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Ojo Sigue Siendo Dios Una Defensa Del Continuismo Pentecostal Fernando

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SIGUE SIENDO DIOS

Una defensa del continuismo pentecostal

Primera edición
ISBN: 9798304181167
Diseño y edición: Maranatha Books.
Impreso en Estados Unidos de América.
Este libro ha sido escrito con el propósito de glorificar a Dios, edificar Su iglesia y extender Su reino.

© 2024, Fernando E. Alvarado. Todos los derechos reservados.


Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, su almacenamiento en sistemas de recuperación de información, su transmisión en cualquier forma o por cualquier
medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopiado, grabado o de cualquier otra índole, sin el permiso previo y por escrito del autor. Se permite la cita breve de fragmentos de esta obra con fines
educativos, académicos o de crítica literaria, siempre que se dé el debido crédito al autor y se indique la fuente de manera completa.
ÍNDICE
SIGUE SIENDO DIOS
Una defensa del continuismo pentecostal
Dedicatoria
Prefacio
Prólogo
Introducción
Referencias:
SECCIÓN I
ENTRE LA FE Y LA NEGACIÓN: CESACIONISMO, PENTECOSTALISMO Y EL PODER
DEL ESPÍRITU
¡El enemigo se ha infiltrado en nuestras filas!
El cesacionismo y la crisis de relevancia en la iglesia
Cesacionismo, una doctrina nacida del racionalismo, el materialismo y el temor a lo
sobrenatural de la fe
Abrazar el cesacionismo es suicidio espiritual
Referencias:
¿Qué es el cesacionismo?
¿Cuestión de incredulidad?
¿Sólo para los apóstoles?
Cesacionismo y teología patrística
El cesacionismo y la reforma protestante
La tradición reformada, heredera del cesacionismo
Referencias:
La experiencia de Charles Fox Parham: el inicio de la restauración pentecostal
Del Avivamiento en Topeka al fuego en Azusa
El pentecostalismo original: la distinción sobrenatural dentro del evangelicalismo
norteamericano
De la marginación a la aceptación: el lento reconocimiento del pentecostalismo por la
comunidad evangélica
Renovación espiritual en las iglesias históricas: el impacto del pentecostalismo y el surgimiento
del movimiento carismático
El surgimiento de la tercera ola: transformación y renovación en el pentecostalismo
contemporáneo
Este es nuestro momento
Referencias:
Fuego apagado: la falacia de John MacArthur y su ataque generalizado al pentecostalismo
La amenaza del cesacionismo y el nuevo calvinismo: cómo la infiltración teológica está
erosionando el futuro del movimiento pentecostal
El pentecostalismo avanza ¡Pero debemos ser cautelosos!
Referencias:
Cesacionismo: claves teológicas y argumentos centrales
Los tres pilares del cesacionismo
Suficiencia de las Escrituras
¿Creemos los pentecostales en la suficiencia de la Escritura?
Limitaciones de la perspectiva reformada sobre la suficiencia de la Escritura
La singularidad apostólica
La ausencia histórica de los dones
Cesacionismo reciclado: argumentos repetidos sin novedad
Referencias:
SECCIÓN II
CESACIONISMO EN PERSPECTIVA: UNA REVISIÓN CRÍTICA DESDE LA ESCRITURA,
LA TRADICIÓN, LA RAZÓN Y LA EXPERIENCIA
Continuismo y Sola Scriptura: ¿Se contradicen?
Sola Scriptura como fundamento del continuismo: La armonía entre la suficiencia de la
Escritura y la obra continua del Espíritu Santo en el pentecostalismo
La Voz Del Espíritu En La Comunidad: Profecía, Sola Scriptura Y El Equilibrio Bíblico-
Pentecostal
Referencias:
Los milagros en toda la historia bíblica
La influencia de la incredulidad
El silencio como argumento
Una definición limitada de milagros
Profecía y milagros continuos
¿Cómo entendemos Mateo 12:39 y 16:4?
Contexto y motivación
Referencias:
Señales y prodigios: Afirmando la centralidad de la cruz
Falsa dicotomía: Cruz versus señales y prodigios
Reducción al absurdo: Señales como "fuego extraño"
Ignorar el patrón bíblico: Señales como evidencia del Reino
Falacia histórica: Las señales ya no son necesarias
Falacia de omisión: Los frutos y efectos de las señales
La centralidad de la cruz expresada a través de los dones del Espíritu
Referencias
Los dones son para edificar la iglesia
La Biblia jamás afirma que los dones cesarían con el cierre del canon
¿Por qué la presencia del canon completo acabaría con la necesidad de los dones carismáticos?
Referencias:
La ignorancia bíblica
Pecado, incredulidad y apostasía
El Espíritu Santo no puede ser atado: Testimonios de su poder en tiempos de cesación
Referencias:
Referencias:
El testimonio de los Padres de la Iglesia contradice el cesacionismo
Referencias:
SECCIÓN III
La pneumatología pentecostal: Definición y fundamentos
Áreas de enfoque de la pneumatología pentecostal
Subramas de la pneumatología
Referencias:
La pneumatología pentecostal frente a otras pneumatologías: contexto y distinción en relación
con otras tradiciones teológicas
Comparación con otras tradiciones cristianas
La pneumatología en la tradición reformada:
La visión católica: sacramentalidad y espiritualidad corporativa
El movimiento carismático: una continuidad con variaciones
Críticas y respuestas
El sensacionalismo y la autenticidad espiritual
La percepción de desorden en el culto
La experiencia versus la Escritura
Relevancia contemporánea de la pneumatología pentecostal y desafíos actuales
El papel del pentecostalismo en la misión global
Referencias:
Lucas-Hechos como fuente de doctrina
Lucas, historiador y teólogo del Espíritu
Dependencia lucana de la pneumatología pentecostal
Lucas-Hechos: ¿Un texto descriptivo o prescriptivo?
¿En qué sentido Lucas-Hechos es prescriptivo para la tradición pentecostal?
Más objeciones a los textos lucanos
Lucas-Hechos, mucho más que un texto narrativo-descriptivo
El Bautismo en el Espíritu Santo: Pilar de la pneumatología pentecostal
El bautismo en el Espíritu Santo, eje central de la pneumatología pentecostal
¿Qué es el bautismo en el Espíritu Santo?
El bautismo en el Espíritu, una experiencia posterior y distinta a la regeneración
Bautizados «en Cristo» y bautizados «en el Espíritu Santo»
¿Juicio o bendición? ¿En qué consiste el «Bautismo de fuego» del cual habló Juan el Bautista?
Las lenguas como evidencia inicial del bautismo en el Espíritu Santo
¿Excepciones a la regla?
¿Qué está pasando en nuestras denominaciones?
¿Acaso exageramos la importancia de las lenguas como evidencia inicial?
Una experiencia siempre visible y transformadora
Manifiesto de poder: Los dones espirituales en la pneumatología pentecostal
El continuismo: alma y esencia de la pneumatología pentecostal
¿En qué consisten los dones del Espíriu?
El poder de los dones espirituales: unidad y variedad en el cuerpo de Cristo
El poder de los dones se ve en su unidad
El poder de los dones se ve en su variedad
La razón de ser de los dones espirituales
Los dones espirituales: su fuente y propósito
Diversidad en los dones: Tipos y clasificaciones del poder espiritual
¿Talentos naturales o dones espirituales?
Tipos de dones espirituales
Dones Carismáticos
Dones Ministeriales
Dones de Servicio
Un pueblo lleno de poder
Epílogo
DEDICATORIA
A ti, Espíritu Santo, quien iluminas nuestras mentes y nos recuerdas todo lo
que nuestro Señor Jesucristo enseñó. Gracias por ser la guía constante, el
Consolador prometido y el fuego que aviva mi fe cada día. Que este humilde
esfuerzo sea para la gloria de Dios y la edificación de Su pueblo.
Y a mi amada esposa, Cesia Abigail Cruz de Alvarado, el motor e
inspiración de mi fe pentecostal. Gracias por caminar conmigo, por tu apoyo
incondicional y por reflejar con tu vida el amor y la gracia de Cristo. Este
libro es un testimonio de lo que juntos hemos soñado y vivido bajo la
dirección del Espíritu.
PREFACIO
El pastor Fernando Alvarado, comprometido con la promoción y
defensa de la teología pentecostal, destaca por su notable labor reflejada en la
cantidad significativa de artículos publicados en la página Pensamiento
Pentecostal Arminiano, de la cual es presidente. En esta ocasión, celebramos
la publicación de su libro Sigue siendo Dios: Una defensa del continuismo
pentecostal.
Esta obra constituye una excelente defensa de la vigencia de los dones
espirituales, diseñada para contrarrestar el intento sistemático de difusión de
la doctrina cesacionista, que ha comenzado a impactar a las iglesias
pentecostales en América Latina.
El cesacionismo, doctrina que enseña que los dones espirituales como
las lenguas, profecías y sanidades cesaron con el cierre del canon sagrado,
aunque surge en la Reforma dentro del contexto de la Ilustración, hoy
experimenta un resurgimiento promovido principalmente por el Nuevo
Calvinismo. Este movimiento, abiertamente antipentecostal, liderado por
figuras prominentes como John MacArthur y otros, opera bajo una forma de
incredulidad moderada, piadosa y “santificada”. Desde esta postura,
denuncia, ataca, deslegitima y desfigura aspectos fundamentales de la
teología y las prácticas pentecostales, llegando a catalogar las
manifestaciones espirituales como satánicas y meramente emocionalistas. En
este contexto de tensión, donde el Nuevo Calvinismo acusa al
pentecostalismo de ser un movimiento dañino, cuyas prácticas son falsas y
demoníacas, la obra del pastor Fernando Alvarado cobra una relevancia
fundamental para el pentecostalismo latinoamericano. El libro presenta
evidencias históricas y bíblicas que respaldan la continuidad de los dones
espirituales en la historia de la iglesia, expone las bases inestables sobre las
que se sustentan los principales argumentos cesacionistas y analiza las
limitaciones de la perspectiva reformada en relación con la suficiencia de la
Escritura.
Sin duda, esta obra es una valiosa contribución al pentecostalismo, no
solo por defender sus fundamentos teológicos, sino también por abordar las
debilidades y carencias internas que enfrentan las iglesias. Alvarado subraya
la importancia de desarrollar una teología robusta que integre experiencia y
razón, y propone un modelo renovado de liderazgo pentecostal, basado en un
retorno a las raíces de la formación bíblica y teológica, así como en la
adopción de una misión clara para las congregaciones locales. Además, el
autor señala que la deserción masiva de jóvenes en las iglesias pentecostales
no es exclusivamente atribuible al Nuevo Calvinismo o al cesacionismo, sino
también a la falta de una respuesta sólida a los problemas internos de las
propias comunidades de fe. Su propuesta busca fortalecer la identidad
pentecostal y prevenir el éxodo de las nuevas generaciones, ofreciendo
herramientas intelectuales y teológicas relevantes para el presente y el futuro.

Paulo Santis Lipán (DMin).


Fundador y director del Instituto Bíblico Pentecostal del Sur. Doctor en
Ministerio (MBTS). Miembro en plena comunión de la Iglesia Metodista
Pentecostal de Chile.
PRÓLOGO
El movimiento pentecostal iniciado en el siglo XX se fue
estructurando a partir del movimiento de santidad y el anhelo de comprobar
si las experiencias de la iglesia del primer siglo estarían vigentes para las
generaciones actuales. El predicador y evangelista Charles Fox Parham
(1873-1929) motivó a sus estudiantes a investigar si la experiencia de Hechos
2 estaría vigente, y, después de varios días de estudio y oración, ellos
tuvieron la experiencia pentecostal con la evidencia de hablar en otras
lenguas, confirmando así la continuidad de las manifestaciones dadas por el
Espíritu Santo para su iglesia con el propósito de predicar el evangelio, el
cual fue confirmado por las señales prometidas.
Las señales continúan vigentes para la iglesia pentecostal, la cual ha
sido un líder en la predicación, las misiones transculturales y la plantación de
obras en zonas rurales o de alto riesgo, siempre acompañada de las señales
que confirman la veracidad del evangelio. El autor, con un lenguaje
perspicaz, introducirá al lector en el conocimiento de los diferentes
postulados cesacionistas que, sutilmente, han ingresado a las filas de los
confesos pentecostales con la intención de apagar la llama que ardía en sus
corazones, a través de un academicismo acartonado que impide la fluidez y
naturalidad del Santo Espíritu. Como escribe el autor, “los pentecostales
fueron acusados de emocionalismo extremo y de superstición, y sus líderes
fueron tratados como herejes por desafiar las normativas teológicas
predominantes en su tiempo”. Este desafío resultó en la extensión del
evangelio con evidencia de lo Alto.
El autor, en calidad de apologeta, guiará al lector por un camino de
postulados y reflexiones desde ambas perspectivas: la cesacionista y la
pentecostal, con el ánimo de confirmar la veracidad de las señales y
manifestaciones prometidas por nuestro Salvador cuando dijo: “Y estas
señales seguirán a los que creen: en mi nombre…” (Mc 16:17-18). Su fervor
y experiencia pentecostal se ven reflejados en cada una de sus palabras,
esperando que quien lo lea sea motivado a defender su fe y práctica
pentecostal, sin temor a las palabras que son como dagas de los cesacionistas,
quienes, al carecer de una experiencia y vivencia, solo pueden hablar de su
estructuralismo inflexible, que les impide beber del vino nuevo reservado
para estos tiempos.
El Dios que abrió el mar, que hizo señales en medio de su pueblo, que
nos dio a su Hijo Unigénito, quien además dijo: “os conviene que yo me
vaya… mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn 16:7), y quien descendió en aquel
aposento alto, está vigente hoy para su iglesia. La orden de Cristo de esperar
la promesa del Padre sigue vigente para quienes desean extender el Reino de
Dios en el poder del Espíritu Santo con las evidencias que confirman la
predicación del evangelio. Como el título lo indica, “Sigue siendo Dios” y
continúa moviéndose en medio de su pueblo, que con sinceridad lo busca y es
obediente al llamado y a la misión, sabiendo que solo es posible continuar la
tarea misional bajo el poder del Espíritu Santo, la promesa del Padre
confirmada por el Hijo.
Apreciado lector, puede estar confiado en que la convicción teológica
pentecostal será confirmada mientras se sumerge en una lectura desafiante
que defiende la doctrina y experiencia pentecostal, esperando que sea
edificado, cobrando valentía para extender el Reino de Dios en el poder del
Espíritu Santo, mientras esperamos el sonido de la trompeta final.

Yenny Liliana García M.


Ministra Ordenada de las Asambleas de Dios en Colombia
Magíster en Educación Teológica Pentecostal (FATAD)
Directora del Seminario Bíblico Asambleas de Dios, sede Cali – Colombia
INTRODUCCIÓN
"Por espacio de una generación, ciertos maestros evangélicos nos han dicho que
los dones del Espíritu cesaron con la muerte de los apóstoles o al ser completado el
Nuevo Testamento. Esto, por supuesto, es una doctrina que carece totalmente de
respaldo bíblico.”

A.W. Tozer

"A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los
demás."
1 Corintios 12:7 (NVI)

¿Han cesado los dones espirituales? En ninguna manera. ¡Y no


cesarán hasta que Cristo venga! Lo que comenzó en Pentecostés y renació
con el Movimiento Pentecostal en el siglo XX no cesará hasta que el Señor (y
no sus falsos voceros) lo diga. El reconocido predicador estadounidense A.
W. Tozer dijo en cierta ocasión:
“Por espacio de una generación, ciertos maestros evangélicos nos han dicho que
los dones del Espíritu cesaron con la muerte de los apóstoles o al ser completado el
Nuevo Testamento. Esto, por supuesto, es una doctrina que carece totalmente de
respaldo bíblico. Sus defensores deben aceptar plenamente la responsabilidad de
estar manipulando la palabra de Dios.”[1]

Tozer, a quien ni siquiera podemos etiquetar como pentecostal, fue


claro al afirmar que los dones espirituales siguen vigentes. Tristemente,
muchos pentecostales (si aún se les puede llamar así), se han tragado el
cuento cesacionista[2] y hoy dudan de las cosas que en otro tiempo creyeron:
“Eso no es de Dios”, “El Espíritu Santo ya no hace eso”, “Esas cosas son
del diablo”, “Los pentecostales y carismáticos han introducido fuego
extraño en la casa de Dios”, “Los dones espirituales cesaron con la muerte
de los apóstoles y el cierre del canon bíblico”.
Este desprecio hacia el continuismo[3] no es nuevo. De hecho, es la
continuación actual de un viejo conflicto entre protestantes tradicionales y
liberales contra el movimiento pentecostal, al cual consideran errado por sus
afirmaciones de que los dones espirituales continúan vigentes. En siglos
anteriores, este desprecio llevó a muchos protestantes tradicionales a expulsar
a los pentecostales de sus congregaciones, obligándolos a formar nuevas
denominaciones e iglesias independientes. “Los pentecostales son la basura
que nosotros expulsamos”, se les oía decir. Desde la Reforma, el
cesacionismo era la opinión dominante dentro del protestantismo y en la
primera mitad del Siglo XX, cuando el pentecostalismo aún era un
movimiento nuevo y se extendía imparable a todas las naciones, tales
opiniones eran impopulares. Hoy, más o menos un siglo después, los
pentecostales han pasado a ser “la basura más codiciada” por aquellas
iglesias que originalmente rechazaron dicho movimiento. Muchas de ellas, en
aras de sobrevivir, han incorporado en sus iglesias ciertos elementos de la
liturgia y creencias pentecostales.
Pero no todos los grupos protestantes han optado por unir fuerzas con
el pentecostalismo. Otros, por el contrario, eligieron el camino opuesto:
Atacar el continuismo, la doctrina sobre la cual se fundamenta la praxis y
teología pentecostal. Sin ella, el pentecostalismo cae por su propio peso, pues
si los dones han cesado, el pentecostalismo no sería más que una herejía o
moda pasajera.
Con el resurgimiento del calvinismo en Estados Unidos y su intento
por expandirse en Latinoamérica, el viejo cesacionismo protestante ha
cobrado nuevo ímpetu. Pero ahora ya no se conforma con las cuatro paredes
de las iglesias reformadas (tradicionalmente resistentes al continuismo
pentecostal) sino que, cual virus contagioso, busca infectar la fe de los
mismos pentecostales y carismáticos, haciéndoles dudar de su esencia misma
como movimiento. A través de seminarios, conferencias, simposios, cursos
online y a veces bajo la infiltración descarada en iglesias pentecostales, los
nuevos cesacionistas buscan apagar el fuego que por más de un siglo ha
ardido en el pentecostalismo.
Los nuevos grupos “reformados” y cesacionistas, hijos de aquellas
mismas denominaciones históricas, que hace más de un siglo esperaban y
soñaban con un despertar espiritual, son las mismas que hoy en día
menospreciaban a los pentecostales mientras miran al cielo esperando su
particular “avivamiento genuino”. Pero el avivamiento esperado por ellos no
vendrá, como tampoco vino para sus antecesores. El avivamiento que
esperaban falló por cuanto ignoró al Espíritu Santo, el autor del avivamiento.
Lo que ellos esperaban, en cambio, se convirtió en extinción, deserción y
apostasía. Hoy esas iglesias decrecen, y al igual que los judíos de antaño que
rechazaron a Jesús porque esperaban un “mesías diferente”, más acorde a sus
gustos. Las iglesias nacidas de la Reforma del siglo XVI rechazaron la unción
de lo alto que trajo a sus puertas el movimiento pentecostal, y ese rechazo les
ha pasado una elevada factura.
Y este mismo destino les espera a sus vástagos cesacionistas
modernos, ya que ¿Cómo pueden pretender un avivamiento quienes le niegan
al Espíritu Santo la soberanía? ¡Irónico! ¡Hablan tanto de soberanía y
encajonan al Espíritu Santo con sus dogmas, impidiéndole actuar libremente
en sus congregaciones! Sí, porque negar la vigencia y operatividad de los
dones, sin tener el más mínimo fundamento bíblico para ello, es resistir al
Espíritu o apagar el fuego de su don. Martyn Lloyd Jones, un ministro y
médico muy influyente en el ala reformada del movimiento evangélico del
siglo XX, dijo:
“Algunas personas, por naturaleza, tienen miedo de lo sobrenatural, lo fuera de lo
corriente y el desorden. Puedes temer tanto al desorden, y estar tan preocupado con
la disciplina, el decoro y el control, que te hagas culpable de lo que la Biblia llama
«apagar al Espíritu». No tengo la menor duda de que ha habido mucho de esto.”[4]

¡Cuánta verdad! Las nuevas denominaciones y grupos cesacionistas


de hoy pretenden una especie de avivamiento diferente, muy a su gusto. Un
avivamiento de las clases altas, eruditas, elitista y refinado. Un avivamiento
que sea del tipo de aquellas señoras elegantes que intentan correr sin
despeinarse, es decir, correr pero que no les afecte mucho; no vaya a ser que
se pierda aquella apariencia que tanto les costó conseguir. Pero ¿Entenderán
realmente lo que es avivamiento? El Dr. Martyn Lloyd Jones de nuevo nos
aporta luz en esta área:
“¿Qué es un avivamiento religioso? Se reconoce generalmente que la mejor forma
de definir un avivamiento es como una vuelta de la Iglesia al libro de Hechos, una
especie de repetición de Pentecostés, el Espíritu derramándose nuevamente sobre la
Iglesia. Esto, naturalmente, es una porción de doctrina imprescindible y
esencial.”[5]

¡Pero las iglesias (o sectas) cesacionistas de hoy parecen no


entenderlo! Tales individuos, grupos e iglesias, con apariencia de “señoras
elegantes”, quieren un Pentecostés sin el estruendo de un viento recio, sin
lenguas como de fuego y sin manifestaciones sobrenaturales, es decir, no
están dispuestas a aparecer delante del mundo como si estuvieran “llenas de
mosto”. Quieren un Pentecostés, sí, pero que se parezca lo menos posible al
original. Un Pentecostés de élite en el cual sea el Espíritu Santo quien se
adapte a los dogmas y a su liturgia fría y desconectada de Dios, antes que
cederle a Él el control de sus iglesias y vidas. Sobre estos “apagadores del
Espíritu” el Dr. Martyn Lloyd Jones admite con total franqueza:
“Vemos que el acento se pone en el sosiego, la sobriedad… Leemos frases como:
«La plenitud del Espíritu no implica tanto una experiencia mística privada como
una relación con Dios». Todo esto no es sino minimizar el aspecto experimental de
la cuestión… De manera que cualquier impresión que pueda darse en cuanto a que
se trata de una cosa tranquila, sobria y que pasa casi inadvertida, me parece que
raya en lo que el Apóstol llamaría «apagar al Espíritu» …Y cuando hubieron
orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del
Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios… Y con gran poder los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia
era sobre todos ellos. ¿Sobrio? ¿Tranquilo? ¿Recatado? Querido amigo, ¿por qué
no prestar atención a las pruebas? Este es el tipo de cosa que sucede cuando el
Espíritu «viene» sobre un hombre. Hasta el edificio tembló, y esta tremenda
exaltación de espíritu tuvo lugar en la experiencia de los Apóstoles y los demás
creyentes.”[6]

¡Pero ese tipo de experiencias no encajan con sus ideas de


avivamiento, poder de Dios o unción divina! No. Si no es a su manera, si no
encaja con sus viejos sistemas teológicos ¡Entonces debe ser del diablo y
debe ser erradicado! Al hacer tal cosa, sin embargo, ignoran el terrible daño
que sus ideas le causan al protestantismo en general ya que, como numerosos
estudiosos de la religión cristiana lo señalan: (1) muchas iglesias tradicionales
no han caído del todo en las garras de la secularización gracias a su brazo
carismático, (2) las únicas iglesias que siguen creciendo en el “primer
mundo” (Europa, Australia, Nueva Zelanda y Norte América) son las iglesias
pentecostales-carismáticas; (3) hoy en día, la mayoría de los seminarios y
universidades de iglesias tradicionales solo pagan sus facturas gracias a las
cuotas aportadas por sus estudiantes de iglesias pentecostales y carismáticas,
los cuales generalmente son mayoría. Si estas escuelas dependieran
únicamente de los ingresos aportados por los miembros de sus iglesias, hace
mucho hubieran quebrado. Lo mismo ocurre con las conferencias, simposios
y la venta de libros de los mismísimos grupos cesacionistas de hoy. Pero aún
así ¡Ellos sueñan con apagar el fuego pentecostal!
Y duele admitir que, aunque en pequeña escala, sus esfuerzos han
alcanzado cierto grado de éxito. Y esto con nuestra propia colaboración:
Asistimos a sus seminarios, compramos sus libros, dejamos que nos
adoctrinen y llenamos nuestras librerías con su material espiritualmente
tóxico. Esto ha logrado que muchos pentecostales se cuestionen, o incluso
hayan olvidado, su propia identidad como movimiento.
¡Necesitamos volver a nuestras raíces! De no hacerlo, no debería
extrañarnos que, en el futuro, muchos dejen de ver nuestras iglesias como
opciones legítimas para un auténtico cristianismo. Tampoco debería
extrañarnos que la doctrina cesacionista, hasta hace unas décadas casi
desconocida en una Latinoamérica creyente en la sobrenaturalidad de Dios,
esté cobrando impulso y atacando nuestras bases, nuestra fe y nuestras
denominaciones. O corregimos lo que está mal o perderemos el sentido de
nuestra existencia como movimiento.
El cesacionismo no está creciendo porque tenga la razón en sus
postulados, o porque sea una mejor opción de cristianismo que el
pentecostalismo. Está creciendo por causa nuestra, por nuestros descuidos. El
cesacionismo crece gracias al mal ejemplo del pentecostalismo en el ejercicio
de los dones espirituales, por la pobre formación teológica de algunos de
nuestros ministros y congregaciones y por la miope visión de nuestro estado
actual como movimiento.
Es por eso que el mensaje de este libro es claro:
Mantengámonos fieles a nuestra fe. No perdamos nuestra esencia por
parecernos a otros grupos. No traicionemos nuestra fe por encajar con los
modelos y cosmovisiones “deformadas” que se nos intenta vender. Todavía
hay mucho que como movimiento podemos aportarle al cristianismo en
general. Los grupos cesacionistas podrán burlarse todo lo que quieran de
nuestros predicadores sencillos, esos que testifican que Dios los sacó de las
drogas, de las pandillas, la prostitución, la brujería o el crimen, que predican
la sanidad divina, creen en milagros y hablan en lenguas. ¡Ellos pueden
continuar burlándose todo lo que quieran!
Mientras tanto, el pentecostalismo sigue siendo el lugar donde los más
pobres encuentran espacio. Donde no solo escuchan el Evangelio, sino
también encuentran dignidad, ya que en muchos contextos la iglesia es la
única forma en que un joven inmerso en el inframundo del crimen y las
drogas encuentra una salida en sus comunidades. ¡Qué nuestras iglesias
continúen siendo casas de sanidad, santuarios de milagros, puntos de
encuentro sobrenatural con Dios!
Por eso, mientras lees este libro te invito a hacer tuyas las palabras de
Pablo:
“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios,
no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre
vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado. Y estuve entre vosotros
con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con
palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de
poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en
el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado
madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que
perecen.” (1 Corintios 2:1-6 RVR1960)

¡Qué otros sigan dando conferencias, qué se gasten en simposios, que


escriban libros, den charlas en contra de las manifestaciones del Espíritu y
sigan blasfemando de lo que no conocen! Nada podrá detener aquello que se
ha originado en Dios, pues “No depende del ejército, ni de la fuerza, sino de
mi Espíritu, dice el Señor todopoderoso” (Zacarías 4:6, DHH)
En este contexto de resistencia y renovación, es vital que como
pentecostales permanezcamos firmes en nuestra convicción de que los dones
del Espíritu Santo siguen activos y son esenciales para la vida de la Iglesia
hoy. Alzando nuestras voces en fe y autenticidad, debemos rechazar el temor
que nos conduce a dudar de la obra de Dios entre nosotros.
En lugar de permitir que las críticas de los cesacionistas nos desvíen
de nuestro camino, abracemos nuestra identidad y legado pentecostal,
recordando que somos llamados a ser agentes de transformación en el mundo.
Que cada encuentro con lo sobrenatural nos impulse a testificar del poder de
Dios, mostrando que, en un tiempo de incredulidad y desconfianza, aún hay
un lugar donde la esperanza y la vida abundante se encuentran en la presencia
del Espíritu Santo.
Así, con el mismo fervor que los primeros apóstoles, avancemos con
confianza hacia el futuro, sabiendo que nuestra fe no se basa en la sabiduría
humana, sino en el poder inmutable de Dios. Te invito a que continúes
estudiando este libro con un espíritu reflexivo y crítico, buscando comprender
y aplicar sus enseñanzas en tu vida. Espero que cada página te bendiga y te
lleve a un mayor crecimiento espiritual, fortaleciendo tu caminar con Dios y
tu compromiso con la obra del Espíritu en este tiempo.
Referencias:
Lloyd-Jones, M. (2008). Gozo Inefable: el bautismo y los dones del Espíritu. Editorial
Peregrino.
Tozer, A. W. (1995). La Vida Más Profunda. Ballantine Books.
SECCIÓN I
ENTRE LA FE Y LA NEGACIÓN:
CESACIONISMO, PENTECOSTALISMO Y EL
PODER DEL ESPÍRITU
CESACIONISMO: EL
RIESGO DE UN
CRISTIANISMO VACÍO
SIN EL PODER DEL
ESPÍRITU
"Mi mensaje y mi predicación no fueron con palabras sabias y
elocuentes, sino con demostración del poder del Espíritu, para que la fe de
ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios."
1 Corintios 2:4-5 (NVI)

"Aquellos que son verdaderamente sus discípulos, recibiendo gracia


de Él, realizan milagros en su nombre para beneficiar a otros, según el don
que cada uno ha recibido de Él. Algunos, ciertamente, echan fuera demonios
de manera efectiva… otros tienen conocimiento anticipado de las cosas que
sucederán; otros sanan a los enfermos imponiéndoles las manos, y son
restaurados a la salud."
Ireneo de Lyon, Contra las Herejías 2.32.4

Desde sus inicios, el movimiento pentecostal comprendió que la


continuidad de los dones espirituales en la iglesia es fundamental para
preservar el poder y la autenticidad del cristianismo. Sin los dones del
Espíritu Santo, la iglesia se convierte en una mera comunidad social, con
enseñanzas morales, doctrinas religiosas y formas externas sin vida ni poder
real. El poder del Espíritu Santo es lo que distingue al cristianismo como la
religión del cielo, la verdadera expresión del Reino de Dios en la tierra hasta
su instauración final. Pablo, al escribir sobre los dones y la manifestación del
Espíritu, deja claro que veía estos dones como evidencias del respaldo divino
y de la aprobación de Dios sobre su pueblo.
Desde una perspectiva bíblica, Pablo entendía que los dones del
Espíritu no eran un adorno temporal para la iglesia primitiva, sino una parte
esencial de su existencia hasta que Cristo regrese. En 1 Corintios 4:20, Pablo
declara: “El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (NVI).
Aquí, Pablo establece una distinción entre una fe meramente intelectual o
doctrinal y una fe viva, demostrada por el poder transformador y milagroso
del Espíritu Santo. Este poder es el sello distintivo del cristianismo
verdadero, y su ausencia transforma a la iglesia en una institución sin
respaldo divino, incapaz de cumplir su misión espiritual. Pablo no concibe un
cristianismo sin el poder activo del Espíritu.[7]
Además, Pablo vincula directamente la manifestación de los dones
con la presencia del Espíritu Santo en 1 Corintios 12:7-11, donde detalla
cómo cada don es una manifestación visible del Espíritu para provecho de la
iglesia. Esta distribución de los dones, que incluye profecía, sanidad, y hablar
en lenguas, no tiene una fecha de caducidad, sino que continuará hasta que
“lo perfecto haya llegado” (1 Corintios 13:10). Esta referencia a “lo
perfecto” claramente apunta a la segunda venida de Cristo, cuando todas las
cosas serán renovadas. Así, los dones no son opcionales ni temporales; son
una parte vital del testimonio del Reino de Dios hasta que Cristo regrese.[8]
En términos filosóficos y teológicos, el poder del Espíritu Santo es lo
que hace del cristianismo una fe sobrenatural, aprobada por Dios, y no una
simple colección de ideas religiosas. Sin la obra continua del Espíritu, el
cristianismo no tiene ninguna ventaja sobre otras religiones o sistemas de
pensamiento. Este poder no solo valida la veracidad del mensaje, sino que
transforma vidas de manera tangible, ofreciendo evidencia irrefutable de la
obra de Dios. En el libro de Hechos, los apóstoles no solo predicaban, sino
que operaban en los dones del Espíritu como una prueba del respaldo divino
(Hechos 2:43, NVI). Sin tales manifestaciones de poder, la iglesia corre el
riesgo de convertirse en una mera institución humana, despojada de su
identidad sobrenatural.[9]
Los padres de la iglesia también apoyan esta continuidad. Justino
Mártir, en su obra Diálogo con Trifón, menciona que los dones espirituales,
incluidos los de profecía y sanidad, eran parte activa de la vida de los
creyentes.[10] Orígenes argumentaba que los milagros y los dones del Espíritu
eran signos visibles del Reino de Dios en la tierra, y que su presencia en la
iglesia era evidencia de que la obra de Dios continuaba activa.[11] Para él, una
iglesia sin el poder del Espíritu no era más que una estructura vacía, sin la
capacidad de llevar a cabo la voluntad divina. Asimismo, Ireneo, en Contra
las Herejías, habla claramente de la vigencia de estos dones en su tiempo y
afirma que son parte del "poder de Dios" que actúa a través de su iglesia.
Ireneo afirmaba que los dones del Espíritu eran fundamentales para la vida de
la iglesia.[12] En este contexto, el cese de los dones representaría no solo una
pérdida espiritual, sino una desviación del modelo original de la iglesia.
Teológicamente, la ausencia de dones en la iglesia plantea una
cuestión crucial: ¿cómo puede la iglesia cumplir su misión sin el poder del
Espíritu? En Romanos 15:18-19, Pablo escribe que no se atrevería a hablar de
nada que no fuera lo que Cristo había hecho a través de él “por palabra y por
obra, mediante el poder de señales y prodigios, por el poder del Espíritu de
Dios” (NVI). Este texto muestra claramente que Pablo veía las señales y
prodigios como una confirmación esencial de su ministerio, y, por extensión,
del evangelio mismo. Si Pablo dependía del poder del Espíritu para autenticar
su predicación, ¿cómo podemos pensar que la iglesia de hoy puede prescindir
de estos mismos dones y aún cumplir su misión divina?[13]
En última instancia, la presencia de los dones espirituales no es un
tema secundario. Son la evidencia visible de que Dios está activamente
respaldando a su pueblo, que su Reino sigue avanzando en la tierra y que su
poder transformador está presente aquí y ahora. Negar su continuidad es
negar una dimensión esencial de lo que significa ser parte de la iglesia de
Cristo, y es reducir el cristianismo a una mera religión humana, sin el poder
que la distingue como la verdadera fe del Reino de Dios.

¡El Enemigo Se Ha Infiltrado En Nuestras Filas!


Vivimos tiempos peligrosos en los que el pentecostalismo, ese
movimiento vibrante del Espíritu Santo, enfrenta una amenaza interna que
invita a la muerte de la fe. Esta amenaza se manifiesta a través del
cesacionismo, una doctrina que niega la vigencia actual de los dones del
Espíritu y que ha encontrado formas de infiltrarse en algunos sectores
pentecostales. Este cesacionismo se viste de piedad y orden litúrgico,
reclamando respetabilidad intelectual, pero en realidad apaga la llama
encendida en Pentecostés. Lo que algunos llaman una “incredulidad
santificada” es un intento de racionalizar y limitar el poder sobrenatural de
Dios en la vida de la iglesia, algo que es contrario a la esencia misma del
pentecostalismo.
El cesacionismo nació en un contexto de racionalismo, una corriente
filosófica que surgió durante la Ilustración, y que, si bien trajo avances en
muchas áreas, también fomentó un escepticismo hacia lo sobrenatural. Esta
incredulidad racionalista ha encontrado su camino en ciertos círculos
pentecostales, dando lugar a una especie de "pentecostal cesacionista", una
figura que es, en sí misma, un oxímoron. El pentecostalismo se fundamenta
en la creencia y experiencia del poder sobrenatural del Espíritu Santo,
manifestado a través de los dones espirituales. Negar la vigencia de estos
dones no solo es contradictorio, sino que despoja al movimiento de su razón
de ser.[14]
Un "pentecostal cesacionista" es una contradicción en términos
porque la esencia del pentecostalismo está en su apertura a las
manifestaciones del Espíritu. La experiencia pentecostal se basa en la
creencia de que el Espíritu Santo no solo está presente, sino que opera
activamente en la vida de los creyentes a través de profecías, sanidades,
lenguas, y otras señales milagrosas. Por lo tanto, abrazar el cesacionismo
dentro del pentecostalismo es como pretender que un cuerpo viva sin su
corazón. El cesacionismo niega las experiencias centrales que dieron origen
al pentecostalismo en el Avivamiento de la Calle Azusa en 1906, un
movimiento que marcó la restauración de los dones del Espíritu en la iglesia
moderna.[15]
Aceptar el cesacionismo dentro del pentecostalismo no solo es una
traición a sus raíces históricas y teológicas, sino que es, en efecto, un camino
hacia la extinción. Al rechazar el poder actual del Espíritu, el pentecostalismo
se convierte en una sombra de lo que alguna vez fue, una comunidad que,
aunque puede seguir proclamando verdades bíblicas, ha perdido su vida, su
dinamismo y su autoridad espiritual. El apóstol Pablo advierte sobre una
forma de religión que tiene "apariencia de piedad, pero niega su poder" (2
Timoteo 3:5, NVI), y esa es precisamente la trampa en la que caen quienes, en
nombre de la respetabilidad y el orden, niegan la obra actual del Espíritu. La
consecuencia inevitable de abrazar el cesacionismo dentro del
pentecostalismo es la desnaturalización completa de su identidad. El
pentecostalismo nació en el poder del Espíritu Santo, y su misión siempre ha
sido llevar a cabo el ministerio de Cristo mediante el poder del Espíritu.
Negar los dones espirituales es negar la capacidad misma de la iglesia para
llevar a cabo su misión. Además, Jesús mismo prometió a sus discípulos que
recibirían "poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes" (Hechos 1:8,
NVI). Este poder no fue una concesión temporal, sino una promesa para todas
las generaciones de creyentes hasta que Él.[16]
A la larga, el pentecostalismo que abrace el cesacionismo condena su
propio futuro, convirtiéndose en un "cadáver ambulante", una estructura
vacía que aparenta tener vida, pero que ha perdido su vitalidad espiritual. No
puede haber verdadero pentecostalismo sin las manifestaciones del Espíritu,
ya que el Espíritu Santo no es solo un complemento de la fe cristiana, sino su
esencia misma. Sin el poder del Espíritu, el cristianismo se convierte en un
sistema de creencias filosóficas y morales, pero carece de la evidencia
tangible de la presencia de Dios entre su pueblo.[17]

El Cesacionismo Y La Crisis De Relevancia En La


Iglesia
Las iglesias que han adoptado el cesacionismo han experimentado un
enfriamiento espiritual que las ha desconectado de las necesidades profundas
de la sociedad y las ha hecho irrelevantes en su contexto. Al aferrarse al
racionalismo y al intelectualismo, estas iglesias han construido una fe que,
aunque puede parecer lógicamente coherente y doctrinalmente correcta,
carece del poder transformador que es esencial para el avance del Reino de
Dios. Esta falta de poder se manifiesta en la incapacidad de dar respuestas a
las problemáticas espirituales del mundo actual y, en última instancia, en la
limitación de su efectividad en el ministerio eclesiástico y misionero.
Desde una perspectiva bíblica, el cristianismo está fundamentado en
una experiencia viva con el Espíritu Santo. Pablo, en 1 Corintios 2:4, destaca
que su predicación no dependía de palabras persuasivas, sino del poder del
Espíritu. En cambio, el cesacionismo se afianza en una teología que prioriza
el intelecto y la razón sobre la experiencia espiritual. Aunque el uso del
intelecto en la fe es importante, reducir el cristianismo a un sistema de
preceptos morales y doctrinas filosóficas vacías despoja a la iglesia de su
capacidad de transformar vidas mediante el poder de Dios.[18]
Una de las principales consecuencias del cesacionismo es el
distanciamiento de las iglesias de las realidades espirituales que la gente
enfrenta día a día. En una época donde el interés en lo sobrenatural es
creciente, ya sea a través de la cultura popular o de movimientos espirituales
alternativos, las iglesias cesacionistas carecen de respuestas para las
inquietudes espirituales de la sociedad. Este vacío de respuestas y de
manifestaciones de poder las convierte en instituciones irrelevantes,
incapaces de dar esperanza o guía en un mundo que busca desesperadamente
lo sobrenatural. Al negar los dones espirituales, las iglesias cesacionistas
pierden una herramienta clave para atraer a las personas al Reino de Dios, ya
que dejan de ofrecer una experiencia tangible del poder de Dios.[19]
El cesacionismo también ha llevado a estas iglesias a volverse
estériles en su ministerio eclesiástico. Sin el poder del Espíritu Santo, se
limitan a formas litúrgicas y actividades religiosas que carecen de vitalidad y
transformación espiritual. En misiones, esta falta de poder resulta en una falta
de impacto. Las iglesias que abrazan el cesacionismo no están equipadas para
enfrentar los desafíos espirituales que se presentan en los contextos
misioneros, especialmente en regiones donde las creencias y prácticas
espirituales son fuertes. La ausencia de dones como la sanidad, la profecía o
el discernimiento de espíritus limita su capacidad de lidiar con el mundo
espiritual oscuro que enfrentan los misioneros en el campo.[20]
Además, el cesacionismo ha provocado una desconexión entre la
iglesia y las necesidades prácticas y espirituales de las personas. El Nuevo
Testamento está lleno de ejemplos en los que los dones espirituales sirvieron
para satisfacer necesidades inmediatas de los creyentes y de las comunidades.
El don de sanidad, por ejemplo, no solo demostraba el poder de Dios, sino
que también respondía a las necesidades físicas de las personas (Hechos 3:6-
10, NVI). Al negar estos dones, las iglesias cesacionistas no pueden ofrecer
soluciones reales a las problemáticas de la vida cotidiana, lo que las hace
inefectivas y funcionalmente inútiles para los propósitos del Reino.[21]
A la par de estas observaciones, es evidente que en los países donde el
pentecostalismo es mayoritario, el cristianismo muestra un rostro vivo y
fresco. En lugares como América Latina, África y algunas regiones de Asia,
donde las iglesias pentecostales y carismáticas son predominantes, el
cristianismo está en crecimiento, impulsado por la creencia en los dones
espirituales y el poder sobrenatural de Dios. Este crecimiento no solo es
numérico, sino que también refleja una iglesia vibrante, conectada con las
necesidades espirituales y materiales de las personas. Sin embargo, en los
lugares donde la presencia pentecostal y carismática es mínima o se le
desprecia, el cristianismo tiende a caer en decadencia o, en algunos casos,
encaminarse hacia la extinción. El enfriamiento de la fe en estos contextos es
una muestra de cómo la falta de poder espiritual se traduce en una iglesia
irrelevante y desconectada de la vida real.
Por ejemplo, en los últimos años, muchos países que fueron bastiones
de la Reforma Protestante, como Alemania, los Países Bajos, y partes del
Reino Unido, han experimentado un marcado declive en la práctica religiosa,
mientras que el ateísmo y el escepticismo han crecido considerablemente.
Estudios recientes muestran que, en gran parte de Europa Occidental, donde
una vez la fe protestante dominaba, las iglesias ahora están vacías o cerrando
sus puertas, y una mayoría significativa de la población se identifica como no
religiosa o agnóstica. En los Países Bajos, por ejemplo, alrededor del 48% de
la población se declara no afiliada religiosamente, y un porcentaje menor
asiste regularmente a los servicios religiosos, reflejando una desconexión
creciente entre la sociedad y las instituciones religiosas tradicionales.[22]
Este fenómeno también es evidente en países como Alemania y Suiza,
donde la secularización ha erosionado la identidad protestante que una vez
definió la cultura religiosa de estos países. El declive en la asistencia a la
iglesia y el aumento del escepticismo han dejado vacíos espirituales que, en
algunos casos, son llenados por movimientos alternativos o incluso por el
crecimiento de otras religiones. La falta de relevancia percibida de las iglesias
protestantes en la vida diaria de las personas ha sido señalada como una de
las causas principales de esta tendencia.[23]
Por otro lado, en lugares donde el pentecostalismo y el movimiento
carismático están más presentes, como América Latina y África, el
cristianismo sigue experimentando un notable crecimiento. Aquí, la fe se vive
de manera más activa y dinámica, y las iglesias pentecostales continúan
expandiéndose, ofreciendo respuestas tanto a las necesidades espirituales
como a los problemas sociales. Esto resalta el contraste entre las iglesias que
dependen de un racionalismo estéril y aquellas que abrazan la manifestación
del Espíritu Santo.[24]
Los datos presentados por Pew Research son contundentes y ofrecen
una lección clara e invaluable. Los países que alguna vez fueron epicentros
de la Reforma ahora muestran un declive religioso marcado, mientras que en
las regiones donde el cristianismo pentecostal está en auge, las iglesias siguen
siendo un motor de vitalidad espiritual. El cesacionismo, en última instancia,
ha conducido a la irrelevancia social y espiritual de estas iglesias. Esto se
debe a que el poder del Espíritu Santo es esencial para que la iglesia cumpla
su misión en el mundo. Sin este poder, las iglesias se reducen a instituciones
sociales que, aunque pueden ofrecer enseñanzas morales, están desconectadas
de la verdadera vida espiritual que solo el Espíritu puede ofrecer.
Las iglesias que han abrazado el cesacionismo se han visto atrapadas
en un racionalismo estéril e intelectualismo vacío que ha enfriado su fe, las ha
vuelto irrelevantes en la sociedad y las ha dejado sin respuestas ante las
realidades espirituales que el mundo enfrenta. Sin el poder del Espíritu Santo,
estas iglesias se limitan en su capacidad de ministrar, evangelizar y enfrentar
el mundo espiritual oscuro, volviéndose, en última instancia, inútiles para los
fines del Reino de Dios. Mientras tanto, en los países donde el
pentecostalismo es fuerte, el cristianismo está en auge, mostrando que el
poder del Espíritu sigue siendo clave para mantener viva la fe y expandir el
Reino de Dios en la tierra.

Cesacionismo, Una Doctrina Nacida Del


Racionalismo, El Materialismo Y El Temor A Lo
Sobrenatural De La Fe
El cesacionismo, en parte, puede ser visto como el fruto de diversas
corrientes que han impregnado tanto la sociedad como ciertos sectores de la
iglesia contemporánea. Entre estas influencias se encuentran el materialismo,
el biblicismo racionalista y la teología liberal, así como un temor latente a lo
sobrenatural y al ridículo por creer en manifestaciones espirituales. Estos
factores han creado un entorno en el cual lo milagroso y lo espiritual son
minimizados o incluso rechazados. De acuerdo con Romanos 1:21-22,
“aunque conocían a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón
fue entenebrecido”. Este texto nos muestra cómo la negación de lo
sobrenatural puede llevar a un endurecimiento espiritual, en el que la fe es
reemplazada por la razón y la autosuficiencia.
Es interesante notar que el cesacionismo ha echado raíces más
profundas en países ricos, donde la abundancia y la confianza en la ciencia y
la tecnología han reemplazado la dependencia de lo divino. ¿Por qué
depender de la sanidad divina cuando se cuenta con hospitales de primer
nivel? ¿Por qué confiar en la provisión sobrenatural si se vive en una
sociedad económicamente próspera? Esta mentalidad materialista ha reducido
el espacio para la fe en lo sobrenatural. En contraste, en regiones como
América Latina y África, donde el pentecostalismo sigue floreciendo, hay una
mayor apertura a lo sobrenatural debido a la evidente necesidad física y
espiritual.[25] Las iglesias pentecostales en estas áreas no solo predican el
evangelio, sino que también operan en el poder del Espíritu Santo,
evidenciado en sanidades, liberaciones y otras manifestaciones carismáticas.
[26]
Un ejemplo significativo de este fenómeno es la manera en que los
practicantes de brujería y otros cultos paganos reconocen el poder superior de
Dios cuando son testigos de las manifestaciones espirituales dentro del
cristianismo pentecostal. El Evangelio de Marcos 16:17-18 nos asegura: "Y
estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera
demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si
bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus
manos, y sanarán". Los cesacionistas, al limitar su entendimiento de estos
textos, dejan de lado la dimensión espiritual que es esencial en la lucha contra
el mal y el poder de las tinieblas. Además, existen testimonios impactantes de
misioneros y cristianos en regiones cesacionistas que, al enfrentarse con
manifestaciones demoníacas o problemas espirituales profundos, se ven
incapaces de actuar y recurren a pastores pentecostales o carismáticos en
busca de ayuda. Estos casos ponen en evidencia que, incluso en círculos
cesacionistas, la necesidad del poder espiritual sigue siendo crucial. El
apóstol Pablo, en 1 Corintios 2:4-5, declara: “Y ni mi palabra ni mi
predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con
demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en
la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Esto refuerza el
argumento de que la iglesia necesita el poder del Espíritu Santo para cumplir
con su misión.[27]
El cesacionismo también plantea un problema teológico y pastoral:
¿por qué Satanás tendría libertad para actuar a través de posesiones
demoníacas y otras manifestaciones en contextos paganos, mientras que Dios
se encontraría limitado o “atado” en su capacidad de manifestar su poder
espiritual en su iglesia? Esto es un oxímoron teológico que no puede
sostenerse bajo el peso de las Escrituras. La urgencia de la obra del Espíritu
Santo es evidente en los evangelios y en el libro de Hechos, donde el poder
de Dios se manifiesta como una respuesta inmediata y directa a las
necesidades humanas. Hoy en día, las personas siguen sufriendo
enfermedades, ataques demoníacos, adicciones y otras dificultades que no
pueden ser abordadas únicamente desde una perspectiva médica o
psiquiátrica.[28] Si bien es cierto que hospitales y centros de rehabilitación son
necesarios, también lo es la manifestación del poder de Dios a través de los
dones del Espíritu Santo, como sanidades y liberaciones.
La iglesia no puede permitirse el lujo de reducir su papel a una
institución meramente social o humanitaria. Jesús mismo declaró en Juan
14:12: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun
mayores hará, porque yo voy al Padre”. Al abrazar una teología cesacionista,
se corre el riesgo de degradar el cristianismo a un sistema de verdades
filosóficas y preceptos morales, perdiendo de vista el dinamismo y la
vitalidad del evangelio que debe ser acompañado por señales y prodigios.[29]

Abrazar El Cesacionismo Es Suicidio Espiritual


Las nuevas generaciones de jóvenes pentecostales deben entender que
minimizar la importancia y la necesidad actual de los dones espirituales es, en
realidad, degradar el cristianismo, reduciéndolo a un mero sistema de
verdades filosóficas y preceptos morales, carente del poder que lo distingue
como una fe sobrenatural y transformadora. A lo largo de las Escrituras, Dios
siempre ha acompañado su revelación con manifestaciones de su poder.
Incluso la ley mosaica, que estaba destinada a ser sustituida por el Nuevo
Pacto, no estuvo ausente de señales y prodigios. Desde el éxodo de Egipto
hasta el monte Sinaí, la ley fue entregada en medio de grandes maravillas que
confirmaban la autoridad y el respaldo divino (Éxodo 19:16-19, NVI).
Si la ley, que Pablo describe como “un ministerio de condenación” (2
Corintios 3:9, NVI), estuvo rodeada de tales manifestaciones, ¿cuánto más el
evangelio, el Nuevo Pacto en Cristo, de “una gloria mayor” y de salvación,
debería estar acompañado del poder de Dios? Pablo enfatiza esta diferencia
en su carta a los Corintios, señalando que si el ministerio antiguo vino con
gloria, “¡cuánto más glorioso será el ministerio del Espíritu!” (2 Corintios
3:8, NVI). El evangelio es superior en todo sentido, no solo en su mensaje de
gracia, sino también en la forma en que Dios lo valida mediante el poder
sobrenatural del Espíritu Santo.
Negar o minimizar los dones espirituales es reducir la experiencia
cristiana a una fe intelectual o moral, pero el evangelio nunca fue presentado
como un conjunto de ideas abstractas. Pablo mismo afirma que no vino a los
corintios con “palabras persuasivas de sabiduría humana, sino con
demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:4, NVI). Esta
declaración deja claro que el cristianismo auténtico no se puede vivir
plenamente ni defender sin la manifestación del poder de Dios. Al minimizar
los dones espirituales, corremos el riesgo de vaciar al cristianismo de su
carácter sobrenatural, dejándolo como un mero sistema filosófico, incapaz de
ofrecer una transformación real y profunda en la vida de las personas.[30]
Más allá de la experiencia personal, el poder del Espíritu Santo es una
demostración visible del Reino de Dios. Jesús mismo declaró que los
milagros que hacía eran una señal de que “el reino de Dios ha llegado a
ustedes” (Lucas 11:20, NVI). Si el ministerio terrenal de Cristo y la iglesia
primitiva estuvieron marcados por la manifestación del Espíritu, no hay razón
bíblica ni teológica para suponer que estos dones han cesado o son
prescindibles. Es más, su ausencia no solo debilitaría el testimonio de la
iglesia, sino que la privaría del poder que necesita para cumplir su misión en
el mundo.
La conclusión es clara: el cesacionismo no es simplemente una
diferencia doctrinal, es un suicidio espiritual. Al minimizar los dones
espirituales, se degrada el evangelio a una simple religión sin poder,
equiparable a cualquier otro sistema filosófico o moral humano. La historia
bíblica demuestra que el poder de Dios siempre ha sido central en su
revelación, desde los milagros en el Éxodo hasta las señales que
acompañaron el ministerio de Jesús y los apóstoles. Este poder no es un mero
añadido, sino la esencia de la obra del Espíritu Santo para que la Iglesia sea la
verdadera manifestación del Reino de Dios en la tierra.[31]
A medida que avanzamos en los próximos capítulos, examinaremos a
fondo el concepto del cesacionismo. Veremos su origen en las tensiones
teológicas post-reforma, cómo se infiltró en el protestantismo, y su impacto
devastador en la vida espiritual de las iglesias que lo adoptaron.
Exploraremos el surgimiento del pentecostalismo como un avivamiento del
Espíritu en un cristianismo que, al volverse racionalista y carente de poder,
había perdido su vitalidad. Este movimiento no solo trajo una reforma
doctrinal, sino una experiencia vivencial del Espíritu que sigue
transformando vidas y comunidades.[32]
Asimismo, analizaremos el resurgimiento del cesacionismo en el
contexto del nuevo calvinismo y su renovada oposición al movimiento
pentecostal y carismático. Este capítulo será crucial para entender cómo estas
doctrinas han vuelto a tomar fuerza en algunos círculos y cómo sus
argumentos han sido formulados en contra de las manifestaciones
contemporáneas del Espíritu Santo. Sin embargo, responderemos a estas
objeciones desde una perspectiva bíblica, patrística y lógica, demostrando la
falacia de los argumentos cesacionistas y presentando una defensa sólida de
la continuidad de los dones espirituales.
En los capítulos posteriores, también realizaremos un profundo
estudio de la pneumatología pentecostal, que enfatiza la obra y presencia del
Espíritu Santo en la vida del creyente, la iglesia y el mundo. Analizaremos
cómo la praxis carismática, correctamente entendida y aplicada, no solo
revitaliza a la iglesia, sino que la convierte en un agente transformador en la
sociedad. A través de un análisis detallado de las categorías de los dones del
Espíritu, veremos cómo deben ser ejercidos con sabiduría, discernimiento y
amor, según el diseño divino expresado en las Escrituras.[33]
Este recorrido teológico no es solo un ejercicio académico. Para
nosotros, como pentecostales, defender la obra del Espíritu no es opcional, es
un deber. Porque si dejamos de lado su poder, nos arriesgamos a convertirnos
en una fe vacía y carente de relevancia, incapaz de cumplir el mandato de ser
testigos del Reino de Dios con poder. En las páginas siguientes,
encontraremos tanto advertencias como esperanza, recordándonos que la
iglesia, ungida por el Espíritu Santo, sigue siendo el instrumento escogido por
Dios para manifestar su gloria en este mundo.

Referencias:
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and Theology. Eerdmans.
Wagner, C. P. (2000). Acts of the Holy Spirit: A Modern Commentary on the Book of
Acts. Regal Books.
CESACIONISMO: ¿QUÉ
ES Y CÓMO ENTRÓ EN
EL EVANGELICALISMO?
"Aquellos que son verdaderamente sus discípulos, recibiendo gracia de Él, realizan
milagros en su nombre para beneficiar a otros, según el don que cada uno ha
recibido de Él... otros sanan a los enfermos imponiéndoles las manos, y son
restaurados a la salud."

Ireneo de Lyon, Contra las herejías, Libro II, Cap. 32

"En efecto, la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los extranjeros,
es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar."
Hechos 2:39 (NVI)

Para entender y respetar una postura (y sobre todo si nuestra intención


es refutarla) primero debemos conocerla. Esto no es diferente cuando
hablamos del cesacionismo, una postura que choca frontalmente con la
teología y praxis del movimiento pentecostal. Por eso es justo preguntarnos:
¿Qué es el cesacionismo? ¿Cuáles son sus fundamentos? ¿Posee respaldo
bíblico en sus afirmaciones? ¿Justifica la historia dicha interpretación?
Comencemos por definir el concepto de cesacionismo.
El cesacionismo se describe a menudo como la creencia de que los
“dones milagrosos” de las lenguas y la sanidad ya han cesado. Los
cesacionistas generalmente asumen que el fin de la era apostólica marcó el fin
de los milagros asociados con esa era. No obstante, es importante señalar que
el cesacionismo no niega la posibilidad de que Dios pueda sanar a personas o
hacer milagros hoy en día (en un sentido general) como un acto especial de
Su providencia divina. Sino más bien enseña que el Espíritu Santo ya no
utiliza a individuos para realizar señales milagrosas como lo hizo en los
tiempos de Jesús y los Apóstoles.
La mayoría de los cesacionistas creen honestamente que los registros
bíblicos muestran que los milagros se produjeron durante determinados
períodos específicos con el propósito de autentificar un nuevo mensaje de
Dios. Así, por ejemplo, a Moisés se le concedió realizar milagros para
autentificar su ministerio ante el faraón (Éxodo 4:1-8); Elías realizó milagros
para autentificar su ministerio ante Acab (1 Reyes 17:1;18:24); y los
apóstoles realizaron milagros para autentificar su ministerio ante Israel
(Hechos 4:10, 16).
El ministerio de Jesús también fue marcado por milagros, a los que el
apóstol Juan llama “señales” (Juan 2:11). En la interpretación cesacionista lo
que Juan quería decir es que los milagros eran la prueba de la autenticidad del
mensaje de Jesús. Afirman además que después de la resurrección de Jesús,
mientras la Iglesia se establecía y el Nuevo Testamento estaba siendo escrito,
los apóstoles demostraban el respaldo divino sobre la nueva fe con “señales”
tales como las lenguas y el poder para sanar. Citan a menudo las siguientes
palabras de Pablo en defensa de su postura: “Así que las lenguas son una
señal, no para los que creen, sino para los incrédulos.” (1 Corintios 14:22).
Con ello pretenden probar que el don nunca fue para edificar a la iglesia, sino
como una señal (aparentemente temporal) exclusivamente para los incrédulos
e inconversos.

¿Cuestión de incredulidad?
Decir que los cesacionistas lo son por su incapacidad de creer sería
demasiado simplista. Aunque esto podría ser la verdad para algunos, lo cierto
es que muchos cesacionistas lo son porque creen sinceramente que eso es lo
que enseña la Biblia. En un artículo publicado por Ligonier Ministries[34], el
teólogo y escritor cesacionista Robert Rothwell[35] presenta cuatro argumentos
en defensa del cesacionismo. Tales argumentos son, a grandes rasgos, los
mismos que generalmente utilizan el resto de cesacionistas con algunas
variantes. Según Rothwell la Biblia enseña claramente que los dones
milagrosos cesarían posterior a la edad apostólica. Tal afirmación se
sostendría porque:
1. Según Rothwell, “el pueblo de Dios ha pasado siglos sin tener
profetas en varios períodos de su historia.” En defensa de su
teoría Rothwell señala que Dios no le habló a Su pueblo mediante
profetas desde los días de Abraham hasta Moisés. Y que incluso
los judíos del primer siglo reconocían que el Señor no había
enviado profetas durante los cerca de cuatro siglos que
transcurrieron entre Malaquías y Juan el Bautista.
2. Según Rothwell, “los milagros no eran acontecimientos
cotidianos en los tiempos bíblicos. Solo ocurrían cuando Dios
entregaba a Su pueblo nuevas revelaciones que iban a ser
escritas.” En su artículo, Rothwell divide las Escrituras en tres
grandes períodos de milagros: durante los tiempos de Moisés, de
Elías y Eliseo y de Jesús y Sus apóstoles. Afirma además que cada
uno de estos períodos estuvo caracterizado por nuevas
revelaciones especiales de Dios: “Moisés recibió la ley y fue hecho
mediador del antiguo pacto. Elías y Eliseo representan la
institución formal del oficio profético y de los muchos oráculos
que los profetas darían. Jesús y Sus apóstoles instituyeron el
nuevo pacto e impartieron instrucciones necesarias para la era del
nuevo pacto. Dado que incluso los milagros bíblicos fueron tan
limitados, no hay razón para esperar que en todas las
generaciones haya gente con el don de obrar milagros.” – Afirma
Rothwell.
3. El tercer argumento de Rothwell se fundamenta en Hebreos
1:1-4, en donde se afirma que la Revelación final de Dios para
nosotros es Su Hijo. De ello, Rothwell deduce que si la manera en
que Dios habla es mediante Su Hijo ―y, en consecuencia,
mediante los apóstoles que hablaron a la Iglesia con Su
autoridad― esto implica, forzosamente, que las palabras que Jesús
y Sus apóstoles hablaron fue final y definitiva en cuanto a
revelación y que, puesto que ellos pusieron el fundamento de la
Iglesia (Efesios 2:18-22), nosotros, en pleno siglo XXI, no
debemos esperar que continúe habiendo revelaciones, pues “el
fundamento se coloca una sola vez.” De modo que ya no es
necesario que Jesús nos guíe mediante profetas y apóstoles. Al
descartar la posibilidad de revelación en nuestros días, Rothwell
pretende descartar juntamente toda posibilidad de milagros,
señales y prodigios en el presente, considerando que tales cosas
solo eran señales autenticadoras de dichos ministerios. Al haber
cesado tales oficios ministeriales, ha cesado también la necesidad
de las señales validadoras de los mismos.
4. El argumento final de Rothwell afirma que “cuando
observamos la instrucción de Jesús y los apóstoles para el
período post-apóstolico, no encontramos ningún llamado a que
la Iglesia busque profetas, o que espere que la gente haga
milagros o que procure recibir nuevos mensajes o lineamientos
del Señor mediante personas con el don de lenguas.” En defensa
de su interpretación Rothwell cita pasajes como Hechos 20, donde
Pablo se despide de los ancianos de Éfeso, y las últimas cartas
escritas por los apóstoles antes de su muerte, entre ellas, las
epístolas paulinas de 1 y 2 Timoteo y Tito, además de 1, 2 y 3 de
Juan, en donde se le pide a la iglesia que retenga la enseñanza
apostólica que la ya había recibido, no que busque nuevas
revelaciones. Este argumento, como es obvio, utiliza un
razonamiento muy similar al anterior: el cierre del canon bíblico y
la muerte de los apóstoles marcó el fin de las señales, milagros y
prodigios. Particularmente de los dones de lenguas, interpretación
de lenguas, milagros, sanidades y profecía.
A pesar de las afirmaciones anteriores, Rothwell busca evitar que la
postura cesacionista sea malinterpretada como negación del poder de Dios o
mera incredulidad en sus promesas. Es por eso que aclara:
“Eso no significa que los cesacionistas neguemos la presencia y la obra continua
del Espíritu Santo. Los cesacionistas no creemos que el Espíritu sea incapaz de
hablar a través de profetas en la actualidad, sino solo que ha escogido no hacerlo.
Los cesacionistas creemos que el Espíritu puede sanar a las personas de forma
inesperada ―y a menudo lo hace― cuando oramos por ellas. Creemos que el
Espíritu Santo nos habla a través de la sana exposición de Su Palabra. Creemos
que nos abre y cierra puertas e incluso ordena «coincidencias» providenciales en
nuestras vidas. De hecho, yo afirmo que el cesacionismo reformado tradicional
tiene un concepto más elevado del poder y la libertad del Espíritu que el
continuismo tradicional. Esto se debe a que nosotros confesamos que el Espíritu
debe dar vida a las almas muertas para que podamos creer; que Él hace eso sin que
se lo pidamos, pues en nuestra condición de muerte espiritual sin Cristo no
podemos pedir que se nos dé nueva vida, y que Él lo hace solo en aquellos a quienes
escoge libremente y en el momento en que a Él le place.”[36]

La influencia de la teología reformada en la versión del cesacionismo


propuesta por Rothwell es más que evidente. Como buen calvinista, Rothwell
debe defender a ultranza lo que entiende por soberanía de Dios. Esto lo fuerza
a interpretar erróneamente que si este poder continuase en nuestra época en
manos de ministros humanos a través de los dones carismáticos, tal cosa
implicaría una violación de la soberanía de Dios, pues ya no sería Dios, sino
el hombre, quien debe tener el poder y la decisión. Tal razonamiento, sin
embargo, es falso.
El continuismo jamás ha afirmado que el poder de sanar y obrar
milagros esté sujeto a la voluntad y capricho humano, o que al haber
otorgado tal poder a sus siervos Dios haya perdido siquiera un ápice de su
soberanía; por el contrario, afirmamos que “todas estas cosas las hace uno y
el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.” (1
Corintios 12:11).
Fue Él quien nos hizo la promesa: “Y estas señales seguirán a los que
creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;
tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará
daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.” (Marcos 16:17-
18). No fuimos nosotros los que pretendemos usurpar su poder o decidir en
Su Nombre. Esta es más bien una pobre caricaturización del continuismo por
parte de Rothwell y muchos otros cesacionistas.

¿Sólo para los apóstoles?


El primer recurso del cesacionista es afirmar que las sanidades y
prodigios de la edad apostólica solo podían ser hechas por los apóstoles, y
que estas eran señales especiales que les autentificaban como representantes
autorizados de Dios. Fundamentan sus afirmaciones en pasajes como 2
Corintios 12:12 en donde Pablo dice: “Con todo, las señales de apóstol han
sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y
milagros” y otros como Hechos 2:43 y 5:12, en donde se dice que los
milagros eran realizados por “las manos de los apóstoles”.
Esto es entendido por los cesacionistas como que los milagros y
sanidades eran señales exclusivas de los apóstoles y de nadie más en la
iglesia. Fortalecen su argumentación señalando otros versículos como
Hebreos 2:3-4 en donde se menciona que los dones de sanidad y milagros
estaban firmemente vinculados a los apóstoles.
Para el cesacionista promedio es de obligatoria aceptación la idea de
que los creyentes de la edad apostólica, y solo ellos, necesitaban saber
quiénes eran los verdaderos apóstoles, para así respetar su autoridad especial
y única. Sólo de esta manera los primeros cristianos reconocerían a los
verdaderos apóstoles por las sanidades que efectuaban y otras señales. De
acuerdo con los cesacionistas, las personas que no pertenecían al grupo de los
apóstoles no podían hacer estas señales. Su razonamiento es que, si ellos las
hubiesen podido hacer, entonces nadie habría podido tener la certeza de
quiénes eran los verdaderos apóstoles.
Este argumento, sin embargo, resulta bastante débil, ya que parecen
ignorar felizmente que no solo los apóstoles efectuaron milagros y sanidades
en la iglesia primitiva. Por ejemplo:

1. El Señor le ordenó a Ananías que sanase a Pablo y Ananías,


ciertamente, no era un apóstol (Hechos 9:10-18)
2. Los setenta (o setenta y dos según algunas versiones) también
recibieron poder para efectuar señales y liberaciones milagrosas.
Esto es fácilmente constatable por las palabras de Jesús así como
por las propias afirmaciones de los setenta en Lucas 10:1-9 y
10:17
3. En Marcos 16:14-20 se nos dice que Jesús, antes de su ascensión,
concedió a sus discípulos la autoridad para efectuar señales
milagrosas, sanidades y otros prodigios. Esto evidentemente no se
limitaba a los once, sino que se consideraba un privilegio
concedido a todo discípulo de Jesús como lo señala el versículo 17
(“estas señales seguirán a los que creyeren”). Esto es aún más
claro si se tiene en cuenta que en Hechos 6:8 se nos dice que
“Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y
señales entre el pueblo.” ¡Y él no era uno de los apóstoles!
4. Los dones proféticos tampoco eran exclusivos de los apóstoles. El
ejercicio de los dones espirituales (incluyendo aquellos de
carácter profético) estaban a disposición de todo el cuerpo de
Cristo (Hechos 21:9; 21:10-12; 1 Corintios 14:1).
5. En Lucas 9:49 y Marcos 9:38, Cristo fue contundente al afirmar
que el ejercicio de señales milagrosas no era propiedad exclusiva
de una élite espiritual (ni siquiera de los Doce), sino de todo aquel
que creyese en su nombre.

