CALCETINES ROTOS (Spanish Edition) - JUDITH GALAN
CALCETINES ROTOS (Spanish Edition) - JUDITH GALAN
09:45 de la mañana.
Ana pertenecía a ese grupo de personas que presumen de ser altamente disciplinadas y
amantes del orden; enemigas de todo aquel que pueda mostrar esa debilidad que para ellas supone la
impuntualidad y la falta de rigurosidad. Escapaba de los sentimentalismos y evitaba mostrar sus
emociones. Después de años tragando su dolor en silencio, sin lágrimas y sin auto perdón, había
conseguido hacer de su corazón un músculo casi ignífugo, con dificultad para amar, emocionar y
compadecer. Y éste era el principal motivo por el cual sus relaciones amorosas siempre acababan de la
misma forma: una maleta en la puerta del ascensor y un hombre desesperado apretando el botón de la
planta baja, como si oprimir aquella figura redondeada le proporcionara la libertad, aquella que tanto
había ansiado desde que se trasladara a vivir con Ana. Su belleza y sensualidad atraía a los hombres
pero su carácter inflexible e irritable los repelía hasta que huían despavoridos. Por esa misma razón,
había dejado de intentarlo, llevaba meses huyendo de ellos y se volcaba en su trabajo como diseñadora
gráfica. Sus momentos de ocio se los dedicaba a su tía Helena y a su inseparable amiga Sandra, según
ella, la media naranja que nunca encontraría en un hombre. Solo con ellas, y con grandes esfuerzos, era
capaz de comportarse como fuera hacía diez años atrás, dulce y divertida.
Por fin en el aeropuerto y, tal y como había sospechado, corría con su pequeña maleta hacia
el acceso al control policial. Su tía ya se encontraba al otro lado e igual que le sucediera en los
anteriores martes, Ana se encontraba especialmente nerviosa e irritante… Y es que su paso por el control
policial ya no era una simple rutina. No recuerda bien si se encontró con aquel agente de seguridad el
primer martes, pero sí que no lo había olvidado desde el segundo. Siempre se situaba en aquel arco y la
observaba, la seguía con la mirada e incluso a Ana le pareció que alguna vez intentó hablar con ella
acercándose sigilosamente. Se sentía intimidada y extrañamente alterada, lo que no era nada normal en
ella.
Debía tener unos treinta años de edad, tez morena, pelo oscuro y algo alborotado, no
demasiado alto, figura atlética pero sin unos músculos muy marcados y lo que más le había llamado la
atención, tenía los ojos verdes y su mirada era intensa y cálida, de las que quitan el hipo. Ana no podía
evitar sentirse observada, torpe y nerviosa y eso la enojaba. “Contrólate, contrólate”-se obligaba.
Una vez dejó su chaqueta, bolso y botas en la cinta transportadora, se disponía a cruzar el
arco detector de metales cuando se percató del dedo que sobresalía de su calcetín. “Otra vez me he
traído los calcetines rotos, debí ponerme los nuevos… ¡no puede ser cierto!”. De reojo pudo ver como
la mirada del agente fulminaba sus pies y su boca evocaba una sonrisa. “Lo ha visto y se está riendo de
mí, lo que me faltaba…” – pensó furiosa.
En ese momento, el detector de metales comenzó a emitir una señal y Ana fue apartada para
ser sometida a un registro.
- Señorita, ponga los pies aquí, por favor.
Situó los pies sobre la marca que le señaló un agente y se giró hacia la persona que iba a
cachearla.
Debía ser una mujer quien la registrara, pero las palmas de las manos que estaban
acariciando sus piernas eran masculinas. ¡El agente de seguridad de mirada cautivadora la estaba
cacheando! Aquellos breves roces fueron suficientes para percibir el ardor de sus grandes manos y Ana
sintió como ese fuego la abrasaba por dentro. El tiempo se detuvo en cada uno de esos pequeños pero
intensos toques. Con suavidad presionó cada milímetro de sus largas y finas piernas desde los tobillos
hasta llegar a casi rozar las inglés, momento en que Ana sufrió una fuerte sacudida en su abdomen. Una
vez registradas las piernas, el joven se alzó para continuar por los brazos y sus ojos verdes se
encontraron frente a los de ella, a pocos centímetros. Ana notaba como el aire que él expiraba acariciaba
sus labios, sintiendo su calor y percibiendo una leve fragancia a loción masculina. A partir de ese
instante no dejaron de mirarse, sin parpadear, no existía nada más a su alrededor. Eran como dos extraños
vagando en el espacio ingrávido unidos por la línea imaginaria de sus miradas. Las piernas le temblaban
y el oxígeno le faltaba. En lo que para ella fue un lapsus imperdonable, Ana se imaginó desnuda frente a
él y la imagen de los dos haciendo el amor la sobresaltó. “¿Por qué, por qué? Tú no eres así Ana,
controla la situación, no es más que un pervertido”. Pero la excitación la estaba llevando al límite y
cuando ambos bajaron la mirada hacia sus respectivos labios, ella ya no tenía fuerzas para evitar inclinar
su cuerpo hacia él y…
- Pero ¿qué estás haciendo Lucas? - dijo otro agente de seguridad que se
apresuraba hacia ellos.
- Yo...... Maite no estaba y pensé... - titubeó a la vez que interrumpía el registro y
daba un paso hacia atrás.
En aquel instante se aproximó una mujer de unos cincuenta años que se dirigió al joven.
- Ya sigo yo Lucas... - y girando la cabeza pronunció unas palabras que Ana no
logró comprender.
Helena observaba divertida la escena mientras su sobrina caminaba hacia ella. Estaba
descalza de un pie, dejando ver el calcetín roto, con expresión enfadada, el rostro desencajado, aún con
las mejillas ardiendo de la excitación y algo mareada.
- Tía, ¿has, has visto... ese, ese hombre...? Esto es increíble... Debería poner una
denuncia... yo...
- Vale, tranquila Ana, no ha sido para tanto, él estaba haciendo su trabajo.
- Sí, pero... – seguía aturdida y no le salían las palabras.
- Va, Ana, vamos... deja que te coja la chaqueta mientras te pones la bota. Y
tranquilízate, cualquiera diría que acabas de bajar de una montaña rusa... - reía Helena.
- Tía, no tiene ninguna gracia. He pasado mucha vergüenza.
- Sí, el chico no debía haberte cacheado, debía haber esperado que lo hiciera su
compañera, pero no me negarás que al menos es guapo y tiene buena planta. ¿No era este el
joven que te observaba la semana pasada?
- Sí, es odioso, debe ser uno de esos pervertidos desesperados que se excitan solo
con tocar el brazo de una mujer... me siento fatal Helena, ha sido como un abuso sexual.
- No será para tanto, hija. Venga va, vamos para la puerta de embarque que aún
perderemos el vuelo.
Sentadas ya en el avión, Ana notaba aún su corazón palpitar algo más rápido de lo normal,
todavía seguía excitada y sentía un dolor extraño en su pecho. Tenía que olvidar lo sucedido, no podía
permitirse esas emociones, no era propio de ella y debía volver al estado de máximo auto-control que
tanto la caracterizaba.
- Ana, ¿has pensado lo que te comenté sobre mi testamento?
- Helena, por favor, no hables de eso. No tienes que pensar en tu muerte, te
quedan muchos años de vida aún.
- Sí, eso espero... Pero ya he tomado una decisión sobre la herencia en vida.
- ¿Has tomado una decisión? - preguntó Ana con expresión extrañada.
- Sí, te va a parecer una tontería y seguro que no te gusta la idea, pero lo he
pensado bien y quiero que seas feliz. Y solo serás feliz cuando conozcas el amor y abras tu
corazón.
- Tía, por favor, no empieces otra vez con eso...
- Sé que has sufrido mucho. La pérdida de tus padres siendo todavía joven te ha
hecho dura y fuerte. Y aunque me siento muy orgullosa de ti por ser una mujer independiente y
segura de ti misma, sufro al verte sola y temo que pasen los años y no llegues a enamorarte como
lo hicieron tus padres o como yo me enamoré de tu tío.
- Tengo veintiocho años, tía, no soy tan mayor y tengo mucho tiempo por delante
para pensar en el amor... pero ahora estoy bien como estoy. Y dime, ¿qué tiene que ver la
herencia en vida con el amor?
Helena reclinó su asiento, cerró los ojos y dijo con un hilo de voz:
- Heredarás la mitad de mis bienes en vida cuando te enamores y te comprometas
con la persona definitiva.
- Pero, ¡tía!... - gritó Ana mientras giraba su cuerpo hacia el asiento de Helena.
Definitivamente, aquel martes estaba resultando uno de los peores días de su vida: primero
el tráfico y ese taxista maleducado, luego el pervertido agente de seguridad y ahora su tía y sus ganas de
casarla… “Aunque, pensándolo bien, ese dinero me permitiría crear mi propio estudio de diseño en
Nueva York”- pensó.
Ana se trasladó con sus tíos a Nueva York diez años atrás, después de la muerte de sus
padres. Durante los cuatro años que vivió allí, cursó sus estudios universitarios en una prestigiosa
escuela de Diseño y cuando su tío murió, Helena insistió en regresar a Barcelona. Pero, volver a su
ciudad natal y recordar su infancia estaba resultando más doloroso de lo que pensaba y cada día que
pasaba la necesidad de volver a Nueva York aumentaba. Trabajaba de diseñadora jefe para Global
Design, una importante firma de diseño gráfico, sin embargo Ana conocía bien sus cualidades y
necesitaba desarrollar sus propias ideas, estaba cansada de que otros se beneficiaran de su esfuerzo y sus
habilidades.
Pero para conseguir esa herencia en vida debía encontrar un hombre del que enamorarse y
esa no iba a ser tarea fácil. Claro que conseguir que él la soportara a ella aún iba a ser más complicado.
Aunque, pensándolo bien, siempre podría presentar a su tía a su prometido y una vez cobrada la herencia
finalizar la relación, si es que la relación no acababa antes.... No sería honesto, pero su futuro profesional
lo merecía y su tía no se enfadaría demasiado... ¿o sí?
Una vez regresaron del viaje, Ana dedicó el jueves y el viernes a trabajar hasta doce horas
diarias para acabar las tareas que no pudo finalizar debido a los dos días de ausencia. El viernes por la
noche, por fin, descansaba en el sofá de su pequeño apartamento cuando la llamó su amiga Sandra.
- Hola Ana, ¿qué haces?
- Hola Sandra, descansar. Desde que me voy con mi tía al Clínico de Madrid,
trabajo más horas y estoy realmente agotada. Menos mal que ya se acabaron los viajes. Y tú,
¿qué haces?
- Pues aburrida viendo un concurso en televisión. ¿Te apetece salir a tomar algo?
- Vale, nos vemos en media hora frente a la pizzería.
- Bien, ponte guapa, hoy arrasamos – el tono de voz la delataba, Sandra tenía
ganas de fiesta.
Sandra, al igual que Ana, no había tenido demasiada suerte con los hombres, aunque siempre
fue más abierta a relaciones de una sola noche. Su frescura y desparpajo la hacían irresistible y ella sabía
sacar provecho de sus armas de mujer. Tenía una preciosa melena roja con ondulaciones, ojos oscuros,
traviesos y vivos y una gran sonrisa juvenil. Aunque era menuda y delgada, sus curvas y sus movimientos
sensuales atraían a los hombres como si de un imán se tratara. Era apenas unos meses menor que Ana
pero su vivacidad y su descaro la hacían parecer más joven. A pesar de su carácter extrovertido y
chispeante, durante el día y desde hacía unos años, Sandra se escondía detrás de las camisas blancas de
algodón y los trajes de chaqueta que debía lucir en el bufete de abogados donde trabajaba como
secretaria. Allí sabía contener sus carcajadas y actuaba comedida como una rigurosa y eficaz
administrativa.
Treinta minutos después, entraban en un bar cercano al barrio donde las dos vivían.
- Y cuéntame Ana, ¿cómo está Helena? – preguntó Sandra
- Bien, mucho mejor, pero ya sabes, sigue pensando en preparar su muerte. Hasta
me está arreglando lo que llama una herencia en vida. Ayer estuvimos en el bufete donde trabajas
para arreglar los papeles. Fuimos por la tarde, por eso no nos vimos. Dice que prefiere ver cómo
disfruto de mi herencia mientras siga viva. Aunque, como era de esperar en mi tía, todo tiene
truco.
- ¿Truco? ¿Qué clase de truco? – Sandra conocía a Helena y sabía bien que algo
estaría tramando.
- Pues que dice que solo heredaré si “encuentro el amor” – respondió Ana con
expresión de mujer enamorada.
- ¡Tú tía es única! – Sandra reía a carcajadas.
- Sandra, no es tan gracioso como parece. Sabes cuánto odio a los hombres y no
va a ser fácil encontrar a alguien. He estado pensándolo bien y aunque al principio me estaba
planteando incluso renunciar a ese dinero, ahora creo que si quiero cumplir mi sueño y tener mi
propia empresa en Nueva York, debo hacer lo que sea necesario para conseguir una pareja,
aunque sea postiza.
- Pues no es mala idea…
- ¿Lo de mi propia empresa o lo del novio postizo?
- Las dos… - su amiga la miraba con una pícara sonrisa en los labios.
- ¿Qué estás pensado Sandra? Que tú eres peor que mi tía…
- Déjamelo a mí, en el bufete hay muchos abogados principiantes con ganas de
novias guapas a las que mostrar en las cenas de empresa. Te encontraré más de un candidato.
¿Estás dispuesta a pagar?
- ¿Pagar? Sandra, por favor, que no necesito un gigoló…
- Vale, no te preocupes, yo me encargo.
Durante aquella semana Ana dedicó más tiempo de lo habitual a su trabajo. No lograba
olvidar las sensaciones que aquel agente de seguridad le habían hecho aflorar. Algunas noches se había
despertado sudorosa y agitada. En sus sueños los dos hacían el amor apasionadamente. Necesitaba volver
a ser la diligente y rígida diseñadora gráfica y volcarse en su trabajo era la mejor opción.
El viernes, Sandra llamó de nuevo. Ana estuvo tan ocupada con sus nuevos proyectos que no
habían vuelto a hablar desde el fin de semana, ni tan siquiera había podido conversar con su tía Helena
desde hacía días.
- Ana, tenemos que vernos esta noche. Te tengo que presentar a Alberto. Es un
abogado del bufete, es guapo y parece simpático, aunque trabajando se muestra muy serio y
responsable, no sé, hay algo extraño en él… A pesar de tener varias oportunidades, no ha querido
salir con ninguna de las chicas del despacho. Muchos creemos que es gay. El caso es que él me
preguntó por ti. Sabía que tú y yo éramos amigas y conoce tu caso de herencia en vida. Él es
quién colabora con el abogado de tu tía.
- ¡Ah, sí! Ya recuerdo al chico. Rubio, agradable, guapo… debe tener más o
menos nuestra edad… ¿Y dices que no tiene pareja?
- No, extraño ¿verdad?
- Pues sí.
- He quedado con él a las nueve para cenar en la pizzería.
- Muy bien, pues ahí estaré.
Y a las nueve en punto, Ana entraba en el restaurante con su melena suelta, perfectamente
alisada, luciendo un vestido corto y ceñido y unas botas altas. Aquella noche quería impresionar al
abogado mostrándole su lado más sensual.
Alberto y Sandra ya estaban en una mesa, hablando y riendo. El chico era realmente tan
atractivo como Sandra decía: cabello castaño dorado, casi rubio, no demasiado corto, algo despeinado,
ojos verdes y rasgados, delgado pero con hombros anchos y bien musculado. Vestía informal, con unos
tejanos y una camisa a cuadros, nada que ver con la imagen del abogado que Ana recordaba.
- Ana, te presento a Alberto. Bueno, me parece que ya os conocisteis en el bufete.
- Hola – se saludaron los dos a la vez.
- Siéntate Ana, estábamos hablando de algunos cotilleos del bufete – continuó
Sandra –. Hoy las mujeres de la limpieza han encontrado un sujetador horroroso, con muchos
encajes, en el despacho de uno de los socios. Y ¿adivina qué han hecho?
- ¿En serio? Cuenta, cuenta…
- Lo han dejado en una de las paredes de la cafetería con una nota que pone: “Se
busca mujer despistada y con gustos pésimos en ropa interior para que recoja la prenda perdida”.
Imagínate cómo nos hemos reído hoy en el bufete.
- Os lo habréis pasado bien todos… bueno, todos menos la que perdió el sujetador
y el socio, claro.
- Sí, el Sr. Sánchez también ha pasado mucha vergüenza, porque todos sabíamos
dónde se había hallado la prueba del crimen. No es la primera vez que se lía con alguien del
bufete.
Durante unos minutos rieron sobre lo ocurrido y compartieron otras anécdotas divertidas de
sus respectivos trabajos.
Ana observó y escuchó a Alberto con atención y antes de acabar de cenar ya se sentía
cómoda a su lado, lo que resultaba revelador, teniendo en cuenta lo desconfiada que siempre se mostraba.
Era un chico agradable, simpático, educado y parecía fácil mantener una conversación divertida e
inteligente con él.
- Ana, Sandra me ha explicado que necesitas que alguien se haga pasar por tu
novio. Como tu tía ya sabe que tanto Sandra como yo trabajamos en el bufete, podrías decirle
que ella fue quién nos presentó y así empezamos a vernos – propuso Alberto.
- Me parece muy buena idea – asintió Ana.
- También creo que si vamos a ser novios durante alguna temporada, deberíamos
conocernos bien, para que tu tía no sospeche.
- ¡Eh! Pero no hace falta que lleguemos a conocernos demasiado bien… Ya me
entiendes.
- No, tranquila – Alberto sonreía –. Además, yo soy hombre de una sola mujer.
- ¡Ah! ¿Pero tienes novia? – irrumpió Sandra curiosa. Aquel chico realmente la
tenía muy intrigada y necesitaba saber más.
- Yo no he dicho eso… – replicó mientras los colores le subían a las mejillas.
- Chicos, ¿vamos a tomar algo al disco-bar de enfrente? – sugirió Ana al percibir
la incomodidad de Alberto.
- Yo ahora no puedo, chicas, tengo que pasar por casa. Pero os quería animar a ir
al local de un amigo. Hoy lo inaugura y habrán chupitos gratis cada media hora en punto. Tengo
varias invitaciones. Yo intentaré pasarme dentro de un par de horas, más o menos.
- Me parece buena idea. ¿Qué dices Sandra? Chupitos gratis…. – Ana se sentía
animada.
- Vale, vamos.
Alberto y Ana quedaron que se encontrarían al día siguiente para merendar juntos en casa de
ella y así empezarían a conocerse mejor. Sandra, con cierta envidia, se auto invitó. Aquel juego le estaba
resultando de lo más divertido y así también podría saber más sobre su extraño compañero de trabajo.
Una vez en el local de copas, las dos jóvenes se sentaron animadas junto a una de las
pequeñas mesas altas que rodeaban la barra del bar. Y tal y como Alberto les había adelantado, a las diez
y media en punto se oyó una bocina que avisaba de los chupitos gratis que se servían en la barra. Las
chicas corrieron a por sus vasos y de un trago se bebieron el contenido después de brindar por ellas y por
la futura empresa de Ana. Una hora más tarde, el alcohol empezaba a hacer efecto. Reían, cantaban y
bailaban al ritmo de la música que sonaba en el local. Algunos hombres probaron a acercarse con claras
intenciones, pero ellas sabían bien como espantarlos. Ana, divertida, no paraba de decir que tenía novio
y le debía fidelidad.
A las once y media era el turno de Ana y debía ir a recoger en la barra los chupitos gratis.
Mientras los esperaba se sorprendió al reconocer a un hombre moreno de mirada atractiva que la
observaba. Era Lucas, no había olvidado su nombre. Vestía una camisa oscura que le hacía resaltar el
verde de sus ojos y su expresión seductora le estaba cortando la respiración. Desde aquel encuentro en el
aeropuerto había sido imposible olvidar el momento en que su mirada cercana la embrujó, condenándola
a tener sueños eróticos con ese pervertido agente como protagonista. Aquello la estaba preocupando
realmente. “¿Tan necesitada de sexo estoy para sentirme así por unos simples roces?” – se preguntaba.
Claro que olvidar el tacto de sus manos, la intensidad de su mirada y la sensualidad de sus labios estaba
siendo tarea difícil para ella.
Lucas estaba sentado junto a la barra, acompañado de dos chicas. Ana no pudo evitar pensar
“como no, las busca de dos en dos el pervertido”. Ambos mantuvieron la mirada fija el uno en el otro y
Ana en un acto de chulería y falsa valentía tomó de un sorbo los dos chupitos, sin dejar de clavar sus ojos
en él y con la cabeza bien alta, comenzó a caminar hacia los lavabos, imitando los pasos de las modelos
y mirándolo de reojo cuando pasaba a pocos centímetros de él.
Pero, como sacado de una de esas horribles películas de humor de Hollywood, Ana tropezó
y cayó redonda al suelo justo delante de él, no sin antes empujar dos sillas, tirar cuatros vasos y casi
desquebrajar la camisa de una chica que pasaba por allí.
Lucas acudió rápidamente en su ayuda.
Ana estaba dolorida de la caída y embriagada por el alcohol, así que no pudo evitar que
Lucas le quitara la bota para comprobar si se había hinchado el pie. Aquella cercanía volvía a
perturbarla. Se sentía vulnerable contemplando los músculos de sus brazos y sintiendo otra vez el calor
de sus manos. Y como no podía ser de otra manera, Ana volvía a llevar los calcetines rotos.
- Tal vez deberías comprar calcetines nuevos - dijo Lucas con una sonrisa. “¡Qué
impertinente!” -pensó ella.
- Como mi madre me decía: cuando un calcetín se rompe, un dedo se libera – le
respondió ella con la cabeza bien alta.
Lucas se quedó unos segundos observándola, sorprendido y a la vez ausente, lo que no pasó
desapercibido para Ana, a pesar de su embriaguez. “¿Qué he dicho? Vaya cara de póquer le ha
quedado…” – pensó intrigada.
Unos segundos después, se incorporó rápidamente, se colocó la bota y al notar que el tobillo
ya no le dolía, continuó su camino hacia los lavabos.
Ya en los aseos y mientras se lavaba las manos, pudo reconocer a las dos acompañantes de
Lucas que se retocaban el maquillaje y se entretuvo más de lo normal para escuchar la conversación que
mantenían.
- ¿Qué te parece Lucas? ¿Verdad que es un encanto? Y está cañón.
- Sí, es perfecto.
- Sí, pero recuerda que no está solo.
- Por eso es perfecto, soy lo que busca, lío de una noche y si te he visto no me
acuerdo.
Ana no daba crédito a lo que estaba escuchando. “¿El pervertido está casado y se acuesta
con la primera que se lo propone? ¿Y quiere mi tía que me case?... Jamás, jamás, odio a los hombres. Y
pensar que me había sentido atraída por él… Y ¿cómo se atreve a cachear así a las mujeres?… Es
increíble, menudo cabrón.”
Mientras caminaba con paso decidido hacia donde estaba Sandra, pudo ver como Lucas se
acercaba a ella y la sujetaba del brazo.
- ¿Estás mejor? – preguntó él.
- Déjame imbécil.
Y de forma casi instintiva, se plantó delante de él y le propinó una bofetada en la cara, tan
fuerte que casi hizo que Lucas perdiera el equilibrio.
Satisfecha de haber defendido el orgullo herido de todas las mujeres engañadas, le dijo a
Sandra que ya era hora de salir de allí.
- ¿Qué te pasa Ana? Lo estábamos pasando muy bien. Y dime, ¿por qué le has
dado una bofetada a ese chico? ¿Lo conoces?
- Digamos que sé dónde trabaja, cómo se llama, que está casado y que le gusta
toquetear a las mujeres.
- ¿Te ha puesto la mano encima?
- Más o menos, pero hoy le he dado su merecido…
Al día siguiente, Alberto, Ana y Sandra se divertían de nuevo recordando viajes, aventuras,
cotilleos y manteniendo conversaciones absurdas. Ana y Sandra comenzaban a conocer mejor a Alberto.
Se había dedicado muchos años a sus estudios y acabó siendo uno de los mejores de su promoción.
Siempre había sido buen estudiante y se declaraba disciplinado, exigente y muy trabajador. No hablaba
mucho de sus padres pero sí de un hermano tres años mayor al que admiraba. A Alberto le gustaban las
carreras de motos, jugar a pádel, un buen vino tinto y una copita de orujo después de las comidas en fin
de semana. No era amante del café pero no quería decir muy alto que disfrutaba con una buena taza de té,
decía que eso no era de hombres. “Tal vez no sea gay- pensó Sandra”. Había mantenido una relación de
dos años con una compañera de la universidad, Silvia, que lo acabó engañando por otro estudiante de
Económicas. Transcurridos unos meses, retomaron el noviazgo que apenas duró un año, cuando la joven
volvió a serle infiel. Parecía todavía sufrir recordándolo por lo que las chicas pensaron que aún debía
quererla. Sintieron que en eso era parecido a ellas, él debía odiar a las mujeres y ellas a los hombres.
Ana, por otro lado, le había explicado a Alberto que sus padres fallecieron en un accidente
de coche cuando ella tenía dieciocho años, aunque no quiso dar demasiados detalles sobre aquella época
difícil de su vida. Ellas le narraron cómo, hacía algo más de cinco años, poco después de que Ana
volviera de New York, se conocieron en un cibercafé, cuando las dos se disponían a utilizar el único
ordenador libre. También compartió con él sus gustos: una cervecita fresca antes de cenar, un café
caliente en la terraza de un bar en invierno, leer todo tipo de libros, reportajes o revistas, incluidas las
del corazón, de lo que no se sentía muy orgullosa, y los programas de Discovery Chanel. Le explicó lo
importante que era para ella la puntualidad, la disciplina y el orden.
- Y tú, Sandra, ¿por qué no nos hablas de ti también? Trabajamos en el mismo
bufete y casi no te conozco – preguntó Alberto curioso.
- ¿No te habrá dicho mi jefe que me espíes?
- Bueno, ya sé algo nuevo de ti: te encantan las películas de intriga y Salvame
Deluxe.
- Alberto, casi aciertas…. – Ana lloraba de la risa – A Sandra le pierden las
películas de abogados y detectives y no ve Salvame Deluxe, pero no se pierde nunca el Gran
Hermano.
- Shhhhh calla bruja - dijo Sandra – nadie mas que tú puede saberlo…
- Ya sé lo que le puedo explicar a tu jefe, me pagará bien por esta información –
Alberto se burlaba de su compañera.
- ¡Fuera de aquí espía traidor! - le gritó mientras le tiraba uno de los cojines del
sofá.
La tarde continuó entre risas, cervezas y palomitas de maíz. Decidieron volver a verse el
viernes para cenar y continuar con su plan al que bautizaron como “el caso del novio postizo”.
Al día siguiente, Ana había quedado con su tía Helena. Desde el último viaje a Madrid, no
se habían vuelto a ver. Recibió un mensaje en el móvil: se encontrarían en una cafetería cerca del centro
comercial, donde irían luego de compras aprovechando que ese domingo las tiendas abrían.
La cafetería estaba repleta y, al no encontrar a su tía, Ana decidió sentarse en una silla que
quedaba libre en la barra. Pidió un café con hielo y se concentró mirando la pantalla de su móvil,
leyendo algunos emails. Mientras tanto, la silla de al lado se quedó libre y la persona que en ese
momento la iba a ocupar comenzó a hablar con ella:
- ¿Te puedo preguntar cómo está tu tobillo o mejor me voy antes de que me
abofetees de nuevo? – era él, el dichoso agente.
- ¿Perdona?
- Este viernes, en el local que inauguraron, te caíste… ¿lo recuerdas?
- Sí, lo recuerdo, me di un golpe en el pie, no en la cabeza – “¿cómo iba a
olvidarlo?” pensó
- Bien, me alegro…
En su afán de castigar a aquel hombre que le hacía perder el control, Ana casi no levantó la
cabeza y recordando la conversación que escuchó en los lavabos del bar, decidió ignorarlo y continuar
revisando sus emails.
Lucas pidió un café y se mantuvo firme en su asiento. Esperó unos minutos y continuó:
- Me llamo Lucas.
- Uhmmmm… - murmuró ella sin levantar la vista del móvil.
- Supongo que estás enfadada por lo del aeropuerto. De verdad, perdóname, debí
esperar a una compañera para registrarte, no sé… yo… - titubeaba nervioso.
- Vale, vale… se puede decir que el plato de la venganza ya lo serví el viernes
con la bofetada -para no ser tan descortés después de esa disculpa, Ana le dirigió una rápida
mirada. Volver a sentir la profundidad de esos ojos verdes casi le hacen ceder en su afán de ser
lo más borde posible.
- Sí…. - dijo Lucas mientras sujetaba con la mano su cara, dando a entender el
dolor del bofetón - ¿No me vas a decir cómo te llamas? – intentó mostrarse educado pero ella no
estaba por la labor.
- No, ya no tenemos por qué seguir hablando. Ya nos lo hemos dicho todo.
Y dejando unos euros en la barra, Ana se levantó de la silla y salió de la cafetería. Debía
huir de allí antes de que su respiración la delatara. No entendía el por qué, pero ese chico la excitaba
demasiado. Estaba siendo víctima de ese desorden y descontrol que tanto odiaba, delante de él no podía
evitarlo. Apenas había vuelto a mirar esos ojos durante unos segundos y ya no era capaz de pensar con
claridad.
Al cabo de dos minutos el teléfono le avisó de la respuesta: “Tranquila Ana, aún no había
salido de casa, me retrasé. Descansa, trabajas demasiado. Te llamaré mañana y hablamos. Besos
Helena”.
La mañana del viernes había sido especialmente complicada en la oficina. Algunos bocetos
habían sido rechazados por los clientes y la imprenta no había cumplido los plazos establecidos para la
entrega de un arte final. Esa falta de rigurosidad enervaba a Ana y por la tarde aún discutía crispada con
su equipo. Poco antes de salir, tomaba un café pensando en la cita que tenía esa noche con Alberto y
Sandra y ya se reía pensando lo divertido que estaba resultando el “caso del novio postizo”. No tenía
claro que el plan funcionara, ni tan siquiera si sería capaz de mentir a su tía, pero al menos había hecho
un nuevo amigo y eso ya hacía que todo lo demás mereciera la pena.
Una vez reunidos en el salón de su casa, comenzaron las risas y las confesiones. Alberto
estaba especialmente divertido y cada vez que hablaba con Sandra bromeaba sobre la información que,
como buen espía, debía conocer sobre ella. Al principio a su amiga parecía molestarle ese juego, pero
poco a poco se iba dejando llevar y le devolvía las bromas de forma astuta. En perspicacia no le ganaba
nadie.
Una vez acabaron la tortilla de patatas y los tacos de jamón que Ana había preparado,
Alberto decidió ponerse serio con “el caso del novio postizo”
- Ana, mañana he quedado con mi hermano para cenar en mi casa. Me gustaría que
vinieras para conocerlo. Vamos a tener que ir haciendo vida de novios para que tu tía no
sospeche. Por cierto, ¿has pensado cuándo se lo vas a decir y cuándo me la vas a presentar como
tu novio?
- Pues no lo decidí aún, solamente he hablado esta semana una vez con ella por
teléfono y estuvo más preocupada por lo que me sucedió el domingo para no querer quedar con
ella que por cómo me encontraba en ese momento. A mi tía le gustan más las películas de intriga
que a Sandra… y eso ya es decir.
- Y la cena de mañana, ¿vienes?... va, tienes que conocer a tu cuñado postizo, eso
no sucede todos los días – Alberto le hacía gestos de súplica.
- Chicos, chicos… que estoy aquí…. – se quejó Sandra -. Por si os interesara, yo
no puedo ir a esa cena aunque me lo pidierais, tengo planes mañana.
- ¿Tienes una cita? – Alberto se adelantó a Ana que estaba empezando a hacer la
misma pregunta.
- Más o menos… – sonrió haciéndose la intrigada -. He quedado en ir a cenar a
casa de mi padre, quiere que conozca a su nueva pareja. Un plan maravilloso.
- Bueno, no te quejes, yo voy a conocer a mi cuñado postizo. Me van a observar,
examinar y juzgar…aunque pensándolo bien, puede que sea hasta divertido.
- Bien, pues entonces cuento contigo. Mañana en mi casa. Esta es mi dirección.
- Llevaré un pastel, ¿cuántos seremos?
- Cuatro.
Y allí estaba ella el sábado por la noche, buscando en su armario el vestido que había
comprado con Sandra hacía unos días y preguntándose por qué debía conocer mejor a Alberto, por qué le
debía presentar a su familia, ella lo único que necesitaba era huir de allí lo antes posible, volver a estar
lejos de esa ciudad, lejos de su pasado, lejos del dolor. Alisando su larga melena recordó las palabras de
su tía y, definitivamente, aquella herencia debía facilitarle el pasaporte a un futuro lleno de éxitos
profesionales, una vida sin cabida a las emociones o a los sentimientos que tantos sufrimientos pueden
provocar. Así que, convencida de que debía continuar con aquella farsa, se pintó los ojos y maquilló sus
rosadas mejillas dispuesta a sorprender a sus cuñados postizos. Delante de la puerta del apartamento de
Alberto y con un pastel en las manos se animaba “Vamos Ana, acaba ya con esto… Nueva York, allá
voy”.
Alberto le recibió con una amplia sonrisa en los labios. No dejaba de sorprenderle cómo
aquel novio postizo se había ganado su aprecio en tan pocos días. “Todavía no me explico cómo este
chico no tiene pareja, es guapísimo y un sol de persona. Al final será cierto lo que dice Sandra y nos está
ocultando algo…”.
- Pasa Ana, mi hermano ya ha llegado, aunque tendremos que esperar a Martina.
¿Qué has traído? Huele fenomenal.
- Un pastel de chocolate. Lo compré en mi pastelería favorita, espero que os guste.
- Seguro que sí, pasa, pasa.
Ana se adentró en el apartamento hasta llegar al salón donde cenarían. El piso no parecía
demasiado amplio pero estaba muy bien decorado y resultaba acogedor. La mesa con cinco cubiertos en
el centro del salón le recordó a las comidas familiares de las que tanto había disfrutado de pequeña y
aquel recuerdo le entristeció y exasperó a la vez. Otra vez los sentimientos afloraban y debía controlarse.
“¿Quién será la quinta persona?”- se preguntó Ana para desviar sus emociones.
Estaba observando los detalles que adornaban la mesa, cuando oyó unos pasos por detrás.
Al girar y encontrarse con él, sintió un agudo pinchazo en el estómago y un calor repentino
que ascendía por su cuerpo hasta sentir que sus mejillas se sonrojaban, por mucho que ella se concentrara
en evitarlo. Era él, Lucas, el dueño de sus mejores sueños y sus peores pesadillas, el que engañaba a su
mujer y tenía el don de hacer derretir a las mujeres mientras las registraba… un depravado de pies a
cabeza.
Los dos hermanos preparaban unos platos en la cocina mientras Ana, furiosa y muy alterada,
bebía apresuradamente su cerveza. Cuando Alberto se giró para pasarle un plato de queso, Ana le pidió
otra bebida, estaba decidida a usar el alcohol para sobrellevar la romántica velada que le esperaba.
Ana sintió una terrible presión en el abdomen, su expresión no era la que recordaba en las
ocasiones que se habían encontrado y en cierto modo esos pensamientos eróticos que la acompañaban en
sus sueños se estaban desvaneciendo. Lucas ya no la miraba de la misma forma, pero siendo prácticos,
era lo mejor para todos… “Está casado, tiene que ser así…”
Ana, sorprendida por aquella sinceridad y el cariño que mostraba hacia su hermano, se
acercó a Lucas, extendió su mano y le sonrió:
- Me llamo Ana, tengo 28 años, trabajo de diseñadora gráfica y aunque hace poco
que conozco a Alberto, me parece una persona maravillosa y tampoco quiero que sufra.
- Encantado, Ana, yo me llamo Lucas, tengo 30 años, soy agente de seguridad en el
aeropuerto y espero que seamos buenos cuñados.
Cuando Alberto llegó con las cervezas, el ambiente en la cocina había cambiado totalmente.
Lucas cortaba el pan y Ana le untaba tomate y aceite, mientras hablaban sobre sus preferencias culinarias.
El timbre sonó mientras Alberto aún guardaba las bebidas en el frigorífico y Lucas se dirigió
rápidamente hacia la puerta. Ana tuvo el tiempo suficiente para comprobar cómo su expresión se
transformaba: su mirada se endulzó y una tierna sonrisa iluminó su rostro. “Realmente debe estar
enamorado de su mujer”- afirmó Ana, sin poder evitar sentir algo inédito para ella: una especie de odio
hacia alguien que no conocía, solo por el hecho de provocar en Lucas esa expresión de felicidad. “¿Serán
celos?”.
Cuando la puerta se entornó, los ojos de Ana se abrieron como platos, estupefacta al ver a su
tía acompañada de quien debía ser Martina.
- Tía, ¿qué haces tú aquí? – exclamó sorprendida.
- ¿Conoces a Helena? –preguntó Lucas - ¡Hola, cariño! – exclamó afectuoso
acercándose a Martina.
“¿Ella es Martina?” “¿Y de qué conocen a mi tía?”- Ana no entendía nada.
7 DE JUNIO – LUCAS
09:00 de la mañana.
Una vez se despidió de Martina, Lucas se dirigía al aeropuerto con una agitación especial.
Era martes y como los cuatro anteriores esperaba encontrarse con aquella mujer que le atraía e intrigaba,
sin comprender muy bien el porqué. Claro que a él le parecía una de las mujeres más atractivas que había
visto jamás. Le gustaba cómo caminaba, cómo se movía mientras colocaba sus objetos en las bandejas,
sus ojos grandes y castaños, su tez rosada, su melena larga color canela y cada una de las curvas de su
cuerpo. No era una de esas ejecutivas que corrían por los aeropuertos con sus altos tacones. Ella era
diferente. Algo la hacía especial y sentía la necesidad de conocerla, al menos de hablar con ella… no
creía poder aspirar a mucho más y se conformaba con eso.
A las nueve y media, una vez había dejado sus cosas en la taquilla, se dirigía a su puesto en
el control policial.
- Buenos días Lucas ¿cómo está Martina? – le saludó Maite.
- Guapísima y adorable, como siempre – los ojos de Lucas se iluminaban al hablar
de Martina.
- Sí, eres un hombre afortunado… y lo sabes – le sonrió la mujer.
Maite tenía tres hijos ya mayores, con sus cincuenta y ocho años, ya solo pensaba en el
momento de su jubilación. Para Lucas era algo más que una compañera, era su confidente y amiga.
Pasaban muchas horas juntos y aunque en sus puestos no siempre podían relajarse y charlar, utilizaban
miradas de complicidad, comentarios en voz baja o escapadas a la cafetería para comunicarse y
decírselo todo. Mientras ayudaban a sus compañeros moviendo las bandejas y controlando los arcos
detectores de metales, Maite se acercó a Lucas.
- Hoy es martes – dijo ella con cierta reticencia.
- Sí, lo sé – Lucas no pudo evitar sonreír.
- ¿Le vas a decir algo esta vez? Lo has intentado varias veces y llegado el
momento te rajas.
- Maite, sabes que no es fácil, que no debería…
- Pues decídete, porque se está acercando…
Esa mañana la chica misteriosa estaba especialmente guapa. Parecía llegar con retraso. Se le
notaba nerviosa e irritada. A Lucas se le antojó encantadora la forma como fruncía el ceño. Bueno, en
realidad, ¿había algo en ella que no le resultara maravilloso?... No, toda ella era perfecta para él. Sus
cabellos castaños irradiaban luces doradas, sus ojos marrones se mostraban alegres y vivos a pesar de su
mal humor y su tez clara dibujaba un rostro angelical. Sonrió al ver de nuevo sus calcetines agujereados,
eso la hacía aún más auténtica y además para Lucas tenía un significado especial.
El arco se encendió y la joven se estaba colocando para ser registrada. Tenía que ser Maite
quien lo hiciera y Lucas la buscó con la mirada. La encontró hablando con otra agente de seguridad, le
debía estar poniendo al corriente de los últimos cotilleos.
Así que, sin pensarlo dos veces, se colocó detrás de esa hermosa mujer. Cuando ella giró su
cuerpo para situarse frente a él abriendo los brazos, Lucas se agachó rápidamente, intentando evitar su
mirada cercana y comenzó a registrar sus piernas.
“No puedo creer lo que estoy haciendo, ¿me estaré volviendo loco?” – Lucas conocía el
riesgo que estaba corriendo pero ya no podía dar marcha atrás.
Era delgada y sus músculos estaban tensos. Aunque rozaba con sus manos sus pantalones,
Lucas pudo sentir la suavidad de su piel. Mientras pasaba a registrar la otra pierna, inspiró el agradable
aroma que ella desprendía. Llegaba el momento de levantarse y continuar con los brazos y entonces se
topó con esos ojos que lo fascinaban. Sus rostros estaban a poca distancia y prácticamente a la misma
altura. Aunque a Lucas le hubiese gustado examinar detenidamente cada centímetro de su cara, no era
capaz de dejar de adentrarse en sus ojos. Sentía como la penetraba con la mirada mientras su
masculinidad fantaseaba con otro tipo de penetración. Palpando sus brazos pudo rozar su piel y tal y
como intuyó, era suave y sedosa. Su respiración se aceleró cuando notó cómo los ojos de ella bajaban a
sus labios. “Si la beso, no respondo de mis actos. Le haría el amor aquí mismo.”
- Pero ¿qué estás haciendo Lucas? - dijo Germán acercándose.
- Yo.... Maite no estaba y pensé... – Lucas creyó morir en ese instante y dio un
paso hacia atrás.
- Ya sigo yo Lucas... – se apresuró a decir Maite y girándose hacia él le susurró –,
ya me encargo yo de esto – sacó el papel con el número de teléfono que Lucas guardaba en su
pantalón y lo colocó después, disimuladamente, en la chaqueta de la joven.
Germán, uno de los supervisores del control, le tomó del brazo y lo alejó unos metros.
- ¿Se puede saber qué te pasa? Como la chica ponga una denuncia, te caerá un
buen paquete.
- Sí, tienes razón, no sé qué me ha pasado.
- Lucas, hazme caso, soy tu superior y también tu amigo. Tienes que salir solo a
tomar unas copas con alguna chica o amigos. Salir de la rutina.
- Sí, me iría bien. Aunque adoro y quiero con toda mi alma a Martina, debo
reconocer que a veces me siento agobiado, necesito respirar, ella me absorbe demasiado.
- Pues haz lo que te digo, Lucas, sal, líate con algún bombón que te regale una
noche de lujuria y deja de ir registrando a la primera chica guapa que cruce el control o te
meterás en problemas.
- Es que no es una chica cualquiera… – y resignado se giró para verla salir de la
sala.
“¿La volveré a ver el próximo martes? ¿Verá el papel que Maite le ha dejado en la chaqueta
y me llamará?... Lo que daría por saberlo…”
El teléfono le sobresaltó. Mientras lo buscaba por los bolsillos de sus pantalones deseó que
fuera ella quien estuviera llamando.
- Hola Lucas – era su hermano.
- Hola Alberto – se extrañó - ¿cómo que me llamas a estas horas?
- ¿Has visto ya a tu damisela misteriosa? – con su hermano no tenía secretos.
- Sí, acaba de pasar el control.
- ¿Y…?
- Pues que creo que metí la pata y me he jugado el puesto… La cacheé yo
mismo…estaba tan guapa que no pude resistirme. Pero nada, Alberto, me tengo que olvidar, no es
posible.
- ¡Hombre de poca fe! Entiendo que no puedes ir acercándote a todas las mujeres,
tienes a Martina, pero no deberías cerrarte a una aventurilla, sobre todo si la chica te gusta.
- Déjalo ya Alberto. La tengo que olvidar.
- Bueno, tú mismo. Tienes hasta el próximo martes para pensarlo bien.
Durante aquella semana algunos acontecimientos habían mejorado la vida de Lucas. Martina
estaba encantada con una nueva amiga que la acompañaba a todos sitios y él comenzaba a disfrutar de
algunos momentos de ocio, era como volver a la soltería.
El martes siguiente había llegado y Lucas se sentía valiente como nunca. De ese día no
pasaba que le pidiera una cita. Ansiaba acariciarla, besarla, la sola idea lo excitaba. Cada noche al ir a
dormir sentía ese deseo, incluso mientras le daba un beso de buenas noches a Martina. “¿Me estoy
obsesionando?... supongo que sí, pero es que no puedo evitarlo…” – se repetía.
Aquella mañana se hizo muy larga. A las once aún no la había visto, solo habían transcurrido
dos horas de trabajo y le parecieron eternas. “¿Ha dejado de venir por lo que pasó la semana pasada?
Tal vez se haya casado y esté de luna de miel. ¿O ha resbalado y está en el sofá con una pierna
escayolada? O ahora no vuela y viaja en tren…”
Cientos de ideas pasaron por su cabeza, mientras el reloj contaba las horas…
Hasta que el martes dio paso al miércoles y éste al jueves. Aquel día, ya resignado y
convencido de que no volvería a ver a la chica de los calcetines rotos, recibió una llamada de su
hermano.
- Lucas, te llamo para recordarte que mañana viernes es la inauguración del bar de
Carlos. Nos vemos allí a las once. No faltes. Como me dijiste que tenías la noche libre, se lo he
dicho también a Gloria. Dice que traerá una amiga. He quedado con ellas a la misma hora.
- Vale, no me apetece mucho, pero aprovecharé que estoy solo para despejarme un
poco.
- Muy bien, ¡ese es mi hermano!
- No empieces Alberto, que te conozco. No me busques líos.
- Sí, sí, no te preocupes… ya me ha quedado claro, me lo has repetido muchas
veces, que Martina es la única mujer en tu vida.
- Muy bien, así me gusta, chico listo.
El viernes a las once, Lucas entraba en el local. En ese preciso instante sonó una bocina y
vio como la gente se acercaba a la barra y tomaban unos chupitos que los camareros se apresuraban a
servir. “Tal y como me explicó Alberto. A este Carlos no hay quien le supere en originalidad”.
Se acercó a saludar al dueño del bar y se sentó en una de las sillas altas de la barra.
- Hola Lucas – saludó Gloria.
- Hola Gloria. Estás guapísima – la amiga de Alberto se sentaba junto a Lucas.
- Y tú tan encantador como siempre. Lucas, te presento a Silvia, una compañera
de la universidad.
Las dos amigas no tardaron en entablar una conversación que para Lucas pasó de ser absurda
a aburrida.
A las once y media volvió a sonar la bocina y Lucas veía divertido como todos corrían de
nuevo hacia la barra. De entre la muchedumbre le llamó la atención una joven. Creyó reconocer su
melena y… sus ojos castaños. “¡Es ella, es ella…!” El destino la había llevado a esa barra y Lucas no
podía dejar de mirarla, ignorando por completo a sus acompañantes. Llevaba un vestido ceñido y corto
que resaltaba su figura y la hacía terriblemente sexy. Mientras la observaba ensimismado Lucas sintió
deseos de acariciar aquel cabello pardo que tanto le había quitado el sueño.
La joven de los calcetines rotos también se había percatado de su presencia. “¿Me habrá
reconocido? Si es así, debe odiarme.” Cuando vio cómo se levantaba y andaba decidida hacia él, no
pudo dejar de observarla sin ningún pudor, de acariciar su cuerpo, de recorrer sus curvas y de sentir la
suavidad de su piel solo con la mirada. Se dirigía hacia los lavabos pero algo debió hacerla tropezar y
Lucas vio cómo se desplomaba torpemente, justo cuando pasaba cerca de él. Enseguida acudió en su
ayuda. Al verla en el suelo pensó en lo preciosa que estaba incluso en aquella postura, tirada y
desconcertada.
- ¿Estás bien? ¿te duele algo? – preguntó él preocupado.
- Déjame, no me toques. ¡Ay! El tobillo, me duele el tobillo.
- A ver, déjame ver.
- No me toques pervertido.
- Sí, vale. Pero, deja que vea el tobillo.
Lucas retiró la bota del pie dolorido. Quería comprobar si se había roto algo. Si era así, no
tardaría en hincharse. Y de nuevo, no pudo evitar sonreír al ver su dedo pulgar asomar por el calcetín
roto.
- Tal vez deberías comprar calcetines nuevos – quiso bromear Lucas aunque no
tardó en arrepentirse de ese comentario, fue poco oportuno.
Pero ella alzó la mirada hacia él y con torpeza en el habla, debido al alcohol, le dijo muy
dignamente:
- Mi madre me decía: cuando un calcetín se rompe, un dedo se libera.
Aquella frase lo sorprendió. Se separó por un instante y no pudo evitar pensar en su mujer.
Después de un extraño silencio entre ellos, la joven se levantó y Lucas la vio alejarse a los lavabos.
“Tengo que enviarle un mensaje a Martina” pensó él. Miró el reloj y sin dudarlo tomó su
móvil.
Unos minutos más tarde, ella volvía a pasar cerca de él y éste aprovechó para interesarse
por su tobillo. Sentía la gran necesidad de estar cerca de ella, de conocerla.
- ¿Estás mejor?
- Déjame imbécil – y acto seguido le estaba propinando tal bofetón en la cara que
Lucas tuvo que permanecer con la mano tapando la parte sonrojada durante varios
minutos.
Incrédulo y abatido, se preguntó qué había hecho él para merecer eso… Aunque estaba
convencido de que la escenita en el aeropuerto debía ser el detonante de aquel enfado.
Y al igual que la policía cuando acude tarde en las películas de acción, minutos después
aparecía Alberto.
- ¿Qué pasa Lucas? ¿Te duele una muela? – le preguntaba su hermano al verle con
la mano aún en la mejilla dolorida.
- No
- Y ¿Por qué tienes esa cara?
- Alberto, las mujeres son muy difíciles.
- Sí, lo sé y sobre todo ahora, que he conocido a la mujer de mi vida – Alberto se
confesaba.
- Alberto, no me habías contado nada… ¿quién es?
- La conozco del bufete. Odia a los hombres, solo los utiliza para su
conveniencia…
- Chica lista.
- Sí, lo es, y divertida, guapa, sexy...
- Ehhh… te veo enamorado.
- Bueno, estoy en primera fase. Esta vez iré sobre seguro, no quiero volver a sufrir
por una mujer. Eso se acabó.
- Muy bien hermano, así se habla.
- Pero cuéntame ¿Qué ha pasado?
- La chica de los calcetines rotos, la acabo de ver y me ha dado un buen bofetón.
Entiendo que estuviera enfadada, no la culpo, pero no sé, no me lo esperaba…
- Debe ser una chica con carácter. Pero Lucas la has vuelto a ver, eso debe ser
cosa del destino.
- Sí, tiene carácter… pero Alberto, hay algo en ella, no sé el qué, no me la puedo
quitar de la cabeza…
- Bueno, Lucas, lo que tenga que pasar pasará… no te obsesiones.
- Sí, lo intentaré.
Aquel fortuito encuentro había hecho que recuperara las esperanzas perdidas. Quién sabe si
el destino volvería a cruzarla en su camino. La reacción que esa mujer provocaba en él hacía que se
sitiera valiente, capaz de cualquier cosa por poseerla, de amarla, a pesar de los impedimentos que los
separaba.
El domingo por la mañana había quedado con Martina para comer en el parque. Se
encontrarían en la cafetería de enfrente. Cuando Lucas llegó apenas había espacios libres entre las mesas
y decidió sentarse en una de las sillas de la barra, donde un hombre acababa de levantarse. Cuando llegó
al asiento, reconoció a la joven que tenía al lado. El destino le estaba regalando una segunda oportunidad
y no la iba a desperdiciar. “Lucas, cálmate, esta vez sé más educado… Madre mía, está preciosa…” – se
decía mientras la miraba estupefacto.
- ¿Te puedo preguntar cómo está tu tobillo o mejor me voy antes de que me
abofetees de nuevo? – se atrevió a preguntar.
- ¿Perdona? – ella parecía no reconocerle.
- Este viernes, en el local que inauguraron, te caíste… ¿lo recuerdas? - insistió
Lucas.
- Sí, lo recuerdo, me di un golpe en el pie, no en la cabeza.
- Bien, me alegro… - Lucas no sabía cómo reaccionar, estaba tan esquiva con él…
- Me llamo Lucas… Supongo que estás enfadada por lo del aeropuerto. De verdad, perdóname,
debí esperar a una compañera para registrarte, no sé…. – “¿Por qué estoy tan nervioso?”
- Vale, vale… se puede decir que el plato de la venganza ya lo serví el viernes
con la bofetada. – la chica de los calcetines rotos le dirigió una fugaz mirada, suficiente para que
Lucas se encandilara de nuevo con el brillo de sus ojos.
- Sí…. – “¡Y menudo bofetón!” – ¿No me vas a decir cómo te llamas?
- No, ya no tenemos por qué seguir hablando. Ya nos lo hemos dicho todo – dijo
ella tajante mientras pagaba y se levantaba.
El jueves por la mañana, su hermano Alberto lo volvía a sorprender con una llamada a
primera hora.
- Hola Alberto, ¿sucede algo?
- Hola hermano. Sí, quería invitaros a cenar el sábado a ti y a Martina. Voy a
llevar a una amiga muy especial.
- ¡Eh! Muchachote, ¿por fin has dominado a la fiera?
- Digamos que estoy cerca.
- Me alegro mucho.
- Sí, la verdad es que estoy contento. Me gusta estar con ella. Me hace sentir bien.
- Pues allí estaremos, no nos lo perderemos por nada del mundo.
El sábado por la tarde Martina y su amiga estarían en el teatro y acordaron encontrarse luego
en casa de Alberto.
Quince minutos antes de la hora acordada, los dos hermanos ya tomaban una cerveza
mientras organizaban los cubiertos sobre la mesa. Existía una gran afinidad entre los dos. Cuando aún
eran adolescentes sus padres se fueron a Argentina a vivir, dejándolos solos al cuidado de un único
abuelo al que adoraban. Falleció tres años después, cuando apenas Lucas empezaba a trabajar y Alberto
iniciaba sus estudios en la Universidad. Continuar adelante fue duro para ellos, eran demasiado jóvenes y
debían subsistir económicamente con el sueldo de Lucas para que Alberto pudiera acabar su licenciatura
de Derecho. Habían vivido momentos difíciles durante su juventud, y tal vez por esa razón, la
complicidad entre ellos era envidiable, no necesitaban muchas palabras para saber qué podía inquietar o
ilusionar al otro. Y era evidente que Alberto estaba especialmente entusiasmado, Lucas percibió
enseguida en él un nerviosismo impropio de su hermano. Esa chica debía ser muy especial.
A la hora acordada, llamaban a la puerta. Cuando Lucas salió al comedor para saludar a la
amiga de su hermano la observó de espaldas: bonita figura y una melena larga, castaña y brillante, como a
él le gustaba. “Parece que Alberto y yo tenemos gustos similares…”.
Cuando ella se giró y se encontró con su mirada, Lucas pensó que su cuerpo se había
petrificado. Era la chica de los calcetines rotos. Notó como un repentino calor subía desde su tronco
hasta sus mejillas. “¿Por qué? Por qué me castigas de esta forma?” . No sabía qué le dolía más, el hecho
de saber que su hermano se enamorara de ella o verla tan guapa y no poder besarla.
- Ana, te presento a Lucas, mi hermano. Lucas, ésta es Ana.
- Encantado Ana, mucho gusto en conocerte.
- Igualmente Lucas.
Alberto, sin percatarse del sufrimiento de su hermano, animó a la chica a tomar una cerveza
mientras preparaba platos para la cena. Lucas también advirtió el mismo nerviosismo y confusión en Ana.
Bebía cerveza de forma demasiado impetuosa.
Fue muy duro para Lucas pronunciar aquellas palabras pero sabía que era lo mejor para
todos. De cualquier forma, lo que podría haber tenido con ella no iba a durar mucho.
Ana se acercó a él, con una sonrisa en los labios. “No sé si voy a poder soportar ver a mi
hermano besándola…” -se decía Lucas. Su corazón estaba sufriendo una verdadera tortura.
- Me llamo Ana, tengo 28 años, trabajo de diseñadora y aunque hace poco que
conozco a tu hermano, me parece una persona maravillosa y tampoco quiero que sufra.
- Encantado, Ana, yo me llamo Lucas, tengo 30 años, soy agente de seguridad en el
aeropuerto y espero que seamos buenos cuñados.
“¿Qué otra cosa podía decirle: te deseo, estoy loco por ti, deja a mi hermano, quítate el
vestido, hagamos el amor aquí mismo…?” – No, aquello tenía que cambiar. Debía dejar de verla de esa
forma y olvidarla como un deseo para pasar a considerarla una amiga.
Cuando Alberto llegó con las cervezas, Ana y Lucas preparaban juntos el pan con tomate
mientras charlaban abiertamente. No había sido fácil comenzar, pero ya se sentían más cómodos y Lucas
estaba comprendiendo la parte positiva: la iba a poder conocer.
El timbre sonó y Lucas fue rápidamente a abrir. Tenía muchas ganas de ver a Martina y de
que conociera a Ana.
10:00 de la mañana.
El último martes que viajaban a Madrid e iba tarde al aeropuerto. Su sobrina no se lo iba a
perdonar.
Cuando estaba recogiendo sus cosas de las bandejas, una vez cruzado el arco del detector de
metales, Helena pudo reconocer a Ana que corría hacia el control policial. “Menos mal, también llega
tarde…” – suspiró aliviada, sabía cómo se las gastaba cuando alguien era impuntual. Aunque amaba a
Ana como a una hija, debía reconocer que era insufrible. Su carácter cada vez se estaba tornando más
amargo y exasperante y Helena ya no sabía cómo ayudarla. Había intentado dialogar con ella en
numerosas ocasiones, pero siempre acababan discutiendo. Si quería mantener una buena relación con Ana
no debía presionarla y menos aún recordarle el pasado.
Helena empezaba a colocarse el cinturón del pantalón, cuando reconoció al guapo joven que
desde hacía cuatro martes no le quitaba ojo a Ana. Su sobrina se había sentido especialmente nerviosa y
a Helena le pareció que más bien era excitación lo que la perturbaba. Permaneció inmóvil cuando oyó
una conversación entre el joven y una mujer mayor que lo acompañaba.
- ¿Le vas a decir algo esta vez? Lo has intentado varias veces y llegado el
momento te rajas
- Maite, sabes que no es fácil, que no debería…
- Pues decídete, porque se está acercando…
Helena permaneció oculta entre la gente que pasaba por allí, colocándose torpemente el
pañuelo y el cinturón para disimular. Quería ver la reacción de Ana y comprobar si el joven se atrevía a
hablar con ella.
Mientras observaba a su sobrina cruzando el arco, se percató de que la compañera del joven
estaba detrás de ella y hablaba con otra agente sobre él.
- Maite, ¿qué pasa, por qué te ríes?
- Lucas, que está perdiendo la cabeza por esa chica.
- ¿Esa que está cruzando el arco?
- Sí, solo la ha visto unas cuatro veces pero está muy alterado, nunca lo había
visto así. Por un lado me alegro, tengo ganas de verle felizmente enamorado, pero por otro lado,
ha sufrido mucho y no merece volver a pasarlo mal. Espero que no se encapriche con alguien y
luego se lleve un desengaño...
- ¿Qué le ha pasado a este chico?
- Su mujer murió hace cinco años, después de dar a luz a su bebé, Martina. Desde
entonces se ha dedicado en cuerpo y alma a su hija. Sus padres están lejos y no le ayudaron
demasiado, por lo que ha tenido que ser padre y madre durante estos años, con la única ayuda de
su hermano, algo menor que él.
- Pero un chico joven, tan guapo como él, debe de tener chicas haciendo cola…
- Ha tenido y tiene oportunidades, pero no es fácil, muchas de ellas huyen de la
situación. No es solo un chico guapo, es un paquete de dos. Los divorciados comparten a sus
hijos con sus ex, los viudos los tienen a turno completo. De todas formas, Lucas disfruta con su
hija, la adora y no sabe si meter a una mujer en sus vidas sería bueno para Martina. Yo le digo
que al menos se busque una canguro que se quede con ella algunas horas, alguna noche… y que
salga más a menudo. Todavía es joven. Pero le cuesta decidirse con las canguros, no quiere
dejar a su hija con cualquiera, como es normal…
- Maite ¿y dices que es la primera vez que lo ves así por una chica?
- Sí…. ¡Míralo, si la está cacheando!… ¡Madre mía, como lo vea Germán se le
caerá el pelo! Voy para allá, antes de que llegue la sangre al río.
Cuando Maite se acercó y acabó el registro, Helena pudo ver cómo esa mujer introducía un
papelito en la chaqueta de su sobrina. ¿Sería un mensaje? Tenía que averiguarlo… Aquella escena era de
película y a Helena estas intrigas le apasionaban, era una fan de las novelas románticas.
No pudo evitar reírse de Ana cuando la vio acercarse, descalza de un pie, excitada y
enfadada. “Ese chico le gusta, se nota” – pensó.
- Tía, ¿has, has visto... ese, ese hombre...? esto es increíble... Debería poner una
denuncia... yo...
- Vale, tranquila Ana, no ha sido para tanto, él estaba haciendo su trabajo.
- Sí, pero...
- Va, Ana, vamos... deja que te coja la chaqueta mientras te pones la bota. Y
tranquilízate, cualquiera diría que acabas de bajar de una montaña rusa... – Helena aprovechó el
momento para coger el papelito que Maite había dejado en el bolsillo y mientras Ana se calzaba,
comprobó que era un número de móvil junto al nombre de Lucas. Si su sobrina veía el papel,
seguro que acabaría rompiéndolo. En ese instante, Helena tuvo una brillante idea.
Disimuladamente cogió un bolígrafo y anotó detrás del papel “Maite”. De vuelta del viaje se
pondría manos a la obra.
Con el papelito en la mano y convencida de que debía ayudar a su sobrina, el jueves se armó
de valor y cogió el teléfono.
- Sí, dígame.
- Hola, ¿eres Lucas? – preguntaba Helena, algo nerviosa.
- Sí, yo mismo.
- Te llamaba porque me he enterado por Maite que necesitas una canguro.
- Sí, ahora mismo sería para algunas tardes, algunos fines de semana e incluso
algunas noches.
- Si no te importa, preferiría que habláramos en persona. Como podrás comprobar
por mi voz, no soy la típica jovencita que se ofrece de canguro para ganar algo de dinero.
- Sí, tiene usted razón. ¿Le parece bien si nos vemos esta noche a las ocho en mi
casa?
- Me parece perfecto
Poco antes de las ocho Helena llamaba a la puerta y el atractivo joven la recibía con una
sonrisa. Por su expresión ella supo que el puesto de canguro era suyo. Estaba claro que Lucas confiaría
más en una mujer mayor antes que en una jovencita de instituto.
- Y explícame, Helena, ¿te dedicas a cuidar a niños desde hace muchos años? –
después de las presentaciones, Lucas empezaba el interrogatorio.
- Pues te voy a ser sincera Lucas. Tengo sesenta y tres años, cuando mi marido
murió pasé a ser propietaria de una gran empresa que pude vender a muy buen precio. No tengo
hijos y vivo de la renta. Se puede decir que la única experiencia que he tenido con niños es haber
criado a mi sobrina que se vino a vivir conmigo cuando aún era una jovencita. Mi hermana y mi
cuñado murieron cuando ella tenía dieciocho años. Pero adoro a los pequeños, tengo mucha
paciencia con ellos y disfruto haciéndoles compañía. Desde que mi sobrina se independizó, me
siento muy sola. Cuando oí a Maite decir que necesitabas a alguien que te ayudara, pensé que
podría ser una oportunidad para volver a sentirme útil.
- Te agradezco que seas sincera Helena. Realmente no pareces la típica canguro
Mary Poppins y si llegas a explicarme otra historia distinta hubiese desconfiado – “me gusta”
pensó Helena–. Por ahora me iría bien que pasaras con mi hija algunas tardes y puede que
algunas noches. Sería una buena oportunidad para conoceros mejor porque durante los meses de
Julio y Agosto trabajo hasta tarde y también los fines de semana. Otros veranos mi hermano se
ocupaba de ella, pero ya acabó los estudios y ahora está trabajando a jornada completa.
- Entiendo, Lucas. No habría ningún problema.
- Tengo que serte sincero yo también. Me está resultando muy difícil tomar la
decisión de confiar en alguien que esté con Martina durante todo el día. Desde que mi hija nació,
las únicas personas que hemos cuidado de ella hemos sido mi hermano y yo.
- Es comprensible, Lucas. Maite comentó que tu mujer murió al dar a luz ¿Cuántos
años tiene tu hija?
- Martina tiene cinco años, casi seis.
- Bueno, tranquilo, si decides confiar en mí, buscaré la forma de que las dos
estemos entretenidas durante el verano. No te arrepentirás, te lo garantizo.
- Gracias Helena.
En ese preciso instante apareció en el salón una preciosa niña rubia, con ojos azules y una
carita angelical. A Helena le resultó encantadora y dulce desde el primer instante. Llevaba un bonito
vestido de princesa, debía estar jugando a disfrazarse, aunque su pelo estaba alborotado y lucía una
trenza torcida. “Sí, este chico necesita ayuda, al menos para peinar a su hija…” – pensó Helena.
- Ven Martina, te presento a Helena.
- Hola Helena, ¿vas a ser tú mi canguro?
- Pues no lo sé preciosa, eso lo tendrá que decidir tu padre. Estás muy guapa con
ese vestido. Acércate que te peinaré como la princesita que eres.
Martina miró a su padre que le asintió con la cabeza. Algo nerviosa se acercó a Helena,
quien en cuestión de segundos ya le había hecho una hermosa trenza africana. La niña, emocionada al
verse en el espejo del salón pidió a su padre si podía enseñarle a Helena su habitación.
- Sí, cariño, pero no la entretengas demasiado, es tarde.
- Será un momento papá – dijo Martina mientras cogía la mano de Helena y la
arrastraba por el pasillo.
La habitación era muy amplia. Debía tratarse de dos estancias que transformaron en una sola.
La cama estaba llena de peluches, todos de tonos pastel y en el suelo, cerca de una preciosa casita de
juguete, había un grupo de muñecas, todas princesas Disney.
- ¿Te gusta mi colección de peluches? – preguntó Martina mientras se sentaba
orgullosa en su cama.
Al mover inquieta las piernas, una de las zapatillas que llevaba la niña cayó al suelo y
Helena pudo ver su calcetín agujereado que dejaba salir el dedo pulgar.
Helena se acercó cariñosa, le tomó el pie y tocando el dedo que sobresalía, le dijo
sonriente:
- Cuando un calcetín se rompe, un dedo se libera.
En ese instante, Martina cambió su expresión, parecía excitada y sonreía como si algo la
sorprendiera. Rápidamente se colocó la zapatilla y salió corriendo al salón.
- Papá, papá… Helena es mi amiga-melliza. ¡Ya la he encontrado! – gritaba
entusiasmada.
Helena, sin entender muy bien la reacción de la niña, permaneció inmóvil presenciando la
escena: verdaderamente Lucas amaba y adoraba a su hija. La miraba con mucha dulzura. “Ese chico lo ha
debido pasar realmente mal… pero seguro que nunca le faltó una sonrisa para su hija”.
Lucas tomó nota de su número de teléfono y prometió que la llamaría, fuera cual fuera la
decisión que tomara.
El lunes siguiente comenzaba su nuevo trabajo de canguro. Lucas recogía todos los días a su
hija de la escuela una vez acababa sus extraescolares pero ese lunes quería hacer unas compras e
inscribirse en un gimnasio, así que llamó a Helena para que cuidara de Martina y le diera la cena. Las
dos enseguida se pusieron de acuerdo en qué hacer durante aquellas horas. Primero pasearon por el
parque, donde la niña disfrutó de la compañía de algunos de sus amigos de la escuela. Por como el resto
de niños la saludaron, Helena dedujo que Lucas no debía tener mucho tiempo para llevar a su hija a los
columpios. Luego compraron un helado y algunos ingredientes que necesitarían para preparar postres. Ya
en casa, las dos esperaban a que las galletas que habían amasado se doraran, observándolas a través de
la ventana del horno.
- ¡Qué bien huele Helena! ¿Te enseñó tu mamá a hacer galletas?
- Sí, cuando era pequeña mi hermana y yo ayudábamos a mi madre a preparar
postres. Los sábados hacíamos bizcocho y los domingos galletas. Disfrutábamos mucho las tres
en la cocina.
- Yo no he tenido nunca mamá, pero me gusta ayudar con el rodillo cuando
hacemos pizza entre mi papá, mi tío y yo. Mi tío Alberto viene muchas veces a cenar y lo
pasamos muy bien los tres. Cuando mi papá no puede ir a recogerme al colegio, va mi tío. Es muy
bueno.
- Seguro que sí, tienes mucha suerte con tu papá y tu tío.
- Sí, ellos dicen que soy la princesa de la casa y ellos las ranas encantadas. Yo
creo que lo dicen porque les gusta que les dé besos para que se transformen en príncipes – las
ocurrencias y la inocencia de la niña hacían reír a Helena.
Con los días, la relación entre Helena y Martina se hacía cada vez más afectuosa. Ambas
disfrutaban de la compañía de la otra. Para la niña, Helena era lo más parecido a la abuela que nunca
tuvo y para Helena, Martina era la nieta que pensaba tener, le gustara o no a su sobrina… Las tardes que
cuidaba de la niña acababa preparando la cena, dejando tiempo a Lucas para ducharse, ocuparse de sus
asuntos personales o jugar un rato con su hija. Lucas, agradecido, la invitaba a cenar y compartían una
taza de té una vez acostaban a Martina. En pocos días, Lucas y Helena ya habían entablado una bonita
amistad. En una de aquellas noches de sofá, Helena se atrevió a indagar en la vida sentimental de Lucas.
- Y dime Lucas, ¿hay por ahí fuera alguna mujer que te haga suspirar? ¿alguna
compañera de trabajo? ¿alguna amiga?...
- Pues, a decir verdad, hay una mujer que me tiene bastante intrigado. No la
conozco, ni tan siquiera he tenido la ocasión de hablar con ella, pero hay algo en esa chica que la
hace especial… no sé cómo explicarlo Helena. La he visto tan solo cuatro veces y ya no creo
que la pueda volver a ver.
- Lucas, si el destino ha decidido que la conocieras y que sintieras esa atracción
es por alguna razón… Ya verás cómo ese vínculo que te unió a ella será lo que te la devuelva –
Helena sonreía satisfecha, intuía que hablaba de su sobrina.
- Eso espero, porque no consigo quitármela de la cabeza.
El viernes siguiente Lucas iba a salir por la noche. Le contó a Helena que su hermano había
insistido en que se encontraran en un local que un amigo de ambos inauguraba y aunque no le apetecía la
idea, sabía lo terco que podía llegar a ser Alberto. Cuando llegó a casa del joven, Helena se sorprendió
al verlo tan bien arreglado, realmente era apuesto y tenía buen gusto para vestir. “Ana, este hombre tiene
que ser para ti…”- conspiraba.
Una vez había acostado a Martina, Helena sujetaba con las dos manos una taza caliente de té
mientras veía una de las películas que se emitían aquella noche, cuando su teléfono vibró. Era un mensaje
de Lucas: “Helena, por favor, despierta a Martina, es importante, y dile que yo también encontré a mi
amiga-melliza. Ella sabe lo que quiero decir. Gracias, buenas noches y sigue disfrutando de tu té ;) “
Helena obedeció y se acercó a la cama de Martina que dormía plácidamente.
- Martina, cariño, despierta, es un momentito.
- ¿Sí…? ¿qué pasa? – susurraba la niña abriendo apenas uno de los ojos…
- Tu papá me acaba de pedir que te diga que él también ha encontrado a su amiga
melliza. ¿Tú sabes lo que eso significa? ¿Verdad que una vez dijiste que yo era tu amiga melliza?
– Helena intuía que aquello debía ser importante, fuera positivo o no para sus planes.
- ¡Bien! – dijo Martina, todo lo emocionada que el sueño le permitía – Eso es
porque ha conocido a una amiga muy especial.
“¡No, no…! Tengo que hacer algo o se me adelantarán…”- decidió mientras cubría a
Martina con la sábana. Cuando llegó al salón cogió su móvil y le escribió un mensaje a su sobrina,
decidida a tomar cartas en el asunto: “Ana, quedamos el domingo a las once en la cafetería frente al
parque y tomamos un café antes de hacer las compras. Besos Helena”.
A la una de la madrugada llegaba Lucas y mientras esperaban al taxi que acababan de llamar
para que acercara a Helena hasta su casa, ésta preguntó:
- ¿Qué tal ha ido la noche Lucas? – tenía que saber más sobre esa amiga-melliza.
- Ha sido extraño. Me dijiste que el destino me volvería a unir a esa chica y
parece que lo ha hecho, pero de una forma algo curiosa…
- ¿La has visto esta noche? – Helena se emocionó al pensar que podía ser Ana.
- Sí, pero acabó dándome un buen bofetón.
“Es Ana, no puede ser otra. Esta chica tiene un don para las relaciones.”
La mañana de domingo, una vez finalizó la actuación, Helena y Martina tomaban un helado
en un banco, frente al escaparate de la cafetería donde habían quedado con Lucas. Su situación permitía
ver el interior de la cafetería a través del cristal pero los arbustos de la entrada impedían que ellas fueran
vistas por Lucas o Ana.
Poco antes de las once entraba Ana en el local y se sentaba en la única silla vacía que había
junto a la barra. Helena esperaba impaciente la aparición de Lucas. Pocos minutos después, él entraba
por la puerta y milagrosamente el asiento junto a Ana se vació. Lucas se sentó a su lado y hablaron.
Apenas unos minutos después, ella se levantó repentinamente y salió furiosa de la cafetería.
“¿Cómo puede ser tan cobarde mi sobrina? No sé qué voy a hacer con ella… no tiene
remedio”.
Mientras se acercaban a Lucas, Helena recibió el mensaje de Ana que respondió enseguida.
- Hola chicas – dijo Lucas, algo decaído-. ¿Y tú sobrina? ¿Has quedado con ella
aquí?
- Acabo de recibir un mensaje. No podrá venir, no se encuentra bien.
- Vaya, me hubiese gustado conocerla.
- Ya, a mí también me hubiese gustado presentártela. Pero, bueno, otra vez será…
Helena, decepcionada, pensó que debía aplicarse más en su empeño. Ana era dura de pelar y
Lucas podía perder la paciencia.
El sábado siguiente llevaba a Martina al teatro para ver una obra infantil. Había quedado
con Lucas en casa de Alberto, donde iban a cenar los tres. Helena aún no había tenido la oportunidad de
conocer al hermano de Lucas, a pesar de lo mucho que le habían hablado de él y Alberto pensó que sería
una buena oportunidad para encontrarse. Les iba a presentar a su nueva novia. Una vez finalizada la obra,
Martina y Helena llamaban a la puerta del apartamento.
10:00 de la mañana.
Desde que su cuñada muriera, no había visto nunca a su hermano tan obsesionado por una
mujer. A pesar de las citas que él mismo se había encargado de organizarle y las ocasiones en que había
cuidado de Martina para que Lucas pudiera salir a cenar con alguna de sus amigas, todo era en vano.
Alberto quería ver a su hermano felizmente enamorado, pero Lucas no estaba por la labor. Como mucho,
unas noches de sexo y un: “ya te llamaré”. Sabía que para Lucas Martina era lo más importante y lo
admiraba por ello, era un buen padre, sin duda, pero esa situación debía acabar.
Por esa razón, se dirigía aquella mañana al aeropuerto. Sabía que los martes Lucas veía a
esa joven misteriosa que lo tenía tan aturdido y que no sería capaz de hablar con ella. Su timidez y su
miedo no se lo permitirían. Así que Alberto fue decidido a ayudar a su hermano, no sabía muy bien cómo
o en qué momento, pero quería estar allí para aportar su granito de arena.
Lucas era muy apreciado por los trabajadores del aeropuerto y todos conocían a su hermano.
Por lo que acceder al control de seguridad fue fácil, no tenía por qué pasar por la puerta donde los
pasajeros enseñan sus tarjetas de embarque y desde donde Alberto se situó para observar a Lucas, éste no
podía percatarse de su presencia. Poco después de las diez de la mañana, se acercaba una guapa joven
corriendo hacia el arco detector de metales. Cuando se quitó las botas para dejarlas en una de las
bandejas, Alberto creyó ver esos calcetines rotos de los que tanto hablaba su hermano. “Debe ser ella.
Desde luego, Lucas tiene razón, la chica es guapa… pero, yo creo que ya la he visto antes…”. Mientras
intentaba recordar dónde había coincidido con ella, pudo observar la escena del registro. “Lucas debe
estar perdiendo el control, él no puede cachear a una mujer… se puede buscar problemas”.
Una vez que Maite se aproximara y la chica recogiera sus cosas de las bandejas, pudo
reconocer a la mujer que la acompañaba. “La señora Hurtado, la clienta de mi jefe. Ahora entiendo por
qué esta chica me resultaba familiar. Es su sobrina, Ana, creo recordar, la que la acompañó hace unos
días al bufete y que saludó a Sandra. Sí, creo que son amigas… Interesante, muy interesante… Tal vez
pueda matar dos pájaros de un tiro”- Alberto no dejaba de pensar en la gran oportunidad que le
proporcionaba aquel encuentro. No solo podía hacer que su hermano conociera a Ana, también podría
intentar domar a aquella mujer impenetrable que tanto le gustaba, acercándose a ella y dándose por fin a
conocer.
