Sara, aunque ya estaba entrada en años, abandonó todo para vivir el resto de su vida en
tiendas de campaña. Ella permaneció siempre al lado de su esposo, Abraham, apoyándolo.
Sara creyó a Dios, y con 90 años, vio realizado su sueño de tener un hijo. Dios llenó su
corazón de alegría.
Sara dijo entonces: «Dios me ha hecho reír, y todos los que se enteren de que he tenido un hijo se
reirán conmigo.»
(Génesis 21:6)
Miriam nació y creció como esclava en Egipto. Cuidó de su hermano Moisés cuando él era un
bebé. Ese es el mismo Moisés a quien Dios usó para liberar al pueblo de la esclavitud.
Además de ser líder de alabanza, Miriam era profetisa y era muy respetada por el pueblo
hebreo.
Miriam les cantaba así: Canten al Señor, que se ha coronado de triunfo arrojando al mar caballos y
jinetes.
(Éxodo 15:21)
Débora era una profetisa y jueza que lideraba a Israel cuando no había rey. Ella convocó el
ejército y animó a los guerreros a derrotar a los opresores. Bajo el liderazgo de Débora, Israel
tuvo paz durante 40 años.
Los guerreros de Israel desaparecieron;
desaparecieron hasta que yo me levanté.
¡Yo, Débora, me levanté
como una madre en Israel!
(Jueces 5:7)
Rut no era israelita, pero se ganó un lugar entre el pueblo de Dios por su dedicación a Dios y
por el amor a su suegra. Ella abandonó su casa y su familia para servir a Dios. Rut era
trabajadora y respetuosa. Conquistó el corazón de Booz y fue la bisabuela del rey David.
Pero Rut respondió:
―¡No insistas en que te abandone o en que me separe de ti!
Porque iré adonde tú vayas, y viviré donde tú vivas.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios.
(Rut 1:16)
Ana no podía tener hijos, pero confiaba en Dios y oró con fe por uno. Cuando Dios se lo dio,
ella se lo dedicó como muestra de agradecimiento. Samuel se crio en el templo y llegó a ser
un gran profeta.
Ana elevó esta oración:
Mi corazón se alegra en el Señor;
en él radica mi poder.
Puedo celebrar su salvación
y burlarme de mis enemigos.
(1 Samuel 2:1)
Ester era una chica israelita que ganó el concurso de belleza más importante de su tiempo y
se convirtió en la reina de Persia. Ella fue muy valiente y arriesgó su vida para salvar a su
pueblo de una gran masacre. Dios le dio belleza, gracia e inteligencia a Ester para que ella
pudiera proteger a su pueblo.
Al rey le gustó Ester más que todas las demás mujeres, y ella se ganó su aprobación y simpatía más
que todas las otras vírgenes. Así que él le ciñó la corona real y la proclamó reina en lugar de Vasti.
(Ester 2:17)
María era una joven sencilla que fue escogida para una gran misión: ser la madre de Jesús.
Ella no rechazó esa misión, sino que la aceptó con fe. Con seguridad y aplomo, María ayudó a
educar a Jesús y, años más tarde, lo vio resucitado en gloria.
―Aquí tienes a la sierva del Señor —contestó María—. Que él haga conmigo como me has dicho.
(Lucas 1:38)
Priscila es un ejemplo del trabajo en equipo. Ella trabajaba con su marido, Aquila,
difundiendo la palabra de Dios. Ellos eran amigos de Pablo y fundaron una iglesia en su casa.
Priscila y Aquila también enseñaron y prepararon a un hombre llamado Apolos para la obra
de Dios.
Saluden a Priscila y a Aquila, mis compañeros de trabajo en Cristo Jesús. Por salvarme la vida,
ellos arriesgaron la suya. Tanto yo como todas las iglesias de los gentiles les estamos agradecidos.
(Romanos 16:3-4)