Cesacionismo Y Teología Patrística


Frecuentemente, alguno que otro cesacionista esgrime en defensa de
su doctrina uno que otro texto patrístico[37] para “comprobar” de forma
extrabíblica que los dones cesaron después de la muerte del último apóstol
(algunos afirman que incluso antes del 70 d.C.). Generalmente, tal testimonio
patrístico a favor del cesacionismo se limita a tres citas poco favorecedoras,
siendo una de ellas el testimonio de Juan Crisóstomo[38]:
“Todo este lugar [hablando de 1 Corintios 12] es muy oscuro: pero la oscuridad es
producida por nuestra ignorancia de los hechos mencionados y por su cesación,
siendo tal como entonces solía ocurrir, pero que ahora ya no se llevan a cabo. ¿Y
por qué no ocurren ahora? Porque, mirad ahora, la causa de la oscuridad también
ha producido en nosotros otra pregunta: esto es, ¿por qué ocurrieron entonces, y
ahora no lo hacen más?… Bien, ¿qué fue lo que pasó entonces? Quien quiera que
fuera bautizado hablaba inmediatamente en lenguas y no solo con lenguas, sino que
muchos también profetizaban, y algunos hacían muchas obras maravillosas… pero
más abundante que ninguna otra cosa era el don de lenguas entre ellos.”[39]

Otra cita tomada de los Padres a favor del cesacionismo proviene de Agustín
de Hipona[40] (354–430):
“En los tiempos más antiguos, el Espíritu Santo descendió sobre los que creyeron y
hablaron en lenguas, que no habían aprendido, según el Espíritu les daba que
hablasen. Estas fueron señales adaptadas para ese tiempo. Porque había esta
proclamación del Espíritu Santo en todas las lenguas [idiomas] para mostrar que el
evangelio de Dios iba a ser comunicado a través de todas las lenguas sobre toda la
tierra. Esto se hizo por señal y terminó.”[41]
"Porque, ¿quién espera en estos días que las personas sobre quienes se imponen las
manos para que reciban el Espíritu Santo deben inmediatamente empezar a hablar
en lenguas? Pero se entiende que invisiblemente e imperceptiblemente, a causa del
vínculo de la paz, el amor divino es inspirado en sus corazones, para que puedan
ser capaces de decir: ‘Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.’”[42]

Teodoreto de Ciro (C. 393– C. 466) es también citado en defensa del


cesacionismo. Él afirmó que:
“En otros tiempos los que aceptaron la predicación divina y que fueron bautizados
por su salvación se les dio señales visibles de la gracia del Espíritu Santo que actuó
en ellos. Algunos hablaron en lenguas que no conocían, y que nadie les había
enseñado, mientras que otros realizaron milagros o profetizaron. Los corintios
también hicieron estas cosas, pero no utilizaron los dones como debieron haber
hecho. Estaban más interesados en presumir que en usarlos para la edificación de
la iglesia. …Incluso en nuestro tiempo de gracia se otorga a los que son
considerados dignos del santo bautismo, pero no podría tomar la misma forma que
tomó en aquellos días.”[43]

Estas tres afirmaciones patrísticas resultarían ser una verdadera


desgracia para el continuismo si no fuera que han sido sacadas de su
contexto. Y con todo respeto hacia nuestros hermanos cesacionistas (pero a la
vez por amor a la verdad) debemos reconocer que en su esfuerzo por
defender su postura, muchos de ellos prefieren cegarse ante la vasta evidencia
en favor del continuismo y optan por la deshonestidad intelectual, por lo que
terminan manipulado la historia de la Iglesia (y las pocas citas patrísticas que
creen que les favorecen) para intentar demostrar su postura.
Afortunadamente, y gracias al creciente conocimiento de la patrística en
nuestros días, tales manipulaciones han quedado en evidencia.
Y es que hoy en día, a diferencia de siglos anteriores, contamos con
variados textos antiguos provenientes de los padres apostólicos, de los padres
apologistas griegos, y de los padres y obispos de la iglesia de los primeros
siglos, tanto griegos como latinos. Esto nos permite declarar con autoridad
que el panorama en el tema de la continuidad de los dones es bien claro: Hay
un unanimis consensus Patrum que nos permite afirmar enfáticamente la
vigencia de los dones espirituales y su continuidad tras la muerte de los
apóstoles.
Agustín de Hipona (citado anteriormente en defensa del
cesacionismo) afirmó:
“Todavía hoy se realizan milagros en su nombre… Se realizan todavía hoy muchos
prodigios; los realiza el mismo Dios a través de quienes le place y como le place, lo
mismo que realizó los que tenemos escritos.”[44]

La Didaché[45] o Didajé, por su parte afirma:


“Sin embargo, no todo el que habla en el Espíritu es un profeta, sino sólo el que
tiene las costumbres del Señor. Por sus costumbres, pues, será reconocido el
profeta falso y el profeta verdadero”[46]

Ignacio de Antioquía[47] (Siria, 35 d.C.- Roma, entre 108 y 110 d.C.), también
declaró:
“Por esto estás hecho de carne y espíritu, para que puedas desempeñar bien las
cosas que aparecen ante tus ojos; y en cuanto a las cosas invisibles, ruega que te
sean reveladas, para que no carezcas de nada, sino que puedas abundar en todo
don espiritual.”[48]

En la famosa obra cristiana del siglo II, el Pastor de Hermas[49] 140


d.C., el autor declara:
“Así pondrás a prueba al profeta y al falso profeta, Por medio de su vida pon a
prueba al hombre que tiene el Espíritu divino. En primer lugar, el que tiene el
Espíritu divino, que es de arriba, es manso y tranquilo y humilde, y se abstiene de
toda maldad y vano deseo de este mundo presente, y se considera inferior a todos
los hombres, y no da respuesta a ningún hombre cuando inquiere de él, ni habla en
secreto porque tampoco habla el Espíritu Santo cuando un hombre quiere que lo
haga, sino que este hombre habla cuando Dios quiere que lo haga. Así pues, cuando
el hombre que tiene el Espíritu divino acude a una asamblea de hombres justos, que
tienen fe en el Espíritu divino, y se hace intercesión a Dios en favor de la
congregación de estos hombres, entonces el ángel del espíritu profético que está
con el hombre llena al hombre, y éste, siendo lleno del Espíritu Santo, habla a la
multitud, según quiere el Señor. De esta manera, pues, el Espíritu de la deidad será
manifestado. Ésta, por tanto, es la grandeza del poder que corresponde al Espíritu
de la divinidad que es del Señor”.[50]

Quadrato, el apologista cristiano conocido más antiguo, obispo de


Atenas y uno de los padres Apologistas Griegos, fue también defensor de la
continuidad de los dones espirituales. La apología de Cuadrato es la primera
apología del cristianismo que se conoce y con ella se inaugura la literatura
apologética cristiana. Acerca de la vigencia de los dones espirituales,
Quadrato afirmó:
“Las obras, empero, de nuestro Salvador estuvieron siempre presentes, puesto que
eran verdaderas; los que curó, los que resucitó de entre los muertos no fueron vistos
solamente en el momento de ser curados y resucitados, sino que estuvieron siempre
presentes y eso no solamente mientras el Salvador vivía aquí abajo, sino aún
después de su muerte han sobrevivido mucho tiempo, de suerte que algunos de ellos
han llegado hasta nuestros días.”[51]

¿Pero quién era Quadrato? La única referencia que tenemos de él está


en Eusebio, en su Chronicon, y en Historia Eclesiástica, IV, III, I, II. Según
este testimonio, Quadrato afirmaba ser discípulo de los apóstoles y para
preparar a sus hermanos en la fe en la defensa contra las falsas acusaciones
hechas por los paganos, escribió una inteligente defensa del cristianismo que
dirigió al emperador Adriano en el 125 d.C. De él afirmó Eusebio[52]:
“Entre los que por este tiempo eran famosos, estaba también Quadrato, del cual
refiere una tradición que sobresalía en el carisma profético, como las hijas de
Felipe”[53]

De él también habló posteriormente Jerónimo de Estridón[54] diciendo:


“Quadrato, discípulo de los Apóstoles, sucedió a Publio, obispo de Atenas…
Quadrato entrega al Emperador un libro escrito en favor de nuestra religión, muy
útil, a base de fe y razón, digno de la doctrina de los Apóstoles; en ese libro,
mostrando su edad avanzada, dice haber visto numerosos desgraciados, bajo el
peso de diversas calamidades, ser sanados y resucitados por el Señor”.[55]

Ireneo[56], Obispo de Lyon (130-202 d.C.) también afirmó la vigencia


de los dones en sus días:
“También nosotros hemos oído a muchos hermanos en la Iglesia, que tienen el don
de la profecía, y que hablan en todas las lenguas por el Espíritu, haciendo público
lo que está escondido en los hombres y manifestando los misterios de Dios, a
quienes el Apóstol llama espirituales: éstos son espirituales, porque participan del
Espíritu.”[57]
“Por eso sus discípulos verdaderos en su nombre hacen tantas obras en favor de los
seres humanos, según la gracia que de él han recibido. Unos real y verdaderamente
expulsan a los demonios, de modo que los mismos librados de los malos espíritus
aceptan la fe y entran en la Iglesia; otros conocen lo que ha de pasar, y reciben
visiones y palabras proféticas; otros curan las enfermedades por la imposición de
las manos y devuelven la salud; y, como arriba hemos dicho, algunos muertos han
resucitado y vivido entre nosotros por varios años.”[58]
“Porque saben que los seres humanos no reciben de Marco (maestro gnóstico) el
don de la profecía, sino que Dios concede esta gracia desde lo alto a quienes él
quiere; y quienes reciben de Dios este don, hablan donde y cuando Dios quiere, no
cuando Marcos ordena. Aquel que manda es más grande y soberano que quien le
está subordinado; pues lo primero es propio de quien tiene el gobierno, y lo
segundo del que le está sujeto.”[59]

Tertuliano[60] (160-220 d.C.) también nos habla de liberaciones,


sanidades y señales milagrosas en su época:
“Mas, ¿quién os arrebataría a esos enemigos ocultos que por doquier y siempre
devastan vuestros espíritus y vuestra salud, o sea, esos demonios que nosotros
arrojamos de vuestros cuerpos sin pedir recompensa ni salario? Nos hubiera
bastado, en venganza, abandonaros a esos espíritus inmundos como a bien sin
dueño.”[61]
“Que Marción exhiba, pues, como dones de su dios, algunos profetas, que no hayan
hablado por sentido humano, sino con el Espíritu de Dios, que hayan predicho
cosas que van de ocurrir y hayan puesto de manifiesto los secretos del corazón; que
él produzca un salmo, una visión, una oración -solo que sea por el Espíritu, en un
éxtasis, esto es, en un rapto, toda vez que le haya ocurrido una interpretación de
lenguas; que él me muestre también, que cualquier mujer de lengua jactanciosa en
su comunidad haya profetizado alguna vez de entre aquellas hermanas
especialmente santas que él tiene. Ahora, todas estas señales (de dones espirituales)
se están manifestando de mi lado sin ninguna dificultad, y concuerdan, también, con
las reglas, y las dispensaciones y las instrucciones del Creador.” [Tertuliano,
Contra Marción 5:8]

Justino Mártir[62] (110-168 d.C), otro grande de la fe cristiana, también


defendió la continuidad de los dones espirituales:
“Entre nosotros, aun hasta el presente, se dan los carismas proféticos. Por donde
hasta vosotros tenéis que daros cuenta de que los que en otros tiempos se daban en
vuestro pueblo han pasado a nosotros.”[63]
“Ahora, es posible ver entre nosotros mujeres y hombres que poseen dones del
Espíritu de Dios.”[64]

La vigencia del don profético en sus días es también proclamada por


Taciano[65], 110-172 d.C
“Pero el Espíritu de Dios no está con todos, sino que, asumiendo su morada con
aquellos que viven justamente, y combinándose íntimamente con el alma, anuncia
cosas ocultas a otras almas mediante profecías.”[66]

En su obra “Contra Celso”, Orígenes[67] (185-255 d.C.) declara sobre


los dones espirituales:
“Y es así como, sin obrar milagros y portentos, no hubieran movido a sus oyentes a
abandonar, por nuevas doctrinas y dogmas nuevos, su religión tradicional y
abrazar las enseñanzas de ellos aun con peligro de la vida. Y todavía se conservan
entre los cristianos huellas de aquel Espíritu Santo que fue visto en figura de
paloma. Ellos expulsan demonios, realizan muchas curaciones y, según la voluntad
del Legos, tienen algunas visiones sobre lo futuro. Y, siquiera se burle Celso, o el
judío que introduce, sobre lo voy a decir, no dejaré de decirlo, y es que muchos han
venido al cristianismo como contra su voluntad, pues cierto espíritu,
apareciéndoseles en sueños o despiertos, mudó súbitamente su mente y, de odiar al
Logos, pasaron a morir por El. De muchos de estos casos hemos sido testigos; sin
embargo, de ponerlos por escrito, daríamos que reír a carcajadas a los incrédulos,
los cuales, como suponen que otros se inventan todo eso, así creerían que nos lo
inventamos también nosotros. Pero testigo es Dios de nuestra conciencia que no
quiere recomendar la enseñanza divina de Jesús por mentirosas narraciones, sino
por múltiple evidencia.”[68]

En una de sus cartas Cipriano[69], obispo de Cartago (200-258 d.C.),


junto a 40 obispos más de su época, declaró que Dios les había revelado a
través de visiones, sobre la persecución que se avecinaba sobre ellos, una
persecución más violenta que la anterior que habían afrontado. Tales visiones
fueron fieles a la verdad y tuvieron cumplimiento cierto, pues dicha
persecución efectivamente sucedió. Cipriano afirma:
“Pero, como vemos que se acerca el día de una nueva persecución y que se nos
advierte con continuas señales que estemos armados y preparados para la lucha
que nos prepara el enemigo […] Pues hay que obedecer, en efecto, las señales y las
advertencias […] nos ha parecido bien -por inspiración del Espíritu Santo y
después de habernos advertido el Señor en varias y claras visiones, que se nos
anuncia y se nos manifiesta que el enemigo está inminente […] que se acerca el día
de la lucha, que muy pronto se alzará contra nosotros el enemigo violento, que
viene una batalla, no como la pasada sino mucho más grave y violenta, que así nos
lo ha dado a conocer Dios diversas veces y que hemos recibido sobre eso frecuentes
advertencias de la providencia y misericordia del Señor.”[70]

Novaciano[71]de Frigia (210- 258 d.C.) también confirma la vigencia


de los dones espirituales en una época posterior a la muerte de los apóstoles:
“Armados y fortalecidos por el mismo Espíritu, teniendo en sí mismos los dones que
este mismo Espíritu distribuye, y otorga a la Iglesia, la Esposa de Cristo, como sus
ornamentos. Él es quien coloca profetas en la Iglesia, instruye maestros, dirige
lenguas, da poderes y sanidades, hace obras maravillosas, ofrece discernimientos
de espíritus, concede poderes de gobierno, sugiere consejos, y ordena y arregla
cualesquiera otros dones de charismata que haya. Y así perfecciona y completa en
todo a la Iglesia del Señor en todas partes.”[72]

Un siglo después, Hilario de Poitiers[73] (315-367 d.C.) dio testimonio,


al igual que sus antecesores, acerca de la vigencia y continuidad de los dones
carismáticos en la iglesia de su tiempo:
“Porque el don del Espíritu se manifiesta, allí donde la sabiduría habla y son oídas
las palabras de vida, y allí donde es el conocimiento que viene del discernimiento
dado por Dios, por el don de sanidades, para que por la curación de las
enfermedades podamos dar testimonio de su gracia que concedió estas cosas; o por
el hacer milagros, para que lo que hacemos pueda ser entendido como que es del
poder de Dios, o por profecía, para que a través de nuestra comprensión de la
doctrina podamos ser conocidos como enseñados por Dios; o por el discernimiento
de espíritus, para que no seamos incapaces de decir si alguien habla con un espíritu
santo o pervertido, o por géneros de lenguas, para que el hablar en lenguas pueda
ser otorgado como una señal del don del Espíritu Santo; o por la interpretación de
lenguas, para que la fe de aquellos que oyen no sea puesta en peligro a través de la
ignorancia, dado que el intérprete de una lengua explica la lengua a aquellos que
son ignorantes de ella. Así en todas estas cosas distribuidas a cada uno para
provecho haya al mismo tiempo la manifestación del Espíritu, siendo evidente el
don del Espíritu a través de estas ventajas maravillosas concedidas sobre cada
uno.”[74]

Cirilo de Jerusalén (315-386 d.C.), contemporáneo de Hilario, añade


también su testimonio en favor de la vigencia de los dones espirituales:
“Porque Él emplea la lengua de un hombre para sabiduría; el alma de otro Él
ilumina por profecía, a otro le da poder de echar fuera demonios, a otro le da
interpretar las Escrituras divinas. Él fortalece el dominio propio de un hombre; Él
enseña a otro la manera de dar limosnas; a otro enseña a ayunar y disciplinarse; a
otro enseña a despreciar las cosas del cuerpo; a otro prepara para el martirio;
diversos en diferentes hombres, pero no diversos de Él, como está escrito.”[75]

Y puesto que Agustín de Hipona es usado a menudo como defensor del


cesacionismo, es justo utilizar sus palabras como cierre en esta serie de citas
patrísticas a favor de la vigencia y continuidad de los dones espirituales
posterior a la edad apostólica. Agustín dijo:
“De dónde nacen las visiones: Procede del espíritu cuando, estando completamente
sano y fuerte el cuerpo, los hombres son arrebatados en éxtasis, ya sea que al
mismo tiempo vean los cuerpos por medio de los sentidos corporales y por el
espíritu ciertas semejanzas de los cuerpos que no se distinguen de los cuerpos, o ya
pierdan por completo el sentido corporal y, sin percibir por él absolutamente nada,
se encuentren transportados por aquella visión espiritual en el mundo de las
semejanzas de los cuerpos. Mas cuando el espíritu maligno arrebata al espíritu del
hombre en estas visiones, engendra demoníacos o posesos, o falsos profetas. Si, por
el contrario, obra en esto el ángel bueno, los fieles hablan ocultos misterios, y si
además les comunica inteligencia, hace de ellos verdaderos profetas; o si, por algún
tiempo, les manifiesta lo que conviene que ellos digan, los hace expositores y
videntes.”[76]
“Debemos creer que tal fue aquel famoso monje Juan, a quien el emperador
Teodosio el Grande consultó sobre el éxito de la guerra civil, porque tenía
realmente el don de profecía. Ni puedo poner en duda de que a cada uno pueda
distribuirse la totalidad de los dones, como tampoco que uno solo pueda tener
muchos.”[77]

Sobre Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona nos narra:


“Tuvo lugar en Milán, estando yo allí, el milagro de la curación de un ciego, que
pudo llegar al conocimiento de muchos por ser la ciudad tan grande, corte del
emperador, y por haber tenido como testigo un inmenso gentío que se agolpaba
ante los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio. Estaban ocultos estos cuerpos
y casi ignorados; fueron descubiertos al serle revelado en sueños al obispo
Ambrosio. Allí vio la luz aquel ciego, disipadas las anteriores tinieblas.”[78]
“¿Qué he de hacer? Urge la promesa de terminar la obra y no puedo consignar
aquí cuanto sé. Y, sin duda, la mayoría de los maestros, al leer esto, se lamentarán
haya pasado en silencio tantos milagros que conocen como yo. Les ruego tengan a
bien disculparme y piensen qué tarea tan larga exige lo que al presente me fuerza a
silenciar la necesidad de la obra emprendida. Si quisiera reseñar, pasando por alto
otros, los milagros solamente que por intercesión del gloriosísimo mártir Esteban
han tenido lugar en esta colonia de Cálama, y lo mismo en la nuestra, habría que
escribir varios libros. Y aun así no podrían recogerse todos, sino sólo los que se
encuentran en los folletos que se recitan al pueblo. He querido recordar los
anteriores al ver que se repetían también en nuestro tiempo maravillas del poder
divino semejantes a las de los tiempos antiguos, y que no debían ellas desaparecer
sin llegar a conocimiento de muchos. No hace dos años aún que está en Hipona
Regia la capilla de este mártir, y sin contar las relaciones de las muchas maravillas
que se han realizado y que tengo por bien ciertas, de sólo las que han sido dadas a
conocer al escribir esto llegan casi a setenta. Y en Cálama, donde la capilla existió
antes, tienen lugar con más frecuencia, y se cuentan en cantidad inmensamente
superior.”[79]

Sin duda el cesacionismo no representa en nada el pensamiento


cristiano de los primeros siglos (ni siquiera de la edad post-apóstolica).
Cuando uno lee las actas de martirio de aquellos cristianos que entregaron su
vida bajo la persecución del imperio romano, puede constatar que en la
inmensa mayoría de ellas hay relatos de milagros y hechos sobrenaturales.
Esto implica que la mentalidad de la iglesia en siglos posteriores a la muerte
de los apóstoles no era escéptica, no limitaba los sucesos milagrosos para la
época apostólica exclusivamente, sino que consideraba que estos seguían
vigentes y eran, en alguna medida, señal distintiva de la verdadera iglesia.
Atanasio, obispo de Alejandría (n. 296 – m. el 2 de mayo del año 373 d.C.),
considerado doctor de la Iglesia Occidental y padre de la Iglesia Oriental, y que
defendiese con gran valentía la divinidad de Cristo en una incansable lucha que
duró desde el primer Concilio de Nicea, en el 325, hasta cerca del Concilio de
Constantinopla en el 381 d.C. (defensa que le valió cinco destierros), añade
información valiosa en favor de la continuidad de los dones espirituales. En su
biografía de Antonio Abad[80], Atanasio escribe:
“Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros acerca de él, sino que
estén seguros de que, al contrario, han oído muy pocos todavía. En verdad, poco les
han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les
cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de
él… Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé - porque lo vi con
frecuencia -, y lo que pude aprender del que fue su compañero. Del comienzo al fin
he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehúse creer
porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que tenga en poco a hombre tan
santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.”[81]
“Cuando finalmente la persecución del emperador cesó [Emperador Maximino,
312 d .C]… [Antonio] volvió a la soledad, determinó un período de tiempo durante
el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto
Martiniano, llegó a importunar a Antonio: tenía una hija a la que molestaba el
demonio. Como persistía ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y
orara a Dios por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le
dijo: «Hombre ¿por qué haces todo ese ruido conmigo? Soy un hombre tal como tú.
Si crees en Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te
concederá». Ese hombre se fue creyendo e invocando a Cristo, y su hija fue librada
del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de él, según la
palabra: «Pidan y se les dará». Muchísima gente que sufría, dormía simplemente
fuera de su celda, ya que él no quería abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y
su sincera oración.”[82]
“Había, por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de Palatium. Tenía una
horrible enfermedad: Se mordía continuamente la lengua y su vista se le iba
acortando. Llegó hasta la montaña y le pidió a Antonio que rogara por él. Oró y
luego Antonio le dijo a Frontón " Vete, vas a ser sanado." Pero el insistió y se
quedó durante días, mientras Antonio seguía diciéndole: "No te vas a sanar
mientras te quedes aquí y cuando llegues a Egipto verás en ti el milagro." El
hombre se convenció por fin y se fue, al llegar a la vista de Egipto desapareció su
enfermedad. Sanó según las instrucciones que Antonio había recibido del Señor
mientras oraba.”[83]

El Cesacionismo Y La Reforma Protestante


Es necesario admitir, con cierta autocrítica, que el cesacionismo es, en
su esencia, una deformación teológica que germinó en el seno del
protestantismo. A diferencia de esto, el catolicismo, a pesar de sus múltiples
desarrollos doctrinales y de haberse desviado en algunos aspectos de la
enseñanza apostólica original, jamás se ha atrevido a negar abiertamente la
continuidad de los dones carismáticos o sobrenaturales del Espíritu Santo.
Mientras que el protestantismo intentaba erradicar lo que consideraba
superstición dentro del romanismo, el catolicismo mantuvo una apertura
hacia las manifestaciones del Espíritu en la vida de la Iglesia, algo que,
irónicamente, ha contribuido a su vitalidad en diversos contextos históricos.
De hecho, a lo largo de su historia, la Iglesia Católica ha reconocido y
promovido la manifestación de estos dones, particularmente a través de los
santos, los movimientos de renovación y sus creencias en los milagros y
carismas. Santos como Francisco de Asís y Teresa de Ávila fueron
reconocidos por su vida de experiencias carismáticas, como visiones y
milagros, que se entendieron como signos del favor divino y del poder del
Espíritu Santo actuando en el mundo.[84]
En contraste, la Reforma Protestante, en su esfuerzo por alejarse del
romanismo y sus excesos percibidos, cayó en el error de desestimar la
continuidad de los dones espirituales. Este rechazo a las manifestaciones
carismáticas, como la profecía y la sanidad, fue promovido principalmente
por los reformadores, quienes querían distanciarse de lo que veían como
supersticiones católicas. Martín Lutero (1483–1546) afirmó:
“En la Iglesia primitiva, el Espíritu Santo fue enviado en forma visible. Él
descendió sobre Cristo en la forma de una paloma (Mateo 3:16), y en semejanza de
fuego sobre los apóstoles y otros creyentes. (Hechos 2:3). Este derramamiento
visible del Espíritu Santo era necesario para el establecimiento de la iglesia
primitiva, como lo fueron también los milagros que acompañaron el don del
Espíritu Santo. Pablo explicó el propósito de estos dones milagrosos del Espíritu en
1 de Corintios 14:22, “Las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los
incrédulos.” Una vez que la iglesia se había establecido y anunciado debidamente
por estos milagros, el aspecto visible del Espíritu Santo cesó.”[85]
“Cada vez que escuches a alguien presumir de que tiene algo por inspiración del
Espíritu Santo, y que no tiene ningún fundamento en la Palabra de Dios, no importa
lo que sea, dile que es obra del diablo.”[86]

"Lo que no tiene su origen en las Escrituras es sin duda del mismo diablo."[87]

Juan Calvino (1509–1564)


“Aunque Cristo no dice expresamente si tiene la intención de que este don [de los
milagros] sea temporal, o que permanezca perpetuamente en la iglesia, sin
embargo, es más probable que los milagros fueron prometidos sólo por un tiempo, a
fin de dar realce al evangelio mientras que era nuevo o estaba en un estado de
oscuridad…”[88]
“El don de sanidad, al igual que el resto de los milagros, que el Señor quiso
producir por un tiempo, se ha desvanecido con el fin de hacer maravillosa la
predicación del Evangelio para siempre.”[89]

Sin embargo, esta postura cesacionista de los reformadores fue más


una reacción contra los abusos percibidos dentro del catolicismo medieval
que una conclusión bíblica clara. El cesacionismo sostenía que los dones
milagrosos cesaron con la era apostólica y la finalización del canon del
Nuevo Testamento, lo cual, al analizarse detenidamente, no tiene un respaldo
sólido en la Escritura misma.[90]
Una de las ironías de esta postura es que, si bien reconocemos que la
Iglesia Católica desarrolló doctrinas no siempre alineadas con la fe
apostólica, también debemos reconocer que esta nunca negó formalmente el
poder del Espíritu Santo para manifestarse a través de señales y prodigios.
Por el contrario, la Iglesia Católica celebró estas manifestaciones,
considerándolas una prueba del respaldo divino sobre su autoridad. El
Concilio Vaticano II (1962-1965), por ejemplo, reconoció explícitamente la
importancia de los carismas en la vida de la Iglesia, afirmando que estos
dones son parte esencial del testimonio cristiano y no se limitan a un período
específico de la historia.[91] Por otro lado, la Reforma Protestante, al
reaccionar contra la teología católica, se alejó del reconocimiento de los
dones del Espíritu, relegando el poder de Dios a un ámbito abstracto y
doctrinal. Este movimiento cesacionista, liderado por figuras como Calvino y
Zwinglio, argumentó que los milagros y los dones del Espíritu Santo eran
exclusivamente para la era de los apóstoles y que su función primaria era
autenticar el evangelio en sus inicios.
Calvino, en su obra Institutos de la Religión Cristiana, señala que los
dones carismáticos fueron concedidos temporalmente para afirmar la
revelación de Dios en los primeros tiempos de la Iglesia, pero que dejaron de
ser necesarios una vez que el evangelio se estableció firmemente.[92] Sin
embargo, esta postura, más que ser una interpretación precisa de las
Escrituras, fue una reacción teológica que intentó consolidar un sistema
basado en la razón y la escritura, en detrimento de las manifestaciones vivas
del Espíritu. El efecto del cesacionismo en las filas protestantes ha sido
devastador, ya que al invalidar el continuo actuar del Espíritu Santo, ha
contribuido a la secularización y la pérdida de relevancia de muchas iglesias
protestantes tradicionales. Mientras tanto, el catolicismo, con todas sus
complejidades y desafíos, no ha dejado de valorar y promover las
experiencias espirituales vivas y dinámicas, como se observa en los
movimientos carismáticos dentro de la Iglesia. Estos movimientos han sido
una muestra tangible de que el Espíritu sigue activo en el mundo y en la vida
de los creyentes, rompiendo las barreras del tiempo y las instituciones.[93]

La Tradición Reformada, Heredera Del


Cesacionismo
La tradición reformada, desde sus inicios, asumió el cesacionismo
como parte integral de su teología, y este legado continúa hasta el día de hoy
en muchos círculos reformados. Los reformadores deseaban basar la fe
únicamente en la Escritura (sola scriptura) y en la racionalidad, eliminando lo
que consideraban manifestaciones emocionales o místicas que podían
desviarse de una interpretación más doctrinal de la Biblia.[94] Esta aversión a
las manifestaciones espirituales visibles no solo influyó en el pensamiento
reformado, sino que también se institucionalizó en las denominaciones que
emergieron de la Reforma, como las iglesias presbiterianas y reformadas,
muchas de las cuales todavía mantienen una teología cesacionista.
A lo largo de los siglos, esta herencia cesacionista ha continuado, en
parte debido al fuerte énfasis reformado en la soberanía de Dios y la
suficiencia de las Escrituras. Los cesacionistas argumentan que la revelación
de Dios a través de Su Palabra es completa y suficiente, y por lo tanto, no se
necesita una validación continua mediante señales y prodigios.[95] Sin
embargo, esta postura ha sido criticada por muchos teólogos contemporáneos,
quienes señalan que tal enfoque tiende a limitar la obra del Espíritu Santo y a
reducir el cristianismo a un sistema doctrinal, en lugar de una fe viva y
dinámica.
El impacto del cesacionismo ha sido doble: mientras ha
proporcionado una estructura doctrinal sólida para muchas iglesias, también
ha limitado su capacidad de conectarse con las dimensiones sobrenaturales y
experienciales de la fe cristiana. A pesar de ello, el cesacionismo sigue siendo
una parte central de la tradición reformada, heredada de los primeros
reformadores y continuada hasta el presente. Grandes figuras de la tradición
reformada dan fe de ello. Por ejemplo, John Owen (1616–1683), teólogo y
líder de la iglesia congregacional inglesa, afirmó:
“Los dones que en su propia naturaleza exceden la plenitud del poder de todas
nuestras facultades, esa dispensación del Espíritu hace ya mucho tiempo cesó y
dondequiera que alguien hoy tenga pretensión a lo mismo, tal pretensión justamente
puede ser sospechada como un engaño farsante.”[96]

Thomas Watson (1620–1686), uno de los más conocidos puritanos ingleses,


dijo:
“Claro, hay tanta necesidad de la ordenación hoy como en la época de Cristo y en
el tiempo de los apóstoles, habiendo allí entonces dones extraordinarios en la
iglesia que ahora cesaron.”[97]

Matthew Henry (1662–1714), reconocido ministro y autor británico también


dijo acerca de los dones:
“Lo que estos dones fueron en general es contado en el cuerpo del capítulo [1
Corintios 12], a saber, los oficios y los poderes extraordinarios, otorgados a los
ministros y cristianos en las primeras épocas para la convicción de los incrédulos, y
la propagación del evangelio.”[98]
“El don de lenguas fue un nuevo producto del espíritu de profecía y era otorgado
por una razón particular, para que, la empalizada judía habiendo sido removida,
todas las naciones pudieran ser incluidas en la iglesia. Estos y otros dones de
profecía, siendo una señal, hace mucho cesaron y han sido puestos a un lado, y no
tenemos motivo alguno para esperar que resurjan; sino al contrario se nos manda
llamar a las Escrituras la palabra profética más segura, más segura que voces del
cielo; y a ellas es que se nos exhorta a estar atentos, escudriñarlas y retenerlas, 2
Pedro 1:19.”[99]

Y así, una larga lista de autores, predicadores y teólogos de tradición


reformada, se inclina de forma contundente y mayoritaria hacia el
cesacionismo. John Gill (1697–1771), pastor bautista inglés, erudito en
hebreo y teólogo calvinista, dijo:
"En los primeros tiempos, cuando el don de hacer milagros fue otorgado, no fue
dado a todos, sólo a algunos, y ahora no hay nadie que tenga posesión de él."[100]

Jonathan Edwards (1703–1758), quien fuera un teólogo, pastor


congregacional y misionero para los nativo americanos durante la época
colonial, también afirmó:
“En el día de su [de Jesús] encarnación, sus discípulos tenían una medida de los
dones milagrosos del Espíritu, y por lo tanto habilitados para enseñar y hacer
milagros. Pero después de la resurrección y ascensión, fue el derramamiento más
completo y extraordinario del Espíritu en sus dones milagrosos como nunca se llevó
a cabo, a partir del día de Pentecostés, después de que Cristo había resucitado y
ascendido al cielo. Y en consecuencia de esto, no sólo aquí y allá, una persona
extraordinaria fue dotada con los dones extraordinarios, pero que eran comunes en
la iglesia, y así continuaron durante toda la vida de los apóstoles, o hasta la muerte
del último de ellos, aun el apóstol Juan, que tomó lugar unos cien años desde el
nacimiento de Cristo, para que los primeros cien años de la era cristiana, o el
primer siglo, fuese la época de los milagros… Pero poco después de que el canon
de las Escrituras se completó cuando el apóstol Juan escribió el libro del
Apocalipsis, que él no escribió mucho antes de su muerte, estos dones milagrosos ya
no continuaron en la iglesia. Porque ahora estaba completa una revelación
establecida por escrito de la mente y la voluntad de Dios, donde Dios había
grabado totalmente una norma permanente y suficiente para Su iglesia en todas las
edades. Y la iglesia y la nación judía siendo derrocada, y la iglesia cristiana y la
última dispensación de la iglesia de Dios siendo establecida, los dones milagrosos
del Espíritu ya no eran necesarios, y por lo tanto cesaron, porque a pesar de que
habían continuado en la iglesia durante tantos siglos, sin embargo terminaron y
Dios hizo que terminaran, porque no había más motivo para ellos. Y así se cumplió
lo que dice el texto, “pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la
ciencia acabará.” Y ahora parece que hay un fin a tales frutos del Espíritu como
estos, y no tenemos ninguna razón en esperarlos nunca más.”[101]
“Los dones extraordinarios del Espíritu, como el don de lenguas, de milagros, de
profecía, etc., son llamados extraordinarios, debido a que tales no se dan en el
curso ordinario de la providencia de Dios. No se otorgan en las forma de la
providencia ordinaria de Dios con sus hijos, pero sólo en ocasiones
extraordinarias, ya que fueron otorgados a los profetas y apóstoles para
capacitarlos para revelar la mente y la voluntad de Dios antes de que el canon de
las Escrituras fuera completado, y así en la Iglesia primitiva, con el fin de la
creación y el establecimiento de la misma en el mundo. Pero ya que el canon de la
Escritura ha sido completado, y la Iglesia Cristiana plenamente fundada y
establecida, estos dones extraordinarios cesaron.”[102]

James Buchanan (1804-1870), un predicador y escritor teológico, ordenado


ministro de la Iglesia de Escocia, también dijo:
“Los dones milagrosos del Espíritu hace mucho que fueron retirados. Fueron
usados para cumplir con un propósito temporal. Fueron usados como un andamiaje
que Dios empleó para la construcción de un templo espiritual. Cuando el andamio
no se necesitó más, fue removido pero el templo permanece en pie aún, y es
habitado por el Espíritu; porque “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el
Espíritu de Dios mora en vosotros? (1 Cor. 3:16).”[103]

Robert L. Dabney (1820-1898), pastor y teólogo presbiteriano del sur,


capellán del ejército confederado y arquitecto de Virginia durante la Guerra
Civil Americana, enseñó:
“Luego de que la iglesia primitiva fue establecida, ya no existía la misma necesidad
de “señales” sobrenaturales, y Dios, que no acostumbra derrochar sus expedientes,
las descontinuó. Desde entonces, la Iglesia tendrá que conquistar la fe del mundo
mediante su ejemplo y enseñanzas solamente, vigorizada por la iluminación del
Espíritu Santo. Finalmente, los milagros, si se volvieran de común ocurrencia,
dejarían de ser milagros, y serían considerados por los hombres como ley
corriente.”[104]

Charles Spurgeon (1834-1892), proclamado por muchos como el “príncipe


de los predicadores”, fue también educado en la mentalidad cesacionista:
“Querido hermano, honra al Espíritu de Dios como honrarías a Jesucristo si Él
estuviera presente. Si Jesucristo morara en tu casa tú no le ignorarías, no seguirías
con tus asuntos como si no estuviera allí. No ignores la presencia del Espíritu Santo
en tu alma. Te ruego, no vivas como si no hubieras oído si hay un Espíritu Santo. A
Él dale tus adoraciones constantes. Da reverencia al prestigioso Huésped que ha
tenido a bien hacer de tu cuerpo su morada sagrada. Amalo, obedécele, adórale!...
Ten cuidado de no imputar las vanas imaginaciones de tus fantasías a Él. He visto
al Espíritu de Dios vergonzosamente deshonrado por personas – espero que
estaban locos – que han dicho que han tenido esto y aquello revelado a ellos. No ha
pasado sobre mi cabeza, desde hace algunos años, una sola semana en la que no me
han molestado con las revelaciones de hipócritas o maniacos. Semi-lunáticos son
muy aficionados a venir con los mensajes del Señor para mí y puede salvarles de
algunos problemas si les digo de una vez por todas que no voy a poner atención a
ninguno de sus mensajes estúpidos… Nunca sueñes que eventos se revelan a ti
desde el Cielo, o puedes llegar a ser como esos idiotas que se atreven a imputar sus
locuras flagrantes al Espíritu Santo. Si sientes que tu lengua te pica para decir
tonterías, sígueles su rastro al diablo, no al Espíritu de Dios. Lo que ha de ser
revelado por el Espíritu para que cualquiera de nosotros ya está en la Palabra de
Dios – Él no añade nada a la Biblia, y nunca lo hará. Que las personas que tienen
revelaciones de esto, aquello y lo otro, vayan a la cama y vuelvan en sí. Sólo me
gustaría que sigan el consejo y ya no insulten al Espíritu Santo colocando sus
tonterías ante Su puerta.”[105]
“Habían alcanzado la cumbre de la piedad. Habían recibido “los poderes del siglo
venidero.” No dones milagrosos, que nos son negados en estos días, pero todos esos
poderes con los que el Espíritu Santo dota a un cristiano.”[106]
“Aquellas obras del Espíritu Santo que son concedidas en nuestra época a la
Iglesia de Dios, son en todo sentido tan valiosas como los dones milagrosos
iniciales que ya no están con nosotros. La obra del Espíritu Santo, por medio de la
cual los hombres son resucitados de su muerte en el pecado, no es inferior al poder
que llevó a los hombres a hablar en lenguas.”[107]
“Como resultado de la ascensión de Cristo al cielo, la iglesia recibió apóstoles, los
hombres que fueron seleccionados como testigos porque habían visto
personalmente al Salvador, un oficio que necesariamente se extinguió, y con razón,
porque el poder milagroso también es retirado. Fueron necesarios de manera
temporal, y fueron dados por el Señor ascendido como opción legada. Profetas,
también, estaban en la iglesia primitiva.”[108]
“Debemos tener a los paganos convertidos, Dios tiene millares de Sus elegidos
entre ellos, debemos ir y buscar por ellos de alguna manera u otra. Muchas
dificultades están eliminadas ahora, todos los países están abiertos para nosotros, y
la distancia es casi aniquilada. Es cierto que no tenemos las lenguas pentecostales,
pero las lenguas son ahora fácilmente adquiridas, mientras que el arte de la
imprenta es un equivalente completo por el don perdido.”[109]

George Smeaton (1814-1889), teólogo escocés y erudito griego del


siglo XIX, dijo también:
“Los dones sobrenaturales o extraordinarios fueron temporales, y destinados a
desaparecer cuando la iglesia debió ser fundada y el canon inspirado de la
Escritura cerrado, porque eran una prueba externa de una inspiración.”[110]

Abraham Kuyper (1837-1920), un influente teólogo neocalvinista,


además de periodista, dijo también al respecto:
“Por tanto, los carismas deben ser considerados en un sentido económico. La
Iglesia es una gran familia con muchas necesidades, una institución que se ha
hecho eficiente por medio de muchas cosas. Ellos son a la Iglesia lo que la luz y el
combustible son al hogar, no existen para sí mismos, sino para la familia, y para
ser puestos a un lado cuando los días son largos y cálidos. Esto se aplica
directamente a los carismas, muchos de los cuales, dados a la Iglesia apostólica, no
están al servicio de la Iglesia de nuestros días.”[111]

William G. T. Shedd (1820-1894), quien fuese ministro presbiteriano


y profesor de teología sistemática en Union Theological Seminary dijo
además:
“Los dones sobrenaturales de inspiración y milagros que poseyeron los apóstoles
no fueron continuados para sus sucesores ministeriales, puesto que ya no eran más
necesarios. Todas las doctrinas del Cristianismo habían sido reveladas a los
apóstoles, y habían sido entregadas a la iglesia en forma escrita. No había más
necesidad de una posterior inspiración infalible. Y las credenciales y autoridad
dadas a los primeros predicadores del Cristianismo en actos milagrosos, no
requerían repetición continua de una edad a otra. Una edad de milagros
debidamente autenticados es suficiente para establecer el origen divino del
evangelio. En un tribunal humano, no es necesaria una serie indefinida de testigos.
“Por boca de dos o tres testigos,” los hechos se establecen. El caso que ha sido
cerrado no volverá a abrirse.”[112]

Benjamin B. Warfield (1887- 1921), un famoso profesor


estadounidense de teología reformada en el Seminario de Princeton dijo
también:
“Estos dones… eran parte de las credenciales de los Apóstoles como los agentes
autorizados de Dios en la fundación de la iglesia. Su función por lo tanto se limita
distintivamente a la iglesia apostólica y ellos necesariamente terminaron con
ella.”[113]

Arthur W. Pink (1886-1952), teólogo, evangelista, predicador,


misionero, escritor y erudito bíblico inglés, conocido por su firme postura
calvinista y su gusto por las enseñanzas de las doctrinas puritanas, afirmó
también al respecto:
“Así como hubo oficios extraordinarios (apóstoles y profetas) en el comienzo de
nuestra dispensación, también hubo dones extraordinarios; y como no hubo
sucesores designados para estos oficios extraordinarios, tampoco hubo intención de
continuar esos dones extraordinarios. Los dones dependían de los oficios. No
tenemos más a los apóstoles con nosotros, y por consiguiente los dones
sobrenaturales, la comunicación de los cuales constituyó parte esencial de las
señales de un apóstol (2 Cor. 12:12), están ausentes.”[114]

Incluso Martyn Lloyd- Jones (1899-1981), un médico, pastor protestante y


predicador galés que influyó en la época de reformación del movimiento
evangélico británico en el siglo XX, expresó su aceptación de ciertos
elementos cesacionistas en su teología:
“Pero una vez que estos documentos del Nuevo Testamento fueron escritos el oficio
de profeta ya no era necesario. De ahí que en las epístolas pastorales que se
aplican a una etapa posterior en la historia de la Iglesia, cuando las cosas se
habían vuelto más establecidas y fijas, no hay ninguna mención de profetas. Está
claro que incluso para entonces el oficio de profeta ya no era necesario, y el
llamado era para los maestros y pastores y otros, para exponer las Escrituras y
transmitir el conocimiento de la verdad. Una vez más, debemos señalar que a
menudo en la historia de la Iglesia el problema había surgido porque la gente
pensaba que eran profetas en el sentido del Nuevo Testamento, y que habían
recibido revelaciones especiales de la verdad. La respuesta a eso es que en vista de
las Escrituras del Nuevo Testamento no hay necesidad de verdad adicional. Esa es
una proposición absoluta. Tenemos toda la verdad en el Nuevo Testamento, y no
hay necesidad de revelaciones adicionales. Todo ha sido dado, todo lo que es
necesario para nosotros está disponible. Por lo tanto, si un hombre asegura haber
recibido una revelación de una verdad nueva debemos sospechar de él de
inmediato… La respuesta a todo esto es que la necesidad de profetas termina una
vez que tenemos el canon del Nuevo Testamento. Ya no necesitamos revelaciones
directas de la verdad, la verdad está en la Biblia. Nunca debemos separar el
Espíritu y la Palabra. El Espíritu nos habla a través de la Palabra, de modo que
siempre hay que poner en dudar y cuestionar cualquier supuesta revelación que no
es totalmente coherente con la Palabra de Dios. De hecho, la esencia de la
sabiduría es rechazar por completo el término “revelación” en la medida que a
nosotros respecta, y hablar sólo de “iluminación.” La revelación ha sido dada una
vez por todas, y lo que necesitamos y lo que por la gracia de Dios podemos tener, y
tenemos, es la iluminación por el Espíritu para entender la Palabra.”[115]

La historia del cristianismo ha demostrado repetidamente que ningún


error teológico es inofensivo, ya que siempre termina afectando
negativamente la vida práctica de la iglesia. La tradición cesacionista nacida
en la Reforma llevó a muchas iglesias a una sequía espiritual, un periodo en
el cual las manifestaciones visibles del Espíritu Santo, como los dones
carismáticos, se consideraron extinguidas. Esta postura dejó a las
comunidades cristianas sin una experiencia directa del poder sobrenatural de
Dios, limitando su fe a un sistema teológico racional y doctrinal. Sin
embargo, a inicios del siglo XX, con el advenimiento del pentecostalismo, la
“lluvia divina” cayó nuevamente sobre la tierra. Este avivamiento no solo
trajo un renovado énfasis en los dones del Espíritu, como las lenguas y la
sanidad, sino que también reavivó el sentido de lo sobrenatural en la vida de
la iglesia, devolviendo vitalidad a un cristianismo que estaba a punto de
apagarse

Referencias:
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En P. Schaff (Ed.), Niceno y los Padres Posteriores a Niceno (1a Serie). Hendrickson.
Agustín de Hipona. (n.d.). La Ciudad de Dios. En P. Schaff (Ed.), Niceno y los Padres
Posteriores a Niceno. Hendrickson.
Bray, G. (Ed.). (1999). 1-2 Corintios: En la Antigua Serie de Comentarios Cristiana (p.
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Calvino, J. (1986). Institutos de la Religión Cristiana (Vol. 3, p. 159). Zondervan.
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Creation, Redemption, and Everyday Life (p. 89). Zondervan.
Ireneo de Lyon. (n.d.). Contra los Herejes (Libro II, 32.3, 4, 5).
Justino Mártir. (2007). Diálogo con Trifón (pp. 82-88). Editorial Ciudad Nueva.
Lloyd-Jones, M. (2008). Gozo Inefable: El bautismo y los dones del Espíritu (p. 19).
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Orlandis Rovira, J. (2012). Historia de la Iglesia I: La Iglesia antigua y medieval (12ª
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Rothwell, R. (2021). El Cesacionismo. Ligonier Ministries.
https://es.ligonier.org/articulos/el-cesacionismo/
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Vidas. Consultado el 12 de septiembre de 2021, de https://www.biografiasyvidas.com
Warrington, K. (2015). Pentecostal Theology: A Theology of Encounter (p. 207, 212).
T&T Clark International.
PENTECOSTALISMO: EL
RENACER DEL
CRISTIANISMO POR EL
ESPÍRITU
“Hacemos un llamado a la iglesia para que reconozca la libertad del Espíritu para
otorgar Sus dones de acuerdo con Su voluntad, y que las Escrituras no restringen
los carismas de los que habla el testimonio apostólico de la era apostólica. Dejemos
que la iglesia esté abierta al reconocimiento del espectro completo de los dones del
Espíritu
«Neo-Pentecostalism», en Acts of Synod 1973, Grand Rapids: Board of
Publications of the Christian Reformed Church, p. 481.

“Después de esto, derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano. Los hijos y las
hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los ancianos y los jóvenes recibirán
visiones. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los siervos y las siervas”
Joel 2:28-29 (NVI)

El Segundo Gran Despertar en los Estados Unidos, desarrollado


durante la segunda mitad del siglo XIX, no solo fue un avivamiento religioso,
sino un fenómeno social que impactó profundamente la espiritualidad y
cultura de la época. Este movimiento enfatizaba la interpretación
personalizada de la Biblia y la aceptación de Cristo como único Salvador, un
llamado que resonaba con las ansiedades de una nación en rápida
transformación. Tal como lo documentan Noll (1992) y Marsden (1991), el
Despertar no solo fue un retorno a las prácticas evangélicas, sino una
renovación moral que influenció aspectos de la vida cotidiana, desde la
política hasta las reformas sociale.[116] Este renacimiento espiritual no solo
reavivó el cristianismo, sino que condujo al nacimiento de nuevos
movimientos, entre ellos el Movimiento de Santidad, cuyo énfasis en la
perfección del amor y la santificación personal refleja la influencia continua
de John Wesley y sus enseñanzas.[117]
El Movimiento de Santidad, surgido como una renovación dentro del
metodismo americano, pronto trascendió las líneas denominacionales y para
el tercer cuarto del siglo XIX ya había cruzado las fronteras internacionales.
Según Dieter (1996), este movimiento retomó los pilares de Wesley,
haciendo énfasis en la necesidad de una experiencia espiritual personal que
condujera a la santificación del creyente.[118] Este enfoque en la vivencia
religiosa se fortaleció con la inclusión de doctrinas sobre la sanación divina,
que se sostenían no solo como una posibilidad teológica, sino como una
manifestación concreta de la intervención divina en la vida cotidiana de los
fieles.[119] Esto fue clave para el desarrollo de las primeras iglesias
pentecostales a principios del siglo XX, las cuales serían los herederos
directos del movimiento de santidad.

La Experiencia De Charles Fox Parham: El Inicio


De La Restauración Pentecostal
La historia del movimiento pentecostal encuentra sus raíces en un
pequeño colegio bíblico en Topeka, Kansas, donde Charles Fox Parham, un
fervoroso predicador y evangelista, impulsó un renacimiento que cambiaría
para siempre el cristianismo del siglo XX. Parham, nacido en 1873, era un
hombre profundamente influenciado por el movimiento de santidad y por su
deseo de un cristianismo empoderado por el Espíritu. Su pasión por el
avivamiento lo llevó a fundar el Bethel Bible College en Topeka, donde la
Navidad de 1900 se convertiría en el punto de partida de una revolución
espiritual. En sus propias palabras, Parham creía que la evidencia del
bautismo en el Espíritu Santo, según el libro de los Hechos, era hablar en
otras lenguas, un fenómeno que se manifestaría poderosamente entre sus
estudiantes.[120]
A fines de diciembre de 1900, Parham, con un ardor evangelístico que
reflejaba su anhelo por experimentar una fe viva y auténtica, desafió a sus
estudiantes a explorar si la experiencia de Pentecostés en Hechos 2 seguía
disponible para los creyentes actuales.[121] Este acto audaz, fundamentado en
su profunda convicción de que los dones del Espíritu Santo no estaban
restringidos al primer siglo, marcó el inicio de lo que sería la restauración de
la experiencia pentecostal en los tiempos modernos. Durante un tiempo de
oración intensa y dedicación, los estudiantes se sumergieron en el estudio de
las Escrituras, orando para recibir la promesa que Jesús había dado a sus
discípulos: el derramamiento del Espíritu.[122] Este momento de fervor
espiritual condujo a un evento sin precedentes en la madrugada del 1 de enero
de 1901, cuando Agnes Ozman, una de las estudiantes de Parham, fue la
primera en experimentar la manifestación del don de lenguas.[123]
La experiencia de Agnes Ozman fue, en muchos sentidos, la chispa
que encendió el fuego del pentecostalismo moderno. Bajo la guía de Parham,
los estudiantes comenzaron a experimentar el mismo fenómeno, y este
pequeño grupo de creyentes pronto se expandió, compartiendo su experiencia
con otros en Kansas y más allá.[124] Este evento no fue un accidente histórico,
sino una restauración providencial de los dones espirituales en preparación
para el siglo XX. Parham y sus seguidores estaban convencidos de que el
Espíritu Santo los había llamado para revivir la llama de Pentecostés,
confirmando su fe a través de la manifestación de los dones espirituales
prometidos por Jesús.[125] Este primer avivamiento en Topeka no solo influyó
en la vida de quienes estaban presentes, sino que marcó el inicio de un
movimiento global que, hasta el día de hoy, sigue testificando de la realidad
de un Dios que opera en el poder del Espíritu.
El impacto de Parham y su mensaje sobre el pentecostalismo no
puede subestimarse. A través de su prédica, Parham desafió las normas
teológicas de su tiempo, presentando una alternativa a las doctrinas rígidas y
al racionalismo teológico que dominaban muchas iglesias.[126] Su énfasis en el
poder vivificante del Espíritu Santo como evidencia de la presencia divina
provocó una revolución espiritual. La iglesia pentecostal, desde su fundación,
ha visto en Parham un ejemplo de cómo la fe en la obra continua del Espíritu
puede transformar a los creyentes, dándoles poder para la misión y la
expansión del Reino.[127] Hoy en día, millones de pentecostales en el mundo
miran hacia aquel primer avivamiento en Topeka como la base fundacional
de una fe que se niega a ser meramente teórica, sino que busca el toque
tangible de Dios en la vida diaria.
Desde aquel primer momento en que el don de lenguas se manifestó
en Topeka, Parham y sus seguidores fueron objeto de críticas y oposición.
Sin embargo, su compromiso con la verdad y su fe en la obra sobrenatural del
Espíritu los mantuvieron firmes.[128] En un sentido muy real, Parham y sus
estudiantes crearon una comunidad que desafiaba las normas religiosas, una
iglesia viva y dinámica que, a través de su entusiasmo por el Espíritu Santo,
trajo esperanza a un mundo secularizado y sediento de autenticidad espiritual.
[129]
Este enfoque en la presencia activa del Espíritu no solo daba poder a la
predicación del evangelio, sino que también revitalizaba la misión de la
iglesia, invitando a cada creyente a experimentar personalmente la realidad
de Dios. Una obra como esta no podía permanecer enclaustrada en el
pequeño pueblo de Topeka, Kansas. Estaba destinada a expandirse y llenar la
tierra.

Del Avivamiento En Topeka Al Fuego En Azusa


El nacimiento del pentecostalismo, tal como se conoce hoy, tiene sus
raíces en el bautismo en el Espíritu Santo experimentado por William
Seymour en la misión de la calle Azusa, Los Ángeles, en 1906. Este evento,
descrito por Robeck (2006) como uno de los momentos más trascendentales
en la historia de la iglesia cristiana moderna, representó la revivificación del
Pentecostés bíblico descrito en Hechos 2.[130]
A medida que Parham continuó difundiendo este mensaje, el
pentecostalismo comenzó a ganar adeptos y expandirse por todo el país. Sin
embargo, el avivamiento encontró su auge en Los Ángeles, cuando William
J. Seymour, un predicador afroamericano y antiguo estudiante de Parham,
llevó el mensaje pentecostal al centro de una ciudad dividida racialmente
pero ávida de una fe auténtica. Seymour, nacido en Louisiana, había
experimentado de primera mano las barreras raciales en su formación
teológica, pero no dejó que esto lo detuviera. Su fe en la obra del Espíritu
Santo lo llevó a abrazar y difundir el mensaje de Parham, convencido de que
las manifestaciones espirituales eran una promesa para todo aquel que
creyera.[131] En 1906, comenzó a predicar en una pequeña misión en Azusa
Street, donde el Espíritu Santo se manifestó poderosamente en un
avivamiento que transformó a Los Ángeles y pronto alcanzaría al mundo
entero.[132]
El avivamiento de Azusa Street, liderado por Seymour, no solo se
convirtió en un fenómeno espiritual, sino también en un evento
profundamente revolucionario en términos sociales. En una época en la que
la segregación racial era la norma, Seymour predicó la igualdad y la unidad
en el Espíritu, creando una comunidad diversa y unida en torno a la
experiencia pentecostal. El avivamiento reunió a personas de todas las razas,
culturas y clases sociales, una imagen poderosa de la unidad que Jesús
predicó. Como expresó un asistente, “la gloria de Dios caía tan
poderosamente que la gente olvidaba las divisiones y prejuicios” (McGee,
2006, p. 169). Este fue un testimonio vivo de que el Espíritu Santo no hace
acepción de personas y de que el poder de Dios trasciende todas las barreras
humanas.[133]
La colaboración entre Parham y Seymour no estuvo exenta de
tensiones, especialmente en cuestiones teológicas y raciales. Aunque Parham
visitó el avivamiento de Azusa, discrepó en algunos aspectos con Seymour,
particularmente en su enfoque inclusivo y en su forma de liderar el
avivamiento. Sin embargo, la obra de Seymour continuó, y el avivamiento de
Azusa Street se expandió más allá de las diferencias, alcanzando a personas
de todas partes y enviando misioneros por todo el mundo.
El avance del pentecostalismo primitivo, a pesar de la divergencia
entre dos de principales promotores originales, subraya el carácter
incontrolable y soberano del Espíritu Santo, que obra en cualquier lugar y a
través de cualquier persona que esté dispuesta a recibir su poder.[134]
La importancia fundacional del avivamiento en Azusa Street para el
pentecostalismo es innegable. Gracias a la predicación apasionada de
Seymour y su disposición a dejar que el Espíritu guíe cada reunión, miles de
personas recibieron el bautismo en el Espíritu Santo, y muchas más fueron
sanadas y transformadas.
Este avivamiento generó un movimiento que sigue creciendo hasta el
día de hoy, un testimonio de que el mismo Espíritu que descendió en
Pentecostés aún está activo y obrando en la iglesia. Para el pentecostalismo
moderno, Azusa representa la validación de una fe que no solo se basa en
principios doctrinales, sino en la experiencia vivida y en la poderosa
manifestación de Dios en medio de su pueblo.[135]
Es por eso que, aún hoy, el legado de Parham y Seymour continúa
siendo una inspiración para millones de creyentes pentecostales. Ellos
demostraron que la experiencia del Espíritu Santo, con sus dones y su poder,
está disponible para cada generación y cada nación.
Su historia es un recordatorio de que Dios busca un pueblo dispuesto
a vivir una fe vibrante y a llevar el evangelio con poder. El avivamiento que
comenzó en Topeka y que alcanzó su plenitud en Azusa Street no es solo un
evento del pasado, sino una invitación continua a que cada creyente
experimente la plenitud del Espíritu Santo en su vida y ministerio.[136]

El Pentecostalismo Original: La Distinción


Sobrenatural Dentro Del Evangelicalismo
Norteamericano
El pentecostalismo, que surgió a principios del siglo XX, se
diferenció notablemente del evangelicalismo norteamericano tradicional por
varias de sus doctrinas y prácticas. Una de las principales características que
lo hacía único era su insistencia en la experiencia personal directa con el
Espíritu Santo, a menudo manifestada a través de dones espirituales como el
hablar en lenguas, la sanidad y la profecía. Estas experiencias eran
consideradas no solo posibles, sino necesarias para la vida cristiana plena, un
contraste marcado con las tendencias racionalistas y doctrinales del
evangelicalismo de la época, que había minimizado estas manifestaciones
sobrenaturales.[137]
La glosolalia o hablar en lenguas, así como otras manifestaciones
carismáticas como sanidades y profecías, fueron señales de la presencia
activa del Espíritu Santo, lo que diferenciaba al movimiento pentecostal de
las iglesias tradicionales.[138] Esta vivencia no solo revitalizó la espiritualidad
personal de los congregantes, sino que también impulsó el envío de
misioneros a más de 25 países en un lapso de dos años, propagando la llama
del pentecostalismo a nivel global.[139]
Para los pentecostales, la intervención divina en la vida cotidiana no
es una posibilidad remota, sino una realidad continua. La creencia en la
acción sanadora, salvadora y redentora de Jesús en todas las facetas de la vida
humana es el núcleo de su espiritualidad. Según Hollenweger (1997), este
enfoque experiencial y sobrenatural contrastaba fuertemente con la teología
racionalista y el cesacionismo que predominaba en muchas iglesias
protestantes de la época.[140] Estas iglesias, atrapadas en la frialdad dogmática
y la falta de dinamismo espiritual, veían en el pentecostalismo una amenaza
para su hegemonía, ya que este reavivaba las doctrinas bíblicas sobre los
dones del Espíritu que ellas mismas habían dejado de lado.[141]
El pentecostalismo, más allá de su diversidad, desarrolló un núcleo
doctrinal común, sintetizado en la afirmación: "Jesús sana, salva, bautiza en
el Espíritu Santo y vuelve como rey". Este marco doctrinal refleja tanto la
continuidad con la tradición cristiana como su enfoque en la intervención
divina en la vida diaria. Según Menzies (1994), el pentecostalismo trajo una
revitalización de la fe en un Cristo vivo y actuante, que no solo transforma las
vidas espiritualmente, sino también físicamente a través de sanidades y
milagros.[142] Esta creencia en la constante intervención divina en todas las
áreas de la vida marcó una clara diferencia con otros movimientos cristianos
de la época, que habían caído en un racionalismo desprovisto de poder
espiritual.[143]
El pentecostalismo fomentó formas de adoración más libres y
expresivas, en contraste con las formas de adoración más rígidas de las
iglesias tradicionales. Este retorno a una espiritualidad vivencial no fue un
alejamiento de la ortodoxia protestante, sino más bien un retorno a sus raíces
bíblicas, pero con un enfoque renovado en la experiencia del Espíritu Santo
en la vida diaria.[144] Así, las iglesias pentecostales se convirtieron en espacios
donde los fieles podían experimentar a Dios de una manera palpable y
directa, lo cual contrastaba fuertemente con la frialdad de las iglesias
establecidas, atrapadas en sus viejos dogmas o en el liberalismo teológico.[145]
El pentecostalismo original ponía un fuerte énfasis en la experiencia
del bautismo en el Espíritu Santo, como una segunda obra de gracia después
de la salvación. Según creían, esta experiencia debía ir acompañada de una
evidencia inicial: el hablar en lenguas (glosolalia). Esto distanciaba al
pentecostalismo de otras ramas del evangelicalismo, que interpretaban el
bautismo en el Espíritu de manera más simbólica o doctrinal. Este énfasis se
basaba en una interpretación literal de pasajes como Hechos 2:4 y Hechos
10:44-46, donde los primeros cristianos recibieron el Espíritu Santo y
comenzaron a hablar en lenguas.[146]
Otra doctrina distintiva fue la creencia en la sanidad divina como un
derecho adquirido a través de la expiación de Cristo en la cruz. Los
pentecostales creían que la obra redentora de Jesús no solo trajo salvación
para el alma, sino también sanidad para el cuerpo. Esta convicción, basada en
textos como Isaías 53:5 y Mateo 8:17, contrastaba con el evangelicalismo
más tradicional, que veía la sanidad divina como una posibilidad, pero no
como una expectativa constante o normativa.[147]
Además, el pentecostalismo adoptó una postura apocalíptica más
urgente, creyendo que el derramamiento del Espíritu Santo en los últimos
días era una señal del inminente retorno de Cristo. Esta escatología
apremiante influenció fuertemente su enfoque en la evangelización y las
misiones. Mientras que otros grupos evangélicos también esperaban el
retorno de Cristo, el pentecostalismo subrayaba una experiencia constante de
"avivamiento" que preparaba a la iglesia para la Segunda Venida, haciendo
énfasis en la inminencia de los tiempos finales.[148]
El culto pentecostal también era marcadamente diferente. Las
reuniones se caracterizaban por su espontaneidad, con expresiones emotivas
y corporales de adoración, como el hablar en lenguas, el baile y el testimonio
público. Estas prácticas fueron vistas con recelo por muchas iglesias
evangélicas que favorecían un estilo de adoración más ordenado y
controlado. Este énfasis en la libertad del Espíritu en el culto era una señal
distintiva del pentecostalismo y un motivo de separación de las iglesias más
tradicionales.[149]
Así pues, lo que hacía único al pentecostalismo original dentro del
contexto del evangelicalismo norteamericano era su compromiso con las
manifestaciones sobrenaturales del Espíritu Santo, su interpretación literal y
experiencial de la Escritura, y su expectativa urgente del regreso de Cristo.
Estas diferencias doctrinales y prácticas no solo lo diferenciaron, sino que
también lo llevaron a ser inicialmente rechazado por muchos dentro del
mismo movimiento evangélico.[150]

De La Marginación A La Aceptación: El Lento


Reconocimiento Del Pentecostalismo Por La
Comunidad Evangélica
La recepción de las doctrinas y prácticas pentecostales por parte de
los no pentecostales fue, en sus inicios, marcada por un fuerte rechazo y
discriminación. El pentecostalismo, que surgió a principios del siglo XX con
un fuerte énfasis en las manifestaciones del Espíritu Santo, como el hablar en
lenguas, sanidades y profecías, fue visto con sospecha por gran parte de las
iglesias tradicionales. Esto se debió, en gran medida, a la naturaleza
sobrenatural de sus prácticas, que contradecía la teología más racionalista y
cesacionista de la mayoría de las denominaciones evangélicas establecidas,
muchas de las cuales adherían a una interpretación dispensacionalista de las
Escrituras. Como lo señala Synan (1997), los pentecostales fueron acusados
de emocionalismo extremo y de superstición, y sus líderes fueron tratados
como herejes por desafiar las normativas teológicas predominantes en su
tiempo.[151]
El rechazo no solo fue teológico, sino también social. Las primeras
iglesias pentecostales, especialmente en los Estados Unidos, fueron
marginadas y excluidas de las principales asociaciones evangélicas. Wacker
(2001) destaca que los pentecostales fueron tachados de "fanáticos" y que
muchos pastores evangélicos advirtieron a sus congregaciones que evitaran
cualquier contacto con ellos.[152] Este rechazo también incluyó una fuerte
crítica hacia las prácticas de adoración pentecostal, como las manifestaciones
emotivas y el uso de las lenguas. Para los evangélicos tradicionales, estas
manifestaciones eran vistas como desordenadas y peligrosas, lo que llevó a
una clara discriminación hacia aquellos que abrazaban estas nuevas doctrinas.
[153]

El rechazo de los pentecostales se hizo aún más evidente dentro de los


círculos dispensacionalistas, una corriente teológica que, por definición, era
cesacionista. Para los dispensacionalistas, los dones del Espíritu Santo, como
el hablar en lenguas y las profecías, habían cesado con la era apostólica.
Como indica Menzies (1994), los dispensacionalistas veían estas prácticas
como una amenaza para su interpretación escatológica, que hacía una clara
distinción entre las eras de la iglesia y la manifestación de los dones del
Espíritu.[154] Este rechazo teológico se tradujo en una marginación abierta de
los pentecostales dentro del movimiento evangélico, con las iglesias
dispensacionalistas tratando de desacreditar sus experiencias y doctrinas.
Sin embargo, a pesar de este rechazo inicial, la influencia del
pentecostalismo comenzó a crecer, especialmente a medida que los
testimonios de sanidades y milagros comenzaron a extenderse. Según
Anderson (2004), las experiencias carismáticas y el crecimiento exponencial
de las iglesias pentecostales llevaron a una reconsideración de sus doctrinas,
aunque de manera muy gradual.[155] A mediados del siglo XX, el crecimiento
del pentecostalismo a nivel global, así como la visibilidad de sus misioneros
y evangelistas, comenzó a ejercer presión sobre las denominaciones
tradicionales para que reconsideraran su postura. De acuerdo con
Hollenweger (1997), algunas denominaciones evangélicas, aunque a
regañadientes, comenzaron a aceptar la legitimidad de las experiencias
pentecostales, aunque seguían siendo vistas con cautela y como una corriente
"excesiva" dentro del cristianismo.[156]
El bloque dispensacionalista, tradicionalmente cesacionista, fue uno
de los últimos en aceptar la influencia pentecostal. No obstante, la continua
expansión del movimiento carismático, que compartía muchas doctrinas
pentecostales, y la creciente influencia de teólogos que veían con buenos ojos
la obra del Espíritu Santo en la actualidad, hicieron que, con el tiempo,
incluso dentro de este bloque, se abriera una puerta para el diálogo. Como lo
documenta Cox (1995), algunos líderes dispensacionalistas comenzaron a
reconocer que el mover del Espíritu Santo en las iglesias pentecostales no
podía ser ignorado, aunque mantenían reservas sobre la glosolalia y otras
manifestaciones más carismáticas.[157]
Para finales del siglo XX, el pentecostalismo había logrado una
aceptación más amplia dentro de la comunidad evangélica, aunque seguía
habiendo divisiones doctrinales significativas. Synan (1997) señala que, si
bien las iglesias evangélicas tradicionales nunca abrazaron completamente
todas las prácticas pentecostales, la creciente influencia del movimiento
carismático y la persistencia de las iglesias pentecostales forzaron un
reconocimiento de que el Espíritu Santo seguía activo en la vida de los
creyentes, algo que previamente había sido negado por muchos.[158] Aunque
esta aceptación fue a regañadientes y, en muchos casos, incompleta,
representó un cambio importante en la forma en que el pentecostalismo era
percibido dentro del cristianismo global.
Renovación Espiritual En Las Iglesias Históricas:
El Impacto Del Pentecostalismo Y El Surgimiento
Del Movimiento Carismático
A mediados del siglo XX, las doctrinas pentecostales comenzaron a
influir de forma significativa en iglesias históricas que, hasta entonces, habían
mantenido posturas cesacionistas o, al menos, distantes de las
manifestaciones carismáticas. Este proceso, que dio lugar al llamado
Movimiento Carismático o Segunda Ola, fue un fenómeno que revolucionó
las estructuras eclesiásticas tradicionales, especialmente en denominaciones
como la anglicana, la católica romana, y varias iglesias protestantes
históricas, como las luteranas y presbiterianas. Según Hocken (2009), el
surgimiento del movimiento carismático representó una "segunda oleada" del
pentecostalismo, y aunque en un inicio fue recibido con escepticismo,
gradualmente fue ganando respetabilidad dentro del cristianismo tradicional.
[159]

El impacto de las doctrinas pentecostales en las iglesias históricas se


puede rastrear hasta la década de 1960, cuando ministros y laicos dentro de
estas iglesias comenzaron a experimentar el bautismo en el Espíritu Santo,
acompañado de manifestaciones como el hablar en lenguas, sanidades y
profecías. Este fenómeno, que inicialmente fue visto como un episodio
aislado, rápidamente comenzó a difundirse. Como lo explica Synan (1997),
muchos líderes dentro de estas denominaciones comenzaron a aceptar que las
experiencias carismáticas no eran simplemente emociones desbordadas, sino
auténticas manifestaciones del poder del Espíritu Santo, tal como se
describen en el Nuevo Testamento.[160]
En particular, la aceptación de las manifestaciones carismáticas dentro
de la Iglesia Católica Romana fue un momento decisivo en la historia del
continuismo. En 1967, un grupo de estudiantes católicos en la Universidad de
Duquesne, en Pittsburgh, experimentaron lo que describieron como un
"bautismo en el Espíritu", lo cual marcó el comienzo del Movimiento
Carismático Católico. Como señala McDonnell (1993), esta experiencia trajo
una apertura sin precedentes a las manifestaciones del Espíritu en una iglesia
que tradicionalmente había sido cautelosa en aceptar fenómenos que no
estuvieran estrictamente regulados por su jerarquía.[161] Este movimiento no
solo trajo renovación a miles de católicos alrededor del mundo, sino que
también contribuyó a la legitimación del continuismo, al ser respaldado por
sectores de la jerarquía católica.
La influencia de las doctrinas pentecostales en otras iglesias
históricas, como la anglicana y la luterana, también fue significativa. Según
Anderson (2004), el Movimiento Carismático en estas denominaciones
permitió que los creyentes, muchos de los cuales se habían sentido
espiritualmente estancados en una liturgia más ritualista, experimentaran una
renovación personal y un nuevo sentido de conexión con Dios a través del
Espíritu Santo.[162] Esta renovación espiritual, aunque fue recibida con cautela
por algunos líderes eclesiásticos, eventualmente llevó a una mayor apertura
hacia las doctrinas pentecostales.
El Movimiento Carismático también fue clave para aumentar la
respetabilidad del continuismo dentro del cristianismo global. Como explica
Menzies (1994), las iglesias históricas comenzaron a ver con mayor seriedad
las manifestaciones del Espíritu Santo, lo que llevó a un cambio en la
percepción de estas prácticas. El continuismo, que anteriormente había sido
relegado a los márgenes del cristianismo por ser asociado exclusivamente con
el pentecostalismo, comenzó a ser visto como una postura teológica legítima,
con base bíblica en las cartas paulinas y en el libro de Hechos.[163] Esto
permitió que las iglesias carismáticas y pentecostales ganaran una mayor
respetabilidad dentro de los círculos teológicos y académicos.
A medida que el Movimiento Carismático creció en influencia,
también desafió la teología cesacionista que había sido dominante en muchas
de las iglesias históricas. Según Cox (1995), el impacto del movimiento
carismático fue tal que, para la década de 1980, muchos líderes evangélicos
tradicionales comenzaron a reevaluar su postura sobre la vigencia de los
dones espirituales.[164] Este cambio fue gradual, pero significativo, ya que
abrió las puertas para que el continuismo fuera aceptado como una postura
viable dentro del cristianismo, incluso en contextos donde antes había sido
severamente rechazado.
De este modo, el Movimiento Carismático representó una segunda ola
de la renovación espiritual iniciada por el pentecostalismo, y su impacto en
las iglesias históricas fue profundo. La infiltración de las doctrinas
pentecostales no solo trajo una renovación espiritual a millones de creyentes
dentro de estas denominaciones, sino que también contribuyó a aumentar la
respetabilidad del continuismo dentro del cristianismo global. El proceso de
aceptación fue lento y, en muchos casos, controversial, pero finalmente
permitió que el poder del Espíritu Santo y sus manifestaciones volvieran a
ocupar un lugar central en la vida de las iglesias históricas.

El Surgimiento De La Tercera Ola: Transformación


Y Renovación En El Pentecostalismo
Contemporáneo
La Tercera Ola del pentecostalismo, surgida en la década de 1980,
representó una nueva fase en la historia del cristianismo carismático. Este
movimiento fue caracterizado por la expansión del poder y las
manifestaciones del Espíritu Santo más allá de las fronteras de las iglesias
pentecostales y carismáticas tradicionales, llegando incluso a denominaciones
evangélicas históricas que anteriormente se habían mostrado reacias a aceptar
las manifestaciones carismáticas. Como lo señala Wimber (1986), quien fue
uno de los principales líderes de esta ola a través de su fundación del
movimiento Vineyard, la Tercera Ola puso un énfasis renovado en los dones
del Espíritu Santo, pero sin adherir al enfoque doctrinal clásico del
pentecostalismo, particularmente en lo relacionado con la glosolalia.[165]
El origen de la Tercera Ola puede trazarse a líderes como C. Peter
Wagner y John Wimber, quienes comenzaron a popularizar la idea de que los
dones del Espíritu Santo, tales como la sanidad, las profecías y los milagros,
estaban disponibles para todos los creyentes y no debían estar restringidos a
ciertos grupos carismáticos o pentecostales. Este enfoque fue diferente al de
las dos primeras olas (el pentecostalismo clásico y el movimiento
carismático), ya que la Tercera Ola buscaba integrar estos dones en el
contexto de las iglesias evangélicas tradicionales sin la necesidad de enfatizar
el hablar en lenguas como evidencia del bautismo en el Espíritu Santo.[166]
El desarrollo de la Tercera Ola estuvo marcado por una serie de
conferencias, seminarios y movimientos dentro del cristianismo evangélico.
Wagner, quien había sido profesor en el Seminario Teológico Fuller, fue
fundamental en promover el concepto de que el Espíritu Santo estaba
obrando de manera más amplia en el cuerpo de Cristo de lo que muchos
líderes evangélicos estaban dispuestos a admitir.[167]
Esta idea fue controversial, pero gradualmente comenzó a ganar
adeptos, especialmente entre iglesias que anhelaban una renovación espiritual
sin romper con las tradiciones evangélicas. Según Wagner (1988), la clave de
la Tercera Ola no era tanto adoptar un estilo de adoración particular o
doctrinas específicas, sino abrirse al poder del Espíritu Santo y su obra en la
iglesia contemporánea.[168]
Una de las doctrinas fundamentales de la Tercera Ola fue la creencia
en la continuidad de los dones del Espíritu Santo, especialmente en cuanto a
sanidades y profecías. Wimber y otros líderes afirmaban que estos dones no
eran prerrogativas de una élite espiritual, sino que estaban disponibles para
todos los creyentes como parte de su vida cristiana cotidiana. De acuerdo con
Hocken (2009), la Tercera Ola también se diferenciaba del pentecostalismo
clásico y del movimiento carismático en que evitaba la terminología
"pentecostal" o "carismático", prefiriendo enfocarse simplemente en la obra
del Espíritu Santo sin adherir a etiquetas doctrinales específicas.[169]
Las prácticas de la Tercera Ola, aunque variaban entre
congregaciones, generalmente incluían oración por sanidad, profecía y la
expectativa de que Dios pudiera obrar milagros en el contexto del culto y la
vida diaria. Según Poloma (1998), muchas de estas iglesias también
enfatizaban la importancia de la "adoración espontánea", permitiendo que
los servicios de culto fueran más flexibles y abiertos a la dirección del
Espíritu Santo en tiempo real.[170]
Este énfasis en la espontaneidad y la participación activa del Espíritu
Santo durante los servicios fue una característica distintiva del movimiento,
contrastando con la rigidez litúrgica de muchas iglesias evangélicas
tradicionales. A medida que la Tercera Ola se expandió, comenzó a tener un
impacto significativo en la teología evangélica. Según Menzies (1994), el
movimiento ayudó a que el continuismo ganara una mayor aceptación dentro
de las iglesias evangélicas, lo cual representó un cambio importante en el
panorama teológico, ya que muchas de estas iglesias habían mantenido una
postura cesacionista durante décadas.[171]
Aunque la Tercera Ola no hizo énfasis en el hablar en lenguas, sí
promovió una expectativa de lo sobrenatural en la vida cristiana, algo que fue
adoptado por muchas congregaciones evangélicas.

