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El Llamado Al Ministerio

El documento aborda las características esenciales que debe poseer un hombre llamado al ministerio pastoral, destacando la naturaleza divina de este llamado, la integridad moral y la madurez espiritual, así como el compromiso con la doctrina y la predicación fiel. Se enfatiza que el ministerio no es una carrera humana, sino una vocación divina que requiere cualidades espirituales y morales, y que el pastor debe ser un ejemplo de carácter y dedicación. Finalmente, se subraya la importancia de la pasión por el rebaño y la disposición para el sufrimiento en el ejercicio del ministerio.
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El documento aborda las características esenciales que debe poseer un hombre llamado al ministerio pastoral, destacando la naturaleza divina de este llamado, la integridad moral y la madurez espiritual, así como el compromiso con la doctrina y la predicación fiel. Se enfatiza que el ministerio no es una carrera humana, sino una vocación divina que requiere cualidades espirituales y morales, y que el pastor debe ser un ejemplo de carácter y dedicación. Finalmente, se subraya la importancia de la pasión por el rebaño y la disposición para el sufrimiento en el ejercicio del ministerio.
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EL LLAMADO AL MINISTERIO PASTORAL: CARACTERÍSTICAS DE UN

HOMBRE APROBADO POR DIOS

CARLOS MANUEL TAVAREZ GUZMÁN

DR. THOMAS ASCOL

TEOLOGÍA PASTORAL

República Dominicana, 15 de junio 2025


INDICE

Introducción.....................................................................................................................3

I. El carácter divino del llamado al ministerio..................................................................4

II. Integridad moral y madurez espiritual..........................................................................6

III. Compromiso con la doctrina y la predicación fiel.......................................................8

IV. Pasión por el rebaño y disposición para el sufrimiento.............................................11

Conclusión......................................................................................................................12

Bibliografía.....................................................................................................................14
Introducción

El ministerio pastoral es una de las vocaciones más elevadas y solemnes en la

vida cristiana. No es una profesión más dentro del amplio espectro vocacional, sino un

llamamiento divino con implicaciones eternas. A lo largo de la historia de la Iglesia, la

elección y preparación de hombres para el pastorado ha sido un asunto de extrema

seriedad, especialmente en la tradición reformada, que ha insistido en que los pastores

no son simples administradores o motivadores, sino siervos de Cristo encargados de

enseñar, guiar, corregir y pastorear a su rebaño con fidelidad.

En este ensayo se abordarán las características fundamentales que debe poseer

un hombre llamado al ministerio pastoral. No se trata de habilidades naturales o de una

personalidad atractiva, sino de cualidades espirituales y morales, conformes a los

requisitos bíblicos. Estas características serán presentadas bajo tres grandes ejes: la

dimensión espiritual del llamado, las virtudes morales del pastor y la competencia

doctrinal y pedagógica que debe demostrar. Cada uno de estos aspectos será ilustrado

con referencias bíblicas y con la reflexión de destacados autores reformados que han

meditado profundamente sobre este tema.


I. El carácter divino del llamado al ministerio

Uno de los fundamentos más importantes del ministerio pastoral es el

entendimiento de que este no es una carrera humana, sino una vocación divina. La

Escritura es clara al establecer que los hombres que pastorean la Iglesia de Cristo deben

haber sido llamados por Dios de forma específica y sobrenatural. En hebreos 5:4, el

autor declara: «Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como

lo fue Aarón». El ministerio, por tanto, no es una empresa voluntaria o una actividad

para quien busca estatus religioso; es una comisión que nace del propósito eterno de

Dios.

Este llamado tiene una doble dimensión: interna y externa. Internamente, el

Espíritu Santo produce en el corazón del hombre un profundo deseo por servir al Señor

y a su Iglesia. Este deseo no es superficial ni impulsado por motivaciones egoístas, sino

una carga santa, una inquietud que no se puede apagar. Pablo expresa este sentimiento

al decir: «¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!» (1 Corintios 9:16). Esta vocación se

manifiesta como un fuego que consume al hombre desde dentro y lo impulsa a dedicar

su vida entera al servicio del Reino.

Martyn Lloyd-Jones explica que este llamado es más que un sentimiento: «Debe

haber una convicción abrumadora, una sensación de compulsión, una certeza de que no

se puede hacer otra cosa sin traicionar al Señor»1.

