Alejandro Mejía Pereda
OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES
SUMARIO: I. Antecedentes bíblicos: 1. Los pobres del Antiguo
Testamento; 2. Los pobres en el Nuevo Testamento. II. Antecedentes
sociales: 1. Pensamiento social de la Iglesia; 2. Contexto social
latinoamericano. III. La opción de la Iglesia latinoamericana: 1. La opción
preferencial por los pobres; 2. Los pobres de la opción. IV. Consecuencias
eclesiales de la opción: 1. Los pobres, presencia callada de Dios; 2. La
promoción y el servicio del pobre. V. Consecuencias catequéticas. VI.
Pistas para una catequesis sobre los pobres.
La opción preferencial por los pobres hecha por el Episcopado
latinoamericano y extendida luego a toda la Iglesia por el Sínodo de 1985 y
el papa Juan Pablo II, encuentra su fundamento en la Sagrada Escritura,
obtiene su oportunidad de la crítica situación social de muchas naciones y
representa una renovación para la Iglesia y la catequesis.
I. Antecedentes bíblicos
1. LOS POBRES DEL ANTIGUO TESTAMENTO. En la Escritura
encontramos textos que afirman que el amigo de Dios es rico como
Abrahán, Isaac y Jacob (Gén 13,2; 26,3; 27,37). La prosperidad del justo
es un tema de los sabios (Prov 3,16; 15,6; Job 5,24), que también se
encuentra en los salmos sapienciales (Sal 1,1-3; 112,1-3). Basándose en
la experiencia cotidiana, se culpa de pobreza al perezoso, al holgazán y al
borracho (Prov 6,6-11; 21,25; 28,19; Si 19,1). El pensamiento religioso
interpreta esta comprobación, calificándola de juicio de Dios (Dt 28,15-46;
Sal 108; Si 13,24; Job 5,1-7). En esta perspectiva, la pobreza y la
enfermedad son consideradas como consecuencias del pecado, así como
la riqueza y la salud son estimadas como bendiciones divinas.
Contra este concepto de retribución temporal se lanza el autor del libro de
Job. El prólogo enseña que los sufrimientos prueban al justo (cc. 1-2); los
discursos de Eliú (cc. 32-37) afirman que estas pruebas lo apartan del
orgullo y del pecado y que son un instrumento de purificación; los
discursos de Yavé (cc. 38-41) invitan al hombre a entregarse a la sabiduría
misteriosa y salvífica de Dios.
Otra visión sobre los bienes se encuentra en los libros sapienciales: se
sospecha de las riquezas, por ser peligrosas y constituir un trampolín para
el orgullo. Por eso el sabio de los Proverbios pide al Señor: «No me des
pobreza ni riqueza. Concédeme el pan necesario, no sea que, saciado,
reniegue de ti y diga: "¿Quién es el Señor?", o que, siendo pobre, robe y
profane el nombre de mi Dios» (Prov 30,8-9). Sí es necesario un mínimo
para existir humanamente, tener demasiado invita a ser soberbio,
apoyarse en las riquezas y olvidar a Dios. Lo ideal será entonces necesitar
pocas cosas y necesitarlas poco.
Una tercera tradición bíblica, de mayor profundidad, surge de la
experiencia religiosa de la pobreza. Cuando Israel peregrinaba por el
desierto, lo tenía todo en común y no había propiedad individual. El pueblo
entero vivía una condición de estrechez, pero no conocía ni riqueza ni
miseria. La sedentarización hizo que la propiedad agraria se constituyera
en la base de la vida económica, y el deseo de poseer buenos terrenos
quebrantó la unidad primitiva de Israel y produjo diferencias sociales. Más
tarde, la civilización urbana, a la que se agrega la institución de la
monarquía, desarrolló la economía, pero empeoró la condición de los
pobres. Los reyes fueron los primeros en enriquecerse y empobrecer a la
población. El peso del esplendor real y de las injusticias sociales cayó
sobre las espaldas de los humildes (Am 2,6-7).
Los profetas denuncian toda forma de opresión y defienden a los humildes,
a los flacos del país —dallar ha'ares—, contra los tributos agobiantes (Am
4,1; 5,11-12; Is 3,14-15); contra el acaparamiento de las tierras (Miq 2,1-3;
Ez 22,29); contra el comercio fraudulento (Am 8,5; Jer 5,26-28); contra la
violencia (Ez 18,12-13; Zac 7,10); contra la opresión (Jer 7,7; 22,3). En el
Reino del Norte, Amós es particularmente sensible ante las injusticias
sociales, donde también Oseas denuncia los abusos de los ricos. En el
Reino del Sur, Isaías se levanta contra el culto idolátrico y las riquezas de
los grandes (Is 2,6-22; 5,15-21; 9,8-9; 28,1; 29,14; 33,1). En Isaías tiene un
puesto importante la idea del Resto de Israel, que sobrevivirá a las
calamidades y pruebas y perpetuará la alianza de Yavé (Is 4,3). Para
Sofonías, la pobreza se opone al orgullo, por lo cual el profeta identifica al
pueblo humilde y modesto con el Resto de Israel, objeto de las promesas
mesiánicas (Sof 3,12-13).
