La confianza en ti mismo (autoconfianza) es necesaria para que
puedas lograr las metas que te propones y es clave para tu bienestar,
pues está íntimamente relacionada con la autoestima.
Las personas que tienen confianza en sí mismas consiguen desarrollar
sus proyectos de vida o proyectos profesionales, porque son individuos
que saben asumir ciertos riesgos, tomar decisiones difíciles y son tienen
alta resiliencia, es decir, saben superar las situaciones negativas
que se pueden presentar a lo largo de su vida.
Autoconfianza y autoestima no son lo
mismo
Muchas personas piensan que autoconfianza y autoestima son lo mismo.
Pero aunque ambos conceptos estén relacionados, son dos términos
diferentes con implicaciones claramente diferenciadas.
La autoconfianza o confianza en ti mismo es la apreciación de las
capacidades que posees y se centra en las creencias que tienes
respecto a la capacidad y la habilidad de triunfar en un contexto
determinado. Mientras que la autoestima es el sentimiento general de
cuán valioso eres como un todo y se refiere a la apreciación que tienes
sobre ti mismo.
Si no te ha quedado clara esta diferencia, imagina a un vendedor o
comercial que sabe que realiza muy bien su trabajo. No tiene ninguna
duda de su gran capacidad de seducir a los clientes y sabe que posee el
don de gentes que no todo el mundo tiene. Gracias a esto, realiza su
trabajo a la perfección, por lo que confía plenamente en sí mismo a la
hora de realizar esta tarea.
Ahora bien, esta persona posee una baja autoestima, pues cuando llega
a casa tras un largo dia de trabajo, piensa: “no tengo pareja, ni consigo
ahorrar dinero suficiente para comprarme una casa. Soy un fracasado”.
Como ves, confía en sí mismo y sabe que es un gran comercial. Ahora
bien, no está a gusto consigo mismo, e independientemente de si esta
valoración que hace es la correcta o no, la imagen global que tiene sobre
sí misma, es negativa.
Artículo relacionado: "Los 4 tipos de autoestima: ¿te valoras a ti
mismo?"
Confianza en ti mismo: la teoría de la
autoeficacia
Uno de los grandes teóricos de la autoconfianza es Albert Bandura, que
formuló su teoría de la autoeficacia (que significa, grosso modo, algo muy
parecido a la autoconfianza) como parte de su Teoría del Aprendizaje
Social.
Su investigación sobre el aprendizaje social de los seres humanos le
permitió identificar otros componentes cognitivos que facilitan el proceso
de cambio e influyen en la formación de intenciones y en
la autorregulación motivacional. Uno de estos componentes es la
autoeficacia percibida o la percepción de confianza en uno mismo.
Bandura afirma que el desarrollo de la confianza en ti mismo está
constituido por cuatro componentes:
Los logros de ejecución: las experiencias del pasado son la
fuente de información de autoconfianza más importante, pues
permiten comprobar el dominio real.
Experiencia vicaria u observación: se refiere al modelado, es
decir, al ver (o imaginar) a otras personas ejecutar exitosamente
ciertas actividades
Persuasión verbal: La persuasión verbal es importante,
especialmente en aquellas personas que ya confían en sí
mismas y necesitan solamente de un poco más de confianza
para realizar un esfuerzo extra y lograr el éxito.
Estado fisiológico del individuo: Los individuos suelen interpretar
los estados de gran ansiedad como signos de flaqueza o bajo
rendimiento. Por contra, el humor o los estados emocionales
positivos también van a tener impacto en cómo uno va a
interpretar las experiencias.
¿Cómo mejorar la confianza en ti mismo?
Pero, ¿qué pasos puedes seguir para mejorar la confianza en ti
mismo? A continuación te proponemos una lista de 6 pasos para
mejorar tu autoconfianza:
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1. Vive las situaciones de manera positiva
Como has podido ver, para Bandura, la persuasión verbal es un
elemento muy importante en el desarrollo de la autoconfianza. Por
tanto, sé positivo aunque estés pasando por un periodo en el que
sientas que las cosas no salen como quieres. Deja de centrarte en los
problemas y focaliza tu energía hacia las soluciones y los cambios
positivos.