Este Es Nuestro Momento


Sin duda la influencia del movimiento pentecostal carismático y
neopentecostal ha sido enorme. Primero, ha cambiado el centro de gravedad
del protestantismo desde los viejos credos y confesiones de fe hacia la
recepción por la fe del perdón de los pecados sobre la base de la cruz de
Cristo, pero ahora acompañada de la inefable experiencia que tiene el
cristiano para acercarse a Dios y ser empoderado para el ministerio, sobre la
base de un post- evento de conversión conocido como el Bautismo con el
Espíritu Santo. No nos quedamos en las verdades del pasado. Las
reafirmamos, pero seguimos adelante.
En segundo lugar, el pentecostalismo ha reformulado y revisado
radicalmente el culto público de la iglesia. Ya no es la predicación mecánica
de la doctrina, o la exposición fría y muerta de las Escrituras. ni la religiosa
administración de los sacramentos el corazón del servicio pentecostal. Un
soplo de vida ha caído ahora sobre todo ello, dándole un nuevo significado.
Ahora, la alabanza libre, genuina y espontánea en el Espíritu, acompañada del
ejercicio de varios dones por parte de la congregación bajo la influencia del
Espíritu Santo han retomado su papel en la adoración pentecostal.
¡El movimiento pentecostal y su estilo de adoración ha ejercido
influencia incluso donde sus principales doctrinas y prácticas son
oficialmente rechazadas! He podido presenciar esto de forma personal en el
clamor de ciertos grupos reformados y colegas ministros y laicos que, a pesar
de rechazar el pentecostalismo como tal, claman por un mayor énfasis en la
vida devocional y una mayor experiencia con el Espíritu Santo en sus
congregaciones. Sí ¡Ellos no vacilan en señalar que hay aburrimiento con el
culto reformado estructurado de acuerdo con el principio regulador del culto!
¡Ellos quieren lo que tenemos los pentecostales!
En tercer lugar, el pentecostalismo ha sacudido el mundo religioso y
sus dogmas. Es un movimiento transconfesional. De acuerdo con The
Authoritative Dictionary of Pentecostal and Charismatic Movements, el
movimiento pentecostal y carismático es «un derramamiento mundial
transdenominacional del Espíritu de Dios».[172] Los miembros de
prácticamente todas las iglesias, protestante, ortodoxa y católica romana, han
sido influenciados por la tradición pentecostal. Por todo esto y por todo lo
que aún vendrá ¡A Dios sea la gloria! Sin embargo, y aunque este parece ser
nuestro momento histórico, no podemos confiarnos. Sistemas doctrinales
contrarios al continuismo pentecostal amenazan con instalarse en casa.

Referencias:
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and Early Development. Tyndale.
EL NUEVO CALVINISMO
Y EL RENACER DEL
CESACIONISMO
«No todos los organismos protestantes han dado la bienvenida a la renovación
carismática. La reacción de las iglesias protestantes reformadas ha sido
rotundamente negativa»
Arthur J. Clement, The Pentecostals and Charismatics: A Confessional Lutheran
Evaluation, Milwaukee, WI: Northwestern Publishing House, 2000, páginas 52,
53.

"¡Tercos, duros de corazón y torpes de oídos! Ustedes son iguales que sus
antepasados: ¡Siempre resisten al Espíritu Santo!"
Hechos 7:51 (NVI)

El avance del pentecostalismo global no ha caído en gracia a todos.


Viejos adversarios del movimiento han resurgido en nuestros días. De hecho,
el surgimiento de un nuevo movimiento cesacionista y anti-pentecostal ha
sido uno de los fenómenos más destacados dentro del cristianismo
contemporáneo, particularmente desde la década de 2000. Este movimiento,
liderado por figuras prominentes como John MacArthur y vinculado al
reavivamiento del Nuevo Calvinismo o los Nuevos Reformados, ha buscado
contrarrestar el crecimiento de las doctrinas y prácticas carismáticas,
sosteniendo que los dones milagrosos del Espíritu Santo, como la profecía,
las lenguas y las sanidades, cesaron con la era apostólica. Según MacArthur
(2013), el cesacionismo se basa en la creencia de que los dones milagrosos
tuvieron una función específica en la fundación de la iglesia primitiva y que
ya no son necesarios en la actualidad.[173]
El Nuevo Calvinismo, que emergió con fuerza en la década de 1990 y
principios de 2000, ha jugado un papel central en la promoción de este nuevo
cesacionismo. Este movimiento, liderado por pastores y teólogos como R.C.
Sproul, y el propio MacArthur, ha buscado revitalizar las doctrinas
reformadas clásicas, en particular la soberanía de Dios y la predestinación, en
un contexto moderno. Sin embargo, a diferencia de algunos otros calvinistas,
este nuevo grupo también ha hecho del cesacionismo una parte central de su
identidad teológica. Como lo explica Piper (2002), aunque no todos los
Nuevos Reformados son cesacionistas, existe una fuerte corriente dentro de
este grupo que rechaza las manifestaciones carismáticas por considerarlas
incompatibles con la suficiencia de las Escrituras.[174]
El punto culminante de este movimiento cesacionista y
antipentecostal fue la conferencia "Strange Fire" (Fuego Extraño) organizada
por MacArthur en 2013, la cual marcó un hito en el rechazo abierto y
sistemático del pentecostalismo y el movimiento carismático. En su libro
Strange Fire, MacArthur (2013) argumenta que gran parte del movimiento
carismático es una distorsión de la verdadera obra del Espíritu Santo y que
sus manifestaciones, como el hablar en lenguas y las sanidades, son falsas o
incluso demoníacas.[175] Este ataque frontal contra el pentecostalismo no solo
reflejó las creencias de MacArthur, sino que también encontró eco en muchos
dentro del Nuevo Calvinismo, quienes comparten su preocupación por lo que
ven como un exceso emocional y una desviación doctrinal en el movimiento
carismático.
El argumento central de Strange Fire es que, al enfatizar la
experiencia espiritual y las manifestaciones milagrosas, el movimiento
carismático ha introducido enseñanzas que constituyen, en su opinión, una
forma de blasfemia contra el Espíritu Santo.[176] Este enfoque crítico hacia el
carismatismo ha intensificado el debate teológico entre cesacionistas y
continuistas, polarizando aún más a la comunidad cristiana.
Uno de los puntos más críticos que MacArthur señala es lo que él
percibe como una manipulación emocional y psicológica dentro de las
iglesias carismáticas. Según su análisis, muchas congregaciones pentecostales
y carismáticas utilizan música, luces y otras técnicas sensoriales para inducir
lo que parecen ser experiencias espirituales, pero que en realidad carecen de
un fundamento bíblico.[177] Para MacArthur, esta emocionalidad extrema
distorsiona la verdadera adoración, que debe estar centrada en la Palabra de
Dios y no en experiencias momentáneas.
En cuanto a los dones espirituales, MacArthur adopta una postura
cesacionista estricta. Afirma que los dones milagrosos, como el hablar en
lenguas, la profecía y la sanidad, cesaron con el cierre del canon bíblico y la
muerte de los apóstoles.[178] Para él, la permanencia de estos dones en la
actualidad no tiene base en el Nuevo Testamento, y su proliferación en las
iglesias carismáticas representa, en el mejor de los casos, un error doctrinal y,
en el peor, un engaño demoníaco.[179] En este sentido, su crítica es sumamente
directa, argumentando que gran parte del pentecostalismo está bajo una
influencia peligrosa y dañina para la fe cristiana.
Otro aspecto relevante es su rechazo a la teología de la prosperidad,
que él identifica como una deformación central en el movimiento
carismático. MacArthur sostiene que esta enseñanza, que promete salud y
riqueza en respuesta a la fe, es una desviación del verdadero evangelio y una
explotación de los más vulnerables.[180] De acuerdo con su interpretación, el
énfasis en lo material y en las bendiciones temporales va en contra del
llamado de Cristo a la humildad y la negación de sí mismo.
Es importante notar que MacArthur no solo critica las doctrinas, sino
también a los líderes prominentes del movimiento carismático, a quienes
acusa de ser falsos profetas. En su obra, menciona a figuras como Benny
Hinn y Kenneth Copeland como ejemplos de predicadores que han llevado a
multitudes por caminos erróneos, basándose en falsas promesas de milagros y
bendiciones financieras.[181] Esta crítica no es solo doctrinal, sino también
personal, pues MacArthur cuestiona la integridad moral y la motivación
detrás de muchos de estos ministerios.
A pesar de la claridad y firmeza de sus argumentos, Fuego extraño ha
sido acusado de ser polarizante y de faltar a la caridad cristiana. Numerosos
líderes del movimiento carismático han respondido, argumentando que
MacArthur no comprende la naturaleza de los dones espirituales y que su
enfoque cesacionista niega la obra continua del Espíritu Santo en el mundo
hoy.[182] Además, algunos sugieren que su evaluación de las prácticas
carismáticas es simplista y que no representa adecuadamente la diversidad y
profundidad de las experiencias dentro del movimiento pentecostal.[183]
Es innegable que Fuego extraño es una obra que ha dejado una marca
significativa en el debate sobre los dones espirituales en el cristianismo
contemporáneo. MacArthur, con su postura firme y su convicción
cesacionista, ha llamado a un retorno a lo que él percibe como una verdadera
teología bíblica, desprovista de lo que considera son excesos carismáticos.
Sin embargo, su tono severo y su categórica condena han generado tanto
apoyo como rechazo, subrayando las profundas divisiones que aún existen en
la iglesia respecto al papel del Espíritu Santo y los dones espirituales. Pero
¿Es MacArthur verdaderamente objetivo y acertado en todos sus
comentarios?

Fuego Apagado: La Falacia De John MacArthur Y


Su Ataque Generalizado Al Pentecostalismo
Si bien el libro Fuego extraño de John MacArthur es altamente
valorado en círculos anti-carismáticos y antipentecostales, sus argumentos
presentan varias fallas tanto bíblicas como lógicas que deben ser refutadas.
En primer lugar, uno de los errores más notorios de MacArthur es su
generalización del movimiento carismático. Al describir a todos los
pentecostales y carismáticos como manipuladores emocionales y herejes
doctrinales, ignora la enorme diversidad dentro del pentecostalismo. El
pentecostalismo ha pasado por tres olas significativas, cada una con
características teológicas y prácticas distintas, pero MacArthur las encierra a
todas bajo una misma etiqueta de "falsedad".[184] Esta simplificación impide
un análisis justo y balanceado de lo que verdaderamente enseñan y practican
estos movimientos.
Un aspecto importante en la trayectoria teológica de John MacArthur
es su pasado como continuista. Al inicio de su ministerio, no rechazaba de
manera tan tajante la vigencia de los dones espirituales. Sin embargo, con el
tiempo, su postura cambió radicalmente, lo que ha generado debates sobre si
su cesacionismo actual podría estar influenciado por experiencias negativas o
decepciones personales en el ámbito carismático. Esta transformación ha
llevado a algunos a especular si su fuerte rechazo a los dones espirituales es
el resultado de una reacción emocional más que teológica.[185]
El libro John MacArthur: The Evolution of a Cessationist describe
cómo, en sus primeros años, MacArthur estaba inmerso en un contexto
cristiano donde el continuismo era común. Sin embargo, las experiencias
negativas que presenció dentro del movimiento carismático, como abusos y
malinterpretaciones de los dones, lo llevaron a cuestionar estas doctrinas.
Además, el conflicto continuo con líderes carismáticos dentro y fuera de su
ministerio profundizó su rechazo, contribuyendo a que adoptara una postura
cesacionista cada vez más rígida. Este cambio en su teología parece haber
sido influenciado tanto por cuestiones doctrinales como por las tensiones
personales que vivió, lo que ha generado una visión crítica y categórica de
cualquier manifestación carismática.
Desde una perspectiva bíblica, el argumento cesacionista de
MacArthur de que los dones espirituales cesaron con la era apostólica es
débil. En 1 Corintios 13:8-10, se menciona que los dones cesarán "cuando
venga lo perfecto", lo cual, según la mayoría de los eruditos, se refiere a la
segunda venida de Cristo, no al cierre del canon bíblico. MacArthur parece
malinterpretar este pasaje para justificar su rechazo de los dones espirituales
en la actualidad.[186] El hecho de que el Nuevo Testamento no mencione en
ningún lugar el fin de los dones espirituales hasta el retorno de Cristo
refuerza la postura continuista que sostiene que los dones siguen vigentes
hasta el día de hoy.
Además, MacArthur parece desconocer las contribuciones teológicas
y ministeriales que han surgido dentro del pentecostalismo y el carismatismo.
Los teólogos pentecostales han trabajado arduamente para integrar una
teología robusta con las experiencias del Espíritu, destacando la necesidad de
un equilibrio entre la Palabra de Dios y las manifestaciones del Espíritu
Santo. Así pues, la imagen que John MacArthur intenta proyectar del
pentecostalismo, retratándolo como un movimiento de personas iletradas,
excesivamente emocionalistas y desvinculadas del estudio serio de las
Escrituras, no es más que una burda caricatura. Esta visión ignora la realidad
de que el pentecostalismo cuenta con una rica tradición de teólogos y eruditos
profundamente comprometidos tanto con el rigor académico como con la
fidelidad bíblica. Estos pensadores han demostrado una capacidad notable
para integrar la experiencia del Espíritu Santo con un enfoque serio y
profundo en el estudio de la Palabra de Dios.
Así, por ejemplo, teólogos pentecostales como Gordon D. Fee se han
destacado por su profundo estudio del Nuevo Testamento y su defensa de la
obra del Espíritu en la iglesia contemporánea. Frank D. Macchia y Amos
Yong han ofrecido enfoques innovadores sobre la pneumatología, con
Macchia explorando el bautismo en el Espíritu Santo y Yong aportando una
perspectiva interreligiosa. Otros como Simon Chan y Steven J. Land han
profundizado en la espiritualidad pentecostal, con Chan enfocándose en la
liturgia y Land en la relación entre la experiencia espiritual y la ética del
Reino de Dios.
También, figuras como William y Robert Menzies han aportado una
sólida investigación histórica y teológica sobre el pentecostalismo, mientras
que Donald Dayton ha analizado su lugar dentro del evangelicalismo. Otros,
como Samuel Rodríguez ha conectado el pensamiento pentecostal con temas
de justicia social, enriqueciendo la discusión teológica contemporánea. Todos
estos eruditos han contribuido significativamente a consolidar una teología
que une la doctrina bíblica con las experiencias carismáticas. Sin embargo,
MacArthur ignora estos matices y, en su lugar, pinta con brocha gorda a todo
el movimiento, acusándolo de falta de discernimiento y doctrina, lo cual es
una acusación injusta y errónea.
Otro punto en el que MacArthur falla es su crítica a la supuesta
emocionalidad del culto pentecostal. Es cierto que los pentecostales ponen
énfasis en la experiencia del Espíritu, pero este énfasis no está desprovisto de
base bíblica. En Hechos 2, vemos el derramamiento del Espíritu Santo con
poder, manifestado a través de lenguas de fuego y una experiencia
profundamente emocional y espiritual. Negar esta realidad es limitar el poder
del Espíritu Santo en la vida del creyente y reducir la fe cristiana a un mero
ejercicio intelectual. Como argumenta Grudem (2016), “el Espíritu Santo nos
fue dado para ser experimentado, no solo entendido”.[187] La experiencia del
Espíritu no está en conflicto con la sana doctrina, sino que es una expresión
de ella.
Finalmente, MacArthur parece pasar por alto que el movimiento
pentecostal, en sus múltiples formas, ha sido una fuente de renovación
espiritual y misionera en todo el mundo. En lugar de erosionar la verdadera
fe, como sugiere MacArthur, el pentecostalismo ha sido un agente de
avivamiento y transformación, llevando el evangelio a millones de personas.
Este enfoque misionero está alineado con el mandato bíblico de predicar el
evangelio en todo el mundo, acompañados de señales y prodigios (Marcos
16:17-18). Su crítica no toma en cuenta el crecimiento explosivo y el impacto
global de estos movimientos, lo que pone en duda la validez de su juicio.
Su error radica en su generalización, su rechazo a profundizar en lo
que critica, su desconocimiento de las distintas olas del pentecostalismo y su
falta de un análisis bíblico adecuado. Más allá de los excesos que puedan
existir, la historia y la Escritura respaldan la vigencia de los dones
espirituales y el impacto positivo de estos movimientos en la iglesia global.
El rechazo de MacArthur, más que una crítica fundamentada, parece ser un
reflejo de resentimientos personales y un deseo de controlar el discurso
teológico desde una postura que carece de matices y empatía.
El Nuevo Calvinismo ha jugado un papel importante en la promoción
de este cesacionismo moderno. Según DeYoung (2010), muchos jóvenes
evangélicos en los Estados Unidos han sido atraídos por la claridad doctrinal
y el enfoque en la enseñanza bíblica rigurosa que ofrece el Nuevo
Calvinismo. Sin embargo, esta atracción ha fomentado una adopción
creciente del cesacionismo entre aquellos que ven las doctrinas carismáticas
como una amenaza para la integridad teológica de la iglesia. Esto ha
provocado una división notable dentro del cristianismo evangélico, con
pentecostales y carismáticos por un lado, y cesacionistas reformados por otro,
ambos afirmando ser los verdaderos defensores de la obra del Espíritu Santo.
[188]

Es crucial preguntarnos cómo todo este veneno cesacionista,


propagado a través de libros, conferencias como Strange Fire y Expositores,
revistas, podcasts, seminarios y otros medios, está impactando a las nuevas
generaciones pentecostales. La constante exposición a estas doctrinas, que
niegan la obra continua del Espíritu Santo, puede sembrar dudas profundas en
aquellos jóvenes que han crecido en un entorno donde los dones espirituales
son una realidad viva. ¿Qué sucede cuando se les presenta una narrativa que
desacredita lo que han experimentado personalmente o lo que han visto en
sus comunidades de fe? Este ataque directo a las raíces pentecostales no solo
crea confusión, sino que también amenaza con apagar la llama del
avivamiento en aquellos que podrían ser los futuros líderes espirituales,
conduciéndolos a una fe desprovista del poder transformador del Espíritu.

La Amenaza Del Cesacionismo Y El Nuevo


Calvinismo: Cómo La Infiltración Teológica Está
Erosionando El Futuro Del Movimiento Pentecostal
El éxito del pentecostalismo a lo largo del siglo XX y hasta nuestros
días ha sido el resultado de una combinación poderosa: la soteriología
arminiana y el énfasis carismático en los dones espirituales, junto con una
pneumatología robusta. Esta fórmula ha permitido al movimiento
pentecostal no solo extenderse por todo el mundo, sino también generar un
impacto misionero sin precedentes. Lamentablemente, en años recientes, la
fusión del cesacionismo con el calvinismo ha resultado ser una amenaza
devastadora para el corazón del pentecostalismo, afectando su identidad y
bases doctrinales.
El enfoque arminiano en la salvación ha sido clave para el éxito
pentecostal. La doctrina arminiana sostiene que Dios ofrece la salvación a
todos los seres humanos y que cada persona tiene la libertad de aceptar o
rechazar esa oferta. Esto ha dado lugar a un fervor evangelístico sin igual,
impulsando campañas misioneras y el establecimiento de iglesias en todo el
mundo. En este contexto, el pentecostalismo ha encontrado en el
arminianismo un terreno fértil para su expansión, ya que permite enfatizar la
responsabilidad personal en la fe y la necesidad de una respuesta activa a la
obra del Espíritu Santo.[189]
La pneumatología robusta y el énfasis carismático han sido
igualmente esenciales. En contraste con otras tradiciones cristianas, los
pentecostales creen que el bautismo en el Espíritu Santo, acompañado por
manifestaciones visibles como el hablar en lenguas, es una experiencia
subsecuente a la conversión que otorga poder para el testimonio y la misión.
Esta vivencia personal y tangible del poder de Dios ha sido uno de los
motores que ha catapultado al movimiento pentecostal hacia un crecimiento
explosivo, especialmente en el mundo en desarrollo. La experiencia del
Espíritu no es una teoría abstracta, sino una realidad vivida que impulsa a los
creyentes a cumplir la Gran Comisión.[190]
Sin embargo, el cesacionismo y el calvinismo, al fusionarse, han
creado una combinación que amenaza con destruir la vitalidad del
pentecostalismo. El cesacionismo sostiene que los dones espirituales cesaron
con la muerte de los apóstoles y el cierre del canon bíblico. Esta postura,
unida al calvinismo, que promueve una predestinación rígida y una visión
limitada de la gracia, ha sofocado el fuego del Espíritu en muchas
congregaciones. Esta combinación doctrinal representa una forma altamente
venenosa de incredulidad revestida de ortodoxia, que no solo apaga la pasión
misionera, sino que también niega la continuidad del poder del Espíritu en la
vida de la iglesia.
Al abrazar estas doctrinas, muchas iglesias han perdido su conexión
con la vida espiritual vibrante que distingue al pentecostalismo. Mientras que
la soteriología arminiana y la pneumatología pentecostal han demostrado ser
un dúo poderoso para la misión y el testimonio, la influencia calvinista-
cesacionista ha generado un enfriamiento de la fe, erosionando la identidad
misma del pentecostalismo. La aceptación de una teología que niega el poder
continuo del Espíritu Santo ha despojado a muchas iglesias de su capacidad
de impactar espiritualmente a la sociedad, convirtiéndolas en meras
instituciones sociales, desconectadas del Reino de Dios.[191]
Para que el pentecostalismo sobreviva y continúe impactando el
mundo, debe mantenerse firme en su pneumatología robusta y en su enfoque
arminiano de la salvación, rechazando las doctrinas que lo llevarían a una
forma de cristianismo vacío de poder. Lamentablemente, el auge del
cesacionismo y del nuevo calvinismo dentro de las iglesias pentecostales y
carismáticas ha traído serias consecuencias, no solo en términos doctrinales,
sino también en la pérdida de jóvenes líderes y teólogos que alguna vez
fueron defensores del movimiento pentecostal. Esta fuga de cerebros es
particularmente alarmante, pues muchos de estos jóvenes, atraídos por una
teología reformada que parece ofrecer respuestas claras y sistemáticas,
terminan adoptando una visión calvinista que, a la larga, destruye la
soteriología pentecostal. La erosión de esta teología fundamental no solo está
debilitando el poder espiritual en nuestras iglesias, sino también dividiendo
congregaciones enteras que han sido "calvinizadas" en su doctrina y práctica.
Además, la infiltración de la soteriología calvinista en las iglesias
pentecostales ha comenzado a cambiar sutilmente, pero de manera profunda,
la forma en que se entiende la salvación. La visión calvinista de la
predestinación y la elección incondicional entra en conflicto directo con la
soteriología pentecostal, que siempre ha enfatizado el libre albedrío humano
y la responsabilidad de responder al llamado de la salvación.[192] Este cambio
doctrinal no es insignificante; al aceptar una teología de la gracia irresistible y
la predestinación, las iglesias pentecostales que se dejan infiltrar por el
calvinismo están abandonando una parte crucial de su identidad teológica. La
teología pentecostal enseña que Dios ofrece la salvación a todos, y que cada
persona tiene la capacidad de aceptar o rechazar ese don por medio de la fe.
Aunque la soteriología y la pneumatología son ramas distintas dentro
de la teología, no pueden ser entendidas de manera aislada o desconectada,
sino que deben verse como un todo integrado y armónico. Ambas disciplinas
se entrelazan y afectan profundamente la praxis cristiana. Esto es
especialmente cierto en el pentecostalismo, cuya esencia se basa en una
soteriología arminiana —que enfatiza el libre albedrío y la responsabilidad
humana en la salvación— y una pneumatología continuista, que sostiene la
vigencia y operación continua del Espíritu Santo y sus dones en la vida del
creyente. Cuando estas dos doctrinas se conciben como un todo cohesivo,
permiten una experiencia cristiana viva y transformadora.
La soteriología calvinista y la pneumatología pentecostal son dos
sistemas teológicos que, aunque parecen coexistir en algunos círculos, están
en profundo conflicto tanto bíblica como filosófica y lógicamente. Mientras
que la primera se basa en la predestinación y la soberanía absoluta de Dios en
el proceso de salvación, la segunda enfatiza el libre albedrío humano y la
obra continua del Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Esta tensión
genera contradicciones fundamentales que hacen insostenible la idea de un
“pentecostal reformado,” tanto como de un “pentecostal cesacionista”, lo
que convierte esta combinación en un oxímoron teológico.
Una de las principales contradicciones entre ambas teologías radica en
su entendimiento de la elección y el libre albedrío. La soteriología calvinista
sostiene que la salvación es únicamente obra de Dios, quien predestina a
algunos para la salvación y a otros para la condenación, una doctrina
conocida como "elección incondicional".[193] En este esquema, el ser humano
no tiene participación activa en su destino eterno, ya que todo ha sido
determinado por el decreto divino. Por otro lado, la pneumatología
pentecostal enseña que el Espíritu Santo obra en todos los creyentes, dando
dones y poder a aquellos que libremente aceptan la salvación y buscan ser
llenos del Espíritu. Como dice Romanos 8:14, “todos los que son guiados
por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”, una declaración que refuerza la
idea de la libertad humana en corresponder a la guía divina. Aquí surge una
clara tensión: si todo ha sido predestinado, ¿cómo puede el ser humano ser
guiado o responder al Espíritu de manera genuina? La doctrina calvinista, al
negar la libertad humana, sofoca la pneumatología pentecostal, que depende
de la cooperación activa del creyente con el Espíritu.[194]
Otro aspecto crucial de esta contradicción es el papel de los dones
espirituales en la vida del creyente. El calvinismo tradicionalmente
cesacionista niega la vigencia de los dones carismáticos, como las lenguas, la
profecía y la sanidad, argumentando que estos cesaron con la muerte de los
apóstoles y el cierre del canon bíblico.[195] Para el pentecostalismo, estos
dones son una parte esencial de la vida cristiana y el testimonio de la iglesia.
En 1 Corintios 12:7-11, Pablo explica que "a cada uno le es dada la
manifestación del Espíritu para provecho," destacando la importancia de los
dones espirituales para el cuerpo de Cristo. Si se acepta la teología calvinista,
que niega estos dones, la pneumatología pentecostal es automáticamente
desmantelada, ya que no hay espacio para la obra continua y dinámica del
Espíritu en la vida del creyente. Este rechazo de los dones lleva
inevitablemente a la extinción de la experiencia pentecostal, que depende de
la obra activa del Espíritu en la actualidad.[196]
Desde una perspectiva filosófica, la soteriología calvinista promueve
una visión mecanicista de la relación entre Dios y la humanidad. La doctrina
de la gracia irresistible, según la cual los elegidos no pueden resistir el
llamado de Dios, plantea un problema profundo para la teología pentecostal.
En el calvinismo, el individuo es un receptor pasivo de la salvación, mientras
que en el pentecostalismo, el creyente es un agente activo que responde al
Espíritu y colabora con Dios en su transformación espiritual. Esta diferencia
no es trivial. La filosofía calvinista, al eliminar la responsabilidad del
individuo, crea una fe estática y reducida a meras fórmulas doctrinales,
mientras que la pneumatología pentecostal fomenta una fe vivencial, en la
que la relación con el Espíritu es diaria, poderosa y transformadora.[197] Esta
tensión filosófica erosiona la vitalidad del pentecostalismo cuando se acepta
el calvinismo, pues convierte al creyente en un mero espectador, en lugar de
un participante en la obra del Espíritu.
Lógicamente, aceptar la soteriología calvinista implica desmantelar la
base misma del pentecostalismo. El pentecostalismo se basa en la expectativa
de que el Espíritu Santo continúa obrando en el mundo de manera tangible y
dinámica, no solo en la regeneración del creyente, sino en el poder que se
manifiesta a través de los dones espirituales. El calvinismo, por su parte,
reduce el papel del Espíritu a la regeneración inicial y al mantenimiento de la
fe en los elegidos, dejando poco espacio para la experiencia carismática y el
ministerio sobrenatural. Si se acepta la teología calvinista, no hay espacio
para las manifestaciones espirituales que definen el pentecostalismo, lo que
significa que la soteriología calvinista y la pneumatología pentecostal son
mutuamente excluyentes. Por ello, la idea de un “pentecostal reformado” es
un oxímoron, ya que los principios de uno anulan los del otro.[198]
Así pues, la adopción de la soteriología calvinista dentro de contextos
pentecostales y carismáticos está condenada a llevar a la extinción de la
pneumatología pentecostal. Al negar la libertad humana y reducir el papel del
Espíritu Santo a una mera función regeneradora, el calvinismo destruye la
teología pentecostal desde sus cimientos. La falta de espacio para los dones
espirituales y la obra continua del Espíritu en la vida diaria de los creyentes
es un ataque directo a lo que significa ser pentecostal. De esta manera, la
combinación de ambas teologías no solo es ilógica, sino que también es
inviable, pues la adopción del calvinismo dentro de las iglesias pentecostales
llevará inevitablemente a la extinción de su vitalidad espiritual.
Muchas iglesias pentecostales en América Latina han experimentado
esto en carne propia al permitir dentro del pastorado y en sus instituciones
educativas, el florecimiento de la teología reformada. Y es que uno de los
efectos más destructivos de la infiltración calvinista en las iglesias
pentecostales es la división interna que genera. Congregaciones que alguna
vez estuvieron unidas en su misión evangelística y en la creencia en los dones
del Espíritu, ahora se ven divididas cuando ciertos líderes adoptan posturas
calvinistas. Estas divisiones no son solo doctrinales; son también relacionales
y espirituales. Los conflictos internos resultantes de este cambio teológico
han causado que muchas iglesias pierdan su enfoque en el evangelismo, el
discipulado y el mover del Espíritu, sustituyendo estos elementos vitales por
un intelectualismo vacío y una teología que promueve el conformismo y la
pasividad espiritual (Anderson, 2017, p. 67).
El problema se agrava aún más con la creciente atracción de muchos
jóvenes pentecostales hacia el nuevo calvinismo, el cual parece ofrecer una
estructura sólida y una cosmovisión coherente en un mundo caótico. Sin
embargo, detrás de esta atracción, hay una desconexión con la experiencia
espiritual y la vivencia del Espíritu Santo que siempre ha caracterizado al
pentecostalismo (Harris, 2016, p. 82). Muchos jóvenes líderes y teólogos que
alguna vez defendieron la obra del Espíritu ahora se ven arrastrados por el
atractivo intelectual del calvinismo, perdiendo su pasión por los dones
espirituales y adoptando un enfoque que gradualmente apaga el fuego de su
fe.
Así pues, la infiltración del cesacionismo y del nuevo calvinismo en
el movimiento pentecostal es una amenaza seria que no debe ser subestimada.
La soteriología calvinista, al redefinir la naturaleza de la salvación y la obra
del Espíritu Santo, está socavando los cimientos mismos de lo que significa
ser pentecostal. Si no se aborda con prontitud, corremos el riesgo de perder
no solo a nuestros jóvenes líderes, sino también la vitalidad y el poder que
han sido las marcas distintivas de nuestro movimiento. Es crucial que las
iglesias pentecostales reafirmen su identidad teológica, enfatizando tanto el
poder continuo del Espíritu Santo como la responsabilidad del ser humano de
responder al llamado de Dios.

El Pentecostalismo Avanza ¡Pero Debemos Ser


Cautelosos!
A pesar de las fuertes críticas del movimiento cesacionista
(enquistado en nuevas versiones de calvinismo sectario), el pentecostalismo y
el carismatismo han continuado creciendo a nivel mundial. Según Anderson
(2004), el crecimiento del cristianismo carismático, especialmente en el sur
global, ha sido una de las mayores historias de éxito del cristianismo
contemporáneo.[199] Sin embargo, el rechazo sistemático del pentecostalismo
por parte de los Nuevos Reformados ha mantenido a estos dos grupos en
tensión, con ambos reclamando una visión legítima de la obra del Espíritu
Santo en la iglesia contemporánea.
Sea como sea, el surgimiento de este nuevo movimiento cesacionista
y antipentecostal, influenciado en gran medida por el Nuevo Calvinismo, ha
tenido un impacto significativo en la teología evangélica moderna. Liderado
por figuras como John MacArthur, este movimiento ha buscado desacreditar
las doctrinas y prácticas carismáticas, promoviendo en su lugar una visión
cesacionista que sostiene que los dones milagrosos del Espíritu Santo ya no
están en operación. Aunque este movimiento ha encontrado un público
considerable, especialmente entre los Nuevos Reformados, el
pentecostalismo y el carismatismo continúan siendo fuerzas vibrantes dentro
del cristianismo global, lo que sugiere que este debate está lejos de resolverse
y, por lo tanto, no podemos confiarnos o refugiarnos en nuestros triunfos
pasados.
Señalar los desaciertos del cesacionismo y la nueva ola de calvinismo
sectario no es suficiente. Es necesario ejercer la autocrítica y corregir lo que
hemos hecho mal como movimiento. La deserción de jóvenes en el
pentecostalismo, o "fuga de cerebros" pentecostales jóvenes (y no tan
jóvenes) hacia filas calvinistas y cesacionistas es un problema real en muchos
países. Uno de los factores clave es la falta de respuestas intelectuales y
teológicas profundas a las preguntas que enfrentan las nuevas generaciones.
Este vacío intelectual ha llevado a muchos jóvenes a abandonar la fe o buscar
respuestas en otras tradiciones cristianas que ofrecen una base doctrinal más
sólida o articulada (aunque no necesariamente correcta). Desde una
perspectiva pentecostal, es necesario reconocer que el movimiento ha
enfatizado el aspecto experiencial de la fe—lo cual es crucial—pero a
menudo ha descuidado el desarrollo de una teología robusta que integre la
experiencia con la razón.
Una de las autocríticas más evidentes es la superficialidad en la
enseñanza. Como señala Anderson (2004), el pentecostalismo ha crecido
exponencialmente, especialmente en el sur global, pero este crecimiento no
ha sido acompañado de un fortalecimiento en la formación teológica de las
congregaciones.[200] La falta de profundidad en la predicación y la enseñanza
bíblica resulta en una espiritualidad que, aunque vibrante, no es suficiente
para sostener la fe en contextos académicos o intelectuales. Esto crea una
brecha que muchas veces conduce a la deserción, ya que los jóvenes no
encuentran respuestas satisfactorias a las preguntas complejas que enfrentan
en un mundo cada vez más secularizado.
Es también preocupante el autoritarismo pastoral que se da en muchas
congregaciones pentecostales. El liderazgo autoritario, en lugar de nutrir la fe
de los jóvenes, los aliena. Las nuevas generaciones valoran la transparencia y
la apertura al diálogo; sin embargo, en muchos contextos pentecostales
prevalece una estructura jerárquica que no facilita la expresión de dudas o
críticas. Como argumenta Arroyo (2021), esto contribuye a la desconexión de
los jóvenes con la iglesia.[201] El pentecostalismo debe hacer una autocrítica
en este aspecto y promover un liderazgo pastoral que sea accesible, humilde y
dispuesto a escuchar las inquietudes de las nuevas generaciones.
Otro punto crítico es la falta de una misión clara. Muchos jóvenes no
encuentran un sentido de propósito en sus congregaciones y sienten que la
misión del pentecostalismo se ha desviado de su enfoque original en la
evangelización y la obra misionera. Sin una visión clara de lo que significa
ser parte del movimiento pentecostal hoy, las nuevas generaciones se sienten
desconectadas y desmotivadas. Según Martínez (2019), el enfoque misionero
fue uno de los pilares del pentecostalismo en sus inicios, y su descuido actual
es una de las razones de la falta de compromiso de los jóvenes.[202]
Para corregir estas deficiencias, el pentecostalismo debe volver a sus
raíces, no solo en cuanto al énfasis en el bautismo en el Espíritu Santo, sino
también en la formación bíblica y teológica sólida. Es esencial que los
pastores y líderes reciban capacitación para poder abordar tanto las
necesidades espirituales como intelectuales de sus congregaciones. Las
iglesias deben ofrecer espacios de diálogo y debate donde los jóvenes puedan
expresar sus dudas sin temor a ser juzgados. Además, la predicación y la
enseñanza deben ser más profundas, abordando temas relevantes y aplicando
principios bíblicos de manera que resuenen con las experiencias y desafíos de
la vida moderna.
Si no tomamos medidas para corregir estos problemas, el
pentecostalismo corre el riesgo de seguir viendo una deserción masiva entre
los jóvenes, lo que podría afectar gravemente su futuro. El éxito actual no
debe hacernos bajar la guardia ni caer en la complacencia. Al contrario,
debemos ver este éxito como una oportunidad para reflexionar sobre nuestras
debilidades y trabajar para fortalecer la fe de las futuras generaciones.

Referencias:
Anderson, A. (2004). An Introduction to Pentecostalism: Global Charismatic
Christianity. Cambridge University Press.
Anderson, R. (2017). The New Calvinism and Its Effect on the Church. Baker Academic.
Arrington, F. (2016). Spirit-Empowered Theology: A Pentecostal View. Pathway Press.
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CESACIONISMO:
CLAVES TEOLÓGICAS Y
ARGUMENTOS
CENTRALES
«Los dones espirituales como la profecía, las lenguas y el conocimiento cesarán con
el fin del mundo (...) “cuando llegue lo perfecto” (v. 10), es decir, al final de la
historia. Hasta entonces habrá necesidad del Espíritu Santo y de Sus dones en las
iglesias. No hay señal aquí ni en ningún otro pasaje de la Biblia de que la
manifestación del Espíritu mediante Sus dones cesaría al final de la era
apostólica».
Donald C. Stamps, Biblia de estudio pentecostal: Nuevo Testamento (Deerfield,
FL: Editorial Vida, 1991), 369
“Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.”
Marcos 16:17-18 (RVR1960)

A lo largo de la historia del cristianismo, el cesacionismo ha sido una


doctrina promovida por aquellos que creen que los dones del Espíritu Santo
—específicamente los dones milagrosos como la profecía, las lenguas y la
sanidad— cesaron al final de la era apostólica.

Aunque esta posición ha sido defendida por varios teólogos, lo cierto


es que la mayoría de sus argumentos siguen un patrón predecible que tiende a
ignorar o minimizar el testimonio vivo del Espíritu Santo a lo largo de la
historia y en la iglesia contemporánea.
Los Tres Pilares Del Cesacionismo
Aunque la mayoría de los libros cesacionistas presenta su postura de
manera cuidadosa y con un tono académico, sigue los mismos caminos
trazados por generaciones anteriores que limitan el obrar del Espíritu Santo a
la era apostólica y ven los dones milagrosos como innecesarios para la iglesia
moderna. Cualquier apología del cesacionismo suelen centrarse en tres pilares
principales: la suficiencia de las Escrituras, la singularidad de los apóstoles
y la supuesta ausencia de dones milagrosos después del período apostólico.

Estos argumentos han sido presentados repetidamente a lo largo de


los siglos, desde los primeros teólogos de la iglesia hasta las corrientes
reformadas contemporáneas. Sin embargo, un análisis cuidadoso revela que
estos argumentos, aunque bien formulados, son insuficientes y no reflejan
completamente la realidad del obrar del Espíritu Santo en la vida de la iglesia
pues, aunque repetidos con mayor erudición, siguen la misma línea
cesacionista que no puede sostenerse ante la evidencia bíblica y la
experiencia histórica del pueblo de Dios. Analicemos brevemente cada uno
de estos tres pilares cesacionistas.

Suficiencia De Las Escrituras


Uno de los argumentos más comunes del cesacionismo es la
insistencia en la suficiencia de las Escrituras. La doctrina reformada de la
suficiencia de la Escritura afirma que la Biblia contiene toda la revelación
necesaria para la fe y vida cristiana, sin requerir ninguna autoridad externa
para guiar a los creyentes en su relación con Dios.

Esta doctrina, nacida en el contexto de la Reforma Protestante,


sostiene que la Biblia es suficiente y completa en cuanto a su contenido
doctrinal y práctico para la vida de los cristianos, limitando el rol de la
tradición eclesiástica y la experiencia subjetiva en asuntos de fe y práctica.[203]
Uno de los pasajes clave para la doctrina de la suficiencia de la
Escritura es 2 Timoteo 3:16-17, donde Pablo explica que “toda la Escritura
es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y
para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto,
enteramente preparado para toda buena obra.” Este versículo fundamenta la
suficiencia al afirmar que la Escritura misma capacita al creyente en todos los
aspectos necesarios para vivir una vida en santidad y obediencia.[204] En este
sentido, la Biblia proporciona todas las enseñanzas necesarias para el
crecimiento espiritual, y cualquier otro recurso fuera de ella debe ser
evaluado y limitado por su contenido.
La doctrina de la suficiencia de la Escritura surgió en oposición a la
enseñanza de la Iglesia Católica Romana, que daba igual peso de autoridad a
la Escritura, la tradición y el magisterio. Los reformadores argumentaron que
si bien las confesiones y credos de la iglesia tienen valor al expresar verdades
bíblicas, solo la Biblia tiene la autoridad final y suficiente para la fe cristiana.
La tradición y la enseñanza eclesiástica son útiles únicamente en la
medida en que reflejan la enseñanza bíblica, y no deben añadir ni restar nada
a la revelación escrita.[205] Esta posición permite a la iglesia mantener la
pureza doctrinal y previene la introducción de enseñanzas no bíblicas que
podrían conducir a la confusión o el error.
Desde la perspectiva reformada, la suficiencia de la Escritura implica
que los creyentes no necesitan buscar nuevas revelaciones para conocer la
voluntad de Dios, ya que la Biblia contiene todo lo necesario para la vida
cristiana. Así, el principio de suficiencia de la Escritura limita la práctica y la
enseñanza cristiana exclusivamente a lo que está en la Biblia, intentando con
ello proteger a la iglesia de desviaciones doctrinales y prácticas.[206]

¿Creemos los pentecostales en la suficiencia de la Escritura?

Sin duda que sí. La doctrina pentecostal de la suficiencia de la


Escritura sostiene que la Biblia es completa y adecuada para todas las
enseñanzas necesarias en cuanto a la salvación, la santificación y la vida
cristiana. Al igual que los reformados, los pentecostales afirmamos que la
Escritura es la autoridad final en todas las cuestiones de fe y conducta.[207] Sin
embargo, el enfoque pentecostal permite la actividad continua del Espíritu
Santo en formas que complementan, pero no agregan ni restan contenido
doctrinal a la Biblia. Para los pentecostales, el Espíritu Santo utiliza los dones
espirituales para edificar y guiar a los creyentes, siempre en armonía con las
enseñanzas de la Escritura.
La suficiencia de la Escritura en el pentecostalismo reconoce que la
Biblia es la revelación completa de Dios y es suficiente para conocer su
voluntad. Al mismo tiempo, los pentecostales creemos que el Espíritu Santo
continúa guiando, exhortando y edificando a los creyentes a través de
experiencias y dones espirituales como profecía y discernimiento. Estas
manifestaciones, sin embargo, no pretenden añadir nuevas doctrinas ni
contradecir las Escrituras, sino que actúan como medios para aplicar de
manera personal y contextual las verdades bíblicas.[208] Así, la suficiencia de
la Escritura no se ve comprometida, ya que estas manifestaciones se
entienden como obra complementaria del Espíritu en la iglesia.
A diferencia de la perspectiva reformada, que frecuentemente asocia
la suficiencia de la Escritura con el cierre de toda manifestación adicional del
Espíritu, el pentecostalismo sostiene que la suficiencia de la Escritura no
excluye la posibilidad de que Dios interactúe de forma viva con su pueblo.
Los pentecostales creemos que el Espíritu Santo sigue hablando y guiando a
través de experiencias que son probadas y confirmadas a la luz de las
Escrituras. Por lo tanto, la suficiencia de la Escritura implica que cualquier
experiencia espiritual o revelación personal debe ser examinada a la luz de la
Biblia, lo cual garantiza que la Escritura sigue siendo el criterio supremo de
verdad y autoridad.[209]
En el pentecostalismo, la suficiencia de la Escritura se complementa
con el testimonio interior del Espíritu Santo, quien guía al creyente hacia una
comprensión más profunda de la verdad revelada en la Biblia. La afirmación
de que la Biblia es suficiente no significa que sea una revelación estática y sin
vida, sino que el Espíritu Santo la ilumina y la aplica en la vida de los
creyentes, confirmando que es relevante para cada situación y época. Esta
interacción continua entre la Palabra y el Espíritu garantiza que la Escritura
siga siendo viva y eficaz en la vida cristiana, sin requerir añadidos externos.
[210]

Limitaciones De La Perspectiva Reformada Sobre


La Suficiencia De La Escritura
Al sostener que, al cerrarse el canon bíblico, cesaron también las
manifestaciones milagrosas y dones espirituales, la interpretación reformada
de la doctrina de la suficiencia de la Escritura cae en una trampa de limitación
que, lejos de proteger la suficiencia de la Escritura, ignora el rol continuo y
activo del Espíritu Santo en la iglesia. Desde una perspectiva pentecostal, esta
limitación reduce el dinamismo del evangelio y la obra del Espíritu en la vida
de los creyentes, ya que parece implicar que el Espíritu Santo, quien inspiró
las Escrituras, dejó de interactuar activamente con la iglesia en cuanto a
manifestaciones milagrosas después de la era apostólica.
Este razonamiento, aunque pretende proteger la suficiencia de la
Escritura, encierra una visión limitada de la obra del Espíritu Santo. Para los
pentecostales, el Espíritu sigue actuando a través de los dones, no para añadir
revelación doctrinal, sino para confirmar y aplicar el mensaje del evangelio.
Esta visión se alinea con lo que Pablo enseña en Romanos 15:18-19,
donde menciona que “con potencia de señales y prodigios, en el poder del
Espíritu de Dios,” el evangelio fue proclamado y autenticado. Limitar esta
dinámica a la iglesia primitiva implica restringir el poder y propósito del
Espíritu, lo cual contradice la propia enseñanza bíblica.[211]
Otra limitación de la perspectiva reformada es su tendencia a reducir
la obra del Espíritu Santo exclusivamente a la Escritura, como si el Espíritu
ya no obrara de forma directa en la vida de los creyentes. La Biblia testifica
que el Espíritu no solo inspira la Palabra, sino que también la aplica en los
corazones de los creyentes y la confirma a través de dones y señales que no
son una amenaza a la suficiencia de la Escritura, sino un respaldo de su
verdad. Desde el enfoque pentecostal, esta visión es más holística y bíblica,
ya que reconoce que el Espíritu y la Escritura operan juntos en la vida
cristiana.[212] En lugar de ver los dones como un desafío a la suficiencia
bíblica, los pentecostales ven en ellos una confirmación viva del mensaje de
Dios.
La visión pentecostal de la suficiencia de la Escritura es, en última
instancia, más holística y bíblica, ya que considera tanto la obra escrita como
la obra activa del Espíritu Santo en la iglesia. Negar la obra milagrosa del
Espíritu en la actualidad es restringir la experiencia completa del evangelio y
la vida cristiana que el Nuevo Testamento presenta.
Pablo mismo afirma en 1 Corintios 12:7-11 que los dones son
manifestaciones del Espíritu dadas “a cada uno para provecho,” indicando
su papel continuo en la edificación del cuerpo de Cristo. Desde una
perspectiva lógica, si Dios es el mismo ayer, hoy y siempre, limitar su obra a
una era particular es contradecir su inmutabilidad.[213]

La Singularidad Apostólica
Otro argumento cesacionista repetido es que los dones milagrosos
fueron exclusivos de los apóstoles y servían para autenticar su autoridad.
Según esta línea de pensamiento, una vez que los apóstoles fallecieron, los
dones ya no eran necesarios porque la iglesia había sido debidamente
establecida y no se requerían más señales para confirmar el mensaje del
evangelio. Sin embargo, esta visión presenta serios problemas, ya que debilita
la fe cristiana al sugerir que, tras la muerte de los apóstoles, la iglesia quedó
desprovista del poder sobrenatural de Dios.[214] Desde una perspectiva
pentecostal, esta limitación conceptual contradice la promesa del Espíritu
Santo como el poder que estaría presente en la iglesia hasta el regreso de
Cristo (Hechos 1:8; Mateo 28:20), y reduce la fe a una experiencia
desprovista de poder actual.
Al limitar la obra del Espíritu Santo, quien prometió permanecer y
actuar en la iglesia hasta el fin de los tiempos (Juan 14:16-17), el
cesacionismo plantea una paradoja: la fe cristiana, fundamentada en el
poder de Dios, queda vacía de manifestaciones de este mismo poder tras la
muerte de los apóstoles, volviendo el evangelio en una fe principalmente
intelectual. Pablo dejó en claro que el evangelio no se basa en palabras de
sabiduría humana, sino en demostraciones de poder espiritual (1 Corintios
2:4-5), y desde una perspectiva pentecostal, este principio sigue vigente para
toda la iglesia.[215] La falta de un poder transformador convierte la fe en una
mera herencia histórica, debilitando su relevancia y alcance en la vida
cristiana contemporánea.
La perspectiva cesacionista también refleja un temor al elemento
sobrenatural que caracteriza la obra del Espíritu. Aunque el cesacionismo
acepta que Dios pudo hacer milagros en el pasado, su racionalismo implícito
y el temor al ridículo frenan la creencia en el poder de Dios en la actualidad.
[216]
Los pentecostales, en cambio, sostienen que este poder no solo fue
posible, sino que sigue siendo accesible para la edificación de la iglesia y
para confirmar el mensaje del evangelio. Esta incredulidad moderna y
“piadosa” se aleja de la experiencia plena del Espíritu y cae en la limitación
de un evangelio sin manifestación viva, en una forma de “incredulidad
santificada” que reduce la fe a principios éticos y doctrinas abstractas.
El cesacionismo, de hecho, muestra una influencia poco reconocida
de la Ilustración, la cual puso en duda lo milagroso y priorizó la razón sobre
la experiencia espiritual. Esta influencia, aunque menos evidente que en la
teología liberal, sigue un patrón similar: ambas visiones limitan lo
sobrenatural, aunque la liberal lo rechaza abiertamente y el cesacionismo lo
niega indirectamente.[217] La diferencia radica en que el cesacionismo, al no
negar formalmente la acción de Dios, se convierte en una “incredulidad
santificada,” que bajo una apariencia de reverencia y prudencia, niega el
poder activo de Dios en el presente. Para los pentecostales, esta limitación
racionalista choca con el evangelio pleno, que fue demostrado “en poder y en
el Espíritu” y no debe ser reducido a una fe intelectual o histórica.
Al igual que los fariseos, que adornaban las tumbas de los profetas
mientras rechazaban a los mensajeros de Dios en su época, el cesacionismo
celebra las obras milagrosas de Cristo y los apóstoles, pero se opone a las
manifestaciones actuales del Espíritu.[218] Los pentecostales creemos que el
poder de Dios es tan accesible hoy como lo fue en la era apostólica, ya que el
Espíritu Santo no está limitado a una era específica ni a un grupo selecto.
Este rechazo moderno a los dones representa una continuidad con el rechazo
fariseo al profeta presente, convirtiendo la fe en una tradición vacía de poder,
en lugar de una vivencia continua de la presencia y poder de Dios.
La visión pentecostal de los dones y el poder del Espíritu no solo es
coherente con la narrativa bíblica, sino que abraza la obra continua de Dios
en la iglesia. Desde esta perspectiva, el temor cesacionista a la
sobrenaturalidad no protege la fe, sino que la limita, despojándola de su
poder en el mundo actual. Los pentecostales creemos que la promesa del
Espíritu es para todos los tiempos y generaciones, y que negar esta obra
activa es despojar al evangelio de su poder de transformación. En última
instancia, la perspectiva pentecostal honra tanto la suficiencia de la Escritura
como la obra viva del Espíritu, fortaleciendo la fe cristiana con una
experiencia plena y continua del poder de Dios.
Este argumento de la “singularidad apostólica” también ignora las
pruebas históricas y bíblicas de la continuidad de los dones espirituales. El
Nuevo Testamento muestra claramente que los dones no estaban limitados a
los apóstoles. En 1 Corintios 12-14, Pablo da instrucciones a toda la iglesia
acerca del uso de los dones espirituales, lo cual indica que los dones no eran
exclusivos de los apóstoles, sino que estaban destinados para todos los
creyentes. Incluso después de la era apostólica, encontramos testimonios de
los padres de la iglesia, como Ireneo y Justino Mártir, que atestiguan la
presencia de los dones milagrosos en sus comunidades.
Negar la continuidad de los dones es también desconocer la historia
de los avivamientos a lo largo de los siglos, donde una y otra vez hemos visto
el resurgimiento de la obra milagrosa del Espíritu Santo. De manera
particular, el pentecostalismo del siglo XX fue un claro ejemplo de cómo el
Espíritu Santo sigue actuando hoy con poder, restaurando dones largamente
olvidados o minimizados en la iglesia. La idea de que solo los apóstoles
tuvieron acceso a estos dones no se sostiene ante el peso de la evidencia.

La Ausencia Histórica De Los Dones


El tercer argumento repetido es que después del cierre del canon y la
muerte de los apóstoles, los dones milagrosos prácticamente desaparecieron
de la vida de la iglesia. Los cesacionistas señalan que los escritos de los
padres de la iglesia y los teólogos medievales rara vez mencionan los dones
espirituales, lo cual, según ellos, confirmaría su cesación. Sin embargo, este
razonamiento es históricamente cuestionable y teológicamente débil. La falta
de referencias frecuentes a los dones en ciertos períodos no implica su
desaparición, sino que puede reflejar otros factores, como el contexto cultural
o la postura oficial de una iglesia más institucionalizada y formal.[219]
Además, la Biblia nunca limita la obra del Espíritu a un período específico,
sino que afirma la continuidad de su presencia y sus dones en la vida de los
creyentes.
El argumento de la "ausencia histórica" ignora evidencia
documentada de manifestaciones del Espíritu a lo largo de los siglos. Obras
académicas dan fe de que los dones espirituales nunca desaparecieron por
completo y de que comunidades cristianas, incluso en épocas de formalismo
religioso, experimentaron manifestaciones sobrenaturales. Esto nos lleva a
pensar que la afirmación cesacionista de la ausencia histórica de los dones
puede obedecer a una ignorancia de la historia, un sesgo académico o incluso
a cierta deshonestidad intelectual. Al omitir o minimizar los testimonios
históricos que documentan la continuidad de los dones, el cesacionismo
presenta una versión distorsionada de la historia. Los pentecostales y demás
continuistas sostenemos que, si bien las manifestaciones del Espíritu no
siempre fueron prominentes, existen numerosos registros de su actividad en
comunidades marginadas o alejadas de la iglesia institucional.[220] Afirmar
que los dones "desaparecieron" implica un sesgo al priorizar los períodos
donde el formalismo o la racionalidad ilustrada suprimieron los dones sobre
épocas y comunidades donde se mantuvieron vivos.
Además de los errores históricos, la doctrina cesacionista falla en su
interpretación de la promesa bíblica de los dones espirituales. En Marcos
16:17-18, Jesús declara que los que crean en su nombre harán “obras
poderosas,” sin especificar una limitación temporal. La perspectiva
pentecostal reconoce que estas promesas son para todos los tiempos y
contextos, no solo para la iglesia primitiva. Al limitar los dones a la era
apostólica, el cesacionismo reduce el mensaje de Jesús y debilita el
testimonio de la iglesia, privándola de un recurso vital para la edificación y
expansión del evangelio.[221] Este tema, junto con otros ejemplos
documentados de dones en la historia, se abordará con mayor profundidad en
los próximos capítulos.

Cesacionismo Reciclado: Argumentos Repetidos Sin


Novedad
La mayoría de los libros cesacionistas que se publican hoy en día
encajan perfectamente en el esquema clásico de alinearse con los tres pilares
mencionados: la suficiencia de las Escrituras, la singularidad apostólica y
la ausencia histórica de los dones milagrosos después del período
apostólico. Aunque estos escritos intentan presentar una defensa sólida y
sistemática del cesacionismo, rara vez introducen algo nuevo o innovador en
el debate.
En su esencia, estos libros suelen reciclar los mismos argumentos y
pasajes bíblicos sin explorar interpretaciones que consideren el rol activo y
continuo del Espíritu Santo en la iglesia actual.[222] Esta repetición refleja una
falta de apertura a los avances en la investigación histórica y teológica que
evidencian la continuidad de los dones en la vida de la iglesia a lo largo de
los siglos.
Además, al insistir en una visión limitada de la obra del Espíritu, los
cesacionistas dejan de lado el testimonio de millones de creyentes que
experimentan actualmente los dones espirituales en sus vidas y ministerios.
Esta experiencia colectiva, respaldada por la promesa bíblica de la obra
continua del Espíritu, plantea una fuerte evidencia contra la doctrina
cesacionista. Así, al no incorporar nuevos argumentos ni responder a las
investigaciones recientes, estos libros cesacionistas no solo carecen de
novedad, sino que también pierden relevancia en un contexto donde el
Espíritu sigue obrando.
Pero la debilidad inherente en los tres pilares no ha impedido que sigan
surgiendo libros y argumentos nuevos que buscan defender la posición
cesacionista. Aunque estos pilares presentan limitaciones teológicas e
históricas evidentes, las publicaciones cesacionistas han persistido, y algunos
autores han intentado construir sobre estos fundamentos de maneras cada vez
más sofisticadas, incorporando nuevos matices y enfoques. Esta constante
generación de libros y argumentos cesacionistas demuestra una búsqueda
continua por hacer la postura cesacionista intelectualmente sostenible y
culturalmente relevante.
Algunos escritores han elaborado sus argumentos con notable ingenio,
explorando variantes de los pilares tradicionales o intentando
contextualizarlos con el objetivo de hacerlos parecer más plausibles. Sin
embargo, al seguir basándose en los mismos tres puntos, estos esfuerzos
suelen terminar en un reciclaje de ideas, que, aunque a veces más pulidas, no
ofrecen respuestas verdaderamente nuevas al debate sobre la vigencia de los
dones espirituales.
En los capítulos subsiguientes, abordaremos en detalle cada uno de estos
argumentos derivados. Esto permitirá mostrar de manera más clara que el
cesacionismo, en sus variantes más recientes, continúa restringiendo la visión
completa de la obra del Espíritu en la vida de la iglesia y en la experiencia
actual de millones de creyentes.
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Testament to Luke-Acts. Baker Academic.
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of Global Theology. Baker Academic.
SECCIÓN II
CESACIONISMO EN PERSPECTIVA: UNA
REVISIÓN CRÍTICA DESDE LA ESCRITURA,
LA TRADICIÓN, LA RAZÓN Y LA
EXPERIENCIA
NO SOLO APÓSTOLES:
LA EXTENSIÓN DE LOS
MILAGROS EN EL NUEVO
TESTAMENTO
"El propósito de los dones espirituales no es autenticar a un grupo específico de
líderes, sino equipar a todos los creyentes para el servicio en la misión de Dios en
el mundo"
— Storms, S. (2021). Practicing the Power: Welcoming the Gifts of the Holy
Spirit in Your Life. Zondervan, p. 132.
"Estas señales seguirán a los que crean: en mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieran cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán"

— Marcos 16:17-18 (RVR60)

El primer recurso del cesacionista es afirmar que las sanidades y


prodigios de la edad apostólica solo podían ser realizados por los apóstoles y
que estas eran señales especiales que los autenticaban como representantes
autorizados de Dios. Fundamentan sus afirmaciones en pasajes como 2
Corintios 12:12, donde Pablo declara: “Con todo, las señales de apóstol han
sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y
milagros”, así como en otros textos como Hechos 2:43 y 5:12, que
mencionan que los milagros eran realizados por “las manos de los
apóstoles”. Los cesacionistas interpretan estos pasajes como prueba de que
los milagros y sanidades eran señales exclusivas de los apóstoles. Además,
fortalecen su argumentación con Hebreos 2:3-4, donde se señala que los
dones de sanidad y milagros estaban firmemente vinculados a los apóstoles.
[223]
Pero ¿de qué habla realmente 2 Corintios 12:12? No debemos perder
de vista que, en este capítulo, Pablo defiende su apostolado ante la iglesia de
Corinto, que había sido influenciada por los "superapóstoles" (2 Corintios
11:5; 12:11). Él enumera las pruebas de su autenticidad como apóstol,
incluyendo sufrimientos, revelaciones, y, en este versículo, las "señales de
apóstol". Dichas señales eran evidencias visibles que autenticaban a los
apóstoles como mensajeros especiales de Cristo, e incluían milagros,
prodigios y señales sobrenaturales.
Pablo nos habla que su ministerio se caracterizó por "Señales,
prodigios y milagros". Este trípode de términos aparece frecuentemente en
la Biblia (e.g., Hechos 2:22; Hebreos 2:4) para describir intervenciones
divinas que validan a los siervos de Dios. Pablo no está diciendo que solo los
apóstoles podían realizar señales y prodigios. Más bien, destaca que estas
señales eran uno de los distintivos de su ministerio, acompañado de paciencia
y fidelidad. Esto refuerza su defensa frente a las críticas de los corintios.
Aunque los apóstoles tenían un llamado especial, el Nuevo Testamento
muestra que los milagros y dones espirituales no estaban restringidos a ellos
(Hechos 6:8; 8:6). Este versículo debe leerse en su contexto histórico y
literario para evitar interpretaciones exclusivistas.
En cuanto a Hechos 2:43, nótese que este pasaje ocurre
inmediatamente después del Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió
sobre los discípulos (Hechos 2:1-4). En este contexto, Lucas describe la vida
de la iglesia primitiva, caracterizada por unidad, oración, y el poder del
Espíritu. Aquí, las señales y prodigios sirvieron como confirmación del poder
del Espíritu Santo en la iglesia naciente y del mensaje predicado por los
apóstoles. El "temor" mencionado aquí demuestra que los milagros no solo
servían para sanar físicamente, sino para inspirar reverencia y fe en Dios.
Aunque los apóstoles fueron instrumentos principales, otros creyentes
también realizaron señales posteriormente (Hechos 6:8; 8:6).
Hechos 5:12 también se encuentra en medio de los primeros años de
la iglesia en Jerusalén, cuando los apóstoles predicaban con poder a pesar de
la oposición de las autoridades religiosas. Los milagros autenticaban su
mensaje y atraían multitudes. Lucas destaca aquí la autoridad y el impacto de
los apóstoles en la expansión inicial de la iglesia. Sin embargo, aunque los
apóstoles eran figuras centrales en los milagros, el libro de Hechos no limita
las señales a ellos. El Espíritu Santo operaba a través de la iglesia como un
todo para la gloria de Dios y el avance del Evangelio.
Todos estos pasajes (2 Corintios 12:12; Hechos 2:43; 5:12) muestran
que los apóstoles jugaron un papel especial en la manifestación de señales y
prodigios como testigos del mensaje de Cristo. Sin embargo, un análisis más
amplio del Nuevo Testamento evidencia que estos dones no se restringieron
únicamente a ellos.
Hebreos 2:3-4 tampoco sirve a los fines del cesacionismo. El autor de
Hebreos exhorta a sus lectores a no descuidar la salvación ofrecida en Cristo,
destacando la superioridad del mensaje del Evangelio frente a la revelación
dada a través de los ángeles y la Ley (Hebreos 1:1-2:4). En este pasaje, el
autor subraya la importancia del mensaje mediante dos evidencias: (1) Su
origen en Jesús y (2) Su confirmación a través de testigos y señales divinas.
El propósito principal es advertir a los lectores sobre el peligro de ignorar la
salvación ofrecida en Cristo. Al mencionar las señales y prodigios, el autor
refuerza la autoridad y validez del mensaje evangélico, mostrando que fue
respaldado por Dios mismo. Pero aunque este pasaje refuerza que las señales
milagrosas fueron un medio por el cual Dios autentificó el mensaje de
salvación y a los mensajeros (cf. 2 Corintios 12:12; Hechos 2:22), la mención
de los "repartimientos del Espíritu Santo" no limita los dones espirituales a
los apóstoles, sino que destaca la voluntad soberana del Espíritu en dar dones
para el ministerio de toda la iglesia (1 Corintios 12:4-11). Hebreos 2:3-4 no
restringe los dones o milagros a un grupo específico, sino que los presenta
como evidencia del respaldo de Dios en la proclamación del Evangelio.
¿Por qué los cesacionistas no pueden ver algo tan evidente en el
texto? Porque para el cesacionista promedio, es de obligatoria aceptación la
idea de que los creyentes de la edad apostólica, y solo ellos, necesitaban
identificar a los verdaderos apóstoles para respetar su autoridad especial y
única. Según esta perspectiva, los primeros cristianos reconocían a los
apóstoles verdaderos por las sanidades que realizaban y otras señales. Por
tanto, quienes no pertenecían al grupo de los apóstoles no podían realizar
estas señales. Los cesacionistas argumentan que, si otros hubieran podido
hacerlas, habría sido imposible distinguir a los apóstoles genuinos.[224]
Sin embargo, este argumento es débil, ya que ignora que no solo los
apóstoles efectuaron milagros y sanidades en la iglesia primitiva. Por
ejemplo:
1. El Señor le ordenó a Ananías sanar a Pablo, y Ananías,
ciertamente, no era un apóstol (Hechos 9:10-18). Esto contradice
directamente la exclusividad cesacionista.[225]
2. Los setenta (o setenta y dos, según algunas versiones) también
recibieron poder para realizar señales y liberaciones milagrosas.
Esto es evidente tanto en las palabras de Jesús como en las
propias afirmaciones de los setenta en Lucas 10:1-9 y 10:17.[226]
3. En Marcos 16:14-20, Jesús, antes de su ascensión, otorgó a sus
discípulos autoridad para realizar señales milagrosas, sanidades y
otros prodigios. Esto no se limitaba a los once apóstoles, sino que
se concedía a todos los creyentes, como señala el versículo 17:
“Estas señales seguirán a los que crean”. Además, Hechos 6:8
menciona que “Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes
prodigios y señales entre el pueblo”, y él no era apóstol.[227]
4. Los dones proféticos tampoco eran exclusivos de los apóstoles. El
ejercicio de los dones espirituales, incluidos los de carácter
profético, estaba disponible para todo el cuerpo de Cristo (Hechos
21:9-12; 1 Corintios 14:1).[228]
5. En Lucas 9:49 y Marcos 9:38, Jesús enfatiza que el ejercicio de
señales milagrosas no era exclusivo de una élite espiritual, ni
siquiera de los Doce, sino de todo aquel que creyera en su
nombre.[229]
El Nuevo Testamento, particularmente el libro de los Hechos, es
claro: otros además de los apóstoles utilizaron los dones carismáticos. Por
ejemplo, al menos 108 de los 120 que se reunieron en el aposento alto en
Pentecostés no eran apóstoles y, sin embargo, ejercieron dones carismáticos.
Otros ejemplos incluyen a Felipe (Hechos 8), miembros de la iglesia de
Antioquía (Hechos 13:1), nuevos conversos en Éfeso (Hechos 19:6), mujeres
de Cesarea (Hechos 21:8-9), los hermanos anónimos de Gálatas 3:5,
creyentes en Roma (Romanos 12:6-8), Corinto (1 Corintios 12-14) y
Tesalónica (1 Tesalonicenses 5:19-20) (Grudem, 2020, p. 156).
Cuando leemos 1 Corintios 12:7-10, no parece que Pablo esté
limitando los charismata a los apóstoles. El Espíritu soberano otorgó dones
como sanidad, milagros y lenguas a cristianos comunes en Corinto para la
edificación del cuerpo. Estos dones se manifestaron tanto en granjeros y amas
de casa como en apóstoles, ancianos y diáconos. Todos ellos recibieron dones
"para el bien común" de la Iglesia. Por tanto, el argumento cesacionista que
restringe los dones espirituales a los apóstoles es insostenible (Storms, 2021,
p. 132).

Referencias:
Fee, G. D. (2020). God's Empowering Presence: The Holy Spirit
in the Letters of Paul. Baker Academic.
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and Today. Crossway.
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Testament Accounts. Baker Academic.
Marshall, I. H. (2020). Luke: Historian and Theologian.
Paternoster.
Storms, S. (2021). Practicing the Power: Welcoming the Gifts of
the Holy Spirit in Your Life. Zondervan.
Witherington, B. (2021). The Acts of the Apostles: A Socio-
Rhetorical Commentary. Eerdmans.
CONTINUISMO Y SOLA
SCRIPTURA: ¿SE
CONTRADICEN?
"A menos que se me convenza por el testimonio de las Escrituras o por razón
evidente, pues no confío ni en el papa ni en los concilios, ya que es bien sabido que
han errado y se han contradicho a sí mismos, estoy atado por los textos de la
Escritura que he citado, y mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo
ni quiero retractarme de nada, porque ir contra la conciencia no es seguro ni
saludable. Que Dios me ayude. Amén."
Martín Lutero, declaración ante la Dieta de Worms en 1521

"Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para
corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté
enteramente capacitado para toda buena obra"
2 Timoteo 3:16-17 (NVI)

La doctrina de Sola Scriptura, o “solo la Escritura”, es uno de los


principios fundamentales de la Reforma Protestante. Este principio sostiene
que la Escritura es la única fuente de autoridad final y suficiente para la fe y
práctica cristiana. En esencia, Sola Scriptura afirma que la Biblia, inspirada y
revelada por Dios, contiene todo lo necesario para guiar a los creyentes en su
vida espiritual y en su conocimiento de Dios, y se sitúa por encima de toda
tradición, autoridad eclesiástica o experiencia personal.[230]
Dentro de esta concepción, la doctrina de la suficiencia de la Escritura
cobra relevancia como primer pilar del cesacionismo, postura teológica que
sostiene que los dones sobrenaturales del Espíritu —como la profecía, las
lenguas y los milagros— cesaron con la era apostólica. Para el cesacionismo,
la suficiencia bíblica implica que la revelación de Dios fue completada y que,
por tanto, no son necesarias más manifestaciones sobrenaturales de poder o
revelación divina directa.[231] Los cesacionistas argumentan que, al finalizar el
canon del Nuevo Testamento, Dios ya había provisto toda la revelación
necesaria, y, en consecuencia, los dones carismáticos fueron retirados al
considerar que cumplían un propósito temporal en la historia de la redención.
[232]

Desde una perspectiva pentecostal, la Sola Scriptura también es


aceptada y respetada profundamente, pero su interpretación de la suficiencia
bíblica diverge del cesacionismo. Los pentecostales creemos en la suficiencia
de la Escritura como el fundamento sólido para la fe cristiana, y sostenemos
que ella contiene todo lo necesario para la salvación y la vida cristiana. Sin
embargo, la tradición pentecostal sostiene que la suficiencia de la Escritura
no limita la obra activa del Espíritu en el presente ni niega la continuidad de
los dones carismáticos.[233] Para el pentecostalismo, la suficiencia de la
Escritura es compatible con la presencia de manifestaciones sobrenaturales,
ya que estos actos no pretenden agregar nueva revelación doctrinal, sino que
son expresiones del poder de Dios actuando en consonancia con su Palabra.
[234]

La posición cesacionista, en su afán por proteger la doctrina de la


suficiencia, tiende a reducir la Escritura a un mero depósito de información
teológica y moral, limitando así la dinámica del Espíritu en la vida cristiana.
El pentecostalismo, en cambio, percibe la Escritura como una guía viva y
poderosa, que no solo orienta sino que también inspira a buscar la presencia
activa del Espíritu Santo, permitiendo que la Biblia y el poder de Dios
transformen continuamente la vida del creyente. De esta manera, la Escritura
y el Espíritu se complementan, manteniéndose la Escritura como base, pero
sin limitar la acción viva de Dios hoy.[235]
Esta diferencia de perspectivas ilustra cómo el cesacionismo y el
pentecostalismo abordan la misma doctrina con énfasis divergentes. Para los
cesacionistas, la suficiencia de la Escritura excluye la necesidad de dones
sobrenaturales en la iglesia contemporánea. Para los pentecostales, en
cambio, la suficiencia de la Escritura no es un límite impuesto al Espíritu,
sino un testimonio de cómo Dios ha decidido moverse entre su pueblo, sin
contradicción entre el mensaje escrito y la manifestación del poder de Dios.

