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Albert Camus - El Mito de Sísifo-Alianza Editorial Selección

El suicidio es presentado como el problema filosófico más serio, ya que cuestiona el valor de la vida. Camus argumenta que la relación entre lo absurdo y el suicidio es fundamental, sugiriendo que el suicidio puede ser visto como una respuesta a la falta de sentido en la existencia. A través de la exploración de la naturaleza del absurdo, se plantea que la vida, a pesar de su irracionalidad, puede ser defendida frente a la tentación de la muerte.
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Albert Camus - El Mito de Sísifo-Alianza Editorial Selección

El suicidio es presentado como el problema filosófico más serio, ya que cuestiona el valor de la vida. Camus argumenta que la relación entre lo absurdo y el suicidio es fundamental, sugiriendo que el suicidio puede ser visto como una respuesta a la falta de sentido en la existencia. A través de la exploración de la naturaleza del absurdo, se plantea que la vida, a pesar de su irracionalidad, puede ser defendida frente a la tentación de la muerte.
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U n r a z o n a m i e n t o absurdo

L o a b s u r d o y el suicidio

N o h a y más que un problema filosófico verda­


deramente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale
o n o vale la pena de vivirla es responder a la pre­
g u n t a fundamental de la filosofía. Las demás, si el
m u n d o tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene
nueve o doce categorías, vienen a continuación.
Se trata de juegos; primeramente h a y que respon­
der. Y si es cierto, c o m o p r e t e n d e Nietzsche, que
un filósofo, para ser estimable, debe predicar con
el ejemplo, se advierte la importancia de esa res­
puesta, puesto que va a preceder al gesto definiti­
v o . Se trata de evidencias perceptibles para el co­
razón, pero que se debe profundizar a fin de ha­
cerlas claras para el espíritu.
Si me p r e g u n t o en qué p u e d o basarme para
juzgar si tal cuestión es más apremiante que tal
otra, r e s p o n d o que en los actos a los que obligue.
15
16 Albert Camus

N u n c a vi morir a n a d i e p o r el a r g u m e n t o ontoló-
gico. Galileo, que defendía una v e r d a d científica
i m p o r t a n t e , abjuró de ella con la m a y o r facilidad
del m u n d o , c u a n d o puso su vida en peligro. E n
cierto sentido, hizo bien. Aquella v e r d a d n o valía
la hoguera. E s profundamente indiferente saber
cuál gira alrededor del o t r o , si la tierra o el sol.
Para decirlo t o d o , es una cuestión baladí. E n
cambio, v e o que muchas personas mueren p o r q u e
estiman que fa vida n o vale la pena de vivirla.
V e o a otras que, paradójicamente, se hacen m a t a r
por las ideas o las ilusiones que les d a n una razón
para vivir (lo que se llama u n a razón rjara vivir es,
al m i s m o t i e m p o , una excelente razón p a r a m o -
rir). O p i n o , en consecuencia, que el sentido de la
vida es la p r e g u n t a más apremiante. ¿ C ó m o con-
testarla? C o n respecto a t o d o s los problemas
esenciales, y considero c o m o tales a los que p o n e n
en peligro la vida o los que decuplican el ansia de
vivir, n o h a y probablemente sino dos m é t o d o s de
p e n s a m i e n t o : el de P e r o G r u l l o y el d e D o n Qui-
jote. E l equilibrio de evidencia y lirismo es lo úni-
co que p u e d e permitirnos llegar al m i s m o tiempo
a la emoción y a la claridad. Se concibe que en un
t e m a a la vez t a n humilde y t a n c a r g a d o de pate-
tismo, la dialéctica sabia y clásica deba ceder el
lugar, p o r lo t a n t o , a u n a actitud espiritual más
m o d e s t a que p r o c e d e a la vez del b u e n sentido y
de la simpatía.
Siempre se h a t r a t a d o del suicidio c o m o de un
fenómeno social. P o r el contrario, aquí se trata,
para comenzar, de la relación entre el pensamien-
El mito de Sísifo 17

t o individual y el suicidio. U n acto c o m o éste se


prepara en el silencio del corazón, lo mismo que
una g r a n obra. E l p r o p i o suicida lo ignora. U n a
noche dispara o se sumerge. D e un gerente de in-
muebles que se había m a t a d o , m e dijeron un día
que había p e r d i d o a su hija hacía cinco años y que
esa desgracia le había cambiado m u c h o , le había
" m i n a d o " . N o se puede desear una palabra más
exacta. C o m e n z a r a pensar es comenzar a estar
m i n a d o . L a sociedad n o tiene m u c h o que ver con
estos comienzos. E l gusano se halla en el corazón
del h o m b r e y en él h a y que buscarlo. E s t e juego
mortal, que lleva de la lucidez frente a la existen-
cia a la evasión fuera de la luz, es algo que debe
investigarse y comprenderse.
M u c h a s son las causas para un suicidio, y, de
una manera general, las más aparentes n o h a n si-
d o las más eficaces. L a gente se suicida rara vez
(sin e m b a r g o , n o se excluye la hipótesis) por refle-
xión. L o que desencadena la crisis es casi siempre
incontrolable. L o s diarios hablan con frecuencia
de "penas í n t i m a s " o de " e n f e r m e d a d incurable".
Son explicaciones válidas. P e r o habría que saber
si ese mismo día un amigo del desesperado n o le
habló con un t o n o indiferente. E s e sería el culpa-
ble, pues tal cosa puede bastar para precipitar to-
dos ios rencores y t o d o s los cansancios t o d a v í a en
1
suspenso .
1
N o desaprovechemos la ocasión para señalar el carácter relativo
de este ensayo. El suicidio puede, en efecto, relacionarse con conside-
raciones mucho más respetables. Ejemplo: los suicidios políticos, lla-
mados de protesta, en la revolución china.
18 Albert Camus

P e r o si es difícil fijar el instante preciso, el paso


sutil en que el espíritu ha a p o s t a d o a favor de la
muerte, es más fácil extraer del acto m i s m o las
consecuencias que supone. M a t a r s e , en cierto sen-
tido, y c o m o en el m e l o d r a m a , es confesar. E s
confesar que se ha sido sobrepasado p o r la vida o
que n o se la c o m p r e n d e . Sin e m b a r g o , n o vaya-
m o s demasiado lejos en esas analogías y volva-
mos a las palabras corrientes. E s solamente confe-
sar que eso " n o merece la p e n a " . Vivir, natural-
mente, nunca es fácil. U n o sigue h a c i e n d o los ges-
tos que o r d e n a la existencia, por muchas razones,
la primera de las cuales es la costumbre. M o r i r
voluntariamente supone que se ha reconocido,
aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio
de esa costumbre, la ausencia de t o d a razón p r o -
funda p a r a vivir, el carácter insensato de esa
agitación cotidiana y la inutilidad del sufri-
miento.
¿ C u á l es, pues, ese sentimiento incalculable que
priva al espíritu del sueño necesario a la v i d a ? U n
m u n d o que se puede explicar incluso con malas
razones es un m u n d o familiar. P e r o , por el contra-
rio, en u n universo p r i v a d o repentinamente de ilu-
siones y de luces, el h o m b r e se siente extraño. E s
un exilio sin recurso, pues está p r i v a d o de los re-
cuerdos de una patria p e r d i d a o de la esperanza
de u n a tierra prometida. T a l divorcio entre el
h o m b r e y su vida, entre el actor y su d e c o r a d o , es
p r o p i a m e n t e el sentimiento de lo absurdo. C o m o
t o d o s los h o m b r e s sanos h a n p e n s a d o en su p r o -
pio suicidio, se p o d r á reconocer, sin más explica-
El mito de Sísifo 19

d o n e s , que h a y un vínculo directo entre este senti­


miento y la aspiración a la nada.
E l tema de este ensayo es, precisamente, esa re­
lación entre lo absurdo y el suicidio, la m e d i d a
exacta en que el suicidio es una solución de lo ab­
surdo. Se puede sentar c o m o principio que para
un h o m b r e que no hace trampas lo que cree ver­
d a d e r o debe regir su acción. L a creencia en lo ab­
surdo de la existencia debe gobernar, por lo tan­
to, su conducta. E s una curiosidad legítima la que
lleva a preguntarse, claramente y sin falso patetis­
mo, si una conclusión de este o r d e n exige que se
a b a n d o n e lo más r á p i d a m e n t e posible una situa­
ción incomprensible. M e refiero, por supuesto, a
los h o m b r e s dispuestos a ponerse de acuerdo con­
sigo mismo.
P l a n t e a d o en términos claros, el problema pue­
de parecer a la vez sencillo e insoluble. P e r o se su­
p o n e equivocadamente que las preguntas sencillas
traen consigo respuestas que n o lo son menos y
que la evidencia implica la evidencia. A. priori, e
invirtiendo los términos del problema, así c o m o
u n o se m a t a o n o se m a t a , parece que n o h a y sino
dos soluciones filosóficas: la del sí y la del no. Eso
sería d e m a s i a d o fácil. P e r o h a y que tener en cuen­
ta a los que interrogan siempre sin llegar a una
conclusión. A ese respecto, apenas ironizo: se tra­
ta de la mayoría. V e o igualmente que quienes res­
p o n d e n que n o , obran como si pensasen que sí.
D e hecho, si acepto el criterio nietzscheano, pien­
san que sí de una u otra manera. P o r el contrario,
quienes se suicidan suelen estar con frecuencia se-
20 Albert Camus

guros del sentido de la vida. E s t a s contradiccio-


nes son constantes. H a s t a se puede decir que nun-
ca h a n sido tan vivas c o m o con respecto a ese
p u n t o en el que la lógica, p o r el contrario, parece
tan deseable. E s un lugar c o m ú n c o m p a r a r las
teorías filosóficas con la conducta de quienes las
profesan. P e r o es necesario decir que, salvo Kiri-
lov, que pertenece a la literatura, Peregrinos, que
1
nace de la l e y e n d a , y Jules Lequier, que nos re-
mite a la hipótesis, ninguno de los pensadores que
n e g a b a n un sentido a la vida, se puso de acuerdo
con su lógica hasta el p u n t o de rechazar la vida.
Se cita con frecuencia, para reírse de él, a Scho-
penhauer, quien elogiaba el suicidio ante una me-
sa bien provista. N o h a y en ello m o t i v o p a r a bur-
las. E s t a manera de n o tomarse en serio lo trágico
- n o es tan grave, pero termina j u z g a n d o a quien la
adopta.
A n t e estas contradicciones y estas oscuridades,
¿ h a y que creer, por lo t a n t o , que n o existe rela-
ción alguna entre la opinión que se p u e d a tener de
la v i d a y el acto que se realiza para a b a n d o n a r l a ?
N o exageremos en este sentido. E n el a p e g o de
un h o m b r e a su vida h a y algo más fuerte que t o -
das las miserias del m u n d o . E l juicio del cuerpo
equivale al del espíritu y el cuerpo retrocede ante
el aniquilamiento. Adquirimos la costumbre de vi-
vir a n t e s q u e la d e p e n s a r . En la c a r r e r a q u e n o s

1
H e o í d o hablar de un émulo de Peregrinos, escritor de la pos-
guerra, quien después de haber terminado su primer libro, se suicidó
para llamar la atención sobre su obra. Llamó, en efecto, la atención,
pero se juzgó malo el libro.

