0% encontró este documento útil (0 votos)
3 vistas81 páginas

Bha 251

Arturo Quijano, nacido en Bogotá en 1878, fue un destacado abogado, periodista y académico colombiano, conocido por su compromiso con la historia y la política del país. Fundó varios periódicos y ocupó importantes cargos en diversas academias y comisiones, además de ser un prolífico autor de ensayos y estudios históricos. Falleció en 1935, dejando un legado de dedicación a la patria y a la educación.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
3 vistas81 páginas

Bha 251

Arturo Quijano, nacido en Bogotá en 1878, fue un destacado abogado, periodista y académico colombiano, conocido por su compromiso con la historia y la política del país. Fundó varios periódicos y ocupó importantes cargos en diversas academias y comisiones, además de ser un prolífico autor de ensayos y estudios históricos. Falleció en 1935, dejando un legado de dedicación a la patria y a la educación.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 81

BOLETIN DE HISTORIA

Y ANTIGÜEDADES
ORGANO DE LA ACADEMIA COLOMBIANA DE HISTORIA

Director: GUSTAVO OTERO MUÑOZ

Redactores: VICTOR E. CARO-, GUILLERMO HERNANDEZ DE ALBA

Volumen XXII | Colombia—Bogotá, junio de 1935 | Número 251,

ARTURO QUI JANO


Nació Arturo Quijano en Bogotá el 15 de octubre de 1878, te­
niendo entre sus allegados de familia a personajes de la talla del
Fiscal Moreno y Escandón, del laborioso Flórez de Ocáriz, del his­
toriador Quijano Otero, del Vicepresidente Marroquín, del inolvida­
ble Vergara y Vergara y del cronista bogotano Pedro María Ibáñez;
y a patriotas como don Luis Caicedo y Flórez, que firmó el acta de
nuestra Independencia; don Pantaleón Gutiérrez, que fue enviado a
presidio por el Pacificador Morillo, y don Miguel Ibáñez, condena­
do a muerte por este mismo sanguinario jefe, y único de los así fa­
vorecidos que logró escapar del patíbulo fugándose de su prisión
en el Colegio del Rosario.
Después de serios estudios en este y el otro colegio, Quijano ter­
minó en la Universidad Republicana los de Jurisprudencia y Cien­
cias Políticas, el 28 de noviembre de 1898, presentando una tesis
sobre lá Evolución del Derecho Penal en Colombia, que fue justa­
mente aplaudida por abogados tan notables como don Eduardo Po­
sada y don Fernando Vélez. Aficionado desde niño a las labores
periodísticas fundó primero La Patria (1901), suspendida por el rigor
oficial durante la última guerra, y luégo El Porvenir, periódico con­
sagrado a sostener los intereses generales del país, que dirigió con
absoluta fidelidad a su patriótico y en veces fatigoso programa, du­
rante ocho años (1902 a 1910), hasta completar el número 1000.
Boletín de Historia—21
Quijano fue Presidente del Club Máximo Gome
ción que se propuso trabajar en pro de la inde]
miembro de número de la Academia Colombiana
1903, y de la de Jurisprudencia, de la que fue acti
ta su muerte; correspondiente de la de Ciencias M
de España, de la de Historia de Venezuela, de la c
de Cádiz, del Ateneo de Guatemala y de otras in
nales y extranjeras. Abogado del Senado de la Re
misión Investigadora de los asuntos de Panamá (11
bro y Secretario del Consejo de Estado, y Asesor
Comisión del Ministerio de Relaciones Exteriores
su fallecimiento.
Fue, además, profesor de Historia Patria en la I
blicana, de Inglés y de Retórica en el Instituto Frc
de Derecho Internacional en el Externado de Colon
fue miembro del primer directorio liberal de Cund
de la guerra, en 1904, y del directorio republicano
tamento, en 1913. La República de Cuba le encargc
Legación en 1916, y la de Santo Domingo le hizo
gotá. Sostuvo desde 1910 el Aguila Negra Editor
presa de donde salieron numerosos libros y follet
vo Santander (24 tomos) y el Centenario de Murill
de la Junta Nacional al ilustre repúblico (1916).
Hombre bueno si los hay, ingenuo e incapaz de
die, Arturo Quijano fue un verdadero trabajador,
para un grave alegato de Derecho o una seria disc
como para escribir burla burlando cualquier trav
las que se le encomendaban en aquella tertulia
siglo que respondía al nombre de Gruta Simbó
hombres alegres, decidores y que tomaban la vida
dable y sencilla, sin embargo de ser, fuera de ella
dos, cumplidores de su deber en la sociedad y en
bres de pelo en pecho en la lucha por la existenci
Falleció en la misma ciudad de su nacimiento
1935.
ARTURO QUIJANO 323

BIBLIOGRAFIA DE ARTURO ^QUIJANO

LIBROS Y FOLLETOS
1., Ev o l u c ió n d e l De r e c h o Pe n a l e n Co l o mb ia —Bogotá, Im­
prenta de Medardo Rivas, 1898. (148 páginas 4.° mayor).
2. En s a y o s In t e r n a c io n a l is t a S: i . Cónsules de las Ideas—Bo­
gotá, Aguila Negra Editorial, 1911.
3. ENSAYOS INTERNACIONALISTAS: II. Colombia, maestra del arbi­
traje. (Colombia y España, el primer abrazo—Colombia y Es­
tados Unidos, negociaciones).
4. En s a y o s In t e r n a c io n a l is t a S: iii . La Liga de las Naciones.
Bolívar, Napoleón, Wilson. El peligro Monroe—Bogotá. Im­
prenta Nacional, 1919.
5. En s a y o s In t e r n a c io n a l is t a S: iv . Colombia y Méjico. Rela­
ciones seculares, diplomáticas, literarias y artísticas entre las
dos naciones—Bogotá, Imprenta Nacional, 1922 (160 páginas
en 4.° mayor).
6. En s a y o s In t e r n a c io n a l is t a S: v . El alma de Colombia ante
el Derecho Internacional.
7. En s a y o s In t e r n a c io n a l is t a S: v i . Colombia y Bolivia. Rela­
ciones entre las dos Repúblicas—Bogotá, Aguila Negra Edito­
rial, 1926.
8. LOS Ca n t o r e s DE Bo g o t á . Bogotá en Pie (8 de junio de 1929).
Bogotá, Aguila Negra Editorial, 1929 (104 páginas en 8.° ma­
yor).
9. No t a s Po l ít ic a s DEL Día . Bogotá, Aguila Negra Editorial,
1930 (96 páginas en 8Q mayor).
10. El Ac u e r d o c o l o m b o -pe r u a n o d e Gin e b r a y l a po l ít ic a
INTERNACIONAL DEL LIBERTADOR—Bogotá, Imprenta Nacio­
nal, 1933. (32 páginas en 4.° mayor).
COMPILACIONES
11. CENTENARIO DE MURILLO TORO —Bogotá, Aguila Negra Edi­
torial, 1916 (400 páginas en 4.° menor). Allí figura su estudio
Murillo Diplomático.
324 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

12. An u a r io d e l a Ac a d e m ia Co l o m b ia n a d e Ju r is pr u d e n c ia .
Volumen I. Bogotá, Imprenta Nacional, 1934. 300 páginas en
4.
° mayor. Figura en él su Elogio de Diego Mendoza.

ESTUDIOS HISTORICOS Y BIOGRAFICOS, PUBLICADOS


EN REVISTAS Y PERIODICOS
BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES
1. Casas históricas de Bogotá. (Barrio de La Candelaria). Tomo III,
página 367.
2. El abrazo de Santa Ana. Tomo Vil, página 216.
3. Discuiso pronunciado el 12 de noviembre de 1917, en la inaugu­
ración del busto de Acevedo y Gómez. Tomo Vil, página 446.
4. Discurso en la inauguración del busto de 'Vicente Azuero. Tomo
vil, página 72.
5. Julio Mancini. Tomo VIH, página 558.
6. Centenario de la batalla de Cúcuta. Tomo VIII, página 584.
7. Centenario del Arbol de la Libertad. Tomo VIH, página 765.
8. Informe sobre el Congreso de americanistas. Tomo IX, página
680.
9. Informe sobre el Congreso de Bibliografía e Historia. Tomo X,
página 166.
10. Hace cien años. (1923). Tomo XIV, página 281.
11. Informe sobre los méritos de Miguel Triana. Tomo XIV, página
446.
12. Informe sobre los méritos de Enrique Otero D'Costa. Tomo XIV,
página 629.
13. Informe sobre las casas de Quesada y de Mutis en Mariquita.
Tomo XV, página 285.
14. Las festividades patrias. Tomo XV, página 593.
15. Discurso en honor de Policarpa Salabarrieta. Tomo XVI, página
465.
16. Arqueología tairona (informe). Tomo XVII, página 484.
17. El procer Feliciano Otero. Tomo XVIII, página 278.
18. Petratos del Libertador (informe). Tomo XVIII, página 454.
19. Informe sobre filmación de la vida de Bolívar. Tomo XIX, página
331.
20. El Arzobispo procer (Caycedo y Flórez). Tomo XIX, página 404.
ARTURO QUIJANO 325

EL GRÁFICO

21. Vargas Tejada en el Teatro. Número 281.


22. La infancia de nuestro teatro. Númeru 382.
23. Bailes y modas de antaño. Número 400.
24. El Salón de Grados. Número 411.
25. Las fiestas de agosto. Número 426.
26. Guerras de Caballería (sobre la de 1876). Número 447.
27. Cónsules de ideas: Federico C. Aguilar. Número 622.
28. Santos Chocano en Bogotá (Anécdotas de vida literaria). Núme­
ro 623.
29. La coronación de Pombo (Anécdotas de vida literaria). Número
631.
30. Muerte de la madre de Julio Flórez. Número 632.
31. El mausoleo de Murillo Toro. Número 636.
32. El centenario de La Catedral. Número 640.
33. El Arzobispo Virrey. Número 645.
34. Las fiestas de julio. Número 737.

SANTAFÉ Y BOGOTÁ

35. Anécdotas de Julio Flórez. Tomo V, página 146.


36. Centenario de Medardo Rivas. Tomo v, página 317.
37. Los Arzobispos bogotanos'. Arias de Ugarte, Paúl y Herrera Res­
trepo. Tomo XI, página 199.

EL LIBERAL ILUSTRADO

38. Nicolás Pinzón IV. Tomo V, página 147.


39. Medardo Rivas. Tomo VI. página 99.

MUNDO AL DÍA

40. Soto Borda prisionero de guerra. Historia del soneto «Viejo ro­
sal» de Julio Flórez. Número 427.
41. Los héroes ignotos del periodismo. Número 598.
TIERRA NATIVA (de Bucaramanga)
42. Una gloria de Santander: El Arzobispo procer. Número 54.
43. Estatua de García Rovira en Bucaramanga. Número 78.
326 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

REVISTA DE LA ACADEMIA COLOMBIANA DE JURISPRUDENCIA

44. José Gregorio Gutiérrez Moreno. Año 1 (1910), página 236.


45. Crisanto Valenzuela. Año 1 (1910), página 257.
CROMOS
46. Arte antiguo: La casa de Moreno y Escandón. Tomo vm, núme­
ro 177.
REVISTA DE LA PAZ
47. Monumentos de Colombia. Número 7, página 135.
REVISTA MODERNA
48. La última firma del Acta de la Independencia. Tomo II, página 15.
CULTURA
49. Discurso en la recepción de Fabio Lozano y Lozano como aca­
démico de la Historia. Tomo m, página 192.
LECTURAS DOMINICALES
50. Colombia y Chile: Dos poetas Ministros. Número 502.
G. O. M.
ARTURO QUIJANO

No ahora, cuando ha cerrado los ojos para siempre, sino cuando


llenos de festividad le brillaban tras de los espejuelos, acariciamos
el pensamiento de que la vida de Arturo Quijano merecía escribirse
en un florilegio de vidas ejemplares. Los viejos saben de sus luchas,
de su tenacidad, de sus sentimientos inefables, porque ante todo y
sobre todo fue el hijo modelo, que se enfrentó a la adversidad y la
domó, y venció a la pobreza, y permaneció en el hogar de rodillas
ante su madre, el amor de sus amores, su perpetuo culto, el sér por
quien fue niño hasta ahora, cuando en su rostro apagó la sonrisa el
soplo de la muerte.......
Su naturaleza generosa tuvo la efusión como característica. Efusi­
vo en el hogar, efusivo en la amistad, efusivo en su profesión, efusivo
en la Patria. Llevaba el entusiasmo, la alegría hasta el candor. Les
encontraba significaciones trascendentales a hechos, expresiones,
actitudes, que para otros pasaban inadvertidas o eran consideradas
como insignificantes, por ese poder innato de magnificarlo todo, de
encontrar hasta en lo que carecía de sabor la sal de la vida. Incom­
parable miembro de familia, como hijo, como hermano, era el hombre
de los grandes pensamientos y de las pequeñas atenciones. Lo deli­
cado, lo sencillo, lo que tánto significa para quien la recibe, como
demostración de un recuerdo tenaz, fluía de él, era su irradiación, le
ponía fuego en el rostro bondadoso.
Tenía de la amistad el sentido perfecto, el que se adapta al dolor
y el que va con la dicha, el que guarda la espalda, el que es conse­
cuente y en ningún momento es incómodo. De una especie de bohe­
mia literaria, en que el ingenio era el dios que congregaba, en las
reuniones se mostraba como el más festivo, el más resistente, el
328 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

más tolerante, el que soportaba con mejor humor las impertinencias


de los compañeros, y les ayudaba, convirtiéndose en blanco de sus
propias saetas. Célebre es el soneto autobiográfico^ modelo de
chispa y de aticismo, en que hizo donosa burla de sus condiciones
físicas.
De los fastuosos ágapes, de los paseos al campo, de los chistes y
de los gracejos, de esas grandes ceremonias de la amistad, le que­
daba el recuerdo perfumado. Era para llorar cuando alguno de los
compañeros caía herido en la brega; para gritar de júbilo cuando
cualquiera de los íntimos ascendía hacia la cumbre; para evocar con
ternura los lejanos tiempos, al escuchar en la campana de su feliz
memoria los toques de algún aniversario. Toda la ciudad leyó sus
calurosas reminiscencias de La Gruta Simbólica. Gustaba de autoci-
tarse, de repetir sus aplaudidas ocurrencias. ¿Vanidad? No! Senci­
llez. Era un hombre profundamente bueno.
Y era un trabajador de los que ignoran la fatiga. Su ánimo de pa­
rranda jamás le quitó un minuto a sus deberes y estudios. En la
Academia de Historia, en la Academia de Jurisprudencia, en la Co­
misión de Relaciones Exteriores, antes en el periodismo, como fun­
dador y Director de El Porvenir, en toda clase de juntas patrióticas^
de movimientos sociales, de empresas de bien público, aparecía su
aporte de fe, de trabajo, de acuciosidad, prestado con entusiasmo.
Profundamente gustaba de la anécdota. Era el hombre de la peiiie
histoire, amigo de desentrañar definitivas leyes de los pequeños su­
cesos. Tenía una inacabable colección de datos, de frases, de cuen­
tos, que giraban todos en la órbita de algún principio tutelar, en la
órbita especialmente de la devoción a la Patria.
Vivía persiguiendo la huella de sus héroes, recordando las fechas
dignas de celebración, desenterrando papeles amarillos que guarda­
ban secretos del pasado republicano y del ayer heroico. Amaba a
Colombia en sus ideales, y en sus hechos, y en sus personajes. Y la
exaltaba con toda esa carga de dolor y de gloria que había descu­
bierto en sus anales. Asimismo la enseñaba. Como profesor de di­
versas materias, singularmente de Derecho Internacional, buscaba
el rasgo saliente, lo que mostrara una contribución del país al acer­
vo universal, lo qué'atestiguara el acatamiento de nuestros dirigen­
tes a alguno de esos grandes principios que representan las con­
quistas de la civilización sobre el caos.
DOCTOR ARTURO QUIJANO
ex-Vicepresidente de la Academia Colombiana
de Historia.
♦ Bogotá 15 de octubre de 1878.
t Bogotá. 28 de mayo de 1935.
ARTURO QUIJANO 329

Por la ciudad nativa tuvo un fervor de neófito. Bogotá le debe


folletos consagradores, artículos laudatorios, ardorosas defensas, y
el inexhausto amor, que tomaba para expresarse el camino de las
iniciativas provechosas, de las recordaciones gratas, de los cantos
íntimos, de ese orgullo triunfal que al decir «soy bogotano» ponía
en sus palabras la misma entonación del ciudadano de Roma. En­
vuelto en esa clámide se va para lo eterno. Y se va en plena acción,
acabando de soltar la pluma con que redactaba las actas de la Co­
misión Asesora en el Ministerio de Relaciones Exteriores, acompa­
ñado por el respeto y por el cariño de una sociedad que supo dar­
se cuenta de los tesoros de bondad que guardaba en el corazón y
de los nobles pensamientos que atesoraba su espíritu.

L. E. Nie t o Ca b a l l e r o
PRIMERA PAGINA DE LA MITOLOGIA
COLOMBIANA
¿CÓMO SURGIÓ EL TEQUENDAMA? (1)

En una tarde brumosa, cuando el sol moría, sus últimos dorados


rayos llegaron a herir los cambiantes prismas del agua de un lago
triste y apacible que cubría la que hoy es hermosa y fértil Sabana
de Bogotá', sobre la superficie tranquila, rizada suavemente por el
aura, tal cual sauce melancólico mecía las ramas sobre solitario pe­
ñón, o alguna acuática ave tendía muy quedo sus alas hacia el ama­
do juncal.
Todo era paz, silencio y soledad: tal parecía que ese lago fuese
un remedo del Mar Muerto, Y así era en efecto, pues según las tra­
diciones del pueblo ribereño, su dios había hecho salir de madre los
ríos Sopó y Tibitó e inundado la gran sabana, en castigo de los pe­
cados humanos. En la orilla de aquel lago, como en la playa de
aquel mar, algo como un torcedor intenso oprimía el corazón y un
hálito de muerte ahogaba en los labios la plegaria humilde.
La tarde a que nos referimos, sobre las crespas cumbres del Orien­
te, todo aquel valeroso y fuerte pueblo, arrodillado y compungido,
pedía a gritos—¡gritos del alma!—perdón a su dios, ese sol mori­
bundo, por las faltas pasadas, y remedio a los estragos de la inun­
dación.
Entretanto, los prismas del agua, evaporados en la atmósfera,
subían hacia el Levante, del lado de Chingasa, y allá, en la man-

(1) Tomado de la parte primera Derecho /m/zgena, capítulo i, La fábula y la


prehistoria, del libro Evolución del Derecho Penal en Colombia. Bogotá, Imprenta
de Medardo Rivas, 1898. 148 páginas, 4.° mayor.
ARTURO QUIJANO 33<

sión de los astros, revolviéndose y juntándose, iban formando una


ancha cinta con todos los primores del más bello espectáculo celes­
te, con todos los encantos que pudieron fascinar la vista y toda la
novedad que pudo aterrorizar al hombre.
De repente, aquel pueblo que gemía, vuelve atónito la mirada ha­
cia el horizonte oriental, se sobrecoge de espanto, parece soñar
y enmudece: es que tal espectáculo le deslumbra; es que por prime­
ra vez aparece el arco iris de sublime belleza sobre el haz de la tie­
rra; es que en medio de él, en figura de dragón y con el áureo bor­
dón en la mano, desciende el dios Bochica, cual ángel redentor de
su pueblo. Aterrado miraba éste a su mismo dios acercarse hacia él,
le imploraba misericordia y perdón, y le rendía pleito homenaje.
Bochica manifiesta entonces su satisfacción por los sacrificios he­
chos y por la expiación de los pecados, y dice cómo han sido oídas
las protestas de arrepentimiento. Luégo, como prueba de su miseri­
cordia, arroja, cual rayo, el dorado báculo, sobre las enhiestas rocas
del Sudoeste, las cuales se abren como las puertas del templo de la
felicidad y con majestuoso trueno saludan al bondadoso dios.
¡Oh divino espectáculo, asombro de los siglos! Despéñanse por
allí las aguas y surge el Tequendama, que desde entonces eleva
blanca columna de sutiles brumas como humo de incienso ofrecido
a Bochica misericordioso. El eterno y bronco bramido de la cascada
gigante recuerda a los hombres la omnipotencia de un dios; las go­
tas multicolores de su rocío diamantino reflejan los tonos hermosos
y palpitantes del arco iris.
Entonces aparece a la vista deí pueblo alborozado la virgen sa­
bana, fertilizada por el limo y envuelta en un brumoso manto; y en
medio de las aclamaciones de todos, Bochica desciende al valle, con
los últimos resplandores del sol que muere tras la cúpula cenicienta
del Tolima.
Qué divinos contrastes los de aquella tarde en que Bochica des­
cendió de su cielo! Un sol que muere, un lago que suspira, un pue­
blo que clama, un dios misericordioso que redime, con la vara de la
omnipotencia en una mano y las Tablas de la Ley en la otra, y una
hermosa planicie que aparece. Jamás espectáculo alguno fue más
digno de la alegre flauta y la épica trompeta; jamás el pincel pudiera
^ensayar cuadro más sublime y bello; el piármol mismo revelaría en
332 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

la imagen de cualquier espectador de esa tarde los caracteres de la


más honda sugestión. Sin embargo, ni la poesía ni el arte naciona­
les han hecho esfuerzo alguno para inmortalizar aquella tarde de
hermosuras infinitas y de recuerdos eternos.
Más bieu un extranjero eminente, el señor Bello, dedicó algunos
versos de sus silvas clásicas al primer personaje de la fábula colom­
biana:

La libertad sin leyes florecía,


todo era paz, contento y alegría,
cuando de dichas tántas envidiosa
Huitaca bella (1), de las aguas diosa,
hinchando el Bogotá, sumerge el valle.
De la gente infeliz parte pequeña
asilo halló en los montes;
el abismo voraz sepulta el resto.
Tú cantarás cómo indignó el funesto
estrago de su casi extinta raza.
A Nenqueteba, hijo del sol, que rompe
con su cetro divino la enriscada
montaña, y a las ondas abre calle;
el Bogotá, que inmenso lago ún día
de cumbre a cumbre dilató su imperio,
de las ya estrechas márgenes, que asalta
con vana furia, la prisión desdeña
y por la brecha hirviendo se despeña.
Tú cantarás cómo a las nuevas gentes
Nenqueteba piadoso leyes, y artes,
y culto dio, después que a la maligna
ninfa mudó en lumbrera de la noche,
y de la luna por la vez primera
surcó el Olimpo el argentado coche.

