Marx Ciencia y Revolución Márcio Bilharinho Naves
CAPÍTULO 1
Vida y obra
Los años iniciales
Karl Marx nació en 1818 en Tréveris, una ciudad alemana ubicada en la
región de Renania. Su familia era de origen judío, aunque se convirtió al
protestantismo para evitar las restricciones impuestas a los judíos en ese
entonces. La región donde vivía Marx había sido influenciada por ideas
modernas gracias a un pasado reciente bajo dominio francés, pero tras
volver al control prusiano, muchas reformas se frenaron, y el poder volvió a
concentrarse en manos de la aristocracia feudal.
Marx estudió Derecho primero en Bonn y luego en Berlín, pero su interés
principal fue derivando hacia la filosofía. Finalmente, presentó una tesis
sobre los antiguos filósofos griegos Demócrito y Epicuro, obteniendo el título
de doctor en filosofía.
En los tiempos de la Gaceta Renana
En Berlín, Marx se unió a un grupo de jóvenes filósofos que seguían las
ideas de Hegel, especialmente los más críticos y progresistas. Estos
jóvenes, conocidos como “izquierda hegeliana”, querían reformar el Estado
prusiano, que era autoritario y todavía influido por costumbres feudales.
Marx abandonó su sueño de enseñar en la universidad porque el sistema
era muy cerrado para quienes defendían ideas reformistas. Entonces
comenzó a escribir en un periódico liberal llamado Gaceta Renana, y pronto
se convirtió en su editor principal. En sus artículos, defendía ideas
democráticas y pedía reformas políticas.
Sin embargo, sus opiniones eran demasiado radicales para los dueños del
periódico, que eran burgueses liberales más moderados. Esto, sumado a la
presión del gobierno, llevó a que Marx dejara su puesto, y poco después el
periódico fue cerrado por las autoridades.
Los Anales Franco-Alemanes
Tras dejar la Gaceta Renana, Marx se mudó a París con la intención de
publicar una revista que uniera a pensadores alemanes y franceses. Allí
escribió textos importantes como La cuestión judía y una crítica a la filosofía
del derecho de Hegel. En ese tiempo también redactó los Manuscritos
económico-filosóficos, donde comenzó a tratar la idea de alienación,
influenciado por el filósofo Feuerbach.
En París, Marx rompió con otros pensadores hegelianos que él consideraba
demasiado idealistas y poco conectados con la realidad. Además, empezó a
acercarse a los movimientos de trabajadores franceses y a grupos
comunistas. Su participación en un periódico llamado Vorwärts! hizo que el
gobierno prusiano presionara al francés para que lo expulsara. Así, Marx se
trasladó a Bruselas en 1845.
Materialismo histórico y revolución
En Bruselas, Marx comenzó una colaboración profunda con Friedrich Engels.
Juntos construyeron una nueva forma de pensar la historia, conocida como
materialismo histórico. Según esta perspectiva, los cambios en la sociedad
no vienen principalmente por las ideas, sino por los conflictos entre clases
sociales y las condiciones materiales de vida.
Fundaron un comité de comunicación entre comunistas europeos y
reformaron una organización obrera, la Liga de los Justos, que pasó a
llamarse Liga de los Comunistas. Allí nació la famosa consigna: “Proletarios
de todos los países, ¡uníos!”. También fundaron una sociedad de
trabajadores alemanes en Bruselas para impulsar la lucha obrera.
En ese tiempo, Marx discutía con otras corrientes del movimiento obrero,
como el anarquismo de Proudhon, al que criticó duramente en su obra
Miseria de la filosofía.
En 1848, redactaron juntos el Manifiesto del Partido Comunista, un texto
fundamental para el pensamiento marxista. Ese mismo año estallaron
revoluciones en varios países de Europa. Marx fue expulsado de Bélgica,
pasó por París y regresó a Alemania, donde participó activamente en la
política.
El Capital y la Internacional
Después del fracaso de las revoluciones de 1848 y su expulsión de Alemania
y Francia, Marx se instaló en Londres, donde vivió el resto de su vida.
Durante años trabajó en el desarrollo de su obra más importante: El Capital,
cuyo primer tomo publicó en 1867. Allí analizó con profundidad cómo
funciona el sistema capitalista, cómo se genera la riqueza y cómo se
produce la explotación del trabajo.
A la vez, no dejó de participar en la política. En 1864 ayudó a fundar en
Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores, conocida como la
Primera Internacional, una organización que unió a obreros de varios países.
Marx fue una figura central en su dirección y en la elaboración de sus
documentos.
La Comuna y los últimos años
En 1871, los obreros de París protagonizaron una insurrección histórica
conocida como la Comuna de París, en la que tomaron el poder por un breve
tiempo. Marx apoyó ese movimiento desde Londres y escribió La guerra civil
en Francia, donde reflexionó sobre la importancia de esa experiencia.
La Comuna hizo que Marx repensara algunas de sus ideas sobre el Estado,
concluyendo que no bastaba con tomar el poder estatal burgués, sino que
era necesario destruirlo y construir uno nuevo, basado en la participación
directa del pueblo.
En sus últimos años, Marx siguió escribiendo, aunque su salud fue
empeorando. Los tomos siguientes de El Capital fueron publicados después
de su muerte, con la ayuda de Engels. Marx falleció en Londres el 14 de
marzo de 1883.
Cronología
La cronología ofrece una guía básica de los momentos más importantes en
la vida de Marx. Desde su nacimiento en 1818 y su formación en Derecho y
Filosofía, hasta sus trabajos como periodista, su exilio político, su
participación en revoluciones y organizaciones obreras, y la elaboración de
sus obras más influyentes.
Cada fecha señala un paso más en el camino que lo llevó a desarrollar su
pensamiento crítico sobre el capitalismo y a comprometerse con la lucha
por una sociedad sin clases.
