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Diálogo Entre Un Teólogo

El diálogo entre un teólogo y un mendigo revela la búsqueda del teólogo por la verdad y la enseñanza espiritual del mendigo, quien sostiene que los días son buenos cuando se dedican a alabar a Dios, independientemente de las circunstancias. El mendigo también explica que la verdadera bienaventuranza proviene de conformar la voluntad propia con la de Dios, y que su reino se encuentra en su alma, donde reina la paz y la unión con lo divino. A través de este intercambio, se enfatiza la importancia de la humildad, el amor y la resignación ante la voluntad de Dios.

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Diálogo Entre Un Teólogo

El diálogo entre un teólogo y un mendigo revela la búsqueda del teólogo por la verdad y la enseñanza espiritual del mendigo, quien sostiene que los días son buenos cuando se dedican a alabar a Dios, independientemente de las circunstancias. El mendigo también explica que la verdadera bienaventuranza proviene de conformar la voluntad propia con la de Dios, y que su reino se encuentra en su alma, donde reina la paz y la unión con lo divino. A través de este intercambio, se enfatiza la importancia de la humildad, el amor y la resignación ante la voluntad de Dios.

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DIÁLOGO ENTRE UN TEÓLOGO Y UN MENDIGO

por el muy iluminado


P. MAESTRO FR. JUAN TAULERO
de la Orden de Santo Domingo

ARGUMENTO

Un teólogo muy insigne, no asegurándose de su saber para servir a Dios, deseaba con
humilde corazón hallar algún siervo de Dios, ejercitado en píos y divinos ejercicios, que
le enseñase el camino de la verdad, y después de haber pedido a Dios esto por ocho años
continuos, oyó una voz que le dijo: “Sal fuera, a las gradas del templo, y allí hallarás un
hombre que te enseñará el camino de la verdad”.
Salió el teólogo y halló un hombre mendigo, cuyas ropas, de viejas y agujereadas, no
valían tres maravedis. Los pies traía sin zapatos, y estaba lleno de lodo; era, en fin, tal el
aspecto de este mendigo, que mostraba haber menester socorro corporal, y dio tal
espiritual remedio y tan excelente y admirable doctrina, cuanto este teólogo había
deseado, y mereció con sus oraciones, llenas de buenos y humildes deseos, como en el
Diálogo se verá.
Los que hablan en él son un teólogo y un mendigo. Saliendo, pues, el teólogo y viendo
al mendigo, saludóle, diciéndole:

Teólogo: Buenos días te dé Dios, hermano mío, y buen principio de día.


Mendigo: Yo te agradezco, ¡oh mi hermano!, la salutación con que me saludas; pero
hágote saber que no me acuerdo haber tenido jamás un día malo, ni adverso, ni principio
de día que no fuese bueno.
Teólogo: Sea como dices tú, hermano y con los días buenos que siempre tienes, Dios te
haga bien afortunado y te dé buena dicha.
Mendigo: Buenas cosas me deseas, hermano. Sea por amor de Dios; pero entiende una
verdad, y es que nunca fui mal afortunado ni padecí desdichas.
Teólogo: Plegue a Dios, hermano mío, que con las otras buenas dichas que tienes seas
también afortunado. Yo confieso la verdad, que mi entendimiento no alcanza bien lo
que tus palabras significan.
Mendigo: Pues hágote saber, porque te maravilles, que nunca carecí ni carezco de
bienaventuranza.
Teólogo: Así Dios te salve, hermano mío; te ruego me hables claro; porque tu lenguaje
es para mi muy oscuro.
Mendigo: Pláceme cierto, y de buena gana lo haré. ¿Acuérdate en cuántas maneras me
has saludado?
Teólogo: Si me acuerdo. Tres son; esto es: con buenos días, con buena dicha y con
desearte la bienaventuranza.
Mendigo: ¿Tienes en memoria mis respuestas?
Teólogo: Si tengo. Hazme respondido que jamás has tenido día malo; que nunca has
sido mal afortunado, y que jamás has carecido de bienaventuranzas. Estas son tus
repuestas, y éstas he confesado no entender; y así, te ruego me las declares.

1
Respuesta primera

Mendigo: Sabe, hermano mío, que aquellos días para nosotros son buenos que
empleamos en alabanza de Dios; el cual nos da vida en ellos para esto mismo; y malos
son para nosotros cuando en ellos nos apartamos de dar a Dios la gloria que le debemos;
sean los acaecimientos que vienen con los que fueren o prósperos o adversos, pues en
todos podemos con su gracia y debemos loarle en nuestra voluntad, pues esta ayuda con
el favor divino hace que los días sean buenos. Yo, como ves, mendigo, estoy muy
necesitado, y voy peregrinando por el mundo, y no tengo arrimo ni lugar adonde me
acoger; paso por los caminos trabajos de muchas maneras. Si por no hallar quien me dé
limosna padezco hambre, alabo a Dios por ello. Y si llueve o graniza o ventea, alabo a
Dios por ello. Y si por ir mal arropado padezco frío, alabo a Dios por ello. Al fin, todo
lo que se me ofrece adverso me es materia de divinas alabanzas; y de esta manera el día
para mi es bueno. Y cuando los hombres me hacen algunas buenas obras o me hacen
disfavores, alabo a Dios por ello, y tengo mi voluntad sujeta a su Divina Majestad,
dándole por todo alabanzas; porque las adversidades no hacen que el día sea adverso,
sino nuestra impaciencia que nace de no tener nuestra voluntad sujeta ni ejercitada en
sus divinas alabanzas en todo tiempo.
Teólogo: Ciertamente, hermano mío, tú tienes grande razón en lo que dices los días
buenos; ya tengo conocido ahora que aquellos días son buenos que se pasan alabando
a Dios.

