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Caracteres de La Espiritualidad Espanhola

La espiritualidad española se caracteriza por su oposición al iluminismo y su énfasis en la armonía entre oración y acción, reflejando el ambiente social y religioso de su época. A diferencia del misticismo del norte de Europa, que es más abstracto e impersonal, la espiritualidad española muestra un fuerte carácter individual y psicológico en sus místicos, como Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Además, la influencia del protestantismo llevó a una reacción en la doctrina de estos místicos, enfatizando la necesidad de dirección espiritual y la sumisión a la autoridad de la Iglesia frente a la inspiración privada.

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Caracteres de La Espiritualidad Espanhola

La espiritualidad española se caracteriza por su oposición al iluminismo y su énfasis en la armonía entre oración y acción, reflejando el ambiente social y religioso de su época. A diferencia del misticismo del norte de Europa, que es más abstracto e impersonal, la espiritualidad española muestra un fuerte carácter individual y psicológico en sus místicos, como Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Además, la influencia del protestantismo llevó a una reacción en la doctrina de estos místicos, enfatizando la necesidad de dirección espiritual y la sumisión a la autoridad de la Iglesia frente a la inspiración privada.

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CARACTERES D E L A

ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA

Oposición al iluminismo. - Armonía entre la oración


y la acción

P. Crisógono de Jesús, O. C. D.

Toda espiritualidad refleja el ambiente en que nace, el carác-


ter racial de los sujetos en que vive, los elementos que intervienen
en su desarrollo, las condiciones en que llega a plena madurez.
Por muy aislada e independiente que quiera aparecer, no puede
desmentir la tierra en que nació. En este sentido hay, que decir
que también el misticismo tiene patria.
y si la espiritualidad tiene un carácter psicológico, entonces
refleja mejor aún esas condiciones del ambiente de los sujetos.
El misticismo del norte-misticismo de Alemania, de Holanda, de
Flandes-refleja ciertamente el carácter un tanto metafísico de los
espíritus que 10 vivieron; pero a parte de esto, y por esa misma
condición abstractiva que tiene, no acusa apenas, o 10 hace debi1-
mente, las modalidades individuales de los místicos. Es una espi-
ritualidad casi impersonal. Los libros de Ruysbroeck, Tau1er, Suso,
hasta los de Eckart si exceptuamos sus expresiones panteístas,
pueden trastrocarse, atribuyéndoselos alternativamente a uno o a
otro sin que choque demasiado el cambio de paternidad. A fuerza
de ser abstractos y de hundirse en el fundus anima e, han perdido
contacto con el mundo exterior y a penas han dejado huella que
nos permita seguirlos 'en esas introversiones. No los concebimos
entrando, sino sumergidos ya misteriosamente en unas profundi-
dades místicas insondables (1).

(1) Sobre los maestros místicos alemanes pueden leerse con provecho:
BACH, Meister Eckhardt, der Vater der De1~tchen Spec¡dation (Wien, 1864).
DIEPENEROCK: H eillrich Susos Leben und Schriftm (Regensburg, 182.8). rREGER,
Geschichte der deutschen Mystik in Mittelalter (Leipzig, 1874-1893). De carácter
general, POURRAT, La Spíritual#é chrétie1lne (París, 1921 sgs.).
CARACTERES DE LA ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA
51

En cambio, sería imposible hacer pasar por obra de san Juan


de la Cruz, por ejemplo, una de santa Teresa, o dar por salida
de la pluma de fray Luis de Granada un libro escrito por fray
Luis de León. Es que sobre el carácter común de la raza, y pre-
cisamentepor ese carácter, que no es de abstracción como el de
los místicos del norte, sino de tendencias psicológicas, resaltan
inconfundiblemente en cada uno las condiciones individuales. Más
aún: Jlasta la distinta modalidad que esas condiciones tenían en
el momento de redactar los libros, aparece reflejada en éstos. No'
sólo distinguimos las obras de santa Teresa de todas las de los
demás autores: distinguimos también, con sólo leerla s, las dife-
rentes épocas de su vida en que está escrita cada una, porque refle-
ja¡:t con nitidez la mayor o menDr perfección del alma, los senti-
mientos que la embargaban, las ideas que la preocupaban en el
momento de escribir. Basta leer el libro de las Aloradas, para ver
que es posterior al de la Vida. En éste se advierte al alma de la
escritora intranquila: aún, agitada por ansias de amor vehemente
todavía no satisfecho, revoloteando como la palomita en busca de la
ventanilla del arca, mientras que en las 1110radas sentimos que la
Madre habla ya desde dentro, recostada con Jesús en el centro
del místico Castillo, envolviendo sus palabras en la paz del ideal
logrado. Lo mismo puede decirse de todos los místicos experi-
mentales españoles. Unicamente aquellas obras que, como una gran
parte de las de Granada, tienen un carácter casi exc;usivamente
didáctico, carecen de ese selLo personalista del momento.
No basta, sin embargo, para explicar los caracteres de la espi-
ritualidad española esa condición psicológica de la raza, ni las
particulares cualidades de cada místico. Hay, que atender también
al ambiente en que esa espiritualidad adquirió madurez. Los mis-
ticismos no sólo son hijos de su tierra: lo son también de su
época. Los santos no pueden desentenderse del ambiente en que
. viven. Por muy aislados que estén y por completa que haya sido
su labor de abnegación y despego del mundo, nunca lograrán la
absoluta independencia con relación a la sociedad en que viven.
Siempre le,~ quedan ideas, apreciaciones, sent11ll:ientos incluso, que
se les meten hasta el alma y modifican su mentalidad. Es evidente
que la manera que tenía san Juan Basca, por ejemplo, de ver
el mundo, era bien distinta de la que tenía sall Jqan de la Cruz.
No en vano vivieron en sociedades separadas por tres siglos. Por-
que si es cierto que en esa diversidad de apreitiación hay que.
~.r~

