0% encontró este documento útil (0 votos)
123 vistas663 páginas

No Enciendas La Luz - Zuri Murillo

El documento es una obra de ficción que narra la historia de Colin, un joven que enfrenta sus emociones y deseos en un contexto de amor y desamor. A través de su experiencia en la boda de su hermano gemelo, Colin reflexiona sobre su propia vida y relaciones, mientras se siente atraído por un misterioso pianista. La narrativa explora temas de identidad, amor y la lucha interna entre el deseo y la razón.

Cargado por

Catalina Mateus
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
123 vistas663 páginas

No Enciendas La Luz - Zuri Murillo

El documento es una obra de ficción que narra la historia de Colin, un joven que enfrenta sus emociones y deseos en un contexto de amor y desamor. A través de su experiencia en la boda de su hermano gemelo, Colin reflexiona sobre su propia vida y relaciones, mientras se siente atraído por un misterioso pianista. La narrativa explora temas de identidad, amor y la lucha interna entre el deseo y la razón.

Cargado por

Catalina Mateus
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 663

Contents

Title Page
Copyright
Dedication
CERO
Primera Parte
—1—
—2—
—3—
—4—
—5—
—6—
—7—
—8—
—9—
—10—
—11—
—12—
—13—
Segunda Parte
—14—
—15—
—16—
—17—
—18—
—19—
—20—
—21—
—22—
—23—
—24—
—25—
—26—
—27—
—28—
—29—
Tercera Parte
—30—
—31—
—32—
—33—
—34—
—35—
—36—
—37—
—38—
—39—
—40—
Cuarta Parte
—41—
—42—
—43—
—44—
—45—
—46—
—47—
—48—
—49—
—50—
—51—
—52—
—53—
—54—
—55—
—56—
Epílogo
Agradecimientos
Serie Inevitable
No enciendas la luz

ZURI MURILLO
Copyright © 2024 Rocío Zurita Murillo

Todos los derechos reservados.

Los personajes y situaciones que aparecen en este libro son ficticios. Cualquier
parecido con la realidad es coincidencia.

Este libro no puede ser reproducido ni total, ni parcialmente ni de manera


electrónica o fotocopia sin el permiso del autor.

Portada diseñada por: Berni Bernal


Edición y maquetación: Zuri Murillo.
Corrección: Loli Cerezo - Zuri Murillo
Dedicatoria:

Al que, aun sintiendo todas esas miradas sobre su espalda, sigue


caminando con orgullo. Al que ama como quiere y a quien quiere. Al que
entiende que algo tan bonito como el amor no se rige por normas
impuestas. A ti, que sigues luchando para que los ignorantes lo
entiendan. A ti, porque tu historia no es menos que la de nadie. A ti,
porque por mucho que intenten destruirte, el amor era, es y seguirá
siendo eso; AMOR.
CERO
«Una noche. Tú y yo.
Sin nombres. Sin voces. Sin luz. Te espero en
la 113.
G».
No toméis ninguna decisión crucial si son más de las tres
de la madrugada. Spoiler: No será buena.
Mis dedos se deslizaron sobre las letras de aquel
posavasos que el camarero me dio junto a mi mojito. Su
caligrafía era una obra de arte, tan bonita que me dieron
ganas de enmarcar aquel estúpido cartón, pero no fue solo
eso lo que me atrajo. Desprendía un aroma a bosque y
cítricos que me emborrachó mucho más que mi tercera
copa y tal vez por eso mis pies caminaron sin permiso hasta
llegar al ascensor que me llevaría a la planta tres de aquel
hotel que había sobre el local. No podía creer que fuera a
atreverme a hacer esto. Nunca tuve problema con los rollos
fugaces, pero este estaba a un nivel superior. Ni siquiera le
había visto la cara y, sin embargo, consiguió inquietarme
hasta el punto de decir: «¿Por qué no? Una noche es una
noche». Aunque mi corazón, a punto de estallar, me estaba
advirtiendo sobre lo mala que era mi idea.
«¿En qué narices estás pensando, Col?».
Existía una gran diferencia entre conectar con alguien
después de un tonteo, con ir directo a la boca del lobo y por
voluntad propia. Tal vez perdí la cabeza por completo y la
demencia tomó el control de mis extremidades. O a lo mejor
su perfume olía tan apetitoso como para plantearse otra
opción. Sí, fue eso. No había otra explicación lógica. Quería
llegar hasta el final y nada me haría cambiar de opinión.
Para más inri, no era mi primera vez en el bar.
Vine muchas veces antes para disfrutar de su música
porque me intrigaba la forma en la que tocaba el piano; el
bar a oscuras y su sombra proyectada en una tela blanca
que caía desde el techo de ese escenario antiguo. Esa
sombra que nadie podía dejar de mirar.
Debió ser eso; el aire misterioso. Esa era la razón por la
que el bar se llenaba cada vez que por redes anunciaban
que el pianista en la sombra nos deleitaría con una de sus
actuaciones. Sí, él reventaba el aforo porque lograba
eclipsar a cualquiera. En cuanto le descubrí me convertí en
su mayor fan y desde entonces no pude quitármelo de la
cabeza. Lo que nunca esperé fue que me correspondiera. El
remitente de ese posavasos era él y yo no podía estar más
emocionado.
El sudor de mis manos interrumpió mis pensamientos,
justo cuando el pitido del ascensor me avisó de que ya
estaba en la planta baja. Las puertas deslizándose no
mejoraron nada mi taquicardia, pero mi mente sabía que no
había vuelta atrás. Llegué hasta aquí por culpa de un
remolino de sentimientos que vibraba en mi interior,
confuso, ansioso, aterrado y con ganas de que su música
pudiera rescatarme del caos. Era todo lo que necesitaba;
sus dedos acariciando las teclas de ese piano mientras
sometía a la fiera que llevaba dentro y que no había hecho
nada más que molestarme durante todo el día. Me
conformaba con sentarme en silencio y disfrutar de su
talento. Por eso cuando llegué y vi que él no había venido
porque el piano estaba al descubierto, mi desilusión me
llevó a beber a la barra de aquel bar sin saber que esa
decisión cambiaría mi destino.
Quizá esa fue la razón por la que estuve tan tenso
mientras esperaba en el pasillo. Siempre había tenido el
control de la situación cuando me «enredaba» con alguien.
A ver, desde que salí oficialmente del armario no había sido
un corderito dócil y, aunque me gustaba un poco de
desenfreno, mi vida no se había basado en dar rienda suelta
a mis perversiones —que las tenía—. Pero ya era un adulto,
uno que no quería privarse de nada. Uno que no dejaba de
escuchar la voz de adolescente que me invitaba a ahogar a
mi lado sensato, ese que parecía haberme abandonado. Así
que, en cuanto las puertas del ascensor se cerraron tras de
mí, pulsé el botón con el número tres de manera insistente.
Me moría por subir a la habitación y conocer a ese tipo que
había puesto sus ojos en mí, aunque tuviera que acatar sus
normas y estar en completo silencio y a oscuras. Lo haría
con gusto si eso significaba tener sus manos encima toda la
noche. Además, llevaba soñando con ese momento durante
mucho tiempo.
A una planta de mi destino, las puertas del ascensor se
abrieron dejando pasar a dos tipos que debían estar
terminando su noche.
El más alto, moreno, de tez tostada y ojos tan negros como
su pelo, miraba a su acompañante como si fuera un
ratoncito al que quería cazar de nuevo y, por lo que el tipo
número dos desprendía a través de su mirada aguamarina,
no cabía duda de que se dejaría atrapar cuantas veces
quisiera el felino.
—¿Bajas?
Era mi oportunidad de huir. Podría asentir y fingir que
alguien habría llamado al ascensor desde la planta tres, o
ser valiente e ir a por lo que realmente me apetecía. Escogí
lo segundo. Tras negar con la cabeza, el tipo de ojos
azabache me dio un repaso y después se centró en su
ratoncito, aplastando sus labios en un beso hambriento que
casi hace arder la maldita caja que nos elevaba. Yo solo
quería llegar a mi planta y poder hacer lo mismo con el
misterioso señor G. Por suerte, estaba a segundos de que
ocurriera. El ascensor se detuvo en mi parada y salí sin
despedirme de mis amables acompañantes.
Un pasillo larguísimo con habitaciones a cada lado me
saludó provocando que mi corazón latiera con fuerza. No
dejó de hacerlo mientras recorría todo ese camino que me
llevaba a la única puerta frente a mí —la 113—, y cuando vi
que estaba entreabierta, mi cuerpo se encendió por culpa
de la anticipación.
«¿Qué mierda estás haciendo, Colin?»
Esto no iba a acabar bien. Lo sabía y lo sentía, pero mi
cerebro murió en algún punto del camino desde el bar hasta
las habitaciones. Así, empujé la puerta dejando entrar un
hilo de luz que provenía del pasillo a mi espalda y me
encontré con el silencio más sexi del planeta. Le sentí
respirar escondido en algún lugar de aquella habitación con
una cama enorme que me dijo «hola» en cuanto puse un pie
dentro. El hombre misterioso estaba a mi derecha,
acercándose por detrás cuando dejó la habitación a oscuras
cerrando la puerta. Su aliento chocó contra mi cuello pero
fue algo breve. Enseguida sentí sus labios sobre él, a la
altura de la yugular y me dejó sin voluntad en un instante y
me ofrecí al lobo como una vulgar y casquivana caperucita,
pero me importaba una mierda. Su atrevimiento solo me
llevó a inclinar mi cabeza hacia atrás, descansando sobre su
hombro y el señor G aprovechó para tapar mis ojos con un
antifaz carbonizándome con el fuego que emanaba de su
pecho, ayudándome a respirar de nuevo sin siquiera
saberlo.
Y es que necesitaba dejar de pensar y olvidar lo que
había sucedido horas antes, justo en la boda de mi
hermano.
PRIMERA PARTE

Aversión:
Sentimiento de rechazo hacia una persona o cosa
—1—
«DESEOS»

—¿Me pones un «Tie me to the bedpost?»


Me encantaba el nombre de ese cóctel. Era tan adecuado
para mi noche de desenfreno, que solo me dejé llevar y lo
pedí como aperitivo antes de comenzar a buscar mi trofeo.
Con un poco de suerte mi fin de fiesta sería así; atado al
poste de la cama de cualquiera de los hombres guapísimos
que se movían al ritmo de la música. Lo necesitaba como
respirar. Me urgía poder desprenderme de todo lo que había
sucedido en las últimas cuarenta y ocho horas y estaba en
el mejor lugar para ello.
¿El problema? Mi cabeza y su empeño en regresar una y
otra vez a ese cuento de hadas perfecto y maravilloso en el
que mi hermano gemelo se casaba con el amor de su vida
—de una maldita vez—, tras años haciendo el ridículo. Sí,
por fin dieron un paso al frente y se arriesgaron a ver qué
pasaría si lo intentaban. Y a mí...
A mí me destrozó.
♡♡♡♡
• Los Ángeles – 48 horas antes... •

—No me jodas, Col.


Me llamo Colin Edward Evans y soy el gemelo malo.
Nací y crecí en Los Ángeles y siempre me han llamado
así, aunque no haya sido porque pasara mi infancia y
adolescencia siendo el líder de un grupo con planes
maquiavélicos. No.
Quizás tuvo algo que ver el hecho de que mi hermano, mi
gemelo idéntico, nunca hubiera roto un plato en su vida.
Dylan estaba viviendo su historia callado, prudente,
miedoso, atesorando todo lo que sentía, convirtiéndose en
una persona insegura y os diría que era todo lo opuesto a
mí, pero sería una mentira enorme. No solo compartíamos
«envoltura» ya que algunos rasgos de nuestra personalidad
eran exactos, pero yo era mucho más hábil tratando con los
demás. No me daba miedo de decir lo que pasaba por mi
cabeza y tampoco me preocupaba del cómo lo decía. Mi
personalidad sin filtros, sin vergüenza y sin culpa,
deambulaba a su antojo, aunque eso último me recorría de
vez en cuand, a pesar de que siempre acababa ganando la
batalla y la mandaba lejos cuando me permitía ser yo. Y por
eso me apodaban «evil twin» y mi hermano era el «ángel».
Y siguiendo con mi hermano...
—No puedo, Dy.
—¿Que no puedes? ¡Qué mierda, Colin! ¡Es el día de mi
boda!
Algo cambió para mí el día de su segunda boda. Sí, he
dicho segunda. El muy imbécil ensayó antes con otra y le
salió mal por cobarde. Menos mal que entró en razón y
empezó a hacer las cosas bien sacando su cabeza de su
trasero.
Estaba feliz por él y por su futura esposa, Melissa, que
casualmente era mi mejor amiga desde que apenas
levantábamos un palmo del suelo. Me alegraba muchísimo
por los dos y disfruté ayudándoles cuanto pude en la
organización de la ceremonia desde Chicago. De verdad que
me sentía pletórico porque esto estuviera pasando. Lo
estuve hasta que todo se hizo demasiado real y llegó el día.
—Piénsalo. Si Jason y yo la llevamos hasta ti, parecerá
que va detenida.
—Deja de decir sandeces, twin. Mira, no sé qué narices te
ocurre, pero si haces que ella lo pase mal siquiera un
segundo, te las verás conmigo.
—Dylan...
—Eres el padrino. Compórtate como tal.
Lo hice, porque no había nada que pudiera negarle a mi
gemelo.
Pero cuando la ceremonia comenzó, casi implosiono. Y es
que de repente todo lo que había concebido como válido se
disipó, dejando entrar a las dudas a la velocidad de un
meteorito. Todo lo que pensaba que quería cambió a las seis
treinta de la tarde, al ver a mi gemelo morir de amor
mientras se acercaba su «bicho» —así la llamaba él— con
aquel vestido con el que parecía Helena de Troya, cerrando
la distancia entre ellos despacio mientras intentaba sonreír
impidiendo que sus lágrimas salieran sin lograrlo. Todo
cambió cuando Jason Morris —el otro padrino, que era como
un hermano para todos nosotros— y yo entregamos a
Melissa en aquel escenario al aire libre que habían decorado
con miles de guirnaldas de luces que iban de un árbol a
otro, haciendo de ese espacio un lugar mágico en el que tus
sueños podían hacerse realidad. La Tierra giró ciento
ochenta grados en el instante en el que intercambiaron sus
votos provocando que las emociones levitaran por el aire y
que todos los que estábamos allí lo sintiéramos en lo más
profundo de nuestras almas. Cuando la maravillosa
ceremonia terminó y sellaron su reciente trato con un beso,
algo en mí se destruyó haciendo que mi mente proyectase
dos frases como si fuera un cartel con neones fluorescentes
que decía: «Quieres eso. Necesitas eso».
No entendí muy bien por qué pasó en su boda y no antes,
cuando llevaba viéndolos ser felices algo más de un año. No
ocurrió cuando nos dijeron que Melissa estaba a punto de
cumplir su sueño de convertirse en chef, ni cuando nos
sorprendieron con la noticia de que estaba embarazada, ni
tampoco cuando vi por primera vez a mis hermosas
sobrinas, esas preciosas gemelas que lograron enamorarme
desde el segundo en el que las conocí.
No. No. No.
Todo sucedió al ver a mi hermano mirarla como si nadie
más en el mundo importase, con un amor tan irracional e
infinito en sus ojos que me hizo sentir la persona más celosa
del planeta. Por eso, porque no aguantaba mucho más ese
ambiente, después de beber todo lo que pude y más, me
acerqué a ellos con intención de despedirme.
—Enhorabuena, pareja.
—Muchas gracias, rubio. —Melissa me sonrió radiante.
—Gracias, Col. —Mi hermano la abrazó por la cintura,
acercándola a él mientras dejaba un beso en su cabeza.
—Entonces, ¿no hay luna de miel?
—No. —Dy suspiró—. Violet y Lila son muy pequeñas y,
aunque sabemos que las abuelas estarían encantadas de
cuidar de ellas, preferimos esperar.
—Aunque eso no significa que renuncie a mi noche de
bodas. —Mel le dedicó un guiño descarado a mi hermano,
provocando que sus ojos ardieran.
Y yo casi me consumo de la rabia.
—Esa es justo la señal que necesitaba para esfumarme —
dije intentando acabar con mi sufrimiento.
—¿Te vas a casa?
—No. —Enseguida sacudí mi cabeza con energía—.
Chicago.
—¿Qué? —Sus tonos de sorpresa sonaron al unísono.
—Ha surgido algo y he adelantado mi vuelo.
No mentí. Surgió algo de verdad. En ese momento sentí a
ese monstruo de color verde que era la envidia recorriendo
mi cuerpo a su antojo y si me quedaba un segundo más allí,
no sería responsable de mis actos.
Por si fuera poco, acabó acompañándome durante todo el
viaje de vuelta a Chicago, en cada maldito minuto de aquel
vuelo que parecía no tener fin porque ni siquiera la pastillita
anti-pánico, que tomé diez minutos antes de poner mi culo
sobre mi asiento, parecía hacer efecto. Tuve que huir antes
de tiempo porque no podía soportar ni un segundo más de
ese amor empalagoso que ambientaba la tarde y, a pesar
de que supe que mi excusa no se la creyeron ni por un solo
segundo, ellos me dejaron marchar y yo lo hice agradecido.

∞∞∞
Aún, casi dos días después, escocía de forma horrible.
Ni siquiera ver a Dom —el barman buenorro— mezclando
los ingredientes de mi bebida mientras los músculos de su
espalda traspasaban la tela de su camiseta, ayudó. Solo
había una cosa que parecía ser el antídoto de mi malestar;
el polvo de anoche con mi pianista misterioso. Sí, actué
como un completo chiflado, aunque en mi defensa diré que
mi flechazo con el pianista venía de tiempo atrás.
Una noche cualquiera de hacía ya seis meses acabé en
aquel piano bar. Fue un día de mierda, de estos que
terminan por hundirte en la miseria porque eres incapaz de
ver la luz desde el pozo en el que estás sumido. Quería
estar solo. Pensé que beber en un lugar en el que nadie me
conociera me ayudaría a abstraerme de la realidad, que me
perseguía de tanto en cuando, y no me equivoqué porque
en cuanto entré a aquel local todo lo que vi me cautivo. El
bar estaba dentro de una antigua sala de cine y esa tela
blanca en la que proyectaban las películas seguía allí en
mitad de un escenario. Lo que vi en cuanto senté mi culo en
la mesa más cercana me impactó; una sombra de un piano
proyectada en la tela y un hombre misterioso acariciándolo
con delicadeza mientras las notas que iban ambientando el
bar me calmaban, al mismo tiempo que mi boca se abría
ante tal espectáculo. Me enamoré casi al instante. ¿Quién
no lo haría?
Sin embargo, recrear todo lo que sucedió ayer en aquel
hotel me tenía al borde de la locura.
En mi mente no había imágenes porque me privó de la
vista, en su lugar solo estaba los sonidos de mis gemidos
uniéndose a sus jadeos. Mis súplicas provocando a sus
traviesas manos. Sus dientes arañando la piel de mi cuello...
«¡Dios, se me fue la cabeza!»
—El tipo de allí insiste en invitarte —Su mirada viajó
hasta el otro extremo de la barra.
Por un momento olvidé que seguía en el «Rainbow», el
club gay con más fama de todo Chicago, y que vine con un
objetivo claro que parecía haber conseguido. Como un rayo,
mis ojos se encontraron con ese hombre y le di un buen
repaso. Maldije por no estar tan cerca como me hubiera
gustado, pero eso no impidió que me perdiera en esa
mandíbula marcada, la barba de dos días y sus labios
carnosos. ¡Dios esa boca! ¡Era un puto caramelo! Pero ni
siquiera lo apetitosa que parecía logró borrar de mi cabeza
al señor G.
«¿Cómo sería él?»
Todo lo que descubrí a través de mis manos fue que tenía
el pelo corto, un pendiente en su lóbulo derecho y su
mandíbula estaba sin rasurar. Las yemas de mis dedos me
revelaron que estaba en forma, al menos fue lo que noté
cuando rocé esa uve deliciosa cerca de la cadera. Y hasta
ahí, porque en cuanto quise ir a más, G. me censuró
atrapando mi muñeca y sometiéndome.
Cuando el bomboncito notó que estaba mirando su boca,
el muy coqueto alzó una ceja desafiante y yo no me
achanté ante el desafío. Agarré mi vaso y lo levanté sin
dejar de mirarle, asintiendo en señal de agradecimiento
cuando di mi primer sorbo y él sonrió, entonces abrí
lentamente el papel y vi un número apuntado en él cuando
volví a mirarle y el vocalizó un «llámame» que debió
sacudirme.
Para mi desgracia, no pasó nada.
Esperé y esperé a sentir ese deseo animal que me llevara
a apartarlo de sus amigos y a probarlo enterito en mitad de
la pista de baile y, cuando no pasó, todas las alarmas que
habían saltado en mi cabeza a través de aquel cartel
luminoso volvieron a aparecer.
No solo fue la boda.
Mis vacaciones en Los Ángeles me habían vuelto loco y
es que no podía esperar nada bueno de esa ciudad. Por eso
regresé a casa antes completamente chiflado, y la prueba
estaba en correr a los brazos de un desconocido para dejar
que invadiera mi cuerpo a sus anchas.
Un tipo sin rostro, sin voz y sin nombre, por el que estaba
perdiendo la cordura y que me tenía completamente
asustado. ¡Joder! ¡Me aterraba!
Sin querer volví a proyectar imaginando un futuro
perfecto con esposo, niños y un gran perro. Sucedía siempre
que alguien se metía en mi cabeza y lograba obsesionarme
y luego, como era de esperar, venía el gran batacazo. Por
eso, tras mi último fracaso sentimental, me convertí en un
puto adolescente que vivía dentro del cuerpo de un hombre
de treinta y cinco años y me estaba yendo bien así. ¿Por qué
cojones tendría que pensar ahora en ser una persona como
el resto de los mortales?
Ah, sí... Por la puñetera boda de mi hermano.
Tenía que asumir mi derrota. Era el momento de
levantarse del taburete, atravesar la pista repleta de
hombres que no llamaban mi atención y hacer el camino de
vuelta a casa para meterme bajo las sábanas y con un poco
de suerte ahogarme debajo.
Era el mejor de los planes.
Lo fue hasta que mi teléfono vibró y yo no tardé en
sacarlo del bolsillo trasero de mis pantalones, pensando en
que mi hermano tenía algo que decirme. Pero no. No era mi
hermano.

Desconocido_23:35: Lo pasé muy bien


anoche. Lástima que huyeras. Quizás en otra
ocasión podamos repetir ;)

Tres frases, y mi mente estaba creando una casa


espectacular con valla, perro, niños y el señor G.
esperándome en la oscuridad de nuestra habitación. Y esa
fue mi señal para dar por concluida mi noche de
«perversión». Quizás no encontré lo que vine a buscar, pero
sí que me había servido para aprender algo y es que como
dijo Óscar Wilde: «Ten cuidado con lo que deseas, se puede
convertir en realidad».
—2—
«DE VUELTA A LA REALIDAD»

—¿Podrías repetir eso?


El día terminó mucho mejor de lo que había empezado.
Siempre que ayudaba en el turno de tarde, Olivia —mejor
amiga y empleada del mes siempre— y yo cerrábamos el
«Bite Me» y nos quedábamos al menos una hora más
charlando. Echamos el cierre hacía ya unos veinte minutos y
no tardó en empezar con su bombardeo de preguntas que
comenzó suave, preocupándose por mi vuelta, ya que no
me esperaba hasta la semana que viene. Cuando le conté
todo lo que había ocurrido desde que dejé Los Ángeles
hasta que puse mis pies en mi apartamento ayer tras mi
estrepitoso fracaso, sus ojos casi se salen de sus órbitas.
—¿A ciegas?
—Así es. —Asentí—. Fue una experiencia maravillosa.
—Oh, venga Col. Ni siquiera le viste la cara. —Suspiró.
—No hizo falta —dije encogiéndome de hombros—. Mis
manos pudieron percibir que estaba bastante bueno.
—¡Colin!
—¿Qué?
Oli rodó los ojos y empujó la puerta de la sala del
personal con la cadera. Nada más entrar se acercó hasta su
taquilla y la abrió para sacar su ropa.
—Así que al final te has salido con la tuya. Has acabado
en la cama del tipo con el que llevas meses obsesionado.
—No estoy obsesionado.
—Oh, claro que no. —Su sarcasmo me golpeó con fuerza
—. Solo vas cada vez que sabes que va a tocar, te sientas
en la mesa más cercana y comienzas a babear. Y lo peor de
todo es que no le ves. Nadie le ve. ¿De verdad sabes con
certeza que se trataba de él?
—Sí, lo sé. Siempre le presentan como G; el pianista
misterioso.
—Ah, y por eso tiene sentido. —Resopló—. Mira,
cualquiera pudo mandarte esa nota anoche.
—Eres una envidiosa. No soportas que haya tenido la
mejor experiencia de mi vida con un tipo guapísimo.
—Ajá... Así que un tipo guapísimo —dijo, comillas al aire
—, te invitó a tener un «PPC» en la oscuridad de una
habitación de un motel...
—¿PPC? —pregunté confundido por el término.
—Polvo putamente caliente.
—¡Oli!
La rubia daba mucho miedo porque era como yo pero en
mujer y aunque eso nos convertía en los mejores
compañeros de aventuras, en ocasiones acababa
sorprendiéndome.
—Oh venga, no seas cínico. Acabas de describirlo como la
experiencia de tu vida.
Sí. Era la puta verdad. Llevaba pensando en ello desde
anoche, justo después de que el idiota me escribiera para
dar por terminada mi fiesta. Mi cabeza le imaginó en sueños
muy vívidos, salvo por la pequeña pega de que no podía ver
su cara. Le vi con un traje impoluto que le quedaba como un
guante. Su chaqueta acabó tirada y hecha un desastre
sobre el suelo y dejó que las mangas de su camisa blanca
descansaran en sus codos. Ah, y no llevaba corbata, aunque
no me hubiera importado que esa prenda rodease su cuello
para poder tirar de ella antes de destrozar su boca con la
mía. Supuse que lo de visualizarle con ese tipo de ropa tenía
que ver con lo que mis manos descubrieron con lo poco que
me dejó tocarle. Me sorprendí mucho al encontrarme con
esa americana sobre él, porque era extraño toparse con
ejecutivos que quisieran acabar su noche en una habitación
sobre aquel piano bar. No, el hotel sobre el local de las
noches de micro abierto y sus conciertos a piano, era para
otro tipo de público; macarras como el león del ascensor y
tímidos como su presa.
—¿Vas a quedar con él?
—¿Vernos? —Ella asintió—. No, no. Puede que sea un
imprudente pero eso ha sido cosa de una vez.
—¿No será que te da miedo descubrir que no es tu tipo?
—No sé de qué estás hablando. —Suspiré—. Además,
aunque así fuera, que no lo es... —Ella alzó una ceja y yo
ignoré su gesto cuando le dije—: Mi mente está en otro sitio.
—Ya. —Asintió—. Lo siento por eso. No sabía que esta
mañana aparecerías de la nada y estaba intentando
quitármelo de encima.
Buah, ¡qué horror!
Hoy, cuando llegué al trabajo a eso de las ocho y cuarto
después de dejar todo listo en el obrador, esperaba ver a
Olivia dirigiendo al personal preparados para el segundo
turno de desayunos. El caos solía comenzar entre las siete y
media y las ocho. La gente que entraba temprano a trabajar
pasaba por aquí y desayunaba con brío antes de meterse en
sus oficinas. El segundo turno empezaba a las ocho y
media. A esa hora se unía la gente que entraba a las nueve
y algunos rezagados que iban tarde al colegio de sus hijos y
pasaban por aquí para un café rápido.
Cuando salí de la sala del personal, después de ponerme
mi delantal, me encontré con lo de siempre a esas horas;
una enorme fila esperando a ser atendida en la barra y
cuando la escudriñé, no pude evitar que mi ceño se
frunciera en segundos. Y no, no fue porque me molestara
que mi negocio estuviera a reventar un martes por la
mañana. Fue porque el motivo de que esa cola infernal no
se moviera tenía que ver con mi mano derecha: Olivia,
«veintitodos», rubia, pelo ondulado, ojos de color caramelo
con pestañas gruesas y enormes. Era preciosa y
encantadora y en ese instante estaba ligando con uno de
los clientes. Uno del que me estaba desintoxicando. No supe
muy bien qué fue, pero de un momento a otro atravesé el
local y me colé por el lateral de la barra para tomar la
posición de Oli dispuesto a deshacerme de mi ex. Eso es lo
que quería, de verdad. Al menos lo fue hasta que olvidé
cómo utilizar mi lengua cuando abrió su boca y dijo: «Hola,
amor. ¿Me extrañás?». Y a partir de ahí mi mente se
volatilizó.
—No importa.
—Sí, lo hace. —Suspiró y después comenzó a deshacerse
de sus pantalones de trabajo, enseñándome sus minúsculas
bragas de encaje negro—. Sabes que no me gusta ese tipo
para ti. Es un imbécil que te dice lo que quieres escuchar
con ese acento argentino que te pone cachondo. —Iba a
interrumpirla pero no me dejó hacerlo—. Y no te atrevas a
decirme que no es eso lo que te gusta de él, porque serías
un mentiroso y crecería tu nariz.
—Mi nariz es perfecta, así que no lo haré. —Sonreí—.
Aunque no es solo eso lo que me gusta de él.
Aaron; monitor de fitness y ex de veintiséis que me tenía
loco a pesar de haberlo dejado hacía ya un tiempo.
—Quería decir además del envoltorio.
—También besa bien.
—¿Eso es lo que ha estado haciendo en la sala de
personal esta mañana cuando le has arrastrado hasta allí?
¿Comerte la boca?
Sí. Lo había hecho. Me había comido la boca de forma
salvaje y no hice nada por detenerle.
—Han sido un par de besitos. No pienso tener nada con
él. Nunca más. Por mucho que bese como un Dios.
—Así que besa como Thor y lo hace como un animal. —Mi
boca se abrió de inmediato y ella comenzó a reírse a
carcajadas—. ¿Qué? Con ese cuerpo y esos brazos, debe
joder duro.
—Oli, cariño, no te enfades pero... —Ella sonrió sabiendo
cómo iba a continuar mi frase y yo le dije—: Necesitas follar
con urgencia.
—Lo sé. —Asintió—. Y por eso llevo éstas —dijo
levantando su vestido mientras volvía a enseñarme sus
bragas girando sobre sí misma.
Me encantaba la forma de ser de Oli. Era auténtica y
fresca, mucho más que yo, y no le importaba nada lo que la
gente pudiera decir de ella. La envidiaba porque, a pesar de
que yo era igual, a mí me costó llegar hasta ahí y a ella le
salía de forma natural.
—Si no fuera tan gay, no saldrías viva de aquí esta noche,
rubia —dije provocando una sonrisa en su cara mientras
bajaba su vestido.
—No, amor. Si no fueras irremediablemente gay, haría
mucho tiempo que estarías muerto, rubio. ¿Te has visto
últimamente?
—Procuro no acariciar mi ego demasiado.
—Mentiroso.
—¿Tienes una cita? —pregunté al ver que se ponía sus
botas negras que le llegaban hasta la rodilla.
—No del tipo que piensas. —Sonrió—. He quedado con
Noa para cenar y salir a tomar algo después. Me ha pedido
que te unas.
Noa era la otra parte que formaba la voz de mi
conciencia desde que la conocí. Periodista de profesión, se
pasaba la vida viajando allí donde la mandaban porque era
la corresponsal internacional de las noticias de la FOX. Así
que cuando volvía a casa, la juerga que se corrían las dos
era para no olvidar. Eran uña y carne desde que se
conocieron en la universidad, casi como hermanas aunque
no viajara la misma sangre por sus venas.
Oli cogió su neceser de la taquilla y salió de la sala de
descanso rumbo al baño.
—Gracias, pero no —dije siguiéndola por el pasillo—. No
pienso pasar mi noche en un bar rodeado de mujeres.
«Niégate Colin. Ya sabes cómo acabará»
—No vamos a un local de ambiente —dijo colocando el
neceser sobre el tocador del lavabo y sacando su maquillaje
—. Al menos no esta noche. Y hablando de eso, ¿desde
cuándo es un problema para ti?
—No es un problema. —Suspiré—. Pero ya sabes cómo se
pone Noa cuando sale a... —Enseguida entrecomillé en el
aire y después añadí—: Ligar.
—No, ella no liga. —Sonrió mientras se daba pequeños
toques en toda la cara con la esponjilla—. Ella caza.
—Y esa es precisamente la razón por la que no quiero
salir con vosotras. Noa se pierde a buscar a su presa y tú te
bebes un par de cervezas y te enrollas con cualquiera por
diversión.
—Eso pasó solo una vez —contestó completamente
indignada—. Y en mi defensa diré que estaba muy borracha.
No he vuelto a liarme con una mujer. Creo que esa fue mi
primera y última experiencia homosexual.
—¿No te gustó?
—No lo recuerdo.
—¿Quién miente ahora? —Ella sonrió y me sacó la lengua
mirándome a través del espejo.
—Entonces, ¿vienes?
—No sé, Oli...
—Oh, venga... —La muy tonta me puso morritos—. Sabes
que no es lo mismo sin ti —dijo pestañeando.
—Mira, hacemos una cosa... Voy con vosotras esta noche
si tú me acompañas pasado mañana al local de Loyola.
En dos días tenía una reunión con mi agente inmobiliario.
Adelanté nuestro encuentro debido a mi apresurado regreso
y no había nada que me apeteciera más que visitar mi
futuro local, ese en el que iba a empeñar hasta la goma de
mis calzoncillos. Era caro y es que estaba junto a la ribera
del Lago Michigan, por no mencionar que tenía una vista
espectacular y su ubicación era maravillosa para lo que
tenía en mente; buscar la pieza que me faltaba en mi puzle.
Estuve casi tres meses intentando que me lo vendieran,
pero no lo logré. Mi primer pensamiento fue que el dueño de
aquella maravilla quería conservarlo y no era extraño que
quisiera hacerlo, porque si me perteneciera jamás me
desprendería de él, aunque eso no frenó mi insistencia
volviendo a fracasar. Cuando le ofrecí una cantidad más
alta, el dueño propuso un trato diferente. El local del que
me enamoré formaba parte de un edificio de dos plantas y
tenía adherida una oficina sobre él y, si quería seguir
negociando, debía quedarme con todo porque el tipo se
negaba a segregarlos. Fue por eso que Steve, mi agente y
amigo, se ofreció a presentarme a alguien que podría
ayudarme con el tema financiero porque de ninguna de las
maneras recurriría a mi hermano.
—Claro que sí, amor —dijo sonriendo.
—Pues entonces hay trato, pero antes tengo que pasar
por casa. Necesito algo más decente que esto —dije
señalando mi delantal lleno de harina—. Algo a la altura de
tu modelazo.
—Si te pones algo a juego conmigo te prometo que no
me separaré de ti en toda la noche —dijo mientras
intentaba maquillar sus carnosos labios en el mismo tono
del vestido—. Podemos bailar sucio, como te gusta.
No pude evitar que la carcajada se escapara de mi
garganta. Me encantaba bailar así porque siempre que lo
hacíamos, acabábamos rodeados de miles de curiosos que
nos miraban queriendo unirse. Oli atraía a muchos tipos
guapos, pero no era la única. Yo también lo hacía.
—Cuenta con ello —dije guiñándole el ojo.
—3—
«CHOQUE DE TRENES»

—Derrumbamos esos tabiques de allí y ponemos toda la


pared acristalada.
Me entusiasmé en cuanto mis pies pisaron el local. Tenía
un rasgo especial que me enamoró en cuanto Steve me lo
mostró por primera vez; su forma semicircular. Hacía
esquina conectando dos calles. La fachada era blanca,
aunque no suponía un problema. Mi agente me dijo que, de
conseguir el alquiler, se encargaría de que en el contrato
figurase una cláusula para que pudiera hacer cualquier
modificación que quisiera. Así que, en cuanto firmase esos
malditos papeles, los colores corporativos de mi marca
personal llenarían esas paredes que parecían lienzos
deseando que los ensuciaran.
—Y he pensado que para la reapertura...
—Detente un segundo, ¿quieres?
Oli no pudo acompañarme. Un imprevisto a última hora
hizo que tuviera que reorganizar el turno de mañana y por
eso ahora me estaba mirando boquiabierta a través de la
pantalla de mi teléfono. Aprovechamos su descanso antes
de que tuviera que volver a tomar el mando de la cafetería
hoy. Fue mi culpa en realidad. Podría haber pedido a
cualquier otra persona que se hiciera cargo durante unas
horas hasta que hubiéramos podido regresar. El problema
era que no confiaba en nadie tanto como en Olivia y ella lo
sabía.
—¿Estás seguro de que no sería mejor poner ventanas
francesas? La fachada las pide a gritos, Col. Quedarían
preciosas, en forma de arco, del techo hacia el suelo.
—Pediré presupuesto para las dos opciones.
Me acabaría quedando con la más asequible, sin
embargo. No podía malgastar ni un solo dólar porque sabía
que, para que este lugar saliera adelante, necesitaría
mantener algo de mis ahorros si no quería verme después
en una situación incómoda.
—Col, tengo que dejarte. —Resopló molesta—. Se avecina
la estampida.
Sonreí mirando el reloj del teléfono comprobando que
eran las once de la mañana, justo la hora de descanso de la
escuela de artes escénicas que había a una manzana de la
cafetería. Por eso Oli tenía esa cara de terror.
—No te preocupes. En cuanto firme el maldito contrato,
haré un buen reportaje y te lo enviaré para que puedas
verlo más tarde, ¿vale? —Ella asintió emocionada—. Mil
gracias por todo, amor. No sé qué haría sin ti.
—Halagarme no te servirá de nada, jefe. Pienso tomar
esos dos días libres que te mencioné antes de ayer por la
noche entre tequila y tequila.
—No sé de qué me hablas.
—Claro que no —dijo, su sonrisa ampliándose por
segundos—. Te dejo o Dante va a acabar usando el extintor
contra esos actores hambrientos.
Me lanzó un par de besos y colgó con rapidez dejándome
a solas en la inmensidad del local. Estaba un poco
descuidado, pero con una buena reforma quedaría
espectacular. Aproveché que el teléfono de Steve había
sonado para subir al piso de arriba. Por su aspecto nadie
diría que se trataba del mismo edificio. La oficina de esta
primera planta estaba impecable, tanto que parecía recién
reformada y lo tomé como un golpe de suerte porque
estaba seguro de que si lograba comprar todo esto y
después quería segregar y vender esta planta, me la
quitarían de las manos.
—¿Colin?
La voz de Steve me trajo de vuelta. Había olvidado por
completo que estaba abajo porque en cuanto puse un pie en
esta planta me trasladé a una dimensión paralela. Por su
tono, parecía preparado para —al fin— hablar del dichoso
contrato y eso me ponía tenso. No era para menos, ¿eh?
Siempre que estábamos a punto de acabar de negociar
pasaba algo y acabábamos por posponerlo. Llegué a pensar
que era un aviso del destino que, por algo que no lograba
alcanzar a entender, se estaba empeñando en decirme que
este lugar no debía ser para mí y, para no variar, hoy no
sería diferente. Cuando llegamos hasta Loyola llamó al
dueño para conocer cuál sería su decisión final; vender o
alquilar. Sabía que para lo primero no habría problema
siempre que estuviera dispuesto a pagar lo que pedía y
quedarme con el edificio completo y una cuenta con un cero
enorme.
—Oh, aquí estás.
La cabeza de Steve se elevaba al mismo tiempo que
subía los últimos peldaños de aquellas escaleras de madera,
muy parecidas a las de mi apartamento, y no pude evitar
que la sonrisa que se dibujó en mi cara amenazara con
salirse de ella. Eso fue hasta que vi su expresión y mi
estómago cayó en milésimas de segundo.
—¿Qué ocurre?
—No alargaré la agonía. No quiere alquilar —dijo evitando
mirarme—. En cuanto a vender...
—Sigue queriendo quitarse todo de encima, ¿verdad?
Cuando él asintió, aún sin poder mirarme a los ojos, no
pude evitar que un suspiro enorme se me escapara. Era
como estar caminando por una habitación sin puertas,
chocando una y otra vez contra el mismo muro aun
sabiendo que no había forma de salir de allí salvo una
ventana abierta que me invitaba a abandonar la idea de
seguir adelante con mi negocio en este sitio. Y quizás era lo
mejor.
—Por suerte contamos con el «plan B». Debe estar al
llegar.
Aquello seguía sin convencerme. Aunque pudiera asumir
todo lo que vendría con el cambio de barrio, supe desde el
principio que lo mejor sería tener un buen apoyo por si
acaso me la pegaba. Pensé en pedir un crédito al banco o
tal vez hipotecar mi apartamento, el local en el que daba
clases o el obrador. Ese sería el camino más sensato. ¿El
problema? Mi sensatez brillaba por su ausencia.
—¿Y de qué dices que le conoces?
Mi desconfianza no le pasó desapercibida mientras
bajábamos las escaleras para esperar a su amigo abajo, y
aunque desde que me fui de casa me había dejado llevar
por mi impulsividad, esta vez la cautela me gritaba que
pensara por una maldita vez en mi vida antes de actuar.
Lo medité. No mucho, pero lo hice. Ante mí había dos
opciones: La primera, pedirle dinero a mi hermano o a mi
amigo Jason, al que quería como a un hermano. Incluso
podía pedírselo a Seth, un muy buen amigo que no era
como mi hermano porque nuestra relación traspasó algunos
límites que no se deberían cruzar cuando no hay nada más
que amistad. La segunda, fiarme del bueno de Steve y de
ese hombre misterioso del que no sabía nada.
—Tranquilo, Col. Somos amigos desde niños.
—¿Y con eso debe bastar?
—Sí, debe. —Steve sonrió guiñándome un ojo.
—Oye... ¿Y si hablo con el dueño de tú a tú? Sabes que
gano en las distancias cortas.
En otras circunstancias la mirada que me estaba
regalando en este preciso instante habría sido obsequiada
con una de mis fantásticas frases de ligue. Lástima que no
estuviéramos aquí para eso y que nuestra compatibilidad
fuera nula.
—No vas a hacer que cambie de opinión —contestó
intentando que volviera al mundo real.
—Soy bastante convincente.
—Lo sé.
«¡Ay, Steve! ¡Qué pena que lo nuestro no hubiera por
dónde cogerlo!»
Era un blanquito pelirrojo con pecas muy mono. Salimos
en dos ocasiones, o tal vez tres, no podía recordarlo con
exactitud porque quedaba muy atrás. Cena, copas, algunos
besos y fin porque no hubo química.
—Venga, Steve. Necesito hablar con él y convencerle de
que soy su mejor opción. Sabes que lograría persuadir a
cualquiera.
—Sí, lo sé. La lástima es que ese hombre no es como
todo el mundo. Dudo que lograras conmoverle con tu
mirada de corderito inocente y mucho menos funcionaría si
decidieras utilizar esa boca tuya.
—Hablas como si le conocieras de toda la vida. Ah, ¿y
qué pasa con mi boca?
El idiota sonrió sacudiendo la cabeza y aprovechó para
volver a ajustar su corbata.
—Hazme caso por una vez, ¿vale? Haz las cosas bien y
ten paciencia.
«Oh, la paciencia. Una palabra que no existe en mi puto
diccionario».
No. No me gustaba eso de esperar a que sucedieran las
cosas. En realidad no soportaba esperar en general. Por eso
cuando miré mi reloj y comprobé que ese tipo se retrasaba
diez minutos, reprimí un resoplido insolente y me dediqué a
observar aquella planta que parecía haber sido arrasada por
un huracán, una tormenta o tsunami. Eso me llevó a pensar
en el motivo por el que estaba tan obsesionado con
trasladarme aquí. Me sentía como si hubiera tenido un
flechazo por alguien que no era adecuado para ti, pero te
engancha tanto que no puedes evitar querer estar con ella.
Eso es lo que me pasó al visitar este sitio. Sentía que debía
ser aquí y no en ninguna otra parte.
—Se retrasa —dije sin poder impedir que mi molestia
saliera acompañando al comentario.
—Debe haber atasco o igual le ha surgido algo.
—Podría haber avisado. —Mi tono me delató—. Si sabía
que iba a llegar tarde, qué menos que avisar y disculparse
por ser irrespetuoso.
—Colin...
—Por no mencionar que me parece de mala educación
hacer perder el tiempo de la gente. —Continué sin
escucharle y tampoco me inmuté al verle perder el color de
la cara.
—¿Qué? —dije encogiéndome de hombros—. Es un
maleducado. Una persona impuntual no tiene respeto por
los demás. ¿Qué cuesta llamar por teléfono?
—Dependiendo del Estado, las multas oscilan entre los
veinte a los doscientos dólares, porque por supuesto
conducir y utilizar el teléfono al mismo tiempo es ilegal. Por
no mencionar que podría provocar un accidente.
Aquella voz grave recorrió mi espina dorsal, como si
hubiera entrado un rayo en mi cuerpo, y todo lo que quise
en ese momento fue que se abriera un agujero en el suelo
para que se tragara al bueno de Steve. El pobre me estaba
avisando a su manera. Quiso cerrar mi maldita boca antes
de que fuera demasiado tarde. Ahora el pelirrojo se moría
de la vergüenza mirando al tipo que estaba a mi espalda,
buscando una disculpa silenciosa. Pero como yo no
necesitaba que nadie librara batallas por mí, giré sobre mis
talones dispuesto a hacerle frente a ese hombre que se
había colado con sigilo metiéndose en nuestra conversación
sin ser invitado. Se había equivocado conmigo si pensaba
que iba a callarme y a agachar la cabeza.
Ese tipo no sabía quién era yo.
—¿Tú?
O tal vez sí.
Mis ojos y mi boca se abrieron al descubrir la identidad del
amigo de Steve, mientras mi estómago comenzaba a arder
de la rabia.
Si antes pensaba que hacer negocios con un desconocido
era mala idea, ahora estaba convencido de que era la peor
que había tenido nunca.
—4—
«LO HIZO QUERIENDO»

Nada me hizo presagiar que mi vuelta a Chicago acabaría


conmigo frente al rubio de las narices expresando
abiertamente lo que opinaba sobre mí.
No es que me importara, de hecho no lo podía hacer
menos, pero mi sangre hirvió al darme cuenta de quién era
el hombre que necesitaba mi ayuda. Ni en un millón de años
podría haber imaginado que, cuando Steven me habló sobre
el negocio de su amigo, ese tipo sería el que más enfurecía
en el planeta.
Porque, ¿para qué iba a negarlo?
Me sacaba de mis casillas y eso que solo nos habíamos
visto en contadas ocasiones y en ninguna tuvimos una
conversación de persona normal.
La última vez que me lo crucé fue hace unos días, horas
después de que me largara de la boda de su hermano.

∞∞∞
• Aeropuerto de Los Ángeles – Tres días antes...•

Todo lo que necesitaba era volar hasta Milwaukee y


encontrar mi lugar seguro.
No pude evitar correr en cuanto sentí esa sensación
angustiosa oprimiendo mi pecho, la misma que me llevaba
a ahogarme en menos de un segundo. Llevaba meses mal
pero, como le prometí a la novia que tocaría el piano en la
ceremonia, no pude hacer nada para librarme. Eso sí, en
cuanto terminé de comportarme como un mortal más, me
escabullí.
Apenas me largué de aquella fiesta en la que el amor te
envolvía en un abrazo aunque no quisieras, fui a casa, hice
la maleta y corrí hasta el aeropuerto para tomar el primer
vuelo que me llevara a casa. Pero la mala suerte me siguió
hasta allí e hizo que me topara con el mayor grano en el
culo que me había salido jamás. El rubio, idéntico al novio
de la boda de la que hui, esperaba en la fila de al lado y que
avanzaba casi tan lenta como la mía.
Él estaba dos puestos por delante de mi posición y
sujetaba una funda en la que llevaría su esmoquin, mientras
la dejaba caer por su espalda tirada sobre su hombro,
enroscando dos dedos en el gancho plateado de la percha
que sobresalía de la funda. Debió sentir que le miraba
porque en ese instante echó un vistazo sobre su hombro en
mi dirección y me hizo mirar al frente fingiendo no haberle
visto. Pero no pude evitarlo y movido por la curiosidad me
permití tomar una instantánea de soslayo mientras él
seguía mirando hacia atrás. Llevaba unas gafas de sol de
estilo aviador, quizás para tapar esa mirada ebria que
tendría después de celebrar que su hermano y su mejor
amiga se habían casado. El tipo era un pozo sin fondo y lo
sabía porque le vi beberse hasta el agua de los floreros sin
tambalearse.
No quería coincidir con él en aquella fiesta e hice todo lo
posible por evitarle, y es que cada vez que nos
encontrábamos había riesgo de incendio y explosión. De
hecho, hacía apenas unas horas casi hacemos volar por los
aires el hotel de su hermano después de un choque frontal
en el hall, justo tras mantener una conversación poco
apropiada y surrealista, consecuencia de su falta de control
con el alcohol. Ese Colin era un peligro andante y aunque
nunca pensé que se atreviera a retarme de esa forma tan
desvergonzada, lo hizo. Solo tuvo que abrir su bocaza,
proponer algo inadecuado mientras disparaba algunas
impertinencias tentadoras y hacerme desear cerrársela con
la mía.
Sí, tremenda boca la del rubio.
Todavía reviviendo aquel numerito en mi mente, vi como
Colin volvió a mirar hacia adelante y yo regresé a estudiarle.
Ya no tenía un peinado perfecto como en la ceremonia. Lo
había recogido todo enmarañado en lo alto de su cabeza y
dejó algunos mechones rozando su cara. Ese tono de rubio y
el color de sus ojos podían hacerte creer que era un angelito
recién caído del cielo, pero en cuanto abría su boca te
mostraba su verdadera naturaleza; la del demonio seductor.
Llevaba un jersey de cuello alto, negro, tan pegado que
podía fusionarse con su piel y también un pantalón vaquero
que tampoco parecía de su talla basándome en cómo su
cintura caía por culpa de la gravedad, dejando ver el
elástico de su ropa interior negra con ese «Calvin Klein» que
rodeaba su cintura.
«¡Menudo perdonavidas! ¡Qué bueno está el cabrón!»
Intentando alejar esos pensamientos malvados de mi
cabeza, me centré en las personas que todavía tenía
delante de mí y de reojo vi al rubio impertinente al que
conocí hacía casi un año, marchándose funda al hombro,
abriéndose paso con destino a su puerta de embarque
mientras yo le observaba mordiendo mi labio lleno de
frustración y más cosas que no quería sentir.
Nunca nadie me hizo odiar sus tripas como él.
Sin embargo, el tipo que caminaba como si estuviera
acostumbrado a provocar un cataclismo en cuanto le
miraban suscitó en mí el mayor de los rechazos, porque
parecía ser el único ser humano en la tierra capaz de
atravesar todas mis paredes y eso era muy, pero que muy
peligroso.
∞∞∞
Pensé que aquel día en el aeropuerto sería la última vez
que me lo cruzaría, pero no. Aquí estaba, frente a mí, sin
parpadear y a punto de lanzar un rayo exterminador con sus
ojos para aniquilarme. No había que ser un genio para saber
que no congeniábamos. Ese rubio insolente me odiaba, por
mucho que la química quisiera jugar con nosotros. Colin me
tenía por un imbécil con aires de grandeza y estaba en lo
cierto: yo era un gran imbécil y lo asumía sin rechistar. Pero
nunca me había alegrado tanto de que a alguien pudiera
molestarle.
—Dime que es una broma.
No me sorprendió que utilizara esa arma que me crispaba
hasta el cansancio, sin embargo le ignoré.
—Siento el retraso, Steven. Las cosas por River no han
ido como esperaba.
—No te preocupes. —Mi amigo me miró comprensivo—.
Os presentaría, pero tengo la ligera sospecha de que os
conocéis. ¿Me equivoco?
Negué con la cabeza pero me mantuve en silencio. No
quería dar más explicaciones de las necesarias. No quise
volver a recordar nuestro encuentro en el hall del hotel de
ninguna manera, aun sabiendo que la mente del rubio y la
mía estaban allí ahora mismo. Esa mirada descarada y
verde que ardía me estaba diciendo que le molestaba casi
tanto como a mí, aunque por razones diferentes.
Pero si la última vez que nos vimos fue mala, la primera
no se quedaba atrás. Nos conocimos en el aeropuerto de
Los Ángeles. Fui a recogerle porque la buena de su cuñada
—que estaba dando a luz y daba muchísimo miedo—, me
pidió el favor y no pude decirle que no.
Pensé: ¿Qué diablos? Es lo menos que puedo hacer
después de lo bien que se ha portado conmigo. Y claro, me
precipité en mi reflexión porque nunca imaginé el impacto
que Colin iba a tener sobre mí.
Mi boca se secó en el mismo momento en el que le vi
subiendo por las escaleras mecánicas. Fue extraño. Estaba
muy acostumbrado a convivir con su gemelo y nunca me
sentí atraído por el ahora marido de mi amiga. Pero con
Colin fue otra historia.
En dos palabras: Atracción animal.
Fue su aura malvada y sensual la que hizo imposible no
imaginarle debajo de mí en mi cama, en el suelo o en
cualquier parte.
Y, como hacía tiempo que no sucedía, eso provocó que
me convirtiera en ese adolescente retraído que no entendía
las emociones que le recorrían. Todo fue un desastre. Él me
juzgó y yo le ataqué. Y no, no es como estáis pensando.
Solo me defendí de esa metralleta que tenía por boca. La
del rubio era la más grande que me había encontrado en
mis treinta y siete años de vida y creedme, estaba
acostumbrado a lidiar a diario con gilipollas bocazas, pero
con él era otra historia.
—Conocidos en común —contesté sin más.
Como no quise seguir con el tema me permití echar un
vistazo a aquel local y me alejé de la mirada inquisitiva de
Steven. Sin pedir permiso dejé mi maletín sobre un
mostrador que había tras Colin y anduve un poco por aquel
escenario que parecía sacado de una película de miedo.
Era terrorífico. Paredes repletas de manchas de humedad,
suelos de los años noventa, pilares con agujeros
inexplicables... Por no mencionar los techos con esos cables
colgando y alguna que otra viga suelta.
—Vale, tengo dos preguntas —dije sin salir de mi
asombro ante tal horror—. ¿Cuánto dinero necesitas? Y, ¿por
qué tanto?
—¿Disculpa?
A pesar de mi amor por los tribunales, llevaba años
invirtiendo mi dinero en negocios como el de Colin. Ayudé a
pequeñas empresas a expandirse a cambio de acciones y
nunca fue mal. Comencé apoyando a negocios que
necesitaban mejorar en mi pueblo a cambio de nada y poco
a poco aprendí a sacar partido a mi dinero, aunque debía
agradecérselo a mi padrastro, que me enseñó a detectar los
problemas a kilómetros y este local era uno de los grandes.
—¿Por qué das por hecho que...?
—Por dos motivos. Si necesitas ayuda para comprar esto
es porque está por encima del valor de mercado —respondí
sin siquiera dejarle acabar—. No me ha dado tiempo a
investigar sobre tu cafetería, pero sé que no te va mal.
—Me va de puta madre —dijo orgulloso.
—Sí, es lo que he oído. —Me encogí de hombros y eché
otra ojeada—. La segunda razón por la que sé que la
cantidad es elevada es porque necesitarás una buena suma
de dinero para lavarle la cara a este sitio y eso me lleva a
darte un consejo; si quieres arruinarte, conozco mejores
formas de hacerlo.
—Joder, Connors —Steven resopló después de mi
monólogo, pero no me inmuté.
—Sabes que no me gusta endulzar las cosas.
—Mira... —El rubio dudó unos segundos y después me
preguntó—: ¿Cuál era tu nombre?
Lo hizo queriendo. Lo hizo con un objetivo claro. Lo hizo
para hacerme enfurecer y lo consiguió.
Pero ese rubio insufrible no contaba con mi mayor
defensa; podía permanecer firme ante cualquier
provocación, incluso a una suya. Fue por eso por lo que ni
un solo músculo de mi cara se movió cuando le respondí:
—Levi.
—Pues estás siendo muy injusto, Levi.
La forma en la que pronunció mi nombre me sacudió,
pero logré mantenerme íntegro.
—Solo estoy siendo práctico —dije mirando de nuevo a
mi alrededor—. Esta cosa... —Señalé todo el espacio que me
rodeaba, escapándome de su mirada y después continué—:
no hay por dónde cogerla. La palabra desastre está tras las
paredes, por no mencionar que temo por mi vida cada
segundo que estamos aquí dentro.
—Solo ves lo malo.
—¿Acaso hay algo bueno?
—Este lugar está lleno de oportunidades. La planta de
arriba es preciosa. Si ese tipo tan solo estuviera de acuerdo
en segregar ambos locales, podría hacer muchas cosas aquí
abajo y...
—¿Ese es el problema? ¿Quiere venderlo todo? —Él
asintió de mala gana y yo escupí—: ¿Cuánto? Porque esto
no vale más de doscientos de los grandes y tú lo sabes,
Steven.
Mi amigo evitó mirarme y agachó la cabeza dándome la
razón en silencio mientras yo intentaba quitar la venda de
los ojos al rubio.
—Si piden más, te están estafando. Por no decir que
estás condenado al fracaso y no pienso ser partícipe de ello.
—Así que, ¿esa es tu última palabra?
—Me temo que sí —dije a la vez que asentía—. Mira,
Colin...
No le gustó mi atrevimiento. Mi forma de llamarle le tenía
cuadrando sus hombros y con su mandíbula a punto de
partirse en dos. Pero supo mantenerse en pie mientras yo
me dirigía de nuevo al mostrador para recuperar mi maletín.
—Comprar esto es un error se mire por donde se mire. Tal
vez...
—Te lo puedes ahorrar. No me interesa.
A la velocidad de un rayo me di la vuelta para presentar
batalla mientras él caminaba hacia la puerta pero, cuando
giró mirándome sobre su hombro, casi me trago la lengua
de golpe.
Después de todos estos minutos tensos parecía que lo
estaba viendo por primera vez. Su pelo suelto y ondulado
caía por su mejilla derecha, rozando su cuello visiblemente
desnudo por culpa de esa camiseta de escote en V y de
color negro que le iba a reventar a la altura de sus bíceps.
Llevaba un aro plateado sobre su lóbulo izquierdo y unas
gafas de pasta que le hacían aún más atractivo. Pero lo que
más llamó mi atención fue su piel marcada por la tinta. No
pude evitar perderme en todos los tatuajes que había sobre
sus brazos asomando por su cuello. Algunas palabras se
escondían entre decenas de dibujos esparcidos por toda su
piel y yo empecé a salivar porque, muy a mi pesar, era
totalmente mi tipo. Tenía todo lo que me gustaba en un
hombre, incluyendo su altura a pesar de que era más bajo
que yo —cosa que no era difícil dado mi 1,89—, su pelo
largo que me fascinaba, y ese aspecto de tipo malo que
siempre me encantó.
¿El problema?
—Te voy a hacer el favor de tu vida terminando la
conversación aquí, ¿de acuerdo? Gracias por nada.
Su maldita boca.
—5—
«AL OTRO LADO DEL PAÍS»

—¿Hola?
Steven y yo llegamos hasta el restaurante en el que
almorzábamos siempre que visitaba Chicago, pero una
llamada interrumpió nuestra conversación. Tuve que
responder. Llevaba demasiado tiempo desaparecido e
ignorando el teléfono, así que ya era hora.
—¿Hola? —Sonaba bastante molesto—. Te marchaste
hace tres días sin decir nada, Connors.
—Surgió algo —contesté ignorando su actitud.
—Sí. —Suspiró—. Tu alergia a estar cerca de la gente.
—¿Qué sucede, Wes?
Wesley Hunter; un tipo al que conocí en la universidad
hacía ya casi dos décadas. Empezamos con mal pie, pero
por una mala decisión que me llevó al vertedero más sucio
y oscuro del mundo, acabó convirtiéndose en mi mejor
amigo. Al menos era mi mejor amigo en la costa oeste.
—¿Dónde estás? He llamado a tu casa pero no respondes.
—Eso es porque no estoy, genio. —Él exhaló derrotado
matando el gusanillo de mi oreja—. Me pillas en Chicago.
—¿Va todo bien? ¿Le ha pasado algo a tu madre?
—No te preocupes. —Negué con la cabeza aunque no
pudiera verme—. Solo me apetecía dar una vuelta por casa,
nada más.
—Genial.
—¿Tú qué tal lo llevas?
En cuanto hice la pregunta, me arrepentí. No quise
recordarle la boda. No, porque no debió ser plato de gusto
oficiar la ceremonia de la mujer de la que estaba
enamorado.
—Bueno... —Suspiró—. Estoy pensando en que arma
escoger para acabar con mi sufrimiento. No se han ido de
luna de miel, ¿sabes? Y tengo que aguantar su sonrisa de
mierda todo el santo día en la oficina, cuando lo único que
quiero es...
—Matarle con tus propias manos.
—Pues lo jodido es que no. Me cae bien el idiota, pero se
ha casado con la mujer de mi vida.
—Y para más inri, lo has hecho tú.
—Sí... —Resopló—. Todavía estoy decidiendo si lo hice
porque estoy hasta las trancas o porque soy gilipollas.
De repente se calló y el silencio al otro lado de la línea
comenzó a ponerme nervioso. Sabía que Wes nunca me
llamaría a estas horas si no se tratara de algo importante y,
basándome en lo largo que estaba siendo su mutismo, no
debía ser muy bueno.
—Va, dilo ya.
—Vaya —dijo fingiendo molestia—. ¿No he podido llamar
solo porque me preocupaba tu paradero?
—¿En serio, Wesley? —pregunté mientras miraba hacia el
salón del restaurante para ver a Steven con su nariz pegada
a la pantalla de su teléfono—. ¿Quieres que responda a esa
pregunta o vas a decirme lo que ocurre en realidad?
Otra vez el maldito y largo silencio. Me mataba que no
tuviera confianza conmigo, pero lo entendía. Nuestra
relación no empezó con el mejor de los pies.
—¿Es demasiado tarde? —Habló al fin.
—¿Para?
—Unirme a ti.
Eso me dejó fuera de juego. Pensé que después de su
feroz negativa tenía claras las cosas. Justo cuando decidí
que iba a mudarme, le propuse que montásemos algo por
nuestra cuenta pero dijo que no y yo lo entendí.
—¿Estás seguro? —Más silencio—. Tienes toda tu vida en
Los Ángeles. Tu hijo está integrado en el colegio y tiene
amigos y...
—Él lo entenderá. —Suspiró.
—Wes, sabes que mi propuesta siempre va a estar sobre
la mesa.
—¿Pero?
—No te precipites. Todo está muy reciente y...
—Quiero hacerlo.
Yo en su situación también querría huir lo más lejos
posible.
—Mira, por mí bien.
—Entonces, ¿es oficial? —Por su tono parecía aliviado—.
¿Somos...?
—Socios —respondí sin dudar.
—¿Estás seguro de Chicago? En Milwaukee estarías más
cerca de tu madre.
—Me gusta esta ciudad y estoy esperanzado en que mi
amigo dé con la oficina adecuada.
—¿Amigos, tú? —El idiota se burló.
—Ja. Ja. Ríete lo que quieras. Te dejo, estoy en mitad de
mi almuerzo con él.
—¡Ay! ¡Lo siento! Siempre olvido que en Chicago son dos
horas más que aquí.
—Eso significa que tienes dos horas para redactar y
plantar a Dylan tu renuncia en su despacho. Después
puedes salir a celebrar tu nueva vida al otro lado del país.
—Suena genial.
—Brinda por mí, sabes que yo no lo haré.

—¿Te encuentras bien?


Era la tercera vez que preguntaba desde que llegamos y
nos sirvieron el almuerzo y no dudé en asentir y sonreír
agradeciendo que se preocupara por mí. Steven sabía que
no era muy fan de los restaurantes de moda porque siempre
estaban hasta arriba, por eso cuando nos veíamos y
proponía salir se aseguraba de que nuestra mesa fuera la
más privada del lugar.
—Estoy genial, Steven. Gracias.
Él me devolvió la sonrisa y su mirada se clavó en mí,
como si estuviera hurgando en mi cerebro.
—No me mires así.
De camino al restaurante estuvo más callado de lo
habitual, cuando lo normal era que charlara sin parar
mientras yo intentaba seguir la conversación, sobre todo
porque su misión era distraerme en espacios con demasiada
gente alrededor.
—No he sido tan duro —dije mientras jugaba con el
tenedor sobre mi plato de pescado al vapor.
—Colin es un buen tipo, ¿sabes?
—En realidad no, no lo sé. Nuestros escasos encuentros
han sido parecidos al que has presenciado hace un rato.
—¿Y eso es por...?
—Incompatibilidad de caracteres.
—No saques tu lado de abogado conmigo, Lev. Nos
conocemos desde hace tres décadas y por mucho que
quieras esconderte detrás de ese nuevo personaje que has
inventado... —Mi ceño se frunció pero pareció no importarle
—: Que por cierto, no te pega en absoluto, que lo sepas —
Añadió como inciso—. No me engañas. Tú no eres así. No
juzgas a la gente por una primera impresión.
—¿No? —Steven negó con energía—. ¿Y qué hago?
—Siempre buscas el lado bueno de las personas y te
aferras a él.
—Eso era antes —respondí enseguida—. Ya no soy así.
Aprendí la lección cuando descubrí que no todo el mundo
tiene ese lado.
—Col lo tiene.
—Bien por él, pero eso no cambia nada.
—¡Oh, virgen santa! —dijo rodando los ojos mientras se
dejaba caer sobre el respaldo del sofá acolchado de nuestra
mesa—. Sigues siendo igual de obstinado que de niño, te
pongas el disfraz que te pongas. Pensé que habías
avanzado en tu cruzada por acercarte al resto del mundo.
—Lo he hecho. Solo soy selectivo.
Conseguí mantener al margen al rubio durante un rato y
nos centramos en otras cosas. Steven me preguntó por la
salud de mamá y, aunque no era mi tema favorito, no quise
ser maleducado.
—Tiene días. —Él asintió—. Espero que cuando me mude
a Chicago pueda ayudar un poco más.
—Un segundo. ¿Has dicho cuando te mudes?
—Sí.
—¿Quieres decir mudarte de venir a vivir aquí? ¿Para
siempre?
—Bueno, llevo unos cuantos meses entre Los Ángeles y
Chicago. Supongo que podría quedarme un tiempo aunque
«para siempre» es concretar mucho, Steven. De momento
solo vengo con un proyecto en mente.
—Ah, claro... —El idiota dejó salir una carcajada cargada
de sarcasmo—. Olvidaba que eres de los que huyen cuando
las cosas se ponen feas.
—No me lo vas a perdonar, ¿verdad?
Él negó, respondiendo a mi pregunta, y yo sonreí
llevando mi vaso de agua hasta mis labios. Nunca estuvo
enfadado, pero su decepción aún permanecía intacta.
Siempre fuimos muy cercanos, tanto que me atrevería a
decir que era la única persona en la que confiaba al noventa
y cinco por ciento fuera de mi familia. Durante nuestra
etapa en el instituto nos permitimos el lujo de hacer planes.
Íbamos a estudiar en la misma ciudad e incluso
compartiríamos apartamento porque la idea de dormir en
una residencia universitaria como que no me emocionaba
especialmente debido a mi fobia social y él, que siempre
estaba dispuesto a ayudar, estuvo de acuerdo. Pero no pudo
ser.
—Oh, ¿a quién quiero engañar? Te entendí en su
momento aunque estuviera sin hablar contigo durante algún
tiempo. Háblame de ese proyecto. —Sonrió.
—Quiero montar mi propio bufete en la ciudad —respondí
alcanzando mi servilleta y limpiando mi boca—. Por cierto,
siento lo de la llamada, tenía que responder —dije
cambiando de tema—. Era un amigo que de repente quiere
trabajar conmigo.
—¿Un amigo? ¿Tú?
Sí, seguro que Steven y Wes se llevaban bien.
—Ya te he hablado de Wesley muchas veces. —Steven
asintió—. Necesita poner tierra de por medio y respirar aire
nuevo y, tal vez, venir aquí conmigo es la mejor opción.
—Claro, porque en lo de poner tierra de por medio tú eres
experto.
—¡Ay, Steven!
—Vale, lo dejo —dijo alzando las manos—. Dime cómo
estás.
—¿A qué te refieres? ¿A la ruptura? ¿A convertirme en el
abogado más odiado de Estados Unidos o a mi problemilla
con la bebida?
Primero me miró boquiabierto, sin embargo toda su
sorpresa se esfumó para dejar paso a un gran ceño fruncido
que pretendía reprenderme.
—¿Qué? —Me defendí—. Solo intento saber cómo debo
responderte.
—Eres insufrible. —Sonrió.
Le hice un resumen muy por encima de lo que había sido
mi vida en los últimos seis meses.
Fui un buen chico y logré mantenerme lejos del alcohol.
Apenas pensé en mi ex, salvo por un mensaje que me envió
justo el día de los enamorados el muy hijo de puta y,
respecto a mi cliente... De ese tema sabía todo, así que no
me entretuve demasiado dando explicaciones. Nuestra
relación laboral se terminó y con ello todo quedó en el
pasado.
—¿Dónde te quedas?
—¿Quieres la verdad o prefieres que te mienta y sigamos
comiendo?
Él sabía muy bien dónde me quedaba cada vez que
venía, aunque ignorase la ubicación exacta por proteger su
corazón. Nunca quiso saber dónde se encontraba el
apartamento que un día fue de alguien muy importante
para nosotros. Así que, como no respondió, elegí la opción
que menos daño podía hacer y «mentí».
—En un hotel, como siempre.
—Ajá... ¿Y has avanzado algo en tu venganza? —preguntó
evitando mis ojos.
—No. Y no es venganza.
No nos sentíamos nada cómodos con este tema, pero lo
habíamos dejado aparcado durante demasiado tiempo. No
era fácil, ¡joder! No era nada fácil traer a un fantasma de
vuelta cuando llevaba años intentando dejar que se
marchara sin conseguirlo. No, no lo era por mucho que los
años hubieran pintado canas en nuestras cabezas. Él seguía
aquí, sentado junto a nosotros y era algo que no podíamos
remediar, ni soportar.
—Sabes que he dejado el caso. —Suspiré—. He salido en
todos los canales de la televisión nacional y casi hacen un
documental para Netflix.
—Exagerado. —Steven sonrió—. Se les pasará. ¿Te
sientes mejor después de dejarlo todo atrás?
¿Cómo iba a sentirme mejor?
—No —dije con demasiada franqueza.
—No tienes que hacerlo, ¿sabes? —Mi ceño se frunció—.
No tienes que ser el justiciero de alguien que ya no está,
Lev. No le va a traer de vuelta.
Mi cuerpo se puso más frío que un témpano de hielo y
por poco echa a temblar. No hacía falta que me dijera algo
tan obvio. Estaba al tanto de lo poco eficaces que eran las
resurrecciones en la época actual, por mucho que dijeran
que funcionó alguna que otra vez. Sabía que no volvería.
Sabía que nada le traería conmigo, pero no podía evitar
sentir que estaba en mi mano honrar su memoria.
—¿Por qué crees que he dejado el caso?
—¿Porque tu cliente es un ser despreciable para el que
todo el mundo desea una muerte lenta y dolorosa?
—¿Podemos dejar el tema?
—Claro. —Asintió—. Volvamos a Colin.
—No sé qué es peor. —Cerré los ojos pellizcando el
puente de mi nariz.
—¿Por qué no le das una oportunidad? Mira...
Steven sacó su cartera del bolsillo interior de su
americana, la abrió y enseguida puso sobre la mesa una
tarjeta mientras la deslizaba hacia mí.
—Visítale. Tienes que ver por ti mismo por qué es buena
idea ayudarle.
Estuve como diez segundos pasando mis dedos por las
letras en relieve de color negro que brillaban en ella y que
me invitaban a ir a:
Bite Me - 1920 W North Avenue - 776-613-56788.
No supe muy bien qué fue, pero algo me empujó a ceder
en aquella lucha.
—Está bien, pero no te prometo nada. Sigo pensando que
meterse en ese lugar es tirar el dinero.
—Tú ve y después decides.
Asentí echando un último vistazo a la tarjeta y después la
guardé para no ser descortés con mi amigo. Sabía que nada
me haría cambiar de opinión pero una parte de mí, una muy
pequeña, se moría por sumirse en un segundo round con el
rubio.
Quería ver qué tal se defendía en su territorio, pero
tendría que ser otro día.
—6—
«EL CONCIERTO DE LAS CINCO»
• Los Ángeles – Nueve meses antes... •

Llegaba muy tarde, pero esta vez no era mi culpa.


Tenía todas mis vacaciones planificadas para dentro de
quince días, así que imaginaos la sorpresa que me llevé
cuando mi hermano me llamó para decirme que Melissa
estaba de parto. Corrí cuanto pude. Le pedí a Oli que se
hiciera cargo del Bite Me en mi ausencia y, después, llené
una bolsa con algo de ropa antes de dirigirme al aeropuerto y
volar a Los Ángeles.
Pensar en que mis sobrinas habían llegado al mundo y que
no había estado presente me puso de mal humor. Por eso, en
cuanto mi vuelo aterrizó, aligeré mis pasos deseando salir de
allí para subirme a un taxi cuanto antes. Esquivé a un grupo
de turistas y pronto estaba subiendo por aquella escalera
mecánica que me llevaría por fin hacia la salida. Solo quería
llegar cuanto antes al hospital.
Al menos esa era mi idea...
—¿Colin, verdad?
«¡Joder! ¡Menudo susto!».
Mi corazón iba a ritmo de metralleta, a punto de explotar
por culpa de la voz de ese desconocido, pero logré
recomponerme, sin embargo duró poco porque cuando le
miré, olvidé cómo hablar.
Frente a mí un tipo alto, unos cinco centímetros más que
yo, con un traje azul Oxford —seguro que hecho a medida—,
camisa blanca perfectamente planchada, corbata de un azul
dos o tres tonos más oscuros que su traje y zapatos negros a
juego con el cinturón. Sin querer me fijé en esa pinza para la
corbata de color plateado con una inicial, una «L» en medio,
que le daba ese toque sofisticado que emanaba por cada
poro de su cuerpo. Era un estirado y por eso me sorprendió
muchísimo cuando, después de asentir en respuesta a su
pregunta, él me dijo:
—Soy Levi. Melissa me ha pedido que te recoja.
Le miré un par de segundos a través de los cristales de mis
gafas de sol —sin poder evitar fruncir el ceño—, y después
me detuve un segundo en el color de sus ojos; grises y tan
fríos como él a pesar de su tono oscuro. No emitían ni una
pizca de calidez, aunque en realidad le quedaban muy bien
con todo lo que desprendía. Era un arrogante que se creía a
un nivel muy superior al del resto de la humanidad y eso me
hizo sentir rechazo de inmediato. Por eso saqué mis armas en
cuanto me vi amenazado.
—¿Eres su lacayo?
Le ofendí y lo supe cuando su mandíbula se apretó tanto
que casi se parte en dos. Este era el precio a pagar: si quería
tratarme con desaire debería lidiar con las consecuencias, y
yo no era muy dócil precisamente.
—Somos amigos —dijo antes de darme la espalda para
comenzar a caminar.
Se mantuvo en silencio hasta que llegamos al
aparcamiento subterráneo del aeropuerto y después
desbloqueó las puertas de su coche, un Lincoln Continental
de color gris metálico, y me abrió la trasera para que me
subiera detrás.
—¡Qué caballero!
Mi ironía no movió ni un solo músculo de su cuerpo cuando
le disparé y eso provocó que quisiera seguir haciéndolo hasta
que explotara de la rabia.
¡Qué tipo más molesto!
Sin detenerme, me subí al asiento trasero y después de
colocar mi bolsa en el espacio vacío a mi lado, me puse el
cinturón de seguridad mientras él se subía en su asiento
imitando mi acción y pulsaba el botón que arrancaba el
coche.
Quise tirarme del coche en marcha. Guantánamo era un
paseo por el cielo en comparación a mi viaje con este tipo
que me miraba de vez en cuando por el retrovisor pensando
que no me daba cuenta. Le cacé hasta en tres ocasiones,
pero me hice el loco mientras me mensajeaba con mi
hermano al que no dudé en «agradecer» ese gesto
desinteresado enviando a ese arrogante a por mí.

Yo_18:20: Parece que tenga un palo metido por el


culo. ¿Es siempre así de serio?
Intercambiamos un par de mensajes más y, como era de
esperar, mi hermano me regañó y me pidió que me
comportara. Pero fue el último mensaje que envió el que
acabó por sorprenderme.
Twin_18:22: Sé bueno con él, Colin. Es importante
para Mel.
Eso era raro. Los tipos como él —que otra vez me estaba
mirando por el retrovisor— no nos iban. No porque
detestábamos a la gente que se creía por encima del resto de
los mortales, por eso le lancé un misil directo hacia su ego.
—¿Eres de la realeza o algo así?
Pensé que esa expresión seria se relajaría con mi «broma»,
pero no. Cuando miré su boca en ese espejo, solo pude
encontrarme con una línea recta perfecta entre sus labios
apretados aunque el idiota no dudó en devolverme el disparo.
—Si así fuera, serías la última persona a la que subiría ahí
detrás.
Su respuesta plana, con ese tono ronco, me hizo moverme
sobre mi asiento al mismo tiempo que sentía toda la rabia
subiendo desde mis pies hasta mi cara.
—¿De qué se trata entonces? —pregunté mientras
aminoraba la velocidad y se detenía ante un semáforo en rojo
—. ¿Cuál es tu problema? —Su ceja se alzó ante mi pregunta,
pero no le dejé responder porque lancé otra—: ¿Qué es lo que
tanto te molesta de mí? Porque está claro que hay algo.
Sus ojos se clavaron en el espejo retrovisor impactando de
lleno en los míos. Ese gris que hacía un rato era gélido, ahora
ardía mientras se bebía mi verde sin permiso, aunque apenas
tardó en desviar su mirada para posarla un poco más abajo y
sin pensarlo demasiado dijo:
—Tu boca.
Cuando fui a responderle, el sonido de un claxon acabó
con esa atmósfera ardiendo que nos había rodeado, y él
reanudó la marcha.
—No te pareces en nada a tu hermano —dijo, ahora con
los ojos fijos en la carretera—. Más allá de la envoltura,
quiero decir.
—¿Y eso qué significa?
No respondió. El insoportable dobló la esquina y a pocos
metros pude ver el parking del hospital. Cuando aparcó, no
esperé a que abriera la puerta y como si el asiento quemara,
salí de aquel coche y pasé el asa de mi bolsa sobre mi
hombro, pero antes de que pudiera cerrarla le sentí
acercándose a mi espalda, para impedir que pudiera tocar
aquel precioso coche. Estuve a nada de perder los papeles,
pero no lo hice. Solo le di la espalda y comencé a caminar
rumbo a la puerta del hospital. Pero como mi lado
competitivo no descansaba nunca, no pude evitar disparar al
aire.
—Un placer, su alteza.
—Deberías guardar cuidado con lo que sueltas, porque sin
querer podrías dar con el tipo equivocado, ¿sabes? Ah, y el
«placer» —dijo asegurándose de que captaba su ironía— ha
sido mío, señor bocazas.
Mis pies se paralizaron en cuanto esa última palabra viajó
impactando en mis oídos, provocando en mí unas ganas
enormes de ganarle en ese estúpido juego de egos y pollas
grandes. Respiré profundo intentando calmarme antes de
asestar el golpe final y, cuando noté que volvía a tener todo
el control sobre mí mismo, me giré, le miré por encima de mi
hombro, bajé mis gafas de sol hasta sostenerlas en la punta
de mi nariz y le dije:
—Apuesto a que te mueres por callarme.
Y antes de que dijera nada le guiñé el ojo y retomé mi
camino hacia las puertas del hospital, sintiendo cómo me
perforaba con su mirada.

∞∞∞
—¿Me escuchas, Col?
Una semana.
Siete largos días que dejé pasar después de toparme con
aquel hombre horrible que obstaculizó mis planes y aún
seguía cabreado. No sirvió de nada mi conversación con Oli
aquella misma tarde, ni tampoco el polvo que me echó el
argentino por la noche. Sí, cuando me enfadaba solía tomar
decisiones estúpidas, pero ese era otro tema.
—¿Col?
Una larga y jodida semana...
—¿Sí?
...sin poder sacarlo de mi cabeza.
—No me estás escuchando.
El ceño fruncido de Seth —psicólogo, mejor amigo y ex,
aunque esto último era un secreto— atravesaba la pantalla
de mi portátil. Intentó mantener una charla normal conmigo,
como todas las que teníamos al menos una vez a la semana,
pero era imposible porque mi cabeza estaba atascada con lo
mismo.
—Lo siento. —Suspiré mientras me movía de un lado a otro
de mi salón—. Solo tengo la mente en otro sitio.
—Déjame adivinar. —El idiota sonrió como si pudiera leer
mi mente—. ¿Tu cabecita piensa en cierto pianista
misterioso?
No podía estar más equivocado. De hecho, mi señor G. fue
a parar al olvido tras aquella noche en el club cuando mis
intentos de liberación se frustraron por culpa de su mensaje.
A día de hoy no le había respondido pese a la tentación. El
miedo al rechazo superaba a cualquier emoción que pudiera
sentir al respecto, por eso pensé que mantener el misterio y
dejarlo como una anécdota que contar a mis amigos más
cercanos era lo mejor.
—¿Col? —Su tono subió un poco—. ¿Quieres, por favor,
sentarte sobre tu precioso y carísimo sofá y, tal vez,
prestarme atención?
—Joder, Seth. —Resoplé—. Odio tus tiritos.
—No dispararía si me hicieras caso.
Asentí y me senté frente a la mesita de café que tenía
junto al sofá intentando que se calmara, porque estaba
cabreado aunque no lo pareciera y entonces esperé a que
volcara su mierda.
—Todavía estoy esperando una disculpa por tu espantada e
la boda.
—Seth...
—Te recuerdo que teníamos planes —dijo, sus ojos
entrecerrados clavándome en mi sofá—. Ibas a pasar tiempo
con nosotros, por no mencionar a las niñas.
—Lo sé, pero...
—Huiste.
Él me leía como un libro abierto. Conocía mis estados de
ánimo incluso mejor que yo y no se debía a que era el mejor
psicólogo del mundo. No, no. No era solo por eso. Llevaba
siendo mi mejor amigo desde hacía años y me salvó de mí
mismo en un momento horrible de mi vida. Así que, ¿para
qué negarlo?
—Hui. —Afirmé asintiendo a la vez—. Demasiada azúcar
esparcida en el ambiente.
—Comentó el dulce repostero —dijo, su mirada
oscureciéndose.
—Solo necesitaba volver a mi rutina, Seth.
No dijo nada. Solo se limitó a fulminarme con sus ojos
chocolate sin decir una sola palabra. Y es que, aunque él era
una persona generosa, buena, amable, dedicada en cuerpo y
alma a los que quería...
—¿Y yo qué?
...también era el ser más posesivo del planeta.
—Tres son multitud —respondí, guiño al aire.
—No uses ese tono de listillo conmigo, «evil». —Suspiró y
después pellizcó el puente de su nariz—. ¿Cuánto hace que
somos amigos?
—Mucho.
—Sí, mucho. —Asintió cabreado—. Así que, lo preguntaré
solo una vez: ¿Por qué no te quedaste?
Buena pregunta.
—Y no se te ocurra culpar a ese tipo misterioso al que te
llevaste a la cama por culpa de tu carácter impulsivo —
Añadió.
—En primer lugar, te encanta eso de mí y apuesto a que
fue lo que te hizo meterme en la tuya. —Su boca se abrió
indignada, pero yo continué mi defensa—: Y en segundo
lugar, sabes que prefiero que me lleven.
—¿Puedes ser serio por una vez en tu vida?
—Nunca. —Sonreí—. Lo sabes.
—Agh... —Exhaló derrotado, sus manos en su frente, y yo
no pude evitar echarme a reír—. Te odio.
—No es verdad. Estás loco por mis huesos, cariño.
Y así de fácil dejó de estar enfadado y pasé a contarle todo
lo que había sucedido hacía ya una semana. Empecé por
cómo perdí el local de mis sueños. Después le dije cómo
discutí con aquel imbécil y cómo llevaba siete noches sin
dormir por culpa de aquello. Sin embargo, decidí omitir la
identidad del tipo porque sabía que, a pesar de que conmigo
había dado en hueso, Seth conocía a Levi y en cuanto tuviera
oportunidad me lo pintaría como un santo, como venían
haciendo todas las personas que me importaban.
Y no quería pelear con mi mejor amigo por culpa de aquel
gilipollas.
—Entonces, ¿adiós a los planes de mudarte durante la
‘Spring Break‘?
Esa era la idea hasta que estábamos a punto de dar a
marzo la bienvenida.
Se me echó el tiempo encima y si no hubiera sido por la
tozudez del dueño, ahora estaría en plena reforma porque lo
demás estaba listo.
Oli se ofreció a entrevistar a varias personas para
aumentar la plantilla en Loyola y después les instruiría en ese
local que acabé utilizando para dar clases de «repostería
creativa» algunas veces al mes.
Pero todo se fue a la mierda por culpa de ese...
—Lo siento mucho.
...imbécil.
—No te preocupes. —Sacudí la cabeza y me dejé caer
sobre el respaldo del sofá mientras suspiraba—. Las cosas
suceden por algo, ¿verdad? Ahora creo que el verano es una
mejor opción.
—Sí, lo es.
—Me jode mucho, pero...
—Bueno, no hay mal que por bien no venga, Colin.
Nuestras agendas estarán más libres para entonces y
podremos acompañarte sin tener que hacer malabares.
—¡Qué bondadoso por vuestra parte! —Ironicé—. Pensé
que vendrías porque te importo, dejando a un lado tus... —Me
detuve, mis ojos atravesando la pantalla—: Habilidades
malabáricas.
—Deja esa mierda conmigo, ¿quieres? Te amo. Lo sabes. E
iría al fin del mundo para ver cómo triunfas.
—Oh, Seth. —Pestañeando, puse una mano sobre mi
corazón mientras él rodaba sus ojos—. Si no me gustara más
tu marido que tú, te consideraría como opción.
Justo cuando su boca se abrió para mandarme a la mierda,
una melodía a piano atravesó las paredes de mi apartamento
y no pude evitar mirar el reloj en la pantalla de mi ordenador.
Eran las cinco de la tarde de un día entre semana. Uno frío y
demasiado lluvioso, y cualquier persona normal disfrutaría de
una taza de chocolate caliente después de una dura jornada
en el trabajo. O de tocar el piano, como parecía ser el caso.
—¿Eso que se escucha es el Canon de...?
—Pachelbel... —Murmuré asintiendo—. Viene del
apartamento de al lado.
—¿Nuevos vecinos? —Me encogí de hombros en respuesta
porque no tenía la menor idea—. Oye, cielo, es la hora de la
siesta de Leslie y tengo que dejarte.
—No la hagas esperar y dale un beso muy grande de mi
parte.
—Lo haré. —Sonrió—. Y, Col...
—¿Sí?
—Todo saldrá bien.
De verdad lo esperaba.
Me despedí de Seth envuelto en esa canción que seguía
traspasando el tabique que me separaba del apartamento de
al lado, con la curiosidad matándome. Estuvo cerrado
muchos años y nunca vi un cartel de venta en él porque, de
haberlo hecho, hubiera intentado comprarlo. A ver, me
encantaba mi casa pero se quedaba un poco pequeña
cuando alguien venía de visita. Mi loft contaba con una planta
baja abierta en la que estaba el salón, la cocina americana y
un pequeño aseo y mi dormitorio se situaba en el piso de
arriba, justo sobre la cocina americana, al que se accedía
mediante unas escaleras de madera flotantes. Me encantaba
porque desde abajo no podías ver nada de lo que había allí,
pero desde mi habitación podías ver toda la planta baja a
través de aquella barandilla a juego con el tono de la
escalera.
Sin darme cuenta, la música me llevó contra mi voluntad
al rellano. No tenía idea de cómo acabé saliendo al pasillo, ni
de cuándo atrapé mi teléfono y mis llaves antes de tirar de
mi puerta. Y tampoco supe muy bien en qué momento acabé
sentado sobre la moqueta, con la música dejándome absorto
y relajado, olvidando mis problemas. Perdí la noción del
tiempo hasta que mi teléfono comenzó a sonar y la magia se
terminó.
—Hola, Steve —respondí levantándome del suelo y
sacudiendo un poco mis pantalones con mi mano libre.
—Hola a ti también. —Su entusiasmo casi se palpaba—.
Dime que se te ha pasado el enfado y que puedo volver a
buscar algo para ti.
—No lo sé, Brown. —Suspiré—. No sé si quiero algo más.
Sabes lo que sucede cuando sientes que es tu lugar y yo lo
sentí allí.
—Dame la oportunidad de buscar algo parecido, Col. —
Resopló—. Por favor, deja que te enseñe los sitios tan
maravillosos a los que podrías trasladar tu cafetería sin
salirnos de Loyola Beach. ¿Qué me dices? ¿Te veo el sábado a
las ocho y media en mi oficina?
—Tengo turno de mañana.
—Vamos, Colin... Eres el jefe.
No quería darle la oportunidad porque sabía que nada de
lo que me enseñara me haría cambiar de opinión; pero mi
lado amable, que siempre se preocupaba demasiado por los
demás, pensó que se la merecía después de todo.
Él no tenía la culpa de tener un amigo tan presuntuoso y
terco como ese imbécil.
—Está bien —Conseguí responder mientras apoyaba el
teléfono entre mi oreja y mi hombro, sosteniéndolo así para
poder abrir la puerta—. Mierda...
—¿Ocurre algo?
—No te preocupes, solo estoy siendo torpe metiendo la
llave en la cerradura.
—¡Oh, Dios! Dime que no es una especie de indirecta y
que no te he pillado con alguien en...
Mis carcajadas deambularon por todo el rellano —ahora en
silencio—, cuando mis llaves resbalaron entre mis dedos
cayendo a mis pies.
—Jamás respondería al teléfono de ser el caso, cariño. Y
ahora si me disculpas, necesito las dos manos para abrir mi
puerta. Nos vemos pasado mañana.
Cuando terminé la llamada, metí mi teléfono en el bolsillo
trasero de mis pantalones y volví a intentar abrir sin éxito. Mi
humor cambió en el momento en el que Steve llamó y sabía
exactamente por qué. Él había traído de vuelta el recuerdo
de lo sucedido en el local con aquel tipo y solo de pensarlo,
aunque fuera por un instante, me crispaba hasta el punto de
querer gritar. Por suerte, logré deshacerme de la idea cuando
por fin conseguí que la llave entrara en la maldita cerradura.
Mientras la giraba celebrando mi victoria escuché como la
puerta de al lado se abría, y mi cuello giró a la velocidad de
un rayo movido por la curiosidad y a partir de ahí...
A partir de ahí se desató el infierno.
De pie tras de mí, sin moverse y apenas sin respirar; el
imbécil. Su mirada cayó sobre la mía —aunque la desvió en
menos de un segundo— al mismo tiempo que mis pies
decidieron pegarse al suelo y no caminar, comenzando una
batalla silenciosa en la que no estaba dispuesto a perder. Me
moría de ganas de increparle por todo lo que pasó con el
local pero ese tren ya había pasado, sobre todo desde que
decidí que Steve siguiera con la búsqueda.
De todos modos ya tendría tiempo de devolvérsela
cualquier otro día al fin y al cabo acababa de convertirse en
mi vecino.
Y no tenía idea de lo que le esperaba.
—7—
«MIS DEMONIOS»

Casi rozaba los cuarenta y todavía me tensaba venir a


casa.
Siempre que venía a visitar a mamá tomaba la carretera
secundaria y nos veíamos en la confitería que había en la
aldea y fue así hasta que la situación de mamá cambió.
Desde entonces no tuve más remedio que volver aquí,
aunque eso significara tener que enfrentarme a mi pasado y
adentrarme en la mansión del actual alcalde; mi
hermanastro.
Aparqué con cuidado al lado de los escoltas de papá, que
miraban con recelo mi todoterreno pero no movían ni un
solo músculo. Parecían plantados como toda la vegetación
que rodeaba el recinto, perennes aunque se aproximara un
huracán destruyendo todo a su paso. No tuve que decir
nada para que uno de ellos se hiciera a un lado mientras
pulsaba el botón que abría la puerta metálica haciéndome
sentir como un Dios. Aunque nada fue comparable a cómo
me sentí al llegar a la puerta principal de la mansión, donde
Austin —el asistente personal de mi padre y, ahora también,
de mi hermano— estaba parado esperando a que me bajara
del coche y le diera mis llaves para aparcarlo en el garaje
de las visitas.
«Mierda, esto era horrible».
—Señor Connors...
Odiaba cuando me llamaba así. ¡Dios! Me hubiera
encantado gritarle: «Levi, Austin. Mi nombre es Levi». Era
increíble que después de tantos años siguiera haciéndolo
sabiendo que no era de mi agrado, pero acabé
resignándome porque era eso o ponerme el disfraz de
grosero con él.
—Buenos días, Austin. ¿Mamá está en casa o ha salido al
jardín?
—Está con Juliet en el invernadero.
—Gracias —respondí mientras le dejaba las llaves de mi
coche y me dirigía al jardín trasero.
Aunque me acostumbré a venir de cuando en cuando, no
había conseguido apartar de mí ese sentimiento que me
albergaba siempre que regresaba a casa; la culpa. El hecho
de que mi padrastro me acogiera y me tratara como un hijo
más, dándome la oportunidad de criarme entre
«algodones», me hizo sentir así desde que tuve uso de
razón. Sabía que no me alcanzaría la vida para agradecerle
todo lo que hizo por mí y por mamá, y por eso me sentía un
ingrato enorme desde que me marché de casa a los
dieciocho sin atender a razones. Pero tuve que hacerlo. No
pude soportar las miradas ni los cuchicheos de la gente
cuando un rumor horrible, y cierto, comenzó a correr como
la espuma. Pasé de ser el hijo peculiar del alcalde a
convertirme en ese al que algunos miraban con pena y otros
con asco, por invertido, y no estaba dispuesto a soportarlo
más de lo necesario. Por eso me marché lejos de todo lo que
me hacía sufrir.
—¡Hijo!
—Hola, mamá —dije, volviendo a reanudar mi marcha.
Mi madre sonreía con Juliet —mi sobrina de tres años—
sobre su regazo, haciéndola rebotar en sus piernas sin
descanso mientras ella pedía más y más.
—¿Cuándo has venido? ¿Sabe Thomas que estás aquí?
Me mataba su enfermedad.
Le diagnosticaron alzhéimer precoz hacía ya unos tres
años y, aunque al principio solo tenía despistes puntuales,
ahora se desorientaba con más frecuencia. Thomas era el
nombre de mi padre —el biológico—, ese que decidió
abandonarnos cuando mi madre dio a luz. No estaba
preparado para ser un buen esposo y mucho menos para
ejercer de padre a tiempo completo, y el idiota huyó
dejando a mamá sola con un bebé. Por suerte, Gabriel nos
acogió en su casa. Al principio pensé que era porque tenía
la conciencia culpable ya que ese miserable que dejó a
mamá era su hermano pequeño, pero con el tiempo me di
cuenta de que todo era mucho más complejo. Gabe si se
enamoró de mamá desde el momento en el que la conoció
aunque ella solo tuviera ojos para Thomas. Pero el destino,
que era muy caprichoso, quiso que se diera cuenta de que
Gabriel era el hombre de su vida y solo dos años después
convirtió a mi tío en mi padrastro, y a mí en un niño criado
con mucho amor y demasiados lujos.
Y ahí estaba otra vez la culpa pinchando mi nuca.
—Acabo de llegar. —Suspiré acabando con la distancia
entre nosotros y me puse en cuclillas junto a su sillón—.
¿Cómo te encuentras?
—Muy bien, cariño. Esta niña es un amor, ¿verdad cielo?
Juliet alzó sus pequeños brazos cuando mamá movió sus
piernas con más energía y cuando miró en mi dirección su
sonrisa se hizo gigantesca.
—¡Tío, Le!
—Levi —Ella frunció su pequeña boquita ante mi
corrección y volví a hacerlo de nuevo solo por ver su cara
que era adorable enfadada—. Di esto; Le-vi.
—Le —respondió enseñándome su lengua.
—Pequeña diablilla.
Sin pensarlo demasiado, se la arrebaté a mamá y
comencé a hacerle cosquillas a la mocosa mientras me
sentaba en el césped, cuando ella decidió que era buena
idea atrapar mis mejillas y acercar su pequeña boquita
hacia mi frente para dejar un dulce beso en ella, mientras
mi corazón se hinchaba. Y fue poco después cuando explotó
por lo que hizo a continuación; mirarme directamente a los
ojos. Algo inofensivo, ¿verdad? Pues yo me sacudí por el
gesto. Hacía tiempo que no pasaba y me sentía como una
mierda porque hubiera sucedido con una niña de tres años
que no quería hacerme sentir mal. Me dejó tan desubicado
que no tardé ni dos segundos en levantarme y volver a
poner a Juliet sobre el regazo de mamá, ante la cara de
confusión de mi sobrina.
—¿Cariño?
—Necesito un poco de agua —dije girando sobre mis
talones y escapando de la preocupación de mamá con
grandes zancadas.
Nunca me gustó la gente. Nadie. Mi inseguridad me llevó
a perder la fe en el ser humano y con ello a desconfiar de
cualquiera que quisiera acercarse a mí. El contacto físico
también fue un problema, pero como lo trabajé desde que
mis demonios salieron a la luz, estaba superado. Sin
embargo, lo de mirar a alguien a los ojos era otro cantar.
Cuando eso sucedía, me sentía expuesto y era tan
abrumador, que a veces quería desaparecer. Con los años lo
fui llevando mejor. Era capaz de sostener la mirada a
cualquiera que quisiera retarme y era un plus en mi trabajo,
pero desde que hui de Los Ángeles todo se había puesto
patas arriba en mi vida y los miedos que empecé a tener de
niño salieron a la superficie, amenazando con torturarme de
nuevo.
Corrí hasta la cocina en busca de un poco de agua
cuando la única persona que podía ayudarme en ese
momento apareció como por arte de magia.
—¿Lev?
Y así de fácil mis demonios me abandonaron dándome
una tregua.
Tras media hora, y un té caliente, Summer y yo nos
poníamos al día en mi antigua habitación.
—Pensé que no visitarías a tu madre hasta el mes que
viene.
—Cambio de planes —respondí poniéndome cómodo
sobre mi cama—. ¿Y tú? ¿Qué haces por River? ¿Has venido
a ver a la tuya?
Summer había sido mi amiga desde que llegó al pueblo
con trece años y una madre muy moderna que la tuvo muy
joven. Por aquel entonces mi madre se hacía cargo de mis
demonios pero cuando tuvo que enfrentarse a esa maldita
enfermedad, me dejé guiar por la chica castaña de ojos
arenosos que estaba encantada de verme.
—En realidad no, pero si la ves no se lo digas. —Summer
sonrió y me guiñó el ojo—. He venido a ver a tu hermano.
—¿Ash o Elijah?
—Eli.
Asentí, pero no pregunté más al respecto. Me gustaba mi
privacidad y por eso sabía muy bien respetar la ajena.
—¿Lev? —Sin responder, la miré un segundo esperando
su pregunta pero enseguida desvié mi mirada al suelo—.
¿Has estado haciendo los ejercicios que te sugerí?
—Los he hecho. —Asentí todavía sin mirarla—. Pero no te
voy a engañar, me he dado cuenta de que estoy
retrocediendo.
—¿Por la ruptura? ¿O es que ha pasado algo fuera de lo
común, cielo?
La respuesta a su segunda pregunta era un gran y sonoro
«sí», pero no podía contárselo. No en este momento.
Primero tenía que lidiar con mi estupidez y después, cuando
estuviera listo, se lo contaría para que me sermonease por
mis decisiones de mierda.
—Fui a la boda como te dije que haría —respondí en un
intento por desviar la conversación mientras agarraba mi
taza de té—. Hice lo que sugeriste.
—¿Actuar como una persona normal?
—Sí, algo así. Me mezclé con los demás, estuve un rato y
cuando empezó a ser insoportable...
—Huiste.
—Justo eso —dije, mi cara avergonzada—. Lo intenté,
Summer.
—Está bien. —Sonrió evitando mis ojos—. Es bueno para
ti estar con amigos, pero es normal que necesites tiempo.
Dime que al menos tocaste como estaba previsto.
—Lo hice. Sabes que lo que pasa cuando hay un piano de
por medio.
—Es bueno oír eso.
Ella era una de las pocas personas en las que confiaba,
aunque no había sido fácil llegar hasta ahí. Al principio,
cuando nos conocimos, encajó perfectamente con mis
amigos. Daniel, Steven y Cameron no tardaron en hacerle
un hueco en nuestro grupo, y enseguida fue una más para
ellos. Conmigo, sin embargo, tuvo que esforzarse más.
Apenas me relacionaba con nadie que no fuera muy cercano
por culpa de mi timidez extrema, pero como ella no tenía un
carácter afable y era terca como el demonio, me conquistó.
Un mes tardó en acercarse a mí movida por su inquietud y
no le llevó mucho más meterme en su bolsillo porque, a
pesar de mis muros, era demasiado blando y ella
demasiado...
—Volviendo a lo de tu retroceso...
...obstinada.
—Summer...
—No voy a presionarte, Lev. Solo quiero saber si eres
consciente del momento en el que empezaste a ir hacia
atrás, porque eso nos serviría mucho para ayudarte a
continuar desde ahí.
Fue el 14 de febrero, el día de la boda de Melissa y Dylan.
Me sentía muy ansioso después del evento y en cuanto
llegué a Milwaukee decidí salir por la noche a tomar una
copa. Ese fue mi primer error porque el alcohol y yo éramos
enemigos íntimos desde hacía mucho tiempo, así que lo
descarté tan pronto como entró en mi cabeza. Lo de salir
siguió en pie, pero jamás entró en mis planes terminar
dónde terminé tras conducir durante dos horas. Y es que
llegué al único sitio que no debí haber pisado esa noche. Así
que, sí, sabía el día exacto en el que casi vuelvo al punto de
partida.
—No quiero hablar de ello.
—Lo tomaré como un sí.
Sonreí y negué con la cabeza antes de levantarme de mi
cama y dirigirme hacia la ventana, cuando me perdí ante la
imagen frente a mis ojos. Mamá seguía disfrutando con su
nieta, aprovechando el sol espléndido que capitaneaba el
cielo. No escuché a Summer levantarse de la silla y por eso
me sobresalté al notar su mano sobre mi hombro. Cuando la
miré, ella tenía su atención puesta en el mismo lugar en el
que estaba la mía segundos antes y yo suspiré y volví a
mirar a mamá.
—Me da miedo que llegue el día en el que nos olvide del
todo, ¿sabes? Me da miedo que me deje también y no sé si
podré soportar un abandono más.
—Levi, no estás solo. Lo sabes, ¿verdad?
Asentí sintiéndome el mayor mentiroso del mundo.
—No, no lo sabes.
Pero también era el peor haciéndolo y por eso Summer
sabía que las dudas que siempre me arruinaban la vida
estaban de vuelta.
—Aunque te esté llevando demasiado tiempo, aprenderás
a vivir sin Kyle, cielo.
Por suerte ella volvió a mirar por la ventana y no vio
cómo temblé al escuchar ese nombre. Me moría por
preguntarle cuándo sucedería, porque no creía tener más
aguante esperando. Llevaba años. Años esperando a que
esa sensación de superación me invadiera, pero nunca
pasó. No lo superé y me temía no poder hacerlo nunca.
—Tu sobrina es maravillosa y tu madre la adora. Se hacen
bien.
La miré solo un segundo y dejé escapar un resoplido
enorme y exasperado, intentando encontrar la calma para
poder contarle lo que había sucedido antes de verla en casa
y lo ridículo que me sentía por ello.
—¡Oh, Levi! —Summer me atrapó por la cintura y apoyó
su cabeza en mi hombro sin dejar de mirar por la ventana—.
No es algo que hagas de forma premeditada, cariño, y Juliet
no te lo va a tener en cuenta. Además, creo que está loca
por ti; tío Le —dijo, su burla acompañada por sus
carcajadas.
—Por favor, tú también no. —Suspiré sonriendo
apretándola contra mí—. Puedo luchar contra una mujer
terca, pero contra dos no tengo posibilidad.
—Eres un bobo —dijo entre risas—. ¿Cuándo regresas a
Los Ángeles?
—No voy a volver. No después de lo de Simmons.
—Lo olvidarán. —Yo asentí con bastantes dudas—. ¿Y te
quedas aquí o...?
—Chicago —dije antes de que terminara su pregunta.
—Lev... —Summer me miró entrecerrando los ojos—. Tal
vez sea demasiado precipitado, ¿no crees?
—El apartamento está vacío y he estado viajando entre
Los Ángeles y Chicago durante seis meses. ¿Dónde crees
que me he quedado?
—¿Por qué no me has dicho nada? —Su pregunta estaba
cargada de molestia.
—Porque estoy bien. —Ella me miró escéptica y dije—: Te
lo prometo, Sum. Al principio fue jodido, pero con el tiempo
me he acostumbrado a dormir ahí.
—Me lo dirías si fuera demasiado, ¿verdad?
—Te doy mi palabra.
—Entonces... —Suspiró—. Lo de regresar a casa...
—Nunca entró en mis planes.
—En los míos tampoco. —Negó con la cabeza—. Pero
supongo que tener a mi madre aquí me ata a este lugar. Y a
ti también.
—Ya... —Asentí—. Oye... —Mi atención regresó a la
ventana—. Tengo una cita esta noche.
Esperé a que me hiciera millones de preguntas tipo:
«¿Dónde le has conocido?» «¿Es guapo?» «¿Dónde vive?»
«¿A qué se dedica?» Pero solo apareció una y no era la que
esperaba.
—¿Y estás seguro de que estás preparado?
—No —dije, mis labios frunciéndose a la vez que mi ceño
—. Pero si dejo que se enquiste más, no querré salir en la
vida.
—No seas dramático.
—Yo no soy...
—Lo eres. Mira, no hay un tiempo exacto para superar
una ruptura, Lev. En tu caso es otra más con la misma
persona. Ten paciencia para volver a ser tú y no fuerces las
cosas.
—Entonces, ¿crees que debería cancelar?
—¿Quieres cancelar?
—No lo sé. —Resoplé agobiado—. No tengo idea de lo que
quiero y no sé si hago bien intentando salir con otras
personas.
—Lo haces, cariño. No puedes encerrarte para siempre en
una burbuja con el espectro de Kyle. —Me estremecí al
escuchar su nombre de nuevo—. Te haces daño, Lev. Te
estás perdiendo la vida, cielo.
—No es fácil.
—No, claro que no lo es. Es difícil de la hostia, Levi. Y
aunque no sé por lo que has pasado, imagino que debe ser
jodido que tu primer amor muera a metros de ti.
Fue justo lo que pasó, pero no me apetecía rememorar el
día de su muerte. No en este momento. Prefería dejarlo para
cuando tocara el piano mientras la pena más absoluta
recorría mi cuerpo y me invitaba a beber como un loco.
—¿Sabe Steven dónde te quedas en Chicago? —Asentí—.
Y... —Ella tomó todo el aire de la habitación y después se
atrevió a preguntar—: ¿Todavía no le has contado a Elijah lo
que sabes?
—No.
La interrumpí porque la muy terca se estaba empeñando
en llevarme al borde del precipicio una y otra vez,
empujándome para que yo luchara por resistirme a caer. Por
suerte, me salvé de su regañina justo cuando mi pecho
vibró, y le pedí disculpas en silencio antes de alejarme para
ver quién me necesitaba cuando desbloqueé la pantalla y
apareció un mensaje de Brown en ella:
Steven_10:00: Mañana a las 8:30 en mi oficina. No
es una sugerencia.
Evité este momento todo lo que pude porque no quería
volver a encontrarme con Colin, a pesar de que el destino le
puso justo al otro lado del tabique. Sabía que estaba a mi
palabra ya que le dije a Steven que intentaría un
acercamiento y que le visitaría en su cafetería. Pero había
una razón para mantenerme alejado de ese rubio de boca
grande y ojos verdes. Una muy poderosa que me llevaba al
momento en el que decidí dejar a mis demonios al otro lado
de la puerta de aquella habitación a oscuras en la
madrugada del 14 al 15 de febrero. Esa habitación en la que
me dejé llevar en mitad de la penumbra donde nadie podía
juzgarme, salvo yo.
Y por eso, ahora, solo esperaba poder librarme de la
culpa.
—8—
«VAMOS A SER AMIGOS»

Hoy vine a trabajar con Oli, tras la barra.


Me encantaba el día a día en el café viendo a la gente
disfrutar de cada una de mis elaboraciones. Era feliz allí y
en el obrador, la verdad, pero odiaba encargarme de los
temas legales y financieros del negocio. Lo primero, estaba
cubierto. Tenía a un buen abogado encargándose de ello.
Pero lo segundo...
—Puedo prestarte dinero.
...lo llevaba regular.
—Ya te he dicho que lo tengo solucionado, twin.
Suspiré mientras pellizcaba el puente de mi nariz,
realmente agotado. Una de las razones por las que no le dije
nada a Dylan era porque sabía que enseguida se pondría su
capa de «superhermano»; y yo no tenía nada en contra, en
serio, pero necesitaba sentir que podía hacer las cosas por
mí mismo, aunque eso significara aceptar la ayuda de ese
hombre frío, sin corazón ni escrúpulos. Ese hombre vanidoso
al que no podía odiar más.
Cuando llamé a mi hermano en uno de mis descansos
para contarle mis planes, debí saber cuál sería el resultado.
Tras resoplar un poco más —ojos en blanco incluidos—,
conecté mis auriculares al teléfono y abrí mi app de citas
deseando encontrar un escape para esta noche.
—No me pongas los ojos en blanco, Col.
—¿Me vigilas? —pregunté burlándome mientras deslizaba
mi dedo por la pantalla descartando a hombres sin
miramientos.
—Eres mi gemelo, no hace falta.
—¿Cómo están las niñas?
Sí, el cambio de conversación fue para evitar tener una
bronca con él y también para concentrarme en cada perfil
que se iba mostrando en mi teléfono.
Ninguno me atrajo lo suficiente porque todos tenían algo
que no me convencía: Demasiado bajito. Demasiado
estirado. Demasiado hetero. Demasiado joven...
Sí, esa última nunca hubiera sido un problema, de no ser
por culpa de mi ex. La edad daba igual si la noche era
divertida, hasta que caí con el monitor jovencito y la jodí.
Pensé que había superado a Aaron, hasta que anoche salí a
tomar unas copas y estaba en el «Rainbow». Nuestra fiesta
de besos y más terminó en el rellano de mi planta, cuando
llegamos a mi apartamento esta mañana, a eso de las siete.
Y terminó porque apareció el vecino para juzgarme con su
mirada acusadora. Tras un «buenos días» frío que dirigió a
mi acompañante, se fue en dirección al ascensor,
cortándome el rollo de inmediato. Y después de esfumarse
no tardé en despachar a Aaron porque mi superpoder se
vino abajo en segundos.
—Genial. —Incluso sin verle, sentí su sonrisa apareciendo
en esa cara igual a la mía—. Lila podría ser número uno en
gateo y Violet en mordiscos.
—Limpia tu baba, papi. La siento caer desde aquí.
—¿Vendrás al cumpleaños?
—Falta mucho, Dy.
—Dos meses pasan volando.
—No lo sé —dije de nuevo inmerso en la app—. Tengo
planes para el verano y un viaje en mitad del caos puede
ser contraproducente.
—¿Lo dices en serio?
—Sí —dije arrepintiéndome al segundo—. Mira, Dy, me
encantaría estar allí para el gran día de mis sobrinas y te
prometo que si todo va como quiero que vaya, iré.
—Pues deja que te preste el dinero.
—Voy a colgar, Dylan.
—¡Espera, espera! Está bien. —Exhaló derrotado—. Tú
ganas. Lo dejaré estar.
—Gracias. ¿Y Mel? ¿Te ha perdonado lo de la luna de miel
por tu adicción al trabajo?
—Eres un idiota. Además, si aquí hay alguien adicto a su
trabajo ese eres tú.
—Lo soy, pero renunciar a dos semanas paradisiacas en
las que podría estar desnudo todo el tiempo con la persona
a la que amo... Hum, déjame pensarlo un poco...
—Imbécil.
Me eché a reír rechazando varios perfiles más, cuando
llegué a uno que llamó mi atención y me detuvo en seco. No
había foto, ni edad y su escueta descripción de sí mismo
tampoco era para tirar cohetes. Sin embargo, fue su frase
favorita la que hizo a mi corazón latir desenfrenado: «Lo que
escondes es lo que más dice de ti».
«Otro misterioso. Quizás este era el tipo de hombre que
me iba ahora».
—Col, tengo que colgar. Voy tarde al hotel.
—No te preocupes. Hablamos esta noche, ¿de acuerdo?
—Dalo por hecho. Tendré refuerzos para mi plan
maquiavélico de persuasión.
—Que me eches a los leones no cambiará nada —dije
sonriendo—. Además, sabes que Mel siempre está de mi
parte.
—Eso era hasta que nacieron sus hijas. En ese momento
te caíste de su ranking.
—Dame dos minutos y te desbancaré del tercer puesto,
hermanito.
—Ya quisieras —dijo carcajeándose—. Lo dicho, te llamo
esta noche en cuanto...
—Termines el baño y la cena de las niñas, sí.
—¿Tan previsible y aburrido soy?
—Más bien un buen padre y un buen marido. Tu bicho
tiene suerte.
—No, twin. Ten claro que yo soy el afortunado en la
ecuación. Hasta luego.
—Chao. Te quiero.
—Yo también.
Colgué muerto de envidia y me centré en ese perfil sin
foto.
No me gustaban las apps de citas. Esta en concreto la
usé un par de veces y no fue bien. Lo de que la gente
siempre mentía en los perfiles era una verdad como un
templo. Si no era la foto, era un perfil inflado de mentiras
con cosas que no habían hecho en sus vidas. Por eso el de
ese hombre llamó mi atención, porque no había nada que
pudiera ser falso. Así que no me lo pensé mucho y le mandé
un mensaje que no tardó en responder.

Pastryman
Online

Pastryman: Me gusta tu
perfil. ¿Quedamos esta noche?
G.P: ¿Conoces el Touché?

Vale, dos cosas.


La primera, ya iban dos veces en las que me lanzaba de
cabeza hacia una cita a ciegas. Y la segunda, había millones
de bares, restaurantes y pubs de ambiente en Chicago, y
este tipo había escogido uno pequeño —pero con una carta
apetecible, eso sí—, perdido en algún lugar recóndito al que
dudaba que pudiera llegar siquiera un taxi y, aun así, no
dudé un solo segundo en aceptar. Lo peor de todo era que
estaba emocionado al respecto.
Necesitaba cambiar de aire, de ambiente y dejar de ver a
las mismas personas cada vez que salía porque quizás
buscar un atajo en el camino me llevaba hasta mi alma
gemela.
Y no había nada que deseara más en el mundo.
Quise dar la vuelta en cuanto pisé la calle. Tras mi turno
en el Bite Me, fui a casa y me duché antes de pasar por el
infierno de vestirme de manera apropiada para algo como
esto. Pero, ¿qué era adecuado? Nada de lo que tiré sobre mi
cama lo parecía. No quería ir demasiado formal, ni casual,
ni...
De acuerdo; no quería ir.
Cuando comprobé que ese bar pequeño estaba a tan solo
unas manzanas de mi apartamento, me eché atrás. Podría
encontrarme con cualquier cara conocida, o mucho peor;
tropezar con alguien con el que ya hubiera salido antes.
Chicago era una ciudad grande, pero hacía poco que la mala
suerte decidió ser mi mejor amiga. Así que, ¿para qué
seguir tentándola más, verdad? Sí, lo mejor era dar plantón
al hombre del perfil misterioso. Pero como abandonar no era
mi estilo y la curiosidad me picaba como si tuviera varicela,
llegué hasta el dichoso bar con mis manos sudando.
Hoy no había notas sexis en posavasos, solo un
encuentro pactado entre dos adultos que buscaban, tal vez,
huir de sus rutinas. Quizás era eso lo que lo hacía menos
atractivo y la culpa era de G. por dejar el listón tan alto.
Pero ya no había vuelta atrás, por muy desmotivado que
estuviera. Necesitaba entrar ahí y tener una noche
tranquila, cenar, tomar una copa tal vez y, si todo iba bien y
me gustaba la compañía, algún que otro magreo antes de
marcharme solo a casa o invitarle a acompañarme sin
rodeos. Ese plan siempre había funcionado y no había razón
para que esta noche no lo hiciera.
Tras tomar un poco de aire, me armé de valor y entré a
ese lugar para comprobar que estaba casi desierto. En la
barra, tres taburetes, y en la sala, en la que había cuatro
mesas y cuatro cabinas, tenías la suerte de poder elegir
dónde sentarte, porque no había un alma a excepción del
barman que intentaba sacar brillo a un vaso tras la barra y
una camarera que se ocupaba del salón. Como creí que me
había equivocado de sitio, saqué mi teléfono para abrir la
app de las citas y ver la ubicación que me había mandado
aquel tipo y no, no era un error. Estaba en el lugar correcto,
pero el karma me la devolvió por pensar en escapar de esto
y, como resultado, al que habían dejado colgado era a mí.
«Genial, eso te pasa por ser un romántico que no
aprende de sus errores».
Antes de que la humillación se hiciera más palpable, me
di media vuelta y, cuando quise darme cuenta, tenía las
miradas del poco personal clavadas en mi espalda. Pero no
eran las únicas. Había una más intensa y que podía sentir
recorriéndome con detenimiento, como un chispazo que
electrocutaba todos mis músculos y me forzaba a
permanecer inmóvil, impidiendo que mis pies se movieran,
matando cada orden que mi cerebro intentaba lanzar para
que huyera de allí. Y, para no variar, mi curiosidad me llevó
a mirar sobre mi hombro hacia el suelo.
Unas camper marrones, un vaquero azul medio y
rasgado a la altura de sus rodillas, algo ceñido, y un jersey
de cuello de tortuga de color teja bajo una americana gris
que resaltaba esos ojos que no eran desconocidos para mí,
me dieron la bienvenida. Ese tono antracita llevaba
atormentándome bastante tiempo, mucho más del que me
gustaría y debía admitir que, de toda la población masculina
del mundo, era el último hombre al que esperaba encontrar
aquí.
Él no podía ser mi cita, ¿verdad? No. Era casi ridículo
pensar en algo así. A ver, no tenía duda de la orientación
sexual del abogado. Cero. Nin-gu-na.
Sus miradas eran algo fuera de lo común. Había mucho
más tras ellas y no me estaba refiriendo a ese odio
desmedido que parecía sentir hacia mí. No, no, no. Era algo
más mezclándose con él. Además, mi radar gay nunca
fallaba y la atracción que sentíamos era innegable, ¡qué
mierda! Pero, eso no quería decir que fuera mi cita. Sin
embargo, esa mueca de disgusto que hizo en cuanto me vio
en el bar no fue suficiente para diluir mis sospechas.
No, no era razón para descartar la posibilidad de que
fuera mi hombre misterioso y mi intuición me decía que
esperase un poco más y tanteara el terreno.
—Voy a empezar a pensar que me persigues, abogado.
Sin esperar una invitación, me senté junto a él, en la
barra. Por la hora, y si mi teoría hacía aguas, estaba claro
que el abandonado en aquel experimento era yo, y no debía
importarme pero lo hacía. No podía dejar de pensar en que
todos mis intentos por encontrar mi «final», ese; «aquí me
quedo y no pienso moverme», no servían de nada y, vale
que tal vez el hacerlo a través de una red social de
encuentros no era la mejor de las opciones. Pero notar que
nada me llevaba hasta allí me frustraba. Tenía la sensación
de estar desperdiciando mi tiempo saliendo a bailar, beber y
divertirme en lugar de conocer a alguien que me llenara de
verdad.
—Me gustaría darte esa satisfacción, pero me temo que
no tengo tiempo para eso. ¿Te apetece una cerveza?
Su invitación me hizo seguir dudando. Por eso no estaba
de más asegurarse, ¿verdad?
—¿Me estás invitando a beber contigo?
—Supongo. —Levi se encogió de hombros mirándome de
reojo.
—¿Por?
—No tienes buen aspecto y no parece que vaya a
mejorar.
—Muchas gracias. —Resoplé mientras rodaba mis ojos.
—Intentaba ser amable, pero si no te apetece no insistiré.
—Dame un respiro, ¿quieres? Necesito entender qué ha
sucedido para terminar aquí, contigo —Remarqué—, y a
punto de aceptar una cerveza y, ¿quién sabe? Tal vez una
cena —Levi abrió la boca con intención de responder a mi
descaro, pero no le dejé—: Y si eso va a pasar, antes dime
que esto es casual y que no eres «G.P.».
Ese era el apodo de mi cita en la aplicación. Otra «G» que
despertó mi interés.
—¿Qué? No te entiendo
El pánico en su cara terminó por confirmar mi teoría. Levi
era mi cita y, si bien me molestó que se hiciera el loco, lo
aproveché para entrar en su juego y burlarme de él para
que ambos estuviéramos en igualdad de condiciones.
—No importa, está bien. —Le miré de soslayo mientras mi
sonrisa se dibujaba a cámara lenta—. En ese caso, supongo
que una cerveza estaría genial.
—9—
«DE CERO»

«Voy a empezar a pensar que me persigues, abogado».


No le faltaba razón.
Desde que me topé con «Pastryman» a través de esa app
estuve debatiéndome entre escribirle o seguir escondiendo
mi cabeza bajo tierra cual avestruz. Colin tenía un perfil
interesante, con alguna foto sugerente que no enseñaba su
cara. Sin embargo, supe que era él por el pelo largo —que
mostraba en una foto de espaldas— y algún tatuaje
característico que había visto antes. Sopesé demasiado la
idea de venir, porque plantarme ante él significaba aceptar
que me nublaba la razón hasta el punto de hacer locuras
como lo acontecido en aquel hotel. Pero no podía seguir por
el camino de las mentiras, ¿no? Ocultarle que yo estaba tras
la nota de su posavasos pesaba demasiado y, si sumaba
otra mentira más esta noche y seguía fingiendo que yo no
era su cita, acabaría por acarrearme una lumbalgia.
Sí, yo era G.P. y antes de que especuléis sobre el
significado, ya os resuelvo el misterio. Esas eran las iniciales
de «Grand Pause», un término musical. Sí, además de todo
lo antisocial, hosco y desagradable que podía llegar a ser,
también era un friki de la música, llegando al punto de la
obsesión. Cuando cumplí los diez y mi madre notó que algo
raro pasaba conmigo intentó probar todo tipo de terapia
para que fuera feliz como los demás. Decir que nada
funcionó no os asombrará y había una razón poderosa para
ello; yo no era como los demás y nunca he logrado serlo. No
fui un niño común. No disfrutaba con lo mismo que el resto
porque mi mente viajaba a más velocidad que la de ellos.
Pero me enamoré de una guitarra que me salvó la vida. La
música me ayudó a ser más accesible, a expresarme
cuando mis palabras no salían, y a conocer a gente muy afín
a mí cuando pensé que no existía humano en la tierra que
pudiera serlo.
Así que ese fue el motivo por el que puse ese apodo en la
app, pensando en que Colin jamás adivinaría lo que
significaba.
Y, si acabara haciéndolo o atando cabos de alguna
manera, podría hacerme el loco. Bueno, de hecho fue lo que
hice.
Sí, sí, sí, Ya sé que era de gallinas.
¿Qué queréis que os diga? Me acobardé en cuanto le vi
en el bar y encontré la respuesta a la pregunta que me hizo
Summer esta mañana, de forma muy clara y vibrante,
amenazando con escapar de mí a través de cualquier poro
de mi piel. Y es que no, no me sentía preparado para salir
con nadie. Mi ruptura me dejó hecho polvo porque, por
culpa del efecto dominó, trajo a Kyle al mundo de los vivos
y, por mucho que quise evitarlo, se había instalado de
nuevo en mi corazón sin fecha de salida. Pero claro,
tampoco era muy justo dejar que el rubio pensara que su
cita no había venido. Eso era cruel hasta para mí. Por eso
me apiadé de él, y me dejé llevar por lo que ese hombre
provocaba en mí —aunque no siempre eran cosas buenas—
y acabé invitándole a beber conmigo. Debí saber que el
rubio era de esos que tomaban tu brazo cuando ofrecías la
uña del dedo meñique.
Empezamos bien. Hablamos de su hermano y de Melissa
casi todo el tiempo y de cómo habían pospuesto su luna de
miel. Después mencionó a sus sobrinas y cuando empezó a
ser incómodo, disparó sin que pudiera esquivar la bala.
—Creo que es hora de regresar a la casilla de salida.
—¿Qué?
—A ver... —Colin se acomodó en su silla después de
peinarse el pelo con los dedos y resoplar—. Si vamos a
intentar ser amigos...
—Perdona, pero no creo que eso sea buena...
—Déjame terminar —dijo alzando una mano para
interrumpirme—. Como decía, si vamos a intentar ser
amigos, lo lógico es que lo hagamos dejando a un lado esta
tensión horrible que se crea cuando estamos en el mismo
lugar.
—¿Alguna sugerencia?
Su respuesta fue inmediata.
No tardó ni una milésima de segundo en regalarme una
sonrisa pícara a la vez que sus ojos chisporroteaban
intentando burlarse de mí; y yo supe con certeza hacia
dónde fue su mente, porque la mía hizo lo mismo. Si tuviera
que apostar, el rubio había viajado hasta la fiesta de la boda
de su hermano, justo cuando mi paciencia terminó y decidí
que era buena idea marcharme.
—Sí, pero no te gustó cuando lo propuse por primera vez.
Bingo.
Ah, y lo que dijo no era cierto. De hecho, me gustó tanto
que me hizo sentir vivo cuando llevaba mucho tiempo
agonizando. Pero harían falta muchas de sus balas para
admitirlo en voz alta.

∞∞∞
• Los Ángeles – Día de la maldita boda... •
Abrumado.
Todo estaba yendo muy bien hasta que la gente comenzó
a beber y estar más animada y charlatana, y yo odiaba eso.
No podía soportar la facilidad con la que una persona
pasaba de odiar a otra, a hacerse su mejor amiga y todo
porque habían compartido una o varias copas de más. No, el
cinismo no era lo mío y por eso —y también porque estaba
empezando a notar un ataque de pánico inminente—, decidí
que era momento de marcharse.
Mi corbata comenzó a apretar demasiado y la ansiedad
se había apoderado de mí, así que era el momento de
preservar intacto mi orgullo, ya que no quería que nadie me
mirase con lástima. Con el desprecio tenía suficiente.
Tras disculparme con Melissa, intenté buscar a Wesley
entre la multitud pero no le vi por ninguna parte. Cabía la
posibilidad de que también decidiera irse por lo que esa
boda estaba significando para él. No creía que nadie en su
sano juicio pudiera aguantar como lo hizo Wes, de pie y sin
mover un músculo mientras millones de cuchillos se iban
clavando en su corazón.
Así, con mis intentos de despedida fallidos, recogí mi
abrigo y corrí hasta el hall mientras llamaba a un taxi. Y
cuando estaba a punto de rozar la libertad con la punta de
mis dedos, un obstáculo molesto de pelo rubio y mirada
oliva se interpuso en mi camino.
—Podrías mirar por dónde vas.
—Lo siento, no te he visto —dije, dando un paso hacia
atrás.
—Yo a ti sí.
Su tono no dejaba lugar a dudas. Bueno, ni su tono, ni su
sonrisa de cazador, ni ese toque ebrio que sonrojaba un
poco sus mejillas, ni su pelo un poquito despeinado. El
padrino estaba intentando ligar conmigo. El problema era
que yo no estaba interesado. Al menos no podía estarlo.
—¿Ya te vas?
Colin me siguió hasta la recepción del hotel, casi pisando
mis talones, cuando su pregunta se clavó en mi espalda
deteniéndome en seco.
—Tengo algo de prisa —dije dándole la espalda mientras
sacaba un sobre del bolsillo interior de mi abrigo antes de
firmarlo y dárselo a la recepcionista—. Dale esto a Mel,
¿quieres?
Ella asintió y yo giré sobre mis talones con intención de
salir de allí de una maldita vez. Y hubiera sido un buen plan
de no haberme topado con el rubio y la intensidad de su
mirada con un objetivo claro; yo.
—¿De verdad tienes que irte ya? Pensaba invitarte a subir
a una de las habitaciones y ya sabes... —Sus ojos me
recorrieron de forma pausada y casi podía sentirle
rozándome, cuando añadió—: Limar asperezas. ¿Te
apuntas?
«Oh, mierda».
El rubio sobrio ya era atractivo y demasiado tentador.
Pero con esa chispa que le dio el alcohol era absolutamente
comestible. Tenía que salir de allí. Ya.
—No me vas a mentir, mientras juras y perjuras que no te
gustan los hombres, ¿verdad? —preguntó, todo su cuerpo
tambaleándose.
—Mi orientación sexual no es asunto tuyo. —Escupí
cuando él sonrió y abrió la boca para lanzar su réplica, pero
no le dejé—: Pero no. No suelo esconderme, ni
avergonzarme por ello.
—No, no lo haces. —Su sonrisa casi da la vuelta a su cara
—. De hecho no es nada sutil, señor Connors.
Odiaba cuando visitaba a mamá y Austin me llamaba así,
pero que Colin lo hiciera me calentó, tanto que estuve a un
milisegundo de hacer una tontería.
—Mira, no sé cuántas copas hay en tu sistema ahora
mismo, pero te aseguro que soy la última persona con la
que querrías subir a una de esas habitaciones. Te daría un
millón de motivos al respecto, pero me sobra con uno: me
odias.
—Es cierto, lo hago. Te detesto con toda mi alma, pero
tengo un problema contigo. Me confundes. Me confundes
porque siempre que te miro te pillo observando mi boca y
no es solo porque te molesta. Lo haces porque te apetece,
porque todo lo que quieres es cerrármela con la tuya. Yo al
menos intento solucionar ese problemilla de manera
efectiva. ¿No te interesa que acerquemos posturas? O
quizás el señor letrado pueda enseñármelas...
Estuve a punto de hacer una locura. S
Su proposición acabaría con mi ataque de ansiedad y me
dejaría más que relajado, pero era una idea terrible. Por no
mencionar que jamás me aprovecharía de alguien en las
condiciones en las que estaba el rubio.
—¿Entonces...?
Pero era tan insistente que dudé medio segundo y casi
acabo por ceder.
—Entonces tengo prisa —Insistí, incapaz de darle una
respuesta veraz a su pregunta—. Y tú deberías regresar a la
fiesta.
—Eso no ha sido un no, abogado.

