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Misericordia, de Benito Pérez Galdós

En 'Misericordia', Galdós presenta una crítica social a través de personajes de clase media que enfrentan la pobreza y la decadencia, destacando la figura de Benina, una criada que lucha por mantener a su familia a pesar de las adversidades. A diferencia del naturalismo, Galdós muestra un enfoque más optimista y matizado de la naturaleza humana, resaltando las sutilezas psicológicas de sus personajes. La obra refleja la lucha entre la dignidad y la miseria en un Madrid marcado por la caridad y la ingratitud.

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Misericordia, de Benito Pérez Galdós

En 'Misericordia', Galdós presenta una crítica social a través de personajes de clase media que enfrentan la pobreza y la decadencia, destacando la figura de Benina, una criada que lucha por mantener a su familia a pesar de las adversidades. A diferencia del naturalismo, Galdós muestra un enfoque más optimista y matizado de la naturaleza humana, resaltando las sutilezas psicológicas de sus personajes. La obra refleja la lucha entre la dignidad y la miseria en un Madrid marcado por la caridad y la ingratitud.

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Misericordia, de Benito Pérez Galdós

Shaw, con mucho acierto, considera que «asociamos con el naturalismo un pesimismo sistemático, una
insistencia en los aspectos más innobles de la naturaleza humana, un grado (no absoluto) de falta de humor
que eran completamente extraños a Galdós. (…) el encantador contraste entre el ambiente en que se mueven
Ponte y Obdulia y su mundo de sueños de alta sociedad en Misericordia son creación de una mente con una
visión de la vida mucho más amplia que la del naturalismo». Así es. En Misericordia los personajes no son
un retrato crudo de la bajeza humana, sino que se mueven en cientos de sutilezas que demuestran el perfecto
domino de la caracterización psicológica que tenía Galdós.
Francisco Ponte, junto a la rondeña doña Paca y su hija Obdulia, son los representantes de una clase
media venida a menos que intenta conservar los privilegios sociales y el ritmo de vida de sus años buenos.
Doña Paca vive del pasado y sus mejores horas son las que rememora al lado de Ponte. Descuidada, frívola y
caprichosa, doña Frasquita vivió hacia fuera sin mesura y los excesos de ayer la han conducido a la
vergüenza de hoy. El marido de doña Francisca Juárez murió tratando de poner orden y tras de sí dejó a una
mujer que pronto pasó a vivir de la caridad de su criada, Benina, la protagonista, quien también da cuenta de
Antoñito, el hijo ladrón que se casará con la ordinaria hija de una sastra, Juliana, que adopta un papel
fiscalizador y tiránico. Compone también la familia una hija neurótica que, muy románticamente, se
enamorará del hijo del administrador de una empresa de servicios fúnebres. Pero lo que define a doña Paca
no es únicamente el orgullo: también están los celos infantiles que se encienden ante las alabanzas de Ponte
por Benina —su Nina, que tanto le falta— y una completa ausencia de voluntad que le conduce al fracaso y a
la crueldad con su criada.
Nina evita desahucios, empeña objetos de valor, gasta sus pequeños ahorros en la familia, da de
comer a su señora e hijos, al pariente Ponte, a los gatos de Obdulia… Nina es detenida por mendigar para
ellos. Triste personaje el de doña Frasquita, triste y digno de lástima por su ceguera y fragilidad, por su
pantalla de gran señora y débil pobreza interior.

De la misma familia de doña Paca es Frasquito, natural de Algeciras y elegante y presumido fósil,
frecuentador de salones, tertulias y casinos y célibe por causa del manifiesto desequilibrio entre lo que pide y
lo que puede ofrecer. Ponte se consagró a la vida social, y de ella ha obtenido el hambre del presente.
Don Frasquito, que a caballo como buen hidalgo, va en búsqueda de Nina a El Pardo cuando ha sido
detenida, no es, a pesar de su ridiculez, un personaje pintado negativamente por Galdós; inofensivo e infeliz,
el destino le lleva a Obdulia y a través de ella a esa Nina que repartirá, convertido en alimentos, lo poco
obtenido con las limosnas. Ponte es el testigo de la trágica historia de Nina y la terrible ingratitud de doña
Paca y su familia. Al contrario que Francisca, Ponte sabe dónde ha estado la ayuda, el bien, el amor y la
caridad: en Nina, para él un ángel.
Galdós dibuja un tercer personaje de clase media, esta vez próspera: el rico don Carlos Moreno y
Trujillo, estafador y estraperlista obsesionado con la administración de la hacienda, que sermonea a Nina y a
su señora con sus aires de nuevo rico y nuevo cristiano. Don Carlos, falso católico que hace espectáculo a la
puerta de la iglesia repartiendo céntimos al coro de la miseria.
Don Romualdo, el clérigo testamentario que primero es obra de la encendida imaginación de Nina, y
que después se materializa en carne, huesos y sotana, sorprende porque no está trazado con las líneas de
soberbia e intransigencia del don Inocencio de Doña Perfecta. Con él Galdós juega, una vez más, con la
onomástica: el sacerdote se apellida Cedrón y robusta es su constitución. Hermoso, pero como como un frío
leño a la intemperie.

«Los intrépidos soldados de la miseria» forman un grueso conjunto de pobres que han aceptado el estado en
el que se encuentran. En la masa sobresalen las veteranas de la limosna de un triste y frío Madrid de la
caridad —o falta de— en donde también se encuentra el ciego Almudena, caballero de la Arabia, en palabras
de Ponte, que se agarra física y psicológicamente a Nina. Mordejai está caracterizado excepcionalmente por
el habla: a veces moro, a veces hebreo. Extraña criatura galdosiana obcecada en su amor por Nina, a quien
no ve, pero a quien siente como su amiga. Ricard ha querido ver muy sugestivamente en nuestro buen
Almudena el símbolo de la tolerancia: representa la unión entre las tres religiones, las tres razas y las tres
culturas que conformaron España.
En el centro de este coro de mendigos, por las calles del Madrid finisecular y por los barrios y
desmontes suburbiales de la villa y la corte de una España desgarrada y trágica, pasea su humanidad Benina,
llamada Casia, natural de la Alcarria, antes buena cocinera y ahora mendicante por amor y caridad. Casi
setenta años tiene esta Nina, setenta años de trabajo y silencio, de ilusiones frustradas, de paciente entrega…
A diferencia de su señora, Nina es el trabajo, la fortaleza de carácter, la fuerza de voluntad y el
temple que se da al afán y al ajetreo sin descanso. Criada sisante, dice Galdós, tiene el vicio del descuento
que, por otro lado, es la virtud del ahorro; con sus sisas Nina no se hace rica, sino que mantiene a su entorno.
Mujer imaginativa, que debe forjar mentira tras mentira para que doña Frasquita no se sienta humillada con
su mendicante criada.
Frente a la cobardía de doña Paca y lo que ella representa, Nina sabe enfrentarse en «este valle de
lagrimas» a todo lo negativo que hay en él, a todo lo que produce sufrimiento. En el fondo del todo, lo que
late en Nina es un claro optimismo, sentido a través de la resignación ante Dios y sus designios. Cuando es
detenida junto a Almudena, sus palabras son claras: «Llegué hasta donde pude; lo demás hágalo Dios».

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