De modo que lo que antes describía una situación social termina por
designar la actitud fundamental del hombre religioso. La pobreza
económica provoca una actitud ante Yavé, y el vocabulario de la pobreza
amplía su significado de valor espiritual. La palabra rash describe al pobre
en su simple estado de pobreza económica y no se le atribuye ningún
valor. Los profetas se sirvieron de otras palabras para reflejar mejor la
actitud interior del pobre: ebyon designa al pobre en su aspecto de
mendigo, expresando súplica; dal describe al pobre como flaco y endeble;
ani significa inclinado, agachado, agobiado y describe al hombre sin vigor,
con vitalidad disminuida; su forma arameizante anaw se encuentra a partir
de los profetas del siglo VIII, con el mismo sentido pero con mayor acento
religioso.
Es Amós quien hace por primera vez el paralelo entre el justo y el ebyon:
«Esto dice el Señor: por tres crímenes de Israel y por cuatro no le
perdonaré, porque ha vendido al inocente (saddiq) por dinero y al pobre
(ebyon) por un par de sandalias; porque aplastan contra el polvo de la
tierra la cabeza de los necesitados (dallin) y no hacen justicia a los pobres
(`anawim)» (Am 2,6-7).
El Salterio nos ha conservado los momentos más íntimos de los anawim,
cuando postrados ante Yavé le exponían sus quejas, sus gozos, incluso su
ira y su desilusión. El salmo típico del anaw es el Salmo 22, donde el
salmista se califica de miserable y describe sus sufrimientos; la segunda
parte describe su alabanza al verse sano y rodeado de sus hermanos.
Este salmo alcanzó su definitivo sentido cuando Jesús, habiendo
reproducido con radicalidad la miserable condición del anaw, enuncia
desde la cruz este salmo mesiánico para unirse a los pobres y sufrientes
(Mt 27,46).
En el exilio nace la mística del retorno, en que se encuadran los cuatro
poemas del Siervo de Yavé: Is 42,1-4; 49,1-6; 50,4-9; 52,13—53,12.
Describen dramáticamente al Siervo como el Mesías-Profeta: estará al
servicio de la Ley, su ministerio será de intercesión; luchará contra el
pecado, conocerá la contradicción y mantendrá un íntimo diálogo con Dios.
Su martirio justificará a los pecadores y congregará los pueblos. Jesús se
reconoció en el Siervo (Lc 22,37 e Is 53,12; Jn 1,29 e Is 53,6-7).
2. Los POBRES EN EL NUEVO TESTAMENTO.
El magníficat de María (Lc 1,46-55) se sitúa en la espiritualidad de los
pobres y constituye su mejor himno. El tema central es la acción de gracias
al Señor que actúa la salvación, que obra grandes prodigios, volcando las
situaciones de los hombres y eligiendo a los humildes: «Porque se ha
fijado en la humilde condición (tapeinosin) de su esclava» (Lc 1,48). La
palabra tapeinosis se relaciona con la humilde condición de los anawim,
quienes hallan en María su más perfecta representante. Ella encarna y
resume aquel resto «humilde y pobre» de Israel, del que nos habla
Sofonías (Sof 3,12-13). María comienza su cántico entonando las mismas
palabras que Ana, la madre de Samuel: «Tengo el corazón alegre gracias
al Señor» (1Sam 2,1). Resulta natural que su humillación se refiera al «No
tengo relaciones» que María expresa al ángel (Lc 1,34), pues María ha
radicalizado su situación de pobre mediante su virginidad.
La primera serie de discursos de Jesús que nos narra Mateo se abre con
el sermón de la montaña, que ilustra cómo ha de ser la vida del Reino (Mt
4,17; 10,7). La justicia del reino de Dios es ilustrada poniéndola en
contradicción a la de los teólogos de entonces (Mt 5,20-48) y a la de los
laicos piadosos (Mt 6,1-18). El preludio lo marcan las bienaventuranzas (Mt
5,1-12), que reflejan la espiritualidad de los anawim. Así como todo el
sermón de la montaña, del cual son un resumen, las bienaventuranzas no
son una ley, sino un catecismo de la cristiandad primitiva, precedido por el
anuncio de los acontecimientos pascuales. «Su intención consiste en
mostrar cómo son los rasgos de la filiación divina y cuál es el rostro de la
fe cuando es vivida» (J. Jeremías).
La descripción de la nueva vida se abre con la bienaventuranza de los
pobres. En la glosa «de espíritu», que parece remontarse al mismo Mateo,
resulta fácil ver la conexión de la vida nueva del Reino con la espiritualidad
de los pobres del Antiguo Testamento. Los traductores de la Biblia nos
ofrecen variadas versiones: los pobres de espíritu, los que tienen alma de
pobres, los que eligen ser pobres, los que tienen espíritu de pobres, etc.
El Reino es anunciado a los pobres y es posesión suya: «El espíritu del
Señor está en mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a llevar la
buena nueva a los pobres, y a curar los corazones oprimidos, a anunciar la
libertad a los cautivos, la liberación a los presos» (Is 61,1). Este es el texto
que Lucas pone en boca de Jesús cuando, en la sinagoga de Nazaret, da
comienzo a su predicación, concluyendo: «Hoy se cumple ante vosotros
esta Escritura» (Lc 4,21).
