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Ribeyro Antologia Personal Adelanto

La 'Antología Personal' de Julio Ramón Ribeyro es una recopilación de su obra literaria, que incluye cuentos, artículos y fragmentos autobiográficos. Ribeyro reflexiona sobre el desafío de seleccionar sus escritos más representativos y ofrece una visión equilibrada de sus diferentes géneros. La obra destaca la complejidad de la creación literaria y la subjetividad del autor en la elección de sus textos.
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Ribeyro Antologia Personal Adelanto

La 'Antología Personal' de Julio Ramón Ribeyro es una recopilación de su obra literaria, que incluye cuentos, artículos y fragmentos autobiográficos. Ribeyro reflexiona sobre el desafío de seleccionar sus escritos más representativos y ofrece una visión equilibrada de sus diferentes géneros. La obra destaca la complejidad de la creación literaria y la subjetividad del autor en la elección de sus textos.
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COLECCIÓN POPULAR

748

ANTOLOGÍA PERSONAL
JULIO RAMÓN RIBEYRO

Antología
personal

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Primera edición, FCE Perú, 1994
Primera edición, FCE México (Tierra Firme), 2002
Segunda edición (Colección Popular), 2019
Primera edición, FCE Argentina (de la ed. mexicana), 2021

Ribeyro, Julio Ramón


Antología personal / Julio Ramón Ribeyro. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2021
295 p. ; 17 × 11 cm - (Colección Popular)
ISBN 978-987-719-254-4

1. Literatura Peruana 2. Cuentos 3. Narrativa - I. Título

CDD Pe860

Distribución mundial

Diseño de portada: Rafael López Castro y Guillermo López Wirth

D. R. © 2021, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA DE ARGENTINA, S.A.


Humboldt 2355, 2° piso; C1425FUE Buenos Aires, Argentina
[email protected] / www.fce.com.ar
Comentarios y sugerencias: [email protected]

Por acuerdo con FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Carretera Picacho Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
www.fondodeculturaeconomica.com

ISBN 978-987-719-254-4

Fotocopiar libros está penado por la ley.

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier


medio de impresión o digital, en forma idéntica, extractada
o modificada, en español o en cualquier otro idioma,
sin autorización expresa de la editorial.

IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA


Hecho el depósito que marca la ley 11723
ÍNDICE

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

CUENTOS

Sólo para fumadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13


Silvio en El Rosedal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
La juventud en la otra ribera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

PROVERBIALES

Episodio romano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131


Pobre Ovidio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
La jornada marsellesa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Al pie de la letra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148

ARTÍCULOS LITERARIOS

Gracias, viejo socarrón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157


El vuelo del poeta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
Del espejo de Stendhal al espejo de Proust . . . . . . 170
Amor sobre ruedas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
Módulo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
Modo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
Motivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
TEATRO

El último cliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187


Confusión en la Prefectura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205

DE PROSAS APÁTRIDAS
[217]

DE DICHOS DE LUDER
[243]

DE DIARIO PERSONAL
[253]

