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Alexandra Tapia - El susurro de la Luna - SOBRENATURAL

NOVELA ROMANTICA

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Alexandra Tapia - El susurro de la Luna - SOBRENATURAL

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Alexandra Tapia

El susurro de
la Luna
Círculo rojo – Novela
www.editorialcirculorojo.com
Primera edición: diciembre 2012

© Derechos de edición reservados.


Editorial Círculo Rojo.
www.editorialcirculorojo.com
[email protected]
Colección Novela

© Alexandra Tapia Casañ


www.alexandratapia.com
http://www.facebook.com/alexandrat
@alexandratapiac

Edición: Editorial Círculo Rojo.


Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Fotografía de cubierta: © Fotolia.es
Cubiertas y diseño de portada: ©
Luis Muñoz García.

Impresión: PUBLIDISA.
ISBN: 978-84-9030-601-7
ISBN eBOOK: 978-84-9030-663-5
DEPÓSITO LEGAL: AL 1120-2012

Ninguna parte de esta publicación,


incluido el diseño de cubierta,
puede ser reproducida, almacenada
o transmitida en manera alguna y
por ningún medio, ya sea
electrónico, químico, mecánico,
óptico, de grabación, en Internet o
de fotocopia, sin permiso previo del
editor o del autor. Todos los
derechos reservados. Editorial
Círculo Rojo no tiene por qué estar
de acuerdo con las opiniones del
autor o con el texto de la
publicación, recordando siempre
que la obra que tiene en sus manos
puede ser una novela de ficción o
un ensayo en el que el autor haga
valoraciones personales y
subjetivas.

IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN


EUROPEA
A José Miguel, porque siempre me
animas a lograr mis sueños.
ÍNDICE

CAPÍTULO 1
DESDE AQUEL DÍA, YA NADA
SERÍA IGUAL
CAPÍTULO 2
LA PLAYA DE JUVENTUD
CAPÍTULO 3
LA TRANSICIÓN
CAPÍTULO 4
MI NUEVA VIDA
CAPÍTULO 5
NUEVA YORK
CAPÍTULO 6
LIAM
CAPÍTULO 7
AQUELLAS MARCAS EN MI PIEL
CAPÍTULO 8
LA NOCHE DE LOS SECRETOS
CAPÍTULO 9
EL DÍA EN QUE TODO SE
CONVIRTIÓ EN OSCURIDAD
CAPÍTULO 10
ABRIL
CAPÍTULO 11
LA TIERRA DE LOS INMORTALES
CAPÍTULO 12
MI HOGAR
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1

DESDE AQUEL DÍA YA

NADA SERÍA IGUAL


Algunas veces la vida duele,
los sueños se desvanecen, el
silencio lo envuelve todo y la
soledad endurece las vidas.
Cuántas veces había oído
hablar de la tristeza, del vacío
inmenso que produce la pérdida
de un ser amado. Ella misma
había perdido antes a otros
seres que marcaron su vida,
pero nunca hasta esa tarde lo
había sentido con tanto dolor,
con un dolor profundo que le
robaba la respiración. Aliva se
sentía muy sola. Ángel se había
ido, la había dejado por
primera vez en treinta y siete
años. Y ahora ella se sentía
demasiado cansada. Sólo tenía
fuerzas para llorar. Pensaba
que estaba en la recta final de
su vida y ahora no podía seguir.
Ángel siempre había estado allí
para ayudarla a remontar en
los momentos difíciles, siempre
fue su escudo, su refuerzo y su
apoyo. Todos pensaban que
Aliva era fuerte, que podía con
todo lo que la vida le pusiera
delante. Pero ahora se sentía
abatida. Esta batalla le había
dejado una herida demasiado
grande y profunda.
Cerró los ojos intentando
recuperar el recuerdo del rostro
de Ángel en su mente, pero la
imagen nítida de antaño se
tornaba oscura y lejana y sus
ojos ya no estaban allí para
acunar su llanto. En su dolor,
Aliva gritaba en silencio
“mírame, dame fuerzas con la
luz de tu mirada para seguir
sola el camino”. Pero sus ojos
se cerraban, su rostro le daba
la espalda y sus pasos lo
alejaban de ella con lentitud y
sin detenerse.
Aliva siempre quiso vivir
eternamente, de hecho siempre
pensó que ella podría vivir con
plenitud la inmortalidad. Amaba
la vida, la amaba tanto que no
caben palabras para describir
este amor. Sin embargo, ahora
el sentimiento de soledad y de
hastío parecía superar a ese
amor por la vida. El caminar
descalzo del silencio atravesaba
las barreras de su ser. Ella
sabía que amaba a Ángel, pero
nunca pudo imaginar que le
amara tanto. Él era una parte
de su propio ser, era su fuerza
y su aliento, su esperanza y sus
sueños. Ángel era el perfume
que impregnaba toda su vida,
el aire cálido que le tendía una
mano para remontar el vuelo
en las tardes oscuras de
invierno y también la melodía
que envolvía el amanecer del
amor. Era ese color intenso que
iluminaba sus ilusiones y, por
encima de todo, era la caricia
aterciopelada que acompañaba
los momentos de amor y el
sabor suave de unos labios que
aún ardían al contacto con los
suyos.
Pasado un rato, levantó la
mirada y observó que, inmersa
en su dolor, no se había dado
cuenta de que ya todos sus
familiares y amigos se habían
ido, tras despedir
definitivamente a Ángel. Estaba
en su casa, sola con Samuel y
Sara, sus hijos. Sara estaba
rota de tristeza, adoraba a su
padre.
Samuel era el pequeño,
siempre admiró a Ángel.
Cuántos recuerdos, cuánto les
había enseñado, cuánto les
había dado en todos los años
de su vida. Iba a ser muy difícil
seguir sin él, pero Samuel sabía
que saldría adelante. Hacía tres
años que había formado su
propia familia y tenía grandes
proyectos e ilusiones que
cumplir con ellos. Igualmente,
sabía que Sara podría superar
el dolor por la muerte de un
padre tan amado, porque tenía
una vida intensa y llena de
retos. Pero, él miraba a su
madre y pensaba cómo podría
ayudarla a seguir sola. Los ojos
de Aliva estaban empapados de
dolor y soledad, de un vacío
profundo que él no sabía cómo
llenar. Samuel era inteligente y
cariñoso como su padre, pero
ahora no tenía palabras, sólo
podía mirar a su madre y sentir
la impotencia que da la
tristeza.
Al morir, Ángel todavía se
veía como un hombre joven,
lleno de vitalidad, que seguía
teniendo muchas cosas por
hacer y muchas ilusiones que
compartía con Samuel. Quería
seguir aprendiendo. Era un
hombre sano, que podría haber
llenado sus vidas durante
mucho tiempo más, de no
haber sido por la fatal suerte
del destino que hizo que
estuviera en aquella librería,
buscando la novela que Aliva le
había pedido, cuando estalló la
maldita bomba.
— ¿Por qué? —se preguntaba
Samuel— ¿Cómo alguien puede
ser tan cruel? ¿cómo alguien
puede albergar tanto odio y
fanatismo para matar de forma
indiscriminada y sin piedad a
seres tan llenos de vida, con
una vida tan rebosante de
sabiduría y bondad como mi
padre? ¿Nunca pensaron que
ese ser inmenso que era mi
padre podría querer seguir
viviendo para seguir amando y
soñando? ¿Por qué la vida nos
ha dado este duro golpe a
nosotros? —eran las preguntas
que invadían sus pensamientos.
Y miraba a su madre y sentía
que un puñal le cortaba el
aliento. Aliva, que siempre fue
una mujer que embaucaba con
su mirada y su sonrisa, en estos
días había envejecido de forma
repentina, ya no tenía ese
destello de luz en sus palabras,
ya ni siquiera tenía voz. Estaba
perdida en el silencio de la
oscuridad, sin rumbo y como sin
vida, porque su vida era él.
Samuel no sabía qué habían
ganado esos asesinos con su
hazaña, pero sabía cuánto
habían perdido ellos aquella
tarde.
— Mamá, él siempre estará
contigo —dijo Samuel entre
lágrimas alimentadas por el
dolor, la amargura y la rabia.
Aliva le miró y le envolvió en
un doloroso abrazo. Quiso
devolverle una sonrisa que
hubiese dolido menos a su hijo,
pero sus labios no podían
transmitir más que tristeza.
Pasaron unos minutos eternos
hasta que Aliva encontró las
fuerzas para hablarle a su hijo.
— El vacío que tengo en mi
corazón es tan grande, que no
soy capaz de imaginar cómo va
a ser mi vida a partir de hoy, ni
siquiera soy capaz de sentir
rencor hacia esos hombres —
dijo sinceramente y mirando a
Samuel a los ojos con un
diminuto hilo de voz quebrada
por la tristeza.
A continuación, bajó la
mirada perdiéndose en algún
abismo desconocido. Samuel sí
que sentía rencor y apretó los
labios porque sabía que ahora
no era el momento de decir
nada más. Simplemente,
abrazó a su madre en silencio.
Sara se acercó con los ojos
llenos de lágrimas, aunque
intentando transmitir esa
seguridad que la caracterizaba
y que había heredado de su
padre. Iba a quedarse unos
días con su madre, porque
ambas necesitaban sentir la
calidez de aquel que fue un
hogar feliz durante tantos años.
Sin embargo, sabía que iba a
ser muy duro ver cómo su
madre amanecía sin Ángel en
los días siguientes y cómo hacía
frente a la vida sin él.
La semana anterior a la
bomba Sara había estado
hablando con su padre porque
tenía una oferta de trabajo
arriesgada y muy retadora para
alguien como ella, que había
heredado el espíritu incansable
de Ángel. La oferta era
realmente interesante, pero
tenía que trasladarse a vivir a
otro país donde empezar de
cero y esto la asustaba, al
tiempo que la atraía, porque
intuía que podía ser la puerta
para encontrar su camino en la
vida. A su padre se le partió el
corazón al pensar que su niña
estaría tan lejos de ellos si
aceptaba la oferta, pero sabía
que tenía que animarla a
aceptar porque ella tenía que
vivir su propia vida. Tras la
conversación con su padre,
Sara se armó con la fuerza y la
seguridad que necesitaba y
aceptó el nuevo trabajo
inmediatamente. Tenía que
viajar a su nuevo destino en
tan sólo quince días. Pero,
cómo habían cambiado las
cosas en unas horas por el
capricho del destino, o más
bien la locura de unos
fanáticos.
Sara levantó la mirada y vio
la foto que su madre tenía en el
salón, en la que estaba ella con
tan sólo cinco años de la mano
de su padre, en la orilla de
aquella playa que tanto
añoraba y donde vivió
momentos que marcaron su
infancia y su vida entera. Y
comenzó a pensar dónde
estaría su padre ahora.
Recordaba aquel día en la
playa. Qué segura se sentía de
la mano de su padre, esa mano
fuerte y tan llena de cariño que
siempre estaba ahí para
hacerle saber que todo iba
bien, que nada era imposible si
ella lo deseaba con todas sus
fuerzas y que todo podía ser
alcanzable, siempre.
— Qué fuerte me has hecho
con tus palabras y tus
enseñanzas, cuánto me has
dado desde el mismo día en
que llegué a este mundo. No sé
si fui capaz de transmitirte mi
amor y mi admiración en los
años en los que la vida me
regaló tu presencia. Sólo
espero que allí donde estés
puedas sentir mi
agradecimiento por haber
tenido la suerte de que tú
fueses mi padre —pensó Sara
sin apartar la mirada de aquella
fotografía.
Mientras tanto oía el sollozo
de su madre, que abrazada a
su hermano trataba de
mantener la entereza. La miró
y se sintió culpable por haber
aceptado aquel trabajo. Ahora
su madre iba a necesitar a sus
hijos cerca, sus hijos que eran
una parte de Ángel, eran como
un pequeño trocito de su
amado que todavía seguía vivo.
Sara abrió la ventana,
necesitaba respirar el aire del
frío invierno, necesitaba
entender qué era lo que estaba
pasando, por qué la vida le
había puesto este terrible
escollo en el camino. No sabía
qué debía hacer ahora.
¿Seguiría adelante con su
nuevo proyecto de vida o se
mantendría junto a su madre
viviendo la vida que hacía sólo
unos días había decidido
abandonar? Sabía que si se
quedaba allí nunca podría
devolver a su madre lo que el
triste azar le acababa de
arrebatar, ella nunca podría
reemplazar el vacío que la
ausencia de Ángel iba a dejar
en el corazón de Aliva. Por otro
lado, su alma se desgarraba al
pensar que estaría siendo
egoísta si seguía adelante con
s u proyecto, y dejaba a su
madre ahora en el oscuro vuelo
de la soledad.
Suspiró.
— ¡Papá, si estuvieras aquí!
Tú sabrías qué decirme para
ayudarme a tomar esta
decisión —pensó mirando al
cielo.
Cerró la ventana y, al darse
la vuelta, vio el sillón donde
estaba sentado su padre
cuando la animó a aceptar la
oferta y recordó sus palabras.
— Sara —dijo Ángel con su
voz cálida, profunda y serena—,
mi corazón querría tenerte
siempre aquí como cuando eras
una niña, pero cada uno debe
vivir su vida —miró a Sara y
sonrió— Mamá y yo ya hemos
vivido la nuestra, ahora tú
puedes arriesgar, puedes elegir
y equivocarte o acertar, pero
debes hacerlo tú misma; eso te
hará madurar y te hará
saborear la dulzura del éxito y
la amargura del dolor. Pero
será tu vida, serán tus
vivencias, tus sentimientos y tu
existencia. Y eso es lo que te
hará grande como ser humano.
No puedes quedarte anclada en
la vida de otros, tienes que vivir
la tuya propia —le decía con
una enorme sabiduría.
Aquellas palabras no las
olvidaría nunca “No puedes
quedarte anclada en la vida de
otros, tienes que vivir la tuya
propia”. Había sido como una
premonición. Al recordarlas, le
habían vuelto a dar el ánimo y
la fuerza para tomar una
decisión tan trascendental, de
nuevo. Iba a seguir adelante
con su proyecto, con aquel reto
que tanto la ilusionaba, aunque
eso supusiera dejar a su madre
en un momento tan
desgarrador. Y Sara sabía que
su madre lo iba a entender,
sabía que su madre la iba a
ayudar en esta decisión que le
partía en dos el alma y la
ahogaba en una lluvia de dolor.
Pero también la llenaba de
ilusión, esa ilusión que tanto
necesitaba en su vida y ahora
más que nunca.
Comenzaba a caer la noche y
Aliva sentía que el sueño se
apoderaba del sufrimiento, miró
a sus hijos y les dijo que
necesitaba descansar. Samuel y
Sara abrazaron a su madre y
ella abandonó el salón para ir a
descansar a su cama, aquella
cama en la que había
compartido tantas cosas con
Ángel. Sara se quedó con ella
en casa y Samuel se despidió
para regresar a su hogar.
Al entrar en su dormitorio,
Aliva observó cómo la luz de la
Luna entraba por su ventana e
iluminaba de forma muy tenue
toda la habitación, pero lo
suficiente como para confirmar
que Ángel no estaba allí. Se
tumbó sobre la cama, cerró los
ojos y creyó oírle respirar a su
lado, sin embargo sus brazos
no la acunaron aquella noche.
Después, mientras miraba a la
eterna Luna, el sueño fue poco
a poco venciendo a sus
pensamientos, como un dulce
espejismo que la ayudó a
descansar.
Sobresaltada por una
pesadilla despertó, miró el reloj
de Ángel y vio que eran las
cuatro y diez de la madrugada.
Al mismo tiempo se dio cuenta
de que no se trataba de un mal
sueño, sino que era la realidad
más cruel. Sí, estaba sola,
Ángel no estaba allí; lo cierto
es que no estaría allí nunca
más. El silencio que acompaña
a la soledad lo llenaba todo y
todo lo destrozaba. Aliva
trataba de aferrarse a sus
recuerdos, quería rememorar
los momentos vividos junto a él
con la esperanza de recordar el
rostro de Ángel pero, qué
curioso, no conseguía ver sus
ojos, esa mirada que tanto
amaba se había desvanecido
para siempre y su mente le
jugaba una mala pasada, no la
dejaba reconstruir el rostro de
su amado.
Así fueron pasando las horas.
Después volvió a mirar el reloj,
eran las seis y media y Aliva ya
no podía seguir más tiempo allí.
Se levantó, fue al cuarto de
baño y se preparó para bajar a
desayunar. Como tantas otras
mañanas de invierno, le
gustaba preparar un café
caliente, la reconfortaba tras el
sueño. Mientras tomaba aquel
café, recordaba la mañana de
la bomba en la que Ángel le
contó la conversación que había
tenido con Sara. A Aliva se le
partió el corazón al pensar que
su niña se iría tan lejos. Amaba
a sus dos hijos por igual, pero
con Sara tenía una conexión
especial. Había sido una niña
tan deseada por ambos y se
parecía tanto a su padre, que
era una clara continuación de
aquel ser al que ella amaba
infinitamente. Cuando Sara
nació, Aliva apenas tenía
veinticinco años y toda la vida
por delante para cuidar de ella,
aunque siempre supo que un
día Sara emprendería el vuelo y
se iría lejos de su lado. Era
como su padre. Y Aliva sabía
que Sara le partiría un día el
alma, al decirle que se
marchaba para andar sola el
camino. Ese día había llegado y
Aliva no pudo contener su
llanto. Pero Ángel le hizo
entender que era el momento,
que su hija tenía que aceptar
aquel trabajo y que ellos
debían ayudarla y estar con ella
en la decisión, que no podían
ser egoístas, que con un hijo
hay que ser extremadamente
generoso desde el día en que
nace hasta el final, que Sara
tenía que vivir su propia vida y
ellos tenían que aceptarlo con
alegría, porque eso significaba
que ella iría alcanzando su
propia felicidad, incluso cuando
ellos ya no estuvieran allí para
ayudarla.
Una vez más, Ángel acunó su
llanto y la hizo comprender y
aceptar aquella decisión de su
hija, con agrado, a pesar de lo
que aquello significaba.
Mientras recordaba, Sara
entró en la cocina y dio los
buenos días a su madre que le
devolvió una mirada de cariño
en medio de la tristeza.
— Tú tampoco podías dormir,
¿verdad mamá?
Fue al frigorífico y cogió unas
naranjas para prepararse un
zumo. Mientras lo hacía,
pensaba cómo iba a decirle a
su madre que ella también la
iba a abandonar en tan sólo
unos días. Estaba segura de
que su padre ya le había
contado a su madre cuál era su
decisión, pero tenía que
decírselo ella misma y tenía
que hacerla entender que
mantenía esa decisión, incluso
ahora que tanto habían
cambiado las cosas.
Se sentó junto a su madre y
comenzó la conversación. Aliva
tomó su mano y la miró a los
ojos con ternura.
— Sara no sufras. Sé lo que
tienes que decirme y no sólo lo
entiendo, sino que quiero
animarte y ayudarte en este
momento tan crítico de tu vida.
Soy tu madre y no puedo hablar
desde el egoísmo, sino desde la
generosidad del gran amor que
siento por ti —se detuvo un
instante, mirándola a los ojos
con una leve sonrisa.
Sara respiró profundamente,
sin dejar de mirar a su madre.
Necesitaba escuchar lo que
Aliva le tenía que decir y no
quería perderse ni un detalle de
sus palabras, ni de cómo se lo
iba a expresar.
— Vas a emprender este
viaje, las dos lo sabemos. Yo
también he tomado muchas
decisiones en mi vida que
seguro dejaron amargas huellas
en otras personas, pero era mi
vida y tenía que vivirla por mí
misma. Lo hice en más de una
ocasión y hoy puedo decir que
he sido feliz —se detuvo un
segundo.
Tragó saliva y continuó con el
color de la tristeza
impregnando sus pupilas.
— Ahora la vida me ha dado
el más duro golpe que podía
esperar, pero también éste
tengo que vivirlo por mí misma
y salir adelante yo sola. No
puedo arrastrarte a ti en mi
tristeza. No por retenerte a mi
lado, yo iba a sentir una
tristeza menor. Al contrario, mi
dolor se agudizaría por no ver
tus sueños hechos realidad —
apretó la mano de Sara con
cariño, tratando de transmitirle
fuerza, aunque su voz no lo
consiguiera aquel día, pues se
resquebrajaba en cada palabra
que pronunciaban sus labios.
Se detuvo un segundo.
Probablemente para tomar
fuerzas y continuar.
— Sigue adelante con tu
decisión. Y si triunfas, que
estoy segura de que lo harás,
yo sentiré tu triunfo contigo y
mi corazón vibrará con el tuyo
cuando te vea feliz.
Se detuvo, un momento,
elevó su mirada al cielo, respiró
profundamente y continuó.
— No lo dudes, hija mía.
Ahora tienes que volar tú sola y
buscar el sendero que te llevará
a la felicidad que mereces.
Sara no pudo contener las
lágrimas, por la profunda
tristeza que sentía en su
corazón y por lo afortunada que
había sido al tener un padre y
una madre tan especiales como
los suyos. Era en estos
momentos de prueba, cuando
Sara se daba cuenta de lo
generosa que había sido con
ella la vida, permitiéndole
nacer en el seno de una familia
tan maravillosa como la suya.
Incluso en un momento tan
triste como el que estaba
viviendo se sentía agradecida.
Mientras hablaban, los
primeros rayos de sol habían
empezado a asomar por su
ventana. Hacía un día frío pero
muy soleado. Era uno de esos
días que tanto gustaban a
Ángel. En esos días, solía salir a
pasear con su perro, un pastor
alemán ya viejo pero que
conservaba la nobleza de
antaño y la admiración por sus
dueños. Aliva miró por la
ventana y vio a su perro,
tumbado, con la cabeza
apoyada en el suelo y con una
mirada triste. Estaba segura de
que él también sabía que Ángel
no iba a volver nunca más. Le
miró con ternura.
Se levantó de la mesa, limpió
la taza de café y le dijo a Sara
que iba a dar un paseo con
Ben. Sara se sorprendió porque
Aliva no solía salir con el perro,
ésta era una tarea que siempre
realizaba Ángel. Pero aquella
mañana era diferente. Sara
sabía que a partir de ahora ya
nada sería igual, sus vidas ya
nunca serían las mismas.
Aliva tomó su abrigo, sus
gafas de sol y salió al jardín. Se
agachó y acarició a Ben. Sara
vio que le susurraba algo al
oído y el perro se levantó,
cansado por los años y quizá
también por lo que Aliva le
acababa de confirmar en aquel
susurro. Ella le puso su correa y
ambos salieron a dar un paseo
por la montaña. Emprendieron
el camino en silencio. Los dos
sabían que estaban solos, que
se necesitaban el uno al otro,
que estaban viviendo la tristeza
por la pérdida de Ángel. Cada
uno a su manera y en su
mundo iban en silencio porque
estaban tratando de recordar la
imagen de aquel hombre
bueno. Su recuerdo les
impregnaba y cada paso que
daban les evocaba algo
especial de aquel increíble ser.
Cada rincón del camino lo
habían recorrido junto a él en
muchas ocasiones y, sin
embargo, ya nunca más lo
compartirían con él. Maldito
destino que hizo que Ángel
entrara en aquella librería
aquel día fatídico.
— Siempre decía que eras el
más noble de todos los
animales que había conocido. Y
hoy, realmente, lo he podido
comprobar. Sé que tú también
sientes su pérdida. Él era todo
para ti. Percibo tu soledad y tu
desaliento aunque no tengas
lágrimas para llorar su muerte,
ni palabras para expresar tu
dolor. Sé que hoy a ti también
la vida te duele —le acarició
con la misma ternura que
habría acariciado a un hijo y
ambos se miraron
intensamente a los ojos.
Pasaron así unos instantes.
Después, Aliva apretó las
manos y la mandíbula y
continuó.
— Él está en algún lugar. Tal
vez está en parte de este aire
que estamos respirando o en
esta tierra húmeda sobre la que
caminamos, quizá no esté tan
lejos, ¿verdad? —dijo tratando
de llenarse de vida.
Por unos momentos, Aliva se
quedó como bañada de una
sensación de esperanza que
llenaba de luz sus ojos, tan
abatidos hoy por el duro golpe
que había recibido.
— ¿Sabes Ben? —dijo
mientras le acariciaba con una
tierna sonrisa— Al final de
nuestras vidas somos aquello
que hemos sembrado y
recogemos aquello que hemos
dado. Tú siempre fuiste un ser
noble, a tu manera entregaste
lo mejor que tenías a quienes
amabas. No te dejaré solo.
Prometo acompañarte hasta el
final de tus días —siguió
acariciando su brillante pelo—.
Sólo te pido una cosa. Ayúdame
a recordar cada día lo
afortunada que fui por tener a
mi lado al ser más grande que
se cruzó en mi vida. No dejes
que me olvide nunca de eso y
recuérdame siempre que sea
agradecida con la vida por ello.
El animal cerró sus ojos como
asintiendo sus palabras. Ambos
se levantaron y reemprendieron
el camino a casa. Los dos
sabían que comenzaba una
nueva etapa en sus vidas, una
etapa que iban a compartir
hasta el final.
Al llegar a casa, Aliva se dio
cuenta de que había pasado
toda la mañana paseando con
Ben. Eran las dos menos cuarto
de la tarde. Qué extraño es el
concepto del tiempo. A veces
un minuto puede ser una
eternidad y otras una vida
entera se pierde en tan sólo un
segundo.
Entró en el salón y vio que
Sara se había quedado dormida
en el sofá con aquella
fotografía entre sus manos. Era
la fotografía de aquel día en la
playa, cuando era pequeña e
iba de la mano de su padre.
Cómo añoraba Aliva ese bello
lugar que la vio crecer y al que
tantas veces había vuelto con
su esposo y sus dos hijos. Era
como una bocanada de aire
fresco. Al llegar, siempre
respiraba profundamente y
sentía ese aroma de juventud.
Allí había vivido Aliva su
infancia y su adolescencia y
siempre le daba la seguridad
que ofrecen esos lugares donde
te has forjado como ser
humano.
Se fue a la cocina y mientras
preparaba algo para comer,
Sara que ya se había
despertado, entró para
ayudarla. Después, mientras
comían, hablaron de Ángel, de
muchos momentos vividos
junto a él. Era una forma de
seguir manteniendo vivo el
recuerdo.
Así, entre largas
conversaciones, recuerdos,
fotografías y lágrimas, pasaron
madre e hija los días siguientes
hasta que llegó la fecha en que
Sara tenía que marcharse. Hoy,
para Aliva se unían la felicidad
por saber que Sara iniciaba un
camino que tanto anhelaba y la
tristeza porque otro trocito de
su ser se desgarraba y se
separaba para caminar sin ella.
Sintió como si nuevamente le
cortaran el cordón umbilical que
las había unido. Siempre había
estado rodeada de los suyos y
ahora, en tan sólo unos días,
Ángel se había ido para
siempre y Sara estaba a punto
de marchar a un lugar tan
lejano que sólo iba a permitirle
verla una o dos veces al año,
como mucho. Y Samuel tenía su
propia familia, era feliz y
también debía seguir su
camino.
Se asomó a la ventana de su
habitación en mitad de la noche
y miró a Ben, estaba dormido
junto a la puerta velando por
ellas. Aquel viejo y noble
animal iba a ser su único
compañero en el futuro. Era
todo tan distinto que Aliva no
sabía hacia dónde dirigir ahora
su vida.
Se preparó para el duro trago
que le esperaba a la mañana
siguiente. El avión que llevaría
a Sara hacia ese destino
marcado en las estrellas salía a
las dos de la tarde. Aliva iba a
llevar a su hija al aeropuerto y
sabía que una parte de su
corazón iba a quedar herido de
nuevo.
Cuando llegó la hora, ayudó
a su hija a meter todo su
equipaje en el coche y se
dirigieron hacia el aeropuerto.
En el trayecto ninguna fue
capaz de emitir una sola
palabra. Aliva sentía cómo le
arrancaban una parte de lo que
más quería y le dolía el alma, le
dolía la vida de nuevo. Sara
miraba todos los lugares que
recorría el coche de su madre,
como queriendo grabarlos en su
mente para no olvidarlos
nunca.
Al llegar al aeropuerto,
ambas se dirigieron hacia el
mostrador de facturación. Les
atendió una azafata muy
amable que le dio un buen
asiento a Sara. Facturó sus
maletas y todavía tenía unos
minutos antes de entrar en la
sala de embarque.
— Cariño, trata de ser feliz —
le dijo Aliva a su hija,
mirándola a los ojos—. Cuando
decidí que quería tener un hijo,
siempre deseé que tuviese una
vida larga y feliz. Por favor,
hazlo —sonrió.
Tomó sus manos y continuó.
— Es lo único que siempre he
tratado de darte. Siempre he
intentado ofrecerte todas las
herramientas que te ayudasen
a encontrar tu propia felicidad
en la vida. Sé que lo harás.
Se abrazaron. Aliva contuvo
sus lágrimas y con un nudo en
la garganta esbozó una leve
sonrisa.
— Y no te olvides de mí, por
favor, cuando triunfes y seas
feliz —dijo mirándola a los ojos
—. Vive tu vida y vívela con
toda la intensidad que puedas,
es lo que te hará llegar al final
de tu camino con la felicidad de
haber aprovechado tu tiempo.
Se detuvo un instante.
— Te vas muy lejos, cariño, y
no sé cuánto tardaremos en
volver a vernos —ya no podía
ahogar más sus lágrimas—. Lo
siento, me prometí que no
lloraría pero no puedo.
Se abrazaron y ambas
derramaron esas lágrimas que
habían querido evitar, pero esto
les hizo bien. Pasados unos
minutos eternos, se miraron,
sonrieron entre sollozos y Sara
se fue hacia el control de
policía del aeropuerto. Aliva se
quedó mirándola, orgullosa de
su hija, pero sintiéndose
profundamente sola. La miró
hasta que desapareció su figura
entre los pasillos del
aeropuerto. Incluso pasaron
unos minutos después de que
Sara se marchase y hasta que
Aliva fue capaz de caminar
hacia su coche para regresar a
casa.
Fue la última vez que vio a su
hija. Aunque en aquellos
momentos no era consciente de
ello.
En el trayecto de regreso ya
no lloró. Como llevada por la
inercia, se dirigió hacia el lugar
donde había estallado la bomba
que le arrebató a Ángel y
aparcó el coche. Entró en un
restaurante nuevo que habían
abierto allí cerca, hacía poco
tiempo y en el que ella no
había estado antes. Había poca
gente ese día y la verdad es
que lo sintió como un lugar
tranquilo. Esto fue muy positivo
para ella porque necesitaba
sentirse calmada. Tomó un
delicioso almuerzo en este
restaurante donde la
atendieron de un modo
exquisito y la hicieron sentir
bien en su soledad.
Al salir, iba a entrar en su
coche para regresar a casa
pero, cuando estaba abriendo
la puerta, levantó la mirada y
decidió dar un paseo por las
calles de alrededor.
Mientras caminaba iba
sintiendo que del mismo modo
que allí, tras el estallido de la
potente bomba, sólo quedaban
las ruinas de los edificios y las
tiendas que durante tantos
años había conocido, tampoco
su vida tenía ya ningún sentido
en aquel lugar. Ya nada de lo
que formaba parte de su vida
anterior estaba allí. Nada tenía
sentido para ella. Ángel había
muerto.
Por primera vez, se dijo a sí
misma “Ángel ha muerto y no
va a volver nunca más”.
Por otro lado, Sara estaba
volando hacia un lugar muy
lejano a vivir su vida. Y un par
de años antes de la muerte de
Ángel, Samuel se había
trasladado a vivir a otra ciudad
con su familia y venía cada vez
menos a ver a sus padres.
Tenía muchos compromisos de
trabajo y poco a poco se había
ido distanciando de aquella
ciudad y de aquel hogar. Era
normal y Aliva lo comprendía,
también ella lo había hecho
hacía años cuando decidió
emprender una nueva vida con
Ángel.
Con todos estos
pensamientos irrumpiendo en
su mente, se sentó en un banco
de un parque al que solían ir los
fines de semana cuando los
niños eran pequeños y sintió
que estaba realmente sola.
Sentada en aquel parque vio
pasar a la gente, tantos y tan
distintos, con vidas
probablemente interesantes
unos y tal vez indiferentes
otros, pero todos compartiendo
una misma ciudad, la ciudad
que la vio formar una familia, la
misma ciudad que estaba
viendo cómo todo su mundo se
desmoronaba y no había
posibilidad de reconstruirlo
nuevamente.
Vio pasar a una pareja de
ancianos que paseaban cogidos
de la mano. Y pensó en lo dura
que estaba siendo ahora con
ella la vida, que le había
quitado ese sueño de envejecer
junto a su amado. Mientras una
lágrima paseaba por su mejilla,
imaginó cómo habría sido el
futuro si Ángel siguiese aquí. Se
imaginó bella junto al ser
amado y unidos por tantas
vivencias comunes.
Sí, es cierto, ella no era
capaz de imaginarse envejecida
por la vida. Se sentía
abandonada por todo, pero es
curioso que nunca pudo
imaginar su rostro ajado por los
años. Su espíritu seguía siendo
joven y eso le impedía pensar
en su vejez como la de
cualquier otro ser humano con
las huellas de los años
marcadas sobre el rostro.
Pensó en ese viaje a aquel
lugar perdido con Ángel que
podrían haber hecho pero que
ya nunca alcanzarían. Imaginó
cómo habrían sido las soleadas
tardes del frío invierno si Ángel
siguiera aquí. Alargó su mano
tratando de acariciar la imagen
que soñaba en su imaginación,
pero los rostros se alejaban y
no podía tocarlos. De repente,
en ese momento recordó el día
en que Ángel le dijo por
primera vez que la amaba. Eran
jóvenes y tenían todo un eterno
futuro por delante. Aliva se
sintió la chica más bella del
mundo al verse reflejada en los
ojos de él, que la miraba como
el que descubre la estrella que
tanto ha admirado desde la
infancia y ve que puede tocarla
y sentirla en su regazo. Los
ojos de él brillaban de emoción
y también de cierto nerviosismo
porque no tenía la certeza de
ser correspondido en este
mágico sentimiento. Sólo
quería mirarla y pensar que
estaría con ella hasta el final de
su vida. Ángel la hacía sentir
como la estrella más grande y
brillante del universo, le daba
seguridad y la hacía estremecer
con sus palabras, con su mirada
profunda y con la fuerza de sus
manos. Aquella noche de un
mes de abril nunca la olvidarían
ambos porque fue cuando se
prometieron la eternidad. Y sin
embargo, ahora Aliva estaba
sola. ¿Dónde estaba Ángel?
Seguro que estaría en algún
lugar desde donde pudiera
observarla y sentirse feliz
porque ella seguía amándole,
incluso en su ausencia.
Era invierno y los últimos
rayos de sol hacían enrojecer el
cielo muy temprano. Hacía frío
y el viento comenzaba a rozar
sus mejillas. Bajó la mirada y
encontró un pedazo de papel
que alguien habría arrancado
de una revista donde se
anunciaba algo, no importaba
qué, pero el anuncio decía
“Siempre hay una nueva
oportunidad, aprovéchala”. Lo
tomó entre sus manos y miró al
cielo.
— Sé que has sido tú Ángel.
Desde ese lugar desconocido
me sigues hablando —pensó y
sonrió.
Lo guardó en el bolsillo de su
abrigo y se marchó paseando
hacia su coche, tratando de
pensar cuál podría ser esa
oportunidad que la estaba
esperando en alguna parte.
Estaba segura de que habría
una nueva oportunidad para
ella, pero no acertaba a ver
cuándo o dónde la podría
encontrar. Con las manos en los
bolsillos y apretando aquel
papel entre sus dedos, se
dirigió hacia el lugar donde
había aparcado su coche, lo
puso en marcha, e
inconscientemente condujo
hasta su casa sin pensar en
nada más que en la que sería
su nueva oportunidad.
Al llegar a casa se sentó en
el sofá y puso un CD que le
había regalado su amiga María
por su cumpleaños. Era uno de
esos discos que te hacen soñar
y creer que existe un futuro que
puede hacerte feliz. Una de las
canciones hablaba de un lugar
donde no existe la tristeza, un
lugar donde el sonido de las
olas al romper impregna los
corazones rotos, donde el vuelo
de una gaviota te envuelve, el
perfume de un amor de
juventud te hace sonreír, el
tacto de la tierra húmeda te
transporta a una infancia feliz,
un lugar donde el presente es
siempre y el futuro es eterno,
donde un amanecer te llena de
luz y las noches se iluminan con
estrellas fugaces para que
puedas pedir todos los deseos
que te llevarán a la felicidad.
Qué belleza de canción. Le
hizo pensar que tal vez ese
lugar existiría, sólo había que
buscarlo y desearlo con todo el
corazón. Había que cerrar los
ojos y creer en ello. Había que
recuperar la esperanza que
alberga el corazón de un niño y
seguro que se podría encontrar.
En sus pensamientos Aliva
sonrió. Sonreía por primera vez
desde hacía muchos días.
Pensó que sí que había un
camino y que sólo tenía que
encontrarlo. Y ella era fuerte.
No se podía quedar anclada en
el dolor y en la soledad. Aquella
noche se fue contenta a la
cama, volvía a tener esperanza.
No sabía cómo iba a
reemprender el camino pero lo
haría. Durmió profundamente,
como hacía mucho tiempo. Por
fin, sintió que descansaba de
verdad. Y lo necesitaba.
Sin embargo, el viento era
cada vez más fuerte esa noche
y la tormenta invadió los
sueños de Aliva con su fuerte
sonido. De nuevo, la figura de
Ángel entró en uno de sus
sueños como si nunca se
hubiese marchado. En el monte
donde paseaban años atrás y
donde Ángel le enseñó todos
los nombres de las plantas del
lugar, apareció él sentado
sobre una roca. Era un día de
frío invierno y las gotas de
lluvia desdibujaban su rostro
cansado por la vida, aunque se
podía apreciar cómo un destello
de tristeza impregnaba sus
pupilas. Ángel la miraba como
quien mira a alguien a quien
ama, pero sabiendo que es la
última vez. Aliva extendió su
mano para agarrarse a él y que
nada les pudiese separar. En
ese momento, la imagen de
Ángel se iba desvaneciendo por
segundos y se iba alejando de
ella con una lágrima
recorriendo sus mejillas.
Intentó acercar a su amado,
pero fue inútil. Y en el instante
siguiente escuchó su voz.
— Vive Aliva, vive. Tu destino
es vivir para siempre. Nunca te
olvidaré. Vive.
Las lágrimas inundaron sus
ojos no dejándole ver el rostro
de Ángel que se alejaba
lentamente por el camino del
monte. Ella sólo podía sentir el
aroma de aquel lugar que tan
bien conocía y que cada día
recorría con Ben desde que
Ángel no estaba, pero no podía
ver ni tocar su rostro. De
repente, el fuerte sonido de la
tormenta en la noche la hizo
despertar. Abrió los ojos y
sintió por fin la paz que le daba
el haber podido despedirse de
s u esposo. Sabía que no había
sido un sueño, que él había
estado allí realmente para
decirle adiós.
Tomó la fotografía de Ángel
que tenía en su mesilla de
noche y la apretó contra su
pecho. Se levantó, miró a
través de la ventana y entre las
gotas de lluvia sintió que Ángel
se alejaba caminando hacia un
mundo lejano y desconocido
para ella. Sabía que era el final,
que tenía que empezar de
nuevo. Pero era difícil saber
hacia dónde ir y cómo retomar
el camino en soledad.
Miró a la inmensa Luna que
alumbraba la noche y sintió que
ésta le sonreía animándola a
tomar una decisión, aunque
Aliva no sabía cuál era
exactamente ese camino que
podía comenzar a recorrer en la
soledad de su nueva existencia.
CAPÍTULO 2

LA PLAYA DE JUVENTUD

Pasaron los fríos meses de


invierno, con sus largas noches
y sus breves momentos de luz y
llegó abril. El mes de abril
siempre había sido especial
para Aliva, para ella era como
el principio de todo. En abril fue
cuando Ángel le pidió compartir
el resto de su vida con él,
también en abril había nacido
ella.
Sus deseos de iniciar una
nueva vida y volver a empezar
con esperanzas todavía no se
habían cumplido. Necesitaba
renovarse pero no acertaba a
ponerle rumbo. Cuántas veces
miraba aquel papel que
encontró meses atrás con la
frase “Siempre hay una nueva
oportunidad, aprovéchala”,
cuántas veces hablaba con Ben
en sus largos paseos y le
contaba que iba a volver a
empezar, pero no había dado
ningún paso real, seguía
anclada en aquel rincón del
mundo, con el corazón dormido
y el alma abatida por el dolor
de la soledad y la desesperanza
de la tristeza.
Así llegó el día de su
cumpleaños, el 10 de abril.
Cada 10 de abril, desde hacía
tantos años que no podía
recordar cuándo comenzó,
Ángel la despertaba con un
beso y una rosa, la felicitaba y
le daba las gracias por seguir a
su lado y hacerle tan feliz. Pero
esta vez estaba sola. Abrió los
ojos para descubrir la verdad
de su soledad. Como una niña
inocente se levantó, fue
habitación por habitación,
buscando con la esperanza de
encontrar su rosa. No había
rosa, no había beso, no había
nada. Bajó a la cocina y se
preparó un café caliente
mientras escuchaba las
noticias. Después, salió a dar
un paseo con Ben.
Al atardecer sonó el timbre,
era un mensajero que traía una
rosa y una carta de Sara y
Samuel. Su corazón le dio un
vuelco. Sus hijos lo habían
preparado todo para que el
mensaje le llegara a su madre
en el día exacto y no le faltara
la añorada rosa. Era una carta
cargada de amor, buenos
deseos y ánimo para que su
madre reiniciara su vida. Sara y
Samuel le proponían hacer un
viaje a su ciudad de antaño, a
aquella playa en la que vivió su
infancia y en la que forjó su
juventud.
— ¿Y por qué no? —se dijo a
sí misma.
Era el lugar perfecto. Era
como aquel lugar de la canción
que tantas veces había
escuchado y que tanta
esperanza le transmitía. Se le
iluminaron los ojos y una de sus
eternas sonrisas se dibujó en su
rostro.
Se levantó para poner su
rosa en agua. Se sentía como la
niña que fue, cuando de pronto
sonó el teléfono. Era su hija
que llamaba para escuchar la
voz de su madre tras haber
recibido su regalo. Hablaron de
mil cosas. A Sara le iba muy
bien, estaba feliz en aquel
lugar.
Al colgar, sonó de nuevo el
teléfono. Era su hijo Samuel
que prometía ir a verla el
siguiente fin de semana para
celebrar su cumpleaños,
abrazarla y sentir el calor de su
sonrisa. Samuel estaba
viviendo una etapa profesional
muy complicada y sentirse
cerca de su madre, a la que
tanto adoraba, le ayudaría a
ver las cosas con mayor
claridad.
Ambas llamadas la hicieron
sentirse feliz de nuevo. Sus
hijos estaban ahí, con sus vidas
sí, pero estaban ahí y se
acordaban de un día tan
especial para su madre, habían
preparado aquel detalle tan
romántico para ella y la
añoraban.
Fue feliz.
Después de unos días, Aliva
organizó todo y se marchó a su
playa de la infancia. Allí tenía la
casa que había heredado de su
abuela paterna, no era muy
grande pero estaba ubicada en
un lugar especial, casi mágico
para ella. Estaba en una
pequeña montaña bañada por
el mar al fondo y cada mañana
veía el sol aparecer por el
horizonte iluminando con su luz
las tranquilas y cálidas aguas
de ese mar de juventud. Los
atardeceres en aquel lugar eran
muy especiales, el sol
iluminaba con sus tonos
anaranjados toda la parte de
atrás de la pequeña casa en el
silencio de aquel apartado y
enigmático lugar. Y las noches
de Luna llena eran su más
intenso recuerdo del pasado
vivido en esa tierra.
Era un cálido día del mes de
mayo, Aliva y Ben llegaron para
la puesta de sol. Se sentaron
en el pequeño jardín de la casa
y Aliva le contó cuántas tardes
se había sentado en aquel
mismo lugar para ver el
atardecer, siempre distinto y
siempre tan puro. Había puesto
aquel CD que le regaló su
amiga María y al escuchar la
canción que tanto le gustaba
sobre el lugar mágico, pensó
que había encontrado su
rumbo, que realmente allí
podría volver a ser feliz. Era el
regreso a su infancia, era algo
que la hacía sentir joven de
nuevo, renovada e ilusionada.
Siempre amó aquel lugar.
Quería impregnarse con la
pureza de aquel sitio, con la
fuerza que siempre le dio en su
juventud. No era un espejismo,
estaba allí de nuevo. Es cierto
que estaba sola pero no
importaba porque aquel lugar
era tan especial para ella que
incluso en su soledad podía
respirar vida de nuevo.
Una noche de Luna llena de
aquel mes de mayo salió al
jardín. Hacía un poco de frío
todavía, pero se cubrió con un
foulard y miró al cielo. Entre
recuerdos sintió el aroma de
a q u e l lugar que era tan
especial para ella, casi podía
recordar el tacto de aquella
arena suave y limpia donde
jugaba cuando era niña y
donde vio jugar tantas veces a
sus hijos cuando eran
pequeños. Miró a lo lejos y vio
el horizonte que formaba aquel
mar con la Luna, iluminándolo
todo y haciendo brillar sus
aguas. Era tarde y ya hacía frío,
pero en aquellos momentos
Aliva, entre sus sueños y
pensamientos, ilusiones y
recuerdos, sintió que era joven
y estaba en aquella playa en
una de tantas noches de
verano. Sin embargo, se sabía
sola, se sentía sola y todavía
sus pensamientos la llevaban al
oscuro sentimiento de la
esperanza perdida.
A la mañana siguiente, Aliva
salió a dar un paseo con Ben.
Bajaron a la playa. En mayo
había muy poca gente en aquel
lugar, tan sólo unos cuantos
pescadores en la orilla y algún
otro ser solitario como ella.
Dieron un largo y apacible
paseo. Al regresar se sentaron
sobre la arena, a Aliva le
gustaba mucho escuchar la
melodía de las olas al romper
sobre aquella orilla, disfrutar
del brillo de las aguas bajo los
rayos del sol y respirar el
húmedo aroma del mar. A Ben
también parecía gustarle el
nuevo destino. Ambos se
sintieron muy bien allí y
decidieron que ese camino
sería el que recorrerían en su
paseo diario a partir de ese
momento.
Cada mañana y durante todo
el mes, Aliva y Ben recorrieron
aquel paisaje y respiraron ese
dulce perfume de juventud.
Recién comenzado el mes de
junio, ya empezaba a llegar
más gente de la habitual a
aquel lugar. A Aliva le gustaba
que hubiese más gente porque
le recordaba a los años vividos
en esa playa, cuando estaba
acompañada de todos los suyos
y se sentía llena de vida.
Uno de los días, al regresar
de su largo paseo con Ben,
Aliva se sentó con su viejo
amigo sobre la arena de la
orilla para escuchar el sonido
de las olas y llenarse con el
brillo de las aguas bajo el
intenso sol de la mañana.
Absorta en sus pensamientos,
no se dio cuenta de que un
hombre se acercaba a ella por
la orilla, con una sonrisa y el
brillo del recuerdo en los ojos.
Al escucharle pronunciar su
nombre, Aliva regresó al
pre se nte , levantó la mirada
pero no le reconoció. El hombre
se dio cuenta de que Aliva no le
recordaba y esto pareció
entristecerle.
— Soy Martín —dijo.
¿Martín?, pensó Aliva. No se
lo podía creer, hacía tantos
años que no había vuelto a ver
a ese hombre. Martín era un
amigo suyo de la infancia. En
realidad, había sido su primer
amor. Aunque algo castigado
por los años, todavía
conservaba el porte que la
enamoró cuando tan solo era
una adolescente. Tenía los ojos
azules, unos ojos azules como
aquellas aguas, tan
transparentes que eran como
un cristal que permitía ver la
sinceridad de su corazón.
Seguía siendo un hombre de
complexión delgada pero se le
veía marcado por los años
vividos. Miraba a Aliva con la
misma ilusión y brillo con que la
solía mirar cuando eran
jóvenes. Martín era un hombre
de gesto serio, pero la alegría
por el reencuentro con Aliva
tantos años después despertó
en su rostro una bella sonrisa.
Cómo había cambiado, las
huellas del tiempo habían
marcado su rostro y sus manos.
Aliva le reconoció por su mirada
y por su voz grave. Qué curioso,
si cerraba los ojos y escuchaba
únicamente su voz, era como
volver a la juventud. Su voz
seguía siendo la misma, esa
voz tan especial que marcaba
su personalidad y que para ella
no había cambiado ni un ápice.
Aliva y Martín se conocieron
cuando eran dos niños que
empezaban a vivir la vida. Fue
una época que nunca olvidarían
a pesar de los años, porque era
la inocencia de la infancia y
después fue el despertar a la
juventud. Juntos descubrieron
sensaciones, juntos soñaron
con el horizonte por testigo y
pidieron deseos a una estrella
fugaz en las cálidas noches de
verano mientras iban entrando
en la adolescencia. Por aquella
época, eran una de esas
parejas de jóvenes que podían
haber vivido siempre juntos
porque, según sus amigos,
parecían estar hechos el uno
para el otro. Empezaron siendo
buenos amigos cuando eran
muy pequeños y a los quince
años Martín le declaró su amor
a Aliva, quien le confesó que
siempre le había correspondido.
A partir de ese momento, se
hicieron inseparables y
estuvieron juntos durante casi
dos años.
Martín amaba a Aliva desde
todos los rincones de su cuerpo
y de su ser, era ese tipo de
amor sin condición que
sentimos en los años de
adolescencia cuando nos
iniciamos en el caminar de la
vida. Sin embargo, Martín
nunca sintió que su relación
sería eterna. Siempre pensó
que Aliva y él no tenían escrito
el destino en la misma estrella.
De hecho, una vez le contó a su
amigo Pablo que quería vivir
cada momento con Aliva como
si fuese el último, porque en lo
más profundo de su alma sabía
que ella no era para él. Sabía
que Aliva algún día le dejaría y
emprendería un nuevo camino
lejos de él.
Y el tiempo le dio la razón a
Martín.
Él lo intuía y, a pesar de ello,
siguió amándola como si no
supiese que su historia tenía
escrito el final con la misma
tristeza con que las estrellas
mueren tras cada noche oscura.
Pasaron los años y Aliva hizo
su vida con Ángel pero siguió
recordando a Martín y lo que
había significado para ella en
su vida.
Aquel día de principios de
junio, ya sin Ángel, el destino le
volvía a poner a Martín ante sus
ojos y ella no le había
reconocido. Habían pasado
tantos años que había llegado a
olvidar su rostro, incluso casi
había olvidado sus
transparentes ojos azules, pero
su voz no. Siempre recordó esa
voz tan verdadera de Martín,
que tantas veces le susurró en
los años de adolescencia las
palabras más bellas que nunca
nadie le volvería a decir; ni
siquiera Ángel llegó a tratarla
como Martín, que la admiraba
como si fuese una princesa de
un reino del cristal.
Aliva miró a aquellos ojos
transparentes y sinceros de
Martín y le devolvió una de
esas sonrisas que la
caracterizaban, una de esas
sonrisas que llenaban todo con
su esplendor.
Se levantó y le abrazó.
— Cuántos años hace que no
nos habíamos vuelto a ver,
Martín —dijo Aliva con un
sentimiento de cariño que
penetró en el corazón cansado
de Martín, llenándolo como una
bocanada de aire fresco y
haciéndole revivir sentimientos
olvidados por el tiempo y el
dolor vividos.
Él le contó que se había
trasladado a vivir allí hacía muy
poco tiempo. Aliva no había
vuelto a saber mucho sobre él,
tan solo lo que le habían
contado sus amigas de la
infancia. Aliva supo que Martín
se había casado unos años
después de que ella tuviese a
su hija Sara. Sabía que había
tenido tres hijos con esa chica
que conoció después de que
acabase la historia de amor
entre ambos. Pero hacía años
que Aliva no iba a la casa de la
playa y había perdido el
contacto con toda aquella vida
y con aquellas gentes. No supo
nada de Martín durante muchos
años, hasta hoy.
Tras unos minutos de
conversación en la orilla, ambos
sintieron que el tiempo parecía
no haber pasado entre ellos, a
pesar de haber vivido una vida
entera cada uno por su lado y a
pesar de que ya casi no sabían
nada el uno del otro. Ambos
habían cambiado mucho, la
vida les había hecho diferentes,
pero los años vividos en el
momento del despertar a la
adolescencia y la juventud
marcaron su rumbo de una
forma que sólo puede ocurrir en
esos momentos del principio de
la vida. Eran ya prácticamente
dos desconocidos y sin
embargo, se sentían muy
próximos el uno del otro.
Ese día Aliva sintió que la
vida le estaba sonriendo de
nuevo, sabía que Martín iba a
volver a ser importante para
ella en esta nueva etapa.
Nunca supo cuánto daño hizo
a Martín el día en que le
confesó que le iba a abandonar
porque había encontrado el
amor verdadero. Ángel cambió
sus vidas hasta tal extremo que
Martín siempre pensó que con
Aliva habría sido un hombre
afortunado y que no habría
tenido que sufrir los duros
golpes que años más tarde
marcaron su cuerpo y su alma.
No habría tenido a sus tres
hijos, los hijos a los que tanto
amó, pero tal vez habría sido
feliz. Nunca más volvió a sentir
la felicidad verdadera en el
resto de los años que vivió lejos
de Aliva. Era un hombre tan
bueno que nunca pudo sentir
odio hacia Ángel, siempre
pensó que el único culpable de
su desgracia era él mismo, que
no había sido capaz de retener
junto a él al ser al que más
había amado en su vida. De
hecho, él siempre decía que la
suerte no nos llega por arte de
magia, sino que la conseguimos
nosotros con nuestros actos y
con nuestro trabajo, por eso
siempre supo que el error había
estado en él.
Pero hoy, tantos años
después el destino le volvía a
dar una nueva oportunidad de
estar más cerca de ella. Le
propuso a Aliva que se viesen
esa tarde para pasear por los
rincones de antaño, para hablar
de todo y de nada. A Aliva le
pareció una bonita idea y así lo
hicieron. Esa tarde, como dos
jóvenes que se están
conociendo por vez primera,
salieron juntos a dar un paseo
por aquel lugar de ensueño que
era mágico para ambos. Los
dos estaban nerviosos, como la
primera vez que salieron juntos
a dar un paseo cuando eran
sólo unos adolescentes de
quince años. Pero esta vez,
llevaban consigo la carga del
pasado y de las experiencias
vividas.
Aliva fue relatándole cómo
había sido su existencia,
cuántas y bonitas vivencias
acumulaba, cuántos sueños
había visto cumplidos.
Mientras hablaba a Martín de
su vida y de los intensos lazos
que la mantenían unida a los
seres a quienes más quería, se
iba sintiendo fuerte para hablar
de la experiencia más difícil por
la que estaba pasando. Hasta
ahora, después de varios
meses, nunca había hablado de
ello con nadie, no se había
sentido con el valor de
verbalizar todo aquello, ni
recordar los detalles de esos
días de dolor. Entre lágrimas,
Aliva le contó lo que le había
ocurrido a Ángel, cómo aquel
fatídico día unos locos le
arrebataron al ser a quien más
había amado y que más amor,
ternura, sabiduría y emociones
le había regalado.
Martín lloró con ella mientras
la escuchaba. Se sentía tan
unido a ella que podía abrigar
en su corazón la intensidad de
las huellas que esta experiencia
le había marcado en lo más
hondo de su ser a Aliva.
Sentados en aquel lugar,
como dos adolescentes, vieron
cómo iba desapareciendo el sol
entre las montañas,
enrojeciendo el cálido cielo y
llenándolo todo con la
intensidad de ese fuego que
adormece cada tarde en la
misteriosa tierra que les vio
crecer. Se hizo un silencio entre
ambos. Como
inconscientemente, los dos
fijaron su mirada en esa magia
del atardecer, sintiendo el
poder renovador que producía
en sus almas. Aliva recostó su
cabeza sobre el hombro de
Martín, quien sintió renacer al
contacto con la piel suave de
ella.
Casi sin darse cuenta la Luna
había vuelto, como cada noche
sí, pero ahora con una luz que
volvía a reflejar su sonrisa.
Después de tantos años y de
una vida tan bonita, ahora
sabía que le iba a gustar el
hecho de estar cerca de Martín;
era como sentir la fuerza de la
juventud, como volver a creer
en que podía seguir creciendo
como ser humano y que podía
acariciar la Luna con sus
manos.
Se levantaron y en silencio,
sintiendo la presencia el uno
del otro, iniciaron el camino de
regreso a casa. Martín la
acompañó y se despidió de ella
hasta el día siguiente con una
sonrisa que ella agradeció con
el brillo de sus ojos negros.
En el camino de regreso a
casa, Martín iba absorto en sus
dulces pensamientos con una
bonita sonrisa sobre su rostro
que reflejaba la sensación de
renovación y vida que sentía en
el interior de su corazón. Quería
estar cerca de Aliva.
Recordaba cómo habían
pasado los años y, tras los
duros golpes que el destino le
tenía preparados, después de
perder a sus tres hijos en un
imborrable accidente, su
esposa le había abandonado.
Después ella sufrió una terrible
enfermedad y murió. Durante
un largo periodo de su vida
sufrió mucho dolor por todo lo
ocurrido. Sin embargo, lejos de
derrotarle, todo esto le llevó a
buscar el auténtico sentido de
su vida y a conocerse a sí
mismo, a crecer en su interior
para alcanzar la luz de las
estrellas.
Llegó el día siguiente y
ambos se encontraron en la
orilla.
— Hola, creo que llego un
poco tarde. Ha sido increíble,
mira todo lo que he pescado
esta mañana —dijo Martín,
como un niño ilusionado con su
hazaña y jadeando por las
prisas con las que llegaba.
Aliva, que estaba sentada
leyendo un libro, levantó la
mirada con suavidad y con una
cálida sonrisa.
— No importa, la verdad es
que no sé qué hora es —
respondió ella con voz pausada,
mientras marcaba la página en
la que había detenido la lectura
del libro y observaba lo que
traía Martín—. ¡Pero, esto es
una maravilla, tiene un aspecto
delicioso! Te propongo que lo
preparemos en mi casa y
comamos juntos en mi jardín.
¿Lo recuerdas?, solías venir
cuando éramos unos niños.
— Claro que lo recuerdo.
— Por cierto, ¿cómo te
manejas con la barbacoa? Yo
preparo una mesa
preciosamente decorada, hago
unas ensaladas deliciosas, pero
el calor sofocante de la
barbacoa te lo reservo para ti
—dijo Aliva con una sonrisa
maliciosa.
— Me parece una gran idea
—respondió Martín.
— ¿De verdad?
— Bueno, lo cierto es que no,
pero qué puedo decir ante una
de tus típicas proposiciones,
tajantes e indiscutibles de
siempre —dijo él sonriendo y
encantado con la idea de pasar
tiempo con Aliva compartiendo
el trofeo de su día de pesca.
Subieron juntos por el
sendero hacia la casa de la
montaña. Ben los observaba
con sus ojos cansados y
probablemente sintiendo
también la frescura de sus risas
en el interior de su corazón.
Compartieron estos deliciosos
alimentos entre bromas y
carcajadas perfumadas de
juventud. Aliva se inclinó sobre
la mesa y le miró con sus
profundos ojos negros.
— ¿En qué piensas? —
preguntó con curiosidad y
dulzura.
— Estoy escuchando a mi
corazón —respondió Martín con
un cierto tono de misterio que
sorprendió a Aliva de un modo
inesperado y grato.
— ¿Y qué te dice tu corazón?
— susurró ella, intrigada.
— Me recuerda que soy un
hombre afortunado —dijo
Martín con satisfacción y con
una enorme dulzura en su voz.
Me gusta escuchar a mi
corazón, es algo que aprendí
hace un tiempo y que me
ayuda a vivir plenamente los
momentos de felicidad que me
regala la vida. Y que son
muchos más de los que nos
creemos.
Se detuvo observando a
Aliva.
— Sólo cuando escuchas a tu
corazón en silencio, sintiendo lo
que te susurra, es cuando
realmente vives con gratitud las
cosas bellas que, de otro modo,
pasarían por delante de tus
ojos sin que fueses capaz de
detener un segundo tu mirada
sobre ellas. Y no las
disfrutarías, claro —continuó.
A Aliva le gustaba escuchar
las cosas que decía. Realmente,
había cambiado con respecto al
joven que ella recordaba.
— Es cierto, Martín. Estamos
poco acostumbrados a escuchar
a nuestro corazón, solemos
dejarnos devorar por las
palabras negativas con las que
nos bombardea nuestra mente,
hasta el punto de cegarnos
ante la belleza de nuestras
vidas —respondió ella con un
tono pausado, que indicaba que
hablaba desde su interior—. Yo
también siento la felicidad de
estos momentos —dijo
perdiendo su mirada en el
horizonte por un segundo,
reencontrándose con su triste
realidad, para luego volver a
mirarle fijamente con sus
profundos ojos negros—. No
obstante, todavía siento dolor.
Me parece injusto, no entiendo
por qué a mí. Y hasta siento
que me enfado con la vida.
Añadió Aliva, tiñendo de
melancolía el tono de sus
palabras.
— Me pregunto tantas veces,
cada día, por qué tuvo que ir a
esa librería aquella tarde, por
qué tuvo que tocarle a él, a
nosotros, por qué no le
acompañé yo. Nos habríamos
ido juntos y no estaría aquí
ahora tan sola, tan destrozada
por dentro, esperando no sé
qué, buscando no sé qué y
sintiendo el desgarro de mi
alma y de toda mi vida —
exclamó Aliva, mientras se le
ahogaba la voz entre lágrimas y
se borraba el brillo de sus
mágicos ojos negros.
Las palabras de Aliva se
clavaron en el alma de Martín
al escucharla todavía unida tan
fuertemente a Ángel. Cerró los
ojos, respiró profundamente y
se levantó para besarle la
frente con un sentimiento de
amor dañado.
— Me siento muy cansado.
Perdóname, necesito irme a
casa. No te levantes, conozco el
camino —dijo indicándole con
el gesto de su mano que, por
favor, le dejase marchar.
Aliva se quedó en silencio,
dejándole ir. Se dio cuenta de
que la sinceridad de sus
palabras había herido a Martín
y eso dañaba su corazón. Ella
sabía que no le amaba, no
como él esperaba. Le quería,
era su amigo de la infancia. Y
además, ahora le necesitaba a
su lado. Le hubiera gustado
sentir hacia él un amor tan
puro, profundo y generoso
como el que percibía que él
sentía hacia ella. Sin embargo,
el corazón es irracional y sólo
siente cuando quiere sentir.
Miró a Ben, que había
despertado de su silencioso
sueño, cuando Martín abandonó
la casa.
— Querido Ben. No sé cómo,
pero sé que encontraré la
manera de volver a vivir —dijo
Aliva.
Se levantó de la silla, se
agachó para acariciarlo
mirándole a los ojos con un
inmenso cariño y
agradecimiento por su
presencia y su nobleza y él le
devolvió una mirada silenciosa
pero cargada de sentimiento.
Aliva respiró profundamente
mientras miraba a la luz de la
Luna y después se fue a su
habitación. El cansancio pudo
con la tristeza que pesaba
sobre sus ojos, de modo que
rápidamente cayó en un
profundo sueño.
A la mañana siguiente,
despertó con un nudo en su
garganta. Se sentía cansada y
abatida por el dolor que sabía
que sus palabras habían
causado en Martín. Cuando
salió al jardín, se sorprendió al
ver que Ben estaba quieto,
estaba igual que la noche
anterior cuando le dejó sumida
en su cansancio. Extrañada, se
acercó para ver qué le pasaba a
su querido amigo.
Le tocó y horrorizada
descubrió que Ben…, que aquel
viejo animal se había ido, había
muerto.
— ¡No! ¡No, no, no! Ben,
despierta. ¡Despierta! ¡No te
vayas! ¡Ben! Abre los ojos, Ben
—dijo Aliva mientras
zarandeaba al viejo animal en
un intento desesperado de
descubrir que su inmovilidad se
debía a que estaba
profundamente dormido y nada
más.
Sin embargo, ella sabía lo
que realmente había ocurrido.
Se quedó quieta, inmóvil
durante unos minutos, mirando
al horizonte desde el mirador
de la casa. El mar en calma de
aquella mañana le respondió
con el susurro del leve viento,
“se ha ido, Aliva. Déjale
descansar. No volverá. Te ha
dejado muchos momentos de
dulzura y compañía, recuérdale
con el cariño que merece, con
el cariño que siempre te dio. Ya
se ha ido. No volverá”.
Sentada en el suelo junto a
Ben, comprendió la verdad de
lo que estaba ocurriendo. Una
lágrima inició el camino sobre
su rostro dejándole un nuevo
vacío en su alma. Y tras esta
lágrima vinieron otras. De
nuevo, el dolor hizo mella en su
corazón. ¡Qué sola se sentía!
¿Qué estaba pasando con su
vida? ¿Qué más quedaba por
venir? ¿Por qué todo se iba
desmoronando a su alrededor?
Ya no le quedaba nada a lo que
agarrarse. Parecía que todo le
indicaba que su vida llegaba al
final, porque ya no le quedaba
ninguna razón por la que querer
seguir adelante.
Se levantó con la lentitud y la
pesadez de un cuerpo anciano.
Hoy no se sentía joven. Hoy
sentía el peso de la soledad en
su piel, una piel que había
marchitado con el último
acontecimiento. Se acercó al
teléfono que había dejado
sobre la mesa la noche
anterior; con lentitud buscó el
número de Martín, dio al botón
de descolgar, dejó sonar varios
tonos hasta que la voz cercana
y todavía enamorada de Martín
le respondió.
— Hola, Aliva. ¿Cómo has
pasado la noche?
— ¿Puedes venir a casa,
Martín? —dijo con la voz
ahogada por el dolor.
Al otro lado del teléfono,
Martín entendió que algo
ocurría y reaccionó con rapidez.
— Sí, claro. Estoy saliendo
para allá. ¿Estás bien? ¿Qué ha
pasado? ¿Estás bien? Estoy ahí
en unos minutos —dijo
apresuradamente.
Ella no podía responder y
sólo pudo emitir unas palabras.
— No, no estoy bien. Ven
pronto, por favor, necesito que
estés cerca de mí en estos
momentos. No puedo sola con
esto.
Muy contrariado y
preocupado por ella, Martín
aceleró el coche para estar allí
cuanto antes. Cuando llegó y
supo lo que había sucedido, la
abrazó sin mediar palabra. Ella
no necesitaba palabras, sólo el
calor de un abrazo y la ayuda
para seguir el camino.
Los días siguientes pasaron
despacio. Aliva no hablaba,
pasaba largas horas mirando al
mar, inmóvil y absorta en no se
sabe qué pensamientos. Martín
no la dejó sola ni un instante
durante aquel tiempo.
Probablemente, temía volver a
vivir lo que ocurrió con la que
fuera su esposa y madre de sus
hijos tras la pérdida de éstos. El
pasado revivía en su corazón y
el miedo se apoderaba de sus
sentidos.
Una tarde, en mitad de
aquella soledad ensordecedora,
Martín se levantó y decidió salir
a dar un paseo por la orilla de
la playa. El aire puro de aquel
lugar le ayudaba a ver con
claridad las cosas y a entender
el alcance real de los hechos.
Se dio cuenta de que sus
pensamientos negativos se
estaban apoderando de su
mente. Todo lo que había
aprendido durante los años que
vivió en las montañas perdidas
del lejano país de sus sueños
fue volviendo suavemente a su
corazón. Las palabras de su
gran amigo Shadú se
escuchaban, de nuevo, en el
vacío de su alma e iban llenado
el espacio de tristeza con un
halo de esperanza.
Recordó todos y cada uno de
los aprendizajes que le regaló
Shadú, su amigo y mentor. Al
tiempo que esto ocurría en su
corazón, su cuerpo se irguió y
su piel cobró fuerza y juventud,
su rostro se iluminó y sus ojos
sonrieron a la vida. Amaba a
Aliva, tanto como cuando era
un adolescente. Sabía que
podía ayudarla, que podía
sacarla de aquella profunda
soledad. Supo que había
llegado el momento que le
había anticipado Shadú unos
años atrás.
Corrió hacia su casa, cogió su
ordenador y volvió a la casa de
Aliva. No iba a dejarla sola en
estos días tan duros. Pero no
iba a perder el tiempo. Mientras
ella vegetaba en aquel sillón
del mirador de la casa, con sus
pensamientos perdidos no se
sabe en qué lugar, vacíos por la
tristeza, al tiempo que había
decidido apagar su voz, Martín
decidió dejar escrito el mejor
regalo que la vida le iba a dar.
Pero no sólo eso, en su interior
sabía que Aliva era el ser que
Shadú había dibujado en los
recuerdos de Martín. Entendió
que la profecía de Shadú
estaba empezando a adquirir
forma.
Pasaron varias semanas en
las que, mientras Aliva seguía
sumida en su silencio, Martín
pasaba horas y horas
recordando y escribiendo en su
ordenador portátil todo lo que
había aprendido con aquel
amigo al que conoció en el
momento más triste de su vida
y con el que pasó varios años
en un rincón perdido y
desconocido en un lejano valle.
Dejó todo escrito para ella.
De alguna manera su corazón
le dijo que lo hiciese por si la
vida no le daba tiempo
suficiente para regalárselo
directamente. Lo dejó todo
guardado. En aquel documento
Martín le explicó todas las
claves para recuperar la
juventud de su alma y de su
cuerpo. Allí estaba todo. Era el
mejor regalo que había
encontrado él en los años en
que, tras la soledad producida
por la pérdida de sus hijos y
después de su esposa, decidió
alejarse de todo lo conocido e
iniciar el viaje más
enriquecedor de toda su
existencia.
Y sabía que Aliva encontraría
la fuerza para llevarlo a cabo,
como a él le habían enseñado
que había que hacerlo, aunque
él mismo nunca lo hubiese
conseguido alcanzar. Aliva era
fuerte y él estaba seguro de
que, en el momento en que ella
despertara de este letargo en
el que había decidido vivir los
últimos tiempos, encontraría el
camino que él le había descrito
y explicado en este documento,
siguiendo las indicaciones que
Shadú le hizo en aquellos días
en el reino de la espiritualidad.
Como quien siente que ha
terminado el trabajo y que lo
ha terminado bien, Martín se
tomó un respiro, se despidió de
la ausente Aliva con un beso
sobre su frente y salió a dar un
paseo con su coche. Era un día
de mediados del mes de julio.
Le gustaba mucho recorrer la
carretera e impregnar su
mirada con la belleza de
aquellos paisajes que el mar
había dibujado durante siglos
de trabajo incansable en la
tierra que le vio nacer, en esa
tierra que un día acogió a la
madre de Aliva. Aquella tarde
recordó cómo llegó Aliva a su
mundo y a su vida.
Elisabeth, la madre de Aliva,
una joven nacida en Nueva
York, había conocido a Carlos
en un viaje en el que ambos
coincidieron en Francia.
Elisabeth y Carlos se habían
enamorado cuando tan sólo
tenían 18 años y en cuanto él
pudo organizar todo para irse a
vivir allí se casaron. No tuvieron
más hijos, sólo a Aliva. Cuando
ella nació, vivían en Nueva York
pero al cumplir un año
decidieron dejar aquella gran
ciudad y emprender su vida en
esta tierra marcada por la
sabiduría del mar profundo.
Los padres de Aliva y los de
Martín entablaron una gran
amistad y los niños crecieron
juntos.
Mientras el viento acariciaba
su rostro por la carretera ya de
vuelta a casa, Martín seguía
absorto en sus recuerdos de
infancia y de juventud junto a
ella. De repente, como un leve
susurro, escuchó la voz de
Shadú que decía “Gracias,
Martín. Buen trabajo. La
encontraste y tiene tu legado,
puedes volver al origen”.
Ya empezaba a anochecer
cuando Martín perdió el control
de su coche, justo en la entrada
del pequeño pueblo. Casi sin
darse cuenta y sin sentir ningún
dolor, vio cómo la sangre
llenaba todo alrededor. Aunque
sabía que esto iba a ocurrir
inmediatamente después de
haber terminado su misión, la
verdad es que Martín sentía
que todo estaba pasando muy
rápido. Llegó la policía y las
ambulancias. Entre los
estridentes sonidos de las
sirenas y las luces, alguien
encontró su teléfono y localizó
a Aliva buscando entre las
últimas llamadas realizadas. Su
casa estaba a sólo dos minutos
del lugar donde se produjo el
horrible accidente y ella llegó
de inmediato. La dejaron
acercarse y todavía pudo hablar
con Martín, que yacía sobre el
asfalto viviendo los últimos
instantes de su existencia.
Él pronunció sus últimas
palabras de forma
entrecortada.
— Te lo he dejado todo en un
archivo que se llama “Para ti,
Aliva”. Dejé una copia en tu
ordenador y borré la que había
en el mío. Tiene una
contraseña de entrada —se
detuvo un segundo mirándola a
los ojos—, es tu nombre:
ALIVA, con letras mayúsculas.
Ella le miraba casi sin creer lo
que estaba ocurriendo. En su
mente y en su corazón no
cabían ya más pérdidas ni
quedaban fuerzas para
remontar un nuevo vacío. No
podía hablar, sólo le miraba y
apretaba fuerte la mano de
Martín como en un intento por
retenerle junto a ella.
Él continuó con esfuerzo y
casi sin voz. Tan tenue era ésta
que Aliva tuvo que acercar su
oído a los labios de su gran
amigo para poder escuchar qué
era lo que él quería decirle en
aquellos momentos definitivos
en los que se iban a separar
por segunda vez y ahora sí,
para siempre.
— Ahí están todos los
secretos, sé que tienes la
capacidad y la fuerza para
llevar a cabo lo que ahí te
explico. Hazlo, por favor. Vive.
Vive y sé feliz. Te lo mereces.
Vive —se detuvo para encontrar
en algún rincón de su ser el
último aliento para poder
terminar—. Y si no encuentras
la fuerza, hazlo por mí. Te
quiero, te querré siempre.
Háblame, necesito escuchar tu
voz para llevármela conmigo en
mis últimos recuerdos.
Por primera vez en muchas
semanas, Aliva pronunció unas
palabras.
— Martín no me dejes, no te
vayas ahora, por favor —dijo
con un ligero hilo de voz y
desde la impotencia más
absoluta que nadie pueda
imaginar.
Martín sonrió, sus ojos se
cerraron y el último suspiro
llenó su alma llevándose con él
la dulce música de aquella voz
y el negro brillo de los ojos más
fascinantes que había conocido.
CAPÍTULO 3