Divertido, decidió llamar a su hermano y preguntarle por la chica de los calcetines rotos. Lo
notó nervioso, hablaba entrecortadamente y su respiración no era regular. Sin duda, tocar a aquella mujer
lo había excitado. Alberto conocía bien a su hermano.
Después de que sus padres se fueran a Argentina, los dos habían vivido juntos en el
apartamento que Lucas compró con el dinero que ambos heredaron de su abuelo. Apenas dos años
después de conocer a Mónica, se casaría con ella. Para entonces Alberto ya estudiaba derecho y
trabajaba de camarero los fines de semana. Después de la boda y a pesar de que Mónica y Lucas
insistieran en que se quedara a vivir con ellos, Alberto se mudó a uno de los cuartos que se alquilaban en
la facultad. Apenas un año después nacería Martina y moriría Mónica. Alberto acabó la carrera de
Derecho unos meses después. Ser uno de los mejores de su promoción le permitió acceder a un puesto de
ayudante en el primer bufete donde trabajó y buscó un apartamento cerca de Lucas para ayudarle a cuidar
de su sobrina.
En aquel instante Alberto no vio la oportunidad que aquella herencia en vida le estaba
brindando hasta que una semana después se atreviera a preguntar a Sandra por su amiga. Respirando
profundamente, se acercó por detrás, después de volver a admirar la figura de esa mujer que desde que la
conoció en el bufete no había dejado de impresionarle.
- Sandra, la semana pasada estuvo aquí la Señora Hurtado, la clienta del Señor
Hernández.
- Sí, sé perfectamente quién es Helena – respondió Sandra de forma tajante, sin ni
tan siquiera levantar la vista de la pantalla de su ordenador.
- La acompañaba su sobrina ¿es amiga tuya verdad?
- Sí ¿por qué? Si lo que quieres es su teléfono, no insistas, que no te lo voy a dar.
- No, tranquila – Alberto sonreía, esta chica no tenía remedio -. Solo era
curiosidad, creo que la vi la semana pasada en el aeropuerto.
- Sí, han estado viajando las dos a Madrid para un tratamiento al que Helena
estaba siendo sometida. No la verás más por allí, la cura ya acabó.
Entonces Sandra levantó la mirada hacia el rostro de Alberto. Parecía estar tramando algo y
su expresión era divertida, a la vez que maquiavélica.
- Alberto ¿tú tienes novia? – preguntó, aunque por su expresión parecía conocer la
respuesta.
- No, ahora mismo no estoy saliendo con nadie, ¿por qué? – Alberto sintió como
le subían los colores.
- Tranquilo, no es una proposición… indecente, claro, yo solo sé hacer
proposiciones indecentes… - Sandra se reía de sus propias ocurrencias. “¿Por qué siento que
esta mujer me está castigando siempre?” pensó Alberto.
- ¿Podemos ir a tomar un café y hablar? Pienso que podrías encajar en un plan que
mi amiga Ana y yo estamos trazando.
- Vale, cuando quieras vamos.
Cuando Sandra le expuso el plan, Alberto dudó en aceptar. Si Lucas conocía a Ana como su
novia iba a respetar a su hermano y nunca se acercaría a ella. Pero por otro lado, Sandra le estaba
brindando la gran oportunidad de conocer primero a Ana. Si ella merecía a su hermano, Alberto podría
provocar un encuentro y luego solo tenía que explicar a Lucas que en realidad no había nada entre ellos
dos y que Ana era una mujer libre.
- Acepto, puede ser divertido. Pero olvida eso de que me pague. Al oírlo me he
sentido como si fuera un gigoló.
- Es lo mismo que dijo Ana cuando le propuse pagar a alguien – Sandra reía
divertida y Alberto no pudo evitar sentirse atraído por sus labios.
Alberto estaba cada vez más fascinado por Sandra. Aquella pequeña pelirroja estaba
cicatrizando sus heridas con tan solo escuchar su risa. Estaba llena de vida, ocurrente, suspicaz, alegre y
muy muy sexy. La fascinación estaba dando paso a la excitación y aquel plan le daba también a él la
ocasión de acercarse a la chica más impermeable que había conocido. A Sandra le envolvía un escudo
protector anti-hombres que Alberto debía penetrar, fuera como fuera.
- ¿Te parece bien que quedemos este viernes con ella para cenar?
- Me parece perfecto.
- Pues nos vemos en esta pizzería a las nueve – Sandra le apuntaba en un papel la
dirección del restaurante.
“Bien, tengo hasta el viernes para pensar en algo. Por cierto, creo que este viernes Carlos
inaugura el bar y Lucas accedió a acompañarme. Podría ser un buen lugar para que se encuentren y así no
pierda la esperanza. Desde que el martes no apareciera Ana por el aeropuerto, Lucas cree haber perdido
la oportunidad de conocerla.” – pensaba Alberto.
El encuentro con Ana en la pizzería fue muy positivo. Alberto notaba al principio como lo
observaba, dedujo que debía ser una persona bastante desconfiada. “¿Cómo dice ese refrán? Dios las
cría y ellas se juntan”- pensó. La conversación divertida de Sandra ayudó a romper el hielo y poco
después los tres charlaban amistosamente. Incluso bautizaron su plan como “el caso del novio postizo” y
decidieron que al día siguiente se verían en casa de Ana para conocerse mejor. Debían prepararse bien,
Helena era astuta y podía llegar a sospechar de la farsa. Cuando Ana propuso ir a tomar algo a un bar
cercano, Alberto vio la oportunidad de sugerir lo que hacía rato intentaba.
- Yo ahora no puedo, chicas, tengo que pasar por casa. Pero os quería animar a ir
al local de un amigo. Hoy lo inaugura y habrán chupitos gratis cada media hora en punto. Tengo
varias invitaciones. Yo intentaré pasarme dentro de un par de horas, más o menos.
Las chicas accedieron y después de despedirse, Alberto se apresuró para llegar al bar antes
que ellas. Había quedado con su hermano algo más tarde y pidió a su amigo Carlos que le dejara
esconderse en un pequeño almacén detrás de la barra con unos espejos que permitían ver el interior del
local sin ser visto. De esa forma podría presenciar el encuentro entre su hermano y la chica de los
calcetines rotos. “Últimamente parezco un detective vigilando los pasos de mi hermano… como se entere
Lucas…”- pensaba Alberto mientras esperaba.
Después de observar divertido como las dos amigas reían y bebían, vio llegar a Lucas que
se sentó frente a la barra. Gloria y su acompañante no tardaron en aparecer. Y a las once y media en
punto, Ana se acercaba a recoger sus chupitos. Enseguida pudo percibir la agitación de su hermano
cuando reconoció a la chica de los calcetines rotos. Estaba tan vivo, feliz y emocionado que a Alberto se
le enrojecieron los ojos. “Esto tiene que salir bien, tiene que salir bien… Lucas lo necesita”. Y cuando
contemplaba estupefacto cómo Ana caminaba hacía Lucas, creyó que iba a llorar de la alegría. Sin
embargo, el encuentro no llegó a ocurrir, pues de forma repentina, Ana había desaparecido y a Lucas lo
perdió de vista. La barra le impedía ver lo que sucedía. “¿Qué ha pasado?” - preguntaba. Apenas unos
segundos después vio a su hermano levantarse y quedarse quieto, mirando hacia el suelo y a Ana alzarse
frente a él y girar hacia los lavabos. “Mala suerte, me lo he perdido, ahí ha debido de ocurrir algo”.
Unos minutos después, ella salía de los servicios con una expresión furiosa y cuando Lucas
fue a acercarse, Alberto pudo presenciar el cachetazo. “Ui, ui, ui… Ana es de armas tomar”.
Esperó el tiempo suficiente para ver salir a las chicas y escondiéndose entre la
muchedumbre acudió al encuentro de su hermano que aún tenía la mano en la cara sonrojada por el
tortazo.
- ¿Qué pasa Lucas? ¿Te duele una muela? – Alberto se reía de su expresión,
aquello estaba resultando muy divertido.
- No.
- Y ¿Por qué tienes esa cara?
- Alberto, las mujeres son muy difíciles.
- Sí, lo sé y sobre todo ahora, que he conocido a la mujer de mi vida – “Cómo me
gustaría hablarle de Sandra, pero ahora no puedo… lo primero es lo primero”
- Alberto, no me habías contado nada… ¿quién es?
- La conozco del bufete. Odia a los hombres, solo los utiliza para su
conveniencia… - “Ya me gustaría a mí que me utilizara también…”
- Chica lista.
- Sí, lo es, y divertida, guapa, sexy...
- Ehhh… te veo enamorado.
- Bueno, estoy en primera fase. Esta vez iré sobre seguro, no quiero volver a sufrir
por una mujer. Eso se acabó.
- Muy bien hermano, así se habla.
- Pero cuéntame ¿Qué ha pasado? – Alberto estaba impaciente por saber qué había
originado ese cachetazo.
- La chica de los calcetines rotos, la acabo de ver y me ha dado un buen bofetón.
Entiendo que estuviera enfadada, no la culpo, pero no sé, no me lo esperaba…
- Debe ser una chica con carácter. Pero Lucas la has vuelto a ver, eso debe ser
cosa del destino… - “Tengo que darle esperanzas”.
- Sí, tiene carácter… pero Alberto, hay algo en ella, no sé el qué, no me la puedo
quitar de la cabeza…
- Bueno, Lucas, lo que tenga que pasar pasará… no te obsesiones – “Y pasará,
como me llamo Alberto que pasará”
- Sí, lo intentaré.
La tarde del sábado en casa de Ana fue muy divertida. Alberto consiguió olvidar el plan que
tramaban y disfrutó de la compañía de sus dos nuevas amigas. A parte de Silvia, nunca había tenido
compañía femenina con las que charlar abiertamente sobre diferentes temas. Durante su época
universitaria dedicó muchas horas al estudio y una vez acabada la carrera, apoyar a su hermano fue su
máxima prioridad y hacía demasiado tiempo que Lucas y Martina eran las únicas personas con las que se
sentía verdaderamente cómodo.
Y fue así como decidió dar el siguiente paso y provocar un encuentro entre Lucas y Ana. Y
pensó que debía hacer partícipe a Sandra para que le ayudara en su plan. Además, tener la excusa para
encontrarse a solas con ella era un aliciente.
Habían quedado en verse de nuevo en casa de Ana el viernes para cenar y el miércoles por
la mañana se acercó a Sandra mientras ella tecleaba en el ordenador.
- Sandra, tengo que hablar contigo largo y tendido. ¿Podríamos almorzar juntos?
¿Tú sales a las tres, verdad?
- ¿No será una de tus encerronas para sonsacarme información confidencial e ir
con el chivatazo a mi jefe?
- ¿Todavía sigues con eso? Tienes que dejar de ver Gran Hermano, te está
estropeando el cerebro - Alberto se divertía de lo lindo.
- Shhhhh….calla, que no se enteren por aquí de mi única debilidad, me conocen
como la mujer perfecta – Alberto no pudo evitar una carcajada. “Si me dejaras ibas a ver lo que
hacía con esos labios, pelirroja perfecta”.
- Pues si no quieres que envíe un email a todo el bufete informando de tu
insignificante defectillo, nos vemos a las tres y cuarto en el italiano de enfrente. Y sé puntual,
mujer perfecta.
- Sí, abogado mandón – asintió haciéndole una burla.
Poco antes de las cuatro, ya se habían comido sus respectivos platos de pasta y Alberto
debía ser directo.
- Sandra, tengo que explicarte algo importante. Por favor, escúchame y no me
hables hasta que acabe, te conozco ya lo suficiente para saber que me vas a querer interrumpir
más de una vez con tus comentarios irónicos.
- Vale, ya puede ser importante ya, no tengo todo el día…
- ¿Ves, ves…?
- Vale, va, desembucha.
- ¿Recuerdas que Ana nos explicó que había conocido un chico al que bofeteó en
el bar de los chupitos? ¿El que según ella estaba casado?
- Sí, ya me acuerdo.
- Pues se llama Lucas y es mi hermano – A Sandra se le abrieron los ojos -. Sí, es
agente de seguridad en el aeropuerto y allí se han cruzado alguna vez. El día que Ana y Helena
fueron a Madrid por última vez, mi hermano se atrevió a registrarla, a pesar de que los hombres
no pueden cachear a las mujeres. Lucas no se arriesga de esa manera si no es porque siente algo
especial por ella.
- Espera, espera…
- Otra vez interrumpiendo…
- ¿Pero no está casado?
- No, mi hermano es viudo. Su mujer murió después de dar a luz a Martina, mi
sobrina de cinco años.
- Lo siento mucho por tu hermano y por ti, no debe haber sido fácil.
- No, la verdad es que no. Mis padres se mudaron hace tiempo a otro país, sin
importarles demasiado dejar atrás a sus hijos. Y Lucas y yo somos la única familia de Martina.
Cuando ella nació yo aún no había acabado la carrera y Lucas hizo un esfuerzo inhumano por
hacerse cargo él solo del bebé y yo me centrara en los estudios. Tal vez por eso me esforcé para
ser uno de los mejores, se lo debía.
- Eso dice mucho bueno de ti Alberto…
- Esta vez no me molestó que me interrumpieras… - le agradeció con un giño -. El
caso es que el día que Lucas registró en el aeropuerto a Ana, yo estaba allí, quise ir para saber
quién era esa chica misteriosa que estaba sacando de quicio a mi hermano y fue cuando vi a Ana
y a su tía. Si te pregunté unos días después era para saber más de ella y cuando me propusiste el
plan, no pude rechazarlo. Como podrás imaginar el encuentro en el bar lo provoqué yo, claro
está.
- Alberto, me estás sorprendiendo. Estoy descubriendo en ti un lado muy muy
romántico… – Sandra acercó su rostro al de Alberto y le sonrió cautivadora.
Aprovechando esa proximidad Alberto se acercó con suavidad a su oreja, rozando con sus
labios el lóbulo que enrojecía por momentos y le susurró con una voz ronca y sensual.
- Yo tengo dos debilidades difíciles de explicar. No soy tan perfecto como tú…
- ¿Y cuáles son? – Alberto disfrutó del momento al notarla nerviosa.
- Me gusta la serie Anatomía de Grey, no me pierdo ningún capítulo – Sandra rió
satisfecha por conocer el secreto.
- ¿Y la segunda?
“Sigue así y la próxima vez verás qué hago con esa lengua” - fantaseó Alberto.
Convencer a Ana de que fuera a cenar a su casa y conocer a su hermana fue tarea fácil.
Y el sábado por la noche, mientras preparaba los platos con su hermano, Ana llamó a la
puerta y Alberto nervioso pensó que parecía ser él y no Lucas quién iba a encontrarse con esa misteriosa
mujer.
Cuando Ana y Lucas se vieron de frente, Alberto creyó percibir chispas de fuego salir del
rostro de los dos. Aquel momento fue extraño, por un lado se sorprendieron, se sofocaron y sobre todo
por parte de Lucas se decepcionaron. “Pobre Lucas, no sé si podré soportar verle así durante mucho
tiempo”.
Había comprado suficientes cervezas para todos, pero decidió no meterlas en el frigorífico y
esconderlas. Y así fue como, con la excusa de ir a comprarlas, los dejó a solas. Incluso con las cervezas
ya en la mano, esperó unos minutos en el portal del edificio. Cuando regresó se percató de que el
ambiente entre ellos se había suavizado y comprendió que debían haber fumado la pipa de la paz.
“Seguro que Lucas le ha dicho que deben hacer lo posible para olvidar lo sucedido y no hacerme daño”.
“Pero si es Helena, la tía de Ana. ¿Es la canguro? Esto se está complicando más de lo que
hubiese podido imaginar…” – pensó Alberto algo confundido.
7 DE JUNIO - MARTINA
08:10 de la mañana.
- Papá, papá… Este mes no me has explicado la historia. Por favor, por favor,
cuéntamela ahora – Martina le suplicaba a Lucas mientras se acababa de atar los zapatos.
- Martina, tengo poco tiempo, hoy es importante que llegue temprano al trabajo –
Lucas estaba esa mañana muy nervioso porque probablemente se encontraría con aquella hermosa
mujer. Miró su reloj y calculó que le quedaban aún 20 minutos para dedicarle a su hija. – De
acuerdo, pero será breve, no te la contaré entera.
- Vale, vale, solo la parte que más me gusta.
- Hace muchos años una niña con una melena larga y rubia, con cinco años de
edad, como tú, entraba en su clase. Sus padres acababan de mudarse y ese día empezaba en su
nueva escuela. La niña era muy tímida y estaba muy asustada. No sabía cómo hacer amigos
nuevos y se mostró muy reservada durante varios días. El resto de los niños empezaban a reírse
de ella, decían que no sabía hablar porque era demasiado bebé.
- Ahora viene mi parte favorita papá…
- Un día soleado, la mamá de la niña la acompañó al parque al salir de la escuela.
Allí se encontraban la mayoría de los niños de su clase. Ella se sentó en un columpio que estaba
vacío intentando apartarse de los demás. Pero evitarles fue imposible. Algunos de ellos se
acercaron para reírse de ella. Cuando estaba a punto de arrancar a llorar, apareció una de las
niñas de su clase que también solía jugar sola. Lucía una melena rizada que la hacía muy
divertida y llevaba un trapo rojo atado al cuello en forma de capa de superhéroe. Se plantó frente
a los niños y les dijo: “Dejad en paz a mi nueva amiga. Si volvéis a meteros con ella os tendréis
que enfrentar a mi super-fuerza” – Martina siempre soltaba una carcajada al escuchar esa frase –.
Los niños huyeron asustados y la muchacha se alejó hacia otro columpio. La niña rubia se quedó
observándola, cuando de pronto pudo ver como una de las farolas contiguas al columpio cedía e
iba a precipitarse sobre su nueva amiga. Rápidamente fue hacia ella y la empujó, tirándola al
suelo. Las dos cayeron y un tremendo estruendo las asustó. La farola se había desplomado justo
donde la niña jugaba. La muchacha de la capa roja abrió los ojos y se encontró a la niña de los
cabellos dorados sobre ella, le había salvado la vida. “¿Eres mi Ángel de la Guarda?” le
preguntó. Al sentarse las dos en el suelo ésta vio como a su salvadora se le había salido un
zapato y la caída le había roto el calcetín, dejando salir su dedo pulgar. La pequeña se lo tocó
suavemente y le dijo: “Cuando un calcetín se rompe, un dedo se libera”. Aquello las hizo reír y a
partir de entonces se hicieron grandes amigas. Todos los días llevaban un calcetín agujereado y
se quitaban los zapatos para rozar sus dos dedos pulgares, en forma de saludo. En la escuela las
llamaban las amigas-mellizas.
La escena en la puerta del apartamento de Alberto era surrealista. Ana no dejaba de mirar a
su tía y a Martina. Lo de la niña podía llegar a entenderlo: recordando la conversación que escuchó en el
lavabo del bar, aquellas chicas nunca mencionaron la palabra mujer, casado, novia, matrimonio… solo
dijeron, si no recordaba mal, que no estaba solo…y debían referirse a su hija, claro. Pero que Helena
estuviera allí, eso no le encajaba.
- Tía ¿Qué haces aquí?
- Es mi nueva canguro – respondió Lucas - Helena, ¿Ana es tu sobrina?
- Sí, Lucas, qué casualidad ¿verdad? – y dirigiéndose a Ana continuó - Perdona
por no habértelo explicado antes. Me enteré en el aeropuerto que Lucas necesitaba una canguro y
pensé que ayudarles me haría sentir mejor y no me aburriría tanto. Sabes que desde que te
independizaste paso mucho tiempo sola – en ese instante le dirigió la mirada a Alberto.
- Helena, él es Alberto, hermano de Lucas, también casualidad ¿verdad? – le
preguntó Ana con mirada traviesa -. Puede que lo reconozcas, trabaja en el mismo bufete que
Sandra. Estaba con el señor Hernández la última vez que fuimos a arreglar papeles. Coincidimos
con él en un bar unos días después y a partir de entonces estamos saliendo juntos para conocernos
mejor. Yo también tengo que disculparme, debía habértelo dicho antes.
- Hola Alberto – Helena le tendió la mano -. Aunque mi sobrina no me había
hablado de ti, yo sí he oído maravillas del tío de Martina, sobre todo de boca de ella – le dirigió
una sonrisa cariñosa a la niña que permanecía callada sin entender bien lo que estaba sucediendo.
- Martina cariño, ven, te voy a presentar a Ana – intervino Lucas –. Ana, ella es
Martina, mi princesa de cinco añitos.
Aunque a Ana aquella imagen de Lucas besando a su hija en brazos le parecía muy tierna,
había algo en la niña que le provocaba incomodidad, o tal vez tristeza, una de esas sensaciones de
descontrol que tanto la irritaba. “No me siento bien”- pensó.
- Encantada Martina. Eres muy guapa – dijo con expresión forzada.
- Bueno, una vez aclarada la situación, ¿qué os parece si nos sentamos a cenar? –
animó Alberto.
La conversación divertida de Helena y Martina relajó la tensión vivida hacía unos minutos.
Lucas sonriente, escuchaba atento las explicaciones de Helena y Alberto jugueteaba con la niña,
haciéndola reír. Ana se sorprendió con esa imagen del tío y la sobrina, Alberto se estaba ganando su
admiración, no dejaba de sorprenderle gratamente. Lucas, que con disimulo no le quitaba ojo a Ana pudo
percibir en ella unas miradas de aprecio hacia Alberto que le entristecieron. Definitivamente, debía dejar
de verla como la chica de los calcetines rotos.
A Ana le gustaba observar a los dos hermanos, sentados uno al lado del otro, era evidente
que existía una gran complicidad entre ellos, con miradas y bromas se lo decían todo. No se había
percatado hasta ese momento de que ambos tenían el mismo color de ojos y esa forma rasgada que les
proporcionaba un aire atractivo. Lo que más les diferenciaba era el tono de piel y el color del cabello:
Alberto era rubio y Lucas moreno. Sonrió al pensar en los hermanos Zipi y Zape. A pesar de la semejanza
física que pudieran tener, el carácter de ambos parecía muy distinto. Alberto era más joven, más risueño
y suspicaz, sin embargo Lucas se mostraba más maduro, comedido y tranquilo.
Pero lo que a Ana más le aturdía era la presencia de Martina. En varias ocasiones se
cruzaron las miradas. La niña buscaba en ella algún gesto afectuoso, una sonrisa, un guiño, era la novia de
su querido tío y lo normal era que le mostrara cariño, pero para Ana aquello era misión imposible. Y lo
más extraño es que continuaba sintiendo una inexplicable aversión hacia ella, algo en Martina le
provocaba angustia, vértigo y ansiedad. “¿Qué me está sucediendo? ¿Qué tiene esa niña?”- se preguntaba
Ana constantemente.
- Martina, explícale a Ana la obra de teatro que hemos visto esta tarde – Helena
intentó un acercamiento entre la niña y su sobrina.
- Hemos visto Pinocho. Es un cuento muy bonito. ¿Tú lo conoces Ana?
- Sí – “Qué incomodidad, madre mía…” pensaba ella.
- Era uno de los cuentos favoritos de Ana cuando era pequeña, ¿verdad? Su madre
le explicaba muchos cuentos – aclaraba su tía.
- Helena, por favor… deja el tema, sabes que ya no me gustan los cuentos
infantiles – la frialdad de Ana sorprendió a todos.
- Es que hace tiempo ya que a Ana no le cuentan cuentos – intervino Lucas al ver
la expresión de ella -, pero se los iremos recordando, sobre todo tío Alberto que se sabe muchos,
¿verdad Alberto?
- Sí, sí… claro que sí – a Alberto tampoco le pasó inadvertida la incomodidad de
Ana.
Ante aquella falta de sensibilidad, Helena le lanzó a su sobrina una ruda mirada que Ana
respondió de la misma manera. Afortunadamente, Lucas y Alberto continuaron conversando con Martina
y el ambiente volvió a ser distendido.
Finalizada la cena, todos recogían platos y vasos y los acercaban a la cocina. Martina se
había quedado dormida en el sofá y Lucas la tapó con una mantita infantil que su hermano guardaba en un
armario del salón, junto con otras cosas de su sobrina. Helena estaba cansada, la tarde con Martina en la
obra la había dejado agotada y se sentó junto a la niña. Alberto fue a preparar cafés y algo de alcohol en
un mueble en forma de barra de bar que adornaba el salón. En ese instante Ana fregaba los platos y vasos
que se habían usado en la cena, mientras Lucas guardaba las sobras en el frigorífico. Ella aprovechó el
momento para disculparse, tenía hacerlo.
- Lucas, tengo que pedirte perdón.
- ¿Por qué? Creía que tenía que ser yo…
- Bueno sí, ya lo hiciste… Pero yo debería disculparme también. Verás, aquella
noche en el bar de los chupitos, después de tropezar de esa forma tan estúpida, arrastrar las sillas
que encontré a mi paso, tirar no sé cuántos vasos y casi dejar desnuda a una chica después de
arrancarle dos o tres botones de su camisa… - Lucas arrancó a reír a carcajadas por la gracia
como Ana explicaba la caída y gesticulaba con las manos –, cuando conseguí llegar a los
lavabos, oí hablar a las chicas que te acompañaban.
- Gloria y su amiga, sí, las recuerdo – Lucas no dejaba de reír.
- Hicieron un comentario por el que entendí que estabas casado. Tu
comportamiento en el aeropuerto no me pareció propio de un hombre comprometido y además
una de esas chicas estaba decidida a pasar una noche apasionada contigo y “si te he visto no me
acuerdo”… – a Lucas le salían las lágrimas de las carcajadas –. No te rías así, que todavía me da
más vergüenza. Esa noche además iba bebida y en fin, cuando te acercaste no pude controlar mi
mano y ¡menudo tortazo te regalé! ¡casi te giro la cara!... seguro que aún te duele.
Cuando bajó la mirada a sus ojos, los de Lucas estaban a la misma altura y la observaban
fijamente. “Si me miras así la que va a necesitar hielo soy yo…”- pensó Ana. Todavía tenía lágrimas en
su rostro, fruto de las carcajadas, lo que hizo que Ana sonriera con ternura. A Lucas le resultó un gesto
encantador, esa dulzura en sus ojos hacía que aún brillaran más y le sorprendió la facilidad con la que
podía cambiar la expresión en su rostro: en poco tiempo podía llegar a mostrarse fría, divertida o dulce.
Durante varios segundos no dejaron de mirarse hasta que Ana se sorprendió al notar como sus
pulsaciones se aceleraban.
- ¿Sabes si tu hermano tiene guisantes congelados? – le preguntaba Ana mientras
se apartaba y abría la puerta del congelador.
Lucas en ese instante era incapaz de pensar en las legumbres que su hermano pudiera o no
guardar en el frigorífico, su única preocupación era saber si sus pantalones podrían soportar la excitación
que se abría paso entre los muslos. Tenerla tan cerca le estaba matando.
- Toma, siéntate y colócate esto en la frente – Ana ya había encontrado la bolsa
que buscaba y se la ofrecía a Lucas.
- Entonces, ¿pensabas que estaba casado y quisiste castigarme en nombre de mi
mujer? – le preguntaba Lucas divertido intentado recuperar el ritmo de la respiración.
- Más o menos…
- Eso está bien… Bueno, Gloria y su amiga tenían parte de razón. Estoy muy
comprometido con Martina desde hace cinco años.
- ¿Y su madre? – preguntó Ana temiendo una respuesta que pudiera incomodarlo.
- Murió al dar a luz a Martina.
- Lo siento, de verdad. Ha debido ser muy duro.
- Gracias. Nos casamos dos años después de conocernos, Martina nació unos
meses más tarde y han pasado ya casi seis años de aquello… A veces me odio a mí mismo
porque siento que no he tenido tiempo ni de llorarla ni de recordarla – Lucas se sorprendió a sí
mismo explicándole algo tan íntimo, casi no hablaba de este tema con nadie.
- Es comprensible Lucas, un bebé necesita dedicación plena. Ya imagino, por lo
que Alberto me explicó, que tus padres no te ayudaron. ¿Y tus suegros?
- Murieron unos años antes de que conociera a mi mujer. Solo he tenido la ayuda
de mi hermano. Cuando Martina nació, Alberto estaba acabando la carrera de Derecho y nunca
dejó de ofrecer su ayuda. A veces pasaba horas estudiando mientras mecía la cuna de la niña para
que no se despertara y yo pudiera dormir. Mi hermano es maravilloso, créeme, eres una mujer
muy afortunada.
- Bueno, estamos conociéndonos, pero sí, ya me di cuenta de que tiene un gran
corazón.
Mientras tanto, en el salón, Alberto tenía un único pensamiento en su mente: “Tengo ganas de
ver a Sandra y explicarle lo que está pasando aquí ¿Estará despierta cuando se vayan todos? Tal vez la
llame. Estoy impaciente por oír su voz”. Estaba dejando a Ana y Lucas hablar tranquilos en la cocina
pero empezó a notar cierta perplejidad en Helena y decidió llamarles.
- ¿Habéis acabado ya? El café se enfría.
Después del café, Ana y Helena se despidieron, mientras Lucas, con Martina en brazos, iba
caminando a su apartamento, a dos calles de allí.
Una vez a solas, Alberto se puso cómodo, se estiró en su cama y cogió el móvil. Sandra no
tardó en responder. Acababa de salir de la ducha, llevaba una toalla cogida en el pecho e iba a ponerse el
pijama.
- Ya estás tardando en explicarme con pelos y señales lo que ha pasado –
respondió Sandra a la llamada sin siquiera saludar a Alberto.
- Vaya, vaya, nunca había tenido a una mujer tan pendiente de mi llamada… - se
reía él pensando en la expresión de curiosidad que Sandra debía tener.
- No me extraña… Va, Alberto, empieza…
- Vas a alucinar. El encuentro entre ellos ha sido extraño, se les notaba nerviosos a
los dos y luego he visto la pena en la cara de mi hermano, ¡pobre!
- Ya te lo dije…
- Espera, que aún hay más… mi sobrina ha llegado más tarde con su nueva
canguro. Yo todavía no la conocía y Ana y yo nos hemos llevado una sorpresa… La canguro es
Helena, la tía de Ana.
- ¡Qué fuerte! ¿De verdad? - Sandra no se lo acababa de creer.
- Sí, al parecer escuchó en el aeropuerto que Lucas necesitaba una canguro. Es
algo extraño ¿verdad?
- Sí, muy muy extraño. Ahí hay gato encerrado… ¿Conseguiste que se quedaran
solos Ana y Lucas?
- Sí, la primera vez poco después del encuentro. Cuando volví estaban más
tranquilos, supongo que debieron hacer las paces. Conozco bien a mi hermano y hará lo que sea
por tener una buena relación con ella para no hacerme daño.
- Sí, pero recuerda que lo que queremos es que tengan algo más que una buena
relación… Y ¿tu sobrina? ¿qué cara puso Ana cuando la vio?
- Se quedó perpleja. Por cierto, Ana se mostró bastante incómoda con Martina ¿no
le gustan los niños?
- Pues no estoy segura… cuando hablamos de estos temas ella no suele opinar, es
bastante reservada. Va, explícame más…
- Creo que Ana y Lucas hablaron de la niña cuando les dejé otra vez a solas en la
cocina. Algo debió de pasar allí, porque oí a mi hermano reírse a carcajadas y luego salir con un
chichón en la cabeza.
- ¿En serio? Qué pena habérmelo perdido…
- La próxima vez te invitamos…
- No tienes por qué hacerlo, si no quieres…
- En realidad no quiero.
- Imbécil.
“¿Será verdad? ¿Es lesbiana? … No, no puede ser… Me debe estar tomando el pelo”
Aquella noche Alberto no fue capaz de conciliar el sueño hasta casi el amanecer, sin saber
muy bien si lo que lo inquietaba era la excitación que le provocaba imaginar a Sandra con su ropa
interior turquesa o la preocupación de que aquella insinuación no fuera una broma más de su pelirroja. Al
día siguiente lo aclararía con Ana.
Como cada lunes a las diez de la mañana, Ana se reunía con su equipo de trabajo para
revisar los proyectos pendientes y planificar las tareas. Aquel día Ana se encontraba especialmente
irritante, sobre todo con Carla.
- Carla, ¿Cómo puede ser que estos carteles no hayan sido impresos aún? El
cliente los necesita ya.
- Perdona, Ana. La semana pasada fue muy complicada, tuve que encargarme de
las artes finales de tres clientes, tuve problemas con las imprentas y nos vimos obligados a
repetirlas. Entonces aquellas eran las más urgentes.
- Y si tanto trabajo tenías, ¿por qué a las seis de la tarde ya no estabas en tu
puesto?
- Ana, sabes que tengo que ir a buscar a mi hijo a la escuela. Miércoles y jueves
me llevé el ordenador a casa y pude continuar enviando emails.
- Excusas, Carla. El trabajo debe ser lo primero y tú no estás cumpliendo con los
objetivos. Debes estar más centrada.
A Ana los retrasos la enojaban, cada vez se mostraba más inflexible con las personas, no era
capaz de ver el esfuerzo y sacrificio de los demás y siempre exigía más. El resto de supervisores ya no
querían colaborar con ella y su equipo se veía desamparado. Algunos la empezaban a llamar Ana la
Inhumana.
Por la tarde, después de un buen almuerzo, sola, en uno de los restaurantes alejados que Ana
frecuentaba para evitar encontrarse con alguien de la oficina, hacía esfuerzos para calmar sus nervios.
Había intentado pensar en algo agradable, algo que espantara sus espíritus malignos, algo o alguien… y
no pudo evitar recordar a Lucas golpeando la puerta del frigorífico en casa de Alberto, sus carcajadas
divertidas y su rostro húmedo por las lágrimas de la risa. Tal vez para otras personas aquella escena
podría resultar cómica, pero para Ana fue muy erótica. El rostro de Lucas tan cerca del suyo, las miradas
cruzadas como en el aeropuerto y el calor que desprendía su pecho… su bello se erizaba al recordar esa
cercanía. Nunca pensó que socorrer a un herido podría ser tan sensual, casi morboso.
Y justo en el momento en que su cerebro repasaba por tercera vez la escena, su móvil sonó.
- ¡Hola Alberto! me alegra mucho que me llames. Hoy más que nunca necesito oír
una voz amiga.
- No parece que hayas empezado muy bien la semana…
- Pues no, la verdad es que no. Y dime, ¿por qué me llamas? – preguntó Ana
curiosa.
- Verás, tenemos un cliente que es productor de obras teatrales. Hemos ganado su
caso y me ha obsequiado con cuatro entradas para ir a ver el Musical “Mamma Mía” este viernes
a las siete y media de la tarde. He pensado que podríamos ir Sandra, mi hermano, tú y yo. Luego
podríamos ir a cenar. ¿Te apetece la idea?
- Me parece fenomenal, tenía muchas ganas de ver ese musical. ¡Ya verás cuando
se entere Sandra, le encantan! –. Pero para Ana aquella era solo una oportunidad para volver a
ver a Lucas y no podía desperdiciarla.
- Bien, entonces, ¿quedamos en la puerta del teatro a las siete? A esa hora abrirán
las puertas. Yo se lo comento ahora a Sandra, estoy viéndola concentrada mirando la pantalla del
ordenador, fingiendo que hace algo de provecho, claro…- se reía él sin dejar de admirar la figura
de Sandra.
- Alberto, ten cuidado que quién juega con fuego se acaba quemando…
- Sí, lo sé, pero creo que me estoy volviendo pirómano… Y hablando de fuego y
Sandra ¿te puedo hacer una pregunta personal y por favor, que quede entre nosotros?
- Suéltalo ya.
- ¿A Sandra le gustan los hombres o las mujeres? – las carcajadas de Ana
resonaban al otro lado de la línea.
- Pero Alberto, ¿a qué viene esa pregunta? A Sandra le gustan más los hombres
que a un niño una pelota.
- ¿Y quién es Susi?
- ¿Susi?, Susi es su gatita. ¿Qué tiene que ver Susi con la orientación sexual de
Sandra?
- Déjalo Ana, es una larga historia… - Alberto se sentía decepcionado “¿Cómo he
podido caer en su trampa? Me las pagarás pelirroja.”
Ana, que ya había percibido entre ellos una atracción mutua, decidió que debía ayudar con
algún empujoncito.
- Alberto, Sandra ha tenido malas experiencias con los hombres: los que parecían
buenos para ella acababan huyendo de su inteligencia, demasiado lista para su ego
masculino y los malos pues acababan haciendo lo que solo ellos saben hacer: ser
infieles. Pero Alberto, tú sigue así, lo estás haciendo muy bien…y el esfuerzo merecerá la pena,
te lo garantizo.
- Te creo, pero bueno… ya veremos si acabo apagando el fuego o chamuscado.
Una vez se despidió de Ana, Alberto solo tenía ojos para admirar la figura de Sandra.
Sentada con las piernas cruzadas, inclinada a un lado, los músculos de sus piernas se marcaban bajo su
falda. Cuando estiraba uno de sus brazos para alcanzar la grapadora, el dibujo de sus pechos se
trasparentaba bajo la blusa y sus rizos azafranados se deslizaban por su cuello. No podía dejar de
disfrutar con aquella imagen. “Vamos Alberto, ya estás ardiendo en llamas, no tienes razones para temer
al fuego”.
Cuando se situó detrás de ella, Sandra no tuvo que girar su silla para saber de quién se
trataba.
- ¿Qué pasa rubiales? ¿vienes a preguntarme por mi ropa interior? ¿quieres saber
dónde me la compro? Te gustaría la tienda, tienen unos conjuntitos para hombre muy sexys.
- No, gracias, ya tengo ropa interior sexy. Sin ir más lejos, tengo unos calzoncillos
turquesa que quedarían muy a juego con tus braguitas, iríamos conjuntados, ¡qué pena que
acabaran destrozadas! Esa tal Susi debe ser toda una fierecilla felina.
- No puedes imaginarte hasta qué punto…
- Quería pedirte una cita para el viernes pero a la que te agradecería no
asistieras…
- Alberto, tengo trabajo que hacer, no puedo jugar a los acertijos. Va, explícate.
Intuyo que esto va de tu nueva novia postiza.
- Sí, pelirroja lista. Acabo de hablar con Ana. Tengo cuatro entradas para ver el
musical “Mamma Mía” el próximo viernes y le he preguntado si podíamos ir mi hermano, ella, tú
y yo.
- ¿Y me estás pidiendo que no asista y me pierda el musical? – Sandra mostraba su
enfado frunciendo el ceño.
- Sí, he pensado llamar yo a mi hermano minutos antes diciendo que no puedo ir
por una gastroenteritis. Y tú podrías llamar a Ana cuando ya esté en la puerta del teatro con
cualquier otra excusa, así los dos no tendrán más remedio que compartir el espectáculo. Y, no te
preocupes, me guardan las otras dos entradas para la semana siguiente. Si quieres, podríamos ir
juntos, prometo no preguntar por tu ropa interior.
- Ya veremos, me gustan los musicales, pero ir contigo es un precio demasiado
alto que no sé si debería pagar…
- ¿Y si llevo los calzoncillos turquesa? – Alberto disfrutaba viendo como Sandra
cambiaba su expresión enfadada por otra más divertida, como si lo estuviera dibujando en su
mente con esa ropa interior.
- Bueno, yo la llamaré a las siete menos cinco con cualquier mentira y sobre lo de
la semana que viene, ya veremos…
El resto de la semana continuó siendo complicado para Ana. Los proyectos se acumulaban y
los problemas para sacarlos adelante también. Tanto su equipo como ella tuvieron que dedicar muchas
horas extras de trabajo. El viernes, aunque por fin habían podido finalizar los proyectos más urgentes y
contentar a algunos de los clientes más exigentes, el cansancio y la continua irritación que mostraba Ana
había generado un ambiente tenso en la oficina. Después de comer, fueron sorprendidos por la inesperada
visita de Helena y Martina. La simpatía y dulzura de la niña pronto suavizaron el clima y los compañeros
de Ana reían más relajados.
- ¿Tía, que hacéis aquí las dos? Sabes que es muy importante para mí que se
aprovechen al máximo las horas de trabajo y Martina está siendo una distracción para el equipo –
Ana había logrado apartar a su tía del corrillo que hicieron alrededor de la niña y hablaban a
solas en su despacho.
- Ana, tranquila, tan solo estaremos unos minutos. El colegio de Martina no está
muy lejos de aquí y hemos ido a merendar a una cafetería frente al edificio. Cuando le expliqué
que trabajabas aquí me insistió en venir a verte.
- ¿A mí? – dijo extrañada.
- Sí, a ti. ¿Por qué no?
- Por nada, solo que no fui muy amable con ella la otra noche, creo que no se me
dan muy bien los niños…
- Pues a ella sí parece que le gustaste… Por cierto, me ha dicho Lucas que habéis
quedado esta tarde con Sandra para ir los cuatro a ver un musical.
- Sí, tengo que acabar unas cosas antes de irme y hoy debería salir más temprano
para que me dé tiempo a arreglarme.
El diseño estaba impreso en una cartulina grande que Carla abría con cuidado. Martina
admiraba el dibujo, hechizada, como si realmente apareciera ante ella la princesa ilustrada. Algo brilló
en el cajón y la niña curiosa se acercó. Era uno de los botes de colonia que se utilizaron para el prototipo
que aún debían mostrar al cliente. Martina estaba muy emocionada y al coger uno de los botes, éste
resbaló de sus manos y cayó al suelo, partiéndose en pedazos.
Ana enfureció, alzó las manos para tapar sus ojos mientras hacía esfuerzos por no gritar
como un animal herido. Una vez hubo contenido su primera reacción, apartó las manos de su cara y le
dirigió a Martina una fría mirada de desaprobación.
- Martina, tienes que tener más cuidado, esto no son juguetes con los que
divertirse una niña de tu edad.
- Ana, por favor, cálmate, ha sido un accidente – Helena no podía entender esa
frialdad que a veces mostraba su sobrina. Martina se acercó a ella abrazándola, con lágrimas en
los ojos –. No te preocupes, no molestaremos más, ya nos vamos…
Una vez cerraron la puerta del despacho, aún podía oír los gritos de reproche de Ana hacia
la pobre Carla. A Helena aquella situación la estaba preocupando. Podía aceptar que su sobrina tuviera
un día duro de trabajo, conocía bien sus exigencias y profesionalidad, pero aquello había ido demasiado
lejos. La vuelta a España no había sido fácil, parecía que haber conocido a su amiga Sandra y ascender
dentro de la empresa hasta ser la diseñadora jefe habían conseguido llenar parte de ese vacío que tanto la
hacía sufrir. Pero no, tal vez las cicatrices sigan sin cerrar y Ana necesite algo más que una amiga y un
buen trabajo.
Lucas acababa de llegar del aeropuerto y tenía que arreglarse en poco tiempo. Después de
ducharse, se vistió con unos pantalones de lino marrones y una camisa beige que resaltaba su tez morena.
Cuando ya se estaba despidiendo de Helena y Martina, le sonó el móvil.
- Lucas, soy Alberto. Algo de lo que comí a mediodía no me sentó bien. Estoy con
vómitos y como puedes imaginar no me apetece salir de casa ¿te importaría ir tú solo con las
chicas? A ellas les hace mucha ilusión ver este musical y no quiero que se lo pierdan por mi
culpa. He reservado mesa para luego, a las diez, en una pizzería que ellas suelen frecuentar.
- Muy bien Alberto, no te preocupes. Me sabe muy mal que no puedas venir, de
verdad. ¿Se lo has dicho ya a Ana? Seguro que a ella le gustaría más ir contigo.
- No, no se lo dije aún y no me dará tiempo… creo que tengo que ir rápido al
lavabo. Llámame cuando llegues a casa y me cuentas.
- Sí, te daré un toque, pero para saber cómo estás. Si no mejoras, llámame y te
llevo al hospital.
- No te preocupes, se me pasará. Tú tranquilo y disfruta del espectáculo.
Antes de salir de casa, Lucas pidió a Helena que llamara a Alberto en una hora para
comprobar si mejoraba o necesitaba de ayuda médica. No podía evitar sentirse culpable, su hermano
estaba enfermo y él iba a pasar unas horas con su novia, a la que tantas ganas tenía de volver a ver.
Ana finalmente pudo salir de la oficina a la hora deseada y tuvo tiempo suficiente de pasar
por casa, ducharse y ponerse uno de sus vestidos favoritos, no demasiado elegante ni tampoco
desenfadado, era sencillo y se ajustaba perfectamente a su figura. Su melena quedó perfectamente alisada,
como a ella le gustaba. A falta de cinco minutos de la hora acordada, ya estaba allí, mirando su reloj y
deseando no empezar a perder la paciencia esperando, eso no sería un buen comienzo. Sin embargo, un
par de minutos antes de las siete, vio aparecer a Lucas que se aproximaba. Estaba especialmente
atractivo, fresco y natural. La camisa de manga corta dejaba entrever los músculos de sus brazos y el tono
de la prenda resaltaba su tez morena. Su cabello moreno estaba aún algo húmedo y revuelto, lo que le
daba un aire informal que contrastaba con la imagen que Ana recordaba del agente de seguridad del
aeropuerto. “Ufff… ¿Cómo puede ser tan guapo, el condenado?”
- Hola Ana. Estás muy guapa. ¿Has podido hablar con Alberto?
- No, ¿ha pasado algo?
- Está enfermo con gastroenteritis y no vendrá. Estaba con vómitos cuando me
llamó y me advirtió que tal vez no le daría tiempo suficiente para llamarte… ya sabes lo mal que
se pasa en esos momentos…
- Tranquilo, no te preocupes, ya me dijo hace unas horas que no se encontraba muy
bien…-mintió Ana. A Lucas se le notaba demasiado preocupado por disculpar a su hermano y esa
respuesta lo calmaría.
- ¿Y tu amiga Sandra? ¿no ha venido aún?
Aquella noche el teatro había vendido todas las entradas. Una vez apagaron las luces, Ana y
Lucas reían al comentar que los dos únicos asientos libres del anfiteatro estaban al lado de cada uno de
ellos.
Lucas no podía dejar de observarla de reojo. Su pelo brillaba como en otras ocasiones y en
sus grandes ojos se reflejaban los focos del espectáculo. Perfiló con la mirada sus brazos, sus manos, sus
pechos, su abdomen y sus piernas, toda ella era perfección y deseo. “¿Cómo puede estar sucediendo?
Hace tan solo unas semanas me resignaba al pensar que no la volvería a ver y ahora la tengo a mi lado”.
Ana se sentía especialmente excitable, se estremecía con cada roce casual con los brazos,
codos o manos de Lucas. En un par de ocasiones, sus dedos meñiques se acariciaron y ella creyó que sus
manos arderían. ¿Por qué aquel hombre le hacía sentir así? Esa pasión que fluía entre ellos estaba
aniquilando años de prácticas de autocontrol. Ana se había preparado bien para evitar este tipo de
sentimientos, pero durante todos esos años de autoaprendizaje nunca imaginó que un simple roce o una
mirada cómplice pudieran desencadenar esa revolución en su interior.
Durante el tiempo de descanso, los dos salieron a la entrada principal. Apartados en una
esquina, entre la muchedumbre, comentaban las escenas más divertidas y compartían opiniones sobre los
diferentes actores o personajes de la obra.
- Seguro que tienes algún recuerdo de tu infancia con una canción de Abba
sonando de fondo: una coreografía en la escuela, algún anuncio de televisión… - comentaba
Lucas -. Yo recuerdo a mis padres que no podían evitar bailar al escuchar “Mamma Mia”. Mi
hermano y yo éramos aún muy niños, pero tengo la imagen viva en mi memoria. Escuchaban el
disco del grupo y cuando sonaba esa canción los dos se dejaban llevar. Como padres han dejado
mucho que desear, pero me alegra mantener algunos recuerdos agradables de ellos, al fin y al
cabo, son mis padres y forman parte de mi vida.
- A mí no me vienen a la memoria momentos de la infancia con la música de Abba
de fondo. Aunque sí los he escuchado mucho. Pero inmersa en mi mundo, con los auriculares…
fui una adolescente solitaria y esquiva.
- ¿Tuviste una infancia difícil? – Lucas percibió tristeza y dolor en su mirada,
quiso abrazarla para consolar su amargo silencio, pero tuvo que contenerse.
- Se puede decir que mi adolescencia arrasó mi infancia como si se tratara de un
tsunami, sin dejar rastro de ella, pero por favor, dejemos de hablar de eso. El musical está
resultando más divertido de lo que esperaba y me alegra mucho haber venido contigo – Ana no
creyó lo que acababa de decir. “¿Habrá sonado a declaración de amor? ¿Le digo también que
acabemos de hablar de las canciones de Abba en mi casa, después de hacer el amor en el
tocador, sobre la mesa del comedor y en el cálido parqué... Mejor será que deje de pensar en
ello.”
- Yo también me alegro Ana, aunque me siento mal por mi hermano – Lucas tuvo
que mentir -. Siempre podrás volver a venir con él, seguro que no te importará repetir.
- Vamos, volvamos a las butacas, van a empezar sin nosotros… - Ana se
sorprendió al ver que la entrada estaba casi vacía. Estaban tan cómodos el uno con el otro que no
cayeron en la cuenta de que ya habían acabado los treinta minutos de descanso.
La noche era cálida y las calles estaban llenas de turistas, estudiantes celebrando el fin del
curso, terrazas repletas de gente, cervezas y risas. Cruzaron un par de avenidas hasta llegar a la pizzería
que tanto frecuentaban Ana y Sandra. Justo cuando entraban por la puerta, Ana explicaba a Lucas cómo
conoció a su amiga, lo inseparables que habían sido desde entonces y lo divertida que podía llegar a ser,
incluso se atrevió a hablarle de los ocurrentes diálogos que mantenía con Alberto. Después de aquello
decidió dejar de conversar y tratar de escuchar más a Lucas, sobre todo porque debía evitar hacer
comentarios que pudieran delatarla.
Lucas la escuchaba animado y la observaba absorto. “¿Cómo puede ser tan guapa? Hay
momentos en los que se muestra triste, en otros se vuelve inquebrantable y cuando desaparece su tensión
es alegre y divertida… es tan intrigante. Necesito descifrar ese misterio, sea como sea…”.
Mientras cenaban, Lucas explicó anécdotas divertidas sobre Martina. Cómo con tan solo
cinco años aconsejaba a su padre sobre cómo vestir a la vez que lo consultaba con sus dos amigos
invisibles, una jirafa y un hipopótamo. Le confesó lo mal que se sentía porque su hija adora a los
animales y no puede permitirse tener un perro en casa. Y reía al recordar las colas de espera que su hija
provocaba cada vez que se sentaba sobre el regazo de Papa Noel y le narraba con detalle lo que haría
con su perrito si éste se lo concediera en Navidad.
- Perdona Ana, te estoy aburriendo con las historias de mi hija. Es típico de los
padres no poder evitar hablar de sus hijos.
- Tranquilo, no tengo hijos pero sé que cuando los tienes todo tu mundo gira
alrededor de ellos.
- Sí, esa sería la mejor manera de describirlo. Y tú… ¿te gusta la idea de ser
madre alguna vez? - Lucas se detuvo unos segundos - Perdona, tal vez he sido demasiado
indiscreto, creo que es una pregunta muy personal.
- No te preocupes, a nuestra edad y todavía sin descendencia, te acabas
acostumbrando a dar ese tipo de explicaciones… La verdad es que no he pensado demasiado en
ello. Mi mundo, a diferencia del tuyo, gira alrededor de mi trabajo. Mi objetivo es levantar mi
propia empresa de diseño gráfico. Y no entra en mis planes crear una familia.
Sin entender demasiado bien la razón, Lucas sintió como una aguja fina y afilada atravesaba
su corazón. Él sabía que lo que sentía por Ana no era únicamente atracción física pero nunca se había
planteado la posibilidad de que surgiera algo más, sobre todo después de averiguar que era novia de
Alberto. Pero aquellas palabras de Ana hicieron que toda posible esperanza de estar con ella se
desvaneciera por completo. Podía soñar con la posibilidad de que su hermano y ella rompieran su
relación, pero él ya era un hombre con familia, eso era irremediable y un impedimento en los sueños de
ella.
- Y tú Lucas ¿has pensado en volver a ser padre?
- Pues, a pesar de lo sacrificado que es, sí, me gustaría mucho tener un hijo.
Aunque si tuviera otra niña, tampoco me iba a importar. Pero para eso tiene que aparecer la
madre y en mis circunstancias es complicado, las mujeres huyen de mí…
- Eso es porque el destino no te ha hecho tropezar con la mujer que te merezca.
- Bonita frase.
Era evidente que no estaban hechos el uno para el otro, planes de futuro distintos y
situaciones familiares distintas.
Una vez acabaron el café y discutieron sobre cómo pagar la cena, caminaban juntos hacia el
edificio donde Ana tenía su apartamento, a pocos metros del restaurante.
- Lucas, lo he pasado muy bien, de verdad. Tenemos que salir a cenar los cuatro,
con Alberto y Sandra. Podría ser muy divertido.
- Sí, por supuesto – Lucas se sentía abatido. “No sé si va a ser buena idea. Tenerla
cerca y no poder tocarla me está matando”.
Se despidieron en la puerta del edificio de Ana con un beso en la mejilla y una leve sonrisa.
Mientras Lucas volvía solo a casa pensaba en sus últimas relaciones. Desde que Mónica
muriera, no había salido con la misma mujer más de dos semanas. Sus encuentros se limitaban a un par de
cenas y sexo en alguna habitación de hotel. Las conversaciones que mantenía con ellas eran triviales,
trabajo, cine, gastronomía y poco más. Nunca hablaba de Martina y menos aún de lo que había sufrido
con la muerte de Mónica. Ana se ajustaba a ese tipo de mujeres con las que se relacionaba,
independiente, segura de sí misma, ambiciosa y con escaso o nulo instinto maternal, mujeres que solo
buscan sexo en hombres como él, pero aun así, continuaba viendo algo distinto en ella, algo que la hacía
diferente, sentía que con ella era capaz de mostrar sus sentimientos. Aunque no podía olvidar que esa
mujer ya estaba comprometida con su hermano, algo que aún no lograba comprender, Ana y Alberto no
encajaban, él buscaba otras cualidades en una mujer.
Helena decidió llamar de nuevo a Alberto. Éste no parecía estar muy enfermo cuando habló
con él, pero debía volver a interesarse para contentar a Lucas. Martina, que se negaba a conciliar el
sueño, apareció en el salón.
- Helena, Helena, ¿vas a llamar a mi tío?
- Sí, Martina, ¿quieres hablar tú con él?
- Sí, sí…
- Vale, pero con una condición: me tienes que prometer que luego irás a la cama y
estarás quietecita hasta que el sueño consiga encontrarte, que debe andar por ahí muy
despistado…
- Vale, te lo prometo.
Aquella conversación con su sobrina cambió el rumbo de sus planes. No podía contarle aún
la verdad a su hermano sin antes entender mejor qué había provocado en Ana esa actitud agresiva hacia
Martina. “¿Será porque no le gustan los niños?” – volvía a cuestionarse.
Justo antes de que Martina y Alberto cortaran la llamada, Lucas entraba por la puerta de
casa.
- Tío, papá acaba de llegar. ¡Papá, papá, ven! – Martina entregaba el teléfono a
Lucas.
- Hola Alberto ¿estás mejor?
- Sí, mucho mejor, gracias. Helena me ha llamado ya dos veces para preocuparse
por mí y luego darte el parte médico. Pero cuéntame. ¿Qué tal lo habéis pasado? ¿Les ha gustado
a las chicas el musical?
- Sandra tampoco pudo venir y fuimos Ana y yo. Espero que eso no te moleste. Me
he sentido mal, estando yo allí con ella y tú enfermo en casa.
- No te preocupes, Lucas, ya iré a más musicales con ella. Y dime ¿os ha gustado?
– La voz de Lucas no le estaba gustando a Alberto.
- Sí, mucho. La obra es divertida, alegre y los actores cantan muy bien. La puesta
en escena, vestuarios, bailes, escenario… todo ha sido maravilloso. A Ana también le ha gustado
mucho. Si puedes, no pierdas la oportunidad de ir y si vas con Ana seguro que no le importará
volver a verla – El tono decaído de Lucas había cambiado y se mostraba emocionado.
- ¿Y habéis ido a cenar luego a la pizzería?
- Sí, hacen muy buenas pizzas ahí, por cierto…
- Y dime ¿qué te parece Ana? – Alberto no aguantaba más, necesitaba saber más
sobre los sentimientos de Lucas.
- Pues creo que eres afortunado, es lista, inteligente, divertida, muy dedicada a su
trabajo, tal vez demasiado…
- ¿Por qué dices eso?
- Bueno, me explicó que su mayor deseo es crear su propia empresa y su trabajo
es su máxima prioridad, incluso no tiene en sus planes tener familia. ¿Eso ya lo habéis hablado?
Tú siempre me has dicho que no tardarías en tener hijos una vez conozcas a la mujer adecuada.
Alberto empezó a percatarse de por qué percibía en Lucas esos sentimientos de frustración y
desencanto. Su hermano había descubierto que la mujer que deseaba no encajaba en su vida. Y ya no
sabía cómo ayudarle, provocar más encuentros con Ana podía acabar siendo un arma peligrosa y no
podía permitir que Lucas sufriera más. Tenía que meditar sobre qué y cómo proceder y esta vez tenía que
caminar sobre suelo seguro.
Helena acostaba a Martina mientras los dos hermanos hablaban. Tenía ganas de poder
compartir con Lucas un té a solas y entender mejor qué había sucedido aquella noche. “Si Alberto no fue
al teatro, entonces Lucas fue solo con Ana y Sandra…” – se preguntaba curiosa. Cuando regresó al
salón, Lucas ya se había cambiado de ropa y preparaba la infusión en la cocina. Parecía ausente. Helena
lo observó un instante, apoyada en el marco de la puerta. Su expresión alternaba una sonrisa dulce con un
gesto de negación, como si debatiera consigo mismo.
- ¿Qué tal ha ido la noche? ¿Os gustó el musical?
- El musical es increíble, totalmente recomendable. Sandra tampoco pudo venir y
fuimos Ana y yo solos. A ella también le gustó mucho.
- ¿Has ido solo con mi sobrina? – Helena se sentía feliz y satisfecha “Ni que lo
hubiese preparado yo misma…” - ¿Y has sobrevivido?
- Sí, creo que sí… – Lucas soltó una carcajada – No me pareció peligrosa.
- Mi sobrina es de armas tomar. Es buena chica y, como puedes imaginar, para mí
es como una hija y la quiero mucho. Pero eso no impide que conozca sus defectos…
- Pues a mí me ha parecido encantadora. Es agradable, inteligente y segura de sí
misma. Aunque cuando hablamos sobre nuestra infancia, se mostró distinta, insegura y afligida.
Me explicó que su adolescencia había sido complicada, pero no quiso hablar más sobre su
pasado – Lucas bebía un sorbo de su té caliente y estaba absorto perdiendo la mirada en el fondo
de la taza.
- Sí, mi sobrina ha pasado una época complicada y su carácter obstinado no ha
ayudado demasiado. Ni siquiera yo entiendo exactamente qué fue lo que provocó aquella aptitud
de enfado y Ana hace tiempo tomó la determinación de no hablar de su pasado e infancia.
- Es una verdadera pena, no se puede huir del pasado por muy doloroso que nos
resulte recordarlo. Yo creo que las vivencias de nuestra infancia nos forman como personas.
Tarde o temprano Ana se dará cuenta de que no puede seguir huyendo de ella misma.
- Eso espero Lucas, porque su conducta es cada vez más agresiva y voluble.
Empiezo a preocuparme por ella.
¿ME SIGUES TÚ A MÍ?
El timbre del teléfono resonaba en su cabeza. Ana apenas había podido dormir. Una vez se
despidió de Lucas, la soledad se apoderó de ella y ese torbellino de sensaciones volvía de nuevo a
torturarla. Nunca antes un hombre la había hecho sentir así. Era indiscutible que existía una fuerte
atracción física y un deseo que no era capaz de reprimir. Durante horas no dejó de reproducir en su mente
la sonrisa seductora de Lucas, con esos labios que ansiaba besar, sus ojos verdes cautivadores y su pelo
moreno y alborotado. Recordaba cómo en varias ocasiones dejó de respirar mientras él clavaba sus
pupilas en las de ella, totalmente hipnotizada por su intensa mirada. Pero Ana no creía merecer esos
sentimientos, esas emociones y debía hacerlos desaparecer, debía huir de ellos, una vez más... Sabía que
la ternura que Lucas podía buscar en una mujer nunca la encontraría en ella. Jamás podría llegar a darle
lo que él necesitaba.
- Sí, ¿Quién es? – Ana apenas era capaz de susurrar.
- Ana ¿estás ahí? Soy Helena. ¿Estás bien?
- Sí, tía sí. Es que acabo de despertarme y me duele la cabeza.
- ¿Te acostaste tarde anoche?
- No, pero no he dormido bien. Dime Helena, ¿por qué llamabas?
- He estado pensando que como hace ya mucho calor podríamos organizar una
barbacoa en mi casa este domingo. Coméntaselo a Alberto y a Sandra. Yo ya se lo dije anoche a
Lucas. Podríamos refrescarnos en la piscina. Todavía no llevé a casa a Martina, le hará mucha
ilusión. ¿Qué te parece la idea? – Helena disfrutaba con este tipo de reuniones familiares.
- Bueno, me parece una idea estupenda…
- Pues no te noto muy animada.
- Tranquila tía, mañana sí lo estaré. Yo me encargo de las bebidas. ¿Podrás
comprar tú la carne?
Una vez acabó de hablar con su tía, Ana se preparaba un café y unas tostadas para desayunar
cuando llamaron por el interfono del portal.
- ¿Quién es?
- Hola Ana, soy Sandra. ¿Me abres o me dejas aquí, esperando que alguna alma
caritativa que pase por la calle me invite a un café? – Sandra, como siempre, tan divertida…
- Sube y deja de ver tantas películas…
Sandra vestía una camiseta de algodón blanca y un pantalón corto. Le gustaba correr por las
mañanas y muchas veces, una vez hechos los 4 o 5 kilómetros de rigor, se acercaba a desayunar con Ana
antes de volver a su casa. Mientras Ana le calentaba el pan y exprimía unas naranjas, Sandra estiraba
algunos músculos.
- Bueno, Ana, explícame, ¿Qué tal fue ayer en el musical? ¿Fuiste con los dos
hermanos?
- No, al final Alberto tampoco pudo venir y me dejó a solas con Lucas – Ana
sentía la necesidad de confesarse con su amiga -. Sandra, tengo algo que explicarte, si no lo
cuento estallaré en pedazos. ¿Recuerdas que os dije a ti y a Alberto que le había dado un bofetón
en el bar de los chupitos a un hombre muy guapo con el que ya había tenido algún encuentro?
- Sí, algo recuerdo. Te habías enterado de que estaba casado ¿verdad?
- Sí, ese. Pues no estaba casado, es viudo y es el hermano de Alberto, Lucas. Es
agente de seguridad en el aeropuerto y el día que viajaba con Helena por última vez a Madrid me
cacheó en el control. Se acercó mucho a mí y bueno, tengo que confesar que me sentí muy atraída.
La noche que lo vi en el bar de los chupitos entendí que estaba casado y en fin, como os expliqué,
le castigué por la vergüenza que me hizo pasar en el aeropuerto.
- ¡Ana, qué casualidad! – disimuló Sandra.
- Sí, bueno pues imagina la escena cuando nos encontramos en casa de Alberto.
- ¿Qué te dijo al verte?
- Pues se comportó como un caballero. La verdad es que cada vez que lo conozco
mejor, más me sorprendo. No solo es increíblemente atractivo, además es educado, encantador,
cariñoso… Creo que nunca había pasado una tarde tan agradable con un hombre.
- Entonces, si eso que me cuentas es así ¿por qué estás tan triste? Yo diría que has
encontrado al chico ideal y sin embargo, parece que te acaba de abandonar.
- Sandra, ya hemos hablado antes de esto, sabes que me quiero volver a Nueva
York. No puedo estar mucho tiempo en esta ciudad y el conocer a Lucas todavía me confirma más
la necesidad de salir de aquí. Creo que me estoy volviendo loca, pierdo la paciencia y no me
soporto ni yo misma. Y luego está su hija. Tiene una niña de cinco años y no sé por qué cuando la
veo me provoca una extraña sensación de amargura que no puedo llegar a comprender. Ya sé que
solamente es una niña, pero hay algo en ella, algo que me aterra y no sé qué es.
- Pero Ana, tienes que intentar calmarte. Debes controlar tus emociones y dejar de
esquivarlas. Si ese chico te gusta, déjate llevar, siéntelo sin miedo.
- No, Sandra, no creo que pueda. Además, Lucas merece alguien mejor que yo, una
mujer que le dé hijos y sabes que esa vida no es la que yo quiero vivir – Ana observaba absorta
la tostada que era incapaz de comer. Hacía días que había perdido el apetito.
- Ana, creo que exageras. Replantéate la posibilidad de dejar de huir y afrontar
los problemas.
- No, Sandra, está decidido. En cuanto tenga la oportunidad me volveré a Nueva
York. Me ahogo en esta ciudad, no puedo continuar aquí…
Sandra ya sabía que esa era la última palabra de su amiga. Cada vez que la conversación se
inclinaba hacia sus problemas con su pasado y sus emociones, Ana rehuía y zanjaba el tema.
- Cambiemos de tercio, Sandra, que tú también tienes algo que explicarme.
- ¿Yo…?
- Sí, dime ¿qué es lo que hay entre Alberto y tú?
- ¿Alberto? ¿Hablas de Alberto, el abogado rubiales? ¿Tu novio postizo? –
preguntaba con indiferencia.
- Sí, Sandra, sí, no juegues conmigo que te conozco.
- Ya te dije que era un chico muy extraño – Sandra rehuía la mirada de su amiga.
- Sí, pero no solo no parece homosexual por la forma cómo te mira, o mejor dicho
cómo te devora, sino que además es un encanto de persona y guapo, no nos olvidemos.
- No sé qué decirte…
- La verdad, Sandra, dime la verdad… ¿qué pasa por esa cabecita?
- Bien, lo haré… Sí, admito que es guapo, mucho por cierto y sí, parece una buena
persona… - Sandra ya no podía seguir resistiéndose - ….y no puedo evitar acelerarme cuando
estoy cerca de él, me saca de quicio… me busca, está buscando donde otros nunca lo hicieron y
está llegando, Ana, se está colando dentro de mí y yo cada vez estoy más impregnada de él…
Cuando lo veo en el bufete, tan serio, tan trabajador, parece otra persona, pero cuando se me
acerca, cuando me habla, cuando me mira… Ana, pierdo el control… - su voz se fue apagando -
… tengo mucho miedo, mucho… ¿Qué puedo hacer? No quiero sufrir más decepciones…
- Lo sabía, lo sabía… – Ana reía a carcajadas.
- Sí, claro, tú cachondéate. Tú que hace un momento hablabas de sentimientos que
no te puedes permitir… y ¿crees que yo sí?
- Sí, por supuesto que sí, tú sí. Sandra, sigue tu propio consejo y déjate llevar.
- No sé. Tengo que meditarlo bien. Estoy cansada de que me manipulen y de que
los hombres persigan solo una cosa de mí.
- No creo que Alberto sea de esos, pero piénsalo bien, que mañana vas a comer
con él. Helena nos ha invitado a una barbacoa en su casa. Llévate tu mejor biquini, a ver si tú
también sacas de quicio al rubiales.
- Ana, Ana… – Sandra sonreía orgullosa de su amiga - …estar a mi lado no te está
haciendo nada bien, como dice mi abuela, todo lo malo se pega.
Las dos amigas continuaron su desayuno entre risas y más confidencias. Para Ana, Sandra
era la mejor vía de escape. Siempre estaba allí en los momentos malos y ella sí sabía cómo hacerla reír.
A mediodía Sandra se despedía de Ana mientras ésta tomaba su móvil para llamar a Alberto.
- Alberto, mi tía nos ha invitado a una barbacoa mañana en su casa. Tiene piscina
así que llévate bañador que nos daremos un chapuzón. También vendrá tu hermano y tu sobrina.
He pensado pasar a recogerte a las doce para llegar juntos, ya sabes, mi tía tiene que vernos
unidos.
- Muy bien Ana, estaré preparado a esa hora. Acabo de salir del supermercado de
comprar unas olivas y jamón recién cortado, lo llevaré para comerlo mientras cocinamos la
carne.
- Muy buena idea.
- Ana ¿Sandra irá?
- Sí, justo ahora acaba de salir de mi casa. Ella va a preparar un…
- ¿Acaba de salir justo ahora? Sandra vive a dos manzanas de tu casa ¿verdad?
¿Al final de la calle?
- Sí, ¿por…? - Ana no entendía la reacción de Alberto.
- Te tengo que dejar, hasta mañana Ana…
Y efectivamente, así fue, apenas un par de minutos después de hablar con Ana, se chocaba,
aparentemente de forma accidental, con una Sandra sorprendida. Alberto nunca la había visto con ropa
deportiva. En el bufete siempre lucía blusas, faldas o pantalones de pinzas, acorde con el atuendo de los
abogados. Pero verla con aquella simple camiseta de algodón y pantalón corto que dejaban ver sus
delgadas pero musculosas piernas era algo para lo que Alberto no estaba preparado. Aquella ropa tan
ceñida que marcaba sus curvas y dejaba ver la forma redondeada de sus senos le permitió imaginarla
desnuda y tuvo que respirar hondo para contenerse, aquella mujer lo excitaba demasiado.
- Hola pelirroja. ¡Qué casualidad!
- Rubiales, ¿de compras?
- Sí y justo ahora acaba de llamarme Ana. Tenemos barbacoa mañana en casa de
Helena ¿Irás tú también?
- Claro que sí – Sandra le dirigió esa expresión chulesca que tanto divertía a
Alberto.
- Como no, tú eres imprescindible… - él le devolvía una de sus sonrisas
maliciosas -. ¿Estabas haciendo ejercicio?
- Sí, salí a correr hace rato, pero paré en casa de Ana y desayunamos juntas.
- Y dime, ¿te ha hablado de cómo se lo pasó ayer con Lucas?
- Realmente a Ana le gusta tu hermano, pero Alberto, esa relación no tiene futuro.
Ana sigue con su empeño de volver a Nueva York y no parece que podamos hacer nada para
impedirlo.
- Sí, no va a ser nada fácil.
Al despedirse, Alberto le dedicó una sonrisa traviesa y seductora que dejó a Sandra
totalmente hechizada. La forma de esos labios tan apetecibles y el movimiento de su ceja derecha al reír
la volvían loca. Nunca antes le habían parecido tan largos los cuarenta escalones hasta llegar a su
apartamento. Durante los veinte primeros, solamente podía rememorar esa sonrisa tan sensual y en los
veinte siguientes esa última frase que la torturaba “no veo que mi relación con esa mujer pueda
funcionar”. “¿Se referiría a mí? ¿Todavía cree que soy lesbiana? Puede que no sea yo, que todo sea
imaginación mía… pero hay momentos en los que estoy segura de que me está intentando seducir”. Cada
vez que se encontraban, Sandra acababa haciéndose las mismas preguntas, hasta entonces nadie había
conseguido crearle tanta incertidumbre y expectación. No solo se trataba de un hombre atractivo con el
que podría vivir alguna que otra noche de sexo apasionado, el interés que le suscitaba iba más allá.
Tal y como estaba pronosticado, la mañana del domingo fue muy calurosa. Ana había elegido
para la ocasión una minifalda estampada y una camiseta de tirantes que dejaba ver la parte superior de su
biquini. Esperaba en el asiento de su coche, frente al portal de Alberto, que ya empezaba a retrasarse.
Pasados cinco minutos de la hora prevista, aparecía con un par de bolsas en la mano y una mochila
colgada de su espalda.
- Llegas tarde… – Ana no ocultaba su enojo.
- Buenos días. ¿No te despertaste de buen humor? Me retrasé tan solo cinco
minutos.
- No soporto los retrasos.
- Vale, perdona. No te enfades.
Durante el trayecto hasta casa de Helena, Ana se mostraba seria y molesta. A Alberto le
resultó una situación muy cómica. “¡Menudo carácter tiene esta chica!”.
Aparcaron frente a la entrada principal. Alberto se sorprendió al ver la casa. Era muy
amplia, de una sola planta y rodeada de jardines muy bien cuidados. “No tiene la pinta de ser la casa de
una canguro” – pensó él.
Helena estaba ligando una salsa para acompañar la carne y ya había dejado todos los
utensilios y bandejas de comida en una mesita cerca de la barbacoa. Después de saludar a su sobrina,
acompañó a Alberto hasta donde debía preparar las brasas para asar la carne.
- ¿Qué le pasa a Ana? Parece disgustada.
- Se enfadó conmigo porque llegué cinco minutos tarde.
- ¡Uhhh..! Cuidado, Ana es inflexible con la puntualidad.
- Ya veo ya…- Alberto le guiñó un ojo a Helena-. Ya se le pasará…
- Dejé unas cervezas en un cubo con agua fría y hielo cerca de la barbacoa.
Sírvete tú mismo.
- Muchas gracias, Helena, no falta el más mínimo detalle. Tienes una casa
magnífica y el patio con los jardines y la piscina son una maravilla. Es el sitio ideal para pasar un
día de calor como hoy con amigos o familia.
- Sí, a mí me gusta mucho este tipo de reuniones – Helena se acercó discretamente
a Alberto para que su sobrina no la escuchara –. Ana no quiere que hable del pasado, pero con mi
hermana y nuestros respectivos maridos hemos pasado muchos momentos buenos aquí. Ana ha
jugado mucho sobre este césped cuando era pequeña, es una pena que se empeñe en olvidarlo.
- ¿Tan doloroso resulta para ella su pasado?
- Sí, nunca llegó a superar la pérdida de sus padres.
- Entiendo, debió de ser duro para Ana.
En ese preciso instante, Sandra los interrumpió. Estaba especialmente radiante, llevaba un
vestido verde corto muy ceñido que resaltaba el color de sus ojos y el brillo de su melena grana. Saludó
luciendo una gran sonrisa.
- Hola Helena. Hola abogado – se dirigió a Alberto casi sin mirarlo.
Alberto no fue capaz ni de responder, se había quedado sin habla y tuvo que hacer grandes
esfuerzos para evitar examinarla con la mirada. “Se ha tenido que vestir así hoy, ¿querrá castigarme?”.
Aquel iba a ser un día realmente difícil, tenía que estar cerca de ella y disimular su atracción. Decidió
concentrarse en preparar las brasas mientras intentaba refrescar su garganta y alguna parte más de su
cuerpo con una cerveza.
Lucas llamaba al timbre de la puerta exterior observando atónito el jardín y la casa. Helena
ya le había explicado que su situación financiera era cómoda y vivía en una zona residencial adinerada,
pero no la había ubicado aún en aquel entorno. Siempre tan servicial, trabajadora, amable y
tremendamente cariñosa, sobre todo con Martina, no parecía encajar en ese ambiente acaudalado. Cuando
atravesaron el jardín y accedieron a la parte trasera, cerca de la piscina, Martina creía estar viendo un
oasis en medio del desierto.
- Papá… ¡qué bonito! y ¡qué piscina tan grande! ¿Me puedo bañar ya? Por favor,
por favor…
- Espera Martina, primero saludamos y luego te pongo el bañador.
Helena y Martina fueron las primeras en darse un chapuzón. Mientras tanto, Ana y Sandra
preparaban una ensalada y algo de aperitivo. Desde la cocina y a través de una ventana situada sobre la
pica, se podía ver la zona de la barbacoa y la piscina. Ana limpiaba unas hojas de lechuga mientras
observaba la escena. Lucas llevaba un bañador tipo pantalón estampado con tonos azules y una camiseta
blanca que le marcaba los músculos del torso. Su pelo seguía alborotado y en su rostro asomaba una sutil
barba de dos días. No era la imagen del apuesto e impecable agente de seguridad, mostraba un aspecto
más desenfadado, juvenil y encantador que todavía lo hacían, si cabe, más atractivo. Sandra se acercó a
su amiga para poder contemplar a los chicos.
- Tenías razón Ana, Lucas es muy guapo. Es normal que te sientas atraída por él,
además parece un encanto de persona. No comprendo por qué prefieres dejarlo escapar.
Sandra salió decidida de la cocina con una nueva bandeja de ensalada y algunos vasos. Una
vez los colocó sobre la mesa se acercó a la zona de la barbacoa, donde Lucas cuidaba de la carne.
- ¿No te vas a bañar Lucas? – le preguntó mientras colocaba una mano sobre su
hombro.
- Lo dejaré para después de comer… ¿y tú?
- Creo que me quedaré aquí ayudándote – Sandra se percató que aquella escena no
estaba siendo indiferente para Alberto y aprovechando que él los estaba observando desde la
piscina, se agarró el vestido por la falda y comenzó a levantarlo poco a poco, con movimientos
suaves y sugerentes, hasta sacarlo por la cabeza y quedarse en biquini –. Hace mucho calor
¿verdad?
Alberto creía morir ante esa visión y pensó en la suerte que había tenido de estar dentro de
la piscina en ese instante, su cuerpo se estaba pronunciando y el frío del agua era lo único que lo podía
contener. “Pero, ¿por qué me hace esto? Me está volviendo loco…”.
Lucas estaba ocupado con las pinzas y las brasas y era totalmente ajeno a los movimientos
sensuales que Sandra se esforzaba en exagerar cuando se dirigía a él. Pero su hermano sí estaba captando
cada uno de esos gestos y los intentaba descifrar. “¿Está insinuándose a Lucas?”. Por otro lado, Lucas
disfrutaba de la conversación divertida de Sandra. Le contaba anécdotas de su época de estudiante y
algunos chismorreos del bufete. Su forma jovial y desenfadada de hablar la hacían irresistible. Sandra
conocía bien su capacidad para encandilar a los hombres. Y parecía que había conseguido no solo
llamar la atención de Alberto, que los observaba de lejos, sino que además tenía a Lucas ensimismado
con su charla. Hasta que, claro está, Ana se acercó y Lucas desvió totalmente su atención.