La estructura de las ocho bienaventuranzas da a entender que es una
misma, explicada siete veces, de modo que los primeros incisos resultan,
si no sinónimos, al menos explicativos del contenido de «pobres de
espíritu». Ellos son también humildes, sufridos, deseosos de justicia,
misericordiosos, limpios de corazón, pacificadores y perseguidos por ser
buenos. Igualmente, los segundos incisos dan a entender que los que
pertenecen al Reino de los cielos poseerán la tierra, serán consolados y
satisfechos, alcanzarán misericordia, verán a Dios y serán sus hijos.
La dimensión religiosa de la expresión «pobres de espíritu» no significa
que la pobreza que Jesús exige a sus discípulos no sea una pobreza
también material. Siguiendo la explicación de las bienaventuranzas, en la
tercera parte del Sermón de la montaña, encontramos varios textos que
afirman una pobreza efectiva: «No atesoréis en la tierra. Atesorad más
bien en el cielo» (Mt 6,19-20). «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt
6,24; Lc 16,13). Jesús exige el abandono de sus bienes a sus discípulos; y
al joven rico que quiere ser mejor le dice: «Si quieres ser perfecto, anda,
vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el
cielo; después ven y sígueme» (Mt 19,21). Antes de narrar la pasión,
muerte y resurrección de Jesús, Mateo corona los hechos y los discursos
de Jesús con la descripción solemne del juicio final, cuando el Hijo del
hombre diga a unos: «Venid, benditos de mi Padre..., porque tuve hambre
y me disteis de comer»; y a los otros: «Apartaos de mí, malditos..., porque
tuve hambre y no me disteis de comer» (Mt 25,34-46). El abandono de los
bienes y su puesta en común entre los fieles de la comunidad de Jerusalén
en favor de una vida fraternal, en donde no había indigentes, nos señala
en qué sentido hay que tomar las palabras de Jesús (He 2,44; 4,32).
Además, si la pobreza de los discípulos fue precedida por la vida y el
ejemplo de Jesús, las bienaventuranzas son también testimonios velados
de Jesús sobre sí mismo: Jesús nació en lugar pobre y fue recostado en
un pesebre (Lc 2,7); rechazó el camino de la posesión, del orgullo y del
dominio (Mc 1,12-13); no tenía donde reclinar la cabeza (Mt 8,20); afirmó
ser manso y humilde de corazón (Mt 11,29); se identificó con los pequeños
(Mt 25,36-40) y no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en
redención de muchos (Mt 20,28). Juan nos describe la actitud de Cristo
como siervo humilde en la escena del lavatorio de los pies (Jn 13,4-12).
Pocos textos del Nuevo Testamento nos presentan tan vigorosamente la
«pobreza de espíritu» de Cristo como el himno de Flp 2,6-11, que nos
describe la actitud de pobreza radical de Jesús como kénosis. A la primera
parte de anonadamiento sucede una segunda de exaltación del Siervo
sufriente. En la primera, su nombre es siervo; en la segunda, le ha sido
otorgado un nombre que domina todo: el Señor. Este himno cristológico se
relaciona con los cuatro poemas del Siervo de Yavé. Ante la forma de Dios
o condición divina contrasta la forma de siervo, que no sólo retrata la
condición humana de Jesús, sino su humillación. El apelativo siervo es el
mismo que emplean los poemas del Déutero-Isaías.
El vuelco que Dios da a las situaciones humanas está expresado en
ambos libros. Al «por eso» de Is 53,12 y al «he aquí» de Is 52,13,
corresponde el «por ello Dios lo exaltó» de Flp 2,9. El versículo: «No
consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios» señala que
Cristo no ha querido arrebatar por la fuerza la igualdad con Dios como
Adán y Eva; al contrario, se despojó de su condición divina y se humilló
tomando la forma de siervo. Ya en la cruz, Jesús cumple los vaticinios del
Déutero-Isaías, aceptando como manso cordero que llevan al matadero,
los atroces sufrimientos y las innumerables aflicciones de su kénosis,
haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Jesús es el
perfecto anaw, pobre, manso, humilde, misericordioso, sufrido, perseguido,
crucificado.
II. Antecedentes sociales
1. PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA. Basados en lo anterior,
podemos afirmar con Medellín (14,4): 1) La pobreza como carencia de los
bienes de este mundo es, en cuanto tal, un mal. Los profetas la denuncian
como contraria a la voluntad del Señor y las más de las veces como el
fruto de la injusticia y el pecado de los hombres. 2) La pobreza espiritual es
el tema de los pobres de Yavé. La pobreza espiritual es la actitud de
apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor.
Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos y reconoce
el valor superior de los bienes del Reino. 3) La pobreza como compromiso,
que asume voluntariamente y por amor la condición de los necesitados de
este mundo, para testimoniar el mal que ella representa y la libertad
espiritual frente a los bienes, sigue en esto el ejemplo de Cristo, que hizo
suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres;
«siendo rico se hizo pobre» para salvarnos, y fundó su Iglesia como signo
de esa pobreza entre los hombres.
La Iglesia siempre ha tratado de seguir a su Fundador y Maestro,
mostrando una especial solicitud hacia los pobres y desvalidos, a pesar de
«tantas debilidades y deficiencias nuestras en el tiempo pasado» (ES 50).