CAPÍTULO 2
Antes del marxismo: los caminos del joven Marx
Liberalismo y derecho natural
En sus primeros años como pensador, Marx estaba fuertemente influido por
la filosofía de Hegel. Junto con otros jóvenes intelectuales de su tiempo,
formaba parte de un grupo llamado la “izquierda hegeliana”, que intentaba
usar las ideas de Hegel para criticar el Estado prusiano, que era muy
autoritario. En esa etapa, Marx confiaba en que la razón podía transformar
la sociedad, y pensaba que si se aplicaban principios racionales, el Estado
podía volverse más justo.
En este contexto, Marx trabajaba con ideas liberales, es decir, ideas que
defendían los derechos individuales, la libertad de expresión, la
participación en la política y la igualdad ante la ley. Él creía que las
instituciones del Estado debían ser reformadas para respetar esos derechos.
Pensaba que los abusos y la opresión se debían a un mal funcionamiento del
Estado, que debía corregirse para ser más racional.
Durante esta etapa, Marx todavía veía la historia como una lucha entre la
razón y lo irracional. Pensaba que, al usar la crítica y el pensamiento
filosófico, se podrían eliminar los errores del sistema político prusiano. En
otras palabras, aún creía que el cambio podía lograrse dentro del marco del
Estado existente, si este se volvía más acorde a los ideales de libertad y
justicia.
La aurora universal de la razón
En esta fase temprana, Marx tenía una fuerte confianza en el poder de la
razón como herramienta para mejorar la sociedad. Pensaba que si todos los
seres humanos podían razonar, entonces era posible construir un mundo
basado en principios universales, como la libertad, la igualdad y la justicia.
Esta idea venía también del pensamiento ilustrado y de las revoluciones
burguesas que habían prometido una sociedad más justa y racional.
Desde esta visión, el problema de la sociedad no era la estructura
económica o las relaciones entre clases, sino la falta de razón en las
instituciones existentes. Por eso, él proponía que la filosofía debía ayudar a
desenmascarar las contradicciones del sistema, para que pudiera superarse.
Este trabajo lo desarrollaba en sus escritos para la prensa y en sus primeros
ensayos filosóficos.
En estos momentos, Marx veía a los ciudadanos como individuos libres e
iguales por naturaleza, y creía que el Estado debía proteger esos derechos.
Pero poco a poco fue descubriendo que esa visión no coincidía con la
realidad. Los derechos, aunque se proclamaban, no se cumplían de la
misma forma para todos, y muchos quedaban excluidos del sistema por
razones económicas y sociales. Este descubrimiento fue empujándolo a
abandonar esa visión idealista y a buscar una explicación más profunda
sobre por qué la libertad y la igualdad no eran reales para la mayoría.
La crítica de las armas y la emancipación humana
Con el tiempo, Marx comprendió que no bastaba con denunciar los errores
del Estado mediante la escritura o el pensamiento filosófico. Se dio cuenta
de que la realidad no cambiaba solo con buenas ideas. Así, empezó a
sostener que la crítica debía pasar de las palabras a la acción. Fue entonces
cuando afirmó que no solo se necesitaban "las armas de la crítica", sino
también "la crítica de las armas". Es decir, la transformación de la sociedad
no podía darse solo con debates teóricos, sino que requería de una lucha
concreta, incluso una lucha revolucionaria, si era necesario.
Esta postura lo llevó a rechazar la idea de que el Estado pudiera reformarse
desde dentro mediante cambios graduales. Empezó a ver que las
estructuras de poder estaban diseñadas para proteger los intereses de una
minoría, y que esas estructuras no iban a ceder fácilmente. Por eso, Marx
comenzó a hablar de una verdadera emancipación humana: una liberación
que no se quedara en la apariencia, sino que eliminara de raíz las
condiciones que hacían posible la explotación y la opresión.
La emancipación que defendía no era solo política, como el derecho al voto
o a participar en el Estado, sino mucho más profunda. Involucraba
transformar las condiciones materiales que hacían que millones de personas
vivieran en la pobreza o sin libertad real. Fue este cambio de mirada lo que
marcó el inicio de un pensamiento más radical y comprometido con la
transformación social.
Alienación y humanismo
Durante esta etapa, Marx fue influenciado por el pensamiento de Ludwig
Feuerbach, quien criticaba la religión diciendo que Dios era una creación
humana. Marx tomó esa idea y la trasladó a otros aspectos de la vida,
especialmente al trabajo y a la economía. Comenzó a hablar de
“alienación”, que es una palabra que describe el estado de estar separado
de uno mismo, de sentirse extraño frente a lo que uno hace.
Marx observó que, en la sociedad capitalista, los trabajadores no eran
dueños de lo que producían ni de las condiciones de su trabajo. El resultado
de su esfuerzo terminaba siendo propiedad de otro, del patrón o capitalista.
Esto generaba una ruptura entre el trabajador y su propia humanidad. No se
realizaba como ser humano pleno, sino que se sentía usado, reducido a una
simple pieza en una máquina de producción.
El humanismo de Marx en esta etapa consistía en pensar que el ser
humano, en su esencia, es un ser libre, creativo y social. Pero las
condiciones de la vida moderna, dominadas por el dinero, la propiedad
privada y el trabajo asalariado, impedían que esa esencia se desarrollara.
Para recuperar la humanidad, decía, era necesario cambiar la forma en que
las personas se relacionaban con el trabajo, con los demás y con los
productos de su esfuerzo.
El trabajo alienado
Este fue uno de los conceptos más importantes que Marx desarrolló en su
juventud. Según él, el trabajo, que debería ser una actividad donde la
persona se expresa y se realiza, se convierte en una experiencia dolorosa y
ajena bajo el capitalismo. El trabajador produce cosas, pero esas cosas no le
pertenecen. Su energía, su tiempo y su capacidad creativa quedan
atrapadas en algo que no controla ni disfruta.
