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Articulo Miquel Far. Enero 2022 - Rev - Mosaico

El artículo explora la necesidad de integrar la perspectiva de género en la terapia sistémica, enfocándose en la construcción de nuevas masculinidades más igualitarias en el contexto del movimiento feminista. Se discuten las resistencias y desafíos que enfrentan los profesionales al abordar estos cambios en la socialización de género y la importancia de reflexionar sobre las dinámicas de poder en las relaciones. La propuesta es reconsiderar cómo se interiorizan y viven las masculinidades, promoviendo un enfoque terapéutico que fomente la equidad y la igualdad en las relaciones interpersonales.
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Articulo Miquel Far. Enero 2022 - Rev - Mosaico

El artículo explora la necesidad de integrar la perspectiva de género en la terapia sistémica, enfocándose en la construcción de nuevas masculinidades más igualitarias en el contexto del movimiento feminista. Se discuten las resistencias y desafíos que enfrentan los profesionales al abordar estos cambios en la socialización de género y la importancia de reflexionar sobre las dinámicas de poder en las relaciones. La propuesta es reconsiderar cómo se interiorizan y viven las masculinidades, promoviendo un enfoque terapéutico que fomente la equidad y la igualdad en las relaciones interpersonales.
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¿Por qué la terapia sistémica

no puede ser un oxímoron de los


cambios relacionales y sociales
que trae consigo el movimiento
feminista? Una experiencia desde el trabajo
con las masculinidades igualitarias.
Miquel Far Ferrer.
Psicólogo social, terapeuta familiar
y de pareja, profesor de psicología
Resumen. social en la UIB y experto
en masculinidades.
Gracias a la oportunidad que se dio, en el pasado
XL Congreso de Terapia Familiar, a la hora de reflexionar
sobre la importancia de la dimensión psicológica que es el género en los
procesos terapéuticos, y de la necesidad de trabajar otros modelos de
masculinidad más igualitarios, en este artículo pretendo indagar sobre uno de los
principales retos sociológicos y relacionales, que, como profesionales y hombres,
encontramos en este siglo. Un desafío que la cuarta ola del movimiento
feminista nos refleja y hace vivir a todos, de una forma más o menos consciente
o con mayor o menor voluntariedad, la necesidad de reconsiderar qué significa
vivir, interiorizar e interpretar un tipo de masculinidad u otro.
Si bien durante años el patriarcado nos ha tragado con una propuesta
hegemónica de lo que debía significar ser un hombre y de cómo debía ir
interiorizándose una determinada subjetividad masculina, es de nuevo el
liberador y sobrecogedor pensamiento feminista, así como sus líneas de
investigación, lo que desde hace ya varias décadas sacude los cimientos sólidos
y rígidos de esta masculinidad dominante, mediante lo que conocemos como
men’s studies y su propuesta de unas nuevas masculinidades.
Por tanto, la idea central de este artículo es aproximarse a esta propuesta que
son las nuevas masculinidades o masculinidades alternativas, para conocer,
reconocer y entender estas opciones de modelos que nos animan a reconsiderar
esta socialización de género, sus privilegios, desventajas y consecuencias
vivenciales que el modelo hegemónico nos reporta, y que, al mismo tiempo, nos
lleva a una reconsideración profunda e íntima de cómo son nuestras relaciones
entre hombres y mujeres, entre los mismos e incluso con nosotros mismos, y las
implicaciones que tienen estas relaciones.
Palabras clave.
Nuevas masculinidades, masculinidad tradicional, consciencia de género y guion cultural.

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Introducción.

Oxímoron: Un oxímoron es una combinación en una misma estructura sin-


táctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un
nuevo sentido. Por ejemplo: noche blanca, muerto viviente o silencio atro-
nador.

Dentro de la tradición sistémica, ha existido, existe y no dudo que existirá siem-


pre un interés compartido para ir avanzando dentro del propio modelo, a la par
que la sociedad va viviendo y atravesando cambios estructurales, sociales y re-
lacionales. Esta atención, fruto de la profesionalidad y de la sensibilidad de las
y los profesionales que conforman la familia sistémica, tuvo su última manifes-
tación el pasado mes de octubre, concretamente los días 21, 22 y 23. Durante,
esas fechas se realizó en Tenerife, el XL Congreso Nacional de Terapia Familiar
bajo el título Explorando los límites de la terapia familiar. Una especie de epí-
grafe muy sugerente que nos permite, sin la necesidad de haber participado en
éste, comprender la voluntad e intención por parte de la Asociación Canaria de
Terapia Familiar de aproximarnos a este reto de ser cómplices y resortes de las
transformaciones sociales que se dan en nuestra sociedad y, por ende, de ser
capaces de ir actualizando nuestra intervención terapéutica a los nuevos mar-
cos relacionales de las familias y parejas actuales.
Por este motivo dentro de un elenco maravilloso de compañeras y compañe-
ros del ámbito de la terapia familiar que conformaban el panel de conferencian-
tes, tuve la gran fortuna de compartir un espacio con Juan Miguel de Pablo y
Jorge Gil. Una conversación, auspiciada bajo el paraguas de nuestra labor con
el trabajo sistémico y con las masculinidades, sobre los límites de una dimen-
sión psicológica tan importante en nuestro quehacer diario como es el concep-
to de género.
Huelga decir que la percepción común que tuvimos los tres integrantes de es-
ta conversación, sobre todo gracias al fantástico tiempo que dispusimos de de-
bate con el público congregado, que al igual que sucedió con el resto de las te-
máticas planteadas en el conjunto de las conferencias desarrolladas, existe por
parte de las y los participantes en el congreso un notorio afecto y una necesidad
fehaciente de incorporar la perspectiva de género en todos los procesos tera-
péuticos (ya sean de pareja, familiares, como individuales). Así como una cu-
riosidad, cada vez mayor, por dar respuesta como profesionales a una creciente
demanda, y sin duda imparable, por parte de muchos hombres y mujeres res-
pecto de la construcción de unos modelos de la masculinidad más igualitarios,
respetuosos, comprometidos, cuidadosos y disidentes de la masculinidad tradi-
cional. Procesos vitales de cuestionamiento de lo que significa ser un hombre
en la sociedad actual que tienen un impacto sin paragón tanto en las relaciones