Sola Scriptura como fundamento del continuismo: La armonía


entre la suficiencia de la Escritura y la obra continua del
Espíritu Santo en el pentecostalismo

Muy a menudo, los cesacionistas argumentan que “el continuismo


viola el principio de la Sola Scriptura, ya que si los dones espirituales
continúan vigentes, también lo está el don de profecía. Y si Dios sigue dando
profecías hoy, eso significaría que el canon bíblico no está cerrado, lo cual
abriría la puerta a nuevas revelaciones y doctrinas. Para salvaguardar la
doctrina pura, es necesario rechazar el continuismo”.
Tal afirmación es falsa, y solo refleja una comprensión incompleta o
sesgada de cómo los pentecostales y carismáticos entendemos el don de
profecía y de lo que la Biblia enseña sobre la profecía congregacional. En la
tradición pentecostal, afirmamos que el cierre del canon bíblico afecta la
naturaleza del don de profecía, no su existencia ni su funcionalidad en la
edificación de la iglesia.[236]
Los pentecostales sostenemos que la Escritura contiene toda la
revelación necesaria para la vida y la piedad (2 Pedro 1:3), pero esto no
implica que Dios no pueda hablar a una persona para su edificación y guía
personal en circunstancias específicas. En palabras de Grudem (1996), “la
profecía neotestamentaria es distinta de la revelación infalible de los profetas
del Antiguo Testamento; su objetivo es la edificación y exhortación de la
iglesia sin añadir doctrinas nuevas ni alterar la revelación divina” (p. 55). De
este modo, creemos que Dios continúa interesado en el bienestar de su pueblo
y no ha perdido ni su deseo ni su poder de comunicarse con nosotros. Sin
embargo, Él nunca revelará nuevas doctrinas ni verdades ajenas a las
Escrituras ni otorgará a las palabras de sus siervos un peso superior o igual al
de la Biblia.[237]
Cuando alguien afirma hablar de parte de Dios, la clave es comparar
ese mensaje con las enseñanzas bíblicas. Como 1 Juan 4:1 advierte:
«Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios,
porque muchos falsos profetas han salido por el mundo». Este principio de
discernimiento es esencial, pues 1 Tesalonicenses 5:20-21 declara: «No
menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno». Por lo
tanto, ya sea una “palabra del Señor” o una profecía, nuestra respuesta debe
ser la misma: comparar cada mensaje con la Palabra de Dios. Si contradice la
Escritura, debe desecharse; si concuerda, se debe pedir sabiduría para
aplicarlo correctamente.[238]
Los cristianos, especialmente los pentecostales y carismáticos,
debemos ser cautelosos con aquellos que afirman tener un "nuevo" mensaje
de parte de Dios. Aunque creemos en la vigencia de todos los dones, incluido
el de profecía, no significa que seamos incautos. Pablo instruye a los
tesalonicenses: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías.
Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal” (1
Tesalonicenses 5:19-22). La conexión entre “no menospreciéis las profecías”
y “examinadlo todo” nos indica que el don de profecía debe someterse a
discernimiento. Así, algunas profecías serán edificantes, mientras que otras
no tendrán valor.[239]
Es particularmente importante ser cautelosos con aquellos que se
presentan como autoridades por encima de la Palabra escrita, pretendiendo
traer una “revelación nueva” o una “palabra fresca” para nuestra vida, que
debe considerarse autoritativa. Una cosa es expresar, “anoche tuve un sueño
interesante”, y otra muy distinta es afirmar, “anoche Dios me dio un sueño y
debes obedecerlo”. Ninguna declaración humana debe considerarse igual o
superior a la Palabra de Dios. Como pentecostales que creemos en la vigencia
de los dones espirituales, nos aferramos a la Sola Scriptura precisamente
porque afirmamos que Dios ya nos ha dado la Escritura como la norma
infalible de fe y conducta a través de la cual evaluaremos cualquier otra
manifestación o mensaje.[240]
La continuidad de los dones no implica la suspensión del
discernimiento; al contrario, lo refuerza. Como enseña Paul en su carta a los
corintios, “Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14:33).
El don de profecía, tal como lo ejercitamos hoy, difiere significativamente del
oficio profético en el Antiguo Testamento. Mientras los profetas de la
Antigua Alianza eran voceros directos de Dios, cuyas palabras eran infalibles
y obligatorias para el pueblo (Deuteronomio 18:18, 20-22), el don profético
en el Nuevo Testamento tiene una función diferente. Este cambio se debe, en
gran parte, a la plenitud de la revelación en Cristo y a la autoridad de los
apóstoles, quienes establecieron los fundamentos doctrinales para la iglesia
(Efesios 2:20).[241]
En el Antiguo Testamento, las palabras de los profetas eran la voz
misma de Dios para sus generaciones. Así, desobedecer o ignorar esas
palabras equivalía a rechazar a Dios mismo. Por ello, los profetas declaraban:
“Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí” (Isaías 45:5).
Este tipo de revelación era indiscutible e infalible (Kaiser, 2000, p. 202). Sin
embargo, en el Nuevo Pacto, vemos un cambio en el papel del don de
profecía, especialmente después de la muerte y resurrección de Cristo y la
venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Los apóstoles fueron llamados por
el mismo Cristo y enviados como representantes de su mensaje (Mateo
28:19-20; Juan 20:21), y es a ellos a quienes se les confió la doctrina
fundacional de la iglesia.[242]
Este principio de autoridad divina en el Antiguo Testamento también
se aplica a los escritos de los apóstoles en el Nuevo Testamento. A los
discípulos, quienes se convertirían en apóstoles después de Pentecostés, Jesús
les dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).
Igualmente, les instruyó: “Id, y haced discípulos a todas las naciones”
(Mateo 28:19). Pablo recibió un llamado similar cuando Cristo le dijo en el
camino a Damasco: “Yo te enviaré lejos a los gentiles” (Hechos 22:21). Esta
comisión apostólica no solo confería autoridad, sino que colocaba a los
apóstoles en la línea profética de los mensajeros de Dios, transmitiendo la
revelación divina.[243]
Así, los apóstoles desempeñaron un papel único e irrepetible en la
historia de la iglesia, como ministros del nuevo pacto y “fundamento” de la
iglesia (Efesios 2:19-21). Pablo se refiere a sí mismo como “ministro de un
nuevo pacto” (2 Corintios 3:6), subrayando su rol en la revelación del
mensaje de Cristo.[244]. Fuera de los apóstoles, no encontramos en el Nuevo
Testamento a otros líderes con autoridad para establecer doctrina infalible. En
cambio, el don de profecía, aunque sigue vigente en la iglesia, está sujeto a la
evaluación de la comunidad y debe someterse a la autoridad de la Escritura (1
Corintios 14:29).[245]
En este contexto, la práctica profética en el Nuevo Testamento se
distingue claramente de la profecía veterotestamentaria. Mientras los profetas
antiguos actuaban como la “voz de Dios” para su generación, los profetas del
Nuevo Testamento profetizan para la edificación, exhortación y consolación
de la iglesia, y sus mensajes no poseen el mismo nivel de autoridad doctrinal
(1 Corintios 14:3). De hecho, Pablo instruye que “si alguno cree ser profeta o
espiritual, reconozca que lo que os escribo es mandamiento del Señor” (1
Corintios 14:37), poniendo énfasis en que las instrucciones apostólicas tienen
primacía sobre cualquier expresión profética.[246]
A medida que el canon bíblico fue completado y la autoridad
apostólica establecida, se observa un cambio en el patrón del ejercicio del
don profético. Aunque el don sigue operando en la iglesia, su función no es la
de establecer doctrina infalible, sino de edificar y exhortar a los creyentes.
Los apóstoles, al ser testigos directos de Cristo y comisionados
personalmente por Él, tenían una autoridad única en la iglesia primitiva que
no se replica en profetas o maestros posteriores.[247] Así como los profetas del
Antiguo Testamento llamaban al pueblo de Israel al arrepentimiento y
obediencia a los términos del pacto, los apóstoles establecieron las doctrinas
fundamentales del Nuevo Pacto en Cristo. Por lo tanto, aunque creemos en la
continuidad de los dones espirituales, reconocemos que la Escritura es la
norma infalible y la autoridad final en cuestiones de doctrina y fe.[248]
Este entendimiento evita el error de algunos que, bajo el manto de la
profecía, intentan introducir doctrinas nuevas o confundir a los creyentes con
afirmaciones personales no sujetas a la prueba bíblica. Ser pentecostal y creer
en la continuidad de los dones espirituales no significa abandonar el principio
de la Sola Scriptura. Al contrario, implica una mayor responsabilidad de
medir cualquier manifestación o palabra profética contra la Palabra de Dios.
Como bien expresa Pablo: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1
Tesalonicenses 5:21).[249]
Los pentecostales afirmamos, con convicción, que Dios sigue
hablando y manifestándose a través de sus dones. No obstante, entendemos
que estos dones están sujetos a discernimiento y que deben alinearse con la
revelación ya dada en la Escritura. La profecía contemporánea, lejos de
amenazar la suficiencia de las Escrituras, nos recuerda que el Espíritu sigue
activo en la vida de la iglesia, dirigiendo, exhortando y consolando, pero
siempre en concordancia con la Biblia, que es nuestra base inamovible de fe
y conducta.[250]

La Voz Del Espíritu En La Comunidad: Profecía,


Sola Scriptura Y El Equilibrio Bíblico-Pentecostal
Aunque muchos hoy tienden a asumir que los profetas del Nuevo
Testamento eran semejantes a los del Antiguo Testamento, el análisis de las
Escrituras sugiere una diferencia significativa. No existe suficiente evidencia
que indique que en las iglesias del Nuevo Testamento existiera un grupo de
profetas cuya autoridad fuera absoluta y equivalente a la de los apóstoles,
como para que sus palabras fuesen consideradas "inspiración divina
incuestionable." La exhortación de Pablo en 1 Corintios 14:29, que establece
la necesidad de examinar las profecías, muestra que estas palabras debían ser
juzgadas.[251]
Pablo afirma: “En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que
los demás examinen con cuidado lo dicho” (1 Corintios 14:29, NVI). Este
llamado a la congregación a juzgar las profecías indica una clara distinción
entre la autoridad apostólica y el ejercicio profético en la congregación. Si
Pablo hubiese concebido que toda profecía tenía el mismo carácter infalible
que la Escritura, esta indicación de “examinar” sería innecesaria, ya que las
palabras de Dios no requieren verificación humana.[252] La congregación, bajo
esta instrucción, era alentada a juzgar cada mensaje a la luz de la enseñanza
de los apóstoles, sin dar a estos profetas la misma autoridad que a las palabras
inspiradas de las Escrituras.
Pablo también aclara que el don de profecía, aunque basado en una
revelación divina, no tiene autoridad canónica. En 1 Corintios 14:37-38, él
escribe: “Si alguno piensa que es profeta o espiritual, reconozca que lo que
os escribo es mandamiento del Señor…” (LBLA). La autoridad apostólica en
las Escrituras es incuestionable y su enseñanza, en estos términos, se presenta
como un “mandato del Señor,” en contraste con la profecía común en la
congregación, que tiene un carácter secundario y está sujeta a evaluación.[253]
Esta distinción se observa también en otros pasajes, como Hechos 21:4,
donde ciertos discípulos, “por el Espíritu,” instan a Pablo a no subir a
Jerusalén. Sin embargo, él decide ir, señalando que estos mensajes proféticos,
aunque espirituales, no llevaban el mismo peso de autoridad y no constituían
mandatos absolutos.
Este punto se confirma en el relato de Hechos 21:10-11 con la
profecía de Agabo. Agabo predice que “los judíos en Jerusalén atarán al
varón de quien es este cinto y lo entregarán en manos de los gentiles.” Sin
embargo, cuando Pablo es arrestado, se observa que fueron los romanos, y no
los judíos, quienes lo ataron (Hechos 21:33). Este relato muestra cómo la
interpretación humana puede intervenir en la profecía, y que Agabo, a pesar
de ser reconocido como profeta, no fue infalible en cada detalle.[254] Este tipo
de profecía, aunque significativa, no tiene el mismo grado de autoridad que
las Escrituras inspiradas.
Los pentecostales reconocemos que la profecía contemporánea,
aunque útil y a menudo específica, no es equivalente a la revelación canónica.
En concordancia con 1 Tesalonicenses 5:20-21, entendemos que toda
profecía debe ser examinada y valorada en su contexto, reteniendo solo lo
bueno. Este mandato de Pablo a los tesalonicenses indica que, aunque los
dones espirituales están vigentes, la profecía no se considera como “las
palabras del Señor” con una autoridad indiscutible. Este hecho subraya la
diferencia entre lo que podríamos llamar una “profecía apostólica,” dotada de
absoluta autoridad divina, y la “profecía congregacional,” la cual es
influenciada por el espíritu humano y está sujeta a interpretación.[255]
En tiempos actuales, los pentecostales continuamos afirmando la
vigencia de los dones espirituales sin socavar la supremacía de la Palabra
escrita de Dios. Esta postura, que subordina toda manifestación profética a la
autoridad bíblica, sigue el principio de la Sola Scriptura. La iglesia del
Nuevo Testamento demostró que, aunque valoraban los dones del Espíritu,
mantenían la Escritura como la guía infalible de fe y conducta, una práctica
que es esencial también hoy en día.[256]
La doctrina pentecostal sostiene que, aunque la profecía tiene valor y
puede ser de gran ayuda espiritual, su ejercicio debe mantenerse siempre
subordinado a la autoridad de las Escrituras. La influencia del factor humano
en la transmisión de un mensaje profético implica que la profecía
contemporánea nunca alcanzará el mismo grado de infalibilidad que la
revelación bíblica. Este enfoque respeta el principio de la Sola Scriptura, tal
como la iglesia del Nuevo Testamento, la cual mantenía un equilibrio
saludable entre los dones espirituales y la centralidad de las Escrituras.[257]
Además, la instrucción de Pablo en 1 Tesalonicenses 5:20-21 de
“examinarlo todo y retener lo bueno” ilustra esta actitud equilibrada. Al
examinar cada profecía, la congregación reconoce la intervención divina sin
comprometer la exclusividad de las Escrituras como norma final de fe y
conducta.[258] Este es el mismo principio que guía a los pentecostales hoy:
creemos en la vigencia de los dones y la profecía, pero con la convicción de
que la Biblia permanece como la única y definitiva palabra de Dios. Así, la
comunidad pentecostal sigue fiel a los fundamentos bíblicos, sosteniendo la
autoridad de la Escritura al tiempo que fomenta un ambiente donde el
Espíritu Santo puede manifestarse libremente, pero sin contradecir la verdad
revelada.[259]

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Renewing Christian Theology: Systematics for a
Yong, A. (2019).
Global Christianity. Baker Academic.
MILAGROS CONTINUOS:
LA PRESENCIA DE DIOS
EN TODA LA HISTORIA
BÍBLICA
"No hay un solo versículo en el Nuevo Testamento que diga que los dones
milagrosos del Espíritu cesarían antes del regreso de Cristo. Más bien, las
enseñanzas de Pablo sobre los dones espirituales en 1 Corintios 12-14 muestran
que fueron diseñados para operar continuamente en la iglesia, hasta que veamos a
Cristo cara a cara.”

Grudem, W. (2000). The Gift of Prophecy in the New Testament and Today.
Crossway, P. 102.

"Hay diversas maneras de actuar, pero es un mismo Dios quien efectúa todas las
cosas en todos. A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el
bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros,
por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo
Espíritu; y a otros, dones para sanar enfermos por ese único Espíritu. A otros,
poderes milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el
hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un
mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina" (1
Corintios 12:4-11, NVI)

Uno de los argumentos más frecuentemente citados en defensa del


cesacionismo, sostiene que las señales, milagros y prodigios no eran
fenómenos regulares, ni siquiera en tiempos bíblicos. Según este
razonamiento, dichos eventos estaban agrupados en momentos clave de la
revelación en la historia de la redención. John MacArthur lo resume de la
siguiente manera:
"Muchos milagros bíblicos ocurrieron entre periodos relativamente cortos de
la historia bíblica: en los días de Moisés y Josué, durante los ministerios de
Elías y Eliseo, y en la vida de Cristo y los apóstoles. Ninguno de esos
periodos duró más de 100 años. Cada uno de ellos fue testigo de una
proliferación de milagros sin precedentes en otras eras. Aparte de estos
intervalos, los únicos eventos sobrenaturales recogidos en las Escrituras
fueron incidentes aislados." [260]
Sin embargo, este argumento presenta múltiples fallas teológicas,
bíblicas y lógicas que merecen ser confrontadas.

Los Milagros En Toda La Historia Bíblica


A simple vista, podría parecer que únicamente en tres periodos de la
historia de la redención —los días de Moisés, los ministerios de Elías y
Eliseo, y la vida de Cristo y sus apóstoles— los fenómenos milagrosos fueron
visibles sobre la tierra, o que solamente durante estos Dios obró de manera
milagrosa a través de sus siervos. Sin embargo, ese no es el caso. La Biblia
registra que los milagros ocurrieron sin excepción en todos los periodos de la
historia sagrada, incluso en aquellos fuera de los tres episodios ya
mencionados. Por ejemplo:

El milagro de hacer retroceder las aguas del Jordán (Josué 3:14-


17), la caída de las murallas de Jericó (Josué 6:6-20) y el milagro
del sol y la luna (Josué 10:12-14), todos realizados por la mano
de Dios a través de Josué, en un periodo posterior a la muerte de
Moisés.
Los truenos y lluvias invocados por Samuel (1 Samuel 12:18).
El don de sabiduría concedido a Salomón (1 Reyes 3).
El juicio milagroso sobre el brazo de Jeroboam, su posterior
sanidad y la profecía que vino después a través de otro profeta
para condenar la desobediencia del primero (1 Reyes 13).
El milagro de hacer retroceder la sombra del reloj de Ezequías,
realizado por el profeta Isaías (2 Reyes 20:9-11).
La liberación milagrosa de Sadrac, Mesac y Abednego del horno
de fuego (Daniel 3:19-27).
El milagro que salvó a Daniel de los leones (Daniel 6:16-23) y sus
posteriores visiones y profecías sobre el futuro.
El milagro de Jonás y el gran pez (Jonás 2:1-10).
Los dones de revelación otorgados a todos los profetas del
Antiguo Testamento, desde Josué hasta el último profeta del Viejo
Pacto, ya sea que hayan escrito un libro inspirado o no.
Incluso si aceptáramos la tesis de MacArthur, creyendo que los milagros
ocurridos en los periodos mencionados fueron más destacables que en
periodos posteriores, este hecho sería insuficiente para probar que los
fenómenos milagrosos no ocurrieron en otras épocas diferentes a las
señaladas por los cesacionistas. Mucho menos demostraría que los milagros,
señales y prodigios realizados por la mano del Señor a través de sus siervos
no puedan ocurrir en épocas posteriores.[261]

La Influencia De La Incredulidad
La idea de la aparente escasez de milagros, o "silencio milagroso", en
ciertos periodos del Antiguo Testamento podría deberse más a la terquedad
del pueblo de Dios que a un supuesto principio teológico que establezca
como norma la escasez de manifestaciones sobrenaturales fuera de ciertos
períodos específicos. Así, la relativa baja frecuencia de los milagros se
explicaría por la rebelión, la incredulidad y la apostasía de Israel a lo largo de
gran parte de su historia (Salmos 74:9-11; 77:7-14), y no por la voluntad de
Dios de restringir los milagros a momentos puntuales y únicamente a ellos.
Hallamos respaldo bíblico para pensar de esta manera en el hecho de que
incluso Jesús, en algunas ocasiones durante su ministerio, no pudo efectuar
todos los milagros, sanidades y prodigios que hubiese querido, debido a la
incredulidad de la gente, lo cual asombró al mismo Jesús:
“Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos
enfermos, poniendo sobre ellos las manos” (Marcos 6:5).
“Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos”
(Mateo 15:38).
El problema no era un decreto divino para limitar las señales a un
periodo específico (¡esto le ocurrió al mismo Jesús!) ni la
incapacidad o falta de respaldo divino del Maestro, sino la
incredulidad y dureza de corazón del pueblo y sus líderes. Si los
cesacionistas ven que los dones carismáticos, las señales y
prodigios escasean en sus filas o están totalmente ausentes de sus
congregaciones, el problema ciertamente no está en Dios. Más
bien, deberían examinarse a sí mismos y preguntarse si la
incredulidad y la teología restrictiva no han apagado el mover del
Espíritu Santo en sus comunidades.[262]

El Silencio Como Argumento


El cesacionismo es completamente ajeno a la mentalidad de los
escritores sagrados. En ningún momento, ni en el Antiguo ni en el Nuevo
Testamento, se argumenta que, debido a que los fenómenos milagrosos
estuvieron "agrupados" en puntos específicos de la historia de la redención,
no deberíamos esperar que Dios desplegara su poder en otros momentos.
¡Los cesacionistas, simplemente, no existían en el Antiguo ni en el Nuevo
Testamento!
Es más, en ningún periodo de la historia del Antiguo Testamento
cesaron los milagros. El hecho de que en ciertos momentos de la historia de
la redención se registren solo algunos milagros demuestra dos cosas: que los
milagros efectivamente ocurrieron, y que la narración bíblica documentó
únicamente unos pocos. Esto no demuestra que solo ocurrieran unos pocos ni
que estuvieran limitados a los tres periodos señalados por los cesacionistas.
El cesacionismo comete el error de interpretar el silencio bíblico como
evidencia de cesación. Jeremías 32:20 declara:
"Tú hiciste señales y portentos en tierra de Egipto hasta este día, y en Israel,
y entre los hombres."
La frase "hasta este día" refuerza la idea de que Dios sigue obrando
señales y portentos mucho después de los eventos iniciales en Egipto, los
cuales marcaron un hito en la redención del pueblo de Israel. Estas obras
milagrosas no se detuvieron en un momento particular de la historia, sino que
continuaron en Israel y, significativamente, "entre los hombres". Este último
término amplía el alcance de los milagros de Dios, indicando que no se
limitaron al pueblo escogido, sino que también afectaron a otras naciones y a
la humanidad en general.
El contexto bíblico muestra que Dios actuó con poder no solo en los
eventos épicos de la liberación de Egipto o en los días de Moisés, sino
también en momentos posteriores que, aunque menos conocidos o menos
documentados, no son menos significativos. ¿O quién diría que los prodigios
realizados a través de Josué, como el cruce del Jordán y la caída de Jericó
(Josué 3:14-17; 6:6-20) fueron milagros irrelevantes? Por el contrario, ellos
demuestran que el poder milagroso de Dios continuaba acompañando a Su
pueblo en su jornada hacia la tierra prometida.
Aunque no siempre se describen como eventos grandiosos, las victorias
obtenidas contra ejércitos más grandes y las intervenciones sobrenaturales en
momentos de crisis, como en el caso de Gedeón (Jueces 7:19-22), también
reflejan el continuo obrar de Dios. Además, a lo largo de los siglos, Dios
levantó profetas que realizaron señales milagrosas, desde el ministerio de
Isaías hasta el milagro de la sombra retrocediendo en el reloj de Ezequías (2
Reyes 20:9-11), entre muchos otros.
Esta declaración en Jeremías implica que el poder de Dios no está
confinado ni agotado en un periodo o evento específico, sino que es inherente
a Su carácter eterno y Su relación con la humanidad. Su capacidad para obrar
milagros permanece constante, incluso si los registros históricos son
incompletos. Esto nos lleva a reflexionar sobre dos puntos clave:
1. La soberanía de Dios trasciende el tiempo y los eventos
registrados: Aunque no todas las señales fueron documentadas,
Dios no dejó de actuar entre Su pueblo. Su obrar milagroso, tanto
en Israel como "entre los hombres", muestra Su implicación
constante en la historia humana.
2. El registro bíblico es representativo, no exhaustivo: Las
Escrituras nos proporcionan un marco de referencia para
comprender la obra de Dios, pero no pretenden narrar cada
intervención divina en la historia. Por ello, debemos considerar
que muchos milagros, especialmente los cotidianos o menos
visibles, quedaron fuera del registro.

Estas verdades nos anima a esperar el continuo obrar de Dios en


nuestras vidas y en el mundo actual. Si bien no siempre veremos
manifestaciones espectaculares, la fidelidad de Dios garantiza que sigue
trabajando entre los hombres. Su poder, manifestado en señales y portentos
desde Egipto hasta este día, continúa siendo accesible para quienes confían
en Él. Esto nos desafía a vivir con fe y expectativa, reconociendo que los
milagros de Dios no están limitados al pasado, sino que son una realidad
vigente.
No deberíamos esperar que la biblia contenga registro de todos los
milagros ocurridos desde Adán hasta el fin del mundo. Y eso no implicaría
que nunca ocurrieron o que dios cesó de hacer milagros. De hecho, el
Evangelio de Juan señala:
"Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús (y no dudamos que
también sus siervos en todas las generaciones del tiempo), las cuales, si se
escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros
que se habrían de escribir. Amén.” (Juan 21:25)
No todas las obras de Dios y sus señales milagrosas fueron registradas
en las Escrituras. Las que lo están se registraron para que creyéramos; pero al
parecer esto no funciona con los cesacionistas, los cuales hayan más fácil
creer que Dios “pudo” hacer algo en algún momento remoto de la historia
pasada, pero no que “puede” hacer algo hoy a través de sus ministros.
Ignoran, voluntaria y maliciosamente, que el registro bíblico no pretende ser
exhaustivo, sino selectivo y didáctico. La falta de registro no implica la
ausencia de milagros. Más bien, como indica Jeremías (y también Juan), las
señales de Dios fueron constantes y continuas.[263]

Una Definición Limitada De Milagros


La idea de que los milagros cesaron fuera de estos tres periodos
especiales solo tiene sentido si aceptamos sin cuestionar la definición tan
limitada propuesta por los cesacionistas. Esta definición insiste en que, para
ser considerados milagrosos, los hechos extraordinarios deben ocurrir
«mediante un agente humano» y deben servir para "autenticar" al mensajero a
través del cual Dios está revelando ciertas verdades. Sin embargo, estos
requisitos para considerar algo como milagroso no provienen de la Palabra de
Dios, sino de imposiciones al texto propuestas por teólogos cesacionistas
como John MacArthur y otros.
Si, según esta definición, es imprescindible un "agente humano" o una
persona "con dones" para que un acontecimiento se considere milagroso,
¿qué ocurre con eventos como el nacimiento virginal o la resurrección de
Jesús? ¿Qué hay de la resurrección de los santos mencionada en Mateo
27:52-53, o de la liberación de Pedro de la cárcel en Hechos 12? ¿Acaso la
muerte instantánea de Herodes en Hechos 12:23 deja de ser un milagro
porque el agente fue un ángel? ¿El terremoto que abrió la prisión donde
estaban Pablo y Silas deja de ser un milagro porque Dios actuó directamente,
sin un intermediario humano? ¿La liberación de Pablo del veneno de una
víbora (Hechos 28) tampoco califica como milagro? Definir un milagro
únicamente como aquellos fenómenos que implican la intervención de un
agente humano es arbitrario. Esta definición parece haber sido desarrollada
principalmente para reducir la frecuencia de los milagros en el relato bíblico.
Además, ¿la revelación de Dios ha estado siempre acompañada de
milagros para evidenciar que se trataba de una revelación divina? No, este no
ha sido siempre el caso. Es cierto que, en muchas ocasiones, los milagros
confirmaron y autentificaron al mensajero divino. Sin embargo, reducir el
propósito de los milagros a esa única función es ignorar las otras razones por
las cuales Dios los ha ordenado. La asociación de lo milagroso con la
revelación divina podría ser un argumento a favor del cesacionismo
únicamente si la Biblia restringiera la función de los milagros exclusivamente
a la verificación de una revelación. Pero ese no es el caso.
El Antiguo Testamento revela un patrón coherente de manifestaciones
sobrenaturales a lo largo de la historia humana. Además de la multitud de
milagros durante las vidas de Moisés, Elías y Eliseo, encontramos numerosos
casos de actividad angélica, visitas sobrenaturales, revelaciones, sanidades,
sueños, visiones, y más. Y estos eventos no siempre implicaron la
intervención de un agente humano ni tuvieron como propósito exclusivo
verificar una revelación divina.
Una vez que nos desprendemos de la definición limitada de lo
milagroso propuesta por los cesacionsitas, emerge una imagen mucho más
amplia y rica de la vida religiosa en el Antiguo Testamento, donde los
milagros no están restringidos a periodos concretos ni a propósitos limitados.
La interpretación reduccionista del cesacionismo simplemente no tiene
fundamento bíblico. Los milagros no solo confirman la revelación, sino que
también demuestran el carácter y el poder de Dios. Reducir el propósito de
los milagros a la función de autenticar mensajeros limita innecesariamente la
comprensión de la obra de Dios en la historia.[264]

Profecía Y Milagros Continuos


La mayoría de los cesacionistas insiste en que la profecía del Antiguo
Testamento y la del Nuevo Testamento son esencialmente la misma. Además,
reconocen rápidamente que la profecía del Nuevo Testamento era un don
"milagroso". Si la profecía del Antiguo Testamento tenía la misma
naturaleza, entonces tenemos un ejemplo claro de un fenómeno milagroso
que se manifestó a lo largo de toda la historia de Israel.
De este modo, el don de la profecía, presente tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento, es, por sí mismo, un argumento irrefutable a
favor de la continuidad de los dones carismáticos en toda la historia bíblica.
Resulta vergonzoso, sin embargo, que aunque los cesacionistas reconocen la
naturaleza milagrosa de este don, ignoran selectiva y voluntariamente que su
existencia a lo largo de la historia bíblica refuta la noción de que los milagros
fueron "agrupados" en periodos específicos. Cada vez que hubo actividad
profética, hubo actividad milagrosa, evidenciando el continuo obrar de Dios a
través de su pueblo.[265]
El argumento cesacionista que alega que los milagros estuvieron
confinados a periodos específicos carece de fundamento bíblico, lógico e
histórico. La narrativa bíblica muestra un Dios que actúa milagrosamente en
todas las épocas. Limitar los milagros a tres periodos específicos no solo
distorsiona la historia bíblica, sino que también subestima el poder continuo
del Espíritu Santo en la iglesia hoy. Como pentecostales, afirmamos que los
dones y milagros son para todos los tiempos y que su ausencia en ciertos
contextos no es evidencia de cesación, sino de incredulidad o mala teología.
Así de simple.

Referencias
Frame, J. M. (1997). Worship in Spirit and Truth. P&R
Publishing.
Grudem, W. (2000). The Gift of Prophecy in the New Testament
and Today. Crossway.
Keener, C. S. (2011). Miracles: The Credibility of the New
Testament Accounts. Baker Academic.
MacArthur, J. F. (1992). Charismatic Chaos. Zondervan.
Storms, S. (2007). Practicing the Power: Welcoming the Gifts of
the Holy Spirit in Your Life. Zondervan.
MILAGROS: UN ANHELO
FUNDADO EN LAS
PROMESAS DE DIOS
"La oración por señales y milagros no debe verse como una falta de fe, sino como
un acto de confianza en que Dios está presente y activo en el mundo hoy, deseando
mostrar su poder para glorificar a Cristo y edificar a su iglesia"
Grudem, W. (2020). Teología sistemática: Una introducción a la doctrina
bíblica (2da ed.). Vida, P. 1157.

"Les aseguro que el que cree en mí también hará las obras que yo hago y aun las
hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en mi
nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi
nombre, yo lo haré." (Juan 14:12-14, NVI)

De labios cesacionistas hemos oído declaraciones como las


siguientes:
“La búsqueda de prodigios, señales y milagros es vista en el Nuevo Testamento
como una indicación de inmadurez espiritual o evidencia de una fe débil. Orar por
la sanidad de alguien o por una demostración de poder divino es apenas una acción
nacida de la ignorancia teológica.”
“Un deseo de futuras señales y milagros es pecaminoso y una marca de
incredulidad."
Aunque este argumento pueda parecer piadoso, no encuentra respaldo
ni en el Nuevo Testamento ni en el sentir de la iglesia primitiva. Más bien,
parece un intento desesperado por desacreditar las intenciones y la fe de
quienes creemos en la vigencia actual de los dones carismáticos y las señales
que los acompañan.
Cuando un cesacionista insiste en que creer en milagros y pedirlos es
una prueba de inmadurez espiritual, debemos reflexionar profundamente
sobre esta postura. Esta actitud, que pretende emanar piedad y madurez,
revela una preocupante "incredulidad santificada", un escepticismo
camuflado bajo un barniz de espiritualidad. Es curioso observar cómo se
defiende con vehemencia la idea de un Dios que actuó en el pasado con
poder, pero se niega a aceptar que ese mismo Dios pueda obrar hoy con la
misma autoridad y soberanía. Esta visión restringe la obra del Espíritu Santo
al tiempo de los apóstoles, reduciendo así la experiencia cristiana a una
historia desprovista de intervención divina actual.[266]
El problema radica en que esta postura no solo limita la comprensión
de la naturaleza de Dios, sino que también denota una profunda desconfianza.
En el fondo, no se trata de una convicción teológica bien fundamentada, sino
de un temor a ser defraudados. Decir que ya no debemos pedir milagros o
esperar intervenciones sobrenaturales es, en esencia, admitir una falta de fe
en el poder continuo de Dios. No obstante, la incredulidad disfrazada de
racionalidad teológica no es menos incredulidad que otra.[267] Esta actitud no
solo es inconsistente con la naturaleza inmutable de Dios (Malaquías 3:6),
sino también con la promesa de que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por
los siglos (Hebreos 13:8).
Desde nuestra perspectiva pentecostal, entendemos que la fe viva
implica no solo creer en lo que Dios ha hecho en el pasado, sino también
confiar plenamente en lo que Él puede y quiere hacer hoy. La actitud
cesacionista revela una preocupante contradicción: celebran los relatos
bíblicos de milagros como verdades inspiradas, pero los relegan al pasado
como si el poder de Dios estuviera limitado por la historia. Esta resistencia
por parte d ellos cesacionistas a los milagros modernos es a menudo menos
teológica que psicológica, una protección contra el temor a la desilusión.[268]
Debemos ser claros: esta "incredulidad santificada" no es otra cosa
que desconfianza en la fidelidad de Dios. Si realmente creemos que Dios es
soberano, todopoderoso y fiel, no deberíamos temerle al poder de su
manifestación actual. La Biblia no presenta un Dios que cesa en su obrar
milagroso, sino uno que actúa en respuesta a la fe de su pueblo (Mateo
21:22). Por tanto, rechazar los milagros contemporáneos no es sólo un error
teológico, sino también una postura que empobrece nuestra experiencia de la
fe cristiana.
Como iglesia pentecostal, afirmamos que la continuidad de los dones
espirituales y de los milagros es parte integral del Reino de Dios. Limitar su
obra al pasado es, por decirlo de alguna manera, como encerrar a Dios en una
caja que nuestra incredulidad ha construido.[269] Creemos en un Dios que no
solo hizo, sino que sigue haciendo, un Dios que no solo habló, sino que sigue
hablando y obrando con poder.
Desde una perspectiva puramente bíblica, basta con observar Hechos
4:29-31, que recoge la oración de la iglesia de Jerusalén, para identificar los
fallos en el argumento cesacionista:
«Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo
hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y
señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron
orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del
Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.»
De este pasaje bíblico podemos deducir al menos dos cosas:

Primero, que es bueno orar por señales y milagros, y que pedir a


Dios demostraciones de Su poder no es un acto indebido ni refleja
un desequilibrio emocional o espiritual.
Segundo, que no existe un conflicto intrínseco entre los milagros y
el mensaje, entre los prodigios y la palabra de la cruz. Por el
contrario, ambos se complementan; la predicación del Evangelio
y las señales y prodigios van de la mano.
El apóstol Pablo parece respaldar estos principios en su propio ministerio:
«Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no
esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.» (1 Corintios
2:4-5).

Para Pablo, al igual que para el resto de los creyentes de la iglesia


primitiva, buscar y orar por manifestaciones del poder divino —sanidades,
milagros y prodigios— no solo es algo bueno y provechoso, sino que honra al
Señor Jesucristo y constituye una parte inseparable de la proclamación del
verdadero Evangelio. Nunca se consideró como un signo de inmadurez
espiritual o incredulidad, sino más bien todo lo contrario.
Además, Pablo enfatiza repetidamente la necesidad de los dones
espirituales como parte esencial de la vida y misión de la iglesia. En 1
Corintios 12:7-11, declara que los dones son manifestaciones del Espíritu
para provecho de la comunidad. Estos dones, que incluyen sanidades,
profecías y milagros, no solo edifican a los creyentes, sino que también
testifican al mundo sobre el poder vivo de Dios. En Romanos 15:18-19,
Pablo reafirma que su ministerio fue acompañado de señales y prodigios
realizados por el poder del Espíritu de Dios, demostrando así que estas
manifestaciones son inseparables de la predicación efectiva del Evangelio.
Así pues, la presencia de milagros y señales en la iglesia no es una
opción adicional, sino una prueba de que Cristo verdaderamente está entre
nosotros. Como Pablo escribe en 1 Corintios 14:24-25, cuando los dones son
ejercidos adecuadamente, incluso los incrédulos son convencidos y
reconocen la presencia de Dios. Si la iglesia es el cuerpo de Cristo,
deberíamos esperar que manifieste su poder vivificante. Solo una iglesia
muerta carece de los carismas del Espíritu, porque donde está el Espíritu de
Dios, hay vida, milagros y transformación (2 Corintios 3:17-18).

¿Cómo Entendemos Mateo 12:39 Y 16:4?


¿Qué hacemos entonces con pasajes como Mateo 12:39 y 16:4?
¿Acaso no condenó Jesús a quienes pedían señales? Los textos dicen lo
siguiente:
«Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal
no le será dada, sino la señal del profeta Jonás.» (Mateo 12:39).
«La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la
señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue.» (Mateo 16:4).
Pablo también parece abordar algo similar en 1 Corintios 1:22-23:
«Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros
predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para
los gentiles locura.»
¿No son estos pasajes una condena clara contra quienes buscan
señales milagrosas? ¿Acaso Jesús no calificó como "perversos y adúlteros" a
los que demandaban señales? ¿No criticó Pablo a los judíos por buscar
señales?

Contexto Y Motivación
Es innegable que tanto Jesús como Pablo censuraron a ciertos grupos
por buscar señales. Sin embargo, el asunto no es tan simple como los
cesacionistas pretenden al usar estos versículos. Para entender las palabras de
Jesús, primero debemos identificar quiénes eran sus destinatarios y cuál era la
motivación detrás de sus demandas.
Un análisis del contexto muestra que Jesús se dirigía a los escribas y
fariseos incrédulos (y Pablo, a los judíos inconversos en 1 Corintios 1:22-23).
Estas personas no eran hijos de Dios, ni fieles creyentes, ni devotos cristianos
buscando experimentar la gloria de su Señor. Aquellos que pedían señales a
Jesús no tenían la intención de seguirle sinceramente. Por eso, Jesús y Pablo
los confrontaron de manera severa.
Para el Señor, buscar señales es "perverso y adúltero" únicamente
cuando esa demanda proviene de un corazón rebelde que busca excusas para
no creer. Los escribas y fariseos que cuestionaban a Jesús pedían señales
como un pretexto para criticarle o encontrar fallas en Él.
En contraste, la motivación de la iglesia primitiva era completamente
distinta. Su oración por señales y prodigios no era un desafío a Dios ni una
búsqueda de entretenimiento. Era un clamor por glorificar a Dios mediante la
manifestación de Su poder y por ministrar Su misericordia, compasión y
amor a los necesitados. Por lo tanto, Dios condena la primera actitud (la de
los escribas, fariseos y judíos incrédulos) y aprueba la segunda (la de la
iglesia primitiva).
Por todo lo anterior, podemos afirmar que las reprensiones de Jesús y
Pablo sobre la búsqueda de señales no se aplican a los creyentes genuinos que
claman por la manifestación del poder de Dios. La búsqueda de dones y
señales en un contexto de fe y adoración es bíblicamente válida,
históricamente demostrada y teológicamente consistente con la naturaleza de
un Dios vivo y activo.

Referencias:
Grudem, W. (2004). The Gift of Prophecy in the New Testament
and Today. Crossway.
Keener, C. S. (2011). Miracles: The Credibility of the New
Testament Accounts. Baker Academic.
Macchia, F. D. (2006). Baptized in the Spirit: A Global
Pentecostal Theology. Zondervan.
Storms, S. (2012). Practicing the Power: Welcoming the Gifts of
the Holy Spirit in Your Life. Zondervan.
SEÑALES Y PRODIGIOS:
AFIRMANDO LA
CENTRALIDAD DE LA
CRUZ
"Los milagros no son contrarios a la naturaleza, sino contrarios a lo que
conocemos de la naturaleza. Y son dados por Dios no para desviar nuestra fe, sino
para confirmarla"
Agustín de Hipona, De Civitate Dei, Libro XXI, Capítulo 8.

"¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? Esta


salvación, que fue anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por
los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos con señales, prodigios y
diversos milagros, y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad" (Hebreos
2:3-4)

A menudo, los cesacionistas argumentan que los milagros y prodigios


desvían a los creyentes del verdadero mensaje del evangelio, alegando que
estos actos sobrenaturales pueden opacar la centralidad de la cruz y el poder
salvífico de Cristo. Sin embargo, esta postura es una falacia que no encuentra
sustento ni en las Escrituras ni en la práctica apostólica.

Lejos de desviar la atención del mensaje del evangelio, las señales y


prodigios actúan como una validación divina de su autenticidad. Tanto en el
ministerio de Jesús como en el de los apóstoles, los milagros no fueron un fin
en sí mismos, sino un testimonio del poder del Espíritu Santo para respaldar
la proclamación de la Palabra.
Durante una conferencia para pastores y líderes (Expositores 2022), el
reconocido maestro y autor cesacionista Josiah Grauman afirmó:
“Las señales y prodigios predicadas por el movimiento pentecostal y
carismático diluyen el poder del Evangelio. Este fuego extraño se presenta
como un nuevo Evangelio que desvía la atención de la Palabra revelada de
Dios y la coloca en las señales, las lenguas y los milagros. Pasa por alto la
centralidad de la cruz y el poder del Evangelio para salvar. El movimiento
pentecostal y carismático, con su énfasis en las señales y prodigios,
menoscaba el verdadero Evangelio de salvación.”[270]

Otro destacado predicador del cesacionismo también dijo:


“Una fe fuerte en el poder de la verdad del Evangelio irá mucho más hacia
la salvación de los pecadores que hacia una confianza en milagros
deslumbrantes. El patrón establecido y explícito de las Escrituras es que la
proclamación clara de la verdad, más que el hacer milagros, es el método
más efectivo para que el Evangelio se extienda.”[271]
Los argumentos presentados por Josiah Grauman y otros cesacionistas
contienen varias falacias exegéticas que, aunque buscan enfatizar la
centralidad de la cruz y el poder del Evangelio, sus razonamientos tienden a
ignorar, minimizar o malinterpretar el testimonio bíblico integral acerca del
rol de las señales y prodigios como parte de la proclamación del Evangelio.

Falsa Dicotomía: Cruz Versus Señales Y Prodigios


El argumento cesacionista plantea que el énfasis en las señales y
prodigios desvía la atención de la cruz, como si ambas fueran mutuamente
excluyentes. Este planteamiento, aunque atractivo en su aparente defensa de
la centralidad de la cruz, carece de fundamento bíblico y teológico. En
realidad, el testimonio de las Escrituras no establece tal dicotomía. Más bien,
las señales y prodigios son herramientas divinas que apuntan a la cruz y a
Cristo como el único Salvador. Negar esta relación es fragmentar el
Evangelio en partes que nunca fueron concebidas para estar separadas.
En el libro de Hechos, las señales y prodigios no se presentan como
un "nuevo Evangelio", ni como una distracción de la cruz, sino como
confirmación de la Palabra predicada. Pedro, en su primer discurso después
del derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, declara que Jesús fue
"acreditado por Dios ante ustedes mediante milagros, prodigios y señales"
(Hechos 2:22, NVI). Este mismo patrón se repite a lo largo de todo el libro:
los apóstoles predican a Cristo crucificado y resucitado, y Dios confirma su
mensaje con milagros (Hechos 5:12-16; 14:3). Lejos de ser una distracción,
las señales son una validación del mensaje del Evangelio. Por el contrario, el
ministerio apostólico no era concebido sin el acompañamiento visible del
poder de Dios.[272]
El autor de Hebreos es aún más enfático al declarar que el mensaje de
salvación fue "confirmado por medio de señales, prodigios, diversos
milagros y dones del Espíritu Santo, distribuidos según su voluntad"
(Hebreos 2:3-4, NVI). Este versículo no solo refuta la idea de que las señales
diluyen el mensaje de la cruz; al contrario, las presenta como evidencia
divina que refuerza su autenticidad. Si Dios mismo eligió usar señales para
testificar sobre su mensaje, ¿quiénes somos nosotros para despreciarlas? La
relación entre la cruz y los dones carismáticos es complementaria, no
antagónica.[273]
Además, ignorar las señales y prodigios equivale a despojar al
Evangelio de una dimensión esencial de su proclamación. Pablo mismo
afirmó que no predicó "con palabras sabias y elocuentes", sino "con
demostración del Espíritu y de poder, para que la fe de ustedes no
dependiera de la sabiduría humana, sino del poder de Dios" (1 Corintios
2:4-5, NVI). ¿Acaso debemos suponer que Pablo estaba equivocado? ¿O es
que el cesacionismo ha optado por redefinir el cristianismo según sus propios
términos, despojándolo del poder sobrenatural que lo distingue de cualquier
sistema filosófico? La falsa dicotomía entre la cruz y las señales no solo
contradice el testimonio bíblico, sino que también empobrece nuestra
comprensión del Evangelio. La cruz y los milagros son dos caras de la misma
moneda: la cruz revela el propósito último de Dios en Cristo, mientras que las
señales y prodigios testifican el poder y la autoridad de ese mensaje. No
podemos abrazar una sin la otra. El poder del Evangelio radica tanto en su
mensaje como en las evidencias que lo acompañan.[274]

Reducción al absurdo: Señales como "fuego extraño"

Comparar las señales y prodigios con "fuego extraño" no solo es una


exageración, sino también una falacia de equivalencia inapropiada. Las
Escrituras nunca condenan las señales realizadas en el nombre de Cristo ni las
identifican como peligrosas para el Evangelio. Al contrario, éstas son
presentadas como evidencias del poder del Reino de Dios. Jesucristo mismo
declara que las señales son parte integral de la proclamación del Reino:
“Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su lepra a los que
tienen lepra, expulsen a los demonios. Lo que ustedes recibieron gratis,
denlo gratuitamente” (Mateo 10:7-8, NVI). Marcos también reafirma que las
señales acompañarán a los que creen: “En mi nombre expulsarán demonios;
hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes, y cuando
beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los
enfermos y éstos sanarán” (Marcos 16:17-18, NVI).
Es absurdo comparar estas manifestaciones, establecidas por el propio
Señor, con un "fuego extraño" que Dios rechazaría. La referencia al "fuego
extraño" en Levítico 10:1-2, donde Nadab y Abihú ofrecieron sacrificios no
autorizados, es un contexto completamente diferente que no tiene conexión
con las manifestaciones del poder del Espíritu Santo. Esa comparación, por
ende, no solo tergiversa las Escrituras, sino que también desacredita lo que el
propio Dios utiliza para revelar su gloria. Como pentecostales, reconocemos
que las señales y prodigios no son elementos accesorios, sino una
demostración esencial de la vigencia del Reino de Dios en medio nuestro.[275]
El ministerio de Jesús y sus apóstoles estuvo saturado de señales.
¿Acaso esto significó que descuidaron la cruz? Absolutamente no. Las
señales sirvieron como un medio para validar la autoridad del mensaje de la
cruz y la persona de Cristo, no como un sustituto (Hechos 2:22, NVI). De
modo que, lejos de competir con la cruz, las señales la exponen y la exhaltan.
Son un eco que resuena proclamando el triunfo del Mesías.[276]
Negar o minimizar el lugar de las señales es rebajar el Evangelio a un
conjunto de ideas filosóficas sin el respaldo del poder divino. ¡No nos
dejemos engañar! Un cristianismo sin milagros es un cristianismo sin vida (1
Corintios 2:4-5, NVI). Así, las señales son un testimonio viviente del Reino
de Dios y no pueden ser consideradas como "fuego extraño" sin cometer una
injusticia grave contra las mismas Escrituras.[277]
Además, resulta preocupante cómo algunos grupos cesacionistas
intentan justificar su postura desacreditando las manifestaciones actuales del
Espíritu Santo. En lugar de cuestionar la vitalidad de su propia fe, señalan
con desdén lo que no pueden comprender o experimentar. ¿Por qué temer al
poder del Espíritu Santo cuando sabemos que este mismo poder fue
prometido por Cristo y derramado sobre la iglesia? Necesitamos abrazar las
señales como una evidencia de que el Evangelio no solo es verdad, sino que
también transforma la realidad presente.[278]
Reducir las señales y prodigios a "fuego extraño" no solo es absurdo,
sino también una ofensa al poder del Reino de Dios. Como pentecostales,
debemos proclamar con valentía que las señales no son opcionales, sino
esenciales para la misión de la iglesia. Estas no nos desvían de la cruz; al
contrario, apuntan hacia ella y nos llaman a proclamar el Señorío de Cristo
con autoridad y poder. Rechazar las señales no solo apaga el fuego de
Pentecostés, sino que también limita nuestra fe a un sistema frío y sin vida.
¡Avivemos el fuego del Espíritu y proclamemos el Reino con señales,
prodigios y maravillas!

Ignorar El Patrón Bíblico: Señales Como Evidencia


Del Reino
El cesacionismo argumenta que “la proclamación clara de la verdad” es
suficiente y superior al hacer milagros. Si bien es cierto que la predicación es
central en la vida cristiana (¡ningún pentecostal lo negaría!), también lo es
que el patrón bíblico no pone las señales y los milagros en oposición a la
predicación, como si fueran dos fuerzas contrarias. Al contrario, en el Nuevo
Testamento, los milagros y la predicación coexisten de manera inseparable
como herramientas complementarias para la expansión del Reino de Dios.
Por ejemplo, en Hechos 4:29-31 vemos cómo los apóstoles, perseguidos
y amenazados por proclamar el evangelio, no oran solo por valentía para
predicar. También ruegan que Dios extienda Su mano para “hacer señales y
prodigios” a través del nombre de Su santo Siervo Jesús. Este pasaje no solo
refleja la dependencia de los creyentes en el poder de Dios, sino que también
evidencia que los milagros eran vistos como una validación visible del
mensaje predicado. La Palabra de Dios y Su poder siempre estuvieron
entrelazados, porque el evangelio nunca fue solo un mensaje; siempre vino
con demostración del poder divino.[279]
De manera similar, Pablo declara en 1 Corintios 2:4-5 que su predicación
no se basó en palabras persuasivas de sabiduría humana, sino en
“demostración del Espíritu y de poder”. Es como si Pablo nos recordara que
el evangelio no es solo información, sino transformación. El poder de Dios
no es un accesorio opcional; es la marca distintiva de la proclamación del
Reino. Cualquier intento de disociar la predicación del poder del Espíritu
Santo es, francamente, un evangelio incompleto. Los cesacionistas parecen
olvidar que la obra del Reino es tanto sobrenatural como racional, y al
despreciar las señales, terminan ofreciendo una versión diluida del
cristianismo.[280]
Miremos también el ejemplo de Marcos 16:20, donde se afirma que los
apóstoles salieron y predicaron en todas partes, y el Señor confirmaba el
mensaje con señales que lo acompañaban. Aquí el texto es claro: las señales
no competían con la predicación; eran el sello divino de su autenticidad.
Cuando el cesacionismo ignora este patrón, corre el riesgo de reducir el
evangelio a un mero sistema filosófico, privado del poder transformador que
lo distingue de cualquier otra ideología (Keener, 2020, p. 356).
Además, el testimonio de Hechos 19:11-12 nos muestra que, por medio
de Pablo, Dios realizó milagros extraordinarios, hasta el punto de que
pañuelos y delantales que había tocado eran llevados a los enfermos, quienes
eran sanados. Estos milagros no fueron eventos esporádicos o anecdóticos;
fueron parte integral de la proclamación del Reino. Dios mismo se encarga de
confirmar Su Palabra con poder para que el mundo sepa que el evangelio es
más que palabras.[281]
De igual manera, Hebreos 2:3-4 establece que el mensaje de salvación
fue confirmado por aquellos que lo escucharon, “también Dios testificando
con ellos, tanto por señales como por prodigios, y por diversos milagros y
por dones del Espíritu Santo según Su voluntad”. Este pasaje es contundente:
las señales son parte integral del testimonio de Dios. Al intentar desvincular
la proclamación del evangelio de las manifestaciones sobrenaturales, el
cesacionismo socava la claridad del testimonio divino y contradice el modelo
bíblico establecido.[282]
Como pentecostales, no podemos ni debemos ignorar estas verdades.
Despreciar las señales y milagros equivale a ignorar el patrón que Dios
mismo estableció. Predicar el evangelio sin poder es como ofrecer pan sin
levadura: no es que no sea pan, pero le falta lo que lo hace realmente
completo. La pregunta no es si debemos predicar; la pregunta es por qué
deberíamos conformarnos con predicar sin el poder que Dios promete.

Falacia Histórica: Las Señales Ya No Son


Necesarias
El argumento cesacionista también supone que las señales eran
necesarias únicamente para la iglesia apostólica y que ahora, con la Escritura
completa, son redundantes. Sin embargo, este razonamiento no tiene respaldo
bíblico sólido. Jesús nunca limitó las señales a la época apostólica; al
contrario, afirmó con claridad que aquellos que creyeran en Él harían "las
obras que yo hago" y aún mayores (Juan 14:12, NVI). Este texto no se refiere
exclusivamente a los apóstoles ni a la primera generación de creyentes, sino a
todos los que depositen su fe en Él. Negar la vigencia de las señales es
minimizar la promesa de Cristo, quien nunca condicionó su cumplimiento a
un período histórico limitado.
El cesacionismo no puede justificar exegéticamente el fin de las
señales sin imponer una cronología que las Escrituras no establecen. En 1
Corintios 13:8-10, que a menudo se cita como base cesacionista, Pablo habla
de la cesación de los dones "cuando venga lo perfecto" (NVI). Sin embargo,
el contexto indica que "lo perfecto" no se refiere a la canonización de las
Escrituras, sino a la plenitud del Reino de Dios en la segunda venida de
Cristo. Hasta entonces, seguimos viendo "como en un espejo, de manera
indirecta" (1 Corintios 13:12, NVI). Esta interpretación es consistente con la
escatología paulina, que anticipa una consumación futura y no un cese
presente.[283]
El argumento de que las señales eran necesarias solo para validar la
autoridad apostólica tampoco se sostiene. Las señales, según el Nuevo
Testamento, no estaban limitadas a los apóstoles. Esteban y Felipe, quienes
no formaban parte del círculo apostólico, realizaron milagros y señales por el
poder del Espíritu Santo (Hechos 6:8; Hechos 8:6-7). Esto demuestra que los
dones no estaban restringidos a una función fundacional, sino que eran una
manifestación del Reino de Dios en expansión y que las señales y prodigios
siempre han sido una expresión de la presencia activa del Espíritu Santo en la
iglesia.[284]
Además, afirmar que las señales ya no son necesarias implica una
comprensión reductiva de la misión de la iglesia. ¿Acaso no enfrentamos hoy
el mismo mundo caído, lleno de oscuridad y opresión, que necesitaba el
poder del Espíritu en los días apostólicos? ¿No seguimos necesitando el
respaldo sobrenatural de Dios para proclamar el Evangelio con valentía y
eficacia? Si el Reino de Dios no ha cambiado, tampoco debería cambiar la
manifestación de su poder.[285]
En última instancia, el cesacionismo presenta una fe debilitada que
justifica la ausencia de poder espiritual en términos de un argumento
teológico artificial. Es un intento de racionalizar la falta de experiencia
sobrenatural en lugar de buscar una vida llena del Espíritu Santo. Rechazar
las señales y dones es una negación práctica de la promesa de Cristo y del
testimonio continuo del Espíritu en la iglesia. .

Falacia De Omisión: Los Frutos Y Efectos De Las


Señales
Los cesacionistas ignoran (quizá por conveniencia) cómo las señales y
prodigios impulsaron la extensión del Evangelio. A lo largo de la narrativa de
los Hechos, encontramos múltiples conversiones en respuesta directa a
milagros que no solo confirmaban el mensaje, sino que abrían puertas al
avance del Reino de Dios. Estos relatos no son anécdotas aisladas, sino
evidencias contundentes del propósito divino en manifestar su poder a través
de su iglesia.
Por ejemplo, en Hechos 3, la sanidad del cojo en la puerta del templo
no solo fue una muestra del poder restaurador de Dios, sino el catalizador
para que Pedro predicara con autoridad, lo que resultó en la conversión de
miles (Hechos 3:1-10; 4:4). Este milagro no reemplazó la predicación del
Evangelio, sino que preparó los corazones para recibirlo. Aquí vemos que el
poder del Espíritu Santo no compite con el mensaje de la cruz; lo amplifica y
lo valida en un mundo incrédulo.[286]
Asimismo, en Hechos 8:6-8, las señales realizadas por Felipe en
Samaria fueron el medio para que las multitudes atendieran al mensaje de
Cristo. La sanidad de enfermos y la liberación de los oprimidos llevaron a
una gran aceptación del Evangelio y a que "hubiera gran gozo en aquella
ciudad". Estas manifestaciones del Espíritu no fueron un espectáculo, sino un
testimonio de que el Reino de Dios había llegado con poder (Hechos 8:12-
13).[287]
Rechazar las señales y prodigios como si fueran un vestigio del
pasado es minimizar la obra integral del Espíritu Santo. Es más, es cortar las
alas del Evangelio, que desde el principio ha volado sobre el viento del poder
de Dios. Como pentecostales, afirmamos que negar las señales es negar una
parte vital de nuestra misión. Si los milagros confirmaron el mensaje de los
apóstoles, ¿cómo podemos creer que hoy debemos predicar un Evangelio
despojado de la misma fuerza? Esto no solo contradice la Escritura, sino que
demuestra una fe cómoda y racionalista, más cercana al humanismo que al
cristianismo bíblico (Hechos 2:22).[288]
La iglesia no está llamada a caminar en las sombras de un
cristianismo desprovisto de poder. Estamos llamados a ser testigos vivos,
mostrando tanto el mensaje de la cruz como la evidencia del Reino de Dios
aquí y ahora. Rechazar las señales y prodigios es rechazar una parte de la
misión de Cristo, quien vino "haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo" (Hechos 10:38). Si Él actuó así, ¿cómo podemos
esperar menos para su iglesia?

La Centralidad De La Cruz Expresada A Través De


Los Dones Del Espíritu
El Evangelio predicado por el movimiento pentecostal no es una
novedad, no es otro Evangelio como sugieren quienes lo critican. Es, de
hecho, el Evangelio completo que una vez fue predicado por los apóstoles y
creído por los primeros cristianos. No predicamos un Evangelio mutilado, ni
una mera filosofía o teología muerta. Al igual que Pablo, cada verdadero
pentecostal puede decir:
“Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no
esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios
2:4-5).
Las señales y prodigios no diluyen el poder del Evangelio, como
tampoco existe ninguna incoherencia inherente o conflicto entre los prodigios
y la Palabra. Es más bien todo lo contrario: la centralidad de la cruz y el
poder del Evangelio para salvar son reafirmadas, no menoscabadas, por la
presencia de señales y prodigios. El mismo Pablo que escribió 1 Corintios
1:22-23 fue el mismo que escribió Romanos 15:19:
“Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la
obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y
prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por
los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Reina-
Valera 1960).
Pablo, el escritor favorito de muchos que hoy se proclaman
cesacionistas, fue el mismo que escribió 1 Corintios 12-14 para explicarnos el
uso de los dones espirituales (no para negarlos) y es el mismo personaje sobre
el que trata casi todo el libro de Hechos, con todos sus fenómenos
milagrosos. Y fue el mismo Pablo quien dijo:
“Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en
poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos
entre vosotros por amor de vosotros” (1 Tesalonicenses 1:5, Reina-Valera 1960).
Si realmente existiera alguna incoherencia o conflicto inherente entre
el mensaje de la cruz y la presencia de milagros, señales y prodigios, ¿qué
sentido tienen las siguientes palabras?
“Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el
Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se
hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios” (Hechos 14:3, Reina-Valera
1960).
La acusación cesacionista de que las señales y los prodigios diluyen la
eficacia de la Palabra de Dios no solo es infundada, sino absurda. Si las
señales y los prodigios implicaran una pérdida de confianza en el poder del
Evangelio, entonces Dios mismo sería culpable de minar su propia actividad,
pues es Dios quien permitió en la edad apostólica, tal como ahora, que tales
señales ocurrieran. Si creemos que existe algún conflicto entre los prodigios y
la Palabra, el problema está en nuestras mentes. No estaba en la de Pablo, ni
mucho menos en la mente de Dios.[289]
Muchos cesacionistas piensan erróneamente que los pentecostales y
carismáticos sustituimos el mensaje de la cruz por las señales y prodigios,
como si nos interesaran más los panes y los peces que el Dador de tales
bendiciones. Pero esta falsa e innecesaria dicotomía entre las señales
milagrosas y la predicación de la Palabra ha sido creada por ellos, no por
nosotros ni mucho menos por la Palabra de Dios.[290]
Los pentecostales jamás hemos dicho que las señales milagrosas
salven, regeneren el alma o puedan sustituir la predicación de la Palabra. Una
señal milagrosa jamás ha podido salvar a nadie del infierno. Nadie afirma que
los milagros sean más efectivos, soteriológicamente hablando, que el mensaje
de la cruz. Tal suposición solo existe como prejuicio en la mente del
cesacionista. Sin embargo, los autores de los cuatro evangelios, y hasta el
mismo Jesús (Juan 5:36; 10:25, 37-38; 12:9-11; 14:11; 20:30-31), Felipe
(Hechos 8:4-8), Pedro (Hechos 9:32-43) y Pablo (Romanos 15:18-19),
parecen concordar en que la predicación de la Palabra va acompañada de
señales y prodigios, no para diluir el mensaje salvífico, sino como una
confirmación de este.[291]
El mismo que efectúa señales, milagros y sanidades es el mismo que
salva; una cosa acompaña a la otra. No existe incompatibilidad alguna. El
apóstol Pablo es el mejor ejemplo de ello: los milagros no eran
contradictorios con la teología de la cruz que Pablo proclamaba y practicaba;
antes bien, constituían un testimonio adicional de dicha teología. Una vez
más, si los cesacionistas quieren probar que las señales y el sufrimiento son
incompatibles, para defender su posición tendrán que buscar evidencias fuera
de la Biblia.[292] Un evangelio completo exige no solo proclamar que Cristo
salva y que regresa, sino también que Él sana, obra milagros y bautiza con su
Espíritu Santo.

Referencias
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Pluralism. Grand Rapids, MI: Zondervan.
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the Holy Spirit in Your Life. Grand Rapids, MI: Zondervan.
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Wright, N. T. (2003). The Resurrection of the Son of God. Fortress
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Wright, N. T. (2013). Simply Jesus: A New Vision of Who He Was,


What He Did, and Why He Matters. New York, NY: HarperOne.
LO PERFECTO, LOS
DONES Y EL CIERRE DEL
CANON BÍBLICO: UN
ANÁLISIS DE 1
CORINTIOS 13:10
"El cese de los dones espirituales no tiene fundamento ni en la experiencia histórica
de la iglesia ni en la enseñanza de las Escrituras. La iglesia necesita los dones tanto
hoy como en el pasado, porque el Espíritu Santo no ha cambiado su manera de
operar."
— Sam Storms (Practicing the Power, 2017, p. 87).

"Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra."
— Hechos 1:8 (NVI).
Un argumento muy gastado a favor del cesacionismo tiene que ver
con la finalización, cierre y suficiencia del canon de las Escrituras. Este
argumento cesacionista a menudo se expresa de la siguiente manera:
«Debido a que tenemos la Biblia, no necesitamos los dones espirituales. Pablo
quiso dejar esto en claro cuando dijo: “El amor nunca deja de ser; pero si hay
dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se
acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; pero cuando venga
lo perfecto, lo incompleto se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño,
pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las
cosas de niño. Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces
veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente,
como he sido conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos
tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:8-13, NBLA). Lo
“perfecto”, según este argumento, se refiere a la Biblia tal y como la conocemos
hoy, y, por lo tanto, los dones extraordinarios no son necesarios».
De acuerdo con dicha interpretación, las señales, prodigios y dones
milagrosos acompañaron y autentificaron la verdad del Evangelio hasta que
la última palabra de la Escritura canónica estuvo escrita. Cuando el canon
estuvo completo, la necesidad de tales manifestaciones de poder divino cesó.
Así pues, según esta teoría, la Biblia misma ha sustituido a los fenómenos
milagrosos en la vida de la Iglesia. 1 Corintios 13 suele ser usado en defensa
de esta teoría. Sin embargo, hay varios problemas con este argumento.

Los Dones Son Para Edificar La Iglesia


En primer lugar, los dones espirituales o manifestaciones del Espíritu
son para “edificar la iglesia” (1 Corintios 14:12), y esa es una necesidad
permanente en el Cuerpo de Cristo, tanto antes como después de completado
el canon. El gran capítulo del amor (1 Corintios 13) fue escrito para dirigir la
correcta aplicación de los dones espirituales (1 Corintios 14), no para
prohibirlos, condenarlos o decretar su cese. Pablo no estaba anunciando el
cese de los dones con la plenitud del canon; su intención era enfatizar que los
dones debían ser utilizados con amor y para la edificación corporativa.[293] En
el capítulo siguiente, Pablo mismo dice: “Puesto que anhelan dones
espirituales, procuren abundar en ellos para la edificación de la iglesia” (1
Corintios 14:12, NBLA). Por lo tanto, decir, con base en 1 Corintios 13, que
los dones cesarían con la llegada del canon completo es ir más allá de lo que
el texto dice y distorsionar las palabras de Pablo.

La Biblia Jamás Afirma Que Los Dones Cesarían


Con El Cierre Del Canon
Más allá de cualquier intento cesacionista por forzar el texto de 1
Corintios 13:10, la Biblia no dice en ninguna parte que los dones carismáticos
cesarían cuando el canon estuviera completo. Además, ningún autor bíblico
afirma que la Escritura haya ocupado el lugar o suplantado en manera alguna
las manifestaciones del Espíritu. “Lo perfecto” no podría ser el canon porque
tal interpretación simplemente no aplica en el contexto.[294] Si entendemos 1
Corintios 13:10 como sugieren los cesacionistas, esto crea problemas
interpretativos: Pablo también afirma que “cuando venga lo perfecto…
veremos cara a cara… conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13:10, 12).
Esto implicaría que en el momento en que el canon estuviera completo, los
creyentes serían automáticamente maduros, lo cual contradice la realidad de
nuestra experiencia espiritual actual.
El tema principal de los capítulos 12, 13 y 14 de 1 Corintios no es una
exposición detallada acerca de los dones, sino el abuso que los corintios
hacían de esos dones debido a su inmadurez espiritual. Antes de entrar al
capítulo 13, Pablo introduce el tema diciendo: “Procurad, pues, los dones
mejores. Mas yo os muestro un camino aún más excelente” (1 Corintios
12:31, RVR1960). Ese camino excelente es el amor. En el capítulo 13, Pablo
enfatiza que el amor es el principio rector que debe guiar el uso de los dones
carismáticos. Este capítulo no tiene la intención de prohibir ni cesar los
dones, sino de llevar a los creyentes a la madurez espiritual a través del amor.
[295]

¿Por Qué La Presencia Del Canon Completo


Acabaría Con La Necesidad De Los Dones
Carismáticos?
La insistencia de los cesacionistas en usar 1 Corintios 13:10 para
sostener el cese de los dones espirituales nos lleva a cuestionarlos: ¿por qué
la presencia del canon completo debería eliminar la necesidad de los dones
carismáticos y demás manifestaciones espirituales? Incluso los cesacionistas
admitirían que las señales, prodigios y el poder del Espíritu Santo fueron
esenciales para confirmar la verdad del Evangelio durante el ministerio de
Jesús y la era apostólica:
“Con todo, se detuvieron allí mucho tiempo hablando valientemente confiados en el
Señor, que confirmaba la palabra de su gracia, concediendo que se hicieran señales
y prodigios por medio de sus manos” (Hechos 14:3, LBLA).
“Testificando Dios juntamente con ellos, tanto por señales como por prodigios, y
por diversos milagros y por dones del Espíritu Santo según su propia voluntad”
(Hechos 2:4, LBLA).
Por tanto, surge una pregunta justa: si las señales milagrosas eran
necesarias en aquel entonces, ¿por qué no lo serían ahora, en una época en la
que la misma inspiración e infalibilidad de las Escrituras (y la fe cristiana en
su totalidad) son cuestionadas diariamente? Parece razonable suponer que los
milagros que confirmaron el Evangelio en el siglo I serían igualmente
efectivos para confirmar el mensaje en los siglos posteriores, incluido el
nuestro.
Pablo, cuyas palabras en 1 Corintios 13:10 suelen ser distorsionadas
para apoyar el cesacionismo, escribió:
“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios,
no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre
vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado. Y estuve entre vosotros
con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con
palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de
poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en
el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado
madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que
perecen” (1 Corintios 2:1-6, RVR1960).
En Romanos 15:19, Pablo enfatiza nuevamente:
“Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la
obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y
prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por
los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo.”
Si los cesacionistas creen que, en esta era de incredulidad y desprecio
por la Palabra escrita de Dios, las señales y milagros no son necesarias para
confirmarla ante los incrédulos, están profundamente equivocados o son
ciegos a la realidad. Como creyentes, aceptamos la suficiencia de las
Escrituras, pero eso no niega la necesidad de señales, milagros y prodigios
como evidencia de autenticidad y respaldo divino ante los incrédulos.
Jesús mismo afirmó la importancia de las señales y los dones
carismáticos, no solo para edificar a los creyentes, sino como testimonio para
los incrédulos:
“Jesús entonces le dijo: ‘Si ustedes no ven señales y prodigios, no creerán’” (Juan
4:48, LBLA).
“Y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Y el
Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra
de Dios. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y
confirmando la palabra con las señales que la seguían” (Marcos 16:17-20,
RVR1960).
La iglesia del Nuevo Testamento también lo entendió así:
“Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo
hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y
señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron
orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del
Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4:29-32,
RVR1960).
Jesús, los apóstoles y la iglesia primitiva entendieron la necesidad de
las señales y milagros para convalidar su predicación. Hoy, aunque el canon
está completo, esta necesidad sigue vigente. Vivimos en una era donde el
escepticismo y la teología liberal atacan la validez, inspiración e inerrancia de
las Escrituras. Los eventos redentores narrados en la Biblia son
reinterpretados como mitos, y los milagros son rechazados como cuentos de
hadas. Esta pérdida de fe incluso lleva a negar la resurrección de Jesús y la
autoría divina de las Escrituras.
Los dones carismáticos siguen siendo un testimonio firme de la
inspiración bíblica y una convalidación del canon. Las señales y prodigios
confirman hoy la palabra que predicamos, como lo hicieron en tiempos de
Jesús y los apóstoles. Los dones carismáticos no son enemigos de la
Palabra; son sus aliados. Cuando los cesacionistas cuestionan su validez,
irónicamente se oponen a lo que dicen defender: la Sola Scriptura.
El cesacionista honesto debe preguntarse: si los dones eran esenciales
incluso cuando el Hijo de Dios estaba físicamente presente, ¡cuánto más lo
son en su ausencia! Jesús pensó que los milagros eran necesarios para
confirmar su ministerio. Si lo fueron para Él, ¡cuánto más para nosotros!
Decir que la Biblia elimina esa necesidad es un error.
Un día, los dones cesarán, pero ese tiempo aún no ha llegado. Pablo
no se refería al canon cuando habló de "lo perfecto" en 1 Corintios 13:10,
sino a la Segunda Venida de Cristo y el estado eterno. Los dones son
necesarios ahora, mientras solo conocemos "en parte". El "entonces" al que
Pablo se refiere llegará en la gloria eterna, cuando estaremos con Jesús cara a
cara. Hasta entonces, los dones espirituales siguen siendo esenciales para la
misión de la iglesia.

Referencias:
Carson, D. A. (1991). Showing the Spirit: A Theological
Exposition of 1 Corinthians 12–14. Baker Academic.
Fee, G. D. (2014). The First Epistle to the Corinthians (Revised
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the Holy Spirit in Your Life. Zondervan.
Calvino, J. (1848). Commentary on the Epistles of Paul the
Apostle to the Corinthians. Calvin Translation Society.
SILENCIO MILAGROSO:
¿REALIDAD HISTÓRICA
O FALSA PREMISA?
“Si alguien dice que los dones espirituales milagrosos han cesado porque no se
registran ampliamente en la historia de la iglesia, está aplicando un argumento del
silencio. No debemos confundir la falta de evidencia histórica con la ausencia real
de los dones.”
— Craig S. Keener, Miracles: The Credibility of the New Testament Accounts
(2011, p. 783).
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.”
— Hebreos 13:8 (RVR1960)

En el debate por la vigencia de los dones, a menudo surge una


pregunta crítica que busca desafiar la validez del continuismo:
«Si los llamados milagros o los dones del Espíritu Santo son válidos
para los cristianos de épocas posteriores a las de los apóstoles, ¿por qué
estuvieron ausentes de la historia de la Iglesia hasta su supuesta reaparición
en el siglo XX con el surgimiento del pentecostalismo y el movimiento
carismático?»
Este argumento, aunque persuasivo en la superficie, carece de
fundamento sólido cuando se evalúa a la luz de la Escritura, la historia y el
contexto cultural. De hecho, resulta un poco extraño que los cesacionistas
usen este argumento en particular. Principalmente si insisten en aferrarse al
principio de la Sola Scriptura. Sin duda la historia de la iglesia es una rama de
estudio muy importante y valiosa para comprender nuestra fe, pero lo que
haya ocurrido o no en la historia de la Iglesia no es la pauta definitiva
mediante la cual juzgar o determinar lo que las iglesias de hoy deben creer o
practicar. El criterio final para decidir si los dones espirituales siguen
vigentes hoy en día (así como cualquier otro tema relacionado con la fe, la
doctrina, conducta y prácticas cristianas) está en la Palabra de Dios, no en la
historia. Aunque, dicho sea de paso, la evidencia histórica no apoya el
cesacionismo.
Pretender afirmar que los dones carismáticos han estado ausentes en
la historia de la iglesia más allá de la edad apostólica es ignorar un gran
número de pruebas. Si desean ser intelectualmente honestos, los cesacionistas
deben reconocer que existen suficientes pruebas históricas de que los
denominados 'dones carismáticos' continuaron presentes en la iglesia cristiana
a lo largo de los siglos. Calificar todos ellos de falsos o fruto de la actividad
demoníaca o de trastornos psicológicos (como los cesacionistas quisieran
hacernos creer) es simplemente ridículo y deshonesto. Por ejemplo, en el
siglo segundo, Justino Mártir (100-165) se jactó ante Trifón el judío
incrédulo “que los dones proféticos permanecen con nosotros.” Esto sería
extraño si la iglesia de su tiempo hubiera creído que tales manifestaciones
solo estarían vigentes mientras vivieran los apóstoles. Pero Justino no está
solo en su defensa de los dones y su vigencia posterior a la edad apostólica.
Ireneo (120-200 d.C.) también dio testimonio de la presencia de los dones del
Espíritu en el siglo segundo y tercero de nuestra era. Él escribe:
“Hemos oído de muchos de los hermanos que tienen presciencia del futuro, visiones
y palabras proféticas; otros por la imposición de manos, sanan a los enfermos y
recuperan la salud”[296]
“Oímos de muchos miembros de la iglesia que tienen dones proféticos, y, por el
Espíritu hablan todo tipo de lenguas, y traen a luz los pensamientos secretos de los
hombres por su propio bien, y exponen los misterios de Dios”[297]
“Es imposible enumerar las carismas que por todo el mundo la iglesia ha recibido
de Dios”[298]

En su Historia Eclesiástica, Eusebio mismo admite que los dones


carismáticos estaban todavía en operación hasta el tiempo en que Ireneo
vivió.[299] De hecho, Eusebio cita a Apolinario diciendo que “los dones
proféticos deben continuar en la iglesia hasta la venida final, como el apóstol
insiste”.[300]
Los cristianos posteriores a la edad apostólica no concebían la teoría
de que los dones hubieran cesado con la muerte de los apóstoles. Para ellos,
el ejercicio de los carismas del Espíritu era un distintivo de la iglesia
verdadera. Incluso mientras enfrentaban los excesos de algunos grupos, los
cristianos de siglos posteriores a la edad apostólica jamás negaron que estos
continuaran vigentes. Epifanio, quizás el mayor oponente de los montanistas
(un «movimiento reavivador» que se produjo en el interior de las
comunidades cristianas primitivas, como un esfuerzo para revalidar las
realidades pneumáticas y escatológicas de los primeros tiempos de la Iglesia),
no los atacó porque ellos practicaban los dones del Espíritu. Es más, él
declaró:
“El carisma [de la profecía] no está inoperativa en la iglesia. Todo lo contrario…
La iglesia santa de Dios da la bienvenida a estas mismas [carismas] que los
montanistas, pero los de nosotros son verdaderos carismas, autenticadas para la
iglesia por el Espíritu Santo.”[301]

Incluso Agustín de Hipona (354-430), considerado por muchos como


el “padre del cesacionismo”, se retractó posteriormente de su negación de
los carismas, reafirmando en sus escritos posteriores la realidad perpetua de
los dones milagrosos. Él mismo registró y documentó cuidadosamente no
menos que 70 casos de sanidad divina en su propia congregación durante un
período de dos años.[302] ¡Tan deficiente y débil es la doctrina cesacionista que
su mismo creador se avergonzó de ella y la abandonó por completo! El
cesacionismo, sin duda, es una teología huérfana.
Si bien los dones carismáticos llegaron a ser menos frecuentes en
siglos posteriores, esto no se debió a que los carismas hubieran desaparecido
o cesado por completo ¡Ellos jamás se fueron! Llegaron a ser menos
frecuentes por diversas razones, las cuales discutiremos a continuación.

