La Parábola de la Fiesta de Bodas (Mateo 22:1-14):
Un Llamado Despreciado, una Gracia Extendida
La primera parábola nos presenta a un rey que prepara un festín nupcial para su hijo, una
imagen del Reino de los Cielos. ¡Qué invitación tan honrosa! Sin embargo, los invitados
originales, aquellos que debieran haber estado más ansiosos por participar, la desprecian.
Prefieren sus campos, sus negocios, sus trivialidades. ¡Qué ceguera!
Ante este rechazo, el rey extiende su invitación a todos, buenos y malos. La gracia divina
no conoce límites. Dios llama a todos los hombres a la salvación. Pero aquí radica un punto
crucial: no basta con simplemente aceptar la invitación. Debemos presentarnos vestidos
apropiadamente.
El hombre sin el vestido de bodas es una representación de aquellos que pretenden entrar al
Reino sin la justicia de Cristo. Piensan que sus propias obras, su moralidad, sus esfuerzos
son suficientes. ¡Qué error tan trágico! Como diría John Owen, "La justicia imputada de
Cristo es la única base de nuestra aceptación ante Dios." No podemos añadir nada a la obra
perfecta de Cristo.
La Confesión Bautista de Fe de 1689, en su Capítulo 8, párrafo 5, afirma: "El Señor Jesús,
por su perfecta obediencia y sacrificio de sí mismo, que ofreció una sola vez a Dios, por
medio del Espíritu eterno, ha satisfecho completamente la justicia de Dios, ha obtenido
reconciliación y ha comprado una herencia eterna en el reino de los cielos para todos
aquellos que el Padre le ha dado."
La Parábola del Tributo al César (Mateo 22:15-22): Lealtades Divididas, Sabiduría
Divina
Los fariseos, con su hipocresía característica, intentan entrampar a Jesús. Le preguntan si es
lícito pagar impuestos al César. ¡Una pregunta cargada de veneno! Si dice que sí, lo
acusarán de traicionar a su pueblo. Si dice que no, lo acusarán de rebelión contra Roma.
Pero Jesús, con una sabiduría que trasciende lo humano, responde: "Dad, pues, al César lo
que es del César, y a Dios lo que es de Dios." ¡Qué equilibrio perfecto! Reconoce la
autoridad del gobierno terrenal, pero subraya la primacía de la lealtad a Dios.
Esta enseñanza nos desafía a vivir en el mundo, pero sin ser del mundo. Debemos cumplir
con nuestras obligaciones civiles, pero sin comprometer nuestra fe. Como diría Martín
Lutero, "Un cristiano es el señor más libre de todos, y no está sujeto a nadie; un cristiano
es el siervo más obediente de todos, y está sujeto a todos."
La Parábola de los Saduceos y la Resurrección (Mateo 22:23-33): Una Esperanza
Viva, una Realidad Transformadora
Los saduceos, negadores de la resurrección, presentan a Jesús un caso hipotético absurdo
sobre una mujer que se casó con siete hermanos. ¿De quién será esposa en la resurrección?
Jesús les responde con una reprimenda contundente: "Erráis, ignorando las Escrituras y el
poder de Dios." ¡Qué acusación tan grave! Los saduceos se jactaban de su conocimiento de
la ley, pero en realidad, estaban ciegos a la verdad.
La resurrección no es simplemente una continuación de la vida terrenal. Es una
transformación radical. En el cielo, no nos casaremos ni seremos dados en matrimonio.
Seremos como los ángeles. Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.
Esta verdad nos llena de esperanza. La muerte no es el final. Para aquellos que están en
Cristo, la muerte es simplemente una puerta de entrada a la vida eterna. Como diría
Agustín de Hipona, "Nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti."