Este libro Sanidad divina del alma.
Te lleva a conocer y seguir pasos para poder
liberarte de
La depresionLa ansiedadLa amarguraEl rencor
Por medio de la Palabra de Dios, la oracion y la fe, se puede lograr que todos esos
sentimientos negativos
se conviertan en
Perdon AmorPaz interiorLibertadSanidad fisicaY sobre todo, sanidad divina del
alma
Descubre como el poder del perdon te ayuda a liberarte de la amargura, rencor, y
aun de ciertas enfermedades. Erica te invita a experimentar el amor de Dios por
medio del perdon. Este libro te ayuda a poder contrarestar la ansiedad y depresion
por medio del poder de Dios, y experiencias de personajes biblicos que pasaron
por esas circunstancias, y pudieron salir de ellas; la Palabra de Dios muestra
como saliero...
El hombre desde que fue creado, trato de alejarse de Dios, provocando en él
culpabilidad, y esta culpabilidad es mortal compañía en la vida del hombre, la
desnudez de Adán representa al pecado cometido en contra de Dios, y desde
niño, al hombre siempre se le ha inculcado el pecado, todo lo que hace o quiere
hacer es pecado, nos educan con la idea del miedo, ya que el miedo es el mejor
aliado de los padres, pórtate bien sino Dios te va a castigar, frases similares
hemos escuchado desde niños y realmente no sabemos ¿Qué es el pecado? O
¿Por qué todo lo que hago está mal o es pecado? De acuerdo a la Escritura, el
hombre es malo o no es justo, ya que el salmista y el apóstol Pablo así lo dijeron:
No hay justo, ni aun uno, el hombre se ha sentido bueno y cree que por ser bueno
puede alcanzar la vida eterna, sin embargo, Jesucristo enseño que solo hay uno
bueno, Dios, el Padre. La naturaleza del hombre es de ser un ser malo, un ser
débil, pero es solo con la bondad de Dios que el hombre puede salir del poder del
pecado, así mismo el hombre ha creído siempre, en el pecado original, ¿existe el
pecado original? El hombre fue creado para ser un hombre espiritual.
Cómo SER SANO por Dios incluso si los médicos dicen que es IMPOSIBLE
No importa cuál sea su situación, de qué enfermedad padece o que síntomas
tiene, si usted es capaz de aprender y aplicar las verdades del evangelio, podrá
ser sanado. Aun en el caso del cáncer, la diabetes, la alta presión o cualquier otra
enfermedad de las que se ha dicho son incurables. Dios nos regaló no solamente
la oportunidad de ser salvos sino también la salud para nuestros cuerpos físicos:
este es un paquete completo de bendición. Andrew Murray explica muy bien esto
en su libro La sanidad divina, libro que ha tenido ventas extraordinarias en el
idioma inglés, y ahora la traducción al español -en su versión completa- está
disponible para usted.
Todos nosotros en algún periodo de nuestra vida hemos estado enfermos. Aun los
cristianos se enferman y algunos mueren de su enfermedad. ¿Por qué sucede
esto si Dios ha dicho que YA fuimos sanos? ¿Puede un cristiano ir con el médico o
debe simplemente esperar a que se haga la voluntad de Dios? ¿Cómo debemos
pedir a Dios por sanidad para ser escuchados y obtener la respuesta a nuestra
oración? ¿Cuánto tiempo tardará Dios en responder? ¿Castiga Dios con
enfermedad a los pecadores? Hay tantas preguntas sobre este tema tan
importante, y a todas ellas el lector encontrará respuesta en este libro.
De este libro usted aprenderá
1. Muchos versículos bíblicos en los cuales basar su oración para obtener su
sanidad.
