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Arnold Gesell - El Niño de 11 y 12 Años

El documento 'El niño de 11 y 12 años' de Arnold Gesell ofrece una guía para padres sobre las características del desarrollo emocional y social de los niños en esta etapa. Describe cómo los niños comienzan a experimentar cambios significativos en su comportamiento, curiosidad y relaciones interpersonales, marcando el inicio de la adolescencia. Además, se enfatiza la importancia de entender y manejar las nuevas emociones y comportamientos que surgen durante este período de crecimiento.

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Arnold Gesell - El Niño de 11 y 12 Años

El documento 'El niño de 11 y 12 años' de Arnold Gesell ofrece una guía para padres sobre las características del desarrollo emocional y social de los niños en esta etapa. Describe cómo los niños comienzan a experimentar cambios significativos en su comportamiento, curiosidad y relaciones interpersonales, marcando el inicio de la adolescencia. Además, se enfatiza la importancia de entender y manejar las nuevas emociones y comportamientos que surgen durante este período de crecimiento.

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Arnold Gesell

de 11 y 12 años
Paidós / Guías para padres

Serie Gesell”
DATE DUE
e
E
la]
QD
-
<X
[o]
Digitized by the Internet Archive
in 2022 with funding from
Kahle/Austin Foundation

https://archive.org/details/elninode11y12ano0000unse
El niño de 11 y 12 años
Guías para padres - Serie Gesell

51. A. Gesell - El niño de 1 a 4 años


52. A. Gesell - El niño de 5 y 6 años
53. A. Gesell - El niño de 7 y 8 años
54. A. Gesell - El niño de 9 y 10 años
55. A. Gesell - El niño de 11 y 12 años
56. A. Gesell - El niño de 13 y 14 años
57. A. Gesell - El adolescente de 15y 16 años
Arnold Gesell y otros
Director de la Clínica de Desarrollo Infantil de Yale

El niño de 11 y 12 años

SPAN 136.735 NINO


El Ni2no de 11 y 12

WD PAIDÓS...
a
¿Sb0000U6zeG8s
O LUBIGEOS
Título original: Youth, the years from ten to sixteen (capítulos 11 y 12
Publicado en inglés por Harper 8. Brothers, Nueva York

Traducción de Eduardo Loedel


Supervisión de Telma Reca

Colaboradores: Frances L. llg y Louise Bates Ames


Compilador: Jaime Bernstein

Cubierta de Daniela Mion-Bet

Quedan rigurosamente prohibidas sin autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones estable-
cidadas en la leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento,
comprendidos la reprografía o tratarniento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante
alquiler o prestamo públicos.

O 1956 by Gesell Institute of Child Developement, Inc.


O 1982 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
y Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 599 - Buenos Aires
http://www.paidos.com

ISBN: 84-493-0889-5
Depósito legal: B: 43.077/2000

Impreso en Novagráfik, S.L.


Vivaldi, 5 - Foinvasa
08110 Montcada ¡ Reixach (Barcelona)

Impreso en España - Printed in Spain


Sumario

1. EL NIÑO DE ONCE AÑOS

Perfil de madurez .......................... 9


Rasgos de madurez ........................ 21
4. Sistema de lación COLL. elos as tb ias 21
2 ouidado personal Unas o do lao 32
ae O NO EI A A E 43
A o AA A 50
5. Relaciones interpersonales .................. 55
6. Actividades e intereses .............
o... o... 62
CAS AAN E AR EA AA ARA 67
a AS IN NO 75
SO NACO dra dos taleaaa 79

2. EL NIÑO DE DOCE AÑOS ................ 83

Perfil de madurez .......................... 83


Rasgos de madurez ........................ 92
Sistema do accion dolalOL ln Ns dd lla 92
El niño de 11 y 12 años

2nGuidadio personal Y: (UNAS 0... pls 104


A A E e a 114
A a 119
5. Relaciones interpersonales .................. 123
6. Actividades e intereses ..................... 128
EIA ESCOLAE Sel ista E a bis 134
SU CUE a Can O ÓN 140
A O AO A A A 143
Capítulo 1
EL NIÑO DE ONCE AÑOS

Perfil de madurez

En sus mejores momentos, Diez presenta un cuadro tan amplio


y completo de equilibrio que parece ser un producto terminado
de la naturaleza. En cierta medida, esto es cierto, pues a los
diez años la infancia alcanza una suerte de consumación.
Pero muy pronto nuevas fuerzas del crecimiento imponen
su energía creadora y la infancia da paso a nuevas evoluciones
que se conocen con el nombre de «adolescencia». Los once
años señalan indudablemente el comienzo de la adolescencia,
pues traen consigo una cantidad de síntomas del proceso del
crecimiento que en el curso de otra década colocará al niño en
las fronteras de la madurez.
¿Cuáles son estos indicios? Son nuevos patrones y nuevas
formas intensas de conducta. El antes complaciente niño de
diez años comienza a manifestar formas desusadas de afirma-
ción de su personalidad, de curiosidad y de sociabilidad. Es
inquieto, investigador charlatán. Se mueve y retuerce perma-
nentemente. No le molesta el reposo, pero le gusta andar
El niño de 11 y 12 años

siempre de un lado a otro. Tiene un hambre voraz y constante.


A la par de este enorme apetito de alimentos marcha su apeti-
to de nuevas experiencias. Cada vez formula más preguntas
sobre los adultos, pues de día en día se va pareciendo más y
más a ellos, y no está lejano el tiempo en que él mismo será
uno de ellos. Actualmente los examina con mirada más pene-
trante; incluso puede llegar a imitarlos mimicamente para pro-
fundizar su comprensión. No le gusta estar solo y acude a toda
suerte de recursos y artificios para explorar las relaciones
interpersonales con sus padres y camaradas.
Le encanta discutir, pero —comentó una mamá— uno no
puede discutir con él. Otra madre resumió con buen humor
este mismo hecho: «Tiene dos pasiones: comer y charlar».
Gracias a su benévola disposición, pudo agregar: «Me resul-
ta bastante difícil de llevar, ¡pero es encantadora!». Y gracias
a su sagacidad se dio cuenta de que este deseo de afirmar su
personalidad no obedecía a un simple impulso de atrevimien-
to, sino a la inexperta tentativa de adquirir mayor madurez y
prestigio.
Con su ruidosa espontaneidad realiza múltiples irrupciones y
proyecciones en su medio personal, alegremente inconsciente
de lo «difícil» y «grosero» que se muestra. Ahora experimenta
impulsos y estados de ánimo que nunca había sentido antes. El
módulo uniforme del año anterior parece disiparse; sin embargo,
para asombro de su familia, algunas veces puede comportarse
«divinamente», fuera de su casa. Aunque no le perdonemos
todos sus exabruptos e inconsecuencias, debemos reconocer la
profundidad de su inexperiencia en las nuevas áreas emociona-
les de la conducta interpersonal. En estos reinos más complejos
es un verdadero novato. Las emociones son estructuras que
deben pasar por un proceso de crecimiento y organización.
Puesto que se halla en los umbrales de la adolescencia y el terre-
no es desconocido, es mucho lo que hay que crecer y organizar.

10
El niño de 11 años

La vida emocional de Once presenta frecuentes picos de


gran intensidad. En poquísimo tiempo puede ser víctima de un
fuerte ataque de cólera. Está sujeto a estallidos de risa y a
estados de ánimo variables. Los distintos humores vienen y se
van a ráfagas y algunas veces obedeciendo a un ritmo cotidia-
no: soñoliento y gruñón por la mañana, y alegre y vivaz por la
tarde; pero otras veces alterna días buenos con días sombríos.
El mal humor puede aparecer cuando hay demasiado que hacer
y poco tiempo para jugar o para dormir. Sus emociones se
levantan con rápidos crescendos; su voz también sube con
premura, pues a veces llega a gritar con tal intensidad que obli-
ga a los demás a alzar la voz en forma equivalente: frecuente-
mente se le ve atravesar las habitaciones como un remolino,
profiriendo amenazas; estos exabruptos exigen una mano fir-
me y habilidosa. Si se les encara con demasiada sensibilidad o
indulgencia pueden provocar constante irritación.
Estos tipos de conducta reflejan concretamente la inmadurez
de las nuevas evoluciones emocionales que actualmente pasan
por las etapas iniciales. Después de todo, hay una indudable ino-
cencia e ingenuidad en todas las reacciones emocionales de la
mayor parte de los niños de once años. Si reconocemos la rea-
lidad de esta cualidad, lograremos disminuir considerablemente
la consiguiente irritación que puede provocar. Del mismo modo,
podremos aceptar sus ardores y entusiasmos, aun cuando no
se hallen modulados. Sus ataques de cólera no son regresiones
a los berrinches preescolares. No se trata de un retroceso a un
nivel cronológico anterior, sino de nuevos patrones emociona-
les en vías de desarrollo. Son fenómenos del crecimiento que
tienen su origen primero dentro del organismo y no en los patro-
nes culturales.
En verdad, el organismo se halla en pleno proceso de trans-
formación, y ésta no se limita al aumento de la altura y el peso,
sino que también implica el sistema de acción total del niño.

11
El niño de 11 y 12 años

Incluso las funciones fisiológicas, como el control térmico, pier-


den regularidad. Once suele sentir demasiado calor o demasia-
do frío, fluctuando siempre entre los extremos. Además, se
fatiga con facilidad. Ésos no son signos de simple debilidad físi-
ca, sino que forman parte del proceso omnicomprensivo de la
reorganización evolutiva que abarca su conducta total.
Para apreciar la esencia constructiva de estos rasgos de
conducta ricamente diversificados, debemos considerarlos en
función del crecimiento intrínseco. Incluso su negatividad, su
tendencia a importunar, su espíritu contradictorio, desempeñan
una función positiva para facilitarle la penetración en la reali-
dad. Su exuberancia, su libre curiosidad, su amistad extraverli-
da también reflejan los nuevos fermentos de su organismo en
transformación.
Por todos estos hechos es algo más que un precursor de
la adolescencia. Ya es, por su conformación general, un ado-
lescente. Para trazarnos un cuadro más concreto de los ras-
gos de madurez de Once no tenemos más que observar las
formas características en que encara las diversas situaciones
de la vida en el hogar, la escuela, y en el radio más amplio de
la comunidad.
Consideremos, por ejemplo, las respuestas habituales a la
entrevista, situación ésta altamente compatible con su psico-
logía corriente. A los nueve años sería casi imposible realizar
una entrevista semejante. Ahora, a los once, no se limita a una
conducta totalmente pasiva, sino que encuentra un verdadero
placer en la situación. Su franqueza y comunicatividad son tan
grandes que el investigador no tiene más que escuchar su
desenvuelta conversación. Once se muestra cortésmente
objetivo, minucioso, serio, sincero, amistoso. Pero también da
rienda suelta a su irrefrenable curiosidad; hasta es muy posible
que se levante de la silla y empiece a dar vueltas por la habita-
ción con aire inquisitivo para tocar y explorar el medio físico,

12
El niño de 11 años

probar la máquina de escribir y formular preguntas de todo


género, particulares y generales, entre el uso o significado de
esto o aquello.
Si permanece en la silla, consume su enorme caudal de
energía en una incesante actividad postural. Se retuerce y da
vueltas con suma riqueza de movimientos. Hace contorsiones,
salta, se mueve sobre toda la silla; cruza un pie sobre el brazo,
recoge la pierna, golpea una rodilla con otra, se agacha, se
agarra los tobillos. Al mismo tiempo hace toda suerte de mue-
cas, mueve la cabeza e interrumpe la conversación con inter-
jecciones y estallidos de risa. Su actividad comprende todo el
cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Sin embargo, los movi-
mientos no son «nerviosos» en su calidad o valor. Es como si
el sistema psicomotor total de Once tuviese una rica capaci-
dad de reacción. De este modo, no reacciona de manera com-
pleja sino más bien múltiple, esto es, en numerosos puntos
diferentes, sin que se vea muy bien la relación entre ellos.
Esta reactividad polifacética le hace parecer dinámico y a
menudo le imparte cierto encanto a su camaradería. Por con-
siguiente, la entrevista resulta sumamente agradable para
ambas partes, de tal forma que suele adquirir espontáneamen-
te el carácter de una visita social. El examen visual libera, de
manera semejante, el sociable espíritu inquisitivo de Once. Le
intrigan los instrumentos ópticos y le llevan a formular una -
serie de vivaces preguntas sobre su utilidad y manejo. El exa-
men evolutivo es más restrictivo, pero aún aquí Once es capaz
de desarrollar modos de conducta similares, que se expresan
con sonrisas, comentarios, miradas elocuentes y ágiles cam-
bios posturales. El cuerpo suele extenderse con una amplia
relajación del dorso y de los cuatro miembros. Resulta difícil
describir las distintas actitudes adoptadas, pero ellas contie-
nen muchas claves clínicas en cuanto a la madurez y la etapa
alcanzada por el individuo. De aquí que Once «actúe» de forma

13
El niño de 11 y 12 años

algo diferente a Diez o Trece. Los investigadores que tienen


una larga experiencia con niños, cada vez se tornan más cons-
cientes de estas diferencias características de la madurez.
El hecho de que donde mejor se porta Once sea por lo ge-
neral, fuera de la casa no debe ser desacreditado. Por lo
menos demuestra una cierta posibilidad... En realidad, aun
cuando se lo catalogue como el instigador de todos los albo-
rotos familiares, experimenta fuertes sentimientos de apego y
lealtad hacia su familia. Nosotros le hemos oído decir a un niño
de once años: «Yo soy una persona libre. ¿Por qué voy a hacer
lo que quieren mis padres?». Pero nada le gusta más que
hallarse en el seno de su familia cuando las cosas no marchan
bien. De ningún modo se debe creer que busca el aislamiento.
Si tiene la fortuna de poseer una habitación para él solo, no se
encierra en ella. Más bien tiende a gravitar hacia el grupo
familiar, como si éste le atrajese irresistiblemente. Es muy
posible que le riñan si reitera sus insistentes interrupciones,
pero al mismo tiempo es quien da más vida al grupo, porque
indudablemente posee un talento inigualable para la alegría y la
risa. Para bien o para mal, siempre conviene tenerlo cerca. En
sus afanes y en la inexperta sencillez de su conducta puede no
tener la menor conciencia del grado en que interfiere en la
suave armonía familiar. Debe recordarse siempre que le gusta
pertenecer a su familia, así como también tener parientes,
incluyendo abuelas y abuelos.
Gran parte de la ineptitud de su conducta puede imputarse
a la simple inexperiencia en la realización de ajustes interper-
sonales dentro de una cultura que va cambiando junto con él.
Las disputas con los hermanos, la rebeldía contra los padres y
la resistencia a cumplir las tareas encomendadas constituyen,
en gran parte, simples manifestaciones de la temprana afirma-
ción de su personalidad adolescente y de su creciente absor-
ción en sí.

14
El niño de 11 años

Once prefiere contradecir a responder. A medida que


madure tendrá que poner ambos impulsos en equilibrio. Pero
por ahora tiende a presentar el desafío de su resistencia a fin
de provocar respuestas que obren a modo de palanca en su
actitud negativa. No se trata aquí de malicia premeditada o sim-
ple obstinación. Es más bien un recurso evolutivo de que se
sirve el niño, a menudo torpemente, para definir su propio
estado y el de los demás.
Claro que también dispone de otros métodos de contacto
más agradables para extender su conocimiento de la conducta
humana. Así, le gusta iniciar cordiales intercambios de opinio-
nes con otras personas, para observar las reacciones provoca-
das por su indagación. Esta especie de confrontación es una
manifestación natural, casi instintiva, de los albores de la ado-
lescencia. En realidad, forma parte del juego total de la vida. Al
insistir tanto en el aprendizaje libresco, solemos olvidar que los
niños no nacen con un conocimiento preciso de la naturaleza
humana. El adolescente debe aprender a proyectarse dentro de
la vida de los demás, a satisfacer y aguzar sus sentimientos
de pertenencia y solidaridad con el grupo.
Ya a los once años los hijos comienzan a ver a los padres
como individuos independientes, cuya personalidad se refleja
en la conducta. Los padres que intervinieron en nuestra inves-
tigación colectiva nos informaron de que, casi de pronto, los
niños de once años comenzaban a mirar con ojos sumamente
críticos su comportamiento. Adviértase: no es que disminuya
el cariño, pero hay en cambio un exceso de suspicacia para
encontrar defectos, cierto ánimo discutidor, cierta inclinación a
insultar, gritar, contestar, y a los exabruptos insolentes. Las
madres parecen ser objeto de críticas más agudas y frecuen-
tes que los padres. Las madres pueden ser más pacientes y
quizá más tolerantes porque recuerdan que el niño atravesó
por una etapa similar de conducta negativa al virar de la bon-

15
El niño de 11 y 12 años

dad de los cinco años a la violencia verbal de los seis. La cul-


tura contemporánea no ha sabido elaborar un control adecua-
do de los exabruptos violentos, pero felizmente el niño de
once años, en condiciones normales, conserva un fuerte sen-
timiento de lealtad y apego hacia su hogar. Su turbulencia no
proviene de un antagonismo con la vida familiar.
La adecuación a la escuela es, en cierto modo, más simple
y suave que la adecuación al hogar. En la escuela Once no
tiene que rivalizar con hermanos, padres y parientes, ni debe
ejecutar tareas domésticas. Le gusta reunirse con sus compa-
ñeros y confundirse y competir con ellos. Se muestra sensible
a la dinámica del grupo, pero no está necesariamente domina-
do por ella. Fiel a la afirmación de su independencia, puede
declarar categóricamente: «¡No me gusta la escuela!». En rea-
lidad, en condiciones normales, es un alumno dispuesto, entu-
siasta, ansioso de cooperar y dotado de una curiosidad
insaciable. Cuando detalla las cualidades de una buena maes-
tra, pone de manifiesto toda su promisoria capacidad potencial.
Aquélla debe ser «inteligente, interesante, firme pero justa,
simpática, comprensiva y (¿quién habla?) ¡no debe gritar! ».
En la labor escolar Once revela una gran concentración,
sobre todo cuando se trabaja en grupos distintos y el grupo
rival está formado por niñas. Sus procesos intelectuales son
fácticos y no muy académicos. Su manera de pensar es relati-
vamente concreta y específica. En consecuencia, todavía le
gustan las historietas no escolares. Amigo de la acción, prefie-
re la televisión a la música. En la escuela, los datos que mejor
aprende son los que se le enseñan bajo la forma de cuentos,
donde una acción lleva inevitablemente a nuevas acciones. Es
más ecléctico que reflexivo y presta menos atención a contex-
tos y relaciones. Quizá se halle en vías de echar los cimientos
para el ulterior pensar conceptual. En todo caso, su curiosidad
es ilimitada tanto dentro como fuera de la escuela.

16
El niño de 11 años

Las actividades extraescolares de Once son muy diversas


y efímeras. Pasa gran parte de su tiempo en un continuo
«vagabundeo» que satisface su inveterada tendencia a promo-
ver interacciones con sus compañeros de juego; así, fastidia,
insulta, tiene breves peleas, hace farsas de hostilidad y de
conciliación, y todo ello lo alterna con interludios de calurosa
amistad. Esta especie de juego, con sus interminables varia-
ciones, llena gran parte de su tiempo libre y contribuye induda-
blemente a la organización de la conducta social en pleno
proceso madurativo; lo mismo vale para niños y niñas.
Las niñas tienen sus propios recursos para definir los patro-
nes emocionales. Una niña, comentando que tenía una canti-
dad de amigas, dijo: «Las quiero a todas, pero tenemos que
pelearnos de vez en cuando para romper la calma». Otra chica
observó: «¿No sería lo mismo decir quién no es mi mejor
amiga?». Los clubes de origen no muy estricto proporcionan un
pretexto para la práctica de relaciones interpersonales. Se
observa en ellos mucho complotar, planear, incluir y excluir, y
todo ello, presumiblemente, a modo de expresión y maduración
de las emociones.
Los niños se reúnen en clubes parecidos de organización
espontánea de efímera existencia, pese a la importancia otor-
gada al pago de las cuotas. Sin una vigilancia especial, estos
clubes se desvanecen fácilmente. Por fortuna, el fútbol consti-
tuye el deporte favorito a esta edad. En realidad, es un agente
ideal para la socialización de Once, tanto con supervisión
como sin ella.
La civilizadora influencia recíproca del sexo opuesto no ha
entrado todavía en acción. Sólo muy de tanto en tanto se les
permite a las niñas participar en un partido de fútbol. La mayo-
ría de los niños del grupo que nos tocó examinar, expresó una
opinión neutral con respecto a las niñas. «Las niñas no nos
importan —dijo el portavoz—, pero casi nunca jugamos con

17
El niño de 11 y 12 años

ellas. Supongo que si no tuviéramos más remedio no tendría-


mos ningún inconveniente en jugar juntos.» Muchas niñas
pasan actualmente por una etapa de extrema antipatía hacia
los niños. Una concisa intérprete de su sexo declaró categóri-
camente: «Son la peste».
Sin embargo, la afabilidad sigue germinando. Los niños dis-
putan unos con otros pero la querella sólo constituye una mitad
de este patrón de conducta; la otra mitad corresponde a la
reconciliación. Las niñas se enojan unas con otras intensamente,
pero a su debido tiempo se las componen para volver a dirigirse
la palabra. Esta sucesión de ardiente antagonismo y cálida
reconciliación se presenta con tanta frecuencia y de forma tan
espontánea que se puede considerar un mecanismo evolutivo
para la organización de las emociones. Las riñas son algo más
que meros arrebatos pueriles, ya que Once comienza a conver-
tirse en un adolescente y sus emociones se hallan en pleno pro-
ceso evolutivo hacia una mayor madurez. Sus lazos de amistad
adquieren más profundidad y una calidad distinta. Actualmente
demuestra un mayor sentido discriminatorio con respecto a las
características individuales de sus compañeros. Le gustan espe-
cialmente aquellas visitas que suponen pasar la noche junto con
un amigo predilecto. Entre las niñas son sumamente frecuentes.
Estas experiencias fuera del hogar forman parte de un pro-
ceso paulatino del que participan tanto los padres como los
niños; nos referimos al conocido proceso de la «emancipa-
ción» adolescente. El término emancipación se remonta al
derecho romano, que lo definía como la liberación de un hijo de
la potestad paterna. En la vida moderna significa el largo y pro-
gresivo desprendimiento mediante el cual el niño alcanza final-
mente la suficiente madurez para no depender de nadie, más
que de sí mismo.
Huelga decir que Once empieza a pasar ahora por las prime-
ras etapas de este proceso. Tiene más confianza en sí mismo

18
El niño de 11 años

que a los diez años; reivindica para sí y disfruta el derecho de


tomar determinadas decisiones por sí solo. Esto constituye un
síntoma saludable de crecimiento mental, puesto que experi-
menta en su interior la nueva libertad de la elección moral.
Debemos reconocerle sus buenas intenciones. Once procura
realmente decir la verdad. Pero si es demasiado difícil hacerlo,
puede contentarse con una negativa poco convincente, al tiem-
po que se protege haciendo una cruz con los dedos, con algo de
superstición que nos recuerda que la moralidad de la conducta
se halla sujeta a las reglas innatas del crecimiento. Once tiene
una conciencia que crece día a día en múltiples direcciones. Ya
hemos advertido su afán de justicia y de horror al engaño. El
calor de sus actitudes puede ser mayor que su prontitud. Es
impulsivo y le falta perspectiva; hasta tal punto que o bien es
inconsciente de sus desórdenes emocionales, o bien su conoci-
miento le deja perplejo. Hay algo notable en su extrañada pre-
gunta: «¿Qué quieres decir con eso de mis “malos modos” ?».
Once no tiene conciencia de su rudeza.
No es extraño que los padres se sientan confusos y des-
animados en los momentos de más intenso desorden de la
conducta de Once, que tanto contrasta con el agradable equi-
librio de Diez. También los maestros se declaran a veces sor-
prendidos de la forma en que puede empeorar la conducta de
sus alumnos, relativamente agradables en el aula, cuando se
lanzan a la libertad interpersonal, sin inhibiciones, del recreo.
Para interpretar la conducta de un dinámico niño de once años,
con sus estallidos, sus paradójicas inconsecuencias y sus fluc-
tuaciones, debemos mirarla con la perspectiva del ciclo evolu-
tivo. Esta perspectiva no resuelve automáticamente los
problemas inmediatos del trato, pero sí permite adoptar ciertas
medidas de control más prudentes y optimistas.
Vistos con esta perspectiva, los once años se nos presen-
tan como una época de transición y de iniciación. El organismo

19
El niño de 11 y 12 años

total, tanto fisiológica como psicológicamente, sufre una serie


de minuciosas transformaciones. Las sutiles alteraciones de la
química corporal y del crecimiento estructural del sistema
nervioso, si bien ocultas a la vista, se nos manifiestan inequí-
vocamente en las cambiantes formas y patrones de la conduc-
ta. Muchos de los cambios de la conducta sobrevienen de
manera tan gradual que se nos pasan inadvertidos; otros irrum-
pen de forma tan categórica que la cultura circundante reac-
ciona con sorpresa. La exuberancia del crecimiento se expresa
por síntomas tanto negativos como positivos. Pueden surgir ya
los indicios de un talento en maduración. La individualidad se
define cada vez más, tanto en los rasgos favorables como en
los desfavorables.
Un contado número de niños superdotados de once años
conserva todavía, en un nivel avanzado, el equilibrio y la armo-
nía integradora del año anterior. El caso típico, sin embargo, es
el del niño de once años cuyo comportamiento muestra un ale-
jamiento cada vez mayor de las antiguas amarras, en respues-
ta a las corrientes ocultas del desarrollo. La satisfacción, la
autonomía y la libre reciprocidad del niño típico de diez años
dan paso a los múltiples impulsos dinámicos que acabamos de
reseñar, a saber: una nueva expansión en que se afirma la pro-
pia personalidad, un buscar incansable, un lanzarse a investi-
garlo todo; un orgullo y una susceptibilidad desconocidos en la
defensa; un humor variable, desde las sombras hasta la alegría
más luminosa; una continua alternativa de relámpagos de ira y
de afecto; un agitarse activo y efervescente de la curiosidad; un
anheloso identificarse con el hogar, la escuela y los amigos;
un caer en profundas depresiones de desaliento, un elevarse a
las cumbres de la ambición.
Todos éstos son rasgos de transición que señalan el alba
de la adolescencia. La candidez, el ardor y la simple torpeza
se combinan formando patrones que denotan un vigoroso

20
El niño de 11 años

proceso de crecimiento. Es ésta una época óptima para tra-


bar relación con la psicología fundamental del desarrollo ado-
lescente.
Un año después, los doce años tendrán que arrojar un rayo
de luz sobre la lógica evolutiva de los rasgos de madurez de los
once. La esencia constructiva del crecimiento tendrá que reve-
larse en el surgimiento de nuevos patrones de razonabilidad y
responsabilidad que se hallaban latentes, y en parte a la vista,
en la intensidad evolutiva de Once.

Rasgos de madurez

1. Sistema de acción total

La incesante actividad corporal y el consumo de energías, tan


evidentes y a menudo tan difíciles de contrarrestar a los once
años, constituyen la manifestación exterior de un agitado pro-
ceso de transformaciones internas. Aunque algunos niños
conservan todavía su equilibrio de los diez años, éste no es en
modo alguno característico de la edad. Once tiende más al
arranque súbito, al salto, a la proyección hacia fuera. Su activi-
dad, especialmente cuando se halla restringido de algún modo
(por ejemplo, mientras permanece sentado, durante la entre-
vista), es tan constante que a veces marea observarlo. Salta
en la silla, se balancea de atrás hacia delante, la empuja sobre
el suelo si éste se lo permite; y de pronto proyecta la cabeza
o todo el cuerpo hacia delante, inclinando la silla junto con él.
O bien alza los brazos sobre la cabeza, enlaza las manos
detrás de la nuca y se estira. Las manos, sin embargo, pare-
cen hallarse en una constante actividad. Si tiene un objeto en
la mano —por ejemplo una pelota o un estuche de gafas— lo
tira hacia arriba y lo recoge en el aire.

21
El niño de 11 y 12 años

A medida que se va poniendo más inquieto, se para, se


estira, quiere cambiarse de silla o recostarse en un sofá. Las
piernas se muestran no menos activas que los brazos. Á
menudo separa considerablemente las rodillas y luego las junta
de golpe. O juega con los calcetines y con los zapatos.
Su rostro despliega la misma actividad que el resto del
cuerpo. Por él pasan una gran cantidad de expresiones distin-
tas en rápida sucesión. Los ojos despiden destellos luminosos
y giran rápidamente de un lado a otro, para lanzarse repentina-
mente sobre su interlocutor. Las cejas suben y bajan a menu-
do. Los labios suelen fruncirse y la lengua se proyecta contra
una de las mejillas.
Once rompe a reír frecuentemente, en especial cuando no
está seguro de sí mismo. Habla con rapidez, acentuando
determinadas palabras. Revela cierta falta de control en la
voz y una tendencia a las inflexiones nasales superiores.
Once suele ser sumamente ruidoso y sobrepasar en gritos a
los demás. Con esta constante energía en irrupción no es
nada extraño que algunos niños de once años sientan nece-
sidad de zapatear por toda la casa o de realizar toda clase de
alborotos.

Salud

Aunque la salud de Once puede ser muy buena, se observa cier-


ta tendencia al aumento del número de resfriados, gripes, infec-
ciones del oído, sinusitis y a veces, incluso, pulmonías. La
tendencia de las infecciones a extenderse, por ejemplo a los
oídos y pulmones o incluso a las meninges, como en la parótido-
meningitis, constituye un rasgo peculiar de la edad, al igual que
en el nivel cronológico comprendido entre los cinco y medio y los
seis años.

22
El niño de 11 años

Todo el mecanismo físico de Once es sumamente lábil. De


pronto puede experimentar un calor intolerable y quitarse el abri-
go, arrojándolo lejos de sí. Cualquier esfuerzo excesivo o excita-
ción demasiado intensa pueden provocar asma en los niños
alérgicos. Las niñas tienen tendencia a vomitar cuando cogen frío
O se excitan demasiado. La fatiga se hace más marcada, eviden-
ciándose en una mayor necesidad de sueño. Una queja suma-
mente común a los once años es la de que duelen los pies.
Muchas de las quejas somáticas de Once son justificadas,
especialmente las referentes a dolores de cabeza, de la vista y
punzadas (todos los cuales se calman momentaneámente
mediante la ingestión de aspirinas). Sin embargo, algunos niños
de once años presentan cierta tendencia a la hipocondría. Se
acuestan al menor síntoma de resfriado o al más ligero inconve-
niente físico. Cuando se les habla de las enfermedades de otras
personas comienzan a experimentar síntomas similares.

Válvulas de escape

Entre éstas debemos incluir las distintas manifestaciones de la


mayor actividad de Once. Más específicamente, el niño puede
pestañear, resoplar por la nariz o hacer muecas con el rostro.
A veces, puede observarse una sonrisa peculiar cuando Once
es afectado. Puede suceder que el niño retroceda a una etapa
anterior al desarrollo y tropiece con frecuencia, dejando caer o
rompiendo cosas sin querer.

Visión

A los once años, el cuadro visual ha cambiado considerable-


mente, del mismo modo que la conciencia de la propia visión.

23
El niño de 11 y 12 años

Once se da cuenta de la fatiga de su vista, especialmente des-


pués de un largo período de lectura. A menudo informa de que
le dan dolores de cabeza y se le enturbia la vista cuando mira
de un objeto próximo a otro alejado.
Existe una mayor soltura general del mecanismo visual y un
progreso inequívoco en la capacidad de focalización. A esta
edad hay menos peligro que a los nueve y diez años de que
comience a desarrollarse una miopía. El progreso de este
movimiento «visceral» de focalización, que se produce al
mismo tiempo que el aumento de las respuestas «viscerales»
o de tono afectivo, sugiere que existe cierta relación subya-
cente entre ambos fenómenos.
En la situación de prueba visual, Once demuestra que se
halla en vías de desarrollar excelentes facultades de coordi-
nación ocular, fusión binocular, visión en profundidad y discri-
minación visual. Lo más probable es que las dificultades más
corrientes se produzcan en el «campo próximo» de la visión;
por ejemplo, movimientos oculares vacilantes, fijación variable,
anulación de la visión en un ojo y reducción de la percepción
de profundidad. Cuando se presentan estas dificultades, el
niño tiende con más facilidad que antes a comunicar los sín-
tomas.
En el caso de dificultades de focalización y de visión poco
nítida, a menudo se recomienda el auxilio de lentes convexas
para el trabajo a corta distancia. Pero a Once no le gusta usar
gafas de forma permanente. De hecho, a menudo piensa que
eso sería «terrible»; pero lo más probable es que acepte usar-
las para las tareas a corta distancia, con gran provecho. Es
posible ayudar a Once mediante la ejercitación visual, pero
debido a su falta de cooperación, lo más probable es que el
tiempo y los esfuerzos dedicados a procurarle un mejor fun-
cionamiento visual resulten vanos. Tampoco es suficiente el
beneficio para recompensar lo que cuesta alcanzarlo.

24
El niño de 11 años

Desarrollo físico y conciencia sexual. Niñas

En franco contraste con los niños de once años, que parecen


formar un grupo relativamente uniforme en su estructura física,
las niñas presentan marcadas variaciones individuales, espe-
cialmente cuando se comparan los cuerpos de las niñas más
delgadas con las más gorditas. En su desarrollo sexual se
observan cuerpos semejantes. Algunas no presentan el menor
rastro de desarrollo sexual, reteniendo las formas menos dife-
renciadas de la infancia, en tanto que un número reducido de
niñas físicamente más adelantadas ya muestran contornos
redondeados y el funcionamiento fisiológico característico de
la adolescencia.
El grupo medio de las niñas presenta, sin embargo, un cua-
dro perfectamente consecuente. Hacia el final de este año
todas, salvo un corto número, presentan vello en la región del
pubis. El área pelviana se ensancha, tanto en la estructura
ósea subyacente como en el tejido que la recubre, mostrando
de este modo, en muchos casos, una prominencia tanto en el
extremo superior como en el inferior de la pelvis (crestas ilíaca
y troncantérea) con una depresión entre ambas; esto y la dis-
minución de la cintura hacen que las niñas adquieran la silueta
femenina clásica, en forma de avispa.
La gran mayoría de las niñas ha comenzado ya su período
de crecimiento acelerado en altura y cerca de la tercera parte
ha alcanzado la fase más rápida de este ciclo. A esta edad, la
niña media ha alcanzado el 90% de su estatura adulta y cerca
del 50% del peso común a los 21 años.
El desarrollo de los pechos continúa a medida que el área
que rodea los pezones se eleva formando una proyección en
forma cónica sobre un pecho por lo demás chato. Algunas
veces la primera evidencia de crecimiento la constituye una
protuberancia cerca del pezón. Frecuentemente un pecho se

25
El niño de 11 y 12 años

desarrolla más rápido que el otro. Incluso las niñas que no pre-
sentan ningún crecimiento definido suelen tener la región pec-
toral más suave y rellena.
Las niñas revelan un enorme interés por estos procesos, y
no sólo por los propios; también por los de las demás niñas de
su edad. Experimentan una gran sensibilidad en la región de los
pechos, especialmente en torno a los pezones y suelen que-
jarse de dolores. Las niñas observan atentamente todos los
cambios que sufren sucesivamente sus pechos: la extensión
inicial de los pezones y el lento crecimiento de aquellos. Se
dan cuenta, por ejemplo, de cuándo un pecho está «más ade-
lantado» que el otro. Su interés puede llegar a ser tan intenso
que la verificación nocturna de los progresos realizados se
convierte en un juego cotidiano. Muchas sueñan con el día en
que el desarrollo de sus pechos esté lo bastante adelantado
para usar sostén. De tanto en tanto se registra el caso de
niñas a quienes les gusta ponerse sostén y ropa interior de seda
al acostarse, anticipándose así a épocas venideras. Y la ver-
dad es que estas épocas pueden parecer lamentablemente
distantes a las niñas de menor desarrollo pectoral, que se
sienten abandonadas de la mano de Dios y hacen frecuentes
preguntas sobre «rellenos». Un desconsuelo no menos gran-
de, aunque de naturaleza muy distinta, es el que experimentan
aquellas cuyo desarrollo se halla sumamente adelantado, pues
esto les hace sentirse avergonzadas, pudiendo suceder que
reciban el primer sostén —que ya se ha hecho necesario—
con llanto.
Entre los once años y medio y los doce, las camisetas ajus-
tadas son reemplazadas por blusas. Pronto comenzará a usarse
el codiciado sostén. Por fortuna, los fabricantes han advertido la
demanda de sostenes y tops muy pequeños, de modo que
hasta las de menor desarrollo pueden no verse desairadas
cuando las amigas investigan quiénes los usan y quiénes no.

26
El niño de 11 años

Sin embargo, no todas las niñas se hallan orgullosas del desa-


rrollo de sus pechos. También las hay que se avergúenzan,
que propulsan los hombros hacia delante en un vano esfuerzo
por disimular la inocultable evidencia del crecimiento. Pero en
la mayoría de los casos, esta vergúenza inicial no tardará en
ser superada y la urgencia de hacer llamativo el uso de los
suéteres a los doce y trece años terminará por anularlas por
completo. La presencia de vello en las axilas, aunque se da en
pocos casos, puede provocar una desazón semejante. Afortu-
nadamente, puede remediarse fácilmente esta dificultad afei-
tándolo, hasta que las demás niñas hayan llegado también a
ese nivel.
Si antes de esta edad puede suceder que no se haya alcan-
zado aún un conocimiento claro de la menstruación, ahora es
muy difícil que esto ocurra, probablemente debido a su inmi-
nencia. Generalmente, Once espera la menstruación más posi-
tivamente que Diez. Sin embargo, hay todavía algunas niñas
que rehúyen esta idea. A Once le interesan las compresas y la
forma en que se usan. Puede que haya creído que los disposi-
tivos automáticos de los lavabos de señoras contenían toallas
de papel, sin que la risa de sus amigas tardara en hacerle
saber que se había equivocado. Algunas niñas de once años
se sienten más seguras si ya se han probado alguna vez una
compresa. Puede suceder incluso que proyecten usarlas per-
manentemente cuando tengan doce años, para hallarse prepa-
radas. Les suele intrigar el hecho de si se usan también de
noche. Sólo un reducido porcentaje de niñas comienza a
menstruar a los once años. Se observan, sin embargo, signos
premonitorios momentáneos de súbitas punzadas abdomina-
les o náuseas, por la mañana.
Las niñas no demuestran tanto interés como los niños por
los chistes «verdes» o la observación de la cópula entre ani-
males. En su lugar, les interesa conocer más a fondo las rela-

27
El niño de 11 y 12 años

ciones humanas, aunque empiezan a volverse más reticentes


en las conversaciones con sus madres al respecto. Es impor-
tante cuidar que no adquieran ideas erróneas. Por ejemplo, es
necesario informarles de la separación que hay en el sexo
masculino entre el sistema urinario y el sexual.

Desarrollo físico y conciencia sexual. Niños

Los niños de once años configuran en su desarrollo físico un


grupo más uniforme que el de las niñas debido a que son muy
pocos los que presentan signos exteriores de maduración
sexual. A esta edad sólo se registran cambios puberales en el
grupo de niños más adelantados. Alrededor de una cuarta parte
de los niños ha comenzado ya a dar el «estirón», aun cuando
en la mayoría de los casos, todavía no es lo bastante grande
para resultar ostensible. En esta época, el varón medio ha
alcanzado poco más del 80% de la estatura adulta, pero menos
de la mitad del peso correspondiente a los 21 años.
En algunos niños se presenta un definido «período de obe-
sidad» con una acumulación de tejido adiposo que les da el
aspecto de «globos inflados». La acumulación de tejido adipo-
so en las caderas y el pecho, especialmente en el área de las
tetillas, es sumamente mortificante para algunos niños. Éstos
tratan de evitar el uso de camisetas ajustadas, a las que pre-
fieren las camisas más sueltas. Cuando se hallan en traje de
baño tratan de disimular su contorno pectoral adoptando pos-
turas bastante poco naturales como, por ejemplo, la de estirar
los brazos hacia arriba y afuera.
Incluso en este grupo de niños bien mullidos se observa un
rasgo sorprendente, característico de los once años. Nos refe-
rimos al crecimiento evidente de la estructura ósea. No se trata
de una frágil conformación superficial, sino de un crecimiento

28
El niño de 11 años

aparentemente pesado del hueso, que confiere a la estructura


ósea una nueva preeminencia. Incluso allí donde el tejido exte-
rior disimula un perfil anguloso, se percibe un aumento en la
consistencia del armazón subyacente. Este proceso parece
ponerse de manifiesto en el área pectoral, especialmente, pues
ahora los hombros, los omóplatos, las clavículas y las costillas
se han hecho más evidentes que a los diez.
El desarrollo genital ha comenzado a adelantarse con ma-
yor rapidez en el caso de los niños de crecimiento más acele-
rado. Algunos presentan un corto vello en la región del pubis y
pueden darse casos aislados de niños que ya han alcanzado la
etapa siguiente del vello más largo.
Muchos niños no revelan grandes deseos de discutir los pro-
blemas sexuales con sus padres. O bien pueden no formular
ninguna pregunta, o bien hacerlas en el momento menos opor-
tuno, poniendo de esta manera de manifiesto su inmadurez.
El comportamiento de los animales estimula mucho más el
interés sexual de los niños que el de las niñas. A los niños les
interesa comparar los órganos de los animales con los de los
seres humanos. Cuando comienzan a comprender el desarro-
llo embrionario y el nacimiento de un niño sintetizan su actitud
con la palabra «asombroso». Al igual que las niñas, muestran
interés por saber cómo «siembra el padre la semilla en la
madre», si bien a algunos puede resultarles difícil comprender-
lo. En este sentido, el conocimiento y la observación de la vida
animal les pueden ser útiles. Pero todavía puede sorprenderles
que la reproducción humana sea similar a la reproducción ani-
mal, y en esta etapa de su evolución mental es probable que
tanto los niños como las niñas piensen que «es asqueroso».
Y sin embargo sorprende comprobar que algunos niños de
once años comienzan ya a comprender la diferencia entre el
nivel animal y el humano. Se dan cuenta de que un ser huma-
no manifiesta un mayor espíritu selectivo en la elección de su

29
El niño de 11 y 12 años

pareja y que el amor es a menudo la base de esta selección.


Comienzan a reconocer las relaciones personales implicadas y
también a comprender que el vivir junto con una persona supo-
ne algo más que el mero acoplamiento. Once ya se da cuenta
de que el matrimonio es también una institución, pero que no
es necesario casarse para tener un niño. Un año antes podría
haber pensado todavía que el vínculo matrimonial era esencial
para tener hijos. Sin embargo, aún tiene mucho que aprender
sobre las funciones del matrimonio y la importancia de la fami-
lia para el nacimiento y la educación de un hijo.
Algunos niños se vuelven más conscientes de las niñas
como mujeres. Dedican más atención al aspecto físico de las
niñas y observan su modo de caminar y el contoneo de sus
formas. Los niños de once años reaccionan ante una niña boni-
ta. Algunos conocen ya la menstruación y revelan curiosidad
por las compresas.
Algunos niños demuestran curiosidad por otros que parecen
menos masculinos. Algunas veces les ponen el mote de «mari-
cones» a aquellos niños más delgados, inmaduros, de cre-
cimiento lento, o bien a los más regordetes, de caderas anchas
y poco atléticos. Los niños que utilizan este epíteto y aquellos
que lo reciben suelen tener una noción muy vaga de su signifi-
cación. Lo comprenden, sí, pero su aplicación no les repre-
senta un impacto emocional fuerte. Muchos de estos niños de
crecimiento lento que presentan algún rasgo de femineidad a
los once años pueden resultar finalmente más viriles que aque-
llos mismos niños que les hacían burla.
Entre los niños de once años se producen erecciones con
alguna frecuencia. Las fuentes de estímulo para dichas ereccio-
nes pueden parecer casi inexplicables para el adulto; entre ellas
se cuenta la excitación general de cualquier tipo, que puede no
ser necesariamente sexual; por ejemplo, los movimientos físi-
cos como el montar en bicicleta o trepar a una cuerda, las sim-

30
El niño de 11 años

ples conversaciones, los cuadros, libros, ensueños diurnos y el


mismo cuerpo del individuo. En los años siguientes la reacción
se vuelve más selectiva y específica. La masturbación es un
fenómeno conocido por muchos niños y experimentada —ca-
sual o deliberadamente— quizá por la mitad.
Como en todas las edades, los niños muestran una mayor
tendencia que las niñas a contar chistes «verdes» y a utilizar
palabras especiales para referirse al sexo o a las funciones
excretorias. Actualmente son más conscientes de la significa-
ción que entrañan algunos términos y pueden saber que «los
chicos que se ríen demasiado fuerte son los que no saben lo
que quieren decir las palabras».
La época del quinto curso, cuando el niño se halla cerca de
los doce años, es apropiada para ayudarle a comprender los
problemas sexuales mediante la exhibición de películas ade-
cuadas. Niños y niñas son capaces todavía de observar juntos
una película sobre el sexo y comentarla después. Es conve-
niente que los padres de esos niños vean esas mismas pelícu-
las, ya sea junto con los chicos o independientemente, de
modo que conozcan la fuente de información de sus hijos. La
discusión y las preguntas que siguen a la exhibición de la pelí-
cula deben circunscribirse, sin embargo, a los niños y a la
maestra. En quinto curso se hace evidente la superación de las
preguntas que se formulaban con más frecuencia en cuarto
curso; por ejemplo, las referentes a los terneros con dos cabe-
zas o a los hermanos siameses. El niño de quinto curso piensa
menos en el lado curioso de la reproducción, y su interés, más
integral ahora, se centra en los problemas de su propio cuer-
po, en su propio desarrollo personal. Las películas sobre la
menstruación son sumamente útiles para las niñas. Los alum-
nos de quinto hacen también preguntas muy inteligentes sobre
la herencia, sobre los factores que determinan el color de los
ojos o el del cabello. Libros, como La herencia y tú (You and

31
El niño de 11 y 12 años

Heredity de Schoenfeld, son fascinantes para el niño que se


formula este tipo de preguntas.

2. Cuidado personal y rutinas

Alimentación

Apetito.— «Tiene dos pasiones —nos informa una madre—:


comer y charlar.» Esta niña particular de once años se puede
tomar como representante de muchos chicos de once que
«viven para comer», que comen todo el día y que dejan el ras-
tro de sus cautelosas incursiones en busca de alimentos en el
repetido abrir y cerrar de las neveras. Algunos niños de once
años adquieren tal voracidad que se ven forzados a asaltar la
nevera, la despensa u otras fuentes de alimentos. A menudo
tienen pasión por algunos alimentos y entonces los comen en
gran cantidad. Por ejemplo: cinco plátanos antes del almuerzo,
todo el contenido de una caja de bizcochos, un pollo frito ente-
ro o tres platos de patatas. Algunos padres consideran impo-
sible, casi indecente, que sus hijos tengan tanta hambre y tan
poco control. Pero a los once años es igualmente probable
que a esta voracidad le siga un apetito sumamente escaso.
Las fluctuaciones parecen depender del estado de ánimo:
«Algunos días no puedo tragar bocado; otros días como igual
que un elefante». La vista de un alimento desagradable puede
quitarles por completo el apetito.
Once conoce esa incómoda sensación de estar lleno. En
ocasiones puede sentirse tan lleno que se ve forzado a recha-
zar el postre. Esto nos recuerda a lo que le sucedía a los seis
años. Igual similitud muestra la negativa de algunos, especial-
mente las niñas, a tomar el desayuno. No sólo puede faltar el
apetito al comenzar el día, sino que hasta puede haber náuse-

32
El niño de 11 años

as. Esos niños no son necesariamente aquellos que comen


antes de acostarse.
Once sabe que puede existir una relación definida entre lo
que come y lo gordo que está. Pero también es consciente de
la aparente paradoja de que por mucho que coman, otros
niños no aumentan de peso. En general, sin embargo, los
aumentos de peso son considerables y guardan una relación
más bien estrecha con la cantidad de alimentos ingeridos. Se
están estudiando y proyectando métodos dietéticos, pero es-
tas investigaciones se hallan todavía en la etapa teórica. Un
grupo de niños de once años decidió no comer más postres
dulces (salvo... ¡helados y crema batida!). «Nos proponíamos
dejar de comer golosinas —declararon seriamente—, pero,
honradamente, no pudimos llegar a tanto.»
Preferencias y rechazos.— La emotividad de Once se ex-
presa hasta en las respuestas ante determinados alimentos.
Adora unas comidas y otras le repugnan. Cuando se le pre-
gunta cuáles son sus platos preferidos, se lanza a enumerarlos
dramáticamente haciendo muecas violentas cuando se refiere
a los platos que no le gustan y relamiéndose los labios y ten-
diendo una mesa con fuentes imaginarias, cuando menciona
los que más le gustan. Refuerza sus propias opiniones exten-
diéndolas a «gran cantidad de niños» que piensan lo mismo
que él. Indudablemente, a esta edad se habla mucho de comi-
das entre los niños.
Aunque las preferencias y los rechazos son intensos, pue-
den registrarse algunos cambios. El alimento preferido hoy
puede ser rechazado mañana. A menudo resulta difícil sondear
el origen de estos cambios. Así, el niño puede rechazar los hue-
vos una vez que aprende que de la yema nace un pollito. Puede
que esta asociación no se le imponga, sin embargo, si se trata
por ejemplo de un huevo revuelto. Los padres deben respetar
algunas de esas negativas aparentemente irracionales hasta

33
El niño de 11 y 12 años

que el niño se encuentre en condiciones de elaborar nuevas


relaciones conceptuales.
Aunque los rechazos de alimentos no constituyen un pro-
blema para Once, cuando se niega a probar una comida lo
hace categóricamente. Pero al mismo tiempo acepta cierta
responsabilidad social cuando come fuera de casa o cuando
hay invitados en la suya. Él mismo se jacta de poder comer
cosas que no le gustan; en todo caso, sabe hacer el ademán
de aceptar. «A veces, para hacerme el gracioso, me sirvo un
poco lademanes] y lo pongo en el plato.»

Sueño

Hora de acostarse.— La hora de acostarse y Once no se llevan


muy bien. El niño puede hallarse rodeado de toda suerte de
relojes, pero nunca los ve. Las diez puede ser su hora teórica
de acostarse, pero en la práctica se acuesta con más frecuen-
cia a las diez y media. Le desagrada profundamente acostarse
demasiado temprano, y Once está ya dispuesto a luchar por
sus derechos onceañeros: ya sabe perfectamente a qué hora
se acuestan «los demás niños». Su hora de acostarse puede
variar de acuerdo con las tareas que tenga que hacer: sus de-
beres, los programas de televisión o, la lectura de un libro inte-
resante. Y siempre que puede, utiliza cualquier pretexto para
quedarse levantado un poco más.
Muchos niños de once años deben acostarse más tempra-
no de lo que ellos consideran conveniente. Cuando se les per-
mite quedarse hasta más tarde, al día siguiente se sienten muy
cansados. Pero hay otros niños que podrían permanecer des-
piertos toda la noche sin sentir demasiada fatiga al día siguien-
te. Por lo común, éstos son los aficionados a la lectura, y si
nadie los vigila es posible que lean hasta las doce o la una de

34
El niño de 11 años

la mañana. Los límites de la hora de acostarse deben tener


cierta elasticidad a los once años, especialmente los fines de
semana: pero fin de semana o no, siempre llega esa hora inevi-
table en que el padre tiene que «imponerse». Una mayor tole-
rancia durante las vacaciones le hace a Once sentirse una
«persona mayor».
La mayoría de los niños permanecen despiertos una media
hora después de acostarse. Algunos muestran cierta inquietud
cuando se quedan solos en el cuarto. A menudo les gusta
compartir la habitación con un hermano. En esa media hora
pueden acudir a su mente ideas en las que preferiría no pensar,
como, por ejemplo, las de ladrones. Pero en general se repiten
los ensueños diurnos, probablemente relativos a aviones, «las
mejores máquinas lanzadas en picado»; o quizá a su «caballo
rojo, Llama, el temido». O bien se imagina que doma animales
salvajes que han escapado del zoológico y que luego los con-
serva en su casa como animales domésticos.
Sueño.— No obstante, cuando Once duerme, duerme de
verdad. Entonces, no hay rayos ni truenos que le despierten.
Se podría hacer sonar una sirena en el cuarto sin despertarlo.
Él mismo declara que ni una bomba atómica podría hacerlo.
Hora de levantarse.— La facilidad de los diez años para levan-
tarse ya no es tan común. Puede suceder que algunas mañanas
Once tenga ganas de levantarse, pero otras se sienta «molido».
A menudo se muestra malhumorado y caprichoso cuando se
despierta. Incluso a los más madrugadores les gusta quedarse
un rato en la cama antes de levantarse. Lo más frecuente es que
haya que despertarlo dos o más veces sin resultado, hasta tener
que sacarlo finalmente de la cama a la fuerza.

35
El niño de 11 y 12 años

Aseo personal

Ante las dificultades cada vez mayores que presenta, de día en


día, la conducta de Once, resulta a la vez sorprendente y satis-
factorio comprobar una menor resistencia al baño. Sin embar-
go, Once lo sigue considerando una molestia y sólo se siente
dispuesto a tolerarlo cuando tiene tiempo. Aunque ahora es
menos frecuente que tengan que arrastrarlo a la fuerza, toda-
vía necesita que se lo recuerden, que lo apremien, lo azucen o
lo provoquen.
Once ya experimenta dentro de sí algunos impulsos favora-
bles al baño, pero éstos aparecen sólo de tanto en tanto.
Once se baña por una razón especial. Así, puede bañarse dos
o tres noches seguidas por propia iniciativa y luego no volver a
hacerlo durante diez días o más. Los niños a menudo prefieren
la ducha, por la mayor facilidad y rapidez con que se toma el
baño. Las niñas comienzan a disfrutar la sensación física y el ca-
lor del baño de inmersión, que complementan, a manera de
acompañamiento estético, con sales de baño, toallas afelpadas
y probablemente desodorante y colonia antes de vestirse.
Algunos niños de once años se frotan vigorosamente pero
pueden circunscribir este «exceso» a las piernas, olvidándose
por completo de las orejas, la cara y el cuello.
Pero Once no es en modo alguno independiente para sus
baños. A menudo necesita ayuda para llenar o vaciar la bañe-
ra. Las niñas todavía la necesitan para enjuagarse el cabello,
aunque el uso de la ducha facilita este proceso.
Es ésta la edad en que comienza a insinuarse la conciencia
de un nuevo yo social en el cuidado del cabello y los dientes.
Tanto los niños como las niñas se tornan súbitamente cons-
cientes de su cabello, aunque no permanentemente. Los dien-
tes, olvidados en épocas anteriores, reciben ahora una atención
mucho más asidua. Algunos declaran que tienen buenos dien-

36
El niño de 11 años

tes; otros se muestran orgullosos de ellos y es posible que de


tanto en tanto aparezca un niño que se sienta avergonzado por
no habérselos cepillado. Esta nueva conciencia del yo puede
extenderse a las uñas. Por lo menos el niño es consciente
cuando las tiene sucias, aunque no en grado suficiente como
para limpiárselas y cortárselas.

Ropas y cuidado de la habitación

Junto con los esporádicos progresos en la higiene personal,


Once demuestra un mayor interés por su ropa. Es fácil descu-
brir a-los niños más inmaduros por su marcada resistencia a
vestirse, su apego a la misma y vieja camisa azul —que si por
ellos fuera seguirían usando día tras día hasta hacerla peda-
zos— y la completa ausencia de interés por el cabello.
(Muchos de estos niños se encontrarían mejor en la escuela si
se les pusiera junto con los de diez años, cuya conducta ejem-
plifican a la perfección.) En estos casos se trata frecuente-
mente de los niños más raquíticos, aquellos que maduran
lentamente pero que a la larga pueden llegar más lejos.
En el otro extremo están los niños conscientes de su ropa,
aquellos a quienes les encanta vestirse a la moda y que ya
comienzan a llevar prendas llamativas, camisas, camisetas y cal-
cetines de colores llamativos. Estos niños a menudo son los
más grandes y robustos. Son también los más sociables y los
que primero comienzan a tener citas.
En general, son las niñas de once años las que se mues-
tran más conscientes de su ropa. A esta edad les «encanta»
vestirse como a ellas les gusta y creen adecuado. Frecuen-
temente tienen ideas bien definidas de lo que quieren y van a
ponerse. La balanza se inclina a su favor cuando salen de
compras con la madre, porque ésta ha terminado por darse

37
El niño de 11 y 12 años

cuenta de que no tiene sentido comprar ropa que las hijas


después no usan.
El interés creciente por la ropa no significa que Once sepa
siempre qué ponerse o cómo cuidarla. Tanto los niños como
las niñas repiten siempre la misma pregunta: «Mamá, ¿qué me
pongo?». A Once le resulta difícil decidirse. Libradas a su pro-
pia iniciativa, lo más probable es que las niñas terminen por
vestirse de forma ridícula, aunque también es posible que se
resistan a aceptar las sugerencias de las madres. A menudo
las niñas sienten deseos de cambiar de pantalones o de tener
otros nuevos y, si se las dejase, añadirían pantalones y más
pantalones a su guardarropa aunque después no se preocupa-
sen por usarlos ni por cuidarlos.
Once cuelga y cuida su mejor vestido o sus mejores panta-
lones, pero deja el resto de la ropa tirada por cualquier parte.
Esto nos recuerda su conducta característica entre los cinco
años y medio y los seis, cuando se desvestía en distintas par-
tes de la casa, dejando una prenda aquí, otra allá, etc. Once
tiene una indudable tendencia a invadir hasta el último rincón
de la casa. En este sentido, no es fácil refrenarlo. Nuevamente
puede volver a tener dificultades con los zapatos cuando no
logra recordar dónde los dejó la noche anterior. Por fortuna,
Once suele tener más de un par. Pero jamás se le podrá hacer
comprender que si no encuentra la ropa es por su culpa. En su
lugar, pone todos estos inconvenientes como pretexto ade-
cuado de su fastidio contra el mundo.
Once tiene más tendencia que antes a cambiarse diaria-
mente la ropa, especialmente las prendas interiores y los cal-
cetines, pero todavía algunas madres necesitan vigilarlo para
sacarle la ropa sucia a fin de que no vuelva a ponérsela.
La higiene personal de Once, aunque fragmentaria, es mucho
mejor que el cuidado de su habitación. Esto no impide, sin em-
bargo, que comience a tratar de adornarla con un banderín

38
El niño de 11 años

aquí, un retrato de un cantante allá, un cuadro de un caballo o


a lo mejor de una bailarina sobre la cabecera de la cama, etc.
Ya no demuestra tanto interés por las colecciones como
antes. Pero las grandes sesiones de limpieza del cuarto siguen
siendo necesarias para eliminar cachivaches o, por lo menos,
para desplazarlos hacia el desván. Estas limpiezas pueden re-
sultar indirectamente beneficiosas, además, porque permiten
desenterrar «el bolígrafo favorito» o «aquel peine tan bonito»
que el niño había perdido y era inencontrable.
Hacer la cama es una de las tareas cotidianas de Once. Sin
embargo, parece incapaz de hacerla de manera simple; siem-
pre le da su toque personal, que no suele ser muy correcto
que digamos. Pero, después de todo, ¿qué importa, si Once
no está casi nunca en su dormitorio? A Once le gusta estar
con el grupo familiar, le gusta trabajar en la mesa del comedor.
Aunque refunfuñe y proteste, también se oyen sus risas ale-
gres. Es como un cachorro grande que lo llena todo con su
vitalidad.
Lo mejor que pueden hacer los padres es mantener cerrada
la habitación de Once, para no verse afectados por el desor-
den. Y de vez en cuando, pueden programar una gloriosa cam-
paña de limpieza, con prudentes intervalos, recurriendo en la
empresa a sus más altas esperanzas y capacidad de aventura.

Dinero

La actitud displicente de Diez hacia el dinero puede transfor-


marse en un verdadero interés a los once años. Son los niños
los que responden con más vehemencia. Para algunos el inte-
rés por el dinero puede ser escaso. De los niños de once años
tanto pueden decir los padres que son «muy tacaños» como
que «no les importa nada».

39
El niño de 11 y 12 años

A los once años es sumamente importante asegurarle una


entrada regular al niño. Éste suele protestar cuando la semana-
da no se le aumenta. Sus exigencias actuales pueden centrar-
se alrededor de las 100 ptas., cifra inspirada, en parte, por el
conocimiento de lo que reciben los demás niños. A algunos se
les da la oportunidad de administrar una suma mayor, quizá
hasta 200 ptas. semanales, y un contado número recibe una
cantidad mensual de 800 o 1.000 ptas. Esta considerable suma
supone todo un compromiso para el niño de once años, gene-
ralmente de intereses dispersos; y si se comprueba que el
método no tiene éxito, debe abandonarse sin tardanza.
Aunque algunos niños son incapaces de guardar dinero, es
sorprendente el crecido número de niños conocidos (correcta-
mente) como «agarrados». Las cuentas en los bancos pueden
alcanzar altas cifras, de 4.000 a 6.000 ptas. El ahorro no siem-
pre tiene este éxito, pero la mayoría de los niños ahorran parte
de sus ingresos. Sin embargo, los que mejor ahorran su propio
dinero pueden tener una excelente disposición para gastar el
de los demás, especialmente el de la madre. En contraste con
los pequeños avaros de Once, también los hay generosos,
quizá incluso en exceso. Se pasan haciendo regalos a sus ami-
gos y les encanta poder ofrecerles costosos obsequios en las
ocasiones especiales.
Pero, en general, los gastos comienzan a ser objeto de
reflexión. Once empieza ya a ahorrar con un fin determinado,
aun cuando sólo sean «fuegos de artificio». Los niños tienden
a pensar más en sus propios deseos y necesidades. Un niño
suele ahorrar para comprarse una videoconsola, un violín o una
bicicleta. Las niñas, por el contrario, piensan más en la demás
gente y muchas veces ahorran para hacer regalos.
Puede utilizarse el dinero para estimular algunas activida-
des, por ejemplo, el progreso en la ortografía o en los estudios
en general, pero desgraciadamente las causas de estos males

40
El niño de 11 años

suelen estar más allá de los límites accesibles a los efectos del
dinero y estos estímulos sólo producen resultados momentá-
neos. También puede intentarse la operación opuesta, esto es,
la reducción de la semanada cuando el niño no cumple con
determinadas tareas. A la larga, este método tampoco resulta.
Un método eficaz para estimular el ahorro puede ser el de
ofrecer doblar la suma ahorrada una vez alcanzado cierto lími-
te. Esto le permite ahorrar persiguiendo un objetivo por lo
común fuera de sus posibilidades, como, por ejemplo, una bici-
cleta, y alcanzarlo antes de haber perdido el entusiasmo.

Trabajo

Once no sólo aborrece el trabajo, sino que se resiste a hacerlo


y se comporta pésimamente cuando se le pide ayuda. Once
gasta sus energías buscando la forma de eludir toda tarea, la
forma de engañar a su madre haciéndole creer que ha hecho
algo que, por supuesto, ni siquiera ha empezado a realizar. Él
mismo nos comunica que se supone que debe limpiarse la habi-
tación, o que se supone que debe sacar la basura, etc., de
donde se deduce que no siempre realiza estas tareas. O bien,
merced a su desganada respuesta, obliga frecuentemente a
sus padres a la desagradable necesidad de convertir los ruegos
en órdenes. Once nos dice que tiene que lavar los platos, bajar
la basura, etc. Claro está que esta actitud negativa e irrazona-
ble no resulta agradable cuando uno tiene que convivir con el
niño o luchar para que se enmiende. Convendría que los padres
considerasen hasta qué punto son prudentes sus exigencias a
esta edad y tratasen de encontrar el método más adecuado
para lograr que Once no resulte la oveja negra de la familia.
Con Once pueden fallar incluso las transacciones o com-
promisos recíprocos. Cuando realiza una tarea, tiende a darle

41
El niño de 11 y 12 años

su propio toque truculento o irracional. Así, por ejemplo, le


cuesta poner la mesa de acuerdo con las reglas prescritas,
teniendo que elegir los platos y fuentes ubicados más arriba o
más lejos, de modo que cuando uno se sienta a la mesa resul-
tan sorprendentes los cambios observados. La tarea de hacer
la cama puede convertirse en un desafío a su ingenio, pues
detesta hacerla de la manera rutinaria y más simple. Cualquie-
ra que sea el trabajo exigido, casi siempre necesita que se lo
recuerden.
Algunas veces, sin embargo, es capaz de hacer ciertas
cosas por placer. Pero para ello necesita un estímulo interno
más que una exigencia de fuera. Esto sucede especialmente
cuando es la madre la que exige. Pero es posible que acepte
gustosísimo cualquier exigencia fuera de la casa. Conviene
intercambiar a los niños de once años entre los diferentes
hogares, con el incentivo adicional de pagarles por las respec-
tivas tareas, de acuerdo con el esfuerzo demandado. Bajo el
estímulo de lo nuevo y lo distante, Once adquiere un sorpren-
dente espíritu de colaboración. A las niñas, en particular, les
encanta cuidar a niños pequeños en las casas de las familias
amigas.
Once se comportaría mejor en su propia casa si se le diera
más libertad para elegir. Una madre logró resolver el problema
haciendo listas de pequeñas tareas como, por ejemplo, la de
«barrer», «regar las plantas», «vaciar las papeleras», etc., de las
cuales, entre diez o más posibilidades, Once podía elegir las dos
o tres que más le gustaran. A Once le agrada la posibilidad de
elección y en estas condiciones es capaz de llevar a cabo sus
tareas con sorprendente diligencia.