Había pensado mucho en la tarde que pasaron juntos el viernes y en los sentimientos que Ana
despertaba en él y como no, en los dos impedimentos que los separaban: su hermano y las prioridades de
ella. Por tanto, ya había tomado una determinación: se limitaría a observarla, disfrutar de su belleza y
olvidarse de aspirar a nada más. Cuando la encontró en el bar del amigo de Alberto pensó que el destino
los unía y que aquélla podía ser la mujer de su vida, pero estaba claro que fue un error y que lo mejor era
resignarse. Así que allí estaba él, admirando en silencio a la que creía la mujer más fascinante que había
conocido, observándola desde la sombra y recordando la cercanía de sus labios cuando la cacheaba.
Mientras sacaba de la parrilla la carne y la colocaba en bandejas, Ana repartía los cubiertos y acercaba
las sillas alrededor de la mesa. Cuando sus miradas coincidían ambos intentaban despistar la atención y
disimular las sensaciones provocadas por esos encuentros visuales. Lucas incluso llegó a notar cómo su
hermano los observaba desde la piscina, aparentemente algo irritado. Fue entonces cuando decidió
ignorar a Ana y centrarse en la agradable compañía de Sandra.
Pocos minutos después, todos se acercaban a la mesa, entre risas y bromas. Sandra se sentó
junto a Lucas, que ya estaba con su hija cortándole la carne y apartándole unas patatas para que la niña
empezara a comer. Helena se situó frente a él y en el otro extremo Alberto y Ana. Lucas se sintió
aliviado al comprobar que desde esa posición y con un poco de esfuerzo por su parte, no cruzaría la
mirada con la de Ana durante unas horas.
Sandra se mostró especialmente atenta con Lucas, lo que estaba sacando de quicio a Alberto.
Su sobrina también estaba maravillada con la amiga de Ana.
- Martina, a ver si adivino cuál es tu princesa Disney favorita… seguro que es…
Cenicienta.
- No, no has acertado – la niña reía divertida –, pero es mi segunda favorita.
- No me lo digas, pues entonces es… Blancanieves.
- Sí… es la más guapa de todas. Y ¿cuál es tu favorita Sandra?
- A mí me gusta mucho la Bella Durmiente… Solo de pensar en poder dormir
tantas horas seguidas… me da mucha envidia - todos reían las ocurrencias de Sandra, bueno,
todos menos Alberto que cada vez se mostraba más desconcertado.
- La favorita de papá es Cenicienta y la de tío Alberto es Ariel, la Sirenita. Ana,
¿cuál es tu favorita? – a Ana le invadió de nuevo la incomodidad y la tensión, seguía sin
comprender por qué Martina la alteraba tanto.
- Pues no sé, Martina, no las recuerdo bien…
- A Ana de pequeña le gustaban más las películas de acción que las de princesitas.
Ella quería ser de mayor como Indiana Jones y viajar por el mundo en busca de tesoros
escondidos –Helena había percibido el apuro que sentía su sobrina y decidió intervenir para
ayudarle.
- A papá también le gusta mucho Indiana Jones - añadió Martina -. Hemos visto
muchas veces las películas aunque en algunas escenas me tapa los ojos para que no vea las
serpientes y los esqueletos.
- Sí, reconozco que no debería compartir esas películas con una niña de cinco
años, pero las he visto tantas veces que ya sé en qué momentos tengo que taparle los ojos –
explicaba Lucas mostrándose algo avergonzado.
- Papá, que ya casi tengo seis años.
- Sí, es verdad. Y aprovechando que lo mencionas, el próximo sábado es el
cumpleaños de Martina y os queríamos invitar a todos a comer en casa. Contamos con vosotros,
con todos.
- Sí, sí… - aplaudía la niña.
- Yo no me lo perdería por nada del mundo – Sandra se levantó para darle un beso
a Martina en la frente –. Y ¿qué te parece si ahora nos vamos a la piscina y jugamos a adivinar
canciones?
- Yo me uniré en unos minutos, dejadme alguna canción… -dijo Lucas sonriente
mientras las observaba como se zambullían en la piscina.
- No sabía que Sandra tenía tanta mano con los niños… - a Helena le estaba
resultando revelador el cariño que mostraba hacia Martina.
- Sí, Sandra es así con los niños – explicó Ana -. Su padre se ha casado cuatro
veces y tiene ya varios hermanos pequeños. Y aunque ya no vive con ellos, los va a recoger a la
escuela siempre que puede y los lleva al parque. Si ya la veis, ella es como una niña más… - Ana
admiraba esa facilidad de su amiga para tratar a los pequeños. Con una sonrisa divertida en los
labios y dirigiendo la mirada hacia Alberto añadió – Se le dan mejor los niños que los adultos,
especialmente los hombres, pero estoy segura de que pronto encontrará al padre de los cinco
hijos que dice quiere tener…
- ¡Cinco hijos! Vaya, sí que tiene energía tu amiga – Lucas reía animado.
Después de limpiar la barbacoa, Lucas se unió al juego de Sandra y su hija. Los tres se
sumergían en el agua y chapurreaban canciones que debían adivinar. Helena observaba la escena
divertida, mientras Ana y Alberto recogían la mesa y preparaban los cafés.
- Vaya con la pelirroja, es toda una caja de sorpresas.
- Sí, es un encanto. Alberto, quería agradecerte lo que estás haciendo por mí. De
verdad, está siendo muy agradable estar contigo, conocer a Lucas y a tu sobrina. Me siento mal
por mentir a mi tía y espero que todo esto se acabe pronto, pero quisiera que eso no impidiera
que siguiéramos siendo amigos.
- No te preocupes Ana, simularemos nuestra mutua ruptura y quedaremos como
buenos colegas – Alberto se acercó a Ana, le dio un dulce abrazo y un beso en la mejilla.
En ese instante, Lucas y Sandra miraban la escena desde la piscina. A Sandra le conmovió la
forma cómo a Lucas se le encogía el corazón, su expresión lo decía todo. Aquella situación no podía
continuar así mucho tiempo, ese chico estaba sufriendo demasiado. Decidió que hablaría seriamente con
Alberto sobre su hermano.
Una vez tomaron el café y merendaron el bizcocho de zanahorias que Sandra cocinó el día
anterior, recogieron entre todos y se despidieron, quedando en volver a verse el sábado para celebrar el
cumpleaños de Martina.
Las horas pasaron lentas aquella noche para Alberto. Intentó analizar la situación. Sandra se
había insinuado a Lucas y su hermano parecía impresionado con ella. La relación entre Martina y Sandra
había sido perfecta, ella adora a los niños y enseguida supo ganarse el cariño de su sobrina. Mientras los
observaba en la piscina jugando con la niña, sonrientes, cariñosos y cómplices, Alberto creyó perderla,
perdió a su pelirroja antes de conseguirla. Era evidente que Sandra encajaba mejor en la vida de Lucas
que Ana y él no debía ser un obstáculo para que esa relación funcionara. Y después de horas de insomnio
decidió que tenía que evitar en lo posible a Sandra, apartarla de sus pensamientos y olvidarla.
A primera hora de la mañana Alberto mantuvo una reunión con su jefe e hizo todo lo posible
para que éste le aceptara una serie de visitas a clientes fuera de la ciudad. Por suerte, tenían varios casos
abiertos con empresas que se encontraban en otras provincias y consiguió ocupar su agenda dos días,
durante los cuales no aparecería por el bufete. Las horas al volante y las visitas a las empresas de sus
clientes le ayudarían a espantar de su mente aquellos pensamientos que le entristecían.
Por fin, el miércoles por la mañana Alberto asomaba por la puerta del bufete. Volvía a estar
esquivo con Sandra que notó como a pesar de darle los buenos días, lo había hecho casi sin mirarla a los
ojos y cabizbajo. A través de la puerta de su despacho Alberto podía ver a Sandra de espaldas y no
dejaba de pensar en lo sucedido el domingo. Debía continuar evitándola y olvidarla. Decidió cerrar la
puerta del despacho y así permaneció todo el miércoles sin ni siquiera salir para almorzar.
El jueves, después de otro fugaz buenos días con ella, se encerró de nuevo, dispuesto a
evitar cualquier tentación. Pero aquella mañana fue Sandra quien irrumpió en su despacho, cerrando la
puerta detrás de sí. Ya no soportaba más que la evitara. Decidió que no quería que aquel hombre saliera
de su vida sin ni siquiera haber entrado en ella… y eso era lo que más anhelaba, compartir con él algo
más íntimo, ir más allá, dejarse llevar, tal y como Ana le había aconsejado.
- ¿Qué te pasa conmigo? ¿Ya no me das la lata con tomar un café juntos o hablar
de nuestra ropa interior? ¿Qué te ha picado?
- Nada, Sandra, solo que tengo mucho trabajo – respondió él sin levantar la
mirada.
- Ya ¿crees que soy tonta? Y dime ¿desde cuándo soy Sandra? ¿ya no soy la
pelirroja?
Ante la insistencia de Sandra y después de respirar hondo, Alberto la miró a los ojos. Estaba
molesta y dolida y no pudo evitar sentirse mal. No estaba siendo justo con ella. Al fin y al cabo, todo
aquello no era más que un juego de palabras que a los dos divertía, tampoco tenía por qué significar nada
más… eran buenos amigos y ya está.
- Perdóname Sandra. Sí, he estado algo ausente y preocupado estos días. Lo siento
si te he ignorado, no lo pretendía.
- Ya… - Sandra se mostraba desconfiada – te perdono con una condición.
- Dime, tus deseos son órdenes para mí…
- Ese es mi rubiales… - sonriente se acercó a su mesa y apoyando sus manos para
acercarse más al rostro de Alberto, le susurró - ¿vas o no vas a invitarme mañana al musical?
- ¡Ah! Claro, el musical… ya me extrañaba a mí que me echaras tú de menos… te
intereso únicamente por ese musical ¿verdad?
- ¿A caso lo dudabas, rubiales?
- Por un momento sí, pelirroja.
- Bien, así me gusta…
- Así te gusta ¿qué?
- Que me llames pelirroja… - se separó de la mesa y se dirigió hacia la puerta –
¿a las siete en la puerta del teatro?
- Vale, allí estaré. ¡Ah! Y deja la puerta abierta, por favor…
Aunque después de aquella conversación, Alberto se sintió más aliviado, pensó que antes
debía conocer los sentimientos de Lucas hacia Sandra y por la tarde decidió llamarle. Todo lo sucedido
era verdaderamente surrealista, hacía apenas unas semanas Lucas le explicaba sus encuentros con la
chica de los calcetines rotos mientras él suspiraba en secreto por la pelirroja que tanto lo ignoraba. Y
ahora, la chica misteriosa del aeropuerto era para Lucas la novia de su hermano y Alberto se sentía
celoso de pensar que tal vez su pelirroja podía ser la mujer ideal para Lucas. ¿Cómo habían llegado a esa
situación?
- Hola Lucas ¿Qué tal estás?
- Hola, bien. Estamos haciendo la lista de la compra para la fiesta de Martina.
Está muy ilusionada. Yo tengo esta semana mucho trabajo, ya sabes, esta época el aeropuerto es
un hervidero de gente, pero Helena nos está ayudando mucho. ¿Y tú cómo vas?
- Bien, también con mucho trabajo, los clientes quieren cerrar muchos temas antes
de empezar vacaciones y estamos algo más cargados de papeleo. Por eso no había tenido la
oportunidad de hablar contigo, quería saber qué tal lo pasasteis el domingo en casa de Helena.
- Muy bien, la verdad que tanto Ana como Sandra son encantadoras. Ya me habíais
hablado de Sandra pero aun y así me sorprendió. Es muy divertida y Martina me pregunta todos
los días por ella, tiene ganas de volver a verla.
- Me alegro mucho Lucas. Quién sabe, tal vez Sandra te haga olvidar a la chica
misteriosa de los calcetines rotos… ¿Has vuelto a verla?
- Pues no, no la he visto más y creo que es lo mejor. Debo encontrar a alguien real
y dejar de soñar con imposibles.
- Muy bien, así me gusta hermano – Alberto tuvo que esforzarse por mostrarse
animado –. Nos vemos el sábado entonces. Iré antes que los demás para ayudaros.
- Muy bien, hasta el sábado.
Alberto se sintió de nuevo abatido. Acompañaría a Sandra al musical pero tenía que acabar
aquel juego y retirarse de la partida, si podía ocurrir algo entre Sandra y Lucas él no debía ser quién lo
impidiera. Dejaría que fluyera sin más, limitándose a observar y a esperar.
El viernes a las siete se encontró con una Sandra radiante y tremendamente sexy que lo
aguardaba en la puerta del teatro. Lucía un vestido largo estampado y su melena ondulada caía sobre sus
hombros descubiertos. Su vestido llevaba un escote alargado que acababa mostrando la separación de
sus pechos. Estaba espectacularmente hermosa. Al acercarse Alberto no pudo evitar dedicarle un silbido
de admiración al que ella respondió con un gruñido.
Una vez comenzó el musical, Sandra tarareaba todas las canciones. Estaba disfrutando como
una niña.
- ¿Te las conoces todas?
- Sí, me sé la letra de casi todas. Me gusta mucho el grupo.
Durante la primera mitad del musical Alberto se mostró algo serio y ausente. Aunque insistía
en que los musicales y Abba le gustaban, a Sandra le pareció que había algo que lo continuaba
preocupando, seguía actuando de la misma forma que en el bufete y empezaba a desesperarse. Y fue allí,
mientras disfrutaba del mejor de los espectáculos, cuando se sintió perdida, desamparada… ¿y si Alberto
dejaba de intentarlo? ¿Y si él decidía dejar de jugar? Sus mutuos enfrentamientos verbales, sus divertidos
reproches, sus insinuaciones, todo aquello los había unido, creando un vínculo especial, único. Por
suerte, en ese instante de desaliento para Sandra, las luces del teatro se encendieron y tenían media hora
de descanso.
- ¿Salimos del anfiteatro? Me gustaría hablar contigo un momento sobre tu
hermano… -Sandra tenía que explicarle lo que pensaba del sufrimiento al que estaban
sometiendo a Lucas. Además intuía que eso podía ser una forma de aclarar posibles dudas que
rondaran en la cabeza de Alberto.
- Sí, salgamos.
Mientras se dirigían a la entrada del teatro, Alberto se temía lo peor. “Lo sabía…y ahora
voy a tener que oírlo de su propia boca. ¡Qué ganas tengo ya que acabe esta agonía!”.
Una vez situados en un lado del salón, cercanos el uno del otro para poder hablar mejor,
Sandra comenzó la conversación, necesitaba ser directa y serlo ya, sin más demora.
- Alberto, tienes que decirle a tu hermano que Ana y tú no sois novios.
- Pero, ¿por qué dices eso?
- ¿Es que no te diste cuenta el domingo? No paraba de mirar a Ana mientras
preparábamos la comida. Únicamente cuando no la tenía cerca o cuando la evitaba, se le notaba
más relajado y era capaz de disfrutar. ¿Recuerdas cuando Ana y tú estabais preparando el café
que te acercaste y le diste un beso en la mejilla?
- Sí.
- Tenías que haber visto su cara. Ese chico está sufriendo una agonía.
- Pero, ¿tú te diste cuenta de eso? Quiero decir… estabas tan bien con mi hermano
y a él le resultaste tan encantadora…
- ¿Y dime a quién no le parezco yo encantadora? Ya sabes que soy irresistible… –
bromeaba Sandra con su sonrisa maliciosa –. Tu hermano solo tiene ojos para Ana. Los hombres
no os dais cuenta de estas cosas.
- Sí, bueno, yo estaba…en fin, no me di cuenta, no… Sí, tengo que aclararlo con
él. Mañana sin falta se lo digo.
- Muy bien rubiales. Va, vamos a dentro, que tengo ganas ya de ver cómo acaba…
me encantan estos musicales.
Alberto la seguía atónito. Sentía una mezcla de alivio y agitación que lo habían dejado sin
palabras. En ese instante pensó que era una marioneta colgando de los hilos de su pelirroja, respiraba y
vivía por y para ella. Cuando se volvieron a sentar, no se atrevía a mirarla, tenía miedo de no poder
controlarse, deseaba besarla como nunca antes había deseado besar a una mujer.
Durante los siguientes minutos y a pesar del animado espectáculo que se desarrollaba en el
escenario, Alberto sufría una terrible desazón en su interior, intentaba escapar de esa fuerza que le
empujaba hacia ella, necesitaba tocarla, besarla, amarla… pero solo era capaz de admirarla de reojo,
debía controlarse, contener ese deseo que desbordaba por todos y cada uno de los poros de su piel. En
una de las ocasiones que tornó los ojos, se percató de que Sandra lo estaba observando de forma
descarada. Se giró hacia ella y se encontraron cara a cara. Así permanecieron unos segundos, como si
nada más estuviera ocurriendo a su alrededor. Alberto, totalmente hechizado por su mirada no supo cómo
reaccionar, los nervios le bloquearon las cuerdas vocales.
- Sandra, yo…
Salieron del teatro y ella seguía tirando del brazo de Alberto guiándolo por las calles
repletas de gente, sin apenas pararse en los cruces para dejar pasar los coches.
- ¡Qué nos van a matar!
- Calla y camina, holgazán.
- No seas tan bruta, me estás haciendo daño en el brazo.
Pero ella no respondía, se limitaba a esquivar a la gente y a adentrarse por diferentes calles.
Unos metros más adelante, Alberto reconoció el supermercado donde estuvo comprando el día en que se
hizo el encontradizo con ella. Seguían caminando a marchas forzadas hasta que adivinó a dónde se
dirigían. Iban al apartamento de Sandra. Una vez ella abrió el portal, lo miró desafiante.
- ¿Preparado para hacer más ejercicio? No hay ascensor y yo siempre subo los
cuarenta escalones corriendo. ¿Me sigues o te vas a acobardar? – Sandra se había quitado los
zapatos de tacón y los sostenía en una mano, mientras con la otra levantaba su falda hasta las
rodillas. Aquella visión hizo que Alberto recuperara su sonrisa.
- ¿Me sigues tú a mí? – le retó él.
Alberto empezó a subir escalones de dos en dos, delante de una Sandra que no se separaba
de él. Corrían casi a la vez a pesar de que ella debía sujetar los zapatos y el vestido.
- ¿A qué piso vamos? – preguntó Alberto sin aliento.
- Al más alto…
- ¡Cómo no…!
Y, casi a la par, llegaron exhaustos donde acababan las escaleras. Sandra, sin apenas esperar
para tomar aire y sin soltar el vestido y los zapatos, cogió sus llaves y abrió la puerta, haciéndole un
gesto a Alberto para que entrara. Una vez dentro los dos, dio unas vueltas al cerrojo.
- ¿Cierras para que no me escape? ¿Esto es un secuestro? – Alberto intentaba
recuperarse de la carrera, inspirando y expirando con dificultad.
- Ven aquí –Sandra lo sujetó del cuello de la camisa y tiró de él con fuerza hasta
que ella quedó aprisionada entre la pared y el cuerpo de Alberto.
Sus frentes se unieron como imanes y sus narices se acariciaban mientras los dos sentían la
respiración excitada del otro…
- Rubiales…
- Dime pelirroja…
- Ya sé cuál es tu segunda debilidad…
- ¿Y me has hecho subir los escalones corriendo para decirme eso?
- No, no estás aquí para que te recuerde tu debilidad, hemos venido para que
disfrutes de ella…
Alberto sintió como el deseo que Sandra despertaba en él y que había contenido durante
tantas semanas estaba a punto de estallar. Colocó la palma de su mano derecha sobre la mejilla sonrojada
de Sandra acariciando sus labios con su dedo pulgar mientras con la mano izquierda la acercaba a él por
la cintura.
- Tienes que saber que soy un hombre difícil de saciar y es muy probable que no
me conforme y desee repetir…
- Pues si eres capaz de subir otra vez los cuarenta escalones… ya sabes dónde
encontrarme.
Sus labios se acercaron despacio hasta rozarse formando un primer beso suave, dulce y
profundo, al que sucedieron muchos más llenos de pasión contenida. Las manos de Alberto rodearon el
cabello cobrizo de Sandra mientras mordisqueaba su cuello y besaba su escote, hambriento y sediento de
ella, la deseaba desesperadamente. Sandra abrió impaciente la camisa de él, rompiendo algunos de sus
botones, anhelaba acariciar su pecho, perderse en su cuerpo, sentir que por fin iba a ser suyo. Ambos
habían dominado su deseo demasiado tiempo y se despojaban de sus prendas con impaciencia,
jadeantes, dejándolas esparcidas por el salón. No podían perder ni un segundo más.
- ¿Me deseas tanto como yo te deseo a ti? – acercándose a su oreja él preguntó sin
apenas poder vocalizar, mientras Sandra, enloquecida, notaba como le quitaba el sujetador con
prisas.
- No, más… - Sandra gimió cuando excitado por la respuesta él introdujo la
lengua en su oreja, lamiéndola y jugando con ella.
El calor de los labios, la lengua y las manos de Alberto hicieron que Sandra perdiera el
control. Ninguno de los amantes que había tenido anteriormente la habían hecho sentir así solo con besos
y caricias. Alberto era pasión, fuego y ternura. Mientras se dirigían al dormitorio, él la inmovilizó con su
cuerpo contra una pared del pasillo y sin dejar de besarla, le dio una cachetada suave en la nalga
derecha.
- Esto por hacerme creer que eras lesbiana – le susurró mientras rozaba sus labios
con los de ella, usando un tono de voz desconocido para Sandra. Acababa de descubrir un lado
morboso de Alberto que la excitó todavía más.
Respondiendo a ese gesto, ella empujó con fuerza el pecho de Alberto, lo inmovilizó contra
la pared de enfrente y le dio un mordisco en el hombro izquierdo.
- ¡Aiiiii! – se quejó él con ojos amenazantes y una sonrisa maliciosa.
- Esto por decirme que ibas a tomarle medidas a Elvira – murmuró ella mientras
con la lengua subía de los hombros hacia su cuello.
Feliz por su respuesta y por lo que le estaba haciendo, después de deshacerse de las bragas
de Sandra, Alberto la sujetó con fuerza por sus glúteos y la elevó abriendo sus piernas para que ella le
rodeara la cintura. Mientras succionaba uno de sus pezones, acarició su sexo, sintiendo su humedad y
cómo los músculos de sus piernas se tensaban apretándole con fuerza. Ella enredó sus dedos entre el
cabello rubio y le sujetó con fuerza la cabeza animándole a continuar. Los gritos roncos de placer que
Sandra exhalaba excitaron más a Alberto y ansioso por hundirse en su interior se dirigió hacia el
dormitorio.
La tumbó en la cama colocándose encima, con cuidado de no aplastarla, sin dejar de besar
sus labios, su cuello, sus pechos, su abdomen… notando como su menudo cuerpo respondía ante sus
caricias, arqueándose y temblando de placer.
- ¿Tienes preservativos? - susurró Alberto, con la respiración entrecortada.
- No hace falta, tomo pastillas. De todas formas, que sepas que siempre los he
usado.
- Y yo también, por eso puedes estar tranquila.
Alberto introdujo su erección dentro de una Sandra ansiosa y jadeante. Nunca había
anhelado tanto sentir el calor de un hombre en su interior. Sus cuerpos se fusionaron de tal forma que
Sandra creyó que el corazón que latía en su pecho era el de Alberto y el suyo era evidente que lo debía
tener él… hacía días que se lo había robado.
- No puedo más Sandra, te deseo demasiado – susurraba él mientras se movía
suavemente queriendo disfrutar de cada roce.
- Pues deja de resistirte, tenemos toda la noche por delante…
Emocionado por la invitación, la miró a los ojos, rodeó con sus manos su rostro suavemente
y comenzó a acelerar sus movimientos. Y tras varias sacudidas, intensas y llenas de placer, los dos
alcanzaban el clímax, sin apartar la mirada del otro y aunque ambos callaron, coincidieron al pensar que
acababan de disfrutar del mejor orgasmo de sus vidas.
Estirados de lado sobre el colchón, uno frente al otro, intentaban calmar sus respiraciones
mientras se sonreían con ternura.
- Ya te dije que era irresistible – Sandra se mofaba
- Pues la verdad, no me había fijado… estaba tan agotado por subir las escaleras
que no he tenido fuerzas para negarme a tus peticiones, me ha parecido descortés no seguirte la
corriente…
- Serás imbécil… - Sandra se giraba hacia el otro lado para darle la espalda -…
pues muchas gracias por haber sido tan considerado. Y ahora, ya puedes irte por donde llegaste.
Alberto la agarró por los hombros mientras se situaba sobre ella, inmovilizándola con su
cuerpo desnudo, acarició con sus manos su melena ondulada y la miró fijamente a los ojos.
- Pelirroja, a ver si te enteras ya de una vez. He ansiado hacerte el amor desde el
primer día que te vi en el bufete. He sufrido durante meses admirándote y deseándote mientras tú
me ignorabas. ¿Crees que ahora, que por fin he conseguido hacer mi fantasía realidad, me voy a
ir? ¡Ja! Lo tienes claro…
- ¿Desde el primer día…? – Sandra se estremeció al oír aquella declaración. Sin
duda Alberto era genuino, auténtico y no se andaba con rodeos –. Si llegaste al bufete hace casi
seis meses…
- Sí, lo sé…han sido seis largos meses… ya estaba desesperado, hasta el día que
me propusiste hacerme pasar por novio de Ana. Ese día me miraste, por fin, y recobré la
esperanza…
- ¿Y quién te ha dicho a ti que no te había mirado antes?
- ¿Me habías mirado antes? ¿te habías fijado en mí? – Alberto abrió sus verdes
ojos con sorpresa.
- Sí – afirmó Sandra con una amplia sonrisa.
- ¿Sí? – repetía Alberto incrédulo.
- Sí… me intrigaste, había algo en ti que te hacía distinto a los demás…
- ¿Y por eso pensabas que era gay?
- No… lo llegué a pensar porque se te habían insinuado varias chicas en el bufete
y siempre te habías negado.
- Ya os dije, soy hombre de una sola mujer… - rozó divertido su nariz con su dedo
índice, acercó sus labios a los de ella y la besó con dulzura - ¿Te apetece una ducha?
- Si eres capaz de hacerme el amor en un plato de ducha diminuto, sí, me apetece y
mucho…
- Supongo que me las apañaré…
Y casi de un salto, la elevó con agilidad y la llevó a horcajadas hasta el baño mientras la
besaba ardientemente. Aquella hermosa mujer era todo lo que anhelaba y por fin tenía la oportunidad de
hacérselo saber. Y puso todo su empeño en ello, procurando que Sandra disfrutara de una increíble noche
de sexo, sin dejar, en ningún momento, de regalarle besos tiernos y múltiples caricias, que no pasaron
inadvertidas para ella. Sandra no solo pudo comprobar lo buen amante que era Alberto, también pudo
corroborar lo que ya sabía, que a pesar de su apariencia seria y formal, era un hombre cariñoso y
apasionado.
ESCUPIR FUEGO POR LA BOCA
Alberto se levantó súbitamente agarrando sus brazos y tumbándola al otro lado de la cama.
- Pues lo siento, princesa, pero acabas de despertar al león que hay en mí.
- Bruto… - Sandra reía a carcajadas – eres insaciable.
- Sí, no creo que me llegue a cansar nunca de ti – cuando iba a besarla Alberto
notó algo abultado en las manos de Sandra -. ¿Qué llevas aquí?
- Tu ropa.
- ¿Me estás echando? – se reincorporó afligido.
- Mira la hora que es – Sandra le señaló con la mirada el reloj despertador de su
mesita.
- ¿Son las doce? – Se sentó de un salto en la cama mientras metía la piernas por
sus pantalones.
- Sí, yo hace apenas diez minutos que me desperté. Te iba a preparar desayuno
pero cuando he visto la hora me acordé de la fiesta de cumpleaños de Martina y pensé que
querrías ir a ayudar a Lucas.
- Sí, le dije que iría antes y tendré que pasar por casa a cambiarme.
- He preparado café. Ven, te tengo que presentar a Susi – Sandra le sonreía con
pillería.
Los dos se dirigían al salón mientras Alberto se abrochaba la camisa. Había una cocina
americana en una esquina y en una mesa pequeña estaban los dos cafés humeantes. Sandra tomó en brazos
a una gatita blanca y marrón que estaba holgazaneando en el sofá.
- ¿Así que tú eres la “come braguitas”? – Alberto acarició la cabeza del animal –
Tú y yo vamos a tener que hablar muy seriamente.
En ese instante, Alberto se paró en seco y se dio una vuelta para buscar su ventana y
encontró la figura menuda de Sandra a través del cristal. Le dirigió esa sonrisa seductora que a ella tanto
le excitaba y después sacó su lengua en forma de burla. Ella le respondió con el mismo gesto y divertido
se giró para proseguir con su camino.
- Sí, yo también creo que esta vez funcionará – dijo acariciando a su gata,
sonriente y feliz.
Para Ana aquella semana había sido exasperante. Se sentía más abatida que nunca. Cada vez
era, si cabe, más irritante e intransigente. El lunes había gritado a Carla, el martes se peleó con otro
diseñador, chillándole en público, pasando a ser la comidilla de la empresa, el miércoles discutió con al
menos tres personas en el supermercado y el jueves la conversación que mantuvo con su tía por teléfono
no podía ser más enervante. Helena la llamó para hablarle sobre el regalo que le podían comprar a
Martina.
- Ana, ¿qué te parece si le compramos una de esas Nancys de ahora? Son muy
parecidas a la que tú tuviste de pequeña. ¿Crees que le gustará?
- Helena, por Dios, y yo que sé… primero que no conozco a esa niña para poder
saber lo que le gusta o no y segundo que ni quiero saberlo ni me importa - a su tía aquella
respuesta la enojó.
- Pero vamos a ver Ana ¿a ti qué te pasa con Martina? Bueno, mejor dicho ¿qué te
pasa con la humanidad? Cada vez estás más insoportable.
- Helena, sabes perfectamente lo que me pasa. No debimos volver a España y
sabes de sobras que teníamos que habernos quedado en Nueva York. Yo allí estaba más tranquila.
- Ana, tú no estabas tranquila tampoco allí. Empezabas a tener enfrentamientos en
el trabajo igual que los tienes aquí ¿a que no me equivoco? Porque tu problema lo llevas contigo
y hasta que no te desprendas de él, te acabará consumiendo. Como sigas así terminarás sola, muy
sola. Pensé que con Alberto te calmarías, parece un buen chico, pero seguro que pronto se irá
huyendo de ti, como todos los demás…
- Alberto no tiene nada que ver con esto.
- Sí, la verdad, sería una pena que te abandonara, me cae bien y su hermano y su
sobrina son maravillosos. Tienes la oportunidad de pertenecer a una familia que te haría feliz,
con la que no te sentirías sola.
Ana estaba disgustada pero su tía no tenía ninguna culpa y hablar de Alberto le recodaba la
mentira que la estaba corrompiendo. Por un instante sintió la necesidad de explicarle la verdad, que
Alberto era tan solo un amigo, que quería renunciar a su dinero y que deseaba volver a Nueva York
aunque no tuviera los recursos suficientes para crear su empresa. Aquel sueño empezaba a quemarle la
razón. Solo quería huir de allí y no hacer sufrir más a la gente que la rodeaba. Pero no tuvo el coraje
suficiente y se despidió de Helena sin más explicaciones, dejando a su tía totalmente abatida.
Aquel sábado por la mañana se despertó con una terrible migraña. Imaginaba el día que le
esperaba: regalos para la niña, tarta, globos, besos, felicidad a su alrededor… todo aquello la estaba
fastidiando antes incluso de que sucediera. Y Lucas estaría allí, ese hombre que tantas sensaciones le
suscitaba y que era incapaz de controlar. Empezaba a sentirse molesta e incluso enfadada con él. ¿Era él
el culpable de toda aquella tensión? Sería mejor evitarle. Y su subconsciente decidió centrar su ira en él
y recriminarle por hacerla sentir débil y vulnerable.
El salón comedor estaba decorado con globos y guirnaldas en forma de corazones que
Alberto colgó de pared a pared. La mesa había sido cuidadosamente adornada con platos de colores y
servilletas con estampados de las princesas Disney. Aquella mañana cocinaron el menú favorito de
Martina: macarrones, pechuga de pollo rebozada y natillas. Mientras Lucas preparaba la pasta y la carne,
Helena horneó un bizcocho que, con la ayuda de Martina, decoraron con chocolate y estrellitas rosas de
azúcar. A la hora acordada Ana llamaba a la puerta y, tal y como ella se esperaba, aquella imagen la
exasperó aún más. Una vez saludó a todos y felicitó a la niña, paseó por el salón observando cada
detalle. Aunque los muebles eran modernos, con un aire minimalista, las múltiples fotografías, los
dibujos de Martina enganchados en las paredes y los juguetes habían transformado la estancia, dándole un
ambiente más infantil y familiar.
A Ana le llamó la atención un cuadro colgado sobre el sofá. Era una fotografía en blanco y
negro de una mujer embarazada que posaba de perfil pero sin dejar ver su rostro. Imaginó que sería un
retrato de la mujer de Lucas. Aquella imagen le pareció enternecedora pero a la vez triste. Y otra vez
volvió a suceder, ese torrente de sentimientos que engendraba todo lo que rodeaba a Lucas la volvía a
irritar. “Espero que pase rápido este calvario”- murmuró.
Sandra no tardó en aparecer, iluminando las caras de todos los allí presentes con su sonrisa
y su frescura, especialmente la de Alberto y la de Martina, que corrió a abrazar a su nueva amiga. El
domingo pasado habían congeniado perfectamente y la niña estaba impaciente por mostrarle su habitación
y la colección de peluches que adornaba su cama.
Unos minutos después, todos estaban situados alrededor de la mesa. Lucas, Martina y Sandra
volvieron a sentarse juntos, disfrutando de una conversación animada y divertida. En esta ocasión
Alberto ya no se sentía amenazado y se hallaba feliz y orgulloso de contemplar como su pelirroja y las
dos personas más importantes de su vida se entendían tan bien. “Me muero de ganas de contárselo a
Lucas y a Martina” – sonreía al pensarlo.
Ana y Helena, sin embargo, no compartían esa alegría. Ana estaba incómoda y su
negatividad no pasó desapercibida para Helena, que la observaba malhumorada. Temía que tarde o
temprano su sobrina explotara y con su carácter estropeara la fiesta de Martina. La conocía bien.
Cuando acabaron los macarrones, Ana se levantó para ir a buscar la carne a la cocina,
necesitaba escaparse de esa mesa, aunque fuera por unos segundos. Una vez dentro, se apoyó en el
mármol e inspiró profundamente. Lucas que, a pesar de sus múltiples intentos no logró evitar dejar de
mirarla, aprovechó la oportunidad de estar a solas con ella y la siguió. Había empezado a percatarse de
su incomodidad.
- Ana ¿te pasa algo? ¿Os habéis enfadado mi hermano y tú? Te he notado rara.
- No pasa nada… y si fuera así no sería de tu incumbencia – la respuesta de Ana
fue contundente y fría. Cogió la bandeja y salió hacia el salón.
Sandra se tapó la boca con las manos y miró a Alberto angustiada. Lucas decepcionado y
muy enfadado se giró hacia el comedor sin saber si debía contarle lo sucedido a Ana o simplemente
callar para no herirla. Alberto corrió tras él.
- Lucas, Lucas… Tengo que decirte algo.
- Alberto, no tienes nada que decirme, ya lo he visto todo.
Alberto buscó a Ana con la mirada y por su expresión ella se temió lo ocurrido. Enseguida
miró a su tía que observaba atónica el espectáculo. Aquella situación le estaba superando y había llegado
la hora de desenmascarar el engaño.
- Tía, Alberto y yo no somos novios – escupió rápidamente antes de que Lucas
reaccionara.
- ¿Qué dices Ana? – Helena no daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
Lucas se giró estupefacto hacia Ana y la miraba con los ojos encendidos.
- Tía, yo le pedí a Alberto que se hiciera pasar por mi novio para cobrar la
herencia en vida.
- Alberto, ¿tú te has prestado a un juego así? ¿estás loco? – Lucas no creía lo que
estaba escuchando.
- Lucas, yo… - Alberto se sintió muy arrepentido. Visto desde los ojos de su
hermano, aquella mentira efectivamente no había sido una buena idea.
- Ana, ¿cómo has podido mentirme en algo así? – Helena se enojaba por
momentos.
- Tía, ya te lo dije el otro día. No debimos venir a esta maldita ciudad, me tengo
que volver a Nueva York y ese dinero me permitiría crear allí mi propia empresa. Helena, no
puedo más, me tengo que ir…
- ¿Has hecho todo esto por dinero? ¿Para irte a Nueva York? – Lucas no pudo
evitar hacerle la pregunta en un tono de decepción e irritación.
Ana, que hasta ese momento había intentado dialogar con su tía en un tono calmado, dirigió
una mirada encendida hacia Lucas y comenzó a gritar.
- Primero, a ti eso no te importa y segundo que yo sepa entre tú y yo no hay ni ha
habido nada por lo que yo tenga que darte a ti explicaciones ¿Entendido? – Ana acababa de
descargar su rabia contenida, mirando a Lucas con expresión de odio.
- Sí, tienes razón, no me importan en absoluto tus jueguecitos de materialista
insensible y sí, entre tú y yo ni hay, ni ha habido nada y descuida que no lo habrá en la vida.
¿Entendido? – Lucas había enfurecido. ¿Qué le pasaba a esa mujer? ¿Cómo no se había dado
cuenta antes de lo desquiciada que estaba?
Y en ese instante la bestia que se había apoderado de Ana comenzó a escupir fuego por la
boca. Un fuego que dejó a todos completamente helados.
- Y claro cómo no, la niñita dulce y encantadora tenía que volver a echarme a mí
las culpas de todo – fulminó con la mirada a Martina -. Otra vez me va a tocar a mí cargar con la
responsabilidad ¿no es así? Y dime… ¿también tengo yo la culpa de la muerte de tu madre?
La niña corrió llorando hacia los brazos de su padre que estaba totalmente furioso, clavando
en Ana sus ojos enrojecidos de la rabia. Y colocando a su hija detrás de él con un gesto protector, dio un
paso adelante.
Ana salió del apartamento dando un fuerte portazo y dejando a Sandra, Helena y Alberto
completamente desconcertados. Lucas, fuera de sí, todavía estaba enrojecido e intentaba calmar a su hija
que lloraba desconsoladamente. Le dedicó unas caricias y palabras de consuelo y cuando creyó estar
algo más tranquilo, levantó la vista hacia los demás.
- No me importa lo que habéis estado tramando, qué ha sucedido ni cuáles eran
vuestras intenciones… pero quiero que quede clara una cosa: está totalmente prohibido volver a
mencionar el nombre de esa mujer delante de mí o de Martina. No queremos saber nada más de
ella, ¿ha quedado claro?
Y cogiendo a Martina en brazos, se la llevó a su habitación para serenarla.
Helena estaba totalmente avergonzada. Su sobrina había vuelto a perder el control y lo peor
era que había hecho daño a personas que no lo merecían, sobre todo a Martina, una niña de apenas seis
años había tenido que sufrir su ira. Aquello era imperdonable y así se lo haría saber a Ana.
Sandra, aunque conocía los cambios de humor de su amiga, no daba crédito a lo sucedido.
Nunca creyó que pudiera mostrarse tan agresiva con una niña pequeña. Pero sobre todo estaba
preocupada por Alberto. Su rostro mostraba un inmenso dolor. Estaba sufriendo por su hermano y su
sobrina y lo peor de todo es que se sentía culpable. Con dulzura le acarició el dorso de la mano.
- Alberto, me voy, habla con Lucas cuando se calme. Te acabará perdonando. Y no
te preocupes por mí, yo me voy a casa. Ya nos vemos otro día.
- Lo siento, Sandra – Alberto estaba abatido -. ¿No te importa?
- No, tranquilo. Lo primero es tu hermano y tu sobrina. Llámame cuando puedas –
le dio un beso tierno en la mejilla y se despidió de Helena.
Helena recogió la mesa y barrió, en silencio, mientras esperaba que Lucas volviera al salón.
Cuando apareció, se despidió con una súplica.
- Lucas entiendo tu enfado y me avergüenza lo que ha sucedido. Lo único que
deseo de todo corazón es que esto no me separe de Martina, ni de ti tampoco, sois muy especiales
para mí.
- Gracias Helena. Aunque quisiera, que no quiero, Martina no me perdonaría
nunca que os separara. Eres muy importante para nosotros.
- Gracias Lucas – Helena estaba visiblemente emocionada –. Os dejo.
Los dos hermanos se quedaron solos. Alberto observaba a Lucas, esperando alguna reacción
por su parte, mientras que éste se sentaba en el sofá y apoyando los codos en las rodillas, sostenía su
cabeza con las manos. Necesitaba calmarse para no ser desagradable con su hermano pequeño.
- ¿Cómo está Martina?
- Se ha quedado dormida.
- Lucas, lo siento… - Alberto ya no resistía más la presión – Yo… déjame que te
lo explique.
- Alberto, preferiría no hablar del tema. Como os he dicho, no quiero saber más.
- Sí, lo sé y lo respeto, pero necesito que entiendas que si acepté seguir el juego
fue por ti.
- ¿Por mí?
- Yo estuve en el aeropuerto aquel día que registraste a aquella mujer misteriosa.
Fui con la intención de ayudarte, no sabía cómo, pero tenía que intentarlo. Cuando la vi, la
reconocí. Sabía que era amiga de Sandra y que su tía era clienta del bufete. Unos días después,
pregunté a Sandra por ella y, tal vez por esa razón, me hizo la proposición de hacerme pasar por
su novio. Y pensé que sería la manera de acercarte a ella. Si no te dije la verdad antes es porque
no me estaba convenciendo el comportamiento de Ana y su forma de tratar a Martina. De todas
formas, hoy te lo iba a contar todo, de verdad, se lo prometí a Sandra.
Lucas, que no había cambiado su postura, permaneció un rato en silencio, mientras Alberto
se sentaba junto a él, esperando alguna respuesta.
- Alberto, por favor, no vuelvas a hacer algo así. No hace falta que me ayudes y
deja de preocuparte porque no tenga pareja. Cuando llegue el momento llegará. Dejemos el tema,
quiero olvidar lo que ha sucedido.
- Sí, será lo mejor.
- Ayúdame a recoger los adornos ¿Qué te parece si cuando se despierte Martina la
llevamos a merendar un croissant a esa pastelería que tanto le gusta? Tiene que saber que su tío y
su padre siguen estando ahí y que eso no cambiará nunca.
- Me parece perfecto… - Alberto estaba visiblemente emocionado -. Gracias
Lucas.
Y, efectivamente, una vez la niña se despertó de lo que creyó había sido una pesadilla, se
fueron los tres a merendar. Los dos hermanos le dedicaron toda su atención y cariño, para ellos la
felicidad de Martina era lo más importante. Pasearon por el parque y tomaron un helado sentados en el
césped, consiguiendo que ella olvidara lo sucedido y se tranquilizara, volviendo a reír feliz por ser la
princesa de la casa.
De vuelta en el apartamento, Martina sopló las velas y comieron un trozo de la tarta. Cuando
los dos tomaban un café y la niña jugaba con sus muñecas, Lucas notó a su hermano pensativo, ausente.
- Alberto ¿no tienes algo que contarme?
- ¿Yo? – se sorprendió por la pregunta.
- ¿Qué hay entre Sandra y tú?
Alberto se despidió de su sobrina y salió a toda prisa del apartamento. Cogió el móvil y le
envió un mensaje a Sandra: “Ponte guapa, te invito a cenar. En quince minutos estoy ahí”. En unos
segundos recibió la respuesta: “Qué pena. Estaba esperándote con el conjunto turquesa y pensaba
pedir comida china”. Alberto apresuró la marcha mientras escribía “Rollito primavera y pollo con
almendras para mí”. En cinco minutos, Alberto exhausto de volver a subir los cuarenta escalones
corriendo de dos en dos, aparecía en la puerta del apartamento de Sandra, que lucía un sexy picardías
negro.
- ¿No has pensado nunca en mudarte? – preguntó mientras intentaba recuperar el
aliento.
- ¿Y perderme la cara que tienes de extenuación?
- Estás graciosilla… - Alberto aún respiraba con dificultad.
- Ya he pedido la cena. En veinte minutos la traen.
- Tiempo suficiente para ver cómo te queda el turquesa…- le decía a Sandra
mientras se acercaba a ella con su sonrisa más picarona.
- ¿Desde cuándo te interesas tanto por ese color? – le preguntaba Sandra mientras
le agarraba por el botón del pantalón acercándolo a ella.
- Desde que te imagino todas las noches con esa ropa interior y Susi
comiéndosela. Por cierto, ya puedes ir escondiendo a tu gata, no pienso compartir las braguitas
con ella – Alberto levantaba el picardías de Sandra.
- Ya está encerrada en el baño…
Mientras sacaba la prenda por su cabeza, Alberto admiraba excitado su cuerpo. La ropa
interior turquesa resaltaba su preciosa melena color rubí y contrastaba con su piel rosada.
- ¿Te he dicho ya que estoy loco por ti? – se confesaba él mientras besaba cada
centímetro de su cuello, hasta llegar al tirante del sujetador, que mordía a la vez que lo retiraba
de su hombro.
- Todavía no, pero mas te vale volver a decírmelo, por tu bien… - Sandra creía
estar perdiendo totalmente el control. Alberto en sus besos sabía combinar a la perfección el
erotismo con la ternura.
- El turquesa te queda de maravilla pero me gustas más sin ropa… - murmuraba
mientras dejaba caer su sujetador sobre el sofá.
- Rubiales, te quedan diez minutos y yo estoy excitada desde que te escribí el
mensaje… por lo que más quieras haz lo que tengas que hacer ya, no aguanto más…
La comida llegó justo después de que ambos se vistieran con una simple camiseta. Cenaban
sentados en el suelo, junto a una pequeña mesa y apoyados en el sofá del salón. A Sandra había algo de
esa relación que le preocupaba y necesitaba comentarlo con Alberto.
- Alberto, ¿has pensado cómo van a reaccionar en el bufete si saben que estamos
liados?
- Pues, no, no lo he pensado y no me preocupa ¿crees que puede suponer un
problema?
- Sí. Verás, antes de trabajar en este bufete, estuve en otra firma donde las
relaciones entre los empleados estaban prohibidas. Pero, aun y así, los abogados siempre
intentaban llevarse a las secretarias o administrativas a la cama. Yo tuve problemas con un
abogado.
- ¿Tuviste alguna relación con él?
- No, siempre me negué. He tenido relaciones breves con algunos hombres, pero
nunca con un compañero de trabajo.
- Yo soy un compañero de trabajo…
- Ya, me enredaste… yo no quería… – Sandra le lanzó una mirada de picardía
mientras le acercaba los labios para que la besara.
- Si fuiste tú la que me obligó a acostarme contigo…
- Y lo seguiré haciendo, lo sabes… - Alberto le dirigió una de esas sonrisa que la
dejaban sin respiración.
- Y ¿Qué pasó con aquel abogado?
- Pues, enfadado por mis reproches, empezó a correr la voz de que yo mantenía
relaciones con otro abogado que estaba casado y con el que tenía una gran rivalidad. Yo incluso
conocía a la mujer. El pobre tuvo muchos problemas personales y profesionales, bueno los dos
tuvimos problemas y decidí irme para que no lo echaran a él.
- ¿De verdad lo hiciste por ese hombre?
- Bueno, también lo hice por mí, ya no podía seguir trabajando allí y por suerte ya
había mantenido una primera entrevista con el departamento de Recursos Humanos de este bufete.
- ¿Pero crees que nos puede pasar algo parecido a nosotros? No estamos en el
mismo departamento, no tiene por qué afectar nuestro trabajo.
- Rubiales, no es fácil para una simple secretaria como yo. El entorno de la
abogacía aún sigue siendo, por desgracia, un mundo de hombres y las administrativas muchas
veces estamos consideradas como jarrones, solo servimos para alegrar la vista.
Alberto comenzaba a sentirse irritado con aquella conversación, nunca había considerado a
una mujer un objeto y odiaba la posibilidad de que alguien lo hiciera con Sandra.
- Sandra, escucha, la atracción que sentí por ti desde el primer día no fue
puramente física. Para mí sería un orgullo gritar a los cuatro vientos que tú y yo estamos
empezando una relación, una relación que espero sea muy larga – acarició su barbilla con sus
dedos a la vez que la acercaba para besarla.
- Lo sé, sé que no eres de los que ven a una mujer solo como un objeto sexual.
Tengo que reconocer que cuando te vi por primera vez pensé que tenías pinta de ser otro más,
pero necesité poco tiempo para darme cuenta de que eras distinto.
- Me alegro – le sonrió agradecido.
- Pero, Alberto, por ahora preferiría no dejar ver nuestra relación. Podemos seguir
tomando juntos el café y hablar como hasta ahora, pero como amigos, nada más. Al menos
durante un tiempo.
- Vale, no te preocupes. No sé si podré resistirme… pero lo intentaré.
- Tampoco deberíamos salir mucho por ahí los fines de semana, para que no nos
vieran juntos.
- Bueno, eso tiene su parte buena y su parte mala. Quedarme encerrado contigo
todo un fin de semana no es para mí un sacrificio… - Alberto volvía a hipnotizarla con la forma
de sus labios al sonreír y su ceja levantada.
- Si sigues lanzándome esas sonrisitas, la que no va a poder resistirse más soy
yo… vamos a cambiar de tema, que tengo que comerme estos fideos para recuperar fuerzas…
tenemos mucha noche por delante…
- Esa es mi pelirroja…
- Y dime, ¿cómo ha ido con Lucas? – preguntó Sandra mientras aspiraba varios
fideos de arroz.
- Bien, tengo un hermano que no me merezco. He podido explicarle, en pocas
palabras el por qué accedí a hacerme pasar por novio de Ana y al menos he conseguido que me
escuche. No quiere seguir hablando del tema y así tendrá que ser.
- Todavía estoy alucinada por la reacción de Ana. La conozco desde hace ya cinco
años y te puedo asegurar que, a pesar de que ella se empeña en parecer un ogro, es una
maravillosa persona. Pero hay algo que la perturba y ni yo ni Helena sabemos exactamente qué
es.
- Hoy se ha portado fatal, no pensé que alguien pudiera hablarle así a una niña de
seis años, además el día de su cumpleaños. Pero tengo que decirte que en el fondo, Ana me da
pena.
- Sí, yo también siento lástima por ella. La llamaré, aunque es muy probable que
no quiera hablar de lo sucedido. Si en algo coinciden Ana y Lucas es en tozudez.
- Pobre Lucas. Se prendó de una mujer misteriosa que deseó en silencio, que luego
resultó ser novia de su hermano y que al final se convirtió en su pesadilla. No debí intervenir, no
tenía que haber ido aquel día al aeropuerto.
- No te culpes, rubiales, si aquella mujer misteriosa era el destino de Lucas,
volverá a aparecer en su vida y si el destino se había equivocado, pues ya rectificará… Ahora lo
que tenemos que hacer nosotros es mantenernos al margen, acabar la cena y volver a hacer el
amor hasta caer dormidos.
- Uhmm…. Pelirroja, me gusta el plan.
Mientras Sandra recogía los envoltorios de la cena, Alberto envió un mensaje a su hermano.
“Lucas, ¿todo bien?”. La respuesta no se hizo esperar. “Sí, tranquilo. Martina ya duerme y yo estoy
bien. Disfrutad y dale un beso a Sandra de mi parte”.
Después de acostar a Martina, Lucas fue en busca del álbum de fotos de Mónica. La tapa
había sido decorada por su mujer con lazos rosas y algunos calcetines de bebé. En el interior se
guardaban imágenes y recuerdos del embarazo, como fotos con la evolución de la barriga, ecografías,
pruebas médicas y, por último, aunque todavía Lucas no había sido capaz de comprobarlo, había
mensajes que su mujer había escrito para Martina. El libro fue cuidadosamente preparado por Mónica
para que Martina la recordara. Durante los últimos meses del embarazo, Lucas la observaba
seleccionando fotos y enganchándolas cariñosamente, convencido de que simplemente comenzaba el
álbum de su bebé, ignorando por completo la verdadera finalidad del libro. Y esa era la razón por la que
Lucas no había sido capaz de abrir aquel álbum. Más de una noche se había quedado dormido en el sofá
abrazado a él, sin fuerzas para abrirlo pero también sin fuerzas para separarse de él.
Mónica estaba ya de siete meses cuando los médicos le advirtieron de que el parto podía
matarla. Aquel día Lucas no pudo asistir a la visita y ella se lo ocultó, hasta que días antes del parto, al
verla tan débil, decidió ir a hablar directamente con su doctor. Aún siente un dolor indescriptible en el
pecho cada vez que recuerda las palabras del ginecólogo: “Su mujer no resistirá el parto y posiblemente
no llegue a ver a su hija”. ¿Puede una frase de apenas diez palabras esconder tanto sufrimiento? A pesar
de la noticia y de la tortura que Lucas estaba padeciendo, se armó de valor y decidió continuar
mostrándose ajeno a lo que estaba a punto de suceder. Debía hacer todo lo posible para que Mónica
disfrutara de los últimos días de su embarazo y de su existencia, para que pudiera cederle la vida a su
hija, a la que tanto amaba y a la que nunca vería crecer.
TÚ ERES MI ANGEL DE LA GUARDA
Ana apenas había podido descansar y estaba sufriendo una terrible migraña. Estar delante de
la pantalla del ordenador todavía agudizaba más el dolor, pero tenía que encontrar un vuelo a Nueva York
para esa misma semana, a cualquier precio. Ya lo había decidido, hablaría con su jefe y le pediría un mes
para ausentarse de la oficina, trabajando desde Nueva York, manteniéndose en contacto con su equipo y
adaptándose en todo momento al horario español. No sería fácil, pero conseguiría estar muy lejos de
todo, del recuerdo, del dolor y de Lucas, al menos durante un mes. Treinta días durante los cuales
intentaría olvidar lo sucedido, recuperar contactos perdidos en Nueva York y replantear su vida. Tenía
que decidir si quería continuar en Barcelona o quedarse a vivir definitivamente en Estados Unidos.
Solo habían dos impedimentos, dos razones por las que irse de allí iba a ser tan doloroso
como quedarse: Helena y Sandra. Y lo que tenía que hacer ahora también era desgarrador para Ana.
Debía despedirse de ellas y sobre todo, pedirles perdón. Tanto Helena como Sandra podían verse
salpicadas por su actitud con Lucas y Martina. Lucas podía querer prescindir de la ayuda de Helena y la
relación de Sandra y Alberto podía verse también afectada. Y eso la estaba atormentando.
A mediodía ya había reservado dos vuelos directos. El de ida sería para el martes siguiente,
a las nueve de la noche. Recordó aliviada que ese no era el turno de Lucas. Era mejor no coincidir con él
en el control policial. El viaje de vuelta sería cuatro semanas después.
Empezó a preparar las maletas, convencida de que aquello la ayudaría a sentirse lejos de
allí. Pero era imposible, su mente no dejaba de reproducir las caras de Helena y Sandra cuando salía del
apartamento de Lucas. A mediodía llamaban a su puerta. Se encontró con una Helena abatida y molesta,
con claros síntomas de no haber dormido aquella noche.
- Ana, tengo que hablar contigo.
- Pasa, Helena…
Ana permanecía en silencio sin poder mirar a su tía a los ojos. Sabía que esta vez le había
hecho demasiado daño.
- Ana, voy a tirar para atrás el proceso de la herencia en vida. Como puedes
imaginar no creo que lo merezcas. De hecho, no creo que merezcas muchas de las cosas que
tienes.
- Lo sé y lo acepto.
- Imagino que estás preparando la maleta para irte a Nueva York, ¿me equivoco?
- No, no te equivocas. Me voy el martes y volveré en cuatro semanas. Trabajaré
desde allí.
Helena se levantó en busca de su bolso. Rebuscó entre los bolsillos exteriores hasta que
extrajo unas llaves.
- Toma, no alquilé todavía el piso en Manhattan. Pediré que lo preparen para
cuando llegues. Podrás vivir allí durante estas semanas.
- Tía, muchas gracias… – Ana estaba conmovida. Realmente su tía era una mujer
maravillosa.
- Ana, por favor, utiliza ese tiempo para reflexionar. Siempre te lo he dicho,
necesitas los consejos de un psicólogo y creo que, a medida que pasa el tiempo, cada vez será
más difícil tu recuperación. Necesitas ayuda, Ana. Por favor, prométeme que lo pensarás.
- Lo pensaré, te lo prometo.
Y después de un largo y tierno abrazo se despidieron. Después de diez años Ana notaba sus
ojos humedecidos por primera vez. Decidió evitar las lágrimas concentrándose en doblar sus camisetas y
preparar una lista de las cosas que no podía olvidar.
El lunes lo dedicó a organizarlo todo en el trabajo. Su jefe aceptó las condiciones, sabía que
Ana estaba muy irritante y esa lejanía mejoraría el ambiente en su equipo. Preparó algunos documentos y
visitó el banco para comprar dólares. Todo parecía estar bajo control. Solamente faltaba algo más. Otra
prueba dolorosa que debía superar.
Y a las siete de la tarde se dirigió al apartamento de Sandra. Sabía que a esas horas ya
estaría en casa. Subió los cuarenta escalones con miedo a la reacción de su amiga, pero no era capaz de
echarse atrás, no podía irse de España sin despedirse de ella. Sandra le abrió la puerta con una expresión
seria, pero le dio paso.
- Sandra, ya sé que por mucho que diga, nada cambiará mi horrible
comportamiento. No vengo a disculparme, vengo a despedirme.
Las dos amigas se fundieron en un abrazo largo y enternecedor. Habían sido inseparables
durante más de cinco años y sabían que alejarse la una de la otra iba a ser doloroso.
- Sandra, vuelvo en cuatro semanas. Necesito tiempo para pensar qué quiero
hacer. Tal vez no sirva de nada, pero ahora en lo único que pienso es en salir de aquí.
- Lo sé, Ana. Aprovecha esas semanas para relajarte, para buscar en tu interior
esa Ana maravillosa que yo sé que existe, pero que tú te empeñas en obviar.
- Espero que lo que sucedió el sábado no haya estropeado tu relación con Alberto.
- No, tranquila, estamos bien – decía mientras se le escapaba una sonrisita.
- Ehhhh! ¿en serio? ¿ya te lanzaste? – Ana se mostraba feliz.
- Sí, fuimos a ver el musical que no pudimos ver la semana anterior y no llegamos
a acabarlo, no pude más, lo arrastré hasta aquí y ya puedes imaginar lo que sucedió luego.
Ana se echó a reír, sabía que esos dos estaban hechos el uno para el otro.
- ¿Y ahora? ¿qué vas a hacer? No te vayas a acobardar, que te conozco Sandra.
- No quiero pensar en el futuro. Disfrutaré del presente. Alberto me gusta
demasiado y sé que es buen chico, esta vez podría funcionar, pero no sé… ya veremos lo que
pasa…
- Muy bien. Por favor, ponme al corriente de todo. Envíame mensajes o correos
electrónicos. Estaremos en contacto.
- Lo haré. Pase lo que pase Ana, quiero que sepas que para mí siempre serás una
gran amiga.
- Te quiero mucho Sandra.
- Y yo a ti Ana – y abrazadas de nuevo, se despidieron.
El vuelo hasta el Jonh F. Kennedy fueron las nueve horas más largas de su vida. A pesar de
sus intentos de dormir, le fue imposible conciliar el sueño, no podía dejar de pensar en lo sucedido
aquella tarde en casa de Lucas. El llanto de Martina retumbaba en sus oídos y el dolor en el pecho no le
dejaba respirar con normalidad. ¿Por qué reaccionó así con ella? y, sobre todo, ¿por qué Martina le trajo
a su mente aquellos recuerdos que tanto necesitaba olvidar?
El apartamento donde pasó aquellos cuatro años con sus tíos estaba en perfectas
condiciones. Situado en una de las mejores zonas de la ciudad y con unas vistas espectaculares. Todo
estaba en su sitio y la empresa de limpieza lo había dejado impecable. En la mesa del comedor vio un
grupo de cartas y paquetes. Debía tratarse del correo que se había ido acumulando en la portería durante
esos seis años de ausencia. Fue directa a su habitación y dejó las maletas sobre la cama. Ya se encargaría
más tarde de colocar su ropa en el armario. Lo que necesitaba en ese momento era un baño. Había
comprado unas velas y unas sales de canela y mandarina en el aeropuerto, pensando en usarlas nada más
llegar. Durante veinte minutos disfrutó del silencio y el olor que desprendían las sales, consiguiendo
relajar sus músculos, tan tensos desde hacía días.
Se dejó secar cubierta por un albornoz, así seguiría disfrutando de la fragancia de las sales
en su piel, abrió una botella de vino tinto que compró en el supermercado cercano al edificio, cogió las
cartas de encima de la mesa y se sentó en el sofá para comprobar si alguna de ellas merecía la pena abrir
antes de tirarlas. La mayoría eran de la asociación de antiguos estudiantes de la escuela de diseño, otras
de publicidad y una no llevaba remitente. Era una carta para ella, con un matasellos de Barcelona. Por la
fecha marcada en el sello debieron recibirla pocos días después de que Helena y ella se trasladaran a
España. Aquello la extrañó y decidió abrirla.
A pesar de estar en Julio, el jueves llovía a cántaros. Las calles estaban inundadas de agua y
los transeúntes corrían de lado a lado. Ese día Lucas había trabajado doce horas seguidas. Aunque
resultaba agotador, aquellas horas extras le vendrían muy bien. De camino a casa pensó en la posibilidad
de llevar a Martina a Euro Disney en Octubre. Sabía la ilusión que le haría y para él también sería un
motivo para desconectar del día a día y recuperar tiempo con su hija, pues su trabajo le impedía disfrutar
de ella durante el verano. Agotado, a las ocho y media llegaba a casa. Helena calentaba unos filetes de
ternera y Martina le ayudaba a preparar una ensalada. Como tantas veces había hecho, volvió a agradecer
el haber conocido a Helena, para ellos ya no era una simple canguro, era un miembro más de la familia.
Las saludó cariñosamente y se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha, uno de los mejores
momentos del día. Se estaba acabando de vestir en su habitación, cuando se oyó el timbre del interfono.
Cuando Lucas llegó al salón, se encontró a Helena totalmente aturdida y con el rostro empalidecido.
- ¿Qué pasa? ¿Quién ha llamado?
- Lucas, es… - Helena fue incapaz de continuar. Volvieron a llamar a la puerta y
Lucas iba a abrir cuando se puso frente a él –. Lucas, por favor, no seas duro con ella…
- ¿Con quién? Helena, me estás asustando.
Cuando abrió la puerta se encontró con Ana totalmente empapada por la lluvia y con dos
maletas en las manos. Estaba pálida y tenía los ojos hinchados de llorar.
- ¿Se puede saber qué haces tú aquí? – Lucas enrojeció de la ira - ¿No te habías
ido a Nueva York?... Te dije bien claro que no volvieras a esta casa.
- Lucas, yo… necesito hablar con Martina – Ana casi no podía mantenerse en pie.
- Ana ¿estás bien? Madre mía, si pareces enferma – Helena se asustó de su
aspecto y corrió al ver que su sobrina se iba a desmayar.
Lucas consiguió agarrarla justo antes de que cayera al suelo y entre Helena y él la tumbaron
en el sofá. Él le levantó las piernas con unos cojines mientras Helena iba en busca de algunas toallas.
- Lucas, por favor, tráeme una camiseta de algodón y unos pantalones de esos
cómodos que tienes para estar por casa. Está empapada y cogerá una pulmonía si no la secamos.
Madre mía, qué ojeras tiene, si se fue el martes por la noche y acaba de llegar ahora, esta chica
no ha dormido nada.
Ana se levantó del sofá haciendo acopio de las pocas fuerzas que tenía y agarrando su bolso
siguió a un Lucas desconfiado. Los dos entraron en la habitación de la niña que se había escondido entre
los peluches. Lucas se sentó junto a Martina y Ana al otro extremo de la cama. Helena los acompañó
hasta la puerta con el té de su sobrina en las manos y decidió esperar ahí por si ella lo necesitaba.
- Martina, sé que tu papá te ha contado una historia muy bonita de dos niñas que se
conocieron en un parque – Ana casi no podía hablar y mirando a Lucas le suplicó –. Por favor
¿me podríais explicar esa historia ahora?
- Ana, no creo que sea muy oportuno… - de pronto Lucas, extrañado, la miró
confuso - … y ¿tú cómo sabes eso?
- Por favor, Lucas, por favor…
- Bien, espero que sea tan importante como dices – Y comenzó la narración -.
“Hace muchos años una niña con una melena larga y rubia, con unos cinco años, entraba en su
nueva clase. Sus padres acababan de mudarse y ese día empezaba en su nueva escuela. La niña
era muy tímida y estaba muy asustada. No sabía cómo hacer amigos nuevos y se mostró muy
reservada durante varios días. El resto de los niños empezaban a reírse de ella, decían que no
sabía hablar porque era demasiado bebé. Un día soleado, la mamá de la niña la acompañó al
parque al salir de la escuela. Allí se encontraban la mayoría de los niños de su clase. Ella se
sentó en un columpio que estaba vacío intentando apartarse de los demás. Pero evitarles fue
imposible, algunos de ellos se acercaron para reírse de ella. Cuando estaba a punto de arrancar a
llorar, apareció una de las niñas de su clase que también solía jugar sola. Lucía una melena rizada
que la hacía muy divertida y llevaba un trapo rojo atado al cuello en forma de capa de
superhéroe. Se plantó frente a los niños y les dijo: “Dejad en paz a mi nueva amiga. Si volvéis a
meteros con ella os tendréis que enfrentar a mi super-fuerza”. Los niños huyeron asustados y la
muchacha de los rizos se alejó hacia otro columpio. La niña rubia se quedó observándola, cuando
de pronto pudo ver como una de las farolas contiguas al columpio cedía e iba a precipitarse
sobre su nueva amiga. Rápidamente fue hacia ella y la empujó, tirándola al suelo. Las dos
cayeron y un tremendo estruendo las asustó. La farola se había desplomado justo donde la niña
jugaba. La muchacha de la capa roja abrió los ojos y se encontró a la niña de los cabellos
dorados sobre ella, le había salvado la vida. “¿Eres mi Ángel de la Guarda?” le preguntó. Al
sentarse las dos en el suelo ésta vio como a su salvadora se le había salido un zapato y la caída
le había roto el calcetín, dejando salir su dedo pulgar. La pequeña se lo tocó suavemente y le
dijo: “Cuando un calcetín se rompe, un dedo se libera”.
En ese instante Helena sintió que se iba a desplomar y fue a sentarse en una de las sillas de
la habitación de Martina, dejando la taza de té en la cómoda.
- Continua, continua Lucas – le animó cuando él la miró preocupado.
- “Aquello las hizo reír y a partir de entonces se hicieron grandes amigas. Todos
los días llevaban un calcetín agujereado y se quitaban los zapatos para rozar sus dos dedos
pulgares, en forma de saludo. En la escuela las llamaban las amigas-mellizas. Sus padres se
hicieron amigos a raíz de aquel día y los seis se hicieron inseparables durante años: viajaban
juntos en verano, pasaban las Navidades juntos, barbacoas, cumpleaños… mientras las niñas
crecían en un ambiente de felicidad. Incluso dejaron de decir que eran amigas y se hacían
conocer como hermanas.”
- Martina – interrumpió Ana, mirándola con dulzura - ¿sabes cómo se llamaban
esas niñas?
Martina, que permanecía abrazada a su padre, lo miró, asustada. Lucas le asintió con la
mirada.
- Sí, la niña rubia es mi mamá, se llamaba Mónica y la niña de los ricitos se
llamaba Anabel.
Helena, se tapó la boca con las dos manos y sus ojos comenzaron a humedecerse. Lucas no
entendía su reacción.
- Helena, ¿estás bien? – le preguntó alarmado.
- Sí, sí… continúa, por favor.
Lucas buscó con la mirada a Ana que le alentó a que prosiguiera con la historia.
- “Las niñas crecieron, ya eran unas adolescentes y sus padres aprovechaban las
noches de los sábados para salir al teatro, al cine o ir a tomar algunas copas. Una noche de
verano Anabel quería preparar una fiesta en su casa e invitar a todos los niños del instituto para
celebrar el fin de curso. Su padre no se encontraba demasiado bien, había tenido un ataque de
ciática y no le apetecía salir aquella noche. Pero Anabel insistió y los convenció. A pesar de la
molestia, el padre de Anabel se empeñó en conducir aquella noche, pues iba a ser el único que no
bebiera alcohol. Cuando circulaban por una carretera de curvas, a las afuera de la ciudad, el
coche se descontroló y cayeron por un acantilado. Los cuatro murieron en el acto.”
Helena lloraba desconsoladamente y a Ana le comenzaban a asomar lágrimas por los ojos.
Casi sin poder articular palabra, Ana lo animó a acabar.
- Lucas, por favor, acaba.
- “Aquella noche, durante la fiesta, Anabel había bebido más de la cuenta y
Mónica no se divertía viendo así a su amiga y se lo reprochaba enfadada. Cuando la policía
llamó a la puerta, Mónica recibió la terrible noticia, mientras veía como Anabel reía a
carcajadas entre sus amigos. Durante los siguientes días, las dos vivieron atormentadas las
peores horas de su vida. El accidente las había dejado solas y las había privado de las personas
que más querían. A pesar del sufrimiento, Mónica no podía olvidar el estado en que se
encontraba Anabel en la fiesta y cuando salieron del cementerio, después de enterrar a sus
padres, Mónica culpó a Anabel. A gritos le dijo cosas terribles, sumida en un tremendo dolor,
mientras Anabel callaba y asumía toda la culpa. Aquella fue la última vez que se vieron. Anabel
desapareció y Mónica se mudó a casa de sus abuelos. Unas semanas después, totalmente
arrepentida y echando de menos a su hermana, Mónica comenzó a buscarla desesperadamente.
Nunca más supo de ella.” –Lucas concluyó apenado, recordar el final de aquella historia le
entristecía demasiado -. Cuando yo conocí a Mónica aún la buscaba e incluso la ayudé usando
algunos contactos en la policía, pero fue imposible. Mónica murió sin tener la oportunidad de
pedirle perdón a su hermana y amiga.
Ana, con los ojos encharcados, buscó entre su bolso y sacó la carta que encontró en Nueva
York. Se secó las lágrimas con las manos y respiró hondo. Levantó su mirada hacia Lucas y le dedicó una
leve sonrisa.
- La encontró, al final la encontró…
Lucas, sin comprender lo que Ana insinuaba, se quedó mirándola con la boca abierta. Ana
comenzó a leer.
“Querida Anabel.
Por fin te he encontrado, te he estado buscando durante años, sin éxito. Pero el
destino hizo que ayer acabara en mis manos una revista donde hacían mención a la muerte de tu
tío. Lo siento, no debe ser fácil para ti perder otra vez a un ser querido. He estado investigando
más sobre la noticia y conseguí vuestra dirección. Ahora te haces llamar Ana y veo que has
cambiado el orden de tus apellidos, así era imposible que te encontrara.
¡Te he echado tanto de menos! Nunca me he perdonado por lo que te dije. Tú no
tenías la culpa de nada, Anabel, fue un fatal accidente y tuviste que acarrear tú con aquella
responsabilidad. Me he sentido y me siento fatal por lo que hice y no ha pasado un solo día desde
entonces en que no me arrepintiera de mis palabras. He deseado ardientemente volver a verte,
abrazarte, pedirte perdón y recuperar el tiempo perdido. No solo fuiste una amiga para mí, eras
mi hermana, mi querida hermana.
Aunque sea demasiado tarde, te encontré y voy a tener la oportunidad de descansar
sabiendo que por fin te pedí perdón.
Anabel, es muy probable que mañana muera, dando a luz a mi querida hija Martina y
aunque parezca triste, me siento la mujer más afortunada del mundo.
Hace algo menos de un año me casé con mi marido, Lucas. Es un hombre
maravilloso al que quiero con locura. Los médicos me han dicho que no sobreviviré al parto. No
he tenido el coraje de decírselo a él, pero lo noto muy nervioso, creo que presiente que algo malo
va a suceder. Me duele mucho pensar que va a tener que cuidar él solo de nuestra hija, aunque lo
que más me duele es saber que no voy a poder estar ahí cuando ella dé sus primeros pasos,
cuando se le caiga su primer diente o el día de su boda.
A pesar de todo ello, hoy me siento feliz, ella va a nacer, será una niña maravillosa y
yo al fin te encontré y te pedí perdón. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?
Al final de la carta te dejo anotada nuestra dirección. Me gustaría mucho que los
conocieras y que estuvieras presente en la vida de Martina, compartiendo con ella esos momentos
que yo me perderé. Tú eres su tía y deseo que ella te tenga a su lado.
A Lucas le he contado varias veces nuestra historia y le he pedido que continuara
explicándosela a nuestra hija.
Me despido de ti con la esperanza de que consigas perdonarme y alguna vez le des a
esa historia el final feliz que se merece.
Tu hermana, que te quiere mucho.
Mónica.”
Ana, que en todo momento no dejó de llorar, levantó la mirada y se encontró con el rostro de
Lucas bañado en lágrimas, observándola aturdido y conmovido. Mientras doblaba la carta y la sujetaba
contra su pecho, continuó hablando, cabizbaja.
- Después del entierro, mi tía Helena me propuso mudarme a Nueva York con
ellos y acepté. Necesitaba salir de allí y esa era mi oportunidad – se giró para dirigirse a su tía –.
Tía, nunca tuve el valor de contarte lo que sucedió la noche del trágico accidente, ni lo que
Mónica me reprochó el día del entierro. Quise olvidarlo, me dolía demasiado. Pero el tiempo no
me curó las heridas, es más, cada vez me sentía más culpable. Yo había matado a mis padres y a
los padres de Mónica y la había dejado sola.
- Pero, Ana, eras una niña, una adolescente, tú no fuiste la culpable, fue un
accidente.
- Sí, tía, pero yo nunca lo vi así y cargué con la culpa – y volviendo a mirar a
Lucas continuó–. Me acorté el nombre y cambié el orden de mis apellidos con la absurda
convicción de que eso me haría ser otra persona. Después de cuatro años, de vuelta a España, un
día me armé de valor y pasé frente a la casa donde vivían los abuelos de Mónica, pensando que
tal vez la vería, aunque fuera de lejos. Cuando comprobé que allí vivía una familia que nada tenía
que ver con ella, pensé que no la volvería a ver jamás. Era lo que me había merecido, el castigo
que me había ganado.
Volvió a retirarse las lágrimas de la cara con las manos, mientras se acercaba un poco más a
Martina que la miraba atónita.
- Martina, eres igual que tu madre. Igual a aquella niñita rubia y dulce que me
salvó aquel día en el parque. Y cuando te vi por primera vez en casa de tu tío, sentí un desgarro
en mi corazón, aunque no entendía muy bien el porqué. Yo no reconocí a Mónica en ti, pero mi
subconsciente sí. Y por eso, el día de tu cumpleaños, cuando perdí el control, te dije aquellas
terribles palabras. Sin yo siquiera saberlo, estaba respondiendo a tu mamá, enfadada con ella por
lo que me estaba haciendo sufrir.
Ana volvía a tomar el bolso entre sus brazos, cuando arrancó a llorar desconsoladamente.
- Martina, por favor, perdóname, perdóname… tú nunca has tenido la culpa de
nada, ni tu mamá tampoco… ella fue una hermana para mí y la quise y la querré siempre. Por
favor, perdóname… - Se retiró de nuevo las lágrimas que no le dejaban ver y sacó un paquete de
su bolso -. El sábado no te había comprado ningún regalo. Este es el único recuerdo que guardo
de mi infancia, nunca quise desprenderme de él. Es mi mayor tesoro. Y ahora no hay nada que me
haga más feliz que regalártelo a ti y saber que tú lo guardarás para no olvidar a las dos amigas-
mellizas.
Martina, que hasta ese instante había permanecido abrazada a su padre, se separó de él y se
acercó despacio a Ana, para coger su regalo. El paquete no estaba bien envuelto y enseguida vio de lo
que se trataba. Era un pequeño trozo de tela rojo que llevaba bordado en un lateral el nombre de las dos
niñas de la historia.
- ¡Es la capa de superhéroe de Anabel! – Martina estaba maravillada
contemplando la prenda con los ojos bien abiertos.
- Sí, la guardé como recuerdo de aquel día y unos años después le pedí a mi madre
que bordara en ella nuestros nombres.
La niña, que parecía haber entendido en ese instante lo que acababa de pasar, saltó hacia
Ana para abrazarla.
- Anabel, eres tú, eres tú…
Ana la tomó en sus brazos con fuerza, acariciando su pelo y besando su rostro una y otra vez
mientras sollozaba.
- Martina, por favor, perdóname, perdóname…
- Sí, Anabel, sí, te perdono.
El llanto de Ana se alternaba con besos y sonrisas de dulzura hacia la niña. Ésta, le
acariciaba las mejillas para borrar sus lágrimas y le devolvía las sonrisas.