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¿Por qué la terapia sistémica no puede ser un oxímoron de los cambios relacionales y sociales que trae consigo...

personales, afectivas, de pareja, familiares, como en los diferentes roles que se


desarrollan en estas relaciones. Tránsitos que como profesionales deberemos
comprender, acompañar y alentar en nuestros espacios de trabajo terapéutico
y que, por tanto, requieren de nosotros y nosotras un sesudo, vital y empático
trabajo personal y profesional del que me alegra saber que no podemos alejar-
nos y rehuir.
Es por este motivo que en nuestra conferencia la intención no fue sino la de
aceptar y poner sobre la mesa, de nuevo, el reto que ya desde los años 60 y
70 nuestras compañeras feministas lanzaron, a través de su vindicación de in-
corporar una conciencia y una mirada desde la perspectiva de género a la hora
de abordar las complejas disfuncionalidades relacionales que se producían, y
se producen, en los sistemas conyugales y familiares. Unos desequilibrios rela-
cionales derivadas de los ejercicios de poder que otorga y perpetúa el sistema
patriarcal y que sitúan a los hombres en posiciones de privilegio y de poder. Al
mismo tiempo, que sitúan a las mujeres en posiciones de subordinación y de
asunción y desarrollo de unos roles (por ejemplo, el de eternas cuidadoras) que
impactan negativamente en sus propios proyectos personales, profesionales y
relacionales.
El reto, como sabemos no es novedoso, del mismo modo que las fuertes re-
sistencias a este cambio de perspectiva tampoco lo son y, si no, recordemos có-
mo este señalamiento fue vivido por uno de los referentes más importantes que
tenemos dentro de la historia de la terapia familiar como es Salvador Minuchin.
El cual,fue incorporando poco a poco esta corriente de pensamiento, no sin an-
tes oponer una fuerte desconfianza y una crítica velada hacia las compañeras
feministas (reactancia tan contemporánea y vigente aún en tantos compañeros
terapeutas), hasta el punto de ensalzar la relevancia y la utilidad de incorporar
estos fundamentos teóricos a la labor del terapeuta.
Precisamente, un interesantísimo proceso de incorporación de perspectiva
que se observa, de un modo claro y conciso en la entrevista que realizó Richard
Simon al propio Minuchin en la revista The Familiy Therapy Networker (Revista
46- año 1997, artículo: Es mucho más complicado: entrevista a Salvador Minu-
chin). Una conversación, que reproduzco parcialmente en este artículo, por la
relevancia y la pedagogía que puede tener su ejemplo en muchos y muchas de
los y las compañeras que aun presentan cierto escepticismo y grandes dosis de
crítica sobre el pensamiento feminista:

Richard Simon: ¿Qué ha descubierto acerca de ser un buen terapeuta?


Salvador Minuchin: Durante estos 12 años, la certeza que tenía cuando
era más joven ha desaparecido. Ya no creo ser el poseedor de la verdad
y me he vuelto más tolerante con relación a otros puntos de vista. Me co-
nozco mejor y sé que cuando algo nuevo aparece en el campo, mi prime-
ra respuesta es la de oponerme y sólo después comienzo a incorporarlo.

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Mi primera respuesta al grupo feminista fue la de responder negativa-


mente a lo que yo veía como estridencia, especialmente porque yo era el
blanco de muchas de sus críticas en el campo. Pero he aprendido a in-
corporar muchas de las ideas feministas.
(…)
Richard Simon: ¿Cómo asimiló partes del feminismo en su trabajo?
Salvador Minuchin: Las feministas me hicieron darme cuenta de que yo
he puesto a las mujeres en categorías angostas y que mis etiquetas para
las mujeres contenían prejuicios de género: para mí la preocupación de
una madre podía, fácilmente, ser desechada como “sobreprotección”.
Focalizaba en el hombre, proveyendo dirección; y la mujer, crianza, y en
mi trabajo enfatizaba la importancia de la dirección y daba por sentado la
crianza. Creo que ya no hago más eso. Estoy más atento a los mensajes
de las etiquetas y presto atención a lo que privilegio. Pero sigo trabajan-
do, sistemáticamente, viendo cómo las parejas se gatillan mutuamente
en sus interacciones. Siempre he pensado que trabajar con el hombre es
una forma importante de atraerlo hacia la familia, hacerlo más participa-
tivo y aliviar las cargas de la mujer; pero ahora presto más atención a es-
tar seguro de que la voz de esta última se oiga, su dolor se exprese y su
necesidad de respeto se comprenda.

No sé si el lector o la lectora de este artículo, coincidirá conmigo, pero dudo que


se pueda ejemplarizar mejor la vindicación que estamos razonando aquí, acer-
ca de la relevancia que puede suponer incorporar el pensamiento feminista en
la terapia familiar y de pareja. Al mismo tiempo que, como a través de la propia
vivencia de Minuchin podemos reflejar las resistencias existentes, por parte de
un significativo número de compañeros y compañeras, a la hora de integrar es-
te pensamiento en nuestra mirada y en nuestra praxis. El caso es que en estas
estamos, y por ello considero que es importante que nos detengamos a reflexio-
nar sobre los motivos y posicionamientos que sustentan este rechazo hacia las
aportaciones que provienen del feminismo, y de un modo más concreto en lo
que respecta al trabajo con las masculinidades alternativas e igualitarias.

Posicionamientos, reflexiones y consideraciones que sustentan opciones


que se alejan del feminismo y de la igualdad, el caso concreto del trabajo
con masculinidades.
A lo largo de los años, y gracias a incontables espacios formativos, terapéuticos
y/o de desarrollo y crecimiento personal, en especial con hombres, en los que
he podido ir desarrollando mi labor profesional, me he ido encontrando con un
sinfín de conductas, razonamientos y talantes respecto al feminismo y al desa-

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rrollo de lo que se ha ido conociendo como nuevas masculinidades. Y aunque


a priori pudiéramos pensar que este desempeño debería ser acogido, sobre to-
do por los y las profesionales, de un modo positivo, más si entendemos que la
filosofía feminista es una proclama a la equidad y la igualdad de oportunidades.
Desafortunadamente seguimos encontrando, tanto entre profesionales como en
la población en general, actitudes negativas e incluso hostiles respecto a la pro-
puesta que aquí exponemos.
Observemos, a continuación, cómo son estas resistencias clásicas y sobre
qué actitudes de escaqueo muchos de nosotros nos situamos para no abordar
el desafío de la igualdad y la equidad. Para ello, voy a compartir alguna de las
apreciaciones de una de las voces más reputadas y sugerentes que tenemos
en nuestro país en lo que concierne al trabajo en igualdad y, en particular, con
las masculinidades. Se trata de la voz del sociólogo y sexólogo Erick Pescador.

