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Escuela Pitagórica

Los pitagóricos, liderados por Pitágoras de Samos, eran una comunidad de la Antigua Grecia que combinaba ciencia y misticismo, considerando que todo en el universo se podía expresar a través de números y proporciones musicales. Su filosofía incluía la purificación del alma a través de un estilo de vida estricto y la creencia en la reencarnación, así como la idea de que el fuego era el motor divino del cosmos. A pesar de su escisión en el siglo VI a.C., el pitagorismo continuó influyendo en el pensamiento filosófico y matemático a lo largo de los siglos.
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Los pitagóricos, liderados por Pitágoras de Samos, eran una comunidad de la Antigua Grecia que combinaba ciencia y misticismo, considerando que todo en el universo se podía expresar a través de números y proporciones musicales. Su filosofía incluía la purificación del alma a través de un estilo de vida estricto y la creencia en la reencarnación, así como la idea de que el fuego era el motor divino del cosmos. A pesar de su escisión en el siglo VI a.C., el pitagorismo continuó influyendo en el pensamiento filosófico y matemático a lo largo de los siglos.
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Cultura

Artículo revisado

Los Pitagóricos: quiénes eran y en qué consistía su filosofía

Te explicamos cuáles eran las enseñanzas de los discípulos de Pitágoras.

Sonia Ruz Comas

Sonia Ruz Comas

5 febrero, 2024 – 16:04 — Actualizado 7 noviembre, 2024 – 06:06 CEST

Los pitagóricos

Todo es número. Esa es la máxima de los pitagóricos, la comunidad de la


Antigua Grecia que contemplaba el universo como un todo ordenado en el
que se expresaba la divinidad. De esta forma, el cosmos (voz griega que
significa universo) se manifestaba a través de los números y la proporción
musical, erigidos como las fuentes verdaderas para la purificación humana.
En otras palabras (y al contrario de lo que pueda pensarse), los pitagóricos
no eran simplemente matemáticos o filósofos. Las enseñanzas de Pitágoras,
el gran maestro, se ubicaban en un marco místico-científico que pretendía
dar una explicación profunda de la existencia, más allá de la puramente
racional o empírica. De hecho, los pitagóricos constituyeron lo que hoy en
día denominaríamos secta (tenían sus juramentos y sus propios ritos de
iniciación), muy influidos, como podemos observar, por los cultos mistéricos
tan en boga en la Grecia de la época.

¿Quiénes eran, pues, los pitagóricos, y en qué consistía su filosofía? En el


artículo de hoy desentrañamos los “secretos” de esta comunidad tan
influyente en la cultura griega de los siglos VI y V a.C.

Los pitagóricos: ¿secta o comunidad?

Existe mucha literatura acerca de los pitagóricos. Su extraña enseñanza, una


mezcla curiosísima de ciencia y misticismo, ha inspirado leyendas, novelas y
películas. Sin embargo, ¿quiénes eran en realidad?

Pitágoras de Samos, el maestro

Debemos empezar por el principio, que no es otro que el nacimiento en


Samos (Asia Menor), hacia el año 570 a.C., de un personaje que iba a
cambiar la perspectiva filosófica de Grecia. Hablamos, claro está, de
Pitágoras de Samos (570-490 a.C.), el fundador de lo que más tarde sería la
escuela pitagórica de Crotona.

Probablemente nacido en una familia de comerciantes (conocemos el


nombre de su padre, un tal Menesarco), Pitágoras tuvo la oportunidad de
realizar una serie de viajes por Oriente que fueron fundamentales para la
creación de su filosofía. De Egipto adquirió los conocimientos geométricos;
en Babilonia y Caldea bebió de su antiquísima astrología. Es probable incluso
que se topara con Zoroastro (h. 628 – 551 a.C.) o, al menos, con su doctrina,
durante sus viajes por Persia. Del zoroastrismo, una religión que se extendió
rápidamente por Oriente en los últimos siglos anteriores a Cristo, el joven
Pitágoras retuvo probablemente la idea del fuego como elemento purificador.
Artículo relacionado: “Los 15 filósofos griegos más importantes y famosos”

Ritos mistéricos

A su regreso a Grecia, Pitágoras se estableció en Crotona, en la Magna


Grecia (sur de Italia), donde fundó una escuela que pronto conseguiría varios
adeptos. Esta primera generación pitagórica ya recogía las bases de lo que
sería la doctrina general de la fraternidad: una unión indiscutible entre la
racionalidad y la contemplación mística. En realidad, tras las invasiones
persas, los territorios helenos estaban ya bastante abonados para la
aceptación de las religiones provenientes de Asia. Florecían los ritos
eleusinos, así como los dionisíacos y los ritos órficos. Todos ellos tenían en
común tanto el hermetismo de sus enseñanzas como los diversos ritos de
purificación a los que debían someterse los iniciados.

La naturaleza de los pitagóricos debe enmarcarse en esta corriente mistérica


que bañaba Grecia hacia el siglo VI a.C. Por tanto, podemos afirmar,
recogiendo el argot actual, que se trataba de los que hoy llamaríamos una
secta. Conocemos que los pitagóricos poseían un juramento, el “juramento
pitagórico”, en el que mencionaban a Pitágoras sin llamarle por su nombre
(le denominaban aquel) y hacían referencia a la “santa Tetraktys” que este
les había brindado. Es decir, el filósofo era considerado prácticamente un
profeta, un maestro, un iniciador.