LA TRANSICIÓN

Pasó el mes de agosto y


después septiembre, llegó
octubre y también se esfumó,
igual que noviembre y
diciembre y lo mismo que enero
y el resto de los meses de
invierno. Vino abril y con él un
nuevo cumpleaños. Y después
llegó el verano y también pasó.
Y Aliva seguía anclada en el
dolor, la soledad y la apatía. Lo
único que la mantenía con vida
eran los correos que
intercambiaba con Sara y con
Samuel.
Un día de mediados de
octubre en el que no le
apetecía salir a ningún sitio
porque llovía a cántaros,
mientras buceaba en su
ordenador, casi por casualidad
encontró un archivo que se
llamaba “Para ti, Aliva”. Casi
había olvidado aquello y
cuando lo vio, en un primer
momento, no lo relacionó con
nada en concreto. De repente,
recordó las últimas palabras de
Martín. Trató de abrirlo y le
pedía una contraseña. Se
quedó pensando. Al principio no
lo recordó y fue probando
varias opciones pero como un
recuerdo que vuela despacio,
vino a su memoria lo que le
dijo Martín. “Tiene una
contraseña de entrada. Es tu
nombre: ALIVA, con letras
mayúsculas”. La escribió y el
archivo se abrió.
Era un texto que empezaba
así:
“Aliva, quiero hacerte un
regalo; tal vez no lo llegues a
leer nunca, o sí, no lo sé. Lo
único que sé en estos
momentos es que lo que voy a
empezar a hacer me lo pide mi
corazón y hace tiempo que
aprendí lo importante que es
escuchar a tu corazón.
¿Recuerdas?
Hace mucho, cuando la vida
me golpeó con tanta virulencia
que pensé que había llegado al
final, decidí distanciarme de
todo lo que había significado
algo para mí. Había leído
muchas cosas sobre un lugar
muy alejado de todo lo que
nosotros conocemos, no sé si
habrás oído hablar de ello. Es la
Tierra de los Inmortales.
Emprendí un camino hacia un
destino incierto pero cargado
de esperanza. Me fui hacia un
lugar que ni siquiera sabía si
existiría realmente, con la
esperanza de encontrar una luz
en mi vida y con la tranquilidad
que da el saber que no tienes
ya nada que perder, porque
todo lo que era importante para
ti hasta ese momento ha
desaparecido o se ha
extinguido.
No sé si realmente encontré
esa tierra, ni siquiera sé si
existe como tal. Lo cierto es
que allí conocí a Shadú, un
hombre de 97 años de edad,
creo. Digo creo porque eso es
lo que él me dijo un día pero te
aseguro que tenía el aspecto de
un joven de 25. Sí, sé que
cuesta imaginarlo, no obstante,
créeme que lo que te cuento es
real o al menos así lo pienso
yo. Estoy seguro de que no fue
un sueño, ni tampoco un delirio
de mi imaginación, aunque
resulte extraño y casi imposible
de creer si no lo has vivido.
Él me dijo que tenía unos 97
años, aunque si te soy sincero,
creo que me dijo aquella cifra
por tratar de que yo pudiera
comprender, desde la simpleza
de mi mente humana, algo de
la realidad de aquellos seres.
Hoy, cuando ato cabos en
relación a muchas de las cosas
que allí vi, escuché y
experimenté, creo que él había
vivido durante siglos, tal vez
milenios, incluso. Pero no
quiero continuar por ahí porque
sé que pensarás que he perdido
la razón y que no merece la
pena seguir leyendo lo que aquí
te escribo. Y lo importante no
son mis elucubraciones sobre la
verdadera edad de Shadú, sino
las enseñanzas que me
transmitió.
No sé muy bien por qué,
aquel hombre mágico sintió una
gran cercanía hacia mí desde el
mismo instante en que nos
cruzamos en la orilla de un río
en el que yo había parado para
descansar una tarde, después
de muchos kilómetros andados.
Éste fue el inicio de una gran
amistad. Shadú me encontró
exhausto y tan agotado que, al
verle llegar sentí una especie
de desvanecimiento. Él me
recogió y me llevó a un lugar
que yo no sabría ubicar en los
mapas. Estaba inconsciente y
no sé cómo llegué hasta allí.
Era un pequeño pueblo en el
que vivían personas que creían
en la esencia del ser humano
como la luz que ilumina todo el
camino.
Viví en aquel lugar durante
casi una década. Sé que no te
había hablado de todo esto y
no voy a relatarte mis vivencias
en aquellas tierras y con
aquellas maravillosas personas,
porque necesitaría años para
poder contarte con todo detalle
lo que allí viví y experimenté.
Sin embargo, hay algo de lo
que Shadú me habló muchas
veces, algo en lo que él creía
plenamente y que según decía,
era la clave de su longevidad y
de su juventud.
La verdad es que ahora
pienso que yo no estaba
suficientemente preparado o,
tal vez, no soy lo bastante
fuerte. Quizá no tuve una
verdadera motivación o no sé
muy bien qué. Shadú tenía una
enorme confianza en mí desde
el principio. Solía
decirme ”Martín, tu corazón
está dañado, no obstante es
generoso y sincero, escucha lo
que te dice y llegarás a lo que
llaman inalcanzable“. Yo hice
grandes esfuerzos mentales por
llevarlo a cabo pero no lo
conseguí. Shadú trabajó
intensamente conmigo y me
transmitió todo el
conocimiento. Lo intentó y me
apoyó siempre, pero no lo
logré.
Después de un tiempo y de
no haberlo conseguido, él solía
decirme que se había dado
cuenta de que realmente yo era
la puerta. La verdad es que en
aquellos momentos no le
entendía. Ahora sé a qué se
refería. Yo era la puerta para
traer hasta ti todo este
conocimiento sobre la vida, su
esencia… y la inmortalidad.
Es cierto que yo no lo
conseguí alcanzar. No obstante,
la teoría la conozco a la
perfección. Y esto es lo que
pretendo darte en este
documento que te escribo
mientras te observo ahí en el
sillón, con tu inmensa mirada
perdida en un abismo del que
no quieres salir. Me duele ver
cómo has decidido rendirte, tú
que eres la fuerza, mi fuerza.
Sé que llegados a este punto,
no entiendes muy bien de qué
estoy hablando. Por favor, no
cierres el archivo, continúa
hasta el final y después decide
lo que quieras hacer con ello.
Shadú me explicó por qué
aquel pequeño y desconocido
lugar se llamaba la Tierra de
los Inmortales. Allí conocí a
Himshal, decía que había vivido
más de 300 años y tenía el
aspecto de un hombre de 25.
También compartí muchas
cosas con Kanira y con Akemi,
dos mujeres con la apariencia
física de jóvenes de 20 años.
Todos ellos y otros más que allí
vivían siguen llenando de
ilusión y de esperanza mi alma.
De ellos aprendí la
importancia de vivir desde el
amor sincero, de ampliar cada
día tu círculo del amor. Ellos me
mostraron cómo escuchar a mi
corazón y me ayudaron a ver la
vida más allá del dolor o de la
alegría. Me enseñaron a mirar
en mi interior, allí donde está
escondida toda la sabiduría del
ser humano, la inmensa y
desconocida sabiduría de la
humanidad. Compartí su estilo
de vida durante varios años y
fui capaz de conectar con mi
interior y con lo más
inexplorado de mi ser gracias a
su guía. Shadú me explicó
cómo podía rejuvenecer todas
las células de mi cuerpo y
asegurarme una vida inmortal.
Practiqué sus enseñanzas con
ahínco y con insistencia,
aunque no logré mi objetivo.
Una mañana, mientras yo
hacía ejercicio junto al arroyo,
Shadú me dijo que había
llegado el momento de que
volviera al lugar en el que nací.
Me explicó que sólo unos pocos
hombres de los que habían
logrado encontrar aquella
Tierra de los Inmortales habían
regresado a sus lugares de
origen. Yo era uno de ellos.
Me dijo que estaba seguro de
que había llegado hasta allí, no
para quedarme sino para
recoger la sabiduría que debía
trasladar a alguien en mi
mundo. Dijo que en aquellos
momentos todavía no sabía
quién era ese alguien, lo único
que podía decirme era que
sabía que se trataba de un ser
con una inmensa fuerza interior
que iba a atravesar el sendero
de la soledad, la amargura y el
dolor antes de iniciar el camino
hacia la inmortalidad y que
podía alcanzar el amor puro. Y
desde el sentimiento más
intenso jamás imaginado por
ningún ser humano, podía traer
luz y esperanza en un mundo
tan despiadado y feroz.
Shadú está convencido, y yo
ahora también, de que todo
está conectado en el universo y
siempre me decía que lo que
hacemos cada uno de nosotros
tiene consecuencias, de un
modo u otro, en el resto del
mundo. Por eso, él estaba tan
interesado en que hubiese
seres humanos que viviesen
vidas desde la pureza y la
intensidad del amor sincero,
porque eso tendría
repercusiones positivas en la
totalidad del universo. Shadú
dijo que yo iba a encontrar a
esa persona, que no me
preocupase porque yo sabría
reconocerle cuando llegase el
momento.
Hoy, mientras paseaba por la
orilla, me he dado cuenta de
que el momento ha llegado, he
sabido que es a ti a quien
Shadú me pidió que
transmitiera todo esto. Mi amor
por ti siempre fue grande y hoy
siento que en mi querida Tierra
de los Inmortales no logré
avanzar en el camino hacia la
eternidad porque, para mí no
tendría sentido vivir por
siempre, si esa vida no pudiese
compartirla contigo.
La verdad es que estoy
experimentando un doble
sentimiento, por un lado está la
satisfacción de que lo he
logrado, que te he encontrado y
además, que eres tú y no otra
persona a quien todo esto iba
destinado. Ahora sé que mi
existencia tenía un sentido, que
era encontrarte. Sin embargo,
por otro lado me siento como
en un abismo porque sé que
cuando haya hecho mi trabajo,
tendré que iniciar el camino de
regreso al origen y además sé
que será inmediato. Hoy no sé
si en ese momento podré
decirte adiós y agradecerte los
sentimientos tan puros que
siempre has despertado en mí.
Aunque, confío en Shadú y sé
que tendré esa oportunidad
cuando llegue el día. Me
gustaría terminar este camino
con la imagen de tus ojos y el
sonido de tu voz.
A partir de aquí te voy a
describir todos los pasos que es
necesario que realices para
lograr el cambio en todas las
células de tu cuerpo.
El principio es conectar con la
parte más inconsciente e
inexplorada de tu mente, para
ello debes estar preparada
puesto que es un ejercicio que
te llevará un tiempo. No sé
cuánto, sólo sé que cuando
realmente lo consigas, podrás
empezar el proceso”
Aliva cerró los ojos, inspiró
profundamente, miró la
pantalla de su ordenador y
cerró el archivo como asustada.
Se levantó y vio que había
dejado de llover. Se puso una
chaqueta y salió al jardín de la
casa, se asomó al mirador que
daba al mar y perdió su mirada
en el horizonte, al tiempo que
trataba de asimilar lo que le
estaba ocurriendo e intentaba
entender el significado y la
intención de las palabras de
Martín, incluso la veracidad de
aquella historia de seres
fantásticos con los que decía
h a b e r vivido y de aquel
anciano/joven que había
realizado una especie de
profecía que parecía implicarla
a ella.
Mientras sentía la fuerza y la
paz que le proporcionaba
respirar aquel aire procedente
del mar, decidió olvidar todo
aquello y salir a dar un paseo
por la orilla para recobrar la
lucidez y la lógica.
Paseando por la orilla con el
viento fresco del otoño sobre su
piel y el aroma de la lluvia, no
podía dejar de pensar en toda
aquella historia. “¿Seres
inmortales?” , “¿traer luz y
esperanza?”, “¿a quién?”,
“¿amor puro?”. Definitivamente,
pensó que Martín había perdido
la razón o que le había escrito
aquello como forma de hacerla
salir de su estado de constante
amargura. Desde luego, todo
esto no parecía tener ningún
sentido.
Sin embargo, había algo que
la intrigaba muchísimo. Por lo
que había leído en aquel
archivo, Martín sabía que
inmediatamente después de
finalizarlo iba a morir. Y
tristemente, era cierto; es algo
que, después de todo, había
ocurrido.
— ¿Qué es todo esto? ¿qué
me está pasando? ¿me estoy
volviendo loca? ¿es real todo
esto o es fruto de mi
imaginación y de mi soledad?
—pensó Aliva.
Al llegar a casa se sentía muy
cansada, comió algo que tenía
preparado, estuvo viendo una
película y después decidió irse
pronto a dormir, estaba segura
de que al día siguiente podría
pensar con más claridad sobre
todo aquello. El cansancio la
venció muy rápidamente y cayó
en un agradable sueño. Pero de
pronto se despertó en medio de
la noche y sintió la necesidad
de continuar leyendo el archivo
que Martín le había escrito. Se
levantó y notó que hacía frío.
Decidió encender la pequeña
chimenea del salón. Se preparó
un café caliente, se sentó en el
sofá, encendió el ordenador y
en la calidez del hogar y la
oscuridad de la noche, volvió a
retomar el mensaje de Martín.
Fue leyendo todo con
detenimiento y con un callado
interés. Cuando llevaba algo
más de la mitad del archivo
leído, los primeros rayos del sol
de la mañana la hicieron tomar
conciencia de las horas que
llevaba allí sentada, absorta en
la lectura de algo que, si bien al
principio le pareció absurdo y
fruto de la locura, ahora había
conseguido interesarla hasta el
punto de perder por completo
la noción del tiempo.
Se levantó y, mientras
preparaba un segundo café
para reponer fuerzas, seguía
dándole vueltas a los relatos de
Martín y a las enseñanzas de
Shadú.
De pie, mirando desde la
ventana de la cocina, pensó
que todo lo que allí estaba
escrito parecía no tener un
sentido lógico. No obstante,
algo en su interior le decía “y
¿por qué no? ¿Y si fuese posible
recuperar la juventud a través
de todas las prácticas que
Martín le estaba enseñando?”.
Por otro lado, pensaba: “¿por
qué iba yo a lograrlo si Martín
insistía en que él lo había
intentado con todas sus fuerzas
y no lo había conseguido,
incluso con la ayuda de su
amigo y mentor que le
acompañaba en aquellas
prácticas en las que parecía ser
un experto?”
Ahora ya no podía abandonar
la lectura de aquel documento
que le había regalado su amigo
y volvió al ordenador. Allí pasó
todo el resto de la mañana y
gran parte de la tarde, leyendo
las palabras de Martín. Eran las
siete cuando llegó a la parte
final.
“Y esto es todo Aliva.
Si lo haces, desde que
realmente puedas iniciar el
proceso de cambio, todo lo
demás te llevará alrededor de
un año, que es el tiempo que
van a necesitar todas las
células de tu organismo para
haber realizado la
transformación hacia la
juventud eterna.
Cómo me gustaría poder
estar ahí cuando esto ocurra.
Sin embargo, sé que no es
posible. Estarás sola pero, con
la fuerza interior que habrás
adquirido haciendo todos estos
ejercicios mentales y físicos y
con la vitalidad que habrás
conseguido al finalizar el
proceso, podrás iniciar el
camino que desees en el lugar
del mundo en el que quieras
volver a empezar.
Aquí está todo tal y como
Shadú me lo enseñó. Ahora la
decisión es tuya, si quieres
hacerlo o si quieres olvidarlo
todo, es tu elección. Sea cual
sea el camino que elijas, sé que
lo harás de forma generosa y
honesta y con el máximo
respeto hacia lo que te acabo
de contar. Sea cual sea tu
decisión, por favor, elimina este
archivo cuando decidas que has
terminado. Sé que sabrás
guardar el secreto de la
longevidad y la pureza de los
inmortales.
Por favor, recuerda siempre
lo importante que has sido para
mí. Decidas lo que decidas, sólo
te pido una última cosa: vive y
sé feliz”.
Aliva respiró profundamente
y, como sumida en una paz
indescriptible, se levantó tras
cerrar el ordenador. Era una de
esas noches que tanto le
gustaban, había Luna llena y a
Aliva le apasionaban los
destellos que la luz de la Luna
producía sobre las aguas del
mar tranquilo, como diamantes
brillando en un juego de luces
que la hacían sentir la plenitud
de la vida, tal cual la sentía
cuando era una adolescente
que disfrutaba en aquellas
noches, imaginando vidas
futuras y soñando con un amor
perfecto de cuento de hadas.
Bajó a la solitaria playa y se
sentó en la orilla.
Esa noche, y por primera vez
en mucho tiempo, tras haber
leído el regalo de Martín volvió
a sentir fuerza en su interior,
una fuerza irrevocablemente
arrolladora, casi violenta, como
jamás había conocido. Mientras
observaba el hechizante
movimiento de las aguas bajo
la intensa luz de la Luna,
escuchó cómo a su mente
venían las voces de sus seres
amados, de todos aquellos
seres que habían abandonado
ya este mundo.
Escuchó la voz de Elisabeth,
su madre, que le decía “Aliva,
tú puedes. Vive con fuerza”.
Igual que cuando era pequeña.
Su padre, Carlos, sonaba
como desde un rincón perdido
de su alma “Atrévete, da el
salto y disfrútalo. No hay
límites”, le decía con energía.
Su abuelo. Qué lejana
sonaba su voz, pero cuántos
recuerdos bellos se agolpaban
en su alma al volver a escuchar
el sonido de aquella voz de su
infancia. “Aliva, pequeña, hazlo.
Tú puedes, claro que puedes”.
Su abuela. De repente estaba
también allí sonando como la
más bella melodía y acunando
sus sueños. “Aliva, vas a ser
feliz, ya lo verás. Ponte de
puntillas y verás como es
posible. Hazlo. Lo vas a
conseguir”.
Martín todavía sonaba muy
cercano, era como si aún
estuviese aquí “Vive. Vive y sé
feliz. Te lo mereces. Vive”.
Y Ángel, al fin ese susurro
lejano se hizo fuerza y sonó con
í m pe t u “Vive, Aliva vive. Tu
destino es vivir para siempre.
Nunca te olvidaré. Vive”.
Todas las voces del pasado
estaban allí. Sintió que la
impulsaban, que la elevaban
como arropándola con dulzura y
con fuerza al mismo tiempo.
Parecía estar volando hacia la
Luna que la quería acunar en
sus brazos para darle la
fortaleza y la confianza que le
hacían falta. Por muchos años
que pasaran nunca olvidaría
esta noche; quería guardarla en
su alma como parte de su
esencia, sin sombras, sin
resquicios, en toda su plenitud.
La guardaría siempre como su
tesoro y su fuerza. La
recordaría siempre como la
noche en la que tomó la
decisión más importante de su
vida, de su larga vida.
Después de aquella
experiencia casi sobrenatural,
siguió allí sentada como
renaciendo, llenándose de
energía hasta el último
escondite de su ser. No había
dudas en Aliva, ya no habría
ningún pretexto, nada la iba a
detener. Miró a la Luna,
llenándose con su luz,
respirando vida una y otra vez,
elevando todo su ser hasta la
plenitud de un abismo de
resplandor y claridad, pero sin
vértigo.
Volvió a hablar con la Luna
como solía hacer antaño
cuando era una adolescente y
ésta le susurró palabras llenas
de aliento y valor. Siempre
hubo una conexión infinita
entre Aliva y la Luna y seguiría
habiéndola en los años futuros;
en ella encontraba la sabiduría
y ánimo, el coraje, la grandeza
y la voluntad casi heroica de las
almas libres y puras. Volvió a
mirar con los ojos de los sueños
y así, sin parpadear, pasó
varias horas en una intensa y
directa conexión con la Luna.
No sintió frío, ni fatiga, ni
debilidad, sólo energía y una
placentera fuerza, hasta que la
luz sonrosada de la aurora
inició el amanecer de un nuevo
día. Aquel brillo y resplandor
fue como el presagio de un
nuevo principio.
Con la música de las olas al
romper en la orilla de la playa,
Aliva dio comienzo a un nuevo
camino, al despertar de una
vida nueva, al renacer de la luz
infinita, dejando atrás y para
siempre el vacío y la tristeza, la
amargura y el dolor que la
habían acompañado desde
hacía ya demasiado tiempo.
Fue la última promesa que le
hizo a la Luna aquella noche:
iba a vivir una vida plena,
intensa y para siempre, en la
que no importaba lo que
ocurriese, en la que no
importaba tener que volver a
empezarlo todo.
Ese día daba comienzo la
eternidad. Iba a vivir por
siempre. Sí, por siempre.
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 4

MI NUEVA VIDA

En los meses que siguieron a


aquella mágica e inolvidable
noche, estuve preparando todo
para mi viaje. Supe que todo
esto tenía que iniciarlo
regresando a mis orígenes
auténticos. Y así fue como
decidí regresar a la
grandiosidad de la ciudad en la
que nací. Hice todas las
gestiones para mi regreso a
Nueva York. Una vez allí,
empezaría con el proceso de
cambio que Martín me
explicaba en el archivo. Éstos sí
que eran, de verdad, mis
orígenes y así lo sentía esta
vez. Además, ayudaba bastante
el hecho de que allí nadie me
conociera y que fuese un lugar
suficientemente alejado de las
personas de mi entorno, como
para que nunca me
encontrasen. Sería muy difícil
que pudiesen entender cómo
podía una mujer como yo tener
una apariencia de una joven de
20.
Recuerdo con mucho cariño
cómo fueron los meses en los
que preparaba mi partida a mi
país de origen. Vendí todas mis
propiedades. La casa en la que
había vivido con Ángel y mis
hijos durante tantos y tan
bonitos años la vendí a unos
jóvenes recién casados que
querían formar allí una familia.
Estoy segura de que habrán
sido felices allí; era un lugar
muy especial.
Vendí la casa que había sido
de mis padres en la montaña
en la que vivieron los últimos
años de su vida. Mi padre había
sufrido una terrible enfermedad
que también terminó por
desgastar la fuerza de mi
madre, quien nos dejó tan sólo
unos meses después que él.
Siempre supe que ella había
muerto de tristeza y soledad.
Para mí, esa casa estaba en un
lugar de incalculable belleza y
sé que aquél hombre que la
compró habrá sido muy feliz en
ese rincón de paz.
También vendí los dos
apartamentos en los que
vivieron mis hijos en su etapa
de estudiantes en esas dos
bonitas ciudades en las que
pasaron unos años inolvidables.
Fue una gran suerte porque los
compramos a un precio muy
asequible en su día y en
aquellos meses los vendí
ambos a una empresa que
tenía pequeñas oficinas por
varias ciudades y para la que el
tamaño de los apartamentos
era perfecto para su actividad.
Aunque me costó mucho
tomar la decisión, finalmente
vendí también la casa de la
playa en la que viví los últimos
años, tras la muerte de Ángel;
ésta fue la casa de mi abuela,
allí en la playa en la que yo
compartí mis días de infancia y
adolescencia con Martín y
después mis años de juventud y
madurez con Ángel. No
obstante, tenía que hacerlo. Iba
a empezar de nuevo en un
lugar muy alejado de todo
aquello y además, si todo salía
como yo esperaba, iba a vivir
por muchos años y necesitaba
partir con la seguridad
económica que me daba todo
aquel capital.
También vendí los dos
coches, las joyas que fuimos
comprando durante décadas y
la pequeña colección de obras
de arte que habíamos ido
componiendo Ángel y yo.
Aproveché mi formación y mis
años de experiencia trabajando
en el ámbito financiero y decidí
invertir en Bolsa una parte de
lo que había obtenido con estas
transacciones; hoy sé que fue
una buena decisión porque
estas inversiones han sido la
clave de mi seguridad, desde
un punto de vista financiero.
Otra parte se la regalé a mis
dos hijos para facilitarles el
camino en lo económico, de
modo que pudieran estar más
centrados en otros ámbitos de
su vida mucho más importantes
y de los que poder disfrutar
auténticamente.
Cuando todo estuvo
preparado, me despedí de mis
seres más queridos. Escribí a
Sara y a Samuel.
Fue lo más difícil.
No puedo explicarlo. Siento
que me falta el aire para seguir
respirando cuando recuerdo
esta decisión.
No me quiero detener en
este aspecto porque me sigue
produciendo una inmensa
tristeza y un profundo dolor que
me lleva a un auténtico estado
de angustia, cada vez que
recuerdo el momento en que
definitivamente y para siempre,
supe que nunca más volvería a
verles, nunca volvería a
tenerles cerca y a compartir sus
vidas, nunca más volvería a
sentir la profunda conexión de
su abrazo.
Les dije lo importantes que
eran para mí y cuánto les
quería. Fue realmente complejo
hacerlo y desde la parte más
recóndita y pura de mi corazón
derramé muchas lágrimas en
aquellas noches en compañía
de la Luna.
Les intenté transmitir con
palabras cuánto y cuán puro
era el amor que sentía por
ellos, un amor que podía
desbordar océanos enteros y
que era la fuerza que hacía latir
a mi corazón en todos los
instantes de mi existencia.
Les agradecí todo lo que
habían aportado a mi vida y
todo lo bello y puro que me
habían permitido vivir y sentir
junto a ellos. Les expliqué que
me iba, que iba a estar bien y
que no intentasen buscarme o
entenderme.
Les transmití mi intención de
empezar todo de nuevo en un
lugar lejano. Les di una
dirección de correo electrónico
en la que podrían mantener el
contacto conmigo, para su
tranquilidad, aunque les pedí
que no me buscasen, que era
mi voluntad iniciar sola esta
etapa de mi existencia y que,
p o r favor, lo entendiesen. Les
dije que les iba a querer por
toda una eternidad. Y era cierto
en el más amplio sentido de la
expresión.
He mantenido el contacto a
través de ese correo electrónico
en ciertas ocasiones clave con
ellos. Gracias a eso, sé que
Sara ha vivido una larga y feliz
vida junto a su amor. No tuvo
hijos. La vida no le concedió
ese regalo, aunque ha vivido
una existencia plena. Samuel
por fin, pasados los años,
decidió iniciar un nuevo camino
profesional y ha sido un escritor
de éxito. He comprado todos
sus libros y he disfrutado de la
sensibilidad de sus obras. Le he
seguido, gracias a los medios
de comunicación, en muchos de
los eventos públicos en los que
ha participado. He visto en la
profundidad de su mirada que
es feliz. Los mellizos ya son
mayores y sé que sienten un
gran afecto por su padre. Al fin,
Samuel encontró su senda y ha
vivido y disfrutado de su
existencia.
Me habría gustado poder
compartir con ellos mi nueva
vida, poder escuchar la cercanía
de sus voces y el calor de su
abrazo en algunos momentos,
pero he sentido su energía que
me ha llenado y me ha
ayudado siempre. Hemos
seguido unidos a pesar de no
haber estado cerca físicamente.
Es curioso, ya mis nietos son
adultos y, sin embargo, yo
mantengo el aspecto y la
esencia de la juventud
temprana. Y no sólo el aspecto,
lo importante es que siento la
fuerza de la juventud en todos
los momentos de mi vida. Cada
día siento y ofrezco mi gratitud
al mundo por la existencia tan
bella que he disfrutado y que
saboreo a cada instante. Y lo
mejor es que voy a seguir
sintiéndolo por toda la
eternidad.
Me gusta ser inmortal.
CAPÍTULO 5

NUEVA YORK

Recuerdo el día que llegué a


Nueva York, era por la noche y
brillaba en todo su esplendor
“la ciudad que nunca duerme”.
Por encima de todas las luces
destacaba el fulgor de mi
querida Luna, plena,
iluminando mi sendero y
dándome la bienvenida a mi
nuevo destino. Llené mis
pulmones con la grandeza y la
fuerza de mi querida ciudad y
en mi cara se dibujó una
sonrisa que desde entonces me
acompaña a todas partes.
Me instalé en un pequeño
hotel en Manhattan donde
estuve varias semanas hasta
que pude hacer las gestiones
necesarias para comprar un
apartamento en el SoHo, que
me enamoró por las vistas tan
bonitas que tiene. E inicié una
reforma para acondicionarlo a
mis necesidades y poder
instalarme allí en el futuro.
Una vez que todo estuvo
preparado, me marché a vivir
durante un tiempo a la casa
que había heredado de mi
abuela materna en Andover, un
pueblo próximo a Boston. Allí
viví casi dos años, que fue el
tiempo que me llevó todo el
proceso que Martín me había
enseñado. Aunque hubo
momentos en los que pensaba
en la posibilidad de no lograrlo,
siempre tuve en mi mente la
visión de la persona que quería
ser y la vida que quería vivir y
esto es lo que me daba fuerza
para seguir haciendo todo lo
que Martín me había indicado
en aquel regalo del que tan
agradecida estoy y estaré
siempre.
Fue apasionante el proceso
de cambio. Es indescriptible la
sensación de volver a ver cómo
mi pelo oscurecía adquiriendo
su color negro de antaño. La
piel de todo mi cuerpo se
tersaba a medida que iban
pasando las semanas. Mis
piernas y mis brazos
recuperaban una resistencia ya
olvidada, mi corazón latía con
una fuerza tan grande que
impregnaba de vida todo mi
ser. Los surcos de mi rostro se
fueron suavizando hasta
desaparecer definitivamente,
mostrando un aspecto
aterciopelado y puro.
Cada avance que hacía en el
proceso me hacía sentir más
auténtica, cada paso que daba
en mi evolución hacia la
eternidad me daba la fuerza
para continuar.
No fue una tarea fácil. Cada
día tenía que dedicar largas
horas a la concentración, a la
meditación y la visualización de
lo que quería lograr. Fueron
horas de enviar instrucciones a
mi cerebro para que
reprogramase todas y cada una
de las células de mi organismo
siguiendo las indicaciones que
Martín me había escrito en
aquel archivo. Cada día hacía
una firme alianza con mi
inconsciente para lograr el
objetivo. Al principio, era muy
difícil y me costaba mucho. Los
avances eran muy pequeños,
tan minúsculos que a veces
pensaba que eran sólo un
producto de mi deseo por creer
en que aquello sería posible al
final. Fueron meses de intensa
conexión con mi ser más
profundo, con la sabiduría de
mi corazón. Y en todo este
tiempo siempre me daba
ánimos y fuerza a mí misma
para seguir. Viví la etapa de
mayor introspección que
pudiera imaginar. Fue en
aquellos días en los que supe
quién era yo realmente, conocí
lo más profundo de mi alma y
fue gracias a todo este trabajo
de encontrar las respuestas a
todas las dudas en mi interior,
por lo que pude lograr el
avance definitivo en el proceso
de alcanzar la vida eterna.
Entré en conexión con mi yo
más auténtico.
Nunca tuve la sensación de
abismo y sí la de elevarme y
entrar de nuevo en el mundo,
la sensación de volver a nacer
para siempre. Hoy, después de
tanto tiempo de aquello, sigo
dando instrucciones a cada
célula de mi cuerpo para
mantener por siempre esta
forma física.
Me gustaría poder describir
con mayor nivel de detalle todo
el proceso pero desvelaría un
secreto que me fue regalado y
no tengo derecho a abrirlo al
mundo. Sólo puedo decir que
fue una intensa e indescriptible
vivencia. Aunque, sólo era el
principio de mi nueva vida tras
la vida.
Estaba terminando el mes de
marzo cuando decidí
trasladarme a mi casa en el
SoHo. Tenía la misma
apariencia que tengo hoy, la de
una joven de 20 años con todo
el futuro por delante. Es
increíble cómo me sentía
físicamente, tenía tanta fuerza
y tanta vitalidad que podía
conseguir todo lo que me
propusiera. Esto es algo que
sigo sintiendo hoy pero en
aquellos días era especialmente
llamativo para mí, puesto que
todavía tenía muy presentes las
sensaciones de un cuerpo
envejecido y dañado por la
soledad y la amargura; por eso
podía notar más nítidamente la
diferencia que este cambio
había producido en mí.
Es curioso, aunque sé que
tengo toda la eternidad por
delante para hacer millones de
cosas en mi vida, siempre vivo
queriendo más, siempre busco
cosas nuevas para hacer. Vivo
cada día con la misma ilusión
de aquel 27 de marzo en que
me trasladé a mi nueva casa y
con la misma intensidad que si
fuese el último día de mi
existencia. Eso me ayuda a
saborear cada instante y a
aprovechar cada vivencia. Creo
que por eso no siento cansancio
nunca.
Vivo intensamente.
Después de unos días en los
que estuve acondicionando
todo para mi nueva vida en mi
nueva casa, en mi nuevo
mundo, en mi nuevo ser,
empecé a leer la
documentación que me había
ido llegando desde que me
matriculé para estudiar
Psicología en la Universidad de
Columbia. Estaba muy
ilusionada porque confieso que
me gusta mucho el juego
financiero, al que dediqué mis
días en mi vida anterior, pero
en aquellos años siempre eché
de menos haber dedicado más
tiempo al comportamiento
humano y, sobre todo, a la
capacidad de nuestra mente.
Ahora que había descubierto el
poder que tenemos los seres
humanos en nuestro interior
quería saber más de todo lo
que los expertos habían ido
estudiando durante siglos sobre
nuestro cerebro. Por eso, elegí
esta materia sin dudarlo ni un
segundo. No me planteé
ninguna otra opción en aquellos
días. Empecé por Psicología y
unas décadas después derivé al
campo de la Neurociencia, pero
ésta es una historia posterior
hacia la que no me desviaré
ahora porque mis años en la
Universidad de Columbia fueron
cruciales en el devenir de mi
existencia.
Todo era mucho mejor de lo
que imaginé, no dejaba de
pensar en todas las
posibilidades que se estaban
abriendo ante mí y toda la luz
que iluminaba mi camino.
Después del verano
empezaría las clases y quería
estar muy bien preparada. Leía,
hacía ejercicio, meditaba,
paseaba, disfrutaba de la
música y me parecía mentira
que pudiese estar viviendo un
sueño tan verdadero como
este. La juventud había hecho
que pudiera olvidar la soledad
de los años anteriores. Tenía
muchas ganas de que llegara el
día del inicio de las clases pero
no tenía prisa. La verdad es
que vivo sin prisa, saboreando
todo lo que me pasa y
aprendiendo de todo lo que
vivo. En aquellos días, la vieja
sensación de estar en el último
tramo de mi viaje por la vida
había desaparecido
completamente dejando paso a
ese sentir propio de la juventud
que te lleva a vivir la vida con
toda la curiosidad y la pasión
que te hacen crecer y
desafiarte constantemente. Esa
sensación de volver a estar viva
y ver toda la eternidad por
delante de tu mirada es algo
c a s i indescriptible. Y lo más
maravilloso es sentir que inicias
ese camino con una larga
experiencia, gracias a haber
vivido una larga vida que te da
la tranquilidad suficiente para
saborear cada instante de
juventud como no lo hiciste en
la primera ocasión en que la
adolescencia te vino a recibir.
Una mañana, cuando fui a
comprar el pan, Maggie, la
dueña de esta encantadora
panadería que todavía
sobrevive a las grandes
cadenas de alimentación, me
habló de algo y se presentó
ante mí una bonita oportunidad
de hacer algo diferente. Maggie
era una mujer de unos 50 años,
rubia, con unos enormes ojos
marrones llenos de vida que
siempre tenía una sincera
sonrisa para mí.
— ¿Cómo estás, Aliva? Me
encanta verte cada día con tu
sonrisa eterna. Estoy tan
acostumbrada a los rostros
agobiados, los ceños fruncidos
de la gente en esta ciudad, que
me sorprende y me gusta
mucho compartir unos minutos
con alguien que siempre está
alegre —me dijo Maggie, con
un tono de complicidad.
Maggie es una mujer con la
bondad y la tranquilidad de
alguien que ha vivido mucho y
sabe saborear cada instante y
la posibilidad de aprovechar
cada minuto de luz y felicidad
que la vida le ofrece.
— Gracias, Maggie. Tengo
tantas razones para sentirme
agradecida hacia la vida que
supongo que eso se me nota —
le dije con una sonrisa en mi
rostro y absolutamente
convencida de ello.
También ella me sonrió una
vez más pareciendo entender
de qué le hablaba.
— Por cierto, tengo una
clienta encantadora que está
buscando a alguien que
quisiera trabajar como canguro
los fines de semana para cuidar
a sus dos niños de 4 y 3 años.
Viven aquí muy cerquita —dijo
señalando al final de la calle de
enfrente—. ¿Tienes alguna
amiga que pudiera estar
interesada en un trabajo así y
que sea de tu confianza? —me
preguntó Maggie.
Me quedé pensando.
— Bueno, la verdad es que
creo que no conozco a nadie,
pero te prometo que estaré
atenta —le respondí con una
cierta sensación de inquietud e
incertidumbre por haber dicho
no.
— ¡Qué pena! Seguiré
preguntando a las personas de
confianza que conozco a ver si
puedo ayudarla —dijo Maggie
sin perder la esperanza.
Cuando iba de vuelta a casa,
pensé que podría ser una
bonita idea trabajar como
canguro. La verdad es que
tenía tiempo suficiente para
ello y por supuesto tenía la
capacidad y la experiencia
necesarias para cuidar bien de
dos niños pequeños, aunque
eso a Maggie no podía
contárselo, claro. Fui dándole
vueltas a la idea y me decidí a
ofrecerme yo misma para el
trabajo. Es cierto que no
necesitaba el dinero pero me
apetecía. A la mañana
siguiente, volví a la panadería
de Maggie.
— Buenos días, Maggie. ¿Qué
tal estás hoy? —le dije
amablemente.
— Muy bien —respondió ella
con su habitual y amable
sonrisa.
— Por cierto, he estado
pensando mucho en lo que me
dijiste ayer sobre el trabajo
como canguro para los dos
pequeños de tu amiga. ¿Has
encontrado a alguien de
confianza? —le dije.
Y mientras le hacía la
pregunta me daba cuenta de
que realmente me apetecía la
idea.
— No, hija. ¿Se te ha ocurrido
alguien que conozcas? —me
dijo con sorpresa y alegría en el
rostro.
— No. Bueno, la verdad es
que había pensado que, tal vez,
yo podría hacer este trabajo —
le dije con un cierto tono de
timidez, aunque con la
seguridad de que eso era lo
que ella quería oír.
Vi cómo su sonrisa
impregnaba de luz todo su
rostro.
— ¿En serio? No se me ocurre
nadie mejor para proponerle.
Mira estos son los datos de la
mamá de los niños —dijo
acercándome un papel con el
nombre y su número de
teléfono y dirección—. Llámala
y dile lo que hemos hablado.
E s t o y segura de que ambas
vais a encajar muy bien, ya
verás qué encanto de niños. Se
merecen que les cuide alguien
como tú. Sé que lo vas a hacer
muy bien, pequeña.
Le devolví una sonrisa
sincera y le di las gracias por la
confianza que me mostraba.
Al llegar a casa llamé a
Alisson, la mamá de los niños, y
le di la referencia de Maggie.
Concertamos una entrevista
para esa misma tarde en su
casa, que no quedaba muy
lejos de la mía, a sólo dos
estaciones de metro. Alisson
era una mujer de unos 40 años,
muy amable y educada, que
trabajaba en una emisora de
radio en la que dirigía un
programa de noche que se
emitía los viernes y los
sábados. Su marido acababa de
aceptar un puesto en Japón
para un periodo de tres años en
la compañía en la que
trabajaba y ahora necesitaba
que alguien de confianza
cuidase de sus dos hijos en
esas dos noches cada semana.
El horario era muy bueno, yo
tenía que entrar a trabajar a las
21 horas porque el programa
de Alisson se emitía de 12 de la
noche a 4 de la madrugada; y
yo terminaba a las 12 de la
mañana del día siguiente.
Congeniamos muy bien en la
entrevista y Alisson decidió
contratarme, de modo, que ese
mismo fin de semana empecé a
trabajar. He de confesar que no
me parecía que estuviese
trabajando porque me encanta
cuidar niños y además, con
estas edades son muy
divertidos y se aprende mucho
de ellos. Lo pasaba genial y
ellos se divertían mucho
conmigo porque siempre les
inventaba juegos diferentes
que les mantuviesen activos y
entretenidos y les preparaba
desayunos divertidos,
cantábamos, coloreábamos y
todo lo que hacíamos lo
convertíamos en una fiesta.
Recuerdo ésta como una
experiencia preciosa y sé que
Alisson y los niños me tenían un
gran cariño. Trabajé allí
durante unos dos años hasta
que el padre de los niños
regresó definitivamente de
Japón, antes de la fecha que en
principio tenía prevista.
Ese mismo verano, y también
a través de Maggie, surgió la
oportunidad de trabajar en la
librería del señor Grisam, que
estaba muy cerca de la casa de
Alisson. Trabajaba sólo los
sábados, de las 12:30h a las
17:30h, pero era tiempo
suficiente para estar en
contacto con algo que me
apasiona: los libros. Me
encantaba la librería del señor
Grisam, tenía tantos libros
interesantes que fue muy
enriquecedor para mí durante
los años que trabajé allí.
Tenía mucho tiempo para mí
durante la semana, pero los
fines de semana estaba
ocupadísima con mis dos
trabajos, que además me
servían para pagar mis compras
de comida y ayudaban a mis
gastos mensuales de la casa.
No era mucho, pero tampoco
necesitaba más, tenía capital
suficiente para vivir bastantes
años, la casa era mía y yo
tampoco tenía demasiados
costes a los que hacer frente. El
gasto más importante era lo
que tenía que pagar por la
universidad, pero me lo podía
permitir perfectamente gracias
a mis inversiones. No compré
coche porque me encanta
andar por Manhattan y me
gusta mucho utilizar el
transporte público porque
puedo ir leyendo, escuchando
música o simplemente
observando a las personas y
aprendiendo de todo lo que veo
a mi alrededor.
Así, poco a poco, fue pasando
el verano y al fin llegó el día en
que empezaba a estudiar en la
Universidad de Columbia. He de
confesar que me sentía
nerviosa, pero no era miedo,
eran nervios de pura felicidad.
El primer día fue intenso, me
ubiqué en el entorno de las
clases, conocí a varios de los
que serían mis compañeros de
ese año y compartimos mesa a
la hora del almuerzo. Me
encanta la vida en la
universidad, me hace sentir
libre y llena de sueños. Creo
que es una de las mejores
etapas de la vida de una
persona.
Pasaron los meses y llegaron
los exámenes. No me cansaba
nunca, todas las puertas de mi
alma y de mi ser estaban
abiertas al conocimiento y
disfrutaba al máximo con todas
las cosas que estaba
aprendiendo sobre el ser
humano. Mis amigos estaban
agobiados por todo lo que
teníamos que hacer, pero yo
sólo podía sentir felicidad,
incluso en los momentos de
máxima carga de trabajo. El
hecho de haber vivido una vida
al completo y ahora tener la
oportunidad de vivir una nueva
y renacer era algo
indescriptible. Saber que tenía
todo el tiempo que yo quisiera
para hacer todo lo que se me
antojase era una sensación y
una vivencia tan grandiosa que
nada podía provocarme ningún
tipo de agobio, no había prisa,
no había miedo, no había
necesidad de demostrar nada,
sólo había la satisfacción de
vivir plenamente y hacer todo
aquello que me hiciera feliz.
Haber descubierto que todo es
posible me daba mucha fuerza
y un alto nivel de energía. No
sé por qué lo digo en pasado,
porque realmente sigue siendo
un sentimiento que se
mantiene en mí a día de hoy
también. Quizá se deba a que
en esa etapa de mi existir
estaba descubriendo la
grandeza de esas sensaciones.
Es bueno recordarlo porque me
ayuda a revivir ese maravilloso
descubrimiento y a no perder la
conciencia de mi fortuna.
Derek, Jane, Frank, Angie,
Mike, Nicole y Harry eran mi
grupo de amigos. Derek y Jane
eran los dos de un pueblo de
Alabama, se conocían desde
niños, se hicieron novios en el
instituto, cuando tenían 15
años y habían decidido estudiar
juntos en Nueva York. Se
llevaban de maravilla, estaban
hechos el uno para el otro, pero
también les gustaba mucho
estar siempre con el grupo de
amigos. La verdad es que eran
una pareja muy divertida, yo
siempre me reía muchísimo con
Jane. Ella era especial, alegre y
capaz de amenizar cualquier
situación con su manera de ver
la vida y con su forma de
interpretar las cosas que le
pasaban. Se reía de todo, lo
pasaba en grande y
aprovechaba cualquier situación
para hacer de ello un chiste.
Recuerdo cómo lo pasábamos
cuando nos contaba su versión
de la clase a la que
acabábamos de asistir.
Nosotros estábamos, unos
ávidos de conocimiento como
yo, otros algo desesperados
porque a veces las clases les
parecían eternas. Sin embargo,
Jane siempre tenía esa nota de
humor que nos hacía ver las
cosas de un modo diferente y
siempre caótico. Había días en
los que me hacía reír tanto su
versión de lo que había ocurrido
que no era capaz de tragar un
solo bocado, no hacía más que
reír y reír con sus historias
distorsionadas y sus notas de
humor.
Angie era mi mejor amiga,
con la que más tiempo
compartía aunque lo cierto es
que salíamos casi siempre
todos juntos después de las
clases y siempre comíamos
todos juntos en la cafetería del
campus. Angie nació en Seattle
pero a los 12 años, cuando sus
padres se divorciaron, ella se
fue a vivir a Montana con su
padre porque su madre era una
alta ejecutiva de una
importante multinacional que
tenía poco tiempo para dedicar
a su hija. A Angie le gustaba
más el tipo de vida de su
padre, que era un cirujano de
gran prestigio al que le gustaba
mucho la vida en familia. Él se
volvió a casar y Angie vivía con
ellos.
A Frank le gustaba Angie,
aunque ella no le correspondía,
porque por aquellos días tenía
sus ojos puestos en Mike. Frank
nació en Maine, era el pequeño
de una familia de cinco
hermanos y era un chico muy
divertido con el que pasábamos
largas horas riendo con sus
historias. Mike era mucho más
serio, pertenecía a una familia
de abogados de Chicago que
siempre había vivido en un
entorno austero y se
comportaba con extrema
timidez. Aunque esto es algo
que fue cambiando con los
meses y nos permitió descubrir
a ese ser tan interesante que
llevaba en su interior.
Nicole iba un poco más por
su cuenta, aunque estaba
integrada en el grupo. Era muy
guapa y sabía que todos los
chicos de clase se rendían a sus
pies. Nicole era de San Diego.
Siempre me resultó difícil
conectar con ella porque era
algo distante.
Y Harry era mi mejor amigo.
Era un chico de Minneapolis,
tenía una hermanita pequeña
de seis años a la que adoraba.
Hablaba cada día con ella por
teléfono, le compraba regalos
que le enviaba a casa y a ella
le hacía una enorme ilusión. Su
padre había muerto hacía 5
años en un accidente de tráfico
y esto había marcado mucho a
Harry, quien se había volcado
con su madre y su hermanita
pequeña en un intento de cubrir
el vacío tan grande que había
dejado en ellos la pérdida
repentina de su padre. A pesar
de todo, Harry era muy abierto
y siempre era el que
organizaba todo para el grupo,
el que proponía las ideas sobre
lo que podíamos hacer para
divertirnos, tenía una capacidad
de liderazgo en el grupo que a
todos nos encantaba.
Él era el que me acompañaba
cuando a mí se me ocurría
alguna idea diferente; como
cuando decidí vivir la
experiencia de trabajar en una
fundación que se encargaba de
recoger juguetes para los niños
más necesitados o como
cuando le dije que quería
conocer a aquel jugador de
baloncesto de la NBA al que yo
tanto admiraba. Y lo
conseguimos, por supuesto.
Yo estoy convencida, cada
día más, de que cuando quieres
algo y lo quieres de verdad el
mundo te abre un abanico de
posibilidades que si las
aprovechas te llevan a tu
objetivo.
Cómo lo pasamos aquel día
cuando conseguimos que Jason,
el jugador de baloncesto, nos
invitara a cenar con él y sus dos
compañeros de equipo. Fue una
cena muy divertida y además,
fue muy enriquecedor para
nosotros por todo lo que
aprendimos sobre el mundo del
deporte de élite y su
preparación mental para los
partidos. Nos sirvió mucho para
el trabajo de fin de curso y
luego conseguimos que Jason
nos dejara grabarle dando un
mensaje a nuestros
compañeros de clase, que
emitimos el día que tuvimos
que hacer la presentación de
nuestro trabajo de esa
asignatura. Eso nos sirvió para
conseguir la nota más alta de
toda la clase y la felicitación y
admiración de nuestros
compañeros y profesores.
Tengo recuerdos increíbles
de aquel primer año en la
Universidad de Columbia.
CAPÍTULO 6