- No llores más, Anabel, no llores… ya te hemos encontrado, por fin te hemos
encontrado…
- Ahora no lloro de tristeza, cariño, estoy llorando de alegría. Pensaba que había
perdido a mi Ángel de la Guarda y estoy contenta porque la acabo de encontrar. Tú eres mi
Ángel, Martina, tú eres mi Ángel de la Guarda.
- ¿Yo? Pero si yo no soy tan valiente como mi mamá que te salvó la vida.
- Tu mamá me salvó de la muerte, sí, pero tú me has devuelto a la vida.
Lucas que observaba la escena con la cara llena de lágrimas, decidió retirarse, debía
dejarlas a solas y él podía aprovechar para calmarse y asumir lo que acababa de suceder. La carta de
Mónica le había hecho recordar el dolor de aquellos días antes y después del parto y necesitaba
desahogar su pena fuera de allí para que Martina no lo viera sufrir.
Salió de la habitación y Helena, que no había dejado tampoco de llorar, le siguió. Los dos
se sentaron aturdidos en el sofá, sin mediar palabra, cabizbajos y con los ojos encharcados por las
lágrimas. Al cabo de media hora, Helena ya era capaz de hablar.
- Yo conocí a tu mujer poco después de que sucediera lo del parque. Nosotros aún
vivíamos aquí, en la misma casa donde vivo yo ahora. Allí también conocí a sus padres, hicimos
varias barbacoas todos juntos. La madre de Ana era mi hermana. Cuando mi marido y yo nos
fuimos a vivir a Nueva York, Ana tenía apenas diez años y luego nos veíamos solo en Navidades
y durante algunos veranos. Ellas siempre estaban juntas, realmente se querían mucho y parecían
hermanas. Cuando nos enteramos de la muerte de mi hermana y mi cuñado, mi marido y yo
decidimos llevarnos a Ana con nosotros. Nunca supe lo que sucedió en el cementerio, lo que
Mónica le dijo, ni la culpa que Ana llevaba a cuestas.
- Mónica vivía muy arrepentida por aquello. Yo la conocí dos años después de la
muerte de sus padres y nunca dejó de buscar a su amiga. Necesitaba pedirle perdón, era su mayor
deseo.
Lucas se sentía muy agotado, aquel día había sido duro y lo sucedido lo había dejado sin
fuerzas.
- Helena, es tarde, creo que será mejor que os vayáis. Yo tengo que trabajar
mañana.
- Sí, será lo mejor. Mi sobrina necesitará dormir.
Cuando Lucas entró en la habitación de Martina se las encontró a las dos dormidas. Martina
agarraba la capa de super-héroe y Ana abrazaba a Martina, tumbadas en la cama, una al lado de la otra.
Sin hacer ruido retiró los peluches que quedaban encima de la cama y las arropó con una sábana. Quiso
quitarle antes los zapatos a Ana pero se percató que ya no los llevaba y sonrió al comprobar que uno de
sus calcetines estaba roto y que Martina también se había puesto el agujereado. Debieron estar
saludándose como hacían las dos amigas-mellizas. Antes de apagar la luz se fijó en el pelo de Ana. La
lluvia lo había mojado y ahora que estaba más seco se veía totalmente rizado, como la niña de la historia.
El parecido de Martina con su mujer le hizo pensar que aquella imagen de las dos abrazadas podía ser el
final feliz que Mónica quiso para esa historia, las dos hermanas abrazadas por fin.
Cuando llegó al salón le dijo a Helena que sería mejor no despertar a Ana y le pidió un taxi.
Acordaron que llegaría al día siguiente antes de que Lucas se marchara a trabajar.
Lucas apenas pudo cenar y a pesar del cansancio, le costó conciliar el sueño. Volvía a tener
entre sus brazos el álbum de Mónica pero prefirió no abrirlo aquella noche, ya había sido demasiado
duro oír la carta de su mujer y avivar más el recuerdo podía ser excesivo.
Pero, lo que aún no era capaz de coordinar en su cerebro era la combinación Ana-Anabel.
Por un lado Ana, la loca que se inventa noviazgos para conseguir dinero y luego Anabel, la niña dulce de
la que tanto le había hablado Mónica. A pesar de que intentaba comprender lo que Ana había sufrido, su
comportamiento del otro día todavía le generaba desconfianza. Y tener a Martina por medio era
peligroso, la niña podía sufrir y eso no lo debía permitir. Decidió mantenerse cauteloso y esperar a que
Ana ganara su confianza.
A la mañana siguiente, Helena se presentaba puntual y Lucas ya estaba preparado para salir
al trabajo. Antes de irse, entró en la habitación de su hija y con cuidado de no despertar a la niña, se
acercó a Ana, dándole toques en el hombro.
- Ana, Ana… despierta.
- ¿Si…? - apenas levantó los párpados, pero cuando entendió dónde estaba, abrió
los ojos asustada – Perdona, me quedé dormida.
- Sí, no te preocupes. Ana, yo me tengo que ir a trabajar. Helena acaba de llegar y
os está preparando el desayuno. Te dejo aquí unas toallas por si quieres ducharte y cambiarte –
Lucas se mostraba rígido y desconfiado.
- Gracias, Lucas y gracias de nuevo por todo…
Y sin más que decir Lucas salió de la habitación y después de repetirle las mismas normas a
Helena, se marchó al aeropuerto.
ANABEL
Maite lloraba emocionada mientras Lucas le explicaba lo sucedido. Ella había estado en
todo momento al corriente de los encuentros entre Lucas y aquella misteriosa mujer de los calcetines
rotos y de los días de desesperación que había sufrido desde que se enterara que era novia de su
hermano.
- Lucas, decías que Ana era diferente y ahora sabes el por qué había algo en ella
que la hacía distinta.
- Yo he visto fotos de ella de niña aunque nunca la reconocí, pero tal vez algo en
ella me resultara familiar o me recordara a Mónica y por eso me parecía especial.
- ¿Qué vas a hacer a partir de ahora? ¿Vas a perdonarla por lo del cumpleaños?
- No sé qué hacer… Puedo llegar a entender lo que ha sufrido durante todos estos
años, Martina se parece mucho a su madre y eso debió confundirla, pero no es excusa y no puedo
confiar aún en ella.
- Pero según me has dicho, Mónica en su carta le pidió que fuera tía de Martina…
no deberías negarte.
- Y no lo haré, pero la vigilaré. Como le haga daño a Martina, no la volverá a ver
más…
- ¿Y tú, ya no te sientes atraído por ella?
- Me ha decepcionado mucho, Maite, ahora mismo no puedo verla más que como
una amenaza. Si consigue mi confianza, tal vez llegue a reconocerla como la amiga de Mónica.
- Ahora vas a trabajar más horas y también fines de semana, no te va a ser fácil
controlarla.
- Ya he pedido a Helena que siempre esté con ellas y que me vaya informando.
Aunque sea tía de Ana, confío en ella y sé que quiere mucho a Martina.
Cuando Martina se despertó, descubrió feliz que Anabel, como así la llamaba ahora,
continuaba en casa, con ella. Ana, después de ducharse, había cambiado su ropa, luciendo unos tejanos
cómodos y una sencilla camiseta de algodón y había dejado secar su melena al natural, luciendo sus
ondulaciones, tan características de Anabel. Las tres desayunaron juntas unas crepes que Helena les
preparó.
- ¿Sabías que las crepes eran nuestro desayuno favorito, el de tu mamá y mío?
Todos los domingos desayunábamos juntos, o en mi casa o en la casa de tus abuelos y siempre
nos preparaban crepes con chocolate o con azúcar y canela – Ana, sentada junto a Martina,
hablaba con nostalgia.
- ¿Sí? A mí me gustan mucho, pero solo con azúcar, con un poco, papá dice que no
es bueno comer mucha azúcar.
- Tu papá tiene razón. También están muy buenos con nata o con frutas.
- Ana, ¿has pensado dónde quieres ir? ¿A dónde quieres llevar a Martina? –
Helena debía informar a Lucas, se lo había prometido. Pensó que si Lucas se sentía seguro,
acabaría aceptando de nuevo a Ana.
- Primero, después de desayunar, me gustaría llevaros al parque donde conocí a
Mónica, creo que todavía está la farola que volvieron a levantar. Tengo muchas ganas de ver la
casa de mis padres, aunque sea desde fuera y le podría enseñar a Martina dónde vivía su mamá.
También pasaremos frente a la escuela donde estudiamos.
- ¡Bien…! – Martina aplaudía entusiasmada.
- Si todavía está abierta, podríamos comer en nuestra pizzería favorita y luego he
pensado en ir al parque de atracciones. A Mónica y a mí nos encantaba subir a la noria.
Tal y como prometió, Helena envió un mensaje a Lucas informándole de lo que iban a hacer
y él respondió al instante: “Muy bien, avísame cuando estéis comiendo”.
El parque era muy diferente del que Ana recordaba. Había dos zonas separadas, una con
columpios para niños más pequeños y otra para niños mayores. La farola que iba a caer sobre Anabel
había sido reparada y continuaba allí, junto a un banco donde se sentaron las tres.
- Martina, fue justo aquí donde empezó todo. Aquí fue donde cayó la farola.
Martina, emocionada y feliz al sentir que estaba formando parte de la historia que tantas
veces le había contado su padre, jugó alrededor de la farola a lo que llamó “el juego de las amigas-
mellizas”. Por momentos, corría imaginando que era el Ángel de la Guarda de Anabel o saltaba desde
uno de los columpios diciendo que tenía super-fuerza y que nadie podía reírse de su amiga.
Helena y Ana la miraban divertidas. Martina era una niña muy lista y con mucha
imaginación.
- Es increíble, tía, ella es hija de Mónica, esa preciosa niña es hija de mi
hermana… Desde que nos fuimos a Nueva York, no ha pasado un solo día en que no la echara de
menos, a ella y a mamá y a papá, claro…
- Lo sé, Ana, aunque no lo demostraras, aunque no lloraras, yo sé que te acordabas
de ellos.
- Tía, todavía no puedo creer que la tratara tan mal el día de su cumpleaños –
decía Ana mirando a Martina -. Me odio por ello. ¿Cómo he podido ser tan insensible?
- Ana, yo nunca he dudado de tu buen corazón y me alegro mucho de que la Anabel
que hay en ti haya vuelto - Helena agarró a su sobrina de la mano -. Has debido sufrir mucho y
me duele no haberte podido ayudar.
- Tranquila tía, no te culpes. Debí hablar contigo antes, debí explicarte lo que me
estaba haciendo tanto daño, pero me empeñé en olvidar, creyendo que así borraría el sufrimiento.
Pero, no fue así, todo lo contrario, el dolor y la culpabilidad fueron creciendo.
- Ana, debes aprovechar esta ocasión para dejar de huir y de culparte por el
accidente.
- Sí, lo haré. Dedicarle tiempo a Martina me ayudará y es lo que más deseo, por
Mónica, por mi hermana.
- Lamento que Lucas siga enfadado. Él solo se preocupa por su hija.
- Y debe ser así, tía. Yo me comporté muy mal y es normal que desconfíe. Espero
que algún día me perdone y podamos hablar sobre Mónica, tengo tantas preguntas que hacerle…
Pero por ahora respetaré sus normas y su comportamiento hacia mí, no quiero presionarle.
Después de unos minutos en el parque, pasearon por las calles del barrio que tantos
recuerdos le traían a Ana. Mientras recorrían el mismo camino por el que Mónica y Anabel se dirigían a
la escuela cogidas de la mano, Ana le explicaba a Martina algunas de las anécdotas de las dos amigas-
mellizas. Reconoció el buzón de correos al que las dos habían subido jugando a las super-héroes y desde
donde Mónica cayó hiriéndose en la rodilla y pasaron delante del local, ahora cerrado, que había sido
una escuela de danza y al que las dos acudían juntas los martes y jueves.
Pasar frente a la casa donde Ana vivió con sus padres fue muy doloroso para ella. Los
echaba tanto de menos que no pudo evitar llorar. Allí había vivido los mejores momentos de su vida y
ahora lo que más deseaba era recordarlo, sentir a sus padres y llorar por ellos, lo que no había sido
capaz durante aquellos diez años. Con los ojos inundados de lágrimas y abrazada a su tía, las dos
recordaban a sus padres, cariñosos, divertidos y algo alocados. También pasaron frente a la que fuera
casa de Mónica y la escuela donde estudiaron las dos niñas.
A las dos del mediodía, se sentaban hambrientas en la pizzería favorita de Mónica y Anabel,
que afortunadamente continuaba allí, tal y como Ana la recordaba. Una hora después, Sandra se unió a
ellas. Ana la había llamado durante la mañana para explicarle lo sucedido y su amiga no dudó en
apuntarse a lo que denominó una “tarde de chicas”. Cuando las dos se encontraron, se abrazaron
emocionadas.
- Es increíble, Ana, todavía no me lo acabo de creer. Debiste explicármelo, no
tenías que haber sufrido tú sola, las amigas estamos para ayudarnos.
- Sí, cariño, tienes razón, perdóname.
- Bueno, ya hablaremos de todo esto y me darás más detalles. Ahora, disfrutemos
de esta “tarde de chicas” que, por cierto, tenemos que repetir más de un viernes.
Cuando Sandra acabó de comer, las cuatro se dirigieron al parque de atracciones. Una vez
allí disfrutaron de una tarde maravillosamente divertida: subieron a la noria, al carrusel, tiraron vasos
con una pelota hasta conseguirle un muñeco de peluche a Martina y comieron algodón de azúcar y
manzana caramelizada.
Helena, que ya había enviado un par de mensajes más a Lucas, se sentía feliz al comprobar
que su sobrina disfrutaba por primera vez desde hacía años. Vio cómo reía junto a Martina y Sandra,
cómo iba cogida de la mano de la niña, cómo la trataba con ternura y sobre todo, cómo el rostro dulce y
calmado de Anabel había vuelto a ser el rostro de su sobrina.
Cuando Lucas regresó del trabajo, Helena ya estaba bañando a Martina mientras calentaba la
cena.
- Papá, papá… hemos estado en el parque de atracciones, he comido manzana con
caramelo, me he subido a la noria, hemos comido pizza y he visto la farola que casi cae sobre
Anabel. También hemos visto la casa de mi mamá y de Anabel.
- Ya veo que lo has pasado muy bien hoy… ¿te divertiste?
- Sí, mucho. ¿Mañana puedo estar otra vez con Anabel?
- Si ella quiere… - Lucas buscaba la afirmación de Helena con la mirada.
- Mi sobrina dice que si estás de acuerdo, podríamos ir las tres al cine después de
comer y luego merendar en una crepería, donde también hacen unos batidos muy buenos. ¿Te
parece bien?
- Sí, ningún problema.
- Papá ¿sabías que las crepes eran el desayuno favorito de mamá?
- Sí, es verdad… ya no lo recordaba.
- También es el desayuno favorito de Anabel y ahora también es el mío.
- Pues entonces, tendré que aprender a hacértelos… - Lucas se echó a reír. Qué
ganas tenía de acabar esa temporada de tanto trabajo y pasar más tiempo con su hija.
Poco después de hablar con su hermano, Alberto preparaba impaciente la cena. Los días en
el bufete nunca se le habían pasado tan lentos, tener cerca a Sandra y no poder tocarla había sido
insufrible. Necesitaba verla a solas, desesperadamente. A pesar de sus mensajes, Sandra se había negado
a encontrarse de lunes a jueves con él. Siempre estaba demasiado ocupada y Alberto desconocía la
razón. Sabía que dos días a la semana iba a recoger a sus hermanos pequeños, pero, ¿por qué no quería
verle? ¿Por qué no podían simplemente cenar juntos? ¿Y si Sandra dudaba de sus sentimientos hacia él o
de los de él hacia ella?
Pero por fin aquella mañana Sandra se acercó a Alberto para entregarle unos papeles, sobre
los que puso una nota que decía “este fin de semana ¿en tu casa o en la mía?”. Todas las preocupaciones
se desvanecieron y ahora pensaba únicamente en cómo complacerla y conseguir que Sandra deseara
pasar más tiempo con él. Así que cocinó sus mejores platos, alquiló algunas películas de abogados y
detectives y compró un paquete de velas que repartió por el dormitorio, el baño y el salón.
Cuando por fin Sandra llamó a su puerta, Alberto corría excitado. Al verla apoyada en el
quicio de la puerta pensó que en ese instante era el ser más afortunado del universo, aquella maravilla de
la naturaleza iba a ser suya y solo suya. Acercando su rostro al de ella, le susurró:
- Hola pelirroja, estás increíblemente preciosa.
- Sí, la verdad es que eres un hombre con suerte.
- Lo seré mucho más dentro de exactamente… sesenta segundos – decía Alberto
mirando su reloj.
- ¿Sí? ¿qué pasará entonces? – Sandra se acercó más a él.
- Que estarás completamente desnuda en mi cama, bajo mi cuerpo, solos tú y yo, y
por fin, sin tener que fingir.
- Cincuenta y nueve, cincuenta y ocho, cincuenta y siete…
Con habilidad, él consiguió quitarle el vestido, acariciando con sus manos las piernas, las
nalgas y la espalda de Sandra, mientras ella le sacaba la camiseta por la cabeza a la vez que besaba su
pecho. Se pararon junto a la cama y él dejó de besarla para admirar su rostro y soltar su melena roja que
llevaba recogida con una goma.
- Creo que he pasado los cuatro días más largos de mi vida. No podía soportarlo
más. Tenerte tan cerca y no besarte ha sido terrible ¿Qué me has hecho pelirroja? – le susurraba
al oído mientras desabrochaba su sujetador.
- ¿Qué te he hecho yo? – Sandra enredaba sus dedos entre el pelo rubio de Alberto
- ¡Qué me has hecho tú a mí rubiales! ¿Crees que para mí ha sido fácil verte tan formal, con tu
traje, tu camisa, tan repeinado y no poder arrancarte los botones y despeinar ese pelo que me
vuelve loca? – le murmuró Sandra, con la respiración entrecortada y muy excitada,
mordisqueando a la vez los labios de Alberto.
- Mmmmm… pelirroja, te estás confesando… al final va a resultar que tú también
estás loca por mí – Alberto se echaba a reír mientras la tumbaba en su cama y se deshacía de la
poca ropa interior que aún llevaba Sandra.
- Cuatro, tres, dos, uno… - ella acabó su cuenta atrás sonriente.
- Ahora ya eres solo mía... ¿Te parece bien si empezamos la cena por el postre?
- Me parece perfecto, rubiales.
Después de hacer el amor, se sentaron a cenar en una pequeña mesa del salón. Alberto había
ambientado la estancia con velas y sonaban canciones románticas. Sandra se sentía totalmente abrumada
y maravillada, nunca antes un hombre se había esforzado tanto por complacerla.
- Gracias Alberto, por esta velada tan especial.
- ¿No es demasiado cursi?
- Sí, la verdad es que sí – Sandra se echó a reír –, pero me gusta, en serio, me
parece perfecta.
- Sí, creo que me excedí con las velas… también tengo algunas preparadas
alrededor de la bañera, como en las películas – Sandra no paraba de reír.
- Pues estoy deseando que llegue la escena del baño…
- No sabía qué preparar para hacer que el fin de semana fuera especial. Si hay
algo que no te guste o que quieras cambiar, lo que sea, dímelo, quiero que seamos sinceros y
claros el uno con el otro.
- Todo estará genial y no te preocupes, seguiré diciéndote lo que pienso, sin
tapujos, como siempre he hecho contigo.
- Eso espero, es una de las cosas que más me gustan de ti.
Ese fin de semana también había sido muy especial para Ana. Poder recordar su infancia sin
sentir dolor u odio era una extraordinaria sensación y compartirlo con Martina y Helena lo hizo todavía
más increíble. Martina le recordaba mucho a Mónica y era como vivir de nuevo su fabulosa y divertida
infancia. Además, era tan fácil querer a esa niña ¿cómo pudo llegar a sentirse amenazada por Martina?
Ana continuaba sin entenderlo y sin perdonarse por su actitud. Por eso y por ser hija de Mónica, estaba
dispuesta a quererla como si fuera su sobrina. El sábado pasaron la tarde juntas y el domingo salieron a
pasear por la mañana. Después de comer, sola en su apartamento, Ana observaba sonriente el dibujo que
Martina le había dedicado y que ya estaba colgado en una pared del salón. Recordó cómo el apartamento
de Lucas estaba lleno de esos dibujos tan coloridos y pensó que iba a reservar toda aquella pared para
empapelarla con sus retratos.
Pero había algo que la tenía preocupada y sobre lo que debía meditar con tranquilidad. Se
trataba de su futuro profesional. Tenía claro que quería continuar dedicándose al diseño y que su equipo
era el mejor, pero seguir en aquella empresa no era lo que deseaba hacer. Crear su propia agencia de
diseño era la única opción que le atraía, pero ¿cómo iba a financiarse? Tenía algo de dinero ahorrado
pero no sería suficiente. Tal vez si hablaba con el banco podría conseguir un préstamo. Y sobre su
equipo de trabajo, tenía que hablar con ellos, debía lograr que la siguieran e iba a ser complicado
teniendo en cuenta el carácter exigente e insensible que ella mostraba. “Bueno, primero el banco y luego
el siguiente paso” – se animaba a sí misma. Lo único que sí tenía claro era que ya no quería volver a
Nueva York, debía estar cerca de Martina, Sandra y Helena.
NO QUIERO CONTINUAR CONTIGO
El lunes por la mañana Sandra percibió mucho nerviosismo en el bufete, sobre todo por
parte de los socios. Se organizaron varias reuniones y estaban esperando la visita de una nueva
incorporación.
A las diez en punto entraba en recepción un hombre con unos treinta años de edad, alto,
moreno, atractivo y elegante. Saludó con una sonrisa que intentaba ser seductora a todas las chicas,
incluyendo a Sandra. Preguntó por el Sr. Hernández, el socio mayoritario y jefe de Alberto. En poco
tiempo, estaban todos los socios y abogados reunidos en la sala grande. A penas unos minutos después,
salían algunos haciendo corrillos y murmurando entre ellos. A Sandra le extrañó no ver a Alberto hasta
que apareció con el nuevo abogado, con su mano sobre el hombro y ambos hablando y riendo, como si se
trataran de grandes amigos. Se dirigieron al despacho de Alberto y justo antes de entrar, éste le dedicó
una sonrisa y un guiño a Sandra, que le respondió con una risita.
- Pero qué casualidad Héctor ¿recuerdas cuándo fue la última vez que nos vimos?
– Alberto se mostraba emocionado con aquel encuentro.
- Sí, un año después de acabar la carrera ¿recuerdas? Nos vimos todos los de
clase, cenamos y tomamos unas copas en el bar de Carlos, tu amigo.
- Sí, es verdad… de eso hace ya unos cuatro años. ¡Cómo pasa el tiempo!
- Cierto, y dime, ¿cómo están Lucas y tu sobrina?
- Muy bien, mi sobrina es un encanto, guapa como su madre y es una niña muy
lista. Claro que ¿qué va a decir su tío? Hace poco cumplió seis añitos.
- Y tú, cuéntame ¿te has casado? ¿o alguna prometida?...
- Bueno, no estoy comprometido pero casi… empezando una relación, estamos
conociéndonos.
- Bien, esa es la mejor parte, al inicio todo es comprensión y sexo… y luego, con
el tiempo, la cosa se complica – Héctor se echaba a reír –. Yo intento no pasar de esa primera
fase.
- Tío, tú no has cambiado… sigues siendo un macarra de cuidado – Alberto reía a
carcajadas mientras le golpeaba en el hombro.
- Me alegro de que vayamos a trabajar juntos. El Sr. Hernández me ha dicho que tú
me ayudarás a ponerme al corriente de los casos abiertos.
- Yo también me alegro. Sí, nos hace falta mucha ayuda, se nos están acumulando
los casos y no damos abasto.
- Y dime, las chicas por aquí qué tal… ¿alguna que merezca la pena? – Héctor le
sonreía con picardía.
- Pues Héctor, la verdad, durante estos seis meses he preferido mantenerme al
margen. Además, hay tanto que hacer aquí que no tengo tiempo de fijarme en nada más que en los
papeles y la pantalla de mi ordenador.
- ¿No me dirás que no te habías dado cuenta de la pelirroja? Desde aquí tienes
unas vistas espectaculares – Héctor no le quitaba ojo a Sandra.
- Héctor, mejor será que no te metas en líos y te centres en el trabajo – Alberto
empezaba a enojarse. “¿Lo mato o lo mato?”
- Tranquilo colega, tú explícame los casos que ya iré yo tanteando el terreno…
Encerrados en el despacho de Alberto, los dos abogados trabajaron juntos durante el resto
de la mañana. Alberto empezó a explicarle detalles de los casos más urgentes en los que Héctor debería
colaborar de forma inmediata. Su amigo, que fue, al igual que él, uno de los mejores de su graduación, no
tardó en aportar algunas sugerencias que podrían ayudar en la resolución de los procesos. Satisfechos,
salieron a almorzar juntos un bocadillo rápido y a la vuelta, mientras Sandra preparaba unos informes,
Héctor se le acercó, aprovechando que su colega atendía una llamada. Alberto, desde su despacho, pudo
observar cómo le susurraba a Sandra al oído y fue enfureciéndose por segundos, recordaba lo insistente
que Héctor podía llegar a ser con las mujeres hasta conseguir su objetivo y no permitiría que Sandra
fuera una más, ella no, por encima de su cadáver. Mientras hablaba por teléfono no pudo dejar de
observarles, Sandra respondía a Héctor con la sonrisa encantadora que ella sabía utilizar para manejar a
los hombres y eso le estaba irritando aún más, sacándole de quicio. Cuando Alberto acabó la llamada,
Héctor volvió al despacho. Su expresión no era muy satisfactoria, lo que fue tranquilizando a Alberto.
- Vaya con la pelirroja.
- Sandra, se llama Sandra ¿Qué ha pasado? - “Pelirroja solamente le llamo yo”
pensó Alberto irritado.
- Pues me acerqué a presentarme y como se ha mostrado tan amable he
aprovechado para pedirle su número de teléfono y decirle que podríamos quedar para tomar unas
copas.
- ¿Y qué te ha dicho? – “Decidido, lo mato…”
- Pues, no sé si será verdad… pero me ha dicho que pertenece a una secta
religiosa que no les permite ni tener móvil ni beber alcohol y que su novio, uno de los fundadores
de la secta, me matará si se entera de que me acerqué tanto a ella… ¿Es verdad Alberto? Qué
pena tío, qué cuerpo más desaprovechado, tan guapa y tan loca.
- Sí, he oído decir que es algo rara. Mejor no te acerques a ella, si lo que dice es
verdad y su novio se entera, ya sabe dónde trabajas… - Alberto intentaba controlar su risa.
Sandra no podía ser más ocurrente rechazando a los hombres y él no podía estar más enamorado
de ella. “Esa es mi pelirroja…”- pensó satisfecho.
Apenas unos minutos después, mientras Héctor leía unos informes, recibió un mensaje de
Sandra en el móvil: “¿Ese imbécil es amigo tuyo?”. Alberto sonrió y disimuladamente respondió: “Sí,
estudiamos juntos. No es mal tío, pero un idiota con las mujeres. Aunque ya veo que te lo quitaste
pronto de encima”. A lo que Sandra contestó: “¿Crees que se lo ha tragado?”. Alberto no podía
controlar la risa. “Cree que estás loca y tiene miedo de tu novio. No sé si tu novio, el de la secta, le
hubiese matado, pero yo ya estaba a punto de hacerlo.” Sandra se hizo esperar para responder y
Alberto no dejaba de mirar la pantalla de su móvil, hasta que apareció la contestación: “Ese es mi
rubiales…”. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada de Sandra al otro lado de la mampara de
cristal que al comprobar que nadie los observaba le sacó la lengua en forma de burla, respondiendo
Alberto con el mismo gesto. “Definitivamente, estoy enamorado”- pensó sin más vacilación.
Ana entró por la puerta de la oficina sorprendiendo a todos. Ni sus compañeros, ni su jefe
sabían que había vuelto de Nueva York. Su equipo se sintió decepcionado, tenerla lejos ayudaría a
mejorar el ambiente de crispación que se había creado, pero su vuelta podía llegar a empeorar más el
entorno de trabajo.
Después de explicarle a su jefe que había vuelto por problemas personales que le impedían
volver a salir del país, decidió llamar a Carla a su despacho para hablar con ella. Antes de llevar sus
planes a cabo necesitaba aclarar algunas dudas con su ayudante.
- Hola Carla, por favor, cierra la puerta y siéntate.
- Sí, Ana – Carla estaba asustada, cuando su jefa mandaba cerrar la puerta era
porque algo iba mal.
- Carla, un asunto personal me ha hecho regresar de mi viaje y no creo que vuelva
a irme a Nueva York. Querría hacerte unas preguntas que te agradecería me respondieras con
total sinceridad. Sé que últimamente me he mostrado muy insensible e inflexible. No tengo excusa
para justificar mi comportamiento y solamente puedo decir que lo siento. Tú siempre me has
ayudado mucho, eres una gran profesional y no te he valorado lo suficiente.
- Gracias, Ana – Carla se mostraba complacida aunque aún desconfiaba.
- Carla ¿es muy difícil trabajar conmigo? Dime la verdad, por favor.
- Bueno, Ana, no sé cómo decirte… eres muy buena profesional, en eso estamos
todos de acuerdo, aprendemos mucho contigo, conoces bien tu trabajo y eres un ejemplo para
todos nosotros. Pero, sí, es cierto que eres muy exigente y…- Carla no se atrevía a continuar.
- Sí, sigue, de verdad, no tengas miedo, te juro que no me lo tomaré a mal…
- Pues, eres exigente, inflexible y nos tratas mal, nos gritas, no tienes en
consideración nuestra vida privada y nos obligas a trabajar fuera de nuestro horario, cuando
estoy segura de que lo haríamos igualmente si nos lo pidieras de buenas maneras, porque a todos
nos gusta nuestro trabajo y nos gusta trabajar contigo… pero es muy difícil…
- Ya, entiendo… - Ana, cabizbaja, recibía toda la crítica manteniendo la calma.
Merecía todas esas palabras.
- Muchas veces aportaríamos más ideas, pero tenemos miedo de tu reacción.
- Sí y es una pena, porque sois el mejor equipo y no he sabido valorarlo.
- Perdona, Ana, por ser tan dura – Carla se disculpaba, tal vez sus palabras habían
podido dañar a su jefa.
- No, Carla, no, de verdad, te lo agradezco mucho. La que se tiene que disculpar
soy yo, sobre todo contigo. Hay algunas cosas en mi vida que están cambiando y siento que ya no
necesito ser la misma de antes, de ser tan recta y exigente. Quiero volver a ser la persona que fui
hasta mi adolescencia. Necesitaré un poco de ayuda de tu parte y paciencia por parte de todos.
- Sí, Ana, si es así, yo te ayudaré en lo que haga falta.
- Sé que necesitas las tardes para estar con tu hijo. Pero, dime, ¿podrías por las
mañanas empezar tu horario antes?
- Sí, podría venir una hora antes, si lo necesitas.
- Vamos a hacer lo siguiente, vas a empezar a trabajar a las ocho y saldrás a las
cinco, así tendrás más tiempo libre por las tardes y no irás tan justa para ir a recoger a tu hijo. Yo
comenzaré a la misma hora, así podremos trabajar juntas desde primera hora y aprovechar mejor
las mañanas. También he pensado que los viernes todos haremos jornada intensiva y a las tres no
quiero a nadie aquí.
- Eso sería maravilloso, Ana.
- La verdad, no solo lo hago por agradecer vuestro trabajo, yo también quiero
tener más tiempo libre por las tardes… pero estoy segura de que entre todos conseguiremos
compaginar mejor nuestra vida personal con la laboral.
- ¿Y a partir de cuándo comenzaríamos con ese horario?
- A partir de mañana mismo. Tengo otra duda Carla, pero por favor, no comentes
con nadie que te hice esta pregunta y contéstame sin tener en cuenta lo que acabamos de hablar,
como si quien te estuviera hablando fuera la Ana de hace dos semanas…
- Sí, pregunta.
- Si yo pudiera crear una empresa propia de diseño ¿tú te vendrías a trabajar
conmigo?
- Bueno, Ana, me lo hubiese pensado porque eres o eras muy exigente y sé que
siendo tu propia empresa tendría que sacrificar más mi vida personal, pasar tiempo con mi hijo
es mi máxima prioridad, pero también es verdad que desde el punto de vista profesional sería una
gran oportunidad y un gran honor trabajar contigo en un proyecto cien por cien tuyo.
- Carla, eres la mejor – Ana se levantó para ir a abrazar a su ayudante.
- Entonces, Ana, ¿te estas planteando esa idea?
- Sí, me ronda por la cabeza desde hace meses.
- Bien – Carla aplaudía en silencio-, que gran noticia…
- Pero no comentes nada aún. Necesito estudiar la viabilidad y la financiación del
proyecto. Preciso de tiempo. Pero no tengas duda de que contaré contigo pase lo que pase.
- Sí, por favor.
Carla salió del despacho con una gran sonrisa en la cara que dejó a todos boquiabiertos. No
supieron lo que había ocurrido allí, pero a partir de aquel día muchas cosas cambiaron en el trabajo.
Esa misma mañana Ana salió unos minutos para encontrarse con su gestor de cuentas en el
banco, pero la reunión no fue lo bien que ella hubiese esperado. Con la mala situación financiera que
estaba viviendo el país, los bancos eran más reacios a dar préstamos. La única opción que le propusieron
era hipotecar su piso y pedir un préstamo personal adicional a un tipo de interés alto. A Ana aquella
alternativa no le gustaba, debía arriesgar su vivienda y era un precio demasiado alto el que debía pagar.
¿Qué podía hacer? Intentaría volver a hablar con otros bancos, buscando mejores ofertas.
Los días en el bufete continuaban siendo tensos, sobre todo entre los socios. Algo estaban
tramando y Sandra, como buena amante de la intriga y las películas de detectives, intentaba descubrir de
qué se trataba. La mañana del jueves se había organizado otra asamblea de socios y Sandra debía
preparar algunos documentos. Mientras los repartía sobre la mesa de reuniones pudo escuchar una
conversación entre uno de ellos y el Sr. Hernández.
- Entonces, ¿Sánchez ha dimitido y deja el bufete?
- Sí, bueno, le hemos invitado a que lo hiciera. No podemos permitir que los
socios se vean involucrados en escándalos amorosos y sabes que él había tenido más de una
aventura con chicas de administración.
- ¿Y ahora quién va a ocupar su lugar?
- Vamos a proponérselo a Alberto. Además de ser un buen abogado, es íntegro y
no le vemos envuelto en este tipo de líos. Es una persona trabajadora y centrada, a pesar de su
juventud. Creemos que se merece esta oportunidad.
- Claro… ¿es por esa razón por la que se ha incorporado este chico nuevo,
Héctor?
- Sí, ocupará el lugar de Alberto y a él le daremos los casos que llevaba Sánchez.
- Me parece buena idea, el chico tiene un futuro prometedor. ¿Y cuándo
empezaría?
- Todavía no hablaremos con él, esperaremos un par de semana a que todos los
socios estemos de acuerdo en qué casos traspasarle y preparar la documentación que deberá
firmar. Mientras tanto, veremos cómo trabaja Héctor y continuaremos valorando a Alberto.
Debemos estar seguros de que es la persona adecuada.
Sandra salía muy nerviosa y desconcertada. Todavía no sabía cómo interpretar lo que
acababa de escuchar. La primera emoción que sintió era alegría y orgullo. “Se lo merece, se lo
merece…” Ese sentimiento la hacía sonreír y una vez en su sitio buscó con la mirada a Alberto, que en
ese momento estaba de espaldas, sentado en una pequeña mesa de reuniones en su despacho, trabajando
con Héctor. Pero aquella alegría no era completa y con el corazón encogido Sandra empezó a sentir como
sus ojos se le llenaban de lágrimas. “Si saben lo nuestro perderá credibilidad y no le darán esa
oportunidad. No, no…otra vez no… con él no”. Y sin poder controlar el llanto, se fue corriendo hacia los
lavabos. Justo en ese instante, Alberto se levantó de la silla girándose hacia donde se sentaba Sandra y
pudo ver su expresión de angustia cuando andaba apresurada. Aquello le preocupó y quiso ir hacia ella
para preguntarle, pero no debía, se lo había prometido y tenía que disimular delante de los demás.
- Héctor, ¿te parece bien si paramos para tomar un café? Además, necesito unos
minutos para ocuparme de unos asuntos personales.
- Muy bien, Alberto. Me irá bien tomarme un café, iré a buscarlo y te traeré otro.
Te dejaré solo unos minutos para que hagas tus cosas.
Cuando Héctor salía del despacho, Sandra volvía a su puesto. Tenía la cara más sonrojada
de lo habitual y seguía triste, parecía haber estado llorando. Alberto tomó su móvil y le envió un
mensaje: “Sandra ¿qué pasa?”. Ella miró la pantalla de su móvil pero no lo cogió. Alberto que
empezaba a preocuparse volvió a escribir: “Sandra, dime qué pasa”. Pero nada, no respondía. Enfadado
decidió ser más duro. “Dime lo que te pasa o voy ahí a sonsacártelo delante de todos”. Sandra, que
volvió a mirar la pantalla, cogió el móvil y escribió lo que para ella fueron las palabras más dolorosas
que había escrito en su vida: “He estado pensando en lo nuestro y me he dado cuenta de que no quiero
continuar contigo, necesito recuperar mi libertad. No me escribas, ni me llames y menos aún intentes
verme. Y si vienes hacia aquí ahora mismo te juro que te corto los huevos.” Cuando le dio a enviar
sintió cómo su corazón se rompía en mil pedazos. Y así también fue como Alberto recibió ese martillazo,
directo al alma. “Pero, ¿por qué, por qué…?”. A pesar de la amenaza de Sandra, salió decidido del
despacho, tenía que hablar con ella aunque acabaran discutiendo delante de todos, en ese momento para
él, su pelirroja era lo más importante. Pero cuando ya estaba cerca, Héctor lo frenó.
- Alberto, toma el café. ¿Has acabado ya tus asuntos?
Sandra, que escuchó a Héctor justo detrás de ella, entendió que Alberto estaba acercándose
a pesar de su advertencia. Sintió deseos de girarse y mirarle a los ojos para darle a entender que
necesitaba hablar con él, que no quería hacer eso… pero no podía ser, tenía que evitar ese contacto y
alejarse de él lo antes posible. Alberto tenía que conseguir ese puesto y ella no debía ser un estorbo. Así
que, aprovechando que Héctor había evitado que se acercara más, volvió a encerrarse en los lavabos.
Una vez dentro, escribió un mensaje a su jefe que todavía estaba en la reunión. “Tengo que salir porque
acaban de ingresar a mi padre por neumonía. Le dejo su agenda y los asuntos más importantes de hoy
a Elvira”. Esperó unos diez minutos, se dirigió hacia el puesto de Elvira para explicarle la situación y
sin mirar a nadie más, recogió su bolso y se fue.
En ese momento Ana se encontraba en casa de Helena, en la cocina, haciendo galletas con
Martina y su tía.
- ¿Sucede algo Ana? Te veo preocupada ¿quién te ha llamado?
- Era Alberto, al parecer Sandra ha salido antes del bufete y no responde a sus
llamadas.
- ¿Crees que le puede haber sucedido algo malo?
- No creo, seguro que está con su padre… voy a ver si la localizo.
La llamó varias veces al móvil, pero nada, estaba desconectado. Buscó en su agenda el
número de teléfono del padre de Sandra, pero no lo encontró. Hasta que recordó un día en que Sandra le
facilitó el número de teléfono de una de sus madrastas, la madre de sus hermanos más pequeños. Se lo
dio para que la avisara de que ella pasaría a recogerlos a la escuela el día que Sandra tenía la entrevista
de trabajo para el bufete. Consiguió hablar con ella y amablemente le dio el número de teléfono de la
casa del padre de Sandra. Y efectivamente, tal y como ella sospechaba, su amiga estaba allí.
- Sandra, ¿estás bien?
- Sí, ¿por qué? ¿cómo sabías que estaba aquí?
- Me llamó Alberto, está preocupado ¿qué ha pasado?
- Ana, ya le puedes decir que estoy bien y que me deje en paz.
- Sandra, ¿qué ha pasado?, ¿por qué te enfadaste con él?
- No me enfadé Ana, simplemente me he dado cuenta de que no me apetece que
sigamos viéndonos. Me presiona demasiado y me siento ahogada.
- Sandra, ¿estás segura? Pero si estabas muy ilusionada y no os veis entre semana,
no parecías sentirte presionada.
- Bueno, ya está, se acabó y no hay que darle más vueltas. Por favor, dile a
Alberto que se olvide de mí y que me deje en paz.
- Sandra, ¿de verdad que es eso lo que quieres?
- Ana, por favor… tengo que dejarte.
- ¿Podemos vernos este fin de semana?
- No volveré hasta el domingo por la tarde. Ya nos veremos la próxima semana.
Adiós.
Ana se quedó muy preocupada. Esa nunca había sido la forma de actuar de Sandra pero la
conocía bien y sabía que debía haber una razón para ese comportamiento. Sandra necesitaría tiempo para
poder recapacitar y acabaría contándole lo sucedido, porque en eso coincidía con Alberto, debía haber
ocurrido algo que la ha hecho cambiar. Llamó a Alberto para explicarle la conversación.
- Alberto, Sandra está en casa de su padre. Hablé con ella.
- Menos mal, Ana ¿Está bien?
- Sí, está bien, pero no quiere hablar contigo. Me ha pedido que te diga que la
dejes en paz.
- No lo entiendo Ana, no dejo de pensar en lo que le haya dicho o hecho que la
molestara.
- ¿La has presionado para veros más a menudo?
- Bueno, sí, le he pedido que nos viéramos más pero lo hablamos el domingo y ya
no he vuelto a insistir. Incluso fue ella quien me llamó anoche para planear el fin de semana.
- ¿Te llamó anoche y esta mañana te dice eso? Es raro…
- Sí, muy raro. Ana, intenta hablar con ella, por favor.
- Me ha dicho que no volverá hasta el domingo por la tarde. Creo que lo mejor
será que no contactes con ella. Dejémosla unos días para que se tranquilice. Estoy segura de que
me lo acabará contando, pero si se siente demasiado agobiada se enfadará.
- Vale, lo intentaré. Gracias Ana.
Ana volvió con Helena y Martina, que esperaban ansiosas que las galletas acabaran de
hornearse.
- ¿Encontraste a Sandra? – Helena estaba preocupada.
- Sí, hablé con ella. Está bien, pero algo ha pasado con Alberto y no quiere verle.
- Esta Sandra, cuando algo le entra en la cabeza…
- ¿Sandra se ha perdido? – preguntó Martina que estaba escuchando la
conversación.
- Sí, pero ya la encontramos – Ana tomaba a Martina en sus brazos –. Me voy a ir
ya ¿Me das un beso?
- Sí, y ¿podemos hacer nuestro saludo? – la niña se sacaba el zapato.
- No te olvidas nunca, sí, espera que me saco la zapatilla – y las dos rozaron sus
dedos del pie descubiertos, como hicieran Mónica y Anabel cuando eran pequeñas.
- Ana, Lucas debe estar a punto de llegar ¿por qué no le esperas?
- Tía, será mejor que no me vea, no insistas.
- Como quieras…
Y como casi todas las noches, Ana se despedía de ellas instantes antes de que Lucas
apareciera.
Cuando Lucas entraba por la puerta, Martina corría buscando sus brazos.
- Hola preciosa – Lucas no se cansaba nunca de besar y abrazar a su hija - ¿Qué
bien huele aquí? A ver si lo adivino, hoy ha tocado… galletas.
- Sí, papá, están a punto de salir del horno ¿Las vas a probar?
- Esperamos a que acaben de dorarse y nos vamos a casa, ya las probaré allí, papá
está muy cansado.
- Papá, Sandra se ha perdido y se ha enfadado con tío Alberto.
- ¿Qué ha pasado? – Lucas miraba a Helena intrigado.
- Tu hermano llamó a mi sobrina hace un ratito. Al parecer Sandra se ha enfadado
con él y no la encontraba. Ana consiguió localizarla.
- Helena, ¿me podrías dar el número de teléfono de Ana? Le preguntaré antes de
hablar con Alberto.
Pocos minutos después, Lucas y Martina llegaban a casa con una caja de humeantes galletas
y unas empanadas que Helena había preparado para cenar. Y como cada noche a esas horas, se fueron
directos al baño. Desde que empezara la escuela y sobre todo cuando Lucas trabajaba durante todo el día,
la hora del baño se había convertido en uno de los momentos favoritos de los dos. Lucas sentado en el
suelo junto a la bañera controlaba que su hija se enjabonara bien, antes de lavarle el pelo y mientras la
niña jugaba con el agua, los dos explicaban lo que habían hecho durante el día. Esa noche Martina le
contó a su padre que Anabel le estaba enseñando a dibujar princesitas.
- ¿Habéis estado pintando juntas?
- Sí, Anabel hace unos dibujos muy bonitos y me está enseñando para que yo los
haga mejor. También sé escribir el nombre de mis princesas favoritas.
- ¿Anabel te enseña a escribir nombres? – aquello le sorprendió.
- Sí, dice que no siempre tenemos que estar jugando, que también tengo que
aprender cosas nuevas. Aunque a mí no me importa, porque es como estar jugando con ella.
- ¿Qué más cosas te enseña?
- También hacemos número de colores que luego recortamos y me ha enseñado a
decir los números hasta el diez en inglés y en francés. ¿Te los digo papá?
- Sí, cariño, dímelos.
Lucas había estado dudando sobre la influencia que Ana podía ejercer en Martina, temía que
pretendiera darle demasiados caprichos, pero aquella conversación lo tranquilizó. No todo eran juegos,
parques de atracciones y manzanas de caramelo, también se estaba preocupando de su enseñanza y eso le
gustó. “Parece que se está esmerando en ejercer bien su papel de tía”.
Aprovechó aquel instante para enviar un mensaje a Ana. Aquella situación de Sandra y
Alberto le tenía preocupado.
“Ana, soy Lucas, Helena me dio tu número de móvil ¿Qué ha pasado con Sandra?”
Ana, que estaba preparándose algo de cenar, acudió a su móvil cuando lo estuchó vibrar. Le
extrañó ver un mensaje de un número desconocido pero aún se sorprendió más al leerlo y comprobar que
era de Lucas. No tardó en responder.
”Hola Lucas, ha sucedido algo esta mañana en el bufete y Sandra ha tenido que salir antes.
Alberto no la podía localizar y me llamó. Al final la encontré en casa de su padre. No me ha querido
explicar lo que ha pasado, pero no quiere ver más a tu hermano. Habla con Alberto, lo está pasando
mal”.
Mientras Lucas leía el mensaje, Martina se asomó para ver con quién se escribía su padre.
- Papá ¿es Anabel?
- Sí, Martina. Le estoy preguntando por Sandra.
- Papá, dile de mi parte que te estoy enseñando los número en inglés y francés. Por
favor…
- Vale, pero solo le digo eso… que te conozco.
Acto seguido, Lucas envió un mensaje a Alberto: “Ven a cenar y me cuentas lo que ha
pasado”.
Diez minutos después Alberto entraba en su casa. Su expresión dejaba ver la agonía que
estaba sufriendo. Sin mediar palabra besó a su sobrina y se acercó a su hermano para ayudarle a preparar
la mesa.
- Lucas estoy desesperado. No dejo de pensar en qué hice mal… no lo entiendo.
- Tranquilo, Alberto. Cuéntamelo todo.
Alberto le narró lo sucedido, con todos los detalles que recordaba y le leyó el mensaje que
recibió de Sandra.
- ¿Y dices que estuvisteis hablando anoche?
- Sí, me llamó ella y parecía contenta, hablamos y nos despedimos bromeando,
como siempre hacemos.
- ¿Y esta mañana? ¿Hablaste con ella antes de verla así?
- No, cuando yo llegué la vi en la sala de juntas, había reunión de socios y estaba
repartiendo los informes.
- Es raro, muy raro…
- Ana me ha dicho que Sandra no vuelve hasta el domingo por la tarde. Ella cree
que mejor será que no la presionemos, que esperemos a que le acabe contando lo que pasó. Pero,
Lucas, no sé si podré esperar.
- Ya, te entiendo. Estás enamorado de Sandra, ¿verdad?
- Creo que sí, Lucas.
- Y ¿te parece que Sandra siente lo mismo por ti?
- Yo diría que sí. Ella es más independiente que yo y tiene miedo a sentirse atada,
lo noto, pero yo diría que ella está bien conmigo, que también siente algo por mí… incluso le
dijo a Ana el viernes pasado que tenía muchas ganas de verme a solas. Y me parece que Sandra
no es de esas chicas enamoradizas que dicen eso de todos los chicos que conoce.
- Si es así, hermano, ella volverá, recapacitará, ya verás.
- Ojalá, Lucas, ojalá.
Al día siguiente Alberto no podía mirar el asiento vacío de Sandra sin sentir un terrible
dolor en el pecho. Intentó centrarse en sus tareas y en trabajar con Héctor. El fin de semana no fue mucho
mejor. La echaba de menos, no dejaba de mirar la pantalla de su móvil, esperando que ella le respondiera
alguno de los mensajes que le había enviado, incluso pasó frente a su piso, esperando ver si las cortinas
o las persianas se habían movido. Pero nada, tal y como le dijo a Ana, Sandra no volvió hasta el
domingo.
El lunes, Alberto llegó antes. Quería estar allí cuando Sandra entrara por la puerta.
Necesitaba verla. Aquella mañana, al contrario que otras, Sandra llegó diez minutos tarde y no tenía
buena cara. No estaba tan pintada y arreglada como otras veces y se la veía cansada. Algunas
compañeras se acercaron a preguntarle por su padre y Alberto pudo escuchar como ella les respondía que
estaba mucho mejor. Una vez dejó sus cosas en su mesa y puso en marcha su ordenador, se dirigió a la
máquina de café, como cada mañana. Alberto aprovechó ese instante para acercarse a ella.
- Buenos días.
- Buenos días – Sandra respondió sin mirarlo.
- Sandra, habla conmigo, por favor ¿Qué te pasa?
- Alberto, no tengo nada más que decir. Por favor, no insistas – y sin más se fue a
su sitio.
Los días siguientes Alberto, cada vez más molesto por el desdén que ella le mostraba, volvía
a intentarlo, necesitaba una explicación. Se acercaba a ella disimuladamente y casi sin mover los labios
le susurraba siempre lo mismo: “Joder Sandra, dímelo”. Pero ella se limitaba a ignorarle y a girarle la
cara. Decidida a zanjar el tema, una noche Sandra llamó a Ana.
- Hola Sandra, estaba pensando en llamarte ¿nos podemos ver el sábado?
- No creo Ana, tengo cosas que hacer, estoy muy liada.
- Sandra, va, por favor, tenemos que hablar.
- Ana, te llamo porque necesito que le digas algo a Alberto: si no deja de insistir
me voy del bufete y no me volvéis a ver el pelo. Lo siento Ana, pero también lo digo por ti.
- Sandra, estás exagerando.
- Ana, tan solo quiero que Alberto me deje en paz. Se tiene que olvidar de mí y
todo volverá a la normalidad.
- Vale, se lo diré.
- Gracias. Adiós.
- Sandra…
Al parecer Sandra tenía claro que no iba a dar marcha atrás. Ana tuvo que hablar con
Alberto y pedirle que dejara de acercarse a ella. Y el viernes por la noche Sandra recibió un mensaje que
leyó entre lágrimas: “De acuerdo, tú ganas. Te dejaré tranquila. Alberto.”
HASTA LA HORA DEL BAÑO
Ana, Martina y Helena pasaban la mayoría de las tardes juntas y ese viernes tenían ya
planeado qué hacer el fin de semana y como en anteriores ocasiones, Helena iría informando a Lucas.
Aquella noche, mientras Lucas lavaba el pelo a su hija, Martina le explicó algunas de las
cosas que habían hecho juntas.
- Esta tarde hemos ido otra vez al parque donde jugaba mamá. Y luego hemos ido
a comprar a un mercado donde hay muchas frutas, de muchos colores. He probado el mango y el
kiwi.
- ¿Y te han gustado?
- Sí, mucho, tienes que comprarme más fruta, Anabel dice que es muy buena para
que crezca sana. A ella le gusta mucho el plátano, la fresa y las mandarinas. A Helena le gusta la
manzana, las cerezas y los nísperos. Yo nunca he probado los nísperos.
- Pues están muy buenos, a mí también me gustan mucho, pero es verdad que
comemos poca fruta. Cuando deje de trabajar los fines de semana y vuelva a ir a comprar los
sábados, te prometo que compraré más fruta.
- Papá, ¿podrías enviarle un mensaje a Anabel para decirle buenas noches? Por
favor…
- Martina…
- Y te explicará lo que haremos mañana. Quiere llevarme a un laberinto y a comer
comida china.
- Vale…
Ana acababa de salir de la ducha y se estaba poniendo el pijama cuando le sonó el móvil.
Era un mensaje de Lucas y enseguida sonrió pensando en Martina.
Ya era la segunda vez que conversaban por escrito y Ana se sentía feliz. Era una buena señal,
Lucas podría estar empezando a confiar en ella y eso era positivo para Martina y para ambos. Tenía
muchas cosas que preguntarle sobre Mónica y deseaba que se acercara el momento en que los dos
pudieran compartir sus mutuos recuerdos.
El sábado transcurrió tal y como lo habían planeado y, aunque a Martina no le gustó comer
arroz con palillos, se divirtieron mucho. Llegaron a casa de Helena al final de la tarde y empezaron a
preparar masa para pizza. Mientras Ana mezclaba la harina le explicaba a Martina el origen de la pizza y
le describía lugares maravillosos de Italia. Martina se sentía fascinada escuchando a Ana. Helena
siempre sonreía al verlas tan unidas, parecían madre e hija y esa imagen le recordaba a su hermana y a su
sobrina cuando tenía la misma edad de Martina. A la madre de Ana también le gustaba dedicarle esas
atenciones a su hija, le explicaba cuentos, describía lugares, hacían dibujos, trabajos manuales, amasaban
pizza… El carácter de Ana cada vez se asemejaba más al de su madre, por fin dejaba de ocultar su
recuerdo y en cierta manera estaba devolviendo el cariño que ella siempre recibió de pequeña. Aquella
noche Helena tomó por fin la determinación de entregarle ya a Ana el regalo que hacía años le tenía
guardado. “Mañana se lo diré” – pensó emocionada.
Y como las anteriores noches, Ana se despidió de ellas antes de que llegara Lucas.
Cuando Lucas y Martina entraban en casa con su trozo de pizza para hornear, la niña iba
explicándole algunas escenas de la obra de teatro y cantándole el estribillo de una de las canciones de la
banda sonora. Una vez en el baño, Martina le mostraba a su padre cómo debía colocar los palillos chinos
entre los dedos para comer el arroz.
- ¿Y te los comiste bien? – le preguntaba Lucas.
- No, se me caían todos, pero pedimos un tenedor al camarero y Anabel me dijo
que lo importante era intentarlo - Lucas no paraba de reír imaginando la escena.
- Y el laberinto ¿te ha gustado?
- Sí, es muy grande, pero no nos hemos perdido, yo era la guía.
- Muy bien, cariño ¿Ya sabéis qué vais a hacer mañana?
- Sí, bueno, Helena te lo tenía que preguntar. Queremos ir al Acuario.
- No, eso sí que no. Te prometí que te llevaría yo. ¿Podrás esperar a que tenga los
fines de semana libres y vamos nosotros dos?
- Sí, papá, yo quiero ir contigo… ¿y falta mucho para que podamos ir?
- Todavía tendré que trabajar cuatro fines de semana más.
- Papá, envíale un mensaje a Anabel y le dices que no podemos ir mañana al
Acuario y le das las buenas noches de mi parte, por favor…
- Martina, estás tomándolo como una costumbre, Ana se puede molestar…
- No, Anabel no se enfada, de verdad.
- Vale…
Ana estaba cenando su trozo de pizza mientras buscaba algún lugar en la pared dónde colgar
el último dibujo de Martina, cuando el móvil le sonó. Miraba su reloj y sonreía al ir en busca del
teléfono.
- Martina y la hora del baño…
“Hola Ana. Otra vez en el baño y Martina te quiere dar las buenas noches. Esto empieza a
ser una costumbre, lo siento, ya la conoces.”
“Hola Lucas. No me importa, todo lo contrario. Deséale buenas noches a Martina de mi
parte”
“Me ha dicho que queréis ir al Acuario mañana.”
“Sí, eso hemos pensado ¿te parece bien?”
“No, es decir, no me parece mal pero es que yo ya le había prometido llevarla cuando
tuviera libres los fines de semana.”
“Ningún problema Lucas, por su puesto, tienes que llevarla tú. Hace mucho calor, nos
quedaremos en casa de Helena y estaremos en la piscina.”
“Gracias y perdona.”
“No, por favor, para nada, tú eres su padre y tú decides. Gracias a ti por haber sido tan
claro.”
“Buenas noches.”
“Buenas noches.”
Helena recogió a Martina por la mañana en casa de Lucas y se encontraron con su sobrina en
un parque cercano. Ana siempre insistía en evitar toparse con él. Desde allí, Ana las llevó en coche a
casa de Helena, donde disfrutarían de un día de piscina.
Mientras Martina y Ana preparaban una limonada, Helena se acercó a Ana con unos
documentos en la mano. Se la veía emocionada y con lágrimas en los ojos.
- Tía, ¿qué te pasa? ¿estás bien?
- Sí, Ana, sí, mejor que nunca. Toma, esto es un regalo para ti. Llevo diez años
esperando el momento para dártelo y creo que ya ha llegado la hora.
- Helena, pero… ¿esto qué es?
- Son las llaves y la escritura de la casa de tus padres, la puse a tu nombre.
- Pero…. tía… - Ana no pudo evitar empezar a llorar – pero si te pedí que la
vendieras.
- Sí, me dijiste que no querías volver y que con el dinero de la venta pagarías
nuestros cuidados. Pero fui incapaz. Ana, sabía que alguna vez querrías volver. Esa es tu casa y tú
debes decidir si quieres vivir en ella o venderla.
- Tía… - Ana lloraba emocionada. Aquel era, sin duda, el mejor regalo que podía
recibir – Si supieras cuántas veces he llorado arrepentida pensando que no volvería a entrar en
mi casa, ver mi habitación, las fotos de mis padres… Helena, te quiero – las dos se abrazaron
delante de Martina que no estaba entendiendo nada.
- Anabel ¿qué te pasa?
- Nada, cariño, lloro de alegría – tomó a Martina en brazos y la besó –. Esta tarde
vamos a ver la casa de mis padres y te enseñaré mi habitación. Si todo sigue en su sitio verás
muchas fotos de tu mamá.
- He mandado que la mantuvieran y cada año iban a limpiarla. Hace poco fueron,
supongo que la encontraremos bien. Taparon los sofás y los muebles para que no se llenaran
mucho de polvo.
- Gracias, tía, gracias de todo corazón.
- Esto no acaba aquí, te quería proponer algo. Es otra sorpresa.
- ¿Otra sorpresa?
- Sí. Verás, sé que quieres crear tu propia empresa y he pensado que con la venta
de tu apartamento o la de casa de tus padres podrías tener una parte de lo que necesitas para
financiarte.
- Sí, es verdad, aún no lo había pensado.
- Pues bien, quiero ser tu socia. A partes iguales, mitad y mitad, yo pongo la otra
parte que necesitas y tendré la mitad del negocio. Pero solo aportando el dinero, tú decidirás
sobre cómo dirigirlo, yo no entiendo de diseño, únicamente me tendrás que pedir opinión en
decisiones importantes, claro.
- Tía, estoy sin palabras…
- Si no estás de acuerdo, no pasa nada, es una propuesta, piénsalo.
Entrar de nuevo en su casa la colmó de felicidad y nostalgia a la vez. Estaban colgados los
mismos cuadros con fotos de los tres en diferentes países del mundo, la cámara fotográfica de su padre,
los libros y el perfume de su madre. Su habitación también estaba intacta. Todo se encontraba tal y como
lo dejó hacía ya diez años. Retiraron las sábanas que cubrían los muebles de su habitación y Martina
descubrió fascinada el collage de fotos de Anabel y su mamá.
- ¿Te gusta? Son fotos de las dos amigas-mellizas. Hay desde éstas donde
teníamos cinco años, casi como tú, hasta éstas de aquí, donde teníamos ya los dieciocho.
- Ana, ya desde pequeña tenías un don para estas cosas… el collage es precioso.
Eso lo has heredado de tu padre, era un artista y no solo de la fotografía – dijo Helena,
admirando las fotos.
- Sí, muchas de estas fotos son de papá. Le apasionaba la fotografía y el dibujo,
como a mí.
- Anabel, ¿se lo podremos enseñar a mi papá?
- No sé, Martina, tal vez algún día.
- Yo quiero enseñárselo.
- Vamos a hacer una cosa, te hago una foto con el collage de fondo y se la
enviamos, así lo podrá ver hoy mismo.
- Sí, sí… vale.
Ana se esforzó en hacer una foto bien iluminada para que se pudieran percibir las imágenes
del collage, intentando, sobre todo, que se viera a Mónica cerca del rostro de Martina. Eso emocionaría a
Lucas. Una vez seleccionada la foto ideal, se la envió, sin añadir ningún comentario.
- ¿Dice algo mi papá? – Martina estaba impaciente.
- No, cariño, pero está trabajando, no debe llevar el móvil con él. Supongo que
cuando tenga un descanso lo mirará. Ya verás como se lleva una sorpresa y nos dice algo.
Unos minutos después Lucas se acercaba a su taquilla a buscar unas monedas para el café y
mirar sus mensajes en el móvil, esperando alguna novedad por parte de Helena. Cuando vio la foto tuvo
que sentarse aturdido. El rostro de su hija sonriente parecía rozar el de Mónica, casi con la misma edad
que Martina y con la misma expresión dulce y angelical. Se sorprendió al ver que el fondo de la imagen
era un collage con fotos de su mujer y de Ana. Amplió bien la imagen para buscar alguna foto de Mónica
en la adolescencia hasta encontrar una de las dos amigas, con unos diecisiete años. Mónica era tal y como
la recordaba, rubia, sonriente y encantadora. Inevitablemente rió al ver el rostro divertido de Ana. En
casi todas las fotos donde logró reconocerla siempre estaba haciendo alguna mueca divertida. Solamente
en algunas, donde abrazaba o miraba a Mónica, aparecía el rostro también dulce de Ana. Aquella era sin
duda la prueba fotográfica de una historia de amistad y amor entre dos hermanas.
- Ahora entiendo Mónica por qué la buscabas tanto. Yo hubiese hecho lo mismo
por mi hermano.
- Martina, tu papá se ha alegrado al ver la foto. Ha dicho que muchas gracias por
enviarla.
- Yo ya sabía que le gustaría, como a mí- Martina sonreía.
- Esta niña es muy lista – Helena la cogía en brazos –. ¿Volvemos a casa a
refrescarnos en la piscina?
- Sí, volvamos, aquí hace mucho calor. Mañana vendré por la tarde a abrir las
ventanas. Tengo mucho que hacer aquí, hay que pintar, cambiar muebles, arreglar los baños…
- ¿Estás pensando en vivir aquí?
- Sí, decidido. Y mi habitación la arreglaré para que si alguna vez viene Martina a
dormir sea su habitación. ¿De qué color quieres que la pintemos Martina?
- De color naranja.
- Buena elección. Pues lo primero que compraré será pintura de color naranja.
Al final de la tarde y antes de que Ana se fuera, Helena le propuso ir a ver a sus abogados
para revisar los papeles de la propiedad y hablar sobre su proyecto.
- Bien, llamaré a Alberto, me gustaría que fuera él quien me ayudara con las
gestiones de la nueva empresa. Le pediré que nos citemos por la tarde, prefiero que no nos vea
Sandra, por ahora, con ella hablaré el próximo fin de semana.
“Hola Ana. Hora del baño. Martina dice que no te olvides de la pintura naranja.”
Ana esperó unos minutos antes de responder, no quería que Lucas adivinara que ya llevaba
un rato con el móvil en la mano, esperando el mensaje.
El viernes siguiente por la mañana se había organizado una nueva asamblea de socios en el
bufete y Alberto había sido convocado para incorporarse quince minutos después. Desde que le envió el
último mensaje a Sandra, la puerta de su despacho siempre estaba cerrada, para evitar verla. Hacía días
que no dormía bien y para no pensar en ella se había centrado en su trabajo, siendo capaz de cerrar
algunos casos difíciles. Aquello estaba pasándole factura y el cansancio empezaba a notarse en su rostro.
Cuando entró en la sala, todos los socios lo observaban con cierta preocupación.
- Siéntate Alberto. Tienes cara de cansancio. Últimamente haces muchas horas.
- Gracias Sr. Hernández. Sí, he cerrado algunos casos difíciles que me han quitado
mucho tiempo y energías – Alberto sonreía mientras peinaba su pelo con las manos, intentando
mejorar su aspecto descuidado.
- Estamos aquí todos los socios reunidos porque hemos decidido por unanimidad
que queremos que seas socio del bufete, ocupando el lugar de Sánchez. Estamos seguros de tus
cualidades y deseamos que te unas a nosotros.
- Muchas gracias, no sé qué decir, es un honor que hayan pensado en mí – Alberto
se sonrojaba.
- No hace falta que lo aceptes ya, queremos que te lo pienses. Éste sería tu nuevo
contrato y tus condiciones económicas. En resumen, tu sueldo se doblaría y tendrías derecho a
una bonificación a final de año en función del cumplimiento de tus objetivos. Como sabes, estas
condiciones irían mejorando con el tiempo, dependiendo de la dificultad de los casos que se te
fueran asignando.
- Gracias, muchas gracias, de verdad. Ahora no sé si resulto ser un buen
candidato, un abogado que se queda sin palabras no es un buen abogado… - todos los asistentes
rieron a la vez.
- Bueno, has sabido bien cómo salvar la respuesta.
- Les agradecería que me permitieran unos días para pensarlo.
- No hay problema, te damos de tiempo hasta el miércoles para que nos respondas.
Mientras caminaba hacia su despacho sus emociones se confundían. ¿Debía estar contento?
¿Por qué no se alegraba? Era lo que había soñado durante su dura época de estudiante y pocos años
después ya lo había conseguido. Ser socio de un importante bufete de abogados a su edad era un auténtico
privilegio. Pero en ese momento era incapaz de sonreír. ¿De qué sirve conseguir un sueño si no tienes con
quién compartirlo?
Entró en su despacho con la mirada perdida, incapaz de mostrar emoción en su rostro.
Héctor le esperaba nervioso y preocupado por lo que le hubieran comunicado en la sala.
- Alberto ¿qué ha pasado? ¿te han despedido?
- No, no… me han propuesto ser socio.
- Pero Alberto, eso es magnífico – Héctor se levantó para abrazar a su amigo-. ¿Y
cómo que tienes esa cara? Alégrate. Tío, 27 años y ya eres socio de un bufete importante. Esto
hay que celebrarlo.
- Aún no lo he aceptado – mientras se sentaba observó la silueta de Sandra–. No
sé si quiero seguir mucho tiempo más en este bufete. No puedo aceptarlo si estoy pensando en
irme.
- Pero, Alberto, ¿cómo puedes pensar en irte? Me dijiste que se trabaja muy bien
aquí.
- Bueno, sí, pero… no sé… tengo que pensarlo.
Justo en ese instante, Sandra giró la cara discretamente y lo miró con ojos de preocupación.
Por primera vez desde hacía días, se habían cruzado sus miradas. Alberto entendió por su gesto que
necesitaba saber si todo iba bien y para tranquilizarla le devolvió una leve sonrisa. Sandra volvió a su
posición habitual. Solo entonces, cuando sabía que él no la podía ver, sonrió satisfecha “Bien, se lo han
propuesto”.
Unas horas después todos en el bufete hablaban del ascenso de Alberto. A Sandra se lo contó
Elvira.
- Sandra, ¿sabes a quién le han propuesto ser socio?
- ¿A quién? – Sandra se hacía la desinteresada.
- A Alberto. Tan joven y socio ya.
- Sí, se lo merece, es muy trabajador.
- Sí, es verdad. Es una pena que se lo esté pensando, se dice que no está muy
convencido de quedarse. No sé si serán habladurías, pero eso dicen.
Sandra sintió una fuerte punzada en el corazón al escuchar esas palabras. Alberto no podía
rechazar una propuesta así, era demasiado buena para dejarla escapar. Enojada y decepcionada, esperó a
que Alberto se dirigiera a la máquina del café y con disimulo y sin que él se diera cuenta, se situó justo a
su lado.
- Acéptala – dijo de forma tajante.
- ¿Acaso te importa a ti? – le preguntó él discretamente sin mirarla.
- Acéptala, no seas tonto.
- No sé si quiero seguir aquí, lo tengo que pensar.
- Por favor, acéptala – y Sandra se dio media vuelta para volver a su sitio.
“¿A qué ha venido eso? ¿Ahora se preocupa por mi futuro profesional? La salvadora de
abogados en apuros… ¿También va a salvar mi carrera?” Alberto estaba enfadado con Sandra, después
de todo lo que estaba sufriendo por su culpa ¿Qué derecho tiene ella para exigirle que acepte la
propuesta? Alberto estaba mirando unos papeles en su mesa, cuando de pronto levantó la mirada hacia
Sandra. “A no ser que…”. Fue rápidamente a buscar su móvil y escribió nervioso: “Tú ya lo sabías
¿verdad?, lo sabías, ésta es la razón, esto es lo que no me querías contar”. Sandra, al leer el mensaje,
no supo cómo reaccionar y decidió simplemente ignorarlo para que no sospechara más.
A primera hora de la tarde, poco después de que Sandra se marchara, Ana, Helena y Martina
llegaban al bufete. Ana acordó con Alberto que se verían a las tres y media. La niña corrió al encuentro
de su tío cuando lo vio.
- Hola Martina- Alberto recuperó su rostro alegre por un momento-. Sr.
Hernández, esta niña tan guapa es mi sobrina Martina.
- Hola Martina – el Sr. Hernández cogió su mano y la besó –. Buenas tardes, Sra y
Srta Hurtado.
Al tratarse del abogado particular de Helena durante años, fue el Sr. Hernández quien les
quiso comunicar en persona la propuesta que ese mismo día le habían hecho a Alberto.
- Pero Alberto, eso es genial – Ana se abrazó a él cariñosamente –. Disculpe, Sr
Hernández, es que Alberto es un buen amigo.
- Sí, casi se puede decir que somos cuñados – Alberto se reía de la expresión
avergonzada de Ana.
- No lo sabía, ahora entiendo su alegría – respondió Hernández educadamente –.
Supongo que por esa razón prefiere que sea él quien se encargue de sus papeles para la nueva
empresa.
- Sí, si no le importa, me gustaría que Alberto me ayudara con las escrituras de
constitución y los contratos.
- Ningún problema Srta. Hurtado, su tía, Martina y yo hablaremos de nuestros
asuntos y ustedes pueden comenzar ya con los suyos en el despacho de Alberto.
Algo más aliviado y tranquilo, Alberto le dedicó toda la tarde a Ana y a su proyecto.
- Necesitarás poner a la venta el piso rápidamente. La compra-venta de viviendas
es un negocio muy estancado en estos momentos y necesitas el dinero. Te puedo poner en contacto
con un amigo que tiene una inmobiliaria, es bueno vendiendo.
- Vale, perfecto. Le puedes dar mi número.
- Tendrás que hacer obras en la casa ¿verdad? Cuenta conmigo para los fines de
semana. Se me dan bien esas cosas y si no sé algo, le preguntaré a Lucas, él sabe más de
reformas.
- Cuento contigo, pero tendría que pagarte algo.
- No, de eso ni hablar. Tú solo asegúrate tener la nevera llena – Alberto volvía a
lucir su sonrisa.
- Así me gusta, que sonrías…
Mientras Helena y el Sr. Hernández se despedían, Ana le dio un beso en la mejilla a Alberto
y le susurró al oído.
- Sandra volverá a ti… ya lo verás.
- No sé, Ana, no sé…
- Y acepta la oferta. Puede que algunas cosas cambien pronto… - y se despidió
con un guiño.
Mientras recogía sus cosas en el despacho, Alberto envió un mensaje a Lucas, pensando en
el buen consejo que Ana le había dado unos minutos antes. “Lucas, os invito esta noche a cenar. Tengo
una buena noticia que darte. A las nueve os recojo”
Como casi todos los sábados por la mañana, Sandra se levantó temprano y se puso su ropa
de deporte para salir a correr. Por la noche había recibido un mensaje de Ana que le pedía que pasara a
desayunar con ella, prometiéndole no hablar de Alberto. Así que después de hacer los kilómetros de
rigor, llamaba al timbre de Ana.
- ¿Me abres o me dejas muerta de hambre aquí tirada y sudorosa?
Ana sonrió aliviada, por fin su amiga había vuelto. Al verla entrar por la puerta no pudo
controlarse y fue corriendo a darle un abrazo. Sandra, que llevaba días reteniendo el llanto, se derrumbó.
- Ana, perdóname, por favor. No tenía que haber sido tan brusca contigo.
- Sandra, no te preocupes por mí, llora, llora lo que haga falta – le decía mientras
acariciaba dulcemente su melena rojiza.
- Ya no tengo más lágrimas, creo que estoy deshidratándome de tanto llorar – las
lágrimas de Sandra le caían por la barbilla.
- Perdona que me ría, es que tienes cada ocurrencia…
- Sí, no sé cómo puedo ser tan irónica, estando tan triste como estoy…
- Porque tú quieres, estoy segura de que sea lo que sea hay solución.
- Déjalo, Ana, por favor, ahora no.
- Vale, tengo algo que contarte y una propuesta que hacerte… – Ana se mostraba
intrigante.
- Bien, pero primero ¿dónde está ese café?
- Ya lo tengo preparado. Aliméntate bien que te veo más delgada y necesitas
recobrar fuerzas para cuando te haga la propuesta.
- Me das miedo… -Sandra masticaba hambrienta una tostada con mantequilla.
- Empiezo. Mi tía no vendió la casa de mis padres y el domingo me regaló la
escritura que había puesto a mi nombre. Por fin, he vuelto a mi casa. Estoy empezando a
arreglarla, me iré a vivir allí. Si quieres podemos ir luego y te la enseño.
- Ana, eso es magnífico. Esta Helena es maravillosa.
- Sí, mi tía es increíble.
- Entonces ¿cuántos kilómetros voy a tener que correr para ir a desayunar contigo?
- Lo tienes complicado, está algo más lejos – reía contenta de recuperar a su
divertida amiga.
- Ya… y ¿esa propuesta?
- Bien, siéntate cómoda que voy… Sabes que quiero crear mi propia empresa de
diseño ¿verdad? que ya no será en Nueva York, claro.
- Ajá…. – afirmó mientras continuaba masticando la tostada.
- Pues con la venta de mi piso tendré una parte del dinero necesario y la otra
parte, más o menos la mitad, la va a aportar mi tía. Seremos socias.
- ¡Joder Ana, eso es la repera! Helena es la mejor, sin duda. Es genial.
- Sí, estoy muy contenta. He hablado esta semana con mi equipo y todos se vienen
conmigo. No les hará mucha gracia a Glogal Design, pero lo entenderán. Yo sé que esto sucede en
este mundillo, los equipos se cambian de empresa todos juntos, como un paquete. También he
estado mirando local y tengo ya algunas propuestas. Un amigo de Alberto me ayudará con la
venta del piso y ya están en marcha los papeles de la escritura, Alberto se encargará de eso.
- Muy bien, me alegro mucho, de verdad.
- Y, bueno, la propuesta…
- Sí, va, desembucha, que me tienes en ascuas…
- Ahí va mi propuesta: Quiero que seas mi contable o jefe financiero o como
quieras llamarlo. Necesito a alguien de confianza que lleve los números, contacte con los bancos,
prepare impuestos…y ¿quién mejor que tú?
- Pero, Ana… todavía no acabé la carrera…
- Lo sé, pero confío en ti y sé que aprobarás en Septiembre.
- Y ¿el bufete?
- Cuando tenga el dinero, el local y los contratos de mi equipo en marcha, les das
quince días y adiós al bufete.
Los ojos de Sandra se humedecieron de emoción y, sobre todo, por la inmensa alegría que se
apoderó de su cuerpo, que empezó a agitar nerviosa, moviendo los brazos de un lado a otro.
- ¿No decías que ya no tenías más lágrimas?
- Ana, ¿quieres decir que ya no trabajaré en el bufete?
- Sandra, te estoy diciendo que seas mi mano derecha y tú solo piensas en el
bufete… no entiendo.
- Joder, Ana ¿ya no trabajaré más con Alberto? – la expresión de sus ojos y la
sonrisa nerviosa de Sandra empezaron a preocupar a su amiga. Parecía enloquecida.
- Pues no, claro, bueno, será nuestro abogado, lo siento por eso.
Pocos minutos después, Sandra golpeaba nerviosa la puerta del apartamento de Alberto.
Tenía que hablar con él, aclararle lo sucedido y debía hacerlo controlándose, le deseaba tanto que no
creía poder dominar su cuerpo.
Cuando Alberto abrió la puerta se quedó petrificado, frío, sin saber cómo reaccionar. Miró
alrededor de Sandra, esperando ver a Ana.
- Ana te envió el mensaje porque se lo pedí yo. Ella no viene. ¿Puedo pasar?
- Sí, pasa… – Alberto le dio paso mostrándose molesto y desconfiado.
Sandra entró en el salón y se paró frente a la ventana. Alberto la seguía con la mirada.
- ¿Pasa algo? – preguntó él.
- Me pediste que confiara en ti y no lo hice – Sandra bajó la cabeza, avergonzada.
