4-Cuento Tradicional
4-Cuento Tradicional
Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque.
A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y
peligroso que amenazaba con comérselos.
Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno
construyera una casa para estar más protegidos.
El cerdito más pequeño, que era muy perezoso, decidió que su casa sería de
paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén,
construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se fue a jugar.
El cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco
tenía muchas ganas de trabajar.
Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así que se
internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para construir las
paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se
fue a charlar con otros animales.
– Pues sí. ¡Vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla en un
periquete. Nuestras casas han quedado fenomenal y son tan válidas como la
suya.
Cada cerdito se fue a vivir a su propio hogar. Todo parecía tranquilo hasta
que una mañana, el más pequeño que estaba jugando en un charco de
barro, vio aparecer entre los arbustos al temible lobo. El pobre cochino
empezó a correr y se refugió en su recién estrenada casita de paja. Cerró la
puerta y respiró aliviado. Pero desde dentro oyó que el lobo gritaba:
El temible lobo llegó y por más que sopló, no pudo mover ni un solo ladrillo de
las paredes. ¡Era una casa muy resistente! Aun así, no se dio por vencido y
buscó un hueco por el que poder entrar.
Era una preciosa mañana de verano en el estanque. Todos los animales que allí
vivían se sentían felices bajo el cálido sol, en especial una pata que de un
momento a otro, esperaba que sus patitos vinieran al mundo.
– ¡Pero qué preciosos son, hijos míos! – exclamó la orgullosa madre-. Así de
lindos me los había imaginado.
Sólo faltaba un pollito por salir. Se ve que no era tan hábil y le costaba
romper el cascarón con su pequeño pico. Al final también él consiguió estirar
el cuello y asomar su enorme cabeza fuera del cascarón.
-¡Tú no puedes ser mi hijo! ¿De dónde habrá salido este huevo? – le increpó –
¡Vete de aquí, impostor!
Durante días, el patito deambuló de un lado para otro sin saber a dónde ir.
Todos los animales con los que se iba encontrando le rechazaban y nadie
quería ser su amigo.
Durante quince días y quince noches vagó por el campo y comió lo poco
que pudo encontrar. Ya no sabía qué hacer ni a donde dirigirse. Nadie le
quería y se sentía muy desdichado.
¡Pero un día su suerte cambió! Llegó por casualidad a una laguna de aguas
cristalinas y allí, deslizándose sobre la superficie, vio una familia de
preciosos cisnes. Unos eran blancos, otros negros, pero todos esbeltos y
majestuosos. Nunca había visto animales tan bellos. Un poco avergonzado,
alzó la voz y les dijo:
-¡Claro que sí! Aquí eres bienvenido. ¡Eres uno de los nuestros! – dijo uno que
parecía ser el más anciano.
¡Su corazón saltaba de alegría! Nunca había vivido un momento tan mágico.
Comprendió que nunca había sido un patito feo, sino que había nacido cisne y
ahora lucía en todo su esplendor.
Y feliz, muy feliz, el pato que era cisne, se metió en la laguna y compartió el
paseo con aquellos que le querían de verdad.