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Colegio Santa Rosa

H.H. Dominicas del Ssmo. Nombre de Jesús

6B
CUADERNILLO DE
TEXTOS

HISTORIA DE
TUCUMÁN

PROF. SOSA
MARTOS ALBERTO
LAS SOCIEDADES INDÍGENAS DEL TUCUMÁN COLONIAL. UNA
BREVE HISTORIA EN LARGA DURACIÓN. SIGLOS XVI A XIX. (Parte 1)
Gabriela Sica (Universidad Nacional de Jujuy /CONICET)

Con los inicios de la conquista española, el Tucumán resignifico su situación


de “frontera”, debido a su posición marginal, en relación con los Andes centrales, y
lo tardío de conquista, por ello, la implantación del sistema colonial en la región se
caracterizó por el fuerte protagonismo de los intereses privados debido a las
complicaciones para consolidar el dominio efectivo sobre grupos indígenas rebeldes
o de difícil sujeción.
En una zona con escasa riquezas mineras, el atractivo de los conquistadores se
basó en las
posibilidades de obtener como recompensas mercedes de tierras o encomiendas,
como premios a quienes habían arriesgado vida y fortuna en la empresa
conquistadora. Así en la futura gobernación de Tucumán, la encomienda jugará
un papel relevante en el desarrollo de la conquista ya que constituyó el principal
medio de sustento para los conquistadores, al tiempo que fue un factor esencial en la
configuración de su futura sociedad colonial. En el largo plazo los efectos de la
dominación colonial fueron devastadores provocando la imposibilidad de la
perduración de las sociedades indígenas en el Tucumán colonial debido al
traumatismo combinado de la conquista, la explotación y los desarraigos. El destino
final de los indígenas del Tucumán era la inexorable pérdida cultural y el rápido
mestizaje desde el siglo XVII.
Conquista y Sociedad. Los actores sociales en los inicios de la dominación
Desde los primeros momentos, la naciente sociedad se definió en término de dos
grupos: “indios” y “españoles”, que se constituyeron en dos categorías
opuestas y relacionales. Las mismas reproducían la dicotomía entre conquistados
y conquistadores y fueron el fundamento de la sociedad estamental colonial que
separaba a las “republica de indios” de la de los “españoles”. Segmentación
construida bajo criterios étnicos, pero que separaba quienes pagaban tributos de los
que no lo hacían y además clasificaba, también, a los recientemente incorporados a la
religión católica.
La invasión europea supuso una brutal alteración del status político, social,
económico, religioso y fiscal de los antiguos habitantes convertidos en “indios”
coloniales. La transformación de las sociedades precolombinas del actual
Noroeste Argentino en indios suponía la unificación de la diversidad y de las
diferencias prehispánicas en una nueva categoría colonial homogeneizadora pero al
mismo tiempo, este proceso iba acompañada por la desintegración de grupos
prehispánicos más extensos, que en muchos casos fueron fragmentados por la
concesión de las encomiendas en la región.
Todo esto se daba sobre sociedades que estaban viviendo profundos cambios que
abarcaban casi todos los aspectos de su vida, desde los sistemas productivos y el
aprovechamiento del medio ambiente, los comportamientos demográficos, las
estructuras sociales y familiares, los sistemas de autoridades, las relaciones de poder,
hasta la cosmovisión y las creencias.
Dentro de la sociedad indígena existió también una marcada diferencia en la respuesta
que cada grupo asumió frente a la conquista europea, mientras algunos fueron
sometidos rápidamente en
las últimas décadas del Siglo XVI, otros resistieron creando dos fronteras de guerras.
Los valles Calchaquíes y del Chaco fueron, aunque con características muy
diferentes, un obstáculo para la ocupación definitiva del territorio.
El conjunto de los “españoles”, recién llegados, no necesariamente involucraba a
quienes habían nacido en España, sino que nominaba a un conjunto más amplio
conformado por individuos de origen europeo o sus descendientes. Este grupo que, en
los primeros momentos, formaban parte de las huestes conquistadoras se fue ampliando
con la consolidación territorial de la conquista.
La mayoría de los primeros conquistadores aspiraban a obtener una encomienda y
mercedes de tierras que les permitieran establecerse en algunas de las nuevas ciudades
fundadas en los diferentes espacios de la Gobernación de Tucumán. Según
Palomeque, “una de las causas que permitió el triunfo de esas huestes españolas,
que a veces se enfrentaban entre sí, fue su experiencia previa de conquistadores en las
tierras andinas del norte y su relación con los incas que facilitó este tipo de invasión
cuya etapa inicial estaba orientada a utilizar los conflictos entre los grupos indígenas
y la consecuente generación de alianzas transitorias y oportunistas con algunos de
ellos, esto fue posible por la existencia previa de múltiples cacicazgos que sólo
controlaban cortos grupos de población que mantenían constantes enfrentamientos con
sus vecinos por los recursos y, donde la mayoría de ellos venía de una reciente
intervención incaica que había provocado el conjunto de conflictos sobre los cuales se
superpondrían las políticas de alianzas de los españoles”.

Las etapas de conquista del Tucumán. De la rápida subordinación a la larga


resistencia
La conquista general del Tucumán tuvo distintos momentos y varias etapas. Una
primera que se abre con las primeras entradas al territorio y se relacionaba con la
“descarga de la tierra” a causa de las guerras civiles en los Andes centrales. Entre
1550 y los fines de la década del 90, con muchas dificultades se fueron fundando una
serie de ciudades: Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán, Córdoba de la Nueva
Andalucía, San Felipe de Lerma en el Valle de Salta, Todos los Santos de la Nueva
Rioja, San Salvador de Jujuy, quedando en el camino muchas fundaciones frustradas.
Todas ellas rodeaban a los valles Calchaquíes que se mantenían como un importante
foco de rebelión.
Todas las ciudades estaban localizadas en la zona llana, del piedemonte o en los
primeros valles que permiten el acceso a la amplia zona de las tierras altas sin
ciudades, donde primero encontramos las montañas y sus valles longitudinales
(Quebrada de Humahuaca y valles Calchaquí y Yocavil) y luego la meseta de la
Puna. Cada una de las fundaciones que sobrevivía se transformó en un importante
mecanismo de control territorial, desde donde se buscaba afirmar la ocupación
territorial, el dominio político y jurisdiccional y asegurar la circulación de bienes y
personas entre el Perú, el Río de La Plata y Chile. Tras varias disputas por el dominio
político del territorio, en 1563 la región fue convertida en la Gobernación de Tucumán
bajo la dependencia jurisdiccional de la Audiencia de Charcas.
La larga resistencia de los valles Calchaquíes durante gran parte del siglo XVII,
atentaba contra la necesidad y deseo de gobernadores y virreyes de conseguir el
dominio definitivo del territorio y acabar con la situación de guerra. A pesar de ello,
la población del valle vivió a lo largo de 130 años un proceso en el que alternaban
períodos de cierta calma y estallidos de rebeldía y violencia.
Este proceso tuvo varias coyunturas en las que la rebelión se extendió y generalizó
por diferentes zonas del Valle.
La primera tuvo lugar durante el siglo XVI (1534-1565) y fue liderada por Juan
Calchaquí. Durante la misma, el foco rebelde estuvo concentrado en el sector central
del valle. Esta etapa se cerró, con la violenta represión de las campañas militares que
clausuraron los largos años de resistencia. A comienzos de 1630, bajo el mando del
cacique Chalemín se inició un nuevo estallido conocido como el “gran
alzamiento”, que desde el centro de la región se expandió hacia La Rioja y
Londres y sólo pudo ser dominado violentamente varios años después.
La llegada al Tucumán del español Pedro Bohórquez, quien se presentó ante los
grupos más importantes del Valle como el último descendiente de los incas, desató
un nuevo levantamiento general. El mismo comenzó en 1656 y concluyó con la
conquista definitiva en1666. Al finalizar la campaña, el gobernador Mercado de
Villacorta ordenó vaciar todo el Valle como parte de su política de
“desnaturalizaciones” que involucraba el traslado compulsivo de los indígenas a
diversos lugares dispersando su población a fin de recompensar la colaboración
prestada por cada jurisdicción (Lorandi, 1988; 2000; Boixados, 1997, entre otros).
La población fue trasladada compulsivamente en diferentes situaciones, como
grupos, familias o “piezas sueltas” a las jurisdicciones de San Miguel de
Tucumán, Salta, La Rioja, Córdoba, Jujuy, Santa Fe, llegando incluso hasta el
lejano puerto de Buenos Aires.
El congreso de Tucumán un momento trascendente en la historia provincial1
La sociedad tucumana y las ideas de independencia