Además, no solo está separado del producto que crea, sino también del
proceso de producción: no decide qué hace, cómo lo hace ni para qué lo
hace. Está sometido a órdenes y a rutinas impuestas desde afuera. Eso lo
convierte en un ser pasivo, que simplemente obedece, repitiendo tareas sin
sentido.
Marx también señala que el trabajo alienado separa a las personas entre sí.
La competencia, el individualismo y la división del trabajo rompen los
vínculos sociales. Así, el ser humano deja de ser un ser solidario y
comunitario, y se vuelve alguien aislado, encerrado en su necesidad de
sobrevivir.
Este análisis fue clave para que Marx comenzara a preguntarse cómo sería
una sociedad en la que el trabajo no fuera una forma de opresión, sino una
forma de realización. Esa inquietud lo llevaría más adelante a desarrollar su
teoría sobre el comunismo como una forma de organización donde el
trabajo no fuera impuesto, sino una actividad libre y colectiva.
CAPÍTULO 3
La constitución del materialismo histórico
La ilusión de Hegel
Marx se dio cuenta de que muchos filósofos de su tiempo, especialmente los
seguidores de Hegel, creían que cambiar las ideas era suficiente para
cambiar la realidad. Pensaban que la raíz de los problemas sociales estaba
en el pensamiento equivocado de las personas. Para ellos, si se corregían
las ideas, entonces el mundo cambiaría. Marx criticó fuertemente esta
manera de ver las cosas. Según él, no basta con cambiar lo que las
personas piensan; hay que transformar las condiciones reales en las que
viven.
Comparó esta visión con la de alguien que cree que las personas se ahogan
porque creen en la gravedad. Marx usó esa ironía para mostrar lo absurdo
que es pensar que solo cambiando lo que está en la mente se puede evitar
el sufrimiento material. Lo que propuso fue dejar de lado esa ilusión y
comenzar a observar cómo realmente funciona la sociedad, con base en
hechos materiales y no solo en pensamientos abstractos.
¿Nuevas respuestas o nuevas preguntas?
Marx entendió que el problema no era solo responder de manera diferente a
las preguntas tradicionales de la filosofía, sino cambiar completamente las
preguntas. Si seguimos pensando con las mismas categorías filosóficas
antiguas, caeremos en los mismos errores. Por eso, propuso abandonar ese
terreno de discusión y construir otro totalmente nuevo, basado en la
observación de la vida concreta de las personas, su trabajo, sus relaciones
sociales y las condiciones materiales en las que existen. En vez de debatir
sobre conceptos como “esencia” o “alma”, decidió centrarse en cómo las
personas producen lo que necesitan para vivir.
La materialidad del proceso histórico
Para Marx, lo más importante es entender que la historia no se mueve por
ideas, sino por cómo las personas producen su vida. Lo que las personas
hacen para conseguir alimento, vivienda, herramientas y demás cosas
necesarias es lo que define la forma de organización de una sociedad. No
son los pensamientos los que explican cómo funciona el mundo, sino las
condiciones materiales de existencia. Así, la historia debe entenderse
observando cómo cambian esas formas de producir, y cómo esos cambios
traen nuevas formas de vida social, política y cultural.
Fuerzas productivas y proceso de alienación
Marx mostró que las personas crean herramientas, máquinas y sistemas
para producir más y mejor, pero con el tiempo esos mismos instrumentos se
vuelven independientes de quienes los crearon. En lugar de servir al ser
humano, acaban dominándolo. Esto ocurre especialmente en las sociedades
capitalistas, donde las herramientas de producción están controladas por
unos pocos (los capitalistas), mientras la mayoría solo puede vender su
fuerza de trabajo. Esa separación genera un sentimiento de extrañeza: el
trabajador ya no se reconoce en lo que produce, y lo que hace le resulta
ajeno. Esa es la alienación. Para eliminarla, es necesario que las personas
vuelvan a apropiarse de las herramientas que usan para trabajar.
Modo de producción y dominación de las fuerzas productivas
Marx explicó que la historia no cambia solo porque alguien lo desea, sino
cuando hay un cambio en las formas de producir. Las máquinas, la
tecnología, las herramientas: todo eso se llama fuerzas productivas. Cuando
esas herramientas cambian, también cambian las relaciones entre las
personas. Por ejemplo, cuando aparece una nueva máquina, puede hacer
que muchos trabajadores pierdan su empleo o que se los controle de una
forma distinta. Pero en esta etapa, Marx todavía daba más importancia al
avance técnico que a la lucha social, cosa que luego matizaría.
Determinación material y superestructura
Marx propuso una forma de entender la sociedad como si fuera un edificio.
En la base están las condiciones materiales: cómo se produce, qué
herramientas se usan, quién controla los recursos. Sobre esa base se
construyen otras cosas como las leyes, la moral, la religión, el arte y la
política. Estas últimas forman la "superestructura". Aunque parezcan
independientes, en realidad están condicionadas por lo que ocurre en la
base. Es decir, el modo en que las personas producen su vida influye en lo
que piensan, creen o valoran. La clave para entender cualquier parte de la
sociedad es observar cómo se produce lo necesario para vivir.
La cámara oscura
Esta idea es una metáfora que Marx usó para explicar cómo la ideología
distorsiona la realidad. Así como en una cámara oscura las imágenes se
proyectan al revés, también las ideas dominantes en una sociedad pueden
presentar una imagen invertida del mundo. Por ejemplo, en el capitalismo
se presenta como natural e inevitable que unos pocos tengan mucho y
muchos tengan poco, cuando en realidad esa situación es el resultado de
una organización social específica que podría cambiar. Las ideas
dominantes no surgen por casualidad: responden a los intereses de quienes
controlan los medios de producción.
Las “verdades eternas” de la clase dominante
Las clases dominantes han intentado siempre presentar sus valores, sus
leyes y su forma de vida como si fueran verdades válidas para toda la
humanidad. Pero Marx señaló que muchas de esas ideas solo reflejan los
intereses de esas clases. Por ejemplo, decir que la propiedad privada es un
derecho natural oculta el hecho de que es una forma de mantener el poder
sobre los demás. Así, lo que aparece como justo, universal o racional, en
realidad está diseñado para mantener el control de unos sobre otros.