La Ignorancia Bíblica
Antes de la Reforma Protestante en el siglo XVI, la Biblia en su
propio idioma no estaba al alcance del cristiano promedio. La ignorancia
bíblica estaba muy extendida, por lo que la naturaleza misma de los dones
espirituales, su nombre y función eran desconocidas entre los mismos
cristianos. Nadie los buscaba, nadie los pedía, por lo tanto escasearon. El
Señor ha sido claro al afirmar que sus bendiciones deben ser buscadas, lo
cual incluye los mismos dones carismáticos:
“Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le
abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si
pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le
dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que
se lo pidan?” (Lucas 11:10-13)
“Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que
profeticéis.” (1 Corintios 14:1)
“No tenéis lo que deseáis, porque no pedís…” (Santiago 4:2)
La situación de la iglesia en las edades oscuras previas a la Reforma
era tal que ¡incluso hubiera sido difícil reconocer los dones del Espíritu en
caso de manifestarse! Ante la ignorancia teológica del pueblo, los dones
escasearon. El caso de Josías y el avivamiento producido en sus días nos
muestra que sin conocimiento de la Palabra es imposible el avivamiento (2
Reyes 22; 23:1-27). Y, por lo tanto, los dones y las manifestaciones de origen
divino se vuelven cada vez más escasas, ya que sin conocimiento de la
Palabra el pueblo perece (Oseas 4:6). No obstante, fue la ignorancia y el
letargo espiritual (y no la voluntad de Dios o el cese permanente de los
dones) lo que limitó su manifestación.
Así pues, la relativa ausencia de ciertos dones espirituales durante
determinados periodos de la historia de la Iglesia no demuestra que Dios se
opusiera a su uso o que hubiera negado su validez para el resto de la era
actual. Tanto la ignorancia teológica acerca de ciertas verdades bíblicas como
la pérdida de las bendiciones que los dones espirituales aportan, no pueden ni
deben ser atribuidas a la idea de que Dios pretendiera que tal poder y
conocimiento solamente fueran para los creyentes de la iglesia primitiva.
Ejemplifiquemos este punto: Antes de la Reforma Protestante los
cristianos habían olvidado verdades esenciales como la justificación por la fe
sola, la salvación por la gracia sin necesidad de obras y el sacerdocio del
creyente, entre otras cosas. Las doctrinas estaban ahí, en la Biblia, pero la
gente las desconocía por no tener acceso a la Palabra escrita de Dios. Como
resultado, se perdían de los beneficios de tales doctrinas: el clero ocupó el
puesto de intercesores ante Dios, la salvación se basó en obras y sacramentos,
surgieron las indulgencias y otras aberraciones, etc. Todo esto no era la
voluntad de Dios. ¿O quiso Dios que la salvación por fe, solo por gracia,
desapareciera o cesara en su iglesia? No, para nada. Pero la gente perdió sus
beneficios por ignorancia ¡Aunque el regalo de la gracia seguía ahí vigente!
Era el pueblo el que lo ignoraba. Lo mismo ocurrió con los dones
espirituales.
Pecado, Incredulidad Y Apostasía
La ausencia, o disminución de la frecuencia con que los dones
carismáticos se manifestaban en la iglesia, halla su razón de ser en el pecado,
la incredulidad y la apostasía tan notoria de los siglos posteriores a la edad
apostólica. La misma Reforma Protestante da fe del pecado, corrupción y
decadencia doctrinal y moral del cristianismo. Tales faltas se constituyeron
en pecados contra el Espíritu Santo, lo cual entristecería y apagaría el mover
del mismo dentro de las congregaciones. No deberíamos sorprendemos, pues,
ante la poca frecuencia de dones milagrosos en periodos de la historia de la
Iglesia marcados por la ignorancia teológica e inmoralidad personal.
La Biblia aporta amplia evidencia de que la apostasía, la inmoralidad,
el pecado no confeso y la decadencia espiritual y moral de los creyentes traen
como consecuencia “cielos cerrados” sobre el pueblo de Dios. Esto puede
verse, por ejemplo, en el tiempo de los jueces (Jueces 2:10) por causa de la
apostasía nacional y en los días de Elí (1 Samuel 3:1) por causa del pecado
del pueblo y de sus sacerdotes (1 Samuel 2:12-36).
Sin duda, tanto la ignorancia teológica como la apostasía y el pecado
persistente e inconfeso del pueblo Dios constituye un pecado contra el
Espíritu Santo. Pecado que hace disminuir o desaparecer los dones o carismas
y las manifestaciones del Espíritu, y no porque Dios lo haya decretado así,
sino por nuestra propia culpa.
La ausencia o disminución de los carismas en la historia de la iglesia
debe verse como consecuencia del pecado de la iglesia y sus períodos de
incredulidad y apostasía, nunca en la voluntad de Dios que los dones cesaran.
De lo contrario, las Escrituras no nos exhortarían a evitar:
1.- La blasfemia contra el Espíritu Santo (Marcos 3: 28-30).
2.- Contristar al Espíritu (Efesios 4:30).
3.- Apagar al Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19-20).
Este tipo de cosas apagan las manifestaciones del Espíritu Santo en la
iglesia. Pero la culpa siempre será de la iglesia, no de Dios. Ante este tipo de
actitudes el Señor es claro:
“Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me
hallarán.” (Proverbios 1:28)
El Espíritu Santo No Puede Ser Atado: Testimonios
De Su Poder En Tiempos De Cesación
Como continuistas, afirmamos con convicción que los dones del
Espíritu Santo siguen plenamente vigentes. Estos nunca cesaron, y a lo largo
de la historia, incluso en los momentos más oscuros, Dios no ha dejado de
manifestar Su gloria. Aun cuando Su obra ha pasado desapercibida, incluso
para el propio pueblo de Dios, Él ha seguido actuando de manera poderosa.
Sabemos que en muchas iglesias cesacionistas hay hermanos sinceros, llenos
de amor por Cristo, y estamos convencidos de que los carismas se han
manifestado en sus vidas, aunque ellos mismos no lo hayan reconocido. La
ceguera teológica que impone el cesacionismo a menudo les impide ver lo
que el Espíritu está haciendo entre ellos.
Un ejemplo sorprendente de esto lo encontramos en el ministerio de
Charles Spurgeon. Aunque su época estuvo marcada por una fuerte influencia
cesacionista dentro del protestantismo, el Espíritu Santo no puede ser
restringido por ninguna teología defectuosa. Él es soberano y obra como
quiere, usando a quien le place para cumplir Sus propósitos. Spurgeon,
conocido como el "Príncipe de los Predicadores", dejó testimonio de esto en
su autobiografía, donde relata un episodio que ilustra cómo el poder de Dios
trasciende las barreras teológicas. Consideremos este relato como evidencia
de que el Espíritu no ha dejado de operar, incluso en contextos donde se
niega su acción continua:
«En una ocasión, predicando en una sala, señalé deliberadamente a un hombre en
medio de la multitud y dije "El hombre allí sentado, que es un zapatero, tiene su
tienda abierta los domingos. Estaba abierta el último día de reposo por la mañana,
vendió por valor de nueve peniques, de lo que sacó cuatro peniques de beneficio
¡Vendió su alma al Diablo por cuatro peniques! Un misionero estaba en la ciudad
dando un paseo, y se encontró a este hombre Viendo que estaba leyendo uno de mis
sermones, le preguntó; ¿Conoces a Spurgeon?" Sí" dijo el hombre, "tengo muchas
razones para conocerle; he ido a escucharle, y mediante su predicación, por la
Gracia de Dios, me he convertido en una nueva criatura en Cristo Jesús. ¿Puedo
decirte cómo sucedió? Fui a la reunión, me senté en el centro de la sala; Spurgeon
me miró como si me conociera, y en su en sermón me señaló y le dijo a la
congregación que yo era un zapatero, y que abro mi tienda los domingos; y eso era
cierto. Eso no me hubiera importado; pero también dijo que gané nueve peniques el
domingo anterior, y que saqué cuatro peniques de beneficio. ¡Y eso también era
cierto! ¿Cómo podía saberlo? Me di cuenta de que fue Dios mismo el que le habló a
mi alma a través de él, así que cerré mi tienda al domingo siguiente. Al principio,
me daba miedo ir a escucharle otra vez, y sobre todo que le contara más cosas a los
demás sobre mí; pero después fui, y el Señor me encontró, y salvó mi alma.»[303]

Entonces Spurgeon añade este comentario:


«Podría relatar, por lo menos, una docena de sucesos similares; en los que
señalaba a una persona de la sala, sin tener ni la más mínima idea de quien era, o
de que lo que decía era verdad; pero creía que el Espíritu era el que me movía a
hablar así, y tan sorprendente era mi descripción, que las personas se iban y Ies
decían a sus amigos: 'venid; ved al hombre que me ha dicho todas las cosas que he
hecho; sin duda, debe haberlo mandado Dios a mi alma, o de otra forma no podría
haber descrito mi situación con tanta exactitud". Y no solamente esto, sino que he
conocido ocasiones en las que los pensamientos de los hombres han sido revelados
desde el púlpito. En ocasiones he visto a personas dar un codazo a sus vecinos,
porque habían recibido un golpe inesperado. Y se les ha oído decir al salir: "el
predicador nos ha dicho lo que estábamos hablando entre nosotros al entrar"».[304]

La experiencia de Spurgeon encaja sin duda con lo que el apóstol


Pablo describe en 1 Corintios 14:24-25. Lo que Spurgeon ejerció era una
clara manifestación del don de profecía o de palabra de ciencia (1 Corintios
12:8), ¡Pero Spurgeon no lo supo! Sus prejuicios teológicos le impidieron
verlo y él no lo reconoció como tal. Esto mismo, sin duda, sigue pasando en
numerosas congregaciones donde se enseña el cesacionismo: Un sistema
defectuoso de interpretación los lleva a la ceguera espiritual, al rechazo de la
obra del Espíritu Santo y a la ignorancia de verdades que con gusto Dios les
revelaría si dejaran de lado sus prejuicios. Pero incluso el más obstinado de
los cesacionistas puede ser libre:
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad.” (2 Corintios 3:17).

Referencias:
Agustín de Hipona (2006). La Ciudad de Dios (Libro XXII, caps.
8-10). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. (Trabajo original
publicado en 426).
Eusebio de Cesarea (2012). Historia eclesiástica (Libros V:7,6 y
V:16,7). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. (Trabajo
original publicado en el siglo IV).
Ireneo de Lyon (2010). Contra las herejías (Libros II:32,4; V:6,1).
Madrid: Editorial Ciudad Nueva. (Trabajo original publicado en el
siglo II).
Epifanio de Salamina (1987). Panarion (Sección 48). Leiden:
Brill. (Trabajo original publicado en el siglo IV).
Spurgeon, C. H. (1899). The Autobiography of Charles H.
Spurgeon (Vol. 2, pp. 226-227). Londres: Curts & Jennings.
CUANDO LA TEOLOGÍA
CALLA AL ESPÍRITU: LA
FALACIA CESACIONISTA
SOBRE LAS LENGUAS
“El rechazo cesacionista del don de lenguas a menudo se basa en una
interpretación limitada y arbitraria de los textos bíblicos. En su intento de negarlo,
terminan silenciando al Espíritu Santo y su obra en la iglesia actual.”
— Sam Storms, Practicing the Power: Welcoming the Gifts of the Holy Spirit in
Your Life (2017, p. 65).
“A uno le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de
conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro,
dones de sanidades por el único Espíritu; a otro, el hacer milagros; a otro,
profecía; a otro, discernimiento de espíritus; y a otro, diversos géneros de lenguas,
y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo
Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere.”
— 1 Corintios 12:8-11 (LBLA).

Una interpretación errónea y distorsionada de la glosolalia es


frecuentemente utilizada por los cesacionistas como un argumento para
justificar el cese de los dones espirituales. Este razonamiento sostiene lo
siguiente:
«El don de lenguas, tal cual se practica en círculos pentecostales y carismáticos, es
la evidencia misma de que los dones carismáticos han cesado. Lo que se ve en las
iglesias pentecostales y carismáticas no es el don practicado en la edad apostólica,
sino una falsificación. Hablar en lenguas consiste en hablar idiomas extranjeros
que la persona desconoce, no los tartamudeos y jerigonzas que se repiten
imparablemente durante los cultos pentecostales.»
«La Biblia dice que los primeros cristianos hablaban en otras lenguas, pero que
estas no eran extrañas. Era el don conocido como xenoglosia, el hablar un idioma
sin necesidad de haberlo aprendido. No se trataba de sílabas repetitivas o palabras
sin sentido. Eran lenguas humanas reales, Esto era necesario para fines
evangelísticos, para así poder compartir las buenas nuevas a quienes no hablaban
griego, hebreo o arameo, que era el idioma que los discípulos hablaban. Cualquier
otra clase de lenguas que se dé en las iglesias es falsa. Además, el hablar en
lenguas no es necesario como evidencia inicial del bautismo en el Espíritu, de
hecho, aún en la época de los apóstoles la Escritura nos relata otro evento donde
hubo derramamiento del Espíritu Santo sin la necesidad del don de lenguas.»

Este argumento ha sido repetido hasta el cansancio, de manera


mecánica e irreflexiva en la mayoría de los casos, durante más de un siglo
como una supuesta refutación al pentecostalismo. De forma simplista, el
razonamiento cesacionista plantea que el don de lenguas debe limitarse
exclusivamente a idiomas humanos reconocibles. Dado que la glosolalia
pentecostal no siempre se manifiesta como lenguas humanas traducibles,
concluyen que las lenguas actuales son falsas y, por consiguiente, afirman
que este don, junto con los demás dones sobrenaturales, ha cesado. Sin
embargo, quienes sostienen que las lenguas mencionadas en el Nuevo
Testamento se limitan exclusivamente a idiomas humanos claramente
traducibles por cualquier intérprete calificado, deberían considerar lo
siguiente:

Hechos 2 es el único pasaje del Nuevo Testamento que


explícitamente afirma que hablar en lenguas consiste en hablar
idiomas extranjeros que el hablante desconoce.
No hay razones suficientes para suponer que Hechos 2, y no
pasajes como 1 Corintios 14, deba ser tomado como el estándar
para interpretar todas las manifestaciones de este fenómeno.
Además, otros elementos sugieren que las lenguas pueden incluir
expresiones angélicas o celestiales.
Pablo declara: “Así que las lenguas son una señal, no para los que
creen, sino para los incrédulos” (1 Corintios 14:22, LBLA). Esto nos lleva a
plantearnos varias preguntas importantes.
Primero, si las lenguas fueran siempre idiomas extranjeros dirigidos a
los incrédulos, ¿por qué en Hechos 10 y 19 se hablan en contextos
predominantemente de creyentes? También debemos considerar que Pablo
menciona "diversas clases de lenguas" en 1 Corintios 12:10. Es difícil creer
que se refiriera únicamente a distintos idiomas humanos. Después de todo,
¿quién podría afirmar que todos los idiomas, como el griego, el hebreo o el
alemán, son los únicos posibles? Sus palabras claramente sugieren que
existen distintos tipos de glosolalia, probablemente una combinación de
idiomas humanos y lenguas angelicales.[305]
En segundo lugar, Pablo nos dice en 1 Corintios 14:2 que quien habla
en lenguas "no habla a los hombres, sino a Dios". Esto nos plantea una
cuestión interesante: si las lenguas fueran siempre idiomas humanos, ¡Pablo
estaría equivocado! Después de todo, el propósito principal de un idioma
humano es precisamente comunicarse con otros hombres. Además, Pablo
afirma que "nadie lo entiende" cuando alguien habla en lenguas, lo cual sería
incomprensible si estas lenguas fueran únicamente idiomas humanos.
Recordemos que, en Pentecostés, muchos entendieron las lenguas que se
hablaron (Hechos 1:8-11). Este argumento cobra aún más fuerza al considerar
el contexto de Corinto, una ciudad portuaria, cosmopolita y políglota, llena
de personas que hablaban numerosos dialectos. Allí, sería poco probable que
nadie entendiera un idioma humano hablado en lenguas.[306]
En tercer lugar, si las lenguas fueran siempre idiomas humanos, el
don de interpretación perdería su carácter sobrenatural. No haría falta la
intervención del Espíritu Santo para interpretar, ya que cualquier persona con
conocimientos lingüísticos, como el propio Pablo, podría hacerlo
simplemente por su habilidad natural. Esto contradiría la naturaleza misma de
los dones espirituales, que son manifestaciones divinas y no talentos
humanos.[307]
En cuarto lugar, no podemos pasar por alto que en 1 Corintios 13:1,
Pablo menciona las "lenguas humanas y angélicas". Los que niegan la
posibilidad de las lenguas angélicas suelen argumentar que Pablo está usando
una hipérbole. Sin embargo, es igualmente plausible que se esté refiriendo a
dialectos celestiales o angélicos por medio de los cuales se manifiesta el
Espíritu Santo. ¿Por qué decimos esto? Porque todo el razonamiento de Pablo
se fundamenta en la ininteligibilidad de las lenguas, tanto para el hablante
como para el oyente. De hecho, no parece considerar en absoluto la
posibilidad de que alguien presente pudiera entender lo que se dice, algo que
sí sería factible si se tratara de un idioma terrenal.[308]
Además, el uso que Pablo hace de los idiomas humanos como
analogía en 1 Corintios 14:10-12 implica que no está hablando de un idioma
humano conocido. Por regla general, una analogía no es idéntica a lo que
representa. Esto nos lleva a considerar que la clave para interpretar
correctamente 14:10-12 podría estar en el término "lenguas angélicas"
mencionado en 13:1. Así, "lenguas humanas" se referiría a un idioma humano
desconocido para el hablante pero inspirado por el Espíritu, mientras que
"lenguas angélicas" señalaría una comunicación en los idiomas del cielo.
¿Hay evidencia que respalde esta interpretación? ¡Por supuesto que sí!
Si bien muchos, incluso pentecostales influenciados por las teorías
cesacionistas, suelen argumentar que la expresión “lenguas angélicas” o
“lenguas de ángeles” es una mera hipérbole, y que las lenguas angelicales no
existen ni Pablo quiso insinuar tal cosa, eruditos del texto griego, tanto
pentecostales como no pentecostales, coinciden en que Pablo no está usando
una hipérbole cuando habla de “lenguas de ángeles”.
El reconocido erudito Gordon Fee, presenta evidencia a partir de
fuentes judías antiguas donde se ve la creencia de que los ángeles tenían sus
propios lenguajes celestiales y que, por medio del Espíritu, uno podía hablar
con ellos.
“Esta oración inicial es la razón del debate entero: «Si yo hablase
lenguas humanas y angélicas». Podemos estar bien seguros de que los
corintios creían hacerlo; de hecho, esto es lo que m2or explica el repentino
viraje a la primera persona singular (cf. 14.14-15). Por sí solo, esto podría
significar simplemente «hablar elocuentemente», como algunos han alegado
y como se entiende popularmente. Pero, como no se da por sí solo, sino que
se sigue directamente de 12.28-30 y anuncia 14.1-25, lo más probable es que
ésta sea la forma en que Pablo o ellos (o ambos) entienden el «hablar en
lenguas». Entonces «lenguas humanas» se referiría a un idioma humano,
inspirado por el Espíritu pero desconocido para el hablante; «lenguas
angélicas» reflejaría el punto de vista de que quien habla en lenguas está
comunicándose en el idioma o idiomas del cielo. Que por lo menos los
corintios, y probablemente también Pablo, consideraran las lenguas como el
idioma o los idiomas de los ángeles, parece sumamente probable, por dos
razones: (1) Existe cierta evidencia, por fuentes judías, de que se creía que
los ángeles tenían su propio lenguaje (o dialectos) celestial, y que por
medio del «Espíritu» uno podía hablar tales dialectos. Es así como, en el
Testamento de Job 48-50, a las tres hijas de Job se les dan «cinturones
carismáticos»; cuando estos cinturones se ponían en la cintura le permitían a
Hemera, por ejemplo, hablar «extáticamente en un dialecto angélico,
haciendo subir un himno a Dios con el estilo hímnico de los ángeles. Y al
hablar ella extáticamente, permitía que `El Espíritu' quedara inscrito en su
vestidura.» Esa manera de ver el habla celestial podría hallarse también
detrás del modo de expresarse en 1 Corintios 14.2 («por el Espíritu habla
misterios»). (2) Como se ha argumentado en otros lugares, puede
explicarse bastante bien la manera en que los corintios entendían la
«espiritualidad», si creían que ya habían entrado en cierta expresión de la
existencia angélica. Esto explicaría su rechazo de la vida sexual y de los
papeles sexuales (cf. 7.1-7;11.2-16) y también explicaría en parte su
negación de una futura existencia corporal (15.12, 35). Para ellos, la
evidencia de que habían «llegado» a ese tipo de estado «espiritual» sería el
hecho de que hablaban «lenguas angélicas». De allí la altísima estima en
que tenían ese don.”[309]
Ante tal evidencia, resulta obvio que Pablo no usaba una hipérbole al
hablar de “lenguas angélicas” en 1 Corintios 13:1, ya que era una creencia
aceptada por los judíos de la época de Pablo. Así pues, resulta fácil aceptar
que los corintios, y también Pablo, consideraran las lenguas como el idioma o
los idiomas de los ángeles.
Pero Gordon D. Fee no es el único erudito que opina de esta manera.
David E. Garland, Ph.D. y M. Div. del Southern Baptist Theological
Seminary (y quien obviamente no es pentecostal) también ha negado que
dicha expresión sea una hipérbole. En el reconocido First Corinthians -
Baker Exegetical Commentary on the New Testament, Garland afirma lo
siguiente:
“Es innegable que Pablo considera [el hablar en lenguas] parte
natural de la experiencia cristiana […] Lo que él dice acerca de las lenguas
en el contexto de los capítulos 12–14 debe controlar nuestras conclusiones.
Primero, Pablo entiende que es un lenguaje inspirado por el Espíritu y no
una expresión no cognitiva ni lingüística. No es simplemente un balbuceo
incoherente en el Espíritu (Schrage 1999: 161). “Lenguaje” es el significado
más natural de la palabra γλῶσσα y explica mejor cómo las lenguas se
pueden diferenciar en varios tipos (γένη). La frase “lenguas de hombres y de
ángeles” en 13:1 solo puede referirse a algún tipo de lenguaje. En 14:21,
Pablo entiende a Isa. 28:11–12, con su referencia a “otras lenguas”
(lenguas extranjeras), como siendo análogas a la experiencia de lenguas en
Corinto. Las lenguas consisten en palabras (λόγοι, logoi), que, aunque
indescifrables, no son sílabas sin sentido unidas (1 Cor. 14:19). Segundo,
Pablo entiende que estas declaraciones están dirigidas a Dios (14:2, 14, 28)
y no a los humanos (14:2, 6, 9). No es un lenguaje del discurso humano
normal, sino algo misterioso […] Consiste en “misterios en el Espíritu” que
son ininteligibles para los humanos (14:2) y que benefician solo al hablante
(14:4). Se comunica con Dios a través de la oración y la alabanza (14:15) de
maneras que no lo hace el discurso analítico. Pablo lo compara con los
sonidos confusos de un instrumento musical que son confusos para el oyente
(14:8). La frase “si viniere a vosotros hablando en lenguas” en 14:6
recuerda su descripción de su primera predicación en Corinto (2:1, “y
cuando vine a vosotros”). La implicación es que si hubiera venido hablando
en lenguas, no habría tenido éxito como apóstol […] Tercero, debido a la
referencia a “las lenguas de los ángeles” en 13:1, muchos piensan que es
algo así como un idioma angélico. El Testamento de Job (un texto judío
egipcio que data del primer siglo a.C. o primer siglo d.C.) de - ofrece un
paralelo razonable. Job lega a sus hijas un cinturón milagroso que lo había
curado. Cuando se lo pusieron, adquirieron un nuevo corazón y hablaron en
un idioma celestial que se describe como un “dialecto angelical” (48:2), “el
dialecto de los arcontes” (49:2), “el dialecto de los de lo alto” (50:1), “el
dialecto de los querubines” (50:2), y un “dialecto distintivo” (52:7).
Tertuliano (De anima [El alma] 9) se refiere a una mujer que recibe visiones
extáticas y conversa con ángeles. La tradición rabínica posterior también
atribuye a Johanan ben Zakkai la capacidad de comprender el lenguaje de
los ángeles debido a su gran erudición y piedad (ver b. B. Bat. 134a; b.
Sukkah 28a). La evidencia de que los corintios entendían las lenguas como
una especie de discurso angélico [significaría entonces que] hablar en
lenguas sería una señal de participación en reinos espirituales superiores (cf.
2 Corintios 12:4).”[310]
Más adelante, en su libro, Garland añade:
“Surge aquí la pregunta de si las “lenguas de los ángeles” son una
expansión de las lenguas humanas o hipérbole… Sin embargo, he presentado
evidencia anteriormente de que hablar en lenguas de ángeles no se habría
considerado inalcanzable (véanse los comentarios sobre 12:8–10). El rapto
de Pablo al tercer cielo, al paraíso, donde escuchó cosas que un ser humano
no puede hablar, asume que escuchó cosas en alguna lengua celestial (2 Cor.
12:1–4). Es más probable que plantee una posibilidad realista de que
algunos puedan creer que hablan en un lenguaje celestial (cf. la combinación
de humanos y ángeles en 1 Cor. 4:9 [Spicq 1965: 145; Conzelmann 1975:
221 n. 27]). De hecho, identificar como hipérbole el segundo elemento en los
siguientes versículos es engañoso. La fe para mover montañas no se refiere
literalmente a mover montañas, sino que es un modismo para hacer lo que es
imposible. Dar el propio cuerpo tampoco es una exageración, porque
muchos cristianos lo han hecho. La escala ascendente en el factor de
deslumbramiento de los dones descritos no está correlacionada con su
imposibilidad sino con su potencial para acumular mayor gloria para el
individuo. La estrategia de Pablo es colocar en el centro del escenario el don
que los corintios más apreciaban y que estaba causando la mayor
perturbación en su asamblea y luego rebajarlo varias muescas al mostrar su
vacío sin amor. Se convierte en una actuación hueca que fracasa. Los que
hablan en lenguas sin amor se convierten en algo distinto de lo que
pretendían.”
Aunque la «xenolalia» o «xenoglosia» es una realidad en Hechos 2,
este no siempre es el caso. Si las lenguas habladas por inspiración del
Espíritu Santo siempre fuesen idiomas humanos, entonces la frase de Pablo
en 1 Corintios 14:23 pierde su sentido pues no siempre sería la verdad. Pablo
dice: “Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en
lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?”. Pero,
¿por qué no sería verdadera la afirmación de Pablo? Simplemente porque
cualquier creyente que conociera la lengua que se estaba usando no pensaría
que «estaban locos», sino que pensaría que se trataba de un grupo de
personas cultas. Solo si las lenguas fuesen un idioma no humano y, por
consiguiente desconocido, la frase de Pablo tiene sentido: Los oyentes ajenos
a la iglesia (a quienes Pablo llama indoctos e incrédulos) pensarían que
estaban locos. ¡Justo lo que pasa con nuestros hermanos no-pentecostales
cuando van a una de nuestras reuniones sin entender lo que ocurre y tal don
se manifiesta!
Un punto adicional a favor de la interpretación pentecostal la
encontramos al leer 1 Corintios 14:2, en donde se afirma que el que habla en
lenguas «no habla a los hombres, sino a Dios», ya que si las lenguas siempre
son idiomas humanos (xenolalia o xenoglosia), Pablo comete una
equivocación, ya que el idioma humano ¡sirve para «hablar a los hombres»!
Es más, Pablo dice que cuando uno habla en lenguas, «nadie lo entiende», lo
cual no tiene sentido si las lenguas fueran idiomas humanos, ya que muchos
las habrían entendido, como hicieron el día de Pentecostés (Hechos 1:8-11).
Esto sería especialmente cierto en Corinto, una ciudad portuaria cosmopolita
y políglota, frecuentada por gentes de muchos dialectos.
Por otro lado, si las lenguas hablados bajo inspiración del Espíritu
siempre fueran idiomas humanos, entonces el don de interpretación no
requeriría la manifestación, obra o presencia del Espíritu Santo. ¡El don de
interpretación de lenguas jamás hubiese sido necesario para empezar!
Cualquiera que hablara varios idiomas, como el mismo Pablo, podía
interpretar lenguas en virtud de su talento (y esto sin ninguna intervención
sobrenatural u obra del Espíritu). Solo aceptando la posibilidad de hablar en
“lenguas de ángeles” preservamos el sentido de numerosos textos.
Por si lo anterior no fuese suficiente, vale la pena mencionar que creer
en la existencia de “lenguas angelicales” y la posibilidad de hablarlas bajo
influjo divino no era algo extraño en el judaísmo del Segundo Templo. Esto
es más que constatable no solo gracias al Testamento de Job (48:3; 49:2;
51:1-2), sino también en otros textos apócrifos como el libro de los Jubileos
(25:14); el Testamento de Judá (25:3); el Primer Libro de Enoc (40 y 71:11);
el Apocalipsis de Sofonías (8); y el cuarto libro de los Macabeos (10:21).
Y más allá de Fee (pentecostal) o Garland (bautista del sur), otros
comentaristas de peso académico como Ellis, Dautzenberger, Ben
Witherington, C. K. Barret y C. Forbes (ninguno de ellos pentecostal), llegan
a las mismas conclusiones que los pentecostales.
Al afirmar la posibilidad de hablar en lenguas angelicales bajo la
influencia del Espíritu Santo, los pentecostales no estamos convirtiendo en
doctrina una hipérbole, por el contrario, estamos respetando el sentido natural
del texto y reafirmando nuestro compromiso con la autoridad de la Palabra
escrita de Dios, aún por encima de otros grupos que, en nombre de viejas
tradiciones religiosas ya pasadas de moda, o por mero prejuicio y temor a la
sobrenaturalidad del Dios en quien dicen creer, sostienen un punto tan
contrario a las Escrituras como el cesacionismo. Burlarse de nosotros no
cambia la verdad; pero lo que en realidad hacen es burlarse de la Palabra y su
mensaje
En quinto lugar, la frase de Pablo en 1 Corintios 14:18 «hablo en
lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco
palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil
palabras en lengua desconocida» es una prueba de que las lenguas no son
idiomas extranjeros. Incluso el teólogo calvinista Wayne Grudem afirma la
veracidad de la interpretación pentecostal cuando admite:
«Si fueran idiomas extranjeros conocidos, que los extranjeros pudieran entender,
como en Pentecostés, ¿por qué iba Pablo a usarlos en privado, cuando nadie le iba
a entender, en lugar de hacerlo en la iglesia, donde los visitantes extranjeros
podían entenderlo."[311]

La declaración de Pablo, cuando se analiza a la luz de su contexto,


señala una práctica personal e íntima del don de lenguas, algo que
difícilmente tendría sentido si estas lenguas fueran únicamente idiomas
humanos reconocibles.
Pablo no menciona que estas lenguas fueran comprendidas o
traducidas por otros, ni siquiera por él mismo en todo momento. Esto
refuerza la noción de que las lenguas, tal como las describe Pablo, no siempre
tienen una función comunicativa horizontal (entre personas), sino vertical,
dirigida directamente a Dios. En 1 Corintios 14:2, Pablo ya había aclarado
que quien habla en lenguas "no habla a los hombres, sino a Dios", un
concepto incompatible con la noción de que todas las lenguas deban ser
idiomas humanos comprensibles.
Si las lenguas fueran siempre idiomas humanos reconocibles, sería
ilógico que Pablo optara por hablarlas en privado, donde ningún extranjero
pudiera beneficiarse de su comprensión. Según esta lógica, si las lenguas
fueran exclusivamente idiomas extranjeros como en Pentecostés (Hechos 2:6-
11), su uso en un contexto privado perdería su propósito. Sin embargo, Pablo
no solo utiliza este don de manera privada, sino que lo hace más que
cualquiera de los corintios, subrayando su valor espiritual personal.
Así, las palabras de Pablo no solo cuestionan la limitación
cesacionista de las lenguas a idiomas humanos, sino que también resalta la
naturaleza multifacética de este don. Las lenguas, según el apóstol Pablo, no
son simplemente herramientas lingüísticas humanas; son un medio de
edificación espiritual y de conexión directa con Dios, una dimensión que el
cesacionismo ignora o subestima. Por lo tanto, lejos de ser una evidencia del
cese del don, esta práctica privada de Pablo refuerza la interpretación
pentecostal de que las lenguas incluyen tanto idiomas humanos como
expresiones espirituales o angélicas, y que este don sigue siendo relevante y
activo en la iglesia contemporánea.
Y en sexto y último lugar, si las lenguas siempre fuesen idiomas
humanos, entonces la frase de Pablo en 1 Corintios 14:23 pierde su sentido
pues no siempre sería la verdad. Pablo dice: “Si, pues, toda la iglesia se
reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o
incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?”. Pero, ¿por qué no sería verdadera
la afirmación de Pablo? Simplemente porque cualquier creyente que
conociera la lengua que se estaba usando no pensaría que "estaban locos",
sino que pensaría que se trataba de un grupo de personas cultas.
A pesar de las caricaturizaciones que los cesacionistas y burladores
hagan de nosotros los pentecostales, nuestra creencia en los dones del espíritu
no disminuye nuestra capacidad de pensamiento racional o de compromiso
con la autoridad de la Palabra escrita de Dios; por el contrario, la reafirma por
encima de otros grupos que, en nombre de viejas tradiciones religiosas ya
pasadas de moda, o por mero prejuicio y temor a la sobrenaturalidad del dios
en quien dicen creer, sostienen un punto tan contrario a las Escrituras como el
cesacionismo.
Aquellos que poseemos el precioso don de hablar en lenguas hemos
comprobado como Pablo que este don es de profunda ayuda en nuestra vida
de oración. Hablar en lenguas nos ha servido para profundizar en nuestra
intimidad con el Señor Jesucristo y para adorar con más entusiasmo y alegría.
La burla de otros grupos religiosos no nos daña, por el contrario, nos motiva
a presentar defensa de nuestra fe de una forma más profunda. Por otro lado,
no esperamos que se conviertan porque les presentemos evidencia bíblica y
extrabíblica de nuestra doctrina, después de todo, escrito está:
“Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará a este pueblo, a los
cuales él dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y este es el refrigerio; mas
no quisieron oír.” (Isaías 28:11-12)
Y también:
“Vosotros, que sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, resistís
siempre al Espíritu Santo; como hicieron vuestros padres, así también hacéis
vosotros.” (Hechos 7:51, LBLA)
Lo que el Espíritu Santo no ha logrado en ellos por la dureza de su
corazón no lo logrará ningún argumento, por bueno, legítimo o bíblico que
sea. Nosotros, sin embargo, queremos eliminar cualquier excusa.

Referencias:
Fee, G. D. (1987). The First Epistle to the Corinthians (The New
International Commentary on the New Testament). Grand Rapids,
MI: Eerdmans.
Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to
Biblical Doctrine. Grand Rapids, MI: Zondervan.
Keener, C. S. (2011). Miracles: The Credibility of the New
Testament Accounts. Grand Rapids, MI: Baker Academic.
Storms, S. (2001). The Beginner's Guide to Spiritual Gifts.
Minneapolis, MN: Bethany House.
VOCES DE LA HISTORIA:
LOS PADRES DE LA
IGLESIA CONTRA EL
CESACIONISMO
"Los Padres de la Iglesia no enseñaron ni aceptaron una doctrina cesacionista. Por
el contrario, abundan testimonios de milagros y manifestaciones espirituales en sus
escritos, lo que refuerza la continuidad de los dones en la historia de la iglesia"
— Storms, S. (2021). Practicing the Power: Welcoming the Gifts of the Holy
Spirit in Your Life. Zondervan, p. 156.

"Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes..."
— Marcos 16:17-18 (RVR1960)

Frecuentemente, alguno que otro cesacionista esgrime en defensa de


su doctrina uno que otro texto patrístico[312] para “comprobar” de forma
extrabíblica que los dones cesaron después de la muerte del último apóstol
(algunos afirman que incluso antes del 70 d.C.). Generalmente, tal testimonio
patrístico a favor del cesacionismo se limita a tres citas poco favorecedoras,
siendo una de ellas el testimonio de Juan Crisóstomo[313]:
“Todo este lugar [hablando de 1 Corintios 12] es muy oscuro: pero la oscuridad es
producida por nuestra ignorancia de los hechos mencionados y por su cesación,
siendo tal como entonces solía ocurrir, pero que ahora ya no se llevan a cabo. ¿Y
por qué no ocurren ahora? Porque, mirad ahora, la causa de la oscuridad también
ha producido en nosotros otra pregunta: esto es, ¿por qué ocurrieron entonces, y
ahora no lo hacen más?… Bien, ¿qué fue lo que pasó entonces? Quien quiera que
fuera bautizado hablaba inmediatamente en lenguas y no solo con lenguas, sino que
muchos también profetizaban, y algunos hacían muchas obras maravillosas… pero
más abundante que ninguna otra cosa era el don de lenguas entre ellos.”[314]
Otra cita tomada de los Padres a favor del cesacionismo proviene de
Agustín de Hipona[315] (354–430)
“En los tiempos más antiguos, el Espíritu Santo descendió sobre los que creyeron y
hablaron en lenguas, que no habían aprendido, según el Espíritu les daba que
hablasen. Estas fueron señales adaptadas para ese tiempo. Porque había esta
proclamación del Espíritu Santo en todas las lenguas [idiomas] para mostrar que el
evangelio de Dios iba a ser comunicado a través de todas las lenguas sobre toda la
tierra. Esto se hizo por señal y terminó.”[316]
"Porque, ¿quién espera en estos días que las personas sobre quienes se imponen las
manos para que reciban el Espíritu Santo deben inmediatamente empezar a hablar
en lenguas? Pero se entiende que invisiblemente e imperceptiblemente, a causa del
vínculo de la paz, el amor divino es inspirado en sus corazones, para que puedan
ser capaces de decir: ‘Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.’”[317]

Teodoreto de Ciro (C. 393– C. 466) es también citado en defensa del


cesacionismo. Él afirmó que:
“En otros tiempos los que aceptaron la predicación divina y que fueron bautizados
por su salvación se les dio señales visibles de la gracia del Espíritu Santo que actuó
en ellos. Algunos hablaron en lenguas que no conocían, y que nadie les había
enseñado, mientras que otros realizaron milagros o profetizaron. Los corintios
también hicieron estas cosas, pero no utilizaron los dones como debieron haber
hecho. Estaban más interesados en presumir que en usarlos para la edificación de
la iglesia. …Incluso en nuestro tiempo de gracia se otorga a los que son
considerados dignos del santo bautismo, pero no podría tomar la misma forma que
tomó en aquellos días.”[318]

Estas tres afirmaciones patrísticas resultarían ser una verdadera


desgracia para el continuismo si no fuera que han sido sacadas de su
contexto. Y con todo respeto hacia nuestros hermanos cesacionistas (pero a la
vez por amor a la verdad) debemos reconocer que en su esfuerzo por
defender su postura, muchos de ellos prefieren cegarse ante la vasta evidencia
en favor del continuismo y optan por la deshonestidad intelectual, por lo que
terminan manipulado la historia de la Iglesia (y las pocas citas patrísticas que
creen que les favorecen) para intentar demostrar su postura.
Afortunadamente, y gracias al creciente conocimiento de la patrística en
nuestros días, tales manipulaciones han quedado en evidencia.
Y es que hoy en día, a diferencia de siglos anteriores, contamos con
variados textos antiguos provenientes de los padres apostólicos, de los padres
apologistas griegos, y de los padres y obispos de la iglesia de los primeros
siglos, tanto griegos como latinos. Esto nos permite declarar con autoridad
que el panorama en el tema de la continuidad de los dones es bien claro: Hay
un unanimis consensus Patrum que nos permite afirmar enfáticamente la
vigencia de los dones espirituales y su continuidad tras la muerte de los
apóstoles.
Agustín de Hipona (citado anteriormente en defensa del
cesacionismo) afirmó:
“Todavía hoy se realizan milagros en su nombre… Se realizan todavía hoy muchos
prodigios; los realiza el mismo Dios a través de quienes le place y como le place, lo
mismo que realizó los que tenemos escritos.”[319]

La Didaché[320] o Didajé, por su parte afirma:


“Sin embargo, no todo el que habla en el Espíritu es un profeta, sino sólo el que
tiene las costumbres del Señor. Por sus costumbres, pues, será reconocido el
profeta falso y el profeta verdadero”[321]

Ignacio de Antioquía[322] (Siria, 35 d.C.- Roma, entre 108 y 110 d.C.),


también declaró:
“Por esto estás hecho de carne y espíritu, para que puedas desempeñar bien las
cosas que aparecen ante tus ojos; y en cuanto a las cosas invisibles, ruega que te
sean reveladas, para que no carezcas de nada, sino que puedas abundar en todo
don espiritual.”[323]

En la famosa obra cristiana del siglo II, el Pastor de Hermas[324] 140


d.C., el autor declara:
“Así pondrás a prueba al profeta y al falso profeta, Por medio de su vida pon a
prueba al hombre que tiene el Espíritu divino. En primer lugar, el que tiene el
Espíritu divino, que es de arriba, es manso y tranquilo y humilde, y se abstiene de
toda maldad y vano deseo de este mundo presente, y se considera inferior a todos
los hombres, y no da respuesta a ningún hombre cuando inquiere de él, ni habla en
secreto porque tampoco habla el Espíritu Santo cuando un hombre quiere que lo
haga, sino que este hombre habla cuando Dios quiere que lo haga. Así pues, cuando
el hombre que tiene el Espíritu divino acude a una asamblea de hombres justos, que
tienen fe en el Espíritu divino, y se hace intercesión a Dios en favor de la
congregación de estos hombres, entonces el ángel del espíritu profético que está
con el hombre llena al hombre, y éste, siendo lleno del Espíritu Santo, habla a la
multitud, según quiere el Señor. De esta manera, pues, el Espíritu de la deidad será
manifestado. Ésta, por tanto, es la grandeza del poder que corresponde al Espíritu
de la divinidad que es del Señor”.[325]

Quadrato, el apologista cristiano conocido más antiguo, obispo de


Atenas y uno de los padres Apologistas Griegos, fue también defensor de la
continuidad de los dones espirituales. La apología de Cuadrato es la primera
apología del cristianismo que se conoce y con ella se inaugura la literatura
apologética cristiana. Acerca de la vigencia de los dones espirituales,
Quadrato afirmó:
“Las obras, empero, de nuestro Salvador estuvieron siempre presentes, puesto que
eran verdaderas; los que curó, los que resucitó de entre los muertos no fueron
vistos solamente en el momento de ser curados y resucitados, sino que estuvieron
siempre presentes y eso no solamente mientras el Salvador vivía aquí abajo, sino
aún después de su muerte han sobrevivido mucho tiempo, de suerte que algunos de
ellos han llegado hasta nuestros días.”[326]

¿Pero quién era Quadrato? La única referencia que tenemos de él está


en Eusebio, en su Chronicon, y en Historia Eclesiástica, IV, III, I, II. Según
este testimonio, Quadrato afirmaba ser discípulo de los apóstoles y para
preparar a sus hermanos en la fe en la defensa contra las falsas acusaciones
hechas por los paganos, escribió una inteligente defensa del cristianismo que
dirigió al emperador Adriano en el 125 d.C. De él afirmó Eusebio[327]:
“Entre los que por este tiempo eran famosos, estaba también Quadrato, del cual
refiere una tradición que sobresalía en el carisma profético, como las hijas de
Felipe”[328]

De él también habló posteriormente Jerónimo de Estridón[329]


diciendo:
“Quadrato, discípulo de los Apóstoles, sucedió a Publio, obispo de Atenas…
Quadrato entrega al Emperador un libro escrito en favor de nuestra religión, muy
útil, a base de fe y razón, digno de la doctrina de los Apóstoles; en ese libro,
mostrando su edad avanzada, dice haber visto numerosos desgraciados, bajo el
peso de diversas calamidades, ser sanados y resucitados por el Señor”.[330]

Ireneo[331], Obispo de Lyon (130-202 d.C.) también afirmó la vigencia


de los dones en sus días:
“También nosotros hemos oído a muchos hermanos en la Iglesia, que tienen el don
de la profecía, y que hablan en todas las lenguas por el Espíritu, haciendo público
lo que está escondido en los hombres y manifestando los misterios de Dios, a
quienes el Apóstol llama espirituales: éstos son espirituales, porque participan del
Espíritu.”[332]
“Por eso sus discípulos verdaderos en su nombre hacen tantas obras en favor de los
seres humanos, según la gracia que de él han recibido. Unos real y verdaderamente
expulsan a los demonios, de modo que los mismos librados de los malos espíritus
aceptan la fe y entran en la Iglesia; otros conocen lo que ha de pasar, y reciben
visiones y palabras proféticas; otros curan las enfermedades por la imposición de
las manos y devuelven la salud; y, como arriba hemos dicho, algunos muertos han
resucitado y vivido entre nosotros por varios años.”[333]
“Porque saben que los seres humanos no reciben de Marco (maestro gnóstico) el
don de la profecía, sino que Dios concede esta gracia desde lo alto a quienes él
quiere; y quienes reciben de Dios este don, hablan donde y cuando Dios quiere, no
cuando Marcos ordena. Aquel que manda es más grande y soberano que quien le
está subordinado; pues lo primero es propio de quien tiene el gobierno, y lo
segundo del que le está sujeto.”[334]

Tertuliano[335] (160-220 d.C.) también nos habla de liberaciones,


sanidades y señales milagrosas en su época:
“Mas, ¿quién os arrebataría a esos enemigos ocultos que por doquier y siempre
devastan vuestros espíritus y vuestra salud, o sea, esos demonios que nosotros
arrojamos de vuestros cuerpos sin pedir recompensa ni salario? Nos hubiera
bastado, en venganza, abandonaros a esos espíritus inmundos como a bien sin
dueño.”[336]
“Que Marción exhiba, pues, como dones de su dios, algunos profetas, que no hayan
hablado por sentido humano, sino con el Espíritu de Dios, que hayan predicho
cosas que van de ocurrir y hayan puesto de manifiesto los secretos del corazón; que
él produzca un salmo, una visión, una oración -solo que sea por el Espíritu, en un
éxtasis, esto es, en un rapto, toda vez que le haya ocurrido una interpretación de
lenguas; que él me muestre también, que cualquier mujer de lengua jactanciosa en
su comunidad haya profetizado alguna vez de entre aquellas hermanas
especialmente santas que él tiene. Ahora, todas estas señales (de dones espirituales)
se están manifestando de mi lado sin ninguna dificultad, y concuerdan, también, con
las reglas, y las dispensaciones y las instrucciones del Creador.” [Tertuliano,
Contra Marción 5:8]

Justino Mártir[337] (110-168 d.C), otro grande de la fe cristiana,


también defendió la continuidad de los dones espirituales:
“Entre nosotros, aun hasta el presente, se dan los carismas proféticos. Por donde
hasta vosotros tenéis que daros cuenta de que los que en otros tiempos se daban en
vuestro pueblo han pasado a nosotros.”[338]
“Ahora, es posible ver entre nosotros mujeres y hombres que poseen dones del
Espíritu de Dios.”[339]
La vigencia del don profético en sus días es también proclamada por Taciano[340],
110-172 d.C
“Pero el Espíritu de Dios no está con todos, sino que, asumiendo su morada con
aquellos que viven justamente, y combinándose íntimamente con el alma, anuncia
cosas ocultas a otras almas mediante profecías.”[341]

En su obra “Contra Celso”, Orígenes[342] (185-255 d.C.) declara sobre


los dones espirituales:
“Y es así como, sin obrar milagros y portentos, no hubieran movido a sus oyentes a
abandonar, por nuevas doctrinas y dogmas nuevos, su religión tradicional y
abrazar las enseñanzas de ellos aun con peligro de la vida. Y todavía se conservan
entre los cristianos huellas de aquel Espíritu Santo que fue visto en figura de
paloma. Ellos expulsan demonios, realizan muchas curaciones y, según la voluntad
del Legos, tienen algunas visiones sobre lo futuro. Y, siquiera se burle Celso, o el
judío que introduce, sobre lo voy a decir, no dejaré de decirlo, y es que muchos han
venido al cristianismo como contra su voluntad, pues cierto espíritu,
apareciéndoseles en sueños o despiertos, mudó súbitamente su mente y, de odiar al
Logos, pasaron a morir por El. De muchos de estos casos hemos sido testigos; sin
embargo, de ponerlos por escrito, daríamos que reír a carcajadas a los incrédulos,
los cuales, como suponen que otros se inventan todo eso, así creerían que nos lo
inventamos también nosotros. Pero testigo es Dios de nuestra conciencia que no
quiere recomendar la enseñanza divina de Jesús por mentirosas narraciones, sino
por múltiple evidencia.”[343]

En una de sus cartas Cipriano[344], obispo de Cartago (200-258 d.C.),


junto a 40 obispos más de su época, declaró que Dios les había revelado a
través de visiones, sobre la persecución que se avecinaba sobre ellos, una
persecución más violenta que la anterior que habían afrontado. Tales visiones
fueron fieles a la verdad y tuvieron cumplimiento cierto, pues dicha
persecución efectivamente sucedió. Cipriano afirma:
“Pero, como vemos que se acerca el día de una nueva persecución y que se nos
advierte con continuas señales que estemos armados y preparados para la lucha
que nos prepara el enemigo […] Pues hay que obedecer, en efecto, las señales y las
advertencias […] nos ha parecido bien -por inspiración del Espíritu Santo y
después de habernos advertido el Señor en varias y claras visiones, que se nos
anuncia y se nos manifiesta que el enemigo está inminente […] que se acerca el día
de la lucha, que muy pronto se alzará contra nosotros el enemigo violento, que
viene una batalla, no como la pasada sino mucho más grave y violenta, que así nos
lo ha dado a conocer Dios diversas veces y que hemos recibido sobre eso frecuentes
advertencias de la providencia y misericordia del Señor.”[345]
Novaciano[346]de Frigia (210- 258 d.C.) también confirma la vigencia de los dones
espirituales en una época posterior a la muerte de los apóstoles:
“Armados y fortalecidos por el mismo Espíritu, teniendo en sí mismos los dones que
este mismo Espíritu distribuye, y otorga a la Iglesia, la Esposa de Cristo, como sus
ornamentos. Él es quien coloca profetas en la Iglesia, instruye maestros, dirige
lenguas, da poderes y sanidades, hace obras maravillosas, ofrece discernimientos
de espíritus, concede poderes de gobierno, sugiere consejos, y ordena y arregla
cualesquiera otros dones de charismata que haya. Y así perfecciona y completa en
todo a la Iglesia del Señor en todas partes.”[347]

Un siglo después, Hilario de Poitiers[348] (315-367 d.C.) dio


testimonio, al igual que sus antecesores, acerca de la vigencia y continuidad
de los dones carismáticos en la iglesia de su tiempo:
“Porque el don del Espíritu se manifiesta, allí donde la sabiduría habla y son oídas
las palabras de vida, y allí donde es el conocimiento que viene del discernimiento
dado por Dios, por el don de sanidades, para que por la curación de las
enfermedades podamos dar testimonio de su gracia que concedió estas cosas; o por
el hacer milagros, para que lo que hacemos pueda ser entendido como que es del
poder de Dios, o por profecía, para que a través de nuestra comprensión de la
doctrina podamos ser conocidos como enseñados por Dios; o por el discernimiento
de espíritus, para que no seamos incapaces de decir si alguien habla con un espíritu
santo o pervertido, o por géneros de lenguas, para que el hablar en lenguas pueda
ser otorgado como una señal del don del Espíritu Santo; o por la interpretación de
lenguas, para que la fe de aquellos que oyen no sea puesta en peligro a través de la
ignorancia, dado que el intérprete de una lengua explica la lengua a aquellos que
son ignorantes de ella. Así en todas estas cosas distribuidas a cada uno para
provecho haya al mismo tiempo la manifestación del Espíritu, siendo evidente el
don del Espíritu a través de estas ventajas maravillosas concedidas sobre cada
uno.”[349]

Cirilo de Jerusalén (315-386 d.C.), contemporáneo de Hilario, añade


también su testimonio en favor de la vigencia de los dones espirituales:
“Porque Él emplea la lengua de un hombre para sabiduría; el alma de otro Él
ilumina por profecía, a otro le da poder de echar fuera demonios, a otro le da
interpretar las Escrituras divinas. Él fortalece el dominio propio de un hombre; Él
enseña a otro la manera de dar limosnas; a otro enseña a ayunar y disciplinarse; a
otro enseña a despreciar las cosas del cuerpo; a otro prepara para el martirio;
diversos en diferentes hombres, pero no diversos de Él, como está escrito.”[350]

Y puesto que Agustín de Hipona es usado a menudo como defensor


del cesacionismo, es justo utilizar sus palabras como cierre en esta serie de
citas patrísticas a favor de la vigencia y continuidad de los dones espirituales
posterior a la edad apostólica. Agustín dijo:
“De dónde nacen las visiones: Procede del espíritu cuando, estando completamente
sano y fuerte el cuerpo, los hombres son arrebatados en éxtasis, ya sea que al
mismo tiempo vean los cuerpos por medio de los sentidos corporales y por el
espíritu ciertas semejanzas de los cuerpos que no se distinguen de los cuerpos, o ya
pierdan por completo el sentido corporal y, sin percibir por él absolutamente nada,
se encuentren transportados por aquella visión espiritual en el mundo de las
semejanzas de los cuerpos. Mas cuando el espíritu maligno arrebata al espíritu del
hombre en estas visiones, engendra demoníacos o posesos, o falsos profetas. Si, por
el contrario, obra en esto el ángel bueno, los fieles hablan ocultos misterios, y si
además les comunica inteligencia, hace de ellos verdaderos profetas; o si, por algún
tiempo, les manifiesta lo que conviene que ellos digan, los hace expositores y
videntes.”[351]
“Debemos creer que tal fue aquel famoso monje Juan, a quien el emperador
Teodosio el Grande consultó sobre el éxito de la guerra civil, porque tenía
realmente el don de profecía. Ni puedo poner en duda de que a cada uno pueda
distribuirse la totalidad de los dones, como tampoco que uno solo pueda tener
muchos.”[352]

Sobre Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona nos narra:


“Tuvo lugar en Milán, estando yo allí, el milagro de la curación de un ciego, que
pudo llegar al conocimiento de muchos por ser la ciudad tan grande, corte del
emperador, y por haber tenido como testigo un inmenso gentío que se agolpaba
ante los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio. Estaban ocultos estos cuerpos
y casi ignorados; fueron descubiertos al serle revelado en sueños al obispo
Ambrosio. Allí vio la luz aquel ciego, disipadas las anteriores tinieblas.”[353]
“¿Qué he de hacer? Urge la promesa de terminar la obra y no puedo consignar
aquí cuanto sé. Y, sin duda, la mayoría de los maestros, al leer esto, se lamentarán
haya pasado en silencio tantos milagros que conocen como yo. Les ruego tengan a
bien disculparme y piensen qué tarea tan larga exige lo que al presente me fuerza a
silenciar la necesidad de la obra emprendida. Si quisiera reseñar, pasando por alto
otros, los milagros solamente que por intercesión del gloriosísimo mártir Esteban
han tenido lugar en esta colonia de Cálama, y lo mismo en la nuestra, habría que
escribir varios libros. Y aun así no podrían recogerse todos, sino sólo los que se
encuentran en los folletos que se recitan al pueblo. He querido recordar los
anteriores al ver que se repetían también en nuestro tiempo maravillas del poder
divino semejantes a las de los tiempos antiguos, y que no debían ellas desaparecer
sin llegar a conocimiento de muchos. No hace dos años aún que está en Hipona
Regia la capilla de este mártir, y sin contar las relaciones de las muchas maravillas
que se han realizado y que tengo por bien ciertas, de sólo las que han sido dadas a
conocer al escribir esto llegan casi a setenta. Y en Cálama, donde la capilla existió
antes, tienen lugar con más frecuencia, y se cuentan en cantidad inmensamente
superior.”[354]

Sin duda el cesacionismo no representa en nada el pensamiento


cristiano de los primeros siglos (ni siquiera de la edad post-apóstolica).
Cuando uno lee las actas de martirio de aquellos cristianos que entregaron su
vida bajo la persecución del imperio romano, puede constatar que en la
inmensa mayoría de ellas hay relatos de milagros y hechos sobrenaturales.
Esto implica que la mentalidad de la iglesia en siglos posteriores a la
muerte de los apóstoles no era escéptica, no limitaba los sucesos milagrosos
para la época apostólica exclusivamente, sino que consideraba que estos
seguían vigentes y eran, en alguna medida, señal distintiva de la verdadera
iglesia.
Atanasio, obispo de Alejandría (n. 296 – m. el 2 de mayo del año 373
d.C.), considerado doctor de la Iglesia Occidental y padre de la Iglesia
Oriental, y que defendiese con gran valentía la divinidad de Cristo en una
incansable lucha que duró desde el primer Concilio de Nicea, en el 325, hasta
cerca del Concilio de Constantinopla en el 381 d.C. (defensa que le valió
cinco destierros), añade información valiosa en favor de la continuidad de los
dones espirituales. En su biografía de Antonio Abad[355], Atanasio escribe:
“Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros acerca de él, sino que
estén seguros de que, al contrario, han oído muy pocos todavía. En verdad, poco les
han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les
cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de
él… Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé - porque lo vi con
frecuencia -, y lo que pude aprender del que fue su compañero. Del comienzo al fin
he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehúse creer
porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que tenga en poco a hombre tan
santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.”[356]
“Cuando finalmente la persecución del emperador cesó [Emperador Maximino,
312 d .C]… [Antonio] volvió a la soledad, determinó un período de tiempo durante
el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto
Martiniano, llegó a importunar a Antonio: tenía una hija a la que molestaba el
demonio. Como persistía ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y
orara a Dios por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le
dijo: «Hombre ¿por qué haces todo ese ruido conmigo? Soy un hombre tal como tú.
Si crees en Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te
concederá». Ese hombre se fue creyendo e invocando a Cristo, y su hija fue librada
del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de él, según la
palabra: «Pidan y se les dará». Muchísima gente que sufría, dormía simplemente
fuera de su celda, ya que él no quería abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y
su sincera oración.”[357]
“Había, por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de Palatium. Tenía una
horrible enfermedad: Se mordía continuamente la lengua y su vista se le iba
acortando. Llegó hasta la montaña y le pidió a Antonio que rogara por él. Oró y
luego Antonio le dijo a Frontón " Vete, vas a ser sanado." Pero el insistió y se
quedó durante días, mientras Antonio seguía diciéndole: "No te vas a sanar
mientras te quedes aquí y cuando llegues a Egipto verás en ti el milagro." El
hombre se convenció por fin y se fue, al llegar a la vista de Egipto desapareció su
enfermedad. Sanó según las instrucciones que Antonio había recibido del Señor
mientras oraba.”[358]

El Testimonio De Los Padres De La Iglesia


Contradice El Cesacionismo
El testimonio de los Padres de la Iglesia refuta de manera contundente
la idea de que los dones espirituales cesaron con los apóstoles. Desde los
escritos de Justino Mártir hasta Agustín de Hipona, encontramos evidencia de
que los milagros, las profecías, las lenguas y otros dones del Espíritu
continuaron operando en la vida de la iglesia. Estos líderes no solo relataron
ejemplos concretos de manifestaciones sobrenaturales, sino que también
afirmaron que eran una expresión viva del poder de Dios en medio de su
pueblo.
Lejos de aceptar un cesacionismo teológico, los Padres abrazaron una
visión de la iglesia como un organismo dinámico, guiado por el Espíritu
Santo, cuyo poder y dones permanecen disponibles para todos los creyentes.
Su defensa de los dones no solo valida la continuidad de estos en la
historia de la iglesia, sino que también desafía las posturas modernas que
limitan la obra del Espíritu a una era específica.
En última instancia, los escritos patrísticos nos recuerdan que el
mismo Dios que obró en el primer siglo sigue activo en su iglesia,
distribuyendo dones "según su voluntad" (Hebreos 2:4) para edificar el
cuerpo de Cristo y glorificar su nombre.
Por lo tanto, ignorar o rechazar esta verdad no solo desvaloriza el
legado de los Padres de la Iglesia, sino que también minimiza la plenitud del
ministerio del Espíritu en nuestros días.

Referencias:
Agustín de Hipona. (2012). Homilías de la Primera Epístola de
Juan (P. Schaff, Ed.). En Niceno y los Padres Posteriores a
Niceno (1ª Serie, Vol. 7, pp. 497–498). Peabody, MA:
Hendrickson.
Agustín de Hipona. (2012). Sobre el Bautismo, Contra los
Donatistas (P. Schaff, Ed.). En Niceno y los Padres Posteriores a
Niceno (1ª Serie, Vol. 4, p. 443).
Agustín de Hipona. (2004). La Ciudad de Dios. En Ruiza, M.,
Fernández, T., & Tamaro, E. Biografías y Vidas: La enciclopedia
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Later Christian Fathers. Oxford: Oxford University Press.
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Ireneo de Lyon. Adversas Haereses (Libros I-V).
Justino Mártir. Diálogo con Trifón, 82 y 88.1.
Leonardi, C., Riccardi, A., & Zarri, G. (Eds.). Diccionario de los
Santos, Volumen I. Madrid: San Pablo.
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Origen: The Bible and Philosophy in the Third-Century Church.
Atlanta, GA: John Knox Press.
Pastor de Hermas. Mandamientos, 11.
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Taciano. Discurso a los Griegos, 13.
Teodoreto de Ciro. (1999). Comentario de la Primera Epístola a
los Corintios. En Bray, G. 1-2 Corintios (ACCS, p. 117).
Juan Crisóstomo. Homilías sobre 1 Corintios. En Bray, G. 1-2
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Hombres Ilustres), Cap. 19. París: Éditions Desclée de Brouwer.
Justino Mártir. Apología.
Ruiza, M., Fernández, T., & Tamaro, E. (2004). Biografía de San
Agustín. En Biografías y Vidas: La enciclopedia biográfica en
línea. Barcelona, España.
SECCIÓN III
LA PNEUMATOLOGÍA PENTECOSTAL:
IDENTIDAD, MANIFESTACIONES Y
VIVENCIA DE PODER
LA PNEUMATOLOGÍA
PENTECOSTAL:
DEFINICIÓN Y
FUNDAMENTOS
“El Espíritu Santo es el cumplimiento de la promesa de Dios para habitar en su
pueblo; Él es tanto la presencia de Dios con nosotros como la garantía de nuestro
futuro en Cristo”
Fee, G. D. (2009), God’s Empowering Presence: The Holy Spirit in the Letters of
Paul, p. 153.

“En él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les
trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu
Santo prometido. Este garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final
del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria.”
Efesios 1:13-14 (NVI)

La pneumatología, en su esencia, es el estudio profundo del Espíritu


Santo, su naturaleza divina y su obra continua en la historia de la redención y
la vida de los creyentes. Esta disciplina teológica, fundamental para la
comprensión integral de la fe cristiana, aborda la tercera persona de la
Trinidad no solo como un concepto abstracto, sino como el aliento vivificante
de Dios que transforma y empodera a su pueblo.[359]
La pneumatología es particularmente esencial para el pentecostalismo
porque se centra en el Espíritu Santo, quien es el núcleo vivificante de la fe y
la práctica pentecostal. El pentecostalismo, desde su origen, ha enfatizado la
experiencia directa y transformadora del Espíritu Santo como un elemento
distintivo que diferencia a esta tradición de otras ramas del cristianismo. La
pneumatología no solo sostiene las bases teológicas de la fe pentecostal, sino
que impulsa la vivencia cotidiana de los creyentes, que buscan no solo
comprender la doctrina, sino experimentarla con poder.[360]
La relevancia de la pneumatología en el pentecostalismo se observa
en su énfasis en el bautismo en el Espíritu Santo, considerado una segunda
experiencia distinta a la conversión, que capacita al creyente para un
testimonio audaz y una vida de servicio (Hechos 1:8). Esta enseñanza es
fundamental en la identidad pentecostal, pues reconoce que el poder del
Espíritu es lo que equipa a los creyentes para realizar la obra del ministerio y
vivir una vida plena en Cristo.[361] Sin esta doctrina, el pentecostalismo
perdería uno de sus distintivos más característicos y esenciales.[362]
Además, la pneumatología pentecostal aborda la manifestación de los
dones espirituales, tales como el hablar en lenguas, la profecía y la sanidad,
que son vistos como evidencias de la continua obra del Espíritu en la iglesia
(1 Cor. 12:4-11). Estos dones son una demostración tangible de que el
Espíritu Santo sigue actuando de manera activa y poderosa en la actualidad,
desafiando la percepción cesacionista de que los dones milagrosos fueron
solo para la era apostólica.[363] Este enfoque reafirma la creencia pentecostal
de que el Evangelio es tanto poder de Dios como palabra (Rom. 15:19).[364]
La morada del Espíritu Santo y su obra de santificación también
ocupan un lugar central en la teología pentecostal. Los pentecostales creemos
que la presencia del Espíritu no es solo un acompañamiento externo, sino una
realidad interna que transforma al creyente desde su ser más profundo (Efes.
3:16-17).[365] Esta comprensión lleva a una vivencia de fe en la que se espera
y se busca una relación activa y vibrante con Dios, marcada por la guía, el
consuelo y la convicción que el Espíritu Santo provee.[366]
El impacto escatológico de la pneumatología es otro aspecto vital para
el pentecostalismo. El Espíritu Santo no solo prepara al creyente para el
presente, sino que también asegura la esperanza futura, actuando como el
sello y garantía de la redención final (Rom. 8:11).[367] Esta perspectiva
escatológica infunde en los pentecostales un sentido de urgencia y propósito,
impulsándolos a vivir con expectativa y a participar activamente en la misión
de Dios, sabiendo que el Espíritu es quien mueve a la iglesia hacia la
consumación de todas las cosas.[368]
La adoración pentecostal también está profundamente influenciada
por la pneumatología. Los pentecostales buscamos y celebramos una
adoración llena del Espíritu, caracterizada por espontaneidad, libertad y una
profunda conexión emocional y espiritual con Dios. Esta práctica no es solo
una expresión cultural, sino una manifestación de la presencia y obra del
Espíritu que toca y transforma vidas durante la alabanza y la oración
comunitaria.[369]
De este modo, la pneumatología es indispensable para el
pentecostalismo porque sostiene su identidad, vivencia y misión. Sin un
enfoque sólido en la obra del Espíritu Santo, el pentecostalismo perdería su
poder distintivo, la experiencia viva de la presencia de Dios y su enfoque en
la misión y testimonio activo en el mundo.
Es por eso que, desde una perspectiva pentecostal, la pneumatología
se ve como más que un estudio doctrinal: es una experiencia vivida y una
realidad diaria en la vida de la iglesia. El Espíritu Santo, como la tercera
persona de la Trinidad, actúa con poder y cercanía, siendo un catalizador de
transformación, vida y esperanza en la iglesia y en el mundo.[370] Estudiar a
tan glorioso ser merece más que simple estudio teológico ordinario; es la
esencia que da forma y vida al movimiento pentecostal, asegurando que la
iglesia viva y actúe bajo la guía y el poder del Espíritu.[371]

Áreas De Enfoque De La Pneumatología


Pentecostal
Conocer y estudiar las áreas de enfoque de la pneumatología es de
suma importancia porque permite a los estudiosos de la teología, y a la iglesia
en general, tener una comprensión más profunda y equilibrada del papel y la
obra del Espíritu Santo en la vida de la iglesia y en la experiencia individual
de cada cristiano. Este conocimiento va más allá del mero entendimiento
teórico y se convierte en un pilar para la vida espiritual activa y la práctica
cristiana efectiva. Sin un estudio detallado de la pneumatología, los creyentes
corren el riesgo de tener una fe incompleta, carente del poder y la guía
necesarios para enfrentar los desafíos espirituales y éticos que surgen en la
vida diaria.[372]
La pneumatología, con sus distintas áreas de enfoque, permite a los
cristianos apreciar cómo el Espíritu Santo interactúa con la humanidad desde
la creación hasta la consumación de los tiempos. Cada aspecto de este estudio
revela facetas de la obra del Espíritu que son fundamentales para entender la
historia de la salvación, el crecimiento espiritual y la misión de la iglesia. Así
pues, la pneumatología pentecostal abarca las siguientes áreas clave:
1. La naturaleza y divinidad del Espíritu Santo: Examina la
persona del Espíritu Santo como la tercera persona de la Trinidad,
su igualdad con el Padre y el Hijo, y su carácter divino. Desde el
principio, el Espíritu ha estado presente, trayendo orden al caos y
participando activamente en la obra creadora de Dios (Gen. 1:2).
Esta visión resalta cómo el Espíritu es el dador de vida, un
principio esencial que resuena en toda la Escritura.[373]
2. El papel del Espíritu Santo en la creación: Analiza cómo el
Espíritu Santo participó en la creación del mundo. Desde el
principio, el Espíritu ha estado presente, trayendo orden al caos y
participando activamente en la obra creadora de Dios (Gen. 1:2).
Esta comprensión pneumatológica resalta cómo el Espíritu es el
dador de vida, un principio esencial que resuena en toda la
Escritura.
3. La obra del Espíritu Santo en la redención: Explora la
participación del Espíritu Santo en la encarnación de Jesucristo y
su continuo ministerio en la vida del creyente, actuando como
agente de salvación y santificación (Juan 16:13).[374] El Espíritu no
solo habilitó a Cristo en su ministerio terrenal, sino que sigue
activo en la iglesia, guiando y fortaleciendo a los creyentes para
vivir en santidad y poder.[375]
4. La regeneración y la conversión: Estudia el papel del Espíritu
Santo en la conversión de los individuos, el nuevo nacimiento y la
regeneración del creyente. La regeneración y la conversión son
evidencias claras de la obra transformadora del Espíritu, quien
infunde nueva vida y asegura la adopción como hijos de Dios (Tito
3:5; Dunn, 1998, p. 117). Esta experiencia de renacimiento es el
inicio de una relación íntima y personal con Dios, mediada por el
Espíritu Santo (Rom. 8:16).[376]
5. El bautismo en el Espíritu Santo: Aborda las enseñanzas sobre la
experiencia del bautismo en el Espíritu, que puede incluir debates
teológicos sobre su relación con la salvación y las evidencias
externas de su presencia en el creyente. El bautismo en el Espíritu
Santo es un tema central en la pneumatología pentecostal, visto
como una experiencia de empoderamiento que capacita al creyente
para el testimonio y servicio (Hechos 1:8).[377] Este bautismo se
asocia con la manifestación de dones espirituales, especialmente el
hablar en lenguas, que marca una distinción en la vida de los
creyentes (1 Cor. 12:10).[378]
6. La morada del Espíritu Santo: Analiza cómo el Espíritu Santo
habita en los creyentes, otorgándoles poder y consuelo, y cómo
influye en su crecimiento espiritual. Resalta la cercanía y
permanencia del Espíritu en el creyente, quien es sellado como
propiedad de Dios y fortalecido para crecer en la fe y vivir una
vida que refleja a Cristo (Efes. 1:13-14).[379] Esta presencia no solo
consuela, sino que empodera y transforma la vida diaria de los
creyentes.
7. Los dones y frutos del Espíritu Santo: Estudia los dones
espirituales dados por el Espíritu, como se describe en 1 Corintios
12, Romanos 12 y otros pasajes, así como el fruto del Espíritu que
se evidencia en el carácter del creyente (Gálatas 5:22-23). Tanto el
fruto como los dones del Espíritu Santo son expresiones de la
actividad del Espíritu en la vida del cristiano. Mientras los dones
capacitan a la iglesia para su edificación y misión (1 Cor. 12:4-11),
el fruto del Espíritu evidencia el carácter cristiano transformado
(Gál. 5:22-23).[380]
8. La inspiración de las Escrituras: Examina cómo el Espíritu
Santo inspiró a los autores bíblicos, asegurando que la Palabra de
Dios se transmita sin error. La inspiración de las Escrituras
confirma que el Espíritu es la fuente de la Palabra de Dios,
garantizando su fidelidad y autoridad divina (2 Tim. 3:16).[381] Sin
la obra del Espíritu, la revelación de Dios no habría sido posible,
lo cual subraya su papel en la formación y preservación de las
Escrituras.[382]
9. El Espíritu Santo en la escatología: Finalmente, la escatología
incluye el papel del Espíritu en la consumación de los tiempos,
asegurando que la iglesia sea llevada a su destino final en la
redención de todas las cosas (Rom. 8:11).[383] Investiga el papel del
Espíritu en la consumación de los tiempos y su participación en la
vida futura y la esperanza cristiana. Esta esperanza escatológica
infunde al creyente confianza en el futuro, sabiendo que el Espíritu
Santo sigue obrando hasta la completa restauración de la creación.