Empecemos por las resistencias clásicas:


• La ley eterna de las costumbres y los hábitos sociales. Esta es una na-
rrativa muy presente y que de algún modo se mantiene imperecedera. Son
aquellos comentarios tipo: «Es que cambiar la mentalidad de la gente es
muy difícil»; «Luego van a sus casas y se encuentran con lo que se encuen-
tran»; «Nosotros no somos nadie para generar un conflicto o animar a esta
especie de guerra entre hombres y mujeres». Razonamientos que se alejan
de la asunción de un rol de responsabilidad que tenemos como referentes
cercanos que somos, además de mantener las realidades de injusticia y
desigualdad que nos vamos encontrando.
• La estrategia de negar la evidencia o minimizarla. Son observaciones co-
mo, por ejemplo: «Es que no podemos hacer ni una broma o decir un piro-
po, tenemos que estar en alerta continuamente». Actitudes que en realidad
no son más que un reflejo de lo que la sociedad hace con las violencias ma-
chistas: minimizarlas, negarlas e incluso ignorarlas.
• La estrategia de pensar que el trabajo ya está hecho. Son afirmaciones
como: «Ya hace años que trabajamos la igualdad y, de hecho, en ocasiones
nos estamos excediendo, ya que hay muchas mujeres que se están pasan-
do tres pueblos». Esta es una estrategia bien peligrosa porque, por un lado,
genera una de las sensaciones que más me preocupa: la de hacer creer
que tal vez estamos insistiendo demasiado con este tema (como si ya hu-
biésemos llegado a nuestro propósito). Y, por otro lado, se transfiere un fal-
so mensaje, de modo que parece que las medidas tomadas hasta ahora ya
han producido el cambio deseado. Cuando está claro, como muy bien se-
ñala Pescador, que estamos simplemente iniciando el camino.

Por experiencia, me gustaría añadir dos resistencias más que me encuentro a


la hora de no sumarse al cambio. Una es lo que yo denomino la estrategia de
justificar lo injustificable. Dentro de esta estrategia hay enunciados clásicos,

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muy vivos en la actualidad, que a mí me generan bastante angustia, ya que en


ellos está la esencia en la que sobrevive la supremacía de la masculinidad he-
gemónica, de las conductas discriminatorias y del uso del poder, del control y
de la violencia por parte de algunos hombres y jóvenes. En este caso, en el re-
pertorio encontramos expresiones del tipo: «¡Son cosas de chicos!». O aquellas
sentencias que legitiman determinadas conductas bajo el paraguas de la gene-
ralización: «¡Todos los chicos lo hemos hecho en alguna ocasión!», o a través
del mal común: «Las mujeres también tienen lo suyo» o «las chicas son más
crueles (…), más puñeteras o, directamente, malas». Como si estas no fuesen
también conductas desdeñables que deben abolirse. Detrás de este argumen-
to se esconde una de las construcciones de la subjetividad femenina que más
machismo entraña: la de construir una alteridad femenina basada en el princi-
pio de que ellas deben ser buenas, nobles e intachables. ¡Como si no pudieran
ser como quieran! Incluso, por supuesto, pícaras, astutas, crueles o malvadas.
La segunda es la estrategia de más de lo mismo: actitud que se sustenta por
el hecho de participar en acciones puntuales, como pueden ser la celebración
del 25 de noviembre o del 8 de marzo, como si fuesen una prueba irrefutable
de la consciencia y sensibilización individual y colectiva. Aunque más tarde, no
se dude en utilizar alguna de las estrategias anteriormente citadas. Es decir, es
una simple apariencia que esconde una realidad de no cambio.
Otras conductas que son interesantes de analizar son las que denominamos
escaqueos comunes, entendidos estos como aquellas excusas y justificaciones
baratas y vacías de contenido que se utilizan y sirven para no dedicar tiempo ni
esfuerzo a combatir el patriarcado y el poder que tiene.

Tipos de escaqueo antiigualitario.

En este caso, cuando hablamos de escaqueos o justificaciones nos estamos re-


firiendo a lo que conocemos como micromachismos1 sutiles, los cuales «pro-
ducen un mal sordo y sostenido a la autonomía femenina, que se agrava con el
tiempo» (Bonino, 1993).
Como ejemplos de este tipo de argumentos que sirven de excusas, Pescador,
a través de su larga experiencia, efectúa la siguiente clasificación:

1 E l término micromachismo fue acuñado en el año 1991 por el psicoterapeuta Luis Bonino Méndez. Este término desig-
na las sutiles e imperceptibles maniobras y estrategias del ejercicio de poder y de dominio masculino en lo cotidiano,
que atentan en diversos grados contra la autonomía femenina. Hábiles artes, trucos, tretas y manipulaciones con los
que los varones intentan imponer a las mujeres sus propias razones, deseos e intereses en la vida cotidiana. Muchos
de estos comportamientos no suponen intencionalidad, mala voluntad ni planificación deliberada, sino que son dis-
positivos mentales, corporales y actitudinales incorporados y automatizados en el proceso de hacerse hombres como
hábitos de acción-reacción frente a las mujeres. Otros, en cambio, sí son conscientes. Pero todos forman parte de las
habilidades masculinas desarrolladas para ubicarse en un lugar preferencial de dominio y control que mantenga y
reafirme los lugares que la cultura tradicional asigna a las mujeres y a los varones.