\
El mito de Sísifo 21

precipita cada día un p o c o más hacia la muerte, el


cuerpo conserva una delantera irreparable. Final-
mente, lo esencial de esta contradicción reside en
lo que y o llamaría la evasión, p o r q u e es a la vez
menos y más que la diversión en el sentido pasca-
liano. É l juego constante consiste en eludir. L a
evasión típica, la evasión m o r t a l que constituye el
tercer tema de este ensayo, es la esperanza: espe-
ranza de otra vida que h a y que " m e r e c e r " , o en-
g a ñ o de quienes viven n o para la vida misma, si-
n o para alguna g r a n idea que la supera, la subli-
ma, le da un sentido y la traiciona.
T o d o contribuye así a enredar las cosas. N o en
v a n o se ha j u g a d o hasta ahora con las palabras y
se ha fingido creer que negar un sentido a la vida
lleva forzosamente a declarar que n o vale la pena
de vivirla. E n v e r d a d , n o h a y equivalencia forzó- •
sa alguna entre ambos juicios. L o único que h a y
que hacer es n o dejarse desviar por las confusio-
nes, los divorcios y las inconsecuencias que veni-
mos señalando. H a y que apartarlo t o d o e ir direc-
t a m e n t e al v e r d a d e r o problema. E l que se m a t a
considera que la vida n o vale la pena de vivirla:
he aquí una v e r d a d indudable, pero infecunda,
porque es una perogrullada. ¿ P e r o es que este in-
sulto a la existencia, este mentís en que se la hun-
de, procede de que n o tiene sentido? ¿ E s que su
absurdidad exige la evasión mediante la esperanza
o el suicidio ? E s t o es lo que se debe poner en cla-
r o , averiguar e ilustrar, dejando de l a d o t o d o lo
demás. ¿ L o A b s u r d o impone la muerte? E s t e es
el problema al que h a y que dar prioridad sobre
22 Albert Camus

los demás, al m a r g e n de t o d o s los m é t o d o s de


pensamiento y de los juegos del espíritu desintere-
sado. L o s matices, las contradicciones, la psico-
logía que un espíritu " o b j e t i v o " sabe introducir
siempre en t o d o s los problemas, n o tienen cabida
en el análisis de esta pasión. L o único que hace
falta es el pensamiento injusto, es decir lógico. E s -
to n o es fácil. E s fácil siempre ser lógico. P e r o es
casi imposible ser lógico hasta el fin. L o s h o m b r e s
que se m a t a n siguen así hasta el final la pendiente
de su sentimiento. L a reflexión sobre el suicidio
m e proporciona, por lo t a n t o , la ocasión para
plantear el único problema que m e interesa: ¿ h a y
una lógica hasta la m u e r t e ? N o p u e d o saberlo si-
no siguiendo, sin apasionamiento d e s o r d e n a d o , a
la sola luz de la evidencia, el r a z o n a m i e n t o cuyo
origen indico. E s lo que llamo un r a z o n a m i e n t o
absurdo. M u c h o s lo h a n c o m e n z a d o , pero n o sé
todavía si se h a n atenido a él.
C u a n d o Karl Jaspers, revelando la imposibili-
d a d de constituir al m u n d o en u n i d a d , exclama:
" E s t a limitación me lleva a mí mismo, allá d o n d e
ya n o me retiro detrás de un p u n t o de vista objeti-
v o que n o h a g o sino representar, allá d o n d e ni y o
mismo ni la existencia ajena puede ya convertirse
en objeto p a r a m í " , evoca, después de otros mu-
chos, esos lugares desiertos y sin agua en los cua-
les el pensamiento llega a sus confines. Después
de otros muchos, sí, sin duda, ¡pero cuan impa-
cientes por escapar! A esta última vuelta en la que
el pensamiento vacila h a n llegado muchos h o m -
bres, y de los más humildes. Estos renunciaban
El mito de Sísifo 23

entonces a lo más querido que poseían y que era


su vida. O t r o s , príncipes del espíritu, h a n renun­
ciado también, pero a lo que llegaron en su rebe­
lión más pura fue al suicidio de su pensamiento.
E l v e r d a d e r o esfuerzo consiste, por el contrario,
en atenerse a él t a n t o como sea posible y en exa­
minar J e cerca la vegetación barroca de esas ale­
jadas regiones. L a tenacidad y la clarividencia
son espectadores privilegiados de ese juego inhu­
m a n o en el que lo absurdo, la esperanza y la
muerte intercambian sus réplicas. E l espíritu pue­
de entonces analizar las figuras de esta danza, a la
vez elemental y sutil, antes de ilustrarlas y revivir­
las él mismo.
L o s muros absurdos

C o m o las grandes obras, los sentimientos p r o ­


fundos declaran siempre más de lo que dicen
conscientemente. L a constancia de un movimien­
to o de una repulsión en un alma se vuelve a en­
contrar en los hábitos de hacer o de pensar y tiene
consecuencias que el alma misma ignora. L o s
grandes sentimientos pasean consigo su universo,
espléndido o miserable. Iluminan con su pasión
un m u n d o exclusivo en el que vuelven a encontrar
su clima. H a y un universo de la envidia, de la am­
bición, del egoísmo o de la generosidad. U n uni­
verso, es decir, una metafísica y una actitud espiri­
tual. L o que es cierto de los sentimientos ya espe­
cializados lo será t o d a v í a más de las emociones
tan indeterminadas en su base, a la vez tan confu­
sas y tan "ciertas", tan lejanas y tan " p r e s e n t e s "
c o m o pueden ser las que nos produce lo bello o
suscita lo absurdo.
24
El mito de Sísifo 25

L a sensación de absurdo a la vuelta de cual-


quier esquina puede sentirla cualquier h o m b r e .
C o m o tal, en su desnudez desoladora, en su luz
sin brillo, es inasible. P e r o esta dificultad merece
una reflexión. E s probablemente cierto que un
h o m b r e nos sea desconocido para siempre y que
h a y a siempre en él algo irreductible que nos esca-
l e . P e r o prácticamente, conozco a los h o m b r e s y
os reconozco por su conducta, por el conjunto de
sus actos, por las consecuencias que su paso susci-
ta en la vida. D e l mismo m o d o , p u e d o definir
prácticamente, apreciar prácticamente t o d o s esos
sentimientos irracionales que n o podría captar el
análisis; p u e d o reunir la suma de sus consecuen-
cias en el orden de la inteligencia, aprehender y
anotar t o d o s sus aspectos, recordar su universo.
Es cierto que en apariencia n o conoceré mejor a
un actor personalmente por haberlo visto cien ve-
ces. Sin e m b a r g o , si sumo los héroes que h a encar-
n a d o y si digo que le conozco un p o c o más al te-
ner en cuenta el centesimo personaje, se tendrá la
sensación de que h a y en ello una parte de verdad.
Pues esta paradoja aparente es también un apólo-
g o . Tiene una moraleja. Enseña que un h o m b r e se
define t a n t o por sus comedias c o m o por sus im-
pulsos sinceros. Existe en ello un t o n o más bajo
de los sentimientos, inaccesibles en el corazón, pe-
ro que revelan parcialmente los actos que animan
y las actitudes espirituales que suponen. P u e d e ad-
vertirse que así defino un m é t o d o . P e r o se advier-
te también que este m é t o d o es de análisis y n o de
conocimiento. Pues los m é t o d o s implican metafí-
26 Albert Camus

sicas, revelan sin saberlo conclusiones cjue a veces


pretenden n o conocer todavía. Así, las ultimas pá­
ginas de un libro están ya en las primeras. E s ­
te n u d o es inevitable. E l m é t o d o aquí definido
confiesa la sensación de que t o d o v e r d a d e r o
conocimiento es imposible. Sólo p u e d e n enu­
merarse las consecuencias y sólo el clima puede
hacerse sentir.
Quizá p o d a m o s alcanzar el inaprehensible sen­
timiento de lo absurdo en los m u n d o s diferentes
pero fraternos de la inteligencia, del arte de vivir
o del arte simplemente. E l clima del absurdo está
al comienzo. E l final es el universo absurdo y la
actitud espiritual que ilumina al m u n d o con una
luz que le es propia, con el fin de hacer resplande­
cer ese rostro privilegiado e implacable que ella
sabe reconocerle.

T o d a s las grandes acciones y t o d o s los grandes


pensamientos tienen un comienzo irrisorio. Las
grandes obras nacen con frecuencia a la vuelta de
una esquina o en la puerta giratoria de un restau­
rante. L o m i s m o sucede con la absurdidad. E l
m u n d o absurdo más que cualquier o t r o extrae su
nobleza de ese nacimiento miserable. E n ciertas
situaciones responder " n a d a " a una pregunta so­
bre la naturaleza de sus pensamientos puede ser
una finta en un h o m b r e . L o s amantes lo saben
m u y bien. P e r o si esa respuesta es sincera, si tra­
duce ese singular estado del alma en el cual el va­
cío se hace elocuente, en el que la cadena de los
gestos cotidianos se r o m p e , en el cual el corazón
El mito de Sísifb 27

busca en v a n o el eslabón que la reanuda, entonces


es el primer signo de la absurdidad.
Suele suceder que los decorados se derrumben.
Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de ofi-
cina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro h o -
ras de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes,
miércoles, jueves, viernes y s á b a d o con el mismo
ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante
la m a y o r parte def tiempo. P e r o un día surge el
" p o r q u é " y t o d o comienza con esa lasitud teñida
de asombro. " C o m i e n z a " : esto es importante. L a
lasitud está al final de los actos de una vida ma-
quinal, pero inicia al mismo tiempo el movimien-
to de la conciencia. L a despierta y p r o v o c a la
continuación. L a continuación es la vuelta incons-
ciente a la cadena o el despertar definitivo. A l fi-
nal del despertar viene, con el tiempo, la conse-
cuencia: suicidio o restablecimiento. E n sí misma
la lasitud tiene algo de repugnante. D e b o concluir
que es buena, pues t o d o comienza p o r la concien-
cia y n a d a vale sino por ella. Estas observaciones
no tienen n a d a de original. P e r o son evidentes, y
eso basta por algún tiempo, al efectuar un recono-
cimiento somero de los orígenes de lo absurdo.
L a simple " i n q u i e t u d " está en el origen de t o d o .
Asimismo, y durante t o d o s los días de una vi-
da sin brillo, el tiempo nos lleva. P e r o siempre lle-
ga un m o m e n t o en que h a y que llevarlo. V i v i m o s
del porvenir: " m a ñ a n a " , " m á s t a r d e " , " c u a n d o
tengas una posición", " c o n los años comprende-
rás . Estas inconsecuencias son admirables, pues,
al fin y al cabo, se trata de morir. Llega, n o obs-
28 Albert Camus

