Historia del Dinero - Conversación con Daniel Fernández
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David Graeber tiene razón al decir que los economistas comprenden muy mal la
historia del dinero. Sin embargo, su propio relato sobre el dinero es, en mi opinión,
aún peor. En esta charla hablaremos sobre la historia del dinero desde sus orígenes en
Mesopotamia hasta la moneda fiduciaria y el Bitcoin. Para abordar este tema
invitamos a una persona que acaba de publicar su primer libro sobre la historia del
dinero: Daniel Fernández.
—¿El dinero se origina en el mercado o lo crea el Estado?— fue una de las preguntas
centrales que motivaron el libro. La mayoría de los textos sobre la historia del dinero
comienzan en Lidia, alrededor del siglo VI a.C., y avanzan desde ahí. Pero ocurren
cosas antes de Lidia, antes de la aparición de la primera moneda acuñada. Como
economistas, muchas veces damos un salto directo hasta Roma, ignorando
completamente lo que hubo antes.
El declive del Imperio romano está muy relacionado con el famoso "pan y circo".
¿Cómo se financiaba eso? Lo hacían mientras pudieron, mediante conquistas. Había
mucha reticencia a subir los impuestos, así que optaron por recurrir a la moneda. Los
movimientos inflacionarios terminaron arrasando con el sistema bancario romano,
principalmente de dos maneras: los bancos dejaron de aceptar depósitos en moneda
nueva y el sistema monetario se destruyó al punto de volver a formas de intercambio
pre-monetarias.
Curiosamente, la región de la Champaña francesa, que era una zona muy pobre, fue el
lugar donde surgió la banca moderna.
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—Hola a todos y bienvenidos a un nuevo episodio del podcast, donde a veces
tratamos temas de actualidad y otras veces temas más atemporales, pero que
finalmente pueden dejar huella en el análisis de lo que nos pasa hoy. Hoy vamos a
charlar sobre un tema fascinante y fundamental para nuestras vidas: el dinero.
Hablaremos sobre su historia desde los orígenes en Mesopotamia hasta la moneda
fiduciaria y el Bitcoin.
Nuestro invitado, Daniel Fernández, es profesor de economía en la Universidad de las
Espérides y director del Ruth Richardson Center, donde se analizan y publican
informes sobre políticas públicas. Pero este libro no está centrado en el análisis de
políticas públicas, aunque tiene implicaciones importantes.
—Es un libro que tenía que existir —dice el presentador—. Abre muchos hilos de
investigación, y la bibliografía que incluye es muy útil para quien quiera profundizar.
La primera parte es la más teórica: separa lo que es dinero de lo que no lo es. Allí
también se presenta el conflicto entre dos grandes visiones sobre el origen del dinero:
la teoría evolucionista (o metalista, aunque se prefiere “evolucionista” porque no
necesariamente implica metales) y la visión neochartalista, que sostiene que el dinero
nace del Estado.
Daniel comienza con un capítulo introductorio en el que se despoja de toda
neutralidad teórica, lo cual considera honesto: “La historia no habla por sí misma, la
interpretamos desde nuestro marco conceptual. Ser explícito sobre ese marco es algo
que me gustaría ver más a menudo en los libros de historia”. Así, el libro se inscribe
claramente dentro de una visión evolucionista del dinero, en oposición a la
neochartalista.
El Dinero en Mesopotamia
La idea original de Daniel era escribir un libro exclusivamente sobre la historia del
dinero en Mesopotamia. Más adelante, eso se expandió a toda la historia del dinero.
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Como dice un historiador que le gusta mucho: “Mesopotamia es el inicio de todo”. Es
la primera cultura con escritura de la historia. Nos dejó un legado más allá de lo
arqueológico. Y la escritura es clave, porque permite saber, por ejemplo, si existió el
trueque con bienes perecederos, algo muy difícil de rastrear sin registros escritos.
Ahora bien, también hay que tener cuidado: muchas fuentes escritas son propaganda
o están redactadas por escribas del poder. Por eso, hay que interpretarlas con criterio.
