En El Umbral Del Cristianismo Atención y Descreación en La Filosofía de Simone Weil. (2023) - Revista de Filosofía UCSC, 15 (2) - Httpsdoi - Org10.217032735-6353.2016.15.2.2332
En El Umbral Del Cristianismo Atención y Descreación en La Filosofía de Simone Weil. (2023) - Revista de Filosofía UCSC, 15 (2) - Httpsdoi - Org10.217032735-6353.2016.15.2.2332
Resumen
Abstract
This research focuses on the concept of “attention” through the work of Simone Weil,
in order to show the enormous importance that it entails in her doctrine. Once her
concept of “attention” is understood it is possible to understand her views concerning
school studies, love of neighbor, creation and God. It is therefore an element within
her work which would allow us to understand the key points and the constants of
her thought. But it will also help us to understand, as we will try to prove, that the
reasons why she didn’t want to enter the Catholic Church are to be found in her own
philosophy, that could not agree with or be assimilated to christian tradition.
43
ISSN 0717 - 7801
1. Introducción:
Señor,
¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer,
o sediento y te dimos de beber?
(Mt, 25,37).
44
EN EL UMBRAL DEL CRISTIANISMO: ATENCIÓN Y DESCREACIÓN EN LA FILOSOFÍA DE SIMONE WEIL.
ON THE THRESHOLD OF CHRISTIANITY: ATTENTION AND DECREATION IN THE PHILOSOPHY OF
SIMONE WEIL.
45
ISSN 0717 - 7801
divina, la rigurosidad en este tipo de temas era una obligación. Porque si es divino es
exacto y riguroso, ya que Dios no puede entregar un saber endeble. Esto lo refrenda
Weil sosteniendo que el camino de Dios al hombre es tan riguroso como el de cualquier
solución matemática. No es extraño que la astronomía y la química hayan tenido su
origen en la astrología y la alquimia respectivamente, es decir, en una atención puesta
en objetos sobrenaturales. No es raro tampoco que san Juan de la Cruz haya elaborado
un esquema casi geométrico para trazar el itinerario del alma hacia Dios. De la plenitud
de la atención religiosa pueden surgir frutos matemáticos y científicos (y en todo tipo
de estudios) y de la atención intensa de la matemática y de las ciencias puede surgir
el rendimiento sobrenatural (un pensamiento atento, la espera de Dios): ‘Pitágoras.
Únicamente esa concepción mística de la geometría pudo proporcionar el grado de
atención necesario en los inicios de esta ciencia…la plenitud de la atención no se da
más que en la atención religiosa’ (Weil 1998, p. 166)3.
Es más, debemos observar atentamente la mediocridad de un ejercicio mal
hecho, porque la conciencia de nuestra mediocridad puede ser la condición para
alcanzar la virtud de la humildad, un tesoro más precioso que cualquier progreso en
una materia. Percibir nuestra mediocridad puede ser incluso más sano que percibir
nuestra maldad. Esto porque quien se sabe malo puede sentir incluso orgullo de
aquello, obtener algún tipo de prestigio en algunos círculos sociales degradados, pero
nadie puede sentirse orgulloso de ser mediocre o estúpido.
Por todo esto es necesario alejar de los estudios la excesiva centralidad que a
veces adquieren sus rendimientos secundarios, como el éxito en la obtención de altas
calificaciones y de grados académicos. Se puede pensar perfectamente en una persona
con amplísimo éxito académico, pero que sea muy pobre en la atención del devenir de
la historia, de la belleza, del prójimo, de lo sobrenatural4.
Además, esta atención no debe pensarse como un grandísimo esfuerzo
muscular. No estamos hablando de aquella atención forzada en la cual pasamos horas
tratando de ‘concentrarnos’ y de que el estudio nos resulte provechoso. No podemos
sentirnos satisfechos de nuestro estudio simplemente porque le hemos dedicado
muchas horas al día y decirnos, contentos de nosotros mismos, ‘he trabajado bien’.
Puede que en esta atención forzada, de dientes apretados y ceño fruncido, no haya ni
un miligramo de atención auténtica, y que confundamos a ésta con el mero cansancio
físico. No porque exista mayor cansancio hay mayor atención y, por lo tanto, mayor
provecho en nuestros estudios. Puede darse incluso el caso contrario, es decir, un
estudio sin ese esfuerzo fatigoso, movido sólo por la alegría del asombro ante lo que
46
David Solís Nova
se descubre, que termine rindiendo más fruto. Un poco de esta atención deseosa y
alegre vale más que muchas horas de fatiga con esa atención muscular y llena de
‘fuerza de voluntad’. La atención es principalmente recepción, y no tanto una trabajosa
búsqueda5. ‘La inteligencia crece y proporciona sus frutos solamente en la alegría. La
alegría de aprender es tan indispensable para el estudio como la respiración para el
atleta’ (Weil 2009, p. 70).
Ahora bien ¿Por qué tendemos a dejar la atención en un lugar secundario
dentro de las riquezas que puede entregar el estudio? Porque de alguna forma intuimos
lo que una auténtica atención puede provocar: la atención es recepción, es aceptación
y, por todo ello, dejarse empapar, conmover y ‘desordenar’ por lo real. Esta atención
nos obliga a vaciarnos para recibir, para esperar. Y esto asusta al alma porque no sabe
lo que puede recibir, puede recibir algo que la transforme, algo que mate en algo su
mediocridad. No siempre estamos dispuestos a ello. Defendemos nuestra mediocridad
porque la tenemos adherida a nuestra piel y abandonarla nos da un miedo enorme,
parecido al miedo a la muerte. Y esto no es una exageración, ya que esta actitud de
recepción puede ir matando algo de nuestra pesada vida anterior y a veces preferimos
un discurrir mediocre y muerto pero que ya conocemos, antes que una novedad que
no podemos controlar. ‘Hay en la salvación una facilidad más difícil para nosotros que
todos los esfuerzos’ (Weil 2009, p. 119). La facilidad es dar consentimiento a la gracia,
lo difícil es abandonar la parte mediocre del alma.
Hay algo en nuestra alma que rechaza la verdadera atención mucho más
violentamente de lo que la carne rechaza el cansancio. Ese algo está mucho más
próximo del mal que la carne. Por eso, cuantas veces se presta verdadera atención, se
destruye algo del mal que hay en uno mismo. Si la atención se enfoca en ese sentido,
un cuarto de hora de atención es tan valioso como muchas buenas obras (Weil 2009,
p. 70).
La atención consiste en suspender el pensamiento, dejarlo vacío y penetrable
al objeto, vaciarlo para recibir todas las sinuosidades y riquezas del objeto. La causa
de todos los errores en el pensamiento es el apresuramiento de no querer esperar,
de no querer estar totalmente atento. Si eso ocurre, el objeto encuentra una forma
previa (una idea ‘construida’ por nuestra necesidad) que no lo deja entrar del todo
en esa humanidad. Un pensamiento no vacío, es decir, no atento, no está disponible
para acoger la verdad. La causa de todos los errores es esta falta de humildad, de no
esperar, de querer ser activo, de querer buscar. ‘Los bienes más preciados no deben
ser buscados, sino esperados. Pues el hombre no puede encontrarlos por sus propias
5 De hecho Weil siempre desconfió de la expresiones relacionadas con una especie de ‘búsqueda
de Dios’. Esto porque consideraba que el hombre, por sí mismo, no tiene las energías suficientes
para buscar y encontrar a Dios. Es más bien Dios quien busca al hombre (Cf. 2009, p. 84). Sobre la
relación entre la alegría, la atención y los estudios escolares, también en (Weil, 2004, p. 55).
47
ISSN 0717 - 7801
6 De igual forma se podría decir de aquellos que no tienen recompensa social alguna (publica-
nos, prostitutas, leprosos, etc.): ‘Estos ya recibieron su castigo’ (Weil 1998, p. 194).