conceder una parte notable a las condiciones personales, otra, bien


importante también, le corresponde al ambiente. Un mismo santo,
colocado en dos épocas distinta>;' de la historia, nos ofrecería,
a pesar de conservar las mismas cualidades subjetivas, aprecia-
ciones bien diferentes sobre los mismos problemas. N0s referimos,
naturalmente, a apreciaciones que no afectan a la naturaleza ínti-
ma y sustantiva de las cosas.
. Yeso sucede con la doctrina espiritual. La Imitación de Cristo,
tan impersonal, que no deja traslucir al autor, cuya silueta sigue
tan borros;.c e incierta como su nombre, refleja sln embargo la
reacción antiintelectua1ista que existía en la época en que se escri-
bió: desprecio de la ciencia, exaltación del valor del sentimiento
sobre el de la cultura, diatribas contra la lógica y hasta contra"'la
teología especulativa, frases lúgubres sobre los doctores y maes-
tros ... En cambio, siglos antes, cuando el gnosticismo neoplatóniro
creó un ambiente intuicionista, la espiritualidad cristiana tenía un
caráCter marcadamente intelectualista en las obras de Clemente
Alejandrino y aun en .las de san Agustín, que ponen la ciencia
verdadera al par de la virtud y que hacen de la unión del alma
con la eterna sabiduría el ideal de la perfección evangélica.
Por eso, la espiritualidad española, que adquiere su forma per-
fecta y definitiva en el siglo XVI, es ti-ibutaria, como no podía
por menos, del ambiente de aquella época: del ambiente .social y,
sobre todo, del ambiente religioso. Sin conocer los elementos que
flotaban en la atmósfera y los acontecimientos que entonces im-
presionaron a los espíritus, es imposible comprender la razón de
muchas doctrinas, de aquéllas precisamente que c0nstituyen S'.l
característica. Porque las demás, las de carácter básico, que son
simple y directo reflejo de las doctrinas evangélicas, no pueden
ser patrimonio ni distintivo de una escuela, porque son comunes
a la espiritualidad de todos los tiempos y de todas las escuelas.
No intentamos fijar aquí ni todos los elementos que inter-
vinieron en la formación del espiritualismo español, ni las moda-
lidades que aportaron, cosa complej a y excesivamente larga para
un artículo (1). Vamos a limitarnos a un sólo elemento,: a la

~I) Es un estudio que aún está por hacer, a pesar de 'haber sido tema fre-
cuentemente tratado. Tanto Rousselot en Les Mystiques espag~wles, como Sáinz
Rodríguez en la Introducción a la histOIW de la literatura mística en España
(Madrid, 1927) se limitan a afirmaciones gener~les e imprecisas y con frecuencia
inexactas. Casi )0 único serio que existe y que puede aportar elementos y datos
seguros para un estudio de conjunto son los estudios monográficos, como el de
CARACTERES DE LA ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA
53

impresittll que la presenCia del protestantismo en Europa produjo


en nuestros místicos, y a dos repercusiones que tuvo en su doc-
trina' espiritual.

***
A parte de otros muchos dttalles, como la importancia que
dan a la comunión en la vida espiritual, con 10 cual se quería
contrarrestar la actitud luterana contra la Eucaristía (1); la cons-
tante preocupación por destacar tanto la conciencia individual co-
mo el libre albedrío: cosas que permanecen enteras y vigorosas has-
ta en 10 más íntimo de la unión mística, porque hasta en las sépti-
mas moradas puede el alma pecar y abandonar a Dios: doctrina que'
apuntaba derechamente contra la del servo arbitrio (2); y, final-
mente, la sumisión filial a la autoridad de la Iglesia hasta en las
más pequeñas ceremonias (3), hubo, sobre todo, dos puntos fun-
damentales de la doctrina protestante que determinaron, por
reacción, otros tantos igualmente capitales en la doctrina de nues-
tros místicos.
Fué el primero la inspiraci6n privada como norma de fe y de
moralidad. Los maestros de espíritu no podían por menos de im-
presionarse ante un principio que alentaba la tendencia iluminista.
Iniciada ésta hacía tres siglos por Begardos, Beguinas y Fratri-
cellos, aunque más como movimiento sentimentalista que como
pensamiento dogmático, se robustece al encontrar en el protestan~