Así, por la hermosa coincidencia, la primera escala del Derecho


ha sido en Colombia la primera página—llena de dulzuras y de be­
llezas—de la Mitología patria. La Jurisprudencia y la Poesía se dan
allí un beso inmortal, para luégo separarse por siglos enteros.
El pueblo de que hablamos era el chibcha o muisca, el mismo
que habitaba nuestra sabana a la llegada de los españoles. Por esa

(1) «Huitaca, mujer de Nenquetgba o Bochica, legislador de los muiscas.»


ARTURO QUIJANO 333

primera página de sus tradiciones—y que transcribimos tal cual la


trae la leyenda,—se ve cómo ese pueblo entendía la justicia divina,
y sabía que el pecador, o criminal arrepentido y regenerado, debe
volver a su vida normal. Y ello nos enseña, con portentosa elocuen­
cia, cuál fue el génesis probable de la idiosincracia penal de los
chibchas, y hasta dónde se remontan los orígenes de ella.
Muchas y grandes analogías presenta la leyenda chibcha con la
mosaica: la inundación de la Sabana como el diluvio universal; el
lago andino como el Mar Muerto, monumento de la justicia divina
y castigo de las concupiscencias humanas; el Tequendama, como la
roca de Horeb golpeada por Moisés, desaguando la Sabana, abre
las fuentes de la vida a todo un pueblo; la ley chibcha, como la mo­
saica, aparece en la mano de un varón justo, que desciende de la
alta cumbre para enseñarla a su nación; por último, el arco iris que­
da entre los chibchas como entre los hijos de Jehová cual símbolo
de aparición del Derecho, que es ángel tutelar de los pueblos, sal­
vaguardia de los individuos, base inconmovible y hermoso emblema
de la paz entre los hombres.
Ar t u r o Qu ija n o
BIBLIOGRAFIA HISTORICA
DEL DERECHO COLOMBIANO DESDE LA PUBLICACIÓN DE LOS «DERE­
CHOS DEL HOMBRE» POR EL PRECURSOR (1794) HASTA EL CENTE­
NARIO DE LA MUERTE, DEL LIBERTADOR (1930)

El doctor Arturo Quijano presentó al primer Congreso Nacional de


Historia de Colombia, reunido en Bogotá, en 1930, el siguiente im­
portantísimo trabajo, hasta hoy inédito, que reúne las mejores cualida­
des en todo lo referente a clasificación de las materias de que trata y
a las fuentes de información de que se valió el autor para realizar su
propósito.
Inicia su obra con un capítulo muy interesante, en el cual esbo­
za los principios que han servido para el desarrollo del Derecho Co­
lombiano; se refiere a tres escritos que son en su concepto una de
las bases primordiales de aquellos principios: la publicación hecha
por Nariño de la traducción de los Derechos del Hombre y del Ciuda­
dano, el célebre Memorial de agravios de Camilo Torres, y las Ins­
trucciones para el Diputado a Cortes, del doctor Gregorio Gutiérrez
Moreno.
Analiza detenidamente la índole de cada uno de estos documentos,'
y hace un resumen muy importante del papel que ellos desempeñaron
en la mente de nuestros proceres.
Divide luégo su trabajo en secciones, correspondientes al derecho ci­
vil, al comercial, al procesal y al internacional, y reserva una muy
completa para los asuntos que se han relacionado con lo referente a
nuestra soberanía; todo lo relativo a limites y al canal de Panamá
ocupa un puesto muy principal en la bibliografía estudiada por el
doctor Quijano.
ARTURO QUIJANO
335

Este trabajo viene a llenar un vacio y a servir de gran auxiliar para


todos los que pretenden contribuir al estudio del desarrollo de esta par­
te del saber humano; y como todas las obras que salieron de la cul­
tivada ilustración de su autor, se distingue por el método, reúne las
cualidades de una buena obra de consulta, y representa una perse­
verante labor, digna del mayor encomio.

NOTA PREVIA

Como suele acontecer en esta clase de empresas, a medida que se


van realizando va creciendo el radio de acción y ensanchándose los
puntos de vista, hasta llegarse a un extremo en que se impone dejar
algunos de éstos so pena de tener que abandonar el plan concebido
primeramente.
Así, por ejemplo, escrita ya la corta bibliografía de nuestro Dere­
cho Constitucional, propiamente dicho, sobrevino la duda de si en
ella debían mencionarse o nó aquellos estudios ligados con la mate­
ria muy directamente, por más que no lo pareciesen. Los célebres
Derechos del Hombre, el inmortal Memorial de Agravios, las nunca
bien ponderadas Instrucciones para el Diputado a Cortes, el grueso
libro del doctor Juan Pablo Restrepo sobre La Iglesia y el Estado,
la notable obra del doctor Rocha Gutiérrez acerca de La verdadera y
la falsa democracia, los artículos recopilados del señor Caro Liber­
tad de imprenta, las Bases positivas del liberalismo de Ignacio V. Es­
pinosa, eran otros tantos esfuerzos coadyuvantes—si vale la frase—
en nuestro Derecho Constitucional, que no podían omitirse, bien
que tampoco debieran incluirse en una bibliografía restricta de tal
Derecho.
¿Qué hacer? Pues sencillamente destinar para éste y otros casos
semejantes una especie de complemento en la sección respectiva, se­
parándolo con una raya u otra advertencia del cuerpo principal de
la Bibliografía, para evitar así la frecuente apelación a notas de pie
de texto, tan incómodas como antiestéticas.
En materia de Derecho Internacional o de Relaciones Exteriores,
son en gran número las publicaciones que están en aquel caso, como
se verá a su debido tiempo.
Obviada así la primera dificultad, surgió aún otra mayor: podría
hacerse mención de todos los trabajos, siquiera de los de alguna
336 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

importancia que sobre puntos de Derecho andan por ahí en perió­


dicos y revistas? Imposible. Luégo esta Bibliografía quedó desde el
principio circunscrita a libros y folletos, que es propiamente el cam­
po o radio de la bibliografía, en su sentido estricto.
Ceñido de esa manera el plan del presente trabajo a los libros y
folletos, todavía resultaban ciertos modos de él de imposible reali­
zación inmediata. Quiero referirme no sólo al sinnúmero de pan­
fletos oficiales sobre múltiples asuntos, sino particularmente a dos
órdenes de fecunda actividad en la literatura jurídica: los alegatos
forenses y las tesis de grado. Se imponía prescindir, al menos por
ahora, de unos y otras, y si alguna vez aparece citada una de éstas,
débese a que sobre el punto que versa es estudio único entre nos­
otros. La simple enumeración de esa clase de escritos hubiera sido
obra benedictina, cuya labor habría detenido la preparación ya in­
aplazable de una bibliografía como la que hoy ofrezco: quizá com­
pleta en cuanto a libros y folletos—con las salvedades dichas—que
mediante una cuidadosa investigación han llegado a mi noticia.
Quédame abierta la vía para obviar tales salvedades.
En efecto, todas esas dificultades me han sugerido el proyecto de
complementar más tarde la tarea de hoy con varios apéndices: ale­
gatos, tesis, periódicos y revistas jurídicas, traducciones o repro­
ducciones en Colombia de tratadistas extranjeros, monografías en
revistas o periódicos no publicadas aparte, discursos parlamentarios,
proyectos e informes, sentencias y salvamentos de voto, y vistas del
Ministerio Público.
Véase aquí cuán ilimitado campo es este de la bibliografía aun
contraída a una sola de las humanas ciencias, y relativa tan sólo a
un país joven y pobre, donde la imprenta ha sido costosa en de­
masía.
Sirvan estas reflexiones, no para dar ínfulas al esfuerzo cuyo re­
sultado hoy presento, con viva satisfacción por su originalidad y por
su generoso fin, sino antes bien para hacer resaltar la pequenez de
él en medio a tan grandiosos horizontes. Para usar de una figura
harto gastada, podría decirse que he levantado los planos y cons- ,
fruido el edificio hasta que éste pueda contemplarse armónicamente
a flor de tierra. De ahí para adelante fácil será a cualquier técnico
erigir las sólidas columnas de la crítica filosófico-jurídica o los su­
tiles capiteles del análisis ligero.
ARTURO QUIJANO 337

PÁGINA PRELIMINAR

Ningún colombiano podría dar principio a una obra de bibliogra­


fía del Derecho nacional, de otra manera que no fuese ornándola
—tal como ahora—a modo de la más brillante de las portadas, con
la noticia de los tres grandes monumentos de ese género augusto,
que así en el orden cronológico como en el de su altísimo, invalua-
ble mérito, y en el de su excelsa fecundidad, ocupan el primer
lugar y fueron las tres bases inconmovibles de toda la fábrica del
Derecho público en nuestro país y en la América Latina misma.
En verdad, la traducción que hizo don Antonio Nariño de la De­
claración de los derechos del hombre y del ciudadano tomada dei tomo
3.° de la Historia de la Asamblea Constituyente, y su publicación en
Santafé de Bogotá en 1794 (en prensa de su propiedad que hoy se
conserva en el Museo Nacional), constituye ¡a piedra angular de la
independencia hispanoamericana. Fue la revelación de la revolu­
ción.
Esos diez y siete artículos en que se encarna todo el evangelio de
la redención política del linaje humano, tuvieron que ser para las
sociedades criollas una formidable iluminación que, cegándolas en
el primer estupor, abrió luégo a sus hijos el horizonte inmenso de
las tierras prometidas déla libertad. Esos diez y siete diminutos ar­
tículos fueron las células generatrices por donde surgió en la Amé­
rica Latina, en toda su maravillosa exuberancia tropical, eí orga­
nismo de la Vida Nueva.
Hablar a una sociedad que tenía como el dogma mater de su fe
política el derecho divino de los reyes, de que «el principio de la
soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo, ningún
individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de
ella» (artículo 3.°). Proclamar ante el Gobierno absoluto con bases
cien veces seculares, que «la libertad consiste en poder hacer todo
lo que no dañe a otro; así, el ejercicio de los derechos naturales de
cada hombre no tiene más límites que los que aseguran a los miem­
bros de la sociedad el goce de estos mismos derechos. Estos límites
no se pueden determinar sino por la ley» (artículo 4.°); que «la ley
no puede prohibir sino las acciones dañosas a la sociedad. Todo lo
Boletín de Historia—22
338 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

que no es prohibido por la ley, no puede ser impedido, y nadie pue­


de ser obligado a hacer lo que ella no manda» (artículo 5.°); que
«la ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudada­
nos tienen derecho de conctirrir personalmente, o por sus represen­
tantes, a su formación. Ella debe ser la misma para todos, sea que
proteja, o sea que castigue. Todos los ciudadanos, siendo iguales a
sus ojos, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos
y empleos, sin otra distinción que la de sus talentos y virtudes»
(artículo 6.°); que «la sociedad tiene derecho de pedir cuenta de su
administración a todo agente público» (artículo 15); que «toda so­
ciedad en la cual la garantía de los derechos no esté asegurada, ni
la separación de los poderes determinada, no tiene constitu­
ción» (artículo 16). Socavar así con estos principios una organi­
zación que legal y físicamente descansaba en la desigualdad so­
cial, en la nobleza por el un extremo y en la esclavitud por
el otro, propagando también que «los hombres nacen y perma­
necen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no
pueden fundarse sino sobre la utilidad común» (artículo l.°). Dar
al ilota ante el trono de los reyes el cetro del Cuarto Poder, pues
que «la libre comunicación de los pensamientos y*de las opiniones
es uno de los derechos más preciosos del hombre: todo ciudadano
en su consecuencia puede hablar, escribir, imprimir libremente, de­
biendo sí responder de los abusos de esta libertad en los casos de­
terminados por la ley» (artículo 11). Apagar con aliento de titán
las hogueras de la Inquisición, gritando al sagrado de las concien­
cias de los criollos que «ninguno debe ser inquietado por sus opi­
niones, aunque sean religiosas, con 4al de que su manifestación
no turbe el orden público establecido por la ley» (artículo 10);
que «todo hombre se presume inocente hasta que haya sido de­
clarado culpable; si se juzga indispensable su arresto, cualquier
rigor que no sea sumamente necesario para asegurar su persona,
debe ser severamente reprimido por la ley» (artículo 9.°), y que «los
que soliciten, expiden, ejecutan o hacen ejecutar órdenes arbitrarias,
deben ser castigados; pero todo ciudadano llamado o cogido en vir­
tud de la ley, debe obedecer al instante: de no, se hace culpable por
la resistencia» (artículo 7, segunda parte). Subvertir el más férreo
de los sistemas penales enseñando que «ningún hombre puede ser
acusado, detenido, ni arrestado sino en los casos determinados por
ARTURO QUIJANO
339

la ley, y según las fórmulas que ella ha prescrito» (artículo 7.°, pri­
mera parte), y que «la ley no puede establecer sino penas estrictas y
evidentemente necesarias, y ninguno, puede ser castigado sino en
virtud de una ley establecida y promulgada anteriormente al delito,
y legalmente aplicada» (artículo 8.°). Acabar con la confiscación, ex­
ponente y característica de ese sistema penal, porque «siendo las
propiedades un derecho inviolable y sagrado, ninguno puede ser
privado, sino cuando la necesidad pública legalmente hecha cons­
tar, lo exige evidentemente, y bajo la condición de una previa y jus­
ta indemnización» (artículo 17). Hacer de la fuerza pública el ejér­
cito de todos y para todos en vez de la aristocrática legión instituida
para salvaguardiar a uno contra todos, estableciendo que «la garan­
tía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita de una fuer­
za pública: esta fuerza, pues, se instituye para la ventaja de todos,
y no para la utilidad particular de aquellos a quienes se confia» (ar­
tículo 12). Desbaratar toda la máquina fiscal de los reales tributos
sosteniendo que «para la mantención de la fuerza pública y los gas­
tos de administración, es indispensable una contribución común:
ella debe repartirse igualmente entre todos los ciudadanos en razón
de sus facultades» (artículo 13), y que «todos los ciudadanos tienen
derecho de hacerse constar, o pedir razón por sí mismos, o por sus
representantes, de la necesidad de la contribución pública, de con­
sentirla libremente, de saber su empleo, y de determinar la cuota, el
lugar, el cobro y la duración» (artículo 14). Regar, en fin, de un
solo golpe en la mente y en el corazón de millones de hombres de
alma sencilla y corazón puro las ardientes semillas de esos diez y
siete artículos, y despertar mágicamente a esos espíritus, no atormen­
tados antes, con la visión borrascosa y agigantada de todos los
grandes problemas modernos, fue lógicamente, para la más estricta
filosofía de la historia, revelar la revolución y la emancipación a ún
tiempo mismo.
No tememos a la rotundidad de este concepto: quien pueda po­
nerlo en duda, quedará convicto y confeso al admirar cómo Nariño,
El Precursor de la independencia latina en América, sustituyó, con
audacia superhumana, la noción enclavada en lo más hondo del
alma de los pueblos de que todo movimiento de resistencia era el
más incalificable de los delitos de lesa majestatis divina y humana,
34° BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

por esta otra peregrina idea: el objeto de toda asociación política


es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del
hombre. Estos derechos son 1¿ libertad, la propiedad, la seguridad
y la resistencia a la opresión» (artículo 2.°).
He aquí, en el último renglón de este articulillo, toda la génesis
de la Independencia; el origen psicológico y moral de la revolución,
cuya portentosa evolución puede abarcarse desde ese punto de vis­
ta en todo su lógico desarrollo, a la manera que en el mundo físico
y al través de los siglos se puede con la mirada de cíclope del
tiempo asistir al alumbramiento de los astros-reyes, que ayer fueron
masas informes y oscuras y más antes impalpables nebulosas.
De la misma manera, a partir de la publicación de los Derechos
del Hombre, puede el jurista, el filósofo y el psicólogo, refundiendo
su pensamiento en el alto y sereno criterio del historiador, seguir
paso a paso y también primeramente en toda la grandeza de su
•»
armonía y luégo en toda la armonía de su grandeza, el proceso
evolutivo de esa continental transformación político-social de His­
panoamérica, desde la tertulia literaria con tentativas de conjura­
ción, hasta el Cabildo Abierto, y de éste al congresillo de provincia
que habría de culminar en la Asamblea Constituyente; desde el tí­
mido apuntamiento político hasta el Acta de la Independencia, y de
ésta al pacto de federación que habría de coronarse con la Carta
Fundamental; desde la murmuración casera hasta la arenga pública,
y de esta al discurso parlamentario digno de Demóstenes y geni­
tor de la proclama militar orgullo de la elocuencia humana; desde la
viril actuación del estadista en ciernes en los primeros areópagos
hasta la sublime consumación del martirio; desde la tímida carta
particular al deudo o al amigo hasta el formidable editorial; desde
la piadosa invocación a Dios en lo alto del solio hasta la triste ple­
garia al pie del cadalso; desde el hacinamiento bullicioso de las pla­
ceras hasta el motín de los hijosdalgo y desde éste hasta las mili­
cias de voluntarios que sorprendiéndose al principio de la lucha de
que el enemigo tirase con la bala, acabaron por acostumbrarse a
prender los mitológicos barriles de San Mateo, los legendarios esla­
bones de Boyacá y las olímpicas espoletas de Ayacuchp.
Tal el valor y la significación histórico-jurídica de la traducción
de los Derechos del Hombre por Nariño, en cuyo desarrollo han de
contarse primeramente otros dos monumentos de la opulencia poli-
ARTURO QUIJANO 341

tica en Colombia: el tan justamente llamado Memorial de agravios


del doctor Camilo Torres y las instrucciones para el Diputado a Cor­
tes del joven abogado bogotano doctor José Gregorio Gutiérrez Mo­
reno.
El primero de aquellos es el más brillante resumen que en la
America latina se hiciera de todas las seculares quejas contra la
Madre Patria, en noviembre de 1809. El párrafo final es un remate
dignamente característico de ese invaluable documento, cuya gloria,
como la del Libertador, crece con los siglos:
«¡Igualdad! Santo derecho de la igualdad: justicia que estribas en
esto y en dar a cada uno lo que es suyo; inspira a la España europea
estos sentimientos de la España americana: estrecha los vínculos de
esta unión: que ella sea eternamente duradera, y que nuestros hijos,
dándose recíprocamente las manos, de uno a otro continente, bendi­
gan la época feliz que les trajo tanto bien. ¡Oh! ¡Quiera el cielo oír
los votos sinceros del Cabildo y que sus sentimientos no se inter­
preten a mala parte! ¡Quiera el cielo que otros principios y otras
ideas menos liberales no produzcan los funestos efectos de una se­
paración eterna!»
Amigo y compañero de Torres fue el doctor Gutiérrez Moreno,
pues que en septiembre de 1809 éste era el Personero de la capital,
el Síndico Procurador General, y aquél su Asesor. La conducta de
Gutiérrez en la famosa Junta de Notables fue tan altiva, que causa
sorpresa y admiración el leer lo que sobre ella se ha escrito, y que
ha solido olvidarse:
«El curso de los acontecimientos diole en breve ocasión de mos­
trarse a la altura de sus deberes como defensor de los derechos po­
pulares. La Junta Central de España había asumido las atribucio­
nes que tuviera la de Sevilla, y a principios de 1809 declaró que las
Américas debían figurar en la representación nacional por medio de
Diputados; mas el lustre de esta resolución quedó empañado con la
injusticia de disponer que tan vastas colonias como las que España
poseía en el Nuevo Mundo enviasen apenas ocho Diputados, cuan­
do por la Península había treinta y seis; así que todo el Nuevo Rei­
no de Granada quedaría representado por uno solo. Fue preciso ce­
der, para no empeorar la causa americana, dejándola sin personería.
Los patriotas granadinos cumplieron con hacer los sorteos como es-
ztaba previsto, y eligieron al Mariscal de Campo D. Antonio de Nar-
342 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

váez; pero a tan forzada sumisión debía seguir la imprescindible


protesta, de que se encargaron don Camilo y don José Gregorio.
«Ocasión propicia para desahogar su mal contenido enojo, se les
presentó en la famosa Junta del 11 de septiembre (1809), a la cual con­
currieron, por convocatoria del Virrey, los tribunales, corporaciones
y gentes principales de Santafé. El objeto aparente de esta reunión
fue el de comunicarles la noticia de la revolución de Quito, y con­
sultarles acerca de la conducta que debía observarse en tal emergen­
cia: mas, a la verdad, sólo se quiso tender un lazo a los americanos,
obligándolos a descubrir sus intenciones. Junta en fin formada en
medio de las bayonetas de una compañía entera de soldados con los
fusiles cargados, llevando cada uno de ellos ocho cartuchos con
bala, al mismo tiempo que toda la tropa estaba en los cuarteles
sobre las armas. En esta Junta parecida a la de Bayona, no temie­
ron los verdaderos patriotas sacrificarse al furor de los enemigos y
manifestar con ingenuidad sus opiniones.
«La posición de don José Gregorio como Síndico Procurador Ge­
neral, era particularmente delicada, porque mientras sus compañe­
ros podían emplear un lenguaje de vago sentido, que poco o nada
les comprometiese, él estaba obligado a decir lisa y llanamente la
verdad.
«Reunida, pues, aquella respetable asamblea en el palacio virrei­
nal. pronunció ante ella un vehemente discurso en el cual declaró
que no tenía otra causa la revolución de los quiteños, que las des­
confianzas y sospechas que el gobierno de sus magistrados les ins­
piraba <porque,= dijo mirando con ceño al Virrey y los Oidores <nadie
ignora que la fidelidad, el patriotismo y el verdadero honor han bri­
llado generalmente en las familias populares de la península; más,
por el contrario, muchos de los ministros públicos y personajes de
alta representación, son los que se han declarado traidores contra
la Religión, contra el Rey y contra la Patria.= Manifestó en seguida que
era preciso satisfacer a los quiteños y concluyó con esta peroración,
que produjo impresión profunda en los circunstantes: <Yo no pue­
do prescindir de las obligaciones tan delicadas en que me ha cons­
tituido mi empleo. Soy el órgano del pueblo y su defensor nato; todo
él está sobre mis hombros, y yo me haría responsable a Dios y al
mundo, si no hablase por él en este día con aquel espíritu de justi­
cia y de ingenuidad a que me obligué cuando se me exigió el jura-^
ARTURO QUIJANO
343

mentó de defender sus derechos en presencia de este respetable


Cuerpo.
«Después hablaron otros, entre quienes se distinguieron don Ca­
milo Torres, don Frutos Gutiérrez, don José María del Castillo Rada
y don José Acevedo.
«Salió de aquella Júnta don José Gregorio ingnorando que acaba­
ba de firmar su propia sentencia de muerte.
«No concluyó con esto su misión en el célebre Cabildo de 1809.
Como le correspondiese emitir dictamen en orden a los poderes que
debían darse al Diputado, y redactar las correspondientes instruc­
ciones en nombre del Cabildo, aprovechó esta oportunidad para co­
rroborar cuanto había dicho en la Junta del 11 de septiembre. Vea­
mos algunos párrafos de aquel importante documento:
«Que siendo el origen funesto de las calamidades que sufre la
monarquía, el abuso con que se ha depositado en los Ministros toda
la autoridad soberana, que han ejercido tiránica y despóticamente
en agravio de nuestras antiguas leyes constitucionales que lo prohí­
ben, el Excelentísimo señor Diputado pedirá el cumplimiento de es­
tas mismas leyes, con la protesta de que se reconoce y jura al So­
berano, bajo la precisa condición de que él también jura su observa­
ción, y se sujeta a las variaciones o adiciones que el tiempo y las
circunstancias hagan conocer son necesarias, a juicio de las Cortes.
«Que éstas deben quedar permanentemente establecidas con el
objeto ya indicado, constituyendo un cuerpo que tenga una verda­
dera representación nacional, y en que se le dé igual parte a la Amé­
rica que a la España.
«Que debiendo ser una, igual y uniforme la representación de
ambas, no reconocerá el señor Diputado de este Reino, superioridad
alguna respecto de las de la Península; antes por el contrario, sos­
tendrá su representación americana con igual decoro al de la espa­
ñola, reclamando al efecto la pluralidad de los votos de ésta, res­
pecto de los de aquélla, pidiendo que se uniformen en todo, y que
vayan de acá tanto número de Diputados cuantos basten para equi­
librar a los de España, cuya elección debe hacerse por los pueblos
que les confieren sus facultades y de cuyo interés inmediato se tra­
ta, sin dependencia de ninguna otra autoridad, y que se les asigne
una dotación competente, así para que sirva en alguna manera de
compensación al sacrificio que hacen de sus personas en benefi­
344 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

ció de la patria, como para que puedan sostener con decoro su re­
presentación nacional.» (1)
Inverosímil parece este lenguaje empleado por un criollo, y así
hemos tenido toda la razón al considerar la traducción de los Dere­
chos del Hombre, de Nariño; la Representabión del Cabildo de San-
tafé, de Torres, y las [Instrucciones para el Diputado a Cortes, de
Gutiérrez Moreno, como los tres sustentáculos del grande edificio
jurídico de Colombia.
Veamos ahora los pocos datos bibliográficos que se han recogido
sobre ellos:
Al publicar en 1832 don José María Cárdenas, hijo político de To­
rres, la famosa pieza de éste, dijo en la introducción:
«La Representación que publicamos se escribió desde el año de
1809, y un hado siniestro hizo que no se elevase a la autoridad a
que era dirigida, ni se imprimiese hasta ahora.
El Cabildo de esta capital, en cuyo nombre se formó, en virtud de
un acuerdo suyo de junio de aquel año, se intimidó cuando le fue
presentado el proyecto; y resolvió archivarla. Luégo que se efectuó
la transformación política, se pensó más de una vez en imprimirla,
y dificultades del momento lo impidieron siempre: de lo cual resul­
tó que se conservara inédita en todos los seis años de la primera
época. En la segunda se hicieron de cuando en cuando fríos recuer­
dos de ella, y sólo se consiguió que se publicara truncada en la His­
toria de la revolución de la República de Colombia.
«Ni en ella, ni en la pequeña parte que hoy forma el estado de la
Nueva Granada se ha leído sino por muy pocos, porque no es tan
fácil multiplicar las copias manuscritas, como los ejemplares impre­
sos.
«No aspiramos al placer estéril de hacerla leer de muchos, y sa­
ciar su curiosidad. Nos proponemos otros objetos más nobles y
elevados: sacar de la oscuridad una producción que hará siempre
honor a este país, un documento precioso para la historia de nues­
tra revolución, un monumento importante del estado de las luces en
1809, de los progresos que ya en aquella época habían hecho la
filosofía, la elocuencia, los conocimientos morales y el amor consi­
guiente de la libertad; y en fin, renovar la buena memoria del ilus-

(1) I. Gutiérrez Portee, Vida de Ignacio Gutiérrez.


ARTURO QUIJANO 34 5

tre autor de esta producción, quien fue uno de los primeros y más
eminentes proceres de nuestra emancipación.
«La copia que poseemos es la más exacta; está escrita de letra
del Síndico Procurador General de aquel año, otro de los padres
distinguidos de la revolución, tan injustamente olvidado como sus
ínclitos socios, a la vista, y bajo la inspección de su autor, en no­
viembre de aquel mismo año; está autorizada con las rúbricas de
once miembros del Cabildo, y rubricadas sus diez y siete fojas por
el Secretario de aquel Cuerpo: de manera que podemos asegurar que
no está alterada ni en una coma.
«Sería inútil detenernos en analizar esta hermosa producción de
uno de nuestros primeros hombres. Los lectores que sientan palpi­
tar su corazón y humedecerse sus ojos, tienen en sí mismos el mejor
criterio y la regla más segura para conocer todo el mérito de la obra;
y ningún efecto produciría nuestro examen en el alma fría de los
que pudieran no sentir aquellos movimientos.
«Este escrito, difundido cuanto fue posible en el tiempo corrido
desde noviembre del año de 9 hasta julio de 10, tuvo consecuencias
que asombran. Iluminó el espíritu de muchos, puso en actividad la
razón de otros, explicó misterios que pocos penetraban, convenció
de la^injusticia de que éramos víctimas, aclaró las ideas confusas
de nuestros derechos, nos hizo conocer el oprobio de vivir en la
dependencia de un gobierno lejano, esencialmente injusto, avaro y
parcial, presentó a nuestra vista los dones que nos prodigó la Pro­
videncia, y los medios que teníamos para hacernos independientes,
asegurar este bien inestimable y alcanzar sus efectos, que debían
ser la prosperidad del país y la plena libertad que constituye la ver­
dadera felicidad de los pueblos. Y la noble osadía con que habla su
autor, inspiró valor a los tímidos y fortaleció el ánimo de los pocos
determinados a no dejar perder la ocasión que presentaba la situa­
ción apurada de la Península. ¿Habría de quedar para siempre en
el olvido, y expuesto a perderse, un escrito que fue la causa impul­
siva de un acontecimiento tan heroico y t^n glorioso como la insu­
rrección nacional de la antigua Nueva Granada? Mengua del país
sería no hacer, aunque tarde, la publicación de esta obra clásica en
su género, siquiera para evitar lá nota de negligencia por no haber­
lo hecho hasta hoy, y preservar una pieza histórica, que por veinti­
dós años estuvo expuesta a perderse.
346 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

«La ofrecemos también como modelo digno de ser consultado para


su imitación. Brillan en ella el orden y claridad de las ideas, la ló­
gica más exacta, la elevación de los pensamientos, la fuerza del dis­
curso, la elección de los medios de persuadir, el puro amor de
la verdad y de la justicia, el más noble patriotismo, la osadía varo­
nil que inspira la virtud, la belleza de un idioma bien hablado, el
estilo propio de una obra de este género, acomodado a cada una de
sus partes, anuncios proféticos, que pronto se realizaron, y la com­
binación difícil de la energía de los argumentos con el respeto debi­
do a la autoridad a quien se hablaba. Este escrito deleita, enseña y
persuade al mismo tiempo; y podemos asegurar, como hablando de
Cicerón decía Quintíliano: que harán progresos en la política y en
la elocuencia todos los que se complazcan en leerlo.»
Sobre los Derechos del Hombre nos ha quedado la más honrosa
de las noticias bibliográficas, ya que por consecuencia del proceso
que se siguió a Nariño parece fueron destruidos todos los ejempla­
res; es la deliciosa circular del Capitán General de Venezuela a los
Prelados y Gobernadores de Provincia, que decía:
«El Excelentísimo señor Virrey de Santafé, en oficio de 6 de sep­
tiembre último, me participa haberse fijado, hace días, en los para­
jes públicos de aquella ciudad, unos pasquines sediciosos, y de sus
resultas se ha tenido noticia que se ha esparcido por aquel Reino un
papel impreso titulado: los Derechos del Hombre-, y su objeto es el
de seducir a las gentes fáciles e incautas con especies dirigidas a fa­
vorecer la libertad de la religión y a turbar el buen orden y gobierno
establecido en estos dominios de Su Majestad; dando al propio
tiempo las señas del tal papel, que son las siguientes:
«La señales del impreso son: Hallarse en un papel grande, grueso,
y prieto en cuarto y con mucho margen; todo de letra bastardilla, y
de tres clases, de mayor a menor, siendo la más pequeña la de una
nota o especie de adición con que finaliza la cuarta y última hoja.
«Los especiales encargos de Su Majestad, y nuestro honor y fide­
lidad, nos obligan estrechísimamente a impedir que se propaguen
tan detestables máximas, y por lo mismo no me detengo a encarecer
a Usía el gran servicio que hará a Dios y al Rey poniendo todos
sus desvelos en averiguar y descubrir si por desgracia se ha intro­
ducido el tal papel, u otro de su especie, en el distrito de su mando;
valiéndose de todos les medios que dictan la prudencia y sagacidad.
ARTURO QUIJANO 347

«Lo traslado a Usía Ilustrísima rogándole y encareciéndole coad­


yuve por su parte a los fines que deseo e indico en ella, confiando
el asunto sólo a eclesiásticos de probidad, y de quien le asistan
pruebas de prudencia y penetración.
«Dios guarde a Usía Ilustrísima muchos años.
«Caracas l.° de noviembre de 1794.
«Pe d r o Ca r b o n e l l »
Mas no es solamente en su suprema grandeza intrínseca como
deben contemplarse los tres documentos jurídicos de que hemos ve­
nido hablando: es que para que su historia llegara a lo sublime,
fueron coronados con la más excelsa de las consagraciones, la del
martirio.
El proceso que se siguió a Nariño y a sus amigos y defensores,
fue quizá el más ruidoso de toda la época colonial, después del se­
guido a nuestros compatriotas los comuneros del Socorro, por la
primera rebelión armada (1782). Buenas páginas del monumental
libro que a Nariño dedicaron los directores de la Biblioteca de His­
toria Nacional, doctores Pedro M. Ibáñez y Eduardo Posada, están
empleadas en la reproducción de las principales piezas del proceso
de Nariño, y el Cónsul de Colombia en Cádiz, don José Manuel Pérez
Sarmiento publicó en precioso volumen, la copia que tomó del ori­
ginal, existente en el Archivo de Indias de Sevilla. Años de prisio­
nes y destierros costó, pues, al ilustre Precursor su traducción de
los Derechos del Hombre. En cuanto a Torres y Gutiérrez Moreno,
ya se sabe que ellos pagaron con su vida, el año de 1816, su grandio­
sa actuación de patriotas, en la cual fulguran con vivos resplando­
res esos dos documentos que fueron parte principalísima a su sa­
crificio.
No se crea extraño a un trabajo bibliográfico de esta especie la
página preliminar que precede: cuando el Derecho colombiano tiene
la más alta filiación moral e intelectual de América y cuando fue
bautizado en su propia cuna con la sangre misma de sus progenito­
res, es imposible dar paso a la historia de su vida sin traer antes la
constancia del abolengo soberano y la partida espléndida de su na­
cimiento. Esa partida tiene tres nombres propios, los mismos con
que hemos querido encabezar la evocación cariñosa y justiciera de
todos los publicistas del Derecho en nuestro país: Nariño, Torres y
Gutiérrez Moreno.
348 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

ADVERTENCIAS
Se ha procurado hacer figurar tan sólo la última edición de cada
trabajo, cuando ha habido varias.
Se han suprimido los títulos honoríficos que suelen los autores
colocar al pie de su nombre en las portadas, así como la dirección
de las imprentas.
Se han puesto en abreviatura aquellas voces que aparecen en casi
todas las citas, verbigracia, Bogotá, Bog., Imprenta, Imp., Tipografía,
Tip., Edición, Ed., etc., todo ello en obsequio de la brevedad y sin
perjuicio de la información bibliográfica, que es lo importante.
Cuandoquiera que, conforme al gusto moderno, ha aparecido en
las portadas primeramente el nombre del autor, éste, a pesar de eso,
figura en esta bibliografía después del título, a fin de que vaya ade­
lante siempre la materia de la obra, lo que consideramos cómodo
para el lector y más,uniforme.

BIBLIOGRAFIA DEL DERECHO COLOMBIANO


CÓDIGOS VIGENTES

Ultimas ediciones oficiales.


El artículo 5.° de la Ley 57 de 1887 dice:
«Cuando haya incompatibilidad entre una disposición constitucio-
y una legal, preferirá aquélla.
«Si en los Códigos que se adoptan se hallaren algunas disposicio­
nes incompatibles entre sí, se observarán en su aplicación las reglas
siguientes:
«1.a La disposición relativa a un asunto especial prefiere a la que
tenga carácter general.
«2.a Cuando las disposiciones tengan una misma especialidad o
generalidad, y se hallen en un mismo Código, preferirá la disposi­
ción consignada en el artículo posterior, y si estuvieren en diversos
Códigos preferirán, por razón de estos, en el orden siguiente: Civil,
de Comercio, Penal, Judicial, Administrativo, Fiscal, de Elecciones,
Militar, de Policía, de Fomento, de Minas, de Beneficencia y de Ins­
trucción Pública.»
ARTURO QUIJANO 349

En consecuencia he aquí las últimas ediciones oficiales de cada


Código en el orden de prelación legal que queda citado:
Constitución de la República de Colombia y Reglamentos del Se­
nado y de la Cámara de Representantes. Edición oficial. Dirigida y
anotada por la Comisión de Abogados auxiliares de los Ministerios
del Despacho Ejecutivo. Bogotá', Imprenta Nacional. 1914. 186 pá­
ginas.
Código Civil colombiano expedido por el Congreso de 1873 y
adoptado por la Ley 57 de 1887, con un suplemento de las leyes
que lo adicionan y reforman desde 1887 hasta 1892. Edición oficial.
Bogotá, Imprenta Nacional, 1895. 492 páginas (y un índice alfabé­
tico).
Códigos de Comercio de Panamá, Penal.de Cundinamarca, de Mi­
nas de Antioquia. Edición oficial. Bogotá, Imprenta de Pizano. 1886.
127, 176 y 85 páginas.
(El Código de Comercio de Panamá y el de Minas de Antioquia
fueron adoptados para la Nación por el artículo 1." de la Ley 57 de
1887. También rigió para aquella el Penal de Cundinamarca hasta
la expedición del de 1890).
Código de Comercio Marítimo para los Estados Unidos de Colom­
bia, sancionado por el Congreso de 1870, modificado por el de 1873.
Ley 10 de 11 de marzo (edición de 1874).
Codigo Penal de la República de Colombia. Edición oficial. Bogo­
tá, Imprenta Nacional. 1906. 144, LXXXV1, 30 páginas.
(Con una introdución de Absalón Bedoya Restrepo).
Código Judicial de los Estados Unidos de Colombia, sancionado
por el Congreso de 1872 y modificado por el de 1873. (Ley 73 de 19
de mayo). Bogotá, Imprenta de Gaitán. 1874, 223, XLíll páginas.
Código Fiscal (Ley 110 de 1912). Edición oficial revisada por la
Comisión Legislativa y por el Consejo de Estado y seguida de un
suplemento que contiene las leyes de los años de 1913. 1914 y 1915,
relacionadas con el ramo fiscal. Bogotá, Imprenta Nacional. 1915.
161 páginas.
En Colombia aún no se ha dictado el Código Administrativo ni
el de Elecciones, ni el de Fomento, pero los dos primeros pueden
ser reemplazados para la consulta particular con la Recopilación
de leyes administrativas del doctor Olarte Camacho y el Código de
Elecciones del doctor Vélez, citados en su lugar.
35° BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

Los Códigos de Policía son hoy ordenanzas de los respectivos


Departamentos, pues ese ramo les corresponde a ellos. Otro tanto
se dice de la Beneficencia. No hay, pues, Códigos nacionales en esos
dos ramos. Tampoco ha dictado el Congreso Código de Instrucción
Pública, pero puede ser suplido por el del doctor Carreño, que es
edición oficial, y que se cita abajo, en su lugar correspondiente.
Código Militar expedido por el Congreso de los Estados Unidos
de Colombia de 1881. Bogotá, Imprenta a cargo de T. Uribe Zapata.
539, CXXVII. páginas.
Código Militar. Edición oficial. Tomo 11, Imprenta a cargo de T.
Uribe Zapata. 460 páginas (y unos modelos).
Código de Minas. (Véase arriba el aparte relativo al Código de
Comercio).
Además existe hoy en tomo aparte la siguiente edición oficial:
Código Político y Municipal. Bogotá, Imprenta Nacional, 1913. 170
páginas.
El Congreso no ha expedido Códigos de Instrucción Pública ni
Postal y Telegráfico, pero existen en vigencia estas ediciones:
Código de Instrucción Pública de Colombia. Contiene todas las
disposiciones constitucionales, legales y reglamentarias que regulan
la materia, concordadas y anotadas por Pedro María Carreño, Mi­
nistro de Instrucción Pública. Edición oficial. Bogotá, Imprenta Na­
cional. 1911. 518 páginas.
Código Postal y Telegráfico de la Repúblicade Colombia, o com­
pilación de leyes, decretos y demás disposiciones vigentes sobre
correos y telégrafos, refundidas metódicamente en orden de mate­
rias por Roberto Correal. Edición oficial. Bogotá, Imprenta Nacional,
1907. 560, XIII páginas.
CODIFICADORES
EDICIONES VIGENTES

Constitución y leyes usuales de Colombia. Edición dirigida por


Eduardo Rodríguez Piñeres. Bogotá, Librería Americana. 1911, 576
páginas.
Código Civil Colombiano y leyes que lo adicionan y reforman. 2.a
edición dirigida por Eduardo Rodríguez Piñeres. Bogotá, Librería
Americana. 1914. 509 páginas.
ARTURO QUIJANO 351

Código Colombiano de Comercio Terrestre y leyes vigentes que lo


adicionan y reforman. Edición dirigida por Eduardo Rodríguez Pi­
ñeres. Bogotá, Librería Americana. 1912. 223 páginas.
Código de Comercio de la República de Colombia, anotado y se­
guido de tres apéndices por Luis A. Robles. Bogotá, Imprenta de La
Luz. 1899. 477 páginas.
Código Colombiano de Derecho marítimo, expedido por el Congre­
so de 1870, adicionado con las leyes que lo complementan y refor­
man, y anotado con las disposiciones análogas de varias legislacio­
nes extranjeras por José Vicente Concha. Bogotá, Librería Ameri­
cana. 1907. 195 páginas.
Código de Comercio Marítimo de los Estados Unidos de Colom­
bia, sancionado por el Congreso Nacional de 1870, modificado por
el de 1873 (Ley 10 de 11 de marzo). (Tomado de la edición de 1874).
1891. Bogotá, Imprenta del Diario de Cundinamarca. 107 páginas.
Código Penal colombiano y leyes que lo adicionan y reforman. 2.a
edición dirigida por Eduardo Rodríguez Piñeres. Bogotá. Librería
Americana. Librería Colombiana. 1914. 221 páginas.
Código Penal colombiano, con anotaciones y leyes reformatorias.
Miguel Martínez. Medellín. Imprenta del Departamento. 1899. 200
páginas.
Código Judicial. Colombiano y leyes vigentes que lo adicionan y
reforman. 3.a edición dirigida por Eduardo Rodríguez Piñeres. Bogo­
tá, Librería Americana. 1911. 560 páginas.
Código Judicial de la República de Colombia y leyes reformatorias
vigentes, concordado y anotado por Manuel José Angarita. Bogotá,
Imprenta Eléctrica. 1909. XI, 609, 16, 17, 15 páginas.
Código Judicial de la República de Colombia y leyes adicionales
por Carlos Navarro Menéndez. Edición según la ley. París 1909.1003
páginas.
Código Político y Municipal de 1913. Edición dirigida por Eduar­
do Rodríguez Piñeres. Bogotá, Librería Americana. 1913. 115 pá­
ginas.
Código Fiscal colombiano (Ley 110 de 1912) concordado y anota­
do por Eduardo Rodríguez Piñeres. Bogotá, Imprenta de La Luz.
1913. CXXX, 148 páginas.
Código de Elecciones, anotado y concordado por Bonifacio Vélez.
2.a edición. Bogotá, Imprenta Nacional. 1913. 185, XII páginas.
352 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

Código Militar de los Estados Unidos de Colombia, explicado y


anotado por Agustín Núñez. Tomo I. Bogotá, 1883. Imprenta a car­
go de T. Uribe Zapata. 399 páginas.
Código de Minas al alcance de todos, arreglado por Joaquín Ospi-
na. Tipografía de la T. Literaria. Salamina. 1912. 185 páginas.
Código de Minas colombiano y leyes vigentes que lo adicionan y
reforman. Edición hecha bajo la dirección de Eduardo Rodríguez
Piñeres. Bogotá, 1910. 108 páginas.
Código de Minas colombiano, concordado y anotado por Fernan­
do Vélez y Antonio José Uribe. 2.a edición. Medellín, Imprenta del De­
partamento, 1904. 190 páginas.
Código Militar colombiano y leyes vigentes que lo adicionan y
reforman. Edición dirigida por Eduardo Rodríguez Piñeres. Librería
Americana. Bogotá, 1915. 541. páginas.
Código de Comercio Colombiano. C. Lozano y Carlos Julio Angel,
Editores. Bogotá, calle 12 número 317, 1915. 623 páginas (edición
española diminuta).
Ley sobre lo contencioso-administrativo precedida de un estudio
crítico por Eduardo Rodríguez Piñeres. Bogotá, Librería Americana.
1914. 66 páginas.
Código Civil colombiano con un suplemento de las leyes que lo
adicionan y reforman desde 1887 hasta 1915. (Escudo nacional). C.
Lozano y Carlos Julio Angel, editores. Bogotá, 1915. 818 páginas
(Edición de bolsillo).
Código Judicial colombiano. (Organización judicial y procedimien­
to civil). Comprende las leyes adicionales y reformatorias expedidas
desde 1886 hasta 1918. (Escudo nacional) Carlos Julio Angel, edi­
tor compilador. España. Madrid. 1919. 1199 páginas. (Edición de bol­
sillo).
(Continuará).
ANTONIO NARINO
PRECURSOR COLOMBIANO
ANTE LAS CRITICAS DE UNO DE SUS COMPATRIOTAS