tante, un día en que el h o m b r e comprueba o dice


que tiene treinta años. Así afirma su juventud. Pe-
ro al mismo tiempo se sitúa con relación al tiem-
p o . O c u p a en él su lugar. Reconoce que se halla
en cierto m o m e n t o de una curva que confiesa te-
ner que recorrer. Pertenece al tiempo, y a través
del h o r r o r que se apodera de él reconoce en aquél
a su peor enemigo. E l m a ñ a n a , anhelaba el m a ñ a -
na, c u a n d o t o d o él debía rechazarlo. E s t a rebe-
1
lión de la carne es lo a b s u r d o .
U n p e l d a ñ o más abajo y nos encontramos con
lo e x t r a ñ o : advertimos que el m u n d o es " e s p e s o " ,
entrevemos hasta qué p u n t o una piedra nos es ex-
traña e irreductible, con qué intensidad puede ne-
garnos la naturaleza, un paisaje. E n el f o n d o de
t o d a belleza yace algo i n h u m a n o , y esas colinas,
la dulzura del cielo, esos dibujos de árboles pier-
den, al cabo de un minuto, el sentido ilusorio con
que los revestíamos y en adelante q u e d a n más le-
janos que un paraíso p e r d i d o . L a hostilidad pri-
mitiva del m u n d o r e m o n t a su curso hasta noso-
tros a través de los milenios. D u r a n t e un s e g u n d o
n o lo c o m p r e n d e m o s , p o r q u e d u r a n t e siglos de él
hemos c o m p r e n d i d o las figuras y los dibujos que
p o n í a m o s previamente, p o r q u e en adelante nos
faltarán las fuerzas para emplear ese artificio. E l
m u n d o se nos escapa p o r q u e vuelve a ser él mis-
mo. Esas apariencias enmascaradas p o r la costum-
bre vuelven a ser lo que son. Se alejan de noso-
1
Pero no en el sentido propio. N o se trata de una definición, sino
de una enumeración de los sentimientos que pueden conllevar lo absur-
do. La enumeración completa no agota, sin embargo, lo absurdo.
El mito de Sísifo 29

tros. Así c o m o h a y días en que bajo su rostro fa-


miliar se ve c o m o a una extraña a la mujer a m a d a
desde hace meses o años, así t a m b i é n quizá llegue-
mos a desear hasta lo que nos deja de p r o n t o tan
solos. P e r o todavía n o ha l l e g a a o ese m o m e n t o .
U n a sola cosa: este espesor y esta extrañeza del
m u n d o es lo absurdo.
T a m b i é n los hombres segregan lo i n h u m a n o .
E n ciertas horas de lucidez, el aspecto mecánico
de sus gestos, su p a n t o m i m a carente de sentido
vuelven estúpido cuanto les rodea. U n h o m b r e
habla por teléfono detrás de un tabique de v i d r i o ;
no se le oye, pero se ve su mímica sin sentido:
uno se pregunta por qué vive. Este malestar ante
la i n h u m a n i d a d del h o m b r e mismo, esta caída in-
calculable ante la imagen de lo que somos, esta
" n á u s e a " , c o m o la llama un autor de nuestros
días, es también lo absurdo. E l extraño que, en
ciertos segundos, viene a nuestro encuentro en un
espejo; el h e r m a n o familiar y, sin e m b a r g o , in-
quietante que volvemos a encontrar en nuestras
propias fotografías, son también lo absurdo.
L l e g o , por fin, a la muerte y al sentimiento que
tenemos de ella. T o d o está dicho sobre este p u n t o
y lo decente es n o incurrir en lo patético. Sin em-
b a r g o , nunca se asombrará demasiado ante el he-
cho de qiie t o d o el m u n d o viva c o m o si nadie " l o
supiese' . E s que, en realidad, n o h a y una expe-
riencia de la muerte. E n el sentido p r o p i o , n o es
experimentado sino lo que ha sido v i v i d o y hecho
consciente. Aquí lo más que puede hacerse es ha-
blar de la experiencia de la muerte ajena. E s un
30 Albert Camus

sucedáneo, una opinión que nunca nos convence


del t o d o . E s t e convencionalismo melancólico n o
puede ser persuasivo. E l h o r r o r procede en reali-
d a d del l a d o m a t e m á t i c o del acontecimiento. Si el
tiempo nos espanta es p o r q u e da la demostración;
la solución viene luego. T o d o s los grandes discur-
sos sobre el alma van a recibir aquí, p o r lo menos
d u r a n t e un tiempo, la prueba del nueve de su con-
trario. D e cuerpo inerte en el que ya n o deja hue-
lla una bofetada, ha desaparecido el alma. Ese la-
d o elemental y definitivo de la aventura constitu-
ye el contenido de la sensación absurda. Bajo la
iluminación m o r t a l de ese destino aparece la inuti-
lidad. N i n g u n a moral ni esfuerzo alguno pueden
justificarse a priori ante las sangrientas matemáti-
cas que o r d e n a n nuestra condición.
R e p i t o que t o d o esto ha sido dicho y redicho.
M e limito aquí a hacer una clasificación rápida y
a indicar estos temas evidentes. Circulan a través
de t o d a s las literaturas y t o d a s las filosofías. L a
conversación cotidiana se nutre de ellos. N o se
t r a t a de volver a inventarlos. P e r o h a y que asegu-
rarse de estas evidencias para p o d e r interrogarse
luego sobre la cuestión primordial. L o que m e in-
teresa, quiero repetirlo, n o son t a n t o los descubri-
mientos absurdos c o m o sus consecuencias. Si se
está seguro de estos hechos, ¿qué h a y que deducir
de ellos, hasta d ó n d e h a y que ir para n o estudiar
n a d a ? ¿ H a b r á que morir voluntariamente o espe-
rar a pesar de t o d o ? A n t e s es necesario realizar el
m i s m o recuento r á p i d o en el p l a n o de la inteli-
gencia.
El mito de Sísifo 31

L a primera operación de la m e n t e consiste en


distinguir lo que es cierto de lo que es falso. Sin
embargo, en cuanto el pensamiento reflexiona so­
bre sí mismo lo primero que descubre es una con­
tradicción. A este respecto es inútil esforzarse por
ser convincente. D e s d e hace siglos nadie ha d a d o
de este asunto una demostración más clara y ele­
gante que Aristóteles: " L a consecuencia, con fre­
cuencia ridiculizada, de estas opiniones es que se
destruyen a sí mismas. Pues al afirmar que t o d o es
cierto afirmamos la verdad de la afirmación opues­
ta y, por consiguiente, la falsedad de nuestra pro­
pia tesis (pues la afirmación opuesta n o admite
que ella pueda ser cierta). Y si se dice que t o d o es
falso esta afirmación resulta también falsa. Si se
declara que sólo es falsa la afirmación opuesta a la
nuestra, o bien que sólo la nuestra es falsa, se está,
no obstante, obligado a admitir un n ú m e r o infini­
to de juicios v e r d a d e r o s o falsos. Pues quien emite
una afirmación cierta declara al mismo tiempo
que es cierta, y así sucesivamente hasta el infi­
nito".
Este círculo vicioso no es sino el primero de
una serie en la cual la mente que se inclina sobre sí
misma se pierde en un remolino vertiginoso. L a
simplicidad misma de estas paradojas hace que
sean irreductibles. Cualesquiera que sean los jue­
gos de palabras y las acrobacias de la lógica, com­
prender es, ante t o d o , unificar. E l deseo profundo
del espíritu mismo en sus operaciones más evolu­
cionadas se une al sentimiento inconsciente del
h o m b r e ante su universo: es exigencia de familia-
32 Albert Camus

ridad, apetito de claridad. P a r a un h o m b r e , com­


prender el m u n d o es reducirlo a lo h u m a n o , mar­
carlo con su sello. E l universo del g a t o n o es el
universo del oso h o r m i g u e r o . L a perogrullada
" t o d o pensamiento es a n t r o p o m ó r f i c o " -no tiene
otro sentido. D e l mismo m o d o , el espíritu que
trata de c o m p r e n d e r la realidad n o puede consi­
derarse satisfecho salvo si la reduce a términos de
pensamiento. Si el h o m b r e reconociese que tam­
bién el universo puede a m a r y sufrir, se reconci­
liaría. Si el pensamiento descubriese en los espejos
cambiantes de los fenómenos relaciones eternas
que los pudiesen resumir a sí mismas en un princi­
pio único, se p o d r í a hablar de una dicha del espí­
ritu de la que el mito de los bienaventurados n o
sería sino una imitación ridicula. E s t a nostalgia
de u n i d a d , este apetito de absoluto ilustra el m o ­
vimiento esencial del d r a m a h u m a n o . P e r o que es­
ta nostalgia sea un hecho n o implica que deba ser
satisfecha inmediatamente. Pues si, salvando el
abismo que separa el deseo de la conquista, afir­
m a m o s con P a r m é n i d e s la realidad del U n o (cual­
quiera que sea), caemos en la ridicula contradic­
ción de un espíritu que afirma la u n i d a d total y
prueba con su afirmación misma su propia dife­
rencia y la diversidad que pretendía resolver. E s t e
otro círculo vicioso basta p a r a ahogar nuestras es­
peranzas.
Se trata también de evidencias. V u e l v o a repe­
tir que n o son interesantes en sí mismas, sino por
las consecuencias que se puede sacar de ellas. C o ­
nozco otra evidencia: la que me dice que el h o m -
El mito de Sísifo 33

bre es mortal. P u e d e n contarse, n o obstante, las


personas que h a n sacado de ellas las conclusiones
extremas. E n este ensayo h a y que considerar co-
m o una perpetua referencia el desnivel constante
entre lo que nos imaginamos saber y lo que sabe-
mos realmente, el consentimiento práctico y la ig-
norancia simulada hace que vivamos con ideas
que, si las pusiéramos a prueba v e r d a d e r a m e n t e ,
deberían trastornar t o d a nuestra vida. A n t e esta
contradicción inextricable del espíritu captaremos
plenamente el divorcio que nos separa de nuestras
propias creaciones. M i e n t r a s el espíritu calla en el
m u n d o inmóvil de sus esperanzas, t o d o se refleja
y se ordena en la unidad de su nostalgia. P e r o
apenas hace su primer movimiento, ese m u n d o se
agrieta y se d e r r u m b a : una infinidad de trozos
que lo reflejan se ofrecen al conocimiento. H a y
que desesperar de que p o d a m o s reconstruir algu-
na vez la superficie familiar y tranquila que nos
daría la paz del corazón. Después de tantos siglos
de investigaciones y de tantas abdicaciones de los
pensadores, sabemos que esto es cierto para t o d o
nuestro conocimiento. C o n excepción de los ra-
cionalistas declarados, todos desesperan actual-
mente del v e r d a d e r o conocimiento. Si hubiera
que escribir la única historia significativa del pen-
samiento h u m a n o , habría que hacer la de sus arre-
pentimientos sucesivos y la de sus impotencias.
¿ D e quién y de qué p u e d o decir, en efecto:
" ¡ L o c o n o z c o ! " ? P u e d o sentir mi corazón y juz-
gar que existe. P u e d o tocar este m u n d o y juzgar
también que existe. Ahí termina t o d a mi ciencia y
34 Albert Camus

lo demás es construcción. Pues si t r a t o de captar


ese y o del cual me aseguro, si t r a t o de definirlo y
resumirlo, ya n o es sino agua que corre entre mis
d e d o s . P u e d o dibujar uno a u n o t o d o s los rostros
que t o m a , así c o m o todos los que se le h a n d a d o :
esta educación, este origen, este a r d o r o estos si-
lencios, esta grandeza o esta bajeza. P e r o n o se
suman los rostros. E s t e mismo corazón mío m e
resultará siempre indefinible. E n t r e la certidum-
bre que t e n g o de mi existencia y el c o n t e n i d o que
t r a t o de dar a esta seguridad h a y un foso que nun-
ca será c o l m a d o . Seré siempre extraño a m í mis-
m o . E n psicología, c o m o en lógica, h a y v e r d a d e s ,
p e r o n o v e r d a d . E l "conócete a ti m i s m o " de Só-
crates vale t a n t o c o m o el "sé v i r t u o s o " de nues-
tros confesonarios. Revelan una nostalgia al mis-
mo tiempo que una ignorancia. Son juegos estériles
sobre grandes temas. N o son legítimos sino en la
m e d i d a exacta en que son aproximativos.
H e aquí también unos árboles cuya aspereza
conozco, y un agua que saboreo. E s t o s perfumes
de hierba y de estrellas, la noche, ciertos crepúscu-
los en que el corazón se dilata: ¿ c ó m o negaría y o
este m u n d o cuya potencia y cuyas fuerzas experi-
m e n t o ? Sin e m b a r g o , t o d a la ciencia de esta tierra
n o m e dará n a d a que p u e d a asegurarme que este
m u n d o es mío. M e lo describís y me enseñáis a
clasificarlo. M e enumeráis sus leyes y en mi sed
de saber consiento en que sean ciertas. D e s m o n -
táis su mecanismo y mi esperanza aumenta. E n úl-
t i m o t é r m i n o , me enseñáis que este universo pres-
tigioso y a b i g a r r a d o se reduce al á t o m o y que el
El mito de Sísifo 35

