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La Eficiencia de Los Derechos Naturales

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La eficiencia de los derechos


naturales
Wendy McElroy (https://www.mises.org.es/authors/wendy-
mcelroy/) • marzo 27, 2017
A A A A
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content/uploads/2017/03/vitrubio-anarco-
e1329091408338.jpg)La opinión hobbesiana de que existe un
conflicto de intereses casi biológico entre los seres humanos,
quienes deben competir por las escasas necesidades, es un
escollo para aquellos que adhieren a los derechos naturales
(http://austroanarquistas.com/?p=3832). Ciertamente, es un
medio de ataque común, utilizado por los críticos del derecho
natural. Ellos exigen saber cómo, en un estado de naturaleza
hobbesiana, donde la vida de un hombre requiere de la muerte
de otro, puede tener sentido hablar de un derecho natural a la
vida, a la libertad o a cualquier otra cosa. La naturaleza misma
parece argumentar contra esta posibilidad.

La meta de dicho ataque es reducir los derechos naturales a un


código de moralidad divorciado de la naturaleza del hombre y
de la realidad. Sin embargo, éstos son precisamente los dos
pilares sobre los cuales cualquier principio útil atinente a la
acción humana debe reposar.

Pocos pensadores contemporáneos dedicaron más energía al


estudio de la acción humana (http://austroanarquistas.com/?
p=3946) y a sus principios subyacentes que Ludwig von Mises
(http://austroanarquistas.com/?p=2409). Él denominó a ese
estudio praxeología. En su trascendental trabajo, La Acción
Humana: Tratado de Economía, Mises, aunque no creía en los
derechos naturales, sugiere un ingenioso enfoque por el cual su
teoría se ve fortalecida por una visión hobbesiana del mundo,
antes que destruida por ella.

Mises revierte el argumento hobbesiano


En la parte cuatro de La Acción Humana, “La Cataláctica o la
Economía de la Sociedad de Mercado,” Mises habla de cómo la
cooperación económica dentro de la sociedad proviene
directamente de un estado de naturaleza hobbesiana. De hecho,
él presenta “una guerra de todos contra todos” casi como si
fuese un requisito previo para la evolución de una sociedad de
mercado. En la sección titulada “La Armonía de los Intereses
‘Correctamente Entendidos’,” Mises argumenta que debido a que
la mayoría o todas las personas desean zapatos, estos artículos
se convierten en objeto de la producción a gran escala, la cual
hace a los zapatos más abundantemente disponibles y a un
costo más bajo que aquel que podría lograr la producción a
escala reducida. Concluye Mises: “El hecho de que mis
compañeros desean adquirir zapatos tanto como yo, no hace más
difícil para mi obtener los zapatos, sino más fácil. . . La
competencia cataláctica de aquellos quienes, como yo, se
encuentran impacientes por tener zapatos hace a los zapatos
más baratos, no más costosos” (Yale University Press, 1949, p.
670).

Recapitulando las implicancias generales de este


discernimiento, Mises concluye: “Lo que posibilita las relaciones
amistosas entre los seres humanos es la mayor productividad de
la división del trabajo. La misma remueve el natural conflicto de
intereses. Allí donde existe división del trabajo, desaparece la
cuestión de la distribución de una oferta incapaz de ampliarse.”
La intensificación de la cooperación social “se vuelve primordial
y borra todas las colisiones esenciales. La competencia
cataláctica [o económica] es substituida por la competencia
biológica.” (p. 669).

Para aquellos versados en economía austríaca, el precedente


pasaje puede lucir como una declaración casi trivial de la
beneficiosa influencia de la división del trabajo respecto de la
disponibilidad de bienes baratos. Pero Mises deriva un mensaje
más profundo de la dinámica social. “La misma condición de la
cual los conflictos irreconciliables de la competencia biológica
provienen—es decir, la circunstancia de que todas las personas
procuran obtener las mismas cosas—se transforma en un factor
que hace a la armonía de los intereses. . . Éste es el significado
del teorema de la armonía de los intereses correctamente
entendidos de todos los miembros de la sociedad de mercado”
(pp. 669-70). Los “conflictos irreconciliables de la competencia
biológica” quizás incluso crean la armonía de intereses entre los
seres humanos.

Aunque el mecanismo del libre mercado puede parecer que


resuelve aquello a lo que Mises se refirió como un conflicto
“irreconciliable”, el hecho es que el conflicto subsiste. Los
hombres seguirán deseando los mismos bienes escasos. Lo que
el mercado libre soluciona son los problemas que pudiesen
derivar de tal deseo compartido. En lugar de traducirse en
expresiones de conflicto, el deseo compartido se convierte en la
fuerza motivadora detrás de las expresiones de cooperación.