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Posponer. «Si es que no llegamos a más»; «Si yo entiendo que la igualdad es


importante, pero es que somos como un cajón desastre». Aludimos a toda aque-
lla dialéctica que gira en torno a la sobrecarga de trabajo que ya llevamos todos
y todas. Una realidad que, ciertamente, no podemos desmentir, pero que tam-
poco puede servirnos como un recurso para no afrontar esta responsabilidad y
para no sumarnos al cambio.
Minusvalorar. «Sí, sí ya lo tendré en cuenta», « Como si esto fuese lo más im-
portante en lo que tengo que esforzarme» Es colocar en un segundo plano, o en
ocasiones en un tercer o cuarto plano, lo que es, sin lugar a duda, una urgencia
y una prioridad social. Además, como bien sabemos los y las profesionales que
trabajamos en coeducación y convivencia, los efectos, beneficios y repercusio-
nes que tiene trabajar desde esta perspectiva y, en concreto, las nuevas mas-
culinidades, van más allá de aprender sobre igualdad. Ya que aspectos como la
comunicación, la reducción de la conflictividad, la cohesión grupal, la empatía
mutua, y un largo etcétera, son aspectos de mejora que se evidencian cuando
damos el valor y la dedicación que requiere el trabajo hacia la igualdad en nues-
tros espacios de trabajo y nuestras dinámicas relacionales.
Utilitarismo femenino. Se da cuando los profesionales hombres se escudan
tras argumentos como los siguientes: «Esto es mejor que lo haga una compa-
ñera, que seguro que controla más»; «A ella le van a hacer más caso, es un te-
ma de tías». Con lo que, de nuevo, se normaliza la discriminación y, al mismo
tiempo, los profesionales que lo dicen se colocan en la posición del no poder y
del no sentirse interpelados por el tema. Esto genera un efecto de sobrecarga
en las compañeras y de no protagonismo y asunción de la responsabilidad que
los hombres debemos tener con el cambio social. Por no decir que se pierde,
una vez más, una imprescindible oportunidad de servir como ejemplo directo
de referente positivo.
Pelotas fuera. ¿Qué más tenemos que hacer? ¡Ahora también tenemos que
ser expertos en igualdad! ¡Yo no llego a más! Un argumentario muy bien cons-
truido para desentenderse de la responsabilidad que nos corresponde, exter-
nalizando una labor que debe realizarse poco a poco y día tras día en nuestras
consultas y en nuestros espacios de trabajo.
Si bien es cierto que el elenco de escaqueos y de estrategias podría ser mu-
cho más amplio, considero que este pequeño resumen te habrá permitido un
buen punto de partida para realizar una revisión personal de como cada uno o
cada una se sitúa respecto a estas temáticas. Sin embargo, me gustaría poder
extenderme y considerar otros aspectos que en mi opinión son muy útiles a la
hora de realizar un poco más de trabajo personal hacia la igualdad y las mascu-
linidades. Son en realidad micromachismos* que aparecen y se reproducen en
tus puestos de trabajo y con tus interacciones diaria:
• Todos aquellos comportamientos y comentarios que se dan en la relación
diaria con las personas que atendemos y que claramente representan una
escenificación diferencial en función de si estamos interviniendo con un

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hombre o con una mujer. Por ejemplo, cuando asignamos características


especiales a ellos o a ellas («vosotras sois más cuidadosas; vosotros sois
más atrevidos»). O cuando atribuimos roles diferentes en función del gé-
nero y, por lo tanto, prescribimos tareas o compromisos en función de es-
tereotipos y prejuicios basados simplemente en la construcción social del
género.
• Con el lenguaje que utilizamos de forma cotidiana. Y no solo me refiero al
uso sexista del lenguaje, aquel que excluye, invisibiliza, desvaloriza y subor-
dina a las mujeres. También, me refiero a las cadencias o al lenguaje utiliza-
do si la comunicación se establece con un chico o una chica. En este caso,
podría citarte ejemplos bien diversos, desde conversaciones con un lengua-
je dulce y suave porque la oyente es una chica (para ellos, no hay guante de
seda que valga) hasta todo lo contrario: diálogos duros y exigentes porque a
ellas se les puede y debe exigir más (ellos no son tan buenos, por ejemplo,
académicamente hablando, o a nivel de responsabilidades). O, ¿por qué no
recordarlo?, con el uso, por parte de profesionales, de la cadencia al hablar.
Aún permanece en nuestro imaginario colectivo la idea de que si tienes un
tono de voz más grave y proyectado tu voz es más masculina y transfiere
más autoridad y respeto.
• Otra área trascendente para mí, en cuanto al valor simbólico y de sociali-
zación diferencial, es todo lo que concierne al mundo emocional y de los
cuidados. La cuestión fundamental seria, ¿hasta cuándo mantendremos
asignaciones emocionales o de responsabilidad hacia los cuidados diferen-
tes si intervenimos con hombres o con mujeres? Es por qué las emociones,
o los cuidados han de ser vividas y transferidas como si tuviesen género.
• Y respecto a la ética de los cuidados y del autocuidado, qué poca pre-
sencia y cuánta ausencia de esta cultura. Como profesionales, seguimos
proyectando hacia los hombres estereotipos que los caracterizan como
desordenados; poco cuidadosos; desapegados del resto; proclives al ries-
go físico, centrados en sí mismos y, por supuesto, poco dados a estar co-
nectados con su entorno y con el resto. En cambio, nuestra proyección
de expectativas de la subjetividad femenina hace que constantemente les
pidamos a ellas que se comporten con decoro, sean cuidadosas, bonda-
dosas, atentas, delicadas y serviciales. Urge que nos replanteemos cómo
estamos transfiriendo la presencia de ellas y la ausencia de ellos en la cul-
tura de los cuidados.

Pero no solo de cara a las personas que atendemos debemos cambiar el para-
digma de los cuidados, sino que nos apremia que todos y todas nos miremos y
nos midamos respecto a esta ética de los cuidados en los equipos y servicios en
donde desarrollamos nuestra labor. Porque es básico que seamos capaces de
reconocer dónde se ubica cada uno/a dentro de su función como cuidador/a o
como receptor solicitante de esas atenciones.