42
El niño de 11 años

3. Emociones

En el espíritu de los padres de un niño de once años suele alo-


jarse una extraña, vaga e incómoda impresión. Es como si
alguna fuerza desconocida de la naturaleza se apoderase de
su hijo, como si éste actuase bajo una influencia totalmente
ajena al medio conocido en que transcurre la vida del niño. Un
factor ulterior de desconcierto es el de que los padres se dan
cuenta a menudo de que ya han pasado antes por una etapa
similar. Esa sensación de avanzar pasando por caídas profun-
das, picos elevados y una maraña general inextricable les
resulta familiar. La progresión se realiza paulatina e impercepti-
blemente. Inmediatamente después de un cambio brusco,
cuando encaran directamente la situación, reconocen retrospec-
tivamente la época en que el mismo niño, ahora en el umbral
de la adolescencia, pasaba por fases semejantes, entre los
cinco años y medio y los seis. En el recuerdo, la sensación es
exactamente igual: esa repentina caída desde lo alto, esos
inexplicables cambios de humor, esa misma rudeza, esa misma
irracionalidad empecinada.
Pero claro está que también hay diferencias. La que fuera
una criatura se ha convertido ahora en un niño grande y fuerte.
Actualmente se coloca en pie de igualdad con el adulto, y si bien
puede volver a actuar como una fiera salvaje, trae consigo un
nuevo complejo de emociones en sus correrías. (¡Cuántos adul-
tos se debaten todavía en la enmarañada selva onceañeral!)
Los padres comprensivos —especialmente la madre— que
han seguido paso a paso el desarrollo del hijo saben que ésta
debe ser una época de tregua para ellos, de observación pasi-
va. Ya ha pasado, en muchos casos, el tiempo en que el niño
se mostraba receptivo y dispuesto a asimilar la influencia direc-
ta de los adultos. Ahora lo mejor que puede hacer un padre es
esperar que el niño se encuentre a sí mismo.

43
El niño de 11 y 12 años

Claro está que esto no significa que el padre deba apartar-


se y perder todo contacto con el hijo. Lejos de ello, debe reco-
nocer toda la magnitud de su papel protector; debe ver en sí al
vigía de las fuerzas del crecimiento, las cuales necesitan de un
medio firme pero sensible para desarrollarse, esto es, un medio
capaz de controlar, pero nunca de forzar.
El aspecto de Once puede variar ligeramente si se lo con-
templa con cierta perspectiva. El hogar no puede ofrecer un
punto de vista neutral para juzgar a Once cuando éste da rienda
suelta, repentinamente, a emociones completamente despro-
porcionadas a los estímulos. ¡Qué diferentes son los términos
que usamos hoy para describir al niño de once años de los que
nos servían ayer para describir al de diez! Ahora las palabras
más adecuadas son éstas: agitado, antipático, rencoroso, discu-
tidor, insolente y malhumorado. Tampoco ignoramos sus esta-
dos de confusión y desconcierto. ¡Cuántas veces lo vemos «en
la luna», vagando de un lado para otro sin saber lo que hace! Es
imposible dejar de advertir, entonces, cómo su personalidad ato-
londrada procura a tientas probar uno y otro rumbo.
Podemos dejarnos llevar hasta tal punto por la conciencia
de las fuerzas negativas prevalecientes en esta época que a
menudo pasamos por alto las fuerzas positivas, fuerzas que
pueden no hallar la ocasión apropiada para desarrollarse si las
tendencias negativas se adueñan demasiado del campo, dán-
dole rienda suelta; lo cual ocurre con cierta frecuencia.
La expresión de esas fuerzas positivas se percibe más a
menudo en los niños que en las niñas. Algunos niños parecen
conservar la conducta de los diez años, del mismo modo en que
conservaban los dientes de leche cuando ya comenzaban a
aparecer los definitivos. Las fuerzas emocionales recién libera-
das de Once, junto con lo que persiste todavía de la ecuanimi-
dad de Diez, pueden producir una cálida fuerza resultante que
los torna más simpáticos y reflexivos, más reservados y con

44
El niño de 11 años

mayor dominio de sí. Su expresión es alerta, ávida, despejada.


Este tipo de niños es agradable e interesante. Pero incluso
aquellos varones que presentan la agitación típica de los once
años son capaces de reponerse después de un ataque de furia
y desprenderse generalmente de algún bien preciado. Una
niña de once años en una situación similar tiende probable-
mente a realizar una mala jugada.
Si consideramos a Once sólo desde el punto de vista de
las dificultades que ocasiona en el seno de la familia, no pro-
cederemos con justicia. Si se le da la alegre atmósfera del
cálido cuarto de estar, se sentirá como pez en el agua. Sin em-
bargo, es fuera del hogar donde mejor se comporta. Durante la
entrevista personal (o simplemente cuando conversa con un
interlocutor atento) suele reírse con verdadera alegría. Se
muestra confiado y alerta. Le gusta hablar de sus experiencias
felices. Ya sabe lo que es sentirse abrumado por algún rasgo
simple de bondad expresado por sus amigos.
Once ya es consciente de sus estados de ánimo. Sabe
cómo se siente, aunque frecuentemente no sabe por qué.
Sabe, por ejemplo, que cuando se despierta por la mañana se
encuentra malhumorado, atravesado y rezongón. Y sabe tam-
bién que a medida que avance el día, la luz y la alegría vendrán
solas, especialmente cuando ocurre algo agradable.
De tanto en tanto, se encuentra a un niño de once años
capaz de decir por qué se siente tan malhumorado por la
mañana. Por lo general, es porque tiene demasiado que
hacer, no tiene tiempo para jugar y se levanta cansado; ¡si
sólo pudiera dormir un poco más! Esto es más fácil de decir
que de hacer, pero la vida de Once podría mejorar considera-
blemente si se conformase más con sus necesidades y apti-
tudes. Once necesita un programa simplificado: más tiempo
para los juegos y especialmente los deportes y, de ser posi-
ble, un período de descanso después del almuerzo, que

45
El niño de 11 y 12 años

muchos niños podrán aprovechar para hacer una verdadera


siesta.
Cuando Once trabaja, lo hace intensamente; a veces, hasta
quedar agotado. Cuando obedece a su propia iniciativa, dedica
generosamente a la tarea todo su tiempo y sus esfuerzos. Su
ley es la de lo inmediato, ya se trate de realizar un proyecto, de
ponerse una prenda nueva o de ir de viaje. Once es tan espon-
táneo e inmediato en sus expresiones que nunca puede caber
duda de cómo se siente. Antes de llegar a pronunciar la menor
palabra, una mueca de disgusto ya nos ha dicho todo. Es tan
espontáneo que a veces puede ser completamente incons-
ciente de los disturbios que produce, considerando que la vida
se desarrolla ahora mucho mejor que antes por la adquisición
de mayores privilegios, aun cuando la opinión de los padres al
respecto sea muy distinta.
Pese a que la mayoría de los niños de once años a menu-
do se sienten «verdaderamente felices» por algún motivo
específico —que puede ir desde el nacimiento de una nueva
hermanita hasta el haber comido un delicioso helado de
crema— o pueden experimentar oleadas de felicidad sin nin-
guna razón aparente, muchos comienzan a tener momentos de
extraña tristeza. Una palabra dura del padre o la melancolía de
la madre pueden hacer que el niño se sienta desdichado. La
falta de popularidad entre los niños o las niñas puede provocar
también sentimientos de depresión.
Una emoción mucho más común es, sin embargo, la de la
ira, que se manifiesta a través de arranques repentinos de furia,
casi siempre incontrolados, especialmente cuando se dirigen
contra un hermano menor. Al igual que a los diez años, la vál-
vula de escape de la ira asume distintos contornos según cuál
sea el blanco del ataque: un hermanito, uno de los padres o la
maestra. Aunque muchos golpean físicamente a los hermanos
o a los compañeros, otros comienzan a intentar controlarse.

46
El niño de 11 años

Algunos niños de once años pueden intentar no irse a las


manos, aunque si el adversario los provoca mucho ya no logran
contenerse. Otros, en cambio, en medio de la cólera pueden
planear una venganza que luego no realizan porque se les ha
pasado la rabia justo cuando estaban listos para la acción. La
violencia de su irritación se expresa a menudo mediante gritos
O palabras hirientes.
En sus arrebatos, Once suele enrojecer de ira. Ésta puede
ser completamente desproporcionada a la causa, o bien pue-
de serjustificada, cuando los actos de los demás parecen in-
justos o los adultos no cumplen sus promesas. Actualmente,
el enojo no pasa tan fácilmente como un año antes. Once se
desenvuelve en un juego de relaciones más complejas, y por
lo tanto le cuesta más recuperar el equilibrio. Once tiende
más que Diez a llevar a cabo una venganza premeditada y a
proferir injurias hirientes. Es capaz de alimentar rencor, de
enfurruñarse y de complotar. También es capaz de arrastrar a
otros en su ira, o de ponerse de parte de un compañero y
enojarse solidariamente junto con él.
Cuando está irritado, el niño tiende a llorar con más facili-
dad a los once que a los diez. Pero muchas veces sus lágrimas
obedecen a un hecho trivial o simplemente a un estado gene-
ral de fatiga. Un motivo puede ser, por ejemplo, que la madre
haya arrojado a la basura la preciada tapa de una revista o que
lo haya mirado de mala manera. Los desengaños y las heridas
afectivas provocan lágrimas. Los niños lloran con la misma fre-
cuencia que las niñas. El mismo Once puede darse el calificati-
vo de «llorón».
El niño de diez años, relativamente libre de temores, se
vuelve más miedoso a los once. Lo que parece asustarlo prin-
cipalmente es la soledad. Esto puede explicar su constante
presencia en el círculo familiar y el poco tiempo que pasa en su
habitación. No hace comentarios sobre estos temores, pero

47
El niño de 11 y 12 años

pide que dejen la luz del pasillo encendida y la puerta de su


cuarto abierta, o bien revisa los armarios y debajo de la cama
antes de acostarse. Cuando la madre le pregunta qué está
haciendo, contesta de la forma más displicente posible: «Miraba,
sólo...». Cerca de la cama, al alcance de la mano, deja prepa-
rada una linterna. Algunas niñas experimentan verdaderos
temores de ser raptadas. A los niños les desagrada particular-
mente sentirse encerrados.
Las niñas demuestran mayor temor a los dolores físicos
—en particular a las infecciones— y temen también que le
suceda algo a la madre. Las niñas más que los niños temen no
agradar y, si se considera lo tumultuoso de su comportamien-
to social, no es sorprendente la aparición de este temor.
Cuando se junta una pandilla de niños, las niñas temen con-
vertirse en el blanco de las pullas.
Once es mucho más susceptible que Diez. Es más vulnera-
ble, incluso, de lo que él mismo desearía, y a menudo se extra-
limita en su reacción, rompiendo a llorar. Las niñas son par-
ticularmente sensibles a cualquier crítica proveniente del
padre. Un corto número experimenta, en estos casos, deseos
de venganza, pero en general se guardan estos sentimientos
para sí.
Si tenemos en cuenta el grado considerable de agitación
emocional de Once, no cuesta comprender su gran necesidad
de amor físico. El niño necesita algo a donde aferrarse, alguien
que lo acepte tal como es. Pero el impulso inicial debe pertene-
cerle a él y no a la madre. Los niños, por ejemplo, se sienten
sumamente confusos cuando la madre les hace demos-
traciones de cariño en público, en tanto que las niñas pueden
recibirlas con la mayor frialdad. Lo cual no impide que busquen
en privado la efusividad materna y no puedan dormirse sin el
beso de las buenas noches, llegando a mostrarse tan «mimo-
sos» que es la madre ahora la que se siente confusa.

48
El niño de 11 años

Aunque por lo común Once se siente feliz con su suerte,


con su familia y sus bienes, puede codiciar algunos bienes aje-
nos, como, por ejemplo, un perro, un caballo o un aparato de
televisión. Pero —y esto es lo más importante— Once puede
envidiar las cualidades físicas de los demás: la belleza o la
fuerza que desea para sí. Las niñas a menudo se muestran
celosas cuando sus amigas del momento prestan más aten-
ción a otra amiga que a ellas. Y todos los niños de once años
parecen tener celos de los hermanos menores, y sentir que
todos los cuidados y atenciones son para ellos. Once tiene un
agudo sentido de los privilegios de los amigos y puede envidiar
el hecho de que se les permita acostarse más tarde o salir
algunas veces de noche.
No sólo es celoso, sino que también tiene un gran amor
propio para todo aquello que suponga una competencia con
los demás. Así, exclama: «¡Yo no me quedo atrás!», o «¿Amor
propio? ¿Cómo no voy a tener? ¡Y de qué formal!». Algunos se
esfuerzan por ser los mejores en los estudios; otros, en los
deportes. En todo caso, son muchos los que se esfuerzan por
ganar o ser los primeros.
El humor de Once es expansivo. Todavía le gustan los juegos
de palabras y las formas más burdas de comicidad, especial-
mente cuando rayan lo absurdo, careciendo por consiguiente de
toda verosimilitud. Él mismo suele hacerse el payaso y tiene en
sus amigos de la misma edad un entusiasta auditorio. Los niños
de once años pueden mostrarse sumamente tontos práctica-
mente por cualquier motivo. Una ligera observación sobre una
niña basta para que un grupo de niños comience a desorbitar los
ojos y a reír inconteniblemente. La conciencia del sexo también
se expresa en los chistes verdes, tan naturales a esta edad, si
bien el humorismo «sucio» se ocupa todavía más de las funcio-
nes de excreción que de las sexuales. Un curso escolar puede
desternillarse de risa a expensas de un compañero (por una ob-

49
El niño de 11 y 12 años

servación de la maestra que le dice, por ejemplo, que baje de la


luna), para virar luego a la mayor indignación, sintiendo que el ni-
ño ha sido víctima de una cruel injusticia al ser humillado así de-
lante de toda la clase. Once se mueve a sus anchas dentro del
reino del humor y sus reacciones pueden fluctuar desde una
carcajada estrepitosa hasta el silencio más desamparado. Es rá-
pido captando la gracia de un chiste así como para hacer la luz
en cuestiones mucho más serias. Cuando se enoja, suele repro-
charse a sí mismo: «Ese genio, ese genio».

4. El yo en crecimiento

«¿Adónde, ¡ay!, adónde se ha ido mi delicioso niño de diez


años?» es lo que se pregunta la mayoría de los padres de un ni-
ño de once años. La misma frase sugiere la pérdida, la desapa-
rición de algo. Y, efectivamente, ha desaparecido cierta afabili-
dad, cierta reciprocidad y disposición positiva para llevarse bien
con los demás (los padres especialmente), cualidades todas
que parecían muy firmemente establecidas a los diez años. Por
eso se justifica que ahora los padres se pregunten: «¿Qué se
ha hecho de mi niño?».
Cuando los padres, o cualquier persona que deba tratar con
niños, conocen las leyes del crecimiento, no les sorprende que
a un estado de calma siga inevitablemente otro de agitación. De
otro modo, el crecimiento no sería posible. Y los padres pueden
contribuir a este proceso incluso en la difícil etapa de los once
años si comprenden la meta a la que tiende la evolución.
Sin embargo, no es fácil llegar a comprender acabadamen-
te las leyes del crecimiento en este punto particular del desa-
rrollo, pues muchas de sus manifestaciones parecen com-
pletamente inconsecuentes. El niño de once años está lleno
de paradojas. Es muy «bueno» durante cierto tiempo y luego

50
El niño de 11 años

perfectamente «perverso». Puede ser terrible en la casa y


suave, generoso y encantador fuera de ella. Parece muy
seguro de sí mismo y al mismo tiempo no soporta que se le
contradiga.
A medida que lo culpamos menos y tratamos de entenderlo
más, nos vamos dando cuenta de que las cualidades típicamen-
te desagradables de Once —su beligerancia, su egoísmo, su
intratabilidad— no son sino expresiones de su búsqueda del yo,
yo que procura encontrar y remodelar en este nuevo ciclo del
crecimiento comprendido entre los once y los dieciséis años.
Comprensión por parte del padre no significa en absoluto
que éste deba tratar de suavizar o ignorar las cosas. El niño
debe, sí, realizar su propio crecimiento, pero el padre puede
suministrarle la atmósfera más adecuada para un buen desa-
rrollo. Cuando el vacilante yo de Once busca cariño para recu-
perar su equilibrio, allí debe estar el padre para dar lo que el
niño necesita. Y cuando Once expresa su rebelión a través de
modales insoportables, a través de su impulsividad y egoísmo,
el padre hará bien en preguntarse: «¿Se rebela contra mí per-
sonalmente o se rebela, en cambio, contra la complejidad y la
incertidumbre de su propio ser más profundo?».
Es importante que el padre no sondee imprudentemente
estas profundidades. Asimismo, es mejor no tratar demasiado
de poner de relieve la extrema rudeza y descortesía del niño
para con sus mayores (y también sus compañeros), sino pro-
curar zanjar más bien las dificultades tendiendo puentes ade-
cuados entre su esfera y las de los demás. Por ejemplo, es
sumamente fácil conseguir que Once se serene y recobre el
equilibrio sobre la base de una transacción. De este modo, se
le puede decir: «Si haces tal cosa, haré tal otra, como parte de
las mías». Mediante estos pactos se puede conseguir, por
ejemplo, que el niño ayude a lavar los platos, a cambio de la
ayuda de la madre para hacer sus deberes.

51
El niño de 11 y 12 anos

Hay demasiada verdad en la queja de Once de que: «Desde


que cumplí los once, todo lo que hago está mal». Dice lo que
no debe cuando hay invitados. Se mueve con torpeza y rompe
un vaso. Se cae al suelo y se estropea la ropa. Y, con más fre-
cuencia de la debida, no tiene noción de lo que ha hecho y di-
cho, aun cuando se le llame la atención sobre sus actos y pala-
bras. En estos casos replica agresivamente: «¿Qué quieres
decir con eso de mis malos modos?». Parecería como si quisie-
ra reunir fuerzas en su interior mediante una respuesta antagó-
nica que pone en práctica de inmediato. Golpea y apenas se da
cuenta de por qué lo hace.
Este golpear —de hecho con las palabras y sentimientos—
se vuelve tanto más evidente para nosotros en cuanto que se
halla dirigido contra la gente. El niño busca su propio yo, reac-
cionando contra el de los demás. A los diez años demostraba un
gran interés por la gente, especialmente por sus coetáneos;
pero ahora le interesa la interacción constante con los demás,
sean de la edad que sean.
Once revela una mayor facilidad para las actividades men-
tales y sociales, especialmente fuera de su casa. Sentir y com-
prender es ahora tan importante para él como pensar. Puede
contestar que su yo está en la cabeza o en el corazón, pero en
general lo ubica en la parte del cuerpo que lo expresa de forma
más directa. La niña aficionada a cabalgar considera con toda
naturalidad que su yo está en las rodillas. Otra, cuya mayor am-
bición es llegar a ser una gran cantante de ópera, lo ubica en la
voz. Y un varón hábil para los trabajos manuales lo sitúa, lógi-
camente, en las manos.
Once es mucho más consciente de sus defectos que de
sus virtudes. Pero aun así, es difícil lograr que reconozca un
defecto específico. Lo más probable es que responda: «Supon-
go que tendré un millón; no hay nadie perfecto. Pero, franca-
mente, no sé cuál es el peor». En general, reconoce aquellos

52
El niño de 11 años

defectos que suponen un roce con los demás. Admite que


contesta, que contradice a los mayores, que le dan rabietas o
que trata de llevarse las cosas por delante. Los pocos niños
de once años que reconocen sus propios méritos piensan
principalmente en su espíritu de colaboración, en su bondad o
disposición amistosa para con los demás; y nuevamente en-
contraremos aquí manifestaciones de su conducta con los
demás.
A Once —igual que a Diez— le gusta su edad, pero ahora
ve con placerla idea de que se halla en vías de crecimiento.
Un contado número se muestra sumamente ansioso de cre-
cer. Pero son menos, todavía, los que se resisten a esta idea.
La mayoría de los niños de once años consideran que la mejor
edad es la comprendida entre los quince y los diecisiete, debi-
do a que pueden asistir a las fiestas y a los bailes. Aquellas
niñas que demuestran más interés en salir con muchachos
tienden a elegir la época de los estudios universitarios.
Un caballo, un perro o una granja siguen siendo los sueños
más acariciados de muchos niños de once años, especialmen-
te de las niñas. La principal diferencia con Diez es que Once
desea un establo «lleno» de caballos. Algunos niños desean
una casa nueva más que una granja; y si bien algunos niños
todavía desean una bicicleta, ya los hay que ponen la vista en
formas de locomoción más rápidas o refinadas: motocicletas,
lanchas o yates. Las niñas desean vestidos: roperos enteros
«llenos» de vestidos hermosos; y los niños desean dinero,
pero en «grandes» cantidades. Muchos desean ardientemente
una salud mejor y mayor felicidad y paz. Pero hay cierto núme-
ro de niños, especialmente entre los de sexo masculino, que
no tienen ningún deseo en el mundo. Para ellos la vida está
bien y no necesitan más de lo que tienen. Son éstos los mis-
mos niños que en realidad parecen mejores a los once que a
los diez. Asimilan el ritmo intenso de los once años sin experi-

53
El niño de 11 y 12 años

mentar sus características sacudidas y conflictos. A medida


que comprendamos mejor las distintas individualidades, podre-
mos comenzar a resolver el enigma de los distintos métodos
de crecimiento.
Aunque Once puede estar aún bajo la influencia de la pro-
fesión de sus padres, comienza ya a ejercitar la facultad de
elegir por sí mismo. Ahora tiene cierta conciencia de sí, de su
capacidad, de sus sentimientos, lo cual le suministra una base
más firme para su elección. Sabe incluso que podría cambiar
de idea. Once se muestra perfectamente articulado en cuanto
a lo que desea ser. Muchos han resuelto las múltiples posibili-
dades que veían a los diez años en dos alternativas: por ejem-
plo «granjero o médico»; «enfermera o bailarina»; «modelo o
dibujante». Once revela cierta especificidad de interés: «un
artista comercial», «un diseñador de vestidos», «una cantante
de night-club».
A los once, niños y niñas suelen soñar con llegar a ser el
centro de un escenario —cantante, bailarina, actor— o con
convertirse en autores o pintores célebres. Sueñan con la
fama. Once quiere ser el primero. Así, si se inclina por el dere-
cho, quisiera llegar a ser presidente del Tribunal Supremo. Si
se inclina por el fútbol profesional, quisiera llegar a ser capitán
del equipo.
Aquellos niños que proyectan ingresar en la universidad no
están ahora tan influidos por los padres. Algunos no están muy
seguros de querer ingresar y temen no ser aceptados. Pero
Once se da cuenta de que necesita prepararse para seguir
cualquier carrera que elija. Muchos niños piensan ya en la ca-
rrera profesional, una vez terminados los estudios universita-
rios. Algunos, incluso, pueden saber en qué facultad específica
ingresarán.
Los niños piensan mucho más en su profesión que en su
boda y casi nunca piensan en una esposa concreta. Algunos

54
El niño de 11 años

niños ya han pensado en el aspecto exterior de la que quisie-


ran para mujer: rubia y bonita, o «inteligente, bonita y rica». El
dinero parece influir sobre la decisión final de los niños.
La niña de once años, por el contrario, piensa más en las
cualidades de su futuro marido que en su profesión. Ya ha
reflexionado suficientemente en este problema, relegando el
aspecto físico y la riqueza a un segundo plano. Las niñas quie-
ren que su marido sea bueno, honrado, comprensivo, de buen
carácter y que tenga sentido del humor. Todo lo más que desean
en el aspecto económico es que gane lo suficiente para vivir y
comer (no es raro que Once piense en comer). También qui-
sieran que fuera razonablemente inteligente y bien parecido.
Pero lo que más le importa es que se trate de alguien con quien
poder trabar relación. Tal es el grito de la Mujer ya en esta inci-
piente etapa de la conciencia de sus relaciones con el sexo
opuesto.
La mayoría de los niños de once años, niños o niñas, desean
formar una familia. Algunos piensan todavía en una cantidad de
hijos, o bien en uno solo, pero la mayoría prefiere de dos a
cuatro niños. Es posible que deseen uno o dos pares de melli-
zos. En todo caso, Once desea niños y niñas por igual y puede
querer que sean mellizos o bien que lleguen sucesivamente.
Todavía no se da cuenta de que la vida no obedece con tanta
prontitud a sus deseos como se quisiera.

5. Relaciones interpersonales

Once, al igual que Diez, se halla firmemente ubicado dentro de


la célula familiar... ¡pero por qué motivo tan diferente! Se
encuentra a gusto en medio de cualquier actividad familiar, tra-
bajando en la mesa del comedor, atento a todo lo que sucede
en torno suyo, temeroso de perderse algo. Los tan preciados

55
El niño de 11 y 12 años

bienes de su dormitorio pueden no llamarle más la atención.


Prácticamente no está nunca en su cuarto. Pero aun dentro del
seno familiar se muestra movedizo e inquieto e interrumpe
continuamente la conversación de los demás con un: «¿Y
ahora qué hacemos?».
Sus padres, adorados en otro tiempo, han perdido su aure-
ola, esto es, la evidencia de su divinización y ahora yacen en
un nivel perfectamente pedestre. La «mamita» adorada de
antes se ha convertido ahora simplemente en «ella». Es pro-
bable que aquellos padres que se muestran más estrictos con
sus pretenciosos hijos de once años reciban algún mote: «El
viejo tal por cual». Tanto los niños como las niñas revelan
menos inclinación a discutir las cualidades de sus padres con
otras personas, mostrándose más cautos por temor a decir
demasiado. Aunque repiten las palabras de la madre, disienten
casi siempre con su opinión. Tienen conciencia de que la ma-
dre no sabe tanto como ellos creían; tienen conciencia del mal
genio del padre; tienen conciencia de los motivos que mueven
a los demás y de las predilecciones del padre. Esta conciencia
les suministra nuevo material ya sea para producir conflictos o
para evitarlos, o para sonsacar de sus padres aquello que
desean. Las niñas se sirven más de este método y les resulta
bastante fácil conseguir lo que quieren.
Los conflictos planteados cuando el niño se levanta son
los de más ardua solución para los padres. Once discute
sobre cualquier cosa. Como dijo un padre: «Es exuberante pa-
ra defenderse». No debe extrañarnos que el padre se vea for-
zado a gritarle y —como Once reconoce— es él quien grita
más fuerte.
Convendría que los padres hicieran una lista del tipo de
cosas que ellos quisieran del chico y luego otra de las que éste
estaría o no dispuesto a tolerar. La lista de los padres es bas-
tante larga:

56
El niño de 11 años

. Ser más rápido.


. Trabajar más en casa.
. Cuidar mejor el cuarto.
. Ayudar a cuidar los animales.
Ser más aseado.
. Tener mejores modales en la mesa.
. Llevarse mejor con los hermanos pequeños.
0NAD0N=
0AD
. Ofrecer menos resistencia para acostarse y levantarse.

La lista del niño es mucho más corta y no muy precisa:

1. Ayudar cuando está bien dispuesto.


2. Hacer prácticamente cualquier cosa, menos lavar los
platos.
3. Que no le griten.
4. Que no le vayan con cuentos al padre.
5. Que no lo critiquen.

Por lo que se desprende de esta lista, Once no parece muy


capaz de responder a las exigencias de los padres. Otra vez ha
adquirido la áspera textura de toda iniciación de un ciclo nuevo
del crecimiento.
Pero no todo es tragedia en la relación entre Once y sus
padres. A menudo se lleva mejor con un padre que con otro.
Las niñas, en particular, pasan ratos muy agradables en compa-
ñía de sus padres: paseos, excursiones a la playa, visitas al
zoológico, idas al cine. A los niños les gusta ir a pescar, nadar,
o a ver partidos de fútbol con su padre. E invariablemente pue-
den iniciar una vivaz conversación sobre coches.
Las madres también tienen su lugar especial: siempre
están allí para escuchar sus confidencias. Son las más indica-
das para conversar sobre determinados asuntos, especial-
mente en el caso de las niñas. Y son maravillosas para recibir

57
El niño de 11 y 12 años

su cariño. Once puede ser tan afectuoso que a veces las


muestras de su afecto llegan a confundir a la madre.
Es necesario prestar atención al estado de ánimo de Once,
si bien éste puede, en cierta medida, modificarlo a voluntad.
No le gusta que le den órdenes o que lo critiquen y lo que más
le cuesta es cumplir con las exigencias cotidianas, aunque
puede aceptar el desafío de una determinada empresa (espe-
cialmente si ha de cumplirse en la casa de algún vecino, por
desgracia). De este modo, una limpieza semanal de la habita-
ción (cuidando de mantener la puerta cerrada los demás días
para evitar que se vea el desorden) puede constituir la solu-
ción a este problema. Y si sus modales en la mesa son dema-
siado insoportables para el padre, convendrá que Once coma
un poco más temprano durante algún tiempo.
Quizá a ninguna otra edad el niño se lleve tan mal con los
hermanos. Puede dominar sus expresiones físicas de ira, pero
declara inequívocamente: «Me gustaría romperle la cabeza
con el palo de béisbol; pero mamá no me deja», o bien: «Me
gustaría desahogarme y tirarle del pelo. Me gustaría arrancár-
selo de raíz». Los hermanitos menores, sabiendo la reacción
que provocan en Once, tratan deliberadamente de sacarle de
quicio, pinchándolo, fastidiándolo, haciéndole burla o metién-
dose en sus cosas. Entonces tiene que intervenir el padre para
salvar al hijo menor de la destrucción. Si se lograse separar a
Once del resto de la familia, especialmente poco después de
levantarse y a las horas de comer, las cosas marcharían mucho
mejor.
Pero pese a todas las dificultades y problemas de Once
con los hermanos situados en niveles cronológicos próximos,
no hay un amigo más firme si éstos se ven en aprietos. Once
también puede sentirse (especialmente las niñas) un amigo,
casi un padre, cuando trata de mejorar a un hermanito menor.
Pero ¡ay! «lo asesinaría para conseguir que haga lo que debe».

58
El niño de 11 años

Once se lleva algo mejor con los hermanos mayores, pero


éstos, desgraciadamente, tienden a burlarse de Once, llamán-
dole «nene», «llorón», «mula gordinflona», etc. Todos estos a-
podos se le aplican demasiado bien, lo cual explica quizá la
violencia con que Once responde a estas provocaciones. Los
hermanos mayores, que conocen la perspicacia de Once, su
sagacidad, su naturaleza perceptiva y su inclinación a hablar,
deben tratar de acordar sus citas en lugares que estén más
allá del radio de acción de Once. También es prudente no decir
algunas cosas, especialmenteen los comienzos de un idilio.
Las amistades no son tan casuales como a los diez años.
Once no elige a los amigos simplemente porque vivan cerca y
les guste hacer las mismas cosas que a él. A veces escoge por
amigos a niños que viven lejos de su casa pero debe ser corres-
pondido para conservar la amistad. Le gustan los amigos que
tienen el «mismo carácter» o que son «razonables». Probable-
mente, por eso se lleva tan bien (generalmente) con su mejor
amigo. Esto vale más para los niños que para las niñas. Por lo
común, los niños tienden más que las niñas a tener un gran
amigo preferido, pero esto no les impide buscar la compañía de
muchos otros niños para jugar. Su principal objetivo en la vida
es divertirse en compañía. Una casa en un árbol puede ser el
lugar de reunión preferido por la pandilla. Y su afición al fútbol es
imperecedera. Cuando se encuentran solos dos amigos, eligen
otros juegos, leen alguna revista cómica o simplemente charlan
de sus cosas. Las excursiones en bicicleta son menos frecuen-
tes a esta edad porque la bicicleta, desmantelada, ya no está en
condiciones de andar. Los niños suelen pasar la noche en casas
de amigos. Su exuberancia puede reducirse a lanzarse almoha-
das mutuamente.
Las niñas carecen, al mismo tiempo, de la gran amistad úni-
ca y de las agrupaciones en pandillas de los niños. Tienden más
a tener un número regular de amigas, entre tres y cinco, cuya

59
El niño de 11 y 12 años

compañía van prefiriendo sucesivamente. Las niñas sufren una


mayor influencia de las amigas, se sienten más identificadas
con ellas, y pueden llegar a obrar bajo su influjo como si estu-
vieran hechizadas. Ellas mismas aceptan que debe haber perío-
dos de riña y momentos en que «no importa nada de nada».
Una niña de once años supo definir acertadamente esta situa-
ción: «Tenemos que pelear para romper la calma y luego nece-
sitamos cuatro horas para reconciliarnos después de la pelea».
Una niña de once años no puede pasar mucho tiempo sin
hablar: su tentación es demasiado grande. A las niñas también
les gusta pasar la noche en casa de sus amigas, y tienden más
a formar grupos de tres o cuatro. Pueden llegar a perder com-
pletamente el control, en juegos tales como el de reconocer a
sus amigas por el tacto en la oscuridad.
En tanto que Diez declaraba a menudo que todavía no le
interesaba el sexo opuesto, Once tiende más a reconocer su
importancia. Cuando a un niño le gusta una niña, supone que
él debe gustarle a ella. Pero suele suceder que un niño le
guste a una niña sin que aquél se dé cuenta de la atención de
la que es objeto. Las niñas suelen hablar considerablemente
de los niños con sus amigas. Pueden tener perfecta concien-
cia de las cualidades de los niños, y trazar cuadros verbales
simplemente aterradores. Una niña describió a un admirador, al
que consideraba una excepción, como «un enano, que pesa
27 kg y es terriblemente flaco. Tiene una cara chata con pecas
y un aspecto sucio y de enfermo. Simplemente detestable».
Los niños, por lo general, no tienen este tipo de percepción,
aunque no se les escapa la inclinación de las niñas a charlar.
Un niño de once años declaró que «es realmente imposible
mantenerse cerca de ésa. Los chismes de la escuela los des-
parrama por toda la ciudad».
A las niñas les gusta la actitud burlona y fastidiosa que tie-
nen los niños con ellas. «Es divertido», dicen. Les gustan,

60
El niño de 11 años

incluso, las guerras con pelotitas de papel y bolas de nieve y


—como dijo un niño refiriéndose a las niñas— «no hay ningún
blanco mejor».
Las fiestas de cumpleaños ya han desaparecido, si bien
algunas niñas todavía las realizan para sus amigas. A esta
edad se observa cierto desagrado por aquellas fiestas de épo-
cas anteriores, consideradas ahora «infantiles», lo cual no
impide que sigan actuando como antes en las fiestas al aire
libre y en la víspera de Todos los Santos, a menos que estén
muy bien organizadas y vigiladas. En las fiestas mixtas, que
son las que organizan las niñas con más frecuencia, «se juega
a distintos juegos, y se come». Es una incidencia desgraciada
que un grupo de varones empiece espontáneamente a arrojar
comida a las niñas.
Algunas niñas de las Girls Scouts organizan bailes. Los
niños pueden o no saber quién los ha invitado. Pero, de todos
modos, no bien se completa el número requerido por la danza,
los niños tienden a reunirse a un lado del salón y las niñas al
otro.

6. Actividades e intereses

El juego ya no es fundamental para un niño de once años a dife-


rencia de lo que sucedía un año antes. En sus relaciones con la
gente pueden incluir el juego, pero ahora la gente es, en reali-
dad, más importante que el juego. Rara vez se ve solo a un niño
de once años y casi siempre se le encuentra en medio del cír-
culo familiar, aun cuando se lleve mal con sus padres y herma-
nos. Si se lo obliga a quedarse solo, es posible que Once se
convierta imaginariamente en dos personas, jugando él solo una
partida de ajedrez o un partido de fútbol, lo cual le permite expe-
rimentar esa sensación de intercambio que tanto le complace.

61
El niño de 11 y 12 años

Las relaciones de Once con la gente a menudo están lejos


de ser positivas. A veces, su principal actividad, su principal
esfuerzo se halla dirigido contra cierto compañero. Nadie
puede ser más cruel que una niña de once años que no tiene
conciencia de lo que hace. Y si la pobre víctima elegida res-
ponde a su castigo, entonces se siente impulsada a doblarlo o
triplicarlo. Los niños de once años deben ser vigilados y a
veces es necesario darles cierta noción de lo que es jugar lim-
pio. Las reglas también tienen su lugar, pero es más importan-
te proteger a aquellos niños débiles y vulnerables, procurando
mantenerlos a una distancia prudente de los compañeros más
duros e insensibles. De vez en cuando se hará necesario
poner en su sitio a estos niños poco considerados y amigos de
dificultades.
Los intereses de Once son muy similares a los de Diez.
Once, sin embargo, no experimenta la misma urgencia de
Diez por salir a la calle y ejercitar continuamente su muscula-
tura mayor. Si bien se mueve constantemente y le gustan las
actividades motrices intensas, es también un gran observador
y explorador de todo lo que le rodea y, por encima de todas las
cosas, le encanta conversar.
No hay nada que le guste más que el proyecto de construir
una casa en un árbol con los múltiples problemas que esto
supone: conseguir la madera, los clavos, papel alquitranado o
hule para el techo. Le preocupa establecer quién «pertenece-
rá» al grupo y cuáles serán las contribuciones de cada uno:
dónde pondrán el mazo de cartas y si para ello bastará o no una
repisa. Y además está el problema de los goznes de la puerta y
el cerrojo, especialmente que pueda cerrarse desde dentro; y
de hacer una llave adicional para el mejor amigo. Este tipo de
proyectos y tareas puede ocupar un verano entero.
Probablemente sea la ejecución de un proyecto de esta
naturaleza lo que mejor expresa la condición de Once. Éste

62
El niño de 11 años

experimenta el acicate de la necesidad emocional de procurar-


se un lugar seguro y acogedor para sí y su mejor amigo —ade-
más de la pandilla en algunas ocasiones— donde poder jugar a
las cartas, comer, cobrar cuotas (en el caso de que funcione
como sede de un club), charlar e incluso dormir si los padres se
lo permiten. Probablemente, todos los comerciantes del pueblo
conocen la construcción y hasta es posible que hayan contri-
buido de buen grado con una docena de clavos como propina o
algo por el estilo. Todo este agitado proyectar y comprar, con el
consiguiente manejo de fondos, lo mantiene a Once en un glo-
rioso remolino de interacciones con muchísima gente, capaz de
comprender su entusiasmo y de hablarle de las cosas que le
interesan. Esta conducta es más común entre los niños, pero
muchas niñas no demuestran menos entusiasmo y las casas
que construyen nada tienen que envidiar a las de aquéllos.
Pese a que Once puede parecer torpe e inhábil en su con-
ducta motriz en la casa, especialmente si no se lleva bien con
los demás miembros de la familia, cuando se lo observa en una
cancha de esquí o en una pista de patinaje, sorprende su enor-
me y flamante agilidad.
Tanto a los niños como a las niñas les gusta mucho salir a
caminar, y charlar y retozar junto con el perro y un amigo.
Prácticamente no hay nada que no le llame la atención a Once.
Éste observa todos los animales que se ponen al alcance de la
vista. Examina los insectos y discute sus hábitos. Visita los
cementerios y lee las inscripciones de las lápidas. Le gusta
más caminar que montar en bicicleta porque en una bicicleta
no se puede retozar como cuando se anda, aparte de que casi
siempre tiene una rueda pinchada, o le falta el asiento o algu-
na otra parte esencial.
Todavía subsiste el auge de las colecciones, pero lo que
más le interesa ahora es el aspecto del trueque, especialmen-
te de revistas de historietas y pósters de futbolistas. Si tiene

63
El niño de 11 y 12 años

estos últimos colgados de la pared, los cambia continuamente,


poniendo éste en lugar de aquél, etc. La negociación de revis-
tas de historietas puede convertirse en una empresa colectiva,
con contribuciones de varios miembros, que pasan a formar un
fondo común, pero en la permuta cada parte retiene un resca-
te «por las dudas».
A los once años se observan súbitas alteraciones en los
intereses de niños y niñas, en comparación con los sustenta-
dos a los diez años. Algunos pueden volverse sumamente
intensos, con la fuerza emocional suplementaria natural de
esta edad, aunque Once puede perder repentinamente un inte-
rés a poco de iniciado. A las niñas todavía les interesa consi-
derablemente disfrazarse; es posible que revuelvan la cómoda
de la madre, especialmente para buscar zapatos, y que se
pongan pródigamente pintalabios y colorete, lo cual les da un
aspecto bastante disipado. A algunas les gusta enormemente
imitar a alguien, cosa que hacen de manera sumamente elo-
cuente. Algunas niñas utilizan sus intereses y habilidades de
forma más orgánica, para efectuar representaciones teatrales.
También les gusta jugar a la secretaria y a la bibliotecaria.
A muchas niñas comienza a interesarles las labores ma-
nuales.
Los varones tienden más a utilizar su imaginación creadora
en los juegos e invenciones. Así, idean toda suerte de varia-
ciones para sus guerrillas y partidos de pelota. Algunos han
comenzado a jugar al ping-pong o al tenis y otros tiran al blan-
co con rifles de aire comprimido.
Los clubes organizados ejercen una fuerte atracción sobre
la mayoría, aunque algunos más maduros comienzan a tachar-
los de aburridos. Si se atendiera más a las necesidades de
Once y se planearan las actividades de acuerdo con sus gus-
tos, que varían con cierta frecuencia, podrían lograrse resulta-
dos mucho más valiosos de los clubes organizados. Muchos

64
El niño de 11 años

ingresan o siguen perteneciendo a un club porque creen que


deben proceder así, pero la mayoría de las veces no lo hacen
de corazón. Tampoco sus pequeños clubes privados les satis-
facen plenamente. Siempre hay alguien que falta a las reunio-
nes o que se olvida de pagar la cuota. El pago de las cuotas
puede resultar mucho más importante que la elección de las
autoridades.
Once ha perdido la visión idealizada de los clubes y el
deseo de mejorar que tenía un año antes. Actualmente sus
clubes sirven para divertirse, para comer, «para conversar en
privado».

Actividades visuales y auditivas sedentarias

Once ya no tiene el afán de escuchar música o ver la televisión


que tenía en otro tiempo. Claro está que existe un amplio mar-
gen de variaciones individuales, pero es interesante observar
cuánto le aburren a Once los programas que antes le apasio-
naban. Si se lo permiten, es posible que ponga música mien-
tras realiza los deberes o cuando se acuesta. Las películas de
misterio siguen siendo las predilectas, pero ahora sin el grado
de exclusividad que tenían anteriormente. A los niños les inte-
resa la transmisión de comedias, dramas familiares y obras de
teatro. Como de costumbre, los niños prefieren los deportes y
algunos ven regularmente los noticiarios. Aunque puede mani-
festarse ya algún interés por la música transmitida por radio,
les entusiasma mucho más escuchar CD. Once ya está en
camino de lanzarse hacia el frenesí adolescente por la música.
Le gustaría tener colecciones de CD de las últimas piezas
musicales aparecidas.
Sus lecturas dependen considerablemente de su personali-
dad básica. Si leía mucho a los diez años, es probable que lea

65
El niño de 11 y 12 años

más todavía a los once, tratando de robarle horas al sueño


después de acostarse. Algunas veces es necesario quitar las
lamparitas del cuarto para poner fin a este hábito. Las lecturas
preferidas por Once son más o menos las mismas que más le
gustan a Diez, salvo su mayor interés por las historias de ani-
males, insectos, y de la naturaleza en general. (Cabe señalar
en este sentido que el interés de Once por los animales
domésticos se ha extendido ahora a las tortugas, peces, coba-
yos, hurones.)
Once a menudo hojea el suplemento gráfico corriente de los
diarios para mantenerse al tanto de las cosas. Pero les dedica
más tiempo, esfuerzo, cuidado y verdadero interés a las revis-
tas de historietas. Cierto número de niños comienza a perder el
interés, pero otros, en cambio, lo experimentan con más fuerza
que nunca. Aunque les gustan más los libros, no les gustan
menos las «historietas». Once empieza a demostrar un espíritu
algo más selectivo en su elección de las revistas; en todo caso
manifiesta preferencia por las historias de animales, más ino-
cuas, que constituyen, por lo demás, una mercancía más fácil
de colocar. Si a Once se le prohíbe leer historietas en la casa,
siempre podrá encontrar la forma de leerlas tranquilamente
fuera de ella: en la casa de los vecinos, en el desván, en la sala
de espera del dentista. Algunos pueden recurrir a astutos sub-
terfugios, haciendo pequeñas pilas que ocultan en lugares dife-
rentes. Si los padres descubren una de ellas y la confiscan, eso
significa que las demás pilas estarán a salvo por lo menos tem-
poralmente, pues por lo general los padres no tienen la menor
sospecha de su existencia. La prohibición de estas lecturas o
una mayor vigilancia de las actividades del niño no constituye la
reacción adecuada para controlarlas.
A los once, el niño asiste con más frecuencia al cine que a
los diez años. Un buen número asiste una vez cada quince días,
otros una vez por semana y la mayoría con menos frecuencia,

66
El niño de 11 años

pero no sin cierta regularidad. Muchos acompañan todavía a


sus padres, pero un número cada vez mayor comienza a ir con
los amigos. El principal deseo de Once es que den una «buena»
película, lo cual significa (para las niñas) una donde no haya
peleas o asesinatos. En algunos casos puede gustarles tanto
una película que la vuelven a ver dos o tres veces.

7. Vida escolar

El niño de diez años, displicente, adaptable, ansioso por apren-


der, se ha convertido en el exigente, crítico, escrutador y charla-
tán niño de once. Cuando está de parte nuestra, lo está de pies
a cabeza; pero si está en contra, habrá que vigilarlo o, mejor
dicho, habrá que buscar el modo de solucionar el conflicto.
Aunque muchos niños son alumnos entusiastas y les gusta
la escuela más todavía que a los diez años, porque «ahora se
va más rápido», son muchos —demasiados quizá— los que
hablan de la escuela como uno de sus «problemas». Ninguna
maestra debe tomar a la ligera observaciones tales como: «No
me gusta la escuela» o «La escuela es un desastre». Es nece-
sario escuchar a Once y procurar comprenderlo plenamente.
Sólo en este caso puede cumplir la escuela su cometido y res-
ponder a sus necesidades y, al mismo tiempo, saber qué
puede pedir de su responsabilidad.
Es evidente que si a Once le gusta en algo la escuela, ello
se debe a los «demás chicos». Su necesidad de estar con
niños de la misma edad, aun cuando se lleve mal con ellos, es
insaciable. Puede fastidiar, provocar, empujar, hacer burla o
golpear a sus compañeros, muchas veces sin darse cuenta
del peligro de lastimarlos y otras, sin duda, con toda la inten-
ción de hacerlo. Pero también es capaz de darle un suave y
amistoso codazo al compañero o al vecino de banco para lla-

67
El niño de 11 y 12 años

marle la atención. Frecuentemente se lo ve caminar por un


pasillo con el brazo sobre el hombro de un amigo del mismo
sexo.
Los niños se reúnen en pequeños grupos (cada sexo por
su lado). En estas agrupaciones no hay nada de casual; pue-
den reunirse tanto con buenas como con malas intenciones. El
grupo puede disolverse repentinamente para excluir a ciertos
miembros. A continuación el núcleo se reconstituye y puede o
no permitir la incorporación del miembro excluido. Si se le da
carta blanca a Once y se le deja obedecer a sus propios impul-
sos, sin mayor vigilancia adulta, sus actos y modos de con-
ducta se vuelven bastante dignos de la selva.
La maestra es probablemente el factor independiente más
importante en la vida escolar de un niño de once años. A Once
no le gusta que lo traten con «puño de hierro», pero la verdad es
que prefiere las maestras «exigentes», capaces de constituir un
desafío para él. Le desagradan profundamente aquellas maestras
que lo «tratan como a un nene». Sin embargo, las mismas maes-
tras preferidas pueden ser criticadas otras veces por estar «muy
por encima de nuestras cabezas». Probablemente una de las
cualidades más apreciadas de una maestra es el sentido del
humor: Once quiere que su maestra «haga chistes» o «cuente
cuentos divertidos». A Once también le gusta ser provocado o
burlado por la maestra sobre una base personal y en el momen-
to oportuno. «¿Cambiaste tu inteligencia con la del mono amari-
llo que viste en el zoológico?»; he ahí una frase capaz de hacer
reaccionar a Once mejor y más rápido que cualquier conversa-
ción seria. Pero la maestra siempre deberá tener el tacto sufi-
ciente para evitar que sus bromas puedan herir a Once. Es
necesario, sobre todo, elegir un momento en que esté a solas
con el niño para no exponerlo a las burlas de los compañeros.
Cuando puede calificarse a la maestra de paciente, justa,
simpática, no demasiado exigente, comprensiva, capaz de

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El niño de 11 años

«hacer interesantes las cosas» y enemiga de gritar, no hay nin-


guna razón para que Once no se encariñe profundamente con
ella, sin temer demostrar o mencionar este afecto. Once suele
tener debilidad por su maestra de sexto grado. Los niños ex-
presan su cariño con más desembarazo, colaborando con la
maestra, llevándole regalos, quedándose después de hora
para ayudarla e incluso, a veces, cogiéndola de la mano.
¡Qué diferencia en la atmósfera de un aula de sexto curso
cuando los alumnos hablan del maestro en estos términos: «Es
un verdadero ogro», «Oh, es terrible», «Grita y es demasiado
exigente»! Once es capaz de darnos una idea clarísima de los
defectos de un maestro con sólo que le prestamos la atención
suficiente. He aquí el informe de una niña de once años:

¿Sabe lo que me gustaría ser? No cuando sea mayor, sino ahora,


sólo por un día: me gustaría ser la maestra y hacerle probar a ella
su propia receta... Haría que se sentara en un banco donde uno
apenas cabe. Y entonces le daría montones de deberes hasta el
techo. Y no la dejaría hablar ni un minuto. Bueno ¡eso es lo que
nos hace a nosotros! Y entonces diría: «¡Oh, no deben hacer
esto, chicos!» Y después haría que pasara al frente y señalara en
el mapa todas las ciudades y pueblitos conocidos. Y la obligaría a
deletrear palabras bien difíciles. Y luego haría que hiciera veinticin-
co ejercicios de aritmética. Y fuera de la escuela haría que hiciera
veinte problemas y luego le leería los errores bien fuerte, delante
de toda la clase. Y además haría que se quedara después de la
hora y limpiar todo y hacer las tareas más sucias, y sólo entonces
la mandaría de vuelta a casa.

Si la maestra o el régimen escolar se esfuerzan por sub-


sanar estos males (siempre que lo sean), entonces el lado
positivo y agradable de Once tendrá oportunidad de desarro-
llarse en medio de una atmósfera sana. Esto no significa que

69
El niño de 11 y 12 años

la vida en el aula haya de resultar siempre una seda, pero sí,


por lo menos, que será más adecuada para el desarrollo de la
capacidad potencial de Once.
Conviene analizar la conducta escolar del niño para obser-
var la forma en que ésta revela su individualidad. Cuando la
maestra de Once sabe que la atmósfera más pacífica y más
semejante a la imperante habitualmente en un quinto curso
puede, en sexto, estallar en cualquier momento, siempre esta-
rá preparada para mitigar estos conflictos. De una cosa por lo
menos puede estar segura y es que a Once todavía le interesa
aprender, pues no ha caído aún en la apatía que puede sobre-
venir a los trece años o más tarde.
Dado lo mucho que le cuesta levantarse por la mañana a
Once y su tendencia a provocar roces con todo lo que hace,
a veces llega a la escuela en el mayor desorden mental y físi-
co, sin ni siquiera haber tomado el desayuno. Sin haber comi-
do, naturalmente se encuentra algo peor que de costumbre.
Es conveniente que la escuela le suministre a sus alumnos, a
media mañana, un bocadillo y un vaso de leche. Una escuela
con espíritu verdaderamente colectivo podría sacar a Once de
su hogar en las horas en que constituye un factor de perturba-
ción, por ejemplo a la hora del desayuno, y llevarlo a la escue-
la donde él mismo podría prepararse su propio desayuno. ¡Qué
maravillosa manera de comenzar el día: un amable intercambio
social, la satisfacción de servirse uno mismo y la agradable
sensación de bienestar que produce un estómago lleno! Para
ello podrían formarse pequeños grupos rotativos, cambiando
sus miembros periódicamente.
Con esta mejor iniciación, Once no podría resistirse a reali-
zar los quehaceres domésticos de la escuela como sucede en
la actualidad. Incluso podría llegar a gustarle pasar el borrador,
tarea ésta que generalmente aborrece. Pero como pasa siem-
pre con Once, si éste sabe lo que debe hacer (enumerando

70
El niño de 11 años

sus tareas en una lista) y si sabe que no tendrá que hacer


siempre lo mismo (tareas rotativas) y que puede cambiarlas a
su antojo (libre intercambio de tareas con los demás compa-
ñeros), habrá que dar lo mejor de sí al trabajo colectivo. Niñas
y niños compiten por separado en pequeños grupos y, siempre
con cierta libertad, realizan gustosos las tareas encargadas.
Este mismo tipo de liberalidad y control se hace necesario
en la conducta total de la clase, tanto cuando trabajan como
cuando juegan. Las maestras inteligentes no tardarán en des-
cubrir a los «líderes» en potencia del curso y los colocarán en
lugares estratégicos, de modo que cada uno tenga su grupo de
adictos. Estos cabecillas deben carecer de autoridad y su con-
dición de tales no debe ser conocida ni por los demás niños ni
por ellos mismos; pero la maestra sabrá cómo ponerlos de su
parte y lograr que ejerzan por sí una influencia que muchas
veces puede estar fuera de sus posibilidades. (La maestra sabe
también que cuando no consigue hacerle comprender una idea
a un niño de once años, a veces otro niño logra explicársela.)
De esta forma pronto se hace evidente un menor roce, una
menor inclinación a las tonterías y a perder el tiempo.
En sexto curso es muy común que los alumnos se muestren
inquietos y movedizos. A Once se le debe permitir levantarse y
andar por el aula y hablar, aunque no se le debe permitir que
interrumpa el trabajo de los demás o que no termine el suyo.
Con cierto grado de libertad para moverse por el aula, habría
menos intercambios de mensajes y una menor actitud vitupera-
tiva por parte de Once hacia su compañero de banco, que
suele expresarse con frases enigmáticas: «Gustavo apesta» O
«Es tarado».
Algunas veces, cuando el aula adquiere contornos caóticos,
la maestra puede verse forzada a implantar la ley marcial y a
hacer que cada niño se siente derecho en su banco mirando al
frente. Esto puede no ser necesario o siquiera posible en escue-

71
El niño de 11 y 12 años

las generalmente concebidas para el carácter inquieto de Once,


donde puede no existir una disposición tan formal de los alum-
nos. A Once le gusta empezar con ejercicios. A veces le gusta
variar los ejercicios, cantando una canción popular.
A los niños de esta edad les gusta izar la bandera. Les
gusta saludarla y le rinden homenaje con vigor y entusiasmo.
Once se desempeña ordenadamente en esta tarea.
Lo que más le gusta es la gimnasia y la práctica de depor-
tes. Prefiere el fútbol, pero también le atraen el baloncesto, el
balonmano, el voleibol y el waterpolo. Varones y niñas prefie-
ren separarse, pero hay algunas niñas que hacen lo imposible
para que les permitan jugar con los niños. Los niños ya luchan
bastante con los malos jugadores de su propio sexo para tole-
rar a los inútiles del sexo opuesto.
Una vez seleccionados los equipos, se eligen en primer
lugar los mejores jugadores y luego los amigos. Es necesario
vigilar el desarrollo de esos juegos, pues Once es implacable
en su práctica. Así, por ejemplo, se le oye decir a menudo:
«Pedazo de bestia», cuando un compañero pierde la pelota,
pudiendo llegar a las amenazas: «No hiciste nada para coger la
pelota; si ni siquiera te mueves, no puedes jugar en mi equi-
po». Á veces, los padres se avergúenzan de la conducta de
sus hijos en el hogar, pero las maestras también se avergúen-
zan de estos mismos niños en la escuela. Los niños pueden
darse puñetazos por cualquier motivo —o, lo que es peor, sin
ninguno— y a veces se hace necesario separarlos. O bien
pueden hacerle el vacío a un niño determinado, excluyéndolo
de sus grupos, no dándole caramelos, etc. Once no es un ani-
mal plenamente socializado y necesita ayuda de la maestra o
de un compañero de influencia para comprender lo que hace y
tratar de mejorar.
La enseñanza escolar de una clase de once años puede
constituir una experiencia o bien sumamente interesante o

72
El niño de 11 años

extremadamente agotadora (a veces las dos cosas). Si la


maestra puede establecer un contacto cálido, emocional y
entusiasta con la clase; si logra interesarse en aquello que
despierta el interés de sus alumnos, entonces —como nos dijo
un niño— puede «hacerlos progresar volando, sin dejarlos tro-
pezar». En este caso, no tardará en comprender que Once
procura cierto grado de rutina, que le gusta saber lo que se
espera de él y qué cambios se producirán de un día a otro en
las tareas encomendadas. Los compromisos a largo plazo,
digamos, por ejemplo, de seis semanas, son aceptados por el
niño, pero es necesario controlarlo de vez en cuando pues lo
más probable es que, de otro modo, deje todo para el último
momento, necesitando la colaboración de la familia en pleno
para realizar su tarea, en un una maratón impresionante,
A Once le gustan las competencias de cualquier naturaleza.
Incluso puede «romperse todo para ganarle a su mejor amigo».
Un método sumamente efectivo de competencia es el consis-
tente en separar a ambos sexos. No sólo la aritmética y la orto-
grafía sirven para estos juegos, sino también la historia y otras
materias escolares. En realidad sirven todas, salvo los estudios
sociales, que parecen demasiado complejos («aburridos») para
la mentalidad del niño de once años. En aritmética, los proble-
mas también son demasiado complejos, si bien al niño le atrae
el mecanismo de esta disciplina. Le gusta mucho sumar, restar
y, sobre todo, demostrar su total dominio de la tabla de multi-
plicar. Las definiciones de vocablos son tan arduas para Once
como los problemas de aritmética. Le gusta utilizar las pala-
bras en oraciones, dentro de un contexto, y le gusta separar-
las en sílabas, pero detesta tener que definirlas. Aquellas
maestras que tienen conciencia de lo que les disgusta a los
niños de esta edad pueden seguir utilizando los juegos geo-
gráficos y del diccionario para entretenerlos en las situaciones
sociales.

73
El niño de 11 y 12 años

Uno de los puntos débiles más serios de Once es su falta


de aptitud para reconocer las relaciones entre los hechos, lo
cual le impide, como es lógico, recordarlos. Cuando mejor
comprende una cosa es, a menudo, cuando la maestra le
imparte su enseñanza convirtiéndola en cuentos. Uno de los
peligros de este sistema, sin embargo, especialmente cuando
se trata de hechos históricos, es que el interés narrativo la
puede llevar tan lejos que llegue a alterar la verdad histórica.
No hay nada que a Once le guste más que un buen cuento,
ya sea de aventuras o que carezca de sentido. Le resulta más
fácil hacer oralmente que por escrito el resumen del libro que
ha leído, pero suele irse por las ramas. Por ello es convenien-
te hacer que se circunscriba a un solo episodio. Prefiere los
hechos corrientes a los de la historia y le gusta considerable-
mente ubicar en el mapa los lugares geográficos mencionados
en los diarios. Once desea permanentemente que su trabajo
se halle relacionado con la realidad, con lo que tiene significa-
do para él.
A Once le gusta particularmente el canto. Por fortuna, son
cada vez más las escuelas que imparten instrucción musical. A
esta edad también le gusta dibujar, especialmente cuando los
dibujos se relacionan con los cuentos que ha leído o con sus
fantasías. Le gusta realizar largos frisos ininterrumpidos, prefi-
riendo proyectar imaginativamente sus pensamientos más que
copiar ideas ajenas. Si se le encarga un estudio sobre el mer-
cado, hará su tarea con entusiasmo, resumiendo información,
juntando láminas y haciendo dibujos. (Después de todo, la
comida es una de las cosas que más lo entusiasman.)
Pero incluso con el mejor régimen de enseñanza, Once no
tarda en cansarse. Este cansancio se pone de manifiesto en su
inconsecuente patrón de aprendizaje; un día se desempeña
perfectamente bien y al siguiente parece tonto o distraído.
Periódicamente, con mayor frecuencia que en los tres últimos

74
El niño de 11 años

años, se ve obligado a faltar por enfermedad. Su temperatura


sufre oscilaciones considerables. Algunos niños sufren tanto
con el frío que se ponen una cantidad enorme de ropa, en tanto
que otros sienten tanto el calor que prácticamente parecen
andar desnudos. Once se pasa abriendo y cerrando ventanas
según sienta calor o frio. Al finalizar la jornada escolar, Once
evidencia el cansancio en su desaliño general y, una vez que
se ve libre, tiende a perder completamente el control.
Estos patrones de fatiga son similares a los observados en
un nivel cronológico anterior, entre los cinco años y medio y
los seis. Nuevamente a los once, al igual que a los seis, con-
vendría contemplar la posibilidad de reducir la jornada escolar
a medio día. Las clases de la tarde podrían ser optativas, limi-
tándose a las actividades ajenas al programa. La maestra,
sumamente exigida por sus alumnos, suele quedar tan rendida
como éstos, e indudablemente se vería considerablemente
beneficiada asistiendo a la escuela sólo medio día y disponien-
do luego de tiempo suficiente para volver a cargar su batería
humana para afrontar la prueba que le espera al día siguiente.
Si no es posible limitar a medio día la asistencia a clase, con-
vendría ciertamente que las madres llevaran a los niños fuera,
de paseo, dos o tres veces al año. Nada podría proporcionar
mejores resultados para cortar el odio incipiente hacia la
escuela de tantos niños de once que se ven en dificultades.

8. Sentido ético

Once no sólo está despertando de su mundo infantil, sino que


se halla realmente en medio del curso del mundo adulto, inten-
tando seguir uno y otro rumbo en un esfuerzo por determinar
su propia trayectoria. Once desea liberarse de las autoridades
establecidas en su casa y en la escuela. Quiere descubrir las

75
El niño de 11 y 12 años

cosas por sí mismo. A esta edad es menos estricto en su códi-


go moral que a los diez (o por lo menos el código se va trans-
formando junto con el niño). Actualmente tiene mayor libertad
de decisión. :
A menudo Once se propone para sí buenas acciones.
«Trato de decir la verdad»; «Trato de portarme bien»; «Trato de
no decir palabrotas», y a menudo sabe lo que está bien, aun-
que no siempre lo haga. A veces se muestra desconcertado
ante el bien y el mal, y entonces es probable que se guíe por
sus sentimientos o por su sentido común. Aquellos niños de
once años que se atienen demasiado a lo que dicen sus
padres o que rehuyen ciertos riesgos (por ejemplo, apropiarse
de lo ajeno) suelen ser tachados de «cobardicas» o «fifís» por
los compañeros. Once es más consciente del antiguo proble-
ma de elegir entre el beneplácito de sus compañeros o el cum-
plimiento de las propias normas éticas.
Su principal preocupación en el campo de la ética es la justi-
cia. Todo lo bueno que lleva en sí sale a la superficie cuando apli-
ca su inexorabilidad respecto de la justicia a sus contactos con
la gente. Esto es lo mejor de Once, y, en circunstancias deter-
minadas, su parte más sana puede alcanzar cierta plenitud.
Once posee un excelente medio de control en su concien-
cia. Puede que le remuerda la conciencia y le obligue a pensar
en alguna mala acción cometida. Esta preocupación puede
conducirlo a dos extremos opuestos: a la reparación o a la
confesión a la madre; pero Once procura no acarrearse com-
plicaciones y es muy posible que no cuente nada en absoluto
o que deforme la verdad según su propia conveniencia. A esta
edad hay un pequeño grupo de niñas que hace exactamente lo
contrario de lo que les indica la conciencia. Así, realizan toda
clase de acciones para mortificar a la gente, especialmente a
la madre. Cometen las malas acciones con perfecta delibera-
ción y se sienten contentas de haber procedido así; les gusta

76
El niño de 11 años

la sensación de abandono que sobreviene con las malas accio-


nes y declaran sinceramente que en esos momentos la con-
ciencia no les remuerde. La mayoría de estas niñas adquiere
una mayor profundidad de sentimientos con el tiempo, pero
algunas pueden provocar conflictos cada vez más grandes a
medida que crecen, a menos que se les ayude a darse cuenta
de cómo proceden, de cómo manchan toda su vida con ello y
de cómo pueden evitarlo para su bien.
La verdad no es sagrada para Once. A esta edad le impor-
ta más su protección y tiende a decir las cosas de modo que
quede bien parado. No es que tenga precisamente la intención
de mentir. Simplemente procura librarse de hacer algo o disi-
mular algo que no ha hecho. Si Once se siente avergonzado
de un acto cometido, es posible que lo niegue cuando se le
interrogue y que se proteja, al mismo tiempo, haciendo una
cruz con los dedos. Pero, en general, cuando se trata de
cosas importantes suele decir la verdad.
En cuanto a la responsabilidad de aceptar la culpa, esto
escapa prácticamente a las posibilidades de Once. Algunos
niños le echan automáticamente la culpa a otro, pero es más
frecuente que busquen coartadas, o que disimulen su falta cri-
ticando a los demás, aunque no lleguen a culparlos concreta-
mente, para eludir así la situación.
A los once años el niño es más tolerante que a los diez
con respecto a las palabrotas y a la bebida. Casi pareciera
que no quiere adoptar una posición definida. A las niñas toda-
vía no les gustan las palabrotas, pero es posible que las
digan sólo para recordarles a los padres que ellos sí las
dicen. Algunas pueden hacerlo, a veces, simplemente para
sentirse «mayores». Los niños también pueden criticar a
otros por mal hablados, pero ellos mismo recurren a las pala-
brotas cuando se enojan o a veces, simplemente, cuando tie-
nen hambre.

17
El niño de 11 y 12 años

Al igual que en el nivel cronológico anterior, se disculpa la


bebida en los adultos cuando éstos no beben demasiado.
Once reconoce la diferencia entre las bebidas fuertes y las
suaves, entre las rebajadas y las puras. Así, no le importa que
los adultos beban cócteles, pero le parece terrible que beban
grandes cantidades de whisky.
Lo que provoca un verdadero estallido de indignación en
Once es el engaño y el robo. Quizá el calor de su reprobación
se halle alimentado por los sentimientos culpables de sus pro-
pios engaños o tentaciones de cometerlos. En todo caso con-
tinuamente se le ocurren actos similares y a menudo le cuenta
a la madre los despropósitos de otros. En la escuela se obser-
va que los niños recurren al engaño con más frecuencia que
las niñas. Así, se copian en los exámenes o trampean en el
juego cuando van perdiendo.
Los niños pueden engañar con más frecuencia, pero las
niñas tienen mayor inclinación a robar, especialmente en la tien-
da donde las mercancías se hallan sobre el mostrador, al alcan-
ce de la mano. Á veces van a las tiendas en grupos de tres o
cuatro con el propósito expreso de hacer alguna ratería. Por lo
común se hallan dirigidas por una cabecilla con un sentido ético
sin desarrollar o rebelde. Muchas niñas se niegan a acompañar
al grupo, juzgando «horrible» su propósito. Otras, en cambio,
desean experimentar la excitación de semejante empresa. Una
experiencia de éstas, especialmente si Once es sorprendido
con las manos en la masa, es suficiente para curarlo para el
resto de su vida. Si comerciantes, maestras y padres se dieran
cuenta de la preponderancia de esta tendencia a los once y
doce años podrían contribuir a cortarla de raíz. Si los jóvenes
ladrones son sorprendidos en un comercio, el impacto es
sumamente intenso y todo el incidente puede ser encarado de
forma humana pero rigurosa. Deberá notificarse a los padres y
dar parte a las autoridades. Los niños deben experimentar el

78
El niño de 11 años

terror que se siente cuando uno se halla al borde de algo


mucho más terrible que todo lo conocido hasta entonces, con-
tando empero con la protección de quienes los aman y quieren
ayudarles. Pero al mismo tiempo debe hacerse carne en su
conciencia la necesidad de volverse responsables y dignos del
respeto y los privilegios de que gozan.
Es lamentable que los delitos de este tipo tengan éxito
algunas veces, pues ello conduce a nuevos delitos y a nuevos
éxitos. A menudo los amigos de estos niños son los únicos
que tienen conocimiento de la «hazaña», pero a veces la
escuela también está al tanto de la situación. Con demasiada
frecuencia, son los padres los últimos en enterarse, aunque ló-
gicamente deberían ser los primeros. Cuando escuela y hogar,
con su interés común por el niño y su bienestar, mantengan un
contacto más continuo y libre, estarán en mejores condiciones
para emprender y solucionar el problema.

9. Imagen del mundo

Tiempo y espacio

Once se halla en vías de adquirir un sentido más dinámico del


tiempo y del espacio. Comienza a sentir ya lo inevitable, lo
implacable del transcurso del tiempo que nadie puede detener:
«Haga uno lo que haga, aunque rompa todos los relojes, no se
le puede parar». El niño sabe que el tiempo no retrocede
jamás. También es capaz de reconocer en el tiempo una medi-
da del intervalo que media entre un suceso y otro.
Once administra bien su tiempo. La mayoría de las veces
concurre puntualmente a sus obligaciones. En ocasiones puede
sentirse apremiado por el tiempo, especialmente cuando tiene
demasiado que hacer. Este «demasiado» suele incluir, natural-

79
El niño de 11 y 12 años

mente, los deberes escolares. El niño experimenta perfectamen-


te la diferencia entre el lento transcurso de las horas pasadas en
la escuela y su vuelo vertiginoso cuando se divierte.
A Once no le resulta tan fácil definir el concepto de espacio
como de tiempo. Tiene algunas ideas muy precisas, aun cuan-
do conciba al espacio como la «nada que existe siempre».
Algunos niños se muestran más específicos y conciben al espa-
cio como «la distancia entre una cosa y otra», o como algo
lleno, aunque lleno de nada. («El espacio es un lugar donde no
hay nada.») Cierto número de niños reconoce una gran canti-
dad de posibilidades. Uno se expresa sin vacilaciones: «Hay
una cantidad de espacios distintos. Espacio es una habitación.
Espacio es donde está el universo. Espacio es lo que hay entre
dos palabras escritas a máquina».
Once se halla en perfectas condiciones de desenvolverse en
su espacio inmediato. Puede ir solo al centro de la ciudad, en
autobus, y puede acudir a sus citas sin necesidad de que su
madre le recuerde el compromiso y la hora. Algunos ya
comienzan a viajar en tren, siempre que no tengan que hacer
transbordos.

La muerte y Dios

Once acepta el hecho de la muerte con la misma simplicidad


que lo hacía a los diez años. «Si uno se muere, se muere y se
acabó.» Pero le afecta la muerte de sus abuelos y parientes y
le perturba aún más la muerte de un animal querido, especial-
mente un perro. Le interesan los entierros y puede asistir a un
funeral llevado por la mera curiosidad.
Actualmente comienza a cambiar de ideas acerca de lo que
le sucede a la gente después de la muerte. No piensa dema-
siado en ello, pero, en todo caso, revela una tendencia menor

80
El niño de 11 años

a creer que simplemente viven como la demás gente sobre la


tierra. A lo mejor es «como un sueño largo», o a lo mejor,
como si «sus almas siguieran viviendo». Once tiene cierta
noción de la reencarnación, de ese partir, volver y partir nue-
vamente. Es semejante a lo que pensaba cuando estaba entre
los cinco años y medio y los seis.
Once no le dedica a Dios más pensamientos que a la muer-
te. La mayoría concibe a Dios como un espíritu o una persona
imaginaria. Es sorprendente la cantidad de niños de once años
que creen en Dios pero sin sentir que Él influya en sus vidas.
Con un creciente sentido de Dios, Once comienza a discrimi-
nar entre lo que se le ha enseñado y lo que él cree realmente.
Así, por ejemplo, empieza a mirar con ojos críticos —a la luz
de sus propios conocimientos— ciertas leyendas como las de A-
dán y Eva, el arcángel Gabriel y la trompeta, la existencia de los
ángeles, etc.
Pero al mismo tiempo comienza a reconocer una posible
relación entre sus malas acciones y la pérdida de algún bien
preciado, especialmente cuando el hecho se repite con poco
tiempo de intervalo. Y cuando ve cómo se ensaña la adversi-
dad con alguna gente, si ésta es mala o no cree en Dios,
empieza a sentir que debe existir alguna relación entre la forma
en que uno actúa y lo que a uno le sucede. Reza cuando desea
algo —por ejemplo, librarse de un resfriado— aun cuando no
crea en Dios y siente en general que la oración ejerce una
buena influencia sobre él.

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Capítulo 2
EL NIÑO DE DOCE AÑOS

Perfil de madurez

Los doce años traen consigo muchos cambios favorables. Tal


es lo que declaran las madres cuando recuerdan la engorrosa
y desconsiderada prepotencia del año anterior. A los doce
años, el niño se vuelve menos insistente, más razonable, más
compañero de los suyos. La vida se desenvuelve con mayor
placidez tanto para los niños como para los adultos.
Pero no debe creerse que exista un contraste demasiado
marcado entre Once y Doce. Gran parte de la conducta atolon-
drada de Once obedece a una lógica evolutiva propia. Ésta
lo conduce a nuevas áreas de experiencias y, de este modo, lo
prepara para un mayor discernimiento y discreción. A través
del solo proceso del crecimiento, ayudado por el hogar y la
escuela, Doce adquiere una nueva visión de sí mismo y de sus
compañeros, sean o no de su misma edad. Ahora confía me-
nos en el efecto directo de las presiones y desafíos para llevar
su yo a la plenitud. En su lugar, procura ganarse la aprobación
de los demás. Ya no muestra un egocentrismo tan ingenuo y

83
El niño de 11 y 12 años

es capaz de considerar a sus mayores, e incluso a sí mismo,


con cierta objetividad. Estas mismas cualidades dan cabida a
un creciente sentido del humor y a una alegre sociabilidad. En
circunstancias favorables, un niño de doce años resulta una
excelente compañía para conversar. La mutua comprensión
puede traer aparejada, incluso, cierta situación de camaradería
entre padres e hijos.
En todas las situaciones sociales Doce demuestra una ten-
dencia a ensanchar su conciencia, lo cual constituye un buen
signo de desarrollo psicológico. Esto se pone claramente de
manifiesto en sus reacciones durante la entrevista, en la que
se le formulan una cantidad de preguntas. Se muestra amisto-
so, expansivo, dispuesto a colaborar y deseoso de agradar.
Sus comentarios espontáneos y sus propias preguntas reve-
lan una clara conciencia de las distintas implicaciones de la
situación total: «¡Qué bonito edificio tienen ustedes!»; «¡Oh,
qué bien se está aquí!»; «Bueno, bueno ¡qué bien que me tra-
tan!»; «Dígame, ¿es interesante trabajar con los niños?». De
igual modo, en el examen evolutivo el niño formula una canti-
- dad de preguntas que revelan una gran curiosidad y exuberan-
cia; en efecto, Doce se siente más dispuesto a mostrarse
positivo y entusiasta que negativo y reticente. Sus respuestas
a las preguntas específicas carecen del carácter impulsivo e
instantáneo de Once. Doce es menos voluble, más controlado
y tiene un mayor sentido de la autocrítica.
En muchos aspectos, Doce revela ser mucho menos inge-
nuo con respecto a las relaciones sociales. Su sentido del yo le
hace tener más en cuenta el yo de los demás y ésta es una de
las razones por las cuales se lleva mejor con las personas
que tiene más cerca. Es posible, incluso, que se permita ha-
cerle alguna broma al padre y burlarse de sí mismo. Despliega,
además, un tacto mucho mayor en el cuidado de los hermani-
tos menores. Á las niñas equilibradas se les puede confiar, de

84
El niño de 12 años

igual modo, la responsabilidad de cuidar a los niños de meses.


La relación madre-hija suele mostrar un marcado progreso de
madurez. La niña que a los once años estallaba con un exa-
brupto a la menor falta de atención, actualmente reacciona ante
el mismo estímulo con una suave respuesta humorística, sufi-
ciente para hacer sonreír a la madre. Una de estas niñas, dota-
da de la característica penetración de los doce años, descubrió
un propósito oculto en la exposición que su madre le hacía de
determinado proyecto y entonces le replicó cortésmente de
esta manera: «¡Mamá, estás haciendo proselitismo!».
Estos patrones de consulta interpersonales son los que
mejor tipifican la esencia y promesa de los doce años. Por cier-
to que Doce «trata» de crecer. Sobre todo, afirma reiterada-
mente que ya no es pequeño o, por lo menos, que no desea
que lo consideren como tal. Quizá estas protestas provengan
de una secreta conciencia de los rasgos parciales de inmadurez
que todavía presenta. Como adultos, no debemos olvidar que
se encuentra en las primeras etapas de la adolescencia. El cre-
cimiento hacia la madurez no es un proceso uniforme y cons-
tante. Lejos de ello, es desparejo, particularmente al nivel de
los doce años, en que el niño es tan inestable que fluctúa por
momentos entre los dos extremos del espíritu de colaboración
adulto a los caprichos infantiles. Conviene, sin embargo, desta-
car los puntos más altos de su evolución porque son ellos los
que con mayor fidelidad expresan su potencial óptimo para el
crecimiento ulterior. Los datos concretos indican también, no
obstante, puntos bajos, incluso en el campo de la conducta so-
cial. Las fiestas mixtas de niños y niñas suelen ser proyectadas
con enorme entusiasmo, pero ¡ay! muchas veces no terminan
del todo bien. El programa de actividades trazado de antemano
con tanto cuidado puede fracasar por completo. O bien los
niños forman una pandilla e ignoran por completo la presencia
de las niñas, o bien se comportan con ostensible perversidad.

85
El niño de 11 y 12 años

Es posible que arrojen alimentos y derramen bebidas. La con-


ducta colectiva impone ciertas pruebas que resultan difíciles
tanto para los jóvenes como para los mayores.
Sin embargo, el grupo desempeña un papel de suma impor-
tancia en la configuración de las aptitudes e intereses de doce.
El grupo influye sobre las reacciones de su conciencia, particu-
larmente en la esfera de expansión de su vida escolar. Doce
tiende a contemplar los problemas de la conducta desapasiona-
damente, pero siempre desde el punto de vista del grupo.
Puede incluso tratar de analizar una situación reduciéndola razo-
nablemente a los pro y los contra específicos, a fin de determi-
nar su juicio moral o de definir un riesgo calculado. Su actitud no
es ni neutra ni afectada; le gusta ejercitar su inteligencia y man-
tener bajo control los sentimientos. «No soy malo, pero tampo-
co soy muy bueno», dice uno. «Si uno es muy bueno, los chicos
se ríen de él y pasa por tonto.» De este modo, cede a la presión
del grupo cuando sus compañeros se conjuran para hacerle una
mala jugada a una maestra nueva, por ejemplo, tosiendo simul-
táneamente, golpeando el piso con los pies, etc. Como se ve,
Doce se pliega a la decisión colectiva y asume parte de la culpa.
Pero no debe creerse por ello que se sienta predispuesto
contra las maestras. Le gusta que le enseñen, y puede llegar a
alimentar una cálida admiración por las maestras enérgicas,
preparadas, capaces de aligerar el trabajo escolar con un senti-
do del humor y de llevar amistosamente a la clase hacia los exci-
tantes territorios del conocimiento. La lealtad colectiva y la unión
de la clase no tiene por qué redundar en contra de la maestra.
Muy por el contrario, el grado prefiere convertirla en una aliada
e incorporarla como miembro especial del grupo. Esto favore-
ce la influencia de la maestra y el entendimiento psicológico.
De esta manera, la profesora se convierte en una especie de
catalizador en tanto que los alumnos suministran la dinámica
de su entusiasmo y su curiosidad.

86
El niño de 12 años

Los cursos de doce años son naturalmente vivaces. Su


entusiasmo es tan grande que fácilmente se convierte en bulla
revoltosa. Pero si se les permite cierta libertad de movimien-
tos, los alumnos pueden concentrarse reposadamente en sus
tareas individuales. Poseen una aptitud cada vez mayor para
realizar tareas independientes, aunque su fervor por las activi-
dades colectivas sea mucho más notable. Aprovechan cual-
quier oportunidad, aun durante los recreos, para embarcarse
en abiertas discusiones. Les gusta discutir problemas políticos
y cívicos. Se sienten en su elemento cuando analizan los deta-
lles de un proyecto colectivo que supera los límites de la rutina
como, por ejemplo, la teatralización de un episodio histórico,
una función de títeres o una transmisión por los altoparlantes.
Estos proyectos no surgen de un afán de competencia ni del
deseo de procurarse un simple entretenimiento. El extraordi-
nario celo desplegado revela el enorme potencial educacional
de los doce años. Estas facultades potenciales incluyen una
sostenida capacidad para el arduo aprendizaje de los hechos y
para el adiestramiento de las habilidades básicas.
No debe subestimarse el crecimiento intelectual de Doce. Si
bien suele complacerle el mero mecanismo y precisión de la arit-
mética, Doce demuestra un gran adelanto en el pensamiento
conceptual. Así, le preocupa el valor conceptual de términos
tales como la justicia, la ley, la lealtad, la vida, el delito. Puede
intentar definiciones abstractas «el tiempo es lo que duran las
cosas»; «el espacio es algo vacío», pero el vacío es «algo que
tiene algo adentro». Doce se ha vuelto más oculto, más articu-
lado. Sus argumentos son menos excluyentes y apasionados.
Tiene ya un auténtico sentido del raciocinio. Su sentido ético
tiende a mostrarse realista más que idealista y se halla bajo la
influencia de cierta actitud tolerante afín con su capacidad humo-
rística. Ambos expresan un sentido creciente de la proporción y
cierta facultad de equilibrar las actitudes personales y sociales.

87
El niño de 11 y 12 años

Estas actitudes encierran un gran caudal potencial para el


bien, pero éste puede estar mal encauzado en un hogar desor-
denado, en una escuela inadecuada, o en un ambiente desfa-
vorable.
Podemos, pues, considerar el nivel cronológico de los doce
años como un período que normalmente beneficia la integra-
ción de la personalidad. Los rasgos fundamentales de racioci-
nio, tolerancia y humor promueven los contrapesos necesarios
en la organización de la conducta. Existen otros cuatro rasgos
íntimamente relacionados con éstos que tienden hacia el
mismo fin integrador: el entusiasmo, la iniciativa, la empatía y
el conocimiento de sí.
Muchos se sienten inclinados a considerar el expansivo
entusiasmo de Doce como el rasgo dominante de esta edad.
Si algo no le resulta totalmente indiferente, entonces le interesa
con pasión, ya se trate de palomitas de maíz, de aritmética, de
un amigo o de una película. Su entusiasmo parece depender
de cierto caudal de energía disponible en todo momento para
acrecentar cualquier sentimiento de agrado o desagrado. «Fue
simplemente divino.» «Me enloquece el puré de patatas con
salsa.» «Me encanta el jugo de tomates.» «Y detesto los toma-
tes cocidos.» «Maravilloso.» «Lo más maravilloso de todo.» «Es
la gloria.»
Doce tiende a encarar las tareas que él mismo se ha pro-
puesto con energía y decisión. Se «zambulle» en un libro que
le interesa con afán voraz. Las maestras dan cuenta de un
intenso interés por la matemática por parte de sus alumnos. A
Doce le deleita el estímulo del debate y la discusión. Su curio-
sidad espontánea y latente es inconmensurable. No se siente
acicateado tanto por la competencia como por un apremio
natural de ejercitar sus facultades intelectuales. Le gustan el
deporte y los juegos, principalmente por su práctica en sí. Los
berrinches que se apoderan tanto de los grupos como de los in-

88
El niño de 12 años

dividuos pueden durar largos períodos dentro de la escuela.


Pero fuera de ella, Doce tiene también un método de defensa
que lo pone a resguardo de un entusiasmo y esfuerzo excesi-
vos. Así, su conducta experimenta cierta regresión, adoptando
modos más displicentes y libres de tensión; en estas ocasio-
nes se le ve vagar por la casa sin un objetivo fijo o despere-
zarse en una silla, sin nada inmediato entre manos.
Íntimamente ligada al entusiasmo se halla la capacidad de
tomar la iniciativa. El niño de doce años ilustra esta facultad
tanto individual como colectivamente. Si hay que hacer deter-
minado trabajo, por ejemplo programar un pic-nic, cocinar
determinada comida, organizar cierto proyecto escolar, no sólo
se muestra dispuesto a cooperar sino que da los pasos inicia-
les. Esta actitud ejecutiva no proviene de un adelanto general,
sino de un simple sentimiento de confianza y seguridad en sí
mismo. Las buenas ideas exigen una ejecución inmediata
cuando son estimuladas por la buena voluntad y el entusiasmo
característico de Doce.
La empatía y la buena voluntad se hallan íntimamente entre-
lazadas. Doce tiene cierta habilidad para descifrar las excur-
siones emocionales y demuestra cierta tendencia a proyectar
su propia conciencia sobre la de los demás. Da por sentado
que la gente debe alegrarse con las buenas noticias, cualquie-
ra que sea su naturaleza; de este modo da muestras de una
gran alegría ante una novedad halagúeña y le produce un pla-
cer espontáneo compartir las experiencias ajenas. Asimismo
éste es un rasgo que denota madurez más que inmadurez.
Sensible a los sentimientos de los demás, Doce puede revelar
un alto grado de consideración hacia sus amigos y hermanos
menores. Si se ve obligado a contrariar o molestar a un adulto,
lo hace sin violencias, llegando a elegir deliberadamente, inclu-
so, el momento psicológicamente más oportuno para lograr
una aproximación diplomática.

89
El niño de 11 y 12 años

Existe un tipo especial de empatía dirigido hacia los camara-


das. Niños y niñas demuestran por igual un gran interés por lo
que piensan y sienten sus compañeros de la misma edad. Esta
conciencia tiene una influencia considerable sobre su conducta.
Pone a prueba, asimismo, su capacidad para adoptar puntos de
vista independientes. En el transcurso de las entrevistas se
hace evidente una notable curiosidad por saber cómo respon-
den a determinadas preguntas los demás niños. Doce no se
halla, en modo alguno, enclaustrado en el recinto abrumador de
su yo; lejos de ello, es eminentemente sensible a las atencio-
nes e intereses de las personas que lo rodean.
Con este interés por los demás, extravertido y equilibrado,
Doce evidencia naturalmente un creciente conocimiento y do-
minio de sí mismo. Ya es algo más que medianamente cons-
ciente de que él, al igual que todos los demás, sufre una
evolución en la vida que lo va cambiando a medida que crece.
Se proyecta hacia el pasado y hacia el futuro. Durante la entre-
vista suele preguntar con curiosidad: «¿Qué dije de eso el año
pasado?». Cuando se le interroga sobre la educación y voca-
ción futuras, las respuestas de Doce muestran una fuerte ten-
dencia hacia la elección definida de una carrera específica,
junto con su boda.
Doce se ve a sí mismo con una perspectiva mejorada. Con
la posible excepción de ciertos temores, su conducta emocio-
nal comienza por ceñirse a un control más completo. Por lo
general logra reprimir las lágrimas y la violencia. Le enorgulle-
ce soportar el dolor físico sin quejarse. Acepta la disciplina
justa y a veces busca, incluso, la autodisciplina. Puede tratar
de enmendar un mal que le provoca sentimiento de culpa.
Cada vez tiende más a percibir las situaciones en su totalidad.
Al estimar el desarrollo de un niño o un adolescente, nos
encontramos con un principio de relatividad que nos impide
considerar una etapa dada básicamente mejor o peor que otra.

90
El niño de 12 años

Desde el punto de vista del crecimiento, cada etapa es sufi-


ciente en sí misma y suficiente también con respecto a la que
la precede y a la que la sigue. Cada nivel de madurez respon-
de a su lógica intrínseca. El de los doce años, sin embargo,
presenta un rasgo esencial que lo caracteriza dentro del ciclo
del desarrollo humano, pues trae a la existencia un conjunto de
rasgos de conducta que anticipa claramente la madurez del
adulto.
El niño de doce años no es un adulto en miniatura. Tampoco
es una copia. Pero encierra en sí modos de pensar, de sentir y
de actuar que prefiguran nítidamente la mentalidad madura. Su
nueva visión de las cosas entraña una capacidad de madura-
ción, a la vez que descubre las líneas fundamentales del creci-
miento mental que se proyectan hacia el futuro.
Durante los diez años siguientes o más, habrá de seguir
organizando los rasgos de conducta que hemos descrito como
los síntomas de su creciente madurez. Hemos señalado un
progreso en el pensamiento conceptual y en el uso de las
ideas. Hemos hecho hincapié en la función compensadora de
sus actitudes de raciocinio, tolerancia y humor. Todos éstos
son renglones del activo del desarrollo, que jalonan el camino
ascendente hacia la madurez. Además se hallan reforzados
por los renglones dinámicos del entusiasmo y el celo, la inicia-
tiva y la inteligencia, la empatía y la buena voluntad, y el cono-
cimiento y el dominio de sí mismo.
Un niño representativo de los doce años presenta la suma
de estos rasgos en grado notable. Éstos son diversos pero
guardan una mutua interacción, constituyendo una constela-
ción orgánica de una vasta importancia para el ciclo de la ado-
lescencia. Los distintos rasgos se manifiestan de manera tan
ingenua que acusan su origen innato. La cultura talla y modela
los patrones exteriores de conducta, pero las tendencias inter-
nas proceden del crecimiento innato; emergen de fuerzas ins-

91
El niño de 11 y 12 años

tintivas, no con violencia, pero sí con seguridad. Estos facto-


res hacen que el niño comience a experimentar distintos senti-
mientos con respecto a su propio ser. Doce reorienta sus
relaciones interpersonales y encuentra natural comportarse de
modo más maduro.
Esto nos permite mirar confiados hacia el futuro, aun cuan-
do todavía le esperen al niño complicaciones y trastornos. Es
extraordinario que estos indicios de madurez adulta se presen-
ten tan temprano en el ciclo adolescente. Es como si la natura-
leza quisiera, de este modo, proporcionarnos una visión general
de sus mecanismos secretos y de sus reservas latentes.
Nuestra tarea consiste en preservar las fuerzas potenciales
tan afanosamente reveladas por los niños y niñas de doce
años cuando se hallan en la plenitud de esa edad.
Los trece años nos llevarán más cerca aún de los proble-
mas del yo en maduración. ¿Qué encontraremos entonces?

Rasgos de madurez

1. Sistema de acción total

La ebullición, el ímpetu, la charlatanería y el derroche de ener-


gías de los once años comienzan a decrecer al año siguiente.
Ahora el niño es más capaz de organizar su energía, si bien
expresa este nuevo rasgo bajo formas aparentemente opues-
tas y extremas; por un lado, una actividad intensa para alcan-
zar determinada meta y por otro, un desentendimiento apacible
frente a las cosas, una actitud de ocio y vagabundeo. El entu-
siasmo es una cualidad característica en Doce. Entre los
niños este entusiasmo se encauza especialmente hacia los
deportes y, en particular, hacia el fútbol. Incluso entre aque-
llos carentes de habilidad para el juego, puede surgir un interés

92
El niño de 12 años

por el mismo capaz de condicionar todo lo que piensan o


hacen. Las niñas suelen mostrar igual ardor en su afán y deseo
de cuidar niños pequeños. Pero por fuerte que sea el entu-
siasmo despertado por una actividad dada, tanto los niños
como las niñas parecen alcanzar de pronto un punto de satu-
ración que determina una caída vertiginosa de aquél. La forma
en que se produce esta caída parece hallarse íntimamente
relacionada con el modo en que recobran y acumulan nuevas
energías para ulteriores entusiasmos. Algunos niños, tras
cumplir una actividad intensa sufren caídas considerables de
las cuales no les es fácil recuperarse. Al igual que a los once
años, se sienten repentinamente cansados y hasta pueden
sufrir un inesperado resfriado, y necesitar guardar reposo
durante uno o dos días. Otros parecen poseer una válvula de
seguridad que les permite liberar la tensión de forma más fre-
cuente y gradual. Aquellos que lo toman todo con calma y sue-
len perder el tiempo sin objeto disponen de un adecuado
mecanismo de liberación. Con demasiada frecuencia las tenta-
tivas de los demás de aguijonearlos para que hagan un uso
más productivo del tiempo parecen perjudicar sus mecanis-
mos revitalizadores, retardando en realidad la recuperación
de la capacidad energética. En Estados Unidos, especialmente
en la vida ciudadana, existe cierta tendencia a exigir demasia-
da acción. Debemos comprender que el control de relajación
de un individuo puede ser tan importante como el control de su
actividad.
Las modificaciones observadas en la conducta de Doce se
hacen patentes en la entrevista personal. Ya no se proyecta
tanto en la situación como a los once años. Llega a entusias-
marse y puede intercalar frecuentemente exclamaciones de
este tipo: «¡Qué divertido!», etc.; pero ahora tiene la conducta
más tranquila de un colaborador, de alguien capaz de recipro-
cidad. En este nivel cronológico es más probable que perma-

93
El niño de 11 y 12 años

nezca sentado en la silla, lo cual no significa que deje de desa-


rrollar sobre ella la inquieta actividad de los once años. Las
manos, en particular, se muestran sumamente diligentes,
investigando los objetos que se encuentran a su alcance o
jugando con otros fijos como, por ejemplo, los cables del telé-
fono. Ya no tiene tanta necesidad de levantarse e investigar lo
que ve a su alrededor, como a los once años. En su lugar, hace
algún comentario o formula preguntas pertinentes sobre las
cosas que tiene a la vista. Este decrecimiento de su ímpetu
motor, esta reducción de la necesidad de ir hacia el objeto que
ven sus ojos, nos demuestra el surgimiento de una nueva
capacidad de proyección abstracta que da a sus acciones más
alcance y flexibilidad. Actualmente es él quien controla el obje-
to y no a la inversa, como sucedía antes.
Doce es más consciente de lo que dice durante la entrevista
y puede quejarse —no sin satisfacción— de que el examinador
anote hasta sus menores exclamaciones iniciales («¡Bueno...!»,
«¡Eh, eh!», «¡Huy!»). Aunque responde con rapidez, se muestra
más reflexivo que a los once. Sus respuestas son claras, espon-
táneas e interesantes. Ya salta con menos frecuencia a la médu-
la de un pensamiento; en su lugar, trata de dar una clave inicial
del tema a que se refiere. Ahora hace menos el payaso y no dra-
matiza tanto ni hace tantos visajes como a los once.
A Doce le gusta la entrevista. Le gusta hablar. Le gusta la
interacción con el examinador. A veces abre mucho los ojos
mirando intensamente al examinador mientras se deja arreba-
tar por el entusiasmo de su narración.

Salud

Si bien el estado general de salud es excelente en algunos


niños y las enfermedades más características como los res-

94
El niño de 12 años

friados y las bronquitis se hallan en minoría, Doce puede no


poseer una salud firme y constante. Se cansa con menos fre-
cuencia que Once, pero pueden producirse períodos de extre-
ma fatiga en que odia todo aquello que le exige algún esfuerzo.
En estas ocasiones puede resultarle sumamente provechoso
faltar un día a la escuela. En efecto, la escuela debe estar aten-
ta a este tipo de fatiga, mostrándose dispuesta a colaborar
con el hogar, permitiéndole al niño que falte si esto parece
aconsejable. A Doce generalmente no le gusta faltar a la
escuela y lo más probable es que no se valga de esta franqui-
cia si no la necesita realmente.
Doce, al igual que Once, puede experimentar todavía dolo-
res repentinos, inesperados, agudos y fugaces en diversas
partes del cuerpo, aunque con mayor frecuencia en la cabeza
y en el abdomen. Dichos dolores anuncian probablemente la
proximidad de la pubertad y son más comunes en las niñas. A
Doce le duelen los pies como un año antes, pero ahora el
dolor generalmente se sitúa en los talones. El cambio de cal-
zado puede aliviar su incomodidad. Pero la elección de los
zapatos debe hacerse ahora con extremo cuidado y en mu-
chos casos puede convenir la adquisición de zapatos de medi-
da. Muchas dificultades posteriores con los pies parecen
originarse en esta época, por lo cual se hace indispensable no
demorar la adopción de medidas preventivas.
Los resfriados suelen desarrollarse cuando Doce se extre-
ma en sus actividades, pero aunque necesita el descanso no
por ello se complace en la enfermedad. Si se resfría desea
mejorarse lo antes posible y ahora es más difícil que finja estar
enfermo —como a los once años— pues ya no le interesa
tanto como antes faltar a la escuela.