Mesopotamia no sólo es el inicio de la escritura, sino también de la agricultura
moderna. Allí nace lo que entendemos por “civilización”, en un lugar con una
productividad agrícola altísima gracias a los ríos Tigris y Éufrates. Pero estos ríos,
aunque daban fertilidad al suelo, también provocaban inundaciones destructivas, lo
que generó la necesidad de contar con graneros centralizados para proteger los
alimentos. Así nacen los templos como centros de acopio, y con ellos, funciones
económicas fundamentales.
De esos graneros surgieron las primeras formas de registro económico: tablillas de
arcilla que empezaron siendo simples recibos y terminaron circulando como formas
primitivas de dinero. Aquí es donde los neochartalistas introducen su teoría: como los
templos eran centros de poder, ellos decidían qué era dinero y qué no. Pero esto omite
mucho del panorama.
Mesopotamia no era un Estado centralizado. Estaba conformada por ciudades-estado
independientes. ¿Quién decidía, entonces, la unidad monetaria entre ellas? Recién
con Sargón de Acad se unificaron pesos y medidas, pero antes de eso, las ciudades ya
comerciaban entre sí. Es decir, ya había intercambio, incluso antes de la
estandarización monetaria.
La clave aquí es que el dinero no nació necesariamente del Estado. Hay evidencia de
formas de crédito completamente privadas que existieron antes del poder
centralizado. Un ejemplo fascinante es el de los “tokens” o fichas de arcilla, que
servían como registros contables. En algún momento, esas fichas se colocaban en
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sobres de arcilla cerrados y sellados. Al sellarlos, las partes implicadas dejaban una
marca con su sello personal. Ese sobre sellado podía funcionar como un documento
de crédito: si se rompía antes de tiempo, indicaba que se había incumplido la promesa
de pago.
Esto puede haber sido una de las primeras formas de letra de cambio o documento
crediticio de la historia. No tenía nada que ver con el templo. Además, había otras
formas de intercambio, como los anillos de metal precioso que podían cortarse o
doblarse para facilitar pagos fraccionados. Todo esto apunta a un sistema monetario
descentralizado, anterior a la intervención estatal.
Ahora bien, ¿eran los templos una forma de poder político? Los neochartalistas
suelen decir que sí, refiriéndose al “complejo templo-palacio”, como si fueran lo
mismo. Pero Daniel argumenta que el templo precede al palacio como institución, y
que el poder político llegó después, absorbiendo al poder espiritual. Durante mucho
tiempo, el templo tenía funciones religiosas y económicas, pero no coercitivas.
Los templos ofrecían servicios como adivinación (basada en supersticiones),
organizaban festividades religiosas y recibían ofrendas, que no está claro si eran
impuestos obligatorios o donaciones voluntarias. De hecho, incluso tenían
trabajadores privados y obtenían ingresos similares a los de un actor del mercado.
El verdadero poder político aparece más tarde, con la consolidación del palacio como
institución dominante. Y eso es crucial: si el dinero nace de las interacciones del
templo como actor económico, no puede considerarse una imposición estatal. Es más,
Daniel sostiene con firmeza que las formas privadas de dinero preceden a las
públicas.
Otro punto central del libro es que las distintas formas de dinero coexisten. No
existe una secuencia lineal en la que primero hay trueque, luego dinero y finalmente
crédito. Eso es una simplificación equivocada, muchas veces repetida por los propios
economistas. En realidad, el trueque existió —sí, existió—, pero también lo hicieron
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los metales preciosos, el crédito, las tablillas y otras formas de intercambio. Todo
convivía, dependiendo del contexto.
Los registros muestran que había comercio internacional —por ejemplo, entre
Mesopotamia y Egipto, o incluso con la India— sin una autoridad central que
impusiera una unidad de cuenta. Se utilizaban diferentes formas de compensación, se
mantenían registros en tablillas, y se usaban medios de cambio como la cebada o la
plata, que funcionaban como patrón bimonetario.
En ese sentido, la cebada y la plata eran las dos formas principales de dinero en
Mesopotamia. La unidad de cuenta que se usaba era el "ciclo" (shekel en inglés), pero
no está claro que fuera impuesta por un templo o palacio. Lo más probable es que esa
unidad se haya originado por necesidades prácticas de la metalurgia, como una
medida divisible de forma económica.
