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Damion Searls
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XXXII
fuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano,
acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
cuando fuíste caballero
en el altar de Santiago.
Cuando el rey fué tu padrino,
tú, Rodrigo, el afijado;
mi padre te dió las armas,
mi madre te dió el caballo,
yo te calcé las espuelas
porque fueras más honrado;
pensé de casar contigo,
no lo quiso mi pecado.
Casástete con Jimena,
fija del conde Lozano:
con ella hubiste dinero,
conmigo hubieras Estado,
porque si la renta es buena,
muy mejor es el Estado.
Bien casástete, Rodrigo,
muy mejor fueras casado;
dejaste fija de rey
por tomar la de un vasallo.—
En oir esto Rodrigo
quedó dello algo turbado;
con la turbación que tiene
esta respuesta le ha dado:
—Si os parece, mi señora,
bien podemos desviallo.
Respondióle doña Urraca
con rostro muy sosegado:
—No lo mande Dios del cielo,
que por mí se haga tal caso:
mi ánima penaría
si yo fuese en discrepallo.—
Volvióse presto Rodrigo
y dijo muy angustiado:
—Afuera, afuera, los míos,
los de á pié y los de á caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado.
No traía el asta el fierro
el corazón me ha pasado,
ya ningún remedio siento
sino vivir más penado.
XXXIII
iberas del Duero arriba
cabalgan dos zamoranos;
las divisas llevan verdes,
los caballos alazanos,
ricas espadas ceñidas,
sus cuerpos muy bien armados,
adargas ante sus pechos,
gruesas lanzas en sus manos,
espuelas llevan jinetas
y los frenos plateados.
Como son tan bien dispuestos,
parecen muy bien armados,
y por un repecho arriba
salen más recios que galgos,
y súbenlos á mirar
del real del rey don Sancho.
Desque á otra parte fueron
dieron vuelta á los caballos
y al cabo de una gran pieza
soberbios ansí han fablado:
—¿Tendredes dos para dos
caballeros castellanos
que puedan armas facer
con otros dos zamoranos
para daros á entender
no face el Rey como hidalgo
en quitar á doña Urraca
lo que su padre le ha dado?
Non queremos ser tenidos,
ni queremos ser honrados,
ni rey de nos faga cuenta,
ni conde nos ponga al lado,
si á los primeros encuentros
no los hemos derribado,
y siquiera salgan tres,
y siquiera salgan cuatro,
y siquiera salgan cinco,
salga siquiera el diablo,
con tal que no salga el Cid
ni ese noble rey don Sancho,
que lo habemos por señor,
y el Cid nos ha por hermanos:
de los otros caballeros
salgan los más esforzados.
Oídolo habían dos condes,
los cuales eran cuñados.
—Atended, los caballeros,
mientras estamos armados.—
Piden apriesa las armas,
suben en buenos caballos,
caminan para las tiendas
donde yace el rey don Sancho;
piden que los dé licencia
que ellos puedan hacer campo
contra aquellos caballeros
que con soberbia han hablado.
Allí fablara el buen Cid,
que es de los buenos dechado:
—Los dos contrarios guerreros
non los tengo yo por malos,
porque en muchas lides de armas
su valor habían mostrado,
que en el cerco de Zamora
tuvieran con siete campo:
el mozo mató á los dos,
el viejo mató á los cuatro;
por uno que se les fuera
las barbas se van pelando.—
Enojados van los condes
de lo que el Cid ha fablado;
el Rey cuando ir los viera
que vuelvan está mandando;
otorgó cuánto pedían,
más por fuerza que de grado.
Mientras los condes se arman
el padre al fijo está hablando:
—Volved, fijo, hacia Zamora,
á Zamora y sus andamios,
mirad dueñas y doncellas
cómo nos están mirando.
Fijo, no miran á mí,
porque ya soy viejo y cano;
mas miran á vos, mi fijo,
que sois mozo y esforzado.
Si vos facéis como bueno,
seréis d’ellas muy honrado;
si lo facéis de cobarde,
abatido y ultrajado.
Afirmaos en los estribos,
terciad la lanza en las manos,
esa adarga ante los pechos,
y apercibid el caballo,
que al que primero acomete
tienen por más esforzado.—
Apenas esto hubo dicho,
ya los condes han llegado;
el uno viene de negro,
y el otro de colorado;
vanse unos para otros,
fuertes encuentros se han dado;
mas el que al mozo le cupo
derribólo del caballo,
y el viejo al otro de encuentro
pasóle de claro en claro.
El Conde, de que esto viera,
huyendo sale del campo,
y los dos van á Zamora
con vitoria muy honrados.
XXXIV
unto al muro de Zamora
vide un caballero erguido,
armado de todas piezas,
sobre un caballo morcillo,
á grandes voces diciendo:
—Vélese bien el castillo,
que al que hallaré velando
ayudaré con mi grito,
y al que hallaré durmiendo
echarle he de arriba vivo;
pues por la honra de Zamora
yo soy llamado y venido.