95
El niño de 11 y 12 años

Válvulas de escape

La reducción de la intensidad de las válvulas de escape de Doce


parece sugerir que el niño atraviesa por una época de mayor
equilibrio. Los hay todavía que, en un momento de tensión, se
aclaran la garganta, pestañean o muestran un tartamudeo ner-
vioso. Pero ya no se comen tanto las uñas —actividad que
puede limitarse a un solo dedo— y la tartamudez puede pro-
ducirse en situaciones particulares, restringidas, como, por
ejemplo, ante la presencia del padre. Estas manifestaciones
nerviosas se presentan sobre todo cuando Doce se halla fati-
gado y ya no van acompañadas de aquella expresión extraña o
confusa observada a los once años.

Visión

Además de tener conciencia de su vista, a Doce le preocupa


su funcionamiento. Durante el examen visual pregunta conti-
nuamente si les pasa algo a sus ojos. Los que en edades ante-
riores han tenido síntomas de problemas visuales, como la
visión poco nítida o los dolores en los ojos acompañados de
cefalalgias, son los que se muestran más interesados; y el exa-
men visual revela por lo común una causa subyacente.
Doce presenta una combinación superior de su fijación
visual (predominante a los diez años) y de su focalización
(predominante a los once). Las dificultades para alcanzar
esta combinación pueden producir una disminución en la
capacidad de focalización o ciertas dificultades en la discrimi-
nación, de modo que sus respuestas a ciertos test de focali-
zación pueden resultar vagas. Cada ojo tiende a responder
de modo diferente en su habilidad para focalizar, pero lo nor-
mal es que hacia los catorce años los ojos recuperen su esta-

96
El niño de 12 años

bilidad en la actividad conjunta y respondan de manera simi-


lar a los estímulos.
Es probable que aquellos niños que tienen dificultades para
combinar la focalización y la fijación de la vista, pero que no
son conscientes de ello, experimenten síntomas a los catorce
años, edad en la que se hallarán dispuestos a aceptar ayuda
visual (uso de gafas o ejercicios oculares).
La cuestión de recurrir a la ayuda óptica para mejorar la
coordinación y la eficiencia visuales a los doce años sigue
siendo tan difícil de resolver como a los diez y once años. Por
lo común Doce coopera, especialmente cuando la familia cree
que debe hacerlo, aunque no lo hace motu proprio. Le dis-
gusta la idea de tener que usar gafas de forma permanente,
pues está convencido de que ello habrá de redundar en per-
juicio de sus actividades. El niño no se resiste a usarlas para
estudiar o leer, pero encuentra sumamente fastidioso tener
que llevarlas de un lado para otro. Ahora existe menos peligro
aún que entre los nueve y los once años de que se declare
una miopía.

Desarrollo físico y conciencia sexual. Niñas

Doce es la edad en que el término medio de las niñas comien-


za a avanzar decididamente hacia la forma y funciones de la
mujer joven. Por lo común, es éste el período de crecimiento
adolescente más rápido, tanto en altura como en peso. El «esti-
rón» parece producirse más pronto y con mayor fuerza, distri-
buyendo la masa corporal sobre un espacio mayor. (Hacia fin de
este año el término medio de las niñas ha alcanzado más del
95% de su estatura adulta.) De este modo, no obstante el
aumento de peso, muchas niñas parecen menos «rechonchas»
que a los once.

97
El niño de 11 y 12 años

Ahora se observa un rellenamiento definido de los pechos,


un oscurecimiento de los pezones y cierto desarrollo del vello
axilar. La menarquía se presenta comúnmente hacia las postri-
merías de este año. Otro hecho característico pero pocas veces
observado y común a niños y niñas es la aparición de una fina
floración de pecas pequeñas. (Es significativo que las pecas se
hayan hecho particularmente evidentes en un nivel cronológico
anterior —a los seis años— en que se observan características
semejantes a las que ahora nos ocupan.) Esto se hace más
ostensible en algunos niños que en otros; quizás algún día sea
posible, incluso, relacionar la presencia de pecas grandes,
extendidas, casi confluentes, por un lado, y la variedad de la gra-
nulación más fina, por el otro, con los diferentes tipos de fun-
cionamiento fisiológico.
El intenso interés mostrado por las niñas en el desarrollo de
sus pechos a los once años disminuye en cierta medida a los
doce. La conciencia de su desarrollo puede expresarse ahora
en la elección deliberada de suéteres ajustados que destacan
sus nuevas formas.
Actualmente la menstruación despierta un interés más fuer-
te. Algunas niñas están todavía lejos de hallarse emocionalmen-
te preparadas para este nuevo suceso biológico que ellas
consideran una amenaza o un cisma en sus vidas. Otras se
hallan más dispuestas a aceptarlo, si bien dentro de ciertos lími-
tes. Así, le piden a la madre que les guarde el secreto y proyec-
tan contárselo sólo a su mejor amiga. Lo que más puede
importarles, sobre todo, es que no se enteren sus padres.
Cuanto antes aparece la menstruación, tanto más difícil resulta
su aceptación para Doce. La resignación constituye, después
de todo, una cuestión de madurez (la menstruación anterior a
los doce años puede producir una verdadera ansiedad.
Pero la mayoría de las niñas todavía espera la menarquía.
Ya han sido preparadas para su advenimiento y, aunque care-

98
El niño de 12 años

cen de seguridad, naturalmente, acerca de la fecha precisa en


que se producirá, se hallan espiritual y materialmente listas,
con todo el equipo necesario. El impacto de la primera apari-
ción concreta puede producir algunas lágrimas y vómitos, por
muy preparada que esté la niña para el suceso. Pero una vez
salvada esta valla sobreviene un cambio de actitud, una rela-
ción más positiva con el crecimiento.
Los períodos iniciales son generalmente de flujo escaso y
de aparición irregular. Normalmente las niñas experimentan
pocas advertencias premenstruales y suele sorprenderles des-
cubrir algunas manchas en su ropa interior. En algunos casos
aislados, el flujo puede producirse simplemente a raíz de una
excitación, si bien esto es bastante raro. Después de una larga
pausa de dos o tres meses puede producirse un flujo abun-
dante. Incluso en medio de la irregularidad, emerge sin embar-
go un patrón básico característico para cada individuo.
Estos primeros períodos no van acompañados generalmen-
te de los cambios de humor premenstruales que se observan
en los años siguientes de la adolescencia, aunque ya hay algu-
nas niñas que se muestran algo «malhumoradas» antes y
durante sus períodos. Al principio, algunas niñas pueden nece-
sitar ayuda de las madres para ajustar adecuadamente sus
compresas. Además, necesitan ayuda para decidir si es preciso
o no llevar una compresa de repuesto para cambiarse en la
escuela. Es necesario enseñarles la forma de colocar las compre-
sas y vigilar que no las olviden. Y debe hacérseles comprender
por qué son tan importantes todos estos cuidados, incluso el
uso de desodorantes, a fin de no llamar la atención de sus
compañeras sobre su estado.
Las madres deben hacerse a la idea de que, si bien las
niñas saben más que los niños acerca de las cuestiones se-
xuales en general, pueden sustentar todavía ideas erróneas,
especialmente sobre sus propios sentimientos y los que los

99
El niño de 11 y 12 años

demás guardan hacia ella. Si saben, por ejemplo, que los


perros conciben durante el celo, pueden concluir que los seres
humanos conciben mientras la madre tiene la menstruación.
Pueden verse turbadas por la atención de otra niña o por sus
propios sentimientos hacia una persona mayor. Es necesario
que sean capaces de discutir estas ideas perturbadoras con
alguien. Por fortuna, las niñas tienden mucho más que los
niños a comunicarse con sus madres, a contarles sus pensa-
mientos y experiencias, a pedirles información y consejos.
Es obligación de la madre estar adecuadamente informada
y responder a las preguntas de la hija lo mejor posible. Sin pro-
fundizar en el asunto, puede contribuir considerablemente a
ensanchar la perspectiva sexual de su hija. Sobre todo, puede
ayudarla a comprender que estos sentimientos que experi-
menta son consecuencia natural de su nuevo desarrollo, que los
actos sexuales de los que puede haber oído hablar o que puede
haber observado o ejecutado se explican también como parte
constitutiva del proceso de crecimiento. La madre puede ayu-
darle a darse cuenta de que lo más importante es la forma en
que se siente con respecto al sexo.
Si Doce, ya sea niño o niña, ha desarrollado actitudes y sen-
timientos sanos con respecto al sexo, estará en condiciones de
pasar sin dificultades a las etapas siguientes del desarrollo.
Doce necesita ayuda para saber lo que le está sucediendo;
pero también necesita descubrir su propio camino. La mayoría
de los individuos (en nuestra cultura) pasan por una etapa per-
fectamente natural cuando consideran serias todas las cues-
tiones sexuales. Una sola experiencia homosexual puede a
la vez satisfacer la curiosidad del individuo y ayudarle a elegir
la dirección heterosexual básica del crecimiento. Es el niño
quien debe realizar su crecimiento, pero los padres u otros
adultos a cargo del mismo deben mantenerse alerta para evitar
que elijan continuamente callejones sin salida.

100
El niño de 12 años

Desarrollo físico y conciencia sexual. Niños

A los doce años existe en el crecimiento físico un margen de


diferencias más amplio que a los diez u once años. Actualmente
se acentúan los puntos extremos, haciéndose mayor la diferen-
cia entre los más o menos adelantados. El grupo de niños ade-
lantados se halla mucho más avanzado, en tanto que el grupo
menos activo casi no muestra ningún cambio desde los once
años. El grupo a mitad de camino presenta ahora, sin embargo,
indicios definidos de uno u otro tipo del comienzo de la puber-
tad. En muchos se observa un mayor crecimiento tanto del pene
como del escroto. Generalmente, comienza a nacer un vello
largo y suave cerca de la base del pene, con el que empieza a
entremezclarse un vello más oscuro y áspero. Pero incluso en
este grupo medio de niños se observan marcadas diferencias en
cuanto a la forma de manifestarse la pubertad incipiente. Algu-
nos niños, por ejemplo, presentan un mayor tamaño genital pero
ni el menor rastro de vello. En otros la situación es inversa, en
tanto que un tercer grupo de niños reúnen ambas condiciones.
Dentro de un solo organismo individual se observan discrepan-
cias similares entre las distintas partes, estando unas mucho
más desarrolladas que otras. El florecimiento del período de
obesidad puberal puede alcanzar su apogeo a los doce años.
(Muchos de los niños que pasan por esta dura experiencia,
podrían soportarla mejor si supieran que sólo se trata de un
fenómeno temporal.)
A los niños les comienza a interesar el sexo más que antes.
Algunos todavía pueden dejar entrar en el baño a la madre y
mostrarle, orgullosos y divertidos, cualquier evidencia de vello
en la región del pubis. Sin embargo, a muchos no parece gus-
tarles hablar de cuestiones sexuales con los padres, y de tanto
en tanto aparece un niño que se pone «rojo como un tomate»
a la sola mención de la palabra sexual. A Doce le interesa rela-

101
El niño de 11 y 12 años

tivamente menos la actividad sexual de los adultos, importán-


dole más sus propias actividades sexuales. Por lo general ya
tiene noticias de la eyaculación, aunque sin haberla experimen-
tado. Y comienza a darse cuenta más cabalmente de que la
actividad sexual ocurre con plena independencia de la repro-
ducción. En el caso de los niños menores, suele suceder que
le pregunten a la madre si ha tenido relaciones con el padre
después de su nacimiento.
En la mayoría de los casos, es casi inevitable cierto interés
por las niñas, si bien puede tratarse de un sentimiento tan pa-
sajero como repentino. A Doce le gusta más asistir a reuniones
sociales, como las fiestas o bailes escolares. En estas oca-
siones demuestra un cuidado inusitado en el vestido, y la exci-
tación provocada por aquéllas puede durar hasta dos días
después de celebradas. Los pocos que se enamoran son curio-
samente francos en la expresión de su sentimiento, telefonean-
do a discreción y escribiendo sus inclinaciones afectivas en
libros al alcance de todos. Pero, en general, lo que más le gusta
a Doce es la actividad colectiva y no se atrevería a tratar de
besar a una niña, salvo en el caso de aquellos juegos en que su
ritual así lo impone y, preferiblemente, cuando las luces están
apagadas.
A menudo se producen erecciones, tanto espontáneamente
(sin aparente causa externa) como bajo el efecto de diversos
tipos de estímulo. En esta época las madres suelen encontrar
fotografías de mujeres desnudas en los bolsillos de los niños.
Las conversaciones y los juegos de montar a caballo con sus
amigos pueden constituir una potente fuente de excitación.
Otras excitaciones de tipo extrasexual, especialmente el miedo
y la ira, también pueden producir erecciones. (En las últimas
etapas de la adolescencia, generalmente ya se ha olvidado este
fenómeno, pero a los once o doce años puede constituir una
experiencia en extremo desconcertante.) La masturbación

102
El niño de 12 años

forma parte habitualmente del conocimiento o experiencia de


Doce —si no de su vocabulario— y es practicada frecuente-
mente por un número considerable de niños. Puede realizarse
sin compañía o en grupos. Algunos niños comienzan a ence-
rrarse en sus habitaciones, aunque esto no siempre es prueba,
en modo alguno, de prácticas masturbatorias. Algunos niños
menos maduros puede retroceder a etapas anteriores, jugando
al médico con niños más pequeños. Otros pueden tener una
experiencia homosexual con un niño mayor en los juegos
sexuales experimentales o por pura curiosidad. O bien un adul-
to puede obtener insidiosamente de Doce su asentimiento para
propósitos que el niño no conoce con certeza. Esta seducción
adulta es sumamente rara, pero de todos modos es necesario
advertir a Doce de su posibilidad (de forma más realista que
dramática) y protegerlo contra la misma.
El sexo es realmente interesante para Doce, y ya no tiende
tanto como antes a ver en él una cosa sucia. Le gusta enterar-
se y enterarse bien. Esto no le impide llegar a veces a conclu-
siones erróneas, y así puede creer que una «chica» es un
«marica», o que un «pederasta» es un hombre «loco por las
mujeres». A los niños les gustaría en grado sumo poder dispo-
ner de una persona con quien poder conversar libremente,
satisfaciendo de manera simple y directa toda su curiosidad. Al
parecer, Doce prefiere casi siempre obtener esta información
de un amigo o de cualquier otra fuente más o menos ajena a la
esfera familiar; por francos y comprensivos que sean los
padres, difícilmente llegan a inspirarle la suficiente confianza
para hablar con ellos de esos problemas. No obstante, si Doce
recurre a un padre, lo más probable es que se dirija a la madre.
Pero es como si sintiera que ambos lo conocen desde hace
demasiado tiempo y con excesiva intimidad para reconocer ese
nuevo y súbito rasgo de su carácter: el interés inmediato y per-
sonal en el sexo. Un consejero que no vea a Doce como «una

103
El niño de 11 y 12 años

simple criatura» y que no se sienta incómodo en una situación


semejante no tardará en verse bombardeado a preguntas.
Cuando le falta una fuente de este tipo, Doce procura su
información en otra parte: lectura de revistas, diarios y diccio-
narios en los artículos dedicados a las palabras sexuales; o
bien la adquieren (y junto con la acertada, la errónea) de sus
compañeros. Los niños de doce años frecuentemente tienen
sesiones colectivas para discutir estos asuntos con mayor
libertad, por lo menos en la medida en que lo permita el cono-
cimiento conjunto del grupo. Existe también un folclore especí-
fico de chistes sexuales que se cuentan mutuamente. No
obstante, de algún modo, los mismos chistes reflorecen con
cada nueva generación.

2. Cuidado personal y rutinas

Alimentación

Apetito.— En el campo de la alimentación, el estómago de


Doce es, de acuerdo con la descripción de los padres «un
pozo sin fondo». Por mucho que coma nunca parece sentirse
satisfecho. Después de una abundante comida de dos o tres
platos puede ir tranquilamente a la cocina en busca de un
bocado de lo que haya más a mano. Es probable que no pien-
se ni hable tanto acerca de la comida como en épocas ante-
riores, pero esto no impide que coma con verdadero apetito
en las comidas y entre éstas.
Muchas niñas y algunos niños revelan un escaso apetito a
la hora del desayuno, pero desfallecen de hambre a media ma-
ñana, en la escuela. A Doce le gusta proyectar la forma de ad-
quirir alimentos para esta importante comida matinal. Es
probable, incluso, que llegue a juntar los fondos necesarios. Mu-

104
El niño de 12 años

chas veces los educadores se sorprenden del cambio notable


observado en la atmósfera de un séptimo curso, así como
también del aumento de energía y entusiasmo de los alumnos,
una vez saciada el hambre.
Las más de las veces Doce come una buena merienda
cuando regresa a su casa por la tarde. Esta merienda no pare-
ce interferir en lo más mínimo en su cena, ocasión en que
muestra un apetito enorme. A la hora de acostarse, la gran
mayoría de los niños siente nuevamente el aguijón inconfundi-
ble del hambre, que sólo puede ser mitigado con un buen
bocadillo. Es un placer ver a Doce husmear una comida en la
cocina. Doce sabe preparar salchichas o bistecs y refinados
bocadillos de dos o tres pisos. Les pone salsa o mantequilla
en tales cantidades que el contenido desborda y comienza a
caer por los lados del bocadillo.
Aunque el apetito de Doce es enorme, puede comenzar ya
a circunscribir su alimentación a las horas de la comida y de la
merienda. Si pesa demasiado, también puede decidir una
reducción de la cantidad de alimentos ingeridos. Así, puede
suprimir los postres y alimentos que no le gustan. Las niñas
son más conscientes de su silueta y pueden intentar estoicos
esfuerzos para hacer régimen, si bien la mayoría de las veces
se engañan a sí mismas ajustándose excesivamente el cintu-
rón. Doce también puede controlar su apetito pensando en
los demás y dejándoles algo para ellos. En tanto que un año
antes podría haberse comido un pastel entero él solo, ahora
por lo menos deja una porción para que pueda probarla otra
persona.
Preferencias y rechazos.— Es sorprendente el escaso
número de niños que demuestra a esta edad poco apetito.
Tampoco fluctúa éste como a los once años. Muchos niños
hablan de su «comida ideal» en la cual tiene parte preponde-
rante el puré de patatas con salsa. Cualquier forma de carne y

105
El niño de 11 y 12 años

todos los dulces en general gozan de su preferencia. Doce


todavía rechaza algunos alimentos, especialmente las verdu-
ras, el pescado y los platos con cremas. Pero a Doce no le
repugnan tanto las comidas que no son de su agrado. Dando
muestras de un gran espíritu de adaptación, disimula el sabor del
plato mezclándolo con pan o acompañándolo con un vaso de
leche. Además, el campo de sus predilecciones comienza a
ensancharse hacia nuevas direcciones: setas, manzanas fritas,
alcachofas.
Modales en la mesa.— Los padres ya se quejan menos de
los modales de Doce en la mesa. En todo caso, éstos ya no
molestan tanto como antes. Sin embargo, su deseo combina-
do de conversar y comer simultáneamente le obliga a hablar
con la boca llena. También puede suceder que mientras con-
verse esgrima el cuchillo o el tenedor en el aire, en un ángulo
absurdo. Todavía le tienta comer con los dedos y sigue siendo
necesario recordarle que pase o que pida las cosas sin llevár-
selo todo por delante para alcanzarlas.
Preparación de la comida.— A Doce puede interesarle no
sólo cocinar o preparar el plato de su especialidad, sino tam-
bién toda clase de comidas en general. Le gusta «merodear»
por la cocina, observando cómo cocina su madre. Puede ocu-
rrírsele, incluso, cocinar toda una comida él solo, si bien tiene
que llamar a su madre frecuentemente para asegurarse de que
todo marcha bien.

Sueño

Hora de acostarse.— En gran parte, Doce ha superado ya las


batallas de Once a las horas de acostarse y levantarse. Por
cierto que casi siempre es necesario todavía recordarle que es
hora de irse a dormir; pero en general no ofrece resistencia.

106
El niño de 12 años

Hay quienes se niegan todavía, exigiendo una presión más


fuerte. Pero los hay también que se retiran a sus habitaciones
antes de lo prescrito y disfrutan de esa pequeña anticipación a
la hora del sueño, en que pueden leer, oír música o finalizar
algún deber. Por su menor resistencia y mayor espíritu de cola-
boración, Doce ha conquistado cierto margen de libertad a la
hora de acostarse, que ahora se ha desplazado hacia las diez y
media, con una clásica extensión hasta las once o incluso, las
doce, en ocasiones especiales o durante el fin de semana.
Actualmente Doce puede aprovechar estas libertades sin pagar
al día siguiente el precio del agotamiento o de la enfermedad.
Sueño.— A Doce le gusta meterse en la cama, pero eso
no significa que se duerma inmediatamente. Aunque no men-
ciona ningún temor a la oscuridad o a hallarse solo, suele colo-
car una linterna a un lado de la cama antes de acostarse. O
bien puede ser la radio la que le haga compañía. Sus pensa-
mientos antes de dormirse se mueven en el campo de la fan-
tasía, urdiendo hazañas en las que él es el héroe. Pero también
recapacita sobre los acontecimientos del día y las cosas que
ha dejado de hacer.
Su sueño no es tan profundo como a los once años, edad
en que prácticamente nada podía despertarlo. A los doce pare-
ce más inquieto y puede hablar en sueños. Suele soñar con
hermosas experiencias afines con el ámbito familiar o bien con
épocas futuras cuando se encuentre casado. Pero, aunque
menos, todavía le acosan algunas pesadillas. Las niñas pueden
soñar que un bandido ataca a su padre y los niños que su
madre se halla en peligro de ser atrapada por un mono. A
veces se despiertan tan asustados que se quedan paralizados
en el lugar. En su deseo de huir no pueden moverse o darse la
vuelta.
Hora de levantarse.— Por fortuna Doce ha perdido la desa-
gradable disposición con que se despertaba a los once años.

107
El niño de 11 y 12 años

Puede quedarse en la cama un rato antes de levantarse, pero


lo más frecuente es que desee levantarse enseguida para leer,
dibujar o completar el deber que la noche antes había dejado
sin terminar porque estaba muy cansado.

Aseo personal

A los doce continúa el progreso observado el año anterior. Por


fin ha penetrado en la mente del niño la idea de que necesita
bañarse periódicamente, especialmente cuando está sucio.
Hasta podría experimentar verguenza si descubriera de pronto
que tiene los pies sucios.
Pero Doce no se limita a bañarse sólo cuando hay una nece-
sidad evidente de hacerlo. Prácticamente impide que se pro-
duzca este estado de cosas, pues se baña frecuentemente, en
algunos casos, todos los días. Pero para la gran mayoría basta
un baño cada dos o tres días. Hay franca preferencia por la
ducha, y no sólo por parte de los niños, sino también de algu-
nas niñas. A algunos les gusta tanto que son capaces de darse
una ducha adicional a hurtadillas. Las niñas suelen darse baños
de inmersión, demorándose a veces en el agua, aunque en
general Doce puede darse el baño de forma bastante expediti-
va. Claro que ello no significa que se lave las orejas; éstas
siguen siendo todavía un dominio exclusivo de la madre.
Algunas niñas aún necesitan la ayuda de la madre para
jabonarse o para enjuagarse, especialmente el cabello.
Aunque la higiene general puede marchar perfectamente,
todavía puede ser necesario recordarle al niño que se lave las
manos. Es posible que la misma niña que luce un hermoso pei-
nado y ya se pinta los labios, a la hora de comer tenga que ir a
lavarse las manos por indicación de su madre. Aunque menos,
también son necesarias algunas advertencias para el cuidado

108
El niño de 12 años

de los dientes. Doce se preocupa suficientemente de su higie-


ne bucal aunque puede lavarse los dientes sólo por la noche.

Ropa y cuidado de la habitación

Doce se ha vuelto mucho más consciente de su aspecto físi-


co. Tiene una clara noción, especialmente, de lo que usa la
mayoría de la gente y casi nunca va contra este consenso
público. Si las bufandas son la moda del día, las niñas quieren
bufandas. Si están en boga los pantalones caídos, los niños no
quieren ningún otro tipo de pantalón. Les gusta usar lo que
consideran que «queda bien». A Doce le preocupa particular-
mente elegir las prendas de modo que hagan juego. Le gusta
que su madre dictamine si su aspecto general es elegante o
no. De muchas niñas comienza a decirse que tienen buen
gusto.
El tamaño de la ropa es también de suma importancia para
Doce. Felizmente para éste, ya ha pasado la época en que se
le compraba grande la ropa para que le durase más. Á veces
se hace necesario renovar todo un guardarropa debido al rápi-
do crecimiento de Doce. A las niñas les fastidia especialmen-
te que la ropa no le quede ajustada al cuerpo. Pero ¡ay! con
demasiada frecuencia una cintura poco grácil exige cierta floje-
dad. Pero entonces Doce tira tan valientemente de su cinturón
y se lo ajusta tanto que casi le impide respirar, a menos que
éste ceda.
Algunas niñas tratan ya de parecer más atractivas con el
tipo de vestidos elegidos y el estilo de su peinado. Cuando
van a una fiesta se ponen un poco de pintalabios. También
piensan en sostenes y medias, y si el sueño no siempre se
materializa, por lo menos falta muy poco para ello. ¡Cómo
anhelan el momento en que se haga necesario el uso de un

109
El niño de 11 y 12 años

sostén... y si pudieran usar medias, por lo menos para ir a una


fiesta! Sin embargo, muchas niñas no desean dar este paso,
y se aferran a sus calcetines infantiles.
Puestas a elegir joyas, lo hacen con buen gusto, limitándo-
se a una pulsera con dijes o a un collar de perlas. Pero por ele-
gantes que parezcan, por mucho que se contemplen al espejo,
siempre dejan huellas inequívocas de su edad.
A los niños les preocupa en grado sumo no usar ropa afe-
minada. Todavía no están listos para las ropas deportivas más
llamativas, pero les encantan las camisetas de colores brillan-
tes. A Doce le gusta parecer «buen mozo». Le gusta arreglar-
se para una ocasión determinada, poniéndose una camiseta
llamativa y pantalones adecuados.
Comprarse la ropa ya no es un suplicio como en épocas
anteriores. Actualmente son menos los problemas referentes
al vestido entre padres e hijos. Doce tiene una idea más clara
de lo que quiere, tanto por su creciente sentido del gusto
como por su conocimiento de la moda y de lo que usan los
demás. Por lo común, Doce se compra la ropa acompañado de
su madre. Las niñas, especialmente, experimentan la necesi-
dad de probarse las distintas prendas para ver cómo les que-
dan. Si la madre llega tarde a su casa con ropa nueva elegida
según su gusto, sabe ya que es necesario guardar el ticket
para devolverlas si al niño no le gusta su elección. Pero Doce
es adaptable y, como él mismo dice, «Si no estamos de acuer-
do, tratamos de ponernos».
Con Doce los comienzos son mejores que los finales. La
elección de la ropa es muy superior a su cuidado. Hay
momentos esporádicos en que el cuidado mejora, pero en
general es raro el niño de doce años que cuelga ordenada-
mente las prendas en su lugar, que se las cambia cuando ya
las ha usado bastante y que da a lavar la ropa sucia. Doce
suele dejar simplemente que la ropa se apile y se arrugue,

110
El niño de 12 años

poniéndola de cualquier manera. Una madre exasperada por


el descuido de su hijo le planchó los pantalones al revés, tal y
como él los había dejado, y le obligó a usarlos de esa mane-
ra. Esto no modificó en mucho las cosas, pero parece ser que
después de eso el niño comenzó a tener cierta noción de que
debía colgar la ropa.
Doce admite que le recuerden su obligación de cuidar la
ropa. Y una advertencia lo bastante severa para que «eche un
vistazo» a su cuarto, puede despertarle la suficiente vergúen-
za para que se decida a ordenarlo.
No sólo sus prendas se desparraman por la habitación, sino
también sus colecciones, sistemáticas o no. A esta edad el
niño comienza a juntar una nueva clase de objetos: los recuer-
dos de experiencias vividas, tales como talones de entradas,
recortes, fotografías de equipos escolares, etc. Doce necesita
un tablero donde colocar todas esas chucherías y los demás
objetos de interés especial en el momento. Algunos se dedican
a las fotografías de perros, otros a las de caballos. Los bande-
rines, los pósters de equipos de fútbol y las fotos de estrellas
de cine comienzan a poblar las paredes de su habitación.
Felices aquellos niños que pueden fijar esos objetos con chin-
chetas en las paredes y desdichados los que tienen que gastar
todas sus semanadas en cartón o lápiz para poder desplegar
sus tesoros sobre la pared: «¡Cuesta tan caro!».
Doce dedica más tiempo a pegar papeles en las paredes de
su habitación que a mantenerla en orden. Pero cuando se deci-
de a ello es capaz de arreglarla convenientemente. Además, si
no lo hace por propia iniciativa siempre puede recordársele. Sin
embargo, sobre todo en el caso de los niños las madres se ven
obligadas de vez en cuando a invadir la habitación y poner las
cosas en orden.

111
El niño de 11 y 12 años

Dinero

Por lo general, Doce no demuestra un interés tan intenso por el


dinero como a los once años. En muchos casos se suprimen las
semanadas y Doce dispone de lo que gana o bien de lo que se
le da de acuerdo con sus necesidades. Cierto número de niños
recibe todavía una cuota de 100 pesetas, pero la mayoría ya
reclama 200, con la consiguiente exigencia por parte de los
padres de fijar un presupuesto de gastos. En dicha semanada se
incluye el pago del transporte, de aranceles escolares, de canti-
dades a la iglesia y a la organización de exploradores y, en oca-
siones, también del corte de cabello. El cine y los almuerzos en
la escuela por lo general no entran en esta semanada fija. Doce
sabe ingeniárselas para ahorrar dinero del presupuesto asigna-
do. Así, en lugar de tomar el autobús, se va a la escuela cami-
nando o en bicicleta, o bien se lleva su almuerzo preparado de
casa, ahorrándose el almuerzo caliente de la escuela.
Doce no se limita a acumular el dinero por el mero placer de
hacerlo, como a los once años. Con más frecuencia lo junta con
un fin específico para comprarse una pelota de fútbol, o algunos
CD. Aquellos niños que administran bien el dinero siempre dis-
ponen de mayores cantidades. Son generosos para prestarlo y
les encanta particularmente poder prestárselo a la madre cuan-
do lo necesita. No sólo le gusta que los demás le paguen sus
deudas, sino que también se muestra en extremo escrupuloso
con el pago de sus propias obligaciones. Estos niños que
demuestran tanto cuidado, por lo general no gastan el dinero a
tontas y a locas, si bien este principio no vale para todos.
Un corto número es irremediablemente derrochón, y puede
decirse que el dinero les quema en la mano. Como dijo una
madre: «No puede soportar la prosperidad». Éstos son los
niños (y bien pueden llegar a ser los adultos) que siempre
andan en terribles aprietos de dinero. El dinero se les escurre

112
El niño de 12 años

por entre los dedos como el agua. Son generosos cuando lo


tienen, pero con mucha más frecuencia no tienen una peseta,
dependiendo enteramente de los adelantos y préstamos.

Trabajo

Doce se halla en vías de perder su desagradable y casi auto-


mática resistencia a trabajar, de épocas anteriores. Actualmen-
te reconoce el hecho de que debe hacerlo y, por consiguiente,
no se opone a cumplir con sus obligaciones. Puede no hacer-
lo por propia iniciativa y todavía se hace necesario recordárse-
lo, pero a menudo se muestra «comedido» para ayudar y, de
tanto en tanto, llega a dar pruebas, incluso, de verdadera
buena voluntad. Sin embargo, trata de llegar a un acuerdo con
su madre sobre las tareas que no debe hacer, como, por ejem-
plo, hacer la cama, lavar los platos y poner la mesa. Su madre
advierte también que rinde más los fines de semana.
Siempre se propone ejecutar las tareas «en un minuto»,
pero su madre opina que tarda bastante más. Por lo común se
desempeña mejor cuando su madre se halla más ocupada o
cuando está ausente. La madre puede ensayar ausentarse con
más frecuencia o incluso quedarse en la cama alguna vez para
un merecido descanso, de modo que el novato Doce tenga
oportunidad de probar sus alas, especialmente en la cocina.
Doce no sólo ayuda a realizar el trabajo habitual de la casa
y las tareas fuera de ésta, sino que es capaz de efectuar tra-
bajos más difíciles.
La posibilidad de ganar algún dinero es parte de lo que
mueve a Doce. Prefiere que se le pague por tarea más que por
hora. Tanto los niños como las niñas comienzan a desempe-
ñarse como canguros fuera de su casa, incluso por la noche.
Algunos niños más emprendedores establecen sus negocios a

113
El niño de 11 y 12 años

pequeña escala, vendiendo cosas hechas por ellos mismos.


