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La Eucaristía en La Historia de La Iglesia

La Eucaristía, instituida por Jesucristo en la Última Cena, ha sido central en la vida cristiana desde el siglo I, con los primeros cristianos celebrando la misa en comunidades y creyendo en la presencia real de Cristo en el pan y el vino. Textos de los evangelios y escritos de los Padres de la Iglesia reflejan la continuidad de esta práctica y la interpretación literal de la transformación del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. La Didaché y las Apologías de San Justino Mártir subrayan la importancia de la pureza y la fe en la participación en la Eucaristía.

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La Eucaristía en La Historia de La Iglesia

La Eucaristía, instituida por Jesucristo en la Última Cena, ha sido central en la vida cristiana desde el siglo I, con los primeros cristianos celebrando la misa en comunidades y creyendo en la presencia real de Cristo en el pan y el vino. Textos de los evangelios y escritos de los Padres de la Iglesia reflejan la continuidad de esta práctica y la interpretación literal de la transformación del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. La Didaché y las Apologías de San Justino Mártir subrayan la importancia de la pureza y la fe en la participación en la Eucaristía.

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LA EUCARISTÍA EN LA HISTORIA DE LA

IGLESIA
¿Qué nos dicen los primeros cristianos de la
Eucaristía? (siglo I)
La Eucaristía fue instituida por Jesucristo en la Última Cena y los primeros cristianos fieles
a las enseñanzas de Jesús se reunían para “partir el pan”, o sea para celebrar la santa
Misa.

Inicialmente, al parecer se celebraba en refecciones (Cenas, refrigerio) comunitarias en las


casas de los primeros cristianos. Los Obispos y presbíteros presidían la celebración y
consagraban el pan y el vino, distribuyendo después la comunión. Seguían con fidelidad
las indicaciones de los Apóstoles: “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el
pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced
esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo:
«Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la bebáis,
hacedlo en memoria mía». Y así, siempre que comáis este pan y bebáis esta copa,
proclamaréis la muerte del Señor hasta que él vuelva” (1 Cor 11,23-26).

Emociona comprobar cómo seguimos celebrando, en lo esencial, la misma misa que


instituyó Jesucristo y celebraban los primeros cristianos.

Todo lo que decimos y lo que escuchamos acerca de la Eucaristía tiene su origen en lo que
nos dijo, en primer lugar, el propio Jesucristo y, luego sus testigos, a través de los
evangelistas y, el primer eslabón de cristianos, los Padres de la Iglesia.

En Jn 6, 26-42 el evangelista Juan narra el anuncio de Jesús de la próxima institución de la


Eucaristía que lleva a los judíos a decir “¿cómo puede este darnos a comer su carne?”, y a
alguno de sus seguidores a afirmar “dura es esta doctrina…”…”y no andaban con él” Jesús
les pregunta a los Apóstoles:”¿también ustedes quieren marcharse?” y Pedro, con su
habitual espontaneidad responde :”Señor, ¿a quién iremos?”

A pesar de estas dificultades, posteriormente, los tres evangelios sinópticos describen, con
textos muy similares, la institución de la Eucaristía en la cena del jueves previo a la pasión
de Cristo: Lc 22, 7-20, Mt 26,17-29 y Mc 14, 12-25. En esa noche memorable Cristo
instituye la Eucaristía (celebra la primera misa) e instituye el sacerdocio.

Desde entonces, la Eucaristía ha tenido un papel central en la vida de los cristianos.


Maravilla ver la fe y el cariño con el que tratan a Jesús en el Pan eucarístico los primeros
cristianos.

Tienen una fe inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la
consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Pablo de Tarso escribe entre el 54-58 d.C. su primera Carta a los corintios. En 1 Co 11, 23-
27 leemos: “Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido a ustedes: que el Señor
Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es
mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía». Después de cenar,
hizo igual con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cada vez que la beban, háganlo en memoria mía». Pues, de hecho, cada vez que coman
de este pan y beban de este cáliz, proclaman la muerte del Señor hasta que vuelva. Por
consiguiente, el que come del pan o bebe de la copa del Señor indignamente tendrá que
responder del cuerpo y de la sangre del Señor”.

A este texto hay que añadir 1 Cor 10, 16-21: 16. “La copa de bendición que bendecimos
¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión
con el cuerpo de Cristo? 17. Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo
somos, pues todos participamos de un solo pan (…) 21 No pueden beber de la copa del
Señor y de la copa de los demonios. No pueden participar de la mesa del Señor y de la
mesa de los demonios”.

