (3.ª ed.) G. LEHNERT
*
63. El Teatro desde la Antigüedad hasta el pre-
sente (3.ª ed. Reimpresión) CHR . GAEHDE
*
64-65. Historia de la Economía, I (3.ª ed. Reim- O. NEURATH Y H.
presión) SIEVEKING
66. Introducción a la Ciencia (3.ª ed. Reimp.) . J. A. THOMSON
68. Compendio de instrumentación (2.ª ed. Re-
impresión) .. H. RIEMANN
69. Historia de la España musulmana (5.ª ed.
en preparación) .. A. G. PALENCIA
70. Historia de Inglaterra (Agotado) ... L. GERBER
71. El Parlamento ( 2.ª ed. Agotado) SIR C. P. ILBERT
72. Orientación de la clase media (2.ª ed. Agot.) L. MÜFFELMANN
75. La era de los grandes descubrimientos (3.ª ed.
en preparación)
76. Cooperativas de consumo (3.ª ed. en prep.) F. STAUDINGER
77. India (3.ª ed. revisada) S. KONOW
78-79. La escultura de Occidente (2.ª ed.) H. STEGMANN
*
80. Prehistoria, II : Edad del bronce (3.ª ed.
Reimpresión) M. HOERNES
81. Introducción a la Psicología (4.ª ed. en prep.) E. VON ASTER
* 82. Cultura del Imperio bizantino (3.ª ed.) .. K. ROTH
85. Prácticas escolares (4.ª ed.) .. R. SEYFFERT
87-88 . Geología, II : Ríos y mares (3.ª ed. Agotado) F. FRECH
89-90. Historia de Francia ( 2.ª ed. Agotado) . R. STERNFELD
91. Derecho canónico (2.ª ed.) E. SEHLING
* Н. Косн
94. Arte romano (3.ª ed. revisada) ..
95-96. Psicología del trabajo profesional A. CHLEUSEBAIRGUE
97. Geografía de Bélgica (2.ª ed.).. P. OSWALD
*
98-99. Historia de la Literatura latina (3.ª ed. Re-
impresión) A. GUDEMANN
100. Arte árabe (2.ª ed. en preparación) AHLENSTIEL-EGEL
101-102. Historia del Derecho romano, II (3.ª ed. en
preparación) R. VON MAYRN
*
103. Geografía de Francia (2.ª ed.) E. SCHEU
*
105. Ideales de la Edad Media, II : Romántica
caballeresca (3.ª ed.) V. VEDEL
106-107. Historia de la Pedagogía (4.ª ed. en prep.) A. MESSER
*
109. Psicología del niño (4.ª ed. Reimpresión) . R. GAUPP
110-111 . Historia de Italia ( 3.ª ed. en preparación) . P. ORSI
112. La Música en la Antigüedad (2.ª ed. Reim-
presión en prensa) C. SACHS
*
113. Introducción a la Química orgánica (3.ª ed.
Reimpresión) B. BAVINK

*
114. Zoología, II : Insectos (2.ª ed. Reimpresión) J. GROSS
115. Prehistoria, III : Edad del hierro (3.ª ed.) M. HOERNES
116. Desarrollo de la cuestión social (Agotado). F. TONNIES
117-118. Física experimental, I (3.ª ed. revisada) ... R. LANG
119. Historia de la Literatura alemana, I ( Nueva
ed. en preparación) М. Косн
120. Historia de la Literatura alemana, II (Nue-
va ed. en preparación) М. Косн
121. Teoría dei conocimiento ( 2.ª ed. Agotado) . M. WENTSCHER
ÍNDICE DE LOS MANUALES PUBLICADOS