También se usaban tablillas de crédito que hacían referencia a esa unidad de cuenta,
pero no se pagaban con esa misma unidad: no se entregaban shekels físicos. Esto nos
lleva al concepto de “dinero imaginario”, que también existió en la Edad Media: una
unidad contable que sirve para denominar transacciones, aunque no exista una
moneda física equivalente.
Daniel propone un concepto interesante: el “desdoblamiento monetario”. Es decir,
distintas funciones del dinero (medio de cambio, unidad de cuenta, reserva de valor)
pueden estar separadas y ser cumplidas por distintos instrumentos. Un mismo objeto
puede cumplir una función monetaria en un periodo, y otra diferente en otro
momento. La historia del dinero no es lineal, ni simple.
El Dinero en Grecia
Tras Mesopotamia, el siguiente gran bloque del libro trata sobre Grecia. Daniel
Fernández comienza con una panorámica de la historia política y económica griega,
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porque —como él mismo dice— no se puede entender la historia monetaria aislada
del contexto histórico general. Así, el libro termina siendo también un recorrido por la
historia política, social y económica de las civilizaciones analizadas.
La Grecia que tenemos en mente cuando pensamos en la Antigüedad clásica no es la
Grecia de la Ilíada y la Odisea, sino una posterior. La guerra de Troya fue una guerra
real, muy destructiva, que no sólo acabó con Troya, sino que debilitó enormemente a
Grecia. Esto dio paso al llamado “período oscuro”, en el que desaparecen los
registros escritos durante unos 400 años.
Posteriormente, llegan los griegos dorios, considerados bárbaros por los griegos
micénicos anteriores. Estos nuevos griegos no tenían escritura ni conocimientos
avanzados de metalurgia. Pero alrededor del siglo VIII a.C., se empieza a recuperar la
escritura (con la redacción de la Ilíada y la Odisea), y surge una nueva Grecia: la de
las polis o ciudades-estado.
Cada ciudad era independiente política y económicamente. Esto generó una gran
explosión cultural, social y comercial. Se produjo también un gran aumento de la
productividad agrícola, acompañado por una expansión comercial sin precedentes. La
estructura geográfica de Grecia —montañosa y llena de islas— dificultaba la
expansión territorial, por lo que los griegos crearon colonias en otras regiones, como
la Magna Grecia (sur de Italia y Sicilia).
Estas colonias eran políticamente independientes, pero compartían idioma, cultura y
religión. Así, se formó una red comercial vasta, en la que el comercio floreció, y con
él, la necesidad de medios de pago eficientes.
Durante este período, aparecen formas de intercambio similares a las de
Mesopotamia: trueque, crédito entre familias y formas de pre-monetarización. En los
textos homéricos, por ejemplo, los regalos (como calderos de bronce) eran una forma
de demostrar riqueza o de sellar acuerdos.
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Sin embargo, una innovación clave llega desde Lidia, una civilización muy efímera
situada en Asia Menor (hoy Turquía), que conquistó la región de Jonia (Grecia en la
costa de Asia Menor). Allí nace oficialmente la moneda acuñada, como una mejora
sobre el uso directo del metal.
Antes de la moneda, los pagos con metales se hacían en bruto: se pesaba la plata o el
oro y se verificaba su calidad, lo que implicaba costos y riesgos (fraudes,
falsificaciones, etc.). La innovación de Lidia consistió en estandarizar el peso y la
pureza del metal y sellarlo con una marca de garantía. Eso convirtió al metal en
moneda: ya no había que verificarlo cada vez.
Los comerciantes adoptaron rápidamente esta forma de dinero por su eficiencia. En
muy poco tiempo, todas las ciudades-estado griegas comenzaron a emitir su propia
moneda. Aunque no inventaron la acuñación, fueron la primera civilización en usar la
moneda de forma masiva.
En paralelo, los griegos también adoptaron un alfabeto fonético —inspirado en el
semítico— y lo perfeccionaron. Así se convirtieron en la primera cultura altamente
alfabetizada de la historia, en la que todos los ciudadanos sabían leer, escribir y usar
dinero. Esto generó un avance institucional enorme.