LIAM

Siguieron pasando los meses


y yo continué disfrutando de mi
existencia. Tenía la sensación
de que mi vida era plena y que
no había nada más que pudiera
necesitar para sentir la
felicidad, hasta aquel día en el
teatro. Era mi segundo año en
la universidad.
Angie y yo habíamos
conseguido entradas para el
musical de mayor éxito en
Broadway, “The Mountain”. Era
jueves y estábamos sentadas
en nuestras butacas del teatro
dispuestas a disfrutar del
espectáculo y después salir a
cenar con el resto de los chicos
y chicas del grupo y,
evidentemente, salir a pasarlo
bien.
— Lo vamos a ver y a
escuchar de lujo en estos sitios.
No te quejarás de las entradas
tan estupendas que he
conseguido, ¿verdad? ¡Son las
mejores! —dijo Angie, orgullosa
de lo que había logrado,
mientras nos sentábamos.
— Ni una sola palabra —
respondí, haciendo el gesto de
cerrar mis labios con la mano,
como si tuviese una cremallera
en ellos—. Son geniales.
Recuérdame que te invite a un
café o algo así, te lo has
ganado, señorita
“consíguelotodo” —le dije
agradecida y sonriendo, pero
con un tono de sarcasmo que la
hizo mirarme y gruñir
cariñosamente.
De repente, me agarró del
brazo con tanta fuerza que creo
que incluso grité un ¡ay! que se
oyó varias filas más allá de la
nuestra.
— ¿Qué haces?, ¿qué te
pasa? —le dije, bajando la voz
en un susurro, pero
increpándola.
— ¿Has visto eso? —me
respondió en ese tono que las
chicas sabemos reconocer
cuando una amiga nuestra ha
visto a un chico realmente
guapo.
— ¿Qué cosa? —le dije, no
sin cierta condescendencia.
— Mira, mira eso que viene
por ahí. ¿Lo ves? ¡Dios existe y
viene hacia nosotras! creo que
me voy a derretir o
directamente me lanzo a sus
brazos. Por favor, ¿quién es ese
modelazo? —dijo Angie,
mientras terminaba su frase
con un suspiro profundo y
francamente muy gracioso.
Cuando vi a qué se refería,
sentí como si una fuerza
irreconocible hubiera agitado
todo mi ser. Y fue extraño
porque además de esta
convulsión mi brazo izquierdo
empezó a dolerme, era algo así
como si me quemase. No podía
dejar de mirar a aquel chico
impresionante, aunque por otro
lado, la sensación de quemazón
en mi brazo distorsionaba mi
estado de shock. Pensé que
Angie, en medio de los nervios
que le provocó la presencia de
aquel chico, me había apretado
demasiado fuerte.
Con el tiempo, supe que
aquella sensación de dolor, casi
quemazón, no era consecuencia
del agarrón de Angie pero en
aquellos días yo vivía ajena a
muchas de las cosas que
empezaban a formar parte de
mi nueva vida, de la vida que
sería para siempre.
Él era alto, con un cuerpo
simplemente perfecto, las
facciones de su rostro eran de
una masculinidad insuperable,
sus ojos verdes, casi
transparentes, tenían un
aspecto felino y su gesto era
serio, frío y distante pero aun
así me parecía un rostro dulce.
El color de su piel bronceada y
su pelo negro, algo revuelto, le
hacían parecer todavía más
apasionadamente sexy. Iba
vestido con un estilo moderno y
elegante y caminaba con la
tranquilidad de quien se sabe
seguro de sí mismo, pero sin
soberbia. No podía apartar mi
mirada de aquel chico, me
sentía como atraída por un
potentísimo imán. Nunca me
había pasado algo así. Pensé
que tenía que haber algún
desequilibrio hormonal en mí
causando esta agitación porque
en mi larga existencia jamás
había sentido una atracción tan
fuerte por nadie. Nunca.
A medida que se acercaba, la
agitación interior que yo estaba
experimentando se hacía más y
más intensa; lo mismo ocurría
con esta especie de escozor
doloroso que tenía en mi brazo
izquierdo. Y el nivel de
intensidad se elevó hasta
límites casi sobrenaturales
cuando, de repente, le tuve
frente a frente. Cuando
atravesaba nuestra fila de
butacas para llegar a la suya,
sentí el pisotón que me daba y
a continuación pude escuchar la
voz más cautivadora que había
oído antes.
— Lo siento. Perdona. ¿Te he
hecho daño? No me he dado
cuenta —dijo un poco agobiado
y sus ojos felinos me
cautivaban y me hacían víctima
de algún tipo de hechizo
indescriptible y apasionante.
— ¿Qué? —respondí
torpemente, mientras mi
respuesta me sacaba de la
sensación de semi inconsciencia
en la que me había sumido su
voz y su mirada.
— Te he pisado, ¿verdad? Lo
siento. No me he dado cuenta.
Discúlpame —repitió él con ese
gesto serio y distante, aunque
educado y correcto en sus
formas, algo clásico incluso.
— No,… eh, no es nada,… no,
no te preocupes —respondí yo
tratando de parecer normal, a
pesar de que me sentía como
bajo los efectos de la hipnosis.
Me devolvió una leve sonrisa,
que aunque era fría y distante,
terminó de cautivarme. Siguió
su avance hacia la butaca que
tenía reservada. Se sentó sólo,
miró con frialdad al escenario y
perdió su mirada en algún lugar
de sus pensamientos. Mientras
tanto, yo le observaba casi a
cada instante por el rabillo del
ojo como un ladrón que vigila
furtivamente el tesoro de su
antojo pensando en cómo
llegar hasta él para poseerlo.
Me atraía y me intrigaba él y la
sensación que estaba
produciendo en mí, a pesar de
que el dolor en el brazo me
perturbaba en aquellos
momentos de dulce atracción
hacia aquel chico con ese físico
tan seductor y con ese algo en
su mirada, en su voz y en sus
gestos que parecía atraerme
irremisiblemente.
Se apagaron las luces,
empezó la función y ya no
podía verle con tanta claridad
pero seguí observándole desde
mi butaca. La verdad es que
creo que no presté mucha
atención al musical, estaba
absolutamente absorta, como
hechizada por aquel chico, frío,
distante y absolutamente
atractivo. Angie, sin embargo,
se olvidó de su presencia y se
concentró en la obra que tantas
ganas teníamos de ver.
Cuando terminó, yo confiaba
en que volviera a salir por el
lado en el que nosotras
estábamos sentadas, así que
hice como que me entretenía
buscando algo en mi bolso para
volver a coincidir con él y
tenerle cerca, de nuevo. Sin
embargo, cuando levanté la
cabeza, vi que estaba saliendo
por el otro extremo de la fila de
butacas y en tan sólo un par de
segundos le perdí de vista. No
obstante, su recuerdo
martilleaba en mi mente con
una insistencia inusual para mí.
Al desaparecer entre la
gente, también el dolor de mi
brazo que se había mantenido
durante toda la función parecía
ir cesando suavemente. Y me
fui olvidando e ello.
Sé que parece algo casi
grotesco. De hecho, cuando
Angie y yo se lo contábamos a
Jane después de la función, se
rió de mí como nunca lo había
hecho nadie antes. ¡Uf! cómo
sonaba aquello, sé que parecía
la típica adolescente
enamoradiza, sacada de una
comedia romántica y claro Jane
y Angie lo pasaron en grande
aquella noche a mi costa.
— Ahí donde la ves, hasta
tartamudeaba cuando le decía
absolutamente embobada, “no,
no, no, no, te te te te
preocupes” —le contaba Angie
a Jane en tono burlón, mientras
me imitaba con voz de
bobalicona.
Luego, fueron llegando los
demás y pasamos un rato muy
divertido como cada noche de
las que salíamos juntos, en el
bar al que solíamos ir
habitualmente, el Major
League. Estuvimos organizando
lo que haríamos en el fin de
semana que teníamos previsto
pasar en Stockbridge.
Empezaba el otoño y esta es
una zona en la que se puede
apreciar el verano indio en toda
su intensidad de colores
amarillos, anaranjados y rojos.
Es un auténtico regalo para los
ojos. Yo iba a aprovechar el fin
de semana que iba a tener libre
porque el marido de Alisson
tenía unos días de vacaciones y
venía a pasarlos con su familia,
de modo que ella no iba a
necesitar que yo me quedase
con los niños. Por otro lado,
había acordado con el señor
Grisam que trabajaría dos días
en esa semana para compensar
el día libre que le había pedido.
Así fue pasando la noche de
viernes con mis amigos, entre
risas y planes para Stockbridge.
Yo estaba en la conversación
pero algo más distante de lo
habitual, porque seguía
viniendo a mi mente la imagen
de ese chico del teatro, aunque
trataba de disimularlo entrando
de vez en cuando en la
conversación pero con una
distancia que no era la habitual
en mí cuando estaba con mis
amigos.
Cuando llegué a casa, seguía
pensando en él. Me gustaba la
idea de su recuerdo, sin
embargo me producía una
extraña sensación. Quiero decir
que, yo que sentía que tenía
una gran fortaleza mental, y a
las pruebas me remito, lo cierto
es que ahora no podía sacar su
mirada de mi cabeza. Estaba
como bajo los efectos de la
magia, una magia que me
resultaba muy agradable y a la
vez inquietante y perturbadora.
Así continuó el recuerdo
durante las semanas que
vinieron después. El lunes
siguiente al viaje a Stockbridge
decidí tomar acción, no podía
soportar más tiempo este
constante estado de ansiedad
que me había generado el
encuentro con el chico del
teatro, del que ni siquiera sabía
su nombre, sólo que me sentía
extremadamente atraída hacia
él como por un efecto
magnético, desde el momento
en que le tuve frente a mí. Así
que decidí llenar el tiempo libre
que tenía con algún tipo de
actividad que me resultase
agradable, de modo que
pudiera dejar de pensar en él y
quitarme esta ansiedad por
volverle a ver. Me gustaba mi
vida de antes del día del teatro,
esa vida en la que sentía una
felicidad plena, no ésta en la
que vivía como bajo la
angustiosa necesidad de volver
a ver a alguien que tan sólo
había cruzado una frase
conmigo de modo accidental y
a quien no volvería a ver por
muy larga que fuera mi
existencia.
— ¿Cómo vas a encontrarle,
de nuevo, en una ciudad como
Nueva York? —me repetía a mí
misma en un intento de
racionalizar este barullo de
sentimientos que se habían
despertado en mí desde la
noche del teatro.
Era jueves por la tarde, ya
empezaba a anochecer cuando
me desvié de mi camino hacia
casa para ir al famoso gimnasio
del que todo el mundo hablaba
en mi entorno de amigos.
Estaba considerado el mejor de
la ciudad por sus instalaciones
y por la calidad de los
entrenadores. Era uno de los
lugares de moda. DEAL NYC era
el nombre. La verdad es que
era un sitio precioso, me
impresionó bastante al entrar;
de hecho me sentí deslumbrada
por aquel lugar que era la más
pura representación del lujo y
el diseño. Me dirigí a recepción,
me atendió un chico muy
amable y educado, Sam.
— Hola, buenas tardes, mi
nombre es Sam. ¿Cómo puedo
ayudarte? —dijo con una
sonrisa encantadora.
— Hola, Sam. Verás, me
gustaría empezar un
entrenamiento físico
personalizado. Yo hago una
hora de ejercicio diario en casa,
pero me gustaría hacerlo bajo
la supervisión de un profesional
porque estoy segura de que
hay algunas cosas que podría
mejorar. Y bueno, pues me
gustaría que me dieses
información sobre cómo
trabajáis en DEAL NYC y
también saber cuáles son los
precios —le dije.
— Perfecto. Si me lo
permites, te voy a enseñar
nuestras instalaciones para que
conozcas DEAL NYC en toda su
dimensión y para que lo veas
en funcionamiento. La verdad
es que estamos en plena “hora
punta” —dijo Sam con una
sonrisa—. Disculpa, no te he
preguntado cuál es tu nombre.
— Aliva. Me llamo Aliva —
respondí y él sonrió
amablemente.
Me fue enseñando todas las
instalaciones, desde las áreas
de fitness hasta la zona de spa,
vestuarios, la cafetería,
etcétera. Me explicó de forma
muy sencilla y amable cómo
funcionaba todo, me habló de
los entrenadores personales, de
los horarios, de las distintas
posibilidades de precios y
demás hasta que volvimos a la
zona de recepción.
— Como puedes ver, está
todo pensado para que te
sientas bien en DEAL NYC y
para que adoptar el hábito del
deporte no sea una dificultad
sino algo agradable, un lugar al
que te apetezca venir y
compartir tu tiempo con
nosotros. ¿Qué opinión te
merece? —me dijo con una
profesionalidad y con una
cercanía y cordialidad que no es
habitual y que me encantó.
— La verdad es que todo es
perfecto, ahora entiendo la
locura que DEAL NYC está
despertando entre la gente. Sin
embargo, tengo que pensarlo
porque se me va de precio —
dije con un gesto dubitativo—.
No quiero decir que sea caro,
creo que el precio es acorde a
lo que ofrecéis, pero yo soy una
estudiante y…, no sé. Creo que
voy a ver un par de cosas más
porque tal vez encuentre un
espacio no tan completo, pero
más asequible para mí. De
todas formas has sido muy
amable, de verdad. Muchas
gracias —le dije.
Tuve una sensación agridulce
porque me había encantando el
sitio pero me parecía, de
verdad, demasiado caro. Por
otro lado, me lo podía permitir
pero no sé, no estaba segura.
Últimamente, vivía con muchas
dudas desde aquel día del
teatro.
— Ha sido un placer, Aliva. Y
confío en que lo pienses y, si te
hemos conquistado, vuelvas.
Nos encantaría tenerte con
nosotros —dijo nuevamente
con esa amabilidad tan sincera.
— Gracias, prometo hacerlo
—le respondí mientras me daba
la vuelta para dirigirme hacia la
salida de DEAL NYC.
Cuando ya estaba a punto de
salir por la puerta, escuché a
alguien que se dirigía a mí.
— Disculpa. ¿Me permites un
momento? —dijo, al tiempo que
me detenía cogiendo mi
mochila con cierta premura.
Me di la vuelta pensando que
se trataba de alguien que me
paraba para decirme que me
había olvidado algo en la
recepción. Y de repente, allí
estaba. ¡Era él! El chico del
teatro, la causa de esta oleada
de sensaciones. Me dio un
vuelco el corazón y empezó a
latir a una velocidad inusitada.
Volví a sentir el efecto del
embrujo y nuevamente algo en
el interior de mi brazo comenzó
a martillear. Le miré sin
pronunciar una sola palabra.
— Perdona, no quería
asustarte —dijo con ese tono
correcto, pero distante, igual
que el día del teatro.
— No, no —respondí
torpemente y sin poder apartar
mis ojos del hechizo de su
mirada.
— Verás, no es habitual en
mí pero estaba cogiendo un
vaso de agua de la máquina y
he oído lo que estabas
hablando con Sam —dijo,
mientras parecía que trataba
de medir sus palabras antes de
continuar explicando lo que
fuese que me iba a decir.
Supongo, que de una manera
inconsciente asentí
mostrándole mi atención a lo
que me decía sin poder dejar
de mirar esos ojos.
— Bueno, creo que no me he
presentado. Perdóname. Mi
nombre es Liam, soy Liam
Tilmann. La verdad es que creo
que ya nos conocemos.
Supongo que no te acordarás.
Hace unas semanas,… en el
teatro,… yo llegaba tarde —
parecía titubear—. No me gusta
nada llegar tarde, de hecho
suelo llegar con tiempo a los
sitios, sobre todo cuando es
algo agradable y The Mountain
es un musical realmente bueno,
¿verdad? —se paró, me miró y
por vez primera vi cercanía en
lo más profundo de sus ojos.
Sonrió mientras bajaba su
mirada con una atractiva
timidez.
Yo seguía mirándole, no
podía dejar de hacerlo, a pesar
del hormigueo que tenía en
todos los rincones de mi cuerpo
y los pequeños y dolorosos
golpes que salían del interior de
mi brazo izquierdo. Todo era
como una fuerte sensación de
vértigo.
— Pues, como te decía,
mmm… te pisé.
Volvió a sonreír, esta vez con
un tono conquistador.
— Supongo que no te
acuerdas, claro.
— Sí, sí, claro que me
acuerdo —me apresuré a decir,
mientras pensaba “No, Aliva te
acabas de delatar. En estos
momentos ya sabe que no has
podido dejar de pensar en él en
todas estas semanas”.
— ¿Sí? Uf, de verdad lo
siento. No pensaba que te
hubiese hecho tanto daño —
respondió él avergonzado,
aunque con un tono como si
estuviese bromeando.
— No, no, realmente no me
hiciste daño. Pero sí me
acuerdo de ti —dije
apresuradamente.
Contesté como pude, entre
todas mis sensaciones
desbocadas y esperando que no
me preguntase cómo me podía
acordar de él porque no tendría
una respuesta lógica, se me
notaría que no había dejado de
soñar con aquel pisotón y sobre
todo, con aquellos ojos que me
cautivaron desde el mismo
instante en que los tuve ante
mí.
— Ya —dijo como tratando
de comprender por qué yo
aseguraba recordarle.
Hizo una pequeña pausa de
un par de segundos para
continuar la conversación.
— ¿Alina es tu nombre? —
dijo, de nuevo con una leve
sonrisa en su mirada.
— En realidad es Aliva —le
corregí—. Es español. Bueno es
una historia de mis padres. Hay
una ciudad en España, mi país,
que se llama Ávila y que ellos
adoraban. Cuando yo nací
decidieron ponerme el nombre
de esa cuidad, pero al revés —
expliqué mientras sentía el
alivio de estar dirigiendo la
conversación hacia otros
derroteros menos
comprometedores para mí en
aquellos momentos.
— Aliva —dijo él, como
repitiendo sus pensamientos en
voz alta y elevando su mirada.
— Sí —respondí.
— Bueno, pues como te decía
no he podido evitar escuchar tu
conversación con Sam. ¿Puedo
proponerte algo? —me dijo con
una seguridad mayor en sus
palabras de lo que me había
mostrado unos minutos antes.
— ¿Qué? —pregunté, no sin
intriga.
— Se me ocurre que, ya que
yo quiero mejorar mi nivel de
español y tú estás buscando un
entrenador personal… tal vez,
podríamos hacer un trueque. Yo
me encargo de tu
entrenamiento físico y por cada
hora de ejercicio conmigo en
DEAL NYC tú me das a mí otra
hora de clase de español. ¿Qué
te parece la idea? Porque
hablas español, ¿verdad? —dijo
convencido de que mi
respuesta sería afirmativa.
— Sí, sí claro que lo hablo.
Pero, no sé. Creo que tengo
que pensarlo —dije con una
inseguridad nada habitual en
mí.
Todavía hoy no soy capaz de
entender por qué no le dije que
sí al instante. Era lo mejor que
me podía pasar, ¡estaría dos
horas con él! Sin embargo, le
dije que no sabía y que tenía
que pensarlo. Era algo muy
extraño, sentía una atracción
incontrolable hacia él y al
mismo tiempo mis respuestas
me alejaban de él. Era como
que yo no controlaba la
situación, ni mi propia voluntad.
No sabría explicarlo, pero era
como si alguien hablara por mí
en contra de mi voluntad,
estaba como sin control. Por un
lado, sentía una fuerte y
maravillosa atracción hacia él y
por otro, su presencia siempre
estaba acompañada de ese
dolor intenso en mi brazo que
me nublaba los pensamientos.
— Ya —respondió algo
contrariado, mientras buscaba
un nuevo argumento a su
propuesta—. La verdad es que
no estaba pensando en
gramática y esas cosas. No sé,
igual es eso lo que no te
apetece. Yo me refería a algo
más centrado en conversación
para adquirir fluidez —insistió
mientras me miraba como
tratando de descubrir cuáles
eran las razones que me
llevaban a decirle que no.
— No, no es eso. Es que,
verás… ¿De cuántas horas
estamos hablando? —pregunté
dejándole un poco descolocado.
Y yo misma seguía pensando
por qué no le decía ya que sí al
momento si era lo que
realmente me estaba pidiendo
todo mi ser.
— ¿Cuántas horas? —repitió
él en voz alta y bajando su
mirada hacia el suelo como
tratando de encontrar la
respuesta adecuada—
Podríamos hacer una hora
diaria de entrenamiento y una
hora de conversación en
español —respondió, tratando
de dar con el número correcto y
propicio para obtener un sí por
mi parte.
— Ya —hice un gesto de
medio rechazo de su propuesta
con mis labios—. Creo que es
mucho tiempo y ahora estoy en
muchas cosas a la vez.
Me detuve un segundo antes
de continuar con mi
argumentación. Recuerdo que
me cogí el brazo izquierdo con
mi mano derecha porque
realmente sentía que me hervía
y necesitaba hacer algo para
parar ese extraño dolor.
— Estoy estudiando y tengo
dos trabajos en fin de semana.
La verdad es que no sé cómo
encajar todo esto. Y seguro que
no puedo adaptarme al horario
que tú tengas disponible. Creo
que no voy a poder —objeté.
Mientras tanto, me
preguntaba a mí misma por qué
estaba dándole esta respuesta.
Era como si alguien se hubiera
metido en mi mente y estuviera
controlando mis respuestas y
llevando la conversación por el
lado opuesto al que mi ser
hubiese deseado dirigir en
aquel momento.
— Claro —dijo él, pensativo y
casi mecánicamente.
— Gracias, de todos modos.
Al mismo tiempo que le
respondía esto, yo pensaba
cómo estaba perdiendo la
oportunidad de pasar dos horas
al día con ese chico que tantas
sensaciones nuevas estaba
despertando en mí. Le daba
vueltas a cómo podía hacer
para reconducir esto que yo
solita me estaba cargando, o al
menos eso es lo que yo
pensaba; cómo sino iba a poder
entender desde un punto de
vista racional aquello que
estaba ocurriendo en mi
cerebro.
— Sí. Gracias a ti —dijo él,
con un tono nuevamente
distante y marcado con una
profunda mirada de desilusión.
De repente, levantó los ojos
y se volvió a dirigir a mí como
recuperando la posibilidad de
continuar aquello de alguna
manera.
— Me gustaría dejarte mi
número de teléfono. Por si lo
piensas y quieres que lo
volvamos a hablar —dijo con un
cierto tono de esperanza.
— Sí, claro. Me parece buena
idea —dije, pensando que al
menos sabría cómo localizarle
cuando me replantease toda la
estupidez de mi actitud y
pudiera darle una vuelta para
retomarlo todo.
Se acercó al mostrador de
recepción, cogió una tarjeta y
allí apuntó su número personal
junto a su nombre. Me lo
acercó y reconocí el suave roce
de sus dedos al darme su
número. De nuevo, sentí cómo
se estremecía todo mi ser.
Sonreí mientras pensaba que
ya quería volverle a ver.
— ¿Te importaría darme tu
número?… Ya sabes, por si hay
algún tipo de opción nueva que
podamos ofrecerte —preguntó
Liam con un tono de duda.
— ¿El mío? —pensé en voz
alta— Sí. ¿Me dejas un papel y
te lo apunto?
— Aquí tienes.
Cuando iba a escribir mi
número, de repente sentí como
si mi mente se hubiera
quedado en blanco, no podía
recordarlo. ¿Qué me estaba
pasando? Detuve la avalancha
de pensamientos inconexos que
se estaban produciendo en mi
cabeza y tomé el control de mi
diálogo interior. Dejé mi mente
en blanco para coger yo las
riendas y no aquello extraño
que parecía estar
introduciéndose en mi interior.
Y en cuestión de segundos,
mi mano estaba escribiendo el
número. Levanté la mirada con
una agradable sensación de
victoria sobre no sabía muy
bien qué, pero de victoria al fin
y al cabo.
— Lo pensaré. Lo prometo —
le dije, acercándole el papel
sobre la mesa, por miedo a
volver a sentir el hormigueo por
todo el cuerpo si me volvía a
rozar.
— Gracias, Aliva —lo cogió y
lo miró para devolverme la
belleza de sus ojos.
Yo me di la vuelta y me
acerqué a la máquina de agua.
Sentí una sed que me ahogaba.
Bebí un par de vasos y cuando
me volví ya se había ido. Por un
momento, creí que todo había
sido un sueño, producto de mi
imaginación que tan aturdida
estaba en los últimos días. Sin
embargo, Sam fue quien me
devolvió a la realidad.
— Es increíble. Nunca le
había visto hablar así a nadie —
dijo Sam, dirigiéndose a mí y
bajando el tono de voz como
para evitar que alguien pudiese
oírle.
— ¿Qué? —pregunté.
— Llevo mucho tiempo
trabajando con él —susurró—.
Es mi jefe. En realidad, es el
dueño de todo esto. No puedo
decir que sea mal jefe, al
contrario. Es perfecto en todas
sus formas sin embargo, es frío.
Todo el mundo dice que hay
una coraza en él que te da
como miedo. Sólo se muestra
cercano con Amy. Pero si he de
ser sincero, nunca le había visto
hacer algo así como lo que
acabo de ver contigo. Nunca le
había visto tan ¿humano?, no
sé si me explico, me refiero a
tan cercano.
— ¿Amy? —pregunté
esperando que no me dijera
que Amy era su novia, aunque
eso era lo que me temía.
— Amy es la otra jefa. Es su
hermana. Son mellizos y tienen
una conexión especial entre
ellos, es algo que se nota. Con
el resto de las personas él
mantiene la distancia de un
cazador que observa el terreno
y estudia a sus presas. Es muy
raro. Más bien, es muy solitario.
Hay mucha gente que dice que,
a pesar de su evidente
atractivo físico, despierta miedo
e incertidumbre cuando le
tienes cerca y cuando te habla.
A mí ya no me pasa pero es
verdad que al principio, cuando
empecé a trabajar con él, sí
que me producía algo así —me
explicó en un tono cómplice.
— Ya —respondí sorprendida,
mientras levantaba las cejas en
un gesto de cierto estupor por
lo que Sam me estaba
contando.
También he de reconocer que
me encantaba la idea de que
Amy fuera su hermana y no su
novia, como pensé al principio.
Me quedé unos segundos en
silencio para, a continuación,
darme la vuelta hacia la puerta.
— Gracias por todo, Sam. Ha
sido un placer —dije.
— Adiós y gracias a ti —se
despidió él.
Ya de vuelta a casa, me di
cuenta de que había pasado
más tiempo del que me había
parecido mientras estaba allí en
DEAL NYC. Me apresuré para
llegar pronto porque ya hacía
frío y me apetecía llegar a la
calidez de mi hogar y volver a
pensar en todo lo que me había
ocurrido con mayor claridad.
Aunque sabía que por mucha
racionalidad que quisiera
ponerle a esto, lo cierto es que
lo que estaba viviendo era algo
absolutamente irracional.
Y si había algo que tenía
claro era que quería volver a
ver a Liam Tilmann. Mi vida
carecía ya de sentido si él no
era parte de mi existencia.
Pensé mucho aquella noche,
no podía dormir. Entre mis
pensamientos me di cuenta de
que mi comportamiento en
DEAL NYC con Liam había sido
el de una persona demasiado
madura, casi vieja, que se
mueve por sus temores, no por
aquello que le gustaría
conseguir.
A pesar de que me daba
cuenta de que mi modo de
actuar no había sido acorde con
la juventud que yo sentía en
toda mi piel, y no hablo sólo en
el sentido físico, lo cierto es
que mi mente estaba
obnubilada hasta el punto de
que no lograba encontrar la
forma de darle una vuelta a
todo esto y pensar en cómo
recuperar su presencia en mi
vida. Sabía que quería volver a
verle, lo que no sabía era cómo
hacerlo de una manera normal
y lógica.
Seguí pensando sobre ello,
no podía entender qué era lo
que me había pasado. Sentía
como si alguien se hubiera
colado en mis pensamientos y
hubiera controlado mis
respuestas. No era yo la que
había rehusado la oferta de
Liam. Estaba segura de ello.
Pero, cómo explicar
racionalmente lo que había
ocurrido.
La verdad es que hacía
mucho tiempo que yo sabía que
las cosas no son como parecen
y que la mente humana tiene
un poder mucho mayor de lo
que podemos imaginar. ¿Se
habría colado alguien en mis
pensamientos para evitar que
yo volviera a ver a Liam? Y si
eso era así, ¿quién era ese
alguien? y ¿por qué?
A la mañana siguiente, me
levanté muy temprano porque
tenía un montón de cosas que
hacer, quería adelantar todo el
trabajo que pudiese para estar
más tranquila en el fin de
semana, ya que tenía que
presentar un par de temas en
clase en muy pocos días y
necesitaba dejarlo todo
preparado para poder
dedicarme plenamente a mis
dos trabajos, los niños de
Alisson y la librería. Era todavía
de noche cuando salí de casa
para tomar el metro y dirigirme
a la biblioteca de la
universidad. Aunque me parecía
algo extraño y por supuesto,
producto de mi imaginación,
habría jurado que alguien me
observaba muy de cerca en
todo el trayecto hasta llegar a
la cafetería en la que tenía
previsto tomar un desayuno
rápido para estar preparada en
el momento en que se abriese
la biblioteca. A pesar de todo,
esta percepción no me
generaba ningún tipo de miedo
o negatividad, más bien era un
sentimiento de protección. Sé
que parece extraño e
inexplicable que una chica
antes del amanecer se sienta
observada en una ciudad como
Nueva York y esto le genere
protección, pero lo cierto es
que eso es lo que me estaba
ocurriendo. Aunque, a estas
alturas de mi vida ya sabía que
yo no era una chica normal, al
menos, no lo que cualquiera en
el mundo en el que vivimos
consideraría una chica normal.
No olvidemos que aunque para
todos yo tenía 20 años, en
re a l i d a d había nacido unas
cuantas décadas antes y estaba
viviendo mi segunda vida.
Fue un día normal, intenso en
cuanto a la cantidad de trabajo
que saqué adelante, pero un
día habitual. Había estado tan
ocupada que no había tenido
tiempo para pensar en Liam.
Salí del recinto de la facultad y,
aunque empezaba a anochecer
y hacía frío, sentí la necesidad
de dar un paseo. Mientras
caminaba sola por las calles de
Nueva York, su recuerdo
regresó a mis pensamientos, la
suavidad de su voz, que aunque
Sam calificaría como fría, a mí
me resultaba de una calidez
inmensa.
Nuevamente, mientras
escuchaba mi música favorita
en mis cascos, empecé a sentir
el hechizo de su mirada, de su
sonrisa. Abrí mi mochila para
tomar la tarjeta en la que me
había escrito su número de
teléfono para llamarle y decirle
que había pensado sobre su
propuesta de “trueque” y que
había decidido aceptarla. Cuál
fue mi sorpresa cuando
descubrí que la tarjeta ya no
estaba en mi mochila. Yo sabía
exactamente dónde la había
puesto, en el pequeño bolsillo
que había en uno de los lados
en la parte interior. La busqué
casi con desesperación pero no
logré encontrarla. ¿La había
perdido? ¿Cómo podía haberme
ocurrido esto? No comprendía
nada, pero lo cierto es que allí
no estaba. Llegué a la boca de
metro y me apresuré a entrar
con la intención de llegar a
casa cuanto antes para
buscarla allí. Seguro que la
habría sacado y no me
acordaba; me decía a mí misma
mientras iba sentada en el tren
bajo la luz de los fluorescentes
del vagón.
Cuando llegué, la busqué por
todas partes. No la encontré.
Salí al balcón para tomar aire
fresco y pensar con más
claridad. Miré a la Luna
pidiéndole que me ayudara a
entender qué me estaba
pasando. Mi mundo se
tambaleaba. Mi mente se había
descontrolado, mis
sentimientos estaban
desbocados, había perdido el
control de todo y sentía
angustia, no miedo, pero sí
ansiedad. Me tumbé en mi
hamaca favorita e inicié una de
mis conexiones con la Luna. De
repente, una voz que no supe
reconocer me susurró “Aléjate,
Aliva. Es peligroso” y
rápidamente se desvaneció.
— ¿Quién? ¿Qué es
peligroso? ¿De qué me tengo
que alejar? —pregunté
aterrada, como nunca me había
sentido.
Hoy sé que mi miedo no se
debía a la incertidumbre de no
saber de qué o de quién me
tenía que alejar, sino que mi
intuición me decía que alejarme
de Liam iba a ser muy doloroso
para mí.
— Soy fuerte. No tengo
miedo del peligro. Sabes que
puedo con ello —insistí desde la
desesperación que estaba
sintiendo en mi interior.
No hubo más respuesta. ¿Por
qué la Luna me dejaba
abandonada?, ¿tal vez no
quería interferir más en mis
decisiones? Le pregunté
insistentemente pero no obtuve
más respuesta. No volví a
escuchar su susurro. Y allí seguí
mirándola durante más de una
hora hasta que el frío intenso
de la noche me sacó de aquella
especie de trance. Entré en
casa, no pude probar bocado y
decidí irme a descansar. Pasé
por delante de mi teléfono pero
no le presté atención. Me metí
en la cama, cerré los ojos y me
dormí rápidamente. De
repente, en mitad de la noche
sentí de nuevo la mirada de
Liam y me desperté. Me
levanté para tomar un vaso de
agua, entonces sí miré el móvil
que me indicaba que había
entrado un mensaje hacía
varias horas.
Lo abrí.
“Dime que lo has pensado y
vendrás. LIAM”.
Mi corazón se encendió. Y
recordé aquello que siempre
decía mi querido amigo Martín:
“escucha a tu corazón”, tal y
como le había enseñado Shadú
en la Tierra de los Inmortales.
Y así lo hice.
Escribí el mensaje de
respuesta.
“Sí. ALIVA”.
Y sin dudarlo, seguí el
impulso hechizante de mi
corazón y lo envié. No habían
pasado ni diez segundos
cuando sonó mi teléfono en
aquella inolvidable madrugada.
Descolgué.
— ¿Sí? —dije, segura de que
sólo podía ser él.
— Hola. Acabo de recibir tu
mensaje. He pensado que
podía llamarte a esta hora, que
estarías despierta —dijo
tímidamente, en un dulce
susurro.
— Sí, lo estoy —contesté muy
nerviosa.
— ¿Vendrás? —insistió, casi
con miedo.
— Sí —dije escuetamente.
Yo también sentía miedo
pero no de él. No sabía qué,
pero algo me atemorizaba.
— ¿Mañana? —preguntó.
— Mañana no puedo. Cuido
de dos niños los viernes y los
sábados por la noche. Y
además trabajo en una librería
los sábados. Tal vez, ¿el
domingo? —dije deseando que
el tiempo pasara muy rápido
para que ese momento llegara
lo antes posible.
— El domingo es perfecto.
Puedo pasar a buscarte,… si
quieres, claro —dijo como
arrepintiéndose de haber dado
un paso que a mí pudiera
agobiarme.
— ¿Lo harías? —exclamé.
— Será un placer —
respondió, transmitiendo una
sonrisa en su voz—. ¿A qué
hora?
— Termino a las 12.
— Las 12 es perfecto. Allí
estaré —se apresuró a
contestar.
— Vale, pero no sabes la
dirección —apunté.
— No te preocupes, te
encontraré —respondió con
absoluta seguridad, una
seguridad que yo no podía
comprender pero que acepté
convencida de que me decía la
verdad y sabiendo que estaría
allí.
Los dos días pasaron
lentamente, muy lentamente. Y
llegó el domingo, eran las 12
cuando me despedí de Alisson y
los niños, convencida de que
Liam vendría y además me
encontraría, no podía saber
cómo pero mi confianza era
absoluta. Abrí la puerta y allí
estaba él, de pie, apoyado en
aquel coche blanco,
impresionante y con una
sonrisa embaucadora
iluminando su rostro. Todo mi
ser cobró vida, de nuevo. Me
sentí flotando como en una
nube de ensueño.
— Has venido —dije tratando
de mostrarme sorprendida,
pero lo cierto es que no lo
estaba, sólo era felicidad lo que
podía sentir en aquellos
momentos.
— Tengo la sensación de que
nunca dudaste de que te
encontraría —contestó él con
gran seguridad.
— Es cierto. Pero a cambio
tendrás que explicarme cómo lo
has hecho —dije retándole y sin
dejar de mirarle.
— Algún día —respondió
mientras me abría la puerta del
coche para que entrase.
Me senté en aquel cómodo
asiento y, con un gran
hormigueo en todo mi ser,
seguí mirándole mientras se
sentaba junto a mí.
El intenso dolor y sensación
de quemazón en mi brazo pasó
a un segundo plano porque la
cercanía de Liam llegaba a
eclipsar todo lo demás.
— ¿Preparada para tu
entrenamiento? —me preguntó
cuando encendía el motor de
aquél bólido, sin perder la
eterna y cautivadora sonrisa de
sus labios y de su mirada
hechizante, en la que ya no
había ningún escudo protector
cuando estaba conmigo.
— ¿Y tú? —le pregunté
desafiante y sin poder dejar de
mirarle.
— Absolutamente —contestó,
convencido de que aquello le
iba a gustar.
No sé cómo, pero en un
instante habíamos llegado a
DEAL NYC. Aparcó el coche en
su plaza de garaje y con una
gentileza inusual en estos
tiempos, manteniendo siempre
una cierta distancia física entre
nosotros, caminó junto a mí
hasta la puerta del lujoso
ascensor que nos conduciría
hasta la puerta del
deslumbrante DEAL NYC. En
silencio y sin dejar de mirarnos,
pasaron los escasos segundos
que nos llevó subir. Entramos.
Estaba lleno de gente. Sam
estaba en recepción,
rápidamente se dio cuenta de
que estábamos allí y me dirigió
una sonrisa que acompañó de
un “buenos días. Me alegro de
que hayas decidido volver”,
mientras inclinaba a un lado la
cabeza.
— Gracias, yo también —le
respondí encantada de mi
decisión.
— Sam. ¿Puedes encargarte
de que Aliva tenga todo lo que
necesita mientras yo me
cambio de ropa y preparo todo
en sala para su sesión de
entrenamiento? —le indicó
Liam con la fría educación que
le caracterizaba en sus
relaciones con los demás,
excepto conmigo.
— Por supuesto. Lo haré
encantado.
A pesar de sus formas
amables, Sam mostraba cierta
intriga en su manera de
mirarme, como tratando de
entender quién era yo o qué
era lo que había en mí que
generaba aquel
comportamiento tan inusual en
su jefe.
— Gracias —respondió
respetuosamente Liam a Sam
—. Te veo en unos minutos —
me dijo a mí, regalándome una
de sus leves e intrigantes
sonrisas.
— Sí —respondí sin poder
dejar de mirarle.
Sam me dio todas las
indicaciones necesarias para
que pudiese manejarme
cómoda y fácilmente en todo el
recinto y me proporcionó todos
los accesorios que iban a ser de
utilidad para mí en aquel lujoso
lugar.
Me fui al vestuario femenino,
donde me había sido asignada
la taquilla número D13 y cuyo
código de acceso era el 7788.
¿Casualidad?, hoy sé que no,
pero en aquel momento es
cierto que no presté atención a
aquella coincidencia. Hoy sé
que Liam estaba tratando de
saber algo más de mí, pero
cuando ignoras el origen de las
cosas que te están ocurriendo,
como era mi caso entonces, es
muy difícil que tu atención se
centre en detalles sutiles como
este.
El vestuario tenía todo lo
necesario para que tu estancia
allí fuese lo más agradable
posible. Lo mismo sucedía con
todo el recinto. Recuerdo el
aroma de DEAL NYC, era
especial, intenso y relajante,
casi mágico, tanto que hacía
que estar allí fuese algo como
etéreo. Creo que a mí me hacía
perder la noción del tiempo. De
hecho, estuve bastante rato allí
para cambiarme de ropa pero
es que estaba completamente
embaucada por aquel sitio, o al
menos eso es lo que yo
pensaba.
DEAL NYC siempre ocupará
un lugar especial en mi
corazón.
Salí del vestuario y me dirigí
a la sala de fitness. Allí estaba
Liam, apoyado sobre una de las
máquinas mirando a la calle a
través de uno de los grandes
ventanales. De repente, como
si hubiera presentido mi
presencia en aquella sala llena
de gente haciendo ejercicio con
sus propios entrenadores
personales y aquella música
intensa, se dio la vuelta y me
ofreció nuevamente la
profundidad de su mirada, que
acompañó de una leve sonrisa,
cada vez más habitual para mí.
— ¡Por fin! He llegado a
pensar que te estabas
planteando marcharte y no
entrar en la sala de fitness.
¿Estás bien? Llevo 45 minutos
esperándote —me dijo como
sorprendido y casi en tono de
burla o, tal vez, de regañina
cariñosa.
— ¿45 minutos? —dije yo con
una gran sorpresa en mi rostro
abriendo unos ojos como platos
— No sé ¿estás seguro de eso?
No soy consciente. Prometo ser
más rápida mañana —insistí.
En mi interior, sentía que
algo había debido ocurrirme en
el vestuario porque yo habría
jurado que sólo había estado
unos diez o quince minutos a lo
sumo, mientras me cambiaba
de ropa y me dejaba embaucar
por el aroma de aquel lugar.
Hoy sé que algo me paralizó y
probablemente la fuerte
atracción que sentía hacia Liam
y mi fortaleza mental pudo con
ello. Por eso, aunque me llevó
45 minutos, pude deshacerme
de aquello que dificultaba mi
acercamiento a Liam y seguir
actuando según mi voluntad, no
la de otros.
— Bien, ¿empezamos? —dijo
con mucha fuerza en su voz.
— Sí —contesté yo con un
tono de voz tenue, asintiendo
con mi cabeza.
— Vale, vamos a hacer una
serie de pruebas para conocer
cuál es tu estado físico actual.
Esto nos llevará
aproximadamente una hora. A
esto es a lo que dedicaremos
hoy nuestro tiempo. ¿Estás
preparada? —dijo con mucha
energía y profesionalidad.
— Sí, pero ¿para qué es todo
esto? —respondí yo algo
sorprendida, ya que estaba
convencida de que hoy
empezaríamos con mi proceso
de entrenamiento
directamente.
— Para estar seguros de que
el plan que preparo para ti es el
mejor y el que más se adecúa a
tus necesidades y a tu
condición física actual —me
miró y a continuación sonrió
con dulzura antes de seguir
hablando—. No seas
impaciente, déjame hacer las
cosas siguiendo nuestro
método. Te aseguro que es lo
mejor —volvió a decir
nuevamente con un tono muy
profesional que transmitía una
gran confianza.
— ¿Y en qué consisten estas
pruebas? —pregunté algo
intimidada por la situación.
— Confía en mí. Podrás con
todas ellas. Eres una chica
fuerte —respondió con una voz
algo paternal y muy paciente.
Por un momento, aprecié un
tono como de burla en su
manera de hablarme que me
hizo sentir algo ridícula.
— Está bien. Tú dirás —dije
tratando de parecer confiada y
segura.
Me pidió que le acompañara
a una de las cintas y allí me
explicó cuál era el
funcionamiento de aquella
máquina y lo que yo debía
hacer para la prueba a la que
me iba a someter. A
continuación, seguimos con el
resto de “pruebas” durante algo
más de una hora.
— Ya está, has sido una
valiente y lo has hecho todo
perfecto —me susurró
acercándose levemente a mi
oído, mientras conseguía que
todo mi ser se estremeciera un
vez más.
Sentí un terrible pinchazo en
el brazo que me hizo salir del
estado de semi inconsciencia
en el que me hallaba cada vez
que Liam estaba cerca de mí.
— ¡Genial! —dije tratando de
ocultar mis emociones, aunque
supongo que no lo logré porque
mi corazón se aceleró.
— ¿Cuánto tiempo crees que
te va a llevar darte una ducha y
cambiarte esta vez? —dijo con
una mirada divertida— Ya
sabes, por saber si te espero
pacientemente en la cafetería o
me subo a mi despacho a
adelantar unas cosillas de
trabajo hasta que estés
preparada.
— ¿15 minutos es suficiente
para ti? —le pregunté en un
tono algo desafiante.
— ¡Oh sí, claro! Te espero en
la cafetería en 15 minutos.
Volví al vestuario. Casi no
aparté la mirada del reloj de mi
teléfono para asegurarme de
que no me perdía en ningún
tipo de pensamiento que me
alejara de la realidad, tanto
como para no cumplir con mi
compromiso de estar lista en 15
minutos. Había un mensaje de
llamada perdida al que no
presté atención. Mientras me
duchaba, pensaba qué era lo
que me había podido pasar
antes para no tomar conciencia
del tiempo que había perdido
en el vestuario. ¿O sería una
broma de Liam para volverme
loca? Más loca aun de lo que
sentía que estaba desde que
había aparecido en mi vida.
Cuando salía de la ducha,
sonó mi teléfono. Era mi amiga
Angie.
— ¿Sí? —dije al descolgar.
— ¿Aliva? —sonó la voz de mi
querida amiga.
— Sí, Angie. Dime.
— ¿Estás bien? —preguntó
ella, algo preocupada.
— Sí —le dije, sorprendida
por la pregunta y por la
preocupación que había en su
voz—. ¿Por qué me lo
preguntas?
— Porque estoy aquí, en el
Major League, con Harry.
Llevamos más de una hora
esperándote. Te hemos
llamado miles de veces, ¿no
has visto las llamadas
perdidas? Y pensábamos que te
había ocurrido algo. ¿Dónde
estás? ¿qué te ha pasado?
Habíamos quedado para tomar
algo mientras pensábamos en
cómo vamos a enfocar el
trabajo que nos ha pedido el Sr.
Morton para el viernes,
¿recuerdas? —comentó Angie,
elevando el tono de voz para
hacerse escuchar bajo el sonido
de la música del pub y muy
acelerada, mostrando
claramente su preocupación.
— ¡No, el trabajo! es verdad.
Lo siento. Lo siento de verdad.
Lo había olvidado por completo
—respondí muy agobiada,
agolpando mis palabras unas
con otras mientras recordaba
exactamente la conversación
del jueves en la que habíamos
quedado para vernos y pensar
por dónde empezar a
prepararlo todo.
¡Cómo había podido
olvidarlo! me dije a mi misma
en el interior de mi mente.
— ¿Lo habías olvidado?
¿Dónde estás? Se oye una
música de fondo. Aliva, de
verdad, llevas unos días, bueno
ya varias semanas que estás
muy rara. ¿Va todo bien? Sabes
que pase lo que pase me lo
puedes contar. Soy tu amiga —
dijo, transmitiendo una
preocupación sincera en sus
palabras.
Era verdad, Angie y yo nos
habíamos hecho muy buenas
amigas y nos teníamos un gran
cariño. Sé que estaba
preocupada por mí. No podía
mentirle.
— Te juro que se me había
olvidado. Ahora estoy en el
gimnasio, acabo de salir de la
ducha y voy a cambiarme de
ropa. ¿Me podéis esperar? Será
menos de una hora. Id
pensando en ello. Prometo
concentrarme en el trabajo
durante el trayecto de metro
hasta llegar allí. Lo siento.
Esperadme. Yo a cambio te
aseguro que llegaré con varias
ideas. De verdad, créeme —me
apresuré a decirle.
— Vale. Pero, ¿desde cuándo
vas al gimnasio? ¿A qué
gimnasio vas? ¿Por qué no me
habías dicho nada? Sabes que
tenía ganas de apuntarme, si
me hubieras dicho que habías
decidido empezar a ir al
gimnasio te habría
acompañado. Podríamos ir
juntas —contestó ella, sin
entender qué me pasaba y algo
decepcionada por mi actitud.
— Lo siento. Te lo contaré
todo. Dame un poco de tiempo,
¿vale? —le pedí bajando el tono
de mi voz.
— Vale. Espera que te paso a
Harry, que me está quitando el
teléfono porque no sé qué
quiere decirte —me dijo entre
prisas.
— ¿Aliva?
— ¿Qué?
— ¿Qué pasa? —me dijo algo
enfadado.
— Nada, Harry. Estoy bien.
Te lo aseguro. Sólo que he
tenido muchas cosas que hacer
esta semana y,… lo había
olvidado por completo. Ya le he
dicho a Angie que llego en
menos de una hora. Lo siento,
de verdad —le dije abrumada
por la situación.
— Ya puedes venir con
buenas ideas para compensar
este abandono de tus mejores
amigos —dijo Harry, aceptando
mis sinceras disculpas.
— ¡Hecho! —respondí con
más convencimiento en mi
manera de hablar— Hasta
ahora. Un beso.
— Un beso —dijo él mientras
colgaba el teléfono.
¿Cómo había podido
olvidarme? ¿Qué me estaba
pasando? Sentía que tenía
considerables lapsus en mi
memoria. ¿Sería la presencia de
Liam que me estaba
perturbando hasta estos
límites?
Y de repente, pensé cómo le
diría ahora a Liam que le
dejaba colgado, que me iba con
mis amigos a los que, por cierto
también había dado plantón.
Me vestí todo lo rápidamente
que pude y me dirigí a la
cafetería. Allí estaba él en la
barra, sentado leyendo una
revista. Y una vez más, a pesar
de que estaba lleno de gente,
se dio la vuelta justo en el
instante en que yo llegaba a la
puerta. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo
sabía que yo estaba allí? Esto
ya no era una coincidencia, lo
hacía siempre.
— ¿Qué pasa, Aliva? —dijo en
cuanto estuve delante de él,
haciendo gala de su
impresionante intuición.
— Lo siento —respondí sin
saber por dónde empezar.
¿Cómo podía decirle que me
tenía que ir, que había olvidado
por completo que mis amigos
me esperaban para hacer un
trabajo?
— No pasa nada —dijo y
parecía que comprendía o que
sabía lo que yo quería decirle.
— Es que, verás… mmm… me
tengo que ir —comenté, medio
tartamudeando y sin encontrar
las palabras.
— ¿Estás bien? —preguntó al
tiempo que parecía que iba a
acariciarme el brazo para
tranquilizarme. Pero en el
último instante, apartó su mano
y no lo hizo.
— Sí, sí. Es que me olvidé
que había quedado con Angie y
Harry. Son mis dos mejores
amigos, somos compañeros de
clase y tenemos que preparar
un trabajo para finales de la
próxima semana. Había
quedado con ellos para vernos
hoy. Llevan esperándome más
de una hora y me han llamado
muy preocupados porque no
sabían nada de mí. No sé como
ha podido ocurrir. No sé qué me
está pasando. Pierdo la noción
del tiempo en el vestuario hace
un rato, me olvido de que he
quedado con mis amigos para
un tema importante, pierdo las
cosas —le solté todo de golpe,
mirando al suelo y a mi
alrededor, evitando cruzarme
con sus ojos hasta que terminé
esta perorata, pero lo cierto es
que necesitaba decirle que
estaba desconcertada.
— Esas cosas pasan, a veces.
Te propongo una cosa —dijo
regalándome una de sus
profundas miradas, esta vez
transmitiendo tranquilidad y
paz desde aquellos
impresionantes ojos felinos que
no dejaban de mirarme.
— ¿Qué? —respondí
esperando poder decirle que sí
a lo que me iba a proponer.
— Te llevo en mi coche. Así
llegarás antes. Podemos hablar
en español durante el trayecto
y después, cuando hayas
terminado, me llamas y te voy
a buscar. En el camino hacia tu
casa continuamos con mi clase
de español. Y así habrás podido
cumplir con todos. No lo
pienses más, vas a llegar más
tarde si te vas en el metro.
Vámonos —dijo.
Liam volvió a utilizar ese
tono pausado que le
caracterizaba, con lo cual me
transmitió también a mí la
tranquilidad que necesitaba en
aquellos momentos en los que
me sentía tan perturbada que
pensaba que mi fuerza mental
y mi capacidad de pensar
siempre en positivo se estaban
desvaneciendo.
— Gracias —suspiré.
¡Me parecía tan
increíblemente perfecto!
Una vez en el coche, Liam
puso una música tranquila que
me ayudó bastante para bajar
mi nivel de ansiedad. Antes de
poner el motor en marcha me
miró.
— ¡Eh! —dijo mientras
tomaba suavemente mi rostro
con sus dedos sobre mi barbilla
— Todo está bien, ¿de acuerdo?
Fueron sólo unos instantes e
inmediatamente se alejó hacia
el volante como si algo en mí le
produjese algún tipo de dolor
físico al tocarme. Mientras
tanto, el dolor en mi brazo se
había vuelto a intensificar de un
modo que, de no haber estado
junto a Liam, habría empezado
a retorcerme porque
comenzaba a ser insoportable.
— Sí —asentí.
— Ahora señorita, me
gustaría empezar con mi clase
de español, por favor —dijo con
un perfecto acento español,
que no pudo por menos que
sorprenderme, mientras ponía
en marcha el motor del coche.
Le devolví una mirada atónita
que él pudo apreciar por el
rabillo del ojo, mientras parecía
poner atención a la calzada.
— Será un placer —dije con
a s o m b ro —. Yo siempre he
pensado que la mejor forma de
aprender un idioma es
practicarlo como parte de algo
que te guste o que te despierte
interés, así es más fácil. Te
propongo que hablemos de
algún tema que te guste y, a
medida que se desarrolla la
conversación, yo te voy
diciendo cuál es la forma más
adecuada de expresar lo que
quieras decir. ¿Vale? —le
propuse hablándole ya en
español, algo más lento de lo
que yo lo hubiese hecho con el
objetivo de hacerme entender,
aunque estaba segura de que
me entendía a la perfección lo
que estaba diciéndole, a pesar
de que según él, quería
aprender el idioma.
— Me parece bien —
respondió él mirándome
durante un segundo mientras
conducía.
— Pues, ¿de qué te gustaría
hablar? —pregunté ya mucho
más tranquila y muy centrada
en la clase de español, tratando
de no pensar en el dolor de mi
brazo.
— De ti —dijo Liam,
consiguiendo despojarme
totalmente de mi recién
recuperada seguridad.
— ¿De mí? —pregunté, casi
desencajada.
— Sí. Has dicho que la mejor
forma para aprender un idioma
es practicarlo como parte de
algo que te guste o que
despierte tu interés, ¿no? Creo
que esas han sido tus palabras,
¿cierto? —dijo muy seguro y
atisbando una vez más esa
sonrisa que me dejaba sin
escudo protector frente a su
atracción irresistible.
— Sí, eso es lo que he dicho
—respondí tratando de
disimular mi confusión—. ¿Por
dónde quieres empezar? —
pregunté en español, mirando
por la ventana delantera del
coche y tratando de controlar la
situación en la que me acababa
de ver envuelta.
— ¿Cuántos años tienes? ¿Te
parece un buen comienzo? —
dijo con su perfecto acento
castellano.
— ¡Muuuy bien! —exclamé,
mostrándole mi felicitación por
lo bien que lo había expresado
— ¡Correcto y con muy buen
acento!
— Gracias.
— ¿Dónde has aprendido a
hablar español? —pregunté en
un intento de desviar la
atención que había mostrado
sobre mi persona y tratando de
llevar la conversación hacia él y
hacia sus circunstancias, para
que me hablara de él y de
cuándo y cómo había aprendido
a hablar tan bien mi idioma.
— Lo aprendí en España. Viví
allí durante un tiempo —
respondió como siempre, con la
cortesía habitual en él—. Pero
todavía no has respondido a mi
pregunta —insistió.
— Ya —dije, mirando por la
ventanilla, buscando la forma
de evitar la respuesta. —Por
cierto, el lugar donde he
quedado con Angie y Harry es
un pub que no sé si conoces. Es
el Major League, está en la 7a,
con… —traté de desviar
nuevamente la conversación y
además asegurarme de que
llegábamos rápidamente al
lugar donde estaban
esperándome mis amigos.
— Conozco el Major League
—me interrumpió nuevamente
en un perfecto español.
— ¡Ah! Pues, entonces
perfecto —dije segura de que
ya no tenía muchas más
posibilidades de desviar la
atención y convencida de que él
volvería a insistir en hablar de
mí.
— ¿Y bien? —continuó.
— Sí.… eh… eso mismo iba a
decir yo —dije sabiendo que
era una respuesta sin sentido y
casi inconexa con la
conversación que estábamos
llevando—. Y ¿en qué parte de
España viviste? —indagué.
Suspiró mirando al frente y
elevando una de sus pequeñas
sonrisas.
— Te propongo una cosa. Yo
te respondo a una pregunta y
tú no me haces otra hasta que
me hayas respondido a una
mía. ¿De acuerdo? —fue su
oferta, esta vez en inglés, para
tomar el control de la
conversación que yo estaba
tratando abiertamente de
desviar.
— Vale —acepté el trato.
¿Qué otra cosa podía hacer si
todo mi ser temblaba sin
dejarme pensar con claridad
cuando le tenía tan cerca?
— Seguimos pendientes de tu
respuesta. ¿Recuerdas? La
pregunta era sencilla,
preguntaba por tu edad —
insistió mientras giraba el
volante para entrar en la 7a
avenida.
— Mi edad,… claro —dije yo
en voz alta mientras bajaba el
pequeño espejo del parasol del
coche para, casi de forma
instintiva, comprobar que mi
aspecto era el de una
veinteañera.
— Exacto —asintió.
— ¿Cuántos años crees que
tengo? —pregunté para alargar
este punto de la conversación
lo suficiente como para que no
hubiera más preguntas antes
de llegar al Major League.
— ¡Ah, no, no! Recuerda el
trato. No hay más preguntas si
no hay respuestas —dijo más
serio de lo habitual.
Aparcó el coche en la puerta
del pub, paró el motor y me
miró expectante.
— 20… mmm…tengo casi 20.
Juro que no le mentí. Así era
como yo me sentía. Yo era esa
chica de casi 20 años, ahora sí.
Vivía como una universitaria,
mis amigos eran chicos de esta
edad, mi apariencia física era la
de una joven y, aunque la
experiencia de mi vida anterior
me acompañaría siempre, yo
era una joven y quedaba muy
poco, en aquellos momentos,
de mi vida anterior.
Sonrió cariñosamente.
— ¿Y tú? —pregunté.
Se detuvo un momento y
bajó su mirada por unos
segundos.
— Ésta la dejamos para
después. Vas a llegar tarde.
Tus amigos te esperan —
respondió, mientras elevaba su
mirada hacia mis ojos
haciéndome temblar una vez
más.
— Está bien —dije.
Desvió sus ojos por una
fracción de segundo para mirar
el reloj del coche.
— Son las 3 de la tarde. ¿A
qué hora quieres que venga a
recogerte? —dijo ya en inglés.
— ¿A las 5 y media? —le
propuse.
— Perfecto. Aquí estaré —
contestó gentil.
Me preparaba para bajar del
coche, quitándome el cinturón
de seguridad, cuando cogió mi
mochila que estaba en el suelo
y con la mano me indicó que
me esperase. Abrió su puerta,
bajó, rodeó la parte delantera
del coche hasta llegar a la mía
para abrirla con la
caballerosidad de los hombres
de antaño. Era la segunda vez
que hacía esto y me gustó. Le
demostré con mi gesto que me
parecía un detalle precioso para
que lo repitiera en el futuro, me
hacía sentir muy bien y
aprovechaba para mirarle
mientras él no me veía. Me
encantaba su forma de
tratarme, era tan atento y
cuidadoso en todas sus formas
que me encandilaba.
Salí y a continuación cerró la
puerta, se apoyó sobre ella
mirándome y volvió a sonreír.
Y, claro, yo volví a temblar.
— Aliva —dijo y se detuvo
una fracción de segundo—. No
has comido nada. Prométeme
que vas a tomar algo ahora.
Las pruebas que hemos hecho
no son muy intensas pero no
debes permanecer sin comer
después de haberlas realizado.
¿Lo harás?
— Lo haré —dije sonriendo—.
Nos vemos después.
— Hasta luego —se despidió
en su perfecto acento
castellano.
Y se quedó apoyado en el
coche mirándome mientras yo
entraba en el bar para reunirme
con mis amigos.
Estaba aturdida pero me
sentía plena.
Entré en el Major League,
miré la mesa del fondo. Allí
estaban Angie y Harry. Me
acerqué.
— Hola, chicos. Lo siento, de
verdad —dije sinceramente.
— ¡Qué pronto has llegado!
Te había entendido que
tardarías una hora —dijo
intrigada Angie.
— Ya. Es que… bueno,… me
han traído en coche —respondí
muy rápidamente y sabiendo
que no iba a ser suficiente para
ella que me conocía muy bien.
Yo sabía que ocurriría lo que
pasó a continuación.
— ¿Qué te han traído en
coche? ¿Quién te ha traído? —
preguntó esperando la verdad.
— Eh… nada. Nadie en
especial —desvié la mirada,
haciendo como que buscaba al
camarero—. Mi entrenador
personal —respondí como entre
dientes y en voz algo más
bajita, tratando de restarle
importancia pero Angie no
estaba dispuesta a dejarlo ahí.
— ¿Entrenador personal? —
dijo como pavoneándose—
¿Cómo que tienes un
entrenador personal?, quiero
saberlo todo, todo, todo —dijo
sin dar opción.
— Sí —suspiré.
— ¡Vamos! ¿a qué estás
esperando? ¿Quién es él? ¿Por
qué tu entrenador personal se
toma la molestia de traerte
hasta aquí? ¿Quién es? ¿Lo
conocemos? ¿Dónde le has
conocido? ¿Te gusta? —dijo
amontonando todas las
preguntas según iban surgiendo
en su cabeza.
— Ya, Angie —le pedí con
fuerza—. No hay nada de qué
hablar ahora, por favor. Estoy
bastante disgustada por
haberme olvidado de nuestra
cita y también algo cansada
porque esta semana ha sido
agotadora. Los exámenes, los
trabajos que hay que entregar
para las distintas asignaturas,
mi trabajo con los niños de
Alisson y el trabajo en la
librería en los fines de
semana… —expliqué
apoyándome sobre el respaldo
del sillón tratando de buscar un
descanso mientras hablaba—.
No sé, estoy cansada chicos. Os
lo digo de verdad —insistí
cerrando los ojos y elevando mi
cara hacia el techo.
Yo misma me daba cuenta de
lo extraña que debía parecerles
a mis amigos que me conocían
muy bien ya y que siempre me
veían feliz, sin prisas y sin
agobios por nada, disfrutando
de cada instante y de cada cosa
que me pasaba. Yo nunca me
sentía abrumada por la
cantidad de trabajo que
teníamos que hacer, al
contrario, siempre me mostraba
pletórica y animaba a los otros
a que disfrutasen de la época
más bonita de la vida y hasta
me ofrecía a ayudarles con sus
trabajos. Supongo que todo
esto era tan sorprendente y
raro para mi querida amiga
como para mí misma. Por eso,
se mostraba tan insistente y
preocupada por mí. Sé que lo
hacía con la mejor de las
intenciones pero yo no estaba
llevando las riendas de mi vida
en aquellos momentos. Sentía
como si dos fuerzas opuestas
estuvieran tratando de
imponerse la una a la otra,
siendo yo el objetivo de su
abrumadora presión. Por un
lado, la fuerza que me atraía
irremediablemente hacia Liam
y por otro, esta extraña
sensación de que algo externo
a mí estaba actuando desde
algún lugar o incluso desde
dentro de mí para alejarme de
él lo antes posible.
— Vale, chicas. Está bien.
¿Nos centramos en el trabajo
para el profesor Morton? —dijo
Harry tratando de poner orden
en aquella conversación entre
dos amigas que podría terminar
en una discusión no deseada
por ninguna de las dos.
— Sí, por favor. Gracias,
Harry —respondí, inclinándome
hacia delante para ponernos a
trabajar.
— Vale. Acepto —dijo Angie
con cierta condescendencia en
su voz y en sus gestos.
— ¿Habéis comido? —
pregunté.
— Claro que hemos comido,
son más de las tres de la tarde
—respondió algo airada—.
Sigues con tu horario español
—y sonrió para quitarle hierro
al asunto.
— Por favor —indicó Harry al
camarero, para pedirle que
viniera hasta nuestra mesa.
— Gracias, Harry —dije con
una sonrisa cómplice.
— ¿Sí? —preguntó el
camarero, que era nuevo,
nunca le había visto en el Major
League.
— ¿Me puedes traer una
ensalada Major? —pedí.
— Sí, claro. ¿Algo para
beber? —solicitó amablemente.
— Tomaré un zumo de
manzana y agua natural, por
favor —le indiqué con una
sonrisa.
Apuntó todo y me dijo que en
unos minutos estaría listo. Me
dio las gracias y se fue hacia la
barra para encargar mi
ensalada y preparar mi petición
de bebida.
Harry tomó el liderazgo de
aquella reunión de compañeros
de clase y fue indicándonos los
temas en los que él había
pensado que podíamos trabajar
para la asignatura del profesor
Morton. Debatimos un rato
sobre las distintas posibilidades
y finalmente nos pusimos de
acuerdo en el tema. Mientras
hablábamos, fui comiendo mi
ensalada que reconozco que
me sentó muy bien, porque
realmente estaba hambrienta.
Los nervios producidos por el
hecho de que había quedado
con Liam me impidieron probar
bocado en el desayuno.
Después, no tuve ocasión de
comer nada y además, las
pruebas que había realizado en
DEAL NYC me habían cansado
un poco. Luego tomé un plato
de fruta. Me encantaba cómo
preparaban la fruta en el Major
League, con muchas variedades
en un mismo plato y totalmente
natural, además de muy
agradable a la vista. Era un bar
típico en la zona, en el que
podías ver los partidos de
baseball y en el que estaban
especializados en
hamburguesas, patatas y esas
cosas, pero también cuidaban
mucho el tema de las
ensaladas y las frutas. Era
parte de su encanto, el hecho
de que realmente estaba
pensado para gustar a
cualquier tipo de público.
Cuando repartimos tareas
entre los tres, Harry nos dijo
que tenía que marcharse
porque quería terminar unas
cosas que tenía pendientes. La
verdad es que sé que Harry
quiso dejarnos solas porque
intuía que las dos queríamos
hablar. Éramos muy buenas
amigas, Harry lo sabía y se
había dado cuenta de que
estábamos un poco
distanciadas, lo cual no nos
hacía bien a ninguna de las
dos.
Cuando nos quedamos solas,
inmediatamente Angie entró en
el tema que habíamos dejado
pendiente antes.
— ¡Cuéntamelo todo! ¡Ya! —
inquirió, aunque con una
sonrisa cómplice hacia mí.
— Ya —dije como pensando
en voz alta y tratando de
decidir qué era lo que le iba a
contar a Angie.
— ¿Quién es? ¿Cómo se
llama? ¿Dónde le has conocido?
¿Es tu entrenador personal? ¿A
qué gimnasio vas? ¿Desde
cuándo? Todo, cuéntamelo todo
desde el principio. ¿Por qué has
estado tan callada al respecto?
—volvió a inquirir
intensamente.
— Vale, vale. Te lo cuento. A
ver, ¿por dónde empiezo? —dije
elevando mis ojos hacia el
techo y tratando de poner
orden en las cosas para
contárselo a Angie.
— Por donde quieras, pero ya
—volvió a insistir.
— Bueno. Se llama Liam,
Liam Tilmann —respondí con
una cierta frialdad para no
demostrar que sólo el hecho de
pronunciar su nombre en voz
alta me hacía temblar.
— ¿Liam Tilmann? —repitió
Angie, tratando de buscar en su
memoria para saber si le
conocía y así poder ponerle
cara— No me suena de nada
este nombre.
— No. No le conoces —
respondí rápidamente—. Bueno
la verdad es que le has visto, al
menos una vez, que yo sepa —
dije mientras recordaba la
primera vez que yo le vi y que
estábamos juntas.
— ¿Sí?, ¿le conozco? no me
suena de nada, de verdad.
¿Quién es? —preguntó con la
misma insistencia de antes.
— ¿Te acuerdas el día que
fuimos a ver “The Mountain”?
— Sí, claro. Me encantó esa
obra —respondió, mientras
arrugaba un poco las cejas
porque no estaba siendo capaz
de relacionar ese día con aquel
nombre, Liam Tilmann—. Pero
no sé quién es ese chico —
comentó en tono interrogante.
Tomé aire profundamente.
— Bueno, verás. ¿Te
acuerdas de un chico que
llegaba tarde, que estaba
sentado en nuestra misma fila
de butacas? ¿uno que me dio
un buen pisotón? —dije.
Hablé con toda la naturalidad
que pude, tratando de que
fuese ella la que recordase su
rostro y aquella escena sin
necesidad de pronunciar ningún
calificativo sobre el arrollador
aspecto físico de Liam. Pero fue
ella la que rápidamente cayó
en el tema y recordó a Liam,
tanto que su respuesta fue en
un tono de voz tan alto que los
chicos de la mesa de al lado se
giraron a mirarnos.
— ¿El modelazo? —gritó con
una impresionante sorpresa y,
yo diría que casi emoción, en su
rostro y desde luego en el tono
de su voz.
— Shh, baja la voz —le pedí
mientras le tapaba la boca con
mi mano.
— ¿Es ese? —dijo con la
misma insistencia que antes,
pero esta vez en un susurro y
con unos ojos como platos.
— Sí, ese mismo —respondí
tratando de parecer tranquila y
como si Liam fuera un chico
cualquiera y muy normalito.
— ¡Ahora lo entiendo! —dijo
mientras se echaba hacia atrás
en su asiento.
— ¿Qué?
— Es verdad —dijo mientras
ella misma iba tomando
conciencia de lo que estaba
diciéndome.
La miré esperando a ver qué
era lo que me iba a decir.
— Has estado rarísima desde
entonces. En Stockbridge
estabas como ida. Bueno,
llevas así desde esa tarde —
dijo mientras me miraba
apretando los labios como una
madre que le está echando una
cariñosa regañina a su hija.
De nuevo, se inclinó
acercándose hacia delante para
lograr una mayor cercanía
conmigo y continuó en un tono
de voz bajo.
— Tengo la sensación de que
estás distante. Además, me
tenías preocupada porque tú
siempre eres la que me
transmite fuerza, seguridad y
ganas de seguir aprendiendo
sin importarme si siento que no
puedo con todo. Y llevas
semanas que pareces
preocupada por algo, incluso
cansada —dijo haciéndome
tomar conciencia de que mi
actitud había cambiado desde
que Liam se había cruzado en
mi vida.
— Lo sé, Angie. Y de verdad
que lo siento —me disculpé.
— No. No lo sientas. ¿Tanto
te gusta? —preguntó ella con
cariño, acercándose para hacer
la pregunta en voz muy bajita.
— Creo que es más que eso
—dije después de inspirar
profundamente.
— ¡Guao, Aliva! —dijo y me
cogió la mano y la apretó con
fuerza, transmitiéndome lo
contenta que estaba por mí.
En ese momento, sentí
nuevamente el dolor en mi
brazo. Y sabía que no tenía que
ver con el hecho de que Angie
hubiese cogido mi mano. Era
provocado por algo distinto y
no sabía identificar por qué,
sólo sabía que el dolor era muy
intenso y que era intermitente,
se iba y venía
espontáneamente. Era como de
dentro hacia fuera, como si
algo en el interior de mi brazo
tratase de salir rompiendo
tejidos y provocando sensación
de dolor y ardor al mismo
tiempo.
De repente, Liam entró en el
pub. Todas las chicas se fueron
girando a mirarle a medida que
se acercaba hacia nuestra
mesa. Llegó hasta nosotras con
su eterna sonrisa y sus ojos
cautivadores.
— Hola —dijo tímidamente.
Me levanté muy rápido para
presentárselo a Angie.
— Hola —le dije sin poder
dejar de mirar sus ojos y casi
temblando.
No conseguía
acostumbrarme, siempre
empezaba a temblar cada vez
que le veía.
Angie nos miró con
complicidad.
— Os presento. Angie, éste
es Liam. Liam, ésta es mi
amiga Angie, mi mejor amiga
—dije con orgullo hacia ella.
— Encantado —dijo mientras
asentía con su cabeza,
marcando las distancias con
educación y respeto, pero con
frialdad, como hacía siempre
con todo el mundo excepto
conmigo.
— Lo mismo digo —respondió
Angie con una sonrisa y algo
intimidada por la frialdad de
Liam.
Él se dirigió a mí
rápidamente.
— Son algo más de las cinco
y media. ¿Estás lista? Tengo el
coche mal aparcado —me dijo
con la cercanía que sólo a mí
me dedicaba.
— Sí. Ya habíamos
terminado, ¿verdad Angie?
— Sí, sí, claro, hace ya un
ratito —respondió ella con
amabilidad.
Cogimos nuestras cosas y
salimos los tres hacia la puerta
de la calle. Allí nos despedimos
de Angie, quien me indicó con
su mirada lo impresionante que
le parecía todo aquello y me
hizo un gesto con la mano para
que la llamase más tarde. Le
devolví una sonrisa y me fui
hacia el coche con Liam. Me
abrió la puerta como había
hecho hacía un rato. Sabía que
podía llegar a acostumbrarme a
este gentil detalle, pero
seguiría gustándome tanto
como la primera vez.
Una vez dentro del coche,
puso música. Esta vez eligió el
disco de uno de los grupos de
moda que escuchábamos todos
los jóvenes en la ciudad.
Encendió el motor del coche y
me miró con sus ojos eternos.
No encuentro palabras para
describir cómo me sentía.
— ¿A dónde quieres ir? —dijo
gentilmente.
— Te debo más de media
clase de español. Supongo que
deberíamos buscar algún lugar
donde poder terminarla, ¿no?
¿Hay algún sitio que te guste o
donde prefieras estar? —
pregunté.
— DEAL NYC es uno de los
sitios donde más me gusta
estar. Me siento muy bien allí.
¿Te apetece que vayamos a la
cafetería? Prometo acercarte a
casa después para que no
tengas que ir en metro por la
noche, además está
empezando a hacer frío —dijo
con su inagotable amabilidad.
— Me parece bien. Seguimos
donde lo habíamos dejado, en
el DEAL NYC —respondí
transmitiendo más seguridad
que en las veces anteriores.
Condujo todo el camino en
silencio. Dejó sonar la música.
No era un trayecto largo pero
no pronunciamos una sola
palabra ninguno de los dos.
Llegamos al garaje, aparcó el
coche. Bajó y me abrió la
puerta para que yo pudiera
salir. Nos dirigimos al lujoso
ascensor. Y continuó sin decir
nada. Sólo me miraba. Yo no
era capaz de entender en qué
podía estar pensando. Le vi
algo preocupado. Era como si
en el tiempo en que yo había
estado con mis amigos en el
Major League, hubiese ocurrido
algo. Estaba distinto, de hecho
parecía algo distante. No sabría
explicar por qué, pero lo sentía
así.
Llegamos. No estaba Sam, el
amable encargado de la
recepción de DEAL NYC. En su
lugar había otra chica a la que
yo no conocía, puesto que Sam
había terminado su turno. Ella
nos sonrío.
Entramos en la cafetería.
Liam me preguntó qué quería
tomar. Le dije que nada,
acababa de tomar un té en el
Major League. Él pidió un té
verde al camarero y se sentó
en la mesa, junto a mí para
continuar con su clase de
español, la accidentada clase
de español que le debía.
Antes de que él dijera nada,
y como guiada por mi instinto,
le pregunté si todo estaba bien.
— Sí. No te preocupes. He
tenido que resolver unas cosas
en este rato pero todo está
perfecto ya, de verdad. Nada
de que preocuparse —dijo
tratando de mostrar
congruencia entre sus palabras
y su comunicación no verbal—.
¿Por dónde íbamos cuando te
dejé? —preguntó.
— Íbamos por que tú me
hacías una pregunta, yo te
respondía y después yo te hacía
otra y así —relaté con cierta
frialdad—. Yo te había hecho
una pregunta que quedó
pendiente de respuesta por tu
parte, ¿recuerdas? — indiqué.
— Sí, sí. Claro que sí —dijo
con su sonrisa nuevamente en
los labios.
De repente, se despistó.
Apartó la mirada y la dirigió
hacia la puerta de entrada de la
cafetería. Era increíble. ¿Cómo
era capaz de saber lo que
estaba pasando a sus espaldas?
Inmediatamente, yo también
miré hacia la entrada de
manera casi inconsciente para
saber qué era lo que había
atraído tanto su atención. Era
una chica guapísima, por cierto.
He de reconocer que sentí celos
porque él se había despistado
para mirarla, aunque siendo
realista cualquier chico se
habría despistado porque era
realmente bella.
Ella también le miró. Le
sonrió. Y se acercó hasta
nuestra mesa.
Cada vez me dolía más el
brazo.
— Hola —dijo con una voz
muy agradable.
— Hola hermanita —
respondió Liam, dirigiéndose a
ella con la misma cercanía con
la se dirigía a mí.
— Hola —respondí con una
sonrisa.
La verdad es que fue muy
tranquilizador saber que era su
hermana.
— Aliva. Te presento a Amy,
mi hermana melliza —dijo
mirándola con enorme cariño—.
Amy, ella es Aliva.
— Hola, Aliva. Me alegro
mucho de conocerte, al fin —
dijo sonriendo con gran
cercanía hacia mí, como
indicando que sabía de mi
existencia porque Liam le había
hablado de mí, lo cual me
halagó muchísimo.
— Para mí también es un
placer, Amy. Me gusta mucho
tu nombre, es precioso. Hace
un tiempo me interesé por
conocer los significados de los
nombres y recuerdo que Amy
era algo así como “la que es
amada” —expliqué.
— Gracias —respondió ella
con una bonita sonrisa aunque
distante, incluso se mantenía a
una cierta distancia física de
mí.
— ¿Quieres sentarte? —le
ofrecí.
— No, no. Sé que estáis en la
clase de español. Eso es
importante. No quiero
interrumpiros —dijo con una
sonrisa cómplice en sus labios y
en su mirada.
La mirada de Amy también
era misteriosa, felina y parecía
ocultar algún secreto, pero yo
en aquellos momentos no supe
interpretar nada sobre ese
secreto.
— Sólo vengo a tomar un té y
me subo de nuevo a mi
despacho. Ha sido un placer.
Confío en que nos veremos más
veces, Aliva —dijo dándose la
vuelta al tiempo que le hacía
un cariñoso guiño a su hermano
quien le correspondía con cierta
timidez.
— Bien. Pues ya has conocido
a mi hermana —dijo él con un
suspiro que no supe interpretar
qué significaba.
— ¡Es guapísima! —exclamé
con sinceridad.
— Lo sé. Y también es la
mejor hermana del mundo. Te
lo aseguro. Nos conocemos
muy bien y nos llevamos mejor
—dijo con gran satisfacción en
el tono de su voz y mostrando
un brillo intenso en su mirada
al hablar de Amy. Parecía que
realmente había una conexión
especial entre ellos—. Pero,
podemos seguir ya con nuestra
clase de español —continuó
como saliendo de algún lugar
en el que no habría querido
entrar, al menos en esos
momentos.
— Sí —respondí esperando
respuesta a la pregunta que
habíamos dejado pendiente en
dos ocasiones ya sobre su
edad.
— Tengo 22 —dijo en
perfecto español y sonrió.
— Ahora me toca a mí. ¿De
dónde eres? —preguntó
señalándome con el dedo, con
un gesto típico de quien simula
un disparo con su mano,
parecía que me quería decir
“ahora disparo yo con mi
pregunta”.
— Nací en Nueva York. Mi
madre era estadounidense. Mi
padre era español. Se
conocieron en un viaje cuando
eran muy jóvenes. Se
enamoraron y se casaron, se
vinieron a vivir a Nueva York.
Yo nací aquí. Después, cuando
yo todavía era muy pequeña
decidieron trasladarse a
España. Supongo que porque
mi padre no se sentía bien en
una ciudad tan grande. Él era
del sur de España, de un
pequeño pueblo de pescadores
en el extremo más al sur de la
península. Han muerto —dije
de un tirón y con mucha
confianza, mientras él me
escuchaba con la máxima
atención.
Se quedó callado, como
helado.
— ¿Has entendido bien?
¿Quieres que repita alguna
parte? Tal vez he hablado
demasiado rápido —dije, no sin
cierta intriga ante su silencio.
— No, no. He entendido todo
perfectamente. Lo siento,
siento su muerte —dijo
bastante compungido y