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Finalmente, es fundamental que nos plantemos cómo hemos interiorizado


dos concepciones, derivadas de la masculinidad hegemónica, sobre las que se
sustentan las desigualdades: el androcentrismo y la heteronormatividad.
Primeramente, quisiera aclarar que cuando hablo de androcentrismo o de
una mirada androcentrista, me refiero al hecho de que, como define la doctora
en psicología Montserrat Moreno «considerar al ser humano de sexo masculino
como el centro del universo, como la medida de todas las cosas, como el único
observador válido de cuanto sucede en nuestro mundo, como el único capaz».
Una mirada que es vivida como si esta fuese neutra o incluso beneficiosa pa-
ra ambos géneros. Debido a que, por desgracia, se sigue invisibilizando y me-
nospreciando la cultura y el saber de las mujeres, infravalorando lo femenino
al mismo tiempo que se ponderan las características de la masculinidad tradi-
cional. Mantener, aunque sea de un modo inconsciente, este sesgo androcén-
trico en realidad está permitiendo que se dé un cúmulo de discriminaciones
e injusticias hacia las mujeres, que estamos obligados/as a corregir y eliminar.
Esta labor pasa por evitar que las actividades y los valores femeninos se mas-
culinicen. Es más, debemos revertir el orden de las cosas para vindicar la co-
operación, la solidaridad, la afectividad y la emotividad, así como los cuidados
como valores universales, incluso libres de categorizaciones sociales. Solo de
este modo podremos superar este gran escollo que es el androcentrismo, para
poder avanzar hacia la conquista de todas las potencialidades que poseemos
todas y todos.
En último lugar, el otro gran escollo al que debemos dedicarle una atención
especial y un espacio de reflexión y de valoración es la heteronormatividad. Ya
que como referentes que somos, formamos parte de la cadena de transmisión
educativa, que sigue manteniendo y presentando a la heterosexualidad como lo
normal y adecuado. La filiación a esta norma se da, con demasiada frecuencia
de una manera espontánea y repetitiva cuando damos por válida la idea de que
la inmensa mayoría de las personas con las que nos relacionamos diariamen-
te son heterosexuales. Es, para que lo entandamos, de un modo sencillo, como
cuando consideramos que todas las personas de nuestros entornos laborales y
relacionales son cisgénero2, sin contemplar que pueden existir personas trans
o no binarias, sin ir más lejos. Es decir, la heteronormatividad se nos presenta
como una regla social que nos dice cuál es la verdadera y única forma posible
de desear, amar y ser. Lo que sucede es que la heteronormatividad ha logrado
invisibilizar que la heterosexualidad es una forma más, entre otras, de vivir la
sexualidad. Pero ¿esto es realmente así? ¡Por supuesto que no! En realidad, hay
múltiples maneras posibles de ser y desear, que incluso no son estables durante

2 C isgénero (acortamiento cis) es un neologismo y tecnicismo de origen alemán propio del campo interdisciplinario de
los estudios de género. Se considera cisgénero a las personas cuya identidad de género concuerda con el género que
se les asigna al nacer. Lo opuesto a cisgénero es denominado transgénero. Ser cisgénero comprende una alineación
entre la identidad de género, el sexo anatómico y el comportamiento acorde con el género anatómico.

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todo el ciclo vital de una persona. Si no nombramos la heterosexualidad como


un deseo más, como una opción más, damos por sentado que es la única ex-
presión legítima de la sexualidad y, como bien sabemos, la realidad y la libertad
individual y colectiva nos demuestra que esto no es así.
En definitiva, mi intención con todas estas primeras consideraciones y re-
flexiones en torno a cómo nos colocamos respecto a las relaciones de género y
la igualdad, así como en la construcción de las subjetividades femeninas y mas-
culinas, es animaros a que interioricemos lo que definió Paulo Freire (1972) co-
mo conciencia de género. Un propósito que nos permitirá reflexionar sobre el
mundo que nos rodea y nos permitirá elegir un curso de acción determinado,
con información y fundamentado en una constante reflexión crítica. Un proce-
so de análisis crítico enmarcado en las experiencias de desigualdad de género
(y otras formas de desigualdad) que hemos desglosado y que os permitirá pro-
mover un crecimiento personal, profesional, de conciencia política y social, así
como de activismo social.

Las nuevas masculinidades como una opción de tránsito hacia unas


relaciones más igualitarias, respetuosas y diverses.

Uno de los hechos más «curiosos», al tiempo que contradictorio, para las per-
sonas profesionales que llevamos años dedicándonos a los estudios de las mas-
culinidades, así como a la divulgación y trabajo en masculinidades igualitarias,
es el hecho de que esta alternativa sea vista, sobre todo por una parte impor-
tante del colectivo masculino, pero también por una parte no menos significa-
tiva del femenino, como una amenaza para los hombres y como algo negativo
para las relaciones personales. De hecho, es una mirada que también, parcial-
mente, pude observar en el Congreso. Sin lugar a duda, esta percepción nega-
tiva y de rechazo hacia lo que puede significar la propuesta de habitar y transi-
tar en otro tipo de masculinidades más igualitarias, es el resultado de una labor
muy bien planificada y premeditada, desde lo que a mí me gusta definir como
“instaladores del imaginario neomachista” (léase determinados agentes de so-
cialización como las instituciones religiosas, medios de comunicación, partidos
políticos, lobbies capitalistas, etc.). Una maquinaria postmachista que ha con-
seguido generar una narrativa que hace vivir y entender cualquier iniciativa que
proviene del feminismo como mala, o con mala intención hacia los hombres, y,
cómo no podía ser de otro modo, la invitación a otras masculinidades tampoco
es una excepción.
Lo más sorprendente, y lo que nos constata la experiencia directa, es que, en
realidad, la mayoría de los hombres (también muchos profesionales) no saben
que esta proposición de las nuevas masculinidades es, sin lugar a duda, una
formulación de una masculinidad más sana, funcional y justa de lo que nunca
ha sido la masculinidad hegemónica.

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¿Por qué la terapia sistémica no puede ser un oxímoron de los cambios relacionales y sociales que trae consigo...