Los Hechos de los apóstoles (de la misma época que el evangelio, del que constituye la
segunda parte) mencionan la “fracción del pan” en diversos pasajes: 2,42.46; 20,7.11;
27,35. El más interesante es 2,46: “Diariamente acudían unánimemente al Templo, partían
el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón”. El resto de
los pasajes dice exactamente lo mismo, “partir el pan”, sin ninguna mención a lo que hoy
entendemos por eucaristía con su referencia al cuerpo y sangre de Cristo.
Así: 2,42: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión
(reuniones en común) a la fracción del pan y a las oraciones.”
20,7.11: “El primer día de la semana (es decir, el domingo; los primeros cristianos iban el
sábado a la sinagoga y el domingo celebraban sus reuniones particulares) estando
nosotros reunidos para la fracción del pan…”; “Subió luego (Pablo), partió el pan y comió;
después platicó largo tiempo, hasta el amanecer. Entonces se marchó”.
27,35: “Diciendo esto, tomó (Pablo) pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió
y se puso a comer.”

Los textos expuestos son prueba de que ya desde los primeros tiempos del cristianismo
(siglo I), en la Iglesia primitiva existía una fe muy clara en la presencia de Jesucristo en el
Pan y en el Vino “eucaristizados”.

Emociona comprobar cómo seguimos celebrando, en lo esencial, la misma misa que se


celebraba en el siglo I.

 Interpretación de las Escrituras: Los primeros cristianos, como San Ignacio de


Antioquía y San Ireneo, interpretaron pasajes como Juan 6:55 ("Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida") y 1 Corintios 11:27-29 ("Cualquiera que
coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, es culpable del cuerpo y de la
sangre del Señor") en sentido literal, creyendo que el pan y el vino consagrados se
transformaban en el cuerpo y la sangre de Cristo.
 Celebración de la Eucaristía: La Eucaristía era el centro de la adoración cristiana
primitiva, con celebraciones que incluían lecturas de las Escrituras, oraciones, la
fracción del pan (la Eucaristía) y la comunión.
 Transubstanciación: Si bien el término "transubstanciación" se desarrolló más tarde,
la idea de que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo durante
la Eucaristía ya estaba presente en los primeros siglos, como se refleja en la "Primera
Apología" y el "Diálogo con Trifón" de Justino Mártir.
 Presencia Real: Los primeros cristianos creían en la presencia real de Cristo en la
Eucaristía, lo que implicaba una adoración a los elementos consagrados como el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
 Adoración comunitaria: La adoración eucarística era una práctica comunitaria, donde
los fieles se reunían para celebrar y participar en el sacramento, fortaleciendo así su fe
y unión con Cristo.

La Didaché o doctrina de los doce apóstoles (60-160 d.C)

La Didaché es muy tajante al afirmar que no todos pueden participar en la Eucaristía, ya


que no se puede “dar lo santo a los perros”. Antes de participar exigue confesar los
pecados para que el sacrificio sea puro.
Es un testimonio claro también de que la Iglesia primitiva ya reconocía en la Eucaristía el
sacrificio sin mancha y perfecto presentado al Padre en Malaquías 1,11: “Pues desde el sol
levante hasta el poniente, grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se
ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi
Nombre entre las naciones, dice Yahveh Sebaot”.

¿QUÉ DICEN LOS PADRES DE LA IGLESIA SOBRE LA EUACRISTAI?

Desde el principio, la Eucaristía ha tenido un papel central en la vida de los cristianos.


Maravilla ver la fe y el cariño con el que tratan a Jesús en el Pan eucarístico. Tienen una fe
inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la consagración,
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los textos que exponemos a continuación son una
prueba de que ya desde los primeros tiempos del cristianismo (siglo I).

Los primeros Padres de la Iglesia defienden la presencia real del Cuerpo y la Sangre Cristo
en la Eucaristía. Desde el principio, la Eucaristía ha tenido un papel central en la vida de los
cristianos. Maravilla ver la fe y el cariño con el que tratan a Jesús en el Pan eucarístico.
Tienen una fe inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la
consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo
En varios textos de los siglos I y II, vemos cómo va evolucionando y construyéndose la
liturgia de la Iglesia. Emociona comprobar cómo seguimos celebrando la misma Misa que
se celebraba en el siglo I: lo podemos ver en la descripción del Santo Sacrificio que San
Justino, en el año 155, hace al emperador Antonino Pío; o en la “Traditio Apostólica” de
San Hipólito de comienzos del siglo III.