Respuesta segunda

Mendigo: Dije que nunca fui mal afortunado, ni padecí alguna desdicha, y dije verdad.
La razón es ésta; porque todos tenemos buena dicha cuando nos vienen cosas tan
prósperas que no hay más que desear ni mejorar. Y como sea verdad que aquello que
Dios nos da y ordena que nos acaezca sea para nosotros lo mejor, síguese que no sólo
yo, sino cualquier otro hombre que tengo los ojos del alma abiertos y considere las
cosas como cristiano, se debe tener por dichoso en cualquiera cosa que le acaezca o le
dé Dios y ordene que los hombres le hagan; porque entonces ninguna cosa le puede
venir que sea para él mejor.
Teólogo: Dime ahora, hermano: ¿cómo ejercitas esta doctrina tan buena y esta verdad
tan cierta y de ella sacas tanto fruto que te haga tan dichoso como dices que eres?
Mendigo: Yo sé vivir con Dios, como un hijo vive con su padre; considero que Dios es
buen padre, que ama a sus hijos. Y como es poderoso y sabio, sabe y puede dar a sus
hijos lo que les ha de ser mejor. Y así, siquiera sea lo que me acaezca gustoso al hombre
exterior, o al revés, siquiera sea dulce o amargo, siquiera sea honroso o deshonroso,
según el siglo; siquiera salutífero o contrario a la salud, esto tengo por mejor, y con ello
me tengo por muy proveído y por mejor para el momento; y de esta manera todo lo que
me viene tengo por buena dicha y de todo hago gracias a Dios.
Teólogo: La tercera respuesta queda por declarar. Me dijiste que no careces de gloria y
bienaventuranza. Esta me parece muy dificultosa de comprender. Persuádeme que así
como importa tanto entenderla como las otras dos, así me la dejarás tan declarada como
ellas.
Mendigo: Con la gracia de dios así lo haré. Estate bien atento.

2
Respuesta tercera

Mendigo: Por bienaventurado tenemos entre los hombres al que tiene lo que desea, al
que en todo se sale con la suya, cuya voluntad se cumple sin resistencia ni
contradicción. No hay hombre en el mundo que, viviendo según sus leyes, llegue a tener
esta bienaventuranza entera. Esto es notorio. En el cielo la tienen enteramente los
bienaventurados, porque en todo, sin haber falta, tienen lo que desean y se cumple su
voluntad; y es por eso por lo que no quieren otra cosa que lo que quiere Dios. De la
misma manera será entre los mortales.
El hombre que tiene muertos sus humanos apetitos y su voluntad enteramente resignada
a la de Dios, y la voluntad divina por suya, se huelga en el beneplácito divino, así en lo
que Dios hace del mismo hombre, como acerca de los otros hombres.
Bienaventurado en la Tierra le podemos y debemos llamar, en ver que en todo se hace
su voluntad, conformada con la de Dios.
Teólogo: Dime ahora, yo te ruego, hermano mío: ¿cómo poner por obre este divino
enseñamiento?
Mendigo: Te lo declararé, a gloria de Dios, que me dio la gracia para ello. Yo determiné
ajustarme a la voluntad de Dios, de tal manera, que la mía no traspase la suya
conformándome tan enteramente que no quedase en mi querer alguno. De esta suerte
vivo contento y me tengo por bienaventurado, porque todo cuanto Dios hace me da
particular contento, más dulce y sabroso que el que tiene el hombre que hace cuanto sus
apetitos desean.
Teólogo: Yo he muy bien entendido en qué se asienta tu bienaventuranza, y me parece
ser muy grande verdad lo que me dices. Tengo, empero, una duda acerca de la
resignación con que conviene plegar nuestra voluntad a la de Dios. Y es que me digas
qué harías si Dios te quisiese echar en los profundos abismos del infierno.
Mendigo: Tengo dos brazos espirituales. El uno es la humildad, que me sujeta a la
sacratísima humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, y éste es el brazo izquierdo. El
derecho es el amor con que estoy abrazado con la Divinidad del mismo Señor. Con este
brazo le tengo tan abrazado, que cayendo yo en el infierno sin pecado, no dejaría de
estar con Dios. Y en este caso tendré yo por mejor logrado ir con amistad de Dios al
infierno que estar sin su gracia en el más deleitoso lugar que pueda imaginarse.
Teólogo: Ya entiendo que me quieres dar a entender dos cosas. La primera es un divino
atajo para llegar a Dios. La segunda, que como Dios nos haya obligado a amarle por sus
mandamientos, nunca nos mandará otra cosa en contrario. Por donde debemos decir a
Su Majestad: “Señor, con que te ame, con que esté en tu gloria con que no esté privado
de alabarte, échame donde mandares; porque todo lugar me será bueno, con que de Ti
no esté apartado.”
Mendigo: Bien me has entendido. ¿Tienes alguna duda más?
Teólogo: Pues tan unido están con Dios, hermano mío, ¿dónde le podré hallar ahora
para unirme más estrechamente con El? Sospecho que ninguno será mejor que el mismo
donde tú le encontraste.
Mendigo: Ni tú le hallarás en otra parte, ni yo, ni nadie, sino donde dejemos las
criaturas por él.
Teólogo: ¿Adónde dejaste ahora a este Señor?
Mendigo: En los corazones limpios, en los hombres de buena voluntad, en éstos lo dejo
y en éstos lo hallo.