La Asamblea del XIII: alcances y fracasos


En 1813, se reúne la primera Asamblea Constituyente del Río de la Plata. Las
tendencias más radicales de la revolución impulsaron esta reunión de los pueblos para
decidir sobre su futuro político.
La “soberanía del pueblo” era invocada por todos desde hacía tiempo, pero la puesta
en práctica de este principio dividiría a los pueblos. Surgieron dos tendencias
contrapuestas: la que afirmaba la soberanía de los pueblos y la centralista de Buenos
Aires. El conflicto entre estas dos posiciones llevó a la exclusión de los diputados
electos por la Banda Oriental de su participación en la Asamblea. Las Instrucciones
dadas por Artigas a sus diputados proponían la declaración de la “independencia
absoluta” de la Corona española y un gobierno confederal para las Provincias.
La Asamblea del Año XIII dictó importantes medidas. En la fórmula de su juramento
quedó excluida la fidelidad a Fernando VII y se dispuso la libertad de prensa, la libertad
de vientres, la extinción del tributo, la mita, el yanaconazgo y el servicio personal, la
supresión de los títulos y signos de nobleza, y la eliminación de los mayorazgos. Sin
embargo, ésta no logró ni declarar la independencia ni proclamar una constitución
propia.
En 1814, Fernando VII recupera el trono de España y amenaza con enviar misiones
militares para reprimir a los rebeldes de América del Sur. La Asamblea de 1813 se
paraliza y termina
disolviéndose. Belgrano y Rivadavia son enviados a Europa para tratar de “conciliar”
con el rey.
Crisis de 1815 y recomposición: la convocatoria al Congreso de Tucumán
En 1815 se produjo una conmoción generalizada en las Provincias Unidas. Disuelta
la Asamblea en 1814, el panorama se ensombreció. Las fuerzas realistas avanzaban
por toda América, mientras Fernando VII expresaba su voluntad de castigar a los
rebeldes de sus colonias. La defensa del Norte quedaría en manos de Güemes y sus
gauchos. En Cuyo, San Martín sentó su base para organizar una fuerza militar que
pudiera enfrentar más eficazmente a las tropas realistas que habían tomado Chile.
Artigas lideraba la Liga de los Pueblos Libres integrada por la Banda Orienta, el Litoral
y Córdoba.
El director supremo Carlos María de Alvear envía fuerzas militares a Santa Fe para
frenar el avance de Artigas. Pero esas fuerzas se sublevan en Fontezuela por privilegiar
la lucha contra los realistas por sobre los enfrentamientos internos. Alvear se vio
obligado a renunciar.
Ante esta situación, se abre paso a la convocatoria de un nuevo Congreso Constituyente
para concitar nuevamente el apoyo de los pueblos. Bajo las cláusulas del llamado
Estatuto Provisorio se convoca a elecciones de diputados y se elige a Tucumán como
sede en un gesto de conciliación hacia los pueblos del interior. Se la considera una
ciudad pacífica y equidistante. Asimismo la ciudad ofrecía garantías de seguridad al
ser centro logístico y sede del Ejército Auxiliar.
La soberanía del pueblo: viejos y nuevos protagonistas
Desde 1810, en nombre de la “Soberanía del Pueblo” se iniciaron elecciones en los
diversos pueblos del ex Virreinato para nombrar diputados a los congresos
generales. La representación política constituía una novedad para la época. El nuevo
Estatuto Provisorio había establecido, como concesión hacia los pueblos, que todos los
cargos de autoridades serían electivos.
Entre 1811 y 1815, la población de Tucumán participó en numerosos procesos
electorales donde viejas y nuevas normas se conjugaron. El Cabildo de la ciudad jugó un
rol central en la organización de estas primeras elecciones.
La elección de diputados tucumanos para el Congreso de 1816 fue conflictiva. Se
sucedieron varios actos electorales. Uno de ellos fue extraordinario. El 30 de junio de
1815, se reunió en la Ciudadela una asamblea de 4.000 personas que provenían de la
campaña junto a una parte importante de los vecinos principales de la ciudad.
La asamblea además de ratificar a Bernabé Aráoz como Gobernador Intendente de la
Provincia de Tucumán, nombró a Pedro Miguel Aráoz, José Agustín Molina y Juan
Bautista Paz como diputados al nuevo Congreso convocado. Sin embargo, esta
elección recibió acusaciones de ilegalidad y el Congreso debió intervenir. Luego de
nuevas elecciones quedaron nombrados como diputados por Tucumán: Pedro Miguel
Aráoz y José Ignacio Thames.

El Congreso de Tucumán: entre la guerra y la deliberación


“¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia!”, exclamaba San Martín al
diputado por Mendoza, Godoy Cruz, en una célebre carta fechada el 12 de abril de 1816.
Y agregaba que si no se declaraba la independencia: “el congreso es nulo en todas sus
partes, porque reasumiendo éste la soberanía es una usurpación que se hace al que se cree
verdadero, es decir, a Fernandito.”
La declaración de la independencia surgía, en primer lugar, como un imperativo para
inscribir la guerra en un nuevo escenario internacional legítimo en el marco del derecho
de gentes. En ese contexto resultaría más factible conseguir apoyo exterior para frenar la
amenaza española al Río de la Plata. En segundo lugar, la emancipación bajo la
expresión “independencia absoluta” ya se manifestaba en el debate público, en los
símbolos patrios y en los ejércitos en campaña.
Sin embargo, ante la nueva reunión de un Congreso, tanto la expectativa como la
incertidumbre asomaron nuevamente entre los diputados. ¿Sería posible declarar la
independencia? ¿Sería deseable dotarse de una constitución? 1815 había sido un año de
derrotas patriotas en toda América. El territorio del ex virreinato permanecía dividido,
débil y amenazado. Ni la Banda Oriental ni el Litoral enviaron diputados al Congreso de
Tucumán por haber fracasado las negociaciones con Buenos Aires. La segunda invasión
portuguesa al territorio del actual Uruguay comenzaría en agosto de 1816. Paraguay ya
se gobernaba en forma autónoma.