Sin embargo, el llamado interno debe ser confirmado externamente. En la

tradición reformada, se ha afirmado constantemente que nadie debe ser recibido en el

ministerio sin la aprobación clara y objetiva de la Iglesia. Esto significa que la

comunidad de creyentes, especialmente los líderes espirituales maduros, deben evaluar


1
Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1971), 104.
si el candidato manifiesta las cualidades necesarias: madurez espiritual, conocimiento

bíblico, habilidades pastorales y una vida irreprensible. Juan Calvino advertía contra el

subjetivismo del llamado: «No basta con que alguien afirme que ha sido llamado por

Dios si no puede mostrar señales evidentes de ese llamado, reconocidas por la Iglesia»2.

Esta verificación comunitaria responde a la práctica apostólica. En Hechos 13:2-

3, los líderes de la iglesia en Antioquía, orando y ayunando, oyeron al Espíritu decir:

«Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado». El llamado de

Pablo no fue privado ni aislado, sino confirmado en el contexto de la adoración eclesial.

Asimismo, en el presente, los consistorios, presbiterios o asambleas deben actuar como

instrumentos de discernimiento, y nunca como meros validadores administrativos.

El llamado pastoral, por tanto, no debe ser confundido con un entusiasmo

momentáneo, una vocación profesional o una tradición familiar. Es una comisión divina

que se manifiesta como un deseo interior santificado y una confirmación externa

eclesial. El hombre que responde a este llamado debe hacerlo con temor de Dios, no con

ligereza. Su vida entera queda bajo la autoridad de Aquel que lo ha enviado, y sus

palabras y acciones serán evaluadas con mayor rigor (Santiago 3:1).

Además, el llamado incluye una disposición a la renuncia personal. El pastor

renuncia a su tiempo, a su comodidad, a su reputación e incluso a sus propios planes.

Cristo mismo dejó claro este principio cuando dijo: «El que quiera venir en pos de mí,

niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23). Si este principio

aplica a todos los creyentes, cuánto más al que ha de guiar a otros.

II. Integridad moral y madurez espiritual

2
Juan Calvino, Institución de la Religión Cristiana, Libro IV, cap. 3, sec. 10.
Una vez que se ha confirmado el llamado divino al ministerio, la siguiente

característica esencial en la vida de un hombre llamado al pastorado es su integridad

moral y su madurez espiritual. La Escritura insiste repetidamente en que el liderazgo

espiritual en la Iglesia no depende de habilidades externas, sino del carácter. Las cartas

pastorales —1 Timoteo y Tito— no presentan como primer requisito la elocuencia o la

capacidad organizativa, sino la irreprensibilidad del candidato: «Pero es necesario que el

obispo sea irreprensible…» (1 Timoteo 3:2).

La integridad comienza en la esfera personal y familiar. Pablo indica que el

pastor debe ser «marido de una sola mujer» (1 Timoteo 3:2), lo cual no sólo descarta la

poligamia, sino también la infidelidad, la inmadurez afectiva o el escándalo marital. La

fidelidad conyugal es una señal de dominio propio y de compromiso con los pactos

establecidos delante de Dios. Asimismo, debe «tener a sus hijos en sujeción con toda

honestidad» (v. 4), mostrando que su autoridad es respetada y que su liderazgo es

ejercido con amor, firmeza y ejemplo. La casa del pastor es un laboratorio donde se

evidencia su capacidad para pastorear a la Iglesia.

La madurez espiritual es igualmente indispensable. El pastor debe ser «sobrio,

prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no

codicioso de ganancias deshonestas…» (vv. 2–3). Estas virtudes hablan de un hombre

centrado, disciplinado, compasivo, generoso y desapegado del dinero y del poder. Son

rasgos del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) encarnados de manera práctica. La

sobriedad se refiere no sólo al autocontrol emocional, sino también a la capacidad de

juicio equilibrado. La prudencia y la templanza muestran madurez emocional. El pastor

debe ser un hombre que ha sido trabajado profundamente por Dios.


R.C. Sproul lo expresó con claridad: «El carácter del pastor es tan importante

como su doctrina. Puede enseñar la verdad, pero si no la vive, hace del evangelio una

mentira funcional»3.

En este sentido, un gran peligro que enfrenta el liderazgo eclesiástico

contemporáneo es la profesionalización del ministerio, donde se priorizan los

resultados, el carisma o la imagen pública por encima del carácter. La tradición

reformada, sin embargo, ha enfatizado con fuerza que el ministerio pastoral no puede

florecer sobre un carácter quebrantado moralmente.

Esto implica que el pastor debe ser un hombre en constante examen personal y

arrepentimiento. La vida piadosa no es una etapa previa al ministerio, sino su estilo de

vida permanente. La integridad no es una herramienta para el liderazgo, sino la esencia

de este. El pastor no puede predicar la cruz si él mismo no vive bajo su sombra

diariamente.