∞∞∞
No, no lo fue.
No pronuncié esa palabra porque habría pillado la
mentira enseguida. Nunca mentía. No porque me subía
fuego a la cara. Así que preferí huir, porque sentir mis
mejillas ardiendo mientras él me desnudaba con la mirada
en aquel hall, no debía suceder.
—Tranquilo, abogado. No soy de los que se toman bien el
rechazo y con una vez he tenido suficiente.
—Vaya... —Sorprendido, abrí mucho los ojos—. No pensé
que recordaras nada de esa conversación, dado tu estado.
—Eso no es cierto. Sabías que la recordaba. Lo que
deseabas era que no lo hiciera. Y para que quede claro; no
había bebido tanto. Al menos no llegué a mi límite.
—¿No?
—Ni me acerqué —dijo negando con la cabeza—. De
haberlo hecho habría sido mucho más insistente. Así que,
relájate. La cerveza no me sube con facilidad. No voy a
atacarte.
—Me dejas más tranquilo —respondí antes de dar un
trago a mi vaso de agua.
—En cuanto a lo de ser amigos... —Y volvió a insistir—
Pienso que podríamos intentarlo.
—¿No crees que es tentar a la suerte? Tal vez se acabe el
mundo si eso pasa.
—Bueno... —Colin se encogió de hombros—. Solo hay una
manera de averiguarlo. Y antes de que vuelvas a perder el
color de tu cara, no. No incluye una cama ni a nosotros en
ella.
—Genial —respondí sin humor aunque provocase que una
sonrisa enorme apareciera en su cara—.Te escucho.
Asintió sin dejar de mirarme a los ojos causando un ardor
insoportable en mi pecho y, cuando pensé que no podría
aguantar más, dejó de hacerlo y respiré.
—A ver... Piensa que, si nos esforzamos un poquito,
podremos permanecer en el mismo espacio sin lanzarnos
cuchillos.
—¿Me estás diciendo que eres capaz de comportarte
como un adulto?
—Vaya, tienes sentido del humor. —Su sonrisa se amplió.
—Disfrútalo porque es como el cometa Halley. No volverá
a pasar hasta dentro de setenta y cinco años.
—No creo que estemos vivos para entonces.
—No creo que estemos vivos ni siquiera en cinco minutos
si seguimos bajo el mismo techo —dije antes de hacer una
mueca de disgusto con mi boca—. Pero, está bien —Suspiré
—. Intentémoslo a tu manera.
—No te veo muy convencido, abogado.
—Es difícil —dije mientras pellizcaba el puente de mi
nariz—. No soy un niño que busca la atención de alguien al
que quiere caer bien. De hecho, no quiero que me caigas
bien, ni tampoco estoy seguro de si deberíamos forzar algo
que está claro que no va a funcionar.
—¿Por qué crees que no lo hará?
—Porque tú y yo no congeniaríamos. Nunca.
Parecía dispuesto a refutar mi afirmación pero, como me
salía por deformación profesional, no le dejé decir nada sin
terminar mi alegato primero.
—Ni aunque fuéramos los últimos habitantes del planeta.
—Igual congeniar no, pero aburrirnos tampoco —dijo el
idiota sonriendo y guiñándome un ojo—. No, en serio. Creo
que lo más difícil está hecho. Míranos, sentados uno frente a
otro y compartiendo una cerveza y... —Su ceño se frunció
mirando fijamente mi vaso—. ¿Qué es eso que tomas?
—Agua con gas.
—Eso. —Sonrió—. Una divertida y sanísima agua con gas
—dijo, su sonrisa más amplia—. Mira, estoy de acuerdo en
que somos incompatibles, pero por alguna estúpida razón
hay algo en ti que me tiene intrigado —Sus ojos me
recorrieron de forma veloz—. Solo quiero averiguar qué es y
para eso debemos empezar de cero.
—¿Y cómo se hace?
—Solo se me ocurre una forma; soltar lo que pensamos
sobre el otro y seguir desde ahí, sin prejuicios.
—Así que quieres que tengamos un careo, a bocajarro y
sin árbitro...
—Bueno, un punto para ti. Eres abogado. Estarás más
que acostumbrado a ese tipo de enfrentamientos ante un
tribunal. El que está en clara desventaja en ese sentido, soy
yo.
—Lo dudo —Escupí casi sin dejar que terminara—. No sé
por qué, pero me da la sensación de que no tienes buen
perder, lo que me lleva a pensar que tu plan no es más que
una forma de volcar sobre mí toda esa frustración que
provoco en ti. Lo que quieres es insultarme con mi permiso.
—Lo que quiero es comprender cómo alguien como tú
puede encajar en mi familia, porque debe haber algo que
me he perdido en toda esta historia. No lo entiendo.
—Has empezado, ¿no? —Colin dejó escapar una
carcajada venenosa—. Continúa.
La tensión era palpable. La noté quemando mi cuerpo,
subiendo desde mis pies, envolviendo mis piernas,
irguiendo mi espalda y saliendo por la punta de mis orejas
mientras Colin aclaraba su garganta a la vez que se ponía
cómodo en su silla. Pero cuando hizo el amago de hablar de
nuevo, le detuve.
—Déjame preguntar algo primero.
—Adelante —dijo antes de dar un trago a su segunda
cerveza.
—Digamos que terminamos de acribillarnos el uno al otro
y, por un milagro, funciona. ¿Eso supondría el fin de tu
guerrilla vecinal particular?
Casi tres millones de habitantes en la maldita ciudad y
Colin tenía que vivir justo en el 2342 de Adams Street, en el
ático de al lado. Hice mío ese apartamento no hace mucho,
incluso cuando la idea de regresar no estaba en mi mente.
Fue una especie de «herencia», algo que no esperaba ni
deseaba tener por muy agradecido que estuviera de poder
vivir ahí. Mi padre se lo regaló a Kyle cuando se marchó de
la mansión a estudiar, y estuvo de acuerdo en ponerlo a mi
nombre.
—¿Guerrilla? No sé a qué te refieres, abogado.
Sí, lo sabía.
Había estado atormentándome mientras soportaba su
estúpida televisión, que amenizaba mis tardes justo
después de practicar al piano. El muy crío esperaba a que
acabara de tocar para deleitarme con su lista de
reproducción favorita. La mayoría de canciones eran de
Rihanna y Beyoncé, pero de vez en cuando berreaba algún
tema de los Backstreet Boys o Britney, creyendo que
entonaba y haciéndome sonreír sin saberlo. Ayer mismo lo
esperé. Toqué la última nota y mi sonrisa se fue dibujando
de forma pausada cuando Crazy in love de Beyoncé
atravesó mi pared.
Me odió desde el minuto en el que nuestras miradas se
cruzaron por primera vez y debí dejarlo estar. Pero no conté
con que él estaría en el piano bar aquella noche fatídica en
la que quería sentir el calor del whisky bajando por mi
garganta. Le había visto en muchas ocasiones por el bar,
justo tras tocar cuando salía a por un tentempié, pero él
nunca me vio a mí. Nunca me atreví a saludarle por nuestro
historial, sin embargo esa madrugada fue distinto porque
me dejé llevar y me atreví a enviarle aquel mensaje para
que se reuniera conmigo a solas. Fue una especie de
revancha a su proposición indecente en Los Ángeles.
Y, aunque aquella noche a oscuras y en silencio nunca
debió pasar, no me arrepentía de ella.
—Acabemos con esto —Suspiré—. Te escucho.
Él asintió y comenzó mi ejecución.
—Bien... —Colin apretó sus labios tomando aire por la
nariz y enseguida soltó todo—. Me pareces el tipo más
arrogante del planeta. Un engreído al que le encanta que la
gente bese el suelo por el que pisa. Alguien que ha nacido
en el lado bueno del mundo, rodeado de comodidades y sin
ningún obstáculo que sortear. Un prepotente que arregla
todo a golpe de talonario y que solo sabe hablar de cifras,
porque no conoce otro idioma. Un hombre frío, sin
sentimientos ni alma, incapaz de empatizar con los demás.
—Vaya...
—No he terminado.
Enseguida alcé mis manos a modo de disculpa irónica y
le dejé continuar con sus disparos.
—Creo que no te gusta mezclarte con mortales corrientes
como yo porque están fuera de tu estatus. Perteneces a una
élite en la que no hay sitio para plebeyos y por eso no
entiendo cómo logras que funcione con mi familia, ni con
mis amigos. Y, ¿sabes qué es lo que más odio de todo esto?
Yo negué en silencio, incapaz de interrumpir su monologo
lapidario.
—Que sé que me equivoco. Sé que nada de lo que creo
es verdad. Que a pesar de que vas por ahí pavoneándote
con tus trajes caros y con esas corbatas que seguro que
valen más que todo lo que llevo puesto hoy, todo es una
pose. Un disfraz que te pones para interpretar un papel que
bordas porque te da miedo dejar entrar a la gente. Te aterra
conocer a alguien porque eso implica que tengan que
conocerte a ti. Creo que eres un buen actor, Levi. Y ya está
—Suspiró—. Eso es todo.
Casi le aplaudo porque dio en el clavo pero, justo por esa
razón, no lo hice. Me daba miedo Colin. Me aterraba que
pudiera leerme de esa manera y por eso afirmar que tenía
razón no iba a suceder.
—Ahora me toca a mí. —Él me miró expectante—. ¿Sabes
lo que odio yo? Tener razón —dije sin esperar una respuesta
—. Odio ser tan jodidamente inteligente y no equivocarme
nunca. Te dije que no funcionaría y dado todo lo que has
dicho sobre mí, estaba en lo cierto. Tú y yo, en cualquier
entorno, se traduce en desastre. Lo sabes. Lo sé. No hay
razón para forzar algo que está maldito. —Aproveché que
seguía mudo y retiré mi silla de la mesa para poder
levantarme.
Colin me miró primero sorprendido, luego molesto y a
punto de fulminarme. No me achanté, sin embargo. No me
dejé intimidar por ese verde cautivador mientras me ponía
mi americana sin perder más tiempo y continué mi defensa:
—La primera es que no soporto a la gente que no es igual
que yo. Odio mezclarme con personas cínicas que fingen ser
lo que no son. La segunda es que prefiero los números a los
sentimientos. La gente con corazón y los negocios no casan,
Colin. Nunca. Prefiero ser un tipo desalmado, frío y con
arrojo a un idiota iluso que cree en una idea romántica que
le va a llevar de cabeza al matadero. Y la tercera... —Me
detuve un segundo a tomar aire y después dije—: Sí, nací en
el lado bueno del mundo pero no lo elegí y no voy a pedir
perdón por ello.
Sin dejar que dijera nada, metí mi mano en el bolsillo
interior de mi chaqueta, saqué mi cartera y un billete de
cincuenta dejándolo sobre la mesa y bajo mi palma, con un
golpe seco.
—¿Qué haces?
—Darte la razón en algo más. La bebida corre de mi
cuenta. No es un talón, pero creo que funcionará. Que
tengas una buena noche.
¿Que por qué decidí hacer una salida digna de un Óscar?
Porque empecé a sentirme como en mi adolescencia cuando
una situación me atrapaba; a punto de dejar de respirar.
—¿Nos vemos mañana donde Steve? —¡Qué poca
vergüenza!—. O podemos ir juntos, ya que vivimos al lado y
estamos en proceso de ser amigos.
—Tu cinismo no es normal. —Resoplé.
—No, no lo es. —Él sonrió en respuesta—. Entonces,
mañana a las ocho paso por tu casa, ¿de acuerdo?
Deseé poder responder con esa rabia que estaba
sintiendo. Abrir la boca y soltarle una perla descarada como
las que él me lanzaba a menudo, pero todo lo que salió fue
un suspiro resignado.
—Está bien.
—¿Ves? Si ambos ponemos de nuestra parte todo va a
fluir.
—¿Entre nosotros? Lo dudo.
Todo lo que quería en ese momento era salir de allí y,
como tenía prisa por hacerlo, no sentí su escopeta
cargándose, ni sus dedos apretando el gatillo cuando su
bala alcanzó mi espalda haciendo que me irguiera por culpa
del impacto.
—Buenas noches, G.P.
Pillado.
—¿Qué me ha delatado? —pregunté mirándole sobre mi
hombro y le vi de pie dirigiéndose hacia mí.
—Hum... Podría haber sido tu incomodidad durante
nuestra insignificante conversación, pero creo que es tu
estado natural así que no. Tampoco ha sido lo mal mentiroso
que eres, aunque me haya dado alguna que otra pista —dijo
mientras terminaba con la distancia entre nosotros—. Creo
que me decantaré por el pánico en tu cara cuando me has
visto sentarme a tu lado en la barra. Sí, lo he descubierto al
verte empalidecer en un segundo.
—Me has pillado desprevenido.
—¿Es una manera de pedir disculpas? —Sonrió—. Si es
eso, no es necesario. Has sido muy amable esperando un
rato antes de huir.
—No sabía que eras tú.
—Mientes fatal, ¿lo sabes?
—Yo...
—No hace falta que digas nada. Está todo bien. Yo
tampoco estoy interesado en enredar las cosas, por muy
indescifrable que me parezcas —dijo y después abrió la
puerta del bar dejándome salir primero—. ¿Vas andando
hasta casa?
—¿Q-Qué?
Cuando giré mi cabeza su sonrisa me deslumbró. Fue
como mirar al sol directamente y, conforme su sonrisa se
volvía más y más grande, el destello era más cegador.
—A casa. ¿Vas a pedir un taxi o prefieres un paseo?
—Depende.
—¿De?
—¿Con qué opción me libro de tu compañía?
Sus carcajadas ambientaron el silencio de la noche en
aquel barrio de Chicago, colándose por cada poro de mi
cuerpo y convirtiéndose en pequeñas descargas eléctricas
que consiguieron ponerme alerta.
—Eso ha sido muy grosero, por no mencionar que te
estás alejando de nuestro objetivo, abogado —dijo aun
entre risas—. Así que... ¿Taxi o paseo?
Elegimos el paseo.
—10—
«DR. COLIN Y MISTER HYDE»

Eso de que no había dos días iguales era una verdad


como un templo de grande. De hecho, mis últimas cuarenta
y ocho horas me dejaron al borde de la demencia.
Ayer, como muestra de buena fe, accedí a llevar a Colin
hasta la oficina de Steven y, aunque al principio pensé que
acabaríamos explotando dentro de mi coche de alquiler, no
fue mal del todo.
—Gracias por acercarme.
¿Gracias? Prácticamente me obligó a hacerlo y el viaje
fue una pesadilla. ¿El rubio y yo encerrados en un pequeño
habitáculo? Sí, sí; pesadilla total.
—No hay de qué.
Mis ojos permanecieron fijos en la carretera evitándole a
toda costa. No quería que cualquier movimiento le sirviera
para empezar una conversación conmigo mientras se
cargaba de munición. No, eso no iba a suceder si dependía
de mí.
—¿Dónde está el Lincoln? —dijo, su pregunta tensando
cada músculo de mi cuerpo.
—¿Qué?
—Ese coche en el que me recogiste del aeropuerto.
Déjame adivinar... —Col se puso cómodo sobre su asiento
mientras una sonrisa aparecía en su cara—. Te has cansado
de él.
No, no lo hice. Nadie en su sano juicio se aburriría de un
coche como ese. Lo que sucedía era que esa preciosidad era
de mi jefe y aquel día horrible en el que le recogí del
aeropuerto, me lo prestó.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Los tipos como tú sois todos iguales —Sentenció.
—¿Los tipos como yo?
Él asintió mientras pulsaba el botón que bajaba su
ventanilla, momento que aproveché para ajustar mi corbata
que empezó a apretar un poquito.
—Ya sabes —dijo, su sonrisa haciéndose más grande—.
Gente que nace con la vida resuelta.
¡Menudo imbécil! Odiaba que me juzgara de esa manera,
pero no sabía por qué me molestaba tanto cuando no paró
de hacerlo desde que nos conocimos.
—Pensé que nuestro objetivo era ser amigos —dije
resoplando.
—¿Acaso los amigos no se dicen la verdad? Mírate. No
hay un traje que te quede mal. Siempre conjuntado,
combinando colores y... —Se detuvo un segundo mirándome
detenidamente como si buscara algo—. Hoy no la llevas.
—¿Qué es lo que no llevo?
—La pinza con la L en tu corbata —dijo tensándome
enseguida—. Seguro que es de oro blanco como poco.
Ese rubio idiota me estaba tocando los cojones, y no de
la forma en la que me gustaría...
—Es de platino —Escupí lleno de rabia—. Y forma parte
de una extensa y carísima colección de la que me voy
aburriendo poco a poco, pero como estoy podrido en dinero
me puedo permitir el lujo de renovarlos cuando me place.
¿Te parece mal?
No era de platino, ni siquiera de plata. En realidad tenía
un gran valor sentimental y solo me lo ponía cuando sentía
que mi mundo se podía ir abajo en menos de un segundo
porque me daba seguridad.
Colin sonrió sin decir una sola palabra subiendo ahora la
ventanilla por culpa de la brisa helada que entraba y yo
intenté calmarme, aunque sabía que por culpa del arma que
tenía por boca no iba a permanecer mucho tiempo callado.
—Ayer no tocaste nada a las cinco.
«¿Veis? Ni dos segundos...».
—Llegué tarde a casa —dije, aunque no tenía ni idea de
por qué le estaba dando explicaciones—. Por suerte para ti,
no turbé tu tranquilidad.
—En realidad lo eché de menos.
Aprovechando que el semáforo acababa de cambiar su
luz a rojo, le miré encontrándome con sus ojos verdes y
sentí aquel pellizco en la boca de mi estómago que me
llevaba a emocionarme como un adolescente ilusionado
ante un «cuelgue».
No tardé demasiado en volver a mirar al frente preso del
pánico, porque nunca había sentido nada semejante con
nadie. Ni siquiera podía mirar a los ojos a mi sobrina, ¡por el
amor de Dios!
Me incomodaba muchísimo mantener el contacto visual
con todo el mundo, pero con Col la incomodidad se
mezclaba con la necesidad de seguir mirando y eso jamás
ocurría.
Nunca.
—¿Qué? —preguntó al ver mi reacción—. Puede que seas
un idiota soberbio y prepotente, pero tocas que te mueres.
Sí, el día de ayer con el Doctor Colin no fue mal del todo.
En cambio hoy, no tenía idea de que iba a encontrarme con
Mr.Hyde.
Me levanté con la idea de visitarle en su famosa
cafetería.
Steven me recomendó pasarme de doce a doce y media
para evitar situaciones incómodas para mí. Eso de que el
local estuviera repleto y que alguien pudiera reconocerme
después de mi último caso, me ponía nervioso.
¡Dios, hacía frío!
Esta ciudad era gélida y no tenía nada que ver con Los
Ángeles y su clima. Por eso, cuando las puertas de la
cafetería se abrieron de forma automática, agradecí la
calidez que salía de allí. Sin embargo, el calor que comencé
a sentir subiendo hasta mi cara lo provocó la cantidad de
gente que había allí dentro.
Enseguida pensé en eso que a veces me decía Bennet.
Un truco para hacer que mi mente dejara de creer que todo
el mundo estaba pendiente a mí. Debía centrarme en algo y
mantener el foco ahí y por eso, me situé tras una fila
enorme que esperaba su turno para pedir y después
escudriñé el local por si conseguía ver a Colin, pero no tuve
suerte. En su lugar me distraje observando lo que debía ser
un día normal en el café. Apenas cabía un alfiler. La barra
estaba repleta, la zona de pedidos igual y en la sala
principal, con mesas y cabinas, había gente de pie
esperando por si alguna se quedaba libre.
Entonces le sentí, como si fuera incapaz de resistirme a
su magnetismo. Vestía el mismo uniforme que el resto del
personal y eso llamó mi atención porque se mezclaba con
los camareros como si fuera uno más. Era ese tipo de
persona; «el jefe enrollado». Su sudadera negra —a juego
con el resto del uniforme— no hacía justicia a su
personalidad. Ni siquiera lo hacía su mandil azabache con el
nombre de su cafetería en un tono naranja tan llamativo
como los sofás acolchados del fondo.
Parecía contento caminando hacia la barra sin apartar su
mirada de una de las camareras, una chica rubia que estaba
entretenida hablando con el cliente al que atendía, y al
llegar a su lado comenzó a bromear también. No había duda
de que se le daba bien tratar al público, aunque...
¿Quién podría resistirse a esa boca mordaz?
Solo le había visto actuar durante un minuto y ya sabía
que esa era su arma para mantener a la clientela. Un par de
chistes, una sonrisa pícara y voilà; gente en su bolsillo.
Cuando comprobó que todo iba bien, dejó a esa camarera
al mando de nuevo para salir de la barra y dirigirse hacia las
cabinas y mis ojos se pusieron como platos al ver lo que
había escrito en el dorso de su suéter: «Estás deseando
repetir». Esa fue la última prueba que necesitaba para saber
que no me estaba equivocando con mi teoría.
—Bienvenido a Bite Me —dijo con una sonrisa que
amenazaba con dar la vuelta a su cabeza—. ¿Qué desea
tomar?
«Mi turno, por fin».
—Un café negro, cargado y sin...
—Ya le atiendo yo, Oli.
No supe muy bien cómo lo hizo, pero flash habría tardado
más en regresar a la barra. Su tono gélido congeló a la
pobre camarera que le miraba muy confusa sin atreverse a
abrir la boca. Como si se leyeran la mente, la chica se hizo a
un lado y llamó al siguiente, dejando a un Colin muy
enfadado frente a mí, con su ceño muy fruncido y evitando
mi mirada a toda costa —cosa que agradecí en silencio—
mientras agachaba su cabeza mirando a la barra.
—Buen día —dijo deprisa y después suspiró—. ¿Qué
desea tomar?
—Un café negro, bien cargado por favor. —Cuando asintió
sin mirarme decidí añadir—: Sin azúcar.
—Enseguida.
El rubio dio media vuelta envuelto en esa bruma de
molestia que le hacía ser un gran cabrón antipático que
estaba empezando a cabrearme. No tardó ni un minuto en
poner delante de mí —sobre la barra— un vaso de cartón
humeante y enseguida dijo:
—Son dos dólares.
¿Dos dólares? Si cobraba eso y obtenía beneficios debía
vender muchos cafés...
—Disculpa, no he terminado.
Siendo sinceros, si pedí el café fue por quedar bien
porque a estas horas no solía tomar nada. Era muy estricto
con mis horarios, pero solo por molestarle me entretuve
mirando el panel que había tras él en el que estaban todas
las especialidades de la carta y sus precios. Disfruté viendo
cómo perdía cada gramo de paciencia ante mi calma
leyendo la carta entrecerrando los ojos.
—Hum... —Fruncí los labios durante unos segundos y
cuando los relajé le pregunté—: ¿Qué me recomiendas?
—Créame. No quiere que responda a eso. Podría no
gustarle mi respuesta.
—Bueno, puedes probar.
—Mire, señor... —Su tono frío me descolocó—. Hay mucha
gente esperando y no puedo perder el tiempo. Si no quiere
nada más...
—¿Siempre eres tan maleducado con los clientes?
Ni quise que sonara como sonó, ni tampoco llamar la
atención del resto de personas que estaban siendo
atendidas a mi lado, pero en cuanto esa pregunta salió de
mi boca varias miradas curiosas se centraron en nosotros
provocando que la vena de su cuello se hinchara casi a
punto de reventar y no lo hizo por la buena de la camarera
rubia que se acercó y tomó el control de la situación.
—Col, ve dentro y te calmas —dijo susurrando aunque
pude escucharla—. Ya me encargo yo.
—Estoy bien, Oli —respondió entre dientes.
—No, no lo estás —dijo susurrando de nuevo.
Ella apretó su hombro en un intento de sosegar a la
bestia, pero no funcionó.
—Ve. —Insistió y después le dijo algo al oído que no pude
oír antes de darse la vuelta y decirme con una gran sonrisa
—: Nuestra especialidad es la tarta de zanahoria.
Asentí viendo cómo el rubio se dirigía hacia el otro
extremo de la barra por el rabillo de mi ojo.
—¿La tenéis sin azúcar?
Todavía colándose en mi campo de visión, Col detuvo sus
pasos y, pensando que no podía escucharle, murmuró: «Sí.
No vayas a endulzar tu carácter».
Eso me molestó, de hecho su actitud me encabronó
desde que decidió volcar su mierda sobre mí. Podía
entender que no quisiera mantener ningún tipo de relación
conmigo, de verdad que sí, y yo tampoco estaba interesado
en ir más allá de los negocios. Pero que perdiera los papeles
solo por verme allí no podía tolerarlo, más que nada porque
me estaba perdiendo lo básico; el motivo que tenía para
tratarme de ese modo.
—Soy diabético.
Sí, quise hacerle sentir mal. Pensé que sería un buen
dardo para atacar a su boca floja y no me equivoqué. Colin
miró sobre su hombro buscando mis ojos y pude ver una
pizca de arrepentimiento que duró un segundo, porque
enseguida negó con la cabeza y continuó caminando hacia
el extremo de la barra. Después se agachó, salió de allí y se
perdió a toda prisa por un pasillo que había a la derecha.
«¡Qué le jodan!».
—¿Disculpe?
No me había dado cuenta de que la camarera me había
respondido porque estaba pendiente de la salida dramática
del rubio, por eso cuando volví a la realidad me encontré
con una mirada confusa en su hermoso y joven rostro.
—¿Sabes? No importa. —Suspiré—. Tomaré solo el café.
—Como quiera. —Su sonrisa no se esfumó de su cara ni
un solo segundo.
Enseguida busqué mi cartera en el bolsillo interior de mi
abrigo para darle esos dos dólares que me había pedido
Colin antes, pero su voz dulce y amable me detuvo.
—Va por cuenta de la casa.
—Oh. No, no. No puedo aceptar eso. —Ella me miró
sorprendida y enseguida le dije—: No quiero que te metas
en líos con tu jefe.
—No lo haré. —Sonrió y se acercó a la barra inclinándose
hacia mí para decirme susurrando—: Y si se enfada solo le
diré que estaba fidelizando al cliente.
—¿Eso haces, eh? —Ella asintió sin perder su sonrisa
mientras volvía a su posición—. ¿Y crees que conmigo
funcionará?
No era la primera vez que una mujer me entraba de esa
manera. De hecho, era un experto en esos jueguecitos,
sobre todo desde que descubrí que siendo un gilipollas
seductor mantenía a la gente lejos de mí por el rechazo que
provocaba.
—Eso espero —respondió—. Nunca hemos tenido un
cliente tan guapo como tú.
—Seguro que eso se lo dices a todos —Mis ojos se fijaron
en su placa identificativa y después la miré—, Olivia.
—¿Por qué no vuelves otro día y lo compruebas por ti
mismo?
—Tal vez lo haga —respondí guiñándole un ojo
provocando que su sonrisa se hiciera más grande.
«Ay pobre, que mal apuntaba».
Quedé con Steven en vernos aquí pero no había rastro de
él y por eso me vi tentado a marcharme. Después de mi
encontronazo con Colin, lo último que me apetecía era
hablar con él y decirle lo maravilloso que me parecía su
negocio y que sí; funcionaría muy bien al lado de la playa.
La única pega era el dichoso local y no, no estaba dispuesto
a ceder en eso.
Y él tampoco.
Ayer descartó de inmediato los nuevos locales que
Steven le enseñó. Ese terco volvió a la idea original
volviendo loco al pobre de mi amigo y desesperándome
porque no me hacía gracia prestarle dinero a fondo perdido
y menos sabiendo que se arruinaría.
Estaba tan seguro de que lo haría que intenté hacerle
entrar en razón, y no solo yo. Junto a Steven, nos cansamos
de advertirle por activa y por pasiva que el trato que el
señor Davidson ofrecía era una estafa, pero ni por esas
conseguimos quitarle la venda de los ojos. Así que, como no
podía marcharme sin hablar con él, miré a Olivia y le
pregunté:
—¿Dónde puedo encontrar a tu jefe?
Dudó, pero debió ver algo en mis ojos que hizo que me
respondiera.
—Ve hacia allí —dijo señalando el salón repleto de mesas
—. Y en el pasillo que hay a la derecha, le encontrarás.
—Gracias.
—De nada.
Agarré mi vaso —agradecido por el calor que desprendía
ya que eso estaba devolviendo la circulación de la sangre a
mis manos— y me perdí entre aquellas mesas en busca del
rubio, colándome por el pasillo que Olivia me había
indicado. De frente estaban los aseos y a mi izquierda una
puerta que tenía un cartel por encima del marco en el que
ponía; «Solo personal autorizado». Estaba entreabierta y no
pude evitar echar un vistazo para ver si el rubio estaba allí.
Como un mirón depravado, me asomé a través de la
pequeña rendija y le vi de espaldas, sentado en una silla y
dejándose caer sobre una mesa en la que estaba su delantal
hecho una bola. Murmuraba algo que no lograba entender
desde mi posición, de forma nerviosa y repitiéndolo una y
otra vez. Y debió ser por eso, porque no podía entenderle,
que decidí entrar en aquella sala, mis pies caminando por
decisión propia, hasta que escuché con claridad lo que decía
—Trescientos gramos de zanahorias —Susurró—.
Doscientos de harina y de azúcar moreno...
«¿Una receta?».
Sin darme cuenta, mi pie derecho chocó contra una caja
que había en el suelo y Colin se calló enseguida mientras su
espalda se tensaba y ese eslogan pegadizo se estirazaba en
su sudadera. Me preparé para una nueva batalla. Pensé que
en cuanto me viera volvería a ser grosero conmigo, sin
embargo no pasó nada de eso. Sin siquiera girarse dejó
escapar un suspiro enorme y se derrumbó.
—Lo siento mucho, Oli. No sé qué demonios me ha
pasado ahí fuera —dijo abatido y después negó con la
cabeza antes de seguir—: Bueno, sí que lo sé. Ha sido ese
hombre. No le soporto. —Suspiró—. No puedo evitarlo —dijo
todavía dándome la espalda.
—Pensé que habíamos quedado en ser amigos.
Fue un estúpido error de principiante. Era tan fácil como
dejar que siguiera hablando mientras me escapaba de
manera sigilosa. Pero no. Tuve que abrir la boca y provocar
que se pusiera en pie de un salto, dándose la vuelta con
brío para encontrarse conmigo mientras me retaba a seguir
hablando con sus ojos.
—¿Sabes leer? —Preguntó al borde de la combustión—.
En esa puerta que te has atrevido a cruzar pone claramente
«solo personal autorizado» y, hasta donde yo sé, tú no
trabajas aquí.
—Necesitaba hablar contigo.
—¡Qué mala suerte! —Se burló con su tono—. Yo no
tengo nada que decirte.
Habían pasado solo un par de días desde nuestra «cita» y
su actitud conmigo dio un giro de ciento ochenta grados.
¿Por qué? No tenía idea.
No me dio tiempo a hacer o decir nada que le molestase,
pero estaba claro que había algo que le tenía rumiando
mientras el color de su cara se volvía de un rojo intenso.
—Mira, si es porque sigo negándome a ayudarte en aquel
local, yo solo...
—No quiero tu ayuda —dijo con decisión—. No quiero
nada que venga de un hombre como tú.
—Vale, veo que hemos vuelto al principio —respondí un
poco confundido—. Entiendo que he hecho algo horrible que
te ha molestado. Si pudieras decirme, por favor, qué es,
quizás podría defenderme.
—Eres el abogado de Simmons.
«Acabáramos...».
Debía ser el único en el planeta que no se había enterado
hasta ahora. El caso del señor Simmons fue muy
controvertido en Los Ángeles y me constaba que sus
palabras desafortunadas habían dado la vuelta al país. Así
que el rubio debió estar muy ocupado cuando ese hombre
horrible y yo aparecíamos en todas las noticias nacionales,
en cualquier canal de televisión sin excepción.
Y es que Simmons era un señor antiguo que odiaba a
todo aquel que se saliera de la norma. O lo que era lo
mismo; madres solteras, inmigrantes, colectivo LGBTQ+...
—Lo era. —Le corregí de inmediato—. En pasado. —Insistí
—. Eso terminó.
—No me importa —Sentenció—. Da igual que ya no lo
seas. Lo fuiste. No sé cómo pudiste prestarte a defender a
alguien así —dijo alzando la voz—. Ese hombre es un
gilipollas homófobo que solo quiere aferrarse a ese
despacho unos cuantos años más. No todo vale por dinero,
abogado.
—Por supuesto que pensarías algo así —dije con rabia—.
Para tu información, me pagan por hacer un trabajo como a
todo el mundo. Y por si no lo sabías, cualquier persona en el
planeta tiene derecho a defenderse, incluso la más infame y
detestable. Deberías tenerlo en cuenta.
El rubio estaba fuera de sí, mirándome con fuego como si
quisiera echarme a arder. Mis palabras hicieron que
rompiera la distancia entre nosotros y que ahora estuviera a
milímetros, su nariz rozando la mía y yo a un parpadeo de
hacer una locura.
—Eres un imbécil —dijo, sus ojos ardiendo a punto de
carbonizarnos.
—Y tú un idiota prejuicioso —respondí mirando su boca.
—Gilipollas —Escupió pegándose un poco más.
Sus labios casi rozaban los míos y yo me moría por
besarle y hacerle callar.
—¿Qué narices pasa aquí?
Steven.
No le escuchamos entrar en aquella sala solo para el
personal de la cafetería, hasta que estuvo casi encima de
nosotros. Supuse que el calor del ambiente hizo que nos
olvidásemos de dónde estábamos.
—Se escuchan los gritos desde la barra —dijo, su ceño
frunciéndose más y más mientras alternaba su mirada entre
los dos.
—Nada —respondí sereno dando dos pasos hacia atrás.
—¿Nada? No parecía nada ahí fuera.
Steven miró a Col en busca de más información pero él
solo me miraba a mí intentando aniquilarme.
—¿Y bien? —Insistió de nuevo sin apartar la vista del
rubio.
—Solo estaba pidiéndole a tu amigo que se fuera de mi
cafetería.
—¿Disculpa?
—Disculpado —respondió a Steven cargado de veneno—.
No es nada personal, abogado, pero aquí tenemos
reservado el derecho de admisión —dijo, su nariz
dilatándose de la rabia.
—¿Qué? ¿Pero qué te pasa, Col?
—Está bien, Steven. Ya me voy.
—No, no te vas hasta que alguien me explique qué coño
pasa. Pensé que os ibais a comportar como adultos para
poder hacer negocios.
—No me interesa —contestó veloz—. No quiero tener
nada que ver con alguien que defiende a un ser repugnante
que representa todo lo que odio.
—¿De qué narices estás...? —Steven no salía de su
asombro.
—Simmons. —Aclaré sin más.
«Los maricas necesitan terapia y acabarán por curarse».
«Los inmigrantes no tienen cabida en nuestro país». «Las
mujeres han nacido para cuidar de sus familias. Pertenecen
a su hogar. Es algo innato y admirable». «El aborto debe ser
castigado con cadena perpetua y limpiar la ciudad de esas
mujeres modernas que odian la vida».
Fueron titulares coparon la prensa durante meses y
algunas asociaciones le habían demandado por ello. Así fue
como terminó buscando asesoramiento legal al bufete y yo
me aproveché de la situación porque me interesaba
defenderle.
Y aunque yo también le odiaba desde lo más profundo de
mis entrañas, había una razón poderosa detrás de mi
decisión de ser su abogado. Y Steven la conocía.
—Mira Colin...
—No —dijo antes de que él pudiera iniciar su defensa
hacia mí—. No quiero escucharlo. Alguien que protege a un
tipo que piensa que somos enfermos, no es bienvenido aquí.
No entiendo por qué intentas defender lo indefendible.
—Te estás equivocando con Lev, rubio.
—No lo creo —respondió sin entrar en razón.
—Steven, de verdad. Será mejor que me vaya.
—Pero es que él no sabe por qué...
—No importa —dije interrumpiéndole—. Nos vemos.
No tardé en dirigirme hacia la puerta mientras el deseo
por tomar una copa se instaló dentro de mí. No lo haría por
mucho que mi piel se erizara al pensar en el sabor del
whisky bajando por mi garganta. No, no podía regresar a
aquel infierno.
—No vuelvas.
¡Qué ridículo era todo esto! Pero la culpa era mía. Debí
seguir mis instintos y mantenerme firme en mi decisión de
no dejar entrar a nadie. Nunca funcionaba y estaba claro
que con el rubio no sería diferente. Pequé de ingenuo
pensando que por una vez podía salir bien, cuando muy
dentro de mí tenía grabado a fuego que estaba lleno de
taras y defectos que harían correr a cualquiera. Nadie se
fijaba en personas rotas y él no sería la excepción.
Esta vez el round fue del rubio que se alejó hirviendo,
pasando por mi lado mientras chocaba su hombro con el
mío con desprecio y demasiada fuerza, volviendo mi cerebro
disfuncional, tanto que no me ayudó a recuperarme del
tambaleo que provocó con su embestida. No me sentí
agredido, no al menos de la forma en la que debí hacerlo.
Todo lo que me recorría era una necesidad insana de
besarle después de esa colisión y no lo hice por prudente,
porque ese tipo enfadado que salió dando un portazo era
como Mr. Hyde. Por eso no tuve más remedio que dejarle
marchar mientras pensaba en cómo sería nuestro siguiente
asalto.
Y aunque me tachéis de loco, tenía unas ganas enormes
de que sucediera.
—11—
«DESEO CONCEDIDO»

—¿Y estás seguro de que no toca hoy?


Estaba ansioso.
Bueno, no solo ansioso. Cabreado, molesto, rabioso e
hirviendo desde que el idiota de Levi me visitó en mi
cafetería esta mañana. Igual mi reacción fue excesiva, pero
no pude evitarlo porque me levanté con el pie izquierdo.
Hoy, cuando sonó mi alarma, cambie mi rutina. Todos los
días hacía lo mismo: me daba una ducha nada más salir de
la cama, antes de mi desayuno, envuelto en ese albornoz
mullido y aterciopelado de color lavanda —regalo de mi
cuñada—, y después me ponía el uniforme del Bite Me antes
de marcharme al trabajo en el obrador. Debí haber hecho lo
mismo y no introducir ese cambio que agrió mi carácter
desde muy temprano. Y es que, justo cuando salí de la
ducha y mientras desayunaba, decidí buscar al abogado en
línea. Fue por culpa de Steve y de su discurso pro-Levi en el
que pretendía venderme a ese tipo como la mejor opción
para ayudarme. Me dijo que era muy bueno reflotando
negocios a punto de hundirse, y que si me dejaba guiar por
sus olfato no solo conseguiría una buena ubicación en
Loyola, sino que acabaría por ingresar mucho más de lo que
imaginaba.
Seamos francos; el alegato en favor de ese hombre casi
logró convencerme.
Casi. Pero le encontré junto a Simmons en los medios y
todo se fue a la mierda.
—¿Qué? —pregunté algo despistado.
—Tu hombre misterioso. —Suspiró Olivia—. ¿No toca hoy?
—Me parece que no —contesté y resoplé disgustado—.
Ha habido un cambio a última hora y será noche de micro
abierto.
Mi día no hizo más que empeorar desde que eché a Levi
de la cafetería.
Steve se fue muy molesto. Incluso pensé que me
acabaría golpeando por despreciar a su amigo, pero se
limitó a repetirme que estaba muy equivocado con mi juicio
al picapleitos del demonio. Y, ¿sabéis qué? ¡Podían joderle
muchísimo!
Después de descubrir que había sido el abogado del
banquero más poderoso de los Estados Unidos, nada podría
cambiar mi percepción sobre él. No. Nadie capaz de
defender a un ser humano tan asqueroso era digno de mi
amistad.
—Pues es una pena. —Oli frunció sus labios de color
cereza—. Me hubiera gustado escucharle.
—A mí también.
Sobre todo porque últimamente al único que escuchaba
tocar el piano era a mi vecino y, lejos de calmarme como
hizo el primer día cuando no sabía su identidad, ahora me
crispaba hasta el cansancio. Por el contrario, las piezas de
mi señor G. me amansaban cual fiera. Por eso me sentía tan
agitado últimamente, porque hacía semanas que no me
calmaba con su música. Si no recordaba mal, fue mucho
antes de la boda de mi hermano; ya que, la última vez que
estuve aquí me relajé de una forma diferente. ¡Uf! No me
estaba quejando ni nada de eso, pero echaba de menos la
facilidad con la que su música conseguía hacer que me
olvidara del mundo, creando una especie de burbuja en la
que solo había sitio para él, para su piano y para mí.
—Tienes que tranquilizarte, rubio.
Los ojos de Olivia me clavaron en la silla en la que
instantes antes hacía rebotar mis piernas con nerviosismo.
No quise contarle nada, pero cuando Steve se fue del Bite
Me, furioso, no me quedó más remedio que darle una
explicación a mi amiga.
—Dime cómo.
—¿Ahora mismo? Disfrutando de una cena con una de tus
mejores amigas. Por cierto, ¿qué me recomiendas?
—¡Dios, Oli! Tú también no.
—Solo intento distraerte. No es bueno que le des vueltas
a lo mismo una y otra vez —dijo agarrando el menú sobre
su plato vacío.
—No lo entiendes.
—Lo hago. —Su ceño comenzó a fruncirse—. Conozco tu
historia, Colin. Sé los motivos por los que odias a ese
hombre con toda tu alma. Pero, ¿sabes una cosa?
—Ilumíname.
—Mira, cielo, el tal Levi no los conoce. Él no sabe por qué
ese hombre te remueve y, tal vez, deberías haberle
explicado las razones por las que no te interesa tener una
amistad con él, en lugar de jugar a ser un mal anfitrión en
tu negocio y quedar mal con Steve, que es un buen amigo.
—La caprese.
—¿Qué?
—Te recomiendo la ensalada caprese. Está deliciosa.
—Eres un niño en el cuerpo de un tío bueno, ¿lo sabías?
—dijo sacándome la lengua a continuación.
Pensé que no podría deshacerme de mi humor de perros,
pero su comentario me hizo sonreír por primera vez en todo
el día y no imaginé hasta ese momento cuánto lo
necesitaba para deshacerme de mi malestar.
Media hora más tarde disfrutábamos de la cena.
Olivia eligió la caprese y yo opté por la ensalada de pollo
y mostaza en pan de pita, cuando mi pierna se sacudió por
culpa de la vibración de mi teléfono, haciendo que parte de
mi comida cayera a mi plato.
—¿Voy a tener que darte de comer?
—Muy graciosa —dije, mis ojos fijos en ella—. Acaba de
vibrar mi teléfono. ¿Te importa si miro quién es? Puede que
mi hermano haya salido antes del trabajo y quiera que
salude a las niñas.
—Oh, no seas bobo, Col.
No me gustaba mirar el móvil cuando estaba en mitad de
algo con mis amigos. Me parecía una falta de respeto
enorme hacia la persona que había decidido compartir su
tiempo conmigo, por no mencionar que te perdías un
montón de cosas. Yo amaba las charlas, el contacto, las
risas, los bailes, el tú a tú, el mirarse a los ojos, el leer a las
personas por sus gestos y no por un mensaje frío del que
tenías que interpretar el tono. Por eso me resultó extraño
sentirme tan atraído aquella noche por la nota del
posavasos.
—Será solo un minuto. —Sonreí.
Cuando saqué del bolsillo derecho de mis vaqueros mi
teléfono y deslicé mi dedo sobre la pantalla dibujando el
patrón que lo desbloqueaba, esperé encontrar ese mensaje
incendiario de mi gemelo.
Pero me equivoqué.
Mucho.
Tanto que mi corazón se aceleró como el de un
adolescente al comprobar quién estaba detrás.
Hoy

Desconocido_19:33: Dime que eres real y que


no imaginé nuestra sexi, tórrida y espectacular
noche.

«No, no. Esto no está pasando ahora».


—¿Todo bien, cielo? Estás pálido.
—Sí. Sí, sí, sí —Repetí afirmando enérgicamente con la
cabeza—. Es solo Steve. Quiere saber si estoy mejor —
Mentí.
—Quizás deberías arreglar las cosas.
—Sí. —Suspiré—. Puede que tengas razón.
Y las arreglaría, pero en otro momento. Ahora, aunque
me sintiera fatal por mentirle a mi amiga, tenía otros
planes. Sin perder el tiempo, tecleé:

Yo_19:34: Disculpa, ¿quién eres?


Y no esperé demasiado para tener una respuesta.
Desconocido_19:35: Es una pena que
no lo recuerdes.
Yo_19:35: Tal vez deberías
refrescar mi memoria.
Desconocido_19:36: Tal vez
deberías reunirte conmigo más tarde.
Si quieres, puedo refrescar tu
memoria en la 113.

No lo pude evitar; mi espalda se tensó contra el respaldo


de mi silla y sin querer volteé mi cabeza ilusionado con la
idea de pillar a algún tipo mirando directamente hacia mi
mesa, pero no vi nada. El piano bar estaba lleno como solía
pasar las noches de micro abierto y en este preciso instante
había una chica en el escenario cantando la canción
«Promises» de «The Cranberries», mientras todo el mundo
la miraba a ella. Eso me hizo respirar tranquilo. El señor G.
no parecía estar observándome desde ningún lugar
estratégico de aquel bar.
—¿Col?
—¿S-Sí?
—¿De verdad te encuentras bien? —dijo, sus ojos fijos en
mí para no perderse mi reacción—. Has pasado de estar
transparente a un rojo intenso y brillante que podía iluminar
el bar si hubiera un corte de luz.
—Solo tengo algo de calor.
¿Calor? Hoy hacía un tiempo horrible. El día fue
demasiado frío pese a lo cerca que estábamos de entrar en
una nueva estación. Y cuando se puso el sol y la noche hizo
acto de presencia, las temperaturas cayeron en picado y
casi nos congelamos.
—La verdad es que la calefacción está un poco alta. —
Respiré cuando respondió ajena a lo que me estaba
pasando—. Pero yo lo agradezco porque fuera hace un frío
terrible.
—Sí, es cierto —contesté mientras observaba de soslayo
el bar a mi alrededor.
—Menos mal que traje mi coche y puedo llevarte a casa.
Sí, menos mal.
A ver, que estaba más que agradecido de no tener que
comerme una helada horrible esperando un taxi, pero es
que la idea de regresar a casa con una invitación tan
tentadora como la que había en mí teléfono pasó a no
apetecerme demasiado. Sin embargo, y aunque me
arrepintiera el resto de mis días, debía comportarme
correctamente; terminar la cena y dejar que Olivia me
llevase a casa rechazando la propuesta de mi señor G.
Yo_19:37: Lo siento, creo que te
confundes de persona.

Desconocido_19:38: ¿De verdad?


¿O es que te estás haciendo el loco
porque hoy no estás solo? Por cierto,
te sienta muy bien el verde.

«¿Dónde diablos...?».
Yo_19:39: Es de mala educación
espiar a la gente, ¿lo sabías?
Desconocido_19:39: ¿Por eso has
venido con escolta? ¿Te doy miedo?

Yo_19:39: No me asustas.
Desconocido_19:40: ¿No? Entonces
no tendrás problema en reunirte
conmigo más tarde, ¿verdad? Esperaré
a que cenes con tu amiga.
Yo_19:40: No creo que sea buena
idea.
Desconocido_19:40: ¿Por qué
no? Has venido esta noche a
verme, confiésalo.
Yo_19:40: Más que a verte, a
escucharte. Tenía la esperanza de
hacerlo, lo admito, pero no te han
anunciado.
Desconocido_19:41: Surgió algo a
última hora y no sabía si iba a
poder llegar a tiempo. El bar ha
tenido que cubrir mi hueco.

Hubiera cambiado todo el dinero que llevaba en mi


cartera por un espejo en este preciso momento. Quería
comprobar si mi pelo seguía estando como lo peiné hacía ya
más de una hora, en casa, después de la ducha, dejándolo
todo atado en un moño enmarañado en lo alto de mi
cabeza. Se me fue al menos media hora para que terminase
viéndose así. ¿Y la elección de la ropa? Uf, eso me llevó
mucho más tiempo porque, como ya le dije a él, estaba
esperanzado en escucharle esta noche. Y como eso no iba a
ocurrir...

Yo_19:41: Pero estás aquí...


Yo_19:42: Vigilándome desde algún
lugar escondido, cual villano de película.
¿Es ese tu objetivo? ¿Hacerme caer de
nuevo para deshacerte de mí después?
Desconocido_19:42: No fui yo el
que huyó.
Yo_19:43: No hui. Di por
terminada la experiencia. No sabía
que tenías en mente una
repetición.
Desconocido_19:43: La tenía.

No me dio tiempo a contestar cuando otro mensaje


apareció justo al segundo.
Desconocido_19:43: La tengo. Reúnete
conmigo, rubio. No me hagas
suplicártelo.
Todo el mundo acababa llamándome así en algún
momento, pero ese «rubio» viniendo de él se sentía
diferente. Y si Oli no hubiera estado delante, me hubiera
derretido.

Yo_19:44: Si aceptase...
Desconocido_19:44: ¿Sí?
Yo_19:45: ¿Podré verte o escuchar
tu voz? Vamos Tú juegas con ventaja,
sabes cómo soy.

Mientras Oli terminaba su caprese, yo me dediqué a


juguetear con lo que quedaba de comida en mi plato
mientras esperaba una respuesta que nunca llegaba. Sin
querer me convertí en una de esas personas a las que
odiaba, pendiente del teléfono, ansioso porque vibrara. Lo
había dejado sobre la mesa, junto a mi servilleta y lo miraba
de vez en cuando deseando sentir su temblor y me olvidé
de atender a mi acompañante que empezó a hablarme de
un chico al que había conocido hacía poco. Creo que me
había dicho que era policía o detective, o algo relacionado
con ese sector. Lo cierto era que no le estaba prestando
atención y me odiaba mucho por ello. La ansiedad que
provocó en mí el señor G. con esos mensajes, la estaba
pagando Olivia y mi falta de interés hacia su incipiente
historia de amor.
Estuve a punto de disculparme y pedirle que volviera a
hablarme de ese chico, cuando las luces del piano bar se
atenuaron creando un ambiente íntimo que disparó los
latidos de mi corazón. Los tonos naranjas bañaban a cada
una de las personas que estábamos pasando la noche
disfrutando de la buena música y una mejor cena, y lo único
que quedó completamente a oscuras fue el escenario, hasta
que la tela blanca nos sedujo proyectando la sombra de ese
maravilloso piano.
Gracias al cielo que estaba sentado porque de no ser así
habría terminado en el suelo, mis rodillas cediendo ante la
emoción que estaba sintiendo por lo que se avecinaba. Y
para que no tuviera ninguna duda respondió a mi último
mensaje.
Desconocido_20:13: Deseo
concedido.
—¿Qué está pasando?
Si no estuviera atacado me habría echado a reír cuando
Oli hizo aquella pregunta al borde del mutismo
No quise romper el ambiente que se había creado en la
sala, todos los comensales de las mesas en silencio y
expectantes, sabiendo lo que iba a suceder a continuación.
Preferí que lo descubriera ella sola aunque eso la llevara a
volverse una incondicional más del pianista misterioso.
En mitad del silencio escuchamos sus pasos hasta que se
sentó y a través de su sombra le vimos acercarse al
micrófono, cuando susurró: «A esas personas que se sienten
atadas a una historia de falso amor. Atreveos. Huid. No
estáis solas».
Tras esa dedicatoria, justo a las 20:15, las primeras notas
de «Every breath you take» de «The Police» a piano nos
hipnotizaron abriendo nuestras bocas, secando nuestras
gargantas y encerrándonos con él en esa burbuja mágica en
la que nada malo podía pasarte. Fue la dedicatoria previa a
la canción que eligió, esa que hablaba de un tema que
conocía bastante bien, la que comenzó a cicatrizar una de
mis heridas, esa que llevaba abierta demasiados años. Se lo
diría si nuestros mensajes continuaban. Sí, no dudaría en
decirle cuánto bien me había hecho tan solo acariciando las
teclas de su piano. La primera vez que vine me sorprendió
el poder que ejerció en mí solo con ver su sombra. Me sentí
como un trozo de plastilina en sus manos, haciendo lo que
quería conmigo y la sensación continuó en cada visita. Me
sentía como un adicto al tabaco que se negaba a dejar de
fumar porque el cigarro le relajaba. Se acabó convirtiendo
en rutina, así que imaginaos mi sorpresa cuando en la
actuación de esta noche decidió añadir algo nuevo.
Cuando el primer solo a piano de la canción terminó y
comenzó a cantar, me impactó tanto que podía jurar que
me quedé sin respirar al menos durante algunos segundos.
Su voz quebrada se fue metiendo por cada uno de los poros
de mi piel sin ningún tipo de miramiento, al mismo tiempo
que mi boca se abría incrédula ante lo que estaba
escuchando. Y no era el único. Oli también parecía
estupefacta. Estábamos tan absortos disfrutando el
momento, que no nos dimos cuenta de que llegó al último
estribillo y me sentí triste al instante. Y es que, sin darme
cuenta, él acrecentó esa necesidad de seguir escuchando
hasta quedarme sordo, volviéndome aún más adicto si
cabía.
Los aplausos no tardaron en aparecer una vez terminada
su actuación y, como de costumbre, hasta que su sombra
no desapareció del escenario las luces no volvieron a su
tono normal, estallando la burbuja en la que habíamos
estado tan a gusto durante esos más de tres minutos que
duró su canción.
—Guau. —Oli seguía atolondrada—. No me dijiste que
cantaba.
—Eso es porque no tenía idea.
El mundo había permanecido en pausa hasta que el
tiempo volvió a correr y me devolvió a la realidad. Me habría
gustado un bis para poder seguir escuchando esa voz
porque su actuación solo había conseguido dejarme con
ganas de más. Entonces, cuando había perdido toda la fe en
que eso ocurriera, mi móvil —que seguía sobre la mesa y
junto a la servilleta— vibró, provocando que un calambrazo
enorme recorriera mi cuerpo. Lo atrapé a pesar del temblor
de mis manos y no tardé en desbloquearlo, anhelando que
fuera él.
Desconocido_20:25: Ahora ya has escuchado mi
voz y es tu turno de dar algo a cambio. Estaré en
la 113 toda la noche. Te voy a esperar.
Nada me apetecía más que caer en esa tentación. Sin
embargo, había algo que me frenaba y no era la rubia que
me miraba entrecerrando sus ojos, sospechando que algo
estaba pasando. No. Se trataba de una voz poderosa que
me estaba invitando a retirarme y mantener el misterio. Esa
voz me decía que si repetía, no saldría bien. Segundas
partes nunca fueron buenas y yo no iba a ser la excepción,
¿verdad? O tal vez sí.
Solo había una manera de averiguarlo.
—12—
«TENTACIONES»

Planeé una tarde tranquila para hoy.


Un poco de piano, tal vez salir a caminar solo con mis
pensamientos y después una cena poco saludable: el plan
perfecto tras la mañana tan espantosa que tuve.
Justo cuando salí del «Bite Me» —Bueno salir... Él me
echó—, decidí ir a hacer la compra antes de ir a casa. En el
camino anulé mi actuación de esta noche en el piano-bar.
No tenía el humor adecuado para tocar, aunque fuera tras
esa tela y sabiendo que nadie me vería. Pensé que ir al
súper calmaría mi deseo de tomarme una copa, pero no
sucedió. De hecho, después de colocar toda la compra sentí
esa necesidad recorriéndome de arriba a abajo. Necesitaba
un whisky, un tequila o un gyn tonic, lo que fuera que
templara mis nervios y como eso no iba a suceder, terminé
preparándome una hamburguesa.
Quería averiguar si pecando un día podía saciar mis
ganas de beber pero no era fácil por mi enfermedad. Mi
diabetes me obligaba a mantener una dieta bastante
equilibrada, por no mencionar los horarios rigurosos que
seguía. Por eso esta cena era mi placer culpable. No tardé
en abrir el frigorífico y saqué todo lo necesario para
prepararme una de esas hamburguesas que me
encantaban. Si cuidaba las proporciones y la guarnición, no
había peligro. Haría una mahonesa casera y como
acompañamiento una ensalada mixta de brotes verdes a la
que pondría un poco de tomate, cebolla, albahaca y queso
feta. Sí, sonaba maravilloso, hasta que empecé a morder mi
labio inferior con fuerza y noté un pellizco en el estómago
que hizo saltar todas mis alarmas.
Intenté respirar hondo, sin servir de nada, así que corté
por lo sano e hice la llamada que debí haber hecho nada
más salir de la cafetería del diablo rubio.
—¿Sí?
—Necesito una copa, Bennet —dije sujetando el teléfono
con mi hombro.
—Debe ser grave si no has esperado al viernes para
llamarme.
Todos los terceros viernes de cada mes, desde hacía tres
años, tenía sesión con Summer. Nuestra rutina, dada la
distancia que nos separaba por vivir ella en Chicago y yo no,
consistía en conectarnos por zoom y que ella me escuchara
hablar sin más hasta que me vaciase del todo. Después me
daba todos los consejos que creía que me servirían de
ayuda y, una vez terminada nuestra terapia dejaba de ser
Bennet para pasar a ser Summer y me regañaba como una
buena amiga que se preocupaba. Así cargaba mis pilas
hasta el próximo tercer viernes del mes siguiente.
Mi fobia social fue cambiando a lo largo de los años.
Desde que mamá se dio cuenta de lo que sucedía conmigo
y hasta el día de hoy pasé por varias etapas. Hubo
momentos en los que no soportaba compartir el mismo
espacio que otras personas a las que apenas conocía. No
toleraba que me tocasen. No aguantaba que alguien
quisiera mirarme fijamente a los ojos y mucho menos que
invadieran mi espacio personal. Todo apuntaba a un caso
leve de TEA, pero mamá y algunos de sus colegas del
gabinete lo descartaron al comprobar que podía
desenvolverme con normalidad con aquellos que
consideraba amigos, llegando a la conclusión de que todo
tenía que ver con un sentimiento de abandono y rechazo
que venía de mucho tiempo atrás. Cuando cumplí dieciocho
y perdí a Kyle, no lo pude soportar. No dejé que nadie se me
acercara y por eso hui buscando una nueva vida. Y cuando
mamá enfermó mi huida fue el alcohol.
Volver al camino correcto no estaba siendo fácil, pero
gracias al empeño de Bennet, que era un ángel con un
corazón enorme, parecía más ligero.
—¿Lev?
—La necesito. Mucho —dije, sin perder tiempo mientras
abría el cajón de los cubiertos para buscar un cuchillo y
entretenerme con la cena—. Y te juro que estoy haciendo un
esfuerzo enorme para no ir en busca de ella.
—¿Y cómo vas hasta ahora?
—Jodido.
Sí, no había otra palabra que definiera mi estado de hoy.
—Interesante... ¿Deberíamos dejarlo entonces?
Su tono indicaba que mi amiga había desaparecido y que
mi terapeuta estaba on fire.
—Nunca, Bennet. —Enseguida agarré mi teléfono, pulsé
el altavoz y lo dejé sobre la encimera para tener mis manos
libres—. Aunque no sea viernes, me gustaría hablar contigo.
Y, si no te importa que sea por teléfono y mientras cocino,
estaré encantado de que me sermonees.
La estaba picando para disolver un poco ese malestar
que me tenía contra las cuerdas. Chinchar a Bennet era
divertido porque era de mecha corta.
—Yo no te sermoneo nunca, pedazo de imbécil. —Su tono
de enfado me hizo sonreír—. Pero suena bien para mí. Así
que...
El silencio al otro lado de la línea detuvo la sonrisa en mi
cara mientras me sentaba sobre mis talones para buscar en
uno de los armarios mi tabla para picar la cebolla, hasta que
soltó:
—¿Es un hombre?
—¿Q-Qué?
—El que te tiene jodido. El... —Casi pude oír cómo
pensaba en la frase adecuada y enseguida dijo—:
Detonante de tu recaída.
Pero, ¿cómo coño lo hacía? No me estaba viendo. No
podía leerme solo por el tono de mi voz y de ninguna de las
maneras pudo deducirlo de nuestra breve conversación en
casa de mis padres.
—¿Lev? ¿Estás ahí?
—Sí —dije como respuesta para todo.
—Te he preguntado si el culpable de tu retroceso es un
hombre.
—Y yo te he respondido.
—Oh...
Sí, esa era una buena forma de reaccionar, pero por
supuesto que no iría más allá. No podía. No cuando no tenía
ni idea de qué iba a hacer a partir de aquí si es que decidía
hacer algo. De momento me sentía bloqueado por el shock
de tener que ver a Colin todos los días y fingir que no
pasaba nada. Mentir sin ser bueno en ello no era el mejor de
los planes. Por eso no podía ahondar en el tema sin que ella
acabase descubriendo todo por culpa de mi honestidad
aplastante, aunque quizás mi terapeuta podía ayudarme si
le contaba de manera muy, pero que muy superficial lo que
había sucedido, ¿no?
—Dime que no es Gary.
—No —respondí tajante—. Puede que haya caído muchas
veces, pero no soy tan estúpido como para que me enrede
una más. Eso terminó.
—Entonces ese hombre nuevo, ¿fue tu cita del otro día?
¿Cómo responder sin mentir ni dar más explicaciones de
las necesarias?
—Sí.
—Deduzco entonces que no fue la primera vez.
—No, no lo fue.
Al menos no por mi parte.
—Quedamos antes aunque... —Me detuve en cuanto
pensé en el dónde, el cómo y en lo que sucedió—. No
importa. Digamos que no fue una forma usual de quedar
con alguien.
—Define usual.
—Normal, Bennet. —Suspiré mientras colocaba la
lechuga en la tabla y comenzaba a trocearla—. No fue una
cita real, ¿vale? No fue algo corriente y no estoy orgulloso
de cómo me comporté al respecto.
—¿Te pusiste tu disfraz de pitufo gruñón?
—¿Pitufo gruñón? —pregunté sorprendido.
—Sabes a lo que me refiero, señor de metro ochenta y
nueve. Puedes ser intimidante cuando te lo propones para
alejar a la humanidad de tu espacio, Lev. Así que responde,
¿te comportaste como un idiota con ese hombre?
—Sí y no —Negué a la vez que me ponía con los tomates
—. Más bien un gallina.
Mientras terminaba con la ensalada, busqué la mejor
forma de explicarme sin contar más de lo que podía y le dije
que todo sucedió en ese bar al que fui porque quería
fustigarme un poco observando el veneno que me moría por
probar, pero que desistí en cuanto le vi al otro lado de la
barra sintiéndome atraído al instante. También le dije que le
envié una nota y que, sin saber muy bien cómo, acabé con
su número de teléfono.
Desde luego que no iba a decirle la manera en la que lo
obtuve. Obvié que le seduje. Omití que le hice gemir en
mitad de la oscuridad de la habitación de un hotel y dejé
para mí el hecho de que me moría por repetirlo cada vez
que ese rubio abría su boca y disparaba en mi contra.
Con la versión light era suficiente.
—¿Crees que buscabas una tirita para tu herida por la
ruptura?
—No lo sé. Tal vez, pero no lo sentí así.
—¿Echabas de menos a ese imbécil?
«¿Echar de menos a Gary?
»Ni de puta coña.
—No —dije con convicción—. Con respecto a lo primero...
A ver, la ruptura no fue fácil, no voy a engañarte. Pero
estaba mucho más enfadado por lo que me hizo sentir que
por no volver a verle, ¿sabes? Así que supongo que no, no
salí a buscar un puto parche con el que tapar mi cicatriz.
Solo quería divertirme un rato y ese hombre apareció.
—¿Le has escrito, Lev?
—Sí.
—¿Y?
—Nada. No respondió.
—Bueno, déjame decirte dos cosas. La primera es que
estoy orgullosa de ti.
«Que ella estaba, ¿qué?»
—Fuiste a un bar, sin un escudo con el que protegerte y
no bebiste ni una gota de alcohol. Que acabaras allí
sabiendo lo que te cuesta dar el primer paso, me hace estar
más orgullosa todavía, dado tu historial de citas. Querer
conocer a alguien que te gusta es algo muy bueno, Lev.
Aunque decidieras esconderte tras un papel, todavía es algo
bueno.
¿Conocer? No. Lo que quise esa noche fue exactamente
lo que obtuve; al rubio en la cama y con su boca cerrada
mientras la mía exploraba su cuerpo con avidez.
—¿Y la segunda?
Tan pronto como pregunté, ella estalló en carcajadas
sabiendo lo poco habituado que estaba a los cumplidos.
—Nunca cambiarás —dijo, su tono a modo de represalia
—. La segunda es que si te gustó ese tipo, insiste una vez
más. Tal vez ese hombre es tímido y necesita un pequeño
tirón para que se anime.
«¿Colin, tímido? Ja».
—O quizás se esté haciendo el difícil. ¿Sabes? Solo tienes
una manera de descubrirlo —Prosiguió.
—Olvidas esa parte en la que no me manejo bien con la
gente. Prefiero mi método.
Os lo explicaré: consistía básicamente en quedar con
hombres a través de una de esas aplicaciones de citas que
sirven para lo que sirven. No recurría a ellas de forma
habitual, tampoco me sentía tan desesperado ni adicto al
sexo. Solo lo tomaba como revulsivo cuando pensaba que
todo estaba a punto de destruirse a mi alrededor. Así que
me mensajeaba con tipos como yo; esos que no buscaban
nada más que un polvo, sin citas incómodas, sin hablar de
nada personal y sin tener que repetir si no nos gustaba la
experiencia.
Algo puramente físico que hasta ahora había funcionado
muy bien.
—Claro, porque algo tan simple como saber el nombre de
la otra persona te da urticaria, ¿no?
—Es más sencillo así. Un simple nombre complicaría
demasiado las cosas. Además, prefiero usar la boca para
algo más importante que hablar.
—No hagas eso conmigo, Lev. A mí no puedes
engañarme.
—No te engaño —dije, mis ojos rodando—. Solo expongo
los hechos. No es mi culpa que no seas buena en las
réplicas.
Reacción colérica en 3... 2... 1...
—Esto no es un maldito juicio y yo no estoy contra ti,
idiota —Su última palabra me hizo reír enfureciéndola aún
más—. Si no te implicas es porque sigues anclado en tus
dieciocho —Tenía razón y todo mi cuerpo se tensó por ello—.
Y no te das cuenta de que estás dejando pasar
oportunidades maravillosas haciéndolo.
—No merece la pena, Bennet.
—Eso no lo sabes —Escupió con rabia—. Inténtalo.
Escríbele. No pierdes nada.
—Estoy bien así. —Suspiré.
—No, amor, no. Estás cómodo así. Sabes que dar otro
paso con ese hombre es salir de tu zona de confort y eso te
asusta. Y está bien asustarse Levi, sentir y vivir. Lo que no
está bien es mantenerse escondido. ¡Vive, joder!
—Lo pensaré.
Hablamos un poco más y después de media hora al
teléfono, me dejó no sin antes hacerme prometer que lo
intentaría con ese hombre. Y así Colin se coló en mi cena,
mientras sonreía sin saber muy bien por qué. Puede que
fuera por eso por lo que me sentí valiente y, de postre,
atravesé el salón dirigiéndome hacia el armario que había
junto a la puerta del apartamento, agarré mi abrigo, mis dos
teléfonos y me fui al piano-bar esperando que estuviera allí.
Los nervios amenazaron con desintegrarme conforme me
iba acercando a la puerta trasera del bar. Fui directamente
por el callejón para entrar por la puerta del personal como
venía haciendo cada vez que me tocaba actuar, sobre todo
para preservar el anonimato, y la sorpresa de Liam —el
dueño— fue casi cómica. Le conocí por Steven, cuando ellos
tenían algo. Ahora eran solo amigos.
Sin cuestionar mi presencia, Liam me dejó pasar a su
oficina en la que tenía un monitor en el que podía ver todo
lo que ocurría en su local. Las puso tras un robo de uno de
sus camareros, al que echó ipso facto, y yo no podía estar
más agradecido en este momento de que eligiera dejarlas
después, porque eso me hizo localizar al rubio en menos de
un segundo. Cuando le vi acompañado de esa mujer, la
camarera de su cafetería, un suspiro de alivio me abandonó.
Enseguida pensé que era la forma en la que el universo me
estaba manteniendo alejado para no hacer ninguna
estupidez de la que arrepentirme. Pero, ¿sabéis qué? Esta
noche me sentía el ser más imprudente del planeta y por
eso no tardé en sacar mi teléfono del bufete, que estaba
apagado y sin vida. Mis dedos se apresuraron a pulsar el
botón lateral que lo encendía y, cuando apareció la pantalla
que pedía el código que la desbloqueaba, no tardé en
hacerlo y buscar mi chat con el maldito rubio.
15 de Febrero
Yo_23:35: Me lo pasé muy bien anoche.
Lástima que huyeras. Quizás en otra ocasión
podamos repetir ;).
¿En serio escribí eso? Era demasiado atrevido cuando se
trataba de él y esa misma valentía era la que recorría mi
cuerpo ahora mismo, manejando mis dedos sin permiso
mientras tecleaban algo que de haber tenido que soltarlo en
un cara a cara no hubiera sucedido jamás.
Hoy

Yo_19:33: Dime que eres real y que no imaginé


nuestra sexi, tórrida y espectacular noche.

Le vi cogiendo su teléfono y observando todo el bar,


mientras me buscaba. Parecía nervioso y pensé que no
respondería. Pero ese pensamiento desapareció tan pronto
como la vibración del teléfono se extendía por mi mano,
llegando hasta mi brazo y dejando mi corazón al borde del
infarto.

Rubio_19:34: Disculpa, ¿quién eres?


Ese hombre no tenía remedio. Solo con tres palabras me
tenía sonriendo de forma ridícula y era una emoción tan
intensa que quería seguir sintiéndola toda la noche. Pero
sabía que la manera en la que estaba haciendo las cosas no
era la correcta. No era justo para él, por mucho que
aceptase mi propuesta. No partíamos del mismo punto y no
quería seguir alimentando algo que igual no llegaba a nada.
Solo le necesitaba una vez más para poder deshacerme
de la ansiedad que provocaba en mí. Era eso o una copa
bien cargada y el alcohol nunca traía nada bueno, mucho
menos en exceso.
Ya. No era motivo para aprovecharme de él. De hecho me
prometí que, si me decía que sí, le ignoraría después. Haría
como si no existiera, por mucho que lo tuviera al otro lado
del tabique. Para mí el gemelo malo moriría después de esta
noche. Porque solo iba a ser esta.
Solo una vez más.
No tenía previsto tocar. Fue fruto de la improvisación.
Bueno, vale, no. Me dejé llevar conforme mis mensajes
con el rubio iban fluyendo. En cada respuesta que recibía
noté cómo mordía el anzuelo, aunque nunca terminaba de
picar y por eso no me quedó más remedio que jugarme todo
a la carta del piano. Salió bien.
El reloj marcaba las cinco de la madrugada cuando decidí
dejar la cama y darme una ducha. No quería hacerlo.
Prefería quedarme observando al rubio durmiendo
plácidamente mientras mis ojos se bebían su cuerpo
marcado por la tinta. Sin querer, me entretuve recorriendo
los músculos de su espalda, hasta llegar al lugar en el que
descansaba la sábana arrollada justo en ese punto que me
volvía loco; el final de su columna. El rubio y yo teníamos
algo en común y lo descubrí gracias al tatuaje que se veía
en la parte baja de su espalda. Uno de unos pájaros
minúsculos parecidos a los que yo tenía bajando por el
hueso de mi cadera y al encontrármelos me invadió una
curiosidad enorme por conocer la historia que había detrás,
por si coincidía con la mía.
Permanecí en el baño, dándole espacio y tiempo para que
se fuera, mientras el agua caía sobre mí y mi mente
recreaba una y otra vez, sin descanso, nuestro encuentro de
hacía unas horas.
«¿Lo de la oscuridad y el silencio es un fetiche? Que no es
que tenga nada en contra, de hecho el antifaz que me has
puesto está funcionando y lo bien que cantas ha servido
para traerme hasta aquí de nuevo. Pero, puestos a elegir
prefiero verte. Me encantaría saber cómo eres y si mi mente
te ha imaginado bien. Porque, ¿sabes qué? No puedo dejar
de pensar en ti. En cómo serán tus manos, tus ojos...
»Tu boca.
Ahí le besé para que se callara y ese recuerdo me estaba
flagelando por estúpido, mientras que la emoción que me
recorría de arriba abajo, sin piedad, era todo lo contrario a
un castigo. Es más, me sentía de puta madre.
Lo que pasó después de mi beso feroz no fue dulce, ni
delicado, ni siquiera romántico. Ni un poco. Nos atacamos.
Él aprovechándose de mí con sus manos y yo haciendo lo
propio con todos mis sentidos gracias a la ventaja que tenía
en el juego. Mis dedos aferrados a su melena. Mi boca
conquistando cada centímetro de su delicada piel. Mis ojos
sin querer parpadear por miedo a perderse algo. Mis oídos
disfrutando de sus quejas susurradas. Y mi olfato intentando
inhalar su aroma, memorizarla y mantenerla en mí para
siempre.
Al salir de la ducha esperé hasta escuchar el clic de la
puerta cerrándose y suspiré asumiendo que estaba
haciendo lo correcto. Lo de esta noche había sido una
despedida aunque él no lo supiera. Lo nuestro nunca
funcionaría de ninguna manera y por eso lo mejor era pasar
página y centrarme en otra cosa. Cualquier desconocido al
azar sonaba bien.
En cuanto saliera el sol separaría mi camino del suyo y
haría todo lo que estuviera en mi mano para que así fuera,
porque él merecía a alguien capaz de dejar a un lado sus
miedos y yo no era esa persona.
Nunca lo sería.
—13—
«PACTO CON EL DIABLO»
Doblé la esquina de un callejón angosto intentando
perderle de vista.
Esta mañana, justo cuando salí del edificio de mi
apartamento, me fijé en que había un tipo dentro de un
coche azul eléctrico mirando hacia la puerta y supe que la
tregua había llegado a su fin.
Llevaba meses alternando mi vida entre Los Ángeles y
Chicago para que se enfriaran las cosas, por recomendación
de mi jefe. Las últimas declaraciones de Simmons
despertaron el interés de la prensa por su abogado; un —y
cito textualmente— joven huraño y arisco, incapaz de tratar
a los medios con respeto. Y puede que tuvieran razón en lo
de huraño y arisco, pero jamás fui irrespetuoso con nadie,
aun cuando me ponían un teléfono al borde de mis labios
para intentar grabar algo que saliera de mi boca, y así llenar
de contenido horas y horas de programas basura. Para su
desgracia, nunca dije nada. No. Jamás diría una sola palabra
a esos carroñeros que querían hacer sangre de una
denuncia que derivó en un juicio largo y absurdo en el que
no quería estar pero, muy a mi pesar, no me quedaba más
remedio que hacerlo.
Hubo un segundo en el que pensé que eran
imaginaciones mías, pero en cuanto comprobé por el
retrovisor de mi coche que me estaba siguiendo, me di por
jodido. Chicago era una ciudad grande y podría perderle de
vista si dejaba a un lado al Levi responsable y me atrevía a
sacar a mi yo imprudente. Un acelerón, dos giros en el
último segundo y me desharía de él en un abrir y cerrar de
ojos. El problema era que mi lado gamberro solo salía en la
oscuridad; y no a plena luz del día y en una de las calles
más concurridas de la ciudad.
Fue por culpa de mi indecisión que terminé por doblar
varias calles, llevándole la delantera, hasta llegar a ese
callejón en el que aparqué con rapidez, y cuando bajé del
coche sufrí un déjà vu.
Las paredes enladrilladas y el parquímetro activaron en
mi mente el recuerdo del momento en el que estuve aquí,
pero no fue hasta que salí a la avenida principal que mi piel
se erizó. Ante mí, el local del rubio. Esa cafetería de la que
me echó, enfadado hasta las pestañas y ahora mi
subconsciente me había traído aquí de nuevo, justo a la
puerta acristalada, mientras intentaba huir de un tipo que
me seguía. Debí haber dado media vuelta, pero mis pies se
movieron por sí solos y acabaron por irrumpir en el Bite Me,
aun sabiendo que no era bien recibido.
No había nadie. La cafetería de Colin estaba
completamente vacía. Ni siquiera había personal por la sala
principal ni tras la barra, cosa que me resultó extraña al
abrirse las puertas automáticas. Era muy temprano, pero
nadie dejaría su negocio sin vigilancia, ni siquiera un tipo
tan sobrado como el rubio. Por eso no me sorprendió
cuando, al cerrarse las puertas a mi espalda, Colin apareció
tras la barra saliendo hacia arriba como un títere en un
teatro de marionetas.
—Está cerrado.
Fue cuestión de un segundo —quizás menos—, lo que
tardé en enmudecer cuando él me miró por encima de su
hombro. Nuestras miradas se cruzaron. La mía suplicante, la
suya enfurecida. Sabía el riesgo que estaba corriendo al
entrar allí. Sabía que podía echarme en cualquier momento,
pero cuando miré hacia atrás y vi pasar al tipo que me
perseguía, actué. No le di tiempo a reaccionar. Yo solo corrí
hacia la barra y de un salto pasé al otro lado mientras la
boca del rubio se abría sorprendida.
—¿¡Qué coño haces!?
—Por favor... —dije mirando hacia la puerta mientras me
acercaba a él—. No tengo tiempo para explicártelo ahora —
Suspiré—. Deja que me esconda aquí.
—¿Esconderte? —Sus cejas se unieron formando una sola
de lo enfadado que estaba—. ¿Esconderte de qué?
—¿Qué no has entendido de la frase; no tengo tiempo
para explicártelo ahora?
—Disculpa... —Colin dio un paso hacia atrás aumentando
la distancia entre nosotros—. ¿Estás siendo un gilipollas
conmigo mientras pides ayuda?
—Te lo suplico. —Pellizqué el puente de mi nariz
desesperado—. Haré lo que quieras, pero deja que me...
No pude terminar la frase.
Por el rabillo del ojo vi a ese hombre regresando hacia la
cafetería y yo me agaché veloz por instinto, permaneciendo
a los pies de Colin, agazapado.
—¿Qué demonios estás hacien...?
—¿Hola?
—¡Está cerrado, joder! —Gruñó.
—Lo siento. Solo estoy buscando a alguien. Creo haberle
visto entrar aquí.
La mirada de Colin me había abandonado en cuanto ese
hombre entró, aunque sus palabras hicieron que siguiera
teniendo su atención. Estaba seguro de que, al verle
aparecer, su curiosidad se despertó por las miradas de
soslayo que me regalaba. En este instante tenía dudas
sobre qué hacer conmigo. Por un lado se moría por
entregarme pero, el otro, el curioso y morboso, quería saber
la historia que había detrás de este numerito. Y aunque temí
que me vendiera de un momento a otro para vengarse de
mí, respiré tranquilo cuando una sonrisa enorme apareció
en su cara y se convirtió en ese cabrón seductor que me
volvía loco sin saberlo.
—Aparte de mí, ¿ves a alguien aquí, guapo?
—Juraría que entró. Es un hombre alto, atractivo,
corpulento, de pelo corto y ojos grises. Lleva un abrigo largo
de color azul marino. Su coche está aparcado al doblar el
callejón.
—Lo siento, no le he visto. Pero puedes probar enfrente.
Hay una oficina de ayuda en carretera. Lo mismo trabaja
ahí.
—Oh no, no. Él es abogado. ¿Te suena el caso Simmons?
No lo pudo evitar. Su mandíbula se apretó tanto que
desde mi posición podía escuchar perfectamente el crujir de
sus muelas, y sus manos se cerraron en puños estrujando el
aire, intentando contener las ganas de darme un puñetazo.
Ahí ya pensé que el juego había terminado, que el rubio
tiraría de mi abrigo y levantaría mi metro ochenta y nueve
para exponerme.
Me equivoqué.
—No. No me suena de nada. Y ahora, si me disculpas,
necesito que salgas.
—¿No puedo esperar aquí tomando un café?
«Mierda, mierda, mierda...».
—No puedo hacer eso. Si me pillan atendiendo a alguien
fuera del horario de apertura, me puede caer una multa
considerable.
«¡Pero qué mentiroso es!».
—Oh, vaya.
—Lo siento. —Sonrió—. Puedes esperar fuera los veinte
minutos que quedan hasta que abra, si quieres —Dijo, su
sonrisa ampliándose mientras se volvía demoníaca—. Por si
aparece el abogado atractivo.
«Imbécil».
—No, muchas gracias. Le esperaré en el coche. En algún
momento tendrá que volver al suyo —dijo, mientras
escuchaba sus pasos alejándose de nosotros.
«Oh, diablos. No había pensado en eso».
—Cierto. —Sonreía tanto que le tiraba la cara al muy
desgraciado—. Suerte.
Un segundo, dos y tres de silencio, justo lo suficiente
para que las puertas se abrieran y cerraran, haciéndome
soltar todo el aire que había estado reteniendo.
—Gracias.
Su mirada interrogante me tenía aun en cuclillas. Su
verde era tan intenso en este momento que no podía
moverme aunque quisiera. Me sentía a su merced y eso era
peligroso.
—Es un espectáculo verte ahí abajo. Pareces hasta
normal, ¿sabes? —Sus ojos comenzaron a entrecerrarse
clavados en los míos—. Huyendo de... Deja que piense... —
Su ceja se alzó—. Un ex al que has debido dejar con el
corazón roto.
—¿Un ex?
—Oh, vamos... —dijo, carcajada al aire—. Es atractivo,
corpulento... —Ante su imitación burlona rodé los ojos—.
Nadie te describe así si no hay algo personal detrás.
—No es un ex —respondí aun agachado—. Es periodista y
quiere lo que todos: un titular suculento para llenar horas de
programas de mierda. Pero no lo va a conseguir.
—¿Un titular? —Preguntó sorprendido y yo asentí.
—Quieren que confirme algo de lo que no estoy dispuesto
a hablar.
Y hasta ahí podía contarle sin revelar demasiado.
No me gustaba hablar de mi vida privada con mi círculo
cercano, así que imaginaos con alguien a quien apenas
conocía.
Justo cuando decidí marcharme me di cuenta de que su
expresión había cambiado. Por un segundo dejó de mirarme
con rabia para hacer lo que mejor se le daba conmigo;
leerme sin que yo quisiera que lo hiciera. Me sentí
atropellado mientras él irrumpía dentro de mí sin decir una
sola palabra y enseguida pensé que me lo merecía por
hacer yo lo mismo con él en la oscuridad de una habitación.
Y así de fácil mi mente me llevó a pensar en hacer
maldades con el rubio.
—¿Qué? —dije sin soportar un segundo más su mirada
sobre la mía.
—Nada.
—No, en serio —Fruncí el ceño—. ¿Qué pasa?
—No es nada, solo... —Colin me tendió la mano para
ayudarme a levantarme y aunque dudé, la agarré cuando
dijo—: Me intrigas y te odio a partes iguales. ¿Es acaso
normal?
—¿En ti? Sin duda.
Desde la última vez que estuvimos juntos me propuse
olvidar lo bien que me sentía dejándome llevar sin pensar,
dejar a un lado esa sensación de libertad y seguir
descubriendo cuál era mi camino mientras le dejaba atrás.
Me convencí del error de juicio que mi lado perverso se
estaba permitiendo experimentar. Pero cuando me miraba
así, intentando encajar las piezas del puzle que era, bajaba
mis muros, derrumbaba mis puentes y atravesaba mis
escudos sin esfuerzo.
Por eso debía huir.
Aprisa, salí tras la barra y me dirigí sin perder tiempo
hacia la puerta. No podía dejar que siguiera mirándome así
o esta noche cometería otro error.
—Por si no lo he dicho —dije, sin siquiera darme la vuelta
—. Gracias. Te debo una.
—No, picapleitos. Me debes dos.
Cinco palabras con ese tono de tirano hijo de puta y me
tenía mirándole atento y al borde del latigazo cervical.
—¿Dos?
—Ajá.
Colin salió tras la barra, agachándose por el lateral, y se
acercó a mí con una sonrisa victoriosa que no tenía idea de
qué la provocaba. Seguro que yo no, porque todo lo que
sabía hacer era llevar su bilis hasta su garganta.
—¿Sabes montar en moto?
—Sí, ¿por?
—Verás...
Su mirada sostenía la mía mientras la distancia se
acortaba entre nosotros y mi boca se secaba al mismo
tiempo. No podía dejar de mirarle aunque me estuviera
quemando por dentro. Era una sensación extraña. Sentía un
placer insoportable, exquisito e infernal al mismo tiempo y
solo quería más y más y más.
—Ahí fuera hay un tipo que busca a un abogado, según
él, atractivo —Menudo idiota—, y que le va a cazar en
cuanto vaya a su coche... —Sonrió.
Hasta ahora no había dicho ninguna mentira.
—Así que creo que necesitarás esto. —El rubio metió la
mano en el bolsillo trasero de sus pantalones y sacó un
llavero enganchado en su dedo índice mientras lo
balanceaba—. Por eso me debes dos y, ¿sabes qué? Por
mucho que te odie, me las voy a cobrar.
SEGUNDA PARTE

Deseo:
Apetencia que tiene una persona por conseguir algo en
concreto.
4 DE MARZO
En línea

Yo_16:41: ¿Tocas hoy?


Señor G_16:41: Me temo que no.
Yo_16:41: Lástima. Me hubiera
gustado ir a escucharte.
Señor G_16:42: ¿Solo escuchar?
Yo_16:42: Puede que algo más ♡.

Señor G_16:43: Si me avisas


con tiempo, puedo reservar la
113 siempre que quieras.
Yo_16:43: ¿Y eso en qué nos
convertiría?
Señor G_16:45: En dos adultos
que saben cómo divertirse.
Yo_16:46: Me lo pensaré.
Yo_16:46: Tengo que dejarte.
Voy tarde a un cumpleaños.
Señor G_16:46: Oh, no hay
problema. Yo también tengo cosas
que hacer.
Yo_16:46: No me apetece nada,
¿sabes? Pero es un buen amigo.
¿Hablamos más tarde?
Señor G_16:46: Claro.
Yo_16:46: Chao.
—14—
«EL KARMA EN 8 M2»
Después de mucho meditar, decidí ser yo quien diera su
brazo a torcer.
Me subí a mi moto y conduje hasta la casa de Steve en
mitad de un silencio sepulcral. Quizás lo más inteligente
hubiera sido rechazar su invitación, pero le conocía desde
hacía casi ocho años y no me salía decir no a hacer la tarta
para su cumpleaños. Así que, cuando tuve el pastel listo, me
resigné asumiendo que no había forma de escapar de ese
plan que tan poco me apetecía porque iba a estar él.
—Hola, Col.
Summer, una buena amiga de Steve que pronto añadí a
la lista de mis personas preferidas, abrió la puerta con una
amplia sonrisa que se hizo más grande cuando sus ojos se
fijaron primero en el casco de mi moto descansando en mi
brazo y después en la caja que llevaba en mis manos.
—Oh, por fin llegó lo importante. ¡Chicos! ¡Tarta!
Seguí a la muy descarada, que me arrebató a mi bebé y
se perdió pasillo adelante rumbo a la cocina y, cuando
llegamos, respiré al comprobar que no había rastro del
abogado.
—Me alegra que hayas venido.
—¿Me creías capaz de dejarte sin pastel?
—Así que solo estás aquí por eso.
—Claro que no. —Sonreí—. No me perdería tu fiesta por
nada del mundo.
Enseguida saludé al resto de invitados, cuando Summer
—tras dejar la tarta a buen recaudo— me dio un gran
abrazo. Después lo hizo su esposo, Daniel, el rubio de ojos
azules cristalinos, tan dulce como ella, que me abrazó con
el mismo entusiasmo. Y por último, pero no menos
importante, Cameron. Él era mi perdición y sí, todo tenía
que ver con su físico de bombero y con esa espalda ancha
en la que podría llevarte si tuviera que salvarte de un
incendio.
Ay, y yo que me dejaría.
—¿Por qué no vais fuera a ver si está todo listo para la
cena?
Ellos asintieron y cuando se escabulleron de la cocina
rumbo al patio, atrapé a Steve y le abracé levantándole del
suelo mientras él se reía a carcajadas.
—Suéltame, hombre.
Lo hice, pero antes de que se me escapara le abracé esta
vez de verdad antes de dejar un beso en su mejilla.
—Feliz cumpleaños —Susurré sabiendo lo poco que le
gustaba esta fecha.
—Mil gracias, Colin. No es que esté eufórico y
emocionado por cumplir treinta y ocho. —Steve se encogió
de hombros y sonrió—. Pero es ley de vida.
—¿Hacerte viejo?
—Vuelve a decir eso y te echo de mi casa.
Me eché a reír sin control, mis carcajadas retumbando
por las paredes de su cocina, cuando sentí dos ojos
clavándose en mi nuca y mi humor pasó de relajado a tenso
en menos de un segundo. No podía impedir que pasara. Era
saber que estaba ahí y ponerme de mala hostia, aunque le
prometí a Steve que me portaría bien y que intentaría dejar
atrás mi malestar con ese idiota. Aunque quizás pensar que
era un idiota no era el mejor comienzo para que el plan
saliera bien. Pero no tenía la culpa de que tan solo con
escuchar su voz mi ceño se frunciera, mi carácter se
crispara y mi cuerpo empezara a arder.
—¿Dónde coloco esto?
«Venga Col. Serán solo unas horas...».
Decidido a ser cordial, le miré sobre mi hombro y mi
mandíbula casi se desencaja cuando le vi.
Vaqueros, jersey de cuello alto que le quedaba
espectacular, americana, por supuesto, y unas deportivas,
eran todo lo que adornaba a ese hombre. No había traje, ni
fijador en su pelo y, francamente, no le hacía falta. A ver;
esos trajes le quedaban demasiado bien y le hacían parecer
un caramelito envenenado. Pero este look de persona
normal le hacía accesible, y ese fue el motivo por el que
quise intentar enterrar el hacha de guerra de nuevo.
Ese y el brillante que había en su lóbulo derecho, que me
tenía mirando de más.
«¡Dios mío! ¡Menudo cambio!
»Estás babeando, Colin, y se supone que le odias...
Cegado por el pendiente de su oreja, casi no me di
cuenta de que el abogado traía una caja repleta de bebidas
y, colgadas de sus antebrazos, varias bolsas con aperitivos
y comida basura variada perfecta para una buena fiesta.
—Deja que te eche una mano.
Bordeé a Steve y me acerqué para ayudarle con la caja,
aunque su tensión solo me estaba incitando a discutir.
—Podéis dejar casi todo en la despensa. —Steve señaló
una puerta que había tras Levi—. He comprado una de esas
neveritas para botellas en la que podéis meter el vino y las
cervezas. En cuanto al resto, sobre la encimera está bien.
El idiota sonrió mientras se acercaba a la puerta que
conectaba su cocina con su patio trasero pero, antes de
perderse en él, detuvo sus pasos y miró sobre su hombro
dirigiendo la atención hacia los dos antes de decir:
—Tengo que comprobar una cosa fuera. No os matéis, por
favor. No es ese tipo de fiesta. —Y sin más se perdió.
¿Se podía ser más ridículo que Brown?
Vale que Levi y yo no congeniábamos, pero estaba
seguro de que éramos muy capaces de controlar nuestro
impulso asesino para no convertir esta fiesta en una
temática basada en CSI. Así que, sin decir una sola palabra
me metí en aquella despensa en busca de la nevera
exclusiva para la bebida, No tardé en colocar los botellines
de cerveza y esas dos botellas de vino rosado, cuando el
sonido de la puerta cerrándose mientras dejaba casi todo a
oscuras me asustó hasta el punto de gritar como un niño.
—¡Joder!
—Lo siento. —Levi suspiró—. Solo venía a comprobar si
necesitabas ayuda. Además, no llevo bien eso de estar
rodeado de gente.
«¡Qué palabras tan inesperadas! Nótese la ironía».
—Pensé que eran amigos tuyos también.
—Sí, lo son. —Suspiró de nuevo.
—¿Pero...?
Nada.
Silencio en mitad de la oscuridad, que por otra parte
parecía ser el escenario perfecto para que pudiera hablar
sin parecer un antipático y prepotente ser superior. Vale,
despotricar mentalmente contra él tampoco era el camino a
seguir.
—Demasiado tiempo sin verles.
No había que ser un genio para saber que había mucho
más que no decía tras aquella breve explicación, sobre todo
por el tono tristón que utilizó para romper el silencio. A Levi
este reencuentro parecía asustarle y eso llamó mi atención,
porque no parecía el tipo que se defendía cada vez que yo
decidía disparar contra él. Hoy llevaba un caparazón
bastante grueso y me preguntaba por qué.
Perdido en mis pensamientos, noté cómo el silencio se
extendió de nuevo cuando su maldición entre dientes me
hizo regresar a aquel espacio a oscuras sin aire suficiente
para los dos.
—¿Qué ocurre?
—Lo que siempre pasa cuando estamos juntos en el
mismo espacio. La cosa se vuelve complicada.
Fruncí el ceño sin entender lo que quiso decir con eso,
hasta que llevó su mano hasta el picaporte y me mostró lo
que sucedía: el karma quiso que no se abriera la puerta.
Tras quince minutos y algunas llamadas a Steve —vale,
tal vez fueron dieciséis y todas sin respuesta— perdimos la
esperanza de que alguien notara que no estábamos. El
ambiente tenso subió de nivel y era casi insoportable. Y
para colmo nos estábamos quedando sin oxígeno en ese
espacio de unos ocho metros cuadrados, a oscuras y lleno
de cosas que nos obligaban a estar más cerca de lo que
hubiéramos preferido.
—¡Qué irónico! —Suspiré—. Pasé años encerrado en un
armario y nunca pensé que volvería a estarlo.
La única luz que teníamos aquí dentro era la que
irradiaban las pantallas de nuestros teléfonos. Eso hacía que
su expresión parecía más dura de lo normal. Casi me
atrevería a decir que mi broma le hizo sentir incómodo, por
lo menos era lo desprendían sus hombros rectos y su
mandíbula apretada hasta que me sorprendió con una
pregunta que jamás esperé.
—¿Cuántos?
—¿Qué?
—¿Cuántos años estuviste...?
Por su tono y por cómo flexionó sus rodillas llevándolas
hasta su pecho para protegerse de mi posible reacción, diría
que tenía miedo de mi reacción.
—Lo siento, no quería entrometerme. A veces no sé
cuándo está bien que hable o cuándo se supone que no
debo hacerlo y...
—Más o menos hasta los dieciocho —Le interrumpí y mi
lengua se aflojó—. A ver, tampoco fue algo permanente,
¿sabes? —Imitando su postura, volví a presionar el botón de
mi teléfono para que nos iluminara de nuevo—. Mi hermano
y mis amigos lo sabían, solo tenía que guardar cuidado en
casa. Familia católica y practicante. —Me encogí de
hombros y seguí con mi incontinencia verbal—. Lo llevé mal
hasta que me fui a San Diego a estudiar y poco después
conocí a Seth y vi la luz.
Fue una suerte que él conociera a todos mis amigos de
Los Ángeles, porque si hubiera tenido que explicarle quién
era Seth en este momento, habría enredado mucho más la
historia.
—Pensé que entrar y salir de vez en cuando no haría
daño a nadie y que seríamos felices mientras en casa
siguiera ocultándolo, pero me equivoqué. Así que al
terminar los estudios decidí que ya no iba a seguir tapando
quién era y por culpa de mi decisión, todos acabamos
magullados. —Y todavía dolía de forma horrible—. No puedo
negar que perdí mucho siendo valiente, pero no me
arrepiento porque mereció la pena. Ahora soy feliz aquí. En
Chicago me siento libre y puedo andar por ahí siendo quien
soy. Me gusta poder hacer amigos y decir; hola, soy Colin
Edward Evans, abiertamente gay y repostero.
Su cabeza giró veloz y me miró sin decir nada, apenas un
segundo antes de volver a mirar hacia el suelo, pero me
atrevería a decir que estaba bastante sorprendido
—Y no sé por qué te estoy contando todo esto.
Él se limitó a seguir intimidándome con su presencia sin
saberlo, mientras alargaba el molesto silencio.
—¿Y tú? —Disparé para deshacerme del momento
incómodo.
—¿Yo qué?
Respuesta rápida e inteligente.
Por supuesto que no me iba a responder por mucho que
hubiera entendido mi pregunta, así que decidí cambiar de
táctica.
—¿Cuántos años hace que conoces a Steve?
—Desde los tres —respondió sorprendiéndome porque no
me había dado esa impresión—. Estudiamos juntos en el
colegio, luego en el instituto y también tocábamos en el
coro de la Iglesia.
—Déjame adivinar, ¿el piano?
Después de verle en la boda de mi hermano tocando y de
deleitarme todas las tardes, no había que ser muy listo para
saber qué instrumento era su debilidad.
—Empecé con la guitarra pero sí; el piano me sedujo.
—¿Y los demás? ¿También son amigos de la infancia?
La sensación de estar tirando de él era enorme e incluso
agoradora. Mirarle era como ver mi opuesto. Su seriedad
chocaba con mi carácter alegre. Su actitud comedida era
opuesta a mi predisposición para conocer a cualquier
persona que la vida pusiera en mi camino. Sin embargo
había algo en lo que coincidíamos; cuando alguien no nos
cuadraba era raro que le diéramos una oportunidad. Y por
eso habíamos llegado hasta este punto.
Su silencio, me tenía al borde de la histeria, rogando para
mantener la calma y cuando pensé que no lo iba a
conseguir abrió su boca y me relajé.
—Summer no. Ella se mudó a River Twist con trece y
causó un revuelo enorme en el pueblo. Madre soltera y
demasiado moderna con negocio propio... —Levi rio sin
humor—. Con el resto, sí —Añadió jugueteando con su
teléfono entre sus manos y sin mirarme—. Dan, Cameron,
Steven y yo somos amigos desde niños. Aunque podría
decirse que con Steven siempre he sido más cercano.
—¿Cómo de cercano? ¿Cercano como un hermano?
¿Amigo especial? ¿Algo más turbio...?
—Solo tú podrías ver algo turbio en él.
—¿Entonces...?
No pudo contestar.
Justo en el momento en el que menos tensos estábamos
Steve apareció y nos rescató, y una extraña sensación
invadió mi estómago porque, por una vez y sin que sirviera
de precedente, me hubiera gustado que se hiciera el loco
tan solo unos minutos más.
—15—
«NI PARA SALVAR MI VIDA»
Las horas volaron y de la cena entre risas pasamos a las
copas entre más risas, todos menos Levi que no bebió nada,
ni dijo nada. Apenas comió.
Tuve que mirarle en varias ocasiones para comprobar que
seguía estando allí, sentado en un sillón. Estaba tan ausente
que pensé que ni siquiera respiraba y que era un robot, pero
no quise picarle porque su malestar se notaba a miles de
kilómetros a la redonda y en varios estados cerca de Illinois.
Puede que por eso acabara brindando con mi botellín de
cerveza con Cameron que me miraba con demasiado
apetito y distrayéndome del humor del abogado.
Con el bombero mi radar no falló. Supe que era gay nada
más conocernos y desde ese día no había hecho nada por
ocultarlo. De hecho, esta noche durante la cena estuvo con
su mirada fija en mí y en mi boca, atento a lo que iba
diciendo y sin perderse un solo detalle mientras se reía de
mis tonterías. En otro momento habría aprovechado para
ligar con él a saco porque no tenía dudas de la manera en la
que me miraba. No. No como con Levi que me confundía
terriblemente y eso me molestaba porque no quería
sentirme así a su alrededor. Él debía irritarme y no
confundirme. Por eso me centré en Cameron y estaba
seguro de que si en ese momento le hubiera dicho al bueno
del bombero que me acompañara a la estrecha y oscura
despensa de Steve, él habría guiado el camino. Solo había
un pequeño problema; mi mente se había quedado
atascada en la relación cercana de Levi con Steve y en
cómo eso me molestó aunque no debió hacerlo.
—Así que has estado en casa...
Asentí dirigiendo mi atención a Summer que se mecía —
sobre el regazo de su marido— en el columpio de dos plazas
que Steve tenía en el patio. Tras la cena nos acomodamos
en el jardín en esos sillones que había junto a dos estufas de
pie enormes para entrar en calor. Lo gracioso de todo
aquello era estar bebiendo cervezas heladas al mismo
tiempo.
—¿Y has vuelto después de ver ese sol resplandeciente y
las playas idílicas para quedarte con el frío infernal de este
lado del país?
—Necesitaba mi rutina.
—Rutina, un cuerno Evans. —Steve se burló—. No podías
estar lejos de tu pianista.
No supe muy bien por qué, pero la afirmación de Steve
llamó la atención del picapleitos que me regaló una mirada
de soslayo esperando que siguiera con mi historia.
—Vale, puede que eso también influyera un poco, idiota.
—Cuéntales lo que pasó.
El cumpleañero era un maldito cotilla, pero no pude
decirle que no y les hice un resumen detallado de mi noche
de desenfreno.
—La mejor decisión de mi vida —dije y di un trago a la
cerveza—. Tenía un carácter dominante mi señor G.
—Hijo de perra, suertudo. —Steve sonrió mientras la
envidia se lo comía.
—¿Suerte? ¿De verdad crees que pasar una noche
explosiva con alguien y saber que no la vas a volver a
repetir es tener suerte?
—Estás completamente loco —dijo Summer sin salir de su
asombro—. De verdad que no sé en qué demonios pensáis
cuando...
—En follar —Ese fue Cameron interrumpiéndola—. Nada
más, cariño. Pensamos en el subidón del polvo y el mañana
no importa.
—El romanticismo se está perdiendo —dijo Daniel con
burla mientras seguía columpiando a su esposa en su
regazo.
—Y tanto... —Resoplé—. Dejando a un lado esa historia,
necesitaba volver a mi caos. Levantarme de madrugada e ir
a pringarme al obrador para volver a sentirme útil. Supongo
que Chicago se ha convertido en mi refugio.
—Me resulta familiar —dijo Summer sonriendo—. Creo
que todos en este jardín hemos pasado por eso en mayor o
menor medida. Dan, Cameron, Steven y yo somos adictos al
trabajo y también es porque amamos lo que hacemos. Y Lev
el que más, ¿verdad cielo?
Levi asintió cabizbajo, sin ánimo de participar en la
conversación y los demás le dejaron allí, en ese mundo en
el que estaba perdido.
—¿Por qué seguís llamándole Steven? —pregunté
señalando a Brown—. Suena a señor de sesenta y muchos, y
no te ofendas.
—Es porque Steve le molesta. —Dan arrojó luz a mi duda
—. Al menos lo hacía a los quince.
—Porque todo el mundo acabó llamándome Urkel, pedazo
de idiota. Ahora estoy encantado con mi nombre. Y el rubio
puede llamarme como le dé la gana.
—Así que soy tu favorito, ¿eh?
—Oh, no te sientas especial. Le gusta su nombre porque
es el que ha puesto en esa aplicación de citas y todos sus
amantes le llaman así en la intimidad. ¡Oh, Steve! —Cam se
burló de él un poco más—. ¡Steve!
Todos nos echamos a reír, todos menos Levi que seguía
en su mundo rodeado de barreras, muros, vallas metálicas
con pinchos, otras electrificadas y, por si fuera poco, con
varios puentes que le alejaban muchísimo de nosotros.
—Imbécil. —Steve le dio un puñetazo en el hombro a
Cameron—. Si sabes cuál es mi nombre en la app es porque
tú también estás en ella.
—Ahora quiero saber si es la misma que utilizo. —Y mi
boca disparó sin más.
El bombero se movió en su asiento, sus ojos fijos en los
míos, y yo quería desaparecer o amordazarme, no lo había
decidido. Pero lo peor no fue eso, no. Fue mucho más
horrible sentir la mirada del abogado en mi cabeza,
mientras yo me derretía por el calor que desprendía. Le
sentí invadiendo mi mente, como un ladrón buscando un
gran botín, colándose sin ser invitado y entonces caí en lo
que sucedía; intentaba comprobar si mi boca iría más allá,
revelando que tuvimos una cita porque hicimos match en
esa aplicación.
A ver, presumir de una cita ardiente con un tipo
misterioso, era un buen tema de conversación, pero podía
estar tranquilo porque nuestra nefasta cita no iba a serlo,
por mucho que eso sirviera como chispita para enzarzarme
con él en una de nuestras discusiones. Porque, oh sí, me
encantaba discutir con él y ahora mismo me moría por tener
una de esas batallas que me llenaban de adrenalina
anhelando sacarle de sus casillas. Pero esta noche se quitó
el disfraz de abogado cabrón y parecía un cachorrito
asustado observándonos sin que nos diéramos cuenta,
esperando el momento oportuno para acercarse o huir sin
más. Pensé que haría lo segundo de un momento a otro;
que se levantaría de ese sillón de mimbre y con cualquier
excusa nos diría adiós.
—Oye Lev, estás muy callado.
Y a juzgar por el tono de preocupación en las palabras de
Summer, ella también temía que pudiera suceder. Daba la
sensación de que esta noche todo el mundo estaba
intentando que Levi se habituara a la situación —hasta yo
sin darme cuenta lo hice en aquella despensa—, dándole
tiempo para que se sintiera cómodo pero no sucedió. Él
estaba perdido en algún lugar al que su mente le había
llevado y sus amigos respetaron su actitud hasta que ya no
pudieron hacerlo más.
Y, seamos honestos, si hubiera dependido de mí lo habría
intentado mucho antes, sobre todo después de esa extraña
charla en mitad la oscuridad de la que me quedé con ganas
de más.
—Solo pensando en...
—Trabajo. —Steve acabó la frase por él.
—¿En serio?
Summer se levantó del regazo de su marido, pasó por
delante de nosotros hasta detenerse frente a Levi y, sin
decir una sola palabra, el abogado la recibió entre sus
piernas mientras ella tomaba la misma posición que
segundos antes tuvo sobre Dan, provocando que me
comportara como un impertinente porque me quedé
observando. Ese gesto tan tonto dio un vuelco a mi
estómago y sentí algo parecido a la molestia subiendo por
mi espalda. Me atrevería a decir que estaban más que
acostumbrados a esa cercanía y cariño, tanto que por
primera vez en horas Levi se sintió integrado y cambió su
actitud.
—¿Qué tal por Los Ángeles? ¿Algo interesante que te
haya pasado y que no sea del bufete? —El abogado negó
con la cabeza manteniendo su boca cerrada, respondiendo
así a Cameron.
—¿Qué tal te va con ese tipo con el que sales?
«¿Tipo?
»Genial, Colin. Hiciste el ridículo entrándole en la boda.
—Eso terminó. —Suspiró.
—Lo siento, tío —Dan respondió apenado, tal vez por
haber hecho esa pregunta incómoda—. Lo siento mucho.
—Yo no —Ahora fue Steve el que habló—. De hecho
debería haber terminado mucho antes.
—¡Steven!
—Es verdad —respondió defendiéndose de la reprimenda
de Summer—. Ese tipo era un idiota por mucho que nuestro
abogado estuviera pillado hasta las trancas. ¿No es cierto?
En cuestión de un segundo Levi y la mujer en su regazo
se miraron de forma veloz, tanto que los demás ni siquiera
lo notaron, aunque no pasó desapercibido para mí. En ese
instante que compartieron me di cuenta de que ambos
manejaban información que Steve desconocía y no debía
ser nada bueno a juzgar por la mirada severa de Summer.
—Algo así. —Levi acompañó su respuesta con una
mueca.
—Él se lo pierde —dijo Cam con el ceño fruncido antes de
llevar su botellín de cerveza hasta sus labios y dar un gran
trago.
Sí, no había duda de que aquellos tipos harían lo que
fuera por proteger a su amigo.
—Bueno y ya que vuelves a estar soltero... ¿Listo para
que te recluten en esa mierda de app?
La pregunta de Dan provocó un silencio enorme mientras
Levi fingió pensar, ante la atenta mirada del resto, y
después de frotarse la barbilla respondió:
—Tengo derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que
diga podría ser utilizada en mi contra.
Y el ambiente repleto de tensión se disipó dejando lugar
a las risas, incluyendo las del propio Levi, que me regaló
otra de sus miradas de reojo, mientras yo agradecía en
silencio que no hubiera un lector de mentes en aquel
maldito jardín, porque de haber leído la mía en ese
momento estaría muy jodido. Todo lo que estaba
descubriendo esta noche me tenía queriendo más porque
en un suspiro pasó a comportarse como una persona
diferente. El hecho de que bromeara me hizo saber que,
cuando quería, era capaz de dejar a un lado ese carácter
insufrible suyo. El mismo que me inquietaba a la vez que
me enloquecía. Era como un enigma e intentar descifrarle
sería todo un reto. Más o menos como si jugase una partida
al «snakes and ladders». Podía tener un golpe de suerte e ir
subiendo escaleras que me hicieran rozar la cima con la
punta de mis dedos, o lanzar el dado y caer en una de las
serpientes y ¡pum!, para abajo otra vez. Sí. Levi era un tipo
escurridizo y misterioso, y...
Me atraía mucho.
Demasiado.
Tal vez en exceso.
—¿Es cierto que vas a volver a defender a Simmons?
Y tuvo que ir Daniel y devolverme a la realidad.
—No. —Negó mientras su humor se ensombrecía de
nuevo—. No creas todo lo que dicen en la prensa.
—No le culpes —Intervine lleno de rabia—. Ya lo hiciste
una vez.
—Y terminó —dijo al borde del mordisco.
—Ya, pero podrías volver a hacerlo, ¿no? ¿Cómo fue eso
que me dijiste? Ah, sí; me pagan por hacer un trabajo...
—Col... —Brown intentó mediar.
—Eres un imitador terrible.
—Y tú un abogado sin escrúpulos.
—Vaaaale... —Steve lo intentó de nuevo—. Dejémoslo
antes de que vaya a más.
—Lo siento. —Dan sonrió mirando a Levi—. Solo tenía
curiosidad. Pero cambiaré de tema.
—Gracias.
—Así que estás dispuesto a empezar de cero aquí. —Levi
asintió respondiendo a la pregunta de Summer—. ¿Solo?
—No. No estaré solo. Y ya basta de hablar de mí.
Otra respuesta misteriosa.
—¿Por qué? Hace un año que no estamos todos juntos,
Lev. Solo queremos ponernos al día. —Summer se acomodó
en el hueco de su cuello apoyando su cabeza y él la abrazó
sin pensarlo—. No nos culpes por echarte de menos.
—¿Un año? —pregunté sin tan siquiera saber que lo había
hecho en voz alta.
¿Quién podía estar un año sin ver a su familia?
Vale que ellos eran amigos de Levi pero, por la forma en
la que le estaban cuidando, cualquiera que no les conociera
pensaría que eran sus hermanos. Cuando le miraban o se
dirigían a él lo hacían con un amor enorme, incluso me
atrevería a decir que la delicadeza con la que le habían
arropado esta noche era una forma de hacerle sentir que le
querían con todo su corazón y que estaban dispuestos a
hacer lo que fuera para que no se marchara nunca más.
—Se ha hecho tarde. —Levi se tensó sobre su asiento.
Y por alguna razón eso incomodaba al tipo.
—Creo que es hora de ir...
—No te lo crees ni tú —Steve le interrumpió—. No te irás
sin tocar el piano. Tú lo estrenas, Lev.
—No me hagas esto.
—No me digas que estás oxidado —dijo dándole un golpe
en el hombro.
—No lo está.
Sí, no tenía remedio. Mi boca me dejaba en mal lugar
cuando le daba la gana. Justo como ahora que, no a gusto
con meter la pata, decidió seguir hundiéndome un poco más
en el fango.
—Tocó en la boda de mi hermano. Por no mencionar
todos los conciertos que tengo que aguantar a las cinco en
punto de la tarde.
Cavé mi propia tumba.
La mirada ardiendo que Levi me estaba regalando podría
haber acabado conmigo en un segundo, justo lo que duró
antes de mirarse los pies. Pensé que cuando terminase de
tocar acabaría conmigo y eso, lejos de asustarme, me tenía
emocionado. Mucho. El enfado que había tras aquel hombre
que cada vez me ponía más —para qué negarlo—, pasó a
ser otra cosa. Algo que no pude interpretar por lo efímera
que fue su mirada pero que, tal vez, tenía que ver con esa
atracción que siempre supe que había entre nosotros. Esa
por la que di un paso al frente en el momento menos
oportuno, achispado en el hall del hotel, aunque me diera
calabazas. Al menos ahora sabía que cuando rechazó mi
propuesta tenía pareja.
—Así que tenéis algo más que conocidos en común, ¿eh?
—El entrometido de Steve no lo dejó pasar.
—Somos vecinos.
—Ah, ya veo...
Creo que ninguno de los dos escuchó el comentario de
Brown, tal vez porque nuestra atención estaba sobre el otro
—por mucho que intentásemos que no se notara—,
desafiante y esperando a ver quién daba el primer golpe.
Fue él.
—No te callas nunca. —Sacudí mi cabeza en respuesta—.
No era una pregunta, era una afirmación.
Animado por el resto, Levi se levantó de su sillón —en el
que descansaba su americana gris— y se acercó hasta el
piano mientras nosotros le seguíamos al interior del salón.
Pero antes de entrar me miró sobre su hombro y me dijo:
—No lo harías ni para salvar tu vida, repostero.
Y me deshizo vivo por culpa de una puta palabra,
liberando pensamientos que había tenido retenidos en lo
más profundo de mi mente, mientras me ponía al día con
eso que estaba negando una y otra vez; ese tipo me
molestaba no solo porque se permitió el lujo de decirme que
no, también lo hacía porque me gustaba muchísimo aunque
no lo entendía.
No era mi tipo para nada.
Se alejaba de esos jovencitos inmaduros que llamaban mi
atención al instante. Levi era sobrio, tranquilo, profundo, un
poco provocador e inteligente como él solo. Y no, no tenía ni
idea de por qué me gustaba tanto cuanto más me irritaba.
Una vez nos acomodamos en el salón de Steve, el
picapleitos se sentó sobre el banco del piano, remangó su
jersey de cuello de tortuga dejándolo a la altura de sus
codos y le pidió a Summer que se acercara. Ella lo hizo
encantada y Levi le dijo algo al oído y, después de que la
castaña malvada asintiera sonriendo, el picapleitos me miró
un segundo paralizándome por la intensidad que brotaba de
sus ojos. Cuando sus dedos acariciaron las teclas de esa
joya y se fundió con ella, entendí el motivo.
La canción que eligió para que ella le acompañara
cantando fue «Diamonds» de Rihanna y yo no pude evitar
sonreír ante el recochineo que había tras su elección. Me
confirmó que le molestaba mi manera de contraatacar cada
vez que terminaba sus sesiones por las tardes y saber que
provocaba eso en él, fue casi tan efectivo como una de
nuestras reyertas.
El abogado haría sombra a cualquiera que estuviera a su
lado si estaba sentado al piano, tenía que reconocerlo. En
tan solo cuatro segundos nos tuvo en sus manos y con la
boca abierta por culpa de su presencia majestuosa. No
podrías dejar de mirarle aunque quisieras por su
magnetismo y porque tocaba con una delicadeza exquisita.
Era diferente cuando fluía con la música y no sabía si era
consciente de que sentado ahí, tras el piano, dejaba que
vieras un poco más su fondo. Al menos yo lo hacía y me
gustaba ese lado que escondía a la perfección. Ese que le
convertía en alguien normal y sensible.
Alguien misterioso y confuso hasta decir basta.
Alguien que no debía atraerme, pero lo hacía.
Todo quedó en silencio cuando Levi rozó la última nota,
tal vez porque estábamos conteniendo la respiración. Nos
había dejado sin palabras y aunque estuve tentado a
aligerar el ambiente abriendo mi maldita boca para soltar
una de mis perlas, no pude hacerlo porque en ese momento
él decidió abrir los ojos y mirarme.
A mí.
Me miró con fuego en sus ojos de roca gris y yo olvidé
cómo se hablaba, pero fue algo fugaz. En segundos los
aplausos de sus amigos nos envolvieron y sus ojos me
dejaron, al mismo tiempo que su cara se volvía de un rojo
brillante muy adorable que me hizo sentir el tipo más
estúpido del planeta cuando entendí por fin todo lo que
sucedía alrededor del tipo. Juzgué mal al abogado. Acabé
creyendo que era el mismísimo diablo. Alguien al que solo le
importaban los números y los negocios. Un ser petulante
que se creía superior al resto del mundo. Y puede que me
equivocara y que Levi no fuera nada de eso.
Me di cuenta en cuanto su cuerpo se tensó al escuchar
los vítores de sus amigos. Me di cuenta al ver que su
expresión pasó de relajada a molesta en cuestión de
segundos. Me di cuenta cuando sus ojos me dejaron
buscando la salida más cercana. Sí, así me di cuenta de que
ese tipo borde que sacaba su espada en cuanto se sentía
amenazado, lo hacía porque era tímido y eso me inquietaba
y me atraía a partes iguales aunque no debería.
—¿Col?
Steve.
—¿Lo has pasado bien, verdad? —preguntó chocando
nuestros hombros.
Asentí incapaz de hablar porque sí, lo había hecho. Incluso
fue mucho mejor de lo que pensaba y no estaba seguro de
por qué eso me gustaba tanto.
6 DE MARZO
En línea

Rubio_20:30: ¿Eres de Chicago?


Yo_20:30: Si y no.
Rubio_20:30: Enigmático...

Yo_20:31: Bueno, sabes lo que


dicen. Uno es de donde pace.
Rubio_20:31: ¿Y llevas mucho
tiempo por aquí?
Yo_20:32: No mucho. Unos meses.
Todavía no me he establecido de
forma definitiva.
Yo_20:32: ¿Y tú?
Rubio_20:33: Tampoco soy de aquí
pero esta ciudad es mi hogar desde
hace tiempo.
Yo_20:33: ¿Y qué te trajo hasta
Chicago?
Rubio_20:33: Me sentía muy
perdido. Necesitaba empezar a
conocerme y en casa no lo iba a
conseguir.

Yo_20:34: ¿Por qué no?


Rubio_20:34: Bueno, el
ambiente allí era hostil.
Yo_20:35: ¿Te rechazaron por tu
orientación sexual? ¿Tu propia
familia?
Rubio_20:35: No. Solo mi
padre lo hizo.
Yo_20:35: Lo siento.
Rubio_20:36: Oh, ni lo
menciones. Estoy bien. Gracias
a eso pude ser libre, ¿sabes?
Yo_20:36: ¿Y cómo se siente?
Rubio_20:36: Genial. Me alegro
cada día de la decisión que tomé.
Esa discusión con mis padres
abrió una puerta para mí y no
dudé en cruzarla.
Yo_20:37: ¿Fue dura?
Yo_20:37: Me refiero a la discusión.
Rubio_20:38: Lo fue, aunque no
escuché nada que no supiera de
antemano. Papá dijo lo que tuvo
que decir y aguanté en pie, como
ese macho que hubiera deseado
tener en mi lugar.
Yo_20:39: ¿Me permites decir algo?
Rubio_20:39: Por favor.

Yo_20:39: Suena repugnante.


Rubio_20:39: Sí, lo sé. Pero en
el fondo esperaba cada bala que
salió de su boca, aunque fuera la
gota que colmara el vaso.
Rubio_20:40: Entonces me fui
de casa y gracias a un amigo
pude empezar de nuevo.
—16—
«LOS POLOS OPUESTOS»

Bip. Bip. Clac.


Ese era mi teléfono móvil avanzando por mi mesita de
noche y cayendo al suelo mientras interrumpía alguna de
las fases de mi sueño, no sabía muy bien cuál. Por norma
general nunca lo llevaba al dormitorio —no me gustaba
sentirme adicto a esa cosa—, pero estos últimos siete días
estuve bastante apegado a él, sobre todo porque mi
relación con el vecino de al lado se estaba estrechando a
pasos agigantados. Al menos la que estaba forjando con...
«¿Cómo me llamó en el cumpleaños de Steven? Ah sí; su
señor G.».
Ya sé que dije que no volvería a verle y había cumplido.
No le cité en la 113, pero un día me escribió y una cosa
llevó a otra y...
Aquí estábamos, estrechando lazos.
A tientas, en mitad de la oscuridad de la noche, busqué
mi teléfono sobre el suelo entarimado y cuando lo atrapé,
volvió a zumbar entre mis dedos. Pronto me incorporé
dejando caer mi espalda sobre el cabecero mullido y
desbloqueé la pantalla creyendo que sería Steven. Bueno,
ese era mi deseo porque desde la dichosa fiesta de
cumpleaños, me había estado regalando un silencio
espantoso y todo por culpa de la bocaza del rubio. Sin
querer desveló a mi mejor amigo dónde estaba el
apartamento de Kyle y eso debió abrir un poco más su
herida. Todo el mundo tenía su manera de afrontar el dolor y
la de Steven era tapar e ignorar. Por eso, cuando Colin le
confesó que éramos vecinos, debió ser un gran golpe, sobre
todo si alguna vez había visitado la casa del rubio. Por el
momento, esa revelación le había dejado mudo. Al menos
conmigo.
Mis ojos trataron de adaptarse al destello repentino de la
pantalla cuando se encendió y rápidamente estaba
repasando el final de mi conversación de hoy con el rubio.
Rubio_20:40: Entonces me fui de
casa y gracias a un amigo pude
empezar de nuevo.
Yo_20:41: ¿Cuánto tiempo hace de
eso?

Rubio_20:41: Nueve años.


Yo_20:41: Oh, vaya... Debió ser
duro.
Rubio_20:42: Un poco. Al principio
echaba mucho de menos a mi
hermano y a mis amigos, pero
pronto me metí de lleno en mi
proyecto y dediqué todo mi tiempo
a sacar adelante mi negocio.
Yo_20:42: ¿Y tu negocio, es...?
Rubio_20:43: Buen intento, ;). Si no
me dices qué hay tras la G, yo
tampoco diré nada.
Yo_20:43: Mejor así. No queremos
romper la magia que nos rodea.
No respondió más tras ese mensaje y pensé que, como
estaba de tarde en el Bite Me, tal vez le había pillado
echando el cierre. Ahora os estaréis preguntando el motivo
por el que sabía que había trabajado por la tarde. Era
sencillo; el rubio se tomó muy en serio eso de ser mi amigo.
Pasamos de una guerra fría vecinal a una cordialidad que
asustaba. Si me veía en el vestíbulo, él esperaba
amablemente a que me acercara al ascensor para subir
conmigo y, por supuesto, se esforzaba por sacar la mejor
conversación para el corto trayecto. Después del
cumpleaños de Steven, el rubio cambió y descubrí que tenía
un lado amable que hizo que me relajara.
Me sobresalté cuando Colin maldijo atravesando el
tabique que nos separaba.
Nuestros apartamentos eran idénticos pero a la inversa.
Como si el suyo se reflejara en un espejo dando lugar al
mío, pero con una ligera diferencia. Kyle hizo una segunda
habitación en la planta de arriba y yo le estaba agradecido
por pensar en el futuro, porque ahora podía dormir «en paz»
sin tener que hacerlo en la habitación que él utilizaba. Esa
en la que metí todas sus cosas de diseño en cuanto empecé
a quedarme con más frecuencia aquí.
Pensé en hacerlo, ¿sabéis? Creí que si me atrevía a
dormir en su cama, Kyle terminaría por dejarme tranquilo.
Pero meter al rubio nunca pasaría, por muchas ganas que
tuviera de que Kyle me abandonara de una maldita vez. Así
que, desde que iba y venía a Chicago, dormía en el
dormitorio que pegaba al del rubio y por eso pude oírle en
mitad del silencio a las tres de la madrugada. Aunque ese
«me cago en la puta» saliendo de su boca bien podría
haberlo escuchado a las tres de la tarde y con el tráfico
atascando las calles, porque el rubio lo dejó escapar de lo
más profundo de su alma. Tal vez por eso me precipité a
mirar el nuevo mensaje que me había mandado.
Rubio_02:58: Siento escribirte a estas horas.
Solo necesitaba hablar.
No era la persona más indicada para hacer esto, al
menos no como Levi. A ver, no es que fuera un desalmado
sin corazón, por mucho que él lo llegara a pensar. Solo lo
tenía resguardado en una especie de caja blindada y con
cientos de candados y cadenas, lejos de tipos como Colin.
Yo prefería parecer un tipo frío y alejarme del peligro.
En cambio, G...
Yo_03:02: ¿Estás bien?
G. tenía la caja abierta, dotando de oxígeno a su pobre
corazón magullado, anhelando que volviera a latir como
antes. Sí, ese alter ego, que inventé para armarme de valor
y conseguir que Colin y yo nos deshiciéramos de la tensión
sexual que siempre nos acompañaba, era un pobre tonto
que creía en que todo el mundo tenía derecho a ser feliz.
Incluso hasta yo.
En medio del silencio escuché el crujido de la cama del
rubio y sus pasos alejándose, llegando a ser casi
imperceptible el ruido y, al comprobar que no había
respuesta mirando una y otra vez nuestro chat, decidí
insistir por mucho que mi lado gélido me aconsejara no
hacerlo, aunque se adelantó.
Rubio_03:05: ¿Alguna vez te has sentido atraído
por alguien que no te conviene?

Bueno, la respuesta a eso era sencilla; sí. La única vez


que me dejé llevar por esa atracción me metí en infinidad
de problemas y herí a muchas personas.
Yo_03:06: Sí.

Rubio_03:07: ¿Y te arriesgaste aun


sabiendo que podía no salir bien?
Yo_03:08: Lo hice.
Rubio_03:08: ¿Y?
Yo_03:08: Pues pasó, aunque en
el camino dejara algún cabo
suelto.
Rubio_03:09: Entonces, no mereció
la pena.
Yo_03:09: No he dicho eso.
Además estamos hablando de ti. Y
si sabes de antemano que es un
error, con evitarlo sería suficiente,
¿no?
Rubio_03:09: Ya... El problema es
que quiero cometer ese error,
¿sabes?
Me llevaban los demonios y no debería sentirme así, pero
todo fue por culpa de Steven. Desde que pisé Chicago no
dejó de hablar de Colin. Me contó cómo se conocieron, cómo
se enrollaron y cómo el rubio no tenía remedio y seguía
yendo una y otra vez en busca de ese tipo que era mucho
más joven que él: un monitor de fitness argentino. En mi
defensa diré que no le había preguntado nada y, por mucho
que no me gustara meter mis narices en la vida de los
demás, este asunto en cuestión me molestaba. Por eso,
cuando la conversación entre el rubio y su señor G. tomó
ese rumbo, comencé a cabrearme pensando en la
posibilidad de que Colin quisiera volver a intentarlo con su
ex; el yogurcito sin pasteurizar.

Rubio_03:10: Creo que me gusta mi


vecino.
Pero no. No era eso lo que quería. Era mil veces peor.
Yo_03:11: Vaya...Y yo que
pensaba que lo nuestro iba en
serio.
Rubio_03:11: Sabes que estaría
dispuesto a intentarlo si quisieras.
Eres tú el de las normas.
Yo_03:11: Es mejor así, rubio.
Sigamos como hasta ahora.
Rubio_03:12: ¿Acostándonos
cuando te place?
Yo_03:12: Lo dices como si no te
gustara. Y no, no me refería a eso.
Rubio_03:12: Lo sé. Estaba
bromeando.
Yo_03:13: Nuestra historia está
maldita, rubio. Nunca serías feliz
conmigo.
Rubio_03:13: ¿Por qué estás tan
seguro?
Yo_03:13: Porque la oscuridad es mi
mejor amiga. Porque no me siento
cómodo de otra forma y, aunque sé
que no es sano, me he
acostumbrado a vivir así. Tú mereces
más que un polvo entre las sombras.
Rubio_03:14: Así que me centro en mi
vecino, ¿no?
Me lo merecía, por idiota.
Pensé que si le daba un cierre con su señor G, todo sería
mucho más sencillo para mí y no que le acabaría atrayendo
como la miel a las abejas. Aunque, siendo honesto, no me lo
esperaba por mucho que la atracción que sentíamos fuera
casi palpable. Pero eso no significaba que tuviera que ceder
a ella siendo Levi. Ya metí bien la pata escondiéndome tras
el pianista misterioso, no iba a hacer ninguna estupidez más
animándole a que se arriesgara con su vecino.

Yo_03:15: ¿Merece la pena


intentarlo?
Rubio_03:15: No lo sé. Es
enigmático, como tú y no puedo
evitar que me atraiga. Por otro lado,
no le soporto pero no puedo dejar de
pensar en él. ¿Tiene sentido?
Yo_03:16: Sí.