La ferviente admiración, fruto lógico del profundo conocimiento que


de la vida de Nariño tiene nuestro meritisimo colega Clavery, le ha
dictado las páginas siguientes. Destácase en ellas el desconcierto
natural que en nuestro colega francés despertó la lectura de la confe­
rencia que en meses pasados dictó en la Academia, en ciclo célebre,
el numerario don Jorge Ricardo Vejarano.
Mal librada salió la figura del Precursor de manos que, por otra
parte, conocen de la amenidad y donosura. La redacción del «Bole­
tín» no cree, como lo sugiere el autor de «Antonio Nariño, Precursor
colombiano, ante las críticas de uno de sus compatriotas» que la pa­
sión hubiera dictado conceptos como los leídos por el doctor Vejarano.
Un estudio precipitado del héroe, el desconocimiento de los nuevos
documentos descubiertos en los archivos, la lectura rápida de los pu­
blicados en «El Precursor,» y la imaginación que se fue tras la nove­
la, llevaron al conferencista a volver sobre asuntos que pertenecen a
«autoridad de cosa juzgada.» El Nariño del año 23, como lo vieron
Azuero y Gómez, volvió a surgir. El deudor fallido (y en esto avanzó
temerariamente el doctor Vejarano), sugiere en el héroe habilidad tin-
terillesca al procurar el que dos causas diferentes que sobre él pesa­
ban, criminal una y civil la otra, fueran involucradas para amparar
asi el descubierto de la Tesorería de Diezmos que desempeñaba, apa­
rentando por otra parte sentimientos liberales que desconocía, y que
Boletín de Historia—23
354 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

mal pudieron dictarle la publicación y circulación de «Los Derechos


del Hombre» El que se entrega en Pasto, para faltar solamente el
fugitivo voluntario de su Patria.
Entre conceptos como los enumerados, rectifica el señor Clavery al
conferencista en su afirmación sobre el nombramiento de Nariño, en
1820, para Diputado a Cortes por la Nueva Granada, nombramiento
efectivamente recaído en Nariño, como este mismo lo dice en carta a
su amigo y paisano Francisco Antonio Zea, que corre publicada en las
páginas 477 y siguientes de «El Precursor.» Claro es que de tal nom­
bramiento a su ejercicio corre un abismo, pero el hecho en si fue una
realidad y esto sin duda fue lo que quiso referir el autor de la confe­
rencia.
Preciso es pasar por alto conceptos menos trascendentales política­
mente en la vida de Nariño, distintos de los enumerados por el señor
Clavery, como qquel maravilloso resurgimiento económico del Precur­
sor, en los plácidos días de «La Milagrosa,» que sugieren tremendo
cargo contra el antiguo Contador de Diezmos, y que ya había sido
repetido por el Consejo de Indias en calumnioso informe del año de
1816.
A tan extenso estudio como el del doctor Vejarano, no es posible
responder en breves líneas; las presentes sólo han sido dictadas para
dejar constancia de la lealtad con nuestra historia y nuestros hombres
que caracteriza al colega Clavery, y el exquisito cuidado y la fo­
gosidad ardiente con que sabe amparar el nombre de Nariño, de cuya
vida ha hecho un culto ferviente de su corazón.
Sólo nos resta, para terminar este breve proemio, manifestar al
colega Vejarano el aprecio con que, el que esto escribe, ha visto la
acogida que le merecieron sus dijerentes estudios sobre el Precursor,
y de manera especial sus «Diez años desconocidos en la vida de Na­
riño» que ocupan puesto de honor en las páginas comentadas y de
los cuales supo Vejarano destacar el alma incomparable de Magdale­
na Ortega, a la que con tanta justicia consagra preciosas líneas.
O. H. DE A.
ANTONIO NARIÑO 355

SIMPLES OBSERVACIONES AL RESPECTO

La historia es un tribunal.

El 19 de agosto último, en Bogotá, el señor Jorge Ricardo Vejara­


no, miembro de la Academia Colombiana de Historia, leyó ante sus
colegas una conferencia, con la cual clausuró el ciclo organizado
por la Academia en 1934. El autor de ese estudio es muy conocido
e'n París, donde reside con su familia hace muchos años. No tan
conocido es el tema escogido por él, a pesar de que en los últimos
quince años se hayan consagrado diversos trabajos, en revistas y en
algunos diarios de la capital, a aquel hijo de español gallego, naci­
do en Bogotá en 1765, que vino a ser más tarde el precursor de la
independencia de su patria, por haber traducido y hecho imprimir a
fines de 1793 la Declaración de los Derechos del Hombre proclamada
en Versalles el 29 de agosto de 1789, firmada contra sus deseos por
Luis XVI el 6 de octubre del mismo año y que consta de diez y siete
artículos colocados al principio de la Constitución del 3 de septiem­
bre de 1791, la que juró Luis XVI el 14 del mismo mes. El Tiempo
de Bogotá publicó en sus ediciones del 29 de septiembre y 6 de oc­
tubre del año pasado el texto completo de la lectura del señor Jorge
Ricardo Vejarano, con una extensión como de veinte columnas. Tra­
taremos de hacer una reseña del estudio en cuestión.
No puede decirse que Nariño inspire a su nuevo biógrafo una
simpatía especial; de ello daremos pruebas más adelante.
Pero de todos modos, cualquiera que sea el espíritu que informe
la relación dé las trágicas vicisitudes acaecidas en la vida del Pre­
cursor, la lectura de aquélla no puede menos que impresionar pro­
fundamente. La paciencia, la energía que sirvieron a Nariño para
sufrir todas esas contrariedades lo hacen digno de pasar a la poste­
ridad, y acreedor ajas estatuas que Bogotá y Pasto le han erigido
hace ya venticinco años, obra de Greber, distinguido artista francés.
Con mucha razón el señor Vejarano, inspirado en reciente estudio,
hace resaltar los méritos de la animosa consorte del Precursor, quien
hasta su muerte, acaecida prematuramente en 1812 cuando Nariño
acababa de llegar a la Presidencia de la naciente República, tanto
hizo por sostener moral y materialmente a su marido en medio de
múltiples azares.
356 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

Por otra parte, desde el principio de su escrito el señor Vejarano


acoge la vieja acusación lanzada contra Nariño durante su vida y
hasta la víspera misma de su fin, consistente en atribuirle malver­
saciones en el manejo de la Caja de Diezmos, cuya Tesorería des­
empeñaba desde el 8 de agosto de 1789.
Según nuestro autor, el Precursor tradujo la Declaración de los
Derechos precisamente en los días en que llovían sobre él todos los
infortunios, consecuencia del descubrimiento del desfalco en la caja.
«Un día de este año 94 (que los documentos no precisan) cayó so­
bre él la importuna visita.»
Ahora bien, la fecha de esa visita o investigación, si estamos a lo
que el mismo señor Vejarano reconoce, fue sin duda posterior al
hecho capital de la vida de Nariño, a la iniciativa en que éste, a la
edad de veintiocho años, aventuró la suerte de su futura existencia
y plantó al mismo tiempo la semilla de la independencia de su Pa­
tria: la traducción de la Declaración de los Derechos del Hombre.
Esto lo hace comprender muy bien en uno de los capítulos de su
agradable recopilación Al través de la antigua Santafé (Bogotá,
1925) el señor canónigo Bermúdez, en quien se aúnan el avisado
historiador y el fino letrado.
En mi libro Tres Precursores que complementa mi ensayo El pro­
ceso de Nariño (Quito, 1926, agotado), creo haber demostrado que el
Precursor recibió la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano en las más imprevistas circunstancias, a mediados de
diciembre de 1793, de don Cayetano Ramírez de Arellano, capitán de
la Guardia del Virrey, funcionario éste que pasaba una temporada
de campo en el Puente del Común, algunas horas al norte de San­
tafé.
Lleno de entusiasmo con el texto votado por la Constituyente,
basado en el del Congreso de Filadelfia (1776), Nariño lo tradujo
inmediatamente y lo hizo imprimir en secreto.*
En 1924 la revista ilustrada Cromos de Bogotá publicó un muy
interesante grabado de colores, reproducción de un cuadro de Pepe
Gómez, hermano del señor Laureano Gómez, ex-Ministro de Obras
Públicas (1925-1926) y ex-Ministro en Berlín (1929-1931), que re­
presenta al Precursor ocupado en corregir las pruebas de la traduc­
ción que había de influir tan poderosamente en los destinos de su
Patria. Séame permitido agradecer en esta ocasión muy sinceramen­
ANTONIO NARIÑO 357

te al artista el favor que me hizo al ofrecerme su obra, poco des­


pués de mi llegada a Bogotá, mayo de 1926, la que conservo pia­
dosamente, puedo decirlo, entre los más preciosos recuerdos de las
misiones diplomáticas que he tenido el honor de desempeñar en el
corazón de los Andes.
Volvamos a Santafé, en donde se cumplió al fin de diciembre de
1793 la escena histórica evocada por el hábil pincel del señor Gómez.
En el proceso que se inició ocho meses más tarde, Nariño pudo
tratar de disminuir la importancia de lo que había hecho. Pudo de­
cir, como lo hace notar el señor José Manuel Pérez Sarmiento, mi
antiguo colega en Cádiz, hoy Cónsul General de Colombia en Bur­
deos, que la edición no había sido sino de cien ejemplares y que dos
únicamente habían sido puestos en circulación. En presencia de
una acusación tan poco razonable, tan injusta, no se tiene muy en
cuenta la calidad de los argumentos empleados para defenderse. En
todo caso, es permitido, dadas las circunstancias, no creer la pala­
bra de Nariño al pie de la letra. La realidad es que él propagó (ene­
ro, mayo, julio) en todas las colonias vecinas: Venezuela, Quito,
Lima, ese texto verdaderamente humano y profundamente impreg­
nado de ideal. Sin duda lo hizo llegar más lejos, hasta Méjico, has­
ta Chile, quizá hasta Buenos Aires. Era esa la proclamación de los
principios políticos modernos que la Francia, atacada por los alia­
dos, excitados éstos por los emigrados partidarios del antiguo régi­
men hasta triunfar en Valmy, en Jemmapes, en Fleurus.
En la primera parte de su conferencia el señor Vejarano llama te­
rrible el manifiesto, nombre que da a la Declaración de los Derechos.
Que me permita preguntarle, ¿en qué es terrible, sino respecto a los
tiranos, a los partidarios del poder absoluto?
En cuanto a la falta en la caja de los diezmos, considero, hasta
más amplia información, como lo hice notar en mis dos escritos an­
teriores, que ella se debió principalmente al arresto de Nariño. Se
comprende que si el Precursor hubiera sido dejado en libertad ha­
bría hecho honor a sus obligaciones. Sería necesario, repitámoslo,
especificar las fechas exactas: l.°, de la visita importuna, según el
señor Vejarano, que hizo descubrir el pretendido desfalco; 2.°, del
proceso civil intentado contra Nariño, el que parece haber sido la
consecuencia del proceso enderezado contra él por la traducción e
impresión de los Derechos del Hombre.
35S BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

De todos modos hay algo claro y cierto: al revés de lo que afir­


ma nuestro autor, Nariño no estaba sometido a procedimiento judi­
cial ninguno ni a preocupación de ninguna clase por el arqueo de
su caja, cuando en diciembre de 1793 hizo su célebre traducción.
En efecto, y el señor Vejarano lo anota, en 1792 el Tesorero de Diez­
mos había pedido el permiso para extraer de los bosques de Fusa-
gasugá tres mil arrobas de quina. Esta autorización la obtuvo el 11
de marzo de 1794, oído el concepto del sabio Mutis, sacerdote tan
versado en botánica como en matemáticas, quien llegó de Andalu­
cía al Nuevo Reino de Granada hacia 1770 y puede considerarse
como uno de los favorecedores de la independencia.
Respecto al punto que nos ocupa, parece claro que la verificación
de caja quQ se dice pudo hacer aparecer un manejo poco correcto
de parte de Nariño es posterior al 11 de marzo de 1794. El señor
Vejarano se limita a indicar el año de 1794 en su conjunto. Mien­
tras más se piensa en ello más probable parece que el arqueo se ve­
rificó como consecuencia del arresto del Precursor el 28 de agosto
de 1794 y de su prisión en el cuartel de caballería.
En fin, el ardoroso conferencista estima que la defensa presenta­
da al Juez de instrucción por Nariño en 1794 y redactada por éste
sin ayuda de abogado está llena de énfasis y de retórica. En mi hu­
milde opinión esta retórica, si la hay, obra es de la época, de la
educación, de los ejercicios literarios de entonces. Nada quita a la
sinceridad del entusiasmo que tuvo el Precursor por la Declaración
de los Derechos, al que permaneció fiel toda su vida, así como
Bolívar, y en el fondo el mismo Napoleón. Otro gran apasionado por
esta declaración, ideal de los pueblos libres desde la independencia
de los Estados Unidos, realmente desde los Padres Peregrinos, fue
Francisco Eugenio Espejo, quien conoció personalmente a Nariño en
Santafé de Bogotá, cuando estuvo en esta ciudad a consecuencia de
las diligencias iniciadas contra él por el Presidente de la Audien­
cia de San Francisco de Quito.
La extensa conferencia del señor Vejarano contiene otras muchas
sorprendentes afirmaciones que no tenemos tiempo de rectificar una
por una. En general nuestro autor acoge las tradiciones, comproba­
das o nó, que tienden a mostrar el personaje por un aspecto poco
favorable.
ANTONIO NARIÑO 359

Así, en mayo de 1814, después de su derrota a las puertas de Pas­


to, Nariño vaga abandonado en las soledades de la cordillera. Un
indio y un soldado lo encuentran y hé aquí la escena, según el señor
Vejarano: el jefe republicano «impide que le maten gritándoles: No
me maten, que yo les entregaré a Nariño en Pasto.» «Esta con­
ducta inexplicable, dice el señor Vejarano, dio lugar para atormen­
tar durante el resto de su vida al Precursor. Siempre se le hizo el
cargo infamante de que se dejó coger con la intención de tratar con
los españoles y venderles luégo su patria y su gloria....... » Cree uno
soñar al leer semejantes cosas escritas por la pluma de quien pre­
tende obedecer a la inspiración de Clío!
En cuanto al hecho adquirido, indiscutible, histórico, consistente
en la presentación de Nariño, pocos días después de su arresto, pri­
sionero ya de los españoles, en el balcón del Cabildo, ante la mul­
titud delirante contra él, que vociferaba amenazas de muerte, a la
que dijo con toda calma: «Aquí está Nanr.o, haced de él lo que que­
ráis....,» el señor Vejarano lo pasa sencillamente en silencio. A ese
célebre ademán dentro de su heroica sencillez dio la inmortalidad el
escultor Greber en la bella estatua que se levanta en la Plaza de San
Victorino, en el mismo sitio donde Nariño, en enero de 1813, triun­
fó de la insurrección de Baraya.
A propósito de esta obra notamos una singular confusión en que
ha caído sin notarlo el señor Vejarano. Considera como muy fea
(detestable) la estatua de Bogotá, sin darse cuenta de que la de Pas­
to no es sino una reproducción de aquélla. Y respecto de esta re­
producción, no deja de anotar que, poco después de su inauguración,
tuvo que guardarla la policía para preservarla de todo atentado. El
odio infundado de 1814 se había perpetuado un siglo más tarde al
través de las generaciones de indios.
Nos parece que hemos dicho lo suficiente para poner en guardia
al lector contra varias de las opiniones emitidas por el señor Veja­
rano, que parece haber escrito más por pasión antiliberal que por
amor a la verdad histórica. No citaremos sino unos dos ejemplos
demostrativos de que sus afirmaciones no pueden aceptarse sino
bajo beneficio de inventario.
Casi al terminar su estudio nuestro autor presenta a Nariño al
mismo tiempo como prisionero de los españoles y Diputado del Vi­
rreinato de la Nueva Granada a las Cortes Constituyentes. Nos en­
3óo BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

contramos aquí en presencia de una completa imposibilidad. En


efecto, como es sabido, las Cortes se reunieron en Sevilla, en San
Francisco primero, luégo en Cádiz (1810 a 1812). Reunidas el 24 de
septiembre de 1810 en el Oratorio de San Felipe Neri, fueron disuel­
tas en 1813, un poco más de un año después de la proclamación, el
19 de marzo de 1812, del Código de la Constitución Política de la Mo­
narquía española, constitución destinada a ser suspendida desde
1815 y restablecida en 1820 después del levantamiento de Riego y
Quiroga. En virtud de una nueva evolución, la constitución suspen­
dida otra vez en 1823 fue restablecida en 1836 hasta 1854.
Volvamos a la época de las Cortes de 1812. Nariño había sido to­
mado prisionero, como lo hemos visto, el 14 de mayo de 1814, y lle­
vado por Guayaquil a Lima, llegó el 16 de marzo de 1816 a Cádiz
y a San Fernando, en donde fue encarcelado en la prisión de Cuatro
Torres, cuatro meses antes de la muerte de Miranda en el mismo
arsenal.
En párrafo posterior el señor Vejarano sostiene que Nariño fue
nombrado para las Cortes Constituyentes convocadas por Riego. El
Precursor al haber aceptado tal puesto renunciaba con ello al ideal
de independencia a que había dedicado toda su vida. Además, salió
de Cuatro Torres en marzo de 1817 y vivió retirado en San Fernan­
do, donde estaba sujeto a vigilancia, y bien pronto comprendió que
no estaba seguro ni con los liberales. Partió para Gibraltar en junio
de 1820. Pasó a Londres y a París, y se reunió con Bolívar en Acha­
guas del Orinoco el 7 de abril de 1821.
El lector apreciará las libertades tomadas por el autor en las cir­
cunstancias apuntadas con la cronología y la psicología. No insisti­
remos.
Consideramos sin embargo como un deber el observar que nos
es imposible participar en ninguna forma de la opinión emitida por
nuestro honorable colega en la Academia de Historia de Bogotá to­
cante a que Nariño no se dio cuenta de lo que hizo cuando tradujo
el texto que le proporcionó su amigo Ramírez de Arellano, encontra­
do por éste en un envío confidencial del Consejo de Indias de Madrid
al Virrey de Santafé. En este punto apelamos a la conciencia del
lector, a la impresión que le deja la vida de Nariño considerada en
su totalidad. ¿Por ventura él, del principio al fin de su existencia,
no se mostró fiel al ideal político adoptado bajo la influencia de una
ANTONIO NARIÑO 361

parte de su educación clásica que lo inició en la lectura directa de


Cicerón, Salustio, Tácito, y como resultado de los acontecimientos de
la América del Norte (1776 a 1783, Nariño tenía entonces de 15 a 16
años), acontecimientos en que España tomó parte al lado de Fran­
cia y de los insurrectos? ¿Acaso no tenía desde 1788 o 1790 en su
santuario (biblioteca) un busto de Franklin con el verso célebre de
Turgot:

Eripuit coelo fulmen scepirumque tirannis?

