¿ Q U É ES L A M O D E R N I D A D ?
Este cortejar al cosmos, este intento de un matrimonio nuevo,
nunca visto, con las potencias cósmicas, se cumplió en el
espíritu de la técnica. Pero como la avidez de ganancia de la
clase dominante pretendió calmar su ambición sirviéndose
de ella, la técnica traicionó a la humanidad e hizo del lecho
nupcial un mar de sangre.
W a l t e r B e n ja m ín 2
L a noved a d de lo m ode r no
onsidero que podríam os partir de lo que es más evidente:
la m odernidad es la característica determinante de un con
junto de comportamientos que aparecen desde hace ya varios
1 Exposición en el Seminario Universitario La Modernidad: versiones y
dimensiones. Sesión del 7 de febrero de 2005. La transcripción de la parte co
rrespondiente a la Discusión fue revisada por Isaac Venegas A. y Crescenciano
Grave T.
2 “Dies Werben um den Kosmos, dieser Versuch zu neuer, nie erhórter Ver-
máhlung mit den kosmischen Gewalten, vollzog sich im Geiste der Technik. Weil
aber die Profitgier der herrschenden Klasse an ihr ihren Willen su büSen gedachte,
hat die Technik die Menschheit verraten und das Brautlager in ein Blutmeer
verwandelt”, Walter Benjamín, Einbahnstrafie, Suhrkamp, 1967, p. 124.
siglos por todas partes en la vida social, y que el entendimiento
común reconoce como discontinuos e incluso contrapuestos
-é sa es su percepción- a la constitución tradicional de esa vida,
comportamientos a los que precisamente llama “modernos”.
Se trata, además, de un conjunto de comportamientos que
estaría en proceso de sustituir a esa constitución tradicional,
después de ponerla en evidencia como obsoleta, es decir, como
inconsistente e ineficaz. Puede ser vísta también, desde otro
ángulo, como un conjunto de hechos objetivos que resultan
tajantemente incompatibles con la configuración establecida
del mundo, de la vida, y que se afirman como innovaciones
sustanciales llamadas a satisfacer una necesidad de transfor
mación surgida en el propio seno de ese mundo.
Tomados así, como un conjunto en el que todos ellos se
complementan y fortalecen entre sí, ya de entrada estos fenóme
nos modernos presentan su m odernidad como una tendencia
civilizatoria dotada de un nuevo principio unitario de cohe
rencia o estructuración para la vida social civilizada y para el
mundo correspondiente a esa vida; de una nueva “lógica” que
se encontraría en proceso de sustituir al principio organizador
ancestral, y desde la que éste se percibe como obsoleto y se
tolera como “tradicional”.
Para precisar un poco más el asunto voy a mencionar tres
fenómenos en los que se manifiesta esta característica de lo
moderno o en los que se muestra en acción esta “lógica” nueva,
moderna: la técnica científica, la secularización de lo político
y el individualismo.
Quisiera mencionar primero el que es tal vez el principal
de todos ellos: me refiero a la aparición de una confianza
práctica en la “dimensión” puramente m undana o “física” - e s
decir, no “metafísica”- de la capacidad técnica del ser hum a
no; la confianza en una técnica basada en el uso de la razón,
pero protegida del delirio especulativo, al que ésta es proclive,
mediante un dispositivo de autocontrol de consistencia ma
temática; una técnica que atiende así, de manera preferente o
exclusiva, al funcionamiento empíricamente medible lo mismo
de la naturaleza que del mundo social. Lo central en este primer
fenómeno moderno está en la confianza que aparece, dentro
del comportamiento cotidiano del ser humano, en la capacidad
de aproximarse o enfrentarse a la naturaleza en términos pura
mente profanos, ajenos a lo sagrado, y de alcanzar así, mediante
una acción programada y calculada a partir del conocimiento
matematizado de la misma, efectos más favorables para la so
ciedad que los que podía garantizar la aproximación tradicional
a lo otro, una aproximación que implicaba determinantemente
el recurso a operaciones de orden mágico. Lo moderno reside
en esta confianza en la eficiencia inmediata (“terrenal”) de la
técnica; una entrega que se desentiende de cualquier implica
ción mediata (“celestial”) que 110 sea inteligible en términos de
una causalidad matemáticamente racionalizable.