Mediante esta ingeniosa lógica, Mises revierte la conclusión


usual de los críticos del liberalismo. Es precisamente porque el
hombre vive en un mundo hobbesiano que una sociedad de
mercado surge naturalmente. En vez de matarse los unos a los
otros para asegurarse los medios de supervivencia, los seres
humanos naturalmente cooperan en base al puro egoísmo por la
única razón de que una sociedad de mercado ofrece un acceso
de otra manera inimaginable a los bienes baratos. Al ser un
arreglo mucho más pacífico, la sociedad de mercado también
proporciona la estabilidad necesaria para que la gente realice
planes a largo plazo, tales como aquellos relacionados con la
formación de una familia.

Esencialmente, Mises utiliza a la división del trabajo como un


principio de resolución. El problema es la guerra de la
humanidad de todos contra todos, la cual, nos aseguran muchos
filósofos, condena a nuestras especies a vivir en la violencia
constante. Pero mediante la división del trabajo, este conflicto
de intereses hobbesiano puede ser, y naturalmente se encuentra,
resuelto. La resolución a través de la cooperación reduce a un
mínimo la probabilidad del verdadero conflicto biológico entre
los seres humanos. Mises revela que la cooperación social es un
medio mucho más eficiente para alcanzar el propio provecho
que el conflicto social.

Benjamin Tucker sobre la propiedad


El individualista del siglo diecinueve Benjamin R. Tucker
(http://austroanarquistas.com/?p=724) hizo una contribución
importante a estas cuestiones. Tucker planteó primero la
cuestión mientras consideraba la naturaleza de la propiedad,
específicamente la propiedad intelectual. A un lado de lo que se
convirtiera en un acalorado debate, los partidarios del copyright
y de las patentes afirmaban que la propiedad intelectual era la
riqueza cuya propiedad había sido adquirida ya sea a través del
descubrimiento como a través del trabajo. Lysander Spooner
(http://austroanarquistas.com/?p=682), por ejemplo, definió a la
propiedad como la “riqueza, que es poseída -que tiene un dueño;
en contraposición a la riqueza, que no posee dueño alguno, sino
que yace expuesta, desposeída, y lista para ser convertida en
propiedad, por cualquiera que elija hacerla propia” (Law of
Intellectual Property, p. 15; énfasis en el original).

Pero varios aspectos de la propiedad intelectual incomodaban a


Tucker. Por ejemplo, ¿cómo podía uno reclamar la propiedad de
una cosa intangible o transferir esa propiedad? Tales
consideraciones lo condujeron a tratar la cuestión de “qué es la
propiedad” en términos más filosóficos.

Tucker creía que las ideas surgían dentro de hombre y persistían


dentro de la sociedad solamente porque servían a una
necesidad o respondían a un interrogante. Como una ilustración
de esta teoría, considera a un universo paralelo al nuestro, pero
el cual funciona en base a diferentes reglas metafísicas. Los
habitantes de ese universo alterno satisfacen sus necesidades
simplemente deseando los bienes u otras formas de satisfacción.
Los alimentos aparecen mágicamente en sus manos, las ropas
cubren milagrosamente sus miembros, y una cama aparece en
existencia bajo sus cuerpos cansados. En tal sociedad, es
inverosímil que el concepto del dinero se desarrolle,
simplemente porque ese concepto peculiarmente humano
surgió como un medio para solucionar los problemas de
transferir y de almacenar la riqueza que existe en nuestro
universo pero no en el paralelo.

Tucker empleó el mismo enfoque para resolver problemas al


analizar el concepto de propiedad. Él preguntó: ¿qué hay en la
naturaleza de nuestro universo y en la naturaleza del hombre
que da lugar al concepto de propiedad en primera instancia?
Tucker concluyó que la propiedad surgió como un medio para
resolver los conflictos provocados por la escasez. En nuestro
universo, casi todos los bienes son escasos, y ello conduce a una
competencia inevitable entre los seres humanos por su uso: un
estado de naturaleza hobbesiana, si usted lo prefiere. Dado que
la misma silla no puede ser utilizada de la misma manera y al
mismo tiempo por dos individuos, es necesario determinar quién
debería utilizarla. El concepto de propiedad resolvió ese
problema social. El dueño de la silla debería determinar su uso.
“Si fuera posible,” escribió Tucker, “y si hubiera sido siempre
posible, para un número ilimitado de individuos utilizar en un
grado ilimitado y en un número ilimitado de lugares la misma
cosa concreta al mismo tiempo, allí nunca habría sido existido
cosa alguna como la institución de la propiedad” (Liberty VIII
[1891], p. 3).