¿Cómo admitir que Nariño hubiera estado como inconsciente al


traducir al castellano, en 1793, el texto redactado cuatro años antes
por La Fayette, Rabaut St. Etienne, el Arzobispo Champion de Cicé,
Siéyés, Mounier, Talleyrand, Clermont Tonerre, Lally, Chapelier,
Bergasse....... ?
No sólo Nariño no pecó por inconsciente, sino que aceptó de an­
temano, con valor, todas las consecuencias que podían desprender­
se del partido que tomó en forma deliberada. Los acontecimientos
vinieron a confirmar lo que en el primer momento parecía apenas
un confuso presentimiento: prisiones, ruina, destierro y martirio has­
ta la muerte.
Además, y según el señor Vejarano, Nariño no tuvo sino lo que
merecía. En efecto, por su traducción del texto que forma como el
pórtico de la revolución francesa, ¿no se decidió positivamente por el
partido del libre examen? Levantó su propio calvario por su culto
al libre examen.
Esta breve declaración revela el espíritu con que fue escrita la
nueva biografía del Precursor Colombiano, a quien nuestro autor
llama de paso «héroe desconocido,» a pesar de que tiene dos esta­
tuas en su propio país y de que las obras que allí se han escrito so­
bre él comienzan á formar una verdadera biblioteca.
Un rasgo más para demostrar que el estudio consagrado a la vida
extraordinaria del Precursor ha sido inspirado por un constante
pensamiento denigratorio:
El 24 de diciembre de 1811, tres días después de haber tomado
posesión de la Presidencia de la República, que apenas contaba diez
y ocho meses, Nariño firma un decreto de indulto general, aplicable
3Ó2 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

en primer término a los delitos políticos. En esto tampoco tiene mé­


rito el Precursor. Al adoptar semejante medida no ha hecho otra
cosa que mostrarse el eterno prisionero, huésped de las más infa­
mes ergástulas. Así, víctima de las arbitrariedades más injustas, de
las más inhumanas, por eso mismo no tiene razón: realmente en
presencia de semejantes interpretaciones cree uno estar soñando.
Esperemos que una investigación más amplia sirva para hacer
llegar a nuestro colega de la Academia de Bogotá a conclusiones
más imparciales y le haga reconocer en Nariño al más enérgico ini­
ciador, a uno de los más gloriosos campeones del ideal político en
su patria.
Ed o u a r d Cl a v e r y
17 de marzo de 1935.
EL GENERAL
FRANCI SCO DE P. SANTANDER
Por RODOLFO OSVALDO RIVERA

CAPITULO VII
LA DISOLUCIÓN DE LA GRAN COLOMBIA (il)

Hasta la naturaleza conspiraba contra el general Santander y con­


tra Colombia durante aquellos días aciagos. Para rematar las noti­
cias de la quiebra de la Casa Goldschmidt, la inhabilidad del Perú
de pagar el plazo de su deuda a Colombia, y de la insurrección de
Páez en Venezuela, hubo el 17 de junio un terrible temblor de tierra
en Bogotá y comarcas cercanas que destruyó o causó daños a gran
número de edificios importantes, incluyendo el palacio del Vicepre­
sidente donde estaban las oficinas del Gobierno (1).
En cuanto a Páez y su levantamiento muchas cosas había que
Santander podía y hubiera hecho, de haber estado libre para actuar.
Su posición era por ¡demás difícil. Comoquiera que Bolívar podía
regresar y desautorizar cualquier acto suyo, se limitó a dos cosas:
declaró nulo y sin efecto todo acto que Páez realizara por virtud de
su autoridad ilegal y anticonstitucional, y trató de encauzar la opi­
nión pública por el camino de la Constitución y de las leyes (2).
Aunque Bolívar había escrito con mucha indignación, al parecer,
acerca de las ideas napoleónicas propuestas por Páez, ahora escri­
bía (7 de mayo) sobre las noticias que había recibido concerniente^
a una nueva expedición española al mando del general Morales que
364 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

estaba a punto de desembarcar con 14,000 hombres; que Méjico iba


a hacer la paz por separado por una suma de millones de indemni­
zación; que la Santa Alianza era el alma de estas operaciones; que
Francia pagaba los gastos para obligar a los patriotas a adoptar sus
condiciones y principios; y, lo que es más, hablaba de un imperio
en términos favorables: «por una parte, la Santa Alianza y el ejér­
cito queriendo un imperio. Por otra mi gloria, las leyes y el Congre­
so exigiendo justamente la conservación de la República. Si lo pri­
mero se adopta, tendremos paz externa con protección de la Europa
y la guerra interna con los demócratas; si lo segundo, tendremos
guerra externa y anarquía interna, porque habiendo tomado el ejér­
cito un partido y el pueblo otro, nadie puede auxiliar sino una nue­
va conquista y un gobierno de sangre y fuego para exterminar a los
partidos.» (3).
Si el Libertador tuvo la idea de sondear al general Santander, la
respuesta no daba lugar a dudas y no se hizo esperar. Después de
una breve explicación de la situación, el Vicepresidente proseguía:
«Creo que un imperio del Potosí al Orinoco sería muy fuerte y po­
deroso, y que nos reconciliaría con la Europa, aunque fuese un ger­
men sempiterno de guerras entre monarquistas y demócratas. Voy
a hablar a usted con mi corazón en las manos y con toda la fran­
queza y sinceridad que me caracterizan, y de la generosa amistad de
usted.
«¿Quién es el Emperador o Rey en este nuevo imperio? ¿Un prín­
cipe extranjero? No lo quiero, porque yo he sido patriota y he ser­
vido diez y seis años continuos por el establecimiento de un régimen
legal bajo las formas republicanas. En mi posición, y después que
he logrado una mediana reputación, sería la mayor iniquidad trai­
cionar mis principios, faltar a mis protestas. ¿El Emperador es us­
ted? Obedezco gustoso y jamás seré conspirador, porque usted es
digno de mandarnos, porque nos gobernaría según las leyes, porque
respetaría la opinión sana del pueblo, porque es justo, desinteresa­
do, filantrópico, etc., etc., etc. ¿Y después de su muerte, quién es el
sucesor? ¿Páez? ¿Montilla? ¿Padilla? A ninguno quiero de Jefe Su­
premo o vitalicio coronado. No seré más colombiano, y toda mi fortu?
na la sacrificaré, antes que vivir bajo tal régimen. Para el imperio
en manos de usted no daré jamás mi voto, aun cuando fuera usted
capaz de querer ser Emperador, porque no estoy dispuesto a sacri­
FRANCISCO DE P. SANTANDER 365

ficar mis principios; pero por adhesión a usted, por el amor y gra­
titud que le debo, y por todo lo demás que he manifestado antes,
sería su más fiel súbdito y su más fiel servidor.
«Yo no me imagino que usted sea capaz de entrar en tal plan,
porque sería tener muy mezquina idea de toda la grandeza e inmen­
sidad de su gloria y reputación. Por otra parte, usted me ha dicho
cien veces que morirá republicano y que se irá de América antes
que abrazar semejante partido, y yo lo creo firmemente porque nin­
guno mejor ni más que usted puede pesar toda la pérdida que va a
hacer en tal caso en la opinión del mundo, y a todo lo que se expo­
ne su inmarcesible gloria y su inmaculada reputación. Sí, mi general,
sea usted siempre republicano, el mismo Bolívar que nos ha dado
patria, y usted vivirá eternamente en la posteridad y en los corazo­
nes libres, elevado sobre cuantos verdaderos héroes reconoce la his­
toria y admira el mundo.......
«Me parece que usted debe contar a todo trance con Urdaneta,
Bermúdez, Carreño, Padilla y todos los pardocratas para oponerse
-a los planes monárquicos de Páez y Carabaño....... Quizá han pen­
sado en ganarme ofreciéndome el Principado de Cundinamarca.» (4).
Con la previsión de siempre, el Libertador se dio cuenta inme­
diatamente del peligro que corría Colombia, pero en vez de apresu­
rarse a salvarla, envió a su joven edecán irlandés, el coronel Daniel
F. O’Leary, a aconsejar a Páez que no hiciera nada en absoluto
fuera de lo que estrictamente era su deber en el asunto del juicio
que tenía pendiente ante el Senado. El coronel O’Leary debía dete­
nerse en Bogotá a su paso para Venezuela, para recibir un mensaje
del general Santander en idénticos términos y seguir entonces a ha­
cer entrega de ambos. Trajo además este oficial una carta en que el
general Bolívar hablaba de su reelección a la Presidencia y la de San­
tander a la Vicepresidencia. Según se expresaba, la reelección era el
suceso más feliz que podían esperar del mando, porque, estando
Santander a la cabeza del Gobierno, Bolívar podría ocuparse de los
asuntos del sur e ir después a Venezuela a quedarse uno o dos años
«arreglando aquellos enredos.» Esta carta contenía algo de mucha
más importancia que una felicitación por su reelección. Cada vez
que Bolívar había sido electo para desempeñar algún cargo, lo ha­
bía renunciado repetidas veces. Y hasta esta vez había enviado su
renuncia, pero su motivo era bien diferente. Esta era su idea: él no
366 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

debía mandar como Presidente durante los cuatro años siguientes.


De otra manera, en el año de ’31 empezaría una tempestad con la
que sería difícil lidiar. Su deseo era que Santander fuese electo Pre­
sidente en estas elecciones para él poderse quedar en aptitud de po­
der ser electo en las próximas elecciones (en las del 31). Y añadía:
«Si faltamos a la ley volviéndome a reelegir, se pierde el respeto que
se debe a la majestad de las leyes y hacemos una verdadera revolu­
ción, y si no me nombran estoy seguro de que va a ser la crisis de
la República, el nuevo Presidente y la reforma de la Constitución.»
(5). Desde luégo que Sucre gobernaría en Bolivia y Santa Cruz en
el Perú. Entonces el Libertador podría ir de capital en capital, en
paseo triunfal, como superintendente de Presidentes dando consejos
y recibiendo homenajes de pueblos agradecidos.
A la semana siguiente ya había cambiado de opinión y de tono.
Sus ideas eran diferentes: «Yo me iré de aquí para Colombia por
salir de este mando (Perú), pero bien resuelto a no tomar otro. Para
mandar conforme-a las leyes usted lo hace mejor que yo, y para
mandar sin leyes, basta un tirano....... » (6).
O’Leary llegó a Bogotá a principios de julio. En varias conferen­
cias que tuvo con el Vicepresidente, éste le dio toda suerte de ins­
trucciones de cómo debía proceder para con Páez, a quien indicaba la
manera como podía refugia! se de nuevo bajo el manto de la Constitu­
ción. A Páez le escribió una extensa carta tratando de razonar con él,
pero esta carta, así como los consejos que verbalmente debía comu­
nicarle el coronel O’Leary, probaron ser palabras lanzadas al viento(7).
Estando firmemente convencido de que Bolívar le respaldaría y sos­
tendría la Constitución, como había dicho en más de una ocasión,
Santander le escribió así: «Puede quedarnos duda en el partido que
debemos abrazar? Por mi parte, fiel a mis principios, y leal a mis
deberes, sostendré la Constitución a todo trance, aunque fuera más
numerosa la facción que quiere destruirla, sobreponiéndose a la vo­
luntad libre de la Nación. Podrán ser infelices mis esfuerzos; serán
también infructuosos, mas no me toca consultar mis fuerzas, sino
mirar los deberes a que me he sujetado....... » Decía, además, que su
renuncia de la Vicepresidencia había sido la sincera expresión de
sus sentimientos, pero que bajo las presentes circunstancias se ve­
ría precisado a retirarla porque lo contrario sería sentar un mal pre­
cedente. Con toda su fuerza se opondría a Páez aun cuando dejara
FRANCISCO DE P. SANTANDER 3(V

de ejercer el Poder Ejecutivo después del regreso del Libertador (8),


En otras palabras, esto significaba que Bolívar tendría que decidirse
por uno: Santander o Páez. También significaba Constitución o no
Constitución.
Como en Venezuela las cosas iban de mal en peor, Santander se
declaró en ejercicio de las facultades extraordinarias, de acuerdo con
lo que prescribía el articulo 128 de la Constitución. Después de con­
sultar detenidamente a su Gabinete, decidió no convocar el Congre­
so a sesión extraordinaria, debido a que éste se dilataría cinco o seis
meses en reunirse y para esta fecha sería ya tiempo de que se re­
uniera el nuevo Congreso en su sesión regular que debía empezar el
2 de enero de 1827 (9).
El general Bolívar, que todavía no se había movido del Perú, es­
taba cada día más enamorado de la Constitución Boliviana y ¿quién
sabe que otros planes acariciaba en lo más recóndito de su corazón?
En agosto escribía diciendo que no había recibido noticia alguna
de Santander acerca del levantamiento en Venezuela. Por motivo.de
una conspiración no había podido abandonar el Perú, pero em­
prendería su marcha de regreso tan pronto llegase el general Santa
Cruz a Lima. Sugería la idea, y era de opinión, que para unir al
pueblo colombiano y apaciguar contrarios intereses, lo que podía
hacerse era someter a su consideración la Constitución Boliviana.
Era el único medio de salvar el fruto de quince años de luchas in­
cesantes. Tan ciego estaba Bolívar con esta Constitución, que An­
tonio Leocadio Guzmán se ganó su admiración y confianza, obte­
niendo así indecible influencia sobre él, por el solo hecho de haber
escrito un artículo elogiando dicho documento. Guzmán iría donde
Páez a convencerlo de las ventajas de la nueva Constitución, y
uno de sus edecanes, el coronel Demarquet, saldría para Quito, don­
de hasta la fecha todo había estado en calma, a aconsejar a los pue­
blos que esperasen la llegada del Libertador antes de actuar. Sin
embargo, Bolívar decía ya que no creía que Colombia pudiera sal­
varse ni con la Constitución Boliviana, ni con la federación, ni con
el imperio (10). ¿Qué podría el Vicepresidente Santander sacar en
claro de tantas ideas opuestas entre sí?
El Perú adoptó la Constitución Boliviana, por lo que Bolívar de­
cidió quedarse allí unos días más para demostrar al pueblo su gra­
titud (11).
368 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

Lo que Guzmán y Demarquet consumaron en su misión lo sabre­


mos más tarde.
En el Sur ya habían empezado a notarse señales de inquietud. El
5 de julio, Guayaquil había dado el primer paso en la dirección de
necesarias reformas a la Constitución, dirigiendo una petición al
Libertador al efecto. Este acto fue prontamente imitado por la ciu­
dad de Quito nueve días después, cuando se aprobó una resolución
en idénticos términos. Al Gobierno de Bogotá le fueron enviadas
copias de estas resoluciones. Antes de que Bolívar llegara a Gua­
yaquil, de regreso del Perú, ambas ciudades (Guayaquil y Quito)
habían aprobado actas confiriéndole poderes dictatoriales para que
pudiera salvar la patria del abismo que tenía ante sí. El Libertador
echó pie a tierra en Guayaquil el 12 de septiembre, y al día siguien­
te publicó su proclama dirigida a todos los colombianos. En ella se
echaba la culpa por todo lo que estaba pasando en Colombia por
no haber él regresado a tiempo, porque «dos Repúblicas amigas, hi­
jas de nuestras victorias, me han retenido, hechizado con inmensas
gratitudes y con recompensas inmortales. Yo me presento para víc­
tima de vuestro sacrificio: descargad sobre mí vuestros golpes, me
serán gratos si satisfacen vuestros enconos.» Exhortaba también al
pueblo a permanecer sumiso, esclavo de las leyes (12).
Seis días después de haber publicado esta proclama, Bolívar es­
cribía al general Santander una carta en términos poco en concor­
dia con los de la proclama. Se expresaba así:
<La dictadura está a la moda, promovida por Guzmán, que mandé
a Venezuela donde el general Páez a decirle que me pidiese para
su tiempo la Constitución Boliviana, que participa de la federación y
de la monarquía que desean los dos partidos de aquel país.»
Aseguraba que en el Sur estaban con las mismas ideas y que los
militares querían fuerza mientras que el pueblo demandaba indepen­
dencia provisional. Desde luégo, que en tal confusión la dictadura lo
arreglaría todo, porque daría el tiempo necesario para preparar la
opinión pública para la gran reforma de la Constitución en la Con­
vención de 1831. Mientras tanto, se calmarían los partidarios de
los extremos (13).
A todos sus secuaces Bolívar había expresado sus ideas en cuan­
to a sus planes y deseos, pero al Vicepresidente ni una palabra ha­
bía dicho. ¿Cuáles eran sus intenciones con respecto a la revolución
FRANCISCO DE P. SANTANDER
369

de Venezuela? ¿Qué ideas tenía acerca de las reformas de la Consti­


tución? Nada de esto era discutido en sus cartas. El general San­
tander andaba a tientas en la oscuridad, pidiendo a gritos al Liber­
tador que se mantuvieran unidos en el pensamiento y en la acción,
porque la colaboración entre los dos ejecutivos era esencial para
poder hacer frente a la crisis por que atravesaba Colombia (14). De
haber Bolívar hablado y explicado a su íntimo amigo Santander lo
que deseaba hacer, no hay duda que el Vicepresidente lo hubiera
respaldado noblemente tal como lo había hecho desde 1819, siem­
pre y cuando Bolívar pensara en seguir la pauta de los principios
republicanos. Mas no fue así. En lugar de proceder de la manera
que demandaban las circunstancias y la razón, Bolívar envió a sus
emisarios a hacer propaganda y a convertir a los desafectos a sus
ideas sobre la Constitución Boliviana y la dictadura, mientras le
daba a entender al Vicepresidente que mantendría en vigor las leyes
y la Constitución vigentes. Nada bueno ni provechoso podía espe­
rarse de tal norma de conducta. El general Bolívar, o estaba sordo
o no leía las cartas en que Santander marcaba con rayo luminoso el
camino recto a seguir.
Tal y como el Vicepresidente había predicho la confusión consi­
guiente empezó a hacer su aparición en Colombia. El general San­
tander se había trazado su línea de conducta: obedecer y cumplir la
Constitución y las leyes, y seguía firme en sus propósitos. Simul­
táneamente con la lluvia de noticias y proclamas y actas de las ciu­
dades y pueblos del Sur pidiendo la dictadura, llegaban a Bogotá
noticias y cartas de Panamá y Cartagena, por donde había pasado
Guzmán. Estas cartas decían que reinaba allí una confusión enor­
me por motivo de la divergencia de opiniones expresada en las
cartas que se recibían del Presidente y del Vicepresidente y el
gobierno de Bogotá. «¿Cómo es posible—decía una de estas cartas —
que el general Bolívar no se haya puesto de acuerdo con Vuestra
Excelencia antes de dar un paso, antes de tomar el partido de valer­
se de Guzmán para una comisión que por su importancia parecía
que exigía otra persona más respetable....? ¿Si efectivamente Guz­
mán es enviado del Libertador, el Libertador habrá desdeñado en­
tenderse primero con Vuestra Excelencia como su amigo, como el
hombre que le ha merecido tantos elogios, y como el hombre, en
Boletín de Hist o ría—24
37o BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

fin, que encargado de la dirección del Estado, es Vuestra Excelen­


cia el responsable de la seguridad del Estado? Esto se hace incon­
cebible....» (15) No obstante, esta era la triste realidad. Al fin, el 8
de octubre, Bolívar se dignó contestar las cartas que Santander le
había dirigido desde el 6 de julio al 7 de septiembre, pero su carta
no era ni clara ni satisfactoria, mucho menos una respuesta categó­
rica a las importantísimas cuestiones planteadas. Era más propensa
a conducir a una confusión que a aclarar la atmósfera de dudas o a
aliviar a Santander de sus incertidumbres e intranquilidades (16).
En una de sus cartas Santander había sugerido un modo por
medio del cual, si se hacía necesario, podía adoptarse la Constitu­
ción Boliviana por lo menos con apariencia de legalidad. Desde
luégo que este era un compromiso que le dictaba su diplomacia. Po­
dría convocarse el Congreso para que interpretara el artículo 191 de
la Constitución. Esta interpretación podría hacerse de tal manera
que acortara el plazo en que debía reunirse la próxima Convención,
esto es, hacerlo en 1828 en vez de 1831 (17). El Libertador no era
de la misma opinión, y tan pronto como recibió dicha carta contestó
que era imposible reunir el Congreso con la rapidez necesaria; que
Venezuela no enviaría sus representantes como no lo haría tampoco
el Sur, mucho menos después de haberlo proclamado Dictador y
pedido la Constitución Boliviana para después de la dictadura. No
obstante, Bolívar tenía suficiente franqueza para admitir que él no
creía que dicha Constitución fuera perfecta, aunque sí creía que era
más sólida que la vigente. «Los que la critican—decía—«son unos
miserables, que no pueden elevarse a la altura de un legislador: yo
no lo soy, pero tengo más experiencia y más inspiraciones que esos
pigmeos.» Para salvar al país, según él, se necesitaba la dictadura
que uniría a todas las facciones silenciándolas. Podría consultarse la
opinión pública para averiguar lo que el pueblo deseaba y actuar de
acuerdo con sus deseos. Si el pueblo deseaba formar tres o cuatro
repúblicas, como lo había augurado Santander, a menos que¡se man­
tuviera la Constitución, que se haga tal. «La dictadura ha sido mi
autoridad constante.... Esta magistratura es republicana, ha salvado
a Roma, a Colombia y al Perú.... Jamás un Congreso ha salvado una
República» (18).
Mientras más Bolívar variaba de un extremo a otro, más se afir­
maba la idea de sostener la Constitución en la mente de Santander.
FRANCISCO DE P. SANTANDER
371

Repetidas veces le escribió cartas con toda suerte de argumentos


abogando por éste como que era el curso que debía seguirse: el de­
rrotero marcado por la ley orgánica. Trataba el Vicepresidente de
refrescar la memoria del Libertador con relación a su actitud respec­
to a Páez mismo en 1818; contra Piar; y más recientemente contra
Riva Agüero en el Perú. Indudablemente que el pueblo respaldaría
sus actos, y su influencia y sú popularidad salvarían la Constitución
y el país. De lo contrario, él sabía que se harían esfuerzos para es*
tablecer separadamente la República de la Nueva Granada, como
lo estaba en 1815. Los hombres prominentes^de Bogotá eran de opi­
nión, como lo era Santander mismo, que era mejor estar solo que
mal acompañado (19).
Todavía a principios de noviembre, el Vicepresidente no sabía
nada con seguridad acerca de los planes de Bolívar que ya se acer­
caba a Bogotá. Santander había estado enfermo, quizá como resul­
tado de las intranquilidades que sufría y de lo tenebroso que se
presentaba el porvenir de la patria. Desde su lecho de enfermo es­
cribió al Libertador para proponerle otra posible solución a su in­
trincado problema: I. Debía el Libertador desautorizar y reprender
enérgicamente al coronel Demarquet y a Antonio Leocadio Guzmán,
presuntos instigadores de las actas de Quito, Guayaquil, Cartagena
y Panamá, pues de lo contrario, la sospecha recaería sobre Bolí­
var. II. Todos los Ministros debían ser relevados de sus puestos.
Eran éstos patriotas sin tacha, capaces e inteligentes, pero se habían
convertido en el blanco de los ataques de los enemigos del Gobier­
no. Un nuevo núcleo de hombres ejercería una influencia refrescante.
Santander mismo se retiraría del Gobierno, toda vez que Guayaquil
y Quito y Venezuela le habían retirado su confianza. Se quedaría
en el país, pero sin tomar parte en asuntos oficiales. III. Al llegar a
Bogotá, Bolívar debía dar al país una proclama convocando al Con­
greso a sesiones extraordinarias y prometiendo someter la Constitu­
ción Boliviana a la libre consideración y discusión del pueblo que
la podría adoptar una vez llenos los requisitos legales. Era este último
punto en el que hacía hincapié el general Santander. No importaba
lo que se hiciera; lo que sí era imprescindible era que se hiciera por
la vía legal para que no fuera ultrajada la majestad de las leyes.
Una vez perdido el respeto a la ley, no habría poder que pudiese
evitar la anarquía (20).
372 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