2. Cómo orar para ser escuchado por Dios y obtener la respuesta a la oración.
3. Porqué es indispensable tener comunión con Dios.
4. Porqué es esencial perdonar y vivir una vida santa.
5. En qué ocasiones debo acudir con el médico terrenal.
6. De dónde obtener fe para ser sano.
7. Cuántas veces debo de orar para ser sano.
Andrew Murray -el autor de este libro-, también estuvo enfermo en cierta etapa de
su vida. Por más de dos años fue incapaz de hablar; fue entonces que él puso su
confianza en el Médico Divino y fue premiado no solamente con la sanidad divina
sino también con un entendimiento profundo sobre este tema, el cual comparte
con nosotros en su libro.
Andrew Murray es:
- Autor de padres escoceses, pero nacido y criado en Sudáfrica (1828-1917).
- Obtuvo su educación teológica en Holanda.
- Regresó a Sudáfrica como pastor y misionero.
- Considerado el escritor cristiano más influyente del siglo XIX y uno de los más
influyentes de todos los tiempos.
- En su vida escribió más de 240 libros y tratados en inglés y holandés.
- Sus libros superan los dos millones de copias vendidas.
Miles de personas han sido sanadas al entender la voluntad de Dios y los
principios que se deben seguir para obtener sanidad divina. Ahora el tiempo para
que usted sea sano ha llegado. Dios le abre la oportunidad para nunca más dudar
de su voluntad, a fin de poder gozar de una salud perfecta. Oprima el botón
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La sanidad divina es un don de la gracia de Dios para todos. Así como la salvación
es por gracia mediante la fe (Efesios 2:8), recibimos todas las bendiciones y los
dones de Dios por su gracia, o su favor inmerecido.
LA SANIDAD DIVINA PARTE INTEGRAL DEL EVANGELIO
(ADOPTADA POR EL PRESBITERIO GENERAL EN SESIÓN EL 9 AL 11 DE
AGOSTO DE 2010)
Desde su inicio, el Concilio General de las Asambleas de Dios ha reconocido
la sanidad divina para la persona integral como parte importante del evangelio,
las buenas nuevas, que Jesús comisionó a sus discípulos que proclamaran. La
Constitución de las Asambleas de Dios, en su Declaración de Verdades
Fundamentales, artículo 12, establece: “La sanidad divina es una parte integral
del evangelio. La liberación de la enfermedad ha sido provista en la expiación
y es el privilegio de todos los creyentes (Isaías 53:4,5; Mateo 8:16,17;
Santiago 5:14-16).”
Aunque es imposible cubrir en un breve documento todas las implicaciones de
esta declaración o contestar todas las preguntas que se plantean sobre este
tema, intentaremos mostrar que la declaración es bíblicamente sana.
I. LA SANIDAD DIVINA ES UNA PARTE INTEGRAL DEL EVANGELIO
Tanto el ministerio de Jesús como de los apóstoles muestran que la sanidad
divina es parte integral de la proclamación del mensaje del evangelio. Fue un
importante testimonio de Jesús como la revelación del Padre, el Mesías
prometido, y el Salvador del pecado (véase Juan 10:37,38). La Biblia muestra
una estrecha relación entre el ministerio de sanidad de Jesús y su ministerio
salvador y perdonador. Su poder sanador era en realidad un testimonio de su
autoridad para perdonar pecados (Marcos 2:5-12). Con frecuencia, los
escritores de los Evangelios atestiguan que sus milagros de sanidad ocurrían
paralelamente con su predicación del evangelio, siendo ambos el propósito de
su ministerio (Mateo 4:23; 9:35,36).
La gente venía de todas partes, tanto para oírle como para ser sanados (Lucas
5:15; 6:17,18). Él nunca rechazó a nadie, sino que sanó todas las diversas
enfermedades, dolencias, deformaciones, defectos, y lesiones (Mateo
15:30,31; 21:14). También echó fuera demonios y libró a la gente de los
problemas que éstos causaban (Mateo 4:24).
Jesús reconoció que la enfermedad es el resultado de la caída de los seres
humanos en pecado, y que en algunos casos puede deberse a un pecado
específico (Juan 5:14) o a la obra de Satanás (Lucas 13:16). Sin embargo,
reconoció también que la enfermedad no siempre es el resultado directo de
cierto pecado (Juan 9:2,3). En algunos casos era más bien una oportunidad de
que Dios fuera glorificado (Marcos 2:12).