llevando su mano derecha
sobre su corazón.
¿Cómo explicarle que era
algo que, en el caso de mis
padres, podía entrar dentro de
la lógica? Sin embargo, para él
yo era una joven de tan sólo
veinte años, que se había
quedado aparentemente sola
en la vida.
— ¿Qué ocurrió? —preguntó.
— Un accidente de tráfico
—respondí casi de inmediato.
Inventé, ¿qué otra cosa podía
hacer en aquellos momentos?
Liam no podría entender la
verdad. Al menos eso es lo que
yo pensaba en aquella época.
Ahora cuando pienso en ello me
reafirmo en mi creencia de que
no se puede prejuzgar a las
personas, ni presuponer nada
en la vida, porque ésta te
sorprende constantemente.
Ahora sé que podría haberle
dicho la verdad a Liam tal cual
era, porque él lo habría
entendido perfectamente. Él
conocía el origen de todo ello.
— ¿Hace mucho? —preguntó
en voz baja, con la tranquilidad
que le caracterizaba y tratando
de conocer más sobre mí y de
entender más los aspectos que
rodeaban mi existencia.
— Hace un tiempo. Pero,
preferiría no hablar de ello
—repuse yo, girando mi mirada
hacia ninguna parte para evitar
seguir la conversación por esa
vía.
Respiré profundamente y
volví a conectar mi mirada con
esos ojos intensos de Liam.
— Lo entiendo —respondió
asintiendo.
— Además, hemos dicho que
hacíamos una pregunta y
esperábamos respuesta antes
de hacer la siguiente. Y yo he
respondido a muchas ya sin
haberte hecho a ti ninguna otra
—dije sonriendo en un intento
de quitarle hierro al asunto.
— Es verdad. Puedes
preguntarme. Es tu turno, mi
querida profesora —dijo con
cierta ironía y elevando una
inmensa sonrisa que iluminó
todo su rostro.
— ¿De dónde eres tú? —
pregunté, mientras le miraba
profundamente a los ojos para
leer más adentro de lo que me
dijeran sus palabras.
— Yo nací en Egipto. En El
Cairo. Pero hace tiempo que
vivo con mis hermanos en esta
ciudad. Me siento muy bien
aquí. Me gusta mucho Nueva
York, de hecho me considero
neoyorquino —dijo
devolviéndome su
embaucadora mirada felina y
con esa forma de hablar tan
suya, tan serena.
— Has dicho con mis
hermanos. ¿Cuántos hermanos
tienes? Pensé que sólo tenías a
Amy.
Inmediatamente entendí lo
que me iba a decir y me
adelanté
— Lo sé, sé que toca
pregunta tuya pero yo te he
dado mucha información, así
que me puedo permitir esta
pregunta, querido alumno
—dije con una sonrisa
triunfadora en mi rostro, a la
vez que me acercaba hacia él
con valentía.
— Vale. Acepto —respondió
con condescendencia—. Somos
cuatro hermanos. El mayor es
David, que es mellizo de Ely. Y
después estamos Amy, que ya
la has conocido, y yo. David y
Ely son arquitectos y además,
son también socios nuestros en
DEAL NYC. De hecho, el
nombre DEAL se compone de
nuestras cuatro iniciales
—indicó Liam—. David y Ely
tienen un estudio de
arquitectura, que está
funcionando muy bien. Nos
llevamos unos siete años con
ellos. Estamos también muy
unidos. De hecho, todos
vivimos en el mismo edificio.
Algún día te invitaré a casa
—dijo casi de carrerilla, a una
velocidad que era extraña en
comparación con la que
caracterizaba su manera de
hablar.
Parecía que se sentía bien
hablando de estas cosas
conmigo. La verdad es que ésta
es la conversación más larga
que había tenido con él. Le
estaba conociendo y me
gustaba oírle hablar sobre su
vida. Por cierto, hablaba en un
perfecto español. Cada vez
tenía más claro que no
necesitaba clases de español,
que no había sido más que una
excusa para estar cerca de mí.
— ¿Y todos hablan mi idioma
tan bien como tú? —pregunté
con mucha ironía,
entrecerrando mis ojos y
sonriendo, aunque apretando
mis labios para indicarle que ya
me daba cuenta de que no
necesitaba las clases, en
absoluto.
— Ja, ja —rió con cierta
intensidad.
Se echó hacia atrás en la
silla, lo suficiente como para
que la gente de alrededor,
sobre todo los que trabajaban
en DEAL NYC, le mirasen
sorprendidos.
Probablemente nunca le
habían visto reír.
— Sí, mis hermanos hablan
muy bien español. También
vivieron allí —dijo sin dejar de
mirarme y con cierta picardía
en su rostro.
— ¿En qué parte de España
vivisteis y cuándo? —pregunté.
— Fue hace unos cuantos
años. Estuvimos en la zona
noroeste, en un pequeño
pueblo también de pescadores,
como tú —dijo acercándose de
nuevo hacia mí y apoyando sus
brazos sobre la mesa, sin
desvelar nada en su respuesta.
Era muy hábil para no
responder nada cuando él no te
quería dar información, pero
con la suficiente educación para
que pareciera que estaba
atendiendo tu petición
gentilmente.
— ¿Y tus padres? ¿Viven
también aquí? —pregunté,
aprovechando que me
respondía sin pedir información
sobre mí a cambio.
— No —respondió secamente
y bajando su mirada.
Entendí enseguida que no
quería tocar ese tema. Y lo
respeté. No pregunté nada más
al respecto.
Seguimos hablando un buen
rato. Ahora, cuando recuerdo
esta conversación, me doy
cuenta de que no me mintió en
ningún momento, simplemente
no respondió a aquello que
consideraba que yo no
entendería. Nada más. No
puedo decir lo mismo en mi
caso. Yo colé algunas partes no
ciertas de mi historia. Era
evidentemente menos hábil
que él y además, tenía miedo a
contarle la verdad de mi vida, o
de mi segunda vida, la actual.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo
explicarle quién era realmente
yo y cómo había conseguido
volver a empezar? ¿Cómo
contarle que tenía hijos y
nietos, que estaba a punto de
cumplir los 60 años de vida? No
sé. Todo me parecía imposible
de explicar sin asustar a
alguien con mi increíble
historia. ¡Qué tonta! La suya sí
que era increíble y por supuesto
que lo mío lo iba a entender a
la perfección. Con lo que hoy
sé, estoy completamente
segura de que le habría dicho la
verdad.
En mi primera vida yo
siempre fui sincera, éste era
uno de mis valores principales.
Y en mi vida actual no sé cómo
pude equivocarme tanto a este
respecto. La verdad y la
sinceridad en estos primeros
años de mi vida nueva pasaron
a un segundo plano. Ahora sé
que fue un auténtico error del
que he aprendido. Eso es lo
mágico de cometer errores, que
siempre vienen acompañados
de un aprendizaje que no se
olvida por muchos años que
uno viva. Y en mi caso, lo que
he aprendido al respecto es que
si vives y te comportas desde la
verdad, todo es mucho más
fácil y más satisfactorio. La
verdad y la congruencia son
ahora, también en esta
segunda parte de mi existencia,
mis principios y valores más
importantes, a lo que no
renunciaría por nada. He de
reconocer que aunque en mis
palabras no fui del todo sincera,
lo cierto es que sí había
congruencia en mí.
Lo que quiero decir es que yo
me sentía esa joven de veinte
años que era lo que
representaba mi aspecto físico,
vivía como tal y pensaba y
soñaba exactamente así. Había
congruencia entre mis actos, mi
manera de comportarme y de
vivir con lo que le estaba
transmitiendo a Liam, aunque
incluyera algunas partes en la
versión de mi vida que le
estaba contando que no fueran
auténticas, en un intento de
que él pudiera entenderme
mejor.
¡Qué tontería y cómo le
infravaloré! Cómo si él fuese un
simple mortal incapaz de
entender más allá de lo
cotidiano y lo demostrable
científicamente, lo basado en la
lógica de la racionalidad del ser
humano.
Pero, no fui sincera.
Así llegamos al final de
nuestra supuesta clase de
español y Liam me llevó a casa
en el coche y con la elegancia y
caballerosidad a la que ya me
estaba acostumbrando y que
me encantaba.
— Bueno, todavía no me has
dicho si quieres que repitamos
mañana —preguntó con
aparente seguridad, pero ahora
que le conozco mucho más, sé
que realmente no estaba
seguro de si yo querría
continuar con nuestro “trueque”
y si querría seguir viéndole.
— Sí. La verdad es que
todavía no tengo mucho criterio
porque realmente no hemos
empezado con mi
entrenamiento. No sé cómo
será y me intriga, te lo aseguro
—dije.
Sé que hablé mostrando esa
seguridad en toda mi
comunicación no verbal que
siempre me había caracterizado
y que por fin parecía que
estaba recuperando; ya que las
últimas semanas había llegado
a pensar que la aparición de
Liam en mi vida estaba
cambiando mi propio carácter,
cosa que no me gustaba. A mí
siempre me gustó sentirme
segura de mí misma.
— ¡Ah! Es verdad. Tendré
que poner todo lo mejor de mí.
¿Mañana a la misma hora? —
preguntó embaucándome con
su mirada arrebatadora y la
perfección de su rostro,
iluminado por esa sonrisa
eterna y profunda, antes de
salir del coche para abrirme la
puerta por tercera vez en un
mismo día.
— Sí. Mañana a la misma
hora —repetí sin dejar de
mirarle.
Sonrió, sin decir nada, como
sonriéndose a sí mismo por
haber logrado que yo le dijera
que sí.
— Que descanses —dijo él
cuando se despedía de mí,
desde la distancia física y
apoyado otra vez sobre la
puerta del coche.
— Y tú también. Gracias —
dije amablemente y
entrecerrando mis ojos.
Respiré profundamente y me
encaminé hacia la puerta de mi
casa deseando que llegase ya
el momento de volver a estar
junto a él.
La calle estaba tranquila, ya
había oscurecido y las luces que
iluminaban los escaparates de
las tiendas cerradas de
a l re de do r se empezaban a
encender para dejar ver la
mercancía de su interior y así
atraer las miradas de los
transeúntes. Se escuchaban los
pasos cansados de seres
humanos que silenciosamente
regresaban a sus hogares
después de un domingo más
frío de lo habitual para esta
época del año.
Era una noche
aparentemente normal, sin
embargo para mí era un día
mágico y especial. Era el
principio, la entrada hacia un
mundo de amor casi
sobrenatural.
Tal vez, cualquier otra
persona no habría podido
dormir aquella noche después
de tantas emociones
desbocadas. Sin embargo, he
de reconocer que la presencia
de Liam aquella tarde estaba
devolviéndome una tranquilidad
y una seguridad que me
gustaban mucho. Estaba
cansada y dormí
profundamente. Por fin, había
cesado el dolor de mi brazo y
pude descansar.
Sonó muy temprano el
despertador, quería estar
pronto en la biblioteca para
poder trabajar y adelantar
cosas que tenía pendientes y
que eran bastantes. Además,
ahora tenía que aprovechar los
días al máximo, ya que iba a
dedicar dos horas diarias a
estar con Liam. ¡Qué bien
sonaba esto en mis
pensamientos!
Había descansado y me
sentía llena de vida y cautivada
por este nuevo estado de
felicidad en el que me hallaba
desde que había conocido a
Liam.
Salí de casa, era todavía de
noche y la ciudad estaba
callada y tranquila. Mientras
abría la puerta del ascensor
para dirigirme a la calle, sentí
cómo el dolor en mi brazo
volvía a intensificarse. Aquello
era muy extraño, me empezaba
a preocupar porque no era
capaz de entender a qué se
debía. Todo era tan raro, no sé
cómo explicarlo, pero lo cierto
es que cuando empezaba el
dolor en el brazo también
sentía una especie de
seguridad. Era como que no
tenía miedo a nada ni a nadie,
era como una especie de alivio,
como cuando estás en medio
de una gran tormenta y
encuentras un refugio donde
guarecerte. Sé que es complejo
y me resulta difícil de describir
con palabras pero era como
una especie de contradicción:
dolor, casi quemazón, y
bienestar, seguridad, sensación
de protección absoluta.
Entre mis pensamientos, salí
a la calle. ¡Y allí estaba él, de
nuevo! Apoyado en la puerta
del coche. Es como si aquella
escena del día anterior se
hubiera quedado congelada y,
al salir de mi casa, volviera a
encontrarle en el mismo punto
en el que le dejé por la noche.
La única diferencia era la ropa,
evidentemente se había
cambiado, lo cual me indicaba
que había ido a casa. ¡Cómo
vestía! Era perfecto de verdad,
a la moda más actual y con una
elegancia extrema, que te
llevaba a pensar en él como en
un hombre de otra época, de
esos que hubieran cortejado a
su amada, incluso en un mundo
como este en el que vivimos.
Me sorprendió encontrarle allí
tan temprano. Pero qué
agradable fue esta sorpresa.
Me sentí como la princesa de
un cuento de hadas trasladada
al tiempo actual. Exactamente
igual. Y, en medio de este
sentimiento de plenitud, se
dibujó una sonrisa en mi rostro
que iluminaba todo en medio
de la oscuridad de la
madrugada.
— Buenos días, Aliva —dijo
con esa voz que me hacía
temblar, apoyado sobre la
puerta del copiloto y con la
magia hechizante de su rostro.
— Hola. ¿Has venido hasta
aquí tan pronto? —dije
abriendo unos ojos como platos
y casi dándole las gracias por
aquel increíble y maravilloso
detalle.
Yo me había quedado casi
inmóvil y así continué mientras
le hablaba.
— Sí. Confío en que te
apetezca que te lleve
cómodamente en mi coche.
Hace frío y es de noche
todavía. No podía pensar en
que estarías saliendo de casa
sola, con esta temperatura y
teniendo que tomar el metro si
yo podía venir y compartir un
ratito contigo mientras te
acerco —dijo e inclinó la
cabeza, casi excusándose por
aquel romántico detalle.
Hoy sé que temía que yo me
sintiera agobiada y que su
sorpresa se le volviera en
contra. No pudo disimular su
timidez en esta ocasión. Fue
ese día cuando descubrí lo
tímido que era. Me daba cuenta
de que no era realmente
distante y frío como podía
aparentar en un primer
momento o como pensaban
todos los que le conocían.
Realmente, era tímido y toda la
lejanía que marcaba en sus
relaciones no era más que un
mecanismo de defensa de un
chico inseguro.
— Claro que me apetece.
Gracias —respondí llena de
ilusión.
Y al fin, avancé hacia él. Me
daba cuenta del significado que
tenía el hecho de que él
hubiera decidido dar este paso
de gigante en nuestra recién
estrenada relación y tenía que
demostrarle que estaba más
que encantada, estaba feliz por
verle allí en la madrugada de
un día de finales de noviembre
en Nueva York.
— Sube. Vas a coger frío —
dijo con cariño, mientras me
abría la puerta del coche. Me
trató de un modo yo diría que
casi protector.
Le observé mientras rodeaba
el coche para entrar por su
puerta. Era el ser más perfecto
que jamás había visto en toda
mi larga existencia. Y no me
refiero sólo a su aspecto físico,
que también por supuesto, sino
a algo mucho más profundo.
Emanaba algo, no sé cómo
explicarlo. Para la mayoría de
las personas era frío y distante,
generaba miedo, incluso. Sin
embargo, conmigo era cercano,
amable, caballero, cariñoso,
tranquilo, pausado, gentil,
romántico y tantas y tantas
cosas más que solo con mirarle
podía sentir que me estaba
elevando hasta alcanzar la luz
de la Luna y hasta más allá de
las estrellas.
Respiré profundamente,
quería llenarme con la plenitud
de su compañía, de los
momentos tan bellos que
estaba viviendo junto a Liam.
Se sentó, me miró con su
sonrisa y condujo con suavidad
hasta mi destino. Otra vez sin
hablar, sólo escuchando
algunas baladas de aquel grupo
de rock que tanto le gustaba.
— Te veo esta tarde. Disfruta
del día y sé feliz —me dijo
como formando parte de la
melodía que sonaba en el
equipo de música de su coche.
Esta vez no bajó del coche
para abrirme la puerta, pero no
me importó. Aunque no lo hizo
físicamente, sé que sus ojos me
besaron.
— Y tú también, Liam —
respondí con suavidad, al
tiempo que respiraba
profundamente en un intento
de llevarme conmigo ese aroma
tan suyo y que me hechizaba
cada vez que él estaba cerca.
El día transcurrió con
normalidad, algo lento eso sí,
porque el tiempo parecía pasar
muy despacio cuando no estaba
junto a él. Almorcé con Angie,
Harry, Derek, Jane, Frank y
Mike. Me sentí muy agradecida
con Angie por su discreción al
no nombrar a Liam con mi
grupo de amigos. La verdad es
que yo percibía que entre Liam
y yo empezaba a existir algo
muy intenso, pero lo cierto es
que nuestra relación era muy
breve todavía en el tiempo y
tampoco podía hablar de él
más que como mi entrenador
físico personal al que además le
daba clases de español. Fue un
almuerzo divertido, como
siempre, en el que hablamos de
cosas livianas. Me gustaba
tanto mi grupo de amigos, me
sentía tan bien con ellos que
era algo que necesitaba
mantener con la misma
intensidad de siempre. Era
como aire puro que me llenaba
de vida.
Avancé muchas cosas de las
que tenía previsto hacer.
Estaba muy centrada en todo,
con mucha claridad en lo que
tenía y en lo que quería hacer.
Me sentía feliz y también muy
enfocada, como antes de
conocer a Liam. Estaba
reencontrándome a mí misma,
y me gustaba volver a verme
con mi manera de vivir normal,
con ganas de hacer muchas
cosas y con energía y vitalidad
otra vez.
Mientras estaba preparando
uno de los trabajos, me detuve
a pensar en el dolor en mi
brazo y me di cuenta de que
ahora no sentía nada al
respecto. Aquello era muy
extraño. Pensé que tendría que
ir al médico para saber qué
podía estar pasando. Aunque,
he de reconocer que no me
gustaba nada la idea de ser
inspeccionada por un médico.
Así que decidí trabajar
mentalmente el alivio de este
dolor intenso e intermitente de
los últimos días.
Por la tarde fui a DEAL NYC y
justo al entrar en el ascensor
volvió el dolor del brazo. Pensé
incluso que podía haber algo en
el ambiente que me producía
algún tipo de alergia dolorosa,
porque me di cuenta de que
siempre que iba allí el dolor se
hacía presente. Aunque, es
cierto que ya no lo sentía con
tanta fuerza como las veces
anteriores. Tal vez me estaba
empezando a acostumbrar a
ello. No sé.
Me cambié de ropa y me
encontré con Liam en el área
de ejercicios aeróbicos. Entré
en la sala y él, que estaba de
espaldas a la entrada revisando
los papeles con los resultados
de las pruebas que me había
hecho el día anterior, levantó la
cabeza y se dio la vuelta en el
mismo instante en que yo me
aproximé a la entrada.
Era increíble. Yo no sabía
cómo lo hacía y era algo que ya
me intrigaba realmente porque
no era fruto de la casualidad. Él
siempre sabía que yo estaba
allí sin necesidad de verme, era
como si presintiera mi
presencia o como si reconociera
mi olor o el aroma del perfume
que yo usaba, sin necesidad de
estar viéndome o de estar a mi
lado. Me recordaba a lo que les
ocurre a las presas con sus
depredadores, son capaces de
intuir su presencia antes de
poder incluso verles. Pues, eso
mismo es lo que Liam hacía
siempre.
— Hola —dijo mirándome
orgulloso porque yo estaba allí.
Eso sí, manteniendo una cierta
distancia física, como siempre
entre ambos.
— Hola —dije algo seria—.
Recuérdame que en nuestra
clase de español, cuando me
toque a mí el turno, te
pregunte una cosa que me
tiene intrigada, realmente
intrigada —le dije de forma casi
inquisidora y arrugando la
frente.
Ya no podía más, quería
entender eso que Liam hacía
con tanta naturalidad, pero que
a mí y a cualquier ser humano
nos sorprendería.
— ¿Qué cosa? —preguntó
enarcando las cejas y abriendo
sus ojos sorprendido por mi
entrada.
Sé que le dejé bastante
desconcertado.
— Nada. Ahora no es
momento. En la clase de
español te lo digo —dije con
seguridad y con seriedad en mi
rostro, mientras me subía a la
bicicleta convencida de que era
ahí donde iba a empezar mi
entrenamiento de ese día.
— Vale, vale —respondió
Liam mostrándome la palma de
sus manos y elevándolas en un
intento de decirme que no
había ningún problema, que no
quería enfrentamiento conmigo.
Estaba claro que yo había
sido un poco brusca para lo que
él estaba acostumbrado
conmigo o para lo que él
esperaba.
— Usted manda profesora.
Pero sólo en la clase de
español. Ahora estamos en su
entrenamiento físico y aquí soy
yo quien dirige el asunto. Así
que, si no le importa, bájese de
la bicicleta porque no es por
aquí por donde vamos a
comenzar —dijo con una
amabilidad sarcástica, mientras
hacía un gesto con su mano
indicándome que bajase de la
dichosa bici, con esa sonrisa
pícara de su rostro que me hizo
sentir bastante ridícula, por
cierto.
— Vale. Tú eres el experto —
dije mostrándole yo ahora las
palmas de mis manos, en un
gesto típico de “tú dirás lo que
hay que hacer porque yo me
desentiendo”.
— Sí, sí que lo soy. Así que lo
primero es calentar, señorita —
me indicó con firmeza y
tomándose muy en serio mi
entrenamiento físico.
La sesión de entrenamiento
me dejó exhausta. Es cierto
que yo hacía ejercicio cada día
desde que inicié mi proceso de
cambio, siguiendo las
instrucciones que Shadú le
había dado a mi querido Martín,
pero estaba claro que eso no
iba a ser suficiente si quería
seguir un entrenamiento físico
con un experto como Liam. Era
el mejor y me lo demostró.
Tras darme la ansiada ducha
y cambiarme de ropa, nos
reunimos en la cafetería, como
el día anterior. Él estaba
tomando un té verde sin
azúcar, como siempre, y yo
pedí una bebida isotónica en la
barra antes de dirigirme hasta
la mesa donde él me esperaba.
No podía tomar otra cosa que
no fuera eso. Estaba
totalmente agotada y sedienta.
— ¿Qué tal? —preguntó como
no dándole importancia al
machaque al que me había
sometido físicamente durante
nuestra sesión de
entrenamiento.
— Fenomenal —dije
mostrando una seguridad
absolutamente fingida.
Inconscientemente, continué
de pie, como en un intento de
sentirme fuerte. Era como que
hablarle desde una distancia
más elevada me infundía
seguridad para disimular lo
exhausta que estaba.
— ¿Sí? —preguntó con
inocencia en su mirada,
elevando sus cejas en un gesto
de clara sorpresa.
A veces, me sorprendía con
este tipo de reacciones casi
infantiles que denotaban sus
escasas habilidades sociales.
Era muy respetuoso, gentil, el
caballero perfecto, educado y
exquisito. Sin embargo, era
ingenuo y frágil en estos
momentos conmigo. No estaba
acostumbrado a estas bromas y
se sentía inseguro.
— Pues no. ¿Cómo voy a
estar fenomenal después de la
tortura a la que me has
sometido sin necesidad? —dije
en un tono de enfado mientras
lo acompañaba con el disgusto
en todo mi rostro— Uf, estoy
destrozada, te lo juro —
continué, ahora con total
sinceridad en mis palabras
cuando me sentaba en la silla y
dejaba caer mis brazos en un
gesto de absoluto cansancio,
soltando la mochila sobre el
suelo al mismo tiempo.
— Bueno. Es el primer día. Es
normal. Ya verás como los
siguientes no te parece tan
duro. Pero, esto no va a ser un
camino de rosas, ¿eh? —me
dijo.
Lo hizo con esa manera de
hablar suya, pausada, aunque
señalándome con el dedo índice
de su mano derecha como un
profesor con su alumno del
jardín de infancia.
— Bueno, pues empezamos
mi clase de español, ¿no? —dijo
colocándose cómodamente en
el sillón de la cafetería como
esperando que su clase fuera
relajada, a diferencia de lo que
había sido la mía.
— Sí —dije en español.
Y a continuación tomé un
trago largo de mi bebida
isotónica, no sólo para reponer
la energía perdida durante mi
entrenamiento, sino también y
sobre todo, para coger fuerzas
para la primera pregunta que
tenía previsto hacerle porque
sabía que no era una pregunta
típica y podía encontrarme con
una respuesta inesperada.
— La primera pregunta que
te quiero hacer hoy es lo que te
decía antes que me tiene
intrigada —me detuve un
instante para elegir la mejor
forma de decirlo—. Cada vez
que entro en un lugar en el que
tú estás…, en la sala de
máquinas, en la cafetería, o
sitios así donde hay más gente.
Me detuve otra vez.
Recuerdo, como si fuese
ahora, que me quedé mirándole
fijamente a los ojos, esos ojos
que él no había apartado de los
míos desde que inicié mi
pregunta, ya que estaba
expectante y no podía disimular
que sentía una gran curiosidad
por lo que yo le quería
preguntar.
Algo en mi interior me decía
que lo que le iba a preguntar
era algo arriesgado. Aun así,
me armé de valor. Y continué.
— Pues, a lo que iba, que ya
ha coincidido tres veces que
aunque estés de espaldas a la
entrada, en el momento en el
que yo llego a la puerta, te das
la vuelta y diriges tu mirada
hacia mí —terminé.
Uf, reconozco que me costó
soltarlo, pero es que de verdad
que no lo entendía, no sabía
cómo podía hacerlo.
Se quedó callado, mirándome
por unos segundos que me
parecieron eternos, con todo su
tronco inclinado hacia mí y los
brazos apoyados sobre la mesa,
en una muestra de su atención
para entender qué era lo que
yo quería saber con tanto
interés. Y de repente, se echó
hacia atrás en la silla, sonrió y
se cruzó de brazos.
— ¿Y cuál es exactamente tu
pregunta, Aliva? —dijo en un
tono de desconfianza, que en
aquel momento me sorprendió
negativamente y que no
comprendí, lo reconozco.
— Pues… eh… eso. Que…
¿cómo lo haces? —dije con
temor, porque me daba cuenta
de que me estaba metiendo en
u n terreno que le incomodaba.
Y si algo no me apetecía era
hacerle sentir mal—. Me
recuerda a cómo reaccionaba
Ben, mi perro, cuando yo
estaba llegando desde varios
metros de mi casa. Antes de
poder verme, ya sabía que yo
estaba allí —añadí, tratando de
quitarle algo de hierro al
asunto.
Me miró profundamente,
como intentando entender por
qué yo le hacía esta pregunta
ahora. Elevó su mirada
buscando una respuesta
adecuada a la impertinencia de
mis comentarios. Y todavía con
sus brazos cruzados, procedió a
darme una respuesta. El tono
de su voz y la manera en la que
empezó a responderme eran
como un discurso aprendido o
premeditado en su mente antes
de verbalizarlo. Aunque trató
de darle naturalidad a su
respuesta, yo percibí su
incomodidad cuando empezaba
a contestarme.
— Pues no lo sé. La verdad
es que supongo que es algo
instintivo, algo que no he
aprendido, sino que he nacido
con ello, como una ¿habilidad?
Simplemente siento que estás
ahí.
Se detuvo, me miró. Y
observé cómo se relajaba y
cambiaba la manera en la que
me hablaba, aproximándose
mucho más al seductor Liam
que me embaucaba y
alejándose del distante y frío
tono que había utilizado en la
frase anterior.
— Será que tu esencia es
muy intensa y provocadora
—dijo en voz baja y sonriendo
de forma que me cautivaba.
Noté cómo se contenía y
cambiaba una vez más la
manera de hablar. Era como si
se diera cuenta de que estaba
atravesando una barrera
peligrosa y se recompuso
rápidamente.
— Y esto despierta mi interés
por darme la vuelta para
observar lo que mi olfato me
indica —continuó con esa
frialdad que le caracterizaba
con el resto de los mortales y
que no mostraba nunca
conmigo.
— Ya —respondí.
Me había enredado tanto con
ese juego comunicativo que
había representado, que me
detuve a pensar qué era lo que
realmente me había dicho. O
incluso qué era lo que no me
había querido decir.
Porque lo que tenía claro era
que, una vez más, en un tema
del que él no quería hablar me
había vuelto a dar una
respuesta correcta, amable y
educada, pero realmente sin
contenido, al menos para mí.
Yo no podía entender de qué
me estaba hablando a aquellas
alturas de nuestra relación, en
la que todavía no sabía
absolutamente nada de él. Hoy,
con lo que sé de él, le habría
entendido a la perfección. Por
eso sé que no me mintió,
simplemente me dio la
información de forma que, si yo
podía, la entendería y si no
estaba preparada para ello, me
quedaría absolutamente
perdida, que fue como me
quedé realmente.
— ¿Responde esto a tu
pregunta? —dijo, nuevamente
con ese tono frío y distante que
no me gustaba nada.
Le miré sin responder.
A continuación, descruzó sus
brazos y nuevamente se
aproximó hacia mí, se apoyó
sobre la mesa y acercó todo su
cuerpo, mostrando que la
lejanía que me había
transmitido mientras me
respondía a esta pregunta, se
iba acortando rápidamente.
— La verdad es que no lo sé.
Supongo que sí. Pensaré en ello
y trataré de entenderlo. Pero
tengo claro que no te ha
gustado que te pregunte esto
—dije perdiendo mi mirada
hacia arriba, hacia abajo y a los
lados, para evitar cruzarme con
sus profundos ojos mágicos.
No ofreció ninguna respuesta.
Simplemente siguió
observándome con interés y
con intensidad.
En aquel momento pensé que
únicamente me estaba tratando
de intimidar. Ahora sé que lo
que hacía era estudiarme y
averiguar si yo estaba siendo
sincera en mi respuesta o si
realmente sabía más sobre él
de lo que aparentaba y le
mostraba.
Pasados unos segundos más,
se decidió a hablar de nuevo.
— ¿Qué es lo que realmente
quieres saber? —me preguntó
con esa cercanía que tanto me
gustaba, como en un susurro
que parecía indicar que para él
no había nada ni nadie más que
yo en aquel lujoso lugar.
No dejó de mirarme en todo
momento. Estaba observando
cada una de mis reacciones,
cada micro movimiento, como
escrutando en mi interior para
averiguar más de lo que yo
parecía ofrecerle con mis
palabras.
— ¿A qué te refieres? —le
respondí con otra pregunta,
pero eso no pareció
incomodarle.
Liam era muy templado en
sus reacciones y muy comedido
en sus palabras, tanto que
jamás te sentías ofendida.
Podría no gustarte la distancia
y la frialdad que mostraba a
todo el mundo, pero nadie se
sentía ofendido por él. En este
caso, no había ni frialdad ni
distancia entre él y yo. Había
una cercanía mayor de la que
me había mostrado en las
demás ocasiones en las que
habíamos estado juntos.
Parecía pedirme que le dijera
algo más de lo que yo en
aquella época podía ofrecerle,
ya que no sabía nada de lo que
él podía temer o podía intuir
que era yo.
— Lo que te estoy pidiendo
es que me digas qué es lo que
realmente me estás
preguntando —susurró mientras
me miraba con una sinceridad y
una cercanía intensas, que
llegaron a hacer que me diera
cuenta de que Liam no era
alguien normal.
Ya sabía que no era normal,
por su impresionante físico, por
su mirada y por la forma en la
que se relacionaba con las
otras personas de su alrededor.
Pero mi intuición, que siempre
fue muy grande, me decía que
estaba ante alguien muy
diferente a todos los seres
humanos con los que yo me
había relacionado en toda mi
larga vida. No me producía
ningún temor, sabía que sólo
podía ser bueno lo que había
en él, al menos en lo que se
refería a su relación conmigo.
Mi intuición también me decía
que Liam estaba tan
absolutamente hechizado por
mí como yo lo estaba por él. Y
esto era muy profundo e iba
más allá de una pura atracción
física. Ahora sé que había
surgido entre nosotros un amor,
un tipo de amor puro, generoso
y sincero que estaba por
encima de todo y de todos,
incluso estaba más allá de
aquello que éramos ambos.
— No sé en qué estás
pensando, ni qué me estás
queriendo decir. Pero, créeme
lo único que quería saber es
cómo lo haces, porque no lo he
v i s t o antes en nadie y me
parece,…eh… casi…
sobrenatural —respondí con la
mayor sinceridad y cercanía
que me fue posible, cercanía no
sólo en mis palabras, sino
también en toda mi
corporalidad.
Me di cuenta de que estaba a
sólo unos centímetros de él.
Parecía que en la cafetería no
hubiera nadie más que él y yo.
Al menos, así era como yo me
sentía en aquellos momentos.
Me di cuenta de la situación
porque, de repente, la
sensación de escozor en mi
brazo se intensificó y eso me
sacó del embrujo en el que
estaba inmersa.
— Supongo que no es más
que una habilidad,… que tienes
el olfato más desarrollado que
otras personas.
Elevé de nuevo mi mirada.
Por un momento trataba de
encontrar una explicación lógica
y utilizar palabras que le
hicieran seguir confiando, que
no le incomodasen lo más
mínimo porque quería sentirle
cercano, no me gustaba cuando
se mostraba frío como un
témpano. Para continuar con
naturalidad, puse mi mano
derecha sobre la zona de mi
brazo donde estaba el dolor
para tratar de calmarlo y poder
continuar la conversación.
Sé que él se percató de ello,
miró por una fracción de
segundo mi gesto, pero
disimuló rápidamente como si
yo no hubiese hecho nada.
A pesar del dolor, continué
con mi explicación.
— O… simplemente, que he
sido tan tonta que no me he
dado cuenta que me puedes
estar viendo por un espejo o
por el reflejo de un cristal y yo
he pensado que tienes algún
tipo de poder mágico de cuento
infantil —dije.
El tono de mi voz era
quebradizo, exhibiendo una
duda en todo mi rostro, como
una niña que siente que ha
hecho algo mal y no sabe cómo
explicarlo porque realmente no
sabe qué es lo que ha hecho
para molestar al otro, o como
una niña que muestra su
inocencia cuando trata de
entender cosas que le superan
en su pequeño mundo.
Simplemente sonrió, sin dejar
de mirarme. Y pasados unos
segundos se decidió a decir
algo.
— Será eso —dijo sin más y
sonrió bajando su mirada y
haciendo un movimiento de
negación con su cabeza.
— Sí —dije mirando al techo.
Sé que hice ese gesto porque
realmente estaba muy perdida
con este tema y también con
sus reacciones. Pero quería
terminar de hablar de ello
porque me estaba haciendo
sentir ridícula y además no
entendía nada de lo que Liam
me estaba diciendo.
De repente, en un cambio
brusco de tema, él me
sorprendió con una propuesta.
— ¿Te gustaría que nuestra
sesión de entrenamiento de
mañana fuese al aire libre?
—comentó con un tono alegre,
más de lo habitual, que rompió
la intensidad del momento.
— En ese tema ya hemos
quedado en que el experto eres
tú. Si crees que es lo mejor
para mi evolución, no seré yo
quien ponga ningún problema
—dije yo también con alegría
porque de verdad que quería
dejar aquel asunto que yo
misma había iniciado llevada
por mi curiosidad.
— Entonces, perfecto.
Prepararé una sesión al aire
libre —dijo elevando su mirada,
como pensando ya en qué iba a
consistir mi entrenamiento del
día siguiente.
— ¿Dónde?
— Confía en mí —dijo con
seguridad y con una
embaucadora sonrisa.
De repente, sentí un hambre
intensa. Mi bebida no había
sido suficiente para reponer mi
desgaste energético.
— Tengo hambre. Voy a
tomar algo dulce, lo necesito.
¿Quieres que pida algo también
para ti? —pregunté, al tiempo
que me levantaba del sillón
para acercarme a la barra y
elegir entre todas las cosas
deliciosas que ofrecían.
— No, gracias. No me gustan
las cosas dulces, ni azucaradas
—dijo con naturalidad.
— ¿No? ¡qué raro! No había
conocido antes a nadie con
unos gustos parecidos
—exclamé realmente muy
sorprendida.
De repente, vi en su rostro
que había vuelto a dar de lleno
en otro tema que no le hacía
sentir cómodo. Parecía como
que se había relajado tanto
conmigo que me estaba
desvelando algún oculto
secreto que yo no acertaba a
entender, ni de lejos. Pero hoy
sé que era uno de los detalles
que me daban pistas de quién
era Liam.
Fui a la barra, di un vistazo
rápido a todo lo que podía
tomar y pedí una “blueberry
muffin” típica de aquel país, la
más grande que tenían, estaba
recién hecha, con ingredientes
caseros y olía maravillosamente
bien. Y la acompañé de un
chocolate caliente, ¡por
supuesto! El camarero me
indicó amablemente que lo
traería a nuestra mesa en
cuanto estuviese listo todo. Le
di las gracias sonriendo y volví
a mi mesa para sentarme junto
a Liam y continuar con nuestra
clase de español.
No sabía por dónde
continuar, porque tenía la
sensación de que estaba
entrando en una serie de cosas
que él no estaba dispuesto a
compartir conmigo de forma
tan abierta como me hubiera
gustado. Así que, en el corto
trayecto de la barra de la
cafetería a la mesa decidí que
la clase continuaría pidiéndole
a él que fuese quien eligiese la
siguiente pregunta.
— Bueno, pues ya lo están
preparando. Podemos continuar
con nuestra clase de español
—dije con gran naturalidad en
mis palabras y en mis gestos,
mientras me sentaba.
Incluso me froté las manos,
indicando que podíamos seguir
disfrutando de nuestra sesión
de idiomas. Qué ironía, le
estaba dando clases diarias de
español a una persona que lo
hablaba perfectamente, ni
siquiera lo hablaba con acento
extranjero y además entendía y
utilizaba fácilmente expresiones
cotidianas de mi idioma,
aunque a veces sonaba como
de otro siglo, con frases
pasadas de moda pero muy
elegantes y hasta solemnes.
— Sí. Seguimos entonces
—dijo él muy entregado a mis
indicaciones, como un alumno
aplicado.
— Pues, es tu turno de
preguntas —le ofrecí
acompañando mis palabras con
un movimiento de mi mano
hacia delante, como pasándole
a él el relevo.
— ¿Cuándo es tu
cumpleaños? —preguntó, sin
vacilar un solo instante, como si
ya tuviese preparada la
pregunta.
La verdad es que me
tranquilizó bastante el hecho de
que hubiera elegido una
pregunta sin gran relevancia,
después de los momentos
vividos hacía unos minutos.
— Nací el 10 de abril —
respondí con una sonrisa y me
apresuré a preguntarle a él.
— ¿Y tú? —dije con cierta
aceleración en mis palabras,
pero sin dejar de sonreír.
— Yo nací un 8 de agosto
—comentó pausadamente y
pareció remontarse muy atrás
en el tiempo, mientras
mencionaba la fecha en la que
había nacido.
Por un momento sentí que se
había ido mentalmente de la
cafetería hacia no sé qué lugar,
pero estoy completamente
segura de que algún recuerdo
acudió con fuerza a sus
pensamientos, hasta el punto
de lograr alejarle de mí por
unos instantes.
Cuando por fin regresó aquí,
me miró, después elevó sus
ojos hacia el reloj de la
cafetería y sonrió.
— Se acabó. Es la hora en la
que termina nuestra clase de
español por hoy —dijo ya en
inglés.
Era evidente que estaba
dando por finalizado el tiempo
a nuestras confidencias en
español porque realmente no
era una clase de español; nadie
en su sano juicio habría dicho
que aquello eran clases de
español, no desde luego con un
alumno que hablaba el idioma
a la perfección.
— Sí. Es la hora —dije tras un
leve suspiro y con cierta
tristeza por terminar mi tiempo
con él.
Me disponía a levantarme y
coger mi mochila, cuando se
agachó rápidamente y la tomó
el, levantándose con suavidad y
regalándome otra de sus
impresionantes sonrisas.
— Es tarde, hace frío y yo
tengo el coche en el garaje. Me
encantaría poder acompañarte
a casa. Si a ti te apetece, por
supuesto.
Hablaba con esa gentileza de
los caballeros de antaño y con
cierta timidez en su voz y en su
rostro, denotando un claro
deseo de una respuesta
afirmativa por mi parte, aunque
también la duda por si aquello
no fuese de mi agrado.
— Me encantaría —dije, esta
vez sin ocultar mis verdaderos
sentimientos.
Deseaba seguir más tiempo
con él y no lo oculté.
Sonrió. Nos dirigimos hacia la
puerta y se despidió
cortésmente del camarero. Yo
hice un intento de cogerle mi
mochila.
— Deja que yo la lleve —dijo
con una amabilidad muy
natural en él, aunque reconozco
que me sorprendió el detalle y
creo que abrí unos ojos como
platos—. Pesa —comentó
justificándose por este gesto de
cortesía.
— Gracias —respondí con una
sonrisa y demostrando que me
sentía totalmente complacida
por su manera de ser conmigo.
Cuando llegamos a la
recepción. Liam se acercó y le
pidió a la recepcionista que
avisara a Amy de que iba a
llevarme a casa y que tardaría
en regresar alrededor de media
hora.
Bajamos hasta el garaje,
cuando estábamos llegando al
coche dio a la llave que abría
las puertas y sonó el típico
“bip”. La verdad es que yo iba
tan ensimismada a su lado que
aquello me sobresaltó más de
lo normal.
— ¿Qué? —dijo Liam
rápidamente— ¿Está todo bien?
—me miró con preocupación
ante mi reacción.
— Sí, sí… No es nada, sólo
que no esperaba el sonido de la
llave y me he asustado un poco
pero ya está, nada más. De
verdad —dije con mi mano
derecha sobre el pecho para
demostrarle que mis palabras
eran sinceras.
Como el día anterior, se
adelantó unos pasos sobre los
míos para abrirme la puerta del
coche. Entré y cerró con
suavidad. No pude dejar de
mirarle mientras él pasaba por
delante para llegar a su puerta.
Entró, se sentó, puso el motor
en marcha y a continuación
encendió el equipo de música.
Sonó la banda sonora de una
película romántica que se había
estrenado hacía unos meses.
Parecía que siempre elegía la
música más apropiada para
cada ocasión.
— ¡Qué bonita canción! —
comenté cerrando los ojos para
saborear el momento y
disfrutar al máximo de esta
melodía que tanto me gustaba
y ahora podía escuchar junto al
chico más increíble que había
conocido en mi vida.
— ¿Te gusta? —dijo con su
eterna sonrisa, al tiempo que
salíamos por la puerta del
garaje.
— Sí, muchísimo —respondí
volviendo a cerrar los ojos.
Liam se dio cuenta de que
me apetecía escucharla sin más
y guardó silencio mientras
conducía hasta mi casa. Yo
seguí disfrutando del momento
hasta que terminó la canción.
Le miré, me gustaba verle
conducir. Él se dio cuenta y me
miró de reojo sin decir nada.
— Te gusta la música,
¿verdad? —pregunté cuando ya
estábamos casi llegando a mi
casa.
— Sí. No sólo me gusta, sino
que forma parte de mi vida, la
necesito. Me ayuda mucho a
ser quien quiero ser —dijo con
un halo de misterio en sus
palabras.
Yo me mantuve en silencio
tratando de entender qué era lo
que me había querido decir con
“me ayuda mucho a ser quien
quiero ser”. Suspiré y contuve
mis ganas de preguntarle a qué
se refería, pero no quise entrar
en ello. No en aquel momento.
— ¿Sabes que toco la
guitarra? —comentó
tímidamente.
— ¿Sí? —exclamé con
sorpresa— ¿guitarra eléctrica?,
¿española?
Llegamos a un semáforo que
estaba en rojo y nos paramos.
Casi sin mirarme, continuó.
— Acústica. Y también el
piano. Bueno y también canto
un poco y compongo canciones
—respondió con cierta
modestia, casi como con
vergüenza.
— ¿En serio? Me encantaría
escucharte —comenté de forma
espontánea.
Sonrió y se quedó callado,
pensativo incluso, hasta que
volvió a levantar la mirada.
— Si quieres, podemos comer
en mi casa mañana y después
nos vamos a tu sesión de
entrenamiento físico al aire
libre… —y continuó al tiempo
que juntaba las palmas de sus
manos e inclinaba su cabeza
hacia abajo— Y prometo que
podrás escucharme.
Recuperó por fin su manera
de hablar tan pausada, aunque
esta vez lo hizo con mayor
confianza en su invitación de lo
que había mostrado en cada
una de las anteriores. Parecía
que ya se iba dando cuenta de
que yo me sentía encantada de
compartir tiempo y vivencias
con él y poco a poco se iba
sintiendo más cómodo a la hora
de proponerme cosas que nos
permitieran pasar tiempo
juntos.
El semáforo se puso en
verde. Y él continuó
conduciendo.
— Sí. Sí quiero —respondí
con seguridad, asintiendo con
mi cabeza y sonriendo con todo
mi rostro mientras le miraba
fijamente a sus ojos, esos ojos
tan impresionantes y profundos
que se contagiaron de mi
sonrisa y me hechizaron una
vez más.
En su gesto pude ver una
expresión de satisfacción. No
respondió nada con palabras,
aunque lo dijo todo con su
mirada y su sonrisa.
Por un momento, salí de mi
abstracción con una punzada en
mi brazo, otra vez.
Rápidamente y como en una
reacción inconsciente, agarré la
zona de dolor con mi otra mano
para parar aquello.
Liam lo vio.
— ¿Estás bien? —preguntó
entrecerrando los ojos.
— Sí —dije con la fuerza que
pude porque el dolor era más
intenso que las veces
anteriores—. He debido hacer
algún movimiento extraño y me
duele un poco el brazo pero no
es nada, de verdad.
No dijo nada más.
Llegamos a mi casa. Salimos
ambos del coche al mismo
tiempo, se acercó hacia mí y
me quedé frente a él,
mirándole y deseando
abrazarle. Pero se quedó en
eso. Él también me miró y
tampoco se movió. Pasados
unos instantes, le alargué la
mano para que me diese la
mochila y así lo hizo.
— Buenas noches, Aliva. Que
descanses. ¿A qué hora tienes
previsto salir mañana para ir a
clase? —preguntó y antes de
que yo dijese nada continuó—
Tengo previsto venir a buscarte
—fue claramente una
afirmación que no permitía otra
respuesta que no fuera un “sí,
claro”.
— A las seis —respondí tras
un par de segundos en los que
compartimos todo con nuestras
miradas.
— Aquí estaré —dijo con
convicción.
— Hasta mañana —me
despedí e inicié el paso hacia el
portal de mi edificio.
Caminé los escasos metros
que separaban el coche del
portal, mirando al cielo en un
intento de decirle a mi Luna
que me sentía feliz. Liam
continuó apoyado sobre la
puerta del coche observándome
mientras yo entraba en casa.
Sentí su protección y, sobre
todo, su seducción.
Cuando me fui a la cama,
intenté retomar la lectura del
libro que estaba leyendo pero
me quedé dormida en la
segunda página. Estaba muy
cansada y, ante todo, muy feliz.
Dormí plácidamente. Siempre
me pasa lo mismo, las épocas
de mayor felicidad de mi vida
han sido en las que he dormido
más profundamente.
A las cinco y media sonó la
alarma de mi teléfono móvil.
Me fue muy fácil despertar,
sabía que Liam estaría en la
puerta esperándome y eso me
hacía comenzar el día con una
fuerza y unas enormes ganas
de aprovechar todo al máximo.
Me llevó hasta la cafetería
que había frente a la biblioteca
y desayunamos juntos. Había
unas cuantas mesas ocupadas,
me fijé en una chica que estaba
tomando un café en la mesa
del fondo mientras leía unos
apuntes, parecía muy sola.
También recuerdo que había
dos chicos, que estaban
sentados dos mesas más
alejadas de la nuestra
compartiendo el desayuno y
mirando algo en unas hojas de
algún trabajo que estaban
preparando. El lugar estaba
bastante silencioso a estas
horas de la mañana, pues la
mayor parte de los estudiantes
solían llegar un poco más tarde.
Yo tomé un café caliente y unas
tostadas con mermelada de
frambuesa. Era mi favorita.
Liam tomó un zumo de naranja
natural y dos tostadas con
aceite. Me sorprendió porque
eso era muy típico en mi país,
pero no en esta ciudad; supuse
que era una costumbre que
había adquirido en el tiempo en
que vivió allí. Además, recordé
que me había dicho que no le
gustaban las cosas dulces. Al
terminar me acompañó hasta la
biblioteca y nos despedimos
hasta la hora del almuerzo.
Reconozco que yo estaba un
poco nerviosa. Íbamos a su
casa. Comeríamos juntos y
solos. Pero no sentía ningún
tipo de temor. Más que nervios,
realmente era ilusión. Me
apetecía mucho conocer su
casa, saber cómo era su hogar.
Me quedé impresionada.
Vivía en un apartamento
grande en el Upper East Side
de Manhattan con estancias
muy amplias. Era un edificio de
40 plantas. Él vivía en la última,
en la 40. Era completamente
acristalado, la luz entraba por
todas partes y las vistas eran
de ensueño. La verdad es que
era un apartamento muy lujoso
donde todo estaba elegido con
un gusto exquisito y muy
acorde con su manera de vivir.
Los techos eran altos. Era una
casa muy luminosa. Había un
claro predominio del color
blanco y del negro sobre los
que destacaban los detalles
perfectamente ubicados.
Me sentí muy bien allí. Me
explicó que su hermana Ely
había diseñado los cuatro
apartamentos de los cuatro
hermanos. Cada uno era
diferente de los demás pero, al
parecer, todos con un estilo
similar. En el tema de la
decoración y el diseño Liam
confiaba plenamente en Ely,
ella le conocía muy bien y sabía
perfectamente qué era lo que
más le podía gustar y el tipo de
hogar en el que él se sentiría
bien.
Liam había preparado para
mí un almuerzo ligero que
acompañamos de agua y zumo
de naranja natural, muy ácida,
por cierto. No me podía permitir
nada más puesto que después
teníamos previsto mi
entrenamiento físico al aire
libre. Y él sólo probó el zumo y
una manzana. Compartimos
miradas, sonrisas y hablamos
de cosas sencillas. Y no me
pude resistir a saciar mi
curiosidad.
— ¿Es verdad lo que me
dijiste sobre que no te gustan
las cosas dulces? —pregunté
antes de tomar un poco de
aquel zumo ácido que él mismo
había preparado cuando
llegamos a su casa.
— Sí. Claro que es verdad —
contestó Liam—. ¿qué es lo que
te intriga al respecto? —me
inquirió claramente esta vez.
— No sé. Es que me parece
muy raro. No había conocido
antes a nadie a quien no le
gustasen las cosas dulces. A
ver… Es cierto que hay gente
que dice que prefiere las cosas
saladas a las dulces pero nunca
había escuchado a nadie, al
menos a nadie cercano a mí,
decir que no le gustan las cosas
dulces, ninguna cosa dulce en
absoluto —dije de un tirón.
— No es exactamente que no
me guste… Es más bien que no
me sabe a nada —dijo y a
continuación comió un trozo de
manzana.
— Ya. Sin embargo, te estás
comiendo una manzana y eso
es dulce —dije con un tono
inquisidor esta vez.
— Lo sé, pero la fruta es
necesaria. No me sabe
especialmente, pero es bueno
para mí. Sin embargo, los
pasteles y esas cosas no sólo
me saben insípidas sino que no
me aportan nada a mi salud,
por tanto no los como y ya
está. No sé qué hay de raro en
ello, Aliva —esta vez me
mostró cierta incomodidad con
el tema en la manera en que
me respondió.
A continuación, siguió
comiéndose su manzana.
— Vale, vale. Lo entiendo. No
seguiré insistiendo en ello. Ya
sé que hay cosas que no te
gusta que te pregunte. ¿Por
qué? No lo sé, pero tengo claro
que hay ciertos temas que no
te hacen sentir cómodo.
Trataré de no volver a ello,
¿vale? —le dije tratando de
respetar lo que me estaba
pidiendo entre líneas con su
manera de dirigirse a mí.
— Gracias —dijo con cierta
sequedad en su respuesta.
Siguió comiendo pero con su
mirada perdida sobre mi
cabeza.
— Aunque queda una cosa
que me dijiste que harías y
todavía no has hecho —
comenté apretando los labios y
con una pícara sonrisa,
ladeando mi rostro con la
esperanza de que él volviera a
ser cercano conmigo.
No me importaba si para ello
tenía que utilizar mis armas de
mujer.
— ¿Qué cosa exactamente?
—dijo algo contrariado.
Señalé la guitarra acústica
que estaba junto al sofá, sin
articular palabra. Él miró hacia
la guitarra y sin decir nada me
hizo un gesto de que no sabía a
qué me refería. Era encantador
cuando se hacía el despistado
en cosas en las que ambos
sabíamos perfectamente de
qué estábamos hablando.
— Sabes a qué me refiero —
dije algo molesta porque él se
hacía el loco—. Dijiste que
almorzaríamos hoy aquí porque
me ibas a dejar escucharte
tocar la guitarra… y supongo
que cantarás algo. Dijiste que
también cantabas y
componías… y tocabas el piano.
¡Vaya, un chico muy completo!
—terminé en un tono divertido.
— ¡Ah! Te referías a eso. Veo
que estuviste muy atenta a
todo lo que dije —respondió
con gran sarcasmo y todo su
rostro volvió a sonreír.
— Exactamente. Así que
vamos, vamos —le indiqué con
mi mano que se levantase y
que tomase la guitarra para
cumplir con su promesa.
Se levantó y cogió la
guitarra. Yo me acerqué a él.
Me senté sobre la alfombra y
apoyé mi brazo y mi cabeza
sobre el magnífico sofá de
diseño italiano. Sin decir nada,
empezó a hacer sonar algunos
acordes. La verdad es que la
música no me resultaba
familiar. Era una melodía
tranquila, romántica y
absolutamente preciosa. Y
cantó una bella canción de
amor que hablaba del susurro
de la Luna. Me fascinó
escucharle y me sorprendió que
le cantase a la luz de la Luna y
hablase de ella como alguien
que le susurraba palabras de
esperanza sobre la existencia
de un amor puro. Éste era un
punto de absoluta conexión
entre nosotros, la Luna.
Al terminar me dijo que era
una canción que había
compuesto él. Le dije que era
realmente preciosa y que me
había sentido casi como
embrujada por su voz y por la
letra de la canción. Le di las
gracias por haberme dejado
escucharle. Me confesó que
nunca había cantado delante de
nadie que no fuesen sus
hermanos, le daba bastante
vergüenza hacerlo delante de
cualquier otra persona. Pero
que conmigo se había sentido
tan bien desde el principio que
sabía que podía compartir esto
sin ningún temor.
Me sorprendía su timidez. Era
el chico perfecto. Tenía la
belleza externa que cualquier
otro habría explotado y
utilizado al máximo con
absoluta seguridad. Sin
embargo, él era tímido. No sé si
tímido es la palabra exacta. Lo
cierto es que era muy solitario,
parecía muy unido a sus
hermanos pero muy alejado del
resto del mundo. Yo tenía cada
vez más claro que algo había
sentido hacia mí que le había
hecho salirse de su reducido
círculo de confianza y se había
acercado a mí con una
naturalidad nada habitual en él
y en la forma en que se
relacionaba con el resto.
Liam era muy meticuloso y
estaba atento a todo lo que
ocurría a su alrededor, prestaba
atención a todos los detalles,
incluso a cosas que habrían
pasado desapercibidas al ojo de
cualquier ser humano.
Y era muy, muy astuto.
— ¿Por qué te llama tanto la
atención que le haya dedicado
una canción a la Luna? ¿Qué
significado tiene para ti? —
preguntó sin apartar sus ojos
de los míos y todavía
abrazando la guitarra entre sus
manos.
— ¿Cómo lo has sabido? —
pregunté con gran extrañeza.
No sabía cómo había podido
entrever aquel detalle si yo no
había dicho nada al respecto.
— Digamos que lo sé y ya
está, ¿vale? —afirmó Liam con
un gesto que me indicaba que
era mejor que no le preguntase
más sobre ello.
— Sí, es verdad. La Luna
tiene un significado especial
para mí. Ejerce un influjo muy
poderoso sobre mí —respondí.
Sé que él esperaba algo más
pero no quise entrar en
detalles. Lo percibió
rápidamente y cambió de
conversación. Se levantó de
golpe.
— Bueno, señorita. ¿Estás
preparada para tu sesión al aire
libre? No podemos estar toda la
tarde aquí, plácidamente —dijo
con enorme energía, pero con
esa forma de hablar tan clásica.
Me levanté de inmediato
contagiada por su fuerza.
— Sí, tienes razón. ¿Dónde
puedo cambiarme de ropa? —
pregunté buscando con mi
mirada la puerta
correspondiente.
Él señaló la puerta que
quedaba frente a mí, a la
izquierda. Era una habitación
de invitados. Me cambié lo más
rápidamente que pude. Cuando
salí, ya estaba él también
esperándome con la ropa
adecuada para hacer ejercicio.
Perfecto, como siempre.
En cuanto salimos a la calle,
me indicó que teníamos que
hacer el camino corriendo. Pero
al menos no quedaba lejos de
allí. Así pues, llegamos hasta
Central Park y nuestra sesión
transcurrió con absoluta
normalidad hasta que ocurrió
algo sorprendente, cuando
caminábamos tranquilamente
ya de regreso al apartamento
de Liam.
Estábamos todavía en
Central Park. Él me iba
explicando en qué consistiría el
entrenamiento del día siguiente
y por qué estábamos haciendo
determinados ejercicios, así
como el objetivo que
perseguíamos. Llegamos a una
zona bastante amplia, aunque
en aquellos momentos se
hallaba poco transitada.
Empezaba ya a caer el sol. El
color del cielo era
impresionante, yo diría incluso
que cautivador. Se respiraba un
aire limpio en aquel lugar y
había cierta tranquilidad en el
ambiente. La sensación de
caminar con él por allí después
de haber hecho ejercicio era
muy placentera.
Allí nos encontramos con un
chico que había sacado a su
perro a pasear, era un
Rottweiler, con su típico pelo
negro, brillante; era un perro
fuerte y robusto. Supongo que,
al ver que la zona estaba
bastante tranquila, decidió
soltarle para que pudiese correr
libremente durante un rato en
aquel bello lugar. No había
pasado ni un minuto desde que
el chico lo soltó cuando, no sé
cómo, pero de entre unos
árboles surgió otro perro. Yo no
sé decir de qué raza; sé que
era un cruce con una mezcla de
color marrón y blanco en su
corto pelaje. Aquel animal salió
como una bestia salvaje y se
lanzó sobre el Rottweiler. Se
inició una pelea brutal entre
ambos animales de una fiereza
indescriptible. De sus gargantas
surgían rugidos feroces. El
ataque de aquel animal fue
despiadado y el Rottweiler se
defendió con toda su fuerza y
violencia.
Grité. El pánico se apoderó
de mí.
El dueño del Rottweiler salió
corriendo y gritando de forma
desgarradora hacia su perro
tratando de ayudarle a salir de
las garras del otro. Le daba
órdenes para que volviese junto
a él, pero el animal no sólo no
podía soltarse sino que
probablemente no era capaz de
escuchar lo que su amo le
indicaba desde su propia
desesperación.
No había casi nadie
alrededor. Sin embargo, los
pocos que estábamos allí nos
vimos sorprendidos por la
violencia de la escena. Yo
tengo todavía el recuerdo de
los gritos de las personas que
presenciamos aquello y, sobre
todo, los terribles sonidos
emitidos por los dos perros.
Aquello estaba siendo
realmente atroz, era algo
salvaje.
Pero, en cuestión de
segundos, Liam se puso delante
de ambos animales y con una
gran seguridad alzó lentamente
su mano derecha a la altura de
su cintura, con la palma hacia
abajo, pisando con firmeza y
mirándoles fijamente y con
sobriedad. En ningún momento
perdió la templanza que tanto
le caracterizaba.
Casi de forma instantánea,
ambos perros se separaron,
bajaron sus cabezas y al cabo
de un momento el Rottweiler
volvió al lado de su dueño y el
otro perro volvió por el mismo
lugar por el que había venido.
De pronto, el silencio cubrió
por completo aquel lugar.
Todos nos quedamos callados.
Se hizo la calma envuelta en el
terror vivido, en la turbación y
la ansiedad que aquello había
generado en todos nosotros.
Liam se acercó al chico y le
dijo algo que no pude oír.
Supongo que le pidió que fuese
más prudente en el futuro. El
chico asintió con su cabeza y le
miró acercando su mano
derecha a la altura del corazón.
Entendí que estaba
mostrándole su agradecimiento
a Liam.
Un par de chavales que
habían presenciado la escena
se acercaron para cerciorarse
de que todo estaba bien y
entiendo que también para
tratar de saber cómo Liam
había conseguido detener
aquella violencia mortal surgida
entre ambos animales.
Yo estaba inmóvil. Mi corazón
seguía latiendo a toda
velocidad y mi mente trataba
de entender qué era lo que
había hecho Liam. No podía
dejar de mirarle mientras se
acercaba hasta mí caminando
pausadamente, como siempre,
como si no hubiera ocurrido
nada. Y, un vez más, el dolor se
intensificó en mi brazo. Ya casi
me había olvidado de ello
porque en las últimas horas
parecía que se había
desvanecido finalmente. Pero
volvió otra vez, ahora con una
intensidad que no había sentido
nunca y que empezaba a
hacerlo insoportable, casi me
quedaba sin respiración en
algunos momentos.
Cuando llegó hasta mí, sin
detenerse, me rodeó con su
brazo izquierdo sobre mis
hombros y depositando su dedo
índice de la mano derecha
sobre sus labios, me indicó que
guardase silencio.
— No pasa nada. Tranquila,
Aliva. Todo está bien —susurró
con su habitual delicadeza.
Asentí, sin pronunciar palabra
y caminé a su ritmo tras
haberle mirado a sus ojos
profundos y misteriosos.
— Vámonos de aquí, cuanto
antes —me pidió con sobriedad.
Seguimos andando así
durante un buen rato. Sentí la
protección que me
proporcionaba estar arropada
por su brazo rodeándome, pero
al mismo tiempo me sentía
inquieta, porque sabía que lo
que Liam había hecho no era
algo que yo hubiese conocido
en ningún otro ser humano
anteriormente. Estaba segura
de que había algo misterioso en
él, casi sobrenatural, que no
me había querido contar y que,
probablemente, era la razón de
su carácter frío y solitario, lo
que le hacía mantenerse
distante de todo y de todos los
que le rodeaban, incluso
supongo que era la razón de su
timidez.
Fue algo extraño. Liam me
arropaba con su brazo pero casi
no me rozaba con el resto de su
cuerpo. Parecía como que hacía
aquello para tranquilizarme y
sacarme de allí pero sin querer
tocar mi piel.
Fue el día en que el martilleo
en mi brazo fue más constante.
Sin embargo, entre tantas
contradicciones, en aquel
momento, tuve claro que ya no
podría vivir lejos de él. No sabía
lo que nos depararía el futuro
pero si de algo estaba segura
es que, fuese lo que fuere lo
que Liam todavía no me había
contado sobre sí mismo, no me
importaba nada. Sentía algo
tan profundo por él, era un
sentimiento tan diferente a
todos los que yo había conocido
en toda mi vida que ya no
podía apartarme de él. Le
amaba de una forma intensa,
nada podía temer cuando
estaba con él y nada me
importaba ya si él no estaba.
Yo no sabía quién era Liam,
pero lo que sí es cierto es que
gracias a él yo estaba
empezando a saber quién era
yo de verdad. Y todavía me
quedaba mucho por descubrir
sobre mí misma. Me quedaba
tanto por aprender y tanto por
sentir que una vida eterna
podría no ser suficiente.
Aquel largo paseo bajo su
brazo fue revelador. Supe que
si él no estaba, yo me quedaría
sin nada. Supe que quería estar
con él. Nada más. El hecho de
sentir la fuerza de su presencia,
la calidez de su ser, el misterio
de sus ojos, la casi caricia de su
piel, me habían descubierto
cosas sobre mí y sobre lo que
era capaz de vivir que ahora ya
no podía, ya no quería dar un
paso atrás, ya sólo podía
dedicarle a él todos mis sueños
porque él era mi sueño, él era
mis pensamientos y mi vida.
Quería saber quién era él de
verdad. Y estaba preparada
para vivir con cualquier cosa
que me revelase sobre sí
mismo. No importaba de qué se
tratase. El tiempo de ayer ya
no me importaba, sólo lo que
iba a vivir a partir de entonces,
sólo el futuro cerca de Liam era
lo que para mí tenía algún
significado ya.
No le pregunté nada sobre lo
que había ocurrido en Central
Park. Sabía que él me hablaría
de ello cuando lo considerase
oportuno. Confiaba cada vez
más en Liam y sabía que tenía
todo el tiempo por delante para
conocer todo sobre aquel chico
que tan fuertemente estaba
cambiando mi vida y mi manera
de sentir.
En el momento en que tomé
conciencia de mi nivel máximo
de confianza en Liam, sentí
como el dolor de mi brazo se
apagó.
Después, me llevó a casa y
se despidió como siempre,
apoyado sobre el coche y
mirándome con dulzura.
— Descansa. Estaré aquí
mañana. ¿A la misma hora de
hoy? —preguntó con cariño.
— Sí. A la misma —repliqué
—. Hasta mañana.
Esa noche me costó conciliar
el sueño. Trataba de entender
más sobre Liam y sobre el
misterio que le rodeaba. Pensé
en todas aquellas cosas que me
había ido diciendo en los días
pasados y en las que yo había
observado.
Recordé la forma en la que
siempre intuía mi presencia,
incluso cuando no podía verme,
tan sólo sentirme… u olerme,
como había dicho él. ¡Qué mal
sonaba aquello!
Medité sobre su inteligencia y
su astucia, sobre su forma
meticulosa de comportarse y de
hablar, no parecía tener prisa.
Me sorprendía mucho la
manera en la que prestaba
atención a detalles que para
cualquier otra persona pasarían
desapercibidos.
También traté de entender el
porqué de su carácter frío,
distante, solitario… Al mismo
tiempo, se comportaba con un
gran respeto con todo el mundo
y se mostraba conmigo como
un caballero de una época
olvidada.
Recordé lo que me había
dicho en una ocasión en la que,
bromeando, le pregunté sobre
si descansaba en algún
momento del día, porque
siempre estaba activo, no
importaba la hora de la que se
tratase. Me contó que esto era
algo que había heredado de su
padre. Me dijo que solía dormir
muy poco, tan sólo unas cuatro
horas diarias. Y esto lo hacía
habitualmente entre las 8 y las
12 de la mañana porque se
sentía con mucha más energía
en el resto de horas del día. El
tipo de vida que llevaba le
permitía hacerlo. Era un joven
empresario neoyorquino de
gran éxito y podía elegir los
horarios.
Intenté unir todo aquello con
lo que me había dicho sobre los
alimentos dulces y sobre el
hecho de que normalmente
prefiriese comer al anochecer y
al amanecer, mucho más que
durante el día. Pero, nada. No
conseguí entender qué había en
él que yo no era capaz de
comprender, aunque sabía que
era algo que le hacía muy
diferente al resto de los seres
humanos.
Y aquellos ojos…
¿Cómo supo la dirección de la
casa de Alisson el día en que
vino a buscarme allí, por
primera vez? Tal vez me había
seguido. Y, si era así, ¿desde
cuándo y por qué?
¿A qué se refería cuando me
confesó que la música le
ayudaba a ser quien quería ser?
¿Qué o quién era realmente? …
¿Y quién quería ser?
Había tantas preguntas y
tantas inquietudes en mi mente
que no podía conciliar el sueño.
Levanté la persiana de la
ventana de mi habitación y
miré a mi Luna pidiéndole que
me ayudase a encontrar algo
que me permitiera entender
qué estaba pasando.
Pero, nada. Ella siguió
impasible iluminando mi
estancia con el brillo de su luz,
pero nada más. No era ella
quien tenía que descubrirme
nada sobre Liam. Esto era algo
que yo debía hacer por mí
misma y con paciencia para
saber esperar el momento en el
que él se sintiese más confiado,
como para compartir conmigo
sus secretos.
En aquellos momentos, me di
cuenta de que yo también le
había ocultado mis grandes
secretos. No le había contado
nada sobre quién era yo y cómo
había llegado hasta aquí. Cuál
era mi vida anterior y cómo
había logrado ser lo que ahora
era.
Por un momento, pensé que
nuestra relación estaba basada
en un profundo sentimiento que
había surgido entre ambos de
una forma casi irracional, pero
que era como que no
estábamos destinados a
encontrarnos, como si
formásemos parte de mundos
diferentes, incluso opuestos.
Sin embargo, allí estábamos y
ambos queríamos seguir con
aquello. De eso ya estaba
completamente segura, aunque
él todavía no me lo hubiese
dicho con palabras.
Poco a poco me fue
venciendo el cansancio y me
quedé dormida.
A la mañana siguiente, el
miércoles, cuando sonó la
alarma nuevamente me
desperté con muchas ganas de
vivir. Sabía que Liam estaría
abajo esperándome para
acompañarme a clase y que
volvería a pasar parte del día
junto a él. Eso me hacía sentir
plena y viva.
El día transcurrió según lo
esperado y también el jueves y
el viernes. Cada día, Liam me
recogía de madrugada y me
acompañaba en su coche a
clase. Tomaba algo conmigo,
mientras yo desayunaba antes
de comenzar el día y por la
tarde nos veíamos en DEAL
NYC para mi sesión de
entrenamiento y para su clase
de español. Después me
llevaba a casa y se despedía
siempre con una sonrisa y una
profunda mirada arrebatadora.
En esos días yo no le
pregunté nada que pudiese
incomodarle, aunque tenía
claro que había muchos
interrogantes en torno a él,
cuya respuesta yo quería
conocer, pero también sabía
que tenía toda una vida por
delante para averiguarlo y
debía esperar a que él me lo
quisiera contar. Del mismo
modo, yo le contaría mi verdad
cuando considerase que él
estuviese preparado para
entenderla.
En estos días nuestras
conversaciones fueron siempre
divertidas tratando de
conocernos más el uno y el
otro. Tengo recuerdos
maravillosos de aquel tiempo
junto a él.
Todos los viernes acortamos
nuestra sesión de
entrenamiento y la clase de
español porque yo tenía que
trabajar en casa de Alisson. El
sábado lo dejábamos de
descanso, puesto que era el día
de la semana en que yo tenía
mayor carga de trabajo, entre
Alisson y la librería. Aun así,
Liam venía a llevarme y a
recogerme. Aunque nos
veíamos poco al llegar el
sábado, al menos sabía que él
estaba siempre pendiente de
mí.
Un domingo me recogió en
casa de Alisson y nos fuimos a
retomar nuestra rutina de
ejercicios y clase. Cuando
estábamos terminando la clase
de español en la cafetería del
DEAL NYC, Amy se unió a
nosotros.
Era absolutamente
encantadora, aunque me di
cuenta de que me observaba
con la misma meticulosidad que
lo hacía Liam. Y me percaté de
que hablaba con la misma
forma pausada y elegante que
él. Charlamos durante un rato.
— A mis hermanos, David y
Ely, les gustaría conocerte.
Liam habla tanto de ti. Y es tan
raro que Liam hable mucho… —
le miró con una sonrisa
cómplice en la que se podía
apreciar el cariño que sentía
por él.
Liam bajó la mirada con
timidez y mostró una leve
sonrisa, en la que también se
percibía que algo así sólo se lo
permitía a su querida hermana.
— He pensado que, tal vez,
sería una buena idea que
cenásemos juntos en mi casa
uno de estos días y así os
conocéis —dijo en un tono muy
convincente que no permitía
una respuesta negativa por mi
parte.
Me quedé casi sin
respiración. Miré a Liam
tratando de saber si era algo
que a él le apetecía o si
simplemente era una encerrona
de su hermana melliza. Pero no
me transmitió nada con su
gesto. Así que respondí por mí
misma.
— Vale. Me encantaría —dije
con amabilidad, aunque con
cierta inseguridad, he de
reconocerlo.
Me inquietaba la propuesta,
pero al mismo tiempo también
me apetecía conocer a sus
hermanos. En realidad, lo que
quería era estar más cerca de
él, conocerle más, saber más
sobre su vida y sobre las
personas a las que él quería.
Y por otro lado, me encantó
saber que Liam hablaba de mí y
además mucho. Y que incluso
aquello rompía una conducta
habitual en él. Sonreí en mis
pensamientos.
— ¿El jueves es un buen día
para ti? —preguntó Amy
rápidamente y con ese carisma
que emanaba cuando ella
quería y que te arrastraba a
seguirla en todo lo que te
proponía.
— El jueves —repuse— ¿Este
jueves? —de repente tomé
conciencia de que aquello era
una invitación en firme y que
además era inminente.
— Sí —afirmó Amy.
Miré de nuevo a Liam, quien
elevó sus hombros en un
intento de mostrarme que él no
iba a hacer nada para
impedirlo.
— Vale. El jueves es perfecto
—dije mientras tomaba
conciencia de que ya no había
vuelta atrás.
— Gracias, Aliva —exclamó—
Bueno, os dejo porque yo tengo
trabajo que hacer y supongo
que vosotros también tendréis
cosas que terminar en vuestra
clase de español. Hasta el
jueves —se despidió mientras
se levantaba con esa elegancia
que les caracterizaba a ambos.
Cuando Amy había salido ya
de la cafetería, miré a Liam
apretando mis labios.
— ¿Por qué no me has dicho
nada sobre esto? —inquirí.
— Es cosa de mis hermanos.
Quieren conocerte. Están
intrigados sobre quién eres y
cómo eres. Amy les ha contado
algo pero les gustaría conocerte
personalmente —explicó con
naturalidad.
— ¿Qué les has contado de
mí? ¿Qué les has dicho? —
pregunté preocupada por saber
más sobre lo que ellos podían
esperar de mí.
— No mucho porque la
verdad es que no sé muchas
cosas sobre ti. Sólo les he
hablado de lo que siento y de
cómo tú me has llegado a lo
más profundo de mi ser como
nunca nadie lo había hecho
hasta ahora en toda mi vida —
dijo en un susurro sincero y
cargado de romanticismo.
No pude pronunciar palabra.
Me quedé callada mientras una
amalgama de emociones se
desencadenaba en todo mi ser.
Él me miró. Sé que esperaba
alguna respuesta por mi parte
pero no pude dársela.
— Y… supongo que es lógico
y normal que ellos quieran
saber más de ti —dijo.
Seguí callada tratando de
calmar mi corazón que latía con
más fuerza y a mayor velocidad
cada vez.
— … Ya sabes. Soy el
hermano pequeño —dijo
tratando de bromear para ver si
eso me sacaba del mutismo en
el que me hallaba sumida
desde su sincera declaración
sobre sus sentimientos hacia
mí.
Sé que externamente mi
apariencia era de frialdad en
esos momentos, pero lo cierto
es que en mi interior ardía de
felicidad.
— Aliva —exclamó.
— ¿Eh? —fue mi respuesta.
— ¿En qué piensas? —
susurró.
Seguí callada.
— Nunca me he sentido tan
atraído por nadie como me
siento por ti. No sé si debo… No
sé si puedo. No sé si es…
“peligroso”… Sólo sé que… algo
me une fuertemente a ti y
necesito estar cerca de ti,…
cada vez más —dijo sin dejar
de mirarme a los ojos y
hechizándome en cada una de
sus palabras.
Inspiré profundamente.
— Yo siento lo mismo —
confesé por fin.
Nos quedamos mirándonos y
nuestras miradas nos
trasladaron a no sé qué mundo
pero sé que fue un momento
especial. No sé cuánto duró
pero sé que la conexión se
consolidó para siempre. La
unión definitiva de nuestras
almas quedó sellada para toda
la eternidad. Fue como si el
hechizo que se venía
produciendo entre nosotros
dos, por fin hubiera alcanzado
su punto final. Ese hechizo que
ya nunca se podría deshacer
jamás; el que ya nadie podría
romper nunca.
— ¿Nos vamos? —preguntó
suavemente.
Asentí.
Me llevó a casa, en silencio,
aunque con miradas y sonrisas
cómplices entre ambos. No
necesitábamos decirnos nada.
Al despedirme de él en la
puerta del coche, entendí que
hoy iba a ser una despedida
algo diferente a los días
anteriores. Esta vez se acercó
con suavidad, acarició mi
mejilla con su mano y me besó
dulcemente, fue un ligero roce
sobre mis labios. Nada más… ¡y
nada menos!
Cuando me daba la vuelta
para entrar en casa. Le oí
susurrar.
— Te quiero, Aliva… Pase lo
que pase —dijo mientras
apartaba una piedrecita del
suelo con su pie derecho, como
en un intento de romper con su
timidez.
Me di la vuelta, le acaricié su
rostro con mi mano y le miré
con una romántica sonrisa.
— Y yo —respondí con un hilo
de voz.
Me fui pensando en lo que
había vivido. Y también en sus
últimas palabras: “pase lo que
pase”. ¿A qué se refería? ¿Qué
nos podía pasar? Éramos dos
jóvenes entre los que había
surgido el más puro
sentimiento de amor, más allá
de todo. Yo me sentía fuerte y
para mí, en aquella época de
mi vida, me parecía que nada
ni nadie me podía parar en
aquello que yo deseaba. Y en
este caso, eso era Liam.
Entré en casa, me preparé
una ensalada mientras
escuchaba un CD de música
que me gustaba mucho. Seguía
pensando en Liam, en el dulce
roce de sus labios, en aquellas
dos palabras: “te quiero”. Cada
imagen de su rostro que venía
a mi mente y cada palabra que
recordaba me estremecían. Me
sabía muy afortunada y daba
gracias a la vida por poder
estar experimentando todo
aquello. Era un sentimiento
nuevo e intenso que no había
vivido antes, ni siquiera en los
mejores momentos de mi vida
anterior que había sido feliz y
completa.
CAPÍTULO 7