á t o m o mismo se reduce al electrón. T o d o esto es-


tá bien y espero que continuéis. P e r o me habláis
de un invisible sistema planetario en el que los
electrones gravitan alrededor de un núcleo. M e
explicáis este m u n d o con una imagen. Reconozco
entonces que habéis ido a parar a la poesía: n o co-
noceré nunca. ¿ T e n g o tiempo para indignarme
por ello? Ya habéis cambiado de teoría. Así, esta
ciencia que debía enseñármelo t o d o termina en
la hipótesis, esta lucidez naufraga en la metáfora,
esta incertidumbre se resuelve en obra de arte.
¿ Q u é necesidad tenía y o de tantos esfuerzos ? Las
líneas suaves de esas colinas y la m a n o del cre-
púsculo sobre este corazón a g i t a d o me enseñan
m u c h o más. H e vuelto a mi comienzo. C o m p r e n -
do que si bien p u e d o , por medio de la ciencia,
captar los fenómenos y enumerarlos, n o p u e d o
aprehender el m u n d o . C u a n d o h a y a seguido con
el d e d o t o d o su relieve n o sabré mas que ahora. Y
vosotros m e dais a elegir entre una descripción
que es cierta, pero que n o m e enseña n a d a , y unas
hipótesis que pretenden enseñarme, pero que n o
son ciertas. E x t r a ñ o a mí mismo y a este m u n d o ,
a r m a d o únicamente con un pensamiento que se
niega a sí mismo en cuanto afirma, ¿qué condi-
ción es ésta en la que n o p u e d o conseguir la paz
sino n e g á n d o m e a saber y a vivir, en la que el de-
seo de conquista choca con muchos que desafían
sus asaltos? Querer es suscitar las paradojas. T o -
d o está o r d e n a d o para que nazca esa paz empon-
z o ñ a d a que dan la indiferencia, el sueño del cora-
zón o los renunciamientos mortales.
36 Albert Camus

T a m b i é n la inteligencia m e dice, por lo t a n t o ,


a su manera, que este m u n d o es absurdo. E s inútil
que su contraria, la razón ciega, pretenda que to­
d o está claro; y o esperaba pruebas y deseaba que
tuviese razón. M a s a pesar de tantos siglos pre­
suntuosos y por encima de tantos h o m b r e s elo­
cuentes y persuasivos, sé que eso es falso. E n este
plano, por lo menos, n o h a y felicidad si n o p u e d o
saber. Esta razón universal, práctica o moral, este
determinismo, estas categorías que explican t o d o
son c o m o para hacer reír al h o m b r e h o n r a d o . N a ­
da tienen que ver con el espíritu. Niegan su verdad
profunda: que está encadenado. E n este universo
indescifrable y limitado adquiere en adelante un
sentido el destino del h o m b r e . U n a multitud de
elementos irracionales se ha alzado y lo rodea
hasta su fin último. E n su clarividencia recobrada
y ahora concertada se aclara y se precisa el senti­
miento de lo absurdo. Yo decía que el m u n d o es
absurdo y me adelantaba demasiado. T o d o lo que
se p u e d e decir es que este m u n d o , en sí mismo, n o
es razonable. P e r o lo que resulta absurdo es la
confrontación de ese irracional y ese deseo desen­
frenado de claridad cuyo llamamiento resuena en
lo más profundo del h o m b r e . L o absurdo depen­
de t a n t o del h o m b r e c o m o del m u n d o . E s por el
m o m e n t o su único lazo. U n e el u n o al o t r o c o m o
sólo el o d i o puede unir a los seres. E s o es t o d o lo
que p u e d o discernir claramente en este universo
sin m e d i d a d o n d e tiene lugar mi aventura. D e t e n ­
g á m o n o s aquí. Si t e n g o por cierto este absurdo
que rige mis relaciones con la vida, si m e e m p a p o
El mito de Sísifo 37

de este sentimiento que me e m b a r g a ante los es­


pectáculos del m u n d o , de esta clarividencia que
me impone la búsqueda de una ciencia, d e b o sa­
crificar t o d o a estas certidumbres y d e b o mirarlas
de frente para p o d e r mantenerlas. Sobre t o d o , de­
b o ajustar a ellas mi conducta y seguirlas en todas
sus consecuencias. H a b l o aquí de h o n r a d e z , p e r o
quiero saber antes si el pensamiento puede vivir
en estos desiertos.

Sé ya que el pensamiento ha entrado por lo


menos en esos desiertos. H a e n c o n t r a d o en ellos
su pan. H a c o m p r e n d i d o en ellos que hasta aho­
ra se alimentaba con fantasmas. H a d a d o pretex­
to a algunos de los temas más apremiantes de la
reflexión humana.
D e s d e el m o m e n t o en que se le reconoce, el ab­
surdo se convierte en una pasión, en la más desga­
rradora de todas. P e r o t o d a la cuestión consiste
en saber si uno puede vivir con sus pasiones, en
saber si se puede aceptar su ley profunda que es la
de quemar el corazón que al mismo tiempo exal­
tan. N o es, sin e m b a r g o , la cuestión que vamos a
plantear ahora. Está en el centro de esta experien­
cia y ya tendremos tiempo de volver a ella. Exa­
minemos más bien los temas y los impulsos naci­
dos del desierto. Bastará con enumerarlos. A
éstos también los conocen t o d o s en la actualidad.
Siempre ha habido hombres que h a n defendido
los derechos de lo irracional. L a tradición de lo
que se puede llamar el pensamiento humillado
nunca ha dejado de estar viva. Se ha hecho tantas
38 Albert Camus

veces la crítica del racionalismo que parece inne­


cesario volver a hacerla. Sin e m b a r g o , nuestra
época ve el renacimiento de esos sistemas p a r a d ó ­
jicos que se ingenian p a r a hacer que tropiece la ra­
zón c o m o si v e r d a d e r a m e n t e ésta hubiese a n d a d o
siempre con paso seguro. P e r o esto n o es t a n t o
una prueba de la eficacia de la razón c o m o de la
vivacidad de sus esperanzas. E n el plano de la his­
toria, esta constancia de dos actitudes ilustra la
pasión esencial del h o m b r e , d e s g a r r a d o entre su
tendencia hacia la u n i d a d y la visión clara que
puede tener de los muros que lo encierran.
P e r o quizá nunca haya sido más vivo que en
nuestro tiempo el ataque contra la razón. D e s d e el
gran grito de Z a r a t u s t r a : " P o r casualidad, es la
nobleza más vieja del m u n d o . Y o se la he devuel­
to a todas las cosas cuando he dicho que por enci­
ma de ellas ninguna v o l u n t a d eterna q u e r í a " ; des­
de la enfermedad mortal de Kierkegaard, "este
mal que conduce a la muerte sin n a d a después de
1
ella ', se h a n sucedido los temas significativos y
torturantes del pensamiento absurdo. O , por lo
menos, y este matiz es capital, los del pensamien­
to irracional y religioso. D e Jaspers a H e i d e g g e r ,
de K i e r k e g a a r d a C h e s t o v , de los fenomenólogos
a Scheler, en el plano lógico y en el plano moral,
t o d a una familia de espíritus e m p a r e n t a d o s por su
nostalgia, opuestos por sus m é t o d o s o sus fines, se
han d e d i c a d o con afán a cerrar la vía real de la ra­
zón y a volver a encontrar los rectos caminos de
la v e r d a d . D o y por supuesto aquí que esos pensa­
mientos son conocidos y vividos. Cualesquiera
El mito de Sísifo 39

que sean o que h a y a n sido sus ambiciones, t o d o s


han p a r t i d o de este universo indecible en el que
reinan la contradicción, la antinomia, la angustia
o la impotencia. Y justamente los temas que he­
mos venido indicando es lo que tienen en común.
T a m b i é n con respecto a ellos es necesario decir
que lo que importa sobre t o d o son las conclusio­
nes que n a y a n p o d i d o sacar de esos descubrimien­
tos. I m p o r t a t a n t o que habrá que examinarlos por
separado. Pero por el m o m e n t o se trata solamente
de sus descubrimientos y sus experiencias inicia­
les. Se trata únicamente de c o m p r o b a r su concor­
dancia. Si bien sería presuntuoso querer tratar de
sus filosofías, es posible y suficiente, en t o d o caso,
hacer sentir el clima que les es común.
H e i d e g g e r considera fríamente la condición
humana y anuncia que esta existencia está humi­
1
llada. L a única realidad es la "inquietud' en t o d a
la escala de los seres. P a r a el h o m b r e p e r d i d o en
el m u n d o y en sus diversiones, esa inquietud es un
temor breve y fugitivo. P e r o si ese temor adquiere
conciencia de sí mismo se convierte en la angus­
tia, clima perpetuo del h o m b r e lúcido " e n el que
vuelve a encontrarse la existencia". Este profesor
de filosofía escribe sin temblar y en el lenguaje
más abstracto del m u n d o que "el carácter finito y
limitado de la existencia h u m a n a es más primor­
dial que el h o m b r e m i s m o " . Se interesa por K a n t ,
pero es para reconocer el carácter limitado de su
" R a z ó n p u r a " . E s para llegar, al término de sus
análisis, a la conclusión de que "el m u n d o n o pue­
de ya ofrecer n a d a al h o m b r e a n g u s t i a d o " . L a
40 Albert Camus

v e r d a d de esta inquietud le parece de tal m o d o


más i m p o r t a n t e que todas las categorías del razo-
n a m i e n t o , que n o piensa más que en ella y n o ha-
bla sino de ella. E n u m e r a sus rostros: de fastidio
c u a n d o el h o m b r e trivial trata de nivelarla en sí
mismo y de aturdiría; de terror c u a n d o el espíritu
contempla la muerte. T a m p o c o él separa la con-
ciencia de lo absurdo. L a conciencia de la muerte
es el llamamiento de la inquietud y la "existencia
se dirige entonces un llamamiento a sí misma por
medio de la conciencia". E s la v o z misma de la
angustia y exhorta a la existencia a que "se recu-
pere ella misma de su p é r d i d a en el 'se' a n ó n i m o " .
T a m b i é n él opina que n o h a y que dormir y que es
necesario velar hasta la consumación. Se mantiene
en este m u n d o absurdo y señala su carácter pere-
cedero. Busca su camino en medio de estos es-
combros.
Jaspers desespera de t o d a ontología porque
p r e t e n d e que hemos p e r d i d o la " i n g e n u i d a d " . Sa-
be que no p o d e m o s llegar a n a d a que trascienda el
juego mortal de las apariencias. Sabe que el final
del espíritu es el fracaso. Se demora en las aventu-
ras espirituales que nos ofrece la historia y descu-
bre implacablemente el fallo de cada sistema, la
ilusión que lo ha salvado t o d o , la predicación que
n o ha o c u l t a d o nada. E n este m u n d o d e v a s t a d o
d o n d e está d e m o s t r a d a la imposibilidad de cono-
cer, d o n d e la n a d a parece la única realidad y la
desesperación sin recurso la única actitud, trata de
encontrar el hilo de A r i a d n a que lleva a los secre-
tos divinos.
El mito de Sísifo 41