3
Teólogo: No puedo dejar de preguntarte quién eres, querría conocerte y que se quedase
en mi memoria tu nombre, por los beneficios recibidos de ti en este día.
Mendigo: No puedo darte más exacta respuesta para descubrirte quién soy, que
asegurarte que soy rey, supuesto que lo soy.
Teólogo: ¿Cómo es posible que tú seas rey? ¿Dónde tienes el reino?
Mendigo: El reino téngolo en mi alma; porque yo sé regir todos mis sentidos y
potencias interiores y exteriores; tengo todas las aficiones y potencias a mi razón
sujetas. Verdaderamente, hermano, que sobre todos los reinos del mundo es éste único
reino. Esto nadie lo dude. Por aquí podrás entender con cuánta razón me llamo rey, pues
reino por la gracia divina. Voy a explicarte de dónde vengo, como me pedías.
Teólogo: ¿De dónde vienes?
Mendigo: Vengo de Dios, y así mi camino es de Dios y a Dios; el que va conmigo es el
mismo Dios. Si no entendieres esto bien, te lo declararé. Como Dios está presente en
todo lugar y su esencia está en todas las criaturas, aunque yo mude el lugar y sean otras
y otras las criaturas que veo, y con quienes hablo y trato, en todas hallo a Dios y más a
El que a ellas; y más voy por él que por ellas. Si ellas me escondiesen a Dios o me
estorbasen el que lo hallare, huiría de ellas como de enemigos mortales.
Teólogo: Ruégote que me expliques cómo has llegado a tanta perfección. Enséñame
esto y vete a Dios, pues vas a El y por El.
Mendigo: Con tres recursos he llegado a alcanzar la perfección que ves. Son éstos:
continuo silencio, altos pensamientos y unión con Dios. Con ellos he venido a este
estado; porque en ninguno que sea de Dios abajo, he podido hallar reposo ni quietud. En
cambio, ahora reposaré y descansaré en suma paz, pues le hallé. Así tú, hermano mío, si
quieres atesorar perfección y tener verdadero reposo, no lo busques entre las criaturas,
ni le tengas respeto cuando te impidan llegarte a Dios. Ejercitaráste muy de veras en las
tres cosas sobredichas. Guarda perfecto silencio y huye de la conversación de los
hombres, que nos impiden algunas veces la paz y holganza que con Dios el silencio nos
gana. Tus pensamientos no sean bajos, sino altos; no sean de cosas temporales, sino
eternas; no humanas, sino divinas; no de carne, sino de espíritu; no de la Tierra, sino del
Cielo. La unión con Dios sea tu vida; despégate de todo lo criado, como si no hubiese
criaturas en el mundo. Mírale como a una casa que está encendida, de cual huyen los
que no quieren perecer en ella.
De esta manera deshacerte has del mundo y te hallarás más dispuesto para unirte a Dios
y para tener paz y reposo con El. Al cual suplico te dé su gracia y disponga para
recibirla como te lo he enseñado. El cual sea contigo y con todos, que vive y reina trino
y uno por siempre jamás. Amén.

4
Algunos puntos místicos de Taulero

Reducidos a octavas reales por el Padre Tomas Magdalena en su obra “Farol de la


noche oscura”.

Penitencia

1. Si hasta aquí mi obstinada rebeldía


Me trajo tan perdido, loco y ciego,
Ya, mi Dios, mi pastor, mi luz, mi guía,
Con todo el corazón a Ti me entrego.
Desde hoy tu voluntad será la mía,
Negándome a mí mismo luego.
Haz, pues, Señor, que lo que quieres quiera.
Fue solo viva a Ti y a todo muera.

2. Confieso, Jesús mío, cuán errado


Mis pasiones livianas he seguido;
Señor, con dolor de lo pasado,
Vuelvo a Ti por tu gracia reducido.

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