AQUELLAS MARCAS EN

MI PIEL
Era martes por la mañana, al
salir de la ducha me di cuenta
de que tenía algo en la parte
inferior de mi antebrazo
izquierdo, justo en la zona
media donde siempre me dolía.
Pensé que durante la noche me
habría picado algún insecto.
Eran diminutos puntos que
formaban dos círculos
perfectos, uno dentro del otro.
La verdad es que esta vez no
sentía nada, ni picor, ni
escozor, ni nada parecido.
Busqué una pomada que tenía
en casa para las picaduras y me
la eché sobre aquellas marcas.
Pensé que desaparecerían en
unos días. Después traté de no
darle más importancia. Me
vestí, cogí mis cosas y bajé.
Allí estaba él. En cuanto me
vio hizo un gesto como de
rechazo, fue como si algo en mí
le echase hacia atrás. Aun así,
se acercó. Me cogió la mochila
y caminó a mi lado hasta el
coche, aunque pude apreciar en
su rostro que se sentía
contrariado por algo.
— Buenos días. ¿Cómo has
pasado la noche? —me
preguntó con cariño cuando ya
estábamos sentados en el
coche.
— Bien. He descansado. ¿Y
tú?
— No he dejado de pensar en
ti —dijo en un susurro pero sin
acercarse a mí. Consiguió
estremecerme, una vez más.
Cerró los seguros de las
puertas y me miró con una
sonrisa mientras ponía en
marcha el motor.
El día transcurrió con
normalidad. Aunque he de
reconocer que las picaduras me
tenían un tanto preocupada.
Pensaba qué podía ser lo que
me pasaba en el brazo
izquierdo, era como que todo
acababa dándome en el mismo
lugar, en ese brazo y en esa
zona en concreto.
Mientras estaba en clase,
como la calefacción estaba muy
alta, me había quedado en
manga corta y me di cuenta de
que, con la luz de los
fluorescentes, aquellas marcas
se intensificaban con respecto a
lo que me habían parecido por
la mañana al levantarme.
Angie, que estaba sentada a
mi lado, me preguntó si me
pasaba algo.
— Nada. Creo que me ha
picado algún tipo de insecto
esta noche. No sé si habrá sido
una araña o algo así y me ha
dejado unas marcas raras, ¿lo
ves? —le dije en voz baja en
mitad de la clase, mientras le
mostraba mi brazo.
— ¡Uf! Sea lo que sea, se ha
ensañado contigo. ¿Te pica? —
preguntó Angie.
— No, eso es lo raro. No me
molesta lo más mínimo —
repuse lo más bajo que pude
para que el profesor no se
percatase de que estábamos
hablando.
Continuó la clase y al
terminar almorcé en la
cafetería con mis amigos. Mike
también se dio cuenta de que
yo andaba pendiente de mi
brazo y me preguntó. Le conté
lo mismo que le había dicho a
Angie en clase. Todos quisieron
ver qué era lo que tenía. Me
subí la manga del jersey y les
mostré mi brazo con
preocupación.
Jane lo miró con atención y
cierta cautela y dijo que
parecían picaduras de araña,
que tuviese cuidado y que
revisase en mi cama por si
tenía alguna. Aquel comentario
de Jane me provocó cierta
desazón.
Frank me dijo que tal vez
debería ir al médico porque la
verdad es que aquello era un
poco raro. Y Derek comentó
que no le diese más
importancia, si no me
molestaba probablemente
desaparecería en unos días.
Preferí hacer caso a Derek y
olvidarlo.
En ese momento llegó Harry,
quien también se interesó por
mis marcas y por supuesto
bromeó con ello.
— ¡Uf! Eso tiene mala pinta.
Yo creo… estoy seguro de que
has sido abducida por
extraterrestres. Seguro. Sí —
dijo poniendo cara de misterio
—. ¿Has sentido algo durante la
noche? ¿Tienes lagunas en tus
recuerdos? ¿Has visto la
potente luz blanca? —y rompió
a reír a carcajadas.
Le lancé mi pan directamente
a la cara pero era rápido y lo
cogió al vuelo.
— ¡Ten más cuidado la
próxima vez, pequeña! ¡Soy el
mejor en recogida de panes! —
dijo burlándose y le dio un
enorme bocado al tiempo que
se levantaba de la mesa riendo
y se acercaba a la barra para
pedir un café.
— No te preocupes. Seguro
que no es nada —me dijo
Angie, mientras me daba un
golpe amistoso con su hombro
sobre mi brazo con una sonrisa
que trataba de quitarme la
preocupación.
Después del almuerzo
regresamos a clase. Continué
prestando la máxima atención
al profesor. No quería darle
más vueltas al tema de las
picaduras, aunque lo cierto es
que me llamaba mucho la
atención la perfección de los
dos círculos, parecían dos
circunferencias concéntricas
perfectas, como si hubiesen
sido hechas con un compás,
aunque se apreciaban los
puntitos y la pequeña
separación que había entre
cada uno de ellos era casi
milimétrica y exacta. Estaba
segura de que me había picado
algún tipo de insecto raro.
Tenía intención de buscar en
internet cuando llegase a casa,
para ver si encontraba algo que
me pudiera dar alguna pista
sobre qué tipo de insecto hacía
esa clase de picaduras.
Al terminar las clases me
empecé a sentir muy cansada,
algo fuera de lo habitual. Se lo
dije a Angie, pero no le dimos
mucha importancia,
simplemente estaba más
cansada de lo normal. No tenía
fuerzas para mi sesión de
entrenamiento. Sólo necesitaba
meterme en la cama. Pensé
que, tal vez, había cogido frío y
estaba empezando un proceso
gripal o algo así. Aunque, he de
reconocer que también pensé
que aquel cansancio podía
tener algo que ver con las
picaduras y que igual debería ir
al médico para saber qué era
aquello.
Llamé a Liam y le expliqué
que estaba muy cansada y que
preferiría dejar la sesión para el
día siguiente porque necesitaba
dormir.
— ¿Te sientes bien? …
¿Quieres que te acompañe al
médico? ¿Qué puedo hacer?
¿Puedo ayudarte? —preguntó
muy preocupado al teléfono.
— Sólo estoy cansada.
Necesito dormir. Estoy segura
de que mañana estaré
perfectamente. No te
preocupes, de verdad —insistí
sintiendo que mi tono de voz
era cada vez más bajo.
— Vale. En cualquier caso,
quédate un rato con Angie y te
recojo en 20 minutos. No creo
que debas ir en metro. Además,
hace mucho frío hoy.
Prométeme que me esperas.
Son sólo 20 minutos. Ya estoy
saliendo —me instó.
Liam era muy tenaz y yo no
tenía fuerzas para discutir sobre
si me venía a buscar o no.
Además, no me apetecía nada
irme en metro y luego caminar
hasta casa con aquel frío. Era
mucho más alentadora su
oferta.
— Está bien. Te espero en la
cafetería —respondí con pocas
fuerzas.
Me sentía algo mareada, por
eso me senté y tomé un té con
leche de soja muy caliente. Me
hizo bien pero el cansancio
seguía aumentando.
Liam llegó en el tiempo que
me había dicho.
— ¿Estás sola? ¿Dónde está
Angie? —preguntó algo más
alterado de lo habitual.
— Ya se había ido cuando te
llamé —respondí débilmente.
— Estás muy pálida. ¿Qué te
pasa, Aliva? —me preguntó
mirándome pero no se acercó a
tocarme.
Era como si algún tipo de
barrera no física existiese entre
nosotros. Pero no pude pensar
en ello porque me sentía
agotada.
— No sé. Estoy muy cansada.
Sólo pienso en el momento en
que pueda quedarme dormida
—notaba que iba hablando
cada vez con mayor lentitud.
— Vámonos —dijo mientras
se disponía a cogerme el brazo
izquierdo.
De repente, apartó su mano
como si se hubiese quemado o
algo así, al tocarme.
— ¡Ay! —exclamó con el
dolor reflejado en todo su
rostro y se cogió su mano de
inmediato en un intento de
calmar el daño que le había
producido el contacto con mi
brazo.
— ¿Qué? —pregunté
extrañada por su airada
reacción.
— No sé. Me ha dado como
una punzada muy dolorosa —
dijo como con intriga y
mirándome fijamente—. Creo
que me has dado la corriente o
algo así pero ha sido fuerte,
muy fuerte —dijo realmente
extrañado.
— Vámonos, por favor —le
pedí, casi le imploré.
Cogió mi mochila. Se acercó
a la chica de la cafetería y
compró una botella de agua
que me ofreció mientras nos
dirigíamos al coche que estaba
aparcado muy cerca de allí.
Aunque yo me encontraba tan
débil que el trayecto me
pareció muy largo.
Me llevó a casa. Aparcó el
coche, me ayudó a salir y
escuché como cerraba las
puertas con el mando a
distancia.
— Me quedo contigo hasta
que estés mejor —dijo con ese
mismo tono con el que su
hermana Amy decía las cosas,
ta n convincente que no podías
por menos que seguirles en lo
que te decían.
No respondí nada. No tenía
energía y empezaba a ver todo
un poco borroso.
Subimos hasta mi casa. Yo
vivía en el ático del edificio. Él
se encargó de abrir la puerta y
encendió las luces.
— ¿Dónde está tu habitación?
—preguntó con suavidad al
entrar.
Señalé la puerta sin mediar
palabra. La abrió, preparó
cuidadosamente la cama para
que yo no tuviese que hacer
nada. Mientras tanto, yo entré
en el cuarto de baño y me
cambié de ropa. Una vez que
estuve acostada, se dirigió de
nuevo hacia la puerta de la
habitación que daba
directamente al salón. La dejó
abierta antes de irse hacia el
sofá.
— Me quedo en el salón.
Descansa. Y dime si necesitas
algo —susurró.
Sus palabras ejercieron el
efecto de un somnífero. Cerré
los ojos y me quedé
profundamente dormida.
No recuerdo nada de lo que
pasó después, sólo sé que tuve
un extraño sueño. Me vi en mi
playa de juventud. Allí estaba
mi querido amigo Martín que
caminaba hacia mí con un
gesto de preocupación en su
rostro.
— ¡Martín! —dije con una
sonrisa porque me llenó de
felicidad verle, de nuevo.
Martín había sido muy
especial en mi existencia
anterior. Y, aunque aquella
parte de mi vida ya parecía casi
borrada de mis recuerdos,
volver a verle tan nítidamente
me produjo una bonita
sensación.
— Aliva. Ten cuidado. Aléjate
de él. Son muy peligrosos —dijo
Martín dulcemente.
— ¿De quién? —pregunté un
tanto atemorizada, cogiéndole
de las manos para que me
clarificase aquellas palabras.
— 7788, del distrito 13 —dijo
como en clave.
— ¿Quién? —pregunté sin
entender nada de lo que me
estaba diciendo Martín.
— Liam o como quiera que te
haya dicho que se llama —
respondió con sequedad al
pronunciar su nombre.
— ¿Liam? —dije extrañada—
¿Por qué dices que son muy
peligrosos? ¿A qué te refieres,
Martín? No te entiendo —insistí
en mi sueño a mi querido
amigo, en el que confiaba
plenamente, pero ahora me
tenía desconcertada por
completo con sus palabras
sobre Liam.
— No les dejes ver los
círculos. Es tu protección.
Déjalos actuar sin bloquearlos y
no pasará nada —dijo Martín y
percibí un tono de misterio en
su voz.
— ¿Los círculos? —pregunté.
— Tu brazo —señaló mis
marcas—. Insisto, ¡son tu
protección! ¡No dejes que los
vea o te intentará hacer daño!
Te matará —dijo mirándome
fijamente y con una muestra de
preocupación en su rostro—.
Los círculos le impedirán
tocarte o hacerte nada pero
tienes que dejar que pase el
tiempo suficiente para que te
proporcionen toda la
protección. Son muy recientes y
todavía no te pueden ayudar
plenamente.
Me quedé helada con las
palabras de Martín.
— Los círculos le repelen.
Pero puede volverse tan loco de
rabia por no poder poseer tu
energía que es capaz de
quitarte antes la vida. Son los
seres más peligrosos y
malignos que existen —dijo
Martín con firmeza.
Me miró con intensidad para
asegurarse de que yo entendía
el significado completo de sus
difíciles palabras.
— Busca alimentarse con tu
energía hasta despojarte
totalmente de ella. Y cuando ya
no tengas fuerza… —bajó la
cabeza en un intento de no
continuar con lo que me estaba
diciendo, como para evitar
incluso pensar en ello—. Mejor
no quieras saberlo, Aliva —dijo
con misterio y con un tono de
peligro en su voz.
Me hablaba con una
preocupación sin igual y
susurrando para que nadie le
oyera. Aunque en mi sueño
estábamos solos.
— Aléjate de él cuanto antes
—continuó con una dureza
enorme en esta última frase.
— No puedo —respondí en
medio de toda aquella
contradicción.
— Sí puedes —reiteró él—.
¿Todavía tienes la pulsera que
te regalé, aquella de las
pequeñas piedras de colores
con la Luna? —me preguntó al
oído con cierta premura, como
si estuviese a punto de irse y
necesitase darse prisa— Llévala
siempre puesta, te protegerá
de ellos hasta que tus círculos
puedan definitivamente
protegerte para siempre.
Créeme, son peligrosos. No te
dejes embaucar por sus
artimañas, utilizarán cualquier
cosa para engañarte. Hazme
caso.
Y de repente, se esfumó.
Podía escuchar el sonido de las
olas al romper en la orilla de la
playa, aquel sonido que marcó
mi infancia. Me quedé sola en
mi sueño con aquella melodía
que tanta confianza me
proporcionaba y que parecía
anclarme a los recuerdos de mi
primera vida. Poco a poco, este
sonido fue debilitándose hasta
desaparecer. Y yo abrí los ojos
despertando de aquel sueño.
Miré a la ventana de mi
habitación y pude ver que era
todavía de noche. Liam estaba
sentado en el sofá, podía verle
desde mi cama. No me moví
porque no quería que se diera
cuenta de que me había
despertado.
Pensé en el sueño que
acababa de tener. ¿Qué
significado tenía todo aquello?
Martín había hablado de Liam
como 7788 del distrito 13. Me
di cuenta de que aquellos
números los conocía muy bien.
En DEAL NYC mi casilla del
vestuario era la D13 y mi
código de acceso a ella y a
todas las instalaciones de DEAL
NYC era el 7788.
En la penumbra, miré mi
brazo con sigilo para no llamar
la atención de Liam y toqué los
círculos con las yemas de mis
dedos sintiendo su forma y la
energía que me transmitían.
Poco a poco, los pequeños
puntos que los componían se
habían ido uniendo hasta
formar una línea circular
continua.
Pensé en lo que Martín me
había dicho en el sueño sobre
los círculos concéntricos y sobre
que me alejara de Liam porque
era peligroso y me mataría.
Inmediatamente Liam, que
estaba mirando a través de la
ventana, se dio la vuelta y se
dirigió a mí. Como
instintivamente, tapé con
suavidad mi brazo con la
manga para que no viera las
marcas. Estaba confusa. Yo
confiaba plenamente en él,
pero todavía me sentía aturdida
por el sueño que acababa de
tener y por las palabras de
Martín.
— ¿Cómo estás? —preguntó
con angustia.
— … Bien… Estoy bien —dije
todavía algo desorientada.
— Has dormido durante dos
días seguidos —me dijo,
sentándose sobre mi cama y
mirándome preocupado.
Tocó mi frente para medir mi
temperatura. De nuevo, sintió
la punzada en su mano.
— ¡Agh! Otra vez me has
dado la corriente —exclamó,
aunque pareció sentirse
tranquilo, por lo que entendí
que mi temperatura era
normal.
— Necesito ir al cuarto de
baño —dije incorporándome en
la cama y apartando el pelo
revuelto de mi cara.
Se levantó para dejarme salir
de la cama. Me miró entre
intrigado y preocupado, incluso
me atrevería a decir que
parecía asustado.
Fui al cuarto de baño. Me di
una ducha que me hizo sentir
mucho mejor. Aproveché para
revisar los círculos
tranquilamente. Pasé mi dedo
suave y lentamente por encima
de ellos para entender algo
más sobre aquello a través del
tacto. Poco a poco se estaban
uniendo los pequeños puntos
unos con otros y ya casi no
había espacios visibles entre
ellos. Era como que las líneas
se estaban uniendo y
haciéndose perfectas. Pensé en
lo que había soñado. Le daba
vueltas a lo que Martín me
había dicho mientras estaba
dormida, pero en el interior de
mi corazón sabía que Liam no
era peligroso. No, al menos
para mí. Y pensé en lo que
siempre me decía Martín en los
últimos días de su vida:
“escucha a tu corazón”.
Aunque hacía frío en la calle,
abrí la ventana del cuarto de
baño para poder observar
directamente a la Luna, sabía
que esa noche ella me ayudaría
en mi mar de dudas. Me
concentré y pude escuchar la
voz tranquila de mi abuela que
me decía “Aliva, tienes todo
para tomar una decisión u otra.
Tú eliges tu propio destino,
pequeña. Pero, esta vez, ten
mucho cuidado si la elección es
él. Estás jugando con fuego. Es
muy peligroso”. Y tras estas
palabras, la voz se apagó.
Inspiré profundamente y
cerré los ojos. Podía sentir el
frío de la ciudad en mi rostro
que parecía como una metáfora
del frío que sentía en mi
corazón en aquellos momentos.
Al cabo de un rato, cerré la
ventana. Me di la vuelta y me
miré en el espejo durante unos
minutos, apoyada sobre el
lavabo.
Y me reafirmé en mi
elección. Como en cada
decisión que tomamos en
nuestras vidas, elegí mi
destino. Intuía que no iba a ser
fácil, pero sabía lo que quería y
sabía quién quería ser. No
podía renunciar a la vida más
intensa que podía imaginar,
incluso si ello conllevaba riesgo
vital estaba dispuesta a
asumirlo.
Es curioso, yo nunca creí esas
historias del Renacimiento, de
amantes dispuestos a morir por
amor, dispuestos a arriesgarlo
todo por el ser amado. Sin
embargo, ahora sabía que por
él merecía la pena cualquier
cosa. Estaba segura de que
nunca me sentiría tan viva si le
apartaba de mi lado.
Y yo elegí la eternidad
porque amaba la vida con una
intensidad casi sobrenatural.
Por tanto, si no podía vivir una
vida intensa como la que tenía
junto a Liam, cualquier cosa
sólo sería un sucedáneo que no
merecía la pena, sobre todo
ahora que ya hacía tiempo que
había decidido dejar atrás toda
mi existencia anterior.
— Te he escuchado, querido
corazón… Y voy a seguir lo que
me dices. No temo a Liam. Sé
que no hay nada que temer —
me dije a mí misma con
valentía.
Miré los círculos de mi brazo,
una vez más.
— “Si estáis ahí para
protegerme, al menos dejadme
elegir a mí cuándo necesito la
protección. Y ahora no quiero
que le sigáis apartando de mi
piel cada vez que me roza” —
pensé.
Apreté aquellos malditos
círculos con mi mano derecha
como tratando de decirle a
quien me los había puesto allí,
al parecer con la mejor
intención del mundo, con la
intención de protegerme de lo
que parecía un gran peligro,
que yo tomaba mis propias
decisiones y que no iba a
permitir que nada ni nadie me
separase ya de Liam.
Salí del cuarto de baño,
comprendiendo ya las palabras
de Liam cuando me dijo “Te
quiero… Pase lo que pase”
Empezaba a entender a qué se
refería con “pase lo que pase”,
aunque vagamente, puesto que
no sabía quiénes eran aquellos
que estaban tratando de
protegerme, ni por qué lo
hacían, ni qué tipo de peligro
podía suponer para mí Liam, el
chico del que me había
enamorado para siempre.
— Necesitaba una ducha…
Estoy mucho mejor —le dije a
Liam con una sonrisa—. Gracias
por haberte quedado conmigo.
Se acercó y me abrazó con
delicadeza durante un buen
rato. Me sentí fuerte y feliz, de
nuevo. Y no le produje ninguna
punzada esta vez, a pesar de
que los círculos seguían en mi
brazo pero parece ser que ya
no ejercían su efecto protector.
Aunque, para mí era un efecto
separador de aquel ser al que
tanto amaba ya.
— Me has asustado —dijo
mirándome con sus ojos
profundos—. Y te aseguro que
hace mucho, muchísimo tiempo
que nadie me había conseguido
asustar.
— Lo siento —dije sin dejar
de mirarle.
Sonrió. Volvió a abrazarme y
esta vez tampoco le produjo
ninguna punzada el hecho de
rozarme. Aquello me
tranquilizó. Y casi de forma
súbita, me acordé de que ya
era jueves y me aparté de
golpe.
— ¡Si dices que he dormido
durante dos días, eso significa
que ya es jueves! —exclamé
desconcertada y dándome la
vuelta para poder pensar con
claridad.
— ¿Cómo?. eh…sí, sí…es
jueves. No entiendo, Aliva.
¿Qué es lo que te agobia?
— La cena. La cena en casa
de tu hermana Amy. Con… con
tus otros hermanos… para que
me conozcan —verbalicé
aquello que me iba viniendo a
la mente de forma acelerada—
¿qué hora es?
Sonrió, una vez más.
— ¡Ya, ya, ya!… —siguió
sonriendo cada vez más
ampliamente— No hay ninguna
obligación. Son sólo mis
hermanos. Podemos decirle a
Amy que lo cancelamos y ya
está —su tono sonaba casi
paternal.
Me di la vuelta para mirar el
reloj de mi mesilla de noche.
Eran las cuatro y media de la
madrugada.
— Son las cuatro y media.
Bueno, tenemos todo el día por
delante. No hay por qué
cancelarla. A mí también me
apetece conocer a tus otros
hermanos. Además, cada vez
me siento mejor, te lo aseguro
—afirmé.
— Tú decides —respondió—.
¿Qué quieres que hagamos en
el día de hoy? —me preguntó,
de repente.
— ¿Hoy? —dudé— La verdad
es que me gustaría que nos
tomásemos el día libre.
— ¿No vas a ir a clase?
¿Quieres que pasemos el día
juntos? —preguntó con ciertas
dudas.
Creo que realmente su
instinto le indicaba que no era
precisamente esto lo que yo
quería decir, aunque en el
fondo de su corazón era eso lo
que él esperaba que yo
desease.
— No, no me refería a eso.
Voy a ir a clase y además, creo
que iré un rato a la biblioteca
porque tengo varias cosas que
terminar. Pero lo haré a media
mañana. Me refería a que sería
bueno que tú también
descansaras. Bueno, que
podemos vernos después hacia
la hora de la cena —yo iba
hablando casi sin mirarle a los
ojos en un intento de lograr
que entendiera que necesitaba
estar sola.
— ¿Me estás echando? —dijo
con sorpresa combinada con
cierto tono de broma.
— Pues, creo que sí.
— Vale, vale. Captado el
mensaje. “Nos tomamos el día
libre” significa que te quieres
librar de mí hoy. Me voy —dijo
mientras negaba con la cabeza,
tratando de aceptar mi
negativa a estar con él.
Se acercó al sofá, donde
tenía su chaqueta y se la puso
para salir a la calle.
— Pero te recuerdo que no
son ni las cinco de la
madrugada —continuó como
para hacerme sentir culpable.
— ¿Cuándo ha sido eso un
problema para ti? —insistí.
— Sí, cierto. Es mi hora
favorita pero también es verdad
que preferiría quedarme aquí y
pasar el resto del día juntos —
comentó con un poco de pena
en sus palabras y
acariciándome el rostro con
delicadeza.
Cerré mis ojos y puse mi
mano sobre la suya, llevándola
hacia mis labios para darle un
beso. Después, me acerqué
más a él y le besé.
— Gracias por haber estado
conmigo. Ahora me siento bien,
de verdad. Y tú necesitas
descansar —insistí con ternura.
— Te paso a buscar a las seis
—dijo habiendo entendido que
debía marcharse—. Pero, si
pasa algo antes, ¡llámame! —
señaló con su dedo índice.
— Vale.
— Y, por cierto, no necesito
descansar —dijo, dejando claro
que se iba pero no
voluntariamente.
Se fue.
CAPÍTULO 8