122. Fundamentos filosóficos de la Pedagogía


(Agotado) A. MESSER
123-124. Historia de la Literatura portuguesa (2.ª ed.
en preparación) F. DE FIGUEIREDO
125. Arte indio ( 2.ª ed. en preparación) O. HÖVER
126. Música popular española (3.ª ed.) ........ E. LÓPEZ CHAVARRI
*
129. Geometría del plano (2.ª ed. Reimpresión) G. MAHLER
130. Geometría del espacio (2.ª ed.) ... R. GLAERS
131-133. Historia del Derecho español (4.ª ed. rev.) .. S. MINGUIJÓN
134. Historia del Comercio mundial (2.ª ed. Agot.) M. G. SCHMIDT
135. Mineralogia ( 2.ª ed. Reimpresión en prep.) R. BRAUNS
136-137. Física teórica, II (2.ª ed.) .. G. JÄGER
138-139. Historia de las Matemáticas (3.ª ed. en pre-
paración) H. WIELEITNER
140-141 . Física general (2.ª ed. Reimpresión) J. MAÑAS Y Bonvi
142. Petrografía ( 2.ª ed. Reimpresión en prep .) W. BRUHNS
143. Bajo cifrado (Armonía práctica al piano)
(2.ª ed. Reimpresión). H. RIEMANN
144. Geografía de España, I ( 4.ª ed. en prep.) .. MARTÍN ECHEVERRÍA
145. Geografía de España, II (4.ª ed. en prep.) .. MARTÍN ECHEVERRÍA
146. Geografía de España, III ( 4.ª ed. en prep.) MARTÍN ECHEVERRÍA
147. Pedagogía experimental (3.ª ed.) W. A. LAY
148. Geografía de Italia (2.ª ed.) G. GREIM
149. Historia de la Filología clásica (3.ª ed.) ... W. KROLL
150. Reducción al piano de la partitura de or-
questa (2.ª ed.) H. RIEMANN
151. Historia de la antigua literatura latino-cris-
tiana (2.ª ed.) .. A. GUDEMANN
152-153. Derecho político general y constitucional
comparado (2.ª ed. Reimpresión en prep .) G. FISCHBACH
154. Historia del Antiguo Oriente ( Reimpresión
en prensa) ERICH EBELING
155-156. La orquesta moderna (2.ª ed.) . . . . . . . . FR. VOLBACH
*
157. Bergson (Reimpresión) ... EDUARDO LE ROY
158. Europa medieval (2.ª ed. Reimpresión) H. W. C. DAVIS
159-160. Marfiles y azabaches españoles ( 2.ª ed. en
preparación) J. FERRANDIS
162. Fraseo musical (2.ª ed. Reimpresión) ..... H. RIEMANN
163. La Escuela ( 2.ª ed. Reimpresión en prep .) J. J. FINDLAY
164-165. Historia de la Literatura arábigo-española
(2.ª ed. revisada) A. G. PALENCIA
166. Los animales prehistóricos (Agotado) ..... O. ABEL
167-168. Geometría descriptiva (2.ª ed. Reimpresión) R. HAUSSNER
169. Los animales parásitos (2.ª ed.) E. F. GALIANO
170. Introducción al estudio de la Zoología (2.ª ed.
en preparación) F. G. DEL CID
171. Geografía del Mediterráneo griego (2.ª ed.
en preparación) . O. MAULL
172. Teoría general de la Música (3.ª ed.) H. RIEMANN
173. Dictado musical (2.ª ed. Reimpresión) H. RIEMANN

*
174. Países polares (Agotado) H. RUDOLPHI
175. Lógica (3.ª ed. Reimpresión) J. GRAU
176. Los problemas de la Filosofía (2.ª ed. Re-
impresión) . B. RUSSELL
*
177. Filosofía medieval (Reimpresión) M. GRABMANN
*
178. El alma del educador ( 2.ª ed. Reimp . en pre-
paración) KERSCHENSTEINER
179 El desenvolvimiento del niño ( 2.ª ed. Agot.) D. BARNÉS
ÍNDICE DE LOS MANUALES PUBLICADOS