7 No existe otra moral que la que enseñan el gran animal y sus guardianes, a no ser que ‘un
verdadero amor por la verdadera filosofía se encienda, por alguna inspiración divina, en los hijos
que ahora gobiernan o en estos mismos’ (Platón, República 499c).
48
EN EL UMBRAL DEL CRISTIANISMO: ATENCIÓN Y DESCREACIÓN EN LA FILOSOFÍA DE SIMONE WEIL.
ON THE THRESHOLD OF CHRISTIANITY: ATTENTION AND DECREATION IN THE PHILOSOPHY OF
SIMONE WEIL.
el prestigio, que es lo que ofrece el gran animal, y no con realidad, deja poco espacio
en estos hombres para que entre la gracia en sus vidas. ‘A quien poco se le perdona,
poco ama’ (Lc 7, 47). La fidelidad al ‘gran animal’, y no a la presencia del prójimo o de
la realidad, es lo propio del fariseísmo.
Antes de cualquier acción o planificación, el interés es permear nuestro
pensamiento con la realidad del otro frente a mí: ¿Cuál es tu tormento? Sin este
vaciamiento no puede entrar la gracia:
La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de
preguntar: ‘¿Cuál es tu tormento?’ Es saber que el desdichado existe, no como una
unidad más en una serie, no como ejemplar de una categoría social que porta la
etiqueta ‘desdichados’, sino como hombre, semejante en todo a nosotros, que fue un
día golpeado y marcado con la marca inimitable de la desdicha (Weil 2009, p. 72).
En todo acto de auténtico amor al prójimo ve Weil una acción de la gracia,
porque se revela en ello algo que es superior a las energías propias del hombre.
La fuente de nuestra energía moral está en el exterior, no en nosotros. Así mismo
nuestra energía material tiene su fuente en elementos externos: el alimento físico,
la respiración. Pero como lo conseguimos regularmente, creemos que esa energía
la obtenemos nosotros, que en nosotros está el principio alimentador. ‘No cabe, por
tanto, sentirse orgulloso de lo que se hace, aún cuando se trate de una maravilla’ (Weil
1998, p.93). ‘Tuve hambre y me disteis de comer’: Cada migaja de caridad dada a los
pequeños de entre los hombres es una ayuda entregada a Dios mismo. Pero ¿Quién
sino Dios puede ayudar a Dios? ¿Quién sino Cristo puede ser el benefactor de Cristo?8
Si alguien puede ayudar a Cristo por medio de la ayuda a un desdichado es porque ha
sido elevado por el mismo Cristo. Ese pan que se le da no sólo lo sacia materialmente,
sino que lo acerca a Dios mismo:
Hay que admitir entonces que es el propio benefactor, como portador de
Cristo, el que hace entrar al propio Cristo en el desdichado hambriento con el pan
que le da. El otro puede dar o no su consentimiento a esta presencia, exactamente
igual que quien comulga. Si el don es bien dado y bien recibido, el paso de un trozo de
pan de un hombre a otro es semejante a una verdadera comunión (Weil 2009, p. 88).
No deja de reconocer la filósofa que un acto de real atención es cosa muy
rara, muy difícil, en cuanto supera nuestras energías habituales. Por ello no duda en
calificar tal tipo de actos como ‘casi milagros’9. No es raro que se ayude a la persona
que sufre, lo raro es que se le preste real atención a su dolor y a su existencia.
8 Para Weil los griegos ya tenían esta sabiduría en su intuición de un 'Zeus suplicante’: la súplica
de un desdichado proviene directamente de Dios y desoírla es ofender a Dios mismo (2004, p.
94-95).
9 ‘Es más difícil de lo que un suicidio sería para un niño contento de vivir’: (Weil 2000, p. 34).
Cf. También A. Hollingsworth (2013, p. 215) donde resalta la condición contradictoria (posible-
imposible) de la compasión en el pensamiento de Weil. Para ella la contradicción no es un defecto
necesariamente si se ofrece a una mirada atenta.
49
ISSN 0717 - 7801
Este criterio de sobrenaturalidad con la que Weil mira los actos de atención
auténtica se debe a que ella considera que van en contra de lo que propiamente ocurre
en las leyes de la naturaleza, es decir, en su filosofía la naturaleza está gobernada
por un mecanismo ciego, del cual el hombre con sus solas fuerzas no puede escapar.
Este mecanismo ciego nos empuja a que utilicemos de toda la fuerza y del poder que
disponemos. Si posee poder, éste se utiliza. Restarse y sustraerse poder es algo que
va contra este mecanismo ciego que es la gravedad. Tratar de ir contra corriente a
este mecanismo (como sucede en los actos de caridad verdadera) con nuestras solas
fuerzas sería algo tan absurdo como si un hombre que se ahoga intentara salvarse
tirándose de su cabellera, o como si una vaca intentara soltarse de la brida tirando de
ella (movimiento sin sentido que no haría otra cosa que hacerla caer). La energía que
nos puede redimir en ambos casos debe venir de afuera, de una fuerza exterior.
Uno de los mayores niveles de conciencia sobre este estado de cosas, sobre
esta gravedad que pesa en toda la naturaleza, la encuentra Simone Weil en los griegos.
Hay en su tragedia, en su arte y en su historia una aceptación de la necesidad carente
de todo tipo de autoengaños y de ilusiones distorsionadoras10. Por ello muestra, como
máxima ejemplificación de este grado de conciencia y aceptación, un trecho de una
obra de Tucídides (1986, p. 311), en la cual se relata el suceso en que los generales
atenienses y su ejército se encuentran dispuestos a invadir la pequeña isla de Melos.
En un diálogo entre los atenienses y los principales de la isla, estos últimos piden no
ser invadidos y exigen se les respete en nombre de la justicia. Los generales atenienses
respondieron: la justicia tiene sentido entre iguales, pero cuando uno es superior en
fuerzas y otro inferior, lo natural es que el superior haga valer su fuerza. Esta es la ley
natural de la gravedad, esto es lo que siempre pasa al nivel de la naturaleza. ‘La bestia
es la dueña aquí abajo’ (Weil 1957, p. 194). Los atenienses finalmente arrasaron con
la isla.
El que no aplica su fuerza sobre aquel desdichado que carece de toda
posibilidad de defenderse abre una grieta dentro del dominio de la gravedad. Y por esa
fisura puede entrar la gracia. Pero es la propia gracia a su vez quien entregó la energía
para poder abrir esa fisura. Es Dios buscando a Dios. La gravedad es expansiva, donde
puede hacerse sentir, lo hace: como el gas que tiende a ocupar todos los espacios de
que dispone. Pero aquí se nos presenta una fuerza que se contrae, que retrocede,
que se vacía de sí, que deja de actuar para que aparezca la presencia del prójimo. El
auténtico amor al prójimo, por lo tanto, es un retirar mi poder, mi estatus y todo lo
10 Para este tema hay que revisar sobre todo su ensayo ‘La Iliada o el poema de la fuerza’, que se
encuentra dentro de su libro La fuente griega. Aunque, como decíamos, hay expresiones de esta
idea de fuerza, gravedad, poder, ‘gran animal’, etc., desde sus primeras obras sobre la condición
obrera hasta sus escritos de Londres ya en su lecho de muerte. Sobre la particular traducción
de Weil a la ‘Ilíada’ ver M. Rybakova: “Imagination versus Atention: Simone Weil Translating the
‘Iliad’” Arion 15 (2007, p. 29-36).
50
David Solís Nova
que yo puedo lanzar sobre el otro para opacarlo, para que no adquiera su lugar de ser
existente. Amar al prójimo es un acto de atención en primer lugar, antes que un acto
de solidaridad material, porque es vaciamiento y permeabilidad a lo real.