C h e s t o v , por su parte, a lo largo de una obra


de admirable m o n o t o n í a , o r i e n t a d o , sin cesar ha­
cia las mismas verdades, demuestra sin descanso
que el sistema más cerrado, el racionalismo
más universal, termina siempre c h o c a n d o con lo
irracional del pensamiento h u m a n o . N o se le esca­
pa ninguna de las evidencias irónicas, de las con­
tradicciones irrisorias que menosprecian la razón.
U n a sola cosa le interesa y es la excepción, bien
sea de la historia del corazón o del espíritu. A
través de las experiencias dostoievskianas del con­
d e n a d o a muerte, de las aventuras exasperadas del
espíritu nietzscheano, de las imprecaciones de
H a m l e t o de la amarga aristocracia de un Ibsen,
descubre, aclara y magnifica la rebelión h u m a n a
contra lo irremediable. N i e g a sus razones a la ra­
zón y no comienza a dirigir sus pasos con alguna
decisión sino en el centro de ese desierto sin colo­
res en el que todas las certidumbres se h a n con­
vertido en piedras.
Kierkegaard, quizás el más interesante de to­
dos, por lo menos a causa de una parte de su exis­
tencia, hace algo más que descubrir lo a b s u r d o : lo
vive. El h o m b r e que escribe: " E l más seguro de
los mutismos n o consiste en callarse, sino en ha­
blar", se asegura, para comenzar, de que ninguna
v e r d a d es absoluta y no puede hacer satisfactoria
una existencia imposible en sí misma. D o n Juan
del conocimiento, multiplica los seudónimos y las
contradicciones, escribe los Discursos edificantes al
mismo tiempo que ese manual del esplritualismo
cínico que se llama el Diario del seductor. Rechaza
42 Albert Camus

los consuelos, la moral, los principios tranquiliza­


dores. N o procura calmar el dolor de la espina
que siente en el corazón. L o excita, por el contra­
rio y, con la alegría desesperada de un crucificado
c o n t e n t o de serlo, construye pieza a pieza, con lu­
cidez, negación y comedia, una categoría de lo
demoníaco. Este rostro a la vez tierno e irónico,
estas piruetas seguidas de un grito que sale del
f o n d o del alma son el espíritu absurdo mismo en
lucha con una realidad que lo supera. Y la aventu­
ra espiritual que lleva a Kierkegaard a sus queri­
dos escándalos comienza también en el caos de
una experiencia privada de sus decorados y vuelta
a su incoherencia primera.
E n un plano m u y distinto, el del m é t o d o , con
sus exageraciones mismas, Husserl y los fenome­
nólogos restituyen al m u n d o su diversidad y nie­
g a n el p o d e r trascendente de la razón. E l universo
espiritual se enriquece con ellos de una manera in­
calculable. E l pétalo de rosa, el mojón kilométrico
o la m a n o h u m a n a tienen t a n t a importancia c o m o
el amor, el deseo o las leyes de la gravitación.
Pensar n o es ya unificar, hacer familiar la aparien­
cia bajo el rostro de un g r a n principio. Pensar es
aprender de n u e v o a ver, a estar a t e n t o ; es dirigir
la propia conciencia, hacer de cada idea y de cada
imagen, a la m a n e r a de Proust, un lugar privile­
g i a d o . Paradójicamente t o d o está privilegiado.
L o que justifica el pensamiento es su e x t r e m a d a
conciencia. A u n q u e sea más positivo que los de
K i e r k e g a a r d o C h e s t o v , el sistema husserliano, en
su origen, niega, sin e m b a r g o , el m é t o d o clásico
El mito de Sísifo 43

de la razón, decepciona a la esperanza, abre a la


intuición y al corazón t o d a una proliferación de
fenómenos cuya riqueza tiene algo de i n h u m a n o .
Estos caminos llevan a t o d a s las ciencias o a nin-
guna. E s decir, que el medio tiene aquí más im-
portancia que el fin. Se trata-solamente " d e una
actitud p a r a c o n o c e r " y n o de un consuelo. U n a
vez más, por lo menos en el origen.
¡ C ó m o n o advertir el parentesco profundo de
esos p e n s a d o r e s ! ¿ C ó m o n o ver que se reagrupan
alrededor de un lugar privilegiado y a m a r g o don-
de la esperanza ya n o tiene c a b i d a ? Q u i e r o que
me sea explicado t o d o o nada. Y la razón es im-
potente ante ese grito del corazón. E l espíritu des-
p e r t a d o por esta exigencia busca y n o encuentra
sino contradicciones y desatinos. L o que y o n o
c o m p r e n d o carece de razón. E l m u n d o está lleno
de estas irracionalidades. E l m u n d o mismo, cuya
significación única n o c o m p r e n d o , n o es sino una
inmensa irracionalidad. Si se pudiera decir una so-
la vez: "esto está claro", t o d o se salvaría. P e r o es-
tos h o m b r e s proclaman a porfía que n a d a está cla-
ro, que t o d o es caos, que el h o m b r e conserva sola-
mente su clarividencia y el conocimiento preciso
de los muros que lo rodean.
T o d a s estas experiencias concuerdan y se re-
cortan. E l espíritu llegado a los confines debe juz-
gar y elegir sus conclusiones. E n ese p u n t o se si-
túan el suicidio y la respuesta. P e r o quiero inver-
tir el o r d e n de la investigación y partir de la aven-
tura inteligente para volver a los gestos cotidianos.
Las experiencias aquí evocadas h a n nacido en el
44 Albert Camus

desierto que n o h a y que a b a n d o n a r . P o r lo menos


h a y que saber hasta d ó n d e h a n llegado. E n ese
p u n t o de su esfuerzo el h o m b r e se halla ante lo
irracional. Siente en sí mismo su deseo de dicha y
de razón. L o absurdo nace de esta confrontación
entre el llamamiento h u m a n o y el silencio irrazo­
nable del m u n d o . E s t o es lo que n o h a y que olvi­
dar. A esto es a lo que h a y que aferrarse, puesto
que t o d a la consecuencia de una vida puede nacer
de ello. L o irracional, la nostalgia h u m a n a y lo
absurdo que surge de su enfrentamiento son los
tres personajes del drama que debe terminar nece­
sariamente con t o d a la lógica de que es capaz una
existencia.
E l mito de Sísifo
Los dioses habían c o n d e n a d o a Sísifo a subir
sin cesar una roca hasta la cima de una m o n t a ñ a
desde d o n d e la piedra volvía a caer por su p r o p i o
peso. H a b í a n pensado con algún fundamento que
no h a y castigo más terrible que el trabajo inútil y
sin esperanza.
Si se ha de creer a H o m e r o , Sísifo era el más
sabio y prudente de los mortales. N o obstante, se-
gún otra tradición, se inclinaba al oficio de bandi-
do. N o veo en ello contradicción. Difieren las
opiniones sobre los motivos que le llevaron a con-
vertirse en el trabajador inútil de los infiernos. Se
le reprocha, ante t o d o , alguna ligereza con los
dioses. Reveló los secretos de éstos. E g i n a , hija
de A s o p o , fue r a p t a d a por Júpiter. Al p a d r e le
a s o m b r o esa desaparición y se quejó a Sísifo. E s -
te, que conocía el r a p t o , se ofreció a informar so-
bre él a A s o p o con la condición de que diese agua
a la ciudadela de C o r i n t o . Prefirió la bendición
157
158 Albert Camus

del agua a los rayos celestiales. P o r ello le castiga-


ron enviándole al infierno. H o m e r o nos cuenta
también que Sísifo había e n c a d e n a d o a la M u e r t e .
P l u t ó n n o p u d o soportar el espectáculo de su im-
perio desierto y silencioso. E n v i ó al dios de la
guerra, quien liberó a la M u e r t e de las m a n o s de
su vencedor.
Se dice también que Sísifo, c u a n d o estaba a
p u n t o de morir, quiso i m p r u d e n t e m e n t e poner a
prueba el amor de su esposa. L e o r d e n ó que arro-
jara su cuerpo insepulto en medio de la plaza
pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí,
irritado por una obediencia tan contraria al a m o r
h u m a n o , o b t u v o de P l u t ó n el permiso para volver
a la tierra con objeto de castigar a su esposa. P e r o
c u a n d o volvió a ver el rostro de este m u n d o , a
gustar del agua y del sol, de las piedras cálidas y
del mar, y a n o quiso volver a la oscuridad infer-
nal. L o s llamamientos, las iras y las advertencias
n o sirvieron de n a d a . V i v i ó muchos años más an-
te la curva del golfo, la m a r brillante y las sonri-
sas de la tierra. Fue necesario un decreto de los
dioses. M e r c u r i o bajó a la tierra a coger al audaz
p o r el cuello, le a p a r t ó de sus goces y le llevó por
la fuerza a los infiernos, d o n d e estaba y a prepara-
da su roca.
Se ha c o m p r e n d i d o ya que Sísifo es el héroe
absurdo. L o es t a n t o por sus pasiones c o m o por
su t o r m e n t o . Su desprecio de los dioses, su odio a
la muerte y su apasionamiento p o r la vida le valie-
ron ese suplicio indecible en el que t o d o el ser se
dedica a n o acabar n a d a . E s el precio que h a y que
El mito de Sísifo 159

pagar por las pasiones de esta tierra. N o se nos


dice n a d a sobre Sísifo en los infiernos. L o s mitos
están hechos para que la imaginación los anime.
C o n respecto a éste, lo único que se ve es t o d o el
esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enor-
me piedra, hacerla r o d a r y ayudarla a subir una
pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro
crispado, la mejilla p e g a d a a la piedra, la ayuda
de un h o m b r o que recibe la masa cubierta de arci-
lla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos,
la seguridad enteramente h u m a n a de dos manos
llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, me-
dido por el espacio sin cielo y el tiempo sin pro-
fundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces
cómo la piedra desciende en algunos instantes ha-
cia ese m u n d o inferior desde el que h a b r á de vol-
ver a subirla hasta las cimas, y baja de n u e v o a la
llanura.
Sísifo m e interesa durante ese regreso, esa pau-
sa. U n rostro que sufre tan cerca de las piedras es
ya él mismo piedra. V e o a ese h o m b r e volver a
bajar con paso lento pero igual hacia el t o r m e n t o
cuyo fin n o conocerá jamás. E s t a hora que es co-
m o una respiración y que vuelve tan seguramente
como su desdicha, es la hora de la conciencia. E n
cada u n o de los instantes en que a b a n d o n a las ci-
mas y se h u n d e poco a p o c o en las guaridas de los
dioses, es superior a su destino. E s más fuerte que
su roca.
Si este mito es trágico lo es porque su p r o t a g o -
nista tiene conciencia. ¿ E n qué consistiría, en
efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la es-
160 Albert Camus

peranza de conseguir su p r o p ó s i t o ? E l o b r e r o ac­


tual trabaja durante t o d o s los días de su vida en
las mismas tareas y ese destino n o es menos absur­
do. P e r o n o es trágico sino en los raros m o m e n t o s
en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los
dioses, impotente y rebelde, conoce t o d a la m a g ­
nitud de su miserable condición: en ella piensa
durante su descenso. L a clarividencia que debía
constituir su t o r m e n t o consuma al mismo tiempo
su victoria. N o h a y destino que n o se venza con el
desprecio.