DE AUTOBIOGRAFÍA

Ancestros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281

Referencias bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295


INTRODUCCIÓN

Para un autor hacer una antología de la totalidad de su


obra es una tarea engorrosa. Ya eso de reducir a dos-
cientas o trescientas páginas una obra que abarca mi-
les implica el sacrificio de la mayor parte de lo escrito.
Y luego ¿cómo saber si lo poco elegido es lo más repre-
sentativo o rescatable? Los autores no son a menudo
los mejores jueces de su propia creación.
A pesar de ello he aceptado en esta ocasión ser mi
antólogo pues esta tarea tiene al menos un interés: sa-
ber cómo ve un autor su propia obra, lo que puede ser
ilustrativo para sus lectores o críticos. Es muy proba-
ble que éstos, llegado el caso, hubieran hecho una an-
tología completamente diferente.
Si un criterio he seguido en la selección es el de
abarcar en forma equilibrada los diferentes géneros a
través de los cuales me he expresado, de modo que se
pueda tener una visión completa, aunque reducida y
subjetiva, de las diversas facetas de mi obra. Sólo he
hecho una excepción: excluir fragmentos de mis tres
novelas publicadas. Una novela es una totalidad, que
sólo puede ser apreciada, comprendida y juzgada co-
mo totalidad. Publicar fragmentos de ellas es, a mi jui-
cio, irrelevante.
El lector podrá advertir que esta selección com-
prende ocho rubros. Creo que esta división se explica
por sí misma. Sólo caben tal vez estas mínimas aclara-
9
ciones: Proverbiales es el título provisional de un libro
inédito de comentarios sobre hechos históricos o ac-
tuales conocidos, pero tratados con desenvoltura e iro-
nía, como los europeos escribían a veces sobre noso-
tros. Diario personal reúne algunos pasajes de mi diario
que por su carácter puramente narrativo pueden ser
leídos como textos autónomos. Ancestros es el primer
capítulo de mi autobiografía aún inconclusa.
Para terminar, confieso que al revisar en forma su-
maria la presente selección he comprobado que su di-
visión en rubros no deja de ser relativamente conven-
cional. Se notará que algunos Proverbiales podrían ser
cuentos o algunos ensayos podrían ser Proverbiales, del
mismo modo que algunos fragmentos de mi diario po-
drían ser Prosas apátridas y viceversa. Las fronteras en-
tre los llamados géneros literarios son frágiles y cata-
logar sus textos en uno u otro es a menudo un asunto
circunstancial, pues toda obra literaria es en realidad un
continuum. Lo importante no es ser cuentista, novelista,
ensayista o dramaturgo, sino simplemente escritor.