El mismo día en que Santander sugería este plan, Bolívar estaba


en Neiva escribiendo una de sus cartas semienigmáticas en que pre­
tendía arreglarlo todo, y el resultado era todo lo contrarió. Alegaba
que Colombia estaba perdida para siempre y de esto estaba con­
vencido. Con la dictadura o sin ella, los indios seguirían siendo
indios, los llaneros, llaneros, y los abogados, intrigantes. Todo es­
taba perdido irremisiblemente y para siempre, y mientras el pueblo
quería asirse a él, como por instinto, Santander y sus amigos pro­
curaban enajenarlo de su persona con las necedades de la Gaceta y
de los oficios insultantes a los que ponían su confianza en él. Y
añadía:
«Está bien; ustedes salvarán la Patria con la Constitución y las
leyes que han reducido a Colombia a la imagen del palacio de Sa­
tanás, que arde por todos sus ángulos. Si usted y su administración
se atreven a continuar la marcha de la República bajo la dirección
de sus leyes, desde ahora renuncio al mando para siempre de Co­
lombia.... Consulte usted bien esta materia.... para que el día de mi
entrada en Bogotá sepamos quién se encarga del destino de la Re­
pública, si usted o yo.»
Ya esto era otro asunto; ahora se retrataba el gran caudillo de
cuerpo entero; iba a dejar de ser Libertador para convertirse en
Dictador. Ese dilema: usted o yo, no podía significar otra cosa;
Santander encargándose del destino de la República sería con la
Constitución triunfante; Bolívar la echaría a un lado y proclamaría
la dictadura. Esta carta, por fin, lo aclaraba todo (21).
Entretanto, Santander y los habitantes de la capital estaban en­
terándose de que en conversaciones con sus amigos, Bolívar se ha­
bía expresado en favor de Páez y contra el Vicepresidente. También
supieron que el Libertador había ejercido los poderes ilimitados de
un Dictador concediendo ascensos en el ejército, para lo cual no te­
nía autoridad alguna, por no haberse todavía hecho cargo del Po­
der Ejecutivo. Además, su Estado Mayor y otros oficiales allegados
a él ridiculizaban al Vicepresidente, a la Constitución y las leyes, y
se expresaban en términos violentos contra los editores de Bogotá
que las defendían o se oponían a los designios de Bolívar en forma
alguna (22).
Con la idea y mejores intenciones de llegar a un acuerdo, el ge­
neral Santander, acompañado de los Ministros de Guerra y Relacio­
FRANCISCO DE P. SANTANDER 373

nes Exteriores, Soublette y Revenga, salió de la capital a entrevis­


tarse con el, Libertador en Tocaima, ciudad como a veinte leguas
de distancia de Bogotá. Lo que pasó en aquella entrevista jamás fue
revelado, pero el historiador Restrepo, a la sazón Ministro del Inte­
rior, aunque no estuvo presente, dice que el Vicepresidente y sus
dos Ministros «le desengañaron (al Libertador) de muchas ideas
equivocadas que traía sobre el gobierno y la Constitución de la Re­
pública, la que no había estudiado ni conocía en sus detalles.» (23).
Bolívar debía hacer su entrada en la capital el 14 de noviembre
por la mañana. A darle la bienvenida y a escoltarlo fueron a Fonti-
bón muchos funcionarios importantes y representaciones de diferen­
tes asociaciones. En aquella parroquia, el Intendente de Cundina­
marca, general José María Ortega, abrió su discurso al Libertador
hablando del respeto debido a la ley fundamental de la República y
diciéndole que podía contar con la solidaridad del pueblo de Cundi­
namarca al Gobierno que habían jurado defender y de su adhesión
a la Constitución y a las leyes. Hablaba de «leyes violadas» cuando
Bolívar, exasperado por el sermón, interrumpióle bruscamente y
dijo que era día de celebrar las glorias del ejército libertador y no
de hablarle de violación de leyes, causada por la iniquidad de al­
gunas de éstas. Montando a caballo y sin hacer caso de la concu­
rrencia, se adelantó y entró casi solo a la ciudad, donde por todas
partes, en medio de las decoraciones, se veían los letreros: «Viva la
Constitución inviolable por diez años.» En la casa del Gobierno,
donde fue recibido por un numeroso concurso de todo lo que valía
en la ciudad, a los vivas y aclamaciones de los allí presentes, el Li­
bertador contestó: «Viva la Constitución de Colombia, ese libro sa­
grado, ese evangelio del pueblo colombiano! Viva la República de
Colombia! Viva su digno Vicepresidente!»
El día era lluvioso, pero en medio de las nubes hubo una nota
brillante, que fue el discurso del general Santander, en el que, des­
pués de congratular al Libertador en bellas frases por su llegada a
la capital, enumeró los triunfos del ejército, su gloria y la de su co­
mandante en jefe, y terminó diciendo que sería esclavo de la Consti­
tución y de las leyes, aunque ferviente admirador y leal amigo de
Bolívar. Este contestó con mucho entusiasmo, elogiando las hazañas
del ejército libertador, la sabia conducta de Santander en la admi­
nistración del país en tan críticas circunstancias, manifestando, al
concluir, su deseo de ver a todos los colombianos unidos (24).
374 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

Aparentando haberse decidido a sostener la Constitución, el gene­


ral Bolívar pasó varios días placenteros en la capital recibiendo los
homenajes, los obsequios y la hospitalidad de todos. El 23 de no­
viembre se hizo cargo del Gobierno y dio una proclama declarándo­
se en uso de las facultades extraordinarias, según lo previsto en el
artículo 128 de la Constitución. Dicha proclama proveía que el Vi­
cepresidente ejerciera idénticas facultades en todo el territorio sobre
el cual el Presidente no tuviera intervención inmediata. Fuera de
estas facultades extraordinarias, la Constitución y las leyes estarían
en vigor como hasta la fecha. Después de promulgar varios otros
decretos importantes durante los dos días en que ejerció la Presiden­
cia, el Libertador emprendió su marcha para Venezuela el 25 de
noviembre. Antes de partir, en una conferencia que tuvo con el Con­
sejo de Ministros manifestó que la confederación con el Perú y Bo-
livia era impracticable (25).
Bien sabían el Presidente y el Vicepresidente que el Congreso no
se reuniría a su debido tiempo, lo que era de vital importancia, toda
vez que ambos debían prestar sus respectivos juramentos ante dicho
alto cuerpo para el próximo término, el 2 de enero de 1827. Cuál de
los dos tuvo la brillante idea es iin enigma; lo cierto es que Bolívar,
haciendo uso de sus facultades extraordinarias, autorizó al general
Santander para que siguiera ocupando la Vicepresidencia y ejercien­
do el Poder Ejecutivo después del día 2 de enero de 1827, toda vez
que él iba a ser el Vicepresidente constitucional durante los próxi­
mos cuatro años. Santander redactó el decreto que fue fechado con
anticipación como si hubiese sido promulgado por el Libertador el
12 de diciembre en Ja ciudad del Rosario de Cúcuta, por donde de­
bía pasar de camino para Venezuela. Ninguno de los Ministros se en­
teró de este asunto. Bolívar firmó el decreto y se lo dejó a Santan­
der para que lo publicara a su debido tiempo. Resultó que por
motivo de las lluvias torrenciales los ríos se desbordaron y el Li­
bertador no puVlo llegar al Rosario, pero tampoco se lo comunicó
al Vicepresidente, por lo que, el día convenido, el general Santander
publicó dicho decreto en la Gaceta como si lo hubiera recibido del
Libertador el día anterior. Este hecho iba a dar bastante que hacer
a ambos magistrados. Para demostrar que las relaciones entre am­
bos eran cordiales y que los dos estaban de acuerdo, el general
Santander publicó un brillante artículo en la Gaceta, en el que se
FRANCISCO DE P. SANTANDER 375

declaraba gran amigo del Libertador y ferviente admirador de su


gloria, y varias otras cosas por el estilo que estaban bastante fuera
de lugar (26).
Venezuela se sumergía en la anarquía por momentos, debido a las
opiniones encontradas expresadas en las actas similares a aquellas
aprobadas en Valencia y en Caracas en abril. El día 8 de agosto
Puerto Cabello había dado el grito de federación que había sido se­
cundado por Caracas el 21 del mismo mes. En esta ciudad el Bata­
llón de Apure, hasta la fecha partidario del general Páez, había de­
sertado íntegro y se había marchado con todos sus oficiales a reunirse
con el general Bermúdez, quien se conservaba fiel a la Constitución.
A fines de mes, Aragua había resuelto pedir una convención, y esta
declaración fue secundada por el Departamento de Maturín, los
.pueblos de Carúpano y Cumaná y la isla de Margarita. Páez y los
suyos en sus proclamas de los días 2, 5 y 12 de octubre habían pro­
puesto la adopción de un sistema popular representativo, similar al
que había establecido en los Estados Unidos del Norte, para cuyo
fin debían reunirse en las capitales de provincia juntas de diputados
de los pueblos. Estas juntas deberían abogar porque se reuniera una
convención nacional. El general Bermúdez había sido derrotado des­
pués de una escaramuza de varias horas y forzado a retirarse a Bar­
celona, el 19 de noviembre, y por fin, Antonio Leocadio Guzmán ha­
bía arribado a Caracas con la respuesta del Libertador a las cartas
que le había llevado al Perú. Como ya los asuntos habían variado
de carácter, Guzmán hizo todo lo que pudo por que se llamara al
Libertador como árbitro de todas las desavenencias existentes, pero
todo lo que pudo conseguir fue que se le autorizara a convocar una
convención a la que asistirían representantes del territorio venezo­
lano (27).
Despacio Bolívar se acercaba a Venezuela, recolectando fondos
y llevándose consigo los cuerpos de ejército que habían sido recon­
centrados a lo largo del camino por órdenes del general Santander,
para en caso de que hubiera que entendérselas con Páez por medio
de la fuerza. Con las noticias del derramamiento de sangre en Puer­
to Cabello y Cumaná, causado por los encuentros de tropas fieles
a Páez y tropas constitucionales, el Libertador envió un pedido
por más soldados y dinero: $ 50,000 debían ser enviados al general
Fortoul a Cúcuta, y $ 200,000 a su cuartel general. Para este fin po­
376 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

dían usarse los fondos destinados a pagar el interés sobre la deuda.


Decía Bolívar que se dejara a los ingleses esperar, pues ellos prefe­
rirían esperar un poco a no cobrar los millones que habían presta­
do. Predecía además el Libertador que la guerra duraría tres o cua­
tro años (28).
Era ya tiempo de que el Libertador empezase a darse cuenta de
la responsabilidad y culpa que él tenía por el estado del país. Claro
que sus declaraciones en ’favor de Páez serían ahora usadas en
contra suya si el asunto culminaba en un conflicto armado. No sólo
eso, sino que su tolerancia y hasta incentivo con respecto a las actas
del Sur, le habían dado a Páez y su facción gran realce, mientras que
la fuerza moral del Gobierno había desmerecido mucho por motivo
de su conducta poco sabia e indiscreta, siendo él el más alto funcio­
nario de la administración (29).
Al llegar a Maracaibo, el 16 de diciembre, publicó una proclama
dirigida a los venezolanos, exhortándoles a que cesaran en su con­
tienda de hermano contra hermano y prometiendo consultar al pue­
blo para que éste resolviese dónde y cuándo deseaba se celebrase
la Gran Convención Nacional para decidir la suerte de Colombia.
El mismo día, el general Páez daba a la luz un pronunciamiento in­
formando al pueblo que el Libertador se aproximaba a Venezuela
como su hermano y amigo, y no a arrebatarle la autoridad que él
había recibido del pueblo; y enviaba al doctor Peña donde Bolívar
a informarle que estaba dispuesto a resistir por las armas. Prohibió
Páez la entrada de cualquier emisario del Libertador al territorio
bajo su dominio y empezó a hacer preparativos para resistir cual­
quier ofensiva. Dos días después el Libertador decretó la ley mar­
cial en el Departamento del Zulia, y por otro decreto declaró los
Departamentos de Maturín, Venezuela, Orinoco y Zulia bajo su in­
mediata autoridad y prometía convocar el colegio electoral a su lle­
gada a Caracas, para que el pueblo decidiera dónde y cuándo quería
se celebrase la convención (30). Es obvio que la proclama del 16 de
diciembre publicada en Maracaibo, así como este decreto con la
promesa de convocar una convención dónde y cuándo la quisieran
los venezolanos, eran, de realizarse, una clara violación de la Cons­
titución vigente, que disgustó al partido que le respaldaba en esta
ocasión.
FRANCISCO DE P. SANTANDER 377

Bolívar prosiguió en su marcha hacia Puerto Cabello, pasando


por Coro, donde recibió el pronunciamiento de Páez, el 15 de diciem­
bre, el que contestó con una carta refutando la aserción de que hu­
biese venido como simple ciudadano, como decía Páez, pues tal no
era la voluntad del pueblo colombiano que lo había llamado a ser
su salvador. Su único deseo, decía, era restaurar la paz y el orden y
entonces retirarse de Colombia (31). El último día del año 1826, Puer­
to Cabello abrió sus puertas para recibir en su seno al Libertador
de cinco Repúblicas. Hasta esta fecha su actitud había sido conci­
liadora, pero firme. En la tarde de ese día Bolívar empezó a flaquear
quizá por la realización de la precaria posición en que se encontra­
ba más que nada por su propia culpa, o acaso por no darse cuen­
ta de que su nombre era aún el talismán que atraía las multitudes.
Al día siguiente, día de Año Nuevo, promulgó un decreto de amnis­
tía, al mismo tiempo que notificaba a Páez que podría continuar en
su puesto como Jefe Superior de Venezuela en pleno ejercicio de su
autoridad civil’y militar. Hé aquí la completa claudicación del gene­
ral Simón Bolívar. ¿Qué más podía desear el general Páez? ¿De qué
otra manera hubiera podido el Libertador postrarse más humilde­
mente a los pies de este truculento insubordinado? Páez y sus se­
cuaces se agarraron a esta oportunidad como a una tabla de salva­
ción; en seguida publicaron este decreto y reconocieron al general
Bolívar como Presidente de la República (32). Pero el Libertador
había hecho algo más que declarar una amnistía. Páez le había es­
crito una carta pidiendo ser juzgado en público para vindicar su
conducta y Bolívar contestó esta solicitud informándole que, des­
pués del decreto del día l.° de enero, no era necesario juicio alguno
y afirmando que el general Páez «lejos de ser culpable era el salva­
dor de la patria.» (33).
De este día en adelante Venezuela puede considerarse completa­
mente separada del resto de Colombia. En teoría Bolívar seguía ri­
giendo todo el país, pero la unión de las partes era meramente no­
minal. El era el eslabón que las unía y en verdad que resultó ser un
eslabón bien débil. Verdaderamente puede decirse que desde el 30
de abril de 1826, gran parte de Venezuela había dejado de formar
parte de Colombia, aunque hasta el l.° de fenero de 1827 muchas de
las provincias habían estado adictas al Gobierno Nacional y a la
Constitución. Estas últimas, Bolívar se las había dado a Páez y a su
37» BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

banda de secuaces rebeldes. Acaso es cierto que se había evitado la


guerra civil, pero la secesión de Venezuela era un hecho.
De Puerto Cabello, el Libertador fue a Valencia, a donde Páez
vino a recibirle. Allí se confundieron en estrechos abrazos y mutuas
alabanzas, y siguieron juntos hacia Caracas, donde les aguardaba
una espléndida recepción, la que no es fácil de determinar si era
celebrando la llegada del general Bolívar o el espléndido triunfo del
general Páez. Y acaso el Libertador, fino observador que era, se dio
cuenta que era a Páez a quien festejaban, pues en un solemne acto
público que se celebró en su honor presentó al general Páez la es­
pada adornada de piedras preciosas que él había recibido del pue­
blo peruano en prueba del afecto y del agradecimiento que por él
sentían por sus eminentes servicios prestados a la causa de su in­
dependencia (34).
Muchos años después de estos sucesos, el general Páez iba a
confesar su arrepentimiento por los acontecimientos desgraciados
de 1826. En una proclama a los venezolanos publicada en 1837, ex­
presó así sus sentimientos: «Yo he cometido mil errores cuyas do-
lorosas sensaciones se han mitigado por la indulgencia de mis com­
patriotas. Los sucesos de 1826, a los que me condujo una acusación
injusta y peor interpretada por algunos, hecha contra mí en el Se­
nado de Colombia, me llenan todavía de amarguras y remordimien­
tos.» (35).
Volvamos a Bogotá a tomar el hilo de los acontecimientos y ver
lo que estaba pasando allí. El Vicepresidente Santander había pu­
blicado el decreto del Libertador a su debido tiempo. Acto continuo
había escrito al Presidente del Senado, a quien le tocaba ocupar la
Vicepresidencia en caso de vacante, que él estaba en la dolorosa po­
sición de decidir entre su firme respeto a la ley y su firme deseo de
cooperar con el Libertador; pero debido a su falta de salud, no obs­
tante los deseos del Libertador, estaba dispuesto a hacerle entrega
de su cargo, el día 2 de enero próximo, haciendo caso omiso de si
el Congreso se reunía o nó (36).
Al día siguiente escribió a Bolívar informándole acerca de la car­
ta que había dirigido al Presidente del Senado, añadiendo que esta­
ba muy mal con sus cólicos, muy hostigado del Gobierno y muy
ansioso de irse; que sentía en lo más profundo de su corazón las
habladurías sobre las cosas del empréstito; que quería quedar po­
FRANCISCO DE P. SANTANDER 379

bre antes que sin honor, pues éste era su patrimonio, su dios y su
gloria. El mismo día y después de haber sellado esta carta, escribió
otra urgiendo la conveniencia de retirarse porque «la Vicepresiden­
cia es la.manzana de la discordia; quitémosla y todo se evita.» (37).
El Presidente del Senado no hizo más que recibir la carta y con­
testóla inmediatamente negándose a actuar tal cual se le requería
y urgiendo que el general Santander era el hombre llamado a conti­
nuar en el desempeño de su puesto y funciones i(38). No se sabe si
el Presidente del Senado estaba enterado de los antecedentes del
decreto publicado por el Vicepresidente el día 12 del mes; lo cierto
es que el asunto parece más bien una farsa barata en que el Presi­
dente y Vicepresidente, y con toda probabilidad otros que los do­
cumentos no mencionan, estaban complicados.
El Libertador no le había escrito al general Santander desde poco
después de haber pasado cerca de Cúcuta, el 15 de diciembre. Su
próxima carta fue escrita en Puerto Cabello, el 3 de enero, des­
pués de haber promulgado su decreto de amnistía y de que su Se­
cretario Revenga, a su ruego, había escrito a Páez que él era el sal­
vador de su patria. Esta carta informaba al Vicepresidente que el
general Páez había reconocido su autoridad como Presidente de la
República y sobre todo el territorio de Venezuela, y que Páez mismo
se había sometido a dicha autoridad con el título de Jefe Superior de
Venezuela y con sólo las atribuciones de dicho puesto. Así, pues, no
le había quedado otro remedio que promulgar el decreto que incluía
(el de amnistía) si era que se iba a evitar la guerra civil que ya azo­
taba a Venezuela. «En fin, mi querido general—seguía Bolívar—la
guerra civil está evitada, mi autoridad....... reconocida, y no puede
desearse un triunfo más completo....... » (39). Y el general Santander,
al leer esto, debió haber dicho para sí: ¡Pero, a qué precio!
Mucho antes de que esta carta llegara a su destino, el Vicepresi­
dente no podía menos que sentirse disgustado hacia el Libertador por
haber éste dado más rienda de la necesaria a su lengua desde que
salió de Lima. No tan sólo esto, sino que había permitido a sus ede­
canes y a otros oficiales de su Estado Mayor que hablasen a su an­
tojo para escarnio del general Santander, del Gobierno y de la Cons­
titución. Hasta la honradez del Vicepresidente en cuanto al manejo
de los fondos del empréstito había sido puesta en tela de juicio por
todos los calumniadores. Y acaso todos estos cuentos tergiversados
380 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

y aumentados por la chismografía llegaron a sus oídos. Esto no lo


pudo aguantar y le escribió al Libertador acerca del asunto, sin ha­
cer mención de las peores hablillas que le habían contado y al pa­
recer muy serenamente; pero es indudable que su estado de ánimo
no era de lo más ecuánime cuando llegó a sus manos la carta ya
citada, con el decreto incluso (40).
El Congreso no pudo inaugurar sus sesiones a su debido tiempo
por motivo de la falta del número necesario de Senadores y Diputa­
dos; peno se esperaba que hubiera suficiente número durante el mes.
(41). Desde Caracas, el general Bolívar expresaba su ansiedad por­
que necesitaba que el Congreso aprobase su conducta, comoquiera
que Páez y su comparsa se resistían absolutamente a obedecer cual­
quier autoridad que emanase de Bogotá o someterse a la Constitución
vigente (42). Así las cosas, el Vicepresidente escribió a Bolívar en
términos claros e inequívocos marcándole el camino a seguir. Insis­
tía en que era esencial que se conservara en todo su vigor el siste­
ma actual, haciendo sólo aquellos cambios necesarios para mejo­
rar la hacienda y garantizar los derechos del pueblo. Proseguía di­
ciendo que la convención debería celebrarse oportunamente, previa
convocatoria del Congreso; «la convocatoria de parte de usted o del
Ejecutivo trae consigo un vicio de nulidad que más temprano o más
tarde minará el edificio social y hará renovar una violenta conmo­
ción.» El Libertador debería expresar claramente en una proclama su
firme adhesión y resolución de sostener el sistema actual, su horror
a la dictadura y sus vehementes deseos de gobernar sólo conforme
a las leyes, pero dando a ¡a vez cuenta de sus aprestos para que el
pueblo, por medios pacíficos y legales, proveyera a las reformas de la
Constitución. En otro párrafo que resultó ser una profecía, le pre­
venía contra el partido rebelde de Venezuela y los veleidosos del
Sur: «el día menos pensado le faltan a usted, y si usted....... sufre al­
guna desgracia, esos señores lo abandonan y le hacen actas en sen­
tido contrario a las pasadas. Cuente usted sólo con los pueblos de
la Nueva Granada, con nosotros solamente; nosotros jamás lo aban­
donaremos, en nosotros encontraría usted siempre amor, respeto,
gratitud y obediencia; pero es menester que usted no nos abandone,
que no nos sacrifique a los insensatos deseos de cuatro ambiciosos
de Venezuela y de cuatro calaveras del Sur........» (43).
FRANCISCO DE P. SANTANDER 381

Dentro de tres años todas estas predicciones eran hechos que iban
a amargar los últimos días del Libertador.
Los periódicos de Bogotá no podían permanecer silenciosos ante
el desarrollo de tan importantes acontecimientos. Todos habían es­
tado contra Bolívar y sus planes de Constitución, confederación y
dictadura, pero todos callaron a su llegada, satisfechos de que sus
actos durante su estadía en la capital no habían seguido el curso
que todos temían. Al seguir el Libertador para Venezuela, todo hu­
biera seguido en calma si las noticias que llegaban desde allá no
hubieran sido por demás intranquilizadoras.
El general Santander nunca había suprimido un periódico o clau­
surado una imprenta cuando él era víctima de sus ataques;-mucho
menos lo suprimiría ahora cuando todos eran de su mismo sentir y
cuando él personalmente había sido despreciado, escarnecido, mal­
tratado y puesto en ridículo por Bolívar y por Páez. El Libertador
después de prodigar elogios y regalos al insubordinado Páez, había
ascendido a Carabaño y a otros rebeldes prominentes de Venezuela.
El general Santander indudablemente tenía gran estima y vene­
ración por el general Bolívar, pero para todo en el mundo hay un
límite, y los actos de Bolívar en Venezuela contrarios a la Constitu­
ción, llamando a Páez el verdadero salvador de la República, desau­
torizando así al Congreso y poniendo a los disidentes de Venezuela
y a los separatistas por encima del Gobierno y de todo, era más de
lo que este límite marcaba (44). No eran los periódicos alarmistas
los únicos que criticaban al Libertador; hombres serios y pensantes,
como el doctor Rufino Cuervo, no podían menos que hacer lo mis­
mo. Cuervo escribió a Santander así: «Hemos sabido la conducta
del Libertador en Caracas....... ¿Regalar al fementido autor d^ nues­
tros males la espada misma con que debía ser castigado? Conceder
honores y ascensos a los que han dado día de duelo y de llanto a
la patria....... son sucesos que ni pueden concebirse ni explicarse. El
general Bolívar es un hombre extraordinario por la extensión de su
genio, pero lo es mucho más por el carácter de incomprensibilidad
que da a sus acciones. Todo en él es misterioso; mas la nación, en­
tretanto, convulsa y dislocada, va retrogradando de su gloriosa
marcha. Tal ha sido la suerte de todos los Estados, en que un débil
y caprichoso humano, menospreciando las leyes, quiso ser él solo
la base del edificio social.» (45).
3»2 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