A mí me pasaba exactamente lo mismo con él.


Rubio_03:16: ¿Lo dices por decir o
porque realmente lo piensas?
Yo_03:16: De verdad.
Rubio_03:17: Así que, ¿si fueras yo te
lanzarías?
Yo_03:16: No lo sé. Pero la única
manera de tener una respuesta es
haciendo la pregunta.
Sé lo que pensáis y no. Si le dije eso fue para que, si se
atrevía a dar el paso, pudiéramos hablar y dejarle claro que
nunca sucedería nada entre nosotros.
Rubio_03:16: Tú y tus frasecitas.
Rubio_03:16: ¿Sabes? Creo que
esperaré. Igual todo esto que estoy
sintiendo no es más que mi afán por
encontrar a alguien antes de los
cuarenta.
Al leer su último mensaje me apresuré a teclear:
«Mereces tu historia feliz, Colin». Y cuando me di cuenta de
mi error, borré todo lo que había escrito y empecé de
nuevo.
Yo_03:16: Encontrarás a tu persona.
Rubio_03:17: Eso espero.
No hubo más mensajes, así que después de dejar el
teléfono sobre la mesita de noche, me fui a la cama a
descansar como mínimo una hora para poder funcionar
mañana. Tan pronto como me tumbé sobre el colchón mi
corazón latía sosegado, pero con la suficiente fuerza como
para sentirle en mitad del silencio. Pero no fue hasta que le
escuché a través de la pared, que mis ojos se cerraron
deseando poder atravesar el tabique y darle un beso de
buenas noches a esa boca insolente suya que tanto me
gustaba, aunque tendría que resignarme con hacerlo en
sueños y mientras dormía.
Bip. Bip. Clac.
Vale, quizás lo de dormir no iba a suceder y no me
importaba.
—17—
«A CONTRARRELOJ»

Tic tac. Tic tac.


El sonido de las agujas de ese reloj que estaba sobre la
pared frente a mí me estaba poniendo de los nervios.
Tras mucho meditarlo, acabé por entrar en razón y admití
que necesitaba la ayuda del picapleitos. Eso significaba
cobrarme uno de los dos favores que me debía pero, ¡qué
diablos! No podía dejar que el orgullo me cegara. No
después de la charla que tuve esta mañana con Brown.
«Davidson tiene otra oferta».
Joder. No me lo esperaba. Me pilló en bolas y tardé
bastante en reaccionar.
A ver, después de la negativa feroz del abogado me
obligué a olvidarme de ese local, pero intentar convencerme
de ello no estaba siendo tarea fácil. Seguía obsesionado con
ese lugar, a pesar de que Steve estaba haciendo lo
imposible por venderme otros mucho mejores, más
espaciosos y luminosos y, lo que era más importante; más
baratos. El problema era que nada lograba cautivarme y mi
mente seguía atascada en ese que estaba en ruinas y al
que quería poner ventanas francesas. Lo que no imaginé
era que ese tipo pudiera recibir otra oferta, ni que eso me
llevaría al bar que prometí no pisar más tras mi cita con el
abogado.
Nervioso, cogí mi taza de café —sí, mala elección para
calmarse— y le di otro sorbo evitando mirar el reloj del
demonio que seguía alterándome con su «tic tac». Como
aquella vez en el local, Levi volvía a llegar tarde y mi mente
solo creaba pensamientos criminales. Vale que no tenía la
culpa de lo que había sucedido y yo ni siquiera me molesté
en explicarle el motivo por el que quería que nos viéramos,
pero para ser justos él tampoco preguntó. Le llamé
pensando en que me pondría cualquier excusa para no
quedar conmigo, al fin y al cabo nuestra relación avanzaba
casi a empujones, a pesar de que tras el cumpleaños de
Brown se suavizaron un poco las cosas entre nosotros. Sí,
solo un poco, porque toda esa atracción que sentía se
esfumaba al pensar que había defendido a ese tipo.
Era algo en lo que tenía que trabajar, pero no iba a ser
hoy.
Ya se retrasaba quince minutos y mi desesperación me
llevó a pedir un segundo café, porque era muy temprano
para una cerveza por mucho que me apeteciera beber en
este momento. Una parte de mí quería llamarle de nuevo
para preguntarle dónde diantres estaba y la otra, la que
debía estar sujetándome y calmándome para que no lo
hiciera, parecía estar apoyando mi loca idea. Y de no haber
sido por el sonido de la puerta del bar abriéndose, habría
terminado por llamarle y montar una escena.
—Siento el retraso.
«Vaya, lo siente. Si saliera antes de casa no tendría que
sentirlo.
»Va, Col, cálmate y sé amable. Recuerda que vas a
pedirle un favor. Aunque por otra parte, te lo debe...
—¿Colin?
—¿S-Sí?
—Te decía que siento el retraso —Repitió dejando su
chaqueta sobre el respaldo de la silla—. Había atasco en la
entrada a Chicago desde Milwaukee.
—¿Milwaukee? —Él asintió—. Mierda, dime que no he
estropeado algún plan en familia.
—No lo has hecho. —Suspiró retirando la silla frente a mí
para sentarse—. En realidad me has salvado de algo
incómodo.
—¿De verdad? —Levi asintió de nuevo—. Eso quiere decir
que me debes otra, ¿no?
—No abuses de mi buena fe, repostero.
—Ah, ¿pero tú tienes de eso?
Su ceja izquierda se elevó mientras su mirada sostenía la
mía y, como siempre, no duró más de dos segundos. Era
extraño pensar en que eso era una señal de timidez, pero
después de analizar fríamente todos nuestros encuentros
estaba más que convencido de que era un tipo muy
retraído.
—¿Entonces...?
De acuerdo. Este asunto podía afrontarse de dos maneras
diferentes. La primera; siendo cordial, educado, amable...
Y la segunda...
—Quiero el local de Loyola y tú me vas a ayudar.
...siendo yo.
—Así que volvemos a lo mismo —dijo, su tono de voz algo
cansado, cuando yo asentí provocando que rodara sus ojos
—. Lo siento mucho, pero la respuesta sigue siendo no.
—Pero...
—No, Colin —Insistió—. No pienso poner mi dinero en
algo que no merece la pena. Está por encima del valor de
mercado, habrá que reformarlo entero y, para colmo de los
colmos, te comerás la oficina que hay arriba que no usarás
para nada y...
—Quédatela tú.
—¿Q-Qué?
Lo había estado pensando con detenimiento.
Una de las posibles soluciones para hacerme con el local
perfecto para mi cafetería era conseguir que alguien
comprase la oficina de arriba. ¿Y quién mejor que él para
hacerlo? Sabía que Levi estaba buscando oficina para
montar su propio bufete en Chicago y vale que tal vez no
era lo ideal hacerlo sobre una cafetería, pero la ubicación
era perfecta.
—Piénsalo. Es amplia, con unas vistas maravillosas, es
fácil aparcar y tus clientes podrían disfrutar de un café y
una porción de tarta exquisita que correría de mi cuenta.
—¿En serio estás intentando sobornarme con café y tarta
a cambio de un puñado de miles de dólares?
—Sabes que tengo razón y que esa oficina es maravillosa
para tu bufete.
—Sí, lo es —dijo provocando en mi cara una sonrisa
victoriosa que duró menos de un segundo al añadir—: Pero
no. Mira, si hay algo que no soporto es que me tomen el
pelo y ese tipo pidiendo esa cantidad de dinero se está
burlando de ti. Así que, si no tienes más que decir, me voy.
Me espera mi concierto de las cinco.
Levi arrastró su silla hacia atrás con brusquedad y
cuando agarró su chaqueta supe que tenía que jugar sucio
si quería ganar esta batalla.
—Me lo debes, picapleitos.
Fue rastrero, pero no se me ocurrió nada mejor para
retenerle que el chantaje.
—Tiene otro comprador —Confesé al borde de la súplica.
Cuando mi bala terminó de impactar contra su espalda,
se detuvo de inmediato.
—Lo siento —dijo, resoplido al aire antes de volver a
sentarse y apoyar sus codos en la mesa—. No puedo
hacerlo, Colin. Es arriesgado. —Suspiró llevándose una
mano a la frente—. Me gustaría mucho ayudarte, pero
invertir en ese local no es la forma adecuada de proce...
—Vale —Le interrumpí—. Está bien —Asentí con energía
mientras terminé con el café y, cuando dejé la taza sobre la
mesa, disparé—: Dices que te gustaría ayudarme pero que
esa no es la forma, ¿verdad? —Él me miraba sin decir nada,
mordiendo su labio inferior con fuerza—. Puedes hacerlo de
otra manera.
—¿Cómo?
Era el momento de utilizar la información privilegiada que
obtuve sobre él. Según fuentes muy cercanas, el abogado
era el mejor en su trabajo. Mi hermano me habló sobre su
habilidad con la persuasión y me dijo que era tal su destreza
con ella, que sería capaz de hacer que un ratón se metiera
en una jaula con un gatito por voluntad propia. Y yo quería
verle en acción.
—Ayúdame a conseguir solo el local de abajo y te dejaré
en paz.
De pronto cayó un silencio asfixiante, retándome a abrir
mi bocaza para detenerlo. Era consciente de que lo que dejé
sobre la mesa era enorme y de que no tenía ninguna
posibilidad de persuadirle, pero tenía que intentarlo. En este
momento era difícil leerle. Estaba cabizbajo, pellizcando el
puente de su nariz y con los ojos cerrados, mientras su
mandíbula se apretaba, quizás porque la lucha que libraba
callado era dura. Y cuando estaba casi convencido de que
había dado en hueso, suspiró, abrió los ojos y me sorprendió
diciendo:
—Trato hecho.
9 DE MARZO
En línea

Señor G_23:45: Somos tres chicos,


aparte de papá.
Yo_23:46: ¿4? Guau... Tu madre
debe ser una mujer fuerte.
Señor G_23:46: Lo es. En
realidad creo que iba a por la
niña, pero después del pequeño
se rindió :D.
Yo_23:47: ¿Y te llevas bien con
ellos?
Señor G_23:48: Hay momentos,
¿sabes? Además de la afinidad y
todo eso.
Yo_23:48: ¿Y con quién eres más
afín?
Señor G_23:49: Con el pequeño
sin duda.
Yo_23:49: Lo tienes claro, ¿eh?
Señor G_23:50: No congenio
con mi hermano mayor. Eso es
todo.
Yo_23:50: ¿Por qué no?
Señor G_23:50: Bueno, es todo
un poco complicado. Él es hijo de
un matrimonio anterior.
Señor G_23:50: Mi padre enviudó
y mamá y él acabaron formando
una familia. Así que me adoptó. Y
con el tiempo vino el pequeño de
sorpresa.
Yo_23:51: Oh, joder. Sí que parece
un enredo. Así que tu hermano
mayor, no es realmente tu
hermano.
Señor G_23:52: Hermanastro.
Tal vez por eso no
congeniamos, porque tuvo que
compartir a su padre conmigo.
Yo_23:53: Entendería los celos si
fuerais niños pequeños, pero a esta
alturas...

Señor G_23:53: De hecho de


pequeños nos llevábamos mejor
que ahora, pero la vida pasa y las
personas cambian.
Yo_23:53: Siento leer eso. Al menos
te llevas bien con tu hermano
pequeño.
Señor G_23:54: Nos respetamos
y creo que en eso radica todo.
Yo_23:54: Es justo lo que hacemos
Dylan y yo.
Señor G_23:55: Supongo que
Dylan es tu hermano.
Yo_23:55: Gemelo idéntico.
Señor G_23:56: Suena divertido.
Yo_23:56: Bueno, tal vez en una
familia normal lo hubiera sido.
Pero en casa no teníamos tiempo
para pensar en hacer trastadas.
Señor G_23:57: ¿Por?
Yo_23:58: Cosas que se escapan
de las manos de unos críos de diez
años.

Señor G_23:59: Ahora soy yo el


que siente escuchar eso. O leerlo
en nuestro caso.
10 DE MARZO
En línea

Yo_00:00: Está bien. Podemos dejar


los temas densos a un lado.
Señor G_00:01: Me parece bien.
Yo_00:01: Así que... ¿A qué te
dedicas?
Señor G_00:01: A algo muy
aburrido, rubio. Pero a su vez me
apasiona.
Yo_00:02: ¿Trabajo de oficina?
Señor G_00:02: Algo así.

Yo_00:02: ¿Y sueles llevar traje a


menudo?
Señor G_00:03: Siempre. Siempre
lo llevo.
Yo_00:04: Uhmmm... Me gusta.
Señor G_00:04: Por supuesto que
te gusta. Eres de ese tipo.
Yo_00:04: ¿De qué tipo? ¿A qué
te refieres?
Señor G_00:05: De los que tienen
algo con las personas bien vestidas.
Una especie de obsesión o
enamoramiento estúpido.

Yo_00:05: Oh, lo soy. Y no te


olvides de añadir un olor
delicioso. Entonces estoy jodido.
Señor G_00:06: Así que te gusta
una buena americana.
Yo_00:07: Depende del modelo,
cariño.
—18—
«EL TERCERO EN DISCORDIA»

Señor G_19:00: Para una cena con un


amigo... ¿Con o sin americana?

¿Qué posibilidad había en el todo el universo de que mi


hombre misterioso escribiera justo cuando iba a cometer el
mayor error de mi vida? Podría apostar mi melena a que
pocas, por no decir ninguna, y la habría perdido.
Hacía apenas una hora que Aaron se presentó en la
puerta de casa, con un gesto cercano al de un cachorro
inmensamente triste y yo, como era un idiota enorme, me
compadecí y le dejé pasar. Me dijo que se había estropeado
la caldera en su apartamento y que necesitaba un lugar en
el que ducharse. Él; el monitor de un gimnasio en el que
había vestuarios con duchas y agua caliente.
Era nulo cuando estaba delante. El argentino sabía qué
decir y cómo para instalar en mi cerebro una especie de red
que volvía disfuncional. Le bastó un «te extraño» para hacer
a mi corazón latir igual que el de un enamorado imberbe,
con ojos brillantes y sonrisa tonta. Y por eso terminé a
punto de pedir algo para cenar y de meterme en muchos
problemas.
Un par de luces encendidas, música de fondo, una copa
de vino y sus ojos clavándome en mi taburete mientras
humedecía sus labios con esa lengua tan traviesa que tanto
me gustaba. Esa que estuvo a dos milésimas de segundo de
acabar dentro de mi boca de no haber sido por el sonido de
mi maldito teléfono.
—¿Bromeas? —preguntó al ver que me levantaba de la
silla.
—Podría ser mi hermano.
No, no era Dylan. A estas horas estaría en casa
esperando a Mel para bañar a mis sobrinas, porque desde
que se convirtió en padre y esposo ejemplar, me dedicaba
las horas golfas y en Los Ángeles aún eran las cinco de la
tarde.
Por eso no me sorprendí al dibujar el patrón de mi móvil y
encontrar aquel mensaje inocente que me llenó de
culpabilidad.
—¿Y bien?
Joder.
¿Os he mencionado lo guapísimo que estaba hoy mi
monitor favorito? Solo llevaba unos vaqueros —estaba
seguro de que sin nada debajo— y una camiseta gris que se
fundía con todos esos músculos que quería saborear más
tarde, a poder ser en mi cama. Deseé poder dejar el
teléfono, ignorar el mensaje del señor G. e ir a sentarme
sobre él mientras su olor, el de mi gel de baño, seguía
matando mis neuronas una a una y sin miramientos. Pero
una cosa era querer y otra muy distinta que debiera
hacerlo. Ya lo intentamos una vez y no funcionó. No, porque
a pesar de que Aaron era el tipo perfecto para esa fase de
una relación en la que todo era sexo, besos, arrumacos y
mucho más sexo, yo necesitaba más.
—Ha surgido algo —Mentí.
—¿En serio?
Asentí.
—Siento dar por terminada la noche antes de empezar
pero tengo que salir.
Nunca había mentido tanto en mi vida.
—Es una lástima...
Aaron anduvo hacia mi posición —en mitad del salón
donde permanecía inmóvil por culpa de su acento argentino
— y cuando estuvo a centímetros de mí, atrapó mi barbilla
con su enorme mano mirándome los labios de una forma
tan intensa que consiguió secar mi garganta.
—Te quería como postre.
—Tal vez en otra ocasión —dije intentando mantener la
compostura.
Antes de marcharse, miró sobre su hombro y clavó mis
pies desnudos al suelo. Pensé que montaría una de esas
escenas de; «¡oh, al diablo!», volvería hacia mí y aplastaría
sus labios contra los míos sin importar nada más que sus
deseos. Sin embargo, dejó escapar un largo suspiro y
respetó los míos mientras me decía adiós y cerraba la
puerta tras él.
Aun con el teléfono entre mis manos, me acomodé en el
sofá mientras me dejaba caer sobre mi espalda apoyando
mi cabeza en varios cojines y sin más tecleé:

Yo_19:10: Depende del tipo de amigo que sea...

¿Que cómo había terminado mensajeándome con él? La


respuesta era simple; volvió a insistir.
Hace unos días recibí otro mensaje en el que me
preguntaba si me volvería a ver por el piano bar. Y después
de ese, otro, y así llevábamos hablando varios días de todo
y de nada, como si nos conociéramos desde siempre.
Aunque no profundizamos demasiado, el misterioso señor G.
me habló de su familia, de su trabajo y de la libertad que
sentía tras el piano de aquel bar. Así llegué a saber que
tenía dos hermanos, que sus padres llevaban juntos casi
toda la vida y que no se sentía cómodo en su trabajo y
ahora estaba de excedencia.

Yo_19:10: ¿Pero tú? Con americana.


Señor G_19:10: Ahora tengo
curiosidad.
Yo_19:11: Es más una fantasía que
otra cosa. En nuestras citas llevabas
una y no he podido dejar de pensar
en eso.
Señor G_19:11: ¿En mi americana?

Yo_19:11: En nuestros encuentros.


Dime algo... ¿Lo harías de nuevo? Sé
que lo nuestro es platónico pero... Si
me vuelves a ver allí, absorto
mientras te escucho tocar, ¿serías
igual de osado o satisfecha la
necesidad...?
Señor G_19:12: ¿Crees que quería
satisfacer una necesidad contigo,
rubio? No. Lo que yo quería era follar
con un tipo ridículamente guapo.

«¡Oh, santísimo infierno! ¡Déjame arder entre tus


llamas!».
Yo_19:12: No es justo. Sigues
teniendo ventaja en esto. Para estar
en igualdad de condiciones deberías
darme algo más.
Señor G_19:13: Debería, ¿eh? No
sé. Me gusta el misterio. Aunque
tienes razón. Es un poco injusto que
yo sepa lo guapo que eres y tú no
tengas idea de cómo soy. ¿Cómo
crees que soy, rubio?
Devastador, pero por supuesto que no iba a decirle eso.
Imaginé muchas veces a mi pianista por lo que captaron
mis manos cuando me dejaba tocar. Pero si la cosa se
tornaba seria y mis dedos traviesos se atrevían a buscar el
botón de sus pantalones, me situaba debajo de él
descansando en aquella cama enorme, sobre mi estómago,
y con su cuerpo a ras del mío mientras sus dientes
arañaban mi nuca.

Yo_19:13: No voy a responder a eso.


Señor G_19:13: No te tenía por un
cobarde.
Yo_19:14: Dijo el tipo que en lugar
de ir de frente me envió una nota
en un posavasos.
Señor G_19:14: Touché.

De pronto escuché el sonido del ascensor llegando a mi


planta y mi corazón comenzó a palpitar descontrolado. Esto
también era otro problema.
Levi era el tercero en discordia, o el cuarto si me incluía
en esta amalgama de emociones, y todo porque empecé a
verle tras un cristal diferente que me mostró cosas que me
gustaban un poco. Bueno, vale, me gustaban un montón.
Tanto que, sin saber cómo, necesitaba saber más y más de
él.
Hacía días que el piano ya no sonaba a su hora habitual,
así que, al escuchar el ascensor, me precipité hacia la
mirilla de la puerta y observé con atención.
Tenía que ser él porque éramos los únicos vecinos de la
planta, y no tardé en confirmar mis sospechas. Emocionado
por su regreso, abrí la puerta en cuanto vi que se acercaba
antes de que pudiera esfumarse. Quería saber cómo le iba y
el motivo de su desaparición pero debí escoger otro
momento, porque cuando sus pies se detuvieron al
escuchar mi puerta abriéndose, casi me asfixio ante lo que
mis ojos tenían delante. La lluvia pasó desapercibida para
mí por culpa de mi charla con el señor G, esa que había
abandonado en cuanto escuché cómo llegaba Levi. Por eso
su traje calado me sorprendió dejándome sin habla y
maldije, mentalmente dirigiéndome al cielo mientras le
reprendía.
«Genial. Si esto es una broma, no tiene ni puta gracia».
El picapleitos se deshizo de su chaqueta y me dio una
vista bastante buena de su camisa blanca pegada a todos
los músculos que tenía debajo.
¡Joder! Ese hombre estaba tallado en piedra porque no
era normal lo que mis ojos estaban viendo.
Me sentí como un pervertido, repasándole con tanto
descaro mientras mi boca se secaba. Su camisa se
transparentaba en todos los sitios correctos, por eso pude
ver esa V marcada de su cadera y cómo de ella asomaba un
tatuaje que te llevaba hasta un lugar peligroso. Eran unos
pájaros diminutos muy parecidos a los que yo tenía en mi
espalda.
Intenté disimular cuando mis ojos viajaron hasta el hueso
de su clavícula, para después bajar hasta ese pecho en el
que no me importaría deleitarme.
«¡Por Dios! ¡Qué jodido espectáculo!».
Pero si eso me pareció de otro mundo, no fue nada
comparado con lo que sucedió después. Intenté
recomponerme, pero cuando mis latidos volvían a su ritmo
natural y mi mente intentaba pensar en otras cosas, él tuvo
que meter la mano entre su pelo y sacudir todo el exceso de
agua como si fuera un modelo de un puto anuncio de
Dolce&Gabbana. Podría vender lo que quisiera y yo le
compraría todo, lo que fuera. Una aspiradora, un curso de
alemán o incluso unas bragas, daba igual qué, yo le
compraría todo si volvía a hacer lo del pelo.
Y así de sencillo era para mí pasar de odiar a una persona
a querer comérmela hasta saciar mi apetito. Sí, yo también
me odiaba por ello.
—¿Colin?
—¿S-Sí? —Mi tono sonó culpable.
—¿Va todo bien?
No. Nada iba bien.
—Ajá.
—Vaaale —dijo, sus ojos entrecerrados sobre mí—.
Buenas noches.
Mi cerebro debió morir en algún momento porque era
incapaz de pronunciar palabra, yo que hablaba por los
codos siendo ese el mayor de mis problemas. Pero ahora
nada. Parecía que no podía encontrar mi lengua y no ayudó
nada que Levi, antes de abrir su puerta, se detuviera y me
mirase sobre su hombro para asegurarse de que estaba
bien. No supe si fue su expresión preocupada, su ropa
goteando o mi cerebro fundiéndose, pero lo que quiera que
fuera me anuló por mucho que quisiera dejar atrás esa nube
de confusión.
—¿Has cenado?
—¿Q-Qué?
—Cenar. Ya sabes, esa última comida del día.
«¿En serio me estaba vacilando ahora?»
Parpadeé varias veces intentando salir del letargo en el
que me encontraba sumido y mi mente se fue hacia la cena
que pudo ser y no fue con Aaron.
—Aún no. Se me ha hecho tarde.
—¿Quieres hacerlo conmigo? —En un instante mi boca se
abrió descontrolada y él especificó—: Cenar.
«Vale. ¿Quién es este y que ha hecho con el abogado
retraído y gruñón de pocas palabras?»
—¿Colin?
—Sí, me gustaría.
Su ceño fruncido desapareció en cuanto le di mi
respuesta, dejando paso a una mirada intensa que calentó
mi cuerpo en milésimas de segundo.
—Entonces, ¿pasas a por mí en...? —Respiré cuando sus
ojos me dejaron para mirar su reloj—. ¿Veinte minutos?
No debería, pero los hilos que me manejaban en estas
ocasiones hicieron que mi cabeza asintiera por mí, mientras
mi cerebro rogaba gritando para que Dios se apiadase de mi
alma.
—19—
«UNA BOMBA DE AZÚCAR»

—No. No, no, no, no, no...


Nunca pensé terminar en casa del vecino y frustrado ante
lo que él entendía por cenar. Debí haberlo imaginado en
cuanto el abogado abrió la puerta, vestido con una camiseta
blanca sin mangas y unos pantalones deportivos negros,
apenas sujetándose en sus caderas. Y si aun así había
alguna duda, sus pies descalzos la disolvieron. Sí, creí que el
picapleitos me invitaría a una velada tranquila y hubiera
sido genial de no ser por el hecho de que diferíamos en lo
que eso significaba. Yo pensé en una cena con una buena
charla en la mejor de las compañías y en un restaurante
bonito... Y en su lugar, él creyó que era buena idea...
—Otra vez, Colin. Prueba desde el principio.
...torturarme.
—¿En serio? —Resoplé bastante cansado—. ¿Qué he
hecho mal ahora?
—Aparte de ir de sobrado, cosa que a los tipos con pasta
no les gusta en absoluto, muestras tu mano con demasiada
vehemencia.
«¿Vehemente? ¿Yo?»
—Oh, discúlpame por dejarme llevar por mi confianza.
—No es confianza lo que veo.
Levi negó con la cabeza antes de servir un poco de agua
en su vaso y dedicarme una mirada desafiante mientras
añadía:
—Es prepotencia. Mira, Col...
Esa forma de llamarme me hizo hervir. Solo la gente más
cercana me llamaba así y por culpa de su atrevimiento me
vi tentado a responderle de manera poco cariñosa. Pero
enseguida me di cuenta de que fue algo espontáneo, tal vez
porque se sentía como yo; cada vez más cómodo con la
idea de tolerarnos. Y quizás fue por eso por lo que me
quedé después de todo a cenar con él.
Me sorprendió muchísimo cuando me dijo que había
cambiado de idea con respecto a salir a tomar algo y que lo
mejor sería cenar en su casa, a solas.
¿Veis como pintaba genial?
No tenía ni que pedirlo. La propuesta y esa camiseta de
tirantes anchos pegada a su cuerpo me convencieron
mucho antes de que abriera su boca, porque estaba
emocionado como un adolescente hormonal. Qué pena que
no quedó ahí. Ni siquiera se ofreció a hacerme una visita
guiada por su apartamento cuando desveló sus verdaderas
intenciones. Me dijo que aceptaba ayudarme si hacíamos las
cosas a su modo y eso significaba ensayar una y otra vez mi
careo con Davidson.
—A los tipos como él no les agrada negociar con alguien
cuyo ego es más grande que el suyo.
—¿Perdona? ¿Estás diciendo que soy un egocén...?
—Cállate —dijo, su tono severo calentándome al instante
—. Por una vez en tu vida escucha antes de reaccionar y
deja de comportarte como un crío en plena rebelión.
—Y ahora me llamas rebelde.
—Eres imposible. —Suspiró y yo sonreí—. En serio, no sé
cómo he cedido a esto.
Levi se dejó caer sobre el taburete que había al otro lado
de la isla de su cocina, frente a mí, y arrastró su mano
izquierda por toda su cara.
—Eso es porque, dejando a un lado que me debes varios
favores, en el fondo te caigo bien, picapleitos.
—Debe ser eso, porque de otra forma me habría rendido
haría como una hora.
—Eso no es cierto. —Él me miró sorprendido ante mi
afirmación, arqueando las cejas, y yo enseguida apostillé—:
No tienes pinta de hacer algo a medias.
Su mirada se tornó oscura mientras quedaba fija en mis
ojos y, como venía pasando con él desde que nos
conocimos, fue capaz de sostenerla durante unos segundos
fugaces y ardientes.
Cada vez me sentía más adicto a su ofensiva. Siempre
tenía algo que responder cuando me pasaba de la raya y yo
lo recibía con emoción. Pero esta noche el tono era distinto.
No quería discutir para desquiciarle. Quería saber cómo se
movía en las distancias cortas y si era capaz de seguir mi
ritmo cuando me ponía en modo cabrón coqueto e
irresistible.
—Tienes razón —dijo, su tono grave poniendo mi piel de
gallina—. Nunca hago nada a medias.
De no haber sido porque esa isla del demonio nos
separaba, ahora mismo estaría en problemas. No supe
cómo lo hice, pero acababa de derrumbar uno de sus muros
y me di cuenta cuando su mirada regresó a mis ojos y
decidió humedecer sus labios haciendo que mi corazón se
detuviera.
El abogado luchó por mantenerse ahí, en mi verde, ávido
por ganar, sin saber que estaba revelando demasiado.
Parecía hambriento, deseoso de hincarme el diente,
salivando ante una presa bastante suculenta y en ese
instante fui consciente del cambio en nuestra pintoresca
«relación». Cuando me rendí y acepté ser amable con él,
nunca pensé que mi empeño me llevara a esto; a dejar que
la atracción que sentía, y que había decidido desoír, saliera
a la superficie y casi me dejara en evidencia tiñendo mis
mejillas. Esa mirada cargada de deseo hizo que sintiera el
rubor subiendo desde mis pies, poco a poco, mientras mi
sangre se calentaba y justo cuando estaba a punto de
sonrojarme sin control, él abrió su boca...
—Por eso vamos a repetirlo todo desde el principio.
...y estalló esa burbuja en la que ambos estábamos a
punto de destrozarnos.
—Oh, dame un respiro, ¿quieres?
Resoplé exhausto. Apenas probamos bocado de esa cena
que pidió a uno de los restaurantes más selectos de
Chicago, cegado por la idea de aleccionarme. Era bueno
rebatiendo; el mejor oponente que había tenido nunca.
Cada argumento que exponía, él lo impugnaba de forma
cruel, como si estuviéramos en uno de los juicios a los que
se enfrentaba en su bufete y yo fuera su adversario en lugar
de su cliente.
—Él no te lo dará, ¿sabes? —Su ceño se frunció mientras
arrastraba el taburete hacia atrás y se levantaba retirando
los platos de la mesa.
—¿Dónde llevas eso? No hemos comido nada.
—Voy a calentarlos un poco en el horno. ¿Te parece? Así
podremos ensayar una vez más antes de cenar.
—No. —Negué con energía—. Vamos a parar porque
necesito despejarme un poco primero. No puedo volver a
discutir contigo con el estómago vacío.
—No estamos discutiendo, estamos negociando.
—Lo que digas...
Enseguida me levanté y me dejé caer en la isla sobre mis
codos mientras observaba a Levi ponerse en cuclillas para
meter el pescado en el horno.
—Necesito que hablemos de otra cosa antes de empezar
de nuevo con la batalla.
Sin siquiera levantarse, el abogado me miró sobre su
hombro y me regaló una sonrisa tan inesperada que me
hizo mirar para otro lado para que no viera la sorpresa
reflejada en mi rostro. Fue entonces cuando lo vi al otro lado
del salón. No supe cómo pude pasar por alto esa maravilla
cuando entré a su apartamento, aunque quizá verle en ropa
cómoda tuviera algo que ver.
Era muy bonito, sin duda el centro de atención de aquella
casa, tanto que sin darme cuenta mis pies comenzaron a
moverse y me llevaron justo a su lado.
—Así que este es tu bebé.
Levi seguía ocupado con la cena cuando decidí romper el
silencio que nos acompañaba. No le hizo falta mirarme para
saber dónde estaba, ni a qué me refería, pero aun así lo hizo
y yo esquivé la bala mientras acariciaba la tapa de su piano
con delicadeza, las yemas de mis dedos flotando sobre ella,
provocando que se erizara mi piel al instante sintiendo su
silencio como algo demasiado íntimo, como si me estuviera
dejando entrar a una zona restringida.
¡Y Dios, me gustaba esa sensación!
—¿Tienes otro en Los Ángeles?
De soslayo vi cómo me sonreía de nuevo provocando que
maldijera en silencio porque, si estoico y sereno era
guapísimo, sonriendo era sencillamente precioso.
—¿Tienes idea de lo que cuesta un piano de cola? —
preguntó sacando una bolsa de grissini de uno de los
armarios.
—Hum... No.
—Dependiendo de si es de segunda mano o la marca,
van desde los treinta mil hasta más allá de los ciento
cincuenta mil. Esos bebés son caros.
Levi abrió la bolsa de colines y después prosiguió:
—Y aunque creas que duermo todos los días sobre un
colchón hecho con cientos de miles de millones de dólares,
no me sentiría cómodo gastando todo ese dinero en un
capricho. Es de alquiler.
Al ver que no decía absolutamente nada, miró sobre su
hombro y me pilló boquiabierto sin dejar de mirar el Yamaha
negro.
—Lo siento —dije aun sorprendido—. Me has matado
cuando has dicho ciento cincuenta mil.
—Esos son los de alta gama.
—¿En serio esta cosa puede ser tan cara? ¿Y cómo puede
permitírselo Brown?
—Esa cosa es el mejor invento del mundo. Sobre el de
Steven, me dijo que era un regalo de un amigo.
—¿Un amigo? Joder con el agente inmobiliario...
Levi puso unos pocos colines sobre una bandeja de
mimbre y se acercó hasta el sofá, dejándola sobre la mesa
de café que tenía justo delante. Después se sentó
esperando que yo le siguiera ocupando uno de los sillones a
su lado, mientras su expresión parecía calmada, como si se
felicitara por llevar esta situación tan bien. Siendo sinceros,
pensé que a estas alturas habría entrado en pánico al
menos diez veces. Era extraño tener un momento de paz
con él y no estar peleando, ni sentirme incómodo, ni
ansioso, ni molesto. También era sorprendente que no me
hubiera echado de su casa víctima de ese terror que veía en
sus ojos cuando invadían su espacio. No era por fardar, pero
sabía que podía traspasar todos sus muros y, lo peor de
todo era que él no haría nada por detenerme. Y eso era un
problema gigante porque me sentía muy poderoso cada vez
que derrumbaba alguna de sus murallas.
Cuando decidí sentarme a su lado, en el sofá, pensé que
ahí terminaría todo. Creí que su frialdad aparecería siendo
un borde y haciéndome sentir mal para echarme cuanto
antes, y pudo pasar cuando choqué nuestras rodillas sin
querer. Pensé que se alejaría al extremo opuesto del sofá,
como si le hubiera quemado por el simple contacto fortuito
de nuestras piernas, pero no. Cometió el error de mirar mis
ojos curiosos y eso me llevó a tentar a la suerte, aun
sabiendo que podía construir una trinchera en tiempo
record.
Pero el abogado subió la apuesta y dejó su pierna donde
estaba.
—¿Por qué no te dedicaste a la música? —dije
poniéndome cómodo mientras agarraba un panecillo de la
cesta—. A ver, no tengo idea de cómo te manejas siendo
abogado, pero te he oído tocar y es algo como...
Abrí mucho los ojos, negué con la cabeza e inflé mis
mejillas soltando todo el aire cuando añadí:
—Guau. Podrías hacerte de oro, Levi. ¿Con esa cara y ese
talento? Yo no lo habría dudado ni un segundo.
Estaba seguro de cuál era la respuesta para eso, pero no
podía dármela sin abrirse y algo me decía que no iba a
pasar.
—¿Qué puedo decir? Me ponen mucho las leyes —dijo, su
boca torciéndose en una mueca.
—Así que defender a escoria como Simmons te excita...
—Resoplé bastante molesto—. Sabía que había algún
motivo oculto.
—Es mucho más complicado de lo que piensas —
respondió a la defensiva sintiéndose atacado por mi
comentario.
—No lo entiendo. Eres gay.
Mi afirmación tensó todos los músculos de su cuerpo.
A ver, no se escondía, pero tampoco andaba diciendo por
ahí con quién le gustaba acostarse. Para el picapleitos era
algo privado, aunque si le sacabas el tema respondía sin
más por muy incómodo que pudiera sentirse. Pude
comprobarlo en casa de Steve con sus amigos. Pero el
hecho de que yo fuera tan abierto respecto a mi sexualidad
parecía cohibirle más todavía.
—No entiendo cómo has podido trabajar para ese tipo —
Continué sacándome fuera de mis pensamientos—. Él
representa todo lo que odiamos.
—¿Por qué me metes en tu saco?
—¿Q-Qué?
—¿Por qué me incluyes en lo que odias tú? Yo vivo
tranquilo, con discreción acerca de mi vida privada. Mi
trabajo no tiene nada que ver con mi vida personal, Colin, y
no importa cuánto odie a ese idiota retrógrado y homófobo,
porque en ese bufete solo soy el abogado al que le tocó
defenderle.
Echaba humo y no me atrevía a detenerle.
—Allí no era un hombre al que le atraen otros hombres.
No era el tipo que se abstrae tocando ese piano. No. Solo
era Levi...
De pronto se detuvo y cerró sus labios con fuerza
mientras tomaba aire, cuando aclaró su garganta y dijo:
—Connors. Abogado y nada más. Solo hacía mi trabajo.
—En contra de tus principios.
—¡El trabajo es trabajo, joder! —dijo alzando la voz y
cuando se dio cuenta se calmó y cambiando su tono
continuó—: Dime algo, ¿piensas que todas las personas que
entran en tu cafetería son tolerantes y de mente abierta?
—No es lo mis...
—Lo es, Colin —dijo sin dejarme terminar—. Y no dejarías
de servirles aunque supieras con certeza cuántas personas
de las que te dejan su dinero son idiotas, como Simmons.
Porque los negocios son negocios y lo sabes. Y no te hace
mejor persona jactarte de cuánto defiendes al colectivo. De
hecho, debes estar agotado de mantenerte siempre alerta
por si aparece un Simmons en tu vida del que tengas que
defenderte.
—¿Es más fácil mirar a otro lado? Dime, Levi; ¿es más
sencillo esconder la cabeza en la tierra y hacer la vista
gorda ante tipos como él? —Mi tono se iba elevando por
momentos—. ¿Hay que dejar que sigan diciendo que ellos
son normales y nosotros unos desviados, enfermos y
asquerosos maricones? ¿Es eso?
No tenía un espejo cerca, pero sabía que las venas de mi
cuello estaban a punto de estallar y mis manos se aferraban
al grissini con tanta fuerza que temí que pudiera hacerlo
miguitas. Tal vez por eso actuó por instinto, sin pensar, y
puso sus manos sobre las mías para calmarle, sin tener en
cuenta que eso suponía mantener contacto físico conmigo.
—Ey... —Susurró arrebatándome el palito de pan y
dejándolo sobre la mesita, antes de dejar caer su mano
sobre mi rodilla y apretarla.
—Lo siento. —Mi voz apenas salía de mi cuerpo—. Lo
siento mucho. Tienes razón. Es solo que me toca de manera
personal.
—A mí también —dijo cuando mis ojos se clavaron en los
suyos.
Ahora necesitaba saber la historia. Quería saber cómo de
personal era su relación con Simmons porque estaba seguro
de que no podría compararse con la mía. Mis ojos
franquearon su iris antracita, ansiando sonsacar información
porque siempre que lo intentaba acababa leyéndole a mi
antojo y esa sensación era demasiado intensa. La sentía
siempre con él y me hacía querer seguir mirando,
aguantando ese pulso silencioso que estaba tratando de
ganar, pero a su vez sabía que le intimidaba como el resto
de la humanidad cuando le miraba a los ojos y eso me
animaba a seguir haciéndolo para comprobar dónde estaba
su límite.
—¿Qué quería ese periodista, Levi?
—Ya te lo dije —contestó intentando huir de mi mirada
sin conseguirlo—. Información privada.
Mis ojos se entrecerraron buscando más tras su escueta
respuesta y cuando pensó que me había rendido, soltó una
pregunta que me confirmó lo peligroso que era tenerle
cerca.
—¿Por qué odias a Simmons?
No respondí.
Mis ojos seguían bebiendo de los suyos a la vez que
sentía cómo se formaba un nudo en mi garganta que
apenas dejaba pasar el aire. Era la maldita tensión de
nuevo. Esa que logramos disolver aquella noche en casa de
Steve y que regresó para hacerme saber que daba igual el
esfuerzo que pusiera en resistirme. No importaba cuánto me
empeñara en negar lo que sucedía porque, hasta que no me
rindiera ante el picapleitos, no podría seguir adelante. Y eso
no podía pasar. No con él. No con alguien que parecía tan
complejo que necesitarías varias vidas para intentar
descifrarle y aun así nunca tendrías la certeza de que
pudieras conseguirlo.
—Debería irme.
Cuando hice el amago de levantarme del sofá, mi
corazón comenzó a latir descontrolado.
—Siento si he metido mis narices en tus asuntos —dijo
provocando que volviera a poner mi culo sobre mi sofá.
—Yo no lo siento.
—Lo sé.
Y otra vez se cruzaron nuestras miradas, seduciéndose
sin permiso.
La suya nerviosa, la mía estudiándole con cuidado
mientras intentaba hacer callar a mi mente, que me
advertía sobre lo mala que era la idea que acababa de pasar
por ahí. Fue culpa de su gris, que me estaba animando a
hacer eso que me moría por hacer desde no sabía cuándo.
Y, como un maldito impaciente, me lancé a sus labios,
desoyendo a mi razón. Pero no conté con sus reflejos. Mi
boca acabó sobre su mejilla izquierda, rozando su comisura
y maldije en silencio.
—Col... —Sus ojos permanecían cerrados—. Es mejor que
no enredemos esto.
—Oh, Dios. Lo siento. —Salté del sofá y me dirigí aprisa
hacia la puerta—. Lo siento mucho. Supongo que me he
dejado llevar por el momento pensando en que sería un
buen final para la noche de mierda que estábamos teniendo
Y así empecé a divagar mientras él intentaba no reírse.
—A ver, tampoco es que esté loco por besarte. Curioso,
sí. Ansioso... Bueno, quizás eso también, pero sé que es un
error, uno de esos con mayúsculas. Y lo sé porque
acabaríamos matándonos antes de siquiera intentarlo.
—Colin...
—Aunque tampoco sé si soy tu tipo. Bueno, eso es
mentira porque soy el tipo de todo el mundo.
Eso último le hizo sonreír y su sonrisa fue tan
arrebatadora que mi mano terminó en el pomo de la puerta,
ansiosa por tirar de él para así poder marcharme antes de
seguir metiendo más la pata. Y es que como siguiera
sonriéndome así nada me impediría besarle.
—Col...
—El caso es que un amigo me dijo que la única forma de
saber si esto iría a algún sitio era actuando.
Intenté recordar las palabras de G., pero fracasé
estrepitosamente.
—Bueno, no fue realmente así, pero quédate con la
esencia —dije, alucinando porque mi lengua no se hubiera
trabado todavía—. Lo siento, de verdad. No he podido
evitarlo.
—Colin...
—Supongo que pensé que sería un buen premio de
consolación, ¿sabes? Ya que está claro que me voy a quedar
sin el local porque soy pésimo negociando. Y bueno, un
beso hubiera sido...
—¿De consolación?
Por favor, ¿se podía ser más estúpido que yo con un
ataque de histeria?
—Lo siento. —Me disculpé una vez más mientras él se
acercaba hasta la puerta provocando que sintiera los latidos
de mi corazón en mi garganta—. No puedo dejar de hablar
cuando estoy nervioso y también siento haber intentado...
Mi boca se cerró cuando la punta de su pie descalzo
chocó con mi zapatilla y me hizo mirar sus ojos enfadados.
—Besarme no sería un premio de consolación, repostero
—dijo, su tono molesto.
—Demuéstralo.
Y otra vez sonrió derritiéndome al instante.
—No puedo. No... —Levi mordió su labio inferior, mis ojos
clavados en justo ahí y cuando lo soltó, dejó escapar un
resoplido a la vez que decía—: No debo.
—Lo entiendo.
—¿Lo entiendes?
—Sí. Soy como una bomba de azúcar que te mueres por
comer, pero de hacerlo te sentaría mal. Lo comprendo. —
Asentí mientras su sonrisa volvía a formarse.
—Ese ego tuyo debe meterte en problemas —dijo
negando con la cabeza.
—Ni te lo imaginas.
No perdí un segundo más cuando, por fin, tiré de la
puerta para abrirla antes de seguir poniéndome en ridículo.
No recordaba sentirme tan avergonzado en mi vida y hubo
momentos épicos en los que la palabra humillación se
quedaba corta, os lo aseguro. Pero este se llevaba la palma.
—Colin...
—¿Sí? —pregunté mirando sobre mi hombro.
—Me gustas.
«Oh cielo santo... Vete, vete, vete, vete...».
—Mucho. Muchísimo —dijo lleno de valor, pero cuando
vio que mi sonrisa se iba formando, mató mi esperanza—:
Pero nunca funcionaría entre nosotros. Por pequeña e
insignificante que fuera nuestra historia, jamás funcionaría.
—Me voy a quedar con eso de que te gusto mucho, pero
déjame decirte que aunque me hayas rechazado dos veces,
no te daré el placer de hacerlo una tercera.
—Es justo.
—Ah, y solo para que lo sepas; beso que te mueres.
—Lo tendré en cuenta —dijo, sus labios frunciéndose
mientras me miraba divertido—. Si necesitas que te ayude
con lo de Davidson, voy a estar aquí todas las tardes de la
semana que viene. Bueno, menos el viernes.
—¿No te rindes conmigo?
—Mira, no lo entiendo, ¿de acuerdo? No entiendo por qué
estás tan obcecado en conseguir ese local habiendo otros
tantos por la zona que son mucho mejores y más
asequibles. Ya te he dicho que no hago nada a medias. Te
debo un favor, ¿no? —Mi ceja se alzó y él enseguida dijo—:
Vale, dos. Así que deja que te enseñe cómo atacará para
que puedas esquivar sus balas. En cuanto al otro, puedes
pedirme lo que quieras.
—Gracias, pensaré en algo.
Estaba siendo difícil mantener la compostura tras
tremenda cagada y debí irme en cuanto tuve oportunidad,
pero en su lugar le disparé una última vez por si acaso
cambiaba de opinión.
—¿Sabes? Deberías hacerlo más. —Cuando le miré sobre
mi hombro tenía el ceño fruncido por la confusión y
enseguida le dije—: Sonreír. Deberías hacerlo más porque te
queda muy bien, picapleitos. Buenas noches y gracias por
todo.
—Buenas noches.
La tensión entre nosotros se disipó en cuanto salí de su
hábitat y él se dispuso a cerrar la puerta pero, no estaba
contento con la sensación de vacío que sentí, le detuve
antes de que lo hiciera mientras metía mi pie para
impedirlo.
—Ya sé lo que quiero.
—¿Qué? —Levi me miraba perplejo.
—Por el otro favor que me debes —Como no me
interrumpió, lo solté—: Una cita.
—Colin...
—No, no es lo que piensas. —Me apresuré a quitar esa
idea que se había instalado en su cabeza—. Quiero seguir
regando esta amistad tan bonita que está surgiendo entre
nosotros —Mi ironía consiguió hacerle sonreír otra vez—.
Imagina lo incómodas que serán las cosas cada vez que nos
veamos o si vas al cumpleaños de mis preciosas sobrinas...
—Él me miró entrecerrando los ojos y yo me encogí de
hombros—. ¿Qué? Conociendo a Mel, habrá invitado a todo
el mundo y tú, entras dentro de su mundo. Así que, ¿me
llevas mañana a un sitio? Necesito comprar algo.
Pensé que se negaría.
Pensé que el tipo al que mejor se le daba en el mundo
decir no, pronunciaría esa palabra sin dudar obligándome a
construir una defensa en menos de un segundo, pero no
tuve que hacerlo.
—Sí, y lo voy a hacer gratis. Puedes guardar ese otro
favor que te debo para más adelante —dijo, su sonrisa
tirando de sus comisuras.
En su lugar callé mirándole mientras seguía luchando
contra su sonrisa que me retaba de nuevo a correr el riesgo
y besarle.
Y nunca me había enfrentado a algo tan difícil en mi vida.
13 DE MARZO
En línea

Yo_23:35: Acabo de meter la


pata con mi vecino.
Yo_23:36: He intentado besarle
y no puedo sentirme más
avergonzado.
Yo_23:36: Pero no me arrepiento,
¿sabes? Tenías razón. Lo mejor era
preguntar para no quedarme con
la duda.

Yo_23:37: El problema es que me


intriga demasiado.
Señor G_23:39: La curiosidad
mató al gato, rubio.
Yo_23:49: También dicen que esos
bichos tienen 7 vidas. Me quedan 6.
—20—
«EL PLAN Z»

Me trajo hasta Old Town, un barrio al norte de Chicago.


Le noté nervioso al respecto desde que anoche aceptó
hacer de chófer para mí, pero en cuanto llamé a su puerta a
eso de las nueve, mi pelo suelto y húmedo porque tomé una
ducha antes de recogerle, y oliendo a esa colonia que se
convirtió en mi fragancia favorita en ese instante por la
forma en la que me estaba comiendo con los ojos, hice que
olvidara su aprensión y se permitió relajarse.
—¿Hoy no trabajas?
El viaje hasta allí duró unos quince minutos desde casa,
aunque se hizo demasiado largo debido al silencio. Yo, que
siempre hablaba por veinte, me mantuve calladito y
mirando por la ventana, así que su pregunta me pilló de
sorpresa.
—¿Qué?
—¿Tienes el día libre? —preguntó accionando el freno de
mano antes de pulsar el botón para apagar el coche.
—No. —Enseguida negué con la cabeza—. Mi turno en el
obrador hoy terminó a las siete, justo a tiempo para que los
de reparto lleven todo al Bite Me.
—¿A qué hora te levantas?
—Muy temprano. —Sonreí mientras me quitaba el
cinturón de seguridad.
—Vaya, hoy estás poco hablador.
—Solo estoy cansado —respondí suspirando mientras
salía del coche.
No le di oportunidad para seguir ahondando y creo que
me lo agradeció. A estas alturas ya había notado que el
picapleitos no era muy fan de las charlas vacías porque sí.
Bueno, ni de esas ni de las serias, porque si se trataba de
hablar de algo personal, no salía nada. Activaba su gran
caparazón y se aislaba de toda la humanidad.
Hoy parecían haberse invertido los papeles.
Yo estaba molesto por su rechazo de anoche y Levi —por
muy extraño que pudiera parecer— parecía curioso al
respecto.
A ver, tampoco se iba a morir si no se lo contaba, pero
estaba tan acostumbrado a mi lengua viperina que podía
ver que se había armado hasta las cejas para hacerme
frente, solo que nunca llegó el disparo.
No tardó en seguirme, cuando al empujar la puerta del
coche pulsó el mando para cerrarlo. Ante nosotros una
tienda de especias; «The spice house». Aún tenía el cartel
de cerrado, así que aprovechó para echar un vistazo. Su
fachada era de ladrillo visto y tanto las vigas como las
puertas metálicas eran de color negro, dotando a la tienda
de un aspecto moderno y antiguo al mismo tiempo, sobre
todo gracias a su cartel de letras doradas. Los escaparates
eran enormes, del techo al suelo, y te permitían ver la
tienda sin siquiera entrar. Yo quería algo así cuando me
trasladase a Loyola.
—¿Me has traído a una tienda de especias?
—Ajá.
—Pensé que tenías proveedores que se encargaban de
eso.
—Los tengo —dije sin siquiera mirarle—. No estamos aquí
para abastecer mi cafetería. Necesito reponer cosas en
casa.
—¿Cocinas?
Vale, había sido una pregunta estúpida y justo porque me
consideraba un tipo demasiado iluso, diría que el abogado la
hizo queriendo para seguir escuchando mi voz. El hecho de
que estuviera tan cortante le estaba volviendo loco y eso no
auguraba nada bueno. Si seguía por ese camino le obligaría
a sacar la artillería pesada y eso se traducía en volverse un
ser inerte.
—¿En serio, picapleitos?
Cuando hice aquella pregunta Levi frunció sus labios para
evitar reírse y yo solo quise besarle.
—¿De verdad acabas de preguntarme si cocino?
—Pues... —Nervioso, frotó su nuca pero no se achantó—:
Que domines la repostería no significa que seas bueno con
un bistec.
—Lo soy —Aseveré—. Pero prefiero los hojaldres, las
tartas, una buena mousse o hacer unos bombones
especiados.
—Suena tan genial como mortal para mí.
—¿Sabes? Empiezo a entender por qué no funcionaría
entre nosotros.
—¿Lo haces? —Asentí sonriendo—. Ilumíname.
—Es sencillo. Con alguien como yo estarías siempre
alerta porque no sabrías si quiero agasajarte o asesinarte.
Sin poder frenarla, una carcajada enorme le abandonó,
aunque no lo hubiera hecho de saber que por mi cabeza
había pasado esa idea. Cuando nos conocimos pensé en
ahogarle si no fuera ilegal agredir a alguien y en sentido
contrario ocurría lo mismo. Pero en estas semanas, en
Chicago, comencé a verle de otra forma y...
—¿Correrías el riesgo, abogado?
...me gustaba muchísimo.
—No lo creo. —Sonreí ante su respuesta.
Solo sesenta segundos después estábamos dentro del
templo de las especias.
El dueño, un señor casi octogenario, me dio una cálida
bienvenida mientras inspeccionaba a Levi de pies a cabeza
pensando que no se daba cuenta de su repaso por el rabillo
del ojo. Para ser justos, nunca había ido a su tienda con
nadie y eso debió sorprenderle, pero no dijo nada. Michael
solo se agarró de mi brazo y me llevó hasta el segundo
pasillo mientras el picapleitos nos seguía observándonos en
silencio. Eso sí, la próxima vez que visitara su tienda le
pediría un informe detallado sobre el análisis que le hizo al
abogado.
Después de bromear unos minutos, Mike nos dejó
mientras yo me deleitaba con esas estanterías frente a mí y
el aroma de las especias embriagándonos. Estaba
concentrado mirando el nombre de todos esos condimentos,
con mi ceño fruncido y mis dedos frotando mi barbilla,
cuando me puse un guante que había en una caja sobre una
repisa y metí la mano en una de las vitrinas para sacar
algunas semillas de...
—Esto es lo que necesitaba para la tarta de boda de mi
hermano.
...cardamomo.

∞∞∞
• Los Ángeles – Hace un mes...•
Me colé por la puerta de atrás como un vulgar ladrón,
pero quería darle una sorpresa a mi futura cuñada. Mi
hermano y ella pensaban que vendría un par de días antes
de la boda por culpa de mi falta de organización, aunque
todo fue una patraña.
Compré los billetes para regresar a casa hacía más de
dos semanas, y los tenía bien guardados en la mesita junto
a mi cama. Incluso cada noche antes de ir a dormir los
miraba y sonreía emocionado porque por fin iban a dar el
paso después de tantos años. Así que por eso estaba
llegando a Los Ángeles una semana antes de lo previsto.
Todo estaba en silencio, supuse que porque mis preciosas
sobrinas dormían plácidamente, y decidí mantenerlo para
no importunarlas y para que Melissa no acabase con mi
vida. Eso fue hasta que escuché algunas voces que
provenían del salón y mis pies se movieron por puro instinto
mientras atravesaba la cocina con sigilo para llegar hasta la
puerta que me llevaría allí y pegar mi oreja en ella.
—Dime otra vez por qué estoy aquí.
Esa voz...
—Vamos, Levi.
En cuanto escuché ese nombre empujé un poco la puerta
y me encontré espiando a mi cuñada como un puto voyeur.
Odiaba a ese tipo y, sobre todo, odiaba lo bien que se
llevaba con ella.
—No te quejes, estás aquí porque...
—Porque no tenías a nadie más que pudiera
acompañarte, ¿cierto? Soy el puto plan Z —dijo mientras
pellizcaba el puente de su nariz.
—No es verdad —Mel frunció el ceño—. Puede que al
principio te odiara un poquito —La ceja del abogado se alzó
dudando y ella sonrió—. Pero con el tiempo te he tomado
cariño.
Mel se sentó en una especie de otomana rectangular,
tapizada en terciopelo de color morado, que tenía junto a la
puerta de la entrada y comenzó a atar los cordones de sus
zapatillas.
—¿Como si fuera una mascota? —Su pregunta me hizo
sonreír pero se me pasó rápido al recordar lo que odiaba a
ese hombre—. ¿Ese tipo de cariño?
—Connors...
—Estoy jodiendo contigo, zafirito.
Mis mejillas comenzaron a teñirse de rojo en cuanto
escuché ese apodo saliendo de ese tipo y casi echan a arder
cuando ella sonrió con ternura.
Sí, estaba celoso.
—Más quisieras. —El guiño que le dedicó me hizo hervir a
fuego lento—. Ahora cállate y llévame hasta Sandy&Co.
Necesito con urgencia cardamomo para que Col pueda
hacer mi pastel.
De un salto se puso de pie, cogió unas gafas de sol que
tenía sobre un mueble junto a la otomana, las puso sobre su
cabeza y agarró el pomo de la puerta tirando hacia ella.
Pero antes de salir se detuvo en seco y maldijo en voz alta.
—Guau, Melissa —El abogado soltó una carcajada—.
Conozco a camioneros con un lenguaje más delicado que el
tuyo.
—Te puedes ir a la mierda. He olvidado el monedero
arriba. No tardo.
Cuando Melissa desapareció, volando escaleras arriba,
ese tipo horrible deambuló por el salón inspeccionando las
fotos que lo decoraban. La mayoría eran de mis hermosas
sobrinas y muchas otras de Dylan y Mel mostrando el
cambio en su relación a lo largo de los años. Pasaron
muchas cosas y nunca dejaron de mirarse de la misma
forma; enamorados hasta las trancas. El abogado parecía
tener la misma opinión que yo, o al menos era lo que ese
intento de sonrisa formándose en su cara me dijo, cuando
posó sus ojos en una foto en la que Mel me estaba dando un
beso en los labios. La expresión de Levi cambió a confusa
en un abrir y cerrar de ojos, y estaba seguro de cuál era el
motivo.
—¡Oye Melissa! ¡No sabía que Dylan tenía tatuajes!
Y esa era mi señal para hacer una espectacular aparición.
Sin dudar, terminé de empujar la puerta y comenzó el
show.
—Eso es porque no los tiene.
Levi se irguió —tanto que juraría que era un poco más
alto por el susto— y giró sobre sus talones tan rápido que
tuve que morder mi mejilla para no echarme a reír al ver su
cara de pánico. Pero esa diversión se diluyó en cuanto
nuestras miradas chocaron como dos bestias luchando por
ser el alfa de la manada, y cuando la suya abandonó la mía
acompañada de una expresión de frustración, me molestó a
más no poder.
Sabía el motivo por el que le odiaba desde lo más
profundo de mi alma, pero se me escapaba el porqué de mis
sentimientos correspondidos. Y eso...
—Hola. —Sonreí tanto que mi cara tiraba— ¿Te conozco?
...me convertía en un hijo de puta tocapelotas.
Sí, quería molestarle. Me moría por hacer que su
desayuno llegara a su garganta y que le ardiera el
estómago por mi culpa. Por eso fingí no conocerle.
—No, no lo haces. Supongo que eres el de la foto.
«Oh, así que quería jugar... »
—Te felicitaría —respondí acercándome a él comprobando
lo mucho que eso le molestaba—. Pero no es que sea muy
difícil distinguirnos desde que cumplimos dieciocho, por
mucho que Dylan haya dejado crecer su pelo y quiera
competir contra esta melena —dije enredando un mechón
de mi pelo en mi dedo aprovechando que sus ojos estaban
fijos en mis manos—. Soy Col. —Acabé de romper la
distancia entre nosotros mientras tendía mi mano derecha,
y después añadí—: El gemelo malo.

∞∞∞
—Mira, huele...
No lo vio venir. Acerqué mi mano hasta su nariz, mi
mirada intensa sobre la suya, esperando a que acatara mi
orden y lo hizo atrapando mi muñeca mientras yo rezaba
para que el tiempo se detuviera.
—Pruébalo. —Ordené.
Mis ojos no podían apartarse de su boca, por mucho que
no pudiera acercarme a ella como quería. Sin embargo, no
podía dejar de desearla y no tenía idea de cuándo había
sucedido eso.
Levi miró por encima de mi hombro, buscando a Michael,
quizás para obtener el beneplácito del dueño de la tienda.
Pero él estaba ocupado con dos clientes que habían entrado
hacía unos segundos, así que no podría librarse de esto
aunque quisiera.
—Va, pruébalo y dime a qué sabe.
Cuando sus dedos cogieron las semillas de cardamomo
de mi mano, un escalofrío recorrió mi cuerpo desde los pies
hasta mi nuca por culpa del roce y aunque duró solo un
instante, pude disfrutarlo.
Desde nuestro acercamiento llevaba días pensando en
aquel encuentro que tuvimos en casa de mi hermano, ese
en el que se llamó plan z, repitiéndose una y otra vez la
misma pregunta en mi cabeza; «¿por qué se tendría tan
poca estima?» Sí, llegué a esa conclusión después de
recordar la conversación de Levi con Melissa.
Él enseguida pensó que si Mel acudió a él fue porque
nadie más podía llevarla hasta la tienda, y puede que
tuviera razón pero también debió pensar que si ella le había
llamado era porque realmente le apreciaba. De hecho,
teníamos eso en común; si alguien nos caía mal no
podíamos fingir lo contrario. Nuestras caras nos delataban
enseguida.
—¿Y bien?
Levi saboreaba las semillas, su lengua apareciendo entre
sus labios y yo maldiciendo en silencio. ¡Me moría por
besarle, joder! Ahora mismo me sentía híper molesto
porque me lo impidió. Él me privó del beso que con tanta
osadía quise robarle y aterricé en su comisura. Lo que no
sabía el picapleitos era que ese movimiento provocó unas
ganas irrefrenables de intentarlo de nuevo en cuanto
pudiera despistarle.
—No sé. —Sus ojos se entrecerraron—. Es raro...
—¿Raro?
—Sí. —Asintió humedeciendo sus labios de nuevo—.
¿Cómo puede parecer dulce y amargo a la vez?
—Eso mismo me pregunto yo.
Disparé, mis ojos retándole a responderme y aunque
sabía que no debía provocarle dada su negativa, este era yo
tal cual y sin filtros. Si alguna vez se rendía ante mí debía
estar preparado para lo que vendría.
—¿Sabes? Odié verte con ella.
Fui yo el que detuvo el momento intenso.
Tantear al abogado se estaba convirtiendo en un hábito
cada vez que estábamos juntos, y no era porque de repente
me había obsesionado con él. Lo solía hacer con todos en
nuestro primer encuentro, porque me gustaba aprender
cómo eran para saber cómo defenderme en caso de tener
que hacerlo más adelante. Y eso es lo que estaba haciendo
con Levi; memorizar cada gesto, cada mueca, cada
reacción, cada respuesta y cada mirada que dirigía hacia mí
cuando mi boca se soltaba un poco.
—¿Q-Qué?
—El día que ibas a llevar a Melissa a por cardamomo. —
Levi frunció el ceño confundido y yo continué—: Me puse
celoso porque me sentí reemplazado.
—¿Lo dices en serio? —Asentí y él sonrió—. Pues es una
soberana estupidez. Si algo he aprendido de zafirito —Tuvo
que soltar el maldito apodo—, es que tiene un corazón
enorme con espacio suficiente para todos. Además, eres
como su hermano. —Enseguida negó y dijo—: No, eres su
hermano. ¿Crees de verdad que alguien tan insignificante
como yo podría reemplazarte?
—¿Por qué te infravaloras? Vale, eras su plan z, pero sé
que te tiene cariño.
—¿Habláis sobre mí? —Soltó, ceja izquierda al aire.
Esa pregunta me dio de lleno mientras intentaba
mantenerme erguido para no caer por culpa del impacto. Lo
cierto era que no había hablado con Melissa sobre Levi, no
de la forma que él estaba sugiriendo, por mucho que la
curiosidad me hubiera llevado a abrir el chat de mi cuñada
en más de una ocasión, pero me contuve. Cuando descubrí
que era el amigo de Steve me dejé llevar por la rabia y
quise preguntarle a mi cuñada qué veía en ese desgraciado
prepotente para que decidiera que merecía la pena tenerle
como amigo. Luego fueron pasando los días y las semanas,
y mis dedos quemaban por obtener otro tipo de
información. Quería preguntarle si sabía algo sobre su vida
personal porque me moría de ganas de saber cómo de larga
y seria fue su relación.
Y no llegué a hacerlo porque si Mel descubría que Levi
era mi vecino, y que pasé de odiarle a querer besarle
desesperadamente, debería responder a muchas preguntas.
Y aún no tenía respuestas.
—No.
—¿Por qué pareces un lobo muy culpable con piel de
corderito en mitad de un juicio, repostero?
—Porque solo sabes hablar de trabajo y no ves más allá.
—Ajá...
Levi comenzó a caminar por la tienda, boquiabierto ante
la inmensidad de las estanterías a su alrededor, sus muros
bajando sin que se diera cuenta, y aproveché el momento
para poder colarme un poco más allá.
—Así que eres una especie de ángel inversor.
Los «business angels» eran personas que invertían dinero
en negocios que apenas acababan de despegar para
obtener una rentabilidad mayor cuando este despuntara.
—Algo así. —Suspiró—. No soy un inversor ángel como
tal, pero se parece a lo que hago.
—¿Cuántas empresas has reflotado?
—Dicho así, ninguna. Solo he invertido en negocios que
necesitaban salir de un apuro, ayudando a modernizarlos
para que pudieran obtener más beneficios. Casi todos en mi
pueblo.
—Y así no perder tu dinero...
—No todo es dinero en la vida, Colin.
Así que volvíamos al tonito frío.
—Excepto si soy yo el que lo necesita, ¿verdad?
—Oh, por el amor de... —Levi pellizcó el puente de su
nariz con fuerza—. ¿Sabes qué? Sí; me niego porque eres tú.
Me niego porque eres el hermano de un buen amigo y
porque no quiero que te estrelles. Una cosa es un negocio
de un pequeño pueblo por el que no gano nada y otra
endeudarme por culpa del niño caprichoso que vive en ti.
—Así que ahora soy un niño caprichoso...
—Y tozudo. Eres la persona más cabezota que se ha
cruzado en mi camino. Y déjame decirte que he tratado con
muchas de ellas, pero tú ganas por goleada. Creí que
estabas conforme con la ayuda que podía ofrecerte. Pensé
que estabas de acuerdo en seguir por esa vía y que dejarías
que te enseñara a camelarte a ese tipo para que fueras
capaz de meterle en tu bolsillo y...
—¿Y a ti?
Le interrumpí porque no quería que nuestra conversación
siguiera por ese camino. Si vine aquí con Levi fue porque
quería acercarme a él fuera de las paredes de nuestro
edificio y tener la oportunidad de conocerle un poco mejor.
—¿Cómo puedo meterte en mi...?
Pero, ¿qué podía hacer? Me encantaba ese juego de
seducción en el que las indirectas iban calentando el
ambiente porque no podía callarme ni debajo del agua.
Cuando vi que Levi, lejos de asustarse, me plantaba cara
mientras miraba mi boca esperando ese disparo que creía
que le lanzaría, sonreí y humedecí mis labios antes de
decirle:
—Bolsillo.
Pero el disparo me lo devolvió con un cañón.
—Depende —dijo, sus ojos todavía fijos en mis labios—.
¿Soy tu plan z hoy?
—¿Te molestaría mucho si lo fueras?
—Lo haría —respondió, mirándome a los ojos sin vacilar
—. No llevo bien ser el segundo plato.
—Oh, es bueno saber que tenemos algo en común; yo
tampoco, picapleitos...
El aire se volvió caliente, casi asfixiante, y todo por culpa
de las llamas que chisporroteaban en sus ojos mientras me
desnudaba con la mirada, aunque sabía que si mencionaba
algo al respecto él lo negaría. Porque por supuesto que él no
me miraba de esa manera. No. Ni tampoco deseaba
besarme tanto como yo a él.
—Bien. Me gusta saber que estamos en la misma página.
—Lo estamos —respondí contenido—. Pero no creas que
me olvido de que me has llamado niño caprichoso cuando
no conoces los motivos de mi insistencia.
—Así que no es un capricho.
—No. No lo es —respondí negando con la cabeza—. Tengo
mis razones.
—¿Y son...?
—Tal vez te las cuente. Hummm..., no sé, ¿quizás pasado
mañana almorzando?
Joder, no pude contenerme. Si quería seguir avanzando
en esta incipiente amistad, necesitaba que confiara en mí y
que me dejara guiarle, aunque para eso debía llevarle por
mi camino.
—Colin, yo...
—No es una cita —dije con rapidez—. Es solo un almuerzo
de amigos que se están conociendo y que se sienten
brutalmente atraídos.
—Eso lo dices tú.
—Niégalo.
No pudo hacerlo. Solo sonrió y abandonó mis ojos
mientras negaba con la cabeza antes de dejar escapar el
aire que había tomado profundamente.
—Tú ganas. ¿Dónde me vas a llevar?
¿Con un poco de suerte? A mi cama.
15 DE MARZO
En línea

Rubio_03:30: ¿Cuándo tocas de nuevo?


Me muero por escucharte.
Yo_03:30: Pronto. He estado
ocupado.
Yo_03:30: Por cierto, ¿qué haces
despierto tan tarde?
Rubio_03:31: No puedo dormir.
Yo_03:31: ¿Por qué no? ¿Has tenido
una cena copiosa?
Rubio_03:31: No. Solo estoy
un poco nervioso.
Yo_03:32: ¿Por eso necesitas
escucharme?
Rubio_03:32: Sí. Me calmas. Daría
lo que fuera por oírte cantar.
Yo_03:33: Eso fue cosa de una
vez. No volverá a pasar.
Rubio_03:33: ¿Por qué?
Yo_03:34: No es fácil para mí. Si me
escondo en la oscuridad es porque
me siento cómodo siendo anónimo.
Yo_03:34: En el momento en el que
decidí compartir mi voz dejé de serlo
durante esos minutos y no me gustó
la sensación.
Rubio_03:35: Ahora me siento
especial.
Yo_03:35: Eres especial.
Rubio_03:35: Para o acabarás
por gustarme demasiado.
Yo_03:36: No pierdas el tiempo,
rubio.
Rubio_03:36: ¿Tan malo sería?
Yo_03:36: No.
Rubio_03:37: ¿Ves? Estamos
destinados a gustarnos.
Yo_03:37: Mereces que te pongan el
primero y en mi caso sería imposible.
Rubio_03:38: ¿Vas a volver a
intentarlo con él?
Yo_03:38: No. Eso terminó.
Yo_03:38: Pero no significa que
pudiera estar con alguien más.

Rubio_03:39: ¿Tan tocado te dejó?


Yo_03:39: No se trata de él. Es
complicado, rubio.
Rubio_03:40: ¿De quién se
trata entonces?
Yo_03:40: De un fantasma.
—21—
«QUE SOLO ESTAMOS DE PASO»
• River Twist – Hace veinte años...•

—Te quiero.
—¡No! ¡Kyle!
Todavía podía sentir el calor que irradiaban las yemas de
sus dedos rozando las mías a pesar de que su camilla
adelantó a la mía. Luché por incorporarme para ver dónde
demonios se lo llevaban, pero fue en vano. No hubo nada
que pudiera hacer para que mis músculos respondieran.
Nada. Y la sensación que me embriagaba no era buena. Mi
estómago dolía y no recibí ningún golpe. Lo hacía porque
ese presentimiento de que mi vida iba a dejar de ser tal
como la conocía resonaba con fuerza dentro de mi cabeza
mientras continuaba con mi pelea por levantarme de
aquella maldita camilla.
—Chico, debes calmarte.
—¡No lo entiendes! ¡Necesito ir con él! ¡Necesito decirle
que yo...!
¿Que yo, qué? ¿Que también le quería? No podía
quererle, ¿verdad? Nací con esa tara, la de no entender de
qué se trataba todo eso del afecto, pero eso fue hasta que
le conocí y se empeñó en enseñarme. Por eso no podía
dejarme ahora. ¡No podía!
—Tranquilo —El enfermero lo intentó de nuevo—. Harán
lo posible para que tu amigo esté bien —dijo con ironía
mientras yo intentaba levantarme—. Estate quieto o haré
que te pongan un calmante.
—No lo entiendes.
—Lo hago, pero no puedo dejarte pasar allí. Cálmate o te
saltarán los puntos de sutura.
—¿Puntos? ¿Qué puntos?
—Unos que hemos cosido en tu abdomen. Hazme caso,
duerme un poco y verás que cuando despiertes todo habrá
pasado.

∞∞∞
Kyle murió mientras yo dormía.
Con veintitrés años.
Con veintitrés putos años y toda la vida por delante.
Después de dos décadas todavía me partía el alma. Ese
día quedó grabado en mi mente y nada lograría que me
deshiciera de él, por mucho que dijeran que me hacía daño.
Debí morir en su lugar y nunca dejaría de tener esa
sensación. Él era un entusiasta lleno de vitalidad. Un iluso
que creía en eso del amor a primera vista, en los felices
para siempre y en todas esas mierdas que eran mentira,
pero lo vivía tanto que te adentraba en su fantasía y lograba
contagiarte su humor.
Sí, Kyle era mi mundo aunque no lograse descifrar lo que
sentía hacia él y desde que se fue me dejó vacío, triste,
enfadado, sobre todo si decidía que era buena idea colarse
en mis sueños, justo como hizo anoche. Me miró desde una
silla que había junto a los pies de mi cama, en silencio,
sonriendo como él solo sabía hacer, de una manera que
calentaba tus entrañas. No sabía qué quería, ni por qué
aparecía ahora cuando llevaba mucho tiempo sin hacerlo.
Las otras veces que me visitó parecía molesto, incluso
algo enfadado. Comencé a soñar con él cuando empecé a
salir con mi ex. Pensé que todo era fruto de mi frustración,
porque por mucho que lo estaba intentando, Kyle se negaba
a marcharse. Yo quería tener su aprobación, pero todo lo
que conseguí fue tener a un Kyle enfadado, pero logré que
se marchara después de acostarme por primera vez con mi
ex. Supuse que no era plato de gusto ver como el hombre
del que estabas enamorado se tiraba a otro, pero luego
pensaba en que yo no creía en los fantasmas y se me
pasaba. Pero claro, si no era un fantasma... ¿Es que me
estaba volviendo loco?
Hoy lo había vuelto a hacer. Kyle me miró en sueños,
sentado en una silla a los pies de mi cama y sonreía de
oreja a oreja mientras yo le miraba confuso. Parecía que mi
conmoción le divertía porque su sonrisa se hacía más y más
grande cuanto mayor era mi desorden mental. Nunca le dije
nada cuando aparecía, jamás. Me daba miedo que
contestara, pero lo que más me acojonaba era lo que
tuviera que decirme. Aunque esta noche le eché un par de
narices y me atreví a hablar con él. Le pregunté; «¿tienes
algo que decir?». Y él, con una sonrisa enorme envolviendo
su preciosa cara, me respondió; «que solo estamos de
paso».
Me desperté justo después de que Kyle terminara de
hablar. De un salto salí de esa cama del infierno y me colé
en el baño donde me di una ducha rápida para intentar
relajarme un poco. Al salir, enrollé en mi cintura una toalla y
me miré al espejo. Recorrí de forma sosegada mi cara
bajando por mi barba de dos días, siguiendo por mi cuello y
continuando por mi torso hasta llegar a ese lugar en el que
descansaba la tela de rizo alrededor de mis caderas, justo
donde asomaba uno de los pájaros de mi tatuaje que cubría
una gran cicatriz. Ya hacía casi veinte años que estaba ahí,
en un lugar que pasaba más tiempo tapado que a la vista.
Oculto para los demás pero visible a diario para mí, porque
no había día que no me perdiera en él mientras me hacía
viajar en el tiempo a un pasado doloroso. Uno que no debía
olvidar. Y cuando estaba a punto de fustigarme, mi timbre
empezó a sonar de forma insistente.
No creía en el destino. Nunca lo hice. Ni siquiera cuando
bajé cabreado por la matraca de quienquiera que hubiera
tras mi puerta, machacando el timbre para mi desgracia. Y
tampoco llegó la fe a mí cuando la abrí y vi al rubio
sonriendo, con dos bolsas de papel en la mano y guapo a
reventar.
—¿Café y tarta? —preguntó repasando mi look de toalla a
la cintura.
—¿Así, a pelo?
—Cuidado, abogado... —Su sonrisa pasó de cordial a
feroz en un pispás—. No quieres empezar ese juego.
¿Quería? Sí quería, ¡joder! Pero no estaba listo, no
mientras Kyle siguiera viviendo en mi cabeza... En mi
corazón.
—Pasa.
—Pensaba hacerlo sin la invitación —Colin me guiñó el
ojo—. Pero muy amable de tu parte.
Pero que yo estuviera viviendo un duelo eterno, no
significaba que no pudiera divertirme un poco, ¿no? Solo
esperaba que Kyle estuviera de acuerdo, porque no podía
seguir esquivando las balas del rubio mucho tiempo más y
lo peor de todo era que no estaba seguro de querer hacerlo.
Estaba cansado de contenerme y dejarme llevar solo en la
oscuridad del piano bar. Tal vez era hora de dar un paso al
frente y ver qué me deparaba la vida a plena luz del día,
¿no?
¿Y sabéis lo que me llevó a sentirme valiente? Que Kyle
tenía razón.
Que solo estamos de paso.
—22—
«SINVERGÜENZA»

Era la primera vez que una salida no me provocaba


ansiedad.
Por norma general, y más después de mi ruptura, solía
planear con mucha antelación cada cena, celebración,
reunión o cualquier cosa que debía hacer fuera de casa. Me
estresaba la improvisación aunque eso significara acabar
cenando en casa de algún amigo. No importaba. Si no me
preparaba a conciencia antes para alguno de esos
encuentros, me convertía en un tipo esquivo que luchaba
por pasar desapercibido mientras intentaba camuflarse
entre los muebles del salón.
Pero la sensación hoy era diferente. No había rastro de
miedo por ninguna parte. Todo lo que sentía, pensando en
que iba a ir a almorzar con mi vecino bocazas, era emoción,
aunque solo fuera una simple comida entre amigos. No
sabía por qué, pero el hecho de que se esforzara tanto en
querer conocerme le convirtió en la tercera persona que me
hacía tener fe en el ser humano. La primera fue Kyle y la
segunda Wyatt, el hijo de Wes.
Quedamos en un restaurante que no estaba muy lejos de
nuestro barrio, así que iba a ir dando un paseo porque
llegaría en menos de quince minutos. Además, el día
acompañaba. El sol te atacaba con sus rayos en mitad de
ese cielo azul celeste totalmente despejado. Era una buena
forma para celebrar que había sobrevivido casi un mes
fuera de Los Ángeles, lejos del caos.
Casi había terminado de ponerme mi traje de tres piezas
azul cobalto, cuando miré mi reloj y maldije en silencio. Eran
las doce y diez y si no me daba prisa llegaría tarde para
beneficio del repostero. No me lo había dicho, pero sabía
que Colin odiaba a la gente impuntual y yo era de llegar
tarde. A veces lo hacía queriendo para crear expectación.
Era una forma de hacerle creer al cliente que mi tiempo era
muy valioso. Otras, sin embargo, mi impuntualidad era fruto
de pequeños contratiempos que se escapaban de mis
manos, como por ejemplo que ese periodista estuviera
abajo, frente a mi edificio.
Llevaba ahí plantado desde esta mañana. Le pillé justo
después de que Colin se marchara a su casa tras nuestro
desayuno improvisado. Estaba sentado sobre el capó de su
coche, haciendo guardia, esperando a que saliera para venir
a por su botín. Lo que no sabía era que no iba a conseguir
nada de mí. Mi silencio protegía a Kyle y seguiría siendo así,
por muchos ceros que quisieran poner en un talón.
Tras mirarme una última vez al espejo, me acerqué a la
ventana y mis ojos se clavaron en el hombre del coche azul,
que había sacado una bolsa enorme de snacks haciéndome
saber que no iba a abandonar su misión mientras yo
buscaba la forma de escabullirme sin que me viera. Por el
momento no se había inventado nada que me volviera
invisible, pero sí que podía jugar un poco con mi aspecto,
así que no perdí más tiempo y corrí a cambiarme de ropa.
Me deshice del traje y, en su lugar, me puse mis vaqueros
rasgados, un jersey blanco de cuello alto y busqué entre mi
ropa una gorra de los Bulls que Steven me regaló como
broma porque no me gustaban mucho los deportes,
mientras pensaba en que si esto hubiera ocurrido hacía una
semana no habría dudado en mantenerme encerrado en
casa. Sí, nada me habría obligado a salir a exponerme de tal
forma. Pero esa mala influencia que horneaba pasteles me
tenía atrapado, así que cuando estuve listo bajé, me puse
mi cazadora negra y unas gafas de sol oscuras para que el
look de incógnito estuviera completo y me apresuré viendo
que, por mucho que corriera, llegaría tarde de todos modos.
No sabía si mi plan funcionaría o no pero debía intentarlo
porque nada iba a impedir que me reuniera con mi recién
estrenado amigo para estrechar lazos.
Por muy mala idea que fuera
—¿Levi?
Mi pecho subía y bajaba agitado al mismo tiempo que
intentaba recuperar el aliento. Ese tipo molesto me siguió
desde que salí de casa creando en mí una necesidad
horrible de poner mi puño en su cara. Suerte que mi mente
fue repitiendo en bucle que, de hacerlo, acabaría copando
las portadas, porque si no ahora mismo sería un periodista
sin dientes y yo estaría detenido.
—Sí —dije intentando respirar—. Sé que llego tarde.
Colin sonrió.
Me estaba esperando dentro del restaurante, justo en la
entrada al lado del puesto del maître, cuando me vio entrar
y me escudriñó de arriba a abajo, con calma, como si
estuviera elaborando una respuesta apropiada para mi
intento de disculpa.
Pensé que empezaría a gritarme de inmediato. Que se
pondría a decirme lo maleducado que era en mitad del
restaurante —que, muy a mi pesar, estaba a rebosar— sin
importar el público, sobre todo cuando sus ojos se
estrecharon y su mirada se clavó en la mía mientras su ceño
se iba frunciendo a cámara lenta.
—Tengo motivos para...
—Mi hermano te estrangularía si viera esa maldita gorra.
—Mi boca se abrió sorprendida—. Yo la encuentro muy sexi.
En realidad todo el look de famosillo rompecorazones lo es.
—¿Famosillo rompeco...?
—Oh, vamos; mírate. La gorra, las gafas... —dijo
dándome un repaso poco apropiado para la luz del día que
había—. Por no hablar de tu chaqueta de chico malo, el
jersey y ese vaquero que tan bien se adapta a tu cu...
—Suficiente.
Colin apretó los labios para no echarse a reír y yo sacudí
la cabeza ante la situación, intentando no dejarme llevar sin
conseguirlo porque mi razón me abandonó en el momento
en el que el descarado me guiñó el ojo y me dijo:
—Solo hacía un análisis como amigo.
—Ya.
¿En qué momento había sucedido todo esto? No tenía ni
puta idea, pero daría todo lo que poseía por mantener la
cordialidad con él, porque con solo abrir su boca lograba
que me olvidara de lo oscuro que me rodeaba y eso nunca
pasó antes.
—Dominick, cielo... —Colin me dio la espalda y comenzó
a hablar con uno de los camareros—. ¿Sería posible que nos
dieras una mesa algo apartada? —Eso me sorprendió—.
Estamos de celebración.
Pero, ¿qué narices?
—No hay problema. Si me seguís...
Atravesamos el salón principal siguiendo a ese tipo al que
Colin parecía conocer muy bien por la familiaridad con la
que le habló, cuando pasamos a una segunda estancia
mucho más íntima que la que daba a la calle. A este lado no
había ventanas y la luz artificial en tonos anaranjados
bañaba cada una de las pocas mesas que la invadían. Todas
redondas y cercadas por un sofá semicircular que se veía
muy cómodo a la par que estrecho.
El camarero nos dejó y me deshice de mi chaqueta
dejándola a mi lado, antes de deslizarme por aquel sofá
acolchado mientras veía a Colin quitarse su abrigo y hacer
lo mismo.
—Así que ese periodista te está persiguiendo de nuevo.
—Oh, ¿qué te hace pensar eso? —Bromeé y el clavó sus
ojos verdes en los cristales de mis gafas de sol con una
expresión carente de humor.
—¿No puedes denunciarle?
—No. —Exhalé derrotado—. No porque no ha hecho nada
malo.
—¿Acosarte no es suficiente?
—Sí, pero el tipo es astuto y no ha hecho ningún
movimiento todavía. Está esperando a que mi paciencia se
colme y que sea yo el que me acerque a él para pedirle que
me deje en paz.
—Y, ¿por qué no lo haces?
—Porque no quiero darle la oportunidad de preguntar
nada. Esos malnacidos no van a escuchar mi voz nunca más
—Sentencié antes de quitarme las gafas y la gorra y
empezar a peinarme con mis dedos—. Por cierto, muchas
gracias. —Él me miró confuso—. Por pedir que nos dieran
intimidad. Ha sido muy amable de tu parte, aunque no hacía
falta porque no se atreverá a entrar aquí.
—No lo he hecho por eso —dijo hipnotizado por la mano
en mi pelo—. Espera...
No solía quedarme sin palabras, pero ese rubio no dejaba
de sorprenderme y cuando actuaba... ¡Uf! Entonces sí que
podía echarme a temblar. Fue cuestión de un segundo, un
parpadeo, y su mano estaba en mi frente, sus dedos
adentrándose en ese mechón que había caído sobre ella,
intentando acomodarlo en el lugar correcto mientras mi
corazón latía descontrolado.
—Mucho mejor —Sonrió y yo mordí mi mejilla para
serenarme—. Ahora está en su sitio.
—¿Por qué lo has hecho?
—Porque no tienes un espejo y parecías necesitar ayu...
—No, eso no. —Sonreí sacudiendo la cabeza—. Me refería
a lo de apartarnos del mundo.
—Porque presto atención, abogado —dijo, guiño al aire,
mi corazón a ritmo de una buena batería.
Media hora después, charlábamos relajados.
El almuerzo, pese a llegar tarde por mi culpa, estuvo
realmente delicioso y la compañía resultó ser más
agradable de lo que imaginé. Después del intento fallido de
cena de hacía dos noches, algo en mí estaba alerta
esperando a que alguno de los dos dijera algo que hiciera
saltar al otro por los aires, pero no pasó. No porque el rubio
se tomó muy en serio eso de ser amigos.
—Entonces... —Colin agarró su servilleta y después de
limpiar su boca miró en mi dirección y dijo—: ¿Desde
cuándo eres diabético?
—Lo haces sonar como si hubiera sido elección mía —
Bromeé.
—Ah, ¿no tienes ese poder? —dijo devolviéndome la bola
y yo sonreí—. Pensé que eras omnipotente. No, en serio.
¿Cuándo te diagnosticaron la enfermedad?
—De niño, pero mi madre se ocupó hasta que pude
hacerme cargo.
—Y eso fue con...
—Ocho años.
Al oír mi confesión los ojos de Colin se pusieron como
platos y su expresión fue cambiando por segundos. Pasó de
estar sorprendido a molesto y después me miró con toda la
compasión del mundo, importunándome a más no poder.
Aunque su reacción no fue extraña para mí. Imaginé que su
mente retorcida había recreado una historia lacrimógena en
la que yo era un niño desatendido que tenía que cuidar de sí
mismo para sobrevivir. Y como no podía estar más
equivocado, se lo hice saber.
—Yo se lo pedí —dije apartando la mirada de la suya
inquisitiva.
—¿Q-Qué?
—A mi madre —Aclaré—. Le pedí que me enseñara a
tratarme.
—¿Con ocho años?
—Sí.
—¿Hay una historia detrás de eso? —preguntó, su
curiosidad saliendo a la superficie y cuando asentí en
respuesta dijo—: ¿Me la vas a contar?
—No.
La decepción en el rostro de Colin pellizcó mi estómago.
No quise ser tan brusco, ni siquiera pensé en decirle que
no, pero el ser huraño que habitaba en mi interior se me
adelantó haciendo lo que mejor se le daba; defenderse de
un ataque. Por eso no tardé en intentar arreglarlo.
—Hoy no.
Era asombroso ver cómo cambiaba el trasfondo de una
respuesta solo con añadir una palabra. El rubio pasó de
estar incómodo a tener una sonrisa que iluminaba su cara
mientras me miraba intentando leerme. Sabía que si le
dejaba hacer más preguntas acabaría por confesarle todo lo
que quisiera. Tenía un poder sobre mí que desconocía y por
mi propio bien debía seguir siendo así.
—¿Tienes hermanos?
Mi mandíbula se apretó de repente mientras luchaba por
no sentirme intimidado sin lograrlo.
—Vaaaale —dijo, sus labios torciéndose después—. Nada
de familia. De acuerdo. Está bien. —Asintió—. Hablemos de
otra cosa menos privada.
—¿Como por ejemplo...?
La forma en la que Colin me miraba, acechándome sin
abrir su boca, me hacía pensar en cosas que no debería.
Cosas que estaban prohibidas para mí después de aquella
última vez en el hotel sobre el bar. Pero verle fingir así,
pensando en algún tema interesante para amenizar lo que
restaba de almuerzo y frotando su barbilla sin dejar de
retarme con sus ojos, me tenía jodido.
—¿Por qué rompiste con tu ex?
No hagáis caso de lo que he dicho antes. Su boca enorme
e insolente era lo que me tenía jodido.
—¿Y ese es un tema menos privado?
—En realidad, no —dijo cuando agarró su vaso y dio un
trago largo manteniendo la tensión dramática.
—¿Pero...?
—Solo estoy husmeando —Soltó y yo no pude evitar
sonreír—. Los amigos lo hacen muy a menudo.
—Estás tomándolo muy en serio.
—Suelo hacerlo cuando me empeño en lograr algo, así
que no cambies de tema y responde.
Iba a hacerlo pero justo cuando abrí mi boca dispuesto a
ello, el tipo de antes apareció de la nada para
interrumpirnos, cosa que agradecí en el fondo porque
estuve a segundos de darle una respuesta pasional y yo no
era de dejarme llevar por mis emociones. Para nada. No. Yo
pensaba muy bien cada palabra que debía salir de mi boca.
Tras recomendarnos algunos postres —que yo no iba a
tomar bajo ningún concepto—, el camarero se marchó no
sin antes preguntar al rubio si le vería más tarde, por la
noche, y yo no pude evitar que mi estómago diera un vuelco
por culpa de la molestia. Aunque supe recomponerme.
—¿De qué le conoces?
Vale, no. No supe hacerlo.
—¿Qué?
—Al camarero. —Colin me miró confuso—. ¿De qué os
conocéis? ¿Es un amigo?
—¿Por qué preguntas? —Sonrió divertido—. ¿Celoso tal
vez?
Sí.
—Claro que no. Solo me ha resultado curiosa la
familiaridad con la que habláis.
—Sí, es un amigo. —Mi ceja se alzó escéptica y Colin dijo
—: De verdad. Un amigo en el sentido estricto de la palabra.
A ver, el tipo está para hacerle un favor, pero no ha pasado
nada entre nosotros. Dominick trabaja de camarero en un
club al que suelo ir de vez en cuando a... —El rubio se
detuvo unos segundos, tragó saliva y acabó diciendo—:
Bailar.
—¿Solo a bailar? Conociéndote, seguro que es mucho
más de lo que dices.
—Soy un hombre soltero y me gusta divertirme y aunque
no soy ningún santo, hasta donde yo tengo entendido bailar
y ligar no son pecados.
—Bueno, depende del país en el que estés, podrían
meterte preso.
—No hay problema, conozco a un abogado atractivo que
me sacaría de allí.
Sí, la culpa era mía por entrar en su juego.
—Entonces, ¿tuviste una ruptura difícil?
—Oh, Dios. —Suspiré—. No lo vas a dejar estar, ¿verdad?
Cuando negó sonriendo en silencio me rendí y, aunque
me moría de miedo de exponerme de esa forma, me dejé
llevar por la seguridad que me transmitían sus ojos y no
pude detener mis palabras.
—Sí, fue difícil —dije y antes de que su boca volviera a
disparar descontrolada, continué—: Todas las veces.
—¿Veces, en plural?
—Sí.
Tomé aire y me dejé caer sobre el respaldo de aquel
mullido sofá de piel que compartíamos, su mirada sobre mí
perforando mi sien esperando una respuesta más
elaborada. Una respuesta que no estaba seguro de dar. La
historia con mi ex era pesada, intensa y, sobre todo,
privada. La única persona que la conocía, aunque no al cien
por cien, era Summer y solo tocaba el tema en terapia, pero
mi círculo más cercano no tenía idea de nada. Debió ser por
eso que me sentí un traidor enorme por plantearme
compartirla con él. Estaba aquí, en el reservado de un
restaurante y con una persona de la que apenas sabía nada,
a punto de vaciarme emocionalmente y solo porque me
sentía a gusto, pero no era capaz de sentarme frente a mi
mejor amigo y contarle la verdad.
—Una fue casi al empezar nuestra relación en San
Francisco. Después le perdí la pista y me encontró en Los
Ángeles y lo fuimos intentando hasta que rompimos de
forma definitiva hace seis meses.
—¿Has salido con el mismo tipo de forma intermitente
durante siete años?
Asentí pero no le miré. Seguí con mi vista clavada en la
pared frente a nuestra mesa, porque no quería que sus ojos
verdes vieran más de lo que yo le estaba contando.
Necesitaba seguir teniendo el control de la situación cuando
estaba con él, porque de lo contrario volvería a dejarme
llevar escuchando esa voz que habitaba en mi mente y que
me animaba a ser un mal tipo. Uno que se movía en la
oscuridad dando rienda suelta a sus deseos.
—¿Rompiste tú? —Antes de que pudiera decir nada, Colin
se levantó del sofá, agarró su cartera y me dijo—: Espera,
espera, no respondas todavía. Necesito ir al baño, pagar la
cuenta y después podrás seguir.
—No tienes que...
—Oh, no lo hago por altruismo, abogado. No soy un
caballero —dijo, cuando anclé mis manos al sofá para evitar
que hicieran una tontería como atrapar su nuca para cerrar
su boca con la mía—. Lo hago para que te sientas en la
obligación de invitarme a almorzar otro día, ya sabes... Para
seguir construyendo esta amistad tan bonita.
«¡Qué idiota es y cuánto me gusta!».
No pasaron ni diez minutos cuando caminábamos de
vuelta a casa.
Después de asegurarse de que ese tipo no estuviera
cerca del restaurante, sugirió que aprovechásemos la tarde
para que siguiera instruyéndole y no me pareció mal,
aunque no me deshice de mi look por precaución.
—Así que ya puedes responder a mi pregunta.
La había olvidado por completo, pero en mi favor diré que
tenía mis motivos. Bueno, uno en concreto; su piel bañada
por los rayos de sol de la tarde.
—¿Rompiste tú? —preguntó, ayudándome a hacer
memoria.
—¿La primera vez? —Colin asintió en respuesta—. Sí. Le
dejé y no tardó en marcharse de San Francisco.
Lo que no dije fue que, cuando me encontró en Los
Ángeles, le supliqué que volviera conmigo por lo solo que
me sentía.
—¿Por qué?
—Supongo que porque quería perderme de vista —
Respondí encogiéndome de hombros.
—No me refería a eso. —Sonrió—. ¿Por qué le dejaste?
—Porque no funcionó.
Y no supe en qué momento pensé que podría hacerlo. Lo
mío con Gary fue bien porque nunca quiso atravesar mi
burbuja, aunque con el tiempo me di cuenta de que permití
cosas por no estar solo que avergonzarían a cualquiera.
Cuando Colin me miró con el ceño fruncido supe lo que
estaba pensando en ese momento. Lo tomó como algo
personal después de nuestra cena en mi casa, porque me
aseguré de decirle que entre nosotros nunca funcionaría. Y
no fue desacertada su reflexión, aunque debía confesar que
no lo hice de manera consciente. Solo salió así.
—¿Por qué?
—Déjame decirte que eres pésimo interrogando.
—Tú, en cambio, manejas la evasión de una forma casi
tan exquisita como con la que tocas el piano. Me sorprende
que hayamos llegado hasta aquí para ser nuestra tercera
cita.
¿Tercera cita? El rubio era perseverante.
—Es todo lo que obtendrás de mí —dije ignorando su
comentario mientras mis ojos se apartaban de los suyos que
permanecían expectantes—. Yo no...
No pude decir nada más.
Todo a nuestro alrededor se desvaneció cuando Colin
atrapó mi chaqueta en sus manos y tiró de mí juntando
nuestros labios en un beso feroz, devorando mi boca con
avidez. Sus manos se aferraban a mi cuello temiendo que
pudiera escapar de su ataque y su lengua...
¡Ay, su lengua...! Esa viperina se enredaba con la mía
como si hubieran sido hechas para eso. Y cuando decidió
jugar sucio y morder mi labio, un gruñido ronco escapó de
mi garganta y el rubio me apartó, sus ojos abriéndose de
golpe fijos en los míos, su verde en llamas y yo al borde de
una combustión espontánea. No tenía ni idea de lo que vio
en ellos pero debió ser lo bastante revelador porque regresó
a mi boca dejando su «timidez» a un lado para que nuestras
lenguas siguieran a lo suyo, en mitad de aquella bocacalle a
la que nos arrastró sin previo aviso, y yo me dejé hacer
disfrutando de ese chute de adrenalina que solo sentía
cuando estaba con él, a pesar de lo mucho que me estaba
resistiendo a que pasara a plena luz del día.
—¡Mmmm...! —Intenté apartarme, pero no me dejó
atrapando mi labio inferior con sus dientes.
—Calla... —Se las arregló para susurrar sin soltar mi labio
—. Solo espera un segundo...
¿Cómo un segundo...?
Estuve a punto de preguntar de qué iba todo, cuando me
arrebató su boca y asomándose por encima de mi hombro
soltó:
—Todo despejado. Ha pasado de largo.
Y ahí lo entendí; ese periodista me siguió de nuevo.
Aturdido, me separé de Colin mientras mi ceño se fruncía
poco a poco y mi boca se abría al mismo tiempo, víctima de
lo que acababa de ocurrir y de lo inesperado que fue. Quería
reprenderle, decirle que podía haberme avisado de lo que
estaba sucediendo en lugar de meter su lengua casi hasta
mi garganta. Pero el tipo me leía como un libro abierto y
antes de que pudiera decir nada él se adelantó.
—No —Espetó, mis cejas subiendo casi al nacimiento de
mi pelo—. No abras esa boca si no es para decir gracias.
—No tienes vergüenza —Sonreí.
—Si a estas alturas del libro todavía no conoces al
protagonista es que no estás leyendo con atención,
picapleitos.
Antes de que pudiera reaccionar pasó por mi lado
orgulloso por lo que acababa de suceder y me arrebató la
gorra de los Bulls para ponérsela sobre ese pelo que tan
jodido me tenía.
—¿Vamos?
Cuando Colin hizo esa pregunta dejé de ser una estatua y
le miré sobre mi hombro para encontrarme con una sonrisa
de comemierda que quería borrar de su cara. Y lo habría
hecho aplastando mi boca contra la suya de nuevo si no me
hubiera dejado tan desubicado.
—Tienes que enseñarme a ser un tiburón y, después del
desastre de ayer, me temo que nos espera una tarde muy
larga.
Sí, sería muuuuuy larga.
—23—
«A OSCURAS»

• Los Ángeles – Hace nueve años...•

—Colin, detente. Por favor...


Agaché mi cabeza y tomé aire cuando escuché la súplica
de mi hermano desde la puerta de mi dormitorio. En el
fondo siempre supe que esto terminaría así. Estuve
convencido de que, cuando me atreviera a dar el paso, todo
sería un desastre y no fallé en mi vaticinio salvo por un
pequeño detalle; no esperaba que mi madre respaldase la
decisión de ese monstruo que tenía por marido.
—Col, te lo ruego. Para.
¿Parar? Ni siquiera había empezado.
Tan pronto como ese señor acabó de decirme lo
deshonrado que se sentía por mi culpa y que era una
vergüenza para su familia, no dudé en subir hasta mi
habitación para hacer la maleta cuanto antes. Necesitaba
salir de esa casa de una vez por todas, así que igual le tenía
que estar hasta agradecido a ese cabrón sin sentimientos.
«¡Oh, qué narices! Por mí podía morirse».
—¡Colin, por el amor de Dios! ¿Quieres parar y
escucharme un segundo?
Dylan era mi debilidad y siempre lo sería. Teníamos un
vínculo emocional muy fuerte y me mataba saber que le
estaba haciendo daño mientras me veía recoger mi ropa sin
siquiera molestarme en responder. Sin duda era a quien
más echaría de menos una vez me largara de aquí. Él fue el
motivo por el que estuve retrasando mi marcha, a pesar de
que tenía una fecha establecida. Pensar en que le dejaría
atrás hacía que mi corazón se desgarrara, porque desde que
tenía memoria mi cometido en la vida fue protegerle y
ahora le iba a dejar solo ante el peligro. Me destrozaba
pensar que iba a huir sin tenerle en cuenta pero necesitaba
hacerlo. Era hora de pensar en mí.
—Dy, no voy a cambiar de opinión.
—Pero, ¿qué demonios Col? ¡No te pido que lo hagas,
joder! Solo que no te precipites, ¿de acuerdo? Dame unos
días para buscar algo y nos iremos los dos de aquí. Juntos.
—No —dije tal vez demasiado rápido—. Tú tienes tu vida,
Dylan. En nada estarás viviendo con Madison, casándote y
teniendo hijos.
No me sorprendió comprobar que a él le crispaba esa
idea casi tanto como a mí, pero no tenía tiempo para
discutir sobre lo mal que me parecía su relación con aquella
bruja en este instante. Hacía una hora llamé a Seth y le
conté lo sucedido en casa, por lo que mi viaje se adelantó
unas semanas. Marcharme a Chicago con él era algo que
llevaba planeando meses y aunque lo retrasé en numerosas
ocasiones, ya tenía el billete en mis manos. Si todo iba bien,
tendría una conversación con mi hermano dentro de dos
semanas, pero no contaba con esta bomba estallando por
los aires entorpeciendo mis planes.
—Colin...
—Me voy a Chicago con Miller.
—¿Q-Qué?
La mano de Dylan, que permanecía apoyada en el marco
de la puerta, cayó hasta golpear su pierna con fuerza y de
repente sentí un abismo creciendo entre nosotros. Jamás me
había sentido tan alejado de mi hermano como en este
momento y sabía que la culpa era toda mía. No era la forma
en la que pensé que le contaría esto. Tenía planeada una
tarde de hermanos en la que iría allanando el terreno hasta
que estuviera listo. Pero mi padre tuvo que truncar mis
planes.
—¿Por qué?
—Él está haciendo un máster de no sé qué cosa —dije
mientras regresaba a mi armario y continuaba sacando ropa
—. Le he contado lo sucedido y me ha dicho que tiene una
habitación para mí.
Odiaba mentirle, pero no podía decirle la verdad ahora
que estaba todo destruido. Contarle que Seth y yo éramos
algo más que amigos solo empeoraría la situación. No podía
contarle que él y yo habíamos mantenido una relación
intermitente desde que Seth terminó psicología en San
Diego y que, aunque no era nada serio, siempre
acabábamos regresando al lado del otro. No me lo
perdonaría nunca y por eso me lo llevaría conmigo dentro
de esa maleta que había sobre mi cama.
—No lo entiendo, Colin. No puedes irte a la otra punta del
país y pensar que estaré bien con ello.
—Dylan...
—¡No! No dejaré que lo hagas, twin. Tú perteneces a este
lugar, conmigo, y si me das un par de días encontraré algo
que se adapte a nosotros. Solo tienes que darme tiempo —
dijo mientras se acercaba a mi cama y se sentaba sobre ella
—. Tal vez puedas quedarte en casa de Mel mientras...
—Sé que puedo. —Suspiré agotado—. Me ha mandado un
mensaje en cuanto la has puesto al día.
—Lo siento.
—No te lo estoy reprochando, Dy. Ella es mi hermana
también y tiene derecho a saberlo. Estaré bien, ¿vale?
No dijo nada pero no hizo falta. Igual que él no podía
ocultarme sus sentimientos, yo tampoco podía hacerlo con
los míos. Nos leíamos el alma como dos buenos hermanos y
al igual que sabía que Dylan no había creído ni por un
segundo mis últimas palabras, también tenía claro que él
tampoco estaría bien sin mí.
****
—¿Él lo sabe?
Me instalé tanto en el pasado que me costó un poco
hacer que mi cabeza regresara al presente, junto a Levi. No
había dicho ni una sola palabra desde que decidí contarle
este trozo de mi vida y aunque no entraba en mis planes
abrirme en canal, terminé haciéndolo porque cuando estaba
cerca del abogado me sentía tranquilo y hacía mucho
tiempo que no experimentaba nada parecido. Sin embargo,
estaba tan aturdido ante su pregunta tras mi historia que tal
vez por eso decidió concretar.
—Tu hermano —dijo ante mi mutismo repentino—. ¿Él
sabe lo tuyo con Seth?
—No —dije y negué con firmeza—. No duró. Cuando
terminó su máster se marchó de nuevo a Los Ángeles y
enseguida conoció al piloto. Además, nunca fue serio y no
creo que sacarlo ahora, años después de todo aquello, haga
bien a nadie. Él está felizmente casado con Matt y es padre
de una niña maravillosa y a Dylan no le hace falta saber
cada detalle de mi vida privada.
El abogado respiró aliviado ante mi última frase y si el
momento hubiera sido otro, habría mencionado algo al
respecto. Sin embargo, ahora me apetecía mantener la
sobriedad de la conversación.
—Así que no, no lo sabe y eso te convierte en la única
persona que conoce ese secretillo, además de Seth, su
marido y yo.
Sin pensarlo demasiado me levanté del taburete y me
acerqué hasta él, que me miraba atento desde su sofá.
No quise que nuestra tercera cita —porque era otra
maldita cita— acabara conmigo derramando mis tripas por
su salón. No, esto debí guardarlo para una cuarta o quinta
visita a su casa, porque todo el mundo sabía que en la
tercera o acababas en la cama o se terminaba todo. Pero
por algún motivo, sentir que no me juzgaba y que me
escuchaba atentamente me dio el coraje para compartir con
él esa parte de mi pasado que había enterrado hacía mucho
tiempo y que no dejaba salir a la superficie con nadie.
El tema de papá se convirtió en tabú durante años,
incluso tras su muerte odiaba que alguien le nombrara
delante de mí. Pero, después de que el abogado intentara
enseñarme a negociar y de fracasar de forma estrepitosa
por quinta vez, hicimos un parón y surgió el tema. Su
reacción no la esperé. Al enterarse de la manera en la que
tuve que «huir» de Los Ángeles, el picapleitos apretó su
mandíbula tan fuerte que pude oír sus muelas chocando.
Luego se relajó y, con toda la prudencia del mundo y de
forma inocente, me escuchó con algo que parecía verdadero
interés, y eso calentó mi corazón porque nunca había
sentido que alguien se preocupara por conocerme a ese
nivel, a pesar de que él había sido muy esquivo cuando le
pregunté antes en el restaurante. Así, sintiendo esa valentía
corriendo por mis venas me senté a su lado en el sofá,
sobre mi rodilla flexionada y cuando sus ojos sostuvieron los
míos continué.
—Él me ayudó a ver que esconderse no merece la pena.
Gracias a Seth aprendí a decir lo que me apetecía en cada
momento sin pensar en si molestaría o no a alguien. No era
mi problema si había gente que se ofendía por mi forma de
ser o de... —Desvié un segundo mi mirada hacia mi regazo
perdiendo un poco el valor, pero cogí un poco de aire y logré
murmurar—: Amar. Y aunque me costó, al final entendí que
solo soy una persona más del universo tratando de ser feliz.
No puedo elegir de quién me enamoro y no voy a pedir
disculpas por ello. Nunca más.
Tras mi discurso, todo quedó en silencio. El abogado me
miraba, no sabría definir muy bien cómo, apretando sus
labios y respirando con fuerza por la nariz cuando pasó algo
que no esperaba.
—Al diablo.
Parecía molesto. Yo no quise importunarle de ninguna
manera y su reacción me descolocó lo suficiente como para
hacerme entrar en pánico. Verle levantarse del sofá como si
quemara, me hizo volver en el tiempo y repasar
mentalmente la conversación por si acaso había algo que
pasé por alto, pero cuando no apareció nada mi confusión
aumentó.
Pero, no fue hasta que se arrodilló sobre el lugar en el
que había permanecido sentado y atento mientras me
escuchaba y atrapó mi barbilla con su mano derecha, que
me dejó «K.O».
—He intentado mantenerme lejos, repostero, pero ya no
puedo más —dijo sin soltar mi cara mientras mis ojos se
abrían sin entender nada de lo que estaba pasando—. Algo
aquí —Levi señaló su frente y después dijo—: Sabe que no
va a funcionar, pero no puedo evitar quererlo de todos
modos.
—Levi, ¿de qué demonios estás...?
Y de repente ya no estábamos sobre su sofá.
No supe cómo había sucedido pero ahora luchaba por
mantenerme cuerdo mientras Levi me presionaba sobre la
puerta de su baño, justo en la planta de arriba a la que no
recordaba haber subido. Sus manos atrapaban mi cara
mientras aplastaba nuestras bocas en un beso ardiente,
mucho más que el que me atreví a robarle en el callejón
cuando fingí que el periodista nos seguía. Y aunque sabía
que no era ético, ni moral, no me arrepentía.
En ese momento no quise pensar en lo que ocurriría si
Levi decidía apartarse de mí y rechazarme como hizo
después de que intentara besarle por primera vez. No. Todo
en lo que podía pensar ahora tenía que ver con mi lengua
bailando con la suya, mis dedos hundiéndose en su pelo y
mi deseo porque siguiera tocándome a punto de acabar
conmigo.
Levi me empujó contra la puerta una vez más cuando
sentí sus dedos rozando mis costillas, bajo mi camiseta, y
un gemido enorme me dejó.
—¡Joder!
Fue lo único que logré decir cuando su lengua se dirigió a
mi mandíbula y solo Dios sabía las ganas que tenía de
contarle cómo me estaba haciendo sentir. Sin embargo, no
pude hacerlo. Supuse que mi cerebro dejó de hacer su
trabajo cuando sentí sus dientes raspando mi cuello,
haciendo que mis dedos se enredaran en las hebras ceniza
de la parte posterior de su cabeza, sujetándose a ellas como
si mi vida dependiera de ese agarre. Mi cabeza cayó hacia
atrás golpeando la puerta, pero ni el ruido seco que provocó
el golpe, ni mis —oh, por favor no pares— constantes
súplicas y alabanzas hacia su gloriosa boca, le hicieron
detenerse.
—Me encantas y no te soporto. ¿Es que estoy loco? —No
le respondí sabiendo que era una pregunta retórica—.
Llevas provocándome desde el primer instante en el que te
cruzaste en mi camino. —Susurró en mi oído—. Puto
insensato...
Sus manos atraparon mi cintura y me aplastaron contra
sus caderas, cuando noté que estaba tan excitado como yo.
—¡Oh, Dios!
—¿Acaso eres creyente? —Bromeando, continuó
torturándome con su lengua sobre en el lóbulo de mi oreja
—. Porque igual deberías empezar a rezar ahora.
Tal vez sí. Quizá la mejor de las ideas era encomendar mi
alma a un ser superior para salir vivo de todo este lío,
porque de otra forma me veía muriendo en menos de un
suspiro.
Levi volvió a unir nuestras bocas en un beso caliente
mientras sus manos comenzaron a vagar por mi trasero,
estrujándolo con descaro para asegurarse de que su marca
quedara ahí por días. Como si hubiera apretado el botón
correcto, mi pierna izquierda se movió por su cuenta y le
atraje más hacia mí, clavando mi talón en su pierna justo
cuando su mano atrapó mi muslo y dijo:
—Sube también esta.
Ese tono demandante y su sonrisa ausente casi me
deshacen vivo pero logré controlarme e hice lo que me
pidió. Sosteniéndome en su cuello, me impulsé hasta que
mis piernas rodearon su cintura, anclando mis tobillos en su
espalda mientras él me miraba fuera de sí. Su mano
derecha se aferraba a mi culo y la izquierda se perdía tras
de mí, buscando con urgencia el pomo de la puerta del puto
baño.
¡Maldita sea! Era fuerte.
Podía conmigo con un solo brazo, con mis setenta y cinco
kilos de peso, aunque era cierto que yo estaba sujeto a él
como si fuera un maldito koala.
Cuando sentí el sonido de la puerta abriéndose, mi
corazón comenzó a latir desesperado anticipándose ante lo
que estaba por llegar, pero entonces le miré a los ojos y casi
cruzamos la línea de meta antes de siquiera despojarnos de
la ropa.
—¿Levi...?
—Esta es una mala idea —dijo, el fuego de sus ojos
quemando mi boca—. La peor de todas, repostero.
—¿Quieres parar?
—No.
Sin soltarme, casi atraviesa la puerta y cuando estuvimos
dentro del baño escuché como abría un cajón de forma
desesperada y atrapaba algo antes de salir hasta su
habitación, para volver a cerrar la puerta y destruirme
contra ella.
—¡Oh, mierda! Eres intenso.
«No te quejes, idiota. Con un poco de suerte mañana
podrás marcharte a casa arrastrándote».
—¿Quieres parar? —Sonrió repitiendo la pregunta que le
hice segundos antes.
—¿Bromeas? —Apenas podía controlar mi respiración—.
No soy un cobarde, picapleitos. Suelo terminar lo que
empiezo.
—Es bueno saberlo, porque como ya te dije... —Sus
dientes comenzaron a torturarme sin descanso mientras
raspaba mi mandíbula—: Nunca hago nada a medias.
Girándonos de nuevo, se abrió camino hasta la cama y a
mí me faltó aplaudir de la emoción. No tenía ni puta idea de
lo que tenía Levi. Tal vez era ese aire misterioso o quizás su
carácter cambiante. Me daba igual, para ser sinceros. Lo
que fuera, había conseguido que traspasara la línea y se
dejara llevar conmigo de una maldita vez.
Levi me dejó caer sobre el colchón —él entre mis piernas
porque nadie iba a obligarme a soltarme de su espalda—,
cuando se apoyó sobre sus antebrazos enjaulando mi
cabeza entre ellos.
—Di que quieres esto tanto como yo —dijo mirándome la
boca y yo asentí.
Sus labios atacaron los míos de nuevo, besándome con
toda la rabia que le hice sentir aquel fatídico día en el que
nos conocimos. Pese a ser un beso duro, su lengua se movía
de forma pausada, atormentándome cada vez que se
rozaba con la mía, mientras me dejaba anhelando más y
más.
—¡Mmmm...! —Le empujé un poco para tomar aire —.
Espera. —Él se separó enseguida y me miró confuso—.
Tengo una pregunta.
—¿Una pregunta? ¿Ahora?
Cuando asentí tratando de recuperar el aliento y
humedecí mis labios, el dejó escapar un gruñido de
frustración y dijo:
—Dispara.
—Me gustaría saber....
Me detuve un segundo y mordí mi labio pensando en las
palabras adecuadas y cuando no las encontré por ninguna
parte dije:
—En qué posición sueles jugar, picapleitos.
Su boca se abrió tanto que tuve que controlarme para no
echarme a reír. Sí, le estaba preguntando justo lo que
estaba pasando por su mente pero, por si acaso quedaba
alguna duda, opté por dejarlo claro y transparente como el
agua.
—Porque déjame decirte que me encanta que me
ataquen, pero...
—¿Pero?
—Pero haría una excepción si se me pide con amabilidad.
Él sonrió, sus ojos en llamas recorriendo todo mi cuerpo,
y casi me deshago por el fuego que desprendía.
—¿Te parezco un tipo amable, repostero?
Ahí tenía mi respuesta a modo de pregunta inteligente.
Reconocía que eso también me atrajo de él; cuando
sacaba su lado de abogado poniendo las circunstancias
completamente a su favor. Y yo encantadísimo de que lo
hiciera y me destrozara. La intensidad de su mirada me
forzó a negar en silencio respondiendo a su pregunta,
cuando sentí sus pulgares colándose entre el elástico de mi
ropa interior, bajándola por mis muslos y obligándome a
soltar mi agarre tras su espalda para que pudiera
desprenderse de ellos y liberarme de los confines de esa
maldita tela. Sus ojos me recorrieron con serenidad,
deleitándose con cada parte de mi cuerpo completamente
desnudo y yo me moría por sentir sus manos sobre mí,
aunque esas ganas se calmaron cuando su lengua comenzó
a trazar un camino delicioso a través de mis piernas.
¡Santo cielo! Así que esto iba a suceder, ¿verdad?
No tuve que esperar mucho tiempo para responderme a
mí mismo.
La determinación de su boca no me dejó dudar ni un solo
segundo y cuando llegó al hueso de mi cadera y me arañó
con sus dientes allí, perdí la maldita cabeza. No imaginé que
pudiera tener eso en él. El calor que emanaba de su boca,
sus ojos y sus manos le hacía parecer un tipo diferente al
que conocí; ese hosco, prepotente y frío Dios inmortal sin
corazón.
Este Levi que se movía sobre mí sin dejar un solo
milímetro de piel sin conquistar, ardía sin remedio. Y yo me
carbonizaría con él...
—Condones... —Murmuré sin poder detenerlo.
—Tranquilo, tengo todo bajo control.
...si es que no me derretía antes.
—No te muevas. Te quiero así. —Susurró—. Debajo de mí
y con tus piernas estrangulando mi cintura.
Necesitaba más. Muchísimo más. Necesitaba ver cómo se
deshacía ante lo que tenía delante —o sea, yo—. Por eso,
cuando escuche como rompía el envoltorio del preservativo
y se cubría con él, estiracé mi mano hasta la mesita de
noche buscando el interruptor de la lámpara, pero
enseguida sus dedos se aferraron a mi muñeca y mis ojos
volvieron a él de inmediato.
—No —dijo, su tono severo.
—¿No?
«¿No, qué?»
—Necesito que me atiendas antes de que esto... —dijo
sobre mí de nuevo, meciendo sus caderas contra las mías—:
Ocurra.
Asentí incapaz de pronunciar palabra mientras mi
corazón galopaba con fuerza.
—Bien, porque tienes que entender una cosa. —Tomé airé
ante su vaivén tormentoso—. Esto, lo que va a suceder aquí
y ahora...
—¿Sí?
—Es algo de una sola noche para quitarnos de encima
esta puta tensión sexual que nos acompaña desde que nos
vimos en aquel aeropuerto.
—Ah, así que se trataba de eso. —Esta vez fui yo quien le
provoqué elevando mi pelvis—. Puedes estar tranquilo,
picapleitos. Ni soy pegajoso, ni te voy a perseguir como un
fan loco para que me jures amor eterno.
—Genial.
De pronto me sentí decepcionado, pero no quería
deshacerme de este humor festivo y cuando sonrió, alejé
esa emoción de mi cuerpo.
Levi hizo que nuestras caderas volvieran a encontrarse y
dejó caer su cabeza hacia atrás sin poder evitar que una
gran maldición saliera de su boca.
—¿Algo más que deba saber antes de que me destroces?
Petición, sugerencia, advertencia...
—Sí —dijo sorprendiéndome—. No enciendas la luz.
—Vaya... —Sonreí—. Así que eres un romántico después
de todo.
Algo me decía que no tenía nada que ver con eso, sobre
todo porque su mandíbula se tensó después de mi
desafortunado comentario. Empecé a entrar en pánico
cuando pensé que me había cargado todo este ambiente
pesado y sexual que nos rodeaba. Así que, en un intento por
salvar la noche, quise volver a ser el bocazas que le volvía
loco y le dije:
—No te preocupes, cariño. Me encanta hacerlo a oscuras,
así puedo usar mejor estas —Mis manos se colaron por
debajo de su camiseta y comenzaron a trazar los músculos
de su pecho—, para no perderme nada.
Y no me lo perdí.
Me deshice de su ropa en cuanto pude y lo que ocurrió
después me pareció irreal. No me equivoqué al decir que
era intenso. No. Primero me torturó con sus dedos, de forma
pausada, preparándome para lo que estaba por llegar, y
después de varias súplicas de las que hizo caso omiso
llevándome al borde una y otra vez, pudo haberme
fusionado con el colchón debido al ímpetu con el que me
perforó contra él.
Sin prisa, con una mano sobre el cabecero para apretarse
contra mí todo lo posible, mientras la otra me mantenía en
una posición exquisita, sosteniendo mi trasero y con mis
piernas justo como él quería; estrangulando su cintura. Las
venas de su cuello palpitaban por lo tenso que estaba, con
su cabeza hacia atrás y su deliciosa boca abierta,
intentando tomar alguna bocanada de aire entre gemidos y
jadeos, humedeciendo esos labios apetecibles de vez en
cuando con esa lengua tan talentosa que me había dejado
probar minutos antes.
—Joder, picapleitos... —Logré decir con mi labio inferior
atrapado entre mis dientes.
Levi era salvaje, como un animal muriéndose de hambre
que estaba disfrutando del banquete frente a él —o debajo
en este caso—. Mordía, arañaba, pellizcaba en los lugares
correctos y no tenía problema en pedir lo que quería. Así
que cuando, sin dejarme escapar a su embate, se acercó a
mi boca y me dijo; «bésame, repostero», acabó con toda mi
paciencia.
Mis gritos golpearon su garganta y los suyos en la mía
cuando ambos llegamos casi a la vez al final de todo. Él lo
hizo primero, besando con ferocidad mi boca, metiendo mi
labio inferior en la suya, chupándolo y mordiéndolo mientras
sus dedos se clavaban en mis caderas, cuando su cabeza
cayó hacia atrás y dejó escapar mi nombre en un rugido que
llegó hasta la calle. Mi orgasmo llegó segundos más tarde
cuando, sin esperarle, su mano se coló entre mis piernas y
con solo el roce de sus dedos exploté como un puto crío de
instituto.
Decir que fue el mejor polvo de mi vida era quedarse
corto.
De hecho, podría vivir cuarenta vidas más y estaba
seguro de que seguiría siendo el mejor de todos, de los
disfrutados y de los que estaban por llegar. Sin embargo, la
sensación de vacío cuando todo terminó fue brutal. No iba a
decir que me arrepentía de haber cedido a esto porque me
encantó, pero cuando recordé su advertencia, esa en la que
me dijo que esto solo iba a pasar una vez, la decepción
volvió y me hizo sentir incómodo, tanto que tuve que
romper el incómodo silencio.
—Cuéntame algo sobre ti.
Él, que acababa de llegar del baño, se echó en la cama
bocarriba junto a mí con un brazo sobre sus ojos intentando
recuperarse del esfuerzo, pero al escucharme lo retiró
enseguida y me miró sorprendido.
—Así que eres de esos. —Sonrió y casi le ataco otra vez
—. Te pones charlatán después del sexo.
—Oh, vamos. —Le devolví la sonrisa mientras rodaba
sobre la cama y me quedaba de costado mirándole—. Yo soy
charlatán siempre.
—Es cierto. —Suspiró—. No sabes cuándo callarte.
Golpeé su hombro con mi puño fingiendo estar molesto
por su comentario cuando vi algo que llamó mi atención.
Era raro que esa cosa se me pasara por alto, pero quizás
tuvo que ver con el fervor del momento y todo eso, porque
en otra ocasión lo hubiera mencionado.
—¿Es este tu botón de reinicio?
Mis dedos juguetearon con una cosa circular de color
blanco que estaba pegado en su brazo, más o menos por
debajo del hombro.
—Eso te gustaría, ¿verdad? —dijo, su sonrisa a medio
dibujar.
—Tal vez.
—Es un medidor de glucosa en sangre. Así controlo mi
azúcar.
—Oh...
Casi había olvidado que el hombre que me había atacado
como una bestia era un mortal más como yo.
—¿Cómo funciona?
—Pues tiene un sensor que me envía al móvil los
resultados y yo los puedo ver desde una app.
—¿Y es útil? Quiero decir... Supongo que notarás cuando
baja o sube, ¿no?
—No siempre, porque los síntomas son confusos. A veces,
cuando tengo jornadas intensas en el bufete puedo llegar a
sentirme igual que cuando me baja el azúcar hasta los
dedos de mis pies. Y no deja de ser estrés. Así que estoy
mucho más tranquilo con esto —dijo señalando la cosa de
su brazo.
—¿Y si te quedas sin batería en el teléfono?
—Pues para esos días llevo un kit muy completo en el
bolsillo interior de mi chaqueta. Eso y mis inyecciones para
un caso extremo.
—¿Inyecciones?
—Ajá —Asintió—. Una de color azul, de insulina, para
cuando me sube el azúcar a las nubes y una naranja para
cuando sucede lo contrario.
—¿Por eso llevas trajes siempre?
—Eres implacable haciendo preguntas, repostero.
—Sí, y tú eres igual esquivándolas. Formamos un buen
tándem.
Sonrió y después apoyó su mejilla izquierda sobre la
almohada, perdiéndose en mis ojos, haciendo que mis
piernas temblaran sin ni siquiera decir nada.
Cuando sus labios rozaron los míos con dulzura yo me
estremecí ante su toque, pero me controlé y no me aferré
de nuevo a él por mucho que lo deseara. Por eso le dejé
marchar al ver cómo se levantaba de un salto regalándome
una instantánea ardiente de su cuerpo, glorioso, comestible
y desnudo, muy desnudo, con sus músculos perfectos y
marcados, y ese culo que pedía a gritos un mordisco.
—Voy a darme una ducha. ¿Me acompañas?
—¿Q-Qué? —Su mirada picante sobre su hombro me dejó
fuera de juego un segundo—. Creí que habías dicho que...
—Todavía sigue siendo de noche, repostero —¡Qué tipo
tan inteligente!—. Así que... —Se giró provocando que mis
ojos se dirigieran un poco más abajo de su ombligo—.
¿Vienes?
Sabía que era un error porque no había un futuro a la vista
para nosotros, pero nada me iba a impedir disfrutar de él un
poco más aunque supiera que me arrepentiría mañana.
21 DE MARZO
En línea

Rubio_01:45: Siento estar fuera


de combate.
Yo_01:46: Espero que sea por una
buena causa.
Yo_01:46: De otra manera no te
perdonaría que no hayas venido a
oírme tocar.

Rubio_01:46: Estoy bastante


ocupado. Aunque me disculpo
por abandonarte
Yo_01:46: Gracias.
Rubio_01:47: ¿Cómo has
estado?
Yo_01:47: Más o menos como tú.
Aunque también con tiempo para
pensar...
Rubio_01:48: ¿En?
Yo_01:49: Nada importante.
Rubio_01:49: En otras
palabras...

Yo_01:49: Lo admito.
Rubio_01:49: Suele pasar
cuando no lo tienes superado.
Yo_01:49: En mi caso se siente
mucho más complejo.
Rubio_01:50: ¿Por?
Rubio_01:50: Espera, no
respondas. Tengo que ir al
baño. Será un minuto.
Rubio_02:05: Siento el retraso.
Rubio_02:05: Mi hermano ha
pensado que era buena idea
llamar a estas horas para
persuadirme un poco.

Rubio_02:05: En fin, ¿por


dónde íbamos?
Yo_02:06: ¿Qué quiere tu hermano?
Rubio_02:06: Chantajearme y
como no lo ha conseguido con
su discurso, envió una foto de
mis sobrinas.
Yo_02:06: ¿Qué edad tienen?
Rubio_02:06: Cumplen 1
pronto. Son dos bebés preciosas.
Rubio_02:06: ¿Te gustan los
niños?
Yo_02:07: Sí. Pero no tengo muy
claro si sería un buen padre.

Yo_02:07: ¿Y a ti?
Rubio_02:07: Me gustan y
quiero tenerlos, pero no solo. Así
que me temo que será un sueño
sin cumplir.
Yo_02:08: No seas derrotista. Seguro
que aparece la persona adecuada
con la que compartir tu sueño.
Rubio_02:08: Puede. Oye, ¿por
qué no jugamos a algo? Yo te
hago una pregunta y tú
respondes. Así podemos
conocernos mejor.
Yo_02:08: De acuerdo.
—24—
«DESDE EL INFRAMUNDO»
No fue cosa de una sola noche.
Estábamos a dos días de la Spring Break y apenas me di
cuenta de lo rápido que pasó la última semana y media.
Perdí la noción del tiempo justo cuando cedí y dejé pasar al
rubio a mi cama por segunda vez. Vino a pedir sal —con
muy poca vergüenza—, una cosa llevó a la otra y al final
volví a dejarme llevar por esa voz malvada que me hablaba
desde el inframundo con un discurso pro-Colin que
asustaba. Aunque lo realmente aterrador era que no
necesitaba un mitin a favor del repostero para convencerme
de lo mucho que le deseaba y ese era un problema gigante
dado mi historial.
En los últimos días preparamos una y otra vez su reunión
con Davidson. Algunas veces fue en mi casa, otras en la
suya, pero lo que importaba era que en todas habíamos
terminado igual; echando un polvo feroz tras una discusión
absurda. Después, cuando estábamos satisfechos,
almorzábamos o cenábamos juntos y Colin hablaba por los
codos contándome historias de cuando era pequeño y vivía
en L.A. Yo siempre permanecía atento, escuchándole para
no perderme nada mientras él se abría conmigo cuando no
lo merecía. No dejaba de darle vueltas al hecho de que le
estaba engañando. Él no sabía que algunas de esas
historias que me contaba, las conocía porque ya se las
había contado a su señor G. de madrugada.
Yo_02:10: No, nunca he salido
con una mujer. ¿Qué tipo de
pregunta es esa?
Rubio_02:10: Una muy válida.

Resumiendo, a plena luz del día le dejaba hablar a él y


cuando pasaban las doce de la noche lo hacía yo en la
oscuridad.