LA NOCHE DE LOS

SECRETOS
Me sentía hambrienta.
Preparé un buen desayuno para
reponer fuerzas. Y aunque con
muchas dudas sobre lo que
había visto en mi sueño, me fui
a mi habitación y saqué la
pulsera que Martín me regaló.
La dejé sobre la cama. Me
apetecía ponérmela, aunque
por otro lado, ahora tenía un
significado que nunca había
tenido antes para mí. Ahora era
como una especie de talismán,
o incluso más, era un escudo
protector frente a “ellos”.
Después de un buen rato, ya
había salido el sol e iluminaba
el día con fuerza. Fue entonces
cuando pude ver con más
claridad los círculos. Los miré
con detenimiento junto a una
de las ventanas del salón para
verlos con la luz natural del día.
Y a continuación, decidí
tomarme un tiempo para hacer
uno de mis ejercicios de
meditación.
Al terminar, me preparé
mentalmente para conectar con
mi cerebro inconsciente y
trabajar en mi total
recuperación física. Seguí las
pautas que me había enseñado
Martín. Trabajé también en
ponerme filtros protectores que
me ayudasen a superar
cualquier situación compleja
que pudiese presentarse
durante la cena con los
hermanos de Liam. No sabía a
qué me enfrentaba y quería
contar, no sólo con la
protección externa que alguien
me estaba ofreciendo, sino que
quería sentir que yo era quien
tomaba las decisiones.
Al cabo de un buen rato,
cuando había terminado mi
ejercicio mental, me sentía
mucho mejor y con mucha
energía. Me preparé y salí a la
calle para ir a clase y a la
biblioteca a trabajar un rato en
varios temas que tenía
pendientes. Cuando estaba
saliendo a la calle, pensé en la
pulsera de Martín que había
dejado sobre la cama. Volví a
subir y me la puse. No sabía a
qué o a quién se suponía que
me estaba enfrentando y
preferí tomar precauciones.
Desde luego, alguien se estaba
tomando muchas molestias en
protegerme, en ponerme
escudos y en salvarme o
apartarme de no sé qué o de
no sé quiénes. Así que decidí no
exponerme más de lo
necesario.
En el camino hacia mi clase
continué pensando en todo lo
que me estaba ocurriendo.
¿Quiénes eran tan peligrosos?
¿En qué me estaba metiendo
sin saberlo? ¿Y quiénes eran los
que me estaban protegiendo?
¿Quién podía hacer que yo me
levantase, de repente una
mañana, con unas picaduras
extrañas que además tenían
una especie de súper poderes y
repelían el contacto del chico
del que me había enamorado
para siempre?
Fui a clase, aunque
reconozco que no lo aproveché
porque realmente mis
pensamientos no estaban
concentrados en mis estudios
aquel día sino que estaba muy
dispersa entre mis dudas sobre
las cosas que me pasaban y los
sentimientos tan intensos que
estaba experimentando, desde
que había conocido a Liam.
Al llegar a clase, vi a Angie y
a Mike que estaban charlando
en una esquina del pasillo. Me
encantó verles y además verles
juntos. A Angie le gustaba
mucho Mike, desde hacía
tiempo. Y me pareció que
conversaban de un modo
diferente a como les había visto
otras veces. No me acerqué
para no interrumpirles. Pero
Mike me vio y le hizo un gesto
a Angie indicándole que yo
acababa de llegar. Angie se
giró y en cuanto me vio vino
corriendo hacia mí. Mike la
siguió y vino también. Angie me
dio un abrazo.
— ¿Cómo estás? ¿Qué ha
pasado? Te he estado llamando
al móvil y no me has
respondido a ninguno de mis
mensajes. Llamé a tu casa y lo
cogió Liam. Me tranquilizó
diciéndome que estabas
descansando porque habías
tenido algún tipo de bajada de
tensión pero que ya todo
estaba bien. Sin embargo, yo
quería hablar contigo —dijo
apresuradamente y muy
preocupada.
— Aliva, ¿estás bien? Nos
tienes realmente preocupados
desde hace tiempo. Estás como
ausente desde el viaje a
Stockbridge y ahora esto.
¿Cómo podemos ayudarte?
Somos tus amigos —dijo Mike
con mucho cariño.
Era un chico muy especial y
sé que me tenía afecto.
— Estoy bien. De verdad. No
sé qué me ha pasado. Yo creo
que necesitaba descansar,
necesitaba una especie de cura
de sueño. De todos modos, os
aseguro que me reconforta
mucho saber que tengo unos
amigos tan maravillosos como
vosotros, de verdad —dije con
una sonrisa y les cogí a cada
uno de las manos mostrándoles
mi aprecio.
— Bueno. En cualquier caso,
insisto en que cuentes con
nosotros si las cosas no están
bien. No nos gusta verte tan
distante, ni tan ausente
siempre —repitió Mike.
— La verdad es que, bueno
Angie sabe algo —dije y la miré
de reojo mostrando mi
complicidad con ella—. Lo
cierto es que estoy empezando
una relación con un chico y tal
vez eso es lo que me ha hecho
estar un poco fuera de todo,
porque me he concentrado en
él. Pero… es que es una
relación muy especial, os lo
aseguro —confesé, mostrando
una gran intensidad en mis
palabras.
— Lo sé. Sé qué se siente
cuando estás en esos primeros
momentos junto al chico al que
amas —dijo Angie mientras
miraba a Mike.
— Gracias por comprenderlo
—respondí.
— Queremos contarte algo —
interfirió Mike.
— ¿Qué?
— Estamos saliendo juntos
desde hace unos días —me
contó Angie, mirando a Mike
con una eterna sonrisa en sus
labios.
— ¿En serio? —exclamé—
¡Chicos, cómo me alegro! Me
hace muy feliz lo que me estáis
diciendo —les dije con gran
alegría y a continuación les di
un abrazo a ambos.
En ese momento, llegó Harry
que se acercó inmediatamente
a mí.
— ¿Cómo estás, Aliva? ¿Qué
ha pasado? —dijo con una
enorme preocupación en el
tono de su voz y en su rostro.
— Ya está todo bien. No os
preocupéis, de verdad. Creo
que mi cuerpo simplemente ha
pedido un descanso y he
necesitado hacer una cura de
sueño. Pero estoy mucho
mejor. Siento no haber llamado
ni haber respondido a vuestras
llamadas, pero es que…—y
mientras reía continué—…
estaba durmiendo. Os lo
aseguro. ¡He dormido durante
casi dos días seguidos!
Todos reímos juntos. Me
llamaron la reencarnación de la
Bella Durmiente y otras cosas
más relacionadas con lo que
podía haber ingerido. Fue
divertido, como lo era siempre
con mis queridos amigos.
Entramos en clase y el día
transcurrió con normalidad. Me
di cuenta de que estaba
abandonando un poco a mis
amigos y eso era algo que no
me hacía ningún bien porque
estar con ellos me reconfortaba
y me hacía sentir feliz. Decidí
que, pasase lo que pasase, no
les iba a volver a dejar tan en
un segundo plano en mi vida.
Era muy afortunada porque
tenía un grupo de amigos
adorable y muy divertido con
los que me gustaba compartir
cosas y con los que me
apetecía estar más tiempo. Con
ellos me integraba de verdad
en el nuevo mundo en el que
había decidido vivir.
Al terminar las clases nos
despedimos y me fui en el
metro. A las seis en punto sonó
el timbre en casa. Era Liam que
llegaba puntual, como siempre.
Yo estaba un poco nerviosa, no
por el hecho de conocer a sus
hermanos o de que ellos me
quisieran conocer, cosa que me
parecía muy normal y además
me apetecía porque eran una
parte muy importante de su
vida, sino porque todas las
cosas extrañas que me estaban
pasando apuntaban a que me
estaba acercando a alguien que
se suponía que podía ser un
peligro para mí.
Llegamos a la casa de Amy.
Era una preciosidad, con un
estilo muy parecido a la de
Liam pero con muchos detalles
que la hacían diferente. En la
casa de Liam predominaban los
colores blancos y negros, en la
casa de Amy el rojo estaba en
varios puntos para darle un
toque muy diferente y especial.
Era de diseño vanguardista
pero impregnada de una calidez
extraordinaria. Nos abrió la
puerta una chica también muy
guapa, más alta que Amy y, a
diferencia de ella, que tenía el
pelo negro, esta chica tenía el
pelo castaño claro. Sus ojos
eran clarísimamente como los
de Liam, pero en este caso no
eran verdes sino de una
especie de color miel claro y
con ese mismo toque felino que
les caracterizaba. Era Ely.
— Hola. Soy Ely, la otra
hermana de Liam —dijo con
una exquisita amabilidad—.
Pero pasad por favor, no os
quedéis ahí en la puerta.
Sonreí y le dije que era un
placer para mí conocerla.
Entramos en el salón, donde
estaba David. Era el más alto
de todos, tenía el pelo del
mismo color que Ely y también
los ojos eran exactamente
iguales. La verdad es que había
un gran parecido físico entre
ambos. Así como entre Amy y
Liam había rasgos que te
hacían pensar que eran
hermanos, como el pelo y los
ojos, pero no había un claro
parecido, David y Ely eran casi
gemelos, sus rasgos eran
exactamente iguales. Y de una
belleza increíble en ambos
casos.
David estaba viendo las
noticias en la televisión y
cuando entramos se levantó
para saludarme.
— Hola, Aliva. Yo soy David
—dijo con una sonrisa amable
—. Tenía muchas ganas de
conocerte. Liam no deja de
hablar de ti.
— Gracias, David. Para mí
también es un placer, te lo
aseguro —respondí con
sinceridad.
Me sentía bien con ellos, no
entendía por qué se suponía
que me tenía que alejar de
ellos ni dónde estaba el peligro.
Por un momento, pensé que
probablemente todo lo que me
había ocurrido no era más que
fruto de mi imaginación, debido
a la hechizante relación que
tenía con Liam y que sólo eran
mis miedos jugándome una
mala pasada.
En ese momento, Amy salió
de su habitación sonriendo con
su habitual amabilidad y se
acercó a mí para saludarme.
— Hola, Aliva. Muchas
gracias por aceptar nuestra
invitación. Nos encanta tenerte
aquí en mi casa.
Mientras decía esto, Liam
que había estado callado desde
que llegamos y que únicamente
había sonreído a sus hermanos
al llegar, me preguntó si quería
tomar algo. Acepté y tomé una
tónica que es una de mis
bebidas favoritas.
Amy pidió que le ayudásemos
a llevar todo a la mesa para la
cena. Pero David le pidió que le
perdonase esta tarea porque
quería terminar de ver las
noticias de la televisión. A lo
que Amy refunfuñó, aunque se
percibía que había un gran
cariño entre ambos.
— No te enfades. Yo quito
luego la mesa, de verdad Amy
—dijo David—. Quédate
conmigo, Aliva —me pidió.
— Pero,… —miré a Amy y a
Ely, tratando de no hacerlas
sentir mal.
— Anda, nosotros nos
encargamos de quitar luego
todo, ¿vale? —nos propuso
David, en un tono que no
podíamos más que aceptar lo
que nos decía.
— Vale, pero luego no me
pongas ninguna excusa, ¿eh? —
dijo Amy.
David y yo nos sentamos en
el sofá para enterarnos de la
actualidad del día.
— Me ha contado Liam que
has estado un par de días con
algún tipo de virus o algo así,
¿no? —preguntó David mientras
en la tele estaban poniendo
anuncios.
— Sí. Bueno no sé si ha sido
un virus o simplemente que he
estado trabajando mucho en
las últimas semanas y el cuerpo
me ha pasado factura y ha
pedido un descanso, porque
realmente creo que no he
tenido ni fiebre ni ninguna otra
molestia que me haga pensar
que era un virus —expliqué.
— Pero, ¿ya estás bien? —
comentó.
— Sí, sí. Hoy he ido a clase
con normalidad y ahora me
siento fenomenal, de verdad.
Gracias por preguntarme —
respondí con amabilidad.
— Estudias Psicología, ¿no?
—continuó en un tono muy
cercano.
Por su forma de hablar,
transmitía una educación y
amabilidad exquisitas que te
hacían sentir muy bien. Incluso
percibía en él bondad y eso me
gustaba mucho. Era alguien con
quien te apetecía estar.
Empezaba a entender esa
relación tan estrecha y cercana
que Liam tenía con sus
hermanos, incluso con los
mayores, porque me parecían
todos de un carácter muy
noble.
— Sí, me interesa mucho
conocer el funcionamiento de la
mente del ser humano, me
ayuda a entender mucho mejor
las cosas que me ocurren y las
cosas que veo en otras
personas —contesté con una
sonrisa a su pregunta.
— Interesante —dijo algo
pensativo tras mi respuesta—.
¿Y estás aprendiendo mucho?
— ¡Muchísimo! Además de
que me interesa, es que me
gusta y le dedico mucho tiempo
a leer sobre todo lo que vemos
en clase, incluso más allá de lo
que nos piden los profesores.
No me quiero perder nada —
exclamé.
— Eso es genial. Cuando
haces cosas que te gustan,
siempre consigues llenarte de
energía para hacer otras
muchas cosas y vivir más
intensamente, ¿no te parece,
Aliva? —comentó David con esa
forma de hablar pausada que
me recordaba mucho a la de
Liam.
— Absolutamente de acuerdo
contigo —respondí asintiendo.
— Liam me ha contado que
Ely y tú sois arquitectos y que
tenéis vuestro propio estudio
de arquitectura. Bueno, incluso
creo que esta maravilla de casa
y la de Liam las habéis
diseñado vosotros, decoración
interior incluida, ¿no?
— Sí. Bueno estas casas son
más un trabajo de Ely que mío,
pero tenemos un estilo muy
similar —explicó—. ¿Te gustan?
— ¡Uf!, me encantan —dije
elevando mi mirada para dar un
vistazo rápido y global a mi
alrededor.
— Gracias —respondió él.
— Liam también me contó
que nacisteis en Egipto, pero
que os vinisteis aquí a vivir
hace tiempo —dije y de repente
recordé más— Bueno, ¡y
también me dijo que habéis
vivido en mi país, en España! —
sonreí— Supongo que también
hablas español, ¿no?
— Todo lo que te ha dicho
Liam es verdad —refirió con un
tono sonriente—. Aunque, de
eso hace bastante tiempo.
— Pero supongo que vuestros
padres no son egipcios,
¿verdad? —comenté— Lo digo
porque vuestro apellido no lo
parece, Tillmann me suena más
como alemán o americano.
— No, nuestros padres no
eran egipcios —respondió de
una forma que percibí que mi
pregunta había entrado en un
terreno del que David tampoco
tenía muchas ganas de hablar
conmigo, al igual que ocurrió
con Liam.
— Has dicho “eran”. No sabía
que… en fin,… bueno… lo
siento,… de verdad. Yo también
perdí a mis padres hace un
tiempo. Es muy duro. Lo siento
—me excusé y traté de
demostrarle que no había sido
mi intención llevarle a unos
recuerdos que podían ser duros
o a una experiencia como la
pérdida de sus padres.
— No, no pasa nada.
Tranquila, Aliva —respondió—.
Pero, hablemos de cosas más
agradables, ¿no te parece? —
cambió de tema con una
sonrisa.
— Sí.
— ¿Te está funcionando bien
el entrenamiento de Liam? —
preguntó— Ya me ha contado
que está en un programa
contigo. No sé si lo sabes, Liam
es un experto en ello, es muy
bueno pero no hace
entrenamiento a nadie. No lo
había hecho nunca antes —me
desveló David, sonriendo
nuevamente.
Parecía encantado con el
cambio que Liam estaba
experimentando desde que yo
había entrado en su vida.
En ese momento, alargué mi
mano izquierda para tomar el
vaso de tónica que tenía sobre
la mesa que había delante del
sofá, dejando ver mi pulsera sin
querer. En ese leve instante,
David la vio e inhaló aire
profundamente, abrió unos ojos
como platos y se echó atrás en
el sofá. Por su reacción pareció
como si lo que acababa de ver
pudiese ser gravemente
peligroso.
Me di cuenta y me bajé la
manga de la camisa para volver
a cubrir la pulsera. Durante
unos segundos David no dijo
nada, sólo me miraba de un
modo tan inquisidor que llegué
a sentir miedo, lo reconozco.
De repente, fue como si ya no
estuviera con el cariñoso,
amable, encantador y cercano
David. Era como si le hubiese
reemplazado alguien distante y
frío dispuesto a defenderse de
algún horrible peligro.
No sabía qué hacer, cómo
explicar que ni yo misma
entendía qué era esa pulsera.
Pero, él sí pareció reconocer
qué era aquello que yo llevaba.
Por suerte, en ese momento
entró Liam y se sentó a mi
lado, me acarició la mejilla y
me preguntó si estaba bien.
Seguía muy preocupado por mi
estado de salud.
David continuaba casi
inmóvil. Miró a Liam de tal
modo que estuve segura de
que Liam había entendido que
algo grave estaba ocurriendo.
No dijo nada, sólo le miró.
Parecía que se estuviesen
comunicando por telepatía o
algo así porque la reacción de
Liam fue volverse a mirar mi
brazo. La pulsera estaba oculta
bajo la manga de la camisa en
ese momento.
En un instante sentí que todo
se tambaleaba a mi alrededor y
que estaba como caminando
sobre una cuerda floja cuya
distancia sobre el suelo era tan
enorme que me ponía en una
situación de peligro inminente.
Al momento, entraron Ely y
Amy con sendas bandejas en
sus manos y reclamando
nuestra ayuda para terminar de
llevar todo a la mesa y poder
sentarnos a cenar cuanto antes.
Me levanté casi como una
autómata, llevada por la
inquietud que me había
generado la situación que
estaba viviendo desde hacía
unos minutos.
David y Liam no se movieron
del sofá y siguieron mirándose
de un modo muy intrigante.
— ¡Vamos, chicos! Estamos
en el mundo moderno, donde
se terminó definitivamente eso
de que las chicas son las que
tienen que hacer las cosas de la
casa. ¡Levantaos! —exclamó
Amy.
— Dejadme que os ayude,
por favor —pedí, aunque casi
no me salía ni la voz en
aquellos momentos debido a la
tensión en la que me
encontraba.
— Gracias, Aliva —respondió
Amy—. Sobre la encimera de la
cocina hay un par de platos
más, ¿puedes traerlos, por
favor? —me solicitó.
— Claro —contesté, tratando
de aparentar normalidad.
Salí de allí sabiendo que a mi
vuelta, fuese lo que fuese lo
que estaba ocurriendo entre
Liam y David, iba a estallar
sobre mí. Traté de
tranquilizarme, apreté con
fuerza los círculos de mi brazo y
me dije internamente que
saldría bien de aquello. Subí la
pulsera hacia la parte de arriba
de mi brazo de modo que
quedase sujeta como un
brazalete para evitar que
sobresaliese por la manga de la
camisa mientras cenaba y
pudiesen verla. Cogí fuerzas y
regresé al salón con todos.
Curiosamente, la cena
transcurrió con bastante
normalidad, aunque David no
dejaba de observarme con
recelo. Amy continuó con su
amabilidad habitual y Ely
estuvo bastante comunicativa.
No hablamos de ningún tema
profundo, pero fue ameno.
Aunque yo recuerdo el peso de
la mirada de David que me
intimidaba especialmente.
Al terminar la cena, Liam dijo
que nos íbamos.
— Creo que es suficiente por
hoy, Aliva. Todavía estás
recuperándote. Hoy ha sido un
día largo y tienes que
descansar. Te llevaré a casa —
explicó Liam.
— Está bien. Creo que sí, que
es lo mejor —respondí.
Yo quería salir de allí cuanto
antes.
— Bueno, pero tenemos que
repetir esto más a menudo, en
cuanto estés totalmente
recuperada, ¿eh? —dijo Amy.
— Sí. Muchas gracias, ha sido
una cena exquisita y me ha
encantado conoceros. Gracias
—dije.
Amy hizo como un intento de
acercarse a darme un beso
pero me di cuenta de que, de
alguna manera, la mirada de
David la frenó. De hecho, creo
que ella misma no entendía
nada pero lo cierto se que sólo
me ofreció una sonrisa. Lo
mismo ocurrió con Ely, aunque
ella no parecía sentir ningún
tipo de rechazo hacia mí y sí se
acercó y se despidió de mí con
un beso, como lo haría una
hermana mayor.
Salimos de la casa de Amy y
bajamos hasta el garaje en
completo silencio. Una vez en
el interior del vehículo, Liam
encendió el motor. Esta vez no
puso música. Mientras salíamos
del garaje respiró
profundamente. No dejó de
mirar al frente ni un solo
momento desde que salimos
hasta que llegamos a mi casa.
Tampoco articuló una sola
palabra. Ni me miró. Yo no
sabía qué hacer.
Sentía su distancia con
respecto a mí. Pensé que le
estaba perdiendo. Yo ya había
perdido a varios de los seres
más queridos de mi vida y
había sido muy doloroso, sobre
todo cuando Ángel se fue. Y fue
especialmente duro despedirme
para siempre de Sara y Samuel.
Sin embargo, ahora el sólo
hecho de pensar en la
posibilidad de no volverle a ver
me hacía sentir como si me
estuviesen arrancando el
corazón a jirones. Si eso ocurría
no sabía si podría soportarlo. El
sentimiento de amor hacia
Liam era tan fuerte y profundo
que no podía imaginar la vida
sin él.
Al llegar, detuvo el coche y
apagó el motor. Me miró
durante unos instantes sin decir
nada. Después volvió a respirar
profundamente antes de
hablar.
— Necesito que hablemos,
Aliva —dijo y se detuvo un
momento—. ¿Puedo subir a tu
casa? No creo que éste sea el
lugar más apropiado —comentó
con un gesto duro y con tristeza
en su mirada.
— Sí —dije, sin saber qué
más añadir y temiendo que
esto podía ser una despedida,
aunque no era capaz de saber
cuál era la causa que nos
podría estar separando.
Subimos hasta mi casa en
silencio. Esta vez Liam no
dejaba de mirarme. Parecía que
estuviera sintiendo el miedo a
perderme con la misma
intensidad que yo lo sentía por
él. Entramos en casa y nos
sentamos en el sofá. Después
bajó la mirada y pensó durante
un rato las palabras antes de
hablar.
— Aliva —pronunció mi
nombre mientras elevaba sus
ojos para mirarme.
Percibí el miedo en su rostro.
Le miré, sin hablar y con
angustia, esperando su
despedida y tratando de
entender lo que ocurría.
Extendió su mano derecha y la
acercó hacia mi mano
izquierda.
— ¿Puedo? —preguntó con
delicadeza y mostrándome, con
su gesto, que deseaba tomar
mi mano.
— Sí—respondí acercando el
brazo.
Me acarició con dulzura y
subió unos centímetros la
manga de mi camisa para ver
la pulsera. Me solté un
momento para volver a ponerla
en mi muñeca y que él pudiera
verla. No la tocó, pero le
ocurrió lo mismo que había
pasado con David en casa de
Amy. Aunque en el caso de
Liam aquello fue mucho más
intenso. Se echó hacia atrás
como si algo le hubiese
empujado con fuerza,
haciéndole daño, incluso. Lo
demostró en un gesto de dolor
agudo, cerró los ojos como si
algo le hubiese quemado
directamente.
Como atemorizada y con
cuidado, volví a bajar la manga
para tapar la pulsera. Bajé la
mirada y no fui capaz de decir
nada porque no entendía nada
en absoluto y porque no sabía
qué decir.
Después de unos momentos
de suma intensidad, se decidió
a hablar.
— ¿Quién eres? —preguntó
con un hilo de voz.
— ¿Quién crees que soy? —
dije para entender su pregunta.
Siguió mirándome con una
intensidad extrema, como
tratando de leer mis
pensamientos e intentando
extraer de mí una verdad que
yo ignoraba.
— ¿Qué quieres de mí? —dijo
Liam con dolor y bajando su
rostro y su mirada.
Parecía que no se atreviera a
mirarme. Y yo necesitaba que
lo hiciese, necesitaba sentirle
cerca. Esta gélida distancia que
se estaba produciendo entre
ambos me paralizaba y vaciaba
mis sentimientos. Me hacía
sentir un dolor más allá del
dolor. Pero, yo siempre he sido
fuerte, siempre he sido una
luchadora y no iba a permitir
que Liam se alejase de mí.
— Te quiero a ti. Nada en mi
vida es más importante que tú.
No puedo imaginar el futuro si
tú no formas parte de él —
confesé con absoluta
sinceridad, susurrando mis
palabras y acercándome hacia
él.
Levantó la mirada y volví a
sentir que le reconquistaba, se
perdía la frialdad y era Liam
otra vez. Era como si mis
palabras le hicieran recuperar
la confianza y con ella la
esperanza de seguir juntos, a
pesar de los peligros que
parecían distanciarnos más allá
de nuestros propios
sentimientos y de la pureza del
amor que había surgido entre
ambos.
— Yo tampoco puedo
imaginar mi vida sin ti. Pero no
deberíamos. Esto es peligroso y
tú lo sabes —susurró.
— No, Liam. No lo sé. No sé
qué es lo peligroso. ¡No sé de
qué me estás hablando! —grité
— No sé quién se supone que
soy y por qué tú crees que soy
un peligro para ti. Ni tampoco
sé por qué ellos creen que tú
eres un peligro del que debo
protegerme. Ni siquiera sé
quiénes son ellos. ¡No sé qué
es esta pulsera ni los círculos
malditos! —dije muy nerviosa
mientras le enseñaba las
marcas de mi brazo.
Liam se apartó bruscamente
al verlos.
Estallé a llorar,
arrancándome la pulsera de un
tirón y lanzándola lejos para
apartarla de mí porque yo
sentía que esa era la causa de
nuestro distanciamiento. Y
cualquier cosa que pudiera
apartarle de mí me llenaba de
tristeza y yo la iba a rechazar.
Se dio cuenta de que le
necesitaba, se acercó y me
abrazó. Continué llorando
durante un rato hasta que poco
a poco me fui tranquilizando. La
cercanía y la intensidad de su
abrazo me hicieron sentir
mejor. En aquel momento, no
me di cuenta del sufrimiento
que significaba para él
abrazarme porque mis círculos
le producían un inmenso dolor,
pero lo soportó callado porque
abrazarme era mucho más
importante para él que evitar el
dolor físico que el abrazo le
producía. Yo me había
convertido en lo más
importante y puro que había en
su vida y eso estaba por
encima de todo para él. Ahora
lo sé, en aquellos instantes no
me di cuenta de nada.
Estuvimos callados durante
bastante tiempo. Luego yo me
aparté un poco y le miré a los
ojos, aquellos ojos que me
habían hechizado para siempre.
— Necesito saber. Quiero
entender qué es lo que ocurre,
Liam —supliqué casi sin voz—.
Yo sé que tú eres diferente. Y
no me refiero sólo a que para
mí seas especial y todo eso. Me
refiero a que sé que hay algo
en ti… yo diría que… casi
sobrenatural. Desde mi punto
de vista, emanas… ¿cómo
decirlo? … no sabría cómo
explicarlo. Lo que yo percibo
es… ¿bueno? …
Me quedé pensando,
tratando de encontrar las
palabras que mejor
describieran lo que yo quería
transmitirle.
— Quiero decir que si en ti
hay algo sobrenatural, para mí
no es algo malo o peligroso
sino todo lo contrario. Seas
quien seas, o lo que seas, sé
que eres bueno. Al menos para
mí lo eres. Sin embargo, en mis
sueños mis seres más queridos
me dicen que me aleje de ti,
que eres peligroso. Y un día, de
repente, me levanto con estas
marcas —dije mostrándole
nuevamente mi brazo.
En cuanto mostré las marcas,
tuvo que apartarse otra vez.
Fue entonces cuando pude
darme cuenta de que los
círculos empezaban a producir
un efecto muy potente sobre él,
pero también aprecié que
luchaba contra aquella fuerza y
estaba dispuesto a soportar el
dolor que parecía producirle
para poder estar más próximo a
mí.
— No sé qué son estos
círculos. Ahora tengo claro que
no es la picadura de ningún
insecto. Pero no me importa
cómo ni por qué los tengo. Lo
que me preocupa es que
cuando tú los rozas, los miras o
los tienes a corta distancia, te
hacen daño y eso nos aleja —
confesé.
Me daba cuenta de que Liam
estaba luchando fuertemente
contra esa especie de escudo
que yo tenía en mi propia piel.
Pero también me estaba
escuchando atentamente, de
esa manera en que Liam
escucha, prestando atención a
los más insignificantes detalles
que pasan desapercibidos para
el ojo humano.
Me giré para mirar la pulsera
que estaba tirada sobre el
suelo a unos metros de
nosotros.
— Y esa pulsera que me dice
mi querido amigo Martín en un
sueño que me la ponga para
protegerme de ti, es la que
causa la mayor distancia que
he sentido entre nosotros
desde que apareciste en mi
vida —dije con rabia en mis
palabras.
Me detuve y suspiré, tragué
saliva y traté de continuar. A lo
largo de mi vida he
experimentado multitud de
sentimientos, algunos de ellos
muy intensos, pero lo cierto es
que normalmente no tenían la
carga de miedo y casi
negatividad, que estaba
sufriendo aquella noche. Yo
siempre trataba y sigo
haciéndolo, de ver el lado
bueno a todas las cosas. A lo
largo de mi vida, yo siempre
devolvía amor, incluso cuando
lo que recibía fuese negativo. Y
en mi primera vida trabajé
durante años en el sector
financiero, en un entorno de
auténtica lucha de titanes. Fue
un mundo en el que compartí
muchos años y muchas
experiencias con personas
diametralmente opuestas a
esta forma de vivir, pero mis
principios y valores a este
respecto no cambiaron nunca,
incluso en aquel entorno tan
hostil seguí siendo yo misma.
Esto es algo que aprendí de
mi abuela paterna, ella me
inculcó pensamientos basados
en el amor por la vida y por los
demás. Y esto forma parte de
los pilares más arraigados en
mi mente, los que me ayudan a
ser quien soy. Gracias a ello,
disfruté siempre de todo lo que
me ocurría y traté de dar a los
demás lo mejor de mí.
Aquella noche, sin embargo,
me sentía muy desconcertada,
no sólo por la sensación de
pérdida de Liam sino también
porque me parecía que no era
yo misma. Era todo tan
extraño.
— Necesito que me digas qué
está pasando, quién eres, quién
crees que soy yo. Yo no tengo
miedo de ti. No lo tengas tú de
mí, por favor —supliqué una
vez más mirándole a los ojos,
mientras los míos se llenaban
de lágrimas que caminaban
lentamente por mis mejillas.
— ¿De verdad no sabes quién
eres? ¿No sabes qué son esas
marcas? —preguntó indagando
con su mirada sobre mí.
— No, no lo sé —confesé—.
Siempre he creído saber
perfectamente lo que quería en
mi vida y en los últimos años
pensaba que había descubierto
quién era realmente y quién
quería ser. Pero, ahora siento
que estoy en una completa
confusión sobre todo lo que
ocurre a mi alrededor, de la
que quiero salir cuanto antes y
volver a tomar las riendas de
mi existencia. Pero, quiero que
tú estés a mi lado en el camino.
Si tú no estás no me importa
nada más —dije entre sollozos.
Liam se acercó. Me miró de
nuevo y, como si estuviera
traicionando sus valores más
profundos, cerró los ojos,
apretó las manos, tragó saliva,
respiró intensa y
profundamente y se decidió a
hablar. Entonces, levantó la
mirada.
— Aliva, tú… —se detuvo y
bajando un poco más el tono
de voz, continuó— Eres una
Laerim —dijo y esperó a ver
cuál era mi reacción ante sus
palabras.
— ¿Una qué? … —pregunté
contrariada, mientras negaba
con mi cabeza— ¿Qué es eso?
¿Qué significa? … ¿una Laerim?
No entiendo, ¿tiene esto algo
que ver con los círculos o con la
pulsera? —dije mirándome el
brazo y tratando de descifrar
aquella información tan
compleja para mí en esos
momentos.
— Sí. Los círculos son la
marca, la identidad. Sólo un
Laerim tiene estos círculos —
me explicó y se detuvo—. ¿No
sabes a qué me refiero? —
indagó de nuevo con una voz
tenue y pausada, algo asustado
por el tema que estábamos
tratando.
— No, Liam. No lo sé —
insistí.
Continuó mirándome.
— No sé qué es una Laerim.
Pero eso que dices no puede
ser. Yo nunca he tenido esos
círculos antes. Me salieron hace
sólo dos días, de hecho pensé
que eran picaduras de algún
insecto. Te lo aseguro.
Aparecieron la mañana en la
que tuviste que venir a
buscarme a clase porque me
sentía tan mal —dije con
contundencia.
— Que no los hayas visto
antes no significa que no
estuvieran ahí desde hace
mucho tiempo —dijo con un
halo de misterio en sus
palabras y en el tono de su voz,
aunque su mirada continuaba
impregnada por el sufrimiento
que parecía estar
experimentando ante la
cercanía de mi supuesta marca
de identidad.
— ¿Estás diciendo que
siempre los tuve y nunca antes
los había visto? Si eso es así,
¿por qué ahora de repente los
veo? ¿Tendrá que ver su
aparición con el hecho de que
me haya estado doliendo el
brazo durante todos estos días?
—expresé mis pensamientos en
voz alta— Me siento perdida y
aturdida con todo esto que me
está ocurriendo. A veces pienso
que es sólo un sueño del que
despertaré de repente.
Me detuve un momento. ¿Y si
todo esto era un sueño? ¿O si
era sólo fruto de mi
imaginación? ¿O me estaba
volviendo loca?
— Nada de eso, Aliva —dijo
con ternura.
— Pues entonces necesito
que me expliques las cosas de
forma más clara para que yo te
pueda entender y no piense
que todo esto es una fantasía o
fruto de un hechizo que me
aturde constantemente —dije
con firmeza, esta vez.
Sonrió y cerró los ojos por un
momento, como tratando de ir
a un lugar donde encontrar las
palabras para aquel secreto
que me iba a desvelar.
— Aliva, no sé cómo ni
cuándo esos círculos se
instalaron en tu piel. No sé
desde cuándo eres una Laerim,
ni siquiera sé si se puede nacer
no Laerim y alcanzar “la gloria”
de llegar a serlo —dijo
elevando su mirada, como
tratando él mismo de entender
si realmente era algo glorioso o
no.
Le miré con cierta
inseguridad porque seguía sin
darme explicaciones válidas a
todas mis dudas y mis
inquietudes.
Evidentemente, Liam se dio
cuenta de mi incredulidad y
cambió la forma en la que me
estaba explicando todo aquello.
— Está bien. Empezaré por el
principio —asumió, al fin.
— Sí, por favor —le pedí.
— Verás, los Laerim son la
estirpe más noble y
evolucionada del ser humano.
Su existencia se remonta a
miles y miles de años de
historia.
Yo le escuchaba atentamente
con los ojos muy abiertos y
tratando de extraer todo el
significado a las palabras que
Liam iba pronunciando acerca
de aquella historia de unos
seres que parecían tener una
conexión directa conmigo.
— Hubo una época en la que
el ser humano era muy
diferente a lo que hoy conocéis.
Te hablo de un mundo muy
lejano en el tiempo —se detuvo
un segundo para asegurarse de
que yo entendía correctamente
lo que me estaba empezando a
explicar.
Asentí indicándole que lo
comprendía y que continuara
con aquello que me estaba
desvelando. Me sentía mucho
más sosegada ahora que Liam
parecía haber decidido saltarse
hasta sus valores más
profundos para contarme
aquella historia con el objetivo
de continuar a mi lado. Eso me
tranquilizaba enormemente. Si
estábamos juntos, no
importaba lo que pudiera
descubrir sobre mí misma o
sobre cualquier otra cosa.
— Como te digo, los Laerim
son seres humanos capaces de
aprovechar al máximo todo el
potencial de su mente. En
realidad, en la época de la que
te hablo todos los seres
humanos compartían esa
característica. La diferencia de
los Laerim con respecto al
resto, era su nobleza y su
bondad extrema, esto es lo que
los hacía los seres más
poderosos del universo,… de
aquel universo. Por eso te decía
que son la estirpe más
evolucionada del ser humano —
explicó.
Seguí mirándole con atención
para entender lo que me
estaba contando.
— Hace varios milenios,
decidieron someter a una
especie de hipnosis al resto de
sus congéneres, borraron todo
de sus memorias, hicieron que
olvidasen todo lo que el ser
humano había llegado a
alcanzar y construyeron una
nueva historia en sus mentes,
ahora utilizadas casi en su
mínimo imprescindible para la
supervivencia —se detuvo un
momento en su explicación de
aquello que a mí me parecía
una bonita leyenda.
Y luego continuó.
— El poder de los Laerim es
ilimitado, Aliva.
— No entiendo. Si los Laerim
eran… o son… unos seres tan
buenos, ¿por qué hicieron eso
con el resto de sus congéneres?
—dije todavía incrédula ante la
historia de Liam, aunque en mi
interior yo sabía que estaba
siendo sincero conmigo.
Levantó los ojos, elevando su
mirada como en un intento de
recordar y recomponer las
cosas para poder
trasladármelas a mí con
palabras que yo pudiera
comprender.
— Todo empezó en Egipto, —
se detuvo— o todo terminó en
Egipto. Depende de cómo se
mire —continuó relatando Liam
—. Lo cierto es que allí está el
origen de todo y desde allí se
fue desarrollando por la
totalidad del planeta, desde las
áreas centrales de América,
hasta los confines de Asia,
desde las tierras más altas de
Europa hasta los últimos
rincones de Oceanía y África.
Este último continente fue el
que albergó la máxima
sabiduría y capacidad del ser
humano, por eso la acción
“hipnótica” de los Laerim fue
allí donde se hizo más intensa,
con el objeto de borrar todo
rastro del pasado glorioso,
aunque hay muchas culturas en
este continente que mantienen
en sus creencias actuales la
existencia de aquel tiempo y de
la grandeza y sabiduría de los
seres humanos de antaño. Pero
hoy las sociedades del llamado
primer mundo las minusvaloran
— s e detuvo nuevamente,
mirando al cielo estrellado que
se veía desde la ventana de mi
salón en aquella inolvidable
noche.
Y continuó.
— Quedan resquicios que hoy
os hacen dudar pero todavía el
hombre no es capaz de
entender lo que aquí ocurrió.
Sólo los testigos que viven
desde entonces podrían
ayudaros a entender —se
quedó pensativo.
De repente, me di cuenta de
lo que me acababa de decir:
seres que llevaban viviendo
miles de años. Pero no quise
preguntar. Prefería seguir
escuchando su historia.
— Como te decía, hace varios
milenios el ser humano era una
especie muy superior a lo que
actualmente conocemos. En los
últimos tiempos, se han
contado historias de
extraterrestres para entender la
grandeza del antiguo Egipto, se
ha tratado de buscar
argumentos para explicar la
conexión entre las pirámides de
Egipto, Méjico y Perú y siempre
son historias que la
racionalidad del ser humano
acaba descartando, aunque
algunos tratan de descifrarlas y
aproximarse algo más a todo
ello. Y hay algunos atisbos,
pero nada más.
Se quedó pensando como si
recordara algo de una
existencia lejana. Y sonrió esta
vez.
— ¿Crees que las pirámides
eran tumbas? —preguntó, como
si de un juego de adivinar
información se tratase,
mientras sonreía con un cierto
brillo en los ojos.
— Sí —le miré y la duda se
instaló rápidamente en mis
pensamientos—. ¿No? ¿No lo
son?
— No fueron construidas para
albergar los restos mortales de
los faraones, entre otras cosas,
porque en aquella época el ser
humano utilizaba el poder de su
mente al máximo y sabía cómo
mantener su vitalidad física
eternamente. El ser humano
era inmortal, no necesitaba
construirse tumbas porque
tenía la capacidad de la vida
eterna —me explicó con
bastante naturalidad.
A pesar de su forma simple
de explicarme todo aquello, a
mí me resultaba
completamente rompedor. Era
todo sorprendente, incluso para
mí que conocía los secretos de
la mente que podían permitir al
ser humano tener una
existencia vital e inmortal.
— Espera, espera —me
apresuré—. ¿Si todas las
personas vivieran eternamente,
cómo se resolvería la capacidad
del planeta para albergar a
tantas y tantas generaciones
conviviendo en un mismo lugar?
No habría espacio físico para
tantas personas. Estás
hablando de miles de años de
existencia. Permíteme que
dude de lo que me estás
contando —dije con una
profunda incredulidad en su
historia, aunque mi confianza
en Liam continuaba
absolutamente intacta.
Es curioso, ahora lo pienso y
me resulta extraño que, en
aquella noche lo que me hiciera
dudar de lo que Liam me
estaba desvelando, fuera
precisamente el tema de la
inmortalidad del ser humano; a
mí que había alcanzado la
forma de lograr la inmortalidad.
— La respuesta es fácil. —
dijo Liam con una amable y
encantadora condescendencia
—. El Universo al completo es
el espacio habitable para el ser
humano del que yo te estoy
hablando. Ahora no se consigue
encontrar vida en otros
planetas porque el hombre no
es capaz de trasladarse con la
facilidad que lo hizo en el
pasado por todo el universo, ni
sobrevivir en otros entornos. Es
que no te imaginas de lo que te
estoy hablando. La
inmortalidad es lo que más te
está llamando la atención, pero
de lo que te hablo es de una
inteligencia millones de veces
superior a la actual y de una
capacidad inmensa y difícil de
entender en estos días —
continuó.
Y parecía decirlo con cierto
entusiasmo mientras hablaba
de ello, aunque también
mostraba una sombra de
tristeza en su manera de
hablar.
— ¿Has oído hablar de la
Tierra de los Inmortales? —me
atreví a preguntarle porque yo
empezaba a hilar algunas
cosas.
— Claro —respondió Liam,
sorprendido por el hecho de
que yo supiera de la existencia
de aquel lugar.
— ¿Qué sabes de ellos? —
pregunté.
Yo necesitaba entender todo
lo que me estaba contando
Liam y también todo lo que me
había permitido llegar hasta
allí, gracias a Martín y su
regalo.
— ¿Qué sabes tú? —indagó.
— Creo que son hombres que
han sabido utilizar capacidades
de su cerebro que otros
desconocen y que, gracias a
ello, aunque tienen edades en
torno a los cien años,
aparentan 20 ó 30 —dije con un
cierto atrevimiento, ese
atrevimiento que concede la
ignorancia.
— Bueno, no es eso
exactamente —volvió a utilizar
un tono condescendiente que
me hacía sentir más tranquila
—. Los habitantes de la Tierra
de los Inmortales tienen algo
más de 100 años —sonrió con
cierta ironía esta vez, se detuvo
mirándome y continuó después
—. En realidad, ellos son los
Laerim.
— ¿Laerim?, ¿quieres decir
que realmente siguen entre
nosotros y que tienen miles de
años? —pregunté mientras
abría unos ojos como platos y
venía Martín a mi mente; ¡él
había conocido a los Laerim y
había vivido con ellos!
— Claro —asintió.
— ¿Has estado alguna vez en
esa tierra de la que te hablo? —
pregunté esperando que su
respuesta fuese afirmativa para
que me pudiese contar más
cosas de aquel lugar y de
aquellos seres que eran el
origen de todo y que me habían
trasladado, a través de Martín,
el secreto de la inmortalidad.
— No —se detuvo y midió sus
palabras mientras calibraba mi
reacción—. Yo no puedo entrar
allí. Para empezar, a mí me
resultaría casi imposible
encontrar el modo de llegar
hasta allí. Y si lo intentase, si
tan sólo tratase de acercarme
allí, el dolor sería tan intenso
que no podría soportarlo, no
podría respirar y todos mis
órganos se paralizarían hasta
dejarme sin fuerzas para
sobrevivir a ello y acabaría
convertido en cenizas hasta
desaparecer para siempre —
dijo con una tristeza que
impregnaba todos los rincones
de su piel.
Me quedé pensando en
aquello que me había dicho.
¿Por qué a él le ocurriría eso
que me decía? Yo sabía que
Martín había estado allí y, no
sólo había sobrevivido a ello,
sino que además me había
explicado que era el lugar más
maravilloso que jamás había
visto. Para él, aquella tierra fue
un remanso de paz, un lugar
donde pudo renacer tras los
duros golpes que le había
traído la vida. Para Martín aquel
lugar fue donde aprendió las
cosas más bellas de su
existencia, fue allí donde
aprendió a escuchar a su
corazón.
Para mí esto era
incongruente, pero es cierto
que Martín nunca me dijo cómo
logró encontrar aquella tierra,
sólo me explicó que cuando
estaba abatido en el río, Shadú
le llevó a un lugar en estado de
inconsciencia. Y tampoco me
explicó cómo salió de allí para
regresar a casa. Por eso, quise
dejar a Liam que me explicase
todo con mayor detalle.
— Liam —le interrumpí.
— ¿Qué?
— No entiendo por qué, si
todo era tan grandioso, tan
glorioso, tan paradisíaco …
— ¿Por qué terminó? —
continuó.
— Exacto.
— Cuando te digo que el ser
humano de aquella época era
un ser muy superior al actual,
no quiero decir con ello que
fuese… ¿cómo te diría?
Se quedó midiendo las
palabras.
— No todos los humanos de
entonces eran “buenos”. En
varios lugares del universo,
hubo algunos de ellos que
trataron de crear una especie
diferente. Y no hicieron bien las
cosas, creo.
Volvió a detenerse. Pensó en
cómo continuar explicándome
todo aquello para que yo
pudiese entenderle y después
continuó.
— Estamos hablando de una
civilización que existió hace
miles de años, pero eso no
significa que fuese primitiva.
Los primitivos son los humanos
de hoy —continuó—. Lo que
ellos sabían, lo que hacían, la
forma en la que vivieron está
muy alejada de lo que conoces
y de lo que te han contado en
l o s libros de historia. La
civilización actual no es más
que una mísera ruina de lo que
fue el ser humano.
— Sigue. ¿Qué quieres decir
con lo de crear una especie
diferente? —pregunté para que
no se desviara de aquella
información que parecía tan
reveladora.
— Se estaban haciendo
investigaciones en las que se
trabajó con lo que llamaríamos
mutaciones genéticas, para que
puedas comprender el
significado de lo que te cuento
—me explicó.
— ¿Mutaciones genéticas?
— Es mucho más complicado
que todo eso pero quiero que lo
entiendas, por eso tengo que
explicártelo con palabras que
hagan referencia a cosas que
puedan resultarte
comprensibles —comentó Liam.
— Vale. Entiendo —respondí,
aceptando lo que Liam me
decía desde la inmensa
confianza que tenía en él.
— Se hicieron mutaciones y
combinaciones genéticas entre
distintas especies de seres
vivos. El fruto de aquellas
investigaciones son unos
seres… digamos que…
diferentes —se detuvo un
momento—. Las especies
mutadas son conocidos por
Daimones.
Se detuvo otra vez,
observándome con mucho
cuidado para entender bien mis
reacciones a lo que me estaba
diciendo.
— Son seres… que… todavía
hoy existen repartidos por
todos los rincones del planeta.
De la existencia de todos ellos
es consciente el ser humano
actual, pero desde su
ignorancia ha tratado de
disfrazarlas y cargarlas de
mitología y magia, unas veces
para entender lo que estaban
viendo sus ojos y que sus
disminuidos cerebros no eran
capaces de procesar, y en otras
ocasiones para negar su
existencia y vivir de espaldas a
una realidad que con su
reducida capacidad no sabría
comprender y probablemente
no sobreviviría a ello —
continuó.
— ¿Y cómo son? —pregunté.
— Hay muchísimos tipos. Las
manifestaciones más antiguas
que existen de ellos las puedes
encontrar en el arte egipcio y
en muchas imágenes de las
civilizaciones precolombinas.
L a s representaciones que ves
hoy de los dioses de la
mitología egipcia, por ejemplo,
no son más que algunas de
estas especies mutadas. La
mezcla de humanos con
distintas especies animales no
eran dioses sino que realmente
existieron y estuvieron aquí. De
hecho, como te decía antes,
siguen aquí y conviven con los
humanos de hoy pero no son
físicamente como los ves en el
arte de aquella época, no
tienen cabezas de halcón y
cuerpo de hombre, ni cosas así.
Su aspecto es de humano o de
animal pero no de un híbrido —
me explicó.
Yo escuchaba con atención
todo lo que Liam me decía.
— Y ¿por qué hicieron eso? —
pregunté.
— Querían lograr una especie
que tuviese todo lo mejor del
ser humano y lo mejor del
animal, con el objetivo de que
fuera una especie que pudiera
ser física e intelectualmente
superior a los Laerim —me
explicó.
— ¿Para qué? —pregunté,
una vez más.
— No lo sé realmente.
Supongo que era una lucha de
poderes o algo así —respondió
él.
— ¿Y tú cómo sabes todo
esto si ocurrió hace tantos
miles de años? Yo nunca había
oído hablar de nada semejante
—pregunté intrigada, aunque
empezaba a intuir la realidad.
Me miró fija e intensamente,
como temiendo que la verdad
de su respuesta pudiera
provocarme miedo o
desconfianza. Después de un
silencio, respondió.
— Porque… —inhaló
profundamente y continuó—…
mi existencia ha sido bastante
más larga de lo que cualquier
humano podría imaginar.
Se detuvo y parecía estar
recordando el pasado, el largo
pasado.
— A ver si te estoy
entendiendo bien —interrumpí
bruscamente su silencio
sacándole de sus recuerdos,
fueran cuales fueran—. ¿Me
estás diciendo que tú? —me
detuve mirándole y sin
atreverme a continuar por
miedo a la respuesta.
— Yo he vivido una vida muy
larga. Nací en esa época de la
que te hablo y he continuado
hasta hoy —y se mantuvo muy
atento a mi reacción, incluso yo
diría que temeroso de que
aquella realidad pudiera
alejarme de él.
Me quedé pensando para
entender y asimilar lo me
estaba explicando. Pensé que
podía ser todo un cuento, una
fantasía de un chico con algún
tipo de perturbación mental.
Aunque, a decir verdad, yo
también tenía algo que
confesar sobre mí. Yo también
estaba viviendo una existencia
diferente y más larga de lo
habitual en cualquier persona
normal. De hecho, yo podía
vivir una vida inmortal con todo
lo que sabía y lo que estaba
aplicando sobre mí misma,
gracias al uso que estaba
haciendo del potencial de mi
mente.
— ¿Y cuál es tu lugar en todo
esto? —pregunté llena de
curiosidad por este mundo
misterioso e increíble del que
me estaba hablando Liam.
Su mirada se perdió
nuevamente en algún lugar del
negro cielo, sólo iluminado con
la luz blanca de las estrellas en
aquella noche de revelaciones y
secretos.
Se produjo un silencio largo.
Liam se quedó callado y yo no
quise romper la magia del
momento con mi voz.
Finalmente, volvió a
mirarme. Sentí que en sus ojos
suplicaba mi amor porque lo
que me iba a confesar podía ser
la causa de nuestra ruptura
definitiva. Su mirada parecía
pedirme que yo comprendiese
lo que me iba a decir porque le
atemorizaba perderme.
— Yo soy un Daimón —
confesó y se detuvo, como
avergonzado por lo que
acababa de desvelar.
No dejó de mirarme ni un
segundo. Estaba observando
cada micro movimiento que yo
hiciera para entender algo más
sobre mi reacción ante aquella
información que me estaba
revelando.
— Liam, no he entendido
bien lo que significa eso —dije
mientras le tomaba de su mano
porque yo tampoco quería que
nada nos alejase, ni siquiera la
confesión de su mayor secreto.
Yo era el primer ser humano
con el que compartía aquella
verdad.
Me miró esperanzado, esta
vez.
— Déjame que vuelva a
empezar y trate de explicártelo
con mayor nivel de detalle —
dijo Liam casi en un lento
susurro.
No solté su mano porque
quería transmitirle la confianza
necesaria para que pudiera
continuar. Yo quería que él
entendiese que no me
importaba cuál fuese su
inconfesable secreto ni el
significado de ello. Para mí,
Liam era lo más importante de
mi vida en aquellos momentos
y el sentimiento que había
nacido entre nosotros estaba
por encima de cualquier
verdad, por dura y difícil que
esta fuese, incluso si estaba
ante un chico con algún tipo de
perturbación mental. Quería
que se diera cuenta de que yo
le quería, le amaba sin
importarme nada más, sin
preocuparme lo que él o yo
fuésemos y sin importarme si
nuestros orígenes eran tan
distantes como los de especies
que se suponían eternos
enemigos naturales.
— Aliva —dijo y me miró con
un profundo sentimiento—. Yo
soy producto de una de esas
mutaciones genéticas que te he
explicado —continuó
mirándome intensamente antes
de seguir con la confesión de lo
que era realmente—. Fui
creado a partir de la
combinación genética entre
humano y… felino —dijo con
miedo y también con tristeza,
esta vez—. No lo elegí,… sin
embargo,… es lo que soy.
— ¿Qué clase de felino? —
pregunté y, mientras hacía la
pregunta me daba cuenta del
sinsentido de la misma y de la
incongruencia de mis palabras.
La confesión de Liam me
parecía tan irreal, tan
irracional, que me acababa de
dejar completamente
desconcertada, por eso creo
que hice una pregunta tan
incoherente en aquel momento.
Me parecía imposible que lo
que me estaba diciendo fuera
verdad. Liam era
aparentemente, un ser humano
normal, de una belleza y
calidez extremas, pero
absolutamente normal. Es
verdad que era tímido,
reservado y con la mayoría de
la gente también era frío,
cauteloso y distante. Pero, de
ahí, a lo que me estaba
diciendo que era realmente,
había un abismo; al menos
para mi modo de entender las
cosas.
Por otro lado, a mí no me
importaba cuál era su origen,
para mí lo importante era su
presente y, sobre todo, el
futuro que podíamos vivir
juntos.
Él me miró y percibí que mi
pregunta le había tranquilizado.
Era como que yo no le daba
importancia a lo relevante, sino
que me preocupaba saber qué
tipo de felino, mucho más que
cualquier otro aspecto de lo
que aquello significaba. Era una
manera de demostrarle que no
me importaba nada de lo que
nos pudiera separar. Al
contrario, quería que me
sintiera cercana y que
percibiera que yo le aceptaba
fuese lo que fuese él.
Creo que se dio cuenta de
que yo no temía nada de lo que
me pudiera contar, creo que mi
incoherente pregunta le hizo
entender, una vez más, que el
amor que yo sentía hacia él
estaba por encima de todo y
que yo sería capaz de entender
y superar cualquier cosa de lo
que él significaba. Se dio
cuenta también de que yo no le
iba a temer porque amaba al
ser interior que había en él,
mucho más allá de su origen y
de su apariencia o de sus
instintos.
Y hoy sé que a él también le
ocurría lo mismo. A pesar de
que el hecho de ser una Laerim
era un auténtico peligro para su
vida y la de sus hermanos,
estaba dispuesto a todo por
continuar a mi lado.
Sonrió y acarició mi mejilla,
acercándose para rozar sus
labios con los míos en un leve
pero eterno beso de amor
profundo.
Después, continuó.
— Mis hermanos y yo
procedemos de una madre
humana. Ella era una Laerim,
de hecho. Y esto es muy
extraño. Ningún otro Daimon
procede de un progenitor
Laerim, sólo mis hermanos y yo
—suspiró y continuó—. Supongo
que somos una “rara avis”
entre los de nuestra especie y
eso es lo que nos hace
diferentes —comentó—. Pero a
tu pregunta, también tengo la
carga genética de mi “padre”,
era un macho de pantera negra
—se detuvo y me miró.
Nuevamente, mi pregunta se
desvió de lo profundo y del
núcleo de lo que me estaba
diciendo.
— ¿Quieres decir que tú eres
algo así como un hombre lobo,
pero hombre pantera? —
susurré, tratando de no
volverme loca y de darle una
cierta naturalidad a todo
aquello.
— Ja, ja, ja. No. No,
exactamente. Yo nunca me he
transformado físicamente en un
animal cubierto de pelo y que
camina a cuatro patas. Mi
apariencia física siempre es la
de un hombre. Sin embargo,
tengo una serie de capacidades
animales que me hacen más
fuerte físicamente de lo que es
un hombre normal, incluso un
Laerim. Además, en mi caso y
el de mis hermanos, como te
he dicho somos los únicos
Daimones que procedemos de
una madre Laerim, lo cual nos
hace diferentes al resto —dijo
en un tono bastante más
relajado, ya que se daba
cuenta de que no iba a
perderme y esto le
tranquilizaba.
— Ya —exclamé sin saber
qué más decir.
— Y de todos modos, no te
equivoques, tampoco los
hombres lobo son como te han
contado desde niña, no se
transforman en lobos cuando
hay luna llena, pero sí tienen
muchas de las capacidades de
los lobos —me explicó en un
tono algo más sobrio.
— ¿Me estás diciendo que
existen los hombres lobo? —
exclamé incrédula.
— Sí y muchas más cosas por
ahí sueltas —respondió con
naturalidad y contundencia.
Desvié mi mirada y me
quedé pensando en aquella
nueva información, al tiempo
que pensaba qué más podía
quedarme por conocer. Si todo
esto era cierto, al parecer los
humanos de hoy vivíamos
ajenos a muchas realidades
que convivían en el mismo
espacio que nosotros, sin tomar
conciencia de lo que realmente
eran o del peligro que podían
suponer para la humanidad.
Pensé que si los Laerim
decidieron borrar la existencia
de todo aquel mundo durante
tantos siglos, es porque
aquellos seres, los Daimones,
eran realmente peligrosos. Y
sin embargo estaban aquí,
según decía Liam, que era uno
de ellos.
Me sentía confusa y aturdida.
Pero, al mismo tiempo me
reconfortaba saber más sobre
esa vida y sobre ese mundo. Y
me hacía sentir una fuerza
interior enorme el hecho de que
Liam estuviese siendo tan
sincero conmigo en un tema
tan íntimo de su existencia y,
probablemente desvelándome
secretos que podían ser
peligrosos para él y sus
hermanos, si yo era realmente
una Laerim, su enemigo natural
más potente.
Absorta en aquellos
pensamientos, miré a la Luna
buscando la calidez de su
abrazo y la fuerza que siempre
me daba en los momentos
clave de mi vida. De repente,
me surgió una duda, que le
trasladé a Liam saliendo de mi
diálogo interior.
— ¿Y por qué la Luna? —
pregunté.
— ¿Qué quieres decir?
— Sí. Me refiero a que la
Luna siempre se asocia con los
hombres lobo y todos esos
seres fantásticos. ¿O no tan
fantásticos? —expliqué.
— La Luna era el lugar donde
solían ir las mujeres Laerim a
dar a luz a sus hijos. Había un
magnetismo y unas condiciones
físicas que hacían que el parto
fuera dulce, fácil y que ni la
madre ni el hijo sufrieran como
sufren ahora los seres humanos
en el momento del nacimiento.
No había sufrimiento al traer
una nueva vida, al contrario era
una sensación placentera, llena
de paz y creo que casi
embriagadora —argumentó
Liam.
— ¿Por eso dicen que cuando
hay Luna llena se acelera el
proceso del nacimiento y hay
más parturientas en torno a las
fechas de la Luna llena en los
hospitales? —pregunté tratando
de entender alguno de los
misterios para los que siempre
me resultó difícil aceptar
cualquiera de las explicaciones
científicas o más racionales que
había leído o escuchado.
En ese instante, vino a mi
memoria el nacimiento de mis
dos hijos. Ambos nacieron una
noche de Luna llena. Por un
momento, sentí el vacío que
me causaba estar tan lejos de
ellos. Cuánto los amaba. Pero
sabía que en el camino que
había elegido había tenido que
renunciar a mucho y ellos eran
lo más importante a lo que
había renunciado para siempre.
La respuesta de Liam me
rescató de la tristeza de los
recuerdos de mi vida anterior y
de los dos seres a los que más
había amado.
— Dicen que tiene un influjo
muy potente pero yo eso no lo
sé. He oído alguna vez a alguna
persona decir que se ha
comunicado con la Luna y les
suelen tomar por enfermos.
Pero no es una enfermedad,
cero que lo que ocurre es que
los Laerim todavía acuden a la
Luna en muchas ocasiones y,
desde allí conectan con algunos
humanos de una bondad
superior al resto. Bueno
realmente, se trata de
humanos de una infinita
bondad, personas enamoradas
de la vida o claro está, con una
mayor capacidad intelectual o
que tratan de explorar más en
su interior y no se conforman
con las historias que les
cuentan, sino que tratan de
entender ellos lo que ocurre.
Aquí pesa mucho la fuerza del
amor y la pureza de los
pensamientos —me explicó
Liam, ahora ya sí con la dulzura
habitual con la que siempre se
dirigía a mí.
Aquello fue muy revelador
para mí. Por fin, yo entendía la
importancia de la Luna en mi
vida, incluso pensé que aquella
noche inolvidable y mágica en
la que escuché las voces de mis
seres más queridos, tal vez fue
la noche en la que los Laerim
se habían comunicado conmigo
utilizando voces amadas por mí
para ayudarme a conseguir mi
cambio.
Después de unos minutos de
silencio en los que yo fui
asimilando todo aquello y
entendiendo el origen de
algunas de las cosas que me
habían pasado en la vida y para
las que nunca había encontrado
una explicación convincente, le
hice otra pregunta más a Liam.
— ¿Y a dónde van las
personas al morir?
Sonrió dulcemente, una vez
más.
— Siento decirte que esta
pobre versión del ser humano
que tú conoces perece y
simplemente desaparece. Sólo
algunos con una energía más
fuerte son acogidos por los
Laerim y llevados a otros
espacios del universo donde
inician una nueva vida y donde
van aprendiendo lo olvidado. Es
lo que algunas religiones
explican como ir al cielo y otras
como volver al estado inicial de
iluminación y pureza —me dijo
Liam con naturalidad.
— Parece como si los Laerim
fueran dioses —dije.
— No. No son dioses.
Simplemente los humanos de
hoy han tratado de explicar
ciertas cosas a través de seres
divinos. Nada más —
argumentó.
Me quedé pensando una vez
más, sin soltar su mano que me
daba fuerza y vida en este
camino que estábamos
iniciando, a pesar de que a él el
contacto con mi piel seguía
produciéndole dolor físico pero
era fuerte y su mente también.
— Sigo sin entender una
cosa. ¿Por qué, si todo era tan
perfecto, los Laerim decidieron
cargárselo, hipnotizarnos y
borrar toda memoria de ese
pasado glorioso? ¿Qué
significaba el tema de las
mutaciones genéticas? ¿Dónde
estaba el peligro de estas
nuevas especies? y ¿por qué se
llevan a algunos humanos a
otro lugar? ¿Qué quieren? ¿Qué
están preparando? ¿Qué
quieren hacer? —mi mente era
una amalgama de preguntas en
aquel momento.
— Aliva, son muchas
preguntas a la vez —sonrió y
continuó—. Todo se
desencadenó porque hubo
varios humanos que iniciaron
estas investigaciones de las
que soy fruto. Ellos
consiguieron crearnos a
nosotros, unos seres con
capacidades todavía superiores
al humano de entonces. Pero
algunos, bueno prácticamente
ninguno de los Daimones eran
como tú me ves hoy a mí y de
hecho no lo son. No me refiero
sólo al aspecto físico —confesó.
— No te sigo, Liam —
interrumpí apresuradamente.
— Hubo muchos errores en
estas mutaciones porque
estaban probando. Crearon
seres con una potencia
impresionante, tanto en el
sentido físico como en el
sentido intelectual pero con
instintos muy peligrosos —me
explicó en voz baja, como si
temiera que alguien pudiera
escuchar lo que me estaba
contando.
— ¿Antes has dicho “no lo
son”?, ¿eso significa que siguen
aquí? —pregunté con cierta
intranquilidad por lo que estaba
descubriendo, aunque ya hacía
un buen rato que tenía asumido
que vivíamos rodeados de seres
fantásticos, muchos de ellos
realmente peligrosos.
— Por supuesto que siguen.
Ese es el problema —dijo.
— O sea, son ¿los malos?, ¿el
enemigo de los Laerim? —dije
intentando traducir el
significado de sus palabras de
la forma más sencilla posible.
— Más o menos —comentó
Liam.
— ¿Y por eso no pueden
entrar en la Tierra de los
Inmortales? —pregunté porque
empezaba a hilar toda la
información y su significado.
— Más o menos.
— ¿Y por qué tú no eres así?
Quiero decir, ¿malo? —pregunté
con la inocencia de un niño
porque yo estaba convencida
de que Liam no era malo.
Liam no podía ser malo.
— Tampoco soy exactamente
bueno —respondió
demostrando en el tono de sus
palabras y en su gesto la lucha
interna que vivía en su
existencia de miles de años—.
De hecho, como te decía antes,
yo no podría entrar en esa
tierra. Yo no podría atravesar
las barreras que han construido
para impedir que podamos
acercarnos a ellos. Ni yo ni
ninguno de los de mi especie,
probablemente, ni siquiera mis
hermanos mayores, aunque de
esto último no estoy muy
seguro. Ellos nunca lo han
intentado porque jamás nos
abandonarían a Amy y a mí.
— No te entiendo —confesé.
— Llevo milenios luchando
contra lo que realmente estaba
destinado a ser —dijo con
mucho dolor, con un profundo
sentimiento mientras bajaba su
mirada avergonzado por lo que
era realmente.
Le abracé y le pedí que no
tuviera miedo.
— No temas. Voy a estar
siempre a tu lado. No puedo
imaginar la vida de otra forma.
No tengas miedo, no me
alejaré de ti, pase lo que pase,
me digas lo que me digas, seas
quien seas. Pero necesito saber
y entender todo —le pedí con la
mayor dulzura que pudiera
imaginar y mostrándole una
enorme ternura que le hicieron
tranquilizarse de nuevo—. ¿A
qué te refieres con lo que me
has dicho?
— Tú sabes que tengo tres
hermanos, que Amy es mi
hermana casi melliza. Y tengo
además a mis dos hermanos
mayores —continuó.
— ¿Dices que Amy es casi
melliza?, ¿cómo es eso? O se es
melliza o no se es, pero no se
es “casi” —le interrumpí para
entenderle completamente.
— Amy y yo fuimos creados
al mismo tiempo y casi con la
misma carga genética humana
y felina… pero, para que me
entiendas,… sería algo así…
como “a diferentes dosis”. Sería
como que yo me parezco más a
mi “padre” y ella más a mi
“madre”. Vaya, que yo tengo
una mayor carga animal y ella
es algo más humana —me
explicó con la mayor sencillez
que pudo hacerlo.
Volvió a detenerse.
— Y con David y Ely ocurre
algo parecido. David y Ely son
los más humanos y yo el
menos, para que lo entiendas.
David y Ely fueron creados al
mismo tiempo y Amy y yo años
después, pero procedentes de
la misma madre, aunque de
distintos padres, si se les puede
llamar padres. ¿Lo entiendes?
—se detuvo y me miró,
mientras yo asentía— Amy y yo
fuimos creados a partir de un
macho de pantera negra y
David y Ely de un macho de
puma. ¿Me sigues? —me
explicó.
— Lo intento, aunque con
dificultades. Me parece algo tan
irreal que me cuesta aceptar
que esto no es un sueño infantil
en el que aparecen seres
fantásticos y monstruos y cosas
así. O lo que es peor, que se
trata de alguna perturbación
mental —admití.
Ahora empezaba a
comprender los parecidos tan
iguales entre David y Ely y tan
distintos entre Amy y Liam.
Ahora entendía el color de su
pelo y sobre todo, entendía el
origen y el significado de
aquellos ojos, que en el caso de
los de Liam eran los que me
habían cautivado para siempre.
También comprendí ese
instinto que había en Liam, esa
forma típica de un animal de
percibir la presencia del peligro
o identificar posibles presas
sólo con el olfato o algo más
allá de los ojos. Entendí todos
los misterios que me habían
desconcertado con Liam, me
daba cuenta de que su carácter
solitario, frío y distante es el
típico de estos animales. Ahora
podía, al fin, encontrar el origen
de esa preferencia que Liam
tenía por vivir en las horas
nocturnas y del amanecer, tal
como hacen las panteras, son
sus horas preferidas para la
caza. No duermen mucho, como
Liam. No tienen desarrollado el
gusto por las cosas dulces,
como Liam. Son astutos, como
él.
De repente, recordé el
episodio de aquellos perros a
los que calmó y controló en
Central Park.
— ¿Cómo hiciste aquél día en
Central Park con los perros para
manejar aquella situación con
tanta facilidad, Liam? —
pregunté de repente, según
vino la imagen a mi mente.
— Soy medio animal. Sé
cómo comunicarme con un
animal. Comprendieron que
aquello no podía continuar.
Además, percibieron que yo
podía ser un peligro para sus
vidas. No te olvides que una
parte de mí es un depredador
con unas capacidades y una
potencia muy superiores a las
de esos perros —explicó con
naturalidad, a pesar del
contenido fantástico y violento
de sus palabras.
Liam se dio cuenta de que,
aun habiéndome dicho aquello
con esa naturalidad con que lo
hizo, mi reacción indicaba que
me había sorprendido lo que
me estaba explicando. Casi de
forma inconsciente, solté mi
mano de la suya.
— ¿De qué me estás
hablando exactamente, Liam?
—pregunté.
— Entendieron que debían
dejar aquello, porque de lo
contrario sabían cuál iba a ser
el final —me explicó, de esa
forma pausada y reconfortante
en la que él habla que parece
que le está quitando hierro al
asunto de una manera fácil y
fluida.
— ¿Qué clase de final? —
insistí.
No respondió de inmediato.
Me miró durante unos breves
segundos antes de contestar a
mi pregunta.
— Mortal —me confirmó
fríamente, cerrando los ojos
después de decirlo.
Reconozco que aquello me
hizo estremecer. No sentía
ningún miedo hacia Liam, sabía
que jamás me haría ningún
daño porque me amaba más
profundamente de lo que sus
propios instintos podían
dominar a su mente. Sin
embargo, sí me daban miedo
algunas de las cosas de las que
él me hablaba y lo que más
helaba mi sangre era la
naturalidad con la que me
hablaba de un acto de
violencia. Yo siempre he
rechazado de pleno la violencia,
en cualquier situación y entre
cualquier tipo de seres, va en
contra de mi propia esencia.
Ambos nos quedamos en
silencio, cada uno de nosotros
pensando en el significado que
para cada uno y para nuestras
vidas tenían aquellas
revelaciones.
Después, continué
averiguando más cosas sobre
Liam. Me intrigaba todo aquello
de una forma extrema porque
era absolutamente nuevo y casi
sobrenatural para mi manera
de entender la vida. Quería
saber todo lo que Liam había
vivido y todo aquel mundo al
que, de alguna manera, yo
parecía pertenecer sin saberlo y
casi sin quererlo.
— Dices que eres un
depredador. Pero yo sólo te he
visto comer frutas, zumos y
cosas así —indagué.
— Es algo que trato de
controlar pero necesito comer
carne para mantener mi fuerza.
Aunque por otro lado, cuanto
más me aleje de las
costumbres, instintos y
necesidades de mi parte
animal, más cerca estaré del
humano que desearía ser —
reveló—. Sí, he comido carne,
con más frecuencia de lo que
quisiera y es algo que todavía
hoy se me hace muy difícil de
evitar, pero lo tengo bajo
control desde hace mucho
tiempo, afortunadamente.
— Bueno, la gran mayoría de
los seres humanos comen carne
y no pasa nada, no significa
que sean seres malignos o algo
así —comenté, tratando de
quitarle importancia al tema,
porque realmente a mí me
parecía que no la tenía en
demasía, a pesar de que yo
hacía muchos años que había
decidido dejar de comer
animales. Pero en mi caso era
sólo porque consideraba que
era un tipo de dieta más
saludable, nada más.
— Ya —hizo una pausa—. Lo
sé. Pero, no la comen de la
forma en la que yo lo hacía, ni
tiene para ellos las
consecuencias que tiene para
mí y para mi entorno —confesó
y se detuvo para observar mi
reacción.
— No te entiendo, Liam —
dije desconcertada.
— No te gustaría
presenciarlo. Y espero que no
lo hagas nunca —dijo en un
tono muy serio y con la dureza
reflejada en su rostro y en su
voz.
Me quedé en silencio
tratando de imaginar a qué se
refería Liam con aquella última
revelación. Aunque en el fondo
de mi alma prefería no
imaginar lo que me estaba
diciendo porque, en mi fuero
interno, yo sabía que se refería
a algún tipo de acto
extremadamente violento y con
unas consecuencias que
parecían ser muy graves, por el
modo en que Liam hablaba de
ello o mejor dicho por el modo
en que trataba de evitar entrar
en detalles al respecto.
A pesar de aquello, quise
continuar averiguando más
cosas.
— Liam.
— ¿Qué?
— No me importa nada de
todo eso. Sé que tú harás
siempre lo posible por evitar
cualquier tipo de violencia y me
parece admirable tu lucha por
ser quien quieres ser —dije y al
ver el miedo en su mirada, me
acerqué y nos abrazamos.
Sentí que Liam hacía un gran
esfuerzo por mantenerse tan
cerca de mí y de los círculos. Y
decidí que yo iba a trabajar con
mi mente inconsciente para que
aquel escudo lo fuese para
protegerme de quien realmente
quisiera hacerme algún daño,
pero que dejara de ser una
barrera hacia el chico al que
a m a b a . No necesitaba un
escudo protector frente a
alguien que, como Liam, sólo
deseaba darme su parte más
noble, bella, sincera y tierna.
Después de aquella
inolvidable pausa, continué
preguntándole más cosas
mientras le miraba
profundamente tratando de
conocer al ser más auténtico
que había en él.
— Quiero preguntarte algo
más —dije.
— Pregúntame —dijo con
condescendencia.
Recordé la manera en la que
Martín se había referido a Liam
en mi sueño: 7788 del distrito
13.
— Liam no es tu verdadero
nombre, ¿verdad? —comenté—
Quiero decir, si naciste en
Egipto en la época de la que
me has hablado, parece que un
nombre de origen anglosajón
no corresponde con el lugar y la
época —razoné, tratando de
proporcionar congruencia y
sentido a mi pregunta.
— Liam no es el nombre que
me pusieron mis creadores,
cierto. No obstante, Liam es mi
nombre más auténtico porque
es el que yo elegí, es el que
corresponde con quien quiero
ser —respondió con gran
sinceridad—. Por tanto, a tu
pregunta la respuesta es: sí,
Liam es mi nombre, es como
me siento —terminó con
contundencia.
Me miró fijamente y le quitó
hierro al asunto regalándome
una de esas miradas intensas
que me hechizaban a cada
instante y que eran el origen de
este amor que me tenía
completa e irremediablemente
unida a él, pasase lo que
pasase y fuese él quien fuese.
Con el tiempo entendí por
qué había elegido un nombre
cuyo significado era “protector
inquebrantable”. Él se sentía el
protector de sus hermanos,
estaba dispuesto a hacer lo que
fuese necesario para cuidarles
frente a cualquier peligro que
acechase y para ello utilizaría
(y lo había hecho antes en
muchas ocasiones) toda la
fuerza necesaria y él la tenía. Al
parecer, sus hermanos eran
seres que estaban como en un
limbo entre la especie de los
Laerim y la de los Daimones.
Los Laerim les consideraban
Daimones muy peligrosos por
su fortaleza mental y los
Daimones los consideraban
presa objetivo por su alta carga
de Laerim. Para los Daimones,
lo que más fuerza les podía
proporcionar era hacerse con la
energía de un Laerim. Durante
muchos siglos habían estado en
peligro constante por no
pertenecer a ninguna parte.
Desde hacía un tiempo, habían
encontrado en esta ciudad, tan
poblada de humanos, un lugar
donde estaban más protegidos
de todo este tipo de peligros.
Por eso, cuando David se dio
cuenta de que yo podía ser una
Laerim, se quedó helado. Sintió
el dolor que mi escudo
protector le enviaba y miró a
Liam transmitiéndole su temor
y buscando su apoyo, si hubiera
sido necesario.
Liam parecía estar más
próximo a los Daimones y su
parte animal era
tremendamente violenta. Yo en
aquellos días no era capaz de
imaginar cuánto porque sólo
conocía la cara buena de Liam,
la parte más humana y, sobre
todo, la del ser que me amaba
por encima de todo y de todos.
Liam también tiene el
significado de “el que se
protege con su propia voluntad”
y eso es lo que más se podía
destacar de la personalidad de
Liam. Cuando le iba
conociendo, iba dándome
cuenta de que él tenía una
férrea voluntad para conseguir
lo que quería. Y lo que más
deseaba en la vida era
deshacerse de esa carga
genética salvaje con la que
había nacido. Por eso, trataba
de llevar un tipo de vida, con
una serie de hábitos que le
permitieran ser quien quería
ser; por eso el tipo de
alimentación, por eso la música
y tantas otras cosas más.
Después de unos segundos,
continué con mi interrogatorio.
— Liam.
— ¿Qué? —respondió con
cariño, una vez más.
— Mi amigo de la infancia,
Martín, me habló en un sueño
el otro día y se refirió a ti como
7788 del distrito 13. Supongo
que es la forma en la que te
identificaban en ese mundo.
Asintió.
— ¿Por qué coinciden con mis
claves en DEAL NYC y con mi
casilla? —pregunté.
Elevó sus hombros y
respondió.
— Al principio, no sabía quién
eras. Sentía una atracción muy
fuerte hacia ti y una necesidad
vital por estar contigo pero no
sabía si eras un peligro o no
para mí. Sabía que había algo
diferente en ti que te hacía
distinta al resto de los seres
humanos que conozco, pero no
sabía de qué se trataba. Te di
estos números para observar
cuál era tu reacción al verlos.
Pensé que así podría saber si te
resultaban familiares o no, para
saber si eras o no un peligro
para mí o para mis hermanos.
Pero no mostraste ninguna
reacción especial —me explicó.
— Claro, porque para mí no
tenían ningún significado más
allá de si eran fáciles de
recordar o difíciles —respondí
con naturalidad.
Me quedé pensando y lancé
otra pregunta.
— Pero tú no estabas para
ver mi reacción cuando Sam me
dio todo —dije extrañada.
— No estaba contigo, pero te
observaba desde la ventana de
mi despacho y te aseguro que
pude ver que no generaba
ningún tipo de reacción en ti —
respondió reconociendo que me
había estado mirando desde
lejos.
— Ya —dije asimilando la
respuesta—. Y no era ésta la
única vez que me observaste
sin que yo lo supiera, ¿verdad?
Sonrió, bajó la mirada y negó
con la cabeza algo intimidado
por tener que reconocer
aquello.
— Sabías donde trabajaba
porque me habías seguido
antes. Por eso sabías cómo
llegar hasta allí sin que yo te
dijese la dirección —dije
descubriendo que no había
tanta magia en él como me
había parecido al principio.
— Es verdad, confieso que te
he observado de cerca desde el
día que te vi por primera vez en
el teatro y provocaste en mí
este sentimiento tan fuerte —
respondió casi sin mirarme—.
Eras importante para mí y
necesitaba saber quién eras, si
eras o no un peligro para
nosotros.
Sonreí, entendiendo a qué se
refería y dándome cuenta de
que todas aquellas veces en las
que caminaba sola por las
calles de Manhattan y sentía la
presencia de alguien que me
observaba, pero que al mismo
tiempo me proporcionaba una
especie de protección, había
sido real y que era Liam quien
estaba junto a mí sin yo
saberlo.
Me devolvió una de sus
seductoras sonrisas.
— Hay otra pregunta que
ronda en mi cabeza desde que
me empezaste a hablar de los
Daimones —comenté.
— ¿Cuál? —dijo sonriendo,
esta vez.
Liam, que podía entender
perfectamente la comunicación
no verbal de los seres
humanos, se iba dando cuenta
de la sinceridad que había en
mí y de la ingenuidad que yo
rebosaba sobre todo este
asunto. A cada minuto que
pasaba, él se iba convenciendo
más de que yo no era alguien
que estuviese aquí para hacerle
daño a él o a sus hermanos,
sino todo lo contrario. Yo le
amaba como difícilmente se
puede amar a cualquier ser
sobre la faz de la tierra y eso
estaba por encima de todo y de
todos.
— ¿Por qué los Daimones
sobrevivieron a la hipnosis? —
pregunté con gran curiosidad.
Cuando se disponía a
responderme, continué.
— Y ¿para qué hipnotizaron a
los humanos y dejaron con vida
y con todo su poder a los
Daimones? ¿Es que midieron
mal sus fuerzas? ¿Es que les
salió mal el tema? ¿O es que yo
no he entendido bien algo de lo
que me estás explicando, Liam?
—volví a aturullarle con mi
amalgama de preguntas todas
seguidas, emanando de mis
labios con la misma velocidad
que se amontonaban en mi
cabeza.
Liam suspiró mientras me
sonreía y se preparó para
darme respuestas.
— Bueno, a ver si consigo
responder a la lista de
preguntas que me haces —
respondió con cariño.
Pensó un poco su respuesta.
— Verás,… a los Daimones
no nos afectó la “hipnosis”
precisamente por no ser
humanos auténticos, la parte
animal es la que nos permitió
mantener la memoria y, gracias
a ello, somos capaces de
conservar todo nuestro
potencial intelectual humano.
No perder la memoria es lo que
nos salvó, por eso seguimos
viviendo tantos milenios
después.
Se detuvo un momento para
asegurarse de que yo le estaba
entendiendo. Y después
continuó.
— La acción de los Laerim
incidió directa y plenamente
sobre los humanos. A nosotros,
el hecho de ser una mutación,
fue lo que nos salvó de aquello.
Nuestra memoria animal, la
parte más primitiva que
aportaron nuestros ancestros a
esta especie que somos, fue la
que nos libró de todo ello.
Volvió a detenerse a pensar y
después continuó.
— La verdad es que yo nunca
entendí por qué tomaron esta
decisión los Laerim, no sé si se
equivocaron o si había alguna
otra intención detrás de aquella
anulación global y generalizada
de las mentes de sus
congéneres, sobre todo,
viniendo de los Laerim que ante
todo son seres bondadosos que
sólo harían algo así para buscar
un fin noble y que salvara a la
especie, nunca destruirla o
arruinarla de esta forma.
— Tal vez eso era
exactamente lo que estaban
haciendo. Tal vez, a la
humanidad le estaba
ocurriendo algo que le llevaría
a su final inmediato y ellos lo
único que hicieron fue detener
el camino, aminorar la
velocidad de destrucción
reduciendo sus capacidades
intelectuales y, por
consiguiente, debilitando su
parte física, ¿no crees? —dije
como una reproducción verbal
de mis pensamientos.
— Muchas veces he pensado
que esa podría ser la razón.
Quizá no éramos nosotros su
objetivo, aunque así lo piensen
todos los Daimones que he
conocido en mi vida —
compartió él.
Me quedé pensando un
momento en un fallido intento
de imaginar aquello. Y continué
preguntando para ser capaz de
comprender todo esto.
— Entiendo que si vosotros
pudisteis sobrevivir a ello,
también fuisteis testigos de lo
que ocurrió con la especie
humana, ¿verdad? —pregunté
para poder entender lo que
pasó y cómo lo pudo vivir Liam
— ¿Tú lo presenciaste?
— Realmente, no —respondió
y dándose cuenta de que yo
esperaba más detalles,
continuó—. Yo me quedé como
dormido en contra de mi
voluntad, durante unos días.
Estaba en mi casa, en Egipto.
Recuerdo que era un día en el
que el sol brillaba con
intensidad y, de una forma
extraña y muy poco habitual,
empecé a sentir la necesidad
de dormir. Fue como una
especie de agotamiento que
era más fuerte que yo. Estaba
con Amy y a ella le empezó a
pasar lo mismo que a mí. No
pudimos tomar el control de la
situación y caímos en un
profundo sueño.
Yo le escuchaba atentamente
y me daba cuenta de que, a
pesar de los siglos que habían
transcurrido desde aquel día,
Liam lo recordaba con la misma
nitidez que si se estuviera
produciendo en ese mismo
momento. Yo podía sentir la
impotencia y la angustia que le
producía volver a hablar de
ello.
— ¿Y no recuerdas
absolutamente nada? —
indagué incrédula esta vez.
— No exactamente —confesó
—. Recuerdo una voz en mi
cabeza que me generaba una
sensación placentera. Siempre
he pensado que era la voz de
mi madre, pero no tengo la
certeza. Yo nunca la conocí
pero sí que es cierto que en lo
más profundo de mi ser pienso
que ella me habló aquel día. La
sensación que me produjo
supongo que es muy similar a
la que produce a los bebés
escuchar el sonido de la voz de
su madre. Algo así creo que me
ocurrió.
Se detuvo una vez más y su
mirada volvió a perderse en
algún lugar lejano de sus
recuerdos y de sus
sentimientos.
Respeté la intimidad de ese
momento para él y esperé a
que volviese junto a mí y
continuase con su relato.
— Nunca olvidaré su última
frase —dijo Liam bajando su
mirada y conectando
directamente con sus
sentimientos.
Seguí escuchándole con
atención y dejándole el espacio
que necesitaba para poder
liberar todo aquello que nunca
había compartido con ningún
ser humano hasta aquella
noche.
— Ella me dijo: “Busca la
verdad en tu interior. Escucha a
tu corazón. Recuerda siempre
quién eres y protege lo que
amas”.
Liam compartió conmigo una
dulce sonrisa antes de seguir.
— Y a continuación todo se
quedó en silencio. En mi
recuerdo tengo la sensación de
un silencio eterno, como
sepulcral. Fue como la calma
total que precede a una terrible
tempestad. No soy consciente
de cuánto tiempo transcurrió
así. Sólo sé que cuando
desperté ya nada era igual.
Nunca volvió a ser igual. Tuve
la sensación de que había
ocurrido un desastre
inigualable. Miraba a los
humanos y parecían ruinas de
lo que habían sido antes de mi
extraño sueño. Andaban
perdidos, incluso su aspecto
físico era demacrado en
comparación con lo que eran
antes. Desde aquel día he
sentido cómo me miran los
humanos, parece que ven en mí
un aspecto físico diferente a
ellos. He de reconocer que su
apariencia física empeoró
significativamente y tal vez por
eso ven en nosotros una
belleza a la que no están
acostumbrados. Pero te
aseguro, que los humanos de
antaño eran seres de una
belleza mucho mayor que en la
actualidad.
Continuó.
— En aquella época vi
también por primera vez a los
hombres sufrir enfermedades y
también los vi morir. Todo era
demoledor para mí. Todo era
nuevo y triste. Fue como pasar
de la grandiosidad a la miseria,
de la belleza a la
monstruosidad, de la fuerza a
la impotencia y a la debilidad.
Fueron años en los que intenté
adaptarme y acostumbrarme a
este nuevo mundo, pero fue
muy duro. Y fueron también los
años en los que se acentuó mi
parte animal hasta extremos
que no deseo recordar.
Se quedó en silencio. Y yo lo
respeté. Me daba cuenta de su
sufrimiento y de lo difícil que
estaba siendo para él confesar
todo aquello.
Me miró.
— No sé qué más puedo
decirte. Eso es básicamente lo
que recuerdo que ocurrió —
continuó.
— Gracias, Liam. Gracias por
contármelo. Sé que no es fácil
para ti todo esto —le dije con
ternura.
Después continué.
— ¿Sabes que el otro día,
cuando me sentí tan débil, creo
que me ocurrió algo parecido?
Bueno, a pequeña escala, claro
—expliqué tratando de que él
me ayudase también a
comprender qué era lo que me
había ocurrido ese día.
— ¿A qué te refieres?
— Yo tuve esa misma
sensación de debilidad
absoluta, esa sensación de
necesitar quedarme dormida.
De hecho, eso fue lo que me
ocurrió, de forma
absolutamente involuntaria
entré en un largo y profundo
sueño. Tú mismo lo viviste
junto a mí —expliqué.
— Sí —respondió.
— Y cuando me quedé
dormida también tuve un
sueño. Allí estaba Martín
alertándome del peligro. Es
verdad, que yo no siento que
alguien hubiese provocado
aquello para manipular mi
mente de forma que se
anulase, porque yo sé que sigo
siendo dueña de mis decisiones
y de mi existencia. Sin
embargo, parece que alguien
utilizó esta especie de
“hipnosis” para comunicarme
algo o para protegerme de ti —
verbalicé nuevamente mis
pensamientos, al mismo tiempo
que se iban produciendo en mi
cabeza.
Liam siguió escuchándome.
— Y… a la mañana siguiente,
los círculos estaban ahí
completamente terminados y
con la intensidad mayor que
había sentido hasta entonces.
Te juro que nunca habían
estado ahí antes en mi vida
anterior. Al menos yo no los
había visto, no los había
percibido jamás hasta ese día.
Es cierto que llevaba un tiempo
sintiendo un dolor intenso e
intermitente en el brazo y que
después vinieron las picaduras
formando círculos, pero esto
que tengo ahora surgió durante
los días en los que estuve
durmiendo. Ahora lo pienso y
me doy cuenta de que el dolor
que sentía en mi brazo solía
coincidir con tu presencia o la
de Amy —dije.
Tomé conciencia del origen y
el porqué de aquel dolor. Los
círculos estaban ahí, no eran
visibles todavía pero estaban
empezando a ejercer su función
de escudo protector. Por eso
me provocaban dolor, para que
yo me diese cuenta de que
había un ser cuya presencia
siempre coincidía con el dolor,
un ser del que debía alejarme
si no quería sufrir ningún daño.
Después de percatarme de
aquello en mi mente, continué
con mi explicación a Liam.
— Estoy segura de que los
Laerim entraron en mis
pensamientos. Estoy segura de
que lo hicieron con la mejor
intención pero también sé,
ahora lo sé de verdad, que
fueron ellos —expliqué
absolutamente convencida de
mi razonamiento.
Él seguía escuchándome.
— Tal vez tu madre, con su
poder Laerim hizo lo mismo
contigo en aquellos días cuando
la escuchaste en el letargo al
que te habían sometido —dije.
Sé que aquello le hizo pensar
en esa posibilidad.
— ¿Sabes cómo vivieron el
resto de los Daimones esa fase
de la “hipnosis”? Quizá ellos no
fueron dormidos, sólo tú y tus
hermanos vivisteis así la
experiencia porque erais
Daimones diferentes al resto,
¿no crees? —insistí.
— No lo sé, Aliva. Tal vez sí.
Tal vez no. Tengo que pensar
en ello —confesó con intriga.
— Si la voz de quien te habló
era la de tu madre y ella era
una Laerim, tal vez ella siga
viviendo en algún lugar del
universo —dije.
Esta vez no respondió y
observé el miedo en su mirada.
Me di cuenta claramente de
que Liam no quería que yo
siguiera por ese camino, que
prefería compartir esta
posibilidad con sus hermanos
para ver si le daban alguna
pista o si podían ayudarle a
entender.
La noche seguía avanzando y
ya las nubes habían dejado
paso a la luz blanca de mi
Luna. La miré a través de la
ventana esperando que me
diera fuerza para empezar con
mis revelaciones a Liam. Quería
contarle toda mi verdad. Yo no
podía concebir una relación con
el ser al que amaba más
intensamente, si no estaba
basada en la verdad y en la
confianza. Eso significaba
confesarle mis secretos. Él lo
acababa de hacer conmigo y no
se merecía que yo le ocultase
más tiempo la historia real de
mi existencia y cómo había
llegado hasta allí. Además, yo
sentía la necesidad de poder
compartir todo aquello con
alguien y quién mejor que
Liam, que además de amarme,
lo iba a poder comprender
perfectamente y mucho mejor
que cualquier humano normal
que pensaría que yo había
perdido la cabeza, que creía
vivir en un mundo de seres
fantásticos y que escuchaba
voces en mi interior, además de
comunicarme con la Luna y
creerme inmortal.
— Yo también tengo algo que
contarte sobre mí —dije
lentamente y tratando de
encontrar las palabras
adecuadas para hacerle
entender mi historia tal y como
era en realidad.
Me miró con extrañeza.
— Sí. Yo también tengo mis
secretos y quiero que los
conozcas —dije.
Cogió mi mano, como había
hecho yo antes con él. Y esto
me dio la fuerza que necesitaba
para comenzar con mi relato.
— Yo… verás… realmente no
tengo 20 años, aunque lo
parezca —dije tímidamente,
porque me preocupaba su
reacción, no quería perder su
confianza pero tenía que
contarle toda la verdad—.
Realmente,… yo… nací hace…
unos 60 años —respiré
profundamente, sentía que
acababa de liberar un peso que
me ahogaba desde que empezó
mi relación con Liam.
Observé su reacción para
saber si le seguía teniendo
conmigo o si comenzaba a
perderle tras mi confesión. Él
continuaba mirándome con
esos ojos intensos y
hechizantes, esperando que yo
siguiera contándole la verdad
sobre mí. Me tranquilizó tomar
conciencia de que no había
soltado mi mano tras la
revelación. Y sé que hacía un
gran esfuerzo por mantener el
contacto con mi piel en
aquellos días.
— Ahora, cuando echo atrás
la mirada hacia mi vida
anterior, me doy cuenta de que
he vivido una vida completa,
maravillosa y plena —sonreí
mientras elevaba mis ojos
visualizando los recuerdos de
aquellos tiempos y continué—.
Tuve una infancia que marcó la
persona que soy actualmente.
No sólo fui feliz sino que
además, con el apoyo de mis
padres y de mi abuela, fui
forjando una personalidad que
es la que me ha llevado a ser
quien soy ahora, a ser capaz de
vivir una segunda vida, incluso.
Me quedé pensando en
aquello que acababa de decir.
Era verdad, si yo logré vivir una
segunda vida, fue gracias a la
fuerza que me habían
transmitido ellos, sin la cual
habría sido muy difícil lograr
todo el proceso de
transformación. Sonreí en mi
interior y me sentí
enormemente agradecida.
— Siempre he creído que
podía conseguir las cosas que
deseaba y pienso que por eso
estoy aquí hoy, por eso he
llegado hasta ti —dije
mirándole y mostrándole con
mi mirada el inmenso amor que
sentía por él.
Liam me observaba sin
mediar palabra. Me di cuenta
de que estaba muy interesado
en conocer toda esa parte
secreta de mi existencia. Él
quería conocerme de verdad.
— Durante todos los años de
mi vida me he sentido muy
querida por las personas de mi
familia y eso también me dio
seguridad para atreverme a dar
el paso de vivir una segunda
vida y llegar hasta ti, hasta el
amor más puro y sincero que
podía llegar a imaginar —
confesé.
Él seguía mirándome de esa
forma tan característica en él,
que te hacía amarle aunque era
difícil saber qué estaba
pensando. Liam era
impenetrable cuando te
observaba de este modo.
— Tuve dos hijos,… Sara y
Samuel. Ellos fueron lo mejor
de mi vida anterior. De hecho,
hoy siguen siendo el recuerdo
que más angustia me produce
porque sé que nunca más podré
abrazarles, nunca más podré
sentirles a mi lado y porque
pienso que ellos no han
entendido la razón por la que
un día me fui y no han vuelto a
verme, a pesar de que tienen la
certeza de que sigo viva —dije
mientras las lágrimas habían
cobrado vida en mi rostro.
Liam se acercó y me abrazó.
Me sentí reconfortada. Y
después de unos minutos
continué desvelando los
secretos que tanto había
guardado en los últimos años.
— Ángel fue el gran amor de
mi vida anterior. Fuimos muy
felices pero un día se fue. Y con
él se fue todo, la tristeza
invadió todo mi existir. Fue
hace unos años, una mañana
salió a buscar un libro que yo le
había pedido y entonces,… —
respiré profundamente,
mientras cerraba los ojos—. En
aquella librería estalló una
bomba que habían puesto unos
terroristas.… Y todo se terminó
—dije con una gran tristeza en
mi rostro y en mi voz.
Me detuve para recordar
nuevamente a Ángel.
— Es curioso, hace tiempo
que ya no le siento. Es como si
de repente se hubiera
esfumado todo lo que fue. No
soy capaz de recordar cómo era
su voz, su rostro es tan borroso
en mi mente que no puedo
verle. Siento que no ha
quedado nada de él, parece
como si incluso su recuerdo se
estuviera borrando de mi
memoria. Es como si estuviera
ya tan lejos que parece que
nunca hubiera estado a mi
lado.
Tragué saliva para poder
continuar.
— A veces, me siento
culpable por esto porque creo
que al dejar de pensar en él es
como que desaparece. Siento
como que mientras le pensaba
y le recordaba, era como que le
mantenía… ¿vivo? —me quedé
pensando otra vez y después
continué— Y ahora es como si
en mi nueva vida le estuviera
eclipsando hasta el punto de
que todo su recuerdo ha
perdido la nitidez de antaño y
se va lentamente hacia una
especie de vacío.
De repente, Liam habló.
— ¿Y cómo has llegado hasta
aquí? Me refiero… quiero decir,
¿cómo has hecho esta
transformación? —dijo muy
intrigado.
Me sorprendió que, cuando
yo estaba hablando de la forma
en que había dejado de sentir a
Ángel, de repente Liam hiciera
un cambio tan radical en el hilo
de la conversación. Me pareció
como si quisiera que yo dejase
de hablar de Ángel. Era como
que le dolía escuchar de mis
labios que yo había amado
tanto a un hombre en mi vida
anterior, un hombre que fue mi
amor, mi compañero, mi amigo,
el padre de mis hijos y tantas
cosas más. Creo que de alguna
forma yo estaba tratando de
que Ángel recobrara algo de
vida en mí mientras hablaba de
él, mientras volvía a pensar en
él y trataba de volver a sentirle.
Sin embargo, Liam me sacó
bruscamente de ese sendero
que llevaba hacia el recuerdo
de un amor profundo.
Por otro lado, reconozco que
lo comprendía. Me puse en su
piel y pensé cómo me sentiría
yo si Liam me estuviese
hablando de una mujer que fue
su amor en una vida anterior.
Por eso, seguí en la línea que él
había iniciado.
— Bueno, eso todavía ni
siquiera yo lo termino de
entender —dije.
— No te sigo, Aliva —
respondió él arrugando su
frente.
— Bueno, te contaré lo que
ocurrió y cómo y lo viví, a ver si
tú puedes extraer de estas
vivencias alguna información
que yo ahora no soy capaz de
atisbar —dije mientras me
preparaba para recordar la
etapa más triste de toda mi
vida.
Tomé aire antes de continuar
para ser fuerte y contarle todo
a Liam.
— Cuando ocurrió lo de
Ángel, coincidió con que mi hija
Sara se fue a vivir a miles de
kilómetros de distancia.
Samuel, mi hijo pequeño, había
formado una familia y vivía
también lejos. Así que, en mi
soledad, decidí mudarme a la
casa que mi abuela tenía junto
al mar. Ben, mi viejo perro, un
pastor alemán precioso y noble,
se vino conmigo. Y allí me
reencontré con Martín.
Percibí el interrogante en el
rostro de Liam, que trataba de
entender quién era Martín, del
que ya le había hablado en
varias ocasiones y qué
significaba para mí.
— Martín fue algo así como
mi primer amor, mi amigo de la
infancia y mi primer novio de la
adolescencia hasta que conocí
a Ángel, claro —expliqué.
Liam me escuchaba con
atención y me hechizaba con su
mirada. Pero seguí
reproduciendo mis recuerdos
más intensos.
— En esta última etapa de mi
vida anterior pasé un tiempo
con Martín. Él también había
regresado a nuestra playa de
juventud después de una vida
muy dura. Una tarde me habló
de la época en la que vivió en
un pequeño pueblo donde
conoció a personas
maravillosas. Me habló de su
gran amigo Shadú, quien le
enseñó a escuchar a su
corazón.
Liam abrió ampliamente sus
ojos al oír esto último. Supuse
que sabía de qué y de quién le
estaba yo hablando.
— Después de un tiempo, mi
perro Ben también se fue. Y yo
quedé sumida en una especie
de soledad profunda marcada
por la tristeza y la
desesperanza. Pasaron
semanas en las que no era
capaz de comunicarme con
nadie, ni siquiera con mi
querido amigo Martín que no se
separó de mí ni un instante, a
pesar de la frialdad de mi
silencio —respiré
profundamente.
Él me miró intrigado porque
percibía que yo le iba a contar
algo realmente secreto y que
podía ser la clave para
entender mejor todo lo que
había en mí y a mi alrededor.
— Estaba en medio de una
soledad absoluta en la que yo
sentía que era el final de mi
camino, el fin de mi existencia,
porque ya nada quedaba a mi
alrededor que me mantuviera
motivada por seguir adelante …
—-recordé.
Nuevamente las lágrimas
caminaban sobre mi rostro.
— Una tarde sonó el teléfono
y llegó la última y la peor de las
noticias: Martín había sufrido un
accidente de tráfico a tan sólo
unos minutos de mi casa.
Cuando llegué todavía estaba
con vida y me habló de un
archivo que había dejado en mi
ordenador donde decía que me
explicaba todo, aunque no hice
mucho caso a esto que me
decía porque me daba cuenta
de que le estaba perdiendo
también a él y me sentía muy
débil. Recuerdo sus últimas
palabras “Vive, Aliva. Vive y sé
feliz” —cerré los ojos mientras
recordaba aquellos duros
momentos de mi vida anterior.
Me tomé unos segundos para
recuperar las fuerzas necesarias
para seguir contándole todo
aquello a Liam, de un modo
que él comprendiese y
aceptase quién era yo
realmente.
— Después de un tiempo, yo
prácticamente me había
olvidado de aquel archivo del
que me habló Martín en los
últimos instantes de su vida.
Pero, una tarde de aquellas
largas semanas de hastío y
desidia, estaba matando el
tiempo mientras veía unas
cosas en mi ordenador y llegué
a un archivo que se llamaba
“Para ti, Aliva”. Lo abrí y allí
estaba todo. Martín me había
trasladado todas las
enseñanzas que le había
trasmitido su amigo Shadú,
sobre cómo desarrollar y
maximizar el uso de la mente
humana. Me enseñó a conectar,
a hacer alianzas con mi mente
inconsciente y a escuchar la voz
de mi corazón, a escuchar a mi
alma, me enseñó a dirigir mi
vida y mi ser, según mi propia
voluntad. Me enseñó a
programar las células de mi
cuerpo para regresar a un
estado de juventud física y
mental. Me enseñó el secreto
para convertirme en inmortal —
respiré profundamente y, una
vez más, sentía que me
liberaba de un secreto que me
asfixiaba en la relación con
Liam.
Él seguía mirándome.
— Decidí que no tenía nada
que perder porque mi vida
parecía apagarse lentamente.
Yo siempre he amado la vida,
siempre he querido tomar las
riendas de mi existencia y
siempre quise que esto no se
acabara un día y ya está. En
algún rincón de mi ser yo sabía
que podía encontrar la forma
de seguir viviendo más allá de
lo esperado para seguir
saboreando la vida y para
seguir aprendiendo y amando
—expliqué con la mayor
sinceridad que me fue posible.
Él se mantuvo en silencio,
escuchándome atentamente.
— Cuando descubrí aquel
archivo ya estaba en un
momento de mi existencia en el
que sólo sentía que había
pasado a esa etapa de la vida
en la que todos se van
olvidando de ti, en la que la
soledad invade tu existir y
parece que todo apunta a que
tienes que prepararte para el
final, porque ya nadie te
considera tan importante como
para compartir contigo
recuerdos ni para disfrutar
momentos. Es como un tiempo
en que parece que todo se
prepara a tu alrededor para que
seas un ser prescindible
completamente.
Suspiré y recordé
nítidamente esas sensaciones
de tristeza y soledad de los
últimos días junto a mi mar.
Continué.
— Quise venir a esta ciudad
porque aquí fue donde abrí los
ojos al mundo por vez primera,
aquí fue donde empezó todo y
aquí era donde quería volver a
iniciar un nuevo camino.
Además, aquí nadie me conocía
y podía empezar una nueva
vida. Aunque primero estuve en
Boston donde realicé todo el
proceso de transformación
física, que me llevó más de un
año. Cuando eso se había
realizado completamente, me
trasladé a Nueva York. Me
matriculé para estudiar
Psicología, porque quería
entender más sobre el
funcionamiento del cerebro
humano. Me había dado cuenta
de lo poderosa que podía ser la
mente y esto lo había vivido en
mi propia piel, por lo que me
intrigaba aprender mucho más
sobre todo ello —expliqué
mientras ya las lágrimas habían
dejado paso a una sonrisa
sincera—. Y el resto ya lo
conoces.
— Gracias —dijo Liam y sentí
la profundidad del significado
de esta palabra en sus labios.
— Ahora ya no hay secretos
entre nosotros —dije aliviada,
tras la confesión de mi historia.
— Quiero preguntarte algo,
Aliva.
— ¿Qué?
— ¿Alguna vez, en esos
momentos en que te sentías
tan triste, en los que vivías el
dolor de la pérdida de tus seres
queridos y el dolor de la
soledad tras el atentado de los
terroristas que te quitó a tu
amor,… llegaste a sentir… odio
o rencor? —preguntó y
transmitía cierta dificultad en
su manejo de la voz mientras
hacía esta pregunta.
— Sentí dolor y tristeza pero
nunca odio ni rencor —confesé
con un ligero hilo de voz y
mirándole a través de sus ojos
verdes.
Continué.
— Sentí que me quedaba
vacía. La soledad me produjo
un oscuro vacío de sentimientos
que me ahogaba y me iba
robando el aire. Era como
entrar en un espacio en el que
sólo había nada y me iba
sintiendo pequeña y débil —
expliqué.
— ¿Y si hubieses tenido ante
ti a los terroristas? —preguntó
Liam.
— ¿Qué quieres decir? —
pregunté temiendo entender lo
que él esperaba que yo
respondiese.
— ¿Qué habrías hecho? ¿No
habrías sentido ganas de
matarlos? —dijo con rabia en su
voz, incluso con cierto tono de
violencia.
— No —respondí sorprendida
por su pregunta y por el modo
en que me la había hecho.
— ¿No? —exclamó— Te lo
quitaron todo —insistió
nuevamente y con un tono
violento una vez más.
— Lo sé, Liam —dije
calmadamente.
Esquivando mi mirada,
murmuró.
— Si alguien te hiciera algo a
ti, yo mataría por vengarte.
Y esta vez, la violencia de su
voz fue todavía mayor, a pesar
de que lo dijo en voz muy baja.
Parecía como que no quería
decir lo que sentía realmente,
era como esa lucha interior en
la que había vivido
constantemente desde hacía
milenios. Le amaba pero esa
forma de hablar tan cargada de
violencia me asustaba.
— Liam, el odio, la venganza
y el rencor sólo habrían
agudizado más mi dolor —le
dije.
Yo quería que me
comprendiera porque le
hablaba desde el fondo de mi
corazón, con absoluta
sinceridad y me habría gustado
evitarle ese tipo de
sentimientos.
— Liam, te aseguro que sólo
el amor apacigua y reconforta
en esos momentos de tristeza
—terminé.
Y le acaricié su mejilla. Él me
miró tratando de comprender el
sentido más completo de mis
palabras. Aquella noche fue la
primera vez en la que tomé
conciencia de la intensa lucha
interior que Liam había sufrido
y seguía sufriendo. Algo en su
ser no era igual que yo. Había
un instinto violento, es cierto
que estaba basado en la
protección, pero era violento.
Sé que me hizo esta pregunta
porque quería saber si existía la
posibilidad de no sentir odio o
rencor hacia alguien que ha
hecho daño a uno de tus seres
queridos o que te lo ha
arrebatado, como era mi caso.
Aquella fue una larga noche
en la que compartimos secretos
y empezamos a conocernos de
verdad.
Después de aquello nuestras
almas y nuestros cuerpos
quedaron unidos en un abrazo
eterno y yo supe que sería para
siempre. Aunque también supe
que no iba a ser fácil.
CAPÍTULO 9