Cada vez más Weil va ampliando los frutos de la atención cuando sostiene
que esta retirada de la fuerza, este vaciamiento, es casi un acto de creación. En efecto,
el desdichado, por ejemplo, ha visto cómo su condición de hombre se ha reducido a
objeto a sus ojos y a los ojos de los demás, aunque esto no sea así efectivamente, pues
nunca podría perder su valor como persona. Pero es un hecho que lo ha perdido frente
al mundo y ante su conciencia. La prueba está en que todos pasan por su lado a pesar
de estar magullado y herido. Yace a la orilla del camino como una carne herida y sin
energía, sin prestigio alguno11. Se ha hecho invisible, como muy bien lo recalca una
canción popular española: ‘el que quiera volverse invisible no tiene medio más seguro
que hacerse pobre’. Este es el mecanismo de la gravedad a la cual todos estamos
sometidos. De ahí el carácter sobrenatural de la caridad:
Aquel que trata como iguales a quienes la relación de fuerzas coloca muy por
debajo de él, les hace realmente el don de la condición de seres humanos, de la que la
suerte les privaba. Reproduce a su nivel, en la medida en que tal cosa es posible para
una criatura, la generosidad original del creador (Weil 2009, p. 91).
La atención puesta en el desdichado lo trae al ser nuevamente, le da la
posibilidad de sacarlo de su condición de invisibilidad. Es en este sentido en que el
amor al prójimo es un acto creador. Y esto mismo es lo que Dios ha hecho al crear el
mundo. Ha puesto atención a lo que no existía y le ha dado el ser, es decir, el acto divino
de la creación, es un acto de retirada, de renuncia a la fuerza expansiva y al poder total.
Dios se vacía de su poder para que la creación pueda existir autónomamente. Si Dios
no ejecutara esta retirada, su poder invadiría todo. Como el sol: si estuviese encima de
la tierra, ésta no podría existir con autonomía alguna. El sol engulliría todas nuestras
posibilidades de existencia. Por lo tanto el ‘abandono’ del mundo, la distancia entre el
mundo y Dios, no es un olvido o una ‘desidia divina’: es el sacrificio que Dios hace para
que podamos existir. El sacrificio de Dios de no tener todo el poder, este vaciamiento
es el que le puede otorgar el poder a la naturaleza, su autonomía, la posibilidad de una
ley (una gravedad, un mecanismo propio) que la gobierne. Sin esta retirada, todo sería
Dios, Dios sería todo:
Es Dios quien por amor se retira de nosotros con el fin de que podamos
amarle. Porque si estuviéramos expuestos a la irradiación directa de su amor sin la
protección del espacio, del tiempo y de la materia, nos evaporaríamos como el agua
11 Cristo mismo, según Weil, fue abandonado por todos en la cruz, pues pese a su pureza, ya no
tenía prestigio alguno. Sólo logran reunirse los discípulos tras la resurrección, es decir, tras la
recuperación del prestigio de Cristo: ‘Es así para la historia. Los vencidos escapan a la atención.
Los vencidos desaparecen. No son nada’ (1954b, p. 221-222).
51
ISSN 0717 - 7801
12 Esto coincide con la concepción que Simone Weil tiene de la amistad entre los hombres. La
amistad, si es verdadera, respeta la autonomía del ser amado a pesar de necesitarlo con todo su
ser. Sin esa retirada, no adquiriría real autonomía. Piénsese en ese amor de padres que ahoga la
individualidad de los hijos dando como excusa el mucho amor que sienten por ellos; o lo que su-
cede en algunos casos patológicos de amor de pareja donde se produce este ahogo, este no dejar
ser al otro, opacando toda su originalidad. En ambos casos no hay verdadera amistad. ‘Cuando un
ser humano está vinculado a otro por un lazo afectivo que conlleva en algún grado la necesidad,
es imposible que desee la conservación de la autonomía a la vez en sí mismo y en el otro. Imposi-
ble en virtud de los mecanismos de la naturaleza. Pero posible por la intervención milagrosa de
lo sobrenatural. Este milagro es la amistad’ (Weil 2009, p. 124) ‘La amistad es el milagro por el
cual un ser humano acepta mirar a distancia y sin aproximarse al ser que les es necesario como
el alimento’ (Weil 2009, p. 125).
52
EN EL UMBRAL DEL CRISTIANISMO: ATENCIÓN Y DESCREACIÓN EN LA FILOSOFÍA DE SIMONE WEIL.
ON THE THRESHOLD OF CHRISTIANITY: ATTENTION AND DECREATION IN THE PHILOSOPHY OF
SIMONE WEIL.
todo. Nosotros debemos renunciar a ser algo. Es el único bien para nosotros’ (1998,
p. 82). En este sentido somos co-creadores: atraemos el amor sobrenatural de Dios
al mundo cada vez que nos des-creamos. Hacemos que el mundo tenga más realidad,
pues hemos dejado espacio para que Dios aparezca.
Dios no puede querer de nosotros más que ese acceder a retirarnos para que
le dejemos pasar, igual que él, creador, se retiró para dejarnos ser. El sentido de esta
doble operación no es otro que el amor, como la paga que el padre le da al hijo para
que luego éste se permita hacerle un regalo a él el día de su cumpleaños. Dios, que no
es más que amor, no creó más que amor (Weil 1998, p. 87).
Ser menos para que Dios pueda ser más en este pedazo de mundo. Este
es el único bien del hombre. No usar el poder para que sea el poder de Dios el que
actúe. Perder mi ser para que sea el ser de Dios el que se manifieste. ‘A medida que me
voy convirtiendo en nada, Dios se ama a través mío’ (Weil 1998, p. 82). ‘Váyame yo, e
intercambien sus secretos el creador y la criatura’ (Weil 1998, p. 88). Es un efecto de
palanca: bajar para subir. Renunciar a las fuerzas propias para que sea la fuerza de la
gracia quien nos eleve. En su flaqueza, dolor e impotencia, Dios mostró todo su poder
y amor13. ‘Por esa razón la cruz es una balanza en la que un cuerpo endeble y flaco, que
sin embargo era Dios, levantó el peso del mundo entero. ‘Dadme un punto de apoyo, y
levantaré el mundo’. Este punto de apoyo es la cruz’ (Weil 1998, p. 132).
La religiones que tienen experiencia de este Dios que se hace débil, que
renuncia voluntariamente a su poder por amor, son las verdaderas religiones.
Por ejemplo el cristianismo: Dios acepta la condición de un hombre humilde para
mostrarse al mundo. Incluso acepta dejarse someter a la gravedad, al tiempo, a la
muerte, la decepción, el dolor, etc. Llega incluso a renunciar a todo prestigio social (la
recompensa que entrega la opinión pública: ‘el gran animal’) muriendo la muerte del
mal siervo:
El Cristo que cura a los enfermos, resucita a los muertos, etc., representa la
parte humilde, humana, casi baja de su misión. La parte sobrenatural la constituye el
sudor de sangre, el deseo insatisfecho de deseos humanos, la súplica por salvarse, el
sentimiento de abandono de Dios… ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’
Esa es la auténtica prueba de que el cristianismo es algo divino (Weil 1998, p. 127).
Si Dios ha querido morir en la cruz fue porque quiso estar presente con
su amor incluso en el lugar más alejado de Dios: donde morían los criminales más
despreciables con la muerte más abyecta. Allí no hay ni una pequeña luz de prestigio
social ni virtudes públicas. Es la desnudez de cualquier justificación que pudiese
endulzar la mecánica del mundo. Dios ha tenido que cruzar toda la espesura del
13 Cf. ‘Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado’ (Lc 14,
11). ‘Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte’ (2 Corintios 12, 10).
53
ISSN 0717 - 7801
universo para llegar hasta la cruz14. El universo mismo es esta distancia entre el cielo
y la cruz, es decir, la creación entera es la vibración del amor de Dios buscando a Dios.
Así como en la Trinidad hay una cercanía entre Dios y Dios, en la creación Dios acepta
distanciarse de sí, vaciarse de sí para que el universo tenga existencia. Pero a pesar
de esta distancia (cielo-cruz), esta creación se mantiene unida gracias a la virtud
unificadora del amor del Padre que cruza todo el universo para buscar a su Hijo. Este
amor unificador es el Espíritu Santo. ‘Este universo en el que vivimos y del que somos
una parcela es la distancia establecida por el amor divino entre Dios y Dios. Somos un
punto de esa distancia. El espacio, el tiempo y el mecanismo que gobierna la materia
son esa distancia’ (Weil 2009, p. 81).
Por lo tanto, lo que une a la atención con los estudios escolares, con la oración,
con el amor al prójimo y nada menos que con la creación, es este vaciamiento de sí
que la pensadora ha llamado ‘descreación’. Sin este vaciamiento no puede surgir nada
nuevo. Es más, la creación artística se ve también fundamentada por esta atención: es
el vaciamiento para que algo que no existía empiece a existir. Toda creación consiste
en prestar atención a algo que no existe.
También hay que cuidar de no confundir el verdadero amor al prójimo con
los actos que hacen del desdichado sólo una ‘oportunidad’ de hacer el bien. Pues ahí
no hay acto creador, no hay verdadera atención. El desdichado sigue siendo un objeto,
un medio para colmarme de prestigio o de autocomplacencia. No hay ‘descreación’
alguna para hacerlo visible y presente. También hay que cuidarse de todas aquellas
justificaciones que subrayan que cada acto caritativo se hace principalmente ‘por amor
a Dios’. Esto puede ser engañoso, pues si apenas tenemos una facultad de atención para
fijarnos en esa carne sufriente, menos facultad tendremos para prestarle atención a
Dios en el desdichado. Como dijimos, la gracia está presente en el amor al prójimo,
pero esta presencia debe permanecer en lo secreto de nuestra conciencia. En toda
unión nupcial (en este caso, la gracia de Dios y el prójimo auxiliado) debe conservarse
el pudor.
54
David Solís Nova
nuestra a rechazar este vacío y colmarlo antes de tiempo. Es más, colmamos tal vacío
para no tener contacto con el mundo real, con el ser humano real, con el Dios real. Por
muy áspera que sea la realidad que adviene a nuestra experiencia, sostiene la filósofa,
es mucho mejor que las ilusiones que puede crear el hombre aunque anestesien esa
aspereza. ‘Todos los pecados son intentos de colmar vacíos’ (Weil 1998, p. 72)15.
Como decíamos, todo lo creado está sometido a la gravedad. ‘Dios ha confiado todos
los fenómenos sin excepción a la mecánica del mundo’ (1998, p. 143). La fisura se abre
sólo cuando el hombre se ‘descrea’ imitando a su nivel el acto creador de Dios. Sólo esta
fisura abre la posibilidad de que entre la gracia a la gravedad, aunque también es muy
posible que no llegue, porque no se la puede obligar a venir. ‘El vacío’, el ‘abandono de
Dios’ es parte de la creación, es decir, de la retirada de Dios: sin esta retirada el mundo
no tendría su existencia ni su autonomía. Por ello Weil sostiene, paradójicamente, que
Dios está presente en su ausencia. Gracias a esa ausencia, existimos. ‘Dios sólo puede
estar presente en la creación en forma de ausencia’ (Weil 1998, p. 147). Cualquier
intento de negar o colmar ficticiamente ese vacío es traicionar a la realidad. Por
consecuencia, sostener este vacío, sea cual sea la respuesta de lo sobrenatural, es el
destino propiamente humano.
Su fidelidad la demostrará mirando esta situación sin mentirse, sin falsas
justificaciones o compensaciones.
El hombre sólo escapa a las leyes de este mundo por espacio de una centella.
Instantes de detenimiento, de contemplación, de intuición pura, de vacío mental, de
aceptación del vacío moral. En instantes así es capaz de lo sobrenatural. Quien por un
momento soporta el vacío, o bien obtiene el pan sobrenatural, o bien cae. El riesgo es
terrible, y hay que correrlo, e incluso exponerse a un momento sin esperanza. Pero no
hay que arrojarse a él (Weil 1998, p. 62).
Es grande el riesgo porque se acepta el vacío aunque no entregue recompensa
alguna (cae), y menos recompensas imaginarias. Se puede perfectamente permanecer
en ese vacío para siempre, pero esta vaciedad es mejor que cualquier salario y
consuelo imaginario. Sin embargo, recalca que ‘no hay que arrojarse a él’, no hay que
dejarse absorber completamente por él, pues, por mucho que lo reconozcamos con
crudo realismo, hay que dejar abierta la posibilidad del pan sobrenatural.
15 Weil reprocha permanentemente a Marx haber identificado con certeza la gravedad propia
del capitalismo, pero haber ignorado que el sistema que proponía era otra forma de gravedad y
de creación de un nuevo ‘gran animal’. Es decir, le reprocha proponer otro sistema de opresores
y oprimidos. Para Weil, Marx no entendió que de la fuerza no surge sino fuerza, más gravedad.
Sólo se puede salir de este círculo vicioso, lo dirá con claridad más tarde, con la intervención de
lo sobrenatural. De otra forma, independiente de quien sea el opresor o el oprimido, todos están
subyugados a la fuerza: ‘El poder encierra una especie de fatalidad que pesa tan implacablemen-
te sobre los que mandan como sobre los que obedecen. Más aún, en la medida en que esclaviza a
los primeros, por su intermedio, aplasta a los segundos’ (Weil 1957, p. 82).
55
ISSN 0717 - 7801
Aquel cuya alma permanece orientada hacia Dios mientras está atravesada
por un clavo, se encuentra clavado en el centro mismo del universo…Por una dimensión
que no pertenece al espacio y que no es el tiempo, por una dimensión totalmente
distinta, ese clavo ha horadado un agujero a través de la creación, en el espesor de la
barrera que separa al alma de Dios…Por esa dimensión maravillosa, el alma puede, sin
dejar el lugar y el instante en que se encuentra el cuerpo al cual está ligada, atravesar
la totalidad del espacio y el tiempo y llegar a la presencia misma de Dios…El alma se
encuentra en la intersección de la creación y el creador, que es el punto en el que se
cruzan los dos brazos de la cruz (Weil 2009, p. 85-86).
Estamos inclinados a estas ficciones colmadoras de vacíos, llenando nuestra
esperanza de futuros imaginarios que compensan nuestro vacío actual. El hombre
tiende a exigirle a su futuro todo aquello de lo que carece en su presente, lo cual termina
falsificando todo acontecer auténtico. En este sentido debemos perdonar a nuestros
deudores. Y nuestro futuro es nuestro principal deudor: cada vez que hacemos un
bien o un esfuerzo, creemos que la vida nos debe devolver un bien equivalente a ese
bien o esfuerzo. Si eso no sucede así, sentimos un desequilibrio y argumentamos en
contra de una hipotética injusticia del destino. Pero perdonar realmente a nuestros
deudores es olvidar esta noción de que el destino nos debe algo: aceptamos el vacío.
‘Condonar las deudas. Aceptar el pasado sin pedirle compensación al futuro. Detener
inmediatamente el tiempo. La aceptación de la muerte es también eso’ (Weil 1998, p.
63).
Solemos utilizar la religión también para esto. Nos elaboramos un Dios que
logre llenar todas las carencias y anestesiar todas las heridas. Esta forma prefigurada
impide que entremos en contacto con la creación y con Dios a través de ella.
Rechazar las creencias colmadoras de vacíos que endulzan las amarguras.
La de la inmortalidad. La de utilidad de los pecados: etiam pecata. La del orden
providencial de los acontecimientos –en una palabra, ‘los consuelos’ que comúnmente
se buscan en la religión (Weil 1998, p. 64).
En este sentido, Simone Weil llega a ensalzar un ‘ateísmo purificador’
en cuanto al menos este último no trata de llenar el vacío con un Dios ficticio y
esa aceptación le permite estar a la espera del verdadero Dios. En ese sentido esta
clase de ateo está más cerca de Dios que ‘el hombre de fe’ que se ha fabricado un
Dios a su medida. Cuando descubrimos que hemos creado un ‘Dios fetiche’, cuando
hemos transformado a Dios en un ídolo o en otro bien finito, es saludable negarlo,
abandonarlo: ‘cuando Dios llega a estar tan lleno de significación como el tesoro para
el avaro, repetirse intensamente que no existe…Si se ama a Dios pensando que no
existe, él hará manifiesta su existencia’ (1998, p. 66).
Todo lo que hemos dicho no significa que no pueda el hombre recibir alguna
56
EN EL UMBRAL DEL CRISTIANISMO: ATENCIÓN Y DESCREACIÓN EN LA FILOSOFÍA DE SIMONE WEIL.
ON THE THRESHOLD OF CHRISTIANITY: ATTENTION AND DECREATION IN THE PHILOSOPHY OF
SIMONE WEIL.
vez la dulzura del pan sobrenatural, lo que sostiene Simone Weil es que la precondición
para que esa dulzura llegue es la aceptación del vacío, la aceptación de la realidad
sometida a la gravedad. Ese consentimiento a la realidad, esa espera, es lo único que
yo puedo aportar. Lo que pueda suceder o no después es ‘asunto de Dios’: ‘Cuando
esto se sabe, la propia esperanza se torna inútil, pues deja de tener sentido. Lo único
que queda esperar es la gracia de no desobedecer. El resto es asunto de Dios y no nos
concierne’ (2009, p. 56). ‘No es en mí en quien debo pensar, sino en Dios. Es Dios quien
debe pensar en mí’ (2009, p. 29).
Como decíamos, la gran preocupación de la filósofa es proteger el espacio
donde pueda ingresar la gracia. ‘La imaginación trabaja continuamente tapando
todas las fisuras por donde pueda pasar la gracia’ (1998, p. 67). Sin la gracia, el único
contrapeso para el vacío y la muerte es una mentira. Esta gran ficción puede lograr
que nunca hayamos tenido real contacto con el mundo, con el prójimo y, por lo mismo,
que no hayamos tenido experiencia alguna de Dios. Esto puede desembocar en que
una vida entera haya experimentado enorme sufrimiento sin purificación alguna,
si es que ese sufrimiento ha sido envuelto en ficciones. ‘El hombre debe realizar el
acto de encarnarse, pues está desencarnado por la imaginación’ (1998, p. 97). Sólo
una desgracia aceptada, sólo la fidelidad al vacío puede esperar elevación. ‘Tratar de
amar sin imaginar. Amar la apariencia desnuda, sin interpretación. Entonces eso que
amamos es verdaderamente Dios’ (1998, p. 97).
Esta imaginación diabólica está especialmente arraigada en los intelectuales
que tienden a dar sentido al dolor, a buscarle demasiadas explicaciones. Frente al
silencio-ausencia de Dios, tienden a escuchar palabras en todos los ruidos, tal como
el que ve figuras dibujadas en todas las formas arbitrarias que van adquiriendo las
nubes. Pero este juego termina por cansar, porque la misma gravedad le va quitando
utilidad a nuestras justificaciones del dolor. Por ello Simone Weil consideraba que,
dentro de todas las injusticias que debe padecer la clase trabajadora, posee todavía un
privilegio. El trabajo manual, el cansancio físico, la labor automatizada y monótona, los
miembros sometidos a la materia del obrero y del campesino, todo el peso propio del
trabajador son también una piedra preciosa a aprovechar. Pues en el cansancio físico
ve la pensadora la forma en que la gravedad del mundo va entrando en la carne. El
universo, su vacío y su sometimiento a la ley va entrando en la vida y en los miembros
del trabajador. El intelectual tiende a aplicar una placa de ilusión sobre la realidad. El
trabajador, por su actividad, le es más difícil practicar este ilusionismo. Por eso tiene
un material de mejor calidad para comprender el orden del mundo, para aceptarlo y,
por todo lo que hemos dicho, para preparar el camino de una gracia que advenga al
mundo. ‘Quien tiene los miembros desechos por el esfuerzo de una jornada de trabajo,
es decir, de una jornada en la que ha estado sometido a la materia, lleva en su carne
57
ISSN 0717 - 7801
como una espina la realidad del universo’ (Weil 2009, p. 105). Su deber es atender y
consentir a este orden. Si lo hace, consiente a lo real, a la verdad desnuda.
Este es el inmenso privilegio que Dios ha reservado a sus pobres. Pero casi
ninguno lo sabe. No se les dice. El exceso de fatiga, la preocupación agobiante por el
dinero y la falta de verdadera cultura, les impide darse cuenta de ello. Bastaría un
pequeño cambio en su condición para abrirles el acceso a un tesoro (Weil 2009, p.
105).
Es trágico ver cómo se les niega un tesoro tan cercano y cotidiano. Los
trabajadores manuales podrían acceder a un remanso de finalidad en la belleza que
pueden observar de primera fuente en su contacto con la materia. ‘Trabajar cuando
se está agotado es volverse sumiso al tiempo, como la materia’ (Weil 1998, p. 209).
‘Mediante el trabajo el hombre se hace materia como Cristo con la Eucaristía’ (Weil
1998, p. 209)16. Ellos podrían entender mejor que nadie la Encarnación, pues ellos
como nadie conocen esta sumisión al tiempo y la gravedad. Mediante la hostia Dios se
hace materia cotidianamente para ser consumido por el hombre. Mediante el cansancio
reconocido y no imaginado, mediante la fidelidad al vacío el hombre deja espacio para
ser consumido por Dios. Sin embargo, esto está lejos de cualquier ‘compensación’ o
‘justificación’ ingenua de la situación obrera, y sabemos que la posición de Weil es que
la condición del trabajador de su tiempo no alcanzaba siquiera para aprovechar esta
riqueza del cansancio físico. El compromiso político que demostró durante su vida
demuestra esto mismo con más claridad aún.
5. Conclusiones:
En toda la obra de Simone Weil se manifiesta sin ningún disimulo una gran
admiración por la tradición católica, aunque, como hemos señalado, nunca logró
entrar formalmente en ella. En carta al padre Perrin confiesa que, considerando todo el
amor que tiene por otras tradiciones religiosas, siempre la fe católica le pareció la más
llena de luz (2009, p. 152). Y estas afirmaciones se pueden encontrar, con el mismo
tenor, en otras cartas a sus amigos cuando versan sobre su trayectoria espiritual. Junto
con Cristo, Weil siempre amó la espiritualidad genuinamente católica, los santos, la
liturgia católica, los himnos, la arquitectura, los ritos y ceremonias. ¿Por qué no pudo
aceptar el bautismo, entonces? Creemos que podemos encontrar estas razones en su
misma filosofía, en su misma línea casi inalterable de pensamiento. Por ello creemos
que este deseo de permanecer en el umbral de la Iglesia se debe a razones de probidad
58
David Solís Nova
17 Lo dice expresamente: ‘Tenía la impresión de haber nacido en su interior (en el interior del
cristianismo). Pero añadir el dogma a esta concepción de la vida sin sentirme obligada a ello por
alguna evidencia, me habría parecido una falta de probidad’ (2009, p. 39-40).
18 ‘La sola idea de pueblo elegido representa un auténtico escándalo desde el punto de vista de
Weil, ya que supone la intervención de Dios en la historia y el ejercicio de su poder a favor de una
colectividad, lo que supone rebajar la religión a la categoría de idolatría’ (Bea 1992, p. 176)
19 No podemos estar de acuerdo con Wanda Tommasi en este punto ya que ve en este concepto
59
ISSN 0717 - 7801
A una persona que conozca realmente la desdicha le costaría mucho entender que
la desgracia es el testimonio más precioso de la ternura de Dios (Weil 1995, p. 84),
le costaría mucho entender a alguien que pueda confesar el pecado de ‘envidiar la
crucifixión de Cristo’ (Weil 2009, p. 50). No quiere llegar al desprecio del mundo, pero
sus propios fundamentos filosóficos no la dejan seguir otro camino. En su pensamiento
‘la desdicha aparece como parte del orden más que como parte del desorden’20.