El Vaticano II plantea principios claros sobre la propiedad y el uso de los
bienes: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de
todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben
llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la
compañía de la caridad. Sean las que sean las formas concretas de la
propiedad, jamás debe perderse de vista este destino universal de los
bienes» (GS 69).
Juan Pablo II, en su discurso inaugural en Puebla (III, 4), habla
valientemente de una hipoteca social de toda propiedad privada: «Es
entonces cuando adquiere carácter urgente la enseñanza de la Iglesia,
según la cual sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social».
El Vaticano II recuerda la solicitud de la Iglesia por los pobres y sufrientes:
«Como Cristo recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y
enfermedades en prueba de la llegada del reino de Dios, así la Iglesia se
une por medio de sus hijos a los hombres de cualquier condición, pero
especialmente con los pobres y los afligidos, y a ellos se consagra
gozosa» (AG 12).
Como un gran medio para remediar la pobreza, el Concilio afirma el valor
de la educación: «Conságrense con especial cuidado a la educación de los
niños y de los adolescentes por medio de escuelas de todo género, que
deben ser consideradas no sólo como medio extraordinario para formar y
atender a la juventud cristiana, sino también como servicio
extraordinariamente valioso a los hombres, y sobre todo a las naciones en
vías de desarrollo, para elevar la dignidad humana y preparar condiciones
de vida más favorables» (AG 12).
En su carta magna de la evangelización, Evangelii nuntiandi, Pablo VI
hace una afirmación de trascendental importancia: «Entre evangelización y
promoción humana –desarrollo, liberación– existen efectivamente lazos
muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay
que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas
sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede
disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta
situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de
justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente
evangélico como es el de la caridad; en efecto, ¿cómo proclamar el
mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el
verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?» (EN 31).
2. CONTEXTO SOCIAL LATINOAMERICANO. El contexto social de la
opción preferencial del Episcopado latinoamericano por los pobres es el de
un continente mayoritariamente pobre. En Puebla, los obispos describen
dramáticamente esta situación: «Comprobamos como el más devastador y
humillante flagelo, la situación de inhumana pobreza en que viven millones
de latinoamericanos, expresada, por ejemplo, en mortalidad infantil, falta
de vivienda adecuada, problemas de salud..., hambre, desempleo y
subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, migraciones masivas,
forzadas y desamparadas, etc.» (Puebla 29).
El drama sigue in crescendo, según Puebla: «Desde el seno de los
diversos países del continente está subiendo hasta el cielo un clamor cada
vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y
que demanda justicia, libertad y respeto a los derechos fundamentales del
hombre y de los pueblos. La Conferencia de Medellín apuntaba ya, hace
poco más de diez años, la comprobación de este hecho: «un sordo clamor
brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que
no les llega de ninguna parte» (14,2). El clamor pudo haber parecido sordo
entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones,
amenazante» (Puebla 87-89).
Urge construir en América latina una sociedad más fraterna (Puebla 90) y
luchar por una liberación que se va realizando en la historia, la de estos
pueblos y la personal, y que abarca las diferentes dimensiones de la
existencia: lo social, lo político, lo económico, lo cultural y el conjunto de
sus relaciones (483).
La cuarta Conferencia del Episcopado latinoamericano en Santo Domingo
detalla la situación de los pobres y señala algunas de sus causas: «En
América latina son muchos los que viven en la pobreza, que alcanza con
frecuencia niveles escandalosos» (122). «Las estadísticas muestran con
elocuencia que en la última década las situaciones de pobreza han crecido
tanto en números absolutos como en relativos» (179). Los pueblos sufren
«el déficit fiscal, el peso de la deuda externa y el desorden monetario, la
destrucción de las economías estatales por la pérdida de recursos fiscales,
la inflación y la corrupción» (198).
III. La opción de la Iglesia latinoamericana
1. LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS POBRES. La opción por los
pobres hecha por los obispos reunidos en Puebla, representando a toda la
Iglesia latinoamericana, se basa en Medellín, «que hizo una clara y
profética opción preferencial y solidaria por los pobres» (Puebla 1134).
Está fundamentada en la evangelización del mismo Jesús (1141) y en la
defensa y amor de Dios hacia ellos por el mero hecho de ser pobres,
independientemente de su conducta personal: «Los pobres merecen una
atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en
que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus
hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso Dios
toma su defensa y los ama» (1142); «La evangelización de los pobres fue
para Jesús uno de los signos mesiánicos y será también para nosotros
signo de autenticidad evangélica» (1130).
Esta opción es preferencial, no exclusiva ni excluyente (Puebla 1145,
1165; Santo Domingo 178), pues si Jesús envió a sus apóstoles a predicar
a todo el mundo, la misión de la Iglesia es universal. Por tanto, ha de
liberar a los pobres del individualismo y de la seducción del consumismo, y
también evangelizar «a los ricos que tienen su corazón apegado a las
riquezas, convirtiéndolos y liberándolos de esta esclavitud y de su
egoísmo» (Puebla 1156).
La opción preferencial por los pobres no es estratégica, sino evangélica, al
basarse en Jesús y su estilo de vida de radical pobreza. El hacerse siervo
no es para Cristo algo teatral, sino consecuencia de su dimensión de Hijo y
de hermano, pues no vino a ser servido sino a servir y dar su vida como
rescate por muchos. Jesús nos da a conocer el verdadero rostro de su
Padre, que se revela en la historia como Dios de los pobres.