JULIO RAMÓN RIBEYRO


Barranco, 1994

10
PROVERBIALES
EPISODIO ROMANO

EL POBRE Septimio Severo cometió el error de llamar


a sus hijos Caracalla y Geta. Con esos nombres ri-
dículos su destino no podía ser ordinario. La historia
guarda de su paso por el mundo un recuerdo triste-
mente memorable.
El Imperio romano se extendía entonces de las
Galias a Persia y de Germania a Mauritania. El viejo
monarca había pasado toda su vida en campañas
militares a fin de extender y consolidar las fronteras
de sus dominios. Ello le impidió consagrarse a la
educación de sus hijos que, sin la vigilancia pater-
nal, crecieron en el ocio, el placer y la molicie y lle-
garon a la mocedad sin poseer las virtudes civiles ni
las aptitudes guerreras como para, llegado el mo-
mento, gobernar con dignidad y firmeza tan vasto
territorio.
Pero había algo peor: Caracalla y Geta se odiaban.
Desde niños cada cual se había visto rodeado de una
corte de consejeros, preceptores, esbirros y lacayos
que exacerbaron su emulación hasta convertirla en ri-
validad y ésta en encono mortal. Cada corte se libraba,
sin esperar la muerte del emperador, a sórdidos cálcu-
los sucesorios y solapadas luchas domésticas. Era de
prever que desaparecido Septimio Severo estallaría
una guerra civil que dejaría el Imperio exangüe y a
merced de la voracidad de los Bárbaros.
131
Para remediar esta situación el Emperador resolvió
ensayar una medida extrema: embarcar a sus hijos en
una importante campaña militar. Ello tenía dos ventajas
decisivas, aunque excluyentes. La primera era arrancar
a los ociosos de su vida disoluta para templar su ánimo
en una gloriosa empresa colonial, que los colmara de or-
gullo y los predispusiera a un buen gobierno. La segun-
da era más bien macabra: que uno de sus herederos mu-
riera en la gesta, lo que simplificaría los problemas de
sucesión y le ahorraría al Imperio una lucha fratricida.
Septimio paseó su mirada imperial por el mapa de
sus dominios y fijó su atención en la extensa isla situa-
da al norte de las Galias y que sus predecesores nunca
habían llegado a conquistar. Armando un poderoso
ejército se puso al frente de él y a pesar de que la edad
y los achaques le impedían caminar y tenía que ser
trasportado en litera, dio la orden de partida, llevando
como lugartenientes a Caracalla y Geta.
Pero esta vez el estratega se equivocó. La campaña
británica fue un desastre. Superiores en número y ar-
mamento, los romanos pusieron pie en la isla y la reco-
rrieron de sur a norte sin encontrar resistencia abierta.
Pero eran esporádicamente hostigados por grupitos de
insulares temerarios que les impedían asentarse en ese
dominio. En suma, la arcaica táctica de la guerrilla.
Para colmo ninguno de sus hijos murió en heroico com-
bate, sino que fue él más bien, el propio Septimio Se-
vero, quien sucumbió en tierra extranjera, súbitamen-
te, a causa de un banal ataque de gota.
Esto fue el signo de la desbandada. Las legiones ro-
manas abandonaron precipitadamente la isla incon-
quistable, llevando embalsamado el cadáver de su lí-
132
der, conducidas por Caracalla y Geta que, sin haber
sacado de esta expedición gloria ni enseñanza, sólo
deseaban estar lo más pronto en Roma para dirimir el
problema sucesorio.
Llegando a la capital cada cual se parapetó con los
suyos en un ala del palacio, el que terminaron por divi-
dir con un muro, celosamente guardado por ambas
partes. A tal punto se temían que sólo se comunicaban
mediante cartas o emisarios. Se vivía en una insopor-
table atmósfera de conspiración y de inminentes gol-
pes de mano. Duchos cuchilleros o envenenadores que
se deslizaron de un ala a otra fueron sorprendidos y
decapitados.
Esta situación calamitosa no podía durar y Julia
Domma, la viuda de Septimio Severo, intervino para
aplacar la rivalidad de su prole, siguiendo para ello
instrucciones secretas y póstumas de su marido: divi-
dir el Imperio en dos zonas. A Caracalla, en tanto que
primogénito, le tocaría Europa y África del Norte, y a
Geta Egipto y el Medio Oriente. El primero residiría
en Roma y el segundo en Alejandría, a miles de kiló-
metros de distancia, cada cual con su corte, su senado
y sus tesoros.
No se trataba de una desmembración del Imperio,
sino de una repartición de competencias y responsabi-
lidades. Para sellar el acuerdo Julia Domma convocó a
sus hijos a sus aposentos, la única zona neutral y apa-
cible del palacio, donde esta mujer cultísima y amante
de las artes se había recluido con sus poetas, músicos
y filósofos. Pero no se contaba con la perfidia de Cara-
calla. Mediante el soborno y la intriga logró emboscar
a sicarios en las habitaciones destinadas a la reconci-
133
liación. Cuando los hermanos se encontraron ante su
madre y estaban a punto de concertar el acuerdo, los
asesinos surgieron tras los cortinajes, apuñalaron a
muerte a Geta e hirieron de paso a la dulce Julia Dom-
ma quien, muy maternalmente, trató de proteger con
su cuerpo a la víctima.

