Páginas de QN8yY7hRNMfSHA0t21DVTAbE
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LIBRO 1
Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y 1094 11
elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con razón
que el bien es aquello a que todas las COBaS tienden. Pero parece que
hay alguna diferencia entre los fines, pues unos son actividades, y los
otros, aparte de éstas, ciertas obras; en los casoa en que hay algunos
fines aparte de las acciones, son natlll"BImente preferibles las obras a
lu actividades (1). Pero como hay muchas acciones, artes y ciencias,
resultan también muchos los fines: en efecto, el de la medicina es la
salud; el de la construcción naval, el barco; el de la estrategia, la vic-
toria; el de la economía, la riqueza. Y en todas aquellas que dependen
de una sola facultad (como el arte de fabricar frenos y todas las demú
concernientes a los arreos de los caballos se subordinan al arte hípico,
y a su vez éste y toda actividad guerrera se subordinan a la estrategia,
y de la misma manera otras artes a otras diferentes) ..·los fines de las
principales son preferibles a los de las subordinadas, ya que éstos se
persiguen en vista de aquéllos. Y es indiferente que los fines de las
acciones sean las actividades mismas o alguna otra cosa fuera de ellas,
como en las ciencias mencionadas.
(1) LM aotiridadfll ouyo (iD IOn elIaa mism.. IOn superiorN, porque IOD mM
1llfialeDt.; pero ouando hay una obra como (iD de la actividad, éeta es querida por
la obra, y. por ~te. fIIt.& última ea IUperiór.
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pues, acaso empezar por las más fáciles de conocer para nosotros. Por
eso es menester que el que se propone aprender acerca de las C08&8
buenas y justas y, en suma, de la política, haya sido bien conducido
por sus costumbres. Pues el punto de partida es el qué, y si está sufi.
cientemente claro, no habrá ninguna necesidad del pO'fqué. Un hom.
bre .tal, o tiene ya o adquirirá. fácilmente los principios Pero el
que no dispone de ninguna de estas cosas, escuche las palabras de
Hesiodo (3):
creemos que seremos felices por medio de· ellos. En cambio, nadie bus-
ca la felicidad por estas cosas, ni en general por ninguna otra.
Parece que también ocurre lo mismo con la autarqufa, pues el bien
perfecto parece ser suficiente. Pero no entendemos por suficiencia el
vivir para sr' s610 una vida solitaria, sino también para los padres y
los hijos y la mujer, y en general para los amigos y conciudadanos,
puesto que el hombre es por naturaleza una realidad social. No obs-
tante, hay que tomar esto déntro de ciertos límites, pues extendién-
dolo a los padres y a los descendientes y a los amigos de los amigos,
se iría hasta el infinito. Esta cuesti6n la examinaremos después. Es-
timamos suficiente lo que por sí solo hace deseable la vida y no nece.
sita nada; y pensamos que tal es la felicidad. Es lo más deseable de
todo, aun sin añadirle na&.; pero es evidente que resulta más deseable
si se le añade el más pequeño de los bienes, pues lo agregado resulta
una superabundancia de bienes, y entre los bienes, el mayor es siem-
pre más deseable. Parece, pues, que la felicidad es algo perfecto y su-
ficiente, ya que es el fin de los actos.
Pero tal vez parece cierto y reconocido que la felicidad es lo me-
jor, y, sin embargo, sena deseable mostrar con mayor claridad qué es.
Acaso se lograría esto si se comprendiera la funci6n del h.ombre. En
efecto, del mismo modo que en el caso de un flautista, de un escultor
y de todo artífice, yen general de los que hacen alguna obra o activi-
dad, parece que lo bueno y el bien están en la funci6n, así parecerá
también en el caso del hombre si hay alguna funci6n que le sea propia.