- Sí, lo sé.
- Bien, quiero que sepas que siempre he confiado en ti, siempre, pero no tuve el
valor para reconocerlo y me acobardé – Sandra hizo una pausa de unos segundos y girándose
para mirarle a los ojos continuó –. Alberto, tienes razón, yo sabía lo del ascenso, aquel día oí al
Sr. Hernández hablar con otro socio. Echaron a Sánchez del bufete por sus líos con las
administrativas y te iba a recomendar a ti porque además de ser buen abogado eres íntegro y
nunca te habían visto envuelto en escándalos de faldas. Y yo allí escuchando aquello… Alberto
¿Cómo crees que me sentí? Ese ascenso tenía que ser tuyo y yo no era más que un estorbo.
- Joder, Sandra, me lo tenías que haber dicho – Alberto nervioso caminaba de
lado a lado del salón.
- Tal vez, pero no veía solución alguna, al menos en ese momento y una vez te
envié aquel odioso mensaje ya no podía dar marcha atrás.
- Joder, Sandra, joder…
- Ya, lo siento… El caso es que voy a irme del bufete y necesito tu ayuda…
- A ver – Alberto la miraba sorprendido - ¿cómo que te vas del bufete? Y ¿qué
tipo de ayuda necesitas de mí? Explícate, por favor, llevo varias noches sin dormir y estoy algo
espeso.
- Vale, vale… tú ya sabes que Ana va a crear su propia empresa.
- Sí, lo sé… - Alberto la miraba con el ceño fruncido y sin entender nada.
- Pues me ha propuesto que sea su contable y lleve las finanzas. Cuando esté en
marcha la empresa me voy del bufete.
- ¿Contable? – preguntó atónito.
- Sí y esto es lo que debía haberte dicho hace tiempo y te enfadarás porque no
confié en ti.
- Sandra, explícate ya…
- Estoy estudiando Administración y Dirección de Empresas a través de una
Universidad a distancia. Por esa razón entré en este bufete, porque me permitían trabajar hasta las
tres y así he podido dedicar las tardes a estudiar. Solo me quedan tres asignaturas para acabar y
llevo estudiando a ratos todo el verano para presentarme a los finales en Septiembre.
- ¿Por eso me decías que no nos podíamos ver entre semana?
- Sí, te enfadarás, lo sé, pero es que me daba vergüenza…
- ¿Vergüenza? Sandra, ¿cómo puedes decir eso? Vergüenza… de verdad que no te
entiendo.
- Desde que soy una secretaria con faldita y tacones, rodeada de abogados con sus
carreras acabadas, nadie te anima a seguir estudiando, más bien todo lo contrario. He tenido
relación con hombres que no entendían qué necesidad tenía yo de estudiar o que simplemente
dudaban sobre la seriedad de las universidades a distancia.
- Pero ¿tú con qué clase de capullos has salido? – el enfado de Alberto iba en
aumento.
- Bueno, igual que tú, ellos no entendían por qué no podía verles entre semana.
- Sandra, joder, no me cabrees más… – Alberto le lanzó una mirada dura, estaba
furioso y no pudo evitar levantar la voz -. Si llego a saberlo no te hubiese insistido, ni siquiera te
hubiese molestado para que te concentraras estudiando. Sé lo que se pasa en época de exámenes
y lo hubiese comprendido.
- Lo siento, Alberto, no debí compararte con los demás.
- No, no debiste hacerlo – Alberto se daba media vuelta enfadado, caminando de
nuevo de lado a lado por el salón.
- Quería pedirte ayuda.
- No entiendo en qué puedo yo ayudarte – exclamó tajante, sin mirarla.
- Las tres asignaturas que me quedan son Derecho del Trabajo y Sistema Fiscal
Español I y II y aunque no son las áreas que más dominas, sé que se te dan bien.
- Joder, Sandra, joder… - se frenó en seco y la inquirió con la mirada - ¿Por qué
no me pediste ayuda antes?
- Ya te lo he dicho, me daba vergüenza – Sandra se sentó en una silla y respiró
hondo –. Los exámenes son dentro de dos semanas y durante estos últimos días he sido incapaz de
estudiar… no podía dejar de pensar en ti – su barbilla empezó a temblar, pensar en el dolor que
había sufrido le devolvía las ganas de llorar.
- Joder… - Alberto volvía a dar vueltas, ceñudo y cabizbajo.
- ¿No puedes decir otra palabra que no sea joder?
- Joder, Sandra, joder…
- Vale.
Durante unos minutos Alberto continuó enfurruñado caminando de lado a lado. Sandra
prefirió mantenerse callada y lo observaba esperando alguna reacción. De pronto, Alberto se adentró en
su dormitorio y ella empezó a escuchar como abría y cerraba armarios. Sandra temía que estuviera
demasiado decepcionado y no le perdonara esa falta de confianza. No debió dudar de él, tenía que
haberle explicado a lo que dedicaba las tardes y pedirle ayuda antes. Unos instantes después, salía de la
habitación arrastrando una pequeña maleta que dejaba en la entrada. Todavía con el ceño fruncido, alzó
su barbilla y clavó sus ojos en Sandra.
- ¿Esta vez vas a confiar en mí?
- Sí, cien por cien – Sandra de un brinco se puso de pie.
- Bien, pues durante estas dos semanas vas a hacer lo que yo te diga y nada de
rechistar.
- Sí, lo que tú digas.
- Esto es lo que vamos a hacer: el lunes, después de aceptar el ascenso…
- Bien… - Sandra le sonreía satisfecha.
- No me interrumpas…
- Perdón.
- … después de aceptar el ascenso voy a pedir las tardes libres de estas dos
semanas. Tengo aún días de vacaciones por disfrutar, solicitaré que me las descuenten a cambio
de esas tardes.
- Pero, son tus vacaciones…
- Calla – Alberto la miró con contundencia.
- Sí.
- Estudiaremos todas las tardes entre semana y durante todo el día los sábados y
domingos. Solamente te dejaré descansar algunas horas cuando yo considere oportuno y siempre
y cuando te lo tomes en serio… Me llevo mis cosas porque me quedaré en tu casa desde ahora
hasta el día de los exámenes, para asegurarme que no desperdicias ni un solo minuto. Te
prepararé la comida, la cena y el desayuno, pondré lavadoras y plancharé, si hace falta, pero tú
solo te dedicarás a estudiar. Yo te puedo ayudar organizando los temas o resumiéndolos, se me
daba bien preparar exámenes, y naturalmente, te ayudaré a comprender los conceptos que no
entiendas.
- De acuerdo – Sandra atónita, le seguía con la mirada.
Con la misma expresión de enojo, Alberto se dirigió a la cocina donde bebió un vaso de
agua y colocó algunos platos sucios en el lavavajillas. De vuelta al salón continuó caminando de lado a
lado, sin mirar a Sandra.
- Joder, joder…
Pasados unos minutos, que para Sandra fueron interminables, Alberto volvió a entrar en su
dormitorio. Desde el salón, ella percibía sus pasos y sus quejas. Continuaba enfadado y lo único que ella
podía hacer era esperar a que se calmara. Hasta que por fin, oyó su voz que la llamaba.
- Sandra… ¿Puedes venir, por favor?
Cuando Sandra entró por la puerta del dormitorio notó cómo Alberto la rodeaba con sus
brazos por la cintura hasta levantar sus pies del suelo. La dejó caer sobre la cama, inmovilizándola con
su cuerpo y sujetando las manos de ella por encima de su cabeza. Sandra comenzó a gimotear, la tensión
sufrida por el enfado de Alberto aflojaba y necesitaba llorar. Para tranquilizarla, Alberto rozó
suavemente con los pulgares los pómulos sonrojados de Sandra y la besó en la punta de su nariz. Después
de acariciar con delicadeza los labios de ella con los suyos, la besó con dulzura y ambos se
estremecieron con ese contacto que tanto habían ansiado durante esos angustiosos días. Una vez sus bocas
se separaron, se miraron con lágrimas en los ojos.
- Por favor, Sandra, no vuelvas a hacer esto. Tienes que confiar en mí.
- Sí, lo sé y lo siento, de verdad… ¡Te he echado tanto de menos!
- ¿De verdad?
- Sí, rubiales, sí… ¿quieres que te lo repita?
- Sí, vas a tener que repetírmelo muchas veces para que te perdone.
- Te he echado de menos y he llorado lo que en la vida había llorado por un
hombre. Estoy loca por ti ¿lo sabías?
- Sí, lo sabía… - Alberto le volvía a dirigir su sonrisa más seductora.
- Alberto, nunca había sentido por nadie lo que siento por ti y eso me asusta.
- Ya, lo sé… ¿crees que a mí no me asusta?
- ¿A ti? Tú pareces tan seguro.
- Pues no es así, también tengo miedo. Ya he sufrido por una mujer y no quiero que
me vuelva a pasar. Aunque tú has logrado superarlo con creces…
- ¿Yo? No puedes comparar, con ella estuviste más tiempo.
- Sandra, créeme, no lo pasé tan mal cuando Silvia me dejó. Estos días han sido
mucho peores – y besándola con dulzura continuó-. Lo adivinaste, eres mi debilidad y me temo
que ya no puedo separarme de ti.
- Pues no lo hagas, porque creo que me estoy enamorando por primera vez.
- Espera a que pasen estas dos semanas, a ver si luego piensas lo mismo…
Alberto la volvió a besar con ternura, mientras acariciaba su melena cobriza. Sandra era
incapaz de controlar las lágrimas de emoción que corrían por sus mejillas encendidas y él sentía deseos
de gritar de alegría. Continuaron besándose hasta que la excitación llegó al límite.
- Pelirroja
- Sí, rubiales – los dos respiraban con dificultad por el deseo.
- Para poder empezar a estudiar debemos hacer el amor antes, si no, será
imposible concentrarse…
- Menos mal, pensé que no lo dirías nunca…
Aquel sábado por la noche, Lucas secaba a su hija que acababa de salir del baño mientras
ella le explicaba el día que había pasado con Anabel y Helena.
- Cuando Anabel era pequeña iba a pescar con su padre y a veces visitaban el
mercado donde los pescadores venden el pescado y esta mañana hemos estado allí…
- ¿Sí…?
- Hemos comprado lubina, rape y mer… mer…
- ¿Merluza?
- Sí, eso… y también unos pececitos más pequeños, eran broquerones…
- Boquerones… - Lucas reía orgulloso de su hija.
- Olía muy mal allí, papá… pero Helena me llevó otro vestido y me cambié en su
casa. Y luego comimos el pescado. Anabel me puso un poco de cada y el que más que gustó es el
broquerón.
- Boquerón… - Lucas soltó una carcajada.
- Anabel dice que hay que comer de todo: fruta, verdura, pescado, carne, pasta,
arroz…
- Sí, y tiene mucha razón.
- Papá, hace días que no le decimos buenas noches.
- Ya, pero es que ella está muy liada ahora y no podemos molestarla todas las
noches.
- Pero si solo es darle las buenas noches, es un momentito… por favor.
- Vale…
“Hola Ana. Hora de salir del baño. Martina te enviaría un mensaje todas las noches pero me
sabe mal molestar”
Ana estaba preparándose para salir a cenar con su equipo de trabajo. Habían decidido
encontrarse para celebrar la creación de la nueva compañía y aprovechar el momento para pensar todos
juntos en el nombre que le pondrían a la empresa.
Hacía días que no recibía ningún mensaje de Martina, pensó que Lucas ya no volvería a
escribirle ninguno más y se sorprendió al leer esas palabras.
“Hola Lucas. Martina es tozuda pero pide las cosas con tanta dulzura que es imposible
negarse ¿verdad?”
“Como lo sabes…”
“No me importa que me escribáis, todo lo contrario, dile que la eché de menos estas noches”
“Como se lo diga, acabarás arrepintiéndote.”
“Ja, ja, ja… supongo que sí.”
“Me han dicho que hoy has hecho de Celestina…”
“¿Lo dices por Sandra y Alberto? ¿Te lo han explicado?
“Sí, me llamó Alberto desde casa de Sandra. Estaba eufórico.”
“Qué bien, me alegro tanto por ellos… pero que conste que yo no sabía nada, simplemente le
propuse el trabajo, ya era algo que quería hacer desde hacía tiempo.”
“Pues parece que acertaste en el momento.”
“Sí, eso parece…”
“Es sábado por la noche, supongo que no estarás en casa.”
“Estoy aún en casa, pero salgo en media hora a cenar.”
“Pues no te molestamos más. Pásalo bien. Buenas noches Ana.”
“Gracias, buenas noches Lucas.”
Después de acostar a Martina, Lucas se tumbó cansado en el sofá, intentando buscar una
película o programa de televisión que lo entretuviera un rato antes de caer dormido, como sucedía noche
tras noche. Pero aquel sábado en especial, se sentía muy solo. Su hermano había encontrado a la mujer
ideal, su pelirroja, como él la llamaba, y él únicamente contaba con esos momentos de intimidad, delante
del televisor, sin tener con quién hablar y esperando que el sueño acabara con esa sensación de soledad.
Sin entender muy bien por qué pensó en aquella chica del aeropuerto y sin poder evitarlo se excitó.
Desde que apareciera Anabel había intentado esquivar ese pensamiento, aquella misteriosa mujer que
tanto le atraía ya no existía y debía quitársela de la cabeza. Ana ya no era esa atractiva mujer, pero,
después de leer su mensaje, se la imaginó arreglada para salir, con su larga melena color canela y su
perfecta figura y la escena del registro en el aeropuerto volvió a su mente.
- Será mejor que me dé otra ducha y me vaya a dormir – Lucas apagaba el
televisor, resignado.
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Alberto, feliz y por fin alegre por su ascenso, aceptó la oferta y pidió las tardes libres de los
siguientes quince días. El fin de semana Alberto se había preocupado de preparar con esmero una guía de
estudio que Sandra seguía con exactitud. Repasaron tres temas de una de las asignaturas y Alberto estaba
satisfecho con el esfuerzo que Sandra estaba demostrando. Realmente era más lista de lo que él ya sabía
y eso le llenaba de orgullo. Memorizaba con mucha facilidad y eso le hizo preguntarse cómo había
llegado a ser mala estudiante y lo que más le atormentaba ¿cómo podía alguien no valorarla solo por ser
guapa? Aquellos pensamientos le enervaban. Sandra le dio una copia de la llave de su apartamento y
Alberto llegaba a mediodía antes que ella. Cuando ella aparecía por la puerta, ya tenía la comida
preparada y servida en la mesa. Después de comer juntos, Alberto le dejaba media hora para descansar y
Sandra prefería pasar esos minutos con él, hablando y tomando un café. Luego volvían a la carga,
sentados uno al lado del otro, repasando tema tras tema, hasta que a las ocho, él se levantaba para
preparar la cena y a las nueve cenaban juntos. Si durante la cena Sandra le recitaba correctamente los
puntos más importantes del temario, Alberto la obsequiaba con el resto de la noche libre y los dos
corrían al dormitorio para hacer el amor o simplemente estar abrazados hablando durante las dos horas
que restaban hasta las once y media, hora límite que Alberto había establecido para ir a dormir y
descansar las horas que Sandra necesitaba para continuar con sus estudios. Aunque pasaban muchas horas
estudiando, los dos intentaban disfrutar de la compañía del otro.
Ana alternaba los preparativos de la empresa con el trabajo y los arreglos de la casa. Estaba
agotada pero muy satisfecha. Había recibido ya varias visitas de posibles compradores del piso y se
sentía esperanzada, el amigo de Alberto estaba resultando de gran ayuda. Ya había contratado unos
albañiles que le reformarían los dos cuartos de baño de la casa de sus padres y había elegido ya los
azulejos, los platos de ducha, los lavabos y los accesorios, todo con la estrecha colaboración de Helena
y Martina que la acompañaban a todas las compras. Durante el fin de semana se dedicó a vaciar el
armario de su antigua habitación y cubrir los muebles para pintarla de naranja, lo que hizo con la ayuda
de Martina. Los papeles de la nueva empresa ya estaban casi preparados y ya habían acordado el
nombre, decisión de la que se sentía muy orgullosa. La empresa se llamaría Diseños Martina S.L. y el
logotipo estaba formado por dos figuras que representaban dos pies unidos por el dedo pulgar a los que
Ana les había dado un aspecto moderno y vivo. Todo el equipo quedó satisfecho con el resultado.
Lucas continuaba con sus eternas horas de trabajo en el aeropuerto. Ya solo quedaban dos
semanas de horas extras y un fin de semana más y por fin volvería a su horario normal, llegando antes a
casa y con el sábado y el domingo libres para dedicarlos a su hija. Durante la semana se habían
intercambiado algún mensaje con Ana en lo que denominaron la “hora del baño”, pero siempre eran
breves y concisos, a Lucas le resultaba incómodo, pensaba que la molestaba, ella debía tener sus
momentos de intimidad después de estar toda la tarde con la niña.
La noche del jueves, sin embargo, se armó de valor para pedirle un favor personal y después
de acostar a Martina, tumbado en el sofá, comenzó a escribir.
“Hola Ana. Hoy hemos tenido poco tiempo para el baño, por eso no te escribimos antes.
Martina ya duerme. ¿Te molesto?”
Ana, que ya no pensaba recibir esa noche ningún mensaje de Martina, estaba tumbada en la
cama, mirando unas revistas de decoración, cuando oyó el móvil. Aquellas palabras la preocuparon.
“Hola Lucas, ¿pasa algo?”
“No, tranquila, no pasa nada, todo bien.”
“Bien…”
“¿Te pillo en mal momento?”
“No, para nada, estoy mirando unas revistas de decoración, últimamente solamente veo
azulejos, mármoles, inodoros… acabaré soñando con ellos.”
“Bueno, son decisiones importantes, un inodoro puede ser para toda la vida, piensa que
pasarás muchos momentos a solas con él.”
“Sí, visto así, es verdad, es mucho más importante elegir un buen inodoro que un buen
novio… el inodoro siempre estará ahí cuando lo necesites”
Lucas no pudo evitar echarse a reír y decidió seguirle el juego, al menos tendría con quién
compartir esas noches aburridas frente al televisor.
“Sí, creo que antes de decidirte deberías tener una cita con él…”
Ana le sonreía al móvil. “Hoy tienes ganas de bromear, ¿eh? pues no sabes aún a quién estás
retando…”
Lucas pensó que hacía demasiado tiempo que no se reía tanto con alguien que no fuera
Martina o Alberto. Y todavía no había acabado…
Ana se tapó la boca con la mano para sujetar la carcajada. No habría imaginado nunca tener
este tipo de conversación con Lucas, no esperaba que fuera tan divertido.
“Nunca estaré segura, claro, pero por si la cago, me he quedado con el teléfono del negro, él
siempre sabrá cómo dejarme satisfecha”
Lucas necesitó unos segundos para responder después de tanto reír, esa noche de sofá estaba
resultando muy animada.
Lucas, que aquel día había estado más tiempo pendiente del móvil, no tardó demasiado en
ver el mensaje, al que respondió de inmediato, después de sonreírle a la pantalla.
“Procura que no le ponga el grifo encima…”
“Tranquilo, yo la protegeré” – Ana se reía leyendo la respuesta de Lucas mientras entraban
en la crepería.
“Cuento con ello. Ya me explicarás luego cómo fueron tus otras citas.”
Cuando Ana recibió esta última frase de Lucas ya estaban sentadas comiendo crepes y en ese
instante todas reían al ver la cara llena de chocolate de Martina y Ana. Sandra quiso inmortalizar el
momento haciéndoles una foto a las dos y tomó el móvil de Ana.
- Esto se merece una foto – al mirar la pantalla se sorprendió y apartó a un lado a
Ana–. Tienes un mensaje de Lucas. Dice que cuenta con ello y que ya le explicarás luego cómo
fueron tus otras citas. ¿Ana, te escribes con Lucas? ¿Vas a verle luego? ¿Qué citas son esas? ¿A
qué se refiere?
- Sandra, eres un poco cotilla ¿no?
- Ana, explícamelo – le exigió su amiga.
- No es nada… A veces me escribe Lucas porque Martina me quiere dar las
buenas noches. Pero anoche nos enviamos unos mensajes, me quería pedir un favor y también
estuvimos bromeando… en fin, de ahí viene ese comentario… no es nada. A Lucas no le he
vuelto a ver desde el día que volví de Nueva York.
- Ya, no es nada…claro – respondió desconfiada.
- Sandra, déjalo. ¿Nos haces esa foto ya?
- Sí, va, poneros juntas.
Unos minutos después Lucas contemplaba la foto asombrado por el cambio de Ana. Ya no
tenía el pelo tan largo y lo llevaba ondulado, sus mejillas estabas más sonrojadas de lo que él recordaba
y la expresión de su rostro era divertida. Enseguida la identificó como la chica risueña que aparecía en
las fotos del collage, junto a Mónica. “O sea que ésta es Anabel” – pensó sonriente. Aquella no era la
imagen que recordaba de la chica misteriosa del aeropuerto, ni tan siquiera se parecía a Ana, la que fuera
la falsa novia de su hermano. Definitivamente, era una persona distinta.
Aquella noche, durante la hora del baño, Lucas envió su primer mensaje:
“Hola Ana. Hora del baño. Martina te desea buenas noches.”
Ana, que estaba cenando en la cocina con el móvil cerca, no tardó en responder.
Ana se sintió avergonzada al pensar que Lucas la había visto con la cara llena de chocolate,
como una niña, infantil y descuidada, nada que ver con la controladora y perfeccionista mujer que había
conocido… aunque, claro está, así era Anabel…
Ana sonrió contenta. Lucas, el padre de Martina y marido de su amiga, empezaba a confiar
en ella y ese acercamiento podía ser el preludio de una bonita amistad. Pero, su cuerpo no dejaba de
traicionarla y no podía evitar recordarlo también como el agente descarado que la cacheó en el
aeropuerto después de perseguirla varios días con la mirada. Revivir en su mente la escena de sus manos
calientes acariciando sus piernas y esos ojos verdosos invadiendo los suyos a pocos centímetros de su
rostro la excitaba demasiado. Desde que era una adolescente había reconocido que los chicos
uniformados la atraían y Lucas era la viva imagen del hombre que se había colado en sus sueños más
eróticos. Recordar al agente pervertido que acudió en su ayuda cuando cayó torpemente en aquel bar y lo
guapo que estaba cuando lo reconoció aquella noche en la barra le hizo pensar en qué hubiera pasado si
no hubiese oído la conversación de sus amigas en los lavabos. “Qué pena. Si aquella noche no hubiese
creído que estaba casado, tal vez podríamos haber acabado en la cama… Uffff”. Habían pasado ya varios
meses desde que tuvo su último encuentro sexual y Ana se estaba excitando con facilidad. Pensar en el
contorno de sus hombros, en ese pelo alborotado que adornaba su apetecible cuello, en su tez morena y
en aquellos ojos devoradores le impedía conciliar el sueño.
A las ocho y diez, Lucas aparcaba frente a la casa. Conocía la calle y el barrio porque allí
vivió Mónica, pero no dejó de sorprenderle ver lo bonita y amplia que era la casa de Anabel desde fuera.
Estaba especialmente alterado, no sabía cómo iba a reaccionar cuando se encontrara con Ana. No la
había vuelto a ver desde la mañana que la despertó en la cama de Martina, el día siguiente a su vuelta de
Nueva York, y retrocediendo en el tiempo también la recordó misteriosa en el aeropuerto, atractiva en el
bar de Carlos, guapa en casa de su hermano, fascinante en el musical, inalcanzable en la barbacoa y, por
desgracia, exasperante en el cumpleaños de Martina. Cuando llamó al timbre, sonrió al oír a lo lejos a su
hija llamarlo mientras corría hacia la puerta. Martina le abrió abalanzándose sobre él.
- Papá, papá… ven que te enseño la casa de Anabel.
Cuando Lucas se tornó para saludarla, tuvo dificultad para disimular su excitación. Ana
estaba radiante y aunque tenía el cabello más corto, era como volver a ver a la misteriosa mujer del
aeropuerto que tantas noches de sueño le había robado. Tuvo que tragar saliva antes de hablar.
- Hola Ana.
- Hola Lucas.
- Papá, ven, tienes que ver las fotos de mamá.
Mientras Martina llevaba a su padre escaleras arriba hasta la habitación de Ana, ella lo
observaba sonriente. Lucas todavía vestía el uniforme y Ana tuvo que suspirar profundamente para
recuperar el ritmo de su respiración. Y los siguió. Cuando Ana llegó a la habitación, Martina y Lucas
estaban admirando maravillados el collage.
- Es precioso – Lucas se recreaba mirando cada una de las fotos–. Mira Martina
esta foto de mamá. Aquí se parece muchísimo a ti, debía tener tu misma edad.
- Sí ¿has visto ésta de Anabel en el suelo? – Martina las señalaba en la distancia.
- Es muy divertida, sí – se reía mientras tomaba en brazos a su hija para que viera
mejor las fotos.
- Y mira aquí papá, Anabel tirándole nieve a mamá…
- Da la impresión de que Anabel era un poco traviesa ¿verdad? – Lucas le dirigió
una sonrisa y un guiño a Ana – En esa de ahí las dos tienen nata en la cara y en los dedos, se nota
que no podían esperar para comerse el pastel… - padre e hija reían buscando las fotos más
divertidas.
- Papá, ¿te gusta el color naranja de la pared? Lo elegí yo y también ayudé a
Anabel a pintar.
- Sí, ya recuerdo el día que la pintasteis. El agua del baño acabó de color naranja.
Ana intentó contener la carcajada pero no pudo y se ocultaba la risa tras las manos.
- Perdona… Lo siento, debió llegar a casa algo más sucia de lo normal.
- Sí, un poco más… Pero lo solucionamos con el baño.
- Ven papá, te voy a enseñar las flores que hemos plantado hoy – Martina tiraba
del brazo de su padre.
- Vale, ve con Helena al jardín y prepárame a mí también un refresco. Ahora
bajamos Ana y yo. Es que tengo que hablar con ella un momento.
Esa proximidad hizo que Ana se sintiera totalmente excitada. Aquel agente con el que tanto
había soñado estaba ahí, delante de ella, acercándose cada vez más, mirándola con esos ojos verdosos
que la atraían perdidamente. Ya no era el casado pervertido o el hermano de su novio postizo, ahora
estaban allí los dos, sin compromisos, sin obstáculos. Y en ese instante, su cuerpo y su deseo se
apoderaron de su mente y su boca solo pudo articular aquellas palabras.
- Los llevo encima. ¿Me vas a cachear para buscarlos?
Lucas sintió como el deseo invadía su cuerpo. Solo estaba a dos pasos de ella y si recorría
esa distancia volverían a vivir aquel momento en el aeropuerto. ¿Debía hacerlo? La mujer que tenía
delante no era la misma que le cautivó en el control policial, pero el cuerpo que le estaba suplicando que
la tocara sí…y no se lo estaba insinuando a Lucas, sino al agente que aquel día lo arriesgó todo para
acariciarla.
- ¿Quieres que lo haga? – preguntó con nerviosismo.
- ¿Quieres encontrar los billetes? – Ana ya no controlaba la situación.
- Me encantaría – Lucas por fin dio los dos pasos hasta llegar a estar a escasos
centímetros de ella.
Y tal y como hiciera unos meses atrás y a pesar de llevar un vestido corto, Lucas rozó con
suavidad sus piernas al descubierto, primero una y luego la otra, con las palmas de las manos bien
abiertas, poco a poco, inspirando su aroma, sintiendo el calor de su piel y la tensión de sus músculos.
Cuando sus miradas volvieron a encontrarse a poca distancia, los dos respiraban con dificultad y Ana
abrió sus brazos para que él los acariciara. Cuando acabó con ellos, bajó pausadamente las manos hasta
su abdomen, rozando levemente sus pechos, haciéndola estremecer. Lucas sonrió al notar su excitación y
se acercó despacio a su oreja, rozando con sus labios las mejillas encendidas de Ana.
- No los llevas encima ¿verdad? – le susurró con la respiración apresurada.
- No. Tendrás que volver luego a buscarlos.
- ¿Estás segura? – Lucas la miraba a los ojos, totalmente excitado.
- No, pero ahora no podemos dejar otra vez esto a medias ¿no te parece?
- No, otra vez no…
- Solo sería sexo y solo una vez – Ana no creía lo que estaba diciendo, pero ya
nada importaba.
- Solo sexo y una vez – Lucas tuvo que tragar saliva.
- Tú el agente de seguridad y yo la chica del aeropuerto.
- Dame cuarenta minutos y vuelvo.
- Aquí estaré y trae el uniforme.
- ¿El uniforme…? – Lucas, nervioso, le lanzó una sonrisa divertida.
- Sí… - Ana sentía cómo le subían los colores-. Me ponen los uniformes…
Lucas, con dificultad para contener la excitación que le apretaba los pantalones, bajó las
escaleras de dos en dos.
- Martina, nos vamos.
- Pero papá, las flores…
- A ver, enséñamelas, pero rápido, que nos tenemos que ir ya. Helena, ¿te llevo a
tu casa?
- Sí, gracias.
En apenas cinco minutos Lucas consiguió sacarlas de allí mientras Ana lo observaba con una
risita picarona. Antes de salir de la casa, se acercó a ella para simular que se despedían.
- Cuando vuelva, vas a ver lo que hago con esa sonrisita… - aquella frase dejó a
Ana más excitada aún de lo que ya estaba.
Aparcado delante de la casa de Helena y una vez que ella se despidió, Lucas aprovechó para
llamar a su hermano.
- Alberto, necesito que os quedéis con Martina un par de horas o tal vez tres… no
estoy seguro del tiempo.
- Sí, sí, vale, estoy preparando cena, cuento con ella también. ¿Pasa algo?
- No, tranquilo. En veinte minutos te la llevo. ¿Te aviso cuando esté cerca y bajas?
Tengo algo de prisa.
- Sí, tranquilo.
Pasó por casa y corriendo de lado a lado consiguió en tiempo récord bañar a Martina,
ponerle el pijama, darse una ducha, cambiarse de uniforme y recoger algunas cosas para la niña. Cuando
llegó frente al portal de Sandra, Alberto ya lo esperaba en la calle.
- Hola tío Alberto.
- Hola cariño. Hola Lucas, ¿qué pasa con tantas prisas? ¿vas a trabajar?
- No, no.
- ¿Y por qué vas con el uniforme? - Alberto no entendía nada.
- Tío, no hemos parado de correr desde que salimos de casa de Anabel –
interrumpió Martina.
- ¿Has estado en casa de Ana?
- Sí – Lucas no pudo evitar sonreír.
- Lucas… ¿ha pasado algo con Ana?
- Todavía no… - la expresión de Lucas lo aclaró todo.
- ¿Vas ahora a…?
- Sí…
- Entonces, eso es genial… -Alberto dibujaba una sonrisa en su cara.
- Pero no, Alberto, no, solo será… - Martina los observaba y no podía ser claro
con su hermano.
- ¿Solo qué…?
- Solo… – acercándose a su oreja le susurró – sexo.
- ¿Qué…?
- Sí….
- Lucas, estás loco.
- Alberto, empezó ella.
- ¿Ana?
- Sí, bueno, más o menos…
- Lucas, recuerda que es Anabel, la tía de Martina – y bajando la voz para que la
niña no lo escuchara le advirtió–. Si eso se complica, Martina va a sufrir las consecuencias, ¿lo
has pensado bien?
- La verdad es que no, desde ese punto de vista no… - Lucas bajó la cabeza
avergonzado–. Tienes razón, es una locura… pero es que, hemos dejado claro que solo sería una
vez y no seríamos nosotros mismos - susurraba acercándose a Alberto -. Será como acabar lo que
comenzamos en el aeropuerto y tú sabes bien lo que yo la deseaba…
- Lo sé… aquella chica te gustaba mucho ¿verdad?
- Sí… y soy muy consciente de que las cosas han cambiado. Ana o Anabel no es la
misma persona que conocí en el aeropuerto pero la atracción física sigue estando ahí y ¡joder,
Alberto, somos adultos!
- Va, vete, pero tened cuidado Lucas, sabes que ese juego es peligroso.
- Sí, sí…
Cuando Lucas tocaba el timbre aún respiraba con dificultad por las prisas y por la
excitación.
Ana, ansiosa y totalmente consumida por el deseo, no pudo esperar más y al abrir la puerta
tiró de su camisa hasta aplastar su pecho contra el de ella. Con prisas, le abrió un botón y empezó a
pasear su lengua por el hombro y el cuello de Lucas hasta llegar al lóbulo de su oreja, que no pudo dejar
de morder cuando lo notó carnoso y suave. Mientras tanto él la agarraba de las nalgas para elevarla,
abriendo sus piernas y oprimiéndola contra la pared. Llevó las manos a sus rodillas y empezó a acariciar
sus piernas a la vez que trepaba por ellas, arrastrando la falda hasta la cintura. Ana gimió de placer al
sentir el roce de la dura erección contra su entrepierna y le continuó abriendo los botones de la camisa
para acariciar sus pectorales, a la vez que Lucas bajaba la cremallera del vestido, impaciente por
deshacerse de la prenda. Era tal el deseo que los dominaba que solo cuando Lucas consiguió sacarle el
vestido por la cabeza, se encontraron con la mirada. Durante unos segundos Ana disfrutó de aquellos ojos
verdes penetrantes que tanta noches le habían quitado el sueño y Lucas volvió a sentirse cautivado por
ese iris castaño dorado, mientras sus labios apenas se rozaban y respiraban apresuradamente.
- Señorita – Lucas continuó hablando con dificultad sin dejar de acariciar sus
labios con los de Ana – existen unas normas de seguridad que no está cumpliendo.
- ¿Me va usted a castigar, señor agente?
- Por supuesto y muy severamente.
Y sus bocas se abrieron para recibir el beso apasionado que los dos tanto anhelaban.
Durante aquel largo y ardiente beso sus lenguas se encontraron y se entrelazaron avivando todavía más el
deseo de poseer el cuerpo del otro. Fue un beso inflamable, una chispa y sus cuerpos hubiesen estallado
en mil pedazos. Ana dirigió a Lucas hasta las escaleras y las empezaron a subir casi a rastras.
Sujetándola por la cintura Lucas iba trepando los escalones sin dejar de besarla. Parando en uno de ellos,
le quitó la ropa interior, dejándola completamente desnuda y bajó su boca hasta sus pezones. Ana estaba
totalmente desinhibida, entregada por completo a aquel depravado, morboso y escandalosamente
atractivo agente de seguridad. Mientras ella sujetaba con sus manos una de las barandillas de madera, él
la hacía estremecer con el calor de su lengua y sus múltiples caricias. Nunca antes había anhelado tanto el
cuerpo de una mujer y consciente de que aquélla podía ser su única oportunidad de disfrutar de él,
decidió saborear cada poro, pliegue y humedad de su cálida y suave piel, devorándola con sus labios
como si degustara un suculento manjar, arrastrado por un apetito incontrolable. Mientras subían los
últimos escalones, Ana rodeó con sus piernas la cintura de él y Lucas la elevó llevándola a horcajadas
hasta el dormitorio.
- Señorita, va a tener que recibir su merecido…
- Sí, castígueme ya señor agente, castígueme ya…
Cuando ambos caían sobre la cama, Lucas se desabrochaba rápidamente los pantalones con
la ayuda de Ana. Antes de lanzar la prenda al suelo sacó de uno de sus bolsillos un preservativo que no
tardó en colocarse. Los dos sabían lo peligroso que era ese juego pero ya no podían ni querían parar.
Llevaban demasiadas noches deseándose en silencio y muchos meses sin sentir el calor de otro cuerpo.
Lucas continuó besando su cuello, recorriendo con su lengua sus pechos y su abdomen, haciendo que el
cuerpo de Ana se arqueara de placer. Hasta que Lucas no pudo soportar más la espera y la penetró,
suavemente pero con decisión. Los primeros movimientos fueron especialmente lentos, deseaba que ese
placer perdurara y cada vez que se adentraba en su interior buscaba la boca de Ana para rozar sus labios
e inspirar el calor de los gemidos que ella exhalaba. Con sus dedos Ana dibujó cada músculo de su
espalda, de sus hombros y de sus duras nalgas, alimentándose a la vez del sudor de su cuello y del
apetitoso lóbulo de su oreja. A medida que los movimientos fueron acelerándose los dos disfrutaron del
roce de sus cuerpos y de ese placer que, según habían acordado, solo compartirían una vez.
Unos minutos después, caían exhaustos y satisfechos a cada lado de la cama. Cuando sus
respiraciones se calmaron, fue Ana quién rompió el silencio.
- Pedí una pizza mientras te esperaba. Estará fría pero si quieres cenar…
- Perfecto, tengo hambre.
Una vez se vistieron, bajaron las escaleras. El salón ya no tenía muebles y Ana señaló unas
sillas altas situadas junto a una barra en la cocina, donde aguardaba la pizza.
- ¿Una cerveza?
- Sí, gracias – Lucas observaba a su alrededor admirado-. La casa es grande y
tiene muchas posibilidades, pero tienes bastante que hacer todavía.
- Sí, estoy agotada, la casa, la empresa, el trabajo… pero estoy muy ilusionada –
Ana hizo una pausa mientras abría las cervezas–. Lucas, espero que lo que acaba de pasar no
evite que seamos amigos.
- No, para nada. Yo te quería decir lo mismo… Es una manera extraña de empezar
una amistad, pero si los dos lo tenemos claro, podremos hacer que funcione.
- Antes de nada necesito decirte algo: siento mucho lo que pasó el día del
cumpleaños de Martina. Me siento fatal y no hay día que no me arrepienta de mis palabras. Me
odio por ello, solo de pensar el daño que le hice… - a Ana se le empañaron los ojos de lágrimas.
- Tranquila Ana. Intenta olvidarlo. Fue extraño y sí, no fue un comportamiento
correcto, pero entiendo que estabas muy confusa por Mónica…
- Tienes que saber que Martina es muy importante para mí.
- Lo sé…
- Y lo del noviazgo con Alberto, fue una estupidez, no debí hacerlo. Aunque tengo
que decir que no me arrepiento de conocer a tu hermano. Me cae muy bien y al fin y al cabo
aquella mentira fue lo que le unió a Sandra.
- ¿Sabes que él estuvo en el aeropuerto el día que te cacheé?
- ¿Cómo dices?
- Sí, estuvo allí y os reconoció a ti y a Helena. Por eso se acercó luego a Sandra y
aceptó colaborar en la mentira. Lo hizo para que tú y yo nos conociéramos.
- ¿En serio?
- Y el encuentro en el bar de los chupitos, lo arregló él…
- ¿De verdad? – Ana se echó a reír – ¿Y tú sabes que Helena te llamó para ser
canguro de Martina para que tú y yo nos conociéramos?
- ¿Helena hizo eso?
- Sí, lo que no entiendo es de dónde sacó tu número de teléfono. ¿Habías puesto un
anuncio para buscar canguro?
- No, me dijo que se enteró por Maite, mi compañera de trabajo.
- ¿Conoce a tu compañera?
- La verdad es que Maite nunca me habló de ella… Ya, ahora lo entiendo… ¿tú
viste un papel en tu chaqueta con mi número de teléfono?
- ¿Me dejaste un papel con tu número?
- Sí, bueno, en realidad fue Maite quien lo hizo, yo no tuve valor para hacerlo.
- Pues no lo vi. Lo debió coger Helena. Ella sabe que yo lo hubiera roto en
pedazos.
- Sí, menudo carácter tenías… - Lucas la miraba con expresión traviesa.
- ¡Eh! y tengo…cuidado conmigo – Ana le golpeaba en el hombro enfadada.
- Y luego aparece Anabel. Aquello fue increíble, aún me cuesta asimilarlo.
Después de tanto tiempo buscándote, oyendo hablar de ti y contándole la historia a Martina, de
pronto te presentas allí…
- Sí, fue insólito… - después de un leve silencio, Ana suspiró entristecida-. ¡Echo
tanto de menos a Mónica…! - de pronto Ana se puso las manos en la boca–. Joder, joder…
- ¿Qué pasa?
- Joder, Lucas, era mi amiga del alma, mi hermana… y me he acostado con su
marido.
- No, no…yo era un agente de seguridad desconocido ¿lo recuerdas?
Ana no pudo continuar hablando. Se sentía abatida y culpable. Se había dejado llevar por la
pasión y no había pensado antes en la lealtad y el respeto que le debía a la memoria de su amiga. La
había traicionado por unos minutos de placer… ¿había merecido la pena?
Lucas la observaba callado y preocupado.
- Ana, no te atormentes. No sigas pensando en ello…
- Lucas, yo tenía muchas ganas de hablar contigo para que me explicaras todo
sobre Mónica y en vez de eso ¿qué hago? … insinuarme de esa forma.
- Mira, Ana, vamos a hacer una cosa. El próximo fin de semana ya no trabajo. El
sábado vendremos Martina y yo para ayudarte con la casa. A mí se me dan bien las reformas. Y
aprovecharemos el día para que hablemos de Mónica, podrás preguntarme todo lo que se te
ocurra.
- Como quieras… - Ana seguía cabizbaja.
- Ana, debería irme – Lucas miraba su reloj-. Martina debe estar dormida y tengo
que llevarla a casa.
- Sí, vete. ¡Ah! Y toma – Ana buscaba en su bolso -… los billetes y un papel con
los datos para que hagas el pago. Ahí está todo explicado.
- Muy bien, muchas gracias. Te debo una.
Los dos se dirigieron a la puerta de entrada pero antes de abrir Lucas se giró para mirar a
Ana y se acercó a su cuello para susurrarle al oído.
- Yo no me arrepiento. Ha sido increíble.
Le dio un beso en la mejilla y cerró la puerta al salir, dejando a Ana totalmente sonrojada y
aturdida.
- Yo tampoco me arrepiento… - sonrió.
Cuando Lucas llegó a casa de Sandra, Martina ya dormía y Alberto la sacaba en brazos al
rellano de la escalera.
- ¿Cómo ha ido?
- Ufff… demasiado bien… Alberto, ha sido… ha sido glorioso – Lucas se pasaba
la mano por la cabeza, totalmente sofocado.
- Ten cuidado Lucas…
- Sí, tranquilo. Hemos estado hablando luego y todo está claro. No te preocupes.
- Eso espero…
RESPIRA HONDO Y ABRE TU MENTE
Durante la semana siguiente todos estuvieron más ocupados de lo habitual. Los albañiles
trabajaban arreglando los dos cuartos de baño y durante esos días Ana apenas pudo pasar por la casa, por
lo que decidió dedicar más tiempo a su empresa. Ya había presentado su dimisión en Global Design y
estuvo contactando con posibles clientes. Había vendido por fin el apartamento y las visitas a la
inmobiliaria, además de otras gestiones, no le habían permitido ver a Martina hasta el jueves, aunque sí
que se dieron las buenas noches a través de los mensajes de Lucas. La hora del baño se había convertido
en un divertido ritual y aprovechaban esas conversaciones para compartir momentos vividos con
Martina.
Quedaban pocos días para los exámenes y Alberto aumentó las horas de estudio. Sandra se
sentía agobiada y los nervios empezaban a encresparla. El jueves, para evitar una discusión, Alberto le
sugirió que se encontrara con Ana, eso la relajaría durante unas horas, y las dos quedaron para cenar en
la pizzería donde tantos buenos momentos habían pasado juntas.
- Bueno, Ana, me tienes que explicar lo que pasó el sábado por la noche. Alberto
me contó algo.
- ¿Se enteró Alberto?
- Sí, cuando su hermano trajo a Martina a casa. Al parecer no necesitó mucho para
adivinarlo, a Lucas se le notaba demasiado en la cara. Va, cuéntame ya.
- Pues la culpa fue mía, Sandra, provoqué la situación para que me volviera a
cachear y le sugerí que acabáramos lo que dejamos a medias en el aeropuerto, pero que solo
sería sexo y solo debía pasar una vez.
- Pero bueno, Ana ¿desde cuándo tú eres así?
- Ya, yo tampoco me lo acabo de creer. Para Lucas también fue sorprendente pero
no pudo negarse, claro, se nota que lo deseaba igual que yo.
- Ana, Ana… y ¿cómo fue?
- Ufff… puedes imaginar, fue increíble.
- Pues entonces, lo repetiréis ¿no?
- No, no… ni hablar. Bastante arrepentida estoy ya.
- Pero ¿por qué?
- Por Mónica, era mi amiga y hermana, ¿cómo he podido hacer eso?
- Pero tú no tienes la culpa Ana. Recuerda que cuando conociste a Lucas en el
aeropuerto no sabías que era el marido de Mónica y has dicho que acabasteis lo que se empezó
allí…
- Ya… Bueno, lo mejor será que lo olvidemos y no se repita. Ahora lo que más me
importa es Martina.
- Sí, Ana, pero si dices que fue tan increíble… eso no se olvida fácilmente… y si
no, ya me lo dirás…
- Ya está olvidado Sandra – Ana quería dejar el tema, recordar aquella noche la
perturbaba demasiado–. Y tú ¿qué?
- Yo ¿qué?
- Explícame, llevas casi dos semanas viviendo con Alberto ¿cómo os va?
- Es agobiante vivir con él. Es un mandón, me controla todo el rato, me regaña si
no le obedezco y es un odioso abogado sabelotodo. No sé por qué le pedí ayuda.
- Sí, ya… ¿pero…?
- Pero... ufff… - Sandra suspiraba mientras apoyaba su cabeza con sus manos- no
solo cocina bien, sino que además deja la encimera reluciente, pone lavadoras y plancha. Y todo
lo hace con una camiseta y unos pantalones de algodón que le quedan tan bien y está tan guapo…
- Entonces, no es todo tan horroroso ¿no? – Ana reía a carcajadas – Y aparte de
ser un buen profesor, un buen amo de casa y vestir cómodo ¿algo más que añadir?
- Pues… tengo ganas de que lleguen los exámenes para acabar con este infierno y
se vaya ya de mi casa, pero…– los ojos de Sandra comenzaron a humedecerse y su rostro se
entristeció - ¿qué voy a hacer luego todas las noches sin él, sin notar su respiración a mi lado?
¿con quién voy a sentarme en el sofá a ver la tele? ¿con quién voy a tomar el café y charlar
después de comer? ¿cómo voy a pasar un solo día sin derretirme con su sonrisa o sin besar esos
labios que me vuelven loca? Y lo peor de todo ¿con quién me voy a pelear?
- Sandra, si se veía venir… - Ana no paraba de reír.
- Le voy a echar mucho de menos Ana… Nunca me había pasado esto, ya sé que es
un mandón pero lo está haciendo todo por mí… y yo no paro de quejarme, de decirle que es un
abogado pijo empollón… no sé cómo me aguanta.
- Pero Sandra ¿cómo le dices esas cosas?
- Porque me enerva…
- Estás nerviosa, faltan pocos días para los exámenes, es normal que reacciones
así, pero intenta no cargar toda tu ira contra él, sabes que no se lo merece.
- Lo sé, pero él está ahí siempre y al final lo estoy pagando con él… Seguro que
tiene ganas de volver a su apartamento.
- ¿Cuándo se irá?
- El último examen lo tengo el próximo jueves. Supongo que esa noche… no sé, no
me lo ha dicho.
- Y Sandra, si tan bien estás con él ¿por qué no le pides que se quede?
- Pero si Alberto debe estar deseando irse…
- O no… Él puede estar pensando lo mismo, que tú estarás deseando que se vaya.
- Sí, podría ser, tal y como le trato a veces…
- ¿Y si le pides perdón y hablas con él? Dile lo que sientes…
- Sí, tengo que hablar con él… pero es que ahora es imposible, en cuanto llegue
seguro que me obliga a repasar el tema de esta tarde, según él aún no me lo sé lo suficiente… es
que es odioso.
- Pues busca al menos la manera de no enfadarte con él, debes eliminar esa tensión
de otra forma…
- Creo que me has dado una idea… - Sandra lucía su sonrisa más ingeniosa.
Cuando Sandra llegó a su apartamento, Alberto aún no había vuelto de casa de Lucas. Le
envió un mensaje para que supiera que ya estaba en casa y él no tardó en responderle que en pocos
minutos regresaría. Sandra aprovechó ese tiempo para repasar los puntos más difíciles del tema que esa
tarde habían estudiado juntos y mientras se repetía mentalmente algunas definiciones se cambió de ropa.
Cuando Alberto entró por la puerta se encontró a Sandra con su camiseta y su pantalón de deporte.
- ¿Qué haces así vestida?
- ¿Confías en mí?
- Sí, ¿por?
- Ponte ropa de deporte, vamos a correr. Va, tenemos poco tiempo.
Alberto obedeció sin rechistar y poco después salían a la calle. Sandra empezó a aligerar la
marcha y en pocos minutos ya corrían a un buen ritmo.
- Rubiales sabelotodo, hazme preguntas sobre el tema de esta tarde.
- ¿Ahora, corriendo?
- Sí, va, empieza. ¿No decías que confiabas en mí?
- Lo que tú digas pelirroja.
Y Alberto empezó a pedirle que recitara las definiciones más importantes de ese temario.
Sandra iba respondiendo con algún que otro error que él le iba corrigiendo. A pesar de eso, Sandra
volvía a repetir la definición hasta exponerla correctamente, tal y como Alberto le recordaba. A pesar de
estar corriendo y en tan solo treinta minutos, Sandra ya había logrado memorizar los puntos cruciales del
tema sin error alguno. Ya en el portal, Sandra se paró para respirar y hacer algunos estiramientos.
- Muy bien, Sandra, ya te sabes el tema.
- Sí y lo mejor de todo es que no tengo tantas ganas de matarte.
- ¿Tan mal me porto contigo que quieres matarme?
- No rubiales, no… - Sandra se acercó a Alberto y bajó el tono de voz – No
quiero matarte, quiero vivir contigo y quiero que tú también lo desees como yo… y si no dejo de
enfadarme y decirte empollón sabelotodo, acabarás huyendo de mí… Y si hemos salido a correr
es porque me va muy bien para controlar los nervios.
Alberto emocionado la agarró por la cintura y la acercó a él para besarla con dulzura.
- Pelirroja ¿has dicho que quieres vivir conmigo?
- Sí, rubiales sí.
- Vamos a tener que salir a correr más a menudo, me ha gustado mucho… Y ahora
subamos los cuarenta escalones rápidamente, ya es tarde y tenemos algo que hacer antes de
dormir.
- No… ya está el pesado de la hora de dormir.
- Vamos, confía en mí…
Al llegar al piso de Sandra ambos respiraban con dificultad, pero el cansancio que sentían
les había relajado y se miraban sonrientes. Cuando recuperaron el aliento, Alberto la tomó de la mano.
- Ven, tengo un regalo para ti.
Una vez en el dormitorio, sacó algo de su maleta. Era un paquetito pequeño envuelto con un
lazo rojo.
- ¿No será…? – Sandra casi no quería tocarlo.
- No, tranquila, no es eso… ábrelo. Lo preparé hace dos días, pero no sabía si
esperar a que acabaras los exámenes.
Sandra retiró el lazo y el papel de regalo. Dentro había una cajita de cartón y en su interior
dos llaves.
- Son las llaves de mi apartamento. Verás, sé que estas dos semanas están siendo
difíciles, sobre todo para ti y hay momentos en los que nos tiraríamos la vajilla a la cabeza, pero
a pesar de todo yo ya no sé si quiero seguir viviendo solo y menos aún sin ti.
- Pero, Alberto, si te estoy tratando fatal…
- Lo sé, pero a veces lo merezco y otras son los nervios… es normal, ya te dije
que podías cambiar de idea estas dos semanas.
- No he cambiado de idea, sigo enamorada de ti y cada día más… pero esto es
agobiante y tú eres un mandón sabelotodo.
- Falta poco ya y merecerá la pena, vas a aprobar y pronto lo estaremos
celebrando, ya lo verás. Aunque seguiré siendo un mandón sabelotodo, eso no va a cambiar…
- ¿Y si no funciona? – Sandra miraba las llaves.
- Pues me las devuelves, pero tenemos que intentarlo, si a pesar de estar
estudiando hemos sacado tiempo para estar bien juntos, imagina cuando no tengamos la tensión de
los exámenes.
- Sí, eso es verdad. Entonces, ¿quieres que me vaya a tu apartamento a vivir ya?
- Mi apartamento es más grande que el tuyo y tiene ascensor… aunque acabaré
echando de menos subir esos escalones corriendo…y además me gusta estar cerca de Lucas y
Martina. Por eso he pensado que te vayas tú allí. Puedes mudarte cuando quieras, cuando acabes
el último examen o unos días después… Yo me iré de aquí cuando tú me lo pidas.
- Rubiales, sabes que me da miedo, pero yo tampoco sé si podría vivir sin ti a
partir de ahora…mandón sabelotodo empollón – Sandra se acercó mostrándole los labios para
que se los besara a cuyo gesto Alberto no tardó en responder con varios besos apasionados.
- Quítate esa ropa y ve para la ducha ya, te espero allí – Alberto se iba
desnudando.
- Aunque… lo de mandón tiene su puntito… me gusta…
El viernes por la noche Martina estaba especialmente contenta, su padre por fin dejaría de
trabajar los fines de semana y podrían pasar más tiempo juntos. Durante la hora del baño no dejaron de
hacer planes para los siguientes días.
- Pero recuerda Martina que mañana iremos a ayudar a Ana y que la semana que
viene empieza el colegio.
- Sí, sí… hoy hemos comprado una pizarra grande para una habitación donde
trabajará Anabel. Y mañana pintaremos en ella.
- Muy buena idea. Ya verás que bien lo pasaremos.
- ¿Y el domingo vamos al Acuario?
- Sí, el domingo vamos al Acuario. Te lo prometí.
- Bien – Martina aplaudía salpicando agua en la cara de su padre.
- ¡Para Martina, que me mojas!- definitivamente el baño era el mejor momento del
día.
- Papá, ¿le dices buenas noches a Anabel? Por favor…
- Sí, así le preguntaré a qué hora vamos.
“Hola Ana. Hora del baño. Martina está hoy tan contenta que he acabado yo más mojado que
ella.”
“Hola Lucas. Sí, esta tarde nos recordó al menos cinco veces que no trabajabas el sábado”
“¿A qué hora vamos mañana?”
“¿Os va bien a las diez?”
“Muy bien, pues, hasta las diez. Buenas noches Ana.”
“Buenas noches Lucas.”
Y a las diez en punto Lucas llamaba a la puerta, con Martina emocionada y agarrada de su
mano. Lucas se sorprendió al experimentar cierto nerviosismo. Tenía ganas de ver a Ana otra vez pero
creía estar convencido de que esa agitación era debida a la curiosidad y no al deseo. “Contrólate Lucas,
no puede volver a suceder lo de la semana pasada” – se repetía. Cuando Ana abrió la puerta se sintió
aliviado y gratamente sorprendido. Se encontró con Anabel, la chica divertida de la cara manchada de
chocolate, la amiga de su mujer y la niña super-héroe. Lucía la melena ondulada por encima de los
hombros, su tez nacarada estaba limpia de maquillaje y su expresión era juvenil y risueña. Vestía tejanos
no demasiado ceñidos y una camiseta de algodón holgada. Recordó que era así como la imaginó cuando
Mónica le hablaba de ella.
- Hola. Bienvenidos a mi sucia y destartalada casa.
Martina corrió a abrazarla y Ana la levantó para poder besarla. Mientras la pequeña se
adentraba en el interior de la casa, Lucas se acercó a Ana para besar su mejilla a la vez que le sonreía.
- Hola, Anabel…
- Hola, Lucas…
La casa parecía distinta. En la entrada había una consola de madera pintada en blanco bajo
un espejo enmarcado cubiertos por un plástico para evitar el polvo, el salón ya tenía dos amplios sofás
grisáceos que todavía estaban envueltos con un film protector y Ana orgullosa le mostró a Lucas el cuarto
de baño por fin acabado.
- ¿Qué te parece?
- Está quedando genial. Has tenido muy buen gusto al elegir los azulejos y bueno,
qué te voy a decir sobre el inodoro… es tal cual me lo describiste.
- Sí, alguien me dijo que era para toda la vida…
- ¿Yo dije eso? Menuda cursilada…
- Sí, la verdad es que no te pega nada.
Entre risas y bromas se adentraron en la habitación que Ana estaba preparando como
despacho. Apoyada en la pared había una gran pizarra blanca y al otro lado un escritorio y una mesa de
dibujo.
- Y aquí está tu primer trabajo. Ayúdame a colgar la pizarra y así Martina podrá
entretenerse pintando. He traído rotuladores de colores especiales para niños.
- Piensas en todo…
Entre los dos sujetaron bien la pizarra a la pared y una vez dejaron a Martina concentrada
con sus dibujos, Ana llevó a Lucas hasta el salón, parándose frente a la cocina. Era una cocina americana
abierta y la barra situada en el centro la hacía pequeña e incómoda.
- Esta parte de la casa es la más importante para mí.
- ¿La cocina?
- Sí, he pasado muchos momentos buenos en esta cocina. A mi madre le encantaba
cocinar y la repostería era su hobby. Esa pasión la heredaron Helena y mi madre de mi abuela.
- Es verdad, todos los fines de semana Helena nos hace bizcochos y galletas.
- Sí, tradición familiar. Pues bien, necesito que me ayudes a agrandarla. Quiero
pensar que en esta estancia podré continuar viviendo momento buenos con algo más de espacio.
- ¿Y has pensado ya cómo hacerlo?
- Sí, quiero tirar esa barra y esa pared. Así podré montar más muebles y poner una
mesa grande en el centro.
- Muy buena idea… Va a quedar genial.
- El jueves estuve en el bufete con Alberto y me hizo una lista del material que
necesitarías y lo compré todo ayer. Aquí lo tienes. También me pidió que te dijera literalmente: si
me necesitas llámame y me escaparé un rato del ogro pelirrojo que me está maltratando – y los
dos rieron divertidos.
Lucas apenas salió de la cocina durante toda la mañana, mientras Ana y Martina alternaban
el dibujo en la gran pizarra con juegos o arreglos en el jardín. Ana se acercaba de vez en cuando para
ayudarle a recoger escombros y comprobar los avances. Sin duda Lucas sabía lo que hacía, tal y como
Alberto y él mismo le habían adelantado. Poco antes de las dos, Ana les propuso ir a almorzar a un
restaurante a dos manzanas de allí y de vuelta a la casa, decidieron parar un rato en el parque donde
Mónica y Anabel se conocieron. Mientras Martina jugaba en los columpios Ana y Lucas se sentaron en el
banco situado junto a la farola.
- Cuando quieras puedes empezar a preguntarme sobre Mónica – Lucas se estiraba
relajado en el banco, apoyando la cabeza sobre el respaldo de madera.
- ¿No te resulta doloroso hablar de ella?
- Depende de lo que sea, sí… pero, no te preocupes, pregunta sin miedo.
- Hay muchas cosas que quiero saber, en realidad, quiero que me lo expliques
todo, desde que os conocisteis hasta…eso, hasta el final… - Ana se entristecía al pensar en los
últimos días de vida de su amiga -…y lo que sepas de ella desde el accidente de nuestros padres
hasta que os encontrasteis…. Pero antes, hay algo que necesito saber y no puedes irte sin
decírmelo… Me gustaría visitar su tumba…
- Ya la has visitado varias veces… Mira esos árboles, ese césped, esas flores y
sobre todo esta farola… está aquí Ana, Mónica está aquí… - Lucas inspiraba hasta llenar sus
pulmones – Me gusta pensar que cuando tomo aire la respiro…
- ¿Está aquí…? – a Ana le empezaba a temblar la barbilla intentando controlar el
llanto.
- Sí, antes de entrar en el quirófano me dijo: “Lucas, si me pasara algo, quiero que
esparzas mis cenizas en el parque donde Anabel y yo nos conocimos”. Cuando Martina era un
bebé la traía aquí en su carrito y yo me estiraba en este banco recordándola mientras respiraba
profundamente, intentando percibir en el aire su olor, el sonido de su voz, el color de sus ojos, el
tacto de su piel... y así no olvidar nunca esas sensaciones. Creo que hacía ya casi dos años que no
venía, hasta que apareciste. Hace unos días estuve unos minutos aquí sentado y pensé que debía
haber hecho como tú, traer aquí a Martina a jugar. Nunca le he explicado dónde está su madre, es
demasiado pequeña y creo que no lo entendería pero tarde o temprano lo sabrá y estoy seguro de
que nos agradecerá, sobre todo a ti, que le hayamos enseñado la importancia de este lugar.
- Lucas, perdona, mi aparición te está haciendo recordar momentos dolorosos, lo
siento.
- No, Ana, no, todo lo contrario. Nunca había hablado de esto con nadie, ni tan
siquiera con Alberto y creo que necesito compartirlo.
- Sí, sé bien lo que se siente… he sufrido muchos años llorando en soledad… -
adoptó la misma posición que Lucas e inspiró profundamente–. La piel de Mónica olía a rosas, el
iris de sus ojos tenían una combinación de turquesa y azul marino que me recordaban al fondo del
océano y si cierro los ojos puedo llegar a oír su dulce y delicada voz – mientras las lágrimas
resbalaron por las mejillas de Lucas, Ana buscó su mano y se la apretó cariñosamente–. Llora, no
te cortes… Pero recuerda que tienes que acabar de tirar la pared de la cocina, no vayamos a estar
aquí toda la tarde inundando el parque…
Lucas comenzó a reír a la vez que lloraba emocionado. Nunca habría imaginado que podría
llegar a aliviar su pena de esa forma.
- Eres todo lo divertida que decía Mónica.
- No será para tanto, ya has podido comprobar lo desagradable que puedo llegar a
ser…
- Sí, eso es verdad – y reincorporándose miró a Ana-. ¿Tienes café en casa?
Martina volvía a entretenerse con sus dibujos mientras los dos tomaban el café sentados en
el sofá plastificado. Lucas, con la intención de probar su comodidad, se recostó estirando las piernas y
Ana divertida aprovechó el momento para bromear con él. Se acercó con una silla, se sentó a la altura de
su cabeza, tomó un trozo de papel y un lápiz y adoptó un tono serio.
- Lucas, respira hondo y abre tu mente. Explícame cómo te sientes en este
momento.
- Verá doctora, no tengo palabras para describirlo – Lucas hacía esfuerzos para
controlar la risa.
- ¿Te puedo hacer una pregunta seria? – la expresión de Ana se tornó triste.
- ¿Seria, tú? – Lucas sonreía con la boca torcida.
- De verdad…
- Vale, dime.
- Sabías que se iba a morir ¿verdad? – hacer la pregunta le produjo un dolor
agudo en el vientre.
- Sí, lo supe dos semanas antes y… – Lucas casi no podía hablar, sentía como el
corazón le iba a atravesar el pecho.
- No sigas si no puedes…
Lucas apoyó su cabeza sobre el reposa brazos del sofá, cerró los ojos y permaneció en
silencio durante unos largos segundos, le resultaba muy difícil recordar aquella época y nunca había sido
capaz de explicar a nadie lo que llegó a sufrir. Sin embargo, después de seis años, con Ana sintió que por
fin podía compartirlo.
- Estaba muy débil y fui a hablar con su médico, intuía que algo no iba bien.
Entonces supe que ella ya era consciente de que no sobreviviría al parto. Ana, aún recuerdo
palabra por palabra aquella terrible frase: “Su mujer no resistirá el parto y posiblemente no
llegue a ver a su hija”. Joder, si llegan a clavarme un punzón en el corazón no me hubiese dolido
tanto… no solo iba a perder a mi mujer, además ella no iba a llegar a ver a su hija ¿puede haber
algo peor para una madre que saber que no va a conocer a su hijo?... – las lágrimas volvieron a
empapar sus mejillas y tuvo que parar de hablar durante unos segundos-. Pensé que ella me lo
había ocultado para que yo no sufriera, pero creo que lo que realmente necesitaba Mónica era
disfrutar del embarazo, sentir cómo su hija crecía dentro de su vientre y vivir sus últimos días
como una madre primeriza, nerviosa y feliz y decidí continuar la farsa e ignorar lo que ya sabía.
Por las noches, cuando comprobaba que dormía profundamente me iba a la cocina y lloraba
durante horas – el llanto se le hacía cada vez más difícil de controlar y tuvo que secarse las
lágrimas con las manos.
- Lucas, déjalo ya… si no quieres seguir, no sigas.
- No, doctora, al precio que le pago la hora, tengo que aprovechar bien la sesión –
Lucas le dirigió una media sonrisa y respiró hondo –. El día que rompió aguas nos enfadamos, yo
no quería llevarla todavía al hospital y ella se empezó a preocupar por el bienestar de la niña. Yo
estaba aterrado, sabía que iba a salir de casa con ella y volvería solo, con un bebé en brazos.
Pero aun así, consiguió tranquilizarme, como solamente ella sabía hacer y por un momento hizo
que me olvidara de lo que iba a suceder. Cuando llegamos al hospital no tardamos en entrar en la
sala de partos. Las enfermeras corrían de un lado para el otro, los médicos estaban nerviosos y
yo notaba como Mónica se apagaba. Ya no tenía fuerzas para empujar y decidieron practicarle la
cesárea. Mientras la preparaban yo pude estar a su lado pero el dolor y el miedo me bloquearon,
no fui capaz de decirle nada, solo sostuve su mano contra mi pecho y la miré asustado. Antes de
que se la llevaran me dijo lo de las cenizas en el parque y mientras la entraban en la sala de
operaciones y soltaba mi mano me sonrió y me susurró “te quiero”. Y allí me quedé, inmóvil,
horrorizado y jodidamente callado… No fui capaz de despedirme de ella, joder, tan solo tenía
que responderle con un “te quiero”, darle un beso o sonreírle como ella hizo… pero no, me
quedé allí petrificado como un jodido cobarde – Lucas golpeó el sofá con el puño cerrado-.
Durante todos estos años no me lo he perdonado y creo que el dolor que siento al recordar
aquellas dos últimas semanas y, sobre todo, aquel último momento me perseguirán toda la vida.
Ana permaneció callada unos minutos, incapaz de pensar, imaginando el dolor que acompañó
a Mónica durante sus últimos días y sobre todo la agonía que debía estar sufriendo Lucas.
- Me alegra mucho pensar lo feliz que Mónica se debió sentir al encontrarte. Era
lo que más anhelaba, bueno, eso y tener un bebé – a pesar de la tristeza en su rostro, Lucas
esbozó una sonrisa-. Se fue cumpliendo sus deseos.
- Tal vez esos fueran sus deseos en ese momento Lucas, pero Mónica ya había
conseguido antes cumplir con el mayor de sus deseos, créeme - Lucas la miraba desconcertado-.
Al igual que Martina, de pequeña Mónica soñaba con una vida de princesas, imaginaba a su
príncipe azul, apuesto y romántico. Todavía en la adolescencia, suspiraba con la idea de
encontrar al chico que le robara el corazón solo con mirarla. Recuerdo que poco antes del trágico
accidente, una noche que dormíamos juntas en su habitación, me explicó un sueño que era incapaz
de olvidar. Soñó con el día de su boda y aunque el recuerdo era vago, pudo intuir a su marido,
cariñoso, divertido y muy guapo. Me aseguró que lo buscaría sin descanso hasta encontrarlo. Y te
encontró Lucas, casándose contigo consiguió cumplir su sueño. Además tú le ayudaste a que se
hiciera realidad su deseo de tener un bebé. Lo que quiero decir con esto es que tú le diste una
vida plena y fue feliz hasta el último momento porque estaba a tu lado, porque tú la amaste como
ella siempre había soñado ser amada y estoy segura de que Mónica no necesitó una última
palabra o un último gesto para saber que la querías de verdad.
Lucas se quedó en silencio, sintiendo como las lágrimas le resbalaban por la nariz,
emocionado por las palabras de Ana. Su primer impulso fue agradecerle todo su apoyo con algunos
halagos, pero por miedo a resultar demasiado ridículo o incomodarla, decidió responderle como solo
Ana sabía hacer, bromeando.
- Y, dígame doctora ¿dice usted que está soltera? – dijo con voz seductora
mientras la miraba de arriba abajo y movía las cejas.
- Ya te he dicho varias veces Lucas, que tengo por norma no relacionarme con mis
pacientes.
- Pues vaya cien euros la sesión más desperdiciados.
Lucas continuó trabajando en la cocina, acabó de retirar todos los escombros y tuvo tiempo
de cubrir de yeso el arco que había quedado en sustitución de la pared. Con la ayuda de Ana, limpiaron
los restos de polvo y cuando anocheció, los dos contemplaban satisfechos el resultado.
- Tengo huevos, cerveza y algo de pan. Puedo preparar unas tortillas – sugirió
Ana.
Poco después de cenar, Martina se quedó dormida encima de uno de los sofás y Ana y Lucas
tomaban un té en el otro, sentados cada uno en un extremo.
- ¿Podemos seguir con la sesión? – preguntó Ana.
- Sí, doctora, dígame, ¿qué más quiere saber?
- ¿Cómo os conocisteis?
- Pues, por lo que me explicó Mónica, poco después del accidente tuvo que
empezar a trabajar. Al parecer su padre tenía algunas deudas y la venta de la casa únicamente
sirvió para cubrirlas. Se fue a vivir con sus abuelos, pero por desgracia solo contaban con una
pequeña paga, así que dejó los estudios y tuvo que buscar empleo. Encontró trabajo en una de las
librerías del aeropuerto. Yo iba a comprar ahí el periódico algunos días, antes de empezar mi
turno. Al principio lo compraba semanalmente y no tardé en ir a diario, claro… El caso es que
me costó convencerla para salir a tomar algo, hasta que conseguí que saliéramos a cenar. Y
bueno, una cena llevó a otra y a otra…y en unos meses se mudó a vivir con nosotros. No tardé
mucho en pedirle que se casara conmigo. La ceremonia fue muy muy íntima, únicamente asistieron
mi hermano y su abuelo, que aún vivía, el pobre murió pasados tres meses. Pocos días después de
la boda, Alberto consiguió alquilar una habitación en los pisos para estudiantes cerca de la
Universidad para que disfrutáramos de más intimidad. Y unos meses después, Mónica se quedó
embarazada. Yo no pensé que fuera aún el momento, éramos demasiado jóvenes, pero era tal el
entusiasmo que ella mostraba cuando hablaba del tema que no tardó en convencerme. ¡Era tan
feliz mirando cómo le crecía la barriga!
- Ya me la estoy imaginando… Mónica siempre había sido muy familiar, adoraba
a los niños...
- Hay algo más que tampoco le he contado a nadie y bueno, es algo que me da
vergüenza pero…
- No me lo cuentes si no quieres.
- Al conocer el embarazo… es que doctora, estoy embalado ya…
- Prosigue, prosigue…. Ábrete y expulsa esa vergüenza… la que no tienes, por
cierto…
- Ja. Ja.…. Pues como le estaba diciendo, al conocer el embarazo Mónica empezó
un álbum de fotos que acabó siendo una especie de diario. Al inicio solo enganchaba fotos de su
barriga, ecografías o algunas fotos de los dos juntos. Pero creo que cuando supo el riesgo que
corría empezó a escribir en él. Sé que lo hacía pero ella lo ocultaba. Según me decía, ese libro
era privado entre ella y su bebé. A mí me resultó gracioso y pensé que era cosa de las hormonas.
Pero más tarde lo comprendí. Estaba escribiéndole a su hija y puede que a mí también.
- No entiendo por qué te da vergüenza eso…
- No he acabado doctora…
- Perdón.
- Después de seis años, aún no he sido capaz de abrir el álbum. Conozco algunas
páginas iniciales, pero no sé qué escribió en él y no he tenido ni tengo el valor para ojearlo. Hay
noches en las que me atrevo a cogerlo, decidido a abrirlo, pero acabo dormido en el sofá
abrazado al álbum, todavía cerrado.
- No te tiene que dar vergüenza algo así…
- Ana, después de tanto tiempo sigo ahí estancado, han pasado seis años y no he
sido capaz de pasar página, debería rehacer mi vida pero aún me siento atrapado en aquellos
angustiosos días. No quiero olvidar nunca a Mónica, es la madre de mi hija, pero no puedo seguir
pasando la noche abrazado a un álbum que no puedo abrir.
- Vale, a mí también me daría vergüenza.
- Menos mal, los cinco años de carrera universitaria han servido para que lo
acabe comprendiendo, doctora – Lucas le guiñó el ojo mientras sonreía con picardía.
- Bien, Lucas, he analizado bien tu situación y este es mi diagnóstico: mi querido
paciente, tienes un miedo atroz a volver a pasar por el mismo dolor. Me dijiste una vez que las
mujeres huían de ti por ser padre. No, perdona pero no. Eres tú quién huye de las mujeres. Dime,
seguro que normalmente buscas compañía femenina en bares nocturnos, discotecas y te atraen
mujeres modernas, independientes y que no quieren ataduras, en definitiva, el perfil de mujer que
no quiere un viudo o separado con hijos. De esa forma te aseguras el no. Tenéis algún que otro
encuentro sexual y si te he visto no me acuerdo. Y tú tienes la excusa de que no encuentras a la
mujer adecuada porque huyen de ti pero en realidad lo que has conseguido es evitar volver a
sufrir y seguir con tu vida de viudo y padre solitario que aunque a veces es triste y aburrida, no es
tan dolorosa.
- Joder – Lucas la había estado mirando absorto con los ojos abiertos como platos
–, es usted buena de cojones.
- Y no abres el álbum para no tener luego que cerrarlo porque sabes que entonces
acabará aquel episodio de tu vida. Y, lo que te da más miedo es que eso supondría tener que abrir
otro. Lucas, ¿quieres o no quieres volver a tener un hijo?
- Sí, me gustaría.
- Y ¿vas a alquilar un vientre o piensas buscar una mujer de quién enamorarte?
- Lo del alquiler no es mala idea… - se tocó la barbilla haciéndose el interesado.
- Lucas…
- Sí, sí… debería buscar a alguien.
- Pues, piénsalo porque como dijo Alfred Tennyson “Es mejor haber amado y
perdido que jamás haber amado”.
- Toma ya… ¿y tú te dedicas al diseño?
- Creo que debes empezar a llamar a otras puertas, buscar a mujeres en otros
ambientes, por ejemplo, vecinas, madres de amigas de Martina, mamás en parques infantiles,
compañeras de trabajo… mujeres a las que no les importe que seas padre. Lucas, debes
desinhibirte…
- ¿Qué debo hacer qué?
- Madre mía con el agente de seguridad… déjate llevar, suéltate el pelo y
arriésgate…- y mirándose el reloj dijo asustada – y ¡por Dios! vete ya pesado, son casi las once,
tengo que recoger y volver a mi piso.
- ¿Las once? – Lucas se levantaba de un brinco - Te ayudo a limpiar y nos vamos.
Mientras Lucas guardaba los rotuladores que Martina había dejado tirados junto a la pizarra,
recordó que había prometido a su hija ir al Acuario el día siguiente y durante unos minutos se planteó la
posibilidad de invitar a Ana. “¿Se lo digo? ¿Querrá venir? Sería divertido, eso seguro y Martina estaría
encantada, pero ¿la agobiaremos?”.
- Ana – no quiso pensarlo más, su psicóloga particular acababa de recomendarle
que se desinhibiera –, mañana vamos al Acuario. ¿Te vienes con nosotros?
- ¿Al Acuario?.. es verdad, se lo prometiste a Martina.
- Va, te llevo a tu apartamento y mañana te recojo a las diez. Ya te traeré de vuelta
aquí por la tarde. Ven, sabes que a Martina le alegrará mucho.
- Bueno, vale, iré.
Cuando volvían en el coche, Ana miró de reojo a Lucas y se giró para contemplar con
dulzura el rostro dormido de Martina. Y pensó en cómo su vida había dado un giro de 360 grados: hacía
apenas unos meses se irritaba con facilidad por culpa de la tensión imposible de controlar, odiada en su
trabajo y con el único objetivo de huir a Nueva York y separarse de su tía y Sandra. Y ahora, estaba ahí,
en paz consigo misma, con su pasado, enormemente encariñada con aquella niña que le había robado el
corazón, respetada por su compañeros y haciendo nuevos amigos como Lucas y Alberto.
- ¿En qué piensas? – le preguntó él al percibir su mirada ausente.
- Si no hubiese recibido la carta de Mónica, ahora mismo estaría en Nueva York,
sola, sin Helena, sin Sandra y perdiendo la gran oportunidad de estar con tu hija.
- Le has cogido cariño ¿verdad?
- Ufff… sí, muchísimo.
- Ella también a ti. Te admira mucho.
- Es maravillosa… en eso se parece a la madre, claro.
- ¿Al padre no?
- No, de hecho ¿estás seguro de que es tu hija?
- ¡Ja! qué graciosa… Ya hemos llegado, mañana estamos aquí a las diez. Buenas
noches Ana. Y gracias por todo, me has ayudado mucho, lo necesitaba realmente.
- Nos hemos ayudado mutuamente - y salió del coche mientras le dirigía una
sonrisa-. Buenas noches Lucas.
El resto del recorrido resultó igual de fascinante y los continuos comentarios ingeniosos
entre Ana y Lucas hicieron de aquella visita una experiencia muy divertida. A primera hora de la tarde,
Martina se despedía de Ana en la puerta de su casa.
- Mañana empiezas el cole Martina. Ya me contarás cómo te ha ido, ¿vale?
- ¿No nos veremos hasta el sábado? – la niña la miraba con expresión de pena.
- No lo sé cariño, pero tu papá irá a recogerte a la escuela por la tarde todos los
días y podrás estar más tiempo con él, como tú querías.
- Ya, pero también quiero verte a ti y a Helena.
- Si quieres Ana, podrías ir a buscarla a la escuela un par de días a la semana y
pasar un rato juntas – sugirió Lucas.