Si hubiera algún caballero
venga á hacer armas conmigo
con tal que no sea el Cid
ni Bermudo su sobrino.—
Las palabras que decía
el buen Cid las ha oído:
—¿Quién es aquel caballero
que hace el tal desafío?
—Ortuño me llamo, Cid,
Ortuño es mi apellido.
—Acordársete debría,
de la pasada del río,
cuando yo vencí á los moros
y Babieca iba conmigo;
en aquestos tiempos tales
no eras tan atrevido.—
Ortuño de que esto oyera
de esta suerte ha respondido:
—Entonces era novel,
ahora soy más crecido
y usando, buen Cid, las armas
me he hecho tan atrevido.
Mas no desafío á ti
ni á Bermudo tu sobrino,
porque os tengo por señores
y me tenéis por amigo;
mas si hay otro caballero
salga hacer armas conmigo,
que aquí en el campo le espero
con mis armas y rocino.
XXXV
uarte, guarte, rey don Sancho,
no digas que no te aviso
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido;
llámase Bellido Dolfos
hijo de Dolfos Bellido,
cuatro traiciones ha fecho
y con esta serán cinco.
Si gran traidor fué el padre,
mayor traidor es el fijo;
gritos dan en el real
que á don Sancho han mal herido;
muerto le ha Bellido Dolfos,
gran traición ha cometido;
desque le tuviera muerto
metióse por un postigo,
por las calles de Zamora
va dando voces y gritos:
—Tiempo era, doña Urraca,
de cumplir lo prometido.
XXXVI
e Zamora sale Dolfos
corriendo y apresurado;
huyendo va de los hijos
del buen viejo Arias Gonzalo,
y en la tienda del buen Rey
en ella se había amparado:
—Manténgate Dios, el Rey.
—Bellido, seas bien llegado.
—Señor, tu vasallo soy,
tu vasallo y de tu bando,
y yo por aconsejarle
á aquel viejo Arias Gonzalo
que te entregase á Zamora,
pues se te había quitado,
hame querido matar
y dél me soy escapado.
Así me vengo, señor,
por ser en el tu mandado,
con deseo de servirte
como cualquier fijodalgo.
Yo te entregaré á Zamora,
aunque pese á Arias Gonzalo,
que por un falso postigo
en ella serás entrado.—
El buen Arias, el leal,
al Rey había avisado
desde el muro del adarve
estas palabras hablando:
—Á ti lo digo, buen Rey,
y á todos los castellanos,
que allá ha salido Bellido,
Bellido un traidor malvado,
que si traición te ficiere
á nos non será imputado.—
Oídolo había Bellido,
que al Rey tiene por la mano:
—Non lo creades, señor,
lo que contra mí ha fablado,
que don Arias lo publica
porque el lugar no sea entrado,
porque él sabe que yo sé
por dónde será tomado.—
Allí le fablara el Rey
de Bellido confiado:
—Yo lo creo bien, Bellido,
el Dolfos, mi buen criado;
por tanto, vámonos luégo
á ver el postigo falso.
—Vámonos luégo, señor,
id solo, no acompañado.—
Apartados del real,
el buen Rey se había apartado
con voluntad de facer
lo que á nadie es excusado:
el venablo que llevaba
á Bellido se lo ha dado,
el cual desque así lo vido
de espaldas y descuidado,
levantóse en los estribos,
con fuerza se lo ha tirado;
diérale por las espaldas
y á los pechos ha pasado.
Allí cayó luégo el Rey
muy mortalmente llagado;
vióle caer don Rodrigo
que de Vivar es llamado,
y como le vió ferido,
cabalgara en su caballo.
Con la priesa que tenía
espuelas no se ha calzado.
Huyendo iba el traidor
tras él iba el castellano,
si apriesa había salido,
á mayor se había entrado;
Rodrigo ya le alcanzaba,
mas viendo á Dolfos en salvo,
mil maldiciones se echaba
el nieto de Laín Calvo:
—Maldito sea el caballero
que como yo ha cabalgado,
que si yo espuelas trujera,
no se me fuera el malvado.—
Todos van á ver al Rey
que mortal estaba echado.
Todos le dicen lisonjas,
nadie verdad ha fablado,
sino fué el conde de Cabra,
un buen caballero anciano:
—Sois mi rey y mi señor,
y yo soy vueso vasallo;
cumple que miréis por vos,
que es verdad lo que vos fablo,
que del ánima curedes,
del cuerpo non fagáis caso;
á Dios vos encomendad
pues fué este día aciago.
—Buena ventura hayáis, conde,
que así me heis aconsejado.—
En diciendo estas palabras
el alma á Dios había dado.
De esta suerte murió el Rey
por haberse confiado.
Muerte del rey D. Sancho
XXXVII
uerto yace el rey don Sancho,
Bellido muerto le había;
pasado está de un venablo
y gran lástima ponía.