La opción preferencial por los pobres también revela cómo es el hombre.
La visión del mundo revelada en la pobreza de espíritu evita las
distorsiones y los falsos encantos que las riquezas producen en el alma
humana. Los pobres no aprisionan la verdad del mundo (Rom 1,18). Por
eso, la opción preferencial por los pobres es, antes que nada, una opción
por la verdad, por la realidad de este mundo tal cual es; una conversión
epistemológica radical y una apuesta de que desde los pobres se
transparente mejor la verdad del mundo (J. Sobrino).
Si la opción preferencial por los pobres revela cómo es el hombre,
constituye también un modo de ver la historia y vivir en el mundo; es el
nuevo modo de ser humano proclamada por Jesucristo. Tal opción marca
las relaciones nuevas entre los hombres, basadas en el servicio libre del
amor como la relación básica que humaniza, contra la esclavitud
manipuladora que deshumaniza. Los pueblos pobres y oprimidos tienen el
papel de iluminar el mundo con la nueva visión del evangelio.
2. LOS POBRES DE LA OPCIÓN. LOS pobres en favor de quienes opta el
Episcopado latinoamericano son los pobres socio-económicos, los
marginados u olvidados por la sociedad, los abandonados o
desprotegidos, los carentes de servicios básicos, los humillados y
agobiados por su condición, los culturalmente marginados, los
discriminados por cuestiones raciales o étnicas, los sometidos o
explotados, los enfermos abandonados.
Pobre es cualquier víctima de su familia o comunidad, de la sociedad o de
la cultura: el niño violado, el negro segregado, la muchacha vendida, la
mujer explotada, el encarcelado injustamente, el extranjero indeseable.
Pobres son los que mueren antes de tiempo (G. Gutiérrez). Pobres son
aquellos para quienes sobrevivir es una dura carga (J. Sobrino). Pobres
son también los niños sin hogar o con hogar disfuncional, los que no gozan
de una educación escolar, las mujeres y los menores maltratados o
violados, los ancianos abandonados, las viudas desprotegidas, los
emigrantes sin hogar ni seguridad.
Ahora bien, la pobreza padecida no es mera carencia, sino fruto, muchas
veces, del abuso de otros. La riqueza de algunos ha empobrecido a otros
muchos. Se trata de una situación de ignominia causada por otros.
Pobreza, entonces, es pecado que clama al cielo (Medellín 1, 1), contrario
al plan del Creador y al honor que se merece (Puebla 28). Los pobres son
víctimas del pecado social de otros, de estructuras injustas. Este pecado
divide muchas veces la sociedad en empobrecidos y empobrecedores.
La situación de los pobres tiene también una dimensión política. Los
pobres están sujetos no sólo a la opresión empobrecedora sino también a
la represión (Puebla 42). Los pobres que quieren dejar de serlo son
frecuentemente reprimidos y asesinados; se asemejan al siervo de Yavé
que, por intentar implantar la justicia, sucumbe bajo la represión (J.
Sobrino).
Por último, los pobres hoy en día no son sólo individuos, sino pueblos,
esclavos de su miseria económica, política o cultural. Muchas veces
dependientes y empobrecidos por otros pueblos que los despojan de sus
recursos. Otras veces sus propios gobernantes se convierten en capataces
del pueblo, al que traicionan y oprimen.
Los obispos describieron en Puebla los rasgos de los pobres por quienes
hicieron su opción preferencial: «La situación de extrema pobreza
generalizada, adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que
deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos
cuestiona e interpela: rostros de niños golpeados por la pobreza desde
antes de nacer, de jóvenes desorientados por no encontrar su lugar en la
sociedad, de indígenas y afroamericanos que viven marginados y en
situaciones inhumanas, de campesinos que como grupo social viven
relegados, de obreros frecuentemente mal retribuidos, de desempleados,
marginados y hacinados urbanos, de ancianos» (Puebla 31-39).
Santo Domingo completa el cuadro: «En la fe encontramos los rostros
desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda
externa y de injusticias sociales; los rostros desilusionados por los
políticos, que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa
de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los
rostros aterrorizados de los menores abandonados que caminan por
nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de
las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los
migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el
tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir
dignamente. El amor misericordioso es también volverse a los que se
encuentran en carencia espiritual, moral, social y cultural» (Santo Domingo
178).
IV. Consecuencias eclesiales de la opción
I. LOS POBRES, PRESENCIA CALLADA DE Dios. La opción preferencial
por los pobres formulada en Medellín, proclamada en Puebla y explicada
en Santo Domingo, ha sido extendida a la Iglesia universal por el Sínodo
de 1985 (II D6) y por Juan Pablo II en 1987: «Esta es una opción o una
forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual
da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada
cristiano en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente
a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro
modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente
sobre la propiedad y el uso de los bienes» (SRS 42).
La opción preferencial por los pobres no se reduce a determinar el
destinatario de la misión, sino que configura todo el hacer y ser de la
Iglesia, su fe, esperanza y caridad (J. Sobrino).