EL DÍA EN QUE TODO SE

CONVIRTIÓ EN

OSCURIDAD
Pasaron las semanas y los
meses, se fue el frío invierno en
Nueva York y llegó la luz de la
primavera. Liam y yo
estábamos casi siempre juntos,
cada vez más unidos. Ésta es la
época de mi vida de la que
guardo mayor cantidad de
recuerdos maravillosos y
extraordinarios, de la que
conservo memoria de las
sensaciones más intensas y
vivas.
Yo dejé de trabajar los
viernes en casa de Alisson
porque su marido había
regresado ya y no era necesario
que yo les ayudase con los
niños. Seguí trabajando en la
librería porque me gustaba y
porque quería tener la
sensación de que, aunque no
necesitase el dinero, puesto
que entre las ventas de las
casas y las acertadas
inversiones que hacía, podía
permitirme vivir sin trabajar, lo
cierto es que me gustaba la
sensación de trabajar en algo
que me llenaba. Estar cerca de
los libros y poder estar al día de
las mejores publicaciones,
novelas e historias y haberlas
leído y disfrutado, es algo que
me enriquecía muchísimo.
Continué con mis estudios y
volví a estar más cerca de mis
amigos. Liam se integró en el
grupo, manteniendo siempre
esa distancia tan típica en él.
Pero sabía que para mí era
importante seguir cerca de mis
compañeros de clase.
Mientras tanto, yo continué
con mi entrenamiento físico
bajo la coordinación de Liam.
Sentía que aquella actividad
guiada por alguien tan
profesional como él, me estaba
fortaleciendo tanto que esto
ayudaba a mi inconsciente a
hacer su trabajo para mantener
mi vida inmortal y eternamente
joven.
Las clases de español
evidentemente las dejamos
porque Liam lo hablaba a la
perfección y no lo necesitaba.
Me reconoció que había sido la
excusa que encontró para estar
cerca de mí cuando nos
conocimos. Así que no tenía
sentido continuar con algo que
no era necesario.
Pero, aunque habíamos
dejado las clases de español, la
verdad es que este tiempo lo
dedicábamos a estar juntos, a
salir a pasear o a tomar algo, a
disfrutar de algún musical o de
alguna obra de teatro, al cine o
simplemente a sentarnos juntos
a leer en el sofá. Compartíamos
todos los momentos del día que
nos era posible. Cualquiera
diría que nos faltaba tiempo, lo
aprovechábamos como si cada
día fuese el último. A pesar de
que ambos sabíamos que
viviríamos eternamente, para
nosotros estar juntos era una
necesidad y una fuerza tan
intensa, algo que nos hacía
falta hasta tal extremo, que si
no lo hacíamos, sentíamos que
nos faltaba el aire para respirar
y estar vivos.
Con Amy y Ely tenía una
buena relación. Ellas sabían
cuáles eran mis secretos, igual
que Liam, y yo evidentemente
conocía los suyos. Esto nos
facilitaba mucho el poder
compartir cosas que no
podíamos contar a otra amiga y
eso nos unió realmente. Las
sentía como mis hermanas y sé
que ellas también me veían a
mí así. Era fácil quererlas,
emanaban algo que te hacía
estar bien cerca de ellas,
transmitían la tranquilidad y la
sabiduría de alguien que ha
vivido una larga vida y, desde
su experiencia, es capaz de
valorar y poner cada cosa en su
lugar y dar a cada cosa la
importancia justa. Yo pensaba
que esa carga genética Laerim
que tenían era real cuanto más
las conocía. Podía apreciar en
ellas esa nobleza y bondad que
Liam me había contado que era
lo que caracterizaba a los
Laerim, aquello por lo que eran
la estirpe más evolucionada del
ser humano. Me gustaba mucho
pasar tiempo con ellas,
sentíamos una gran
complicidad, era como que
perteneciésemos a un mismo
lugar y a Liam le hacía sentir
muy bien el hecho de que sus
queridas hermanas y yo
hubiésemos congeniado de esta
manera.
Con David tenía muy buena
relación, pero es verdad que
con Ely y Amy había una mayor
conexión. Tal vez, era Liam lo
que nos mantenía tan unidas y
tan cerca.
Después de un tiempo, yo
conseguí trabajar mentalmente
para ir eliminando la barrera de
separación que los círculos de
mi brazo generaban entre Liam
y yo, hasta el punto de que ya
en esta época, en la primavera,
él no sentía ningún tipo de
dolor ante la cercanía de los
círculos y tampoco se lo
producía a sus hermanos. Me di
cuenta, una vez más, de que yo
podía lograr todo aquello que
me propusiese, si realmente lo
trabajaba con intensidad y en
alianza con mi inconsciente.
Había logrado hacer que la
protección se eliminase cuando
yo quería y sólo funcionara si
yo lo consideraba necesario.
Llegó el verano y terminaron
las clases, pasé todos los
exámenes con éxito, de modo
que tenía libres las siguientes
semanas para ser feliz con Liam
y disfrutar de la vida.
Durante el verano bajaba el
nivel de trabajo en la librería
del señor Grisam con lo cual en
esa época del año yo no
trabajaba. Así pues, decidimos
pasar los días de verano
recorriendo en coche todo el
país. Durante estos días de
vacaciones no nos separamos
ni un solo segundo, estuvimos
juntos en todo momento. Cada
día sentía que mi amor por
Liam era más grande, más
intenso y también más
verdadero. Y sé que a él le
ocurría lo mismo. Aquel fue el
mejor verano de toda mi
existencia. Tengo grabados
todos y cada uno de los lugares
donde estuvimos, cada uno de
los momentos que vivimos,
cada una de las palabras que
nos dijimos, cada una de las
risas y las sonrisas y cada una
de las miradas que
compartimos. Aunque tengo
uno realmente especial: fue la
tarde que pasamos en Andover,
el lugar donde había nacido mi
abuela materna. Estuvimos
sentados durante horas sobre
la hierba de un parque,
hablando sobre cómo
imaginábamos que podía ser el
resto de nuestra vida. Yo tenía
una fuerte conexión con aquel
lugar del mundo y sentía que
me recargaba de energía cada
vez que volvía allí.
Recuerdo, como si fuera
ahora, que tumbados sobre la
hierba, Liam me dijo una de las
cosas más bellas que podía
imaginar.
— Llevo toda una eternidad
esperándote, Aliva —me
acarició mirándome fijamente y
con gran ternura para continuar
en un dulce susurro—. Aunque
eso no es importante. Lo mejor
es que tengo toda la eternidad
para amarte. Y eso es lo que
más fuerza me da para ser
quien quiero ser.
Me besó.
— Gracias por estar aquí y
gracias por acercarme a la
bondad, por hacer que no
sienta miedo, que me llene de
valor para vivir como quiero
vivir —tomó aire y siguió
hablando pausadamente y en
voz bajita—. Sacas lo mejor de
mí. Contigo he conocido
sensaciones, emociones y
sentimientos que nunca
imaginé que pudiese haber en
mí. Te quiero con toda mi alma
y con todo mi ser. Prometo
cuidarte siempre y aprender a
ser como tú mereces.
Nos fundimos en un beso
eterno.
Cada momento junto a Liam
me hacía volar hacia mundos
mágicos. Todo él era un ser
mágico para mí. La mezcla de
su fuerza y su sensibilidad era
completamente hechizante,
hasta tal punto que habría sido
un placer para mí entregar mi
vida por él, si hubiera sido
necesario.
Después de Boston,
regresamos a Nueva York una
semana antes de que
comenzaran las clases. Había
pasado los mejores días de mi
vida y ahora iniciaba de nuevo
una rutina que también me
hacía feliz. Tenía ganas de
volver a estar con mis amigos,
de empezar las clases y
aprender cosas nuevas. Me
sentía tan plena que parecía
que me bebía la vida entera en
cada bocanada de aire que
llegaba a mis pulmones. Y soy
consciente de la luz que
proyectaban mis ojos.
Recuerdo muy bien el primer
día de clase, empezábamos
nuestro tercer año y todos
estábamos alegres, a pesar de
que sabíamos que iba a ser un
curso intenso.
Mi corazón dio un vuelco de
pura alegría cuando vi entrar a
Angie y a Mike en la cafetería.
Qué ganas tenía de verles y
cómo me alegraba saber que
seguían juntos.
Después llegó Harry. Estaba
guapísimo, se le veía muy
contento.
— ¡Hola Harry! —exclamé
con alegría— ¿Cómo estás?
¿Qué has hecho este verano?
¡Estás muy guapo! —dije
mientras me giraba a mirar a
Angie para compartir opinión
con ella al respecto—. Está
guapísimo, ¿verdad?
Angie asintió y le dio un
cariñoso abrazo a Harry.
— Sí, sí que lo estás. Pero,
realmente guapetón —insistió
Angie.
— Oye, a ver si me voy a
tener que poner celoso —dijo
medio en serio, medio en
broma Mike, mirando a Angie,
la cual quedó encantada ante la
reacción de su novio.
Harry seguía escuchando las
cosas buenas que le estábamos
diciendo sus dos mejores
amigas y con una sonrisa de
oreja a oreja.
— Bueno, di. ¿Qué ha
pasado? ¿Y ese pelo? ¿Esa
ropa? —dije dándole un
pequeño golpecito sobre el
brazo para animarle a hablar y
contarnos todo—. Vamos,
cuenta, cuéntalo todo —insistí.
— Vale, vale —dijo Harry, ya
un tanto agobiado por nuestra
insistencia.
Ambas le miramos
reclamando explicaciones.
— Sí. Es lo que estáis
pensado. Hay una chica. ¿Ya?
¿Más tranquilas? —dijo
sonriendo con gran felicidad
reflejada en la mirada y en
todo su rostro.
— ¡Bien! —gritamos las dos a
la vez.
— Queremos saberlo todo.
Cuéntalo ya —insistió Angie.
— Vale, vale. Os prometo
que os pondré al día de todo.
De verdad —asumió Harry.
Miró a Mike y dirigiéndose a
él continuó.
— Como para no contarles
todo. Me volverán loco si no lo
hago —dijo con complicidad a
Mike.
— Lo sé, lo sé —respondió
Mike, elevando una sonrisa
cómplice.
— Vamos, empieza —insistió
Angie.
— Eso, vamos —remarqué
yo.
— Esta tarde. Quedamos a
tomar algo en el Major League
y os juro que os lo cuento todo,
¿vale? —pidió Harry y con las
palmas de sus manos abiertas
hacia nosotras hizo un gesto
con el que nos pedía que nos
detuviésemos ya.
— Vale. Pero, al menos
queremos saber cuál es su
nombre —reclamé—. Para
saber cómo referirnos a ella,
nada más.
— Se llama Judith. ¡Y ya!
Luego os cuento —dijo Harry—.
Mirad quién viene por ahí.
Eran Derek y Jane, que
llegaban juntos de la mano,
como siempre desde el día en
que les conocimos. Eran
inseparables. Parecía que
hubiesen llegado a este mundo
para estar siempre juntos.
Nos contaron todo lo que
habían hecho durante el
verano. No habían parado. Eran
muy divertidos.
Mientras tanto, se unió Frank.
Llegó algo cansado y parecía
triste. En aquel momento yo
pensé que Frank estaba así
porque sentía que en el grupo
todos estábamos encontrando
nuestro camino con alguien a
quien amábamos, estábamos
pasando una etapa muy feliz en
nuestras vidas y parecía que él
se iba quedando como a parte.
Nicole no vino. Después
supimos que había decidido
dejar los estudios y dedicarse al
mundo de la moda. La verdad
es que me pareció muy
coherente por su parte, eso era
lo que realmente le gustaba y
por fin, había optado por tomar
sus propias decisiones en la
vida.
Pasamos un día estupendo.
Después nos fuimos al Major
League, Angie, Harry y yo. Mike
decidió que tenía que comprar
algunas cosas que necesitaba y
comprendía que las chicas
queríamos saber todo sobre la
historia de Harry. Sabía
también que entre nosotros
tres había una relación muy
especial y comprendía que
queríamos estar con Harry.
Además, estaba seguro de que
luego Angie se lo iba a contar
todo con pelos y señales, por
tanto le pondría al día sin
problemas.
Harry nos contó que había
conocido a Judith una tarde en
que llevó a su hermana
pequeña al cine y ésta se
encontró con una amiguita del
colegio que iba también con su
hermana mayor, Judith. Y ahí
comenzó todo entre ellos dos.
Fue un amor a primera vista.
Habían pasado el verano
viéndose casi a diario. Nos
enseñó una foto de ella. La
verdad es que era una chica
guapa y hacía muy feliz a
Harry. Ahora el único problema
era que ella estaba estudiando
en Boston y se iban a ver poco,
pero ya tenían planeado pasar
juntos los fines de semana.
Harry iba a ahorrar durante la
semana para poder permitirse
los gastos de los billetes de
tren, pero merecía la pena
porque así iba a estar más en
contacto con ella.
Nos prometió que nos la
presentaría en breve, porque
habían decidido ir un fin de
semana él allí y otro vendría
ella aquí.
Después llegó Mike y al cabo
de un rato también fueron
apareciendo los demás. Bueno,
Frank fue el único que no vino.
Llamé a Liam y le dije que se
viniera al terminar en el DEAL
NYC. Me dijo que tenía unas
cosas que hacer y que prefería
acabarlas. Quedamos en que
me vendría a buscar a las siete
y media para llevarme a casa.
A Liam no le gustaba nada que
yo anduviese sola por las calles
de Nueva York y sobre todo
durante la noche, así que
siempre se las arreglaba para
llevarme y traerme de un lado
a otro. Yo no sentía miedo,
Nueva York siempre me ha
parecido una ciudad muy
segura en la que siempre tengo
la sensación de estar
acompañada. Pero he de
reconocer que a mi me
encantaba que él hiciera eso
porque suponía pasar más
tiempo juntos.
Fue una tarde divertida.
Como siempre ocurría con mi
grupo de amigos, hablábamos y
reíamos de forma que me hacía
sentir realmente joven.
Estábamos al principio del curso
y todavía no teníamos grandes
preocupaciones o agobios por
exámenes ni por carga de
trabajos de las distintas
asignaturas. Además, yo ahora
tenía mucho más tiempo libre
desde que ya no trabajaba en
casa de Alisson y estaba más
relajada.
Después, fueron pasando
varias semanas desde que
habían comenzado las clases.
Recuerdo que era un día de
finales del mes de noviembre y
empezábamos a tener un
montón de cosas que preparar.
Harry y yo, como siempre,
hacíamos juntos los trabajos
que no eran individuales.
Era miércoles y habíamos
tenido un día intenso de clases,
todas ellas interesantes pero
necesitábamos despejarnos un
poco. Así que Harry, Angie,
Mike, Derek, Jane y yo nos
fuimos a tomar algo y hacer
unas risas en el Major League.
Se me pasó la tarde casi sin
enterarme, hasta el punto de
que de repente me di cuenta de
que era la hora en la que había
quedado con Liam en DEAL
NYC para mi sesión de
entrenamiento y todavía estaba
allí tranquilamente con mis
amigos. Llamé enseguida a
Liam para avisarle de que
llegaba tarde.
— Hola —dije un poco
apenada.
— Hola, Aliva —contestó en
un tono que me indicaba que
sabía lo que yo le iba a decir.
A estas alturas, Liam me
conocía perfectamente y sabía
qué significaba cada una de mis
palabras y cada tono de mi voz.
— Es que… —traté de
explicarle.
— Estás en el Major League
con tus amigos y has perdido la
noción del tiempo, ¿me
equivoco? —dijo.
Miré a Angie y a Harry
dándoles a entender con mi
gesto que Liam estaba un poco
disgustado con mi olvido.
— Sí —dije tratando de
mostrarme arrepentida.
— Sabes que tenía prevista
una reunión con la gente del
equipo después de tu
entrenamiento —dijo él en un
tono serio.
— Lo sé —susurré.
— No podemos tener tu
sesión hoy, ya no da tiempo —
continuó con sequedad.
— Ya —dije.
— Bueno. No pasa nada —
dijo ya más condescendiente—.
¿Quieres que te recoja después
en algún sitio y cenamos
juntos? —preguntó tratando de
parecer enfadado, pero
realmente se moría de ganas
de estar conmigo y además era
incapaz de enfadarse conmigo.
— Vale. ¿Cuánto tiempo
crees que te llevará la reunión?
—pregunté.
— No más de una hora. Pero
para asegurarnos, puedo
recogerte ahí en un par de
horas, ¿quieres? —me propuso.
— No. Mejor nos vemos en la
puerta de la librería que hay
junto al Madison Square
Garden, porque quiero pasarme
por allí a ver si tienen un libro
que estoy buscando —comenté.
— Hecho. Nos vemos en dos
horas allí —continuó ya con
alegría—. Te quiero, Aliva —
dijo con ternura.
— Te quiero —respondí yo
con una sonrisa y ese
hormigueo que me recorría
todo el cuerpo cada vez que le
escuchaba decir esas tres
palabras. Lo sentía con la
misma intensidad que la
primera vez que se lo escuché
decir.
Colgué el teléfono y me di
cuenta de que Angie y Harry
estaban observándome.
— ¡Guao! —exclamó Angie
con una sonrisa enorme.
Sonreí mientras cerraba los
ojos y sentí un poco de
vergüenza. Aunque por otro
lado, eran mis amigos y sabían
cuánto amaba yo a Liam; hasta
extremos que ni yo misma era
capaz de describir.
— Chicos. Me voy a ir dando
un paseo y esta vez quiero
estar a tiempo —dije mientras
cogía mis cosas del asiento—.
Nos vemos mañana en clase.
De camino a la librería me
encontré con Frank que
también se dirigía hacia allí.
Nos fuimos juntos, charlando.
Le vi con un semblante muy
cansado, me parecía que tenía
un aspecto como si hubiera
envejecido, incluso. Me
preocupaba ver así a mi amigo
Frank y no era capaz de
entender por qué había venido
así este año.
Cuando le pregunté por qué
estaba como triste, me contó
que no sabía a qué se debía,
pero que era cierto que él se
encontraba muy cansado, como
si le faltase algún tipo de
vitamina o similar. Decidí
posponer la compra de libros y
nos fuimos juntos a tomar un
café para poder charlar
tranquilamente.
Traté de ayudar a Frank
escuchándole, pues estaba
necesitado de alguien en quien
confiar y a quien poder contarle
lo que le pasaba. Le pregunté si
era algún problema con alguna
chica que le gustase o algo así.
Me dijo que no tenía nada que
ver con eso, de hecho había
una chica a la que había
conocido durante las
vacaciones de verano. Ella se
llamaba Dakota. La conoció un
día por casualidad y después
supo que ella también estaba
estudiando en Nueva York, lo
cual fue fantástico porque les
permitía seguir viéndose
durante el curso. Me dijo que
no había realmente nada serio
con Dakota, aunque es verdad
que él reconocía que estaba
enamorado de ella, pero iban
despacio. Por eso no nos la
había presentado todavía y por
eso, le veíamos tan poco. Ahora
comprendí muchas cosas sobre
el comportamiento de Frank en
las últimas semanas, desde que
habíamos empezado el curso.
De todos modos, aunque
entendía lo que pasaba y me
alegraba que Frank estuviese
bien con esta chica, he de
reconocer que seguía viéndole
mal, cansado, desmejorado y
como avejentado, lo que es
extraño en alguien que está
enamorado. Cuando estás
enamorado estás en un
momento de tu vida en el que
todo tu ser rejuvenece. Sin
embargo, a él le ocurría justo lo
contrario. Además, Frank era un
chico divertido, inteligente e
increíblemente bueno y noble.
Y ahora parecía como apagado
y esquivo, incluso hubo algún
momento en los últimos días,
en que se comportó como muy
brusco con nosotros.
Aunque él me veía como una
amiga de su misma edad, yo
contaba con la ventaja de
haber vivido una larga e
intensa vida, lo cual me daba
una perspectiva diferente de las
cosas.
Creo que la conversación
conmigo fue muy reconfortante
para Frank y le ayudó mucho
para recordar todo lo bueno
que tenía en su vida y volver a
sonreír. Esto último era algo
que llevaba tiempo sin hacer o
haciendo muy poco.
Para mí fue una charla muy
agradable pero de repente,
mientras hablábamos percibí
que los círculos de mi brazo se
estaban intensificando de
nuevo y a toda velocidad. Era
como si estuviesen volviendo a
salir con fuerza. De hecho,
disimuladamente me subí un
poco la manga para ver si se
apreciaban y pude ver que
estaban completa e
intensamente visibles. Aquello
me sorprendió porque yo los
tenía perfectamente
controlados hasta aquel día.
Por otro lado, me preocupó
porque yo sabía que esto era
un signo de que algún peligro
acechaba cerca de mí y, por
eso, se habían vigorizado,
porque eran mi protección más
potente ante los peligros
realmente graves para mi
existencia.
Miré el reloj de mi teléfono
móvil y vi que era ya un poco
tarde y quería llegar a tiempo a
la cita con Liam.
Cuando salimos a la calle,
nos dimos un cálido abrazo. Yo
en ese momento, volví a sentir
la fuerza de los círculos en mi
piel. Por un instante pensé que
podía estar relacionado con
Frank, pero lo deseché de
inmediato porque conocía a
Frank desde que empezamos la
carrera y nunca podría suponer
ningún tipo de peligro para mí.
No quise pensar más en ello.
Por otro lado, sé que Frank
sentía agradecimiento hacia mí
por aquella tarde y por haberle
escuchado y ayudado. Y por mi
parte, yo sentía un gran afecto
por él. Fue un abrazo sincero y
desde el cariño de dos amigos
de verdad.
Pero, de repente ambos nos
dimos la vuelta porque sonó
muy fuerte un coche que
aceleraba justo en el semáforo
de delante de nosotros. Nos
asustó la velocidad a la que
había salido y el estruendo que
provocó el sonido del motor.
No tardé ni medio segundo
en darme cuenta de que era el
coche de Liam. Me quedé
desconcertada por aquello,
aunque en un primer momento
pensé que iba así de rápido
para llegar a tiempo a
recogerme. Me despedí de
Frank y llegué caminando al
lugar donde había quedado con
Liam. Me extrañó mucho no
verle allí porque pensaba que,
a la velocidad a la que iba, ya
estaría esperándome. No quise
preocuparme y esperé un rato.
Pero, al cabo de una hora ya
estaba muy agobiada y empecé
a llamarle al móvil. No me
contestaba, así que llamé a
Amy.
— ¿Amy? —dije al escuchar
cómo descolgaba el teléfono.
— Hola, Aliva —respondió
ella con su habitual tono alegre
y cariñoso.
Casi no la dejé hablar y me
apresuré a preguntar.
— ¿Sabes algo de Liam?
¿Sabes dónde está? —pregunté
muy nerviosa.
— ¿Liam? No, no lo sé —dijo
ella aturdida—. En realidad,
pensaba que estaba contigo.
Salió de DEAL NYC hace más de
una hora. Me dijo que te iba a
buscar y que después pensaba
invitarte a cenar en su casa.
Estaba muy contento. De
hecho, me dijo que te había
compuesto una canción y
quería que la escucharas.
De repente, se detuvo.
Respiró y continuó.
— Aliva… ¿No está contigo?
Me estás empezando a
preocupar. Si me ha dicho que
se iba directamente a
recogerte, no iba a ningún otro
sitio —dijo Amy en un tono de
preocupación, como nunca le
había yo escuchado a ella que
siempre era tan alegre y
tranquila.
— Habíamos quedado en que
me recogía aquí hace más de
una hora. Cuando yo venía
hacia la librería, me he
encontrado con uno de mis
amigos, con Frank —relaté para
ver si Amy era capaz de
entender lo que podía haber
ocurrido con Liam.
Ella siguió escuchándome.
— Hemos estado tomando un
café juntos, cuando hemos
salido estábamos
despidiéndonos y hemos oído
un coche acelerar de forma
brutal. El estruendo nos ha
asustado. Cuando me he dado
la vuelta para mirar quién era
el loco que conducía de esa
forma tan violenta, he visto que
era el coche de Liam saliendo a
toda velocidad. Y era él quien
conducía. Al llegar aquí no
estaba, he pensado que estaría
dando vueltas porque no podía
aparcar. Y no ha aparecido —
expliqué apresuradamente a
Amy entre el sonido de los
coches y el barullo de gente a
mi alrededor que dificultaba
bastante nuestra conversación.
— Entiendo —respondió ella
con cierta frialdad esta vez.
— ¿Le habrá pasado algo?
Igual le ha parado la policía por
conducir de esa manera, ¿no?
—comenté con la esperanza de
que no fuese nada más que
eso.
— No lo sé, Aliva —dijo de
forma pausada—. ¿Le has
llamado al móvil? —preguntó
en un tono cada vez más
tranquilo.
Parecía como si estuviese
respondiéndome de modo
mecánico mientras en su mente
trataba de buscar una
explicación a lo que ocurría.
— Claro que le he llamado.
Le he dejado más de 20
llamadas perdidas pero no me
lo coge. No me da señal de que
esté apagado o fuera de
cobertura. Supongo que el
teléfono suena cada vez que le
llamo, pero no me lo coge.
Los nervios pudieron conmigo
y empecé a temblar.
— Por favor, que esté bien.
Que no le haya pasado nada.
¿Qué puedo hacer Amy?
Ayúdame —dije tiritando
también por el frío.
— Aliva, vete a casa. Te oigo
temblar y supongo que estás
muerta de frío, si llevas tanto
tiempo ahí fuera esperándole —
insistió.
— Pero… —dije aturdida.
— Hazme caso. Yo me
encargo de averiguar algo. No
te preocupes. Ya sabes que
Liam es muy fuerte. No le ha
pasado nada —dijo con
tranquilidad en su voz—. Estoy
segura. Tal vez es eso, que le
ha parado la policía y no te
puede responder al teléfono —
dijo en un tono tranquilizador.
— Vale —respondí asintiendo
—. Pero por favor, en cuanto
consigas hablar con él, dile que
me llame. Si estoy en el metro
y no le contesto porque no
tengo cobertura, que me
mande un mensaje para que yo
lo pueda ver en cuanto salga a
la calle. ¿Lo harás?
— Cuenta con ello. Y de
verdad, no te preocupes, ¿vale
hermanita? —dijo Amy en el
tono cariñoso en el que
habitualmente se dirigía a mí,
desde que Liam y yo le dijimos
que sabíamos todo el uno del
otro y que habíamos decidido
pasar juntos el resto de
nuestras vidas.
Me tranquilizó mucho hablar
con Amy, pero aún así estaba
preocupada. No era capaz de
imaginar qué había pasado
realmente. Lo que tenía claro
es que esto no era ni mucho
menos normal. Liam nunca
había hecho algo así antes.
Me metí en el metro. Poco a
poco, fui entrando en calor pero
eso no hizo que me
tranquilizase realmente.
Cuando salí de nuevo a la calle,
miré mi teléfono y nada. No
había ningún mensaje ni de
Liam, ni de Amy. Mientras
caminaba hacia casa, sentí
cómo los círculos de mi brazo
seguían ahí, pero ahora con
menor intensidad que cuando
estuve con Frank en la
cafetería. Aunque eso me
tranquilizó un poco, anduve
todo lo rápido que me fue
posible y llegué pronto a casa.
Entré y me fui directamente al
teléfono. Comprobé que
tampoco había ningún mensaje
en casa. La espera fue larga y
muy tensa. Empezaba a
imaginar todo tipo de cosas
horribles, pensaba que algún
Daimón le había hecho daño. O
que algún Laerim le estaba
apartando de mí. Desde luego,
tenía claro que algo grave
estaba pasando y sabía que el
hecho de que los círculos
protectores de mi brazo
hubieran vuelto a resurgir
ahora, tenía que ver con todo
aquello que estaba sucediendo
con Liam.
Pasaron más de dos horas y
nada. No recibí ninguna
llamada.
Llamé de nuevo a Liam y
seguía sin responder. Llamé
también a Amy y ella tampoco
contestó a mi llamada. Esta
vez, saltó su buzón de voz.
— Amy. Llámame, por favor
—dije entre sollozos—. Liam no
ha llamado, sigue sin contestar
al teléfono. No puedo más. Por
favor, dime algo… Dime que
todo está bien.
Colgué.
Desde el sofá de casa miré a
mi Luna que tenía una luz
intensa aquella noche. Era una
noche de Luna llena, de esas
que tanto me gustan y de las
que guardo tan buenos
recuerdos y tantas experiencias
que han marcado mi existir.
— Por favor, que todo esté
bien. Que Liam esté bien —le
susurré a mi Luna mientras
lloraba cada vez más
desconsoladamente.
Pasaron las horas y continué
sin saber nada de Liam.
Tampoco llamó Amy. Creo que
me quedé dormida después de
las cuatro de la madrugada. A
las cinco y media sonó la
alarma de mi teléfono, como
cada mañana. Cuando abrí los
ojos sentí que estaba en un
abismo y que me iba a caer sin
que nadie me pudiera ofrecer
una mano a la que agarrarme.
Mire mi teléfono para
comprobar que nadie había
llamado, que no había ningún
mensaje. Ni rastro de Liam.
Traté de tranquilizarme pero no
pude. Sabía que era muy
temprano para llamar a nadie
pero volví a intentarlo. Llamé a
Liam y a Amy y ninguno de
ellos respondió. Decidí llamar a
Ely y tampoco ella cogió el
teléfono. Lo mismo con David.
Sentí oscuridad y silencio,
vacío y abismo absoluto.
No sabía qué hacer. No podía
ir a clase en este estado. Me
habría gustado poder contarle
todo a Angie y a Harry para que
ellos me hubiesen consolado en
estos momentos tan
angustiosos, pero sabía que no
podía hacerlo porque habrían
empezado a hacer preguntas
que no estaba en disposición de
poder responder.
Me sentí muy sola, como
hacía tiempo que no me
ocurría. Hasta la Luna
empezaba a marcharse aquella
mañana y parecía acrecentar
mi soledad. Me vestí y fui hasta
la casa de Liam.
Llamé al timbre pero nadie
respondió.
Estaba cada vez más
nerviosa. Volví al metro y me
dirigí a DEAL NYC con la
esperanza de encontrarle allí o,
al menos, de encontrar a Amy o
de que Sam me contase algo
sobre lo que había ocurrido.
Entré en DEAL NYC y
supongo que se podía apreciar
claramente la angustia en mi
rostro.
— Hola, Aliva —dijo Sam
mientras levantaba la cabeza
para mirar quién había entrado
y darse cuenta de que era yo—.
¿Estás bien? —dijo tocando mi
brazo con su mano, creo que en
un intento de tranquilizarme.
— No mucho, Sam —respondí
bajando la mirada, pues estaba
muy cansada a estas horas ya
después de la larga espera.
— ¿Cómo puedo ayudarte? —
preguntó él preocupado.
Sam parecía tener siempre la
capacidad de decir aquello que
yo necesitaba escuchar cuando
hablaba con él.
Le miré a los ojos con la
confianza de que él pudiera
decirme algo que me
tranquilizara.
— ¿Sabes dónde está Liam?
—aparté el pelo de mi cara y
apoyé mi cabeza sobre el brazo
derecho en el mostrador que
nos separaba a Sam y a mí.
Yo respiraba de forma
apresurada y necesitaba un
descanso.
Sam me miró sorprendido. Él,
mejor que nadie, sabía que
Liam y yo no nos separábamos
nunca más de unas pocas horas
desde el día en que nos
conocimos en DEAL NYC,
teniendo al propio Sam como
testigo de aquel momento en
que el hechizo comenzó.
— No —dijo y noté que había
preocupación en su forma de
responderme.
Volví a respirar
profundamente y estuve a
punto de ponerme a llorar allí
mismo. Sam se dio cuenta y
rápidamente, volvió a poner su
mano sobre mi brazo, en un
gesto tranquilizador.
— Pero puedo decirte que
hace un rato ha llamado Amy.
Levanté mi cabeza y la
mirada de repente y le
interrumpí bruscamente.
— ¿Qué te ha dicho? ¿Dónde
está Liam? ¿Qué ha pasado?
Sam, por favor, tienes que
decirme algo al respecto o me
volveré loca —pedí elevando mi
tono de voz más de lo habitual.
— Tranquilízate, Aliva.
Seguro que todo está bien.
Y empecé a llorar.
— Ven, vamos. Ven conmigo
al despacho de Amy. No creo
que te ayude estar aquí en
medio de todo —dijo Sam
saliendo del mostrador de la
recepción donde estaba.
Miró a la chica que trabajaba
con él.
— Lisa. Por favor, hazte
cargo tú. Voy con Aliva al
despacho de Amy —dijo con su
habitual amabilidad.
— Claro. Yo me encargo,
Sam —respondió ella con una
sonrisa, comprendiendo que yo
necesitaba que Sam me sacara
de allí.
— Gracias —respondió él.
Tomó la llave del despacho
de Amy y me acompañó hasta
allí. Encendió la luz al entrar y
nos sentamos en el sofá que
Amy tenía junto a uno de los
grandes ventanales.
Sam cogió una botella de
agua, la abrió y me la ofreció
para que bebiera algo.
Se lo agradecí con la mirada
y bebí un poco. Me hizo bien
aquel trago de agua.
— ¿Qué te ha dicho Amy?,
por favor, Sam —supliqué
mirándole a los ojos con la
esperanza de saber algo.
— Ha llamado hace un ratito
y me ha dicho que estaba con
Liam, que había habido un
pequeño problema y que
llegarían los dos un poco más
tarde hoy —explicó Sam—. No
sé qué ha podido pasar pero te
aseguro que su tono de voz era
tranquilo. No te preocupes, ya
verás como no es nada.
Me sentí algo más calmada
pero no fue suficiente para mí
la explicación de Sam. Conocía
perfectamente a Amy y sabía
que, tanto ella como Liam, eran
capaces de aparentar lo que
querían ante los crédulos ojos
de un ser humano. Por eso, el
hecho de que Sam dijera que
su tono de voz era sereno no
me sirvió de mucho.
— Gracias, Sam —respondí
pero continué con mis
preguntas—. ¿Cuánto hace que
ha llamado? ¿A qué hora te ha
dicho que tenían previsto
llegar? Por favor, dime
exactamente que te ha dicho,
Sam —imploré agarrándole las
manos y mirándole a los ojos,
suplicando algo más de
información con mi mirada.
— Eso. Exactamente lo que
te acabo de explicar, que
llegarían más tarde hoy pero no
ha especificado ninguna en
concreto. Llamó hace
aproximadamente una hora —
continuó Sam—. Pero créeme,
todo esta bien. Estoy seguro.
Confía en mí —y sonrió.
Bajé mi mirada, solté sus
manos, suspiré y cerré los ojos.
— Bueno, al menos sé que
Amy está con Liam, lo cual es
bueno. Y sé también que tienen
previsto venir por aquí —dije
mientras me levantaba del
sofá.
Sam me siguió y también se
levantó.
— Sam.
— Dime.
— Gracias —dije con una
pequeña sonrisa y algo más
serena que hacía unos minutos
—. Voy a cambiarme y haré
algo de ejercicio hasta que
lleguen. Sé que me hará bien.
— Seguro —respondió con su
amable sonrisa—. Te acompaño
y te doy la llave de tu casilla.
Le devolví una mirada de
agradecimiento.
Estuve durante más de dos
horas en la sala de máquinas.
Y no llegaron. Ni Amy, ni
Liam.
Empezaba a sentirme muy
cansada, porque tenía los
nervios a flor de piel y por el
propio esfuerzo físico de las
horas que llevaba allí. Cogí la
toalla, una bebida isotónica y
me senté en uno de los bancos
de descanso.
Después de un rato me fui al
vestuario, me di una ducha y
me cambié de ropa. Siempre
tenía ropa limpia en mi casilla y
e s t a vez me vino muy bien
porque no me había cambiado
desde el día anterior.
Salí, miré a Sam desde la
puerta del vestuario de chicas y
me hizo un gesto de negación
con la cabeza indicándome que
todavía no había llegado
ninguno de los dos.
Decidí marcharme a casa a
descansar un poco. Le pedí a
Sam que me avisase si sabía
algo y le di las gracias por todo.
Me fui dando un paseo hasta
mi edificio. Y fui pensado en
que realmente yo ya no podía
vivir sin Liam. Sentí un vacío
completo que impregnaba todo
mi ser. Este vacío me quitaba
fuerza, me debilitaba. Al tiempo
que tenía esta sensación y
pensaba en ello, me di cuenta
de que los círculos de mi brazo
se volvían a marcar con mayor
intensidad. Aquello me
inquietó, aunque por otro lado,
pensé que era una manera de
protección por la que yo debía
sentirme agradecida.
Llegué a casa y me tumbé en
el sofá. Poco a poco, me fui
quedando dormida. Pasaron
más de cuatro horas, cuando al
fin sonó mi teléfono. Me
desperté de un sobresalto al
escuchar ese sonido. Me lancé
de un brinco hasta la mesa en
la que tenía el teléfono, vi que
era Liam quien llamaba y
rápidamente lo cogí.
— ¡Liam! —grité.
— Aliva —dijo él muy
suavemente.
Escuchar su voz fue una
sensación muy apacible,
aunque he de reconocer que su
voz me estremeció, una vez
más. Cerré los ojos mientras
respiraba profundamente. En
aquel momento, todos mis
miedos parecían desvanecerse.
Estaba escuchando su voz y eso
sólo tenía un significado para
mí: estaba vivo y estaba bien.
¿Qué más podía importarme o
preocuparme ya en ese
instante? Aun así, al abrir de
nuevo los ojos un segundo
después, seguía enojada por
las difíciles horas que había
vivido sin Liam.
— ¿Dónde estás? —dije entre
preocupada y enfadada,
mientras miraba la hora en el
reloj de la cocina y me daba
cuenta del tiempo que había
pasado desde que llegué a casa
y me quedé dormida.
— Estoy en DEAL NYC. ¿Estás
bien? —dijo en un tono suave
que me embaucaba.
— Necesito que vengas, por
favor —supliqué en un susurro.
— He visto que me has
llamado varias veces pero es
que me olvidé el teléfono en la
mesa de la oficina —me explicó
como si no hubiera pasado
nada.
Habló ahora marcando cierta
distancia con sus palabras.
— Liam, por favor ven —dije
con un tono de voz incrédulo
que sé que Liam percibió
perfectamente.
— Ahora no puedo. Tengo
que hacer unas cosas —dijo
fríamente.
Me quedé en silencio.
— Mejor nos vemos mañana,
Aliva.
Sentí cómo su manera de
decirme aquello me destrozaba
el corazón, me quedé helada
con su frialdad. No era capaz de
comprender qué estaba
pasando y me pareció como si
me faltase el aire, era como si
me asfixiara. No pude
responder nada.
— Te dejo, ¿vale? Me están
esperando. Adiós —y colgó.
Sentí que me moría. Si no
tenía a Liam ya no quería la
eternidad, ya no me importaba
ser inmortal o no serlo. Me
sentí tan triste que ni siquiera
era capaz de llorar. Estaba
decepcionada.
No soy consciente de cuánto
tiempo pasó después de
aquella llamada que me dejó
gélida, en el más amplio
sentido. Creo que me dormí
antes de que se acabase el día,
ese horrible día para mí
marcado por el miedo y la
soledad, por el vacío más
profundo que jamás pude
imaginar.
Al día siguiente me levanté a
la misma hora de siempre y me
fui a la facultad. Entré en la
cafetería y tomé un café con
sabor a avellanas muy caliente.
La mañana era muy fría y
húmeda, yo estaba triste y
necesitaba el sabor de ese café
que tanto me gusta. Cuando
terminé, me fui a clase. Era
muy temprano y no había
llegado nadie todavía pero me
quedé allí sentada a la espera
de que fuesen llegando el resto
de mis compañeros para
empezar el día. Al cabo de muy
pocos minutos, entró un chico,
iba mirando y como buscando
algo, parecía nuevo allí. Era
alto, diría que medía algo más
de 1,90 m. Tenía el pelo
castaño oscuro, la piel algo
bronceada y los ojos azules
como el mar. Caminaba con
mucha elegancia y su mirada
era pura, como sin miedo. Su
apariencia le hacía resultar muy
atractivo, seductor incluso. Era
de una belleza extrema.
Me vio y se acercó.
— Hola. ¿Estás en esta clase?
—preguntó con amabilidad y
con un tono de voz muy
agradable, que te invitaba a
conversar con él.
— Sí —respondí mirándole a
los ojos.
— Me llamo Alan —se
presentó alargando su mano
para saludarme.
Le devolví el saludo.
— Encantada. Yo soy Aliva —
sonreí.
— Hola, Aliva. Soy nuevo por
aquí. Me incorporo esta semana
a las clases y ando un poco
perdido, la verdad —explicó,
mientras se sentaba en la silla
que había delante de la mía y
le daba la vuelta para
mantener una conversación
conmigo.
— Ya veo —dije con una leve
sonrisa—. Las clases no
empiezan hasta dentro de 40
minutos.
— Lo sé, pero todavía no
controlo bien las distancias que
necesito para llegar hasta aquí
y prefiero venir con tiempo —
comentó—. Me temo que tú
también andas un poco
perdida, ¿no? —dijo con una
sonrisa entre burlona y
seductora— Quiero decir, que
tú ya estás aquí a pesar de que
falta bastante para que
empiece la clase.
Habló con un tono algo
malicioso y elevó su ceja
izquierda reforzando ese tono
con el gesto.
— Sí, la verdad es que ando
un poco perdida últimamente —
reconocí, bajando mi mirada
hacia el suelo como tratando de
conectar otra vez con mis
emociones tan a flor de piel en
aquella mañana fría y húmeda.
— ¿De dónde eres, Aliva? —
preguntó— Me gusta tu
nombre, no lo había escuchado
antes. ¿Significa algo? —se
interesó por conocer algo más
de mí, mientras se inclinaba
hacia mí y apoyaba su cabeza
sobre el brazo que había puesto
en el respaldo de la silla.
— Nací aquí en Nueva York,
aunque he vivido mucho tiempo
en España y ahora hace unos
pocos años volví aquí para
estudiar —me detuve una
fracción de segundo—. Y
supongo que me quedaré aquí
durante bastante tiempo —dije
todo esto como quien recita
algo de forma rutinaria, pero
respondiendo sin interés en la
conversación.
Alan me miraba y escuchaba
mis palabras con suma
atención. No sé, pero de algún
modo me recordaba a Liam en
esa forma de observar los
detalles más insignificantes de
cada uno de mis micro
movimientos.
He de reconocer que Alan me
intrigaba. Lo hizo desde el
mismo instante en que le vi por
primera vez, a pesar de que era
uno de los peores momentos de
mi vida; era un día en el que yo
estaba completamente perdida
y como desenfocada de todo.
Nunca sentí por él nada
parecido a lo que sentía por
Liam, pero sí que es cierto que
me atraía y me intrigaba de
forma muy especial. Para mí
era como de otro mundo, a
pesar de estar en este.
— Adoro esta ciudad —
expliqué, tratando de cambiar
el tono aburrido de mi
conversación, al tiempo que
elevaba mi mirada hacia uno de
los grandes ventanales del
aula, en un intento de llevarme
parte de la belleza de mi ciudad
en una bocanada de aire que
mi hiciese sentir mejor.
Alan continuaba prestándome
la máxima atención en el frío
silencio del aula. Digo frío
silencio, pero reconozco que
desde que la llenó con su
presencia yo fui sintiendo algo
parecido al calor del hogar. Sé
que no es fácil explicar lo que
quiero decir y que resulta difícil
de entender, pero la presencia
de Alan aquella mañana me
producía la apacible sensación
de quien encuentra un refugio
en medio de una fría tormenta.
— Aliva es un nombre que
medio inventaron mis padres.
Hay una pequeña ciudad en
España, Ávila, que les gustaba
mucho y que tenía un
significado especial para ellos.
Cuando yo nací, decidieron
ponerme el nombre de su
ciudad, pero fue algo así como
en clave. Le dieron la vuelta y
lo convirtieron en mi nombre,
Aliva —le conté mientras
jugueteaba con mi anillo,
tratando de disimular mis
nervios de aquella mañana.
— Qué bonita historia,… Aliva
—dijo mirándome a los ojos y
transmitiéndome un brillo que
parecía hacerme revivir.
Fue una sensación como si
me estuviese pasando parte de
su preciosa energía en un
momento en que yo sentía que
me marchitaba. Creo que tal
vez por eso hablé tanto sobre
mí y mis orígenes con un
desconocido como era Alan
para mí.
— ¿Por qué te incorporas tan
tarde a las clases? —indagué y
sé que le hablé con la misma
dulzura que lo hacía cuando
hablaba con Liam.
He de reconocer que me
sentía algo desorientada con su
presencia, incluso despertaba
en mí algún tipo de admiración
o algo así. Sentía una cercanía
especial hacia él.
Era todo muy extraño,
aunque no viví, ni de lejos, el
hechizo intenso ni el amor que
le profesé a Liam desde el
mismo instante en que le vi por
vez primera. La verdad es que
Alan generaba en mí un
sentimiento de protección y de
paz que me reconfortaba de tal
manera que incluso llegué a
confundir mis sentimientos en
aquellos primeros instantes y
creo que también en algunos
momentos de las semanas
siguientes.
De repente, me parecía que
no podía dejar de mirarle y que
me gustaba estar cerca de él,
estar a solas con él. El tiempo
parecía pasar lentamente,
aunque ya estaba a punto de
empezar a llegar la gente.
Él me miró y continuó con su
respuesta a mi pregunta.
— Bueno, es un poco
complicado. Yo tenía una beca
que me habían concedido para
estudiar aquí, pero algo ocurrió.
Parece ser que la universidad
perdió la documentación y
cuando iban a empezar las
clases y no llegaban los papeles
finales, llamé y me dijeron que
no estaba entre los alumnos de
este curso. Entonces tuve que
demostrar que había un error
porque yo había recibido una
carta con mi admisión y con la
concesión de mi beca. Eso ha
demorado la posibilidad de que
yo pudiera empezar el curso a
tiempo. Me dijeron que tal vez
era mejor que esperase hasta
el próximo año porque ya todos
lleváis un ritmo al que será más
difícil adaptarme, pero yo insistí
en que es importante para mí
estar ahora aquí y me
comprometí a esforzarme al
máximo para estar al nivel. Así
que, todo se arregló y por fin
estoy aquí —dijo con una
sonrisa y elevando sus ojos
hacia arriba, como dando
gracias a alguien por aquella
oportunidad.
— Pues me alegro de que
todo haya salido bien, al fin. Y
bienvenido, Alan —dije con una
sonrisa amable—. Si quieres,
puedes sentarte conmigo y
puedo ayudarte en lo que
necesites.
— ¿En serio? —exclamó—
Muchas gracias, me vendrá muy
bien —dijo poniendo su mano
derecha sobre su corazón, en
un gesto de sincero
agradecimiento.
Vi a Angie entrar en clase.
Me estaba mirando sorprendida
por la presencia de Alan a mi
lado. Se acercó.
— Hola —saludó mirándome
a mí y también a Alan.
La conozco y sé que estaba
esperando que le presentase a
aquel impresionante chico y
además que le contase todo
sobre él y sobre el hecho de
que estuviésemos juntos. Sólo
por la forma en que dijo “hola”
supe que todo eso estaba
bullendo en su cabeza.
— Hola, Angie —sonreí.
Angie no apartó la mirada de
mí para que le presentase a
Alan. Recuerdo que
internamente me hizo reír su
actitud. Angie me hacía mucha
gracia cuando se ponía en ese
plan de “quiero saberlo todo y
quiero saberlo ahora mismo
porque además este chico es
un bombón”.
— Alan te presento a Angie,
mi mejor amiga —dije
regalándole una cariñosa
sonrisa a ella—. Angie, él es
Alan. Es nuevo. Se incorpora
hoy a las clases.
Alan se levantó para
saludarla en un gesto de
cortesía y caballerosidad poco
habitual en los chicos con los
que nosotras nos
relacionábamos en clase.
Vi como Angie quedó
deslumbrada ante aquella
actitud casi olvidada por las
chicas de hoy, pero que a
ambas nos gustaba mucho.
Bueno, he decir que también el
atractivo físico de Alan
contribuyó a deslumbrarla.
— Encantada, Alan. Y
bienvenido —dijo
absolutamente seducida por él.
Le brillaron los ojos como
nunca había visto a Angie.
En ese momento, entraban
Harry, Mike, Derek y Jane por
la puerta y se acercaron hasta
donde estábamos nosotros.
Me encargué de presentarles
a Alan y explicarles a todos que
se incorporaba a las clases para
continuar hasta el final de la
carrera. Todos fueron muy
amables, aunque Mike le
sometió a un completo
interrogatorio en el minuto que
transcurrió hasta que entró el
profesor en clase y se vio
obligado a detenerse.
Cuando ya se había iniciado
la clase, Angie estaba sentada
a mi lado como siempre y no
dejaba de mirar a Alan.
— ¿De dónde lo has sacado?
—me dijo Angie en voz muy
bajita al oído.
Me hice la tonta para ponerla
un poco nerviosa. Me divertía
mucho cuando se ponía así.
Reconozco que fui un poco
mala con mi amiga, pero es
que realmente me lo pasaba en
grande cuando jugaba con ella
en estos temas de chicos
guapos, incluso en unos
momentos tan tristes como los
que yo estaba viviendo aquel
día.
— ¿A qué te refieres? —
susurré haciéndome la
despistada.
Abrió unos ojos como platos,
tratando de decirme con ese
gesto que sabía que la estaba
entendiendo y que al salir de
clase se las vería conmigo si no
le contestaba ya.
— Ah, ¿él? —dije señalando a
Alan con mis ojos.
Angie apretó los labios para
contener las ganas de gritarme.
Incluso en días tan difíciles
como los que yo estaba
viviendo, Angie siempre traía
aire fresco a mi vida y a mi
forma de vivir las cosas
difíciles.
— Yo estaba aquí en clase y
él ha llegado. Nos hemos
puesto a hablar. Y… el resto ya
lo sabes —dije restándole
importancia y tratando de
acabar la conversación para
que el profesor no nos llamase
la atención.
Angie estaba absolutamente
interesada en Alan.
— ¡Es una divinidad! ¡Es más
que guapo! ¡Es perfecto! —
reiteró en voz baja, para que
nadie la oyese pero a
kilómetros de distancia
cualquiera podría adivinar lo
que estaba diciendo, sólo con
ver esas muecas que la
delataban.
Le devolví una sonrisa pero
no le dije nada para que se
callase, porque el profesor ya
nos había echado un par de
miradas y yo sabía que a la
tercera nos llamaría la
atención.
Por mi parte, reconozco que
estuve toda la clase pendiente
de Alan sin dejar de mirarle por
el rabillo del ojo. Él parecía
estar completamente atento a
las explicaciones del profesor.
Tomaba nota de todos los
temas importantes que iba
explicando el Señor Bradley.
Después tuvimos un par de
asignaturas más, hasta que
llegó la hora del descanso para
el almuerzo. Nos fuimos todos a
la cafetería. Alan fue el centro
de atención para todos, que le
fueron preguntando miles de
cosas para ir conociéndole
mejor. Yo le tenía en frente y vi
cómo pacientemente Alan iba
atendiendo todas y cada una de
las cosas que le decían y le
preguntaban mi jóvenes
amigos. De vez en cuando, me
miraba con complicidad y yo le
devolvía una dulce sonrisa.
Angie estaba absolutamente
interesada y pendiente de Alan,
lo cual Mike pudo percibir igual
que nos ocurrió a todos los
demás.
Pobre Mike, fue el principio
del fin de su relación con Angie
quien se dio cuenta de que
Mike sólo había sido un amor
pasajero. Al cabo de unos días
lo dejaron. Mike lo pasó mal,
pero al menos Angie había sido
sincera con él. Se había
enamorado completamente de
Alan desde el mismo instante
en que le vio. Y ya no hubo
marcha atrás, no hubo ninguna
posibilidad ya ni ningún futuro
para su relación con Mike.
Al salir de clase, Alan me
preguntó dónde vivía yo. Y qué
sorpresa, me contó que había
encontrado una habitación en
un apartamento compartido con
otros estudiantes que quedaba
muy cerca de mi casa. Así que
nos fuimos juntos en el metro.
Fuimos hablando, pero yo no
podía dejar de pensar en Liam.
Estaba entretenida y además
me sentía muy tranquila y
segura junto a Alan pero seguía
sintiendo el vacío de la
ausencia de Liam y la tristeza
que me habían producido las
frías palabras que me dijo al
teléfono.
Al salir del metro, miré a mi
alrededor con la esperanza de
verle apoyado sobre su coche
blanco esperándome, como
tantas otras veces, con su
eterna sonrisa y el brillo de sus
ojos felinos. Esa imagen que yo
tenía grabada en mi mente me
producía una recarga de
energía cada vez que venía a
mi recuerdo y por supuesto,
cuando la vivía en la realidad,
verle así esperando por mí era
como volver a nacer.
Sin embargo, hoy no estaba.
No había ni rastro de Liam,
parecía como si se hubiera
esfumado. Y yo tenía un
pensamiento vacío que me
ahogaba.
Llegamos al portal de mi
edificio.
— Bueno, ésta es mi casa.
Gracias por acompañarme.
Mañana nos vemos —dije con
dulzura.
— Gracias a ti por ayudarme
en mi primer día de clase —
sonrió con su mirada seductora
—. Hasta mañana, Aliva.
Descansa, hoy ha sido un largo
día.
Y se fue caminando, mientras
yo salía de la magia de su
presencia para volver al vacío
de la realidad.
Subí en el ascensor hasta mi
casa. Entré y lo primero que
hice fue mirar el teléfono para
ver si había alguna luz que me
indicara que había un mensaje,
con la esperanza de que Liam
me hubiera llamado. Pero nada,
el vacío se agrandaba más a
cada instante.
Me quité la chaqueta, miré
mi brazo y me tranquilizó ver
que los círculos casi no se
apreciaban. Pensé que tal vez
el peligro estaba pasando o
había terminado al fin. Pero sin
Liam a mi lado no me
importaba si había algún
peligro acechando o si no lo
había.
La noche fue creciendo.
Había unas espesas nubes
negras que no me dejaban ver
la Luna. Cada minuto que
pasaba me sentía más sola.
Sonó el teléfono y mi corazón
dio un vuelco. También de
repente, los círculos se
intensificaron bruscamente,
incluso sentí dolor en el brazo.
— ¿Sí? —dije al descolgar.
— ¿Aliva?
— Hola, Frank —saludé con
cariño, aunque con poca fuerza
en mi voz.
— Hola, perdona que te
llame —se disculpó por la
llamada.
Realmente no era tarde, sólo
eran las nueve.
— No pasa nada, Frank. Es
muy temprano para mí —le dije
para tranquilizarle.
— No estoy bien —confesó
con la voz entrecortada.
— ¿Qué pasa, Frank? —dije
asustada— ¿Estás enfermo? Tu
voz no suena bien.
— Lo sé. He ido al médico y
dice que todo en mi cuerpo
está perfectamente pero yo me
siento muy triste, incluso siento
miedo. Es como si hubiera
recorrido cientos de kilómetros.
Estoy exhausto. No tengo
fuerzas —dijo despacito.
— ¿Cómo puedo ayudarte,
Frank?
— No voy a ir mañana a
clase. ¿Puedes tomar tú los
apuntes y pasármelos después?
—me pidió— Tú tienes una
letra muy clara y entiendo muy
bien tus notas.
— Claro que sí, cuenta con
ello por supuesto —respondí—.
Pero cómo puedo ayudarte de
verdad. ¿Quieres que te lleve a
algún sitio, a un hospital? o no
sé.
— No, no te preocupes.
Dakota viene hacia aquí. Si eso
fuese necesario, ella me
acercaría. Tranquila, no estaré
sólo. Pero de todos modos,
gracias. Sólo necesito estar
tranquilo porque sé que cuento
contigo para los apuntes —
explicó.
Cuando escuché el nombre
de ella, volví a notar cómo los
círculos intensificaban su
acción. Y al mismo tiempo,
escuché un tono en mi teléfono
que me indicaba que me estaba
entrando una llamada.
— Eso está hecho, Frank —
contesté—. Me está entrando
una llamada ¿me das un
minuto?, no cuelgues —pedí
apresuradamente.
— No, no Aliva. No te
preocupes. Eso era todo. Nos
vemos en unos días —se
despidió.
— Adiós, Frank —dije con
preocupación.
Di al botón de descolgar para
recuperar la llamada entrante
tan rápido que ni siquiera miré
quién era la persona que me
llamaba. Tenía la esperanza de
que fuese Liam.
— ¿Sí? —dije.
— Hola. Soy Alan.
Me sorprendió realmente.
Nos habíamos cambiado los
teléfonos cuando volvíamos a
casa en el metro, pero yo no
esperaba que me llamase esa
misma noche.
— Hola —dije transmitiendo
mi intriga y mi sorpresa por la
recepción de esta llamada.
— Sólo quería saber si estás
bien —dijo con una enorme
dulzura que no pude por menos
que agradecer.
— Ah —esto fue lo único que
pude decir porque me quedé
sin palabras.
— Perdona si es tarde, pero
te llamo para saber si estás
bien porque estaba escuchando
en las noticias que ha ocurrido
algo extraño en la zona por la
que tu vives y quería
convencerme de que todo va
bien —dijo excusándose.
— No, no te preocupes. Todo
está bien —respondí muy
extrañada por su llamada—.
¿Qué ha pasado? —pregunté
porque yo no había visto las
noticias y no sabía nada.
— Al parecer ha habido una
fuerte pelea de bandas o algo
así, alguien ha llamado a la
policía y cuando han llegado,
han encontrado sangre pero
ningún cuerpo, nada —explicó
—. Todo muy raro. Y ha sido a
sólo dos calles de tu casa.
— Qué horror. No, no sabía
nada. No he puesto la tele, ni
he escuchado la radio. De
hecho, ahora estaba hablando
con Frank —expliqué algo
aturdida.
— ¿Frank?
— Ah, es verdad no le
conoces. No estaba hoy en
clase. Bueno, es uno de los
amigos de mi grupo. Me ha
llamado porque está algo
pachucho y mañana no irá a
clase. Cuando venga, te lo
presentaré —expliqué—.
Puedes dormir tranquilo. Estoy
bien.
Mientras hablaba con él,
miraba mis círculos y veía cómo
parecían relajarse tanto como
yo al sentir la presencia de su
voz.
— Vale. Mañana nos vemos.
Buenas noches —dijo Alan.
— Hasta mañana —me
despedí.
Al colgar, me sorprendí a mí
misma pensando en Alan como
una especie de ángel protector.
Le había conocido esa misma
mañana, sin embargo me
parecía como si hubiese
formado parte de mi vida desde
siempre. Ahora lo pienso y sé
que no es normal lo que
ocurrió. Quiero decir, que no
parece muy habitual que te
llame por la noche un
compañero de clase al que has
conocido ese mismo día y te
diga que está preocupado por ti
y quiere asegurarse de que
todo está bien.
Pero a mí Alan me
reconfortaba, me transmitía
una calma y una paz enormes.
Él era como un cálido abrazo en
medio del frío de una noche de
invierno sin Luna. Por eso, me
sentí arrastrada hacia una idea
de normalidad ante todo lo que
me estaba pasando en relación
con él.
Sabía que no había
despertado en mí un
sentimiento de amor como el
que tenía por Liam, ni mucho
menos. Pero la conexión con
Alan era intrigante, muy
intrigante. Y al mismo tiempo,
era dulce y seductora,
fascinante y maravillosa.
De repente, me vi marcando
su número de teléfono.
— Hola, Aliva —dijo al
descolgar.
Sabía que era yo, pues
estaba viendo mi número.
— Hola—dije tímidamente.
Me quedé callada, sin saber
qué decir. Estaba sentada en el
sofá, con Alan al otro lado del
teléfono y sin saber por qué o
para qué le estaba llamando.
— ¿Estás bien? —me
preguntó, tras escuchar mi
silencio.
— Sí —dije mientras me
parecía encogerme en un
intento de sentirme abrazada
por su voz en la distancia—-.
No sé,… necesitaba hablar
contigo.
— Aquí estoy —respondió él y
su cercanía me hizo
estremecer.
— ¿Qué estabas haciendo?
— Leía. Todavía es temprano
para mí y estaba tratando de
ocupar mi tiempo con un libro
—me contó.
— Ah —respondí.
— Pero prefiero hablar
contigo, Aliva.
Suspiré.
— No tengas miedo. Ahora
todo está bien —dijo en un
tono tranquilizador que
aplacaba mi ansiedad.
— No tengo miedo. Pero
necesito respirar aire fresco.
Los dos últimos días han sido
muy tristes para mí.
Es curioso, pero no me
parecía raro estar contándole
todo esto a un extraño.
Supongo que era porque Alan
me resultaba muy familiar. Le
sentía como una especie de
refugio en esos momentos de
tristeza que estaba viviendo en
aquellos días.
Él me escuchaba con
atención y sin prisa.
— No nos conocemos de
nada pero algo me dice que
puedo hablar contigo sobre lo
que me está pasando —dije
convencida de que esto era así.
Sabía que me estaba
escuchando, aunque no dijo
nada.
— Tengo la sensación de
estar adentrándome en un mar
que me arrastra hasta un lugar
vacío y…y yo misma me siento
vacía —me daba cuenta de que
mis palabras podían sonar
inconexas e incoherentes para
un extraño que no sabía
absolutamente nada de mi
vida.
— ¿Y dónde está tú fuerza?
—preguntó cuando yo me
detuve.
— ¿Qué? —dije sorprendida
ante su pregunta.
Me recordó a Martín. Ésta era
la misma pregunta que él me
había hecho cuando yo me
sentía perdida tras la muerte
de Ángel y no era capaz de
tomar las riendas de mi vida,
aquella tarde en la que hicimos
la barbacoa en mi casa de la
playa.
— Busca tu fuerza, Aliva.
Escucha a tu corazón. Sé tú
misma, quien eres
auténticamente y verás cómo el
vacío se llena —dijo con una
enorme ternura en su voz.
Me quedé callada.
— ¿Aliva?
— Sí. Estoy aquí —dije con mi
voz entrecortada y poniendo la
mano sobre mi garganta
porque necesitaba comprobar y
asegurarme de que seguía
respirando.
— Recuerda quién eres —dijo
con firmeza—. Y no te dejes
embaucar por los
encantamientos de ningún
hechizo peligroso.
— ¿De qué me estás
hablando, Alan? —le interrumpí
— ¿Quién eres?
— Soy como tú —afirmó.
— No sé qué significa eso —
alegué, mientras apartaba el
pelo de mi cara, levantaba los
ojos para cerrarlos un segundo
después y respirar
profundamente, en un intento
por entender todo aquello y por
dar sentido a las palabras que
Alan me decía con enorme
dulzura, lentamente y con
suavidad en su voz.
— Estoy aquí para ti, Aliva—
susurró transmitiendo una
inmensa bondad en esta frase
cargada de generosidad.
Se detuvo un segundo y
luego continuó subiendo algo el
tono de su voz.
— Podemos desayunar juntos
antes de clase… si quieres,
claro —dijo.
— Vale —respondí con un
pequeño hilo de voz.
— Piensa en lo que te he
dicho —me pidió.
— Lo haré. Te lo aseguro —
respondí, mientras jugaba con
la tela de la camiseta que
llevaba puesta, dándome
cuenta entonces que todavía
conservaba el aroma de Liam.
— Hasta mañana. Duerme —
se despidió cariñosamente.
— Hasta mañana.
Cuando colgué el teléfono,
una especie de calor recorría
todos los rincones de mi piel,
era como una auténtica recarga
de energía en estado puro.
Me levanté, dejé el teléfono
sobre la mesa de cristal que
tenía delante del sofá y me fui
a la cocina. Abrí la nevera y
saqué una botella de leche de
soja que preparé con cacao y la
calenté. Mientras removía la
leche para disolver el cacao, allí
de pie en mi alegre cocina, el
sonido tintineante de la cuchara
sobre el vaso en medio del
silencio de aquella noche vacía
y fría, me recordó una frase de
Alan: “soy como tú”. ¿A qué se
refería? ¿Sería verdad que yo
pudiera ser una Laerim o algo
así? ¿Lo era también Alan?
Lo cierto es que poseía una
belleza sublime, casi divina. Era
algo más allá de lo físico, era
una mezcla de belleza, bondad
y nobleza interior que brillaban
desde su corazón hacia el
exterior. Cuando estaba cerca
de él me sentía atraída por una
especie de carisma próximo a
lo sobrenatural. Su voz te
envolvía en una sensación
placentera. ¿Y sus palabras? …
Alan insistía en algunas cosas
que ya me habían dicho antes
tanto Liam como Martín.
Volví al salón y miré a través
del gran ventanal para
encontrar la luz de la Luna en
el abismo de aquella noche
oscura, pero las espesas nubes
que cubrían la ciudad la tenían
escondida entre sus zarpas y
mis ojos no podían verla.
Tomé la leche a traguitos
pequeños para entrar más en
calor. Mi corazón estaba frío y
anclado en el dolor producido
por el vacío y la ausencia de
Liam.
No podía comprender qué
estaba ocurriendo. ¿Nunca más
volvería a ver a Liam?
¡No! Inmediatamente aparté
esa idea de mi mente. ¡Yo no
podía existir sin él!
Me preguntaba qué era tan
fuerte o tan poderoso como
para que Liam hubiera decidido
apartarse de mi lado de una
forma tan fría y brusca. Me
decía a mí misma que no era
posible que Liam se alejase de
mí de este modo y además que
lo hiciese por decisión propia.
Yo estaba segura de sus
sentimientos hacia mí y sabía
que eran tan fuertes o más que
los míos hacia él. Así pues, esta
lejanía no podía ser voluntaria.
Mientras pensaba esto,
experimenté una especie de
alivio que se tornó en angustia
al darme cuenta de que, si era
imposible que él se alejase de
mí por decisión propia, algo o
alguien estaba obligándole a
hacerlo. ¿Estaría Liam en
peligro? ¿O era yo quien lo
estaba y Liam sólo estaba
tratando de protegerme? Fuera
como fuese, lo cierto es que
algo muy grave estaba
ocurriendo y sentir la certeza
de estos pensamientos me
ahogaba en un inmenso y
oscuro vacío que helaba mi
corazón.
Dándole vueltas a todo
aquello y tratando de entender
lo que pasaba para poder
tomar una decisión sobre cómo
proceder para volver con él,
pensé qué conexión sería la
que había entre la inesperada
desaparición de Liam de mi
vida y la extraña llegada de
Alan. Estaba casi segura de que
había algún punto de unión.
Alan me había dicho “soy como
tú” y “estoy aquí para ti”.
Estaba claro.
Aunque estaba convencida de
ello, la verdad es que este
descubrimiento no fue
suficiente para apaciguar mi
ansiedad. Yo sólo quería estar
con Liam, saber de él, sentirle
bien. Y ahora sólo podía
percibir una terrible soledad y
una insalvable distancia entre
nosotros dos.
Marqué el teléfono de Liam.
Sonó y sonó, pero él no
respondió. Finalmente, una de
las veces que llamé, me decidí
a dejarle un mensaje en su
contestador con la esperanza
de que lo escucharía y mi voz le
haría volver. Si sentía sólo una
milésima parte del amor que yo
le profesaba, estaba
convencida de que mi voz le
atraería hacía mí de nuevo.
— “Hola, Liam. Confío en que
estés bien,… pero después de
tantas horas sin tenerte cerca,
… después de la frialdad de tus
últimas palabras… y tantas
cosas más, empiezo a pensar
que algo peligroso está
ocurriendo. No temas, yo no
tengo miedo… Pero te necesito
a mi lado. Tú eres mi fuerza.
Siempre lo supe pero esta
noche lo he entendido, de
verdad. Pase lo que pase y sea
cual sea el tiempo que nos
quede de existencia, siempre
estaré unida a tu alma”.
Colgué el teléfono con la
esperanza y el anhelo de que
Liam volviese a mí en cuanto
escuchase mis palabras de
profundo amor.
No lo hizo. Pasó la noche y
no tuve noticias suyas.
A la mañana siguiente, me
levanté y me preparé para salir
a la calle y encontrarme con
Alan, tal y como habíamos
quedado cuando hablamos por
teléfono. En el fondo de mi
corazón yo quería que fuese
Liam quien estuviese
esperándome al otro lado de la
calle como tantas otras veces
para llevarme en su coche. Al
salir del ascensor, vi a Alan
apoyado en el cristal de la
puerta de mi portal. Miré más
allá buscando a Liam pero no
vino.
Abrí la puerta y Alan me
regaló una sonrisa dulce, casi
celestial.
— Buenos días. ¿Cómo estás?
—me saludó con ese encanto
seductor que me atraía como
un imán.
Había algo en Alan que era
muy especial. Cuando estaba
cerca, sólo podía sentir amor
hacia él, paz, bienestar y un
montón de cosas buenas.
— Hola —dije, no sin cierta
timidez.
Creo incluso que me sonrojé
ante su profunda mirada azul.
— Tenemos tiempo. ¿Quieres
que vayamos dando un paseo?
—me dijo con naturalidad.
Abrí unos ojos como platos
mientras empezaba a tiritar de
frío, en aquel día húmedo que
todavía no había abierto sus
ojos para iluminarnos con su
luz.
Me parecía imposible que me
pidiera que fuésemos andando
con el frío húmedo que calaba
hasta los huesos.
— ¿Qué pasa, Aliva? ¿Por qué
no?
— ¿Porque hace un frío
horrible? —respondí
colocándome la bufanda lo
mejor que pude para tapar
media cara con ella y así
calmar el frío, que era tan
intenso que hasta me producía
dolor.
— Lo sé, pero puedes regular
la temperatura de tu cuerpo
para que el frío no te afecte —
dijo como si aquello fuera lo
más normal de mundo.
— Sí, claro. Como si eso
fuese tan fácil. Espera que le
doy al botón de calefacción
corporal —increpé, pensando
que Alan me estaba tomando el
pelo.
Y aparté mi mirada de la
suya en un gesto de auténtico
enfado por su comentario.
— ¿Me quieres decir que has
sido capaz de reprogramar
todas y cada una de las células
de tu cuerpo para devolverlo a
la edad de veinte años y ahora
no eres capaz de hacer una
cosa tan sencilla como disponer
a tu cerebro para que
simplemente regule tu
temperatura corporal? —dijo en
un tono que me sonó a
amonestación, sin dejar de
mirarme con unos ojos que
derrochaban bondad y dulzura.
— No sé de qué me estás
hablando —dije en un intento
de eludir el tema de mi
transformación, apartando mi
mirada de la suya para que no
se diera cuenta de que
pretendía evadirme de aquello.
Pero fue en vano.
— Sí. Sí lo sabes. Aliva —se
detuvo, cogió mi brazo con
suavidad y llenó todo con la luz
de su mirada—. Conmigo no
hay peligros ni nada que tengas
que ocultar.
A continuación me observó
con atención.
— Aliva, ya te dije ayer que
soy como tú —comentó y
entonces empezó a caminar
para que yo le siguiera.
— Explícame eso, por favor
—pedí tomándole del brazo, un
paso más atrás de él, para que
se detuviese y me diese más
detalles.
Se paró, me miró y un
instante después subió la
manga de su brazo izquierdo y
me mostró una marca que tenía
exactamente en el mismo lugar
que la tenía yo. Y, para mi
sorpresa, se trataba de los
mismos círculos.
Me asusté. Abrí mis ojos y
respiré muy profundamente, al
tiempo que acercaba mi mano
a la boca en un gesto entre el
miedo y el deseo de impedirme
a mí misma decir una sola
palabra al respecto.
— Son exactamente como los
tuyos, ¿verdad? —comentó y al
momento bajó la manga.
Asentí.
Seguía helada de frío y noté
cómo mi respiración era
entrecortada, incluso estaba
tiritando un poco. Él se dio
cuenta de que yo estaba al
borde de la congelación de
alguno de los miembros de mi
cuerpo.
— ¿Todavía no has dado
ninguna directriz a tu cerebro
para el control de tu
temperatura? —dijo mostrando
sorpresa y supongo que un
ligero enfado.
Negué con la cabeza,
acercando a la boca mis manos,
escondidas en los guantes de
lana, para soplar y así tratar de
darles un poco de calor.
— Bueno. Tendré que
ayudarte yo —dijo en tono un
poco burlón.
Se puso frente a mí, me
cogió las dos manos a la altura
de la cintura, las apretó
levemente y se mantuvo así
durante unos pocos segundos.
Después de eso, me soltó y se
quedó delante de mí,
mirándome con sus pupilas muy
dilatadas.
Empecé a sentir cómo mi
cuerpo iba entrando en calor.
Fue realmente agradable y, he
de reconocer que también fue
muy sorprendente para mí.
— ¿Mejor? —preguntó
sonriendo, mientras me
apartaba el pelo de la cara con
suavidad, acariciando mi mejilla
hasta alcanzar la barbilla, para
sujetarla levemente con sus
elegantes dedos y atravesarme
con su seductora mirada,
sonriéndome.
— Sí —respondí con sorpresa
y sintiendo un agradable
estremecimiento en todo mi
cuerpo.
Retomamos el paseo.
Después de unos metros en
silencio, yo reinicié la
conversación.
— Has dicho que tú eres
como yo. Y tienes las mismas
marcas que yo, exactamente en
el mismo lugar que las tengo
yo. Pero la verdad es que no sé
qué es todo esto. No sé quién
se supone que somos —
susurré, aunque no había nadie
a nuestro alrededor en aquellos
momentos.
— Yo soy un Laerim. Y me
consta que ya sabes lo que eso
significa —explicó elevando una
ceja con un gesto de
complicidad que reforzó con
una agradable sonrisa.
— Sí, eso creo —respondí.
Bajé mi mirada, en un
intento de evitar que me
preguntase algo relativo a Liam
porque yo sabía que se refería
a él en ese momento.
— Y tú hace tiempo que
podrías haberte unido a
nosotros. Pero parece que no
quieres darte cuenta de quién
eres realmente —afirmó y se
detuvo como escudriñando en
mis pensamientos con su
penetrante mirada azul.
— ¿A qué te refieres cuando
dices “unirte a nosotros”? —
pregunté mirando al suelo y
tratando de entender lo que
Alan quería decirme.
— Sí. Me refiero a que sigues
queriendo vivir una vida como
un humano normal. Estás aquí
estudiando como una chica
humana de veinte años, estás
con jóvenes ajenos
completamente a tu verdad —
se detuvo un segundo como
para pensar en cómo continuar
para elegir bien las palabras—.
Y tú eres mucho más que todo
eso. Tu capacidad es infinita y
digo esto en el más amplio
sentido de la palabra.
Sabía lo que Alan me quería
decir con aquellas
explicaciones, sabía que sólo
había buena intención por su
parte, pero yo sentí una
especie de rechazo ante su
comentario.
— Me gusta vivir como vivo.
Me gustan mis amigos. Me hace
muy feliz vivir en esta ciudad
que adoro y que me da vida
cada día de mi existencia. Me
encanta estudiar en mi
universidad y llevar una vida
tranquila y sencilla como la que
llevo. Creo que no hago daño a
nadie —me detuve un segundo
y continué—. Soy respetuosa
con las personas con las que
me relaciono y trato de vivir
acorde a unos valores y
principios que van conmigo,
independientemente del hecho
de haber encontrado la forma
de vivir para siempre —
respondí sinceramente a Alan,
porque así es como pensaba y
cómo me sentía.
— Y lo respeto,… por
supuesto. Pero podrías vivir con
otros como tú y como yo —
añadió convencido de que yo
me estaba perdiendo muchas
cosas por el hecho de llevar la
vida que llevaba.
— ¿A dónde? —pregunté con
interés.
— Podrías vivir en la Tierra
de los Inmortales. Sólo unos
pocos podemos entrar allí… Y
tú eres una de nosotros —
explicó y pude ver cómo se le
iluminaba la mirada.
— ¿Dónde está esa tierra,
Alan? —dije mirándole y
enlenteciendo mis pasos.
— El día que decidas venir, te
llevaré y te enseñaré el camino
—respondió de forma
contundente y con un toque de
ternura.
Me quedé pensando un
momento antes de responder.
— Por ahora, creo que
seguiré aquí un tiempo. Aquí
soy feliz, muy feliz —añadí
mirando al cielo.
A mi mente vino el recuerdo
de Liam y todo lo que él
significaba para mí.
— Es tu decisión, Aliva —
respondió y cerró los ojos
mientras lo decía.
Parecía que le daba pena que
esa fuese mi elección, pero no
me forzaría a nada que no
fuese buscado por mi propia
voluntad.
Seguimos caminando en
silencio durante un buen rato.
— ¿Por qué tenemos estos
círculos en el brazo? —le
pregunté cogiendo mi propio
brazo con fuerza.
— Es nuestro escudo. Es la
protección más potente que
existe en el universo. Y
además, es nuestra marca de
identidad —dijo con orgullo en
su voz y en su semblante.
— A veces, siento que
desaparecen y otras veces que
se intensifican. De hecho, hay
días en que no se ven y otros
que parece que están como
inflamados —expliqué.
— Están haciendo su función
protectora y cuando no se les
necesita no hacen nada. Por
eso no los ves. Pero cuando hay
un peligro levantan barreras de
energía para que nada ni nadie
pueda hacerte ningún daño.
— ¿Y qué es lo que hacen,
exactamente?
— Son barreras energéticas
que impiden que cualquier
peligro o cualquier ser peligroso
tenga la fuerza suficiente como
para dañarte o para provocarte
algún tipo de dolor. No les deja
ejercer actividad contra ti, por
muy fuertes y potentes que
sean esos seres —me explicó
de forma pausada y agradable.
Su forma de hablar de ello
era maravillosa, tanto que hizo
que yo empezase a observar
mis círculos desde una
perspectiva diferente a como lo
había hecho hasta ese
momento, ya que para mí eran
un problema, eran aquello que
dificultaba a Liam acercarse a
mí sin que le provocase dolor.
Por un lado, me hacía sentir
bien lo que acababa de
descubrir. Pero por otro, quería
evitarlos a toda costa para que
no fuesen una interferencia
entre Liam y yo.
— ¿Y yo puedo controlar
cuándo quiero que estén y
cuándo no quiero que estén? —
pregunté pensando en Liam.
Me volvió a regalar otra de
sus cariñosas sonrisas.
— Tú puedes hacer todo,
Aliva. Tu cerebro es
inmensamente potente, sólo
tienes que decidir qué quieres y
hacer una alianza con tu mente
para lograrlo —comentó como
si hablase de algo muy sencillo.
— ¿Por qué nunca los había
visto hasta hace unos pocos
meses?
— Porque no habían sido
necesarios en tu existencia
anterior —me explicó con
bastante sencillez.
— O sea, que ¿siempre han
estado ahí? —hice la pregunta
para clarificar una de mis
grandes dudas.
— No exactamente, pero sí
llevan más tiempo contigo de lo
que tienes conciencia —
respondió dándose cuenta de
que yo no era consciente de
quién era realmente.
Asentí y bajé la mirada antes
de continuar con otra de mis
preguntas.
— ¿Y mi familia también son
Laerim? —dije sintiéndome
contrariada con la posibilidad
de que aquello fuese de esa
manera.
Empecé a caminar más
lentamente, fue algo que hice
de manera inconsciente para
procesar lo que Alan me estaba
diciendo.
— No es así, en realidad —
contestó tratando de encontrar
las palabras que pudiesen
explicar todo aquello.
— Pues entonces no entiendo
nada, Alan —dije mientras
sentía que a mis ojos asomaba
una lágrima, probablemente
como consecuencia de la
intensidad de todo lo que
estaba viviendo y de lo que
estaba averiguando sobre mí
misma.
— Verás, Aliva. Esto no es
algo genético. Ser un Laerim no
es algo que se pase de padres
a hijos, aunque también es algo
que ocurre muchas veces, pero
no es tu caso.
Me regaló una de sus
mágicas sonrisas.
— Lo has conseguido tú
solita, Aliva —dijo con cariño.
— ¿Qué? —fue mi respuesta.
Me sentía contrariada y esto
se reflejaba en mi rostro y,
sobre todo, en mis ojos.
— Tú has tenido una larga
existencia.
Sonreí pensando en que
seguramente Alan llevaba
milenios viviendo. Se dio
cuenta de la razón de mi
sonrisa y continuó.
— Comparada con cualquier
ser humano, sí es larga —dijo
con cierta ironía en su voz.
Asentí.
— En todo este tiempo, te
hemos observado.
Le miré de modo que pudo
darse cuenta de que descubrir
aquello me incomodaba.
— No temas. Observamos a
muchos humanos, pero nunca
interferimos en sus decisiones,
ni entramos en sus vidas.
— ¿Y por qué has entrado
ahora tú en la mía? —pregunté
sin miedo y también sin rencor,
ni agresividad.
Fue una pregunta para tratar
de entender todo aquello que
me fascinaba.
Sonrió.
— No he sido yo quien ha
entrado en tu vida. Un día de
hace unos pocos años, tú
decidiste seguir las indicaciones
que tu amigo de la infancia te
dejó en un archivo antes de
morir. Y no sólo las seguiste,
sino que lo lograste.
Conseguiste llevarlo a cabo —
explicó mostrándose orgulloso
de mí.
— ¿Y eso qué significa?
— Significa que fuiste elegida
por la estirpe de los Laerim
para ser uno de nosotros.
Significa que tienes la fuerza, la
capacidad, la auto creencia y,
sobre todo, los buenos
sentimientos que son
necesarios para alcanzar la
eternidad —resumió con
enorme convencimiento y con
un bonito brillo en sus ojos—. Y
en ese momento fue cuando los
círculos se instalaron en tu ser
para protegerte de por vida.
Empezaba a entender lo que
Alan me estaba explicando.
Ellos me habían elegido por
todo lo que él me había dicho y
además, yo había tomado la
decisión de ir hacia ellos sin
saberlo, ciertamente. Pero la
decisión fue mía, ellos sólo me
dieron unas pautas que yo elegí
tomar y aplicar a mi vida.
Cuando yo di ese paso, ellos
me enviaron su mejor
protección.
Era bello saber todo eso. Me
gustaba mucho Alan y el mundo
al que pertenecía; y del que yo
también formaba parte desde
hacía tiempo, incluso sin ser
consciente de ello. No obstante,
yo sabía que algo me faltaba.
Liam no pertenecía a ese
mundo, ni podría hacerlo
nunca. Él era un Daimón. Pero
yo le amaba. No sabía cómo iba
a compaginar todo eso porque
yo quería conocer el mundo
Laerim, eso lo tenía cada vez
más claro, pero no a costa de
renunciar a Liam. Me sentía
ante una compleja encrucijada
de sentimientos encontrados y
todos ellos muy intensos. Si
elegía uno, tenía que desertar
del intento de tener el otro.
El mundo de los Laerim me
atraía como un potentísimo
imán, era algo casi irracional.
Sentía una profunda necesidad
de integrarme en él. Alan me
seducía con cada una de las
palabras que compartía
conmigo sobre aquella
maravillosa civilización. Yo
percibía, cada vez con más
claridad, que pertenecía a
aquel lugar, aunque todavía no
lo conocía pero sabía que era
mi lugar. Quería ir allí, quería
vivirlo. Pero no sin Liam,
porque igual que sabía de mi
pertenencia a aquella mágica
estirpe, por la que me sentía
persuadida con tanta fuerza,
también sabía que mi corazón
sólo podría seguir latiendo
durante toda la eternidad si
estaba unido al de Liam.
Aunque empezaba a
entender muchas cosas y a
tener claro qué era lo que
deseaba, la verdad es que
todavía tenía muchas preguntas
sin resolver. Y aproveché la
oportunidad de estar con Alan
para ir clarificándolas.
— ¿A qué te referías cuando
has dicho que me habéis
estado observando, Alan?
Sonrió, me miró con ternura y
continuó.
— Los Laerim creemos
firmemente en la posibilidad de
recuperar un mundo como el
que existió hace unos cuantos
milenios. Creo que ya te han
hablado de él —dijo mostrando
que conocía bien todo aquello
que yo podía saber sobre este
tema—. Pero sabemos que no
será fácil. Es algo muy lento —
respiró profundamente—. Para
que lo entiendas, la única
forma de que todos los
humanos volvamos a vivir en
una civilización como aquella es
que esté compuesta sólo por
personas que amen la vida con
la intensidad que tú lo haces. Y
por personas que no alberguen
un solo sentimiento negativo
que pueda volver a poner en
peligro al resto de sus
congéneres. Tienen que ser
seres que creen a su alrededor
un mundo de vitalidad y de
sentimientos puros.
— ¿Cómo sabes tantas cosas
sobre mí? —pregunté, esta vez
un poco abatida por la
sensación de falta de intimidad
que aquello indicaba.
— No te agobies, Aliva. Sé de
ti las cosas relevantes, no
conozco los detalles.
Suspiré dándole a entender
que aquello me hacía sentir
más segura y aliviada.
— Verás, somos energía y
estamos todos unidos. Cuando
somos capaces de utilizar
nuestra mente en toda su
dimensión, como tú estás
empezando a hacer desde hace
un tiempo, tenemos la
posibilidad de poder percibir
cosas, vivencias y sensaciones
de las personas que nos
rodean, cosas que nos ayudan
a conocerlas mejor. A eso me
refería cuando te decía que te
hemos observado. Quiero decir
que hemos sentido esa energía
que desprendes y nos ha
llegado la pureza de tus
sentimientos.
Sonrió. Yo seguí
escuchándole.
— No es difícil, teniendo en
cuenta la gran masa de
humanos que se alejan de todo
eso que te digo. Cuando hay
uno tan diferente como eres tú
es sencillo identificarle. Es
como una esencia envolvente
que te atrae hacia ella. Y esto
es lo que nos ocurre contigo,
por eso le dimos a Martín las
claves para que te las hiciese
llegar y pudieras elegir si
querías acercarte a nuestro
estilo de vida —dijo con
enorme dulzura—. Y lo hiciste.
Sonrió nuevamente y con
cariño.
— Alan, ¿has oído hablar
sobre alguien llamado Shadú?
—pregunté de repente.
Sonrió con orgullo. Se detuvo
frente a mí para confesar algo
más.
— Shadú es mi maestro. Para
mí Shadú es mi padre. Es quien
me encontró en un momento
de mi vida en que yo estaba
muy sólo. Shadú me enseñó
todo y me dio todo el poder
Laerim —se detuvo y luego
continuó—. Igual que a ti, Aliva.
— ¿A qué te refieres? —
pregunté cerrando los ojos y
metiendo las manos en los
bolsillos de mi chaqueta.
— Shadú te dio los pasos
para ser inmortal y ha estado
ahí todo el tiempo
transmitiéndote energía y el
poder Laerim.
— ¿Y dónde está Shadú?
— Él vive en la Tierra de los
Inmortales desde hace
milenios.
— ¿Quién es Shadú para los
Laerim?
— Es el más veterano de
todos nosotros, el que tiene
toda la sabiduría y el que nos
ha ido dando todo su poder y
sus conocimientos. Es una luz
blanca en medio de una noche
apagada y sin Luna. Es amor
puro, bondad y nobleza
máximas —expuso Alan con un
gran respeto y cariño sobre
Shadú.
Alan parecía regresar a su
idílico mundo mientras me
explicaba todo aquello sobre
ese ser del que yo sólo había
escuchado cosas buenas.
Por mi parte, trataba de
entender todo aquello sin
interpretarlo como una secta ni
como un mundo irreal o una
especie de Olimpo divino, que
es lo que habría hecho desde la
“racionalidad humana”.
Intentaba imaginar y creer en
la existencia de esa civilización
más elevada que la que
conocemos actualmente. Y la
verdad es que no me resultaba
difícil creer todo lo que Alan me
decía y lo que me describía
sobre aquella tierra, sobre esa
impresionante civilización ahora
escondida, o sobre las
posibilidades o poderes de los
que él hablaba y que yo estaba
viviendo en mí misma. Pero
trataba de encajarlo y poner
orden en tantas cosas nuevas
que estaba descubriendo sobre
un mundo al que estaba ya
segura de mi pertenencia. Yo
sabía que no había vuelta
atrás, que yo ya sería parte de
este mundo, de un modo u
otro.
Después anduvimos un buen
rato en silencio, hasta que me
decidí a preguntarle mi gran
duda. Sabía que podía confiar
en Alan y que podía hablarle de
aquello.
— Alan.
— ¿Qué? —respondió
suavemente.
— Quiero saber más sobre
los Daimones —dije sin miedo.
De repente, vi cómo le
cambiaba la cara. Su semblante
parecía descorazonado.
— Son la consecuencia más
grave de la degeneración de
nuestro mundo —dijo con
tristeza—. Ellos fueron creados
por un grupo de humanos hace
milenios. Y desde entonces han
sido nuestro mayor peligro, no
tanto para los Laerim como
para la raza humana, porque
realmente los Laerim estamos
protegidos de ellos con nuestro
escudo —me explicó y acarició
con orgullo la zona de su
antebrazo donde estaban los
círculos.
Se quedó callado unos
segundos como pensando en
algo que yo no supe entender.
Y luego continuó.
— Los hay de todo tipo,
desde los que matan a seres
humanos para su supervivencia,
hasta los que necesitan quitarle
la energía a las personas
llegando a acabar con sus vidas
para poder seguir existiendo
ellos. Los hay que matan por
puro placer. Y también aquellos
que ejercen una influencia tan
negativa sobre los humanos
que los envilece y los
transforma en pura maldad.
Estos últimos son los más
difíciles de vencer porque son
sutiles, cuando eligen una
presa dedican años a trabajar
en su proceso de convertirlos
en seres malignos que
destrozan toda la pureza que
pueda existir a su alrededor. Y
esos Daimones se alimentan de
ese tipo de energía, haciéndose
todavía más fuertes. Son como
los auténticos demonios de la
mitología y de muchas
religiones que conoces —me
explicó y lo hizo de un modo
neutro, a pesar de lo duro que
era aquello que me estaba
describiendo.
Pude percibir a qué se refería
cuando decía que los Laerim no
albergan sentimientos
negativos. Era lo mismo que
me ocurría a mí cuando yo
hablaba de los terroristas que
acabaron con la vida de Ángel.
Por otro lado, trataba de ver
la similitud entre lo que Alan
me contaba sobre los Daimones
y lo que yo había conocido en
Liam, en Amy y sus otros dos
hermanos. A mí no me parecían
esos seres tan malignos sino
todo lo contrario.
Me sentía algo perdida y
necesitaba saber más sobre los
Daimones.
— ¿Y por qué son el peligro
más grave, Alan? —pregunté.
— Porque mientras existan
no permitirán que nuestra
civilización vuelva a surgir —
contestó con dolor en sus
palabras—. Ellos necesitan que
haya humanos débiles a
quienes poder manipular,
necesitan humanos
desprotegidos de quienes
alimentarse, ¿entiendes?
Me quedé callada por el puro
temor que me producía lo que
me explicaba.
— Suelen ser muy fuertes
física y mentalmente, hasta
extremos que ni te imaginas —
se detuvo un instante—. ¿Me
sigues, Aliva?
— Creo que sí —dije con
cierto temor.
— Son auténticos
prestidigitadores de los
sentimientos humanos, juegan
contigo, son como titiriteros,
crean ilusiones y hechizos de
los que es muy difícil salir hasta
que te tienen en sus manos y, a
partir de ahí, te utilizan para su
supervivencia.
No podía creer lo que me
estaba diciendo Alan. Sabía que
podía estar hablando de Liam,
pero en mi fuero interno yo
tenía el convencimiento
absoluto de que Liam no podía
ser así, sabía que me amaba y
que era sincero conmigo porque
su amor por mí era tan puro
como el que yo sentía hacia él.
Estaba convencida de que Alan
estaba equivocado con respecto
a Liam, pero ahora no era el
momento de demostrárselo
porque yo necesitaba conocer
más cosas de este mundo
mágico al que ya pertenecía y
al que seguiría unida de por
vida.
— Y si eso es así, si ellos son
tan crueles y los Laerim tan
poderosos, ¿por qué no habéis
terminado con su existencia? —
pregunté.
— Aliva, te he explicado que
los Laerim respetamos la vida
hasta el infinito, incluso la de
un Daimón. Por eso, con el fin
de proteger a la humanidad,
llevamos a cabo la “hipnosis”
de la que ya has oído hablar. Lo
hicimos para poder ir
descubriendo sólo a los seres
que pudieran volver a recuperar
la más avanzada civilización
que ha existido. Como te decía
antes, sabemos que todavía
pasará mucho tiempo hasta
que se logre, pero no importa,
tenemos la eternidad en toda
su dimensión para alcanzarlo.
— Sigo sin entender por qué
los Laerim llevaron a cabo la
“hipnosis”. A mi me parece que,
de ese modo, lo único que
hicieron fue anular la
potencialidad de los humanos y
hacerlos más vulnerables a los
poderes de los Daimones, con
lo cual, prolongaron la
existencia de éstos y… además,
están en el origen de tanto
dolor como hay en nuestro
mundo actual —sentencié.
— Algo de lo que dices es
cierto, en parte. Verás, en
aquellos días en que se iniciaba
el final del esplendor, los
Laerim se dieron cuenta de que
había miles de humanos que,
por alguna razón que todavía
no hemos sido capaces de
entender, experimentaron una
serie de cambios en su manera
de vivir y sobre todo en su
forma de sentir, que les
empezaron a llevar hacia la
ambición de poder para
controlar a otros. Entre ellos
estaban los creadores de los
Daimones, pero había muchos
más. Los Daimones no son más
que el resultado de la acción de
esos hombres, pero no son el
origen del mal aunque ahora se
han convertido en el peligro
mayor y el obstáculo más difícil
de resolver —dijo con ese tono
pacífico y lento en el que
hablaba.
Me miró para asegurarse de
que yo le estaba entendiendo.
Y continuó.
— El objetivo de la hipnosis
no eran los Daimones, aunque
es cierto que los Laerim de
entonces pensaban que
también les afectaría a ellos y
no fue así. Esto se hizo para
reducir el poder tan peligroso
de esos humanos crueles. Y se
logró. El problema vino cuando
los Daimones no se vieron
afectados por la hipnosis sino
que pasaron a convertirse en
seres más peligrosos que antes,
porque seguían teniendo la
memoria de la época pasada y
la fuerza animal de su genética
frente a unos humanos
reducidos a su mínima
potencia, tanto física como
mental.
Se detuvo con el semblante
entristecido.
— Es verdad lo que estás
pensando. Los Laerim
cometieron un error porque no
sabían bien a qué se estaban
enfrentando, pero también es
cierto que llevan miles de años
trabajando pacientemente para
identificar seres puros que
ayuden a alcanzar un estado de
iluminación a la humanidad
como el que una vez existió.
Estamos convencidos de que se
logrará y cuando eso ocurra,
habremos aprendido mucho de
toda esta triste época que
estamos viviendo para que en
el futuro no se comentan esos
errores —expresó con los ojos
brillando de esperanza en
aquella fría y húmeda mañana
en Manhattan, que empezaba a
iluminarse con la luz del tímido
sol.
Seguimos paseando, ya
estábamos muy cerca del
campus de la universidad,
cuando Alan continuó con su
relato.
— Algunos Daimones, con la
hipnosis, perdieron parte de su
potencia mental y con el
tiempo fueron desapareciendo.
Pero aún quedan muchos de
ellos, además de que se han
ido reproduciendo en todo este
tiempo y es difícil el proceso de
recuperación de nuestro mundo
—dijo con una profunda tristeza
en su voz y en su rostro, que
acompañó de una caída de
hombros que le hacía parecer
débil.
— ¿Y cómo pensáis que
desaparezcan?
— Ellos mismos terminarán
con su propia especie —de
repente, sentí cómo su voz iba
tomando fuerza, a medida que
me hablaba de esta parte—. Su
nivel de violencia es tal que se
matan entre ellos.
Sentí que aquellas palabras
golpeaban mi corazón. Yo
amaba tanto a Liam, que
aquello que dijo Alan me
atemorizaba realmente.
— Todo volverá a ser como
antes, sólo cuando el último
Daimón desaparezca y, aunque
seamos pocos, los Laerim
volveremos a recuperar nuestra
civilización perdida —terminó
diciendo con un nuevo brillo de
esperanza en su rostro.
Pensé en lo que iba a decirle,
dudé si hacerlo o no pero lo
hice porque confiaba
plenamente en Alan.
— Alan. Sabes que yo amo a
un Daimón.
— Supongo que, de alguna
manera, ha logrado desafiar a
tu escudo defensivo y eres
víctima de algún hechizo —dijo
mirándome con cariño y
acariciando mi mejilla con una
mirada de protección.
— No sé qué es realmente.
Lo único que sé es que ni él ni
sus hermanos son como tú me
has descrito a los Daimones. Sé
que él lucha, día tras día, por
cambiar esa genética que pesa
sobre su existir y que él no
eligió —expliqué.
Alan me miró tratando de
entender y creo que queriendo
creer lo que yo le decía. Pero sé
que en el fondo pensaba que
aquello no era posible.
Casi no me había dado
cuenta, pero ya estábamos en
la entrada de la cafetería a la
que habitualmente yo iba a
desayunar. Se acercó a mi oído
y me habló en un susurro.
— Me quedaré tanto tiempo
como me necesites —acercó su
rostro al mío y con la calidez de
su mirada continuó—. Sé que
has creído toda esa mentira de
la que se han rodeado él y los
otros tres, pero te aseguro que
un Daimón es un ser muy
peligroso. Son astutos e
imprevisibles, son capaces de
cualquier cosa y su capacidad
mental y física es inmensa, yo
diría que infinita.
Durante un momento
observó con atención mis
reacciones y continuó.
— Por eso, Aliva, me quedaré
a tu lado todo el tiempo que
sea necesario para protegerte
—añadió—. He venido para eso
y para acompañarte todo el
tiempo que necesites hasta que
decidas que quieres unirte a
nosotros y venir a nuestro
mundo —sentenció—. Y he
venido ahora porque el peligro
que te acecha es muy grande y
todavía no estás preparada
para hacerle frente sin nuestra
ayuda. Por eso, estoy ahora
aquí y por eso te decía ayer
que estoy aquí para ti.
Alan hablaba con una dulzura
que te envolvía, te embaucaba
y sentías la necesidad de
quedarte junto a él. No
obstante, mi mente estaba
enfocada en Liam y eso era lo
más importante para mí.
— ¿Y si yo no deseo
protección? —pregunté en un
tono amable, pero Alan percibió
desafío en mi manera de
hablar.
— Aliva —dijo con una
ternura cargada de bondad—,
tú eres libre, yo sólo te daré
protección si tú la quieres. Yo
jamás te obligaría a nada que
tú no hubieses elegido
voluntariamente. Sin embargo,
conozco bien a la especie de los
Daimones desde hace siglos y
me quedaré por aquí cerca por
si mi presencia es necesaria.
Pero nunca te la impondré,
salvo si tu vida está en peligro
—y sonrió con un brillo seductor
en sus ojos.
— Gracias, Alan.
Al entrar en la cafetería, vi a
Angie sentada en una de las
mesas del fondo. Estaba
leyendo un libro mientras
tomaba un café. Me llamó la
atención verla tan temprano allí
y además encontrarla sola. Me
acerqué rápidamente y Alan me
siguió.
— Hola Angie, buenos días.
¿Qué haces aquí tan temprano?
¿Estás sola? —dije mientras
tomaba la silla y me sentaba en
su mesa.
Angie levantó la mirada y se
dio cuenta de que yo venía con
Alan. Creo que aquello no le
gustó demasiado porque sintió
celos. Se había enamorado
locamente de Alan y yo parecía
estar muy cerca de él. Ella, que
no sabía nada del mundo
mágico al que pertenecía Alan,
pensó que había algo entre
nosotros. Me saludó con una
frialdad poco habitual en ella.
— Hola, Aliva. No vienes sola
—dijo.
— No, venía con Alan. No te
importa que nos sentemos a
tomar un café contigo, ¿verdad?
—pregunté dándome cuenta de
que había despertado un
sentimiento en Angie que
nunca antes había existido
entre nosotras.
Y no me gustaba.
— No —dijo secamente
Angie.
— Yo traigo los cafés. ¿Cómo
lo tomas, Angie? —dijo Alan
amablemente, con esa cortesía
tan habitual en él y tan poco
frecuente entre los chicos de
nuestra época.
— Ya he tomado, gracias —
replicó ella con una leve
sonrisa.
— Pero estoy seguro de que
yo seré capaz de preparar uno
que no podrás rechazar —
contestó Alan con un tono
absolutamente seductor, al que
Angie no se pudo resistir.
Nadie podría haberse
resistido.
— Está bien. Lo dejo en tus
manos.
Alan se dirigió al mostrador
donde estaban todos los
ingredientes para que uno
mismo pudiera prepararse el
café del modo que más le
agradaba. Angie le siguió con
su mirada completamente
atraída por él.
— Te gusta mucho, ¿verdad?
—dije mostrando el enorme
cariño que yo sentía por Angie.
Me miró entre la
desconfianza y el cariño que
también ella sentía por mí.
— Sí. El problema es que sé
que a ti también te gusta.
— Bueno, es verdad que me
gusta. Es verdad que me
encanta estar con él y hablar
con él. Es increíble —respondí.
Angie me miraba tratando de
entender qué era lo que yo
sentía por él. Me di cuenta de
ello y continué.
— Pero no es ese sentimiento
en el que tú estás pensando, te
lo aseguro —dije con una
mirada cómplice hacia mi mejor
amiga.
Se quedó mirándome. Y
sorprendentemente, no dijo
nada. Esto no era lo habitual en
Angie, que en condiciones
normales me habría sometido a
una batería de preguntas. Pero
simplemente se quedó callada.
— Yo amo a Liam. Y no hay
ningún otro chico,… ni lo habrá
nunca. No hay nadie por quien
yo pueda sentir algo parecido a
lo que hay entre Liam y yo —
sonreí nuevamente.
Puse mi mano sobre su brazo
tratando de lograr cercanía
entre nosotras.
— Puedes estar tranquila. Yo
no me voy a interponer entre
vosotros. No soy tu rival en
esto, Angie. Créeme —sonreí.
— Gracias, Aliva.
Sonrió ella también, aunque
después su rostro se
entristeció.
— Pero, ¿qué me dices de él?
Yo creo que tú le gustas de
verdad —continuó Angie desde
la desesperanza.
— Te equivocas.
Congeniamos muy bien pero no
he despertado en él ese tipo de
sentimiento, te lo aseguro.
— ¿De verdad? ¿Cómo lo
sabes? ¿Cómo puedes estar tan
segura si sólo hace dos días
que le conoces? —preguntó
Angie.
— Lo sé. No necesito más.
Simplemente lo sé. Esas cosas
una chica las percibe, ¿o no? —
dije con una mirada y una
sonrisa cómplices hacia mi
mejor amiga.
— Sí, la verdad es que sí —
respondió Angie con una gran
sonrisa en su rostro y sus ojos
empezaron a brillarle como lo
hacían habitualmente cuando la
esperanza se acercaba a sus
pensamientos.
— Por cierto, ¿qué vas a
hacer con respecto a Mike? —
pregunté con preocupación,
porque Angie era mi mejor
amiga, pero a Mike yo le tenía
mucho cariño y me gustaban
como pareja.
— He de ser sincera y
consecuente. Le quiero
muchísimo, pero nunca he
sentido una atracción tan
intensa por él como la que sentí
por Alan, desde el primer
momento en que le vi. Es algo
increíble, no sé cómo describirlo
con palabras pero es como una
especie de ola gigante que te
arrastra. Es algo apasionante —
describió Angie con gran
intensidad.
— Sé de qué me hablas. Eso
mismo es lo que me pasa a mí
con Liam —dije en un suspiro.
Y sé que mis pupilas se
dilataron y todo mi rostro se
iluminó una vez más al
pronunciar su nombre, a pesar
de la fría distancia que me
estaba helando por dentro
desde el día en que
desapareció de mi vida.
Alan vino con los cafés. Los
dejó sobre la mesa con
elegancia y con una voz
cautivadora, se dirigió a Angie.
— Especialmente para ti.
Confío en que no sólo te guste,
sino que sea el mejor café que
has probado en tu vida. A partir
de hoy, sólo querrás tomar el
café que yo te prepare —dijo
sonriendo y mirándola con un
brillo especial en sus ojos—.
Pero no lo intentes, nunca te
revelaré el secreto —y le guiñó
un ojo.
Entiendo lo que sentía Angie.
La embaucó para siempre.
Después, los tres nos fuimos
juntos a clase.
Yo no estuve muy centrada
ese día en lo que explicaban los
profesores, pues seguía muy
preocupada por Liam.
A las 11:05h, estábamos en
medio de una de las clases y
entró un mensaje en mi móvil.
Lo abrí con cuidado para que el
profesor no se diera cuenta de
que me había despistado de su
exposición.
Me dio un vuelco el corazón.
Era un mensaje de Liam.
“Estamos en un momento
muy complejo. Las cosas no
van bien. No puedo estar
contigo, pero pienso en ti a
cada instante. En cuanto todo
esté resuelto, prometo volver y
ya nunca me alejaré de ti. Te
quiero y te echo mucho de
menos”.
Inmediatamente le respondí.
“¿Qué está pasando? ¿Cómo
puedo ayudarte? Necesito
verte, necesito estar contigo.
Estoy segura de que juntos
podemos resolver lo que sea
que esté ocurriendo. Dime
dónde estás e iré. Yo también
te quiero mucho”.
Al minuto entró otro
mensaje.
“No te preocupes. No son
buenos tiempos. Pero, como
todo, pasarán. Nadie va a
hacerme daño. Y ahora es
mejor que estemos alejados
por un tiempo. Es por tu bien,
te lo aseguro. Y es mejor que
no nos comuniquemos ni
siquiera por esta vía”.
Sus palabras, en lugar de
tranquilizarme, me hicieron
temblar. Y continué
escribiéndole.
“Necesito verte”.
No hubo respuesta.
Esperé y nada.
Me pasé el resto del día
pendiente del móvil confiando
en que Liam volvería a
comunicarse conmigo.
Pero no respondió. Le llamé
por teléfono y no lo cogió.
La angustia volvió a
instalarse en mis
pensamientos, bloqueándolo
todo.
Al terminar las clases, decidí
quedarme a estudiar un rato en
la biblioteca. Me despedí de mis
compañeros. Necesitaba estar
sola.
Alan se ofreció a
acompañarme a casa. Pero le
pedí que no lo hiciera. Y lo
respetó.
Estuve allí hasta muy tarde.
Después me quedé en un
parque, me senté bajo la fría
noche y puse en práctica el
control de temperatura de mi
cuerpo, tal y como me había
dicho Alan, esa misma mañana.
Tras varios intentos,
funcionó. Dejé de sentir frío,
logré controlarlo de forma que
mi cuerpo subió varios grados.
No sé cuánto tiempo pasé. Era
tarde y estaba ya bien entrada
la noche.
Luego, me levanté y me fui.
Cuando estaba llegando a mi
casa, entré en una callejuela
solitaria. No sé por qué lo hice,
porque no era el camino
habitual que yo seguía cada
día. Pero, fue como algo
inconsciente. Me sentí atraída
como por la llamada de algo
misterioso que incluso hoy se
me hace muy difícil describir.
Era un día de frío invierno en
Nueva York, entre semana. La
gente ya había salido de las
oficinas de la zona y el área
estaba solitaria. En medio de
un gélido silencio, detrás de
unos contenedores de basura
escuché una respiración muy
leve. Al principio pensé que era
un animal que estaba
agazapado entre las basuras,
esperando a que yo me fuese
para continuar con su búsqueda
de alimentos.
Seguí caminando, pero algo
en mi interior me dijo que
volviera. Me acerqué, no sin
cierto temor. Y encontré a un
chico tirado en el suelo. Casi no
podía respirar. Había un charco
de sangre a su alrededor.
Llevaba toda la ropa
desgarrada y vi que tenía unas
marcas en el torso. Era como si
le hubiese atacado un animal
salvaje. Me di cuenta de que
eran las mordeduras de un
depredador.
Me agaché rápidamente. Le
cogí la mano y sentí mis nervios
a flor de piel. ¡Madre mía! ¿Qué
era aquello?
— Tranquilo. No temas. Te
voy a ayudar —le dije en un
intento de tranquilizarle,
aunque en ese primer momento
yo me sentía muy
desconcertada ante aquella
escena.
Respiré profundamente, me
aparté el pelo de la cara, miré
alrededor para ver si
encontraba algo con lo que
poder taparle las heridas para
que dejase de perder tanta
sangre. Pero no había nada,
sólo basura. Apreté los labios y
levanté la mirada hacia la Luna,
que aquella noche mostraba
toda su intensidad, iluminando
todos los rincones de la ciudad.
Volví a inspirar con mayor
fuerza que antes, llevándome
en aquella bocanada una gran
carga de energía procedente de
mi Luna. Eso me hizo sentir
fuerte, una vez más. Bajé la
cara y volví a mirar al chico a
los ojos.
— Vete… te matarán —
suplicó con la voz entrecortada,
casi no se le oía.
— Nadie va a matarme —le
respondí con absoluta
seguridad, aunque
manteniendo la delicadeza en
mi voz, para transmitirle la paz
que necesitaba en un momento
de tanta angustia.
Apreté mi mano izquierda y
sentí cómo los círculos ejercían
su protección. Aquello me
tranquilizó del todo.
Pero no había pasado ni un
minuto, cuando un hombre con
la boca manchada de sangre,
se puso a unos metros frente a
mí, como en un salto
sobrehumano. Apareció del
cielo o desde alguna de las
ventanas de los edificios de
alrededor. La verdad es que no
sé de dónde salió, pero era
aterrador.
Me sobresalté. Aunque no
sentí miedo. Apreté la mano del
chico que estaba postrado en el
suelo para transmitirle
seguridad y calor, porque
estaba frío. Yo sabía cómo
ayudarle a subir la temperatura
de su cuerpo, lo había
aprendido de Alan y lo apliqué
sobre él. Puse mi otra mano
sobre la herida más profunda,
la que parecía estar
arrebatándole los últimos
momentos de vida.
Yo confiaba en mi protección
y sabía que no iba a pasarnos
nada, a pesar de la violencia
que emanaba de aquel ser que
tenía delante.
Supe que era un Daimón.
Había crueldad en sus ojos y
violencia contenida en todo su
ser. Me miraba tratando de
atemorizarme, pero no se
movía, no hacía nada, no
hablaba. Parecía estar
estudiándome. O tal vez,
trataba de soportar el efecto
ejercido por mis círculos
protectores.
Aguanté así, no sé cuánto
tiempo, agachada frente a él,
sin soltar la mano del chico que
se desangraba en el suelo y
tapando la herida más grande
con la otra. No dejé de mirar a
los ojos a aquel Daimón,
demostrándole que no le temía.
Es curioso, yo no sentí miedo
en ningún momento. Sabía que,
si se trataba de un Daimón, yo
estaba protegida por el poder
Laerim ejercido por mis círculos
y él no podría acercarse a mí.
Sin embargo, en mi retina
sigo teniendo grabado el
recuerdo de crueldad de su
rostro.
Él seguía ahí, a unos metros
delante de mí, bajo la blanca
luz de la Luna nocturna.
Finalmente, con la seguridad
que me proporcionaba el hecho
de saber que me hallaba
protegida, aparté la mirada
para observar al chico que
estaba en el suelo. Nunca supe
su nombre. Él me miraba como
perdido entre el dolor producido
por las heridas, el miedo ante
la cercanía de aquel
depredador que sólo unos
minutos antes le había atacado
brutalmente, y la esperanza por
mi presencia allí para calmarlo
todo.
— Todo está bien, no va a
pasarte nada. Estoy aquí —
susurré de la misma forma en
que lo hacía, en mi vida
anterior, con mis hijos cuando
habían tenido una pesadilla.
Cerró los ojos, creo que con
la esperanza de despertar y
descubrir que sólo era un mal
sueño.
Entonces, se escuchó un
estruendo. Fue como una
especie de trueno que llegó
acompañado de un grito
violento.
— ¡Fuera! … ¡He dicho fuera!
Maldito bastardo. ¡Fuera o te
mataré! —gritó con brutalidad,
intimidación y desprecio.
Era Liam. Apareció también
desde el fondo del callejón,
llegó con el sigilo de los felinos.
Levanté la mirada, sorprendida
al escuchar su voz, y vi cómo
llegaba desde algún misterioso
y oculto lugar de la oscura
noche neoyorquina.
— Ja, ja, ja —gritó el Daimón
que estaba frente a mí—, ¡Ven
aquí! Llevo años esperándote.
Te arrancaré la cabeza y
comeré cada una de tus
vísceras hasta que quedes
reducido a la nada más
absoluta.
— ¡Aléjate de ella! —gritó
Liam, que se había deslizado
ante él.
Se escuchó una especie de
rugido animal. No sé si fue
Liam o el Daimón. Fue
aterrador.
Y empezó una pelea entre
ambos, con una brutalidad y
una violencia que yo no había
visto jamás en toda mi
existencia. Los golpes sonaban
como auténticas bombas.
En ese momento, me di
cuenta de que estábamos en un
callejón donde no vivía nadie.
Había un par de edificios
abandonados y el resto
parecían oficinas ya apagadas
hasta la siguiente luz del alba.
Casi todo era oscuro. Creo que
las estrellas y la Luna eran las
únicas que enviaban algo de
claridad en aquel lóbrego y
recóndito lugar. Hacía frío y el
viento comenzaba a soplar
fuerte, incluso se podía
escuchar su aterrador sonido,
que quería acompañar aquella
temible escena como una
auténtica y terrorífica música
de fondo.
A estas alturas yo ya había
tomado conciencia de que
nadie iba a escuchar lo que allí
estaba ocurriendo.
Era una especie de lucha de
titanes en la oscura noche de
un lugar que parecía una
especie de solitario túnel del
terror, en medio de la gran
manzana.
Nunca había presenciado un
acto de tan extrema violencia.
Me quedé paralizada, pero sin
soltar al chico que yacía en el
suelo con los ojos cerrados y
casi inmóvil.
Vi cómo el Daimón enviaba a
Liam contra una pared,
cogiéndole sólo con una mano.
Después Liam se levantó y de
un salto se puso frente a él.
Eran dos fieras sin miedo a la
muerte, dispuestos a
proporcionar al otro el mayor
dolor posible. Eran dos seres
cargados de violencia.
En uno de los golpes, sentí
un inmenso temor. Liam se
quedó en el suelo, inmóvil.
Entonces el Daimón se
abalanzó sobre él dispuesto a
clavar sus garras sobre el rostro
perfecto de Liam. Así lo hizo. Le
dejó los surcos regados en
sangre sobre su mejilla
derecha.
Después hizo un gesto que
indicaba claramente que iba a
morder a Liam en un lugar
mortal de su cuello. Pero
aquellas temibles garras, al
contrario de lo que cabría
pensar, habían producido un
efecto activador en Liam que
pareció despertar de su
momentáneo desmayo.
Se levantó y de un golpe
apartó al Daimón de delante de
su cuello, con un sólo brazo, y
lo lanzó contra el otro lado de
la calle. Éste se quejó en un
hondo grito de dolor para, a
continuación, retomar fuerzas
no sé de dónde y volver con
una virulencia aterradora contra
Liam. Fue un momento horrible.
En cada golpe parecía que uno
de los dos iba a quedar inmóvil
para siempre, porque era como
si toneladas de hierro cayeran a
plomo sobre una superficie que
se resquebraja con la fuerza y
el peso del metal.
Creo que una de las cosas
que me parecieron más
espantosas fue el rostro del
Daimón, que aterrorizaba sólo
con mirarle por la violencia que
desplegaba cada centímetro de
su piel.
Tras los golpes, gritos y
movimientos terroríficos entre
Liam y el Daimón del rostro
violento, vi que Liam había
desaparecido. Lo había hecho
tan rápidamente que mis ojos
humanos no habían podido
apreciarlo en la oscuridad de la
noche. Y creo que tampoco
aquel ser, que era la maldad
más extrema que yo había visto
nunca. Pero no la peor que iba
a ver a lo largo de mi
existencia. De hecho, con los
años supe que este Daimón no
era de los más peligrosos, se
trataba de una especie con sólo
unas décadas de vida que había
nacido debilitado y procedente
de la unión de dos Daimones
de tercera generación. Después
de la tercera generación de
Daimones, el poder de estos
disminuyó significativamente y
vencerles no era tan difícil
como a mí me estaba
pareciendo.
Fueron unos instantes de
calma y de un silencio gélido en
el que casi pude escuchar el
sonido de los latidos acelerados
de mi corazón. Aquel Daimón
parecía también desconcertado
por la repentina desaparición
de Liam. No huyó. Se quedó
quieto, pero observando
sigilosamente a su alrededor,
creo que para hacer frente a
Liam si reaparecía.
Escuché su respiración
acelerada y brutal. Por una
milésima de segundo sus ojos
se cruzaron con los míos.
Intensifiqué la fuerza de mis
círculos para protegerme. En
aquellos años, yo sólo sabía
protegerme, pero no había
aprendido todavía a hacerles
frente.
Creo que esa noche miré, por
primera vez, al mal
directamente a los ojos. Nunca
olvidaré esa experiencia. Me
quedé helada, casi
inmovilizada. Pero seguí con
mis manos sobre las heridas del
chico postrado en el suelo.
Ahora sé que le estaba
transmitiendo toda la energía
que él no sentía debido al
miedo, pero que mi poder
Laerim estaba generando para
ayudarle.
Tras ese instante de
auténtica intimidación, el
Daimón apartó su mirada y
volvió a buscar a Liam en
medio de la oscuridad de
aquella gélida noche de
invierno.
Y entonces surgió Liam, no
sé cómo ni de dónde, y se
abalanzó sobre la espalda del
Daimón, le bloqueó con una
fuerza y una violencia brutal
hasta que le tuvo tumbado en
el suelo, mientras clavaba sus
dientes casi sin inmutarse, pero
ejerciendo una fuerza
terrorífica. Me recordó la forma
en la que cazan las leonas, que
inmovilizan a sus presas con
ese ataque por la espalda y la
templanza de un bocado
mortal, hasta que la pieza está
completamente anulada y
entonces es cuando comienzan
a devorarla hasta el fin.
Fueron unos minutos, pero la
sensación fue la de una
eternidad para mí.
Cuando estuvo seguro de que
aquel ser había perdido toda
posibilidad de movimiento, le
soltó dejándole tirado en el
suelo. Levantó la mirada y con
el dolor marcando cada poro de
su piel, se dirigió a mí.
Recuerdo su rostro manchado
de sangre. Es una imagen
terrible que me indicaba lo que
Liam podía ser. Aquella noche
conocí lo que significaba su
parte Daimón y en lo que podía
llegar a convertirse.
— Por favor, no tengas miedo
de mí ahora. A ti nunca podría
hacerte daño, Aliva —dijo con
el dolor grabado también en su
voz.
Se levantó, se dirigió a mí
con la mano derecha sobre su
corazón.
— No tengas miedo de mí —
repitió suplicando.
Pero contuvo el intento de
llegar hasta mí. A continuación
bajó su cabeza, como
avergonzado por lo que yo
había presenciado.
Me quedé callada. No sentía
miedo hacia Liam, pero es
cierto que aquella escena me
produjo una gran sensación de
rechazo, porque a mí la
violencia todavía hoy me
aturde.
Estaba algo desorientada por
el impacto de lo que acababa
de ocurrir. Mi ritmo cardiaco
estaba más acelerado de lo
normal.
— Vete, Aliva —susurró,
mientras se arrodillaba como
vencido por la situación.
— No —respondí entre la
tristeza y dolor, con una voz
débil a punto de dejar que las
lágrimas, que estaban a las
puertas de mis ojos, salieran
sin miedo.
Continué con las manos
sobre el chico que estaba
herido.
Pero rápidamente, sentí
cómo salía de aquel estado de
confusión en el que me hallaba,
porque en ese momento me di
cuenta de que el chico había
recuperado un ritmo normal en
su respiración y sus heridas se
habían cerrado. Había dejado
de sangrar. Me miró entre
asombrado, desconcertado y
agradecido por la mágica
curación que mis manos le
habían proporcionado.
— Gracias —dijo sorprendido
y atemorizado.
Se tocaba el torso. Miraba la
camisa manchada de sangre y
no daba crédito a lo que sus
ojos estaban viendo. Podía
tocar con sus propias manos la
ausencia de heridas en los
mismos puntos de su cuerpo
donde sólo unos minutos antes
perdía tanta sangre que había
estado a punto morir.
No dejaba de mirarme,
supongo que en un intento de
entender qué era lo que le
había ocurrido y cómo yo había
conseguido devolverle la vida,
que parecía escapársele hacía
muy poco rato.
— Vete y por favor, olvida lo
que has visto y lo que has
vivido aquí esta noche; por tu
bien —le pedí en voz baja y
mirándole a los ojos, al tiempo
que le acariciaba el rostro.
Él parecía que se había
quedado inmóvil ante aquella
especie de cosa sobrenatural
que estaba experimentando,
pero pude percibir en sus ojos
que estaba profundamente
agradecido conmigo.
Cogí de nuevo sus manos y
me acerqué para hablarle con
suavidad al oído.
— Olvídalo —dije lentamente
en un pausado susurro.
El chico se levantó y se fue,
como hipnotizado por mi voz.
Me iba dando cuenta de que,
poco a poco, yo iba adquiriendo
una serie de cualidades propias
de seres mágicos, pero que
eran reales en mí y yo las
sentía cada vez más auténticas
y fáciles.
Al instante, Liam volvió a
hablarme con la delicadeza con
la que habitualmente se dirigía
a mí. Sin embargo, lo hizo
manteniendo una distancia
física, que para mí era una
inmensidad que ahogaba mi
respiración, dificultándome la
claridad en mis pensamientos.
— Por favor, Aliva, sal ya de
aquí —suplicó Liam.
Pero yo no quería irme. No
quería volver a alejarme de él.
— Sólo me quedan unos
minutos para terminar esto —
dijo, casi rogando que me
marchase.
Yo seguí negando con la
cabeza y sin poder articular
palabra.
— Si no lo acabo, volverá a
recuperar el aliento y a poner
nuevamente en funcionamiento
sus constantes vitales y su
cuerpo. Y lo hará con mucha
más fuerza que antes —respiró
profundamente y continuó—. Y
no podré hacer nada.
Sonó como un lamento.
Bajó la mirada un segundo y
con la tristeza reflejada en sus
ojos, volvió a pedirme que me
fuese.
— Por favor, vete. No quiero
que veas nada más o me
odiarás para siempre —dijo
Liam en un susurro.
Le comprendía, aunque no
quisiera hacer lo que él me
pedía. Asentí, bajé la mirada y
empecé a andar alejándome de
él en silencio.
Al cabo de unos pocos
metros, pensé “yo nunca te
odiaré”. Y fue entonces, cuando
me di la vuelta para mirarle
una vez más. Vi cómo se
arrodillaba frente al Daimón del
rostro violento. Un escalofrío
recorrió todo mi cuerpo cuando,
al ver ese movimiento de Liam,
deduje lo que iba a hacer con
aquella bestia. Era su presa y
se disponía a terminar con él
definitivamente, como lo harían
sus ancestros, los
depredadores. Cerré los ojos y
continué mi camino. El azote
del viento era cada vez más
fuerte y su sonido era como la
exteriorización de mis gritos de
dolor. Sólo podía escuchar ese
sonido impregnándolo todo.
Parecía que aquel viento
salvaje estaba allí para borrar
todo rastro de la escena vivida.
Era cada vez más fuerte y me
empujaba, acelerando mis
pasos y apagando cualquier
sonido que pudiera hacerme
sentir la tentación de volver
junto al ser al que amaba con
tanta intensidad, a pesar de su
naturaleza salvaje y brutal.
La noche era oscura y había
una densidad en el aire que me
dificultaba la respiración. O tal
vez, no era algo externo; tal
vez era yo misma y mis
sentimientos de tristeza los que
generaban en mí esa especie
de angustia y falta de oxígeno
en mis pulmones.
Esa noche fue la primera vez
que me planteé huir, pensé en
marcharme. No sabía adónde ir,
pero sentía que necesitaba
evadirme de toda aquella
violencia que parecía rodear a
Liam y a todo su mundo.
Cuando ese pensamiento
recorrió todo mi ser, empecé a
correr casi de una forma
inconsciente y sin rumbo
definido.
Creo que huía de mí misma.
Hay una especie de vacío en
mis recuerdos sobre esa noche
después del momento en que
empecé a correr. Cuando ahora
pienso en la secuencia de los
acontecimientos de aquellos
días, lo cierto es que en mi
memoria lo que viene a
continuación no corresponde
con aquella noche.
Supongo que el vacío que se
produjo en mi existencia tras
aquellas escenas, se refleja
ahora en una falta absoluta de
recuerdos. Creo que
simplemente no hice nada. Me
fui a casa y me dediqué a
vegetar hasta haber superado
el choque emocional producido
en mis sentimientos.
Sólo tengo algo muy claro en
mi mente: es la oscuridad.
Todo se volvió oscuridad. Y
en esa falta de luz, yo me
sentía perdida y triste. Pasaron
las horas y los días. No fui a
clase. Llamé a Angie y le dije
que estaba enferma y que no
iría en unos días. Angie se
preocupó por mí, pero le dije
que estuviera tranquila, que
simplemente había cogido frío y
estaba con un catarro más
fuerte de lo normal, pero nada
más que eso. Le pedí que
tomase apuntes para mí y
prometió hacerlo.
Era necesario que presentase
un certificado del médico,
justificando mi ausencia a clase
en la universidad. Por eso, forcé
los síntomas gripales y acudí al
hospital, el doctor corroboró mi
enfermedad y escribió el
justificante de ausencia por
enfermedad, que yo entregaría
unos días más tarde en la
secretaría para que no afectase
a mi porcentaje de asistencia.
Cuando volví a casa, hice el
proceso contrario y me
recuperé rápidamente de la
gripe que yo misma había
provocado.
Después, me fui a DEAL NYC.
Estaba segura de que no
encontraría allí a Liam, quien
había dicho a todos los
miembros de su equipo que se
iba a ausentar por un tiempo
para acompañar a un familiar
enfermo en otra ciudad.
Pero fui allí porque quería
hablar con Amy. Ella estaba en
su despacho, trabajando con
normalidad. Cuando entré, me
devolvió una cariñosa mirada.
Sabía cuánto amaba yo a Liam
y entendía bien por lo que
estaba pasando ante su
ausencia y ante la falta de
información que me ayudase a
comprender el porqué de esa
distancia entre nosotros.
Me abrazó sin decir nada. Y
después de un rato nos
sentamos.
Y yo empecé a hablar.
— Amy. Necesito saber más.
Me detuve mirándola
fijamente.
— No entiendo lo que está
pasando —supliqué.
Amy me miró con esa misma
intensidad que lo hacía Liam
cuando estaba preocupado. Y
no respondió.
Insistí.
— Sé que piensas que no
debes contarme lo que está
ocurriendo. O tal vez, Liam te
ha pedido que no lo hagas —
dije cogiéndole las manos y
oprimiéndolas con fuerza, casi
para forzarla a hablar.
Apretó sus labios
conteniendo la respuesta.
— Sea lo que sea, lo que está
pasando, tengo que saberlo. No
puedo seguir en esta situación
de no hacer nada y de no tomar
ningún camino porque no sé
realmente en qué punto estoy.
Me detuve y bajé la mirada
con tristeza.
— Se supone que sois mis
peores enemigos. Pero yo no lo
siento así. Liam es la razón de
mi existencia. Yo nunca os
haría daño —dije con mis ojos
llenos de lágrimas.
Amy me devolvió una mirada
cargada de ternura, en la que
pude apreciar su lado más
humano, esa parte que había
heredado de su supuesta
madre Laerim. Y entonces supe
qué era lo que podía decirle
para convencerla de que me
hablase. Porque entendí que un
Laerim no me ocultaría
información para forzar una
decisión, un Laerim me daría lo
que necesito para poder decidir
libremente. Y en el brillo de sus
ojos y el dolor de su frente
pude apreciar esa herencia
Laerim que había en Amy.
— Si no me cuentas lo que
está pasando, no podré ser
libre en la decisión que yo
tome. Y tú habrás formado
parte de la elección que yo
escoja, que probablemente
será equivocada porque no
dispongo de toda la información
—dije con una fuerza en mi voz
que hacía días que había
perdido.
El gesto de Amy cambió y se
tornó en preocupación. Bajó la
mirada, cerró los ojos, apretó
los labios y respiró
profundamente, tomándose
unos instantes antes de
responderme. Me di cuenta de
que luchaba entre sus dos
mundos interiores. Por un lado,
pesaba la lealtad a su hermano
que le había pedido que no me
revelara nada de lo que estaba
ocurriendo. Y por otro lado,
estaba su naturaleza Laerim
que le decía que debía dejarme
un espacio de libertad para que
yo pudiera elegir
voluntariamente el camino a
seguir. Y Amy me tenía un gran
cariño. Por eso, unos momentos
después tragó saliva, levantó la
mirada y se dispuso a hablar.
— Aliva. No debería contarte
esto —dijo lentamente y con un
nudo en la garganta, al tiempo
que iba negando con su cabeza.
— Sé que es difícil para ti.
Exhaló con intensidad. Casi
pareció un soplo.
— Todo empezó hace unos
días, cuando tu amigo Frank
estrechó la relación con esa
chica, Dakota —dijo.
Me sentí algo desconcertada
porque no entendía la
conexión. Pero continué
escuchando a Amy.
— Dakota era una especie de
Daimón de las más peligrosas
que existen. Son un grupo que
viven de la energía que extraen
de los humanos. Pertenecen a
la primera y más virulenta
generación de Daimones.
Eligen a uno, al que se acercan
con las más sutiles argucias
que te puedas imaginar y
cuando le tienen a su
disposición, se dedican a
robarle toda su energía hasta
que le llevan a la muerte. El
humano va sufriendo una
debilidad cada vez mayor, de
modo que no puede pensar con
claridad y se entrega a todas
las necesidades del Daimón
hasta que finalmente muere.
Nadie podría decir que ha sido
víctima de un lento asesinato
porque no hay huellas visibles
para los humanos, que van
achacando esta debilidad a
distintas enfermedades —
explicó Amy con suma cautela y
con una profunda sinceridad.
Mientras la escuchaba,
entendí la debilidad repentina
de Frank y también su estado
mental, su tristeza y su
malhumor de los últimos días.
Continué escuchando a Amy
para entender todo lo que
estaba ocurriendo y cómo se
relacionaba esa tal Dakota con
lo que distanciaba a Liam de
mí.
— Liam había detectado la
presencia de uno de estos
Daimones en tu entorno, pero
no tenía claro dónde estaba —
dijo.
Y se detuvo para mirarme un
segundo y asegurarse de que
yo entendía bien sus palabras.
— El día que le viste salir a
toda velocidad con el coche,
cuando tú estabas en la calle
despidiéndote de Frank —
explicó—, fue cuando la
descubrió y fue tras ella que
andaba a unos pocos metros de
vosotros. Liam sintió que podía
ser un peligro para ti, no estaba
seguro de lo potentes que eran
tus círculos, ya que tú te
empeñabas en desactivarlos
constantemente —me increpó.
En ese momento el tono de
su voz se endureció.
Amy se levantó del sofá y se
dirigió a la gran ventana que
daba a la calle. Se quedó
mirando al exterior, antes de
continuar.
— Hacía muchísimo tiempo
que Liam no había hecho nada
parecido —dijo Amy mientras
no quitaba su mirada del
exterior.
Parecía que a su mente
venían recuerdos de tiempos
difíciles para ellos y casi temía
hablar de esto. Su mirada
seguía perdida en algún punto
de sus recuerdos. Se dio la
vuelta, se dirigió a su mesa de
trabajo y se apoyó sobre ella,
medio sentada y con las manos
apoyadas sobre el tablero,
como agarrándose al cristal
para continuar hablando.
— Desde esa noche, la
persiguió durante dos días
hasta que le dio caza —dijo.
Y me miró inclinándose hacia
delante.
— No sé si sabes qué
significado tiene esto, Aliva —
preguntó.
— Creo que no sé a qué te
refieres… ¿quieres decir que la
mató? —respondí con una
pregunta.
— Es algo más que eso. Para
matar a un Daimón hay que
destruirle completamente,
porque de lo contrario recupera
su fuerza y la duplica
convirtiéndose en un ser
todavía más peligroso, no sólo
para los humanos sino también
para otros Daimones.
La miré con la máxima
atención.
— Para destruir a un Daimón
hay que hacer tres cosas.
Primero matarle físicamente
hasta que sus constantes
vitales se detienen. Después,
hay que comerse todos sus
órganos. Y finalmente, hay que
extraer su cerebro y quemarlo.
Cuando todo eso está hecho,
tienes la certeza de que ha
dejado de existir para siempre
—me contó con una solemnidad
cargada de tristeza y dolor.
Se levantó, se dirigió
despacio hasta el sofá y se
sentó junto a mí.
Yo entendía lo que me
estaba explicando y ahora
comprendía plenamente lo que
Liam estaba haciendo con el
Daimón de rostro mortal en
aquel frío y oscuro callejón.
Respiré profundamente para
seguir escuchando a Amy.
— Hace milenios que Liam
lucha contra la parte animal y
violenta que le dio la genética.
— Lo sé —dije cerrando los
ojos y apretando mis manos de
forma instintiva para
prepararme para lo que venía a
continuación en el relato de
Amy.
— Cuando comes los órganos
y la carne de otro Daimón, te
quedas con una fracción
importante de su violencia que
pasa a formar parte de tu ser —
dijo cruzando sus brazos, como
en un intento de protegerse de
algo.
Abrí ampliamente mis ojos
porque entendía bien lo que le
estaba ocurriendo a Liam.
— Ahora Liam ha entrado en
una espiral de violencia que no
consigue parar. Su instinto
cazador ha despertado con
intensidad. Y aunque todo su
lado humano lucha contra ello,
la fuerza del mal y la violencia
que alberga en su interior es
tan fuerte que se ha convertido
en un ser muy peligroso,
porque actúa llevado más por
su necesidad de caza, que por
sus sentimientos y su
pensamiento humano.
Amy levantó la mirada,
apretó los labios y cerrando los
ojos, trató de contener las
lágrimas que afloraban en sus
pupilas. Pero fue imposible para
ella detenerlas.
Yo entendía el alcance de lo
que me estaba contando y
sentía el gran dolor que eso le
producía. La abracé durante
unos minutos hasta que estuvo
más tranquila.
Cuando se reincorporó, me
miró con cariño.
— Gracias, Aliva —dijo
sonriendo.
Yo hice un intento de hablar,
pero ella me detuvo
cogiéndome la mano para
continuar explicándome lo que
estaba ocurriendo.
— La otra noche, cuando
salvaste al chico del callejón —
dijo.
— ¿Lo sabes? —exclamé
abriendo unos ojos como
platos.
— Sí —afirmó—. Hablo a
diario con Liam y trato de
ayudarle, pero no quiere
acercase a mí porque teme no
controlar su violencia ni
siquiera conmigo.
— ¿Contigo? —dije
sorprendida.
— Sí —asintió con pena—. No
te olvides que yo soy una
Daimón… y también tengo una
parte de Laerim, aunque no
cuento con el poder protector
de los auténticos Laerim.
Se apartó el pelo del rostro
con delicadeza y siguió
hablándome.
— El Daimón al que destruyó
ese día, era una hiena. Esa
misma noche terminó con otros
dos de su misma especie. Pero
unos días antes había destruido
a una especie de Daimón con
una enorme carga genética de
serpiente y con un alto y
potente veneno que podría
destruirte con el sólo contacto
de tu saliva con la suya.
Me eché atrás mientras
suspiraba ante la sorpresa y el
miedo por lo que Amy me
estaba contando. Y pensé, “un
beso de Liam podría ser mortal
para mí”.
— ¿Por eso no quiso
acercarse a mí la noche del
callejón? —pregunté apartando
mi pelo a ambos lados con las
dos manos y dejándolas sobre
mi nuca, tratando de
tranquilizarme y casi
protegerme de lo que Amy me
estaba explicando.
— Sí —afirmó.
Elevé la mirada,
reproduciendo visualmente en
mi recuerdo aquella dolorosa
escena. Amy respetó el espacio
de silencio que yo necesitaba
para entender todo aquello y
asumirlo.
— ¿Y por eso mi escudo se
activó con tanta intensidad
cuando él llegó a ese lugar? —
miré a un lado y a otro
entendiendo y recomponiendo
todas las piezas que ahora
encajaban perfectamente.
— Cuanto más violento es
Liam, más potente es tu escudo
para alejarle de ti, para
protegerte de él —explicó Amy.
Nos miramos en silencio. Y
después, ella continuó.
— Eso le produce un inmenso
dolor, no sólo físico. Es algo
mucho más profundo. Está
viviendo los peores momentos
de su existencia. El sufrimiento
es atroz para él. Pero el amor
que sigue sintiendo por ti es
igual de intenso. Está en una
encrucijada de sentimientos.
Necesita estar cerca de ti, pero
sabe que es peligroso para los
dos. Ahora, su fuerza es más
negativa e incontrolable que
nunca y tu escudo le produce
un dolor tan violento que, si
estuviera cerca de ti, no le
permitiría pensar con claridad y
se dejaría llevar por el instinto
animal de protección,… por
salvar su propia vida.
Se detuvo. Tomó fuerza y
siguió.
— Y su instinto de protección
le llevaría a terminar con ese
dolor producido por tu escudo…
hasta matarte —dijo con
misterio en sus palabras.
— ¿Qué? —exclamé
horrorizada.
Cerré los ojos en un intento
de huir de aquella dolorosa
verdad que significaba que
Liam y yo estaríamos alejados
durante un larguísimo tiempo,
por nuestra propia
supervivencia.
De repente, pensé que no
podía ser.
— Pero, Amy. Yo, yo —
tartamudeé—, tenía entendido
que mi escudo me protege ante
cualquier Daimón. Liam nunca
podría matarme —pregunté.
Por un momento, pensé que
había dado con la solución a
todo esto. Y un halo de luz
iluminó todo mi rostro, como
u n a muestra externa de la
ilusión repentina que brillaba
en mis pensamientos. Me sentí
esperanzada.
— Amy, tienes que decírselo.
Dile que no tenga ningún
miedo. No puede hacerme daño
—exclamé ilusionada—. Dile
que vuelva a mi lado y yo le
ayudaré, estaré siempre con él
—dije mientras sonreía.
Amy me miró apenada.
— Ningún Daimón en todo el
universo podría matar a un
Laerim. Pero aquí hay una
situación que nunca antes se
había producido. Y es que tú
amas a un Daimón que ahora
es altamente peligroso. Tu
amor por él es tan grande que
no podrías verle sufrir. De
modo, que anularías a tu propio
escudo dejándote llevar por
una especie de hechizo
venenoso que terminaría con tu
vida. Y eso lo haría el nuevo
veneno de serpiente adquirido
por Liam —explicó.
Se detuvo y luego continuó.
— Sería el final para ambos,
porque él no podría vivir ya sin
ti y mucho menos con la culpa
de haber sido quien terminase
con tu propia vida. Sería algo
tan terrible que Liam, que sabe
todo esto, ha decidido alejarse
de ti por un tiempo.
Comencé a respirar tan
rápido que sentí que me
mareaba.
Amy me abrazó y siguió
hablándome.
— Lo hace para protegeros a
ambos —dijo con ternura—.
Confía en él, Aliva. Liam es muy
fuerte —hablaba despacio y
sonaba casi maternal—. No
temas al tiempo. Tienes toda la
eternidad por delante, ten
paciencia. Ahora tiene que
romper con la espiral de
violencia y después esperar el
tiempo suficiente hasta que ese
veneno desaparezca
definitivamente y para siempre
de su organismo. Y eso no
sabemos cuánto tiempo le
llevará.
Después me miró con cariño,
sonrió y acarició mi brazo,
como una hermana mayor que
apoya a su hermana pequeña
en momentos difíciles.
— Yo estaré aquí y prometo
ayudarte. Pase lo que pase y
sea cual sea la elección que
hagas sobre cómo quieres
seguir tu vida —sonrió con
dulzura, una vez más.
Amy hacía que las cosas
parecieran sencillas y posibles.
Era un ser reconfortante. En
aquellos momentos no podía
pensar nada negativo sobre
ella, por mucho que ella misma
me decía que era una Daimón.
Lo mismo ocurría con David y
Ely, pero ellos no eran tan
cercanos conmigo.
— No sé qué hacer ahora —
confesé con desánimo.
— Ten paciencia y confía en
él. Es lo que puedo decirte,
Aliva —señaló.
Apreté los labios
reconociendo que, al parecer,
no había más remedio que
esperar y confiar en él.
Me levanté, cogí mi mochila y
le di las gracias a Amy.
Cuando salía por la puerta de
su lujoso y luminoso despacho,
pensé en Alan. Me di la vuelta y
le pregunté a ella.
— Se me olvidaba algo
importante, Amy —dije con
cierta precipitación.
— ¿Qué? —preguntó
arrugando la frente, mostrando
su duda.
— Hay un chico, Alan. Ha
empezado las clases con mi
grupo de compañeros de la
facultad. Él es un Laerim.
— Lo sé —afirmó.
Que Amy supiera tantas
cosas sobre lo que me estaba
pasando no es que me
contrariase, pero me intrigaba.
Y creo que ella, que sabía leer
mi comunicación no verbal a la
perfección, lo supo.
— No te preocupes. Poco a
poco, tú también irás
desarrollando la capacidad de
saber qué cosas importantes
pasan en las vidas de las
personas a las que quieres. Es
sólo una cuestión de tiempo —
comentó en la puerta de su
despacho.
— Ya —respondí,
mordiéndome el labio.
Cada vez, sentía que me
parecían más normales o más
naturales estas cosas que me
pasaban, pero todavía me
sorprendía ante comentarios
como éste.
— No te preocupes. Alan es
alguien que está aquí para
protegerte. Su presencia sólo
puede ser buena para ti y para
Liam en unos momentos tan
complicados como estos. Los
círculos de Alan refuerzan los
tuyos. Cuanto más cerca esté
de ti, más segura estarás ante
cualquier peligro —susurró para
que nadie pudiera oír lo que me
estaba diciendo.
Me quedé pensando en sus
palabras sin responder.
Amy se puso seria antes de
continuar.
— Cuando digo peligro, ahí
está incluido Liam… sobre todo
Liam, en estos momentos.
— Entendido —bajé la mirada
para asimilar todo aquello—.
Gracias, eres como una
hermana, Amy.
— Cuídate, Aliva —se
despidió.
Me fui inmersa en mis
pensamientos y en la tristeza
de mis sentimientos.
Desde el día en el despacho
de Amy en DEAL NYC, el
tiempo pasaba lentamente en
mi vida. Continué con mi rutina
de las clases y con la alegría
que me producía compartir
tantas cosas con mis amigos.
En aquellos días, estuve mucho
más cerca de ellos.
Alan se integró plenamente
en el grupo. Para mí, su
presencia era una fuente de
paz y tranquilidad, porque sabía
que sus círculos me
protegerían. Y esta protección
era una garantía para mí y para
Liam, porque nos aseguraba el
tiempo que era necesario para
la recuperación de Liam.
Angie estaba completamente
enamorada de Alan y él hacía
que ese sentimiento arraigara
en el corazón de ella, con una
intensidad casi eterna. Es
comprensible porque Alan es un
ser celestial.
Hoy pienso que Alan sentía
algo especial y diferente por
Angie y, de no haber
pertenecido a mundos tan
distintos, probablemente se
habría enamorado de ella.
Cómo no hacerlo, si mi querida
amiga era bella en todos los
sentidos. Probablemente, llegó
a enamorarse de ella. No lo sé.
Esta era la tónica general en
la que transcurrieron los días
siguientes en mi vida.
CAPÍTULO 10