- Sí, Anabel, sí, por favor – Martina daba saltos de alegría.
- Vale, podría ir el miércoles y el viernes así podemos continuar con nuestra tarde
de chicas con Helena y Sandra.
- Pues quedamos así. De todas formas, ya nos llamamos o nos escribimos a la hora
del baño – Lucas se despedía.
AGUJETAS EN EL CORAZÓN
Ana y Alberto habían acordado verse el lunes siguiente por la mañana para acabar de
concretar algunos asuntos relacionados con la escritura de constitución de la nueva compañía. Mientras la
recepcionista la acompañaba al despacho de Alberto, Ana pudo saludar brevemente a Sandra, que estaba
mordiéndose las uñas mientras leía un informe en la pantalla de su ordenador.
- Buenos días, guapetona. Tranquila que te irá bien, ya verás.
- Sí, sí…. Vale. Gracias Ana – Sandra apenas giró la cabeza para mirarla y siguió
rechinando los dientes a la vez que los rozaba con las uñas.
En ese instante Héctor dio unos golpecitos en el marco de la puerta para llamar la atención
de Alberto.
- Perdonad que os interrumpa. Alberto, necesito que me firmes estos documentos.
- Sí, pasa Héctor. Te presento a Ana. Además de ser una buena clienta, también es
una buena amiga y tía de mi sobrina.
- Me encanta que digas eso Alberto – le sonreía Ana mientras estiraba su mano
para estrecharla con la de Héctor –. Encantada.
- Él es Héctor, fue compañero en la universidad y se ha incorporado hace poco al
bufete.
- Hola Ana. Un placer conocerte. Creo que ya te había visto alguna vez por aquí.
Entonces ¿tía de Martina?
- Sí - respondió Alberto -, se puede decir que sí, casi hermana de Mónica – y
dirigiéndose a Ana continuó explicando–. Héctor apenas conoció a Mónica pero sí a Martina, ha
pasado noches conmigo estudiando mientras la acunábamos.
- Sí, por cierto, a ver si me la traes un día, debe estar hecha una jovencita.
Prometo no pedirle el teléfono.
- Ni se te ocurra… - Ana se reía de la expresión divertida del abogado.
- Cuidado con Héctor, es un mujeriego empedernido – le advirtió Alberto.
- Alberto, por favor, ¿qué impresión va a tener Ana de mí?
- Siempre es mejor que la primera impresión sea mala, así cuando vas conociendo
a la persona te va sorprendiendo positivamente – Ana le guiñó un ojo a Héctor dejándolo
descolocado.
- ¿Entonces puedo preguntarte si estás casada, tienes novio o algún compromiso
similar?
- Sí, no, no y sí.
- ¿Sí estás casada?
- Sí, puedes preguntar, no, no estoy casada, no, no tengo novio y sí podría decir
que Martina es un compromiso similar.
- Alberto, me gusta la tía de tu sobrina – Héctor la miraba de arriba abajo
maravillado por su belleza y su desparpajo.
- Ana, no le des cuerda a este hombre…
- Bueno, os dejo que sigáis trabajando – Héctor se acercó a Ana y cogiendo su
mano la besó en el dorso–. Un inmenso placer, Ana.
Y después de varias risas y comentarios sobre Héctor, Ana y su abogado se pusieron manos
a la obra. La empresa pronto se daría de alta y los contratos de los trabajadores debían redactarse lo
antes posible. Ana ya había visitado varios locales con el agente inmobiliario amigo de Alberto y
algunos clientes potenciales ya se habían comprometido con ella para trabajar en algunos proyectos. Sin
ninguna duda, faltaba poco para que Ana hiciera realidad su gran sueño.
Hasta ese instante Lucas no se había percatado de la belleza de esa joven. Debía tener unos
25 o 26 años. Melena larga y morena con reflejos azulados, ojos vivos y negros como el azabache que
contrastaban con su tono de piel blanquecino. Su expresión alegre y risueña era propia de una maestra de
escuela, capaz de mantener su sonrisa durante varias horas frente a veinte diablillos menudos.
- Encantado Sonia. ¿Eres nueva este año? No recuerdo haberte visto antes por
aquí.
- Sí, este es mi primer año en esta escuela.
- Bien, pues bienvenida.
- Papá, hoy hemos hecho un dibujo sobre la familia y te he pintado muy guapo.
- Sí, Martina dibuja muy bien – Sonia le dedicaba una gran sonrisa a la niña–. Vas
a ser una gran dibujante.
- Sí, Anabel me enseña, ella dibuja muy bien.
- Anabel es… es su tía – le aclaraba Lucas.
- ¿Anabel es la mujer que has dibujado junto a tu tío, Martina?
- Sí, mi papá, mi tío Alberto, Anabel y Helena son mi familia.
- Pensaba que era su mamá – Sonia miraba a Lucas con curiosidad.
- Su madre murió al dar a luz, Alberto es mi hermano, Anabel amiga y casi
hermana de su madre y Helena es tía de Anabel. Es algo extraño, pero todos queremos y
cuidamos mucho de Martina, ¿a que sí hija?
- Sí, papá.
- Está bien saberlo Lucas – explicaba Sonia–. Me gusta conocer el ambiente
familiar que viven mis alumnos, dice mucho de su comportamiento y del ritmo de aprendizaje.
- Sí, la familia es lo más importante. Vamos Martina, no deberíamos entretener
más a Sonia.
- No hay problema, de hecho yo ya me iba, os acompaño.
Lucas y Sonia caminaban lentamente hacia el exterior del recinto mientras Martina corría
alrededor de ellos. Sonia le explicaba las razones por las que decidió dedicarse a la enseñanza y lo
mucho que aprendía de los niños como Martina. A Lucas le pareció encantador el entusiasmo que
mostraba y cómo era capaz de mantener la sonrisa mientras hablaba. Sonia lo acompañó finalmente hasta
donde había aparcado su coche y una vez allí se despidieron amablemente.
Aquella primera tarde de escuela Lucas llevó a Martina a su pastelería favorita y ella le
prometió que al día siguiente le mostraría la crepería donde tantas tardes había pasado con Anabel y
Helena.
Por la noche, durante la hora del baño, Lucas no podía esperar más. Sin entender muy bien el
por qué sentía la tremenda necesidad de explicarle a Ana las anécdotas del día, de bromear con ella o
simplemente llevarle la contraria por pura diversión. Ese día había pensado mucho en ella, cada vez que
alguien mencionaba la palabra psicólogo, cuando algún pasajero le comentaba a otro los avances en la
reforma de su casa, incluso ese día le pareció que había visto más personas de lo habitual llevando
grandes carpetas de dibujante… y es que nunca antes se había sincerado tanto con alguien y con ella
había logrado compartir lo que sufrió antes y después de la muerte de Mónica. Hablar con Ana le había
liberado de esa terrible sensación de haber abandonado a su mujer, de no recordarla lo suficiente, de no
llorarla… y lo increíble es que Ana lo había conseguido haciéndole reír y llorar a la vez. Tenía ganas de
volver a jugar con ella, de mantener ese astuto intercambio de palabras, bromas y risas que tan especial
le hacía sentir. Y ese día lo que más le divertía era pensar en cómo iba a explicar a su psicóloga su
encuentro con la nueva profesora de Martina.
“Hola Ana. Hora del baño. ¿Estás disponible o tenemos que pedir cita?”
A Lucas no dejaba de sorprenderle la imaginación de Ana, le hacía reír como nadie antes lo
había logrado.
“3”
“Dígame ¿en qué podemos ayudarle?”
“Señorita, la lavadora ha perdido la conexión con el wifi.”
“Señor, usted debió marcar el número 1. Le paso con nuestra psicóloga. Hola Lucas.”
“Hola doctora.”
“Antes de continuar con la sesión dale muchos besitos a Martina, dile que hoy la eché de
menos.”
“Besos para ti también de su parte. Ella se acordó mucho de ti. Mañana me quiere llevar a
merendar a vuestra crepería favorita.”
“No dejes de pedir la crepe con chocolate y plátano, está de vicio.”
“Mmmmm, ya se me hace la boca agua.”
“¿Y cómo ha ido el primer día de cole?”
“Está muy contenta. Pero yo lo estoy aún más, aunque eso debo hablarlo con mi psicóloga.”
“Sí, estoy aquí Lucas, respira hondo y abre tu mente. Explícame de qué estás tan contento.”
“Verá doctora, estoy siguiendo sus instrucciones al pie de la letra y hoy, gracias a llegar
tarde, he conocido personalmente a la profesora de mi hija y con ella dan ganas de desinhibirse…”
“Lucas, Lucas… haces grandes avances. A ver, explícame lo sucedido.”
“Es su tutora, se llama Sonia, es muy guapa y muy simpática. Hemos estado un rato hablando
y me ha acompañado hasta el aparcamiento. Como usted me dijo, estoy buscando en otros ambientes más
apropiados.”
“Bien, Lucas, veo que me escuchas y eso que no lo parecía…Y ¿has pensado en cuál será el
siguiente paso?”
“Por ahora, seguiremos acercándonos poco a poco… estas cosas hay que hacerlas con
calma, ¿no le parece doctora?”
“Sí, estoy de acuerdo.”
“¿Algún consejo?”
“Sí, llega tarde de vez en cuando, pero no siempre, puede pensar que es un defecto y lo que
queremos es causar buena impresión ¿no es así?”
“Sí, doctora… seguiré su consejo. Voy a tener que dejarla porque mi hija comienza a
enfriarse.” Buenas noches Ana.”
“Buenas noches Lucas.”
El miércoles por la tarde, Ana esperaba impaciente en la puerta del colegio con unas ganas
tremendas de abrazar a Martina. Estar rodeada de otras madres fue una sensación insólita para ella pero a
la vez estaba resultando muy reconfortante. Tener hijos no había sido nunca una de sus prioridades, su
instinto maternal siempre estuvo apagado o fuera de cobertura, pero estar allí, nerviosa, esperando el
abrazo de su niña, deseando sentir su olor, admirar su sonrisa y acariciar su rostro era lo más
emocionante que había vivido jamás. Sabía que Martina estaba revolucionando su interior, todo ese auto-
control que durante años la dominó se estaba desplomando, dando paso a la espontaneidad, la diversión y
la ingenuidad. Cuando los niños iban saliendo con sus respectivos profesores buscó inquieta a Martina
entre ellos, hasta que la reconoció en un grupo encabezado por una maestra joven. Aunque sentía mucha
curiosidad por ver a Sonia, la nueva profesora de Martina, Ana solo tenía ojos para contemplar a su
pequeña que corría hacía ella con una gran sonrisa.
- ¡Anabel! – Martina la abrazaba por la cintura con fuerza – Tenía muchas ganas
de verte.
- Martina, cariño, yo a ti también – Ana notaba cómo sus ojos se humedecían de la
emoción. Se agachó para besarla en la mejilla y acariciar su rubio cabello-. ¿Cómo ha ido hoy el
colegio? ¿Has aprendido algo?
- Sí, hemos empezado a hacer restas.
- Muy bien, este fin de semana me enseñas lo que sabes en la pizarra grande
¿vale?
Mientras se alejaban Ana pensó en lo agradable que le había parecido Sonia, reconociendo
además que la chica era tan guapa como Lucas le había descrito, lo que le provocó una inmensas ganas de
compartir con él lo sucedido, continuando con el juego de la doctora y el paciente que tanto les hacía reír.
Pasaron una tarde divertida merendando y paseando por el parque hasta las ocho, hora acordada con
Lucas para llevar a Martina a su casa. Lucas había aprovechado la tarde para ir al supermercado y las
esperaba impaciente mientras preparaba la cena.
- Hola chicas – Lucas las recibía sonriente.
- Papá… - Martina corría a sus brazos – Hemos merendado chocolate y croissant
y luego hemos paseado por el parque.
- Muy bien. Entonces lo habréis pasado bien – y mirando a Ana que permanecía
quieta y vergonzosa en el rellano de la escalera la animó a entrar –. Pasa Ana, no te quedes ahí.
- Es tarde Lucas. Tienes que bañar a Martina y prepararle la cena, no quiero
molestar.
- Pues ahora que lo dices, me has dado una idea ¿Qué te parece si la bañas tú
mientras yo acabo de cocinar y luego te quedas a cenar?
- ¿Bañarla yo? – Ana se sorprendió del ofrecimiento, esa era una experiencia
nueva para ella y se asustó.
- Vamos, entra – Lucas se hizo a un lado para que ella se adentrara en el salón -
No te preocupes, es fácil, simplemente tienes que estar a su lado asegurándote que utiliza el
jabón, lavarle el pelo y secarla bien. Para nosotros es el mejor momento del día. Créeme, tienes
que probarlo.
- Ufff… ¡Qué nervios! – Martina la agarraba empujándola hacia su habitación –
Martina me tienes que enseñar cómo se hace.
- Sí, tranquila Anabel, yo te ayudaré – intentaba tranquilizarla.
- ¡Vaya con la empresaria diseñadora e independiente! Hemos conseguido
asustarla por un simple baño – Lucas rompió a reír.
- ¡Ja! Qué graciosillo. No te burles, sabes que esto es nuevo para mí.
- Sí, lo sé… Ahora estás en nuestro terreno, o sea que déjate llevar y confía en
nosotros.
En la segunda cucharada Ana tuvo que admitir que efectivamente era el caldo más sabroso
que había saboreado jamás y cuando se acabó el plato pidió repetir hasta dos veces, aunque para que él
le sirviera Ana tuvo antes que reconocer lo buen chef que era Lucas.
- Sí, chef, sí…eres el mejor chef que conozco y naturalmente eres el Rey del caldo
de pollo casero.
- Así me gusta…. Ya te dije que te arrepentirías por dudar de mí.
Cuando los tres acabaron sus platos de pescado y recogieron la mesa, Ana y Lucas se
sentaron en el sofá para tomar un té, mientras Martina jugaba tranquila con sus muñecas.
- Ana, tengo que agradecerte que hayas conseguido que Martina coma más fruta,
verdura y pescado. Desde que visitáis los mercados y prueba los alimentos sin miedo come
mucho mejor. Lo que no he conseguido yo en años lo has hecho tú en pocas semanas.
- Supongo que eso sucede a menudo, hacemos más caso a un extraño que a
nuestros propios padres, a pesar de que nos dijeran lo mismo en numerosas ocasiones.
- Sí, cierto…aunque tú no eres una extraña para Martina – después de un largo
sorbo de té, Lucas la sorprendió–. Y ahora ¿estás preparada para acostarla? Tienes que estar un
rato a su lado y contarle algún cuento o…. si quieres, la historia de las niñas del parque, como
ella la llama.
- ¿Puedo? – Ana volvía otra vez a estremecerse de los nervios. Aquel día estaba
siendo desbordada por un torrente de emociones.
- Claro – Lucas se divertía con la inquietud que Ana mostraba–. Martina, ya es
tarde, tienes que ir a dormir. Hoy te acostará Anabel ¿te parece bien?
Martina aplaudía contenta mientras dejaba sus muñecas y tomaba la mano de Ana. Ya en su
habitación, la niña se tumbó en la cama esperando que Ana le tapara con la sábana.
- Anabel, ven aquí conmigo – la niña la invitaba a que se estirara junto a ella-.
¿Me cuentas vuestra historia? Por favor…
- Vale, cariño - decía mientras se acurrucaba a su lado a la vez que la tapaba.
Una media hora después, Lucas veía salir a Ana de la habitación de su hija con los ojos
llenos de lágrimas e intentando controlar el llanto. Permaneció en silencio mientras la seguía con la
mirada. Ana se sentó al otro lado del sofá, apoyó su cabeza en el respaldo, suspiró abiertamente y cerró
los ojos.
- ¿Qué pasa Ana?
- Yo… - las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
- Espera, no digas nada – y sorprendiendo a Ana, Lucas cogió sus pies, le quitó
los zapatos y la tumbó en el sofá, haciendo que su cabeza cayera sobre el reposabrazos.
- Pero ¿qué haces?
- Calla, espera… - se levantó rápidamente y arrastró una silla hasta la altura de la
cabeza de Ana y se sentó en ella – Ya, a ver Ana, respira hondo, abre tu mente y cuéntame qué es
lo que te pasa.
- Lucas… - Ana esbozó una sonrisa y tras respirar hondo continuó–. Verá doctor…
no sé cómo explicarlo, son demasiados años de auto-control y compartir mis sentimientos es algo
que llevo evitando mucho tiempo… Antes de que mis padres murieran yo era muy alegre,
divertida, soñadora y muy romántica. Mónica y yo imaginábamos nuestras vidas en el futuro,
hacíamos nuestros planes, ella quería ser médico y yo seguir los pasos de mi padre y dedicarme a
algo relacionado con la fotografía o el dibujo. También soñábamos con enamorarnos, casarnos y
tener hijos. Pero, por mi culpa todos aquellos sueños se desvanecieron, nuestros padres murieron
y yo ya solo podía sentir dolor, mucho dolor y culpa. Desde los dieciocho años he estado
huyendo de todo lo que me pudiera emocionar como castigo por el sufrimiento que causé. He
creado una coraza a mi alrededor que no me ha permitido ser yo misma, ni vivir la vida que yo
hubiese deseado, y con los años me volví más irritante, exasperante e insoportable. Bueno, que le
voy a decir doctor que no haya visto ya…
- Sí, Ana, sí… pero prosigue, prosigue…
- He tenido solo dos relaciones amorosas medio serias que acabaron fatal porque
no me soportaban. Apenas duraron cinco o seis meses cada una. Y, naturalmente, la idea de tener
hijos nunca me pasó por la cabeza, ni tan siquiera he tratado con nadie que los tuviera. Las únicas
personas a las que he querido y quiero son Sandra y Helena. Podría decir que solo ellas me han
conocido como realmente soy y aun así han sufrido mi mal humor y mis gritos. Y ahora… - Ana
tuvo que parar de hablar, el llanto no la dejaba continuar.
- Tranquila…
- Ahora, bueno, ya sabes, la carta de Mónica lo cambió todo. Empecé a recordar
quién era y de pronto esa coraza se rompió. Lo que no había llorado en años lo he llorado estas
últimas semanas – Ana se reía mientras se limpiaba las lágrimas.
- Sí, de eso doy fe… pero eso no es malo, todo lo contrario.
- Es tan amplio el catálogo de sensaciones que estoy viviendo después de tantos
años que debo tener agujetas en el corazón.
- Agujetas en el corazón… ¡qué profundo! – Lucas le dirigió una sonrisa burlona.
- Doctor, conocer a Martina está resultando maravilloso. Mis emociones están
montadas en una montaña rusa, suben o bajan, ríen o lloran, sienten júbilo o se aterran de miedo.
Jamás pensé que se pudiera querer tanto a alguien. Esta tarde estaba en la puerta del colegio,
esperando impaciente la salida de Martina y cuando me abrazó me sentí más afortunada que
cualquiera de las madres que me rodeaban en ese momento. Y esta noche, bañarla, lavarle el
pelo, peinarla, arroparla y contarle un cuento ha sido increíble, pero… tengo mucho miedo Lucas,
mucho…
- ¿Por qué?
- ¿Y si no soy una buena tía para ella? ¿Y si todas estas emociones que están
aflorando me superan y exploto? ¿Y si no soy capaz de controlarlo? ¿Y si yo realmente no fuera
la niña de antes y la verdadera yo fuera la irritante e insensible? ¿Y si le vuelvo a hacer daño a
Martina?... Lucas, no me lo perdonaría y yo volvería a sufrir, a castigarme, a colocarme esa
coraza… y no sé si podría soportar pasar por lo mismo otra vez, ya no, antes no tenía nada que
perder pero ahora es todo distinto, ahora tengo demasiado que perder…
- Ana, estás a punto de conseguir tu propósito de tener tu propia empresa, estás
recuperando tu personalidad, estás rodeada de gente que te quiere y te admira… todo eso supone
un riesgo, claro, porque todo eso que te importa también te puede hacer sufrir, pero en eso
consiste vivir, hay que arriesgar. No hace demasiado tiempo que te conozco, pero yo veo que eres
esa niña divertida, alegre y comprensiva que Mónica me describió. Aquella super-heroína que
defendía a la niña asustada está todavía dentro de ti, Martina la ha visto, para ella tú eres
“Anabel la valiente”. Yo creo que lo estás haciendo muy bien con ella, eres mucho más que una
amiga que la lleva a merendar lo que le apetece, tú eres su referente, aprende de ti, le
aconsejas… No tienes nada que temer, Ana, solo continua así y sigue siendo tú misma.
- Muchas gracias doctor – Ana le miraba agradecida.
- Espera que veas la factura de la visita…
E inevitablemente los dos se echaron a reír. Ana había conseguido por fin expresar sus
miedos, sus inquietudes, había compartido sus sentimientos y eso la ayudó a sentirse mejor.
- Gracias Lucas, de verdad, gracias por dejar que forme parte de la vida de
Martina.
- No me tienes que dar las gracias, el cariño de Martina te lo has ganado tú sola.
Además, ahora no solo sé que es bueno para ella, también sé que eso era lo que quería Mónica y
si una madre es capaz de confiar su hija a alguien es porque ese alguien lo merece.
- Gracias, de verdad… - Ana se reincorporó, se colocó los zapatos y se levantó –
Doctor, es tarde, vamos a tener que finalizar la sesión.
- Sí, mañana hay que trabajar.
El jueves por fin había llegado y Sandra, con los nervios a flor de piel, esperaba sentaba en
un pupitre que le entregaran las hojas del examen. Necesitaba acabar aquella agonía, esos días de
encierro la estaban matando y a pesar de que Alberto y ella decidieron salir a correr por las noches para
calmar tensiones, ella continuaba recriminándole sus correcciones o sus exigencias. Ahora que ya estaba
a pocos minutos de acabar con aquel infierno, Sandra recordaba a Alberto en la entrada de su
apartamento, con la maleta en la mano, preguntándole “¿Esta vez vas a confiar en mí?”. Ha sacrificado
días de vacaciones, ha madrugado para avanzar trabajo en el bufete, ha estado llegando a su apartamento
antes que ella para prepararle la comida, ha salido a comprar para llenar su nevera, ha lavado y
planchado su ropa y lo más importante, ha aguantado como nadie sus reproches y sus insultos. Y todo lo
ha hecho por ella, porque él sabía que era eso lo que ella necesitaba y aunque no se lo hubiese pedido, él
lo hubiese hecho igual. Definitivamente amaba a Alberto, ese mandón sabelotodo le había robado el
corazón y lo que más ansiaba era acabar ese examen y devolver a su rubiales toda la atención, paciencia
y mimo que él le había regalado durante esos días.
Al cabo de una hora salía satisfecha del aula. Al igual que en las dos anteriores pruebas,
había conseguido responder con seguridad a todas las preguntas y estaba confiada en aprobar. Tal y como
prometió a Alberto, le envió un mensaje para explicarle como le había ido.
“Ya he acabado, ha ido muy bien. Te espero en casa. Esta noche cocino yo”
Alberto, a pesar de estar en una reunión de socios no pudo evitar ojear el móvil, estaba
esperando ansioso noticias de Sandra. Con disimulo le respondió.
“Esa es mi pelirroja. Estoy en reunión y puede que salga algo más tarde, pero llegaré para
cenar”
Sandra nunca había sido muy dada a mostrar y expresar sus sentimientos, sobre todo a los
hombres, pero sentía la necesidad de abrirle el corazón, de devolverle todo el amor que él demostraba y
emocionada y nerviosa fue capaz de escribir aquellas palabras.
“Rubiales, te quiero”.
Alberto, emocionado, sintió ganas de gritar de alegría en medio de la sala. Sabía el esfuerzo
que suponía para Sandra declarar sus sentimientos y consideró que con ese breve texto su pelirroja ya le
había agradecido con creces la ayuda que él le había prestado.
Aquella tarde de trabajo fue más complicada de lo normal, las múltiples reuniones de socios
y clientes se habían alargado hasta las nueve de la noche y Alberto estaba desesperado. “Precisamente
hoy…”. A las nueve y media saltaba los cuarenta escalones de dos en dos, como tantos otros días había
hecho, empujado por el deseo de besar a su pelirroja. Al entrar escuchó una leve música romántica de
fondo y sonrió al aspirar el aroma de las velas que inundaba todo el salón. La mesita para dos había sido
cuidadosamente preparada con dos platos, copas, cubiertos y un pequeño jarroncito con una rosa roja y
una margarita amarilla. Aquel detalle hizo reír a Alberto a la vez que sentía un gran vacío en su estómago
al percibir el olor a cordero asado. Hasta que no se adentró más en el salón, no pudo ver la figura de
Sandra recostada en el sofá. Se había quedado dormida. Aunque llevaba puesto un delantal, Alberto pudo
adivinar que debajo de éste su cuerpo desnudo solo estaba cubierto por el conjunto turquesa e
inmediatamente sintió cómo su erección crecía apretándole los pantalones. No creía poder resistir más su
deseo de volver a besarla y de notar cómo todo su menudo cuerpo se estremecía en sus brazos mientras
hacían el amor, pero ver su rostro sumido en un plácido sueño le enterneció y sin hacer ruido se quitó la
americana y los zapatos, la tomó en brazos a la vez que besaba su frente y la llevó hasta la cama. Una vez
allí y antes de soltarla, Sandra lo sujetó con fuerza por los brazos y lo tumbó al otro lado del colchón,
sentándose sobre él.
- ¡Ehh…rubiales! ¿Pensabas que te ibas a librar?
- Sandra, por Dios, qué susto me has dado.
- Noto que ya has visto lo que llevo debajo del delantal… - le susurraba al oído
mientras con su cuerpo rozaba sus pantalones.
- Tenía tantas ganas de llegar que ya no me puedo contener… tendremos que dejar
el cordero para luego… - Alberto le retiraba el delantal mientras besaba su cuello.
- Hoy sigo a tus órdenes, mandón sabelotodo…
Con un solo gesto, Alberto consiguió reincorporarse manteniendo a Sandra sentada sobre él
y sujetándole la cara con las dos manos consiguió llamar su atención. Sandra lo miraba fijamente,
sonriente, feliz y en silencio, mientras Alberto la acariciaba con extraordinaria delicadeza.
- Sandra, yo también te quiero.
Y la besó rozando suavemente sus labios mientras Sandra notaba cómo las lágrimas le
resbalaban por la cara. Hicieron el amor con una especial dulzura, lentamente, sintiendo cada roce, cada
acaricia, cada beso, dejándose llevar por el amor que los dos sentían.
Minutos después, cenaban en la mesita del salón, rodeados de las velas aromáticas que
Sandra había colocado para sorprender a su rubiales y después de comentar las preguntas del examen,
hablaron sobre Ana y Lucas.
- Esta tarde estuve con Ana. Me ha explicado que acordó con Lucas que ella iría a
buscar a Martina al colegio el miércoles y el viernes, así los viernes por la tarde podemos
continuar con nuestra “tarde de chicas”.
- Muy bien. Es buena idea que repartan los días para estar con Martina, parecen
unos padres divorciados… padres divorciados “con derecho a roce” – Alberto se echaba a reír.
- Alberto, yo no le veo la gracia. Lo van a pasar mal, lo sabes.
- Sí, sí… lo sé.
- ¿Sabías que pasaron el fin de semana juntos?
- Sé que Lucas estuvo ayudándola en la casa el sábado ¿También fue el domingo?
- No, el domingo por la mañana fueron los tres al Acuario. Pero me ha dicho Ana
que el sábado acabaron cenando en su casa, estuvieron juntos todo el sábado. Y eso no es todo,
Lucas le estuvo hablando de Mónica y se desahogó con ella… Ana no me ha querido explicar
más, dice que debe respetar la intimidad de su paciente… Pero es que ayer también estuvieron
cenando en casa de Lucas, él dejó que Ana bañara y acostara a Martina… No sé, Alberto, estos
dos están jugando con fuego.
- Pero eso es bueno Sandra, yo estoy convencido de que acabarán juntos, son tal
para cual…
- Alberto, Ana le animó a que conociera a mujeres más adecuadas para él porque
Lucas quiere volver a ser padre… pero es que tu hermano, el muy imbécil, ya se ha fijado en la
profesora de Martina, le va pidiendo consejo a Ana y ella, la muy tonta, le ha empujado a que la
invite a cenar este sábado… esto va a acabar mal Alberto.
- ¿En serio? Mi hermano está ciego…y ¿qué dice Ana?
- Ella está empeñada en ser su cuñada y ayudarle… pero a mí no me engaña, no…
- ¿Por qué?
- Alberto, Ana nunca se hubiese insinuado a un hombre y acostado con él solo por
sexo, como hizo con Lucas, si no es porque realmente le gusta. Los hombres tenéis más facilidad
para disfrutar solo de sexo pero para muchas mujeres no es tan fácil. Y Ana es una de ellas.
- Tenemos que hacer algo… mi hermano me matará si se entera, pero no podemos
dejar que se estrellen… aunque esta vez lo haremos con cuidado.
- Sí, sin mentiras… tan solo algunos empujoncitos.
- Sandra – a Alberto se le iluminó la cara–, acabo de pensar en cómo despertar a
mi hermano. Haremos que tenga celos, a ver cómo se lo toma…
- ¿Celos? Celos con quién.
- Tú confía en mí…
- Mientras no me hagas estudiar, yo confío en ti plenamente.
Al día siguiente Alberto y Héctor pasaron toda la mañana juntos trabajando sobre algunos
casos complicados. A mediodía salieron los dos a comer y Alberto aprovechó el momento para hablarle
de Ana y llevar a cabo su plan.
- Y dime, Héctor, ¿qué te pareció Ana?
- Pues, no solamente está increíble, además es inteligente, divertida… vamos la
mujer diez.
- Sí, es un encanto. Esta noche he quedado con ella y Lucas para cenar, también
vendrá mi novia. Ven con nosotros y así la conoces. Pero antes, tengo que ser sincero contigo
Héctor…
- ¿Qué pasa Alberto?
- Verás, a mi hermano le gusta Ana, pero está confuso y quisiera darle algún
empujón…
- Y me necesitas para darle celos…
- Exacto.
- Bueno, con Ana no me resultará difícil. ¿De verdad a tu hermano le hace falta
ayuda? Yo no la necesitaría…. Iré. Será divertido, pero te advierto una cosa… si Lucas no se
decide, atacaré yo.
- Eso ya es cosa tuya, es más, quién sabe lo que puede acabar pasando…
- Y ¿tú? Ya la llamas novia…
- Sí, no se lo digas a ella que me mataría, pero sí, ya la considero como tal… de
hecho ya estamos viviendo juntos.
- Entonces, va en serio… me alegro por ti. Aunque ya sabes lo que opino, cuando
pasas la primera fase todo se va estropeando.
- ¿No te has planteado nunca dar el paso a la segunda fase?… no es tan malo.
- Supongo que no encontré a la persona por la que me arriesgaría – y tras una
pausa continuó – Entonces esta noche para cenar, tengo ganas de conocer mejor a la tía de tu
sobrina.
- Muy bien, pues en la pizzería a las nueve.
Aquella tarde Ana volvía a esperar a Martina en la puerta del colegio. Por fin había llegado
el primer fin de semana después de empezar las clases y el ambiente era más festivo. Ana observaba
divertida como los niños corrían de un lado a otro colmados de júbilo, sonrientes y entusiasmados.
Martina recorrió los pocos metros que la separaban de Ana trotando como uno de los pequeños ponis con
los que tanto jugaba, risueña y adorable.
- Anabel, ¿hoy tenemos tarde de chicas?
- Sí, claro que sí, Helena y Sandra tienen muchas ganas de verte.
Sonia, que ya había saludado a Ana en la distancia, esperó unos minutos para acercarse a
ellas.
- Hola Ana. ¿Os importa esperar a que recoja mis cosas? Quería hablar un
momento contigo.
- Sí, sí… ningún problema, te esperamos fuera, en el parque.
Poco después, Sonia salía de la escuela y se sentaba junto a Ana en un banco situado frente a
los columpios, mientras Martina jugaba con sus compañeros de clase.
- Ana, no sé si sabes que Lucas y yo hemos quedado para cenar el sábado… -
Sonia se mostraba algo nerviosa.
- Sí, lo sé. ¿Te preocupa algo?
- Es que... verás, Lucas me gusta mucho y quisiera causarle buena impresión…
Perdona, no sé si debería hablar contigo de esto.
- Sí, tranquila ¿por qué no lo ibas a hacer?
- Pues, no he pensado hasta ahora que tal vez a ti también te guste…
- ¡Ah! No, somos amigos, pero ya está. Dime en qué crees que puedo ayudarte.
- Hemos ido un par de veces con Martina a merendar y siempre se ha mostrado
bastante reservado. No me ha hablado aún de su mujer, ni de sus planes de futuro, ni de su
familia… es como si tuviera miedo a compartir su vida privada. Tú que lo conoces mejor ¿crees
que está preparado para volver a tener otra relación seria?
- Sonia, creo que estás impacientándote. Lucas es algo reservado y sobre todo muy
cauteloso. Tiene una hija de seis años que ha criado él solo, Martina no ha tenido nunca una
madre y para Lucas ella es lo más importante. Para comenzar una relación seria, como dices,
necesita tiempo para estar seguro. Dale ese tiempo, ya verás cómo poco a poco irá compartiendo
esos aspectos privados de su vida contigo.
- Entonces, mejor que no me abalance sobre él y me controle ¿verdad? – en los
ojos de Sonia se leía la atracción física que sentía hacia Lucas y Ana no pudo evitar soltar una
carcajada–. No te rías, me da vergüenza.
- Perdona… Sí, mejor será que te controles si no quieres que salga huyendo.
- Lo que no entiendo es cómo Lucas ha podido pasar tanto tiempo sin volver a
casarse o vivir con otra mujer.
- ¿Por qué lo dices? – Ana se mostraba extrañada.
- Ha tenido que criar el solo a un bebé, le hubiese ido muy bien tener a una mujer
a su lado para hacerse cargo de Martina.
- Yo no lo veo de ese modo – Ana no daba crédito a lo que acababa de escuchar–.
¿Y si él no quería que nadie más criara a su hija y quisiera hacerlo él solo?
- Pero Ana, es un hombre…
- ¿Y? Mira Martina, bien educada, lista, alegre… si hay algo en lo que Lucas
puede necesitar ayuda femenina es para peinarla e incluso así Martina va impecable, mucho
mejor arreglada que otras niñas de su edad con madre y padre – y levantándose comenzó a llamar
a la pequeña–. Nos tenemos que ir ya, nos están esperando.
- Por favor, no le digas a Lucas que hemos hablado.
- No, tranquila, no se lo diré.
Aquella conversación había exasperado a Ana. Resultaba increíble como algunas mujeres no
eran capaces de reconocer que un hombre podía estar totalmente preparado para ser un buen padre sin la
ayuda de una mujer. Se negaba a comprender como una chica joven como Sonia tuviera ideas tan
anticuadas. Afortunadamente, encontrarse con Sandra y Helena le hizo olvidar aquella charla y poco
después ya no se sentía tan irritada.
Pasaban algunos minutos de las ocho de la tarde. Poco antes de salir del apartamento,
Alberto observaba a Sandra arreglándose frente al espejo del cuarto de baño.
- No hace falta que te pintes más, ya estás guapa al natural.
- Ya está el mandón sabelotodo al ataque… Hace tiempo que no salgo por la
noche y tengo ganas de arreglarme.
- Vale, vale… no te enfades, hoy quiero que estés contenta cuando te dé la
sorpresa.
- ¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa?
- Te lo quería haber dicho cenando a solas, pero como al final vamos a ser
multitud… toma – le entregó un panfleto con fotos del hotel–. Tengo reserva para un día de SPA y
la noche de mañana sábado. He escogido una suite con jacuzzi y piscina privada. Salimos a las
diez de la mañana, ya casi tengo la maleta preparada.
- ¿En serio? – Sandra se tapaba la boca emocionada–. Siempre he tenido
curiosidad por saber qué tipo de tratamientos hacen en estos hoteles, no he estado aún en ninguno.
Muchas gracias, me encanta… - y sin temer perder el maquillaje de los labios que tanto tiempo le
había llevado acabar de perfilar, se abalanzó sobre Alberto y lo besó apasionadamente–. Tú y yo
solos en una suite con jacuzzi… ¡vamos a hacer que tiemblen los cimientos del hotel….!!
- ¡Uauuuuu… esta es mi pelirroja! – Alberto aullaba como un lobo en celo.
- Alberto, ya que has mencionado la maleta. He pensado que podría mudarme a tu
apartamento dentro de dos fines de semana. El sábado próximo se traslada Ana y deberíamos
ayudarla.
- Me parece bien.
- ¿Tú qué quieres hacer? Es decir ¿te quedarás aquí hasta entonces?
- Si tú quieres y me aguantas…
- Sí, quiero que te quedes, siempre y cuando dejes de ser el sabelotodo mandón…
- Lo tienes claro pelirroja – le decía mientras apretaba las nalgas de ella contra su
entrepierna – Ven aquí, es una orden.
- Señor, sí señor.
Alberto y Sandra fueron los primeros en llegar al restaurante y Lucas aparecía justo cuando
ellos se sentaban.
- Hola parejita. Por fin os veo juntos.
- Sí, las últimas semanas han sido algo extrañas… pero ya vamos volviendo a la
normalidad – respondió Sandra cariñosa -. ¿Y tú, cómo estás? Con todo esto de Ana y Anabel
muchas cosas están cambiando… – Alberto le golpeó con el pie para que no continuara y Sandra
le miró enfadada.
- Sí, es verdad – Lucas se reía al notar el juego de la pareja–. Alberto, Sandra
tiene razón, pero son cambios positivos, sobre todo para Martina, está encantada con Ana y
Helena… y contigo también, ya te llama tía.
- Tienes una hija que no te la mereces – Alberto le volvía a golpear en la rodilla–.
Para ya pesado…
En ese instante apareció Ana que se había encontrado con Héctor en la puerta del
restaurante. Lucas y Sandra se sorprendieron y los dos a la vez pronunciaron su nombre.
- ¿Héctor?
- Sí, le he animado a venir. Le presenté a Ana el lunes y desde entonces no para de
hablar de ella – y guiñó un ojo a Sandra que ya había comprendido la razón de la presencia de
Héctor, aunque la idea de tenerle allí no le agradaba demasiado.
- Pero si Héctor siempre ha sido un mujeriego. Alberto, que ya sabes cómo es… -
Lucas no habría esperado ver a alguien como Héctor con Ana. “Joder, como le rompa el corazón
le corto los huevos” pensó enfurecido.
Cuando llegaron a la mesa, Héctor saludó a Lucas con un abrazo, mientras no dejaba de
mirar a Sandra de reojo.
- Héctor, te presento a Sandra – Alberto se reía divertido–, ella es…
- Su novia… soy su novia – Sandra continuó con seguridad, mostrándole a Héctor
su expresión más digna.
Alberto, que al oírle decir esas palaras la miró con gesto de sorpresa, le acarició el dorsal
de la mano y la besó en la mejilla.
- Sí, Sandra es mi novia… No lo sabe nadie en el bufete. Eres el primero en
conocer la verdad. Espero que nos ayudes a mantener el secreto.
- Y tengo que imaginar que no eres fundador de ninguna secta en la que se
prohíban móviles y alcohol… - ante aquel comentario Sandra y Alberto rompieron a reír mientras
Lucas y Ana se miraban extrañados.
Héctor comenzó a explicar la historia imitando con gestos exagerados la posición y la voz
burlona de Sandra cuando le mintió sobre la secta, haciendo que todos rieran a carcajadas, incluida la
imitada, que comenzaba a ver a Héctor con mejores ojos. Estaba resultando una grata sorpresa, era
divertido, simpático y sin el uniforme de abogado se le veía más atractivo. Ana no tardó en unirse a
Héctor adoptando ambos el papel de animadores de la fiesta, narrando anécdotas de Sandra cómo solo
Ana sabía hacer, tan elocuente y graciosa como siempre.
- No podríais llegar a imaginar las historias que ha llegado a explicar a los
hombres para quitárselos de encima. Una vez le dijo a uno que era agente de la CIA y que estaba
en una misión secreta. Consiguió convencerlo para que la ayudara a colocar un micro en una
mesa para escuchar una conversación entre dos narcotraficantes peligrosos. Sandra le dio un
chicle masticado y le pidió que lo enganchara disimuladamente y el chico lo hizo – Todos reían a
carcajadas–. Ha llegado a ser una madre que vigilaba a su hijo adolescente, una monja que se
había escapado del convento, una psicópata que necesitaba tomar su medicación, vendedora de
seguros y lesbiana muchas veces, claro, lo que a mí me ocasionaba muchos problemas, porque ya
no se me acercaba ningún hombre en toda la noche.
Mientras todos reían las aventuras de las dos amigas, Lucas admiraba a Ana con los ojos
bien abiertos para no perder un detalle de su rostro: el contorno de sus labios al reír, las mejillas
sonrojadas al sentir vergüenza, el baile de sus pestañas al parpadear, incluso pudo llegar a contar las seis
encantadoras pecas que adornaban su nariz. Anabel, que era como la veía en ese momento, era como un
circo de cuatro pistas, miraras hacia donde miraras el espectáculo era fascinante. Se estaba construyendo
un fuerte vínculo entre ellos y contemplándola Lucas deseó que esa poderosa fuerza no se quebrantara
nunca.
Ana y Héctor reían y bromeaban, pero Sandra y Alberto estaban tomando buena nota de la
expresión ensimismada de Lucas. Sandra pisó en varias ocasiones a Alberto para que él comprobara, al
igual que ella, lo que allí estaba pasando, hasta que acercándose a su oreja para besarla, Alberto le
susurró: “que sí, ya lo veo, deja de pisarme…”
Entre bromas, los cinco amigos hablaron de Martina, el ascenso de Alberto y la dura época
universitaria que los dos abogados habían vivido y de la que Lucas daba fe explicando algunas
historietas del grupo de estudiantes cuando se reunían en su casa la temporada de exámenes. Cuando
acabaron de tomar el café, todos estaban tan cómodos que no quería volver a casa y decidieron ir a beber
una copa a un bar cercano. Una vez allí, Héctor apartó a Ana para conversar más íntimamente con ella y
Sandra y Alberto comentaron la noche con Lucas.
- Parece que éstos dos se entienden bien – empezó Sandra.
- Sí, Héctor es muy divertido también, como Ana, pero, no sé… - Lucas se
mostraba inquieto.
- Pero ¿qué?... ¿no te cae bien Héctor? – inquirió Sandra.
- Sí, es buen tío, pero le he visto en acción con las mujeres y solo busca una cosa.
- Bueno, Héctor puede estar cambiando – añadía Alberto.
- Y te aseguro Lucas que Ana sabe capear muy bien a este tipo de hombres.
Además, ella puede que también quiera lo mismo que Héctor… - Sandra guiñaba un ojo a Alberto
sin que Lucas se percatara.
- ¿Ana? No, ella no es así - decía Lucas con determinación – La Ana que yo
conozco no.
- Es extraño que eso lo digas tú, precisamente…- Sandra lo buscó con la mirada -
… ¿eh?
- Pero… aquello fue distinto… - Lucas bajaba la cabeza para evitar a Sandra.
- Va, dejad ya el tema… - interrumpió Alberto, no quería presionar más a su
hermano-. Sandra, nosotros deberíamos irnos, mañana nos levantamos temprano.
- Yo también me voy, Helena me está esperando – Lucas no podía continuar allí
viendo como Héctor se acercaba tanto a Ana, empezaba a sentirse molesto y no sabía si era capaz
de controlar esa extraña desazón que se estaba apoderando de él.
Ana había recibido ya los armarios para la cocina y le había pedido a Lucas ayuda para
montarlos, a lo que accedió sin dudar. Y ese sábado a las diez, al igual que sucedió con el anterior,
Martina y Lucas se presentaban en casa de Ana. Durante unas horas Lucas se dedicó al montaje de los
muebles mientras Ana y Martina repasaban las restas en la pizarra o se entretenían con juegos de cartas.
Las dos se iban asomando por la cocina para que Martina le explicara a su padre algún juego o truco,
hasta que la niña se quedó entretenida con sus dibujos en la gran pizarra y Ana aprovechó para limpiar
los armarios ya montados.
- Muchas gracias Lucas por tu ayuda, de verdad. Está quedando precioso.
- Y ¿qué tal anoche? Parece que a Héctor le gustaste… bueno, y a ti también te
gustó él…
- Va, no será para tanto… es simpático y divertido, pero vamos a dejarlo ahí por
ahora.
- Y ¿no pasó nada más? Porque Héctor es de los que atacan a la primera de
cambio… - Lucas sentía cierta curiosidad aunque temía la respuesta y prefería no conocer
detalles.
- Pues no – Ana se echaba a reír–, debe haberlo dejado para la segunda de
cambio. Ya te contaré mañana, hemos quedado para cenar hoy.
- ¿Sí…? Vaya con Héctor, a ver si es verdad que está cambiando… ya tiene hasta
segundas citas.
- La gente madura… Y tú hoy también, poco a poco, sin precipitarte.
- ¿Pero no decías que tenía que desinhibirme? - Lucas le lanzó una sonrisa
maliciosa.
- Sí, es verdad, pero con cabeza. ¿Has pensado a dónde vas a llevar hoy a la
maestra?
- Pues no lo tengo muy claro. Hace mucho tiempo que no salgo con una mujer a
cenar.
- Hace unas semanas cenaste conmigo ¿ya no lo recuerdas o es que ya no me
consideras una mujer?
- Sí, es verdad, lo recuerdo perfectamente y sí, te sigo viendo como una mujer,
pero eras la novia de mi hermano y eso no cuenta – a Ana le divertía ver a Lucas irritado por sus
comentarios.
- Vale, por ahí te vas a librar.
- Por cierto, aquella noche cenando, me resultó extraño que fueras novia de
Alberto, no encajabais.
- ¿Sí…? ¿No estuve a la altura de tu hermano?
- No… no es eso – negó con la cabeza frunciendo el ceño-. Vaya mujer, todo se lo
toma mal... – Ana lo miraba divertida, disfrutaba con su reacción y sobre todo le gustaba estudiar
su rostro, como movía las cejas y juntaba los labios cuando se molestaba con ella -. Cuando me
explicaste que no pensabas tener familia, que estabas muy dedicada a tu trabajo, me pareció raro.
Alberto es muy familiar, adora a los niños y ya verás como no tardará en tenerlos con Sandra,
bueno, eso espero.
- Sí, en eso tienes razón, Sandra encaja mejor con él. Tiene mucho carácter,
siempre ha sido muy descarada y le cuesta demostrar sus sentimientos, pero es muy dulce,
cariñosa, también adora a los niños y tener familia sí entra dentro de sus planes. Se nota que están
muy enamorados.
- Cuando Alberto empezó a hablarme de una amiga que había conocido por el
bufete ya le noté cambiado y eso que aún no la había conseguido. Pero cuando apareciste tú, no
sé, había algo que no me convencía. Tú le mirabas con cariño pero él no te miraba como ahora
mira a Sandra.
- ¿Yo le miraba con cariño? – Ana sonreía intrigada.
- Sí ¿te gustaba Alberto o era todo teatro?
- Que no, no me gustaba ni me gusta Alberto, no al menos de la forma en que estás
pensando. Tal vez lo mirara con cariño porque lo he ido conociendo mientras preparamos la
mentira y me fue sorprendiendo muy gratamente, la verdad. Pero es admiración y amistad, nada
más. Recuerda que yo soy ese tipo de mujer que huye de los compromisos y efectivamente no
encajo con tu hermano.
- O sea, según mi psicóloga, ¿el tipo de mujer que yo debo evitar?
- Exacto – respondió ella en voz baja mientras continuaba limpiando el interior de
uno de los armarios.
- Entonces, ¿no te puedo pedir consejo de dónde llevar a Sonia a cenar?
- Yo creo que te puedo dar igualmente ese consejo… A ver ¿quieres algo íntimo o
más bien un ambiente más relajado dónde romper el hielo?
- Íntimo, no, todavía no.
- Pues llévala al mercado. Allí podréis cenar buenas tapas y buen vino en varios
puestos, está bastante frecuentado pero no es muy ruidoso y podréis hablar. No es íntimo pero es
agradable y divertido.
- Me gusta la idea. Sí, iremos ahí.
Aquel sábado decidieron pedir unas pizzas para almorzar y a media tarde ya se despedían.
Los dos debían prepararse para sus respectivas citas.
- Mañana me cuentas.
- Igualmente, mañana me cuentas.
Sentada en la cama, frente al espejo, Ana observaba algunos vestidos que había colocado
sobre las cajas vacías preparadas para la mudanza. No quería dar una imagen equivocada a Héctor pero
esa noche se sentía especialmente femenina y decidió recuperar a la Ana sensual que aún llevaba dentro.
Así que optó por volver a lucir el mismo vestido corto y ceñido que llevó el día que conoció a Alberto.
El color oscuro de la prenda resaltaba su figura esbelta; su cintura y sus posaderas dibujaban una
admirable silueta; su melena parda, perfectamente alisada, resplandecía después de varios cepillados y
el largo escote que dejaba entrever el contorno de sus pechos completaron una imagen seductora y
sugerente.
Había quedado con Héctor en ir a cenar a un prestigioso restaurante japonés donde servían
el mejor sushi de la ciudad. Conversaron sobre diversos temas, sin dejar de bromear y reír. Ana, que se
mostraba radiante y muy cómoda, se sorprendió por la galantería de Héctor, no parecía aquel mujeriego
sin escrúpulos que Alberto y Lucas aseguraban conocer. Después de degustar una gran variedad de
sushis, tomaban un té verde japonés mientras Héctor le sugirió un local de copas para acabar la noche.
En la cara de Ana se dibujó una media sonrisa al comprobar que el local que proponía Héctor era el bar
de los chupitos y a su mente acudió su encuentro con Lucas. Mientras entraban, rememoró el instante en
que aquel agente tan seductor se inclinó para ayudarla después de aquella estúpida caída y se estremeció
al recordar aquella mirada atrayente y tentadora que la hechizó. No pudo evitar sonreír al revivir ese
instante, fue cómico por la torpe caída, turbador por la cercanía de sus cuerpos y tierno por la
preocupación de Lucas.
- ¿De qué te ríes? – le preguntó Héctor.
- De nada, de nada…
Héctor encontró un grupo de amigos con los que se enfrascó en una divertida conversación
de hombres y Ana decidió dejarlos e ir a pedir una bebida.
Acomodada en una de las sillas altas que rodeaban la barra, bebía tranquila un refresco
cuando casi se atraganta al reconocer a Lucas a unos metros de ella, apoyado en el otro extremo de la
barra. Él no la había visto aún y Ana aprovechó la ocasión para alimentar su curiosidad. Buscó a Sonia
con la mirada hasta que la encontró unos metros más atrás de donde estaba él, hablando con unas amigas.
Volvió a dirigir su atención en él y entonces lo recordó. Aquella noche que inauguraban el bar Lucas
llevaba esa misma camisa oscura que hacía resaltar el verde de sus ojos y su pelo lucía deliberadamente
alborotado, lo que le confería ese aspecto sensual y atractivo que tanto la excitó y que tanto la estaba
volviendo a excitar. “No, Ana, no…joder, es que es él otra vez…”. Acudieron a su mente las palabras de
Sandra y tuvo que admitir que no había podido olvidar aquella noche en su casa, aquel encuentro entre
dos cuerpos que se habían deseado durante meses. Intentó arrinconarlo, ignorar lo sucedido, pero había
sido inútil. Y ahora estaba allí, a pocos metros de él, en aquel mismo lugar, fantaseando con la
posibilidad de volver a acabar algo que dejaron a medias.
En el otro extremo de la barra, Lucas se entretenía dando vueltas a los cubitos de hielo de su
bebida. La cena con Sonia había sido amena, se limitó más a escuchar que a hablar pero la simpatía y la
belleza de Sonia hicieron que la velada fuera agradable. Ella se encontraba parloteando emocionada con
unas amigas que no había vuelto a ver desde el instituto y decidió apartarse para no molestarlas. Mientras
perdía la mirada en el fondo del vaso, recordó el encuentro con Ana hacía unos meses en aquel mismo
lugar, cuando ella aún era la atractiva y misteriosa chica del aeropuerto. Sentado en ese mismo taburete,
acompañado de Gloria y su amiga, la encontró al otro extremo de la barra. “Cuánto hubiese dado aquella
noche por besarla” – se decía con una sonrisa en los labios.
E inconscientemente levantó la mirada para buscarla y perplejo logró reconocer su figura
entre la multitud. Ana lo estaba observando y le saludó con una sonrisa, a la vez que levantaba
discretamente la mano. Lucas no pudo dejar de admirarla por unos segundos, totalmente aturdido.
Llevaba la misma melena lisa y brillante que tanto deseó acariciar unos meses atrás y aquel vestido que
encerraba el cuerpo que conseguía fundir el mercurio que corría por sus venas. Revivir aquel momento le
estaba excitando demasiado y el corazón le latía a mil por hora. Al igual que hiciera Ana, Lucas buscó
con la mirada a Héctor hasta verlo con un grupo de amigos. Entonces, tomó su móvil y lo colocó sobre la
barra para que Ana lo viera y escribió un mensaje.
“Hola chica del aeropuerto”
Ana, nerviosa, no tardó en ir a buscar su teléfono y cuando leyó el mensaje sintió un temblor
en las piernas. Sumida de nuevo por el deseo, respondió sin dudar.
“Hola pervertido agente de seguridad”
Los dos volvieron a cruzar sus miradas y a la vez se dedicaron una tímida sonrisa. Lucas,
con dedos temblorosos escribió lo que reconocía como unas palabras peligrosas, pero ya era incapaz de
resistirse a la tentación.
“¿Estás sintiendo lo mismo que yo?”
Ana enseguida supo lo que Lucas insinuaba con esa pregunta porque los dos anhelaban lo
mismo, no necesitaban palabras, ni gestos, la pasión que sintieron en aquel bar unos meses atrás hablaba
por ellos.
“Lo más sensato sería que los dos no sintiéramos lo que estamos sintiendo”
“¿Eso es un sí?”
“Eso es un sí”
Aquella respuesta hizo que Lucas notara cómo su erección llegaba a los límites del pantalón.
Estaba sobreexcitado y nervioso como lo estuvo las dos últimas veces que cacheó a esa mujer y no creía
poder esperar mucho más para volver a tocarla. Así que en pocos segundos pensó cómo organizar el
encuentro y escribió en el móvil mientras buscaba a su amigo Carlos de entre los camareros de la barra.
“No te muevas de ahí”
Ana, de nuevo totalmente descontrolada por el deseo que solo aquel agente de seguridad le
provocaba, buscaba ansiosa su figura que había desaparecido de entre las personas sentadas alrededor de
la barra.
Tras unos angustiosos minutos durante los cuales luchó por resistirse a esa repentina desazón
que la sometía, Ana notó como alguien la sujetaba de la cintura. Era Lucas, que girando la cara para no
ser visto ni por Héctor ni por Sonia, la dirigía apresuradamente hacia una esquina apartada del bar.
Cuando llegaron al final de un pasillo, Lucas la paró frente a una pequeña puerta con un cartel donde se
podía leer “almacén” y abría la cerradura con la ayuda de una llave. Primero se adentró él y luego sacó
su brazo para tirar del de ella, cerrando la puerta desde el interior. El primer impulso de Lucas fue
acariciar aquella melena castaña, adentrando sus dedos en el cuello y agarrándola por la nuca,
estremeciéndose al sentir la suavidad de su piel mientras con su cuerpo inmovilizaba a Ana contra una
pared. Sentir el calor de sus hábiles manos provocó en ella una perturbación que le hizo erguir la cabeza,
momento que Lucas aprovechó para comenzar besando sus hombros y bajar por su escote hasta llegar a la
curvatura de sus senos.
- Mierda, no llevo preservativos… - Lucas apenas pudo vocalizar de la
excitación.
- Tengo puesto el DIU.
- ¿Estás segura? – le preguntaba él con la respiración apresurada.
- Cállese agente…
Después de bajarle los tirantes del vestido y del sujetador, Lucas la elevó para llevarla a
horcajadas hasta un montón de cajas de cervezas, mientras besaba sus pechos con pasión. Ana introdujo
su mano por el pantalón buscando su erección y gimió de deseo al encontrarla. Los dos ansiaban
proporcionar placer al otro y satisfacían sus salvajes apetencias con las manos, la boca y la lengua, sin
tiempo para caricias o besos. En un rápido movimiento Lucas bajó sus pantalones y calzoncillos y
comenzó a penetrarla con intensidad, como un caballo desbocado, mientras Ana arqueaba su cuerpo
tumbado sobre cajas para acompañar sus movimientos y disfrutar mejor del placer de ese salvaje vaivén.
En numerosas ocasiones, Lucas deseó ardientemente acercarse al rostro de Ana para notar su respiración,
sentir su aliento y besar sus cálidos labios con fervor, pero fue incapaz, sabía que, a pesar de la escasez
de luz, las seis pecas en la nariz de Anabel se lo impedirían. “Es solo sexo, es solo sexo…” – se repetía
constantemente. Era consciente de que cualquier gesto íntimo podía acabar con algo mucho más especial
que el deseo que los había llevado a ese cuarto oscuro. Y tras unas últimas sacudidas intensas y llenas de
placer, los dos llegaron al clímax al unísono y con las respiraciones sincronizadas. Exhaustos y
colmados, se separaron para vestirse, en silencio y casi sin cruzar sus miradas. Lucas sopló en varias
ocasiones, totalmente aturdido por la potencia del orgasmo y no dejaba de susurrar “Uauu..” y Ana, que
todavía sentía el calor de Lucas en su interior, sin fuerzas y sin aliento, permaneció callada durante unos
minutos, con su cuerpo apoyado en una pila de rollos de papel e intentando recuperar el ritmo habitual de
sus latidos.
- ¿Estás bien? – le preguntó Lucas, preocupado por su silencio.
- Sí – y tras una breve pausa continuó – Deberíamos volver, antes de que se
preocupen – y abriendo con cuidado la puerta, sacó la cabeza para comprobar que ni Héctor ni
Sonia la vieran salir y se fue, dejando a Lucas perplejo.
- Ana… - intentó llamarla pero ya era demasiado tarde y se quedó unos segundos
quieto, pensativo y con una extraña sensación de vacío. “¿Por qué se ha ido así, sin más?”
Al igual que hiciera Ana, salió con cuidado de no ser visto y cerró la puerta desde el
exterior, de espaldas a la gente para no ser reconocido y se dirigió a un acceso contiguo para camareros.
Allí buscó a Carlos para devolverle las llaves y agradecerle el favor.
- Lo he hecho porque eres tú y porque sé que solo me lo pedirías si ella es
realmente especial. Muchos amigos me han suplicado la llave y me he negado.
- Lo sé Carlos y te lo agradezco, de verdad.
Cuando regresó al local, buscó a Sonia y se la encontró hablando con Ana y Héctor. Tuvo
que detenerse un momento y respirar hondo para acercarse a ellos.
- Hombre, Lucas, te buscábamos.
- Hola Héctor. Hola Ana.
- Lucas ¿dónde estabas? – Sonia lo agarró del brazo para acercarlo más a ella y lo
besó en los labios, sorprendiendo a todos, incluido a Lucas, que le devolvió el beso para no ser
descortés. – Ana, me estaba presentando a su novio, no sabía que tenía novio.
- No somos novios – aclaró Héctor–, solo es nuestra primera cita.
- Igual que nosotros, qué casualidad – Sonia volvió a acercar su rostro al de
Lucas.
Lucas no entendía esa actitud tan cariñosa pero intentó no mostrarse sorprendido para no
herir los sentimientos de Sonia, mientras Ana los observaba estupefacta con los ojos como platos. “¡Vaya
con la niñata ¡La que no se iba a lanzar… pues menos mal!”
Ana presenciaba asombrada cómo Lucas respondía complacido a esos gestos y recordó
cómo tan solo unos minutos atrás ambos habían compartido un salvaje orgasmo en un cuarto oscuro,
evitando las miradas, las caricias y los besos. Pensar en ello la estaba atormentando y un terrible ardor
atravesó su estómago. Se sentía sucia, muy sucia… “Es culpa tuya Ana ¿no querías solo sexo?... ahora me
siento como una furcia.”
- Ana, estás pálida, ¿te encuentras mal? – Héctor le preguntó preocupado.
- Creo que el sushi no me sentó bien. ¿Me podrías llevar a casa por favor?
Sonia y Lucas se despidieron de ellos y mientras salían del local, él los seguía con la
mirada, inquieto por la expresión desencajada de Ana.
Un dolor intenso en el pecho impidió que se levantara de la cama durante horas. Ana se
sentía despreciable y miserable. ¿Cómo podía estar sucediendo? ¿Cómo podía pasar de considerarse
afortunada por su nueva vida, querida por quienes la rodean y valorada profesionalmente a verse hundida
en el fango, fría, insensible y sucia? ¿Qué clase de ejemplo podía ser ella para Martina? Su mente intentó
culpar a Lucas de todo ese desorden pero su corazón no se lo permitía. Los dos actuaron como adultos y
acordaron que solo sería sexo, ¿pero por qué ella se sentía tan mal? Hacía unos días lloraban juntos la
memoria de su amiga y anoche se apareaban como dos animales en celo, sin ningún pudor, sin mostrar una
pizca de ternura. Recordar sus cálidas manos acariciando su piel, su respiración entrecortada y sus
húmedos labios rozando sus pechos le provocaba excitación pero también una terrible presión en el
abdomen que no lograba comprender. Ana nunca se había insinuado así a un hombre solo por sexo como
hizo en su casa hacía apenas dos semanas y jamás habría flaqueado ante las provocaciones de un hombre
con el único fin de llevarla a un cuarto oscuro para penetrarla sin mirarla a los ojos. Pero permitió que
todo eso pasara con Lucas y lo peor de todo fue que disfrutó del placer que él le proporcionó, de su tacto,
de su pasión. Las lágrimas volvieron a anegar las oscuras ojeras de Ana que, exhausta y abatida, decidió
permanecer en la cama durante algunas horas más.
Cuando consiguió levantarse, se duchó, se puso algo cómodo, desayunó sin ganas y continuó
con la preparación de la mudanza. Había silenciado el móvil pero vio cómo se iluminaba su pantalla en
numerosas ocasiones, debía tener varios mensajes y llamadas perdidas, pero no tuvo fuerzas para ir a
leerlos hasta después de comer.
Tenía dos llamadas de Lucas y la mayoría de los mensajes eran de él, preocupándose por su
salud. Incluso le envió un mensaje de voz de Martina, que le suplicaba que la llamara. No pudo evitar
sonreír al oír a su niña y deseó tenerla a su lado para sentir esa paz que siempre le proporcionaba.
Respiró profundamente y llamó al número de Lucas, deseando que fuera Martina quién respondiera. Y
afortunadamente, así fue.
- Anabel ¿estás malita?
- Hola cariño. No, esta mañana me dolía un poco la barriga pero ahora ya estoy
mejor.
- Estábamos preocupados, te hemos llamado y enviado muchos mensajes.
- Es que me quedé en la cama y no los oí.
- ¿Hoy no nos vamos a ver?
- No, Martina, tengo que preparar muchas cajas para la mudanza. Pero el
miércoles voy a buscarte al colegio y pasamos la tarde juntas, ¿vale?
- Sí, sí, vale. Mañana vamos a ir a merendar con Sonia cuando salgamos del
colegio. ¿Por qué no vienes tú?
- No, no… Martina, yo… - no sabía cómo explicarle – yo no puedo cariño. Verás
qué bien lo vais a pasar con Sonia.
- Sí, pero yo prefiero merendar crepes contigo.
- Lo haremos el miércoles, no te preocupes. Te voy a dejar que tengo muchas
cosas que hacer. Hasta el miércoles.
- Anabel ¿te podremos decir buenas noches en la hora del baño?
- Sí, vale. Estaré pendiente del teléfono. Adiós Martina.
Aquellas palabras la enojaron aún más… “No sé por qué me irrito por esto, él no lo va a
entender nunca. Para él es fácil, tiene una amiga por el día y una furcia por la noche… joder, y lo peor de
todo es que la culpa es mía. Tengo que acabar con esto sin que afecte a Martina. Era mucho más fácil
cuando no nos veíamos…”. Y tomó la determinación de no responder al mensaje de Lucas. Estaba
demasiado enojada, sabía que cualquier frase resultaría desagradable y debía mantener la calma para no
volver a ser la persona irritable e insensible de antes.
Unas horas más tarde y algo más tranquila, volvió a recibir un mensaje al que no podía dejar
de contestar.
“Hola Ana. Hora del baño. Martina quiere desearte buenas noches.”
“Hola. Dale las buenas noches de mi parte.”
“¿Estás mejor?”
“Sí, de verdad, tranquilo. Un día de reposo y de dieta y mañana como nueva.”
“¿Y sobre lo otro? Quiero decir, no sé, te fuiste sin más…”
“Lo que pasó en aquel cuarto preferiría dejarlo allí, a oscuras y encerrado. Y Lucas,
prométeme una cosa, por favor.”
“Lo que quieras.”
“Que no volverá a pasar.”
Lucas cerró los ojos recordando lo que ambos habían compartido en casa de Ana y en aquel
almacén, se habían unido por un deseo desmedido y aunque el resultado de los dos encuentros había sido
prodigioso y descomunal, Lucas temía aterrorizado que si no hacía esa promesa podría llegar a perder
algo mucho más importante.
“Te prometo que no volverá a pasar.”
“Buenas noches Lucas.”
“Buenas noches Ana.”
Después de aquella despedida y durante unos largos minutos Lucas permaneció callado,
ausente, con la mirada perdida y la expresión triste.
- Papá ¿qué te pasa? – Martina lo observaba desde el baño, preocupada–. Hoy no
te ríes con el móvil.
- ¿Yo me río con el móvil? – le sonrió Lucas.
- Sí, cuando escribes a Anabel, te ríes mucho y estás contento. Pero hoy no…
- No… hoy no.
Lucas, todavía sofocado por aquel encuentro sexual, apenas había podido dormir la noche
anterior y no dejó de dar vueltas en la cama, aturdido y, a la vez, horrorizado, recordando la expresión
asustada y dolida de Ana cuando salía del local. Después de aquel día sin recibir respuesta a sus
mensajes y tras esa promesa supo que sus temores no eran infundados, presentía que el vínculo que le
unía a Anabel se estaba quebrantando. Durante las últimas semanas ambos habían compartido sus
sentimientos, arrojado sus emociones hacia el exterior, dejando que fluyeran, sin miedo a ser prejuzgados
o examinados. Confiaron ciegamente el uno en el otro construyendo esa amistad con la que Lucas se
sentía tan cómodo y especial. Pero intuía que esa alianza se estaba agrietando por culpa que aquellos
momentos de placer y aquel augurio lo entristeció.
Lunes y martes apenas cruzaron algunos mensajes en la hora del baño, todos dedicados
especialmente a Martina. Ana no quería conocer detalles sobre sus encuentros con Sonia, recordar
aquella imagen de la chica, aparentemente avergonzada por la atracción que sentía hacia él,
abalanzándose a sus labios como una perra en celo, la estaba matando. Debía controlar esa exasperación
y evitar volver atrás, en su propósito de recuperar el carácter apacible de Anabel, pero estaba resultando
complicado.
El miércoles, por fin, Ana se iba a encontrar con Martina y sabía que un abrazo, un beso o
una sonrisa de la pequeña bastarían para que recuperara la alegría y la paz interna que tanto ansiaba.
Verla de nuevo acercarse con ese rostro angelical iluminado por su sonrisa le colmó de felicidad y
arrodillándose para estar a su misma altura la abrazó con fuerza. Nunca habría imaginado el alto poder
curativo que poseía ese contacto. Pero la felicidad duró poco tiempo y la magia del momento
desapareció cuando Sonia las interrumpió.
- Hola Ana ¿Te importa que vaya con vosotras a merendar?
- Hola Sonia. No, para nada. Te esperamos en el parque – Ana no quiso parecer
desconsiderada y aceptó a regañadientes.
Unos minutos después, las tres se sentaban en una de las pastelerías favoritas de Martina.
Ana pidió dos tazas grandes de chocolate caliente y dos croissants. Sonia, sin embargo, optó por
merendar algo más ligero y saludable.
- ¿Qué tal tu cita del sábado? –le preguntó Sonia. Ana sabía que con esa pregunta
Sonia pretendía hablar de su noche con Lucas y no estaba interesada en absoluto por la suya con
Héctor.
- Bien, ¿y vosotros?
- Muy bien Ana – la joven apoyaba el codo en la mesa para sujetar con sus manos
la cabeza, mientras suspiraba–. Lucas es maravilloso, atento, educado y aunque algo tímido al
inicio, se empieza a mostrar más cariñoso.
- Mmmm… - “Como si a mí me importara mucho…”
- Hablamos sobre todo de Martina y me contó algunas anécdotas del trabajo, pero
continúa sin querer compartir su vida más íntima.
- Sonia, todavía es pronto, era la primera cita… - “Esta chica es tonta”
- Es que leí en un revista que cuando un hombre viudo no habla de sus
sentimientos es porque todavía quiere a su mujer, por esa razón creo que si me habla de ella, de
su muerte y de lo mal que lo debió pasar, podrá por fin cerrar un capítulo de su vida, olvidar a su
esposa y volver a enamorarse.
- ¿Olvidar a Mónica? – Ana tuvo que contener el deseo de estrangularla allí
mismo - ¿Y por qué crees que tiene que olvidar a su primer amor y a la madre de su hija? ¿No
crees que puede volver a enamorarse y seguir recordando a su mujer? - Ana iba aumentando el
volumen de su voz, a pesar de su tremendo esfuerzo por controlar la rabia que sentía. Pero lo que
más la enervaba era pensar que esas palabras eran muy parecidas a los consejos que ella misma
le había dado a Lucas.
- Tranquila Ana, solo es una forma de hablar… - durante unos minutos
permanecieron en silencio – ¿A ti te ha contado algo Lucas sobre mí?
- No, no le he vuelto a ver desde que os encontré en el bar de copas… - “Cuando
te enredaste a su cuello como una de esas horribles plantas trepadoras… no sé cómo no le
ahogaste”.
- Anabel, creo que le gusto, que le gusto de verdad…
- Mmmm… - “Creída…”
- Y quería pedirte un favor…
- ¿A mí? – “Lo tienes claro, bonita…”
- Tú sabes que la próxima semana Lucas y Martina se van a Euro Disney ¿verdad?
Lucas me explicó que fuiste tú quien le ayudó con la reserva del vuelo y el hotel.
- Sí, lo sé, Martina se enteró el sábado y está muy contenta ¿verdad Martina? – la
niña afirmaba sonriente mientras mojaba un trozo de croissant en el chocolate.
- Verás, creo que a Lucas le gustaría que yo les acompañara. No me lo ha dicho
directamente, pero lo ha insinuado cuando me hablaba del viaje y me encantaría sorprenderle.
¿Tú podrías pedir a la agencia que me consiga vuelos para esos días?
- Sonia, no creo que sea buena idea – “No, no y no… ¿pero que se ha creído esta
niñata?”.
- ¿Por qué? Estoy segura de que a Lucas le entusiasmaría y sería mucho más
relajante para él si llevara a alguien que le ayudara con Martina.
- Pero, bueno ¿qué manía tienes con que Lucas necesita ayuda con su hija? Ha
trabajado muchas horas durante el verano y se ha perdido muchos fines de semana con Martina y
ahora lo único que desea es disfrutar junto a ella de esos días, los dos solos. Eso es lo que yo
creo que quiere Lucas.
- Ana, por favor, míralo con la agencia, yo estoy segura de que a Lucas le gustará
la sorpresa.
- Bueno, veré lo que puedo hacer – Ana decidió zanjar el tema para no continuar
enojándose.
- Este es mi número de móvil – le entregó una tarjeta con su nombre y teléfonos–.
Llámame, por favor.
- Vale, te llamaré… - “¡Ja! Ya puedes ir esperando sentada o te cansarás…”
- Y dime Ana ¿a ti te gusta Héctor?
- Es un buen chico, lo pasé bien con él el sábado, pero solo somos amigos –
“Cotilla…”
- ¿Y no piensas en el matrimonio y en tener hijos?
- Por ahora el matrimonio no entra en mis planes. Tengo otros objetivos en el
ámbito profesional que son prioritarios. Y sobre tener hijos, con Martina, que la considero como
más que una sobrina, tengo suficiente.
- Pero no es tu hija, no es lo mismo…
- Para mí lo es – “No la soporto más, me está sacando de quicio…”
- Pues cuidado Anabel, que mientras le dedicas años a tu trabajo tu reloj biológico
va contando los días y ya sabes…
- Vamos, que se me va a pasar el arroz… ¿es eso? - “No la aguanto más…”
- Bueno, ahora que lo dices así parece algo grosero… pero eres joven y tienes
mucho tiempo por delante. No me hagas caso, estoy algo nerviosa por lo de Lucas.
- Ya – Ana necesitaba salir de allí lo antes posible–. Sonia, nosotras tenemos que
irnos, hemos quedado con mi tía.
Cuando por fin se despidieron y vio a Sonia desaparecer girando la esquina, respiró
aliviada. “Menuda cotilla, engreída y sexista” - murmuró.
- Anabel – Martina la miraba suplicante mientras estiraba de su pantalón para
llamar su atención.
- Sí Martina, ¿qué pasa?
- Yo no quiero que Sonia nos acompañe a Euro Disney. Yo quiero que vayas tú.
- Yo no puedo, cariño. De todas formas, tranquila, seguro que ya no hay vuelos
para esas fechas.
- No quiero que Sonia vaya, es muy pesada – la tristeza de sus ojos preocupó a
Ana.
- ¿Pesada? ¿por qué lo dices?
- Porque siempre me está preguntando por papá… en la hora del patio casi no
puedo jugar con mis amigas porque me llama y me empieza a hablar sobre papá y no me deja en
paz… es muy pesada Anabel. No quiero que vaya con nosotros, por favor…
- Será… - “La mato, la mato…” – no te preocupes Martina, ¿sabes lo que
haremos?… pero no se lo podemos explicar a Sonia ¿vale? Le voy a decir que todos los vuelos
están llenos y no puede ir con vosotros ¿vale? – La niña le sonreía satisfecha – Y sobre lo de la
hora del patio, el viernes lo hablo con ella y ya verás cómo dejará de molestarte. Y, Martina,
mejor que no le expliques a papá que hoy hemos estado con Sonia ¿vale?
- Vale… ¿Vamos a ver a Helena?
- Sí, nos pasaremos un momento a saludarla.
Cuando llegaron a casa de Helena, Ana continuaba especialmente irritada. Pensar que Sonia
no dejaba a Martina jugar con sus amigas por su interés la estaba enojando por momentos. En un inicio
estuvo decidida a explicárselo a Lucas pero si él sentía algo por Sonia no quería ser ella quien le hiciera
sufrir. Además, ya había tomado la determinación de evitar en lo posible cualquier encuentro con él.
Lucas ya era mayorcito para cuidar de sí mismo, ella simplemente hablaría con Sonia para aclarar lo de
Martina y así tranquilizar a la niña.
- Ana, ¿estás bien? – Helena la miraba preocupada – No me gusta esa expresión.
- Estoy bien tía, de verdad.
- Ana, que te conozco. No había visto esa mirada en tus ojos desde el cumpleaños
de Martina. Algo te está enfureciendo y no me gusta.
- Déjalo tía, ya se me pasará – recordar aquel día que tanto hirió los sentimientos
de Martina le obligaron a respirar hondo e intentar recuperar su calma–. Martina ¿vamos al jardín
a jugar al escondite?
Las dos salieron corriendo de la casa y jugaron en el césped durante casi una hora. Helena
las observaba divertida. Cuando Ana se entretenía con Martina se transformaba en una niña más,
sonriente, inocente e infantil. En ese momento se la veía feliz pero su tía no quiso bajar la guardia. Algo
estaba preocupando a Ana y Helena temía que volviera a encerrar sus sentimientos para al final estallar
como sucedió unos meses atrás.
- Tía, son casi las ocho – Ana intentaba tomar aliento mientras accedía a la cocina
desde el jardín–. Necesito que me hagas un favor ¿Puedes acompañarnos a llevar a Martina y
subirla tú hasta su casa? Yo te esperaré abajo y te traeré de vuelta.
- ¿Pero por qué? ¿Es que no puedes subir tú?
- No, tía, preferiría no ver a Lucas, al menos durante un tiempo. Helena, por favor,
no me preguntes el porqué, solo necesito no encontrarme con él cuando me sea posible.
- ¿Es por eso que estabas antes tan irritada? – la mujer sabía que tenía motivos
para preocuparse por su sobrina.
- No, tía, no. No tiene nada que ver. Por favor, ayúdame, solo te pido eso. Créeme
si te digo que estaré mejor en unos días, es cuestión de tiempo.
- Vale, confiaré en ti, pero tendrás que permitir que te llame o te vea más a
menudo. Me vas a dejar preocupada.
- De acuerdo. Mañana me pasaré un rato por aquí. Podríamos hacer un bizcocho,
sabes que eso me tranquiliza y me recuerda a mamá. ¡Cómo la echo de menos, Helena! – Ana
arrancó a llorar–. Si estuviera aquí conmigo, todo iría mejor…
- Tranquila cariño – tía y sobrina se abrazaban–. ¡Mira Martina!... pero ¿qué
habéis hecho en el jardín? El vestido está lleno de barro y hojas… - Ana y la niña rompieron a
reír – Y ahora Lucas me va a regañar a mí…
- Sí, hoy el agua del baño acabará marrón…- Ana continuaba riendo mientras
retiraba algunas hojas del cabello de Martina.