La baja autoconfianza suele ir asociada a pensamientos de fracaso
y pensamientos negativos que median entre tú y tus objetivos. Si estás
constantemente repitiéndote a ti mismo que no estás a la altura, lo único
que conseguirás es la “profecía autocumplida”. Así que, incluso en los
momentos poco agradables, automotivate.
Artículo recomendado: "Las 30 mejores frases motivadoras"
2. Estate preparado
Puede ocurrir, por ejemplo, que tengas que realizar una presentación en
la universidad y notes que no tienes suficiente confianza en ti mismo. En
este tipo de casos, lo que realmente funciona es prepararte bien la
presentación para que, cuando llegue el día, confíes plenamente en
tus posibilidades.
Otro ejemplo puede ser que hayas comenzado a trabajar cara el público,
y como parte de tu trabajo tengas que dar un discurso de bienvenida a
los clientes. Ya que nunca has hecho este tipo de tarea, puede que no
tengas plena confianza en ti mismo. En este caso, puedes prepararte
bien el discurso, y, de esta manera, te sentirás cómodo y seguro frente a
los clientes.
Sea lo que sea que este en tu lista de objetivos, estar bien preparado y
sentir que dominas lo que haces aumenta tu autoconfianza.
3. Haz una lista con lo que ya has logrado y
recuérdatelo
Como en el primer punto, los momentos difíciles pueden hacerte
dudar y provocar que la confianza en ti mismo se vea mermada.
Y es que la vida está llena de cambios, y a veces cuesta mantenerse
arriba. En casos así, es ideal tener una lista con lo que logrado hasta
el momento respecto a la meta que tienes, pues visualizar tu progresión
puede ayudarte a automotivarte en momentos complicados.
4. Actúa
El motor de la confianza en uno mismo es la acción: si te atreves a
actuar, entonces ganas en autoconfianza. Bandura, en su teoría de la
autoeficacia, nos habla de los “logros de ejecución”, es decir, las
experiencias constituyen la fuente de información de autoconfianza más
importante.
Puede ocurrir que, incluso antes de actuar, ya estés visualizando el
fracaso. Pues recuerda: si no actúas, pierdes el 100% de las
oportunidades de lograr lo que deseas.
5. Acepta cualquier fracaso del pasado
¿Y qué ocurre si actúas y te sale mal? Pues bien, los logros de
ejecución son la percepción que tenemos nosotros mismos de
nuestras victorias y fracasos. Con percepción me refiero a la
valoración que haces de los eventos que han sucedido. Si ha salido mal,
hay que aceptarlo y ver también los pequeños éxitos, que seguro que los
hay, incluso en los fracasos.
La autoconfianza únicamente se desarrolla si conseguimos superar los
obstáculos que nosotros mismos nos ponemos: por un lado, la renuncia
(que tiene que ver con actuar), y por otro lado, la crítica. Ver los éxitos
como la la suma de nuestros fracasos nos puede ayudar a ganar
autoconfianza.
6. Observa a las personas de éxito
La teoría de la autoeficacia de Bandura afirma que la experiencia vicaria
u observación es otro de los elementos clave de de la confianza en ti
mismo. Observar o imaginar a otras personas llevar a cabo ciertas
actividades con éxito, puede influir positivamente en la confianza en
ti mismo.
Ésta es una de las técnicas que se emplean en el coaching para
aumentar la confianza de los clientes, pues es útil cuando estos últimos
no tienen gran conocimiento de sus propias capacidades o tienen poca
experiencia en la tarea a realizar.
El miedo es una emoción primaria provocada por la
aversión al riesgo o a una amenaza, real o imaginada,
presente o futura. Desde una perspectiva biológica, es una
estrategia adaptativa que nos permite prepararnos para
situaciones de peligro y reaccionar ante ellas. Tal y como
explica Luis Carretié, del departamento de Psicología
Biológica y de la Salud de la Universidad Autónoma de
Madrid, “el miedo es una emoción en principio adaptativa
que permite evitar estímulos o situaciones que
consideramos peligrosas. Requiere, por tanto, alguna
experiencia previa y negativa con esos estímulos, aunque
no tiene por qué ser en primera persona: podemos
sentir miedo hacia estímulos que vemos que dañan a otras
personas o, incluso, que nos han contado que son
peligrosos, aunque no hayamos visto sus efectos”.