P o r lo t a n t o , si el descenso se hace algunos


días con dolor, puede hacerse también con ale­
gría. E s t a palabra n o está de más. Sigo imaginán­
d o m e a Sísifo v o l v i e n d o hacia su roca, y el dolor
estaba al comienzo. C u a n d o las imágenes de la
tierra se aferran demasiado fuertemente al recuer­
do, c u a n d o el llamamiento de la felicidad se hace
demasiado apremiante, sucede que la tristeza sur­
ge en el corazón del h o m b r e : es la victoria de la
roca, la roca misma. L a inmensa angustia es de­
m a s i a d o pesada para p o d e r sobrellevarla. Son
nuestras noches de G e t s e m a n í . P e r o las verdades
aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, E d i -
p o obedece p r i m e r a m e n t e al destino sin saberlo,
pero su tragedia comienza en el m o m e n t o en que
sabe. P e r o en el m i s m o instante, ciego y desespe­
r a d o , reconoce que el único vínculo que le une al
m u n d o es la m a n o fresca de una muchacha. E n ­
tonces resuena una frase desmesurada: " A pesar
de tantas pruebas, mi a v a n z a d a e d a d y la g r a n d e -
El mito de Sísifo 161

za de mi alma me hacen juzgar que t o d o está


bien". E l E d i p o de Sófocles, c o m o el Kirilov de
Dostoievski, da así la fórmula de la victoria ab-
surda. L a sabiduría antigua coincide con el he-
roísmo m o d e r n o .
N o se descubre lo absurdo sin sentirse t e n t a d o
a escribir algún manual de la felicidad. "¡ E h , có-
m o ! ¿ P o r caminos tan estrechos...?" P e r o n o h a y
más que un m u n d o . L a felicidad y lo absurdo son
dos hijos de la misma tierra. Son inseparables.
Sería un error decir que la dicha nace forzosamen-
te del descubrimiento absurdo. Sucede también
cjue la sensación de lo absurdo nace de la dicha.
1
Juzgo que t o d o está bien", dice E d i p o , y esta
>alabra es sagrada. Resuena en el universo feroz y
fimitado del h o m b r e . Enseña que t o d o n o es ni h a
sido a g o t a d o . Expulsa de este m u n d o a un dios
que había e n t r a d o en él con la insatisfacción y la
afición a los dolores inútiles. H a c e del destino un
asunto h u m a n o , que debe ser arreglado entre los
hombres.
T o d a la alegría silenciosa de Sísifo consiste en
eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa.
D e l mismo m o d o , el h o m b r e absurdo, c u a n d o
contempla su t o r m e n t o , hace callar a t o d o s los
ídolos. E n el universo súbitamente devuelto a su si-
lencio se elevan las mil voceátas maravilladas de la
tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, in-
vitaciones de t o d o s los rostros constituyen el re-
verso necesario y el premio de la victoria. N o h a y
sol sin sombra y es necesario conocer la noche. E l
h o m b r e absurdo dice " s í " y su esfuerzo n o termi-
162 Albert Camus

nará nunca. Si h a y un destino personal, n o h a y un


destino superior, o, p o r lo menos, n o h a y más que
uno al que juzga fatal y despreciable. P o r lo de-
más, sabe que es dueño de sus días. E n ese instan-
te sutil en que el h o m b r e vuelve sobre su vida, co-
m o Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro,
contempla esa serie de actos desvinculados que se
convierte en su destino, creado por él, u n i d o bajo
la m i r a d a de su m e m o r i a y p r o n t o sellado por su
muerte. Así, persuadido del origen enteramente
h u m a n o de t o d o lo que es h u m a n o , ciego que de-
sea ver y que sabe que la noche n o tiene fin, está
siempre en marcha. L a roca sigue r o d a n d o .
D e j o a Sísifo al p i e d e la m o n t a ñ a . Se v u e l v e a
encontrar siempre su carga. P e r o Sísifo enseña la
fidelidad superior que niega a los dioses y levanta
las rocas. E l también juzga que t o d o está bien.
E s t e universo en adelante sin a m o n o le parece
estéril ni fútil. C a d a u n o de los granos de esta pie-
dra, cada fragmento mineral de esta m o n t a ñ a lle-
na de oscuridad, forma por sí solo un m u n d o . E l
esfuerzo m i s m o p a r a llegar a las cimas basta para
llenar un corazón de h o m b r e . H a y que imaginarse
a Sísifo dichoso.
esperanza y lo absurdo
la obra de Franz Kafka
T o d o el arte de Kafka consiste en obligar al
lector a releer. Sus desenlaces, o la ausencia de de­
senlaces, sugieren explicaciones, pero que n o se re­
velan claramente y que exigen, para que parezcan
fundadas, una nueva lectura del relato desde o t r o
ángulo. A veces h a y una doble posibilidad de in­
terpretación, de d o n d e surge la necesidad de dos
lecturas. E s o es lo que buscaba el autor. P e r o sería
un error querer interpretar t o d o detalladamente
en Kafka. U n símbolo está siempre en lo general,
y, por precisa que sea su traducción, un artista no
puede restituirle sino el m o v i m i e n t o : n o h a y tra­
ducción literal. P o r lo demás, n a d a es más difícil
de entender que una obra simbólica. U n símbolo
supera siempre a quien lo emplea y le hace decir
en realidad más de lo que cree expresar. A este
respecto, el m e d i o más seguro de captarlo consiste
en n o provocarlo, en leer la obra con un espíritu
n o prevenido y en n o buscar sus corrientes secre-
165
166 Albert Camus

tas. E n c u a n t o a Kafka en particular, está bien


consentir en su juego, y acercarse al d r a m a p o r la
apariencia y a la novela por la forma.
A primera vista, y para un lector d e s a p e g a d o ,
se trata de aventuras inquietantes que arrastran a
personajes temblorosos y obstinados en la persecu-
ción de problemas que n o formulan nunca. E n El
proceso es acusado José K... P e r o n o sabe de qué.
Quiere, sin duda, defenderse, p e r o ignora p o r
qué. L o s a b o g a d o s encuentran difícil su causa.
E n t r e t a n t o , n o deja de amar, de alimentarse o de
leer su diario. L u e g o le juzgan, pero la sala del tri-
bunal está m u y oscura y n o c o m p r e n d e g r a n cosa.
Supone únicamente que lo c o n d e n a n , pero apenas
se pregunta a qué. A veces d u d a de ello y también
sigue viviendo. M u c h o tiempo después, dos seño-
res bien vestidos y corteses v a n a buscarle y le in-
vitan a que les siga. C o n la m a y o r cortesía le lle-
v a n a un arrabal desesperado, le p o n e n la cabeza
sobre una piedra y lo degüellan. Antes de morir,
el c o n d e n a d o dice solamente: " C o m o un p e r r o " .
E s difícil, c o m o se ve, hablar de símbolo en un
relato en el que la calidad más sensible es, precisa-
m e n t e , lo natural. P e r o lo natural es una categoría
difícil de comprender. H a y obras en las cuales el
acontecimiento parece natural al lector. P e r o h a y
otras (más raras, es cierto) en las que es el perso-
naje quien encuentra natural lo que le sucede. E n
virtud de una p a r a d o j a singular p e r o evidente,
cuanto más extraordinarias sean las aventuras del
personaje t a n t o más sensible se h a r á la naturali-
d a d del relato; está en p r o p o r c i ó n con la diferen-
El mito de Sísifo 167

cía que se puede sentir entre la rareza de una vida


de h o m b r e y la sencillez con que ese h o m b r e la
acepta. Parece que Kafka tiene esa naturalidad.
Y, justamente, se advierte bien lo que quiere decir
El proceso. Se ha h a b l a d o de una imagen de la
condición h u m a n a . Sin duda. P e r o se trata de al­
go a la vez más sencillo y más complicado. Quie­
ro decir que el sentido de la novela es más parti­
cular y mas personal de Kafka. E n cierta m e d i d a ,
es él quien Habla, si bien nos confiesa a nosotros.
V i v e y le condenan. Se entera de ello en las pri­
meras páginas de la novela que él vive en este
m u n d o , y aunque trata de remediarlo, lo hace, n o
obstante, sin sorpresa. N u n c a se asombrará bas­
tante de esa falta de asombro. E n estas contradic­
ciones se reconocen los primeros signos de la obra
absurda. E l espíritu proyecta en l o concreto su
tragedia espiritual. Y n o puede hacerlo sino me­
diante una paradoja perpetua que da a los colores
el p o d e r de expresar el vacío y a los gestos co­
tidianos la fuerza p a r a traducir las ambiciones
eternas.

Del mismo modo, El castillo es, quizás, una teo­


logía en acción, pero también y ante t o d o la aven­
tura individual de un alma en busca de su gracia,
de un h o m b r e que reclama a los objetos de este
m u n d o su secreto real y a las mujeres los signos
del dios que duerme en ellas. La Metamorfosis, a
su vez, simboliza ciertamente la horrible imagine­
ría de una ética de la lucidez. Pero es también el
p r o d u c t o de ese incalculable a s o m b r o que experi-
168 Albert Camus

m e n t a el h o m b r e al sentir la bestia en la que se


convierte sin esfuerzo. E l secreto de Kafka reside
en esta a m b i g ü e d a d fundamental. Estas oscilacio­
nes perpetuas entre lo natural y lo extraordinario,
el individuo y lo universal, lo trágico y lo cotidia­
n o , lo absurdo y lo lógico, vuelven a encontrarse
en t o d a su obra y le d a n a su vez su resonancia y
su significación. H a y que enumerar estas p a r a d o ­
jas y reforzar estas contradicciones p a r a compren­
der la obra absurda.
E n efecto, un símbolo supone dos planos, dos
m u n d o s de ideas y de sensaciones, y un dicciona­
rio de correspondencia entre uno y o t r o . Ese léxi­
co es el más difícil de establecer. P e r o t o m a r con­
ciencia de los dos m u n d o s puestos en presencia es
ponerse en el camino de sus relaciones secretas.
E n Kafka esos dos m u n d o s son el de la vida coti­
diana, p o r u n a parte, y el de la inquietud sobrena­
1
tural, p o r la o t r a . Se asiste aquí, al parecer, a una
interminable explotación de la frase de N i e t z s c h e :
" L o s grandes problemas están en la calle".
H a y en la condición h u m a n a , y éste es el lugar
común de todas las literaturas, una absurdidad
fundamental al m i s m o tiempo que una grandeza
implacable. Las dos coinciden, c o m o es natural.
A m b a s se configuran, repitámoslo, en el divorcio
ridículo que separa a nuestras intemperancias de
1
H a y que advertir que de una manera igualmente legítima se pue­
den interpretar las obras de Kafka en el sentido de una crítica social
(por ejemplo, en El proceso). Es probable, además, que no haya que
elegir. Las dos interpretaciones son buenas. E n términos absurdos,
como hemos visto, la rebelión contra los hombres se dirige también a
D i o s . Las grandes revoluciones son siempre metafísicas.
El mito de Sísifo 169

alma de los goces perecederos del cuerpo. L o ab-.