Los desafíos y las realizaciones del Congreso de 1816


El Congreso inició sus sesiones el 24 de marzo de 1816 con una serie de ceremonias y
cierta pompa. En la Casa se estableció un lugar denominado “la barra” para la
concurrencia, y se dispuso que algunas de las sesiones serían reservadas y otras
públicas para afirmar la legitimidad del Congreso. El pueblo de Tucumán presenció con
plena asiduidad las sesiones y el 26 de marzo se incorporó un nuevo diputado por esta
ciudad: José Eusebio Colombres.
El primer objetivo del Congreso fue afianzar su autoridad entre los pueblos. Juan Martín
de Pueyrredón fue nombrado Director Supremo de las Provincias Unidas, quien antes de
viajar a Buenos Aires, se encontró con San Martín en Córdoba donde discutieron el
plan de campaña a Chile y a Perú. El Ejército Auxiliar del Perú, nuevamente al mando
de Belgrano, jugó también un rol central en este plan. El segundo objetivo fue Declarar
la Independencia, el 9 de julio de 1816. De los 33 diputados que integraron el Congreso,
29 fueron los firmantes del Acta. Los demás se hallaban en distintas comisiones.
El tercer objetivo fue discutir la constitución. La primera forma de gobierno que entró
en debate, en la sesión secreta del 6 de julio, fue la de la “monarquía inca”. Su
impulsor fue Manuel Belgrano basándose en dos principios: debía ser una monarquía
constitucional y sería encabezada por algún descendiente inca. Esta propuesta suscitó
intensos debates: monarquía o república.
La Constitución de 1819, dictada por el Congreso ahora instalado en Buenos Aires, optó
por un régimen mixto basado en una soberanía indivisible, sin expedirse sobre la
organización
interna de las provincias. En 1820 el poder central no pudo sobrevivir a este desenlace y
cae; el Congreso se disuelve. Comienza entonces otra historia: se había ganado la
Independencia, la organización nacional recorrería otros caminos más largos.
Historia de la Industria Azucarera: el bicentenario de la producción
La foto del trapiche es un símbolo: el de una industria consustanciada
con la identidad de la provincia. La inició el Obispo Colombres en 1821,
recorrió una historia riquísima y zigzagueante.

El azúcar moldeó la identidad tucumana desde el mismo momento en


que el obispo José Eusebio Colombres inició el cultivo de la caña en su
finca de El Bajo, en la terraza alta de la margen oeste del río Salí. Era
1821, cinco años después de la Declaración de la Independencia. Si bien
antes los jesuitas (expulsados en 1767) habían tenido un cañaveral en
Lules -había otro también en Chicligasta- no hubo producción de azúcar
hasta el emprendimiento del Obispo, cuyo trapiche fue “la primera
máquina que conoció el país”, al decir del gobernador Ernesto Padilla en
1916.
Ese molino para extraer el jugo de la caña, que funcionaba con una
yunta de bueyes o mulas, fue el punto de partida de la riqueza y de la
mayor fuerza civilizadora de nuestra provincia, diría Padilla cuando
inauguró el museo de la casa del Obispo, en el festejo del Centenario de
la Independencia. En efecto, la finca del Obispo atrajo a trabajadores y a
maestros de oficios e hizo que en ocho años se poblaran los ejidos de la
ciudad, así como entusiasmó a las grandes familias tucumanas, que en
los años siguientes instalaron una veintena de pequeños y rudimentarios
ingenios.
“El Obispo Colombres es un padre fundador, un símbolo”, dice la
investigadora María Celia Bravo, sobre los primeros tiempos de la
actividad, que vivió entonces una fase preindustrial. Hasta mediados del
siglo XIX, estas plantaciones fueron de poca importancia: en 1855, 190
hectáreas de caña producían 300 toneladas de azúcar, pero el paisaje
laboral estaba cambiando. Padilla relató que en “el cuadro de miseria
desolante” de 1821, con pobres cultivos o ínfimas industrias manuales -
en un país que entraba en ese momento a la anarquía de las guerras
civiles-: “vino la naciente industria radicada a obrar una feliz
transformación. En pocos años dio aliciente para consolidar y aumentar
la población y estímulo para ensayar la fortuna y abrió el porvenir para
actividades que dormían, dominadas por la impotencia del esfuerzo,
menguado por la falta de teatro en que desarrollarlo”.
El tren, disparador de progreso
La llegada del ferrocarril, en 1876, disparó el progreso de la industria. Las vías
comenzaron a crecer por toda la provincia, incluyendo vías transversales y
otras trazadas hacia algunos ingenios. La ley 594 de 1888 reguló la creación de
pueblos alrededor de las estaciones. El santiagueño Bernardo Canal-Feijóo
renegaría de que los trazados de las vías abandonaron muchos caminos -y
poblaciones históricas- de la época colonial. “La industria azucarera organiza
el Tucumán moderno desde el punto de vista de la administración” -explica
Bravo-. Incluso las vías de comunicación, la estructura, la organización
demográfica de la provincia están marcadas por el famoso camino de los
ingenios, todo el piedemonte”.
También el influjo del tren produjo cambios sociales y laborales, porque
muchas familias propietarias que no pudieron asumir los costos de las nuevas
maquinarias vendieron las posesiones y se transformaron en productores
cañeros que vendían su caña a los ingenios. “Se modifica el mundo del trabajo.
El ingenio es una escuela de oficios, torneros, carpinteros, mecánicos; genera
un mundo obrero de mayor especialización; no los técnicos azucareros sino los
que manejaban las máquinas. También se transformó el mundo del trabajo, no
desde el punto de vista quizá social de la retribución, pero sí desde el de la
especialización, de la cantidad de oficios que genera en Tucumán ese mundo”,
añade Bravo.

Fisonomía geocultural del NOA


El nuevo siglo se despertó con una industria pujante que, no obstante, tuvo sus
crisis de superproducción. En el gobierno de Lucas Córdoba se daría la “Ley
Machete” para combatir la sobreoferta. Pero Tucumán hinchaba el pecho hacia
el NOA. “Con la generación del Centenario intelectuales como Juan B. Terán,
Alberto Rougés y Ernesto Padilla elaboraron un proyecto regional montados
sobre la modernización que significaría la llegada del ferrocarril a la región,
posibilitando el fortalecimiento de la industria azucarera y esta a su vez la
fundación de la Universidad Nacional de Tucumán”, dicen Soledad Martínez
Zuccardi y Fabiola Orquera, citando a Bravo y Daniel Campi.
“A lo largo del siglo XX la industria azucarera se constituyó en el gran
articulador de la fisonomía geocultural del Noroeste, junto a la industria
vitivinícola de los Valles Calchaquíes y la minería en la Puna”, explican
Martínez Zuccardi y Orquera, y señalan que la industria azucarera hace que la
estructura social preponderante se componga de tres estratos: elites (familias
que llegaron en algún momento de la conquista o en el siglo XIX),
trabajadores permanentes (capacitados para manejar maquinaria y para
oficina) y campesinos migrantes, llamados “trabajadores golondrina” (en gran
medida descendientes de las culturas ancestrales). Se dan relaciones sociales
complejas y al mismo tiempo un modelo de región que se anima a
contrarrestar la hegemonía rioplatense.
Aparece la Universidad. Juan B. Terán la defiende contra la negativa nacional a
que en Tucumán haya un ambiente para una universidad. En 1909, Terán afirma
que una casa de estudios superiores erigida en una zona azucarera e intensamente
industrial constituiría una etapa lógica en la historia económica y proporcionaría
los medios idóneos para el desarrollo científico de la industria azucarera, explican
Martínez Zuccardi y Orquera.

Otros tiempos
Al pasar la mitad del siglo las crisis de sobreproducción se repiten. Y llegará el
golpe tremendo del cierre de ingenios de Onganía en 1966, que produjo una fuerte
reconversión de una forma de trabajo. Hasta entonces, la vida de Tucumán, la
riqueza, estaba en el interior... Cuando se cierran los ingenios empieza la
macrocefalia de la capital y las villas miseria vienen de esa época. Otro mojón
durísimo va a ser el 76 con la dictadura, cuando aparece la cosechadora mecánica.
“Ahí cambia totalmente ese mundo de la zafra; la población en torno al azúcar se
disminuye a la mitad. Y lo que termina de cambiar para debilitarla son las
regulaciones del menemismo”, explica Bravo.
En la actualidad la actividad citrícola ha crecido, al igual que el cultivo de la soja,
pero no han generado ese vínculo identitario del azúcar, que perdura. “Tucumán
cambia porque la industria cambia también -remarca Bravo-, pero esta es una
provincia asociada al azúcar”.
“Un aullido agudo y largo
Rompe la noche por miedo
Las casas trancan sus puertas
Y se murmuran los rezos
Los rezagados se apuran
El Familiar anda suelto
Se dice que el Familiar
Es el demonio hecho perro
Y que tiene sociedad
con el dueño del Ingenio”
(Juan Eduardo Piatelli, poeta Tucumano)