Ideología y dominación de clase
La ideología, según Marx, es una forma de pensamiento que hace que las
personas acepten el mundo tal como está, aunque eso les perjudique. No es
una mentira directa, sino una forma de ver las cosas que parece natural
pero que oculta las desigualdades reales. Por ejemplo, creer que el éxito
depende solo del esfuerzo personal ignora las condiciones sociales que
benefician a unos y dificultan la vida de otros. La ideología es un
instrumento que ayuda a las clases dominantes a conservar su posición.
Estado y lucha de clases
El Estado no es, para Marx, un árbitro neutral que busca el bien común. Es
una herramienta creada por una clase social para defender sus intereses. En
las sociedades capitalistas, el Estado sirve para proteger la propiedad
privada y mantener el orden que permite que una minoría se beneficie del
trabajo de la mayoría. A través de leyes, policía, ejército y otras
instituciones, el Estado organiza y controla la sociedad en función de
quienes tienen el poder económico. La lucha de clases aparece como una
tensión constante entre los que tienen y los que no tienen, y el Estado actúa
para evitar que esa tensión lo destruya.
Alienación y comunismo
Marx explicó que en una sociedad comunista se podría superar la
alienación. Eso solo sería posible cuando los trabajadores recuperaran el
control sobre los medios de producción, es decir, sobre las herramientas,
fábricas y tierras que permiten producir lo necesario. Mientras esas cosas
estén en manos privadas, la alienación seguirá existiendo. Pero si se
colectivizan y se usan para el beneficio de todos, entonces el trabajo
volverá a ser una actividad humana plena, creativa y libre.
Comunismo y derecho
El comunismo no se basa simplemente en cambiar las leyes, sino en
transformar las condiciones de vida. Para Marx, no basta con decir que
todos son iguales ante la ley si, en la práctica, unos tienen poder económico
y otros no. La igualdad real necesita eliminar la propiedad privada de los
medios de producción. En una sociedad comunista, el derecho no sería una
forma de proteger intereses particulares, sino un reflejo de nuevas
relaciones sociales donde la justicia se base en las necesidades humanas,
no en la riqueza acumulada.
Una sombra que se vuelve cuerpo
Aquí se habla de cómo las ideas, que parecen intangibles, pueden adquirir
fuerza en el mundo real cuando se conectan con las condiciones materiales
y con la acción de las masas. Una teoría deja de ser solo una “sombra”
cuando se convierte en una guía para la práctica colectiva. Marx creía que
su análisis del capitalismo no era solo una reflexión filosófica, sino una
herramienta para cambiar el mundo. Cuando los trabajadores toman
conciencia de su situación y se organizan, esa “sombra” teórica se convierte
en una fuerza concreta de transformación.
¿Todos los hombres son hermanos?
Esta pregunta toca una idea humanista muy común: que todos los seres
humanos comparten una misma naturaleza y deberían tratarse como
iguales. Marx no niega esta aspiración, pero señala que en la sociedad
capitalista no es posible realizarla realmente. Mientras existan clases
sociales, mientras unos vivan a costa del trabajo de otros, no hay verdadera
fraternidad. Solo eliminando esas divisiones estructurales puede hacerse
realidad la idea de que todos somos hermanos.
¿Teoría de la alienación o lucha de clases?
Este punto plantea una tensión dentro del propio pensamiento de Marx. En
sus escritos más jóvenes, se enfocaba más en la alienación, es decir, en
cómo el trabajador se siente separado de sí mismo, de los demás y del
mundo. Pero con el tiempo dio más importancia a la lucha de clases como el
verdadero motor de la historia. Ambas ideas no se excluyen, pero Marx fue
avanzando hacia una teoría en la que el conflicto entre clases explica mejor
cómo cambian las sociedades. No se trata solo de comprender el
sufrimiento individual, sino de organizar colectivamente una transformación
profunda del sistema.
CAPÍTULO 4
Historia y revolución
Todo lo sólido se desvanece en el aire
Marx describe cómo el capitalismo cambia radicalmente todo lo que toca. Lo
que antes era estable, tradicional o duradero —como las jerarquías
feudales, las costumbres religiosas, o las viejas formas de trabajo— es
destruido o transformado. La burguesía, al imponerse como clase
dominante, rompe con el pasado y hace que todas las estructuras se
vuelvan inestables. Las relaciones sociales cambian tan rápido que incluso
las nuevas formas envejecen casi al instante. Nada se mantiene firme por
mucho tiempo: los valores, las creencias, las instituciones se transforman o
desaparecen. En este contexto, las personas viven en un mundo en
constante movimiento, donde todo se puede vender, comprar o desechar.
Esa inestabilidad es parte central del sistema capitalista.
Demasiada civilización
Marx ve al capitalismo como una fuerza que ha creado enormes riquezas,
avances técnicos y niveles de producción nunca antes vistos. Sin embargo,
esta abundancia genera sus propios problemas. Las crisis económicas no
ocurren por escasez, sino por exceso: se produce tanto que el mercado no
puede absorberlo. Así, se destruyen productos, se cierran fábricas y se
despide a trabajadores, no por falta de recursos, sino porque el sistema ya
no puede manejar todo lo que ha creado.
Es como si la sociedad tuviera “demasiada civilización”: demasiada
producción, demasiada tecnología, demasiado comercio, al punto que todo
eso se vuelve ingobernable. Marx lo compara con un mago que no puede
controlar las fuerzas que él mismo ha desatado. Lo más paradójico es que,
para salir de esas crisis, el capitalismo destruye parte de su riqueza y busca
nuevos lugares para explotar, empeorando aún más el problema en el
futuro
Los soldados de la industria
La gran industria moderna cambia profundamente la vida de los
trabajadores. En lugar de ser artesanos con conocimiento y control sobre lo
que hacen, ahora son parte de un proceso mecánico. El trabajador ya no
tiene que pensar ni decidir nada: solo repite gestos simples. Es como si
fuera un brazo más de la máquina.