Morel-Fatio sobre Les lectllres de Sainte Thérese (BlIlletin hispaniqlle, l1wrs 190 8)
y el de Gaston Etchegoyen: L'amollr divin, Essai sur les sOllrces de Sa,inte Thé-
rese (Bordeaux, 1923). Pero éstos son muy pocos. Aún quedan por estudiar figu-
ras y elementos decisivos en el conjunto de la mística española.
tI) SANTA TERESA. Camino de Perfección, c. 34, pág. 464 segs. (ed. 1930).
Vida, c. 39, pág. 3 25. Conceptos del mnor de Dios, c. 3, pág. 704. BEATO JUAN
DE AVILA, Libro espiritual del Smo. Sacramento de la ElIcaristía.-FRAY LUIS
DE LEóN, Nombres de Cristo: Esposo.-FRAY LUIS DE GRANADA, Memoríal
de la Vida Cristiana.
(2) SANTA TERESA, M o11adas VII, c. 2, pág. 658.-SAN IGNACIO DE LOYOLA,
Ejercicios espirituales, 4." semana: "No debemos hablar tanto en la gracia que,
se engendra veneno para quitar la libertad, .. mayormente en nuestros tiempos
tan periculosos, que las obras y líbero arbitrio reciban detrimento alguno o por'
nihili se tengan". Regla 17.
(3) SAN IGNACIO, Ejercicios, 4.~ semana: "Depuesto todo juicio, debemos
tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera esposa de Cristo
nuestro Señor, que es la Nuestra santa Madre Iglesia hierárquica ... Alabar todos
los preceptos de la Iglesia, teniendo ánimo pronto para buscar razones en su de-
fensa y en ninguna manera en su ofensa". Reglas 1." y 9.·.-SANTA TERESA, Vida,
c. 33, pág. 252: "En cosa de la fe, contra la menor ceremonia de la Iglesia que
alguien vieEe yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada escritura,
me pornía yo a morir mil muertes".
54 CRIsóaONO DE JESÚS, O. C. D.

tismo el fundamento doctrinal que necesitaba. El desmedido afán


de revelaciones; la fácil aquiescencia a cualquier representaci6c
imaginativa en la oración; la sobrenaturalización 'de los más 11-
geros movimientos íntimos, fenómenos que comenzaron a reaparé-
cer en estos días con inusitada fuerza y extensión, y que no eran
má;; que reflejos prácticos de la doctrina de la inspiración pri-
vada, provocaron en los maestr03 de espíritu una reacción vigorosa,
que se manifiesta fuertemente en su doctrina. La provocó en
santa Teresa; en el beato Avila; en san Juan de la Cruz.
Santa Teresa", comienza por oponer su hermosa doctrina de
la dirección espiritual. Nada de' guiarse por sí mismo, aunque más
virtud y más ciencia se crea tener. Ella, víctima durante mucho
tiempo de la falta de dirección competente, no se cansa de insistir
en la necesidad de tener un consejero apto, sea cualquiera el grado
de perfección en que se encuentre el alma (1). ESCDgido con todas
las garantías de letras y de virtud, él ha de ser el que fi}e, en
definitiva, la norma de conducta del alma. Ni propio parecer, ni
sentimientos interiores sobrenaturales, ni siquiera la revelación
percibida por el alma con claridad y certeza absolutas han de tener
valor alguno mientras la autoridad del Director no las refrende:
"Si hay las seiUlles que quedan dichas, mlfho se puede asegurar
ser de Dios (l,a revelación), aunque no de manera que s~ es cosa
grave lo que se dice, y que se ha de poner por obra de sí o de ter-
ceras perJonas, jamás haga nada ni le pase por pe:l1sa.miDnto, sin
parecer de con.fesor o letrado, y avi~ado y siervo de Dios, aunque
más y más entienda y le parezca claro ser de Dios, pOfque esto
quiere Su Majestad. Y no es dejar de hacer lo que .él manda, pues
nos tiene dJieho tengamos al confesor en su lugar ad01~de no se pue-
de dudar ser p¡¡labras suyas ... Y nuestro Señor le POlWl'á al confe-
sor y le hará el'ea es espíritu suyo, cuando él lo quisiere, y si no,
no están más obligados, y hacer otra cosa sino lo dicho, y seguirse
nadie por Sil parecer en esto, téngolo por cosa mlly peligrosa" '(2).

Más aún: si existe oposición entre el consej o del confesor y 10


que el alma ha creído entender en la oración, la elección no debe
ser dudosa: hay. que atenerse a 10 que determine el maestro espi-
ritual, dejando decididamente a un lado la divina revelación, aun-
que le haya sido hecha con todas las garantÍas de que era Dios
Q un ángel deY cielo el que le habló:

(1) Vida, c. 4, pág. 22; ibid, C. 7, pág. 47.-Moradas IlI, c. 2, pág. 53 2.


Camino de perfección, c. 18, pág. 404.
(2) M oradas VI, c. 3, pág. 595.
CARACTERES DE LA ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA 55

"Cuando (Dios) dice algunas cosas que hagan, o por venir, aquí
menester tratarlo con confesor discreto y letrado, y no hacer ni
creer cosa, sino lo que aquel le dijere ... Y téngase este aviso, que si
no obedeciere a lo que el confesor le dijere, y no, se dejare! guiar por
él, que o es mal espíritu, o tel'rible melancolía. Porque puesto que
el confesor no atinase, ella atinará más en no salir de lo que le dice,
aunque sea ángel de Dios el que la habla." (1).