El mecanismo mental que desencadena el miedo es
sumamente complejo. “Implica en primer lugar una
detección rápida, incluso urgente (pocas decenas de
milisegundos), del estímulo amenazante”, explica Carretié.
“En segundo lugar, debemos organizar una respuesta
también rápida en esas situaciones urgentes (huir, luchar o
paralizarnos). En tercer lugar, se producen también
reacciones duraderas, como el sentimiento de miedo o el
archivo en la memoria de esa situación, para evitarla en el
futuro, o respuestas más sofisticadas, como elaborar
alguna estrategia defensiva”. En todos estos distintos
mecanismos interviene buena parte del cerebro, y también
diversos neurotransmisores de acción prolongada,
denominados neuromoduladores.
Muchos investigadores han señalado a la amígdala como la
estructura cerebral clave en esta emoción concreta que es
el miedo, pero Luis Carretié cree que hay que tener una
visión más amplia. “Aunque en el ser humano y en otros
primates la amígdala parece también intervenir en esa
emoción, no es la única que lo hace; ni siquiera parece
tener un papel central en el miedo. De hecho, las lesiones
humanas específicas en la amígdala (que son muy raras, en
cualquier caso) no extinguen la sensación de miedo. La
corteza prefrontal ventral (u orbitofrontal), la ínsula
anterior, los ganglios basales, la corteza cingulada
anterior, etc., parecen contar también con un papel
relevante en el miedo, y en algún caso tanto o más
importante. La amígdala interviene sobre todo en la
organización rápida de respuestas rudimentarias al
estímulo amenazante y en algunos tipos de memoria
emocional, pero parece que no en la detección rápida del
estímulo, ni en el sentimiento de miedo, ni en las
respuestas más elaboradas a ese estímulo”
El miedo es una reacción que se genera en el cerebro y que
empieza con un estímulo estresante y termina con la
liberación de sustancias químicas que provocan que se acelere el
corazón, que la respiración vaya más rápida y aumente la energía
de los músculos, además otras cosas, y este proceso se conoce
como respuesta de lucha o huida. El estímulo que genera el
miedo podría ser una araña, un auditorio lleno de gente esperando
a que hablemos, un jarrón que se cae ruidosamente o un tigre que
parece que viene a atacarnos.
El cerebro es un órgano profundamente complejo. Posee más de
100 mil millones células nerviosas o neuronas que comprenden
una intrincada red de comunicaciones y que son el punto de
partida de todo lo que sentimos, pensamos y hacemos. Algunas de
estas comunicaciones conducen al pensamiento y la acción
consciente, mientras que otras producen respuestas
autonómicas. La respuesta de miedo es casi totalmente
autónoma: No somos plenamente conscientes de lo que ocurre
hasta que han empezado las respuestas químicas y fisiológicas.
Dado que las células en el cerebro están constantemente
transfiriendo información y desencadenando respuestas, hay al
menos una docena de áreas del cerebro que de alguna forma se
encuentran involucradas en el miedo. Pero la investigación ha
descubierto que ciertas partes del cerebro desempeñan un papel
más importante en el proceso, y son las siguientes:
El tálamo: decide dónde enviar los datos sensoriales
que nos entran por los ojos, los oídos, la boca, la piel…
La corteza sensorial: interpreta los datos sensoriales.
El hipocampo: almacena y recupera los recuerdos
conscientes, procesa conjuntos de estímulos para
establecer el contexto.
La amígdala: decodifica las emociones, determina
posible amenaza y busca en nuestros recuerdos si
debemos tener miedo.
El hipotálamo: activa la respuesta de «lucha o huida».
Así pues, todo empieza con un estímulo que nos provoca miedo y
termina con la respuesta de lucha o huida.
¿Cómo generamos el miedo? Biología
del miedo
El lugar donde generamos el miedo es el cerebro y como ya
sabemos se trata de un proceso inconsciente. Pero hay dos vías
involucradas en la respuesta de miedo: la primera vía es
rápida, casi instantánea y desordenada, mientras que la segunda
lleva más tiempo y ofrece una interpretación más precisa de los
acontecimientos. Ambos procesos ocurren casi simultáneamente.