Aclara la forma de seguir a Cristo y de proclamar el evangelio, e implica el
testimonio de pobreza espiritual de los cristianos. Revela la presencia de la
Iglesia en el mundo, que cuestiona estructuras y personas. Ella misma
empieza por dar testimonio y ejercer la autoridad como servicio, con
solicitud y amor.
Con la opción preferencial por los pobres la Iglesia vuelve a las fuentes y
proclama al Dios revelado en la historia, creador generoso y señor solícito,
que libera a su pueblo y defiende la causa del pobre. Pero la vida
inhumana de tantos pobres, humillados y marginados, parece ocultar la
presencia y la acción divinas. Dios parece ausente de sus vidas o
impotente para remediar sus males. Este silencio de Dios, que dominó la
pasión y muerte de Jesús, cubre también sus vidas. De ahí que los pobres
se parezcan mucho a Jesús, sacramento primordial, y sean asimismo
sacramento de una presencia callada y misteriosa de Dios en el mundo,
que no manipula la historia desde fuera sino desde dentro, encarnándose y
actuando mediante los hombres.
Los pobres son profetas que denuncian la injusticia, muchas veces con su
silencio, otras veces manifestando rechazo a las situaciones
deshumanizantes en que viven, y luchando por mejorar su condición.
También son profetas que anuncian la llegada del Reino, cuyos valores
proclaman con su vida sufrida y su ánimo lleno de esperanza. Los pobres
constituyen el reto para todos los cristianos, para todos los gobiernos y
para todos los hombres.
Ante la magnitud de la tarea, Juan Pablo II señala: «Pero hoy, vista la
dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor
preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar
a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin
cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se
puede olvidar la existencia de esta realidad» (SRS 42).
Con gran valentía, el Papa toca el tema candente de la propiedad privada:
«Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina
cristiana: los bienes de este mundo están "originariamente destinados a
todos" [GS 69; PP 22]. El derecho a la propiedad privada es válido y
necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella
grava "una hipoteca social" [discurso inaugural de Puebla], es decir, posee,
como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada
precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes. En este
empeño por los pobres no ha de olvidarse aquella forma especial de
pobreza que es la privación de los derechos fundamentales de la persona,
en concreto el derecho a la libertad religiosa y el derecho, también, a la
iniciativa económica» (SRS 42).
2. LA PROMOCIÓN Y EL SERVICIO DEL POBRE. La cuarta Conferencia
general del Episcopado latinoamericano celebrada en Santo Domingo, da
un paso adelante al señalar que es necesario proceder con organización
bien programada: «Fomentar la búsqueda e implementación de modelos
socio-económicos que conjuguen la libre iniciativa, la creatividad de
personas y grupos y la función moderadora del Estado, sin dejar de dar
atención especial a los sectores más necesitados. Todo esto orientado a la
realización de una economía de la solidaridad y la participación, expresada
en diversas formas de propiedad» (Santo Do-mingo 201).
Santo Domingo ilumina la opción preferencial por los pobres con un
aspecto práctico: «La opción preferencial por los pobres incluye opción
preferencial por los medios para que la gente salga de su miseria, y uno de
los medios privilegiados para ello es la educación católica» (275). «Educar
en los valores de laboriosidad y del compartir, de la honestidad y la
austeridad, del sentido ético-religioso de la vida, para que desde la familia
—primera escuela— se formen hombres nuevos para una sociedad más
fraterna donde se viva el destino universal de los bienes en un contexto de
desarrollo integral» (200).
La opción preferencial por los pobres repercute en la acción de los
cristianos en el mundo, a nivel personal y a nivel estructural. Es preciso y
urgente remediar la situación de pobreza socio-económica y cultural de
millones de seres humanos. La pobreza puede provenir de la injusta e
inequitativa distribución de la riqueza de un país, o de la insuficiente
producción de riqueza a repartir. La producción insuficiente depende de la
baja productividad, que se origina por la falta de recursos materiales,
conocimientos, técnica y organización.
«Lo que falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la
riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de
la creación» (Santo Domingo 15). En la línea de Juan Pablo II en
Centesimus annus, el documento de Santo Domingo considera la
deficiente producción de riqueza como causa de la pobreza en grandes
sectores de América latina. «El mundo del trabajo reclama el crecimiento
de la economía y el aumento de la productividad, de tal modo que haga
posible, mediante una justa y equitativa distribución, el mayor bienestar del
hombre y su familia» (183).
Para crear más riqueza, los obispos hablan de «crecimiento de la
economía y aumento de la productividad» (183). La economía de mercado
y libre empresa se presenta como un medio válido para ellos: «Reconocer
el papel fundamental de la empresa, del mercado, de la propiedad privada
y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción,
de la creatividad humana, en el marco jurídico de una justicia social» (203).
Es igualmente preciso superar la dialéctica capital-trabajo, siguiendo el
pensamiento de Juan Pablo II, que expresaba ya en 1981: «El hombre
como sujeto del trabajo, e independientemente del trabajo que realiza, el
hombre, él solo, es una persona. Esta verdad contiene en sí
consecuencias importantes y decisivas. Ante todo, a la luz de esta verdad,
se ve claramente que no se puede separar el capital del trabajo, y que de
ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el capital al
trabajo, ni menos aún los hombres concretos que están detrás de estos
conceptos, los unos a los otros» (LE 12-13).