Yo_02:10: ¿Tú lo has hecho?


Rubio_02:11: Oh, demonios, no. No
me atrae nada esa idea. Igual he
sentido curiosidad, pero deseo...
Nunca.
Yo_02:11: Genial. ¿Cuál es el
siguiente tema?
Rubio_02:11: Relaciones normales.
Yo casi una. ¿Tú más de una?
Yo_02:11: No. ¿Tú casi una?
Rubio_02:11: Bueno es que fue con
un amigo y nos dimos cuenta de que
era mejor dejar las cosas como
estaban. Por eso lo de casi. Y si no es
nada serio lo considero algo pasajero.
Yo_02:11: ¿Qué es algo pasajero
para ti?
Rubio_02:11: Algo que no dura más
de un mes. Si la cosa es intensa suele
durar más de un año.
Yo_02:11: Entonces lo mío no lo fue.
Rubio_02:12: ¿Cuánto más duró?
Yo_02:12: ¿Importa?
Rubio_02:12: Lo hace si no lo
has superado todavía.
Yo_02:12: Déjame adivinar; también
hay un plazo para eso.
Rubio_02:12: Claro que lo hay,
aunque no sea específico. Lo sabes
cuando pasa un día y no has pensado
en él un solo segundo.
Rubio_02:12: Así que... ¿Está
superado?

Yo_02:12: No. Pero ya te dije que no


tiene nada que ver con que quiera
volver con mi ex.

Rubio_02:13: Oh, mierda. Soy un


rebote...

Yo_02:13: No lo eres. No te metí


en mi cama por despecho.
Rubio_02:13: En realidad no era
tu cama. Pero menudo alivio.
Yo_02:13: No sabía que eras del tipo
posesivo.

Rubio_02:13: No lo soy.
Rubio_02:13: Supongo que me
gustaría ser el primero para
alguien por una vez.
Intenté buscar las palabras adecuadas para hacerle
entender que no era un parche para mí y que me gustaba
de verdad, no por olvidarme de mi ex. Le iba a decir que lo
mío con Gary estaba enquistado y no por un motivo
romántico. Estuve a punto de abrirme como nunca antes,
dispuesto a contarle lo extraña que fue mi relación. Pero él
no me dejó hacerlo.

Rubio_02:13: Entonces, ¿cómo le


conociste?
No era la primera vez que nos adentrábamos en terreno
peligroso, no. Ya se habían convertido en hábito nuestras
charlas de madrugada. Pasábamos la noche en vela —yo
desde mi sofá—, intimando demasiado y la culpa era mía
porque lo provoqué de forma premeditada. ¿Que por qué?
Por un estúpido sentimiento que no había sentido jamás;
celos.
La otra tarde, llegando de Milwaukee, vi a un tipo que me
resultaba familiar justo entrando en nuestro edificio. Intenté
recordar dónde había coincidido con él y mi me regaló una
instantánea del tipo fornido, de hombros anchos y brazos
extra musculados. Le vi con Colin una mañana en la que
ellos debían regresar de alguna fiesta. Ese hombre le
miraba como si fuera el mejor manjar de la tierra y esa
mirada se reprodujo en mi mente, en bucle, alimentando
unos celos descomunales que nunca había sentido antes.
Por eso, justo cuando aparqué mi todoterreno en la calle
contigua, agarré mi teléfono del bufete y el señor G fastidió
el plan del musculitos.
Sí, eso también fue rastrero pero, puestos a pedir, preferí
que pasara la noche conmigo y salió bien.
Yo_02:13: ¿A Kyle?
Rubio_02:14: Si ese es el
nombre de tu ex, entonces sí.
Se me escapó, pero estaba muy tranquilo porque sabía
que jamás hablaría de él siendo Levi. Mi carácter retraído no
tenía nada que ver con su señor G. que se dejaba llevar por
lo visceral.
Yo_02:14 Pues es una historia un
poco larga. Si quieres puedo contarte
algo más jugoso.
Rubio_02:14: ¿Primera vez?
Yo_02:14: Una primera vez, sí.
Rubio_02:15: Misterioso hasta el
final.

Yo_02:15: Y te encanta.
Rubio_02:15: Para qué negarlo...
:D. Entonces, ¿qué pasó con Kyle?
Yo_02:15: Pues verás...

∞∞∞
• River Twist - Hace veintidós años... •

—¿Estás seguro de que no va a venir nadie?


Era la peor idea que podía haber tenido en la vida.
Lo supe desde que Kyle propuso venir a casa
aprovechando que, salvo el servicio, no había nadie más.
Debí haberle dicho que no, pero algo en mi interior se moría
por ceder a eso que inundaba mis pensamientos día y
noche. Y es que, aunque era nulo entendiendo y expresando
mis sentimientos, lo carnal lo percibía muy bien.
Al principio pensé que estaba loco por imaginar que un
chico como él, cinco años mayor, se fijaría en un niño
callado que pasaba desapercibido la mayor parte del
tiempo. Pero un día me sorprendió a la salida del instituto
cuando vino a recogerme y me dijo que no podía
esconderse más.
Se arriesgó a que dejara de hablarle de por vida y lo hizo
de todos modos no importándole en absoluto. Me dijo que
sus ojos no me miraban como un amigo, aunque se aseguró
de hacerme saber que era el mejor que podía tener en todo
el maldito universo.
Y yo sentía exactamente lo mismo por él.
—No, Kyle —respondí limpiando las sudorosas palmas de
mis manos en mis pantalones.
—¿Estás nervioso? —Su sonrisa hizo que el sudor
aumentara—. No lo estés, Lev. No vamos a hacer nada
malo.
Qué fácil parecía todo desde su posición, sentado sobre
mi cama y mirándome a través de esas pestañas gruesas y
preciosas que me fascinaban más cada día. No tenía idea de
cuándo comencé a pensar en él de esa forma, pero Kyle
tenía razón; no lo sentía como algo malo. Al contrario, cada
vez que mi mente imaginaba cómo sería besarle, mi
estómago se retorcía emocionado.
—Ven, Levi. Ven aquí —dijo dando unos golpecitos sobre
mi edredón.
Nervioso, tragué el nudo que había que había en mi
garganta y después asentí acercándome mientras mordía
mi labio con mucha fuerza a la vez que me sentaba junto a
él. Kyle no tardó en acariciar mi mejilla haciendo que mi
cuerpo temblara y cuando sus dedos llegaron al lugar en el
que mi labio estaba atrapado por mis dientes, arrastró su
pulgar sobre él para obligarme a soltarlo y con la otra mano
se aferró a mi nuca acercándome hasta que nuestras
narices se encontraron y entonces susurró:
—Necesito que me digas que quieres esto, porque de lo
contrario no pasará nada.
—Yo... —Inhalé todo el aire que había en la habitación y
después de soltarlo le dije—: Yo quiero.
—¿Estás seguro?
—Sí, Kyle. Sí quiero.
—No me importaría si no lo hicieras, ¿sabes? —Kyle se
separó un poco de mí para ver mi reacción—. Si no estás
listo, está bien. Solo quiero saber que me das permiso
porque tú...
Yo solo tenía quince años, era menor de edad y eso se
traducía en problemas.
—Lo tienes, Kyle. Tienes mi permiso.
Él sonrió agarrando mi cara entre sus manos y yo me
perdí en esa sonrisa nacarada preciosa.
—Bien. Ahora vas a hacer lo que yo te diga, ¿de acuerdo?
—Asentí con rapidez y entonces él dijo—: Bésame, Lev.
Lo hice. Obedecí sin rechistar.
Nuestras bocas chocaron sin paciencia, dejando la
sutileza para otro momento. En este solo necesitábamos
probarnos y ver hasta dónde estábamos dispuestos a llegar,
y cuando su lengua empujó entre mis labios pidiéndome
permiso para seguir probando, vi que Kyle quería todo y yo
no iba a negarle —ni a negarme—, nada. Le recibí agitado,
acostumbrándome a ese sabor tan delicioso, cuando mi
mano se aferró a su cuello tal y como él estaba haciendo
con el mío, quizás porque pensé que podría escaparse y era
lo último que quería.
—¡Dios! —dije intentando tomar aire—. No pares.
—Lo has hecho tú —respondió sonriendo contra mi boca.
Y volvió a invadirme al mismo tiempo que empujaba su
cuerpo contra el mío obligándome a caer sobre mi colchón.
Sus labios no se separaron de los míos, ni siquiera cuando
una de sus manos decidió abandonar su posición para ir a
investigar otros caminos más hacia el sur. Al sentir sus
dedos helados colándose bajo mi camiseta no pude evitar
temblar, pero enseguida me calmé cuando aquella mano en
expedición comenzó a acariciar mi abdomen, jugando de
vez en cuando con el botón de mis vaqueros, haciendo que
cualquier migaja de sensatez que tuviera —poca dados mis
quince años— saliera despedida.
—¡Oh, mierda!
Me sorprendió muchísimo el clic del botón abriendo mis
jeans a pesar del sonido pesado de nuestras respiraciones.
Tal vez se nos estaba yendo de las manos un poco.
—Kyle...
—Chsss... —dijo, su boca pegada a la mía—. Recuerda
que solo estamos probando para ver si te gusta.
Ah, ¿pero es que acaso había alguna duda?
El sonido de la cremallera deslizándose hacia abajo casi
acabó con todo en ese preciso instante, pero logré tomar
aire y calmarme. Aunque no sirvió de mucho porque cuando
su mano se coló por el elástico de mi ropa interior y me
rodeó sin remordimientos, casi exploto de la emoción.
—Joder... —Mi maldición se escapó entre mis jadeos
erráticos.
—Por mucho que me guste la idea —dijo sin dejar de
tocarme—: No creo que estés listo para eso.
Su ritmo incesante provocó que mis ojos se cerraran con
más fuerza y mis manos se apretaran a cada lado de mi
cama, agarrándose al edredón mientras mis nudillos se
ponían blancos y mi garganta ardía a punto de incendiarse
por culpa de ese grito que estaba reteniendo allí, pero que
no iba a dejar salir de ninguna de las maneras aunque
estuviéramos solos.
No me di cuenta de que dejé de ser dueño de mi cuerpo
hasta que me vi moviéndome al ritmo que marcaba Kyle
cuando dejó escapar una carcajada ahogada contra mis
labios y mis ojos se abrieron de golpe notando cómo mis
mejillas se teñían de rojo, inundándose de toda esa
vergüenza que sentí. Pero él no dejó que se quedara mucho
tiempo y al comprobar que mi mente había ido a un lugar
que ninguno de los dos quería visitar en este instante,
aminoró el ritmo haciéndolo tormentosamente exquisito y
me llevó hasta el borde del precipicio.
Apartándose de mis labios, fue dejando un reguero de
besos hasta que acabó en mi cuello, chupando, succionando
y mordiendo para dejar su marca ahí, y cuando estuvo
satisfecho acarició con su nariz la piel sensible que tenía
justo detrás de mi oreja antes de susurrar:
—Déjate llevar, Lev.
—¡Oh, mierda! ¡Mierda, mierda, mierda!
Y mientras Kyle tapaba mi boca con la suya para que mis
gritos chocaran contra su garganta, casi me muero al llegar
al final como un adolescente cachondo explorando su
cuerpo con su amigo.
Estaba agotado, como si me hubiera pasado un tráiler
por encima cuando le sentí apartándose de mi cuerpo y abrí
los ojos de golpe.
—¿Te ha gustado?
Intentando recuperar el aliento, asentí mientras él se
dirigía a la puerta de mi habitación. Antes de salir, me miró
sonriendo y me dijo que volvía enseguida, supuse que fue
porque vio mi cara de pánico al ver que se marchaba. Pero
no huyó, regresó de inmediato tal y como me dijo y cuando
entró de nuevo a mi habitación me dio una toallita húmeda.
—Gracias —dije sin poder mirarle a los ojos.
—¿Todo bien? —preguntó alarmado y cuando no le
respondí de inmediato, se acercó hasta la cama y me dijo—:
Lev, mírame.
Le hice caso y miré aquellos ojos marrones tan intensos
como el chocolate más puro, mientras intentaba hacer esa
pregunta que se había colado en mi cabeza.
—¿Qué ocurre?
—No es nada. —Suspiré y volví a evitar su mirada—. Solo
me preguntaba...
—¿Sí? —preguntó a la vez que sostenía mi barbilla para
obligarme a que le mirase.
—¿Es la primera vez que haces esto?
Su reacción fue divertida. Primero abrió la boca
sorprendido, pero no tardó en soltar una carcajada enorme
al mismo tiempo que atrapaba mi cara entre sus manos y
me atraía para dejar un beso dulce en mis labios.
—No, Lev. No voy a mentirte. Pero sí es la primera que se
siente bien.
—Perdón por preguntar —contesté tímido—. Es solo que...
—¿Qué?
—No lo entiendo. Eres un chico mayor y yo solo un crío
que...
—No, no lo eres. Puede que tengas quince pero tu mente
es mucho más madura que la de los chicos de tu edad.
—Sigues siendo cinco años mayor. Podrías estar con
alguien que...
—Calla. Te has sentido tan bien como yo, ¿verdad? —dijo
sin dudar y yo asentí—. Eso es porque ha sido contigo, Levi.
Porque una vez que te he besado, mis manos no han podido
apartarse de ti. Porque todo entre nosotros surge de forma
natural.
Quise preguntarle si de verdad se sentía de esa forma o
solo me estaba diciendo lo que yo quería escuchar, pero no
hizo falta porque cuando mi boca iba a hacerlo volvió a
besarme, demostrando que era totalmente sincero. Y tras
probar nuestros labios una vez más, Kyle me dejó a solas en
mi habitación con una estúpida sonrisa en mi cara.

∞∞∞
Me preguntaba cuál sería la reacción del rubio tras
abrirme con esa historia de mi adolescencia.
Antes de enviar cada mensaje me aseguré de no haber
escrito nada que me comprometiera. No estaba preparado
para meter la pata y si cometía cualquier error, por mínimo
que fuera, él podía acabar descubriendo que detrás de esta
amistad que íbamos forjando noche tras noche estaba su
vecino.
Sin embargo, me apeteció compartir con él un pedazo de
mí. Quise que conociera a alguien que me había marcado y
por el que hoy en día era incapaz de mantener una relación
sana, daba igual del tipo que fuera. Necesitaba hacerle
saber que había un motivo por el que era tan inflexible
cuando afirmaba que jamás funcionaría entre nosotros y
como no me atrevía a decírselo como Levi, debía ser el
señor G. quien actuase por los dos.

Yo_03:20: Mi padre enloqueció.


Rubio_03:21: ¿Por qué?
¿También es un loco homófobo?
Yo_03:22: No. Para nada. Pero
Kyle... Él...
Rubio_03:22: ¿Sí?
Yo_03:23: Era su ahijado.
Enseguida me di cuenta del tiempo verbal que empleé y
mi cuerpo se sacudió en respuesta, aunque supe
recomponerme.

Yo_03:23: Se sintió traicionado


porque su ahijado se aprovechó de
su niño.
Rubio_03:24: ¿Cómo lo haría si fue
consentido?
Yo_03:24: Lo fue. Pero papá solo
podía ver que él era cinco años
mayor. Pensaba que me estaba
confundiendo y que me manipuló.
Rubio_03:24: ¿Lo hizo?
Yo_03:24: No. Aquello fue real.
Rubio_03:24: Pero no funcionó.
Yo_03:25: ¿Sabes? Lo hizo a su
modo. De todas formas, Kyle no
es el ex del que me estoy
desintoxicando.
Rubio_03:25: ¿Cómo?
Yo_03:25: Él fue mi primer... Mi
primer algo. Pero no tiene nada que
ver con mi ruptura más reciente.
Rubio_03:25: Sin embargo es Kyle al
que no has superado.
Yo_03:26: Correcto.
Rubio_03:26: ¿Por eso no ha
durado con este hombre?
Yo_03:26: No. No ha sido por eso.
Rubio_03:61: ¿Y qué fue? ¿Le fuiste
infiel?
Yo_03:26: No.
Rubio_03:26: ¿Entonces? ¿Qué
hiciste que fuera tan horrible para
que no pudiera soportarlo y acabara
dejándote?
Yo_03:27: No necesitábamos lo
mismo, ¿sabes? Él quería demasiado
con el tipo más inestable del universo.
Quería un imposible, rubio...
Rubio_03:27: Así que eres de ese
tipo de hombres; el melancólico
que lo único que busca es no
sentirse solo pero disfrutar de su
espacio...

Me sorprendieron sus palabras porque fueron casi


idénticas a las que Summer me regaló cuando se enteró de
mi primera ruptura con Gary.
A Bennet le rebatí su argumento porque no estaba
dispuesto a dejar que dudara de la veracidad de mi relación
pese a lo falsa que era, pero con el rubio no sentí esa rabia
tal vez porque ya lo había superado.

Yo_03:27: ¿Así crees que soy?


Rubio_03:27: Sí. De otra forma nos
habríamos visto.
Rubio_03:27: Si de verdad quisieras
conocerme, no me citarías siempre en
una habitación de un hotel.

Rubio_03:27: Tampoco habrías puesto


esas reglas tontas. Así que, sí. Creo que
eres un tipo solitario que tiene miedo
tanto de estar solo como de que le
arrebaten la paz que le da la soledad.
Rubio_03:27: Ya sé que es un poco
lío, pero creo que lo entiendes.
Yo_03:27: Te lo he dicho, rubio.
Soy la persona más inestable del
universo.
Rubio_03:28: No. Eres la persona más
evasiva del planeta. Te gusta creer en
tus propias excusas para huir. Me
recuerdas a mi vecino.
Oh, ¿por qué sería...?
Yo_03:29: ¿Todo bien con él?
Rubio_03:29: Fluye, sin más.
Mi ceño se frunció por culpa de esas tres palabras porque
no era la respuesta que esperaba, aunque fuera la que me
convenía.
Sin darme cuenta me incorporé en el sofá mientras
pensaba en el mensaje que iba a mandarle ahora. Podría
preguntarle directamente el motivo de la apatía de su
respuesta, pero me notaría demasiado interesado y era
mejor mantener un perfil bajo cuando me hablaba de mí.
No me dio tiempo a preguntar nada, porque siguió
sincerándose.

Rubio_03:30: ¿Sabes? Me gustaría


conocerle un poco más. Pero no me
quejo de nuestro arreglo.
Yo_03:30: ¿Vuestro arreglo?
Rubio_03:30: Discusiones y sexo. Del
bueno. De ese que te deja nuevo y sin
estrés durante días.
Yo_03:31: ¿Y es suficiente para ti?
Rubio_03:32: Con él sí.

¿Qué demonios significaba eso?

Rubio_03:32: No me interesa nada


más. El vecino es intenso y no deja
entrar a nadie, ¿sabes? Además,
quiere mantenerlo en privado y yo
estoy bien así.
Lo hice. Le pedí que lo que estaba sucediendo entre
nosotros se quedara entre las cuatro paredes de su
apartamento, o del mío...

Rubio_03:32: No soportaría otra


decepción. Además he estado esperando
y esperando y no ha pasado...
Yo_03:32: ¿Qué es lo que no ha
pasado?

Rubio_03:32: ¿Recuerdas lo que te dije


sobre lo que me pasa con todas las
personas con las que tengo algo?

Yo_03:33: ¿Las ensoñaciones


románticas...?
Rubio_03:33: Ríete lo que
quieras, idiota -.-
Yo_03:34: Lo siento, rubio... :D.
Continúa.
Rubio_03:34: El tema es que con él no
me ha pasado. Y es la primera vez que
sucede. No ha habido proyección
romántica ni de ningún tipo...
Así que no creía en nosotros a largo plazo...
Eso debió aliviarme, pero sucedió todo lo contrario. Me
jodió mucho porque no pude evitar preguntarme qué tara
vio en mí para que no me considerase como opción. Y sí,
eso me molestaba hasta el punto de reprimir un grito
salvaje que despertaría a todo el edificio
En ese momento habría estampado mi teléfono contra la
pared movido por lo confuso que me hacía sentir ese rubio.
En su lugar, respiré profundo y mientras contestaba a su
mensaje, me dirigí hacia el piano sin tener en cuenta que
eran casi las cuatro y que la gente dormía.
Yo_03:35: Tal vez debes pasar al
siguiente.
Rubio_03:35: Nah... El sexo es muy
bueno. Puedo prescindir de la casa, el
perro y el marido.
No tenía idea de por qué, pero cuando me senté al piano
estaba sonriendo mientras sentía mi estómago
encogiéndose. Ese rubio era un imbécil con una boca
tremenda y a mí me encantaba.
«Maldito problema de ojos verdes...».
Lo dejé así.
No quise seguir esa conversación porque volveríamos a
pasar la noche en vela y ambos necesitábamos descansar.
Así que puse el teléfono a mi lado sobre el banco, entrelacé
mis dedos y estiracé mis brazos por encima de mi cabeza.
Después moví mi cuello en círculos y justo antes de dejarme
llevar por aquellas piezas blancas y negras, dejé escapar un
suspiro. Sabía que me metería en líos por molestar a estas
horas de la madrugada, pero nada iba a impedir que le
mostrara lo que sería tenerme en esa casa imaginaria
mientras tocaba el piano para él, porque últimamente solo
lo hacía para Colin sintiendo como caía al vacío sin red de
seguridad, a ese inframundo en el que no tenía alas que me
devolvieran al plano terrenal.
Y no me importaba si eso significaba pasar más tiempo a
su lado, conociéndole, por mucho que mis alarmas me
alertaran de que me estaba desviando del camino.
—25—
«MIEDOS»

Vacaciones de primavera.
Tres palabras que dibujarían una sonrisa en la cara de
cualquiera, sí. En la de cualquiera excepto en la mía. No
dejaba de pensar en que por estas fechas ya debería en
Loyola, pero mi sueño se esfumó en cuanto Levi apareció
con aquel baño de realidad.
Le di muchas vueltas a la conversación que tuvimos en la
tienda de Mike, cuando me confesó que si se negó a
tenderme la mano fue precisamente por ser yo y aunque
eso debería estar molestándome todavía, lo cierto era que
no lo hacía. Al contrario, cada vez que repasaba sus
palabras me sentía más y más emocionado al respecto, y
tras los últimos acontecimientos que acaecieron entre
nosotros —el sexo salvaje y todo eso—, no podía culpar a mi
loca cabecita por hacerme soñar despierto.
Fin de semana de festival. Otras palabras emocionantes
que no provocaban nada en mí.
Oli, Noa y yo estábamos a punto de entrar a uno de esos
festivales que volvían loca a la rubia. Nos hubiéramos
gastado una pasta para acceder a la zona VIP de no haber
sido porque Noa conocía a los organizadores de las veces
que cubrió el festival para las noticias. Este año, el «Festival
Sueños» contaba con un amplio cartel de cantantes a los
que conocía por culpa de Oli. A ver, no me quedé atrás en
cuanto a lo que estaba de moda en este momento, pero mi
gusto musical era diferente. Disfrutaba de los ritmos latinos,
sobre todo en cierto local en el que podía bailar con algún
tipo guapo pegado a mi espalda, y también apreciaba la
música electrónica. Un rato. Si se trataba de escuchar a
todas horas ese tipo de música la respuesta era no.
—¿No es genial?
Oli saltaba emocionada como una niña pequeña
esperando a Santa el día de navidad.
—Lo primero que quiero hacer es subir a la noria.
Este festival era una maravilla. En esa explanada
enorme, además de los artistas, podías ir a diferentes
puestos y tomar algo de comida local, hacerte fotos en
todos los fotocall que encontrabas a cada paso para subir
seguidores en redes, divertirte en algunas atracciones como
esa noria que mencionó Olivia, comprar algún recuerdo o
solo tumbarte sobre alguna de las zonas con césped y
disfrutar del día. Sin mencionar las actuaciones en mitad de
aquel escenario gigantesco que presidía el recinto. Sí, el fin
de semana sonaba tan prometedor como...
—¿Estás aquí, rubio?
...aburrido.
—Sí. —Sonreí asintiendo mientras la fila se movía—. Solo
pensando.
—¿En?
En Levi. En cómo me frenaba por mucho que deseara con
todas mis fuerzas mudarme al local de Loyola. En lo
frustrado que me sentía tras acostarme con él después de
que me dijera que solo sería cosa de una vez. En lo confuso
que estaba porque me dejó pasar de nuevo a su casa y
volvimos a hacerlo. En lo mucho que deseaba repetir una y
otra vez porque nunca era suficiente.
—Nada, cosas mías.
—¿El pianista?
Sí, también pensaba en G.
En lo que compartimos las últimas noches. En lo que se
abría conmigo. En todo lo que parecía gustarle. En que
deseaba que nos reuniéramos una vez más. En lo rápido
que pasaban las horas cuando charlábamos de madrugada.
Pensaba una y otra y otra vez en cómo sería físicamente,
porque su naturaleza me la mostraba con demasiada
facilidad.
—No.
—Mientes mal.
Ya nos tocaba así que no le respondí, solo saqué la lengua
a Oli mientras le daba mi entrada al «Hulk» que había
recogiendo los tickets y cuando me dejó pasar intenté
olvidarme de todo y disfrutar de dos días con mis amigas.
Mientras me perdía en el paisaje, sentí la vibración de mi
móvil en mi trasero. Prometí dejar mi teléfono en casa, pero
un virus gripal horrible tenía a mis sobrinas con fiebre alta y
no estaba dispuesto a no estar al corriente de lo que iba
sucediendo en casa de mi gemelo. Por eso lo traje conmigo,
aunque estaba en vibración y justo en el bolsillo trasero de
mis vaqueros. Sabía que si lo sacaba no iban a decir nada,
sobre todo porque ambas eran adictas a esa cosa y más en
lugares como este. Si te despistabas un segundo Oli podía
sacar más de quinientas fotos en diferentes ángulos y con
algo distinto en ellas. Y Noa trabajaba mucho con el teléfono
porque grababa sus entrevistas para después transcribirlas
si era necesario y así ayudar a los redactores de su equipo.
Pero ahora, que estaba en paro y sin ánimo alguno de
volver a ese mundo, parecía perdida...
—¿Todo bien?
—Ajá.
...escueta y distante.
—Noa...
—Alguien me ha puesto en mi lugar y no lo esperaba.
Solo es eso.
Mis cejas se alzaron curiosas y ella suspiró mientras
miraba a los lados en busca de Oli. Cuando vio que estaba
ocupada haciendo fotos de un puesto de cocina en vivo,
respiró aliviada y me contó lo que estaba sucediendo.
—Así que te has metido en medio de una pareja. —Asintió
—. ¿Y tú sabías que..?
—Sí —Me interrumpió enseguida—. Sabía que ella tenía
novia desde hacía mucho tiempo pero me dijo que estaba
confundida.
—¿Y?
—Y yo me aseguré de que entendiera que solo podíamos
ser amigas que se acuestan de vez en cuando. O lo que es
lo mismo, cuando visitara su ciudad.
—Así que esa amiga no es de Chicago.
Ella negó con la cabeza y mordió su labio bastante
arrepentida.
—La conocí en uno de mis viajes por el país cuando aún
estaba en la FOX.
—¿Y te ha llamado ahora para pedirte más?
—No. No ha sido ella la que ha llamado. Fue su ex. —Su
cara perdió el color y después de tomar un poco de aire dijo
—: Me ha dado las gracias por romper su pareja. Me ha
dicho que ya puedo meterme en su cama porque ella no va
a estar más allí y me ha dicho que ojalá pueda dormir bien
por las noches sabiendo que me he cargado una relación de
años.
—Oh, mierda...
—Así que ya ves; mi vida es emocionante —Sonrió sin
humor.
—No es tu culpa que esa mujer decidiera ser infiel.
—En parte sí, rubio. Yo sabía que tenía pareja y aun así
me metí allí.
—Pero tú estás soltera y...
—Y eso no me da derecho a hacer daño a nadie. Puede
que no sea la culpable de todo, pero en el momento en el
que me metí en su cama a sabiendas de la relación que
tenía, empecé a tener culpa.
—Vale, entiendo que estés triste pero, no sé... —Me
encogí de hombros y después la atraje hacia mí pasando
una mano por su cintura—. No la vas a ver más, ¿o sí?
—No, eso terminó.
—¿Entonces? ¿Por qué estás tan afectada?
—No sabes el dolor que había en su voz, rubio. Lo tengo
grabado en mi cabeza y no puedo deshacerme de él. No
puedo dejar de pensar en el daño que le he hecho a pesar
de no conocerla. ¡Joder!
Noa dejó caer su cabeza sobre mi hombro y yo me
sorprendí. Era raro verla perder la calma y no recordaba que
lo hubiera hecho antes delante de mí. Noa era una mujer
mucho más fría que mi vecino y sabía enmascararse muy
bien. Por eso fue extraño que se viniera abajo conmigo.
—Ey... —Apreté su cintura con suavidad—. Todo estará
bien. Acabarás por olvidarlo.
—Es que no lo entiendes, Col. Yo estuve en su lugar,
¿sabes? Yo fui la engañada y sé que es jodido.
—Qué me vas a contar...
—Ya... —Suspiró y sonrió mirándome con complicidad—.
No sé, rubio. Daría lo que fuera por volver atrás y no caer
con Rebeca.
—¿Qué hacéis, tortolitos? —Olivia y su su alegría
desmedida disolvieron la pesadez del momento—. Vamos a
tomar unas cervezas.
Cuando Oli emprendió el camino decidida hacia la barra
de aquel puesto en el que había mucha gente bebiendo, de
reojo vi a Noa sonreír tanto como yo, tal vez contagiándose
del humor de su mejor amiga.
—¿Vamos? —Pregunté abrazándola contra mí costado y
ella asintió sonriendo.
Era demasiado tarde cuando colapsé sobre el suelo.
Trajimos sacos de dormir para acampar y una tienda, y en
cuanto el penúltimo artista del día terminó, me escabullí
hacia ella porque no podía más. Demasiadas cervezas en mi
sistema sumadas al retumbar de ese reguetón del infierno.
Noa se quedó con Oli para escuchar al tipo que pondría el
broche final al sábado y yo, aunque al principio estaba
preocupado por la tajada de ambas, que era más que la
mía, las dejé estar porque no me necesitaban para
defenderse. Ellas tenían sus armas.
Cuando me metí en la tienda, me quité las zapatillas y los
vaqueros mientras sacaba de mi mochila un par de
pantalones deportivos para estar más cómodo, cuando
recordé que mi teléfono había vibrado esta mañana. Supuse
que todo el ambiente festivo me anuló por eso, una vez me
cambié de pantalones, saqué mi móvil y comprobé los
últimos mensajes. Había dos de mi hermano, uno de Seth,
otro de Steve y también había escrito Levi.
Adivinad por cuál empecé.

Picapleitos_10:35: ¿Estarás en casa más


tarde?

No debí responder dada la hora, sin embargo mis dedos


fueron mucho más rápidos que mi razón, quizás porque
estaba un pelín achispadilla

Yo_03:15: Siento no haber respondido antes,


guapo.
Yo_03:15: Llegaré a casa mañana por la tarde.
¿Pasa algo?

Tras mi respuesta esperé a que me contestara veloz,


porque mi cabeza no se puso al día con la hora que era, así
que me dediqué a leer los demás mensajes. Dylan me dijo
que mis sobrinas iban mejorando, alegrándome al instante.
Seth me preguntó si tenía mucho lío la semana que viene y
mi respuesta fue un rotundo no, aunque no se la haría llegar
a estas horas. Y Steve me pidió que le llamase para ver
algunos locales más la semana que viene y cuando estaba a
punto de dar por zanjada mi revisión, mi teléfono vibró en
mis manos con su apodo llenando la pantalla y mi corazón
volviéndose loco mientras mis dedos deslizaban el botón
que aceptaba esa llamada.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
¿Qué?
No entendía nada. No sabía qué demonios quería decir
Levi con aquello y por el tono de su voz parecía que debía
estar al tanto de algo que a mí se me escapaba de las
manos.
—¿Por qué no lo estaría, picapleitos? Por cierto, ¿me
echabas de menos? Son las tres y cuarto de la mañana.
—¿No has visto las noticias?
Le respondí con una negativa pero no debió escucharme
debido al ruido ensordecedor del festival.
—¿Dónde estás? Pensaba que estarías a punto de ir al
obrador.
—De fiesta. —Sonreí—. En un festival de música. Lo
odiarías.
Salió sin más.
Igual fueron los tequilas que eché después de las
cervezas, no estaba seguro, solo supe que cuando me di
cuenta de lo que había dicho, era demasiado tarde. Pensé
demasiado en Levi aquí conmigo y supe al instante que
odiaría este lugar y no solo por la cantidad de gente que
había, no. También lo detestaría por lo que le hubiera
obligado a hacer. Le habría agarrado por la cintura
forzándole a bailar conmigo, su espalda sobre mi pecho, mi
boca en su oído tirando de vez en cuando de su lóbulo, o
quizás jugueteando con la piel sensible de su cuello, esa en
la que podía sentir el ritmo acelerado de su corazón
mientras nos movíamos al son de esos ritmos latinos y
calientes que te invitaban a ser muy indecente.
«Vale, chico, estás muy borracho».
—¿Colin?
—¿Sí?
—Te he preguntado si estás solo.
Sonreí por culpa del tono de voz del abogado, aunque lo
mismo me lo había imaginado y eran cosas mías. Para mí
sonaba celoso y eso me gustaba mucho, tanto que me
envalentoné y decidí tensar la situación un poco para
comprobar si tenía razón o me estaba emocionando por
nada. Y sí; el coraje líquido ayudó bastante.
—No —dije alzando la voz por culpa de la música y
después conté hasta cinco, lento, muy lento, para decir
después—: No lo estoy.
—Vale. Siento haberte molesta...
—He venido con Oli y otra amiga —Podía jurar que le
escuché respirar aliviado—, porque la rubia se moría por ver
a un tipo.
—¿Solo con ellas?
—¿Por qué no preguntas lo que deseas realmente y dejas
de joder?
—¿Has llevado acompañante?
Sí, el picapleitos le echó huevos.
—Ya te lo he dicho —Sonreí tanto que iba a rajar mis
comisuras—. He venido con mis dos mejores amigas. ¿Por
qué tanto interés?
—Solo curiosidad.
—Claaro... —En ese momento la música cesó un poco y
pude hablar sin alzar tanto la voz—. ¿Puedo preguntarte
algo?
—Sí.
—¿Es siempre así contigo?
—¿Así cómo? —Su tono era confuso.
—Así de complicado. Quiero decir... —Suspiré—. No te
conozco, pero no hace falta ser un lince para ver lo cagado
que estás. Y yo me pregunto...
—Col...
—¿A qué le tienes tanto miedo? —Pregunté pese a su
súplica—. ¿Por qué no te dejas llevar y ya? No es tan malo
admitir que estabas celoso pensando en con quién podía
estar aquí.
Silencio.
—Oh, espera. No son celos. Es algo mucho más retorcido,
¿verdad? ¿Piensas que me estoy viendo con alguien más
mientras tú y yo nos divertimos en tu cama?
—¿Has bebido?
—Sí —respondí abiertamente—. Aunque no lo suficiente
como para ver que estás siendo evasivo, para variar.
—¿Qué quieres que te diga? —Sonaba realmente perdido
—. No sé qué quieres de mí.
—No te he pedido nada, picapleitos. Solo que seas
sincero con lo que sientes porque no es malo sentir cosas,
¿sabes? Por mucho miedo que tengas. —Él se mantuvo en
silencio—. Así que dime; ¿es eso?
—Sí.
Sabía que, si le dejaba, ese hombre rompería mi corazón
porque lo sentía hasta en mis huesos, pero no podía evitar
querer estar cerca de él de todas formas aunque ahora
estuviera enfadándome a cámara lenta.
—Genial. —Escupí realmente molesto—. Pues deja que te
diga algo, abogado; puede que no haya nada serio entre
nosotros, pero por muy casual que sea lo que tengamos no
soy ningún cabrón.
—Colin...
—No he terminado
—Está bien.
—Mira, no tengo idea de a qué tipo de relaciones estás
acostumbrado.
Él siguió callado y yo lo agradecí, porque si no hubiera
perdido la valentía.
—Pero, y solo para que quede claro, que sepas que si yo
estoy con alguien por insignificante que sea —dije haciendo
uso de las palabras que él mismo me dijo una vez y con un
tono bastante irónico—, lo hago exclusivo porque entiendo
que hay un acuerdo tácito entre nosotros, aunque solo sea
para tener sexo. Si siento la necesidad de verme con
alguien más te lo diría para ver si estás de acuerdo. Y si lo
estuvieras, no estaría contigo de ninguna de las maneras
porque no me van esas cosas. Pero oye, mucha gente tiene
relaciones abiertas, solo que no es lo mío.
—¿Has terminado ya?
—No.
Él resopló matando el gusanillo de mi oído y yo, haciendo
uso de mi verborrea, le solté algo que quemaba en mi boca.
—Desearía que estuvieras aquí, así no habría tenido que
salir de esta estúpida tienda en todo el día.
—¿Estás acampando en el festival?
—¿Con eso te quedas después de lo que acabo de
confesarte?
En ese momento le imaginé regalándome una de esas
sonrisas tan caras que a veces se dibujaban en su precioso
rostro y de forma inmediata mis comisuras se elevaron. Le
echaba de menos y no podía negarlo, por mucho que eso
me asustara.
Nunca había sucedido tan rápido antes. Nunca tuve la
necesidad de ver a la persona que me gustaba cada día,
porque aunque lo que teníamos era lo más ligero del
mundo, estaba muy pillado. No se trataba solo de la parte
física, es más, me atrevería a decir que extrañaba mucho
más los momentos que compartíamos después de saciar
nuestro apetito, en los que yo charlaba sin parar y él me
miraba en silencio con esa presencia dominante que tenía y
que me intimidaba aunque pudiera parecer lo contrario.
—¿Sabes una cosa? No te entiendo —dije tumbándome
sobre mi saco y cerrando los ojos—. Puedes pasar de ser
amable y cercano, a un idiota frío y distante en cuestión de
un segundo. Y por ahora he tenido suficiente.
—Colin...
—Dime para qué llamas —Le interrumpí.
—Col...
—Para. Qué. Llamas —dije haciendo una pausa entre
palabra y palabra que provocó un suspiro enorme en él.
—Le pedí a Steven que lo hiciera en cuanto lo vi, pero me
dijo que no quería inmiscuirse y como pasan las horas y no
puedo dormir porque la conciencia me reprende... ¡Joder!
Detesto ser yo el que te lo cuente.
—¿Contarme, qué?
—Acabarás por odiarme de por vida.
—¿De qué hablas?
—Ha pasado algo esta noche, justo a las doce —dijo, su
voz casi al borde de la desaparición—. Busca la portada de
Los Ángeles Times de hoy, Colin —Exhaló derrotado.
—¿Qué está pasando?
—Solo mírala, ¿de acuerdo?
—Pero...
—Cuando lo hagas, llámame. Solo si quieres o necesitas
hacerlo, ¿vale? Estoy aquí para ti.
—¿Qué demonios, Levi?
—Hablamos.
—No te atrevas a col...
Colgó.
El muy idiota terminó la llamada dejándome molesto,
frustrado y muy confundido. Y, aun así, hice lo que sugirió y
lo descubrí al instante.
Portada de L.A. Times; El malnacido de Simmons sonreía
victorioso. Por lo que pude leer muy por encima, ese tipo
consiguió que todas las asociaciones que estaban en su
contra retiraran las demandas y, en la entrevista que le
hicieron al salir del juzgado, agradeció la labor del bufete de
abogados en el que trabajó Levi. Mencionó a un tal Trent
Louis y también al propio picapleitos pese a dejarle «tirado»
a escasas semanas del juicio. También dio un discurso en
favor de las familias y volvió a insistir en que seguiría
trabajando día a día para que la tradición regresara a una
sociedad corrompida por el libertinaje, o lo que era lo
mismo; para limpiar la ciudad de personas como yo. Bien,
hasta ahí nada reseñable a excepción de que se había salido
con la suya. Lo jodido vino un poco después. El muy
despreciable dijo que con el dinero que se iba a ahorrar iba
a fundar una asociación y, si no fuera por la clase de
carroña que era, me hubiera resultado un gesto muy
generoso de su parte. Pero en cuanto leí el nombre que
llevaría esa asociación, mi estómago echó a arder.
«Fundación Parker Herbert Evans; Por las familias».
Sentí mucha rabia. Demasiada. Por eso terminé
poniéndome mis vaqueros y me marché pensando en ir al
único sitio en el que podía soltar mi frustración. El argentino
sería perfecto, pero en el último minuto repasé mi
conversación con el abogado y me desvié del camino. No
podía presumir de ser leal si a la primera de cambio fallaba,
por eso me fui a por Levi.
Quería gritarle. Quería que fuera mi sparring en un
combate. Quería que me dejara usarle y por eso al llegar a
casa llamé a su puerta, mis ganas de pelea aumentando por
segundos, pero abrió de inmediato y me derretí cuando hizo
algo que no esperé en absoluto; unió nuestras frentes y tras
un instante eterno, tiró de mí y nos convirtió en uno
fundiéndonos en un abrazo.
—26—
«SUCUMBIENDO AL DESEO»

—¡Oh, joder!
El rubio se movía sobre mi regazo como un maldito
maestro y ese dulce quejido dio por terminada la tercera
ronda de sexo en mitad de la madrugada, mientras
colapsaba contra mi pecho. Tras empezar en la ducha,
siguió la encimera de mi cocina en la que le retuve no muy
en contra de su voluntad. Para la tercera, sucumbimos al
deseo sobre mi cama.
Intentando recuperar el aliento, Colin se dejó caer en el
colchón tras haber ido al baño mientras ponía a mi lado una
toalla. No me sentía muy orgulloso, pero se había
convertido en nuestra forma de proceder; algo nos enfurecía
y acabábamos destrozándonos sin piedad. Después de
haber estado sobre míy desquitándose conmigo, Col
descansaba bocarriba mientras su respiración se volvía
relajada y yo me perdí en ese tatuaje en forma de garabato
que adornaba su pectoral derecho. Su preciosa mata rubia
caía sobre su cara, justo sobre su mejilla derecha, brillante y
revuelta, llamándome para que fuera a enredar mis dedos
allí de nuevo, pero no lo hice porque estaba demasiado
ensimismado mirando su pecho.
—¿De quién es?
—¿Qué?
—La firma de tu torso.
—Oh, ¿esto? —Preguntó señalando su tatuaje—. Fue un
error de juicio. A los quince se hacen muchas tonterías por
amor.
—Así que te tatuaste la firma de un novio.
—¡Ojalá!
El rubio se giró quedando sobre su brazo derecho,
apoyándose en la almohada y me miró intensamente a la
vez que yo luchaba por mantenerme ahí, sin dudas.
—Siento desilusionarte, pero no hay historia romántica
detrás. Solo una platónica. Te la voy a contar, pero tienes
que prometerme que no te vas a reír.
—Así de ridícula, ¿eh? —Él sonrió asintiendo—. Venga,
todo vale en el amor. O eso dicen, ¿no?
—Así que al final vas a ser un romántico. —No le respondí
—. Esta firma es de uno de los Backstreet boys.
Concretamente de Kevin.
—¡No!
No pude detener mis carcajadas cuando él se incorporó
poniendo su espalda contra el cabecero mientras cruzaba
los brazos fingiendo estar molesto.
—¡Eh! Prometiste no reírte.
—No —respondí entre risas—. No lo he hecho. Es genial.
Es tan tú...
—¿Qué quieres decir?
Cuando vi que sus ojos me miraban ofendidos y su ceño
se fruncía, me incorporé y empujé su hombro con el mío de
forma sutil. No quería que pensara algo que no era.
—Oh, venga, mírate. Desprendes imprudencia por cada
poro de tu piel, Colin. Eres atrevido e impulsivo y por eso
esa historia casa con tu carácter. Ya hubiera querido ser la
mitad de osado que tú a los quince. Seguro que me habría
ido mejor.
—¿Por qué lo dices?
Me callé, pero no fue porque no quisiera contárselo. Solo
no era una historia para hoy. El rubio había tenido
demasiado y hacerlo más pesado no ayudaría en absoluto.
Mi silencio se hizo demasiado largo, tanto que Colin puso
sus pies sobre el suelo dispuesto a levantarse de la cama.
—¿Dónde vas?
Agradecí que viniera a mí tras mi llamada. No pasó ni
media hora cuando le encontré pidiéndome socorro en
silencio en el rellano. Sabía que en cuanto viera aquella
portada se vendría abajo, pero no podía decirle por qué. A
mí no me había contado la relación tan horrible que tuvo
con su padre, en cambio a G. sí le mencionó algo hacía un
tiempo porque tenía otro tipo de confianza con él. De hecho,
yo no habría sabido lo terrible que había tras esa noticia si
no hubiera sido porque Steven me dijo que la fundación
llevaba el nombre del padre de Col. Entonces corrí hacia su
casa pero no estaba y eso me hizo sentir muy impotente,
porque todo lo que quería hacer era consolarle sabiendo
cómo debía estar sintiéndose de haber descubierto los
planes de Simmons.
Por eso, en cuanto abrí la puerta de casa y le vi, sus ojos
echando fuego por culpa de la rabia que desprendía por
cada poro de su cuerpo, no lo dudé y tiré de él para
abrazarle.
Hasta yo mismo me sorprendí. Me costaba creer que
hubiera salido de mí ese gesto, pero lo hice sin pensar
porque no podía soportar verle mal, ni siquiera aunque
nuestro arreglo fuera solo para divertirnos.
Joder, tenía sentimientos, ¿vale? Aunque fuera nulo para
entenderlos. No me podía quedar como una estatua viendo
que iba a cargar contra mí, porque sabía que era lo que
quería hacer y la única forma que se me ocurrió para
calmarle fue tirar de él y apretarle contra mi pecho.
Y, Dios... ¡Qué bien me sentí!.
Al notar el tono de alarma en mi pregunta, Col se giró y
arrodillándose en el colchón se arrastró hacia mí hasta dejar
su boca a un milímetro de mi cara.
—Me temo que tengo que irme —dijo sin apartar sus ojos
de los míos y después dejó un beso junto a mi comisura.
De mala gana suspiré y miré el reloj de mi mesita para
ver que eran solo las cinco menos cuarto de la mañana.
—Es muy temprano.
—Voy tarde al obrador.
Colin se sentó sobre mi cama, mientras se ponía su ropa.
—Es domingo —Repliqué.
—Dijo el picapleitos privilegiado por trabajar de lunes a
viernes de nueve a cinco.
El idiota se burló de mí, mirando sobre su hombro con
una mueca infantil en esa cara que cada día me gustaba
más, por no hablar de su tono desafiante que me crispaba y
me encendía a partes iguales. Era tal el apetito que abría en
mí que, sin que lo esperase, me puse de rodillas en la cama
y le ataqué cerrando su boca con la mía. Justo como quise
hacer cuando le vi por primera vez.
—En serio —dijo contra mis labios—. Tengo que irme.
—Mmmm...
Me separé a regañadientes, no sin antes darle un
mordisco en su labio inferior provocando una sonrisa
gigantesca en su cara. ¡Dios! Parecía que habíamos
intercambiado nuestros cuerpos, porque él estaba más
apocado que nunca y yo por mi parte, me sentía súper
temerario.
—¿No puedo tentarte un poco más?
—No —dijo dejando salir una carcajada—. Estás diferente
hoy.
—Debe ser la cama.
—Sin duda.
Colin me guiñó el ojo mientras se levantaba colocándose
bien los vaqueros y yo suspiré derrotado sintiendo cómo
todo volvía a su ser.
—¿Estás mejor?
—Lo estoy. —Colin asintió reforzando su respuesta y
después ató su pelo en un moño en lo alto de su cabeza—.
Gracias.
—No tienes que darlas. Necesitabas hablar y...
—Tú escuchaste. —Sonrió—. Formamos un dúo
estupendo.
Me sentí mal ante sus palabras porque fue justo como
dijo. Él dejó salir todo lo que le estaba molestando,
abriéndose sobre aspectos peliagudos de su infancia con su
padre y yo me limité a escuchar mientras ardía mi
estómago. Estaba seguro de que no me contó ni una
mínima parte de lo que le pasó de niño, pero lo que
compartió me removió y de no haber sido porque ese
hombre estaba muerto, me habría encantado ir a matarle yo
mismo.
—Lo siento —dije realmente arrepentido—. Siento mucho
no haber sido una buena compañía. No se me da bien ese
tipo de charla y...
—Calla.
En dos pasos estaba sobre la cama, de rodillas frente a
mí, cuando me dio un beso dulce en la mejilla que aceleró
mis pulsaciones en un suspiro.
—Has sido un encanto, Levi. Muchas gracias.
—Así que hemos pasado al plano amistoso. —Su ceja se
elevó, pero enseguida frunció el ceño y yo le dije—: ¿Besitos
en la mejilla?
—Solo intento irme de tu casa. —No pude evitar sonreírle
—. Si te beso donde quiero, no me iré jamás.
—Prueba.
—Oh, no, picapleitos. No voy a caer en eso. Recuerda que
ese juego lo inventé yo. Por cierto, ¿quién eres tú y qué has
hecho con mi abogado arisco?
Me sentía muy ansioso porque se fuera. Habíamos
pasado una noche estupenda. Charla, besos y cama, y eso
debió hacer que mi enganche por el rubio se intensificara y
que ahora me estuviera sintiendo miserable porque se iba a
ir.
—Así que ahora soy tu abogado arisco.
—Oh, sí. Lo eres aunque te resistas a admitirlo.
—Ajá. —Sonreí.
—Juegas sucio, picapleitos. Si sigues sonriéndome así, te
atacaré y no te va a gustar cómo terminará.
—¿Cómo lo haría?
Sí, lo aceptaba; me encantaba el juego del gato y el ratón
con él.
Colin se acercó a mi oído, su boca pegada a él mientras
sentía su respiración, cuando dijo:
—Tú a mi merced mientras cuido de ti con las luces
encendidas para que puedas ver lo que te deseo a través de
mis ojos.
«Oh, mierda».
Intenté sosegarme y tragué el nudo de mi garganta
provocado por las palabras del rubio, cuando me retiré un
poco y le miré a esos ojos verdes que emanaban deseo.
—Vete ya.
Él se carcajeó levantándose de mi cama y se fue hasta la
escalera.
—Gané.
—Idiota.
Su risa rebotaba contra las paredes de mi habitación y yo
me contagié de su humor. De hecho, no recordaba haber
sonreído tanto antes nunca.
—En serio, Levi. Muchas gracias.
—Cuando quieras.
Sin decir nada más bajó las escaleras haciéndome sentir
un frío insoportable, pero fue mucho peor cuando escuché
el clic de la puerta cerrándose, porque entonces me sentí
vacío.
Sí, esta «no relación» era demasiado intensa, pero no quería
hacer nada para detenerla.
—27—
«MASTERCLASS»

«Te va a encantar...».
Fue lo único que saqué del rubio acerca de nuestro
encuentro.
Me sorprendió que me escribiera solo cuatro horas
después de marcharse de casa, pero a decir verdad me hizo
sentir mejor. Desde que me escribió intenté por todos los
medios que me dijera dónde íbamos a encontrarnos pero no
soltó prenda. Todo lo que obtuve fue un mensaje de texto
con una dirección y otro que consiguió que un rubor
vergonzoso tiñera mis mejillas.

Rubio_08:30: Te veo en el 6783 de Stony Is


Avenue. 11:00 en punto.
Rubio_08:30: Ah, y no te preocupes. Solo
seremos tú y yo.

Hacía tan solo un minuto que el taxi me dejó en el lugar y


mi ceño se frunció en el mismo instante que bajé del coche.
Stony Is Avenue era una gran vía industrial con naves a
cada lado de la carretera y aunque por un momento pensé
que me había equivocado de número, sabía que no lo había
hecho y por eso me dirigí hacia el 6783. A cada paso que
daba recortando la distancia hacia ese lugar mi curiosidad
aumentaba, pero no fue hasta que estuve frente a frente
ante una persiana metálica de color naranja y negra, que no
supe con certeza dónde diantres estaba.
Era su obrador y por el olor que salía de aquel lugar no
hacía mucho tiempo que habían terminado el turno.
—Llegas tarde.
Sin esperarlo, su reprimenda viajó por mi columna
irguiéndome como si me hubiera dado un latigazo, cuando
miré mi reloj y comprobé que estaba en lo cierto. Aunque en
mi defensa diré que solo fueron un par de minutos.
—No me gusta ese hábito tuyo —dijo rodeándome antes
de pararse frente a mí.
—Tú también llegas tarde.
—Porque puedo. Estoy a cargo aquí, ¿sabes?
Cuando sus ojos no se apartaron de los míos sentí ese
ahogo que amenazaba con asfixiarme en situaciones como
esta y por eso intenté mantener la calma y desviar mi
mirada hacia el casco de su mano.
—Vamos. —Ordenó—. Tengo algo que enseñarte.
Nos dirigimos a la puerta de atrás, como si fuéramos a
colarnos, cuando Colin sacó un llavero del bolsillo derecho
de sus jeans y abrió aquella puerta de hierro de color negro
dejándome pasar primero para luego tirar de ella y
privarnos de la luz.
—Espera un momento...
Hasta que subió los fusibles y apareció ante mí una
auténtica maravilla.
—Guau, Colin... —Mi mandíbula casi roza el suelo—. Esto
es...
—Lo sé —dijo, su sonrisa torcida y engreída retándome—.
Aquí es donde ocurre la magia y hoy te voy a enseñar un
par de trucos. A menos que no te apetezca y quieras huir...
Mi ceja se alzó ante su tono divertido. Algo me decía que
de aceptar acabaría ensuciándome y nada me apetecía
más.
—Guía el camino.
Su sonrisa se formó a cámara lenta dictando sentencia
para mí, cuando me llevó haciendo un tour por su obrador,
dejando atrás algunas encimeras de acero, unas cámaras
frigoríficas y varios carritos con bandejas vacías, hasta que
pasamos a otra parte de aquel lugar en la que el rubio había
dispuesto varias ingredientes sobre una mesa y el ruido de
un temporizador rompía el silencio.
—¿Tienes el horno encendido? —Él asintió—. ¿Por qué?
—Porque lo necesitamos para darle vida a mi bebé. Hoy
te daré una clase que jamás olvidarás, picapleitos. Tómalo
como una forma de agradecerte todo lo que has hecho por
mí.
—Yo no...
—Calla.
Ya le había visto comandando la cafetería, pero esto era
distinto. Aquí mostraba cómo era con lo que le apasionaba y
no había nada en el mundo que me resultara más atractivo
que verle serio, concentrado y...
—¿Preparado?
...sexi.
—Estoy listo.
Tal vez debí elegir mejor mis palabras, porque esas dos
que pronuncié provocaron en él una de esas sonrisas
perversas que tanto me gustaban.
El plan tan perfecto desvió mi atención del rubio y hasta
ahora no le había notado con esa fuerza con la que
atravesaba mis muros, como una bola de demolición.
Llevaba una camiseta negra que se fundía con cada parte
de su cuerpo, en especial con esos bíceps que eran más
apetecibles que cualquier ingrediente que tuviera a mano.
Acababa de girar sobre sí mismo para anudar su delantal,
mientras los músculos de su espalda se tensaban y me fue
imposible —en realidad no me esforcé demasiado en
hacerlo— dejar de mirar. Era un maldito ligón y yo tenía
claro que no saldría vivo de este lugar, pero no iba a ponerle
las cosas fáciles. Al menos esa era mi intención.
Cuando terminó de hacer ese lazo con los cordones del
mandil, justo por encima de su trasero, miró sobre su
hombro y sus ojos verdes clavaron mis pies al suelo
mientras mi corazón palpitaba como loco, al mismo ritmo
descontrolado que lo hacía una parte de mi cuerpo más
hacia el sur...
—Estás muy lejos —Su susurro asesino no mejoró las
cosas—. Ven aquí, Levi.
¡Jo-der!
Quise resistirme, pero mis piernas obedecieron las
órdenes de ese demonio. En apenas dos zancadas me situé
junto al rubio, frente a esa mesa grande en la que había
dispuesto todos los ingredientes para la clase magistral que
iba a darme. Harina, edulcorante —porque por supuesto la
tarta era para mí—, zanahorias, mantequilla, huevos, canela
molida, una vaina de vainilla, incluso había un bol con
chocolate negro derretido que no sabía que pintaba allí,
pero no pregunté porque prometió no guardar su secreto y
mostrármelo todo. Todo.
Ya era tarde para salvar mi alma. Se la regalé a lucifer en
el mismo momento en el que Col propuso que siguiéramos
divirtiéndonos de forma casual. Y así llevábamos semanas
«saltando» de cama en cama, dejándonos llevar por
nuestras pasiones más lascivas, aprendiendo lo que le
gustaba al otro y utilizándolo en su contra, justo como
estaba haciendo él en este instante.
No tardó en darme un delantal como el suyo y cuando
estaba pasándolo por mi cabeza volvió a usar ese tono
autoritario que vibraba dentro de mí como un cabrón.
—Date la vuelta.
Mierda.
—No queremos manchar tu ropa, ¿verdad? —Sus manos
atraparon el cordón a la altura de mis caderas—. Así que
deja que te ayude.
Algo me decía que íbamos a ensuciarnos de todas formas
y que el muy molesto solo quería torturarme.
—Ya está —Susurró en mi oído poniendo mi piel de
gallina.
—Genial, ¿cuándo empezamos?
—Oh, picapleitos... —Su sonrisa burlona apareció de
nuevo—. Esto hace tiempo que ha empezado.
Con rapidez recogió su pelo en un moño enmarañado en
lo alto de su cabeza, sin dejar de mirarme un solo segundo
mientras humedecía sus labios, y después me rodeó para
lavar sus manos antes de comenzar con la elaboración.
Después de que yo hiciera lo mismo, se situó a mi espalda,
su cara apareciendo por el hueco de mi hombro mientras
sus brazos me enjaulaban, y yo tuve que morder mi labio
con fuerza para evitar que saliera de mi garganta la
maldición que provocó cuando sentí su cuerpo abrazando el
mío.
—Vamos a engrasar el molde. —Bajando la voz susurró
en mi oído—: Coge la mantequilla, Levi.
¡Oh santísimo infierno!
—¿C-Cuánta? —pregunté logrando tragar el nudo que
había en mi garganta.
—Solo un poco.
Asentí agarrando un cuchillo que había junto al bloque de
mantequilla y cuando fui a cortarla, su mano atrapó la mía y
corrigió la trayectoria.
—Un poco menos. —Sus dedos envolvieron mi muñeca
obligándome a parar—. Así está bien.
Una vez que la puse dentro del molde, comencé a
esparcirla con una cuchara pero por supuesto que él tenía
otros planes.
—Usa tus dedos.
—¿Q-Qué?
—Tus dedos, picapleitos. Extiéndela con los dedos.
«Vale, Levi. Estás muerto. No hay duda de que esto es
una experiencia extrasensorial».
Siguiendo sus instrucciones, repartí la mantequilla por el
fondo y las paredes del molde usando la yema de mis
dedos, mientras escuchaba su aprobación susurrada en mi
oído.
—¡Qué bien lo haces, abogado! —¡Ay Dios! —. Coge el bol
grande. Vamos a tamizar la harina, la levadura y las
especias.
Asentí cuando él se apretó mucho más en mi espalda
intentando alcanzar un gran colador colocado justo al otro
extremo. Estirazó su brazo todo lo que pudo y eso hizo que
su cuerpo acabara fusionándose con el mío.
—Colin...
—Lo siento.
No, no lo sentía. Lo estaba disfrutando.
—¿No hace calor?
—Debe ser el horno —dijo burlándose de mí.
Por fortuna para mi corazón, me dio una pequeña tregua
al comenzar con los ingredientes húmedos. Cuando su
cuerpo se separó del mío me sentí helado, con ganas de
que volviera a guiarme como el buen instructor que era,
pero sobre todo para volver a sentir su fuego quemando mi
espalda. Sin embargo, tuve que conformarme con verle
concentrado batiendo algo —no tenía ni puta idea de lo que
era porque estaba ocupado mirando su boca— en ese otro
recipiente. Era un espectáculo tan sensual que me permití el
lujo de ponerme a tono con la imagen ante mis ojos. Sin
dejar de mirarle, dejé caer mi cadera sobre la mesa y me
crucé de brazos concentrado en lo guapísimo que era. Su
mano derecha agarraba una de estas varillas metálicas y
mezclaba todo con intensidad, sin detenerse, hasta que el
contenido se convirtió en una espuma esponjosa que me
hubiera encantado probar directamente de sus dedos si no
fuera peligroso para nuestra «amistad».
Pero una probadita no me mataría, ¿verdad?
«¡Mierda, concéntrate!
»No has venido a eso, Levi. Ni a mirar su cuello mientras
te invita a hincarle el diente.
Agradecí el descanso porque volví a sentir mi corazón
latiendo a un ritmo normal, aunque tornó a golpear con
fuerza cuando volvió a colocarse tras de mí.
—Ahora vamos a mezclar todo, ¿vale? —dijo apiñándome
contra la mesa.
—¿Con las manos?
Su carcajada recorrió toda mi columna, volviendo a
despertar partes de mí que se habían relajado un poco.
—Lo siento. Esta vez no.
Mezcló todo antes de volver a empujarme contra la mesa
para alcanzar esta vez las zanahorias —que ya estaban
picadas— y añadirlas así a aquella masa llena de
mantequilla y otras cosas que mi cerebro había borrado.
Cuando estuvo todo bien ligado, se separó de mí y metió el
molde en el horno dejándome bañado por la decepción y
ansioso por más, porque se dio por concluida nuestra clase.
—Ahora viene la mejor parte.
O tal vez no.
—¿No hemos terminado?
—¿A ti qué te parece? —Sonrió.
«Ok, definitivamente estás muerto y ardiendo en el fuego
eterno...».
—Mira los recipientes de tu derecha, abogado.
Mantequilla, mascarpone y vainilla. ¿Lo tienes?
Sonreí asintiendo.
—Vamos a por la cremosa y deliciosa cobertura.
Esta vez sacó una batidora de varillas eléctrica y la metió
en el bol en el que, previamente, añadí lo que él me pidió.
Poco a poco fue montando hasta que tuvo una cobertura
cremosa y muy apetecible, pero no tanto como él.
—¿Algo más?
Mi pregunta inocente le hizo sonreír y mirarme como si
fuera un lobo ante un corderito sabroso. Y yo que me dejaría
comer con gusto.
—No estoy seguro... —dijo acercándose a mí.
Con el bol en sus manos, rompió la distancia entre
nosotros obligándome a retroceder hasta que no pude
hacerlo más. Mi culo golpeó aquella mesa enorme y no tuve
más remedio que dejarme caer apoyándome sobre ella,
ansioso por ver cuál sería el siguiente movimiento del
repostero que no tardó en mostrarme su mano.
—Abre las piernas.
Y otra vez el maldito tono de tirano hijo de puta que me
hacía querer postrarme a sus pies.
Pensé en pelear.
Quise hacerle rogar por más, pero cuando su pie se
introdujo entre los míos, mis piernas le obedecieron al
instante como si me hubiera despojado de toda mi voluntad
y ahora estuviera a su merced, como me dijo que me
deseaba antes de irse de mi casa. Con cuidado, dejó el
recipiente sobre la mesa y después de unos segundos, en
los que parecía estar buscando algo, sentí un líquido frío
que recorría mi cuello. Quise mirar pero no me dejó y
acercándose todo lo que pudo —y mucho más— a mí, se
dejó caer sobre las palmas de sus manos atrapándome
entre sus brazos cuando su malvada boca a milímetros de
mi oído me dijo:
—Ups... Creo que te he manchado de chocolate.
—¿De chocolate? —Mi ceja se alzó—. No sabía que la
carrot cake llevara chocolate.
—Y no lo hace. Lo tenía a mano porque el proveedor me
ha traído una variedad especial para un postre que estoy
deseando comerme.
—¿C-Cuál? —pregunté tratando de controlar mi
respiración.
Su nariz comenzó a acariciar la piel sensible tras mi oreja
y mi cabeza cayó hacia atrás cuando un gemido gutural
escapó de lo más hondo de mis entrañas.
Y ya no hubo vuelta atrás.
—Abogado hosco con cobertura de cacao puro.
Su lengua lamió todo mi cuello mientras sus manos
impacientes trataban de quitar el nudo del delantal, que
salió volando en cuestión de segundos. Su boca no me dio
un respiro. Pasó de mi cuello a mi garganta, donde el roce
de sus dientes me hizo gruñir como un animal salvaje. Traté
de quitármelo de encima, pero el repostero tenía una
misión; volverme condenadamente loco.
Sus besos —y mordiscos— continuaron por mi mandíbula,
cuando su lengua se deslizó por mi labio inferior pidiendo
permiso para entrar, al mismo tiempo que mis manos se
aferraron a su trasero para acercarlo más a mí si es que eso
era posible. Necesitaba su roce en cada centímetro de mi
cuerpo. En cada puto centímetro. Cuando abrí mi boca,
ávido por sentir su lengua enredándose con la mía, el
cabrón retrocedió y me regaló una sonrisa que me hizo
desearle aún más.
—Ven aquí —Susurré entre jadeos.
—Hum... No.
—¿No?
Intenté atrapar su delantal pero esto le hizo alejarse
todavía más, dejándome frustrado y caliente, sobre todo
esto último.
—Colin, no hagas que...
—¿Sabes que aquí el jefe soy yo, verdad? Así que cállate
y aparta tu camiseta de mi camino. —Iba a mostrar
resistencia, pero enseguida dijo—: Ahora.
Tiré de mi camiseta sacándola por mi cabeza
estableciendo casi un record, sus ojos en mí en todo
momento, chupando sus labios ante lo que estaba por venir.
Era una puta locura, sí, pero todo pensamiento alarmante
desapareció en cuanto se acercó de nuevo y comenzó a
trazar los músculos de mi torso con las yemas de sus dedos,
bajando y bajando hasta llegar al lugar en el que la V de mi
cadera se marcaba.
—Me gusta este... —Sus dedos juguetearon con los
pájaros del tatuaje que asomaba allí—. Hacen que tu cicatriz
sea preciosa. Soy su fan número uno.
Mis ojos se cerraron con fuerza cuando mi cabeza volvió
a caer hacia atrás, incapaz de soportar un segundo más
aquella tortura. Entonces sentí algo pringoso sobre mi torso,
los pájaros de mi cadera y mi ombligo, obligándome a dirigir
mi atención a él de nuevo.
—Veamos si te puedo poner en la carta.
—Joder, Col...
—No, aún no... —Su frente cayó sobre la mía y sin apartar
sus ojos de los míos dijo—: Quizás luego, por la noche. Yo
bocabajo sobre mi cama y tú encima de mí, torturándome.
—Mordisqueó mi labio inferior y tiró de él—. Ahora...
Colin pintó mis labios con los dedos que aún tenía sucios
por el chocolate, atrapó mi cara con sus manos y aplastó
nuestras bocas en un beso con más temperatura que el
puto horno. Me dejó saborear su lengua con un toque de ese
cacao que limpió de mi cuello, más el que tenía por toda mi
boca y cuando estaba a punto de devorarle volvió a
retroceder.
—Eres un calientapollas.
El imbécil me dio la sonrisa más viciosa que vi jamás y
dijo:
—Puedo arreglar eso.
El rubio se dejó caer de rodillas y mis ojos casi se salen
de mis órbitas. Estaba buenísimo ahí abajo, mirándome
como si fuera mi mayor devoto mientras luchaba con el
botón de mis vaqueros para abrirse camino hasta su premio.
Cuando lo consiguió, metió sus dedos entre las presillas, los
bajó hasta mis tobillos y yo no pude evitar hundir mis dedos
en su pelo, aferrándome a esa maraña y tirando de ella para
hacer que me mirase. Y lo hizo. El bastardo me miró con
lujuria y gula, mucha gula. Su peligrosa boca sonrió y
cuando vio que mi agarre no se aflojaba, sacó la lengua y
lamió el material de mi bóxer negro.
—Mierda, Colin. ¡Joder!
—O me sueltas o te muerdo.
¿Y creía que eso me haría soltarle?
—No te atreve... —Me mordió—. ¡Ay! ¡Salvaje!
—Gracias —respondió sonriendo—. Ahora suéltame, Levi.
Cada vez que pronunciaba mi nombre hacía temblar mi
cuerpo, justo como cuando me daba una de esas bajadas de
azúcar. Mis manos se ponían frías, mi respiración
entrecortada y mi mente me abandonaba a mi suerte para
que pudiera entregarme a lo que su boca ofrecía.
Así que me dejé hacer.
Su lengua comenzó a torturarme sobre la tela de algodón
de mi ropa interior y poco a poco —desesperándome— trazó
un camino hasta mi ombligo, donde se recreó haciendo
desaparecer todo el chocolate.
—Nunca un chocolate amargo estuvo tan delicioso.
Continuó lamiendo, chupando y succionando cada gota
de cacao que había sobre mí hasta que llegó de nuevo a
estar a mi altura y volvió a tentarme. Se acercaba a
milímetros de mi boca y cuando me tenía a punto de atacar
se apartaba. Se acercaba y se alejaba una y otra vez,
llevándome hasta un límite que no sabía que tenía.
—Dios, me estás...
—¿Volando el puto cerebro? —Preguntó acercándose de
nuevo a mi boca—. De nada. —Y se apartó una vez más.
—Colin... —advertí.
—¿Sí?
—Dame tu boca —dije al borde del gruñido.
—Está bien... —Sonrió acercándose a mis labios—. Pero...
—Pero, ¿qué? —Resoplé—. Joder, eres un puto sádico.
—Y usted un impaciente, señor letrado.
—¡Dámela! —Gruñí.
—Oh, lo haré. Pero...
Cuando se acercó de nuevo a mis labios tuve que respirar
y mantener el control para no volver a tirar de su pelo y así
aplastar nuestras bocas juntas de una santa vez.
—Tengo una pregunta.
—Tú y tus preguntitas en el peor de los momentos... —Mi
respiración se agitó.
—Te encantan. —Sonrió.
—¡Hazla!
—Me preguntaba dónde la quieres. Si aquí...
Rozó mis labios dejando pequeños besos sobre ellos,
cuando el muy hijo de satán metió su mano en mi bóxer
aferrándose a lo que buscaba desde un primer momento, y
entonces dijo:
—O aquí.
—¡Me cago en la puta, rubio! Dame tu boca ahora o...
—¿Dónde? —Insistió.
Su mano comenzó a tomar un ritmo que podría martirizar
a cualquiera y las mías se agarraban al borde de aquella
mesa grande de madera mientras perdían toda la sangre —
porque estaba en otro sitio— dejando mis nudillos
completamente blancos.
—En la mía. ¡Ponla en la mía, joder!
—¿Ves como no era tan...?
No pudo decir nada más porque una fuerza feroz me llevó
a atraparle de la nuca y a comerme su boca de una jodida
vez.
Mis dedos se hundieron en los mechones que caían por
su cuello, enrollándome en ellos con tanta fuerza que casi
me quedo con un recuerdo de esa maravillosa experiencia.
—Me encanta volverte loco —dijo contra mi boca.
—Cállate.
—Cállame.
No sé cómo pasó, pero de pronto tenía al bocazas contra
la mesa, subiendo su precioso culo en ella y aferrándose a
mi cintura con sus piernas, mientras su mano derecha
acababa con todos los gramos de paciencia que aún poseía,
en un vaivén destructor y delicioso.
—C-Colin por favor... —Mi cabeza cayó sobre el hueco
entre su cuello y su hombro—. ¡Oh, Dios!
—¿Cerca?
En el puto borde.
Mi respuesta no se hizo esperar. Mis mejillas ardían y mi
garganta estaba en carne viva por culpa de los gemidos que
ese diablo rubio sacaba de mí.
—¡Mierda! Yo...
—Eso es, Levi. Ríndete ante mí y dame lo que quiero
desde que has entrado en mi territorio.
Por supuesto que se lo daría.
Clavé mis dientes en su cuello como un puto vampiro
mientras sentía mi clímax recorriendo mi espina dorsal,
colándose por la curva de mi trasero y llegando hasta donde
el rubio tenía sus dedos. Entonces fue cuando exploté en su
mano sin poder detenerlo y su nombre retumbó por todas
las paredes de ese obrador al mismo tiempo que el horno
nos avisaba de que el bizcocho estaba listo.
—Justo a tiempo —dijo besando mi mejilla.
—Tienes la boca más grande que he visto jamás —dije
intentando recuperar el aliento.
—Y a ti te encanta.
Sí, lo hacía y no tenía ni idea de cómo iba a sobrevivir sin
ella cuando todo se desmoronase.
26 DE MARZO
En línea

Señor G_03:20: Así que... Rihanna.


Yo_03:20: Bueno, es la artista más
completa. Sus canciones son
perfectas para todo.
Yo_03:20: Tiene letras para llorar,
para desfasar, algunas para
enfadarte o decir a alguien cuánto
le amas.
Yo_03:20: Otras para follar como
un animal salvaje...
Yo_03:20: Y otras tantas para hacer
el amor.
Señor G_03:21: ¿Ah, pero no es
la misma cosa?
Señor G_03:21: Quiero decir...
Al final el acto es el mismo, ¿no?
Yo_03:22: Pero no la intención.
Señor G_03:23: No lo entiendo.
Yo_03:23: Creo, y resalto la
palabra creer, que follar es un acto
egoísta.

Yo_03:23: Una necesidad a cubrir


como cuando el hambre aprieta y
comes.
Señor G_03:23: Interesante.
Continúa, por favor.
Yo_03:24: El fin último es llegar a
sentir ese placer que te vuelve
loco, incluso a veces por encima
del de la persona con la que te
acuestas.
Yo_03:24: A ver, si es activa y te
vuelve loco, mejor. No hay nada
como saber que estás complaciendo
a la otra parte. Pero si se trata solo
de un polvo, buscas acabar sin más.
Yo_03:24: Hacer el amor es para
personas con alma. La intención es
diferente y ya no solo buscas llegar a
alcanzar ese orgasmo que te
consume.
Yo_03:24: Ya no se trata solo del
placer. Todo se mueve alrededor de la
confianza. Lo que quieres es hacerle
saber a esa otra persona lo que te
hace sentir. Necesitas que te confíe
su mundo así como tú le confiarías el
tuyo.

Yo_03:25: No tiene que ver con uno


mismo, se trata de quién eres cuando
estás con él, de lo que provoca en ti
al estar juntos, de todos esos
sentimientos que no se pueden decir
con palabras porque no existen.
Entonces se hace el amor y te
derramas.
Yo_03:25: Y te confieso que me
encantaría sentirlo alguna vez.
Señor G_03:26: A mí también.
—28—
«TIEMPO MUERTO»

Las cosas iban mal.


Me levanté con ganas de un beso de buenos días y a
pesar de lo mala que me resultaba la idea, decidí ir a por él
de todos modos. Lo bueno de mi antojo era que, para
obtener mi deseo, solo debía bajar las escaleras, salir de
casa y llamar a la puerta de al lado. Supuse que la
necesidad de tener sus labios sobre los míos se debía a que
durante los últimos días apenas nos habíamos visto. Levi y
Brown estaban de ruta por los barrios más elitistas de
Chicago —porque los dos eran unos estirados por mucho
que lo negaran— con el fin de encontrar la oficina definitiva
para montar su despacho. Seguía pensando que estaba
cometiendo un error al no aceptar el despacho sobre el local
del que me enamoré pero lo dejé estar y no seguí
insistiendo aunque me muriese de ganas, y es que pensar
en que podríamos estar trabajando uno sobre el otro me
emocionaba demasiado.
Después de mucho tiempo, por fin, me tomé un descanso
tras mi día en el obrador y corrí hacia su apartamento con la
esperanza de encontrarle allí. Si pensáis que no tuve suerte,
enhorabuena; habéis acertado. Tras aporrear su puerta con
entusiasmo me encontré con el silencio recibiéndome y
enseguida me rendí y me marché a casa.
Al día siguiente volví a hacer lo mismo, con una
respuesta idéntica. Nada. No había nadie al otro lado de la
puerta y tampoco del teléfono. Hoy había decidido ir por la
tarde, a eso de las cinco que era cuando él solía ensayar al
piano, pero ni por esas. No estaba y tampoco respondía a
los mensajes ni a las llamadas. A ver, no me volví loco.
Bueno, vale, sí: empezaba a sentirme un poco desquiciado y
preocupado. Así que para calmarme fui a ayudar a Olivia a
acabar el turno de tarde en el Bite Me. El problema fue que
el tiempo pasó demasiado rápido y yo no pude dejar de
pensar en cierto hombre que parecía haber desaparecido de
la faz de la tierra. Y aunque intenté disimular, no lo hice
bien.
—Tierra a Colin.
Resoplé con disimulo cuando volví a esconderme tras la
carta del Bite Me, antes de volver a poner mi teléfono sobre
la barra después de comprobar una vez más que no había
nada. Noa se pasó a tomar algo con nosotros mientras nos
ocupábamos de todo antes de cerrar y cuando esas dos se
juntaban era peligroso. Evité el contacto visual con las dos y
dejé que hablaran sin interferir, porque sabía que en el
momento en el que lo hiciera, las tendría sobre mí haciendo
preguntas y no me apetecía responder a ningún tipo de
entrevista.
Ya tenía bastante con que ese maldito teléfono no sonara.
—¿Col...?
«Sí, algo debió pasar tras la visita sorpresa a mi obrador
y por supuesto no me lo iba a contar porque así era él;
áspero, cerrado...
—¿Colin?
»Demasiado difícil...
—Perdón, ¿habéis dicho algo?
Las chicas se miraron en silencio, Noa molesta y Oli
preocupada, las dos esperando algún tipo de explicación
sobre mi comportamiento, algo que no podía darles porque,
como era un estúpido, le prometí al picapleitos mantener la
boca cerrada de puertas para afuera.
—¿Te encuentras bien?
No, no lo hacía.
No solo me estaba volviendo paranoico por no haber
tenido noticias del abogado desde que nos vimos en el
obrador. No. Lo de mantenerlo casual me estaba matando,
sobre todo porque no podía buscar consejo cuando lo que
más falta me hacía era sacarlo todo y que alguien me diera
su opinión al respecto. Avancé muchísimo con Levi, pero él
se encargó de dar retroceder en cuanto notó peligro. El
picapleitos simplemente se esfumó y si no supiera que era
un tipo serio, me atrevería a decir que me estaba haciendo
ghosting.
—Todo está bien —dije, en mi cara una sonrisa forzada—.
No os preocupéis.
Sabía que no me habían creído en absoluto y por eso
miré por encima de aquel cartón plastificado esperando que
hicieran equipo para luchar contra mí.
—Sabes que nos lo acabarás contando. —Oli arqueó una
ceja, sus ojos fijos en los míos.
—No alargues la agonía y dinos quién es esta vez. Y por
tu bien, espero que la respuesta nos guste.
Ya hacía una media hora que habíamos cerrado y
decidimos pasar la noche aquí aprovechando que sobraron
algunos hojaldres salados. Lo agradecí, de hecho. Mi día no
había ido todo lo bien que me hubiera gustado y no me
sentía con fuerzas para una noche de cena y copas. No.
Todo lo que necesitaba era una charla con mis amigas para
intentar sacar de mi cabeza a cierto abogado atractivo que
me estaba ignorando.
—No es Aaron. —Suspiré mirando a Noa—. Así que deja
de amenazarme.
—No lo he hecho. —Su mano aterrizó en su pecho
intensificando su indignación dramática—. Podría, ¿sabes?
Pero no era tono de amenaza.
—¿Ah, no? —Noa negó con energía—. ¿Y entonces de qué
era?
—De hartazgo.
Fruncí el ceño mientras mordía mi mejilla para no
responder algo de lo que después me arrepintiera, cuando
les di la espalda y me dirigí hacia la vitrina en la que había
guardado a conciencia un par de porciones de tarta. Me
sorprendió que fuera tan franca, pero en el fondo sabía que
lo fue por la confianza que ambos teníamos con el otro.
Ninguna de las dos se contenía a la hora de hacerme saber
lo que opinaban sobre mis actos, nunca lo hicieron y esta
noche no iba a ser diferente...
—Así que, escúpelo.
...salvo por el hecho de que no podía concederles eso.
Estaba hecho un lío. Lo que debería haber sido una
historia divertida de sexo sin compromiso, se estaba
convirtiendo en más sin que yo quisiera. Un cliché que no vi
venir en absoluto, por mucho que las señales estuvieran
ahí, delante de mí, en tamaño de anuncio de valla
publicitaria. Cuando se trataba de Levi y de lo que yo sentía
al estar con él, era completa y totalmente ciego.
Al principio lo negué. Con fuerza. Con demasiada
intensidad. No había forma en el universo en la que mis
sentimientos estuvieran involucrándose en nuestro acuerdo.
El problema era que sí lo hacían y ya no era suficiente el
querer tocarle, besarle y hacer que perdiera la cabeza
cuando estábamos juntos. No.
Después de nuestra cita sexi en mi obrador me quedé
vacío, porque aunque le hice perder los papeles y me
encantó, sentí la necesidad de más. Más charlas, más
sonrisas robadas, más tiempo con él. Más de él. El problema
era que sabía que, ni aunque tuviera seis o siete vidas, Levi
no consideraría la opción de algo más.
Me lo dijo. Me dijo que no funcionaría por pequeño e
insignificante que fuera nuestro enredo. Pero para mí dejó
de ser pequeño hacía mucho, tal vez desde la primera vez
que nos dejamos llevar.
—¿Colin?
Ya estaba Noa crispándome de nuevo.
—No le conoces —Escupí abriendo la vitrina y agarrando
las porciones de tarta—. Tengamos la fiesta en paz, ¿de
acuerdo?
—No. No estoy de acuerdo —respondió cruzándose de
brazos—. Si te he dicho cómo nos sentimos ha sido para que
nos cuentes todo. Estamos preocupadas, ¿sabes? Siempre
que te pillas por alguien y no sale bien repites el mismo
patrón...
—¿Lo hago?
—Lo haces, rubio. —Esta vez fue Oli la que intervino—. Te
vuelves apático, distante y sobre todo gilipollas.
—Oh, muchas gracias —Refunfuñé entre dientes.
—Así que, ¿qué está pasando? —Oli preguntó ignorando
mi malestar.
Me sentía en conflicto en este momento.
Quería hablar y desahogarme con ellas, pero por otro
lado no podía hacerlo por mi pacto con el abogado. Aunque,
¿qué le debía a Levi cuando llevaba dos días sin dar señales
de vida? Es que ni siquiera se molestó en decirme; «Ey, todo
va bien pero estoy ocupado». Y aquí estaba yo intentando
mantener mi lealtad cuando no sabía si la merecía.
—Estoy viendo a alguien —dije finalmente—. No es nada
serio. No va a ser nada serio —Me corregí—. No puede ser
nada serio.
Sí, ese era el mejor resumen.
Debía superar esto. Lo que me estaba pasando con Levi
no se diferenciaba de lo que había sucedido con otros antes.
Primero una relación salvaje y después mi estúpido
enamoramiento de adolescente romántico. Bueno, quizás la
diferencia estaba en lo rápido que sucedió. Demasiado
incluso para mí, por eso debía superarlo cuanto antes.
¿Pero cómo? ¿Le llamaba para decirle que dejáramos de
vernos? ¿O le evitaba hasta que acabara cansándose de que
le diera largas? La segunda opción sonaba bien, solo había
un pequeño problema; mi fuerza de voluntad.
—¿Y tú quieres que lo sea, cielo?
Ni siquiera me di cuenta de que Oli entró tras la barra y
se acercó a mí, hasta que sentí su mano apretando mi
hombro.
—No lo sé. Aunque en realidad da un poco igual lo que yo
quiera. —Exhalé realmente cansado pasando una mano por
mi cara—. ¿Podemos dejar el tema, por favor? Estoy
agotado.
—No, no podemos. No hasta que lo saques todo, así nos
lleve toda la noche.
Dios, eran insoportables y por eso las amaba.
Como sabía que la batalla la tenía más que perdida, me
resigné y les conté todo lo que pude aunque manteniendo
un poco el misterio. Les dije que conocí a alguien, que al
principio no congeniamos pero que después de un tiempo
nos dejamos llevar, aunque manteniéndolo ligero. Y también
les conté la advertencia que me hizo.
—Pensé que tu mente estaba enfocada en cierto pianista.
—Oh, no. —Negué con energía—. Eso es platónico. Me
gusta que sea así. Es la relación más sincera que he tenido
con alguien nunca. En cambio —Cuando me di cuenta de
que se me iba a escapar el nombre del abogado, aclaré mi
garganta y continué—: el tipo con el que me veo de vez en
cuando vive en un búnker.
—Bueno, dejando eso a un lado... ¿A ti te gusta?
—Creo que sí. Bueno, no lo creo. Sí, me gusta —Reconocí
asintiendo—. Me intriga y me hace querer probar cada
camino que me lleve hasta él. Hasta su verdadero él,
¿entendéis? Pero es agotador porque cuando creo que voy
por el correcto, descubro que me he equivocado y tengo
que volver al principio.
—¿Y estás seguro de que alguno te llevará hasta la meta?
—No lo sé, Noa —respondí encogiéndome de hombros—.
No tengo ni idea de si seré capaz de hacer que me abra la
maldita puerta. Cuando estamos juntos puedo ver que
quiere hacerlo, pero hay algo que le frena. Al principio
pensé que tenía problemas de confianza, pero es mucho
más que eso. Es un hombre muy reservado, mucho, y yo
quiero lanzar una granada contra ese refugio en el que se
esconde.
—¿Por qué? —Oli me miraba con el ceño fruncido—. ¿Por
qué molestarse cuando te ha dicho que no va a funcionar?
¿Por qué el esfuerzo?
—Porque es la primera vez que no tengo que ir a un
futuro inventado para ser feliz. Lo soy en el presente.
«¡Oh, mierda! ¿De verdad había dicho eso?
»¿Realmente me estoy sintiendo así o solo es fruto del
mutismo del picapleitos?
—Un momento...
Oli abrió los ojos y empezó a saltar emocionada como si
hubiera resuelto el mayor acertijo de todos los tiempos
cuando me miró y dijo:
—Has dicho que ella no le conoce. —Señaló a Noa y una
sonrisa aterradora comenzó a dibujarse en su cara—. Pero,
¿lo hago yo?
—¿Qué? —Sonreí nervioso y negué—. No. No. Claro que
no.
—Oh, Dios. Te has puesto rojo, Colin.
—Tus mejillas te delatan, rubio —Intervino Noa—. Así que
dime por qué Oli le conoce y yo no
—No le conoce. Fin de la conversación.
—¿Es un cliente?
—Oh, por favor, si estás ahí arriba; haz que se calle.
—¿Quién es? ¿Ese profesor raro de la escuela de artes
escénicas?
—Es el abogado.
Mierda.
—¿Qué abo...? —Oli frunció el ceño confundida hasta que
lo resolvió—. No. No, no... Es que no puede ser.
—¿De quién habláis?
Oli hizo caso omiso a Noa y comenzó su ataque.
—¿En serio estás viéndote con ese tipo al que odias
desde lo más hondo de tus entrañas?
—Odiar, odiar...
—Eres imposible. —Resopló y después intentó imitarme a
modo de mofa para avergonzarme—: Es el mayor engreído
y prepotente del planeta. No le soporto. Mimimí, mimimí...
—Vale, quizás me mostré un poco reacio al principio. Pero
eso fue antes.
—¿Antes de qué?
—Antes de... —Bajé la voz y con la esperanza de que no
me escuchara ninguna dije—: Acostarme con él.
—¿¡QUÉ!? —Eso sonó al unísono.
—Oh, venga. Vosotras sabéis que no soy un santo. Iba a
pasar.
—La verdad es que me sorprende. —Oli caminó hasta el
extremo de la barra y salió dirigiéndose al taburete junto al
que estaba Noa sentada—. Me tiró los tejos cuando estuvo
aquí y discutisteis.
—Oli, cariño, no me voy a reír porque soy tu amigo y te
quiero. Pero, ¿Levi ligar contigo? Ja.
—Lo hizo —Masculló enfadada—. Y luego se fue a por ti
con un café gratis.
—El tipo es listo —respondí encogiéndome de hombros—.
Es abogado, nena. Sabe utilizar sus fortalezas.
—Ya, lo que digas.
—Si habéis terminado, me gustaría saber de qué
demonios va todo esto.
Como ya había metido la pata, me resigné y les conté
todo.
—¿Te gusta de verdad?
—Creo que sí —Suspiré—. Sí —dije con seguridad—. Sí,
me gusta.
—¿Pero?
—Pero no creo que lleve a nada. Ha sido muy claro con
respecto a eso, ¿sabéis? Él no está interesado en nada más.
—¿Sabes el motivo? —Preguntó Noa, su semblante serio.
—Creo que no ha superado una ruptura.
—Mierda, rubio. Aléjate de ahí. Eso es terreno pantanoso.
—Lo sé, pero no puedo. Creo que es demasiado tarde.
—Oh, amor. Es algo más que gustar, ¿verdad?
Probablemente. Aunque lo más seguro era que todo
tuviera que ver con este tiempo muerto que estábamos
teniendo.
Seguía sin entender su indiferencia de estos días y no
estaba dispuesto a esperar más para enterarme. Necesitaba
saber qué estaba sintiendo y si era real o solo fruto de mi
inseguridad. Así que, sin perder tiempo, salí de la barra ante
la atenta mirada de mis amigas y me dirigí hacia la puerta
trasera de la cafetería no sin antes despedirme de forma
adecuada.
—Oli, cierras tú, ¿vale? —Ella asintió—. Genial, tengo algo
que solucionar.
—29—
«ALUD»

Los últimos días los viví sobre una maldita montaña rusa.
Le dije a Summer que necesitaba verla con urgencia
después de que un huracán con nombre y apellidos pasara
por mi casa y devastara el lugar. Resultó que el periodista,
el tipo que me acechaba en la puerta de casa, ese que tenía
un coche de un color llamativo, ese, no era periodista. No.
Era mucho peor que eso.

∞∞∞
• Hace dos días... •
Unos fuertes golpes en mi puerta indujeron a mi corazón
a latir desbocado, ansioso por encontrar tras ella a cierto
rubio de ojos verdes del que me estaba volviendo adicto.
Casi logré bajar las escaleras de una vez, cuando mis pies
se enredaron al saltarme uno de los peldaños por culpa de
la premura con la que quería abrir esa puerta. Pero de haber
sabido quién estaría tras ella, ni hubiera corrido...
—¿Tú?
...ni me hubiera emocionado.
De pie parado frente a mí, el tipo que andaba
persiguiéndome. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de pies a
cabeza, hasta que se clavaron en los míos provocando que
yo frunciera el ceño al instante. Él no hizo que quisiera que
se abriera un agujero en el suelo para desaparecer, no. No
me intimidó su mirada, solo me retaba a darle un buen
puñetazo en toda la boca, aun sabiendo que esa decisión no
traería nada bueno con ella.
—Eres testarudo, admiro eso —dije, mi tono rígido—. Pero
no tienes nada que hacer aquí. Así que, si me disculpas...
Su pie impidió que cerrara la puerta, mientras mi ira
aumentaba por segundos. Sentir la sangre hirviendo dentro
de mí no era nada bueno, ni tampoco esos impulsos
asesinos que me animaban a deshacerme de él.
—He de decir que, para ser periodista, me sorprende que
no sepas el significado de la palabra «no».
—¿Qué? —El tipo parecía confuso.
—Vete —dije abriendo la puerta para dejar de triturar su
pie—. No vas a conseguir nada de mí. No voy a hablar. No
voy a darte lo que quieres...
—Pero yo no...
—Sé cómo sois. Acosáis a las personas hasta que colmáis
su paciencia y, o bien ceden o bien os agreden. Y créeme,
no va a pasar. Al menos no sucederá lo primero. En cuanto a
lo segundo...
El hombre levantó los brazos en señal de rendición y dio
dos pasos hacia atrás mientras yo celebraba su retirada. Y
cuando estaba en plena fiesta ovacionándome en silencio
por mi gran actuación, él dejó caer algo que no vi venir.
—Ya me advirtieron de su posible reacción. —Sonrió y yo
le miré bastante sorprendido—. No soy periodista, señor
Connors. Mi nombre es Drew y soy el hijo de James Robert...
Simmons.

∞∞∞
Por culpa de esa visita pasé las dos últimas noches en
Milwaukee, y lo peor de todo era que había dejado mis
teléfonos atrás.
No lo pensé. Simplemente me fui hacia casa porque
Summer estaba pasando unos días con su madre en River
Twist y yo necesitaba hablar con ella y contarle las
novedades. Todas. Y eso incluía mi relación nada normal con
el rubio. Sí, necesitaba sacarlo de mi pecho o acabaría con
el mayor ataque de pánico de la historia.
—¿Cómo está tu madre?
—No hagas eso Levi.
Summer negó con la cabeza mientras me miraba
frunciendo el ceño, cuando se acercó a mí con un par de
tazas de té en una bandeja. Ni siquiera al dejarlas sobre la
mesa dejó de mirarme y sabía mejor que nadie cómo me
hacía sentir ser el centro de atención. Pero no. Mi amiga
esperaba que fuera al grano.
—¿Hacer qué?
—Dar rodeos. He dormido fatal desde que llamaste
diciendo que se trataba de algo grave y que no podíamos
hablarlo por teléfono. Y no ayudó nada llamarte de vuelta y
que no respondieras.
—Eso tiene una explicación —dije rascando mi nuca—.
Me he dejado el móvil en Chicago. —Ella me miró
sorprendida—. Sí, sé que suena raro, pero lo olvidé.
—¿Porque huiste? ¿Por eso lo dejaste atrás?
—Más o menos. —Suspiré.
—¿Qué pasó para que te sintieras obligado a correr?
—Uf, ¿por dónde empezar?
—¿Qué tal por el principio?
Asentí y me acomodé en el sofá de piel marrón que tan
bien conocía.
La primera vez que pisé esta casa fue por culpa de un
trabajo del colegio. Los grupos podían ser máximo de cuatro
personas y todos coincidimos en que dejar fuera a la nueva
estaba feo. Bueno, ese pensamiento fue más de Cam,
Daniel y Steven que mío. Yo me limitaba a asentir y estar de
acuerdo con ellos sin meterme demasiado. Así que, para
saber quién haría el trabajo con ella jugamos a piedra, papel
o tijera y perdí. Esa fue la razón por la que terminé aquí,
justo en este sofá y aunque hacía ya más de veinte años,
sus ojos curiosos eran los mismos que los que tenía esa pre-
adolescente que me miraba como si tuviera la clave para
arreglarme.
Por eso me sentí en paz y le solté la bomba sin más.
—¿Recuerdas el periodista que me acechaba?
—Ajá.
—No era periodista. Es hijo de Simmons.
—¿Q-Qué? ¿Cómo que su hijo? ¿Qué demonios, Lev?
—Es lo que dijo cuando me visitó.
—Oh, mierda.
Le conté que al principio me tensó conocer su identidad,
pero conforme fuimos charlando pude relajarme. El tipo vino
a conocerme porque me vio en televisión defendiendo a su
padre. En ese momento pensé que quería que volviera a
hacerlo, pero cuando me dijo el motivo real de su visita me
dejó de piedra.
—¿Que quiere que hagas, qué?
—Que ayude a su madre a dejar a ese cabrón en bolas.
Sí.
El tipo quería que su madre se divorciara de ese hombre
horrible a pesar de ser su padre. Por lo que dijo, había vivido
un infierno en casa desde que cumplió los catorce y por su
historia entendí que debió ser muy duro.
—Es otra víctima más de sus palabras —dije
encogiéndome de hombros.
—Deja que adivine: ¿también es gay?
—No —dije negando con tristeza—. Es trans.
Le conté cómo Drew se abrió conmigo.
Me dijo que sintió un miedo horrible al pensar en confesar
lo que le sucedía en casa, pero que en cuanto habló con su
madre pudo respirar. Al parecer, la señora lo sabía y no me
resultaba raro porque a fin de cuentas, una madre era una
madre y esas cosas se ven y se sienten. El problema vino al
intentar hablar con el troglodita de su padre.
—¿Sabías que ese hombre tenía familia, Lev?
—Sí. Les mencionó alguna vez cuando trabajé para él,
pero nunca aparecieron con Simmons en ningún acto
público y ahora lo entiendo todo.
—¿Y qué vas a hacer?
—Le dije que no. —Respiré tomando aire profundamente
mientras hinchaba mis mejillas y después lo solté de golpe.
—¿Te sientes mal por eso?
—No debería.
—Pero lo haces. —Asentí.
—No puedo evitarlo.
—¿Y has cambiado de opinión?
—No —Aseveré—. No puedo volver ahí cuando él ha sido
el motivo por el que decidí empezar de cero. No porque he
comprendido que necesito dejar descansar a Kyle y mi plan
no ha servido para nada.
—¿Sabe Drew que Kyle...?
—¿Qué era su hermano? No. Al menos no me dijo nada.
—Pobre tipo. Debe estar desesperado para acudir a ti.
Lo cierto era que no había una palabra que pudiera
definirle mejor.
Acabamos nuestros tés mientras charlábamos de temas
menos peliagudos.
Me contó con una sonrisa enorme que Dan y ella estaban
buscando la forma de tener un bebé, ya que la tradicional
parecía no funcionar por cosas del reloj biológico y todo eso.
Pero luego me quedé atascado pensando en Drew y en mi
decisión.
—Oye, cielo...
—¿Sí?
—¿Has venido solo a contarme quién era ese hombre?
Porque por tu tono de pánico, parecía mucho más grave.
—No. No he venido solo a eso.
Además de guapa, la chica era lista.
Summer, además de terapeuta, era mi mejor amiga y
sabía que había una historia más personal que debía sacar
antes de que acabara conmigo.
—Tú diras...
Como si fuera fácil...
—Le veo de nuevo.
Lo solté sin más. Como si necesitara vomitarlo para
sentirme mejor, pero ni por esas. Kyle había vuelto a mis
sueños después de mi acercamiento nada casto con el rubio
en su obrador. Volvía a mirarme desde los pies de mi cama,
pero no sonreía y no sabía el motivo de su seriedad.
Permanecía inmóvil, mirándome con intensidad, como si
quisiera meterse en mi cabeza para ver lo que había allí.
Como siempre, llevaba la misma ropa que el día en el que
me dejó; esa sudadera de los Milwaukee Brewers, porque
era un gran aficionado del béisbol, y unos vaqueros. Su
mata de pelo chocolate caía en esas preciosas ondas que
enmarcaban su cara y en sus ojos había un reflejo de
preocupación que me crispaba.
—¿A quién?
—A Kyle. —Tragué el nudo de mi garganta con fuerza—.
Veo a Kyle. Ha vuelto a aparecer.
—¿Y sabes por qué? Quiero decir...
—Sí. —Asentí y mis manos se volvieron puños—. Creo
saber el motivo por el que mi cabeza le ha traído.
—No es tu cabeza, Lev.
—Lo sé.
—¿Entonces?
—Es una larga historia.
—Tenemos tiempo.
Dudé apretando mis labios mientras pasaban con toda
velocidad las razones por las que no era buena idea meterla
en esto.
Enumeré todas ellas en silencio, cuando una se llevó la
palma. Y la realidad era que no quería que Summer se
compadeciera de mí. No.
—Antes de nada, necesito ponerte en antecedentes sin
que me juzgues. ¿Lo harás?
—¿De qué va todo esto, Lev?
—¿Prometes no juzgarme? —Insistí.
—Estamos en terapia, nunca lo haría. Pero prepárate para
Summer cuando hayamos terminado.
—Sí, señora.
Ante la atenta mirada de Bennet respiré hondo y
comencé por el principio. Sabía que no le iba a gustar mi
historia pero tenía que contarla sin dejar un detalle atrás,
por muy fatales que fueran las consecuencias. Así que me
tiré al vacío sin paracaídas.
—Espera, vuelve atrás por un segundo.
Ella se levantó del sofá de repente, su boca abierta a
punto de rajar sus comisuras, cuando comenzó a pasear por
su salón sin sentido. No miré mi reloj, pero podría apostar a
que no había tardado más de quince minutos en resumir lo
que había estado sucediendo desde que llegué a Chicago.
Intenté ser honesto, aunque no me lo puso nada fácil
mirándome con esa intensidad, pero ya no podía retenerlo
más. Le di la respuesta a la pregunta que me hizo hacía un
mes.
—¿Dices que ese hombre que te ha llevado a dar varios
pasos hacia atrás es Colin? ¿Nuestro Colin? —Asentí sin
poder mirarla—. Pero, ¿cómo? ¿Cuándo?
—Para responder a eso necesito tiempo. Tengo que irme
muy atrás.
—No me importa. No me moveré de aquí hasta que lo
entienda. Necesito entender qué tiene que ver él con todo.
De repente sentí un sudor frío recorriéndome desde la
nuca hasta los pies, liberándose por todos los poros de mi
cuerpo mientras el pánico aumentaba.
Enfrentarme a la realidad era duro, por eso la enterré en
el mismo momento en el que Gary se marchó esta vez para
siempre. Revivir eso no iba a hacerme sentir mejor, pero
sabía que era necesario para salir del agujero en el que
estaba atascado. Necesitaba un empujón que me ayudara a
avanzar y compartir con Bennet el motivo de mi última
ruptura con mi ex parecía lo adecuado para que eso
sucediera.
—Gary salía con alguien más cuando estuvimos juntos.
—¿Q-Qué?
Su grito chillón se pudo escuchar en todo el pueblo, pero
pude contener la sonrisa que estuvo a punto de dibujarse en
mi cara y continuar de forma serena.
—Él tenía pareja cuando nos reencontramos en Los
Ángeles. No era algo serio de todas formas. Salían, pero
tenían una relación abierta y...
—¿Y tú te involucraste con él de todos modos? ¿Qué coño
tienes en la cabeza, Lev?
Avergonzado, dejé caer la vista al suelo mientras sentía
cómo mi osadía se iba.
—Lo siento, Levi. Lo siento mucho. Ha sido imposible
dejar callado a mi lado protector. Esa era yo como amiga
cabreada.
De pronto sentí su mano en mi hombro, reconfortándome
tras su regañina y dándome aliento para continuar.
—Le dije que sí porque creía que no existía nadie en el
mundo capaz de aguantarme. No después de Kyle. Sabes
que soy insufrible y que mis crisis cada vez se dan con más
frecuencia. No podría tener una relación estable con nadie,
Summer, con nadie excepto con él. Y Gary era tan amable,
tan comprensivo...
—¿En serio? ¿Lo tuyo con ese hombre ha sido estable? —
Su tono irónico me hizo sonreír—. Lo habéis intentado un
montón de veces y no ha funcionado. Esa es una buena
razón para que creas que, tal vez, estás equivocado con tu
teoría. Y sabes que no podrás tener una relación estable con
nadie si no dejas ir a Kyle. Así que no me des excusas de
mierda.
—Ya, ya... —Suspiré—. Sé que tienes razón. Como
también sé que nadie comprendía mi naturaleza como lo
hacía él.
—Sigues anclado en los dieciocho, Levi.
—Es difícil salir de allí.
Lo era sobre todo desde que el culpable de que quisiera
volver al pasado, pensó que era buena idea colarse en mi
cabeza y aparecer a los pies de mi cama.
—Lo dices como si fueras un enfermo y no estuviera en
tu mano mejorar, pero no es así. Y deja que te diga algo,
Lev; lo tuyo con ese otro hombre no era amor. Te
acostumbraste a estar con él porque estabas cómodo. Era
algo rutinario. Te gusta el orden y tener todo organizado en
tu cabeza. Amas saber lo que vas a hacer en el día, aunque
luego seas un desastre con la puntualidad. Lo tuyo con Gary
era solo una tarea más de tu lista. Lo sabíamos todos,
incluido él.
Asentí en silencio muy a mi pesar.
—Así que deja de castigarte y sigue adelante. Sabes que
tengo razón.
—¿Y qué si la tienes?
—Nada, solo es bueno saberlo. Lo que no entiendo es qué
tiene que ver todo eso con Colin.
—Verás...
De una vez cogí todo el aire que pude para poder
continuar, porque lo que venía ahora era lo más loco de la
historia. Fue el detonante por el que ahora mismo me
encontraba sin saber hacia dónde seguir.
Le conté cómo conocí al rubio y el impacto que tuvo en
mí. Fue tan asombroso que me costó recuperarme. Después
de nuestro tenso encuentro en el aeropuerto, pasé días
distraído, alterado, confuso... No encontraba la forma de
volver a ser yo y acabé contándole lo sucedido a Gary que
no dudó en darme su opinión, aunque cayera como un jarro
de agua fría sobre mí.
—Me dijo que no lograba centrarme porque había tenido
un flechazo y yo me enfadé porque me lo tomé como una
excusa. Gary quería dejar a su otra pareja, ¿sabes? Él quería
formalizar lo nuestro y que diéramos un paso más, pero yo
no estaba seguro de si era buena idea.
—¿Por qué?
—Sobre todo porque no terminaba de sentir lo que se
supone que se debe sentir cuando estás... —Ni siquiera
podía decir la palabra—. Con Gary nunca funcionó. Lo
dejamos y volvimos a intentarlo demasiado.
—¿Y?
—No podía arriesgarme. Pedía demasiado y le dejé ir a
acurrucarse en los brazos de ese otro tipo. Y, ¿sabes qué?
Solo sentí miedo a estar solo.
—Cariño... —Summer suspiró y, aunque lo pensó, acabó
diciendo—: Es lo mejor que ha podido pasarte, y lo sabes. —
Yo asentí muy a mi pesar—. ¿Estaba en lo cierto?
—¿Quién?
—Gary. ¿Tenía razón con respecto a Colin?
—Creo que sí.
—¿Lo crees?
—Mira, cuando lo nuestro no funcionó en Los Ángeles me
frustré porque no quería darle la razón. ¡Joder! No quería
que la tuviera. No podía tenerla porque si Gary tenía razón
eso solo podía significar que...
—Que estabas traicionando a Kyle.
—Sí.
—No lo haces. Él ya no está y tú no puedes detener tu
vida, cariño.
—Es difícil y no sé cómo hacerlo.
—Quizás no tengas que hacer nada y solo debas dejarte
llevar por la corriente.
—Quizás —respondí resignado
—Entonces, Gary tenía razón.
—La tenía porque pasaban los días y cada vez me
importaba menos que se hubiera ido. Solo podía pensar en
ese rubio de boca grande y me sentía tan confundido...
Bennet me miraba confusa y era para estarlo. Ella no
sabía todo y yo había terminado de guardarlo para mí.
—¿Por qué, cielo? —Summer mordió su labio y al soltarlo
preguntó—: ¿Qué pasa con Col?
—No lo sé —Miré al suelo sintiendo hielo en mi cuerpo—.
Tengo miedo, porque no se parece a nada que haya sentido
antes. Era tan diferente con Kyle...
—¿Sabes por qué estabas cómodo con él? —Suspiré y
negué con la cabeza antes de fruncir mis labios—. Porque te
guiaba. Sabías de antemano los pasos que ibais a dar y por
eso nunca tuviste miedo.
—Puede que tengas razón.
—La tengo —dijo con orgullo—. Y, por lo que cuentas, con
Colin parece más visceral. No sé cuál es la naturaleza de
vuestra... —Se detuvo un segundo pero al final lo dijo—:
Relación. Pero, conociéndole como le conozco, estoy segura
de que temes que te esté llevando al borde de un precipicio
y te haga saltar sin saber a cuánta distancia estás del suelo.
—Tú y tus metáforas. —Bennet sonrió.
—Lo que quiero decir es que confiabas ciegamente en
Kyle porque nunca hizo nada para hacerte salir de tu cueva.
Él se metía en ella contigo y te cuidaba.
—Y Colin la ha destruido sin esforzarse.
Lo dije en voz alta sin darme cuenta hasta que Summer
me miró, primero boquiabierta y después sonriendo de oreja
a oreja.
—Y no solo eso, cariño, parece que te está obligando a
mirar más allá de tus paredes.
—Lo ha hecho. —Asentí con el semblante serio—. Aunque
igual la forma en la que he estado explorando no ha sido la
más adecuada.
—¿Por qué dices eso?
—¿Recuerdas a cierto pianista que Colin mencionó en la
fiesta de Steven?
—Claro que lo recuer...
No pudo terminar la frase porque comprendió todo solo
con mirar mis ojos cargados de arrepentimiento. Ella supo
cómo sin tener que verbalizarlo y, aunque a veces eso era
exasperante, hoy lo agradecí porque me moría de la
vergüenza.
—¡Levi!
—Lo sé. —Bajé mi mirada de nuevo—. Sé que no es forma
de proceder, ¿de acuerdo? Y te juro que cada vez que estoy
con él quiero confesarle todo, pero no puedo. No quiero que
se aleje cuando se entere de la verdad.
—¿Que se aleje? —Asentí—. Explícate.
—Digamos que tenemos una de esas relaciones de sexo
sin compromiso.
—Oh, Dios mío. Necesito una copa.
—Adelante.
—No —dijo, su tono árido—. Jamás te torturaría de esa
manera, Lev, por mucho que desee apretar tus testículos
hasta que pierdas el color de tu cara.
—Vaya, gracias.
—No seas sarcástico conmigo, Connors, y cuéntame
cómo vas a salir de esto. Porque tienes un plan, ¿verdad?
—No.
—¿Y qué demonios vas a hacer, eh? ¿Seguir viviendo esa
dualidad aterradora? ¿Vas a permitir que Col se enamore de
los dos? Porque es lo que va a pasar y le vas a hacer daño.
En cuanto sienta la necesidad de elegir entre los dos —dijo,
comillas al aire—, va a sufrir y lo sabes. Tienes que decirle
la verdad.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque por fin he encontrado el oxígeno que necesitaba
desde que dejé de respirar cuando Kyle murió. Él me lee,
¿sabes? Es capaz de llegar hasta mí sin rasguñarse y no
quiero prescindir de eso. Me hace sentir vivo y si descubre
cómo me he atrevido a llegar hasta él, se alejará y me tiraré
a la cloaca más profunda. No puedo volver allí. No puedo —
dije al borde de la histeria negando con la cabeza—. No
quiero.
La boca de Summer no pudo abrirse más, sin embargo
logró volver en sí y me preguntó:
—¿Qué significa Col para ti?
—No puedo responderte a eso sin que me haga daño,
porque si lo hago tendré que admitir algo que no quiero.
—Lo tuyo con Kyle no ha sido una mentira, Lev.
—Yo no estoy tan seguro, ¿sabes? Ni siquiera pude
responderle antes de que muriera. ¿Por qué no pude,
Summer?
—Porque no estabas preparado o quizás no habías
llegado a ese punto.
—Pero yo sé que le quería.
—Lo sé, cielo. ¿Sabes? Hay algo que nunca te he contado.
Cuando llegué a River Twist me colé por ti. Me resultabas
tan misterioso que caí
—No es verdad.
—Lo es —Sonrió—. Solo quería saber más de ti. Quería
descubrir el porqué de tus miedos y eso hacía que cada vez
estuviera más colada. Pero un día se acercó Dan y me contó
uno de sus chistes de mierda y tuve un flechazo. Y fin.
—¿Quieres decir que tenía un estúpido cuelgue con Kyle y
nada más?
—Lo que creo es que estás cometiendo el error de
compararles.
—¿Y qué hago?
—Sincerarte contigo, a solas y, a poder ser, lejos del
alcohol. ¿Qué sientes por Colin? ¿Te has enamorado de él?
Desde el primer momento en el que le vi, sin esperarlo.
Pero estaba mal. No podía estar enamorado de dos hombres
a la vez, ¿verdad?
—No lo sé.
Mentí porque no estaba preparado para admitirlo en voz
alta, porque de hacerlo, estaría admitiendo que todo lo que
viví desde que Kyle entró en mi vida había sido una mentira
y no podía hacerle eso. No
—Pues espero que lo averigües pronto —Suspiró—. Colin
es un buen tipo y tal vez te sorprenda si le das la
oportunidad.
—Créeme, ya lo hace y lo odio.
Me deshinché como un globo dejándome caer sobre el
sofá mientras tapaba mis ojos con mi brazo. Estaba
realmente asustado con el panorama a mi alrededor y no
tenía idea de cómo solucionarlo.
—Ey, cielo... —Summer me apretó la pierna y yo quité mi
brazo de mi cara para mirar sus ojos repletos de amor—. Lo
solucionarás, cariño. Encontrarás la forma.
Tras nuestra charla, hice una breve visita a casa para
despedirme de mamá. Ya estuve ayer con ella y, aunque me
reconoció todo el tiempo, dolía ver que poco a poco dejaba
de ser mi madre. Después, durante mi camino hacia
Chicago fui preparando un discurso esclarecedor que no
dudaría en soltarle al repostero en cuanto le viera.
Necesitaba que todo volviera a la normalidad. Necesitaba
volver a sujetar las riendas de mi vida y para ello debía
tomar una decisión. Sí, debía decirle la verdad a Colin pese
a las consecuencias porque solo así podría detener el alud
que se avecinaba.
Al llegar a casa aparqué el coche y subí tan rápido como
pude cuando le encontré aporreando mi puerta con
bastante rabia y debió notarme, porque en cuanto anduve
dos pasos miró hacia su derecha y al posar sus ojos sobre
los míos mi decisión estuvo clara...
—¿Se puede saber dónde demonios esta...?
—No podemos seguir con esto.
...por mucho que supiera que estaba equivocado.
TERCERA PARTE

Miedo:
Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo
contrario a lo que desea.
30 DE MARZO
En línea

Rubio_02:10: Todo está mal.


Yo_02:10: ¿A qué te refieres?
Rubio_02:10: Al vecino. Hemos
dado un paso atrás, ni siquiera
hablamos. Le esquivo como
puedo, pero me está costando
demasiado.

Yo_02:10: ¿Y cómo te sientes?


Rubio_02:11: Me estoy
acostumbrando.
Rubio_02:11: A ver, no era
como si tuviéramos algo serio.
Lo sabes.
Rubio_02:11: Pero pensé que
algo estaba cambiando entre
nosotros y que...
Rubio_02:11: Olvídalo.
Yo_02:11: Continúa, por favor.
Rubio_02:12: Es que no me
siento cómodo hablando contigo
sobre otro hombre.

Yo_02:12: Entiendo. Lo siento.


Rubio_02:12: No es culpa tuya.
Supongo que ahora mismo estoy
confundido.
Rubio_02:12: Así que cambiemos
de tema. ¿Qué tal todo?
Yo_02:13: Podría ir mejor.
Rubio_02:13: ¿Qué ocurre?
Yo_02:13: Cosas de familia. No
quiero aburrirte.

Rubio_02:13: No lo haces.
Rubio_02:14: Si no te apetece
hablar de ello, de acuerdo. Pero
no me aburres.
Yo_02:15: Solo he tenido un día
pesado.
Yo_02:15: Pasa siempre que me
toca visita a casa.
Rubio_02:15: ¿Demasiadas
preguntas?
Yo_02:15: Todo lo contrario, rubio.
Yo_02:15: Voy a ver a mi madre
pero lo hago en los días en los que
la mansión está vacía.
Rubio_02:16: ¿Mansión? ¿Eres
un sexi multimillonario y no lo
habías mencionado?
Yo_02:17: No soy multimillonario.
Yo_02:17: Con respecto a lo de sexi,
no me quejo ;D.
Rubio_02:17: Yo tampoco. Aunque
no te haya visto, sé que eres puro
fuego.
Rubio_02:17: Pero, volviendo a lo de
antes...
Rubio_02:17: ¿Por qué vas cuando
no hay nadie?
Yo_02:17: Es una historia larga
pero si tienes tiempo, te la
contaré.
—30—
«COMO EN CASA»

Habían pasado siete días desde que Levi me sorprendió


con el giro de guion en el rellano de nuestra planta.
No me lo esperaba.
Sabía que lo «nuestro» tenía fecha de caducidad pero no
imaginaba que fuera tan pronto. Lo peor de todo fue ver la
lucha que tuvo consigo mismo antes de pronunciar aquella
maldita frase. Su boca dijo una cosa, pero sus ojos me
pidieron indulgencia.
A pesar de lo molesto que estaba, le respeté y seguí con
mi vida como si nada. Pensé que sería más difícil y de hecho
lo estaba llevando bien, hasta que esta mañana tuve que
utilizar el cardamomo para un postre nuevo que iba a
ofrecer en el Bite Me y recordé nuestra visita a la tienda de
especias devolviéndome a la realidad.
Le echaba de menos y no, no solo era por los momentos
en la cama.
Echaba de menos su forma de rodar los ojos cuando yo le
recriminaba que no me contase nada sobre él. Extrañaba su
manera de escucharme y sobre todo cómo me miraba,
porque a pesar de su fuerte oposición a convertir nuestro
arreglo informal en algo más, sus ojos nunca mentían y eso
era lo que realmente me tenía jodido. No podía entender por
qué se contenía tanto, pero no me iba a rebajar a preguntar.
No. Porque por muchas ganas que tuviera de tenerle de
vuelta, mi orgullo era mayor. Y estaba muy herido en este
momento.
Mi ánimo no mejoró en estos siete días y hoy no era
diferente. Me sentía con la energía bajo mínimos y la razón
no era solo Levi, no. Mi cabeza estaba lejos aunque la
sintiera sobre mis hombros y todo por culpa de las
pesadillas que aparecieron justo cuando el vecino decidió
retirarse.
Volvió a visitarme el monstruo cuando hacía años que no
le veía en mis sueños. Años. Y por eso acudí a la única
persona que me entendería en todo el planeta. Incluso sin
abrir mi boca, solo con mirarme lo haría.
—Pareces cansado, twin.
—No estoy durmiendo bien. —Suspiré mientras me
sentaba en el sofá y centraba la pantalla de mi portátil—.
¿Qué tal vosotros? ¿Y las niñas?
—Genial, ya hemos superado el resfriado.
—Me alegra escuchar eso. —Sonreí sin ganas—. ¿Y Mel?
¿Todo bien con el «Ángel»?
Mi cuñada y mejor amiga había estado hasta arriba
después de que un crítico alabara su cocina. Su restaurante
se llenó y ahora tenían lista de espera de meses, y eso la
estaba agotando.
—No podría ir mejor, aunque la pobre parece un
fantasma cuando viene por las noches.
—Cuídala.
—Lo hago, Col.
Me mordí el labio creando un largo silencio entre nosotros
mientras le permitía estudiarme sin interrumpirle. Solía
pasar siempre que uno de los dos estaba mal. Primero una
charla para romper el hielo y después el silencio que
permitía hacer el análisis exhaustivo del otro antes de ir al
grano.
—Dime de qué se trata porque no logro adivinarlo.
—¿Has perdido nuestra conexión?
—No. —Dylan sonrió de inmediato—. De lo que ando falto
es de tiempo, así que suéltalo antes de que tus sobrinas se
despierten y reclamen su desayuno.
—¿Mel sigue dándoles el pecho?
—Lactancia mixta mañana y noche. —Suspiró rodando los
ojos—. Pero deja de evadir el tema y escúpelo de una vez.
No bromeaba cuando te he dicho que se acerca el
momento.
Pensé que me había deshecho de la envidia que sentí
cuando le vi casarse, pero no. Cada vez que me hablaba de
su rutina familiar mi interior echaba a arder y yo me sentía
miserable. Aunque hoy no tenía tiempo para eso. Hoy
necesitaba acabar con el monstruo.
—¿Cómo lo hiciste? —Dylan me miró confuso—. ¿Cómo
dejaste de soñar con él?
—Oh, eso...
Su semblante se volvió serio, tanto que de repente
parecía otra persona. Que mi padre todavía lograba
agitarnos no era un secreto y en el fondo dudaba que
pudiéramos librarnos de él algún día.
—Desapareció.
—¿Cómo? —Insistí—. ¿Cómo lo lograste?
—Supongo que conseguí perdonarme.
—¿Perdonarte? —No le entendí.
—Por no ser como tú. —De repente Dylan miró al suelo,
tal vez para armarse de valor antes de decir—: Por no estar
ahí para mamá.
—Dy...
—Es la verdad. Yo huía y tú te quedabas. Siempre me
culpé, ¿sabes? Y supongo que esas pesadillas no eran más
que un recordatorio de lo que debí haber hecho en lugar de
escaparme.
—¿Lo que debiste haber hecho? —Le miré confuso—.
¿Qué coño soñabas?
Mi hermano dejó de mirar al suelo para poner sus ojos
idénticos a los míos clavados en la cámara de su teléfono,
cuando me regaló una expresión que jamás había visto en
él. El verde oliva se volvió negro y su mirada era la de una
persona capaz de todo y eso logró asustarme.
—Que le mataba a sangre fría.
Me quedé helado porque jamás pensé que mi hermano
pudiera tener eso en él, pero no se lo podía reprochar.
Aunque lo cierto era que no se justificaba, cualquiera en
nuestra situación podría haber tenido un momento de
debilidad y dejarse llevar por sus instintos más oscuros.
—¿Y tú? —dijo sacándome de mi cabeza—. ¿Qué le
haces?
¿Hacerle? Ojalá le hiciera algo.
—Nada, twin. Solo revivo nuestra última conversación.
—Nunca me contaste lo que dijo.
—No tiene importancia —Mentí—. No fue algo agradable
de todos modos, ¿sabes? Él se desahogó y yo también.
Luego murió y yo me alegré. Eso empata con tus pesadillas
homicidas.
—No somos malas personas, Colin.
Ojalá lo tuviera tan claro como él.
—Es lícito sentir ese odio, pero con el tiempo
desaparecerá, seguirás adelante y pasarán los días sin que
le pienses ni un maldito segundo. Si yo lo he logrado, tú
también.
—Tienes a Mel y a las niñas, es más fácil para ti.
—Y tú nos tienes a nosotros.
—Lo sé —Sonreí sin humor—. Un poco lejos, pero sé que
estáis para mí.
No hablamos mucho más. Después de ponerme un poco
al corriente sobre sus hoteles, colgué y me puse a hacer el
vago durante casi todo el día. Pero la casa se me echaba
encima y empezaba a ahogarme, así que me fui al único
sitio que lograba cargar mis pilas; Loyola Beach.
Corría una brisa bastante fresca, típica de finales del mes
de marzo. Las zonas ajardinadas, que antecedían a la arena,
estaban repletas de gente pasando el día; familias con niños
corriendo y gritando mientras jugaban y padres empezando
su fin de semana de descanso, cerveza en mano, regalando
miradas de soslayo a sus pequeñas criaturitas. Jóvenes
cansados de su semana escolar, paseando por el muelle
antes de ir a cenar a uno de los muchos restaurantes de la
zona y gente solitaria como yo, tratando de deshacerse de
algo que les angustiaba.
Cuando senté mi culo sobre la hierba, miré al horizonte
sintiendo como los últimos rayos de sol bañaban la piel de
mi cara. Entonces cerré los ojos y respiré profundo
imaginando que estaba en la playa de Santa Mónica con
Mel, Jason y mi hermano. Siempre fuimos los cuatro y por
eso sin siquiera esforzarme podía verles, con muchos
menos años de los que teníamos ahora, sentados junto a mí
en algún merendero del muelle mientras Jason intentaba
ligar con cualquier mujer mayor que pasara por nuestro
lado, a la vez que mi hermano bebía los vientos por Melissa
y yo me hacía el tonto. Era fácil volver a ese lugar porque
mi felicidad por aquel entonces estaba en aquellas seis
manos.
Les echaba mucho de menos.
En lo mejor de mi ensoñación, justo cuando estaba a
punto de ver cómo rechazaban a Jason una vez más
mientras mi sonrisa se formaba, todo desapareció en un
instante cuando sentí que alguien tocaba mi hombro
provocando que casi aterrizara en el mar del susto.
—¡Joder!
—Lo siento. No quería asustarte.
Levi, vestido como nadie que quisiera pasar un rato en la
playa, me miraba con su ceño fruncido desde la inmensidad
de su altura y yo empecé a salivar como un perro ante un
hueso sabroso y apetecible.
El abogado era un hombre muy atractivo, puede que
demasiado para mi propio bien porque eso me estaba
volviendo un pelín loco, sobre todo después de su empeño
absurdo en mantenerse alejado de mí.
Nunca me explicó que pasó tras nuestra visita a mi
obrador, pero era más que evidente que algo había
cambiado. Aprendí de la peor forma que el tipo era fuego y
hielo. Podía pasar de saltar sobre mí y devorarme como un
animal a mantenerse impertérrito mientras decidía por los
dos que lo mejor era seguir siendo amigos.
«¡Dios! ¡Odiaba no poder odiarle!».
—Un poco lejos para un paseo —dije apartando mi
mirada de la suya y volviendo a mirar al horizonte.
—Me aburría en casa —respondió sentándose a mi lado.
—Vas a manchar tu traje.
—¿Y? —De reojo vi que se encogía de hombros—. Es solo
ropa. Se lava y vuelve a su estado original.
—Ajá. —Suspiré sin mirarle—. Así que aburrido...
—Sí. Además, quería conocer este vecindario.
—¿Por qué?
—Quiero entender tu empeño por trasladar aquí tu
cafetería. Me dijiste que no era un capricho y quiero saber el
motivo que hay detrás de tu lucha. Necesito saberlo para
dejar de sentirme como una mierda por negarte mi ayuda,
porque en el fondo creo que debo darte la oportunidad.
—Sí, debes —Ladré.
Vale, estaba pagando la frustración acumulada de una
semana con él, pero tenía mucha culpa de que me sintiera
así.
—Pues ayúdame a entenderlo.
Suspiré mientras pensaba en la respuesta que iba a
darle.
Esta playa, su gente y su ambiente, era todo lo que
necesitaba para seguir adelante cuando me sentía a punto
de colapsar. Me consideraba un tipo bastante
independiente. Alguien que se adaptaba a los cambios con
bastante facilidad. Pero también era humano y tenía
derecho a flaquear de vez en cuando sintiendo esa morriña
que calaba hasta mis huesos. Llevaba bien el estar lejos de
casa, de verdad. Me adapté a Chicago enseguida y los
constantes viajes de Dylan hacían más fácil todo, pero eso
no significaba que no pudiera echarles de menos.
—Suelo venir aquí cuando me siento perdido y solo. Esos
días en los que no entiendo qué demonios hago en la otra
punta del país, lejos de mis seres queridos, solo tengo que
venir a la playa y cerrar los ojos para que todo vuelva a su
sitio.
Le miré de reojo, viendo como sus puños se habían
apretado a cada lado de sus piernas y me permití pensar
que era porque estaba intentando con todas sus fuerzas no
tocarme para consolarme. Le habría dejado hacerlo. Si él
hubiera querido poner su mano sobre mi hombro y
calmarme, no me habría resistido. Pero parecía que hoy le
tocaba ser el cabrón impávido. Ese hombre de hielo al que
tanto odiaba.
—Les veo, ¿sabes? También les oigo. —Sonreí—. Puedo
escuchar con claridad sus voces y a veces siento que me
abrazan aunque no estén aquí. Así sobrevivo a mis crisis.
No pasó desapercibido el mohín que hizo cuando
pronuncié esa última palabra, pero enseguida se recompuso
y regresó a la expresión estoica.
—¿Has pensado en dejarlo todo y volver a Los Ángeles?
—¿Volverías tú a Milwaukee?
Le sorprendí con mi pregunta y lo supe por su silencio.
Entonces le miré y vi sus ojos cargados de culpa mientras
negaba respondiendo así a mi pregunta. No conocía su
historia, pero alguien que se había ido a estudiar tan lejos
seguro que tenía sus motivos. En el fondo nos parecíamos.
Cada vez que le miraba podía ver un pedazo de mí reflejado
en él. Conocía el sentimiento de culpa y el posterior enfado
que se instalaba en sus ojos porque yo lo había vivido.
—Así que ya sabes por qué quiero trasladarme a ese local
—Mis ojos volvieron a fijarse en el mar frente a mí—. Es mi
hogar, Levi. Esta playa es un bálsamo que permite que mis
heridas duelan menos. —Sin darme cuenta, enterré mis
manos en el césped y comencé a juguetear con él—. Y no,
volver a Los Ángeles no las curaría. Al contrario, haría que
se abrieran más. No voy a negar que todo sería más fácil si
estuviera cerca de mi familia, pero volver a esa ciudad
acabaría por hundirme. Lo único bueno que tiene para mí es
que las personas que más amo en el mundo viven allí. Por lo
demás, solo es un lugar en el que viví el mayor infierno que
he conocido nunca.
—Te entiendo.
—Sé que lo haces.
Para no variar, no dijo nada dejando que el silencio fuera
un acompañante más disfrutando de aquel paisaje que me
daba paz. Lástima que no supiera cómo callarme.
—Davidson quiere verme en quince días. —Suspiré—.
Tendremos una reunión en un restaurante. Quiere un
almuerzo tranquilo. Creo que estoy a punto de lograrlo. —
Sonreí débilmente.
—¿Y por qué no suenas convencido?
—Porque no sé cómo enfrentarme a ello. Creo que mi
deseo por comprar ese local me llevará a fracasar.
—¿Quieres que vaya contigo?
—¿Q-Qué?
—Que si quieres que va...
—Te he escuchado. —Mi ceño se frunció—. Es solo que no
entiendo tu repentina amabilidad.
—Siempre he sido amable contigo, Colin. Yo solo no...
—Déjalo —Le corté enseguida—. No quiero que digas
nada.
—Pero...
—¿Sabes? —Le interrumpí—. Creo que le daré una
oportunidad más a Steve y dependiendo de lo que me
ofrezca, aceptaré o no ese almuerzo con Davidson.
El asintió y yo me moría por entrelazar mi mano con la
suya. Necesitaba sentir su contacto y provocar en él eso
que nos había estado envolviendo las últimas cinco
semanas, para comprobar que no lo había imaginado. Pero
todo lo que me atreví a hacer fue una pregunta.
—¿Quieres cenar conmigo?
Me sorprendí de mi voz, entrecortada y vacilante, cuando
le miré suplicando que aceptara. Él luchaba en su interior
por hacer lo correcto y supuse que no pudo hacer nada para
frenar a esa parte de él que quería dejarse llevar como yo.
—Sí.
Y aunque debí estar pletórico ante su respuesta porque
acababa de cambiar para ser el Levi de fuego, supe que
debería seguir sus normas si le quería de vuelta. Y no
estaba seguro de poder hacerlo.
—31—
«NI CONTIGO NI SIN TI»

Otra vez me equivoqué de camino.