El origen: Mito y a la vez herramienta de dominación

La llegada de los españoles al continente trajo la imposición del cristianismo a los


pueblos originarios, el terror que los conquistadores instauraron en toda América
impuso a fuerza de enormes masacres la dicotomía espiritual de Dios y el Diablo, a
principios del siglo XX esta doctrina del blanco y negro era fuerte entre los pueblos
originarios y el naciente proletariado azucarero. En la mayoría de los casos la miseria
instalaba en el colectivo social de la época la idea de que los grandes patrones solo
lo eran porque estaban del lado de los cielos o del infierno.
El culto religioso debe adaptarse a los tiempos cambiantes y mantener así su vigencia
para jugar su papel fundamental en la relación de explotadores y explotados. El
cristianismo y sus “reglas” hechas a la medida de los que más tienen fueron y son una
herramienta que permite a los patrones disciplinar y ejercer su dominio también en el
ámbito psicológico de los trabajadores. El mito del familiar es un ejemplo de como las
creencias de la época se usaron para que el terror que generaba la existencia de un
“diablo” a las órdenes y beneficio de los dueños de una fábrica funcionara muchas
veces mejor que un látigo o la latente posibilidad de hostigamiento, castigos o
ejecuciones por parte de los capataces, policía del ingenio o las fuerzas de seguridad
ante cualquier hecho de indisciplina, intento de organización o cuestionamiento de los
trabajadores.
A fines del siglo XIX los ingenios tucumanos daban los primeros pasos hacia la
modernización de la producción del azúcar y sus derivados. La cantidad de mano de
obra requerida en esos tiempos dio un salto en números, a mayor producción, mayor
cantidad de trabajadores. Estos se repartían en mayor medida en los campos,
cultivando y dando otro salto en cantidad durante la zafra azucarera, en la fábrica, con
un mayor nivel de formación cultural y técnica ya que las tareas requerían cierta
especialización, y en las oficinas administrativas de los ingenios.
El trabajo en el campo se nutría de diversas fuentes, en el caso de los ingenios jujeños
y salteños eran mayoría los pueblos originarios reclutados por conchabadores [1], en
Tucumán se aplicaba el peonaje por deudas como gran recurso de mano de obra[2].
Durante los 9 meses de zafra los trabajadores eran sometidos a jornadas extenuantes
con salarios de miseria, sufrían la presión constante de los capataces y jefes que día
a día exigían mayor producción y que no dudaban a la hora de reemplazar las palabras
con los látigos y cachiporras. Con estos brutales métodos de explotación y ante la
El origen: Mito y a la vez herramienta de dominación

La llegada de los españoles al continente trajo la imposición del cristianismo a los