N O se puede atacar más directamente la doctrina de la inspi-


ración privada, deshaciendo a la vez el sofisma iluminista.
No era, sin embargo, el error en su principio teórico 10 que más
preocupaba a los místicos españoles: les asustaban ante todo las
consecuencias prácticas a que fatalmente se podía llegar y se lle-
gaba de hecho ya en aquellos días. Convencido el espíritu de que
las particulares inspiraciones, que decían recibir, era la voz de
Pios, norma única, por 10 tanto, de sus propias acciones, se corría
el riesgo de caer en las mayores inmoralidades. Así 10 V1Ó el beato
Juan de Avila, que 10 denuncia en su obra maestra:
"Otros han querido buscar sendas nuevas, que les parecía muy
breve atajo para llegar presto a Dios; y parecidos quedándose per-
fectamente en él y dejándose en sus manos, eran tan tomados de
Dios y regidos por el Espíl'Ítu Santo que todo lo q7te a su corozón
venia no era otra cosa sino lumbre e instinto de Dios. Y llegó a
tanto este engaño q7te si aqueste movimiento intel'Íor no les venía,
no habían de moverse a hacer obra buena, por buena que fuese; y
si les movía el. coraz.ón a hacer alguna obra, la habían de hacer- aun-
que fuese contra el mandamiento de Dios, creyendo que aquella gana
que su corazón sentía era instinto de Dios y libertad dfn Espíritu
Santo, que los libertaba de toda obligación de Mandamientos de
Dios, al cual decían que amaban ta,tI de verdad que aun quebran-
tando sus mandamientos, no perdían su amor" (2).

Si para santa Teresa el fiarse de las particulares inspiraciones


es un peligro de error, y para el beato Avila un principio que pue-

(1) F7tnda.ciones, c. 8, pág. 802.-EI P. Jerónimo Gracián, Superior y di-


rector de Santa Teresa durante mucho tiempo, refiere el siguiente caso: "Estando
en Veas, ofrecíase fundar convento de monjas en Madrid y en Sevilla, y hacía-.
seme gran dificultad a qué parte acudiría la Madre. Díjela que lo comunicase
con nuestro Señor j hízolo tres días, y al cabo dijo que el Señor la había de-
clarado que fuésemos a Madrid. Yo la dije que fuese a Sevilla, y así obedeció.
Tornándola yo a preguntar porqué no había replicado, pues muchos hombres
doctos la habían asegurado que su espíritu era de Dios y lo que yo había dicho
me movió sólo mi opinión, y que ni siquiera lo había encomendado a Dios, dijo:
"Porque la fe me dice que lo que V. P. me mandare es voluntad de Dios, y de
cuantas revelaciones hay no lo tengo que lo serán". P. RIBERA, Vida de la M. Te-
resa, 1. 4, c. 20, nota marginal del P. Gracián.
(2) Audi, filia, c. 50. Cfr. caps. 54 y 55·
CR1SÓGoNS DE JESÚS, O. C. D.

de parar en la más repugnante inmoralidad, para san Juan de la


Cruz es ya un pecado. Nadie se ha opuesto como él, con tanta
resolución y tan fieramente, a esa doctrina medio protestante, me-
dio i1uminista. Esta actitud constituye uno de los rasgos más sa-
1ienes de la personalidad del místico Doctor. Su pluma, tan dulce
cuando trata de amores, se torma áspera y punzante contra los
amigos de visiones, palabras sobrenaturales y revelación de cosas
extraordinarias. No éonoce posiciones medias. Su actitud es radi-
cal y valiente: desear esas cosas es pecado venial por: 10 menos,
y si vienen, hay que rechazarlas totalmente. Nadie se había atrevi-
do a decirlo; pero el santo, bien seguro de su lógica, afronta con
decisión las consecuencias de un principio qtle sabe cierto.

"Querer saber cosas por vía sobrenatural, por muy peor lo


tengo que querer otros gltstos espirituales en el sentido; porque yo
110 veo por dónde el al'ma que las pretende deje de pecar, por' lo

menos venialmente, aunque más buenos ¡i¡¡es tenga y más puesta


esté en perfección; y quien se lo mandase y consintiese, tam-
bién" (1).
"El alma, con tanta fuerza y cuidado ha de resistir las visiones
como las muy peligrosas tentaciones" (2).

Ni vacila, ni admite excepción. Todas esas manifestaciones han


de hallar al alma en la misma actitud de repulsa. Aunque sean
de Dios. San Juan de la Cruz no se asusta. ¿ N o habrá falta de
respeto si son divinas? N o, porque esa es la actitud que Dios
quiere ver en el alma. ¿ No se frustrará, al rechazarlas, el bien
que podían hacer siendo legítimas? Tampoco; porque aunque el
alma no quiera admitirlas, ellas harán su efecto instantánea e in-
dependientemente de la voluntad, como le hace el ascua encendida
que cae sobre la carne desnuda (3). Por eso no es necesario que
haya excepciones. Sería abrir la puerta a todos los engaños.

"Yo conocí una persona que tenieOOo estas locuciones sucesivas,


entre algunas harto verdaderas y sustancíales que formaba del San-
tísimo Sacramento de la Eucaristía, -había algunas que eran harto
herejía. Y espántome yo mucho ,de lo que pasa en estos tiempos,
y es que cualquier alma de por ahl con cuatro maravedís de consi-

(1) Subida del Monte Carmelo, I. I1, c. 21, p. 182-183, edición P. Silve-
rio, 193I.-k renglón seguido da el santo, como de costumbre, la profunda razón
de esta doctrina.
(2) Subida, 1. n, c. 27, p. 222.
(3) ¡bid, 1. n, c. II, p. 124.
CARACTERES DE LA ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA
57

deración, si siente algunas lowdones de éstas en algún recogimiento,


luego las bautizan todo por de Dios, y suponen que es así, dicien-
do: "Díjome Dios; Respondióme Dios; y no será así, sino que
ellos las más veces se lo dicen. Y allende de esto, la gana que tie-
nen de aquello, y la afición que de ello tienen en el espíritu, hace
que ellos mismos se lb respondan, y piensen que Dios se lo respon-
de y se lo dice. De donde vienen a dar en grandes desatinos" (1).