Este sistema no solo degrada el trabajo, sino también la vida del obrero. Los
salarios bajan, las jornadas se alargan y el ritmo se intensifica. Dentro de las
fábricas, la disciplina es tan estricta que se parece a la de un cuartel militar.
Los obreros son tratados como soldados bajo el mando de capataces,
ingenieros y dueños. Son vigilados y ordenados en todo momento, sin
autonomía ni poder de decisión
Además, a medida que el capitalismo se expande, otras personas que antes
tenían pequeños negocios o trabajos independientes también terminan
convertidas en asalariadas. La competencia, el avance técnico y los bajos
precios los expulsan del mercado y los empujan al mundo obrero.
Los sepultureros de la burguesía
La burguesía, sin quererlo, está creando la fuerza que la va a destruir: el
proletariado. A medida que el capitalismo se desarrolla, también lo hace la
clase obrera. Al principio, los trabajadores actúan de forma desorganizada,
aislada y con objetivos limitados. Pero poco a poco, debido a sus
condiciones comunes de vida y trabajo, empiezan a unirse, a organizarse y
a luchar juntos.
Esa unión no surge espontáneamente, muchas veces es provocada por la
misma burguesía, que necesita movilizar a los obreros en sus propias luchas
internas. Sin embargo, con el tiempo, los trabajadores toman conciencia de
su poder y se organizan de manera independiente, incluso formando
asociaciones para defender sus intereses.
Aunque muchas veces estas luchas son derrotadas o tienen resultados
pasajeros, van dejando una experiencia compartida y una unidad cada vez
más fuerte. Finalmente, la misma estructura del capitalismo, con sus
contradicciones, hace inevitable que la clase obrera se levante. Por eso
Marx dice que la burguesía produce sus propios “sepultureros”: el
capitalismo prepara el terreno para su propia caída
El grito de guerra de la clase obrera
La revolución que Marx propone no es una protesta aislada o una reforma
parcial, sino un proceso profundo, continuo y violento, necesario para tomar
el poder político. No porque se busque la violencia por gusto, sino porque la
burguesía ya impone su poder de manera violenta, a través del Estado, la
policía y el ejército. Por eso, Marx sostiene que la clase obrera también debe
organizarse, armarse y prepararse para la lucha.
En un texto de 1850, Marx deja claro que los trabajadores deben mantener
su independencia incluso cuando se alíen con otros sectores como la
pequeña burguesía. Pueden combatir juntos a un enemigo común, pero no
deben confiar en esos aliados, que tarde o temprano traicionarán a los
obreros en cuanto puedan sacar ventajas para sí mismos.
La clase obrera debe organizar su propio poder, sus propios consejos y
comités, y no esperar que otros defiendan sus intereses. El “grito de guerra”
que Marx propone es la revolución permanente: no detenerse hasta
transformar completamente la sociedad, sin conformarse con cambios
superficiales o promesas vacías
Revolución y “despotismo”
Para Marx, la revolución proletaria debe eliminar la propiedad privada de los
medios de producción y transferirlos al control de todos, a través del Estado.
No se trata solo de cambiar quién gobierna, sino de cambiar toda la
estructura económica. Los comunistas pueden expresar su objetivo en una
frase clara: abolir la propiedad privada.
Esto puede parecer duro, incluso “despótico”, pero para Marx es la única
forma de liberar realmente a las personas. La propiedad en manos privadas
genera desigualdad, explotación y miseria. Al concentrar los medios de
producción en manos del Estado obrero y aumentar al máximo la capacidad
productiva, se podrían satisfacer las necesidades de todos.
En este proceso, es necesario romper con las leyes y normas de la
democracia burguesa. Marx no rechaza usar tácticas legales, pero no cree
que se pueda llegar al comunismo respetando siempre las reglas impuestas
por los poderosos. La revolución no puede limitarse a lo que la ley permite.
Por eso plantea que la clase obrera debe construir un poder alternativo, un
“doble poder”, capaz de reemplazar al Estado burgués y dirigir la nueva
sociedad
.