Lo que viene después podría ser tal vez explicado por


Dostoievski o Freud, reputados escrutadores de nues-
tras pulsiones profundas. Por lo pronto, Caracalla trató
de limpiar su crimen, gracias a una argucia legal que
lo absolviera oficialmente de toda culpa. Llamó para
ello al más grande jurisconsulto del Imperio, Papinia-
no, para que tomara la palabra ante el senado y pusiera
su elocuencia al servicio de su infamia. Pero Papinia-
no, con un gesto que será vergüenza de los timoratos y
orgullo de los valientes, se negó a intervenir y pronun-
ció una célebre frase: “Más fácil es cometer un crimen
que justificarlo”. Hay frases que cuestan caro. A Papi-
niano le costó la vida.
Este segundo crimen le abrió a Caracalla el apetito
y ya que le había sido imposible quitarse de encima el
fratricidio trató al menos de no dejar recuerdo de él.
Inició entonces la exterminación sistemática de todos
los allegados a Geta, no sólo a sus amigos, consejeros
y partidarios, sino hasta aquellas personas a quienes
alguna vez se les escuchó pronunciar el nombre de su
hermano. Veinte mil sujetos fueron pasados por las
armas.
Sellada esta carnicería, la vida en Roma se le hizo
insoportable, dejó para siempre la capital y emprendió
134
un viaje errante por las provincias del Imperio, huyen-
do de sí mismo y de sus fechorías. Viaje demoniaco,
tan aterrador como el de cualquier jefe bárbaro, pues
fue sembrando la muerte y la destrucción por donde
pasaba. Aparte de su ejército, lo acompañaban una le-
gión de cortesanos encargados de distraerlo y una
guardia pretoriana que velaba por su vida. Los corte-
sanos le preparaban orgías, que Caracalla desdeñaba y
entregaba al placer de sus lacayos. Se le construyeron
circos y teatros para divertirlo, que él mandaba des-
truir sin siquiera mirarlos. Ninguna otra cosa que no
fuera el ejercicio de la crueldad aplacaba su ánimo
sombrío. Nerón y Tiberio fueron también expertos en
el terror, pero se limitaron a Roma y sus afueras. Cara-
calla lo extendió a todo el orbe imperial. El más peque-
ño contratiempo desataba en él una furia devastadora.
Alejandría, la segunda ciudad del Imperio en tamaño y
esplendor, fue pasada a sangre y fuego porque un nota-
ble cometió una infracción al protocolo.
Esta cruzada insana habría sido más sangrienta si
su propia truculencia no contuviera ya los gérmenes
de su extinción. El encargado de ponerle fin fue un sol-
dado llamado Marcial. Aún un nombre premonitorio,
como muchos de los nombres que conserva la historia.
Recordemos que el gendarme que osó atentar contra
la vida de Robespierre y desencadenó con su gesto el
fin de la Revolución francesa se llamaba Merda, lo que
eufónicamente es una combinación del mierda espa-
ñol, y el merde francés.
Marcial, nombre que le convenía tanto por su pro-
fesión castrense como por la entereza de su ánimo,
pensaba que sus méritos guerreros no habían sido su-
135
ficientemente recompensados. Concibió entonces un
odio asesino contra Caracalla y decidió vengarse. Ac-
ceder en armas hasta el emperador era imposible,
pues su fidelísima escolta velaba sobre él día y noche.
Raras eran las circunstancias en que se encontraba
momentáneamente solo y una de ellas era cuando du-
rante un viaje y en plena travesía lo apremiaba alguna
urgente necesidad física. Marcial esperó con paciencia
la oportunidad y antes de llegar a Capadocia, Caraca-
lla se internó precipitadamente en un bosquecillo, le-
vantando el vuelo de su túnica. Sus pretores lo acom-
pañaron hasta una distancia discreta. Marcial, dando
un rodeo, se deslizó entre los árboles y fue para él un
juego de niños dar cuenta de un hombre, así fuera el
más poderoso de la tierra, que se encontraba en cucli-
llas, calato y cagando. Así y todo Caracalla tuvo tiem-
po de emitir un final y estridente pujido que atrajo la
atención de su guardia y el pobre Marcial, sin tiempo
de escaparse, fue hecho papilla por los pretores.
Ningún novelista hubiera podido imaginar para un
felón como Caracalla un final más adecuado.

136
Antología personal, de Julio Ramón Ribeyro,
se terminó de imprimir en el mes de julio de 2021
en los Talleres Gráficos Elías Porter, Plaza 1202,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
La tirada fue de 1.700 ejemplares.

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