iHabrá algunas obras y actividades propias del carpintero y del zapa-
tero, pero ninguna del hombre, sino que será éste naturalmente in-
activ01 O bien, así como parece que hay alguna funci6n propia del
ojo y de la mano y del pie, yen general de cada uno de los miembros,
ise atribuirá. al hombre alguna funci6n aparte de éstas1 i Y cuál será
ésta finalmente1 Porque el vivir parece también común a las plantas,
y se busca lo propio. Hay que dejar de lado, por tanto, la vida de 1098 ti
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Se ha de considerar, por tanto, el principio no 8610 desde nuestra
conclusi6n y nuestras premisas, sino también de lo que se dice sqbre
él, pues con lo que es verdad concuerdan todos los datos, pero con lo
falso pronto discrepan. Divididos, pues, los bienes en tres clases, los
llamados exteriores, los del alma y los del cuerpo, decimos que los del
alma son los primarios y más propiamente bienes, y las acciones y
actividades anímicas las referimos al alma. Esta opini6n es antigua,
y están de acuerdo con ella los que filosofan, de suerte que probable-
mente tenemos raz6n al adoptarla. Es también exacta en cuanto se
dice que el fin consiste en ciertas acciones y actividades, y esto ocurre
con los bienes del alma y no con los exterioresJ Concuerda también
con nuestro razonamiento el que el hombre feliz vive bien y obra bien,
pues se dice que viene a ser una buena vida y buena conducta. Es
claro, ademá.s, que lo que hemos dicho incluye todos los requisitos de
la felicidad. En efecto, a unos les parece que es la virtud, a otros la
prudencia, a otros cierta sabiduría, a otros estas mismas cosas o algu-
na de ellas, acompañadas de placer o no desp~ovistas de placer; otros
incluyen ademá.s en ella la prosperidad exterior. De estas opiniones,
unas son sostenidas por muchos y antiguos; otras, por unos pocos
hombres ilustres, y es razonable suponer que ni unos ni otros se hall
equivocado en todo por completo, sino que en algún punto o en la
mayor parte de ellos han pensado rectamente.
Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen que la
felicidad consiste en la virtud o en una cierta virtud, pues pertenece
a ésta la actividad conforme a ella. Petó probablemente hay no poca
diferencia entre poner el máximo bien en una posesi6n o un uso, en un
hábito o una actividad. Porque el há.bito que se posee puede no produ-
cir ningún bien, como en el que duerme o está. de cualquier otro modo 1099 4
inactivo, mientras que con la actividad esto no es posible, ya que ésta
actuará. necesariamente y actuará bien. Del mismo modo que en los
juegos ol1mpicos no son los más hermosos ni los más fuertes los que
alcanzan la corona, sino los que compiten (pues entre éstos algunos
vencen), así también las cosas hermosas y buenas que hay en la vida
s6lo las alcanzan los que actúan certeramente; y la vida de éstos es
agradable ~. sí. misma. Porque el deleitarse es algo anímico, y para
cada uno es placentero aquello de lo que se dice aficionado, como el
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sentar esto, ies acaso feliz después de su muerte~ iNo es esto comple-
tamente absurdo, sobre todo para nosotros que decimos que la felici-
dad consiste en cierta actividad 1 Y si no llamamos feliz al hombre
muerto-y tampoco Solón quiere decir eso, sino que en ese momento
se podría considerar venturoso a un hombre por estar ya exento de
Jos males y de los infortunios-, también eso sería discutible, pues
parece que para el hombre muerto existe también un mal y un bien-lo
mismo que existen para el que vive, pero no se da cuenta, por ejem-
plo, honores, deshonras, y prosperidad e infortunio de sus hijos y en
g~neral de sus descendientes-o Sin embargo, esto también presenta
una dificultad, pues al que ha vivido venturoso hasta la vejez y ha
muerto de modo análogo, pueden ocurrirle muchos cambios en sus
descendientes, ser algunos de ellos buenos y alcanzar la vida que me-
recen, y otros al contrario; porque es evidente que al alejarse de sus
progenitores les puede ir de todas las maneras posibles. Sería, en ver-
dad, absurdo si con ellos cambiara también el muerto y fuera tan
pronto feliz como desgraciado; pero también es absurdo suponer que
las cosas de los hijos pueden en algún momento dejar de interesar a
los padres.
Pero volvamos a lo que antes preguntábamos; quizá por aquello se
comprenderá también lo que ahora buscamos. Si es menester ver el.