 Primera Apología de San Justino Mártir, c. 155 d. C.

En el año 155 d.C., con motivo de la persecución de los cristianos


en Roma, sin pruebas concretas, San Justino le escribió una carta
al emperador Antonino Pío y sus hijos adoptivos Marco Aurelio y
Lucio Vero, esto es conocido como la Apología de San Justino. En
el texto, el santo mártir le describe al emperador las creencias
cristianas, y los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía.
Sobre la celebración eucarística, Justino dice que los cristianos se
reúnen "el día que se llama del sol"; es decir, el domingo, día en
que Cristo resucitó, y se realizaba la lectura de las memorias de los
apóstoles y los escritos de los profetas. Una vez que finalizaba el texto, quien presidía la
reunión tomaba la palabra y daba una exhortación a la imitación de las obras realizadas en
los relatos. Esto actualmente se traduce en la Liturgia de la Palabra con la homilía del
sacerdote.
Posteriormente, los presentes se levantaban y hacían una oración pidiendo que todos sean
hallados justos ante Dios por su vida, acciones y cumplimiento de los mandamientos, acto
que terminaba con el saludo de la paz y daba paso al ofertorio con la Liturgia Eucarística.
"Luego, se ofrece pan y un vaso de agua y vino a quien hace cabeza, que los toma y da
alabanza y gloria al Padre del universo, en nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo.
Después pronuncia una larga acción de gracias por habernos concedido los dones que de
Él nos vienen. Y cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias que de Él nos
vienen. Y cuando han terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo
presente aclama diciendo: Amén. Cuando el primero ha dado gracias y todo el pueblo ha
aclamado, los que llamamos diáconos dan a cada asistente parte del pan y del vino con
agua "eucaristizados" sobre los que se pronunció la acción de gracias, y también lo llevan a
los ausentes", explica el texto.
Por otro lado, el santo describía que "a nadie le es lícito participar si no cree que nuestras
enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la
regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó".
“Nadie puede compartir la Eucaristía con nosotros a menos que crea que lo que
enseñamos es verdad, a menos que sea lavado en las aguas regeneradoras del bautismo
para la remisión de sus pecados, y a menos que viva de acuerdo con los principios que nos
dio Cristo. No consumimos el pan y el vino eucarísticos como si fueran comida y bebida
ordinaria, porque se nos ha enseñado que, así como Jesucristo nuestro Salvador se hizo
hombre de carne y sangre por el poder de la Palabra de Dios, así también el alimento que
nuestra carne y sangre asimila para su nutrición se convierte en carne y sangre de Jesús
encarnado por el poder de sus propias palabras contenidas en la oración de acción de
gracias. Los apóstoles, en sus memorias, llamadas evangelios, nos transmitieron lo que
Jesús les mandó. Nos cuentan que tomó el pan, dio gracias y dijo: «Hagan esto en
memoria mía. Este es mi cuerpo». Del mismo modo, tomó la copa, dio gracias y dijo: «Esta
es mi sangre». El Señor les dio este mandato solo a ellos. Desde entonces, nos lo hemos
recordado constantemente.

Los ricos entre nosotros ayudan a los pobres y siempre estamos unidos. Por todo lo que
recibimos, alabamos al Creador del universo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu
Santo. El domingo tenemos una asamblea común con todos nuestros miembros, ya sea
que vivan en la ciudad o en los barrios periféricos. Se leen los recuerdos de los apóstoles o
los escritos de los profetas, siempre que haya tiempo. Al terminar el lector, el presidente de
la asamblea nos habla; nos insta a todos a imitar los ejemplos de virtud que hemos
escuchado en las lecturas. Luego, todos nos ponemos de pie y oramos juntos.
Al concluir nuestra oración, se presenta el pan, el vino y el agua. El presidente ofrece
oraciones y da gracias lo mejor que puede, y el pueblo asiente diciendo «Amén». Se
distribuye la eucaristía, todos los presentes comulgan y los diáconos la llevan a los
ausentes.

 San Juan Crisóstomo (347 – 407)

«No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se


conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo
que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo,
pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia
provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra
transforma las cosas ofrecidas (De proditione Iudae homilia 1,
6).
 San Ambrosio (340 – 397)

«La palabra de Cristo que pudo crear de la nada lo que no


existía, ¿no puede transformar en algo diferente lo que existe?
No es menos dar a las cosas una naturaleza del todo nueva que
cambiar lo que tienen […]. Este cuerpo que producimos
(conficimus) sobre el altar es el cuerpo nacido de la Virgen. […]
Es, ciertamente, la verdadera carne de Cristo que fue
crucificada, que fue sepultada; es, pues, verdaderamente el
sacramento de su carne […].