A pesar de la insistencia de su hija, Lucas no quiso enviar ningún mensaje a Ana esa noche ni
la siguiente. Si había algo que la enojaba, no debía agobiarla más y respetar su necesidad de mantener la
distancia. Ya vería cómo solucionarlo más adelante.
Unos minutos después, las dos se sentaban en el banco mientras observaban a Martina jugar
con sus compañeros de clase.
- Ana ¿has podido hablar con la agencia para reservar mis vuelos? Me muero de
ganas de decírselo a Lucas.
- Lo siento Sonia, me dijeron que los vuelos ya están cerrados, es demasiado
tarde- Ana fingió pena.
- ¡Qué lástima!
- Sonia, necesito hablar contigo sobre Martina. Me dijo que durante la hora del
patio le haces preguntas sobre su padre – Ana le dirigió una mirada amenazante–. Sonia, si
necesitas saber algo sobre Lucas me lo preguntas a mí, si Martina vuelve a comentarme algo
parecido me veré obligada a hablar con su padre y créeme que no le gustará.
- Ana, creo que estás exagerando. Solo le he preguntado un par de veces. Ya sabes
cómo son los niños…
- No, en teoría tú sabes más que yo de niños… pero sí sé cómo es Martina y
porque la conozco bien sé que no estoy exagerando.
- Pues según Lucas no hace tanto que la conoces… Sé franca Ana, no es por
Martina ¿verdad? es por Lucas. Estás así conmigo porque estás celosa. Sabes que él está ahora
más interesado en mí y vas a dejar de ser la única mujer con quién se sincere.
- Sonia, no hagas que me cabree más… No voy a seguir con esta absurda
conversación. Lo que Lucas tenga contigo me trae sin cuidado. Tú deja a Martina a un lado si no
quieres acabar teniendo problemas
- Vale, vale… de acuerdo. Supongo que estoy nerviosa y no he debido utilizar a
Martina… perdona, no volverá a suceder.
- Eso espero…- y sin decir nada más se levantó bruscamente y fue en busca de
Martina.
Después de aquella discusión con Sonia, Ana estuvo toda la tarde irascible e insufrible,
sobre todo con Sandra y Helena y únicamente era capaz de controlar su ira cerca de Martina.
- Ana, hija, estás insoportable – Sandra la miraba asombrada, no veía así a su
amiga desde hacía semanas – Pensaba que estabas mucho más calmada y feliz, pero parece que la
antigua Ana amenaza con volver.
- Déjame en paz… Hoy tengo un mal día y ya está.
- Ya, te crees que me chupo el dedo yo… Y qué ¿mañana vamos a ayudarte con la
mudanza o también nos vas a ladrar como un perro?
- Si queréis venir a ayudarme bien y si no os apetece pues no vengáis…
- ¡Viva ese entusiasmo! Desde luego que dan ganas de no ir…
- Pues no vengáis… me las apañaré yo solita, como siempre…
- Vale chicas, dejadlo ya – Helena intentó tranquilizarlas–. Ana, mañana iremos
todos a echarte una mano y no se hable más.
- Sandra ¿te importa llevar tú a Martina a casa de Lucas? – Ana preguntaba a su
amiga casi sin mirarla a los ojos.
- ¿A ti nunca te explicaron lo de la “palabra mágica”?
- Vale… por favor.
- Sí… la llevaré yo, así me encontraré con Alberto en casa de Lucas.
Desde que Alberto se trasladara a vivir con Sandra, casi no había visto a Lucas y decidieron
pasar esa tarde juntos para ponerse al día.
- Bueno, Alberto, explícame cómo fue el fin de semana en el SPA – Lucas le
miraba con picardía.
- Fenomenal, el SPA es maravilloso. Sandra estaba entusiasmada, en cuanto
llegamos quiso apuntarse a toda clase de masajes, pero finalmente solo hicimos uno. Y después
de comer ya no quisimos salir de la habitación para aprovechar el jacuzzi, la piscina privada y la
gigantesca cama… en fin, ya puedes imaginar el resto del fin de semana… - Lucas reía a
carcajadas.
- ¡Vaya dos!… parece que has encontrado a tu media naranja.
- Pues sí, qué te puedo decir… A pesar de su mal humor mientras preparábamos
los exámenes, tengo que confesar que compartir tanto con ella me ha hecho quererla aún más. Si
todo va bien, la próxima semana se muda a mi apartamento y a ver cómo nos va…
- Muy bien… seguro que sí. Ya me estoy imaginando a Martina con un precioso
vestido llevando los anillos de boda… - Lucas guiñaba un ojo a su hermano.
- No sé Lucas… me temo que Sandra no cree en el matrimonio y la entiendo, su
padre se ha casado varias veces… para ella debe ser algo insustancial y falso.
- Bueno, tiempo al tiempo. Tarde o temprano sabrás si ella está o no preparada
para dar ese paso. De todas formas, vivir con ella es lo importante, casados o no.
- Sí. Y tú Lucas, ¿qué pasa con esa maestra? ¿va en serio?
- No… digamos que nos estamos conociendo. Cenamos el sábado y hemos
merendado alguna tarde con Martina, pero no estoy seguro… Es guapa y muy agradable, pero
cuando estoy con ella… no sé, no siento que soy yo mismo, no es como cuando estoy con… -
Lucas estaba aturdido, llevaba varios días así y no tenía claras las ideas.
- ¿Cómo cuando estás con Ana? – preguntó Alberto.
- Sí, creo que sí.
- Parece que os lleváis muy bien.
- Pues hasta la semana pasada, sí. Con Ana es muy fácil hablar y ya sabes lo
divertida que es. Pero creo que he metido la pata… lleva toda la semana esquivándome.
- ¿Qué ha pasado?
- Es que Alberto, me da vergüenza…
- Ufff…miedo me das.
- El sábado nos vimos en el bar de Carlos. Héctor y Sonia estaban hablando con
unos amigos y nosotros nos encontramos en la barra. Fue como cuando nos vimos aquella noche
que inauguraban el bar…
- No… no me digas más… ¿otra vez Lucas?
- Sí… esta vez empecé yo aunque los dos enseguida estuvimos de acuerdo. Lo
hicimos en el almacén.
- Madre mía, como Sandra se entere te descuartiza.
- Ya, ya voy conociendo el carácter que tiene la pelirroja… - Lucas se pasó la
mano por la frente y el flequillo alborotando su pelo, visiblemente preocupado–. Aquella noche
en casa de Ana, aunque fue arriesgado, no me arrepentí en ningún momento, pero esta vez… esta
vez sí… sé que los dos lo hicimos porque nos apetecía, en aquel momento ambos lo deseamos,
somos adultos y no estamos comprometidos con nadie… pero no debimos hacerlo. Y no he
podido hablar con ella desde esa noche. El miércoles pidió a Helena que subiera a Martina y hoy
imagino que la traerá Sandra. Me está evitando. Debe estar también arrepentida porque me envió
un mensaje pidiéndome que le prometiera que no volvería a pasar.
- ¿Y se lo prometiste?
- Sí, claro. No quiero perder su amistad, es muy importante para Martina y para mí
también.
- Y ¿qué vas a hacer mañana? ¿vas a ir a ayudar con la mudanza?
- Creo que sí, debería ir, no le puedo decir que no a Martina.
En ese preciso instante, Sandra y Martina llamaban a la puerta. Cuando Lucas fue a abrir se
las encontró sonrientes y cogidas de la mano. La niña enseguida acudió a los brazos de su padre, mientras
Sandra saludaba a Alberto con un beso.
- ¿Os quedáis a cenar? – les invitó Lucas.
- Si quieres puedes aprovechar que estamos aquí para salir a cenar con Sonia –
sugirió Alberto.
- No, no me apetece, prefiero estar aquí con vosotros. Bueno, siempre y cuando no
os estéis dando patadas debajo de la mesa y Sandra no me asesine con sus miradas acusadoras.
- Ehhh, tú eres de los míos, directo y sin pelos en la lengua. No te preocupes, no
soy tan mala como Alberto te ha dicho… - Sandra se divertía.
- Yo no he dicho nada que no sea verdad… lo juro – se confesaba Alberto
mientras levantaba las manos.
- Rubiales, luego hablaré contigo seriamente…- y mirando a Lucas, Sandra
continuó - Además hoy si quieres te puedes meter con mi ex-amiga Ana, no la pienso defender.
- Uuuu… ¡Algo ha pasado esta tarde! – Alberto se ponía las manos en la cabeza.
- Ana está insoportable, casi me atrevería a decir que está peor que antes de que
se fuera a Nueva York. Esta tarde la hubiese estrangulado.
- ¿Y sabes por qué está así? – preguntó Lucas.
- Ni idea… ¿tú no lo sabes?
- No, Helena ya me advirtió el miércoles, pero ella tampoco lo sabe. Por lo que
me dijo, no tiene que ver conmigo – Lucas se mostró preocupado mirando a Sandra-. Y Martina
¿la ha visto así hoy? ¿Ha visto a Ana enfadada?
- No, no… por eso no te preocupes Lucas, delante de la niña se controla mucho…
- Por las gestiones de la nueva empresa no creo que sea- explicaba Alberto–. Ya
dispone del local y ha encargado los muebles, incluso Carla y ella ya han empezado a trabajar en
unos diseños. Falta que se incorporen dos compañeros más y Sandra. Sería normal que estuviera
nerviosa, pero irritada no.
- Esta noche ha quedado con Héctor, esperemos que la noche se alargue y mañana
esté dócil como un corderito – insinuaba Sandra ante el asombro de Lucas.
- ¿Han quedado otra vez? Entonces, parece que Héctor se lo está tomando en
serio…
- No lo sabemos… eso se lo tendrás que preguntar a ellos… - Sandra lo miraba
desafiante.
- Sandra…- le regañó Alberto.
- Vale, mejor dejemos el tema…
¿QUIÉN ES LA LOCA?
Alberto y Sandra fueron los primeros en llegar al apartamento de Ana, donde el equipo
contratado para la mudanza ya casi había cargado todas las cajas, los muebles y los pocos
electrodomésticos en un pequeño camión. A las diez de la mañana, tal y como habían planeado, todo el
material ya se encontraba en el interior de la casa.
Aquella mañana Martina se había despertado más temprano de lo habitual. Iban a pasar el
día todos juntos, en familia y estaba muy entusiasmada. Lucas, consciente de lo importante que era para
Martina estar ese día junto a Anabel, fue incapaz de negárselo. Él, sin embargo, se sentía abatido y sin
fuerzas para afrontar esa jornada, iba a estar cerca de Ana e intuía que percibiría su reproche, que estaría
esquiva con él, y eso lo estaba asfixiando. Todavía no había logrado descifrar qué tipo de sentimientos
originaban esa sensación de vacío que lo acompañó durante toda la semana, sin verla ni hablar con ella.
Necesitaba entender ese conjunto de emociones antes de cruzarse con la mirada de Ana, saber qué le
sucedía para actuar en consecuencia, pero no había sido capaz de comprender y temía no estar preparado
para encontrarse con una expresión de desprecio. Mientras cepillaba a su hija, que no paraba de
parlotear, recibió una inesperada llamada.
- ¿Sonia? Hola ¿cómo que me llamas a estas horas de la mañana?
- Hola Lucas. Verás, Martina me explicó que hoy ayudabais a Ana con la mudanza
y me gustaría echaros una mano. Creo que no le caigo bien a Ana, no quiere hablar conmigo y
creo que así nos podríamos conocer mejor.
- No sé Sonia, creo que Ana está algo nerviosa con la mudanza, tal vez por eso se
haya mostrado así estos días. Hoy no te puedo garantizar que esté muy receptiva.
- Puede ser, pero me apetece ayudaros. Sería divertido y podríamos pasar un rato
juntos.
- Bueno, como quieras, dos manos más siempre son bien recibidas. Nosotros ya
casi estamos preparados para salir ¿te pasamos a recoger en 15 minutos?
- Sí, de acuerdo.
Lucas, de la mano de Martina, apretó el timbre de la casa y necesitó inspirar con fuerza, los
nervios le presionaban el pecho y le flaqueaban las piernas. Helena caminaba detrás de ellos y algo más
apartada, Sonia respondía a una llamada de teléfono. Martina acudió a los brazos de Ana que nada más
abrir la puerta se agachó para recibirla. Cada vez que se encontraban parecía que hubieran transcurrido
meses sin verse y las dos se fundían entre besos y estrujones, bajo la mirada complaciente de Lucas.
Cuando Ana se alzó, el momento que los dos tanto habían temido llegó por fin y sus miradas se cruzaron.
Esos grandes ojos castaños que desprendían chispas de luz, esas seis pecas en la nariz y esos labios que
dibujaban una hermosa sonrisa volvieron a encandilar a Lucas. No existía el más mínimo rastro de
reproche ni de esquivez en su dulce mirada y él sintió como todos los músculos de su cuerpo se
relajaban, dejando atrás la inquietud que lo acompañó toda la semana. Mientras le dedicaba la más tierna
de sus sonrisas, Lucas se acercó a su rostro para besar la sonrojada mejilla y en ese instante, y como si
de una extraña energía magnética se tratara, la palma de la mano de Lucas y el dorso de la de Ana se
rozaron, suavemente, como si ambos acariciaran un delicado tul de seda natural. La perturbación que
causó ese contacto en Ana hizo que inclinara su cabeza sobre la de Lucas y por unos segundos se dejaron
apoyar uno sobre el otro, con delicados roces y suaves movimientos, como si se mecieran en un balancín.
Cuando Lucas se separó de su rostro para volver impaciente a buscar su mirada, sintió de nuevo el vacío
de su ausencia, necesitaba tocarla otra vez, acariciarla, abrazarla, sentir su calor y, sobre todo, deseaba
besarla, alimentarse de sus labios hasta saciarse… y entonces lo comprendió todo. “Esto no es atracción
física, joder, la echaba de menos porque estoy enamorado de ella, la quiero… imbécil ¿cómo no te has
dado cuenta antes?”.
Pero, como si en ese instante un huracán devastara la ciudad, esa maravillosa magia
desapareció en pocos segundos y Ana, que seguía aturdida por el contacto de Lucas, creyó ser arrastrada
por la fuerza de ese huracán cuando vio aparecer a Sonia.
- Sonia ¿qué haces tú aquí? – Ana la miraba incrédula.
- Hola Ana, perdona por presentarme así, sin avisar. Le dije a Lucas que quería
ayudaros. ¿No te importa?
- No, no… - mintió Ana.
Mientras Lucas se acercaba a Sandra y Alberto para presentar a Sonia, Ana los observaba
atónita, dejando que la irritación volviera a dominarla. “¿Pero qué hace esta bruja aquí? ¿Por qué la ha
dejado venir? ¿Tanto le gusta? ¿Es que no se da cuenta de cómo es?”.
Ana organizó las tareas y poco después todos estaban muy ocupados. Lucas y Alberto
montaban algunos muebles en el comedor, Helena y Martina colocaban adornos en el patio y Sandra,
Sonia y Ana llevaban las cajas de la mudanza a la estancia correspondiente, según estaba escrito con un
rotulador sobre la tapa. Sonia, curiosa por conocer la casa, tomó algunas cajas para subir al dormitorio y
Ana decidió seguirla, no se fiaba de esa cotilla.
- Ana, tu casa es muy bonita pero muy grande ¿no?
- Es la casa donde me crié, era de mis padres.
- Pero ¿no es demasiado grande para ti sola? Si no vas a tener hijos ¿para qué
quieres tantas habitaciones?
- Bueno, Sonia, eso no es asunto tuyo ¿no te parece? – Ana creía volver a perder
el control, esa chica era insoportable.
- Y tus padres ¿se han ido a vivir a otra casa?
- No, mis padres murieron hace unos años.
- Ah, qué pena, lo siento.
- Gracias.
- Yo vivo todavía con mis padres. Por cierto, les hablé de Lucas y tienen muchas
ganas de conocerle.
- ¿Ya…? ¿No crees que vas demasiado rápido? – Ana no salía de su asombro.
- No, yo estoy segura de nuestra relación y creo que Lucas también. Ana, te quería
pedir otro favor, ¿tú tienes llaves del apartamento de Lucas?
- No, claro que no… ¿por qué?
- Pero tu tía sí ¿verdad?
- Sí, mi tía sí, pero ¿para qué lo quieres saber?
- Quería darles una sorpresa cuando vuelvan del viaje. Como llegarán al final de
la tarde del viernes había pensado prepararles la cena. Después de varios días comiendo fuera
tendrán ganas de un buen caldito caliente. Seguro que hace tiempo que no toman uno casero.
- Seguro que no…- Ana sentía ganas de reírse en su cara, pero su enfado no se lo
permitía.
- ¿Le podrías pedir las llaves a Helena, por favor?
- No, no lo haré Sonia. Si las quieres se las pides tú a Lucas. ¿No estáis tan
enamorados? Pues que te las dé él – ya no podía controlar más la irritación y su tono de voz
comenzaba a delatarla.
- Bueno Ana, no hace falta que me grites. Yo solo quiero ayudar a Lucas…
- Vale, pues ayuda a tu Lucas y déjame a mí en paz… - Y dando media vuelta Ana
salió del dormitorio y Sonia la siguió.
Cuando las dos llegaron de vuelta al salón, Sandra detectó enseguida el cambio de actitud de
Ana. Volvía a estar susceptible y ceñuda y su tono de voz cambió por completo.
- Ana ¿qué te pasa?
- Nada. Mejor no me preguntes. Va, sigue subiendo cajas.
- Sí, señor – y agarrando una de las cajas continuó con expresión enfadada–. Ya ha
vuelto la insoportable de ayer…
- Sandra, no me busques que me vas a encontrar… - Ana que ya no era capaz de
controlar más su furia, subía las escaleras apresuradamente.
Desde el otro lado del salón, Lucas no dejaba de observar a Ana. Ya había detectado un
cambio en la expresión de sus ojos y recordó el cumpleaños de Martina. A pesar de que Ana se había
ganado su plena confianza, no había sido capaz de olvidar aquellos ojos enfurecidos y las palabras de
rabia que escupió por la boca. En ese instante, Sonia se acercó a Lucas mientras éste montaba unas
estanterías.
- Lucas ¿qué le pasa a Ana? – le preguntaba a la vez que acariciaba su hombro –
Me ha estado gritando sin razón ¿es así siempre? ¿ya confías en dejar a Martina con una mujer tan
versátil?
- Sonia, no sé qué le está pasando a Ana, pero con Martina siempre se muestra
muy cariñosa. Debe de estar nerviosa por la mudanza.
- ¿Estás seguro?
- Sí.
- Bueno, tú verás.
Sandra, malhumorada, comentaba con Alberto el cambio de carácter de Ana, mientras Lucas
disimuladamente les escuchaba.
- Pues esta mañana estaba muy contenta y la cena de anoche con Héctor dijo que
había ido muy bien – susurraba Alberto.
- Sí, pero otra vez vuelve a estar irritable como ayer por la tarde, no lo entiendo…
Aquella conversación dejó a Lucas afligido. Ahora que por fin era consciente de lo que
sentía por ella, pensar que el que fuera el mujeriego amigo de Alberto la besara o acariciara le estaba
atormentando, le desgarraba el corazón y los celos le estaban consumiendo.
Mientras tanto, Ana decidió encerrarse en su habitación con la excusa de colocar su ropa en
los armarios, de esta manera intentaría calmar sus nervios alejándose de Sonia. Aquella niñata insufrible
la sacaba de quicio y todavía le irritaba más volver a imaginarla paseando con Lucas y Martina cogidos
de la mano, como hicieran ellos en el Acuario. “¿Cómo la aguanta? Parece que le gusta mucho. Pobre
Martina, pobrecita mi niña… y no puedo hacer nada, no debo hacer nada…”. Mientras estaba
atormentada sumida en sus pensamientos oyó una puerta abrirse al otro lado del pasillo. Era la habitación
de Martina, la que fuera suya cuando vivía con sus padres. La había dejado cerrada para mantenerla
limpia y evitar a la fisgona de Sonia. Cuando se acercó para comprobar quién estaba en el cuarto, se
encontró con la última persona que hubiese deseado ver.
- ¿Por qué has entrado aquí? La puerta estaba cerrada ¿no entiendes que tal vez no
quería que nadie entrara? – Ana miraba enojada a Sonia que estaba delante del collage
observándolo maravillada.
- Es precioso, cuántas fotos… ¿ella es la madre de Martina? Se parecen mucho…
- Sí, es la madre de Martina.
- ¿Esta era tu habitación? ¿quién va a dormir aquí ahora?
- Ahora es la habitación de Martina. Va, Sonia, vamos abajo, aquí no hay nada que
hacer.
- Pero Ana – Sonia no se inmutaba – ¿cómo va a ser la habitación de Martina?
Pobre niña, tener aquí tantas fotos de su madre… me parece muy cruel. Al fin y al cabo la madre
de Martina murió para que ella viviera, es como estar recordándole a la niña que su madre murió
por ella…
- Sonia… - Ana no pudo contener más la rabia acumulada y comenzó a chillar
enloquecida – Calla ya, no soporto más tus comentarios sobre Martina y no voy a permitir que
hables de su madre, de ella no… ni hablar. ¿Cómo puedes ni tan siquiera insinuar que Martina
tiene la culpa de la muerte de su madre?
- Anabel… - en ese preciso instante Martina entraba en la habitación – yo… ¿yo
tengo la culpa de que mi mamá muriera?
- Martina, no… - Sonia acudió a abrazar a la niña.
- Suéltala, bruja, suéltala… déjala – Ana no paraba de gritar totalmente
desquiciada.
Desde el salón empezaron a oír los gritos de Ana y cuando Lucas escuchó el llanto de
Martina recordó el día del cumpleaños y temiéndose lo peor salió corriendo hacia las escaleras
subiéndolas de dos en dos y murmurando.
- No, no… otra vez, no.
Lucas bajó las escaleras completamente fuera de sí, tomó en brazos a su hija y salió de casa
de Ana si decir nada más, mientras Sonia le seguía cabizbaja.
Alberto, Sandra y Helena observaron la escena, atónitos y sin comprender nada. Cuando la
puerta se cerró escucharon el llanto angustioso de Ana. Sandra fue la primera en subir rápidamente las
escaleras para ir en busca de su amiga y Helena la siguió. La encontraron en el suelo de rodillas, con la
cara descompuesta, llorando y con las manos sobre el pecho, como si temiera que el corazón le fuera a
estallar en mil pedazos.
- No…Martina – su llanto era desgarrador – no, no…
- Ana ¿qué ha pasado? – Sandra la tomó en brazos y la intentó levantar del suelo –
Va, ven, tranquilízate, vamos abajo a sentarnos.
Entre las dos consiguieron llevarla hasta el sofá, pero tranquilizarla fue imposible, estaba
totalmente desolada.
- Ana, cálmate… dinos ¿qué ha pasado?
- No me dejará ver más a Martina, mi niña… no puedo vivir sin ella, ya no
puedo… - la pena de Ana era indescriptible. Su llanto se hacía cada vez más doloroso.
- Pero ¿por qué Ana? ¿por qué estabas gritando?
- Esa chica es odiosa… y Lucas no ha querido escucharme… - el sufrimiento le
impedía hablar - Martina…yo solo quiero estar con Martina… ¿por qué me hace esto? ¿por qué?
- Ana, cariño, intenta tranquilizarte, te prepararé una infusión… - Helena estaba
preocupada, desde aquella noche en casa de Lucas, cuando volvió de Nueva York, no había
vuelto a ver a su sobrina llorar tanto y el dolor era la causa más evidente de ese llanto. Sabía
cuánto quería a Martina y entendió perfectamente ese sufrimiento.
Sandra se acercó a Alberto y lo apartó hasta la cocina, para que Ana no los escuchara
hablar.
- Alberto ¿qué crees que ha podido pasar? Tú conoces a tu hermano, dime ¿Qué
podemos hacer?
- No lo sé Sandra, está claro que Lucas estaba muy enfadado y si le ha dicho que
no viera más a Martina, algo gordo ha debido pasar. Imagino que se habrá repetido lo que
sucedió en el cumpleaños de Martina, o al menos, es lo que Lucas se ha temido… Yo creo que
Ana ha cambiado y es evidente que quiere mucho a mi sobrina, pero si Lucas se ha puesto así es
por algo…
- Estás preocupado por él ¿verdad?
- Sí, porque además yo creo que Lucas quiere a Ana pero no lo sabe aún. Y si es
así, esto le debe estar doliendo igual que a ella.
- Vete con él, Alberto, yo me quedaré con Ana. Ya vendrás a buscarme más tarde.
- ¿No te importa?… Otra vez tenemos que separarnos para consolar a estos dos…
a ver cuándo solucionan sus problemas y podemos estar tranquilos… - besó a Sandra en los
labios y se levantó para despedirse de Helena. Antes de salir, se acercó a Ana y agachándose
para estar a su altura le besó en la frente mientras le susurraba-. Ana, cariño, tranquila, ya verás
como todo se aclara y pronto volverás a ver a Martina.
Lucas conducía en silencio, malhumorado y muy nervioso. Sonia permaneció todo el camino
callada hasta que llegaron a la puerta de su casa.
- Lucas ¿por qué no entráis en casa? A mis padres les encantaría conoceros…
- Sonia, no estoy de humor para conocer a nadie.
- Bueno, cariño, yo creo que has hecho bien en enfadarte con Ana, no creo que sea
una buena influencia para Martina.
- Sonia, ahora no es el momento para hablar de eso – Lucas tenía ganas de llegar a
casa para pensar a solas sobre lo sucedido y estar con Sonia no era precisamente lo que más le
apetecía-. Mira, Sonia, creo que lo mejor será que no nos veamos más fuera del entorno de la
escuela, me caes bien, eres muy agradable, podemos ser amigos pero nada más… siento si te he
podido causar una impresión distinta.
- Lucas, ahora no puedes pensar con claridad, ya hablaremos mañana de eso…
- No, Sonia, ya te lo quería haber dicho antes, no tiene nada que ver con lo que ha
sucedido hoy.
- Y… ¿podríamos vernos cuando volváis del viaje? Seguro que estarás más
tranquilo… había pensado prepararos la cena el viernes, algo calentito os sentará bien… - Sonia
empezaba a hablar torpemente y nerviosa.
- Sonia, por favor, dejémoslo así. Ya nos veremos en la escuela.
- Como quieras, tú mismo… - Sonia salió del vehículo enfadada, cerrando la
puerta bruscamente.
Cuando Alberto llegó a casa de Lucas se lo encontró sentado en una silla, con los brazos
apoyados en la mesa, cabizbajo y visiblemente afectado. Su expresión era todavía de enfado y decepción
a la vez. Martina parecía estar más tranquila y miraba una película de Disney en el sofá.
- Lucas… ¿cómo estás?
- Mal, Alberto, muy mal… ¿Cómo pude confiar en ella? Joder, hace apenas unas
horas, cuando la he saludado, me he dado cuenta de que… he sentido que…
- ¿Qué has sentido?
- Joder, me he dado cuenta de que la quiero, Alberto, de que me estoy enamorando
de ella…
- ¡Hombre!... por fin lo has descubierto…ya era hora…
- Sí y ¿de qué ha servido? ¿de qué?... Está loca, tenías que haber visto su
expresión, sus ojos de cólera, era la misma Ana del cumpleaños de Martina. No puedo permitir
que siga haciéndole daño a la niña…
- Pero ¿por qué lloraba Martina?... sabes que Ana la quiere mucho, no entiendo,
me cuesta creer que le haya hecho daño expresamente… Tendrías que ver cómo está Ana ahora,
desde que le has dicho que no puede ver a Martina no para de llorar, está destrozada.
- Joder, Alberto, no lo sé… Martina me ha preguntado varias veces que si ella es
la culpable de que su mamá muriera, si ella la mató… creo que fue eso lo que Ana dijo.
- ¿Ana pudo decir algo así? ¿Y Sonia, ella estaba allí, te ha dicho algo?
- Sonia ya me había avisado de que Ana le había gritado sin razón y yo no quise
darle importancia y mira… Alberto, tendrías que haber visto sus ojos, daban miedo, de verdad…
y luego, cuando estuvimos solos, nos dijimos unas cosas terribles, como si nos odiáramos, me
miraba de una forma… Ya sé que va a ser doloroso para Martina, pero lo mejor será que Ana
salga de nuestras vidas. Tengo que proteger a mi hija y siento que con Ana cerca la expongo a un
peligro constante.
- Entiendo tu postura como padre, Lucas, pero tendrías que esperar a que todo se
aclare antes de tomar una determinación.
- La decisión ya está tomada, Alberto.
Aquella noche ninguno de los dos fue capaz de dormir. En la mente de Lucas se reproducían
una y otra vez las palabras de desprecio de Ana, sus ojos en cólera y el llanto de Martina como sonido de
fondo. Fue como vivir en directo la escena de una película de terror. ¿Cómo pudieron aquellos
fascinantes ojos hechizarle de amor y minutos después mostrarle tanto odio?
Por otro lado, Ana, que aún no había conseguido reprimir las lágrimas, no dejaba de pensar
en Martina, no volvería a verla salir de la escuela corriendo hacia sus brazos, a limpiar su carita llena de
chocolate, a contagiarse con su sonrisa, a sumergirse en sus ojos azules como los de Mónica y a cepillar
su pelo dorado. ¿Por qué Lucas no confió en ella? ¿Por qué no le dio la oportunidad de explicarse? ¿Tan
ciego y enamorado está de Sonia?
El domingo por la mañana Lucas comenzó a preparar el equipaje para el viaje a Euro
Disney. Saldrían el lunes a mediodía y quiso dejarlo todo preparado antes de acabar el día. Martina le
ayudaba a elegir su ropa, emocionada por la aventura que iba a vivir con su padre la semana siguiente.
- Papá ¿vamos a ver hoy a Anabel? Quiero despedirme de ella.
- No creo que pueda venir, cariño.
- Y ¿puedo hablar con ella por teléfono?
- No, Martina, no.
- ¿Te has enfadado otra vez con ella?
- Un poco… ¿Tú no estás enfadada?
- No… Anabel es muy buena y ayer solo estaba enfadada con Sonia.
- ¿Con Sonia? No creo que Sonia tuviera nada que ver… pero, Martina, mejor te
olvides de lo que pasó ayer y preparemos las maletas. Vas a subir en un avión por primera vez,
¿no estás emocionada?
- Siiii… y voy a ver a Minnie y a las princesas Disney. Papá ¿me comprarás un
vestido de Blancanieves?
- Sí… – solo su hija podía hacerle reír ese día – y tanto que sí.
Lucas no dejaba de admirar el rostro de su hija desde que llegaran a la puerta del hotel. En
el jardín de la entrada la imagen de Mickey emocionó a Martina y a partir de entonces fue incapaz de
cerrar la boca de la impresión. La habitación reservada era una preciosa suite de lujo con terraza para
dos personas, con estilo victoriano, pintada de rosa y con vistas al parque. Al ver la habitación, Lucas
pensó en Ana. Seguro que ella se había asegurado de que les proporcionaran la mejor. Sintió ganas de
llamarla y agradecérselo, pero recordó afligido que no debía hacerlo, que tenía que olvidarla por el bien
de su hija.
- Papá, el hotel parece un castillo de princesas – Martina hizo que su padre
volviera en sí– y mira papá, desde aquí podemos ver el parque. Vamos, vamos ya al parque…
- Sí, cariño vamos ya…
El jueves por la mañana, después de pasear y visitar la zona de Aventuras, Martina quiso
entrar en un parque infantil donde habían columpios, toboganes, redes…
- Ve a jugar Martina pero no quiero que te alejes de esta zona, para que te pueda
ver – Lucas temía perderla de vista entre tantos niños.
- Papá, podríamos jugar al Epi y Blas, como hacemos Anabel y yo.
- A ver, explícame, en qué consiste ese juego.
- Cuando hay muchos niños en el parque y para que no nos despistemos, Anabel
me pide que de vez en cuando yo me acerque a ella y le diga Epi y ella me responde Blas. Es
divertido ¿jugamos?
- Vale, me parece muy buena idea.
Como en casi cada atracción o espectáculo, Martina no había dejado de mencionar a Ana.
“Anabel ya me había explicado esta atracción” “A Anabel le gusta Alicia en el País de las Maravillas”
“Anabel me contó un cuento de piratas” “Anabel me dibujó a Blancanieves” y sobre todo “Echo de
menos a Anabel” “¿Podemos llamar a Anabel?” “Tengo ganas de ver a Anabel”... La insistencia de
Martina impresionó a Lucas. Para su hija, Ana ya no era tan solo una tía cariñosa, cómplice y amiga, era
mucho más. Estar en aquel idílico entorno, un paraíso para cualquier niño de la edad de Martina, y echar
tanto de menos a alguien, no era normal. Un niño en ese lugar no echa de menos a un tío o a un amigo,
pero sí puede añorar así a un padre o a una madre. Sí, Ana se había convertido en lo más parecido a una
madre para Martina y ese descubrimiento solo hizo que incrementar el dolor que Lucas sentía al decidir
separarlas. Él había intentado convencerse de que apartarla de Ana era lo mejor para Martina, pero
empezaba a tener dudas. ¿Cómo iba a estar seguro de que ese cambio de actitud en Ana no llegaría a
dañar a su hija en una próxima ocasión? ¿Cómo podía ser que una persona tan especial para su hija, tan
cariñosa, inteligente y aparentemente buena influencia para ella se transformara de repente en una
histérica gritona con los ojos llenos de ira? ¿Qué le sucedió a Ana en aquella habitación? ¿Tenía que ver
con lo que pasó el sábado anterior en el bar? ¿Por qué dijo Ana lo del cuarto oscuro para no mirarla a los
ojos? “Es verdad que no la miré, no podía mirarla… si la hubiese besado en aquel momento, no hubiese
podido dejar de hacerlo…y ella solo quería sexo y está claro que yo ya quería mucho más”. Pensar en
aquella noche, en el deseo de acariciar y besar sus labios, en el instante en que ambos se saludaron el día
de la mudanza, recordarla, todo era una tortura para él provocándole una continua molestia en el pecho
que le dificultaba la respiración.
- Epi – Martina se acercó a su padre sorprendiéndolo.
- Uy, Martina, me has asustado…
- Va, papá, me tienes que responder.
- Blas – dijo Lucas divertido viendo como la niña volvía corriendo a la zona de
juegos.
Mientras Lucas leía de nuevo los mensajes y las conversaciones con Ana que aún guardaba
en su móvil, recibió una llamada de Alberto.
- Hola Lucas ¿qué tal os va? ¿os molesto?
- No, Alberto, precisamente llamas en buen momento. Tu sobrina está jugando en
un parque infantil y yo estoy en un banco observándola y de paso, descansando… esto es
agotador.
- Ya me imagino – reía Alberto –. Te llamaba para darte una buena noticia.
- Bien, cuenta, cuenta…
- Sandra ha aprobado los exámenes y con buena nota.
- Eso era de esperar, se nota que tu pelirroja es lista y con ese profesor tan
insistente… no podría ser de otra manera.
- Bueno, el mérito es exclusivamente de ella… También te quería contar que ya ha
presentado su carta de dimisión en el bufete y se incorporará al equipo de Ana dentro de diez
días. Sandra está muy ilusionada. El caso es que los del bufete quieren organizarle una fiesta de
despedida este viernes por la noche, iremos a tomar unas copas a un bar. ¿Crees que te dará
tiempo a venir? Nos hemos tomado la libertad de hablar con Helena y ella os preparará la cena el
viernes para cuando lleguéis y se quedará con Martina para que puedas ir a la fiesta. ¿Te parece
bien?
- Bueno, ya veremos si llego con fuerzas suficientes, pero sí, me parece bien.
- Seguid pasándolo bien Lucas y dale un beso a Martina de mi parte.
- Se lo daré Alberto. Hasta mañana.
El viernes después de comer, padre e hija se despedían del hotel con lástima. Habían pasado
unos días maravillosos y volver a la rutina iba a ser duro. A pesar del cansancio, los dos estaban
satisfechos y Lucas prometió a Martina que en unos años volverían.
Ya en el avión, Martina, emocionada, explicaba a su padre las atracciones o espectáculos
que más le gustaron. Cuando acabó de recitar casi todas las atracciones del parque, apoyó la cabeza
sobre las piernas de Lucas y algo adormecida por el cansancio murmuró:
- Papá, lo he pasado muy bien. Menos mal que al final no vino Sonia.
- ¿Cómo que menos mal que no vino Sonia? – Lucas la levantó por los hombros
para mirarla directamente a los ojos, sorprendido por el comentario – Martina, ¿qué quiere decir
eso?
- Sonia le pidió a Anabel que le comprara los billetes para venir con nosotros, te
quería dar una sorpresa.
- ¿Cómo?
- Anabel le dijo que no, que tú querías ir solo conmigo, pero Sonia se puso
pesada… Menos mal que yo le pedí a Anabel que le dijera que no; yo no quería que viniera. Y
ella le mintió, le dijo que ya no había sitio en el avión, pero era una pequeña mentirijilla.
- Pero, ¿Sonia y Anabel hablaban?
- Sí, a veces Sonia nos pedía que le esperáramos para hablar con Anabel sobre ti
y estaban un rato sentadas en el banco del parque de la escuela. Una tarde también vino a
merendar con nosotras.
- Martina ¿es verdad lo que me estás diciendo? ¿Por qué ni Anabel ni tú me los
contasteis? – Lucas no salía de su asombro.
- Me pidió que no te lo dijera… ¿se enfadará conmigo si sabe que te lo he
contado? – el rostro de la niña mostraba cansancio y tristeza.
- No, cariño, no…no se enfadará. Va, duerme un poco… no te preocupes por nada.
Por fin en casa, Lucas agradeció el olor a crema de verduras que inundaba el apartamento.
Con Helena no había dudas de que la cena sería excelente. Después de que Helena y Martina se saludaran
con besos y abrazos, la niña no se separaba de ella para explicarle todo lo que recordaba del parque y de
lo bien que lo habían pasado los dos.
Lucas, que no había dejado de pensar en lo que su hija le había explicado en el avión,
decidió llamar a Sonia y quedar con ella en el bar donde se celebraba la fiesta de Sandra. Tal vez no era
el lugar ni el momento adecuado para discutir, pero no podía esperar más para aclarar lo sucedido. Sonia
le había mentido con respecto a que Ana no le hablaba y Lucas estaba impaciente por averiguar más.
Los compañeros del bufete iban llegando al local y Sandra cada vez se encontraba más
incómoda. A pesar de la alegría de saber que había conseguido acabar la carrera y que en pocos días
estaría trabajando con Ana, se sentía nerviosa e inquieta. A excepción de Héctor, nadie más en el bufete
conocía aún su relación con Alberto y en cualquier momento podía llegar a ser demasiado evidente.
Intentó esquivar la mirada de Alberto y alejarse de él cuando lo veía aproximarse, pero empezaba a ser
imposible, él insistía en acercarse y ella no podía reprimirse, ese imán que los unía era demasiado
potente y ya no quería oponer más resistencia, necesitaba su contacto, su cercanía.
- Pelirroja ¿estás huyendo de mí? – le susurró al oído cuando consiguió tenerla a
su lado.
- Lo intenté, pero no puedo, rubiales… no sé qué me haces pero no puedo estar
lejos de ti…
- Te entiendo, a mí me pasa lo mismo… - y después de besar sus labios, la miró
fijamente a los ojos - ¿aún estás preocupada por lo que puedan decir de nosotros? ¿todavía crees
que me puede afectar en mi carrera profesional?
- No lo sé Alberto… pero no puedo evitar sentirme incómoda.
- Ven – la tomó de la mano y con decisión la dirigió hacia un corrillo de hombres,
todos socios del bufete.
Alberto, sin dudarlo, se acercó al Sr. Hernández, que los miró sonriente hasta que reparó
extrañado en que los dos iban cogidos de la mano.
- Hola Sr. Hernández – titubeó Sandra -. Gracias por venir.
- No me lo podía perder Sandra, eres una de nuestras mejores secretarias. Tienes
que saber que vamos a echarte de menos.
- Gracias Sr. Hernández – respondió Sandra acalorada.
- Yo quería explicarle algo – Alberto se lanzó, ya no podía esperar más –. Verá,
Sandra y yo empezamos a salir hace unas semanas. Hemos intentado que nuestra relación no
afectara al bufete y por eso nadie, hasta ahora, sabe que somos novios.
- ¿Y esa es la razón por la cual te vas del bufete Sandra?
- No, aunque, la verdad, el hecho de que supiéramos que yo iba a irme ayudó a
que continuáramos viéndonos. Yo no quería suponer un problema para el futuro profesional de
Alberto.
- Pero, Sandra ¿por qué ibas a ser un problema? Es cierto que una relación dentro
de la misma empresa puede resultar a veces un inconveniente, pero si os queréis de verdad y no
es una relación pasajera, todo lo demás tiene solución – el socio se mostraba complaciente-.
¿Sabéis que mi mujer y yo nos conocimos cuando trabajábamos en el mismo bufete de prácticas?
Por suerte, al igual que vosotros, luego continuamos nuestra vida profesional por separado, pero
seguimos juntos como matrimonio y eso es lo más importante.
- Muchas gracias Sr. Hernández – Alberto se sentía aliviado - ¿Sabe que Sandra
ha acabado esta semana la carrera de Administración y Dirección de Empresas? Va a trabajar en
la empresa de una amiga como Financiera.
- Sandra ¡enhorabuena! – el socio se acercó a ella y la besó en la mejilla–. Yo
nunca dudé de ti, siempre me has parecido muy inteligente y trabajadora. Alberto, una joya así no
se puede dejar escapar.
- Eso espero, que no se me escape… - Alberto la acercó más a su cintura
rodeándola con su brazo y Sandra lo miró sonriente.
- Gracias Sr. Hernández. Me da pena dejar el bufete, he trabajado muy bien con
ustedes y he aprendido mucho.
- Bueno, esperamos verte con Alberto en las comidas de socios que hacemos con
las parejas.
- Por supuesto, eso no lo dude…
Cuando Lucas llegó al bar el ambiente era festivo. Alberto y Sandra reían junto a un grupo
de compañeros del bufete y cerca de ellos otros amigos de la pareja hablaban animadamente, entre los
cuales estaban Ana y Héctor. Lucas dudó en acercarse, ver a Ana junto a Héctor le hacía sufrir demasiado
y decidió observarla en la distancia. Ana parecía estar algo más delgada. Llevaba unos pantalones
tejanos ceñidos, una camisa blanca que marcaba su figura y su pelo castaño estaba recogido con una
goma, dejando caer algunos mechones rizados sobre sus mejillas. Sus ojos no mostraban la misma chispa
alegre de siempre y su sonrisa era forzada. Verla triste le hizo sentir culpable y mezquino.
Ana sabía que Lucas llegaría algo más tarde y advirtió a Sandra que se iría de la fiesta en
cuanto él llegara, no quería estropearles la celebración. Y cuando vio como Lucas se acercaba a la barra
a pedir algo para beber, se despidió de Héctor y luego de Alberto y Sandra. Mientras Lucas seguía a Ana
con la mirada saliendo del local, Héctor se le acercó.
- Hola Lucas – le saludó con un apretón de manos –. No te entiendo Lucas, de
verdad.
- ¿Qué quieres decir?
- Si te gusta tanto Ana, porque se nota demasiado que te gusta… ¿por qué le haces
sufrir?
- Héctor, no es tan fácil. Tengo que proteger a mi hija…
- Sigo sin entenderlo, Lucas. Ella adora a tu hija ¿cómo puedes ver a Ana como
una amenaza? Es una mujer maravillosa. Ya quisiera yo que ella hablara de mí como habla de
vosotros dos.
- Ahora quién no lo entiende soy yo Héctor. Yo pensaba que estabais juntos.
- ¿Nosotros? No, qué más quisiera yo… No Lucas, yo no soy lo que ella busca…
- Pero habéis estado quedando ¿no?
- Sí, salimos a cenar la noche que nos vimos en el local de Carlos. Se pasó toda la
cena hablando de Martina y de ti y de lo contenta que estaba de haberos encontrado. Y la semana
pasada volvimos a cenar juntos pero fue más bien una reunión de trabajo. Tengo unos amigos con
empresa propia que buscaban a alguien que les ayudara con algunos diseños y les hablé de Ana.
Fuimos a cenar para que se conocieran. Pero nada más, Lucas, entre Ana y yo hay una buena
amistad y ya está.
Después de esa breve conversación con Héctor, Lucas estaba más convencido que nunca de
que Sonia había sido la causa de la actitud de Ana y tenía que llegar al fondo del asunto lo antes posible.
Sonia, muy sonriente y cariñosa intentó saludar a Lucas con un beso en los labios, pero él se
los apartó hábilmente.
- Lucas, cariño, me alegró mucho recibir tu llamada. Sabía que te lo pensarías
mejor…
- Sonia, te he pedido que vinieras porque tengo que hablar contigo sobre Ana y no
podía esperar más – Lucas la interrumpió mostrándose tajante y frío-. ¿Podemos salir un
momento fuera? Aquí hay demasiado ruido – Sonia lo siguió hasta la terraza exterior del local.
- ¿Quieres hablar de Ana? Pues sí, deberíamos aclarar algunas cosas. Quiero que
sepas lo que pienso de ella…
- A ver, dime ¿qué es lo que piensas? – Lucas decidió dejarla hablar primero a
ella.
- Creo que es una muy mala influencia para tu hija.
- ¿Sí? A ver, ilústrame.
- Atiborra a tu hija de chocolate y no me digas que no lo sabes que las he visto.
No es consciente de que los niños necesitan comer de todo. Es una de esas mujeres
independientes que solamente piensan en su trabajo y en sí mismas y no saben educar a un niño.
De esas que acaban perdiéndolo en un parque porque solo están mirando su móvil. ¿Qué edad
tiene? ¿Treinta? Treinta años y no piensa en tener hijos o formar una familia, porque solo piensa
en ella misma… y ¿crees que alguien así puede ser una buena influencia para tu hija? No, yo creo
que no…
- Interesante punto de vista… parece que la conoces bien, has debido hablar con
ella en varias ocasiones para poder llegar a esas conclusiones.
- Sí, hemos charlado un poco todos los días que venía a buscar a Martina. Y cada
vez me pareció más irritante, bueno, ya te diste cuenta en su casa cómo estaba, como una fiera…
- Martina me ha dicho que le pediste a Ana que te reservara un vuelo para venir
con nosotros ¿es verdad?
- Sí, le pedí ese favor porque quería daros una sorpresa y de paso ayudarte con la
niña. Pero no parece que a Ana le hiciera mucha gracia, según ella tú preferías ir solo con
Martina, pero Lucas, sé sincero conmigo, tú sabes que necesitas a alguien a tu lado, alguien capaz
de ayudarte con la educación de tu hija, que te libere de esa carga.
- ¿Acabas de decir que mi hija es una carga para mí? – Lucas empezaba a perder
el control, aquella mujer era insoportable ¿cómo nunca se había mostrado así con él?
- No, entiéndeme, no es que sea una carga, pero es mucho trabajo para un hombre
solo. Por eso también le pedí a Ana que me dejara las llaves de tu apartamento y así teneros
preparada la cena para cuando llegarais hoy, pero otra vez más se negó y empezó a gritarme
como una loca que la dejara en paz… Así acabó luego chillándole a tu hija en aquella habitación.
- ¿Le pediste mis llaves el sábado de la mudanza? ¿De eso hablabais cuando
empezó Martina a llorar?
- No, no hablábamos de eso, en ese momento ella solo chillaba histérica, ya la
viste… Pero Lucas, hay algo más de Ana que deberías saber… me da vergüenza decirlo, pero ya
que has sacado el tema…
- Cuéntame, estoy impaciente… - ironizó Lucas.
- La noche que salimos a cenar y nos encontramos en el bar ¿lo recuerdas? – Lucas
asintió con la cabeza, esperando oír otra estupidez más - La vi saliendo de un cuarto,
colocándose bien el vestido y poco después, por la misma puerta, salió un camarero que
enseguida entró en otro acceso solo para empleados… Y por la cara que tenía ella era evidente
que acababa de echar el polvo de su vida – ante esa última frase Lucas no pudo evitar sonreír,
efectivamente fue increíble lo que sucedió en ese cuarto, a pesar de que únicamente fuera sexo y
de las veces que tuvo que contenerse para no besarla - Lucas, no me dirás que no es vergonzoso,
queda para cenar con un chico y se mete en un cuartucho con otro… va, venga ¿es o no es una
mala influencia para tu hija?
En ese preciso instante el teléfono móvil de Lucas sonó y entonces pudo comprobar que tenía
varias llamadas perdidas de Helena. Una terrible sensación de angustia recorrió su cuerpo.
- Helena ¿qué pasa?
- Lucas, por fin, menos mal que me has cogido el teléfono – la voz de Helena
asustó a Lucas–. Estamos en el hospital. A Martina le empezó a subir mucho la fiebre y a quejarse
de un dolor en el abdomen. Llamé a urgencias, fueron a casa y les pareció que podría tratarse de
una apendicitis. Enseguida llamaron a una ambulancia para traerla al Hospital. Ahora le están
haciendo pruebas pero me insistían en que te encontrara porque si lo confirman, tendrían que
extirparle el apéndice antes de que se perfore y tienes que venir ya para autorizar la intervención.
Lucas, por favor, ven rápido – Helena ya no pudo contener más el llanto.
- Tranquila Helena, en cinco minutos estoy ahí – con el rostro desencajado miró a
Sonia – Por favor, Sonia, entra y avisa a Alberto y Sandra, diles que me he tenido que ir al
Hospital. Martina está en urgencias y puede que la tengan que intervenir por apendicitis -y
mientras acababa la frase empezó a correr hacia su coche, totalmente aturdido y asustado.
LA ESTRELLA QUE MÁS BRILLA
Cuando llegó a la sala de espera de Urgencias, se encontró con Helena sumida en un mar de
lágrimas. La templanza que siempre había caracterizado a Helena se había desplomado y Lucas se
estremeció al notar como todo su cuerpo temblaba al abrazarlo.
- Tranquila Helena, ya estoy aquí. ¿Han dicho algo los médicos de las pruebas?
- No, aún no… pobrecita mi niña, le dolía tanto…
- Siéntate y cálmate. Voy a preguntar, a ver si puedo verla o hablar al menos con
algún médico.
Las enfermeras solamente pudieron confirmarle que Martina había sido sometida a unas
pruebas y que en breve podría entrar con ella. Y después de preparar algunos papeles para el ingreso de
la niña, Lucas solo pudo esperar junto a Helena. En pocos minutos un médico entró en la sala de espera
llamando a los familiares de Martina.
- Sí, yo soy su padre… – le dijo Lucas mientras estrechaba su mano.
- Martina tiene apendicitis y tenemos que operarla de urgencia. Afortunadamente
el apéndice no está aún perforado y la infección está localizada, por tanto, la operación no
debería presentar ninguna complicación. Si me acompaña, tenemos que hacerle algunas preguntas
sobre su historial médico y de paso podrá estar con ella mientras le administramos la anestesia.
Acompáñeme.
Helena se quedó algo más tranquila en la sala de espera y Lucas siguió al médico hasta
llegar a una estancia con varias camas separadas por cortinas, en la mayoría de ellas había niños y todos
estaban acompañados de sus padres. A Martina le estaban controlando la presión sanguínea. El rostro
pálido de la niña se iluminó al reconocer a su padre.
- Papá… me duele mucho – Lucas necesitó respirar hondo y contener sus lágrimas
al ver la expresión de sufrimiento de su pequeña.
- Martina, cariño… - intentó calmarla besándola en la frente – ya pronto estarás
bien. El doctor te va a curar y yo no me separaré de ti en ningún momento.
Después de informar al médico sobre los antecedentes de Martina, las enfermeras empezaron
a prepararla para la anestesia. Los sedantes que le suministraron antes de la anestesia dejaron a Martina
calmada y Lucas aprovechó el momento para recordarle algunas de las actuaciones de Mickey que tanto
gustaron a la niña. Pocos minutos después Martina adormecía por el efecto de la anestesia y se la
llevaban a la sala de operaciones.
Cuando Lucas volvió a la sala de espera, Alberto, Sandra y Sonia acompañaban a Helena.
Todos se levantaron impacientes por conocer el estado de la niña.
- Ya está en la sala de operaciones. He podido estar con ella hasta que la han
dormido. Pobrecita, debía dolerle mucho. El apéndice no estaba aún perforado y el doctor piensa
que se la extirparán sin complicaciones.
- Menos mal… tranquilo Lucas, todo irá bien – Alberto animaba a su hermano
recordando afligido la última vez que le dijo esas mismas palabras en la sala de espera de un
hospital.
Lucas buscó a Helena y se sentó junto a ella. Entendía la angustia que había sufrido y quiso
darle consuelo.
- Helena, tranquila, ahora solo podemos esperar. Hiciste bien en llamar a
urgencias y siento de verdad no haber oído antes el teléfono.
- Tranquilo Lucas, lo entiendo… Ha sido terrible, pobrecita Martina, gritaba de
dolor... – Lucas rodeó a Helena con los brazos intentando consolarla–. Perdona Lucas, debería
estar yo animándote a ti y no al revés.
- Helena, no sé qué haríamos sin ti, eres como una abuela para Martina y una
madre para mí… - y durante unos minutos permanecieron abrazados, hasta que Lucas preguntó –
Helena, ¿has llamado a Ana?
- No, quería hacerlo pero temía que te enfadaras.
- No, no me enfado, por favor llámala, tiene que saberlo y tiene que estar aquí.
- Gracias Lucas, ahora mismo la llamo.
Helena se levantó para hacer la llamada fuera de la sala de espera. Ana estaba ya acostada,
leyendo un libro, cuando sonó el móvil. Recibir la noticia fue como si le tiraran en la cabeza un barreño
lleno de cubitos de hielo, temblando de frío y con la cara empapada de lágrimas se vistió
apresuradamente y condujo hasta el hospital. Cuando entró en la sala pudo ver a Lucas abatido, con la
palma de las manos sujetaba su cabeza apoyando sus codos sobre las rodillas, en una postura de inmensa
preocupación. Le dolió verle así. Junto a él estaban sentados Alberto y Sonia, uno a cada lado. En otras
sillas apartadas de la sala, Sandra y Helena se levantaron al verla y Ana corrió a abrazarlas.
- ¿Sabéis algo más?
- No, aún está en la sala de operaciones.
La cálida voz de Ana apaciguó por un momento la pesadumbre de Lucas que ladeando la
cabeza, la miró a los ojos y le dedicó una leve sonrisa, colocando una de sus manos sobre la de ella.
- Sí, lo es… gracias Ana.
Sandra y Ana decidieron ir a buscar cafés para todos y Helena las acompañó. Cuando
salieron de la sala, Sonia empezó a mascullar.
- No entiendo qué hace ella aquí… ¿Lucas, no le dijiste que no podía volver a ver
a Martina?... pero qué poca vergüenza tiene… ¿Por qué no le has dicho que se fuera?
Lucas, que desde que vio a Sonia en la sala de espera se había contenido para no pedirle que
se marchara, estalló al escuchar esas palabras.
- Aquí la única que se tiene que ir eres tú, sí, tú… - la mirada inquisidora de Lucas
sorprendió a Sonia -. Y que sepas que Ana está aquí porque yo le he pedido a Helena que la
llamara, porque esa mujer que tanto criticas es como una madre para mi hija, porque la que según
tú no podría educar a un niño es el mejor ejemplo que puede tener Martina, es más, mi único
deseo es que mi hija llegue a ser como Ana cuando sea mayor, inteligente, segura de sí misma,
culta, trabajadora y divertida como lo es Ana, una mujer sensata que nunca verá a un padre viudo
como a un inútil incapaz de criar solo a su hija. Y, sí, ya sé que esa noche estuvo con alguien en el
almacén de aquel bar y espero que lo que dices sea cierto y para ella fuera el polvo de su vida
porque para mí fue, sin duda alguna, el mejor polvo que he echado jamás…
- Serás cabrón… - Sonia se levantó indignada y salió corriendo del hospital.
- Sí, últimamente me lo dicen mucho…
- Ole, ole, ole… - Alberto seguía con la boca abierta – Ya me contarás con pelos
y señales lo que ha pasado con esta loca pero antes te tengo que decir que me ha gustado lo que
has comentado de Ana y que estoy totalmente de acuerdo contigo, bueno, menos en lo del polvo,
que yo ahí no voy a opinar… - Lucas le sonrió con picardía.
- No sé aún qué pasó el sábado de la mudanza en aquella habitación, pero estoy
seguro de que todo fue provocado por Sonia, al igual que el malhumor de Ana durante la semana
pasada. Mírame, Alberto, esta mujer me ha sacado de quicio en tan solo una hora que se ha
mostrado tal y como es y con Ana pasó más de una tarde… ¡cómo no iba Ana a enloquecer con
ella! Si me ha llegado a decir que Martina es una carga para mí ¿qué le habrá dicho a Ana?
Sandra, Ana y Helena volvieron a la sala con los cafés y se sorprendieron al comprobar que
Sonia ya no estaba allí y cómo Lucas, más alterado de lo normal, movía los brazos y hablaba en voz baja
con un sorprendido Alberto. Sandra curiosa e intrigada se acercó a ellos, pero Ana y Helena se sentaron
algo más apartadas. Apenas habían empezado a tomar sus respectivos cafés cuando el doctor apareció
por fin.
- ¿Familiares de Martina?
- Sí, nosotros… - Lucas se levantó apresuradamente para hablar con él.
- La operación ha ido muy bien – todos respiraron aliviados–. El apéndice ha sido
extirpado sin problemas. Le hemos practicado una apendectomía laparoscópica con cuatro
pequeñas incisiones que cicatrizarán en pocos días y en una semana Martina ya podrá ir a la
escuela, aunque no es recomendable que haga ejercicio en unas tres semanas. Todavía está
anestesiada pero sus padres pueden estar con ella. Dentro de una hora la ingresarán en una
habitación donde pasará un par de noches. Si todo va bien, el domingo a mediodía ya estará en
casa.
- Muchas gracias doctor.
- Aún tardará unos veinte o treinta minutos en despertar pero sus padres ya me
pueden acompañar para estar con ella en la sala posoperatoria. El resto de familiares deberán
esperar aquí.
Lucas dio un paso para seguir al doctor cuando se paró y tras una breve pausa se dio media
vuelta y se dirigió hacia donde Ana y Helena celebraban abrazadas el éxito de la operación.
- ¿Vamos? – Lucas estiró su mano ofreciéndosela a Ana.
- ¿Yo? – le preguntó aturdida.
- Sí, va, vamos, que nos espera el médico – Lucas acercó su mano a la de Ana y
tiró de ella.
Siguieron al médico hasta una amplia habitación con cuatro camas vacías y una quinta
rodeada de cortinas sobre la que dormía Martina. Su rostro estaba pálido, en los párpados le habían
untado una pomada y todavía llevaba la vía intravenosa conectada a una bolsa con medicamentos. Lucas
fue el primero en acercarse a Martina para besarla en la frente y acariciar su rostro dormido.
- Mi niña… está guapa incluso después de una operación… - no dejaba de rozar
su mejilla con la palma de su mano - Es increíble, ayer la fotografiaba con sus princesas favoritas
mientras les pedía un autógrafo y hoy está aquí…
- Lo que importa es que está bien…- Ana, con los ojos llenos de lágrimas, había
tomado la mano de Martina y la observaba embelesada. Aquella niña lo era todo para ella.
- Se alegrará de verte… – y sin dejar de mirar a su hija Lucas continuó – Te ha
echado mucho de menos, mucho, no ha parado de hablar de ti en ningún momento. No sé cuántas
veces te ha nombrado durante estos días.
- Yo también le he echado mucho de menos – a Ana le costaba contener el llanto.
- Ana – las miradas de ambos se cruzaron y ella leyó la súplica en los ojos de
Lucas –, por favor, perdóname. Sé que debí dudar, debí preguntarte y, sobre todo, debí escucharte
– Ana inclinó su cabeza evitando su mirada–. Cuéntame, por favor, explícame qué te pasó aquel
día y aquella semana ¿fue por Sonia?
- ¿Sonia? – aquella pregunta la sorprendió.
- Martina me explicó que te había pedido que le reservaras los vuelos para que
nos acompañara y que habíais merendado alguna tarde juntas. Sin embargo Sonia me dijo que
vosotras no os hablabais. Hoy Héctor me contó que le comentaste que Sonia fue la culpable de tu
malhumor la semana pasada y esta noche quedé con ella para sonsacarle la verdad… No puedes
llegar a imaginar lo que ha soltado por la boca… Dime, por favor ¿qué pasó? – Lucas buscaba su
mirada mientras ella lo esquivaba.
- Lucas, yo no quiero estropear lo vuestro, ella no es mala chica...
- ¿Estropear lo nuestro? Ana, a parte de la cena, hemos merendado con Martina
unas tres veces, no más, y a la mudanza vino porque me lo suplicó, según me decía, para entablar
amistad contigo. Si supieras lo que opina de ti no dirías eso de que no es mala chica… Va, te lo
ruego, explícame. Es la tutora de mi hija, creo que tengo derecho a saberlo. Ana, por favor…
- De acuerdo… - después de una pequeña pausa, empezó a explicar mirando
fijamente las manos de la niña - El primer viernes que recogí a Martina, me pidió que habláramos
sobre ti. No entendía cómo te mostrabas tímido con ella. Le aconsejé que tuviera paciencia y ella
empezó a soltarme eso de que estás solo, que necesitas una mujer que te ayude con Martina…
eso ya me incomodó bastante, no me lo esperaba de una chica de su edad, pero pensé que tal vez
solo estuviera nerviosa. El miércoles siguiente quiso ir a merendar con nosotras y volvió con que
eras tímido y no te abrías. Según había leído, si un viudo no habla de sus sentimientos es porque
no ha olvidado a su mujer y ella quería ayudarte a olvidarla… quise estrangularla allí mismo,
¿cómo puede pretender que borres de la memoria a la madre de tu hija? Joder, que hablaba de
Mónica, de mi amiga… ¿qué sabrá ella de Mónica? Y luego empezó con lo del viaje, según ella
tú se lo habías insinuado y quería sorprenderte.
- ¿Yo insinuado? Madre mía…
- Y otra vez volvía a decir que si necesitarías ayuda con Martina y todas esas
tonterías. Yo le advertí que tú preferías ir solo con tu hija, pero ella insistía e insistía. Al final le
tuve que prometer que lo consultaría con la agencia para que se callara. Luego empezó a
preguntarme sobre si yo no quería tener hijos y cuando le dije que ahora no era esa mi prioridad y
que tenía a Martina, me recordó que Martina no era mi hija, que no era lo mismo y que tuviera
cuidado que no se me pasara el arroz… y no sé cuántas tonterías más…Ya no lo soportaba más y
nos fuimos con la excusa de que teníamos que visitar a mi tía.
- Y cuando llegaste a casa de Helena tenías un humor de perros… ella me lo dijo.
- Sí, pero no fue solo por eso, no… Hay algo más y esto no te va a gustar…
- Ana, cuéntamelo todo, todo…
- Cuando nos despedimos de Sonia, Martina me suplicó… - empezó a sollozar,
recordar aquel momento le dolía mucho – que no permitiera que Sonia os acompañara… Lucas,
Sonia no la dejaba jugar con sus amigas en el patio de la escuela y tenía que estar con ella
contándole cosas sobre ti, la utilizó para poder estar contigo, para conocerte mejor…
- ¿Qué dices? - enfurecido, sujetó los brazos de ella para que lo mirara – Ana
¿eso es verdad?
- Sí, sabes que Martina no se inventa historias y la pobre me miraba con una carita
de pena…
- Joder, Ana, que eso es gordo… que es una niña y la estaba utilizando…
- Sí, lo sé… El viernes siguiente fui a hablar con ella sobre eso, amenazándole en
contártelo si volvía a suceder. Me dijo que los niños a veces exageran y le contesté que Martina
no…y empezó con que yo no soy su madre, que a penas la conozco, que si yo lo que estaba era
celosa porque tú ahora solo estabas interesado en ella…
- ¿Que yo estaba interesado en ella? Joder, qué mentirosa…
- Cuando la vi entrar el sábado en mi casa, enloquecí… era la última persona que
quería ver ese día. Empezó a cotillear por mi habitación y otra vez con lo mismo… que si para
qué quiero yo una casa con tantas habitaciones si no voy a tener hijos y más tonterías de esas… Y
entonces fue cuando me pidió la llave de tu apartamento. Quería prepararte hoy la cena, para
cuando llegarais del viaje… Yo, harta ya de tanta estupidez, le dije que si estabais tan
enamorados por qué no te pedía a ti la llave directamente y le grité que me dejara en paz…
- Ya, luego me vino a mí con el cuento de que le habías gritado sin razón alguna...
- Yo había cerrado la puerta de la habitación de Martina, precisamente para evitar
que Sonia entrara, no quería que viera el collage… pero entró. Cuando oí la puerta me acerqué y
la vi cotilleando las fotos de Mónica. Entré en cólera, la hubiese tirado por la ventana… Pero lo
peor fue su comentario… - tuvo que parar de hablar, el nudo en la garganta le impedía seguir.
- Ana ¿qué dijo? Por favor, sigue, no lo dejes ahí…
- Me dijo que si esa era la habitación de Martina, era muy cruel que las fotos de
Mónica estuvieran allí, que era como recordarle a la niña que ella estaba viva gracias a la muerte
de su madre… Yo, yo… no aguanté más y le grité que si estaba insinuado que Martina era la
culpable de que Mónica muriera… y fue cuando Martina entró y me oyó decirlo. Supongo que
empezó a llorar por lo que dije y por cómo yo estaba gritando…- Ana dejó de hablar unos
segundos para secarse las lágrimas - ¿Ves Lucas? Te avisé, sabía que le volvería a hacer daño…
- se tapó la cara con las manos para ocultar su dolor.
- Ana, no, no pienses eso, ella debió asustarse pero no de ti… además era
totalmente comprensible que reaccionaras de esa forma, yo no le hubiese gritado menos, te lo
aseguro…
- Y cuando tú llegaste… Lo diste todo por sentado, no me quisiste escuchar… te
dije que ella estaba loca y tú no dudaste de ella, no, solo me viste a mí… Me miraste con tanto
odio…y luego nos dijimos aquellas barbaridades…- la expresión de Ana era desoladora.
- Ana…- Lucas se acercó y la rodeó con sus brazos para calmarla - por favor,
perdóname…fui un estúpido, tienes toda la razón, debí dudar y darte la oportunidad de
explicármelo, perdóname… – separándose un poco de ella sujetó con sus manos el rostro de Ana
y le limpió las lágrimas – ¿Por qué no me lo contaste? Debiste explicarme todo esto antes ¿por
qué no lo hiciste?
- Sonia me decía que estabas tan enamorado, que estabais muy seguros de vuestra
relación y parecías tan feliz con ella aquella noche en el bar…
- Ana – él acariciaba sus mejillas húmedas–, aquel beso en el bar no me lo
esperaba y rechazárselo delante de vosotros me pareció un desprecio… Si yo parecía feliz no era
por ese beso, ni por Sonia, era por lo que había pasado cinco minutos antes…- y con un dedo
Lucas empezó a rozar sus labios, los labios que tanto deseó besar aquella noche y en los que
tanto ansiaba perderse en ese instante.
Por un momento, el sonido de tambores en su pecho impidió que Ana reaccionara y, mientras
la boca de Lucas se acercaba peligrosamente a la suya, se abandonó en aquellos ojos verdosos que tanto
la derretían. Hasta que esos segundos de distracción acabaron y el auto-control de Ana despertó.
- Lucas – apenas sin fuerzas para sujetar las piernas que le temblaban, le apartó
con las manos y rodeó la cama de Martina para alejarse de él–, aquello no debió ocurrir.
- Pero ocurrió Ana, tal vez no de la mejor forma, pero algo sucedió y…
- No, Lucas, no debimos hacerlo, no debí insinuártelo en mi casa, tampoco tenía
que aconsejarte que salieras con Sonia… Hice daño a Martina y te he confundido a ti… Lucas, lo
he pensado muy bien y lo mejor será que me aparte de vosotros. Siempre habrá alguna Sonia que
me vea como una amenaza, que me irritará y me provocará hasta volver a hacer daño a Martina y
tú me odiarás cada vez más y acabaremos faltándonos al respeto… Lo mejor es que me aleje,
estabais mejor sin mí…
- No, Ana, no… por favor, no lo hagas… Ya lo hemos aclarado todo, yo no estoy
enfadado contigo y Martina te echa mucho de menos ¿Por qué estropearlo de nuevo?
- Lucas, no, es mejor así…
- Ana, por favor, no hagas tonterías… No te alejes de Martina, te necesita… -
Lucas empezó a temer que cumpliera con sus amenazas, de que volviera a huir y sintió un miedo
terrible a perderla.
- Cuando Martina salga del hospital me dejaréis de ver… es lo mejor.
- No, por favor, vas a romperle el corazón y tú ya no puedes vivir sin ella, lo
sabes… Ana, piénsalo bien… por favor.
- Ya está decidido…
- No dejes de ver a Martina, te lo suplico, deja de verme a mí, volvamos al inicio,
tú la recoges dos días a la semana y que me la acerque Helena o Sandra o simplemente me llamas
desde el portal y la dejas en el ascensor y yo la recojo… Podrás llevártela también algún fin de
semana, algún sábado…los que quieras… pero no la dejes, te lo ruego. Si no quieres que nos
veamos, no nos veremos, seré invisible para ti, te evitaré en todo momento, no tendrás que
preocuparte porque no me cruzaré en tu camino… pero, por favor, no salgas de la vida de
Martina, hazlo por ella y por Mónica.
- Lo pensaré… - era consciente de que separarse de su niña iba a ser demasiado
duro.
Ana los escuchaba con el corazón encogido. ¿Cómo iba a tener el coraje suficiente para
apartarse de ellos? Esas dos personas habían cambiado su vida, su alma, habían conseguido, solo con su
compañía, aflorar en ella sentimientos perdidos, la puerta que encerraba las emociones que había
arrinconado se había abierto de par en par y ellos tenían la llave que lo hizo posible. Pero su corazón y
su mente seguían encontrados y la propuesta de Lucas comenzaba a cobrar sentido. Mantenerse apartada
de él minimizaría el riesgo, simplemente se tendría que concentrar en amar a Martina, algo que para Ana
ya empezaba a ser natural y no se tendría que preocupar en descifrar otras emociones que aún no lograba
comprender. Era la mejor solución. Se inclinó para besar a Martina y recostó su cabeza junto a la de la
niña.
- Mi angelito, te he echado mucho de menos esta semana… me tienes que explicar
todo lo que habéis hecho en Euro-Disney. Cuando estés mejor ¿me enseñarás las fotos?
- Sí, mi papá me compró un vestido de Blancanieves, cuando lleguemos a casa te
lo enseñaré – sus párpados se cerraban involuntariamente - … tengo sueño. No te vayas otra vez
Anabel, por favor…
- Tranquila, duerme, nosotros estaremos aquí, no te dejaremos – Lucas miraba a
Ana buscando en ella una respuesta a su proposición.
- Martina, cariño, te prometo que no volveré a separarme de ti – le dijo ella
mientras la niña cerraba sus ojos y cabizbaja le susurró a Lucas –. Vale, de acuerdo.
- Gracias Ana, gracias de corazón, ella te necesita. Te prometo, de verdad, que no
te arrepentirás. Tú solo disfruta de Martina, que por mi parte no vas a tener razón alguna para
preocuparte. Me mantendré al margen. Tan solo cuando tú quieras o sea importante para Martina
que nos veamos o hablemos, yo estaré ahí, solo tendrás que decirlo. Pero, mientras tanto, me
apartaré hasta el punto de desaparecer para ti.
Aquella última frase se clavó en el corazón de Ana como si fuera una corona de espinas. Se
iba a apartar de ella hasta el punto de desaparecer y aunque fuera la mejor solución para mantener a
salvo su equilibrio emocional y conciliar su vida con la de Martina, sentía un terrible pesar en su interior,
como si acabara de perder una pieza importante de un puzle y se esfumara con ella la esperanza de verlo
completo algún día. Los veinte minutos siguientes hasta que las enfermeras llevaran a Martina a su
habitación ambos permanecieron en silencio. Lucas empezó a cumplir su promesa de desaparecer y sus
palabras murieron. Solo recuperaban la sonrisa cuando Martina abría los ojos, aturdida y somnolienta
todavía por la anestesia.
Martina se recuperaba rápidamente y las heridas cicatrizaban sin problemas. Durante esos
dos días Lucas, Alberto y Ana se alternaba para que siempre uno de ellos estuviera con la niña mientras
los demás descansaban y se informaban entre ellos cuando el doctor la visitaba. Helena se encargó de
prepararles comidas y cenas y ella y Sandra se pasaban por el Hospital siempre que podían.
Tal y como anunció el doctor, el domingo a media mañana, Lucas y Martina llegaban a casa.
Después de seis años viviendo solo con su hija, Lucas volvió a sentir el peso de la soledad. Durante
largos meses después de la muerte de Mónica, no pasó un solo día en que no la echara de menos, hasta
que por desgracia se acostumbró a su ausencia. Cuidar a su bebé fue su máxima prioridad y a medida que
Martina crecía, educarla y protegerla era lo único que le importaba, por encima de sus propias
necesidades. Y por esa razón había evitado volver a enamorarse y sus relaciones con las mujeres se
habían limitado al sexo, sin complicaciones, sin compromisos, eso era lo que él buscaba y eso era lo que
ellas le proporcionaban. Al contrario de lo que Sonia pensaba, él nunca había necesitado una mujer para
criar a su hija, le bastaba con el apoyo incondicional de su hermano y así había sido hasta ahora. Pero la
aparición de Ana lo cambió todo. En un inicio pensó que aquella atracción que sintieron en el aeropuerto
había sido solo física pero conocer primero a Ana y luego a Anabel lo alteró todo. Ahora lo veía claro,
su hija necesitaba una madre y él necesitaba a Ana. Y después de tantos años, volvía a sentirse solo, muy
solo. Desde que sabía que estar con ella completaría su vida, el vacío de su ausencia le pesaba como una
losa. Pero debía cumplir con su compromiso de desaparecer. Era contradictorio y absurdo, pero sabía
que la única forma de no perderla era separarse de ella. Al menos así debía actuar por ahora, con
discreción, respetando la distancia que ella necesitaba, dejando pasar el tiempo y manteniendo la
esperanza de que en algún momento Ana le permitiera acercarse.
Durante el resto de la semana, Helena cuidaba de Martina mientras Lucas trabajaba y Ana se
escapaba un rato todas las mañanas para ver a la niña, que debía permanecer en casa para recuperarse.
Después del almuerzo, Ana adelantaba trabajo con Carla y por las noches le dedicaba unas horas a un
póster que estaba pintando para Martina.
Por fin, tras largos días de trabajo, el viernes Ana y Carla entregaron su primer encargo
como Diseños Martina. Le habían dedicado mucho tiempo y energía, querían impresionar a sus nuevos
clientes y la presentación fue todo un éxito. Después de desayunar juntas para celebrarlo, se tomaron el
resto del día libre y Ana aprovechó la ocasión para pasarlo con Helena y Martina. Como la niña ya se
encontraba mejor y según el médico ya podía hacer vida normal, aunque evitando el esfuerzo físico, las
tres se fueron a pasear por el parque y Ana las invitó a comer al que fuera el restaurante favorito de las
dos amigas-mellizas. De regreso al apartamento de Lucas, Ana preparó a Martina para su sorpresa.
- Martina, tengo un regalo para ti pero antes tienes que esperar aquí un ratito, es
una sorpresa y necesito prepararlo en tu habitación.
- Sí, vale, bien… espero, pero date prisa Anabel – la niña estaba nerviosa y
emocionada.
Ana fue en busca del póster que guardaba en su coche y necesitó algo de tiempo para
colgarlo en la habitación de Martina. El día anterior había enviado un mensaje a Lucas pidiéndole
permiso, aunque sin darle demasiados detalles, y él había aceptado sin problemas. Le dejó preparada una
escalera que ella usó para poder sujetarlo al techo. Cuando todo estuvo preparado, fue en busca de la
niña y tapándole los ojos con un pañuelo la llevó hasta su habitación, la tumbó en su cama, apagó la luz y
le retiró el vendaje. Ana estaba ansiosa por ver la reacción de Martina y al contemplar en sus ojos llenos
de inocencia el brillo que reflejaban aquellas estrellas en su iris se prometió a sí misma que haría todo lo
que estuviera en su mano por hacer feliz a esa niña.
- Anabel… es precioso – Martina admiraba maravillada el techo.
Sobre un papel maché oscuro Ana había pintado un cielo estrellado con pintura fluorescente
que se veía en la oscuridad. Había representado diferentes constelaciones utilizando varios tonos del
mismo color brillante que le proporcionaban una apariencia tridimensional.
- Es un cachito de Universo que será solamente para ti. Para que todas las noches
duermas contemplando las estrellas y las constelaciones.
- ¿Qué son las constelaciones?
- Las constelaciones son grupos de estrellas que siempre están situadas de la
misma forma y las dibujamos unidas por una línea imaginaria. Desde hace muchos, muchos años,
las personas que las han ido descubriendo en el cielo les han puesto diferentes nombres – Ana
alzó su mano y las empezó a señalar–. Estas dos grandes de aquí son la Osa Mayor y la Osa
Menor. Son las que mejor se ven en el cielo. Esa de ahí es Pegaso, tiene forma de caballo.
- ¿Es un caballo?
- Sí, es un caballo con las dos patitas de delante levantadas y la cabeza alta ¿ves
ahí las patas y el cuello?
- Sí, ahora lo veo…
- Esa de ahí es Leo, con forma de león y esa es Taurus ¿ves la cabeza del toro con
los dos cuernos?
- Sí… más o menos – Martina seguía embelesada las explicaciones de Ana.