Ahora bien, también hubo reacciones conservadoras frente a esta transformación. El
caso más famoso es Esparta, que prohibió el uso de moneda metálica. En su lugar,
instauraron un sistema monetario basado en lingotes de hierro sumergidos en vinagre
para volverlos quebradizos e inútiles. Esa “moneda” era tan ineficiente que no podía
usarse para el comercio ni fuera de Esparta. La medida tenía como fin bloquear los
efectos de la economía monetaria, que se asociaban con el lujo, la corrupción y la
decadencia moral. Esparta fue, en ese sentido, una sociedad que optó
deliberadamente por el subdesarrollo monetario.
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La consecuencia fue clara: las familias ricas de Esparta sacaron su riqueza fuera,
especialmente a la vecina Argos. Se trata, según Daniel, del primer caso
documentado de fuga de capitales en la historia.
Mientras tanto, Atenas desarrolló una economía comercial avanzada. Su moneda más
famosa fue la lechuza de Atenas, una dracma de plata que circuló durante siglos y se
convirtió en moneda de referencia en todo el mundo griego. Atenas mantuvo una
política monetaria sólida, consciente de que el valor de su moneda era un pilar de su
poder comercial.
Sin embargo, en tiempos de guerra —con Esparta, durante la Guerra del Peloponeso
—, Atenas violó ese principio: emitió moneda de oro, luego monedas de cobre
bañadas en plata (engañosas), lo que generó desconfianza. La población comenzó a
atesorar las monedas buenas y a usar solo las malas, dando lugar a un fenómeno
conocido como Ley de Gresham, mucho antes de que Gresham naciera: la moneda
mala desplaza a la buena.
Una vez terminada la guerra, Atenas hizo un esfuerzo por recoger toda esa mala
moneda. Era consciente del daño que había causado. Este episodio muestra cómo la
política monetaria puede ser utilizada como herramienta de emergencia, pero también
cómo puede erosionar la confianza si se abusa de ella.
Finalmente, el mundo griego cae en declive por las guerras internas. Macedonia, con
Filipo y luego Alejandro Magno, conquista Grecia y expande su imperio por Asia.
Alejandro lleva la moneda griega por todo su imperio, acuñando monedas con su
imagen y reforzando la idea de un poder central fuerte asociado a la emisión
monetaria.
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El Dinero en Roma
En Roma también se distinguen distintas etapas políticas que afectan directamente al
desarrollo monetario: la monarquía, la república y el imperio. Cada una de estas fases
implicó cambios relevantes en el sistema económico y en la evolución del dinero.
Al principio, la moneda romana era bastante rudimentaria. Se usaban lingotes de
cobre llamados aes rude, similares a los bloques espartanos. Luego aparecieron los
aes signatum, lingotes ya marcados con algún símbolo, pero seguían siendo poco
prácticos para el intercambio cotidiano. Con el tiempo, Roma adoptó una moneda
más funcional: el denario.
El denario fue durante siglos la principal moneda romana. Su nombre proviene de
que equivalía a diez ases, una unidad monetaria más antigua y de menor valor. La
lógica es parecida a la de los “reales de a ocho” del Imperio español: una moneda
fuerte referida a una unidad inferior.
Una de las claves del éxito del denario fue su estabilidad. Durante mucho tiempo,
ningún emperador lo tocó. No hacía falta: funcionaba bien, facilitaba el comercio,
permitía recaudar impuestos y sostenía una red de división del trabajo a escala
imperial. Roma logró así una prosperidad material sin precedentes, que no se volvería
a ver hasta el siglo XVII en algunas regiones europeas.
En paralelo, surgió un sistema bancario más desarrollado que el griego. En Grecia
existían bancos privados donde se podían hacer depósitos y obtener préstamos, pero
no había un sistema de compensación interbancaria. En Roma, en cambio, sí se
estableció algo muy similar a lo que hoy llamaríamos banca corresponsal: bancos de
una misma ciudad mantenían cuentas cruzadas entre sí, y cuando los clientes
realizaban pagos entre distintas entidades, los saldos se ajustaban mediante estas
cuentas. Sólo en casos puntuales había transferencias reales de moneda.
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Este mecanismo fue un avance institucional importante. Aunque no alcanzó un nivel
imperial centralizado, funcionaba bien a nivel local. Y permitió que el sistema
bancario tuviera un papel relevante en la vida económica del imperio.