Le prometí a Summer que arreglaría mi situación con el
rubio, pero para ello necesitaba tiempo para poder
sincerarme con él y conmigo. Fue por eso que le pedí que
fuéramos amigos y aunque al principio parecía estar dando
resultado, fue al sexto día cuando caí y metí la pata.
No pude evitar hacerlo. Tan pronto como me di cuenta de
que tenía un hueco en mi interior que no podía llenar ni con
el piano, tuve que escribirle. Pero claro, no como Levi. El
que dio la cara, pese a que enredaría más las cosas, fue G.

Yo_03:01: Sé que es tarde, pero hace días que


no sé de ti y me preocupa. ¿Todo bien?

Fue una cagada en toda regla. Debí dejar pasar un poco


más de tiempo, porque nadie se acostumbraba a algo nuevo
en seis días. Pero me sentía como cuando dejé de beber y
necesitaba una copa con urgencia; con síndrome de
abstinencia.
Tenía mono de rubio.
Le necesitaba aunque solo fuera para hablar con él,
porque su indiferencia en el rellano iba a matarme. No podía
soportar que hubiera vuelto a su guerrilla vecinal particular
mientras mis oídos se perforaban con «Toxic» de Britney
Spears. Tampoco soportaba que me tratara como si nada
hubiera pasado entre nosotros, aunque fuera yo el que
tomara la decisión de cortar por lo sano. No. Quería que
fuéramos amigos, pero en el camino olvidé una cosa
importante; lo que quería él. Y estaba seguro de que no
distaba mucho de mis deseos.

Rubio_03:02: Solo ocupado.


Yo_03:02: ¿Mucho trabajo?

Rubio_03:02: Sí.
Yo_03:03: Vale. Me parece que no
te apetece hablar esta noche.
Disculpa por molestarte.
Rubio_03:03: No, perdóname tú.
Rubio_03:03: Solo estoy teniendo
una semana de mierda. Eso es todo.

Yo_03:04: ¿Quieres hablar de ello?


Rubio_03:04: Lo cierto es que no.
Rubio_03:04: ¿Cómo va la vida para
ti?

Yo_03:04: Podría ir mejor.


Rubio_03:05: ¿Solucionaste el
problema con tu hermano y con tu
padre?

Se lo conté la última vez que chateamos de madrugada.


Me di cuenta de que en nuestras charlas siendo G. no
restringía ningún tema y era yo, sin muros. Era muy fácil
dejarse llevar sabiendo que no podía saber quién era y por
eso pude permitirme el lujo de contarle ciertas cosas sin
temer que sumara dos más dos. Por eso le hablé de mi riña
con Elijah y papá. Le dije que no me perdonaban haber
tomado una decisión errónea hacía años.
Colin me aconsejó hablar con ellos. Me dijo que a veces
hay que dejar a un lado el miedo y la vergüenza y admitir la
culpa, porque si eso era suficiente para recuperarles
merecería la pena.
Yo_03:05: Aún no.
Rubio_03:05: Cuando te sientas
listo.
Yo_03:05: ¿De verdad no vas a
decirme qué te pasa?

Rubio_03:06: Solo estoy hormonal.


Yo_03:06: ¿Eso sucede?

Rubio_03:06: Oh, créeme, lo hace.

Yo_03:07: ¿Puedo hacer algo para


ayudarte?

Rubio_03:07: Sí, podrías. Y aunque


funcionaría, después me sentiría como
una mierda.

Yo_03:07: Vaya...

Rubio_03:07: Olvídalo. Se me
pasará en cuanto visite mi
santuario.

Yo_03:07: ¿Tu santuario?


Rubio_03:08: La playa en
Loyola. ¿Has ido por allí?

Yo_03:08: Alguna vez. Es preciosa.


Rubio_03:08: Sí que lo es. Por eso
en cuanto vaya sé que me repondré.
Por eso supe que el rubio estaría en Loyola. Por eso, tras
una semana infernal, le encontré sentado en aquel césped,
decaído y mirando a la nada. Y por eso acabé cenando
anoche con él, porque me sentía muy culpable por haber ido
hasta allí sin que supiera que él mismo me confesó dónde
estaría.
Pero no pasó nada.
Solo cenamos y después me marché a casa, aunque
fuera sintiendo ese fuego que siempre me recorría cuando
estábamos juntos. No podía dejar que me dominara si
quería hacer las cosas bien. Esta vez necesitaba que mi lado
frío tomara el mando y empezar a entenderme. También
necesitaba solucionar uno a uno mis errores y todo esto
habría sido mucho más fácil si me hubiera mantenido
alejado. El problema era que me negaba a prescindir de las
charlas con el rubio y ayer, de madrugada, después de verle
en Loyola me desvié.

Yo_02:30: ¿Ha ido bien en la


playa?
Rubio_02:33: Bueno... Aunque sigo
sintiendo demasiado. Necesito
desahogarme y no creo poder hacerlo por
aquí.
Yo_02:34: Escríbeme un mail.
Rubio_02:34: ¿Qué? ¿Lo dices en
serio?
Yo_02:34: ¿Qué puedo decir?
Soy un hombre tradicional.
Yo_02:35: Te habría pedido una
carta de no ser porque revelaría
demasiada información personal.
Rubio_02:35: Así que eres de esos...
Yo_02:35: No hay nada más
emocionante que abrir una carta que
esperas con ansia.
Yo_02:35: O, en nuestro caso, un
mail.
Rubio_02:36: Está bien. Dime
cuál es tu dirección de correo.
Yo_02:36: [email protected]

Lo hice porque la culpa iba a acabar conmigo. Nuestra


cena fue bien, pero no logró cambiar el ánimo del repostero.
Tampoco el mío. Tras su revelación me sentí peor que antes
de conocer su motivo. Le pedí que me dijera por qué
peleaba con tanta fuerza por trasladarse allí con la
esperanza de acallar mi culpa, pero lejos de eso conseguí
todo lo contrario. Ahora, después de saber la verdadera
razón por la que quería ese maldito local, me sentía en la
obligación de ayudarle a comprarlo, por muy mala idea que
fuera.
Tenía el plan perfecto.
Todo lo que debía hacer era convencer a Wes de que la
oficina sobre el local del que se había enamorado el rubio
era la indicada para nosotros, pero para eso necesitaba que
viniera hasta aquí y era un poco complicado debido a su
situación. No era fácil dejar a su hijo atrás un par de días, ni
siquiera aunque lo hiciera en fin de semana. Por eso debía
hablar con él primero, antes de hacerle viajar para nada.
Dramas aparte, me sentía un poco ansioso últimamente.
Hablé con Bennet al respecto y ambos llegamos a la
conclusión de que me había vuelto a encerrar en mí mismo
y que necesitaba volver a tener vida social más allá de mi
círculo cercano, lo que se traducía en Steven. Cuando
mejoré en San Francisco en parte fue porque decidí hacer
cosas normales como la mayoría de la humanidad, como
por ejemplo ir al gimnasio. Me piqué con las dominadas. Me
encantaba elevar mi cuerpo agarrado a esa barra mientras
era consciente de cómo trabajaban todos los músculos de
mi espalda. En esos momentos mi atención estaba en no
caerme al suelo y no me acordaba de mi timidez extrema.
Mi cerebro solo podía pensar en hacer una tras otra porque
la adrenalina aumentaba cada vez más.
Así que hoy tocaba hacer ejercicio.
Cuando me desperté sobre las cinco de la mañana con un
dolor de cabeza enorme, enseguida supe que no podría
volver a pegar ojo porque el malestar no me dejaría hacerlo.
Tenía demasiada energía acumulada dentro de mí y si no la
gastaba de la forma adecuada acabaría siendo un cabrón
gruñón a media mañana. Fue por eso que me puse unos
pantalones deportivos, una sudadera ancha y mis zapatillas
y salí a correr en plena madrugada acompañado solo por mi
Ipod y mis auriculares inalámbricos. Una buena carrera en
mitad de la noche solía funcionar bastante bien, solía. Hoy,
sin embargo, no parecía estar haciendo efecto porque no
podía dejar de pensar en cierto rubio y en esa manera que
tenía de atraerme.
Necesitaba librarme de esa inquietud que me mantenía
vibrando y por eso hice caso a la recomendación de
Summer y me fui al gimnasio. No tuve que caminar mucho
ya que estaba en la misma manzana y solo había que girar
al final de la calle hacia la izquierda y me encontraría con
esas puertas dobles abriéndose a mi paso.
Entré decidido hasta que una voz muy conocida me sacó
de mis pensamientos.
—No me lo puedo creer.
Casí perdí la cabeza al verle. Si ya me sentía demasiado
atraído por su boca, no ayudó nada ese look con un
pantalón que colgaba de sus caderas y una camiseta blanca
sin mangas, pegada a su torso, que dejaba ver ese tatuaje
sobre su pectoral derecho que tantas veces había trazado
con mis dedos. Ese autógrafo del que me sentía tan celoso,
aunque estaba dispuesto a soportarlo nada más que por la
forma sexi y ardiente en la que casi traspasaba la tela de su
camiseta.
Y eso era un verdadero problema.
—No me voy a librar de ti, ¿verdad? —preguntó
bromeando.
—¿Por qué no me evitas y ya? Lo haces bien en los
rellanos.
—No eres fácil de ignorar.
No tenía idea de por qué su comentario me calentó, ni
tampoco sabía el motivo por el que ahora solo quería
llevármelo a un lugar oscuro y privado para que notase lo
que había provocado en mí con aquella confesión.
—Tienes esa... —Se interrumpió humedeciendo sus labios
y luego atrapó el superior entre sus dientes antes de
soltarlo y decir—: Nube negra que asusta rodeándote,
¿sabes?
—¿Te asusto?
Vale, eso salió sin pensar y en un tono bastante
arrogante. Sin embargo, el rubio ni se inmutó, ni le había
afectado en absoluto porque sus pies seguían pegados al
suelo mientras su mirada sostenía la mía desafiante.
—A mí no me asusta nada y menos un corderito con piel
de lobo feroz. No sé a quién engañas con ese disfraz, pero a
mí no. Ahora si me disculpas, tengo clase.
El muy crío giró sobre sus talones antes de que pudiera
decir nada, aunque no me quedé callado. ¡Dios! ¡Le
deseaba con todo mi ser! Me encantaba que pudiera ver a
través de mis muros pese a lo mucho que trabajé para que
eso no sucediera con nadie y saber que él, entre todas las
personas que conocía, era capaz de hacerlo sin esforzarse
me hacía sentir real, como un mortal más.
Y, cuando eso pasaba pues...
—¿Aerobic?
...necesitaba seguir llamando su atención para sentirlo de
nuevo.
—Boxeo —dijo, sus ojos en los míos sobre su hombro—.
Te invitaría a unirte pero me durarías menos de un asalto.
«Oh, joder. Ahora quieres verle boxear, imbécil».
Eso explicaba por qué sus brazos eran enormes en
comparación con su cuerpo delgado, apetecible y...
—¿Quieres probar?
«¿Que si quería?
»¡Ay, Dios!.
—¿Serás gentil?
Sus ojos me recorrieron con descaro, con una de esas
miradas que gritaban un «cuidado, abogado», mientras mi
columna se erguía ante su repaso y aunque me moría por
pincharle un poco más, esperé con paciencia su respuesta.
Porque sabía que lanzaría su dardo.
—No. —Sonrió—. Cuando eso suceda me haré cargo. Y
no. No seré nada gentil. Pagará por cada provocación, señor
Connors —El mamón me derritió—. Así que, ¿vienes?
—Creo que paso.
—Respuesta inteligente, picapleitos.
No dijo nada más cuando se marchó hacia el pasillo de la
derecha, dejándome un poco molesto por no poder estar
con él un rato más. Por eso intenté retenerle.
—¿Has hablado con Steven?
Colin detuvo sus pasos y yo me acerqué al ver que volvía
hacia mí, para encontrarnos a medio camino.
—Ajá. Mañana me va a enseñar algo. No estoy muy
esperanzado, ¿sabes? Pero prometí darle una oportunidad y
tener la mente abierta.
—Eso está bien.
—¿Vas a venir?
—¿Quieres que vaya? —Mi ceño se frunció.
—Sí. Me gustaría saber tu opinión. Tienes buen ojo.
—En ese caso, allí estaré.
—Gracias. —Sonrió—. Y ahora, si no tienes más que decir,
llego tarde.
—Ve. No era mi intención retenerte.
Colin se echó a reír atrayendo muchas miradas curiosas.
—¿Qué?
—Nada, solo me he dado cuenta de algo —Le miré
confuso—. Soy tan malo negociando como tú mintiendo. Es
tu tono, ¿sabes? Le gana a tu cara de póker. Nos vemos,
abogado. Que vaya bien tu sesión de...
—Dominadas —dije terminando su frase.
La sonrisa de Colin se formó a cámara lenta hasta que
sus comisuras no dieron más de sí.
—Oh, eso lo explica todo —Soltó repasándome sin
disimulo alguno—. Chao.
—Adiós.
—32—
«CABEZA O CORAZÓN»

Podría subirme por las paredes.


Volver a sentir esa sensación de estar encaprichado por
alguien no me gustaba porque sabía cómo solían terminar
esas cosas. Mi relación con el vecino —nueva porque volvió
a mutar—, florecía a pasos agigantados mientras me
obligaba a seguir aceptando sus condiciones y, seamos
francos: enredarlo con los negocios no ayudaba. Hoy
terminamos juntos, viendo locales sin salir de mi barrio
favorito mientras me dejaba ver más de lo que había debajo
de su coraza.
Cuando estaba relajado, Levi era gracioso y divertido, un
tipo con un sentido del humor muy agudo, aunque eso no
significaba que apagase su lado serio. Lo de que los
negocios eran negocios lo tenía grabado a fuego en su piel y
por eso se encargó de adelantarse a cada inconveniente
que pudiera surgir en cada uno de los lugares que Steve nos
enseñó, y yo empecé a confundir su amabilidad con
protección. Y todos sabéis lo que ocurre cuando se
empiezan a mezclar las cosas, ¿verdad?: Estás condenado
al desastre sin remedio.
Pero no toda la culpa era mía ni de las películas que mi
mente quería rodar. Después de aquella tarde en la playa,
tras confesar el motivo por el que deseaba trasladarme allí,
su actitud cambió. No volvimos a retomar nuestro acuerdo,
pero poco a poco parecíamos avanzar por el camino
correcto. Para eso se puso su traje de tiburón de los
negocios y peleó como él solo, porque nada de lo que nos
enseñó el pobre de Steve era lo suficientemente bueno, ni
amplio, ni luminoso, ni adecuado... Y en la última visita no
mejoró.
—Es muy pequeño.
—¡Oh, por favor! Alguien, quien sea; acaba con mi
sufrimiento.
El lamento desesperado de Steve me tenía mordiendo mi
mejilla con fuerza para no reírme.
Nuestra mañana no fue nada provechosa dada su
negativa, aunque me prometió que tenía un buen motivo
para no aceptar algo que no fuera perfecto. Sin embargo, no
pudo decirme de qué se trataba porque su teléfono sonó y
él se fue como un rayo rumbo a alguna parte, dejando atrás
a un Colin muy angustiado por lo que su fuga provocó en
mí. Cuando le vi salir, con su coraza bien ajustada,
enseguida me pregunté quién estaba tras aquella llamada
misteriosa. Quise saber dónde y con quién iba a verse,
porque mi cabecita teorizaba por su cuenta llevándome a
posibles escenarios que no me gustaban, sobre todo desde
que su ex era el protagonista de dichas teorías. Me moría
por preguntarle qué pasó el día en el que terminó con
nuestro acuerdo y si ese tipo tuvo algo que ver.
Supe que estuvo en Milwaukee por la boca enorme de
Steve, pero no me dijo nada más que lo que ya imaginaba;
que había ido a visitar a su familia. Sin embargo, y a pesar
de que entre nosotros solo había una estricta amistad, su
cambio de humor y su posterior abandono de nuestros
planes me molestó. Éramos amigos y acepté esa etiqueta
aunque me estuviera muriendo de celos por culpa de mi
imaginación.
—¿Va todo bien?
—¿Q-Qué?
—Estás como ido, Colin.
—Solo pensando.
—¿En Levi?
Steve y yo terminamos el tour por Loyola y esperé a que
terminara de apagar luces y cerrar puertas en ese último
local. Así que, cuando soltó esa pregunta me costó
reaccionar por lo metido que estaba en mi cabeza. Sin
querer, le miré entrecerrando los ojos y el idiota respondió a
mi gesto de la misma manera.
—¿Qué? —Mi tono sonó muy a la defensiva.
—Nada. Solo quiero saber qué pasa entre vosotros,
porque está claro que algo está sucediendo.
—Tonterías, Steve.
—Ya...
—Solo somos vecinos —dije sin mirarle.
—Ajá. —Steve asintió un poco incómodo—. Sobre eso...
—¿Qué?
—¿Ha mencionado Lev algo sobre su apartamento?
No entendí la pregunta y en mi cabeza había suficiente
suspense con la huida del picapleitos.
—¿Algo sobre...?
—Da igual —Sonrió de mala gana—. Son cosas mías.
Y ahí dejó de presionar para que mi mente siguiera
vagando a sus anchas por el camino de los celos.
Era ridículo. Hacía muy poco que empecé a conocer a
Levi de verdad y ese sentimiento territorial me estaba
invadiendo sin que pudiera hacer nada para evitarlo,
aunque no me sorprendió porque me había pasado antes en
tres ocasiones; una con Mel, otra con Jason y la última con
Seth. Me consideraba una persona muy leal, pero también
era celoso. Mucho. Y me costaba dejar que alguien se
metiera en mis relaciones porque me había esforzado
demasiado en hacerlas fuertes y mías.
Después de la marcha del abogado el día no mejoró en
absoluto.
Pensé que todo lo que debía hacer era llamar a Aaron y
aliviar un poco de ese estrés autoinfligido. Un poco de sexo
sin ataduras sonaba bien, salvo que no me apetecía una
mierda acostarme con el yogurcito argentino. Quería al
vecino que dormía justo al otro lado de la pared de mi
habitación y eso me llevó a desahogarme con la única
persona con la que jamás debería haberlo hecho: El señor
G.

De: [email protected]
Para: [email protected]
Hola tú.
Hace tiempo que no sé de ti. Me preguntaba si te
asusté después de nuestra última charla por chat. No
sería raro, ¿sabes? Quizás pensaste que necesito un
terapeuta y te confesaré que lo tengo, pero apenas
hablo con él de mis traumas. No ayuda que sea uno
de mis mejores amigos.
Espero que estés bien y que el motivo de tu silencio
sea un estrés de caballo por culpa de ese trabajo
misterioso del que no quieres hablar.
Bss del rubio ridículamente guapo.
PD. ¿Seguro que no podemos vernos una última vez?
Bueno, vernos... Me has entendido ;).

No fui especialmente valiente, pero me parecía de mal


gusto entrarle en frío con mi verdadero quebradero de
cabeza. El tipo había desaparecido en combate hacía un par
de semanas pero tal como se fue, regresó y en una de
nuestras conversaciones por chat sugirió que
intercambiásemos mails para que nuestros intercambios
fueran más...
¿Qué fue lo que dijo? Ah, sí; más tradicionales.
Tradicional, yo. ¿En qué me estaba metiendo ese hombre
misterioso?
Nunca sentí una conexión tan fuerte, con nadie, jamás.
Nuestros caminos parecían destinados a cruzarse, aunque
solo fuera para ganar un amigo en línea. Si esa era nuestra
fortuna, era más que bienvenida. Y es que, sin darme
apenas cuenta, me estaba acostumbrando demasiado a mis
charlas de madrugada con el pianista, tanto que si
seguíamos por este camino, acabaría por volverse una
adicción de la que no estaba seguro de querer deshacerme.
G. me atrapó por el misterio que le envolvía, pero fue su
dulzura de madrugada la que me tenía cautivado por
completo.
Fue cuestión de media hora tener una respuesta en mi
cuenta de correo, mi corazón palpitando por la emoción,
cuando cliqué sobre él y comencé a leer.

De: [email protected]
Para: [email protected]
Hola tú.
Últimamente he estado bastante ocupado. Estoy hasta
arriba y la palabra estrés define muy bien estos días.
No me asustaste. Se necesita mucho valor para
enfrentarse a alguien que lleva abusando de ti
durante años. Solo dijiste lo que sentías y no te juzgo
por haber explotado, porque cualquiera en tu lugar
habría hecho lo mismo. El momento fue una mierda,
de acuerdo, pero tú no podías saber que tendría un
segundo ataque y que no sobreviviría. No te culpes.
No hiciste nada malo. Él te provocó y tú reaccionaste.
Me preguntaste si se me ocurría algo para ahuyentarle
de tus noches y creo que tengo la solución: Solo tienes
que entender que nada de lo que él dijo es cierto y así
se irá de tus sueños.
Deseo con ansias que llegue esta madrugada.
Besos, G.

Sonreí pensando en la conversación peliaguda que


tuvimos colmando nuestro chat. Ese día me sentí bastante
mal, tanto que necesitaba hablarlo con alguien. Desde que
las pesadillas aparecieron, no conseguí encontrar la calma
de ninguna de las maneras hasta que me invitó a
desahogarme con él. Aunque ya lo había hecho antes
dándole alguna pista sobre mi pasado, ese día le conté todo
acerca de mi padre; cómo maltrataba a mi madre, cómo nos
repudiaba a mi hermano y a mí y cómo seguía
castigándome por sentirme atraído por hombres.
Decir que el señor G. fue muy dulce sería quedarse corto.
Él me contó que no había tenido ninguna experiencia similar
porque su familia le apoyó desde el principio, sin embargo
podía entenderme muy bien porque sintió la presión de la
gente. Por lo visto creció en un pueblo pequeño —no
mencionó cuál por mantener el misterio— y cuando la
noticia corrió como la espuma por sus calles, las miradas y
los murmullos se convirtieron en algo habitual. Él sabía lo
que era ser juzgado por ignorantes y quizás por eso fue tan
empático conmigo. Y siguió siéndolo incluso cuando le
confesé lo que hice el día que murió mi padre.

∞∞∞
• Los Ángeles – Un año y medio antes... •
Odiaba los hospitales.
Hacía años que no pisaba uno, en concreto desde que mi
amiga Melissa tuvo un accidente de tráfico horrible y la dejó
sin recuerdos una larga temporada. En aquella ocasión no
tuve más remedio que hacer el esfuerzo y actuar como un
buen amigo, pero esta vez era diferente. No me sentía en la
obligación de estar aquí porque no le debía nada a ese
señor que se debatía entre la vida y la muerte tras la puerta
de urgencias. Pero como mi amor de hermano era mucho
más grande que el propio, hice de tripas corazón y vine sin
rechistar.
Todo pasó muy rápido. Estábamos celebrando que mi
hermano y Melissa serían padres en seis meses, en aquel
restaurante en el que tanto trabajó para poder inaugurarlo
en San Valentín, envueltos en un ambiente familiar y repleto
de amor que me cargué en cuanto sonó mi teléfono y decidí
responder la llamada por si había pasado algo en Chicago
durante mi ausencia. Así respondí pensando que era Oli,
pero no, era mi madre, esa mujer con la que llevaba casi
una década sin tener una relación normal y tras esa llamada
empezó el Apocalipsis.
Fui directo al hospital pero eso no significaba que lo
hiciera en buenos términos. Todavía tenía a ese niño de diez
años dentro de mí gritándome que me marchara. No paró
de recordarme una y otra vez lo que ese señor le hizo a
mamá desde que Dylan y yo cumplimos diez años, entrando
en detalles escabrosos que me tenían a punto de vomitar.
Gritos, insultos, golpes y amenazas que nos hacían dormir
más de una noche con un ojo abierto y otras tantas
haciendo que mi hermano se escapara por la ventana en
busca de refugio.
Sí, ese señor no merecía mi presencia en este momento,
pero una parte de mí deseaba estar aquí para verle morir,
aunque eso me hiciera parecer un monstruo tan terrorífico
como el que era él.
—¿Col?
Nada más llegar dejé caer mi culo sobre una de esas
sillas de plástico de la sala de espera y parecía que habían
pasado días. Estaba exhausto y Dylan parecía entero.
Supuse que tener a su novia embarazada le ayudó a no
dejarse llevar.
—¿Quieres un café?
—No.
Lo que quería es que hubiera un corte de luz en la ciudad
y que el puto desfibrilador que usaran con mi padre dejara
de funcionar. Eso quería.
—¿Dónde está mamá? —Pregunté observando la sala, sin
poder encontrarla.
—Rellenando no sé qué formulario. Le van a subir a
planta.
Genial, había sobrevivido...
—Bien...
—¿Quieres ir a casa? Puedo quedarme con ella hasta
que...
—No. Ve tú y tranquiliza a Mel. Date una ducha, descansa
y haz que este día termine bien. Yo me quedaré.
—Twin...
—Vete.
No sabía cuánto me iba a arrepentir de pedirle que se
fuera.
Por suerte, no me dejaron solo. Seth, Jason e incluso la
madre de Melissa y su hermana, pasaron por allí para
hacerme un poco de compañía. Me negué a marcharme
cada vez que ellos insistían en relevarme para que pudiera
ir a descansar. No podía hacerlo. Necesitaba estar aquí para
ella, a pesar de todo lo que había sucedido.
Y así pasé toda una noche y su respectiva madrugada
como si estuviera atornillado a aquella silla, mirando de vez
en cuando mi teléfono mientras comprobaba la hora.
Dylan me llamó sobre las siete de la mañana y me dijo
que no tardaría en llegar para que pudiera irme, pero mi
madre apareció antes que él en la sala de espera para
trasladarme una petición del monstruo; quería verme y
hablar conmigo a solas. Quizás eso de estar tan cerca del
final hizo florecer su arrepentimiento. Creí realmente que
quería disculparse por todo.
Y, como siempre pasaba, mi corazón me llevó a
equivocarme una vez más.

∞∞∞
Queréis saber lo que pasó en esa habitación de hospital,
¿verdad? Pues os diré que me lo merecí por pensar que ese
ser tenía corazón.
No solo no me pidió perdón, sino que me dedicó unas
palabras que jamás podré borrar de mi cabeza. Dijo que
siempre había sido un blandengue y que por eso nunca me
quiso. Que debí haberme ahogado en la playa un día en el
que me atreví a desobedecer su orden de alejarme de la
orilla. Que jamás perdonaría mis tendencias depravadas y
que todos los que eran tan degenerados como yo, merecían
morir solos por ser unos asquerosos maricones. Me dijo que
jamás podríamos disfrazar el vicio de amor, porque nunca lo
sería. Y, para terminar, añadió que era un enfermo y que
nunca podría tener una relación sana y estable porque era
un pecador que solo pensaba en pollas.
No, no os compadezcáis todavía.
Yo también dije lo mío.
Me defendí.
Una parte de mí luchó por mantenerse callada, pero mi
amor propio no permitió que sucediera y le dije que prefería
ser un maricón solitario a un mierda como él. Le dije que era
menos hombre que yo, porque había vivido aterrorizando
toda la vida a mi madre por culpa de un enorme complejo
de inferioridad que le hacía sentirse tan pequeño, que se vio
obligado a usar sus puños para demostrar quién mandaba
en casa. Le dije que me encantaban los hombres, que nunca
dejarían de gustarme y que disfrutaba de mis relaciones
degeneradas. Le provoqué haciéndole creer que en
ocasiones tenía más de un acompañante en mi cama,
aunque nunca fue así.
Pero al comprobar que se ponía rojo de la rabia me recreé
en mi fantasía y exageré sobremanera. Y cuando me
desahogué lo suficiente y estaba listo para marcharme, le
miré desde la puerta y le dije que cuando cerrara tras de mí
echara un vistazo a su alrededor para comprobar quién era
el que iba a morir solo.
Una hora más tarde murió después de un segundo
ataque y sí, todavía me culpaba por ello. De ahí las palabras
de aliento de la única persona que sabía este pequeño
secreto que había estado guardando por vergüenza.
Me sentí muy aliviado, tanto que no lograba recordar
cuándo fue la última vez que experimenté este sosiego.
Pero no duró mucho, no porque el muy provocador mandó
otro mail que casi me hace saltar del sofá.

De: [email protected]
Para: [email protected]
PD. No deberíamos pero la 113 está libre esta
noche.
Te espero a las 22:00h.

Uf, ¿qué hacer? Esa era la cuestión.


Por una parte me moría de ganas de aceptar su
propuesta y por otra había algo en mi interior diciéndome
que no debería porque sería ir en contra de mis
sentimientos. Sí, sentía cosas por mi vecino. Pero había un
problema; Levi quería mantenerlo simple, como amigos, y
G. caía ante mis encantos en cuanto tenía la oportunidad.
¿Eso significaba que le gustaba más a él?
Estaba hecho un lío y no ayudó que alguien se atreviera a
interrumpir mi batalla silenciosa, esa en la que debía decidir
si hacer caso a mi corazón o a la cabeza. Como el timbre no
paraba de sonar y lo mío no iba a ser cosa de cinco minutos,
fui corriendo a abrir la puerta y en cuanto lo hice la batalla
se detuvo.
—¿Seth?
—¡Sorpresa!
—33—
«EL VISITANTE SORPRESA»

—Es perfecto. ¿Se puede segregar?


Wes me sorprendió con su llegada.
Le pedí... No, le exigí que me avisara para poder
recogerle en el aeropuerto, pero él prefirió interrumpirme
cuando mejor me lo estaba pasando con Colin en medio de
aquellas visitas.
Tras un café rápido, no perdimos tiempo y nos
marchamos hasta el local que consiguió traerme de cabeza
por culpa del rubio. Incluso me estaba obsesionando más
que él.
—Sí, se puede —respondí molesto—. Pero el dueño quiere
deshacerse de él así.
—¿Es caro? —Su ceño se frunció al instante.
—No. Es más que eso, Hunter. Es un robo a mano armada
—Suspiré—. No vale lo que pide. No lo vale...
Sí. Eso seguía jodiéndome un poco.
—¿Por qué te molesta? ¿Es que no es viable para
nosotros?
—Sí, lo es. Podemos invertir sin riesgos. Solo tengo un
pequeño problema con la gente que quiere timarme —
Escupí.
—Podemos hacernos con él y recuperar el sobrecoste
vendiendo el de abajo.
Lo habría considerado de no ser por el hecho de que
deseaba hacer negocios con Colin. Negocios justos que me
sepultarían en la ruina más absoluta.
—¿Qué no me estás contando?
—¿Tan evidente es?
—Mira, puedes ser parco en palabras, pero tu cara no
puedes controlarla. Deberías trabajar en eso si quieres
seguir actuando como ese tipo misterioso que odia a la
humanidad, porque si no lo haces descubrirán que en el
fondo eres un ser amable y blando como un osito de
peluche.
—Que te jodan, Wes.
—Un osito con la boca un pelín sucia, eso sí. —Sonrió—.
Así que, cuéntame qué está pasando.
Hice un breve resumen de la situación, mientras su
expresión de sorpresa aumentaba por segundos.
—A ver si lo he entendido. El gemelo de Evans quiere que
inviertas en su negocio para poder comprar el local de abajo
y te niegas a ayudarle pese a que está dispuesto a asumir el
riesgo. —Asentí—. ¿Por qué? No es tu guerra.
—Ya te he dicho que no me gusta que se rían de mí. Sé
que esto no vale lo que piden, Wes. Y, ¿has visto cómo está
el de abajo? Parece que ha pasado un ciclón por ahí.
Uf... Cada vez que lo veía me ponía la piel de gallina.
—Se arruinará. No podrá hacer frente a toda la reforma ni
siquiera aunque vendiera el local en el que está ahora. Ni
aun hipotecando su apartamento. Es más que probable que
deba echar casi todo abajo y eso también nos perjudicaría a
nosotros.
—Entiendo... —Wes frotó su barbilla, pensativo—. ¿Y
estás seguro de que la reforma sería tan enorme? Quiero
decir, lo mismo es solo superficial. Igual basta con arreglar
cuatro cosas y no hay que a abrir agujeros ni jugar con
mazos.
—Está en muy mal estado, tú lo has visto.
—Pero no soy el tipo adecuado para valorarlo. Lo que me
lleva a pensar en que sí que hay alguien que podría
ayudarnos.
Por eso necesitaba que él estuviera aquí, porque Wes era
el señor positivo.
—¿Quién?
—Conozco a cierto tipo que, aunque esté casado con la
mujer de mi vida, es el mejor arquitecto. Puede hacer
maravillas para que ambos proyectos funcionen.
—Hum... No sé.
—¿Puedo hacer unas fotos? Quizás si Dylan lo ve, pueda
arrojar luz a todo este caos.
—No creo que sea buena idea. No sé si Colin estaría de
acuerdo con involucrar a su hermano. Quiere hacer esto por
su cuenta y...
—Me parece perfecto, pero sabes tan bien como yo que si
está empecinado en conseguir este lugar, necesita ayuda.
—No lo sé, Wes.
—Vamos a hacer una cosa —dijo caminando hacia la
escalera mientras yo le seguía—. Yo le mando las fotos a
Dylan y le pido que lo mantenga entre nosotros, ¿de
acuerdo? Me debe un favor enorme, creo que colaborará.
Sí que se lo debía; ofició su boda a pesar de todo. Aunque
yo pensaba que no había vidas suficientes para que Evans
pudiera agradecérselo.
—Está bien. —Suspiré.
—Ahora dime qué más hay tras todo esto. —Cuando le
miré confuso, él entrecerró los ojos—. No me tomes por
idiota. Te conozco, Connors. Aunque nos costó llegar hasta
aquí, eres mi mejor amigo. No, Lev, eres mi hermano...
Cuando dijo eso me estremecí porque nosotros no
éramos de ese tipo de persona que manifestaba cómo se
sentía sin más, aunque lo supiéramos. Por eso me
sorprendieron sus palabras aunque fuera más que
consciente de lo que dijo.
—Wes...
—Sé que pasa algo con Colin que no me estás diciendo. Y
también sé que hasta que no estés listo no soltarás prenda,
pero tratándose del hermano de un buen amigo tengo que
preguntar. ¿Tiene algún problema?
—No —dije a la vez que negué con decisión—. Nada de lo
que preocuparse.
—De acuerdo. —Asintió, su expresión severa—. Entonces
entiendo que es algo personal y siendo así no me voy a
meter bajo ningún concepto.
—¿Pero? Porque hay un pero, ¿verdad?
El idiota sonrió y antes de que pudiera decirle nada, se
llevó la mano derecha hasta su pecho y con un tono lleno de
indignación dijo:
—¿En serio, Levi? ¿Estás jodiendo con el hermano gemelo
de mi archienemigo?
—Ni confirmo, ni desmiento.
—No hace falta. No conmigo.
Eso era lo que me gustaba de él; podía ser yo y no me
juzgaría nunca. Incluso si hacía eso que había señalado y
acababa metiéndome en la cama con su archienemigo,
nunca lo haría. A pesar de que Hunter me estudió a fondo
durante estos años, todavía le quedaba camino para llegar a
lo más hondo de mí. Sí, me sentía cómodo haciendo bromas
con él y no me importaba hablar abiertamente sobre
nuestras relaciones. Él se desahogaba con respecto a Liss y
yo lo hacía cuando estaba con Gary.
Pasada la tarde, Wes y yo nos dirigíamos hacia mi
apartamento y comencé a sentirme ansioso.
Le pedí que se quedara en casa, pero el muy estúpido ya
había reservado una habitación en un qué hotel del centro.
Sin embargo, no dijo que no a una cena y eso me llevó a
tener que anular mi cita con el rubio.
¡Menuda metedura de pata!
Desde que le envié aquel correo a Colin, en el que le pedí
que nos viéramos en la «113», me estaba volviendo un
pelín loco por la culpa. Y ahora, con Wes aquí, tenía que
cancelar aunque me muriera de ganas de atacarle en la
oscuridad de esa maldita habitación.
—¿Colin?
Ni siquiera me di cuenta de que salimos del ascensor y
que caminábamos por el rellano, hasta que la voz
sorprendida de Wes llamó mi atención. Estaba muy metido
en mi teléfono, abriendo el mail y por eso no pude evitar
ese choque frontal. Col estaba a punto de entrar a su
apartamento y, al escuchar a Wes, retrocedió dos pasos y
nos miró cuando cara tomó varias expresiones en menos de
cinco segundos. Pasó de estar confuso a exigir respuestas.
—Vaya, vaya, picapleitos... —dijo, sus ojos ardiendo sobre
los míos mientras yo intentaba permanecer impasible—. Si
estás vivo después de todo.
Me encantaban sus tiros y estuve a punto de disparar de
vuelta, esperanzado en sentir esa adrenalina que me
envolvía cuando nos enzarzábamos en una disputa absurda.
Tenía los dedos sobre mi gatillo, rozándolo con suavidad, y
cuando fui a apretarlo...
—¿Col? Oh, Wes... Y tú. Pero, ¿qué hacéis aquí?
Apareció un visitante sorpresa que activó unos impulsos
asesinos que ni siquiera sabía que tenía.
—Vivo aquí —Solté algo brusco—. Justo en el
apartamento de al lado.
—¡Ay, qué casualidad! —Seth parecía entusiasmado—.
Hemos tenido que cruzar el país para encontrarnos.
—Menuda coincidencia —dijo Wes intentando entender lo
que pasaba.
—Podemos cenar todos juntos. ¿No es maravilloso?
¿Maravilloso?
Francamente, lo dudaba.
—34—
«SIETE DIAS»
La cena no fue tan mal. Lo malo vino cuando pasamos a
la hora feliz.
Los tres compartían una charla amena, cerveza en mano,
y las carcajadas ambientaban el salón del rubio. Yo, por mi
parte, me encontraba con la mirada perdida hacia esa
escalera flotante que llevaba hasta su cama y conforme
más la miraba, más me hervía la sangre. El solo hecho de
pensar que pudiera compartir su noche con Seth me estaba
poniendo de muy mal humor, pero enseguida dejé de tener
malos pensamientos y pasé a recrear todas las veces que
habíamos estado allí, a solas, sin ropa y sin nada con lo que
defendernos exceptuando nuestros propios cuerpos y mi
cara empezó a quemar por lo vívidos que eran esos
recuerdos. El rubio me pilló y para hacérmelo saber chocó
su pie con el mío por debajo de la mesa y, cuando le miré,
me regaló una sonrisa arrebatadora haciendo que mi sangre
se calentara mucho más.
—¿Levi?
Oh, mierda. No había sido buena idea venir...
—¿Sí?
—¿Todo bien? —Wes me miró confuso.
Asentí y, después de ayudar a Seth a recoger algunas
cosas de la mesa, me senté en el sofá del rubio cruzando
mis piernas a la altura de mis tobillos mientras intentaba
calmarme. La noche se presentaba interesante, tanto que
mi corazón estaba al borde del infarto, pero necesitaba
resetearme o no saldría vivo de allí.
—¿Entonces tú eres el socio misterioso del picapleitos?
—Dejémoslo en socio —Wes se sentó en uno de los
sillones junto al sofá.
—¿Lo sabe mi hermano?
El rubio estaba en modo reportera, haciendo preguntas
de mierda y eso dibujó una sonrisa en mi cara sin poder
evitarlo.
—No, pero lo hará pronto.
—¿Y Melissa?
¡Ay, esa boca impertinente
Fue tan incisivo que, tal vez sin querer, acabó provocando
una guerra en su salón. Seth y yo nos limitamos a observar
como simples espectadores, él a mi lado y Colin en el sillón
frente al que se había sentado Wes. El pobre Seth y yo
parecíamos estar viendo un partido de tenis en el que
ninguno de los dos ganaba el punto porque ambos tenían un
buen revés.
—No. Tampoco sabe nada. —Mi socio no se achantó.
—Te gusta ese juego, ¿verdad?
—¿Qué? —Los ojos de Wes se oscurecieron y yo estuve a
punto de intervenir.
—No te hagas el estúpido, Hunter. Sabes perfectamente a
lo que me refiero. Te encanta ponerla a prueba. Te encanta
oírla rogar que no la dejes, porque lo necesitas. Te encanta
que mi hermano te pida que no le hagas daño y que te
recuerde que Melissa te ama.
—Colin...
Ese fue Seth, que no contento con intentar mediar y
apaciguar a su amigo, puso una mano sobre su rodilla
haciendo que mis ojos fueran a parar allí de inmediato,
molesto por el contacto y a punto de hacer una tontería. Y
la hubiera hecho de no ser porque la discusión no había
terminado.
—¿No será al revés? —Contraatacó Wes—. ¿No será que
tu hermano me necesita allí porque le da miedo descubrir
que su matrimonio no funcionaría si me voy a la otra punta
del país?
—Wes...
Esa fue mi voz, apenas susurrada. Me sorprendió la
conclusión a la que había llegado mi amigo y no tenía ni
idea de hacia dónde quería llegar con su argumento.
—Porque puede que suceda, ¿sabes? Tal vez Liss se dé
cuenta de que ha cometido un error y que debió elegirme a
mí.
Colin sonrió con altivez cuando Seth volvió a apretar su
rodilla y yo no pude frenarlo más. Como si mi sillón
quemara, me levanté de un salto atrayendo todas las
miradas hacia mí y caminé con prisa hacia la puerta
mientras sus expresiones cambiaban de enfurecidas a
confusas en un segundo.
—Oye, Connors. ¿Dónde vas?
Respiré hondo, mi mano sobre el pomo, cuando les miré
fingiendo una sonrisa mientras mis ojos volvían a ese lugar
en el que Seth seguía teniendo su mano y yo solo quería
amputársela.
¡Ay, mierda!
—Necesitamos algo fuerte si vais a continuar por ese
camino. Ahora vuelvo.
No pasó desapercibida la mirada de decepción que Wes
me regaló antes de que me esfumara de casa del rubio,
pero lo arreglaría más tarde. Ahora necesitaba salir de allí,
respirar y tomar el control de mis emociones. No me
gustaba sentir cosas que no entendía. Convertirme en un
adolescente celoso no entró nunca en mis planes y
necesitaba solucionarlo antes de regresar.
Cuando entré a casa dejé la puerta abierta porque no me
llevaría nada más que unos minutos tomar la botella que
vine a recoger y, sin perder un segundo, abrí el armario en
el que la guardaba mientras escuchaba unos pasos
invadiendo mi casa. Pensé que Wes me siguió en busca de
esa explicación que le debía y, sin siquiera girarme,
comencé a dársela.
—Sé que te he defraudado, pero te aseguro que jamás
pensé en abrirla —dije poniendo la botella en la encimera
bajo el armario—. La compré en un momento de debilidad.
—Suspiré—. Últimamente tengo algunos, ¿sabes? Todo en
esta casa se me hace cuesta arriba porque... Bueno, eso da
igual. El caso es que cuando necesito beber y vengo
directamente hacia la botella, veo la cara de tu hijo y se me
pasa. Jamás haría daño a Wy. Nunca. Él es el único que cree
en mí de forma genuina.
El silencio duró menos de cinco segundos, cuando la
persona que me observaba decidió manifestarse. Y no, no
era Wes.
—Supongo que tras esa confesión también hay una
historia.
En cuanto escuché la voz del rubio miré sobre mi hombro.
Su ceño fruncido adornaba su cara y sus ojos intentaban
profundizar en mi mente hurgando más de la cuenta,
invadiendo mi intimidad sin que yo pudiera hacer nada para
detenerle. Lo peor era que no quería. Afortunadamente
cambió de rumbo.
—Seth ha venido unos días por sorpresa. No tenía idea de
que él iba a...
—No me debes explicaciones.
—Ya —dijo caminando en mi dirección—. Pero quiero
dártelas.
—No es necesario —Insistí.
Mi mirada regresó al frente sintiendo la suya clavada en
mi espalda, sus pasos cada vez más cerca y mi corazón
intentando adaptarse a mi respiración errática. Este era uno
de esos momentos en los que necesitaba sentir ese licor
ámbar bajando por mi garganta. Uno en los que mis manos
se volvían puños y mis nudillos blancos por culpa de la
fuerza, mientras luchaba por no abrirla.
Pero no podía caer.
No quería volver a sentir todo ese vacío que me invadió
al dejarme llevar por esa mierda pero una parte de mí, la
frágil, me ponía al borde cuando le apetecía. Y ahora le
apetecía mucho.
Estaba cansado de sentirme así, tanto que me derrumbé
sobre la encimera apoyando las palmas de mis manos
mientras mi cabeza caía hacia abajo en señal de derrota,
cuando dejé salir un suspiro exagerado y todo eso sin dejar
de mirar la botella dichosa por el rabillo del ojo. Luchaba
contra el poder del alcohol. Estaba peleando contra esa
botella porque no quería ceder por mucho que me hiciera
sentir bien, porque sabía que ese efecto solo duraría unas
horas y después volvería a sentirme fatal.
—Oye...
Su mano apretó mi hombro, primero indeciso, luego con
firmeza.
—No dejes que me la beba, rubio —dije mirando hacia la
botella de whisky—. Aunque te suplique. Aunque diga que
será una copa —Suspiré—. No dejes que lo haga porque, si
me dejas, verás cosas que harán que corras sin mirar atrás
y...
Me armé de valor y levanté la cabeza para encontrarme
con sus ojos verdes preocupados y curiosos por lo que venía
a continuación y, sin más, lo solté:
—No estoy preparado para que lo hagas todavía.
—No voy a ninguna parte.
Le miré confuso por todo lo que me hacía sentir,
peleando contra mis emociones y rindiéndome ante ellas
cuando giré sobre mis talones y me deslicé hacia el suelo
mientras tomaba todo ese aire que necesitaba para llenar
mis pulmones. Colin hizo lo mismo, sentándose sobre el
suelo y frente a mí, entrelazando nuestras piernas
flexionadas, cuando sin esperarlo agarró mi cara justo por
mi barbilla y con un tono que no dejaba lugar a dudas dijo:
—Te echo de menos.
—Colin...
—Es la verdad —dijo dejándome sin defensas—. Lo
hemos hecho mal, ¿sabes? Creo que nos hemos saltado
algunos pasos y que deberíamos volver atrás para hacer las
cosas bien.
—No funcionará.
—Probemos. —Sonrió y yo me derretí—. Deja que te
muestre que no todo es sexo. Que no quiero —Remarcó esa
palabra— que todo sea físico. No contigo.
—No funcionará —Le dije de nuevo y exhalé totalmente
roto.
—¿Por qué no?
—Yo no... No puedo.
—Dame la oportunidad, Levi.
Dijo Levi. No abogado. No picapleitos.
Me llamó por mi nombre y eso, sumado al tono serio que
hacía al ambiente volverse denso, me dijo que la máscara
de bromista que siempre acompañaba a Colin no estaba por
ninguna parte. Hablaba en serio y eso me aterraba a la vez
que me calmaba. No tenía sentido alguno, pero lo sentía así.
—Vas a perder el tiempo.
—Es mi tiempo —replicó sin perder el tono sobrio de la
conversación—. Yo decido en qué invertirlo.
—Colin, no quiero hacer promesas vacías.
—No quiero que las hagas.
—Hay cosas que no sabes.
—Deja que las descubra —Me interrumpió—. Dame
tiempo para hacer que decidas contármelas. Uhm, no sé...
¿Siete días serán suficientes para ti? —Sus ojos se clavaron
en los míos y yo le dejé hacerlo sin luchar esta vez—. Deja
que te demuestre que te equivocas. Deja que te enseñe
cómo sería...
En ese momento cerró los ojos, tomó aire y después de
soltarlo dijo:
—Salir conmigo.
—Colin... —Supliqué.
—Si te hace sentir más cómodo, lo haremos sin etiquetas.
Solo quiero que me conozcas. A mi yo de verdad.
—¡Mierda!
Él la seguía sujetando mi cara, sus dedos acariciando mi
barbilla, y la mantuvo así para poder sostener mi mirada y
terminar de derrumbar mis muros.
—¿Qué sucede?
—Es que no puedo imaginar cómo será, porque si ya me
gusta tu lado de mentira, el de verdad me va a joder vivo.
Conseguí hacerle reír a carcajadas y cada una de ellas
retumbaba contra mi pecho, haciendo que el ritmo de mi
corazón se acelerase y que mi voluntad se desbaratara.
—¿Entonces...?
—Colin, yo no... —Suspiré—. No estoy siendo honesto
contigo y no creo que merezcas...
—Lo sé —respondió y mi ceño se frunció bastante
confundido—. Sospecho que aún sientes algo por tu ex y
que no le has olvidado pero...
Iba a decirle que no se trataba de mi ex, que todo lo que
me hacía sentir vergüenza tenía que ver con mi
comportamiento con él. Que llevaba bastante tiempo
escondido tras un personaje que me permitía tenerle sin
sentir presión y que me arrepentía de haber tomado ese
atajo. También quise decirle que no estaba preparado para
una relación cómo la que él quería; esa en la que paseas de
la mano de tu pareja y le miras con corazones en los ojos,
porque no me sentía capaz de hacerlo. Sin embargo, su
lengua charlatana no me dejó intervenir y Colin continuó
con su alegato.
—Yo tampoco es que haya sido franco —dijo, su mirada
baja un solo segundo para luego volver a sostenerse con la
mía—. He estado hablando con alguien más mientras tú y
yo...
Justo en ese instante se vino abajo, soltando mi cara
avergonzado y yo no podía sentirme más culpable.
¡Mierda! ¡Es que lo era!
Yo tenía la culpa de que Colin se sintiera mal en este
momento y Summer me lo advirtió. Solo esperaba que no
sintiera cosas por mi alter ego. Deseaba con fuerza que se
quedase solo en un enganche temporal.
—Ey...
Cuando no me miró de inmediato me sentí vacío, como si
mi corazón no pudiera funcionar si él no lo activaba y algo
en mí estaba luchando por volver a hacerlo latir. Y por eso
me atreví a agarrar sus manos, buscando su reacción y
cuando vi que levantaba su cabeza y sus ojos volvían a los
míos, sonreí victorioso.
—No me debes nada —dije, sin apartar mi mirada de la
suya por mucho que quisiera hacerlo—. Lo nuestro era algo
casual, ¿de acuerdo? No te sientas mal.
—No lo entiendes. Yo...
—Está bien —Le interrumpí.
—No, no lo está —Espetó—. He estado a punto de ir con
él esta noche, ¿sabes?
Claro que lo sabía.
—Le pedí que nos viéramos una última vez y...
—¿Te gusta ese tipo?
—Sí.
Odiaba a Summer con toda mi alma por tener siempre
razón, pero me odiaba más a mí mismo por haber
provocado todo esto.
—Pero tú también me gustas y aunque seas muy
reservado estás aquí, sin esconderte y...
—Colin...
—No, deja que lo suelte. Necesito sacarlo, ¿vale? —Asentí
—. Él es todo lo opuesto a ti. —Eso me sorprendió—.
Hablamos horas y horas de madrugada. Sabe cosas que no
he compartido con nadie y también es muy abierto con
respecto a su vida. Siento como si lo conociera desde hace
años, ¿sabes?
—¿Y por qué no apuestas por él?
Sí, lo sé; soy un cabrón.
—Porque me dijo que jamás funcionaría.
No supe cuánto tiempo pasó. Quizás fueron segundos o
varios minutos, pero después de su respuesta solo pudimos
mantener el silencio sin dejar de mirarnos, dejando que
nuestros ojos hablaran entre ellos y se dijeran lo que
tuvieran que decirse sin interrupciones. Y continuaron así
hasta que Colin respondió en voz alta a algo que no dije,
pero sí que pensé.
—Sí, tenéis eso en común. —Sonrió con tristeza—. Pero,
al menos, sé por qué no llegaría a nada con él. Me lo dijo.
Fue sincero. En cambio, tú...
—No sé tener una relación, Colin.
Y era la verdad.
Nunca había tenido una relación sana y normal. Con Gary
me forcé a que funcionara y con Kyle no entendí lo que
estaba pasando, y tampoco tuve tiempo de averiguarlo
porque la puta y cruel vida me lo arrebató.
Pero, dejándoles a un lado, algo muy dentro de mí estaba
seguro de que no funcionaría jamás y todo tenía que ver
conmigo. Me horrorizaba llegar a ese punto en el que tenía
que mostrarme como era y que la otra persona saliera
corriendo. Yo era difícil de llevar y no tenía problema en
admitirlo. Mis manías y mis miedos no eran compatibles con
una relación estable ni larga y cualquiera que me diera una
oportunidad acabaría por marcharse hastiado por la
situación. Con Colin pasaría lo mismo, solo tenía que dejarle
entrar.
—Deja que te enseñe.
Pero no podía decirle que no. Era nulo cuando me miraba
de esa manera.
—Yo...
—Sin etiquetas —Insistió—. Solo salimos y nos divertimos
juntos. Y si en una semana decides que no quieres ser nada
más que mi amigo, lo respetaré, pero dame la oportunidad.
Quiero conocerte, Levi. Quiero que te sientas cómodo
conmigo y que compartas lo que te apetezca, cuando te
apetezca y solo si te apetece.
—¿Por qué te esfuerzas tanto?
—Porque siento que me arrepentiré el resto de mi vida si
no lo intento.
Una fuerza sobrehumana me poseyó cuando mi mano
atrapó su nuca y le atrajo hasta mis labios para dejar en
ellos un beso de lo más dulce. Colin no tardó en responder,
sus manos en mi cara, intentando contenerse tanto como
yo. A pesar de la ternura y la calma del beso, ambos
arrojamos en él todo eso que no dijimos con palabras. Yo le
pedí perdón de antemano, porque sabía cómo resultaría el
experimento. Y él me pidió que me olvidara de todo y
disfrutara.
Cuando nos alejamos, sus ojos de vuelta en los míos y
nuestras respiraciones entrecortadas, esa sonrisa
devastadora apareció en su cara haciéndome sentir más
vivo que nunca.
—¿Eso ha sido un sí?
Sonreí y asentí porque lo fue, aunque estuviéramos
condenados mucho antes de empezar.
—35—
«PIANO PIANO»

—Así que...
Sabía lo que iba a continuación, pero no le interrumpí.
Después de que Wes y Levi se marcharan a eso de las
doce, justo tras acabar con esa botella de Johnnie Walker a
la que no dejé que el picapleitos se acercara, tuve que
enfrentarme a la «charla».
—El abogado y tú...
—Levi y yo, ¿qué? —Resoplé mientras recogía los platos
del lavavajillas—. Haz la pregunta sin más.
Supo que algo pasaba cuando volvimos a mi
apartamento después de haber estado más de media hora
en el suyo, primero negociando sobre una posible relación
sin etiquetas y luego enrollándonos como dos adolescentes
que habían perdido la noción del tiempo. Sí, fue eso lo que
nos mantuvo en el suelo de su cocina sin querer levantarnos
de allí y por primera vez no sentí el deseo de llevarlo más
allá. Disfruté del momento y me moría por hacerle ver que
sería igual de bueno siempre porque entre nosotros, aparte
de una química brutal, había algo más profundo.
—¿Qué sois?
—Amigos —respondí casi al instante.
—Hummm... —Asintió y después suspiró mientras decía
—: Ya.
—¿Qué quieres que te diga? Al parecer lo tienes resuelto.
—¿Por qué te defiendes, Col? No te estoy atacando.
Era cierto que no lo hacía pero me sentí así; atacado.
Sabía que Seth tenía una opinión al respecto y también que
no me iba a gustar a juzgar por la preocupación en su cara
cuando comencé a ser un estúpido esquivo. Pero en este
momento lo que menos me apetecía era escuchar a uno de
mis mejores amigos advirtiéndome del peligro que corría si
me adentraba en ese terreno fangoso.
—Apuesto a que no te gusta mi amistad con él.
—¿Por qué no lo haría? No es mal tipo.
Seth se acercó hasta mí, que seguía sacando platos del
lavavajillas, y arrebató el que acababa de sacar para
colocarlo en el armario. El muy astuto siempre supo cómo
acercarse a mí, incluso en los momentos en los que era
mejor mantener la distancia por si me daba por morder.
—¿Sabes que fue abogado de Simmons?
Así que todo se trataba de eso...
—Sí. Lo sé.
—¿Y cómo te hace sentir?
—Como una auténtica mierda —Escupí sintiendo cómo mi
enfado iba a más por culpa de su intromisión—. Pero él no
sabe por qué odio a ese hombre desde mis entrañas,
aunque después de su anuncio de la fundación a nombre de
mi padre, creo que algo intuye.
—¿Se lo vas a contar?
—Si surge, lo haré.
Miller frunció los labios pensativo y luego asintió sin decir
una sola palabra, crispándome aún más.
—¿Qué?
—¿Sabe Levi algo sobre...?
—¿Mi infancia de mierda? —Seth bajó la vista mientras su
quijada se apretaba, pero finalmente asintió—. Sí, algo
sabe. No todo. No me gusta que la gente me mire
compasiva. Solo le mencioné un poco por encima la
situación y también le dije por qué ese cabrón no merecía
que nadie le alabara.
—¿Y qué te dijo?
—Me echó un polvo épico. Bueno, fueron tres. Todos
brutales.
—¡Hostia, Colin!
—Es lo que pasó. —Sonreí encogiéndome de hombros—.
Estaba muy enfadado y me calmó. Fin.
—Mierda —dijo sonriendo—. Le debo cincuenta dólares a
Melissa.
—¿Por?
—Cosas móas —contestó con rapidez—. Por cierto, me ha
dicho que como no vayas al cumpleaños de tus sobrinas,
vendrá a por ti.
—Sí, mi hermano y ella están pesaditos con el tema.
—¿Te molesta?
—Claro que no. —Sonreí y negué agarrando uno de los
vasos para secarlo—. Es solo que me siento un poco fuera
de lugar, ¿sabes? Como que de repente no encajo en toda
esa familia que han formado y...
—Sabes que eso es una patraña, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Supongo que necesito relajarme un poco y
encontrar mi camino.
—Creo que ya lo has encontrado. —Sonrió—. Porque
admitirás que te gusta el vecino, ¿no?
—No —dije sorprendiéndole—. Es más que eso, ¿sabes?
Terminé de apilar los platos y los vasos en el armario y
cerré la puerta del lavavajillas antes de dirigirme hacia el
sofá para dejar caer mi culo sobre él, cuando Seth me siguió
sentándose en uno de los sillones a mi lado.
—No he sentido algo así antes, joder. Nunca.
Sabía que esa última palabra le hizo daño, pero no podía
dejar de ser sincero con Seth porque si nuestra amistad
tenía una fortaleza envidiable era, entre otras cosas, porque
siempre nos decíamos la verdad.
—Parece serio.
—Francamente, no tengo idea —dije tendiéndome en el
sofá mientras ponía mi brazo sobre mis ojos—. Estoy
perdido porque es como un libro escrito con tinta invisible,
¿sabes? Y aun así no me cuesta leerlo. Es que nunca me
había pasado esto y estoy tan confuso...
—No sé cómo ayudarte, cielo. Cuando conocí a Levi me
pareció el mayor gilipollas de la tierra.
—Sí. —Sonreí—. Tiene ese efecto en la gente.
—No tardé en saber que le juzgué mal. Es un tipo tímido,
quizás demasiado y eso, a veces, es peligroso. No sé, Colin.
Debes tener muy claras las cosas para querer meterte ahí.
—Solo necesita saber que puede confiar en mí. Que
puede dejarme entrar.
—A lo mejor no quiere hacerlo. Puede que no quiera que
nadie le salve.
—¿Crees que necesita que le rescaten?
—Con urgencia —dijo seguro de sus palabras asintiendo
con tristeza.
—¿Por?
—Me di cuenta de que su problema era más grave de lo
que parecía cuando empezó a dejar de vernos. A veces
cenábamos en casa de tu hermano, otras donde Jason o en
nuestra casa y él venía con Wes. Pero, de buenas a
primeras, su actitud cambió.
—¿Sabes por qué?
—No tengo idea, aunque igual Mel sí lo sabe y puede
ayudarte.
—¿Sabes? No quiero sonsacar información sobre Levi.
Necesito que se abra porque quiera hacerlo, ¿entiendes? No
voy a tomar el camino fácil para llegar hasta él. Quiero
hacerlo bien. Quiero que se sienta bien conmigo y que
después de conocernos decida quedarse.
—Col...
—Sé lo que piensas y te equivocas —dije retirando el
brazo que tapaba mis ojos para mirarle—. Él no entra en tu
teoría. No estoy usando a Levi para vengarme de mi padre y
tampoco me estoy aferrando por miedo a estar solo el resto
de mi vida. Es diferente esta vez y estoy acojonado.
—Ten cuidado, ¿vale?
—Lo tendré.
Dormí apenas tres horas. A las cuatro de la madrugada
sonó mi despertador y me preparé para marcharme al
obrador. Cuando terminé allí, volví a casa a darme una
ducha y desayunar rápidamente con Seth antes de que se
marchase a unas jornadas de psicología que organizaba su
mentor. No iba a negar que su visita me sorprendió, pero
más lo hizo que viniera sin su apetitoso marido y sin su niña
adorada. Pero cuando me dijo que venía por trabajo, todo
tuvo sentido.
Tras el desayuno me despedí de Seth y corrí hasta el
apartamento del vecino, muerto de ganas de disfrutar de un
brunch con el picapleitos.
Anoche, antes de irse, le retuve con la intención de
proponerle el plan para hoy pero me rogó en silencio que no
lo hiciera. Supuse que necesitaba hablar con Wes sobre la
confesión que me hizo en su cocina, esa acerca de su
relación tóxica con Johnnie Walker. Así que lo dejé estar y le
escribí un mensaje tan pronto como escuché que la puerta
de su apartamento se cerraba.
Ahora estaba frente a ella, a punto de llamar a su timbre,
mientras mis manos sudaban por culpa de la ansiedad.
Jamás pasó esto antes. Nunca.
Yo era un tipo cargado de confianza y seguridad, por eso
me sorprendió este sentimiento que me recorría a su antojo.
Seguro que fue porque quería que lo mío con Levi llegara a
alguna parte ya que ninguna de las relaciones que había
tenido hasta el momento fue seria. Y no, no tenía nada que
ver con no querer fracasar de nuevo, por mucho que mi
mejor amigo lo pensara aunque no lo dijera. Quería que
funcionara por lo novedoso de la situación, porque dejé de
tener control sobre lo que sentía por él desde que le ataqué
en el hall del hotel de mi hermano. Después de aquello
pensé que no le vería hasta que nos invitaran a otra fiesta,
pero tuvo que instalarse en el apartamento de al lado. Ese
al que iba a llamar en un segundo...
—Cambio de planes.
...pero no pude hacerlo porque abrió la puerta de golpe y
me sorprendió con cara de tonto sin saber cómo reaccionar.
—¿Q-Qué?
—Me he quemado la mano —dijo alzando su mano
derecha.
—¿Qué ha pasado?
—Olvidé que la inducción estaba caliente, puse la mano
sobre ella y ya está...
—Eres un desastre —dije intentando no echarme a reír—.
¿Te ha visto un médico?
—No hace falta. Sé cuidar de mí mismo.
—Ya veo —dije, mis ojos sobre la venda en su mano—.
¿Te duele?
—Sí, para qué negarlo. —Suspiró—. Me temo que
tendremos que...
—Si crees que vas a cancelar esto estás muy equivocado.
Vengo a secuestrarte.
—Suena aterrador.
—Deberías tener miedo —Bromeé—. Vamos a un lugar
del que no podrás huir.
—Te seguiré con gusto.
Eso me sorprendió. Todavía no sabía el motivo pero,
desde que estuvimos en el cumpleaños de Steve, me di
cuenta de que Levi no soportaba tener la atención sobre él.
Que me dijera que no llevaba bien estar rodeado de gente
me dio una pista, pero no creí que fuera un problema tan
serio hasta que comimos juntos aquel día en el que me dio
las gracias por pedir que nos pusieran en un reservado. Por
eso tuve que asegurarme de que no se sentiría incómodo
con mi atrevimiento.
—¿Estás seguro? Si quieres podemos quedarnos aquí y...
—Lo estoy. —Le miré dudando de la veracidad de su
respuesta y cuando él lo notó me dijo—: De verdad, Colin.
Estaré bien.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
El muy idiota sonrió y casi me deshago vivo.
—¿Vamos?
Le llevé a tomar el brunch a un barco.
En esta ciudad era común viajar en ellos cuando querías
pasear por el río Míchigan. Eran un reclamo, sobre todo para
los turistas, por eso pensé que Levi se sentiría muy
agobiado si este paseo en barco estaba concurrido y para
evitar un desastre llamé a la empresa antes de reservar dos
billetes, para comprobar que en el pase de las doce apenas
había pasajeros.
Era lógico rozando el mes de abril. Además, hoy era
laborable y los días entre semana casi nadie transitaba por
este lugar. Por eso me decidí después de todo y aquí
estábamos, en la orilla del río a punto de subir a aquel barco
en el que tomaríamos nuestro tentempié.
—Estás a tiempo de detener esto —dije, mirada al frente
siguiendo a los pocos turistas que había hoy—. Solo tienes
que decirlo y te saco de aquí.
—¿Ahora eres mi guardaespaldas?
—No me importaría.
Caminé sin esperar una respuesta mientras me acercaba
al señor que recogía los billetes y de reojo le vi sonreír,
negando en silencio. Le encantaban mis réplicas y por
mucho que me dije que debía comportarme para que él
creyera que mis palabras eran sinceras, simplemente salió
de mí. Formaba parte de mi personalidad y yo le dije que
quería que me conociera tal cual era.
Diez minutos más tarde, comíamos en una de las grandes
mesas redondas de la cubierta.
Al principio nos costó arrancar, pero en cuanto dejé que
mi boca hiciera de las suyas, todo fluyó sin más.
—Entonces, eres el hermano del medio.
—Así es —respondió asintiendo—. Eli es mayor que yo un
año y luego está Asher; el pequeño.
—Ajá... —Acabé con mi porción de pan con queso y
después le dije—: ¿Con quién te llevas mejor?
—Con Ash.
—Sin dudas, ¿eh?
—Solo es más fácil hablar con él. Eli y yo chocamos
mucho, tal vez por nuestro carácter —dijo encogiéndose de
hombros—. A ver, no dudo que me quiera, pero no
congeniamos.
—¿Y siempre ha sido así?
Hasta ese momento había estado relajado, centrando su
atención en mí y evadiéndose del resto del mundo. Pero esa
pregunta hizo que levantara un muro entre nosotros y lo
supe porque su mirada me dejó en cuanto terminé de
hacerla.
Genial, había metido la pata.
—No, no siempre.
—Siento mucho haber tocado un tema delicado.
—No te preocupes —dijo llevándose su copa de agua a la
boca y tras dar un trago la soltó sobre la mesa y me miró—.
No le caía bien mi último cliente. Tenéis eso en común.
En mi boca quemaba una pregunta que me moría por
hacerle. Quería saber por qué a su hermana Eli le molestó
que defendiera a Simmons y también el motivo por el que
eso le hacía sentir tan triste. Pero no era el momento. Esta
cita era para conocernos mejor y tal vez debería aligerar un
poco las cosas.
—¿Cuál es tu color favorito?
—¿Q-Qué?
—Color favorito —Repetí sonriendo—. Todo el mundo
tiene uno.
—Sí, tal vez con seis o siete años —Se burló y yo le di una
patada por debajo de la mesa—. ¡Ey!
—Color fa-vo-ri-to.
Sonrió sacudiendo el suelo bajo nuestros pies y yo quise
que el momento durase para siempre.
—Últimamente soy muy fan del verde —dijo, guiño al aire
sin dejar de mirar mis ojos.
—Ah, así que ahora estás intentando ligar conmigo, ¿no?
—¿No lo haces tú siempre? ¿Por qué no invertir los
papeles?
—Porque yo caería en medio segundo. ¿De verdad
quieres que suceda?
—No tienes remedio. —Su sonrisa se amplió.
—Si sigues haciendo eso voy a besarte y fastidiaré mi
plan de conocernos «piano piano».
—Colin...
—No. No digas que no funcionará. No te cierres y disfruta.
En un movimiento rápido agarré su mano y me
sorprendió que no hiciera el amago de apartarse. Al
contrario, entrelazó sus dedos con los míos y de no haber
sido porque estábamos en mitad del agua, habría salido
corriendo por lo que sentí.
—¿Cómo te encuentras? —pregunté en un susurro ronco
por culpa del nudo que se había instalado en mi garganta.
—Estoy bien, repostero. En cambio tú pareces aturdido.
—Es que odio el mar —Confesé provocando una
expresión de asombro en su cara—. Bueno, en este caso
estamos navegando un río, pero viene a ser lo mismo.
—No lo entiendo. —Su mano apretó la mía, podía
asegurar que de forma inconsciente—. Me dijiste que te
encanta la playa.
—Sí, me calma estar allí, me trae recuerdos bonitos. Pero
nunca me verás dentro del mar. Me aterra —sonreí
incómodo.
—¿Por qué?
—No es una historia para una primera cita.
—En realidad sería la cuarta —replicó insolente y yo
sonreí.
—¿Ah, sí? —Él asintió—. Pareces tomarlo en serio.
—¿No es eso lo que quieres? ¿No quieres que me deje
llevar y vea hacia dónde vamos? —Ahora asentí yo—. Pues
entonces sí, lo tomo muy en serio aunque sepa que no...
—No te atrevas a decirlo. No lo estropees.
—De acuerdo.
No me di cuenta de que nuestras manos seguían
entrelazadas hasta que sentí que las apretaba de nuevo,
captando mi atención.
—¿Color favorito?
Me reí sin poder evitarlo. Solté una carcajada tan enorme
que la gente de la única mesa que estaba ocupada junto a
la nuestra nos miró, aunque parecía que Levi había
construido una muralla a nuestro alrededor para que nadie
nos molestara.
—El gris antracita.
—¿Quién está jugando ahora?
—Yo —dije llevando nuestras manos a mi boca y después
de dejar un beso dulce en el dorso de la suya, le dije—: Y te
digo una cosa; no pienso perder.
No mentí.
Haría lo que fuera necesario para salir vencedor, así
tuviera que adentrarme en mitad del océano.
—36—
«EL SEGUNDO DE SIETE»
Nunca imaginé que un día cualquiera estaría con Levi en
su espacio seguro, acurrucados en plan pareja melosa.
Jamás. De hecho me sorprendía que tuviera ese lado
romántico.
Anoche, en cuanto volví de echar el cierre al Bite Me, vine
a su apartamento con intención de cenar juntos, pero una
charla sobre música nos entretuvo y acabamos picoteando
algo en su salón. Y fue cuando terminó esa especie de cena
improvisada y sugirió terminar el segundo día de nuestro
acuerdo, que me di cuenta de que no quería irme. Tuve que
persuadirle para que me dejara quedarme un ratito más y
por eso terminé aquí, en su cama, y con su cabeza en mi
pecho mientras mis dedos se enterraban en su pelo sedoso
dejándole inconsciente.
Cuando desperté y vi los rayos de sol bañando su cuerpo
medio desnudo, el pánico me atacó al pensar en la reacción
de Levi en cuanto abriera los ojos. No había que ser muy
listo para saber que el abogado no era de los que pasaba la
noche acompañado y que lo hiciera conmigo daba miedo.
Sin embargo se esfumó cuando me miró calmado y me
contagié de ese humor al ver esas pestañas gruesas
batiéndose mientras Levi intentaba adaptarse a la luz del
amanecer.
—Voy a la ducha —dijo casi saltando de la cama—.
¿Vienes?
—No. —Levi me miró confuso—. No porque los dos
sabemos cómo acabará y eso haría fracasar nuestro
acuerdo de ir despacio, abogado.
—Es solo una ducha, Colin.
—No, no conmigo. No tienes idea del esfuerzo que estoy
haciendo ahora mismo para no lanzarme sobre ti y
arrancarte la poca ropa que llevas.
Solo llevaba un bóxer negro, ajustado, y el muy idiota
metió sus pulgares en el elástico de la cintura y jugueteó
con ella.
—Sería tan fácil deshacerse de esto... —Suspiró.
—Métete en el baño. —El cabrón sonrió y yo terminé
ladrando—: ¡Ya!
Me encantaba ese lado del picapleitos porque se soltaba
sin darse cuenta.
Al escuchar el sonido del agua corriendo, me levanté de
esa cama del pecado. Hacía como tres horas que debía
estar en el obrador, pero ser el jefe tenía sus ventajas y
saltarme el turno de hoy mereció la pena. Sin perder un
minuto me levanté buscando mis pantalones y mientras me
los ponía me fijé en ese armario negro que tenía tanta
presencia en la habitación del abogado. Separado por una
fila de cajones, tenía dos puertas y podía apostar mis manos
a que tras ellas había muchos de esos trajes que le
quedaban para morirse.
No supe muy bien qué fue, pero algo me movió contra mi
voluntad y acabé frente a ese armario con la intención de
investigar un poco. Al principio dudé, pero después abrí sin
más la puerta de la parte derecha y sonreí ante la variedad
de colores que había allí dentro. Era extraño para alguien a
quien no le gustaba ser el centro de atención. Esa gama de
colores era atrevida hasta para mí y me costaba creer que
esos trajes le pertenecieran. Aunque tal vez eran de una
época lejana en la que el picapleitos era un hombre
extrovertido.
Un poco confuso cerré la puerta y me dirigí a la parte
izquierda y, si los trajes me sorprendieron, lo que había aquí
lo hizo más. Eran más trajes, pero estos de una gama del
gris al negro que cuadraban más con Levi. Junto a ellos,
sobre una balda, ropa normal. Pero normal de mortal común
y corriente. De alguien que no gastaba demasiado dinero en
ello. Camisetas básicas de varios colores, algunos vaqueros,
ropa deportiva bien doblada y a su lado la gorra de los Bulls
que llevó en nuestra cita junto a una sudadera de los
Milwaukee Brewers. Una sensación rara irrumpió dentro de
mí nada más ver esa prenda, manipulándome hasta el
punto de obligarme a cogerla sin permiso. Y, no conforme
con hacer eso, me obligó a llevarla hasta mi nariz para
inhalar su aroma cerrando mis ojos.
No era del abogado. No olía como él. Levi desprendía un
aroma a madera y especias, era oscuro e intenso, tanto que
su olor hacía temblar mis rodillas y esta sudadera olía a
menta. Sin soltarla, me fui directo a los cajones. Eran seis y
quise abrirlos uno a uno, pero mi mano fue directa al último
y siguió invadiendo la privacidad del abogado.
En ese cajón había un marco plateado con una fotografía
en la que salían Levi y un tipo, los dos sonriendo agarrados
a la cintura del otro.
Por cómo iba vestido el picapleitos, estaban en la
graduación de Levi que hacía un intento de sonreír con ese
birrete y una banda con la fecha de su promoción. Aunque
no fue eso lo que llamó mi atención. Fue la complicidad que
emanaba de aquella foto la que me echó a arder de la rabia.
El tipo junto a él parecía algo mayor que Levi, por lo que no
podía ser un compañero de instituto, al menos no del mismo
curso. Además, esa conclusión se ratificó porque el chico en
cuestión no llevaba la toga ni el ridículo birrete. Así que o
eran amigos o algo que no me estaba gustando demasiado.
Sabía que no tenía derecho a enfadarme porque todos
teníamos un pasado, pero no ayudó nada que dentro de ese
cajón y junto a la fotografía estuviera aquella pinza con su
inicial que le vi en su corbata el día que me recogió en el
aeropuerto, porque algo me hizo intuir que esa pieza
plateada les unía. Incluso podría apostar todo lo que tenía
sin perderlo a que el dueño de la sudadera estaba en esa
foto.
No debí husmear.
Quizás mirar su ropa no fue algo demasiado grave, pero
encontrarme con aquella fotografía me hizo sentir como si
estuviera invadiendo su intimidad y por eso debí dejarla allí
dentro en cuanto terminé de verla. Pero no pude. No porque
ese tipo me miraba a través del metacrilato y sus ojos se
estaban clavando en los míos de una manera intensa, como
si quisiera decirme algo. Como si quisiera «pedirme» algo.
Eso y el olor de la sudadera terminaron por hipnotizarme.
—¿Qué estás haciendo?
Por eso no escuché al picapleitos saliendo del baño.
Mi espalda se tensó ante su tono, mientras un sudor frío
me recorría para dejar mis manos heladas.
—Lo siento. Solo estaba echando un vistazo y...
—¿Has terminado?
—Levi, lo siento mucho.
Sus labios apretados, su nariz dilatada y su mandíbula a
punto de partirse no auguraban nada bueno para mí. Llegó
a mi lado en menos de dos pasos y no tardó en arrebatarme
sus cosas de mis manos errantes para devolverlas a su
lugar.
—Si quieres que esto funcione, no rebusques en mis
cajones.
—Yo no... —Suspiré y me disculpé una vez más—. Lo
siento. No debí haberlo hecho.
Sentí una vergüenza enorme mientras me miraba
disgustado y por eso no dudé en acabar de vestirme para
poder irme de allí cuanto antes.
—Será mejor que me vaya.
De repente ya no estaba ese Levi juguetón que intentó
seguirme el ritmo hacía tan solo unos pocos minutos. Había
regresado el abogado hosco al que me encantaba provocar
y lo habría hecho si no fuera porque mi objetivo era otro. No
quería pelear con él y terminar en la cama. Eso lo dejaría
para cuando fuéramos pareja y, si dependía de mi
perseverancia, lo acabaría consiguiendo por muchas veces
que apareciera el Levi esquivo.
—No, no tienes que hacerlo —dijo y después regresó al
baño.
—Está bien, tengo cosas que hacer de todas formas.
Solo tenía que atar los cordones de mis zapatillas y
podría salir corriendo. Ese era el plan, al menos lo fue hasta
que le sentí a milímetros de mi espalda y tiró de mí hasta su
pecho mojado por culpa de esa ducha que se dio solo y que
acabó humedeciendo la tela de mi camiseta.
—Lo siento —susurró contra mi oído—. No quería hacerte
sentir mal, Col. Es solo que...
—No te gusta que toquen tus cosas sin permiso —dije
terminando su frase—. Lo entiendo y me disculpo.
—No lo hagas.
De repente me apretó más contra él y yo solo quise
fusionarme con los músculos de su pecho.
—He exagerado —continuó—. Estoy de mal humor por
culpa de un mensaje de mi hermano y lo has pagado tú. Lo
siento.
Me hubiera gustado estar así una eternidad, pero su tono
decaído me obligó a girar entre sus brazos y a mirarle de
frente. Por lo que su rostro reflejaba, nada de lo que dijo era
mentira. De verdad estaba molesto y arrepentido por cómo
me habló, incluso aunque me lo merecía por cotilla.
—¿Qué quería tu hermano?
No respondió. Parecía muy perdido en su cabeza.
—¿Lev?
Sí, a mí también me sorprendió pero salió sin más.
—No me llames así —dijo a modo de regañina pero
enseguida se arrepintió y cambiando el tono a uno más
amable dijo—: Por favor.
—Perdón.
—Joder...
No sabía a ciencia cierta lo que le estaba pasando, pero
podía imaginarlo. Como siempre sucedía con él, se adentró
en esa batalla en la que un lado de él quería mantenerse
alejado y el otro, el que cada vez asomaba más, quería
abandonarse en mis brazos.
Era tan intensa su lucha que empecé a sufrir por él y
cuando vi que comenzaba a parecer ansioso, atrapé su cara
entre mis manos y le besé para intentar aliviar su pesar.
—Te dije que no sé hacer esto, Colin. No sé qué hacer
para que funcione.
—¿Por qué no funcionó con tu ex?
Mi boca fue por libre y no debió sacar un tema tan
personal viéndole así de angustiado, pero quiso intentarlo.
Tal vez, si era capaz de verbalizar lo que había pasado,
podía cambiar su forma de ver las cosas.
Levi miró hacia el armario, suspiró y dejó caer su cabeza
hacia delante mientras frotaba su cuello con intensidad.
Después volvió a mis ojos y negó en silencio antes de
responder.
—Porque me faltó lo esencial para que una relación
marche, rubio.
Me sentí el ser más despreciable del planeta en ese
momento al notar la euforia recorriéndome sin piedad. Y no,
no era porque al fin se estaba abriendo conmigo, ni
tampoco porque me había dado a entender que no sintió lo
que debía por ese tipo de la foto. Aunque quizás no se
refería a él y me estaba montando una película. El caso fue
que lo que logró sacudirme, lo que erizó mi piel de verdad,
fue ese «rubio» saliendo de sus labios. Era la segunda vez
que lo hacía y volvió a ocurrir lo mismo, aunque tras la
primera en su apartamento después de confesarme que
tuvo problemas con la bebida lo dejé estar.
—Y me da mucho miedo intentarlo contigo para descubrir
que...
—Chsss... —No tardé en tapar su boca con mi mano—.
Eso solo podremos saberlo si lo intentamos. Por ahora lo
estamos haciendo bien, ¿no?
—Llevamos dos días, repostero —dijo contra mi mano—.
Dos días saliendo sin etiquetas.
—¿Y qué tal?
—No lo sé, pero digamos que podría acostumbrarme a
ello.
—Que buena respuesta, picapleitos —dije besando su
mejilla—. Ahora dime qué quería tu hermano.
Me contó que el plan de Asher era tener un almuerzo en
familia porque su madre tenía alzhéimer y quería disfrutar
de ella antes de que fuera demasiado tarde y acabase
borrándoles de sus recuerdos. Al menos de los más
recientes. Me sorprendió mucho porque la madre de Levi
podría ser más o menos de la edad de la mía, alguien
todavía muy joven para esa enfermedad.
—¿Quieres ir?
—No —dijo decidido—. Pero no tengo otra opción. Haría
cualquier cosa por mamá.
Asentí y mi cabeza ya iba a más de mil millas por
segundo. De un salto me levanté de la cama en busca de mi
teléfono que seguramente lo habría dejado abajo, en el
salón, y antes de ir a por él le di un beso en la frente que le
sorprendió tanto como a mí.
—Te llevo. Deja que mueva algunos turnos y nos
pondremos en marcha.
Sí, quizás era un plan arriesgado pero nada iba a
impedirme pasar tiempo con él. Tenía cinco días más para
demostrarle que podíamos hacer que sucediera y no iba a
desaprovecharlos, aunque tuviera que ir con él al
mismísimo infierno.
Mi boca se abrió en cuanto cruzamos aquella puerta
metálica y el desconcierto me mantenía en un estado de
mutismo desconocido para mí.
Quizás era una apoplejía la que estaba haciendo que mis
ojos saltaran de mis órbitas como si fuera un dibujo
animado, porque alguna explicación tenía que haber para
esto. En otra ocasión no hubiera dejado pasar la
oportunidad de meterme con él dando mi opinión sobre ese
palacio que se vislumbraba desde que entramos por esa
carretera secundaria, sí. Habría hecho millones de chistes
de gente rica y frívola con problemas del primer mundo y
me hubiera reído mucho a su costa. Pero algo estaba
pasando conmigo mientras mis manos se aferraban al
volante del coche de alquiler del picapleitos, mientras mis
nudillos se volvían blancos cuanto más nos acercábamos a
aquella belleza tan monstruosa.
Después de que los armarios que custodiaban la puerta
dieran el visto bueno que nos dio acceso al recinto, olvidé
parpadear cuando Levi me pidió que aparcase junto a la
puerta principal que quedaba justo al rodear una enorme
fuente digna de una rotonda en mitad de cualquier ciudad.
En otro momento no se hubiera librado de mí, ni de una de
nuestras batallas campales pero ahora, sentado en su coche
mientras le miraba de soslayo, no quería pelear porque esa
rabia del principio ya no estaba. En su lugar había algo
mucho peor. En concreto mis sentimientos saliendo a la
superficie.
¡Ay, Dios! Estaba medio enamorado de él y ni siquiera me
di cuenta de cómo pasó.
Este incómodo debería molestarme pero, por algún
motivo, me encontraba magnetizado mientras le miraba
tener un ataque de pánico justo cuando escuchó cómo
tiraba del freno de mano.
Era precioso y fascinante.
Un adulto de treinta y siete años asustado y temblando
por lo que fuera que había al otro lado de esa puerta, y todo
lo que yo quería era quitarle el cinturón de seguridad y
atraerle hacia mí para no soltarle jamás, aunque nunca
quisiera hablarme sobre lo que había en su cabeza. Aunque
nunca quisiera hablarme sobre nada en absoluto.
Sí, definitivamente estaba medio enamorado del tipo.
—¿Estás bien? —Levi asintió sin apartar sus ojos del
salpicadero—. ¿Quieres que dé media vuelta y te saque de
aquí?
Negó con energía sin abrir su boca mientras cerraba los
ojos con fuerza y respiraba por la nariz. Luché contra el
mismísimo diablo para mantener mis manos en su sitio y no
hacer ninguna tontería como tocarle, porque me moría por
alcanzar su cara y asegurarle que todo saldría bien. En su
lugar, respeté su ritual y decidí darle todo el tiempo que
necesitara hasta que estuviera listo, cuando el sonido de
unos nudillos golpeando su ventanilla hizo que su
mandíbula se tensara casi logrando machacar sus muelas.
—Señor Connors...
Levi abrió los ojos y su expresión asustada de hacía un
segundo había desaparecido para dejar lugar a una que
conocía bastante bien. Estaba cabreado.
El tratamiento del que deduje que era una especie de
asistente le molestaba hasta el punto de querer fulminarle.
Pero si conocía bien al picapleitos, no lo haría. Levi era
demasiado correcto y educado. Él solo se soltaba en la
privacidad del dormitorio y haciendo lo que quería conmigo.
Y no, no me estaba quejando en absoluto.
—Buenas tardes, Austin —Levi suspiró—. ¿Dónde está
mamá?
—Con la señora Lena en su habitación. Están
preparándose para...
—Gracias —dijo sin dejarle continuar.
—Su padre quiere que le espere en el salón.
Los ojos del tal Austin se clavaron en mí, curiosos por
intentar saber quién demonios era el tipo rubio con gafas de
sol, en vaqueros y con una bomber de colores que tan poco
combinaba con aquel espacio, pero en cuanto se dio cuenta
de que se estaba excediendo con su repaso, regresó su
atención a Levi que parecía petrificado sobre su asiento.
—Austin, ¿verdad? —El tipo asintió al mismo tiempo que
Levi giró su cabeza para mirarme—. Danos un minuto, ¿de
acuerdo? Necesito hablar con el señor Connors.
Los ojos de Levi ardieron de la rabia al escuchar cómo
acababa de llamarle, mostrándome sin abrir su boca las
maneras en las que quería matarme por ello, pero no me
importó porque conseguí mi objetivo; que se centrara en mí.
En cuanto ese hombre nos dejó a solas, él volvió a ese
estado de desasosiego, tenso sobre el asiento, su puño
izquierdo apretado junto a su pierna, el derecho a punto de
reventar la venda que la envolvía, y con su mirada perdida.
Y como no soportaba un segundo más estar sin consolarle,
estiracé mi mano y la coloqué sobre su izquierda notando
cómo se apretaba un poco más.
—Ey —Él no se inmutó—. Levi, mírame.
—Tengo que entrar —dijo, su tono ronco y susurrado
dándome escalofríos.
—Lo sé. —Asentí perdiéndome en las facciones marcadas
de su cara mientras mi mano intentaba relajar la suya—. No
te robaré mucho tiempo.
Cuando sentí que su mano empezaba a ceder a mi
petición mientras se abría, busqué entrelazar la mía con
delicadeza, acariciando sus nudillos colándome entre sus
dedos de pianista y cuando lo logré, él atrapó ms dedos con
fuerza, como si tuviera miedo de dejar de tocarlos.
—Levi... —Lo intenté de nuevo y funcionó aunque evitó
mis ojos—. Lo voy a preguntar una vez más, ¿de acuerdo? —
Él exhaló derrotado pero no quiso interrumpirme—. ¿Quieres
que te saque de aquí y nos lleve de vuelta a casa?
—No.
—Está bien.
Asentí cuando él suspiró por última vez antes de soltar mi
mano provocando que un frío horrible me recorriera. No me
sentía bien con aquello. Algo en mí sabía que dejarle entrar
a esa casa no era la opción correcta, pero no podía hacer
nada sabiendo que era lo que él quería hacer. Debí dejarlo
estar y ceñirme a lo que habíamos planeado una vez le
dejara en este sitio; dar una vuelta por su pueblo y llamarle
en unas horas para saber si había terminado. Sin embargo,
una fuerza sobrenatural se apoderó de mí al ver su
abatimiento a través de sus hombros caídos y de la
expresión de terror en su cara al abrir la puerta del pasajero
mientras salía del coche. No podía dejarle entrar. Solo tenía
que estirar mi brazo, atrapar su muñeca y tirar de él para
secuestrarle y huir. Era una idea descabellada y aun así
sonaba bien para mí, tanto que ni siquiera supe cuando
decidí perpetrarla. En un abrir y cerrar de ojos, mi mano
estaba sujeta a su muñeca con fuerza pero mi mente
decidió cambiar el final de mi plan y, en lugar de tirar de él
hacia el coche, bloquear las puertas y huir de allí, esperé
hasta que tuve su atención y entonces le pregunté:
—¿Quieres que entre contigo?
Esperaba un poco de sorpresa en su reacción.
¡Joder! Yo mismo me sorprendí de preguntar algo como
eso. No quería inmiscuirme en asuntos familiares aunque
deseara desde mis entrañas que lo nuestro funcionara. No
porque era demasiado pronto para conocer a los padres o a
su familia por mucho que él conociera a parte de la mía.
Nosotros íbamos a fuego lento y debía ir con pies de plomo
si quería que siguiera estando a gusto. Pero el picapleitos
era impredecible y su expresión parecía aliviada, tanto que
me hizo sentir como un héroe sin capa que acababa de
rescatarle cuando suplicó:
—Por favor.
Y mi corazón se saltó unos cuantos latidos cuando a su
súplica añadió una sonrisa colmada de gratitud que
derretiría cualquier iceberg.
Sí, estaba muy muy enamorado de ese tipo y no sabía que
sería de mí si tuviera que dejarle ir.
—37—
«RIVER TWIST»
—Levi, ¿me estás escuchando?
En absoluto.
Desde que Colin decidió hacerme la «13-14»
marchándose en el último momento, mi mente había estado
más que dispersa. El rubio me acompañó dentro de la
mansión pero, una vez comprobó que todo estaba bien a su
alrededor por culpa del encanto del personal que trabajaba
en casa, huyó y me dejó allí; solo ante los leones.
No se lo reprocharía. Este no era el momento de hacer
una presentación en sociedad, ni siquiera aunque solo
fuéramos amigos que se estaban conociendo. No, no era el
día y, pese a que siempre había mostrado su lado de niño
caprichoso, hoy Colin me demostró que también era un
adulto comprensivo y que sabía cuándo retirarse. Sin
embargo no me sentí nada bien cuando se fue, aunque me
dijera que me recogería en cuanto terminase mi almuerzo.
Bueno, lo cierto era que no me estaba sintiendo bien desde
que salimos de Chicago rumbo a River Twist, porque durante
todo el camino tuve la sensación de que fue un error
tremendo aceptar esto. Una comida en casa de mis padres,
como si nada hubiera pasado, era lo último que quería
hacer pero no pude negarme.
—Lo siento, ¿qué?
—Te preguntaba por tu trabajo. No hemos sabido nada
desde que apareciste en televisión con ese tipo.
El comentario de Asher tornó el ambiente más tenso que
las cuerdas de un violín, aunque sus palabras estuvieran
cargadas de inocencia. Él estaba al tanto de las horribles
consecuencias que tuvo para mí aceptar ese caso, pero
parecía el único que había superado todo lo que sucedió. Tal
vez sus ganas de volver a ser esa familia unida que fuimos
cuando éramos pequeños le estaban manipulando. Y es que
Ash estaba feliz en este almuerzo, pero mi padre...
—Elijah, pásame la sal por favor.
...no parecía estar por la labor de ondear la bandera
blanca.
—Papá... —Lo intenté—. ¿Por qué no aclaramos las cosas?
—No hay nada que aclarar, hijo —dijo, su tono severo y
distante—. Tomaste tu decisión cuando elegiste aceptar ese
caso aunque te pedí que no lo hicieras. Te rogué que te
mantuvieras alejado y...
—¿Podemos discutirlo en privado?
—No.
—Oh, vamos Gabriel. —Mamá intervino para sorpresa de
todos—. No seas tan duro con él. Todos cometemos errores
y estoy segura de que se arrepiente de no haberlo hecho de
otra manera. Por cierto, ¿cómo está Kyle?
Joder. Odiaba los viajes al pasado de mamá y no podía
entender cómo nos situaba veinte años atrás, con nuestro
aspecto de adultos y nuestras canas asomando. Pero lo que
más me molestaba era ver la tristeza reflejada en las caras
de mis hermanos y de mi padre.
—Sophie, cariño...
—No, Gabriel. Todo el mundo merece una segunda
oportunidad y, ¿un hijo? Un hijo más... Así que deja de estar
enfadado con los dos.
—Está bien, cielo. Hablaremos más tarde en mi despacho
cuando terminemos el almuerzo.
No logramos aligerar el ambiente, ni siquiera cuando
Lena —la esposa de mi hermano Ash y madre de mi
adorada Juliet— nos contó que estaban intentando ser
padres de nuevo. Por lo visto debía haber algo en el
ambiente que hacía que todas las parejas estables quisieran
reproducirse. La única que pareció alegrarse fue mamá
mientras abrazaba a su nieta y la besuqueaba. Mi padre les
dio la enhorabuena a regañadientes mientras me regalaba
miradas de soslayo más frías que un cubito de hielo. Y la
actitud de mi hermano Elijah no fue mucho mejor. Él
también decidió ignorar mi presencia en casa haciéndome
sentir una persona horrible y no le culpaba. Él, junto con
papá, se había encargado de hacerme saber que no estuvo
de acuerdo con mi decisión. Fue a través de una llamada de
teléfono justo cuando me captaron saliendo de los juzgados
junto a Simmons. Todavía recuerdo sus palabras.
«¿Es que no fue suficiente perderle? Para mí estás tan
muerto como él. No vuelvas por aquí nunca más».
Cada una de esas frases se clavó en mi corazón como un
puñal afilado y lo peor de todo era que la herida estaba muy
abierta, como si acabaran de hacérmela. Supe que defender
a ese hombre tendría consecuencias, pero también pensé
que podrían ponerse mis zapatos. ¡Joder! ¡Deberían saber lo
que suponía para mí!
El almuerzo pasó en un suspiro aun cuando estuve
rezando para que el tiempo se detuviera, pero quienquiera
que estuviera ahí arriba no me creyó digno de ser
escuchado. Lena y Asher me preguntaron por el rubio
misterioso que me trajo a casa, pero no solté prenda. Al
menos nada comprometedor. Les dije que éramos amigos y
ellos sacaron sus propias conclusiones.
—¿Te quedas a la fiesta de esta noche?
—No lo creo —respondí un poco seco a la pregunta de
Lena—. Colin tiene que regresar a Chicago y...
—Así que el «malote» tiene nombre.
—Lena...
—Deberías invitarle —Ash sonrió interrumpiendo mi
súplica—. No sé a los demás, pero a mí me gustaría conocer
al tipo que ha traído a mi hermano a casa.
—No va a poder ser. Él trabaja muy temprano y...
—¿Levi...?
No me dio tiempo a decir nada más. Papá interrumpió mi
intento de excusa haciendo temblar mis piernas bajo la
mesa. Sabía lo que tocaba y aunque quisiera retrasarlo, no
me quedaba más remedio que zanjar esto de una vez por
todas.
—¿Sí, papá?
—Vamos.
Después de disculparnos con todos, giramos dos pasillos
y entramos a su santuario. No preguntó. Ese «vamos» fue
una orden directa y a mí me temblaron las piernas igual que
cuando era un crío. Nunca me metí en líos, sin embargo. Las
veces que estuve en su despacho solo recibí consejos. Él no
podía soportar ver cómo me encerraba en mí mismo, sin
querer acercarme a nadie. No soportaba ver que seguía
siendo un antisocial que no encontraría nunca la paz.
—¿Y bien? ¿Has conseguido solucionar algo?
—Papá...
—No, dime. He visto a ese idiota en la televisión. Te
buscan, ¿verdad? ¿Quieren saber si eres tú?
—Sí.
—¿Y no has hablado, por...?
—¿En serio estás preguntándome eso? Sabes que no
puedo hablar. Sabes que hacerlo sería sacar a relucir ciertas
cosas que...
—No entiendo por qué no me escuchaste.
—Papá, yo...
—No, hijo. Debiste escucharme. Jamás te aconsejaría que
hicieras algo que te perjudicara. Pero tú decidiste ser su
abogado de todos modos. Solo dime si ha merecido la pena.
—Iba a contestarle pero no me dejó—: No, ¿verdad? No
porque te has dado cuenta de que por mucho que quisieras
vengarte de ese hombre, eso no le traería de vuelta.
—¡Necesitaba honrar la memoria de Kyle! Por Dios,
papá... ¡Él quería respuestas, joder! —Escupí en un tono en
el que jamás pensaría que le hablaría y tan pronto como me
di cuenta, me calmé y volví a empezar—: Él necesitaba
saber por qué le dejó atrás. Quería una disculpa.
—Menuda forma de conseguirla; defender a un monstruo
y que sea retransmitido en la televisión nacional.
—Papá, por favor...
—¿Qué? ¿Qué quieres que diga, Levi? No lo entiendo. No
entiendo que, después de todo, sigas obcecado con eso.
Estoy seguro de que tu... —Enseguida se detuvo atascando
esa palabra en su garganta por lo mal que le hacía sentir—.
Que Kyle, esté donde esté, solo quiere descansar. Ese
hombre le dejó atrás sin ningún tipo de remordimiento
porque es una mala persona. Ahí tienes tu respuesta. ¡Por el
amor de Dios, Levi! ¡Tiene otra familia!
—¿De verdad no puedes ponerte en mi lugar?
—¿Y tú puedes ponerte en el mío, hijo? Os di todo. Una
casa, un apellido, una familia, amor y cariño... —Suspiró
apoyando su espalda en el respaldo de su sillón de cuero—.
No sé por qué eso no fue suficiente para él.
—Eso mismo es lo que se preguntaba Kyle cada día,
papá.
Sus ojos azules como el agua más cristalina me miraron
con comprensión. Era como si hubiera resuelto un acertijo
difícil y descansara después de un duro trabajo.
—No entiendo por qué, ¿sabes? —Me sentía muy
frustrado—. No entiendo por qué la vida se cebó así con
nosotros y pensaba que yendo a por él y descargando mi
rabia llegaría a ver la luz al final del túnel, pero no ha sido
así.
—Podías haber preguntado —dijo, su voz rota de dolor—.
Podías haber hablado conmigo y decirme cómo te sentías y
yo te hubiera dicho que Kyle no tenía la culpa de la marcha
de ese hombre y que no le merecía. Podía haberte dicho que
ese tipo siempre fue un ser egoísta que buscaba su propio
beneficio cayera quien cayera. Y podía haberos dicho que
sois los mejores hijos del mundo mucho más, para paliar
esa carencia.
—No papá, no lo entiendes... —Suspiré y me senté frente
a él—. No podías haber hecho nada para evitar que esa
duda se esfumase, ¿sabes? El dolor de Kyle aumentaba día
a día y yo siempre me sentí mal por no poder ayudarle.
Entendía cómo se sentía porque aunque yo nunca tuve
motivos, también me sentía así con todo el mundo. Sabía lo
que era sentir que no eres lo bastante bueno para nadie y
pensé que buscando a ese hombre las cosas cambiarían,
por mucho que eso no le traiga de vuelta.
—Lo sé, hijo. Esa sensación ha estado en ti desde crío y
es lo que te ha convertido en quien eres ahora. Y yo no
puedo sentirme más culpable...
—Papá, no digas eso.
—Lo siento pero así son las cosas, Levi. Eras un niño
distante, desconfiado, un poco huraño, miedoso, inseguro...
Y por mucho que lo intenté, tratándote como un hijo más
porque para mí eres igual que tus hermanos, no conseguí
cambiarte. Sigues siendo ese niño asustado que de vez en
cuando da un golpe en la mesa y comete un acto de
rebeldía. Ya lo hiciste a los dieciocho cuando te marchaste a
San Francisco tras la muerte de Kyle y ahora buscando
venganza en su nombre.
—No es vendetta, papá. Yo... Lo necesitaba —Repetí—. No
puedo entender por qué le dejó aquí con nosotros. No lo
entiendo y quería preguntárselo.
—Puedo llegar a comprenderlo, hijo. Pero; ¿tienes las
respuestas que buscabas? ¿Ha servido para algo? ¿Crees
que Kyle está feliz viendo cómo te apartas de tu familia?
¿Que está feliz viendo cómo te vuelves a encerrar en ti
mismo?
—No, no las tengo. Y con respecto a si ha servido, por si
vale de respuesta; he dejado mi trabajo.
—Sí, me vale, pero no me gusta. No sé, hijo. Te veo
completamente perdido. Tu vida es un orden caótico, si es
que eso tiene sentido. Todo va bien hasta que te sientes
atacado y es entonces cuando, en lugar de enfrentarte a los
problemas, huyes y crees que así se soluciona todo. Pero
deja que te diga algo; no serás feliz hasta que le hagas
frente a todo eso que te da miedo.
—Por eso acepté el caso de Simmons.
—Pero no lo enfrentaste, hijo. Te quedaste allí como un
mero espectador para ver su reacción. Apuesto a que no
tuvo el coraje de decirte que sabía quién eras.
—No lo hizo. —Suspiré—. Aunque puede que no me
reconociera.
Papá no pudo evitar soltar una carcajada llena de
sarcasmo ante mi comentario, mientras abría el primer
cajón de su mesa y sacaba una botella de whisky haciendo
que mis ojos se clavaran en ella y que un nudo enorme se
instalara en mi garganta.
—Tienes los ojos de tu madre —Apostilló abriendo la
botella—. Y ese idiota bebía los vientos por ella, por lo que
estoy seguro de que te reconocería en mitad de un
concierto multitudinario así que no le justifiques, por favor
—Papá se levantó, cogió dos vasos del mueble que había
tras él y volvió a sentarse sirviendo dos copas y yo me quise
morir—. Sigue siendo un ser repugnante que se vale de las
personas hasta que dejan de ser útiles para él. Dejó a su
hijo a mi cargo porque no entraba en su ideal de familia
perfecta. Porque un hijo que quería ser modista y diseñador
no era normal. Por eso no dudó en marcharse sin mirar
atrás. Y ahora, años después, te ha hecho lo mismo. Cuando
le dejaste tirado te echó a los leones haciendo que la prensa
te persiguiera porque le encanta tener el foco sobre él.
—Si eso es lo que te preocupa puedes estar tranquilo, no
me han encontrado en Chicago —dije sin apartar los ojos de
la botella—. No perjudicaré la campaña de Eli, lo prometo.
—Estoy preocupado, sí, pero no tiene nada que ver con
Elijah. Me preocupo por ti, por cómo estás gestionando todo
este desastre.
En un intento por acercar posturas, papá deslizó uno de
los vasos en mi dirección y una voz malvada me pedía que
lo aceptase, pero enseguida pensé en la cara de decepción
de Wes de la otra noche y en la sonrisa de Wyatt mientras
me llamaba tío Levi, logrando deshacerme de ella.
—No gracias —dije negando con la cabeza.
Papá me miró con extrañeza pero no dijo nada, solo
siguió con su bombardeo.
—¿Y bien? ¿Cómo lo estás llevando?
—Lo hago lo mejor que puedo.
—¿Trasladándote otra vez al otro extremo del país? —
Asentí—. ¿Y crees que es la mejor manera?
—No lo sé, papá. Yo estoy en paz.
—¿Eso crees? —Papá sonrió con tristeza—. Tus palabras
valen millones de dólares. Te encontrarán.
—No exageres.
—No lo hago —Suspiró—. Todos esos buitres carroñeros
conocen los rumores que hay tras el banquero más
importante de Estados Unidos. Saben que existe una
historia en la que él tuvo un hijo fuera de su matrimonio y
están buscando la exclusiva.
—¡Jesús, papá!
—Es la verdad. Te buscan porque eres el único abogado
que no se negó a defenderle y se preguntan si tú eres ese
hijo al que abandonó hace años. Han venido hasta aquí,
¿sabes?
—¿Qué? ¿Cuándo?
—No importa cuándo. Ellos saben que estudiamos juntos
y que era como mi hermano. Eso no puedo esconderlo. Lo
que sí puedo hacer es mantener alejada a tu madre de todo
este lío, porque intentaron acercarse a ella. —Eso me hizo
hervir pero no quise interrumpirle—. Están tirando del hilo,
hijo. Es cuestión de tiempo que salte todo por los aires y
que no puedas proteger a Kyle. Y yo me pregunto si vas a
seguir escondido o en cambio harás algo al respecto.
—¿Y qué hago, papá? ¿Me comporto como un
energúmeno, rompiendo sus cámaras cada vez que me los
encuentre? Porque eso es lo que me nace...
—¿Por qué no hablas? —Su pregunta me sorprendió—.
¿Por qué no les das lo que quieren y sigues con tu vida?
—No creo que esa sea la solución. No si quiero mantener
mi libertad.
—¿De verdad eres libre? Porque desde mi lado, no lo
parece.
—Yo...
—Dime algo —dijo sin dejarme hablar—. Además de tu
madre, tus hermanos, tus amigos y yo, ¿quién sabe la
verdad? ¿La sabe ese hombre rubio?
—Papá... —Cansado, masajeé mi nuca y resoplé—. Sabes
que no soy de hablar mucho y...
—Ya... —Papá me interrumpió sonriendo de forma sutil
mientras negaba con la cabeza—. Algunas cosas nunca
cambian, pero ese tipo que te ha traído a casa parece
diferente.
Colin...
—¿Es importante para ti?
—Es solo un amigo —respondí encogiéndome de
hombros.
—No me lo pareció cuando os despedisteis.
—Vaya... —Suspiré molesto levantándome de la silla
antes de empezar a pasear sin sentido por su despacho—.
Sigues haciéndolo después de tantos años.
—Es mi deber velar por vuestra seguridad.
—Pues muchas gracias, papá, pero para tu tranquilidad;
Colin no es peligroso.
—O en otras palabras; es demasiado cercano. Mira hijo,
he visto cómo le mirabas cuando se marchaba en tu coche.
Nadie mira así a un simple amigo. Ni siquiera miraste así a...
Tenía razón y eso me asustaba.
Agradecí que no se atreviera a terminar esa frase,
aunque doliera incluso sin que lo hiciera. Adoraba a Kyle. Me
enamoré de él, a mi manera. Lo sentí a pesar de mi
confusión, pero no tuve el valor para confesárselo porque no
terminé de entender lo que sentía en ese momento. El tener
solo dieciséis y el veintiuno cuando decidimos empezar a
salir a escondidas, tuvo mucho que ver. Y quizá por eso y
por mi inseguridad, nunca le miré como había mencionado
mi padre.
—Lo siento, hijo. No tenía que haber dicho eso.
—No pasa nada. —Sonreí sin humor—. Tienes razón. No
lo hice. Era un crío y estaba asustado.
—Yo tuve la culpa. Me sentí tan decepcionado...
—Déjalo estar.
—No. Ya no más. Quiero que sepas que me parecía bien.
Que nunca me importó que estuvieras enamorado de un
hombre, pero el hecho de que fuera él, mi ahijado, me
sorprendió. Era mayor. Tenía más madurez y pensaba que...
—Nunca lo hizo. Nunca me obligó a hacer nada que no
quisiera y...
—Lo sé. Sé que te quería. ¿Le has hablado de él? ¿Sabe
que te persigue la prensa?
Y sin saber cómo, pasamos de una conversación a otra
sin siquiera darme cuenta. Con papá pasaba siempre; hilaba
los temas que quería sacar para resolverlos todos de una
vez. En ocasiones funcionaba, pero otras muchas solo servía
para que se enfadara mucho más de lo que lo estaba en ese
momento. Hoy, sin embargo, parecía estar sirviendo para
pegar los trozos de nuestra relación que llevaba hecha
añicos algún tiempo. Demasiado para mi gusto.
—Sí, sí que lo sabe.
—¿Le has dicho por qué?
—¿Hacia dónde quieres llegar con esto, papá? ¿Por qué te
importa si Colin sabe de la existencia de Kyle?
—Me importa porque pienso que compartiendo esa parte
de ti con él, llegarás a la libertad que tanto presumes tener
ahora.
—¡Ay, papá!
—Tengo razón, hijo. Más sabe el diablo por viejo...
—Ya...
—Mira Levi, creo que es hora de que tomes las riendas de
tu vida de una vez. A lo mejor, si hablas con la prensa no
tendrás que esconderte nunca más y tal vez honres la
memoria de Kyle.
—O puede que suceda todo lo contrario; que tenga que
estar escondido el resto de mi vida —dije ignorando la
última parte.
—¿No es eso lo que llevas haciendo treinta y siete años?
¿Qué diferencia habría?
—Papá...
Pensé muy bien las palabras que quería decirle porque no
quería ser grosero a pesar de lo irritado que me estaba
sintiendo y, tras tomar un poco de aire, continué:
—Mira, ¿sabes qué? Solo dilo.
Necesitaba terminar con esto porque cada vez más
estaba tentado a beber de ese vaso que descansaba en la
mesa.
—Está bien. —Asintió y después se levantó, caminó hacia
mí y cuando se deshizo de toda la distancia que había entre
nosotros, se atrevió a poner su mano sobre mi hombro,
reconfortándome mientras decía—: Tienes que ser feliz de
una vez por todas. Dejar atrás esa culpa que veo en tus ojos
cada vez que vienes a casa y saber que has sido un hijo
ejemplar aunque hayas cometido algún que otro error, sí,
pero, ¿quién no se sale del camino al menos una vez en la
vida?
Sí, hasta yo me sorprendía de aquello.
—Si hablas, será como una forma de decirle al mundo
que se joda —Eso me sorprendió viniendo de papá, pero le
dejé seguir—: Será tu forma de demostrarle a Simmons que
eres un hombre honesto, generoso y honrado y que por eso
te quería su hijo. Será tu forma de liberarte, porque sigues
viviendo encadenado y con miedo a que la gente te haga lo
que te hizo tu padre y también Kyle, por mucho que no
fuera su culpa. Un miedo al abandono que es irracional. Y,
¿sabes qué?
Negué en silencio.
—Si sigues por ese camino, si sigues negándote a confiar,
te abandonarán porque no les darás la oportunidad de
poder conocerte y ver quién eres de verdad. Ellos solo verán
al abogado intratable y no llegarán hasta ese corazón tan
bonito que tienes.
—¿Te ha gustado Colin, eh? —dije, tratando de bromear
para hacer que el momento fuera menos intenso.
—Me ha gustado ver lo que provoca en ti, hijo. Es la
primera vez que siento que hay esperanza contigo.
—Así que pensabas que era un caso perdido.
—¿Siendo honesto? Sí —dijo sonriendo—. En cuanto a lo
de ese hombre horrible, olvidemos el tema.
—¿Aunque no quiera exponerme ante la prensa?
—¿Sabes qué? Sí, incluso así. Es tu vida, hijo. Solo ten
cuidado, ¿de acuerdo? Y no dejes que siga afectándote. Ese
tipo es un lobo y créeme, sé de lo que hablo.
—No te preocupes, papá. No tengo intención de volver a
verle.
—No me molestaría si lo hicieras, si es que es eso lo que
necesitas. A veces es bueno descargar la frustración con la
persona que te la crea, y no con gente que no tiene la culpa
de ella.
—¿Sabes? Los años al lado de mamá te han servido para
ser un buen terapeuta.
—No, hijo. Los años al lado de tu madre me han servido
para ser un buen padre y esposo e intentar estar a su
altura. Todavía sigue estando fuera de mi liga.
—No digas tonterías. Sois la pareja más perfecta que
existe. Y tienes razón en algo; no eres un buen padre. Eres
el mejor.
—Mi esfuerzo me ha costado.
Sin pensarlo, le atraje hasta mí abrazándole con fuerza.
Supe que ese gesto le había sorprendido, pues él sabía
que siempre fui un tanto reacio a mostrar afecto a los
demás, incluido él. No fui un niño cariñoso y me costó
muchos años demostrar mis sentimientos de esta forma, a
pesar de los besos ensordecedores de mamá o los abrazos a
traición de Summer.
—Levi, no eres culpable de que muriera. Lo sabes,
¿verdad?
Asentí en silencio, aunque en el fondo no lo creyera en
absoluto.
—Papá, yo...
—Lo sé. Y yo también, muchacho.
Sabía que el día de hoy sería agotador y que, de querer
hablar conmigo, papá no dejaría nada en el tintero. De lo
que no tenía idea era de lo reveladora que iba a ser nuestra
conversación y es que, por mucho que me empeñara, no
podía negar lo que estaba sucediendo con Colin. Algo dentro
de mí sabía que me estaba enamorando de él sin querer,
por mucho que fuera el peor entendiendo todo eso de los
sentimientos. Y lo peor era que tenía demasiado miedo a
decirlo en voz alta y ni siquiera sabía si me atrevería a
hacerlo algún día.
Aunque eso significara estar solo de por vida.
—38—
«CAMINO A LA RENDICION»
Colin me recogió pasadas las cuatro.
No quiso entrar a casa, se mantuvo dentro de mi coche
en la puerta mientras Austin le miraba y él le ignoraba con
su mirada fija en el recibidor de la mansión justo sobre mi
espalda. Yo no tardé en despedirme y volar con él hacia el
coche. A pesar de que estaba todo medio resuelto, respiré
en cuanto cerré la puerta del todoterreno una vez me subí
en él y aunque Colin se moría por preguntar, no lo hizo. Solo
arrancó y nos sacó de allí.
Esta vez descarté regresar por esa carretera lujosa y le
pedí que atravesara el pueblo. No nos topamos con muchos
curiosos, tal vez porque todos estaban casi a punto de echar
el cierre en sus negocios o en sus casas dada la hora, pero
algunos charlaban junto a las puertas de sus tiendas,
intercambiando el chisme del día.
Conocía la calle principal de memoria. En la acera de la
derecha —sentido Milwaukee— la frutería del señor Hall
junto a la carnicería de la señora Ward, que podrían estar
ahí desde que levantaron el pueblo. Bueno, tal vez
exageraba un poco, pero sí que era verdad que desde que
tenía uso de razón las recordaba justo donde estaban ahora.
Habían cambiado poco, gracias a cierto inversor anónimo
que nunca les pediría nada, y les dieron un buen lavado de
cara a sus negocios, deshaciéndose de esos toldos roídos
que tenían cuando era niño y venía a comprar con Amy, la
chica que se encargaba de la cocina en la mansión.
Más adelante pero en la misma acera, mi tienda favorita
y justo la que mamá me prohibía visitar por culpa de mi
enfermedad; la pastelería de la madre de Summer. Hacía los
mejores panes que había probado en mi vida y eso que yo
solo podía tomar el integral. Morgan solía darme galletas a
escondidas hasta que se enteró de que era diabético y
entonces las sustituyó por una mirada compasiva y algunas
galletas más, pero estas sin azúcar.
Tras el banco que había junto a la pastelería, la
peluquería de Virgil.
Sí, él también captó las miradas de todos los aldeanos
con esos modelitos ajustados que no dejaban nada a la
imaginación de nadie. Su peluquería estaba siempre llena
de señoras desagradables que morirían si no tenían su dosis
diaria de habladurías, pero nunca pisó por allí ningún
hombre, jamás. No porque Virgil era uno de esos invertidos
—como Kyle o como yo— que les miraba con lujuria.
En la acera izquierda tiendas de ropa, una cafetería que
solo estaba abierta hasta media mañana, la modista, un bar
y el taller de coches del padre de Cameron. Nada reseñable,
todos negocios de familias respetables. Al acabar la calle
estaba el colegio que a su vez era el instituto. Un mismo
edificio para niños de entre tres y dieciocho años. Y a unos
cinco minutos a pie del colegio estaba nuestro
ayuntamiento junto a la estación de policía y el parque de
bomberos. Nada más. Esta era la calle principal de River
Twist. Las casas de los poco más de doscientos habitantes
que no pertenecían a la élite se situaban cerca del colegio,
en unas cuatro calles paralelas a la principal. Los jóvenes
apenas tenían lugares para divertirse. Nunca hubo un cine,
ni un bar al que ir a tomar algo porque el único que había en
el pueblo —el que estaba junto a la modista— se llenaba de
hombres que fumaban y bebían después de un día duro en
el trabajo antes de marcharse a sus casas con sus familias.
Los que no tenían suficiente con eso continuaban más allá
del ayuntamiento, tomando la secundaria hasta el primer
desvío que te llevaba a ese local de actividad sospechosa
adornado con muchas lucecitas de colores.
Sin querer sonreí cuando acabamos de pasar por la calle
principal y vi por el rabillo del ojo a Morgan charlando con
Virgil, riéndose de algo que parecía muy gracioso si me
basaba en cómo se doblaba él agarrando su tripa.
—¿Quiénes son?
Colin rompió el silencio aprovechando que alguien
cruzaba por el paso de peatones.
—Él es el peluquero oficial del pueblo y ella la madre de
Summer.
—¿No quieres bajar y saludar?
Si esta pregunta la hubiera hecho otra persona, mi
respuesta habría sido una muy clara; no. Pero desde que
Colin entró en mi vida me sentía con ganas de esforzarme.
Quería intentar sacar un poco la cabeza del agujero en la
que me mantenía escondido. Y es que me sentía diferente
con él a mi lado, casi a punto de rendirme y deshacerme de
cada muro que había construido a mi alrededor.
Con Colin me sentía más capaz. Más valiente.
Más vivo.
—¿Sabes, qué? Sí, me apetece.
Él sonrió sin dejar de mirar a la carretera y dobló hacia la
derecha para aparcar el coche, mientras mi corazón
galopaba sin control.
Solo cinco minutos más tarde nos encontrábamos
atrapados en la pastelería de la madre de Summer. Insistió
en que quería invitarnos a mí y a mi precioso amigo a un
café con pastas y no pude decir que no, aunque debí
hacerlo.
—Vale. —Su ceño se frunció al instante—. ¿Por qué nos
mira todo el mundo?
Los susurros y cuchicheos comenzaron en el mismo
momento en el que empujó la puerta del local y nos
atrevimos a cruzarlo. Solo llevábamos un rato sentados en
una de las cabinas con sofás más alejadas del mostrador, la
que estaba junto al gran espejo que había al fondo del local,
aunque eso no impidió que la gente que había allí nos
inspeccionara a fondo, pero decidí ignorarlo.
—Es su hobby.
Colin me miraba bastante curioso e intenté que se
sintiera cómodo restándole importancia. Quería darle las
gracias por todo lo que había hecho por mí aunque fuera en
River Twist y rodeados de cotillas por cada esquina. Me daba
igual pasar por eso si él conseguía que Morgan le diera la
receta de sus galletas sin azúcar y sabía que con su encanto
se la metería en el bolsillo
—No lo entiendo.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—Lo que tengo de especial —Mi corazón latió de más
pero se recompuso enseguida cuando su frase continuó—
para que esos tipos me miren como si fuera un espectáculo
de una jodida feria.
—Mira a la gente que tengo a mi espalda. —Su mirada se
encontró con la mía por un instante, pero enseguida miró
tras mi hombro cuando dije—: Dime qué te hace diferente a
ellos y tendrás tu respuesta.
Sus ojos se abrieron de golpe sin entender cómo podía
estar viéndoles sin girarme. Entonces Colin miró tras de él y
se encontró con el espejo que debió pasarle desapercibido
cuando entramos. Por eso había escogido ese asiento, para
observarles a través del cristal sin que se dieran cuenta.
Colin les tenía de frente y yo miraba sus reflejos para ver
cómo sus ojos nos destrozaban sin disimulo.
Sabía lo que querían. Esperaban ese momento en el que
me pusiera cariñoso con el repostero para tener su chisme
del día, porque querían carnaza para animar sus patéticas
vidas vacías.
—Saben que no soy de aquí —dijo respondiendo a mi
petición.
—Ajá. —Asentí antes de soplar sobre mi taza y darle un
sorbo al café—. Eso debe estar jodiéndoles el cerebro.
Estarán ansiosos por saber quién eres y qué haces aquí.
—¿Por qué querrían saber eso?
—Porque estás conmigo. Con el hijo invertido del ex
alcalde.
Sus cejas salieron disparadas hasta casi rozar el
nacimiento de su pelo, tal vez por lo vergonzoso que le
pareció mi comentario. Daba vergüenza que mis vecinos,
esos que no dudaron en tratarme con cariño cuando tan
solo era el hijo mediano del alcalde, dejaran de verme así
para observarme con asco por haberme enamorado de un
chico. Aunque quizás lo que más le sorprendió fue que, a
pesar de que no lo escondía y de que él estaba más que al
tanto de ello por las veces que terminamos juntos en mi
cama o en la suya, era la primera vez que hablaba con él de
mi orientación sexual sin sentirme cohibido.
—Así que ellos saben que tú...
—¿Que soy gay? —Sonreí y asentí—. Sí, lo saben y lo que
no, lo inventan.
—Que les jodan.
Envidiaba la facilidad con la que se mostraba al mundo.
Su actitud abierta y fresca me atraía de forma feroz. Esa
manera de erguir la cabeza y caminar gritando en silencio;
«que os jodan, soy gay», me tenía atrapado sin quererlo.
—¿Estás bien? —dijo al ver que volvía a mirar al espejo
tras él—. ¿Quieres que nos vayamos?
—No te preocupes. Estoy acostumbrado. Puedo
soportarlo —sonreí—. ¿Cuándo es el almuerzo con
Davidson?
—En dos días.
—¿Quieres que te acompañe?
—Por favor. —Asintió—. No es que no me vea capaz de
tener un cara a cara con ese tipo. De hecho, me has
enseñado muchos trucos pero...
—¿Pero?
—Me sentiría más tranquilo contigo en la silla de al lado.
—Por mí, bien. —Sonreí—. Llámale y dile que seremos
uno más.
—Gracias.
—No las des hasta que salgamos de allí con un trato.
Colin asintió mientras me miraba en silencio sonriendo,
pero enseguida su mente debió viajar hacia otro lugar
porque la sonrisa desapareció. Parecía estar dándole vueltas
a algo por lo seria que era su expresión, pero como yo no
podía leerle como él hacía conmigo tenía que obtener la
información de la mejor forma que sabía.
—¿Qué?
Sus ojos se abrieron sorprendidos y enseguida frunció el
ceño mientras negaba.
—Va, suéltalo.
—Solo me preguntaba...
Sabía lo que quería preguntar y, aunque no estaba
seguro de cuál iba a ser mi respuesta, asentí mientras
inspiraba quedándome con todo el oxígeno de la cafetería.
Era lo justo. Se lo debía después de que él condujera casi
dos horas desde Chicago por hacerme un favor.
—¿Ha ido bien con tu padre?
Mis ojos abandonaron los suyos en cuanto dejó caer la
pregunta, viajando hasta el espejo que había tras su cabeza,
porque me sentí un poco incómodo. Pero, en cuanto le miré
de nuevo, sus ojos verdes cargados de emociones que no
quería descifrar por mucho que supiera de dónde venían,
me calmé.
¡Demonios! Ni siquiera sabía cómo lo hacía.
—Pues...
—Lo siento. Sé que no soy nadie para inmiscuirme en tus
asuntos, pero es solo que... —Dudó, pero al final se lanzó al
vacío sin paracaídas—: Parecías muy afligido cuando te dejé
atrás.
Lo estaba.
Siempre que aparcaba en la puerta de esa maldita
mansión bajaban mis defensas hasta los dedos de mis pies.
—Olvídalo. —Sacudiendo la cabeza dejó escapar un
suspiro—. No tienes que responder.
Llevaba tantos años cerrado en mí mismo, que me
sorprendió que alguien a quien acababa de conocer quisiera
entrar a mi mundo de sombras que aterraría a cualquiera,
incluso a mí. Podía sentir ese miedo ahora mismo,
recorriendo mi cuerpo mientras volvía mis manos gélidas,
apretando mi pecho lo suficiente como para ahogarme. No
quería seguir engañándome; no estaba preparado para
dejar entrar a nadie todavía. Sin embargo, sabía que si no
me atrevía a dar el paso con Colin, no lo haría con nadie. No
tenía idea de por qué sentí que debía ser él. Tal vez fue
porque, por mucho que me avergonzara, me había estado
soltando tras ese misterioso pianista y me gustaba lo que él
provocaba en mí.
Así que, armado de valor y convicción le respondí:
—Vamos por buen camino.
Su boca se abrió y cerró varias veces sin salir nada de
ella, y sus ojos se entrecerraron mientras me escudriñaba
intentando averiguar si lo que acababa de decir era cierto.
No había ni una pizca de lástima en ese verde que cada vez
que miraba me atrapaba más y más. Ni una. Y eso me hizo
respirar de nuevo.
—Me alegro mucho —Su mano alcanzó su taza y dio un
sorbo sin dejar de mirarme, momento que aproveché para
hacer lo mismo y acabar con mi café—. Pensé que tendría
que ir a rescatarte en plan «Julieto».
Mi café casi se sale por mi nariz al escuchar su confesión.
—¿Julieto?
—Soy un dramas —dijo encogiéndose de hombros—. Ya
me irás conociendo. Quiero decir... —Su mirada viajó a su
taza—. En el caso de que nosotros... Ya sabes...
No supe qué fue.
Pudo ser ese tono tímido, su cara ardiendo o su
sinsentido. Lo que fuera hizo que mi mano volara hasta el
cuello de su camiseta y le atrajera hasta mí para destruir su
boca con la mía atrapándole sobre aquella mesa que nos
separaba. Quería callar a ese idiota locuaz y esta era la
mejor forma de hacerlo, sobre todo porque había pasado
mucho tiempo desde que no probaba sus labios.
Y, ¡qué mierda! Me apetecía mucho besarle.
—Tú y tu tremenda bocaza. —Sonreí contra sus labios.
—Picapleitos...
De pronto se separó y me quise morir. Sabía que
estábamos atrapados por muchas miradas curiosas, pero
me sentía tan bien que ni siquiera me acordaba. Por eso,
porque creí que no le molestaría, me tomé la libertad de
hacerlo, sin pararme a pensar en que quizás no le apetecía
mostrarse tal cual era delante de gente que le juzgó nada
más verle entrar a esa cafetería. Y así de fácil volvió a
activarse mi lado inseguro. Pero como siempre pasaba con
él, su respuesta rápida me sorprendió haciendo que mis
nervios se templaran en cuanto su puta boca disparó sin
que la viera venir.
—Si quieres que vean un espectáculo, hazlo en
condiciones.
El rubio descarado se levantó del sofá, mi corazón
galopando con fuerza al imaginar a lo que venía, sus ojos en
los míos en todo momento, cuando se acercó a mi asiento y
se abrió paso a empujones sentándose a mi lado enredando
su pierna con la mía.
Y les dimos lo que pidieron.
Las manos del rubio descansaron en mis mejillas y
aunque me rozaba con dulzura, me devoró ante la atenta
mirada de nuestros fans. Mi beso, comparado con el suyo,
fue sutil. Sin embargo, el que me estaba regalando el
repostero se volvió ardiente en menos de un segundo. Su
lengua se mezcló con la mía volando mi maldita cabeza y
sus manos pasaron de sujetarse a mi cara, a aferrarse a mi
pelo cuando se separó dejando nuestras frentes unidas y
me dijo:
—¿Crees que es suficiente? ¿O debo subirme sobre tu
regazo y...?
Y me eché a reír a carcajadas mientras mi mano evitaba
que dijera nada más, tapando esa boca que me volvía loco.
Tal vez era un idiota imprudente, pero había conseguido
sacarme de mis pensamientos y hacerme reír y eso...
Eso no pasó nunca.
Ni siquiera con Kyle.
—39—
«GRAYSON»
Después de nuestra parada en la pastelería de la madre
de Summer, noté que el picapleitos pasó de estar cómodo
conmigo, a nervioso.
Estuvo así un buen rato mientras conducía de vuelta a
Chicago hasta que me atreví a preguntarle el motivo. Su
padre le había pedido que viniera esta noche a una fiesta
que iba a dar su hermano, pero él se negó escudándose en
que yo tenía que regresar a casa. Así que después de una
pequeña charla, dimos media vuelta y regresamos a River
Twist, no sin antes reservar una habitación en un hotel de
Milwaukee, porque por supuesto que no iba a ser la razón
por la que Levi no diera otro paso al frente para recuperar la
relación con su familia.
Y hablando del abogado...
Llevaba más de media hora encerrado en un despacho
con su padre y con su hermana Eli, que resultó ser tan
hombre como yo. No supe por qué di por hecho que era una
mujer, tal vez fue su nombre. Pero no, Eli no era Eliza, ni
Elisabeth, no. Era Elijah y había requerido la presencia de
Levi en cuanto entramos a esa mansión.
Antes de perderse por uno de los muchos pasillos de esa
casa, me dijo que era libre de ir donde quisiera y yo decidí
esperarle en el que parecía el salón, o uno de ellos. De
ninguna manera iría a hacer un tour para terminar solo y
perdido en algún lugar y que acabaran encontrando mi
cadáver meses después. No. Prefería no moverme de esa
sala inmensa recargada de cuadros y adornos ostentosos, y
esperar pacientemente a que regresara conmigo.
—Dichosos los ojos.
Ese golpe sarcástico en mi espalda me obligó a mirar
sobre mi hombro y al instante me sentí relajado. Steve
llegaba a casa de los Connors acompañado de Summer, Dan
y Cameron, todos elegantes y con el semblante serio, todos
menos Steve que tenía ganas de pelea.
—Así que hemos pasado a lo serio —dijo, ojiplático
mirando mi cuello—. Si no estuviera cerca de los cuarenta
me sentiría celoso.
Lo de la marca de mi cuello tenía una explicación; el
abogado se dejó llevar un poco en la habitación de aquel
hotel en la que descansamos algo antes de venir aquí.
Después de ese ataque, se las arregló para pedir que le
llevaran un traje hasta el Autumn y me preguntó si quería
algo para mí, pero me negué. No quiso ofenderme. Solo
quiso ser correcto —como siempre— y que me sintiera
cómodo sin tener que usar lo mismo todo el día, pero le hice
saber que estaba bien con ello y no insistió.
—Eres un idiota. —Sonreí—. Y no mientas, lo estás.
—¿Tienes un segundo? —Steve tiró de mi brazo y nos
alejamos sin que pudiera responderle—. Necesito pedirte un
favor.
—¿Qué ocurre?
—Mira, no tengo tiempo para explayarme a así que iré al
grano. —Asentí—. Si las cosas se complican esta noche,
sácale de aquí.
—¿Qué? ¿Qué quieres de...?
—Solo hazlo.
Y antes de que pudiera abrir mi boca me dejó en mitad
de aquel salón uniéndose al resto que caminaba hacia el
jardín.
—¿Qué demonios Stev...?
—Hola.
Esa voz me sobresaltó antes de que dirigiera mi atención
hacia el lugar del que provenía el saludo. Entonces la vi; era
una mujer de unos sesenta años que lucía un vestido largo y
elegante, de color azul oscuro. Su pelo rubio descansaba
sobre un moño italiano a juego con todo lo que ella
desprendía, dejando sus orejas al descubierto para poder
enseñar esos preciosos —y seguro que caros— pendientes
que acababan en forma de gota. No pude resistirme a mirar
todo lo que la adornaba, pero no fue eso lo que llamó mi
atención. No.
Fueron sus ojos.
Ese color tan peculiar me tenía mirando de más, como un
insolente que no era capaz de mantenerse en su lugar. Pero
a mi favor tenía que decir que nunca pude resistirme a él.
Ese color era idéntico al de los ojos de Levi, por lo que esta
mujer solo podía ser...
—Soy Sophie —dijo, su sonrisa hermosa ampliándose
mientras caminaba hacia mí—. ¿Y tú eres...?
...su madre.
Sí, era clavado a ella, salvo por el color de su pelo. Sophie
lo tenía de un tono rubio más parecido al mío y el de Levi
era más apagado.
—Soy Colin —respondí, y al mismo tiempo que me
acercaba un poco a ella le tendí la mano y añadí—: Un
amigo de su hijo.
—¿Eres amigo de mi Grayson?
¿Grayson? Tal vez estaba despistada.
—¿Mamá?
Los dos volvimos la cara para mirar al hombre que
acababa de interrumpir nuestra conversación. El castaño de
ojos azul celeste venía acompañado de una princesita que
se aferraba a su cuello. Tan bien vestido como Levi, de traje
y con corbata, parecía muy preocupado hasta que vio a su
madre y se relajó
—Aquí estás. —Suspiró—. Te dije que nos esperaras en tu
habitación, mamá. Solo tenía que cambiar a Juliet y
vendríamos a la recepción en el jardín.
Sophie negó con la cabeza y sonrió rodando los ojos,
arrebatándole a la niña de los brazos sin que él pusiera
resistencia. Fue entonces cuando pareció darse cuenta de
que estaba allí con su madre, porque me miró de pies a
cabeza y vi cómo sus comisuras se elevaban a cámara
lenta.
—Colin, ¿verdad?
Un momento, ¿qué?
—Yo soy Asher —dijo sin tan siquiera dejarme reaccionar
mientras agarraba mi mano—. El hermano pequeño de Levi.
¿Él le había hablado de mí? Eso sí que era una sorpresa...
—Un placer —respondí estupefacto.
—Me alegra mucho que estés aquí. Le dije que te trajera
pero ese testarudo no quería. Estoy feliz de que cambiara
de opinión.
Mi mente estaba tardando en procesar toda la
información que Asher me daba, sobre todo porque por el
rabillo de mi ojo se colaba Sophie sentada en el sofá con
esa niña sobre su regazo, haciéndola rebotar mientras la
mocosa se reía a carcajadas.
—¿Te quedas hasta que termine el cóctel?
—Me quedaré todo el tiempo que necesite Levi.
Ahora no fue sutil, el hermano pequeño del picapleitos
sonrió de oreja a oreja.
—Ash hijo —su madre nos interrumpió—. Él viene a ver a
Grayson. ¿Ha llegado ya?
—Mamá...
—Seguro que se ha encerrado en su cuarto. Dile que
haga las cosas bien, Ash. No puede esconderse, no es sano.
Tiene que seguir adelante.
Mi ceño se frunció al instante por culpa de mi confusión y
Asher se veía abatido con cada palabra que salía de la boca
de su madre.
—Mamá... —Asher lo intentó de nuevo, esta vez dándome
la espalda y sentándose junto a su madre en el sofá—.
¿Recuerdas que hoy tenemos la cena pre-campaña de Eli?
—Ella abrió y cerró la boca varias veces pero no dijo nada—.
Le van a hacer alcalde de nuevo.
—Oh, Elijah, sí. ¡Qué orgullosa estoy de él! Es un buen
hijo. Todos sois buenos hijos, pero mi Grayson está tan
perdido.
Con una disculpa en sus ojos, Asher me miró mientras se
levantaba del sofá rindiéndose ante el discurso de su
madre. No parecía la primera vez que trataba de rescatarla
de ese sitio al que había ido y eso le hacía parecer cansado.
—Lo siento. A veces se despista.
—No tienes que disculparte. —Sonreí.
—Vamos mamá. Vamos fuera, ¿sí?
Asher atrapó a su hija con delicadeza y después esperó
hasta que su madre se puso de pie y se agarró a su brazo
con ternura, cuando comenzaron a caminar rumbo a la
puerta que daba al jardín enorme que había a espaldas de
la mansión. Al ver que no les seguía, detuvo sus pasos y me
miró sobre su hombro.
—¿No te unes a nosotros?
—Hummm, no... —Sin querer empecé a mirarme de
arriba abajo, mis ojos en los agujeros de mis vaqueros y
negué con la cabeza—. No creo que encaje.
—Encajas perfectamente, Colin. No podrías ser más
perfecto para él. —Esta vez mi sonrisa salió forzada tal vez
porque estaba sintiendo un rubor subiendo por mis mejillas
—. Si cambias de opinión, estaremos en el jardín.
—Gracias.
El tiempo pasó lento, tanto que no pude aguantar ni
cinco minutos en ese salón y me fui a buscar a Levi.
Después de la advertencia de Steve, me encontraba un
poco inquieto y eso, sumado a que llevaba demasiado
tiempo charlando con su padre y con su hermano, me llevó
a ir a por él. Tuve suerte de no perderme por la mansión y
de que los gritos que provenían de uno de los pasillos, me
mostraran cuál era el camino mientras apresuraba mis
pasos, preso del pánico, hasta que llegué a la puerta
correcta y pegué mi oreja a ella.
—¿Podrás hacerlo? —preguntó una voz desconocida—.
¿Podrás mantenerte sereno para una puta foto?
—¡Lo haré! —Levi parecía fuera de sí—. Y no te
preocupes, me aseguraré de pasar desapercibido hasta que
me necesites.
—No lo arruines. Bebe, fuma algo. Haz lo que sea pero no
lo arruines —dijo de nuevo—. He trabajado mucho para
esto. No puedo permitir que me hagas sombra porque eres
incapaz de mantener la calma.
—Vale ya. —Esta voz sonaba más madura y supuse que
debía ser del padre—. No atosigues a tu hermano. Está aquí.
Ha decidido quedarse después de todo.
—Sí, hecho un puto desastre. Mira su cuello.
Eso fue culpa mía porque me vengué después de que
Levi atacara el mío.
—Cualquiera diría que no te gusta llamar la atención,
hermanito.
—¡Basta, Eli! —El grito del padre bien pudo escucharse
desde el jardín—. Ya está bien.
—Vale. —Su réplica fue igual de dura—. Pero que no lo
joda. No es el momento. Van a hacerme alcalde de nuevo y
no quiero escándalos. ¿De verdad tenías que traer a tu
amiguito? ¿Hoy?
—Elijah Adrian Connors, se acabó. Vamos a salir fuera y a
tomar una copa para relajarnos, ¿de acuerdo?
No pude esconderme antes de que la puerta se abriera
de golpe, cuando tropecé con mis propios pies, pero logré
mantener el equilibrio. Cualquiera en mi lugar hubiera
estado avergonzado por andar de cotilla tras las puertas y
mis mejillas calientes podrían estar de acuerdo con mi
apreciación, pero la verdad era otra diferente; el rojo de mi
cara fue causado por mi rabia y por ese esfuerzo enorme
que estaba haciendo por no poner mi puño en la boca del
imbécil de Elijah.
—Vamos Eli —El padre de Levi, un señor apuesto y alto
como sus hijos, me miraba sorprendido—. Vamos a por esa
copa.
Como si me leyera la mente, el señor Connors atrapó el
brazo de su hijo y comenzó a sacarle de allí a la fuerza. El
tal Eli era inteligente y sabía que un segundo más habría
terminado conmigo sobre él increpándole por gilipollas y si
no lo sabía, seguro que lo estaba viendo en mis ojos de
asesino en serie.
Antes de que desaparecieran del todo a través de aquel
pasillo kilométrico, nuestras miradas se sostuvieron
luchando por ver cuál de ellas ganaba mientras nos
insultábamos en silencio. No tuve que decir nada para que
él entendiera que me parecía un cabrón inhumano por estar
hablando así con Levi y él no tuvo que abrir la boca para
hacerme saber que no me quería allí, ni tampoco lo hizo
para asegurarse de que supiera que no le gustaba para su
hermano, porque no era digno de él.
—Di las palabras y te saco de aquí.
Mi voz no le perturbó. De hecho, siguió en la misma
posición; apoyado sobre su trasero en aquella mesa enorme
que presidía la oficina, cabizbajo, con los ojos cerrados y
con sus dientes atrapando su labio inferior. El silencio seguía
ambientando la escena cuando decidió abrir sus ojos al
mismo tiempo que se enderezaba para caminar hacia mí
negando con la cabeza. Me molestó su negativa, de verdad.
Debía sentirse muy en deuda para querer quedarse y,
aunque me moría de ganas de sacarle de esa casa, me
contuve cuando acabó con la distancia entre nosotros,
chocando las puntas de sus zapatos contra las de mis
converse, atrapó mi barbilla con su mano izquierda y se
inclinó hacia mi cara para besarme en la mejilla. Y por
segunda vez esta noche me estaba sonrojando como un
niño de colegio.
—Gracias.
Al alejarse le atrapé por la corbata y tiré de ella hasta
que le sentí de nuevo, rozándome contra su mejilla áspera y
sin rasurar, al mismo tiempo que me embriagaba con el olor
de su perfume.
—Tengo que salir —dijo, más para convencerse que para
mí.
Me aparté, solo un poco, su nariz rozando la mía y sus
labios a milímetros.
—¿Quieres un poco de agua? —Negó enseguida—. ¿Algún
zumo o algo que no acabe matándote? —Sin apartarse,
sonrió y volvió a negar en silencio—. He visto a algunos
camareros del catering pasando con bandejas por el jardín.
—Estaré bien, rubio.
No pude sostenerme más y le besé de forma sutil,
aunque hizo que un hormigueo terrible recorriera mi cuerpo.
—Gracias. Eres un amor.
Le dejé ir porque no quería que viera cómo me sonrojaba
por tercera vez esta noche.