Quizás te interese: “Las 7 principales Leyendas Griegas (explicadas)”

Un universo numérico y musical

¿En qué consistía esta “santa Tetraktys” que Pitágoras había entregado a sus
discípulos? Gráficamente se representaba como diez puntos distribuidos en
cuatro líneas, que dibujaban un triángulo y que representaban las cuatro
manifestaciones del universo que, en conjunto, lo eran todo.

Primero estaba el Uno, la Unidad, identificado con la Divinidad, eterna e


indivisible. Luego, estaba la Díada, es decir, el Dos, que representaba la
escisión de este punto primigenio y que simbolizaba la dualidad intrínseca de
todo (masculino-femenino, noche-día…). La Tríada, es decir, el Tres, eran los
tres niveles en los que se divide el mundo: el cielo en la parte superior y los
infiernos en el inferior, con la tierra en el módulo intermedio. Finalmente, el
Cuaternario o número Cuatro simbolizaba los cuatro elementos: tierra, aire,
fuego y agua. Las cuatro líneas (1+2+3+4) suman diez, es decir, la Década,
que representaba al universo entero.

Podemos ver cómo, efectivamente, para los pitagóricos el número era la


esencia de todo, la manifestación principal de Dios. En consecuencia, la
música, estructurada en intervalos regulares y proporcionales, estaba
igualmente relacionada con el cosmos; de hecho, los pitagóricos
consideraban que el movimiento cósmico producía música, pero que era tan
constante y perfecta que el oído humano era incapaz de percibirla.

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El movimiento eterno del alma y el camino de la purificación

El movimiento era algo esencial en la doctrina pitagórica. Todo lo divino se


movía eternamente; por tanto, el alma, en tanto que inmortal, debía también
moverse. De aquí los pitagóricos deducían su “eterno retorno”, una idea muy
influida por el misticismo persa, que afirmaba que el alma se reencarnaba
constantemente y que sólo su definitiva liberación la sacaría del círculo
infinito de movimiento.

¿Cómo conseguir, entonces, esta liberación del alma? Los pitagóricos no sólo
conformaban una teoría, sino que también constituían un modo de vida.
Preconizaban una vida absolutamente pura, en la que la contemplación del
universo y la purificación constante eran pilares básicos. La comunidad
pitagórica tenía normas bastante estrictas de conducta, entre las que estaba
la de no consumir carne, pero también otras bastante absurdas como no
atizar el fuego con hierro o no recoger nada que se hubiera caído.

En principio, estas reglas de comportamiento estaban basadas en la armonía


del cosmos, del que el ser humano no podía desvincularse si deseaba
realmente la purificación. La “armonía de las esferas”, de creación divina,
era el espejo en el que el pitagórico debía observarse, para de esta forma
recrear en su vida y en su entorno el mismo movimiento armónico del
universo. Solo así era posible la elevación del alma.

El fuego como motor divino

Probablemente derivado de las enseñanzas del zoroastrismo persa, la


filosofía pitagórica puso igualmente al fuego como centro indispensable del
movimiento universal. De esta forma, se origina una temprana teoría no
geocéntrica que disponía el fuego divino como centro del cosmos y como
motor primigenio del resto del movimiento armónico, alrededor del cual
giraban los astros y los planetas; entre ellos, la tierra.

Esta idea se irá recogiendo a través de los siglos y llegará hasta la Edad
Media europea, especialmente mediante la filosofía de Aristóteles. Santo
Tomás de Aquino, por ejemplo, hablará de un “primer motor inmóvil” (o sea,
Dios) como fuerza motriz de todo.

Artículo relacionado: “Las 4 diferencias entre mito y logos”

Escisión y formación de las generaciones pitagóricas

La comunidad fundada por Pitágoras en Crotona se escindió a finales del


siglo VI a.C. por problemas políticos y sociales con la ciudad. Pero no por ello
termina el pitagorismo. Los discípulos del maestro emigran y se instalan en
otras ciudades helenas, donde prosiguen sus enseñanzas y su particular
modo de vida.

En aquella época, la fraternidad pitagórica ya se había dividido en dos


grupos muy diferenciados: los matematikoi (los “conocedores”) y los
acusmáticos (“oidores”). La principal diferencia era que los primeros tenían
la potestad de hablar y mostrar su opinión sobre la doctrina pitagórica,
mientras que los oidores sólo podían escuchar y, por supuesto, callar.
Tradicionalmente se ha venido identificando a estos oidores como los
novicios o iniciados, mientras que los matematikoi representarían la
experiencia dentro de la comunidad. Todo ello demuestra, una vez más, el
carácter iniciático de la fraternidad pitagórica.

El maestro Pitágoras falleció en Metaponto en fecha desconocida, aunque se


cree que fue a inicios del siglo V a.C. El pitagorismo siguió su camino en la
corriente denominada neopitagorismo, que sobrevivió hasta mucho después
de la muerte de su iniciador.

El matemático neerlandés Bartel Leendert Van der Waerden (1903-1996)


distinguió cinco generaciones dentro del pitagorismo, y destacó a algunos
pensadores principales de cada una de ellas. La primera es la instaurada por
Pitágoras, y parte aproximadamente del año 530 a.C. En la segunda
generación destaca Hipaso de Metaponto, supuestamente asesinado por
revelar secretos reservados para los miembros de la comunidad.
La tercera generación es la llamada “generación anónima”, por cierto, muy
alabada por Aristóteles. En la cuarta, ya en el siglo V a.C., destacan Filolao y
Teodoro, y en la quinta y última, correspondiente a la primera mitad del siglo
IV a.C., Arquitas de Tarento (428 -345 a.C.

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