Sin embargo, todo esto se fue deteriorando con el tiempo. A medida que el imperio se
fue debilitando, los emperadores comenzaron a devaluar la moneda. La degradación
del denario fue progresiva: se redujo su contenido metálico y se sustituyó la plata por
otros metales más baratos. Esto generó inflación y pérdida de confianza.
Las consecuencias fueron graves:
1. Los bancos dejaron de aceptar depósitos en moneda nueva, que ya no era
confiable.
2. El sistema monetario colapsó y se volvió a formas de intercambio
premonetarias, como el trueque o los pagos en especie.
Además, Roma, al igual que Atenas, recurrió a reservas de emergencia en tiempos
de crisis. Por ejemplo, existían estatuas gigantes de metales preciosos, que eran
fundidas cuando el imperio se encontraba al borde del colapso. Algo similar ocurría
en Mesopotamia, donde los templos almacenaban recursos en caso de catástrofe. En
cierto modo, esas reservas funcionaban como una versión primitiva de un banco
central, aunque sin todas las funciones que conocemos hoy.
El declive del sistema monetario romano es una muestra clara de cómo la política
monetaria puede sostener un imperio… o destruirlo. Mientras el denario fue estable,
el comercio floreció, la división del trabajo se expandió y el bienestar aumentó. Pero
cuando el poder político abusó de su capacidad de emitir dinero, todo se vino abajo.
El Dinero en la Edad Media
Una vez colapsado el sistema monetario romano, Europa entra en un largo periodo de
regresión económica, institucional y tecnológica. En este contexto, el uso del dinero
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se reduce drásticamente. Muchas transacciones vuelven a realizarse mediante
trueque, pagos en especie y formas de crédito personal.
Durante siglos, el sistema monetario no se recompone del todo. A diferencia de
Roma, no existe una autoridad central fuerte que imponga una moneda común.
Lo que predomina es una fragmentación total: cientos de monedas locales, unidades
de cuenta disociadas de monedas reales, y múltiples formas de intercambio. Aquí es
donde aparece un fenómeno muy interesante: el dinero imaginario.
El dinero imaginario era una unidad contable abstracta, que no tenía una
materialización física. Es decir, los precios y contratos se expresaban en esa unidad,
pero no existía una moneda con ese nombre. Esto generaba una separación entre
unidad de cuenta y medio de cambio. Así, por ejemplo, una deuda podía estar escrita
en libras tornesas, pero pagarse con monedas locales de menor pureza metálica,
aplicando conversiones.
Este fenómeno tiene su antecedente en Mesopotamia, donde las tabletas de arcilla
registraban deudas en ciclos de plata, aunque no existiera un ciclo físico como
moneda. Daniel llama a esto "desdoblamiento monetario", y lo considera clave
para entender la historia del dinero. La idea es que las funciones del dinero (unidad
de cuenta, medio de cambio, reserva de valor) no siempre se concentran en un solo
objeto.
En la Edad Media también resurge con fuerza el dinero basado en crédito,
especialmente en contextos de comercio a larga distancia. Como llevar grandes
cantidades de monedas era peligroso y costoso, se desarrollan formas de
compensación entre comerciantes, basadas en la confianza y los registros contables.
Así surgen formas primitivas de letra de cambio.
Un caso destacado son las ferias de Champaña, en Francia. Aunque la región era
pobre, estas ferias fueron un punto de encuentro fundamental para el comercio
europeo, y ahí surgieron mecanismos que anticipan la banca moderna. Los
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mercaderes usaban letras, compensaban deudas entre ellos, y confiaban en casas
bancarias que actuaban como intermediarios.
Esto no quiere decir que el dinero metálico desapareciera. Al contrario, seguía
existiendo, pero se usaba sobre todo en transacciones locales y cotidianas. En cambio,
para el comercio a larga distancia o entre ciudades, el crédito y las letras de cambio
eran más prácticas y seguras.
Otro fenómeno interesante de este período fue la aparición de "dinero malo"
impuesto por señores feudales o monarcas con el fin de recaudar más. Esto generaba
una dinámica ya conocida: la ley de Gresham. Cuando se obliga a aceptar una
moneda de baja calidad al mismo valor que una buena, la gente guarda la buena y usa
la mala. Esto deteriora la confianza y puede arruinar el comercio.