Se trata de un fenómeno que se amplía y complementa con
otros aparecimientos igualmente modernos, como sería, por
ejemplo, la experiencia “progresista” de la temporalidad de la
vida y el mundo, es decir, la convicción empírica de que el ser
humano, que estaría sobre la tierra para dominarla, ejerce de
manera creciente su capacidad de conquistarla, aumentando
y extendiendo su dominio con el tiempo, siguiendo una línea
temporal recta y ascendente: la línea del progreso.
Una versión espacial o geográfica de este progresismo se
presenta en otro fenómeno moderno: la determinación de la
ciudad como el lugar propio de lo humano. De acuerdo con
esta práctica, ese lugar, que solía ser el campo, el orbe rural,
habría dejado de residir en él y habría pasado a concentrarse
justamente en el sitio del progreso técnico; allí donde se asienta,
se desarrolla y se aprovecha, a través del cálculo mercantil, la
aplicación técnica de la razón matematizadora.
Como se ve, estamos ante una confianza práctica nueva que
se impone sobre su contraria, la confianza técnica ancestral en
la capacidad mágica del ser hum ano de provocar la interven
ción en su vida de fuerzas sobrenaturales benévolas; de dar
lugar a la acción favorable de los m uchos dioses o, incluso, ya
en última instancia, del propio Creador,
Este fenómeno m oderno central implica un ateísmo en el
plano del discurso reflexivo: el descreimiento en instancias
metafísicas mágicas. Trae consigo todo aquello que conocemos
en la literatura sobre la m odernidad acerca de la “muerte de
D ios”, del “desencantamiento” (entzauberung ) del mundo, se
gún M ax Weber, o de la “desdeificación” (entgótterung), según
Heidegger.
Es un fenómeno que implica una sustitución radical de la
fuente del saber humano. La sabiduría revelada es dejada de
lado en calidad de “superstición”, de remanente de creencias
obsoletas, y en lugar de ella aparece como sabiduría aquello
de lo que es capaz de enterarnos la razón que matematiza la
naturaleza, el “m undo físico”. Por sobre la confianza práctica
en la temporalidad cíclica del “eterno retorno” aparece en
tonces esta nueva confianza, que consiste en contar con que
la vida hum ana y su historia están lanzadas hacia arriba y
hacia delante, en el sentido del mejoramiento que viene con
el tiempo. Y aparece también el adiós a la vida agrícola como
la vida auténtica del ser hum ano -c o n su promesa de paraísos
tolstoianos-, la consigna de que “el aire de la ciudad libera”, el
elogio de la existencia en la Gran Ciudad.
Un segundo fenómeno m ayor que se puede m encionar
como típicamente m oderno tiene que ver con algo que podría
llamarse la “secularización de lo político” o el “materialismo
político”, es decir, el hecho de que en la vida social aparece
una prim acía de la política económica sobre todo otro tipo de
políticas que uno pueda imaginar, o puesto en otros términos,
la primacía de la sociedad civil o burguesa en la definición de
los asuntos del Estado. Esto es lo moderno; es algo nuevo que
rompe con el pasado, puesto que se impone sobre la tradición
del esplritualismo político, es decir, sobre una práctica de lo
político en la que lo fundamental es lo religioso o en la que
lo político tiene primaria y fundamentalmente que ver con la
reproducción identitaria de la sociedad, es decir, con su cultivo,
con lo cultural. El materialismo político o secularización de
la política implicaría entonces la conversión de la institución
estatal en una supraestructura de esa base burguesa o material
en donde la sociedad funciona en torno a una lucha de pro
pietarios privados por defender cada uno los intereses de sus
respectivas empresas económicas. Esto es lo determinante en
la vida del Estado moderno; lo otro, el aspecto más bien co
munitario, cultural, de reproducción de la identidad colectiva,
pasa a un segundo plano.