CAPÍTULO 5
La crítica de la sociedad burguesa
El capital como relación social
Marx sostiene que el capital no debe entenderse como un objeto o cosa
(como dinero, maquinaria o fábricas), sino como una relación entre
personas mediada por cosas. Lo que hace que algo sea capital no es su
forma material, sino la manera en que se utiliza en una sociedad. Por
ejemplo, una máquina puede ser simplemente una herramienta de trabajo,
pero en el capitalismo se convierte en capital cuando es usada para generar
ganancia mediante la explotación de trabajadores. Esto significa que el
capital solo aparece cuando existe una clase que posee los medios de
producción y otra que no los tiene y debe vender su fuerza de trabajo para
sobrevivir
Un negro es un negro
Marx ilustra cómo algo o alguien adquiere un rol específico solo bajo ciertas
condiciones. Decir que un esclavo negro es simplemente un negro no
explica nada; solo se convierte en esclavo en una sociedad que permite la
esclavitud. De la misma forma, una máquina no es capital por sí sola, solo lo
es cuando participa en una relación social específica donde hay compra de
fuerza de trabajo y producción de ganancia. Esta comparación sirve para
mostrar que las cosas no tienen un valor fijo por naturaleza: es la estructura
social la que les da significado y función
Exento y desprovisto
Para que el capital exista, debe encontrarse en el mercado una mercancía
muy especial: la fuerza de trabajo. Esta fuerza de trabajo debe cumplir dos
condiciones: el trabajador debe ser “libre” para venderla (es decir, no ser
esclavo) y, al mismo tiempo, debe estar “desprovisto” de todo lo necesario
para trabajar por cuenta propia. Esta situación hace que el obrero no tenga
otra opción que vender su tiempo a cambio de un salario. Es en este doble
sentido —libre pero despojado— que el capitalismo puede operar como
sistema
Esperando el curtido
Cuando el capitalista compra la fuerza de trabajo, esta no genera valor
hasta que se la consume, y eso solo puede hacerse dentro del lugar de
producción. Allí, el proceso de trabajo se transforma también en proceso de
generación de ganancia. Mientras que en el mercado todo parece un
acuerdo libre entre personas iguales, dentro de la fábrica la relación se
vuelve desigual: el patrón da órdenes y el trabajador obedece. Marx lo
describe con una imagen cruda: el obrero entra como quien entrega su piel
al mercado esperando que se la curtan. Es la expresión de la violencia
silenciosa del proceso productivo
Proceso de trabajo y proceso de valorización
Este proceso consiste en la actividad humana que transforma un objeto
natural (como madera o metal) en un producto útil. Para hacerlo, el
trabajador usa herramientas (como martillos, máquinas, etc.) que median
entre él y el objeto. Marx destaca que lo que distingue una época de otra no
es tanto lo que se produce, sino cómo se produce. La manera en que se
organiza el trabajo y las herramientas que se usan determinan las formas
sociales en que las personas se relacionan para producir
El proceso de trabajo
Este proceso consiste en la actividad humana que transforma un objeto
natural (como madera o metal) en un producto útil. Para hacerlo, el
trabajador usa herramientas (como martillos, máquinas, etc.) que median
entre él y el objeto. Marx destaca que lo que distingue una época de otra no
es tanto lo que se produce, sino cómo se produce. La manera en que se
organiza el trabajo y las herramientas que se usan determinan las formas
sociales en que las personas se relacionan para producir
El proceso de valorización
El capitalista no busca simplemente fabricar cosas útiles, sino obtener
ganancia. Cuando compra la fuerza de trabajo, lo hace con la intención de
que esa fuerza produzca más valor del que cuesta su mantenimiento. El
obrero trabaja más horas de las necesarias para cubrir su salario, y esa
diferencia es lo que el capitalista se apropia como plusvalía. Así, el objetivo
no es producir bienes, sino multiplicar valor. Y en ese sentido, el trabajador
no es el que usa las herramientas, sino que las herramientas lo usan a él: es
un medio para que el capital se reproduzca
La producción de plusvalía o “el mejor de los mundos posibles”
Desde el punto de vista legal, todo parece correcto: el patrón paga al
trabajador su salario según lo acordado. Sin embargo, la ganancia aparece
porque el trabajador produce más valor del que recibe. Esta diferencia no
viola ninguna ley de intercambio, pero es la base de la explotación. Por eso
Marx ironiza diciendo que, aunque todo parezca justo, en realidad es el
mundo perfecto para el capitalista: obtiene ganancia sin romper ninguna
regla formal
La subsunción formal del trabajo al capital
En esta etapa, el capital se apropia del trabajo, pero aún no modifica
profundamente la forma en que se produce. Se conserva la organización
técnica previa (como el taller artesanal), pero se inserta dentro de una
lógica capitalista. Es una etapa de transición donde el trabajador sigue
usando herramientas tradicionales, pero bajo el control del patrón, quien
organiza el proceso para obtener ganancia.
La subsunción real del trabajo al capital
Aquí se produce una transformación profunda: el capital no solo domina el
proceso, sino que lo revoluciona. Introduce maquinaria, divide el trabajo en
tareas simples y convierte al trabajador en un apéndice de la máquina. Se
pierde el control sobre el proceso de producción, tanto material como
mental. Esta etapa permite que el capitalismo saque el máximo provecho
de la fuerza de trabajo, al organizarla de manera estrictamente funcional a
la ganancia
Un enorme cúmulo de mercancías
El capitalismo produce no solo objetos útiles, sino mercancías: bienes
destinados al intercambio. Cada una tiene un valor que depende del trabajo
necesario para producirla. Sin embargo, este valor se presenta como si
fuera una propiedad natural del objeto. Esto lleva a una visión distorsionada
del mundo, donde las relaciones entre personas se ocultan bajo relaciones
entre cosas. Marx llamó a esto el "fetichismo de la mercancía": dar a los
objetos un poder que en realidad proviene de las relaciones sociales que los
producen
Forma jurídica y relaciones mercantiles
Para que las mercancías se intercambien, es necesario que las personas se
reconozcan como propietarios privados y actúen como individuos libres e
iguales ante la ley. Esta forma jurídica, expresada en contratos, oculta la
desigualdad real entre quienes tienen medios de producción y quienes solo
tienen su fuerza de trabajo. Así, la ley y el derecho aparecen como si fueran
neutrales, cuando en realidad permiten y refuerzan una relación desigual. El
contrato laboral parece un acuerdo entre iguales, pero en verdad es una
máscara que cubre una relación de poder entre clases sociales
La crítica de la democracia burguesa
Marx no considera que la democracia parlamentaria, tal como funciona en el
capitalismo, sea una verdadera forma de gobierno del pueblo. Aunque todos
puedan votar, las decisiones reales sobre la economía y la vida social siguen
en manos de una minoría que posee el capital. Las leyes, las instituciones y
los derechos están diseñados para proteger la propiedad privada y asegurar
el funcionamiento del sistema. Por eso, la democracia en este contexto no
rompe con la dominación, sino que la hace parecer justa y natural.
CAPÍTULO 6
La refundación del materialismo histórico
El predominio de las relaciones de producción
Marx llegó a la conclusión de que, para entender cómo funciona una
sociedad, no basta con observar las herramientas, la tecnología o las
máquinas que se utilizan. Lo más importante son las relaciones que las
personas establecen entre sí a través del trabajo. En el capitalismo, una de
esas relaciones centrales es la que se da entre quien posee los medios para
producir (como fábricas, tierras, dinero) y quien solo tiene su fuerza para
trabajar. Esa relación es la base de todo el sistema.