surdo es que sea el alma de ese cuerpo quien le so-
brepase t a n desmesuradamente. Q u i e n quiera sim-
bolizar esa absurdidad tendrá que darle vida me-
diante un juego de contrastes paralelos. P o r eso
Kafka expresa la tragedia mediante lo cotidiano y
lo absurdo mediante lo lógico.
U n actor da más fuerza a un personaje trágico
si se abstiene de exagerarlo. Si es mesurado, el h o -
rror que él cause será desmesurado. L a tragedia
griega a b u n d a en enseñanzas a este respecto. E n
una obra trágica el destino se hace siempre sentir
mejor bajo los rostros de la lógica y de lo natural.
E l destino de E d i p o es anunciado de antemano.
Se ha decidido sobrenaturalmente que cometa el
asesinato y el incesto. T o d o el esfuerzo del d r a m a
consiste en mostrar el sistema lógico que, de de-
ducción en deducción, va a consumar la desgracia
del protagonista. E l anuncio de ese destino inusi-
t a d o apenas es horrible por sí solo, porque es in-
verosímil. P e r o si se nos demuestra su necesidad
en el m a r c o de la vida cotidiana, la sociedad, el
E s t a d o , la emoción familiar, entonces el h o r r o r se
consagra. E n esta rebelión que sacude al h o m b r e
y le hace decir: " E s o n o es posible", h a y ya la
certidumbre desesperada de que " e s o " es posible.
T a l es t o d o el secreto de la tragedia griega o,
por lo menos, u n o de sus aspectos. Pues h a y o t r o
que, mediante un m é t o d o inverso, nos permitiría
comprender mejor a Kafka. E l corazón h u m a n o
tiene una fastidiosa tendencia a llamar destino so-
lamente a lo que lo aplasta. P e r o también la felici-
170 Albert Camus

d a d , a su manera, carece de razón, pues es inevita-


ble. Sin e m b a r g o , el h o m b r e m o d e r n o se atribuye
su mérito, c u a n d o n o la desconoce. H a b r í a mu-
cho que decir, por el contrario, sobre los destinos
privilegiados de la tragedia griega y los favoritos
de la leyenda que, c o m o Ulises, en medio de las
peores aventuras, se encuentran salvados de ellos
mismos.
L o que se debe retener, en t o d o caso, es esta
complicidad secreta que a lo trágico une lo lógico
y lo cotidiano. P o r eso Samsa, el protagonista de
La metamorfosis, es un viajante de comercio. P o r
eso lo único que le preocupa en la singular aventu-
ra que lo convierte en una araña es que a su pa-
t r ó n le causará descontento su ausencia. L e crecen
patas y antenas, su espinazo se arquea, su vientre
se llena de puntos blancos, y n o diré que eso n o le
asombre, pues fallaría el efecto, pero sólo le causa
un "ligero fastidio". T o d o el arte de Kafka está
en este matiz. E n su obra central, El castillo, son
los detalles de la vida cotidiana los que vuelven a
ganar terreno y, n o obstante, en esta extraña n o -
vela en la que n a d a termina y t o d o recomienza, se
simboliza la aventura esencial de un alma en bus-
ca de su gracia. Esta traducción del problema en
el acto, esta coincidencia de lo general y lo parti-
cular, se manifiesta también en los pequeños arti-
ficios propios de t o d o gran creador. E n El pro-
ceso, el protagonista se habría p o d i d o llamar
Schmidt o F r a n z Kafka. P e r o se llama José K...
N o es Kafka y es, n o obstante, él. E s un europeo
medio. E s c o m o t o d o el m u n d o . P e r o es también
El mito de Sísifo 171

la entidad K. que plantea la x de esta ecuación


carnal.
D e l mismo m o d o , si Kafka quiere expresar lo
absurdo, se sirve de la coherencia. E s conocido el
chiste del loco que pescaba en una b a ñ e r a ; un mé-
dico que tenía cierta idea de los tratamientos psi-
quiátricos, le p r e g u n t ó : " ¿ Y si mordiesen?...' , y
el loco le respondió con rigor: " P e r o , imbécil,
¿ n o ves que es una b a ñ e r a ? ' . E s t e chiste es del
género b a r r o c o . P e r o se advierte en él de una ma-
nera sensible cuan ligado está el efecto absurdo a
un exceso de lógica. E l m u n d o de Kafka es, en
v e r d a d , un universo inefable en el que el h o m b r e
se permite el lujo torturante de pescar en una ba-
ñera sabiendo que n o saldrá n a d a de ella.
Reconozco, por lo t a n t o , en esto una obra ab-
surda en sus principios. E n cuanto a El proceso,
por ejemplo, p u e d o decir que el l o g r o es total. L a
carne triunfa. N a d a falta en él, ni la rebelión inex-
presada (precisamente es ella la que escribe), ni la
desesperación lúcida y m u d a (es ella la que crea),
ni esa sorprendente libertad a e proceder que los
personajes de la novela respiran hasta la muerte
final.

Sin e m b a r g o , este m u n d o n o es t a n cerrado co-


m o parece. E n este universo sin progreso va a in-
trocfucir Kafka la esperanza bajo una forma singu-
lar. A este respecto, El proceso y El castillo n o
marchan en el mismo sentido. Se completan. E l
insensible progreso que se puede advertir del uno
al o t r o simboliza una conquista desmesurada en el
172 Albert Camus

o r d e n de la evasión. El proceso plantea un proble-


ma que resuelve El castillo en cierta m e d i d a . E l
primero describe, de acuerdo con un m é t o d o casi
científico y sin conclusión. El segundo, en cierta me-
dida, explica. El proceso diagnostica y El castillo
imagina un tratamiento. P e r o el remedio que se
p r o p o n e en él n o cura. L o único que hace es que
la enfermedad entre en la vida normal. A y u d a a
aceptarla. E n cierto sentido (pensemos en Kierke-
g a a r d ) la hace querer. E l agrimensor K... n o pue-
de imaginar otra preocupación que la que lo roe.
Aquellos mismos que le r o d e a n se apasionan por
ese vacío y ese dolor que n o tiene n o m b r e , c o m o
si el sufrimiento adquiriese en este caso un rostro
privilegiado. " C ó m o te necesito —le dice Frieda a
K...—, cuan a b a n d o n a d a m e siento, desde que te
conozco, c u a n d o n o estás a mi l a d o . " E s t e reme-
dio sutil que nos hace amar lo que nos aplasta y
que hace que nazca la esperanza en un m u n d o sin
salida, este " s a l t o " brusco m e d i a n t e el cual t o d o
cambia, es el secreto de la revolución existencial y
de El castillo mismo.
P o c a s obras son más rigurosas en su desarrollo
que El castillo. A K... le n o m b r a n agrimensor del
castillo y llega a la aldea. P e r o desde la aldea es
imposible comunicarse con el castillo. D u r a n t e
centenares de páginas se obstinará K... en encon-
trar su camino, h a r á t o d a s las diligencias posibles,
empleará astucias, a n d a r á con rodeos, n o se enfa-
dará nunca y, con una fe desconcertante, se empe-
ñará en ejercer la función que se le ha confiado.
C a d a capítulo es un fracaso. Y también una rea-
El mito de Sísifo 173

nudación. N o es lógica, sino perseverancia. L a


amplitud de esta obstinación constituye lo trágico
de la obra. C u a n d o K... telefonea al castillo oye
voces confusas y mezcladas, risas vagas, llama-
mientos lejanos. E s o basta para alimentar su espe-
ranza, c o m o esos signos que aparecen en los cielos
de estío, o esas promesas del anochecer que cons-
tituyen nuestra razón de vivir. A q u í se encuentra
el secreto de la melancolía particular de Kafka. E s
la misma, en v e r d a d , que se respira en la obra de
Proust o en el paisaje p l o t i n i a n o : la nostalgia de
los paraísos perdidos. ' M e p o n g o m u y triste —di-
ce Olga— c u a n d o B a r n a b é m e dice por la m a ñ a n a
que va al castillo: ese trayecto probablemente
inútil, ese día probablemente p e r d i d o , esa espe-
ranza probablemente v a n a . " Este " p r o b a b l e m e n -
t e " es el matiz sobre el cual Kafka hace girar t o d a
su obra. M a s a pesar de t o d o , la búsqueda de lo
eterno es en ella meticulosa. Y esos autómatas ins-
pirados que son los personajes de Kafka nos d a n
la imagen de lo que seríamos nosotros privados
1
de nuestras diversiones y entregados por comple-
to a las humillaciones de lo divino.
E n El castillo se convierte en una ética esta su-
misión a lo cotidiano. L a g r a n esperanza de K...
es conseguir que el castillo le adopte. C o m o n o
puede conseguirlo solo, se esfuerza por merecer

1
E n El castillo, según parece, las "diversiones", en el sentido pas-
caliano, están representadas por los Ayudantes, que "desvían" a K...
de su preocupación. Si Frieda termina siendo la querida de uno de los
ayudantes, es porque prefiere la apariencia a la verdad, la vida de to-
dos los días a la angustia compartida.
174 Albert Camus

esa gracia haciéndose habitante de la aldea y per-


d i e n d o esa cualidad de forastero que t o d o s le ha-
cen sentir. L o que quiere es un oficio, un h o g a r ,
una vida de h o m b r e n o r m a l y sano. Y a n o puede
soportar más su locura. Quiere ser razonable. D e -
sea librarse de la maldición particular que le hace
extraño a la aldea. E l episodio de Frieda a este
respecto es significativo. Si esta mujer que ha co-
nocido a u n o de los funcionarios del castillo se ha-
ce su querida es a causa de su p a s a d o . T o m a de
ella algo que le supera, al mismo tiempo que tiene
conciencia de lo que le hace para siempre indigna
del castillo. U n o recuerda a este respecto el amor
singular de Kierkegaard p o r Regina Olsen. E n
ciertos h o m b r e s , el fuego de eternidad que los de-
vora es lo bastante g r a n d e c o m o p a r a que quemen
en él el corazón m i s m o de quienes los rodean. E l
funesto error que consiste en dar a D i o s lo que n o
es de D i o s es también el tema de este episodio de
El castillo. P e r o parecería que para Kafka n o fue-
ra un error. E s una doctrina y un " s a l t o " . N o h a y
n a d a que n o sea de D i o s .
M á s significativo aún es el h e c h o de que el
agrimensor se separe de Frieda para acercarse a
las h e r m a n a s B a r n a b é . Pues la familia B a r n a b é es
la única de la aldea que está completamente aban-
d o n a d a p o r el castillo y por la aldea misma. A m a -
lia, la h e r m a n a m a y o r , ha r e c h a z a d o las proposi-
ciones vergonzosas de u n o de los funcionarios del
castillo. L a maldición inmoral que ha seguido la
ha apartado para siempre del amor de Dios. Ser in-
capaz de perder el h o n o r por D i o s es hacerse in-
El mito de Sísifo 175