pueblos originarios, el terror que los conquistadores instauraron en toda América
impuso a fuerza de enormes masacres la dicotomía espiritual de Dios y el Diablo, a
principios del siglo XX esta doctrina del blanco y negro era fuerte entre los pueblos
originarios y el naciente proletariado azucarero. En la mayoría de los casos la miseria
instalaba en el colectivo social de la época la idea de que los grandes patrones solo lo
eran porque estaban del lado de los cielos o del infierno.
El culto religioso debe adaptarse a los tiempos cambiantes y mantener así su vigencia para
jugar su papel fundamental en la relación de explotadores y explotados. El
cristianismo y sus “reglas” hechas a la medida de los que más tienen fueron y son una
herramienta que permite a los patrones disciplinar y ejercer su dominio también en el
ámbito psicológico de los trabajadores. El mito del familiar es un ejemplo de como las
creencias de la época se usaron para que el terror que generaba la existencia de un
“diablo” a las órdenes y beneficio de los dueños de una fábrica funcionara muchas veces
mejor que un látigo o la latente posibilidad de hostigamiento, castigos o ejecuciones
por parte de los capataces, policía del ingenio o las fuerzas de seguridad
ante cualquier hecho de indisciplina, intento de organización o cuestionamiento de los
trabajadores.
A fines del siglo XIX los ingenios tucumanos daban los primeros pasos hacia la
modernización de la producción del azúcar y sus derivados. La cantidad de mano de obra
requerida en esos tiempos dio un salto en números, a mayor producción, mayor cantidad
de trabajadores. Estos se repartían en mayor medida en los campos, cultivando y
dando otro salto en cantidad durante la zafra azucarera, en la fábrica, con
un mayor nivel de formación cultural y técnica ya que las tareas requerían cierta
especialización, y en las oficinas administrativas de los ingenios.
El trabajo en el campo se nutría de diversas fuentes, en el caso de los ingenios jujeños y
salteños eran mayoría los pueblos originarios reclutados por conchabadores [1], en
Tucumán se aplicaba el peonaje por deudas como gran recurso de mano de obra[2].
Durante los 9 meses de zafra los trabajadores eran sometidos a jornadas extenuantes con
salarios de miseria, sufrían la presión constante de los capataces y jefes que día a día
exigían mayor producción y que no dudaban a la hora de reemplazar las palabras con los
látigos y cachiporras. Con estos brutales métodos de explotación y ante la
emergencia de los dueños ante revueltas u organización de los trabajadores para
hacer valer sus reclamos, es cuando nace el mito.
A finales del siglo XIX, en Tucumán y en medio de la selva, se erguía una de las
primeras fábricas modernas del norte argentino junto al pueblo en donde vivía el
personal. El ingenio Santa Ana producía más de 8.000 toneladas de azúcar y más de
2 millones de litros de alcohol al año, tenía luz eléctrica, un gran ramal ferroviario
usado para la cosecha y el transporte de personal, servicio de teléfonos y una central
que manejaba los mismos, y 10 escuelas para el personal y sus familias. Su dueño es
un francés llamado Clodomiro Hileret, y es sus tierras en donde el mito se forma.
Con más de 2.500 obreros con palas y machetes en el campo, y solo unos 50
capataces armados y con perros como compañía para controlar y disciplinar era difícil
mantener todo controlado. La única esperanza de los trabajadores para terminar con
la suerte dictada por los patrones era fugarse y no regresar nunca a las tierras del
ingenio. Las revueltas e intentos de escape eran brutalmente castigadas, los latigazos
y ejecuciones eran moneda común, pero aun así los obreros no abandonaban sus
intentos de fuga o de organización para reclamar lo suyo.
“Los peones estaban capturados de por vida por sus deudas, entonces la única forma
que tenían de dejar el ingenio era fugándose. Los patrones tenían hombres armados
que trataban de impedirlo; cuando agarraban algún fugitivo lo mataban para dar el
ejemplo. Para que eso funcionase en la psicología de los peones se crea el mito: que
en las noches de luna (llena) sale el Familiar. Y que el Familiar hace desaparecer al
peón más rebelde”.
El uso del mito nace en las tierras de Hileret por la necesidad de ejercer un
control más profundo dada la enorme cantidad de trabajadores que la moderna
industria necesita. Las demostraciones públicas de dominación no eran
efectivas en todo el peonaje, para los patrones era apremiante eliminar todo
intento de fuga o rebelión, por ello el uso de las creencias y el terror que causaba
en la época la posibilidad de una filiación entre los explotadores y el mal
personificado logro que las herramientas de dominación de los empresarios
ingresaran al plano psicológico y espiritual de los trabajadores.
A continuación un fragmento de la entrevista que realizo el investigador Alejandro Isla
a Juan Ignacio Tapia, dirigente azucarero tucumano en donde se denota la
conveniencia y participación patronal en la creación del mito: “El asunto del Perro
Familiar es así: dice que como éstos andan en todo el mundo, va a ver que nosotros
los trabajadores no los conocimos a los dirigentes ni de Bolivia ni del Paraguay; pero
ellos sí, los patrones se conocen los de Rusia, de Norteamérica, del Japón de todos
lados; ellos tenían acuerdo con los zares de Rusia, la familia de Romanov de Rusia;
ellos traen perros grandes, galgo ruso, negro, o si no los teñían de negro; los largaban
de noche con una larga cadena; como eran perros muy grandes, los otros perritos
aullaban. En las noches de plenilunio, los perros siempre le aúllan a la ¡una, y más
cuando ven a un animal enorme como éstos, semejante!, que parecía un toro, los
perros un griterío bárbaro; los perritos iban a enfrentar y éstos los mataban; o los
matones que iban por detrás lo mataban a los perros y después decían que los perros
habían muerto”.
El mito como si se tratase de una metáfora, explica la explotación de clases que
existía, y aún existe, en toda industria. Para que la fábrica funcione y los patrones
llenen sus bolsillos con dinero, los obreros deben dejar su vida en ella trabajando. En
el mito, es el familiar quien toma literalmente las vidas para que los patrones tengan
fortuna y prosperidad.
La vigencia del “Familiar” durante el siglo 20
El nacimiento y arraigo del mito se dio durante principios del siglo 20, su uso como
método de coerción entre los trabajadores azucareros se extendió a todos los ingenios
del país, en cada ingenio había un “Familiar” y en todos ellos el temor a ser una víctima
y desaparecer era común entre los obreros.
Entre los años 20 y 40 el movimiento obrero azucarero paso por varios intentos de
sindicalización y organización, en todo el NOA se acrecentaron los reclamos por
condiciones laborales y salariales, el crecimiento de la industria, sumado a la
necesidad creciente de mano de obra logran que corrientes ideológicas como el
marxismo y anarquismo lleguen a los ingenios y traten de desmitificar el poder los
dueños, se editan boletines y periódicos que son repartidos mano a mano en la fábrica
y campo con la intención, entre otras cosas, de quitarle peso al mito. Durante estos
años la desaparición y eliminación de trabajadores que estaban en contra de los
deseos del patrón se acrecienta, y por lo tanto el “Familiar” se arraiga entre los
pobladores del norte argentino.
Con la llegada del peronismo en los años 40, surgen los primeros sindicatos
azucareros. El mito que buscaba cohibir la organización de los obreros pierde peso.
Los gremios de las distintas fábricas, las federaciones de trabajadores azucareros y
la política conciliadora de Perón que les dio ciertas reivindicaciones a los obreros deja
al “Familiar” como una creencia vigente pero inactiva en los hechos comparada con
años anteriores. Manteniéndose en el colectivo social como una realidad que explica
los accidentes laborales y la muerte de trabajadores durante los años siguientes.
Durante los años ’60 los cierres de los ingenios azucareros tucumanos por
intervención del dictador Ongania tienen su explicación en el mito. Para muchos
trabajadores y pobladores de zonas azucareras, con el recambio generacional de
dueños en los distintos ingenios se extingue el lazo con el “Familiar” y por ende la
fortuna y prosperidad de la fábrica.
Durante los ’70, el mito cobra peso no como una realidad, sino como una
explicación metafórica a los sucesos que directamente afectaron a los
trabajadores del azúcar. Así, la personificación terrenal del “Familiar” paso a ser
la Triple A y sus agentes o las fuerzas militares de Videla en su “Proceso de
reorganización nacional” secuestrando, torturando, asesinando y
desapareciendo a los revoltosos que estaban en contra de la patronal.
En la actualidad, la creencia en el mito sigue arraigada en los ingenios, ya no se usa
como explicación para la vida cotidiana en la fábrica y campos, pero su uso como
elemento mitologico y paranormal que edulcora y desliga de responsabilidad a los
empresarios por la muerte de obreros sigue siendo un dicho común entre los
trabajadores. En una industria en la que se emplean a miles de personas, los
accidentes causados por la desidia de los patrones son comunes y esas muertes que
año a año se dan, son la nueva comida del “Familiar”. Cada vez que un compañero
muere en el ingenio o en el cañaveral es usual que se comente “que se lo llevo el
Familiar”. En el ingenio Ledesma, por ejemplo, todos los años al final de la zafra, la
ultima tirada de caña de azúcar cosechada a los trapiches se arroja también un
maniquí vestido con las ropas de grafa que usan los obreros, con casco, guantes,
botas y hasta lentes de seguridad siguiendo la tradición de dar de comer al “Familiar”
para que la zafra sea prospera y productiva, y para que el Patrón acreciente su fortuna.
El uso de mitos y creencias espirituales como un factor potenciador de la dominación
que la clase explotadora ejerce hacia los trabajadores existe en toda América, con
distintas deformaciones y usos en cada industria y país, estos mitos se adaptan a las
creencias propias de cada zona. Por ejemplo, en países de Centroamérica no existe
un “Familiar” como ente, pero en los campos los patrones tienen la facultad, producto
de su trato con el diablo, de convertir a los trabajadores menos productivos en
animales que acrecientan la faena y la productividad de la hacienda. En Bolivia, los
accidentes en las minas y la poca extracción de mineral no eran responsabilidad de
los empresarios, sino de los obreros que no fueron buenos o no le dieron su “comida”
(ofrenda de coca, tabaco y alcohol) al “Tio”.
PASADO Y PRESENTE DE LA UNIVERSIDAD TUCUMANA - Roberto Pucci
La creación de la universidad provincial
La Universidad de Tucumán abrió sus puertas el 25 de mayo de 1914. En esos días, la prensa
local registró de la siguiente manera aquella ceremonia: “El gobernador y su comitiva se
dirigieron a la Escuela Sarmiento, preparada de antemano para la fiesta de la inauguración de la
Universidad. Bajo un frondoso y secular árbol se
armó una tribuna, la que fue ocupada por el gobernador, Dr. Ernesto E. Padilla, el Dr. Joaquín V.
González, el Dr. Delfín Leguizamón, don Miguel Lillo, el Dr. Juan B. Terán, el Dr. Carlos
Rodríguez Etchart, Gaspar Taboada, el Dr. Pedro León Cornet, el Dr. Gonzalo Machado, el Dr.
Manuel Páez de la Torre, Benjamín Salazar Altamira, Alfredo Baden y los catedráticos de la
Universidad”. El gobernador Padilla, Juan B.
Terán y Joaquín V. González, rector de la Universidad de La Plata, pronunciaron sendos discursos
ante la concurrencia.
Terán, un joven abogado, había sido el tesonero inspirador de su creación, abrigando la idea desde
los tiempos de los “Cursos Libres”, organizados en la década de 1890 por el círculo intelectual
formado en el seno de la Sociedad Sarmiento, y al que se conoció, con el tiempo, como la
“Generación del Centenario”. Según el concepto de Juan B. Terán, la nueva universidad debía
cumplir con una misión modernizadora, democrática y regionalista, íntimamente conectada con
las necesidades del desarrollo económico, social e intelectual de la provincia y del norte argentino.
Así lo expuso al fundamentar el proyecto de ley de creación, que presentó por vez primera en
1907 en la Legislatura provincial, pero que tuvo que aguardar, sin embargo, hasta el año 1912
para obtener su aprobación: “El estudio científico de nuestro medio geográfico, social y
económico es una exigencia del grado actual de nuestra civilización material”. Sabía que su
anhelo de crear una casa de estudios superiores, a la que quiso dotar con una acentuada vocación
científica y técnica, agronómica y manufacturera -aunque sin dejar de combinar
“los más diversos órdenes de conocimientos, los más especulativos con los más prácticos”-, se
diferenciaba radicalmente de las universidades entonces existentes en Buenos Aires y Córdoba,
“exclusivamente doctorales y de enseñanzas abstractas”, según apuntó.