*
182. Manual del pianista (2.ª ed. Reimpresión) . H. RIEMANN
183. Citología y anatomía de las plantas H. MIEHE
184. Orígenes del régimen constitucional en Es-
paña (A gotado) M. F. ALMAGRO
185. El Crédito y la Banca ( 2.ª ed. Reimpresión
en preparación) W. LEXIS
186. Estadística (3.ª ed. Reimpresión) S. SCHOTT
187-188. Psiquiatría forense (Agotado) . W. WEYGANDT
189-190. Arqueología española (2.ª ed.) J. R. MÉLIDA
191. Los animales marinos (A gotado) E. RIOJA
192-193. Paleografía española, I ( Reimp. en prep .) .. A. M. MILLARES
194. Paleografía española, II ( Reimp . en prep.) A. M. MILLARES
195. Geografía del Japón.. F. W. LEHMANN
196. Geografía política (2.ª ed.) A. DIX
197. La vida en las aguas dulces (Agotado ) C. ARÉVALO
199-200. Geobotánica (A gotado) .. E. H. DEL VILLAR
202. El Comercio ( Reimpresión en preparación) W. LEXIS
203. Ética (Agotado) . J. B. MOORE
204. Higiene escolar (3.ª ed.) L. BURGERSTEIN
205. Manual del Organista . H. RIEMANN
206. Historia de Portugal ( 2.ª ed. en preparación) A. SERGIO
207-208. Historia de la Literatura rusa (Agotado) A. BRUCKNER
209-210. La Arquitectura de Occidente ( Reimpresión
en preparación) K. SCHÄFER
211-212. Composición musical (2.ª ed. Reimpresión) H. RIEMANN
213. Geografía de Suiza H. WALSER
214. Geografía de las Islas Británicas J. MOSCHELES
215. Conservatismo . LORD HUGH CECIL
216-217. Los fundamentos de la Biología (3.ª ed.) .. E. F. GALIANO
218. Introducción a la Bioquímica .... W. LÖB
219-220. Teoría y práctica de la contabilidad (Agot.) F. H. DEL VALLE
221-222. Arte italiano (2.ª ed.) A. VENTURI
223-224. La Edad Media en la Corona de Aragón
(2.ª edición revisada) A. GIMÉNEZ SOLER
*
225. Introducción a la Psicología experimental
(2.ª edición) N. BRAUNSHAUSEN
226-227 . Introducción a la Ciencia del Derecho (2.8
edición) TH . STERNBERG
228. Aristóteles (2.ª ed. Reimpresión) .. F. BRENTΑΝΟ
229. Fuga (2.a reimpresión). S. KREHL

* 230. Contrapunto (2.ª ed. Reimpresión) . S. KREHL


231. Federico Froebel ( 2.ª ed.) J. PRÜFER
232. Economía y Política agraria (2.ª ed. Reim-
presión en preparación) W. WYGODZINSKI
233. Países bálticos M. FRIEDERICHSEN

* 234. Oceanografía física (2.ª edición revisada) . G. SCHотт


235-236. Historia de las ideas políticas, I (2.ª ed.) . R. G. GETTELL
237-239. Historia de las ideas políticas, II (3.ª ed.) R. G. GETTELL
240. Santo Tomás de Aquino (2.ª ed. Reimp. ) . M. GRABMANN
241. La Psicología contemporánea (Agotado) .. J. V. VIQUEIRA
242. La Enseñanza científico-natural (2.ª ed.) . KERSCHENSTEINER
243. La educación de la adolescencia ( 2.ª ed. A got.) D. BARNÉS
*
244-245. Historia de la Música (3.ª ed. en prep .) ... H. RIEMANN
246. Historia de Rusia (3.ª ed. en prensa) ..... A. MARKOFF
247. Instituciones romanas (2.ª ed.) . L. BLOCH
248. Organización del Comercio exterior (Agot.) R. MITCHELS
249. Despoblación y colonización (2.ª ed. en prep.) S. AZNAR
250-251 . Geografía de la Rusia soviética, I (Agotado) E. F. LESGAFT
252. Geografía de la Rusia soviética, II (Agotado) E. F. LESGAFT
ÍNDICE DE LOS MANUALES PUBLICADOS