fin y juzgar entonces venturoso a cada uno no porque lo sea en ese
momento, sino porque lo fué antes, ic6mo no será. absurdo que cuando
uno es feliz no se reconozca con verdad la felicidad que posee por no
querer declarar felices a los que viven, a causa de las mudanzas de las 1100 PI
cosas y por entender la felicidad como algo estable, que en modo algu-
no cambia fácilmente, mientras las vicisitudes de la fortuna giran in-
cesantemente en tomo de ellos1 Porque es evidente que si seguimos
las vicisitudes de la fortuna declararemos al mismo hombre tan pronto
feliz· como desgraciado, presentando al hombre feliz como un cama-
le6n y sin fundamentos s6lidos. Pero en modo alguno se deben seguir
las vicisitudes de la fortuna; porque no estriba en ellas el bien ni el
mal, aunque la vida humana necesita de ellas, como dijimos; las que
determinan la felicidad són lal> actividades de acuerdo con la virtud,
y las contrarias, lo contrario. Y lo que ahora discu#amos apoya nues-
tro razonamiento. En ninguna obra buena, en efecto, hay tanta fir-
meza como en las actividades virtuosas, que parecen má.s firmes in_·
cluso que las ciencias; y las má.s valiosas de ellas son má.s firmes, por-
que en ellas viven BObre todo y con más continuidad los hombres ven-
turosos. Y ésta parece ser la causa de que no se las olvide. Se dará,
pues, lo que buscamos en el hombre feliz, y será feliz toda su vida;
pues siempre, o más que cualquier otra cosa, hará y contemplará lo
que es conforme a la virtud, y en cuanto a las vicisitudes de la fortuna,
las sobrellevará de la mejor manera, y moderadamente en todos los
respectos el que. es «verdaderamente bueno. y «cuadrilátero intacha-
ble» (9).
Pero como muchas cosas que ocurren suceden por azares de for-
tuna y difieren por su grandeza o pequeñez, es evidente que los pe-
queños beneficios de la fortuna, lo mismo que sus contrarios, no tie-
nen gran influencia en la vida, pero si esos bienes BOn grandes y nu-
merosos harán la vida más venturosa (pues son por naturaleza como
adornos agregados, y su uso es bueno y honesto); en cambio, si sobre-
vienen males, oprimen y corrompen la felicidad, porque traen aflic-
ciones e impiden muchas actividades. Sin embargo, también en éstos
resplandece la nobleza, cuando soporta uno muchos y grandes infor-
tunios, no por insensibilidad, sino por ser noble y magnánimo. Porque
si las actividades rigen la vida, como dijimos, ningún hombre ventu-
roso podrá llegar a ser desgraciado, ya que jamás hará lo que es vil
y aborrecible_ A nuestro juicio, en efecto, el que es verdaderamente
bueno y prudente BOporta dignamente todas las vicisitudes de la for- llOl.
tuna y obra de la mejor manera posible en SUB circunstancias, del mis-
mo modo que el buen general saca del ejército de que dispone ~l mejor
partido posible para la guerra, y el buen zapatero hace con el cuero
que se le da el mejor calzado posible, y de la misma manera todos los
demás artífices. Y si esto es así, jamás será desgraciado el hombre
feliz, aunque tampoco se le podrá llamar venturoso si cae en los in-
fortunios de Priamo. Pero no será inconstante ni variable, ni se apar-
tará fácilmente de la felicidad, lli siquiera por los infortunios que le
sobrevengan, a no ser grandes y muchos; y después de tales desgracias
no volverá a ser feliz en poco tiempo, sino, si es que llega a serlo, al
cabo de mucho y de haber alcanzado en ese tiempo grandes y hermo-
sos brenes.
i Qué nos impide, pues, llamar feliz al que actúa conforme a la viro
tud perfecta y está suficientemente provisto de bienes exteriores, no
e~ un tiempo cualquiera, sino la vida entera1 iO hay que añadir que
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dios producen toda virtud y la destruyen, lo mismo que las artes: pues
tocando la cítara se hacen tanto los buenos como los malos citaristas;
y análogamente los constructores de casas y todos los demás: constru-
yendo bien serán buenos constructores y construyendo mal, malos. Si
no fuera así, no habría ninguna necesidad de maestros, sino que todos
serían de nacimiento buenos' o malos. Y lo mismo ocurre con las vir-
tudes: es nuestra actuación en nuestras transacciones con los demás
hombres lo que nos hace a unos justos y a otros injustos, y nuestra
actuación en los peligros y la habituación a tener miedo o ánimo lo
que nos hace a unos valientes y a otros cobardes; y lo mismo ocurre
con los apetitos y la ira: unos se vuelven moderados y apacibles y otros
desenfrenados e iracundos, los unos por haberse comportado así en
estas materias, y los otros de otro modo. En una palabra, los hábitos
se engendran por las operaciones semejantes. De ahí la necesidad de
realizar cierta clase de acciones, puesto que a sus diferencias corres-
ponderán los hábitos. No tiene, por consiguiente, poca importancia el
adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos, sino muchísima, o me-
jor dicho, total.
