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4-Cuento Tradicional

Cuento infantil
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LOS TRES CERDITOS

Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque.

A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y
peligroso que amenazaba con comérselos.

Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno
construyera una casa para estar más protegidos.

El cerdito más pequeño, que era muy perezoso, decidió que su casa sería de
paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén,
construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se fue a jugar.

– ¡Ya no le temo al lobo feroz! – Le dijo a sus hermanos.

El cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco
tenía muchas ganas de trabajar.

Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así que se
internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para construir las
paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se
fue a charlar con otros animales.

– ¡Qué bien! Yo tampoco le temo ya al lobo feroz – comentó a todos aquellos


con los que se iba encontrando.
El mayor de los hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas.
Quería hacer una casa confortable pero sobre todo indestructible, así que
fue a la ciudad, compró ladrillos y cemento, y comenzó a construir su nueva
vivienda. Día tras día, el cerdito se esforzó en hacer la mejor casa posible.

Sus hermanos no entendían para qué se tomaba tantas molestias.

– ¡Mira a nuestro hermano! – le decía el cerdito pequeño al mediano – Se pasa


el día trabajando en vez de venir a jugar con nosotros.

– Pues sí. ¡Vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla en un
periquete. Nuestras casas han quedado fenomenal y son tan válidas como la
suya.

El cerdito mayor, les escuchó.

– Bueno, cuando venga el lobo veremos quién ha sido el más responsable y


listo de los tres – les dijo a modo de advertencia.

Tardó varias semanas y le resultó un trabajo agotador, pero sin duda el


esfuerzo mereció la pena. Cuando la casa de ladrillo estuvo terminada, el
mayor de los hermanos se sintió orgulloso y se sentó a contemplarla
mientras tomaba una refrescante limonada.

– ¡Qué bien ha quedado mi casa! Ni un huracán podrá con ella.

Cada cerdito se fue a vivir a su propio hogar. Todo parecía tranquilo hasta
que una mañana, el más pequeño que estaba jugando en un charco de
barro, vio aparecer entre los arbustos al temible lobo. El pobre cochino
empezó a correr y se refugió en su recién estrenada casita de paja. Cerró la
puerta y respiró aliviado. Pero desde dentro oyó que el lobo gritaba:

– ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!

Y tal como lo dijo, comenzó a soplar y la casita de paja se desmoronó. El


cerdito, aterrorizado, salió corriendo hacia casa de su hermano mediano y
ambos se refugiaron allí. Pero el lobo apareció al cabo de unos segundos y
gritó:

– ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!


Sopló tan fuerte que la estructura de madera empezó a moverse y al final
todos los troncos que formaban la casa se cayeron y comenzaron a rodar
ladera abajo. Los hermanos, desesperados, huyeron a gran velocidad y
llamaron a la puerta de su hermano mayor, quien les abrió y les hizo pasar,
cerrando la puerta con llave.

– Tranquilos, chicos, aquí estaréis bien. El lobo no podrá destrozar mi casa.

El temible lobo llegó y por más que sopló, no pudo mover ni un solo ladrillo de
las paredes. ¡Era una casa muy resistente! Aun así, no se dio por vencido y
buscó un hueco por el que poder entrar.

En la parte trasera de la casa había un árbol centenario. El lobo subió por él y


de un salto, se plantó en el tejado y de ahí saltó hasta la chimenea. Se
deslizó por ella para entrar en la casa pero cayó sobre una enorme olla de
caldo que se estaba calentado al fuego. La quemadura fue tan grande que
pegó un aullido desgarrador y salió disparado de nuevo al tejado. Con la cola
enrojecida, huyó para nunca más volver.

– ¿Vieron lo que ha sucedido? – regañó el cerdito mayor a sus hermanos –Hay


que pensar las cosas antes de hacerlas. Primero está la obligación y luego la
diversión. Espero que hayan aprendido la lección.