Como se ve, san Juan de la Cruz apunta al corazón del ilu-


minismo, y a través de éste, da contra la doctrina protestante de
la Í.aspiración privada. La reacción que estos errores, hechos ya
conducta en muchos espíritus de su tiempo, produjo en lamente
del gran Doctor de la Iglesia, le sirvió para -asentar una de las
más sólidas doctrinas del misticismo católico. Con ella no hay
posibilidad de ilusiones. La puerta está bien cerrada. No le quedan
al alma más que dos elementos de juicio identificados en una
sola norma: la razón y la verdad evangélica interpretada por la
Iglesia (2). Precisamente Jo que rechazaba el luteranismo.

***
El segundo principio de la teología protestante que más influyó.
por reacción, en la doctrina de nuestros místicos fué el de la fe
sin obras, causa única, por los méritos de Cristo, de la humana
justificación. San Ignacio de Loyola es de los primeros en levantar
la voz, poniendo en guardia contra el posible peligro:
"Es de advertir-escribe en el Libro de los Ejercicios--que .por
mucho hablar de la fe y con mucha intención, sin alguna distinción
y declaración, no se dé ocasión al pueblo para que en el obrar sea
torpe y perezoso, quier antes de la fe formada, o quier después" (3).'
Quizá no todos se apercibieron de la transcendencia del prin-
cipio en sí mismo. Por lo menos son pocos los que le refutan direc-
tamente. Entre ellos destaca el beato Juan de Avila, que ve en él
destruí da de raíz toda la economía de la gracia. El gran apóstol
de Andalucía impugna largamente esa justificación que no justi-
fica; porque decir "que se imputa por mía la justicia y limpieza
dé- Jesucristo nuestro Señor, más es cubrir mi suciedad que qui-
tarla" (4).
Pero si no todos los místicos se preocuparon de refutar el prin-
cipio, todos rraccionaron alarmados ante la consecuencia fatal que
(1) Subida, 1. n, c. 29, p. 226.
(2) ¡bid, 1. n, C. 21, p. 183.
(3) Ejercicios, semana 4.", reg·la 16.
(4) A udi filia, c. 90. Cfr. caps. 88-89.
CRISÓGONO DE JESÚS, O. C. D

preveían: el quietismo. Porque el quietismo no es más que la


realidad, en la vida mística, del principio de la fe sin obras, que
los luteranos aplicaban a toda la vida cristiana. Es, en el fondo,
la oposición de los dos ordenes de actividades humanas: las inte-
riores y las externas. Los protestantes decían: fe sin obras; y los
quietistas tradujeron: oración sin acción, En definitiva er~, en
ambos casos, la mutilación de la humana personalidad.
Hasta el siglo XVI, y en cierto grado ha continuado después,
la espiritualidad cristiana parecía dividida en dos tendencias: una,
la de los que aspiraban a la pura contemplación, desdeñando la
vida activa; otra, la de los que sentían preferencias por ésta. Era
el eterno aunque fraternal pleito de Marta y de María ante Jesús
en el castillo de Betania. Y la preferencia había sido por la vida
contemplativa. Las palabras de Cristo a Marta: María opthnan
partem elegit, habían inclinado a los Padres y Doctores por la
vida de oración, y en la Edad Media santo Tomás, fundándose en
ocho célebres razones de Aristóteles, había completado el triunfo
de esa tendencia contemplativa (1). Sólo unos pocos teólogos, co-
mo Enrique Gandavense, sostenían en las escuelas la supremacía
de la acción sobre la contemplación (2).
Pero el protestantismo, que con su principio de la fe sin O'1ras,
daba un sentido absurdo a la oración con menoscabo efel valor de
la vida activa, produjo entre los maestros de espíritu un fuerte
movimiento en favor de ésta como único modo de contener a las
almas, que por aquel camino desembocarían fatalmente en el quie-
tismo. Desde entonces se miró como peligroso exaltar la pura
vida contemplativa, que entendida así, sin aditamentos, llegó a
sonar como sinónimo de oración sin acción, fe sin obras.
En este ambiente viven y escriben los grandes místicos espa-
ñoles. En él se forma su mentalidad y de él, en parte al menos,
son hijas sus ideas. Por eso van a ser ellos, si no los creadores,
sí los alumbradores de la doctrina armónica de la vida mixta con
una precisión que no había logrado antes: ni sólo oración, ni sólo
acción: ambos elementos son igualmente esenciales en la vida
cristiana.

(1) U-U.", q. 182, a 1-Cfr. In IJI Sent., disto 35, q. 1, a. 4.-Es una idea
común a los Padres, tanto de la iglesia de Oriente como de la de Occidente.
Casiano la refleja con exactitud. Cfr. M. OLPHE-GALLIARD: Vie contemplative
et vie active d'aprés Cassien (Revue d'Ascétique et de Mystique, n.o 63, pági-
nas 252-288).
(2) Quodlibeta, quodlib. quceest. 28.
CARACTERES DE LA ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA 59

¿ Por qué? ¿ En qué grado? ¿ Con qué condiciones?