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4:
Se podría preguntar c6mo decimos que los hombres tienen que ha-
cerse justos practicando la justicia y morigerados practicando la tem-
planza, puesto que si practican la justicia y la templanza son ya jus-
tos y morigerados, lo mismo que si practican la gramática y la música
son gramáticos y músicos. iO es que ni siquiera ocurre así con las
artes? Es posible, en efecto, hacer algo gramatical o por casualidad o
por indicaci6n de otro; por tanto, uno será. gramático si hace algo
gramatical y gramaticalmente, es decir, de acuerdo con la gramática
que él mismo posee. Además, tampoco son semejantes el caso de las
artes y el de las virtudes; en efecto, los productos de las artes tienen
en sí mismos su bien; basta, pues, que reúnan ciertas condiciones; en
cambio, las acciones de acuerdo con las virtudes no están hechas justa
o morigeradamente si ellas mismas son de cierta manera. sino si tap¡.-
bién el que las hace reúne ciertas condiciones al hacerlas: en primer
lugar, si las hace con conocimiento; después, eligiéndolas, y eligién:
dolas por ellas mismas; y en tercer lugar, si las hace en una actitud
firme e inconmovible. Estas condiciones no cuentan para la posesión 1105 b
de las demás artes, excepto el conocimiento mismo; en cambio, para
la de las virtudes el conocimiento tiene poca o ninguna importancia,
mientras que las demás no la tienen pequeña, sino total, ya que son
precisamente las que resultan de realizar muchas veces actos justos y
morigerados. Por tanto, las acciones se llaman justas y morigeradas
cuando son tales que podría hacerlas el hombre justo o morigerado; y
es justo y morigerado no el que las hace, sino el que las hace como
las hacen los justos y morigerados. Con razón se dice, pues, que reali-
zando acciones justas se hace uno justo, y con acciones morigeradas,
morigerado. Y sin hacerlas ninguno tiene la menor probabilidad de
llegar a ser bueno. Pero los más no practican estas cosas, sino que se
refugian en la teoría y creen filosofar y poder llegar así a ser hombres
cabales; se comportan de un modo parecido a los enfermos que escu·
cho atentamente a los médicos y no hacen nada de lo que les.pres-
criben. Y así, lo mismo que éstos no sanarán del cuerpo con tal tráta.
miento, tampoco aquéllos sanarán del alma con tal filosofía.
(3) Mil6n, el atleta famoeo delliglo VI &. de C. Se ha calculado que comJa UDa
nai6D diaria de mi! de 8 kg. de carne, otros tantos de pan Y oui 10 litros de viao
(of. Dirlmeier, p. 310).
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8610 hay una manera de Be, bueno, muchas de Ber malo (4).
Pero esto no s610 hay que decirlo en general, sino aplicarlo a 108
e&808 particulares. En efecto, cuando se trata de acciones lo que 88
dice en general tiene más amplitud, pero lo que se dice en particular
es más verdadero, porque las acciones se refieren a lo particular y es
menester concordar con esto.
Tomemos, pues, estos ejemplos particulares de nuestro esquema.
Respecto del miedo y la 088dia, el valor es el término medio; de los
que se exceden, el que lo hace por carencia de temor no tiene nombre 1107 ,.
(en muchos casos no hay nombre); el que se excede por o88dia es te-
merario, y el que se excede en el miedo y tiene deficiente atrevimien-
to, cobarde. Tratándose de placeres y dolores-no de todos, yen me-
nor grado respecto de los dolores-el término medio es la templanza
y él exceso el desenfreno. Personas que pequen por <!~~ecto respecto
de los placeres, no suele haberlas; por eso a tales gentes ni siquiera
se les ha dado nombre, llamémos1as insensibles. Si se trata de dar y
recibir dinero, el término medio es la geñ;osidad, el exceso y el de.
fecto son la prodigalidad y la tacañería; en éstas el exceso y el defecto
se contraponen: el pr6digo se excede en desprenderse del dinero y se
queda corto en adquirirlo; el tacaño Be excede en la adquisici6n y
se queda corto en el desprendimiento. Ahora hablamos esquemática y
sumariamente, y nos conformamos con esto; más adelante definire.
mos con 'mayor exactitud estos puntos.
Respecto del dinero hay también otras disposiciones: un término
medio, la esplendidez (pues el hombre espléndido difiere del generoso:
el primero maneja grandes sumas, el segundo pequeñas); un exceso,
el derroche sin gusto y la vulgaridad, y un defecto, la mezquindad.
Estas disposiciones son distintas de las que se refieren a la generoSi-
dad; en qué se diferencian se dirá más adelante.
Por lo que se refiere a la dignidad y la indignidad, el término m.e.
dio es la magnanimidad; el exceso eso que se llama vana hinchaz6n,
y el defecto la pusilanimidad. Y la misma relaci6nque dijimos guar-
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