Una historia crispada


Desde su creación, la Universidad de Tucumán se convirtió en parte indisociable del país, y de
ello da buena cuenta su historia, rica no sólo en logros sino sobre todo en conflictos, como los de
la República misma. Ya desde su origen tuvo que enfrentar serias resistencias, que lograron
postergar por cinco años la aprobación del proyecto, dado que la mayoría de la Legislatura local
lo rechazaba. Sin embargo, la oposición más enérgica provino en aquel entonces de la Capital
Federal, que no toleraba la pérdida de su monopolio académico y se resistió a
una creación que, de por sí, representaba un avance hacia la descentralización y el federalismo en
el terreno de la cultura y de la ciencia. En aquella ocasión, los políticos y la prensa de la
ciudadpuerto, en particular el diario La Nación, realizaron intensas campañas destinadas a
combatir la idea, pretendiendo arrogantemente que la provincia carecía de las capacidades
intelectuales necesarias para afrontar semejante empresa.
Tales resistencias tenían además una raíz ideológica, porque Juan B. Terán invocaba como
modelo de la nueva institución académica aquellas universidades norteamericanas y europeas que
se habían desembarazado de una pesada tradición, abriendo sus claustros, con En toda su historia
posterior, la vida de la universidad tucumana estuvo marcada por un reguero de agudos conflictos,
inmersa en las incesantes convulsiones de la turbulenta historia política del país, que recorrieron
nuestro entero siglo XX. Desde su creación en 1914 y hasta nuestros días, la Universidad de
Tucumán conoció alrededor de medio centenar de gestiones de gobierno, de las cuales tan sólo
diecinueve fueron rectorados surgidos de la propia comunidad universitaria.
Contamos en esa suma las elecciones restrictivas de los primeros períodos, cuando sólo votaban
los docentes, como las más democráticas instituidas por los principios de la Reforma de 1918, los
que fueron adoptados recién a fines de los años 20, dando como resultado la gestión del rector
Julio Prebisch. Veintiocho intervenciones fueron impuestas por el Poder Ejecutivo Nacional,
fuese éste civil o militar, las que consumieron más de un tercio de la historia de la universidad
tucumana, que no llega aún a su primer siglo de vida. Desde el golpe militar de 1943, estuvo
intervenida –salvo fugaces interludios- hasta 1958, situación que se reiteró a partir de la dictadura
de Onganía en 1966, pero esa vez habría de sufrir, durante veinte años ininterrumpidos, el control
directo -y el manipuleo- de los gobiernos nacionales. Lejos de ser un “castillo de cristal”, o el
refugio de un saber
que piensa el mundo desde un retiro tranquilo aunque comprometido, su evolución se vio asediada
y atormentada por las mismas tragedias de un país que parece haber perdido su rumbo.

La Universidad que la Reforma del 18 quiso cambiar


La Reforma Universitaria fue el punto de partida de un difícil (y hasta hoy no concluido) intento
de construcción de una universidad argentina pública, auténticamente científica, moderna y
democrática.
Para comprender mejor el significado de aquel movimiento de 1918 nos remontaremos a sus
antecedentes, abrevando en los trabajos de Julio V. González y en la interesante antología
preparada por Alberto Ciria y Horacio Sanguinetti, titulada Los reformistas. Este último recuerda
que la idea, y la misma expresión de reforma, nació hacia 1871, cuando un estudiante provinciano
de Derecho en la Universidad de Buenos Aires se suicidó luego de ser aplazado, circunstancia en
la que Estanislao Zeballos, y algunos de sus compañeros de estudio, reclamaron una “reforma”
de la vida académica, obligando a algunos profesores a renunciar por su conducta autoritaria. Las
críticas contra el régimen académico y docente no habrían de cesar en los años sucesivos, hasta
que, en los años 1903 y 1904, unas prolongadas huelgas estudiantiles lograron paralizar la
actividad universitaria, aunque sin alcanzar el triunfo, todavía, en su afán por modificar las
condiciones y los contenidos de la enseñanza superior.
Al fin, el movimiento de protesta estalló con toda su fuerza en Córdoba, cuya universidad era la
más anquilosada de todas. Ignorando la ley Avellaneda, dictada en 1885 bajo el gobierno de Julio
Argentino Roca, la universidad cordobesa se regía según normas ancestrales, gobernada por una
casta profesoral que detentaba sus cargos de por vida. La Corda Frates, una tertulia de católicos
que reunía a sacerdotes, profesores e importantes políticos de la ciudad mediterránea, gobernaba
la institución académica desde la trastienda. Como señala Julio
González en su estudio sobre la Reforma, la antigua Casa de Trejo se había mantenido inmutable
a lo largo de sus trescientos años de orientación confesional, en cuya Facultad de Leyes se
estudiaba el derecho canónico y se enseñaba que la voluntad divina regía los acontecimientos
humanos.