Por ello su concepción de atención llega a asimilarse a una destrucción
del yo, a una despersonalización, en cuanto ese poco que tenemos de existencia,
‘ese poder ilusorio de pensar en primera persona’ (Weil 2004, p. 118), es origen
del pecado y el error, ya que está completamente dominada por la ‘gravedad’: ‘La
perfección es impersonal. La persona en nosotros es la parte del error y del pecado
en nosotros’ (Weil 2000, p. 21)21. De hecho, como sostiene Hollingsworth, pareciera
que el ‘yo’ no existiera nunca en la obra de Weil, primero porque es un ‘yo’ ilusorio,
pero, una vez que es descreado, lo que existe propiamente es Dios (2013, p. 227)22. Lo
mismo en vistas al universo entero: ‘El universo entero ha sido creado en su totalidad
espacial y temporal como la Cruz de Cristo’ (Weil 2004, p. 143), es decir, el universo
entero es desgarramiento, desdicha, si es mirado auténticamente y con real atención:
‘Su amor (el amor que Dios nos tiene) mantiene en la existencia, en una existencia
libre y autónoma, seres distintos a él, distintos al bien, seres mediocres. Por amor los
abandona a la desdicha y al pecado, pues si no los abandonara, no serían’ (Weil 1995, p.
29). Como hemos visto, el concepto de ‘descreación’, ‘atención’, ‘vaciamiento’, apuntan
en una misma dirección en la filosofía de Simone Weil: toda la creación no puede
lograr por sí sola buenos frutos, ya que estos pueden venir sólo de lo sobrenatural.
A la creación sólo le queda la alternativa de ‘descrearse’, de ‘retirarse’, de ‘vaciarse’
para dejar espacio al advenimiento de lo sobrenatural. La gravedad no deja nunca de
funcionar: de la gravedad no surge más que gravedad. La creación entera es precaria,
de belleza una salida en la filosofía de Weil para no caer en un desprecio del mundo (Bea 2010,
p. 61). Pensamos que aparenta ser una salida (son sugestivos sus textos que hablan de la belleza
como ‘una caricia y sonrisa de Cristo a través de la materia’) pero no podía, por sus propios pre-
supuestos metafísicos, sino llegar a una asimilación entre belleza y desgracia. Aunque la filósofa
francesa nunca lo hubiese hecho, alguien sirviéndose de estos presupuestos podría recomendar,
con toda coherencia, la expansión de la desdicha como una forma de acrecentar la contemplación
de la belleza en cuanto contemplación a la obediencia a las leyes necesarias de la gravedad.
20 José Ignacio Gonzáles Faus (Bea 2010, p. 92). Como señala este autor, si se trata de salvar
hombres, Jesús seguramente desobedecería esa orden de la gravedad, como desobedeció una
vez el sábado y la prohibición de acercarse a personas impuras. Este tema nos remite al otro más
amplio que es el de la indeterminación y libertad en la naturaleza.
21 Bien sabemos, sin embargo, que los místicos cristianos valoraban el encuentro con Cristo
en cuanto era una experiencia de plena ‘personalización’, es decir, de encontrarse con su vida y
felicidad verdadera, no necesariamente de anonadamiento.
22 ‘Sólo nuestro consentimiento puede, con el tiempo, realizar la operación inversa y hacer de
nosotros algo inerte, análogo a la nada, donde Dios sea dueño absoluto’ (Weil 1954b, p. 274)
60
EN EL UMBRAL DEL CRISTIANISMO: ATENCIÓN Y DESCREACIÓN EN LA FILOSOFÍA DE SIMONE WEIL.
ON THE THRESHOLD OF CHRISTIANITY: ATTENTION AND DECREATION IN THE PHILOSOPHY OF
SIMONE WEIL.
esclava, humillada, digámoslo así, por el mecanismo inevitable de las leyes naturales.
Hay una inevitable igualación en Weil entre creación y pecado, no como una
creación alterada por el pecado como se entiende en el cristianismo, sino una creación
que es, de por sí, pecaminosa23, aunque trate a veces de matizar esta visión con su
concepto de belleza: ‘Es un mecanismo ciego del que salen por azar, indiferentemente,
efectos justos e injustos, pero, por el juego de las probabilidades, casi siempre injustos’
(1954, p. 241).
A partir de esta premisa se entiende el recelo de Weil por todo lo que
implicara ‘fuerza’ y ‘poder’, pues en ella esto se igualaba a una falsa divinidad que
pretendía tomar el lugar de la verdadera divinidad que es el Bien, lo sobrenatural. El
salario de esta falsa divinidad es el prestigio, que permite acrecentar la apariencia
de nuestro falso poder. Según Weil, nadie como Hitler entendió cómo la fuerza es el
‘gran animal’ y, por ello, logró engatusar a su pueblo con la promesa de una ilusoria
grandeza basada en el dominio y la conquista, es decir, se dio cuenta de que su pueblo
necesitaba no sólo pan sino este salario de prestigio, que el mismo demonio utilizó
para tentar a Cristo: ‘Todo este poder y gloria me han sido entregados’ (Lc 4,6). Solo
puede arrancar de esto el alma que entiende ‘sintiendo horror por los bienes de aquí
abajo que pretenden suplantarle, es precisamente cuando Dios, pasado un tiempo,
acude hasta ella, se presenta, le habla, la toca’ (Weil 2004, p. 19).
De aquí se deduce fácilmente el ‘complejo del poder’ en Weil: pareciera
que de él no surgiera sino abuso y violencia. ‘El orden social, aunque necesario, es
esencialmente malo, cualquiera que sea’ (1957, p. 172)24. Todo lo poderoso puede
estar prostituido por el ‘gran animal’, por este mecanismo ansioso de la falsa divinidad
del prestigio: por ello sospecha del poder temporal de la Iglesia; por ello sus dudas en
torno a los milagros de Cristo que mostrarían su poder ante los hombres; por ello su
recelo ante las esperanzas del pueblo hebreo y el Imperio Romano. Pareciera difícil de
clasificar esta visión, como señala T. S. Elliot25, viniendo de una pensadora que luchó
sinceramente para favorecer a los oprimidos, es decir, para aumentar un poco en ellos
su grado de poder.
Esto también es aplicado al mismo Dios: la divinidad del cristianismo no se
revela en la resurrección de Cristo, sino principalmente en la Cruz, es decir, en el Dios
23 Cf. Del Noce en Weil, S. L’Amore di Dio. Introduzione: Simone Weil, Interprete del mondo di
oggi.
24 En su diario de experiencias como obrera en una fábrica escribe: ‘El que haya momentos en
que no tenga que soportar nada derivado de la brutalidad humana es para mí como si me hubie-
ran hecho un favor. Como una sonrisa del cielo, como un don del azar. Esperemos que conserve
este estado de espíritu, tan razonable’ (Pétrement 1997, p.372)
25 Prefacio que escribió el poeta para la versión en inglés de ‘Raíces del existir’, tomado del
trabajo de Endre J. Nagy (2010, p. 170). Véase también el estudio de Bea (1992, p. 25) sobre la
influencia de Alain en este punto de la filósofa francesa.
