Memento Mori: Julio Rocco y la persistencia de la memoria
Memento Mori: Julio Rocco y la persistencia de la memoria
Recordar a los muertos es un acto profundo de humanidad, un gesto que revela nuestra condición
existencial en este tránsito por el mundo. Pero tiene aún más mérito recordar con amor a quienes los honraron: a
quienes erigieron memoriales no para fijar el pasado, sino para tender un puente entre quienes partieron y
quienes aún habitamos el lado de los vivos.
Este artículo intenta repasar la vida y el legado de Julio Rocco desde su papel en la gestión y valoración de los
cementerios patrimoniales. Figura clave en la defensa del patrimonio funerario sanducero, impulsor de
proyectos, educador silencioso y sembrador de memoria, su legado persiste entre nosotros. Sus acciones,
seguramente, tendrán eco en el tiempo.
Un encuentro especial
Lo conocí entre 2007 y 2008, durante una visita al Monumento a Perpetuidad. En ese momento dábamos
nuestros primeros pasos en gestión educativa, con las recordadas cacerías de símbolos (una forma didáctica de
acercar a los estudiantes al mundo de las representaciones simbólicas y sus aspectos connotativos). Desde
entonces, su acompañamiento fue tan constante como generoso.
Gracias a su guía y liderazgo, fue posible concretar la publicación del trabajo ¿De qué nos están hablando los
símbolos del Cementerio Viejo?, una investigación iconográfica sobre los memoriales del Monumento a
Perpetuidad, realizada por quienes en ese entonces ejercíamos como guías: Enrique Moreno, Silvia Pérez y quien
escribe. Rocco no solo creyó en ese trabajo: también lo revisó con rigor, aportó correcciones, comentarios y
cuidados editoriales.
Julio Rocco participando del
XI Encuentro
Iberoamericano Paysandú
2010
y del Primer Binacional
Argentina - Uruguay
Gualeguaychú 2016
“El respeto de la gente por sus leyes y su tierra, se puede medir con precisión matemática por la
forma en que esta se ocupa de sus muertos.”
Ese principio fue su brújula y su horizonte. Para Rocco, los cementerios no eran lugares de abandono,
sino espacios sagrados de ciudadanía. Su pasión no era solo con las piedras, sino con lo que ellas guardaban de
historia, dignidad, silencio y pertenencia.
En octubre de ese mismo año, volvió a demostrar que su compromiso era también estratégico. Paysandú
soñaba con ser sede del XI Encuentro Iberoamericano de Cementerios Patrimoniales, pero para ello era
necesario postularse en el X Encuentro, que se realizaría en Medellín, Colombia.
Gracias a la gestión de Amigos del Museo y al apoyo decisivo de la empresa Azucarlito, se logró financiar una
delegación uruguaya para representar a Paysandú y formalizar su candidatura.
En Medellín, Julio Rocco —junto a Ana López por Amigos del Museo, Enrique Moreno y quien escribe—
representó a la Red Uruguaya de Cementerios Patrimoniales. Allí presentamos una exposición de motivos que
sorprendió por su enfoque: mientras predominaban abordajes arquitectónicos, antropológicos o turísticos, la
delegación sanducera introdujo un argumento novedoso y profundamente transformador: la dimensión
pedagógica de los cementerios patrimoniales.
Fue una irrupción conceptual que abrió nuevas formas de pensar el vínculo entre patrimonio, educación y
comunidad.
En 2010, un año después de ese viaje, Paysandú se convirtió oficialmente en sede del XI Encuentro
Iberoamericano. Fue la primera vez que Uruguay acogía este prestigioso evento internacional. Y fue posible
—en gran parte— por la tenacidad, diplomacia y constancia de Julio Rocco y de los integrantes de Amigos del
Museo.
El Encuentro reunió a especialistas, artistas, investigadores y gestores culturales de toda Iberoamérica. Durante
varios días, el Monumento a Perpetuidad se transformó en epicentro de debates, recorridos y exposiciones que
atravesaron el arte, la antropología, la arquitectura, la historia y —como no podía ser de otro modo— la
dimensión educativa.
No solo visibilizó el trabajo local ante una comunidad internacional: consolidó a Paysandú como referente en la
Del memento mori al memento amori
Con los años, Julio no se detuvo. Lejos de conformarse con lo logrado, abrió nuevos caminos, afinando
aún más su mirada sobre el territorio y sus huellas. Uno de sus últimos impulsos fue la reivindicación de los
cementerios rurales: esos humildes memoriales dispersos por el interior profundo, muchas veces olvidados o
reducidos a su mínima función.
Para Julio, esos espacios no eran “menores”. En ellos residía una densidad simbólica esencial, una expresión
viva de comunidades que, aunque pequeñas o silenciadas, también merecían ser escuchadas, preservadas,
comprendidas.
Sabía que el patrimonio no es tal si deja fuera a los márgenes, si se construye solo desde la monumentalidad. Por
eso comenzó a impulsar su reconocimiento, a tejer redes con actores locales y a defender la dignidad de lo
olvidado.
Lo recuerdo especialmente en una visita al cementerio rural de Queguay Chico, junto a estudiantes de la Escuela
N.º 81, con el acompañamiento de la investigadora Ana María Pereira Henderson. Julio nos trasladó, como tantas
veces, en su camioneta, convencido del valor del trabajo de ese grupo escolar: una labor silenciosa y
comprometida de preservación de los memoriales rurales, una forma de cuidar el alma de su comunidad.
Nos recibió el silencio del descampado y las lápidas humildes, cuidadas con respeto por niñas y niños que
comprendían —sin necesidad de teorías— el valor de la memoria. Julio caminaba entre ellos con una sonrisa
honda, orgulloso, emocionado, sabiendo que aquello era más importante que cualquier simposio: la memoria
como experiencia compartida, como acto educativo, como vínculo entre generaciones.
Julio Rocco no buscaba reconocimientos. Pero deja, sin proponérselo, un legado que excede su figura. Está en
los trabajos que ayudó a nacer, en los proyectos que sostuvo cuando apenas eran ideas, en las puertas que abrió y
en las manos que tendió sin pedir nada a cambio.
Está, sobre todo, en las personas: en quienes lo conocimos, en quienes aprendimos de su ejemplo.
Su manera de entender el patrimonio no era técnica, aunque tenía rigor; no era romántica, aunque había emoción.
Era, sobre todo, profundamente humana. Sabía que conservar no es coleccionar, sino cuidar. Y que cuidar no es
custodiar, sino compartir.
Recordarlo hoy no es solo rendirle homenaje. Es dar continuidad a su forma de mirar el mundo, a su respeto por
lo mínimo, a su fe en la educación como puente entre los vivos y los muertos, entre el pasado y el porvenir.
En tiempos donde la prisa arrasa con la memoria, Julio nos enseñó a detenernos. A escuchar. A permanecer.
Porque hay personas que, cuando se van, no dejan un vacío. Dejan una tarea.
Alejandro Mesa
Julio Rocco en guiada que tanto le
apasionaba por el
Cementerio Nuevo de Paysandú
2018