Al final acabé perdiéndome en esa mansión, aunque en


realidad era una forma de hablar porque acabé en el único
sitio seguro que había allí; la habitación de Levi.
Discos de vinilo colgando de sus paredes, estanterías
llenas de ellos, de compactos y de algún casete que otro. Su
cama de adolescente pegada a la pared, con cojines por
todas partes, y sobre ella una balda con dos fotografías. En
una de ellas Levi aparecía con Cameron, Steve, Daniel y
Summer junto al piano de la que debía ser la iglesia de este
pueblo.
La otra era de Levi junto al mismo tipo de la fotografía
que encontré en el cajón de su armario y era tan bonita que
mis manos acabaron agarrando la foto para verla más de
cerca, a pesar de los celos
—Son preciosos, ¿no es cierto? —dijo Sophie
asustándome y cuando me giré vi cómo entraba con Juliet
desde una puerta que daba a una inmensa terraza—. Ese es
Kyle, el tipo del que se encariñó mi Grayson.
¿Kyle? ¿Por qué me sonaba ese nombre?
—Nos dejó hace veinte años y por eso se siente perdido.
—Su sonrisa triste logró conmoverme mientras se acercaba
a la cama con su nieta y se sentaba sobre ella—. Él cree que
no me doy cuenta, pero sigue pensando que fue por su
culpa.
No tenía idea de qué estaba hablando pero no quise
interrumpirla.
—A mí me costó entenderlo, pero son cosas que pasan y
creo que Kyle nació para salvar la vida de mi Grayson. Pero
él no lo ve así. Es terco y no quiere a la gente a su
alrededor. Piensa que todos acabarán abandonándole como
su novio y como su padre. Pero tú no te irás, ¿verdad? No le
dejarás solo, ¿a que no?
Seguro que estaba confundiendo cosas y me parecía
irrespetuoso contradecirla cuando estaba enferma, por eso
solo pude contestar a la pregunta que me hizo obviando
todo lo que no conseguía encajar de la historia que me
estaba contando.
—Sophie. —Intenté consolarla sentándome junto a ella y
perdiéndome en esos ojos grises tan atormentados como los
de su hijo—. Yo nunca le dejaré.
—¿Me lo prometes?
—Sí. Se lo prometo.
—Gracias, hijo. Supe que eras tú desde que te vi —dijo
algo nerviosa—. Tienes un efecto en él que ha logrado
devolverme a mi Grayson.
—Yo... —Sacudí la cabeza intentando no dejarme llevar
por la emoción del momento—. No sé qué decir.
—Me vale con lo que ya has dicho —Asintió sonriendo—.
¿Sabes? No es un bicho raro —Suspiró mientras se
levantaba de la cama con su nieta—. Solo necesita que le
ayuden a entender el mundo. Con un empujoncito lo
logrará, pero si le presionan para que sea como el resto de
los mortales volverá a su agujero porque mi Grayson no es
como todos. Él es extraordinario.
No sabía si su Grayson era así, pero su Levi sí que lo era.
—Si tan solo hubiera esperado un poco...
—¿Esperar a qué?
La pregunta salió sin más de mi boca pese a querer
sostenerla. No sabía si esta conversación tenía sentido
alguno salvo por lo que me pedía para su hijo y por eso
seguir indagando no me parecía correcto. Aunque lo hice de
todos modos.
—A que su padre lo entendiera —Eso me confundió—.
Debió haber hablado con su padre sobre lo que pasaba con
Kyle, Pero decidió mantenerlo en secreto y salir con él de
todas formas. En el fondo lo comprendo porque este pueblo
es demasiado pequeño y Kyle era mayor que él.
Por primera vez desde que comenzamos a charlar no me
sentía perdido. Todo lo que decía sobre su hijo no me
parecía extraño, solo el hecho de que le llamara Grayson.
—Estaba aprendiendo lo que era enamorarse y el destino
quiso que lo hiciera con su mejor amigo.
—Supongo que el amor es así.
—Lo es. Aunque a veces parezca inapropiado. Tal vez
experimentar con el ahijado de su padre no fuera la mejor
decisión, pero no pudo evitarlo.
Un momento... ¿El ahijado de su...?
—Oh, gracias a Dios. Solo tenemos cinco minutos para
llegar al jardín.
La voz de una mujer nos interrumpió y no tardó en
atravesar la habitación de Levi y agarrar del brazo a Sophie
con mucha dulzura.
—Vamos abajo, ¿de acuerdo? Vamos a hacernos esa
maldita foto familiar.
Con prisa, se dirigieron hacia la puerta pero, antes de
marcharse, la mujer misteriosa me miró y me dijo:
—Me encantas para él.
Antes de que pudiera decir nada salieron de allí
dejándome solo en la habitación de Levi, con la angustia de
esa mujer calando en mi cuerpo, dejando un ambiente
enrarecido en ese cuarto en el que de pronto comenzó a
faltar el aire. Mi mente estaba trabajando a un ritmo
vertiginoso desde que Sophie dejó caer la última de las
bombas. Y es que sin darme cuenta estaba hilando cosas
mientras una teoría cobraba fuerza en mi cabeza.
—No, pero es que no puede ser... —Susurré.
«No, ¿verdad? No, no Colin. Levi no puede ser G.
»¿A que no?
Pero todo cuadraba y a mí me faltaba el aire.
No entendía que hubiera estado todo este tiempo
engañándome, ni por qué se sentía cómodo escondiéndose
tras G. —que resultó ser Grayson— y era nulo abriéndose
como Levi.
Como todavía parecía una locura mi teoría, saqué mi
móvil y repasé alguna de mis conversaciones con G. y
cuando terminé de hacerlo todo estuvo claro como el agua.
Sí, eran la misma persona y eso debió enfurecerme, pero no
lo hizo.
Me sentí en paz.
Entendí que esa fue su manera de acercarse a mí y no
podía hacerme más feliz, porque el abogado no parecía del
tipo que se acercaba a la gente por voluntad propia y
conmigo lo hizo. Aunque eso no significaba que no fuera a
pedirle explicaciones. Lo haría en cuanto estuviéramos a
solas.
Tal vez fue eso lo que me ayudó a decidir que era el
momento de marcharse de allí, mientras escuchaba una voz
amplificada colándose por la puerta de la terraza. Era la de
un hombre que anunciaba que la rueda de prensa
empezaría en breve y yo me sobresalté recordando la
petición de Steve, aunque no tardé en sosegarme.
Porque, a ver, en un pueblo tan pequeño como este,
¿quién cubriría la noticia? ¿La televisión y el periódico local?
Eso no era peligroso y Levi podría con ello, por eso pensé
que salir a la terraza y buscarle era la mejor idea.
En cuanto salí a la inmensidad de aquel mirador, me
asomé y mi corazón se detuvo.
El jardín estaba a rebosar de prensa nacional y no tardé
en buscarle. Me sentía a años luz de él, pese a que nos
separaban apenas unos metros en línea recta, pero no podía
tirarme por aquella terraza. Preferí seguir buscándole para
comprobar ver cómo estaba. Entonces le vi junto a su
padre, empalideciendo por momentos mientras aflojaba el
nudo de su corbata. Los flashes golpeando su cara no
ayudaban a mejorar las cosas y que los camareros no
dejaran de pasear frente a sus narices con todo ese alcohol,
tentándole en silencio, tampoco.
Parecía estar controlándolo bien hasta que un estúpido
periodista decidió invadir su espacio personal tocando su
brazo. Cuando Levi se zafó de él, discreto para no llamar la
atención del resto de medios, llevó su mano izquierda hacia
su pecho, mientras su rostro se volvía casi transparente y su
hermano creyó que era el momento perfecto para tirar de
su chaqueta y susurrar algo en su oído que le hizo
encontrarme en menos de un segundo.
«¡Mierda, sabía que no era buena idea quedarse aquí,
joder!».
Necesitaba sacarle de allí. Necesitaba decirle a Grayson
lo enfadado que estaba con él por haber estado ocultando
algo tan grande durante tanto tiempo, pero sobre todo
necesitaba rescatar a mi Levi de todo ese circo porque por
muy confuso, molesto y dolido que me sintiera por cómo se
habían dado las cosas, había algo mucho más fuerte que
destacaba entre todas esas emociones; el amor.
Sí, estaba profundamente enamorado de Levi y de
Grayson.
Ese debió ser el motivo por el que bajé las escaleras casi
de tres en tres, intentando no caer por el camino. Y cuando
llegué a ese salón irrumpí en el jardín gritando su nombre
ante el asombro de los invitados, hasta que le vi agazapado
en el suelo como un animalito asustado.
Y fue entonces cuando perdí la cabeza.
—40—
«LIBERADO»

El agua caliente recorría mi espalda con un leve


cosquilleo.
Estaba exhausto, muy muy cansado, mi cuerpo pesando
toneladas mientras mi mente intentaba retroceder un par
de horas para ponerse al día sobre lo que había sucedido en
la mansión. Perdí el control, estaba claro. Pensé que lo
lograría, que sería capaz de moverme por allí sin que nadie
me notase pero no contaba con la sorpresa de mi hermano.
Jamás creí que llamaría a la prensa nacional, esa que estuvo
persiguiéndome en Los Ángeles sin piedad y por eso fui
incapaz de soportarlo.
¡Qué vergüenza!
Si cerraba los ojos podía verme acurrucado en la esquina
de aquella tarima, esa que Elijah había ordenado montar en
el jardín para mirar al populacho desde lo alto, temblando
como un niño y aferrándome a mis rodillas. Hacía mucho
tiempo que no me pasaba algo parecido, mucho tiempo que
no me sentía en shock sin poder mover ni un solo músculo
de mi cuerpo. ¡Dios! Lo eché todo a perder por no saber
mantener mi mierda para mí y, por si no fuera suficiente,
metí a Col en todo esto.
Sí. ¡Qué jodida vergüenza!
Todavía resonaba en mi mente su grito el jardín,
desesperado por llegar hasta mí y yo solo quería
desaparecer para que no me viera en ese estado, pero no lo
conseguí porque acabó por quitarse a la gente de su
camino. Después todo fue demasiado confuso. El rubio me
sacó de allí y me arrastró hasta el Autumn, pero mi mente
solo podía proyectar imágenes aleatorias de lo que fue
ocurriendo. Instantáneas que me situaban junto a Colin
atravesando el salón al mismo tiempo que mi hermano
intentaba evitar que me fuera con él. Solo podía recordar la
cara de enfado de Eli tirado en el suelo, la de asombro de mi
padre y la de orgullo de mamá mezclándose con alguna que
otra frase amenazante que el repostero lanzó contra mi
hermano. Pero no eran nada nítidas. Se perdían junto con el
agua que corría hacia el desagüe.
Mi cuerpo comenzó a temblar de nuevo pensando en lo
ocurrido hasta que su aliento chocó contra mi nuca y esas
imágenes horribles desaparecieron para dejar su lugar a
otras. Una en la que Col me subía al coche, ponía mi
cinturón de seguridad y conducía asegurándose de que
estaba bien. Otra en la que entrelazaba su mano con la mía
y me ayudaba a subir cada peldaño de las escaleras del
hotel que reservamos cuando accedió a ir a esa fiesta. Colin
desnudándome. Colin retirando con delicadeza el medidor
de glucosa de mi brazo. Colin poniendo música bajita para
intentar que mi calma se mantuviera. Colin entrando
conmigo a la ducha...
—Chsss...
Ni siquiera me di cuenta de que comencé a temblar de
nuevo hasta que sus manos rozaron mis brazos arrastrando
la espuma que había sobre ellos, cuando sus labios se
posaron en mi oído.
—Tranquilo —Susurró—. Estás a salvo conmigo, Grayson.
Mi corazón le creyó pese a que mi estómago se encogió
por cómo me llamó. Me descubrió y yo no podía hacer nada
para enfrentarme a él, porque seguía temblando. Sin querer
me había mostrado tal cual era, con todo lo que me hacía
imperfecto y aun así decidió seguir a mi lado. No, no solo
eso. Luchó por mí. Dio la cara por mí, pese a lo deshonesto
que fui con él.
—Colin, yo...
—Calla... —El rubio dejó un beso en mi cuello, cerca de
mi oreja, y yo me estremecí—. En este momento no importa
nada excepto tú. Todo está bien, ¿de acuerdo?
Asentí sintiéndome como una marioneta entre sus manos
y cedí cuando me giró y me miró de frente, el agua
resbalando por nuestros cuerpos, para asegurarse de que
podía seguir luchando esta noche.
—Estoy aquí para ti. No. —Me besó en la mejilla—. Me. —
Y después lo hizo en la otra—. Voy.
No supe de dónde saqué la valentía, pero me lancé a sus
labios mientras el agua seguía cayendo sobre nosotros,
sujetándome a su cara con fuerza por miedo a que se fuera
y me dejara, y debió notarlo porque enseguida puso sus
manos sobre las mías intentando que aflojara mi agarre. Fue
un beso desprovisto de lujuria, uno en el que volqué mis
verdaderos sentimientos, los dulces, esos que me negaba a
sentir y cuando abrí los ojos perdí toda mi voluntad:
—¿Qué necesitas para hacer una excepción conmigo?
—¿Q-Qué?
Colin me miró confuso y yo también lo estaba, pero no
tardó en darse cuenta de lo que le estaba pidiendo.
Aquel día en mi casa, justo cuando me dejé llevar por
primera vez con él siendo Levi, me confesó sus gustos en la
cama pero también me dijo que si era capaz de pedirlo
amablemente haría una excepción. Pues bien, quería que la
hiciera.
No, no quería.
Yo...
—Hazme el amor.
...lo necesitaba.
Era consciente de que acababa de soltar una granada sin
anilla entre nosotros que explotó en segundos, pero él
parecía imperturbable. Admiraba esa parte de él. Envidiaba
cómo era capaz de gestionar sus emociones cuando el
momento lo requería. Colin era vehemente e impulsivo,
pero cuando se trataba de preservar el bienestar de alguien
que le importaba, era capaz de manejar su carácter y darse
por completo al otro. Quizás por eso se mantuvo en silencio,
enjabonándome sin prisa y conservando el ambiente que
había creado para nosotros, uno del que se aseguró de que
no quisiera salir. Cuando me giró para terminar con mi
espalda, masajeó mis hombros y mis ojos se cerraron de
golpe disfrutando del sonido de su respiración relajada y eso
terminó por doblegarme. Parecía tener todo bajo control. Por
eso cuando dio por concluida la ducha, deslizó la puerta de
la mampara y me tendió la mano para que saliera de allí, no
dudé en tomarla y apretarla para hacerle saber que a partir
de ese momento estaba a su merced. No tuve que abrir mi
boca. Solo le miré y él lo supo. Y cuando quise darme
cuenta me besó anulando mis sentidos, haciendo que todo
a nuestro alrededor se esfumase mientras me modelaba a
su antojo como si fuera un pedazo de barro en sus manos.
Éramos los dos, yo abandonándome ante él mientras
esperaba a que nos encerrara dentro de una burbuja
Mi cuerpo caía, caía y caía.
Directo al vacío, como si me hubiera tirado desde un
décimo piso, con la adrenalina a niveles de superhéroe,
sabiendo que no me haría daño al llegar al suelo porque él
no lo permitiría.
Ansioso, ahogado y a punto de entregarle mi corazón en
una maldita caja con un lazo gigantesco y brillante, Col me
besó hasta que el interior de mis rodillas chocó contra el
borde del colchón y acabé sentado sobre él, mientras el
repostero se aferraba a mí pensando que cambiaría de
opinión si dejaba de tocarme. Pero no lo haría. No daría
marcha atrás incluso aunque mi cuerpo dejara de estar
entumecido y volviera a sentir de nuevo.
No, porque necesitaba darme esta oportunidad.
Nos olvidamos de que dejamos la música puesta en el
baño, esa que nos acompañó en la ducha, cuando las notas
a piano de una canción que me encantaba salieron de él y
se colaron en el dormitorio ambientando la escena. No era
Rihanna, aunque no creí que le importara porque no podía
imaginar una letra más perfecta para este momento que la
de «Bird set free» de SIA. Yo era el pájaro de esa canción. El
de las alas cortadas. El que estaba roto. Uno retenido y al
borde de la muerte. Ese pájaro que por más que quería
volar, no podía.
Hasta hoy.
Decidí desencadenarme del pasado, avanzar, vivir de
nuevo y sobre todo sentir, porque desde que Colin se cruzó
en mi camino estaba siendo realmente difícil mantenerme
inerte y no tenía nada que ver con mi fuerza de voluntad,
no. Él me hacía sentir vivo. Me salvó. Me rescató de la
oscuridad más absoluta. Una en la que me creí atrapado de
por vida. Una de la que no estaba dispuesto a huir. Pero
tuve que encontrarle tendiéndome la mano para que mis
dudas se esfumasen antes de aferrarme a ella porque
estaba seguro de que él no me soltaría jamás.
A horcajadas, sus piernas apretándose contra las mías, su
boca no me dio tregua ni siquiera cuando comenzó a trazar
un camino por mi pecho, subiendo y bajando desde mi
cuello hasta mi cicatriz.
—Algún día me hablarás de esto —susurró, sus dedos
acariciando los pájaros de mi tatuaje—. Pero no ahora.
Estaba tan nervioso como yo y lo sentí a través de las
yemas heladas de sus dedos que rozaban mi piel desnuda,
deleitándose en aquellos pájaros que adornaban mi cicatriz.
Cuando pensó que se estaba excediendo se contuvo
aguardando mi retirada, dándome tiempo a pensar con
claridad si estaba dispuesto a dar este paso con él, porque
una vez traspasáramos esa barrera nada volvería a ser igual
entre nosotros. Noté cómo se detenía unos segundos en
cada pájaro que tocaba, disfrutando mientras fundía
nuestras bocas por si era el último que le dejaba acariciar,
pero llegó al final sin que le detuviera. Entonces me dejó un
solo instante y sentí que la burbuja en la que nos encerró
explotaba haciéndome caer de nuevo, esta vez a un ritmo
tan vertiginoso que nadie podría salvarme del golpe. Eso
pensé hasta que unió nuestras frentes y me introdujo en
otra distinta con él, haciéndola levitar mientras me miraba
través de ese verde cautivador que tanto me gustaba y
aterraba, perdiéndose en mi gris, escudriñándolo por si
encontraba algún atisbo de duda allí. Pero no había ni una
pizca de indecisión en mí.
Era miedo, pánico, horror...
Amor.
Ese que no tenía idea de cómo ni de cuándo llegó, ni
tampoco sabía por qué demonios pensó que era buena idea
instalarse en mí sin fecha de salida. Uno que me consumía
cada vez que estaba con el rubio. Ese que no esperé,
porque pensé que no sería capaz de entender, por mucho
que Kyle trató de enseñarme. El mismo que mis ojos
reflejaban cada vez que Col se colaba en mi mente. Ese
amor idéntico al que podía ver reflejado en los suyos y que
acabaría descubriendo en mí si seguía mirándome con esa
intensidad.
—Levi, yo...
Le besé.
No quería escucharlo. No cuando sentía lo mismo
atascándose en mi garganta y muriéndose por salir. Por eso
atrapé su cara entre mis manos y nos volví a encerrar en la
puta burbuja, destrozando nuestras bocas y nuestras almas,
no dejando que esas dos terribles palabras acabaran con
esto, porque eso sería lo que pasaría si le dejaba decirlas.
Me perdí en el beso lento que compartimos.
Sus labios suaves, jugosos y únicos por cómo me hacían
sentir, acariciaban los míos con ternura, cuando sus manos
viajaron a mi espalda sobre mis hombros, apretando mi
cuello mientras se deshacía de mi tensión. No tardé en
hacer lo mismo con él necesitando sentir su piel bajo mis
dedos, rozando ese autógrafo permanente sobre su pecho,
el del tipo de ojos grises que le gustaba cuando tenía
quince, pensando en lo bien que quedaría mi nombre
grabado ahí, justo al otro lado, junto a su corazón. Sin duda
yo lo haría. Marcaría mi piel con su nombre en mi maldito
corazón, porque había logrado reconstruirlo para robarlo sin
darme apenas cuenta.
Sus manos me sacaron de mi fantasía cuando empujó
con suavidad mis hombros, obligándome a dejarme caer
sobre la cama mientras su boca jugaba con mi mandíbula.
No había un solo milímetro de mi cuerpo que no acariciara
el suyo. Ni uno. Nuestras piernas se enredaban, nuestras
caderas se torturaban a través de la tela de rizo de nuestras
toallas y nuestras manos recorrían el resto. Las mías en su
cintura, exigiéndole mantener esa presión sobre mí. Las
suyas, alrededor de mi pelo, tirando a veces con suavidad,
otras con fervor, mientras su boca tentaba a la mía
dejándome con ganas de más. Dejándome con ganas de
todo.
—No te detengas.
Mi súplica llamó su atención y pronto le tuve enmarcando
mi cara con sus manos, sus dedos jugueteando con algunos
mechones que caían sobre mi frente, retirándolos con
dulzura. Trataba de decidir si besarme y acabar con mi
agonía, o hablar para hacerlo así con la suya, porque se
moría por hacerlo. Su mandíbula apretada me lo reveló. Eso
y sus dientes en sus labios, hincándose ahí para intentar
contener sus palabras mientras acariciaba mis mejillas con
sus nudillos sin dejar de mirarme, y justo en ese momento
fui consciente de lo enorme que era lo que estaba a punto
de pasar.
No tenía nada que ver con esos otros instantes de pasión
desenfrenada que habíamos compartido. Era más íntimo,
más real, más como él describió aquel día en los mensajes
que envió a G. Esto era cuestión de confianza, de dejar tu
corazón y tu alma expuestos para que el otro los cuidara o
jugara con ellos. Era cuestión de tener fe ciega en que ese
rubio que estaba remendando mis heridas solo con mirarme
se decantara por cuidarme. Y no tenía duda de que lo haría.
Cuando Colin se deshizo de la prenda que aún cubría
parte de nuestros cuerpos, desnudándolos sin prisa, con
delicadeza y con tanto mimo que no pude soportar la
sensación, mis ojos se cerraron de golpe apretándose con
fuerza cuando sentí que volvía a ponerse sobre mí. Piel con
piel. Sus labios cálidos en mi cuello, en mi barbilla, en mi
boca.
En mis ojos.
No me di cuenta de que la emoción me había
sobrepasado hasta que sentí cómo secaba mis lágrimas con
sus labios.
—Podemos parar.
Su susurro provocó que mis ojos se abrieran de
inmediato, nervioso por haberle dado una idea equivocada
de lo que estaba sintiendo. Pero cuando me encontré con
una mirada cómplice y rebosante de la misma emoción que
yo era incapaz de controlar, negué con la cabeza.
—Ojalá pudieras ver lo que veo cuando te miro... —
susurró.
Seguíamos estando en su burbuja, flotando a su antojo
porque él la dirigía, mientras nuestros cuerpos luchaban
intentando fusionarse.
—Eres maravilloso —dijo, mi cuerpo temblando sin
remedio.
Mis ojos volvieron a cerrarse y su mano eligió ese
momento para torturarme cuando se coló entre mis piernas,
atascando todas esas maldiciones que sentía viajando en mi
interior, reteniéndolas en mi garganta preparadas para salir
en cuanto abriera mi boca. Sucedió en cuanto sus dedos
decidieron ir más allá y cruzar los límites de lo prohibido,
provocando que mi grito impactara contra las paredes.
—¡Oh, Dios!
Y de repente ya no estaba con él en la burbuja, volvía a
ser el pájaro en lo alto de aquel edificio gigantesco.
Mis alas estaban vendadas y apenas podía sentirlas, pero
eso no me iba a impedir hacer lo que necesitaba hacer en
ese instante. Necesitaba saltar y ver que estaba listo para
volar. Necesitaba hacerlo.
Estaba preparado para ello, mis manos arrollando las
sábanas que rozaban mi espalda, volviéndose puños cuanto
más sentía el empeño del rubio por hacer volar mi cabeza
en pedacitos, trabajando con sus dedos, preparándome para
saltar de nuevo al vacío. Mi corazón trotaba a la velocidad
de un pura sangre, galopando al mismo tiempo que
disfrutaba de esa felicidad que se colaba por cada poro de
mi piel, hasta que sentí que me dejaba y me alarmé. Solo
duró un instante, porque enseguida su piel volvió a calentar
la mía y como no creí soportarlo, abrí mis ojos para verle. Su
cuerpo estaba tenso, su cabeza arqueada hacia atrás y su
boca abierta jadeaba y gemía por el simple roce. Sabía que
esto estaba siendo algo grande para él también.
Sabía que esto le estaba obligando a hacerse cargo
cuando tal vez no quería hacerlo, pero el rubio me había
dicho en la ducha que cuidaría de mí y lo estaba haciendo
bien. Por eso, cuando le vi estirazar su mano en busca del
interruptor de la lámpara en la mesita de noche para
hacerme las cosas fáciles, atrapé su muñeca impidiendo
que lo hiciera.
—¿Estás seguro?
Asentí.
Si él era capaz de desnudarse en cuerpo y alma, yo
también lo haría.
Sus manos ardían por mis piernas, flexionándolas a cada
lado de sus caderas mientras se colocaba entre ellas, tan
ansioso por perderse en mí como yo lo estaba porque lo
hiciera. Era la primera vez que me sentía así y no podía
negar que mientras me tanteaba jugando con mi paciencia,
yo me moría porque me hiciera el amor y como si estuviera
leyendo mi mente, no me hizo esperar.
Poco a poco fuimos uno, provocando que mi cuerpo se
arqueara, haciendo que una corriente bestial me recorriera
de arriba a abajo, mientras los dedos de mis pies se
encogían por culpa de todo lo que estaba sintiendo.
—Grayson...
Su susurro quebrado me envolvió, erizando mi piel al
instante, mientras dejaba que me acostumbrara a su
ardiente intrusión hasta que comenzó a moverse y destruyó
cada pizca de sensatez que me quedaba. Sus manos
buscaron las mías, que seguían aferradas a las sábanas y
las retuvo contra mi almohada, enjaulándome entre
nuestros brazos mientras entrelazaba nuestros dedos y
destruía nuestras bocas en un beso feroz. Uno que retuvo
de nuevo aquellas dos palabras que amenazaban con salir
de cada uno de nosotros, porque no iba a negar que le
amaba.
Sí, le amaba desde lo más hondo de mi corazón
magullado, pero no estaba preparado para decirlo todavía,
no porque me sentía un asqueroso traidor.
Me estremecí al sentir que su ritmo se volvía duro y más
intenso si es que eso era posible, tocando ese punto
sensible que me llevaría al éxtasis más absoluto en cuestión
de segundos. Y cuando sentí que todo mi cuerpo se volvía
rígido y que la explosión era inminente...
Volví a ser el pájaro. Y salté batiendo mis alas. Y me
liberé volando a ninguna parte sabiendo que, si me perdía,
él estaría ahí para rescatarme.
Justo como estaba haciendo ahora.
El reloj de la mesita marcaba las siete de la mañana
cuando mis ojos se abrieron. Colin dormía plácidamente a
mi lado y yo tuve que luchar por no pellizcarme para
comprobar que estaba despierto y que ese hombre
tumbado a mi lado no era fruto de mi imaginación.
Parecía en paz, respirando de forma suave, con un brazo
por encima de la cabeza y las sábanas descansando al
borde de su cintura. Cuando mis ojos vagaron por su pecho
desnudo, millones de imágenes sobre lo que pasó hacía
unas horas cruzaron mi mente y noté mi cara
enrojeciéndose. Intenté entender la razón por la que acabé
casi al borde de la súplica y entregándome de aquella
manera cuando solo pasó con una persona antes y desde
entonces prometí que jamás volvería a suceder.
Con Kyle fue un paso más en nuestra relación. Algo a lo
que le di muchas vueltas hasta que estuve seguro de quería
hacerlo. Pero con Col... ¡Ay! Con el rubio solo me dejé llevar
por lo que sentía, aunque me costara admitirlo por mucho
que estuviera a punto de escupirlo mientras hacíamos el
amor.
No, no podía quererle.
Esto no tenía que suceder de ninguna de las maneras.
Lo que comenzó siendo una historia divertida que tenía
fecha de caducidad, terminó convirtiéndose en más sin
darnos cuenta y ahora saltamos a un nivel superior, el más
alto me atrevería a decir, y asustaba. Pero no era por lo que
estaba sintiendo, no. Me acojonaba porque él sentía lo
mismo y eso me jodía porque no quería hacerle daño.
El arrepentimiento me inundó cuando volví a mirar a
Colin que no se había movido desde que mis ojos se
abrieron. Seguía sereno, su pelo suelto enmarcando su cara,
esa que le hacía ridículamente guapo. Hice un esfuerzo
enorme por no tocarle, aunque me moría de ganas de
hacerlo. Quería saborear el momento de nuevo aun
sabiendo que no lo merecía, por eso cuando mis dedos
errantes estuvieron a punto de acariciar su abdomen, me
contuve levantándome casi de un salto de la cama y no
tardé en alcanzar mis pantalones, comprobando que seguía
durmiendo al ver lo brusco que había sido al huir. Como lo
hacía, me metí en el baño para intentar aclarar mis ideas y
quizás en busca de un poco de consuelo.
Comprobé una vez más que el rubio seguía durmiendo
desde el baño, a través de esa rendija que había dejado en
la puerta para poder vigilarle, cuando sin siquiera darme
cuenta Kyle apareció ante mí, reflejado en el espejo y
mirándome en silencio. Las ganas de vomitar se
multiplicaron por mil al ver cómo me escudriñaba. Sin poder
soportarlo más, cerré los ojos con fuerza esperando a que
se marchara y cuando los abrí y vi que seguía allí, estoico y
sin emoción en su cara, me enfrenté a él.
—¿Qué quieres?
—Yo nada. Me has traído tú.
Me estaba convirtiendo en un loco que hablaba con
fantasmas y lo peor de todo era que el mío tenía razón. Le
traje yo porque me sentía el mayor traidor del mundo.
Empecé a sentirme como anoche; al borde del ataque de
pánico. Por ello no perdí el tiempo y fui directamente hacia
el escritorio de aquella habitación, abrí su cajón y saqué una
hoja de papel. No tenía idea de cuánto tiempo estuve tras
aquella mesa, mirando al rubio de soslayo mientras
pensaba en cómo hacerle entender, mordiendo de vez en
cuando el interior de mis mejillas para intentar mantener la
calma. No sabía cómo hacerlo, pero necesitaba poner en
pausa esta cosa hasta que estuviera seguro de poder seguir
adelante. Así que escribí lo que sentí que debía saber y
después me vestí, agarré mis teléfonos intentando no
interrumpir su sueño e hice algo que jamás pensé que haría;
le dejé.
No tardé en coger mis llaves ir hacia la puerta y darle un
último vistazo desde allí, porque si lo hubiera hecho más
cerca nada hubiera impedido que me metiera de nuevo con
él en esa cama.
No era la mejor de las maneras, pero necesitaba un poco
de tiempo para aclarar mis ideas y sentir que esto era
correcto y mientras Kyle siguiera conmigo, no iba a suceder.
Solo deseaba que pudiera entenderme una vez me
explicara y que fuera suficiente para mitigar su dolor,
porque sabía que sufriría. Aunque, de no ser así, tendría mi
corazón escayolado como pago por hacerle daño y podría
hacer con él lo que le diera la gana.
No se lo pediría de vuelta.
Nunca.
Me di cuenta de que ese corazón imperfecto era suyo
desde mucho antes de conocerle y yo estaba bien con ello.
CUARTA PARTE

Amor:
Sentimiento de intensa atracción emocional y sexual hacia
una persona con la que se desea compartir todo.
25 DE ABRIL
En línea

Grayson_03:00: Rubio...
Grayson_03:00: No funcionará.
—41—
«DECISIONES»
• Dos semanas después...•
«Por favor, no hagas esto por teléfono».
Intenté esquivar los ganchos que Zach iba soltando en
dirección hacia mi hermosa cara y parecía que lo estaba
consiguiendo. Me moví con soltura hacia la izquierda
dejando que su puño se perdiera en el aire y después me
agaché evitando así que me noqueara, aunque mi suerte
cambió en cuanto mi cabeza decidió que era un buen
momento para repasar la conversación que tuve con Levi —
y Grayson— ayer por la tarde.

Grayson_18:30: No seas terco.


Yo_18:30: No tienes derecho a
decirme qué debo hacer con mi vida.
Grayson_18:31: ¿Estás
ocupado? Me gustaría hablar
contigo.
Yo_18:31: No es buena idea.
Grayson_18:32: No podemos
posponerlo demasiado. Lo sabes,
Colin.
Yo_18:32: Sí, lo sé.
Yo_18:32: Y te ahorraré la
conversación. La respuesta es no.

El recuerdo de lo que sucedió después le dio ventaja a mi


instructor de kickboxing cuando su pierna se elevó hasta mi
cara y mi reacción llegó muchos segundos más tarde, no
pudiendo hacer nada para evitar el golpe que me hizo caer
de culo sobre la colchoneta.
—¡Oh, mierda! —Zach se lanzó a por mí agarrándome del
brazo y levantándome del suelo—. Se supone que debes
esquivarme.
—Sí, lo siento. —Resoplé—. Estoy un poco despistado
esta mañana.
—¿Un poco? Acabo de patear tu trasero en menos de
cinco minutos de sesión, Colin, y sabes lo que opino sobre
los que se rinden sin luchar. Así que, si no vas a estar al cien
por cien conmigo en este momento, mejor te vas con tu
monitor favorito y levantas unas cuantas pesas hasta que
estés listo para mí.
—Zach...
—No es solo hoy, Col. Llevas mucho tiempo en ese
estado, así que ve a descargar esa tensión con él —dijo
señalando a Aaron que estaba justo al final de la sala de
máquinas—. Y después regresa a mí. —Quise pelear un poco
más pero no me dejó—. Te dije la primera vez que viniste
con toda esa ira burbujeando dentro de ti que me tomo muy
en serio mis entrenamientos. Debes estar concentrado,
Colin. Necesito que toda tu atención esté sobre lo que
estamos haciendo y que tus problemas los dejes fuera. Así
que hazme caso, ¿quieres? Ve con él, descarga esa rabia y
después vuelve a pelear conmigo.
No quería hacerlo, pero asentí sabiendo que era lo mejor.
Cuando me levanté esta mañana, después de no haber
pegado ojo, pensé que una buena sesión con Zach me
ayudaría a salir de mi cabeza para así poder volver a la
normalidad cuanto antes, pero ese tipo de dos por dos tenía
razón; ya había durado demasiado tiempo. Dos semanas en
concreto.
Resignado, me dirigí hacia la zona de pesas con la
esperanza de que funcionara la sugerencia de Zach. Quizá
levantar un poco de peso me haría sentir mucho más ligero
cuando terminara, a pesar de que desde hacía quince días
sentía una carga enorme sobre mis hombros.
Cuando me desperté en el Autumn y descubrí que no
estaba, lo primero que se me vino a la cabeza fue que había
ido a arreglar mi desastre. Y sí, fue un desastre porque no
solo me conformé con alejarle de esa mansión. Por el
camino me encargué de dejar a su hermano atontado tras
soltarle un gancho. Un derechazo que ni siquiera esperaba y
no me sentía muy orgulloso aunque lo merecía. Pero no.
Levi no fue a su casa, ni siquiera Steve sabía dónde estaba
—o eso decía él— y eso provocó que el peor de los
presagios se instalara en la boca de mi estómago.
Y tenía razón.
El muy cobarde se fue sin dar una explicación. Ni una. Por
mucho que miré mis mensajes, no tenía ninguno ni de Levi
ni de Grayson haciendo que la tristeza más absoluta me
invadiera y llevaba conmigo desde entonces, porque a
pesar de que el día veinticinco de este mes tuvo un desliz,
no pudo haber sido más predecible. Lo dejé pasar y ni
siquiera respondí, pero ayer no pude aguantar porque tras
la valentía de Grayson mi tristeza se transformó en ira. Tras
ese último «no funcionará», estuvo dos semanas sin dar
señales de vida y de repente apareció de nuevo pero esta
vez con exigencias.
¿Qué pensaba que iba a hacer? ¿Actuar como si todo
fuera normal entre nosotros? ¿Aliviar su conciencia culpable
aceptando la propuesta que me hizo?
Es verdad, no lo sabéis.
Dos días después de que el señor desapareciera de la faz
de la tierra recibí una visita no esperada en mi cafetería. Al
ver a ese hombre frente a mí, mis tripas se revolvieron.
Olvidé por completo nuestra reunión y cuando apareció en
el café lo primero que pasó por mi cabeza fue que estaba
todo perdido. Me equivoqué de pleno. Cuando Davidson
comenzó a hablar sin una pizca de emoción en su voz, me
recordó al tipo que había huido y no solo por eso, también
por su apariencia. Era como ver a Levi con veinte años más.
Bien vestido con un traje de diseñador y ese pelo con la
raya a un lado perfectamente peinado, el tiburón de los
negocios me entregó una carpeta en nombre de mi vecino,
que estaba en paradero desconocido, y sin perder su
entereza me dijo: «Que lo disfrutes».
Y después se fue sin explicar nada.
Cuando se marchó pensé en quemar la carpeta sin ver el
contenido, pero mi curiosidad me ganó la partida y la abrí
en cuanto me metí en la sala de personal y cerré la puerta,
quedando petrificado ante la única hoja que había dentro de
ella. Era un contrato de compraventa. Del local. De ese por
el que hubiera empeñado hasta mis cejas de no haber sido
porque Levi no me dejó. Estaba a mi nombre y lejos de
entusiasmarme, me cabreaba.
¿De verdad pensó que yo estaba en venta?
En ese momento entendí por qué ese señor apareció
carente de humor. Levi actuó a mis espaldas y dejó la pelota
en mi tejado porque ahora me tocaba decidir qué hacer y no
tenía idea de cómo continuar tras poner las cartas sobre la
mesa.
Ante mí había dos posibilidades; empezar de cero como
si nada hubiera sucedido o hablar del tema y zanjarlo para
que cada uno pudiera seguir por su camino. No quería su
caridad.
Quería una explicación.
Necesitaba saber qué fue lo que le hizo huir, porque
hasta donde yo sabía pasamos la noche más maravillosa del
mundo uno en los brazos del otro y que se fuera me tenía
súper confundido.
Así que anoche no dormí pensando en la decisión que
debía tomar. Lo de evitar la conversación no iba conmigo,
por lo que lo descarté tan pronto como se me ocurrió. La
segunda opción, la que implicaba sincerarme y acabar con
nuestra relación, quizás era la mejor. El problema era que
no estaba listo para hacerlo porque una mezcla de
decepción, dolor y confusión invadían ahora mi cuerpo y mi
mente. Aunque lo que más me pesaba era lo herido que me
sentía. No me dio la oportunidad de hablar sobre su alter
ego. No me dejó decirle que no me molestaba que se
escondiera detrás del misterioso señor G. y era verdad, no
lo hacía. Tal vez su forma de abrirse conmigo no había sido
la mejor y quizás pude haber hecho algo para que se
sintiera un poco más cómodo. No iba a negar que me
desconcertó su doble juego en el instante en el que le
descubrí. Sin embargo, duró solo eso: un instante. Después
solo podía pensar en lo mucho que mereció la pena porque
poco a poco y sin darme cuenta me enamoré de ese tipo
cariñoso, cercano y divertido que era Grayson y también lo
hice de ese otro que me escuchaba sin interrumpirme
cuando hablaba sin contención. Y muy idiota de mí pensé
que él sentía lo mismo.
Volver a revivir su huida me tenía de pie, inmóvil en
mitad del gimnasio porque mis pies dejaron de moverse
hasta que miré hacia donde estaba mi monitor. Dudé un
poco en acercarme cuando los ojos de Aaron se fijaron en
mí, pero enseguida acorté la distancia y me senté sobre un
banco de pesas que había libre, mientras un suspiro
inmenso me abandonaba antes de regresar sin querer a la
maldita conversación que era la culpable de mi estado de
ánimo actual. La muy molesta se había quedado grabada en
mi memoria y ni siquiera necesitaba tener mi móvil en la
mano para recordarla.

Levi_18:50: Responde, Colin.


Yo_18:50: Estoy ocupado con la
cena.
Levi_18:51: Tenemos que hablar.
Por favor, no hagas esto por
teléfono.
Yo_18:51: ¿No hacer, qué
exactamente? ¿Lo que llevas
haciendo tú más de dos jodidas
semanas?

Levi_18:51: Responde. La. Maldita.


Llamada.

Mi mandíbula se tensó al evocar el sentimiento que me


recorrió al ver esa orden dura viniendo de él. Hasta ese
momento ni siquiera me di cuenta de que me escribía Levi.
Estaba tan sumido en la conversación que di por hecho que
el chat que tenía abierto seguía siendo el de G. —
renombrado Grayson en cuanto el misterio del nombre se
resolvió—, así que mi sorpresa fue inmensa cuando se puso
borde. No era propio de él. No de Grayson. Él era dulce y
paciente, siempre lo fue en nuestras charlas de madrugada.
Sin embargo, Levi era todo lo contrario. El abogado hosco
perdía el control en cuanto yo abría la boca. Era increíble
que se tratara de la misma persona y que pudiera sentir
tanto por los dos.
Quise probar empezando por una de veinte kilos, pero mi
cabecita loca seguía atascada en lo que sucedió ayer por la
noche. Su mensaje consiguió que ni siquiera me dignara a
probar alguno de esos hojaldres salados que guardé para
cenar y si hubiera sido un poco inteligente habría hecho
justo lo que sentí que debía hacer; apagar el puto teléfono,
preparar el sofá de la sala de descanso en el Bite Me y
dormir sin pensar en nada. En su lugar, me senté sobre el
sofá intentando mantener a raya a mi cabreo, con mi
teléfono en la mano mientras rogaba en silencio que Levi no
lo intentara de nuevo porque sabía lo que pasaría.
Y es que, en cuanto sonó, mis dedos traidores
respondieron.

∞∞∞
• 10 horas antes...•

—Dime que estabas bromeando.


La voz ronca de Levi hizo que quisiera golpearme por
pensar que contestar era buena idea. En serio, ¿en qué
momento lo sopesé siquiera? Estaba claro que no
llegaríamos a nada, yo aquí en Chicago y él...
Él dondequiera que estuviera.
A mí me gustaba resolver los problemas en persona, ya
fuera mediante un cara a cara tosco o con una conversación
pacífica. Y sí, elegiría siempre la primera opción porque me
iba lo pasional.
—¿Col?
—Estoy aquí.
Mi hilo de voz salió tan apagado que llegué a pensar que
imaginé mi respuesta, hasta que su suspiro se coló por el
auricular de mi teléfono provocando que me hundiera
mucho más en ese sofá del demonio. Era incómodo como él
solo y ahora que lo estaba usando de más, debería pensar
en cambiarlo.
—Deja el orgullo a un lado y traslada tu negocio a Loyola.
—¡No se trata de orgullo, joder! ¿De verdad piensas que
tengo una pataleta? ¿Es eso?
—Colin...
—Mira, no. No quiero escuchar nada. Decidí que no te
regalaría mi tiempo en el momento en el que asumí que te
habías ido. No me trasladaré —respondí tajante.
—Estás siendo terco.
—Puede, pero al menos soy fiel a lo que siento. No creo
que puedas decir lo mismo.
Silencio.
—Mira... —Ahora el del suspiro fui yo—. Tenías razón.
Siempre la tuviste.
—¿Qué quieres decir?
—No funcionará.
—Lo sé. —Su respuesta hizo arder mis entrañas—. Pero
aun así me gustaría hablar y aclarar las cosas. Yo...
—No. —No dejé que me interrumpiera o perdería el valor
—. No quiero una disculpa porque sí, prefiero asumirlo y
seguir adelante. Te cansaste de decírmelo y no quise verlo,
pero tenías razón. Nunca funcionará porque no confías en
nadie. No lo hará porque no quieres. Porque no dejas que
me acerque. Porque cuando todo es perfecto, te cagas de
miedo y entonces no tardas en retroceder y alejarte de mí.
No porque, en lugar de mantener una conversación adulta,
prefieres esconderte tras una pantalla. O huir y poner tierra
de por medio.
Igual estaba siendo un poco injusto y eso de acribillarle a
cañonazos no era la mejor de las ideas, porque le obligaba a
responder de la misma forma.
—Necesito tiempo, Col. Concédeme eso.
—No. No lo haré. No lo mereces.
—Venga, rubio... No quiero tener esta conversación por
teléfono.
—¡Yo no quiero tenerla en absoluto! —Tal vez perdí un
poco los nervios.
—Colin...
Intenté calmarme cuando su tono de súplica regresó
filtrándose por todo mi cuerpo, sin embargo el dolor
punzante en mi pecho lo hacía imposible.
—Dime una cosa; ¿crees que ese contrato bastará para
hacerme olvidar lo que has hecho? —Grité—. No, Grayson.
La vida no funciona así. Y la respuesta sigue siendo no. No
me trasladaré a Loyola sabiendo que eso aliviaría tu
conciencia.
—Lo siento.
Me reconfortó escuchar su disculpa, tanto que mi estado
de alerta se disipó dejando lugar a una paz que no esperaba
sentir hablando con él. Cuando la ira amenazó con
consumirme al escuchar su voz al otro lado, pensé que eso
sería todo, que acabaría montando una escena. Pero ese
enfado se transformó en algo peor; dolor. Me dolía de forma
insufrible haberme dado cuenta de que, por mucho que lo
intentara, nunca llegaría a nada con él. Asumirlo y aceptarlo
fue mucho más doloroso que descubrir que me había estado
mintiendo durante meses.
¡Joder! Ni siquiera me importaba, porque todo en lo que
podía pensar era en que a partir de ahora debería empezar
de cero. Fracasé otra vez y eso me hacía más daño que su
mentira, como también lo hacía imaginar mi día a día sin él.
—Si pudieras esperar a que regrese.
—No.
—Pero...
—Eres un tipo inteligente, Levi, y sabes que es mejor
dejar las cosas así antes de que sea demasiado tarde.
—¿Y si ya lo es?
—¿Qué quieres decir? —Otro silencio incómodo—.¿Ves? Ni
siquiera por teléfono te atreves a hablar conmigo. Solo
estás a gusto tras un chat. No quiero eso en mi vida, Levi.
No quiero tener que adivinar cómo te sientes a cada
segundo. Por eso es mejor dejarlo aquí.
—¿Es eso lo que quieres? ¿De verdad?
No.
—Sí.
Su silencio consiguió volverme realmente loco, haciendo
que esa paz que sentí tras su disculpa se esfumara mientras
la ira volvía de nuevo. Le estaba provocando para que diera
un paso al frente, pero ni por esas.
¿Por qué coño no decía nada?
¿Es que ni siquiera en este momento podía dejar ese
miedo ridículo a un lado y luchar por mí?
¿De verdad le costaba tanto hablar sobre sus
sentimientos?
—He echado de menos tu concierto de las cinco
atravesando mis paredes y cómo después te contratacaba
con Rihanna. Pero lo que más extraño son nuestras cenas.
Te echo de menos.
Desde luego a mí no me costó nada porque ahí estaba mi
boca metiéndome en problemas una vez más, en frío y sin
que pudiera esperarlo, pero era la maldita verdad. Le
extrañaba. Lo hacía a pesar de lo que hizo, aunque eso no
cambiaba mi forma de ver las cosas.
—Colin, yo...
—¿Dónde estás ahora?
No quería escuchar una confesión forzada de algo que no
sentía. Nunca le pedí eso. No necesitaba a alguien que me
dijera lo que quería escuchar para mantenerme feliz, al fin y
al cabo eso sería otra mentira más que alimentar. Terminé
de ser ese Colin que abría su corazón y decía un «te amo»
sincero, conformándose con un «yo también». No. Hacía
mucho tiempo que le dejé atrás buscando algo real y de
verdad y, por mucho que me gustara Levi, por muy
enamorado que me sintiera, no estaba dispuesto a dar un
paso atrás, ni siquiera por él.
—No me lo dirás, ¿verdad? —Supliqué un poco más.
—Necesito resolver un asunto, rubio. Tengo algo que
hacer antes de volver y hablar contigo y te prometo que...
—No. No hagas promesas que te aten. Nunca traen nada
bueno.
—Colin, por favor.
—Adiós, Grayson.

∞∞∞
—¿Colin?
La voz de Aaron se coló entre mis pensamientos que
parecían haberme aturdido más de la cuenta, pero no logró
inmutarme. Ya quedaban lejos esas veces en las que su
acento —el que Oli decía que nublaba mi razón— lograba
sacudirme y trabar mi lengua mientras decidía qué decir o
cómo comportarme. Había superado a ese monitor
argentino y no me di cuenta de cuándo había pasado, solo
pasó y no me sentía mal por ello. Ni siquiera lo que hasta
hacía unos pocos meses me parecía atractivo de él —como
sus labios, la forma en la que me miraba o esa sonrisa
arrogante con la que siempre lograba salirse con la suya—,
conseguía inquietarme y eso me hizo ser consciente de que
Levi me había arruinado para el resto de la humanidad o al
menos era como me sentía en este momento.
—Ey, rubio...
No. Nada. Ni un mísero pellizco leve en el estómago.
—¿Sí? —respondí mientras abría mis ojos y él aparecía en
cuclillas en mi campo de visión.
—Te preguntaba si necesitabas ayuda. ¿Te gustaría que
empezásemos con una de veinte? —Enseguida negué y él
se puso de pie—. ¿La de quince entonces?
—No, Aaron. Creo que me voy a ir. No estoy teniendo una
buena mañana.
De un salto me puse de pie y comencé a caminar hacia la
salida buscando un poco de aire cuando Aaron me llamó y le
miré por instinto sobre mi hombro.
—¿Trabajas hasta tarde?
—Sí.
Sus pies se movieron tan rápido que no tuve tiempo de
reaccionar antes de tenerlo casi encima y al terminar con la
distancia entre nosotros atacó:
—¿Te apuntas a una copa esta noche?
Si esa pregunta la hubiera hecho ayer a esta misma hora,
la respuesta habría sido; no.
Pero hoy, cabreado como estaba no había duda de que
tomaría la decisión más estúpida que hubiera para elegir. Y
si a ese enfado añadía ese sentimiento de desamparo que
crecía y crecía mientras más vueltas le daba, entonces
estaba perdido porque en esas ocasiones desaparecía mi
voluntad y todo lo que buscaba era algo que mitigara ese
dolor insoportable.
—Sí.
O a alguien.
—¿Te recojo en casa?
—En el Bite Me mejor. —Él asintió sonriendo.
Y sí, probablemente era una idea terrible pero mi cabeza
estaba lejos de funcionar después de lo devastado que me
sentía por haber perdido al único hombre del que me había
enamorado de verdad. Lo peor era que no iba a hacer nada
por sacarle de mi cabeza.
Aunque eso me atara de por vida al mayor cobarde del
planeta.
—42—
«LAS FASES DEL DUELO»

Mi cabeza retumbaba sin cesar y mi boca estaba tan seca


que ni siquiera bebiendo durante años lograría hidratarme.
Lo peor de todo era que no tenía idea de dónde demonios
estaba.
Tampoco ayudaba mucho que no recordase nada de lo
que sucedió anoche. Al menos nada de forma clara. Mi
mente solo proyectaba flashes de momentos que viví pero
nada nítido. Sé que estuve con Aaron en el «Rainbow». Que
bailé con él. Que me besé con él y que me marché con él.
Pero no recordaba nada después de subir a aquel uber con
destino a sabía Dios dónde. Y ahora la culpa, el
arrepentimiento, la resaca y yo intentábamos aclimatarnos
a la luz que entraba por esa dichosa ventana.
Me hubiera levantado de un salto de no haber sido por mi
estado lamentable. Me dolía todo el cuerpo y por eso me
incorporé en aquella cama poco a poco, como si fuera un
señor mayor con artritis. Después di un repaso al escenario
a mi alrededor y en cuanto vi las paredes respiré tranquilo.
Estaba en casa de Oli.
Tras levantarme, por fin, fui al baño a lavar un poco mi
cara y cuando me miré al espejo casi di un grito al verme.
Parecía que había salido del mismísimo infierno y mis ojeras
avalaban mi afirmación. Era mi culpa porque no logré
descansar bien desde que Levi se esfumó. Ni siquiera había
pisado mi casa salvo un día que fui a coger todo lo que
necesitaba. Mi vida desde entonces era trabajo, trabajo y
más trabajo, y después de echar el cierre, dormía en el sofá
de la sala de personal tras asearme en el baño.
Aprovechaba mis rutinas en el gimnasio para ducharme allí
y la comida la hacía en mi cafetería.
Sí, si os lo estáis preguntando se puede sobrevivir a base
de hojaldres salados.
Anoche tampoco volví a casa a prepararme para mi «no
cita» con Aaron. Tenía todo lo que me hacía falta en la
cafetería, incluyendo ropa, además de la suerte de que
hubiera una lavandería a dos manzanas de allí. Sí, todo
jugaba a mí favor para no pisar mi casa porque no quería
hacerlo. No podía entrar allí sin más y fingir que nada había
sucedido. No sabía cómo. En el momento en el que
decidiera poner mis pies en mi apartamento, mi mente
reproduciría con lujo de detalles cada conversación que
mantuve con Levi, cada mirada que me regalaba cuando
pensaba que no lo veía, cada beso que le robé... No. De
ninguna manera podía volver allí, por lo menos hasta que
consiguiera que doliera algo menos.
Cuando salí del baño me di cuenta de que Oli había
dejado una de sus camisetas a los pies de la cama en la que
dormí. Era mi favorita, una de color verde agua de tirantes y
con letras glitter doradas formando una frase divertida;
«Soy la más zorra». Se la compré hacía un par de años y de
unas tres tallas más grandes que la suya con la esperanza
de que algún día me la regalara, pero no lo hizo. Así que,
tras ponérmela, me armé de valor y salí en su búsqueda
dirigiéndome a la cocina y, por el olor, debía estar haciendo
pancakes con beicon crujiente y plátano, provocando que mi
boca se hiciera agua al instante.
—¿Cielo?
—Perdona, ¿qué?
—¿Has dormido bien?
—Mejor que bien. —Sonreí.
—Me alegro.
No dijo nada más y volvió a su trabajo mientras yo
ocupaba uno de los taburetes de su barra americana.
—¿Qué tal tu policía?
—Es un gilipollas —dijo pillándome por sorpresa.
—En otras palabras...
—Me gusta muchísimo. —Su respuesta fue acompañada
de un suspiro.
Olivia apagó el gas y, tras servir los platos, puso uno para
mí sobre la barra y el suyo al lado, quedándose de pie
mientras me miraba sin perder detalle. Tenía esa expresión
que tanto odiaba en su mirada; la compasión. Mi amiga se
compadecía de mí y de mi mala suerte y si en otra ocasión
me hubiera defendido de su ataque de lástima, hoy no tenía
fuerzas para nada.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Dispara —dije atacando mi beicon.
—Me preguntaba si habías terminado de tener esa
actitud derrotista y estabas listo para dejarlo atrás.
—No sé de qué hablas —respondí encogiéndome de
hombros y con un tono bastante infantil—. Estoy bien. No
hay nada que dejar atrás. Lo del picapleitos no ha sido nada
más que un polvo que se ha alargado demasiado.
—¿Uno?
—Sabes lo que quiero decir.
Oli simplemente negó con la cabeza antes de darme la
espalda y abrir un armario para sacar un bote de sirope y yo
agradecí que lo hiciera porque no estaba de humor para
seguir hablando de él. Odiaba que siguiera conmigo,
aunque fuera incorpóreo, cuando decidió que su opinión era
la única que importaba con respecto a nosotros. Él dispuso y
yo solo tuve que acatar su orden porque mis deseos no
tenían cabida en esta historia.
—¿Col?
—Dios, lo siento. —Suspiré mientras jugaba con la comida
de mi plato—. Soy un puto desastre ahora mismo, lo admito.
—No había duda, cielo. No desde hace dos semanas, y
ninguna desde que llegaste anoche borracho y pidiendo
asilo.
¡Qué vergüenza!
—Lo siento, Oli —Repetí sin mirarla siquiera—. Yo... —Hice
una pausa intentando ordenar mis ideas y cuando no lo
logré, mi boca lo dejó salir todo de golpe—: Me lie con Aaron
anoche por despecho. ¿No es lo más patético del mundo,
rubia? Me dejé llevar por venganza y ni siquiera recuerdo
qué pasó con exactitud. Bebí, bailé y le besé pero... —
Resoplé—. No funcionó. No para lo que yo quería.
—Amor, estás en modo negación.
—¿Modo negación?
—Es una fase del duelo —dijo asintiendo—. Negación, ira,
negociación, depresión y aceptación.
—¿Y estoy en la primera? —Ella sonrió—. Joder...
—Estás herido, cielo. Es todo normal.
—No, no se trata de eso —dije interrumpiéndola—. Solo
estoy cansado. No entiendo qué hago mal para que nadie se
escoja el camino que conduce a mí.
No quería soltar un discurso que acrecentase su lástima,
pero por lo rápido que rodeó la barra, giró mi taburete y se
sentó en mi regazo, me temía que acabé consiguiendo el
efecto contrario.
—Cualquiera mataría por estar contigo, Colin. —Cuando
abrí mi boca para rebatir su afirmación, ella posó su dedo
índice en mis labios impidiendo que hablara—. No. No he
terminado. Eres divertido, dulce, atento, cariñoso, tenaz y
perseverante —dijo, sus comisuras elevándose—. Y también
eres feroz defendiendo a quienes amas.
—Es muy bonito lo que dices pero...
—No. He. Terminado. —Su dedo se clavó en mi pecho en
cada pausa que fue haciendo—. ¿Sabes lo que me llevó a
decirte que sí cuando me propusiste trabajar contigo? —Yo
negué con la cabeza y ella atrapó mi cara entre sus manos
para asegurarse de que no me perdía ni una sola palabra—.
Tú. Fuiste tú. Yo elegí ese camino del que hablas, rubio. Lo
elegí porque me atrapaste en cuanto entré en el Bite Me
después de haber tenido un día de mierda y pusiste frente a
mis narices esa tarta deliciosa sin preguntar nada.
Salió de trabajar y apareció delante de mí, en la barra.
Parecía tan exhausta, que solo intenté mejorar su día.
—Yo fui hacia ti porque me sentí protegida desde el
mismo momento en el que nos conocimos, Colin. Me hiciste
saber que si decidía desviarme tú estarías dispuesto a
ayudar a tirar de mi equipaje aun cuando pesaba toneladas.
—No te sigo, rubia.
—Sí, sí que lo haces. Y sabes que lo que está haciendo
Levi alejándose de ti es intentar que no cargues con el suyo,
porque él también se ha dado cuenta de que si se descuida
acabarás haciéndolo y no puede permitir que suceda.
—Solo es un cobarde.
—No es verdad —replicó abrazándome—. Es un defensor,
como tú. Y te está protegiendo.
—¿Eso piensas?
—Bueno, no le conozco demasiado, pero solo hay que ver
cómo te mira. Y por lo que me enseñaste anoche...
—¿Qué te enseñé?
—Vuestra última conversación. Cariño, yo creo que solo
necesita tiempo y tu impaciencia es incapaz de dárselo.
Aunque creí que no te importaba porque era solo un polvo
alargándose en el tiempo —Su tono arrogante hizo que le
lanzase dagas con mis ojos provocándole una enorme
carcajada—. Cielo, por mucho que te cierres en banda, estás
enamorado de ese hombre.
¿Y de qué serviría admitirlo? Se había ido, sin fecha de
vuelta.
—¿Has leído su nota?
—No.
Sí, ese es otro dato que desconocéis. El valiente dejó un
sobre junto a la almohada. Lo abrí, pero tan pronto como lo
hice me arrepentí y cerré la solapa de nuevo. Luego la dejé
en casa el mismo día que recogí algo de ropa para no volver
a pisarla hasta que estuviera listo.
—Hablemos de otra cosa, ¿de acuerdo? —Asentí
agradecido—. ¿Vas a ir a Los Ángeles?
—Oli...
—¿Qué? El cumpleaños de tus sobrinas es pronto. Tu
hermano ha tenido el detalle de enviarte el billete y...
—No ha sido un detalle —dije molesto mientras me
aferraba a su cintura—. Es su forma de obligarme a ir.
—Pues ve.
—No puedo. Hay mucho trabajo aquí y...
—No, no es verdad. No lo hay desde que decidiste
rechazar la propuesta de tu no... —Olivia se detuvo un
momento y tras pensarlo un poco dijo—: Abogado.
—Oli...
—¿Qué? Solo digo las cosas como son. Tienes la
oportunidad y sabes que si dices que sí, en verano
estaremos allí.
—No puedo, Olivia. No me parece que sea la mejor
manera de hacer las cosas.
—Vale, no insistiré más.
Lo agradecía de veras.
—¿Entonces...? ¿Me dejas a cargo y te marchas a casa
unos días?
—Lo pensaré.
Después de pasar el día en casa de Oli decidí que había
terminado mi «luto», aunque le pedí que me acompañara a
mi apartamento.
Hasta el momento lo estaba haciendo bien. Fui capaz de
subir a su Toyota, llegar hasta mi barrio, salir del coche y
subir al ascensor, pero conforme nos acercábamos a mi
planta, mi respiración se volvía errática y pesada, por no
mencionar mis manos sudando y mis ganas de huir
aumentando por segundos. Era todo demasiado reciente y
muy cercano, y quizás si el idiota hubiera vivido al otro lado
de la ciudad, habría sido más fácil.
Bueno, vale, no. Habría sido igual de jodido.
Me quedé frente a Oli y frente al espejo del ascensor,
intentando ordenar un poco todo lo que me recorría,
pensando en si debería darle al botón de la planta baja para
salir corriendo, y ni siquiera escuché el pitido que indicaba
que habíamos llegado, ni la puerta abriéndose. Lo supe
porque de repente Oli actuó de forma extraña.
—Oye, cielo —La miré y estaba pálida—. ¿Por qué no
hacemos esto otro día? Parece que no te encuentras bien.
—Oh, no. No lo alargaré más. Necesito ir a casa y
asimilarlo —dije mientras giraba sobre mis talones para salir
de allí.
—Pues venimos mañana.
Olivia me atrapó del brazo, intentando que no me diera la
vuelta pero no lo logró. Y cuando vi por qué tenía tanto
empeño en marcharse de allí, mi corazón cayó hasta el
suelo.
¡Pero qué mierda...!
Había como un millón de cajas en el rellano y dos
hombres entraban y salían del apartamento del picapleitos.
¿Había vuelto sin decirme nada? No podía ser, ¿verdad?
Aunque Oli trató de evitarlo, me dirigí hacia allí sin pensar
movido por mi enfado, porque quería saber qué cojones
estaba sucediendo. Y aunque no fui invitado me planté en
su puerta y no dudé en invadir su casa. Tenía la esperanza
de que hubiera regresado aunque solo fuera para decirme
que se mudaba. La verdad era que me importaba una
mierda. Solo quería verle para poder gritarle un poco.
—¿Levi?
Me colé hasta el salón sin pensarlo echando una ojeada
rápida y si mi corazón cayó al suelo al ver todas esas cajas
en medio del pasillo, ahora se sentía como si me lo hubieran
arrancado porque no estaba su piano.
—No, no está.
Steve.
—¿Qué demonios, Brown? ¿Qué pasa?
—Me ha pedido que saque algunas cosas de aquí.
—¿Por qué? —Pregunté al borde de la ebullición—.
¿Dónde está su piano? ¿Dónde narices está él? ¿Es que se
va a marchar sin dar la cara?
—Col, cálmate.
—¡No me da la gana calmarme, joder!
Mi grito no pasó desapercibido para los hombres que
seguían moviendo cajas, aunque agradecí que me
ignorasen.
—Cielo...
—No, es que no es normal. Se va... —Comencé a caminar
como si estuviera poseído, moviendo mis brazos en el aire
—. Desaparece sin más y yo tengo que esperar a que haga
no sé qué, en no sé dónde. Conforme y sin preguntas. Y
aunque me ha dicho que lo hará, ni siquiera sé si va a
volver, ¡joder!
—Sí que lo hará.
La certeza de Steve no sirvió nada más que para
encabronarme más.
—Claro. —Reí sin humor—. Porque por supuestísimo que
tú sabes dónde está.
—Col...
—Ni Col, ni pollas, Steve. Estoy hasta los cojones y...
—Te calmas, ¿de acuerdo?
—Vamos cielo, vamos fuera, ¿sí?
Oli intervino en cuanto vio que me iba para él, fuera de
mí, como un loco, y nos sacó al rellano.
—No va a volver, ¿verdad?
La ira se trasformó en angustia pinchando mis ojos,
haciéndome sentir súper avergonzado. Por primera vez en
años, ese miedo irracional que sentía cuando era niño
regresó y estaba conquistando todo mi ser. Necesitaba un
respiro. Tiempo para poner todo en orden y seguir adelante
y ahora mismo todo era demasiado complicado.
—Mira, no lo sé —Steve me sacó de mi cabeza—. Levi es
un tipo difícil y tiende a huir cuando es demasiado para él.
Me ha dicho que lo hará —Suspiró pellizcando el puente de
su nariz—. Y me consta que a ti también. Solo te queda
confiar en él y esperar.
—¿Y si no quiero hacerlo?
—Tendrá que joderse —Parecía dolido por la manera en la
que lo dijo—. De todos modos, sabe que es un riesgo que
corre.
—Y está dispuesto a ello.
—¿Por qué no lees su nota? —Preguntó derrotado.
Otro con la notita de las narices...
—No me vale, Steve. —Exhalé realmente cansado—. No
me sirve que sea capaz de explicarme con lujo de detalles
cómo se siente o el motivo por el que ha hecho ciertas
cosas en un mensaje o en una puta nota, si cuando se para
frente a mí es nulo para ello.
Oli nos observaba como una simple espectadora,
mirando sin intervenir, echándole un ojo a las cajas que
había esparcidas por el suelo.
—No es eso lo que te molesta de él —dijo convencido—.
Es más, me atrevería a decir que te has enamorado
precisamente por eso. Te atrae su reserva porque aunque es
pésimo con sus palabras, cuando se trata de sentimientos
es el mejor demostrándolos a su manera. Así que no seas
cínico. Admite que solo estás siendo un crío impaciente que
está enfadado porque las cosas no se hacen como quiere.
—Vete a la mierda.
Esquivé algunas de las cajas de Levi y me fui
directamente a casa porque no me aguantaba ni yo. Abrí la
puerta de casa tan pronto como pude, pero no fui lo
bastante rápido como para esquivar la última palabra de
Steve.
—Si le presionas para hacer las cosas a tu modo, no
funcionará.
—Sin embargo yo debo resignarme y ser comprensivo
aceptando su huida gustosamente.
—No he dicho eso.
—Paso. He terminado de poner las prioridades de los
demás por delante de las mías. Se acabó. A partir de ahora
voy a ser tan egoísta como el resto.
—Col...
—No. Estoy cansado, Steve. Muy cansado de que me
mientan. Lo peor de todo es que es culpa mía porque me
dejo engañar, pero hasta aquí.
—Tiene sus motivos. —Suspiró.
—¿Sabes qué? Que se jodan sus motivos. Que le jodan a
él y que os jodan a todos.
Tenía un pie dentro de casa cuando Steve me retuvo una
última vez.
—Me ha pedido que saque algunas de sus cosas porque
su socio se trasladará a Chicago en breve. Les ha salido un
caso gordo y Wes debe mudarse cuanto antes. Levi quiere
que él y su hijo vivan aquí hasta que encuentren algo. Es
todo lo que sé.
—¿Dónde está? —Pregunté sin siquiera mirarle.
Silencio.
—¿Ves? No es todo lo que sabes.
No dije nada más.
Ni siquiera me despedí de Oli cuando cerré la puerta de mi
apartamento tras de mí, con fuerza, tanta que seguro que
mis vecinos del bajo escucharon el golpe. Pero no me
arrepentía de dejarme llevar por mi temperamento ahora
mismo. Me sentía en mitad de una tormenta. Una muy
fuerte que estaba descargando su ira sin cesar sobre mí
mediante rayos y truenos, acompañando a una lluvia
torrencial. Sí, estaba allí aguantando cada estruendo, con el
agua calándome hasta los huesos y no me movería hasta
que no viera salir al arcoíris.
—43—
«UN NUEVO COMIENZO»
Los últimos catorce días pasaron en un abrir y cerrar de
ojos. Tanto que de repente me encontraba en el aeropuerto
a punto de volver a casa.
Decidí que iría al cumpleaños de mis sobrinas tras
disculparme con Oli por mi actitud de niño pequeño. Por
supuesto que me entendió y, aunque pensé que me daría su
opinión al respecto, no lo hizo. Solo me pidió que me tomara
un tiempo fuera del trabajo y de la ciudad, lejos de Chicago
y de la casa del vecino. Me dijo que tomar distancia me
haría ver las cosas en perspectiva y decidí seguir su
consejo.
Todavía quedaba una hora para subir al avión cuando
saqué mi teléfono de mi mochila para apagarlo y la
tentación de abrir su chat y hablarle me recorrió. Hablamos
una vez más tras aquella llamada que acabó en desastre.
No fue nada trascendental, solo algunos mensajes como
recordatorio de que seguía con vida y aunque me sentí
profundamente decepcionado por su actitud hermética,
supuse que era su forma de respetar mi decisión. Debí
sentirme mejor sabiendo que todavía me pensaba, pero no
lo hice. Al contrario, mi ansiedad estaba llegando a niveles
inhumanos y por eso deseaba que mi viaje a casa pudiera
despejarme.
Llegó el momento de embarcar y me acerqué a la fila
esperando mi turno para subir al avión, cuando sentí una
mano apoyándose en mi hombro y casi llego al techo del
aeropuerto.
—¡Oh, mierda!
—Lo siento, no quería asustarte.
¿Aaron?
Tan pronto como reconocí su voz, le miré sobre mi
hombro y cuando le vi, con su mochila al hombro más o
menos con la misma pose que yo, no pude evitar sonreír. No
le veía desde aquella salida al «Rainbow» en la que bebí un
poco de más. No contacté con él después de eso y mi
monitor tampoco lo hizo.
—Qué sorpresa —dije, sin poder borrar la sonrisa de mi
cara—. ¿Viajas a Los Ángeles?
—Sí. —Asintió—. Voy a rodar un spot de suplementos
alimenticios que va a vender el gimnasio.
—Vaya... —Mis ojos se abrieron de golpe—. Así que Brad
se ha dejado llevar por fin.
—Lo ha hecho, aunque si te soy sincero no me veo
actuando, pero todo sea por la pasta. —Sonrió—. ¿Y tú?
¿Vuelves a casa?
—Unos días, pero sí. Mañana es el cumpleaños de mis
sobrinas y no podía faltar.
Por muy poco que me apeteciera.
—Oh, es bueno que puedas pasar tiempo con la familia.
—Su respuesta me sorprendió—. La mía está muy lejos y la
extraño a cada minuto.
Sí, la familia de Aaron vivía en Argentina y pero él se fue
de allí buscándose a sí mismo.
—¿Vas a verles en vacaciones?
—Sí, pero allí estaremos en pleno invierno. —Suspiró—.
Imagina vivir un invierno eterno. —Sonrió—. Es pura mierda.
Por eso acepté lo del anuncio, porque lo rodaremos en la
playa y es mi oportunidad de tener siete días de vacaciones
con una temperatura agradable.
—¿Te quedarás una semana?
—Sí.
—¿Y cuándo ruedas?
La fila se movió y, después de enseñar nuestros billetes,
pasamos al avión con su respuesta aún en el aire. Cuando
subimos comprobé que estábamos sentados en la misma
fila, él delante de mí, pero en el asiento de la ventanilla por
lo que podía verle entre los dos asientos y maldije en
silencio porque era lo último que esperaba.
—El anuncio se graba entre mañana y pasado mañana
por la mañana, en Santa Mónica. ¿Quieres venir?
Sí, quería.
—Oye, Aaron... —Pellizqué mi nuca un poco incómodo—.
Creo que...
—Disculpa.
Ese fue mi compañero de asiento, el que estaba sentado
en la ventanilla, metiéndose de lleno en mi conversación.
—Si quieres le cambio el sitio a tu amigo.
¿Qué? De ninguna manera.
—Eso sería genial, gracias.
Aaron y el tipo entrometido cambiaron su asiento antes
de que pudiera oponerme, pero lo cierto era que no quería
hacerlo. Me sentía muy confundido por estar charlando con
él como si nada hubiera pasado, pero lo peor era que sentía
culpa. Y de pronto se coló el picapleitos en mi cabeza.
—¿Entonces?
—¿Q-Qué? —Le miré confuso.
—¿Quieres venir al rodaje?
—No es buena idea, Aaron.
—¿Lo dices por el vecino? —Su pregunta me sorprendió
—. Me quedó muy claro la otra noche que lo que pasó entre
tú y yo —dijo moviendo su dedo entre nosotros—, jamás
sucedería de nuevo y te dije que lo aceptaba.
—¿Dije eso? —Él asintió sonriendo—. ¿Y qué más dije?
Su sonrisa se amplió y yo quise que se abriera un agujero
en mi asiento para desaparecer.
—Pues... —Aaron frunció los labios y después lo soltó—:
Insististe mucho en lo enamorado que estabas de él,
aunque por el camino te desviaras.
—¿C-Cómo desviar...?
—Le insultaste un poquito. Con inquina me atrevería a
decir.
—Bueno... —Suspiré, cuando abroché mi cinturón al
escuchar a la azafata sugerirlo—. Es complicado.
—¿Y qué no lo es en la vida? —El comemierda sonrió
derritiendo todos los asientos del puto avión—. ¿Sabes una
cosa? Lo que realmente merece la pena es lo que te ha
costado conseguir. De lo fácil te acabas aburriendo.
—Ya... —Asentí.
—Y volviendo a lo de antes, me gustaría que vinieras al
rodaje.
—¿Como amigos?
—Como amigos.
—De acuerdo entonces. Aunque igual mañana no puedo
porque...
—Es el cumpleaños de tus sobrinas, sí. —Sonrió.
—Si me escaqueo nada más llegar puedo causar un
conflicto familiar. Pero te prometo que pasado mañana iré.
—Genial.
—¿Con qué agencia se rueda el anuncio?
—Morris Publishing.
—No jodas.
Era la agencia del padre de mi amigo Jason, justo en la
que él trabajaba obligado.
—¿La conoces?
—Ajá. El jefe es un gilipollas y también mi mejor amigo.
—¿En serio?
Asentí.
—Es el destino.
Ese argentino y su boca...
—Seguro. —Sonreí.
Por primera vez en un mes me sentí bien y jamás hubiera
pensado que Aaron sería el culpable. Desde nuestra ruptura
habíamos estado tonteando más de una vez, nada serio sin
embargo, porque ninguno de los dos quería y quizás era por
algo tan sencillo como lo que dijo. El destino me lo estuvo
señalando y yo no lo vi tan claro como hasta ahora. Aaron y
yo estábamos condenados a ser amigos porque así estaba
escrito y por eso no lo pensé demasiado cuando le hice una
propuesta parecida a la suya.
—¿Quieres acompañarme al cumpleaños de mis
sobrinas? Será en el hotel de mi hermano, en el bosque.
—¿Bosque?
—Oh, es solo una zona verde enorme con un montón de
árboles y casitas sobre ellos. Lo entenderás en cuanto lo
veas.
—Suena bien.
—¿Es un sí?
—¿Como amigos?
Sonreí ante su pregunta porque su tono no fue nada
parecido al mío cuando yo la formulé antes.
—Como amigos.
—Tsss... —Aaron chasqueó la lengua—. Esperaba que te
quebrases y cayeras ante mis encantos. —Bromeó.
—Ha faltado muy muy poco —respondí siguiendo su
broma—. Pero debo mantenerme fuerte.
—¿Por el vecino?
—Sobre eso... —Suspiré y miré al frente—. No creo que
vaya a nada.
—Depende de ti. ¿Tú quieres que funcione?
—Es com...
—Sí, ya lo has dicho —Me interrumpió—. Pero déjame
decirte que las cosas las complicamos nosotros. Si nos
dedicásemos a hablar en lugar de a suponer, todo fluiría
mejor.
—¿Por qué no te hiciste psicólogo?
—Porque no me van los clichés. —Sonrió guiño al aire.
Tras cuatro horas y media aterrizamos en Los Ángeles y
jamás un vuelo se hizo tan corto, puede que fuera porque
nunca antes había visto a Aaron a través de ese cristal y eso
me gustó. Y aunque me dio buenos consejos, no los
necesitaría aquí. Todo lo que demandaría serían millones de
abrazos de mi hermano, los besuqueos de Mel y las mierdas
de Jason. Era todo lo que necesitaba para cargar mis pilas y
olvidarme del mundo, aunque para obtenerlo hubiera tenido
que viajar hasta esta ciudad que tan malos recuerdos me
traía.
Tal vez era hora de enterrar esos malos momentos. Sí,
quizás debía seguir adelante dejando que esa herida que
aún permanecía abierta comenzara a sanar.
Estaba esperanzado en ello.
No, olvidad eso.
Lo lograría.
Parecía que el final de la tormenta había llegado y ya
podía atisbar un poco ese arcoíris reflejando sus siete
colores sobre mí, mientras me hacía resurgir de mis cenizas.
Era hora de un nuevo comienzo y estaba ansioso por ver
hacia dónde me arrastraría el camino que decidiera tomar.
Lo único que tenía claro era que no esperaría a nadie para
comenzar a andar, aunque eso significara llegar al final solo.
Correría el riesgo.
—44—
«LAS HERMOSAS CRIATURAS DEL BOSQUE»
Los rayos de sol bañaban mi piel desnuda colándose por
ese hermoso ventanal.
La habitación de invitados de casa de mi hermano, en la
que me instalaba cuando venía a Los Ángeles, era tan cálida
y acogedora que no recordaba haber dormido así de bien en
los últimos treinta días. No. Tuve que cruzar a la otra punta
del país para que eso sucediera y, sin embargo, me
alegraba. Ni siquiera el llanto de mis sobrinas casi al alba
logró despertarme de la profundidad de mi sueño, pese a
que las escuché demandando su toma.
Con una sonrisa tirante en mi preciosa cara, me incorporé
mientras llevaba mis brazos al techo, estirazándome un
poco y después agarré mi móvil para comprobar la hora.
Eran casi las ocho y de repente me sentí como un verdadero
holgazán, pero como estaba de vacaciones me lo podía
permitir. De un salto me levanté y corrí directamente a la
ducha para darme el gustazo de estar allí bastante tiempo,
aunque sin derrochar demasiado el agua, disfrutando del
aroma del gel de baño de Melissa que olía a naranja. Me
encantaba poder oler como ella y siempre que venía a Los
Ángeles le robaba uno de sus botes para llevarlo a Chicago
conmigo porque allí no hubo forma de encontrar esa marca.
Al salir de la ducha comprobé de nuevo la hora en mi
móvil y ya eran las ocho y veinte, cuando una notificación
apareció llenando la pantalla y la sonrisa que tuve al
despertarme se multiplicó por mil. Era un mensaje de Aaron
en el que enviaba una foto del rodaje en la playa y al abrirla
casi cae mi mandíbula al suelo porque estaba en bañador.
Pero no un bañador cualquiera, no. Era uno de esos modelos
de slip speedo pegados, que me dejaba ver esa uve de sus
caderas que te llevaba peligrosamente hacia el botín.
Por cosas como esta estuve dudando sobre la invitación
que le hice, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.
Ambos quedamos en ser amigos, aunque se viera tan
comestible en la foto. Sí, lo mejor sería dejar esa etapa
atrás y centrar mi fuerza en conseguir mi objetivo; ser feliz.
Tras responderle con un guiño y un emoji enseñando la
lengua, me vestí y salí en busca de Mel. Sabía que se
tomaría el día libre por el cumpleaños de las niñas y que mi
hermano volvería a casa al mediodía, después de
comprobar que en el hotel estuviera todo perfecto. O eso
pensaba, porque cuando salí al pasillo las voces que salían
de su habitación me dijeron que mi hermano seguía allí.
—Es mi amigo, ¿de acuerdo?
—¿Y?
—Y nada.
Esa era Mel y su tono no dejaba lugar a dudas; estaba
más que enfadada.
Sin poder evitarlo me acerqué un poco más hasta su
dormitorio. Me volví un poco adicto a eso de escuchar a
través de las puertas, pero esta vez tenía mis motivos
porque no estaba muy acostumbrado a escucharles discutir.
—No quiero que vaya, bicho.
—Pues es tarde. —La réplica de Melissa provocó un
suspiro en mi hermano.
—¿De verdad no puedes decirle que no venga?
—¿Hablas en serio, Dylan? Porque estás empezando a
molestarme.
—Y sabes mis motivos, ¡joder!
No tenía idea de qué iba todo aquello, pero parecía que
Wes se estaba metiendo de nuevo entre ellos dos y me
atrevería a decir que si mi hermano no era capaz de
controlarse acabaría por pagar las consecuencias. Sin
embargo le entendía porque en ese aspecto, como en
tantos otros, éramos idénticos. Nuestros celos anulaban
nuestra razón y dejábamos de ver cualquier cosa alrededor.
Todo se calmó cuando una de mis sobrinas pensó que era
buena idea llorar para romper el momento y, como si de un
rayo se tratara, Dy salió de allí sin siquiera verme a pesar
de que me esquivó por instinto, mientras yo le miraba
perplejo dirigiéndose al cuarto de sus gemelas con Mel
observándole desde la puerta de su habitación. Parecía
triste, pero en cuanto me vio su expresión cambió y una
sonrisa enorme se dibujó en su cara a la vez que se
abalanzó a mis brazos como lo hizo ayer cuando llegué.
—¿Te he dicho lo contenta que estoy de que estés aquí?
—Asentí ante su entusiasmo—. ¡Te echo tanto de menos!
—Yo a ti también, amor.
—¿Has dormido bien? ¿Te despertó Lila?
—Oh, no, no. He dormido genial —dije separándome de
ella y mirando sobre mi hombro hacia el pasillo—. ¿Va todo
bien?
—Sí, no te preocupes. Ese era tu hermano siendo
cabezota.
—¡Te he oído!
La voz de mi hermano hizo sonreír a Mel.
—¡No me estoy escondiendo! —Gritó en respuesta—.
¿Quieres desayunar?
—Es tarde para eso. —Sonreí.
—¿Un brunch, quizás?
Esa palabra me sacudió sin querer y trasladó mi mente
hasta el barco en el que estuve con el picapleitos. De
repente un sudor frío comenzó a recorrer mi espalda y la
sensación de angustia amenazaba con apoderarse de mí.
—¿Col?
—¿Sí?
—¿Qué sucede?
¡Qué guapa estaba! La vida de mamá, chef y esposa le
estaba sentando genial. Ni siquiera frunciendo el ceño y
cruzando los brazos sobre su pecho fingiendo estar
enfadada, se ponía fea.
—Nada. Todo está bien.
—No me tomes por tonta. —Me interrumpió—. Te conozco
desde que eras un mocoso y sé que algo ocurre.
Lo mío con Mel era más platónico que lo que sucedió con
G. cuando todavía no conocía su identidad. Pasamos por
demasiado, mucho para una simple amiga y nunca flaqueó.
Otro en su lugar habría huido sin mirar atrás a la primera
señal de problemas, pero Melissa Sapphire Taylor era una
chica que miraba al miedo de frente y peleaba contra él. Y
quizás por eso se convirtió en un pilar fundamental para mí
cuando cumplí los dieciséis. Mel era una guerrera que
luchaba por las causas perdidas, a veces de forma brusca,
pero con un corazón enorme dispuesto a recibir cualquier
disparo que fuera contra mí. Y creedme; recibió muchos por
culpa de los gemelos Evans.
—Mañana —dije sonriendo y ella frunció el ceño—. Te
prometo que mañana te pongo al día de todo. Hoy solo
importan mis sobrinas y nada más.
—De acuerdo. —Asintió—. Solo espero que no sea nada
grave.
—No lo es. No te preocupes —Sonreí apretándola contra
mi pecho—. Por cierto, un brunch suena genial.

Todo iba como la seda en mitad del bosque.


Mel y mi hermano no dejaron nada al azar y aquel
escenario estaba incluso más bonito que el día de su boda.
Optaron por las guirnaldas de luces una vez más aunque
hoy lo que llamaba la atención sin duda era aquella
pancarta en la que ponía: «Happy Birthday Lila&Violet».
Los globos no podían faltar. Todos flotaban en el aire
mostrando varios tonos del color favorito de Mel, desde el
morado hasta el lila. Parecía una paleta de color perfecta
como todo lo demás y aunque me pareció un poco excesivo,
porque a fin de cuentas mis sobrinas no lo recordarían,
debía admitir que estábamos en mitad de un escenario de
ensueño. Tanto era así que estaba seguro de que si me
fijaba en toda la vegetación que nos rodeaba podría ver
salir a una hermosa criatura de aquel bosque.
Entendía que este fuera el fuerte del hotel de mi
hermano. Bueno, esto y el restaurante solo para adultos. El
cabrón era inteligente y supo segmentar muy bien el
público al que quería dirigirse.
—Oh, así que estáis jugando a eso.
Mel acababa de llegar con su madre y las niñas y en
cuanto me vio junto a Dylan caminó hacia nosotros con su
ceja izquierda elevándose poco a poco.
—¿Qué?
—Vais vestidos igual.
—Oh, eso. —Sonreí—. Solo recordamos viejos tiempos.
—Queréis confundir a la gente, rubio...
Mi hermano permanecía a mi lado en silencio y estaba
seguro de que luchaba por no echarse a reír. Con ella nunca
funcionó. Ni siquiera en nuestra etapa en el instituto lo hizo.
Mel nos distinguía desde siempre y hoy no sería diferente.
Pero quería probarla un poco más.
—¿Cómo sabes que soy Col?
—Por dos razones. —Mel sonrió—. La primera es que mi
marido me está desnudando con la mirada y tú jamás
podrías.
Para ser una mujer no estaba mal. Llevaba un vestido
buganvilla con caída hasta el tobillo y un lazo en cada
hombro que se abría para cubrir su pecho y terminar en un
escote en pico pronunciadísimo. Así que entendía que mi
hermano la mirase de esa manera.
—No me retes.
Dylan me dio un codazo a la altura de las costillas.
—¡Auch!
—¿Cuál es la segunda? —Dy la atrapó de la cintura y la
atrajo hacia él.
—Que, hasta donde yo sé, no tienes ningún tatuaje en el
pecho y a Col se le transparenta con esa camisa.
Enseguida miré hacia abajo y comprobé que tenía razón.
El autógrafo sobre mi pectoral derecho se veía a través
de la tela y por su culpa mi mente viajó en el tiempo
recordando una de las noches que pasé junto a Levi, pero
por suerte me deshice del pensamiento tan pronto como
apareció. Así que debía darle la razón a Mel, hicimos una
muy mala elección de ropa para jugar con los demás,
aunque estábamos bastante guapos. Camisa blanca,
americana azul marino y pantalones beige. El pelo lo
recogimos en un moño alto y desenfadado porque el
aburrido de mi hermano dijo que no a unas ondas suaves y
como complemento elegimos unas gafas de sol con la
montura de pasta y de color azul eléctrico. Fuimos a última
hora de la mañana, tras el brunch, a una tienda en la que
Dy solía comprar su ropa y nos dejamos llevar como niños.
—Has hecho trampa —dije, mi tono infantil saliendo.
—No me hace falta y lo sabes. Además, ni siquiera te has
quitado tu pendiente de la oreja. No cuidáis los detalles. —
Mel me sacó la lengua.
—Te dije que debías perforar la tuya.
—Nunca.
Los tres nos reímos al unísono, mientras el ambiente
familiar nos envolvía y yo comenzaba a relajarme. Saber
que iba a compartir el día con gente a la que quería tanto
detuvo mis preocupaciones, aunque no tenía ni idea de
cuándo se reanudarían de nuevo. Por ahora solo tenía que
disfrutar del atardecer y por eso les dejé y fui a por una
cerveza mientras esperaba a mi invitado.
No tardó mucho en llegar, solo unos minutos, y supe que
estaba allí cuando el murmullo que sonaba a la par que la
música bajó el volumen. En camisa y vaqueros, Aaron
atravesó el bosque bajo la atenta mirada de algunos
invitados que se lo comían con los ojos y yo sonreí ante tal
exhibición.
—Hola, rubio.
—Hola —respondí nervioso.
—Pensé que me estaba colando en una boda.
—Eso es culpa de mi hermano —dije señalando a Dy—.
Vamos, te lo presento.
Arrastré a mi invitado pisando aquella alfombra afelpada
de color lavanda y las miradas lascivas pasaron a
decepcionadas en un segundo.
—¿Dy? —Mi hermano se giró cuando me escuchó—. Mira,
él es Aaron, un amigo. Aaron, él es Dylan, mi hermano.
El monitor nos miraba atónito, sus ojos viajando entre los
dos a la velocidad de la luz mientras Mel lo escudriñaba con
curiosidad. Les hablé de él cuando rompimos y sabía que
ninguno era fan del monitor, por eso tuve que intervenir
antes de que empezaran a echar fuego por la boca.
—Y ella es Melissa, mi preciosa cuñada. Además de la
mejor chef de la ciudad.
—Encantada. —Ella le dio un abrazo mientras me miraba
sorprendida.
—Hablando de amigos... —Mi hermano rompió el
momento—. Ahí viene el tuyo, bicho.
Ni siquiera ahora podía dejar a un lado su molestia. Hasta
a mí me parecía excesiva su reacción. Cualquiera podía ver
lo enamorada que estaba Mel de mi hermano y eso era
inquebrantable. Estuve a punto de echarle un capote a mi
cuñada para desviar el tema y así ayudarla, pero en cuanto
mi mirada se dirigió hacia donde ellos estaban mirando, el
mundo se detuvo porque no era Wes.
Ni tampoco una hermosa criatura del bosque.
No.
Él amigo de Mel era el puto James Bond, además de mi
muerte. Con ese traje negro de tres piezas que era un
espectáculo en su cuerpo, Levi vestía su chaqueta, camisa y
pantalones a la altura de sus tobillos como 007, caminando
hacia nosotros con confianza y cualquiera diría que se
trataba de ese tipo retraído al que no le gustaba llamar la
atención. No, ese hombre que cada vez estaba más cerca
no parecía un ser antisocial incapaz de comunicarse con el
universo.
Cabeza alta, hombros rectos y pasos firmes, todos le
miraban y parecía no importarle. Y por lo visto todo
radicaba en eso, en lo que parecía, porque en cuanto
nuestras miradas se cruzaron, se evaporó esa máscara que
decidió ponerse hoy junto a su traje, engullendo todo lo que
había a nuestro alrededor.
Ya no había murmullos, ni música, ni gente. Ni siquiera
podía ver las luces alumbrándonos porque su gris ardía
envolviéndome mientras me llevaba sin permiso a un
universo paralelo en el que tenía el control. Esperé a que
ese malestar que sentí durante un puto mes apareciera y no
lo hizo, al contrario, ese peso que llevé sobre mi espalda era
mucho más ligero en cuanto le vi, lo que solo podía
significar que no estaba enfadado. Mi ira desapareció
dejando su lugar a la ansiedad por saber cómo estaba
porque era lo único que me importaba.
Quise correr hacia él, abrazarle, besarle, rogarle que
comenzáramos desde aquí y asegurarle que pasara lo que
pasara no me movería de su lado. Quise decirle que estaba
dispuesto a cargar con lo que fuera que llevase sobre sus
hombros y que si me dejaba, lo haría hasta el final de
nuestro camino. Quise confesarle que estas semanas sin él
habían sido un infierno y que jamás había sentido una
tristeza tan profunda como la que se instaló dentro de mí
cuando descubrí que me había dejado solo. Quise
demostrarle lo enamorado que estaba de sus dos lados, de
ese Levi que lo mismo era frío, miedoso y distante como
confiado y odioso, y del Grayson dulce que me hablaba tras
la pantalla de mi teléfono.
Y estuve a punto de hacerlo.
Faltó un microsegundo para que mis pies echaran a
andar, justo el mismo que hizo que Levi desviara su mirada
unos centímetros a la izquierda para fijarse en mi invitado y
la atmosfera que se creó, esa en la que éramos los únicos
habitantes, se esfumó al mismo tiempo que su máscara
volvía a cubrirle. Y todo apareció de nuevo; la música, la
gente y su estoicidad, cuando sus ojos me abandonaron por
completo para perderse en la nada mientras seguía
caminando.
—¿Col?
—Dame un segundo —respondí casi de forma automática
por culpa de mi conmoción—. Tengo que ir al baño.
Necesitaba recomponerme después de que ese tornado
irrumpiera en aquel bosque poniendo patas arriba mis
emociones y por eso, en cuanto Aaron asintió sonriendo,
atravesé la fiesta con intención de perderme en el hall del
hotel.
Pero mis planes se vinieron abajo en cuanto la voz de pito
del hijo de Wes resonó con fuerza haciendo girar mi cabeza
de inmediato.
—¡Tio Lev! ¡Feliz cumpleaños!
Cuando le miré atónito por la bomba que había soltado
aquel mocoso, Levi zarandeaba al pequeño en el aire
mientras el niño reía a carcajadas y entonces nuestras
miradas se cruzaron una vez más, pero en esta ocasión no
me trasladó a un universo paralelo. No. Se contentó con
poder pedirme piedad en silencio y yo hice un esfuerzo
enorme por concedérsela, cuando todo lo que quería era
acercarme a él y enzarzarme en una de nuestras estúpidas
discusiones.
¿En serio? ¿No pudo decirme algo tan tonto como eso?
En ese momento me detuve a pensar en que apenas le
conocía y me aterró llegar a esa conclusión porque sin
evitarlo se convirtió en una puerta abierta que dejaba salir a
todas mis dudas a la vez.
¿Y si me equivoqué con Levi? ¿Y si estaba confundido con
respecto a mis sentimientos? ¿Y si me estaba forzando de
nuevo por no permanecer solo?
Compartimos muchas cosas que nadie más sabía, pero
nos olvidamos de charlar sobre cosas banales y nos
metimos en lo complicado demasiado pronto.
—¿Colin?
Aaron me alcanzó sin siquiera darme cuenta.
—Lo siento, me entretuve.
—Ya veo. —Sonrió mirando hacia mi distracción—.
¿Tomamos algo?
Sin poder evitarlo miré sobre su hombro cuando vi a Levi
jugando con Wy pero con sus ojos fijos en mí con una
expresión ilegible.
—Una copa me vendría genial en este momento.
No lo hice por despecho, no como en el Rainbow, de
verdad que no.
Mi compromiso con Aaron era lo bastante importante
como para dejarle porque hubiera aparecido Bond. Pensaba
que podíamos ser amigos de verdad y no iba a utilizarle
para dar celos al abogado. Me parecía deshonesto además
de un acto infantil y, aunque esto último me caracterizaba a
veces, decidí que había terminado de jugar como un niño.
Era hora de enfrentarse a los problemas como un tipo de
treinta y cinco y por eso en cuanto tuviera la oportunidad
iría a hablar con él para tener la conversación que
aparcamos durante demasiado tiempo.
Aunque me alcanzara la madrugada.
—45—
«EL PUNTO DE NO RETORNO»
• Unos días antes...•
—Ponme otra.
Era mi tercera copa o quizás la cuarta, no estaba seguro.
Dejé de contar en cuanto mi mente decidió recrear el
funeral una y otra vez, sin clemencia, en bucle, ahondando
en mi herida y haciéndola un poco más grande. Una y otra y
otra y otra vez viendo a todos de negro, llorando su marcha
mientras yo era incapaz de hacerlo porque solo podía
pensar en ese «te quiero» que no le dije.
—¿No crees que has bebido demasiado?
No tenía idea de cuánto tiempo llevaba aquí. Sobre la
barra; una blue label del señor Walker vacía, justo como mi
vaso. Había terminado con ella de una tacada y ni siquiera
me sentía un poco mareado. Así que tenía clara mi
respuesta.
—No.
—Lo siento, pero no voy a servirte más.
—Que te jodan.
Me levanté del taburete con rabia haciéndolo caer al
suelo, cuando el golpe llamó la atención de algunos clientes,
aunque no me importó. En este momento me daba igual si
había gente mirando de más, solo quería perder el
conocimiento y, con suerte, despertar justo el día en el que
Kyle me dejó para impedir que subiera al maldito coche.
El camarero me miró preocupado cuando di un traspié,
pero se le pasó en cuanto aplasté sobre la barra un puñado
de billetes. No sabría decir cuántos, pero a juzgar por su
cara eran muchos más de lo que costaba esa botella.
—Por su amabilidad —dije con sarcasmo.
Llegué a la puerta a pesar de ir sintiendo cómo el alcohol
comenzaba a hacer efecto. Si me concentraba, incluso
podía notarlo correr por mis venas, dotándome de esa
valentía de la que carecía cuando estaba sobrio.
Ese veneno líquido me transformaba en un cabrón
egoísta, sin miedo a nada ni a nadie y como ese hijo de puta
no quiso servirme más, me las ingenié para llegar hasta el
restaurante de Melissa, y tuve la suerte de no encontrarla
allí.
—Ey, guapa...
También perdí la noción del tiempo aquí. Cuando me
senté, pedí otra botella de whisky y esa camarera simpática
que tanto me odiaba me sirvió una sola copa. ¡Menudo
descaro el de la señorita! Todavía seguía sintiendo
demasiado. Quería que mi cuerpo se entumeciera pero
nunca llegaba a ese punto.
—No te voy a poner más, Levi.
—¿Quién te creeeeees que eeeeeres?
Vale, arrastrar las vocales era una buena señal. Estaba a
punto de lograr mi objetivo y si no fuera por la estúpida de
Reese, lo conseguiría en cuanto me sirviera una más.
—¿Ahora mismo? —La chica sonrió—. Soy la máxima
autoridad aquí.
—Yaaaaa... Desde mi lado solo eres la pringada que cubre
a la jefa.
Ella sonrió sin sorprenderse de mi mala baba.
—Llámalo como quieras, pero no hay más alcohol para ti
esta noche.
—Hija de pu...
—Hola, cielo.
No terminé esa maldita frase por muchas ganas que
tuviera, porque la voz de Melissa y mi boca seca impidieron
que fuera mucho más que grosero con aquella camarera
que, además de ser la pringada que cubría a la jefa, resultó
una auténtica soplona. Enseguida miró a Reese y, como si
se hubieran comunicado por telepatía, la chica salió tras la
barra y nos dejó a solas. Después se sentó en el taburete
junto al mío y puso su mano sobre mi hombro.
—No me toques. —Susurré mientras me encogía para
evitar el contacto.
—Vale. —Asintió—. No te toco, de acuerdo. Pero
hablamos un ratito, ¿sí?
—No necesito una charla, Mel. Quiero un maldito whisky,
¡hostia!
—¿Por qué, amor? —Mel tomó aire—. ¿Quieres destrozar
tu vida en una sola noche?
—Me importa una mierda. —Sonreí—. No tengo nada a lo
que aferrarme. Solo quiero que me dejéis todos en paz de
una puta vez, ¡joder! ¿Tan difícil es entender que quiero una
copa?
—Sí, lo es. Si quieres seguir matándote, va a tener que
ser fuera de mi local.
—¿¡Ves, estúpida!? —Grité—. ¡¡Eres una pringada!! —dije
en el mismo tono.
—Deja a Reese en paz, ¿quieres? Y dime qué demonios te
ha hecho beber como un loco.
—El fantasma. —Respondí encogiéndome de hombros y
después la miré a los ojos solo un segundo y le dije—: El
puto fantasma. Si él no me hubiera dejado solo, no me
habría pillado tanto por ese idiota que... —Resoplé—. Da
igual...
—¿Me lo explicas, cielo?
La mujer con los ojos azules más bonitos que había visto
en toda mi puta vida probó suerte de nuevo y, aunque fue
poco a poco, puso su mano sobre mi hombro otra vez y no
me resistí.
—Estoy perdido, zafirito. No hay salvación posible para
mí. No porque la única persona que puede ayudarme a
entender lo que estoy sintiendo por ese rubio insolente, está
muerta.
—Lo siento, Levi. Lo siento mucho —Me miraba sin
entender nada—. Puede que hayas perdido a alguien muy
importante en tu vida, pero todavía somos muchos los que
nos preocupamos por ti, ¿sabes? No puedes volver ahí,
cariño. ¿Qué pensará Wyatt? ¿Y Wes? ¿Has pensado en lo
herido que estará si se entera de que has vuelto a las
andadas?
—¿Lo hiciste tú cuando te casó? ¿Pensaste en lo herido
que se sentiría viendo cómo la mujer de su vida le daba el sí
a otro hombre? No eres mejor que yo, Melissa. Solo eres una
zorra egoísta que lo quiere todo, así que deja de ser una
perra y sírveme un puto whisky.
Ni siquiera pude parpadear antes de que el rubio me
levantara del taburete, su mano en un puño aferrándose al
cuello de mi camisa, mirándome con toda la furia del
universo y yo solo quería perderme en su verde para
encontrar la paz que tanto ansiaba alcanzar esta puta
noche. Pero no estaba por ninguna parte porque ese iris
oliva no era el de mi rubio aunque fuera idéntico al suyo.
—Te vas ahora mismo —Dylan me agarraba aún por el
cuello.
—Dylan, por favor...
—No, bicho —No dejó que su esposa terminara de rogar
—. Este pedazo de mierda tiene que irse —dijo lleno de
rabia acompañándome hacia la puerta—. Ahora.

∞∞∞
No debí venir, aunque Melissa y Wes me hubieran
perdonado ese desliz. No, porque desde que me levanté
esta mañana esa vocecilla interior me advirtió de lo mala
que era la idea de pavonearme en sociedad.
El desasosiego, la angustia, la asfixia. El querer salir
corriendo por lo mal que me encontraba ante las miradas de
la gente... Todo eso apareció sin más incluso aun
conociendo a todos los invitados en ese bosque, que no
eran muchos, pero no pude evitar sentirme cuestionado y
observado a cada instante. Ni siquiera el pequeño Wyatt
con su felicitación pudo cambiar mi humor, que se coloreó
de un negro azabache que asustaría a cualquiera.
Siendo honesto, no ayudó encontrarme con él allí.
Pensaba que no vendría por lo que me dijo Mel, pero debió
cambiar sus planes a última hora y el hijo de puta del karma
decidió que era buena idea ponérmelo en las narices junto a
ese tipo, el joven monitor que se lo comía con los ojos.
Qué vergüenza, ¿no? Me sentía súper ridículo por estar
celoso, como si de repente fuera ese niño de catorce años
torpe, asustado y desconfiando de las intenciones por las
que se me acercaban los demás. Pero, para ser justos, no
era dueño de mis emociones desde que le conocí. Dejé de
serlo en el momento en el que me retó por primera vez en
el aeropuerto y me sentí desconcertado por ello. Hoy el
desconcierto se había convertido en inquietud e
impaciencia. Sabía que estaba en mi mano solucionarlo
todo, pero las dudas seguían recorriéndome a su antojo.
Sería tan sencillo como cruzar el maldito bosque y tener esa
charla que nos aliviaría a los dos, pero no sentí que este
fuera el momento. No con ese invitado a su lado con el que
compartía una cerveza y muchas risas.
Me lo merecía. Merecía cada punzada de celos que
pinchaba en mi pecho porque dejarle atrás sin una
explicación fue decisión mía. Sin embargo, no podía evitar
querer ir hasta ellos y alejar a mi rubio de ese tipo, pero una
vocecilla dentro de mí, una muy débil, me recomendó que
esperase. Me prometió que si seguía siendo paciente
llegaría a entender mis emociones y, sobre todo, a
controlarlas. Y es que no podía evitar pensar en que
nuestros caminos acabarían uniéndose, porque todo parecía
presagiar que ese era nuestro destino.
Ambos. Juntos. Siempre.
Encontrar a alguien como Col, alguien que estaba
dispuesto a seguir adelante contigo por y, ante todo, a
pesar de lo malo que te rodeaba, era realmente difícil y yo
tropecé con él sin querer. Pero el momento, nuestro
momento, aún no se vislumbraba con claridad. Y sí, la culpa
era toda mía.
Contra todo pronóstico aguanté en esa fiesta más de una
hora, como un verdadero campeón, hasta que todo
comenzó a ser pesado. Llevaba sin beber dos semanas,
pero la sensación que empezó a invadirme se parecía
mucho a la de aquella maldita noche. De pronto el aire era
insuficiente, mi boca se secó, mi visión se volvió borrosa y
mi equilibrio amenazaba con abochornarme delante de
todos esos que me miraban con recelo. Sabía que era
producto de mi imaginación y que, salvo Dylan que tenía un
motivo de peso para dispararme en este instante, los demás
estaban a sus cosas y no me prestaban atención. Pero la
mente era un arma poderosa y podía manipularte hasta el
punto de hacerte enloquecer. Y eso fue lo que debió pasar
cuando de repente ya no veía a gente, sino un cielo
anaranjado que era la antesala de la noche.
—¡Levi!
Estaba muy mareado, mi respiración agitada, por no
mencionar el hormigueo de mis piernas. Apenas escuché su
grito, porque todo lo que retumbaba en mis oídos era mi
maldito corazón intentando que me diera un infarto.
El rubio no dudó y cayó de bruces junto a mí.
Quería abrazarle. Quería decirle que solo por haberme
hablado era feliz, pero mi voz no salía y mi consciencia iba y
venía mientras jugaba a visitar otros lares.
—¡Joder! ¿Podéis ayudarme en lugar de murmurar?
Col estaba desesperado.
Yo estaba desesperado.
En mi caso fue sobre todo porque no podía hacer nada
para decirle que mi azúcar estaba en los dedos de mis pies,
aunque él era muy inteligente para mi propio bien y por
suerte para mí y mi salud, lo notó.
—Amor, mírame —¿Ha dicho amor?—. Dime qué te pasa.
¿Es el azúcar? Dime qué hago. Por favor, di algo.
Su hermano susurró algo que le enfureció.
—¡Cállate, Dylan!
Le sentí hurgar en mi chaqueta, sus manos temblando,
mientras intentaba localizar el bolsillo interior en el que
siempre llevaba mi kit con mis inyecciones, pero no lo
encontró. Hoy, de todos los días del año, decidí cambiar mi
traje en el último segundo y se quedaron en la chaqueta del
azul. Elegí el negro por cómo me sentía y no había duda de
que fue muy buena opción a juzgar por cómo estaba
saliendo todo.
—¡Mierda! ¡Seth, ayúdame a quitarle la ropa!
Me sentía tan agotado que parecía un puto muñeco de
trapo en sus brazos mientras me despojaban de la chaqueta
para después abrir mi camisa y hacer lo mismo para
comprobar que llevaba mi medidor de glucosa en mi brazo.
Entonces vi cómo Colin volvía a rebuscar en los bolsillos y
sacaba mi teléfono de uno de ellos, su rostro
empalideciendo por culpa de la angustia.
—¿Un puto pin? ¿En serio? ¿Por qué lo haces todo tan
jodidamente difícil?
Me gritó dejando salir toda esa frustración que intentaba
contener sin éxito y lo hizo no solo por lo que estaba
sucediendo. Necesitaba desahogarse aunque fuera alzando
la voz y yo, que me moría por intentar apagar su miedo, no
supe de dónde saqué la fuerza para ayudarle pero lo hice.
Atrapé su muñeca atrayendo sus preciosos ojos verdes
hasta los míos y entonces susurré:
—Cero, uno, uno, tres.
El tiempo se paró después de aquello mientras
contemplaba cómo la calma más absoluta se hacía cargo
del rubio, que sonrió mirándome como solo él podía hacerlo;
con un amor que no merecía pero que planeaba quedarme
aunque no supiera cómo. Después de aquello no pude
luchar más. Su sonrisa fue suficiente para abandonarme en
los brazos de Morfeo y por eso cerré los ojos intentando
atrapar esa imagen en mis retinas para siempre.
Y la luz se apagó llenándome de paz.

Parecía que me habían cosido los párpados a conciencia.