La primera vía es la más inconsciente y no somos capaces de
controlarla en absoluto, la segunda en cambio tiene un objetivo,
que es «no correr riesgos.» Imagina que de repente escuchas
fuertes golpes en una ventana de tu casa, podría ser el viento,
pero también podría ser un ladrón tratando de entrar. Es mucho
menos peligroso asumir que es el viento que pensar que pueda ser
un ladrón. La primera vía dispara primero y pregunta después. El
proceso es el siguiente:
Los golpes en la ventana son el estímulo. Tan pronto como oímos
el sonido, el cerebro envía estos datos sensoriales al tálamo.
En este punto, el tálamo no sabe si las señales que está recibiendo
son señales de peligro o no, pero ya que podrían ser algo
preocupante, reenvía la información a la amígdala. La
amígdala recibe los impulsos neuronales y toma medidas para
protegerse: así que indica al hipotálamo que inicie la respuesta de
lucha o de huida que podría salvar tu vida si lo que estás oyendo
resulta ser un intruso.
La segunda vía es mucho más reflexiva. Si bien la primera vía está
iniciando la respuesta de miedo por si acaso, la otra está
considerando todas las opciones. ¿Es un ladrón, o es el viento? El
largo proceso es el siguiente:
Cuando tus oídos detectan el sonido, transmiten esta información
al tálamo. El tálamo envía esta información a la corteza
sensorial, donde se interpreta y da sentido. La corteza sensorial
determina que hay más de una interpretación posible de los datos
y se lo pasa al hipocampo para establecer el contexto. El
hipocampo se hace preguntas como: «¿He sentido este estímulo
particular antes? Si es así, ¿qué significaba en este momento?
¿Qué otras cosas están ocurriendo que podría darme pistas sobre
si se trata de un ladrón o una tormenta de viento?» El hipocampo
podría recoger entonces otros datos como el golpeteo de unas
ramas contra la ventana, un aullido sordo exterior o el ruido de
algún objeto volando. Teniendo en cuenta esta otra información, el
hipocampo determina que los golpes muy probablemente sean
resultado del viento. Se envía un mensaje a la amígdala de
que no hay peligro, y la amígdala a su vez le dice al
hipotálamo frene la respuesta de lucha o huida.
Es por eso que tenemos unos momentos de terror antes de poder
calmarnos.
Independientemente de cuál es el camino que estemos hablando,
todos conducen al hipotálamo. Si fuera necesario producir la
respuesta de lucha o huida, sería el hipotálamo quien activaría a
su vez dos sistemas: el sistema nervioso simpático y el sistema
adrenal-cortical. El sistema nervioso simpático utiliza las vías
nerviosas para iniciar reacciones en el cuerpo, y el sistema
adrenal-cortical utiliza el torrente sanguíneo. Los efectos
combinados de estos dos sistemas son la respuesta de lucha o
huida.
El sistema nervioso simpático envía impulsos a las glándulas y
músculos lisos y le dice a la médula suprarrenal que libere
la epinefrina (adrenalina) y norepinefrina (noradrenalina) en
el torrente sanguíneo. Estas «hormonas del estrés» causan varios
cambios en el cuerpo, incluyendo un aumento del ritmo cardíaco y
la presión arterial.
Al mismo tiempo, el hipotálamo libera la corticotropina (CRF) en
la glándula pituitaria, que activa el sistema adrenal-cortical. La
glándula pituitaria (una importante glándula endocrina) secreta la
hormona ACTH (hormona adrenocorticotrópica). ACTH mueve a
través del torrente sanguíneo y finalmente llega a la corteza
suprarrenal, donde activa la liberación de aproximadamente 30
diferentes hormonas que preparan al cuerpo para hacer frente a
una amenaza.
Todas estas respuestas físicas están destinadas a ayudar a
sobrevivir ante una situación peligrosa.
Si no pudiéramos generar miedo, no podríamos sobrevivir por
mucho tiempo. Podríamos ir corriendo hacia la carretera, caminar
sobre el tejado o acercarnos a serpientes venenosas sin que
hiciéramos nada por evitarlo o intentar protegernos. Tanto en los
seres humanos como en los animales, los efectos del miedo
promueven la supervivencia. A lo largo de la evolución, los
genes han transmitido el rasgo del miedo y la respuesta que se
activa como algo beneficioso para la vida.