Los milagros de sanidad eran una parte importante de las obras que Dios
envió a Jesús a hacer (Juan 9:3,4). Esto armoniza con la revelación del
Antiguo Testamento de Dios como el Gran Médico, Jehová el Sanador (Éxodo
15:26; Salmo 103:3; los participios hebreos que se usan en ambos casos
indican que es la naturaleza de Dios sanar). El ministerio de Jesús puso de
manifiesto que la sanidad divina es parte vital de la naturaleza y el plan de
Dios.
Las sanidades también sirvieron para identificar a Jesús como el Mesías
prometido y el Salvador. Jesús cumplió la profecía de Isaías 53:4:
“Ciertamente llevó [tomó y quitó] él nuestras enfermedades, y sufrió [como una
carga pesada] nuestros dolores.” (“Enfermedades”, choli, es la misma palabra
que se usa para hablar de enfermedad física en Deuteronomio 28:59,61;
2 Crónicas 16:12; 21:15,18,19; Isaías 38:9. (“Dolores”, makob, es la misma
palabra que se usa para referirse a dolor físico en Job 33:19). Mateo, en su
relato de la sanidad de la suegra de Pedro por mano de Jesús, ve el
cumplimiento de este pasaje de Isaías en el ministerio sanador de Jesús: “Para
que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó
nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17).
Isaías también vincula los sufrimientos del Siervo con la provisión de
salvación, un ministerio que Jesús cumplió (Isaías 53:5,6). Sus sufrimientos
fueron por nuestros pecados y condujeron a la paz con Dios: “Y por su llaga
fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). El contexto de Isaías y la referencia al
mismo en 1 Pedro 2:24,25 enfatizan especialmente la sanidad o la
restauración del efecto del pecado. Sin embargo, en vista del énfasis en la
enfermedad física en Isaías 53:4, está claro que estos pasajes enseñan que el
evangelio que había de ser presentado por el Siervo de Dios, Jesús, incluye la
sanidad de los efectos espirituales y físicos de la caída de la raza humana en
pecado, como se registra en Génesis 3.
Cuando Juan el Bautista fue encarcelado, se preguntó si Jesús era realmente
el Mesías prometido, o simplemente un precursor como él mismo. Jesús le
respondió señalando sus obras mesiánicas que vinculaban los milagros y la
predicación del evangelio con los pobres (Mateo 11:4,5). Una vez más, la
sanidad fue un testimonio importante, una parte integral del evangelio (Isaías
61:1,2; Lucas 4:18; 7:19-23).
La sanidad divina siguió siendo parte integral del evangelio a través del
ministerio de los apóstoles y de la iglesia primitiva. Jesús envió a los Doce y
los Setenta y dos [NVI] a predicar y a sanar a los enfermos (Lucas 9:2; 10:9).
Después del Pentecostés “muchas maravillas y señales eran hechas por los
apóstoles” (Hechos 2:43). Lucas escribió el libro de los Hechos como
continuación de la historia de lo que Jesús hizo y enseñó, no sólo a través de
los apóstoles, sino también a través de una iglesia llena del Espíritu Santo
(Hechos 1:1,8; 2:4).
La obra de milagros, incluso la sanidad divina, no se limitaba a los apóstoles.
La promesa de Jesús fue para todos los creyentes (Juan 14:12-14) que la
pidieran en su nombre (es decir, los que reconocen su autoridad y se
conforman a su naturaleza y sus propósitos). Dios usó a diáconos, como
Felipe, para predicar y sanar (Hechos 8:5-7), y a Ananías, un discípulo hasta
entonces desconocido, para sanar a Saulo (Pablo) (Hechos 9:12-18).