La fragmentación monetaria también era enorme: en una misma región podían
circular decenas de monedas diferentes, y era habitual que los comerciantes usaran
mesas de cambio para convertir unas en otras. Aquí es donde los cambistas se
vuelven esenciales, y muchos de ellos —como los de las ciudades italianas—
evolucionarán hacia banqueros.
La Iglesia, por su parte, jugó un papel ambiguo: por un lado, condenaba el cobro de
intereses (la usura), lo cual limitaba el desarrollo financiero. Por otro lado, los
monasterios eran grandes terratenientes y gestionaban economías complejas, donde el
uso del crédito y de la contabilidad era habitual. Esta contradicción perduró durante
siglos.
En resumen, la Edad Media no fue una época sin dinero, pero sí una etapa donde el
dinero perdió centralidad, se diversificó en múltiples formas, y convivió con el
crédito, el trueque y el dinero imaginario. Fue también un período donde las
innovaciones financieras se adaptaban a un entorno fragmentado,
descentralizado e inestable.
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El Dinero en la Edad Moderna
Con la llegada de la Edad Moderna, el sistema monetario y financiero europeo
comienza a experimentar una transformación profunda. La reactivación del comercio,
el fortalecimiento de los Estados-nación y los descubrimientos geográficos dan lugar
a un entorno mucho más dinámico, donde el dinero empieza a recuperar un papel
central.
Uno de los grandes puntos de inflexión es la aparición de monedas fuertes y
estables emitidas por Estados poderosos, como la libra esterlina en Inglaterra o el
escudo de oro en España. A diferencia del caos monetario medieval, estas monedas
tenían un respaldo más claro, una acuñación controlada y un uso más extendido, tanto
nacional como internacional.
Otro cambio clave es el nacimiento del sistema bancario moderno. En ciudades
como Florencia, Génova o Ámsterdam surgen instituciones bancarias que no solo
reciben depósitos y otorgan créditos, sino que también desarrollan instrumentos de
compensación y pagos sin uso directo de dinero físico. Es el caso de las letras de
cambio, los pagarés, las cuentas de compensación entre bancos y, posteriormente, los
bancos centrales.
Uno de los ejemplos más tempranos y sofisticados es el Banco de Ámsterdam,
fundado en el siglo XVII. Esta institución funcionaba como un banco de depósito,
donde los comerciantes podían depositar monedas, recibir un recibo (dinero bancario)
y usarlo para hacer pagos. Así se evitaba el manejo de monedas físicas, se ganaba
seguridad y se reducían costos. Este banco se convirtió en una pieza central del
comercio internacional de la época.
Al mismo tiempo, se empieza a consolidar una idea que sería central en la economía
moderna: la confianza como base del sistema monetario. El dinero ya no depende
únicamente de su contenido metálico, sino también de la credibilidad del emisor. Así
se allana el camino para lo que más adelante será el dinero fiduciario.
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Durante este período también se produce una innovación que marcará el rumbo de la
política monetaria futura: la aparición del dinero papel, primero como recibos
respaldados en metal, luego como billetes de curso legal. Aunque al principio eran
vistos con desconfianza, estos billetes se volvieron más comunes, sobre todo cuando
los Estados comenzaron a regular su emisión.
Sin embargo, la Edad Moderna no estuvo exenta de crisis. Muchas veces los Estados
abusaban de su poder para devaluar sus monedas, emitir papel sin respaldo o
manipular el sistema bancario para financiar guerras o gastos excesivos. Esto llevó a
crisis inflacionarias, quiebras bancarias y desconfianza, como ocurrió en España
con la bancarrota de la Corona o en Francia con el experimento fallido de John Law.
Una tensión constante en esta época es la que existe entre el dinero como
instrumento estatal y el dinero como producto del mercado. Mientras los Estados
intentan controlar el sistema monetario, los comerciantes, banqueros y ciudadanos
desarrollan mecanismos propios para protegerse: desde el uso de monedas extranjeras
confiables hasta el arbitraje entre tipos de cambio.