- Esta es la constelación de Orión. Es una de las más grandes y más conocidas. Es
mi favorita porque en ella se encuentra la nebulosa Cabeza de Caballo, la llaman así porque se
parece a un caballito de mar gigante, como los que vimos en el Acuario ¿lo recuerdas? Lo he
pintado de diferente color para que lo reconozcas.
- Lo veo, sí ¡qué bonito el caballito!
- Este grupo de nubes y gases está iluminado por una estrella cercana que le da un
brillo especial. ¿Ves esa estrella que está ahí a su lado y que brilla tanto?
- Sí, es la estrella que más brilla y la más bonita de todas.
- Esa estrella es tu mamá, la más bonita del cielo.
- Sí, mi mamá es la estrella que más brilla y la más buena del mundo.
- Sí, también la más buena…
- Es la más buena porque te ha traído conmigo para que estés siempre a mi lado y
me cuides – Martina se acercó a la mejilla de Ana y la besó con dulzura-. ¿Verdad, Anabel?
¿Estarás siempre conmigo? Mi mamá lo dijo en la carta que te escribió.
- Sí, cariño, sí – las lágrimas empezaron a humedecer su rostro–. Siempre
estaremos juntas y seremos muy buenas amigas.
- Anabel y… ¿tú no podrías ser mi mamá? – le suplicó mirándola con sus grandes
ojos azules bien abiertos.
- Martina, cariño, ya tienes una mamá – el amor que sentía por esa niña le
presionaba el pecho y le impedía respirar con normalidad.
- Pero no está aquí y tú eres su amiga-melliza, podrías ser tú mi mamá ¿a que sí?
- Martina, no es tan sencillo como parece… - la barbilla le temblaba - Yo estaré
contigo siempre y podemos hacer juntas cosas que hacen las mamás con sus hijas… es casi lo
mismo.
- Vale… - la niña volvió a mirar al póster resignada.
- Me tendría que ir ya Martina – dijo mirando su reloj, se acercaba la hora de que
Lucas saliera del trabajo.
- Anabel ¿por qué no te esperas a que llegue mi papá? Es que últimamente está
muy triste y cuando está contigo se ríe mucho, también cuando te escribía mientras yo me bañaba
¿Por qué ya no le escribes cosas divertidas? Por favor, haz que se ría otra vez…
- Verás, es que ya no me acuerdo de ningún chiste más… se me han acabado
todos… y últimamente tengo más trabajo, he estado pintándote esto y no he tenido tiempo. Me
tengo que ir ya Martina, tengo cosas que hacer… - a Ana le dolía inventar excusas.
- Anabel, yo no quiero que te vayas… - la niña empezó a gimotear.
- Martina, mi vida, por favor – le suplicó mientras le besaba el pelo – no me lo
hagas más difícil… Otro día me quedaré más rato, de verdad.
- ¿Y me bañarás y me peinarás?
- Sí, lo haré, pero otro día, hoy no puedo… – apenas podía acabar la frase, sentía
como los pedazos de su corazón se perdían entre los pulmones
- Vale – Martina volvía a mirar al póster con tristeza en los ojos.
- A ver ese dedito del pie… yo llevo el calcetín roto ¿y tú? – Ana se retiraba un
zapato para mostrarle el pulgar asomando entre el calcetín y sonreía viendo como los ojos de
Martina le devolvían la sonrisa.
- Sí…. – se sacaba el zapato excitada y reían mientras rozaban sus dedos en forma
de saludo.
Después de despedirse de Martina y con un terrible dolor en el pecho, Ana se dirigió a la
cocina, donde Helena preparaba algo para cenar.
- Ana ¿Qué te pasa? Estás pálida…
- Tía – no podía contener más el llanto – no sé qué me pasa pero desde que recibí
la carta de Mónica, no soy capaz de controlar las lágrimas…
- ¿Qué te ha dicho Martina? – Helena ya imaginaba que la niña la habría
emocionado, Martina se había hecho una experta.
- Me ha pedido que sea su mamá y se pone tan triste cuando le digo que me tengo
que ir… que me cuesta horrores separarme de ella.
- Ana, es normal, eres lo más parecido a una madre para ella – dejando a un lado
la verdura que estaba limpiando, tomó un paño para secar sus manos y se situó frente a su sobrina
para mirarle a los ojos-. ¿Qué pasa entre Lucas y tú que os estáis evitando? Él ya no está
enfadado contigo… no entiendo.
- Nada, tía. Llegamos a ese acuerdo y lo mejor es continuar así. Dejémoslo como
está.
- Ya estás de nuevo con tus miedos Ana, que te conozco… Solo hay que ver
vuestras caras, la expresión de vuestros ojos… lo estáis pasando mal los dos y no me digas que
no, que soy mucho mayor que tú y sé de lo que hablo.
- No es para tanto tía… me voy ya – y se acercó para besarle en la mejilla–.
Gracias Helena, ya sé que te preocupas por mí, pero tranquila, estaré bien.
- Niña cabezota…
- Tendré cincuenta años y me lo seguirás diciendo – dijo sonriendo.
- Sí, me temo que sí… - Helena la miraba con cara de resignación.
Apenas media hora después de que Ana saliera del apartamento, Lucas entraba por la puerta.
Martina salió corriendo en su busca y lo arrastró hasta su habitación, no sin antes pedirle que cerrara los
ojos. Y al igual que Ana hiciera con ella, apagó la luz y le pidió a su padre que abriera los ojos cuando
estuvo tumbado en la cama a su lado. Con la boca abierta, Lucas admiraba la obra de Ana.
- Sabía que te había hecho un dibujo pero para nada había imaginado algo así.
- Es bonito ¿verdad papá?
- Sí, mucho.
- Son estrellas y conste… conste…
- Constelaciones – a pesar de lo triste que había estado esa semana, su hija
siempre era capaz de provocarle una sonrisa.
- Eso… Mira esa tiene forma de caballo y esa de toro. No me acuerdo de los
nombres pero ya le pediré a Anabel que me los recuerde. Esta de aquí es la favorita de Anabel,
es un de las más grandes y le gusta porque dentro tiene un caballito de mar ¿lo ves ahí pintado de
diferente color?
- Sí – Lucas recordó la historia que Ana le explicó en el Acuario sobre su padre y
su afición al fondo marino –. Se ve muy bien la forma del caballito…
- Y esa estrella, la más bonita y la que más brilla, es mamá. Anabel dice que es la
estrella más bonita del cielo.
- Y Anabel tiene razón, si tu mamá es una estrella, sin duda que es la más bonita
del universo.
Durante unos minutos los dos permanecieron callados. Lucas intentaba tragarse la emoción
mientras contemplaba el póster. Ana continuaba con su afán de no dejar de sorprenderle con todo lo que
hacía o decía, sobre todo, con las atenciones a su hija. Todos los pequeños detalles, todas las muestras
de afecto, todas las palabras afectuosas sobre su madre, sus conocimientos, sus historias, sus dibujos…
todo lo que era capaz de ofrecer a Martina se lo regalaba de la forma más extraordinaria y fascinante. Y
mientras el rostro de Ana ocupaba su mente pudo percibir su olor en la almohada. Lo inspiró
profundamente y se recostó de lado.
- Martina ¿ha estado Anabel aquí hace poco?
- Sí, estaba aquí antes de irse, antes de que tú llegaras.
Lucas, con los ojos cerrados, continuaba inspirando con fuerza, intentado impregnar su nariz,
su cerebro, su rostro, su cuerpo con la fragancia de ella. Incluso pensó en cambiarle a Martina la
almohada para dormir esa noche. Sí, definitivamente, lo haría cuando su hija estuviera dormida.
Y como hicieran tantas noches meses atrás, después de recoger juntos la mesa y limpiar la
cocina, se calentaron un té y se sentaron en el sofá para conversar. En apenas treinta minutos ya habían
hablado de Alberto y Sandra, de lo bien que Martina se había recuperado, del libro que cada uno estaba
leyendo y de lo que Lucas tenía que comprar en el supermercado al día siguiente. Y, aprovechando unos
minutos de silencio, Helena decidió embestir al toro, no perdía nada por intentarlo.
- Y, dime Lucas ¿Qué tal con aquella chica misteriosa que no te quitabas de la
cabeza? ¿La has vuelto a ver?
- Helena, Helena… - Lucas la miraba con una sonrisa cómplice – Va, que ya sabes
quién era esa chica…
- Y, entonces, dime, este mensaje que escribiste para Martina, – le dijo
mostrándole la pantalla del móvil con el mensaje que unos meses atrás Lucas escribió en el bar
de los chupitos, después de que Ana cayera al suelo – ¿lo recuerdas? ¿esa amiga-melliza que
habías encontrado, era Ana?
- Sí… - no pudo evitar soltar una carcajada – Para mí entonces no era más que la
mujer misteriosa del aeropuerto o la chica de los calcetines rotos y aquella noche, también fue la
mujer fascinante que me encontré al otro lado de la barra, atractiva y seductora, pero cuando
cayó al suelo y la vi allí tirada, más guapa que nunca, le saqué la bota, comprobé que llevaba otra
vez el calcetín roto y me dijo “cuando un calcetín se rompe, un dedo se libera” comprendí que
ella era la amiga-melliza que Martina quería que yo encontrara… Luego pensé que era solo
atracción física… hasta que conocí a Anabel… - la expresión de Lucas se entristeció.
- ¿Y ya no te gusta Anabel?
- Helena ¡claro que me gusta Anabel, estoy loco por ella! Me he enamorado y no
sé qué puedo hacer. Siento que debo dejarla ir para no perderla pero es que no puedo soportar
estar lejos de ella y tengo miedo de que esa distancia al final nos aleje y acabemos siendo dos
cuñados que simplemente comparten la custodia de una niña.
- Entonces ¿por qué no se lo dices?
- Ya sabes cómo es tu sobrina, si se lo digo se asustará. El cariño que siente por
Martina ya le está resultando abrumador, si además entro yo en juego acabará agobiándose.
Tampoco estoy seguro de sus sentimientos, creo que solo me ve como al marido de Mónica.
- Pero Lucas, tú ya estás dentro de ese tormento de emociones que Ana está
sufriendo, si no fuera así, no te estaría evitando. Si está asustada es porque siente algo y
dejándola ir ella seguirá huyendo… Yo creo que hay que tomar al toro por los cuernos, esa chica
tiene que darse cuenta de que no puede seguir viviendo sin vosotros, os necesita y admitiéndolo
no tendrá más remedio que aceptarlo y dejar de huir.
- No sé, Helena, tengo miedo de estropearlo…
- Piénsalo Lucas, aprovecha cualquier ocasión para acercarte, busca el momento
oportuno… haz lo que sea pero haz algo y no tardes demasiado… - Helena posó su mano sobre la
de Lucas - Me da mucha pena veros a los dos así, tan tristes y tan resignados.
- Lo pensaré Helena, de verdad.
- El viernes próximo inauguramos Diseños Martina. Habrá una fiesta por la tarde
en el local. Supongo que mi sobrina no te invitará pero como soy su socia no podrá negarse si le
digo que yo quiero que vayas.
- No, Helena, no. Si ella no quiere que yo vaya, no iré. Te lo agradezco, de
verdad, pero es mejor así. No la hagamos enfadar.
- Niña cabezota…
Desde que Lucas tiró aquella pared de la cocina, el marco que quedó en su lugar se había
convertido en el rincón favorito de Ana. Casi cada noche se sentaba en el suelo, apoyada en el marco,
tomando un té. Se había preguntado muchas veces si aquel rincón era tan especial para ella por ser una
esquina de su estancia favorita de la casa o porque le recordaba a él. Aquella noche, allí sentada de
nuevo, recordó cómo Lucas la abrazó en el hospital para calmar su llanto. Recordó cómo se estremeció
con el calor que él desprendía, cómo notó el latir de su corazón cuando apoyó su cabeza en su pecho y
cómo huyó despavorida de esas sensaciones, como una estúpida cobarde. Debía olvidarlo, debía
desprenderse de él, ella no era una mujer que buscara compromisos, no era una mujer familiar, no era la
mujer adecuada para él… Pero ¿seguía ella siendo esa mujer independiente enemiga de los compromisos
y las emociones?
Al igual que otras veces, debía contactar con Lucas para acordar cómo repartir el tiempo de
Martina, pero no tenía fuerzas. Escribirle con palabras frías y escuetas era para ella como si lo tuviera
enfrente y le evitara la mirada. Volvió a recordar las palabras de Lucas en el Hospital: “… me apartaré
hasta el punto de desaparecer para ti… desaparecer para ti… desaparecer para ti…” Aquella frase que
ella misma había provocado golpeaban en su cabeza una y otra vez.
Lucas acababa de acostar a Martina. Había conseguido cambiarle la almohada sin que la
niña se diera cuenta y estaba colocándola en su cama cuando sonó el móvil. Al ver que el mensaje era de
Ana, se sentó nervioso en la cama con la almohada sobre sus piernas y se dispuso a responder.
“Hola Ana. Me parece buena idea. Martina se hubiese acabado aburriendo. Le pediré a
Alberto que te la acerque. Yo he quedado con ellos a las 10 de la mañana ¿A qué hora te va bien a ti? ¿Y
a qué hora la recogemos?”
“Traedla cuando os vaya bien, yo estaré aquí esperando, no hay problema. Y cuando hayáis
acabado me avisas y la tengo preparada para que la vengáis a buscar.”
“Vale. Yo te aviso. Ana, gracias por el póster, es precioso, una maravilla de verdad. Martina
está encantada aunque le cuesta decir la palabra constelaciones.”
“Sí, no es una palabra fácil. Me alegro de que te gustara. Ya que lo mencionas, mira las
sujeciones, por favor, no estoy segura de que quedara bien fijado.”
“Sí, no te preocupes, lo aseguraré mejor.”
“Buenas noches Lucas.”
“Buenas noches Ana.”
Ana y Martina pasaron el sábado juntas. Pasearon por el parque, pintaron en la pizarra
gigante, compraron en el supermercado cogidas de la mano, durmieron la siesta abrazadas y merendaron
crepes. El domingo, Ana llegó temprano al apartamento de Alberto y después de desayunar los tres
juntos, las dos amigas colocaban ropa y algunos libros de Sandra en la que ahora sería la habitación de la
pareja.
- Sandra ¿estás segura de lo que sientes por Alberto? Quiero decir, hace ya unas
semanas que estáis juntos, al principio todo parece maravilloso, pero la convivencia no es fácil y
surgen los roces…
- ¿Quieres saber si sigo enamorada de él y si todavía estoy segura de seguir
adelante?
- Sí.
- Ana – Sandra se sentó junto a ella en el borde de la cama–, estoy segura de que
le quiero y de que aún estoy enamorada de él y cada día un poco más… Para mí esto es nuevo, tú
lo sabes, me conoces, siempre he dudado de los hombres y últimamente solo me han interesado
para el sexo y para nada más, pero con Alberto todo es distinto. Con él soy yo misma, no me
importa lo que piense de mí porque sé que él quiere que yo sea tal y como soy. No puedo estar
cerca de él sin tocarle, sin besarle, es como una de esas medicinas que te crean adicción, ya no
puedes dejar de tomarlas. Yo me siento así, ya no puedo estar sin él y creo que él tampoco puede
estar sin mí.
- Y ¿no te da miedo esa dependencia? Ya sabes, si se acabara puede hacerte
mucho daño…
- Sí, lo sé, pero ya no puedo hacer nada para evitarlo, ya no puedo dar marcha
atrás, ya es demasiado tarde y prefiero no pensar en ello. Ahora lo único que deseo es disfrutar
de este momento, seguir adelante con él, alimentar nuestro amor para que no se acabe y espero
que en pocos años podamos tener unos hijos maravillosos que nos unan aún más, si cabe.
- Vaya, parece que tienes ya muy claro quién quieres que sea el padre de tus cinco
hijos.
- Bueno, aún no lo hemos hablado, pero sí… quiero que sea él, sin duda alguna,
quiero que se parezcan a él y que los criemos juntos.
- Me alegro mucho, Sandra, por los dos. Sois maravillosos y lo merecéis – dijo
Ana emocionada mientras abrazaba a su amiga.
- Ana, dime ¿a qué se deben tantas preguntas? – Sandra le sujetó los brazos y la
miró fijamente a los ojos.
- Nada, nada, curiosidad…
- No, Ana, no… estás dudando sobre lo que sientes por Lucas y tienes miedo
¿verdad?
- Sandra, déjalo estar. Lo único que ha habido entre nosotros ha sido sexo – Ana
se levantó de la cama rehuyendo de la mirada de su amiga.
- Yo diría que ha habido algo más ¿no? ¿y esas confidencias? ¿y esas largas
conversaciones?
- Aquello era amistad que surgió por Mónica, porque los dos…
- Ana, déjate de tonterías ya – le interrumpió Sandra enfadada-. Tal vez tú no lo
sepas, tal vez Lucas tampoco lo sepa aún, pero entre vosotros hay algo más que sexo y amistad.
- Sandra, verás, volvimos a hacerlo…
- ¿A hacer el qué…?
- Solo sexo, volvió a pasar y créeme, para Lucas solo fue eso, sexo, lo sé…
Cuando ve en mí a Ana, la chica del aeropuerto, se siente atraído, es físico, no podemos evitarlo,
pero cuando soy Anabel, ya no me mira de la misma manera.
- ¿Y tú quién quieres ser para él?
- No lo sé Sandra, no lo sé… estoy muy confundida.
- Mira, Ana, no sé qué pasa por la cabeza de Lucas, ayer estuvo todo el día con
nosotros y evitó hablar de ti… le insistimos pero él únicamente nos dijo que habíais llegado a un
acuerdo y que lo iba a respetar. Pero Ana, he comprobado cómo te mira, cómo repasa cada
centímetro de tu cara, de la cara de Anabel, eso no solo es amistad y tampoco atracción física, es
algo más…
- Ya, ya está, vamos a dejar el tema…
- Ana, solo déjame añadir algo más: tienes que permitir que Lucas descubra lo que
siente y te lo haga saber. Si no, siempre tendrás dudas y estarás confundida. Y si no le ves, si le
evitas, nunca lo sabrás y acabarás arrepintiéndote. Él conocerá a alguien que terminará
quedándose con él y con Martina. Habrás perdido lo que más quieres, sin ni tan siquiera haberlo
disfrutado, porque ahora tienes a Martina, pero no estás completa, te falta algo y no me digas que
no, que te conozco.
- Sandra…
- Y Ana, tienes que abandonar ya esa máscara que te pusiste hace años. Tú me
dijiste que me dejara llevar con Alberto, haz tú lo mismo Ana… hazlo antes de que sea
demasiado tarde.
- Sandra, por favor, para ya, no quiero seguir hablando de eso…
El viernes después de almorzar, Ana colocaba en las mesas los canapés y las bebidas para la
fiesta de inauguración. Carla y ella habían adornado el local con guirnaldas y un grupo de globos
especialmente pensados para entretener a Martina y a Roberto, el hijo de cuatro años de Carla. Sandra no
tardó en llegar con Martina. El día anterior Ana advirtió a Lucas que ese día sería Sandra la que
recogería a la niña de la escuela. Durante la semana se habían escrito unas tres veces para comentar
sobre cómo Martina había vuelto a las clases y cómo habían visto la relación de la niña con su tutora.
Aunque los mensajes fueron escuetos e impersonales, durante la última conversación Ana se había visto
tentada a invitar a Lucas a la inauguración, pero no tuvo el valor suficiente, repitiéndose a sí misma, una
vez más, que debían continuar evitándose.
Una par de horas más tarde, Alberto llegaba acompañado de Helena y el resto del equipo de
trabajo de Ana, Raúl y Pedro. Ellos se incorporarían a la empresa el lunes siguiente, junto con Sandra.
Por fin, Diseños Martina arrancaría al cien por cien y con seis encargos en firme, el trabajo de varios
meses estaba asegurado. El local ya estaba acondicionado para los cinco. Ana no quiso colocar
mamparas ni despachos cerrados, prefería compartir un espacio abierto, donde todos pudieran trabajar en
equipo. Su mesa estaba algo más apartada, cerca de una más amplia que utilizarían para las reuniones con
clientes. Y cuando todos brindaban animados con cava y comían canapés, ella sentada en su silla, miraba
con expresión triste como Martina y Roberto jugaban con los globos. Alberto y Helena, que no dejaron de
observarla aquella tarde se buscaron con la mirada.
- ¿Se lo damos ya? ¿A qué hora nos dijo Lucas? – preguntaba Helena.
- Dijo que le diéramos el primer paquete a las seis y media. El segundo llegará
poco después. Esperemos que no se retrasen.
- Pues ya solo faltan pocos minutos… ¿se lo damos ya?
- ¿Estás tan nerviosa como yo? – Alberto estaba intrigadísimo por conocer qué se
llevaba su hermano entre manos.
- Sí… esperemos que funcione.
- Venga, avisa a Martina y que empiece el juego.
Mientras Ana continuaba con la mirada perdida, Martina se acercó a ella y colocando un
paquete encima de la mesa, le besó en la mejilla.
- Anabel, este es un regalito para ti – al notar su tristeza le acarició una de sus
manos mientras le miraba con dulzura-. Lo he hecho yo, con la ayuda de mi papá. Es para que lo
tengas aquí y te acuerdes de mí mientras trabajas.
- Cariño… - Ana sorprendida empezaba a emocionarse, otra vez… - ¿En serio?
Qué bien, estoy impaciente por abrirlo…
- Pues va, venga, ábrelo ya…
Ana, impresionada por el detalle y las palabras de Martina, rompía nerviosa el papel,
mientras que comprobaba como Helena y Alberto las observaban a poca distancia. Los ojos empezaron a
humedecerse cuando vio el regalo. Se trataba de un marco de fotos de madera que había sido envuelto
con lana de diferentes colores dándole un aspecto original y divertido. La foto del marco era la que
Sandra le hizo a Martina y a ella sonrientes con la cara llena de chocolate. Debajo de la foto y dentro del
mismo marco, sobre un papel beige habían unas palabras que imaginó habían sido escritas por Martina y
Ana las leyó en voz alta, atragantada por la emoción:
- “Nunca dejes de sonreír” – y tomando a la niña en brazos la sentó sobre sus
piernas para abrazarla y besarla mejor–. Muchas gracias mi Ángel de la Guarda. Cada vez que
mire la foto sonreiré pensando en ti.
Ana no entendía nada, seguía emocionada por el regalo de Martina y no era capaz de
imaginar de qué podría tratarse. Alberto andaba delante de ella hasta que paró en seco y se dio media
vuelta.
- Toma, abre este paquete pero con mucho cuidado.
- Alberto… ¿esto qué es?... ¡Uh! Pesa mucho…
- La verdad es que no lo tengo muy claro, pero sé que debes abrirlo con cuidado.
El paquete no era muy grande y pesaba bastante. Enseguida pudo adivinar que dentro de esa
caja habría un recipiente con agua… cada vez estaba más confusa. Con el cuidado que Alberto le pidió,
Ana rompió el papel de uno de los costados y cuando intuyó que algo se movía dentro del recipiente sus
manos empezaron a temblar, temiendo que el paquete le resbalara. Alberto, que la vio agitada, enseguida
ayudó a sujetarlo. Se trataba de un tarro de cristal lleno de agua y dentro de él nadaba un precioso
caballito de mar, un “Cola de Tigre”, el que fuera el favorito de su padre y de ella. Era amarillo y tenía
unas rayas negras en la cola. Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Ana y su sonrisa crecía
cada vez más.
- ¡Madre mía, madre mía…esto no puede ser verdad, es increíble! – exclamaba
entre llanto y risas.
- Y ahora debes hacer tú los honores… - Alberto se apartó para que Ana viera el
pequeño acuario que acababan de instalar.
- Pero… pero… ¿esto ya estaba ahí? – Ana reía tontamente, nerviosa y muy
sorprendida - ¿Quién lo ha traído? ¿Y cuándo…?
- Justo ahora, estabas con la niña y no te has dado ni cuenta – Alberto reía
también, contagiado por la emoción del momento-. Va, ya puedes echar ahí a tu caballito.
- Martina, ven… - Ana cogió una silla para que Martina pudiera subir en ella y las
dos, a la misma altura, sujetaron el tarro y tiraron el agua y el caballito dentro del acuario - …
Tendremos que ponerle un nombre…
- Anabel ¿qué te parece si le llamamos Orión? Como la conste… conste…
- Constelación… - Ana reía divertida mientras besaba a Martina.
- Eso, como la constelación donde está la nube con forma de caballito de mar.
- Sí, Orión es un nombre precioso y muy propio. Vaya, Martina, sí que recuerdas
bien lo que te expliqué aquella tarde.
- Es que mi papá tiene un libro sobre las constelaciones y todas las noches las
repasamos, por eso me acuerdo.
Ana buscó a Alberto y clavó su mirada en él. Con el corazón latiendo a mil por hora y los
ojos ahogados por la emoción, apenas pudo pronunciar unas palabras.
- ¿Ha sido él? ¿Ha… ha sido Lucas?
Cuando Alberto asintió con la cabeza, Ana tuvo que buscar asiento, las piernas le temblaban.
“¿Todo eso lo ha preparado para mí? Recordaba lo que le expliqué en el Acuario… ¿Cómo ha
conseguido ese ejemplar? Madre mía, es para mí…”
- Ana, toma, el paquete lleva una nota – Alberto le entregaba un sobre blanco con
su nombre.
Ana apenas era capaz de mover los dedos, los tenía agarrotados por los nervios. Dentro del
sobre había un trozo de papel escrito. Al comprobar que Alberto, Helena y Sandra se acercaban curiosos,
Ana les leyó en voz alta, mirándolos sonriente.
- “No olvides ningún sueño, todos se pueden llegar a cumplir.
Enhorabuena, te mereces lo mejor. Lucas”
Conmovida por las palabras, Ana permaneció unos segundos callada, sin dejar de leer, una y
otra vez, la nota. Al comprobar que los demás la observaban esperando alguna aclaración empezó a
explicar.
- Cuando fuimos al Acuario con Martina, le expliqué a Lucas que ese Caballito de
Mar era el favorito de mi padre y mío. A mi padre le apasionaban los peces y el fondo marino, la
fotografía subacuática era su devoción. Le dije a Lucas que yo siempre había querido tener un
acuario y sobre todo este caballito de mar, pero son difíciles de encontrar y me acabé olvidando
de mi deseo, de este sueño… el que él acaba de hacer realidad.
- Ana, qué bonito… - para asombro de todos, Sandra hablaba emocionada y con
los ojos llorosos.
- Vaya, vaya… hasta la pelirroja se está emocionando – Alberto la sujetaba
cariñoso por la cintura, acercándola a él y besándola con dulzura.
- Calla, tonto…
Pocos minutos después, mientras todos volvían a agruparse en corrillos, hablando, riendo y
brindando por la nueva empresa, Ana continuaba sumida en sus pensamientos. Lo que Lucas había hecho
por ella era increíble, por fin tenía el acuario y el caballito de mar que siempre había deseado, pero no
podía evitar sentir tristeza. Miró a su alrededor. Las personas que tanto amaba y que habían apostado por
ella estaban allí, a pesar de haberles tratado mal, de engañarles, de ser dura con ellos, de sus gritos y de
sus impertinencias. A pesar de todo, Ana se sentía querida.
Acariciando el marco que Martina le había regalado, recordaba momentos divertidos con
ella. Pensó en cómo aún le latía el corazón a mil por hora cada vez que la veía aparecer en la puerta del
colegio y cómo aún se le erizaba el bello de los brazos cuando notaba el calor de la pequeña mano de
Martina buscando la suya.
Con el corazón latiendo de forma desenfrenada y las manos temblorosas, tomó su móvil y
empezó a escribir.
“Hola Lucas. No sé qué palabras utilizar para agradecerte lo que has hecho por mí, ninguna
podrá describir lo que yo siento en este momento. Muchas gracias por ayudar a Martina con el marco y
mil gracias por el caballito de mar, por cierto, se llama Orión, idea de tu hija.”
Lucas creía que acabaría sin uñas aquella tarde, se las mordía como nunca lo había hecho.
Estaba angustioso esperando sentado en el sofá con el móvil en la mano, deseando que la pantalla se
iluminara. Cuando por fin llegó el mensaje de Ana, lo leyó nervioso.
“Me alegro que te guste. Martina y yo lo pasamos muy bien decorando el marco. Me
sorprendió la de ideas que se pueden encontrar por internet. Y sobre el caballito de mar, sabía que te
haría feliz y no pude resistirme ¿Cómo va la fiesta? ¿Estás contenta?”
“Bueno, en parte sí… pero estoy echando mucho de menos a cuatro personas que no están
aquí conmigo. Tres de ellas, por desgracia, no pueden estar, pero las llevo en mi corazón y a la cuarta no
la invité porque no tuve suficiente coraje para hacerlo. Espero que me perdone algún día.”
“Seguro que ya lo ha hecho.”
“Eso espero, porque hasta que no lo celebre con esa persona no podré disfrutar de este
momento. Y tú ¿cómo estás?”
“Pues no muy bien. Echo de menos a mi psicóloga. Creo que está fuera del país, en un
congreso o algo así. Tengo muchas cosas que contarle.”
“Sí, ha estado en un Congreso sobre “Cómo ayudar a un paciente sin acabar peor que él”,
pero tienes suerte, vuelve esta tarde… y casualmente tengo aquí su agenda… espera que miro. Sí, tiene un
hueco esta noche a las nueve en su casa. ¿Te iría bien?”
Lucas, después de reír divertido por sus ocurrencias, se quedó paralizado al leer la
invitación. Sin duda echaba mucho de menos a Ana y deseaba volver a verla, pero ¿estaba preparado ya
para declararle sus sentimientos? O peor ¿cuál sería la reacción de Ana? Debía meditar cómo y cuándo,
pero iba a encontrarse con ella esa noche y nadie lo podía impedir.
“Pues me encantaría, pero tengo a los canguros fuera y ahora mismo no sé si puedo confirmar
la hora.”
Ana, sonriente y temblando, llamó a Sandra y Alberto, que aunque estaban hablando con
Helena y Carla, no le quitaban ojo a Ana.
- Alberto, Sandra ¿os podríais quedar esta noche con Martina, por favor?
- Sí…. Y tanto que sí – los dos respondieron a la vez sonrientes y emocionados.
“Ya he solucionado lo de los canguros. ¿A las nueve en mi casa? No soy una gran chef pero
cocinaré algo para cenar. Tú consigues hablar con tu psicóloga y yo celebro la inauguración de la
empresa con la persona que me falta.”
“Yo me encargo del vino. Hasta luego Ana.”
“Hasta luego Lucas.”
Cuando levantó la mirada se los encontró a todos observándola con una sonrisa en los
labios.
- Bueno, chicos ¿vamos recogiendo ya? Tengo poco tiempo y mucho que hacer…
- Ana, tú vete ya, que nosotros lo limpiaremos todo – Carla se ofreció.
- Gracias Carla.
- Ana, ven – Sandra tiró de su brazo y la apartó del resto – Ana, no se te ocurra
dejarlo escapar esta noche y no tengáis prisa en ir a recoger a Martina mañana ¿vale?
- Sandra… que solamente vamos a hablar… no te aceleres.
- Ya, ya… bueno, tú recuerda que nosotros no tenemos prisa.
- Sandra… siempre estás pensando en lo mismo…
- Sí, sí… sabré yo lo que me digo... – susurraba Sandra con una risita en los
labios.
En casa de Lucas, Alberto y Sandra, sentados en el sofá, lo seguían con la mirada mientras
caminaba de lado a lado, preparando las cosas de Martina, inquieto y extremadamente nervioso. Su
hermano pensó que nunca lo había visto en ese estado.
- ¿La bañáis vosotros?
- Sí… no te preocupes – Alberto asentía.
- El pelo se le enreda mucho Sandra ¿le ayudarás a cepillarlo?
- Sí, Lucas sí… - Sandra soplaba moviendo su flequillo.
- ¿Cómo creéis que me tengo que vestir? ¿Me arreglo mucho o no? – preguntó
parando en seco delante de Sandra.
- ¡Madre mía! – su hermano no salía de su asombro.
- Lucas, la primera vez que lo hicisteis… - ella le hacía muecas con la cara al
comprobar que Martina los estaba escuchando - ¿Qué llevabas?
- El uniforme.
- ¿Y la segunda?
- Una camisa negra, creo, iba más arreglado – Lucas la miraba sin comprender
dónde quería llegar a parar.
- Y supongo que cuando fuiste a su casa a ayudarla con la cocina y al Acuario irías
más informal…
- Sí, iba más cómodo, tejanos y una camiseta.
- Pues ponte eso… estoy segura de que ella quiere ver a ese Lucas.
- Gracias Sandra… y ese es el Lucas que verá.
- Eso espero, si no te corto los…
- Martina – interrumpió Alberto, levantándose rápidamente, cogiendo a la niña en
brazos y llevándola a su habitación–, vamos a ver tus muñecas ¿cuál de ellas te vas a llevar?
Alberto sabía que Sandra estaba preocupada por su amiga y aprovechó el momento para
dejarlos a solas y, de paso, evitar que Martina escuchara el final de la frase.
- ¿Qué pasa Sandra? – Lucas se sentó junto a ella y le cogió la mano - ¿Estás
molesta conmigo?
- Lucas, hace varios años que conozco a Ana y siempre supe que había algo que la
atormentaba. Su carácter arisco, frío y exasperante solo era una máscara para cubrir su
sufrimiento. Yo nunca supe su historia, la ocultó tan bien que, como sabes, ni su tía la conocía.
¿Te imaginas lo que es vivir con esa tensión? Ha debido de sufrir mucho.
- Sí, se culpó por la muerte de sus padres.
- Lucas, Ana ya no es esa mujer irritante, es la misma que fue antes, mejor incluso
que la que yo conocía. Martina la ha cambiado y Ana ha sacado del baúl esos sentimientos que ha
tenido que desempolvar. Ahora es como una niña experimentando algo nuevo y está muy sensible
y, sobre todo, muy vulnerable… ¿sabes lo que quiero decir?
- Sí, tienes miedo de que le haga daño ¿verdad?
- Sí, no merece sufrir más…. Por favor, Lucas, ten mucho cuidado.
- Lo tendré, te lo prometo.
Ana colocaba cuidadosamente los cubiertos en la mesa de la cocina. Había decidido que
cenarían allí, como a ella más le gustaba y cerca de su rincón favorito. Lucía unos pantalones negros,
ceñidos y una sencilla camiseta beige, no quiso arreglarse demasiado. Esa noche había dejado secar su
melena al natural y las ondulaciones le caían sobre los hombros. Cocinó una lasaña de carne que acababa
de meter en el horno para gratinar y se disponía a preparar una ensalada para acompañarla cuando Lucas
llamó a la puerta. Los escasos pasos que recorrió de la cocina hasta la entrada le parecieron eternos,
sentía como las piernas le temblaban. Antes de abrir, cerró los ojos, respiró profundamente y, utilizando
una de sus técnicas de auto-control, contó hasta diez.
Cuando la puerta se abrió, Lucas sintió cómo se estremecía todo su cuerpo. Ana había
dejado apoyar su cintura sobre el marco y él no pudo evitar contemplar su figura. No iba muy arreglada
pero sus curvas engalanaban su cuerpo como si luciera el más hermoso de los vestidos. La falta de
maquillaje en su rostro mostraba su tez sonrosada y las seis encantadoras pecas que adornaban su
graciosa nariz jugueteaban divertidas. Y, como no podía ser de otra manera, su parda melena ondulada y
sus ojos castaños volvían a chispear destellos dorados. Cada vez que la veía su belleza se superaba y esa
noche, sin duda, estaba más guapa que nunca.
- Hola Lucas – saludó ella casi sin poder vocalizar de los nervios.
- Hola Ana – Lucas se acercó a su mejilla para besarla, pero esta vez intentó que
el contacto fuera breve. Debía controlarse –. Toma, he traído un Ribera del Duero. Espero que te
guste.
- Acertaste, son los que más me gustan – Ana tomaba la botella complaciente.
Lucas vestía unos tejanos y una camiseta de algodón gris que le marcaba los hombros.
Mientras se adentraba en el salón, Ana le siguió con la mirada, recorriendo su cuerpo de una ojeada y
recordando la primera vez que lo vio en el aeropuerto. Aunque la imagen del agente uniformado le
excitaba, reconoció feliz que el hombre que acababa de llamar a su puerta era, sin duda alguna, el que
tanto había echado de menos durante las últimas semanas.
- El salón ha quedado precioso y ya veo que acabarás como yo, teniendo toda una
pared llena de dibujos de Martina – se reía al ver el espacio que Ana había reservado para las
cosas de su hija.
- Sí, ya sabes, lo que no consiga la niña… ¿Una cerveza mientras acabamos de
preparar o prefieres empezar con el vino?
- Una cerveza para empezar ¿Necesitas ayuda? – Lucas la siguió hasta la cocina.
- No, tranquilo, estaba preparando un poco de ensalada. He hecho una lasaña de
carne y está gratinándose.
- Mmmm… me encanta la lasaña. ¿Tú quieres otra cerveza? – preguntó él mientras
se acercaba al frigorífico.
- Sí, por favor… Ten cuidado al abrir la nevera, debería cambiar la puerta para
que se abra por el otro sentido.
- Es verdad… - Lucas empezó a abrir y cerrar la puerta buscando el mecanismo –
No parece difícil desmontarla… podría intentar arreglarla.
Ana, que había empezado a cortar una zanahoria en rodajas, dejó a un lado el cuchillo y
mientras contemplaba asombrada a Lucas preocupado por el frigorífico, empezó a sonreír y se acercó a
él.
- Lucas, deja eso… -tomó las dos cervezas, se las dejó sobre el mármol junto a un
abridor y cerrando la puerta de la nevera, le cogió de la mano – deja eso, no has venido para
arreglar esta puerta… - y posó su mano sobre una de las cervezas.
- ¿Se nota que estoy nervioso? - la miró algo avergonzado.
- Sí. Yo también lo estoy. Me siento como una adolescente en su primera cita –
Ana sonreía y bajando la mirada tímida, cogió el cuchillo y la zanahoria.
- Pues entonces… - acercándose a ella, Lucas le sujetó la mano para que dejara de
cortar–, mejor será que tú también dejes eso, no sea que te cortes. Con la lasaña será suficiente
¿Nos tomamos la cerveza para tranquilizarnos?
- Sí, será lo mejor…
Alberto estaba especialmente nervioso esa noche. Llevaba días pensándolo bien, tenía que
hablar con Sandra y no sabía cómo iniciar esa difícil conversación.
- Sandra – le susurró para que Martina no le escuchara – ¿has pensado alguna vez
en casarte o eres de las que pasan de bodas?
- ¿A qué viene eso? – le preguntó fijando sus ojos en él.
- Curiosidad, nunca hemos hablado de ese tema… y como en la película están
hablando de boda, se me ha ocurrido preguntarte.
- Ya…
“Joder, ya lo sabía yo que tenía que callarme…” - se maldecía Alberto. Estaba decidido a
pedirle matrimonio pero temía su reacción y enseguida se arrepintió de hacer aquella estúpida pregunta.
En el fondo él sabía que no iba a querer y lo mejor era no insistir, ni presionarla. En definitiva, lo que a
él le importaba era estar con ella, vivir juntos y eso ya lo tenía… ¿para qué pedir más?
- ¿Y tú? – Sandra sorprendió a Alberto con esa pregunta.
- ¿Yo? bueno, yo siempre he pensado que me gustaría una boda muy íntima, en un
sitio bonito, una ceremonia civil, sencilla.
- ¿Un espacio abierto, con césped, en primavera, unas pocas flores, padres,
hermanos y amigos más íntimos?
- Sí, algo así.
En ese preciso instante, la película se acabó. Martina bostezó y se estiró perezosa encima de
los dos.
- Martina ¿te acompaño yo a la cama? – Sandra se levantó del sofá.
- Sí, vale – afirmó la niña –. Buenas noches tío Alberto.
- Buenas noches Martina, que tengas dulces sueños.
Las dos se fueron a la habitación que Alberto había preparado hacía tiempo para su sobrina,
con una cama individual y un pequeño armario. Sobre la almohada Martina había colocado las muñecas
que había decidido llevarse de casa, todas ellas princesas Disney.
- Sandra, ya sé por qué la princesa Disney favorita de tío Alberto es Ariel, la
sirenita.
- ¿Sí? Dime por qué…
- Porque tiene el pelo rojo, como tú. Tú eres como su princesa favorita.
- Es verdad… no lo había pensado, pero tienes razón.
- ¿Y os casaréis en un barco como hizo la sirenita y el príncipe?
- Pues no lo sé… en un barco, mejor que no, mi padre se marea… porque yo me
parezco a Ariel pero mi padre no se parece en nada al padre de la Sirenita – las dos rieron
mientras Sandra tapaba a Martina con el edredón.
- Yo nunca he ido a una boda.
- Pues yo he ido a muchas de mi padre…
- ¿Cuántas mujeres tiene tu padre?
- Ahora solo una Martina – Sandra se divertía con la inocencia de la niña–. A
veces, hay parejas que dejan de quererse y deciden romper el matrimonio y se separan. Pero
luego pueden volver a casarse con otra persona distinta.
- Pero eso no le pasa a las princesas y a los príncipes. Mi tío Alberto no dejaría
nunca de quererte, eres su princesa favorita y eso es para siempre.
- Martina, Martina… -suspiraba Sandra - Ojalá sea verdad y dure siempre como
tú dices.
¿Sabes?… me encantaría tener una hija como tú… bueno una o dos…
- ¿Tío Alberto y tú vais a tener hijos? – a la niña se le abrió una gran sonrisa.
- Él todavía no lo sabe, pero sí… tres o cuatro… serán tus primos y lo pasaréis
muy bien todos juntos.
- Bien… ¡tendré primos!
- Venga y ahora a dormir. Ya es tarde. Buenas noches Martina.
- Buenas noches Ariel.
Sandra apagaba la luz de la habitación y dejaba la puerta entreabierta mientras sonreía con
las ocurrencias de Martina.
Cuando regresó al sofá, se encontró a Alberto alicaído y algo fastidiado. Sandra conocía ya
esa expresión, algo le perturbaba y no era capaz de esconder su preocupación. Alberto era totalmente
transparente, para Sandra una de las mejores cualidades que tenía su rubiales. Enseguida dedujo que
debía estar incómodo por la conversación que habían mantenido sobre el matrimonio y decidió responder
a su pregunta inicial, mientras se sentaba junto a él y tomaba su mano entrelazando sus dedos.
- Mi padre se casó con su segunda mujer cuando yo tenía diez años y desde
entonces he ido a cuatro bodas más. En tres de ellas tuve que llevar los anillos y fingir que todo
era maravilloso y que me encantaba el horrible vestido rosa que siempre me compraban.
- Ya me lo imaginaba… - sonreía Alberto algo más aliviado- No sé por qué te he
preguntado, ya suponía la respuesta.
- No he respondido aún…
- ¿No?
- No, es más, acabo de decidir que no te voy a responder a esa pregunta.
- ¿Qué quieres decir?
- A esa pregunta no te voy a responder… te responderé a la pregunta que
realmente querías hacer y no hiciste por miedo a la respuesta.
- Sandra… no me enredes, que te conozco…
- Rubiales… - Sandra se sentó sobre las piernas de Alberto y le rodeó el cuello
con sus manos – ¿me vas a hacer la pregunta ya, sí o no?
- Sandra, me estás poniendo muy nervioso…
- Pues acaba ya con esto o ¿crees que yo no estoy nerviosa también…?
- Vale – tragó saliva, respiró hondo y miró fijamente esos ojos traviesos que le
hacían perder la razón – Pelirroja, ¿te quieres casar conmigo?
- Sí, rubiales, sí quiero…. – le respondió con convicción y con un brillo especial
en la mirada.
- ¿En serio? ¿De verdad? – Alberto acercó más el cuerpo de ella al suyo
sujetándola por la cintura. No acababa de creer que fuera a decir que sí, no al menos por ahora –
Sandra ¿no estarás bromeando?
- Alberto, por favor, ¿cómo voy a bromear con algo así?
- Sí, perdona, es que me parece increíble. Te quiero, pelirroja. – Alberto no
dejaba de besarla en la boca, en la cara, en el cuello…
- Y yo te quiero a ti, rubiales.
- Pero, no te he comprado anillo… no pensé que quisieras casarte e igualmente, no
estaba seguro de que te gustara llevar anillo de compromiso.
- ¡Ah! Por eso puedes estar tranquilo, yo paso de anillos…
- Qué pena… porque el otro día vi uno en una joyería que era perfecto para ti.
Eran dos aros finos cruzados por la parte de arriba pero lo increíble es que uno era de oro y el
otro de color cobrizo, como tu pelo. Pensé que éramos tú y yo abrazados, el rubiales y la
pelirroja.
- ¿Cruzados, dos aros finos de dos colores…? – los ojos de Sandra se perdieron
imaginando la joya.
- Sí, sencillo, nada ostentoso, pero muy bonito – Alberto ya no podía contener la
risa-. Una pena que pases de anillos….
- Sí…. – la expresión de Sandra empezó a pasar de desilusión a enfado - ¿y ahora
de qué te ríes?
- De ti… - Alberto besó con dulzura sus labios mientras sacaba un pequeño
sobrecito del bolsillo del pantalón- Toma, pelirroja.
- Alberto… ¿no será…? – el anillo de los dos colores estaba dentro del sobre –
Alberto… ¡Es precioso! Pero…si estabas convencido que iba a decir que no…
- Sí, pero igualmente te lo quería regalar. Lo vi en el escaparate y no pude
resistirme. Sí, es verdad que quería que fuera un anillo de compromiso, pero si no nos
casábamos no me importaba, desde que vives conmigo yo ya tengo todo lo que quiero.
- Mentiroso, cómo me enredas… - decía Sandra mientras miraba el anillo que
Alberto ya le había colocado en el dedo–. Me encanta.
- Mírala, la que pasaba de anillos… - Alberto reía socarrón.
- Te vas a enterar tú mañana… esta noche te libras que tenemos a Martina, pero
mañana vas a suplicarme que pare de castigarte…
- Uuuuuu…. ¡Qué miedo me das! – levantándose del sofá, cogió a Sandra a
horcajadas, sujetándola por las nalgas, sin parar de besar su cuello - ¿Y si me castigas un poco
por adelantado y en silencio esta noche?
Mientras Ana cortaba la lasaña para servirla en los platos, el móvil de Lucas sonó. Lo había
dejado en el salón.
- Seguro que es un mensaje de mi hermano – decía mientras iba a buscar el
teléfono.
- A ver si le pasa algo a Martina…
- No, tranquila, creo que es por otra cosa… - cuando leyó el mensaje el rostro de
Lucas se iluminó y empezó a reír.
- ¿Qué pasa?
- Tu amiga, que parece un hueso duro de roer pero no puede ser más romántica…
- Eso ya te lo dije yo… pero ¿qué ha pasado? Dímelo ya…- Ana impaciente se
acercó a Lucas.
- Alberto le ha pedido matrimonio y Sandra ha dicho que sí.
- ¿Qué…? Es… es maravilloso – Ana empezó a reír emocionada–. ¡Jo! otra vez
voy a llorar… ¿es que no voy a ser capaz nunca de controlarlo?
Lucas se quedó por un instante contemplándola con ternura. Con los ojos húmedos, el brillo
de su iris centelleaba con más fuerza y durante unos segundos siguió con la mirada cómo una de sus
lágrimas caía por sus mejillas hasta aterrizar en el contorno de sus labios. Y se imaginó besándola,
saboreando esa humedad salada y mordiendo suavemente esa boca carnosa que tanto deseaba poseer.
- Lucas ¿cenamos?
- Sí, sí… vamos – afirmó mientras despertaba del beso imaginario.
Sentados uno frente al otro, Lucas abría la botella de vino y Ana tomaba su copa impaciente
por brindar.
- Al final vamos a tener que brindar muchas veces, hay mucho que celebrar… -
con las dos copas llenas, elevó la suya –. Por Sandra y Alberto.
- Por Sandra y Alberto… - Lucas bebió un sorbo de vino – Ya me imagino a
Martina llevando los anillos… ¿vendrás con nosotros para comprarle el vestido? Me iría bien un
poco de ayuda…
- Lucas, tú nunca has necesitado ayuda con tu hija…
- Bueno, pero sí me iría bien otra opinión, sobre todo si es femenina.
- Sí, naturalmente que iré con vosotros, no me lo perdería por nada.
- Y ahora, un brindis por Diseños Martina – los dos bebieron un sorbo de la copa
sin apartar los ojos del otro–. Estoy seguro de que será un éxito.
- Eso espero. La semana pasada entregamos nuestro primer proyecto y los clientes
se quedaron muy satisfechos. Ya tenemos cinco encargos más. Estoy muy contenta.
- Te lo mereces, has trabajado duro…
- Gracias – Ana sonreía con las mejillas sonrojadas–. Lucas, creo que sería mejor
que el acuario lo instalara aquí, en mi casa, para cuidar de Orión. Y así también Martina lo vería
más a menudo… ¿Podrías ayudarme mañana a traerlo?
- Sí, por supuesto… y luego te cambio la puerta de la nevera.
- Eres cabezota ¿verdad? – se reía burlona.
- Un poco… Y dime, has cumplido tu deseo de crear tu propia empresa de diseño,
¿cuál es ahora tu nuevo propósito? Seguro que ya te has marcado otro objetivo en tu vida.
- Bueno, sí… la verdad es que sí y tengo la esperanza de que se cumpla en un par
de años… - durante unos segundos Ana acarició su copa con la mirada perdida, hasta que volvió
en sí y fijó sus ojos en los de Lucas - Me tienes que contar cómo has conseguido ese ejemplar, el
“Cola de tigre”.
- Uii…. Cuidado que si sabes demasiado corres peligro – Lucas se reía de la cara
sorprendida de Ana–. Bueno, tengo algunos colegas trabajando en el Departamento de Aduanas
del aeropuerto y entienden de animales exóticos… en fin, mejor no sepamos los detalles. Pero
tranquila, tengo todos los papeles en regla.
- Me ha gustado mucho el regalo, de verdad, has hecho que cumpliera un sueño
que daba por perdido… - durante unos segundos mantuvieron sus miradas fijas en el otro, como
si no hubiera nada más alrededor.
- Ana, la lasaña está buenísima… - Lucas tuvo que desviar la vista a su plato para
evitar perderse más tiempo en los ojos de Ana.
Durante los siguientes minutos, comieron en silencio. Lucas volvía a sentir los mismos
nervios del inicio y comenzaba a impacientarse. Necesitaba hablar con ella sobre sus sentimientos y no
sabía cómo empezar. Tenía mucho miedo de que esa complicidad desapareciera y que Ana quisiera huir
de nuevo. No podía perderla otra vez, sería demasiado doloroso, pero seguir fingiendo tampoco estaba
siendo fácil.
- ¿Crees que podré tener luego una sesión con mi psicóloga? Tengo algo
importante que contarle.
- Sí, por supuesto… Cuando acabemos te tomas el té en el diván – Ana sonreía
divertida –. Seguro que habrá aprendido mucho en su congreso y probará algunas nuevas técnicas
contigo.
- Bueno, yo no tengo ningún problema en ser su conejillo de indias, acaba
haciendo lo que quiere conmigo… pero es muy buena psicóloga.
- No sé… aquello de que “busca una mujer en otros ambientes” no salió nada
bien.
- Pero eso fue porque yo no busqué adecuadamente, pero he aprendido del error -
después de unos segundos con las miradas fijas, Lucas sorprendió a Ana–. Hace unos días abrí el
álbum de Mónica.
- ¿Sí…? – Ana se llevó las manos a la cara para contener la emoción.
- Sí, y te tengo que pedir ayuda con él.
- ¿Yo?
- Sí… Verás, tenía ganas de contártelo, lo abrimos Martina y yo juntos. Como ya
sabía, las primeras páginas eran fotos de Mónica embarazada, se veía la evolución de la barriga
durante el paso de los meses. También había algunas ecografías o datos médicos. Hasta que
llegaron las hojas dedicadas a Martina. Me sentí fatal Ana, un egoísta. Durante todos estos años
no he querido abrir el álbum para no sufrir pero no pensé en mi hija. Ese libro es para Martina y
yo fui un egoísta en guardarlo solo para mí.
- No te culpes Lucas, lo que importa es que al final lo hiciste.
- Sí, me alegro mucho de haber tomado la decisión. Cuando se acaban las fotos
del embarazo, empiezan las hojas en blanco dedicadas a momentos especiales de la niña: sus
primeros pasos, los primeros dientes, los que nacen y los primeros que se caen, los primeros
Reyes, el primer cumpleaños, el segundo… en todas estas páginas Mónica puso alguna imagen
suya, unas palabras o consejos y un espacio para poner una foto. Quería estar en todos esos
momentos y así lo preparó, para que cuando hiciéramos la foto y la pusiéramos ahí, leyéramos
sus palabras y viéramos su imagen, así ella también estaría presente.
- Jo, Lucas, es precioso… otra vez estoy llorando, no tengo remedio.
- Tranquila, llora… - esta vez no pudo resistir acercar su mano a su rostro y
limpiarle una lágrima – También hay un espacio dedicado a ti. Lo tituló “El día que encontréis a
Anabel”. Nos tenemos que hacer una foto los tres juntos y ponerla en esa página. Y me gustaría
que me ayudaras con el resto de fotos. Tengo varias por ahí de Martina de bebé, no muchas, soy
un poco desastre para esos detalles… y te quería pedir que me ayudaras a seleccionarlas. De
paso, verías a Martina de bebé.
- Sí, me encantaría…
- Al final del álbum había una nota para mí.
- ¿En serio? ¿Y qué pone?
- Mmmm… Si te portas bien tal vez te la lea más tarde – Lucas se hizo el
interesante alzando una ceja.
- Tramposo…
Y, de nuevo, durante unos segundos no apartaron la vista de sus ojos, sonrientes y nerviosos.
- ¿Preparo ya el té? – sugirió Ana.
- ¿Te ayudo?
- No, que aún eres capaz de quererme arreglar la tetera. Tú ve al sofá, hoy eres mi
invitado.
- Vale, lo que tú digas.
Desde la cocina Ana observaba a Lucas sentado en el sofá. No dejó de mover la pierna
derecha, muy nervioso. Se echaba el pelo hacia atrás constantemente y miraba el suelo como queriéndose
concentrar para no olvidar algo. Ella sabía que tenía que dejarle hablar, tenía que escuchar aquello que
rondaba en la cabeza de Lucas y no debía escapar de él, esta vez no… fuera lo que fuera, tenía que dejar
que sucediera. Con las piernas temblorosas caminó hasta el salón con los dos tés, los colocó en una mesa
pequeña frente al sofá y se sentó en una silla, cerca de Lucas, como hicieran aquel día que comenzaron el
juego de la psicóloga y el paciente.
- Bueno, Lucas, he vuelto y sé que tienes algo que contarme. Así que, respira
hondo y abre tu mente. Explícame cómo te sientes en este momento.
- Verá Doctora… - dejó descansar su cabeza sobre el posa brazos del sofá y se
tumbó bocarriba – Tengo algo importante que contarle ¿Recuerda que me aconsejó que me
desinhibiera? ¿Que debía volver a enamorarme?
- Sí, lo recuerdo – a Ana le costaba respirar.
- Pues bien, hay tres mujeres…
- ¿Tres? – Ana abrió sus grandes ojos con asombro. “Este hombre no pierde el
tiempo…” pensó.
- Sí, déjeme que le explique. La primera mujer fue un flechazo, uno de esos
encuentros extraños en los que sientes una atracción física especial y piensas que ha sido obra del
destino, que ha pasado por tu vida por alguna razón, no por un juego de azar, sino porque era
importante que ese encuentro se realizara. Pues bien, yo me sentí muy atraído y creo que ella
también, o tal vez solo conseguí intimidarla… no estoy seguro. El caso es que me obsesioné con
ella. La tenía en la cabeza constantemente y hasta se coló en mis sueños más de una noche. Me
hechizó irremediablemente, es atractiva, intrigante, misteriosa y muy sensual. Tuvimos algún
encuentro fortuito pero no conseguí acercarme lo suficiente a ella. Parecía difícil, de esas
mujeres impenetrables que evitan a los hombres.
- Sí, ya sé de qué tipo de mujeres hablas… - Ana no entendía bien por qué Lucas
le explicaba eso. No le gustaba nada el rumbo que llevaba la conversación.
- Y en medio de esa confusión y el torbellino de sentimientos que me provocaba
esa mujer, apareció la segunda. Aquella chica me fascinaba, bueno, y me sigue fascinando.
Cuando la conocí tenía novio y fue algo complicado, pero a pesar de ello y, al contrario que con
la primera, a ésta segunda la pude conocer mejor. Es inteligente, muy guapa y con un carácter
fuerte. Tal es el carácter fuerte que acabamos un día discutiendo a gritos. Incluso resultó que su
novio en realidad no era su novio, sino que lo utilizó para conseguir una herencia, o algo así…
pero bueno, esos detalles no vienen al caso.
Sorprendida, Ana se levantó de la silla de un brinco y dio unos pasos para alejarse del sofá,
dándole la espalda a Lucas. Ahora lo entendía todo, Lucas estaba hablando de ella. La primera chica era
la del aeropuerto y la segunda apareció cuando Alberto los presentó. Las piernas le flaqueaban y un
persistente cosquilleo invadió su estómago.
- ¿Estás bien? – Lucas se incorporó en el sofá quedando sentado para verla mejor.
Ana asintió con la cabeza y él decidió continuar, ya no podía dar marcha atrás –. Pero después de
aquel enfado y como caída del cielo, apareció la tercera chica. Y ésta es sin duda la mujer más
maravillosa que he conocido en mi vida. Ella es… es divertida, muy ocurrente, cariñosa,
inteligente, una mujer segura de sí misma y de lo que quiere, muy hermosa y maravillosa… ¿eso
ya lo había dicho, verdad? En fin… hemos podido intimar, nos hemos sincerado y hemos
compartido sentimientos que teníamos guardados con llave. Con ella es muy fácil hablar, es de
esas personas con las que te sientes cómodo, te sientes tú mismo, sin siquiera proponértelo. Y,
claro, como no podía ser de otra manera, me enamoré, me enamoré perdidamente de ella… Pero
metí la pata, la metí hasta el fondo… La primera mujer apareció un día y como atraído por un
imán, otra vez hechizado por sus encantos, la hice mía. Intenté que solo fuera sexo, pero no pude,
me gustaba mucho y no solamente por su físico, volví a sentir aquel flechazo inicial… Pero lo
peor de todo es que mientras yo intentaba que aquél fuera un acto banal, me di cuenta de que yo
solo pensaba en la tercera, deseaba besarla, acariciarla, mirarla a los ojos y darle a entender lo
que me hacía sentir…
- Me sentí tan mal, tan sucia... – le interrumpió ella con un tono decaído - Yo te
había pedido solo sexo y cuando cinco minutos después de salir de aquel cuarto te vi besando a
Sonia, después de que ni me miraras a la cara en aquel momento, me sentí como una furcia…
pero era lo que yo me había buscado.
- Ana, tantas veces quise mirarte a los ojos, acariciarte, coger tu cara con las
manos y besarte, pero tuve miedo, miedo de que lo rechazaras, de que si lo hacíamos más íntimo
tú te echaras para atrás y huyeras... me repetí varias veces que solo debía ser sexo. Para mí, lo
que había entre nosotros ya era demasiado importante, no quería perderlo… – Lucas permaneció
un momento en silencio, esperando alguna reacción de Ana, que seguía de espaldas. Resignado,
continuó con su relato–. Lo de Sonia también fue una estupidez. En realidad empecé a salir con
ella para que tú y yo habláramos de eso, para seguir con nuestro juego de psicóloga y paciente...
Pero todavía entonces yo no sabía lo que sentía por ti, estaba confundido, en mi mente aparecían
tres mujeres en una, las dos primeras me atraían mucho físicamente y con la tercera empezaba a
haber algo más que no comprendía. Después de aquella noche y durante la siguiente semana que
me evitaste, empecé a echarte mucho de menos, a sentir celos de Héctor, a volverme loco porque
no podía sacarte de mi cabeza, porque necesitaba estar contigo… hasta que el día de la mudanza,
el día que te volví a ver en la puerta de tu casa, comprendí que me había enamorado y que ya no
podía vivir sin ti.
Lucas dejó pasar unos interminables segundos de silencio. Temía que la reacción de Ana
al escuchar esa confesión no fuera la deseada y necesitaba que ella lo asimilara poco a poco.
Finalmente, ante aquel mutismo que lo estaba matando, decidió concluir.
- Toda esta historia de las tres mujeres puede parecer confusa. Sigo deseando a la
chica del aeropuerto, me sigo sintiendo fascinado con Ana y estoy totalmente enamorado de
Anabel. Pero tengo muy claro que las tres sois la misma persona para mí y que os quiero en mi
vida a las tres. Quiero que la chica del aeropuerto deje de colarse en mis sueños para colarse en
mi cama, quiero salir al teatro y a cenar con Ana e intentar calmarla cuando esté irritada y quiero
despertar todas las mañanas junto a Anabel, reírme con sus ocurrencias y contagiarme de su afán
de conocer, pero sobre todo quiero que seas tú quien me ayude a criar a Martina, quiero tener
más hijos contigo y quiero envejecer a tu lado – el silencio de Ana era doloroso para Lucas,
creía perderla en cada palabra que pronunciaba–. Perdona si he sido demasiado brusco,
demasiado directo, tal vez no debí sincerarme aún, pero es que no puedo seguir fingiendo. Si
tengo alguna oportunidad de estar contigo quiero que tengamos una relación franca, con todo lo
que ha sucedido desde que nos conocimos necesito creer que confías en mí y por eso tenía que
mostrarte mis sentimientos.
Con una expresión de desesperación en su rostro, Lucas cogió un papel del bolsillo y
con la cabeza baja, continuó con voz entrecortada.
- Y como te has portado bien, te voy a leer la nota de Mónica. Tranquila, luego me
iré - abrió el papel despacio y después de respirar hondo para tranquilizar la voz empezó a leer.
“Lucas,
No es así como quería decirte adiós pero no sé si voy a tener suficiente valor para
hacerlo en vida, te quiero demasiado y sería muy doloroso.
No te culpes por no haber tenido la oportunidad de despedirte de mí, no necesito que
lo hagas, me llevo miles de recuerdos maravillosos contigo y ese es el mayor de los tesoros.
Hay algo más que no he tenido la ocasión de explicarte y es que ayer, por fin,
encontré a Anabel. Está viviendo en Nueva York con su tía, se hace llamar Ana y se invirtió los
apellidos. Por esa razón no la encontrábamos. Le he escrito una carta y le he dado nuestra
dirección para que te busque. Después de lo que sucedió entre nosotras, no sé si acudirá a
vosotros rápidamente, tampoco sé si volverá a España… tal vez pase un tiempo hasta que os
conozcáis, solo espero que no sea demasiado tarde… y te digo esto porque me gustaría que
compartieras con ella la educación de nuestra hija y que ella formara parte de la vida de Martina.
Serás un magnífico padre, cuidarás bien de Martina y volverás a ser feliz, a pesar
del dolor que ahora estás padeciendo. Lo sé porque lo mereces más que nadie.
Completad este álbum pensando en mí, recordándome y así no os abandonaré.
Te he querido, te quiero y te querré siempre.
Mónica”.
Después de unos segundos en silencio, cabizbajo, Lucas se levantó del sofá mientras
doblaba la carta y la guardaba en un bolsillo del pantalón.
- No te preocupes, ya me voy… – dijo resignado mientras salía del salón.
Amaba a aquella mujer como no creía que podría volver a amar, pero sabía cuándo debía
retirarse, cuándo una batalla estaba perdida. El silencio de Ana aniquiló la esperanza de iniciar aquella
noche una nueva vida, juntos, de romper las barreras que ambos habían construido a su alrededor, esa
coraza que los había condenado a vivir en soledad durante años. Caminó despacio hacia la puerta
principal, con el corazón herido y un miedo atroz a haber agotado su última oportunidad de estar con
ella. Pero, cuando sujetaba el tirador de la puerta para abrirla, Ana empezó a hablar.
- Me preguntaste por mi nuevo propósito, por lo que ahora quiero conseguir en mi
vida…. – su voz sonó temblorosa.
Lucas soltó el tirador y se giró sorprendido al escucharla. Estaba quieta frente a la cocina,
pensativa, soñadora, hermosa.
- Sí…
- Lo que ahora más deseo está ahí… – Ana levantó la mano para señalar una zona
de la cocina.
- ¿En la cocina…? – preguntó él confundido.
- Sí… Ahí, donde está la encimera, estoy yo, de pie, cocinando unas crepes – y
dirigiendo su mano hacia la mesa central, continuó –. Ahí, sentada en esa silla, hay una preciosa
niña con el cabello dorado, largo, perfectamente alisado. Le acabo de servir una crepe, su
desayuno favorito, y la está devorando ¡Se nota que tiene hambre! – exclamó risueña -. Le ha
puesto la medida justa de azúcar porque, según dice su papá, no es bueno abusar del azúcar.
Lucas sonrió al comprender de qué niña hablaba Ana y su corazón comenzó a latir con
fuerza.
- Bajo la mesa, un cachorro mordisquea sus zapatillas. Ya le ha sacado la del pie
derecho, dejando ver su calcetín agujereado. De vez en cuando apoya sus patas sobre las rodillas
de la niña, pidiéndole compartir su crepe, pero ella no está por la labor y lo está ignorando por
completo.
Lucas, emocionado y feliz, alzó sus manos para rozar con la yema de su dedo pulgar las
mejillas de Ana.
- Me encanta tu nuevo propósito.
- Y a mí…
Suavemente, Lucas adentró sus manos en el cuello de Ana y la acercó más a él. Sus frentes
se unieron, la punta de sus narices se acariciaron y por unos segundos los dos dejaron de respirar,
inmersos y perdidos en las pupilas del otro.
- ¿Puedo besarte ya chica de los calcetines rotos? – preguntó Lucas apenas sin
aliento.
- Sí, agente pervertido… ya estabas tardando.
Y los labios que los dos tanto habían ansiado volver a besar por fin les pertenecían, por fin
pudieron degustarlos, morderlos con los dientes y jugar con sus lenguas hasta que la necesidad de
respirar les hizo parar. Cuando ese primer beso largo e intenso acabó, Lucas se chupó los labios para
volver a saborear el gusto salado que las lágrimas de Ana le habían dejado y sonrió mientras apoyaba su
frente sobre la nariz de ella.
- Estás salada de tanto llorar…
Los besos continuaron, cada vez más profundos, más apasionados. Las manos de Lucas se
perdieron en el cuerpo de Ana y el deseo empezó a fluir entre ambos, como un río desbordado,
devastando todo a su paso… Abrazados, subieron las escaleras que les llevaría a la habitación de Ana,
sin dejar de besarse en ningún momento. Besar aquellos labios ya no era un simple deseo para ellos, era
una necesidad, un acto indispensable, vital, más importante incluso que respirar.
Una vez frente a la cama, cuando se disponía a quitarle la camiseta, Lucas la miró fijamente
a los ojos y empezó a sonreír.
- ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando? – a ella le extrañó su gesto.
- Ana, quédate aquí, no te muevas…. Estate quieta y cierra los ojos…
- Pero… ¿por qué? ¿A dónde vas? No me dejes así… - Ana no entendía por qué
Lucas salía de la habitación.
- Ana, confía en mí…. Quédate quieta ahí y cierra los ojos… por favor.
- Vale, va, haz lo que tengas que hacer pero vuelve rápido… - Ana cerraba los
ojos impaciente.
- No te muevas, no tardo…
Intrigada y muy excitada, Ana seguía los pasos de Lucas por el ruido de sus zapatos. Él bajó
al salón y abrió la puerta principal de la casa… “¿Se ha ido? No puede ser…” – pensó ella. Le
sorprendió el sonido de la puerta de un coche cerrarse y el pitido del bloqueo del vehículo. Unos
segundos después, la puerta de la entrada de la casa se cerraba.
- Lucas ¿eres tú?
- Sí, tranquila soy yo… - escuchó su voz de lejos y cómo cerraba con llave por
dentro.
Durante los siguientes dos minutos Ana solo podía oír golpes en el salón, como si Lucas
tropezara torpemente.
- Lucas ¿Qué haces? ¿Te has caído?
- Sí, pero no pasa nada… ¿Tienes los ojos cerrados?
- Sí… - mientras afirmaba, Ana escuchaba cómo Lucas subía los escalones a
zancadas y sin zapatos.
- Ya estoy aquí… - decía con la respiración apresurada por la carrera –. Ya
puedes abrir los ojos.
Ana no pudo evitar soltar una carcajada y un silbido de admiración. Lucas, vestido con el
uniforme de la agencia de seguridad, se contoneaba delante de ella, exagerando sus movimientos y
levantando las cejas de forma divertida. Aquella imagen arrancó otra vez las lágrimas de Ana, aunque
esta vez fueron originadas por la risa y la felicidad que sentía al comprobar que iba a compartir su vida
con el hombre más increíble y maravilloso que jamás había conocido.
- Señorita, abra las piernas, tengo que cachearla…
DOS AÑOS DESPUÉS
Lucas corría nervioso de un lado a otro de la habitación, mientras Ana se duchaba. Había
empezado a tener contracciones de madrugada y estaban preparándose para salir al Hospital. Cuando
Ana se secaba con la toalla le sorprendió ver a Lucas observándola preocupado.
- ¿De verdad que estás bien?
- Sí, tranquilo, ya te lo he dicho, son las contracciones…uffff… – Ana se torcía
del dolor e intentaba hacer las respiraciones que había aprendido en la preparación al parto - ….
Ya, ya pasó… cada vez son más seguidas.
Lucas la sujetó para acompañarla con las respiraciones y una vez pasó el dolor la ayudó a
vestirse.
- Tengo ganas ya de verle la carita a Julio… seguro que es un niño morenito y muy
guapo, como tú… - dijo Ana sonriente mientras miraba enamorada a su marido.
- O es castaño, con el pelito rizado y unos ojos grandes y brillantes, como los
tuyos… - Lucas la besaba cariñosamente.
Seis meses después de la boda, Ana se quitó el DIU y desde entonces no habían dejado de
imaginar la cara de su bebé.
Después de aquella primera noche, decidieron que durante un par de meses, hasta las
vacaciones de Navidad, pasarían los tres los fines de semana juntos en casa de Ana y, si todo iba bien, a
principio de año Lucas y Martina se trasladarían definitivamente. Pero el primer día de aquellas
vacaciones, los dos llegaban a su casa con todas sus cosas. No soportaban más las angustiosas
despedidas los domingos por la tarde en casa de ella o entre semana, por las noches, en el portal del
apartamento de él. Lucas y su hija le pidieron matrimonio a Ana un mes después. Se casaron en Junio,
celebrando una doble boda con Sandra y Alberto y siendo cada pareja los padrinos de la otra. Martina,
luciendo un precioso vestido naranja, llevó los anillos acompañada de los dos hermanos pequeños de
Sandra. Se dijeron el sí quiero en los jardines de un bonito restaurante, un día soleado y sobre el césped.
Alrededor de ellos, algunas sillas donde sus seres más queridos presenciaban el momento. En primera
fila el padre de Sandra, sus ex-mujeres y sus hijos mayores, tía Helena y Héctor, que aunque todavía no
lo sabía, ya había conocido a la mujer con la que pasaría a la segunda fase de una relación, pero… esa es
otra historia que nada tiene que ver con ésta. También fueron algunos socios del bufete, entre ellos el Sr
Hernández y su mujer, con los que Alberto y Sandra habían entablado una bonita amistad, Maite
acompañada de su marido e hijos, Carla con su hijo Roberto y el resto del equipo de trabajo de Ana. Y,
por supuesto, el nuevo integrante de la familia, un precioso cocker al que habían llamado Calcetines. Se
lo regalaron a Martina en Navidad y se hicieron amigos inseparables desde el primer instante.
Diseños Martina estaba resultando un éxito, consiguieron captar algunas empresas
importantes como clientes y eso les hizo ganar fama y prestigio. Antes de acabar el primer año, la
empresa ya había obtenido más beneficios de lo esperado y para sacar adelante los proyectos que se
acumulaban tuvieron que contratar una persona más. Sandra disfrutaba con su nuevo trabajo pero además
aprendió mucho del mundo del diseño y siempre que sus obligaciones se lo permitían, le gustaba pasar un
tiempo con Ana y Carla mientras ellas realizaban bocetos, dibujos o montajes.
Alberto comenzó pronto a asumir casos importantes en el bufete y los socios mayoritarios no
pudieron negarse en asignarle un ayudante cuando Sandra se quedó embarazada, unos meses después de
la boda, eso le permitiría pasar más tiempo con ella. Carlota nació en Mayo, poco después de que Ana se
quedara embarazada, una preciosa niña pelirroja y sonriente que tiene a toda la familia enamorada, sobre
todo a su padre, que lloró feliz al comprobar que su cabello empezaba a enrojecer. Unos meses antes de
que Carlota naciera, Alberto sorprendió a Sandra con la compra de la casa vecina a la de Ana. Con la
ayuda de su amigo, el agente inmobiliario, vendieron sus dos apartamentos y no tardaron en mudarse.
Querían vivir allí para cuando naciera la niña.
Lucas dejó de hacer tantas horas extras en verano y, algunas tardes, mientras Martina hacía
los deberes en el despacho de Ana, ayudaba a su mujer con algunas maquetas.
La noticia del embarazo de Ana llegó como un maravilloso regalo y los tres disfrutaron con
la evolución de la barriga. Pero las últimas semanas estaban siendo especialmente duras para Lucas.
Recordaba la angustia vivida con Mónica y el miedo empezó a apoderarse de él.
- Papá, Calcetines ya está con tío Alberto, jugando con Susi. También dejé mis
cosas para pasar allí la noche – Martina entraba en el baño -. Mamá ¿estás bien?
- Sí, cariño, sí… ya nos vamos a ir. Lucas ¿está preparada la bolsa del bebé?
- Sí, está en el salón, junto con tu maleta.
Martina salió corriendo de la habitación, como si olvidara algo y Lucas aprovechó para
preguntar a Ana.
- ¿Ya te has acostumbrado a que te llame mamá?
- Sí, bueno, a veces no puedo evitar pensar en Mónica y me entristece, pero creo
que a ella no le hubiese importado… Además, no puedo permitir que Martina me llame Anabel y
su hermano me llame mamá.
- Lo que me gustaba de que te llamara Anabel es que ella era la única que lo hacía.
- Sí, y a veces, cuando estamos a solas, me dice Anabel… sabe que me gusta y que
solo permito que ella o tú me llaméis así.
Cuando llegaron al salón, vieron a Martina cerrando la bolsa del bebé apresuradamente.
- Martina ¿Qué haces? – Lucas la miraba desconfiado, parecía ocultar algo en las
manos.
- Nada, nada… solo volvía a mirar si estaba todo lo del bebé… ¿Nos vamos ya?
En el Hospital, mientras preparaban a Ana para el parto, Lucas salió a la sala de espera para
informar a la familia. Helena, Martina, Sandra y Alberto, con Carlota en brazos, aguardaban noticias.
- Lucas ¿cómo está Ana? – Helena se preocupaba por su sobrina.
- Bien, la están preparando, ya está dilatada. Tengo que volver a entrar, pero
quería avisaros.
- Lucas, tranquilo, todo va a ir bien… - Alberto sabía lo mal que lo estaba
pasando su hermano.
- Alberto, estoy temblando de miedo – le decía en voz baja–, no puedo perderla,
no puedo perder a Ana…
- No va a pasar nada, ya lo sabes, te lo han dicho los médicos miles de veces, Ana
está perfectamente y el bebé también.
- Bueno, eso espero…
En la sala de partos, Ana apretaba la mano de Lucas mientras hacía las respiraciones. Ya le
habían inyectado la epidural y se iba acercando el momento.
- Ana ¿te he dicho ya que te quiero? – le preguntó Lucas mientras besaba su mano.
- Sí, en la última media hora me lo habrás dicho unas diez veces – le repetía
mientras soplaba.
- Pues, te lo digo otra vez, te quiero, cariño, te quiero.
- Lucas, mira que eres cabezota… - a pesar del dolor, Ana le dedicó una sonrisa –
que estoy bien, que no me va a pasar nada, que vamos a tener un niño precioso y que yo también
te quiero, te quiero mucho.
Cuando la comadrona puso a Julio sobre el pecho de su madre, los dos lloraban de felicidad.
Tenía la piel morena como Lucas y unos ojos grandes como Ana, aunque apenas los había abierto aún.
Lucas no dejaba de besar a Ana en la cabeza y en la frente y a acariciar el rostro de su hijo. Ella casi no
podía hablar de la emoción y del llanto.
- Lucas, esto es…es… no se puede describir con palabras – Ana acariciaba los
deditos del bebé mientras lo rodeaba con sus brazos.
- Sí… yo también siento lo mismo – emocionado Lucas reposó su cabeza sobre la
almohada para estar cerca de su mujer y besarla.
- Lucas ¿te he dicho ya que te quiero?
- Sí… - él sonrió–, unas doce veces la última media hora, cada que vez que yo te
lo he dicho a ti…
Mientras las enfermeras limpiaban y vestían a Julio, Lucas y Ana las observaban
sorprendidos por la destreza con la que manejaban al bebé. Y cuando estuvo preparado para volver con
su madre, la enfermera que lo llevaba en brazos los miraba extrañada.
- Julio ya está preparado, pero… les quería avisar que nosotras no le hemos roto
la ropa…
- ¿Roto?
- Sí, miren… Los dos calcetines, están rotos y le sale el dedo gordo.