Asimismo, la madurez espiritual implica resistencia al orgullo y a la vanagloria.

El pastor será muchas veces tentado a creerse indispensable, a actuar como un jefe en

lugar de un siervo, o a desear el reconocimiento por encima de la obediencia. Por eso

Pablo advierte que no debe ser «un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la

condenación del diablo» (1 Timoteo 3:6). El nuevo convertido puede ser fervoroso, pero

le falta aún la profundidad del carácter templado por los años de discipulado,

sufrimiento y formación espiritual.

La integridad también se manifiesta en la vida pública del pastor. Pablo concluye

el perfil pastoral diciendo que debe tener «buen testimonio de los de afuera» (v. 7). Esto

subraya que su vida debe resistir la inspección incluso de los incrédulos. Su


3
R.C. Sproul, The Truth of the Cross (Orlando, FL: Reformation Trust, 2007), 127.
comportamiento en el vecindario, en el trabajo, en la comunidad y en el trato con

autoridades debe reflejar los valores del Reino. No se trata de vivir para agradar al

mundo, sino de vivir de tal forma que incluso los que se oponen al evangelio no puedan

levantar una acusación honesta contra su integridad.

La Iglesia del siglo XXI no necesita más pastores populares, sino hombres

santos. El testimonio fiel de un pastor moldea no solo a su congregación, sino a toda

una generación de creyentes. Su integridad moral y su madurez espiritual son el

fundamento invisible pero irremplazable de todo ministerio fructífero. Un hombre

puede tener talento, elocuencia y liderazgo, pero si carece de carácter, será una amenaza

para el rebaño y una vergüenza para el evangelio.

Por eso, cada candidato al ministerio debe examinarse profundamente. ¿Es

irreprensible en mi vida privada? ¿Ama más a Cristo que a su reputación? ¿Está

dispuesto a perderlo todo por el bien del rebaño? El verdadero pastor no comienza su

ministerio con un título, sino con una vida entregada a Dios en santidad y humildad.

III. Compromiso con la doctrina y la predicación fiel

El llamado pastoral no es solamente a un estilo de vida piadoso, sino también a

una vocación doctrinal. El pastor no es únicamente un guía espiritual, sino un maestro

fiel del evangelio. La responsabilidad de enseñar la Palabra de Dios con precisión,

fidelidad y poder espiritual es central al ministerio pastoral. Pablo lo expresa con

claridad en Tito 1:9: «retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que

también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen».

En esta descripción se encuentran tres verbos esenciales para la labor del pastor:

retener, exhortar y convencer. Retener implica fidelidad doctrinal; exhortar, la


aplicación práctica de la verdad a la vida de la congregación; y convencer, la habilidad

apologética para refutar el error. Por tanto, el pastor debe ser un hombre de profunda

convicción bíblica, capaz de enseñar la verdad y de proteger al rebaño contra los falsos

maestros.

Esto significa que el pastor no puede descuidar su formación teológica. No basta

con tener buenas intenciones o ser carismático. El ministro debe ser un estudiante

diligente de la Escritura, conocedor de la sana doctrina y capaz de comunicarla con

claridad. El apóstol Pablo exhorta a Timoteo: «Procura con diligencia presentarte a Dios

aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de

verdad» (2 Timoteo 2:15).

En un contexto donde muchas iglesias valoran más el entretenimiento o la

motivación que la exposición bíblica, el pastor reformado está llamado a contracultura

espiritual: predicar el consejo entero de Dios (Hechos 20:27), aunque eso signifique

oposición o impopularidad. Debe mantenerse firme ante la presión del relativismo

doctrinal y la superficialidad teológica que impera en muchas congregaciones.

Charles H. Spurgeon afirmó con valentía: «Una predicación que no es teológica

no es predicación. Los ministros superficiales hacen daño eterno. El predicador debe ser

primero un teólogo»4.

Este compromiso doctrinal no debe ser frío ni académico, sino pastoral y

evangelístico. El pastor enseña la verdad para que las ovejas sean alimentadas,

fortalecidas y santificadas. La doctrina no es un fin en sí misma, sino el medio por el

cual Cristo es conocido y adorado. Por ello, la predicación expositiva —que toma el

4
Charles H. Spurgeon, Lectures to My Students (Pasadena, TX: Pilgrim Publications, 1990), 95.
texto bíblico, lo interpreta en su contexto y lo aplica con claridad— ha sido el modelo

ideal en la tradición reformada.

Además, el pastor debe ser un apologista pastoral. Vivimos en una era de

confusión doctrinal y relativismo moral. El ministro del evangelio necesita saber

responder con mansedumbre y reverencia a quienes demandan razón de la esperanza

que hay en él (1 Pedro 3:15). Esto no significa ser polémico por naturaleza, pero sí estar

preparado para defender la verdad sin comprometerla.