De hecho, ese pensamiento se quedó en mi cabeza
durante todo el tiempo en el que estuve intentando abrir los
ojos sin éxito. Tras probar por quinta vez pensé en rendirme,
pero una respiración que no era la mía me animó a
intentarlo una vez más. Entonces lo logré. Poco a poco los
abrí mientras me adaptaba a la luz tenue que había en
dondequiera que estuviera.
A juzgar por el escenario podía decir que era una
habitación de hospital y cuando vi a la persona cuya
respiración acompañaba a la mía en mitad del silencio, lo
confirmé; estaba en un maldito hospital pero no tenía idea
de por qué.
—¿Wes?
Hunter estaba sentado en una silla, sus piernas estiradas
y cruzadas a la altura de sus tobillos y con su nariz pegada
a su teléfono, cuando escuchó mi voz y se levantó
enseguida.
—Por fin...
—¿Qué ha pasado?
—¿Quieres la versión larga o un resumen? —preguntó, su
ceja elevándose.
—El resumen. —Sonreí.
—Oh, no sonrías. Tienes muchos fuegos que apagar,
Connors.
Debía ser cierto por el tono que estaba empleando.
—Así que te advertí de que tu ritmo de trabajo te llevaría
a esto y no escuchaste.
—Wes...
—No. Te callas y prestas atención. —Asentí obedeciendo
—. Fue jodido hace dos putas semanas, mucho.
Sí, sí que lo fue.
—Y como no tuviste suficiente, vienes a por más.
—Sabes que eso no es verdad. —Suspiré—. No tiene nada
que ver. Ha sido el estrés. Solo estrés.
—No voy a decir nada al respecto, Lev. Ya te perdoné y
confío en ti.
—No, no lo haces. Todavía te preguntas si ayer tuve la
tentación de beber y la respuesta es sí. Pero no lo hice.
—Lo sé. Estaba allí.
—Vigilándome. —Wes sonrió suspirando.
—No es mi estilo. Pero te concedo que estaba velando
por tu seguridad.
—Gracias.
—No, no me las des. Eres mi mejor amigo. No, Levi, eres
mucho más que eso. Eres familia —dijo con convicción—.
Aprende a dejar que te ayuden. Aprende a confiar y aprende
a dejarte querer. No tienes idea de lo preocupado que
dejaste a Wyatt.
—Lo siento mucho. ¿Podrías decirme qué demonios
ocurrió? Porque mi cabeza tiene lagunas.
—Debe ser del golpe. —Sonrió—. Gracias a ti, mi hijo
tiene un jaleo mental enorme. Anoche te desplomaste en
mitad de la fiesta de cumpleaños de Lila y Violet y por una
extraña razón que desconozco, él ha asociado tu problema a
lo que le pasa a su profesora.
—¿Qué tiene esa mujer?
—Está embarazada.
No pude evitarlo. Me eché a reír en cuanto lo soltó porque
era lo más divertido que había escuchado en mi vida.
—¿Te hace gracia? Porque te aseguro que no es divertido
pasar la noche intentando buscar la mejor forma para
hacerle entender a tu hijo de ocho años que los hombres no
podemos tener bebés.
—¿Eso es lo que mirabas en el móvil? —Sonreí apretando
mis labios para evitar reírme de nuevo.
—Que te jodan, idiota. Está empecinado en ver al tuyo en
una ecografía, ¿sabes?
—Lo siento muchísimo. —No pude contener mi sonrisa y
él me fulminó con la mirada—. De verdad.
—¿Sabes? No importa. —Negó con la cabeza antes de
sentarse a los pies de mi cama—. Dime cómo te encuentras.
—Cansado y confuso. —Suspiré—. Te prometo que dejé
de pisar el acelerador pero no sé qué me pasó anoche.
—Sí que lo sabes y, por cierto, es uno de los focos de los
que debes encargarte.
—¿De qué hablas? —Mi ceño se frunció.
—De tu demonio encantador.
«¿Colin?
»Oh Dios, Colin...
Como por arte de magia regresó todo a mi cabeza. Su
cara de espanto, su desesperación, esa última mirada
cuando le dije el pin de mi teléfono...
—Mierda...
—Sí... —Wes asintió—. No puede definirse mejor.
—¿Qué pasó?
—Digamos que has provocado una guerra familiar.
—Otra... —Susurré mientras mi mandíbula se apretaba—.
Así que estropeé la fiesta de dos bebés de un año. —
Resoplando me incorporé en la cama—. Melissa debe
odiarme.
—No lo hace.
La voz del rubio se coló a través de una rendija de la
puerta y me preguntaba cuánto de nuestra conversación
habría oído. Sobre todo me interesaba si había estado en
ese instante en el que el imbécil de Hunter le definió como
mi demonio encantador y yo no me opuse en absoluto a tal
apodo, porque me encantó.
—Yo por mi parte tengo mis dudas —dijo abriendo la
puerta del todo.
—Esa es mi señal para ir a por un café.
Wes no tardó en levantarse de los pies de mi cama y
dirigirse hacia la puerta para dejarnos solos, mientras yo
luchaba por no pedirle que se quedara. Me aterraba estar a
solas con Colin, mucho. En especial porque no quería
escuchar lo que tenía que decirme. No creí que pudiera
soportarlo.
—¿Estaréis bien?
Wes me escudriñó desde la puerta y cuando asentí, con
dudas, miró a Colin que respondió de la misma manera.
—De acuerdo. Os dejo a solas.
En apariencia, lo hizo. Pero la incomodidad, el silencio y
la tensión estaban subiendo la temperatura del ambiente
mientras provocaba que el aire fuera sofocante, como si
estuviéramos en mitad de la playa con el noventa y nueve
por ciento de humedad. Por mucho que intentaras respirar,
te ahogarías.
—Así que es el último sitio donde esperaba encontrarte.
«Venga Levi. Puedes con esto...».
—No me escondí.
—No. —Colin sonrió sin humor mientras negaba con la
cabeza—. Solo te negaste a decirme dónde estabas.
—Colin, yo...
—No. —Me detuvo de inmediato—. No vamos a tener esta
charla ahora.
¡Dios! A pesar de lo mal que me sentía por todo, no podía
dejar de pensar en lo muchísimo que me gustaba enfadado.
Entonces me di cuenta de lo que le había echado de menos
y de lo tonto que fui al irme sin explicarle nada en absoluto.
Tal vez lo hubiera entendido.
—Dime algo.
Le miré y me fijé en que llevaba la misma ropa de ayer,
salvo que estaba mucho más arrugada. Dejó su chaqueta
sobre el respaldo de la silla en la que Wes estuvo sentado,
subió las mangas de su camisa para dejarlas descansar en
sus codos y después desabrochó los dos primeros botones,
siendo imposible no mirar hacia ahí porque el rubio era un
provocador incluso en los peores momentos.
—Dime por qué has pensado que era buena idea
descuidarte de esa forma.
Mis oídos le escuchaban pero mi mente no prestaba
demasiada atención. Me encontraba absorto mirando su
pelo. Ya no lo llevaba recogido como ayer, ahora toda esa
melena rubia caía enmarcando su cara y yo solo quería
estirar mi brazo y enredar mis dedos ahí.
—¿Levi?
—Perdona, ¿qué?
Era nulo en todo cuando estaba cerca. Me sentía pequeño
ante la inmensa personalidad que gastaba el gemelo malo,
pero no se trataba de miedo. Estaba lejos de eso. La
sensación era la contraria y eso era lo que de verdad me
asustaba; lo protegido, lo seguro y lo cuidado que me
encontraba a su lado.
—¿En serio no has escuchado nada de lo que he dicho?
No, no lo había hecho. Ni tampoco me había percatado
de que ahora estaba sentado en mi cama, pero no a los pies
como lo hizo Wes dándome un poco de espacio. El rubio se
sentó a mi lado, su pierna izquierda apoyada hasta la rodilla
rozándome y sus ojos echando chispas.
—¿Has dormido aquí?
—Dormir, lo que se dice dormir... —Se encogió de
hombros—. Hunter y yo hemos hecho relevos.
—No tenías que hacerlo.
—¡Por supuesto que debía! Yo te amo, ¿sabes?
Mi garganta se cerró al escucharlo.
Claro que lo sabía. Ese fue el motivo por el que hui en
primer lugar, porque no me sentía digno de ese amor.
Todavía no lo era. Pero eso no impidió que millones de Levis
en versión mini comenzaran a dar saltos de alegría dentro
de mí, algunos vitoreando, otros sonriendo de oreja a oreja
y otros tantos con corazones en los ojos. Tuve la sospecha
de que fueron estos últimos los que hicieron que mi mano
se moviera sin permiso colocándose sobre la del rubio. Mis
dedos buscaban el hueco entre los suyos, desesperados por
volver a sentir esa descarga que siempre me recorría
cuando nos rozábamos. Y sí, siempre pasaba aunque
nuestra caricia fuera de lo más sutil.
La ecuación era sencilla:

Roce + Verde oliva en llamas = Descarga revitalizante


Y yo me moría por encontrar en sus ojos ese fuego.
Estuve a punto de responder con la verdad. Le hubiera
dicho que me sentía de la misma manera y que no podía ni
quería hacer nada para frenarlo, pero lo que había tras sus
llamas me disuadió. No parecía satisfecho tras abrirse de
esa forma. Había algo en su expresión que me decía que
para el rubio no era suficiente sentirse así. Él necesitaba
más de mí y aunque estaba dispuesto a darle lo que
quisiera, primero necesitábamos hablar largo y tendido y
después podría confesarle que estaba confuso con respecto
a mis sentimientos. A ver, estaba enamorado de ese idiota
que me miraba con el ceño fruncido intentando colarse en
mi cabeza, pero no podía despojarme de esa sensación de
culpa y traición que me recorría al recordar a Kyle.
—¿Señor Connors?
Por fortuna, el destino me dio algo de tiempo poniendo a
la doctora en nuestro camino. La mujer entró sin apartar los
ojos de Col que seguía aferrado a mi mano.
—Necesito hablar con usted antes de que se marche a
casa.
Conocía a esa mujer. Ya nos habíamos visto un par de
semanas antes pero hoy no estaba muy cómoda con la
atmósfera que se había creado dentro de aquellas cuatro
paredes y algo me decía que era culpa del rubio. La mirada
de la doctora hacia mi demonio encantador era de todo
menos simpática y no pude evitar sonreír mientras Colin
apretaba más mi mano, retándola con el gesto.
—No es nada personal —dijo dirigiéndose a Colin en todo
momento—. Pero, preferiría que hablásemos a solas.
Col asintió, su semblante serio en todo momento, y no
tardó en levantarse de la cama con intención de alejarse de
mí. Y se quedó en eso, en la intención, porque tan pronto
como su brazo tiró intentando recuperar su mano, me
agarré a ella con más fuerza.
—Él puede quedarse —Sentencié.
—¿Está seguro? —Asentí y ella frunció el ceño—. Está
bien entonces.
Sabía el motivo de su insistencia pero no quería ocultarle
nada a Col. Al menos no a partir de este instante.
—Volveré a pronunciar el sermón de la vez anterior. —La
doctora suspiró pellizcando el puente de su nariz—. No creo
que haga falta que le recuerde que su diabetes es de tipo
uno —Asentí—. Y que requiere un seguimiento diario de su
nivel de glucosa en sangre porque si no lo hace ocurre lo
que sucedió anoche, por no mencionar la crisis de hace dos
semanas. —Dudó un poco cuando volvió a mirar a Colin
pero después lo soltó—: ¿Ha vuelto a beber?
La vergüenza se instaló en mi nuca, pinchando como una
cabrona mientras me obligaba a mantener mi cabeza
gacha. No quería ver la decepción pasando por sus ojos, era
algo que no podría soportar. No estaba listo para que me
juzgara, pero sí necesitaba que estuviera al tanto de todo.
Los segundos se hicieron eternos mientras esperaba a que
quitase su mano de la mía, pero nunca pasó. De hecho se
apretó más aun dotándome del valor que parecía haber
perdido de repente y eso me obligó a mirarle para
enfrentarme a su reacción y lo que vi en sus ojos me
tranquilizó. No había rastro de decepción. Ni una pizca de
consternación. Ni una migaja de tristeza. Todo lo que pude
ver en ellos era amor. El mismo de anoche. Ese que me
pedía que no tuviera miedo porque fuera cual fuera mi
respuesta, seguiría estando ahí para mí.
—No. No desde aquella noche. —Tragué duro el nudo de
mi garganta.
—Entiendo que está estresado y que una copa puede
calmar su ansiedad pero recuerde lo que le dije. Los comas
glucémicos no son algo insignificante, señor Connors.
—Lo sé.
Col me miró confuso.
—Pudo haber sucedido de nuevo. La mala alimentación y
el descontrol de su enfermedad tienen el mismo desenlace.
No hace falta que se emborrache para llegar hasta ahí. Es
suficiente con saltarse las comidas y descuidar sus buenos
hábitos.
—Lo sé —dije una vez más.
—No me sirve. Haga algo al respecto.
—Lo haré.
—Más le vale tomarse su vida en serio, señor Connors. Es
mayorcito para saber qué debe y qué no debe hacer. Coma
bien, haga ejercicio, descanse y cuídese. No es difícil. ¿O tal
vez necesita una niñera?
—No se preocupe por eso.
El rubio se había mantenido en silencio hasta ahora, pero
eso no significaba que se hubiera despistado. Estuvo atento,
muy atento, escuchando y analizando todo lo que se iba
diciendo. Parecía incluso cómodo, pero solo fue eso; una
apariencia. En el fondo se moría por hablar y debió estar
mordiendo muy fuerte su lengua para evitar hacerlo. Le dije
al poco de encontrarnos en Chicago que nunca sería capaz
de quedarse callado ni aunque su vida dependiera de ello y
me alegraba comprobar que seguía siendo así.
—Yo me encargaré —dijo decidido.
—Me quedo más tranquila.
Su tono irónico y ella se dirigieron a la puerta llevándose
con ellos el aire pesado que nos envolvía.
—En una hora le traeré el alta. Ah, y piense en lo del
catéter. Sería mucho más fácil para usted.
Y sin decir nada más se marchó.
—Colin, yo...
—¿Qué es eso del catéter?
—Una intervención para insertarme una bomba que
libera insulina de forma programada.
—Eso sería genial, ¿no?
—Colin...
—No. —Negó con la cabeza enérgicamente.
Temí esto a la vez que lo esperaba. Algo muy dentro de
mí pensó que el aguante del rubio no era más que un papel
que dejaría de encarnar en cuanto esa doctora saliera por la
puerta. Pensé que era el momento de ponerse en guardia
mientras recibía sus disparos sin ninguna intención de
defenderme. Me lo merecía por huir.
—Pero...
—Te he dicho que no hablaremos aquí.
Dios, parecía decidido.
Lo que no tenía muy claro era el camino que había
tomado y si yo podría acompañarle. Lo de anoche no debió
ser fácil para él, más que nada después de la espantada
que hice desde Milwaukee sin siquiera decirle el motivo.
Pero, ¿cómo decirle que veía a Kyle? ¿Cómo compartir con él
lo sucio, rastrero y traidor que me sentía por dejarme llevar?
—¿Entonces?
Colin me soltó la mano y la sensación que tuve fue
espantosa. Me sentí perdido y desamparado al instante, con
un vacío enorme e imposible de llenar. Y conforme se iba
acercando a la puerta, más inmenso se hacía el agujero.
—Esto es lo que va a suceder, picapleitos.
Pero tuvo que hablar y dirigirse a mí de esa manera para
cerrarlo de golpe.
—Voy a ir a la cafetería y subiré un suculento desayuno.
Después esperaremos a tu alta y te llevaré a casa donde
vas a descansar hasta el almuerzo. Te llegará un buen menú
de Melissa, que comerás sin dejar nada y, tras eso, volverás
a descansar antes de prepararte para cenar conmigo esta
noche.
—Suena a que me estás amenazando para tener una cita.
Salió sin más cuando sus ojos me atravesaron y di
gracias por estar tumbado en la cama, porque de no ser así
la caída hubiera sonado hasta en la planta baja.
—Lo hago.
Mi corazón retumbaba y por culpa de aquel monitor que
empezó a pitar descontrolado, el rubio se dio cuenta de lo
que sucedía cuando me dirigió una sonrisa que podría
derretir los polos.
—Pero después vamos a hablar. Así que prepárate para
una noche larga. Vuelvo enseguida.
—¡Colin!
Le pillé con medio pie fuera de la habitación, su cabeza
girando para mirarme y cuando clavó sus ojos en los míos,
todo se detuvo.
No fui capaz de pronunciar las palabras aunque
quemaban en mi mente y en mi boca. Y es que, a pesar de
todo, sentía que no era el momento adecuado para decirlas.
Colin no merecía una confesión rápida en la habitación de
un hospital. No. El rubio se había ganado mi respeto y sobre
todo mi honestidad y para ello tendría que esperar, por
mucho que él percibiera lo que quería decirle porque el muy
molesto era súper intuitivo.
—No hace falta que digas nada —dijo sin apartar sus ojos
de los míos—. Lo sé. Sé lo que te pasa conmigo desde que
me miraste por primera vez a través del retrovisor de aquel
Lincoln en aquel viaje desastroso. Pero eso no te absuelve.
Me debes una historia y a poder ser creíble.
Asentí.
—No te muevas de aquí. —Bromeó—. Enseguida vuelvo.
Mientras Colin cerraba la puerta aproveché para
tumbarme de nuevo en la cama pensando en lo que sucedió
durante el último mes, cuando dejé escapar un suspiro
enorme. No pude evitar pensar en que la conversación tras
nuestra cena sería difícil, incluso temí que nos llevase a ese
punto de no retorno en el que no puedes volver al principio
del camino y ya no queda más remedio que seguir desde
ahí hasta un nuevo destino. Solo esperaba que, si era
nuestro caso, pudiéramos continuar juntos, porque ya no
imaginaba mi vida sin él a mi lado por muy irónico que
sonara al haberle dejado atrás. Quizá la vida me sorprendió
poniendo a Colin en mitad de mi camino, sin avisar y sin
esperarlo, pero ahora que había probado lo que sería estar
con él no estaba dispuesto a renunciar a ello.
Aunque tuviera que convencerle de tener una relación de
tres.
—46—
«CAGADO DE MIEDO»
No quería volver a casa de mi hermano.
Un mal presentimiento me llenó durante todo el camino
desde que dejé a Levi en casa y a salvo al cuidado de Wes y
Wyatt. Todo entre nosotros parecía haber mutado una vez
más y me temía que era por mi culpa. Me sentí tan herido
cuando dijo que no tenía por qué quedarme a cuidar de él
en el hospital, que solté la bomba sin siquiera haberlo
planeado. Y siendo sincero, no era así como había
imaginado que sucedería. Bueno, lo cierto era que no lo
había imaginado en absoluto.
¿Decirle que le amaba? ¿Yo? Puf, ¡qué despropósito!
¡Ay, vale! Estaba mintiendo. Deseé decírselo tras nuestra
noche en el Autumn, pero jamás pensé que sería el primero
que derramaría sus tripas. Yo, el imbécil iluso que esperaba
a su príncipe a lomos de un corcel blanco galopando para
llegar a mi rescate, abrí mi boca y cambié mi rol en ese
cuento de «hadas». Resultó que el príncipe en esta historia
era yo y no tenía idea de cómo no me di cuenta antes con
esas inmensas ganas que tenía de rescatar a mi abogado.
Sin embargo tendría que esperar hasta la noche. Ahora era
momento de terminar la guerra con mi hermano.
La suerte no estaba de mi lado hoy.
Mientras conducía acelerando en esa carretera urbana y
veía las palmeras haciéndome pasillo, imploré al cielo que el
coche de Melissa se estropeara para tener una excusa que
me permitiera posponer el encuentro con Dy. Anoche no
llegamos a las manos porque los paramédicos aparecieron
en el punto álgido de nuestra discusión y Mel se ofreció a
llevarme al hospital.
Nunca discutí con Dylan de esa forma, jamás. Ni siquiera
cuando éramos dos críos lo hicimos porque, muy a nuestro
pesar, tuvimos que aprender rápido a sobrevivir.
Nos gustaba charlar hasta las tantas de la madrugada si
teníamos cualquier problema y no nos rendíamos sin
solucionarlo. Pero ayer no tuvimos tiempo para eso y mucho
me temía que aunque lo hubiéramos tenido no habría
servido para nada, porque el de anoche no era mi hermano,
era un tipo envenenado y cegado por la rabia que le hacía
sentir el picapleitos.
¡Hasta en eso éramos idénticos!
Anoche, mientras Dylan intentaba mantener su bilis
dentro de su boca, vi a mi «yo» de hacía tres meses. El
problema era que yo sabía por qué me molestó el Levi de
entonces, pero no tenía idea de lo que hacía hervir a Dy.
Debía ser algo gordo porque en otras circunstancias jamás
se habría dejado llevar de esa forma. ¡Joder! Entendía que
algo le enfadara pero nada justificaba lo que dijo entre
dientes mientras yo intentaba ayudar a Levi. No lo
esperaba. No de él. Nunca pensé que mi hermano pudiera
caer tan bajo y eso me molestó.
Cuando llegué al último semáforo antes de doblar la calle
y meterme en nuestro vecindario, aproveché su luz roja
para respirar. El Alfa Romeo Giulietta de Mel parecía el sitio
más seguro para mí en este momento, porque sentía que si
salía al mundo exterior tendría que librar una batalla épica y
me apetecía más bien poco, por no decir nada. Pero no lo
podía dejar enquistarse o después sería peor.
La luz verde reanudó mi marcha cuando a los pocos
minutos llegué a casa y aparqué cuando vi aparecer el
coche de mi hermano a través del retrovisor y mi corazón se
aceleró al mismo tiempo que mi sangre comenzaba a
calentarse. Mis manos temblaban y mi cabeza estaba a
punto de estallar a pesar de que hice lo que pude por
mantener la calma, pero parecía imposible después de lo
que dijo. Todo por sus malditas palabras que seguían
resonando en mi cabeza.
Tras un sonoro suspiro por fin salí de allí dispuesto a
terminar nuestra conversación fuera cual fuera el resultado.
Estaba dispuesto a ponerme en guardia si volvíamos a
llegar al nivel de la fiesta pero en cuanto le vi saliendo de su
coche y con la ropa de ayer, me desinflé cual globo con un
agujerito.
—¿No has dormido en casa?
Dylan pellizcó el puente de su nariz con los ojos cerrados
mientras negaba en silencio.
—Taylor sugirió que me quedase en el hotel.
—¿Habéis discutido por mi culpa?
—No. Ha sido por la mía. —Suspiró mirando mi ropa—.
¿Cómo está?
—¿Q-Qué?
—Levi... —Su ceño se frunció pese a lo mucho que luchó
para mantener el tipo—. ¿Está bien?
—Sí. —Asentí—. Ha sido una bajada de azúcar, pero ya se
encuentra mejor.
—Genial.
Ahí terminó.
No dijo una sola palabra más, solo pulsó el mando que
cerraba su coche y se dirigió a casa, cabizbajo y con
mandíbula apretada.
¿Qué nos estaba pasando? Estos no éramos nosotros.
—¡Dy!
—En casa, Col. Vamos a casa y lo zanjamos.
Resoplé molesto pero asentí porque estaba de acuerdo.
En silencio le seguí hasta la puerta intentando ordenar todo
en mi cabeza, dejándonos esos segundos de reflexión a
ambos pensando en que nos servirían para apaciguar
nuestro carácter. Pero cuando cerró la puerta tras él todo
afloró y no pude contenerlo.
—¿En serio, Dylan? ¿Cómo pudiste siquiera mencionarlo?
—Solo Sali.ó —Suspiró—. Y no dije ninguna mentira.
El imbécil de mi hermano se atrevió a murmurar seis
palabras que se hundieron en mi corazón en forma de
puñal.
«Seguro que ha bebido de más».
Me molestó mucho. Muchísimo. Y no solo era porque
amaba a Levi. También fue por lo mucho que quería a mi
hermano y por lo poco que esperaba que esas palabras
cargadas de veneno salieran de su boca.
—Ahora resulta que si lo que dices es verdad está bien
ser un cabrón desalmado que disfruta del mal ajeno. Sí que
eres digno hijo de nuestro padre.
Dylan se puso rojo y sus ojos verdes se oscurecieron
mientras la rabia por mis palabras le invadía.
—Debe follar bien para la defensa férrea que estás
haciendo de ese imbécil.
—¿¡Qué demonios, Dy!?
—No vas a negarme que os acostáis, ¿verdad?
—No es asunto tuyo —Escupí realmente furioso—. Mi vida
privada no es tu asunto, Dylan.
—No, al parecer solo lo es cuando tú quieres que lo sea.
—¿Qué significa eso? ¿Qué quieres decir?
—Nada.
Di gracias al cielo por la aparición de Melissa en ese
momento, porque de no haber interrumpido la conversación
pacífica que empezamos, solo Dios sabía cómo habríamos
continuado.
—¿Qué está pasando?
Con su ceño fruncido, Melissa entrecerró los ojos y
esperó en lo alto de la escalera que conectaba el salón con
la planta de arriba y cuando vio que ninguno de los dos
estaba por la labor de aclarar sus dudas, disparó a
bocajarro.
—¿No tuvisteis suficiente fastidiando la fiesta de mis hijas
ayer?
—Oh, ese fue tu amigo.
—Cállate, Dylan. No digas una sola palabra más si no
quieres volver al hotel de nuevo esta noche.
—Genial. —Dylan río desquiciado—. Así que tú también
pones por delante a ese idiota. De él lo entiendo —dijo
señalándome—. A fin de cuentas le mete en su cama...
¿Pero, tú?
—Te comportas como un adolescente hormonal.
—Y tú como la salvadora universal de las almas perdidas,
Mel. No puedes perdonar a todo el mundo. No puedes,
¡hostia! ¿Después de lo que ocurrió hace dos semanas
todavía das la cara por él?
—¿Qué pasó? —No quise intervenir pero no tuve más
remedio que hacerlo—. ¿De qué hablas?
—No fue nada. —Mel suspiró—. Algo sin importancia.
—¿Algo sin importancia? —Dylan echaba humo—. ¿De
verdad le defiendes y dices que no tuvo importancia? No,
bicho. Sí la tuvo. Tu amigo —dijo comillas al aire mientras
me miraba hirviendo—, pensó que sería divertido beber
hasta caerse y no eligió otro sitio para hacerlo que el Ángel.
Hizo pasar un mal rato a mi mujer. Le dijo cosas que...
—¿Qué dijo?
—¡No era él en ese momento, joder! Lo sabes, Dy —Mel
gritó ignorando mi pregunta—. Estaba sufriendo y...
—No lo justifica. —Gruñó.
—Pero...
—¡No! Nada justifica lo que dijo, ni su tono
malintencionado. Nada, Mel. Y me da igual que me
destierres de por vida al hotel. Si alguien te levanta la voz
siquiera un poco, tendrá que enfrentarse a mí. Siempre.
Dylan no dijo nada más. Con su mal humor comenzó a
subir peldaño a peldaño aquella escalera y cuando estuvo al
lado de Mel, agarró su cara y le dio un beso en los labios
que suavizó las cosas entre ellos.
—Te amo, bicho. Nunca lo olvides.
Y sin más desapareció por el pasillo de la planta de
arriba. La tensión se fue nada más escuchar el portazo de
Dylan. Entonces Mel y yo nos miramos y sonreímos al
mismo tiempo mientras ella bajaba las escaleras.
—Se le pasará —dijo convencida.
—Espero que tengas razón. —Suspiré.
—Ven, siéntate conmigo.
Mi cuñada se sentó en el sofá dando unos golpecitos en
el hueco vacío junto a ella y no tardé en unirme.
—¿Levi está bien?
—Sí. —Asentí—. Le bajó el azúcar, aunque Wes me ha
dicho que lleva todo el mes demasiado concentrado en un
caso y que estaba descuidándose.
—Lo sé. —Su semblante se volvió serio—. Le advertimos
sobre lo que pasaría si seguía metido ahí, pero es un
cabezota. Dice que tiene un buen motivo para no rendirse y
que necesita encargarse de ese cliente antes de marcharse
a Chicago. Algo me dice que tienes mucho que ver en su
empeño.
—¿Yo? —Me sorprendí de su conclusión—. ¿Por qué dices
eso?
—Por lo que me dijo la noche de ese incidente sin
importancia.
—¿Qué dijo?
La muy tonta sonrió hasta que sus comisuras casi
alcanzan sus orejas.
—Algo sobre lo loco que estaba por un rubio insolente. Al
principio no tenía idea de quién era, pero desde que Wes
me dijo que sois vecinos... —Su sonrisa se hizo enorme—.
Ese enigma se resolvió solo.
—¿La tomó contigo, Mel?
—Lo hizo —Eso rompió mi corazón—. Pero no le culpo. No
era él en ese momento, Col. Estaba completamente
desolado y no había nada que le ayudara a recomponerse.
—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo?
—Fue bastante grosero conmigo porque me negué a
servirle una última copa. Yo no estaba esa noche allí, pero
Reese me llamó al ver cómo estaba. Cuando llegué me
senté a su lado y charlamos un poco, pero me negué a dejar
que siguiera matándose. En resumen; arremetió contra mí.
Entonces Dylan apareció y le echó del Ángel.
—Oh, Dios. Lo siento mucho.
—¿Te disculpas por él? —De repente aplaudió sin sentido
—. Así que mi plan funcionó —dijo, su sonrisa girando en su
cara.
—¿Qué plan? ¿De qué hablas?
—Le envié a por ti cuando me puse de parto hace un año.
—Sí, lo sé.
—Lo hice adrede. —Sonrió más todavía—. Pensé que eras
perfecto para ayudarle a salir de su agujero, pero luego
llegaste despotricando contra él y...
—Me cayó fatal —dije sin poder evitar sonreír con ella—.
Aunque, pensándolo bien, admito que fue por lo mucho que
me gustó.
—Suele pasar con él. Estoy segura de que casi todos los
que le conocen empezaron así; odiándole. Te gusta mucho,
¿no?
—Uf...
Me acomodé en el sofá pasando una de mis piernas bajo
mi trasero cuando Melissa sonrió y colocó un mechón de
pelo tras mi oreja y después agarró mi cara obligándome a
mirarla a esos hermosos ojos azul noche.
—Estás cagado de miedo, ¿verdad?
—Bastante —dije y después hinché mis mejillas para
dejar salir de golpe el aire.
—¿Qué sois? ¿Amigos? ¿Más que amigos?
—No lo sé, Mel. No tengo idea. Ahora mismo es todo un
poco confuso.
—Le llamaste amor delante de todos ayer. Así que no
creo que haya algo que te confunda.
—Me dejó tirado hace un mes. —Solté sin más—.
Pasamos una de las mejores noches de mi vida y cuando
desperté...
Otra vez ese sentimiento de rabia en la boca de mi
estómago. Pensé que lo había dejado atrás, que después de
ver ayer a Levi en esas condiciones, había superado mi
resentimiento. Pero mi herida debía seguir abierta porque
escocía demasiado.
—¡Joder, Mel! Se fue, ¿sabes? Se marchó sin decirme por
qué. Ni siquiera me dijo dónde iba. Solo se levantó y
desapareció. Y aunque debería estar súper enfadado con él,
no lo hago. Lo estoy conmigo por seguir sintiendo lo mismo.
Le conté todo sin dejar un detalle atrás. Cómo me intrigó
el pianista del bar. Cómo me citó en el hotel. Cómo
continuamos hablando. Cómo Levi apareció de la nada entre
medias y se enredaron las cosas. Cómo intenté odiarle
porque no quería ayudarme y perecí en el intento. Cómo me
fui pillando por el vecino y por G. Cómo descubrí que eran la
misma persona y lo feliz que me sentí al hacerlo. Y cómo me
abandonó en aquel hotel con aquella nota que pretendía ser
el comodín para obtener su absolución.
—¡Oh, qué monos! —Sonreía tanto que temí por sus
comisuras—. Así que se abrió.
—Detrás de una pantalla. No es muy valiente que
digamos, ¿no?
—Tal vez para él lo sea. Igual lo que ves como una
cobardía, para él es el acto más temerario que ha hecho en
toda su vida.
Oh, no lo había visto de ese modo.
—Mira, Colin, si ha sido capaz de hablar y dejarse llevar,
aunque haya sido tras un chat, ya has conseguido más que
nosotros en tres años. Levi es un enigma con patas, ¿sabes?
Un tío incapaz de hablar de algo personal y cuando lo hace
es porque no ve peligro alrededor. Pero si lo nota... —Mel
frunció los labios—. Ahí vuelve a ponerse su traje de
gilipollas e interpreta ese papel de arrogante que alejaría a
cualquiera. El mismo que llegó hace dos semanas a mi
restaurante y arrasó con todo.
—¿Salvo aquel día en el aeropuerto, apenas le he visto
con ese disfraz. Conmigo ha llevado una armadura recia
aunque no le ha servido de mucho.
—Si has conseguido que se deshaga del disfraz de idiota,
no creo que haya sido por nada, rubio. Dale el beneficio de
la duda y no te cierres.
—Le llamé amor delante de todos ayer —dije haciendo
mías sus palabras—. Creo que no estoy cerrado a nada. Solo
tengo miedo. Me asusta dar un paso y que él salga
despavorido. ¿Cómo puedo saber si voy por el camino
correcto?
—Caminando.
—¿Y si cuando llegue al final no hay nada?
—Pues das media vuelta y vuelves a empezar.
—Estoy cansado de eso. Mucho. ¿Por qué tiene que ser
todo tan complicado? ¿Por qué no puede decirme cómo se
siente y ya?
—Igual lo ha hecho, pero tienes que aprender un nuevo
idioma, rubio.
De un salto Mel se levantó del sofá y, tras dejar un beso
en mi mejilla, se marchó escaleras arriba tal vez para
solucionar las cosas con su «ángel», mientras yo no dejaba
de darle vueltas a lo último que había dicho.
Quizás por eso subí poco después de que lo hiciera ella, y
me colé en mi habitación para buscar en mi maleta la
maldita nota del abogado. Ese era su idioma. La forma en la
que mejor sabía expresarse y, tal vez, si la leía podría
comenzar a entender. Cuando abrí la maleta y la cogí, vi a
su lado algo más que había traído conmigo y mis mejillas se
calentaron fruto de la vergüenza porque sin querer viajé al
pasado. A uno bastante reciente.

∞∞∞
• Chicago – Unos días antes...•
Me colé en su casa. No pensé mucho en ello, solo saqué
una tarjeta de crédito de mi cartera, forcé la puerta y entré
sin más.
La culpa fue de todas esas cajas que vi en el rellano que
se sintieron como dagas atravesando mi cuerpo. Sin
embargo, no fue esa imagen la que estuvo cerca de
matarme de dolor. No. El instante exacto en el que casi
muero fue cuando entré en su apartamento y no vi el piano.
Tal vez fuera una tontería pero yo lo sentí como una
declaración de intenciones que destrozó mi corazón,
porque... Si el motor de su vida no estaba ahí, entonces él
tampoco regresaría, ¿verdad?
Logré abrir la puerta pero no las tenía todas conmigo. La
alarma comenzó a sonar y mi sangre subió hasta mis
mejillas, cuando mi mano aterrizó en el pomo con intención
de abrir y largarme de allí antes de que fuera demasiado
tarde. Pero cuando fui a tocarlo, el sonido estruendoso paró
y volví a respirar.
La oscuridad me dio la bienvenida al apartamento vacío.
Quise mirar hacia el hueco del piano, pero en el último
minuto perdí el valor porque si el dolor que estaba sintiendo
con solo estar allí no podía soportarlo, no quería ni imaginar
lo que sentiría al mirar hacia el otro extremo del salón y ver
que no había nada. Por eso decidí alejarme de la zona cero,
subí a su habitación y al llegar a la cima me desvié de mi
objetivo y me fijé en la puerta que había junto a la del
baño. Nunca pregunté que había tras ella aunque sintiera
curiosidad y Levi jamás mencionó nada. Así que esta noche,
decidí despejar mis dudas e invadir la privacidad del
picapleitos una vez más.
Lo que vi al abrir me sorprendió. Parecía una especie de
taller de costura, con una mesa en la que había una
máquina de coser, dos maniquíes desnudos junto a ella y
otro con una chaqueta de color fucsia a medio hacer sobre
él y una cama simple. En dos de las paredes muchos
esbozos de diseños de prendas y en el tercer tabique una
foto de ese tipo junto al picapleitos que sonreía mirándose
una corbata de color marengo mientras el hombre a su lado
dejaba un beso en su mejilla.
Sin poder soportar esa sensación de ahogo que
amenazaba con dejarme inconsciente, salí de allí y me
detuve a observar el dormitorio del abogado. Todo estaba
igual y no parecía haber cambiado nada. De hecho ese
armario inmenso seguía allí, mirándome y provocándome
para que lo abriera de nuevo. Esta vez no me detuve a abrir
ninguna de las dos puertas porque no quería encontrarme
con perchas vacías. Fui directamente a ese cajón en el que
encontré la foto y lo abrí de nuevo para, esta vez, verla de
una forma totalmente diferente.
A simple vista solo eran solo un par de amigos, pero el
amor que había entre ellos se veía si profundizabas un poco
más. Estaba en sus sonrisas, en cómo se agarraban, en lo
felices que estaban solo por estar juntos y en cómo esa
felicidad traspasaba el metacrilato del portafotos, ese que
estaba acariciando sin darme cuenta con la yema de mis
dedos. No supe cuánto tiempo estuve mirando la imagen, ni
tampoco el momento exacto en el que decidí que debería
sentarme sobre la cama del abogado para estar más
cómodo, pero parecía una eternidad.
Me quedé un poco más observándoles y todas las piezas
del puzle que antes no encajaban, lo hicieron enseguida,
aunque me doliera. Sumé dos más dos y tuve mi revelación;
ese tipo era la razón por la que Levi se empeñaba en
decirme que no funcionaría. No era una certeza, sin
embargo, aunque podía sentir que no andaba
desencaminado y justo cuando mi cabeza seguía
elaborando teorías, mi teléfono vibro en mi bolsillo. Sabía
que era él. No me preguntéis cómo, pero lo sentí. Era una
sensación tan abrumadora que no me cabía ninguna duda
de que estaba en lo cierto. Y como si de un psíquico se
tratara, el picapleitos respondió a una pregunta que había
en mi cabeza.

Grayson_02:10: Tuvimos un
accidente. El coche se salió de la
carretera.
Yo_02:10: ¿Conducía él?
Grayson_02:11: Sí. Pero debí
impedirlo.
Grayson_02:11: Estaba muy
nervioso y no debí dejar que
condujera en ese estado.
Yo_02:11: No es tu culpa. Los
accidentes suceden.
Grayson_02:12: La clave de mi
alarma es 1234.
Yo_02:12: ¿En serio?
Yo_02:12: Oye, ¿cómo sabes que
estoy en tu casa?
Grayson_02:13: Cámaras. Cuatro en
el salón, dos arriba.
Yo_02:13: ¿Dónde estás?
Grayson_02:14: Buenas noches,
Colin.

∞∞∞
Sonreí con la pinza con la inicial del abogado en mi mano
y después de dejarlo de nuevo en la maleta, doblé el sobre
que me dejó y lo metí en el bolsillo de mis pantalones. De
repente mi decisión había cambiado y ahora la cuestión no
era si leía la nota, lo era el cuándo.
—47—
«HOPE»

«Te amo, pero no funcionará.


Grayson».
Pasaban las ocho y seguía dentro del coche.
Llevaba casi una hora frente a la casa de Levi, meditando
sobre lo que hacer. No sabía cómo sentirme al respecto.
¡Joder! Ni siquiera sabría definir lo que pasó dentro de mí
cuando leí la nota misteriosa. Desde que decidí guardar el
dichoso sobre di por hecho que llevaba conmigo el «Santo
Grial» del abogado, pero una vez más me dejó fuera de
juego. En casa de mi hermano me decanté por no abrirlo
hasta que hablásemos, pero esa monstruosa impaciencia
que habitaba en mi interior me obligó a no esperar un
segundo más y, en cuanto aparqué el coche de Mel frente a
su verja, mis dedos actuaron por si solos.
No tenía idea de por qué asumí que el picapleitos había
vaciado sus tripas en unas cuantas líneas. Di por sentado
que aquel sobre contenía uno de esos escudos con los que
se protegía del mundo, en forma de carta, pero no y lejos de
molestarme mi corazón se calentó en pocos segundos. Pasé
de la decepción más absoluta a sentir una emoción que no
experimentaba desde los catorce y es que lo encontré
romántico porque, como siempre, Mel tenía razón. Esa era
la forma en la que él hablaba conmigo, su idioma, y después
de todo me encantaba. Me cautivó desde que decidió
atreverse a enviar aquella nota en ese posavasos que olía
tan bien y que hizo temblar el maldito planeta, aunque tenía
sentimientos encontrados con la que dejó dentro de ese
sobre, en el Autumn, antes de huir.
Me gustaba la primera parte, pero la segunda...
La segunda daba mucho miedo porque implicaba aceptar
que ese terco seguía obcecado pensando que no funcionaría
entre nosotros. No, no era terquedad, era mucho peor. Se
rindió porque lo tenía asumido y por eso no había salido del
coche todavía. Me sentía tan protegido dentro de esa lata
que preferí observar su casa desde aquí. No salía luz por
ninguna de las ventanas y eso que la fachada contaba con
seis. Nada. Ni un solo destellito, pero no me resultó extraño.
Levi se movía mejor en la oscuridad y esa verdad pareció
ser la única que compartió conmigo sin esfuerzo. Hasta
ahora, intentar sacarle algo fue más que agotador y todavía
no estaba seguro de si había merecido la pena. Entonces
mis ojos volvieron a la nota y la respuesta apareció de la
nada, mientras mi corazón latía con fuerza.
Sí, sí mereció la pena.
La merecía.
«Bien, de acuerdo.
»Ahora solo tienes que salir del coche y poner fin a tu
cuento con un beso de película, Colin.
Sonaba demasiado fácil, ¿verdad? Pues no lo era.
A ver, estaba convencido de querer pasar el resto de mi
vida con el tipo que estaba escondiéndose en su propia
casa, pero todavía me sentía colmado de dudas. Acepté que
yo era el príncipe en esta historia y que, si quería que ese
hombre dejara el miedo a corresponder mis sentimientos a
un lado, tenía que ir con pies de plomo para que no saliera
corriendo de nuevo. No era tarea fácil y lo peor de todo era
que no tenía idea de qué hacer para que me dejara tomar
su mano y caminar juntos a partir de aquí.
Volví a leer la nota y me quedé anclado en ese «no
funcionará» que me torturaba. Porque... ¿Y si tenía razón?
No, no podía tenerla. Me negaba a pensar que pudiera tener
razón cuando yo tenía tan claro que se equivocaba.
Entonces, ¿qué debía hacer para que viera las cosas desde
mi lado? ¿Cómo podía hacerle ver que ambos habíamos
tenido un golpe de suerte y que lo que nos pasó no era
común? Agh. Estaba hecho un lío.
Sintiendo cómo me hundía en un agujero, mis ojos se
posaron sobre la línea anterior y encontré la paz de nuevo.
Ese «te amo» enmendó todo. De repente dejó de doler que
me abandonara a mi suerte en la habitación de aquel hotel
y, aunque todavía quería que me diera las explicaciones que
me debía, estaba más que perdonado. Aunque, para ser
sinceros, tal vez nunca estuve enfadado.
Entonces, ¿por qué demonios no era capaz de salir del
coche todavía?
Me sentía dividido y confuso. Por una parte me invadía el
Colin que estaba decidiendo si creer o no en la negativa de
Levi y por otro lado tenía al demonio que me hablaba de vez
en cuando, gritándome para que escuchara con atención
cómo me decía que esa declaración de amor anulaba todo
lo que había después.
«Claro. ¿Cómo no se te ha ocurrido antes, Colin? ¡Ahí está
la clave! Tienes que deshacerte de lo demás».
Sin perder un solo segundo, abrí la guantera del coche de
Mel buscando algo que me ayudara a perpetrar mi idea,
pensando en que tal vez mi cuñada podía llevar un
bolígrafo, pero no. Todo lo que pude encontrar allí fue un
lápiz labial burdeos y me tendría que conformar con él. Por
suerte era de esos líquidos que al secar quedaban mate y al
pasar la almohadilla por la nota, las letras comenzaron a
desaparecer. Satisfecho con el resultado, sonreí victorioso
esperando a que secara la última de las capas y, cuando lo
hizo, las dudas se fueron por la ventanilla junto con el
malestar que provocó aquella maldita frase.
Sí, ahora estaba mucho más bonita.
Esa tontería fue la que sirvió para colmarme de valor y
aunque sonara exagerado, era verdad. Sentí cómo el
significado de esas dos palabras que dejé en la nota hizo
que el asiento del coche quemara obligándome a salir de allí
con una sonrisa puesta. Si esto era lo que se sentía al ser
correspondido, no quería prescindir de ello ni un solo
segundo más de mi vida y se lo diría al abogado en cuanto
abriera la puerta.
No había tiempo que perder. En cuanto salí, cerré el
coche sin siquiera girarme apretando el botón del mando y
caminé hasta la majestuosa casa de Levi, que seguía a
oscuras, cuando mi puño pegó en la puerta y aunque la
espera fue eterna nada podría hacerme cambiar de opinión,
ni siquiera lo que tardó en abrir.
Cualquiera en mi lugar ni se habría molestado en salir del
coche al ver la casa tan silente, pero yo no era como los
demás. Sabía que mi Grayson estaba dentro escondiéndose
del mundo exterior que tanto miedo le daba y, después de
lo que sucedió ayer, no dudé un segundo que eso era lo que
estaba pasando ahí dentro. Pero el plantón iba cogiendo
forma, al menos hasta que en mitad de ese silencio
sepulcral escuché sus pasos acercándose a la puerta al son
de los latidos de mi corazón.
La espera me volvió loco.
Pasó de ser eterna a efímera y de pronto vi que me
quedaba sin tiempo para organizar mis ideas antes de que
abriera. Quería estar preparado para lo que encontrara una
vez lo hiciera y necesitaba una frase que le desmontara si
su intención era huir una vez más. El abogado en alerta era
peligroso y yo necesitaría muchas armas para defenderme,
pero no tenía nada y me temía que mi carácter mordaz no
serviría si él venía armado hasta los dientes. El sonido de
sus pasos cesó ayudando a que mis «y si...» deambularan
de nuevo a sus anchas por mi cabeza, trabajando duro para
que me diera la vuelta y me fuera por donde había venido.
Fue por un segundo que las dudas no consiguieron
embaucarme, el tiempo suficiente que necesitó para abrir la
puerta y dejarme sin aliento.
Vestido completamente de negro con una camiseta y un
pantalón deportivo, parecía haber cruzado el infierno. Sus
ojeras iban a juego con su ropa y el gris tan precioso de sus
ojos había oscurecido un par de tonos para ir acorde con su
look. Parecía devastado, perdido, tan hundido en su agujero
que me temía que ni la cuerda más larga pudiera ayudarle a
salir de allí, porque él no querría agarrarla.
Pero, ¿sabéis qué? No me rendiría sin luchar.
—¿Puedo pasar?
Aunque sorprendido por mi pregunta, Levi continuó con
ese semblante serio. El señor se limitó a asentir mientras se
apartaba de la puerta dándome permiso para sumirme en la
oscuridad. Apostaría todo lo que tenía a que pensó que no
iba a atreverme a entrar en su mundo de sombras, pero
tenía noticias importantes para él; prefería mil veces
perderme en su negrura aunque fuera un solo segundo, que
vivir junto al sol durante toda la eternidad.

—¿Por qué parece que alquilaste esta casa ayer?


Que no iba a encontrar ni un poquito de calidez en
aquella casa lo supe desde antes de venir, pero no tenía
idea del nivel de frialdad al que me iba a enfrentar. Este
«hogar» parecía sacado de una de estas revistas de
decoración en las que nunca tocan un solo cojín porque
destrozarían la foto. Daba la sensación de que nadie vivía
dentro y que solo lo usaban como «casa piloto» en una
inmobiliaria para poder venderla porque, eso sí, entraba por
los ojos.
En el salón un par de sofás de color gris formando una
uve perfecta frente a un televisor que estaba seguro que el
picapleitos no había puesto nunca. No había rastro de
ningún piano, al menos no en esta estancia y dudaba que lo
tuviera en alguna parte para ser sinceros. Después pasamos
a la cocina y más de lo mismo. Encimeras de cuarzo blanco,
impolutas, tanto que daba la sensación de que nadie había
puesto sus manos ahí. Electrodomésticos de acero
inoxidable, frigorífico con doble puerta y dos hornos, algo
que se podía convertir fácilmente en el sueño de un
repostero como yo. Pero, adivinad qué; tampoco había
señales de que hubieran sido utilizados.
Tras el pequeño tour por la planta baja, en la que había
un pequeño aseo, sugirió subir a la planta de arriba y
mostrarme su habitación pero lo rechacé en cuanto salió de
su boca y no, no fue porque sintiera que de subir perdería el
control y me lanzaría a los brazos de Levi. Lo hice porque
me di cuenta de que lo sugirió por cortesía y, además, por
postergar nuestra charla y no estaba dispuesto a que
siguiera intentando engañarme.
—¿Por qué lo dices? —Su ceño se frunció.
—No lo sé. —Me encogí de hombros mirando el espacio a
mi alrededor—. Parece que no pasas mucho tiempo aquí.
Habíamos vuelto a la cocina y Levi servía dos zumos de
uva en un par de vasos que, como el resto de las cosas,
estaban a estrenar.
—Tal vez es porque no lo hago.
—¿Qué quieres decir? ¿No es esta tu casa?
Desde que comenzamos a charlar Levi había mantenido
la misma posición de defensa; de espaldas a mí y sin
mirarme un solo instante mientras yo le observaba sentado
sobre uno de sus taburetes de la barra americana. No quería
presionarle, necesitaba que mantuviera la calma y que se
sintiera cómodo. De otra forma no avanzaríamos.
—Lo es. —Asintió sin moverse mientras abría uno de los
armarios superiores y sacaba una bolsa de panecillos—.
Pero no hago vida en esta planta.
Cuando sirvió algunos panecillos en un plato, se movió
hasta el frigorífico y sacó un bol con lo que parecían ser
taquitos de queso y lo colocó junto al pan y los vasos sobre
una bandeja que puso delante de mis narices sobre la barra
americana.
—Entonces, ¿tienes una especie de guarida? —Evité su
mirada y fui directamente a por el queso.
—Algo así.
—Pero tu casa es preciosa. —Suspiré—. ¿Por qué
esconderse en una cueva? ¿Eres Batman?
Sonrió, una milésima de segundo eso sí, después volvió a
su estoicismo y negó con la cabeza.
—Por la misma razón por la que tú quieres trasladar tu
negocio a ese local en Loyola. Esa cueva es mi hogar y cada
vez que entro en ella se siente como un bálsamo que
permite que mis heridas duelan menos.
Fue exactamente lo que le dije aquel día en la playa.
—¿Me la enseñas?
Lo primero que pasó por mi cabeza fue que diría que no.
Levi estaba cerrado desde que abrió la puerta y me
estaba costando sangre, sudor y lágrimas —bueno, esto
último tal vez no—, mantenerle activo en nuestra
conversación. Sabía que no estaba siendo fácil para él. Que
desde que decidió marcharse hacía un mes, fuera por el
motivo que fuera, no había sido sencillo y cuando esa
doctora soltó aquella bomba lo confirmé. Pero no iba a
juzgarle. Una persona adicta necesitaba constancia,
paciencia, fuerza de voluntad y sobre todo apoyo. Si no
estabas dispuesto a pasar por ahí, a sabiendas de la dureza
del camino, entonces no podías ofrecerte a ayudar.
—Vale.
Y una vez más me sorprendió cuando menos lo esperaba.
Pensé que me tendría que esforzar un poco más. Quizás
sacar algunas armas para convencerle para que me
enseñara ese sitio en el que hacía vida, pero no hizo falta.
En un abrir y cerrar de ojos puso todo sobre la bandeja y
emprendió el camino hacia unas escaleras que había en la
cocina y que llevaban a su escondite. Al bajar el último de
los peldaños observé el espacio intentando no reaccionar de
forma precipitada.
Era demasiado oscuro para mi gusto, pero entendía que
Levi se sintiera a salvo aquí. Nada más entrar, justo frente a
la escalera, había una pequeña cocina con un frigorífico
simple y una mesa redonda de comedor. A la derecha de la
cocina, en el otro extremo de aquella sala amplia, tenía un
sofá cama pegado a la pared y frente a ella una puerta con
lo que supuse que sería un baño. No había nada decorando
las paredes, nada excepto una estantería repleta de libros y
justo junto a aquel mueble una guitarra acústica de color
negro que me tenía absorto.
—Es preciosa.
—Me la regaló mamá —dijo sin siquiera mirarme—. Me
salvó.
—¿De qué?
—Del mundo.
Vale. No avanzábamos.
Él parecía a gusto revolcándose en su miseria y yo estaba
a punto de dejar salir a ese carácter mío que me metía en
problemas. Sabía que algo muy malo debió pasar para que
reincidiera dejándose llevar por el atractivo del alcohol, pero
no me contaría nada si seguía con esa actitud derrotista.
Eso y que yo no era la persona más paciente del mundo
hicieron el resto. Me dejé llevar por su humor y la ira que
pensé que había dejado atrás me invadió como quiso,
saliendo a través de mi boca mediante palabras cargadas
de veneno.
—Te fuiste.
Levi me daba la espalda de nuevo. Cuando entramos al
sótano yo me mantuve junto a la escalera porque no quería
invadir su espacio sin ser invitado, pero él caminó hacia la
guitarra justo después de dejar la bandeja sobre aquella
mesa redonda. Mis palabras le tensaron, tanto que podía
ver los músculos de su espalda marcándose a través de esa
camiseta y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no
desviarme de mi camino. Mi misión era desahogarme antes
de traerle de vuelta y nada iba a impedir que lo lograse.
—Lo hice. —Seguía de espaldas.
—¿Por qué?
—Necesitaba entender algo. —Suspiró—. No lo he
conseguido todavía.
De repente su rigidez se esfumó mientras sus hombros
caían hacia abajo. Su tono arrepentido me dijo que
realmente lo sentía y no solo eso, también sonaba
avergonzado.
—Ey...
Terminé de darle espacio. Terminé de mantener la calma
y terminé de mirarle desde el otro lado de ese muro que
había construido mucho antes de que llamase a su puerta.
Sin dudarlo, me acerqué a él viendo como a cada paso que
daba su espalda volvía a erguirse tensando su cuerpo de
forma involuntaria. Se estaba defendiendo de mi posible
ataque pero como era inteligente sabía que nada de lo que
hiciera funcionaría conmigo.
Cerrando la brecha que había entre nosotros, me situé
tras él dudando sobre cuál sería mi próximo movimiento.
Podía respetar su posición y hablarle desde aquí, pero eso le
daría ventaja, así que le rodeé y me puse de frente para
estar en igualdad de condiciones.
—Mírame, Levi.
Strike uno.
No funcionó. Su cabeza gacha no se movió ni un poco.
—Va, picapleitos, mírame.
Strike dos.
Estuve a punto de lograrlo y lo sabía porque sus manos
se volvieron puños mientras él luchaba con todas sus
fuerzas por no rendirse ante mí.
—Grayson, te lo suplico.
Le di a la pelota y mi corazón se hundió en cuanto sus
ojos se clavaron en los míos. Me dolía su tristeza. Me dolía
tanto que estuve a punto de ser arrastrado por ella mientras
me contagiaba su estado de ánimo. Pero pude esquivar su
golpe y, atrapando su cara entre mis manos le obligué a
centrarse en mí. En nosotros.
—Dime por qué huiste.
—Te lo he dicho. Necesitaba tomar distancia y comenzar
a entender. He hecho todo mal, Colin.
—No es verdad. Tal vez no te has regido por lo
convencional pero eso no significa que hayas hecho algo
malo al acercarte a mí de esa manera. Ha dado resultado,
¿verdad? —Él asintió y suspiró—. Entonces no te culpes. Yo
no lo hago. De hecho me alegré al descubrir que eras tú.
—Lo sé. —Resopló aunque no se apartó de mi agarre—.
Yo también lo hice.
—¿Entonces qué pasa? ¿Qué te tiene así? ¿Te arrepientes
de lo que sucedió en el Autumn? ¿Fue demasiado?
—¿Por qué piensas eso?
—No eras tú esa noche, Levi. Y, tal vez, debí hacerme a
un lado y no aprovecharme de la situa...
—¡No! Ni siquiera lo pienses. Yo te lo pedí. Te rogué que
me cuidaras y fue liberador, rubio. Esa noche fue la segunda
vez que sentía que me salvaban la vida. La primera fue
Hope —dijo señalando su guitarra—. Y la segunda, tú.
Sus ojos se bebían los míos y tuve que hacer un esfuerzo
enorme por no besarle, pero logré contenerme y no
interrumpirle.
—Pero a la mañana siguiente... Me asusté cuando te vi en
la cama y recibí un baño de realidad porque por mucho que
quisiera engañarme, no pude evitar ver que no funcio...
Oh, sabía qué seguía y no podía permitir que lo dijera.
—Chsss... —Mi mano aterrizó en su boca—. No lo digas.
Hablemos. Habla conmigo, joder.
Le hice sonreír aunque no pudiera ver su boca porque la
tenía tapada con mi mano, pero sus ojos mostraban esa
sonrisa tan bonita que lograba deshacerme.
—Es difícil con tu mano.
—Si la quito, ¿prometes no decir la frasecita? —Asintió—.
Bien. Entonces habla.
Levi agarró mi mano mientras nos llevaba hacia su sofá y
cuando nos sentamos, empezó todo.
—¿Por qué te obcecas tanto? ¿Por qué crees que no...?
—No puedo darte lo que mereces —Le miré confuso—.
Me encantaría, pero no puedo.
—¿A qué te refieres?
—A ponerte el primero, Col. No puedo porque no entiendo
lo que estoy sintiendo. No entiendo muchas cosas y...
—No me importa. No importa dónde me pongas si eso
significa que puedo estar contigo.
Me miró ojiplático, pero no me arrepentí de mis palabras.
—¿Qué? Es la verdad.
—No lo entiendes. Yo no quiero eso para ti, mi vida. Yo
no...
—¿Acabas de llamarme mi vida? —Él parecía tan
consternado como yo—. Habla conmigo, Grayson.
—No sé si puedo.
—¿Por qué no?
—No quiero hacerte daño. Es lo último que quiero, rubio.
—Lo sé, pero si no me lo explicas lo harás. Solo quiero
entender por qué es tan duro para ti. Si quieres empezamos
por algo más fácil. Podrías comenzar por decirme a qué has
vuelto a Los Ángeles.
—A honrar su memoria.
—¿A honrar su...?
—Simmons es su padre.
Oh, santa mierda.

∞∞∞
• Chicago - Hace dos meses... •
—Entonces...
El cumpleaños de Steve se alargó demasiado, pero no me
importaba. Me encontraba a gusto, como uno más de ellos,
desde que el picapleitos decidió sorprenderme mientras
tocaba el piano y es que desde que lo hizo todo ese
ambiente denso se marchó y el aire que entraba en
nuestros pulmones era mucho más limpio.
Cameron, Dan y Steve aprovecharon que Levi y Summer
habían entrado a por cervezas para dejarse llevar un poco.
Habían estado tensos también y necesitaban deshacerse de
los nudos que aún erguían un poco sus espaldas en esos
sofás de mimbre que tan bien quedaban en el jardín de
Steve. Él estaba sentado junto a mí y frente a nosotros
Cameron y Daniel.
—¿Cómo lo está haciendo por Chicago? —Cam miró con
dureza a Steve.
—Tiene momentos, pero ya sabéis cómo es. Le cuesta al
principio, pero una vez que se adapta es cuestión de
esperar a que vuele solo.
—Habláis como si fuera un niño. —Intervine sin querer—.
Tiene treinta y siete. No va a romperse.
—Tú no lo entiendes. —Steve sonrió con superioridad—.
No le conoces como nosotros.
—Y no me hace falta para saber que hay algo enorme
que le asusta. Solo hay que ayudarle. Es simple, ¿no os
parece?
—Lo sería si Levi fuera como el resto de los mortales,
pero no lo es.
La confesión de Dan llamó mi atención. Era cierto que
acababa de descubrir ese lado retraído del abogado, pero
ellos lo veían como algo más grande, casi como un caso
perdido.
—¿Ah, no? ¿Y qué le diferencia de las personas normales?
¿Tiene poderes?
—No. Solo tiene miedo.
—Buah, qué extraño, ¿no? —Me burlé—. ¡Qué cosa más
exclusiva y peculiar! Todos tenemos miedo a algo, Steve.
—Él se lo tiene al mundo.
No lo vi venir. Se sintió como una patada directa a mi
estómago.
—¿Por qué?
Pero no me achanté.
—Pregúntale a él —respondió el bombero—. Tal vez en su
cuarta o quinta vida, te lo cuente.
—¿Sabes una cosa? Estás muy bueno, pero eres un poco
imbécil.
—Aunque me joda reconocerlo, Cam tiene razón.
La mirada que le lancé a Steve podría haberle asesinado
en cuestión de segundos, pero no le asustó.
—Es cierto —dijo al ver que mi expresión no cambiaba—.
Ni siquiera es capaz de abrirse con nosotros de la misma
forma. Me atrevería a decir que, de los presentes, yo soy el
más cercano. Y eso que nos conoció el mismo año.
—Eso es una estupidez. Todos tenemos mejores amigos.
Siempre se tiene más afinidad con alguien especial.
—No es solo eso. Al menos no con él. Mira, rubio, Lev es
como una bóveda. Se encierra en sí mismo y solo deja
entrar a quien él quiere y cuando se siente preparado. No
hay favoritos aquí. Se trata de tiempo.
—¿Tiempo?
—Sí. Él es del tipo de persona que no confía en alguien
hasta que le demuestran que puede hacerlo.
—Yo diría que incluso ni así —Apostilló Daniel—. Al menos
no del todo. El abogado está ojo avizor siempre.
—¿Por qué? ¿Quién le ha hecho tanto daño como para
que desconfíe hasta de su sombra?
—No nos corresponde a nosotros hablarte de su vida
privada, Col.
Ya estaba el tiquis miquis de Steve tocando la moral...
—Además, por lo que tengo entendido estáis intentando
ser amigos, ¿no?
—Ajá.
—Pues ya sabes. —Cam sonrió mirándome fijamente—.
Seis o siete vidas y podrás preguntar. Aunque eso no
garantiza que te responda.
—Ja. Ja.
—Ya hablando en serio... —Steve estirazó sus piernas
cruzándolas a la altura de sus tobillos—. ¿Crees que
cambiará algo entre vosotros?
—Bueno... —Suspiré—. Dejando a un lado que es terco
como el demonio y que odio su altivez, creo que podremos
enderezar nuestra «relación».
—Suerte. La necesitarás.
—Por supuesto que no. Si no hubiera sido por ese cabrón
de Simmons, ahora mismo seríamos los mejores amigos.
El silencio más molesto se sentó junto a nosotros cuando
los tres se miraron al mismo tiempo que sus caras se
volvían blancas.
—¿Qué? No estoy diciendo ninguna mentira.
—Deberías dejarlo estar, Col.
—¿Por qué? Es que todavía no entiendo cómo ha podido
llegar a defenderle. Por el amor de Dios, es un hombre
repugnante con una mente podrida. Ese tipo es basura y
deberían aniquilarlo junto a toda su estirpe.

∞∞∞
Después de mi alegato contra ese cabrón el jardín
enmudeció y yo miré sobre mi hombro para ver a Levi
cabizbajo y a Summer con el ceño fruncido. Pero no entendí
nada. No lo hice hasta ahora.
—¡Dios! Soy un estúpido. Yo no quería... —Suspiré—. Yo
no sabía que...
—Col...
—Lo siento. Lo siento. Lo siento.
De un salto me levanté del sofá y comencé a caminar por
el sótano sin un destino fijo, nervioso y abochornado por lo
que acababa de descubrir.
—Colin...
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No pasa nada.
—Sí pasa, ¡joder!
—Rubio...
—Me excedí. No debí dejarme llevar y metí la pata. Lo
siento mucho. No quise ofenderte. No quise ensuciar la
memoria de Kyle.
Levi me miró confuso y sorprendido cuando pronuncié su
nombre.
—Tu madre me habló de él antes de que se iniciara la
tercera guerra mundial en el jardín de tu casa. Lo siento.
—Deja de disculparte. No tienes culpa de nada.
—Sí, tengo que hacerlo. Te hice daño. Ahora entiendo la
expresión en tu cara en el cumpleaños de Brown. Te herí
profundamente y lo siento.
—Lo que dijiste era verdad, Col. No me sentí mal por eso.
Simmons es un hijo de puta de libro, pero cada vez que
arremetías contra él hacías que mi culpa se volviera
demasiado pesada.
—Lo siento tanto, cariño.
Volví a su lado porque necesitaba que me creyera. En ese
instante lo que importaba era que Levi confiara en mis
palabras y aceptara mi arrepentimiento. Jamás pensé que
mi odio hacia ese hombre le podría molestar por algo como
eso.
Intentando que no huyera, me acerqué a él con sigilo
hasta que me senté sobre mis talones frente a él, apoyando
mis manos en sus rodillas.
—¿Por qué le defendiste entonces?
—Necesitaba aliviar mi conciencia. Necesitaba dejar de
sentirme culpable.
—No lo entiendo. —Suspiré—. ¿Culpable de qué?
—De su muerte.
—Pero fue un accidente, ¿no? —Levi asintió—. No tienes
la culpa.
—Debí retenerle y no pude.
—¿Por qué no me cuentas lo que pasó?
Asintió mientras dejaba salir todo el aire que retuvo y
entonces se abrió compartiendo conmigo todo acerca de su
accidente. Me contó el motivo por el que Kyle decidió que
era buena idea ir tras Simmons y mi corazón se apretó.
—Había oído que ese hombre regresó al pueblo después
de años sin pisar River Twist. Él solo quería enfrentarse a su
padre y que respondiera a las millones de preguntas que se
hacía desde que le dejó en mi casa.
—Y tú pensaste que era mala idea. —Levi asintió—. Y te
subiste al coche con él.
Asintió de nuevo, esta vez mientras sus ojos iban a parar
al suelo.
—La cicatriz de tu abdomen...
—La luna delantera del coche acabó destrozada y uno de
sus cristales terminó ahí.
El aire se volvió denso, asfixiándonos a la vez. A él con
fuerza, sus recuerdos apretando su garganta con odio.
Conmigo se ensañó la rabia que sentí al no poder hacer
nada para ayudarle a cargar con ese dolor tan pesado.
Habría dado lo que fuera por liberar a su corazón de ese
sufrimiento tan espantoso.
Enseguida pensé que habíamos llegado al borde de un
precipicio y que su decisión sobre lo que hacer a
continuación podría no gustarme. Levi tenía la opción de
lanzarse al vacío, aferrarse a mí y confiar en que nos
llevaría hasta el suelo de una sola pieza, pero también podía
dar media vuelta e irse solo a buscar un camino que le
librara de todo lo malo que le perseguía.
—No tienes que contarme nada más si no quie...
—Íbamos a salir, ¿sabes? Una cita real. Desde que se
mudó a Chicago a estudiar diseño de moda, solo venía a
casa los fines de semana y en la mansión era todo
complicado y más después de que mi padre se enterase de
lo que sucedía entre nosotros. Así que decidimos ser
discretos en casa y por eso quería llevarme por ahí
aprovechando su visita a River Twist. Yo estaba nervioso
porque nunca he sido fan de lo convencional, pero se me
pasó enseguida porque Kyle me conocía casi mejor que yo
mismo. Así que le esperé en la puerta de la mansión y no
tardó en salir. Llevaba la cara desencajada, las llaves del
coche de papá en las manos y una misión; encontrar al
cabrón que le abandonó.
Cada palabra que decía aumentaba su sufrimiento al
mismo tiempo que abría una grieta en mi corazón.
—Intenté disuadirle y razonar con él. Simmons hacía
mucho tiempo que se fue. No sabía en quién se había
convertido su hijo y presentarse en mitad de un restaurante
repleto de magnates estirados no sonaba bien. No si
pretendía vivir de su trabajo en un futuro. Ensuciar su
nombre y ponerse una zancadilla a sí mismo no era buena
idea.
—Así que quisiste que se enfriara.
—Sí.
—Pero no te escuchó.
—No. —Suspiró—. Cuando algo se le metía entre ceja y
ceja era obstinado hasta el cansancio pero yo era peor y por
eso no me quedó más remedio que subirme al coche —Levi
tomó aire y lo dejó salir de golpe a la vez que añadió—: Y a
la salida del pueblo perdió el control y...
No pude retenerlas.
Mis manos se apretaron en sus rodillas, anclándose a
ellas para no caerme al suelo. El reflejo del dolor en su cara
logró tambalearme, pero no podía permitir que me
derrumbara. Estaba aquí, en cuclillas frente a él para ser su
roca y ni el testimonio más demoledor lograría vencerme.
—¿Murió en el acto?
Sus ojos grises brillaban mientras indagaba en los míos
en busca de aliento, cuando negó con la cabeza en silencio
haciendo que mi corazón comenzara a resquebrajarse.
—Nos llevaron al hospital. Todo lo que recuerdo es que su
camilla pasó junto a la mía a toda prisa y que me dijo que
me quería. Luché por ir con él. Hice todo lo que pude para
que mi cuerpo reaccionara, pero no me podía mover. Quise
ir a verle y no pude.
—No tienes la culpa.
—La tengo. No pude despedirme de él, rubio. No pude
pedirle perdón por no poder responderle.
En un segundo sentí cómo mi cara se humedecía. Las
emociones estaban a flor de piel en aquel sótano y por eso
no pude controlar que esa lágrima rebelde resbalara por mi
mejilla antes de que el abogado la atrapara con su pulgar.
—No es tu culpa, Levi. Fue un accidente, amor. No había
nada que pudieras hacer, cariño.
—Sí, lo había. Debí haber insistido más. Debí amenazarle.
Debí obligarle a entrar en casa.
—Ahora lo entiendo. —Levi me miraba desolado—. Estás
enamorado de él.
—Colin, no sé qué responder a eso. No he estado más
confundido en mi vida.
—No tienes que responder. No era una pregunta. —Sonreí
con tristeza.
—¿Quieres conocer a Hope?
Sabía lo que estaba haciendo, pero en este caso le dejé.
Necesitábamos un respiro. Se estaba volviendo demasiado
emocional y los dos sabíamos cómo solían terminar esos
encuentros entre nosotros. Por eso lo mejor era relajar el
ambiente y volver a ese punto en el que podíamos hablar
como dos adultos.
—Me encantaría.
Levi no tardó en levantarse del sofá para acercarse a esa
preciosa guitarra que le había regalado su madre,
descolgándola de la pared, y cuando pensé que me la iba a
prestar me sorprendió pasando la cinta que la sujetaba por
encima de su cabeza.
—¿Vas a tocar para mí? —Él asintió en silencio mientras
me acomodaba en su sofá—. Pero no son las cinco de la
tarde.
—¿Importa?
Negué sonriendo mientras Levi se sentaba de nuevo en el
sofá. No tardó en comenzar a tocar a Hope y cuando
reconocí la canción, mis ojos buscaron los suyos que me
estaban esperando.
El extremo de mi boca se elevó al recordar nuestra
conversación sobre la firma de mi pecho. Compartir con él
mi fanatismo por ese grupo nos unió pero no entendía por
qué había elegido esa canción en concreto, Incomplete de
Backstreet Boys, porque no era la más adecuada para este
momento. Su letra contaba la historia de una ruptura que
ninguna de las partes quería, pero que resultaba ser
necesaria. Algo que se ajustaba a nosotros hacía unas
semanas, pero no ahora, aunque no iba a interrumpirle para
expresarle mi opinión al respecto. Prefería disfrutar de su
voz y, una vez hubiera terminado, me iba a escuchar.
Sus dedos acariciando las cuerdas de Hope me
hipnotizaron al igual que su interpretación sentida,
desgarrando mi corazón sin piedad. Cada vez que abría su
boca era como sentir una bala ardiendo disparada a
quemarropa hacia mi pecho y, aunque sonara
contradictorio, amé escucharle porque su voz era como un
calmante para cualquier herida que pudieras tener, incluso
aunque la hubiera provocado él mismo. Me sentía muy
orgulloso de lo bien que estaba aguantando mientras
disfrutaba de esa versión acústica de una canción que
adoraba. Eso fue hasta que terminó y no hicieron falta
palabras porque sus ojos lo decían todo.
Se estaba rindiendo.
Lo que no sabía el abogado era que yo aún no había
sacado mi arma. Así que disparé la última bala de mi
pistola. Sin permitir que dejara de mirarme, metí mi mano
en el bolsillo derecho de mis vaqueros y saqué su nota
mientras me impacientaba por ver su reacción y como mi
boca tenía vida propia añadió algo para darle emoción al
escenario.
—Jaque mate, picapleitos.
—48—
«RIDÍCULAMENTE GUAPO»
Que el rubio vino con un objetivo claro lo sabía y se
suponía que yo no debía ceder. Pero no contaba con su
contraataque.
Mantuvo en mis narices aquella nota que le dejé —y que
ahora estaba algo cambiada— mientras sonreía como un
malvado villano celebrando que había ganado. Y me rendí
porque no podía, ni quería, hacer nada para luchar contra
él. Por eso no le pilló desprevenido mi suspiro, ni tampoco
mis comisuras elevándose poco a poco. Es más, me
atrevería a decir que esperaba mi siguiente movimiento.
Después de dejar a Hope en su lugar, me acerqué a él y le
tendí mi mano obligándole a levantarse del sofá. Entonces
enredé mis dedos en ese pelo que me moría por tocar
desde hacía semanas y dejé descansar mi frente sobre la
suya mientras cerraba mis ojos.
—Terco. —Susurré—. Eres un rubio muy terco.
—Pero me amas.
Me miró y sentí como el brillo en mis ojos respondía por
mí cuando no pudo aguantar más. Solo tuvo que inclinar
ligeramente su cabeza hacia arriba para que sus labios
encontraran los míos y hacer que toda mi angustia se
esfumase. Al principio fue sutil, como si ambos temiéramos
estar en un universo paralelo, pero después se volvió
salvaje. Su lengua entró en mi boca sin permiso y la mía le
dio una cálida bienvenida.
¡Al fin!
Este mes sin él fue muy jodido y por la forma en la que
exploraba cada milímetro de mi boca, tuve claro que para él
también lo fue. Me hubiera gustado que ese beso durase
para siempre, pero teníamos cosas que resolver y por eso a
regañadientes tiré de mi boca para recuperar un poco el
control y antes de que me diera cuenta volvió a unir
nuestras frentes.
—Ha sido un mes muy largo.
—Demasiado. —Mis manos seguían en su pelo— Lo siento
mucho, rubio. Siento haberme marchado sin más.
—Está bien. —Suspiró.
—No, no lo está. No sabía cómo seguir adelante después
de nuestra noche. No supe gestionarlo porque me sentía
acorralado por todo lo que me queda por resolver y... —
Tomé aire y dije—: Tenía miedo. Tengo miedo, Colin, pero sé
que no justifica mi comportamiento.
—¿Esa es tu forma de decirme que me has echado de
menos?
—Lo he hecho. Como un completo chiflado. ¿Podrás
perdonarme?
—Olvida eso. ¿Volverás conmigo a Chicago?
—No. —Col me miró confuso—. No ahora, pero puedo
explicártelo. Hay algo que debo hacer antes de marcharme
y si tú... —Clavé mis ojos en los suyos y me sentí más vivo
que nunca—. Si pudieras...
—Si pudiera, ¿qué, Levi?
—Esperarme.
—Esperar... —Su ceño se frunció—. Explícate.
Asentí mientras le agarraba de la mano entrelazando
nuestros dedos, pero ni siquiera ese gesto logró distraerle.
Colin seguía atento a todo lo que decía sin hablar y quizás
por eso me estaba sintiendo inseguro.
—Relájate, ¿de acuerdo? Puedes hablar conmigo. —Asentí
mientras un suspiro enorme me abandonaba—. De verdad,
puedes hacerlo.
—Lo sé.
—Pues te escucho.
—Lo cierto es que no quiero retenerte, pero soy un puto
egoísta y por eso te he pedido que me esperes.
—¿Y eso es porque...?
—Estoy en medio de algo, pero no sé cuánto tiempo me
va a llevar.
—¿Y ese algo es? Venga, Grayson, no me hagas tirar de
más...
—No es mi intención —Sonreí—. Te contaré todo, pero
antes necesito que respondas a una cosa —Colin frunció el
ceño—. ¿Qué te une a Simmons?
Su cuerpo se volvió rígido en un solo segundo y me
asusté al pensar que había metido la pata.
—Era amigo de mi padre. Su mejor amigo —Remarcó.
Algo imaginé, sobre todo después de enterarme de que
ese tipo fundaría una especie de asociación y que llevaría el
nombre de su padre.
—Desde que cumplimos los trece, casi todos los
domingos comíamos con él mientras papá y él charlaban de
negocios. Por aquel entonces mamá nos llevaba a Dylan y a
mí casi obligados a la iglesia. A mí se me hacía cuesta arriba
ir a un lugar en el que no creías en nada de lo que te
decían, pero no nos quedaba más remedio que hacerlo y
después almorzábamos con Simmons.
Colin estaba tan metido en su historia que no se dio
cuenta de que nos habíamos vuelto a sentar en el sofá. No
me miraba, sus ojos estaban anclados en el techo mientras
se trasladaba al pasado aunque fuera duro para él.
—Al principio me hacía el loco, ¿sabes? Miraba a otro lado
sin saber la mala influencia que era ese señor para mi
padre. Pero conforme pasaba el tiempo no pude salvarme.
—¿De qué?
Mi susurro ronco y enfadado hizo que me mirase, pero
seguía en la misma posición; rígido y tratando de mantener
la calma.
—De sus ataques. —Suspiró—. Todas sus conversaciones
acababan casi siempre mencionando a la «plaga» que había
en la ciudad.
Mi mano se apretó en la suya fruto del veneno que
estaba sintiendo recorrer mis venas. Si no hubiera conocido
a Simmons como le conocía, me habría sorprendido de lo
que contaba.
—No tienes idea de cuántas veces tuve que escuchar la
expresión «maricones depravados» en mi casa, ni de cómo
eso destruía mi confianza sin siquiera darme cuenta. Incluso
podría apostar a que lo hacía con más aversión si veía que
estaba pendiente de sus charlas.
—¿A esa edad tú ya sabías qué...?
—Lo he sabido siempre. Aunque creo que me di cuenta
cuando me apunté a italiano por el profesor Ferrara. Nativo.
Guapísimo y...
—Te estás desviando —dije algo molesto y él sonrió—.
Entonces... ¿Simmons quería molestarte?
—No solo a mí. También le gustaba era encender a mi
padre, aunque para ser honesto al cabrón tampoco le hacía
falta mucho para echarse a arder...
—Col...
—Está bien. —Colin mordió su labio inferior con fuerza y
cuando se dio cuenta de que le miraba, lo soltó—. Estoy
bien. Estuvo en el funeral de papá, en la segunda banca tras
mi madre. Lloraba como si hubiera perdido un hermano,
¿puedes creerlo? Y a mí se me revolvían las tripas cada vez
que se atrevía a apretar el hombro de mamá para
reconfortarla, cuando él era igual de culpable de los golpes
que le daba mi padre para desahogarse.
—¿Por qué dices e...?
—Cuando miras a otro lado, cuando haces como que no
va contigo, te conviertes en cómplice del maltratador.
—Colin...
—¿Sí?
Quería hacerle una pregunta, una muy dura, una que
nunca me atreví a hacer ni siquiera detrás del señor G. y
algo dentro de mí me decía que su respuesta lejos de
agradarme me cabrearía, pero no pude evitar hacerla de
todos modos. Era algo que no había compartido conmigo
cuando me habló de su infancia de mierda con ese
monstruo y me temía el motivo por el que no dijo nada.
—¿Alguna vez...? —Mis manos se volvieron puños pero
logré relajarlas, detenerme y tomar aire—. ¿Tu padre alguna
vez...? ¿Él...?
No hizo falta que terminara y no permitió que lo hiciera.
Colin se levantó del sofá y se acercó hasta Hope dándome
la espalda cuando el silencio más espantoso y desgarrador
se coló en nuestra conversación. Podía escuchar
perfectamente la respiración del rubio, agitada por lo que
estaba recordando mientras acariciaba el azabache de mi
guitarra.
—Veces contadas.
No dudé un solo segundo en alcanzarle y atraparle por la
cintura mientras mis dedos se enterraban en su tripa,
cuando puso sus manos sobre las mías para intentar
calmarme.
—Todas por intentar defender a mamá. No fue nada
tremendo, sin embargo. Un labio partido, un pómulo
magullado, pero nada más allá...
—Hijo de puta.
Traté de mantener la calma pero no pude evitar soltarlo
aunque fuera en mitad de un susurro casi inaudible.
—¿Sabes? A raíz de ahí me aficioné a la repostería.
Cuando mamá intuía que ocurriría de nuevo hacía cualquier
cosa para que no estuviéramos en su camino. Con Dylan lo
tuvo fácil porque él huía a refugiarse con Mel, pero yo era
terco como el demonio y...
—No querías dejarla sola. —Él asintió—. Pero eras solo un
mocoso, rubio. ¿No tenías miedo?
—Sí, pero con el tiempo aprendí a controlarlo. Uno de
esos días en los que sabía que no podría librarse de él,
mamá me hizo prometer que no saldría del sótano y me
prestó su recetario para que lo estudiara. Y lo que debió ser
algo puntual acabó convirtiéndose en rutina. Al principio
agarraba su libreta y recitaba los ingredientes de la tarta de
zanahoria uno a uno y en cuestión de unos pocos meses me
los había aprendido de memoria. Así que cuando mamá me
pedía que bajara al sótano, solo los decía para mí mientras
trataba de aislarme del mundo. Y ahora me sirven de
consuelo cuando pierdo los papeles.
—Como aquel día en tu cafetería —dije y tan pronto como
me di cuenta de que lo hice en voz alta, me arrepentí—: Lo
siento.
—Fue tu culpa —dijo sonriendo para intentar quitarle
hierro al asunto—. Me tenías muy cabreado.
—Créeme, me di cuenta.
—Oh, ¿por qué? ¿No fui sutil cuando me fui haciendo una
salida dramática?
—Tú no podrías ser sutil ni permaneciendo escondido.
Brillas demasiado, repostero.
Él me guiñó el ojo provocando ese hormigueo en la boca
de mi estómago amenazando con derretirme, mientras
sentía esas malditas mariposas que no pensé sentir nunca.
—¿Entiendes ahora el motivo por el que me enfadé
contigo?
Asentí rozando su cuello con mi barbilla, provocando que
toda su piel se erizara al instante, y lo hizo mucho más
cuando dejé un pequeño beso allí. Pero fue fuerte y pudo
mantenerse entero.
—Cada vez que ese hombre aparecía en la tele traía al
fantasma de vuelta, Levi. Cada maldita vez que veía su cara
de suficiencia no podía evitar recordar el infierno que
vivimos en casa. Para colmo ha tenido que enaltecer al
cabrón que está ardiendo en el infierno y yo no dejo de
soñar con él desde que...
—Desde que aparecí en tu vida —dije derrotado.
—No tienes nada que ver en esto, Grayson. Soy yo. Por
alguna estúpida razón no soy capaz de dejarle donde está.
Sé que mi subconsciente le trae de vuelta porque algo
dentro de mí cree en lo que me dijo la última vez que le vi.
—Solo escupió veneno. Nada de lo que dijo es cierto.
—¿Cómo lo sabes? Todavía no he sido capaz de
demostrar que se equivoca. He hecho todo mal, Levi. Todo.
Me he dado cuenta de que cada vez que me dejaba llevar
siendo yo, solo estaba dándole la razón. Lo único que quería
era que se removiera en su tumba cada vez que estaba con
algún tipo. No me detuve a hacerlo bien y ahora me
pregunto si podré o será demasiado tarde para ello, ¿sabes?
Me dijo que no sería capaz de tener una relación sana y yo...
Colin pellizcó sus labios mientras cerraba sus ojos con
fuerza. Sabía lo difícil que era para él hablar de su padre,
casi tanto como para mí hablar de mí. Nuestras infancias no
se parecían en nada, pero ambos conocíamos lo que era el
rechazo y el abandono y eso destrozaba mi corazón porque
era capaz de sentir exactamente lo que él sentía.
—Estoy tan cansado de esta mierda.
—Chsss... —Mis labios impactaron contra su oído—. Está
bien.
Agarré su mano y dejé un beso en su palma consiguiendo
su atención al instante. La manera en la que me miraba,
compartiendo el dolor que había dejado caer en forma de
bomba en mitad de mi sótano, me hizo saber que su
confianza en mí era ciega y nunca antes me sentí tan pleno.
Me dejé llevar por el sentimiento y le giré para fundirnos en
un abrazo.
Uno íntimo.
Uno que multiplicó su vulnerabilidad por mil.
—Trabajaremos en eso.
Col se apartó, sus ojos redondos como platos ante mis
palabras.
—Solo te pido que tengas paciencia conmigo —Añadí.
—Tendrás que enseñarme —dijo retándome y yo sonreí
dejando un beso en su mejilla.
—Lo siento tanto, Colin.
Le apreté contra mí sin pensarlo.
Hacía bastante que me di cuenta de lo mucho que
significaba el repostero para mí, pero en este momento fui
consciente de que no quería permanecer un día más sin él a
mi lado y si eso se traducía en que lo mío con Kyle había
sido una burda mentira, tendría que aprender a vivir con
ello.
—No es tu culpa. —Sonrió con tristeza dejándose llevar
una vez más por los recuerdos—. Es el maldito monstruo
que nunca dejará de atormentarme.
—Le venceré. Te lo prometo.

—Recuérdame otra vez cómo hemos terminado aquí.


Sus carcajadas retumbaron contra las paredes de mi
baño mezclándose con el vapor que salía de la bañera. No
supe cómo lo hizo, pero el rubio acabó convenciéndome de
que sumergirnos en un baño de espuma haría que el
ambiente se relajara mientras nuestras cabezas se vaciaban
de recuerdos pesados.
Y, muy a mi pesar; tenía razón.
—No sé cómo te las ingenias para acabar siempre
desnudo.
—¿Te estás quejando? —Sonreí ante su tono indignado—.
Me gusta mi cuerpo. Bueno, me gusta más el tuyo.
Nunca antes me había bañado así. Colin estaba sentado,
apoyado sobre el borde de la bañera y yo dejándome caer
en su pecho sintiendo el latido de su corazón. Nuestras
piernas se rozaban de principio a fin, casi como todo lo
demás y sus manos se entrelazaban a la altura de mi
tatuaje.
—¿Por qué no jugamos a algo? —preguntó, sus labios
cerca de mi oído.
—¿Vas en serio? ¿Así es como quieres aligerar las cosas?
—Claro —dijo dejando un beso en mi cabeza—. Mira,
podemos hacer lo que aquella vez por mensajes. Tomamos
turnos y disparamos preguntas.
—¿Y si no queremos responder a algo?
—Solo podemos pasar una.
—De acuerdo.
Sonreí al sentir que sus manos se desataban para
sumergirse en el agua y aterrizar en mis piernas donde
empezó a trazar círculos.
—Empiezo yo —dijo decidido.
—Dispara.
—¿Qué te dijo tu hermano al oído la noche de la fiesta?
—¿Qué dijo el tuyo entre dientes cuando me desmayé en
el cumpleaños de tus sobrinas?
—Vaaale... —Su tono me hizo sonreír—. Pasemos a la
siguiente. ¿Qué hiciste para que ese tipo te vendiera el
local?
—Esa es fácil de responder —dije a la vez que miraba
sobre mi hombro para ver su sonrisa—. Estampé un cheque
repleto de ceros sobre la mesa de su oficina.
—¿Y ya está?
—Ya está.
—¿Por qué siento que hay algo más en esa historia que
no me estás contando?
—Porque eres muy listo pero créeme, no quieres saber
más.
Discutí con Davidson. Llegué a amenazarle por incumplir
varias normas en esos locales —que por supuesto inventé y
él creyó—. El tipo se asustó tanto que aceptó mi oferta y,
aunque todavía estaba por encima del valor del mercado y
eso me cabreaba, tampoco fue una cantidad desmesurada.
—Está bien. Pues entonces me toca otra pregunta.
—¿Y esas reglas?
—Las mías.
Sus dedos se apretaron en mis muslos y yo quise darme
la vuelta para atrapar su boca con la mía, pero me contuve.
—¿Qué pasó con tu ex?
—¿Con Gary?
—¿Gary?
Le miré por encima de mi hombro otra vez al notar la
confusión en su tono cuando soltó:
—¿Salías con un tipo que tiene el nombre del caracol de
Bob Esponja?
Y me eché a reír como un niño pequeño cuando algo le
divertía muchísimo.
—Eres ridículo, ¿lo sabías?
—Sí, ridículamente guapo.
—Engreído.
—Habló el maestro —dijo apretando más mis piernas—.
Ya en serio. Salías con alguien cuando te entré en la boda de
mi hermano, ¿no?
—No. Lo habíamos dejado hacía tiempo. Unos meses
después de que tu cuñada tuviera a las niñas.
—¿Por qué?
—Te lo dije. Nos faltó lo esencial para una relación.
—No le querías.
—No. Por suerte, él tampoco lo hacía.
Sin darme cuenta descubrí que Gary era como el padre
de Kyle; una persona que se servía de ti hasta que dejabas
de hacerle falta.
—Lo nuestro era solo un contrato en el que ganábamos
los dos. Él éxito y yo seguridad. Entonces te cruzaste en mi
camino y me dejaste tan desubicado que se lo conté y él
llegó a la conclusión de que había tenido un estúpido
flechazo.
—¿Lo hiciste?
Sí, sí que lo hice. Y ahora no me costaba nada admitirlo.
—Oye, te estás saltando varios turnos.
—Respóndeme.
No sabía por qué, pero ese tono cargado de ansia infló mi
pecho mientras me sentía como un adolescente enamorado.
—Sí. Cupido en pañales me pilló desprevenido —dije con
ironía.
El cuerpo de Colin se sacudió tras el mío y yo me giré
para ver cómo se levantaba de la bañera, la espuma
deslizándose por su cuerpo desnudo y su cara desencajada.
Me asusté porque no tenía idea de qué había dicho para que
se molestara, por eso me puse de pie y le miré de frente
algo preocupado. Y cuando iba a abrir mi boca para
despejar mis dudas, él se adelantó.
—He terminado de ser paciente. Di que eres mío.
No había duda en su tono. No estaba bromeando ni era
un juego. Colin necesitaba una respuesta sincera por mi
parte y se la iba a dar.
—Soy tuyo. Lo soy desde que te vi elevándote por aquella
puta escalera en el aeropuerto, pero lo nuestro es
imposible.
Protesté desesperado al sentir las yemas de sus dedos
acariciando mis costados, ayudando a la espuma a caer
hacia la bañera.
—No funcionará —dije para provocarle.
—¿Es un reto? Te recuerdo que me salgo con la mía con
bastante facilidad y aún me quedan días de nuestro
acuerdo.
Sus palabras fueron suficiente para hacerme gruñir,
ansioso por más y Colin se lanzó a mis labios.
Sin separar nuestras bocas me guio hasta el borde de la
bañera y en un abrir y cerrar de ojos estábamos fuera de
allí, en mi guarida junto a mi sofá cama, cuando me giró
para pegar su torso a mi espalda, su aliento en mi cuello y
sus dedos atrapándome con tanta fuerza por mis caderas
que mañana tendría una marca de recuerdo.
—Me vuelves loco, joder.
Sus pulgares se clavaban en el hueso de mis caderas,
enterrándose con fuerza mientras me empujaba hacia el
sofá, obligándome a caer sobre él de rodillas. Desesperado
por más, estiracé mi mano hacia atrás ávido por tocarle,
pero sus dientes apretándose en mi culo me lo impidieron.
—¡Colin!
—No lo siento —dijo el descarado—. Tengo hambre de
abogado hosco.
Sentí un déjà vu enorme, pero no pude responder porque
en ese momento decidió usar su lengua para trazar un
camino desde mi cintura hasta mi cuello y cuando llegó allí,
conquistó la piel tras mi oreja succionando hasta saciarse.
—Rubio...
—Chsss... —Soltó separando su boca de mi cuello—. No
quiero oír nada más que los sonidos que provoquen mis
labios por cada centímetro de tu precioso cuerpo. ¿Me darás
el gusto?
Sonreí asintiendo cuando me levantó girándome de
nuevo, su boca sobre la mía, sus manos obligándome a
caminar hacia atrás hasta que caí en el sofá, Colin sobre mí
y sus brazos enmarcando mi cara.
—Aquí, ahora, solo somos tú y yo. Sin preocupaciones, sin
fantasmas ni monstruos. No hay nada ni nadie más,
¿entiendes?
Asentí.
—Te quiero como en el Autumn.
Mierda.
—Te necesito como en el Autumn.
Mierda, mierda, mierda...
—¿Qué dices, Grayson? ¿Me dejas hacerte el amor sobre
tu sofá?
Sí, lo haría. Dejaría que me lo hiciera de por vida si eso le
mantenía junto a mí para siempre.
—49—
«EL AMULETO»
—No es que me esté quejando, pero...
Llevaba dos días con sus dos madrugadas en casa del
abogado y decir que me estaba sabiendo a poco era
quedarse corto.
Cuando vine aquella noche con la intención de hablar,
nunca pensé que nuestra reconciliación sería así. No quería
separarme de él, un poco por miedo y otro por la desazón.
Si bien no habíamos definido aun lo que éramos, me sentía
en esa etapa en la que aburrías al personal por lo meloso de
tu relación y lo peor de todo era que no tenía intención de
dejar de ser así a corto plazo.
—¿No tendrías que devolverle el coche a Melissa?
Rodé sobre su cama y le miré mientras me erguía
dejándome caer sobre mi codo, sin perderme nada de ese
cuerpo suyo que estaba en todo su esplendor. Pasamos una
de las mejores noches desde que el abogado decidió tomar
un atajo y abandonarme a mi suerte y la verdad era que no
las tenía todas conmigo. Todavía me costaba creer que
hubiéramos logrado regresar a nuestro camino, juntos y con
el mismo destino. Me costaba porque en el fondo todavía
estaba herido por su huida y necesitaba tiempo para
recomponerme.
Pero unos cuantos arrumacos sexis no harían daño,
¿verdad?
—¿Me estás echando de tu casa, picapleitos?
—Sí.
Quiso sonar serio, pero que su look gritara «polvo del
siglo» le hacía menos creíble y por eso ese intento quedó en
nada, porque sus mejillas sonrojadas, su respiración
intermitente y sus ojos cerrados mientras intentaba volver
en sí, arruinarían cualquier intención del abogado de
comportarse como un adulto prudente y sensato.
—¿Demasiado ejercicio para usted señor letrado? Ya es
un año más viejo.
—Cállate.
—Cállame.
—Oh, no.
Levi se levantó de un salto y me abandonó en ese
precioso sofá cama que abrió para compartirlo conmigo
estos días. Se negó a subir a su habitación a pesar de que
me la enseñó y no quise insistir ni obligarle a hacer algo
para lo que no estaba preparado. Sabía que estaba
luchando contra sus propios fantasmas y le pedí que,
cuando se sintiera listo, pidiera ayuda para derrotarlos.
—No pienso caer en eso otra vez, demonio.
—No soy tan malo. —Sonreí incorporándome en el sofá
mientras la sábana que cubría mi cuerpo caía hasta mi
cintura—. ¿Sabes? Me gusta esto.
—¿A qué te refieres?
—A cómo eres en realidad. A esa parte tuya que casi
nadie conoce y que estás compartiendo conmigo. Me gustas
tú, Grayson.
No dijo nada, solo sonrió e inmediatamente después me
dio la espalda para acercarse al frigorífico y sacar una
botella de leche.
—¿Cómo tomas el café?
—Ya lo estás haciendo de nuevo. —Resoplé y él miró
sobre su hombro con el ceño fruncido—. Cambiar de tema
cuando algo te incomoda.
—No es cierto.
—Ah, ¿no?
—No.
—Mentiroso.
Enseguida salí del sofá cama mientras recogía mi pelo en
un moño todo revuelto, mientras sus ojos me escaneaban
de arriba hasta abajo.
—Espera —dije ampliando mi sonrisa—. Te has dejado la
parte de atrás.
Mientras Levi rodaba los ojos, giré sobre mí mismo
mostrándole el cuerpo que llevaba corrompiendo dos días y
cuando volví a estar frente a él tuve que hacer un esfuerzo
enorme por no lanzarme a su cuello.
—Todavía me sorprende que casi tengamos el mismo
tatuaje.
—Es muy parecido, sí —Sonreí—. Me lo hice en Chicago al
poco tiempo de mudarme, ¿sabes? Quería dejar atrás los
malos recuerdos y olvidarme de la cárcel en la que estuve
encerrado durante tantos años. Necesitaba ser libre y pensé
que cada vez que me sintiera aprisionado bastaría con mirar
los pájaros de mi espalda y recordar que había terminado
con todo.
—Tiene sentido.
—¿Y el tuyo?
—Solo está ahí para tapar esa horrible cicatriz.
—¿Por qué los pájaros y no una clave de sol? Te pegaría
más, ¿no crees?
—Ya...
—¿Es por Kyle?
Levi asintió algo rígido.
—Le prometí que encontraría la forma de ser feliz.
—¿Y esos pájaros diminutos representan la felicidad?
—No. Simbolizan la partida de mi... —Se detuvo y yo
maldije—. Su partida y el recuerdo de la promesa que le
hice.
—Le echas mucho de menos, ¿verdad?
—Sí. —Suspiró—. Oye, ¿sigues sintiendo asfixia?
—Alguna que otra vez, sí —Asentí acercándome a él—.
Sobre todo cuando pienso en el mañana. Me asaltan mil
dudas y es entonces cuando logra ahogarme.
—¿Sobre qué dudas?
—Bueno, muchas cosas. Lo que más me carcome es si
seré capaz de llevar la vida que quiero.
Levi me miraba atento cuando su semblante pasó de
curioso a serio en cuestión de un segundo y sentí un pellizco
en mi corazón. Esta era una de esas veces en las que yo
podía estar hablando durante horas, sin detenerme un solo
segundo, mientras él escuchaba atento. Me encantaba eso
de nosotros. Amaba que quisiera escucharme porque
realmente le importaba. Y me gustaba mucho más porque
ahora estaba haciendo un esfuerzo enorme por participar en
la conversación.
—¿Por qué no lo serías?
—No lo sé. Supongo que mi ideal de vida perfecta se
queda en eso, en una ilusión.
—¿Todavía piensas en esa enorme casa con valla, perro y
niños correteando por el jardín?
—No tiene que ser enorme. Ah, y te has dejado al marido
pianista.
Levi se sonrojó hasta la punta de las orejas y yo sonreí
porque intentaba mantener el tipo y todo eso sin ropa.
—¿Sabes? No creo que sea tan difícil conseguir lo que
quieres. Salvo lo del marido pianista, lo demás parece
factible.
—¿Tan malo te parece? ¿No crees en el matrimonio?
—¿De verdad estamos hablando de esto desnudos
mientras te preparo un café? Que por cierto, no me has
dicho todavía cómo lo quieres hoy.
—Si el problema es la ropa, me visto y continuamos la
charla. Y con respecto al café; solo y con dos de sacarina,
por favor.
—Colin...
—Estoy bromeando.
No lo estaba.
—No, hablando en serio... —Suspiré mientras recogía la
ropa que me había prestado el abogado y me la ponía—.
Creo que igual lo de proyectar me ha pasado factura. Me he
esforzado demasiado en querer algo perfecto y duradero y
mira lo que he conseguido.
—Un novio rarito.
Mis dedos se congelaron justo cuando estaba a punto de
abotonar el vaquero y le miré para ver si era consciente de
lo que había soltado por su boca. Al ver que no decía nada y
que seguía enredado con dos cápsulas de café, jugueteando
con ellas entre sus dedos, me acerqué a él con sigilo
intentando mantener los pantalones en su sitio porque no
me detuve a abrocharlos.
—Dilo otra vez.
Estaba a milímetros de su espalda, mi aliento chocando
contra su nuca, decidido a obligarle a repetir lo que había
dicho hacía apenas unos segundos. Necesitaba escucharlo
de nuevo. Necesitaba que lo dijera otra vez para no creer
que lo había imaginado, por eso me enredé en su cintura
apretándole contra mi pecho y me colé por el hueco de su
cuello para ver por el rabillo de mi ojo cómo mordía su
mejilla para evitar sonreír.
—Dilo, Grayson.
—Eres un maldito crío —dijo, su sonrisa saltando al
instante.
—Y tú mi novio rarito. Te dije que formamos un buen
tándem.
—¿Sabes? Estoy empezando a creer que tienes razón.

Levi acabó convenciéndome para salir de su casa y poder


volver a ver la luz del día. Bueno, en realidad eran las ocho
de la tarde y el sol se había puesto hacía unos quince
minutos, así que nos tendríamos que conformar con las
luces led que emanaban de las farolas. Accedí a devolver el
coche a Mel, pero antes de entrar a librar esa batalla en
casa de mi hermano, le pedí que paseáramos por el barrio.
Quería que viera un poco el lugar en el que me crie y me
hacía ilusión que viera esas calles a través de mis ojos. A
través de mí.
—¿Y dices que tu hermano trepaba esa viga para colarse
en la habitación de Melissa?
Nos detuvimos un segundo junto a la casa contigua a la
de mi hermano y no pude impedir que la felicidad me
embriagara. Había vivido muchas cosas en casa de Mel
cuando éramos pequeños y ahora me asaltaban todas
colándose en mi mente, entre ellas la historia de amor que
mi hermano y su bicho construyeron desde bien pequeños.
—Sí, así es —respondí mirando la viga mientras mi
sonrisa se ampliaba.
—¿Y estás seguro de que solo eran amigos?
—Lo estoy.
—Deja que lo dude. —El picapleitos alzó una ceja.
—¿Es que un chico y una chica no pueden ser solo
amigos?
—Si acaban casados y con un par de niñas como hijas, la
respuesta es no.
Me eché a reír mientras caminábamos hacía ninguna
parte en concreto. Levi llevaba las manos en los bolsillos de
su pantalón, su espalda bien erguida y sus pasos firmes.
Parecía querer demostrar que podía andar junto a mí sin
que eso le molestara, pero yo sabía que lo hacía y no tenía
nada que ver conmigo.
Su ansiedad social había tomado forma y en este
momento podía ser del tamaño de King Kong. No le dije
nada, pero vi cómo estaba pendiente de cada persona que
se cruzaba con nosotros y que eso le hacía ponerse tenso
sin poder controlarlo. Debía ser jodido tener esa fobia al
mundo. Mucho. Para mí era extraño y difícil de digerir, sobre
todo porque yo era demasiado extrovertido y Levi era mi
antítesis, al menos de cara a los demás, porque en la
intimidad dejando a un lado su dificultad para expresarse a
través de la palabra, era un tipo muy lanzado.
—Me gustaría verte en un juicio.
—¿Y ese deseo se debe a...?
—No sé... —Me encogí de hombros—. Supongo que me
cuesta creer que seas un buen orador en un lugar en el que
todos están pendiente de ti.
—No es así. Es diferente allí.
—¿Por qué?
—No soy el centro. En los juicios están atentos a lo que
digo en defensa de mis clientes y nada más. No hay
miradas intentando averiguar qué hay más allá de mis
trajes.
Gracias a Dios por eso.
—¿Y qué sientes ahora? —Levi me miró confuso—. Me
refiero a este momento, mientras paseas conmigo y la
gente nos mira.
—Me siento intimidado. Sé que todo está en mi cabeza y
que es más que probable que, de las cuatro personas que
se han cruzado con nosotros en lo que llevamos caminando,
ninguna se ha detenido a mirarme más de un segundo.
Lo que decía era un poco espeluznante, pero tenía razón
porque fueron justo cuatro personas las que se habían
cruzado con nosotros hasta el momento y cuando el último
de ellos se esfumó decidí pegarme más al abogado para
intentar aliviar un poco su malestar. Estaba tenso,
demasiado para un paseo por un barrio acomodado en una
noche cualquiera de Los Ángeles y por eso hice que se
centrara en mí como mejor sabía; hablando por los codos.
—¿Pero?
—Pero yo no lo siento así. Es difícil de procesar, lo sé.
—Tal vez si no lo entiendes lo es, pero después de tu
explicación creo que te comprendo mucho mejor y te
agradezco el esfuerzo. Sé que no te sientes cómodo
hablando de ti y que lo hagas conmigo...
—Lo haces fácil, rubio —dijo calentando mi corazón—.
Haces que todo lo sea.
—No sabía que tenías eso en ti.
—¿A qué te refieres?
—A la parte embaucadora —Él sonrió—. ¿Puedo
preguntarte algo sobre Kyle?
Pensé mucho en pedirle algo así y estos días en su casa
no habían hecho otra cosa nada más que acrecentar mi
miedo.
—Lo que quieras —dijo, su tono sincero.
Quería que me hablara de él, pero... ¿Cómo atreverme a
preguntar?
¡Ay! Apenas habíamos empezado a hacer esto y no podía
evitar sentir que estaba compitiendo con alguien al que no
podía ver. ¿Cómo narices se suponía que ganaría su corazón
cuando no sabía cómo era la persona que lo ocupaba?
—¿Sabes? No importa.
—Colin...
—En serio. —Sonreí—. Prefiero seguir con nuestra
conversación. ¿Qué dice tu terapeuta sobre tus crisis?
—¿Summer? —Asentí mientras seguíamos caminando—.
Me ha aconsejado que cada vez que me sienta desnudo
frente al universo, me centre en algo y respire profundo.
—¿Funciona?
—No he encontrado nada lo bastante fuerte como para
centrarme en ello.
—Te equivocas. Lo has hecho.
—¿Qué quieres decir?
Sonreí y detuve nuestros pasos en seco para mostrarle
algo de lo que no se había percatado en los últimos cinco
minutos. Antes de ello me aseguré de que estábamos solos
y, al comprobar que era así, levanté nuestras manos que
permanecían con los dedos entrelazados y las puse frente a
sus ojos.
—Hemos caminado dos manzanas con tus dedos
aferrándose a los míos y después de esas cuatro personas,
se han cruzado con nosotros la señora Jenkins y su nieta, un
repartidor en su moto y dos niñatos que nos han llamado de
una forma que no voy a repetir porque me parece muy
vulgar.
—No es cierto.
—Lo es. Así que, ¿sabes lo que eso significa? —Levi negó
en silencio con nuestras manos unidas todavía—. Me acabo
de convertir en tu amuleto.
Algo pasó por su mirada. Algo que hizo temblar los
cimientos de aquel vecindario, porque podía asegurar que el
suelo empezó a vibrar en cuanto sus ojos grises se fijaron
en los míos mientras continuábamos con el paseo. En ellos
pude ver mucho miedo, probablemente por lo que mis
palabras provocaron en él, pero en el fondo parecía haber
una pizca de gratitud y eso no podía hacerme más feliz.
—Supongo que me tendrás que llevar a todas partes.
Sin esperarlo, Levi tiró de mí mientras fundía sus dedos
con los míos y me atrapó con su mano libre rodeando mi
cintura, obligándome a caminar de espaldas.
—No pierdes oportunidad, ¿eh, evil twin?
—Oh, ¡qué descaro! No puedes llamarme así.
—¿Por qué no? ¿No eres mi amuleto? —Asentí con
energía—. Pues en ese caso le pondré el nombre que me dé
la gana.
—¿Y me llevarás en tus trajes junto a tu kit?
—Claro que sí. Ambos son imprescindibles para
mantenerme con vida.
¡Joder! No sabía si me gustaba más el abogado cuando
era el ser más tímido de la galaxia o cuando sacaba su
valentía y hacía ceder mis rodillas. Lo que si tenía claro era
que no iba a prescindir de ninguno de los dos. Por eso, en
un despiste del picapleitos, nos giré de nuevo y me acerqué
todo lo que pude a él para robarle un beso.
—¿Quién está falto de recato ahora, repostero?
—Yo, siempre. —Sonreí—. Pero solo me estaba
asegurando de que esto es real y que no es producto de mi
maravillosa y delirante imaginación.
—¿Por qué las dudas?
—Me da miedo que huyas de nuevo —dije, mis hombros
encogiéndose—. Supongo que me siento algo inseguro al
respecto.
—No es verdad. No es inseguridad, es escepticismo. No
se trata de ti. Todo tiene que ver conmigo. No confías en
mí...
—Eso no...
—No confías en mí —dijo de nuevo interrumpiéndome—.
Y está bien porque tienes motivos. No me pesa admitir que
soy el culpable de que te sientas así, pero te aseguro que
trabajaré para cambiar eso. No descansaré hasta demostrar
que...
Otra vez las malditas palabras se le atascaban. Iba a ser
difícil si no era capaz de dejarlo salir, pero no dudaba de
que encontraría la forma de hacerlo cuando estuviera listo.
Por eso y porque no quería alargar su angustia, esta vez le
ayudé.
—Que me quieres.
Él asintió y su gesto se sintió como una victoria para mí.
—¿Qué me has hecho, rubio?
—¿Yo? —Fingí estar indignado ante su pregunta mientras
abría mucho los ojos y la boca—. Soy inocente de cualquier
cosa de la que me acu...
La hilera de luces a cada lado de nosotros desapareció y
de pronto sentí cómo algo tiraba de mi pierna hacia abajo
mientras una grieta enorme se abría en el suelo para
engullirme. El aguijón en mi pecho me impedía respirar al
mismo tiempo que caía a ese mundo paralelo que se
hallaba bajo tierra. Al principio me envolvió la oscuridad
pero conforme bajaba más aprisa, el fulgor de las llamas del
inframundo bañó mi piel dándome la bienvenida a casa
porque no había mejor hogar para un evil que el infierno.
—¡Colin! ¡Ey, mírame! Dime qué te pasa.
Su voz sonaba lejana, casi tanto como la mano que me
tendía desde el otro lado de la brecha que me devoró y, por
más que quería gritar que me ayudara, mi voz no salía
porque mi garganta estaba siendo estrangulada por ese
fantasma que aún me perseguía por las noches, apretando
con fuerza mientras sonreía diciéndome con sus ojos de
sádico hijo de puta que, una vez más, él ganaba.
—¡Col!
Pero ese monstruo no contaba con algo que dejé pasar.
Cuando las manos de Levi acunaron mi cara, mi cuerpo flotó
hacia la superficie rescatándome de aquel terrorífico lugar
mientras el resquicio por el que caí se cerraba a mis pies y
el aire entraba a mis pulmones. Bastó solo un ligero roce de
sus manos en mi cara y ese gris que atravesaba mi alma
para sentirme a salvo.
—Quiero ir a casa.
Levi asintió, sus manos aún en mis mejillas, cuando dejó
un beso suave en mi frente y sin cuestionar nada alcanzó mi
mano izquierda, entrelazó nuestros dedos y comenzó a
caminar.
Había pasado mucho tiempo desde que el pánico me
echaba a temblar, mucho más desde que pasó en la calle a
plena vista de cualquiera y no podía estar más agradecido
de que él hubiera estado a mi lado. Y mientras
caminábamos hacia un lugar seguro no podía dejar de
preguntarme si su amuleto estaba en mal estado, porque no
tenía idea de cómo iba a protegerle de sus fantasmas si no
podía hacerme cargo de mi monstruo.
9 DE MAYO
En línea

Yo_20:33: ¿Estás durmiendo?


Yo_20:33: Dime si necesitas algo
y lo subiré.
Yo_20:33: Cualquier cosa, rubio.
Yo_20:33: Lo que sea, cariño.
Rubio_20:36: Voy a tener que
colapsar más a menudo si esa va
a ser la respuesta, :D.
Yo_20:36: Idiota.
—50—
«EL PLAN»
Bip, bip...
Todo se puso patas arriba en cuestión de un parpadeo.
De pronto estábamos bien, sintiéndonos a gusto en mitad
de una calle que, a pesar de que no estaba muy concurrida,
disponía de sus mirones habituales y no me molestó tanto
como pensaba. A mí. Al señor «me muero» si alguien me
mira más de un segundo. No lo hizo porque el rubio estaba
a mi lado dispuesto a no soltarse de mi mano mientras
hacía de amuleto.
¿El problema? Un cartel enorme que consiguió tumbarle
frente a mis narices.
Cuando vi que no reaccionaba me asusté. No entendía
qué estaba pasando hasta que miré sobre mi hombro y
encontré una casa como cualquier otra del vecindario, salvo
por la valla gigantesca que había delante de ella en la que
había un anuncio que lograría acabar con el soldado más
preparado para la guerra.
PRÓXIMA CONSTRUCCIÓN:
FUNDACIÓN PARKER HERBERT EVANS
POR LAS FAMILIAS

Cuando me pidió ir a casa sentí un pellizco en mi


estómago, tan horrible que pensé que acabaría por
desplomarme junto a él, porque tenía que asumir una
verdad muy poderosa; no estaba preparado para estar sin el
rubio. No todavía. Aun necesitaba seguir sintiéndole cerca
para acostumbrarme a este nuevo yo; el enamorado hasta
las trancas. Le quería pegado a mí. Incluso estaba dispuesto
a tatuármelo para que estuviera conmigo para siempre y
eso era un problema, porque pasé de una relación en la que
no me importaba en absoluto lo que hacía mi pareja a una
en la que necesitaba saber que era mío y que no querría ser
de nadie más, nunca. Era muy egoísta por mi parte y más
sabiendo que igual no podía corresponderle de igual
manera, pero no podía evitarlo.
Pero se trataba de Colin en ese momento. De lo que él
necesitaba. Si su deseo era quedarse en casa de su
hermano y estar solo, lo respetaría por mucha ansiedad que
eso me produjera. Por suerte no tuve que irme solo. Al llegar
hasta donde había aparcado mi coche justo tras el de
Melissa, Colin anduvo hacia la puerta del pasajero y la abrió
sin decir una sola palabra para meterse en mi todoterreno y
aunque no debí, lo celebré en silencio.
Ya habían pasado un par de horas desde que llegamos.
Colin descansaba en la planta de arriba, en mi habitación
de invitados y yo le esperaba en el jardín trasero de casa,
con un botellín de limonada en la mano mientras me
balanceaba en una de las mecedoras de madera que
compré cuando me mudé aquí. La noche invitaba a estar en
el porche, tanto que me quedé dormido y no me di cuenta
de que Colin cubrió mi cuerpo hasta que mi teléfono
comenzó a vibrar sobre la mesa y me desperté.
Eran las siete, lo que significaba que había amanecido
hacía apenas unos diez minutos, pero ni los rayos del sol
lograron despertarme de aquel profundo sueño. Estaba muy
cansado de todo. Lo estaba de haber regresado a Los
Ángeles en busca de paz para Kyle. También me pesaba mi
huida de River Twist tras la fiesta de Elijah y sin querer, el
rubio había dejado caer más lastre sobre mi espalda cuando
me habló de su relación con Simmons.
Mi teléfono volvió a sonar mientras me alejaba de mis
pensamientos y me adaptaba a la luz del día. Froté mis ojos,
levanté mis brazos estirazándome un poco para
deshacerme del entumecimiento por haber dormido en esa
maldita silla y después agarré mi teléfono para ver quién
me necesitaba a estas horas de la mañana. En mi corazón
esperaba que fuera Colin pidiéndome con descaro que le
preparase el desayuno. Intenté permanecer impasible, pero
una sonrisa enorme decidió instalarse en mi cara hasta que
vi los mensajes y se esfumó tan rápido como había
aparecido.

Sapphire_07:01: Mi casa. 9 en punto.


Sapphire_07:01: Más vale que traigas el culo de
Colin hasta aquí si no quieres que vaya a por los
dos.
Sapphire_07:01: Y no hace falta que dudes. Es una
amenaza.
Sapphire_07:02: Pd: Traed algo de pan de camino.
Bss.
Todo iba demasiado rápido.
Tan solo llevaba tres días adaptándome a mi nueva
situación y ya tenía un novio cabreado, a su hermano
odiándome desde lo más hondo de sus entrañas y a su
cuñada amenazándome de muerte aunque después me
lanzara besos de amor. Era de locos y si esto hubiera
ocurrido hacía un año habría echado a correr, pero tuve que
conocer al rubio para sentir que había esperanza para mí.
—¿Levi?
Mi sonrisa volvió a aparecer en cuanto escuché su voz.
—Al fin bajas.
—Bajé antes. —Sonrió—. Sobre las tres. Solo quería
taparte porque empezaba a hacer fresco y...
—Gracias.
—No hay de qué.
—¿Quieres tomar algo? Puedo hacer café si quieres.
Colin negó en silencio y yo me permití mirarle por
primera vez esta mañana. Parecía haber hecho el mayor
esfuerzo de su vida para levantarse, pero aun así
resplandecía más que esa estrella enorme que ardía en el
maldito cielo. Era precioso. Un hombre con un aura tan
limpia y tan hermosa que enseguida comprendí que no
tenía ni una mísera oportunidad de escapar de él.
—¿Te apetece otra cosa?
—Sí. —Suspirando, rodeó mi mecedora y se sentó en la
que había junto a la mía—. ¿Podemos quedarnos aquí sin
decir nada hasta que lleves mi culo a casa de mi hermano?
Le miré sorprendido.
—Mi teléfono también arde con las amenazas de Mel.
—¿Quieres ir?
—Realmente, no. Pero si lo dejo, la bola se hará más
grande y necesito arreglar las cosas con Dylan antes de
marcharme mañana a Chicago.
—¿Mañana? —Mi ceño se frunció—. Pensé que te
quedarías hasta que...
—Es demasiado para mí, Levi.
Apenas conocía esta parte del rubio. Se había encargado
de mostrarme su lado divertido, el rencoroso, el inmoral y
ese otro que manejaba ese crío que vivía dentro de él. ¿Pero
este en el que parecía un adulto con una herida profunda?
Este lo tenía muy bien escondido.
—Siento que ese hombre te moleste. —Suspiré—. No
tenía idea de que esa fundación te hiciera tanto da...
—Es mi casa. —Gruñó entre dientes—. Era mi casa.
—¿Q-Qué?
—El lugar en el que va a levantar esa institución
glorificando al cabrón de mi padre, era mi casa. He pasado
toda la noche pensando en la razón que llevaría a mamá a
vender nuestra casa a ese tipo y no consigo encontrarla.
Entiendo que quisiera deshacerse de ella después de todo,
pero... —Resopló—. ¿Sabes qué? Basta de hablar.
Disfrutemos del silencio.
Asentí aunque me molestara porque ese no era él. El
Colin del que me había enamorado no podría estar callado
más de dos segundos y que me pidiera silencio me
enfurecía. Parecía haber dejado su esencia junto a aquel
horrible cartel y yo no podía soportarlo. Necesitaba que mi
rubio regresara porque me sentía muy perdido sin él
pululando a mi alrededor.
—¿De verdad no puedo hacer nada para que te quedes
un poco más?
—Cuidado, abogado... —Colin estirazó sus piernas y las
cruzó a la altura de sus tobillos mientras miraba al horizonte
—. Voy a empezar a pensar que no puedes vivir sin mí.
A pesar de que su tono no reflejaba humor por ninguna
parte, mi Colin estaba tras ese descaro suyo, pero no quise
provocarle más pese a que me moría de ganas. Su
expresión de derrota me frenó en el último momento y
decidí respetar sus deseos y mantenerme en silencio para
que pudiera recomponerse un poco. Pero lo que no sabía el
rubio era que mi mente iba a millones de años luz y que ya
había trazado un plan para mantenerle aquí unos cuantos
días más. Solo tenía que hablar con Melissa y, muy a mi
pesar, con su marido para pedirles un pequeño favor.
Necesitaba retenerle o todo por lo que había estado
trabajando el último mes se iría a la mierda en un abrir y
cerrar de ojos.

El desayuno fue muy tenso.


La ametralladora que había tras los ojos de Dylan había
estado disparando en cuanto me vio aparecer junto a su
hermano y, aunque me lo tenía merecido e imaginaba que
era justo lo que iba a pasar, no iba a dejar al rubio solo
después de lo devastado que se levantó esta mañana.
Estaba más que dispuesto a recibir cada bala que Dylan
quisiera disparar contra mí. Si esa era mi penitencia por lo
mal que me porté con Melissa, estaba más que dispuesto a
aceptar mi castigo de pie y sin inmutarme.
—Por mucho que mires la escalera, no le harás aparecer.
—Llevan una hora arriba —dije, mordiendo mi labio.
—Y lo que les queda. —Melissa sonrió sentándose a mi
lado, en un sillón junto al sofá en el que estaba yo.
Después del horrible desayuno ayudé a Melissa a recoger
todo mientras los gemelos nos abandonaban para zanjar de
una vez por todas su disputa. Al principio lo llevé bien, pero
no pasó mucho cuando empecé a sentir la desesperación
manejándome como quería.
—Tú y yo lo hemos resuelto en cinco minutos, zafirito —
dije, sin dejar de mirar la escalera.
—Tú y yo no llevamos años callando cosas por no herir al
otro, abogado molesto. —Eso me hizo mirarla enseguida—.
Necesitan tiempo para resolverlo.
—No sabía que...
—¿Qué se protegían de esa manera? Oh, lo hacen. Los
hermanos Evans prefieren callar algo antes de hacer daño a
su twin. Desprenden generosidad por cada poro de su piel,
pero tú eso lo sabes porque conoces a Col. Y hablando de
eso...
Sabía lo que quería preguntarme y entendía el recelo de
Melissa, sobre todo porque yo no era muy bueno hablando
con los demás. Llevaba años siendo amigo de esa mujer
pero apenas me conocía y eso que era de las personas más
cercanas a mí, al menos a este lado del país.
—¿Qué pasa entre vosotros?
—¿Qué crees que pasa?
—Ya estás sacando el lado de abogado...
Sonreí y volví a mirar hacia las escaleras.
—Va a estar bien, Levi. Esos dos se quieren muchísimo y
lo van a arreglar. Confía en mí.
Asentí y la miré.
—Es complicado —respondí finalmente.
—Complicado unas narices, Connors. O es, o no es. Ya
está.
—En ese caso —Suspiré—, es.
—Respuesta correcta.
—No había otra. —Eso hizo que Mel sonriera—. Me atrapó
en cuanto le vi.
—Ooooohhh...
¡Qué boba!
No le mentí en ningún momento. Era complicado porque
me sentía confuso respecto a mis sentimientos, pero no
podía negar que el rubio me había atropellado como si fuera
un tren de alta velocidad y que yo me tiré de cabeza a las
vías. Como no quería seguir charlando sobre mi vida
privada, pensé que era buen momento para hacerla
partícipe de mi idea. Desde que Colin me dijo que pretendía
marcharse a Chicago mañana mismo tenía a mi cabeza
dando vueltas sin parar mientras intentaba buscar alguna
excusa que hiciera que se quedara un poco más. Si podía
retenerle un par de semanas sería estupendo porque así
podía perpetrar un plan que estuvo en mi cabeza desde que
le dejé en el hotel de Milwaukee.
—Necesito que me hagas un favor, zafirito.
—¿Qué clase de favor?
Los ojos de Mel se entrecerraron fijos en los míos y como
no pude soportarlo miré hacia la escalera un segundo hasta
que me recompuse y regresé a la conversación.
—¿Cómo verías convencer a tu marido para darle uso a ese
regalo que te hice en la boda?
—51—
«MI MITAD»
Subí con Dylan a la habitación de sus pequeñas para
intentar arreglar las cosas entre nosotros. No logramos
disolver ese malestar que nos había invadido desde el día
de la fiesta. Estábamos tan tensos que ni siquiera me atreví
a sacar el tema de la casa, ni de la fundación del monstruo.
Preferí no darle importancia y centrarme en lo que de
verdad me interesaba; reconciliarme con él.
—¿Crees que serán como nosotros?
Desde que subimos a esa habitación nos mantuvimos
una distancia segura. Me daba miedo que la ira burbujeante
nos llevara a pasar a mayores pero en cuanto le vi allí
agachado junto al parque y observando a sus hijas, entendí
que no había peligro y por eso me acerqué a mi gemelo
idéntico e imité su posición esperando una respuesta
mientras agarraba una pelota y se la daba a Violet.
—¿Fieles guardianas y leales la una con la otra?
Su respuesta a modo de pregunta me hizo asentir
sonriendo.
—No me cabe ninguna duda —dijo imitando mi sonrisa—.
Nos tienen a nosotros como ejemplo.
Hasta hacía una semana no hubiera dudado de sus
palabras. Pero hoy...
Hoy todo parecía quedar muy atrás.
Nunca sentí que esto nos pudiera pasar. ¿Abrirse una
brecha entre nosotros? Jamás. Y me habría reído del que se
hubiera atrevido solo a insinuarlo. Entonces, si tan seguro
estaba de que mi relación con mi hermano era
indestructible, ¿por qué aun estando sentados a
centímetros, me sentía a millas?
—¿Estás enamorado de él?
Ah, sí, sí, sí... Era por eso.
—No sé qué quieres escuchar.
—La verdad, Col. Por una vez me gustaría saber la
verdad.
Sonaba molesto. No, olvidad eso. Dylan no estaba
molesto. Estaba herido y me hacía responsable de ello.
Cuando decidí dejar atrás mi vida en Los Ángeles, le
aparté de mis planes. No le tuve en cuenta para seguir
adelante, pese a que había sido hasta ese momento mi otra
mitad. ¡Qué narices! Era mi otra mitad y siempre lo sería. Mi
hermano era mi roca. Mi pilar. El golpe de viento que me
empujaba hacia donde quería dirigirme, pero tenía que
entender que había cosas en las que no podía incluirle
porque todos necesitamos esa parcela de privacidad que
nos permite seguir siendo nosotros.
—Sí. Lo estoy. Sé que igual te sorprende porque todo ha
sido muy rápido, sin mencionar que somos como el día y la
noche. —Suspiré—. Pero Levi es... Él es...
—Lo que esperabas desde hacía años.
Dylan me miró, su verde fusionándose con el mío, cuando
la comprensión brilló en su iris. Sabía que podía entender el
sentimiento porque el amor que le profesaba a su bicho
llevaba años dentro de él. Así que nada de lo que le dijera le
sonaría a chino.
—Dime que lo entiendes. Que lo... —Mordí mi labio
nervioso mientras tomaba aire por la nariz y soltándolo dije
—: Que lo aceptas.
—No soy nadie para aprobar o no tus relaciones, Col.
—Eres mi hermano. La persona más importante de mi
vida.
—¡Ay! —Dylan me dio una media sonrisa—. Ya estás en
plan ñoño.
—Estoy siendo serio, Dy.
Él asintió y después se levantó, tomó aire por su nariz y
cerró los ojos con fuerza a la vez que dejaba caer su cabeza
hacia atrás mirando al techo.
—¿Eres feliz en Chicago?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Llevo más de veinte años culpándome de tu marcha.
Siempre me reprocho no haber luchado más para que te
quedaras, pero la culpa no es nada comparada con la
angustia. Me volvía loco pensando en que estabas solo en
una ciudad que no conocías. Me sentí tan derrotado, Colin.
Me sentí como una mierda por no haber peleado hasta el
cansancio para que te quedaras conmigo.
—No habría servido de nada. Me habría ido de todas
formas. Incluso aunque esa discusión no hubiera sucedido.
—Lo sé. Mel me lo dijo. Al principio no lo entendí, pero
con el tiempo supe que esa era tu única salida.
Lila nos miraba de vez en cuando en silencio, pero de
momento estaba entretenida tirando de mi pelo.
—Lo siento, Dy —dije cargando a mi sobrina en mi cadera
—. Siento haber hecho que te sintieras culpable durante
tantos años.
—Y yo siento no haberte dicho cómo me sentía.
—¡Au!
Mi hermano comenzó a reírse a carcajadas porque la
revoltosa de su hija había puesto un mechón de mi melena
sobre mis ojos, tirando de ella con fuerza mientras yo
luchaba por recuperar mi visión sin perder un solo pelo.
—Ven con papá, amor —Dylan me liberó del bichito—.
Esta pequeña es como tú —dijo plantando un beso en la
mejilla de Lila—. Luchadora y terca hasta el cansancio. No
se da por vencida hasta que consigue lo que quiere.
—¿Y quería dejarme calvo? —Mi hermano sonrió—.
Porque no creo que me quede bien, ¿sabes?
Nos echamos a reír mientras Violet nos miraba desde el
parque, absorta con su juego de bloques de goma. Nos
echaba miradas de soslayo como si estuviera comprobando
que todo estaba bien y cuando estuvo conforme siguió a lo
suyo.
—Ella es como tú —dije mirando a Vi.
—No del todo. Puede que en lo callada sí, pero es una
salvadora como su madre. Está pendiente de nosotros
porque piensa que estamos riñendo. Cuando Mel y yo
discutimos nos mira de manera intensa. A veces me da
miedo. No deja de hacerlo hasta que lo arreglamos y nos
damos un beso, ¿sabes?
—No te voy a besar como Mel.
—Idiota. —Dylan se reía a carcajadas—. No quiero que lo
hagas.
—Te ofrezco un abrazo en su lugar.
—Lo tomo.
Cuando abracé a mi hermano sentí que esa grieta que se
había abierto entre nosotros se cerraba de golpe, mientras
aplastábamos a Lila entre nosotros.
—Te quiero, Dy.
—Yo también lo hago. En cuanto a Levi...
—Es serio —dije enseguida—. Serio y complicado, como
él, pero todo está bien.
Pasamos dos horas arriba hablando de todo y de nada y
no nos dimos cuenta de cuánto tiempo llevábamos allí
arriba hasta que escuchamos los ronquidos de Violet desde
el parque.
—¿Bajamos?
Asentí sonriendo porque habíamos resuelto todo. Así que
cuando Dylan dejó a Lila en su cuna y después fue a por
Violet para repetir la operación, bajamos hasta el salón sin
poder borrar la sonrisa de mi cara, hasta que vi al abogado
sentado en el sofá.
—Oye...
Levi giró su cuello a cámara lenta, sus ojos se estrellaron
contra los míos y cuando comprobó que estaba bien, sonrió
convirtiendo mis piernas en gelatina.
—Habéis tardado —dijo sin dejar de mirarme.
—Sí, lo siento.
—¿Dónde está Mel?
—En la cocina, al teléfono. ¿Podemos hablar?
Levi se levantó del sofá acercándose a nosotros mientras
lanzaba esa pregunta a mi gemelo.
—Sí.
—A solas.
Eso me intrigó, pero cuando le miré y me regaló un
intento de guiño descarado no pude evitar calmarme
mientras me reía.
—No se te da bien. Tendré que enseñarte.
—Cuento con ello —respondió el atrevido—. ¿Vamos?
Dylan asintió aunque lo hizo resignado. Sabía que le
apetecía un culo hablar con Levi y que si estaba haciendo el
intento era por mí, así que mi lado sensato rezaba en
silencio para que esa charla, tratara de lo que tratara,
saliera bien.
A ver, sabía que no se darían puñetazos porque sabía cómo
era Dylan y, sobre todo, porque conocía el lado templado
del picapleitos. Pero entre esos dos el ambiente estaba tan
caldeado que una duda, una mínima, recorría mi cabeza
pensante. Una vez salieron, estuve tentado a ir hacia el
porche delantero en tres ocasiones, pero me contuve. Debía
darles la oportunidad y por eso decidí subir a ver cómo mis
hermosas sobrinas dormían, para beberme esa imagen y
llevarla conmigo a Chicago.
—52—
«HASTA LAS PESTAÑAS»
Me hicieron el lío.
No supe muy bien qué pasó, ni cuándo, ni cómo. Solo que
unos días más tarde me encontraba en una situación en la
que jamás pensé estar: haciendo de niñera de mi madre y
de la madre de Melissa. De repente, a mi hermano le surgió
un viaje hacia el sur de España y, de «casualidad», a Mel la
llamaron porque había una plaza libre en un curso de cocina
súper exclusivo nada menos que en Nueva York. Así que
aquí estaba: en mitad del salón de la casa de mi hermano
mientras pedía socorro desde mi móvil.

Yo_16:20: Te echo de menos. ¿Cuándo


vienes?
Yo_16:21: No estoy preparado para las
preguntas de estas dos.
Yo_16:21: No tardes, picapleitos.
Yo_16:22: Estoy en peligro con
tanta mujer alrededor
Grayson_16:22: Exagerado :D.

Yo_16:22: No exagero. Necesito un


beso de mi novio para recomponerme.
Grayson_16:23: Dame una hora,
rubio. Sesenta minutos y me tendrás
para ti.
Yo_16:23: Te tomo la palabra.