Marx mostró que, incluso antes de que existieran grandes fábricas
modernas, ya se había desarrollado esta relación capitalista básica: el
trabajador, separado de sus propios medios de vida, debe vender su fuerza
de trabajo a alguien más. Al principio, las herramientas seguían siendo
similares a las de la época feudal, pero con el tiempo, para garantizar mayor
control sobre los obreros y ganar más, los capitalistas transformaron
también esas herramientas e introdujeron máquinas.
Esto quiere decir que el avance técnico no surge solo por inventos o
descubrimientos, sino porque las relaciones sociales lo exigen. El capital
necesita controlar al trabajador no solo físicamente, sino también
mentalmente. Para eso se crean herramientas que exigen menos
habilidades y reducen la autonomía del obrero. Las máquinas no son
neutras: están hechas para que el trabajador no tenga control del proceso,
lo que facilita su dominación
Lo que Marx muestra, entonces, es que el motor de la historia no es
simplemente el desarrollo de la tecnología, sino la forma en que las
personas están organizadas para producir. En particular, la lucha entre
clases es lo que realmente impulsa los cambios. La clase capitalista
transforma el mundo productivo para mantener y reforzar su poder sobre
quienes trabajan. Esto significa que la historia no debe verse como una
evolución automática, sino como el resultado de conflictos sociales
concretos
Modo de producción y determinación en última instancia
En su análisis del modo de producción, Marx no dice que todo esté
controlado directamente por lo económico de forma automática o mecánica.
Lo que plantea es que, al final, las condiciones materiales de producción —
es decir, cómo y con qué se produce— son lo que más peso tiene cuando se
trata de explicar cómo funciona y se reproduce una sociedad.
Sin embargo, eso no significa que lo económico sea lo único que importa. En
distintos momentos históricos, otros elementos como la religión, la política o
las costumbres pueden ser los que ocupen el centro de la vida social. Pero
incluso cuando eso ocurre, esas formas ideológicas o culturales están
relacionadas con las condiciones materiales de fondo. Por ejemplo, en la
Edad Media, el catolicismo tuvo un papel muy fuerte, pero eso no se explica
solo por sus ideas religiosas, sino por cómo era la organización económica
de esa época
Así, el planteo de Marx permite pensar una sociedad como algo complejo,
donde intervienen varios niveles (económico, político, ideológico), y donde
no siempre el mismo nivel tiene el protagonismo. Aun así, el análisis
muestra que, al final, el modo en que las personas producen lo que
necesitan para vivir es lo que determina qué aspectos van a tener más peso
en cada época.
Marx también explica que, en el capitalismo, como el trabajador está
completamente separado de los medios de producción, el dominio de clase
se reproduce principalmente dentro del proceso de trabajo mismo, sin
necesidad de usar la violencia directa o religiosa como ocurría en otras
épocas. Es el propio proceso productivo el que asegura que la clase
trabajadora siga ocupando su lugar subordinado
Por eso, la determinación en última instancia no quiere decir que lo
económico lo controle todo de manera inmediata, sino que, cuando se trata
de entender cómo se mantiene una sociedad, hay que mirar primero a cómo
están organizadas sus relaciones de producción. A partir de ahí, se puede
entender por qué ciertas ideologías o formas políticas se vuelven
dominantes.
CAPÍTULO 7
La superación de la sociedad burguesa: transición y comunismo
La revolución de las relaciones de producción
Marx sostuvo que eliminar la propiedad privada no es suficiente para
transformar la sociedad capitalista. Aunque muchos pensaban que bastaba
con pasar los bienes a manos del Estado, Marx mostró que eso no cambia
automáticamente la manera en que se organiza el trabajo. El verdadero
problema está en cómo se producen las cosas, en cómo se relacionan los
trabajadores con el proceso de producción.
En la sociedad capitalista, el trabajo está organizado de una manera que
permite al capitalista extraer ganancia del esfuerzo ajeno. Para construir
una nueva sociedad, no basta con cambiar de dueño: hay que desmantelar
esa forma de organización. La transformación debe comenzar por dentro del
trabajo mismo, cambiando la forma en que se producen los bienes y en que
se relacionan las personas en ese proceso
La reapropiación de las condiciones de producción
El capitalismo no solo arrebata al trabajador las herramientas y materiales,
sino también el control mental y organizativo del proceso. Por eso, en el
camino hacia el comunismo, los trabajadores deben recuperar esas
condiciones: tanto los medios materiales (fábricas, máquinas) como el
dominio sobre cómo se organiza el trabajo.
Pero esto no ocurre de golpe. Aun después de que los trabajadores toman el
poder político, las relaciones de producción siguen siendo capitalistas por un
tiempo. El cambio requiere lucha constante para alterar esas relaciones
desde dentro. Al principio, solo se logra cierto control externo gracias a la
estatización y a la planificación, pero la transformación de fondo vendrá
cuando los trabajadores dirijan y transformen ellos mismos el proceso
productivo
Relación jurídica y apropiación real
Cambiar el nombre del dueño no basta. La transformación no puede ser solo
legal, no se resuelve con un simple decreto que diga que ahora los medios
de producción son del Estado. Mientras el trabajo siga organizado con una
estricta división entre quien piensa y quien obedece, se seguirá
reproduciendo la lógica del capital.