El mensaje del evangelio incluye la provisión de los dones espirituales por
medio del Espíritu Santo a la Iglesia, entre los que están los dones de
sanidades (1 Corintios 12:7). Todos estos dones, entre ellos el de sanidad,
siguen edificando a la Iglesia y ofrecen esperanza a todos los creyentes.
Además, Santiago afirma que la sanidad es parte normal en las reuniones de
la Iglesia. Cada vez que se reúnen los hermanos, cualquiera que esté enfermo
puede pedir oración por sanidad (5:14). Se nos asegura de que la sanidad
divina es una manifestación permanente del evangelio en el día de hoy, y que
continuará así hasta el regreso de Cristo.
II. LA EXPIACIÓN PROVEE SANIDAD DIVINA
El ministerio de los sacerdotes bajo la Ley era una figura del ministerio del
Sumo Sacerdote, Jesucristo, que se “compadecerse de nuestras debilidades
(astheneia, debilidad, enfermedad, timidez)” (Hebreos 4:14,15). Los sacerdotes
del Antiguo Testamento, mediante la sangre de los sacrificios, hacían
expiación por los pecados del pueblo.
Un estudio del concepto de la expiación en la Biblia muestra que en la mayoría
de los casos se refiere a un rescate que se paga por redención y restauración,
que señala a la redención hecha por Jesucristo mediante el derramamiento de
su sangre en nuestro favor. El apóstol Pablo lo describe de esta manera: “A
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos
3:25).
La palabra “propiciación”, traduce el griego hilasterion, que también puede ser
traducida como expiación o propiciatorio. En Levítico 16 se registra lo que Dios
esperaba de Israel para el Día de la Expiación y el ministerio del sumo
sacerdote de rociar la sangre del sacrificio por el pecado sobre el propiciatorio
(la cubierta de oro del arca del pacto). El arca contenía las tablas de piedra de
la Ley, que el pueblo no había cumplido. La Ley quebrantada exigía el juicio y
la muerte. Pero cuando era rociada la sangre de un cordero sin mancha, que
proféticamente anunciaba la vida sin pecado de Cristo, Dios veía esa vida sin
pecado en vez de la ley quebrantada y mostraba su misericordia y bendición.
El propósito principal de la expiación era la purificación del pecado (Levítico
16:30). Sin embargo, también está claro que la expiación traía liberación del
castigo y las consecuencias del pecado, con el fin de hacer posible la
restauración de la bendición y el favor de Dios. Cuando el pueblo de Israel se
quejó después del juicio que vino tras la rebelión de Coré, Datán y Abiram,
Dios envió una plaga sobre los hijos de Israel. Moisés envió a Aarón a que
fuera en medio de la congregación e hiciera expiación por ellos, y así cesó la
mortandad (Números 16:47,48). La Ley de Moisés requería que cuando se
contara a los hombres de Israel, cada uno diera una ofrenda de expiación de
medio siclo para su redención y para evitar que viniera sobre ellos mortandad
(Éxodo 30:11-16). De tal modo la expiación proveía purificación del pecado y
sus consecuencias, incluyendo las enfermedades.
Se ve claramente en la Biblia que los seres humanos no podemos pagar el
precio de nuestra redención, por lo cual Dios, en su amor y para la gloria de su
nombre, proveyó la máxima expiación (Romanos 3:25; véanse también Salmos
65:3; 78:38; 79:9; Romanos 3:21-28). Todo esto lo hizo Cristo en el Calvario
(Juan 3:14-16). Allí Él hizo expiación plena por toda la persona. El Nuevo
Testamento se refiere a esto como “redención”, lo cual esencialmente tiene el
mismo significado que “expiación”. Por medio de Cristo hemos recibido la
redención y el perdón de los pecados (Romanos 3:24; Efesios 1:7; Colosenses
1:14; Hebreos 9:15).
La redención, obrada mediante la expiación de Cristo, provee reconciliación
por el pecado y sus consecuencias. Aun cuando la enfermedad no es resultado
directo de un pecado específico, está en el mundo a causa del pecado. Por lo
tanto, está entre las obras del diablo que Jesús vino a destruir (1 Juan 3:8), y
está incluida en la Expiación.