61
ISSN 0717 - 7801
vaciado de poder y prestigio: ‘Seguramente aquellos a quienes llama felices son los
que no tienen necesidad de la resurrección para creer, y para quienes la perfección y
la Cruz son pruebas’, ‘Cuando un santo hace un milagro el bien es la santidad y no el
milagro’ (Weil 1954b, p. 264-267). A Cristo ‘era preciso que se le hiciera sufrir con
carácter penal, porque un hombre no acaba de ser despojado de toda participación en
el prestigio social mientras la justicia social no le haya dejado fuera de la sociedad…
se le ridiculizó como se ridiculiza a esos locos que se toman por reyes, y luego se le
dio muerte como a un delincuente común más’ (Weil 2004, p. 69)26. Este punto de
Weil hace aún más difícil su acercamiento al cristianismo porque desdibuja el poder
de la Persona divina que establece relaciones con sus hijos, los hombres. Como
toda relación entre personas, la relación entre Dios y los hombres, al menos en el
cristianismo, está llena de intervenciones, de utilizaciones del poder aunque sea en la
forma pasiva de atracción hacia sí, influencia por seducción para beneficiar a este ser
amado. Intervenciones que son, a su vez, imprevistas e impredecibles. Los encuentros
personales son siempre el inicio de una historia, modificaciones del camino, novedades
que van haciendo acontecer a una vida. Para Weil estas intervenciones inesperadas de
Dios son indignas por lo que tienen de arbitrario, de poco predecibles (se saltan la
gravedad) y, en su lenguaje, por lo que tienen de ‘injustas’. Pero esto es lo propio de las
relaciones personales y la relación del Padre con sus hijos es una relación personal:
‘Los he llamado amigos, no esclavos’ (Jn 15, 15). Por ello nuestra filósofa desemboca
en una noción de Providencia impersonal que, si bien encaja con su pensamiento,
hace confusa la percepción en sus escritos de la Personalidad divina, quien termina
asemejándose en su obra a una ‘idea eterna’27, un ‘valor eterno’, que termina llamando
El Bien, con claras reminiscencias platónicas.
Esta dificultad de entender la relación entre un Dios Padre y su hijo-el ser
humano- la derivó hacia una concepción a-histórica de la revelación. Efectivamente,
en su obra el cristianismo pierde su fuerza de acontecimiento histórico, de suceso
ocurrido en un momento específico de la historia, en el tiempo y dentro del tiempo
para convertirse como decíamos en una ‘sabiduría eterna’, un ‘pancristianimo’ que
fue también ‘vislumbrado’ por otras culturas, ciencias y religiones. Es indudable
que el cristianismo como ‘doctrina’ puede tener coincidencias con otras sabidurías
y devociones, pero el cristianismo no es una doctrina, sino una Persona. En primera
instancia es el encuentro con una Persona, derivándose de ello posteriormente la
sabiduría, la moral, el dogma, etc. Una Persona con padre y madre, con primos y amigos,
con raza, con trabajo, cultura, patria, que ‘padeció bajo el poder de Poncio Pilatos’,
26 Cf. ‘En este mundo la condición humana nos coloca infinitamente lejos de la Trinidad, al pie
mismo de la cruz. La cruz es nuestra patria’ (Weil 1995, p. 79)
27 Cf. Del Noce en Weil, S. L’Amore di Dio. Introduzione: Simone Weil, Interprete del mondo di
oggi.
62
David Solís Nova
línea del credo que hace referencia absoluta a Cristo como una encarnación concreta
en una historia humana28. Por ello estas doctrinas de Weil no podían sino hacerla
sentir lejana de la comunión de pensamiento dentro de la Iglesia. No negó nunca la
historicidad de los evangelios, pero hay que decir que nunca los afirmó con mucha
fuerza, que les quita un tanto su carácter de acontecimientos impredecibles, gratuitos
y libres de Dios: ‘La historia de Prometeo es como la refracción en la eternidad de la
pasión de Cristo. Prometeo es el cordero degollado desde la fundación del mundo’
(Weil 2004, p. 93). ‘El pasado y el futuro son simétricos. La cronología no puede tener
un papel determinante en una relación entre Dios y el hombre, relación en la que
uno de los términos es eterno’ (Weil 1954a, p. 13). ‘Hay que buscar inspiración en las
verdades eternamente inscritas en la naturaleza de las cosas’ (Weil 1954b, p. 219).
Dios queda en ella dibujado en trazos impersonales, como un mecanismo que entrega
su ‘sabiduría’ a quien esté lo suficientemente atento, descreado, vaciado de creación y
de fuerza, sea cual sea el momento del tiempo en el que esté viviendo.
En Weil la revelación, más que una novedad histórica, es una repetición
constante y paralela a los siglos. Por ejemplo: ‘En resumen, la aparición de la geometría
en Grecia es, de todas las profecías que anunciaron a Cristo, la más manifiesta’ (2004,
p. 116). Para Weil, los geómetras griegos estaban más conscientes de la venida de
Cristo –en cuanto sabiduría eterna- que el mismo Isaías, que el mismo Juan Bautista.
Su atención los hizo traspasar la gravedad y llegar a la verdad atemporal y a-histórica
de Cristo. El tiempo, por lo tanto, es más bien aquello que hay que traspasar, el
velo del mecanismo y la gravedad tras el que se encuentra la Verdad. El tiempo es
obstáculo, velo, lámina29, no es un vehículo por medio del cual podemos conocer la
carne y vida de Cristo. En el pensamiento cristiano, en cambio, gracias al tiempo y sin
traicionar al tiempo, es donde hemos podido conocer la verdad, es donde Dios se ha
hecho experimentable, se ha encarnado. En definitiva, se ha hecho interesante para el
hombre. Danielou lo señala categóricamente:
Y es aquí donde tocamos el fondo de la dificultad de Simone Weil. Si no
percibió la diferencia entre los mitos paganos y los sacramentos cristianos, los
símbolos cósmicos y las figuras bíblicas, es porque no captó la originalidad del hecho
28 Nagy rescata un comentario del padre Perrin, amigo de Weil, sobre la obra de nuestra filósofa
donde señala que Jesús quiso ser judío hasta el borde de su manto y en la manera misma de sus
discusiones, parábolas y argumentos (2010, p. 181).Cf. En este sentido también: (Di Nicola 2007,
p. 198).
29 Del Noce lo dice con claridad al afirmar que en esta concepción la religión es una visión de una
perfección pe-cósmica, paradigmática. Cristo mismo es visto como un arquetipo eterno. Por ello
el tiempo, la historia con todos sus intereses, sólo puede degradar esta visión de mundo original.
En: Weil, S. L’Amore di Dio. Introduzione: Simone Weil, Interprete del mondo di oggi.
También Danielou coincide en este punto: ‘Para ella se trata más de alcanzar los arquetipos eter-
nos saliendo del tiempo –y Cristo es el más perfecto de estos arquetipos- que de creer en un gesto
de Dios que venga a tomar el tiempo para darle un sentido y salvarlo’. En (Bea 1992, p. 174).
63
ISSN 0717 - 7801
cristiano. Este le parecía como la más alta de sus expresiones sin duda, pero no
como algo diferente a una de sus expresiones. La importancia del cristianismo como
acontecimiento ocurrido en un momento del tiempo e irreversible no fue asumida por
ella (Bea 1992, p. 185).
En el cristianismo se afirma que la gracia no destruye la naturaleza sino que
la perfecciona30. Weil, más bien, señala que la naturaleza creada sólo puede admitir la
gracia en cuanto se retira, se hace a un lado. El cristianismo, al contrario, com-pone,
co-instituye algo nuevo con lo que pone la gracia, pero necesita también lo que pone
el hombre y la naturaleza que, si bien están heridos por el pecado original, no están
completamente corruptos por el mismo. El trabajo de Dios se suma al trabajo bueno
del hombre. No es necesario que el hombre se anule, se descree, se retire. Cristo mismo
demostró que se podía seguir siendo Dios siendo hombre, que se podía ser un buen Dios
siendo, al mismo tiempo, un buen hombre. Ambos aportan: el trabajo bueno de Dios
(la Gracia) sólo tiene resultados sobre el trabajo bueno del hombre31. En este sentido
cristiano, la gracia no es complemento, media mitad, ‘media naranja’ de una creación
a medias, de un hombre a medias, de un hombre desgraciado inevitablemente. Es más
bien ‘suplemento’, sobreabundancia de una naturaleza que también trabaja bien, pero
que con la Gracia trabaja mejor. La gracia viene a mejorar aún más las cosas, no viene a
comenzar de cero una novedad total debido a una supuesta ‘miseria’ de la naturaleza.