El mismo Señor Jesús proclama: “Esto es mi cuerpo”. Antes de la bendición de las palabras
celestes se usa el nombre de otro objeto, después de la consagración se entiende
cuerpo»[3].

«Este pan es pan antes de las palabras sacramentales; cuando interviene la consagración,
de pan pasa a ser carne de Cristo […] ¿Con qué palabras se realiza la consagración y de
quién son estas palabras? […] Cuando se realiza el venerable sacramento, el sacerdote ya
no usa sus palabras, sino que utiliza las palabras de Cristo. Es la palabra de Cristo la que
realiza este sacramento»[

 San Ignacio de Antioquía.

En lo referente a la Eucaristía San Ignacio se presenta


siempre muy claro y tajante. Llama a la Eucaristía “medicina
de inmortalidad” y categóricamente expresa: “La Eucaristía es
la carne e nuestro Salvador Jesucristo”.

«Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la


perfección el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el
sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en nombre de toda
la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y
sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor
venga» (PO 2).

Condena vigorosamente a los docetas que afirmaban que Jesús no había tenido cuerpo
verdadero sino solo aparente, y por este error, comenta San Ignacio, no querían tomar
parte de la eucaristía y morían espiritualmente por apartarse del don de Dios.

“Esforzaos, por lo tanto, por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de
Nuestro Señor Jesucristo y uno sólo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar,
como un solo obispo junto con el presbítero y con los diáconos consiervos míos; a fin de
que cuanto hagáis, todo hagáis según Dios”

San Ireneo (130d.C – 202 d.C)


En la teología presentada por San Ireneo la certeza de que el pan y
vino consagrados son cuerpo y sangre de Cristo es diáfana, y
explícitamente afirma que “el cáliz es su propia Sangre” (la de Cristo)
y “el pan ya no es pan ordinario sino Eucaristía constituida por dos
elementos terreno y celestial”.

Orígenes (185d.C – 254 d.C)


Afirma que “así como el maná era alimento en enigma, ahora
claramente la carne del Verbo de Dios es verdadero alimento, como
Él mismo dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida”. En todos estos casos, Orígenes se refiere al “verdadero
alimento” no como pan, sino como “la carne del Verbo de Dios”.
Afirma también que recibir el cuerpo indignamente ocasiona ruina
para sí mismos y se refiere a la celebración eucarística como “la
mesa del cuerpo de Cristo y del cáliz mismo de su sangre”

San Atanasio, Obispo de Alejandría (295-373 d.C)

“Verás a los ministros que llevan pan y una copa de vino, y lo


ponen sobre la mesa; y mientras no se han hecho las
invocaciones y súplicas, no hay más que puro pan y bebida.
Pero cuando se han acabado aquellas extraordinarias y
maravillosas oraciones, entonces el pan se convierte en el
Cuerpo y el cáliz en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo…
Consideremos el momento culminante de estos misterios: este
pan y este cáliz, mientras no se han hecho las oraciones y
súplicas, son puro pan y bebida; pero así que se han
proferido aquellas extraordinarias plegarias y aquellas santas
súplicas, el mismo Verbo baja hasta el pan y el cáliz, que se
convierten en su cuerpo”. (SAN ATANASIO, Sermón a los
bautizados, 25)

¿QUÉ DICE EL CATECISMO SOBRE LA EUCARISTIA


1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la
Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la
vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (Santo Tomás de Aquino,
Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están
"contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la
divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de
Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las
otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella
Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro
Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se
ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo
Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la
substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la
substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y
apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y


dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero
presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo
que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Concilio de Trento: DS 1641).

1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la


presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras,
arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia
católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la
Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración:
conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles
para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del
pueblo" (MF 56).

Este es un pequeño resumen de lo que los padres de la Iglesia enseñaron durante los primeros
siglos, en el que se ve cómo los primeros cristianos -desde el principio- tenían una fe firme en la
presencia de Cristo en la Eucaristía. Y podríamos nombrar a más padres de la Iglesia que hablan
sobre la eucaristía, así como también lo reafirma el catecismo de nuestra Iglesia cristiana católica.

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