La fidelidad doctrinal implica también el rechazo a la innovación teológica

peligrosa. La tentación de adaptar el mensaje a las expectativas del mundo es constante.

Pero el pastor fiel se mantiene aferrado al evangelio tal como fue entregado a los santos

(Judas 1:3). Su enseñanza no cambia con las tendencias sociales, porque sabe que la

Palabra de Dios es eterna.

Asimismo, la predicación debe ser centrada en Cristo. No basta con enseñar

principios morales o ideas religiosas. El pastor predica a Cristo crucificado, resucitado y

exaltado. Toda la Escritura apunta a Él (Lucas 24:27), y, por tanto, toda verdadera

predicación debe ser cristocéntrica.

Este compromiso con la sana doctrina también implica una vida de estudio

continuo. El pastor nunca debe dejar de aprender. La Escritura es inagotable, y el rebaño

necesita ser alimentado con profundidad y claridad. El pastor fiel pasa horas en oración

y estudio antes de subir al púlpito. Su preparación no es opcional, sino un acto de amor

hacia el pueblo de Dios.

En suma, un hombre llamado al ministerio pastoral debe poseer una mente

instruida en la verdad, un corazón apasionado por Cristo y una boca comprometida con
predicar la Palabra fielmente, sin añadir ni quitar nada. Su doctrina es su escudo y su

espada. A través de su enseñanza, las ovejas son alimentadas, los perdidos alcanzados,

los heridos sanados y la Iglesia edificada.

IV. Pasión por el rebaño y disposición para el sufrimiento

El verdadero pastor no solo ama la doctrina, sino también a las personas. Su

tarea no es solo enseñar, sino también pastorear, lo cual incluye consolar, corregir,

animar y, a veces, disciplinar. El apóstol Pedro exhorta a los pastores a apacentar el

rebaño de Dios «no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino

con ánimo pronto» (1 Pedro 5:2). Este amor por la grey no nace del deber, sino del

corazón transformado por el amor de Cristo.

El pastor auténtico está dispuesto a sufrir por amor a su llamado. Pablo declaró:

«Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos» (2 Timoteo 2:10). La obra

pastoral implica lágrimas, incomprensiones, oposiciones, traiciones, cansancio y

desilusiones. Sin embargo, el pastor sigue adelante porque su recompensa está en el

Señor.

Jonathan Edwards, en su diario pastoral, anotó: «El ministerio exige que

nuestros afectos se consuman en el fuego del amor a Cristo y a su pueblo. Ser pastor es,

en última instancia, morir un poco cada día por el bien de otros» 5. Este espíritu de

sacrificio es indispensable en un tiempo donde muchos buscan la comodidad más que la

cruz.

5
Jonathan Edwards, The Works of Jonathan Edwards, Vol. 1 (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1974),
252.
Conclusión

El llamado al ministerio pastoral no es una opción para aquellos que desean

reconocimiento, poder o seguridad laboral. Es una vocación santa, reservada para

hombres que han sido apartados por Dios, transformados por el evangelio y preparados

para servir con fidelidad a la Iglesia. Las características de un verdadero pastor —un

llamado divino, un carácter irreprensible, una doctrina sana y un amor sacrificial por el

rebaño— no son negociables. Son las marcas que el mismo Dios ha establecido en su

Palabra para la salud de su pueblo.


En un mundo que valora el pragmatismo por encima de la fidelidad, y el carisma

por encima del carácter, la Iglesia necesita desesperadamente hombres que vivan

conforme a los estándares de Dios. Pastores que se arrodillen ante el trono de la gracia

antes de subir al púlpito, que teman a Dios más que a los hombres, que amen la verdad

más que su reputación, y que estén dispuestos a gastar su vida en favor del evangelio.

Estos son los hombres que Dios usa para transformar generaciones, fortalecer

congregaciones y glorificar a Cristo. Que Él levante en estos días muchos pastores

conforme a su corazón (Jeremías 3:15).


Bibliografía

Calvino , Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: CLIE.2008.

Jonathan, Edwards. The Works of Jonathan Edwards. Vol. 1. . Edinburgh: Banner of

Truth Trust.1974.

Lloyd Jones, Martyn. Preaching and Preachers. Grand Rapids: Zondervan.1971.

Spurgeon, Charles H. Lectures to My Students. Pasadena, TX: Pilgrim

Publications.1990.

Sproul, R.C. The Truth of the Cross. Orlando, FL: Reformation Trust.2007.

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