Llegados a este punto, me gustaría dar algunas referencias sobre lo que en-
tendemos desde los men’s studies (los estudios de los hombres) que es la mas-
culinidad hegemónica. Aunque, debo decir que mi análisis será bastante aco-
tado, ya que, por fortuna, en este mismo número de Mosaico Juan Miguel de
Pablo nos ilustra de una manera maravillosa, en su artículo Dilemas de mascu-
linidad y la paternidad, cómo funciona y qué características definen el concepto
de masculinidad hegemónica o tradicional.
Aún así me gustaría sugerir algunas ideas sobre este concepto que pienso
que complementan el artículo de Juan Miguel de Pablo. El concepto de mascu-
linidad hegemónica empieza a utilizarse y reconocerse como tal gracias a una
teoría social creada por la socióloga Raeywen Connell (2003). Para elaborar su
análisis de la masculinidad, esta autora emplea el concepto de hegemonía del
filósofo y teórico marxista Antonio Gramsci (1972). Para Gramsci, la hegemonía
de las clases dominantes se reproduce culturalmente, sobre todo a través de la
educación, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. Por tan-
to, Connell supone que la hegemonía de la masculinidad también se reproduce
desde las instituciones, las cuales abocan a la sociedad a una idea de domina-
ción y superación de los hombres por encima de las mujeres. Según esta soció-
loga, esta idea es lo que define este tipo de masculinidad que es el más repre-
sentado en nuestra sociedad.
Además, dentro de esta teoría social sobre las masculinidades, la autora des-
cribe tres tipos de masculinidades que nos parece interesante conocer. Por una
parte, nos habla de una «masculinidad subordinada», que hace referencia a
cómo los hombres hegemónicos someten a aquellos hombres que ellos consi-
deran inferiores (por ejemplo, todos aquellos que no son heterosexuales). Luego
encontramos otra masculinidad que la autora define como «masculinidad cóm-
plice», que son aquellos hombres que sin hacer un uso diario de todos los valo-
res o mandatos de la masculinidad hegemónica tienen una actitud pasiva que
les lleva a no plantearse su ‘statu quo”, o intentar cambiar los componentes de
la cultura machista, ya que, en realidad, éstos obtienen una serie de privilegios
y beneficios derivados de este sistema patriarcal que las mujeres no tienen. Por
tanto, con esta actitud o elección personal éstos se convierten inmediatamente
en cómplices de los hombres hegemónicos. Por último, Connell nos habla de
una «masculinidad marginada», que se da cuando aparecen condicionantes
raciales. Para esta socióloga, la masculinidad hegemónica tiene mucha cultura
blanca y para estos hombres mantener la auténtica masculinidad y virilidad pa-
sa también por marginar y discriminar otras etnias y otras razas.
Una última aportación sobre la masculinidad hegemónica que hace Connell
es que para ella los hombres hegemónicos, con su modelo, a medida que los
tiempos evolucionan, intentan desarrollar una propuesta de aparente transfor-
mación, como una especie de adaptación irreal a los nuevos tiempos. Eso sí,
siempre con la intención de perpetuar su modelo, puesto que, aunque haya pe-
queñas transformaciones o discursos moderados, al final no hay un cambio de

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MOSAICO 80

fondo sino de apariencia, que se puede ejemplificar con expresiones como las
que he señalado al anteriormente en este artículo («No, si yo estoy a favor de la
igualdad, pero creo que exageran cuando dicen que todavía hace falta mucho»).
Por último, para cerrar este paréntesis de la masculinidad hegemónica, que
consideraba que era muy importante ofreceros, me gustaría daros a conocer un
autor referente y uno de los más citados en la comunidad científica internacional
sobre el estudio de la masculinidad. Se trata del sociólogo Michael Kimmel. Pa-
ra él, la masculinidad hegemónica se desarrolla desde la construcción cultural
de la masculinidad, y desde su análisis existen cuatro características inheren-
tes que los hombres deben cumplir para responder a este modelo de masculi-
nidad. Cuatro características que son tomadas por este autor de la obra de The
Forty-Nine Percent Majority: The Male Sex Role, de Deborah Sarah David y Ro-
bert Brannon. En esencia, se basan en el desprestigio hacia lo que se entiende
como feminidad. A saber:
• «Nada de mariconadas». No se puede ni mostrar ni tener nada que sea
sinónimo de feminidad (las mariconadas, para la masculinidad hegemóni-
ca, correlacionan con lo femenino). Ser un hombre de verdad, por lo tanto,
significa rechazar todo aquello que sea femenino. Además, como nos indi-
ca muy acertadamente la filósofa feminista e historiadora Elisabeth Badin-
ter (1993), el problema es que connotamos lo femenino como negativo per
se, ya que ligamos a la idea de feminidad creencias y representaciones de
debilidad, vulnerabilidad, inferioridad o inestabilidad.
• «Ser importante», con estatus social, con trascendencia, con relevancia y
con visibilidad. Todas estas características denotan poder, competitividad
y esto es un tema muy masculino que, además, correlaciona mucho con
la competitividad. Por tanto, trascender y subir dentro de la escala del re-
conocimiento social y productivo será fundamental para realizarse como
hombre.
• «Ser fuerte y duro como un roble». Este enunciado concentra dos dimen-
siones relevantes a la hora de estudiar la masculinidad: la dimensión acti-
tudinal y la emocional. Porque, para ser como un roble, uno no debe mos-
trar ni emociones ni sentimientos. Al mismo tiempo, debe mostrarse como
autosuficiente y autónomo.
• «Ser capaces de joder o enviar a purgar humo a los demás». Es un im-
perativo que denota la familiaridad con la que los hombres podemos vivir
el riesgo (sin pensar y evaluar las consecuencias que éste tiene, ya no sólo
para nosotros sino para los que están por nosotros). Al mismo tiempo, este
rasgo familiariza a los hombres con la agresividad y, de nuevo, con la vio-
lencia, recursos que nos permiten subordinar a los otros, y hacer un uso
constante de estos para demostrar nuestro poder.