La Reforma fue una rebelión de los universitarios de todo el país


La rebelión de los jóvenes liberales cordobeses contó, desde sus comienzos, con el apoyo de la
mayoría de los estudiantes universitarios del país, quienes se sumaron de inmediato al
movimiento. Una vez declarada la huelga general en las tres facultades cordobesas que habían
conformado el “Comité pro-reforma” en marzo de 1918, el 11 de abril se fundaba la Federación
Universitaria Argentina, en el local del centro de Medicina cordobés, con representantes
estudiantiles de Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Santa Fe y Tucumán, y creó el periódico
titulado “La Gaceta Universitaria”. La Casa de Trejo fue definida en sus páginas como “la
Bastilla” que era preciso tomar, “con sus costumbres coloniales, con sus claustros oscuros, donde
se respira el incienso clásico”. La huelga paralizó a la vieja universidad jesuita y obligó al
presidente Hipólito Irigoyen a intervenirla, cuyo delegado, el doctor José Nicolás Matienzo,
procedió a democratizar, a medias, a su gobierno, dando participación al cuerpo de profesores en
la elección de los consejeros y del rector, hasta entonces un derecho exclusivo de los directivos
de las facultades. El 16 de abril se creó la Federación Universitaria Cordobesa, al tiempo que los
enemigos de la Reforma, organizados en unos denominados “Centros Católicos” de estudiantes,
creaban un “Comité Pro Defensa de la Universidad”, partidario del statu quo. Muchos profesores
renunciaron, espantados por los cambios introducidos.
PASADO Y PRESENTE DE LA UNIVERSIDAD TUCUMANA - Roberto Pucci (parte 2)
La UNT y una nacionalización reticente
En 1918, la universidad tucumana era apenas una recién nacida, pero la mentalidad de quienes la
habían creado resultaba del todo opuesta a la de los clérigos y catedráticos de la anquilosada
institución jesuítica cordobesa. Juan B. Terán y la generación provinciana del Centenario
abrigaban un espíritu progresista y nacional, con el que muy bien podía coexistir su fe cristiana,
puesto que su catolicismo liberal se conciliaba con el afán de edificar una nación moderna y
equilibrada en el desarrollo de las regiones que la componían.
Fruto de un esfuerzo provinciano, que tuvo que vencer desde un comienzo la hostilidad manifiesta
del Puerto, nuestra universidad nació en cierto modo ya “reformada”, de manera que su fundador
no incurriría en desmesura hiperbólica al afirmar que la nueva casa tucumana era una hija del
siglo, y que por tal razón “se llamó a sí misma democrática” y con vocación social. Sus primeros
profesores no predicaban contra la ciencia y, por el contrario, quisieron promoverla; y si bien sus
primeras ordenanzas institucionales no contemplaban la participación estudiantil, lo que faltaba
en esa “república universitaria”, antes que la democracia misma, eran los propios actores que
debían demandarla, puesto que, hacia 1918, sus estudiantes apenas superaban el medio centenar.
En la Universidad de Tucumán, sin embargo, las nuevas ideas llegaron al gobierno hacia 1929
por vez primera, cuando los estudiantes destituyeron a Juan B. Terán y eligieron su primer rector
reformista, el Dr. Julio Prebisch. Nacionalizada en abril de 1921 e intervenida de inmediato por
el PEN, fueron los estudiantes quienes, mediante una huelga en 1922, obligaron al gobierno
central a dictar las pautas de suorganización, adoptando el estatuto de la Universidad del Litoral.
Como el golpe militar de 1930 había elevado a los tucumanos Ernesto Padilla y Juan B. Terán al
ministerio de Educación y al Consejo Nacional de Educación, la UNT se salvó de la intervención,
merced a esas protecciones “personales”, por lo que Prebisch pudo continuar con su mandato. En
1932, sin embargo, lo castigaron con una reducción de los “subsidios” nacionales y provinciales
que la sostenían, imponiendo una rebaja de los sueldos docentes.
En 1933, el poder central arremetió al fin contra la universidad tucumana, por medio de un
“comisionado”, Enrique Herrero Ducloux, cuyo informe manifestaba que la UNT no cumplía con
su misión, y que la participación estudiantil en su gobierno era “anarquizante”, por lo que sugirió
su clausura. Manuel Fresco, caudillo conservador y gobernador fraudulento de la provincia de
Buenos Aires en esos años 30, sintetizó el auténtico programa de las clases dirigentes porteñas
con respecto a la educación superior: “Si yo fuera gobierno nacional, suprimiría las
Universidades”, dijo, según recuerda Bernardo Kleiner en su historia del movimiento reformista.
El golpe del 4 de junio fue protagonizado por militares y civiles, entre los que predominaban los
partidarios del Eje, quienes temían que el país abandonase su neutralidad pro-nazi. La asonada
militar puso fin a los gobiernos nacionales fraudulentos, que acosaron a la universidad desde
1930, razón por la cual algunos dirigentes estudiantiles le brindaron inicialmente su apoyo. Pero
muy pronto el nuevo Régimen intervino todas las universidades. En el Litoral, el interventor
Giordano Bruno Genta, asistido por simpatizantes nazis que actuaban como espías y delatores a
su servicio, desató una violenta persecución contra alumnos y profesores. La protesta y la
agitación se extendió rápidamente al resto de las universidades. En la Universidad de Buenos
Aires, fueron cesanteados numerosos profesores, y Alfredo Palacios fue expulsado como
presidente de la Universidad de La Plata. En agosto de 1943, una “comisión de vigilancia” de la
universidad cordobesa, nombrada por el poder militar, suspendió a decenas de dirigentes, y unos
dos mil estudiantes fueron prontuariados por la policía como “comunistas”. En La Plata, el
interventor Alfredo Labougle intensificó la purga de profesores, disolvió los centros estudiantiles,
confiscó sus bienes y encarceló a numerosos estudiantes y profesores.
Ideólogos rosistas y pro-fascistas inundaron los claustros, nombrados a dedo por los amigos del
coronel Perón. El 31 de diciembre de 1943, el gobierno militar reimplantó la enseñanza religiosa,
retrotrayendo la República a su condición de Estado confesional, contrario a los principios de la
Constitución alberdiana de 1853 y de la ley roquista, la 1420 de 1884. La ofensiva clerical avanzó
sobre las universidades, entregando las cátedras de filosofía a los clérigos doctorados en teología.
En Tucumán, una brigada entera de nacionalistas de derecha arribó con el interventor Alberto
Baldrich para colonizar y controlar la provincia, en agosto de 1943, en tanto que el “Comité de
Huelga” de la universidad tucumana convocaba a repudiar la dictadura. Numerosos profesores
fueron exonerados de sus cargos, y las movilizaciones estudiantiles enfrentaban en las calles los
ataques de la policía, conocida como la “Montada”, porque cargaba a caballo, y a latigazos, contra
los manifestantes. Cuando el gobierno militar declaró la guerra al Eje en marzo de 1945, con la
Alemania de Hitler ya vencida, los nacionalistas pro nazis que colonizaban la provincia desde
1943 hirvieron de furia. Federico Ibarguren, interventor de la Municipalidad, colocó la bandera a
media asta en señal de duelo, y Santiago de Estrada, interventor de la Universidad, cerró la casa
de estudios por una semana, para homenajear al criminal alemán.
A los pocos meses de su triunfo electoral en 1946, el peronismo intervino todas las universidades
nacionales, procediendo a expurgar masivamente sus cuerpos docentes, expulsando a numerosos
profesionales e intelectuales de filiación radical, liberal o izquierdista, así como a los simples
desafectos con el partido en el poder.
No sorprende que, en ese marco, la Universidad perdiese por completo su autonomía y su libertad
académica. La actividad política y gremial estudiantil fue prohibida y, hacia fines de 1946, se
completó la gran purga universitaria iniciada en 1943, mediante la expulsión de miles de docentes
universitarios en todo el país. El setenta por ciento del total de los profesores universitarios del
país fue apartado brutalmente de sus cargos, los que fueron sustituidos por profesores adictos al
régimen, muchos de ellos mediocres e incompetentes, los llamados “flor de ceibo”, y se procedió
al nombramiento de “veedores” (espías) no docentes para controlar los exámenes. Para quebrar
la huelga de los estudiantes, que había paralizado todas las universidades del país a fines de 1946,
el gobierno suspendió por dos años a quienes no se presentaran a rendir exámenes. La Universidad
fue convertida en un desierto intelectual durante la década que siguió.
En la Universidad de Tucumán, cuyo interventor fue Horacio Descole, numerosos profesores
fueron expulsados. Irónicamente, muchos eran profesionales e intelectuales europeos o porteños,
convocados poco tiempo atrás, a quienes su condición de antifascistas o de sospechados liberales
o comunistas los convertía, de pronto, en seres indeseables. En noviembre de 1946, el filósofo
Risieri Frondizi fue encarcelado por efectuar algunos reclamos al interventor de la Facultad
de Filosofía y Letras de Tucumán.
La ley universitaria dictada en 1947 por el peronismo eliminó la autonomía y la participación
estudiantil, imponiendo una creciente ideologización de la cultura, en nombre de la pretendida
“doctrina nacional” justicialista, que condujo a una burda, y pueril, politización de la ciencia y la
educación. Cuando Bernardo Houssay fue expulsado de la cátedra de Fisiología de la Universidad
de Buenos Aires, su sucesor le cambió el nombre por el de “Fisiología Peronista”. Las
universidades, invadidas por la propaganda oficial y por las camarillas de profesores adictos,
mientras las bandas de jóvenes nacionalistas acosaban a los estudiantes calificándolos de judíos,
comunistas y vendepatrias, se sumergieron en un clima de oscura represión y de extrema pobreza
pedagógica y científica.
Al mismo tiempo, en aquellos años se verificaba una creciente ampliación de la matrícula
estudiantil, que pasó de 51.000 a 143.000 universitarios entre 1947 y 1955, como resultado del
crecimiento de las clases medias y de sus aspiraciones, un fenómeno que también se operaba en
diversos países latinoamericanos. En el caso argentino, se vio ayudado por el sistema de becas
introducido con la ley de 1947, fundado en un impuesto sobre los sueldos que estuvo en vigencia,
con altibajos, hasta su abolición en 1950. A partir de entonces, los fondos destinados a la
educación universitaria se restringieron drásticamente, y las casas de estudio se hundieron en la
miseria, con crecientes precariedades edilicias y recortes presupuestarios y de sueldos, situación
señalada por Tulio Halperin Donghi en su pequeña historia de la Universidad de Buenos Aires.
Ambiciosos planes de ciudades universitarias (faraónicos y absurdos algunos, como la invasión
del cerro San Javier en nuestra provincia), que abarcaron desde Buenos Aires a Tucumán, fueron
abandonados bruscamente.
Historia Argentina. Operativo Independencia: el ensayo general del genocidio