Pensemos ahora, en tercer lugar, en el individualismo, en el
comportamiento social práctico que presupone que el átomo
de la realidad humana es el individuo singular. Se trata de
un fenómeno característicamente moderno que implica, por
ejemplo, el igualitarismo, la convicción de que el derecho de
ninguna persona es superior o inferior al de otra; que implica
también el recurso a la relación contractual, primero privada y
después pública, como la esencia de cualquier relación que se
establezca entre los individuos singulares o colectivos; que
implica finalmente la convicción democrática de que, si es ne
cesario un gobierno republicano, éste tiene que ser una gestión
consentida y decidida por todos los ciudadanos, los iguales. Es
un fenómeno moderno que se encuentra siempre en proceso
de imponerse sobre la tradición ancestral del comunitarismo,
es decir, sobre la convicción de que el átomo de la sociedad
no es el individuo singular sino un conjunto de individuos,
un individuo colectivo, una comunidad, por mínima que ésta
sea, una familia, por ejemplo; que está siempre en proceso de
eliminar la diferenciación jerarquizante que se genera espontá
neamente entre los individuos que componen una comunidad;
de desconocer la adjudicación, que se hace en las sociedades
tradicionales premodernas, de compromisos sociales innatos
al individuo singular y que lo trascienden. El individualism o
se contrapone a todo esto: al autoritarismo natural que está
en la vida pública tradicional, a la convicción de que hay
una jerarquía social natural; por ejemplo, al hecho de que los
viejos o los sabios tengan mayor valía en ciertos aspectos que
los jóvenes, o bien de que los señores, los dueños de la tierra,
sean más importantes o tengan más capacidad de decisión
que los demás ciudadanos. El individualism o es así uno de
los fenómenos m odernos mayores; introduce una forma iné
dita de practicar la oposición entre individualidad singular e
individualidad colectiva.
Éstos son tres ejemplos entresacados de ese conjunto de
fenómenos cuya modernidad consiste en afirmarse a sí mismos
como radicalmente discontinuos respecto de una estructura
tradicional del m undo social y como llamados a vencerla y a
sustituirla.
En referencia a esos fenómenos, quisiera llamar la atención
brevemente sobre dos datos peculiares que revelan el carácter
problem ático de esta presencia efectiva de la m odernidad
como una discontinuidad radicalmente innovadora respecto
de la tradición.
Lo primero que habría que advertir sobre la m odernidad
como principio estructurador de la m odernización “realmente
existente” de la vida hum ana es que se trata de una m odalidad
civilizatoria que, si bien domina en términos reales sobre otros
principios estructuradores no m odernos o premodernos con
los que se topa, está sin embargo lejos de haberlos anulado,
enterrado y sustituido. La m odernidad se presenta como un
intento que está siempre en trance de vencer sobre ellos, pero
como un intento que no llega a cum plirse plenamente, que
debe mantenerse en cuanto tal, y que tiene por tanto que
coexistir con las estructuraciones tradicionales de ese m un
do social. En este sentido -m á s que en el de H aberm as-, sí
puede decirse que la m odernidad que conocemos hasta ahora
es “un proyecto inacabado”, siempre incompleto; es como si
algo en ella la incapacitara para ser lo que pretende ser: una
alternativa civilizatoria “superior” a la ancestral o tradicional.
Éste es un primer dato peculiar que, a mi parecer, hay que
tener en cuenta en lo que toca a estos fenómenos modernos y
su modernidad.
Lo segundo que llama la atención, desde mi punto de vis
ta, es que la m odernidad establecida es siempre ambigüa y se
m anifiesta siempre de manera ambivalente respecto de la
búsqueda que hacen los individuos sociales de una mejor dis
posición de satisfactores y de una mayor libertad de acción. Es
decir, la m odernidad que existe de hecho es siempre positiva,
pero es al mism o tiempo siempre negativa. En efecto, si la
m odernidad se presenta como una ruptura o discontinuidad
necesaria frente a lo tradicional es, sin duda, porque permite
a los individuos singulares la disposición de mayor y mejor
cantidad de satisfactores y el disfrute de una mayor libertad
de acción. Ahora bien, lo interesante está en que la experiencia
de esta “superioridad” cuantitativa y cualitativa respecto de lo
traicional resulta ser una experiencia ambivalente. Si bien es
positiva respecto de estas dos necesidades a las que pretende
estar respondiendo, resulta al mismo tiempo negativa en lo que
toca al m undo de la vida en su conjunto, al orden cualitativo
al que pertenecen esos satisfactores y esa libertad: algo de lo
viejo, alguna dimensión, algún sentido de lo ancestral y tra
dicional queda siempre como insuperable, como preferible en
comparación con lo moderno. Esta ambigüedad y ambivalencia
de los fenómenos modernos y su m odernidad es un dato que
no se debería dejar de lado en el exam en de los mismos.