Del paralelo entre redención y expiación, vemos que la provisión de sanidad
para nuestro cuerpo es parte de la redención que se menciona en Romanos
8:23. Recibimos el perdón de los pecados ahora mediante la redención de
nuestra alma. Recibiremos la redención de nuestro cuerpo cuando seamos
arrebatados para encontrarnos con el Señor, y seamos transformados a su
semejanza (1 Corintios 15:51-54; 2 Corintios 5:1-4; 1 Juan 3:2). La sanidad
divina es un anticipo de esto, y así como todas las bendiciones del evangelio,
emana de la Expiación.
III. LA SANIDAD DIVINA ES UN DON DE LA GRACIA DE DIOS PARA
TODOS
Así como la salvación es por gracia mediante la fe (Efesios 2:8), recibimos
todas las bendiciones y los dones de Dios por su gracia, o su favor inmerecido.
No se pueden ganar ni merecer. Cabe señalar que, en vez de exigir sanidad, el
Nuevo Testamento registra que la gente venía a Jesús suplicando su
ministerio de compasión. No veían la sanidad como un derecho, sino como un
privilegio misericordioso que les era ofrecido.
El hecho de que no podemos ganar las bendiciones de Dios, ni tampoco la
sanidad divina, debe hacernos entender la importancia de cultivar nuestra vida
en el Espíritu, porque el Espíritu “vivificará [nuestros] cuerpos mortales”, y esa
es nuestra gran esperanza (Romanos 8:11). En realidad, aunque nuestro
hombre exterior se va desgastando, el interior se renueva de día en día (2
Corintios 4:16).
Esta renovación interior es la que nos capaz de tener fe para recibir el don de
sanidad divina. A la mujer sanada, que había padecido de flujo de sangre por
doce años, Jesús dijo: “Hija, tu fe te ha hecho salva” (Marcos 5:34). Pablo, en
Listra, cuando vio que su predicación había producido fe para sanidad en el
corazón de un hombre imposibilitado de los pies, le mandó que se pusiera de
pie (Hechos 14:9,10). La fe se manifestó también en el centurión romano que
reconoció la autoridad de la palabra de Cristo para que su siervo sanara
(Mateo 8:5-13) y en la mujer cananea que creyó en Jesús para la sanidad de
su hija (Marcos 7:24-30; Mateo 15:28).
El hecho de que la sanidad divina viene por la fe se ve confirmado cuando la
incredulidad impidió que fuera recibida en Nazaret (Marcos 6:5,6) y al pie del
Monte de la Transfiguración (Mateo 17:14-20). En Santiago 5:15 hay una
promesa de que la oración de fe, hecha por los ancianos de la iglesia a favor
de los enfermos, salvará al enfermo y el Señor lo levantará. La fe, entonces,
recibe la sanidad sencillamente por palabra del Señor. Pero Jesús no dejó
desatendidos a los que tenían poca fe, o que no expresaban fe en absoluto.
Para los que están enfermos a menudo no es fácil expresar la fe, y Jesús hizo
varias cosas para ayudarlos. Tocó a algunos (Marcos 1:41; 8:22), los tomó de
la mano (Marcos 1:31; Lucas 14:4), o puso las manos sobre ellos (Marcos 6:5;
8:25; Lucas 4:40; 13:13). Ayudó a otros de diversas maneras, lo cual requirió
de fe y obediencia por parte de ellos (Marcos 7:33; 8:23).
La fe, no obstante, tenía que ser en el Señor, no en los medios que Él empleó
para ayudarlos a expresar su fe. Ésta parece ser la razón de la gran variedad
de medios que usó: que las personas no pusieran la vista en el medio sino
más bien en Dios. La fe significa confiar en el Dios omnisciente, todo amor, y
todopoderoso que responde al clamor de su creación en su propia manera.