—Oye, cariño...
Perdido en mis pensamientos, no me di cuenta de que mi
madre había estado toda la tarde observándome en silencio,
hasta que abrió la boca y dejó escapar una pregunta que
me pilló desprevenido. Me había sentado sobre la alfombra
que había en el salón, junto a una mesa baja que Mel tenía
para tomar té en el suelo. Todavía estaba pensando cómo
contestar a su pregunta y no era porque no supiera la
respuesta. La tenía y era muy clara, pero me sorprendió
mucho su actitud. Y es que mamá no era la misma desde
que decidió darse una segunda oportunidad. Por una vez se
puso ella primero y quiso mimarse y yo estaba más que
orgulloso. Dejé atrás todo ese rencor que pudiera guardarle
hacía mucho tiempo, incluso mucho antes de que muriera
mi padre. Yo la quería. Ella siempre fue mi salvadora y
aunque al principio no entendí que no se levantara y me
defendiera cuando papá me dijo esas barbaridades antes de
echarme de casa, con el tiempo lo hice. Supe que fue su
forma de protegerme, de darme alas para volar y se lo
agradecería de por vida.
—¿Me has escuchado, cielo?
—Sí, mamá.
—¿Y bien?
—Estamos viendo qué pasa.
—¡Caramba con los jóvenes de hoy!
Ariel era una mujer explosiva y no, no tenía nada que ver
con unas curvas de infarto. Todo estaba en ese carácter
fresco que nos daba la confianza suficiente como para
derramarnos con ella. Siempre fue como una segunda
madre para Dy y para mí.
—¿No eres capaz de ponerle un nombre?
—Es que no lo tiene —Sonreí—. Estamos a gusto juntos
y...
—¿Cómo de a gusto? —La sonrisa de Ariel se volvió
malvada.
—Mucho.
—¿Es buen amante?
—Oh, por Dios, Ariel... —Mamá estaba horrorizada.
—Vamos, ni que tú jugaras al parchís con Aiden.
—Lo que yo haga con mi pareja no es asunto de mi hijo,
por favor...
La cara de mi madre no podía estar más roja y yo
luchaba por no echarme a reír. Eran demasiado divertidas y
ojalá llegara a mis sesenta así de natural, fresco y con esas
ganas enormes de jugar al parchís con mi pareja.
¡Qué demonios! Llegaría así sin duda.
Me gustaba que mamá pudiera bromear, reír y pasarlo
bien sin estar pensando en que hacía algo malo. Era
reconfortante verla así.
—Tu hijo va camino de los treinta y seis.
—¡Eh! Dejemos las edades fuera de esta conversación.
Los tres nos echamos a reír cuando el walkie que
teníamos sobre la mesa emitió un llanto que nos puso
alerta. Enseguida me levanté de la alfombra con intención
de socorrer a una de mis sobrinas, cuando Ariel y mamá me
detuvieron.
—Vamos nosotras.
Y por eso no sabía qué narices estaba haciendo aquí.
—De acuerdo —Asentí.
No tardaron en perderse escaleras arriba y dejarme solo
cuando miré el reloj que Mel había puesto sobre la repisa de
la chimenea. Pasaban las seis y eso me puso nervioso. El
abogado me había dicho que en una hora se reuniría
conmigo, pero eso debió haber pasado hacía treinta
minutos.
De verdad que lo de ese hombre con la impuntualidad
era un verdadero idilio.
Movido por mi falta de paciencia, me levanté del suelo y
comencé a caminar por aquel salón mirando las fotografías
que lo adornaban. Me detuve junto a la que llamó la
atención del abogado cuando la vio por primera vez, esa en
la que Mel me besaba en los labios y sonreí mientras me
permitía echar de menos esos momentos. Terminé mi
recorrido por aquel museo de la fotografía en una que
habían puesto allí hace poco. Era de Mel y Dylan, de su
boda, justo de ese momento en el que cerraron su trato con
un beso que les uniría para siempre. Pasé mis dedos por el
cristal muerto de la envidia. Sabía que no era sano sentirse
así, pero no podía hacer nada para detener esa emoción
horrible. Deseaba con todo mi corazón poder tener alguna
vez algo parecido y desde que tuve esa charla con Levi, esa
en la que entendí que su fantasma no tenía fecha de salida,
mis esperanzas estaban bajo mínimos. No sabía si podría
conseguirlo con él. No estaba seguro y esa duda me estaba
desgastando.
—Si sigues mirándola así, lograrás colarte dentro.
Me asustó. El estúpido de Levi logró que diera un salto
que casi me lleva a parar hasta el techo.
—¿Cómo has entrado?
—La puerta de atrás estaba abierta. Es peligroso, ¿sabes?
—Ya...
Sonreí mientras me alejaba de la fotografía en busca de
mi beso prometido, pero cuando acabé con la distancia
entre nosotros dudé. Me sentía cohibido, pero no tenía nada
que ver conmigo. Todo se trataba de él. De cómo se sentiría
si me atrevía a besarle. De cómo reaccionaría. De si
preferiría que lo hiciera cuando estuviéramos a solas del
todo. De...
—¿No me das un beso?
De lo sorprendente que podía llegar a ser.
Me volvía loco. Me volaba la cabeza la forma en la que lo
estaba intentando. Levi estaba haciendo un esfuerzo
enorme para que lo nuestro funcionara. Luchaba por dejar a
un lado esa parte suya que le invitaba a esconderse del
resto de la humanidad y me sentía muy en deuda con él,
sobre todo por mis crecientes dudas.
—¿Qué sucede?
Enseguida me di cuenta de que no me había movido ni
un centímetro. Seguía clavado en el suelo, mirándole desde
mi altura, inclinando ligeramente mi cabeza hacia atrás
para poder instalarme en sus ojos. Quería probar algo.
Quería ver si eso sería suficiente para hacer que se
esfumasen todos mis miedos de repente. Pero no lo fue.
Aunque el abogado mantuviera su mirada en la mía sin
intención de apartarla nunca.
—¿Col...? ¿Está todo bien?
—Lo está —Asentí y terminé de romper nuestra distancia
—. No te preocupes.
—Uhm...
Las puntas de nuestros zapatos se encontraron cuando
atrapó mi barbilla y me obligó a mirarle.
—¿Qué era eso en lo que dices que soy terrible?
—Mintiendo —Contesté sin dudar.
—Bueno, hay algo que debes saber —dijo sosteniendo mi
mirada—: Tú también lo eres.
Sonreí porque tenía razón. Era pésimo intentando
esconder algo que me molestaba, pero no quería
preocuparle con mis tonterías. Probablemente esta angustia
se pasaría en cuanto regresara a Chicago, con él. Por eso,
porque no quería arruinarlo, alcé mi cabeza y choqué mis
labios contra los suyos que me esperaban con ansias
mientras pasaban de estar fruncidos a estirarse en una
hermosa sonrisa. ¡Dios! Podría morir solo viendo cómo
sonreía.
—Eres un liante, rubio.
—Lo soy. ¿Qué tal ha ido tu día? Dime que podrás volver
conmigo el viernes.
—Respecto a eso... —Levi infló sus mejillas mirándome
lleno de culpa—. Ha surgido un contratiempo.
—Es un divorcio, ¡por el amor de Dios! ¡Un puñetero
divorcio!
Resoplé antes de ponerme a deambular por el salón,
enloquecido y sin ánimo para seguir charlando.
—Colin...
—Lo siento. —Suspiré—. Siento haber gritado. Es solo que
me estoy ahogando aquí. Me ahogo, Grayson.
—Lo sé y por eso entiendo que tengas que marcharte.
—¿Qué? No pienso irme sin ti. No voy a caer dos veces en
el mismo error. No me vas a dejar más tras una semana
maravillosa, así tenga que permanecer pegado a ti el resto
de mi vida.
—¡Ay, Dios Col! No seas niño.
—Vendrás conmigo. No te dejo atrás. Ya no más.
—Vas a tener que hacerlo. Tendrás que marcharte,
esperarme en casa y confiar en mí.
—Confío en ti —Fruncí el ceño—. ¿Por qué demonios no lo
haría?
—Hay algo que no te he contado —Suspiró—. No es que
sea muy relevante, pero quizás te ayude a entender por qué
estoy tan implicado en este simple divorcio. Y entiende que
si no te lo he contado antes es porque estoy obligado a
mantener la confidencialidad de mis clientes. Pero mañana
saldrá en todos los medios de comunicación y...
—Y si no fuera así, no habrías abierto la boca.
—No. No lo habría hecho.
—Pues no lo hagas. Ya me enteraré mañana como el
resto de la humanidad.
Mi tono no dejaba lugar a dudas; estaba en mitad de una
pataleta infantil y él lo sabía.
—¿Sabes algo? Todo lo que existe en el planeta lo tengo
frente a mis narices.
Ese estúpido embaucador.
—No intentes encantarme con tus palabras, abogado. No
te aproveches de que esté enamorado hasta las pestañas.
—Hasta las pestañas, ¿eh? —En un segundo me agarró la
cara y clavó su gris en mi verde, sin dudas—. Soy
jodidamente afortunado.
Eso también me confundía. Mi Grayson pasaba de cero a
cien en menos de un segundo y me encantaba a la vez que
me aterraba. Me encantaba por lo cómodo que parecía
conmigo y me aterraba por si lo perdía.
Cuando estuve a punto de devorar su boca, la intensidad
de su mirada me frenó mientras intentaba comunicarse
conmigo. Me decía mucho en silencio, demasiado. Era capaz
de hacerme saber que estaba tan enamorado como yo solo
con mirarme pero luego, cuando la cosa se volvía seria...
—Te amo.
...sus palabras seguían atascándose.
Levi me besó en respuesta y yo me dejé llevar por el
beso pensando en si sería suficiente para mí ese tipo réplica
o las dudas terminarían con mi esperanza.
—53—
«HURACÁN RUBIO»
Estar con Colin era como vivir en un mundo paralelo.
Los últimos cuatro días pasaron demasiado rápido,
aunque ya sabéis lo que dicen sobre el tiempo cuando lo
disfrutas; es efímero.
No me pasó desapercibida su sospecha. Sabía que estaba
con la mosca tras la oreja desde que su hermano y Mel
decidieron marcharse de forma tan repentina y a pesar de lo
nulo que era para mentir, logré hacerme el loco bastante
bien. En un par de ocasiones quiso sacar el tema pero
siempre surgía algún imprevisto. Así que sí, esquivé bien
esa bala y conseguí que disfrutásemos de sus últimos días
en Los Ángeles. Al principio tuve un poco de miedo de ese
tiempo a solas, de cómo el rubio quería malgastarlo
conmigo y de si mi aprensión aparecería. Me sentía alerta
aunque trabajé para mantener mis muros abajo.
El rubio propuso que dejara el divorcio, y todo lo que
venía con él, aparcado durante noventa y seis horas y en su
lugar me pidió que me centrara en nosotros. Ni siquiera
quiso que hablásemos sobre cosas que teníamos aún
pendientes, como mi desliz de hacía unas semanas con el
alcohol. Solo quería que me relajara y visto lo fácil que era
perderme en sus ojos, acepté encantado. El problema llegó
cuando me pidió que confiara en él y le dejara planear lo
que haríamos antes de decirnos adiós. Y sí, la aprensión
apareció.
Recordé lo mucho que le gustaba una buena fiesta y
bailar. ¿Y si pensaba que llevarme a un club nocturno, de
esos en los que bailabas hasta el amanecer, era buen plan?
Viví aterrado pensando en ello, hasta que me sorprendió
llevándome a cenar en mitad de la nada, en una pequeña
cala perdida en Santa Mónica. No había nadie alrededor,
solo un mantel con dos velas eléctricas sobre una zona de
césped y una cesta con nuestra cena. Se esforzó para que
yo estuviera bien buscando un lugar privado, y que diera
con aquella cala a la que solo podías acceder previa reserva
me llenó de emoción.
Su empeño en hacerme sentir bien hizo que me
enamorase más de él. La noche fue mágica. Cenamos,
reímos, nos contamos historias vergonzosas de nuestra
infancia —él habló más que yo, como siempre— y
disfrutamos de los fuegos artificiales que lanzaron desde el
muelle porque había una feria a la que no me llevó gracias a
todos los dioses. Sabía que mi fobia sería un problema si
esta relación avanzaba y quise compartir ese miedo con
Colin, pero no me atreví a estropear esa noche tan
maravillosa y lo dejé estar guardando varias preguntas para
mí.
Contra todo pronóstico, el segundo día fue mucho mejor.
El idiota me sorprendió con una salida rara y misteriosa. Me
llevó a un estudio de tatuajes y no tenía idea de lo que
pretendía hasta que la tatuadora salió con el diseño en sus
manos y mis ojos se abrieron como platos.
—Es fantástico, Naomi. Es justo lo que quería.
—Solo tienes que confirmarme la tipografía y los datos
que me faltan.
—Oh, sí... —Colin sonrió mirándome—. Para eso necesito
tu ayuda.
Me sentía un poco perdido mientras mis ojos pasaban de
los suyos al papel en las manos de Naomi que tenía escrita
una palabra muy familiar para mí, intentando entender qué
estaba pasando.
—Dime, picapleitos... —Su sonrisa se hizo más grande—.
¿Tipo uno o tipo dos?
¡Pero, qué demonios!
Mis ojos se abrieron más si es que eso era posible, al
mismo tiempo que en mi boca se dibujaba una O enorme.
—¿Y bien?
—¿Q-Qué?
—Tu diabetes.
—Pero...
—Va, no tenemos todo el día.
Ese rubio loco se tatuó «diabetic 1» y debajo mi grupo
sanguíneo por si algún día volvía a suceder lo que pasó en
el cumpleaños de sus sobrinas. Quería estar preparado y no
tener ninguna duda si le preguntaban por mi enfermedad y
yo... Yo casi me deshago porque fue el gesto más romántico
que alguien había hecho por mí jamás, uno que no creía
merecer.
El tercer día terminó con mi pecho explotando.
Salí a por algo de compra a y al volver a casa Rihanna me
dio la bienvenida. No pude evitar sonreír porque ese rubio
maligno había localizado mi torre de sonido y todos los
vecinos que hubiera a más de veinte millas podrían
escuchar perfectamente ese «Where have you been» de su
diosa. Sin perder la sonrisa entré en casa y dejé las bolsas
sobre la encimera de la cocina y después seguí la música,
subiendo uno a uno los peldaños de las escaleras que me
llevaban a la planta de arriba hasta que llegué al lugar del
que salía la música. Colin berreaba dentro de la oficina de
Gary —porque lo de cantar no era lo suyo— como el fan
número uno de Rihanna, mientras tiraba a una bolsa de
basura todas las botellas de licor que ese idiota guardaba
en un mueble bar. Parecía decidido a librarse de toda esa
tentación hecha líquido y eso me parecía sexi. Así que no
quise interrumpirle. Me dejé caer sobre el marco de la
puerta mientras cruzaba mis brazos sobre mi pecho y le
miré entusiasmado. Pensé en que si eso hubiera ocurrido
unos meses atrás me habría puesto hecho una furia pero
hoy, en este preciso momento, me tenía completamente
ganado por su coraje. Ese rubio, que alguien se empeñó en
poner en mi camino, se preocupaba verdaderamente por mí
y yo no podía estar más que agradecido.
—¿Bailas?
Su petición me sacó de mis pensamientos, cuando le
miré para ver que él me estaba desnudando con la mirada.
—¿Ahora se llama así? —Colin me miró confuso— ¿Bailar?
—¿Qué insinúas?
—Yo nada. En cambio tus ojos...
Me acerqué rompiendo la distancia entre nosotros
provocando que sentara su culo en la mesa de la oficina,
mientras abría las piernas para recibirme entre ellas.
—Tus ojos me están invitando a meterme en problemas.
—¿Lo hacen?
—Ajá —Asentí.
—¿Qué vas a hacer al respecto?
Bailar.
Bailaría con él todo el día si eso le mantenía a mi lado.
Y así, sin darnos apenas cuenta, llegó el día de decirnos
hasta pronto.
Nunca pensé que esas pasteladas románticas estuvieran
basadas en hechos reales hasta que viví una despedida en
un aeropuerto. Me sentía bastante cómodo a pesar de que
Colin despertó el interés de varias personas que se cruzaron
con nosotros y no era para menos. Ese rubio que me volvía
loco decidió vestirse para la ocasión. Camiseta fusionándose
con su cuerpo, pantalones caídos mostrando un poco de su
ropa interior y su pelo sedoso en ondas suaves al viento. Era
un espectáculo digno de ver. ¡Demonios! Hubiera pagado
para verlo de haber sido necesario, pero por suerte para mí
podía hacerlo gratis siempre que quisiera. Hoy se puso esas
gafas de pasta que usaba solo como complemento y le
quedaban genial. El aro de su nariz brillaba casi tanto como
el del lóbulo de su oreja y yo solo quería agarrarle de ahí
para retenerle. No estaba preparado para que se fuera. No
quería que lo hiciera. No estaba listo para estar solo otra
vez y eso me hacía sentir como ese niño pequeño asustado
que fui en otra vida.
—Bueno... —Colin sonrió nervioso—. Aquí termina la
aventura.
—Dime que es una forma de hablar.
Su ceño se frunció ante mi petición y de repente esa
sonrisa nerviosa desapareció para dejar su lugar a una
expresión seria que casi nunca aparecía en la cara del
repostero.
—¿Qué pasa?
—Nada... —Ahora el que sonreía nervioso era yo—. Solo...
—¿Solo...?
—No quiero que te vayas. No sé si voy a saber hacerlo a
distancia y...
Colin se echó a reír llamando la atención de algunos
curiosos que pasaban a nuestro lado.
—¿De qué te ríes?
—¿En serio piensas que no sabrás hacerlo? ¿Tú? ¿El tipo
del posavasos? —Su sonrisa era genuina—. ¿El hombre que
se ha abierto conmigo tras una pantalla?
—Sí.
—Pues no sé por qué, pero creo que se te dará bien
mantener la llama encendida. Olvida eso. Tú eres más de
luces apagadas.
—Idiota. Ven aquí.
Sin pensarlo, tiré de su muñeca y le atraje hasta mi
pecho cuando le abracé como si mi vida dependiera de
mantenerle atrapado. Me permití hundir mi nariz en su pelo
e inhalar ese aroma, que aunque era el de mi champú en su
cabello olía diferente. Debía ser cosa de las feromonas o
alguna de esas chorradas, pero ese olor, el olor de mi rubio,
me tranquilizaba sin saberlo y pretendía guardar todo lo que
pudiera en mi memoria porque iba a ser un mes muy largo
sin él.
—Te voy a echar de menos —dije separándome un poco y
tomando su cara entre mis manos—. Todavía tenemos
charlas pendientes y me encantaría contarte todo lo que
quieras saber.
—Las tenemos. —Asintió—. Pueden esperar.
—¿Estás seguro?
—Sí. De todas formas no creo que tenga mucho tiempo
de pensar en ello.
—¿Por qué?
—Creo que necesitaré toda mi energía para la mudanza a
Loyola.
Intenté fingir que me sorprendía su decisión, pero mi
sonrisa de suficiencia me delató.
—¿Por qué parece que ya lo sabías?
—Empiezo a conocerte.
Eso y que la reforma del local había empezado casi desde
el mismo momento en el que el rubio salió de la habitación
del hospital después de aquel incidente. Llamé a la cafetería
y tuve la suerte de que fuera Olivia la que atendiera la
llamada. Le pedí que me diera su número personal y aunque
me costó, lo conseguí. Parecía que la amiga de Col creía en
nosotros y por eso decidió ayudarme. Le confesé cuáles
eran mis intenciones y por supuesto que la rubia descarada
estaba más que por la labor, aunque me advirtió de cuál
sería la reacción de su jefe y yo le prometí que me ocuparía
de él si se volvía loco. El plan de sorprender a Colin parecía
fácil, al menos hasta que tuve que hablar con su hermano y
temí por mi vida.

∞∞∞
• Unos días antes... •
—Tú dirás.
Sabía que este momento iba a ser tenso, pero debía
pasar por él.
Después de la espera eterna en el salón, cuando vi bajar
a los hermanos Evans sonriendo mi corazón dejó de pinchar
y conseguí relajarme. No hizo falta que nadie dijera nada
para saber que todo había ido sobre ruedas y la sonrisa del
rubio era una garantía de que tenía razón.
Dylan y yo salimos al porche delantero de su casa cuando
le pedí que charlásemos un poco a solas. Al principio me
sentí lleno de valor, pero cuando el hermano gemelo de mi
repostero me miró con el ceño fruncido, mis manos se
volvieron gélidas y comenzaron a sudar. Nunca tuve que
enfrentarme a algo semejante, es más, ni siquiera con Gary
hice el esfuerzo de conocer a su familia, aunque para ser
justos él tampoco estaba entusiasmado con la idea. Con Col
era diferente y estar frente a Dylan, mirándome como si
quisiera fulminarme, me hacía sentir incómodo y en mi
lugar al mismo tiempo.
—Quería pedirte disculpas.
Así que lo mejor era empezar por el principio.
—¿Por qué exactamente?
Y él no me lo iba a poner nada fácil.
—Por ese horrible incidente en el restaurante de Mel. Me
dejé llevar por mi mal humor y lo pagué con ella. Lo siento.
—¿Sabes qué, abogado? —Dylan se sentó en un columpio
que tenían en el porche y comenzó a balancearse—. Si ella
cree que mereces su perdón, por mí está bien.
—Gra...
—Pero si vuelves a atacarla, por muy perjudicado que
estés... —Me interrumpió de inmediato—. Haré que te
tragues tus dientes uno a uno.
—Guau...
—¿Qué esperabas? ¿Creías que sería amable después de
lo que le dijiste a mi mujer?
—No, claro que no. —Suspiré—. Si sirve de algo, no era
un buen momento para mí.
—Sí, sirve. Col ha dado la cara por ti también —Eso me
tensó—. Dice que no tiene idea de por qué lo hiciste y que
aunque no tienes defensa, está seguro de que tenías
motivos para estar enfadado y triste. Así que, disculpas
aceptadas.
—Gracias. Y no te preocupes, tendré en cuenta tu
amenaza.
—No era una amenaza. Era una promesa. —El idiota
sonrió.
—Os parecéis mucho.
Su sonrisa logró relajarme y la incomodidad se fue yendo
poco a poco, pero todavía no acababa de sentirme seguro a
su lado porque me intimidaba mucho.
Pero hizo un gesto, uno muy tonto, y todo ese malestar
se fue. Con su mano izquierda dio unos golpecitos sobre el
columpio a su lado y me invitó a sentarme junto a él. Al
principio dudé. ¿Quién no lo haría después de que le
prometieran que tumbarían sus dientes si volvía a
sobrepasarse? Pero acabé por aceptar su invitación.
—¿Vas en serio con Col?
—Vaya. Al grano...
—Soy dueño de una cadena de hoteles, padre de
gemelas y marido de una gran chef de la ciudad. No tengo
tiempo para perderlo.
—Ya veo.
—¿Y bien?
¿Iba en serio con su hermano? Claro que sí. Aunque fuera
incapaz de decirle que le quería, lo hacía y nada me
gustaría más que hacer funcionar lo nuestro.
—Eso pretendo.
—¡Tch!... —Dylan chasqueó la lengua y después hizo una
mueca—. Creo que no me gusta esa respuesta.
—¿Qué quieres escuchar? Es nuevo. Para mí mucho más.
—No juegues a eso conmigo, no tienes quince años,
Connors. Tampoco te estoy pidiendo una declaración jurada
de que te vas a casar con él, ni nada por el estilo. Solo que
seas honesto.
—Es complicado, Dylan. No sé si sabré estar a la altura.
No sé si podré ofrecerle todo lo que merece y...
—Me ha dicho Hunter que has comprado ese dichoso
local en la playa de Loyola.
Asentí frunciendo el ceño y confuso por el cambio de
rumbo de la conversación.
—¿Por qué lo has hecho?
—Necesitábamos una oficina y...
—Joder, eres complicado hombre, pfff. ¿De verdad tengo
que volver a hacerte la pregunta para que me respondas
con total sinceridad?
—No. —Resoplé—. Lo cierto es que la cagué con él y
quería compensárselo. No soportaba la idea de que fuera
infeliz por mi culpa y lo hice.
Dylan sonrió cuando comenzó a balancearnos mientras
miraba al frente.
—¿Sabes? Compré esta casa solo por hacer feliz a
Melissa. Por lo culpable que me sentía por todas mis
cagadas a lo largo de los años. Porque se lo tenía que
compensar y creí que empezar dándole un hogar era la
decisión correcta. Después seguí redimiéndome día a día y
aún sigo haciéndolo porque ella es demasiado buena para
mí.
—Así que me entiendes.
—Lo hago. ¿Y tú me entiendes a mí?
Asentí en silencio mientras él me miraba de soslayo.
—No le haré daño, te lo prometo. Y como quiero seguir
ganándome mi redención necesito tu ayuda.
Le conté lo que estaba sucediendo en Chicago y que
necesitaba que fuera a echarle un vistazo al local antes de
echar abajo paredes sin sentido.
—Haré lo que sea por mi hermano.
—Me gustaría que quedara entre tú y yo.
—Tienes mi palabra.
—Le he pedido a Mel que haga uso del regalo de bodas
que le hice.
—¿Quieres apartarme de mi esposa? Yo a Chicago y ella
a...
A un curso súper exclusivo de alta cocina en Nueva York.
Era de una semana y podía ir cuando quisiera porque se
impartía todas las del año. Era el plan perfecto para que
Colin se quedara un poco más conmigo en Los Ángeles.
—¿Qué ha dicho ella?
—Que lo consultaría contigo.
—Apuesto a que está emocionada con la idea, porque por
supuesto le has contado el motivo de tu petición.
—Lo he hecho. —Sonreí.
—Por mí bien. Puedo mover cosas en mi agenda y pedir
que retrasen algunas reuniones.
—Gracias.
—No me lo agradezcas. Lo hago por Colin. Porque por
primera vez le veo ilusionado con una relación. Porque esta
vez no parece una de sus ideas locas. Mira, Levi... Col, Mel y
mis hijas son mi mundo entero. Si se te ocurre tambalearlo
de alguna manera, acabaré contigo. ¿Me explico con
claridad?
—Como el agua.
—Bien, porque como me llame una sola vez... —dijo
haciendo énfasis—, y note que está triste por tu culpa...
—Ya, ya... —Fruncí el ceño—. Tumbarás todos mis dientes
y me los harás tragar.
—Oh, no. En ese caso te mataré con mis propias manos.
—Casi haces que quiera salir corriendo.
—No, no lo vas a hacer.
—¿Estás seguro, eh?
Dylan me miró de inmediato y su sonrisa se hizo enorme
mientras decía:
—Le miras como yo a mi bicho. Eso no se puede fingir.
∞∞∞
Sonreí pensando en el tercer grado que me hizo Dylan
aquel día. Nunca me habían amenazado con arrebatarme la
vida, pero entendía sus temores. La conexión entre ellos era
envidiable. Jamás me sentí así con ninguno de mis
hermanos. Ni con mis amigos. Ni con...
—¿Oye?
—Lo siento. No estaba aquí.
—Ya. Ya veo... —Colin sonrió y yo me derretí—. ¿Por qué
parece que callas algo?
—Porque tú también empiezas a conocerme, rubio.
Cuando la mano de Col atrapó mi barbilla me di cuenta
de que mis ojos estaban clavados en el suelo. En algún
punto debí pensar que mirar hacia allí era la mejor manera
de evitar decir esas dos palabras que estaban incrustadas
en mi estómago y no era capaz de pronunciar por muy
evidente que fuera lo que sentía por aquel desvergonzado.
No podía evitar preguntarme si sería por el mismo motivo
por el que fui incapaz de decírselo a Kyle y eso me mataba.
Perdí la cuenta de los abrazos y los besos que nos dimos
antes de que la megafonía anunciara que su vuelo saldría
en breve. Tal vez fueron tres, diez o miles. Lo único que tuve
claro era que fueron insuficientes y que no me sentí
incómodo ni cohibido en ningún momento.
—Tengo que irme.
Hasta que dijo eso y sentí cómo mi pecho se apretaba.
No quería decirle adiós y como empezaba a sentir esa
angustia que me recorría cada vez que era consciente del
mundo a mi alrededor, tiré de él para abrazarle con fuerza.
—Vamos, picapleitos. Tienes que soltarme. Todo el mundo
mira.
Lo hizo queriendo para provocarme, pero no se había
dado cuenta de algo...
—No existe nadie cuando te tengo cerca.
Mi confesión susurrada hizo que me mirase a los ojos, la
emoción brillando en los suyos, cuando dejó un beso dulce
en mis labios mientras se aferraba a mis mejillas.
—Te amo —dijo sin separarse de mi boca—. No tardes en
regresar. No lo soportaré.
Colin se marchó sin darme oportunidad a contestar. En el
fondo sabía que no saldría nada de mí y tal vez por eso
decidió no esperar por algo que no iba a llegar. En su lugar,
el rubio agarró su maleta y la arrastró mientras caminaba
con chulería hacia la fila de la puerta de embarque cuando
noté que me dolía la cara de lo que tiraban mis comisuras.
Tal vez seguían atascándose esas dos palabras, pero no
tenía duda alguna de que haría lo que fuera para lograr que
salieran, incluso aunque me hiciera daño por el camino.
Porque ese rubio había puesto mi vida patas arriba y no
tenía intención alguna de volverla a ordenar. Me había
arrasado como un huracán y lo sorprendente era que seguía
en pie.
Y si era su deseo, quería que me arrasara todos los días,
a todas horas y para siempre.
16 DE MAYO
En línea

Yo_20:00: No tenías derecho a


hacerlo.
Yo_20:00: No sin mi opinión.
Yo_20:01: No debiste meter a Oli
en esto. Ni a mi hermano.

Yo_20:02: Estoy muy enfadado,


¿sabes?
Yo_20:02: Dicho eso, está
quedando todo precioso. Es un
sueño, Grayson.
Yo_20:02: Gracias. Te amo.
Grayson_20:03: ♡♡♡♡♡
18 DE MAYO
En línea

Rubio_03:35: No puedo dormir.


Rubio_03:35: Sé que queda
poco más de un mes, pero me
temo que no llegaremos a
tiempo.
Yo_03:37: Lo haréis. Confío en la
palabra de tu hermano.
Rubio_03:37: ¿Estabas
durmiendo? Siento si te he
despertado.
Yo_03:37: No te preocupes. No
corro mejor suerte que tú con
Morfeo.
Yo_03:37: ¿Por qué no escuchas un
poco de música? Puede que te
relaje.
Rubio_03:38: ¿Alguna sugerencia?
Yo_03:38: Adele.

Yo_03:38: Set fire to the rain.


Rubio_03:39: ¿Por algo en
especial?
Yo_03:39: Me gusta mucho
esa canción.
Rubio_03:39: ¿Me la cantarás
algún día?
Yo_03:40: Si respondes a mi
llamada, tendrás tu nana de buenas
noches, rubio.
27 DE MAYO
En línea

Grayson_00:25: Tuve un coma


glucémico a los ocho años.
Grayson_00:25: No entendí
nada. Solo me mareé en el colegio
y me desperté en el hospital.
Grayson_00:25: Mamá estaba
muy triste y yo pensaba que era
por mi culpa.
Yo_00:26: Así que le pediste que
te enseñara cómo comprobar tu
azúcar.
Grayson_00:26: Sí.
Yo_00:27: ¿Y fue fácil?
Grayson_00:27: Lo fue. Aunque
eso dio pie a que empezaran a
mirarme como el bicho raro del
colegio.
Grayson_00:27: Cuando me veían
pinchando mi dedo y tomar una
muestra de sangre...
Yo_00:27: Niños curiosos.
Grayson_00:27: Y crueles.
Yo_00:28: ¿Te dieron la espalda
por algo así?
Grayson_00:28: Sí, pero
realmente no me importó. Al
contrario.
Yo_00:28: De verdad te
encantaba disfrutar de tu
soledad, ¿eh?
Yo_00:28: Puedo ver a un mini
Grayson concentrado mientras
toca la guitarra, disfrutando del
momento.
Grayson_00:28: Búrlate lo que
quieras.

Yo_00:29: No me burlo, amor. De


hecho, me hubiera encantado
conocerte a tus ocho.
Grayson_00:29: Jamás te
hubieras acercado a mí.
Yo_00:29: Lo habría hecho.
Siempre me han gustado los
buenos retos ♡♡
2 DE JUNIO
En línea

Rubio_10:00: No lo soporto más.


Te echo de menos.
Rubio_10:00: ¿Cuánto más vas a
necesitar para que ese cabrón deje
ir a esa pobre mujer?
Yo_10:02: Estoy en mitad de
una reunión. Luego hablamos.

Rubio_14:00: ¿Levi? ¿Va todo bien?


He visto las noticias.
Rubio_16:00: ¿Amor?
Respóndeme, estoy
preocupado.
Rubio_17:15: ¿Grayson? Dicen que
su hijo le ha agredido. ¿Es cierto?
Rubio_23:30: He hablado con Wes.
¿Por qué demonios lo ha hecho?
Cualquiera es mejor que ese idiota.
No deberías haber dejado que
cayera en sus provocaciones.
Rubio_23:31: Dime algo cuando le
suelten. Por favor.
Yo_02:00: Estoy en casa. Estoy
bien. No te preocupes, ¿vale? Ha
sido un día largo, pero ha merecido
la pena.
Yo_02:01: También te echo de
menos.
3 DE JUNIO
En línea

Grayson_01:28: ¿Por qué llevas


escribiendo y borrando lo que
escribes más de diez minutos?
Yo_01:28: Buenas noches a ti
también.
Grayson_01:29: ¿Son
buenas? Porque no lo parecen
para ti.
Yo_01:29: ¿Qué eres ahora,
psíquico?
Grayson_01:29: Oh, Dios no.
No me gustaría tener ese
poder.
Yo_01:30: ¿Y cuál te
gustaría tener?
Yo_01:30: Imagina que eres un
héroe de esos con capa y leggins.
Dime, ¿qué harías para salvar al
mundo?
Grayson_01:30: Nunca he
pensado en ello.
Yo_01:30: Pues a mí me
gustaría retroceder en el
tiempo.
Yo_01:31: Quizás pensar mejor en
las cosas y actuar de otra forma.
Grayson_01:31: Entonces no
serías tú.
Grayson_01:31: Dime algo
rubio. ¿Por qué pareces más
melodramático de lo normal?
Yo_01:31: Demasiado silencio en el
apartamento de al lado.
Grayson_01:32: Yo también
te echo de menos.

Grayson_01:34: Deja de escribir


y borrar. Puedes preguntarme
cualquier cosa.
Yo_01:34: Lo que sucedió en el
Autumn...
Grayson_01:34: ¿Sí?
Yo_01:34: ¿Fue algo nuevo para
ti?
Grayson_01:34: No. No en la
forma. Sí en el fondo.
Yo_01:35: ¿Puedes hablar conmigo
como una persona normal y dejar tu
lado de abogado solo por un
momento?
Grayson_01:35: Colin...

Yo_01:35: No, es que me estoy


volviendo un poco loco pensando
en lo enorme que fue para mí...
Yo_01:35: Y en el poco valor que
tuve para preguntar después si
sentiste lo mismo. Pero me daba
miedo tu respuesta.
Yo_01:35: Me daba miedo saber...
Grayson_01:36: Rubio, no fue
mi primera vez así. No puedo
cambiar eso.
Grayson_01:36: Pero...

Grayson_01:36: Sí fue la primera


que me sentí...
Grayson_01:36: Me sentí pleno.
Grayson_01:36: Eso nunca pasó
antes.
Grayson_01:36: ¿Qué sentiste
tú?
Yo_01:36: Miedo.
Yo_01:36: Nunca me había dejado
llevar de esa manera. Con nadie.
Jamás.
Yo_01:36: De hecho me tiré un
farol cuando te dije que estaría
dispuesto a cambiar las reglas si
me lo pedías.

Grayson_01:36: Oh, mierda.


Grayson_01:36: Te forcé a hacer
algo que no querías.
Yo_01:37: No. Solo descubrí que
había estado reprimiendo una parte
de mí que se moría por salir.
Yo_01:37: Supongo que solo
necesitaba encontrar a la persona
adecuada.
Yo_01:37: Lo que pasó entre
nosotros aquella noche fue
como...
Grayson_01:37: Demasiado íntimo.

Yo_01:37: Sí.
Yo_01:37: Es que, no sé... No me he
sentido así de expuesto antes. Con
nadie, ¿sabes? Ni siquiera contigo
todas esas veces que hemos
terminado sin ropa.
Yo_01:37: No sé si me
entiendes.
Grayson_01:38: Mejor de lo que
crees.
Grayson_01:38: Me pasó lo
mismo.
Grayson_01:38: Me sentí igual
de expuesto y vulnerable que tú.
Yo_01:38: ¿Cómo puede ser lo
mismo si no era tu primera vez
de esa manera?

Grayson_01:38: Dejamos las


luces encendidas.
Grayson_01:38: Ver tu cara... Tus
ojos comiéndome en silencio... Eso
para mí fue diferente.
Grayson_01:39: Dejó de ser físico
hacía mucho, rubio. Pero esa noche,
en el Autumn... Esa noche decidí
dejar de sentir miedo y confiar en
que tú me ayudarías a conseguirlo.
Yo_01:39: Eres hábil con las
palabras.
Grayson_01:39: Estoy siendo
sincero.

Yo_01:39: Así que eres un


romántico después de todo.
Yo_01:39: Dejaste las luces
encendidas por mí.
Grayson_01:39: ¿Sabes? He
descubierto de la mejor de las maneras
que haría cualquier cosa por ti.
Yo_01:39: ♡♡
5 DE JUNIO
En línea

Grayson_02:10: Me debes una


historia.
Yo_02:10: No lo recuerdo.
Grayson_02:10: La de tu affaire
con el mar.
Yo_02:10: No es una historia
agradable.
Yo_02:10: Y no quiero estropear
el momento.
Yo_02:10: Llevamos todo el día
sin hablar y no me gustaría hacerlo
pesado.
Grayson_02:11: Wes me encontró
en un banco en plena calle después
de correrme la juerga de mi vida
porque me daba miedo regresar a
casa.
Grayson_02:11: Una noche salí, tuve
sexo con un tipo al azar y después me
bebí todo lo que me pusieron por
delante.
Grayson_02:11: Solo recuerdo
que dejé ese pub de mala muerte
con muchas copas de más y luego
me estaba despertando en casa de
un antiguo compañero de trabajo.
Grayson_02:12: Nos hicimos
amigos porque decidió darme la
oportunidad. Y desde ese día no
me ha fallado ni una sola vez.
Yo_02:12: ¿Por qué me cuentas
esto?
Grayson_02:13: Porque no es
un cuento agradable, pero es mi
cuento
Grayson_02:13: Todos tenemos miedos
y cosas que nos avergüenzan.
Grayson_02:13: La suerte está
en tener a alguien que te ayude a
que su peso sea más ligero.
Yo_02:13: Que bien hablas, abogado.
Grayson_02:13: Así que...
Grayson_02:13: ¿Me dejas
ayudarte a que sea más
llevadero?
Yo_02:14: Le desobedecí.
Yo_02:14: Me dijo que no me
apartase de la orilla y no le hice caso.
Yo_02:14: Entonces una ola
enorme me engulló y después de
eso estaba en casa, en mi cama.

Yo_02:14: Mi hermano se esforzó


mucho para que no me despertara
con los gritos.
Grayson_02:14: ¿Cargó contra
tu madre?
Yo_02:14: Lo hizo. No hubo
golpes, pero no hicieron falta.
Yo_02:14: Le hizo daño con algo
mucho peor.
Yo_02:15: Le dijo que debió dejar
que me ahogara.

Grayson_02:15: ¿Ella te sacó de


allí?
Yo_02:15: Sí.
Grayson_02:16: ¿Sabes cuáles
son sus flores favoritas?
Yo_02:16: Los lirios blancos, ¿por?
Grayson_02:16: Le voy a mandar
un ramo enorme por permitir que
pudieras cruzarte en mi camino.
Yo_02:17: ♡♡♡
7 DE JUNIO
En línea

Rubio_19:00: ¿Le van a detener?


Rubio_19:00: Toda la prensa habla
de lo mismo.
Yo_19:01: No caerá esa breva.
Incluso aunque le acusen de
malversar fondos y blanquear
dinero.

Rubio_19:01: Pero, ¿solo son


rumores?
Yo_19:02: De momento lo son,
pero es cuestión de tiempo que
alguien caiga junto a todos esos
palmeros que le ríen sus
gracias.
Rubio_19:02: ¿Y cuando eso pase?
Yo_19:02: Pedirá perdón por
una mala gestión de su equipo.
Echará a uno o dos peones y
todo seguirá igual.
Yo_19:02: Tiene mucho poder. No
podrán echarle por mucha mierda
que intenten tirarle encima. Sabe
demasiado y casi todos tienen algo
que callar.
Rubio_19:03: Porque los
malos siempre ganan ☹.
11 DE JUNIO
En línea

Grayson_23:59: Pincha en el
enlace en un minuto.
Grayson_23:59: https://www.latimes.com
Yo_23:59: ¿Justo a las 00:00?
Yo_23:59: ¿A qué se debe tanto
misterio?
Grayson_00:00: Tendrás que verlo
por ti mismo.
Grayson_00:00: Estás tardando.
Grayson_00:10: ¿Colin? ¿Te has
dormido?
Yo_00:10: No. No lo he hecho.
Yo_00:10: Solo estoy un poco en
shock.
Yo_00:10: ¿Cómo lo has
conseguido? ¿Cómo es posible que
hayas hecho que detengan la
construcción de la fundación?

Grayson_00:10: Negociando. La información


es poder. Y tu novio es un tipo poderoso en
este momento.
Yo_00:11: Gracias. Gracias.
Gracias.
Grayson_00:11: No me lo
agradezcas. Te prometí que me
desharía de tus fantasmas.
Grayson_00:10: Los malos no
siempre ganan, rubio♡
13 DE JUNIO
En línea

Grayson_13:09: Estoy rozando la


libertad con la yema de mis dedos.
Grayson_13:09: Si todo sale como
espero, podré volver a casa contigo
en unos días.
Yo_13:10: Di que no estás de
broma.

Grayson_13:10: No lo estoy, rubio.


Grayson_13:10: Falta poco.
15 DE JUNIO
En línea

Grayson_05:00: Estoy cagado de


miedo.
Grayson_05:00: Estar solo no ayuda.
Grayson_05:00: No dejo de pensar
en lo mucho que me resistía a
dejarme llevar contigo y ese temor
ha vuelto.

Grayson_05:00: Porque esa voz,


aunque suene cada vez más lejos,
sigue ahí. Me dice que no
funcionará y...
Grayson_05:00: Olvídalo. Solo te
echo de menos.
Yo_05:01: ¿De qué tienes miedo?
Yo_05:01: ¿Por qué insiste esa
voz? ¿Cuáles son sus razones para
no dejarte en paz?
Grayson_05:01: Me lleva a
escenarios que me aterran y me hace
plantearme cosas que no quiero
porque me da miedo que tenga
razón.
Yo_05:02: Cuéntamelo. Te ayudaré
a deshacerte de esa voz malvada
que pretende apartarte de mí.
Grayson_05:02: No te burles.
Yo_05:02: No lo hago. Solo tienes que
compartir tus miedos conmigo y juntos
acabaremos con ellos. Tú lo dijiste.
Yo_05:03: Así que dime.
Grayson_05:03: Me da miedo que
no seas capaz de aguantarme.
Grayson_05:03: ¿Qué pasará
cuando quieras ir al cine, a cenar
o a un concierto y mis crisis no
me dejen ir contigo?

Grayson_05:03: ¿Qué harás cuando


quieras ir de compras o de
vacaciones a un viaje romántico y yo
no me sienta listo?
Grayson_05:03: ¿Qué ocurrirá cuando
te inviten a una celebración familiar y
sea demasiado para mí?
Grayson_05:04: Y dime cómo harás
para soportar el despertar cada
mañana al lado de un tipo que por
mucho que lo intente no ve la luz al
final de este túnel eterno.
Grayson_05:04: Lo haces sonar fácil,
rubio, pero no lo va a ser. Estar
conmigo será el mayor acto de caridad
que hagas en tu vida y no quiero
arrastrarte a eso. Lo siento.
Yo_05:04: Si tenías todas
esas dudas, bastaba con
preguntar.
Yo_05:04: Para el concierto
tengo a Noa y a Oli.
Yo_05:04: Si quiero ver una peli
no necesito ir al cine, prefiero tu
sofá y tu televisión y a ti a mi lado
molestándome mientras me besas
el cuello.
Grayson_05:05: Colin, se serio.
Yo_05:05: Lo estoy siendo, amor.

Yo_05:05: En cuanto a esas


cenas...
Yo_05:05: Tal vez puedo llevar a
Steve en el caso de que no hubiera
un reservado en el que
escondernos.
Grayson_05:05: ¿Y los viajes?
Yo_05:05: Te sedaría antes de
meterte al avión y después te
secuestraría en el hotel.
Yo_05:05: No, de verdad. Te ayudaré a
que deje de ser pesado para ti y
esperaré a que estés listo y, si después
de todo no lo haces, estaré aquí para ti.
Grayson_05:06: ¿Cómo puedo
estar seguro de que no te cansarás?
De que no me dejarás...
Yo_05:06: No puedes. Al igual que
yo tampoco podré estar seguro de
que no huirás de nuevo. Pero
tienes mi palabra de que no me
rendiré porque te amo.
Yo_05:06: Y, ¿sabes por qué estoy
seguro de que me quedaré contigo
hasta el final?
Yo_05:06: Porque de todo lo que
has dicho, no puedo dejar de
pensar en esa parte en la que
puedo despertar a tu lado cada
mañana.
Grayson_05:06: Zalamero.
17 DE JUNIO
En línea

Rubio_01:32: Tengo una pregunta.


Yo_01:32: Dispara.
Rubio_01:32: El apartamento es
suyo, ¿verdad?
Yo_01:32: Lo era, sí. Fue un
regalo de mi padre. Él quiso que
tuviera un lugar para él, en el que
se sintiera cómodo y a gusto para
crear sus diseños.
Yo_01:32: Solo estuve una vez allí
antes de... Ya sabes. Kyle tenía su
taller abajo, en el lugar en el que
puse el piano y dormía en un sofá
cama. La planta de arriba es obra
mía.
Rubio_01:33: Lo guardaste todo en
ese cuarto para no sufrir más, ¿no?
Yo_01:33: Algo así, sí.
Rubio_01:33: La pinza de la
corbata con la L. ¿Te la regaló
él?
Yo_01:33: Sí. Cuando me gradué.
Mamá se empeñó en que llevara
corbata y yo no quería. Así que
Kyle me lo regaló para hacer más
divertida la prenda.
Rubio_01:33: Siento haberme
puesto bocazas aquel día.
Yo_01:33: ¿Cuál?
Rubio_01:33: Todos en los que
te juzgué.
Rubio_01:33: No debí hacerlo,
aunque me parecieras un
esnob.

Yo_01:33: Gracias.
Rubio_01:34: Oye... ¿Todos
esos trajes que vi en tu
armario...?
Yo_01:34: Los diseñó y confeccionó
él. Cuando murió, mandé que los
terminaran con mis medidas para
poder ponérmelos, pero esos colores
no van mucho conmigo.
Yo_01:34: Aunque me puse el
berenjena en la inauguración del
restaurante de Mel.
Rubio_01:35: No te creo. No te
imagino con ningún traje que no vaya
del azul al negro, pasando por los
grises.
Rubio_01:35: De hecho el negro
con el que apareciste en el
cumpleaños de las niñas... ¡Ñam!
Yo_01:35: Eres un idiota.
Rubio_01:35: Solo estoy siendo sincero.
Estabas muy guapo, picapleitos. ¿Lo
diseñó él también?
Yo_01:35: Sí.
Rubio_01:36: Iba a hacerte
otra pregunta, pero voy a parar
aquí.
Rubio_01:36: Creo que no estás
preparado para contármelo y prefiero que
seas tú el que lo cuente sin preguntas.

Yo_01:36: Lo haré ♡.
19 DE JUNIO
En línea

Levi_17:20: Era el aniversario del


día en que murió.
Levi_17:20: Estaba muy enfadado.
Me sentía solo y triste y...
Yo_17:20: Bebiste hasta caerte.

Levi_17:21: Es un buen resumen.


Yo_17:22: Debiste haber llamado.
Levi_17:22: Lo pensé.
Levi_17:22: Estuve a punto de
hacerlo, pero me eché atrás.
Yo_17:22: ¿Por qué?
Levi_17:23: Me parecía
inadecuado llamarte cuando te dejé
de esa forma tan cobarde.
Levi_17:23: Además, llamar para
hablar de otro hombre no se sentía
correcto.
Levi_17:23: No suena justo para
ti.
Yo_17:23: Habría respondido.
Levi_17:23: Puede que sí. Pero en
cuanto hubieras escuchado mi voz,
habrías colgado.
Yo_17:24: ¿Cómo estás tan
seguro?
Levi_17:24: Estaba borracho.
Muy borracho.
Levi_17:24: Desearía haber perdido la
consciencia mucho antes de llegar al
restaurante de tu cuñada.
Levi_17:24: Le dije cosas
horribles, Colin. Cosas que no
sentía en absoluto.
Levi_17:24: Y cuando se
empeñó en cortarme el grifo, vi
rojo. Entonces llegó tu hermano y
me echó de allí.

Yo_17:25: Te lo merecías.
Levi_17:25: Absolutamente.
Levi_17:25: No sabes cuánto me arrepiento. La
pagué con ella cuando ha sido la única persona
junto a Wes que me ha dado todo sin preguntas.
Melissa es...
Yo_17:26: Generosa hasta la
médula.
Levi_17:26: Y por eso no
entiendo por qué me invitó a la
fiesta.
Yo_17:27: ¿De verdad no lo
entiendes?
Yo_17:27: Ella te quiere, pero tú no
te das cuenta porque prefieres
pensar que todos te odian.
Yo_17:27: Eres importante para
nosotros, Grayson. Solo tienes que
dejar que te ayudemos a entender
el mundo.
Levi_17:28: Sí que hablaste
con mamá.
Yo_17:28: Fueron solo unos
minutos, pero me ayudó mucho.
Es una mujer impresionante y te
quiere con locura.
Levi_17:28: Lo es.

Yo_17:29: Gracias por compartir


esto conmigo.
Levi_17:29: Mereces sinceridad,
aunque sea a través de una
pantalla.
Yo_17:29: Bueno, ¿qué puedo
decir? Mi novio es rarito y tímido.
Levi_17:30: Y el mío un insolente.
Yo_17:30: Te dije que éramos el
equipo perfecto ♡♡
20 DE JUNIO
En línea

Levi_19:30: No dejes las cosas así, por


favor. Te he explicado lo que sucede...
Yo_19:30: Tengo derecho a estar
molesto.
Levi_19:30: Lo sé, pero te compensaré.

Yo_19:31: No sé si quiero que lo


hagas.
Levi_19:31: ¿Qué quieres decir?
Levi_19:31: Vamos rubio. Se ha
aplazado y necesito estar aquí.
Yo_19:32: Lo entiendo. Entiendo tu
lucha. Entiendo lo que estás haciendo
y por quién...
Yo_19:32: Pero conforme pasan los
días, no sé de qué manera encajo yo
en todo eso, ¿sabes?
Yo_19:32: Además, creo que lo
postergas adrede.
Levi_19:32: ¿Qué? Claro que no.

Yo_19:33: Lo haces porque te sientes


seguro en tu burbuja. Pero si ni siquiera
lo intentas, nunca podrás vivir en paz.
Ya no te pido que lo hagas por mí.
Hazlo por ti.
Levi_19:33: No es fácil. No es
algo que pueda controlar.
Yo_19:33: Admites que no quieres
venir.
Levi_19:33: Pensé que podría,
pero es superior a mí.
Yo_19:34: Podría ayudarte, pero si
en lugar de hablar conmigo te
dedicas a mentir, se hace difícil.
Yo_19:34: Estoy dispuesto a todo
por hacerlo funcionar porque creo en
ti. En nosotros...

Levi_19:34: ¿Pero?
Yo_19:34: Necesito saber si es mutuo.
Me dijiste que no podrías ponerme el
primero en tu vida y lo acepté sin más.
La pregunta es...
Levi_19:35: No la hagas, rubio.
Yo_19:35: ¿De verdad hay sitio para
mí?
Yo_19:35: Porque lo dudo.
Yo_19:35: Mucho.
Yo_19:35: Muchísimo.

Yo_19:35: Y creo que va a ser mejor


dejarlo aquí.
—54—
«EL ÁNGEL CAÍDO»
—Queda una hora, Col.
Sí, sesenta minutos y yo me iba a volver loco.
Había un montón de gente en la puerta, por no
mencionar la que doblaba la esquina. Muchos esperaban a
que abriéramos porque querían conseguir su café y su tarta
de degustación y muchos otros curiosos que vinieron a
pasar el día en la playa, se acercaron al ver el tumulto.
Los nervios amenazaban con dejarme fuera de juego.
Había sido un mes muy intenso de trabajo tanto en la
reforma como en el traslado y el cuerpo lo notaba. Ese
cansancio acumulado se convirtió en un pequeño hándicap
y pensaba que la ilusión que me recorría como a un niño
pequeño acabaría por vencerle. Pero ahora mismo esa lucha
estaba en tablas. Ni siquiera el hecho de que mi familia y
mis amigos hubieran podido volar hasta Chicago rompió ese
empate. Me sentía triste y feliz a partes iguales y solo
existía una persona capaz de desequilibrar la balanza y
hacer de este día uno digno de recordar en el futuro.
—¿Sigues dándole vueltas a lo mismo?
Lo hacía.
Y es que no podía dejar de reproducir en mi cabeza el
mensaje de voz que Levi dejó en nuestro chat.
«Suerte en la reapertura, rubio».
—¿Colin?
—Perdona, ¿qué?
—¡Ay, amor!
Olivia había sido un encanto desde que anoche me
presenté en su casa sin avisar tras el desastre de aquella
conversación. La duda de si el picapleitos había creído que
rompí con él sin dar la cara empezó a navegar por mis
venas y cuando estaba a punto de volverme loco solo pude
ir allí en busca de consuelo.
Después de un chocolate caliente y una larga
conversación la rubia me convenció de que los dos
estábamos estresados y quizás dijimos cosas que no
queríamos decir, pero las palabras de Olivia no sirvieron de
mucho, ni tampoco el abrazo que me estaba dando ahora
mismo.
—No merece la pena sin él aquí, ¿sabes?
—No eres tú el que habla. Solo estás siendo exagerado.
—¿Lo estoy siendo?
—Sí. Mira, no es que quiera ponerme de su lado, pero no
debe ser fácil sentirse así de vulnerable y no poder hacer
nada para controlarlo. Es un adulto de casi cuarenta años
con miedos de crío. Suena jodido, ¿no?
—No debí presionarle. Solo estaba enfadado porque no
me siento suficiente para él y...
—Para. —Enseguida la miré molesto, pero ella no me dejó
decir nada—. Me da igual cómo me mires. Vas a parar
ahora.
—Lo que quieras. Pero callarme no va a cambiar cómo
me siento. Lo he intentado de todas las formas y no ha
servido de nada. Le dije que no me importaba el lugar que
me diera siempre que me diera uno y...
—Le importas. —Las palabras de Oli me hicieron suspirar
—. Lo sabes. Te ha traído hasta aquí. Ha acabado con esa
fundación que te hacía daño y...
—Y te cantó en mitad de un bar lleno de gente.
Oli y yo nos habíamos perdido en la que sería la sala de
descanso de aquel café, buscando algo de privacidad antes
de que todo saltara por los aires. Tener allí a todas las
personas a las que quería —a todas menos a una— lo
estaba haciendo todo un pelín más estresante y por eso hui
a calmarme un poco, pero encontraron mi escondite. En
concreto Steve lo encontró y se metió de lleno en la
conversación.
—Vaya, otro defensor del picapleitos.
—Sale solo. —Sonrió—. Sobre todo desde que me contó
toda la historia poco antes de huir de River. ¿Sabes que
nunca le hemos oído cantar?
—No te creo. Lo dices para hacerme sentir mejor.
—No, no lo hago.
Steve entró cerrando la puerta tras él y después se
acercó a nosotros dejándose caer sobre un taburete que
había junto al sofá.
—Jamás le hemos escuchado. Su madre intentó que fuera
el solista del coro, pero prefirió tocar la guitarra y después el
piano. Así que lo de cantar se lo dejó a Summer.
—Vale. Ha hecho cosas por mí porque le importo —Asentí
—. Ese no es el problema.
—¿Y cuál es, cielo?
Olivia y yo probábamos la comodidad del sofá de la sala.
La rubia estaba de rodillas, sentada sobre sus piernas y me
miraba con curiosidad.
—Pues. Yo solo quiero...
Ser el único para él.
—¡Col!
Ese grito de mi cuñada nos levantó del sofá. El tono con
el que me estaba llamando me dijo que algo no iba bien
fuera y cuando abrí la puerta y la encontré con la cara
desencajada, me di cuenta de que tenía razón.
—Oh, aquí estás.
Estaba guapísima. Había escogido un mono de color
magenta y a las niñas les había puesto un vestido a juego.
Por no hablar de la camisa de mi hermano.
—Tienes que decirme cómo le has convencido para
ponerse ese color.
—Sí, sí, sí... —Mel sacudió la cabeza—. Luego. Ahora
ayúdame a buscar a Wy.
¡Qué narices!
—¿Buscarle? —pregunté confuso—. El local está cerrado,
tiene que estar aquí.
—¿No tienes una puerta trasera?
—Sí, la hay. Da al callejón pero es sin salida. Es imposible
que se haya escapado a la calle. Tranquilízate, ¿vale?
—Wes, Jason y Dylan han salido por si acaso. —Mel
estaba desesperada—. Voy a mirar en los baños. ¿Puedes
subir tú a la oficina de Wes?
—Claro, amor. Ahora mismo.
Era imposible que ese crío se hubiera escapado a la calle.
Llevaban viviendo en Chicago de forma definitiva un par de
semanas y conocía muy bien la oficina de su padre. Algún
fin de semana que otro había estado pululando por la
reforma y se sabía todos los escondrijos del local, así que
era seguro que ese niño estaba oculto en algún lugar
secreto, pero dentro de la cafetería. De todas formas subí a
buscarle.
Después de que mi hermano diseñara un proyecto acorde
con los dos negocios, decidimos dejar la puerta que unía los
locales y la escalera tras un tabique que disminuiría el
tamaño de mi café, pero no era nada si la ventaja era poder
subir cuando quisiera a ver a mi novio. Bueno, ese era mi
pensamiento hasta ayer cuando estábamos bien.
Hoy, mientras empujaba la puerta que abría paso a las
escaleras del bufete «Connors&Hunter», la sensación era
distinta. Quizás el mes sin él hizo mella en mí, alimentando
mi inseguridad y mi miedo, haciéndome ver que, por mucho
que lo intentara, Levi nunca querría superar esa historia de
amor que le marcó.
Sin querer, todo esto de la reapertura se me antojaba
soporífero. Como le dije a Oli, no era lo mismo sin él aquí y
empezaba a sentir que aunque iba a ser un éxito el cambio
de localización, no lo disfrutaría. No lo estaba haciendo, de
hecho. Solo podía sentir ansiedad, que aumentó cuando
miré mi reloj y vi que quedaba menos de media hora para la
reapertura. Así que no me entretuve más y puse mi mano
en el pomo de la puerta trasera de la oficina de los
abogados para empujarla y salir de dudas en cuanto al
paradero del mocoso.
Eché un vistazo rápido por el espacio diáfano sin invadir
ninguno de los dos despachos. El bufete de Wes y Levi era
abierto, con sus ventanas francesas a juego con las de mi
cafetería, una pequeña recepción que ocupaba Archie, el
asistente al que contrataron, y con sus dos oficinas
acristaladas una frente a otra, de manera que podían verse
mientras trabajaban. Al fondo tenían otra sala grande en la
que se reunían con los clientes y junto a ella el pasillo al que
daba el baño y la puerta por la que acababa de entrar.
No parecía haber rastro del mocoso por allí así que di
media vuelta para volver a bajar cuando escuché un golpe
de algo que había caído contra el suelo y me llevó a hacer
eso que no quise cuando puse mis pies en esta planta;
invadir el despacho de Wes. Y cuando abrí su oficina...
—Te vas a quedar así mientras hablo, rubio.
...mis pies se quedaron anclados al suelo al escuchar su
voz.
—Lo harás porque si no lo haces, seré incapaz de decir
una sola palabra. ¿Me harás ese favor?
—Sí —respondí de espaldas sin mover un solo músculo de
mi cuerpo.
—Bien. —Suspiró y después aclaró su garganta—. Llevo
dos días en River Twist escondido porque quería darte una
sorpresa. Y, ¡mierda! No ha salido como planeaba porque no
me das tregua.
Su tono me estremecía. Que estuviera tras de mí, a dos
pasos de poder tocarle, me derretía. Necesitaba que
terminara pronto o acabaría por deshacerme.
—Nunca lo haces —prosiguió—. Siempre vas diez o veinte
pasos por delante y no sé de qué manera podré adaptarme
a ello.
No estaba dispuesto a seguir jugando a esto, así que me
di la vuelta y le enfrenté. Necesitábamos vernos las caras
porque parecía una conversación seria. Falté a mi palabra sí,
pero por la reacción del picapleitos él parecía estar
esperando a que lo hiciera.
—Estuve a punto de coger el coche tras nuestra charla de
ayer. Quería verte y que me dijeras todo eso que dijiste
anoche. Quiero que me digas a la cara que dudas de mí —
dijo enfadado dando un paso hacia mí—. Que dudas de
nosotros... ¿De verdad lo haces?
Miré al suelo avergonzado y sintiéndome pequeñito ante
toda la inmensidad del abogado. Tenía derecho a tener mis
inseguridades, ¿no? No estaba siendo fácil para mí asumir
que, para una vez que me había enamorado, no sería el
primero para él. Era una puta mierda, pero jamás le pediría
que me lo diera todo a mí si no podía hacerlo, por mucho
que doliera. No lo haría porque su felicidad era todo para
mí.
—¡Mírame, joder!
Levi agarró mi cara con su mano derecha firme pero
suave, con la suficiente fuerza como para que no quisiera
dejar de mirarle.
—Yo...
—Te dije que iba a ser jodido —gruñó sin soltar mi cara—.
Te dije que sería tu mayor acto de caridad y dijiste que
podrías hacerlo. ¿Me mentiste?
—Sí. —Sus ojos se pusieron redondos como platos—.
Mentí. Jamás estaría contigo por caridad. Eres el amor de mi
vida, Grayson.
—Y tú el de la mía, ¡hostia! ¿No te das cuenta?
Levi me soltó y me sentí vacío al instante, cuando
empezó a andar sin sentido por la oficina de Wes.
—Estoy aquí en un evento que, según he visto a través
de la ventana, no va a ser discreto y todo lo que quiero es
que se abra un agujero en el suelo y desaparecer. Pero a
pesar de ello me mantengo en pie, vestido para la ocasión
y...
—Estás muy guapo. Aunque te falta una cosa.
Le faltaba esa pinza plateada con su inicial y, menuda
suerte la suya, la tenía yo en este momento. Lo tuve
conmigo desde que invadí su apartamento y rebusqué en su
cajón. Olvidé dársela en Los Ángeles y hoy la metí en mi
bolsillo de mis pantalones como si fuera un talismán.
—Así está mucho mejor —dije colocando el adorno en su
corbata sin que se inmutara—. Ahora estás perfecto.
Lo estaba. Parecía un ángel caído y yo esperaba ver
cómo sus alas en llamas se desplegaban. Repetía traje, el
negro, pero hoy parecía quedarle mejor que en el
cumpleaños de mis sobrinas.
—No me adules, repostero. Estamos discutiendo.
—Sí. —Sonreí—. Discutimos porque estás aquí. ¿Estás
aquí, verdad?
—Lo estoy, pero no parece suficiente para ti —respondió
hastiado.
—Olvídalo. Ayer estaba nervioso y dije cosas que no quise
decir y...
—Sí querías decirlas y está bien que lo hicieras.
Di un último paso hasta que la punta de sus zapatos y las
de mis deportivas chocaron al mismo tiempo que lo hacían
nuestros ojos, cuando se rindió y dejó caer su frente sobre
la mía.
—Te he echado tanto de menos, rubio.
—Yo a ti más, amor. No te imaginas cuánto. No tienes
idea de cómo quería verte, tocarte, besar...
No dejó que terminara. En un segundo tenía sus labios
sobre los míos, devorándolos con todas sus ganas mientras
sujetaba mi cara con fuerza y yo no podía hacer nada por
derretirme ante su toque.
—Te amo, Grayson.
—¡Tío Levi!
Sentí que iba a hacerlo. Que por fin sería capaz de
decirme que él también se sentía de esa forma, pero el
mocoso perdido quiso aparecer en ese momento y no en
otro, sin saber que por su juego inocente mis dudas se
acrecentarían un poco más.
Por suerte todo quedó aparcado porque la reapertura fue
un éxito.
No hubo una sola persona que se marchase disgustada.
Aunque la mayoría vino porque nos conocían, hubo otra
parte que nos visitaba por primera vez y ver sus caras de
sorpresa y satisfacción se convirtió en un chute de energía
para mí. Después de descubrir a Levi en su oficina todo
cobró sentido y no me cabía duda de que era porque él
estaba aquí, porque él era la pieza que faltaba en mi vida
para hacerla funcionar de forma correcta.
—Ay, rubio...
Mel se me abalanzó abrazándome como una mamá oso.
—Estoy tan contenta de ver lo bien que te va aquí.
—Gracias —Sonreí apretándola contra mí—. Por todo.
—No te entiendo —Melissa se separó mirándome con su
ceja izquierda arqueándose.
—Sí, lo haces. El paripé de antes para que
encontrásemos a Wyatt...
—Ah, ¿pero no se había perdido?
—Eres boba —Sonreí más aún—. Te quiero.
—Yo también, rubio.
La abracé de nuevo mientras miraba a todas las personas
que seguían con la fiesta a pesar de que hacía una hora que
terminó todo. Mi vida de Los Ángeles parecía fusionarse
muy bien con la de Chicago y yo no podía estar más feliz.
—Por cierto, ¿dónde está tu Romeo?
Buena pregunta.
Hacía un rato que le vi desaparecer por el pasillo y me
temía que hubiera colapsado en su despacho. Lo hizo bien a
pesar del esfuerzo que estaba siendo para él. Levi se
mantuvo escondido en la mesa más lejana del local, en
donde nadie pudiera verle mientras me vigilaba. Parecía un
escolta. Uno de esos guardaespaldas que pasan
desapercibidos pero que si los necesitas están a tu lado en
menos de un segundo. No dejé de sentir sus ojos sobre mí
en ningún momento y cuando se fue el último cliente siguió
vigilándome, observando cómo era en mi ambiente, con mi
familia, sonriendo, celebrando, haciéndole parte de esto,
incluyéndole en mi vida aunque fuera desde su asiento
alejado.
Pero ahora...
—Supongo que tomando un poco de aire. Debe
necesitarlo.
Dejé a todos disfrutando de un pequeño picoteo y fui a
buscarle. Estuve a punto de subir a su despacho, pero no
tuve que hacerlo porque le encontré en la sala de personal
con mi hermano. Eso me alarmó. No me di cuenta de que
Dylan tampoco estaba fuera hasta que le vi aquí, con el
picapleitos, y por sus caras no parecía ir bien.
—¿Hola?
Dy me miró, su expresión ilegible, cuando salió sin decir
una sola palabra y antes de marcharse con los demás
apretó mi hombro mientras la confusión se apoderaba de
mí.
—¿Qué sucede?
—Nada. —Levi negó con la cabeza—. Todo está bien.
—¿Por qué no lo parece?
—Solo intenta protegerte. Está bien, de verdad.
—¿Protegerme de...?
Levi sonrió, aunque no llegó a sus ojos y eso me cabreó.
—¡Oh, venga ya! —Resoplé—. Hace tiempo que pasamos
ese bache. No tiene que protegerme de ti. No vas a
hacerme daño.
El abogado frunció sus labios y después me miró
torciendo su boca, como si estuviera refutando mi
afirmación.
—Le he dicho que vais a tener que continuar con la fiesta
sin mí y no le ha hecho gracia.
Vale, ahora encajaba todo...
—Le entiendo, ¿sabes? —dijo encogiéndose de hombros
—. Entiendo cómo se ve desde fuera. Sé que parece que no
me estoy esforzando y entiendo que...
—Te acompaño a casa.
—¿Q-Qué? —Él negó enseguida—. Claro que no. Es tu día.
Tu momento. Toda tu familia está aquí. Han venido a
apoyarte porque te quieren y no vas a dejarles por mí.
—Pero...
—Solo necesito ir a casa, relajarme y tomar aire para
poder continuar desde aquí. Tú lo entiendes, ¿verdad? —
Asentí aunque me hubiera interrumpido—. Pues me vale.
—Pero no quiero que estés solo. Lo comprenderán si se lo
explico. O puedo decirles que no me encuentro bien y...
—No. No vas a mentirles por mí. Así no va a funcionar y
no quiero eso, rubio.
—Grayson...
—Mira, vamos a hacer una cosa.
Levi acabó con la distancia que nos separaba, me atrapó
por la cintura y me abrazó sin apartar sus ojos de los míos.
Esa era una de las formas en las que me demostraba cuánto
me quería. Sabía lo difícil que le resultaba hacer esto con
cualquier persona y que fuera capaz de mantenerse fijo en
mis ojos, hinchaba mi corazón como un globo dentro de mi
pecho.
—Vas a ir a cenar con ellos y a disfrutar del resto de tu
día.
—Pero...
—Y cuando termine —dijo poniendo sus dedos sobre mis
labios para hacerme callar—. Cuando todo acabe vendrás a
mí, a casa. Y te estaré esperando. ¿De acuerdo?
Así funcionaba él y no le presionaría. Al menos no hoy.
Por eso asentí aunque todo lo que quería era que llegase el
final de la noche para poder estar a solas. Apenas le había
disfrutado desde que llegó y no veía el momento para poder
hablar y tener un momento para nosotros. Solo para
nosotros.
—Está bien.

—Y esto exactamente es...


El piano bar.
Bien entrada la tarde fuimos tras Oli y Noa que habían
organizado la cena de fin de fiesta aquí y aunque las quería
con locura, simplemente no lo estaba disfrutando para
nada. Estar aquí, sin G., se sentía erróneo y eso debía ser lo
que tenía a la boca de mi estómago pinchando desde que
entramos.
—El bar favorito de tu hermano. —Oli parecía tan
emocionada como una niña pequeña.
—¿Ah, sí? —Dylan echó un vistazo al bar.
—Lo es —Noa sonrió—. ¿Verdad, rubio?
Tenían razón, lo era, aunque lo importante fuera el
porqué.
Lo era porque terminé de enamorarme de él aquí, pese a
no conocer su identidad. Lo era porque cuando le escuché
tocar ese piano por primera vez, me cautivó convirtiéndome
en un adicto a sus actuaciones. Lo era porque me sentía a
salvo, protegido, cuidado y en paz cuando sabía que iba a
tocar. Y era mi bar favorito porque me devolvió la fe en las
almas gemelas, aunque la mía ya tuviera una.
«¡Ay, Dios! ¡No puedo dejar de darle vueltas a lo
mismo!».
—¿Y, por qué? —Ahora era Mel la curiosa.
—Da igual. —Sonreí de mala gana fingiendo estar bien—.
Vamos a cenar, ¿sí?
Entramos al piano bar, ellos entusiasmados, yo deseando
que alguien tirase de mí y notando cómo mi estado de
ánimo caía en picado porque solo podía pensar en Grayson.
En mi Levi...
Me sentía mal estando aquí divirtiéndome mientras él
estaba solo en casa, tal vez viendo alguna película o
escuchando música mientras echaba de menos su piano.
Desde que se marchó a Los Ángeles en aquella espantada
de película, su salón había permanecido vacío y desnudo sin
aquel maravilloso instrumento presidiendo el espacio. Wes y
su hijo estuvieron apenas un par de semanas en el
apartamento del picapleitos y después volvió a estar en
silencio, por eso sabía que lo que más le calmaba en
momentos de tensión no podría hacerlo. Y, ¡qué demonios!
Me moría por irme con él. Por charlar por los codos y
calmarle con mis tonterías mientras me regalaba esa
sonrisa que solo aparecía cuando yo estaba cerca. Lo que
más deseaba en el mundo en este momento era irme con él
y estaba tan metido en mi cabeza que no me di cuenta de
que el piano bar estaba vacío y en silencio, a excepción del
personal.
Era demasiado raro, ¿no?
Miré mi reloj y comprobé que era la hora normal en la
que estaba repleto de gente disfrutando de las horas de
micro abierto y de las cenas deliciosas que hacían allí. Pero
no había un alma. Las mesas estaban vacías. El escenario
desnudo sin la tela blanca que siempre escondía ese
maravilloso piano. Hoy presidía el local a la vista de todos,
abandonado y triste porque esta noche nadie iba a
acariciarlo. Y los camareros parecían aburrirse dando brillo a
los vasos tras la barra.
—Rubia...
Me detuve en seco cuando llamé la atención de Olivia
mientras el resto charlaba sin más.
—Le pedimos a Liam que cerrara para nosotros y como es
amigo de Steve, accedió encantado.
—¿Cómo sabías lo que iba a preguntar?
Oli sonrió y me sacó la lengua en respuesta mientras
tiraba de mi mano para unirnos a los demás. Cuando vi lo
felices que estaban todos y sentí ese calor que tanto echaba
de menos al tenerles al otro lado del país, decidí incluirme
en esa atmósfera tan bonita que se había creado a mi
alrededor y me dejé llevar. Oli, Noa, Wes, Claire y los demás
estaban sentados en las mesas junto a la que yo bauticé
como la mía la primera vez que pisé este sitio. Como no
cabíamos todos en una, decidieron dejarme junto a Dylan,
Mel y Jason. Los cuatro de siempre. Los mosqueteros y la
jefa mandona que nos robó el corazón. Mamá y la madre de
Mel junto a sus parejas se retiraron al hotel con los niños
para ejercer de abuelos y nos dejaron disfrutar de lo que
quedaba de la noche, aunque seguía sintiéndome
incompleto porque por mucho que el calor de mi familia se
sintiera agradable, necesitaba el suyo porque ya no
concebía mi vida sin él a mi lado.
«Decisión tomada, Colin».
En este mes que estuve sin él le di muchas vueltas a la
cabeza, pensando en algo que me ayudara a destronar a
ese fantasma y quedarme con el corazón del abogado todo
para mí. Pero ahora, aquí sentado frente a ese piano vacío,
me di cuenta de que me daba igual que su corazón
perteneciera a alguien más. No me importaba. No mientras
me dejara estar junto a él y estaba más que decidido a
demostrárselo. Pero cuando estuve a punto de levantarme
de mi silla, justo en el momento en el que la arrastré hacia
atrás e iba a huir, las luces del bar se apagaron.
Y dejé de respirar
—55—
«SUYO»
Limpié el sudor de mis manos en mis pantalones.
Empezaron a chorrear en el momento en el que les vi
entrar a través de aquellas cámaras que Liam tenía y sonreí
al recordar la primera vez que le vigilé de esta manera.
Aquel día estaba enfadado conmigo por algo que no
entendía y se enfrentó a mí echándome de su territorio. El
rubio tenía arrojo y era una de las cosas que más me
gustaba de él. Era valiente, fiel a lo que sentía y necesitaba
hacerle saber lo agradecido que estaba porque me hubiera
elegido a pesar de todo, a pesar de mí.
Tuve que convencerme de que estaba haciendo lo
correcto un par de veces e incluso pedí ayuda a la persona
que menos fe tenía en mí en este momento. Le pedí a Dylan
que me ayudara a mantener a Col con ellos, porque sabía
que en el momento en el que le dijera que quería irme,
querría venir conmigo. Así que le conté al hermano de mi
novio mis planes, muy por encima, y me ayudó pese a sus
dudas.
Llegar aquí no fue fácil, de hecho necesité dos días y una
charla que hizo desaparecer todos mis miedos de golpe.
Nunca creí en las hadas madrinas, ni en los ángeles de la
guarda hasta que ayer descubrí que mamá era el mío y es
que incluso visitando de vez en cuando un mundo ajeno a
este, fue capaz de permanecer conmigo, coger mi mano y
llevarme hasta el final del túnel en el que había una luz
cegadora y cálida que me reconfortó de inmediato.
∞∞∞
• River Twist – 24 horas antes... •
No fue buena idea.
Pasar toda la noche en la habitación en la que abandoné
a Colin aquel día me pasó factura. No pegué ojo, por no
mencionar cómo iba sintiendo que la culpa se hacía más y
más grande. Y si fuera solo eso, ni tan mal. Pero no.
También tuve que hacer frente al fantasma de Kyle a los
pies de mi cama, mirándome como si estuviera esperando
algo. Así que, como no pensaba hablar con él, decidí
emplear mi tiempo en otra cosa.
Le di vueltas a todo. Tal vez demasiadas y por eso ahora
tenía más dudas que nunca. Me daba miedo el futuro. Me
daba miedo tener que enfrentarme solo a él y esos temores
no eran infundados. Millones de preguntas surgieron desde
que discutí hacía apenas media hora con Colin. Muchas de
ellas estaban ya dentro de mí, solo que no me atreví a
hacerlas y ahora se repetían una y otra vez en mi cabeza. Y
como no veía la forma de echarlas de ahí corrí en busca de
los únicos brazos que conseguían darme paz.
—Buenas noches mamá.
Era irónico que mi madre fuera un ser de luz y yo me
considerase el tipo más oscuro del universo.
—Hola cariño. No te esperaba.
—Ya.
Lancé una moneda al aire antes de decidir venir a la
mansión. Cabía la posibilidad de que mamá no me
reconociera o de que me ubicara en una época diferente,
pero también podía estar centrada y saber el día en el que
estábamos. Y me arriesgué aun no teniéndolas todas
conmigo.
—¿Estás triste, hijo?
—Tal vez. —Sonreí.
Cuando llegué y Austin me envió a la cocina pensé que
todo sería más duro pero en cuanto la vi la angustia se
marchó.
—¿Por qué? ¿Es que te has peleado con él?
No lo pude evitar. Mis ojos se cerraron al momento y un
suspiro enorme me abandonó. Mamá parecía no estar aquí
conmigo, no en el presente. Ella vivía en el mundo en el que
Kyle lo hacía y eso partió un poco más mi corazón.
—Mamá... —Traté de recomponerme y cambiar de tema
—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro que sí, hijo.
—Cuando te casaste con Gabriel, ¿seguías enamorada de
mi padre?
—No.
Justo lo que temía.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque no quiero hacer daño a una persona que me
importa demasiado.
—¿Kyle o ese hombre rubio con el que venías el otro día?
Un momento... Ella no estaba en el pasado.
—¿Ambos? —pregunté mientras mi ceño se fruncía.
—¿Puedo darte mi opinión?
—Por favor.
Mamá y yo compartíamos unas tazas de té y algunas
pastas sin azúcar mientras el servicio cocinaba para la cena
de hoy. Nunca me gustó ese ambiente y sabía que a ella
tampoco, aunque se adaptó a su nueva vida por Gabe.
—Sabes que estamos aquí de paso, ¿verdad?
De acuerdo.
Tenía mi atención y no solo porque me interesara lo que
tuviera que decirme, lo hacía por lo que ya había dicho sin
saberlo. Sentí como si Kyle quisiera decirme algo y hubiera
elegido a mi madre para hacer llegar su mensaje. Y es que
no podía dejar de pensar en que eso fue lo que le escuché
decir cuando me atreví a hablar con él por primera vez en
mis sueños. Después de mi noche con el rubio en el
Autumn, me dio una pequeña tregua pero volvió a aparecer
poco después de mi huida a Los Ángeles. No se lo dije a
Colin por miedo a que pensara algo que no era. O tal vez sí
lo era, pero no podía admitirlo.
¿Estaba enamorado de los dos? No. Estaba seguro de que
eso no era lo que me pasaba y sin embargo no encontraba
otra razón lógica que explicase mi desconcierto ante mis
sentimientos. Y por eso necesitaba escuchar la opinión de
mamá.
—Mira cariño, hay personas destinadas a estar en tu vida.
Unas se quedan un poco y otras permaneces a tu lado y te
acompañan hasta el final de esta aventura. Lo importante
no es cuánto se quedan sino lo que nos enseñan mientras
están con nosotros.
—No sé dónde quieres llegar.
—Sí, lo sabes.
—¿Y eso cómo me ayuda? Quiero decir... —Resoplé—. No
sé qué tiene que ver eso con mi futuro, mamá. No sé cómo
darle el lugar que merece si ya lo ocupa Kyle. ¿Cómo puedo
quererles a los dos, mamá?
—¿Estás seguro de eso, hijo? —Mamá sonrió y agarró mis
manos—. ¿Estás convencido de que les quieres de la misma
forma?
—Sí, ¿no? Tiene que ser así. Era mi mejor amigo. Mi
primer todo. Mi...
—Sí, lo sé, cariño.
—¿Entonces por qué no pude responderle, eh?
—Porque no eres ningún mentiroso, hijo.
La respuesta que mamá lanzó, impactó contra la boca de
mi estómago como si de un golpe se tratara. Fue tan salvaje
y violento que consiguió disolver esa nube negra que el
rubio me dijo que a veces estaba a mi alrededor. Y, cuando
eso pasó, logré pensar con claridad. Mamá tenía razón, no
respondí a Kyle porque no quise mentirle.
—Pero yo le quería, mamá —Suspiré y una lágrima
maldita decidió salir en ese momento.
—Sé que lo hacías, a tu modo —Enseguida fruncí el ceño
y mamá puso su dedo en mi entrecejo—. No te enfades,
Grayson. Sabes que tengo razón. Kyle te enseñó mucho en
el poco tiempo que pudo cuidar de ti. Te ayudó a ver que
eres tan válido como cualquiera para llevar una vida normal,
porque siempre pensaste que no lo lograrías. Por eso te
escondías. Por eso no querías acercarte a nadie y por eso
salir con él te ayudó. Y es por esa misma razón que le
quieres y le querrás de por vida.
Mi madre era maravillosa.
—Cierra los ojos, hijo. —No tenía idea de qué pretendía,
pero lo hice—. Imagina que estás allí, en el hospital. Imagina
que le estás viendo ahora y que la vida te está dando una
oportunidad para despedirte.
En mi mente Kyle sonriendo me miraba expectante como
si supiera lo que iba a pedirme mamá a continuación.
—Respóndele ahora.
«Gracias...».
Abrí los ojos en cuanto pensé en esa palabra y me
encontré con la mirada gris de mi madre, cargada de una
convicción tan fuerte que logró hacerme sonreír.
—¿Cómo lo...?
—Te leo. Siempre lo voy a hacer aunque mi mente viaje a
su antojo.
—Mamá...
—Y por eso siempre he sabido que, aunque le querías
muchísimo, al final todo tu amor se transformó en gratitud.
No era amor, al menos no del romántico, no del que sientes
por ese tipo rubio. Kyle te abrió una puerta hacia lo
desconocido. Te ayudó a entenderte y a conocerte, pero ha
sido ese hombre el que de verdad te ha liberado de esas
cadenas que tú mismo te ponías.
En este momento dudaba hasta de mis dudas y no podía
sentirme más perdido. Me daba miedo todo lo que estaba
diciendo, entre otras cosas porque tenía razón y escucharlo
en voz alta no ayudó.
—No estoy seguro de nada, mamá.
—Eso no es verdad, tesoro. No dudas, solo tienes miedo y
lo sé porque soy tu madre. Tienes miedo de caminar junto a
ese hombre sin saber si seguirá siempre a tu lado pero,
¿qué es el amor sino un acto de confianza ciega? Tú historia
con Kyle fue y pasó. Y él estaría muy triste viendo que no
quieres avanzar con el futuro tan maravilloso que te está
brindando la vida, el que te ofrece ese rubio tan guapo.
Sabes que en el fondo lo vuestro no hubiera funcionado y
por eso nunca le dijiste que le querías, a pesar de que lo
hacías. Le querías pero no acababas de sentir esa chispa
que te alerta de que estás hasta las trancas.
—Yo lo intenté, mamá.
—Lo sé, pero eras solo un crío, Grayson. Por muy maduro
que fueras, no dejabas de ser un adolescente perdido y él te
adentró en un sitio nuevo. A esa edad todo se magnifica,
todo es más intenso hijo, más irreal, más visceral y quizás
por eso te sentías tan desubicado. Además, sabes que no
tiene nada que ver con lo que sientes por...
—Colin. Se llama Colin.
—Bonito nombre. —Sonrió—. Entonces, ¿tengo razón?
—No lo sé, mamá. No lo sé porque me pasa lo mismo.
Soy incapaz de dejar que esas dos palabras salgan y no
puedo evitar hacerme la misma pregunta una y otra vez. ¿Y
si es lo mismo con él? ¿Y si no puedo decirle lo que siento
porque solo le estoy agradecido por ayudarme? —Cerré los
ojos y respiré profundo—. Solo estoy asustado.
—Lo que te asusta es que tienes las respuestas a todas
esas preguntas.
—Tal vez.
—Mira, Grayson. Lo tuyo con Kyle no hubiera funcionado
nunca. Te sostenía la mano mientras te enseñaba caminos
nuevos y tenía mucho cuidado de que no pisaras en el sitio
incorrecto, te sobreprotegía tanto como tú a él, porque
pasasteis por algo parecido. Os movía la compasión. Pero
ese tal Colin te empuja sin preguntas, animándote a
explorar por ti mismo, sabiendo que si te caes por haber
dado un paso en falso, te va a tender la mano de inmediato.
Te has enamorado de él porque te reta y te anima a
intentarlo una y otra vez.
Me sentía herido por sus palabras aunque tuviera razón.
Quise enamorarme de Kyle y me forcé a que así fuera y tal
vez por eso no dejó de ser un amor inocente, el primero, el
que me abrió la puerta a lo desconocido. Me hizo sentir
especial, importante, normal, pero mamá tenía razón al
afirmar de esa manera contundente que no funcionaría por
mucho que nos quisiéramos. Éramos amigos ante todo y
nos convertimos en el apoyo del otro en cuanto nos
conocimos, mucho más cuando vino a vivir a casa. Quizás
por eso pensé en que nos «enamoramos», porque no había
nadie más frente a nuestras narices y aunque no tenía duda
de que lo que sentí fue real y también correspondido, quizás
ese amor no fue lo que debió ser porque nos dejamos llevar
por lo solos que nos sentíamos, por la necesidad de tener a
alguien que comprendía al otro.
—Cariño, tienes que dejar que Kyle se vaya y confiar en
Colin. Me lo prometió, ¿sabes? Me prometió que no te
dejaría y le creí. Así que en tu mano está querer practicar lo
que te enseñó Kyle, para no olvidarlo. O puedes quedarte
solo con lo que aprendiste.
—¿Te he dicho que te quiero alguna vez?
—Pocas. Aunque no tengo queja porque lo sé. Eres
reservado y un poco frío cuando se trata de expresar lo que
sientes, pero eres un genio demostrándolo.
—¡Ay, mamá!
—Lo digo de verdad. Todavía guardo todos los dibujos que
me hacías en el colegio. Por no mencionar las canciones que
me dedicabas después del servicio dominical, cuando el
párroco te dejaba a solas con su piano. Esos gestos valen lo
mismo que los te quiero, amor.
No dejé que me dijera nada más. Arrastré mi silla hacia
atrás y me levanté casi de un salto ante su mirada confusa.
—¿Dónde vas?
—Me has dado una idea mamá. Eres la mejor. Siempre lo
has sido.
Mi misión acababa de cambiar y aunque la idea de
sorprender a Colin en la reapertura no la había descartado,
primero tenía que tomar un desvío en el camino. Enseguida
miré mi reloj y comprobé que si no salía mañana muy
temprano, nada de lo que había en mi mente iba a
funcionar.
—Tengo que irme.
Salí pitando de aquella cocina, aunque antes de irme le
eché un vistazo de reojo mientras sonreía de oreja a oreja.
No sabía cuándo volvería a encontrarme con mamá de esa
manera o si volvería a pasar siquiera, así que me bebí la
imagen de mi madre mirándome como si fuera su mundo
entero y solo salió.
—Te quiero.
—Yo también hijo.

∞∞∞
Era el momento de la verdad.
Las luces del bar se apagaron y esa fue mi señal para
caminar entre las sombras hasta ese piano que hacía
magia. Me temblaban las piernas porque le pedí a Liam que
se deshiciera de la tela en la que proyectaban mi sombra y
esta noche salté al vacío con la esperanza de que él
estuviera abajo esperándome. Cuando me senté, tomé aire,
aclaré mi garganta y entonces comenzó todo.
Mi voz a capela volvió el ambiente sepulcral y cuando
acaricié las teclas del piano para acompañarme, les convertí
en estatuas de cera. A todos menos al rubio que miraba
hacía el pequeño escenario boquiabierto, mientras sentía
ese verde tan precioso de su iris traspasando el
instrumento. Elegí esta canción por cómo me hacía sentir
pero sobre todo por lo que quería que entendiera él. «Fire
on fire» de Sam Smith era la canción, nuestra canción, y
necesitaba que me creyera. Fue por eso que, en cuanto me
sentí cómodo, miré a la derecha y con un ligero
asentimiento de cabeza le pedí a Liam que encendiera las
luces, quedando al descubierto para el mundo. Para él.
Esperé a notar mi pecho apretándose por culpa de la
ansiedad, pero estaba tan metido en el tema, en lo que
quería conseguir con él, que eso que esperaba sentir nunca
sucedió.
Por eso fui un paso más allá.
Abrí los ojos y le miré justo cuando mis sentimientos se
mezclaban con la letra de la canción, porque quería que
supiera que siempre fue él aunque me hubiera costado
entenderlo. Que, como bien entonaba Smith, el rubio era la
única dirección que tomaría mi corazón y en el momento en
el que iba a cantárselo Kyle apareció a su lado cerrando mi
garganta.
La asfixia duró solo un segundo, porque la sonrisa de
ambos hizo que el aire volviera a pasar a mis pulmones.
Entonces me fundí de nuevo con el piano dejándome llevar
por lo que sentía por los dos. Intenté hacerles llegar todo lo
que no me atreví a decir con palabras. Quería que Kyle
supiera lo agradecido que estaba por haberme enseñado
que podía hacerlo, que podía amar y, sobre todo, que podía
ser digno de que alguien me quisiera de vuelta y con todo
mi equipaje. Y de Colin esperaba que pudiera creerme, que
sintiera cómo este amor que había llegado sin que lo
esperase me atrapó y no tenía intención de huir nunca más.
Quería que entendiera que le amaba incluso sin decir las
palabras.
Con la adrenalina amenazando con volar mi cabeza, me
enfrasqué en la última estrofa con mis ojos cerrados con
fuerza y, al terminarla, el solo de piano aminoró el ritmo de
mis latidos y aproveché para mirar de nuevo a Colin y a
Kyle, que seguía a su lado esperando para despedirse de mí.
Ese fantasma que vivía desde hacía años en mi corazón
miró a su derecha, justo hacia Col, sonrió y asintió antes de
volverse humo cuando una lágrima rodó por mi mejilla. Era
el cierre que necesitaba. Era todo lo que me hacía falta para
poder seguir adelante y saber que él lo aprobaba me dio el
coraje necesario para tocar la última nota de aquella
canción al mismo tiempo que vocalicé un «te amo» silente
que humedeció los ojos de mi rubio. Mi repostero. Mi
salvavidas.
Mi todo.

Mis labios descansaban posados en su nuca cuando


exhaló incapaz de controlarse, inclinando su cabeza para
darme mejor acceso a su cuello y cuando lo tuve, le hinqué
los dientes con tesón pero sin hacerle daño, alternando
entre ellos y mis labios mientras succionaba con fuerza.
Quería marcarle. Quería que, cuando saliera de aquí en
unas horas, cualquier persona que le viera supiera que era
mío y eso me tenía bastante obsesionado.
Después de desnudarme en cuerpo y alma mientras
tocaba, le pedí que subiera a la 113. Le esperé a oscuras,
tras la puerta, como si fuera una ceremonia obligatoria para
nosotros y cuando entró le puse su antifaz sobre los ojos y
me mantuve en silencio intentando volverle loco. Al ver lo
sorprendido que estaba en su mesa habitual esperando a
que le deleitara con el piano, supe que estaba haciendo lo
correcto y ahora, como fin de fiesta, nuestro broche final en
esta habitación sonaba como una siesta en mitad del cielo.
—No quiero que esto termine. No puedo dejarte ir. No sé
cómo voy a hacerlo pero no puedo apartarme de ti. Eres mío
para siempre, ¿podrás con ello?
¿Que si podría? El rubio no tenía idea de la bestia que
había dejado suelta. No prescindiría de él, jamás. No porque
ya sabía lo que era que el rubio me amase con esa
intensidad y yo era un egoísta.
Con su espalda contra mi pecho, llevó sus manos hasta
mi cuello y dejó que sus dedos se adentraran en mi pelo
tirando de él causando un ardor placentero, haciendo que
mis dientes se clavaran más tras su oreja y provocando un
grito que me puso al borde de la locura.
—No me dejes. —Suplicó.
—Nunca más.
Me incitó hasta que le contesté y eso hizo que su
respiración se detuviera al igual que el resto de su cuerpo.
Colin se quedó inmóvil cuando le respondí y, no, no fue algo
fortuito. Esa fue la mejor forma que se me ocurrió para que
el rubio estuviera seguro de que lo que había pasado esta
noche era real. Quería que tuviera claro que se acabaron los
juegos. Que Grayson y Levi se habían fusionado en uno y
era todo suyo.
Tras unos segundos agónicos él seguía estático, su
corazón sacudiéndose desenfrenado, pero no dijo nada. Solo
giró sobre sus talones y atacó mi boca a tientas porque con
el antifaz que le obligué a ponerse no podía ver. Y ahí me
abandoné. Su lengua luchaba contra la mía, sus manos
despojándome de mi jersey mientras las mías le quitaban
esa camisa blanca que se había puesto recogida a la altura
de sus codos y que me volvió loco desde que le vi en el
nuevo local de Loyola, llevándome al borde de la demencia
cuando entró al piano bar y también durante todo el tiempo
en el que estuve tocando.
Cuando nos deshicimos de la ropa que nos estorbaba
para continuar, me detuve porque había algo nuevo en él.
Justo sobre su pectoral izquierdo. Un tatuaje que me
resultaba familiar y mis dedos tomaron vida propia mientras
lo acariciaban.
—Es tu sitio —dijo su sonrisa sin borrarse de su cara—. Tu
casa.
El rubio se había tatuado mi firma en su corazón. Supuse
que la sacó del contrato del maldito local y la plasmó ahí en
uno de sus ataques impulsivos. Y me encantó, tanto que
pasé a la parte inferior y tiré de su cinturón para acercarle
más a mí si es que eso era posible, cuando sus dedos
comenzaron a acariciar mis brazos y entonces me di cuenta
de lo que estaba buscando. Las yemas de sus dedos
trazaron mi brazo a la altura en la que solía poner aquel
chisme circular y podía jurar que una pizca de preocupación
apareció en su cara, pero no duró mucho y tampoco dijo
nada al respecto. Olvidé que me tocaba ponerme un nuevo
medidor de glucosa, pero no pasaba nada. Me encontraba
bien desde el último susto y me estaba cuidando mucho y
como el rubio confiaba en mí, siguió torturándome con sus
caricias.
—Hueles tan bien. Cantas tan bien... —Sonrió—. ¿Dónde
estaba tu botón de reinicio el primer día que me trajiste
aquí, picapleitos?
Ahora el que sonreía era yo por la pregunta que hizo. El
muy idiota estaba jugando bajo mis normas, forzándome a
hablar de nuevo.
—Lo olvidé en casa, como hoy.
—Quítame el antifaz, Grayson.
Me encantaba que me llamara así. Lo hacía sonar tan
especial. Tan...
—No.
Tan suyo...
—¿Por qué no? Quiero verte. Quiero besarte hasta que
me duela la boca. Quiero decirte que...
—No. Esta noche no vamos a hablar, rubio. Vas a dejar
que te muestre cuánto te amo.
—¡Oh, Dios! —dijo, sus dientes atrapando mi labio—. Dilo
otra vez.
—Te amo.
—Deja que me quite esta cosa, te lo ruego.
—Más tarde.
—Está bien. —Resopló—. Tu juego, tus normas. Pero no
escaparás de mí, picapleitos. Quiero que lo repitas hasta
quedar afónico.
No respondí.
En su lugar me deshice de su cinturón con urgencia, a la
vez que nos movía por aquella habitación que se había
convertido en nuestro templo y como si de una coreografía
se tratara, Colin se dejó llevar por mí hasta que el interior
de sus rodillas chocó contra el colchón y casi cae sobre él,
pero le sostuve manteniéndole en pie porque tenía grandes
planes para esta noche. Quería redimirme por lo que le hice
pasar para llegar hasta aquí y tenía de plazo hasta el
amanecer, por eso no perdí el tiempo. Enganché mis
pulgares a su cintura y tiré de todo lo que llevaba hacia
abajo dejándolo arrollado en sus tobillos y me arrodillé
frente a él, en señal de rendición, provocando que las
manos de Colin se volvieran puños, quizás ansioso por lo
que estaba por venir y no pretendía hacerle esperar
demasiado. Sin dudarlo, le atraje hasta mi boca y me perdí
en el momento mientras sus dedos se trabaron a mi cabeza,
tal vez para controlar el volumen de esas maldiciones que
de vez en cuando salían de lo más profundo de su garganta.
El rubio era un espectáculo visto desde mi posición. Sus
tatuajes adornando su torso y sus brazos, su cabeza hacia
atrás y su boca abierta tomando aire para no desfallecer
ante el plan de mis labios que buscaban volverle
completamente loco como él solía hacer conmigo. Quería
hacerle saber lo que sentía. Quería que supiera que nunca
fue mi intención hacerle daño y que todo lo que quise fue
acercarme a él porque, por mucho que lo hubiera estado
negando, me enamoré de esa boca suya en cuanto le vi.
—Por Dios, Levi. Si sigues haciendo eso yo...
Mis manos se enterraron en sus caderas y continué con
mi tormentoso vaivén cuando todo terminó tras un clamor
que el rubio no logró sostener, mientras yo ganaba mi
perdón derritiéndome a sus pies.
Después de algunas horas en las que conquistamos cada
centímetro de nuestros cuerpos, yacíamos abrazados en la
enorme cama de la 113, su cabeza descansando en mi
pecho y mis dedos peinando ese pelo que me volvía loco.
—¿Dónde vamos a partir de aquí?
—Donde me lleves, picapleitos. Donde me lleves.
—56—
«TODO»
• Un mes después... •
—¿Damos media vuelta?
Sonreí ante su pregunta porque su tono estaba cargado
de nervios. Me parecía entrañable que pudiera sentirse de
esa manera, atacado porque íbamos a comer con su familia
en la mansión en la que se crio.
—De eso nada.
Aproveché que el semáforo acababa de ponerse en rojo,
cuando le miré sonriendo mientras bajaba mis gafas de sol
hasta la punta de mi nariz.
—Estás faltando a tu palabra, rubio. La última vez que
estuvimos en River Twist me dijiste que solo tenía que
pedirlo y me sacarías de allí como un príncipe encantador.
—Más bien como un guardaespaldas buenorro —dije,
guiño al aire—. Pero no es lo mismo. No vuelvas mis
palabras contra mí. No seas abogado conmigo, Grayson.
—Es que no estoy seguro de que sea buena idea.
—Claro que lo es.
—Pero no...
—Lo es. —Insistí poniendo las gafas en su sitio y
reanudando la marcha ante la luz verde entrando por la
luna delantera—. Nos han invitado a comer y vamos a ir,
entre otras cosas, porque necesitas charlar con tu hermano
y también porque debo disculparme con todos.
—¿Por qué?
—¿Que por qué?
Resoplé sin humor y él sonrió de oreja a oreja
provocándome para que parase el coche en la cuneta más
cercana para poder besar esos labios tan malvados.
—La última vez que estuve allí monté un espectáculo en
casa de tus padres, le grité a tu hermano y...
—Le atacaste delante de los medios más importantes de
todo el país. —Sonrió más aún, intentando que no fuera a
más para no acabar riéndose a carcajadas.
—No sonrías, no es gracioso.
—Lo es. Nadie ha hecho eso por mí jamás.
—¿Te refieres a soltarle un gancho al bocazas de tu
hermano?
—No. Me refiero a cómo diste la cara por mí. Me
protegiste y me cuidaste cuando no tenías por qué hacerlo.
—Claro que tenía. Nadie te habla así en mi presencia o se
las verán conmigo.
—Dijo el dulce repostero.
—Soy dulce, sí. El más dulce de todos.
Le miré de soslayo y pillé a Levi mirando mi muñeca, en
concreto esa palabra que tatúe sobre ella para que me
sirviera de ayuda. Pensar en cómo pudo haber resultado
aquella noche todavía ponía mi vello de punta y no estaba
dispuesto a pasar por un trago así nunca más.
—Cinco minutos, Grayson.
Levi asintió.
Me desvié hacia la salida de River Twist notando cómo su
cuerpo se tensaba por momentos. No era fácil para él volver
aquí, ni siquiera aunque en este último mes hubiera
avanzado tanto con su familia. Con todos excepto con Elijah,
que seguía siendo algo esquivo con él. Me constaba que
hablaron pero las cosas no estaban resueltas del todo. Eso
era lo que más angustiado me tenía.
—Llegamos, amor.
Sus puños se cerraron de manera instantánea, pero nada
en comparación con otras veces. Lo estaba haciendo mejor.
Con esfuerzo estaba llegando a ese punto en el que era
capaz de dejar a un lado esa angustia que sentía cuando
debía enfrentarse a algo así y mantener su mente enfocada
en otra cosa.
—Si te portas bien, te compensaré más tarde.
Y si el aliciente era tan apetitoso como el que yo ofrecía,
Levi lograba centrarse en un santiamén.
—Retiro lo de dulce —dijo, sus ojos entornados sobre mi
sien—. Eres un demonio.
Me eché a reír en cuanto eso salió de sus labios.
—Uno encantador, ¿verdad?
Ni siquiera se dio cuenta de que los armarios empotrados
de la puerta de la mansión nos dejaron pasar, ni tampoco
que habíamos rodeado la fuente y que estaba aparcando
junto a la puerta, justo al lado de...
—Buenos días, señor Connors.
....Austin.
—Buenos días, Austin. ¿Todo bien?
Lo bueno era que mi Grayson estaba aprendiendo a
tratar con el resto de la humanidad. Y no se le daba nada
mal, ¿eh? Aunque sabía que ese tono que utilizó cuando
hizo la pregunta era un poco socarrón y por eso intenté con
todas mis fuerzas no echarme a reír. El pobre Austin le
miraba muy confuso y a mí me parecía súper divertido.
—Sí, señor Connors.
—Me alegra escucharlo.
No pude evitar darle un codazo a Levi porque seguía
burlándose del pobre asistente.
—¿Nos disculpas un momento? Enseguida entramos.
Austin asintió y se fue dándonos privacidad.
Necesitábamos este momento para entrar ahí con decisión,
para que el picapleitos tuviera sujetas las riendas y no se
perdiera en cuanto nos adentrásemos en esa casa.
—¿Grayson? —Levi me miró enseguida—. ¿Estás bien?
—Sí —dijo mientras cogía aire y lo soltaba de golpe—.
Puedo hacerlo.
—Podemos.
Sin dudar agarré su mano y la llevé a mis labios. Quería
que supiera que siempre iba a estar con él, me necesitara o
no, porque de eso se trataba nuestra relación; de ser el
impulso del otro cuando no sabía ni siquiera que lo
necesitaba.
Y estaba dispuesto a serlo siempre.

Hacía demasiado que se habían ido a charlar.


Cuando Elijah interrumpió el almuerzo y le pidió a Levi
que se marcharan para poder zanjar sus cosas, me inquieté.
Estábamos pasándolo bien. Hablé mucho con su cuñada
Lena y con Asher y los padres de Levi eran un amor.
Pero Elijah...
Todavía no terminaba de fiarme de él y por eso me
disculpé con una excusa de mierda y fingí que tenía que ir al
baño, para perderme escaleras arriba e ir directamente a la
habitación de Levi. Sabía que habían ido allí porque era el
espacio seguro de mi Grayson, donde él se sentía en paz
pero cuando entré sin llamar y vi que no estaban allí, me
alarmé más todavía. Eso fue hasta que escuché sus voces
entrando por la puerta de la terraza y respiré de nuevo.
Debí irme. Lo correcto hubiera sido dar media vuelta y
dejar que siguieran hablando, pero mi lado protector no
podía marcharse sin saber que Levi estaba bien. Así que me
acerqué a la puerta y solo le vigilé.
—Te odié cuando nos dejó.
Eli se había dejado caer en la baranda de piedra que
cercaba toda la terraza, mirando al horizonte, y su cigarro
se consumía en su mano derecha.
—Odié cómo te protegieron, metiéndote en una burbuja
que nadie podía explotar. Con mamá y papá sobre ti,
intentando arreglar algo que era obvio que no estaba roto.
Odié que ni siquiera lloraras la muerte de... De Kyle. Odié
que te marcharas a los pocos meses de que sucediera y que
me dejaras aquí solo. Odié que nadie se preocupara de lo
que necesitaba yo. De lo que quería yo. Nadie se dio cuenta
de que estaba destrozado porque perdí a dos personas de
golpe. Y por eso todavía te odio.
—Eli...
—Por eso y porque te atreviste a buscar a ese malnacido
que tiene la culpa de todo. Si ese cabrón no hubiera dejado
a Kyle atrás, no te hubieras pillado de él.
—Y tú tampoco, ¿verdad?
¡Ay madre! ¡Menudo culebrón!
No pude creer que Levi se estuviera atreviendo a insinuar
que su hermanastro estaba enamorado de su ex.
Eli dio una calada a su cigarro, dejó la barandilla y
caminó hacia Levi, cuando me puse alerta por si tenía que
intervenir.
—Me esforcé tanto en que se fijara en mí —Eli sonrió—.
Pero él prefirió al mocoso de mi hermano pequeño.
—Solo me llevas un año —dijo el picapleitos
devolviéndole la sonrisa.
—¡Te he echado tanto de menos, Lev!
En este momento cualquiera hubiera tirado del brazo de
Elijah y se habría fundido en un abrazo con él. Pero Levi
todavía necesitaba un pequeño empujón.
—Lo siento mucho, Eli —Levi suspiró—. Pero necesitaba
irme. No podía estar aquí sabiendo que no iba a verle más,
¿sabes? No podía seguir adelante con mis planes, porque
eran nuestros. No podía quedarme porque...
—Necesitabas encontrarte, lo sé. Mamá me lo explicó
cuando te fuiste —Su hermano le interrumpió—. Fue la única
que logró que me reconciliara un poco contigo. Me dijo que
no sabías quién eras sin Kyle y que poner tierra de por
medio te ayudaría a conocerte.
—Lo ha hecho, aunque he descubierto que no soy ese
buen tipo que pensaba que era. No lo he hecho del todo
bien.
—Nadie es perfecto, enano. Yo tampoco estoy orgulloso
de algunas cosas.
Mi Grayson parecía un poco perdido. Como si estuviera
en mitad de un laberinto y no supiera qué camino seguir
para encontrar la salida.
—Fui yo quien le dijo a papá que Kyle y tú...
«¡Qué cabrón!».
—Lo sé —Eli miró sorprendido a Levi—. Y lo entendí.
—Estaba celoso. De los dos. De que no me mirase como a
ti y de que no me buscaras para hablar de lo que te ocurría.
Me sentía tan apartado por vosotros, tan excluido... —Sonrió
—. Suena ridículo, pero no pude hacer nada por dejar de
sentirme así. Yo era tu hermano mayor y comprobar que ni
siquiera eso te acercaba a mí fue demoledor. Y con Kyle... —
Eli dio la última calada a su cigarro y soltó todo el aire de
sus pulmones cargado de humo—. Solo pasó
—¿Por qué nunca lo intentaste hablar conmigo?
—No sabía si querías que lo hiciera. Nunca fue fácil
acercarse a ti. Pensaba que vivías enfadado con el mundo,
encerrado en tu cuarto escuchando música, leyendo o
tocando la guitarra. Así que supuse que no necesitabas
hablar y me equivoqué, porque necesitabas todo lo
contrario; que te ayudaran a hacerlo. Debí acercarme.
Atreverme. Pero me dio miedo que te alejaras más.
—Nunca ha sido fácil, Eli. No lo es ahora tampoco. No sé
cómo estoy aguantando aquí frente a ti sin que mis piernas
se echen a temblar.
Estaba tan orgulloso de él por eso.
Tanto, tanto, tanto...
—Me gustaría poder sentarme y charlar contigo durante
horas, pero me cohíbe y estoy trabajando mucho para poder
hacerlo algún día, solo que no sé si llegaré a lograrlo.
—Lo harás. Lo estás haciendo ahora —Sonrió—. Él te
hace bien.
—Sí, sí que me hace bien.
Vale, había escuchado suficiente. No podía seguir
cotilleando o acabaría con mi corazón explotando por todo
lo que me hacía sentir mi novio. Por eso decidí que era el
momento de irrumpir en esa terraza y encomendar mi alma
errante a todos los demonios para que me ayudasen a
disimular.
—¿Interrumpo?
—No. Ya hemos terminado aquí —La sonrisa de Elijah se
hizo enorme mientras se acercaba a la puerta de la terraza
—. No tardéis o nuestra sobrina se comerá vuestros postres.
Le sonreí en respuesta antes de cruzarnos y en cuanto
pasó a mi lado le detuve tendiéndole mi mano mientras Levi
nos observaba. Fue mi forma de enterrar el hacha de
guerra. Así que cuando aceptó mi gesto y apretó nuestras
manos, me relajé y decidí confiar un poco en él.
Cuando se esfumó el alcalde de River Twist dirigí mi
atención a Levi. Aunque habíamos dejado atrás los silencios
incómodos y las pausas, en momentos como este no podía
evitar que saliera su lado cauto. No lo hacía queriendo.
Sabía que no tenía nada que ver conmigo y que todo era
por él y por cómo se sentía. Ahora mismo parecía un
cervatillo asustado en mitad del bosque, intentando
esconderse tras algún árbol para no ser visto y yo me
preguntaba qué había en su cabeza, aunque pudiera verlo
en sus ojos cargados de confusión.
—¿Habéis solucionado lo que sea que debíais solucionar?
Su expresión cambió tras mi pregunta y me felicité en
silencio al ver que se suavizó un poco. Conseguí que se
desprendiera de esa tensión que mantenía sus hombros
erguidos mientras dejaba caer su trasero sobre la baranda
de piedra de aquella inmensa terraza.
—No lo sé. Dímelo tú. —Sonrió a la vez que cruzaba sus
piernas a la altura de sus tobillos.
¡Ese maldito tenía ojos en todas partes! Me había pillado
sin siquiera darme cuenta.
—Me arriesgaré y diré que sí. —Le guiñé el ojo
acercándome un poco más—. Al menos es lo que parecía
desde mi posición.
—Rubio entrometido.
Sus manos se engancharon a mi cintura, atrayéndome
hacia él mientras abría sus piernas y me instalaba ahí.
—Siento haberte dejado solo ante el peligro.
Fue lo único que dijo antes de bajar la mirada hasta el
suelo.
Estaba lejos de encontrarse bien y podría apostar lo que
fuera a que si le daba una salida la tomaría sin dudar. Solo
había un problema: No sería yo quien le ayudara a huir.
—No te preocupes. Lena y la niña me han entretenido.
No pasó desapercibido para mí cómo su cuerpo se tensó
ante lo que dije. Por alguna estúpida razón parecía que le
incomodaba lo bien que encajé con su familia y no podía
entenderlo. Viniendo hacia aquí, justo desde que salimos de
Chicago, todo eran miedos y dudas sobre cómo me
recibirían, pero tras ese almuerzo maravilloso pensé que
ese malestar se acabaría esfumando.
—¿Por qué te molesta?
Mi pregunta provocó que me mirase de inmediato, sus
cejas casi unidas por culpa de su ceño fruncido.
—¿Qué?
—Me has oído, Grayson. —Eso provocó que sus ojos
viajaran hasta el suelo de nuevo—. ¿Por qué te molesta?
¿De qué tienes miedo?
Levi exhaló derrotado y se rindió regalándome una
sonrisa cuando sus manos se entrelazaron en mi espalda,
justo en mi cintura atrayéndome un poco más hacia él. No
perdí el tiempo y aproveché su movimiento para aferrarme
a su cuello sosteniéndome en su nuca.
—¿Ahora mismo? De ti. Tú me das mucho miedo, rubio —
Mi ceja se elevó interrogante—. ¿Qué? —Sonrió—. Sabes
leerme como nadie y eso me asusta.
—¿Por qué?
Cuando vi que su mirada me dejaba otra vez, liberé mis
manos y atrapé su barbilla obligándole a mirarme.
—¿Por qué? —Insistí.
Un instante de duda cruzó sus ojos, pero sabía que no
tenía nada que hacer cuando me ponía preguntón.
—Porque no parece real. —Confesó al fin y aunque me
moría de ganas de interrumpirle, dejé que continuara—.
Esto... —Suspiró—. Nosotros... —Sus labios se apretaron con
demasiada fuerza—. Es demasiado bueno para ser verdad.
Yo también lo sentía.
Había días en los que ese miedo que él tenía revoloteaba
en mi interior y me hacía sentir cosas muy feas. Millones de
pensamientos terribles cruzaban mi mente y todo se reducía
a lo que Levi acababa de pronunciar; todo era demasiado
bueno para ser verdad. Sin embargo, fui capaz de
disolverlos y hacer caso a las mariposas que vivían en mi
estómago, esas que pensaban que merecía aprovechar
cualquier oportunidad que apareciera en mi vida.
—Todavía estoy esperando a que te arrepientas. Espero a
que llegue ese día en el que te des cuenta de que no fun...
—No.
Lo intenté. Quise guardar silencio mientras él se vaciaba
pero había tenido suficiente de ese Levi inseguro que creía
no merecer nada bueno que le ofreciese la vida.
—No —dije otra vez atrapando su cara con delicadeza—.
Tienes razón en algo, Levi. Esto... —Suspiré—. Lo que
tenemos nosotros... —Asentí y entonces dije—: Es
demasiado bueno para ser verdad, pero también es lo que
llevaba esperando toda mi vida.
Y sin más se rompió dejando salir una lágrima solitaria
que parecía estar reteniendo y que yo atrapé con mi pulgar.
—Te estaba esperando picapleitos. A ti y a Grayson.
Él agarró mi mano derecha y se la llevó hasta sus labios.
Sonriendo, besó la palma de mi mano y ese gesto tan
inocente e íntimo a la vez logró derribar ese muro que su
mente había subido sin darme cuenta.
—Sigues pensando que tengo personalidad múltiple. —
Bromeó y a mí me encantó que lo hiciera—. Levi y Grayson.
—Mi Levi y mi Grayson —dije encargándome de enfatizar
mi tono posesivo.
Su cara tomó una expresión extraña.
Levi estaba luchando de nuevo contra la incomprensión y
el temor a que todo se le esfumara de las manos en
cuestión de un segundo y, aunque sabía que no tenía dudas
con respecto a mí, había algo que le mantenía aún un poco
escéptico.
—Sí, quiero eso.
O tal vez no.
—¿Perdón? —Mis ojos se abrieron de golpe y él dejó
escapar una carcajada.
—Puede que esté lleno de miedos pero no soy estúpido,
rubio. Admito que me aterroriza que todo se vaya a la
mierda por culpa de mi humor y de mis reservas, pero si
pongo todo en una balanza prefiero perderte por intentarlo
que por no haberlo hecho.
Sí, había mejorado mucho.
—Eres terrible siendo romántico. —Ahora fue su boca la
que se abrió indignada—. ¿Qué? Es verdad.
—Eso no...
—Eso sí. Estás convencido de que no funcionará. Me lo
dijiste en aquella cita fatídica y cuando intenté besarte. Me
lo dijiste la primera vez que nos acostamos y también lo
dijiste cuando decidimos seguir divirtiéndonos sin dejar
entrar a nadie más. Pero te equivocaste. Funcionó y
funciona, Levi.
—Lo hace, ¿verdad?
—Así es. Así que deja tus ridículos miedos a un lado y,
por una vez en tu vida, haz lo que te dicte el corazón.
Su mirada volvió al suelo mientras atrapaba su labio
inferior con fuerza entre sus dientes. De nuevo la lucha
entre Levi y Grayson, entre la razón de su cabeza fría y su
corazón apasionado y generoso. Fue breve, sin embargo, y
cuando me miró buscando mis ojos supe que la batalla
terminó.
—Verte aquí con mi familia, charlando como si
pertenecieras a ella desde siempre... —Levi tomó aire y
dejándolo salir dijo—: Ha sido eso lo que me ha aterrado. Se
sentía tan natural, tan de verdad, que me abrumé ante la
idea de dejar de tenerlo. Hasta he deseado poder detener el
tiempo y permanecer así para siempre. Sentirme así de
querido por ellos, por ti... Eso es lo que quiero. —De repente
se interrumpió y negó antes de corregirse y decir—: Es lo
que necesito todos los días, Colin.
—¿Qué estás...?
No pude terminar cuando sus dedos estaban cubriendo
mi enorme boca.
—Quiero poder volver a casa contigo después de tener un
día de mierda en el trabajo. Y que tu cama sea mi cama. Y
que tus quebraderos de cabeza sean los míos. Quiero
derribar el puto tabique que nos separa y unir mi vida a la
tuya, porque al verte hoy aquí, con mi familia, me he dado
cuenta de que lo que tenemos ahora no es suficiente. Por
mucho que durmamos todos los días juntos, no es
suficiente. Quiero todo, Colin. Todo.
Los papeles se invirtieron. Ahora era yo el incapaz de
mantener sus emociones a raya y mis lágrimas las que
bañaban mi cara sin ningún tipo de pudor.
—Ya no piensas que soy tan terrible, ¿eh? —dijo
haciéndome reír mientras intentaba que mi nariz acuosa me
diera un respiro.
—Admito que estás mejorando.
—¿Mejorando? Soy el rey del romanticismo, repostero.
—Idiota. —Reí más fuerte—. Te amo.
Salió sin más y enseguida me di cuenta de que desde
aquella noche en la 113, no se lo había dicho por miedo a
agobiarle. De hecho, ninguno de los dos lo dijo desde aquel
día. Lo estuvimos reteniendo, por miedo o por dudas, pero
ahora salió sin más de todo mi corazón porque sí; lo amaba
desde cada rincón de él.
—¿Eso es un sí?
Quería gritar la respuesta; un sí enorme que se escuchara
en todo River Twist. Decirle que yo también deseaba vivir
con él y seguir avanzando en nuestra relación, asegurarle
que la cuidaría y me esforzaría a diario para que siguiera
funcionando, pero cuando quise responderle nos
interrumpieron.
—Levi, ¿cuándo has llegado?
Su cara cayó en cuanto su madre nos descubrió en la
terraza, sabiendo que esa mujer que había frente a nosotros
ya no estaba en el presente al cien por cien.
—¿Quién es él?
No iba a dejar que nada empañara nuestro momento, por
eso no dudé en atrapar su mano derecha, entrelazando
nuestros dedos, y con una sonrisa enorme me dirigí a
Sophie intentando ser lo más delicado posible teniendo en
cuenta su desconcierto.
—Usted debe ser la madre de Levi. —Ella me miró
desconfiada—. Aunque por su apariencia casi parece su
hermana mayor.
La mano del abogado se apretó en la mía y de reojo pude
ver como una sonrisa sutil aparecía en la cara de su madre.
—Siento mucho haber retenido a su hijo. Ha sido por mi
culpa —dije sin dejar de prestar atención a la madre de Levi
—. Le insistí en vernos a esta hora, pero él me dijo que no
podía porque los almuerzos con la familia son sagrados. Me
disculpo, señora.
Sus ojos me recorrieron de arriba hasta abajo, como si
pudiera ver a través de mí, mientras buscaba la mentira por
alguna parte.
—Me caes bien —dijo sorprendiéndonos a los dos—. Tal
vez la próxima vez puedas unirte a nuestro almuerzo.
—Eso sería fantástico.
—No tardes, Levi. —Sophie volvió a entrar en la casa y
antes de cerrar la puerta tras ella dijo—: Despídete de tu
novio y baja rápido o te quedarás sin postre.
No esperaba que me etiquetara así, pero tampoco me
sorprendió porque esa mujer con la mente desordenada
siempre supo quién era su hijo y lo quería tal como era.
Cuando dejamos de ver la sombra de Sophie sentí que su
mano podría arrancar la mía y enseguida le miré para ver lo
que necesitaba de mí. Sabía que estos momentos en los
que su madre se perdía le dejaban exhausto, pero cuando vi
sus ojos rebosando amor supe que esta vez fue diferente.
—Eres maravilloso, ¿lo sabías?
—Por supuesto que lo sé. Por eso quieres vivir conmigo —
respondí presumido.
—Sí, sí que es por eso. ¿Entonces tu respuesta...?
—Dame un mazo y yo me encargo del tabique —Su
sonrisa se hizo enorme.
Sin esperarlo me giró entre sus brazos y yo dejé que lo
hiciera sin decir nada, deseando que acercara su boca a la
mía para cerrar el trato No me torturó mucho. Un segundo
después de mi original respuesta le tenía uniendo nuestros
labios en un beso profundo que terminó demasiado pronto
para mi gusto. Aunque lo compensó cuando se apartó de mí
y dijo:
—Yo también te amo.
Y volviendo a unir nuestras bocas en un beso de película,
me abandoné en lo alto de aquella mansión, ansioso por un
futuro que empezaría mañana.
EPÍLOGO

«¿Repetimos?
Te espero en la 113. No tardes, rubio.
Siempre tuyo.
Grayson».
Tal vez no fuera muy original, pero tenía a mi corazón
bombeando y casi a punto de salir de mi pecho.
Que un año después estuviéramos aquí, celebrando un
aniversario de algo que sería una locura para cualquiera
menos para nosotros, me emocionaba demasiado. Por eso
no pude evitar sonreír cuando el camarero del piano bar se
me acercó y deslizó un cóctel naranja en mi dirección
pronunciando dos palabras: «Estás invitado».
Me habría pellizcado para comprobar que no estaba
imaginando nada de esto, aunque haberlo planeado de
antemano me hacía estar con los pies en el suelo, eso sí,
ansioso ante lo que me esperaba en la 113. Me dijo que se
moría por recrear nuestra primera vez, pero que en esta
ocasión me compensaría por haber hecho trampas.
Prometió que esta noche me dejaría sentir lo que él
experimentó hacía ya trescientos sesenta y cinco días. Que
me demostraría todo lo que sintió él y yo no podía estar
más nervioso con esa idea.
No dejaba de mirar mi reloj, revisándolo cada instante.
Acordamos que después de que el camarero me sirviera mi
bebida esperaría diez minutos y subiría a la habitación que
lo cambió todo para nosotros. Gracias a su invitación
anónima, esa que le costó cada gramo de valor que poseía,
estábamos aquí esta noche. No fue fácil. Sufrimos algunas
idas y venidas, millones de dudas y miedos que venían de la
mano de sentimientos incontrolables a los que no
queríamos poner nombre, a pesar de que supiéramos lo que
eran y lo que significaban. Pero lo bueno fue que la
madrugada del 14 al 15 de febrero del año pasado marcó
nuestros destinos.
Eran las tres y trece de la madrugada cuando comprobé
que ya habían pasado los diez minutos de cortesía que Levi
me pidió.
No toqué mi copa; no podía.
Estaba tan histérico que apenas pasaba mi saliva por la
garganta, por lo que descarté beber ese cóctel naranja que
llevaba esa sombrillita ridícula acompañado de esa guinda,
guardé el posavasos con su mensaje en el bolsillo trasero de
mis vaqueros y me dirigí con determinación hacia el
ascensor. Frente a su puerta, miré mi reloj una vez más y ya
eran las tres y cuarto cuando mi teléfono vibró y decidí
ignorarlo pensando que sería uno de esos mensajes de
Spam que solo romperían el momento. Así que, ni siquiera
le hice caso y seguí esperando a que el ascensor abriera sus
puertas para colarme en él movido por mi arrojo. Bueno, en
realidad ese coraje no existía porque mis piernas no dejaron
de temblar desde que bajé de mi taburete hasta que llegué
al pasillo que conectaba con el hotel sobre el bar.
¡Dios! Me sentía como un crío en su primera cita. Ansioso
ante la anticipación de lo que estaba por venir, por mucho
que pudiera sospecharlo, y nada frenó mi euforia cuando la
puerta del ascensor se abrió y mi dedo comenzó a pulsar el
botón de la tercera planta con demasiada urgencia.
Si el año pasado tenía unas ganas enormes de entrar en
la habitación para encontrarme con ese desconocido que se
fijó en mí, hoy anhelaba entrar y encontrar a mi novio. No
todo en este año había sido de color de rosa, pero
conseguimos sortear lo malo. Me acostumbré a que las
cosas con Levi fueran a un ritmo pausado, disfrutando de
cada instante como si fuera único, porque le gustaba
meditar y reflexionar para hacer lo correcto y eso me hacía
amarle de una manera abrumadora. Me enamoré de su lado
prudente —el que decía que me faltaba—, pero también de
ese otro que sacaba cuando se permitía ser Grayson el
despreocupado. Mi señor G. era un poco impulsivo,
escuchaba a su corazón y eso me tenía entregado.
Acabamos viviendo juntos tan solo un mes después de que
me lo pidiera y no, no fue porque creyera que se echaría
atrás si lo pensaba detenidamente y dejaba hablar a su
mente fría. Accedí porque se sentía correcto, porque lo
deseaba tanto como él. Porque yo también quería estar con
mi abogado a todas horas.
Esta vez no hubo interrupciones en mi viaje hacia la
planta número tres. Estaba todo muy tranquilo, tal vez
porque era un triste martes laborable —triste para el resto
de la humanidad—, o porque hoy jugaban los Lakers contra
los Bulls. O quizás sí que había gente pero yo no logré verla
porque en todo lo que podía pensar era en subir y llegar
hasta él. Lo cierto era que no me importaba.
Al llegar a mi parada, justo cuando la puerta del ascensor
se abrió dejándome en libertad, el largo pasillo me saludó.
Parecía mucho más extenso que hacía un año y aquella
estúpida idea me acompañó mientras mis pies se movían
por la moqueta, haciéndose eterna mi llegada hasta la 113.
Sabía que esa sensación era fruto de todo lo que le echaba
de menos, aunque sonara ridículo porque solo hacía un par
de horas que habíamos cenado en casa de Brown con él y
Elijah. Sin embargo, no podía evitar sentirme así de vacío y
solo cuando él no estaba. Nunca dudé de nosotros. Tenía
claro que no me había aferrado a él porque fuera la última
oportunidad que me brindaba el destino, porque desde que
le vi supe que el picapleitos era la oportunidad que llevaba
esperando toda mi vida. Esperaba a Levi aunque no tuviera
ni idea.
Mi sonrisa apareció en cuanto vi la puerta entreabierta y
tuve que detenerme un segundo a respirar profundo antes
de empujarla y entrar a aquel universo paralelo. Esperaba
encontrarme con esa oscuridad de la primera vez, pero no
estaba por ninguna parte. Las luces estaban encendidas
mostrándome lo espectacular que era aquel escenario
hecho para el pecado. Recordaba la cama enorme porque
fue lo único que pude distinguir antes de que Levi me
atacara entre las sombras, pero aquella noche no pude
disfrutar de la hermosa vista que había tras las puertas
acristaladas que daban a un balcón junto a ella. Tampoco de
ese techo abuhardillado, ni del tragaluz en el centro
mostrando el cielo nocturno de la ciudad. No. No pude
deleitarme porque mi atención estaba en el señor
misterioso que me acechaba en silencio por la espalda,
justo como esta noche.
Al sentir su aliento cálido sobre mi nuca pensé que
atacaría repitiendo la experiencia tal cual pasó. Esperé a
que tapara mis ojos, pero no lo hizo. Levi me abrazó por la
espalda, enterrando su nariz entre mi pelo mientras
absorbía el olor de mi champú y mi piel se erizó por el
gesto. Podía imaginar su cara, cerrando los ojos y
disfrutando del momento. Sabía que, además de ese deseo
animal entre nosotros que parecía no tener limite, amaba
esos momentos en los que nos dábamos un simple abrazo.
Y yo también.
Me sentía tan pleno, sus dedos entrelazados con los míos
alrededor de mi cintura, que no quería que terminara nunca
y casi estuve a punto de quejarme cuando sentí que su
calor me abandonaba, mientras dejaba un beso lleno de
amor junto a mi sien.
Cuando me rodeó y comenzó a caminar alejándose de mí
tuve el impulso de seguirle, y lo hubiera hecho de no ser
porque miró sobre su hombro con esos ojos antracita
ardiendo mientras negaba en silencio anclando mis pies al
suelo.
—Deja que te muestre.
Su frase siguió resonando en mi cabeza a la par que se
acercaba a la cama sin dejar de mirarme, sus pies
desnudos, mientras sus manos se desprendían de su
americana sin prisa, desenvolviéndose como si fuera un
puto regalo. Tuve que hacer un esfuerzo enorme por no
atravesar la habitación y saltar sobre él cuando comenzó a
liberar cada uno de los botones de su camisa, pero esta
noche no se trataba de eso. No. Esta noche no había que
apresurar las cosas, aunque casi logro romper el ambiente
cuando él terminó por deshacerse de aquella prenda, justo
cuando mis ojos decidieron abandonar por un instante los
suyos para fijarse en ese diablillo morado que decidió
tatuarse junto a su medidor de glucosa. Lo hizo poco
después de tatuarme su enfermedad en mi muñeca y
siempre que lo veía no podía evitar sonreír, aunque mi
mente viajara a ese día en el que casi me muero al pensar
que le perdía.
Como si supiera hacia dónde había ido mi mente, me
obligó a seguir el movimiento de sus manos —ahora
centradas en la hebilla de su cinturón—, cambiando esa
pesadez que se había colado en nuestro ambiente de
romanticismo. No es que lo dejara a un lado, solo dejó
entrar a nuestra burbuja a la lujuria y lo sabía porque en sus
ojos, además de amor infinito, había deseo. Levi me miraba
cargado de confianza mientras deslizaba el cinturón por
cada una de las presillas de aquel pantalón, dejándolo caer
en cuanto se liberó de la última, provocando que el ruido
sordo que hizo al llegar al suelo me hiciera morder el
interior de mi mejilla para no romper la magia con una
palabra malsonante. Me encantaba esa seguridad que
desprendía en la intimidad de nuestra habitación. Era como
si yo fuera la única persona que le hacía sentir así; confiado,
firme, decidido...
A salvo.
Cuando estábamos los dos a solas, como ahora, no había
miedos, ni fantasmas, ni inseguridades que le hicieran
dudar. En cambio aún seguíamos trabajando para conseguir
que fuera igual cuando salíamos al mundo exterior.
Su recelo hacia los demás todavía hacía de las suyas y,
aunque no era como cuando le conocí, de vez en cuando
subía algún que otro muro a su alrededor cuando se sentía
vulnerable y expuesto.
Sus pantalones cayeron hasta sus tobillos y, como un
acto reflejo, humedecí mis labios. Me moría por ponerle las
manos encima porque se sentía como un castigo enorme
tenerle delante y no poder tocarle como quería, pero estaba
dispuesto a esperar hasta que él me diera permiso para
hacerlo. Eso pensaba hasta que salió de sus pantalones y se
movió hasta la cama para tumbarse en ella, sobre su
espalda. Ahí mi mente cortocircuitó, torturada por la
imagen, y decidió que en este momento estaba a su
merced. Me moví tan rápido que sin darme cuenta estaba
sobre él, a horcajadas, y tirando de sus brazos hasta que
nuestras narices se rozaron. Podía haber destrozado su boca
con la mía en un santiamén, enredar nuestras lenguas
mientras me dejaba llevar por la pasión, pero no lo hice
porque mi cuerpo se congeló cuando sus dedos se
enterraron en mi pelo, sujetando mi cara entre sus manos
obligándome a mirarle. Levi quería decirme algo sin romper
el aura que nos envolvía y yo lo supe porque me convertí en
un experto en leerle. Me acostumbré a sus largos tiempos.
Me acostumbré a esperar pese a que no era un tipo
paciente y él a cambio había aprendido a respirar
ordenando sus ideas. Justo como ahora.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Te necesito.
Te amo.
Después de varios segundos intensos cerró los ojos con
fuerza, tragó el nudo de su garganta y respiró intentando
calmarse. Sus manos todavía acunaban mi cara, con
suavidad, con toda esa dulzura que no parecía tener. Con
adoración. Y cuando los abrió y volvió a mirarme lo hizo con
una devoción tan enorme que casi hace estallar mi pecho
del amor que sentí. No lo pude retener más y, entonces sí,
aplasté mis labios sobre los suyos y me abandoné. Me dejé
llevar por la forma tan delicada en la que se deshizo de mi
ropa, por esa urgencia con la que me derribó sobre él, por
sus caricias, por cómo se entrecortaba su respiración cada
vez que mis labios buscaban su pulso en su cuello. Me dejé
llevar por un amor que no sabía que existía.
Nos devoramos como animales muertos de hambre
mientras nuestras manos buscaban la manera de volver
loco al otro, pero no fue hasta que mis pulgares se colaron
en la cintura elástica de su ropa interior que la cosa se tornó
seria.
Deslicé su bóxer por sus piernas, dejando un reguero de
besos por su cuerpo conforme descendía. Primero sobre su
pecho, ligeros como plumas. Después sobre su ombligo,
utilizando mis dientes para molestarle un poquito y, por
último, sobre esos pájaros que iban desde su cadera hasta
su ingle, haciendo que su cabeza cayera sobre la almohada
mientras exhalaba evitando decir una sola palabra. Cuando
mi lengua decidió jugar un poco con la cicatriz que tapaba
su tatuaje, sus dedos se aferraron a mi pelo y me obligó a
volver a mi posición, mi cuerpo perfectamente alineado con
el suyo y su boca ansiosa por tener a la mía otra vez,
advirtiéndome que se acabaron los juegos.
Era hora de apagar la luz.
O tal vez no.
FIN
15 DE FEBRERO
En línea

Grayson_03:15: Cásate conmigo,


rubio.
Agradecimientos
Esta historia que ha ido cocinándose a fuego lento no habría
sido posible sin las personas que siempre han estado ahí,
incluso sin tener que hacerlo.
Gracias bichito porque sin saberlo me has inspirado desde
que estabas en mi tripita.
Gracias marido, por aguantar que hable y hable sin parar
de capítulos, de personajes, de situaciones enrevesadas y
de portadas imposibles.
Gracias hermana, por dar importancia a algo que no la tiene
cuando la vida nos pone enormes retos enfrente. Gracias
por tanto.
Gracias a mis #CERO. Eli, Lola y Mari habéis hecho que
disfrute de la historia desde otro lado. Gracias por las risas,
la emoción y la intensidad. Gracias por vuestras
sugerencias, por ser mi VAR. Gracias por darles amor y por
hacer que mis rubios sean más preciosos todavía.
A ti también lector/a que dedicas un poco de tu tiempo en
leerme, porque gracias a eso mis personajes y mis historias
cobran vida.
Hasta pronto.


Serie Inevitable
Si quieres saber qué sucede antes de la boda
de Melissa y Dylan no te pierdas la Serie
Inevitable:

1. RECUÉRDAME CUÁNDO

2. OLVÍDAME AHORA

3. SIEMPRE PARA TI

Para más novedades sígueme en:

@zurimurillo_books

También podría gustarte