Una primera idea fundamental resalta ya en nuestros autores
en contraste con la doctrina anterior: la oración se ordena a las
obras tanto como las obras a la oración. Es decir, la oración deja
de ser el fin de la vida espiritual, que era el concepto mimado por
los maestros de la Edad Media (1), y pasa a ser la mejor disposi-
ción para la vida activa. Ese es uno de los grandes valores de los
Ejercicios de san Ignacio, que tanto destacan en la espiritualidad
española y que tan honda influencia ejercen en la Iglesia. El
gran fundador de la Compañía ni los concibió ni los organizó con
miras a elevar a las almas a nuevos métodos de oración. En la
mente del santo tenían una finalidad eminentemente práctica. Lo
exigía el propio carácter del autor y 10 exigía también el carácter
de su gran obra. Son para enseñar a "ordenar la vida", como lo
dice en el subtítulo de su libro (2). Y en el centro de las medita-
ciones, para que los ejercitantes no olviden esta finalidad de los
ejercicios, pensando que todo va a reducirse a meditar y orar,
coloca este programa, que es llamada a la lucha y al trabajo, fruto
práctico de todas las meditaciones:

"Cristo nuestro Señor, Rey eterno... a cada uno en particular


llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos
los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre,. por tanto,
quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo" (3).

Las obras externas deben ser no sólo el término complemen-


tario del acto contemplativo sino la única justificación de su legi-
timidad y de su eficacia. Oración que se resuelva en actos íntimos,
sin una cristalización én obras exteriores, hay que darla por sos-
pechosa. Es nada menos que sant2 Teresa la que expone esta
doctrina en el último y más autorizado de sus libros:

"Torno a decir que para esto es menester no poner vuestro fun-


damento sólo C1t rezar y contemplar,. porq'ue si no pr·ocuráis virtu-

(1) Smnma, 3, q. 182, a. 4,-Contemplativa (vita) est finis activre: III Sent.,
disto 35, q. 1, a. 4.
(2) Ejercicios espirituales para vencerse a sí mismo y ordenar su vida ...
(3) Ejercicios, 2." femal'a, Llamamiento del Rey temporal, 2:" parte.-Cfr.
HARDY SCH1LGEN: Die BedC1ttung der Betrachtung über die Liebe in den Exer-
sitien des hl. Ignatius (Zeitschriftfür Aszese und Mystik), pág. 3,29 segs.-1933·
60 CRISÓGONO DE JESÚS, O. C. D.

des y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis en<uUls... Os pa-


recerá que hablo con los que comienzan, y que después pueden ya
descansar. Ya os he dicho que el sosiego que tienen estas almas en
lo interior es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo
exterior. tPara qué pensais que son aquellas inspiraciones que he
dicho, o, por mejor decir, aspiraciones, y aquellos recados que envfa
el alma del cento interior a la gente de arriba del castiUo y a las
moradas CJue están fuera de donde ella está? ¿Es para qUB se echen
a dormir? No, no, no; que más guerra les hace desde allí¡ para que
no estén ociosas potencias y sentidos y todo lo corporal ... " (1).
"Paro esto es la oración, hijas mías " de esto sirve este matrimo-
nio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras" (2).

No es un pensamiento aislado y pasajero en la mente de la


insigne Fundadora: es la idea que la domina, precisamente
cuando se encuentra ya en la cumbre de la santidad, metida en la
séptima morada de su místico Castillo. Es la piedra clave del arco,
de su sistema doctrinal. Por eso insiste y recalca su pensamiento"
como preocupada y temerosa de que la doctrina quietista se les'
entrase a sus hijas a través de las rejas del convento o germinase:
al calorcillo de una peligrosa ociosidad contemplativa:

"Cuando veo yo al~nas muy diligentes a entender la oración que


tienen, y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se
osan bullir ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un po-
quito el gusto )' devoción que han tenido" luíceme ver culÍn poco
entienden del camino por donde se alcanza la unión y piens«n que
allí está todo el negocio. Que no, hermauas, no; obras quiere el
Señor; y que si 'ves una enferma a quien puedes dar un alivio, no
se te dé nada de perder esa devoción, y te compadezcas de ella, y
si tiene algún dolor, te duela a ti ...
Mucho he dicho en otras 'partes de esto, porque veo, herma-
nas, que si hubiese en ello quiebra, vamos pedidas ... Cuando os
viereis faltas en esto. aunque tengáis devoción y regalos, que os
parezca· habéis llegado ahí (a oración de unión), y alguna suspelt-
sioncilla en la oración de quietud, (que algunas luego les parecerá
que está todo hecho) creedme que no habJis llegado a unión y
pedid a nuestro Señor que os dé con perfección este amor del pró-
jimo" (3).

Todas las obras de virtud valen para demostrar la eficacia de


la oración. Pero los místicos españoles insisten sobre todo en las

(1)Moradas VIl, c. 4, p. 669.


(2)Ibid, c. 4, p. 667.
(3) IbM, V, c. 3, p. S72-S73.-Cfr, _Camino de Perfección, c. 7, pági~
na 370 segs.
CARACTERES DE LA ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA
óÍ