Se puede tratar de camas en miniatura para muñecas, colga-
dores de material plástico, o café y comestibles para los alba-
ñiles de una construcción vecina. Mediante estos negocios,
Doce puede llegar a acumular una suma de dinero interesante
para ulteriores aventuras.

3. Emociones

Los doce años pueden representar una verdadera tregua para


la familia. Con los once, se han ido los actos atolondrados, las
expresiones hostiles, desagradables y malhumoradas caracte-
rísticas de esa edad. Ello no significa que estos aspectos
negativos de la conducta hayan desaparecido por entero, sino
que los períodos de mejor conducta han ido dilatándose conti-
nuamente, durando cada vez más. El mismo niño que a los
once años experimentaba repentinos ataques de ira a la menor
provocación puede tener ahora un buen carácter, ser afectuo-
so y adaptable, además de saber aceptar una indicación. Doce
es «una maravilla» si se compara su personalidad actual con la
del año anterior. Todavía puede mostrar aquellos extremos de
la conducta, con respuestas de tipo «blanco y negro», pero
éstas se hallan mejor definidas y no siempre en constante con-
tradicción. Cuando Doce ama, ama de todo corazón. Una niña
exuberante puede despedirse de la madre, en sus cartas, con
«Cariño, cariño, cariño (multiplicado por 10.000)». El ardiente
entusiasmo de Doce puede dirigirse por igual a los pasteles, a
sus padres o a la religión. Y su odio ¡ay! puede tener la misma
fuerza y las más de las veces se dirige contra la escuela. Los
extremos entre los cuales oscila la conducta de Doce pueden
ser los de la cautela o el atrevimiento; las carcajadas estentó-
reas O la más completa ausencia de humor.

114
El niño de 12 años

Pese a estas oscilaciones extremas, Doce revela una mila-


grosa facultad de conciliación, en comparación con su carácter
anterior. Parece como si quisiera mantener las cosas en equi-
librio, compensar las fuerzas en discrepancia, suavizar las
asperezas. Algunas veces puede mostrarse irritable e impa-
ciente, pero en general es de buen carácter, agradable y siem-
pre se halla dispuesto a atender a razones. En medio de sus
ataques de entusiasmo demuestra una sana cautela. Ésta le
impide lanzarse demasiado pronto a una situación desconocida,
ahorrándole más de una vez los resultados frecuentemente
desastrosos experimentadosa los once años. En general,
siente que la buena suerte lo acompaña. Pero otras veces con-
sidera que su suerte es «mitad y mitad», «pareja» o «equilibra-
da». Y junto con el bien, está dispuesto a aceptar el mal.
Pese a reconocer que el crecimiento acarrea más respon-
sabilidades, siente que también aumentan los placeres. Su
mentalidad doceañera experimenta, feliz, el equilibrio de las
distintas fuerzas operantes. Paralelamente a esta disposición
espiritual más pareja de Doce, se desarrolla cierto sentido de
felicidad. Es posible que nos digan de Doce que es un «niño
feliz» o que se le oye cantar continuamente de alegría. En oca-
siones se observan grandes picos de una exuberancia irrefle-
xiva, especialmente cuando obedecen a algún acontecimiento
futuro, por ejemplo, una excursión de fin de semana a las can-
chas de esquí. Le hace particularmente feliz el éxito de su tra-
bajo escolar y al mismo tiempo disfruta considerablemente de
los períodos de vacaciones. Siempre está dispuesto a descu-
brir la belleza en sus incursiones por la naturaleza y esta per-
cepción le produce una nueva felicidad.
La vida puede ser a un tiempo maravillosa y terrible. Lo que
más puede alterar su buen estado de espíritu es la obligación
de hacer deberes durante el fin de semana. Pero en definitiva
suele vencer esta resistencia, resignándose y realizando su

115
El niño de 11 y 12 años

tarea de forma expeditiva. Algunas veces se muestra triste,


especialmente cuando le toca experimentar la muerte de un
animal querido o de un ser humano próximo. También lo afecta
la lectura de un libro que termina mal.
Doce todavía no controla la ira pero ya se halla en camino de
lograrlo. Las más de las veces estalla por la provocación de un
hermano menor o ligeramente mayor. Es más frecuente la
reacción activa, por medio de golpes, persecuciones, insultos
y proyectiles, que la reacción pasiva. Pero un número cada vez
mayor comienza a responder con el silencio, diciéndose algo
para sus adentros, o retirándose, especialmente hacia sus
habitaciones para «pensarlo mejor». Un niño de doce años
más evolucionado puede decir de sí mismo: «Estoy empezan-
do a reprimir mis emociones» o, con mayor probabilidad «No
he sido realmente malo últimamente».
Doce puede llorar en ocasiones, especialmente si está
furioso o muy triste; pero en general trata de contener el llan-
to. Puede estar al borde de las lágrimas, éstas pueden llegar a
velarle los ojos, pero estoicamente las retiene y disimula. Aun
cuando sufre un dolor agudo —por ejemplo cuando le pica una
abeja— aprieta las mandíbulas y se propone no llorar. Es más
fácil que llore en su casa que fuera de ella, y si se le pregunta
si llora cuando está en la escuela, es posible que responda:
«No sea ridículo».
En general, a los doce años el niño no se muestra tan teme-
roso como antes, pero a menudo no le causa mucha gracia
quedarse solo en la oscuridad, ya sea en la calle o en su casa.
De noche oye crujidos cuyo origen ignora y teme la presencia
de un intruso. Le preocupan los ladrones y asesinos y a veces
teme que lo sorprendan por la calle. La mayoría de los niños no
tolera que les pongan canguros de noche, puesto que ellos
mismos se sienten capaces de cuidar a otros niños; pero los
hay todavía que necesitan una mano adulta cerca.

116
El niño de 12 años

La mayor preocupación de Doce se refiere a la escuela, a los


exámenes, al boletín de notas y a la posibilidad de no aprobar el
año. En realidad toca a la escuela responder por qué Doce se
preocupa tanto por ésta. ¿Es acaso porque Doce comienza a
exigirse más a sí mismo o porque la escuela le exige demasiado?
Doce no es inmune a las actitudes hirientes, pero trata de
disimularlo. Su reacción puede consistir en pasar por alto el
comentario, retirarse, sonrojarse, reírse de él o preguntarse la
razón que lo puede haber motivado. No todos los niños tienen
éxito en la empresa, pues algunos responden con una obser-
vación sarcástica: «Me alegra muchísimo que pienses eso»,
dando un portazo acto seguido y alimentando luego un durade-
ro resentimiento. Pero Doce parece hallarse mejor preparado
para decidir cuándo ha de permitir que los demás conozcan
sus sentimientos y cuándo no.
El niño tiene sus sentimientos lo bastante a la vista para
tener conciencia de lo que sienten los demás. A menudo se
nos dice que tiene la facultad de adivinar claramente los senti-
mientos de la madre. Le examina el rostro para saber lo que
piensa. Doce respeta los sentimientos de los demás y se
cuida de no «meterse» donde no debe. Si no le queda otro
remedio, trata de hacerlo con la mayor prudencia posible.
Doce no es tan efusivo con sus padres como Once. Ahora
limita la expresión física de su cariño a los besos que, en ver-
dad, le producen un gran placer. Besa para despedirse y dar
las buenas noches. Doce discute si está a favor o en contra
del beso. Ninguna fiesta de doce años puede estar totalmente
exenta de los juegos en que tiene cabida el beso, expresión,
por lo demás, natural para Doce.
A esta edad, el niño generalmente no experimenta fuertes
sentimientos de envidia o de celos, salvo cuando se trata de
algún hermano. Las niñas que sueñan con tener algún cortejan-
te pueden sentir celos de una hermana mayor que ya los tenga.

117
El niño de 11 y 12 años

Aquellos niños que no se han despegado todavía de sus hábitos


onceañeros pueden sentir que sus padres le prestan más aten-
ción a un hermanito menor. Y esto, de acuerdo con sus normas
éticas, no es justo. Doce reconoce que los demás pueden tener
bienes mejores y más numerosos que él, pero todavía se consi-
dera afortunado y dichoso de su suerte. En este sentido, es
capaz de frases que demuestren un verdadero criterio filosófico:
«Todo el mundo tiene algo bueno y algo malo, así que a fin de
cuentas la suerte es pareja». Más que envidiar, Doce aprueba
de plano a todo aquel que se jacta de lo que tiene.
En su deseo de mantener las cosas en equilibrio, Doce
pierde el agudo espíritu de competencia que tenía hace un
año. Prefiere no ser mejor ni peor que sus compañeros, sino
igual. Desea dar lo mejor de sí y pasarlo bien. Le complace
ganar, pero no siempre, y le gusta brindar su oportunidad a los
demás. Aquellos que destacan en los deportes o en los estu-
dios se complacen en cultivar sus aptitudes específicas con
cierta ambición.
Los padres no sólo se hallan satisfechos con los niños de
esta edad, sino que se divierten con ellos y, en particular, con
su sentido del humor. Las expresiones de irritabilidad de Once
para con sus padres cobran a los doce la forma más cortés del
humor. En lugar de criticar al padre por su exceso de peso,
Doce tiende a acotar: «¡Qué físico!».
Doce adora los chistes basados en el doble sentido de la
palabra y tiende a elaborados a —o sin— la menor provoca-
ción. Las maestras deben estar preparadas para las salidas
humorísticas de Doce. De este modo, cuando decide hacer
sentar en distintos bancos a una niña y a un niño, diciendo que
deben separarse, es casi seguro que algún alumno de doce
años replicará: «No sabía que estuvieran casados».
A Doce le gustan en grado sumo los chistes verdes. No
sólo los entiende, sino que los cuenta con gran deleite, feste-

118
El niño de 12 años

jándolos con risas estridentes. Aunque prevalecen todavía los


chistes relativos a las funciones excretorias, especialmente a
los movimientos intestinales, se hallan más en boga los chis-
tes específicamente sexuales. Estos chistes suelen contarse
en círculos heterosexuales, lo cual parece sugerir que Doce
aún se halla fuera de este tipo de experiencia, a la manera de
atento espectador.

4. El yo en crecimiento

Once andaba en busca de su yo. Doce ha comenzado a


encontrarlo. Sus padres nos dicen que da muestras de auto-
nomía, competencia y seguridad en sí mismo. También ellos
advierten la evidencia de un nuevo yo. Doce no logra captar
plenamente el cambio operado en su interior, pero sabe que
siente de modo diferente que las nuevas experiencias de oca-
siones especiales, como la Navidad o su cumpleaños, resultan
diferentes de lo que solían ser antaño.
Y sus actos revelan, por cierto, una considerable transfor-
mación. Según los padres, ha recobrado esa alegría de vivir
que hace recordar inevitablemente el nivel cronológico de los
seis años y medio. A los doce, el niño se vuelve reflexivo, ad-
quiere buen carácter y resulta una excelente compañía, aun
cuando en algunas ocasiones se ponga atravesado, volviendo
una y otra vez sobre el mismo tema. Tiene una gran capacidad
de iniciativa; puede hacer proyectos de antemano y ejercitar
un control más completo de su vida. Actualmente es capaz de
asumir la responsabilidad de una parte cada vez más grande
de su vida, no sólo en relación con el hogar y la familia, sino
también con el mundo externo.
Todas estas manifestaciones de conducta positiva hablan
de una nueva capacidad del yo, de un yo total en acción.

119
El niño de 11 y 12 años

Algunos niños siguen ubicando el yo, al igual que a los once


años, en distintas partes del cuerpo de acuerdo con sus acti-
vidades predilectas, por ejemplo, en los pies, si les gusta
escalar montañas o bailar. Pero la mayoría de los niños refie-
re su yo preferentemente al organismo total que vive y fun-
ciona. Dicen del yo que «es toda mi persona». O declaran que
su yo está en el cerebro porque él «regula el resto de mi per-
sona» o «controla todo». A veces dividen el yo por partes
iguales entre el cerebro y el corazón «porque no se puede
vivir sin ninguno de ellos». O se alude a la mente como el
«centro de todo».
A Doce le interesan las similitudes que guarda con los
demás, tanto en su cuerpo como en sus experiencias. Puede
resultarle difícil localizar el yo, porque —como él dice—
«Cada parte aislada es como si fuera de otro. Ninguna parte
es de uno y nada más que de uno. Puede pertenecerle a uno,
pero es como si fuera de otro». Este sentimiento de similitud
puede provenir de su íntima identificación con el grupo. Ac-
tualmente se halla menos aislado, es menos único. Un niño de
doce años tenía la idea errónea de que sólo él cometía faltas,
hasta que comenzó a tener experiencias de errores en común
con otros niños de doce años. Algunos niños experimentan
esta pérdida del sentido de unidad de forma bastante aguda.
Por ejemplo, cuando se desempeñan como canguros de
niños y los padres de éstos los tratan como «el canguro»,
sienten un impacto sobre su sentimiento de singularidad indi-
vidual. Pero al mismo tiempo, a Doce no le gusta la sensación
de «peculiaridad» o «extrañeza» que experimenta cuando se
encuentra solo. Este sentimiento suele producirse después
de un cambio súbito, por ejemplo, cuando apaga la música o
se despierta de noche.
En general, Doce no profundiza demasiado si quiere modi-
ficar considerablemente las cosas. Le satisface su suerte y

120
El niño de 12 años

siente que «para todos es mejor ser como son». Puede acep-
tarse a sí mismo, agregando: «Es mejor ser como uno es, por-
que todo el mundo tiene sus problemas». No desea acelerar
el proceso del crecimiento porque le gusta «lo que sucede
en el camino». Y considera que «la gente debe hacer lo que le
corresponde por su edad». No ve «ninguna razón para desear
ser mayor, porque de todos modos uno tiene que envejecer.
Lo único que hay que hacer es esperar». Puede mostrarse
excitado y a la expectativa de lo que sucederá en el futuro cer-
cano, pero se halla bien arraigado en el presente, a medida
que se desenvuelve de un día a otro. Doce no tiene prisa por
crecer.
A esta edad, el niño es bien consciente de sus virtudes.
Parece capaz, incluso, de escoger justamente aquellas que
mejor describen su nivel cronológico: «buen carácter», «afable
con la gente», «bondad», etc. Del mismo modo, también tiene
conciencia de sus defectos, siendo el más importante su faci-
lidad para enojarse o pelearse con sus hermanos.
Cuando a Doce se le conceden tres deseos, éste suele no
desear más que dos. Algunos todavía desean un perro o un
caballo. También pueden desear mudarse a algún lugar alejado
o, por lo menos, a una casa nueva y grande. O bien le gustaría
tener un cuarto más amplio para él, un gimnasio o una piscina.
También pueden interesarle las excursiones de vacaciones y
los viajes. Y junto con el aumento observado en los intereses
intelectuales de Doce, suele darse el anhelo de mejorar en la
escuela. Los deseos de Doce no sólo se refieren a sí mismo,
sino también, frecuentemente, a los demás. Así, quisiera ayu-
dar a su familia o llevarla de viaje. Las niñas especialmente
desean el éxito y la salud de su padre y que no tenga que tra-
bajar tanto. Los que no tienen hermanos, los desean. Doce no
sólo quiere la paz en el mundo, sino que le gustaría «borrar del
mapa» las enfermedades, el hambre y la guerra.

121
El niño de 11 y 12 años

Doce se muestra menos seguro que en épocas anteriores


de su carrera futura. Actualmente tiende a limitarse a una sola
posibilidad, o a lo sumo a la combinación de dos posibilidades,
en lugar de dar dos alternativas indistintamente. Quizá le
guste, por ejemplo, cuidar perros y dibujarlos. Declara vehe-
mentemente qué cosas no le gusta hacer. También reconoce
la posibilidad de que lo que le gustaría hacer ahora quizá no se
adapte más tarde a sus aptitudes, o bien que con el tiempo
cambie de idea. Este reconocimiento de que puede haber un
cambio en sus preferencias nos demuestra la elasticidad y
alcance de Doce. Algunos niños se hallan todavía bajo la
influencia de las profesiones de sus padres, pero la mayoría
sustenta ya ideas propias. La crianza y cuidado de animales les
atrae menos que en épocas anteriores. Aparte del deseo habi-
tual de llegar a ser cantantes, bailarinas, enfermeras o secre-
tarias, las niñas comienzan a demostrar interés por escribir, y
especialmente por escribir e ilustrar libros para niños. También
les atrae la posibilidad de llegar a ser maestras. A ambos
sexos les interesa el arte o la pintura. Los niños se inclinan por
las ciencias, la arquitectura, la medicina.
Doce tiene una idea precisa de la universidad en la que
desea ingresar, aunque muchos no han pensado en eso dete-
nidamente. Algunos piensan en escuelas especiales para su
preparación definitiva.
Algunos niños han pensado ya lo bastante en el matrimonio
para desear ser solteros, aunque comprenden que podrían
cambiar de idea. Unos pocos consideran la posibilidad de
casarse con sus novias actuales (con las cuales mantienen
relaciones verbales), pero por otro lado también piensan que
podrían cambiar de parecer a medida que pase el tiempo.
Las niñas se muestran más seguras de su decisión de
casarse, aunque se preguntan cómo harán para combinar el tra-
bajo con el matrimonio. Una de sus principales preocupaciones

122
El niño de 12 años

es el tener ciertas cosas en común con su futuro esposo. Su


tendencia habitual a equilibrar, a buscar el término medio, se.
hace evidente cuando mencionan las cualidades que desean
para su marido. El marido «no debe ser ni gordo ni flaco».
Aspiran a que «no sea demasiado intelectual, ni demasiado
simple». Doce no desea que su marido sea rico, pero tampoco
lo quiere pobre.
En cuanto a los hijos, los niños prefieren dejar la considera-
ción de ese problema para cuando esté más próxima la época
de tenerlos. Algunos niños siguen deseando todavía muchos
hijos, pero en general actualmente quieren dos, tres o cuatro,
incluyendo ambos sexos.

5. Relaciones interpersonales

Es difícil captar la sutil transformación que se produce a los


doce años, pero se percibe indudablemente una inequívoca
purificación de la atmósfera. No es que Doce cambie por com-
pleto, sino que, como dice su madre: «Ha mejorado bastante».
Donde Doce puede advertir primero esta transformación es en
la relación con sus padres. Se da cuenta de que se lleva mejor
con ellos y de que discute menos. Una niña de doce años lo
atribuyó a que: «Papá es menos estricto; ha cambiado gra-
dualmente». Pero, deteniéndose a considerarlo un poco mejor,
agregó: «Bueno, en realidad me parece que fui yo».
Hay efectivamente un progreso por parte de Doce, porque
se ve a sí mismo y ve a los demás bajo una nueva luz.
Actualmente tiene más el carácter de una persona con sus
propios derechos, como un miembro más afín a! marco fami-
liar. Puede estar cerca o lejos de la familia. Además de reco-
nocer sus defectos, se da cuenta de cuándo se comporta mal
porque está cansado. Y sabe que no debe reñir con su herma-

123
El niño de 11 y 12 años

nito antes de la siesta de éste o antes de la cena, cuando él


está cansado.
Ahora la vida es más plácida, y Doce comienza a tomar
cierta iniciativa. Pero en las rutinas cotidianas, la mayor parte
de sus actos se halla determinada no por la premeditación,
sino por la posmeditación, una vez que los padres le han recor-
dado sus obligaciones. Sin embargo, rara vez se enoja con
ellos en estas ocasiones, y es más difícil que conteste. Sabe
de antemano que finalmente habrá que hacer las cosas, pero
necesita todavía el impulso inicial para decidirse. Sabe que
después de una larga conferencia con sus padres terminará
por limpiar su habitación y que las críticas le harán sentirse lo
bastante «culpable» para comenzar a trabajar de inmediato.
Doce toma las críticas a pecho, aunque no lo suficiente para
seguir adoptando por propia iniciativa la conducta deseada. El
niño toma al pie de la letra la mayor parte de las críticas de sus
padres (y son menos que a los once). Sabe que sus padres
consideran que es haragán, que debiera ocuparse más del
orden del cuarto y que sus modales en la mesa dejan bastan-
te que desear. Pero actualmente se han establecido fuertes
lazos de camaradería entre él y los padres, de modo que son
muy pocas las disidencias serias que se plantean. Un varón,
por ejemplo, se muestra «cortésmente insolente» con el
padre, y una niña recibe con risas una crítica de su madre, «no
con indiferencia, sino con cierto agrado y regocijo».
Doce exige menos que antes de sus padres. A veces le
gustaría que lo apreciaran más o que aplaudieran más sus
actos, pero ahora esté menos tiempo con ellos. Es posible que
se queje de que su padre esté tan ocupado que casi no le
queda tiempo para dedicarle, pero la verdad es que Doce
necesita menos de él. Las niñas suelen mostrarse zalameras
con el padre, y a menudo —según dice la madre— son las que
mejor lo manejan en la familia. A esta edad, las niñas se dan

124
El niño de 12 años

cuenta mucho mejor que los niños de la relación entre los se-
xos. Puede que ésta sea una de las razones por las cuales cri-
tican que sus madres no se pongan el pintalabios que a ellas
tanto les gustaría usar.
Las peleas con los hermanos menores comprendidos entre
los seis y los once años ya no son tan frecuentes. Doce infor-
ma de que una vez cada tanto se producen «treguas» en sus
riñas o que ahora se llevan mejor. Doce sabe que es ésta la
cuestión principal donde sus padres desean que mejore. Y él
desea, probablemente, que también sus padres mejoren, tra-
tando de no malcriar a los hijos más pequeños. Éstos son pre-
cisamente quienes más lo fastidian. Se meten en sus cosas y
siempre tratan de provocarle. Sin embargo, ya no es tan vul-
nerable como hace un año y es más difícil que estalle cuando
se le provoca aludiendo a determinada personita del sexo
opuesto.
Los hermanos comprendidos en la edad preescolar se lle-
van perfectamente con Doce. Éste parece saber cómo jugar
con ellos y a menudo les tiene un gran cariño.
Doce tiende a admirar y hasta idealizar a un hermano o her-
mana mayores. Aún puede disputar con los de trece o catorce
años, pero sus relaciones con los que tienen quince o más no
sólo son neutrales, sino que a menudo resultan hasta positi-
vas. Doce puede confiar más en un hermano mayor que se
muestre comprensivo, que en sus padres. Feliz de aquel niño
que tiene un hermano comprensivo, pues de este modo su
desprendimiento y emancipación de los vínculos familiares
puede llevarse a cabo de manera más suave y gradual.
Doce se mueve fácil y libremente entre sus compañeros.
Rara vez le faltan amigos cuando los desea. Éstos pueden
sumar de ocho a doce, entre los cuales rota, yendo «primero
con uno y luego con otro». Las niñas especialmente van en
parejas. Todavía tienen cabida en este círculo los amigos del

125
El niño de 11 y 12 años

vecindario pero los de la escuela permiten una mayor variedad


de elección. Doce observa y conoce a sus amigos, de modo
que sabe cuáles continúan riñendo, quiénes carecen de interés
porque son todavía «demasiado buenos», y cuáles son franca-
mente tontos. Una niña de doce años rotaba alternativamente
entre las que ella llamaba las «agradables y las insoportables,
las que hablan de vestidos». Había descubierto que le gustaba
jugar con las «insoportables» siempre que se pintaba los labios.
Este movimiento alternativo es natural en Doce. Así, visita alter-
nativamente a sus amigos; primero él pasa la noche en casa de
un amigo, y luego es éste el que va a su casa a visitarle.
A veces se forman grupos más numerosos para realizar
actividades atléticas y deportivas o también, de tanto en tanto,
para ir al cine; pero generalmente Doce prefiere los grupos
más pequeños. Los pocos clubes informales y espontáneos
que aún subsisten a esa edad están a punto de desaparecer.
El nivel cronológico de los doce es, en gran medida, una
edad de considerable interés y actividad sexuales. Algunos
niños a quienes no les interesaban las niñas a los once, y que
se volverán indiferentes nuevamente a los trece, demuestran
actualmente un auténtico interés por ellas y se sienten desilu-
sionados si los padres no los inducen a asistir a los bailes que
ofrecen las amigas. Cada sexo profesa interés por el opuesto.
Los que revelan un interés más reciente lo consideran «muy
bien». Pero también los hay más comunicativos o entusiastas
que califican el otro sexo de «fantástico». Algunos más ade-
lantados ya han tenido y perdido este interés. Como dijo un
niño: «Ya me ocupé bastante de las chicas, así que por ahora no
me ocupo más. Las dejo». Y como este niño, muchos otros
pasarán alternativamente por períodos de interés y de indife-
rencia o de excesiva actividad para pensar en el sexo opuesto.
Habitualmente todo el mundo sabe, dentro de un grupo,
qué niña le gusta a determinado niño, o viceversa, pero las

126
El niño de 12 años

niñas no esperan que el niño se les acerque y les diga que


ellas le gustan. La relación puede reducirse a hablar juntos en
la escuela o a bailar en las fiestas escolares.
Algunos progresan hasta el punto de ir al cine juntos o de
escribirse cartas, si viven a cierta distancia.
Tanto los niños como las niñas muestran una gran variabili-
dad de intereses de un amigo a otro. Los niños suelen buscar-
se una compañera para no ser menos que los demás chicos y
luego la dejan con tanta prontitud como la consiguieron. A
nadie le gusta afirmar una amistad con un miembro del otro
sexo. Las niñas son quizá las que más hablan entre ellas del
sexo opuesto. Es probable que les guste tanto hablar entre sí
de los niños como el hecho concreto de estar con ellos.
Las niñas suelen quedarse «a la expectativa» y «tener los
ojos abiertos», sin importarles esperar hasta que los niños se
les acerquen. «Si nos quieren, ahí nos tienen», declaró un trío
de niñas.
Las fiestas pueden ser sumamente agradables, pero ¡ay! si
no se las ha organizado cuidadosamente, si no se las vigila
minuto a minuto, los resultados suelen ser desastrosos. Las
niñas suelen volver a su casa en la mayor desolación por no
haber logrado que un solo niño las sacase a bailar. Y los varo-
nes pueden arruinar la fiesta arrojando alimentos y bebidas y
rompiendo los vasos y botellas.
Si los padres de Doce no pueden organizar la fiesta junto
con el niño, participar de los juegos y de las diversiones y ejer-
cer el control necesario en el momento oportuno, será mejor
no hacer la fiesta. Al igual que Seis, Doce desea que en las
fiestas sean invitados los dos sexos. Además, éstas deben
realizarse de noche. La forma más fácil de controlarlas será
dirigirlas desde el comienzo, ¿y qué control mejor que desper-
tar el propio interés de Doce mediante el estímulo mental? Un
recurso, por ejemplo, puede ser el de pegar en la espalda de

121
El niño de 11 y 12 años

cada invitado, a medida que éstos van llegando, el nombre de


una persona famosa, debiendo luego adivinar cuál es ese
nombre por la forma en que los tratan los demás. El resultado
puede ser una gran hilaridad general.
Claro está que también debe jugarse al escondite para pro-
porcionar ocasión a Doce de satisfacer su anhelo esencial de
tener contactos estrechos, accidentales y excitantes con el
sexo opuesto. No debe terminar con un juego de besarse,
pues procura toda la excitación potencial de un juego de
besos. A éste puede seguir algún otro juego más tranquilo,
como el de representar determinadas frases hechas u oraciones
simples. En ese momento mágico en que sólo la comida puede
satisfacer las inquietudes íntimas de Doce, deberán servirse
refrescos de zumos de frutas y porciones de pastel casero.
Una fiesta de este tipo puede finalizar con el juego eterna-
mente divertido de los globos, inflándolos primero y luego
golpeándolos con las manos. Dentro del término de dos horas
hay tiempo suficiente para una danza. En ningún momento debe
descuidarse la vigilancia; los padres deben permanecer cerca o
incluso en el mismo salón que los niños. (Por fastidioso que
esto pueda parecer a los padres, los sentimientos de Doce —
aparte de la integridad del mobiliario— bien pueden valer la
pena.) El fin de fiesta resultará más feliz si es posible dejar a
cada niño en su casa, sin las complicaciones de tener que espe-
rar a que los padres vayan a buscarlos.

6. Actividades e intereses

Doce ha perdido parte de esa insistencia con que Once recla-


ma esto o aquello cuando está convencido de que debe pro-
curárselo inmediatamente. Doce desea formar parte del grupo
y se halla gobernado en gran medida por éste. Pero también

128
El niño de 12 años

puede entretenerse s;olc>. Aunque le gustan las actividades


organizadas, también dissfruta de las más amorfas en que, fin
de cuentas, sólo se p»ier de el tiempo. No sólo pierde el tiempo
charlando, sino tamb iér, dando vueltas por la casa, caminando,
etc. Á veces le gusta ver cómo fluye la vida espontáneamente,
y se deja arrastrar pcor la corriente, aun cuando las experien-
cias resulten de contorno poco definido. Esto no le molesta.
Doce no tiene. cronflictos con los demás, como hace unos
años, cuando quier ía que todo se hiciera de acuerdo con su
gusto y voluntacA. Ahora, en cambio, le gusta escuchar lo que
dicen sus amigo s. O simplemente le gusta disfrutar de la
vida. Le agrad an, la variedad y el cambio. Le fatigan las repe-
ticiones y no *tar da en hacernos saber que no soporta «el abu-
rrido prograr na de siempre». Le «enferma» escuchar siempre
el mismo C,D que repite su hermana de catorce o quince
años.
Pero Di>cra no se aburre realmente con demasiada frecuen-
cia, simplrarriente porque no le alcanza el tiempo para hacer
todo lo cquez quisiera. Con la frase «cuando no tengo nada
que hacir» da a entender que es muy poco el tiempo libre de
que dis poe. Una de las actividades de mayor atracción para
las nifñ,aas de doce años más retraídas cuando disponen de
tiempo libre es la de caminar por los parques. Les gusta exa-
mina r los pequeños recovecos donde pueden descubrir algu-
nas flores raras, o buscar los escondrijos de los animalitos.
Tar.to los niños como las niñas se separan ahora con más
fa cilid ad en los grupos partidarios del deporte y los que no se
e ienten atraídos por su práctica. El deporte que atrae a todos
por igual es la natación. Quizá el aumento de peso les asegu-
re una capacidad de flotación superior y una mayor facilidad
perra nadar. No sólo nadan en el verano, sino que también les
g usta participar de prácticas de natación en invierno, en p'
3

¿SCi-
'nas de agua caliente. Sueñan con tener una piscina ”
propia.