Si nos paramos un momento a meditar sobre estas cuatro características que re-
marca Kimmel, lo más importante de estas interpretaciones de la masculinidad

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¿Por qué la terapia sistémica no puede ser un oxímoron de los cambios relacionales y sociales que trae consigo...

es el acento que se pone en los procesos de socialización. A partir de los cuales


podemos deducir que la masculinidad es el resultado de una construcción so-
cial. Una construcción mediante la cual los hombres aprenden e interiorizan de-
terminados papeles y patrones sociales que se reflejan en los estereotipos de gé-
nero. Una idea que muy acertadamente nos sugiere la profesora e investigadora
Àngels Carabí (2000): «No se nace hombre, uno se va convirtiendo en hombre».
Por tanto, y como muy bien señala la filósofa y referente del pensamiento pos-
testructuralista Judith Butler (2006), al final la representación de la masculini-
dad no deja de ser como una especie de performatividad y de metáfora teatral.
Una representación marcada por una especie de «guion cultural» o, como me
gusta decir, «guion oficial», en el que, además de los cuatro imperativos que
nos ha enseñado la obra de David y Brannon, encontramos un montón de otros
rasgos y mandatos, con sus respectivos roles y papeles que concretan de una
forma muy nítida lo que representa la masculinidad hegemónica. Y que también
recoge el artículo de Juan Miguel de Pablo.
Todo este abanico de atributos ligados a la masculinidad hegemónica conlleva
una serie de privilegios, por los que nos puede ser fácil entender que los hom-
bres no quieran prescindir de todas estas ganancias así como así.
Y cuáles son estos privilegios, a continuación, brevemente señalo algunos de
ellos:
• Poder y sensación de poder. Un privilegio que es muy amplio y atrayente,
ya que nos supone poder mostrar todo ese poder desde muchos ángulos,
ya sea desde la superioridad que sentimos respecto a las mujeres o hacia
determinados hombres por el simple hecho de ser hombres, o por el hecho
poder tratar de una manera abusiva y poco respetuosa y cuidadora nues-
tro entorno.
• Sentimiento de aceptación y validación. Es decir, la agradable e impres-
cindible sensación de pertenecer a una identidad colectiva, a una herman-
dad que domina y somete al mundo y al resto de personas.
• Éxito sexual y erótica del poder. Como nos explica el sociólogo Jesús Gó-
mez (2004), sobre la masculinidad hegemónica hemos construido social-
mente una aureola de atracción y de deseo que causa que los hombres
y jóvenes que siguen este modelo obtengan unos beneficios que se tra-
ducen con éxito a la hora de conquistar, en el prestigio de ser promiscuo
y en el deseo de ser deseado, privilegios que no logran otros modelos de
masculinidad más respetuosos, democráticos y empáticos. Por eso, nos
recuerda la brillante socióloga Carmen Ruiz (2017), es necesario que de-
seroticemos este prototipo de «macho». Como si no fueran suficientes los
privilegios ligados a la sexualidad, es preciso sumar lo que el filósofo y so-
ciólogo Lionel S. Delgado (2019) denomina el «derecho a vivir con segu-
ridad», ya que es muy difícil que los hombres vivamos acoso o agresión
sexual, y si los padecemos, en la mayoría de los golpes, éstos son ejerci-
dos por otros hombres.

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• L a no asunción de los cuidados, así como del trabajo doméstico y repro-


ductivo, con todos los beneficios que comporta no responsabilizarse del
propio autocuidado y del cuidado de los demás, en especial por la como-
didad y la disponibilidad de tiempo que genera no asumir estas responsa-
bilidades.
• Los privilegios laborales. La lista aquí también es considerable, ya que los
hombres, por el hecho de ser hombres, cobramos más por desarrollar los
mismos trabajos (brecha de género), copamos los cargos directivos y de
responsabilidad, tenemos más facilidades para acceder al mercado laboral
(puesto que la paternidad hasta ahora no nos ha perjudicado), se nos valo-
ra más y se nos cuestiona menos, y las cargas familiares no suelen condi-
cionar nuestra carrera profesional.

Está claro que un abanico tan generoso y provechoso es muy seductor y tam-
bién lo es que, aunque sólo por un principio de justicia y equilibrio social, los
hombres deberíamos deshacernos de toda esta herencia de privilegios. Bene-
ficios que son al mismo tiempo obstáculos, contratiempos y desigualdades que
sufren ellas y padecen muchos otros hombres. Lo cierto es que es necesario to-
do un ejercicio de contrapropuesta para hacer más sugerente un tránsito hacia
modelos de masculinidades más equitativos, justos e igualitarios. ¿Y cuál es es-
ta propuesta alternativa y que, además, nos hace ver que no es oro todo lo que
reluce? Pues la propuesta que nos llegó hace muchos años y que ahora es ne-
cesario que sea el reto que todos los hombres y profesionales debemos abrazar
con ilusión, esfuerzo y constancia: las nuevas masculinidades.
Porque sí, bien es cierto que podemos hablar de una serie extensa de privi-
legios, la contrapartida de mantenernos en este modelo tradicional no es baladí.
Siendo esta una de las grandes preocupaciones y de las grandes aportaciones
que hace el feminismo a los hombres, ya que, como muy bien nos explican los
estudios sobre las masculinidades, lo primero que deberíamos valorar los hom-
bres del feminismo es que reivindica para nosotros (mediante las nuevas mas-
culinidades) un capital emocional rico, diverso y libre. En contraposición a lo
que la masculinidad hegemónica nos hace vivir: un mundo emocional limitado,
oscuro y definido desde la parquedad y desde los designios de aquellos roles
que nos hacen mostrarnos como hombres fríos, distantes, «aparentemente se-
guros», autónomos y desligados emocionalmente de los demás. Pero es que el
problema no se limita a esa vida emocional limitada que nos propone el modelo
tradicional, es que las consecuencias de este modelo son muchas y muy terri-
bles para todos nosotros:
• En el ámbito educativo. Desde hace muchos años, los chicos son la ima-
gen del fracaso y del abandono escolar, así como de los currículos menos
calificados.
• En el ámbito de la salud. Las cifras son aterradoras. Para empezar, los
hombres tenemos una esperanza de vida más corta que la de las mujeres

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¿Por qué la terapia sistémica no puede ser un oxímoron de los cambios relacionales y sociales que trae consigo...

(el año pasado esta diferencia era de alrededor de 6 años). Así, en España,
por cada viudo, existen cinco viudas. En 2019, dos de cada tres decesos
por causas extrañas, es decir, por circunstancias que se producen por ac-
cidentes o bien por distintas formas de violencia, fueron hombres.
• Los hombres en España nos suicidamos tres veces más que las mujeres.
Además, en torno al 80% de los suicidios que no quedan en tentativa, son
cometidos para varones.
• Un dato que nos resulta muy interesante es que los hombres soliciten me-
nos citas en atención primaria y vamos menos; pero, en cambio, vayamos
más a urgencias. Y es que los hombres tenemos más riesgo de desarrollar
enfermedades cardiovasculares y las desarrollamos más jóvenes, al igual
que las enfermedades respiratorias.