La clave es superar esa separación entre trabajo manual e intelectual, y
entre quienes dirigen y quienes ejecutan. Si no se rompe con eso, puede
surgir una nueva clase dominante que reemplace a la anterior sin cambiar
lo esencial. Para lograr una apropiación real, los trabajadores deben
controlar de manera directa los medios, las decisiones y el sentido de su
trabajo
Revolucionar el Estado
En los primeros textos, Marx no explicaba con claridad si el Estado burgués
podía ser usado para construir el socialismo. Pero la experiencia de la
Comuna de París le mostró que no. Ese Estado, tal como está diseñado, no
sirve para la emancipación de los trabajadores, porque está construido para
proteger los intereses de los capitalistas. Por eso no se puede simplemente
tomar el poder y usar el viejo aparato: hay que transformarlo desde sus
bases o destruirlo
El secreto de la Comuna
La Comuna de París fue una experiencia histórica en la que los trabajadores
organizaron su propio gobierno. Esa experiencia le enseñó a Marx que no
basta con ocupar el Estado existente: hay que reemplazarlo por una forma
política nueva, creada por los propios trabajadores. La Comuna mostró que
el Estado burgués, si no se toca, seguirá actuando a favor de la clase
dominante. Por eso, su destrucción no es solo simbólica: es práctica y
necesaria para que los trabajadores puedan gobernar de verdad
El pueblo en armas
Una de las primeras decisiones de la Comuna fue eliminar el ejército
profesional y reemplazarlo por el pueblo armado. Esto no era solo una
medida táctica, sino un cambio profundo: si las fuerzas armadas siguen
siendo un cuerpo separado del pueblo, tarde o temprano se volverán contra
él. Por eso, los trabajadores deben asumir también esa función. No puede
haber verdadera transformación si la violencia sigue en manos de una élite
o de un grupo separado
El control del Estado por las masas
En la Comuna, los representantes eran elegidos directamente por los
trabajadores, podían ser destituidos en cualquier momento, y ganaban lo
mismo que un obrero. Esta forma de organización eliminaba la distancia
entre el pueblo y el poder. El objetivo era evitar que surgieran políticos
profesionales alejados de las necesidades reales del pueblo. Estas medidas
permitieron que las masas comenzaran a apropiarse del poder y a gobernar
por sí mismas
El “quiebre” del Estado burgués
Marx llegó a decir que este nuevo Estado ya no era un Estado en el sentido
clásico. Era algo nuevo, una forma política que nacía para desaparecer con
el tiempo. El Estado obrero debía iniciar su propia disolución desde el primer
momento. Su función no era perpetuarse, sino facilitar el paso a una
sociedad sin clases ni dominación. Por eso, su existencia debía estar
atravesada por contradicciones que lo empujaran a desaparecer junto con la
necesidad de cualquier Estado
Dictadura del proletariado y transición al comunismo
Para Marx, todo Estado es una dictadura en el sentido de que siempre
representa los intereses de una clase. El Estado capitalista es una dictadura
de la minoría rica sobre la mayoría pobre. En cambio, la dictadura del
proletariado es el poder político ejercido por la mayoría trabajadora contra
la vieja clase dominante. No se trata de una dictadura como régimen
autoritario, sino de una etapa donde los trabajadores deben defender su
conquista política y organizar la transformación social necesaria para abolir
las clases
La forma política al fin encontrada
Marx consideró que la forma de la Comuna era la estructura política más
adecuada para avanzar hacia la emancipación del trabajo. No era un Estado
tradicional, con reglas fijas y separaciones entre gobernantes y gobernados,
sino una forma política nueva que se pensaba para desaparecer. Su función
era impulsar el proceso de transformación, no consolidar un nuevo poder
permanente. Era un medio, no un fin en sí misma
La libertad comunista
La libertad plena no se logra inmediatamente después de la revolución. Al
principio, persisten restos del mundo anterior. El trabajo sigue siendo duro,
las estructuras siguen marcadas por lo viejo, y todavía hay que usar formas
de organización que recuerdan al pasado. Pero con el tiempo, si se
transforman las relaciones y se construye una base técnica y social nueva,
podrá surgir una sociedad basada en el trabajo libre, cooperativo y solidario.
Esa es la libertad comunista: una sociedad donde las personas no están
obligadas a vender su tiempo y energía para sobrevivir, sino que pueden
trabajar, producir y vivir en común
Comunismo y dialéctica
Marx nunca pensó el comunismo como una meta fija o como un modelo que
se aplica de manera uniforme. Para él, el comunismo no era un estado
perfecto al que se llega y en el que todo está resuelto, sino un proceso en
constante transformación. Aquí es donde entra la idea de dialéctica, que
Marx toma de Hegel, pero a la que le da un contenido muy distinto: ya no se
trata de un juego de ideas, sino de contradicciones reales, vividas en el
terreno de la historia y del trabajo.
La dialéctica, en el pensamiento de Marx, permite comprender que la
sociedad está siempre atravesada por conflictos. No es algo que evoluciona
de forma lineal o armónica, sino mediante tensiones entre opuestos: entre
clases sociales, entre formas de organización, entre fuerzas productivas y
relaciones de producción. El comunismo, en este sentido, no se construye
como algo puro y acabado, sino enfrentando y resolviendo esas
contradicciones concretas.
Esto quiere decir que el comunismo no aparece mágicamente al día
siguiente de una revolución. Lo que surge es un proceso lleno de
dificultades, donde los restos del sistema anterior todavía están presentes:
en las costumbres, en la organización del trabajo, incluso en la mentalidad
de las personas. Esas contradicciones no se borran de un plumazo. Por el
contrario, se hacen más visibles y deben enfrentarse conscientemente.
La dialéctica también permite entender que el propio movimiento
revolucionario puede generar errores, retrocesos o nuevas formas de
opresión si no se mantiene alerta y abierto a la crítica. Por eso, la
transformación comunista no es una fórmula fija, sino un camino lleno de
conflictos que deben ser resueltos en cada momento histórico, según las
condiciones reales y con la participación activa del pueblo trabajador.
En lugar de ofrecer un esquema rígido, Marx propone un método para
pensar el cambio social desde dentro de la historia, reconociendo que todo
proceso humano está lleno de contradicciones. Por eso, el comunismo no se
trata de copiar una receta, sino de construir colectivamente una nueva
forma de vida que supere la explotación, la desigualdad y el dominio de
unos sobre otros.