Pero Weil afirma claramente que está en desacuerdo con esta manera de pensar:
El bien sobrenatural no es una especie de suplemento del bien natural,
de lo que algunos, con la ayuda de Aristóteles, querrían persuadirnos para nuestra
mayor comodidad. Sería agradable que así fuera, pero no lo es. En todos los problemas
punzantes de la existencia humana, sólo hay elección entre el bien sobrenatural y el
mal (2000, p. 30).
Pensamos también que detrás de su visión de los oprimidos, de los ‘esclavos’,
de los subyugados de la tierra, de los cuales no quiere separarse, hay una visión
paternalista, pues los observa como si no tuviesen nada que ofrecer a lo sobrenatural,
como si no pudiesen com-poner un Reino con la Gracia, y como si no tuviesen nada
que oponer a la gravedad. Aunque esta visión pesimista fue contradicha por Weil en
su vida misma (innegable es su lucha codo a codo con los oprimidos y su caridad para
quienes llegaron a conocerla), creemos que en su pensamiento no puede separarse
de esta visión del hombre que sufre como el de un esclavo y un miserable que no
podría elevarse con sus solas fuerzas ni un milímetro. De hecho considera que ni
64
EN EL UMBRAL DEL CRISTIANISMO: ATENCIÓN Y DESCREACIÓN EN LA FILOSOFÍA DE SIMONE WEIL.
ON THE THRESHOLD OF CHRISTIANITY: ATTENTION AND DECREATION IN THE PHILOSOPHY OF
SIMONE WEIL.
siquiera alcanza en ellos a existir este ‘yo ficticio’, esta ‘falsa divinidad’ que otorga el
poder y el prestigio social. Por lo tanto ni siquiera alcanzarían a descrearse, pues al
estar reducidos a la condición de cosas, no tendrían ninguna falsa personalidad que
sacrificar32. No creemos que los obreros que ella conoció aceptasen una descripción
así de su condición33.
Para Weil, el hombre y la naturaleza son miserables por lo inevitablemente
sometidos a la gravedad. Tan miserables son que no le pueden aportar nada a Dios.
Dios no crece en nada con el trato con el hombre: de hecho Dios es más sin la creación
que con la creación. Pensamos, sin embargo, que esto está alejado del pensamiento
cristiano. El Dios cristiano se acrecienta en la encarnación, se hace un Dios más rico,
porque hace amigos, puede ver, oler, beber vino y gustar la comida, aprende a ser
hombre y a ser el ‘Hijo del Hombre’, trabaja, aprende a ser Dios aprendiendo a ser
hombre, entre los hombres y gracias a ellos. “Mis delicias están entre los hombres”
(Prov. 8, 31). Es verdad, Cristo vino a salvar al hombre de sus pecados, pero también
a aprender de él, a aumentar su divinidad y mejorar su sociedad de amigos, sacando a
estos amigos-socios del pecado. Dios se hizo un Dios más rico porque su riqueza es la
felicidad del hombre, y con su encarnación, con su nacimiento de María, con su estar
entre nosotros, ha hecho al hombre más feliz. Desde esta manera de pensar, para que
la acción de Dios sea efectiva, la naturaleza humana no tiene por qué desaparecer, no
necesita desaparecer, des-crearse. Es más, por el contrario, debe permanecer, porque
es valiosa y sin ese valor no podría com-poner con Cristo un Reino, una Ciudad de
Dios. Dios no podría trabajar con quien no tiene nada que ofrecer: ‘Mi Padre y yo
trabajamos siempre’ (Jn 5, 17). Además, una naturaleza misérrima no hablaría bien
de su creador: ‘Rebajar la perfección de la criatura es rebajar a su vez la perfección
de la virtud divina’34. Cristo salva al hombre para que pueda seguir trabajando y
aumentando los beneficios de felicidad para él mismo y, con ello, para el mismo Dios.
Aquí todos pueden ganar el ciento por uno.
Esta visión menguada de la creación inevitablemente lleva a la pensadora
francesa a una concepción religiosa despreciadora de los ‘frutos gustosos’ de la tierra:
el deseo del cual habla permanentemente es un deseo de Bien infinito, incondicionado,
desinteresado. Ha excluido de la religión el deseo de satisfacciones, de felicidad y
alegría, es decir, todos los bienes interesados, convenientes, satisfactorios, provechosos,
32 Cf. (Hollingsworth 2013, p. 226).
33 ‘Nada hay en ellos a lo que pueda llamarse la voluntad propia, persona, yo. No son más que
una cierta intersección de naturaleza y Dios’ (Weil 1995, p. 80). Significativo es el relato de Pétre-
ment de la estancia de Weil en Le Puy siendo profesora de filosofía. La filósofa no quiso encender
la estufa en su casa para solidarizar con los obreros cesantes de la ciudad que, según ella, no ten-
drían cómo calefaccionar sus hogares. Grande fue su sorpresa cuando supo que los obreros se las
ingeniaban, de una u otra forma, para no pasar frío y llevar carbón a sus hogares (1997, p. 151).
34 Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles 3 q69.
65
ISSN 0717 - 7801
66
David Solís Nova
67
ISSN 0717 - 7801
39 Sobre las conclusiones del Concilio sobre este punto recomendamos revisar la declaración
Nostra Aetate de Pablo VI.
68
6. Bibliografía
Bea, Emilia. (edit). (2010): Simone Weil. La conciencia del dolor y la belleza, Madrid:
Trotta.
_______________________(1992): Simone Weil. La memoria de los oprimidos, Madrid:
Encuentro.
Estelrich, B. (2009): ‘Simone Weil’s concept of Grace’, Modern Theology, 25:2, pp. 239-
251.
Hollingsworth, A. (2013): ‘Simone Weil and the Theo-Poetics of Compassion’, Modern
Theology, 29:3, pp. 203-229.
Luchetti, M. C., Di Nicola G. P. (2007): Simone Weil: Acción y Contemplación, Bilbao:
Desclée De Brouwer.
Nagy, E. J. (2010): ‘Simone Weil: The Mystical Ascetic’, European Journal of Mental
Health, 5, pp. 167-185.
Penaskovic, R. J. (2015): ‘Simone Weil: The Reluctant Convert’, New Blackfriars, pp.
391-404.
Pétrement, S. (1997): Vida de Simone Weil, Madrid: Trotta.
Plant, Stephen. (1996): Simone Weil, Barcelona: Herder.
Platón. (1986): República, Madrid: Gredos.
Rybakova, M. (2007): ‘Imagination versus Attention: Simone Weil Translating The
‘Iliad’’, Arion: A Journal of Humanities and the Classics, 15, pp. 29-36.
Tomás de Aquino (2010): Suma contra Gentiles, México: Porrúa.
____________________(1994): Suma de Teología, Madrid: Bac.
Tucídides (1986): Historia de la Guerra del Peloponeso, Barcelona: Orbis.
Weil, Simone (2009): A la espera de Dios, Madrid: Trotta.
_______________ (1954a): Carta a un religioso, Buenos Aires: Sudamericana.
_______________ (1954b): Raíces del existir, Buenos Aires: Sudamericana.
_______________ (2001): Cuadernos, Madrid: Trotta.
_______________ (2000): Escritos de Londres y últimas cartas, Madrid: Trotta.
_______________ (2004): Intuiciones precristianas, Madrid: Trotta.
_______________ (1968): L’Amore di Dio, Torino: Borla.
_______________ (1961): La fuente griega, Buenos Aires: Sudamericana.
_______________ (1998): La gravedad y la gracia, Madrid: Trotta.
_______________ (1957): Opresión y libertad, Buenos Aires: Sudamericana.
_______________ (1995): Pensamientos desordenados, Madrid: Trotta.
69