Aquí otra vez, el argumento del estado de naturaleza ha sido


revertido. La visión hobbesiana del mundo, antes que destruir la
posibilidad de la propiedad, es precisamente la que da lugar al
concepto.

Combinando a Mises y a Tucker


¿Cómo se aplican a los derechos naturales los enfoques de
Ludwig von Mises y de Benjamin Tucker? En La acción Humana,
Mises sostiene que los irreconciliables conflictos biológicos
entre los seres humanos pueden conducir—y podrían conducir
naturalmente—a un estado de cooperación. Pero ¿cuál es el
mecanismo a través del cual el conflicto humano es resuelto en
la cooperación humana? En las páginas de Liberty, su periódico
del siglo diecinueve, Tucker sostenía que los principios, ideas en
sí mismas, son dispositivos de resolución de problemas que
surgen para atender las necesidades del hombre, incluyendo
necesidades rivales entre sí como el deseo por bienes escasos.
¿Por qué llamar a esos principios “derechos naturales”? La
respuesta es que los mismos son demandas derivadas de las
necesidades dictadas por la objetiva naturaleza del hombre y de
la realidad.

¿Se aplica el principio de los derechos como un dispositivo de


resolución de problemas a derechos específicos?

Consideremos al derecho natural conocido como la libertad de


expresión.

Los seres humanos valoran a la sociedad porque la misma les


provee grandes beneficios, no solamente los bienes materiales y
el sustento emocional, sino también la información y el
conocimiento, los cuales son necesarios para la vida. La
información útil puede ser extremadamente difícil de obtener
dado que la verdad, la falsedad, o la utilidad de las ideas no es
intuitivamente tan obvia como la madurez o la putrefacción de
una manzana. La historia se encuentra repleta de ideas absurdas
que eventualmente probaron ser verdaderas.

La obtención de conocimiento se ha vuelto más difícil por el


hecho de que nadie posee un monopolio sobre la verdad o un
enfoque. Y nadie sabe cuán útil una idea particular podría
eventualmente demostrar ser. Por ejemplo, cuando los
matemáticos inventaron el número imaginario i, la raíz cuadrada
de -1, estaban emocionados por esta construcción enteramente
abstracta. Los ingenieros eléctricos también lo estaban. Poco
sospecharon los matemáticos que el concepto era la inestimable
herramienta que faltaba para describir cómo las corrientes
alternas fluyen a través de un circuito. La utilidad de cualquier
idea puede ser juzgada solamente con referencia a la finalidad
única y subjetiva del usuario.

Dado que la información y el conocimiento son necesarios para


la vida, la pregunta que surge es: ¿cómo pueden los seres
humanos maximizar las posibilidades de obtener este bien de
supervivencia? Un alternativa es la de permitir circular
solamente a las declaraciones y a los argumentos verdaderos o
válidos. Pero ello presupone una entidad absolutamente
imparcial y omnisciente que reglamentaría este flujo. También
presupone un conocimiento divino del uso que se le dará a cada
idea.

En ausencia de tal entidad, la mejor solución al problema de


maximizar la información es permitir que toda ella fluya.
Permitámosles a todos los seres humanos tener el derecho a
hablar y así poder juzgar el valor de sus palabras. De este modo,
la libertad de expresión se convierte en un principio de
resolución. Aunque la libre expresión no garantiza ciertamente
la verdad, las oportunidades de conseguir buena información
aparecerán con mayor probabilidad en una sociedad que respeta
la libre expresión que en una que la censura.

Argumentos similares pueden hacerse para los otros específicos


derechos naturales.

Casos de refutación
Siempre que una teoría es propuesta, los casos de refutación le
siguen rápidamente. Si los derechos naturales son dispositivos
de resolución de problemas requeridos por el estado de
naturaleza, se preguntará, ¿qué ocurre con aquellos conflictos
que no pueden ser resueltos de esta manera? ¿Ellos no
invalidan la teoría?
La respuesta es no. El enfoque arriba bosquejado postula a los
derechos naturales no como verdades morales, sino como
herramientas sociales para solucionar el problema de las
necesidades humanas y del conflicto humano. Para que esta
teoría se encuentre “probada”—es decir, para que los derechos
naturales sean vistos como principios deseables—es necesario
demostrar tan sólo que son más eficientes que cualquier otro
sistema competente de dispositivos de resolución de problemas.

Sin embargo, no deberíamos ignorar los casos de refutación. En


general, las clases de conflictos que son inmunes a la resolución
mediante los derechos naturales caen dentro de dos amplias
categorías: los dilemas morales y las situaciones de emergencia.