En paralelo, se multiplican los debates teóricos sobre el dinero. Surgen las primeras
escuelas económicas modernas, como los mercantilistas, que ven el dinero como
sinónimo de riqueza nacional, y los primeros liberales, que defienden un papel más
limitado del Estado en la economía.
La Edad Moderna es, por tanto, una etapa de transición entre el dinero metálico
tradicional y el sistema financiero moderno. Las bases del sistema actual —banca
central, dinero fiduciario, política monetaria— comienzan a definirse aquí, aunque
aún con muchas contradicciones y tensiones.
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El Dinero en la Edad Contemporánea
La Edad Contemporánea marca el paso definitivo hacia el dinero fiduciario, es decir,
dinero que no tiene valor intrínseco ni respaldo en metales preciosos, sino que se
basa exclusivamente en la confianza en el emisor, normalmente el Estado a través de
su banco central.
Este cambio no se produce de un día para otro. Durante buena parte del siglo XIX y
principios del XX, el mundo funcionó bajo el patrón oro o bimetálico, donde las
monedas y billetes estaban respaldados por reservas de oro y/o plata. Era un sistema
relativamente estable, aunque con sus propias limitaciones.
Todo cambia con las guerras mundiales del siglo XX. Para financiar los conflictos,
los Estados comienzan a imprimir dinero sin respaldo, lo que genera inflación y la
ruptura de los sistemas monetarios internacionales. Tras la Segunda Guerra Mundial,
se establece un nuevo sistema —el acuerdo de Bretton Woods— en el que el dólar
estadounidense queda ligado al oro, y las demás monedas al dólar. Pero este sistema
colapsa en 1971, cuando Estados Unidos abandona la convertibilidad del dólar en
oro.
Desde entonces, entramos en la era del dinero fiduciario puro: los billetes y
monedas ya no representan nada más que la confianza en el banco central que los
emite. A partir de ese momento, la política monetaria se convierte en una herramienta
central del poder económico de los Estados: pueden controlar la cantidad de dinero en
circulación, las tasas de interés, el crédito y hasta influir sobre el desempleo y la
inflación.
Este nuevo escenario ha generado beneficios y problemas. Por un lado, da mayor
flexibilidad para gestionar crisis económicas. Por otro, permite abusos: emisión
descontrolada, pérdida de poder adquisitivo, deuda estatal excesiva, etc. La historia
reciente de América Latina, con episodios de hiperinflación, muestra claramente los
riesgos del mal manejo del dinero fiduciario.
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En este contexto, aparece una respuesta revolucionaria: el Bitcoin. Nacido en 2009,
tras la crisis financiera global, Bitcoin propone un nuevo tipo de dinero que no
depende de ningún Estado ni banco central. Es un sistema descentralizado, basado en
tecnología de blockchain, que permite transferencias entre pares sin necesidad de
intermediarios.
Bitcoin representa una crítica directa al sistema monetario actual. Su emisión es
limitada (21 millones de unidades), lo cual busca evitar la inflación. Y su
funcionamiento está programado, no sujeto a decisiones políticas. Esto lo convierte
en una forma de dinero que retoma elementos del patrón oro, pero adaptados al
entorno digital.
Sin embargo, Bitcoin también tiene sus desafíos: volatilidad de precio, dificultad de
uso masivo, problemas de escalabilidad y consumo energético, entre otros. Aun así,
ha abierto la puerta a un universo de criptomonedas y finanzas descentralizadas
(DeFi) que están transformando el panorama monetario global.
Por otro lado, los Estados no se han quedado quietos. En respuesta al avance de las
criptomonedas, muchos bancos centrales están explorando la creación de sus propias
monedas digitales de banco central (CBDC), como el yuan digital en China o los
planes del euro digital.
Así, el dinero contemporáneo se encuentra en una encrucijada: por un lado, está el
sistema fiduciario tradicional, que sigue dominando pero genera cada vez más dudas;
por otro, surgen alternativas digitales, descentralizadas y globales, que desafían el
monopolio estatal sobre la emisión de dinero.
Daniel Fernández concluye su libro subrayando que la historia del dinero es
también la historia del poder, del comercio, de la confianza y de la creatividad
humana. El dinero no es solo un medio de intercambio, sino una institución central
que refleja las formas de organización social y política de cada época.