129
El niño de 11 y 12 años

«No hay agua que le parezca demasiado fría», como dijo la


madre de uno de los niños. Y en realidad no hay ningún lugar
mejor que el agua para perder el tiempc». ¡Pero a Doce le gusta
recibir instrucción y dedica buena parte de: su tiempo y de sus
energías a perfeccionar su brazada cuando así se le pide.
A los niños más deportistas les guste1r practicar los depor-
tes según temporadas. Actualmente, a las: temporadas de fút-
bol y balonmano, se han agregado las de b:aloncesto y hockey.
Hasta los menos amigos del deporte se sierrean atraídos por el
tenis, un juego de carácter más individual. Aym bos sexos parti-
cipan del patinaje sobre ruedas. Este juego si. g.ue siendo toda-
vía socialmente aceptable. Otros deportes corno el remo, el
golf y la esgrima comienzan a despertar el inteé s de los jóve-
nes adolescentes. A muchos, especialmente al ¡3r'upo de niñas
enamoradas de los caballos, les sigue gustando C. abalgar.
A algunos niños los deportes pueden llamarles tanto la
atención, que casi no paran un momento en su casa. Sin em-
bargo, los menos amigos de los deportes se pasian largas
horas encerrados, trabajando activamente en distirte1s tareas.
Así, suelen hacer cochecitos de lata y madera (a me nu ido dise-
ñados por ellos mismos), vagones y hasta trenes enteros,
radios, fotografías sacadas por ellos mismos y tite res. A
ambos sexos puede resultarles algo difícil llegar a “er minar
estas tareas; pero con cierta ayuda y estímulo de los padres,
Doce logra darles fin.
Tanto los niños como las niñas tienen una amplia esfezra de
intereses. Algunos siguen juntando toda clase de cosas, ¡Der “O,
según se nos informa, estas peculiaridades no se manifie sta.n
con «demasiada intensidad por el momento». Las colecciomes'
Te tarjetas postales, especialmente las que reproducen lugar es
ú
naíses distantes, gozan actualmente de particular prefere,”-
de i ce pasa gran parte de su tiempo mirando y comentando
cia. Da “acciones con sus amigos. Un grupo selecto también
estas' COn

130
El niño de 12 años

se dedica a juntar reproducciones de pinturas famosas. Tanto el


dibujo como la pintura pueden constituir actividades predilectas
a esta edad. Y algunos ya hacen sus primeros inicios en la lite-
ratura. Las niñas demuestran más tendencia a escribir cuentos
largos, en tanto que los niños prefieren escribir al estilo perio-
dístico. A esta edad la tarea de contestar cartas no resulta tan
pesada y el interés que despierta una carta del extranjero cons-
tituye un estímulo suficiente. No son pocas las amistades que
florecen mediante este intercambio recíproco, si bien pueden
resultar efímeras.
A Doce le atrae cierta forma de organización, ya sea que
provenga de su propia iniciativa y esfuerzo O de quienes con-
trolan y estimulan sus actividades. Quizá sea por ello que las
colonias de verano tienen tanto éxito a los doce años. Quizá
también deba atribuirse a la falta de organización de algunas
tropas de exploradores el que tantos niños de doce años se
separen de sus filas, a menudo con la queja de que «no hacen
nada» en el batallón. De igual modo, los clubes de un mismo
sexo, formados espontáneamente, suelen disolverse a esta
edad. Pueden carecer de la consistencia suficiente para man-
tener unidos a sus miembros.
Las mejores organizaciones de Doce surgen de los proyec-
tos individuales o a lo sumo de los ideados por dos amigos,
ejemplo,
cuando se hallan motivados por un fuerte estímulo, por
y aliment os a
el de ganar dinero. Un varón puede vender café
fabricar
as albañiles de una construcción vecina. Otro puede
la venta. Un negoc io
adedores de material plástico paraAN
h

ren, para
Ñ d aroducir dinero para otro negocio y éste, a su vez, a
uede , ' ón
dl ñ y así sucesivamente, en una verdadera progresi
un tercero,
tinero producido por los prende dores puede sumi-
financiera. El «. a
“ecesario para una barredora de nieve y ésta,
nistrar el capital mn.
“alta para satisfacer el verdadero deseo ori-
su vez, el que hace
torio de radio y televisión.
ginal, a saber, un labora.

131
El niño de 11 y 12 años

Otro proyecto que suele prosperar entre los niños de doce


años es la emisión de un periódico local. La combinación del
deseo de realizar una tarea creadora o de tener a sus lectores
informados y, al mismo tiempo, la tarea de hacer funcionar la
prensa, es ideal. A menudo estos semanarios noticiosos se
inician con un gran entusiasmo, siendo proyectados para una
larga vida, incluso, con algunas suscripciones. Cada emisión
es numerada cuidadosamente de acuerdo con el año y el
número, pero en realidad son muy pocas las impresiones que
llegan al mercado local.

Actividades visuales y auditivas sedentarias

La música y la televisión ya no subyugan a Doce como en


épocas anteriores. Algunos niños tienen todavía sus progra-
mas favoritos, pero no los ven todos los días, limitándose a
hacerlo en los momentos más oportunos. Los programas que
gozan de más favor son los de misterio, que ya no les asus-
tan como antes. Quizá sea ésta la razón por la que Doce los
puede dejar o tomar a voluntad. Aunque le gustaría ver las
aventuras de la televisión mientras hace sus deberes (y así lo
hace más de una vez, efectivamente), Doce es lo bastante
razonable para aceptar la restricción paterna a un fondo musi-
cal solamente.
Doce suele dejar la tele encendida incluso después de +
berse acostado. Esto no se debe tanto a los programas
. espe-
cíficos, como a la compañía que representa. En efec*
O, si bien
las historias policiales que ve en la televisión ya r
O le atemori-
zan, sí le asustan, en cambio, los ruidos ir
.explicables que
escucha a su alrededor.
Ahora tiene menos tiempo para '
¡eer y quizá también
menos deseos de hacerlo. La maye
ía de los niños no tiene

132
El niño de 12 años

tiempo para leer más de uno o dos libros a la semana. Niños


y niñas comienzan a ingresar a la esfera del gusto adulto,
visitando asiduamente la biblioteca. Algunos se fijan en los
autores de los libros y pueden manifestar deseos de leer
otras obras del mismo autor. Los libros de misterio son los
que más les interesan tanto a los niños como a las niñas; en
segundo lugar marchan los de aventuras. Doce suele creer
que la llíada es un fascinante cuento de aventuras. La lectura
de revistas cómicas persiste todavía pero sin esa ávida con-
centración que deriva en su atesoramiento para volver a leer-
las más adelante. Doce tiene menos tendencia a gastar su
dinero en revistas de historietas, pero las lee si las encuen-
tra a mano.
El cine, como el resto de las actividades de Doce, es con-
siderado con la mayor seriedad. De hecho, el niño se mues-
tra tan inquisitivo con respecto a una película que piensa ir a
ver, como con respecto a una nueva maestra. Antes de deci-
dirse a verla, quiere saber todo lo relativo a la película, de
qué se trata, quién trabaja en ella, etc. Además quiere saber
si está bien realizada y si los intérpretes son buenos. Si la
película no resiste su juicio, si no ha oído «hablar bien de
ella», entonces no se molesta en ir. La mayoría de los niños
sólo va de vez en cuando, cuando la película ha pasado todas
las pruebas, mereciendo el calificativo de «buena»; pero los
hay que siguen yendo una y hasta dos veces por semana.
Doce va habitualmente con un amigo del mismo sexo y, con
menor frecuencia, con la madre. Algunos niños van solos si
les interesa ver por segunda vez una película o si quieren ver
a una actriz predilecta. Si Doce tiene una actriz o un actor
preferido, esto puede moverlo parcialmente a escoger deter-
minadas películas.

133
El niño de 11 y 12 años

7. Vida escolar

Si Doce tiene alguna característica distintiva, ella es el entu-


siasmo. Éste puede ser tan fuerte a esta edad que el niño se
deja arrastrar por él. Experimenta tales impulsos que es capaz
de llevarse literalmente por delante a cualquiera que se le
cruce en el camino. Este entusiasmo de los doce años puede
agitar hasta tal punto la acalorada discusión de una clase que
la maestra se vea forzada a entrar para aplacarlos.
Para Doce, el grupo es de suma importancia. Así, puede
llegar a perder su propia identidad dentro del mismo. Los
extremos de sentirse primero atraído hacia los demás y luego
fuertemente repelido —tan comunes a los once años— son
menos evidentes a los doce. Las niñas, especialmente, tienen
una manera peculiar de agruparse. ¡Y cómo charlan entre sí, a
la primera ocasión que se les presenta!
A Doce le gusta llegar a la escuela un poco antes de la hora
de entrada. Ya no le resulta tan difícil como hace un año pre-
pararse por la mañana para ir a la escuela. Si tiene que hacer
algún deber, lo más probable es que lo finalice después de
despertarse por la mañana. O si no tiene ninguno, prefiere lle-
gar más temprano a la escuela para finalizar cualquier tarea
que el día anterior haya dejado sin concluir. Esto último suele
valer más para los niños que para las niñas. La intromisión de
las actividades sociales de los demás es mucho más impor-
tante para las niñas. Después de un fin de semana se reúnen
especialmente para conversar y contarse todo lo referente a
una fiesta o baile, a una sesión de patinaje o a una cabalgata,
a lo que se compraron en una incursión por el centro o, sim-
plemente, para conversar del tema eterno: los niños.
Doce ya no depende tanto de la maestra como Once. A
esta edad los niños ya no se aglomeran en torno a la maestra,
pero la incluyen en sus discusiones y actividades, siempre que

134
El niño de 12 años

ella lo desee. Puede llegar a existir un considerable intercambio


entre maestra y alumno. Doce tiende a estimarla. A menudo
nos dice que es maravillosa. Todavía le gustan las profesoras
que hacen bromas y que lo comprenden. Pero, sobre todas las
cosas, desea que la maestra sepa enseñar, que «conozca bien
su trabajo» y que «no enseñe más de lo que sabe». Y si «sabe
de todo y se le puede hacer cualquier pregunta», entonces será
verdaderamente la «maestra más maravillosa del mundo».
La maestra puede exigir a Doce. Éste se halla dispuesto a
responder en la medida de sus fuerzas. Si un profesor no se
siente demasiado seguro de sí mismo, si es «blando» y no
mantiene una disciplina estricta, Doce no deja pasar por alto la
oportunidad y entonces comienza a arrojar pelotitas de papel, a
toser en coro con los demás compañeros, etc. No bien el
maestro sale del aula, Doce comienza a contar chistes subidos
y a lanzar carcajadas estridentes. Pero se comporta de esta
manera sólo con aquellos maestros que no tienen mano firme
para contenerlo. A los niños de doce años jamás se les ocurri-
ría actuar de esta manera con un maestro de la categoría de los
«maravillosos». Si un séptimo curso se comporta mal, lo más
prudente será investigar la capacidad de la maestra a su cargo.
En el aula, las niñas siguen tendiendo a juntarse con las
niñas y los niños con los niños, especialmente durante la pri-
mera parte del año escolar. Cada alumno se muestra más
reconcentrado, más dispuesto a empeñarse en la ejecución de
una tarea y no distraerse hasta haberla realizado. Pero necesi-
ta que le den cierta libertad para moverse, para levantarse a
buscar algún libro, a sacarle punta al lápiz o a proveerse de
papel. A veces se levanta simplemente junto al pupitre para
descansar de su postura habitual. Si'se le da cierto margen de
libertad, da menos vueltas en el asiento y habla menos con sus
vecinos. El intercambio de mensajes también puede reducirse
a un mínimo debido a la mayor libertad de movimiento conce-

135
El niño de 11 y 12 años

dida. La creciente inquietud observada entre las once y once y


media de la mañana puede obedecer al hambre; por esta razón
conviene que el niño tome algún alimento.
Doce revela una amplia diversidad de intereses en su traba-
jo escolar (aunque todavía prefiere los deportes). La aritmética
suele ser una de sus materias predilectas. Le gusta su carácter
definido y disfruta especialmente extrayendo decimales. Le
gusta y le proporciona placer practicar los ejercicios de aritmé-
tica de forma casi automática, sin necesidad de pensar. Si en la
pizarra hay un ejercicio de aritmética, lo más probable es que
empiece por éste. Y si se halla en medio de un problema para
cuya resolución no han bastado los cuarenta minutos regla-
mentarios, le gustaría seguir hasta terminarlo. Le fastidia tener
que detenerse con la sensación de dejar algo inconcluso.
A Doce no le gusta ceñirse a un horario demasiado rígido.
Le gusta que le concedan un período de duración más o menos
fijo pero susceptible de ser extendido cuando sus tareas así se
lo exigen. Á veces, cuando se halla sumamente interesado en
lo que está haciendo, querría disponer de más tiempo. Algunos
temas de historia ejercen sobre él particular fascinación. Un
buen ejemplo sería el relacionado con la Armada española,
Francis Drake y el robo de oro y plata de los barcos. Estos
cuentos de aventuras y de hombres fuera de la ley pueden ori-
ginar apasionantes debates que, por lo demás, constituyen una
de las actividades favoritas de Doce. He aquí un ejemplo ade-
cuado: «¿Procedió bien sir Francis Drake al detener a estas
naves y apoderarse de su carga?». Su entusiasmo puede cre-
cer con tanta rapidez que es posible que se ponga a discutir
antes de haber tomado un partido definido. Actualmente le inte-
resa más desarrollar correctamente sus ideas que la forma en
que piensan sus interlocutores. Su entusiasmo desborda con
tal facilidad que es necesario prevenir la posibilidad de cierta
violencia en su desenlace. Quizá la mejor manera de impedirlo

136
El niño de 12 años

sea asignar distintas tareas a los diferentes alumnos. La desig-


nación de un coordinador que dirija el debate puede facilitar su
desarrollo dentro de mayor calma y cordura.
Doce siempre está dispuesto a ofrecerse cuando se trata
de representar o leer una obra teatral. Le encanta leer su papel
en voz alta. El uso de un estrado es particularmente grato para
la mentalidad de Doce.
El interés por la lectura y el tiempo dedicado a la misma
puede reducirse considerablemente y, en algunos casos, limi-
tarse a las asignaturas escolares. Todavía le gustan los cuentos
de aventuras y en especial aquellos que combinan la realidad
con la fantasía. Ya comienzan a gustarle algunos libros no muy
profundos para adultos, particularmente aquellos donde cam-
pea un humor retozón o donde se pinta con fidelidad la realidad
humana. A ambos sexos les gusta este tipo de historias con un
interés humano, pero en general los gustos de los niños y las
niñas difieren profundamente. Las niñas rara vez condescien-
den a leer las ficciones científicas tan del agrado de los niños.
Ya saben, antes de leerlas, que no les gustarán. Y los niños, a
su vez, no condescienden jamás a leer las historias de adoles-
centes de 17 a 18 años —con la consiguiente dosis de roman-
ticismo— que ya comienzan a excitar a algunas niñas. La
poesía narrativa y humorística goza del beneplácito de ambos
sexos, aunque la exigencia de memorizar algunos pasajes
puede arruinarles totalmente ese placer.
A los niños les interesa especialmente la astronomía y todo
aquello que tenga que ver con el espacio exterior. La ficción
científica no hace sino acrecentar la intensidad de sus intereses.
Otra cosa que les gusta especialmente es hacer cualquier expe-
rimento científico simple, pero verdadero. Demuestran curiosi-
dad por saber lo que sucede en determinadas condiciones.
Las materias complementarias de arte, música e informá-
tica, gozan de la aprobación del alumnado. A Doce le gusta

137
El niño de 11 y 12 años

disponer de un marco adecuado para sus actividades. En las


artísticas, a menudo le complace la creación colectiva, como
cuando pinta con los demás compañeros los decorados para
una obra de teatro. En las clases de música, le gusta cantar
en coro y algunos ya manifiestan deseos de ingresar en una
orquesta. En el taller, Doce da muestras de un excelente espí-
ritu de colaboración, pero suele dejar incompletas sus tareas.
Como de costumbre, el tiempo asignado a los deportes y a
la gimnasia es el que más les gusta a todos los niños. A los
niños les atrae el balonmano, el baloncesto y el fútbol. Las
niñas siguen jugando al baloncesto y voleibol. Todavía suelen
detenerse en medio del juego para charlar, y necesitan que
alguien las vigile para obligarlas a volver a su puesto. Doce
revela gran criterio para seleccionar un equipo de acuerdo con
las aptitudes de los distintos jugadores, aunque a veces sufre
la influencia de la envidia. Tiene espíritu deportivo, pero no
tanto como a los once, en que quería ganar a toda costa.
Actualmente comienza a disfrutar del juego por su práctica
misma.
Doce se muestra deliciosamente abierto y falto de inhibi-
ciones, tanto en el aula como en el hogar. Es franco con res-
pecto a las cosas que le desagradan. Si siente que sus
derechos son violados no tiene ningún reparo en decirlo. No le
parece justo, especialmente, ser retenido en la clase anterior a
la práctica de los deportes. No quiere perder un solo minuto
de este período.
Las niñas son particularmente conscientes de su aspecto
físico. Suelen llevar bolso y se detienen ante los espejos a
verificar su aspecto, peinándose toda vez que tienen alguna
oportunidad, en los recreos. Cuando hay un espejo en el aula
se agolpan todas frente al mismo. La mayoría puede no usar
pintalabios salvo para las fiestas. Las niñas de doce a menudo
se pliegan a las modas que hacen furor.

138
El niño de 12 años

En general las niñas demuestran más interés por los niños


que los niños por las niñas. En realidad, las niñas suelen per-
seguir literalmente a los niños y procuran sentarse cerca de
ellos. El interés de los niños aumenta a medida que pasa el
año. La forma de expresión inicial de su interés es la provoca-
ción. Y luego no tardan en apoderarse de la cartera o la mochi-
la de la niña para esconderlo. A veces es necesario apelar a la
autoridad de la maestra para recuperar el objeto perdido. Las
niñas también suelen hacer estas bromas, pero dirigidas con-
tra otra niña, estando todas, salvo ésta, enteradas del lugar
donde se halla escondido el objeto buscado. Los niños suelen
perseguir a otros niños, a menudo, tratando de recuperar la
preciada posesión de un cinturón, un pañuelo, etc. A los niños
de esta edad les encanta tirar o apoderarse de cualquier cosa
que esté suelta. Deberá pasar otro año todavía para que
empiecen a considerar infantiles estos actos.
Dentro de una estructura escolar ágil, libre y capaz de des-
pertar el interés del alumno, Doce se siente perfectamente a
gusto en su séptimo curso. Su entusiasmo lo lleva en múltiples
direcciones y necesita ayuda para canalizarse en un sentido
único y darle expresión. Necesita firmeza y vigilancia. Pero
cuando se limita demasiado su libertad, cuando se le obliga a
moverse antes de hallarse preparado para ello, cuando se le
exige que se desenvuelva en esferas que para él carecen com-
pletamente de significado, entonces se frustra y la parte nega-
tiva de esta edad pasa a primer plano. Los deberes son, por
ejemplo, un problema en extremo delicado. A Doce le gusta
trabajar, le gusta finalizar una tarea. Incluso pide deberes cuan-
do no se le dan. Pero no bien éstos se convierten en norma,
no bien comienzan a ocuparle todo su tiempo libre en una
época en que la sociabilidad es tan importante para él, se rebe-
la violentamente y con razón. En esta forma hasta puede llegar
a odiar la escuela.

139
El niño de 11 y 12 años

El concepto de un preparatorio de bachillerato es también


sumamente delicado. ¿Se halla Doce preparado para aceptar
las exigencias, el traslado de un aula a otra, la rigidez del hora-
rio de clases, etc., que supone este preparatorio? ¿Aumentan
sus problemas? ¿Se enfría su entusiasmo? Éstas y muchas
otras preguntas deben ser contestadas antes de decidir qué
tipo de estructura escolar puede resultar más adecuado para
que Doce desarrolle plenamente su reciente entusiasmo.

8. Sentido ético

Doce encara la ética con suma prudencia. Así, parece tomar


sus decisiones después de una serena reflexión, considerando
las experiencias pasadas y las consecuencias posibles, sin
dejarse llevar por los impulsos inmediatos, como en épocas
anteriores. Ya tiene en sí ciertos frenos espontáneos, aparte
de los dictados de la conciencia; pero ante cada problema se
detiene a meditarlo, analizando el pro y el contra de las distin-
tas actitudes. Doce es, en esencia, un diplomático. No sólo es
tolerante con los demás, sino también consigo mismo. Sin
embargo, todavía no tiene ningún reparo en tratar de sacar el
mejor partido de las cosas y en divertirse lo máximo posible. Y,
sobre todo, no desea alejarse demasiado de los dictados del
grupo.
Algunos niños de doce años alcanzan todavía la decisión y
elección de lo justo en oposición a lo injusto casi espontánea-
mente, guiándose por lo que sienten, por el sentido común o
por los dictados interiores de la conciencia. Pero para un grupo
cada vez mayor, esta decisión comienza a constituir un proce-
so deliberado y reflexivo. A Doce le gusta considerar cuántas
razones hay en favor de determinada decisión y cuántas en
contra. Pero, en caso necesario, siempre puede idear una

140
El niño de 12 años

razón adicional en favor o en contra, y su elección de las dis-


tintas razones no responde tanto a una base moral como a sus
deseos personales. Si sabe que la ejecución de determinada
acción le puede significar quedarse en la escuela después de
la hora, es menos probable que la ejecute. Actualmente le tien-
ta menos cometer malas acciones pues se tiene demasiado
respeto a sí mismo. Y aunque es probable que ante todo pien-
se en las ventajas que habrá de reportarle una decisión dada,
también tiene conciencia de lo que piensan los demás, ya sean
adultos o compañeros de la misma edad. Sobre todo, trata de
no hacer nada que pueda ser considerado «demasiado bueno»
por sus compañeros, pues sabe que esto podría granjearle su
enemistad.
La conciencia de Doce vigila todos sus actos y a veces
puede castigarlo con dureza. Pero a diferencia de lo que ocurría
un año antes, no ejerce ese control despiadado que, o bien lo
hostigaba a cada paso, o bien, obrando a manera de desafío, lo
llevaba al extremo opuesto de la conducta requerida. Ahora,
con un control menos riguroso, el niño puede parecer más jui-
cioso que el de once, acosado unas veces por la conciencia y
otras totalmente libre del menor remordimiento. Pero, según
sus declaraciones, tiende a eludir parcialmente las consecuen-
cias de sus actos. Su conciencia le dice claramente cuándo ha
hecho algo malo, pero su conducta posterior depende de cómo
estime la gravedad de la situación. (A un niño le remordió la
conciencia por haber copiado en un examen lo bastante para
pedir que se lo hicieran nuevamente, pero claro está que otros
hubieran considerado trivial esta acción, sin molestarse en
repararla.)
En general, a Doce no le cuesta decir la verdad. Puede, pues,
suponerse que habrá de decirla en todos los asuntos grandes
y de importancia, aunque no siempre en los de menor enver-
gadura. Doce admite que hay ocasiones en que es necesario

141
El niño de 11 y 12 años

mentir; por ejemplo, para proteger a alguna persona. Según


Doce, se puede mentir si hay para ello una buena razón.
Uno de los rasgos más positivos del crecimiento de Doce
es el de que junto con la tendencia a decir la verdad presenta
la de aceptar su culpa, aunque de ningún modo procura hacer-
se el mártir cargando con las faltas ajenas. Doce declara que
jamás permitiría que un hermano o un amigo fuesen acusados
injustamente, pero en caso de ser culpables «dejaría que paga-
ran su culpa». Generalmente trata de ser justo.
Doce ya no discute por el gusto de discutir como a los once
años. Á esta edad trataba de salirse con la suya y de probar a
toda costa que su madre estaba equivocada; actualmente dis-
cute para defender una causa dada, especialmente cuando
cree que es justa. Pero incluso en medio de una discusión es
capaz de mostrarse cortés con sus padres. Esto no quiere
decir que Doce no tenga ideas fijas y no le cueste atender a las
razones de los demás. Y si bien puede convencerse, es proba-
ble que considere que sus padres, más que convenciéndole,
están ordenándole.
Doce ha hecho más amplia su tolerancia con respecto a las
palabrotas y la bebida. Parecería como si sintiese que, en su
justa medida, todo merece un lugar en el mundo. Así, no tiene
ningún reparo en decir palabrotas cuando se enoja. Pero con-
sidera que los padres no deben decirlas delante de los hijos.
Cree que no constituye un buen ejemplo para los niños, sien-
do éstos tan influenciables.
Doce controla el engaño y el robo mucho mejor que Once.
Doce, especialmente si es varón, puede hacer trampas en los
juegos o en los exámenes, pero posteriormente, si considera
que su mala acción es grave, suele tratar de reparar el daño
infligido. (Pero las trampas en los juegos de naipes y en los de
salón a menudo forman parte del mismo juego, consistiendo
éste en ver quién las hace con mayor habilidad.) A veces decla-

142
El niño de 12 años

ra que algunos amigos suyos su!elen apoderarse de distintos


artículos en las tiendas, tanto po,” su valor intrínseco como por
el placer de sacarlos. Algunos nific>s parecen abrigar una vaci-
lante admiración por estos ratero:3; pero la mayoría no parece
sentirse tentada a hacerlo.

9. Imagen del mundo

Tiempo y espacio

A Doce no le resulta fácil de*finir el tiempo, probablemente por-


que ya vislumbra ciertos conceptos «que erstán más allá de sus
posibilidades de expresión. Doce pie nsa e:n la combinación de
persona y lugar, el tiempo que una p ersona debe permanecer
en determinado lugar, el tiermpo en que debe partir. O bien conci-
be el tiempo como «la duración de las c osas». En otras palabras,
el tiempo es una medida, e»s «aquello c:on que se mide la vida».
Doce no pasa por altc, el «movimie nto perpetuo» o «conti-
nuo» del tiempo, pero de: sea consolidar el concepto del tiempo
jalonando su marcha. A ¡menudo habla de «períodos de tiem-
po». El tiempo es el «tra nscurso de cies to período» o el movi-
miento «de un período a otro». La gente> «se sirve del tiempo
para hacer un período», aunque «el tiemy9o es algo que nunca
empezó y nunca termin: ará». Este último constituye un amplio
concepto del tiempo st 1mamente evolucionado. También se
puede enfocar desde ot: o ángulo, concibiéndolo como «la dura-
ción total de la vida ssobore la tierra». El espacio y el lugar pue-
den hallarse íntimarrien'te vinculados con el tiempo. Los niños
pueden definir un pezrío«Jo como «un espacio de momentos».
Doce administr a bien su tiempo. Claro está que todavía
tiene sus «marato nes» , pero éstas no son la norma. Al igual
que un año antes, sien te el contraste entre el lento transcurso

143
El niño de 11 y 12 años

del tiempo cuando responde: frzmocionalmente ante la muerte


de alguien, y la velocidad ccin que pasa cuando está de paseo
o va a un parque de divers' ones. En general, el transcurso del
tiempo no suele hacérsele .interminable porque lo llena de acti-
vidades y a menudo lo 'tiene organizado en fracciones que
administra juiciosamente .
Doce trata valienterriente de expresar su idea de espacio.
Muchos lo conciben 'todéavía simplemente como «la nada
vacía» O como un «esp acic) abierto sin nada dentro». Y no obs-
tante, Doce preferiría adjuddicarle cierto contenido al espacio,
al igual que al resto de sus conceptos y acciones. Si por él
fuera lo llenaría de «aire» aunque puede dudar entre el «aire o
nada». Cuando piensa en el espacio, tiende a mirar hacia arri-
ba y lo ubica «allá e:n el cielo». O va más lejos aún, pensando
en una «atmósfera exteri or, fuera clel universo». En todo caso,
el espacio es «algo con algo dentro», aun cuando sea «algo
vacío».
Doce no sólo habla «Jel espacio, sino que también lo expe-
rimenta. De este modo , puede refe rirse a él diciendo «lo que
vemos continuamente». o «donde vivimos, dormimos, come-
mos o morimos». O bien puede ex perimentar la maravilla, el
terror y la infinitud de | espacio. El Fiaber estado al borde del
Gran Cañón puede inapresionarle ta n profundamente, que no
encuentre palabras para narrar su experiencia. Un niño de
doce años expresó /Je esta manera . su idea del espacio: «¡Es
tan grande, tan maravilloso! Si uno pi 1cliera caminar por el aire
podría caminar trillones de kilómetros sin llegar nunca a ningu-
na parte, como si estuviera siempre ten el mismo lugar. Esto
me hace sentirme rarísimo, pequeñc» pe ro al mismo tiempo
maravilloso».
Tanto el espacio inmediato como «2l más alejado se hallan
bajo el control de Doce. Éste se mueve» con facilidad por la ciu-
dad, acudiendo a citas, haciendo cor npras en las tiendas, o

144
El niño de 12 años

reuniéndose con amigos. Tiene una gran facilidad para dar con
el camino correcto en los lugares desconocidos y sabe que lo
mejor es preguntarle a un agente de policía cuando uno se ve
en dificultades. Ya ha experimentado el desconcierto que supo-
ne andar en la dirección exactamente contraria a la que uno se
proponía.
Los viajes a grandes distancias, especialmente de noche,
ejercen una gran atracción sobre Doce. Puede gustarle ir solo
y aun efectuar trasbordos de trenes o autobuses por sí mismo.
Conoce la existencia de la guía del caminante. Y sabe que no
tiene por qué sentirse perdido o inquieto. Una vez que llega a
destino sano y salvo, cumplida ya la empresa propuesta, suele
olvidarse de avisar a su familia de que ha llegado.

La muerte y Dios

Aunque a cierto número de niños no les preocupa demasiado


la muerte, muchos comienzan a interrogarse al respecto. Al-
gunos la temen y tiemblan con su solo pensamiento, pero
muchos declaran que ya no le tienen más miedo. Aquellos que
todavía la temen pueden desear que la muerte les sobrevenga
durante el sueño o que los mate un frío intenso, dejándolos
helados. Aunque puede no gustarles pensar en ello, todavía
reconocen que todo el mundo debe morir tarde o temprano.
Doce racionaliza este conocimiento declarando que si uno no
muriera habría demasiada gente en el mundo. O bien, puesto
que saben que nunca sabrán responder al interrogante de la
muerte, prefieren dejar el problema a los filósofos.
Pero los hay incluso que prefieren elaborar sus propias res-
puestas acerca de la vida extraterrena y pensar en lo que sien-
ten. Doce tiene momentos de verdadera meditación, en que
levanta la vista hacia el cielo y se formula preguntas. ¿Qué

145
El niño de 11 y 12 años

pasará cuando uno muera? ¿Se seguirá viviendo o se acabará


todo? Los menos inquisitivos suelen aceptar lo que les ense-
ñan los padres o la iglesia, esto es, que si son buenos van al
cielo y si son malos al infierno. Pero lo del cielo «parece algo
tonto» a cierto número de niños. Muchos sienten que existe
una fuerte relación entre la forma en que se actúa cuando uno
está vivo y lo que sucede después de la muerte. Otros en
cambio no la sienten; a éstos les preocupa más la muerte
como conclusión de esta vida, como fin, incluso, de toda me-
moria de lo que ha sucedido en la vida terrena, y piensan en la
posibilidad de iniciar una nueva vida después de la muerte.
Creen que el ser individual nace de nuevo y retorna a la tierra
como otra persona. Un niño declaró que le gustaría volver a la
tierra reencarnado en César.
En algunos niños existe, a esta edad, una verdadera preo-
cupación de orden religioso. Doce vuelve la vista sobre épocas
anteriores en que no creía, en que aquello no le interesaba.
Pero actualmente se formula una cantidad de interrogantes al
respecto que ya viene planteandose desde hace un año. Doce
revela un gran escepticismo, pero éste refleja en parte, más
que desinterés, la atracción que estos problemas ejercen sobre
Doce. En efecto, a menudo no le es posible llegar a ninguna
conclusión definida. Doce exclama: «No sé lo que creo», pero
aun así es posible que pase largos ratos pensando en Dios y la
religión. A menudo sus conceptos son sumamente vagos,
«Algo imposible de explicar», «Algo que creen los hombres», o
simplemente «Creo que Él está allí, en la mente de uno».
Algunos demuestran un razonamiento más incisivo: «Tiene que
haber alguien controlando todo». Es difícil definir lo que es
Dios «mitad hombre, mitad espíritu», «mitad espíritu, mitad
idea» O «una especie de idea». Para Doce, no se trata de un
ser pasivo, «Dios gobierna, controla, ejerce poder, juzga».
Pero Doce no cree que siempre lo esté observando, pues su

146
El niño de 12 años

razón le dice que esto sería imposible puesto que Él tiene tanto
que hacer. Doce no siempre está seguro de la forma en que
sus creencias religiosas inciden sobre su vida. Sabe que sus
pensamientos religiosos engendran «buenos sentimientos».
También tiene cierta idea de la forma en que Dios querría que él
se portase. Cree que las plegarias ayudan «cuando uno está en
un lio» o «en momentos críticos», como por ejemplo la entrega
de las notas, la elección de una suerte, la recuperación de una
pelota perdida, etc.
También los hay que no creen en absoluto en todo esto,
pero constituyen una pequeña minoría. No obstante, son cons-
cientes de lo que piensan sus amigos, de sus ideas y de lo
mucho que se preocupan por la religión.

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Este libro, junto con los otros seis que forman parte de la
serie, es ya todo un clásico en la materia. Objeto de múl-
tiples reediciones, los años pasados desde su publicación
no han impedido que siga describiendo con excepcional
precisión y gran riqueza la conducta infantil en ESETES
comprendidas entre los 11 y los 12 años: su comporta-
miento general, el cuidado personal y las rutinas, las emo-
ciones, el desarrollo del yo, las relaciones interpersonales,
las actividades y los intereses, la vida escolar, el sentido
ético, la imagen del mundo...
El niño, en estas edades, comienza a manifestar formas
desusadas de afirmación de su personalidad, de curiosi-
dad y de sociabilidad. Es inquieto y charlatán y se mueve
constantemente. No le desagrada estar tranquilo de vez
en cuando, pero por lo general le gusta andar de un lado
a otro. Cada día formula más preguntas sobre los adultos,
pues ya ve cercano el tiempo en que él mismo habrá de
ser uno de ellos. No le gusta estar solo y acude a toda
suerte de artimañas para explorar las relaciones interper-
sonales con sus padres y camaradas.
A IS So) indispensable para padres,
maestros, psicólogos y pediatras, que les ayudará a i
mentar sus conocimientos y favorecer la educación d
niños comprendidos en esa franja de edades.

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