Por último, la opción preferencial por los pobres está vinculada con la
opción preferencial por los jóvenes que hizo Puebla (1186-1187) y renovó
Santo Domingo (114). La juventud constituye una etapa transitoria,
caracterizada por incertidumbres y decisiones vitales, muchas veces
desorientada y manipulada. De ahí que la Iglesia deba atender a los
jóvenes con una preferencia pastoral y una atención especial adecuada a
sus necesidades.
V. Consecuencias catequéticas
a) La opción preferencial por los pobres renueva el concepto mismo de
catequesis, que ya no será la simple transmisión de contenidos de la fe,
sino que tendrá en cuenta que los pobres y humildes son sacramento de
Jesús, y que desde su experiencia se conoce mejor el mundo porque ellos
ven a Dios. Por eso, constituye una perspectiva que involucra la totalidad
de las relaciones del hombre: con Dios, que se le revela como el Dios que
ama y libera a los pobres; con Cristo pobre, que pasó haciendo el bien a
los necesitados; con el Espíritu consolador, defensor de los pobres. La
relación con los demás queda animada por el mutuo servicio, opuesto a la
manipulación recíproca o a la dependencia opresora. La relación consigo
mismo representa la moderación en el uso de las cosas (necesitar pocas
cosas y necesitarlas poco), con el sentido escatológico del «tener como si
no se tuviera» (cf 1Cor 7,29-31). La relación con el mundo queda
iluminada por el principio del señorío humano sobre las cosas, no para
malgastarlas o destruirlas sino para aprovecharlas y mejorarlas, de lo cual
surge la reflexión teológica sobre la ecología y sus consecuencias en la
educación, en la vida social y en las relaciones entre las naciones.
b) También se renuevan los métodos a partir de las experiencias de los
necesitados y al tomar en serio sus posibilidades y su contribución a la
Iglesia y al mundo. El kerigma y la conversión preceden a la catequesis;
esta edifica sobre cimientos kerigmáticos, sobre vivencias iluminadas por
la fe, animadas por la esperanza y coronadas por la caridad. Por tanto, los
catequistas habrán de tomar en serio las vivencias profundas de los
catequizandos, descubriendo en ellos no sólo las semillas del Logos, sino
los frutos del Espíritu. Deben actuar como lo hizo el Espíritu Santo en el
misterio de la encarnación: sin imposición, sin irrupción violenta,
respetando el proceso personal de la vida de María, respondiendo a sus
interrogantes y esperando su respuesta (cf Hacia una catequesis
inculturada [HCI] 58).
c) La opción preferencial por los pobres forma parte de los contenidos de
la catequesis, de modo que en sus diversos tipos y niveles habrá que
recordar la tradición del Antiguo Testamento de los pobres de Yavé, la
teología del Siervo de Yavé, las denuncias de los profetas ante las
riquezas y sus reclamos de confianza en Dios. Del Nuevo Testamento
habrá que insistir en la humilde condición de María, el valor del trabajo
humilde de José y de Jesús, las bienaventuranzas y el anuncio del Reino,
la proclama del Señor contra el orgullo y las riquezas y su vida
desapegada. Y, ante todo, centrar toda catequesis en el misterio pascual
de la muerte y resurrección de Cristo, clave del cristianismo y de toda
catequesis.
d) Es preciso «acentuar la opción de Jesucristo por los pobres y sencillos,
por los enfermos, los pecadores; los postergados, como la mujer y los
niños, y los marginados, como los leprosos, extranjeros y publicanos, que
nos llama a una forma cristiana de presencia en el mundo» (HCI 148). Hay
que «incorporar la doctrina social de la Iglesia como parte indispensable de
la catequesis, de modo que todos, hasta los niños y los más sencillos, la
reconozcan como parte de la vivencia normal de su fe» (HCI 156). Se
deben incluir puntos importantes, como el destino universal de los bienes y
la hipoteca social de toda propiedad privada. Y, ante todo, es preciso
solidarizarse con los pobres y comprometerse con sus causas.
e) La opción preferencial por los pobres conduce a los pobres a su
liberación, que los dignifica y humaniza. «Una meta de la evangelización
inculturada será siempre la salvación y la liberación integral de un
determinado pueblo o grupo humano, que fortalezca su identidad y confíe
en su futuro específico» (Santo Domingo 243). «El mensaje que nos trae
Jesús de Nazaret, Palabra de Dios hecha carne, es un mensaje de
redención que asume, libera y transforma; es un mensaje de humanidad
porque la encarnación se realiza para divinizar al ser humano y para que
toda persona humana reconozca y desarrolle su propia dignidad y la de
sus semejantes» (HCI 89).
f) La opción preferencial por los pobres exige educar a percibir las
necesidades del prójimo y a tener un corazón sensible a sus
padecimientos, como el samaritano de la parábola. La educación al
servicio forma parte del proceso de la catequesis, ya que esta no es mera
transmisión de conceptos, sino comunicación de verdades y valores
evangélicos, que llevan a vivir en fraternidad; y sin actitudes de servicio
esto resulta imposible.
g) La promoción humana, y más especialmente la promoción de los
pobres, forma parte integrante de la catequesis (EN 29-31; Puebla 1254),
pues «no basta denunciar su injusta situación, sino que es preciso
brindarles los medios para salir de ella, y uno de los medios privilegiados
para ello es la educación católica» (Santo Domingo 275).