253-254. Países escandinavos (Reimp. en prep.) .... H. KERP


255-256. Derecho mercantil comparado (3. ed. Agot.) A. VICENTE Y GELLA
257. Metafísica (Agotado) H. DRIESCH
*258-259. Literatura dramática española (Reimpresión) A. VALBUENA
*260-261 . Historia de la Literatura griega (2.ª ed. Re-
impresión) .. W. NESTLE
262. Las escritoras españolas (Agotado) .... M. NELKEN
263. La pintura alemana (Reimp. en prensa) ... A. L. MAYER
264. Música bizantina E. WELLESZ
* 265-266. Armonía y modulación (2.ª ed. Reimpresión) H. RIEMANN
269-270. Historia de Roma (2.ª ed. Reimpresión)... Ј. Косн
271. Geografía de la Argentina (2. ed. Reimp.) FRANZ KÜHN
272-273. Geología, III (Agotado) ... F. FRECH
274. Morfología y Organografía de las plantas . M. NORDHAUSEN
275. Geografía de México (2.ª ed.) J. GALINDO VILLA
276. Los vertebrados terrestres L. LOZANO REY
*
277. Pestalozzi ( 2.ª ed. en preparación) P. NATORP
278. La doctrina educativa de J. J. Rousseau
(2.ª edición) F. VIAL
279. Literatura sueca H. DE BOOR
280. Literatura noruega..... H. BEYER
281-282. Arte francés (Reimpresión en preparación) P. GUINARD
283. Arte súmero-acadio . E. UNGER
284. Música de Oriente .. R. LACHMANN
285. La Melodía ( Reimp. en preparación) ....... E. TOCH
286. Instituciones griegas (Reimpresión) ....... MAISCH-POHLHAMMER
287. Los orígenes de la Humanidad (Agotado) .. R. VERNEAU
288. Geografía de Bolivia y Perú (Reimpresión
en prensa) W. SIEVERS
289. Geografía de Ecuador, Colombia y Venezuela
(Reimpresión en preparación) ...... W. SIEVERS
290. Geomorfología S. PASSARGE
292. La Industria (Reimpresión en preparación) W. SOMBART
293. El cuerpo humano (2.ª ed. en preparación) CH. CHAMPY
294. Los microbios P. G. CHARPENTIER
*
295. Geografía humana (2. ed. Reimpresión) . N. KREBS
296. Ideales de la Edad Media, III : La vida en
las ciudades (2.ª ed. revisada) .... V. VEDEL
297-298 . Filosofía natural (2.ª ed. en preparación) .. F. LIPSIUS-K. SAPPER
299-300. Política social (Reimpresión en preparación) L. HEYDE
301-302. Filosofía de la Historia (2.ª ed. en prep.) H. SCHNEIDER
303. Juan Federico Herbart TH. FRITZSCH
304. Ideales de la Edad Media, IV : Vida monástica
(2.ª edición) V. VEDEL
*

305. Organización del trabajo intelectual (2.ª ed.


Reimpresión) .. P. CHAVIGNY
*
306. Historia de Polonia A. BRANDERBURGER
307. Arte asirio-babilónico E. UNGER
308. Mitología nórdica (Reimpresión) . E. MOGK
309. Arte egipcio (2.ª ed. en preparación) ... H. A. KEES
310. Fundamentos de la Política H. V. ECKARD
311. Vida económica de los pueblos F. KRAUSE
313. La educación de la mujer contemporánea
(Agotado) V. MIRGUET
314. El Encaje en España C. BAROJA
315-316. Historia de las Artes Industriales, II ..... G. LEHNERT
317-318. Esmaltes españoles V. JUARISTI
319. La tonadilla escénica J. SUBIRÁ
ÍNDICE DE LOS MANUALES PUBLICADOS

320. Heráldica (3.ª ed. Próxima publicación) A. ARMENGOL


..