La primera categoría—los dilemas morales—aparece


comúnmente en los libros de texto sobre ética o es presentada
por profesores que desean desconcertar a sus estudiantes con
un pretendido problema moral profundo. El actual dilema
involucra generalmente a una situación similar a la siguiente:
presionando un botón mágico, usted puede eliminar todas las
enfermedades cardíacas del mundo. Pero al hacerlo, causará la
muerte de un extraño inocente. La pregunta es: ¿moralmente,
debería usted presionar el botón? El conflicto aquí es que a fin
de que mucha gente viva, usted debe matar a una persona
inocente. Ésta es casi una definición de un dilema del estado-de-
naturaleza: la vida de una persona precisa de la muerte de otra.

Tales rompecabezas no son problemas morales del todo


profundos: son trucos de prestidigitación filosóficos. Para tomar
seriamente el escenario del botón, usted tendría que habitar en
un universo tan sumamente diferente al nuestro que su código
moral no se asemejaría ni remotamente al que usted posee en
la actualidad. Después de todo, su moralidad ha sido construida
en base a las realidades como usted las conoce. Usted ha
derivado un código de comportamiento basado en ciertas
asunciones respecto de la naturaleza del universo y su propia
naturaleza como ser humano. Estas asunciones no incluyeron un
botón mágico que causa tanto curaciones milagrosas a nivel
global como inexplicables muertes instantáneas. Si el universo
funcionase en base a principios que incluyeran botones mágicos,
usted habría tenido indudablemente un código de
comportamiento enteramente diferente al que posee hoy día.

Si los derechos naturales son herramientas para tratar las


realidades de nuestro universo y de nuestra naturaleza, entonces
cambiando las realidades que determinaron el contenido de los
derechos los tornaría—por supuesto—inútiles o los volvería
irrelevantes. Descartar a los derechos naturales sobre la base de
tales argumentos es como declarar que un martillo es inútil
porque no puede machacar el agua dándole forma.

Esencialmente, estas clases de dilemas morales son


desconcertantes no porque constituyan problemas morales, sino
debido a que constituyen problemas metafísicos. El dilema
moral que es sugerido—si fuese del todo un dilema moral—
existiría solamente en otro universo que funcionase bajo reglas
inaplicables al nuestro.

La segunda categoría de un caso de refutación no es tan


fácilmente desechada. Éstos son los casos de emergencia en los
cuales la vida de un ser humano requiere literalmente la muerte
de otro. El caso más famoso de emergencia es indudablemente
el ejemplo del bote salvavidas: dos hombres se encuentran a la
deriva en un bote salvavidas sin provisiones y a menos que uno
de ellos canibalice al otro, ambos morirán de hambre. Convengo
plenamente que, en estas circunstancias, los derechos naturales
serán probablemente ineficaces como herramienta de
resolución.

Dos puntos deben ser considerados con respecto a los casos de


emergencia, sin embargo. Primero, tales escenarios presentan un
desafío extraordinario a cada sistema de organización social.
Ningún sistema proporciona una respuesta que les permitiría
vivir a ambos hombres; ningún sistema ofrece una resolución
que prevendría la muerte de alguno. Como tal, la verdadera
cuestión no es si los derechos naturales pueden resolver una
situación como la del bote salvavidas, sino si los derechos
naturales tratan la situación mejor o peor que los sistemas
rivales. Francamente, pienso que todos los sistemas de
resolución social fallan igualmente en este punto.

En segundo lugar, los verdaderos casos de emergencia, en los


cuales su vida requiere de la muerte de otra persona,
constituyen un minúsculo porcentaje de los conflictos sociales
que usted encontrará durante el transcurso de su vida. De hecho,
la mayoría de nosotros nunca estaremos en una situación como
la del bote salvavidas. No tiene ningún sentido aceptar o
rechazar las herramientas sociales de la vida cotidiana en base a
cuan bien las mismas tratan emergencias altamente
improbables y que posiblemente nunca ocurrirán.

Conclusión
Los derechos naturales no son solamente dispositivos de
resolución de problemas. Son también principios morales que
pueden ser racionalmente defendidos. No veo ninguna tensión
en sostener ambas opiniones a la par. De hecho, si una teoría es
verdadera, o universalmente aplicable, sería una sorpresa
descubrir que existía solamente una manera útil de analizarla.
Muchos senderos intelectuales deberían conducirlo en la misma
dirección.

La concepción de los principios sociales como dispositivos de


resolución de problemas moralmente neutrales está pensada
simplemente para explorar los aspectos más prácticos de los
derechos naturales, y para proporcionar nuevas respuestas a las
viejas críticas, tales como las incorporadas a los argumentos del
estado-de-naturaleza hobbesiano.

Traducción por Gabriel Gasave


(http://independent.typepad.com/elindependent/art%C3%ADculos-
de-gabriel-gasave.html).

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