h) Jesús es todo Hijo y todo hermano. Quien le sigue debe ser también
todo hijo y todo hermano, mediante su entrega total a Dios y al servicio a
sus hermanos, sobre todo a los más necesitados. Ahora bien, «el mejor
servicio al hermano es la evangelización, que lo dispone a realizarse como
hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente»
(Puebla 1145).
i) La opción preferencial por los pobres conduce a tomar en serio la
inculturación de la fe para lograr una evangelización de la cultura, a la luz
de los tres grandes misterios de la salvación: la Navidad, que muestra el
camino de la encarnación; la Pascua, que conduce por el sufrimiento a la
purificación de los pecados, y Pentecostés, que, por la fuerza del Espíritu,
hace entender a cada uno las maravillas de Dios (cf Santo Domingo 230).
La inculturación del evangelio es un proceso que reconoce los valores de
cada cultura, incorpora los valores cristianos ausentes en dicha cultura y
corrige sus errores. En muchas partes se respira una cultura que no
respeta la vida, desvirtúa el amor y deshumaniza la sexualidad. Contra
esto, la catequesis resalta el valor de la vida, del amor y de la sexualidad,
los derechos humanos y la dignidad de la mujer. Urge también formar la
conciencia crítica frente a los medios de comunicación, que
frecuentemente niegan esos valores.
j) La opción preferencial por los pobres nos recuerda que Jesús hablaba
del amor y la ternura de Dios, no con palabras rebuscadas, sino con
lenguaje comprensible a todos, acompañado con gestos de acogida,
atención y servicio a los humildes; recurrió a la sabiduría de los sencillos,
haciendo comprender los misterios del Reino con ejemplos y
comparaciones que todos entendían (cf HCI 60.68). Así, el catequista debe
ponerse al nivel de sus catequizandos, atendiendo a su edad, condición,
cultura y lenguaje. «La persona de Jesús aparece no sólo como contenido
central de la catequesis, sino como fuente inspiradora de toda pedagogía
catequística en la que se destaca: la atención a la persona en su situación,
la sencillez del lenguaje en consonancia con la cultura, la paciencia, el
diálogo y el acompañamiento y el valor profético para anunciar el reino de
Dios» (HCI 8).
VI. Pistas para una catequesis sobre los pobres
Es conveniente proponerse en cada sesión de catequesis un objetivo
concreto y claro, que puede consistir en la conversión, modificación o
mejora de nuestros pensamientos, actitudes y acciones, en referencia al
tema. Se puede partir de la situación o de la iluminación; lo importante es
abrir el corazón a las necesidades de los demás y sentir el amor personal
de Jesús: 1) Ambientación. Mediante periódicos, revistas, fotos o vídeos,
presentar situaciones de pobreza que viven personas necesitadas en
nuestro derredor o en otras partes, de tal modo que interpelen a los
catequizandos. 2) Iluminación. Leer algún texto del Antiguo o del Nuevo
Testamento sobre los pobres de Yavé, María, Jesús, las
bienaventuranzas, etc., o algunos textos de los papas o de los obispos
sobre la opción preferencial por los pobres. 3) Meditación. Reflexionar
sobre el texto leído y relacionarlo con nuestras propias experiencias de
sufrimiento, enfermedad, humillación o marginación, para buscar los
bienes de la pobreza espiritual y los remedios de la pobreza material, así
como las relaciones entre ambas. 4) Oración. Escoger un texto de los
profetas o de los salmos, alguno de los poemas del Siervo de Isaías, las
bienaventuranzas, el himno de Flp 2,6-11 o algún otro para recitar en
grupo o meditar individualmente. 5) Compromiso. Proponerse mejorar
alguna actitud, despertar sentimientos cristianos y proponerse alguna
acción concreta de servicio en favor de algún necesitado.
BIBL.: II Conferencia del episcopado latinoamericano en Medellín, 1968, 14; III Conferencia del
episcopado latinoamericano en Puebla, 1979, 1134-1165; IV Conferencia del episcopado
latinoamericano en Santo Domingo, 1992, 157-286; Catecismo de la Iglesia católica, nn. 64,
544, 1716-1724, 1941, 2443-2449, 2544-2550 y otros; DE CANDIDO L., Pobre, en DE FYORES S.-
GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914, 1574-1593;
DECAT-CELAM, Hacia una catequesis inculturada. II Semana latinoamericana de catequesis
(Caracas 1992), Conclusiones, Bogotá 1995; GUTIÉRREZ G., Pobres y opción fundamental, en
ELLACURIA I.-SOBRINO J., Mysterium Liberationis, Trotta, Madrid 1990; LOIS J., Dios de los
pobres, en PIKAZA X.-SILANES N. (dirs.), Diccionario teológico. El Dios cristiano, Secretariado
Trinitario, Salamanca 1992; Sínodo de 1985; RICHARD E., Pobre, en MORENO VILLA M. (din),
Diccionario de pensamiento contemporáneo, San Pablo, Madrid 1997, 956-961; SOBRINO J.,
Opción por los pobres, en FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (eds.), Conceptos fundamentales del
cristianismo, Trotta, Madrid 1993.
Alejandro Mejía Pereda