Subramas De La Pneumatología
La pneumatología, como rama fundamental de la teología cristiana,
se despliega en múltiples dimensiones que buscan abordar de manera integral
el estudio del Espíritu Santo. Desde la perspectiva pentecostal, este estudio
trasciende el ámbito teórico y se convierte en una experiencia viva y
transformadora que conecta al creyente con la realidad del Reino de Dios. El
Espíritu Santo, quien no solo es un concepto, sino una persona activa, es
objeto de exploración y comprensión profunda a través de distintas subramas
de la pneumatología, cada una de las cuales ofrece un enfoque único y
complementario. Cada subrama refleja un aspecto del Espíritu que edifica y
enriquece la fe de la comunidad cristiana en su conjunto.[384]
La pneumatología sistemática busca integrar las enseñanzas acerca
del Espíritu Santo en un sistema teológico coherente. Este enfoque permite
que los fundamentos sobre la persona y la obra del Espíritu se ubiquen dentro
de la comprensión total de la fe cristiana, abordando su divinidad, su relación
con las otras personas de la Trinidad y su papel en la salvación.[385] La
sistematización de estos principios facilita la enseñanza y el entendimiento de
la obra del Espíritu en un marco doctrinal bien definido.[386]
La pneumatología bíblica se dedica a estudiar las múltiples
referencias al Espíritu Santo a lo largo de las Escrituras. Desde el aliento de
Dios moviéndose en la creación (Gén. 1:2) hasta la promesa del Consolador
en el Nuevo Testamento (Juan 14:16-17), esta subrama resalta la continuidad
y evolución del entendimiento del Espíritu en la historia de la redención.[387]
Para los pentecostales, esta dimensión bíblica es particularmente importante,
ya que la Escritura es vista como el punto de referencia último que confirma
y guía las experiencias espirituales.[388]
La pneumatología práctica lleva el estudio del Espíritu Santo al
corazón de la vida cristiana cotidiana. Explora cómo la presencia y el poder
del Espíritu se manifiestan en la vida del creyente, proporcionando dirección,
consuelo y empoderamiento para vivir de acuerdo con los principios del
Reino de Dios (Rom. 8:16).[389] Este enfoque también investiga cómo la ética
y la espiritualidad cristiana son moldeadas por la acción continua del Espíritu
en la iglesia.[390]
La pneumatología histórica examina el desarrollo de la comprensión
sobre el Espíritu Santo a lo largo de los siglos, desde los primeros padres de
la iglesia hasta las controversias y concilios que ayudaron a definir la
ortodoxia.[391] Esta subrama arroja luz sobre cómo distintas épocas y
contextos han influido en la forma en que se percibe y se experimenta al
Espíritu.[392]
Por último, la pneumatología comparativa analiza cómo diferentes
tradiciones cristianas, como el catolicismo, el protestantismo y el
pentecostalismo, han comprendido y enfatizado al Espíritu Santo. Esta
subrama resalta tanto las similitudes como las divergencias en la experiencia
y la doctrina del Espíritu, mostrando cómo el Espíritu de Dios sigue uniendo
y desafiando a la iglesia universal en su diversidad.[393]

Referencias:
Dunn, J. D. G. (1998). The Theology of Paul the Apostle.
Eerdmans.
Erickson, M. J. (2013). Christian Theology. Baker Academic.
Fee, G. D. (2009). God’s Empowering Presence: The Holy Spirit
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Kärkkäinen, V.-M. (2014). Pneumatology: The Holy Spirit in
Ecumenical, International, and Contextual Perspective. Baker
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Moltmann, J. (1992). The Spirit of Life: A Universal Affirmation.
Fortress Press.• Packer, J. I. (1995). God Has Spoken: Revelation and the Bible.
Baker Books.
LA PNEUMATOLOGÍA
PENTECOSTAL FRENTE
A OTRAS
PNEUMATOLOGÍAS:
CONTEXTO Y
DISTINCIÓN EN
RELACIÓN CON OTRAS
TRADICIONES
TEOLÓGICAS
“La pneumatología pentecostal se distingue por su énfasis en la experiencia del
Espíritu como una presencia activa y transformadora que no solo equipa a los
creyentes para el ministerio, sino que también renueva la iglesia y revitaliza la fe de
sus miembros”
Amos Yong, Renewing Christian Theology, 2014, p. 187.

"Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me
seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra"
Hechos 1:8, RVR1960

La pneumatología pentecostal, como eje central de nuestra fe, nos


impulsa a reflexionar profundamente sobre su desarrollo histórico y su
impacto teológico en el contexto de las tradiciones cristianas. Esta rama de la
teología, que estudia la persona y obra del Espíritu Santo, no solo define
nuestra identidad espiritual, sino que también nos sitúa en una posición única
dentro del espectro cristiano. A lo largo del siglo XX y XXI, la vivencia del
Espíritu Santo, manifestada en la plenitud de los dones espirituales y la
experiencia directa con lo sobrenatural, ha sido una de las características más
distintivas del pentecostalismo. Esta experiencia ha servido para consolidar
un sentido de fe vivencial y de comunidad, en la que lo sobrenatural no es
una excepción sino la norma.
La pneumatología pentecostal ha marcado un punto de inflexión en la
historia contemporánea del cristianismo. Ha revitalizado la fe en
comunidades que buscan un encuentro tangible con lo divino, algo que se
evidencia en la práctica de dones espirituales como el hablar en lenguas, la
profecía y la sanidad, entre otros. Estas manifestaciones no solo representan
un distintivo teológico, sino que también alimentan una espiritualidad
apasionada que promueve un discipulado dinámico y un culto vibrante. Esta
práctica contrasta con otras tradiciones cristianas donde la acción del Espíritu
Santo puede ser vista de manera más contenida o simbólica, enfocándose más
en su obra interna y en el desarrollo de virtudes cristianas.
Sin embargo, es precisamente esta vivencia tan marcada de la obra del
Espíritu la que ha diferenciado al pentecostalismo y, en algunos casos, lo ha
distanciado de otras tradiciones cristianas. Las iglesias históricas, como las
tradiciones reformadas y católicas, han mantenido una interpretación más
moderada y sacramental de la obra del Espíritu, priorizando aspectos como la
regeneración y la iluminación de la Palabra, mientras que el pentecostalismo
ha puesto un énfasis particular en la manifestación externa y poderosa de la
presencia divina. A menudo, este énfasis ha sido percibido con escepticismo
o incluso rechazo por sectores que consideran que la experiencia debe estar
subordinada a la estructura teológica y doctrinal.
El debate teológico que rodea la pneumatología pentecostal también
aborda la tensión entre lo que se considera una "experiencia ordenada" y un
"emocionalismo desbordado". Desde la perspectiva pentecostal, el Espíritu
Santo no solo se experimenta en lo privado, sino que se vive en comunidad,
en adoración conjunta y en acciones concretas que reflejan el poder de Dios
obrando entre su pueblo. Esta teología práctica invita a un análisis más
profundo de cómo el Espíritu Santo interactúa con la iglesia y con cada
creyente, recordando las palabras de Jesús en Juan 14:16-17 sobre el
Consolador que estaría con nosotros y en nosotros para siempre.
Así pues, nuestra pneumatología ha definido y distinguido a nuestro
movimiento al enfatizar un encuentro con el Espíritu Santo que es
transformador, comunitario y visible. Aunque esta perspectiva nos ha llevado
a diferir de otras tradiciones cristianas en cuanto al entendimiento y la
práctica de los dones espirituales, también ha enriquecido la conversación
teológica y ha desafiado a la iglesia en su conjunto a reconsiderar la
relevancia y el papel del Espíritu en la vida diaria de los creyentes. Este
diálogo continuo es un testimonio de que la búsqueda de la plenitud del
Espíritu no es una mera opción, sino una necesidad imperiosa para una fe que
pretende ser viva, empoderada y relevante en el mundo moderno.
.

Comparación Con Otras Tradiciones Cristianas

La Pneumatología En La Tradición Reformada:


La tradición reformada, cimentada en la teología de Juan Calvino,
pone un énfasis particular en la obra del Espíritu Santo en la regeneración y
santificación del creyente. Para Calvino, el Espíritu es quien aplica los
beneficios de la salvación a la vida del cristiano, permitiéndole entender y
aceptar la Palabra de Dios.[394] Sin embargo, a diferencia del pentecostalismo,
esta perspectiva se centra más en el aspecto interno y menos en la
manifestación visible. Tal enfoque era de esperarse, ya que la Reforma
buscaba, en parte, contrarrestar el abuso de la superstición y la emocionalidad
sin sustento que percibía en la iglesia de su tiempo.[395] En contraste, como
pentecostales, creemos que las manifestaciones externas, como el hablar en
lenguas y la profecía, son una evidencia legítima de la obra activa del
Espíritu. Esta diferencia se basa en la lectura de pasajes como Hechos 2:4,
donde la venida del Espíritu en Pentecostés se caracterizó por signos
tangibles que impactaron a los presentes.[396] Si bien apreciamos la
profundidad teológica de la tradición reformada, creemos que limitar la
acción del Espíritu a un espacio meramente interno es perder una parte
crucial de su obra.
La Visión Católica: Sacramentalidad Y
Espiritualidad Corporativa
La iglesia católica ha mantenido históricamente una comprensión rica
y sacramental del Espíritu Santo, integrándolo en la vida de la iglesia a través
de la liturgia y los sacramentos. El Espíritu Santo es visto como quien guía a
la iglesia en su totalidad, asegurando la continuidad de la fe y el
cumplimiento de los sacramentos, especialmente en la confirmación.[397]
No obstante, el resurgimiento del Movimiento Carismático Católico
en la década de 1960 evidenció un deseo profundo de experimentar al
Espíritu de una manera más personal y directa, alineándose más con la
vivencia pentecostal.[398]
La pneumatología católica tradicional, aunque valiosa, tiende a
moderar las manifestaciones carismáticas bajo la supervisión eclesiástica, lo
cual puede ser visto como una limitación al movimiento espontáneo del
Espíritu.[399] En nuestra experiencia, el Espíritu Santo trasciende las fronteras
institucionales, manifestándose tanto en grandes asambleas como en la
intimidad de la oración personal. Este enfoque está enraizado en la promesa
de Jesús en Juan 14:16-17, que indica que el Espíritu está disponible para
todos los creyentes, independientemente de su posición en la jerarquía
eclesial.[400]

El Movimiento Carismático: Una Continuidad Con


Variaciones
El movimiento carismático ha servido como un puente entre la rigidez
de las tradiciones más antiguas y la libertad que caracteriza al
pentecostalismo. Si bien los carismáticos abrazan los dones espirituales, su
enfoque suele ser más inclusivo y menos doctrinalmente estricto en
comparación con el pentecostalismo clásico. La doctrina de la "evidencia
inicial" del bautismo en el Espíritu, específicamente el hablar en lenguas, es
una enseñanza que no siempre se sostiene con la misma firmeza.[401] Sin
embargo, los carismáticos han sido influyentes en llevar las experiencias del
Espíritu a comunidades de fe más amplias, mostrando que los dones del
Espíritu no son exclusivos de una denominación. Para nosotros, el hablar en
lenguas es más que una manifestación; es un testimonio de la plenitud del
Espíritu en la vida del creyente, como se ve en 1 Corintios 14:2-4. Esta
diferencia doctrinal ha sido motivo de debate, pero consideramos que la
insistencia en la "evidencia inicial" subraya la continuidad de la experiencia
apostólica en la iglesia contemporánea.[402] Creemos que esta práctica
fomenta una búsqueda más profunda y un anhelo por una relación íntima con
Dios.

Críticas Y Respuestas
Nuestra pneumatología y la forma de aplicarla a la vida cristiana ha
generado conflictos con otras tradiciones y nos ha valido críticas. El énfasis
pentecostal en la manifestación activa y visible del Espíritu Santo, a través de
dones como el hablar en lenguas, la profecía y la sanidad, ha sido visto por
algunos como una desviación de una fe más "ordenada" y menos emocional.
Además, la insistencia en la experiencia directa con el Espíritu ha llevado a
críticas sobre un supuesto "emocionalismo" que, según algunos, pone en
peligro la sobriedad y la estructura del culto cristiano.
Para otras tradiciones, el equilibrio entre la doctrina y la experiencia
es clave, y ven la práctica pentecostal como un desafío a dicho equilibrio. Sin
embargo, desde nuestra perspectiva, la pneumatología pentecostal no busca
reemplazar la doctrina con la experiencia, sino complementarla, resaltando
que la fe cristiana es tanto una verdad que se estudia y proclama como una
realidad que se vive y experimenta.
Estos conflictos y críticas han obligado al pentecostalismo a defender
su enfoque y a explicar que la obra del Espíritu no es solo interna y personal,
sino también externa y comunitaria. Para nosotros, la experiencia del Espíritu
es una confirmación de la Palabra y un testimonio del poder de Dios en
acción, un recordatorio de que la iglesia sigue siendo un espacio donde lo
sobrenatural y lo cotidiano se entrelazan.

El Sensacionalismo Y La Autenticidad Espiritual


Una de las críticas más comunes a la pneumatología pentecostal es el
supuesto sensacionalismo, donde los detractores afirman que la búsqueda de
manifestaciones visibles del Espíritu tiende a sobreponerse a la esencia de la
fe cristiana. Esta crítica proviene principalmente de círculos reformados y
algunos sectores carismáticos más moderados.[403] Sin embargo, la historia
bíblica está repleta de ejemplos donde Dios se revela mediante señales y
maravillas: el éxodo de Egipto, el ministerio de los profetas y el propio
ministerio de Jesús.[404]
Para nosotros, la presencia de manifestaciones no es una muestra de
superficialidad, sino de una fe viva que cree en un Dios que actúa en lo
sobrenatural. La Biblia no presenta una separación entre la obra espiritual
interna y sus manifestaciones externas, sino que las une como testimonio del
poder de Dios (Hechos 4:30; Romanos 15:19). Aceptamos que la experiencia
debe estar siempre alineada con la Palabra y no con un mero deseo de
espectáculo.[405]

La Percepción De Desorden En El Culto


El desorden en algunos cultos pentecostales ha sido un tema de crítica
por parte de otras tradiciones que valoran un culto más estructurado y formal.
Desde la perspectiva católica y reformada, un culto debe reflejar la
solemnidad y la reverencia que Dios merece.[406] Como pentecostales,
defendemos la libertad del Espíritu, pero reconocemos que la enseñanza de
Pablo en 1 Corintios 14:40 de hacer todo "decentemente y con orden" es una
instrucción que buscamos aplicar con discernimiento.
Aun así, creemos que la libertad para responder al Espíritu no debe
ser restringida por un temor a lo que es "adecuado" según estándares
humanos. La expresión espontánea de fe y gozo, como lo hacía David al
danzar ante el arca, es parte de una adoración que envuelve todo nuestro ser
(2 Samuel 6:14).[407] Esta expresión es un recordatorio de que la adoración en
espíritu y verdad no es solo un acto intelectual, sino una experiencia total que
abarca mente, alma y cuerpo.[408]

La Experiencia Versus La Escritura


Quizás la crítica más seria hacia el pentecostalismo es la acusación de
que pone la experiencia por encima de la Escritura. Este argumento proviene
principalmente de sectores reformados y académicos que valoran la
supremacía de la teología sistemática sobre la experiencia vivencial.[409] No
obstante, como pentecostales, no solo reconocemos la autoridad de la Biblia,
sino que afirmamos que las experiencias deben ser evaluadas a la luz de la
Escritura. Las palabras de Pablo en 1 Corintios 14:29-33 subrayan la
necesidad de discernimiento y orden incluso en la profecía y otras
manifestaciones espirituales.[410]
Aun así, no podemos ignorar que el cristianismo primitivo fue un
movimiento de experiencia. La iglesia de los primeros siglos, descrita en los
Hechos de los Apóstoles, se caracterizó por una fe empoderada por el
Espíritu que iba acompañada de señales y prodigios (Hechos 2:43; 5:12). No
se trataba de un énfasis desbalanceado, sino de una manifestación natural del
poder de Dios obrando en un mundo caído.[411] Al insistir en la relevancia de
las experiencias del Espíritu, estamos siendo fieles al patrón bíblico y
honrando la obra completa de Dios en la vida del creyente.

Relevancia Contemporánea De La Pneumatología


Pentecostal Y Desafíos Actuales
La pneumatología pentecostal ha encontrado una relevancia
significativa en el contexto contemporáneo, en gran parte debido a su
capacidad para conectar la fe con experiencias tangibles y prácticas. En un
mundo en el que la espiritualidad se busca activamente, las iglesias
pentecostales y carismáticas han experimentado un crecimiento notable
precisamente porque ofrecen un encuentro con lo divino que es personal y
transformador.[412] Esta relevancia se destaca en comunidades en las que las
necesidades emocionales, sociales y espirituales se entrelazan, y el
pentecostalismo responde con una oferta de sanidad integral que abarca lo
físico, emocional y espiritual.[413]
Sin embargo, este enfoque también enfrenta desafíos en un contexto
global donde el escepticismo y el secularismo están en aumento. La crítica de
un emocionalismo desmedido y la percepción de que el pentecostalismo
puede estar demasiado centrado en lo milagroso han llevado a algunos
teólogos a cuestionar su viabilidad como expresión teológica madura.[414] A
esto, respondemos que la fe cristiana es, en su esencia, sobrenatural. Si Dios
actuó con poder en la iglesia primitiva, no hay razón para suponer que ha
dejado de hacerlo hoy. De hecho, la misma continuidad histórica de los dones
espirituales es un testimonio de la presencia activa del Espíritu.[415]
La pneumatología pentecostal también ha sido un punto de encuentro y
fricción en el diálogo ecuménico. Mientras que otras tradiciones cristianas
pueden reconocer la obra del Espíritu Santo, difieren en su aplicación y
expresión. Por ejemplo, los católicos carismáticos han encontrado en el
pentecostalismo un renovado fervor espiritual, lo que ha llevado a
colaboraciones y convergencias en algunos contextos.[416] Sin embargo, para
muchos en la tradición reformada, la aceptación de las manifestaciones
visibles sigue siendo un obstáculo.
En este diálogo, defendemos que las diferencias no deben ser vistas como
divisiones irreconciliables, sino como oportunidades para enriquecer nuestra
comprensión del Espíritu Santo. La diversidad de perspectivas refleja la
amplitud de la obra de Dios en el mundo, y nuestro llamado es buscar la
verdad bíblica mientras mantenemos un corazón abierto al aprendizaje y la
colaboración.[417]

El Papel Del Pentecostalismo En La Misión Global


El pentecostalismo ha demostrado ser una fuerza poderosa en el
avance de la misión global. La pneumatología pentecostal, con su énfasis en
el empoderamiento del creyente a través del Espíritu Santo, ha llevado a un
resurgimiento de la evangelización y las misiones en contextos donde la
iglesia tradicional no había logrado un impacto significativo.[418] Este enfoque
no solo revitaliza la proclamación del evangelio, sino que también lleva
esperanza y transformación a comunidades marginalizadas mediante la
acción sobrenatural de Dios.[419]
Así las cosas, podemos decir que la pneumatología pentecostal se
encuentra en un cruce entre tradición y renovación, arraigada en la
experiencia bíblica de los primeros cristianos y adaptada a las realidades
contemporáneas. Aunque enfrentamos críticas y desafíos, respondemos con
convicción y una clara defensa de nuestra fe: el Espíritu Santo sigue actuando
hoy, empoderando a la iglesia y manifestando el poder de Dios en formas
visibles y tangibles. Nuestra tarea es mantener un equilibrio entre la Escritura
y la experiencia, ofreciendo al mundo un testimonio vivo de un Dios que no
ha dejado de obrar entre nosotros.

Referencias:
Alexander, E. E. (2011). Black Fire: One Hundred Years of African American
Pentecostalism. InterVarsity Press.
Fee, G. D. (2009). God’s Empowering Presence: The Holy Spirit in the Letters of Paul.
Baker Academic.
Horton, S. M. (2006). What the Bible Says About the Holy Spirit. Gospel Publishing
House.
Kärkkäinen, V.-M. (2014). Pneumatology: The Holy Spirit in Ecumenical, International,
and Contextual Perspective. Baker Academic.
Macchia, F. D. (2006). Baptized in the Spirit: A Global Pentecostal Theology.
Zondervan.
Menzies, R. P., & Menzies, W. W. (2000). Spirit and Power: Foundations of Pentecostal
Experience. Zondervan.
Packer, J. I. (1995). God Has Spoken: Revelation and the Bible. Baker Books.
EL VALOR TEOLÓGICO
DE LOS ESCRITOS
LUCANOS EN LA
PNEUMATOLOGÍA PENTECOSTAL
«En contraste con el protestantismo magisterial, que tiende a leer el Nuevo
Testamento a través de los ojos paulinos, el pentecostalismo lee el resto del Nuevo
Testamento a través de los ojos de Lucas, especialmente con los lentes
proporcionados por el libro de los Hechos.»
— Donald W. Dayton, Theological Roots of Pentecostalism (Peabody:
Hendrickson, 1987), p. 23.

" Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que
entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el
principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido
también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su
origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la
verdad de las cosas en las cuales has sido instruido."
Lucas 1:1-4 (RVR1960)

A través del primer siglo de su existencia, y aun ahora, a más de cien


años de su nacimiento y en pleno desarrollo y expansión global, los
pentecostales han encontrado su identidad teológica y práctica a través de su
lectura de Lucas y Hechos.
Es evidente que la teología carismática de Lucas constituye un
fundamento esencial para nuestra doctrina y praxis pentecostal. No se trata
únicamente de un acercamiento histórico o académico, sino de una
interpretación viva, dinámica y empoderada por el Espíritu Santo. Esta
dependencia teológica no solo nos define, sino que también nos impulsa a
vivir la fe con el mismo poder y fervor que la iglesia primitiva. Para nosotros,
leer Lucas y Hechos es más que un ejercicio exegético; es una experiencia
que transforma nuestras vidas y comunidades al abrirnos a la realidad del
obrar continuo del Espíritu Santo[420]
Numerosos eruditos han destacado esta peculiaridad pentecostal. En
contraste con el protestantismo magisterial, que frecuentemente interpreta el
Nuevo Testamento a través de los ojos de Pablo, nosotros, como
pentecostales, leemos el resto del Nuevo Testamento a través de los ojos de
Lucas, especialmente con los lentes proporcionados por el libro de Hechos.
Este enfoque nos permite no solo comprender, sino también experimentar la
obra del Espíritu en nuestras vidas, como lo hizo la iglesia del primer siglo.
Cuando buscamos las raíces bíblicas del bautismo en el Espíritu,
descubrimos una verdad poderosa que nos une a nuestros hermanos
pentecostales del pasado y del presente: nuestro fundamento teológico se
encuentra casi exclusivamente en el Evangelio de Lucas y los Hechos de los
Apóstoles.
Esta centralidad en los escritos de Lucas no es casualidad, sino divina
providencia. Lucas, bajo la inspiración del Espíritu Santo, nos regala una
teología viva, llena de movimiento, en la que el Espíritu no solo desciende,
sino que empodera y transforma. El bautismo en el Espíritu no es una
experiencia periférica ni opcional, sino el núcleo vibrante de la vida cristiana.
Es el cumplimiento de la promesa de Jesús en Lucas 24:49 y su
manifestación gloriosa en Hechos 2:4. En estas páginas encontramos no solo
la descripción de eventos históricos, sino la invitación constante a
experimentar ese mismo poder hoy
Como pentecostales, leemos a Lucas y Hechos no solo con los ojos,
sino con el corazón encendido por el mismo fuego que descendió en
Pentecostés. Estos textos nos enseñan que el bautismo en el Espíritu es para
todos, trascendiendo generaciones y culturas. Es el sello distintivo de una
iglesia viva, llena de poder para ser testigos eficaces del evangelio "hasta lo
último de la tierra" (Hechos 1:8). No es de extrañar, entonces, que nuestros
predecesores hayan fundamentado sus puntos de vista aquí, porque Lucas y
Hechos son el mapa que nos guía hacia la plenitud de la promesa del
Espíritu.[421]
La convicción pentecostal sobre la importancia teológica de la
narración de los Hechos nos conduce a reflexionar en dos verdades
fundamentales que son el corazón de nuestra fe y práctica.

1. Primero, creemos que la predicación, el testimonio y la


experiencia de la iglesia actual deben replicar las
dinámicas de la iglesia primitiva. Esta no es una simple
idealización de los primeros cristianos, sino un llamado vivo
a caminar en el mismo poder y dependencia del Espíritu
Santo que ellos demostraron. Hechos no es solo un libro
histórico; es un modelo para cada generación de creyentes,
recordándonos que la iglesia no es una institución estática,
sino un organismo vivo y dinámico, dirigido por el Espíritu.
2. Segundo, las declaraciones de credo, especialmente las
doctrinas cardinales del pentecostalismo, se sostienen en
gran medida en las primeras lecturas del libro de Hechos.
Desde la promesa del derramamiento del Espíritu en Hechos
2 hasta la misión global reflejada en Hechos 1:8, estas
narrativas lucanas no solo explican nuestras creencias, sino
que las estandarizan y preservan. Es en estas páginas donde
hallamos la claridad de nuestra identidad como un pueblo de
Pentecostés, un pueblo que proclama la salvación en el
nombre de Jesús con el poder que solo el Espíritu puede dar.
Por eso, afirmamos que los textos lucanos no solo son relevantes; son
centrales para entender quiénes somos como movimiento pentecostal. Más
allá de ser un recordatorio de lo que la iglesia fue, son una declaración
profética de lo que la iglesia está llamada a ser: un pueblo lleno de fuego,
poder y propósito, que lleva el evangelio hasta los confines de la tierra.[422] La
importancia de los escritos lucanos en la formación de nuestra teología
pentecostal es tan profunda que debemos ser diligentes en evitar el error
interpretativo que con frecuencia cometen nuestros hermanos de otras
tradiciones protestantes. Clark Pinnock nos lanza una advertencia clave:
«Las teologías de Lucas y Pablo son complementarias entre sí, no debemos caer en
la confusión de identificarlas de la manera habitual: Lucas no debe estar
encarcelado en una habitación de la casa paulina»[423]

Esta declaración resuena con fuerza en nuestra tradición, pues


reconoce que Lucas, además de ser un médico y un historiador brillante, fue
también un teólogo extraordinario. Su teología no está subordinada ni
opacada por la de Pablo; al contrario, ambos ofrecen perspectivas
complementarias y necesarias para comprender la obra de Dios en su
plenitud. En los escritos lucanos, particularmente en Hechos, encontramos
una pneumatología vibrante que inspira y desafía a la iglesia a depender
completamente del Espíritu Santo. Lucas no presenta al Espíritu como un
concepto abstracto, sino como una presencia viva y transformadora que
empodera al creyente para testificar y obrar en el poder de Dios. Este énfasis
en la obra del Espíritu marca profundamente nuestra identidad pentecostal y
nos recuerda que no debemos minimizar el valor de la teología lucana, que va
más allá de ser descriptiva para ser normativa y formativa. Es imperativo,
entonces, que como pentecostales defendamos la riqueza de los escritos
lucanos y la tratemos con el respeto y el peso que merece. No podemos
encerrar a Lucas en el marco de otras tradiciones ni reducirlo a una simple
narración histórica. Su teología es un llamado continuo a la iglesia de todas
las generaciones a caminar en el poder, la unidad y la misión del Espíritu
Santo.

Lucas-Hechos Como Fuente De Doctrina


Como es evidente para nosotros, el pentecostalismo afirma el
profundo significado teológico que se encuentra en la narrativa de Lucas
sobre la actividad del Espíritu Santo en el libro de los Hechos. En términos
más específicos, sostenemos que “los sucesos que ocurrieron el día de
Pentecostés son el modelo para siglos venideros”.[424] Este entendimiento
también nos lleva a afirmar que la narrativa de Pentecostés establece “el
modelo bíblico para los creyentes de toda la era de la iglesia”.[425] Este es un
fundamento crucial de nuestra fe y práctica pentecostal.
Sin embargo, no todos los protestantes comparten esta interpretación.
Mientras que nosotros vemos en el Pentecostés un diseño divino para la
iglesia en todos los tiempos, muchos otros se resisten a reconocer la narrativa
como normativa. Esta discrepancia no es solo teológica, sino también
práctica, ya que afecta directamente cómo entendemos y experimentamos al
Espíritu Santo en nuestra vida cristiana cotidiana. En su libro The Baptism
and Fullness of the Holy Spirit, John R. W. Stott expresa lo siguiente:
“Se debe buscar esa revelación del propósito de Dios en las
Escrituras en las partes didácticas, más bien que en las históricas. Más
precisamente, debemos buscarla en la enseñanza de Jesús, y en los sermones
y escritos de los apóstoles, y no en las porciones puramente narrativas de
Hechos… No se debe construir una doctrina del Espíritu Santo basada en
pasajes descriptivos en Hechos.”[426]
¿Por qué Stott rebaja el valor teológico de los escritos lucanos?
Porque en su mayoría, las denominaciones tradicionales y sus eruditos
imponen su lectura de Pablo sobre los escritos de Lucas. En su prólogo a la
segunda edición en español de “La teología carismática de Lucas”, Clark
H. Pinnock, teólogo, apologista, autor y profesor emérito de teología
sistemática en McMaster Divinity College escribió:
“Lucas… apoya una teología y religión carismáticas. Algunos… han
intentado imponer su lectura de Pablo sobre los escritos de Lucas, y los han
distorsionado… Lucas habla de un bautismo de poder para el servicio, que
no está orientado al trabajo soteriológico del Espíritu, del que a menudo
habla Pablo. Las teologías de Lucas y Pablo son mutuamente
complementarias, pero no hay que confundirlas afirmando que son idénticas
en el sentido acostumbrado. Pablo da cabida, por supuesto, a lo que dice
Lucas en su tratamiento de la estructura carismática de la congregación en 1
Corintios 12-14, pero no hay que encarcelar a Lucas en un cuarto de la casa
de Pablo. Tampoco tenemos derecho alguno, como es costumbre entre
evangélicos, a rebajar a Lucas porque su obra es teología narrativa y no
didáctica… Si el Lucas canónico tiene una teología carismática… no se
puede considerar el pentecostalismo como una clase de aberración que
resulta de excesos experimentales, sino como un avivamiento en el siglo
veinte de la religión y la teología neotestamentarias. No ha restaurado a la
iglesia sólo gozo y poder, sino también una lectura más clara de la Biblia”.
[427]

Yendo contra la corriente general de las iglesias tradicionales del


protestantismo, nosotros, como pentecostales, abrazamos con firmeza la
convicción de que el relato histórico de Lucas sobre el don del Espíritu no es
simplemente un recuento de eventos pasados, sino una guía normativa y viva
para la experiencia cristiana actual. ¿Por qué tomamos esta postura? Porque
creemos que el Espíritu Santo no fue relegado al pasado; Su obra y poder son
vigentes y esenciales para la iglesia hoy.
La distinción entre descripción y enseñanza doctrinal es ajena a la
comprensión bíblica del Nuevo Testamento.[428] La narración de Lucas no está
destinada a ser leída como un simple "así fue", sino como un "así es y será".
En las páginas de Hechos de los Apóstoles, vemos la dinámica del Espíritu
Santo transformando vidas, llenando comunidades, derribando barreras y
empoderando a los creyentes para cumplir la misión de Dios. Esta no es una
mera descripción; es una invitación abierta para todos nosotros, aquí y ahora.
Como pentecostales, no podemos ni debemos leer el libro de los
Hechos como si fuera un archivo histórico encerrado en el primer siglo. Lo
leemos con los ojos del Espíritu, sabiendo que cada página nos llama a una fe
viva y a una relación vibrante con el Dios que aún derrama Su poder sobre Su
pueblo. Así como los discípulos fueron llenos de fuego en Pentecostés,
también nosotros podemos y debemos experimentar esa misma llenura,
porque la promesa no tiene fecha de caducidad: "Para vosotros es la
promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos
el Señor nuestro Dios llamare" (Hechos 2:39).
El intento de separar las narraciones de Lucas de su propósito
teológico es intentar apagar el fuego del Espíritu que arde en la iglesia.
Nosotros nos mantenemos firmes, avivando las llamas, proclamando que lo
que fue cierto para los primeros creyentes sigue siendo cierto para nosotros
hoy. La experiencia del Espíritu Santo no es opcional; es la esencia misma de
nuestra fe. ¡Por eso hacemos lo que hacemos, y por eso seguiremos yendo
contra la corriente! El mismo Pablo percibió un propósito didáctico en la
narrativa histórica, acerca de la cual escribió:
“Toda la Escritura [y esto incluye los textos narrativ-descriptivos de Lucas-
Hechos] es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir,
para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16-17)
“Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a
nosotros [y aquí Pablo se refiere indiscutiblemente a la literatura histórica del
Antiguo Testamento – no muy distinta en propósito a los escritos lucanos], a
quienes han alcanzado los fines de los siglos.” (1 Corintios 10:11)
En vista de lo anterior, debemos señalar con claridad que el esfuerzo
de nuestros hermanos no pentecostales por minimizar el valor teológico de
los escritos lucanos no solo carece de fundamento, sino que resulta
completamente absurdo. Lucas, tanto en su Evangelio como en Hechos, no
presenta simplemente relatos históricos, sino que ofrece una pneumatología
profunda que resalta el papel indispensable del Espíritu Santo en la vida y
misión de la iglesia. Este enfoque lucano no es accesorio ni secundario, sino
que constituye una enseñanza central que reafirma la continuidad y vigencia
de los dones y la obra del Espíritu en nuestros días.
Además, cuando observamos el propósito teológico de Lucas,
notamos que subraya la actividad dinámica y sobrenatural del Espíritu Santo,
desde el nacimiento de Jesús hasta la expansión misionera de la iglesia.
Ignorar o rebajar esta contribución teológica es ignorar una parte esencial de
la narrativa bíblica y la obra redentora de Dios. Lucas no es un simple
historiador; es un teólogo que nos desafía a vivir y ministrar con el poder del
Espíritu Santo.
Por tanto, como pentecostales, afirmamos con convicción que los
escritos lucanos no solo son relevantes, sino que constituyen una guía para
entender cómo el Espíritu Santo sigue obrando en la iglesia. No podemos
aceptar una interpretación que limite la acción divina al pasado, pues esto
contradice la misma esencia del mensaje lucano y la experiencia continua de
los creyentes llenos del Espíritu. Nuestra fe pentecostal encuentra en Lucas
una inspiración para vivir en la plenitud del poder del Espíritu Santo. Una vez
más Strondstad señala:
“Si para Pablo las narrativas históricas del Antiguo Testamento tenían lecciones
didácticas para los cristianos de la época del Nuevo Testamento, entonces sería
bien sorprendente si Lucas, quien modeló su historiografía sobre la del Antiguo
Testamento, no revistiera su propia historia del origen y la extensión del
cristianismo con un significado didáctico.”[429]

Tal como numerosos eruditos lo han señalado, es innegable que Lucas


tenía un interés teológico que fue al mismo tiempo histórico;[430] por lo tanto,
aunque son históricas, sus narrativas siempre son más que simplemente
descripciones o la relatos históricos. Fue su concepto de la teología lo llevó a
escribir historia.[431] Cada relato lucano tiene un propósito histórico-teológico.
De esta manera, añade Strondstad, “en vez de proporcionar un fundamento
débil sobre el cual levantar una doctrina del Espíritu Santo, como
comúnmente se alega, los relatos históricos de la actividad del Espíritu en
Hechos constituyen un fundamento firme para construir una doctrina del
Espíritu que tiene implicaciones normativas para la misión y la experiencia
religiosa de la iglesia contemporánea.” [432]
Lucas, Historiador Y Teólogo Del Espíritu
En la teología reformada, se emplea con frecuencia una metodología
que interpreta a Lucas como si fuese Pablo, forzándolo a encajar en el molde
paulino y negándole su independencia como teólogo con identidad propia.
Nosotros, como pentecostales, reconocemos que este enfoque es
fundamentalmente equivocado. El respetado teólogo Howard Marshall señala
con claridad:
“Lucas tenía derecho a tener sus propios puntos de vista, y no se debe pensar mal
de él por el hecho de que difieran de algún modo de los de Pablo en ese punto. Al
contrario, él es teólogo por derecho propio y se le debe tratar como tal”[433]

No obstante, muchos teólogos de otras tradiciones tienden a negar la


singularidad teológica de Lucas y su contribución inspirada al relato bíblico.
En su lugar, le imponen a Lucas el lente de la interpretación paulina. Un
ejemplo de ello lo encontramos en la redefinición del término distintivo de
Lucas, “bautizado en el Espíritu Santo”, asignándole el significado que
Pablo otorga al término. Esto crea confusión, pues son contextos teológicos
distintos. Enseñando a la iglesia en Corinto, Pablo escribe:
“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o
griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber un mismo Espíritu” (1
Corintios 12:13).
Sin embargo, para Lucas, el bautismo en el Espíritu Santo es un
empoderamiento para el testimonio y no debe ser reducido a una mera
experiencia de incorporación al cuerpo de Cristo. Anclados en la metáfora
paulina, nuestros hermanos no pentecostales suelen interpretar el bautismo en
el Espíritu como la transformación espiritual que pone al creyente ‘en Cristo’,
y que es el efecto de recibir el don del Espíritu.[434] Para ellos, el bautismo en
el Espíritu Santo es, principalmente, una experiencia de iniciación e
incorporación al cuerpo de Cristo. Desde esta perspectiva, se entiende como
el modo de entrar en el cuerpo de Cristo.[435] Esta interpretación, aunque
válida dentro de su marco teológico, no refleja el énfasis lucano, que nosotros
defendemos con convicción.
La interpretación no pentecostal, arraigada en el pensamiento paulino,
reduce el bautismo en el Espíritu a un evento inicial en la vida del creyente.
Sin embargo, como pentecostales, afirmamos que el bautismo en el Espíritu,
según Lucas, es un empoderamiento continuo para el testimonio y la
expansión del Reino de Dios, más allá de una simple incorporación al cuerpo
de Cristo.[436] Este énfasis resalta que el Espíritu Santo no solo transforma al
creyente, sino que lo equipa con poder sobrenatural para ser testigo efectivo
de Jesucristo.
Es justo señalar también que, la interpretación no pentecostal, aun
ignorando a Lucas y recurriendo solo a Pablo, no deja de ser incorrecta. En
una declaración oficial adoptada por el presbiterio general de las Asambleas
de Dios de Estados Unidos en agosto de 2010, la mayor de las
denominaciones pentecostales dejó en claro que:
“Ser bautizado en el Espíritu Santo se debe diferenciar de lo que
Pablo declara en 1 Corintios 12:13 que, según la sintaxis griega, lee: “por
un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo”. El contexto de este
pasaje muestra que “por” es la mejor traducción, indicando que el Espíritu
Santo es el instrumento o medio por el cual se lleva a cabo el bautismo
[Algunas confiables traducciones del Nuevo Testamento que usan el término
“por”]. En los versículos 3 y 9 del capítulo, Pablo usa la misma preposición
dos veces en el mismo versículo para indicar una actividad del Espíritu
Santo. En 1 Corintios 12:13, “bautizados en un cuerpo” habla de la obra del
Espíritu Santo de incorporar un pecador arrepentido al cuerpo de Cristo
(véase Romanos 6:3; Gálatas 3:27 para una expresión equivalente a
“bautizados en Cristo”). Este es el “un bautismo” de Efesios 4:5; es el
bautismo indispensable e importante que resulta en el “un cuerpo” del
versículo 4. Para resumir: en la conversión, el Espíritu Santo bautiza en
Cristo/el cuerpo de Cristo; en una experiencia subsiguiente y diferente,
Cristo bautizará en el Espíritu Santo.”[437]
La comprensión pentecostal del bautismo en el Espíritu Santo,
fundamentada en los escritos lucanos, es más sólida de lo que muchos están
dispuestos a reconocer; pero habiendo encarcelado a Lucas en el pensamiento
paulino, nuestros hermanos de otras tradiciones leerán pasajes clave de
Lucas-Hechos (Lucas 3:16; Hechos 1:5; 11:16) atribuyéndole al bautismo en
el Espíritu exclusivamente un significado soteriológico. Así, Pablo es
utilizado por muchos (erróneamente, por cierto) para silenciar la voz
teológica propia de Lucas.
Pero es el apego a la tradición religiosa, más que un deseo honesto de
comprender correctamente los escritos lucanos, impide que nuestros
hermanos de otras tradiciones reconozcan la validez de la interpretación
pentecostal de los escritos de Lucas. A este respecto, el teólogo y erudito
Clark H. Pinnock (que por cierto, no es pentecostal), reconoció:
“Si se lee y escucha sólo a Lucas, parece bastante claro que el derramamiento del
Espíritu que él tiene en mente no se relaciona con la salvación
[iniciación/incorporación], tal como en Pablo, sino con el servicio y el testimonio.
Por lo tanto, Lucas no vincula la venida del Espíritu con el suceso de la salvación…
Aun los no carismáticos… por muy sensibles y abiertos que están a la renovación,
parecen incapaces de conceder que los pentecostales puedan entender Hechos
mejor que ellos mismos.”[438]

Y, en la misma línea de pensamiento, el erudito pentecostal Roger


Strondstad concluye:
“Ya que Lucas es teólogo por derecho propio, los intérpretes debieran examinar sus
escritos con la mente abierta a la posibilidad de que su perspectiva sobre el Espíritu
Santo pudiera, en realidad, diferir de la de Pablo. Por consiguiente, de la misma
manera que el reconocimiento del hecho de que además de ser historiador, Lucas es
teólogo, hace que Lucas-Hechos sea una base de datos legítima para la doctrina del
Espíritu Santo, el reconocimiento del hecho de que Lucas es independiente de Pablo
ampliará la base de datos para la doctrina del Espíritu Santo. El reconocer esos
dos hechos es rehabilitar a Lucas como historiador-teólogo del Espíritu Santo y
permitirle hacer una contribución significativa, única e independiente a la doctrina
del Espíritu Santo.”[439]

Y añade:
“En términos generales, para Lucas el [bautismo en el] Espíritu Santo no se
relaciona con la salvación ni con la santificación, como comúnmente se afirma, sino
que se relaciona exclusivamente con una tercera dimensión de la vida cristiana:
servicio. Así, cuando se le interpreta por el programa metodológico que hemos
presentado, se ve que Lucas tiene una teología carismática, y no soteriológica, del
Espíritu Santo. Esa teología carismática del Espíritu no es menos válida para los
discípulos del siglo veinte que lo era para los discípulos del primer siglo.”[440]

Dependencia Lucana De La Pneumatología


Pentecostal
En síntesis: La pneumatología pentecostal depende significativamente
de los escritos de Lucas, los cuales son vistos como una unidad teológica
narrativa. Juntos, estos textos ofrecen un marco comprensivo para la
experiencia y obra del Espíritu Santo en la vida de Jesús, la iglesia primitiva
y el creyente actual. Este enfoque lucano-pentecostal refuerza la idea de que
el Espíritu Santo es el agente activo en la salvación, el empoderamiento y la
misión. De los escritos lucanos, nuestra pneumatología pentecostal deriva su
comprensión teológica en las siguientes áreas:

1. El Espíritu Santo en la vida y ministerio de Jesús (Lucas 1:35;


4:18-19): Desde los primeros capítulos de Lucas, el Espíritu Santo
aparece como protagonista en la encarnación de Cristo (Lucas
1:35) y su preparación para el ministerio. En Lucas 4:18-19, Jesús
cita Isaías 61, declarando que el Espíritu está sobre Él para
predicar buenas noticias, sanar y liberar. Este texto es fundamental
para los pentecostales, ya que subraya la obra del Espíritu como
una unción tangible para cumplir los propósitos divinos. Lucas
presenta a Jesús como el modelo de ministerio empoderado por el
Espíritu, estableciendo un patrón para la iglesia, que también
depende del Espíritu para cumplir su misión.
2. El Espíritu Santo en la preparación del creyente (Lucas 24:49;
Hechos 1:4-8): Tanto Lucas como Hechos subrayan la necesidad
de la llenura del Espíritu Santo para el discipulado y la misión. En
Lucas 24:49, Jesús instruye a los discípulos a esperar en Jerusalén
hasta ser investidos con poder desde lo alto, mientras que en
Hechos 1:8 se reafirma que el Espíritu Santo capacitará a los
creyentes para ser testigos en todo el mundo. Este empoderamiento
es clave en la pneumatología pentecostal, que ve la experiencia del
Espíritu como esencial para el servicio cristiano. La promesa del
Espíritu en Lucas-Hechos conecta la obra salvadora de Jesús con
la misión de la iglesia, destacando que el Espíritu no solo regenera,
sino también equipa al creyente.
3. Pentecostés como cumplimiento (Hechos 2:1-4; cf. Lucas 3:16):
La relación entre Lucas y Hechos se ve claramente en el
cumplimiento de la promesa del Espíritu en Pentecostés. Juan el
Bautista profetizó que Jesús bautizaría en Espíritu Santo y fuego
(Lucas 3:16), y esto se materializa en Hechos 2, donde los
discípulos reciben poder y hablan en lenguas. Para los
pentecostales, esto confirma la vigencia del bautismo en el Espíritu
Santo como una experiencia posterior a la salvación, acompañado
de manifestaciones visibles. La narrativa lucana no solo describe
Pentecostés como un evento único, sino como el comienzo de una
nueva era de poder continuo para los creyentes.
4. La universalidad de la obra del Espíritu (Lucas 2:32; Hechos
10:44-48): Lucas enfatiza que el Espíritu Santo está disponible
para todos, comenzando con la declaración de Simeón sobre Jesús
como luz para los gentiles (Lucas 2:32) y culminando en Hechos
con la inclusión de Cornelio y su casa, quienes reciben el Espíritu
Santo antes incluso de ser bautizados en agua (Hechos 10:44-48).
Esta universalidad resuena con la teología pentecostal, que
proclama que el Espíritu rompe barreras étnicas, culturales y
sociales. Lucas-Hechos ofrece una teología del Espíritu que
desafía cualquier exclusividad, recordándonos que el Reino de
Dios es inclusivo y global.
5. El Espíritu Santo como fuerza motriz de la misión (Lucas
10:21; Hechos 13:2-4): En Lucas, Jesús envía a los setenta
discípulos con gozo en el Espíritu (Lucas 10:21), y en Hechos, el
Espíritu guía cada paso de la expansión misional, como en el envío
de Pablo y Bernabé (Hechos 13:2-4). Para los pentecostales, esta
dependencia del Espíritu en la misión es un principio fundamental.
El énfasis lucano en la misión empoderada por el Espíritu recuerda
a la iglesia pentecostal que todo avance en el Reino depende de la
dirección y poder del Espíritu.
6. Señales y prodigios como evidencia del Reino (Lucas 7:22;
Hechos 5:12-16): En Lucas 7:22, Jesús señala los milagros como
evidencia del Reino de Dios, un tema que se expande en Hechos,
donde las señales y prodigios son comunes en la vida de los
apóstoles (Hechos 5:12-16). Para los pentecostales, esto valida que
las manifestaciones sobrenaturales del Espíritu siguen siendo
relevantes en la iglesia contemporánea. La pneumatología lucana
demuestra que el Reino de Dios no es solo palabra, sino poder, una
verdad que los pentecostales han encarnado en su vida y
ministerio.
7. El Espíritu como agente de transformación y renovación
(Lucas 11:13; Hechos 19:1-7): Lucas enfatiza la disposición de
Dios para dar el Espíritu a los que lo pidan (Lucas 11:13), y en
Hechos, el Espíritu renueva y transforma a los creyentes, como se
ve en los discípulos de Éfeso, quienes experimentan un cambio
radical al recibir el Espíritu Santo (Hechos 19:1-7). Este énfasis en
la experiencia transformadora del Espíritu es central en la
espiritualidad pentecostal. Lucas-Hechos presenta al Espíritu como
el corazón de la vida cristiana, transformando a los creyentes en
instrumentos de justicia y poder.
Así pues, la pneumatología pentecostal encuentra su base en la narrativa
lucana de Lucas y Hechos, donde el Espíritu Santo es presentado como el
agente divino de empoderamiento, misión, milagros y transformación. Para
los pentecostales, estas narrativas no son solo registros históricos, sino una
invitación a experimentar la misma plenitud y poder del Espíritu en la
actualidad.

Referencias:
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Holy Spirit Today (2.ª ed.). InterVarsity Press.
Stronstad, R. (2024). La teología carismática de Lucas:
Trayectorias desde el Antiguo Testamento hasta Lucas-Hechos
(2.ª ed.). Editorial Patmos.
CARÁCTER
PRESCRIPTIVO DE
LUCAS-HECHOS EN LA
TRADICIÓN PENTECOSTAL
“Para los pentecostales, el libro de los Hechos no solo describe eventos históricos,
sino que prescribe un modelo normativo para la vida y ministerio de la iglesia en
cada generación. Las narrativas de Pentecostés son entendidas como paradigmas
para la experiencia continua del Espíritu Santo.”
— Gordon D. Fee, Paul, the Spirit, and the People of God, 1996, p. 93.

"Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para
corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté
enteramente capacitado para toda buena obra." (NVI)
2 Timoteo 3:16-17 (NVI)

En nuestra tradición pentecostal, los libros de Lucas-Hechos (en


realidad una misma obra en dos tomos) ocupan un lugar central y
privilegiado. Estos textos son fundamentales para nuestra fe y práctica como
iglesia, ya que los consideramos una fuente prescriptiva, normativa y
doctrinal. Para nosotros, como pentecostales, Lucas-Hechos no se limita a
narrar los inicios de la iglesia primitiva; más bien, nos proporciona un
modelo viviente y aplicable para nuestro caminar cristiano en el presente. Su
relevancia trasciende el carácter histórico-narrativo que otros suelen
asignarle, invitándonos a vivir una fe dinámica y poderosa en el Espíritu
Santo.[441]
Sin embargo (como ya se explicó en el capítulo anterior), no todos
comparten nuestra perspectiva. Diversas corrientes teológicas argumentan en
contra de considerar Lucas-Hechos como una fuente doctrinal. Uno de los
principales argumentos que sostienen esta postura es que Lucas-Hechos debe
entenderse como un texto descriptivo, no prescriptivo.
En otras palabras, se interpreta como un relato de los eventos
históricos que marcaron el desarrollo de la iglesia primitiva, sin establecer
necesariamente normas o doctrinas aplicables a todas las generaciones. Según
esta visión, Lucas-Hechos refleja cómo la iglesia actuó en un contexto
histórico específico, pero no dicta cómo debe ser siempre.[442]
Frente a estas posturas, surge una pregunta crucial: ¿podemos extraer
doctrina del libro de los Hechos? ¿Es este texto meramente descriptivo o
también contiene elementos prescriptivos que informan nuestra fe y práctica?
Desde nuestra perspectiva pentecostal, sostenemos que Lucas-Hechos
no solo nos ofrece un relato histórico, sino que también nos brinda principios
eternos y normativos para la vida cristiana, enraizados en la obra continua del
Espíritu Santo entre nosotros.[443]

Lucas-Hechos: ¿Un Texto Descriptivo O


Prescriptivo?
Cuando decimos que un libro o pasaje bíblico es «prescriptivo»,
afirmamos que contiene instrucciones o mandatos que los creyentes deben
seguir. Este tipo de textos ofrece normas claras de conducta, moral y práctica
religiosa. Un ejemplo de esto son los Diez Mandamientos en Éxodo 20 o las
enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5-7). Por el contrario,
los textos «descriptivos» narran eventos o historias sin necesariamente
imponer un modelo de conducta. Así, mientras un pasaje descriptivo relata lo
que sucedió, uno prescriptivo indica lo que debe hacerse. Esto plantea la
pregunta clave: ¿en qué categoría encajan los escritos lucanos?
Desde nuestra perspectiva pentecostal, Lucas-Hechos es tanto
descriptivo como prescriptivo. Por un lado, narra eventos históricos de la
Iglesia primitiva, y por otro, enseña principios teológicos y normativos
esenciales para nosotros como creyentes. Lucas, como autor, no solo fue un
historiador meticuloso, sino también un teólogo que transmitió verdades
espirituales profundas a través de relatos históricos.
El aspecto descriptivo de Lucas-Hechos es evidente, ya que presenta
eventos clave, como la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2),
las misiones de Pablo y el crecimiento de la Iglesia. Pero el libro también
contiene elementos prescriptivos que ofrecen principios normativos. Por
ejemplo, en Hechos 2:42 leemos: «Y perseveraban en la doctrina de los
apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones» (NVI). Este pasaje nos proporciona un modelo claro para nuestra
vida comunitaria y devocional. Asimismo, en Hechos 15, el relato del
Concilio de Jerusalén no solo describe cómo los apóstoles resolvieron una
controversia, sino que establece principios sobre la resolución de disputas
teológicas y la unidad de la Iglesia.
Lucas no se limita a describir eventos, sino que enseña teología a
través de cómo los presenta. Por ejemplo, la narrativa de Pentecostés (Hechos
2) no es solo un evento histórico, sino una enseñanza sobre cómo el Espíritu
Santo llena y capacita a los creyentes. La conversión de Cornelio (Hechos 10)
y las decisiones del Concilio de Jerusalén (Hechos 15) nos muestran una
teología de inclusión, destacando que el Evangelio es para todos los pueblos
y naciones.[444]
Este enfoque no es exclusivo de Lucas-Hechos; otros libros bíblicos
combinan lo histórico con lo teológico. El libro de Éxodo, por ejemplo, relata
la liberación de Israel, pero también enseña sobre el poder de Dios y su
fidelidad a las promesas (Ex 19:5-6). Los Evangelios narran la vida de Jesús
mientras enseñan sobre su identidad y las implicaciones prácticas de sus
enseñanzas, como se observa en la parábola del buen samaritano (Lc 10:25-
37). Incluso el libro de Daniel, con sus relatos históricos y visiones, proclama
la soberanía de Dios sobre las naciones (Daniel 2:44).[445]
De la misma manera, Lucas utiliza los eventos narrados en Lucas-
Hechos para desarrollar una teología robusta sobre el Espíritu Santo, la
misión de la Iglesia y la inclusión de todos en el plan de Dios. Aunque Lucas-
Hechos es descriptivo en parte, muchos de sus pasajes contienen enseñanzas
normativas. Por ejemplo, el discurso de Pedro en Pentecostés (Hechos 2:14-
39) no solo expone la naturaleza de la salvación, sino que también establece
el papel del Espíritu Santo en nuestra vida como creyentes. Pablo, en su
discurso en el Areópago (Hechos 17:22-31), también presenta doctrinas clave
que subrayan la soberanía y el señorío de Dios sobre toda la creación.[446]
Como pentecostales, entendemos que Lucas-Hechos no solo relata los
comienzos de la Iglesia, sino que también nos da principios teológicos y
prácticos para nuestra fe. Al considerar tanto su aspecto descriptivo como su
carácter prescriptivo, vemos en Lucas-Hechos un manual vivo para nuestra
vida cristiana, una invitación a caminar en el poder del Espíritu Santo y a
continuar la misión de la Iglesia, tal como fue iniciada por nuestros hermanos
en la fe.

¿En Qué Sentido Lucas-Hechos Es Prescriptivo


Para La Tradición Pentecostal?
Para nosotros, Lucas- Hechos no es simplemente una narración
histórica; es una guía viva y dinámica que sigue marcando el pulso de nuestra
fe y práctica. Identificamos, al menos, seis aspectos en los que Lucas-Hechos
es claramente prescriptivo en nuestra teología pentecostal, ofreciendo
principios normativos que abrazamos con fervor y convicción.
1. Prescriptivo en cuanto a la experiencia del Espíritu Santo
El texto lucano no solo relata el derramamiento del Espíritu Santo
en el día de Pentecostés, sino que prescribe cómo debemos buscar y
experimentar Su poder en nuestras vidas. En Hechos 2:4, los
creyentes son llenos del Espíritu Santo y comienzan a hablar en
otras lenguas, algo que entendemos como una evidencia inicial de
esta llenura. Creemos firmemente que esta experiencia no se limita
al pasado; sigue siendo accesible y necesaria para todos los
creyentes hoy. No vemos este evento como una anécdota histórica,
sino como un modelo divino que debemos replicar en nuestras vidas
y congregaciones, siguiendo la instrucción de Jesús de esperar el
«poder de lo alto» (Lucas 24:49).[447]
2. Normativo en la estructura de la iglesia: Lucas-Hechos
también establece un marco claro para la vida y misión de la iglesia.
Desde la enseñanza de los apóstoles y la comunión en Hechos 2:42,
hasta los movimientos misioneros en Hechos 13, adoptamos estas
prácticas como patrones normativos para nuestra vida eclesial.
Nuestra misión no es distinta de la de la iglesia primitiva: continuar
la obra iniciada por los apóstoles, guiados por el Espíritu Santo.
Hechos nos llama a ser una iglesia activa, misionera y unida,
viviendo bajo la dirección divina tal como se ejemplifica en este
libro.[448]
3. Doctrinal en cuanto a la obra del Espíritu Santo: La doctrina
del Espíritu Santo en Lucas-Hechos es fundamental para nuestra fe
pentecostal. Los milagros, sanidades y señales que encontramos no
son solo historias del pasado, sino promesas para el presente.
Hechos 2:39 declara que «la promesa es para ustedes, para sus hijos
y para todos los que están lejos». Esta verdad refuerza nuestra
creencia en la continuidad de los dones y en la manifestación del
Espíritu en la vida de cada creyente. El Espíritu Santo no solo nos
llena, sino que nos capacita para cumplir la misión que Dios nos ha
encomendado (Hechos 1:8).[449]
4. Prescriptivo en la evangelización y el discipulado: La
evangelización y el discipulado que vemos en Lucas-Hechos son un
modelo a seguir. Los apóstoles proclamaron el evangelio con poder,
sin temor a la persecución, llevando el mensaje a cada rincón
(Hechos 4:31, 5:12-16). Este no es solo un relato inspirador, sino un
mandato para nosotros. Estamos llamados a predicar con valentía,
apoyados por demostraciones del Espíritu. Además, el modelo de
discipulado y plantación de iglesias que encontramos en Hechos
sigue siendo esencial para nuestras estrategias misioneras actuales.
[450]

5. Normativo en la oración y la comunión: La oración y la


comunión en la iglesia primitiva, descritas en los textos lucanos, son
pilares de nuestra vida congregacional. En Hechos 4:31 y 12:5,
vemos cómo la oración unánime e intercesora precedió
movimientos poderosos del Espíritu. Para nosotros, esto no es un
mero relato, sino una norma viva. Creemos que la oración ferviente
y la unidad producen los mismos resultados hoy. Este ejemplo nos
impulsa a buscar a Dios juntos, esperando que Su poder se
manifieste de manera tangible.[451]
6. Doctrinal en la inclusión de todos los pueblos: Lucas-Hechos
también establece una doctrina clara sobre la inclusión de todos los
pueblos en el plan de salvación. Pedro, al evangelizar a Cornelio,
rompe barreras culturales, y Pablo lleva el mensaje a los confines
del Imperio Romano (Hechos 10, 13). Este relato no es solo un
ejemplo de apertura, sino una declaración doctrinal que sostiene
nuestra creencia de que el evangelio es para todos, sin importar
raza, género o estatus social. Esta visión misionera es el fundamento
de nuestro compromiso de llevar el evangelio a toda criatura
(Hechos 1:8).[452]
Para nosotros, Lucas- Hechos es mucho más que un registro histórico.
Es una guía prescriptiva, normativa y doctrinal que nos desafía a buscar al
Espíritu Santo, a vivir como una iglesia unida, a evangelizar con poder y a
proclamar un mensaje inclusivo. Nos impulsa a continuar la misión
apostólica con la misma pasión y dependencia del Espíritu que vemos en sus
páginas. Hechos sigue siendo una fuente viva de inspiración y un modelo
indispensable para nuestra fe y práctica hoy.

Más Objeciones A Los Textos Lucanos


Más allá del debate sobre si Lucas-Hechos es descriptivo o
prescriptivo, encontramos que nuestros hermanos de otras tradiciones
levantan otras objeciones que ameritan nuestra atención. Entre ellas, resalta el
argumento de que la progresión en la revelación justificaría descartar el uso
normativo de los escritos lucanos, particularmente Hechos.
Desde esta perspectiva, se sostiene que la revelación de Dios fue
progresiva, y los escritos lucanos (particularmente el libro de hechos)
representan una etapa temprana en la historia de la iglesia, antes de que la
revelación estuviera completamente establecida. Según este razonamiento,
eventos como las manifestaciones del Espíritu Santo y las formas de
evangelización no son modelos normativos para la iglesia posterior al cierre
del canon. Sin embargo, esta visión subestima tanto el propósito como la
inspiración divina de Lucas-Hechos. Como bien afirma 2 Timoteo 3:16-17,
«Toda la Escritura es inspirada por Dios» y es útil para enseñar y corregir, lo
que incluye a Hechos. Este libro, inspirado por el mismo Espíritu Santo que
guió las epístolas paulinas, no puede ser reducido a un relato anecdótico, sino
que es una exposición doctrinal y práctica de cómo el Espíritu Santo guió la
expansión de la iglesia, siendo normativo para todas las épocas.[453]
Otra objeción recurrente señala que las epístolas, especialmente las de
Pablo, poseen mayor peso doctrinal que el libro de Hechos. Este argumento
prioriza cartas como Romanos, Efesios y Gálatas, que presentan doctrinas
detalladas sobre salvación, justificación y la obra del Espíritu Santo. Sin
embargo, respondemos sin vacilar que Hechos no contradice las epístolas,
sino que las complementa. De hecho, el registro lucano provee el contexto
histórico necesario para interpretar las epístolas. Sin el relato de la conversión
de Pablo (Hechos 9, 22, 26), su autoridad apostólica quedaría en entredicho.
Asimismo, prácticas como el bautismo en el Espíritu Santo y la comunión de
los creyentes descritas en Hechos 2:42-47 enriquecen las enseñanzas de
Pablo al mostrar cómo la fe cristiana se vivía en la práctica.[454] ¡Dejemos de
usar a Pablo para invalidar a Lucas y permitamos que ambos, inspirados por
el Espíritu Santo, nos hablen con autoridad divina!
Una objeción adicional proviene del cesacionismo, que afirma que
ciertos fenómenos en Hechos, como el don de lenguas en Pentecostés o los
milagros, eran exclusivos de la era apostólica y cesaron con el cierre del
canon. Respondemos que los fenómenos descritos en Hechos no son
exclusivamente apostólicos. En Hechos 2, Pedro interpreta el derramamiento
del Espíritu como el cumplimiento de Joel 2:28-32, el cual abarca un período
continuo, no un evento único. Además, Pablo, en 1 Corintios 12 y 14,
presenta los dones del Espíritu como una parte integral de la vida de la iglesia
en todo tiempo.[455] El cesacionismo se basa en prejuicios teológicos, no en
exégesis bíblica sólida.
Otros afirman que Hechos representa un período transitorio entre el
Antiguo y el Nuevo Pacto, no normativo para la iglesia posterior. Sin
embargo, Hechos no describe un simple tiempo de transición, sino el
fundamento sobre el cual se edifica la iglesia de todas las épocas. En Efesios
2:20, Pablo declara que la iglesia está edificada sobre el «fundamento de los
apóstoles y profetas», y Hechos documenta este fundamento. Prácticas como
la enseñanza, la comunión y la oración descritas en Hechos 2:42 no son
transitorias, sino esenciales y vigentes.[456]
Otra crítica argumenta que el contexto histórico-cultural de Lucas-
Hechos lo limita a su época, invalidando su normatividad para hoy. Aunque
reconocemos que Hechos refleja un contexto cultural del siglo I, este
contexto es relevante para la iglesia moderna. La lógica de la revelación
bíblica implica que Dios habla a través de la historia, y las acciones
registradas en Hechos tienen aplicación para todas las generaciones. El
modelo de evangelización en Hechos 1:8 no es exclusivo del primer siglo; es
la directiva de Cristo para toda la iglesia.[457]
Finalmente, algunos argumentan que la enseñanza de Cristo en los
Evangelios tiene primacía sobre los hechos apostólicos. Este razonamiento
busca descalificar particularmente al libro de los Hechos como base doctrinal.
Sin embargo, lejos de contradecir las enseñanzas de Jesús, Hechos las
cumple. En Hechos 1:8, Jesús comisiona a los apóstoles, y el libro detalla
cómo esa misión se lleva a cabo. La autoridad de los apóstoles proviene
directamente de Cristo, y Hechos nos muestra cómo enseñaron y vivieron de
acuerdo con sus instrucciones.[458] Además, no debe olvidarse tampoco, ya
que se destaca el valor de los Evangelios, que el libro de los Hechos, en
realidad, la segunda parte del Evangelio de Lucas (Hechos 1:1-4).

Lucas-Hechos, Mucho Más Que Un Texto


Narrativo-Descriptivo
Ninguno de los argumentos presentados para rechazar Lucas-Hechos
como una fuente prescriptiva, normativa y doctrinal resulta verdaderamente
sólido. Aunque reconocemos que Hechos es en parte narrativo, su contenido
trasciende esta categoría al incluir principios y enseñanzas doctrinales
fundamentales que no deben ser pasados por alto. Cada relato está
impregnado de una coherencia teológica con el resto del Nuevo Testamento,
brindándonos una visión integral de cómo la iglesia primitiva, bajo la
dirección del Espíritu Santo, implementó fielmente las enseñanzas de Cristo y
los apóstoles. Esta armonía entre narración y doctrina refuerza la convicción
de que Lucas-Hechos no es meramente descriptivo, sino prescriptivo para
nuestra fe y práctica. Como pentecostales, afirmamos con firmeza que este
libro es una fuente primaria para establecer doctrina, y no permitiremos que
ningún prejuicio anti-pentecostal nuble su relevancia.[459]
Es preocupante observar que, con frecuencia, los intentos por
demeritar la autoridad doctrinal de Lucas-Hechos están motivados por
prejuicios teológicos, más que por una exégesis honesta. Detractores han
señalado que su carácter narrativo debería limitar su valor normativo, pero
esta afirmación carece de fundamento bíblico y teológico. La narrativa
bíblica, lejos de ser neutral o meramente informativa, es intencionadamente
didáctica, orientada a enseñar cómo la obra redentora de Dios se manifiesta
en la historia humana. Lucas-Hechos no solo describe el obrar del Espíritu
Santo en los primeros creyentes; también nos instruye sobre cómo el Espíritu
sigue operando hoy en su iglesia.[460]
Por ello, es inconcebible que permitamos que un prejuicio anti-
pentecostal nos lleve a ignorar o minimizar la riqueza doctrinal del registro
lucano. Lucas-Hechos nos desafía a vivir bajo la misma unción y poder que
caracterizó a la iglesia primitiva, recordándonos que la obra del Espíritu
Santo no fue exclusiva de un tiempo ni lugar. Cuando rechazamos Lucas-
Hechos como normativo, negamos, en esencia, la continuidad del mover de
Dios entre su pueblo. De este modo, al valorar y aplicar las enseñanzas de
Lucas-Hechos, nos alineamos con la iglesia neotestamentaria, reflejando la
plenitud de lo que significa ser parte del cuerpo de Cristo.[461]

Referencias:
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EL BAUTISMO EN EL
ESPÍRITU SANTO: PILAR
DE LA PNEUMATOLOGÍA
PENTECOSTAL
"El bautismo en el Espíritu Santo es la experiencia culminante en la vida del
creyente, no para salvación, sino para empoderamiento en el servicio. Es un
distintivo de la teología pentecostal que resalta la continuidad de la obra del Espíritu
en el creyente y en la iglesia."
Horton, S. M. (2005). La doctrina del Espíritu Santo: Una perspectiva
pentecostal. Springfield, MO: Logion Press, p. 134.

" Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí,
cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá
su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará."
Mateo 3:11-12, RVR1960

“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la
promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5 Porque Juan ciertamente
bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no
muchos días.”
Hechos 1:4-5, RVR1960

Desde los albores del siglo XX, hemos sido testigos de un mover
poderoso del Espíritu Santo que ha transformado millones de vidas en todo el
mundo. Muchos de nosotros hemos experimentado y enseñado lo que
conocemos como el bautismo en el Espíritu Santo, una experiencia distintiva
del movimiento pentecostal que nos capacita para el servicio y la
proclamación del evangelio. Este mover no es un fenómeno aislado ni una
invención moderna, sino el cumplimiento de la promesa de Jesús a sus
discípulos: “Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria,
y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
La expansión global de este movimiento testifica del poder
transformador del Espíritu Santo, el cual nos otorga la capacidad divina para
llevar el mensaje de salvación a toda criatura.[462]

El Bautismo En El Espíritu Santo, Eje Central De


La Pneumatología Pentecostal
El bautismo en el Espíritu Santo constituye el eje central de la
pneumatología pentecostal, pues representa la experiencia distintiva que
define y dinamiza la vida cristiana desde esta perspectiva. No se limita a un
acto regenerador inicial, sino que implica una investidura de poder (Hechos
1:8) que capacita al creyente para vivir en plenitud, testificar con valentía y
operar en los dones del Espíritu. Este bautismo es entendido como una
experiencia posterior a la salvación, confirmada frecuentemente por la
manifestación inicial de hablar en lenguas (Hechos 2:4; 10:44-46).
En el marco pentecostal, esta doctrina no es un aspecto marginal, sino
un pilar teológico que resalta la continuidad y la vitalidad del ministerio del
Espíritu Santo en la iglesia, en contraste con posturas cesacionistas o
meramente simbólicas. Al enfatizar el bautismo en el Espíritu, los
pentecostales subrayan la necesidad de una relación viva, transformadora y
sobrenatural con Dios, marcando un punto de encuentro entre la promesa
escatológica del derramamiento del Espíritu (Joel 2:28-29) y su cumplimiento
presente en la vida del creyente.

¿Qué Es El Bautismo En El Espíritu Santo?


Como creyentes pentecostales, reconocemos que el Espíritu Santo no
es un elemento secundario en nuestra fe, sino el centro de la obra de Dios en
la vida del creyente y en la misión de la Iglesia. El Nuevo Testamento
enfatiza la función esencial del Espíritu en el ministerio de Jesús y su
continuación en la Iglesia. Nuestro Señor inició su ministerio público cuando
el Espíritu descendió sobre Él como una paloma en su bautismo (Mateo 3:16;
Lucas 3:22). Este acto no fue simbólico, sino el inicio de un ministerio
ungido por el Espíritu para cumplir el propósito redentor del Padre. En el
libro de los Hechos, vemos cómo el mismo Espíritu empoderó a los
discípulos para continuar esta obra, permitiéndoles llevar el mensaje del
evangelio con audacia, incluso en medio de persecuciones y dificultades
(Hechos 2:1-4; 4:31). El relato de Lucas-Hechos sitúa al Espíritu Santo como
el principal agente de la misión, guiando, empoderando y transformando a los
creyentes para cumplir su llamado.[463] Este patrón divino es el modelo que
seguimos como iglesia pentecostal. Pero ¿qué es en sí la experiencia
conocida como “bautismo en el Espíritu Santo”?
Si bien el término "bautismo en el Espíritu Santo" no aparece
explícitamente en las Escrituras, reconocemos que es una designación
conveniente para la experiencia anunciada por Juan el Bautista, quien declaró
que Jesús "[bautizaría] en Espíritu Santo" (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas
3:16; Juan 1:33). Este anuncio fue reafirmado por el mismo Jesús en Hechos
1:5, y posteriormente por Pedro en Hechos 11:16. Es significativo que esta
expresión aparezca tanto en los Evangelios como en el Libro de los Hechos,
lo que subraya su relevancia para la experiencia cristiana. La analogía del
bautismo empleada por Juan el Bautista enfatiza la inmersión, aludiendo al
bautismo en agua que él administraba, y al bautismo en el Espíritu Santo que
Jesús impartiría.
El bautismo en el Espíritu Santo es, por lo tanto, una inmersión
espiritual mediante la cual Jesús otorga a los creyentes el poder necesario
para testificar de Él, vivir una vida santa y participar activamente en la misión
del Reino de Dios. En el libro de los Hechos, encontramos diversos términos
bíblicos que se emplean para describir esta experiencia, particularmente al
narrar el primer descenso del Espíritu sobre los discípulos y otros ejemplos
similares en los que el Espíritu Santo impacta a los creyentes. Estas
expresiones se usan de manera intercambiable, aunque cada una aporta un
matiz diferente:

1. Bautizado en el Espíritu (Hechos 1:5; 11:16; cf. Mateo 3:11;


Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33). Este término, ampliamente
utilizado, se ha consolidado como una designación preferida
dentro de la enseñanza pentecostal.[464]
2. El Espíritu viene, o desciende, sobre (Hechos 1:8; 8:16; 10:44;
11:15; 19:6; cf. Lucas 1:35; 3:22). Esta frase destaca la acción del
Espíritu al empoderar a los creyentes para el testimonio y el
ministerio.[465]
3. El Espíritu derramado (Hechos 2:17-18; 10:45). Este término se
relaciona con la profecía de Joel 2:28-29 y enfatiza la promesa
cumplida de Dios para los últimos días.
4. El don que mi Padre prometió (Hechos 1:4). Jesús se refiere a la
promesa del Espíritu, que se cumple en Pentecostés.[466]
5. El don del Espíritu (Hechos 2:38; 10:45; 11:17) y el don de Dios
(Hechos 8:20; 11:17; 15:8). Estas expresiones subrayan la
gratuidad de la experiencia, que proviene de la gracia de Dios.
6. Recibir el Espíritu (Hechos 8:15-17,19; 19:2). Esta frase se
enfoca en la recepción personal del Espíritu Santo por parte del
creyente.[467]
7. Lleno con el Espíritu (Hechos 2:4; 9:17; cf. Lucas 1:15,41,67).
Aunque esta expresión también aparece en contextos más amplios,
enfatiza la plenitud del Espíritu en la vida del creyente.