Sufrimos más accidentes de tráfico y los decesos, así como las consecuencias
de estos accidentes, son más graves para nosotros. Cometemos más infraccio-
nes y se nos retiran más puntos del carné de conducir –¿Esto tiene que ver con
el estilo de conducción? ¡Por supuesto! –. Ligado a estos modus vivendi, tam-
bién tenemos más accidentes y más graves durante las prácticas deportivas y,
por supuesto, practicamos más deportes de riesgo.
• En el ámbito laboral, el escenario también es escalofriante. En 2019, el
93% de las personas que murieron en su espacio de trabajo eran hombres.
Más del 80% de los accidentes que se producen en el trabajo, tanto leves
como graves, los sufren los hombres. Tenemos más bajas laborales y las
consecuencias son más graves, como las incapacitaciones.
• Otra área alarmante es la del consumo de sustancias adictivas. De nuevo
superamos, comparativamente, a nuestras compañeras en casi el consumo
de toda la clase de sustancias: alcohol, cannabis, heroína, cocaína, anfe-
taminas y drogas alucinógenas. Además, presentamos conductos de poli-
consumo más acentuadas.
• Respecto a la relación que tenemos los hombres con el consumo y las con-
ductas de riesgo (como conducir impulsivamente y de forma temeraria), el
psicólogo Terry Real (1995) nos plantea una reflexión muy interesante. Se
trata del hecho de que por mucho que muchas investigaciones nos indi-
quen que los hombres cursamos menos cuadros depresivos, lo que ocurre
es que ocultamos esta sintomatología para no pedir ayuda, o, mejor dicho,
para ser coherentes con ese mandato de ser autosuficientes y no necesitar
ayuda. De modo que lo que se esconde detrás de muchos consumos, de
muchas conductas de riesgo y de mucha violencia son escenarios de do-
lor, sufrimiento, ansiedad y depresión. Pero es que el abanico en el ámbito
de la salud mental derivado de ese «estreñimiento emocional» (como dice
Octavio Salazar (2018), uno de los referentes más reconocidos en nuestro
país sobre el estudio de las masculinidades) es tan amplio que en él po-
demos encontrar desde conductas antisociales, desafiantes, problemas de

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MOSAICO 80

autoestima, de adicción al sexo, celos extremos, problemas de pareja, de


crianza y un largo etcétera.

De hecho, son tan graves las consecuencias de este modelo tradicional de la


masculinidad que la propia Asociación Estadounidense de Psiquiatria (APA), en
el año 2018, emitió un informe titulado “Pautas para la práctica psicológica con
niños y hombres”. En donde se tratan temas relacionados con la masculinidad y
los efectos del concepto al modo tradicional en el desarrollo de niños y hombres
adultos. Del mismo modo, que se recomienda la necesaria formación por parte
de los profesionales de otros modelos más sanos y funcionales.
• Finalmente, y podríamos extendernos mucho más, pero consideramos que
ya son suficientemente significativos los datos compartidos, querría desta-
car un último apunte: el que relaciona la masculinidad con la cultura de la
violencia y la criminalidad, porque los efectos derivados de la naturaliza-
ción y normalización con la que vivimos la violencia y sus usos es tan fre-
cuente que hace que los hombres seamos los responsables de la inmensa
mayoría de los delitos que se llevan a cabo (en un 90% de los casos, se-
gún el European Union Agency for Fundamental Rights (FRA) Otros datos
trágicos que señala la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) son
que el 96% de los hombres asesinados y el 90% de las mujeres asesinadas
han sido víctimas de crímenes cometidos por hombres. Muy fácil entender
que el 90% de la población reclusa en los centros penitenciarios del mun-
do sean varones.

Realmente, son alarmantes las graves y terribles consecuencias que tiene la


masculinidad hegemónica para los hombres y nuestra sociedad (por un moti-
vo de extensión no entraremos a analizar las trágicas consecuencias que sufren
las mujeres y los colectivos LGTBIQ+ derivadas de esta masculinidad, pero nos
daría para otro artículo más). Lo triste, entonces, es poder entender qué esta-
mos esperando los hombres y los profesionales para sumarnos a este proceso
de deconstrucción del modelo hegemónico. ¿Cómo puede ser que repliquemos,
casi sin rechistar, todos estos discursos que dicen estar «a favor» de los hom-
bres y lo único que hacen es atacar el movimiento que más nos ha atendido a
lo largo de las últimas décadas? ¿Hasta cuándo los hombres y los profesionales
seguiremos mirando hacia otro lado y no asumiremos que hay que sumarse a
esta propuesta emancipadora, igualitaria y de justicia social tanto para nosotros
como para personas que han estado siglos y siglos esperando nuestra reacción?
Las opciones para transitar hacia estas masculinidades son diversas y enri-
quecedoras, y todas se inician desde el trabajo introspectivo de cada uno y ca-
da una. Recuperando nuestro capital emocional secuestrado, sumándonos a
un diálogo abierto, responsable y sincero de las desigualdades, despojándonos
de esos privilegios que tanto nos tienta el modelo hegemónico, pero que al mis-
mo tiempo nos hacen perder de vista el bien común y propio. Y, sobre todo, in-

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¿Por qué la terapia sistémica no puede ser un oxímoron de los cambios relacionales y sociales que trae consigo...

corporándonos a la cultura y la ética de los cuidados. Recordemos que somos


referente para muchas personas, compartamos estos conocimientos y reivindi-
quemos que no es cierto que el feminismo vaya en contra de los hombres, sino
que va en contra de lo que ha representado y representa la masculinidad hege-
mónica (una forma de ser hombres que perjudica a todo el mundo, aunque no
por igual, pero sin dejar títere con cabeza).
Y recordemos, como dice la escritora feminista Audre Lorde (1984) que «No
desmontaremos la casa del amo con las herramientas del mismo amo». Por es-
te motivo, la terapia familiar sistémica no puede seguir manteniendo la masculi-
nidad tradicional como una opción funcional y sana, como si de un oxímoron se
tratase. Debe el modelo sistémico, y el conjunto de profesionales ligados a ella,
emprender el camino que suponen las masculinidades igualitarias para sumar-
se a los cambios, que a buen seguro aportarán a la sociedad estas nuevas mas-
culinidades más igualitarias, respetuosas, sanas y cuidadosas.

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