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Homilía para El Miércoles de Ceniza 2025 - C

La homilía del Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma, un tiempo de conversión y penitencia que prepara a los cristianos para la Pascua. Se enfatiza la importancia de la conversión en tres direcciones: hacia los demás a través de la limosna, hacia Dios mediante la oración, y hacia uno mismo a través del ayuno. La celebración invita a los fieles a reconciliarse con Dios y a vivir una vida de autenticidad y generosidad, recordando que la Cuaresma es un camino hacia la vida eterna.
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Homilía para El Miércoles de Ceniza 2025 - C

La homilía del Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma, un tiempo de conversión y penitencia que prepara a los cristianos para la Pascua. Se enfatiza la importancia de la conversión en tres direcciones: hacia los demás a través de la limosna, hacia Dios mediante la oración, y hacia uno mismo a través del ayuno. La celebración invita a los fieles a reconciliarse con Dios y a vivir una vida de autenticidad y generosidad, recordando que la Cuaresma es un camino hacia la vida eterna.
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HOMILÍA PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA

05

Queridos hermanos con la procesión penitencial hemos entrado en el


austero clima de la Cuaresma y al introducirnos en la celebración
eucarística oramos para que el Señor ayude al pueblo cristiano a iniciar un
camino de auténtica conversión para afrontar victoriosamente, con las
armas de la penitencia, el combate contra el espíritu del mal, tal como
hemos orado en la oración colecta.

El tiempo de cuaresma o de los "40 días" antes de pascua comenzaría,


matemáticamente hablando, el primer domingo de cuaresma. Pero la piedad
medieval, considerando que los domingos no son días de penitencia,
anticipó el comienzo de la cuaresma para el miércoles anterior. En este
tiempo cambia el ambiente porque empieza el camino hacia la Pascua. Por
eso, en este día todo apunta al inicio de la Cuaresma como camino hacia la
Pascua. Los elementos clásicos de la cuaresma se presentan hoy: el color
morado, la ausencia de las flores, la suspensión del Gloria y del Aleluya,
los mismo cantos apropiados para este tiempo de penitencia.

Al comienzo de la celebración hemos omitido el acto penitencial, que es


común en la celebración de la Santa Misa, con la finalidad de proclamar de
un modo más expresivo y cuidado las lecturas de hoy.

Nuestra celebración se conoce comúnmente como “el miércoles de ceniza”,


por el gesto simbólico propio de este día: la imposición de las cenizas en la
frente o cabeza de quienes participan en la Celebración, significando la
humildad y la conversión. De hecho, las fórmulas que se proponen para
para este rito expresan su significado: “Conviértete y cree en el Evangelio”
expresando la conversión; la otra fórmula expresa la caducidad humana:
“Polvo eres y al polvo volverás”. Precisamente, por la riqueza de los
símbolos y de los textos bíblicos y litúrgicos, el miércoles de ceniza se
considera la puerta de la Cuaresma.

Prestemos atención a la Palabra de Dios. Porque las tres lecturas de hoy


expresan con claridad el programa de conversión que Dios quiere de
nosotros en esta Cuaresma: “Convertíos y creed el Evangelio; convertíos a
mí de todo corazón; misericordia Señor, misericordia, porque hemos
pecado contra ti; dejaos reconciliar con Dios, porque Dios es compasivo y
misericordioso. Cada uno de nosotros necesitamos oír esta llamada urgen
que hace Dios: “Conviértete”, porque todos somos débiles y pecadores.
Muchas veces sin darnos cuenta vamos siendo vencidos por la dejadez y
los criterios de este mundo, que no son precisamente los del Evangelio, ni
de Cristo.

La conversión la podemos entender en una triple dirección: Primero, La


apertura a los demás, con la obra propia de la Cuaresma que es la limosna
y que tranquilamente la podemos entender también como caridad,
comprensión, amabilidad, perdón, sin descuidar la ayuda material a los más
necesitados. Segundo, La apertura a Dios, esta apertura tiene que ver con
la escucha de su Palabra: en la oración personal y comunitaria o litúrgica;
en la participación consciente, activa y profunda en el Sacramento de la
Eucaristía y el de la Reconciliación. Tercero, El ayuno, que es también la
búsqueda de equilibrio en nuestra vida, privándonos de las cosas superfluas
para ayudar a los más necesitados.