Ninguno de estos términos por sí solo expresa completamente la


profundidad de esta experiencia. Son metáforas que ilustran cómo el receptor
es dominado o saturado por el Espíritu, quien ya mora en él desde la
conversión (Romanos 8:9,14-16; 1 Corintios 6:19; Gálatas 4:6). Aunque el
bautismo en el Espíritu Santo es un don de gracia, no sería exacto
considerarlo "una segunda obra de gracia" ni "una segunda bendición",
como algunos lo denominan, ya que estas expresiones implican que no hay
experiencias de gracia divina entre la conversión y el bautismo en el Espíritu.
[468]

El Bautismo En El Espíritu, Una Experiencia


Posterior Y Distinta A La Regeneración
En primer lugar, creemos que el bautismo en el Espíritu Santo es una
experiencia distinta del nuevo nacimiento. Este no ocurre en el momento de
la conversión, sino que sigue a la regeneración como una experiencia
subsecuente (Hechos 8:15-17; 19:1-6). Mientras el nuevo nacimiento nos
convierte en hijos de Dios, el bautismo nos equipa para servirle con poder.
Este empoderamiento no es meramente funcional, sino transformador,
dándonos una audacia sobrenatural para cumplir el propósito de Dios en
nuestras vidas.[469]
No todos están de acuerdo con nosotros en esto. Los grupos no
pentecostales a menudo argumentan que el bautismo en el Espíritu Santo
equivale al sello del Espíritu recibido durante la regeneración, negando así
cualquier manifestación visible asociada con esta experiencia. Desde esta
perspectiva, pretenden invalidar la experiencia pentecostal y desestimar la
validez del movimiento. Sin embargo, si analizamos las Escrituras,
descubrimos que el bautismo en el Espíritu Santo no es sinónimo del sello
que acompaña a la regeneración. ¿Fue el Pentecostés una experiencia
posterior a la conversión de los discípulos? La respuesta bíblica es
contundente: sí lo fue. De hecho, si ambos eventos fueran idénticos,
implicaría que sólo quienes han recibido el bautismo en el Espíritu Santo son
salvos, una conclusión incompatible con la enseñanza de la Escritura.
Como pentecostales, concordamos en que el Espíritu Santo nos sella
como propiedad divina al momento de nuestra conversión. Este sello no solo
nos identifica como parte del pueblo de Dios, sino que también nos asegura
nuestra redención en Cristo. Según el apóstol Pablo, el Espíritu Santo nos es
dado en calidad de "depósito", "sello" o "garantía" de nuestra redención
eterna (2 Corintios 1:22; 5:5; Efesios 1:13-14; 4:30). En estos pasajes, Pablo
utiliza la palabra griega arrhabōn, que significa "prenda", refiriéndose a un
pago inicial que garantiza el cumplimiento total de lo prometido. En otras
palabras, el don del Espíritu Santo es la evidencia tangible de nuestra
herencia celestial, la cual Cristo aseguró para nosotros con Su sacrificio en la
cruz.[470]
El Espíritu Santo no es un símbolo abstracto ni una mera fuerza espiritual.
Es la misma presencia de Dios habitando en nosotros, sellándonos con Su
autoridad divina. Este sello representa Su derecho soberano sobre nuestras
vidas como Su propiedad exclusiva. Al igual que un contrato lleva un sello
para validar su autenticidad, el Espíritu Santo confirma que pertenecemos a
Dios y que somos partícipes de Su reino eterno.[471] Esta obra inicial del
Espíritu en nosotros es gloriosa y transforma nuestra relación con Dios,
asegurándonos que nada puede separarnos de Su amor eterno (Romanos
8:38-39).
Sin embargo, como pentecostales, hacemos una distinción clara entre ser
sellados por el Espíritu Santo en la conversión y recibir el bautismo o la
llenura del Espíritu Santo. Mientras que el sello nos asegura nuestra
identidad como hijos de Dios y nos da una garantía de nuestra herencia
celestial, el bautismo en el Espíritu tiene un propósito completamente
diferente. Este es el empoderamiento sobrenatural para el servicio y el
testimonio cristiano, una experiencia subsiguiente que marca un antes y un
después en nuestra vida espiritual (Hechos 1:8).[472]
El sello del Espíritu Santo es el inicio de una relación transformadora con
Dios, pero el bautismo en el Espíritu Santo es una inmersión en Su poder, que
nos equipa para cumplir Su misión. Este empoderamiento no sustituye la obra
inicial del Espíritu en la salvación, sino que la complementa, permitiéndonos
llevar el evangelio con audacia y operar en los dones espirituales para
edificación de la iglesia (1 Corintios 12:7-11).[473]
La Biblia, y particularmente el Nuevo Testamento, confirma la
interpretación pentecostal del bautismo en el Espíritu Santo como una
evidencia posterior y distinta a la conversión. En una ocasión, Jesús nos dejó
una declaración profundamente conmovedora cuando dijo a los setenta y dos
discípulos: “regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”
(Lucas 10:20, RVR1960). Esta afirmación fue realizada antes de que los
discípulos experimentaran el bautismo en el Espíritu Santo en el día de
Pentecostés. Aunque no podemos precisar el momento exacto de su
regeneración según el entendimiento del Nuevo Testamento, sabemos que si
hubieran partido antes del descenso del Espíritu en Pentecostés, habrían ido a
la presencia del Señor. Muchos eruditos coinciden en que el nuevo
nacimiento de los discípulos probablemente ocurrió cuando el Cristo
resucitado “sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22,
RVR1960) o mucho antes, ya que en Juan 13:10, Jesús dijo: “vosotros
limpios estáis” y de nuevo, en Juan 15:3, repite tal afirmación a sus
discípulos: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra”. Al interpretar dichas
palabras a la luz de Efesios 5:26-27 y Tito 3:5, resulta evidente que Jesús se
refería a la regeneración. ¡Pero ellos aún no habían sido bautizados en el
Espíritu Santo! (Hechos 1:4-5). Esto resalta que la regeneración y la plenitud
del Espíritu son eventos distintos según la enseñanza bíblica.[474]
Es significativo que en ningún lugar del Nuevo Testamento se iguala la
expresión “llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:4) con la regeneración. Esta
frase siempre se utiliza en relación con personas que ya son creyentes. Un
ejemplo claro de esto lo encontramos en los samaritanos (Hechos 8:14–20),
cuya experiencia nos enseña que uno puede ser un verdadero creyente y aun
así no haber tenido una experiencia pentecostal. El llamado "pentecostés
samaritano" ilustra esta distinción. Varias observaciones nos muestran que
los samaritanos eran genuinos seguidores de Jesús antes de la llegada de
Pedro y Juan.[475]
Primero, Felipe les proclamó claramente las buenas nuevas del evangelio,
un mensaje que ellos aceptaron con fe (Hechos 8:5, 12). Segundo, estos
samaritanos creyeron y fueron bautizados en agua, una práctica que confirma
su conversión (Hechos 8:12, 16). Tercero, la Escritura declara que ellos
habían “recibido [dekomai][476] la palabra de Dios” (Hechos 8:14), una
expresión que en el Nuevo Testamento es sinónima de la conversión genuina
(Hechos 11:1; 17:11; véase también Hechos 2:41). Estas evidencias dejan
claro que ellos ya eran creyentes en Cristo.[477]
Además, la imposición de manos por parte de Pedro y Juan para que los
samaritanos “recibieran el Espíritu Santo” (Hechos 8:17) también es
significativa. Esta práctica nunca se asocia con la salvación en el Nuevo
Testamento, sino con una experiencia posterior y distinta.[478] Finalmente, los
samaritanos, después de su conversión, experimentaron una manifestación
dramática y observable del Espíritu Santo (Hechos 8:18), lo cual confirma la
diferencia entre la regeneración y el bautismo en el Espíritu Santo.[479]
Saulo de Tarso nos ilustra de manera poderosa esta misma verdad a través
de su experiencia personal (Hechos 9:17). En su caso, queda demostrado que
ser lleno del Espíritu Santo es una experiencia identificable y distinta que
trasciende la obra del Espíritu en la regeneración. Tres días después de su
dramático encuentro con Jesús en el camino a Damasco (Hechos 9:1–19),
recibió la visita de Ananías. Este relato nos muestra la importancia de
distinguir entre la conversión y el bautismo en el Espíritu Santo, una verdad
central en nuestra experiencia pentecostal.[480]
Las siguientes observaciones son particularmente significativas:

1. Ananías se dirigió a Saulo como “Hermano Saulo”, lo que


probablemente indica que ya había una relación fraternal mutua en
Cristo, resultado de la conversión de Saulo en el camino a
Damasco (Hechos 9:17, RVR1960). Este reconocimiento de
fraternidad confirma que Saulo ya era considerado un creyente.[481]
2. Ananías no le instó al arrepentimiento ni a creer en el Señor, lo
cual hubiera sido necesario si aún no hubiera sido regenerado. En
cambio, lo animó a ser bautizado en agua, un acto que
habitualmente seguía a la conversión (Hechos 22:16) y,
obviamente, a la regeneración.[482]
3. La imposición de manos por parte de Ananías tuvo un
propósito dual: restaurar la vista de Saulo y que fuera lleno del
Espíritu Santo (Hechos 9:17). Esto enfatiza que el bautismo en el
Espíritu es una experiencia específica que sigue a la conversión.
[483]

4. El lapso de tres días entre la conversión de Saulo y su llenura


del Espíritu Santo subraya la separación temporal entre ambos
eventos. Aunque su conversión fue inmediata, la plenitud del
Espíritu llegó después, siguiendo el patrón observado en otros
relatos del libro de los Hechos.[484]
El relato de la casa de Cornelio en Cesarea también aporta claridad
adicional a este punto (Hechos 10:44–48). Este evento culmina con el
derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y los de su casa, marcando
una experiencia extraordinaria en la que el Espíritu se manifestó
poderosamente. Cornelio no era cristiano antes de la visita de Pedro; era un
hombre temeroso de Dios, un gentil que había adoptado prácticas judaicas
importantes sin convertirse en prosélito (Hechos 10:2). Sin embargo, al
escuchar el mensaje de Pedro sobre Jesús, a través del cual “todos los que en
él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43),
ellos creyeron y fueron regenerados.[485]
Simultáneamente, estos nuevos creyentes experimentaron un
derramamiento del Espíritu Santo como el ocurrido en Pentecostés. Pedro
más tarde describió esta experiencia a la iglesia de Jerusalén en términos
inequívocos: “el Espíritu Santo cayó sobre” ellos (Hechos 10:44; 8:16), “el
don del Espíritu Santo” (Hechos 10:45; 11:17), y fueron “bautizados con
[en] el Espíritu Santo” (Hechos 11:16). Estas expresiones nunca se usan en
los Hechos para describir la conversión, reafirmando que se trató de una
experiencia distinta y separada.[486]
El bautismo en el Espíritu experimentado por los creyentes en Cesarea es
paralelo a los eventos ocurridos en Jerusalén (Hechos 2), Samaria (Hechos 8)
y Damasco (Hechos 9, RVR1960). Sin embargo, lo que distingue la
experiencia de Cornelio y su casa es que la conversión y el bautismo en el
Espíritu Santo ocurrieron en rápida sucesión, aunque siempre como dos
hechos separados. Este ejemplo confirma que el bautismo en el Espíritu es
esencial para la vida cristiana, marcando una clara experiencia post-
conversión.[487]
En Éfeso, encontramos un relato que subraya la distinción entre el nuevo
nacimiento y el bautismo en el Espíritu Santo. El apóstol Pablo, al
encontrarse con un grupo de discípulos, identificó que no habían
experimentado esta poderosa vivencia espiritual (Hechos 19:1–7). Este
episodio nos presenta tres preguntas fundamentales que arrojan luz sobre la
naturaleza del bautismo en el Espíritu.

1. ¿Eran seguidores de Jesús o de Juan el Bautista? En casi todas


las menciones de la palabra “discípulo” (mathe-tes) en el libro de
los Hechos, Lucas se refiere a los seguidores de Jesús. En este
caso, se les describe como “ciertos discípulos” debido a la falta de
certeza sobre su número, aclarando que “eran por todos unos doce
hombres” (Hechos 19:7). Estos hombres eran creyentes cristianos
que, como Apolos (Hechos 18:24–27), necesitaban una enseñanza
más completa sobre el camino de Dios (Hechos 18:26). Este
suceso subraya cómo la fe inicial no garantiza automáticamente el
empoderamiento espiritual, evidenciando la necesidad de una
experiencia posterior.[488]
2. ¿Qué quiso decir Pablo con su pregunta? Cuando Pablo les
pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?”
(Hechos 19:2), no está cuestionando su fe en Jesús, sino señalando
una carencia espiritual evidente. En el contexto de Hechos, la frase
“recibir el Espíritu Santo” se asocia al bautismo en el Espíritu
(Hechos 8:15,17,19; 10:47; 2:38). Pablo no duda de su salvación,
sino que indaga si han experimentado la venida carismática del
Espíritu Santo. Para Pablo, el bautismo en el Espíritu Santo no es
automático con la conversión, sino una experiencia que empodera
al creyente para el servicio.[489]
3. ¿Pablo y Lucas concuerdan en que el bautismo en el Espíritu
es distinto de la regeneración? Tanto el suceso en Éfeso como la
propia experiencia de Pablo en Damasco confirman que el
bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia única y separada
de la salvación (Hechos 9:17). Este evento muestra que Pablo está
de acuerdo con la enseñanza de Lucas de que la obra del Espíritu
en la regeneración no es lo mismo que el bautismo en el Espíritu.
Esta distinción es clave para comprender el énfasis pentecostal en
el empoderamiento del creyente.[490]
Nótese que en tres de las cinco narraciones principales en Hechos
(Samaria, Damasco y Éfeso), aquellos que experimentaron el bautismo en el
Espíritu ya eran creyentes. En Cesarea, aunque la experiencia ocurrió casi
simultáneamente con la fe de Cornelio y su casa, queda claro que el
derramamiento del Espíritu es una experiencia adicional (Hechos 10:44-46).
En Pentecostés, los apóstoles y discípulos ya eran seguidores de Cristo
cuando fueron llenos del Espíritu (Hechos 2:1-4).[491]
En los casos de Samaria, Damasco y Éfeso, hubo un lapso entre la
conversión y el bautismo en el Espíritu Santo. Aunque en Cesarea no se
observa un intervalo, el derramamiento en Jerusalén ocurrió en Pentecostés
por su significado tipológico (Hechos 2:1-4). Este intervalo subraya cómo el
bautismo en el Espíritu no depende de la salvación inicial, sino de un deseo
activo de ser llenos del poder de Dios.[492]
La posición pentecostal, basada en el testimonio de las Escrituras, es que
el bautismo en el Espíritu Santo y la regeneración son experiencias distintas.
Aunque ambas son fundamentales, no ocurren necesariamente al mismo
tiempo (Hechos 8:14-17; Hechos 19:1-6). Esta separación es esencial para
entender la dinámica espiritual de la vida cristiana, donde la conversión
asegura la salvación, y el bautismo en el Espíritu capacita para la misión.[493]

Bautizados «En Cristo» Y Bautizados «En El


Espíritu Santo»
Los no pentecostales a menudo definen el bautismo en el Espíritu
Santo como la obra mediante la cual el Espíritu de Dios coloca al creyente, al
momento de la salvación, en unión con Cristo y en comunión con otros
creyentes en el Cuerpo de Cristo. Este concepto se fundamenta
principalmente en el pasaje de 1 Corintios 12:13, que declara:
“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o
griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”.
Este versículo se utiliza para argumentar que todos los creyentes
hemos sido bautizados por el Espíritu al momento de la regeneración, lo que
nos une al cuerpo de Cristo. Sin embargo, es importante notar que esta
interpretación cesacionista tiende a reducir la experiencia del bautismo en el
Espíritu a un hecho exclusivamente posicional y no experimental.
Cuando los cesacionistas equiparan la regeneración con el bautismo
en el Espíritu Santo, llegan a la conclusión de que "todos" los creyentes ya
hemos recibido este bautismo, ya que lo consideran sinónimo de salvación.
Para reforzar esta idea, recurren también al texto de Romanos 6:1-4, que si
bien no menciona específicamente al Espíritu Santo, describe la posición de
los creyentes con un lenguaje que ellos consideran análogo al de 1 Corintios
12:13:
“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?
En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún
en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para
muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”
Según esta perspectiva, el bautismo en el Espíritu Santo realiza dos
funciones fundamentales: (1) nos une al Cuerpo de Cristo y (2) hace
realidad nuestra co-crucifixión con Cristo. Esta incorporación al cuerpo de
Cristo, que ellos llaman bautismo en el Espíritu y equiparan con la
regeneración, es vista por los cesacionistas como la base para la unidad en la
iglesia, conforme al énfasis de Efesios 4:5: “un Señor, una fe, un bautismo”.
Reiteran este punto apelando a pasajes como Colosenses 2:12, en donde se
nos dice: “sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también
resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los
muertos”. Sin embargo, este entendimiento cesacionista, aunque
aparentemente tiene bases bíblicas, omite un aspecto crucial: la diferencia
entre ser bautizados “por” el Espíritu y ser bautizados “con” el Espíritu
Santo.
Es evidente que los pasajes de Romanos 6:1-4, Efesios 4:5 y
Colosenses 2:12 no presentan indicios de que el bautismo en el Espíritu Santo
y el acto de incorporación al cuerpo de Cristo durante la regeneración sean la
misma experiencia. Estos textos enfatizan aspectos distintos de la vida
cristiana: en Romanos 6:1-4, Pablo describe el bautismo como una
identificación con la muerte y resurrección de Cristo, simbolizando la muerte
al pecado y una vida nueva en Cristo.[494] Efesios 4:5 se centra en la unidad de
la fe y en la confesión común del "un Señor, una fe, un bautismo",
destacando el fundamento de la comunión cristiana, sin aludir a una
experiencia carismática específica. Por su parte, Colosenses 2:12 recalca la
obra de Dios al resucitarnos con Cristo a través de la fe, presentando una
imagen de transformación espiritual.[495]
La única base para asociar el bautismo en el Espíritu Santo con la
incorporación al cuerpo de Cristo se encuentra en 1 Corintios 12:13. Sin
embargo, una lectura cuidadosa del texto nos lleva a notar que Pablo describe
al Espíritu Santo como el agente por medio del cual somos bautizados en el
cuerpo de Cristo, pero no identifica explícitamente esta obra con el bautismo
en el Espíritu Santo descrito en otros pasajes, como Hechos 2:1-4 y Hechos
10:44-46, donde el énfasis recae en el derramamiento visible del Espíritu con
manifestaciones carismáticas.[496]
El bautismo en el Espíritu Santo en Hechos apunta a una experiencia
post-conversión, empoderadora y evidente, destinada a equipar al creyente
para el testimonio y el ministerio. En contraste, la incorporación al cuerpo de
Cristo que ocurre durante la regeneración, según 1 Corintios 12:13, se refiere
a una obra inicial y transformadora del Espíritu que nos une a Cristo y a su
iglesia como un cuerpo.[497] Reducir ambas realidades a un mismo evento
empobrece la riqueza y diversidad de la obra del Espíritu en la vida del
creyente.
En 1 Corintios 12:13 Pablo usa una terminología específica al hablar
de ser bautizados “por un solo Espíritu”, lo cual describe un acto posicional.
Sin embargo, esto no equivale a la experiencia poderosa y transformadora
que Jesús prometió en Hechos 1:5: “Porque Juan ciertamente bautizó con
agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no
muchos días”. Aquí, el bautismo “con” el Espíritu Santo es presentado como
una experiencia distinta, que empodera al creyente para la obra del Reino.
El contexto de este pasaje nos revela una verdad crucial: el Espíritu
Santo es el agente mediante el cual se realiza el bautismo, no la “sustancia”
en la que somos bautizados o sumergidos. Esta distinción es evidente en
diversas traducciones bíblicas que coinciden en su interpretación:
“Pues POR UN mismo Espíritu todos fuimos bautizados EN UN SOLO CUERPO,
ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber del mismo
Espíritu.” (LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS)
“Pero todos fuimos bautizados EN UN solo cuerpo POR UN mismo Espíritu, y
todos compartimos el mismo Espíritu.” (NUEVA TRADUCCIÓN
VIVIENTE)
“Todos fuimos bautizados POR UN solo Espíritu PARA CONSTITUIR UN SOLO
CUERPO —ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a
beber de un mismo Espíritu.” (NUEVA VERSIÓN
INTERNACIONAL)
“Pero todos fuimos bautizados POR EL MISMO ESPÍRITU SANTO, para formar
una sola iglesia y UN SOLO CUERPO. A cada uno de nosotros Dios nos dio el
mismo Espíritu Santo.” (TRADUCCIÓN EN LENGUAJE
ACTUAL)
Pablo nos deja claro lo que quiere transmitir: en la conversión, el
Espíritu Santo actúa como el agente que bautiza al creyente en Cristo. El
cuerpo de Cristo, por su parte, es la sustancia o elemento en el que el creyente
es bautizado. Así como en el bautismo en agua un agente humano sumerge al
creyente en el agua, en la conversión el Espíritu Santo, como agente de la
Trinidad, sumerge al nuevo creyente en el cuerpo de Cristo. Es un acto
espiritual y sobrenatural que nos injerta en Cristo, transformándonos en hijos
de Dios y miembros del cuerpo de Cristo. Esta verdad reafirma nuestra
identidad como creyentes. No solo somos receptores de la gracia, sino
también participantes de un cuerpo viviente, lleno del poder del Espíritu.
Somos testigos de cómo el Espíritu Santo no solo nos une al cuerpo de Cristo,
sino que también nos equipa para servir y vivir en el propósito divino.[498]
En los versículos 3 y 9 del mismo capítulo, Pablo utiliza la misma
preposición dos veces para señalar una actividad específica del Espíritu
Santo:
“Por tanto, os hago saber que nadie que hable POR el Espíritu de Dios llama
anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino POR el Espíritu Santo”
(1 Corintios 12:3).
“A otro, fe POR el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades POR el mismo
Espíritu” (1 Corintios 12:9).
Al reflexionar sobre estos textos, concluimos que, en 1 Corintios
12:13, la frase “bautizados en un cuerpo” describe la obra del Espíritu Santo
al incorporar a un pecador arrepentido al cuerpo de Cristo. Esta acción es
equivalente a lo que Pablo denomina como ser “bautizados en Cristo”:
“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido
bautizados en su muerte?” (Romanos 6:3).
“Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”
(Gálatas 3:27).
Este es el “un bautismo” de Efesios 4:5: “un Señor, una fe, un
bautismo”; y también se relaciona directamente con el “un cuerpo” del
versículo 4: “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una
misma esperanza de vuestra vocación” (Efesios 4:4-5). De manera que, en
nuestra conversión, el Espíritu Santo nos bautiza en Cristo. Sin embargo, hay
una experiencia posterior y distinta, en la cual Cristo bautiza en el Espíritu
Santo:
“Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí,
cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11-12).
En este contexto, Cristo es el agente bautizador, y el Espíritu Santo se
convierte en la “sustancia” o “elemento” en el cual se sumerge al creyente. Es
claro que el ser “bautizados en Cristo” (regeneración) y el ser “bautizados en
Espíritu Santo y fuego” (la experiencia pentecostal) son dos realidades
diferentes, aunque igualmente auténticas. Todos los que han nacido de nuevo
han sido bautizados en Cristo, pero no todos han experimentado aún el
bautismo con el Espíritu Santo.
¿Por qué los cesacionistas no pueden admitir lo que es tan evidente en
las Escrituras? Tal reconocimiento implicaría aceptar la verdad defendida por
los pentecostales, algo que muchos no están dispuestos a hacer. Es más
sencillo para algunos elaborar explicaciones complejas y malabares
exegéticos antes que aceptar lo que el texto bíblico declara de forma tan clara
y directa.

¿Juicio o bendición? ¿En qué consiste el «Bautismo de fuego»


del cual habló Juan el Bautista?
Para aquellos que no comparten nuestra perspectiva pentecostal, o
incluso la rechazan activamente, el deseo de ser bautizados en el Espíritu
Santo "y fuego" no solo les parece equivocado, sino completamente absurdo.
Según ellos, el bautismo en fuego no es algo que debamos anhelar, sino más
bien algo de lo que debemos huir, ya que lo identifican con el castigo eterno
reservado para los que no se arrepienten. Argumentan que este bautismo de
fuego, en su interpretación, se refiere a ser arrojados al lago de fuego, es
decir, a sufrir la condenación de la segunda muerte.[499]
¿Por qué llegan a esta conclusión? En Mateo 3:8, Juan el Bautista
confrontó a los fariseos y saduceos, exigiéndoles pruebas de un
arrepentimiento genuino. Según su interpretación, Juan utilizó dos alegorías
para establecer este principio. Primero, señaló que cuando un árbol no da
buen fruto, es cortado de raíz y quemado en el fuego (Mateo 3:10). Para ellos,
este simbolismo del fuego implica el juicio final reservado para los impíos.
[500]

La segunda alegoría empleada por Juan se basa en el proceso de


aventar el trigo. Aventar significa separar el grano de la cáscara y la paja.
Juan ilustró cómo el Mesías tratará con las personas según sus frutos: “Su
aventador está en su mano, y limpiará su era; recogerá su trigo en el
granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Mateo 3:12).
Desde esta perspectiva, el fuego simboliza el juicio eterno sobre los que
rechazan el evangelio, mientras que el grano representa a los redimidos.[501]
En nuestra tradición pentecostal, entendemos que Dios nos llama a ser
como Cristo y a dar buen fruto, y que quienes perseveramos en este llamado
tenemos la promesa de la vida eterna, lo cual es el núcleo del evangelio. Sin
embargo, los que no se arrepienten y se niegan a cambiar serán consumidos
por el fuego del juicio, tal como lo declara Malaquías 4:1.[502]
En resumen, para nuestros hermanos no pentecostales, Juan el
Bautista estaría refiriéndose aquí a dos bautismos distintos. Argumentan que
Jesús bautizará a algunos en el Espíritu y a otros en fuego. Según esta visión,
la audiencia de Juan estaba dividida en dos grupos: aquellos que aceptarían al
Mesías y serían salvos, y aquellos que lo rechazarían y enfrentarían la
condenación. Sostienen que el Mesías sumergirá en el Espíritu Santo a los
que lo acepten y en fuego a los que lo rechacen, presentando como evidencia
el contexto inmediato de separar el trigo de la paja, después de lo cual
"quemará la paja en fuego inextinguible" (Lucas 3:17; Mateo 3:10, 12).[503]
Los pentecostales, por nuestra parte, afirmamos con firmeza que el
bautismo «en el Espíritu Santo y fuego» es un solo bautismo. Comprendemos
este acto como un evento salvífico único, realizado por Cristo, el Mesías,
quien bautiza con un poder transformador y purificador. El teólogo anglicano
Alfred Plummer, en su comentario sobre Lucas, afirma:
«Más probablemente, el fuego se refiere al poder iluminante, encandilado y
purificador de la gracia dada por el bautismo del Mesías… la purificación del
creyente en vez del castigo del no creyente parece ser lo que se quería decir»[504]

Es claro que el bautismo mesiánico con fuego es el mismo que el


bautismo en el Espíritu Santo, según el mismo texto bíblico. El erudito Larry
Chouinard explica que el argumento más sólido para esta interpretación
proviene de la construcción gramatical de la frase «en el Espíritu Santo y
fuego». En este caso, una sola preposición en griego, en, gobierna los dos
objetos directos, indicando de manera natural que se trata de un bautismo
compuesto por dos elementos.[505]
Chouinard señala que esta regla gramatical implica que cuando una
preposición tiene dos objetos, estos comparten una estrecha relación o son
equivalentes. Este principio también es evidente en Juan 3:5, donde leemos:
«el que no nace de [ek] agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de
Dios». Quienes utilizan esta regla para demostrar que el nuevo nacimiento en
el agua y el Espíritu no pueden separarse deben, por consistencia, aplicarla de
manera similar en Mateo 3:11 y Lucas 3:16, donde encontramos la frase «en
el Espíritu Santo y fuego».[506]
Entendiendo, entonces, que el «bautismo en el Espíritu Santo y
fuego» es uno y el mismo evento, resulta evidente que el "fuego" del que aquí
se habla no puede referirse al “lago de fuego” o “muerte segunda”. Más bien,
representa el fuego purificador y la obra de purga de los pecados, parte
esencial de la obra regeneradora, empoderadora y santificadora continua del
Espíritu Santo. Como creyentes pentecostales, sabemos que el fuego, en las
Escrituras, no siempre simboliza juicio e ira, sino que también es un emblema
de purificación y transformación. Malaquías nos enseña:
«¿Pero quién podrá soportar el día de Su venida? ¿Y quién podrá mantenerse en
pie cuando Él aparezca? Porque Él es como fuego de fundidor y como jabón de
lavanderos. Y Él se sentará como fundidor y purificador de plata, y purificará a los
hijos de Leví y los acrisolará como a oro y como a plata, y serán los que presenten
ofrendas en justicia al Señor» (Malaquías 3:2-3, NBLA).
De igual manera, Zacarías declara:
«Y meteré la tercera parte en el fuego, los refinaré como se refina la plata, y los
probaré como se prueba el oro. Invocarán Mi nombre, y Yo les responderé. Diré:
“Ellos son Mi pueblo” y ellos dirán: “El Señor es mi Dios”» (Zacarías 13:9,
NBLA).

Este simbolismo también se encuentra en pasajes como Isaías 4:4;


6:6-7 y 1 Pedro 1:7, donde el fuego es presentado como un agente de
purificación y renovación.
El «bautismo en el Espíritu Santo y fuego» nos remite también al
fuego purificador que limpiará al universo del pecado en la recreación y
renovación final de la creación, como lo describe el apóstol Pedro:
«Pero los cielos y la tierra actuales están reservados por Su palabra para el fuego,
guardados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos» (2 Pedro 3:7,
NBLA).
De manera similar, cuando el Espíritu Santo regenera al pecador, este
«bautismo en fuego» purifica el alma al destruir al viejo hombre de pecado,
como señala Romanos:
«Sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él para que nuestro cuerpo
de pecado fuera destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Romanos 6:6,
NBLA).
En este acto, el Espíritu da lugar a una nueva vida transformada y
vivificada en Él. La morada interna del Espíritu Santo opera de manera
continua en nosotros, purificándonos y dándonos poder para mortificar las
obras pecaminosas de la carne, como lo declara Pablo:
"Porque, si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu
dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán" (Romanos 8:13, NVI).
Esta obra del Espíritu no solo nos habilita para vivir en santidad, sino
que también nos equipa para enfrentar las tentaciones y desafíos que se
oponen a nuestra vida cristiana. Como pentecostales, reconocemos esta obra
purificadora como esencial para nuestra transformación diaria.[507]
Además, el Espíritu nos empodera para el servicio. Esto se manifiesta
en la experiencia del bautismo en el Espíritu Santo, mediante el cual
recibimos la plenitud de su poder para ser testigos eficaces de Cristo. Hechos
1:8 lo enfatiza claramente:
"Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra"
(NVI).
Este empoderamiento no es opcional, sino fundamental para cumplir
la misión de la iglesia en un mundo necesitado de salvación.[508]
Por tanto, el bautismo en “el Espíritu Santo y fuego” no alude a un
juicio de condenación o al lago de fuego, como algunos interpretan
erróneamente, sino a la obra regeneradora, santificadora y habilitadora del
Espíritu Santo en nuestras vidas. Este fuego representa el poder que consume
nuestra vieja naturaleza, nos purifica para reflejar la gloria de Dios y nos
equipa con dones espirituales para el ministerio. Al igual que el fuego del
altar que nunca se apagaba en el templo, el Espíritu mantiene viva la llama de
nuestra consagración y servicio a Dios.[509]
¿Debemos anhelarlo? ¡Absolutamente sí! Como creyentes, tenemos el
privilegio y la responsabilidad de buscar con fervor la promesa del Padre: el
bautismo y la llenura en el Espíritu Santo y fuego, tal como lo ordenó nuestro
Señor Jesucristo. Esta fue la experiencia normal y común de la primera
iglesia cristiana, y no debería ser menos para nosotros hoy. Las Escrituras son
claras al describir cómo, en el día de Pentecostés, “se les aparecieron
lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”
(Hechos 2:3, NVI). Este acontecimiento confirma que Jesús se refería a la
misma experiencia mencionada por Juan cuando habló del bautismo “de
fuego” como algo disponible para todos los seguidores del Mesías.[510]
El bautismo en el Espíritu Santo trae consigo una poderosa
investidura para la vida y el ministerio, además de la manifestación de los
dones espirituales para su uso en la obra de Dios (Lucas 24:49; Hechos 1:4,8;
1 Corintios 12:1-31). Desde una perspectiva pentecostal, esta experiencia es
distinta y subsecuente al nuevo nacimiento (Hechos 8:12-17; 10:44-46;
11:14-16; 15:7-9). Cuando un creyente recibe el bautismo en el Espíritu,
participa de una transformación radical: ser lleno del Espíritu (Juan 7:37-39;
Hechos 4:8), un mayor sentido de reverencia hacia Dios (Hechos 2:43;
Hebreos 12:28), una consagración más profunda y una dedicación ferviente a
su obra (Hechos 2:42). Además, esta experiencia enciende un amor activo y
ardiente hacia Cristo, su Palabra y los perdidos (Marcos 16:20). ¡Esta es una
vida llena del “fuego santo” que cada creyente debería anhelar con todo su
corazón![511]

Las Lenguas Como Evidencia Inicial Del Bautismo


En El Espíritu Santo
Desde sus inicios, el movimiento pentecostal ha sostenido que el
hablar en otras lenguas, según el Espíritu da que se hable, es la señal inicial
que confirma la recepción del bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 2:4;
10:46). Esta evidencia visible y audible no solo señala el derramamiento del
Espíritu, sino que también conecta al creyente con el poder de Dios para la
misión. Las lenguas no son un fenómeno aislado, sino una expresión de la
obra renovadora y empoderadora del Espíritu en el creyente.
En el libro de los Hechos, observamos una conexión directa e
inconfundible entre las lenguas y el bautismo en el Espíritu Santo. Esta
conexión no es incidental; más bien, refleja que las lenguas son una expresión
adecuada para el bautismo en el Espíritu como una entrega de poder divino
para testificar. Lucas, en su relato inspirado, menciona de manera explícita el
fenómeno de las lenguas en tres casos clave: en Jerusalén, durante el día de
Pentecostés (Hechos 2:4); en Cesarea, en la casa de Cornelio (Hechos 10:46);
y en Éfeso, cuando Pablo ministra a ciertos discípulos (Hechos 19:6). Estos
episodios son profundamente significativos para comprender la naturaleza y
los propósitos de las lenguas en la teología lucana.[512]
En primer lugar, el día de Pentecostés marca la inauguración de esta
manifestación gloriosa. Los discípulos, reunidos en obediencia al mandato
del Señor, recibieron la plenitud del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en
lenguas (Hechos 2:1–4). Este evento no solo inaugura la iglesia, sino que
también introduce las lenguas como una señal visible del empoderamiento
espiritual. Lucas relata este episodio con una precisión asombrosa,
destacando cómo el don de lenguas se convirtió en un testimonio para una
audiencia multicultural:
“Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos,
varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se
juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia
lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos
estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra
lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en
Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia,
en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes,
tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras
lenguas las maravillas de Dios” (Hechos 2:4–11, Reina-Valera 1960).
Este pasaje destaca el carácter misional del don de lenguas. No se
trata simplemente de una experiencia individual; es una señal de que el
Evangelio trasciende barreras culturales y lingüísticas, capacitando a los
creyentes para proclamar “las maravillas de Dios” en todas las lenguas del
mundo. Es evidente que las lenguas, según Lucas, no solo son un signo del
bautismo en el Espíritu, sino también una herramienta para testificar del
poder de Dios de manera sobrenatural.[513]
¿Cuál fue la naturaleza de las lenguas en el día de Pentecostés?
Aprendemos de Pedro que esas lenguas fueron una forma de profecía
(Hechos 2:16–18). El derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés se
produjo como cumplimiento de Joel 2:28-29 (Joel 2:28-29). En el Antiguo
Testamento, entendíamos la profecía como la entrega de un mensaje de Dios
al pueblo y también como la alabanza del pueblo a Dios. Por tanto, podemos
esperar formas similares de comunicación en el día de Pentecostés. Además,
si tenemos en cuenta lo que Jesús nos dice en Hechos 1:8, podemos esperar
que el poder del Espíritu nos capacite para ser testigos proféticos (Hechos
1:8). Hechos 2:11 se halla en clara armonía con las enseñanzas tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento (Hechos 2:11).
La mayoría de los eruditos sostienen que, en el día de Pentecostés, las
lenguas tomaron milagrosamente la forma de los dialectos e idiomas de las
personas presentes.[514] No obstante, algunos sostienen que lo que realmente
ocurrió fue un milagro de audición; los discípulos pronunciaban palabras
desconocidas para ellos, y las multitudes los escuchaban hablar en sus
propios idiomas.[515] Aunque este punto de vista es gramaticalmente posible,
lo que destaca este pasaje es el milagro de hablar en otras lenguas,
desconocidas para quienes las hablaban pero conocidas para quienes las
escuchaban.[516]
Puesto que el término glossais es amplio y flexible, no tenemos
necesidad de afirmar que en Cesarea (Hechos 10:46) y en Éfeso (Hechos
19:6) las lenguas tomaran la forma de los mismos dialectos (dialektoi) que se
hablaron en el día de Pentecostés.[517] Tampoco debemos concluir que los
discípulos hablaron lenguas humanas incomprensibles para las personas
presentes. Aunque la forma de las lenguas pudo haber sido diferente,
podemos decir que, en esencia, son las mismas. La esencia es que el Espíritu
inspiró a quienes hablaban en lenguas; ellos no habían aprendido ni
comprendían lo que decían, pero Dios sí lo comprendía.[518]
Cuando Pedro predicó a los gentiles en la casa de Cornelio, el Espíritu
de Dios cayó sobre ellos. Todos estaban asombrados porque habían recibido
el don del Espíritu Santo. En ese momento, al igual que en el día de
Pentecostés, consideramos la naturaleza de las lenguas. Lucas escribe en
Hechos 10:44–48:
"Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los
que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se
quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del
Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas y que magnificaban a
Dios. Entonces respondió Pedro: '¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que
no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como
nosotros?' Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron
que se quedase por algunos días" (Hechos 10:44-48).

Muchos eruditos sostienen que, en Cesarea, los gentiles hablaron


lenguas humanas, tal como lo habían hecho los discípulos el día de
Pentecostés. Sin embargo, la diferencia radica en que no había nadie presente
para identificar los idiomas en los que estaban hablando. Lo más probable,
sin embargo, es que los gentiles no hablaron en lenguas humanas, sino en
expresiones ininteligibles inspiradas por el Espíritu Santo.[519] Esta
interpretación enriquece nuestra comprensión de las manifestaciones del
Espíritu en diversos contextos.
Aunque Lucas no lo aclara explícitamente, la ausencia de evidencia
que indique lo contrario sugiere que lo que dijeron no era comprensible para
los humanos. En otras palabras, estas lenguas eran una forma de expresión
inspirada por el Espíritu con un propósito especial y divino. Este fenómeno,
tal como se presenta en Cesarea, era desconocido tanto para quienes hablaban
como para quienes escuchaban, pero era inconfundiblemente obra del
Espíritu Santo.[520]
Es importante señalar que se trataba del mismo don recibido el día de
Pentecostés, como lo declara Pedro en Hechos 11:17. Dios estaba otorgando
a los gentiles el Espíritu Santo, y hablar en lenguas era la evidencia de que
habían recibido este don. Pedro consideró que estas lenguas eran evidencia
suficiente del derramamiento del Espíritu, demostrando que no hay distinción
en el don de Dios para judíos y gentiles.[521] Aunque en Pentecostés las
lenguas eran entendidas por los oyentes, en la casa de Cornelio
probablemente se trató de lenguas con un propósito especial, desconocidas
para todos los presentes.
El hablar en lenguas no solo es evidencia del bautismo en el Espíritu
Santo, sino también una forma de exaltar a Dios. Los gentiles, llenos del
Espíritu, exaltaron al Señor tanto en lenguas desconocidas como en su propio
idioma, cumpliendo así el propósito divino de glorificar a Dios en espíritu y
en verdad (Hechos 10:46). Este derramamiento del Espíritu desató una
abundancia de alabanzas, reflejo de la obra del Espíritu en los corazones de
los creyentes.[522]
Finalmente, al observar las palabras de Pedro en Hechos 2:16-18,
podemos entender estas lenguas como proféticas, cumpliendo la promesa de
Dios de derramar su Espíritu sobre toda carne. Este evento no solo confirma
la universalidad del evangelio, sino que también subraya que las
manifestaciones del Espíritu son herramientas poderosas para glorificar a
Dios y testificar de su obra.[523]
En Hechos 19:1–6, encontramos a Pablo ministrando en la ciudad de
Éfeso, y este pasaje nos revela la importancia que él daba a recibir la plenitud
del Espíritu Santo según lo descrito en el libro de los Hechos. El texto nos
dice:
“Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de
recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les
dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera
hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados?
Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de
arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de
él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre
del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el
Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19:1–6).
Pablo percibió que la experiencia de estos discípulos con respecto al
Espíritu Santo era incompleta. En el versículo 2, les hizo una pregunta directa
sobre su experiencia espiritual. Cuando ellos no pudieron responder
afirmativamente, Pablo discernió la necesidad de ministrarles más
profundamente. Al imponerles las manos y orar por ellos, vino sobre ellos el
Espíritu Santo, y la evidencia fue clara: comenzaron a hablar en lenguas y a
profetizar.[524] Este evento nos recuerda que, en el libro de los Hechos, hablar
en lenguas es frecuentemente una forma de profecía, y es posible que estos
discípulos también profetizaran en su lengua nativa.[525]
De manera similar a lo ocurrido en Cesarea, los discípulos de Éfeso
dejaron oír palabras inspiradas por el Espíritu Santo. Aunque el texto no
especifica si las lenguas eran humanas o angélicas, sabemos que estas
expresiones eran claramente sobrenaturales. Lo que sí podemos afirmar es
que, al hablar en lenguas, los discípulos glorificaban a Dios, cumpliendo un
propósito especial dentro del plan divino de expansión del evangelio.[526] Este
pasaje también subraya que hablar en lenguas, ya sea en idiomas humanos o
en expresiones desconocidas para quien las habla, es un don inspirado por el
Espíritu para exaltar a Dios y edificar la iglesia.[527]
La frase “hablar en lenguas” puede abarcar varias manifestaciones de
idiomas desconocidos para el hablante, pero todas ellas comparten una
característica común: son inspiradas por el Espíritu Santo con un propósito
divino. En este caso, el propósito era evidente: autenticar la obra de Dios en
estos discípulos y confirmar que la promesa del Espíritu Santo también era
para ellos.[528]
Así pues, la manifestación de hablar en lenguas en Jerusalén, Cesarea
y Éfeso está intrínsecamente relacionada con el bautismo en el Espíritu Santo,
un evento que marcó un hito en la expansión del Reino de Dios. Estos
eventos reflejan el propósito del bautismo en el Espíritu Santo, el cual Jesús
destacó como una investidura de poder para testificar: “Pero recibirán poder
cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo, y serán mis testigos”
(Hechos 1:8, NVI). Este poder no solo transformó a los creyentes
individualmente, sino que también marcó la validación divina de la expansión
del Evangelio a nuevas comunidades y culturas.[529]
En Cesarea y Éfeso, los discípulos hablaron en lenguas, pero estas no
fueron entendidas directamente por los presentes, lo que muestra que el
propósito de las lenguas no siempre era una presentación directa del
Evangelio. En cambio, estas manifestaciones sirvieron como un testimonio
espiritual que confirmó la presencia del Espíritu Santo. Aunque las lenguas
no fueron entendidas en el momento, los discípulos recibieron poder para
testificar en lenguajes comprensibles posteriormente, como evidencia de su
nueva investidura. En Cesarea, se destacó el testimonio al exaltar a Dios
(Hechos 10:46), mientras que en Éfeso, el testimonio incluyó profecía
(Hechos 19:6). Estas manifestaciones subrayaron que el bautismo en el
Espíritu Santo no solo transforma al creyente, sino que también lo capacita
para el ministerio.[530]
El propósito de las lenguas como señal se manifestó de manera
especial en Cesarea, donde Pedro llevó el Evangelio a los gentiles por
primera vez. Esta ocasión marcó un momento crucial para la Iglesia, ya que
se necesitaba una evidencia contundente de que los dones del Espíritu estaban
disponibles para todas las personas, sin distinción cultural o étnica. Pedro lo
reconoció al declarar: “¿Acaso puede alguien negar el agua para que sean
bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?”
(Hechos 10:47, NVI). Este evento no solo validó la inclusión de los gentiles
en la comunidad de fe, sino que también desafió las barreras tradicionales de
la Iglesia primitiva.[531]
El reconocido erudito pentecostal Stanley M. Horton declara con
claridad: “La evidencia que los convenció fue que los oyeron hablar en
lenguas, y glorificar a Dios”.[532] A partir de esta afirmación, llegamos a la
conclusión de que todo aquel que habla en lenguas genuinas y exalta a Dios
ha recibido el bautismo en el Espíritu Santo. Este evento no es solo una
manifestación externa, sino una evidencia espiritual de la obra
transformadora del Espíritu en el creyente.
Cuando Pablo oró por los discípulos en Éfeso, el texto señala que
“hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19:6). Aquí, el libro de los
Hechos nos muestra las lenguas como una forma de profecía, sugiriendo que
estos discípulos profetizaban tanto al hablar en lenguas como al comunicarse
en su propio idioma. Según el relato, estas lenguas eran ininteligibles tanto
para los que las hablaban como para quienes las escuchaban, pero aún así,
eran una señal inequívoca de la presencia del Espíritu Santo. La evidencia del
bautismo en el Espíritu Santo en estas situaciones refuerza la enseñanza
bíblica de que este don acompaña la obra del Espíritu.[533]
En Cesarea, el bautismo en el Espíritu Santo sirvió como testimonio
de que Dios había aceptado a los gentiles. Este hecho fue crucial para derribar
la barrera cultural que mantenía alejados a los gentiles de la comunidad de fe.
Aunque algunos podrían cuestionar por qué Dios escogería algo tan
aparentemente frágil como las lenguas para dar testimonio, debemos recordar
que Él usa lo que decide usar para cumplir sus propósitos soberanos.[534] Las
lenguas se convierten, entonces, en un signo visible de la obra invisible del
Espíritu.
En Éfeso, el énfasis está en la seguridad de la presencia del Espíritu
Santo. Pablo, al interactuar con los discípulos de Éfeso, observó que su
experiencia espiritual era limitada y les preguntó si podían testificar haber
recibido el Espíritu. Al hablar en lenguas y profetizar, estos discípulos
obtuvieron no solo la experiencia del Espíritu Santo, sino también la
seguridad de que su relación personal con Dios era genuina. Este evento
destaca la importancia del bautismo en el Espíritu como un sello de la obra
divina en el creyente y una confirmación de su lugar en la comunidad de fe.
[535]

¿Excepciones A La Regla?
Quienes rechazan el evidencialismo a menudo citan episodios bíblicos
que, a su juicio, parecen indicar que no siempre el hablar en lenguas fue la
evidencia del bautismo en el Espíritu Santo. Uno de estos casos es el de
Pablo, cuando Ananías impuso sus manos sobre él para que recibiera el
Espíritu Santo (Hechos 9:17). Aunque el texto no menciona explícitamente
que Pablo hablara en lenguas en ese momento, hay fuertes indicios bíblicos
que nos llevan a inferir que esto ocurrió. Al combinar el relato de Hechos con
las propias palabras de Pablo en sus cartas, podemos comprender mejor su
experiencia con el Espíritu Santo y el hablar en lenguas.[536]
En Hechos 9:17, leemos que Ananías dijo a Pablo: “El Señor Jesús…
me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo”.
Aquí vemos cómo la imposición de manos fue el medio para que Pablo fuera
lleno del Espíritu. Aunque el texto no menciona de manera explícita el hablar
en lenguas como evidencia inmediata, no hay razón para asumir que su caso
fuera diferente al patrón registrado en otros momentos de Hechos. En los
relatos de Hechos 2:4, 10:44-46 y 19:6, la llenura del Espíritu Santo está
consistentemente acompañada del hablar en lenguas. Por lo tanto, es lógico
concluir que Pablo también experimentó este don al recibir el Espíritu.[537]
Además, en 1 Corintios 14:18, Pablo declara: “Doy gracias a Dios
que hablo en lenguas más que todos vosotros”. Esta afirmación es clave,
pues indica que Pablo no solo tenía el don de hablar en lenguas, sino que lo
ejercitaba regularmente. Al considerar que Pablo se refiere a su experiencia
con las lenguas en tiempo presente y de manera continua, resulta razonable
suponer que este don no apareció de forma tardía en su vida, sino que fue una
consecuencia directa de su encuentro con el Espíritu Santo desde los inicios
de su ministerio.[538]
Cuando examinamos otros momentos registrados en el libro de
Hechos, vemos que el hablar en lenguas es una manifestación común al
recibir el Espíritu Santo. Por ejemplo, en Hechos 10:44-46, los gentiles
hablaron en lenguas inmediatamente tras ser llenos del Espíritu, y en Hechos
19:6, los discípulos en Éfeso hicieron lo mismo después de la imposición de
manos. Siguiendo este patrón, podemos inferir que Pablo también habló en
lenguas en el momento en que recibió el Espíritu mediante la imposición de
manos de Ananías. Aunque el texto no lo mencione explícitamente, esta
inferencia está en perfecta armonía con el contexto y las enseñanzas bíblicas.
[539]

El relato del Pentecostés samaritano, descrito en Hechos 8:14-17, es


otro relato usado a menudo para negar la doctrina del evidencialismo ya que,
aparentemente, las lenguas como evidencia inicial están ausentes de la
narración. Pero aunque en este caso no se menciona explícitamente que los
samaritanos hablaron en lenguas al recibir el Espíritu Santo, varios elementos
del texto y el patrón observado en otros relatos de Hechos nos permiten
inferir que esta manifestación tuvo lugar. Este episodio no solo tiene un
significado teológico profundo, sino que también refuerza nuestra
comprensión de las señales visibles asociadas con el bautismo en el Espíritu.
[540]

En el pasaje, Felipe predica el evangelio en Samaria, y muchos


samaritanos creen en Jesús y son bautizados en agua. Sin embargo, no
reciben el bautismo en el Espíritu Santo hasta que Pedro y Juan llegan, oran
por ellos e imponen sus manos. Es en ese momento cuando los samaritanos
reciben el Espíritu Santo (Hechos 8:17). Este evento marca un hito
importante: la inclusión de los samaritanos en la obra del Espíritu, señalando
la expansión del evangelio más allá del ámbito judío, similar al Día de
Pentecostés (Hechos 2) y al Pentecostés de los gentiles (Hechos 10).[541]
Aunque el texto no menciona directamente el hablar en lenguas, lo
que llama la atención es que Simón el mago, testigo de estos eventos, vio
algo lo suficientemente poderoso y visible como para intentar comprar el don
de impartir el Espíritu Santo (Hechos 8:18-19). Esto implica que lo ocurrido
no fue únicamente un evento interno o espiritual, sino que hubo una
manifestación externa, tangible y sobrenatural del Espíritu.
La pregunta clave es: ¿qué fue lo que Simón presenció que lo
impresionó tanto? Dado el patrón consistente en otros relatos de Hechos,
donde el hablar en lenguas aparece como una manifestación visible del
bautismo en el Espíritu (Hechos 2:4, 10:44-46, 19:6), es razonable inferir que
Simón fue testigo de una manifestación similar, probablemente el hablar en
lenguas.[542]
Es importante considerar que Simón, como practicante de artes
ocultas, estaba habituado a fenómenos extraordinarios. Sin embargo, lo que
observó en la recepción del Espíritu Santo fue algo que no podía replicar, lo
que lo llevó a intentar comprar esa habilidad. Esto refuerza la idea de que la
manifestación fue sobrenatural y visible, como el hablar en lenguas, algo que
evidenciaba el poder del Espíritu y que estaba fuera del alcance de sus
habilidades mágicas.[543]
La ausencia explícita del hablar en lenguas en este pasaje podría
deberse al énfasis narrativo de Hechos 8, donde el punto principal es la
expansión del evangelio a los samaritanos y la confirmación de su inclusión
en el pueblo de Dios mediante la imposición de manos de los apóstoles. Sin
embargo, la manifestación visible que impresionó a Simón apunta a una
experiencia similar a las de otros relatos en Hechos, donde las lenguas
confirmaron la presencia del Espíritu.[544]
Desde una perspectiva teológica, el hablar en lenguas tenía un
propósito claro en estos eventos: servir como señal externa de la obra del
Espíritu y validar la inclusión de diferentes grupos en la comunidad de fe. En
el Día de Pentecostés, los judíos hablaron en lenguas como señal del
derramamiento del Espíritu. De manera similar, en Hechos 10, Pedro y los
demás judíos supieron que los gentiles habían recibido el Espíritu porque los
oyeron hablar en lenguas. Del mismo modo, podemos inferir que el hablar en
lenguas fue la manifestación visible que confirmó la inclusión de los
samaritanos en la obra redentora del Espíritu Santo.[545]

¿Qué Está Pasando En Nuestras Denominaciones?


El reconocido teólogo pentecostal Robert Menzies afirmo:
“Los pentecostales siempre hemos leído la narrativa de Hechos, y en particular el
relato del derramamiento pentecostal del Espíritu Santo (Hechos 2), como un
modelo para nuestra vida. Las historias de Hechos son nuestras historias y las
leemos con un sentido de entusiasta expectativa. Estoy convencido de que esta
hermenéutica sencilla, este acercamiento directo a la lectura de Hechos como un
modelo para la iglesia hoy, es uno de los motivos clave del porqué el énfasis en
hablar en lenguas cumplió un papel tan importante en la formación del movimiento
pentecostal moderno. Ciertamente la relación entre hablar en lenguas y bautismo
en el Espíritu Santo ha marcado el movimiento pentecostal moderno desde su inicio,
y sin este vínculo es dudoso que el movimiento hubiera surgido, ni menos hubiera
sobrevivido.”[546]

Menzies, ciertamente, sabía de lo que hablaba. Si eliminamos el


evidencialismo y negamos la doctrina de la subsecuencia, nos quedamos
prácticamente sin fundamento. Nuestra identidad como movimiento
pentecostal se desvanece, y con ella, nuestra razón de ser. Estaríamos
admitiendo, de manera implícita, que hemos estado equivocados desde
nuestros inicios. Nuestra única contribución sería haberle recordado al mundo
cristiano que los dones del Espíritu Santo siguen vigentes, pero incluso en ese
recordatorio habríamos errado desde nuestro nacimiento. Esto sería una
traición a nuestra historia, teología y experiencia espiritual, pilares que nos
han definido y diferenciado como un avivamiento auténtico del Espíritu
Santo.[547]
No podemos caer en el error de subvalorar este aspecto de nuestra fe
pentecostal. El pentecostalismo se basa en la convicción de que el bautismo
en el Espíritu Santo es una experiencia subsecuente a la salvación y que las
lenguas son la evidencia inicial de este bautismo. Si quitamos estas doctrinas,
no queda mucho que nos distinga de otros movimientos cristianos. Seríamos
una sombra de lo que alguna vez fuimos, condenados a convertirnos en un
eco sin poder ni dirección. Sin el evidencialismo y la subsecuencia, nuestras
raíces se desconectan, y el avivamiento que nos dio vida queda reducido a un
simple recordatorio histórico de lo que Dios hizo en el pasado.[548]
Es imperativo que sostengamos estas verdades con firmeza, no como
un mero dogma denominacional, sino como una vivencia auténtica de la obra
del Espíritu en nuestra generación. El pentecostalismo sin evidencialismo y
subsecuencia pierde su alma y su capacidad de impactar a las naciones. Sin
estas doctrinas, no seríamos más que un eco vacío en la gran sinfonía de la
iglesia global. Habríamos perdido no solo nuestro propósito, sino también
nuestro testimonio como portadores del fuego pentecostal que encendió un
avivamiento que aún sigue transformando vidas en todo el mundo.[549]
Es por eso que las declaraciones de fe de las iglesias pentecostales
clásicas han sido, históricamente, evidencialistas en cuanto al hablar en
lenguas como la evidencia inicial del bautismo en el Espíritu Santo. Estas
confesiones de fe afirman de manera explícita que el hablar en lenguas
constituye una señal visible y audible de la llenura del Espíritu, un distintivo
que ha marcado la experiencia pentecostal desde sus inicios.[550]
Las Asambleas de Dios, en sus Verdades Fundamentales, declaran
explícitamente que el bautismo en el Espíritu Santo es subsecuente a la
conversión y que el hablar en otras lenguas es la evidencia física inicial de
esta experiencia.[551] Esta declaración se fundamenta en los pasajes del libro
de los Hechos, como Hechos 2:4, 10:44-46 y 19:6, donde el hablar en lenguas
aparece consistentemente como una señal clara de la llenura del Espíritu
Santo. Estos textos bíblicos han servido como la base teológica y práctica
para nuestra tradición pentecostal, proporcionando un marco sólido para
comprender el mover del Espíritu en la vida del creyente.
Otras denominaciones pentecostales comparten esta misma
perspectiva doctrinal. Por ejemplo, la Iglesia de Dios (Cleveland, TN)
sostiene en su declaración de fe que «el bautismo en el Espíritu Santo se
evidencia inicialmente por el hablar en otras lenguas, como lo enseña el
Nuevo Testamento».[552] De igual manera, la Iglesia Internacional de la
Cuadrangular afirma que «la manifestación física inicial del bautismo en el
Espíritu Santo es el hablar en lenguas».[553] Estas confesiones subrayan la
unidad doctrinal que ha caracterizado al pentecostalismo clásico desde sus
inicios, poniendo énfasis en la continuidad de la experiencia bíblica como
norma para la vida y la práctica cristiana. Este énfasis evidencia nuestra
convicción de que el bautismo en el Espíritu Santo no es un simple concepto
teológico, sino una experiencia transformadora con un testimonio externo
inconfundible, respaldado por las Escrituras, como se observa en Hechos 2:4,
10:44-46 y 19:6.
Sin embargo, en años recientes, hemos sido testigos de una tendencia
alarmante dentro de nuestras propias filas. Algunos pastores y líderes en
denominaciones históricamente pentecostales han comenzado a desviarse de
estas doctrinas fundamentales, debilitando el mensaje que nos ha distinguido
y comprometido la integridad doctrinal que heredamos. Este cambio no solo
refleja un alejamiento de nuestras raíces, sino que también abre la puerta a
confusiones doctrinales que comprometen la claridad de nuestra fe y práctica
pentecostal.[554] Esta desviación no puede considerarse trivial, pues toca el
núcleo mismo de nuestra identidad como movimiento espiritual y nuestra
fidelidad a las Escrituras.
Este desvío tiene serias consecuencias tanto teológicas como
prácticas. Desde un punto de vista teológico, erosiona las enseñanzas bíblicas
al minimizar el papel del Espíritu Santo como agente de poder y
transformación en la vida del creyente. La aceptación de manifestaciones
espirituales sin fundamento bíblico claro no solo genera confusión, sino que
diluye la fuerza y autenticidad del mensaje pentecostal. Como comunidad,
debemos recordar que la experiencia pentecostal no es una opción entre
muchas, sino una demostración visible del poder de Dios que desafía la
incredulidad y testifica de su presencia entre nosotros.[555]
Sin embargo, lamentablemente, estamos presenciando un alejamiento
preocupante de esta doctrina esencial entre algunos líderes y pastores dentro
de las mismas denominaciones que un día la defendieron. Este desvío puede
atribuirse a múltiples factores, como la presión cultural, el deseo de evitar
conflictos con quienes no han experimentado el hablar en lenguas o incluso
una mala comprensión teológica. Al suavizar o negar la doctrina del
evidencialismo, estos líderes fallan en adherirse a las enseñanzas oficiales de
sus propias denominaciones, resultando en una teología diluida y sin
fundamento bíblico sólido.[556] Esta tendencia no solo debilita nuestra
identidad como movimiento pentecostal, sino que también socava nuestra
fidelidad a las Escrituras y nuestra conexión con el poder transformador del
Espíritu Santo. Además, erosiona uno de los pilares centrales de nuestra
identidad como pentecostales y pone en peligro nuestra misión de llevar al
mundo el mensaje completo del evangelio acompañado por el poder del
Espíritu Santo.

¿Acaso Exageramos La Importancia De Las


Lenguas Como Evidencia Inicial?
No, no estamos exagerando. Negar el evidencialismo, entendido como
la creencia de que el hablar en lenguas es la evidencia inicial del bautismo en
el Espíritu Santo, representa un riesgo tanto teológico como práctico para
nuestras comunidades de fe. Rechazar esta enseñanza no solo compromete
nuestra fidelidad a las Escrituras, sino que también abre la puerta para aceptar
cualquier tipo de manifestación, incluso aquellas que no son bíblicas o, en el
peor de los casos, profanas. Es importante reconocer que muchas veces esta
negación surge de la falta de experiencia personal o del deseo de no
incomodar a quienes no han vivido esta realidad espiritual. Sin embargo, la
Biblia establece un patrón claro en el libro de los Hechos que no podemos
ignorar (Hechos 2:4, 10:44-46; 19:6). Este patrón no puede ser modificado
para encajar con otros movimientos cristianos, evitar discusiones o complacer
a quienes desearían que dicha enseñanza fuese eliminada de nuestras
declaraciones de fe. Hacer tal cosa implica numerosos riesgos, entre ellos:
1. Riesgo teológico: desviación de un patrón bíblico
claro: Al observar las Escrituras, particularmente el libro de los
Hechos, encontramos un patrón claro: el hablar en lenguas es una
manifestación evidente y visible de la llenura del Espíritu Santo. En
tres ocasiones clave, los relatos muestran que al recibir el Espíritu,
los creyentes hablaron en lenguas (Hechos 2:4, 10:44-46, 19:6).
Negar este patrón pone en peligro la solidez de nuestra doctrina y
abre la puerta para que cualquier manifestación, sin importar cuán
emocional o sensacional parezca, sea aceptada como una obra del
Espíritu. Dejar de lado este estándar bíblico es comprometer nuestra
comprensión de la obra del Espíritu Santo.
Además, si no aceptamos el hablar en lenguas como señal de
la llenura del Espíritu, ¿cómo discernimos si alguien realmente ha
recibido el bautismo en el Espíritu Santo? La Biblia nos
proporciona un testimonio claro de cómo Dios confirma esta
experiencia, y al negarlo debilitamos nuestra teología al permitir
que la experiencia humana o las emociones definan lo que es
genuino. El hablar en lenguas era la señal visible y externa que los
apóstoles reconocieron como el don del Espíritu.[557] Por tanto,
aceptar esta doctrina no es una cuestión de preferencia, sino de
obediencia a la autoridad de las Escrituras.
2. Riesgo práctico: confusión y permisividad a lo
profano: En la práctica, negar el hablar en lenguas como evidencia
inicial puede generar una gran confusión dentro de nuestras
congregaciones. Cuando eliminamos esta señal bíblica, dejamos un
vacío que puede ser llenado por cualquier tipo de manifestación,
incluso aquellas que no tienen fundamento en la Palabra de Dios.
Esto puede llevar a aceptar prácticas emocionales o incluso profanas
como evidencia de la obra del Espíritu Santo. Pero nuestras
experiencias espirituales deben ser evaluadas a la luz de la
Escritura, no únicamente por su intensidad emocional (1
Tesalonicenses 5:21).
Además, sin un criterio claro y bíblico, podemos caer en el
desorden que Pablo advierte en 1 Corintios 14:33: “porque Dios no
es un Dios de confusión, sino de paz” (NVI). Negar el
evidencialismo deja a las iglesias sin un marco de referencia sólido,
abriendo las puertas a manifestaciones espirituales no discernidas
correctamente. Sin una señal visible y específica, las iglesias se
vuelven vulnerables a aceptar cualquier experiencia subjetiva como
válida.[558] En última instancia, esto pone en riesgo nuestra
integridad doctrinal y nuestra capacidad para mantener el orden
bíblico en nuestras congregaciones.
3. El peligro de hacer teología a partir de la ausencia de
experiencia: A menudo, quienes jamás han experimentado el
bautismo en el Espíritu Santo con la evidencia inicial de hablar en
lenguas, caen en la trampa de hacer teología basada en lo que no
han experimentado. Esto representa un peligro sutil pero
profundamente dañino para nuestra comprensión de la obra de Dios.
Por ejemplo, cuando no hemos hablado en lenguas o no lo hemos
visto en otros, fácilmente concluimos que no es necesario o que ya
no es para este tiempo. Este tipo de razonamiento pone nuestra
experiencia personal por encima de la revelación divina contenida
en las Escrituras, algo que puede llevarnos a conclusiones erróneas.
Sin embargo, debemos recordar que la experiencia personal nunca
debe reemplazar la enseñanza clara y eterna de la Biblia.[559]
Este tipo de enfoque no solo es peligroso para nuestra
teología, sino que también limita nuestras expectativas de lo que
Dios puede hacer en y a través de nosotros. Al basarnos en nuestras
experiencias limitadas en lugar de confiar en la Palabra de Dios,
cerramos la puerta a las manifestaciones que el Espíritu Santo desea
traer a nuestras vidas. Las Escrituras son inequívocas: “Para
ustedes es la promesa, para sus hijos y para todos los extranjeros,
es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios
quiera llamar” (Hechos 2:39, NVI). La promesa del Espíritu Santo,
incluida la manifestación del hablar en lenguas, permanece vigente
para todos los creyentes de todas las generaciones.[560]

4. Teología de la consolación: el riesgo de acomodar las


emociones humanas
Como pueblo de Dios, es natural querer consolar a aquellos
que no han experimentado el hablar en lenguas, evitando que se
sientan excluidos o incluso inferiores espiritualmente (lo cual sería
falso, pues no hay ciudadanos de segunda categoría en el Reino de
Dios y ningún creyente es inferior a otro, sea o no bautizado en el
Espíritu Santo). Sin embargo, construir nuestra teología sobre la
base de no querer incomodar a los demás puede diluir las verdades
bíblicas. En lugar de animar a los creyentes a buscar más de Dios y
experimentar una manifestación plena de Su Espíritu, podríamos
caer en el error de minimizar la importancia del hablar en lenguas,
todo para no herir sensibilidades. Pero el confort emocional jamás
debe sustituir la verdad bíblica como fundamento de nuestra
doctrina.[561]
Este enfoque, aunque bien intencionado, puede obstaculizar
la obra del Espíritu en nuestras vidas. No se trata de hacer sentir
inferiores a quienes no han tenido esta experiencia, sino de
exhortarlos con amor a buscar más de Dios y experimentar Su
plenitud. El apóstol Pablo nos desafía a anhelar las manifestaciones
espirituales, especialmente el hablar en lenguas y la profecía:
“Sigan el camino del amor y anhelen los dones espirituales, sobre
todo el de profecía” (1 Corintios 14:1, NVI). Si como iglesia nos
conformamos con menos por temor a herir sentimientos, podemos
terminar privando a los creyentes de la maravillosa plenitud del
Espíritu Santo, algo que Dios quiere derramar en todos los que le
buscan con sinceridad.[562]
Como comunidad pentecostal, debemos volver a nuestras raíces
doctrinales, reafirmando la importancia del evidencialismo. Las lenguas no
son simplemente una manifestación entre muchas; son la evidencia bíblica
del bautismo en el Espíritu Santo, según lo enseña el libro de Hechos. La
fidelidad a esta verdad no es opcional, sino fundamental para preservar la
integridad de nuestra fe y asegurar que nuestras prácticas estén alineadas con
la Palabra de Dios.[563]
Volver a nuestras raíces no solo implica reafirmar esta doctrina, sino
también exhortar a nuestras congregaciones a buscar con fervor la plenitud
del Espíritu Santo. No podemos permitir que el miedo al conflicto o el deseo
de agradar a quienes rechazan el pentecostalismo nos lleve a diluir nuestras
convicciones. Como iglesia, debemos recordar que las verdades de nuestra fe
no están en venta; son innegociables. Este llamado no es solo doctrinal, sino
también misional: la búsqueda de la llenura del Espíritu es vital para llevar el
evangelio con poder a todas las naciones.[564]

Una Experiencia Siempre Visible Y


Transformadora
El propósito del bautismo en el Espíritu Santo es empoderarnos para
testificar de Cristo al mundo entero (Hechos 1:8). No es simplemente una
experiencia emocional, sino una dotación divina que nos equipa para
enfrentar las tinieblas con la luz del evangelio. El bautismo en el Espíritu
Santo transforma al creyente en un agente de cambio en el Reino de Dios.
Como pentecostales, afirmamos que el bautismo en el Espíritu Santo
siempre es una experiencia visible y transformadora. En cada relato del
Nuevo Testamento donde se describe esta experiencia, encontramos
manifestaciones claras, como el hablar en lenguas, la profecía y la alabanza
(Hechos 2:4; 10:44-46; 19:6). En Pentecostés, los discípulos hablaron en
otras lenguas según el Espíritu les dio que hablasen, testificando del poder de
Dios ante las multitudes (Hechos 2:1-4).
A través de esta experiencia gloriosa, entendemos que ser sellados por
el Espíritu Santo en la conversión y ser bautizados en el Espíritu son dos
eventos distintos pero complementarios. Asimismo, reconocemos que el
bautismo en el Espíritu no es una opción, sino una necesidad para una vida
cristiana victoriosa.

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MANIFIESTO DE PODER:
LOS DONES
ESPIRITUALES EN LA
PNEUMATOLOGÍA
PENTECOSTAL
"La afirmación de que los dones del Espíritu fueron únicamente para la era
apostólica carece de fundamento bíblico. Las Escrituras no ofrecen evidencia de que
estos dones fueran temporales, sino que enfatizan su función continua para la
edificación de la iglesia hasta el regreso de Cristo."
Storms, S. (2014). Practicing the Power: Welcoming the Gifts of the Holy Spirit
in Your Life. Zondervan, p. 56.

"Hay diversas formas de dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas formas de
servicio, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que
hace todas las cosas en todos. A cada uno se le da una manifestación especial del
Espíritu para el bien de los demás.”
1 Corintios 12:4-7 (NVI)

Un distintivo maravilloso y único del movimiento pentecostal es su


ferviente continuismo, es decir, nuestra convicción de que los dones
sobrenaturales del Espíritu Santo no sólo fueron una realidad para la iglesia
primitiva, sino que están plenamente vigentes hoy. Desde sus raíces, el
pentecostalismo ha dependido de la obra sobrenatural de Dios, reconociendo
que es sólo a través de Su Espíritu que podemos experimentar Su poder
transformador. Un rasgo esencial de nuestro movimiento en este tiempo ha
sido el renovado énfasis en los dones espirituales. Esto no debería
sorprendernos, porque la manifestación de estos dones es una parte integral
de la obra de Dios en Su pueblo y por medio de él. Recordemos las palabras
de Jesús: “Edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Nuestro Señor no sólo puso
el fundamento de la Iglesia, sino que continúa edificándola activamente. Él
cumplió Su promesa al enviar al Espíritu Santo para darnos poder. ¡Jesucristo
es el Bautizador! Por medio de Él, el Espíritu Santo y Sus dones son una
realidad viva para nosotros hoy.
Los eventos del día de Pentecostés descritos en Hechos 2 representan
el cumplimiento glorioso de una promesa que Dios había dado siglos antes.
Esa inauguración del nuevo pacto marcó el inicio de la era del Espíritu. La
promesa a través del profeta Joel acerca del derramamiento del Espíritu Santo
nos muestra su naturaleza transformadora y dramática, en la cual los
recipientes profetizan, sueñan sueños y ven visiones (Joel 2:28-29). Este
cumplimiento encuentra resonancia con el anhelo de Moisés: “Ojalá todo el
pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera Su Espíritu sobre
ellos” (Números 11:29). Este aspecto del derramamiento del Espíritu Santo
está profundamente conectado con la enseñanza del Nuevo Testamento sobre
los dones del Espíritu. Estos dones son habilidades especiales otorgadas por
el Espíritu Santo a los creyentes para edificar el cuerpo de Cristo y extender
Su Reino.

El Continuismo: Alma Y Esencia De La


Pneumatología Pentecostal
El continuismo es el corazón de nuestra pneumatología pentecostal.
Creemos, sin lugar a dudas, que los dones del Espíritu Santo no son reliquias
de la iglesia primitiva, sino una realidad viva y activa para todos nosotros
hoy. ¡El mismo Espíritu que descendió en Pentecostés sigue llenándonos con
poder para transformar vidas y expandir el Reino de Dios!
Cuando leemos Hechos 2:17-18, donde Pedro proclama que Dios
derramaría su Espíritu sobre toda carne, entendemos que esta promesa no
tiene fecha de caducidad. Es para nosotros, nuestras familias y para todos los
que el Señor llame. Además, en 1 Corintios 13:8-12, vemos que los dones
cesarán solo cuando "lo perfecto" haya llegado, es decir, cuando estemos en
la presencia gloriosa de Cristo. Mientras tanto, ¡el Espíritu está obrando en
medio de nosotros con poder!
Sabemos que el Espíritu Santo no solo nos consuela y guía, sino que
nos equipa con poder para vivir y testificar. Jesús prometió que haríamos
obras mayores que las suyas (Juan 14:12). No vemos esto como un ideal
abstracto, sino como una realidad que experimentamos cada día. Los dones
espirituales son una señal del Reino de Dios aquí y ahora. ¡El Espíritu sigue
moviéndose y el Reino sigue avanzando!
El continuismo no es para nosotros un simple concepto teológico; es
nuestra vida. Hemos experimentado el poder del Espíritu en nuestras
reuniones, en nuestras oraciones y en nuestro caminar diario. Los dones,
como la profecía, las lenguas y la sanidad, son evidencia de que el Espíritu
Santo está activo en nuestras vidas. ¡Esto no es historia, es nuestra realidad
presente! La pneumatología pentecostal no se limita a hablar de regeneración
o santificación. Sabemos que el Espíritu Santo nos equipa para una misión
poderosa. Nos da dones para edificar la iglesia, predicar el evangelio y
enfrentar al enemigo. El continuismo asegura que seguimos siendo una
iglesia viva y llena del poder de Dios. ¡No somos un museo de tradiciones,
somos un ejército en acción!
Hemos visto cómo esta verdad del continuismo ha impulsado el
movimiento pentecostal alrededor del mundo. Desde los lugares más remotos
hasta las grandes ciudades, el mensaje de un Dios que sigue hablando,
sanando y obrando milagros está transformando vidas. Es este poder vivo del
Espíritu lo que conecta con las necesidades más profundas de las personas.
¡Y nosotros somos testigos de ello! El continuismo es nuestra declaración de
que el Espíritu Santo sigue obrando hoy con el mismo poder con el que
transformó a la iglesia primitiva. Sin esta convicción, nuestra fe sería fría y
sin vida. Pero, gracias al Espíritu, vivimos con expectativa, creyendo que
Dios todavía sana, habla, dirige y capacita. Esta es la esencia de nuestra
pneumatología y el motor de nuestra misión. ¡El Espíritu sigue vivo, y
nosotros seguimos adelante en Su poder!

¿En Qué Consisten Los Dones Del Espíriu?