Llorando estaba sobre él
toda la flor de Castilla;
don Rodrigo de Vivar
es el que más lo sentía;
con lágrimas de sus ojos
d’esta manera decía:
—¡Rey don Sancho, señor mío,
muy aciago fué aquel día
que tú cercaste á Zamora
contra la voluntad mía!
Quien te lo aconsejó, Rey,
á Dios ni al mundo temía,
pues te fizo quebrantar
la ley de caballería.—
Y viendo el hecho en tal punto,
á grandes voces decía:
—Que se nombre un caballero,
antes que se pase el día,
para retar á Zamora
por tan grande alevosía.—
Todos dicen que es muy bien;
mas nadie al campo salía.
Témense de Arias Gonzalo
y cuatro hijos que tenía,
mancebos de gran valor,
de gran esfuerzo y estima.
Mirando estaban al Cid,
por ver si lo aceptaría,
y el de Vivar, que lo entiende,
d’esta manera decía:
—Caballeros fijosdalgo,
ya sabéis que non podía
armarme contra Zamora,
que jurado lo tenía;
mas yo daré un caballero
que combata por Castilla,
tal, que estando él en el campo
no sintáis la falta mía.—
Levantóse Diego Ordóñez,
que á los piés del Rey yacía;
la flor es de los de Lara
y lo mejor de Castilla,
con voz enojosa y ronca
d’esta manera decía:
—Pues el Cid había jurado
lo que jurar no debía,
no es menester que señale
quien la batalla prosiga:
caballeros hay en ella
de tanto esfuerzo y valía
como el Cid, aunque es muy bueno,
y yo por tal lo tenía;
mas si queréis, caballeros,
yo lidiaré la conquista,
aventurando mi cuerpo,
poniendo á riesgo mi vida,
pues que la del buen vasallo
es por su Rey ofrecida.
XXXVIII
espués que Bellido Dolfos,
ese traidor afamado,
derribó con cruda muerte
al valiente rey don Sancho,
juntáronse en una tienda
los mayores de su campo;
y juntóse todo el real
como estaba alborotado.
Don Diego Ordóñez de Lara
grandes voces está dando,
y con coraje encendido
muy presto se había armado.
Para retar á Zamora,
junto al muro se ha llegado,
y lanzando fuego vivo
d’esta suerte ha razonado:
—Fementidos y traidores
sois todos los zamoranos,
porque dentro d’esa villa
acogistes al malvado
de Bellido, ese traidor,
el que mató al rey don Sancho,
mi buen señor y buen rey,
de quien soy muy lastimado:
que los que acogen traidores
traidores sean llamados;
y por tales yo vos reto,
y á vuesos antepasados,
y á los que traidores son
los pongo en el mismo grado,
y á los panes y á las aguas
de que sois alimentados,
y esto os faré conocer,
ansí como estoy armado,
y lidiaré con aquellos
que no quieren confesallo,
ó con cinco uno á uno,
como en España es usado
que lidie el que á concejo
como yo había retado.—
Arias Gonzalo, ese viejo,
ansí le había fablado,
después que hubo entendido
lo que Ordoño ha razonado:
—Non debiera yo nacer
si es como tú has contado;
mas yo acepto el desafío
que por ti es demandado,
y te daré á conocer
no ser lo que has publicado.—
Y á todos los de Zamora
d’esta manera ha fablado:
—Varones de grande estima,
los pequeños y de estado,
si hay alguno entre vosotros
que en aquesto se haya hallado,
dígalo muy prontamente;
de decillo no haya empacho.
Más quiero irme d’esta tierra
en África desterrado,
que no en campo ser vencido
por alevoso y malvado.—
Todos dicen á una voz,
sin alguno estar callado:
—Mal fuego nos mate, Conde,
si en tal muerte hemos estado;
no hay en Zamora ninguno,
que tal hubiese mandado.
El traidor Bellido Dolfos
por sí solo lo ha acordado:
muy bien podéis ir seguro;
id con Dios, Arias Gonzalo.
XXXIX
a cabalga Diego Ordóñez,
del real se había salido
de dobles piezas armado
en un caballo morcillo:
va á reptar los zamoranos
por la muerte de su primo,
que mató Bellido Dolfos
hijo de Dolfos Bellido.
—Yo os repto, los zamoranos,
por traidores fementidos,
repto á todos los müertos,
y con ellos á los vivos;
repto hombres y mujeres,
los por nascer y nascidos;
repto á todos los grandes
á los grandes y á los chicos,
á las carnes y pescados
y á las aguas de los ríos.—
Allí habló Arias Gonzalo,
bien oiréis lo que hubo dicho:
—¿Qué culpa tienen los viejos?
¿Qué culpa tienen los niños?
¿Qué merescen las mujeres
y los que no son nascidos?
¿Por qué reptas á los muertos,
los ganados y los ríos?
Bien sabéis vos, Diego Ordóñez,
muy bien lo tenéis sabido,
que aquel que repta concejo
debe de lidiar con cinco
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