La promesa de que cualquiera “que en mí cree, las obras que yo hago, él las
hará también” está estrechamente relacionada con la oración, que pide en
nombre de Cristo (Juan 14:12-14; 16:23,24). El uso del nombre de Jesús no es
una fórmula de la que se valen los seres humanos para forzar la respuesta de
Dios. Su nombre es la revelación de su carácter y naturaleza, que tenemos en
nosotros sólo si permanecemos en Cristo y sus palabras permanecen en
nosotros (Juan 15:7). Como resultado, su voluntad domina en nuestra vida, y
conforma nuestra voluntad a la suya. Por lo tanto, nuestras peticiones en su
nombre cada vez más armonizan más con su voluntad, y abren camino para
que Él responda a nuestras oraciones.
La revelación de Dios como “Jehová tu sanador” (Éxodo 15:26) no se limita a
Israel. La sanidad del siervo del centurión y de la hija de la mujer cananea
muestra que la sanidad es privilegio también de los gentiles. En realidad, hay
sanidad para todos los que la deseen y respondan a Jesús. Hay evidencia de
que el don de sanidad de Dios, aun puede ser experimentado por una persona
antes de que haya recibido perdón de sus pecados, como en el caso del
paralítico en el estanque de Betesda (Juan 5:2-9,14).
La fe en la sanidad divina no se opone ni compite con la ciencia médica. El
conocimiento y las habilidades de esta profesión ofrecen ayuda a muchos. Es
cierto que la Biblia condena al rey Asa, porque “en su enfermedad no buscó a
Jehová, sino a los médicos” (2 Crónicas 16:12). Pero Asa buscó ayuda de
Siria, en un acto de incredulidad y desobediencia, porque no quiso confiar en
el Señor (2 Crónicas 16:7). El motivo de que se pronunciara juicio contra Asa
no fue que buscó la ayuda de los médicos, mas bien porque no buscó al
Señor.
Cuando la mujer que había padecido de flujo de sangre por doce años fue
sanada, Marcos registra que “había sufrido mucho de muchos médicos, y
gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor”
(Marcos 5:26). Si no hubiera sido aceptable que ella acudiera a los médicos,
éste hubiera sido el perfecto lugar en que Jesús lo hubiera dicho, pero no lo
hizo. Antes bien, Él aceptó la fe que ella expresó y la felicitó por ello.
También, Jesús envió a los diez leprosos a quienes había sanado a que fueran
a mostrarse a los sacerdotes (Lucas 17:14). Bajo la Ley, los sacerdotes eran
los encargados del diagnóstico, las cuarentenas, y la salud (Levítico 13:2 ss.;
14:2 ss.; Mateo 8:4). Así, Jesús reconoció que hay lugar para los
diagnosticadores humanos.
A través de la habilidad y la formación de los médicos se producen
recuperaciones y restauraciones, una verdad que no niega ni menosprecia la
fe en la sanidad divina. Nos alegramos cuando Dios, que es la fuente de toda
sanidad, obra a través de los médicos; damos gracias por su dedicación, y
ofrecemos continua alabanza a Dios. Aun con todo su conocimiento, su
formación, y sus habilidades, los médicos no son la última palabra en el
diagnóstico de enfermedades humanas. Ponemos firmemente nuestra
confianza en Dios, que es más que capaz de dar sanidad en una situación que
se considera sin esperanza.
IV. LA SANIDAD DIVINA SE CUMPLIRÁ PLENAMENTE CUANDO VUELVA
JESÚS
Vivimos en el presente entre la primera y la segunda venida de Cristo. En su
primera venida, a través de su vida, muerte, y resurrección proveyó la
expiación por el pecado y sus consecuencias. En esta era, se ve la sanidad
divina, un don de la gracia de Dios, como una expresión proléptica de la
completa redención del cuerpo humano. En su segunda venida, lo que se inició
se consumará: se cumplirá la salvación del pecado y de todos sus efectos. En
este período del “ya pero no todavía” algunos son sanados instantáneamente,
otros poco a poco, y otros no son sanados.