Miles de tropas colombianas estaban aún en Bolivia, en el Perú


y en el Sur. Tan pronto como Bolívar partió de aquellas regiones,
estos hombres sin nada que hacer sino echar de menos su patria
y sus hogares, empezaron a lamentar su suerte. La paga era poca o
ninguna y raro era el día en que recibían su ración completa. Añá­
dase esto a los excesos de los oficiales, rudos, déspotas e incultos
en su mayoría, y no es difícil predecir el resultado. A principios del
año de 1827, el general Lara había escrito a Santander desde Lima
pidiéndole mandara por las tropas. Manifestaba este oficial que di­
chos cuerpos estaban en un estado peligroso por motivo de las ne­
cesidades y penalidades que estaban sufriendo, por lo que él no se
hacía responsable de lo que pudiera pasar. Aún no habían pasado
tres semanas desde que esta carta había sido escrita, cuando ya había
pasado algo. Un oficial granadino llamado José Bustamante era jefe
de una insubordinación contra ¡os comandantes de dichas tropas; los
generales Lara, Sander y varios otros oficiales eran acusados de estar
contra la Constitución. Estas nuevas llegaron a Bogotá a principios
de marzo en un parte oficial del nuevo jefe para el general Santan­
der prometiendo defender y sostener la Constitución y el Gobierno.
(46). El Vicepresidente ha debido estar muy perplejo ante tal situa­
ción. En carta que dirigiera a Bolívar el mismo día, se expresaba
en los términos siguientes: «En mi concepto, el hecho de los oficia­
les de Lima es una repetición del suceso de Valencia en cuanto al
modo, aunque diferente en cuanto al fin y objetos. Aquél y los que
se repitieron en Guayaquil, Quito y Cartagena, ultrajaron mi autori­
dad y disociaron la República; el de Lima ha ultrajado la autoridad
de usted en la deposición del jefe y oficiales que usted tenía desig­
nados.
«Ya verá usted lo que es recibir un ultraje semejante y considerará
cómo se verá un gobierno que se queda ultrajado y burlado.» Aña­
día que aún no se había decidido a hacer nada con respecto al asun­
to. Era necesario consultar y meditar mucho para llegar a una deci­
sión de acuerdo con sus deberes, el honor nacional y el bien
común (47).
Por espacio de una semana entera, el general Santander caviló
sobre la respuesta que debía enviar al mayor Bustamante. Como no
se sabían los detalles de la situación en Lima todo había que adivi­
narlo o suponerlo, y era claro que una investigación se tomaría me-
FRANCISCO DE P. SANTANDER 383

ses. Al fin y al cabo aprobó su conducta diciendo: «No es fácil ni


prudente que el Gobierno juzgue de un suceso tan importante por
las primeras comunicaciones que ha recibido....... Ustedes, uniendo
su suerte como la han unido a la nación colombiana y al Gobierno
nacional bajo la actual Constitución, correrán la suerte que todos
corramos. El Congreso se va a reunir dentro de ocho días, a él le
informaré del acontecimiento del 26 de enero; juntos dispondremos
lo conveniente sobre la futura suerte de ese ejército y juntos dicta­
remos la garantía solemne, que a usted y a todos los ponga a cu­
bierto para siempre.» Expresaba el Vicepresidente su sentir por no
conocer la antigüedad de los servicios de los oficiales y sargentos
que habían tomado parte en la revuelta para haberles enviado al­
gunas recompensas, pero al mismo tiempo nombró al general Oban­
do (Antonio) para que fuese a hacerse cargo de aquella división y
la trajese a Colombia (48).
El general Santander por el solo hecho de haber impartido su
aprobación a esos actos, ha sido acusado de haberlos fomentado,
pero no existe prueba alguna para sustanciar tal acusación. El ge­
neral Posada Gutiérrez, quien en aquella época estaba agregado
■al Ministerio de Guerra, dice que el Vicepresidente ni siquiera
sabía quién era el mayor Bustamante y hubo que buscar su nombre
en las listas del ejército. Además, es preciso recordar que en aque­
llos tiempos se echaban cerca de cuarenta y cinco días y dos me­
ses para que una carta viniese de Lima a Bogotá o viceversa.
También sería esencial suponer algún tiempo para que estos planes
pudiesen desarrollarse, lo que quiere decir que si el general Santan­
der fomentó estos sucesos, él ha debido empezar a tramarlos allá
por los días cuando el Libertador salió de Lima, lo que es del todo
improbable. Y hay más, cuando se regó el rumor de que Bustaman­
te era el agente del Perú, el Vicepresidente era de opinión que
debía ser fusilado inmediatamente. Sépase además que después de
todos estos acontecimientos Bustamante nunca volvió a Colombia
y se quedó en el Perú (49).
Santander persistía en aconsejar al Libertador con la esperanza
de que se decidiese definitivamente a actuar de acuerdo con la Cons­
titución, pero sus cartas no tuvieron el efecto esperado. El 19 de mar­
zo, al recibir la carta en que Santander le decía que los venezolanos
no eran sinceros y le abandonarían, acaso molesto por los ataques
BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES 384

de la prensa periódica y las murmuraciones que ponían en duda la


sinceridad de Santander, el Libertador le escribió suplicándole le
ahorrara la molestia de recibir sus cartas, pues ya no lo consideraba
como su amigo (50). Por fin los enemigos del Gobierno y de la
Constitución habían conseguido su objeto de separar los dos gran­
des hombres. Toda esperanza de salvación para la Gran Colombia
se había desvanecido. Unidos pudieron haberla salvado; separados,
todo estaba perdido.

NOTAS
(1) Santander a Bolívar, junio 21, 1826, A. S., xv, 12,14 y O’Leary, m, 267-8.
(2) Otra, julio 6, 1826, A. S., xv, 33, 8 y O’Leary, m, 269. Véase además: 4. S,
XV, 32, 46-59; Restrepo, 111, 508, 10.
(3) Bolívar a Santander, Magdalena, mayo 7, 1826, becuna, v, 286-9.
(4) Santander a Bolívar, julio 6, -1826, A. S., xv, 33-8 y O’Leary, m, 269.
(5) Bolívar a Santander, Lima, mayo 30, 1826, A. S., xiv, 347, 52 y Lecuna, v,
325.
(6) Otra. Magdalena, junio 7, 1826, A. S., xiv, 365, y Lecuna, V, 369.
(7) Instrucciones a O’Leary, julio 12 y 14, 1826 A. S., xv, 59-64 y O’Leary, xxiv,
226. Santander a Páez, julio 14, A. S., xv, 54-58.
(8) Santander a Bolívar, julio 15, 1826, A. S.,nv,12-7 y O’Leary, 111, 295. El
mismo día le escribió otras dos cartas en idénticos términos, 4. S, xv, 79-86.
(9) Carta circular de Santander a los Intendentes de todo el país, julio 19,
1826. A. S.t xv, 86-7 y O’Leary, xxiv, 237.
(10) Bolívar a Santander, Lima, agosto 8, 1826, 4. S., xv, 94-5 y Lecuna, vi, 46.
(11) Otra. Lima, agosto 17, 1826, A. S., xv, 97 y Lecuna, VI, 55.
(12) Blanco, X, 475-7, 496, 5¡8, 556, 558, 570, 573, 532 y 587.
(13) Bolívar a Santander, Guayaquil, septiembre 19,1826, 4. 5, xv, 188-9 y Le­
cuna, vi, 74.
(14) Santander a Bolívar, septiembre 21, 1826, 4. xv, 198-207 y O’Leary,
iíi , 292.

(15) C. Noguera a Santander, Cartagena, octubre 2, 1826, A. S , xv, 236. Véa­


se también T. C. de Mosquera y J. Padilla a Santander, 4. S., xv, 222-33.
(16) Bolívar a Santander, Ibarra. octubre 8, 1826, 4. S., xv., 256-260 y Lecuna,
vi, 81.
(17) Santander a Bolívar, septiembre 21, 1826, 4. S., xv, 198-207 y O’Leary,
ni, 292.
(18) Bolívar a Santander, Pasto, octubre 14, 1826, 4. 5., xv, 267-70 y Lecuna,
vi, 88.
(19) Santander a Bolívar, tres cartas, octubre 15, 18 y 22,1826, 4. S., xv, 273-*,
286-94 y 303 y O’Leary, III, 305, 307, 318.
FRANCISCO DE P. SANTANDER 385

(20) Otra: noviembre 5, 1826, A. S., xv, 328 y O’Leary, 111, 321.
(21) Bolívar a Santander, Neiva, noviembre 5, 1826, A. S., xv, 333, y Lecuna,
¥1, 97.
(22) Restrepo, 111, 554-5.
(23' Restrepo, 111, 555; J. Posada Gutiérrez, Memorias Histórico-politicas, 1,49;
J. J. Guerra, La Convención de Ocaña, página 90.
*24) Restrepo, 111, 555-6; A. S, XV, 349-50; Blanco, x, 700; O’Leary, xxn, 491;
Guerra, página 91; Posada Gutiérrez, 1, 49.
(25) Blanco, x, 724-40 pássim; Restrepo, m, 561-5; Guerra, página 99.
(26) Decreto del general Bolívar, diciembre 12, 1826, 4. S., xvi, 58, y O’Leary,
XXIV, 568. Bolívar a Santander, Caracas, febrero 6, 1827, 4. S, xvi, 208-10, y Le­
cuna, Vi, 180; Santander a Bolívar, marzo 16, 1827, 4. 5., xvi, 291-3, y O’Leary;
ni, 295. Guerra, p. 99; Posada Gutiérrez, 1, 60-3, dice que de ese día en adelante
Santander perdió el privilegio de llamarse el Hombre de las Leyes.
(27) Blanco, x, 519, 524, 539, 543, 560, 562, 574, 593, 618, 621, 623, 631, 636 y
639; Restrepo, m, 570; Guerra, páginas 100-7.
(28) Bolívar a Santander, a bordo del Steamboat, diciembre 15, 1826, 4. S.,
XV1, 59-60; Lecuna, vi, 122; Blanco, x, 712, 714, 717, 721; xi, 5-14.
(29) Restrepo, 1IT, 577; Guerra, páginas 113-4.
(30) Blanco, XI, 50, 57-9; Baralt y Díaz, 11, 166; Guerra, p. 118; Páez, 1,364-5.
(31) Bolívar a Páez, Coro, diciembre 23, 1826; Lecuna, vi, 132-5.
(32) Blanco, xi, 74-5; Páez, 1, 365-7; Petre, p. 369; Restrepo, 111, 587-9.
(33) Páez a Bolívar, Valencia, enero 3, 1827, Páez, 1, 366-7, y Blanco, xi, 79;
J. R. Revenga (Secretario del Libertador) a Páez, Puerto Cabello, enero 3,1827;
Blanco, xi, 79-80, y Páez, 1, 369.
(34) Páez, 1, 374; Guerra, p. 128; Posada Gutiérrez, 1, 73.
(35) Páez, 1, 392; J. Gutiérrez Ponce, Vida de don Ignacio Gutiérrez Vergara,
p. 300.
(36) Santander al Presidente del Senado, diciembre 22, 1826, 4. S., xvi, 76.
(37) Dos más a Bolívar; diciembre 23, 1826, 4. S., xvi, 79-87, y O’Leary, 111,
I 333, 339.
(38) Presidente del Senado a Santander, diciembre 29, 1826, 4. S., xvi, 98.
(39) Bolívar a Santander, Puerto Cabello, enero 3, 1827, 4. S., xvi, 137-9, y
Lecuna, vi, 144. Compárese: Posada Gutiérrez, 1, 70-1.
(40) Santander a Bolívar, febrero 9, 1827, 4. S., xvi, 214-20; Restrepo, m,
1 576-7; Guerra, pp. 140-1.
i (41) Otra: enero 3, 1827, 4. S., xvi, 142-3, y O’Leary, m, 348.
(42) Bolívar a Santander, Caracas, febrero 6, 1827, 4. S., xvi, 208-10, y Lecuna,
Vi, 156.
(43) Santander a Bolívar, febrero 12, 1827 , 4. S., xvi, 223-9; O’Leary, m. 355.
(44) Otras, marzo 2 y 9, 1827, 4. S , xvi, 255-61, 267, y O’Leary, lll¿365 y 373.
} Restrepo, m, 592-4. Posada Gutiérrez, 1, 75, dice que Santander con fondos del
ü tesoro pagaba la suscripción de 150 números de El Conductor que distribuía
gratis por todo el país. Santander a R. Cuervo, marzo l.°, 1827, Cuervo, Episto­
lario del doctor Rufino Cuervo, 1, 30 2.
Boletín de Historia—2S
386 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

(45) R. Cuervo a Santander, Popayán, marzo 3, 1827, A. S., xvi, 279.


(46) J. Lara a Santander, Lima, enero 7, 1827, A. S., xvi, 153-4. Bustamante al
Vicepresidente encargado dei Poder Ejecutivo, Lima, enero 28, 1827, 4. S., xvi,
191-2, y O'Leary, xxv, 51. Posada Gutiérrez, i, 78-9, dice que la noche en que se
recibieron en Bogotá estas noticias, hubo una parada con música, fuegos artifi­
ciales, etc., y que Santander tomó parte en la celebración y regocijo general.
(47) Santander a Bolívar, marzo 8, 1827, A. S., xvi, 263-7, y O’Leary, ni, 370,
donde aparece sin fecha.
(48) Santander a Bustamante, marzo 14, 1827, A. S., xvi, 281-4. Soublette (Sec.
de Guerra) a A. Obando, marzo 20, 1827, A. S., xvi, 303.
(49) Posada Gutiérrez, i, 76-80, 131. Santander a R. Cuervo, mayo 20, 1827,
Cuervo, i, 48, Soublette al Secretario del Libertador, Bogotá, marzo 15, 1827,
A S., xvi, 285-7. Esta carta fue escrita de unas notas dictadas por Santander.
(50) Santander a Bolívar, abril 29, 1827, A. 5., xvi, 366, y O’Leary, m, 390. La
carta de Bolívar a la cual ésta es contestación no aparece en ninguna de las co­
lecciones de cartas y documentos del Libertador.

CONCURSO PARA 1935


La Academia Colombiana de Historia, en cumplimiento de lo dis­
puesto en el capítulo 111 del Reglamento de la corporación, resuelve:
1. ° Para estímulo y fomento de los estudios históricos, la Aca­
demia abre el concurso correspondiente al presente año, sobre el
siguiente tema:
«Fundación de ciudades en Tierra Firme en el periodo de 1525 a
1550.»
2. ° No podrán tomar parte en este concurso los actuales miem­
bros de número de la Academia.
3. ° Los trabajos deberán ser firmados con seudónimo, y en cu­
bierta aparte, debidamente anotado, el nombre del autor.
4. ° El autor del trabajo que designe como vencedor el jurado ca­
lificador será premiado con la suma $ 300, apropiada para este fin
en el presupuesto de este año.
5 ° El concurso quedará cerrado el l.° de septiembre próximo, y
en la sesión de ese día el Presidente de la Academia nombrará el
Jurado Calificador.
6. ° En la sesión solemne del 12 de octubre se dará a conocer el
nombre del autor premiado, y se le entregará la suma señalada
como premio.
7. ° El trabajo premiado se publicará por la Academia en el Bole­
tín de Historia y Antigüedades, o en folleto aparte a juicio de la cor­
poración.
Publíquese en la prensa y hágase conocer profusamente.
ROBERTO LEVILLIER
Y LA "LEYENDA NEGRA"
Madrid, 5 de febrero de 1935—Núñez de Balboa, 10
Excelentísimo señor Ministro de Relaciones Exteriores -Bogotá, Colombia.
Señor Ministro:
La nota más destacada de las actividades históricas, literarias y
sociales desarrollada estos meses en Madrid en materia de hispa­
noamericanismo ha sido, sin género de duda, el ciclo de conferen­
cias que en varios centros oficiales de e*ta ciudad ha pronunciado, en
la última quincena del próximo pasado enero, el muy distinguido di­
plomático y publicista argentino doctor Roberto Levillier, recién
nombrado Embajador de su país en Méjico, curso encaminado a
destruir la Leyenda Negra y reivindicar el nombre de España en re­
lación con la conquista y colonización de América.
El señor Levillier es persona muy conocida y apreciada en este
país, donde desempeñó desde 1919 al 22 las funciones de Conseje­
ro y de Encargado de Negocios de la Embajada Argentina en Espa­
ña, haciéndose ya estimar por sus investigaciones y publicaciones
históricas que le valieron el nombramiento de miembro correspon­
diente de la entonces Real Academia de la Historia, hoy Academia
de la Historia a secas, y, al ausentarse para otro destino, la Gran
Cruz de Isabel la Católica.
Tenemos entendido que el señor Levillier ha desempeñado desde
entonces varias Legaciones y, últimamente, la representación de su
país en la Sociedad de las Naciones, donde consiguió interesar al
Instituto de Cooperación Intelectual en el asunto, muy debatido, de
ios avatares de la ocupación española en tierras americanas; taro-
388 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

bién dictó algunas conferencias en la Sorbona en defensa documen­


tada y gentil de esta Madre Patria.
Con estos antecedentes que subrayan la interesante personalidad
con quien me unen años de compañerismo y de buena amistad, huel­
ga decir que su labor de estas semanas pasadas ha hallado en Ma­
drid y en todo el país una acogida entusiasta y cordial, cual ninguna
otra de las que hemos tenido conocimiento en los muchos lustros
que venimos siguiendo estas disciplinas iberoamericanas; los salo­
nes rebosaban de concurrentes ávidos de oír la buena palabra del
ilustre y gallardo campeón de la acción española allende el Atlánti­
co; los aplausos eran atronadores y de todo ello se hizo eco en tér­
minos vibrantes de satisfacción, de simpatía y de gratitud, la pren­
sa que durante quince o veinte días ha dado carácter preferente a
cuanto del señor Levillier y su ciclo de conferencias se refiere. Aña­
diré que ha contribuido al enorme éxito de esta campaña gratísima
para España, y también, creo, para la verdad histórica, el hecho de
que este noble desfacedor de entuertos no ostenta la nacionalidad
española, siendo, como se ha dicho, argentino de nacimiento y de
origen francés, como lo indica su apellido, que pudiera, acaso, ofre­
cer también ciertas características semíticas.
Asimismo no ha dejado de favorecer, dando ambiente especial a
la labor del historiador argentino, el hecho de encaminarse a exaltar
el heroísmo, la sabiduría, la prudenciarías virtudes todas en una
palabra, de los gobernantes de la España, de los Felipes y de los Car­
los, siendo un a modo de canto apológico a los tiempos que fueron;
bajo este aspecto, el ciclo del señor Levillier ha complacido extraor­
dinariamente a los amantes del «viejo régimen» que constituyen lo
que llamamos «las derechas,» contribuyendo bajo el manto del más
puro españolismo a la intensa campaña que estos elementos sagaz­
mente organizados están llevando a cabo en contra del estado ac­
tual de las cosas; las «charlas» del culto y ameno hablista señor
García Sanchis disfrutan de igual popularidad y difusión, por pre­
sentar estas mismas características y tendencias.
Pasando ahora al examen esquemático de estas conferencias, di­
remos:
Que la primera, celebrada en esta Universidad Central, versó so­
brelos orígenes, desarrollo y decadencia de la Leyenda Negra. Al
ROBERTO LEVILLIER 3?9

; padre Las Casas atribuyó las primeras denigraciones e imputacio­


nes erróneas y calumniosas tocantes a la conquista y colonización;
disertó sobre las causas que fomentaron en los países extranjeros
esta leyenda nefanda, que perduró, explotada hábilmente, durante
las luchas de la Independencia y hasta mediados del siglo pasado,
cuando las colonias emancipadas sintieron la necesidad de conocer
su pasado acudiendo a fuentes auténticas. Y terminó el señor Levi­
llier exponiendo su proyecto presentado a la Sociedad de las Na­
ciones, que pondrá de relieve la extensión inteligente y humana de
las conquistas, la acción de la Iglesia, los avances para la cultura
y, por fin, las previsiones para asegurar el progreso civilizador del
nuevo continente español.
La segunda conferencia, en esta Academia de la Historia, trataba
del tema El padre Victoria y el justo titulo de España a las Indias.
Estudia el concepto de la jurisdicción temporal del Papa en todo el
mundo, jurisdicción admitida sin discusión hasta las impugnaciones
condicionales de quien se conceptúa hoy generalmente como el Pa­
dre del Derecho Internacional. Esta conferencia se encaminó princi­
palmente a ensalzar la egregia figura del ilustre teólogo.
La tercera conferencia, en esta Sociedad Geográfica, se tituló Pre­
visiones y creaciones españolas en territorio argentino: 1550 a 1580.
Pone de manifiesto pormenores detallados de la conquista y coloni­
zación en. las regiones del Sur, principalmente la que constituye hoy
su patria, la República Argentina, que relaciona con el Perú, Chile
y Bolivia, relatando las dificultades y luchas, a veces entre conquis­
tadores, y terminando con la fundación de la ciudad de Buenos Ai­
res, por Juan de Garay.
La cuarta conferencia, en el Centro de Estudios Históricos, versa
sobre Las verdades logradas y las calumnias tradicionales de la His­
toria de España en América, y se concreta a referir y a exaltar la
obra de don Francisco de Toledo, Virrey del Perú, entre 1569 y
1581, personaje cuyos hechos ha estudiado el señor Levillier con
especial atención y simpatía, sacándolos a la luz de la Historia, de
los archivos en los cuales se hallaban sepultados. De lo expuesto
por el ilustre investigador, el Virrey Toledo debe ocupar lugar de$-
1 tacadísimo entre los gobernantes y organizadores de las tierras aus­
trales, por su labor prodigiosa en pro de la estructuración de aque­
llos países y el extraordinario interés que demostró por los indíge-
BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES
39°