*
321. Geografía de Australia y Nueva Zelanda .. G. A. MELON
322. Derecho musulmán .. J. LÓPEZ ORTIZ
323. Sociología (2.ª ed. en preparación) L. VON WIESE
*324-325. Geografía de la Europa Central, I F. MACHATSCHEK
326-327. Geografía de la Europa Central, II F. MACHATSCHEK
330. La escuela nueva (2.ª ed. Agotado) L. FILHO
331. Anormalidades mentales y educabilidad di-
fícil de niños y jóvenes (Reimpresión) .. ERICH STERN
332. Historia de la Química HUGO BAUER
333. Psicotecnia (2.ª ed. en preparación) FRITZ GIESE
*334-336. Arqueología clásica (Reimpresión) J. RAMÓN MÉLIDA
*337-338. Cerámica española (2.ª edición) . M. GONZÁLEZ MARTÍ
339. Psicología del delincuente (Agotado) P. POLLITZ
340-341 . Física experimental, II (2.ª ed. revisada).. R. LANG-B. CABRERA
342. Derecho administrativo LUDWIG SPIEGEL
343-344. Introducción al Derecho civil (2.ª reimpre-
sión en preparación) .. P. OERTMANN
*
346. Ambiente espiritual de nuestro tiempo .... KARL JASPRES
348. Historia de Suiza ANTON LARGIADÉR
*
349. Esencia y valor de la democracia (Nueva
edición en preparación ) . H. KELSEN
351. La herencia biológica G. JUST
352-353 . Historia de la Física A. KISTNER
*
354. Educación cívica G. KERSCHENSTEINER
355. Práctica de la orientación profesional (2.& re-
impresión en preparación) A. CHLEUSEBAIRGUE
356-357. Los ornamentos sagrados en España...... A. P. VILLANUEVA
* 358-359. Historia del grabado . F. ESTEVE BOTEY
*
360. Estética (Reimpresión) . F. CHALLAYE
* 361-362. Historia de la Filosofía (2.ª ed. revisada) . E. V. ASTER
363-364. Rogerio Bacon A. AGUIRRE
365. Pedagogía sistemática. W. FLITNER
366. Psicología pedagógica ( Reimpresión en pre-
paración) . O. KLEMM
367-368. Los orígenes neolatinos SAVI- LÓPEZ
*369-370 . Historia del Arte ruso V. NICOLSKY
*

*
373. La Revolución Francesa, I (Reimpresión) . A. MATHIEZ
*
374. La Revolución Francesa, II (Reimpresión) . A. MATHIEZ
375. La Revolución Francesa, III (Reimpresión) A. MATHIEZ
376-377 . La Riqueza .. EDWIN CANNAN
378-379 . La Economía nueva MAURICE COLBOURNE
380. Teoría económica de las explotaciones
( 2.ª ed. en preparación) .. K. MELLEROVICZ
* 381-382 . Filosofía moral FÉLICIEN CHALLAYE
383. Introducción a la Lógica moderna .. DAVID GARCÍA