digna de su gracia. Se reconoce un t e m a familiar


de la filosofía existencial: la v e r d a d contraría a la
moral. Aquí las cosas v a n lejos, pues el camino
que recorre el protagonista de Kafka, el cjue va de
Frieda a las hermanas B a r n a b é , es el mismo que
va del amor confiado a la deificación de lo absur­
d o . T a m b i é n en esto el pensamiento de Kafka
coincide con el de Kierkegaard. N o es sorpren­
dente que "el relato B a r n a b é " se sitúe al final del
libro. L a última tentativa del agrimensor consiste
en volver a encontrar a D i o s a través de lo que
lo niega, en reconocerlo, n o de acuerdo con nues­
tras categorías de b o n d a d y belleza, sino detrás
de los rostros vacíos y horribles de su indiferen­
cia, de su injusticia y de su odio. Ese forastero
que pide al castillo que le a d o p t e , se encuentra al
final de su viaje un p o c o más desterrado, pues es­
ta vez es infiel a sí mismo y a b a n d o n a la moral, la
lógica y las verdades del espíritu para tratar de
entrar, con la única riqueza de su esperanza insen­
1
sata, en el desierto de la gracia d i v i n a .
L a palabra esperanza n o es ridicula en este ca­
so. P o r el contrario, cuanto más trágica es la si­
tuación de que informa Kafka t a n t o más rígida y
provocativa se hace esa esperanza. C u a n t o más
v e r d a d e r a m e n t e absurdo es El proceso t a n t o más
c o n m o v e d o r e ilegítimo parece el " s a l t o " exalta­
d o de El castillo. P e r o aquí volvemos a encontrar
en estado p u r o la paradoja del pensamiento exis-
1
E s t o n o vale, evidentemente, sino para la versión inconclusa de
El castillo que nos ha dejado Kafka. Pero es dudoso que el escritor
hubiese roto en los últimos capítulos la unidad de t o n o de la novela.
176 Albert Camus

t e n d a l tal c o m o lo expresa, por ejemplo, Kierke-


g a a r d : " S e debe herir m o r t a í m e n t e a la esperanza
terrestre, pues, solamente entonces nos salva la es-
1
peranza v e r d a d e r a " y que se puede traducir así:
' H a y cjue h a b e r escrito El proceso p a r a escribir El
castillo .
L a m a y o r í a de quienes h a n h a b l a d o de Kafka
h a n definido, en efecto, su obra c o m o un grito de-
sesperanzador en el que n o se deja al h o m b r e re-
curso alguno. P e r o esto exige una revisión. H a y
esperanzas y esperanzas. L a o b r a optimista del se-
ñor H e n r i B o r d e a u x m e parece singularmente de-
salentadora. E s que en ella n a d a se permite a los
corazones un p o c o difíciles. E l pensamiento de
M a l r a u x , por el contrario, es siempre tonificador.
P e r o en ambos casos n o se trata de la misma espe-
ranza ni de la misma desesperación. V e o solamen-
te que la obra absurda misma puede conducir a la
infidelidad que quiero evitar. L a obra que n o era
más que una repetición sin alcance de una condi-
ción estéril, una exaltación clarividente de lo pere-
cedero, se convierte aquí en una cuna de ilusiones.
Explica y da una forma a la esperanza. E l creador
ya n o puede separarse de ella. N o es el juego trá-
gico que debía ser. D a un sentido a la vida del
autor.
E s singular, en t o d o caso, que obras de inspira-
ción p r ó x i m a c o m o las de Kafka, K i e r k e g a a r d o
C h e s t o v , las de, p a r a decirlo en pocas palabras,
los novelistas y filósofos existenciales, completa-

1
La Pureza del corazón.
El mito de Sísifo 177

m e n t e orientados hacia lo A b s u r d o y sus conse-


cuencias, desemboquen, a fin de cuentas, en ese
inmenso grito de esperanza.
A b r a z a n al D i o s que las devora. L a esperanza
se introduce p o r m e d i o de la humildad. Pues lo
absurdo de esta existencia les asegura un p o c o
más de la realidad sobrenatural. Si el camino de
esta vida v a a parar a D i o s , h a y , pues, una salida.
Y la perseverancia, la obstinación con que Kierke-
gaard, C h e s t o v y los protagonistas de Kafka repi-
ten sus itinerarios constituyen una garantía singu-
1
lar del p o d e r exaltante de esta c e r t i d u m b r e .
Kafka niega a su dios la grandeza moral, la
evidencia, la b o n d a d , la coherencia, pero es para
arrojarse mejor a sus brazos. L o A b s u r d o es re-
conocido, aceptado, el h o m b r e se resigna a él y
desde ese instante sabemos que n o es ya lo absur-
do. E n los límites de la condición h u m a n a , ¿qué
m a y o r esperanza que la que permite escapar a esa
condición? V e o una vez más que el pensamiento
existencial a este respecto, contra la opinión co-
rriente, está lleno de una esperanza desmesurada,
la misma que, con el cristianismo primitivo y el
anuncio de la buena nueva, sublevó al m u n d o an-
tiguo. P e r o en ese salto que caracteriza a t o d o el
pensamiento existencial, en esa obstinación, en
esa agrimensura de una divinidad sin superficie,
¿ c ó m o n o ver la señal de una lucidez que se nie-

1
El único personaje sin esperanza de El castillo es Amalia. A ella
es a quien el agrimensor se opone con más violencia:
178 Albert Camus

g a ? Se quiere solamente que se trate de un orgullo


que abdica p a r a salvarse. E s e renunciamiento se­
ría fecundo. P e r o lo u n o n a d a tiene que ver con lo
otro. E n mi opinión, n o se disminuye el valor m o ­
ral de la lucidez diciendo que es estéril c o m o t o d o
orgullo. Pues también una v e r d a d , por su defini­
ción misma, es estéril. T o d a s las evidencias lo
son. E n u n m u n d o d o n d e t o d o está d a d o y n a d a
es explicado, la fecundidad de un valor o de una
metafísica es una noción carente de sentido.
E n esto se ve, en t o d o caso, en qué tradición
de pensamiento se inscribe la obra de Kafka. E n
efecto, n o sería inteligente considerar c o m o ri­
gurosa la m a n e r a de proceder que lleva de El pro­
ceso a El castillo. José K... y el agrimensor K...,
1
son solamente los dos polos que atraen a K a f k a .
Y o hablaré c o m o él y diré que su obra n o es p r o ­
bablemente absurda. P e r o que eso n o nos prive de
ver su g r a n d e z a y su universalidad. E s t a s proce­
den de que h a sabido simbolizar con t a n t a ampli­
tud el paso cotidiano de la esperanza a la angustia
y de la sensatez desesperada a la obcecación v o ­
luntaria. Su obra es universal (una obra v e r d a d e ­
r a m e n t e absurda n o es universal) en la m e d i d a en
que en ella se simboliza el rostro c o n m o v e d o r del
h o m b r e que h u y e de la h u m a n i d a d , que saca de

1
Sobre los dos aspectos del pensamiento de Kafka compárense.
En el presidio: "La culpabilidad (entiéndese del hombre) nunca es du­
dosa" y un fragmento de El castillo (relato de M o m u s ) : "La culpabi­
lidad del agrimensor K... es difícil de probar".
El mito de Sísifo 179

sus contradicciones razones para creer, razones


para esperar en sus desesperaciones fecundas, y
que llama vida a su aterrador aprendizaje de la
muerte. E s universal porque tiene una inspiración
religiosa. C o m o en todas las religiones, el h o m b r e
se libera en ella del peso de su propia vida. P e r o
si bien sé esto, si bien p u e d o también admirarla,
sé, asimismo, que n o busco lo universal, sino lo
v e r d a d e r o . A m b o s pueden n o coincidir.
Se entenderá mejor esta manera de ver si digo
que el pensamiento v e r d a d e r a m e n t e desesperante
se define precisamente p o r los criterios opuestos y
que la obra trágica podría ser la que, una vez des­
terrada t o d a esperanza futura, describiera la vida
de un h o m b r e dichoso. C u a n d o más exaltante es
la vida, t a n t o más absurda es la idea de perderla.
Este es, quizás, el secreto de esa aridez soberbia
que se respira en la obra de Nietzsche. E n este or­
den de ideas, Nietzsche parece ser el único artista
que h a y a sacado las consecuencias extremas de
una estética de lo A b s u r d o , pues su último mensa­
je reside en una lucidez estéril y conquistadora y
en una negación obstinada de t o d o consuelo so­
brenatural.
L o que precede habrá b a s t a d o , sin e m b a r g o ,
para p o n e r de manifiesto la importancia capital
de la o b r a de Kafka en el marco de este ensayo.
Ella nos transporta a los confines del pensamiento
h u m a n o . Si se da a la palabra su sentido pleno,
puede decirse que t o d o es esencial en esta obra.
E n t o d o caso, plantea enteramente el problema
de lo absurdo. P o r lo t a n t o , si se quiere comparar
180 Albert Camus

estas conclusiones con nuestras observaciones ini-


ciales, el f o n d o con la forma, el sentido secreto de
El castillo con el arte natural por el que discurre,
la búsqueda apasionada y orgullosa de K... con la
apariencia cotidiana p o r la que camina, se com-
prenderá lo que puede ser su grandeza. Pues si la
nostalgia es la marca de lo h u m a n o , nadie h a da-
d o , quizá, tanta carne y t a n t o relieve a esos fan-
tasmas de la añoranza. P e r o se advertirá, al mis-
m o t i e m p o , cuál es la singular grandeza que exige
la obra absurda y que ésta n o tiene acaso. Si lo
p r o p i o del arte es ligar lo general con lo particu-
lar, la eternidad perecedera de una gota de agua
con los juegos de sus luces, es más natural t o d a v í a
valorar la grandeza del escritor absurdo por la di-
ferencia que sabe introducir entre esos dos mun-
dos. Su secreto consiste en saber encontrar el pun-
to exacto en que se unen, en su m a y o r despropor-
ción.
Y p a r a decir v e r d a d , los corazones puros saben
ver en t o d a s partes ese lugar geométrico del h o m -
bre y de lo i n h u m a n o . Si Fausto y D o n Quijote
son creaciones eminentes del arte, es a causa de
las g r a n d e z a s sin m e d i d a que nos muestran con
sus m a n o s terrenales. Sin e m b a r g o , siempre llega
un m o m e n t o en que el espíritu niega las v e r d a d e s
que p u e d e n tocar sus m a n o s . L l e g a un m o m e n t o
en que la creación n o es t o m a d a y a por lo trágico:
sólo es t o m a d a en serio. E n t o n c e s el h o m b r e se
preocupa p o r la esperanza. P e r o ése n o es asunto
suyo. L o que debe hacer es apartarse del subterfu-
gio. A h o r a bien, es éste con el que vuelvo a en-
El mito de Sísifo 181

contrarme al término del vehemente proceso al


que Kafka trata de someter al universo entero. Su
veredicto increíble absuelve, al fin, a este m u n d o
horrible y t r a s t o r n a d o en el que hasta los mismos
1
topos se empeñan en esperar .

1
L o que acabamos de proponer es, evidentemente, una interpreta-
ción de la obra de Kafka. Pero es justo añadir que nada impide que se
la considere, al margen de toda interpretación, desde el punto de vista
puramente estético. Por ejemplo, B. Groethuysen, en su notable pró-
l o g o a El proceso, se limita, con más prudencia que nosotros, a seguir
en él las imaginaciones dolorosas de lo que él llama, de una manera
sorprendente, un durmiente despierto. El destino, y quizá la grandeza
de esta obra, consiste en que lo ofrece t o d o sin que confirme nada.

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