ñas, cuyas circunstancias consiguió mejorar a pesar de trabas y de


oposiciones de todo género.
La quinta y última conferencia puede considerarse como segunda
parte de la anterior, ya que se encaminaba a tratar de la obra del
Virrey Toledo relacionada con las materias siguientes: Reducción
de indios a pueblos; «Informaciones históricas sobre los Incas»;
«Trabajos de los indios en las minas»; «Ordenanzas generales»;
«Reglamentación de las encomiendas»; «Ideología del Virrey, tocan­
te a la fundación de ciudades en lo que es hoy Bolivia y el Norte
Argentino.» Terminó la conferencia y, por ende, el curso notabilí­
simo que viene dictando, haciendo observar que, al examinar con
alguna detención la obra tan loable de don Francisco Toledo, se
propuso dar un ejemplo típico de gobernante, cuya actuación y ele­
vados procederes justifican lo que avanzó en su primera conferencia
sobre el carácter social a la vez que guerrero de la colonización es­
pañola en el Nuevo Mundo, sobre el espíritu eminentemente huma­
nitario, prudente y civilizador que inspiró a la Madre Patria y sobre
la falsedad ya probada de la leyenda negra, alimentada y sostenida
durante cuatro siglos por rencores y envidias bien patentes.
No se limitó el distinguido y erudito diplomático argentino a rom­
per con gallardía infinita, multitud de lanzas en pro del buen nom­
bre de España en sus actuaciones en América y a sacar del olvido,
acaso de la crítica intencionada, el nombre y las gestas del Virrey
del Perú, don Francisco de Toledo, sino que, uniendo la acción a la
palabra, cumplió con el Virrey el piadoso deber de recoger sus res­
tos diseminados y revueltos bajo un altar de la iglesia de San Ber­
nardo, sita en la Villa de Oropesa (Toledo), dándoles decoroso aco­
modo en una arca de la época, que fue confiada a la parroquia de la
localidad para su debida custodia y conservación.
No es de sorprender que esta nación, noble y agradecida, haya
correspondido ampliamente a la actitud tan generosa como justicie­
ra del señor Levillier, otorgándole numerosas distinciones y brindán­
dole muchos agasajos, acumulados a veces con tal profusión que
eran pocas las horas del día para celebrarlos; entre las primeras ci­
taré la banda (Gran Cruz) de la Orden de la República; el nombra­
miento de académico honorario de la Historia, preciadísimo galar­
dón que muy pocos ostentan; un diploma de honor de la Unión
Ibero-Amei ¡cana y otro de la Sociedad Geográfica, y comidas, tés y
ROBERTO LEVILLIER 39»

recepciones a granel. Por cierto, el interesado tuvo el buen gusto de


rehusar un homenaje solemne que la plana mayor de intelectuales,
políticos y personalidades destacadas en las ciencias, las letras y
las artes querían ofrecerle. Creo conveniente acompañar a Vuestra
Excelencia cinco recortes de esta prensa, reproduciendo sintética­
mente el contenido de las cinco conferencias del historiador argen­
tino de que he hecho mención. También me permito enviar adjuntos
varios extractos de los diarios que desarrollan cuanto llevo indi­
cado, tocante a las actuaciones del señor Levillier y a los agasajos
con los cuales ha sido premiada su interesante labor.
Al terminar, séame permitido suplicar encarecidamente a Vuestra
Excelencia, tenga a bien dispensar la extensión acaso exagerada
de la presente nota; la campaña «pro Madre Patria» a la cual se
contrae, ha sido tan intensa y de calidad tál que ha embargado la
pública atención durante cerca de tres semanas a pesar de los tiem­
pos agitados que vivimos. El firmante, que pronto llevará 32 años
honrándose al servicio de la República, no recuerda tamaña mani­
festación de hispanoamericanismo ni actuaciones que hayan valido
a un hijo de la América española tal éxito y simpatía tanta, que como
es natural, se reflejan sobre las ubérrimas tierras del Plata que le
vieron nacer; ello le ha parecido justificar plenamente una rela­
ción detallada para el superior conocimiento de ese importante De­
partamento que Vuestra Excelencia tan acertadamente dirige.
Soy del señor Ministro, muy obsecuente y leal subordinado,
Wa l t e r Ma c Le l a n
Cónsul de Colombia.
CORRESPONDENCIA
Y DOCUMENTOS OFICIALES

FRAY ALONSO DE ZAMORA

Provincia de San Antonino—Bogotá, mayo 24 de 1935


Señor Presidente de la Academia de Historia—Presente.
En nombre de la comunidad dominicana y en el mío propio ex­
preso por el digno conducto de vuestra señoría a esa docta corpora­
ción, el testimonio de nuestra sincera gratitud por el homenaje que
rendirá hoy a la memoria de nuestro hermano en religión el insigne
historiador fray Alonso de Zamora. También obliga a nuestro re­
conocimiento para con esa entidad el deseo que ha manifestado de
que el nombre de fray Domingo de las Casas, capellán de las tro­
pas del Adelantado Jiménez de Quesada, se tenga en cuenta para la
celebración del IV centenario de Bogotá. A este respecto nuestra
comunidad solicita de Vuestra Señoría el favor de que se le permita
colaborar, en la forma que la Academia determine, en el justo home­
naje al ilustre dominico.
De vuestra señoría muy atentamente.-
Fray ANTONIO MARÍA SIERRA
Prior Provincial.

EL TEMPLO Y EL CLAUSTRO DE SANTO DOMINGO

Señor Presidente de la Academia Colombiana de Historia—Presente.


La Orden Dominicana de la Provincia de San Antonino, en Colom­
bia, ha tenido conocimiento de la eficaz acción desarrollada por esa
docta Academia que, fiel a su misión de conservar las tradiciones
CORRESPONDENCIA Y DOCUMENTOS OFICIALES 393

de la Patria, ha dejado oír su voz autorizada para impedir la demo­


lición de Jos monumentos coloniales a que están vinculados tres
siglos de historia colombiana.
El claustro, propiedad y residencia otro tiempo de nuestra comu­
nidad, que lo edificó a sus expensas, se convirtió luégo, como con
tanto acierto lo expresa vuestra proposición, en «decoro y ornamen­
to» de esta ciudad. La iglesia, además de contener las cenizas de
conquistadores, hidalgos coloniales y proceres insignes, fue en agi­
tadas épocas sede de asambleas y congresos, y en su recinto el Pa­
dre de la Patria juró cumplir la Constitución y las leyes.
La Provincia Dominicana me encarga hacer pública manifestación
de agradecimiento a Vuestra Señoría y a cada uno de los ilustres
socios que contribuyeron a tan feliz cuanto oportuna iniciativa.
Señor Presidente.
Fray ANTONIO MARÍA SIERRA
Prior Provincia!.
Bogotá, mayo 24 de 1935.

SEGUNDO CONGRESO DE HISTORIA DE COLOMBIA

Señor Presidente de la Academia Colombiana de Historia—Presente.


En cumplimiento del encargo que se nos confirió en la junta pa­
sada, para informar acerca del Congreso de Historia Nacional que
ha de reunirse en Cali en 1936, tenemos el honor de someter a la
consideración de la Academia las siguientes proposiciones:
I— La invitación al segundo Congreso de Historia de Colombia la
harán conjuntamente la Academia Colombiana de Historia y el Cen­
tro Vallecaucano de igual carácter.
II—Cada una de estas dos entidades designará una Comisión
permanente que se ocupará en llevar a efecto, de la mejor manera
posible, esta iniciativa.
III— La inscripción de las personas que deseen ser miembros del
referido Congreso, debe hacerse entre el 19 de marzo y el 19 de junio
de 1936, y los candidatos tienen que ser aceptados por las comisio­
nes mencionadas anteriormente.
IV— Al Congreso podrán ser presentados estudios que se relacio­
nen con cualquier punto de la historia del país, desde los aboríge­
nes hasta nuestros días.
V— La Academia concederá un premio para el trabajo que, a jui­
cio del mismo Congreso en votación general, merezca ser laureado.
394 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

VI—Con el fin de procurar que el monumento que ha de erigirse


en la ciudad de Cali a los próceres Manuel Santiago Vallecilla y
Francisco Antonio Caicedo de la Llera, y en el cual irá en lugar pre­
ferente el busto del Precursor de la Independencia, general Antonio
Nariño, se lleve a término a la mayor brevedad posible, la Academia
Colombiana de Historia resuelve destinar, de sus fondos comunes,
la cantidad de doscientos cincuenta pesos ($ 250) para ese efecto, los
cuales serán entregados por el Tesorero de la Academia a la Junta
respectiva de Cali.
Bogotá, mayo 2 de 1935.
Señor Presidente,
Ed u a r d o Re s t r e po Sa e n z —Ra im u n d o Riv a s

HONORES A ARTURO QUIJANO

La Cámara de Comercio de Buenaventura, teniendo en cuenta que


el día 28 del presente mes falleció en la ciudad de Bogotá el señor
doctor Arturo Quijano Ibáñez, quien consagró toda su vida al ser­
vicio de la inteligencia; fue miembro y Secretario permanente de la
Comisión Asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores, Secretario
de la Academia de Jurisprudencia y miembro de la de Historia, y
dedicó todas sus actividades de hombre público al servicio de la
Nación,
RESUELVE:
Deplorar, como en efecto deplora, la muerte del distinguido hom­
bre público doctor Arturo Quijano Ibáñez, y presentar su sentido pé­
same a sus hermanos don Alberto Quijano Ibáñez, digno Presidente
de esta corporación; señora doña Susana Borrero de Quijano Ibáñez
y señora doña Blanca Quijano Ibáñez viuda de Bateman, quien re­
side en Bogotá.
Comuniqúese esta resolución de condolencia, en notó de estilo;
remítase copia a la Academia Nacional de Historia y publíquese
en el Boletín de la Cámara de Comercio.
Dada en Buenaventura, en el salón de sesiones de la honorable
Cámara de Comercio, a los veintinueve días del mes de mayo de mil
novecientos treinta y cinco.
Es copia exacta.
Buenaventura, 4 de junio de 1935.
El Secretario de la Cámara de Comercio, .
FÉLIX M. SANTOS
SECCION BIBLIOGRAFICA
A cargo de MANUEL JOSE FORERO

LOS CABALLOS DEL LIBERTADOR—EL SOBRINO CALAVERA


POR MIGUEL AGUILERA, 1935

Desde hace varios años se ocupa en investigaciones históricas el


doctor Miguel Aguilera. En El Gráfico, de esta ciudad, ha publicado
con plausible constancia numerosos artículos sobre diversos temas,
siempre de interés y propicios a la divulgación de nuestros anales.
Esta labor merece nuestras felicitaciones puesto que en el gran
público existe un general desconocimiento u olvido acerca de mu­
chos nombres ilustres o de muchos acontecimientos memorables, y
plumas como la del doctor Aguilera hacen llegar a ese gran público
informaciones tinosamente recogidas y agradablemente presentadas.
En los dos trabajos comprendidos en el folleto que motiva esta
nota aparecen fases personales del Libertador, dignas de singular
recuerdo. Es lógico que al hablar de los caballos usados por el Pa­
dre de la Patria para sus heroicas jornadas se piense en los resulta­
dos de todas ellas, siempre fecundas en bienes para la República.
De este modo, el autor conduce a su leyente como de la mano,
haciéndole pensar de nuevo en diversos hechos de la guerra magna.
En el capítulo titulado El sobrino calavera brilla el aspecto toleran­
te de Bolívar,—y tolerante en grado máximo—hacia el molesto pa­
riente suyo que le causó infinitos sinsabores y sonrojos.
Al darle cordiales agradecimientos al autor por su amable dedi­
catoria para el encargado de esta sección, le hacemos llegar nuestra
■certidumbre de que con estas dos monografías ha ganado un bello
lauro en el campo de la historia nacional.
396 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

HISTORIA DE CHITA
POR EL R. P. MARTÍN AMAYA ROLDÁN

Siempre que tomamos en nuestras manos las Monografías del es­


tudioso historiógrafo don Rufino Gutiérrez, pensamos en el prove­
cho notorio que recibiría el país si el conocimiento de cada una de
sus secciones se extendiera más y más cada día. Por esa razón, aun
sin abrirlo, celebramos la publicación de este importante opúsculo
dedicado a narrar lo que ha sido y es aquella floreciente y lejana
población.
El contenido de la obra nos hace comprender que no estábamos
equivocados. Hay en ella método, cuidado y disciplina. No se limi­
tó el autor a recoger datos que a otro sirvieran para formar un con­
junto ameno y al propio tiempo instructivo. El mismo llamó en su
ayuda los no escasos conocimientos literarios que tiene, y dio a la
estampa una producción simpática y llena de detalles de interés
para la historia de Chita y también para la historia de Boyacá.
Debemos agradecerle que en ella incluyó algunas voces que de­
nuncian procedencia chibcha, sin modificación aparente. De modo
que será natural que figuren (como las haremos figurar) en cierto
estudio que sobre los vestigios de la lengua muisca ya hemos pu­
blicado en parte, y que habremos de completar más adelante. Este
simple dato informará al lector sobre el cuidado con que elaboró el
reverendo padre Amaya Roldán la monografía de que hacemos
mención, puesto que no desdeñó fijar su atención en circunstancias
de pequenez aparente, mas no por ello menos valiosas.

EL MACIZO COLOMBIANO EN LA HISTORIA DE SUR


AMERICA,
POR MONSEÑOR FEDERICO LUNARDI- RÍO DE JANEIRO, 1935. IM­
PRENTA NACIONAL

Por muchos años se contentó Colombia con las noticias que so­
bre los monumentos prehistóricos de San Agustín le dio Codazzi.
Años después alabó los esfuerzos de Carlos Cuervo Márquez, pera
echó en olvido la importancia de ellos. Desde entonces hasta la vi­
SECCIÓN BIBLIOGRÁFICA 397

sita del ilustre profesor Preuss no volvió a hablarse del asunto.


¿Desánimo? ¿Incomprensión? En América somos poco amantes de
lo nuestro; nos gusta más el recuerdo de lo ajeno, y frecuentamos
más la admiración por lo exótico y extraño.
Con acierto indiscutible el Gobierno Nacional, en las personas del
doctor Luis López de Mesa y del Director Nacional de Bellas Artes,
don Gustavo Santos, ha emprendido una verdadera y amplia labor
de restauración prehistórica. Y un libro como el que ahora comen­
tados, cuya bondadosa dedicatoria al autor de estas líneas él sabe
agradecer debidamente, demuestra que en altos sectores intelectua­
les no ha decaído el entusiasmo por este linaje de trabajos.
Monseñor Lunardi no se limitó a admirar lo ya descubierto y a
darnos en este libro su testimonio. El mismo descubrió nuevas es­
tatuas y amplió con sus estudios y faenas la reducida zona arqueo­
lógica conocida hasta hace pocos años. Visitó aquellos sitios en la
misma época en que el marqués de Wawrin realizó una interesante
excursión por ese territorio admirable, y —como él—dejó la huella
de su inteligencia en la árdua labor.
No sólo comprende este libro la parte arqueológica indispensable;
también la parte etnográfica es importante. Ha sido y será por mu­
chos años un grande enigma el paradero de los descendientes de
aquellos extraordinarios escultores. Pero la ciencia logrará algún
día descorrer ese misterioso velo que se cierne sobre los orígenes
de San Agustín, y—más propiamente—sobre la población del maci­
zo colombiano en épocas remotas.
A la bibliografía, en cuya formación pusieron mucho de su espíri­
tu Codazzi, Cuervo Márquez y Preuss, agregamos con justicia la
obra de monseñor Federico Lunardi, justamente apreciada por el
Instituto Histórico de Río de Janeiro y justamente alabada por
nosotros.
RAICES GRIEGAS
POR FÉLIX RESTREPO, S. J., BOGOTÁ, 1935

Como breve tratado para la iniciación, nos parece muy ventajoso


este opúsculo publicado por el distinguido humanista que continúa
Con brillo la labor educadora que en otras épocas empezaron Cuer­
vo y Caro, y más adelante dio renombre a Suárez. Mientras en otras
398 BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

naciones aumenta la afición por los estudios lingüísticos, pocas son


las manifestaciones que Colombia ofrece. Empero, ello hace más
plausible el empeño de quienes, como el padre Restrepo, no vacilan
en el cultivo de los idiomas que compendiaron la sabiduría del
mundo. Facilitar al estudiante el conocimiento del griego y del la­
tín es tarea noble; todos sabemos que el aforismo vulgar sobre las
dificultades que ofrece el estudio de aquellas lenguas intimida a no
pocos. En consecuencia, queda justificada nuestra alabanza hacia el
folleto con que ahora nos regala el distinguido prosista. En su libro
Llave del Griego puso de manifiesto su amplísima comprensión
de la lengua. Este capítulo de ese libro debe regocijar justamente a
los espíritus que se encariñan más con la meditación y el esfuerzo
intelectual, cuanto más crece en el planeta ef culto del materialismo
y la adhesión hacia todo aquello que signifique la preponderancia
de la fuerza.
Damos las gracias al padre Restrepo por su valioso obsequio.

ANALECTAS DE HISTORIA PATRIA


POR CARACCIOLO PARRA

De Caracas nos ha venido un hermosísimo libro llamado Analec­


tas de Historia Patria. Su autor es el doctor Caracciolo Parra, quien
ha prestado el gran servicio, ya en varias ocasiones, de exhumar
viejos pergaminos para vestirlos con bellos y modernos ropajes. En
años pasados reimprimió él, en edición de todo lujo, las obras de
Juan de Castellanos y luégo la Crónica del padre Zamora, dos libros
bastante raros en sus ediciones antiguas.
Ahora nos da, tras un erudito y elegante prólogo, escrito por él, la
Historia de Venezuela, por Oviedo y Baños, compuesta en 1722, y la
de Nueva Andalucía, por Antonio Caulín, publicada en 1779, segui­
das de la parte que en la obra de Pedro de Aguado se refiere a Mé-
rida y San Cristóbal, y de unas Décadas relativas a la historia de
Mérida, formadas por don Tulio Febres Cordero.
Es pn deleite hojear esos antiguos cronistas y este moderno his­
toriador en un libro en 4.°, de 582 páginas, fino papel y nítida im­
presión. No tiene uno ya, para imponerse de aquellos autores, que
buscar los vetustos libracos, en letra arcaica, roídos y apolillados.
SECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
399

A los muchos aplausos recogidos por el doctor Parra en los campos


de la ciencia y de la literatura, deben agregarse los que merece por
la publicación de estas obras donde se relatan los prodigios que
hicieran los valerosos adelantados de la conquista.
El prefacio contiene datos biográficos y bibliográficos de Oviedo,
de Caulín y de Aguado, de altísima importancia. Es un estudio en
CXI1I páginas, metódico y nutrido, donde se ve el profundo estudio
que ha hecho el señor Parra de tales historias y de tales historiado­
res. Con respecto a la obra de Aguado relataremos un detalle rela­
tivo a la edición bogotana.
Yacía ella inédita y olvidada en una biblioteca española. Apenas se
tenía el dato del anaquel donde reposaba hacía siglos. Un miembro
de nuestra Academia consiguió al fin, desde Bogotá, que se le en­
viara de Madrid una copia de ella. Pero sucedió que la persona en­
cargada de tomar ésta, y que era un copista diplomado, sacó de su
trabajo una nueva copia en prensa de copiar y esa fue la que envió
a esta ciudad. No se usaba todavía la máquina de escribir, pues
aunque inventada ya, no se había popularizado bastante Sabido, es
que las copias en prensa aunque cuidadosamente ejecutadas suelen
quedar pálidas y borrosas, ya por la delgadez del papel, ya por defi­
ciencia de la tinta, ya por la poca o demasiada humedad que se
ponga a sus hojas, ya por falta de presión en la prensa. Vino, pues,
la obra en un libro de papel de seda con renglones desteñidos, y
un tanto estropeado por el transporte. Era una copia de la copia,
pero no tomada a mano sino, como se ha dicho, en una prensa.
Vacilaron los académicos Posada e Ibáñez en incluirla en la colec­
ción llamada Biblioteca de Historia Nacional, que ellos habían fun­
dado, como era su propósito, pero se pensó que sería difícil vol­
ver a conseguir otra nueva copia a mano, que la parte confusa era
principalmente en las palabras, cosa fácil de enmendarse posterior­
mente, y, aunque tuviese numerosas erratas, resolvieron, para no per­
der ese trabajo, hacer siempre la publicación. Poco después se hizo en
Venezuela la impresión de la segunda parte de la obra de Aguado,
relativa a aquel país, por copia que se tomó también en Madrid, y
más tarde la Academia de Historia de España resolvió hacer una
nueva edición con ambas partes, la del Nuevo Reino de Granada y
la de Venezuela, o sea reunir los dos trabajos ya publicados. Quizás
para la primera parte se tomó la copia aquella que había quedado
4©o BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES

en poder del copista o en el recinto de la Academia. En esa edición


española se hicieron notar cuidadosamente los yerros que habían
aparecido en la hecha en Bogotá; se hizo, pues, un buen servicio al
poner esa fe de erratas. El ilustrado señor Becker, que dirigió la pu­
blicación española, acertó al decir que los yerros tal vez venían de
lo defectuoso de la copia que de allá fue enviada, de la cual parece
tuvo conocimiento.
Hacemos esta relación, pues en el prólogo del doctor Parra, al
enumerar las ediciones de Aguado, se citan las palabras de aquel
ilustre académico relativas a la edición bogotana. Sabemos que
aquí se conserva ese libro copiador donde puede verse el grande
esfuerzo de interpretación que fue preciso hacer para la impresión
de la obra. Si es de sentirse que no fuera correcta esa impresión, se
debe reconocer también que con ella se llamó la atención sobre aque­
lla crónica, pues en pos de ese esfuerzo vinieron las dos bellas edicio­
nes de Caracas y Madrid; y que aun así, con vocablos mal escritos,
es de altísima utilidad, como se prueba con las citas frecuentes que
de ella hacen los «mantés de la historia.
Repetimos nuestro aplauso y nuestras congratulaciones al doctor
Parra por este magnífico trabajo. Esas obras que él ha editado con
tino, paciencia y sabiduría ocuparán lugar predilecto en la bibliote­
ca de todos los amantes de la historia americana.

También podría gustarte