Orquestado por el Ejército y aprobado por el gobierno peronista, el operativo comenzó


catorce meses antes del golpe y convirtió a Tucumán en una avanzada del genocidio.
El 5 de febrero de 1975 la presidente Isabel Perón firmaba el Decreto “S” o secreto
(261/75) que aprobaba el urgente lanzamiento de una operación militar en la zona con
el fin de “aniquilar el accionar subversivo”; para ello el Comando General del Ejército
“procederá a ejecutar las operaciones militares que sean necesarias”. El decreto
permaneció oculto y recién lo publicó La Opinión en septiembre de 1983.
En noviembre de 1974 Isabel había declarado el Estado de Sitio para institucionalizar
la represión y facilitar el accionar ilegal de la Triple A. Pero el decreto “S” expresó un
salto, a partir de ese momento el Ejército controlaría la seguridad interna y comandaría
todas las acciones realizadas en Tucumán. Bajo su órbita actuarían la Armada, la
Fuerza Aérea, la Policía Federal y provincial junto a cientos de agentes de inteligencia
y culatas del Ministerio de Bienestar Social (léase Triple A) que llegaron para
garantizar “tareas civiles”.
¿Por qué en Tucumán?
La provincia había llegado a 1975 como un verdadero hervidero social. El movimiento
obrero, sobre todo los trabajadores azucareros, se habían convertido en uno de los más
combativos del país habiendo adquirido con los años valiosísima experiencia. Como
fue la gran huelga de septiembre de 1974 que duró 17 días y fuera impulsada por abajo
para quebrar el Pacto Social a pesar de la dirección de la FOTIA (Federación Obrera
Tucumana de la Industria del Azúcar) que primero se opuso y luego se plegó muy
presionada. El comisario Villar, uno de los jefes de la Triple A, fue el encargado de
reprimir ferozmente la huelga junto a mil efectivos de la Policía Federal.
El PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), que tenía un importante trabajo
entre los trabajadores azucareros desde hacía varios años, había instalado un foco
guerrillero en mayo de 1974 y se dieron a conocer tomando la población de Acheral por
algunas horas. La compañía Ramón Rosa Jiménez controló parte del territorio durante
meses sin que el ejército pueda desarticularlos.
La instalación del “foco” en el monte tucumano fue una de las razones que determinó
la puesta en escena de uno de los operativos militares más grandes de la historia
argentina. El Operativo Independencia fue un laboratorio: si el plan sistemático
triunfaba los militares tendrían allanado el camino al poder, esta vez con la garantía de
que las grandes empresas y la burguesía las apoyarían. Para enfrentar seriamente el
ataque hacía falta una política de autodefensa de las masas obreras, esto no fue hecho
por ningún partido que contara con volúmenes de fuerza suficientes para impulsarla,
particularmente el PRT y Montoneros.
La “guerra moderna” se exporta a Argentina
Seis mil efectivos fueron llegando a lo largo de las primeras semanas. Acdel Vilas
había quedado a cargo de la operación tras la muerte del general Ricardo Muñoz en
un confuso accidente aéreo en enero del 75. El “teatro de operaciones” ocupaba por
lo menos un tercio de la provincia y las fuerzas militares se dividieron por zona. La
Quinta Brigada se encargó de enfrentar a la guerrilla en el monte al mando de Mario
Benjamín Menéndez, según los propios documentos del PRT-ERP la compañía tenía
entre 100 y 150 combatientes. Los únicos enfrentamientos importantes entre las
fuerzas del Estado y el pequeño destacamento del ERP fueron en Manchalá y
Acheral. Mientras tanto, Gendarmería vigilaba y reprimía a la población rural y los
comandos formados por militares, policías y personal de inteligencia actuaban sobre
la población civil en San Miguel de Tucumán y en zonas donde la conflictividad
social y obrera era alta: Concepción, Famaillá, Bella Vista y Monteros.
Vilas, entrenado en EE.UU era un reconocido admirador de Roger Trinquier, uno de
los padres de la teoría de contrainsurgencia francesa, aplicada en Indochina y
Argelia. Su libro La guerra moderna (1961) se convirtió en la biblia de los altos
militares de todo el mundo y especialistas de la “lucha anti-subversiva”. Para
Trinquier el enemigo, léase el comunismo, se camuflaba en la sociedad y para la
clave para enfrentarlo era actuar en la clandestinidad, crear campos de prisioneros
para su “reeducación política”, torturarlos para conseguir información y actuar
psicológicamente sobre la población.
Las FF.AA argentinas pusieron en práctica esta doctrina por primera vez en el
Operativo Independencia. Comandos civiles armados integrados por militares,
policías y personal de inteligencia se encargaron de secuestrar, torturar y asesinar a
cientos de personas de sus casas a altas horas de la noche o en sus lugares de trabajo.
En su mayoría fueron trasladados a la escuela Diego de Rojas, “la escuelita” de
Famaillá, el primer centro clandestino de detención en el país donde pasaron entre
2.500 y 3.000 personas, la mayoría torturados salvajemente. El Ministerio de
Bienestar Social brindó apoyo logístico con automóviles, armas y hombres de la
Triple A que actuaron coordinadamente con la Alianza Nacionalista del Norte, su
organización hermana en Tucumán. La banda de López Rega se encargaba, junto a la
Secretaría de Prensa, de lo que en la jerga militar se conoce como “acción
psicológica”, es decir, utilizar los medios de comunicación más importantes para
legitimar el accionar del Ejército y realizar tareas de asistencia social presentando al
soldado como un “hijo de la patria”. Clarín, La Nación, la revista Gente, Télam, el
diario La Gazeta de Tucumán, la televisión provincial, entre muchos otros, se
prestaron para desinformar a la población sobre lo que estaba realmente pasando en
la provincia. Clarín por ejemplo, luego de iniciado el operativo, publicó en sus
quince tapas siguientes las novedades sobre “la guerra en el monte”. Por otro lado el
periodista estrella de La Nación- que aún trabajaba para La Gaceta- Joaquín Morales
Solá decía desde las páginas del diario provincial: “El ejército distribuye alimentos:
harina, conservas, azúcar, aceite en la escuela de Santa Lucía. El hospital está
recién pintado por el ejército, y un oficial médico atiende a los aquejados de resfríos
y anginas”. Sus buenas migas con algunos oficiales influyentes le abrieron las
puertas grandes de Clarín.
Los propietarios del Ingenio Concepción (hoy Atanor) entregaron camionetas de la
empresa para realizar operativos y brindaron información de los zafreros
organizados, muchos de ellos secuestrados y detenidos por grupos comandos adentro
del establecimiento. La Fronterita, además de esto, hospedaba a oficiales
importantes, y el ex Ingenio Santa Lucía se convirtió en la base operacional más
grande con tres mil soldados.
La Iglesia fue otra pata esencial. cuarenta y tres sacerdotes participaron del
Operativo Independencia. Prestaron apoyo espiritual a los soldados y colaboraron en
la construcción del relato de la “guerra antisubversiva” desde los sermones de
domingo. También el Partido Radical se hizo eco de la medida del gobierno de
Isabel y dio el visto bueno, “apoyamos toda medida orientada a purificar la
estabilidad democrática del país” dijo un senador bonaerense (14/2, La Gaceta).
En la megacausa del Operativo Independencia que se inició en mayo de 2016, se
contabilizan 270 víctimas, aunque con la apertura de los archivos se podría
comprobar que fueron muchos más. La mayoría de los registrados eran trabajadores,
estudiantes, militantes políticos y sociales. Solamente en Concepción y la Fronterita
se registraron por lo menos 50 víctimas. El mismo estudio registró que en ese
momento aumentaron los ritmos de explotación en ambos Ingenios. En la causa hay
apenas dieciocho imputados cuando el número de soldados que participaron del
proceso fueron seis mil, Vilas y Bussi murieron sin recibir condena. Además, entre
los acusados no hay ningún empresario, sacerdote o burócrata demostrando el pacto
de impunidad que se mantiene hasta hoy.

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