La primera lectura del profeta Joel, quien profetizó cuatro siglos antes de
Cristo, llama al pueblo de Israel a una jornada de penitencia. Pues, es
urgente que se conviertan de su mal y se pongan con decisión en el camino
de Dios. El ambiente de ese tiempo estaba bastante apático y decadente
porque estaban padeciendo los efectos de una catástrofe natural, una larga
sequía y una plaga de langostas o saltamontes que había arrasado toda la
cosecha. Frente a las potencias de la naturaleza, a la falta de agua y la falta
de comida el pueblo está llamado a convertirse con urgencia o simplemente
dejarse arrebatar por la muerte. El profeta Joel aprovecha estas
circunstancias para convocar en asamblea general a pequeños y grandes
para que todos juntos pidan perdón a Dios. Porque el Profeta cree y está
convencido que la causa fundamental de esta situación espantosa que vive
el pueblo de Dios es que se ha olvidado de Dios y ha descuidado su
Alianza. Por eso, la conversión que pide, no es simplemente externa: ayuno
oficial, lágrimas de arrepentimiento exterior, cambio de vestidos, sino que
la conversión es sobre todo interior, es volver de corazón a Dios, buscar
sinceramente su voluntad y cumplirla.

El profeta tiene un argumento contundente con el que invita al pueblo a


volver a Dios que es la bondad de Dios. Les recuerda una definición de
Dios que se repite muchas veces en la biblia: Dios es “compasivo y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad”.

El Salmo 50 es conocido como el “Miserere”, da a este día inaugural de la


Cuaresma un tono penitencial por excelencia. En efecto, un pecador
muestra su arrepentimiento e implora humildemente el perdón de Dios y le
pide que le ayude a renovar su vida: “borra en mí toda culpa”; “crea en mí
un corazón puro”; “devuélveme la alegría de tu salvación”.
Aprovechemos hoy hacer oración con este salmo que nos pone en un
diálogo muy profundo y amoroso con Dios.
La Segunda Lectura, de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios
expresa la actualidad de la Palabra de Dios: “ahora es el tiempo de la
gracia, ahora es el día de la salvación”. Él se muestra orgulloso de ser
“Embajador de Cristo” para decir a la comunidad cristiana “dejaos
reconciliar con Dios”, porque es Dios mismo el que ofrece la
reconciliación a todos por medio de la muerte salvadora de su Hijo Jesús.
Por ello, aprovechemos bien esta celebración y este comienzo cuaresmal
para no “echar en saco roto la gracia de Dios”. Este es el tiempo propicio
para reconciliarse con Dios y con los hermanos.

El Evangelio de Mateo, que corresponde al Sermón de la montaña, nos


enseña cómo tiene que ser el estilo de vida de los que nos llamamos
discípulos de Cristo. En este contexto, describe tres direcciones de la vida
de todo creyente y de toda persona: para con Dios es la oración; para con el
prójimo es la limosna; y, para consigo mismo es el ayuno. El discípulo es
invitado en entrar en comunión con Dios, quien conoce hasta lo más
profundo del ser. Con el prójimo se ha de practicar la limosna pero en esta
práctica “no vayas tocando la trompeta” para que todos se enteren que das
limosna, sino, al revés: “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu
derecha”. Lo mismo ha de suceder con el ayuno, porque el discípulo no
tiene que andar cabizbajo para que la gente sepa que ayuna.

El pasaje evangélico indica cuáles son los instrumentos útiles para realizar
la auténtica renovación interior y comunitaria: las obras de cariad (la
limosna), la oración y la penitencia (el ayuno). Estas son las tres prácticas
fundamentales que contribuyen a purificar al hombre ante Dios. Estos
gestos exteriores se deben realizar para agradar a Dios y no para lograr la
aprobación de los hombres, son gratos a Dios si expresan la disposición del
corazón para servirle solamente a él, con sencillez y generosidad.

En este sentido, el ayuno al que la Iglesia nos invita hoy no brota de


motivaciones de orden físico o estético, sino de la necesidad de
purificación interior que tiene el hombre, para desintoxicarse de la
contaminación del pecado y del mal; para formarse en las saludables
renuncias que libran al creyente de la esclavitud de su propio yo, y para
estar más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los
hermanos.

Finalmente hermanos les recuerdo que la cuaresma ensancha nuestro


horizonte, nos orienta hacia la vida eterna, porque en esta tierra estamos de
peregrinación, pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos
buscando la del futuro. La cuaresma nos permite comprender la relatividad
de los bienes de esta tierra y nos hace así capaces para afrontar las
renuncias necesarias, nos hace libre para hacer el bien. Pidamos a María
Santísima que nos ayude a vivir interiormente nuestra conversión.

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