La lista de dones espirituales que encontramos en 1 Corintios 12:8-
10 incluye dones extraordinarios como sabiduría, ciencia, fe, sanidad,
milagros, profecía, discernimiento de espíritus, hablar en lenguas e
interpretación de lenguas. Estas manifestaciones del Espíritu no solo
enriquecen la iglesia, sino que también confirman el poder de Dios entre
nosotros. De manera similar, listas complementarias de estos dones aparecen
en Efesios 4:7-13 y Romanos 12:3-8, enfatizando que todos somos llamados
a operar en los dones para el beneficio común del cuerpo de Cristo.[565]
Los dones del Espíritu Santo son facultades divinas otorgadas a cada
creyente con un propósito claro: equiparnos para realizar la obra a la que
Dios nos ha llamado. Este concepto encuentra respaldo en las Escrituras,
donde se nos recuerda que todo lo que necesitamos para cumplir nuestra
misión ha sido provisto por el Señor. En 2 Pedro 1:3 leemos: «Como todas
las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por Su
divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria
y excelencia» (NVI). Aquí se incluye, sin duda, el conjunto de dones
espirituales que el Espíritu Santo derrama en nuestras vidas para que
cumplamos Su propósito eterno.[566]
Los dones del Espíritu son parte de esas "todas las cosas" que
necesitamos. Dios no nos envía sin recursos, sino que nos equipa para
enfrentar cualquier desafío espiritual o ministerial. Por lo tanto, caminar en
los dones del Espíritu no es solo un privilegio, sino una responsabilidad que
nos conecta con el propósito de Dios para nuestras vidas y nos capacita para
edificar Su reino aquí en la tierra.[567]
En términos generales, consideramos un don espiritual como
cualquier capacidad que el Espíritu Santo nos concede para ministrar en la
iglesia y a través de ella. Esta definición abarca tanto los dones que actúan
mediante nuestras capacidades naturales, como la enseñanza, el gobierno y la
misericordia, así como aquellos dones que trascienden los medios ordinarios,
como las sanidades, la profecía y los milagros. Las listas de dones que
encontramos en el Nuevo Testamento incluyen ambas categorías (Romanos
12:6–8; 1 Corintios 7:7; 12:8–10, 28; Efesios 4:11; 1 Pedro 4:11). Queremos
resaltar tres puntos importantes sobre estas listas de dones:

1. Las listas no son exhaustivas. No abarcan todos los dones que el


Señor nos concede. Por ejemplo, Dios capacita a muchas personas
con el don de la intercesión, que, aunque no figura en las listas del
Nuevo Testamento, es una herramienta poderosa para derribar
fortalezas espirituales. No podemos limitarnos a lo que aparece en
las Escrituras como si Dios se hubiera restringido a esos dones
específicos. Él es soberano y no ha puesto barreras a las maneras
en que puede empoderarnos.[568]
2. Todos los dones operan en el poder del Espíritu Santo. No
existe un tipo de don superior a otro. Tanto los dones que parecen
manifestarse de forma natural como los milagrosos están
igualmente impregnados del poder sobrenatural del Espíritu. Es
crucial entender que toda faceta de la vida cristiana está llena del
dinamismo y la obra del Espíritu Santo (1 Corintios 12:13–31).
Así, nuestro servicio cotidiano y lo extraordinario están bajo la
misma unción divina.[569]
3. La presencia de dones no indica madurez espiritual. Los dones
son herramientas otorgadas por la gracia de Dios para el servicio,
no medallas de perfección espiritual. En la iglesia de Corinto,
abundaban los dones espirituales (1 Corintios 1:7), pero su
inmadurez era evidente en su división y celos, tanto hacia los
líderes como hacia los propios dones (1 Corintios 3:1–23; 12–14).
Esto nos enseña que, aunque los dones son esenciales para el
ministerio, el carácter es igualmente indispensable.[570]
Los diferentes términos empleados en el Nuevo Testamento para referirse
a los dones espirituales nos ofrecen una perspectiva profunda sobre esta
extraordinaria obra del Espíritu Santo. En 1 Corintios 12:7, Pablo se refiere a
estos dones como “la manifestación (phanerosis) del Espíritu”. Es fascinante
notar que el Nuevo Testamento no habla de "manifestaciones" espirituales en
plural. El término está en singular y aparece únicamente en otro contexto no
relacionado con los dones espirituales, en 2 Corintios 4:2. Esta singularidad
parece resaltar que el Espíritu Santo, siendo uno, se manifiesta de diversas
maneras, aunque estas manifestaciones deben ser entendidas como un todo
integral. Como comunidad de fe, esta verdad nos desafía a reconocer que los
dones espirituales no son fragmentos aislados, sino expresiones de un único
Espíritu obrando en nosotros.[571]
Otro término crucial es “carismata”, que aparece en 1 Corintios 12:4, 9,
31; 14:1; y Romanos 1:11. El singular de esta palabra, “carisma”, está
compuesto por dos elementos: “caris” (gracia o favor inmerecido) y el sufijo
“ma”, que implica "resultado de". Así, un carisma es un regalo otorgado por
gracia, sin mérito alguno de nuestra parte. Aunque el término no significa
exclusivamente "don espiritual", adquiere este sentido en ciertos contextos
bíblicos. Por ejemplo, Romanos 6:23 dice: “la dádiva de Dios es vida eterna”,
usando la misma palabra para referirse al don incomparable de salvación.
Este trasfondo nos ayuda a comprender por qué, a veces, los dones parecen
ser otorgados a personas que humanamente consideraríamos indignas. Esto
subraya la naturaleza soberana y generosa del Espíritu Santo, que obra más
allá de nuestra comprensión limitada.[572]
El término “pneumatika” también se utiliza para hablar de los dones
espirituales. Es la forma plural neutra de “pneumatikos”, un adjetivo que
significa "espiritual". Aunque el término en sí no implica directamente
"dones espirituales", se usa con ese significado en 1 Corintios 12:1 y 14:1. En
Romanos 1:11, encontramos la expresión “carisma pneumatikon” (don
espiritual), que destaca que estos dones operan en el ámbito espiritual y no
deben confundirse con talentos naturales o humanos. Los dones espirituales
no son habilidades comunes; son capacidades sobrenaturales otorgadas por el
Espíritu Santo para cumplir los propósitos divinos en la iglesia y el mundo.
[573]

Asimismo, los términos “doreai” y “domata” se utilizan en Efesios 4:7-8


al hablar de los dones. Ambos derivan del verbo griego “didomi” (dar) y no
se limitan a referirse a dones espirituales, sino a regalos en general. Sin
embargo, Pablo emplea estos términos para destacar los dones de liderazgo
en la iglesia, evidenciando que estos también son parte del plan de Dios para
el crecimiento del cuerpo de Cristo.[574]
Finalmente, encontramos el término “merismois” en Hebreos 2:4,
refiriéndose a las "dádivas del Espíritu Santo". Este término significa
literalmente "porciones, partes o divisiones" y proviene del verbo “merizo”,
que implica dividir o asignar. Aunque no necesariamente indica "dones
espirituales", el contexto de Hebreos 2:4 enfatiza la obra del Espíritu al
repartir los dones según su voluntad.[575] Esto es paralelo a lo que Pablo
declara en 1 Corintios 12:11: “Pero todas estas cosas las hace uno y el
mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere”.
Todos estos términos nos ofrecen una perspectiva rica y multifacética
sobre los dones espirituales. Cada uno aporta un matiz único, ayudándonos a
comprender que los dones son capacidades especiales otorgadas por Dios
para la edificación de la iglesia y la expansión del Reino. El Espíritu Santo es
el agente divino que distribuye estos dones con sabiduría y soberanía,
recordándonos que su propósito siempre es glorificar a Cristo y edificar a su
pueblo.

El Poder De Los Dones Espirituales: Unidad Y


Variedad En El Cuerpo De Cristo
El pasaje más extenso del Nuevo Testamento sobre los dones espirituales
se encuentra en 1 Corintios 12 al 14. El apóstol Pablo aborda con firmeza el
énfasis desbalanceado que la iglesia en Corinto ponía en ciertos dones,
especialmente el de lenguas, mientras pasaban por alto dones más esenciales.
Aunque Pablo responde a un problema concreto en un tiempo y lugar
específicos, las verdades que transmite tienen una relevancia atemporal. Sus
enseñanzas no solo corrigen errores de la iglesia de Corinto, sino que
iluminan principios fundamentales sobre los dones espirituales aplicables a
todas las generaciones. Pablo nos recuerda que los tres miembros de la
Trinidad operan a través de los dones:
“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay
diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de
operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1
Corintios 12:4–6, NVI).
En esta maravillosa obra de Dios, no solo somos llamados a trabajar para
Él, sino con Él (Marcos 16:20). ¡Es Su poder, obrando en nosotros y a través
de nosotros! En el capítulo 12, Pablo nos muestra dos maneras poderosas en
que se manifiestan los dones espirituales.

El Poder De Los Dones Se Ve En Su Unidad


Pablo emplea el cuerpo humano como metáfora de la iglesia. No es solo
una analogía; es una representación inspirada de lo que Dios desea para Su
iglesia. Así como el cuerpo físico no puede funcionar si sus partes no trabajan
en armonía, el cuerpo espiritual requiere unidad para cumplir su propósito
divino.
La iglesia primitiva modelaba este principio, viviendo como un ejemplo
vivo de unidad espiritual: “Eran de un solo corazón y una sola alma”
(Hechos 4:32, NVI). Pablo enfatiza que Dios ha diseñado el cuerpo espiritual
con un orden intencional: “Dando más abundante honor al que le faltaba,
para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se
preocupen los unos por los otros. De manera que, si un miembro padece,
todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los
miembros con él se gozan” (1 Corintios 12:24–26, NVI). Esta unidad no es
opcional; es el reflejo del carácter de Dios en Su pueblo.

El Poder De Los Dones Se Ve En Su Variedad


La riqueza de los dones radica en su diversidad. Cada don tiene un
propósito divino específico. Sin embargo, la iglesia de Corinto se enfocaba en
unos pocos dones, como el de lenguas, descuidando otros igualmente
importantes, lo cual debilitaba la edificación de la iglesia. Pablo subraya que
la iglesia “no es un solo miembro, sino muchos” (1 Corintios 12:14, NVI).
Dios, en Su sabiduría, distribuye los dones según las necesidades de la
iglesia. Cada miembro del cuerpo tiene una función indispensable. No
reconocer el valor y la belleza de esta diversidad puede llevarnos a dos
errores graves: devaluar nuestro propio lugar en el cuerpo (1 Corintios 12:15–
16) o despreciar el lugar que Dios ha dado a otros (1 Corintios 12:21).
¡Ambos errores nos alejan del diseño perfecto de Dios para Su iglesia!

La Razón De Ser De Los Dones Espirituales


El propósito principal de los dones espirituales es la edificación, que en
esencia significa construir o fortalecer. Pablo utiliza esta idea en 1 Corintios
3, donde enseña que somos el edificio de Dios.[576] Cristo está edificando Su
iglesia, y en Su gracia, nos permite ser colaboradores en esta obra divina.[577]
Los dones espirituales edifican en dos dimensiones: como individuos y como
cuerpo colectivo (1 Corintios 14:4). Ambos aspectos son esenciales porque la
iglesia está compuesta por personas. Si cada uno de nosotros es edificado
espiritualmente, toda la iglesia será fortalecida (1 Pedro 2:5).[578]
Dado que las lenguas generaban conflictos en la iglesia de Corinto, Pablo
las toma como ejemplo. Él distingue entre las lenguas para edificación
personal y aquellas que, interpretadas, edifican a la iglesia en las reuniones
colectivas.[579] En este contexto, las lenguas solo benefician a toda la iglesia
cuando son interpretadas (1 Corintios 14:5). Pablo enfatiza que, cuando los
creyentes se reúnen, la prioridad es la edificación del cuerpo entero (1
Corintios 14:12). Aunque valora las lenguas para el crecimiento personal,
diciendo: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos
vosotros” (1 Corintios 14:18, NVI), subraya que en el contexto colectivo
prefiere “hablar cinco palabras que se entiendan y edifiquen, que diez mil
palabras en una lengua desconocida” (1 Corintios 14:19, NVI). Este no es
un argumento en contra de las lenguas, sino una afirmación de su valor en su
contexto adecuado.[580] Por ello, Pablo concluye diciendo: “no impidáis el
hablar en lenguas”, dejando claro que la prioridad es siempre la edificación
de la iglesia (1 Corintios 14:39).[581]
En el contexto de la adoración colectiva, los dones espirituales tienen
como fin fortalecer al cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:7). Los dones de
expresión, como la profecía, deben ser inteligibles para que toda la
congregación reciba edificación espiritual (1 Corintios 14:5–19). De lo
contrario, sería como hablar al viento (1 Corintios 14:9).[582] Además de
edificar, los dones glorifican a Dios, tal como lo señala Pedro: “Para que en
todo sea Dios glorificado por Jesucristo” (1 Pedro 4:10–11).[583] En la esfera
personal, los dones también edifican al creyente en su relación con Dios,
especialmente en momentos de oración privada y adoración individual (1
Corintios 14:4, 18–19).
Es común que observadores externos malinterpreten la práctica
pentecostal de adoración, especialmente el concierto de oración, donde los
creyentes oran en común acuerdo, alabando y pidiendo a Dios a una sola voz.
Este momento, aunque colectivo, es una experiencia profundamente personal.
Durante el concierto de oración, pueden darse manifestaciones del Espíritu, y
aunque ocurre en un contexto comunitario, su esencia es la comunión
personal con Dios. En estos casos, el principio de inteligibilidad no aplica, ya
que la oración personal trasciende las normas del culto colectivo y se centra
en la comunión íntima con Dios (Hechos 9:1–19; 13:1–3).[584]
Los dones espirituales operan en dos ambientes: el colectivo y el privado.
Ambos determinan la forma en que los dones cumplen su propósito principal.
Sin importar el ambiente, las manifestaciones del Espíritu siempre edifican.
[585]
Estas pueden ser a través de convicción, reafirmación, actos sutiles o
poderosas demostraciones de la gloria de Dios. En última instancia, los dones
espirituales nos conducen a la imagen gloriosa de Cristo y exaltan
únicamente Su nombre (Colosenses 1:18).[586]

Los Dones Espirituales: Su Fuente Y Propósito


Pablo subraya en dos ocasiones en el capítulo 12 de 1 Corintios que los
dones espirituales y los ministerios en la iglesia son otorgados por la voluntad
soberana de Dios, no por el esfuerzo o la elección humana (Fee, 2014, p.
563). Los dones espirituales no son adquiridos ni impartidos por mérito
humano; son manifestaciones de la gracia divina. Aunque Dios obra a través
de personas, lo hace conforme a Su voluntad perfecta. Un ejemplo de ello es
Timoteo, quien recibió un don a través de la imposición de manos de Pablo (2
Timoteo 1:6), y también mediante la profecía con la imposición de manos del
presbiterio (1 Timoteo 4:14; Horton, 2005, p. 200). Sin embargo, Pablo deja
en claro que es Dios quien ha colocado a cada miembro en el cuerpo como Él
quiso (1 Corintios 12:18, NVI), subrayando Su soberanía absoluta.
Además, Pablo afirma que Dios ha establecido los diferentes ministerios
en la iglesia para el cumplimiento de Su propósito (1 Corintios 12:28, NVI;
Stronstad, 2012, p. 115). Aunque se nos llama a procurar los dones
espirituales con fervor (1 Corintios 12:31; 14:1, NVI), no podemos
considerarlos como trofeos o logros personales. Son dones inmerecidos,
muestras de la gracia divina otorgadas para el bien de todo el cuerpo de
Cristo (Horton, 2005, p. 202).
Debemos recordar siempre que los dones espirituales no son premios que
reflejan nuestra espiritualidad, sino herramientas que Dios pone en la iglesia
para cumplir Su obra (MacArthur, 1998, p. 294). Por esta razón, se nos
exhorta a seguir el amor y procurar fervientemente los dones espirituales,
pero con la comprensión de que estos son expresiones de la voluntad y el
propósito de Dios, destinados a edificar Su iglesia (1 Corintios 14:1; Fee,
2014, p. 570).
Referencias:
Carson, D. A. (2019). Showing the Spirit: A Theological Exposition
of 1 Corinthians 12-14. Baker Academic.
Fee, G. D. (2014). God's Empowering Presence: The Holy Spirit in
the Letters of Paul. Hendrickson Publishers.
Grudem, W. (2020). Systematic Theology: An Introduction to
Biblical Doctrine. Zondervan Academic.
Fee, G. D. (2014). The First Epistle to the Corinthians. Grand
Rapids: Eerdmans.
Horton, S. M. (2001). What the Bible Says About the Holy Spirit.
Springfield: Gospel Publishing House.
Marshall, I. H. (2015). New Testament Theology. Downers Grove:
IVP Academic.
Thiselton, A. C. (2012). The Holy Spirit – In Biblical Teaching,
Through the Centuries, and Today. Grand Rapids: Eerdmans.
Turner, M. (2016). Power from on High: The Spirit in Israel’s
Restoration and Witness in Luke-Acts. London: T&T Clark.
DIVERSIDAD EN LOS
DONES: TIPOS Y
CLASIFICACIONES DEL
PODER ESPIRITUAL
“Los dones espirituales no son un inventario fijo, sino una manifestación dinámica de
la gracia de Dios para edificar a la iglesia y cumplir su misión en el mundo.”
Gordon D. Fee, God's Empowering Presence: The Holy Spirit in the Letters of
Paul (1994, p. 885).

"Dios nos da muchas clases de dones, pero el Espíritu Santo es la única fuente de
esos dones. Hay diferentes maneras de servir a Dios, pero siempre es a un mismo
Señor. Hay muchas maneras en que Dios actúa, pero siempre es un mismo Dios el
que realiza todas las cosas en nosotros. El Espíritu Santo le da una manifestación
especial a cada uno de nosotros para ayudar a los demás. A unos, Dios les da por
medio del Espíritu la capacidad de impartir consejos sabios; otros tienen el don de
hablar con mucho conocimiento; y es el mismo Espíritu el que se lo ha dado. A unos
les da una fe extraordinaria; a otros, poder para sanar enfermos. A otros les concede
el poder de realizar milagros; y a otros el don de profetizar. A unos les da el poder de
discernir entre un espíritu malo y el Espíritu de Dios; a otros les concede que puedan
hablar en diversas lenguas y aun a otros les da el don de interpretar esas lenguas.
Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, y él da tales dones y determina cuál ha
de recibir cada uno.”
1 Corintios 12:4-11 (NBV)

Los pentecostales afirmamos, con convicción y alegría, que el


bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia espiritual distinta y posterior
al nuevo nacimiento en Cristo. No se trata de un momento ordinario, sino de
un encuentro transformador con el poder de Dios. La evidencia inicial de
haber recibido este bautismo es el hablar en otras lenguas, no como un acto
voluntario o humano, sino bajo la dirección soberana del Espíritu Santo. Esta
experiencia no solo marca un antes y un después en la vida del creyente, sino
que tiene un propósito divino: capacitarlo para cumplir con eficacia la gran
comisión que Cristo nos dejó (Joel 2:28; Mateo 3:11; Lucas 24:49; Hechos
1:5, 2:39).

En el Antiguo Testamento, encontramos ejemplos de hombres y


mujeres que operaron en dones espirituales sin haber recibido el bautismo en
el Espíritu Santo, ya que esta promesa aún no se había manifestado en su
plenitud. Incluso en nuestros días, observamos ministerios que funcionan en
los dones del Espíritu sin haber experimentado este bautismo. Sin embargo,
bajo el nuevo pacto, el ideal establecido por Dios incluye tres aspectos
fundamentales: la conversión a Cristo, el bautismo en el Espíritu Santo y la
operación plena de los dones espirituales en la vida del creyente.

Ahora bien, aunque es cierto que los dones pueden manifestarse sin el
bautismo en el Espíritu Santo, ¿puede imaginarse la gloriosa profundidad y
poder que alcanzan los dones cuando fluyen desde un creyente lleno del
Espíritu? El bautismo en el Espíritu Santo no solo enriquece la vida espiritual
del creyente, sino que potencia la manifestación de los dones con una unción
sobrenatural, llevando a la iglesia a niveles más altos de efectividad en su
misión de ser testigo del poder transformador de Cristo en un mundo que
desesperadamente necesita al Salvador. ¡Qué privilegio tan inmenso y qué
llamado tan glorioso hemos recibido!

¿Talentos Naturales O Dones Espirituales?


Cada ser humano es dotado por Dios con lo que comúnmente
llamamos talentos o habilidades naturales. Estas son capacidades inherentes
que permiten a las personas destacar en áreas como la música, el canto, las
artes, los números y muchas otras disciplinas. Estos talentos, aunque sean
habilidades humanas y no sobrenaturales, son un reflejo de la gracia común
de Dios, quien otorga estas capacidades a todos los seres humanos, creyentes
y no creyentes por igual.[587] Sin embargo, aunque no sean dones espirituales,
estas habilidades naturales deben ser ofrecidas en servicio a Dios y puestas al
servicio de su iglesia, como un acto de adoración y agradecimiento
(Colosenses 3:23).

Por otro lado, los dones espirituales son capacidades sobrenaturales


otorgadas por el Espíritu Santo a los creyentes con el propósito específico de
edificar la iglesia y cumplir la misión de Dios en la tierra.[588] A diferencia de
los talentos naturales, los dones espirituales trascienden lo humano y operan
mediante el poder de Dios, quien habilita a los creyentes para ministrar de
maneras que exceden su capacidad natural. Estas capacidades incluyen tanto
habilidades que pueden parecer ordinarias, como la enseñanza y el gobierno,
como manifestaciones milagrosas, tales como sanidades, profecía y milagros
(Romanos 12:6–8; 1 Corintios 12:8–10; Efesios 4:11).[589]

La importancia de los dones espirituales en la iglesia de Cristo ha sido


central desde su inicio. En Efesios 4:12, Pablo nos recuerda que los dones son
dados para preparar a los santos para la obra del ministerio y para la
edificación del cuerpo de Cristo. Este énfasis es particularmente significativo
en el movimiento pentecostal, que ha recuperado la centralidad de los dones
espirituales como una evidencia del obrar del Espíritu en la vida del creyente
y en la iglesia.[590] Los dones espirituales no son atributos personales, sino
herramientas divinas que habilitan a los creyentes para servir a otros en amor
y contribuir al crecimiento espiritual y numérico de la iglesia (1 Corintios
12:7).[591]

Es fundamental entender que los dones espirituales son


encarnacionales, lo que significa que Dios obra a través de los seres
humanos. Los creyentes, al someter su mente, corazón, alma y fortaleza a
Dios, se convierten en instrumentos del Espíritu Santo. Este opera
sobrenaturalmente, pero siempre lo hace mediante las características únicas
de cada individuo: su personalidad, carácter, experiencias de vida y
vocabulario.[592] Esto significa que los dones no se manifiestan de forma
homogénea, sino que reflejan la diversidad del cuerpo de Cristo y su
multiforme gracia (1 Pedro 4:10).

Además, la manifestación de los dones espirituales requiere


evaluación. Esto no desmerece su validez, sino que garantiza que sean
utilizados de manera bíblica y edificante (1 Tesalonicenses 5:21). Al probar
los dones, la iglesia asegura que están alineados con la Escritura y cumplen
su propósito de glorificar a Dios y edificar a su pueblo.[593]

Así pues, mientras que los talentos naturales son un don de la gracia
común de Dios para toda la humanidad, los dones espirituales son
capacidades sobrenaturales otorgadas por el Espíritu Santo para la edificación
del cuerpo de Cristo. Ambos, aunque distintos en naturaleza y propósito,
tienen su origen en Dios y deben ser usados para su gloria y para el servicio
de su pueblo.

Tipos De Dones Espirituales


La Biblia describe una variedad de dones espirituales otorgados por el
Espíritu Santo a los creyentes con el propósito de edificar el cuerpo de Cristo
y capacitar a la iglesia para su misión. Es importante destacar que ninguna de
las listas de dones presentadas en las Escrituras es exhaustiva; más bien,
reflejan un espectro de capacidades y manifestaciones que Dios usa
soberanamente para su obra.[594] En total, se mencionan al menos veintiún
dones espirituales en pasajes clave como Romanos 12:6–8, 1 Corintios 12:8–
10 y Efesios 4:11. Cada uno es complementario; no hay don que sea
independiente o suficiente por sí mismo, ya que todos forman parte de un
organismo vivo que depende de Cristo como cabeza (1 Corintios 12:12–27).
[595]

Algunos dones, como las lenguas, interpretación, sanidades y


milagros, suelen ser reconocidos fácilmente por su carácter visible y
sobrenatural. Sin embargo, otros, como la palabra de sabiduría, la palabra de
conocimiento, el discernimiento de espíritus y la profecía, requieren
evaluación, discernimiento y enseñanza bíblica para ser identificados y
correctamente aplicados.[596] Esta diversidad de dones refleja la multiforme
gracia de Dios y su diseño perfecto para que la iglesia opere como un cuerpo
unido y eficaz.

Dones Carismáticos
Los dones carismáticos, mencionados principalmente en 1 Corintios
12:8–10, son manifestaciones del poder sobrenatural del Espíritu Santo.
Tradicionalmente, se clasifican en tres categorías:

Dones de Palabra (para comunicar verdad espiritual):


Profecía, discernimiento de espíritus, palabra de sabiduría, palabra
de conocimiento, don de lenguas e interpretación de lenguas.
Dones de Poder (para demostrar el poder de Dios): Fe,
sanidades, milagros.
Dones de Inspiración (para edificar, exhortar y consolar):
Profecía, lenguas e interpretación de lenguas.[597]

Esta clasificación no solo es funcional, sino también bíblicamente


sólida. Pablo, al usar la palabra griega héteros (“otro de una clase distinta”)
en 1 Corintios 12:6–8, señala la variedad y complementariedad de los dones.
Los dones carismáticos son esenciales para la adoración, el ministerio y la
proclamación del evangelio. Su uso correcto edifica a la iglesia y da
testimonio del poder transformador de Dios en el mundo (1 Corintios 14:3–
5).[598]

El movimiento pentecostal, desde sus inicios, ha enfatizado la


importancia de los dones carismáticos como una evidencia del poder del
Espíritu Santo en la iglesia contemporánea. Este énfasis no solo ha
revitalizado la adoración y el ministerio, sino que también ha desafiado a la
iglesia global a depender de Dios para la realización de su obra.[599]

Dones Ministeriales
El Nuevo Testamento también describe ciertos dones que están
asociados con roles específicos dentro del liderazgo de la iglesia. Estos dones
ministeriales, a menudo llamados "oficios", se mencionan en Efesios 4:11:
apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Estos ministerios
tienen el propósito de equipar a los santos para el servicio y de edificar el
cuerpo de Cristo, guiándolo hacia la unidad de la fe y la madurez espiritual
(Efesios 4:12–13).[600]

Los dones ministeriales son únicos porque combinan elementos de


liderazgo, enseñanza y pastoreo con una dependencia directa del Espíritu
Santo. Desde los apóstoles del primer siglo hasta los ministerios
contemporáneos, estos dones han sido fundamentales para la expansión de la
iglesia y la formación de discípulos. Aunque cada uno de estos roles tiene
funciones distintas, todos comparten el mismo propósito: glorificar a Dios y
fortalecer a su pueblo.[601]

Es importante señalar que estos dones no deben ser confundidos con


los roles administrativos de la iglesia, como obispos, ancianos o diáconos,
mencionados en las epístolas pastorales. Mientras que los oficios
administrativos se centran en la supervisión y la organización, los dones
ministeriales son una expresión directa de la gracia carismática de Dios para
la edificación espiritual de la iglesia.[602]

Dones De Servicio
Los dones de servicio son otro grupo importante de capacidades
espirituales mencionadas en Romanos 12:6–8. Incluyen dones como servir,
enseñar, exhortar, dar, dirigir y mostrar misericordia. Aunque pueden parecer
menos "espectaculares" en comparación con los dones carismáticos, son
igualmente esenciales para el funcionamiento saludable de la iglesia.[603]

El término griego charisma, usado en este contexto, enfatiza que estos


dones son un regalo de gracia inmerecida de Dios. Aquellos que poseen
dones de servicio son capacitados sobrenaturalmente para ministrar con
compasión, diligencia y alegría, contribuyendo al bienestar práctico y
espiritual del cuerpo de Cristo (Romanos 12:7–8).[604]

Un ejemplo notable es el don de ayudar, mencionado en 1 Corintios


12:28. Este don, aunque a menudo no recibe mucha atención, es crucial para
el funcionamiento de la iglesia. Implica asistir en tareas prácticas, apoyar a
otros en tiempos de necesidad y mostrar un espíritu de humildad y
disposición para servir en cualquier capacidad. Las personas con este don
son, frecuentemente, quienes trabajan en silencio detrás de las escenas,
asegurándose de que las operaciones cotidianas de la iglesia se lleven a cabo
sin interrupciones.[605]

El aspecto espiritual de los dones de servicio va más allá de lo


práctico. Aquellos que poseen este don tienen una sensibilidad especial para
identificar las necesidades de los demás, tanto físicas como espirituales, y
responder con palabras de ánimo, amor y compasión. Sus acciones, aunque
sencillas, reflejan el corazón de Cristo y tienen un impacto profundo en la
vida de los creyentes y en el testimonio de la iglesia (Proverbios 25:11).[606]

Un Pueblo Lleno De Poder


Los dones espirituales, en su diversidad, son una expresión de la
gracia multiforme de Dios. Desde los dones carismáticos que manifiestan el
poder sobrenatural del Espíritu Santo, hasta los dones ministeriales que
equipan a los líderes y los dones de servicio que sostienen el cuerpo de
Cristo, todos tienen su origen en Dios y son dados para la edificación de su
iglesia. Es esencial que los creyentes comprendan, valoren y utilicen estos
dones con gratitud y humildad, reconociendo que cada uno cumple un
propósito único en el plan de Dios.

Dios desea que su pueblo sea un pueblo lleno de poder, capacitado


por el Espíritu Santo para proclamar el evangelio con valentía y respaldado
por señales y maravillas que confirmen su mensaje. Esta visión está
profundamente arraigada en las Escrituras y en la experiencia de la iglesia del
primer siglo. En el Nuevo Testamento, no existe un concepto de la presencia
del Espíritu Santo desconectado de su manifestación a través de obras de
poder. Milagros, señales y prodigios no eran simplemente fenómenos
extraordinarios, sino una expresión natural e inseparable de la vida cristiana
(Gálatas 3:5; Hebreos 2:4).[607]

Para los cristianos del primer siglo, el Espíritu Santo no era un


concepto abstracto ni una influencia distante, sino una presencia viva y activa
que transformaba sus vidas y comunidades. Las señales y maravillas eran una
parte integral de su experiencia en Cristo y un testimonio del poder del
evangelio. Esta misma realidad es el deseo de Dios para su pueblo hoy. Como
vivimos en los últimos días, el poder del Espíritu es más necesario que nunca
para enfrentar los desafíos espirituales y proclamar la verdad de Cristo en un
mundo que desesperadamente necesita su salvación.[608]

Los dones carismáticos, descritos en pasajes como 1 Corintios 12:8–


10, son una expresión directa del poder sobrenatural del Espíritu Santo. Estos
dones incluyen la palabra de sabiduría, la palabra de conocimiento, la fe, los
dones de sanidades, los milagros, la profecía, el discernimiento de espíritus,
las lenguas y la interpretación de lenguas. Cada uno de ellos está diseñado
para edificar a la iglesia y servir como un testimonio del poder de Dios en el
mundo.[609]

En el contexto actual, estos dones no solo deben ser deseados, sino


también cultivados y usados con responsabilidad. La iglesia está llamada a
ser un lugar donde el Espíritu Santo pueda manifestarse libremente para
glorificar a Cristo, edificar al cuerpo y alcanzar al mundo perdido. Estos
dones no son una opción secundaria; son una parte esencial de la vida
cristiana y una señal de que el reino de Dios está en acción entre nosotros (1
Corintios 14:1).[610]

Junto con los dones carismáticos, el Espíritu Santo otorga dones


ministeriales para equipar a los creyentes y fortalecer la iglesia. Efesios 4:11
nos presenta una lista de estos dones: apóstoles, profetas, evangelistas,
pastores y maestros. Estos ministerios no solo proporcionan liderazgo, sino
que también capacitan a los santos para la obra del ministerio y promueven la
unidad y madurez espiritual del cuerpo de Cristo (Efesios 4:12–13).[611]

Los dones ministeriales son una expresión de la gracia de Dios que


permite a ciertos individuos desempeñar roles clave en la edificación de la
iglesia. Estos dones no son exclusivos ni jerárquicos, sino que están
diseñados para funcionar en colaboración con otros dones dentro del cuerpo
de Cristo. A medida que cada creyente opera en el don que ha recibido, la
iglesia puede cumplir su misión de manera más eficaz y reflejar el carácter de
Cristo al mundo.[612]

Los dones de servicio, mencionados en Romanos 12:6–8, son


igualmente vitales para la vida de la iglesia. Estos incluyen servir, enseñar,
exhortar, dar, dirigir y mostrar misericordia. Aunque a menudo pasan
desapercibidos, estos dones son esenciales para el funcionamiento saludable
de la iglesia y para el bienestar de sus miembros. La palabra griega charisma,
utilizada para describir estos dones, enfatiza su naturaleza como regalos
inmerecidos de la gracia de Dios.[613]

El don de ayudar, por ejemplo, implica una disposición para apoyar a


otros de manera práctica y espiritual. Estos creyentes, muchas veces
trabajando detrás de escena, son el corazón de la iglesia, sirviendo con
humildad y amor. Su trabajo puede incluir desde tareas administrativas hasta
la asistencia personal a quienes están en necesidad. Aunque su servicio pueda
parecer sencillo, refleja el carácter de Cristo y tiene un impacto profundo en
la vida de la iglesia.[614] Dios desea que su pueblo experimente el poder del
Espíritu Santo en su plenitud. Los dones carismáticos, ministeriales y de
servicio son una evidencia de su gracia y un testimonio de su obra en el
mundo. En un tiempo como el nuestro, marcado por desafíos espirituales y
culturales, es imperativo que la iglesia recupere y viva en el poder del
Espíritu Santo. Como testigos del evangelio, estamos llamados a predicar con
valentía, ministrar con compasión y demostrar el poder transformador de
Cristo en nuestras vidas y comunidades.[615]

Referencias:
Fee, G. D. (1994). God's Empowering Presence: The Holy Spirit
in the Letters of Paul. Baker Academic.
Grudem, W. (2020). Systematic Theology: An Introduction to
Biblical Doctrine (2nd ed.). Zondervan Academic.
Horton, S. M. (2005). What the Bible Says About the Holy Spirit.
Gospel Publishing House.
Schaeffer, F. A. (2009). True Spirituality. Tyndale House
Publishers.
Stronstad, R. (2012). The Charismatic Theology of St. Luke. Baker
Academic.
Turner, M. (2013). The Holy Spirit and Spiritual Gifts: Then and
Now. Paternoster.
Yong, A. (2005). The Spirit Poured Out on All Flesh:
Pentecostalism and the Possibility of Global Theology. Baker
Academic.
EPÍLOGO
“El fuego que arde en el altar no debe apagarse nunca. El sacerdote deberá echarle
leña todas las mañanas y acomodar sobre el fuego el animal que se va a quemar,
además de quemar también en el altar la grasa de los sacrificios de
reconciliación.”
Levítico 6:12 (DHH)

A través de este libro hemos emprendido un recorrido exhaustivo por


las doctrinas del cesacionismo y el pentecostalismo, explorando sus raíces,
implicaciones y desafíos. Lo que aquí hemos planteado no es solo una
discusión teológica; es una invitación a redescubrir el poder del Espíritu
Santo en nuestras vidas y comunidades, y a abrazar plenamente el llamado de
Dios para vivir una fe vibrante, sobrenatural y transformadora. En un mundo
que oscila entre la incredulidad y la superficialidad espiritual, este es el
momento de afirmar nuestras convicciones pentecostales con claridad y
valentía.

El cesacionismo no es una mera interpretación alternativa de las


Escrituras; es una postura profundamente arraigada en el racionalismo y el
materialismo que ha moldeado ciertas corrientes teológicas desde la Reforma.
Su negación de los dones espirituales y de la obra continua del Espíritu Santo
no solo contradice el testimonio bíblico, sino que priva a la iglesia de las
herramientas necesarias para cumplir con eficacia su misión en un mundo que
desesperadamente necesita ver el poder de Dios en acción. Como hemos
argumentado, el cesacionismo es un suicidio espiritual, una postura que no
solo niega la obra presente de Dios, sino que limita la fe al ámbito de lo
meramente humano, perdiendo así la conexión con lo sobrenatural que es
esencial al cristianismo.

En contraste, el pentecostalismo se presenta como una respuesta viva


y dinámica a las necesidades espirituales de nuestro tiempo. Este
movimiento, nacido de una búsqueda apasionada del Espíritu Santo, ha
revitalizado la fe de millones al poner énfasis en la experiencia directa con
Dios y en la manifestación de sus dones en la vida cotidiana. A lo largo de su
historia, desde los días de Topeka y Azusa hasta las oleadas carismáticas y la
tercera ola, el pentecostalismo ha demostrado ser una corriente de
avivamiento y renovación que no solo ha impactado a individuos, sino
también a iglesias, denominaciones y comunidades enteras.

Sin embargo, debemos reconocer que el pentecostalismo no está


exento de desafíos. En un mundo donde el secularismo y el racionalismo
intentan sofocar la fe, debemos resistir la tentación de conformarnos a los
modelos de religiosidad que abandonan la obra del Espíritu. Hoy más que
nunca, el pentecostalismo enfrenta la amenaza de un cesacionismo
encubierto, que busca reducirlo a una tradición religiosa sin poder,
desprovista de los elementos sobrenaturales que le dan vida y relevancia. Esta
infiltración doctrinal, a menudo presentada bajo un manto de respetabilidad
intelectual, debe ser confrontada con la verdad de las Escrituras y con el
testimonio vivo de un pueblo lleno del Espíritu.

La pneumatología pentecostal no es solo una rama teológica; es el


corazón de nuestra fe. La obra del Espíritu Santo no puede ser relegada al
pasado ni limitada a un grupo selecto de creyentes en una era específica.
Desde el testimonio de Lucas en Hechos hasta las promesas escatológicas de
Apocalipsis, la Biblia revela a un Dios que actúa poderosamente en la
historia, y cuya obra no cesará hasta que todas las cosas sean reconciliadas en
Cristo. Los dones espirituales no son opcionales ni decorativos; son
esenciales para la edificación de la iglesia y para el cumplimiento de su
misión en el mundo. Como hemos argumentado, la suficiencia de las
Escrituras no contradice la obra continua del Espíritu, sino que la afirma y la
valida.

En este contexto, el desafío es claro. Como pentecostales, estamos


llamados a ser testigos de un avivamiento que no se detiene, a caminar en
unidad y amor, y a vivir como un pueblo lleno del poder del Espíritu. No
podemos darnos el lujo de caer en el conformismo o de diluir nuestras
convicciones. Nuestra f

e debe ser audaz, nuestra teología profundamente bíblica, y nuestra


práctica, radicalmente transformadora. Este es el tiempo de reafirmar que el
pentecostalismo no es un fenómeno pasajero ni una expresión marginal del
cristianismo, sino una manifestación poderosa del Reino de Dios en acción.

Este libro cierra, pero la historia continúa. La obra del Espíritu Santo
no ha terminado, y nosotros somos llamados a ser parte activa de lo que Él
está haciendo en esta generación. Desde los contextos más humildes hasta las
plataformas globales, el Espíritu sigue soplando, renovando vidas y trayendo
avivamiento. Que este libro inspire a cada lector a profundizar en su relación
con Dios, a buscar más de su Espíritu y a vivir con la convicción de que
somos llamados a ser portadores de su gloria en un mundo que clama por su
presencia.

En última instancia, el mensaje de este libro es un llamado a no


apagar el fuego. Somos herederos de un movimiento que ha transformado
vidas y naciones, y nuestro deber es avivarlo y pasarlo a la próxima
generación. Que nuestras iglesias, hogares y comunidades sean lugares donde
el Espíritu de Dios se manifieste con poder, trayendo salvación, sanidad y
esperanza. Que nunca olvidemos que el pentecostalismo no es solo una
doctrina, sino una vida marcada por el poder transformador del Espíritu
Santo. ¡Que el fuego nunca se apague y que el avivamiento continúe hasta el
regreso de nuestro Señor Jesucristo! ¡él sigue siendo Dios!
CITAS, REFERENCIAS Y
FUENTES
BIBLIOGRÁFICAS

[1]
Tozer, A. W. (1995). La Vida Más Profunda. Ballantine Books, p. 27.
[2]
El cesasionismo es la creencia de que los “dones milagrosos” de las lenguas y la sanidad ya han
cesado – que el fin de la era apostólica marcó el fin de los milagros asociados con esa era. La mayoría
de los cesasionistas creen que, mientras que Dios puede y aún realiza milagros hoy en día, el Espíritu
Santo ya no utiliza a individuos para llevar a cabo señales milagrosas.
[3]
El continuismo es la creencia de que todos los dones espirituales, incluyendo las sanidades, las
lenguas y los milagros, todavía operan hoy en día, al igual que en los días de la iglesia primitiva. Un
continuista cree que los dones espirituales han "continuado" sin cesar desde el día de Pentecostés y que
la iglesia de hoy tiene acceso a todos los dones espirituales mencionados en la Biblia.
[4]
Lloyd-Jones, M. (2008). Gozo Inefable: el bautismo y los dones del Espíritu. Editorial Peregrino, p.
19.
[5]
Lloyd-Jones, 2008, p. 39.
[6]
Lloyd-Jones, 2008, pp. 60-61, 65.
[7]
Fee, G. D. (1994). God's Empowering Presence: The Holy Spirit in the Letters of Paul. Hendrickson
Publishers, p. 572.
[8]
Grudem, W. (2009). Theology of the Holy Spirit. Zondervan, p. 1038.
[9]
Menzies, W. W., & Menzies, R. P. (2000). Spirit and Power: Foundations of Pentecostal
Experience. Zondervan, p. 215.
[10]
Justino Mártir. (2007). Diálogo con Trifón. Editorial Ciudad Nueva, p. 88.
[11]
Orígenes. (2011). De Principiis. Catholic University of America Press, p. 231.
[12]
Ireneo. (2012). Contra las herejías. EUNSA, p. 354.

[13]
Horton, M. (2017). Rediscovering the Holy Spirit: God’s Perfecting Presence in Creation,
Redemption, and Everyday Life. Zondervan, p. 214.
[14]
Dayton, D. W. (1987). Theological Roots of Pentecostalism. Hendrickson Publishers, P. 45.
[15]
Robinson, M. S., & Alexander, K. (2016). The Pentecostal Movement: Its Development and
Theology. Eerdmans, p. 213.
[16]
Menzies, W. W., & Menzies, R. P. (2000). Spirit and Power: Foundations of Pentecostal
Experience. Zondervan, p. 217.
[17]
Horton, 2017, p. 249.
[18]
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[19]
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[23]
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much of their potency. Pew Research Center. https://www.pewresearch.org/religion/2017/08/31/after-
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Pew Research Center, 2017.
[25]
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[34]
Robert Rothwell, “El Cesacionismo”, Ligonier Ministries. Artículo disponible en:
https://es.ligonier.org/articulos/el-cesacionismo/, consultado el 15 de abril de 2021.
[35]
Robert Rothwell es editor adjunto de Tabletalk Magazine y profesor adjunto permanente en
Reformation Bible College en Sanford, Florida.
[36]
Robert Rothwell, “El Cesacionismo”, Ligonier Ministries. Artículo disponible en:
https://es.ligonier.org/articulos/el-cesacionismo/, consultado el 15 de abril de 2021.
[37]
La patrística es el estudio del pensamiento, doctrinas y obras del cristianismo desarrollados por los
Padres de la Iglesia, que fueron sus primeros autores durante los siglos I y VIII d.C. La palabra
patrística deriva del latín patres, que significa ‘padre’. La patrística fue el primer intento por unificar los
conocimientos de la religión cristiana y establecer el contenido dogmático de la misma junto con la
filosofía, a fin de dar una explicación lógica de las creencias cristianas y defenderlas ante los dogmas
paganos y las herejías.
[38]
Juan Crisóstomo (griego: Ἰωάννης ὁ Χρυσόστομος, latín: Ioannes Chrysostomus) o Juan de
Antioquía (latín: Ioannes Antiochensis; Antioquía, 347-Comana Pontica, 14 de septiembre de 407) fue
un clérigo cristiano eminente, patriarca de Constantinopla, considerado por la Iglesia católica uno de
los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. La Iglesia ortodoxa griega lo valora como uno de los
más grandes teólogos y uno de los tres pilares de esa Iglesia, juntamente con Basilio el Grande y
Gregorio Nacianceno. Por su formación intelectual y su origen, es el único de los grandes Padres
orientales que procede de la Escuela de Antioquía (José Orlandis Rovira, Historia de la Iglesia I: La
Iglesia antigua y medieval (12ª edición). Madrid: Ediciones Palabra [2012]. p. 121).
[39]
Juan Crisóstomo, Homilías sobre 1 Corintios, 36,7. Crisóstomo comenta en 1 Corintios 12:1-2 e
introduce todo el capítulo. Citado de Gerald Bray, ed., 1-2 Corintios, en la Antigua Serie de
Comentarios Cristiana, (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1999), 146.
[40]
Agustín de Hipona o Aurelio Agustín de Hipona (en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis),
conocido también como san Agustín (Tagaste, 13 de noviembre del 354-Hipona, 28 de agosto del 430),
fue un escritor, teólogo y filósofo cristiano. Después de su conversión, fue obispo de Hipona, al norte
de África y dirigió una serie de luchas contra las herejías de los maniqueos, los donatistas y el
pelagianismo. Es considerado el «Doctor de la Gracia», fue el máximo pensador del cristianismo del
primer milenio y uno de los más grandes genios de la humanidad. Autor prolífico, dedicó gran parte de
su vida a escribir sobre filosofía y teología, siendo Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más
destacadas. Es venerado como santo por varias comunidades cristianas, como la Iglesia católica,
ortodoxa, oriental y anglicana (Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografía de San
Agustín. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona, España. Consultado el
12 de septiembre de 2021).
[41]
Agustín, Homilías de la Primera Epístola de Juan, 6.10. Citado de Philip Schaff, Niceno y los
Padres Posteriores a Niceno, 1a Serie, (Peabody, MA: Hendrickson, 2012) 7:497–98.
[42]
Agustín, Sobre el Bautismo, Contra los Donatistas, 3,16.21. Citado de Philip Schaff, Niceno y los
Padres Posteriores a Niceno, 1a Serie, 4:443. Véase también Las Cartas de Petiliano, el Donatista,
2.32.74.
[43]
Teodoreto de Ciro, Comentario de la Primera Epístola a los Corintios, 240-43; en referencia a 1
Cor. 12:1, 7. Citado de Bray, 1–2 Corintios, ACCS, 117.
[44]
Agustín de Hipona, La Ciudad De Dios, Libro XXII – Contra Paganos, Capítulo VIII.
[45]
La Enseñanza de los doce apóstoles o Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce
apóstoles, conocida comúnmente como Didaché o Didajé, es una obra de la literatura cristiana primitiva
que pudo ser compuesta en la segunda mitad del siglo I, acaso antes de la destrucción del Templo de
Jerusalén (70 d. C.), por uno o varios autores, los «didaquistas», a partir de materiales literarios judíos y
cristianos preexistentes.
[46]
Eugenio Romero Pose (1998). «La doctrina de los doce apóstoles». XX Siglos (Facultad de
Teología San Dámaso) 6:11, pp. 29-31.
[47]
Ignacio de Antioquía (Siria, Imperio romano, 35 - Roma, entre 108 y 110) es uno de los padres de
la Iglesia y, más concretamente, uno de los padres apostólicos por su cercanía cronológica con el
tiempo de los apóstoles. Fue el primero en aplicar el adjetivo «católica» a la Iglesia. Es autor de siete
cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma
para ser ejecutado o, como él mismo escribió: “para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las
fieras y convertido en pan puro de Cristo.” (Ignacio de Antioquía, Ad Rom. 4, 1)
[48]
Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo 2.2
[49]
El Pastor de Hermas es una obra cristiana del siglo II que no forma parte del canon
neotestamentario y que gozó de una gran autoridad durante los siglos II y III. Tertuliano e Ireneo de
Lyon lo citan como «Escritura», el Codex Sinaiticus lo vincula al Nuevo Testamento y en el Codex
Claromontanus figura entre los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo. La primera versión de la
obra fue escrita en griego, y de ella no se ha conservado el texto completo, pero inmediatamente fue
traducida al latín quizás por su propio autor, Hermas de Roma (para más información véase: Philippe
Henne, L'unité du Pasteur d'Hermas. Tradition et redaction, París 1992).
[50]
Pastor de Hermas. Mandamientos 11.
[51] El fragmento de Cuadrato es una cita consignada en la Historia Eclesiástica de Eusebio de
Cesarea,1 en el libro IV, Capítulo 3, párrafo 2.
[52]
Eusebio de Cesarea (c. 263-30 de mayo de 339, probablemente en Cesarea de Palestina), también
conocido como Eusebius Pamphili (Eusebio Panfilio, o literalmente, ‘Eusebio, amigo de Pánfilo’) fue
obispo de Cesarea, exégeta y se le conoce como el padre de la historia de la Iglesia porque sus escritos
están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo.
[53] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III.37.1
[54]
Eusebio Hierónimo1 (Estridón, Dalmacia, c. 340 - Belén, 30 de septiembre de 420), conocido
comúnmente como san Jerónimo, pero también como Jerónimo de Estridón o, simplemente, Jerónimo,
tradujo la Biblia del griego y del hebreo al latín por encargo del papa Dámaso I. La traducción al latín
de la Biblia hecha por san Jerónimo, llamada la Vulgata (de vulgata editio, 'edición para el pueblo') y
publicada en el siglo IV de la era cristiana, fue declarada en 1546, durante el Concilio de Trento, la
versión auténtica y oficial de la Biblia para la Iglesia católica latina, hasta la promulgación de la Nova
Vulgata, en 1979 (véase: Pierre Maraval, Petite vie de Saint Jérôme, París, Éditions Desclée de
Brouwer, 1995, 37).
[55]
San Jerónimo – de su libro: De Viris Illustribus (Sobre los Hombres Ilustres) Capítulo 19.
[56]
Ireneo de Lyon, conocido como san Ireneo (Esmirna, Asia Menor, c. 140 - Lyon, c. 202), fue
obispo de la ciudad de Lyon desde 189. Es considerado como el más importante adversario del
gnosticismo del siglo II. Su obra principal es Contra las herejías.
[57]
Ireneo de Lyon: Adversas Haereses – Libro V 6.1
[58]
Ireneo de Lyon – Adversas Haereses – Libro II 32.3,4,5
[59]
Ireneo de Lyon – Contra los Herejes – Libro I. 13,3 – 13,4.
[60]
Quinto Septimio Florente Tertuliano (c. 160-c. 220) fue un padre de la Iglesia y un prolífico escritor
durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III. Nació, vivió y murió en Cartago, en el
actual Túnez, y ejerció una gran influencia en la Cristiandad occidental de la época.
[61]
Tertuliano, El Apologético – XXXVII
[62]
Justino Mártir (Neapolis, Siria, ca. 100/114 - Roma, 162/168) también conocido como Justino el
Filósofo fue uno de los primeros apologistas griegos que escribieron en defensa del cristianismo.
Inicialmente filósofo pagano, tras su conversión abrió escuela en Roma y tendió puentes con el
judaísmo y el paganismo, con el objetivo de propagar la idea de que el Cristo era la encarnación del
Logos. Su actividad en defensa del cristianismo llamó la atención del prefecto Quinto Junio Rústico,
que lo condenó a muerte junto a otros compañeros por negarse a realizar sacrificios ante los dioses
romanos. Si bien la mayoría de sus obras se han perdido, los ejemplares existentes testimonian el
desarrollo de la praxis y doctrina cristiana durante el siglo II. Su Apología, dirigida a los césares, y su
Diálogo con el rabino Trifón discuten la legalidad y racionalidad del cristianismo, la interpretación del
Antiguo Testamento, la naturaleza de Dios a la luz de la fe y de la filosofía, el sacrificio de animales
como ofrenda a Dios, y muchos otros temas.
[63]
Justino Mártir, diálogo con Trifón 82.
[64]
Justino Mártir diálogo con Trifón, 88.1.
[65]
Taciano o Taciano el Sirio (h. 120-h. 180) fue un escritor cristiano del siglo II, discípulo de san
Justino y fundador del encratismo. Su vida y su doctrina se conocen a través de menciones de autores
posteriores como Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Eusebio de Cesarea, que le denuncian
como discípulo del gnóstico Marción y fundador o inspirador del encratismo. A pesar de la mala
consideración de estos autores, se le tiene por uno de los apologetas griegos por ser autor de una
apología del cristianismo: el Discurso contra los griegos, que ha llegado íntegra a nosotros (véase:
Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica IV,29; así como la obra de Daniel Ruiz Bueno (1954). Padres
apologetas griegos. Biblioteca de Autores Cristianos.).
[66]
Taciano, Discurso a los Griegos, 13.
[67]
Orígenes de Alejandrían (c. 184-c. 253), también conocido como Orígenes Adamantius, fue un
erudito, asceta y teólogo cristiano primitivo que nació y pasó la primera mitad de su carrera en
Alejandría. Fue un escritor prolífico que escribió aproximadamente 2000 tratados sobre múltiples ramas
de la teología, incluyendo crítica textual, exégesis bíblica y hermenéutica bíblica, homilética y
espiritualidad. Fue una de las figuras más influyentes en la teología, la apologética y el ascetismo
cristianos primitivos. Él ha sido descrito como «el genio más grande que la Iglesia primitiva haya
producido» (véase: Trigg, Joseph Wilson (1983), Origen: The Bible and Philosophy in the Third-
Century Church, Atlanta, Georgia: John Knox Press).
[68]
Orígenes, Contra Celso, 1.46
[69]
Tascio Cecilio Cipriano (c. 200 - 14 de septiembre de 258) fue un clérigo y escritor romano, obispo
de Cartago (249-58), santo y mártir de la Iglesia. Autor importante del Cristianismo primitivo de
ascendencia bereber, muchas de cuyas obras en latín se han conservado. Nació alrededor de principios
del siglo III en África del Norte, quizás en Cartago, donde recibió una educación clásica. Poco después
de convertirse al cristianismo, se convirtió en obispo en 249. Una figura controvertida en vida, sus
fuertes habilidades pastorales, su firme conducta durante la herejía novaciana y el brote de la plaga, y
martirio en Cartago reivindicaron su reputación y demostraron su santidad a los ojos de la Iglesia. Su
hábil retórica latina le llevó a ser considerado como el escritor latino más destacado de la Cristiandad
occidental hasta Jerónimo y Agustín de Hipona. La peste cipriana recibe su nombre de él, debido a su
descripción de ella.
[70]
Cipriano, Carta 57 a Cornelio.
[71]
Novaciano (Frigia, 210- 258) fue un sacerdote, teólogo y primer escritor de la iglesia occidental en
utilizar el latín y antipapa en la época del papa Cornelio desde 251 hasta 258,2 fecha de su muerte.
[72]
Novaciano, Tratado sobre la trinidad, 29.
[73]
Hilario de Poitiers fue un obispo, escritor, Padre y Doctor de la Iglesia nacido a principios de siglo
IV, hacia 315, en Poitiers (Francia) y fallecido en esta misma ciudad en 367. Es referido en ocasiones
como el «martillo de los arrianos» (en latín, Malleus Arianorum) y como el «Atanasio de Occidente»
(véase: Enrique Moliné, Los Padres de la Iglesia. Una guía introductoria, Ediciones Palabra, Madrid
19953, ISBN 84-8239-018-X, pág. 479).
[74]
Hilario de Poitiers, Sobre Mateo, 8.30 (Para más información sobre su vida y escritos véase: Henry
Bettenson. The Later Christian Fathers OUP (1970), p.4.
[75]
Cirilo de Jerusalén, Lecciones catequéticas, 16.12.
[76]
Agustín de Hipona, Del Génesis a la letra. Libro XII. 19.41.
[77]
Agustín, La Devastación de Roma. VI. 7. BAC.
[78]
Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, Libro XXII – Contra los Paganos, Capítulo VIII.
[79]
Agustín de Hipona, La Ciudad De Dios, Libro XXII – Contra los Paganos, Capítulo VIII. 20.
[80]
Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G., eds. Diccionario de los Santos, volumen I. Madrid: San Pablo.
pp. 227-233.
[81]
Atanasio de Alejandría, Vita Antonii.
[82]
Ibid.
[83]
Ibid.
[84]
Warrington, K. (2015). Pentecostal Theology: A Theology of Encounter (p. 207). T&T Clark
International, p. 207.
[85]
Martín Lutero, Comentario sobre Gálatas 4, traducido por Theodore Graebner (Grand Rapids:
Zondervan, 1949), 150-172. Extraído de los comentarios de Lutero sobre Gálatas 4:6.
[86]
Martín Lutero, Obras de Lutero, vol. 23, ed. Jaroslav Pelikan (St. Loius: Concordia: 1959), 173-74.
[87]
Martín Lutero, Obras de Lutero, vol. 36, ed. Jaroslav Pelikan (St. Loius: Concordia: 1959), 144.
[88]
Juan Calvino, Una Armonía de los Evangelios sobre Mateo, Marcos y Lucas, Comentarios de
Calvino, traducido por A. W. Morrison (Grand Rapids: Zondervan, 1972), III:254. (Este comentario es
sobre Marcos 16:17)
[89]
Juan Calvino, Institutos de la Religión Cristiana, 1536 ed. traducido Ford Lewis Battles (Grand
Rapids: Zondervan, 1986), 159.
[90]
Grudem, W. (2009). Theology of the Holy Spirit (p. 134). Zondervan, p. 134.
[91]
Congar, Y. (1997). I Believe in the Holy Spirit (Vol. 2, p. 145). Crossroad Publishing Company, p.
145.
[92]
Calvino, J. (1986). Institutos de la Religión Cristiana (Vol. 3, p. 159). Zondervan, p. 159.
[93]
Orlandis Rovira, J. (2012). Historia de la Iglesia I: La Iglesia antigua y medieval (12ª ed., p. 121).
Ediciones Palabra, p. 121.
[94]
Grudem, 2009, p. 135.
[95]
Horton, M. (2017). Rediscovering the Holy Spirit: God’s Perfecting Presence in Creation,
Redemption, and Everyday Life (p. 89). Zondervan, p. 89.
[96]
John Owen, Obras de John Owen, ed. William H. Goold (repr.; Edinburgh: Banner of Truth, 1981),
4:518.
[97]
Thomas Watson, Las Bienaventuranzas (Edinburgh: Banner of Truth, 1994), 14.
[98]
Matthew Henry, Comentario Bíblico de Matthew Henry (Old Tappan, NJ: Fleming H. Revell, n.
d.), 6:567. Observaciones introductorias de Henry en referencia a 1 Corintios 12:1-11.
[99]
Ibid., 4: IX. Prefacio de Henry en su comentario de los profetas del Antiguo Testamento.
[100]
John Gill, El Comentario de Gill (Grand Rapids: Baker Books, 1980), VI: 237. Gill comenta sobre
1 Corintios 12:29.
[101]
Jonathan Edwards, La Caridad y sus Frutos (New York: Robert Carver & Brothers, 1854), 447-49.
[102]
Ibid. 42-43.
[103]
James Buchanan, El Oficio y la Obra del Espíritu Santo (New York: Robert Carver, 1847), 67.
[104]
Robert L. Dabney, “La Prelacía, un Error,” en Discusiones: Evangélicas y Teológicas, (Richmond,
VA: Presbyterian Committee of Publication, 1891), 2:236-37.
[105]
Charles Spurgeon, sermón titulado, “El Paracleto,” 6 de octubre, 1872, El Púlpito del Tabernáculo
Metropolitano (Pasadena, TX: Pilgrim Publications, 1984), 18:563. Itálicas en original.
[106]
Charles Spurgeon, sermón titulado, “La Perseverancia Final,” 20 de abril, 1872, El Púlpito de
New Park (Pasadena, TX: Pilgrim Publications, 1981) 2:171.
[107]
Charles Spurgeon, sermón titulado, “Recibiendo el Espíritu Santo,” 13 de julio, 1884, El Púlpito
del Tabernáculo Metropolitano (Pasadena, TX: Pilgrim Publications, 1985), 30:386.
[108]
Charles Spurgeon, sermón titulado, “La Ascensión de Cristo,” 26 de marzo, 1871, El Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano (Pasadena, TX: Pilgrim Publications, 1984), 17:178.
[109]
Charles Spurgeon, “¡Adelante!” en Un Ministerio en Todo (Carlisle, PA: Banner of Truth, 2000),
55-57.
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[295]
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[296]
Contra las Herejías, 2:32,4
[297]
Contra las Herejías, 5:6,1
[298]
Contra las Herejías, 2:32,4
[299]
Historia Eclesiástica, 5:7,6
[300]
Historia Eclesiástica, 5:16,7
[301]
Panarion, 48
[302]
Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, Libro XXII, cap. 8-10
[303]
Charles H. Spurgeon, The Autobiograpby of Charles H. Spurgeon (Londres: Curts & ]ennings,
1899), 2:226-227.
[304]
Ibíd, 227.
[305]
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New Testament). Grand Rapids, MI: Eerdmans, p. 594.
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[307]
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[308]
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[309]
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Michigan, pp. 714-715
[310]
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[311]
Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Grand Rapids,
MI: Zondervan, p. 1072.
[312]
La patrística es el estudio del pensamiento, doctrinas y obras del cristianismo desarrollados por los
Padres de la Iglesia, que fueron sus primeros autores durante los siglos I y VIII d.C. La palabra
patrística deriva del latín patres, que significa ‘padre’. La patrística fue el primer intento por unificar los
conocimientos de la religión cristiana y establecer el contenido dogmático de la misma junto con la
filosofía, a fin de dar una explicación lógica de las creencias cristianas y defenderlas ante los dogmas
paganos y las herejías.
[313]
Juan Crisóstomo (griego: Ἰωάννης ὁ Χρυσόστομος, latín: Ioannes Chrysostomus) o Juan de
Antioquía (latín: Ioannes Antiochensis; Antioquía, 347-Comana Pontica, 14 de septiembre de 407) fue
un clérigo cristiano eminente, patriarca de Constantinopla, considerado por la Iglesia católica uno de
los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. La Iglesia ortodoxa griega lo valora como uno de los
más grandes teólogos y uno de los tres pilares de esa Iglesia, juntamente con Basilio el Grande y
Gregorio Nacianceno. Por su formación intelectual y su origen, es el único de los grandes Padres
orientales que procede de la Escuela de Antioquía (José Orlandis Rovira, Historia de la Iglesia I: La
Iglesia antigua y medieval (12ª edición). Madrid: Ediciones Palabra [2012]. p. 121).
[314]
Juan Crisóstomo, Homilías sobre 1 Corintios, 36,7. Crisóstomo comenta en 1 Corintios 12:1-2 e
introduce todo el capítulo. Citado de Gerald Bray, ed., 1-2 Corintios, en la Antigua Serie de
Comentarios Cristiana, (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1999), 146.
[315]
Agustín de Hipona o Aurelio Agustín de Hipona (en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis),
conocido también como san Agustín (Tagaste, 13 de noviembre del 354-Hipona, 28 de agosto del 430),
fue un escritor, teólogo y filósofo cristiano. Después de su conversión, fue obispo de Hipona, al norte
de África y dirigió una serie de luchas contra las herejías de los maniqueos, los donatistas y el
pelagianismo. Es considerado el «Doctor de la Gracia», fue el máximo pensador del cristianismo del
primer milenio y uno de los más grandes genios de la humanidad. Autor prolífico, dedicó gran parte de
su vida a escribir sobre filosofía y teología, siendo Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más
destacadas. Es venerado como santo por varias comunidades cristianas, como la Iglesia católica,
ortodoxa, oriental y anglicana (Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografía de San
Agustín. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona, España. Consultado el
12 de septiembre de 2021).
[316]
Agustín, Homilías de la Primera Epístola de Juan, 6.10. Citado de Philip Schaff, Niceno y los
Padres Posteriores a Niceno, 1a Serie, (Peabody, MA: Hendrickson, 2012) 7:497–98.
[317]
Agustín, Sobre el Bautismo, Contra los Donatistas, 3,16.21. Citado de Philip Schaff, Niceno y los
Padres Posteriores a Niceno, 1a Serie, 4:443. Véase también Las Cartas de Petiliano, el Donatista,
2.32.74.
[318]
Teodoreto de Ciro, Comentario de la Primera Epístola a los Corintios, 240-43; en referencia a 1
Cor. 12:1, 7. Citado de Bray, 1–2 Corintios, ACCS, 117.
[319]
Agustín de Hipona, La Ciudad De Dios, Libro XXII – Contra Paganos, Capítulo VIII.
[320]
La Enseñanza de los doce apóstoles o Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce
apóstoles, conocida comúnmente como Didaché o Didajé, es una obra de la literatura cristiana primitiva
que pudo ser compuesta en la segunda mitad del siglo I, acaso antes de la destrucción del Templo de
Jerusalén (70 d. C.), por uno o varios autores, los «didaquistas», a partir de materiales literarios judíos y
cristianos preexistentes.
[321]
Eugenio Romero Pose (1998). «La doctrina de los doce apóstoles». XX Siglos (Facultad de
Teología San Dámaso) 6:11, pp. 29-31.
[322]
Ignacio de Antioquía (Siria, Imperio romano, 35 - Roma, entre 108 y 110) es uno de los padres de
la Iglesia y, más concretamente, uno de los padres apostólicos por su cercanía cronológica con el
tiempo de los apóstoles. Fue el primero en aplicar el adjetivo «católica» a la Iglesia. Es autor de siete
cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma
para ser ejecutado o, como él mismo escribió: “para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las
fieras y convertido en pan puro de Cristo.” (Ignacio de Antioquía, Ad Rom. 4, 1)
[323]
Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo 2.2
[324]
El Pastor de Hermas es una obra cristiana del siglo II que no forma parte del canon
neotestamentario y que gozó de una gran autoridad durante los siglos II y III. Tertuliano e Ireneo de
Lyon lo citan como «Escritura», el Codex Sinaiticus lo vincula al Nuevo Testamento y en el Codex
Claromontanus figura entre los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo. La primera versión de la
obra fue escrita en griego, y de ella no se ha conservado el texto completo, pero inmediatamente fue
traducida al latín quizás por su propio autor, Hermas de Roma (para más información véase: Philippe
Henne, L'unité du Pasteur d'Hermas. Tradition et redaction, París 1992).
[325]
Pastor de Hermas. Mandamientos 11.
[326]
El fragmento de Cuadrato es una cita consignada en la Historia Eclesiástica de Eusebio de
Cesarea,1 en el libro IV, Capítulo 3, párrafo 2.
[327]
Eusebio de Cesarea (c. 263-30 de mayo de 339, probablemente en Cesarea de Palestina), también
conocido como Eusebius Pamphili (Eusebio Panfilio, o literalmente, ‘Eusebio, amigo de Pánfilo’) fue
obispo de Cesarea, exégeta y se le conoce como el padre de la historia de la Iglesia porque sus escritos
están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo.
[328]
Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III.37.1
[329]
Eusebio Hierónimo1 (Estridón, Dalmacia, c. 340 - Belén, 30 de septiembre de 420), conocido
comúnmente como san Jerónimo, pero también como Jerónimo de Estridón o, simplemente, Jerónimo,
tradujo la Biblia del griego y del hebreo al latín por encargo del papa Dámaso I. La traducción al latín
de la Biblia hecha por san Jerónimo, llamada la Vulgata (de vulgata editio, 'edición para el pueblo') y
publicada en el siglo IV de la era cristiana, fue declarada en 1546, durante el Concilio de Trento, la
versión auténtica y oficial de la Biblia para la Iglesia católica latina, hasta la promulgación de la Nova
Vulgata, en 1979 (véase: Pierre Maraval, Petite vie de Saint Jérôme, París, Éditions Desclée de
Brouwer, 1995, 37).
[330]
San Jerónimo – de su libro: De Viris Illustribus (Sobre los Hombres Ilustres) Capítulo 19.
[331]
Ireneo de Lyon, conocido como san Ireneo (Esmirna, Asia Menor, c. 140 - Lyon, c. 202), fue
obispo de la ciudad de Lyon desde 189. Es considerado como el más importante adversario del
gnosticismo del siglo II. Su obra principal es Contra las herejías.
[332]
Ireneo de Lyon: Adversas Haereses – Libro V 6.1
[333]
Ireneo de Lyon – Adversas Haereses – Libro II 32.3,4,5
[334]
Ireneo de Lyon – Contra los Herejes – Libro I. 13,3 – 13,4.
[335]
Quinto Septimio Florente Tertuliano (c. 160-c. 220) fue un padre de la Iglesia y un prolífico
escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III. Nació, vivió y murió en
Cartago, en el actual Túnez, y ejerció una gran influencia en la Cristiandad occidental de la época.
[336]
Tertuliano, El Apologético – XXXVII
[337]
Justino Mártir (Neapolis, Siria, ca. 100/114 - Roma, 162/168) también conocido como Justino el
Filósofo fue uno de los primeros apologistas griegos que escribieron en defensa del cristianismo.
Inicialmente filósofo pagano, tras su conversión abrió escuela en Roma y tendió puentes con el
judaísmo y el paganismo, con el objetivo de propagar la idea de que el Cristo era la encarnación del
Logos. Su actividad en defensa del cristianismo llamó la atención del prefecto Quinto Junio Rústico,
que lo condenó a muerte junto a otros compañeros por negarse a realizar sacrificios ante los dioses
romanos. Si bien la mayoría de sus obras se han perdido, los ejemplares existentes testimonian el
desarrollo de la praxis y doctrina cristiana durante el siglo II. Su Apología, dirigida a los césares, y su
Diálogo con el rabino Trifón discuten la legalidad y racionalidad del cristianismo, la interpretación del
Antiguo Testamento, la naturaleza de Dios a la luz de la fe y de la filosofía, el sacrificio de animales
como ofrenda a Dios, y muchos otros temas.
[338]
Justino Mártir, diálogo con Trifón 82.
[339]
Justino Mártir diálogo con Trifón, 88.1.
[340]
Taciano o Taciano el Sirio (h. 120-h. 180) fue un escritor cristiano del siglo II, discípulo de san
Justino y fundador del encratismo. Su vida y su doctrina se conocen a través de menciones de autores
posteriores como Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría y Eusebio de Cesarea, que le denuncian
como discípulo del gnóstico Marción y fundador o inspirador del encratismo. A pesar de la mala
consideración de estos autores, se le tiene por uno de los apologetas griegos por ser autor de una
apología del cristianismo: el Discurso contra los griegos, que ha llegado íntegra a nosotros (véase:
Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica IV,29; así como la obra de Daniel Ruiz Bueno (1954). Padres
apologetas griegos. Biblioteca de Autores Cristianos.).
[341]
Taciano, Discurso a los Griegos, 13.
[342]
Orígenes de Alejandrían (c. 184-c. 253), también conocido como Orígenes Adamantius, fue un
erudito, asceta y teólogo cristiano primitivo que nació y pasó la primera mitad de su carrera en
Alejandría. Fue un escritor prolífico que escribió aproximadamente 2000 tratados sobre múltiples ramas
de la teología, incluyendo crítica textual, exégesis bíblica y hermenéutica bíblica, homilética y
espiritualidad. Fue una de las figuras más influyentes en la teología, la apologética y el ascetismo
cristianos primitivos. Él ha sido descrito como «el genio más grande que la Iglesia primitiva haya
producido» (véase: Trigg, Joseph Wilson (1983), Origen: The Bible and Philosophy in the Third-
Century Church, Atlanta, Georgia: John Knox Press).
[343]
Orígenes, Contra Celso, 1.46
[344]
Tascio Cecilio Cipriano (c. 200 - 14 de septiembre de 258) fue un clérigo y escritor romano,
obispo de Cartago (249-58), santo y mártir de la Iglesia. Autor importante del Cristianismo primitivo de
ascendencia bereber, muchas de cuyas obras en latín se han conservado. Nació alrededor de principios
del siglo III en África del Norte, quizás en Cartago, donde recibió una educación clásica. Poco después
de convertirse al cristianismo, se convirtió en obispo en 249. Una figura controvertida en vida, sus
fuertes habilidades pastorales, su firme conducta durante la herejía novaciana y el brote de la plaga, y
martirio en Cartago reivindicaron su reputación y demostraron su santidad a los ojos de la Iglesia. Su
hábil retórica latina le llevó a ser considerado como el escritor latino más destacado de la Cristiandad
occidental hasta Jerónimo y Agustín de Hipona. La peste cipriana recibe su nombre de él, debido a su
descripción de ella.
[345]
Cipriano, Carta 57 a Cornelio.
[346]
Novaciano (Frigia, 210- 258) fue un sacerdote, teólogo y primer escritor de la iglesia occidental en
utilizar el latín y antipapa en la época del papa Cornelio desde 251 hasta 258,2 fecha de su muerte.
[347]
Novaciano, Tratado sobre la trinidad, 29.
[348]
Hilario de Poitiers fue un obispo, escritor, Padre y Doctor de la Iglesia nacido a principios de siglo
IV, hacia 315, en Poitiers (Francia) y fallecido en esta misma ciudad en 367. Es referido en ocasiones
como el «martillo de los arrianos» (en latín, Malleus Arianorum) y como el «Atanasio de Occidente»
(véase: Enrique Moliné, Los Padres de la Iglesia. Una guía introductoria, Ediciones Palabra, Madrid
19953, ISBN 84-8239-018-X, pág. 479).
[349]
Hilario de Poitiers, Sobre Mateo, 8.30 (Para más información sobre su vida y escritos véase:
Henry Bettenson. The Later Christian Fathers OUP (1970), p.4.
[350]
Cirilo de Jerusalén, Lecciones catequéticas, 16.12.
[351]
Agustín de Hipona, Del Génesis a la letra. Libro XII. 19.41.
[352]
Agustín, La Devastación de Roma. VI. 7. BAC.
[353]
Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, Libro XXII – Contra los Paganos, Capítulo VIII.
[354]
Agustín de Hipona, La Ciudad De Dios, Libro XXII – Contra los Paganos, Capítulo VIII. 20.
[355]
Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G., eds. Diccionario de los Santos, volumen I. Madrid: San
Pablo. pp. 227-233.
[356]
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[357]
Ibid.
[358]
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