Actualmente la mayoría de nosotros ya no estamos luchando o
corriendo para mantenernos con vida como en la naturaleza, pero
el miedo está lejos de ser un instinto obsoleto. Todavía sirve al
mismo propósito hoy como lo hizo cuando nos salvaba de ser
devorados por un león. La diferencia es que ahora caminamos por
las calles de la ciudad. Pero la decisión de no tomar ese atajo a
través del callejón desierto a la medianoche, se basa en un miedo
racional que promueve la supervivencia. Lo que ocurre es que los
estímulos han cambiado, pero estamos en peligro tanto hoy
como estábamos hace cientos de años, y el miedo sirve
para protegernos ahora como lo hizo entonces.
La mayoría de nosotros nunca ha estado frente a una plaga, pero
nuestro corazón salta cuando vemos una rata. Y es que para los
seres humanos hay otros factores que intervienen en el miedo más
allá del propio instinto. Los seres humanos tenemos la
capacidad de la anticipación, y anticipamos cosas terribles
que podrían suceder, cosas que hemos oído hablar, leído o
visto en la televisión. La mayoría de nosotros nunca ha
experimentado un accidente de avión accidente, pero eso no nos
impide agarrarnos fuerte al asiento cuando va a despegar. Lo que
ocurre es que anticipar un estímulo miedo puede provocar la
misma respuesta que experimentarlo en la realidad, de ahí
aparecen las crisis de pánico o los ataques de ansiedad, que
son respuestas de miedo anticipatorias y la mayoría de veces sin
base real.
Una encuesta realizada en 2005, revela los temores más comunes
de las personas en los Estados Unidos. La lista de los 10 primeros
es la siguiente:
1. Ataques terroristas
2. Arañas
3. Muerte
4. Fracaso
5. Guerra
6. Alturas
7. Delincuencia / violencia
8. Estar solo
9. El futuro
10. Guerra nuclear
La mayoría de estos temores básicos aparecen en la edad adulta,
aunque pueden estar ya presentes en la infancia. Otros miedos
comunes son hablar en público, ir al dentista, el dolor, el
cáncer y las serpientes. Muchos de nosotros tenemos miedo a
las mismas cosas, así que podemos decir que hay ciertos temores
que son “universales”.
Algunos estudios muestran que los humanos podrían estar
predispuestos genéticamente a temer ciertas cosas nocivas como
las arañas, serpientes y ratas, animales que una vez fueron
peligros reales para los seres humanos porque eran venenosos o
traían enfermedades. El miedo a las serpientes, por ejemplo,
se ha encontrado en personas que nunca han estado en
presencia de una serpiente. Esto tiene sentido si se piensa en
el miedo como un instinto evolutivo incrustado en la conciencia
humana.
El psicólogo Martin Seligman realizó un experimento
de condicionamiento clásico en el que se mostraban imágenes
de ciertos objetos seguido de una descarga eléctrica. La idea era
crear una fobia (miedo irracional) hacia el objeto mostrado en la
imagen. Cuando la imagen era de algo parecido a una araña o una
serpiente, en tan sólo dos a cuatro descargas de establecía la
fobia. Cuando la imagen era de algo como una flor o un árbol, se
necesitaba mucho más para obtener un verdadero miedo.
Pero si bien puede haber «miedos universales,» también hay
temores que son particulares de individuos, comunidades, regiones
o incluso culturas. Alguien que creció en la ciudad, probablemente
tiene un temor más intenso miedo a ser asaltado que alguien que
ha pasado la mayor parte de su vida en una granja. Hay una fobia
llamada Taijin kyofusho, que se considera una «fobia
culturalmente distintiva de Japón.» El Taijin kyofusho es «el temor
de ofender a otras personas por un exceso de modestia o muestra
de respeto». Los rituales sociales complejos que son parte de la
vida en Japón han dado lugar a un miedo específico japonés.
Experimentar el miedo de vez en cuando es una parte normal de la
vida. Pero vivir con miedo crónico puede ser tanto física
como emocionalmente debilitante. Vivir con una respuesta
inmune deteriorada y la presión arterial alta causa enfermedad, así
como negarse a participar en las actividades diarias por miedo,
trae una vida de tristeza y pérdida de valor. Así que si eres de los
que el miedo te impide hacer una vida normal, es importante que
acudas a un especialista para que te ayude.