* 384-385. Derecho español del Trabajo.. A. GALLART


386. Teoría del proceso J. GOLDSCHMIDT
* 387-388 . Derecho internacional privado M. WOLFF
389. La Ley, de Santo Tomás de Aquino . C. FERNÁNDEZ ALVAR
390. Metodología de las ciencias FÉLICIEN CHALLAYE
391-392. Arte precolombiano MIGUEL SOLÁ
*
393. Los Incas (Reimpresión) .. A. CAPDEVILA
394. Un milenio de vida griega antigua E. BETHE
395-396. Introducción al estudio de la Historia (Re-
*
impresión en preparación) ...
E. BERNHEIM
397. Teoría y prácticas ornamentales .. F. PÉREZ DOLZ
398. Filosofía del Derecho (Reimp. en prep.) .. M. E. MAYER
ÍNDICE DE LOS MANUALES PUBLICADOS
YB 4653
399-400. Introducción a la Ciencia financiera ..... K. ENGLIS
*401-402. La Poesía lírica española (2.ª ed. revisada). G. DÍAZ-PLAJA
403. Los mayas (2. ed. en preparación) M. SOTO-HALL
*
406. El Ritmo en la educación de la infancia .. J. LLONGUERAS
407. El Atlántico W. SIEVERT
408-409. La Música religiosa en España........... A. ARAIZ MARTI
410-411 . Historia de la Economía, II ... H. SIEVEKING
412-413. Historia del Romanticismo en España .... J. GARCÍA MERCA
414. Organización y eficiencia profesional...... J. VICENS CARRIO
415. Los grandes mercados de materias primas . F. MAURETTE
*416-417.
* Tratado de Armonía, I (2.ª ed.) J. ZAMACOIS
418. Historia de la Lingüística G. THOMSEN
419. El Canto gregoriano G. PRADO
420-421 . Historia de la Literatura argentina, I .... A. GIMÉNEZ PASTOR
422-423. Historia de la Literatura argentina, II A. GIMÉNEZ PASTOR
*
424. Geografía e Historia de Andorra (Agotado) J. CORTS
428. La inteligencia y la cultura en el grafismo . MATILDE RAS
429. Historia de la Música teatral en España.. J. SUBIRA
* 430-431 . Tratado de Armonía, II (2. ed.) J. ZAMACOIS
432-433. Budismo P. P. NEGRE
434-435. Cervantes : Su vida y sus obras . A. MALDONADO RUIZ
436-438. Tratado de Armonía, III J. ZAMACOIS
439-441 . Historia de la Arquitectura española (2.ª ed.) ANDRÉS CALZADA
442-444. La escultura moderna y contemporánea (2.*
edición aumentada) . HEILMEYER- BENET
445-446. Política económica (3.ª ed.) VAN DER BORGHT
447-449. La pintura española (4.ª ed. aumentada) .. A. L. MAYER
*
450. Teoría de la Música, I (2.ª ed.) J. ZAMACOIS
451. Encarnación del hombre M. DE CORTE
*452-453. Astronomía (5. ed.) J. COMAS SOLÁ
*454-455. Mitología griega y romana (7.ª ed.) ...... H. STEUDING
456-457. Techumbres y artesonados españoles (4.ª ed.) J. RÁFOLS
*458-460. Historia de los Estilos artísticos (6. ed.) . K. HARTMANN
* 461-462. La vida cristiana en el primer siglo de la
Iglesia J. LEBRETON
*463-465 . España bajo los Borbones (5.ª ed. amp., rev.) . ZABALA LERA
* 466-468. España bajo los Austrias (3.ª ed. amp., rev.) . E. IBARRA
*
469. Teoría de la Música, Libro II J. ZAMACOIS
*470-472. Geografía económica (5.ª ed. rev. y amp . ) . W. SCHMIDT
*473-474. El átomo y la energía nuciear (2.ª ed.) ... M. MASRIERA
*475-476. Organización científica del trabajo (2.ª ed.) J. MALLART CUTÓ
477-478. Doctrina social católica de León XIII у
Pío XI (3.ª ed.) ARTAJO-CUERVO
*479-480. La vida de las abejas K. VON FRISCH
* 481-482. La vida social de las hormigas W. GOETSCH
*483-485. Historia de Grecia (2.ª ed. Reimpresión) .. J. SWOBODA
*486-487 . La educación activa (5.ª ed.) J. MALLART CUTÓ
* 489-490. Artes decorativas en la Antigüedad (2.ª ed.
Reimpresión) F. POULSEN
* 491-493. Historia del Arte hispano-americano (2.ª ed.) . MIGUEL SOLÁ
* *494-496. Introducción al estudio de la Música (2.ª ed.) . J. J. MANTECÓN
497. El violín (En prensa) J. MANENT
Descripción del cielo (En preparación) .... A. DANJON
Poética (En preparación) MÜLLER- FREIENFELS
Invisible (En prep.) ..... E. RÜCHARDT

N ES EN PREPARACIÓN

También podría gustarte