La Biblia indica que hasta que Jesús venga gemimos, porque aún no hemos
recibido la redención total de nuestro cuerpo (Romanos 8:23). Sólo cuando los
muertos en Cristo resuciten y seamos transformados recibiremos un cuerpo
nuevo que es como su cuerpo glorioso (1 Corintios 15:42-44,51-54). Aun los
seguidores de Cristo gimen, con dolores de parto, como el resto de la creación,
y esperamos con paciencia el cumplimiento de nuestra esperanza (Romanos
8:21-25). Pablo describe al cuerpo humano como “templo del Espíritu Santo” (1
Corintios 6:19); debemos cuidar de él y evitar cosas que lo perjudiquen. Pero
no importa lo que hagamos por este cuerpo, no importa cuántas veces seamos
sanados, a menos que intervenga el rapto de la Iglesia, un día moriremos.
La promesa y la realidad de la sanidad divina no excluyen el sufrimiento por la
causa de Cristo y del evangelio. Se espera que estemos preparados para
seguir su ejemplo (Hebreos 5:8; 1 Pedro 2:19,21; 4:12-14,19). Tampoco
debemos buscar la sanidad divina como sustituto de la obediencia a las
normas de salud física y mental. Jesús reconoció la necesidad que tenían los
discípulos de alejarse de las multitudes para descansar un poco (Marcos 6:31).
Jetro, el suegro de Moisés, le aconsejó que delegara algunas de sus
responsabilidades para que pudiera soportar la tensión de guiar al pueblo de
Israel (Éxodo 18:17,18).
La sanidad divina tampoco es un medio de evitar los efectos de la vejez. Hasta
el día de su muerte, Moisés mantuvo la lucidez de sus ojos y el vigor de su
cuerpo (Deuteronomio 34:7); pero ese privilegio no se le concedió al rey David
(1 Reyes 1:1-4). La debilitación gradual de la edad avanzada, que en
Eclesiastés 12:1-7 se explica de manera muy acertada, es la experiencia
común tanto de creyentes como de inconversos. La sanidad está disponible
para los ancianos; pero la parte del cuerpo que se cura normalmente sigue
envejeciendo como el resto del cuerpo. No tenemos aún la redención del
cuerpo.
Algo que podría dificultar la sanidad es si no estamos dispuestos a modificar
nuestro estilo de vida para seguir los principios bíblicos (Juan 5:14). Si bien la
cantidad de fe no es siempre lo determinante, como se señaló anteriormente,
si uno no cree que puede haber sanidad divina, posiblemente ésta no ocurra.
También debemos estar abiertos a la voluntad de Dios y a sus obras, siempre
diseñados por su amor y para nuestro bien, con la comprensión de que están
más allá de nuestra inmediata capacidad de comprensión. Sea que nos sane
ahora o sea que no nos sane, Él siempre obra por su gran compasión, con el
deseo de atraernos cada vez más a Él.
Reconocemos que ha habido abusos respecto a la sanidad divina. Algunos
hacen afirmaciones exageradas y juicios infundados. Pero no debemos dejar
que eso nos impida proclamar positivamente la verdad de la Escritura. Pedro y
Juan tuvieron la fe para decir al hombre cojo que sería sanado: “Lo que tengo
te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6).
Nosotros, también, debemos seguir fieles a la realidad del poder de Dios para
obrar sanidad divina.
Con humildad confesamos que no entendemos todo lo referente a la sanidad
divina. No entendemos completamente por qué algunos son sanados y otros
no, ni tampoco entendemos por qué Dios permitió que martirizaran a Jacobo y
que Pedro fuera librado (Hechos 12:1-19). No obstante, la Escritura indica
claramente que a nosotros nos corresponde predicar la Palabra, y esperar que
la sigan señales, incluso la sanidad divina. Por último, en la venida del Señor,
“cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad” (1 Corintios 15:54), habrá llegado la plena realización
de la sanidad divina