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🪙 Resumen de la Historia del Dinero
El dinero no surgió simplemente del trueque, ni fue inventado por el Estado de forma
autoritaria. Su historia es compleja, rica y diversa, atravesando miles de años de
evolución, cambios políticos, avances tecnológicos y tensiones sociales. Daniel
Fernández, en su charla, recorre este largo camino desde Mesopotamia hasta el
Bitcoin, enfrentando dos visiones principales: la del dinero como producto
espontáneo del mercado y la que lo considera una creación del Estado.
📜 Mesopotamia: el inicio de todo
• Es la primera civilización con escritura y registros económicos.
• Se usaban graneros templarios como centros de acopio y gestión.
• Aparecen tablillas de arcilla y tokens como formas de crédito.
• Existían formas de dinero anteriores a cualquier Estado.
• Se utilizaban tanto la cebada como la plata como dinero, mostrando un
sistema bimonetario con unidad de cuenta separada del medio de pago.
• El “dinero imaginario” ya funcionaba, y el desdoblamiento entre funciones
monetarias era normal.
🏛️ Grecia: la explosión de la moneda
• Las ciudades-estado griegas desarrollan una economía comercial y monetaria.
• La moneda acuñada nace en Lidia, pero Grecia la adopta masivamente.
• Cada polis tenía su propia moneda. Atenas acuña la famosa "lechuza".
• Esparta rechaza el dinero metálico e impone formas de dinero ineficiente.
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• El uso de moneda genera libertad, comercio y riqueza.
• Durante las guerras, se deteriora la calidad monetaria, lo que lleva a inflación y
fenómenos como la ley de Gresham.
🏛️ Roma: estabilidad, luego decadencia
• El denario es la moneda principal, estable durante siglos.
• Surge un sistema bancario avanzado con compensación entre bancos.
• El imperio se financia con conquistas y buena política monetaria, hasta que
comienza la degradación del denario.
• La inflación, la pérdida de confianza y el colapso del sistema bancario llevan al
regreso del trueque y el colapso económico.
• Se funden estatuas de metal para sostener el gasto estatal: una especie de
“banco central” primitivo.
⛪ Edad Media: fragmentación y crédito
• Vuelven formas premonetarias: trueque, pagos en especie y crédito informal.
• Se usan unidades de cuenta imaginarias separadas del medio de cambio.
• Surgen ferias comerciales (como las de Champaña) y formas incipientes de
banca.
• El crédito reemplaza en parte al dinero físico para transacciones largas.
• La Iglesia condena la usura, pero participa en economías complejas.
• El dinero no desaparece, pero se fragmenta y pierde centralidad.
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⚖️ Edad Moderna: nacimiento del sistema bancario
• Aparecen monedas fuertes y estables respaldadas por el Estado.
• Nace la banca moderna en ciudades como Florencia, Génova y Ámsterdam.
• Se desarrollan instrumentos como letras de cambio, pagarés y bancos de
compensación.
• La confianza se vuelve el pilar del sistema monetario.
• Surgen los primeros billetes de papel, inicialmente respaldados en metal.
• El dinero papel se vuelve más común, pero también trae abusos estatales y
crisis.
💵 Edad Contemporánea: dinero fiduciario y revolución digital
• En 1971 se rompe la relación entre el dólar y el oro: nace el dinero fiduciario
puro.
• El valor del dinero se basa únicamente en la confianza en el Estado.
• La política monetaria se convierte en herramienta clave de gobierno.
• Surgen abusos: inflación, emisión descontrolada, pérdida de poder adquisitivo.
• En respuesta, aparece Bitcoin, que propone un dinero descentralizado, limitado
y sin Estado.
• Nacen miles de criptomonedas y se desarrollan las finanzas descentralizadas
(DeFi).
• Los Estados responden con monedas digitales oficiales (CBDC), como el
yuan digital.
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🔚 Conclusión
La historia del dinero es la historia del poder, la confianza y la organización social. El
dinero evoluciona junto con la humanidad, cambiando de forma pero siempre
cumpliendo funciones clave: facilitar el intercambio, expresar valor, almacenar
riqueza y articular redes de confianza. Su futuro está en disputa entre la
centralización estatal y las nuevas formas digitales descentralizadas.
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