¡Y desde luego que lo hicieron! A partir de ese día se volvieron más


responsables, construyeron una casa de ladrillo y cemento como la de su
sabio hermano mayor y vivieron felices y tranquilos para siempre.
EL PATITO FEO

Adaptación del cuento de Hans C. Andersen

Era una preciosa mañana de verano en el estanque. Todos los animales que allí
vivían se sentían felices bajo el cálido sol, en especial una pata que de un
momento a otro, esperaba que sus patitos vinieran al mundo.

– ¡Hace un día maravilloso!– pensaba la pata mientras reposaba sobre los


huevos para darles calor-. Sería ideal que hoy nacieran mis hijitos. Estoy
deseando verlos porque seguro que serán los más bonitos del mundo. A media
tarde, cuando todo el campo estaba en silencio, se oyeron unos crujidos que
despertaron a la futura madre.

¡Sí, había llegado la hora! Los cascarones comenzaron a romperse y, muy


despacio, fueron asomando una a una las cabecitas de los pollitos.

– ¡Pero qué preciosos son, hijos míos! – exclamó la orgullosa madre-. Así de
lindos me los había imaginado.
Sólo faltaba un pollito por salir. Se ve que no era tan hábil y le costaba
romper el cascarón con su pequeño pico. Al final también él consiguió estirar
el cuello y asomar su enorme cabeza fuera del cascarón.

– ¡Mami, mami! – dijo el extraño pollito con voz chillona.

¡La pata, cuando le vio, se quedó espantada! No era un patito amarillo y


regordete como los demás, sino un pato grande, gordo y negro que no se
parecía nada a sus hermanos.

-¡Tú no puedes ser mi hijo! ¿De dónde habrá salido este huevo? – le increpó –
¡Vete de aquí, impostor!

Y el pobre patito, con la cabeza gacha, se alejó del estanque mientras de


fondo oía las risas de sus hermanos, burlándose de él.

Durante días, el patito deambuló de un lado para otro sin saber a dónde ir.
Todos los animales con los que se iba encontrando le rechazaban y nadie
quería ser su amigo.

Durante quince días y quince noches vagó por el campo y comió lo poco
que pudo encontrar. Ya no sabía qué hacer ni a donde dirigirse. Nadie le
quería y se sentía muy desdichado.

¡Pero un día su suerte cambió! Llegó por casualidad a una laguna de aguas
cristalinas y allí, deslizándose sobre la superficie, vio una familia de
preciosos cisnes. Unos eran blancos, otros negros, pero todos esbeltos y
majestuosos. Nunca había visto animales tan bellos. Un poco avergonzado,
alzó la voz y les dijo:

– ¡Hola! ¿Puedo darme un chapuzón en vuestra laguna? Llevo días caminando y


necesito refrescarme un poco.

-¡Claro que sí! Aquí eres bienvenido. ¡Eres uno de los nuestros! – dijo uno que
parecía ser el más anciano.

– ¿Uno de los suyos? No entiendo.

– Sí, uno de los nuestros. ¿Acaso no conoces tu propio aspecto? Agáchate y


mírate en el agua. Hoy está tan limpia que parece un espejo.
Y así hizo el patito. Se inclinó sobre la orilla y… ¡No se lo podía creer! Lo que
vio le dejó boquiabierto. Ya no era un pato despeinado y chato, sino que en los
últimos días se había transformado en un hermoso cisne negro de largo cuello
y bello plumaje.

¡Su corazón saltaba de alegría! Nunca había vivido un momento tan mágico.
Comprendió que nunca había sido un patito feo, sino que había nacido cisne y
ahora lucía en todo su esplendor.

– Únete a nosotros – le invitaron sus nuevos amigos –. A partir de ahora, te


cuidaremos y serás uno más de nuestro clan.

Y feliz, muy feliz, el pato que era cisne, se metió en la laguna y compartió el
paseo con aquellos que le querían de verdad.

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