'que dicen relación al prójimo. No las miran como una práctica


más o menos útil: son una obligación que el alma no suplirá ni
siquiera con actos heroicos de aislada perfección individual. Fran-
cisco de Osuna, el insigne maestro franciscanQ, con ser uno de
los más ardientes panegiristas del interior recogimiento, hace re-
saltar este deber del alma contemplativa. La gracia divina que se
recibe. no va, ségún él, dirigida al alma como a término para
estackmarse en ella; el alma es como lugar de paso por donde la
gracia, después de santificar al espíritu que la recibe, se dirige
a otro espíritu. Retenerla en uno mismo, sin trasmitirla a los de-
más, es cortar el paso a Dios, frustrando sus designios de pasar
,a comunicarse a otras almas (1). Yeso es una prueba de que no
se merece la gracia que se recibe, por muchas maravillas de vida
interior que se crea realizar con ella. Porque, ¿ de qué sirve todo
eso-viene a concluir el célebre maestro de santa Teresa-si se
malogra la finalidad que Dios se propuso al darnos este conjunto
de energías físicas y morales? Porque éstas nos las dió, tanto
como para propio aprovechamiento, para ayuda y beneficio de
nuestros prójimos (2).
A idéntica conclusión aunque por distinto camino llega el bea-
to Juan de Avila. Para él, la acción en beneficio del prójimo no
es simplemente una obra buena, obra de misericordia y como de
supererogación, que puede lícitamente omitirse: es una exigencia
de la justicia. No importa que el fundamento de esa justicia no
esté en el prójimo: está en Dios, que cede al prójimo-lo ha dicho
en el E';'angelio-Ios derechos que El tiene al retorno de los bie-
nes que nos ha concedido.

"Aunque por una parte -escribe el Maestro Avila- sea gran


verdad que los bienes qUg el Se'ñor hace a uno, n,o busca ni quiere
retorno; mas mirándolo por otra parte, ninguna cosa da" de la
cual no lo quiera, no para sí, pues él es riquísimo o sin poder cre-
cer en riqt¡ezas, y lo que da, por amor puro le da; mas el retorno
que quiere es para los prójimos, que tienen necesidad de ser estima-
dos, amados y socorridos. Así como si un hombre hubiese prestado
a otro muchos dineros y hecho otras muchas buenas obras y le di-
jese: De todo esto que por vos he hecho, yo no tengo necesidad
de vuestl'il paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo cedo
y traspaso en la persona de Fulano que es más necesitado, o es mi
pariente o criado; pagadle a él lo que a mí me debéis, y con ello

(1) Tercer Abecedario espiritual, trato VIII, cap. 2.


(2) lbid., ibid.
62 CRlSÓGONO DE JESÚS, O. C. D.

me doy por pagado. De este arte entra el cristiano en cuenM. Don


Dios, y mire lo qlte de él ha recibido, así en los trabajos y ml/erte
qlle el Hijo de Dios pasó por él. como en las misericordias particu-
lares que después de criado le ha hecho ... piense que en intento con
que Dios ha obrado con él tantas mercedes es para darle a entender
qlle Oltnque el prójimo no merezca por sí ser sufrido, ni amado, ni
remediado, quiere Dios que el bien que el otro por sí no merece,
le sea concedido por lo que él debe a Dios" (1).

Por eso no pueden decidir nuestra actitud los actos del pró-
jimo: buenos o malos, favorables o adversos, da 10 mismo; nos-
otros no tenemos que hacer cuenta con él sino con Dios, a quien
pagamos en el prójimo nuestra deuda (2).
Con esto está dicho que las obras en bien del prójimo no tie-
nen señalada fecha fija. Siempre es tiempo propicio para ayudar
a los hermanos. Los que piensan que hay que esperar a que el
alma, totalmente purificada en sí misma, haya logrado el amor
perfecto de Dios, yerran profundamente. Esa debe ser la aspira-
ción del alma: lograr lo primero el amor perfecto de Dios. Pero
j pobres prójimos, si no pudiesen acercarse a ellos para hablarles
de Dios-y para socorrerlos más que las almas perfectas!
N uestros maestros de espíritu, que ven en esas obras, cuando
son perfectas, el único signo cierto de una verdadera progresión
en la vida espiritual, ven también en ellas el mej,or medio para
adquirir y desarrollar el amor de Dios con todas las virtudes que
éste lleva consigo. Nunca hay razón para descuidar el socorro
del prójimo; ni siquiera con el pretexto, tan socorrido, de vacar
más a la oración. Esta debe ser el principio y el complemento:
nunca la única actividad (3).
¿ Quiere esto decir que en la vida de apostolado no haya que
proceder con cautela ? No; tiene esa vida sus peligros y está ex-
puesta a desfiguraciones y contrahechos. Como todo arte) éste
necesita su aprendizaje. Es una senda que bordea precipicios, y
hay que llevar la cabeza segura y asentar el pie en firme para no
despeñarse.
Es santa Teresa la que con más tino pone en guardia contra
los posibles escollos. Unas veces es un celo indiscreto, que exagera

(1) Audi filia, cap. 96.


(2) Ibid., c. 96.
(3) FRAY LUIS DE GRANADA, Historia de l<! Sagrada Pasión, c. 1.
CARACTERES DE LA ESPIRITUALIDAD ESPAÑOLA
63

las necesidades y los defectos ajenos, llevando una inquietud per-


judicial al propio espíritu (1). Otras, un llenarse el alma de gran-
des deseos en la oración, con ilusión de realizar cosas extraordi-
narias, dejando por hacer las que están a su alcance (2). Pero
quizá el mayor peligro está en lanzarse a una clase de apostolado
que, bien por falta de suficiente formación moral, bien por con-
diciones de carácter, supere las propias energías espirituales. En~
tonces el apostolado se convierte en un doble desastre: desastre
para el que lo ejerce y desastre para aquellos a quienes s,e di-
rige (3).
y en ese caso habría que suprimirle. Ni siquiera estaría jus-
tificada esa actuación porque resultase beneficiosa para el próji-
mo. Basta que no lo sea para el que la ejerce. Porque tratándose
del orden espiritual no es lícito perder el bien propio por lograr
el ajeno. Eso, que en el orden material y temporal puede resultar
un heroísmo-el heroísmo del que pierde la vida propia para sal-
var la de su prójimo-, en el orden de los bienes del alma es un
absurdo. Porque está justificado renunciar a un bien temporal en
favor de los demás, cuando se gana con ello un bien propio supe-
rior; pero perder, con el pretexto que sea, el bien espiritual propio,
que es el supremo, es el absurdo de buscar el mal absoluto para
sí, cosa contraria al mismo orden esencial de la naturaleza. Es
una advertencia en la que insisten nuestros místicos:

"N o darte así al aprovechamiento de los otros que dañes a ti


. mesmo -escribe Osuna-; mas huye a tu corazón, y si vieres que
en él disminuye la gracia y el recogimiento que sentías, en tal ma-
nera debes templar el negocio que tlt alma no padezca detrimento;
porq¡le si desta manera derramas por un cabo lo que coges por
Otl'O, más será el daño que el pmvecho. ¡Oh cuántos hay en esta

via del recogimiento que por enseñar a otros, se que·daron ellos sin
lo que tenían, no ordenando bien la carid.ad, que en las cosas espiri-
twzles debe comenzar de sí mesmo. Muchos hay sin duda que son
como vasos de noria, que vacían de sí el agua que para su provisión
habían menester" (4).

Sería, además, un contrasentido. Porque, ¿ cuál es la razón del


apostolado? ¿ N o es el que Dios quiere el bien y la salvación de

(1) Vida, cap. 13.\ p. 82.


(2) Moradas V, c. 3, p. 57I.-Moradas VII, p. 671.
(3) Vida, c. 19, pág. I28.-Conceptos del amor de Dios, c. 7, pág. 723.
(4) Tercer A.becedario espiritual, trato VIII, C. 2.
64 CRISÓGONO DE JESÚS, O. C. D

las almas? Pues, ¿ cómo va a lanzarse al apostolado por esa ra-


zón el que comienza por dejar perder la suya, que entra también,
sin duda, entre las que Dios quiere salvar? Una e idéntica es,
pues, la razón que explica la labor apostólica y la de 1á propia san-
tificación: una e idéntica, que es la divina voluntad de salvarnos
a todos.
y estamos en el fondo del problema. Está establecido el prin-
cipio. Los místicos no tienen ya más que sacar la consecuencia.
Porque si la razón del apostolado es la misma que la de la pro-
pia santifi'cación, sin más diferercia que los distintos sujetos a
que se refieren, una e idéntica ha de Iser la actitud del alma con
relación a ellas. Adoptar actitudes de recelo con relación a una
y de entusiasmo con relación a otra, sería absurdo e ilógico: sería
pronunciarse por una· u otra no por la razón legítima, ya que es
una misma para las dos, sino por algún motivo personalista, ajeno
a .entrambas.
Por eso los que recelan del apo'sto1ado en nombre de la vida
interior, tanto como los que descuidan la vida interior con pre-
texto de apostolado, no saben ni 10 que es apostolado, ni 10 que es
vida interior. Está bien reservar, como las vírgenes prudentes¡ en
nuestra lámpara el óleo que vamos a necesitar; pero no olvide-
mos que el siervo que escondió el talento por no perderle, fué
calificado de infiel por su señor.
N o queda más que un camino: armonizar el doble elemento. Es
la única postura cristiana. La oración sin acción es el iluminismo
quietista, cariñosamente apadrinado por la teología luterana; la
accióp. sin oración es el materialismo naturalista de hoy, que pres-
cinde de todo espíritu. La verdad está en hermanar oración y
acción, fe y obras, como síntesis y unificación de todas las aspi-
raciones y de todas las actividades del hombre, que es espíritu y
materia, en la realización de su destino como individuo i como
miembro de una colectividad universal.
No es fácil, ciertamente, llegar a ello. Aunque fundados estos
dos elementos en el mismo motivo sobrenatural, tiene cada uno
sus actos .Eferentes, sus detalles, hasta sus estímulos inmediatos
a veces contrapuestos. Son dos ciencias, que exigen una flexibi-
lidad extraordinaria en el que quiera dominarlas por _igua1. La
comparación es de fray Luis de Granqda, que resume esta doc-
trina de nuestros místicos en una bella página dd Memorial de
CARACTERES DE LA EsPIRITUALIDAD EsPAÑOLA
65

la vida cristiana (1). Sin embargo, el ideal ha de ser llegar a abar-


carlas en el mismo grado; ser místico y apóstol a la vez; Marta y
María en una pieza. .

Tal es el término de l,a espiritualidad española. Todo 10 que


no sea llegar ahí es truncarla y desfigurarla. Y llegamos a eso.
por exigencias del carácter de la raza. Si el fiero sentido indivi-
dualista que llevamos en el alma libró a nuestros místicos del
panteísmo en que cayó Eckart y que bordeaban, si no se balan-
ceaban sobre él, Tauler, Ruysbroeck y Suso, el carácter dinámico,
activo, excitado por la presencia de las ideas protestantes, les
salvó de una espiritualidad ociosa y estática. Por eso nuestro mis-
ticismo se caracteriza, entre otras cosas, como ref~actario a todo
iluminismo y como armonizador de la oración y de la acción en
un equilibrio perfecto.

(1) Memorial de la vida cristiana, trato VII. P. 2.·, C. 19.

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