ABRIL

Después de varias semanas,


llegó abril y con él mi
cumpleaños.
Era 10 de abril. Me sentía
como parada en un punto de mi
vida desde hacía tiempo.
Parecía como si estuviese
tumbada sobre una tabla de
madera, en un mar de aguas
tranquilas que me arrastraba
hacia ninguna parte y por el
que yo me dejaba llevar
lentamente y sin rumbo. La
sensación era de tranquilidad,
pero también de vacío.
Era sábado. Me levanté por la
mañana con una sensación
extraña. Salí a la calle y me
dirigí a una oficina de alquiler
de coches. Elegí uno de color
blanco. Era el más rápido y de
mayor potencia de todos los
que tenían, pagué por él para
su uso durante un día.
El vendedor me acompañó
hasta el lugar donde estaba
aparcado y me entregó las
llaves. Me senté, puse el motor
en marcha y conecté una
emisora de radio en la que
sonaba música clásica.
No sé cómo ni por qué, tomé
una dirección que no sabía muy
bien adónde me llevaba. Era
como si una fuerza exterior
hubiese tomado el control de
mi cuerpo y mi mente y
estuviese dirigiéndome, como si
de una marioneta de guiñol se
tratase. Me dejé llevar sin
saber realmente adónde
llegaría. Después de varias
horas conduciendo
tranquilamente, paré junto a
una bella playa solitaria y
tranquila. Aparqué el coche y
bajé hasta la orilla.
Respiré profundamente el
húmedo y limpio aire del mar.
Aquello me devolvió, por unos
segundos, a mi vida anterior, a
mi primera juventud en
aquellos días de playa e
ingenuidad. Era el día en que
volvía a cumplir años y, una vez
más, lo hacía junto al mar.
Llevaba puesto un fular, que
extendí sobre la arena y me
senté sobre él para observar el
lento movimiento de las olas al
llegar a la orilla y escuchar el
relajante sonido que éstas
producían al romper. Me sentí
como flotando en un mundo
lejano y en soledad. No sabía
por qué estaba allí, ni para qué.
Simplemente, cerré los ojos
para sentir el aroma del mar y
saborear el momento de paz.
Al cabo de un rato, noté
cómo los círculos empezaban a
activarse del mismo modo en
que lo hacían cada vez que un
peligro importante se hallaba
próximo a mí. Aquello me sacó
de mi placentera ensoñación.
Abrí los ojos. Frente a mí tenía
el horizonte y aquellas aguas
en movimiento solitario. Miré a
mi izquierda y vi que alguien
caminaba con los pies
descalzos por la orilla
dirigiéndose hacia donde yo
estaba. A medida que se iba
acercando, yo iba notando
cómo el poder de los círculos se
acentuaba.
Todavía estaba lejos y yo no
podía distinguir de quién se
trataba.
No sentí miedo.
Poco a poco, la silueta de
aquel chico se iba aproximando
hasta que pude darme cuenta
de quién era. Estaba a varios
metros de distancia, pero
distinguí su rostro. ¡Era Liam!
Llevaba un pantalón vaquero
y una camisa blanca. Las
zapatillas las llevaba en su
mano izquierda y caminaba de
forma pausada.
Me dio un vuelco el corazón.
De repente, fue como que toda
mi existencia cobraba fuerza.
Parecía como si el reloj que
estaba parado, empezara a
moverse a toda velocidad. Era
como que mi vida se
reactivaba, como salir de un
letargo invernal. Todas y cada
una de las células de mi cuerpo
recobraban su actividad, todas
ellas sentían la intensidad de la
presencia de Liam. Y volvió ese
maravilloso cosquilleo en el
estómago que yo sentía, cada
vez que él estaba cerca.
Sonreí mientras me
levantaba con la intención de ir
corriendo junto a él.
Vi cómo se paraba y pude
apreciar el gesto de dolor en
todo su cuerpo y hasta en su
rostro, a pesar de los metros de
distancia que había entre
nosotros.
Puse mi mano derecha sobre
los círculos para detener su
acción. Por encima de todo, yo
deseaba abrazar a Liam. Nada
era más importante para mí en
aquellos momentos que estar
junto a él, piel con piel. No
tenía miedo. Sabía que podía
confiar en él, a pesar de todo lo
que me había dicho Amy y de lo
que pensaba Alan.
Al desactivar la acción de los
círculos, Liam reanudó sus
pasos y yo comencé a andar
hacia él. Estaba absolutamente
hechizada por su presencia, una
vez más. Al llegar ante él,
ambos nos detuvimos. No había
ni medio metro de distancia
entre nosotros. Nos miramos a
los ojos. Él estaba inmóvil,
parecía que no se atrevía a
tocarme. Yo estaba
completamente obnubilada.
Cerré los ojos y fue entonces
cuando sentí la caricia de la
suave mano de Liam sobre mi
mejilla. Nos abrazamos.
No sé cuánto tiempo
estuvimos así, sin hablar, sin
movernos, abrazados, sólo
sintiendo el amor que brotaba
en nuestra piel.
Habría deseado besarle
eternamente, pero sabía que
todavía Liam no había logrado
terminar con el veneno que
emanaba de su saliva y que
podía ser mortal para mí. De
todos modos, no era necesario.
Para mí era un auténtico
premio, sentirme abrazada a él.
— Te quiero, Aliva —susurró
—. No sabes cuánto te he
echado de menos.
— Te quiero, Liam —
respondí.
Respiró profundamente.
Sentí cómo mi vida estaba
anclada en un paréntesis sin
sentido desde que él se había
ido.
— Los días han sido pura
oscuridad sin ti —confesó
mirándome a los ojos y
sosteniendo mi cara entre sus
cálidas manos—. Ojalá pudiera
besarte.
— No importa. Ya lo harás
cuando no haya ningún peligro.
Me basta con estar a tu lado,
Liam —respondí sonriendo y
sentí cómo brillaban mis ojos
con la luz que emanaba de los
suyos,… aquellos ojos felinos.
No dejaba de mirarme.
— Amy dice que es peligroso
que esté junto a ti —comenté
con la voz entrecortada.
— Y es cierto. Ahora mi parte
salvaje es muy potente —dijo
con tristeza y se detuvo—.
Ahora soy muy peligroso —
añadió tristemente.
Siguió mirándome con
intensidad.
— Yo no te siento así. Para
mí eres el de siempre —me
apresuré a decir—. Y si no lo
eres, yo haré todo lo posible
para ayudarte.
Sonrió y cerró los ojos con
suavidad.
— Todavía tengo tanto que
arreglar —dijo con tristeza,
soltándome y dando un paso
atrás.
Se quedó mirando al suelo,
como absorto en no sé qué
pensamientos que le producían
un intenso dolor.
— No te vayas, por favor —
supliqué suavemente,
acercándome a él de nuevo y
tratando de coger su mano.
— He entrado en una rueda
de violencia y riesgo de la que
tengo que salir antes de poder
regresar junto a ti para
siempre, Aliva.
— No te vayas, yo te ayudaré
—supliqué una vez más—.
Estaré contigo en todos los
momentos difíciles y te daré
todo mi amor. Estoy segura de
que eso acelerará los cambios
que necesitas hacer para volver
a la vida anterior —dije
apresuradamente para tratar
de convencerle.
— Las cosas no son tan
fáciles, Aliva —respondió con
una triste sonrisa en los labios.
— No temo a las cosas
difíciles. Temo a la soledad y
temo a la distancia entre
nosotros. El resto no tiene
ninguna importancia para mí.
Haré lo que sea para estar
contigo —insistí sin dejar de
mirarle y hablando a toda
velocidad.
— Ahora soy peligroso para ti
—susurró con un mar de dolor
en su mirada y bajando su
rostro.
— Eso no es verdad —le
recriminé.
Me aparté unos centímetros
de él y le miré con incredulidad.
— Mírate. Estás aquí, junto a
mí, abrazándome y
hablándome y yo no siento
ningún temor. No has hecho
nada peligroso para mí. Amy
dijo que si yo anulaba mi
protección, tú poco menos que
te abalanzarías sobre mí y
terminarías con mi vida de
inmediato y de forma violenta.
Pero no ha ocurrido nada de
eso. ¿Dónde está el peligro que
supones para mi vida? —dije
enfadada y elevando la voz.
Bajé la mirada. Aparté el
pelo de mi rostro y giré la
cabeza hacia la orilla,
mostrando mi enojo. Cerré los
ojos para contener el enfado.
Él miró al cielo, tratando de
encontrar algún tipo de ayuda
en no sé qué lugar.
— ¿Para qué has venido?,
¿para crearme la ilusión de
estar juntos de nuevo y luego
marcharte hasta no se sabe
cuándo? —dije retándole con el
tono de mi voz y el gesto
enfadado de mi rostro.
Apretó los labios. Parecía
estar haciendo un enorme
esfuerzo por estar junto a mí.
Era como si estuviera viviendo
una dramática lucha interior.
Tragó saliva y habló.
— He venido porque hoy es
un día especial. Es tu
cumpleaños y necesitaba estar
junto a ti y felicitarte —dijo con
ese tono cariñoso y dulce,
maravilloso y embaucador que
era típico en él.
Levanté los ojos. Y le devolví
una mirada de agradecimiento
y complicidad que él recogió
con sus ojos felinos. Y le
abracé.
Fue uno de los momentos
más intensos y felices de mi
vida.
Pero, en mitad de aquel
intercambio de sentimientos
puros, escuchamos unos golpes
oscuros y sordos sobre la arena
de la playa.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco y
el sexto. Fueron rápidos,
prácticamente sin pausa entre
cada uno de ellos.
Eso nos hizo salir de nuestro
hechizante abrazo. Ambos nos
giramos hacia el lado de la
arena. Había seis Daimones
colocados en semicírculo frente
a nosotros. Nuevamente,
presencié la violencia en sus
rostros.
De inmediato, Liam me
apartó de él y gritó.
— ¡A esto me refería! Sal de
aquí, Aliva. Vete. Aléjate y
activa tus círculos. ¡Estás sin
protección y son seis! —insistió
con fuerza, violencia y miedo
en su voz.
Me di cuenta de que yo
estaba desprotegida, pero que
debía alejarme unos metros
para no anular su fuerza ni
hacerle daño a Liam antes de
activar mi protección.
Empecé a correr.
Comenzó una pelea brutal.
Atacaban a Liam por todos los
lados y, aunque era fuerte y
rápido, estaba sólo. Le
golpeaban con una violencia y
una fuerza sobrehumanas. Pero
él se defendía con mayor
intensidad, si cabe, frente a
cada uno de los golpes. Y se
reponía de forma inmediata.
Seguí corriendo y, cuando iba
a activar mis círculos, sentí
cómo uno de ellos me agarraba
por el cuello, con una fuerza
terrible. Me levantó y me
arrastró volando bajo sobre el
agua del mar hasta alcanzar al
resto de Daimones con los que
Liam peleaba.
Sin soltarme y apretando
fuertemente mi cuello, gritó a
Liam.
— ¡La tengo! ¡La mataré,
maldito bastardo!
Su voz sonaba infernal. Y el
dolor que me estaba
produciendo era atroz.
— ¡Suéltala ahora mismo,
rata inmunda! —respondió Liam
con crueldad.
Yo podría haber activado mis
círculos para alejar al Daimón,
pero no lo hice por temor a que
dañaran a Liam. La intensidad
de mi escudo era mil veces
mayor que hacía unos meses y,
sobre todo, aumentaba su
poder cuanto más peligrosos
eran los Daimones que hubiera
cerca de mí. Por eso no quise
activarlos, porque pensaba que
dañarían seriamente a Liam y
entonces, ambos estaríamos
muertos ante aquellos seis
seres salvajes y sanguinarios.
Los otros cinco Daimones
agarraron a Liam
inmovilizándole finalmente.
Pensé que había llegado el
fin para nosotros dos. Y
entonces, escuché la voz de
Alan en mi interior.
— Activa tu protección. Son
muy peligrosos. Protégete,
Aliva.
Negué con mi cabeza. Por
suerte, el Daimón que me tenía
agarrada no entendió qué era
lo que yo negaba.
Un segundo después, vi a
Alan a unos metros de
nosotros. Estaba de pie sobre la
arena con las manos abiertas,
como enviando algún tipo de
energía hacia fuera de él.
Emitía una especie de haz de
luz muy brillante, que contenía
algún tipo de protección que
anulaba el poder de los
Daimones. A mis ojos, aquella
luz se ofrecía como la entrada
al paraíso, era bella y
poderosa. Sin embargo, a ellos
les producía un daño mortal.
El Daimón que me sostenía
dejó de hacer fuerza sobre mí y
pude soltarme. Me aparté de él
rápidamente.
Los otros cayeron
desplomados. Y también lo hizo
Liam.
Emití un grito sordo al verle
caer, pensado que algo horrible
podía estar ocurriéndole.
— Vámonos de aquí, Aliva —
me dijo Alan apresuradamente
y cogiéndome por el brazo para
sacarme de aquel peligroso
lugar.
— ¿Qué le has hecho? —
pregunté aterrada mientras me
soltaba de su mano.
Fui corriendo hacia Liam y
me arrodillé junto a él para
asegurarme de que todavía
respiraba. La manera en la que
se desplomó sobre el suelo me
produjo la sensación de que le
había perdido para siempre.
— ¿Qué le has hecho? —
repetí llorando y
completamente destrozada por
el dolor.
Cogí la cara de Liam y le
levanté la cabeza. Seguía
totalmente inmóvil. Le abracé
llorando de forma
desconsolada.
— Vámonos, Aliva. Sólo nos
quedan unos minutos. Lo que
he emitido ha sido muy leve,
sólo para bloquearles —susurró
acercándose a mí y tomando,
de nuevo, mi brazo en un
intento de que yo me soltara de
Liam y le siguiera.
— ¡No! —grité, soltándome
de Alan, muy enfadada con él.
Me miró sorprendido y
desconcertado.
— ¿Qué le has hecho? —
inquirí.
— No le pasa nada, Aliva.
Sólo le he anulado por unos
minutos. Es el tiempo que
necesitamos para sacarte de
aquí. Nada más. Dentro de
poco se despertará —explicó
Alan mirándome sinceramente
a los ojos y con mucha calma, a
pesar de lo peligroso y urgente
de la situación.
Me quedé pensando en las
palabras tranquilizadoras de
Alan, sin soltar a Liam. Me
limpié las lágrimas, me aparté
el pelo hacia atrás y le miré.
— Si le dejo aquí, cuando
esos Daimones se despierten le
matarán —expresé en voz alta
mis pensamientos, sin dejar de
mirar a Liam.
— ¡Vámonos, ya! —dijo con
prisas.
— No, Alan. No me iré sin él
—dije con una frialdad y una
seguridad desafiantes.
— No parecía estar
defendiéndose mal cuando
llegué —expresó con cierto
desprecio—. Se las arreglará.
— Quizás no, Alan. Quizás no
—respondí mirándole con un
gesto retador.
Estaba enfadada con él.
— Aliva, no te entiendo. De
verdad —protestó.
Se dio la vuelta, anduvo unos
pasos alejándose de mí. Estaba
tratando de comprender qué
era lo que yo podía sentir por
Liam, qué era tan fuerte como
para arriesgar mi propia vida
por un Daimón.
Iba negando con la cabeza y
mirando al suelo.
— Yo tampoco te entiendo a
ti —grité para llamar su
atención y que regresase.
Se dio la vuelta más
desconcertado todavía que
antes. Me miró perturbado.
— Acabo de salvarte la vida
—respondió alterado y confuso,
levantando sus brazos en
medio de su desesperación.
— Se supone que eres un
Laerim, ¿no? —dije.
Asintió y encogió los hombros
en un gesto de falta de
comprensión ante mis palabras.
— Según tú, el amor es lo
más importante —argumenté
sin soltar la mano inmóvil de
Liam.
Alan continuó mirándome sin
saber por dónde iría yo con mis
palabras. Respiró de forma
profunda.
— Absolutamente —contestó
convencido de su respuesta y
mirándome con intensidad.
— Pues entonces, deberías
comprender que le amo con
toda mi alma y no puedo
dejarle aquí al acecho de esos
seis sanguinarios. No me
importa lo que él sea, no me
importa que ahora esté
viviendo un momento tan
peligroso. Voy a estar con él,
pase lo que pase —dije con la
tristeza y la desesperación
reflejada en mi rostro, pero con
contundencia.
Me detuve para mirar a Liam,
con la esperanza de encontrar
una forma de sacarle de allí.
— Yo no tengo la fuerza
suficiente para sacarle de aquí.
Pero sé que tú puedes hacerlo
—expliqué ahora con un tono
mucho más cercano hacia Alan,
que era mi única esperanza de
salvar a Liam.
Me miró y pude ver en sus
ojos el reflejo de la
contradicción de sus
pensamientos ante mi petición.
Le estaba suplicando que me
ayudase a salvar la vida de un
Daimón. Un Daimón que
además era muy peligroso.
Porque es cierto que ahora
Liam era realmente violento. Y
yo estaba arriesgando mi
propia vida por ese ser maldito.
Para un Laerim una vida pura
como la mía era la mayor joya
que podía existir en el universo
y no podía ponerla en peligro.
Les costaba mucho encontrar
seres como yo a quienes
dedicaban años de apoyo para
hacerles Laerim y poner mi vida
en peligro no cabía entre las
posibilidades para Alan.
— Ayúdame a llevarle al
coche. Salgamos de aquí
cuanto antes. Te lo pido por
favor, Alan —supliqué.
Él cerró los ojos. Después
miró al cielo, apretó las manos
respirando intensamente. Y por
fin, corrió hacia nosotros. Cogió
a Liam, lo levantó como si no
pesara nada y me miró casi
arrepentido por lo que estaba a
punto de hacer.
— Sígueme y corre con todas
tus fuerzas —me ordenó
hablando entre dientes, como
tratando de no decir lo que
estaba diciendo.
Salimos corriendo. Entramos
en el coche. Le di las llaves.
Alan lo puso en marcha y
condujo a la máxima velocidad
que alcanzaba aquel automóvil.
Me alegré de haber elegido el
que más corría de todos los que
ofertaba la empresa de alquiler.
Estaba nervioso. Conducía
mirando a Liam por el espejo
retrovisor esperando que,
desde el asiento trasero él
hiciese algún movimiento
peligroso. Pero Liam seguía
inmóvil, allí tumbado.
— Aliva. Voy a dejarle unos
kilómetros más allá —me
indicó, señalando con su mano
derecha hacia uno de los lados
de la carretera—. Prométeme
que te quedarás en el coche y
no cometerás ninguna
estupidez más —dijo Alan sin
dejar de mirar a la carretera.
— Pero —intenté decir, sin
éxito porque Alan me cortó de
golpe.
— ¡No, Aliva! No hay pero
que valga. Le voy a dejar y
después, tú vendrás conmigo.
Negué con la cabeza
apretando los labios y las
manos, mostrando mi
disconformidad con la petición
de Alan.
— Ahora no puedes estar con
él. Le pones en peligro cuando
estás cerca —me explicó
apresuradamente.
Le miré como mira una niña
enfadada que no logra que le
dejen hacer lo que quiere.
Aunque, en el fondo sabía que
Alan tenía razón. Pero lo que él
me estaba indicando que
hiciera, significaba abandonar
al hombre al que amaba, al que
más había amado en toda mi
vida y al que más amaría por el
resto de mis días, a pesar de
que ese hombre fuese un
Daimón y yo una Laerim,
enemigos naturales según el
mundo mágico al que yo
pertenecía.
— Tú eres una Laerim —dijo.
Sentí que Alan acababa de
adentrase en mi mente para
leer mis pensamientos.
— Eso ya lo sé —respondí
enfadada.
— Sí, pero parece que no te
das cuenta de lo que eso
significa —me cortó Alan.
Y por vez primera, me
pareció que estaba realmente
enfadado conmigo y con la
actitud que yo había decidido
tomar en este tema.
Le miré sin entender qué era
lo que me quería decir esta vez.
— Los Daimones sienten tu
presencia. Y eso es algo muy
seductor para ellos, porque no
eres todavía suficientemente
fuerte para protegerte del todo
frente a sus poderes y a sus
peligros. Ellos lo perciben y te
hace todavía más atractiva
para ellos, porque saben que
no puedes matarles —explicó—.
A día de hoy, puedes apartarles
de ti, pero no puedes
destruirles. No lo olvides —
terminó.
Y esta vez apartó la mirada
de la carretera y se giró para
ver cuál era mi reacción a lo
que me estaba diciendo.
Yo tragué saliva, porque
entendía el significado de sus
palabras.
— Pueden pensar en la
posibilidad de matarte. Y matar
a un Laerim es lo que les
proporcionaría el poder máximo
y les haría invencibles. Por eso
eres tan atractiva para ellos —
me explicó Alan—. Y encima, tú
te permites andar por ahí
anulando tu protección ante la
presencia de siete Daimones.
Me quedé pensativa, ahora
empezaba a comprender
muchas cosas.
Reconozco que no me gustó
nada que Alan dijera “siete
Daimones”. Para mí había seis,
porque yo no podía ver a Liam
como un Daimón, como uno
más de esos seres
sanguinarios, violentos y
brutales. No lo era ante mi
corazón, ni ante mis
sentimientos.
Y yo había aprendido de los
Laerim a escuchar a mi
corazón. Pero entendía que
para Alan, Liam sí fuese un
Daimón.
Volvió a mirarme mientras
continuaba la explicación que
me estaba dando para que yo
fuese consciente del peligro
que corríamos.
— Aliva. ¿Por qué te crees
que vine aquí? Porque necesitas
nuestro apoyo y nuestra
protección hasta que seas más
fuerte. Y para eso, se requiere
tiempo —dijo con ternura, esta
vez.
Detuvo el coche. Me miró.
— Le voy a dejar ahí —señaló
un bosque.
Miré al lugar donde Alan me
indicaba. Era un bosque denso,
frío y oscuro. Las ramas de los
árboles no dejaban pasar los
rayos de sol. Me pareció un
lugar triste e inhóspito. Era el
último lugar donde yo
abandonaría a un ser amado.
Negué con la cabeza, en un
intento de evitar la separación,
una vez más. Y porque además,
temía por Liam.
— Es muy fuerte. No creo que
le pase nada. Pero no podéis
estar juntos ahora —me cogió
del brazo—. ¿Lo comprendes?
Me miró con cariño, aunque
tratando de averiguar en mis
ojos algo que le permitiera
entender mi comportamiento y
mi relación con Liam. Ese ser
que para Alan era algo terrible:
un Daimón. Sin embargo, para
mí era el amor puro, la más
alta representación del
sentimiento más sincero que
jamás había surgido en mi
corazón.
Negué una vez más, sin
poder hablar, desconcertada
por aquella nueva separación y
por el peligro que acechaba a
Liam. Aunque, en el fondo de
mi alma sabía que Alan tenía
razón. Me sentí triste e
impotente ante aquella horrible
experiencia que estaba
viviendo.
Alan continuó tratando de
explicarme la realidad tal y
como era, porque se daba
cuenta de mi ingenuidad o de
mi inconsciencia ante el peligro,
dejándome llevar por mi
obstinación con respecto a
Liam.
— Cuando estás con él,
anulas siempre tu protección
para evitarle ningún daño a él.
Y eso es como una llamada a
otros Daimones que sienten
una salvaje atracción hacia ti —
me explicó—. Es exactamente
lo que ocurrió en la playa.
Bajé la mirada, me daba
cuenta de que Alan tenía razón
y de que hacía todo aquello con
un único objetivo: protegerme.
Pero era un precio muy alto el
que tenían que pagar mis
sentimientos a cambio de esa
defensa.
Alan sabía que yo estaba
sufriendo de verdad ante
aquella separación. El tiempo
corría y eso era peligroso. Así
que tomó acción. Cogió a Liam,
todavía inmóvil, y desapareció
a una velocidad que mis ojos
fueron incapaces de apreciar.
De repente, me vi sola en el
coche, en mitad de una
carretera solitaria y sin Liam.
Los minutos siguientes
estuvieron cargados de
angustia, la sensación era como
si se me helase el corazón. El
día de mi cumpleaños, que
había amanecido soleado y
radiante en Nueva York, se
había vuelto oscuro, frío,
húmedo, triste y solitario en
medio de un lugar ubicado en
ninguna parte, al que
probablemente, ni siquiera
sabría cómo volver.
Además, Liam ya no estaba
allí y yo no había tenido la
oportunidad de despedirme de
él, de darle un beso o de
acariciarle antes de perderle de
nuevo.
Poco después, Alan regresó.
Venía sólo. No quise ni
imaginar qué habría hecho con
Liam o dónde le habría dejado
abandonado a la suerte de no
sé qué tipo de peligros. Cómo
le explicaría yo después a Liam
que le había dejado
desamparado e indefenso. Con
qué cara le podría mirar
después de un acto tan
despreciable por mi parte. Yo
pensaba que le había
traicionado. Y probablemente él
también lo pensaría cuando
despertase en aquel oscuro
rincón del mundo. Él había
estado a punto de dar su vida
por salvarme de los seis
Daimones hacía sólo unos
minutos y yo era capaz de
abandonarle en ese espantoso
lugar por proteger mi vida. Me
sentía mal conmigo misma.
El dolor que me produjo
aquello fue casi tan profundo
como el que sufrí cuando, unos
años antes, decidí despedirme
de Sara y Samuel para siempre.
Pero ahora había una diferencia
significativa: yo había dejado a
Liam en peligro en un lugar
apartado de todo y en un
estado de salud que
probablemente le había
debilitado en exceso.
Pensé, una vez más, qué
sentiría Liam cuando
despertase y se viese allí sólo;
cómo iba a comprender dónde
estaba y cómo iba a resolver
para salir de ahí sano y salvo.
En mi cabeza sólo había
preocupación y dudas. Y por
encima de todo, afloraba un
sentimiento de culpa como
nunca antes había tenido en mi
vida, porque me consideraba
egoísta. Había renunciado a
estar con Liam, a salvarle y a
ayudarle sólo para proteger mi
vida. Pero mi vida ya no tendría
sentido si él no estaba
conmigo.
Alan apreciaba mi tristeza y
mis sensaciones tan
profundamente, que entendió
que era mejor mantener el
silencio hasta que yo decidiese
romperlo. Así pues, puso el
motor en marcha y sin mediar
palabra inició la conducción
hacia Manhattan.
Fueron varias horas en
carretera, todo el tiempo me
mantuve en silencio, sin apartar
la mirada del cristal. Pero la
verdad es que no fui capaz de
fijarme en nada en concreto.
De hecho, no sería capaz de
recordar ni describir nada de lo
que vieron mis ojos durante
aquel trayecto de regreso a
casa. Mis pensamientos
estaban sólo ubicados en un
único lugar: la soledad y la
tristeza por el abandono de
Liam. Me parecía que éste era
el acto más egoísta que había
realizado en toda mi vida.
Después de varias horas,
entramos en la gran manzana.
Era ya de noche y la ciudad
brillaba con sus luces de
múltiples colores e
intensidades. Me sentí arropada
por el calor de su luz,… pero
sola.
Alan llevó el coche hasta el
lugar donde había que
devolverlo a la empresa de
alquiler. Nos bajamos, él se
encargó de los trámites
necesarios para la devolución
de las llaves y yo le seguí como
un alma en pena, sin decir
nada.
Empezaba a bajar la
temperatura y sentí frío, pero
no tanto como el que sentía mi
corazón desde que había
abandonado a Liam en aquel
oscuro bosque de un lugar
perdido en ninguna parte.
Alan me miró, puso su brazo
sobre mis hombros para darme
algo de calor, tanto físico como
espiritual. He de reconocer que
se lo agradecí sinceramente,
pero no fui capaz de emitir una
sola palabra. Caminamos así
hasta mi casa. Al llegar me
preguntó si necesitaba que
estuviese por allí cerca o si
prefería que me dejase espacio
para mí misma.
Le respondí, por primera vez
después de tanto tiempo en
silencio.
— Prefiero algo de espacio,
Alan. Pero no estés muy lejos,
por favor. Ahora, más que
nunca te necesito. Me siento
triste y débil —respondí con un
pequeño hilo de voz.
— No va a pasar nada.
Tranquila. Descansa en el calor
de tu hogar —me dijo
sonriendo con dulzura.
— Gracias. Sé que lo has
hecho por mí, sé que has
puesto tu propia vida en peligro
por mí y eso te lo agradezco,
de verdad — le dije mirándole a
los ojos.
Sonrió, apretando los labios.
— Pero, ahora estoy muy
triste. No sé qué será de Liam
—dije mientras una lágrima
corría por mi mejilla y apartaba
mi mirada de los ojos de Alan,
buscando alguna respuesta en
el cielo iluminado por la tenue
luz blanca de la Luna.
— Le he dejado en un lugar
donde no le encontrarán los
otros Daimones, te lo aseguro
—dijo acariciando mi cara con
un amor fraternal.
Cerré los ojos para no
imaginar el peligro.
— Es más fuerte de lo que
piensas y tiene más poderes de
los que puedas suponer. No le
pasará nada. Confía en mí —
dijo Alan.
— Gracias por tus palabras.
Me reconfortan, de verdad —
dije hablando despacio y sin
fuerzas.
Me acerqué a él, me puse de
puntillas y le di un beso en la
mejilla. Él sonrió.
— Buenas noches. Descansa.
Estaré atento por si soy
necesario —dijo y puede
percibir el cariño en su modo de
hablarme.
— Buenas noches —respondí
—. Gracias.
Entré en mi edificio. Subí a
casa, entré en mi habitación y
me preparé para ir a dormir. No
quería seguir dejando a mi
mente recordarme el acto tan
despreciable que había
cometido con el ser al que más
amaba en este mundo.
Nunca olvidaría el día de mi
cumpleaños. Aunque,
realmente me habría gustado
poder borrarlo de mi existencia.
Aquella noche tuve una
pesadilla. En mis sueños vi
cómo unas hienas devoraban a
Liam en mitad de un oscuro
barrizal, hasta convertirlo en
nada. Me desperté gritando y
con el rostro y los ojos llenos
de lágrimas. Mi respiración era
acelerada y el ritmo de mi
corazón demasiado rápido.
Me quedé sentada en la
cama durante unos minutos
hasta que todo mi cuerpo fue
recuperando su equilibrio
normal. Después volví a
tumbarme, aunque me resultó
imposible dormir. A mi mente
venían las imágenes de Liam y
yo abrazados en la orilla de
aquella playa, cuya melodía
seguía sonando en mi alma. Y
después, imaginaba los más
temibles peligros que podría
estar sufriendo Liam en ese
bosque aterrador. También
pensaba en lo que él sentiría
hacia mí. Probablemente, me
guardaría rencor por haberle
abandonado, por haber
realizado un acto, desde mi
punto de vista, tan egoísta.
Durante un buen rato seguí
atormentándome con esos
pensamientos reverberantes.
Finalmente, me levanté de la
cama. Todavía era de
madrugada. Cogí un libro de la
estantería y decidí calmar mi
tristeza y mi soledad en la
magia de una historia de amor,
que era lo que contenían las
páginas de aquella novela.
Pero no conseguí evadirme.
Amaneció un nuevo día y con
él la esperanza de tener alguna
noticia sobre Liam. Eso no
ocurrió. Ni tampoco en los días
siguientes.
Así fue pasando el tiempo
con esta sensación de vacío.
Un día estando en clase, vi
que Amy me estaba llamando
al móvil. Me levanté, hice un
gesto al profesor para indicarle
que necesitaba abandonar el
aula. Él me miró y asintió sin
dejar su explicación. Salí y
respondí inmediatamente la
llamada.
— ¿Amy? —dije.
— Hola, Aliva —su voz
sonaba triste.
— Hola, dime.
— Hace muchos días que no
sé nada de Liam. Le llamo y no
consigo hablar con él. La última
vez que hablamos me dijo que
quería verte, iba a ser tu
cumpleaños y necesitaba estar
cerca de ti. Le dije que tuviera
cuidado, que era muy peligroso.
Pero quería hacerlo y supongo
que no pude pararlo —me
explicó y se detuvo esperando
mi respuesta, para confirmar si
nos habíamos visto o no.
— Nos vimos, Amy. Pero
ocurrió algo horrible —susurré
con la voz entrecortada, bajé la
mirada y cerré los ojos tratando
de evitar ese recuerdo
espantoso.
— Cuéntamelo, Aliva, por
favor —se apresuró a decir.
— Aparecieron seis
Daimones. Nos atacaron,
estábamos a punto de morir en
sus manos los dos, cuando
llegó Alan y emitió algún tipo
de energía que los paralizó a
todos… incluido Liam —dije y
me detuve otra vez.
Respiré profundamente para
tomar fuerzas antes de
continuar con la parte más
desagradable para mí.
— Le pedí a Alan que
sacásemos de allí a Liam. No
quería, pero le convencí. Nos
metimos en el coche y Alan
condujo hasta un bosque
oscuro y frío —describí, todavía
con los ojos cerrados y en voz
baja para que nadie pudiese
escucharme, aunque en los
pasillos no había nadie en
aquel momento.
— Continúa, Aliva por favor
—dijo Amy.
— Alan le cogió y le llevó a
algún lugar de ese bosque, no
sé exactamente dónde.
Después regresó y me
tranquilizó diciéndome que era
fuerte y estaría bien —tragué
saliva—. Y desde ese momento,
no he vuelto a saber nada de
él, Amy —dije y estallé a llorar
al fin.
Metí mi mano en el bolsillo
del pantalón vaquero, como
para protegerme de algo. Me
eché atrás y me apoyé en la
pared.
— Tienes que decirme dónde
está ese bosque —dijo y esta
vez su voz sonaba preocupada
y apresurada, mucho más de lo
que era habitual en ella.
— ¿Por qué? No sé si sabría
volver —dije angustiada.
— Sabrás, Aliva —afirmó ella
con absoluto convencimiento.
En ese momento, escuché el
barullo de los chicos y chicas
que empezaban a salir de las
aulas. Acababa de terminar la
clase y todos salían entre un
gran alboroto.
— Ven a DEAL NYC esta
tarde, por favor. Iremos juntas,
tengo que saber dónde le
dejaron exactamente —me
indicó Amy y su voz seguía
sonando muy preocupada.
— Claro. Allí estaré. ¿A las
cuatro? —respondí asustada.
Me sentía muy aturdida, pero
eso no era ningún impedimento
para que me quedara pensando
en algo que había dicho Amy.
— ¿Por qué dices “le
dejaron”? Sólo estaba Alan con
nosotros. Fue él quien le llevó
allí, Amy —expliqué tratando de
salir de esta incertidumbre.
— ¿Estabas con él cuando le
dejó? —me preguntó muy seria.
— No, realmente. Me dijo
que me quedase en el coche
porque no había tiempo y él es
mucho más veloz que yo —dije
muy preocupada y frotándome
la mejilla para calmar mi
angustia.
— Bueno, no te preocupes
Aliva. Nos vemos a las cuatro —
y cambió el tono de su voz,
tratando de transmitirme
tranquilidad.
Amy me conocía muy bien y
sabía cómo hablarme para
calmarme en momentos de
angustia como éste.
— Todo va a ir bien, Aliva. Ya
lo verás —añadió y sentí una
sonrisa de cariño en su voz.
Apreté los labios y elevé una
pequeña sonrisa en un intento
de tranquilizarme a mí misma y
de devolverle a Amy el calor
que ella me transmitía.
Colgué el teléfono y vi que
Angie y Alan salían de clase. Se
acercaron a mí. Observé la
preocupación en sus rostros.
— ¿Estás bien? —preguntó
Angie, cogiendo mi brazo
derecho y mirándome
fijamente.
— ¿Eh? … sí, sí. Creo que sí
—respondí desconcertada.
— ¿Quién era, Aliva? ¿Quién
te ha llamado? —me preguntó
Alan.
— Era Amy —le respondí con
un hilo de voz, casi sin levantar
la mirada del suelo.
— ¿Ha ocurrido algo? Estás
pálida —indicó Angie—
¿Quieres que vayamos a la
cafetería y tomamos algo? Tal
vez así te repongas —propuso
indicando la salida hacia la
cafetería.
— Sí, vayamos a tomar algo.
Creo que me vendrá bien —
dije, al tiempo que cerraba los
ojos y los apretaba para salir
del aturdimiento en el que me
hallaba, tras la conversación
con Amy.
Fuimos los tres hasta la
cafetería. Estábamos en la cola
para escoger la comida, con las
bandejas en la mano. Angie iba
delante, yo en medio y Alan
estaba detrás de mí.
— ¿Puedo preguntarte qué te
ha dicho Amy?, ¿qué quería? —
dijo Alan.
Creo que Angie no le escuchó
debido al barullo.
— No ha sabido nada de
Liam desde el día de la playa.
Está preocupada —respondí
tratando de que Angie no nos
oyera.
Ella iba un paso más
adelante tratando de abrirme
camino para llegar rápido.
— ¿Y qué le has dicho? —
preguntó en voz baja.
— Le he contado lo que
ocurrió —le miré con cierta
desconfianza ante la pregunta
que me acababa de hacer.
Asintió y no dijo nada.
— Voy a ir a DEAL NYC esta
tarde, hemos quedado para que
yo le indique el bosque donde
le dejamos —expliqué.
— Aliva. Es peligroso. No
entiendo esta tendencia tuya a
estar entre Daimones todo el
tiempo —dijo en voz baja, pero
que sonaba a reprimenda.
— Amy no es un Daimón —
respondí enfadada.
Me di la vuelta para darle la
espalda a Alan. No me gustaba
la manera en la que se refería a
Amy, que para mí era algo así
como una hermana.
— Lo siento —dijo
acerándose a mi oído desde
atrás.
Asentí sin girarme a mirarle.
Pagamos en la caja y nos
fuimos los tres a una mesa. Yo
había elegido una ensalada,
unos frutos secos y un té con
unas galletas de soja.
Empecé a comer, sin hablar.
— ¿Has sabido algo de Liam?
—me preguntó Angie.
Mi amiga me conocía y sabía
que mi estado de ánimo tan
abatido sólo podía estar
relacionado con algo relativo a
Liam.
— He hablado con él algunas
veces, pero todavía tardará en
volver. La enfermedad de su
hermano le retendrá allí por un
tiempo más —le conté la
historia que Amy había
explicado en el gimnasio y que
era la versión oficial sobre la
ausencia de Liam.
— Lo siento —respondió
Angie apenada.
Cuando estaba terminando la
ensalada, fueron llegando el
resto de mis amigos y se fueron
incorporando a la misma mesa
en la que estábamos nosotros.
La conversación se fue
desviando hacia temas relativos
a la clase que acabábamos de
tener y al trabajo que había
pedido el profesor para la
semana siguiente. Empezamos
a repartirnos tareas entre todos
para llegar a tiempo con ello.
Volvimos a la última clase
que nos quedaba en el día. Yo
estuve ausente todo el tiempo.
En mi mente retumbaban las
palabras de Amy. Empezaba a
ser consciente de que, tal vez,
Alan no me había dicho toda la
verdad; no me había contado
todos los detalles sobre lo que
había hecho con Liam en esos
minutos en que me quedé
esperando en el coche. Sentía
desconfianza hacia Alan. Pero
por otro lado, era un Laerim y
eso significaba que era como yo
y que, además era alguien
bueno. Alan era mi mentor y mi
protector, el que había sido
enviado por los Laerim para
ayudarme en estos primeros
momentos de mi nueva vida,
hasta que yo hubiera
desarrollado todo el poder que
se supone que tenemos los de
nuestra especie y pudiera
cuidar de mí misma en un
mundo de asombrosos peligros
y de seres mágicos.
Al salir de clase, Alan dijo
que me acompañaría para
asegurase de que yo llegaba
bien a casa. Angie me dio un
beso y me pidió que descansara
y me cuidase.
En el camino hacia DEAL
NYC, Alan me dijo que no lo
hiciera, que no fuese con Amy
al bosque porque era peligroso.
— ¿Dónde está Liam? ¿Dónde
le dejaste? Por favor, dime que
está bien, Alan —supliqué
apretando sus manos para
obligarle a darme la respuesta
que yo necesitaba.
— Le dejé en un lugar donde
nadie pudiera hacerle daño, te
lo aseguro Aliva —respondió él,
mirándome fijamente.
He de reconocer que yo creía
lo que Alan me decía, a pesar
de que tuviera esta fuerte
sensación de incertidumbre
sobre lo que estaba ocurriendo
y sobre el mundo al que yo
pertenecía.
Alan sabía que yo estaba en
un mar de dudas. Me miró,
como debatiéndose entre varias
posibilidades. Noté que había
algo que pensaba hacer o decir,
pero que estaba valorando si
era el momento o si merecía la
pena.
— ¿Qué pasa, Alan? —le
pregunté.
Me miró, todavía en su
debate interior. Me indicó que
fuésemos a un pequeño
parque, que estaba en una
zona poco transitada y en el
que había un agradable silencio
alrededor, en aquel momento
del día.
Nos sentamos en un banco
de los que había en el extremo
norte del parque, bajo un árbol
muy alto que estaba
floreciendo en aquella época
del año.
Alargó su mano para que yo
le diese mi brazo izquierdo, en
el que tenía mis círculos. Yo no
sabía qué pretendía Alan, pero
confiaba plenamente en él y le
dejé hacer.
Él tomó lentamente mi brazo
y lo puso sobre el suyo, de
forma que mis círculos y los
suyos quedaron en contacto
directo unos con otros. Eran
exactamente iguales,
encajaban como si se tratase
de dos piezas de un mismo
puzle.
En el momento en que sus
círculos y los míos estuvieron
en conexión, sentí una fuerte
descarga de energía. Al
principio, fue como un choque y
a continuación se convirtió en
una sensación placentera.
Alan cerró los ojos. Yo hice lo
mismo.
En voz baja, como en un leve
susurro, me habló despacio.
— Observa lo que te voy a
mostrar. Mira, escucha y siente,
Aliva. Pero no participes —dijo
con los ojos cerrados.
Recuerdo con enorme
intensidad la sensación de paz
que experimentó todo mi ser,
desde el momento en que
nuestros círculos entraron en
conexión. Jamás había sentido
algo así en mi vida hasta ese
día. Respiré profundamente y
me dispuse a entrar en la
escena a la que me invitaba
Alan, utilizando sus poderes
Laerim.
Pude ver un lugar
completamente desconocido
para mí. Era de día, el sol
brillaba con gran intensidad,
tanto que sentí que me
deslumbraba aquella potente
luz que producía. Podía
escuchar el hipnotizador sonido
del silencio acompañado de un
suave viento. Y me llamó la
atención el colorido de las
flores que había por todas
partes.
Recuerdo perfectamente la
existencia de un árbol enorme
con un tronco inmenso, que
sólo podría ser rodeado por
más de veinte personas en
círculo, unidos unos con otros
por sus manos. El árbol, que
era de una especie que yo no
había visto jamás, tenía una
enorme copa y unas hojas de
color rojizo con unas pequeñas
y aromáticas flores blancas,
que se movían suavemente con
el viento que soplaba en aquel
mágico lugar al que Alan me
había permitido acceder.
Seguí observando
atentamente la escena. Detrás
del árbol se veía la sombra de
un ser humano. Creo que, de
alguna manera no sé cómo,
pude aproximarme más y me di
cuenta de que la sombra no
pertenecía a un ser humano,
sino que había dos personas.
Alan hizo un movimiento
extraño con su brazo y
entonces pude ver a través del
tronco de aquel árbol milenario.
¡Era Liam!
Estaba abrazado a una chica.
Me dio un vuelco el corazón.
Creo que grité: ¡No!
Aunque también estoy segura
de que sólo Alan me escuchó.
Parecía que Liam y esa chica
eran totalmente ajenos a mi
presencia.
Mi sentimiento fue doble. Por
un lado, mi corazón se alegró y
se tranquilizó al ver que Liam
estaba con vida en alguna
parte y además se encontraba
a salvo. Por otro, me consternó
ver a Liam abrazado de aquella
forma a otra chica que no era
yo. He de reconocer que, por
primera vez en toda mi vida,
sentí celos.
Y no me gustó esa sensación.
No pude ver el rostro de ella,
que se encontraba apoyada
sobre el pecho de Liam y
arropada entre sus brazos. Era
más pequeña que él, delgada y
tenía el pelo oscuro y largo.
Pero no apreciaba bien sus
rasgos, porque su cara se
hallaba oculta entre los brazos
de Liam. No pude reconocer en
ella a nadie que figurase entre
mis recuerdos. Por eso, supuse
que se trataba de alguien a
quien yo no había conocido
nunca.
La escena era tan vívida para
mí, que pude apreciar el
sentimiento de intenso amor
que emanaba del corazón de
Liam hacia aquella chica. Era
un amor puro, profundo,
inmenso, generoso, paciente,
pero apasionado y arrollador al
mismo tiempo. Por unos
instantes, lo pude sentir con la
misma fuerza que lo vivía Liam.
Fue como entrar en sus propios
pensamientos y sentimientos.
Pude apreciar que la amaba
más que a su propia vida, más
que a sus propios ideales y
valores. Ella era todo para él.
Era el centro de su existir y la
sentía como el regalo más
preciado y maravilloso que le
había hecho la vida. Estaba
dispuesto a darlo todo por ella,
a protegerla de cualquier
peligro, a cuidarla por toda una
eternidad. Sólo quería estar
junto a ella. Era la razón de su
existir, era el aire que llenaba
de energía todo su ser. Ella era
todo para él. Nada ni nadie en
el mundo podría amar a otro
ser con la intensidad, el ardor,
la fuerza, la generosidad, la
humildad, la bondad, la energía
y la pureza con las que Liam
amaba a aquella chica morena,
cuyo rostro quedaba oculto
entre sus brazos.
Era un sentimiento casi igual
al que yo había experimentado
hacia él desde el mismo
instante en que se cruzó en mi
camino. Pero en el caso de
Liam, pude apreciar que era
incluso más extremo en todas
sus connotaciones que el mío
hacia él. La amaba por encima
de todas las cosas.
Fue una experiencia inmensa.
Pude sentir el amor tal cual lo
sentía él, más allá de cualquier
límite y ante todo, un amor
absolutamente puro. He de
reconocer que la sensación que
pude experimentar era
definitivamente placentera.
Es bello llegar a sentir un
amor así por alguien. Es muy
bello.
Sin embargo, y al mismo
tiempo, la angustia se iba
instalando en todo mi ser. Pero
Alan me transmitía la calma
necesaria para continuar en
aquel lugar del que, en
condiciones normales, habría
salido huyendo, sumida en el
dolor y la tristeza por ver al ser
al que tanto amaba, abrazado a
otra chica y sintiendo un amor
tan profundo e intenso hacia
ella, como percibí que sentía
Liam.
Supuse que se trataba de
una Daimón como él. Y
probablemente, por esa razón
no había barreras para su
amor.
A continuación, se dieron la
vuelta y se tumbaron sobre la
hierba mojada de aquel
paraíso. Él volvió a abrazarla
suavemente y el rostro de ella
se perdió entre sus brazos,
quedando oculto para mí, una
vez más.
Ellos no podían verme. Era
como si me hubiese colado en
su espacio de una forma
invisible, que a mí me permitía
presenciar toda la escena,
incluso sentirla con la misma
intensidad que Liam, pero yo
no existía para ellos. Parecía
como si yo me hubiese filtrado
en la mente de Liam y
estuviese experimentando la
escena tal y como la estaba
viviendo él.
No sé cuánto tiempo pasé
allí. Sé que fue una experiencia
vívida, impresionantemente
real.
Al cabo de un rato, escuché
la voz de Alan que me hablaba
suavemente.
— Aliva, vuelve —susurró.
Abrí los ojos. Mi mirada era
como ausente.
No dije nada.
Alan levantó mi brazo y noté
cómo mis círculos se separaban
de los suyos. Por suerte, la
sensación de paz y calma se
mantuvo en mí durante
bastante tiempo.
Él bajó la manga de mi jersey
tapando completamente mi
brazo. E hizo lo mismo con el
suyo.
Esperó un poco para observar
mi reacción.
— ¿Estás bien? —me
preguntó y parecía extrañado.
Ladeó un poco su cabeza
para percibir cada uno de mis
gestos y entender su
significado.
Yo seguí mirándole.
— Quiero irme a casa —le
dije con frialdad.
Alan asintió. Se levantó y me
cogió de la mano para
ayudarme a que me levantara.
El camino hasta mi casa
transcurrió en silencio y creo
que en ningún momento aparté
la mirada del suelo. Yo sólo
pensaba en que Liam estaba
con otra chica y que era
evidente que sentía un
profundo amor por ella. Todas
mis ilusiones y mis esperanzas
sobre la posibilidad de volver a
estar a su lado y vivir juntos
una vida eterna se iban
desvaneciendo, poco a poco.
Busqué las causas que
podrían haber llevado a Liam a
olvidarme hasta un extremo tal
que pudiera amar a otra chica
con la misma intensidad con la
que yo había sentido que me
amaba a mí en el pasado. Entre
mis pensamientos surgía un
sentimiento de culpa por
haberle dejado abandonado en
aquel lugar horrible para salvar
mi propia vida. Pensaba que
había sido egoísta y que Liam
no me habría perdonado
aquella decisión.
Pero al instante, me pregunté
si tal vez, esa chica ya estaba
en su vida antes. Dudé de él y
de su sinceridad conmigo en los
días en los que estuvimos
juntos, aunque rápidamente
abandoné esa idea porque mi
confianza en Liam siempre
había sido plena y quería que
siguiese siéndolo.
También me pregunté si se
trataría de alguna estrategia
utilizada por Alan para hacerme
olvidar a Liam y así alejarme
definitivamente de los
Daimones y del peligro que
significaban para mí, mientras
siguiera enamorada de uno de
ellos. Pero veía a Alan y sabía
que no haría algo así. Era un
Laerim y estaba allí para
ayudarme y para protegerme,
jamás utilizaría el engaño para
hacerme cambiar de opinión.
Comprendí que Alan me
proporcionaba aquella
información para que yo
pudiera tener una idea
completa de la realidad y de
este modo, tomar mejores
decisiones.
También pensé que tal vez,
Alan siempre tuvo razón cuando
me explicaba que había
Daimones que eran capaces de
crear hechizos envolventes y
muy poderosos para hacerse
con la energía de los seres
humanos que atrapaban con
sus poderes mágicos. De
repente, empecé a creer que
era posible que Liam me
hubiese hecho algún tipo de
sortilegio en el que yo había
caído hasta el fondo.
Esta idea comenzaba a tener
sentido. Quizá todo fue un
sueño del que estaba a punto
de salir para siempre.
Ahora me sentía herida.
Pensaba que había sido una
ingenua, que me había dejado
atrapar por la magia de un
Daimón del que me había
enamorado perdidamente y
para siempre. Estaba
decepcionada, contrariada y
desencantada. Me hallaba en
medio de una tempestad de
sentimientos contradictorios y
de teorías extremas para
explicar lo que había vivido
unos minutos antes en el
parque.
Si una cosa tuve clara es que
estaba experimentando el
desamor, por primera vez en mi
vida. Además, estaba cada vez
más segura de que todo había
sido algún tipo de engaño que
me había roto el corazón. Sin
embargo, no podía odiarle o
sentir nada negativo hacia él.
Era conmigo misma con quien
estaba enfadada por haberme
dejado embaucar tan
fácilmente y por no haber
hecho ningún caso a todas las
advertencias y consejos de Alan
y de las voces de todos mis
seres queridos, cuando trataron
de protegerme y alejarme de
él, avisándome del peligro.
No sé cómo, pero en medio
de esta inquietud, decidí que
iba a tomar las riendas de mi
vida de una vez por todas e iba
a tomar mis propias decisiones.
La primera de ellas fue no
acudir a la cita que tenía con
Amy en DEAL NYC, porque
estaba convencida de que era
una pieza más del engaño.
Temía que si la acompañaba
hasta el oscuro y frío bosque,
volvería a perder el rumbo y me
iba a dejar seducir una vez más
por el poder de esta Daimón, al
parecer disfrazada de humana,
que jugaba conmigo igual que
lo hacía su hermano. Había
perdido la fe en que Amy y
Liam fueran diferentes a lo que
Alan me había avisado sobre
los Daimones.
Me entristecí al descubrir un
final sobre el que había sido
avisada por Alan y por todos
mis seres queridos y ante el
que yo me había revelado
desde siempre, cegada por un
sentimiento de amor profundo y
puro por un ser de una especie
maldita, por un ser de un linaje
enemigo.
Poco a poco, a medida que
iba descubriendo todas las
piezas y con qué facilidad
encajaban unas con otras, me
fui sumiendo en una agonía que
me ahogaba. ¿Cómo no me
había dado cuenta de todo?
¿Cómo había puesto en peligro
mi vida y tal vez otras vidas de
los de mi alrededor, por mi
ceguera?
De forma disimulada,
observé a Alan. Me daba cuenta
de que él me miraba sin
entender qué me estaba
pasando, mientras en mi mente
se estaba produciendo un
auténtico bullicio de ideas y
pensamientos que me estaban
permitiendo descubrir el
engaño del que había sido
víctima. Me estaba enfrentando
a la verdad, a pesar de la
dureza de aquel descubrimiento
que tanto me dañaba el alma.
Busqué a mi Luna en el negro
cielo con la esperanza de que
ella me ayudase a vislumbrar la
realidad auténtica de lo que
había visto y sentido en aquella
especie de incursión en la vida
de Liam. Esperaba que mi Luna
fuese esa especie de oasis en
medio de un largo desierto.
Pero nada me ayudó en aquel
laberinto de pensamientos. En
medio de toda mi lucha interior,
me vi como un náufrago a la
deriva.
De forma inesperada,
escuché la voz de mi abuela,
diciéndome lo mismo que le
escuché decir en la noche de la
Luna mágica, cuando decidí
venir a Nueva York. “Aliva, lo
vas a conseguir, vas a ser feliz.
Ya lo verás”.
Escuchar la melodía de la voz
esperanzada de mi abuela me
ayudó a sacar la fuerza que
necesitaba para tomar
decisiones. Miré al cielo y le
devolví una leve sonrisa,
porque le agradecía su susurro
y su apoyo, una vez más, para
que yo pudiese seguir adelante.
En ese instante me reafirmé
en mi decisión: no iría a DEAL
NYC, como le había dicho a
Amy. Definitivamente, iba a
cerrar esta puerta en mi vida.
Estaba cada vez más
convencida de que había sido
víctima de un poderoso hechizo
del que me iba a resultar difícil
salir en mucho tiempo, pero
todo parecía tener sentido
ahora.
Me invadía la tristeza, estaba
apenada, decepcionada y
angustiada. Sin embargo, es
curioso, pero no derramé una
sola lágrima. Creo que gracias
a que no me derrumbé en el
llanto, cogí fuerzas suficientes
para dar el paso definitivo.
Cuando estábamos a sólo dos
manzanas de mi casa, hablé.
Ahora que ha pasado el tiempo,
con la distancia que eso me
ofrece para observar lo ocurrido
con objetividad, ni siquiera sé si
habló mi yo consciente o mi yo
más inconsciente. Creo que fue
el segundo, en un último
intento por reconducir mi vida y
salvarme del abismo de la
oscuridad que había invadido
todo mi ser, incluida mi alma,
aquella noche.
— Quiero irme de aquí, Alan
—le dije con absoluta firmeza.
Alan se detuvo y me miró
desconcertado, por primera
vez. Me extrañaba su
comportamiento, porque yo
estaba segura de que él había
visto lo mismo que yo. Pero no
le pregunté. Quizá porque
temía oír lo que yo ya había
descubierto en mis
pensamientos y escucharlo en
voz alta iba a ser como una
daga que se hundiría en mi
cansado corazón.
— ¿Y a dónde quieres ir?
— A la Tierra de los
Inmortales —respondí con
contundencia y con la cabeza
alta.
Creo que lo dije con gran
solemnidad.
Alan se quedó estupefacto.
Abrió ampliamente los ojos y
elevó las cejas, mostrando su
sorpresa.
— Es allí donde siempre debí
estar. Tenías razón, Alan —
afirmé—. Es mi lugar en el
mundo, junto a los míos —me
detuve un segundo y después
continué—, junto a los Laerim.
Alan respiró profundamente y
sonrió con orgullo, mostrando
su felicidad ante mi decisión.
Entendió que, cuando vi que
Liam estaba bien, me había
dado cuenta al fin, de que era
el momento de iniciar esta
nueva etapa de mi vida. Supe
que eso era lo que él pretendía
con la experiencia que me
había permitido vivir en el
parque a través de la fuerza de
sus círculos.
Me abrazó con enorme
alegría.
— ¿Y cuándo quieres ir? —me
preguntó emocionado.
— Terminaré el curso y
después quisiera que me
llevases allí, Alan —dije con
absoluta convicción—. Una vez
me dijiste que cuando yo te lo
pidiese, me llevarías hasta ese
lugar.
Sonrió con satisfacción.
— Es una buena decisión —
respondió y me abrazó.
Yo sabía que estaba huyendo
hacia delante. Y era la segunda
vez en mi existencia que lo
hacía, pero no quería quedarme
anclada en una realidad que ya
no tenía ningún sentido para mí
y que lo único que iba a
conseguir, si me quedaba, era
hacerme daño a mí misma.
Necesitaba seguir creciendo
como ser humano y sabía que,
más tarde o más temprano,
encontraría mi camino
auténtico, aquel en el que no
necesitaría nada más que lo
que tuviese conmigo para ser
feliz y vivir una vida plena.
Intuía que tal vez, las
circunstancias se estaban
configurando de manera que yo
estaba tomando decisiones que
me llevaban hacia el que era mi
mundo verdadero.
Fue una decisión tomada de
forma racional, creo que la
calma que todavía sentía en
todo mi cuerpo fue lo que me
permitió ser coherente y firme
en mi elección y no hundirme
en el llanto de la tristeza por la
pérdida definitiva de Liam.
De haberme hundido en el
lamento y la desolación que me
producía la amargura y el dolor
por lo que acababa de
descubrir, probablemente mis
decisiones se habrían visto
teñidas de incertidumbre y
miedos o de esperanzas y
falsas ilusiones, por un amor
imposible que se había colado
en la fantasía de mis
pensamientos. Y seguramente
no habría tenido el valor de
tomar estas decisiones, que en
aquellos momentos sabía que
eran las más adecuadas en mi
camino de búsqueda de la
felicidad, esa felicidad que mi
abuela me animaba a conseguir
con su confianza en que yo
podría alcanzarla.
Después de ese día, preparé
todo para desaparecer durante
un largo período de tiempo. Por
segunda vez en mi vida,
empezaba una nueva etapa. Y
sabía cómo tenía que hacer las
cosas para no despertar
sospechas entre mi círculo de
amigos, que eran humanos
totalmente ajenos a la
existencia de ese mundo
mágico al que yo pertenecía.
Me despedí de todos, sin
generar dudas sobre el nuevo
rumbo que iba a tomar mi vida.
Parte de mi corazón se quedó
entre mis amigos de la
universidad. Nunca más les
volví a ver. Pero algunos
fragmentos de todo lo que me
regalaron siguen hoy conmigo,
en mi corazón. Y espero
haberles dejado una huella
bonita en su camino por la vida.
Ellos fueron una pieza
importante de mi existencia y
hoy sé que parte de lo que soy
ahora se forjó junto a ellos.
Al finalizar el curso, me
despedí de todos ellos para
siempre.
También me puse en
contacto con Sara y Samuel, a
través de un mensaje de correo
electrónico.
¡Qué lejos estaban ya de mí
ellos dos! Sin embargo, no
pasaba un sólo día en que yo
no les tuviese presentes en mis
pensamientos y en mis
sentimientos.
Fui breve.
Sara, Samuel.
Sé que hace años os dije que
me iba para siempre. Sigo mi
camino, continúo en la
búsqueda de mi verdad. Y en
este viaje, he terminado una
etapa y ahora comienzo otra
nueva, en un lugar
absolutamente desconocido
para mí. Creo que pasaré allí
unos cuantos años. No sé si
algún día volveré. Por si no
regresase, quiero que sepáis
que os siento en mi corazón y
pienso en vosotros todos los
días de mi existencia. Sois el
mejor regalo que me hizo la
vida. Vaya a donde vaya, os
llevo siempre en mi corazón.
Con los ojos cerrados y
respirando profundamente, hice
clic en enviar. A continuación,
cancelé la cuenta de correo
electrónico que había creado
para enviar el mensaje.
En ningún momento, durante
aquellos últimos días en Nueva
York, volví a hablarle a Alan de
lo que había visto en el parque
a través de sus círculos. No le
pregunté nada y tampoco él
volvió a sacar el tema. Como
siempre, respetó mi intimidad y
mis decisiones.
Tampoco derramé una sola
lágrima en esos días. No iba a
dejar que las lágrimas
marchitasen mi vida por el
sufrimiento producido por el
engaño en el que me había
visto envuelta con aquellos
Daimones disfrazados de casi
humanos.
No respondí a ninguna de las
muchas llamadas de Amy, que
quedaron perdidas en mi móvil.
Temía verme atrapada, una vez
más, en aquel hechizo trazando
posibilidades de continuidad en
mi mente y creando esperanzas
en mi alma, por volver a estar
junto a Liam y sentirme tan
querida como aquella chica a la
que le vi abrazado.
Una noche, estaba en casa y
desperté de repente en la
madrugada. Por un momento,
me pareció que todo había sido
un mal sueño y que despertaba
de la horrible pesadilla que
afligía mi corazón desde el día
del parque. Por unos instantes
creí que Liam estaba en mi
casa, que había venido a
buscarme para decirme que
todo había pasado y que todo
volvía a ser como antes, como
los días en los que fuimos
felices. Salí de mi habitación,
fui al salón a buscarle con la
esperanza de verle allí sentado,
junto a su guitarra
componiendo alguna bonita
canción de amor que
apaciguara su parte salvaje y le
aproximase más al ser humano
sensible y dulce del que yo me
había enamorado.
Pero todo estaba oscuro y
vacío como mi alma.
Era una noche tranquila, el
cielo estaba completamente
iluminado por la Luna llena que
lo inundaba todo con su blanca
luz. Hacía un poco de frío, pero
me apetecía salir a disfrutar de
la cercanía y la plenitud de la
Luna,… mi Luna.
Cogí una manta y salí a la
terraza de mi apartamento, me
senté sobre una de las
tumbonas, regulé la inclinación
del respaldo y me quedé allí
mirando al cielo.
Le conté a la Luna cómo me
sentía. Liam se había ido para
siempre. O quizá nunca había
sido una realidad, sólo un
espejismo, fruto de un hechizo
maldito. Le conté que mi
corazón lloraba, pero que yo
sabía que no había nada ni
nadie por quien llorar. Liam me
había engañado, me había
utilizado. Le conté que ahora
sabía que él era un Daimón,
tan peligroso como todos los
demás o quizá más. Le expliqué
que sabía que todos los
Daimones eran seres malditos,
sin excepción. Y que ahora
tenía claro que debía tener
mucho cuidado, cada vez que
alguno de ellos pudiera estar
cerca de mí y activar mis
círculos para evitar su presencia
y el peligro que ellos suponían
para mi vida.
Le dije que, en el fondo de
mi ser, me parecía que aquellos
Daimones me habían robado
una parte de mi inocencia.
Sentía cómo el desamor se
clavaba en toda mi piel. Era
como si todo mi universo se
hubiera desplomado de
repente. Descubrir el engaño
había sido la peor pesadilla.
Todo se había teñido de negro
en mis esperanzas.
No sentía miedo, eso es
cierto. Pero me parecía que no
había ya ilusión en mi interior.
A pesar de todo, sabía que
había aprendido algo. Ahora
era consciente de lo peligroso
que era cualquier Daimón,
ahora entendía por qué todos
mis seres queridos me habían
tratado de avisar y ayudar en
aquellos primeros días del
hechizo, para salvarme del
peligro que había corrido junto
a ellos.
Sin embargo, lo peor de todo
para mí era el engaño, mucho
más que el peligro en el que
me había visto inmersa. Yo le
había creído. Yo pensé que era
cierto todo lo que me decía y
sentí que sus abrazos eran
puros, sus besos sinceros y sus
caricias auténticas. Yo le creí
todas y cada una de las bonitas
palabras de amor que me dijo.
Pero ahora sabía que me había
mentido en todos los
momentos que compartimos,
sin importarle en absoluto si yo
iba a sufrir o no con todo ello.
Sólo quería llevarse de mí esa
energía que los Daimones sólo
podrían obtener de los Laerim.
Y me utilizó para ello, a mí que
era débil todavía en aquellos
días, que aún no había
desarrollado todos los poderes
que me correspondían por ser
parte de esta maravillosa
estirpe entre los seres
humanos.
A pesar de todo lo que
estaba descubriendo de él,
había algo que martilleaba mis
pensamientos. Cómo podía un
ser tan maldito como él, un
Daimón dispuesto con tanta
crueldad, llegar a sentir un
amor tan profundo e inmenso
como el que yo misma pude ver
y percibir que él sentía por
aquella chica morena a la que
abrazaba aquella noche.
¡Qué oscura contradicción!
Trataba de encontrar una
explicación racional a aquella
situación tan paradójica y me
decía a mí misma que,
seguramente ella era una
Daimón, como él. Y que tal vez,
entre ellos sí que podían llegar
a alcanzar sentimientos tan
verdaderos y tan generosos.
Miré a la Luna y, por unos
momentos, deseé no ser quien
era. Deseé no ser una Laerim,
deseé ser una Daimón, aunque
sólo fuese para tener la remota
posibilidad de que algún día
Liam pudiera fijarse en mí y
sentir algo tan profundo. Le
confesé a la Luna que en estos
días pensaba que, si existiera el
diablo y pudiera venderle mi
alma a cambio de tener de
verdad a Liam, lo habría hecho.
Me sentía atrapada entre dos
mundos opuestos. Yo me sabía
cada vez más Laerim y me
gustaba serlo. Pero por otro
lado, seguía amando a Liam, a
pesar de saber que él era un
Daimón y que no me amaba,
que me había utilizado, me
había engañado y que además
amaba a una Daimón.
En medio de todos mis
pensamientos y mis
confesiones a la Luna, la
escuché hablarme. Escuché su
voz, calmada y suave después
de tanto tiempo. La Luna me
habló en un susurro. Lo había
hecho en algunas ocasiones
clave de mi existencia y esta
vez volvió a hacerlo. Pude
escucharla en todos los
rincones de mi ser, sin existir
nada más a mi alrededor en
aquellos momentos.
“Aliva, escucha a tu corazón.
No te engañes. Sigue tu
camino, sé tú misma y ve a por
aquello que deseas. No temas”.
Me quedé pensando en sus
palabras. Cerré los ojos y le
dije: “Gracias”.
Después sentí su sonrisa y el
calor de su abrazo. La Luna
siempre ha estado junto a mí
en todos los momentos
importantes, siempre me ha
acompañado, me ha ayudado y
me ha guiado para que yo
alcanzase mis sueños y mis
ilusiones. He sentido el susurro
de su voz como una bella
melodía que sonaba en mi
interior acunando mis
sentimientos y allanando el
camino de mi existir.
Hoy sé que no entendí el
significado de sus palabras.
Interpreté lo que me había
dicho y escogí un camino; eso
sí, lo hice libremente. Por eso,
cuando después me
impregnaba con el perfume de
la soledad y el vacío, jamás
culpé a nadie. Fue mi elección y
fueron mis decisiones, todas
ellas libres. Ahora, miro al
pasado y no sé si habría hecho
lo mismo o habría tomado otros
caminos diferentes. Lo cierto es
que decidí alejarme de todo lo
que pudiera tener que ver con
Liam y marcharme lejos,
unirme a los Laerim y vivir con
ellos, aprender de ellos y
compartir mis días con ellos,
porque me sentía una más,
sabía que era el mundo al que
yo pertenecía y quería
descubrirlo.
Pensé que a eso se refería la
Luna con “No te engañes. Sigue
tu camino”. Interpreté sus
palabras, no las escuché
realmente. Tampoco pregunté
a la Luna. Por segunda vez en
aquellos días, no pregunté.
Después de un rato, mis ojos
se cerraron y me quedé
dormida hasta que los rayos del
sol me despertaron con su luz y
su calor sobre mi piel. Miré al
cielo. Un día más, la Luna se
había alejado hasta la noche
siguiente, dejando paso a la luz
del sol que aquel día brillaba de
un modo diferente para mí.
Después de esa noche, los
días pasaron rápidamente. Ya
había tomado una firme
decisión sobre lo que iba a
hacer y el tiempo parecía correr
a toda velocidad.
Finalmente, llegó el día de
nuestra partida hacia la Tierra
de los Inmortales. Guardé allí
mis últimos recuerdos y cerré
mi casa del SoHo. Estaba en la
calle y desde la acera de
enfrente miré hacia arriba, a mi
hogar. No sé, pero supe que
volvería algún día, por eso no lo
consideré un adiós definitivo.
Salí sin equipaje. A donde iba
no necesitaba nada material de
este mundo. Tan sólo cogí algo
de ropa, la justa, ni más ni
menos. Y también salí sin
mucho equipaje en mi corazón,
porque a donde iba tampoco
necesitaba esos recuerdos
dolorosos de este mundo que
ahora iba dejando atrás. Sólo
metí en mi mochila los buenos
recuerdos y los buenos
sentimientos que la vida me
había regalado. Y sobre todo,
salí sin miedo.
Alan conducía el coche rojo
que habíamos alquilado para el
viaje. Yo iba sentada en el
asiento del copiloto. Sonaba
una música en español que yo
había puesto y que me llegaba
al corazón, con la poesía de sus
bellas palabras de esperanza.
Alan sabía guardar silencio
para dejarme el espacio que yo
necesitaba para seguir dando
pasos firmes en mi camino. Y
respetó mi momento durante la
muda despedida de aquella
parte de mi vida.
Miré atrás, cuando
abandonábamos Manhattan.
Era de noche, igual que el día
que llegué. Las luces de mi
amada ciudad iluminaban todo
a su alrededor. Miré fijamente
aquella maravillosa imagen de
“la ciudad que nunca duerme” y
la guardé en mis recuerdos
para siempre, como un ancla
que me daría seguridad allí a
donde fuese. Traté de
impregnar cada poro de mi piel
con aquella imagen que
siempre me había dado la
fuerza necesaria para ir en
busca de mi libertad.
La noche era cálida y yo
llevaba la ventanilla abierta,
respiré profundamente para ir
llevándome una parte de mi
ciudad en cada centímetro de
mi piel. Y me dejé acariciar el
rostro por el suave viento de la
noche, en el caminar hacia mi
nuevo mundo.
Los sonidos de Nueva York
los fui grabando en los rincones
más cálidos de mi mente para
que sus ecos volvieran a mí, si
los necesitaba en el nuevo
lugar al que iba.
Nos fuimos alejando, poco a
poco.
Después, cerré los ojos y dije
adiós a todo aquello y a esta
bella y agridulce etapa de mi
vida.
TERCERA PARTE
CAPÍTULO 11

LA TIERRA DE LOS

INMORTALES
No sé cómo llegué hasta allí.
Recuerdo que después de
varias horas de viaje en coche
llegamos a la ladera de una
montaña. Estaba a punto de
amanecer. Yo había dormido
durante el trayecto y no me
sentía cansada. Alan me miró y
entendí que teníamos que subir
hasta algún punto que yo
desconocía. Le seguí con la
confianza que tenía en él,
convencida de que íbamos
hacia ese lugar, que yo
anhelaba conocer desde hacía
mucho tiempo y para el que
ahora me sentía realmente
preparada.
Empezamos a andar. El sol
brillaba intensamente. Y sus
rayos caldeaban el ambiente
hasta el extremo de hacerme
sentir cansada después de
varias horas de camino.
De repente, una especie de
luz intensa me cegó y
experimenté como un latigazo
en mi espalda, con una fuerza
sobrehumana que me elevó
hacia el cielo. Creo que esa
sensación fue la de elevar el
vuelo movida por la fuerza
física de Alan. Supongo que
cerré los ojos de forma
automática porque no recuerdo
qué vi en aquellos momentos.
Fue la primera vez que pude
volar, de verdad. Fue
placentero y trepidante a la
vez. Después de no sé cuánto
tiempo, llegamos a otra llanura.
Había un gran silencio a
nuestro alrededor. Era un lugar
bello, con flores de todos los
colores llenándolo todo. El
aroma a hierba mojada me
embaucó.
Alan me miró, de nuevo.
— ¿Preparada? —y sonrió.
Asentí.
— Dame tu brazo —dijo
alargando su mano para tomar
mi brazo izquierdo.
Aquello me recordó a la
noche en el parque de Nueva
York, cuando entendí que Liam
amaba a otra chica.
Alan puso mi brazo sobre el
suyo y conectó sus círculos con
los míos. Volví a sentir la fuerza
y la energía de aquella
conexión con la misma
intensidad que la noche en el
parque.
— Cierra los ojos, Aliva —dijo
suavemente.
Seguí su recomendación.
Y poco a poco, fui viendo
cómo todo estaba iluminado
por una especie de haz de luz
entre blanca y azulada de gran
intensidad. Aunque tenía los
ojos cerrados, supe que mis
pupilas se habían reducido
hasta un pequeño y diminuto
punto, debido a la fuerza de
aquella luz. Sentí cómo mi
cuerpo parecía avanzar a
altísima velocidad, a pesar de
que yo habría asegurado que
estaba físicamente parada en
un mismo lugar. Y el silencio
impregnaba todo el espacio,
proporcionando una paz
absoluta y casi embriagadora.
Después, noté cómo Alan
apartaba mi brazo del suyo.
— Puedes abrir los ojos —me
dijo pausadamente y percibí
una sonrisa en el tono de su
voz—. Ya hemos llegado.
Abrí los ojos lentamente.
Reconozco que estaba
intrigada, por saber qué era lo
que me iba a encontrar. Tantas
veces había tratado de
imaginar cómo sería aquella
tierra, que llegué a
experimentar anhelo.
Fue un momento de armonía
completa en todos los sentidos.
Era como si todo hubiera
alcanzado el orden necesario
en mi vida para hacerme sentir
en paz conmigo misma y con
una sensación de plenitud
absoluta.
Descubrí el lugar más bello
que jamás había conocido. Era
luminoso, puro y limpio. Había
una gran llanura de hierba
verde y húmeda a mi alrededor.
Volví a sentir el aroma de la
hierba mojada. Las flores
estaban por todas partes,
iluminando y llenando todo
aquel espacio con sus intensos
colores y con sus diferentes
tamaños y formas. Los árboles
tenían troncos milenarios y
copas repletas de hojas y
frutos. Pensé que si alguna vez
había existido el paraíso, este
lugar era lo más parecido a lo
que describían las sagradas
escrituras que conocí durante la
infancia.
Alan me miraba en silencio,
observando todas mis
reacciones ante aquella
impresionante tierra a la que
me había llevado.
Miré al cielo y después miré a
Alan.
— Gracias —dije con
sinceridad.
Sonrió.
Un instante después, escuché
unos pasos detrás de mí y una
voz masculina.
— Bienvenida, Aliva —dijo
pausadamente.
Me di la vuelta, sorprendida.
Era un chico, de unos
veinticinco años y de una
belleza deslumbrante. Era alto,
más que Alan incluso. Iba
vestido con un pantalón blanco,
de una tela que parecía ser
muy suave. Y sobre el cuerpo
llevaba una camisa también
blanca, de manga larga que
caía sobre el pantalón. No se
veía bien su cuerpo, pero
aparentaba ser musculoso y
fuerte. Tenía el pelo castaño
claro y los ojos de un marrón
claro arrebatador.
Se acercó caminando con
elegancia y sonriendo. Puso su
mano derecha sobre el corazón
en un gesto de agradecimiento
y bajó la cabeza.
— Gracias por haber venido,
al fin —dijo dirigiéndose a mí.
Miró a Alan inmediatamente.
— Gracias, hijo mío —le dijo
y le abrazó.
— Ha sido un placer, aunque
te he echado mucho de menos
—respondió Alan con cariño y a
continuación me miró.
En aquellos tiempos todavía
me sorprendía el hecho de que
un joven como aquel se
dirigiera a Alan, cuya apariencia
era también la de un chico de
unos veinte años, como “hijo
mío”.
— Aliva, él es Shadú —me
indicó Alan con orgullo.
— ¿Shadú? —dije sorprendida
y cautivada por el hecho de
conocer al fin a aquel hombre
del que tanto había oído hablar.
Me giré para mirarle.
Y él asintió.
— ¿Conociste a mi amigo
Martín? —pregunté intrigada y
sorprendida— ¿Tú eres quien le
dio el secreto de la
inmortalidad para mí?
— Sí —asintió nuevamente
Shadú, sin dejar de mirarme.
Respiré profundamente y
mirándole a los ojos, pues al fin
conocía al hombre que había
compartido conmigo el gran
misterio de la vida eterna, sin
conocerme y sin haberme visto
jamás, el hombre gracias al
cual había empezado una
nueva existencia en la que
había tenido la oportunidad de
sentir el amor más intenso y
profundo que jamás imaginé
que pudiera llegar a vivir. Sí,
porque a pesar de todo, sabía
que era afortunada porque
había llegado a experimentar el
sentimiento más grande que
puede alcanzar cualquier ser
humano, incluso si ese amor
descubres que no es
correspondido, como era mi
caso.
— Nos alegra mucho tenerte
con nosotros, al fin. Y nos
gustaría que te quedases para
siempre —indicó Shadú.
— Eso es mucho decir, ¿no?
—comenté abrumada y
elevando la mirada hacia el
cielo.
— Sí, lo es —repuso—.
Quédate el tiempo que tú
quieras, sabes que nosotros no
imponemos nada, ni retenemos
a nadie —y esta vez habló con
mayor seriedad y solemnidad.
Sonreí.
— Aliva, me gustaría que
conocieses a mi madre —dijo
Alan, cogiéndome del brazo
para que le siguiera hacia un
camino que llevaba a unas
casas pequeñas.
Le seguí encantada. Yo
siempre he adorado a Alan, ha
sido mi amigo, mi mentor y mi
protector en los tiempos
difíciles. Ha sido quien me ha
enseñado y me ha transmitido
una parte importante de los
poderes de los Laerim. Y
siempre me ha dicho la verdad.
Adoro estar con él, aprender de
él, escucharle y también
compartir cosas con él. Por eso,
me sentí halagada y contenta
de que él quisiera darme a
conocer todas las cosas y a
todas las personas que para él
eran importantes.
Llegamos a una pequeña
casa blanca que estaba junto a
un río de aguas cristalinas. Más
tarde supe que era el río
Naima.
La casita blanca estaba
construida en medio de un
jardín repleto de árboles y
flores. Era como estar entre
seres vivos de gran vitalidad y
que transmitían una energía
muy potente a todos lo que nos
acercábamos.
Allí había una chica, estaba
sentada junto al río, limpiando
unas frutas recién cogidas de
uno de los árboles del jardín.
Era morena, delgada, de ojos
rasgados, tez blanca y muy
alta. Me llamó mucho la
atención la belleza de aquella
chica, la textura de su piel
aterciopelada y perfecta. Sus
movimientos eran elegantes y
pausados. No parecía tener
ninguna prisa.
Cuando estábamos
aproximándonos a donde ella
estaba, levantó la cabeza y nos
miró desde lejos con una
sonrisa. Parecía que algún tipo
de luz sobrenatural iluminaba
todo su rostro. Se levantó con
elegancia y abrió sus brazos al
ver a Alan. Éste corrió y se
abrazó a ella. En el abrazo ella
cerró los ojos con una sonrisa
de satisfacción y de
agradecimiento. Le besó en la
frente y cogió sus manos. No
pude escuchar lo que le dijo,
pero sé que fue algo bello
porque Alan parecía sentirse
muy bien junto a ella.
Después se dio la vuelta y,
cogiéndola de la mano, se
dirigieron hacia mí.
— Aliva, ésta es Akemi, mi
madre —dijo con gran
satisfacción y felicidad.
Sonreí.
— Es un placer conocerte,
Akemi —respondí.
— El placer es mío, Aliva. Por
fin, estás aquí. Me alegro tanto
de tenerte con nosotros. Hoy es
un día grande —comentó ella
cogiéndome las manos.
Me transmitió una enorme
paz y tranquilidad.
— Gracias. Para mí, sí que lo
es —respondí devolviéndole
una sonrisa.
— Sé que has vivido algunos
momentos de profunda soledad
en los últimos años, pero eso
ya pasó. A partir de ahora,
siempre nos tendrás a nosotros,
aquí o allí donde estés —dijo
Akemi con seguridad y dulzura.
Sonreí agradecida, una vez
más por sus palabras y por el
amor que me transmitían
todos.
Alan me miró.
— ¿Quieres ver dónde está la
que será tu casa? —me
preguntó expectante ante mi
respuesta y alargándome su
mano para llevarme hasta allí.
— ¿Mi casa? —dije
sorprendida, elevando mis
cejas y abriendo unos ojos
como platos.
— Si tienes una casa,
sentirás este lugar como tu
hogar —añadió Akemi.
Me quedé pensando en
aquello, dándome cuenta de la
razón que tenía en sus
palabras.
— Vamos, te llevaré hasta
allí —insistió Alan, tirando ya
de mi brazo.
Fuimos los tres caminando
unos metros más allá de la
casita blanca. Llegamos a un
lugar donde había muchas
casas, cada una tenía un
aspecto diferente, todas
invitaban a quedarte allí, en los
alrededores. Me di cuenta de
que había muchísimas y la
mayoría de ellas estaban
pintadas de blanco. Tenían
formas sencillas. Y eran
pequeñas. Con el tiempo
comprendí por qué. Los Laerim
adoramos la luz y los espacios
abiertos, nos gusta estar al aire
libre la mayor parte del tiempo.
De hecho, nunca he entendido
por qué vivimos en casas,
aunque sean de pequeño
tamaño, ya que no necesitamos
el hogar como forma de
protección, porque sabemos
cómo regular la temperatura de
nuestro cuerpo en esos días
fríos de invierno en que la nieve
cubre todo durante semanas y
también en los cálidos días de
verano. También podemos
controlar los instintos cazadores
de las fieras y de cualquier tipo
de depredador desde la
distancia, compartimos todo
con nuestros congéneres y
comemos lo que la naturaleza
nos proporciona en estado
natural, sin la necesidad de
cocinar. Vivimos en un lugar
donde hay comida abundante y
no es necesario trabajar la
tierra para tener frutas,
hortalizas, ni verduras, que son
la base de nuestra
alimentación.
Sin embargo, parece que de
algún modo, necesitamos un
espacio que nos pertenezca y
donde podamos sentir que
estamos en nuestro hogar.
Siempre me ha llamado la
atención esta conducta tan
típica de los humanos
normales.
— Mira es ésta. ¿Te gusta,
Aliva? —dijo Alan señalando
con la mano la casa que estaba
justo frente a nosotros, al
llegar.
Era una casa también blanca
y, como todas las demás, tenía
unos ventanales enormes y
techos como de cristal, que
permitían que entrase toda la
luz maravillosa que caracteriza
a la Tierra de los Inmortales.
Aquí hay una luz especial que
parece que lo llena todo y que
es la que nos infunde energía
todos los días para vivir de esta
forma tan dulce y apacible en
que vivimos.
Me quedé muy sorprendida al
ver el bonito lugar en el que iba
a vivir.
— Ven. Vamos a entrar—
indicó Alan tirando de mi brazo
y arrastrándome hasta la
puerta de entrada, que también
era blanca.
La abrió sin ninguna
dificultad. En nuestra tierra no
cerramos las puertas porque no
tenemos la necesidad de
protegernos de ningún tipo de
peligro.
Había mucha luz y al final,
junto al gran ventanal de la
parte de atrás, había una
amplia cama. No era una cama
como las que yo había
conocido. Estaba hecha con
plumas envueltas en una tela
de algodón blanco cuyo aroma
me cautivaba. En uno de los
lados de la casa, junto a otra
ventana grande, había una
mesa redonda con seis sillas;
todo hecho con madera natural.
Junto a la cama había una
enorme estantería vacía, que
me llamó mucho la atención.
Delante, en un pequeño rincón
que parecía algo escondido,
había un armario que luego
descubrí que tenía vestidos y
algunas ropas para mí, hechas
a mi medida exacta y también
calzado ajustado a mí. Por la
zona donde estaba el armario
se entraba en un cuarto de
baño sencillo, pero que
disponía de todo lo necesario.
— Alan. Me gusta mucho, de
verdad —expresé mi alegría
con absoluta sinceridad y me
abracé a él.
— Lo sabía, sabía que te iba
a encantar.
Alan parecía como un niño
pequeño que se encuentra feliz
porque tiene todo lo que desea
y a todos los seres queridos
junto a él. Había cumplido su
objetivo de protegerme en el
tiempo que estuvimos en
Nueva York y su objetivo de
acompañarme hasta que yo
decidiese venir a este lugar
mágico por mi propia voluntad.
Se sentía pleno y se le notaba.
— ¿Para qué es esa
estantería vacía? —le pregunté.
— Ah, claro —respondió Alan
con una gran sonrisa y
dirigiéndose hacia ella—. Es
para que puedas guardar todos
los libros que te gusten, los que
más te ayuden a aprender
cosas nuevas cada día de tu
vida —continuó y apoyó su
brazo derecho sobre uno de los
estantes mientras hablaba—.
También podrás guardar todo
lo que escribas en tu diario, eso
te ayudará a saborear, por
segunda vez cada día, las cosas
buenas que te hayan ocurrido y
los aprendizajes que hayas
logrado. ¿Escribías un diario en
tu vida anterior, Aliva? —me
preguntó.
— Eh,… no, la verdad es que
no —respondí, algo sorprendida
por lo que me estaba diciendo.
— Bueno, tenemos mucho
tiempo para que te vayas
acostumbrando a tu nueva casa
y a tu nueva vida —comentó
cuando se dirigía hacia mí.
Me cogió de las manos y me
dio un beso en la frente.
— Te dejaré descansar un
rato. Hoy ha sido un día largo e
intenso y necesitarás reponer
energías. Cuando quieras
puedes venir a la casa de mis
padres, estaré con Shadú y con
Akemi, quiero hablar un rato
con ellos, tengo muchas cosas
que contarles —indicó.
A continuación cruzó la
puerta junto a Akemi y me
quedé sola. Miré todo a mi
alrededor, una vez más, para
familiarizarme con la que iba a
ser mi nueva casa durante un
largo periodo de tiempo. Me
tumbé en la cama y observé el
precioso y apacible paisaje
desde el ventanal de mi nuevo
hogar, durante mucho rato.
Podía ver, con absoluta
claridad, una enorme montaña
que presidía con su magnitud el
horizonte apacible de aquel
bello lugar.
Poco a poco, fue
oscureciendo. Nunca olvidaré la
primera noche en la Tierra de
los Inmortales. Realmente
nunca podría olvidar nada de lo
que he vivido allí, desde el
primer instante en que llegué.
Nunca se hacía
completamente de noche.
Siempre había una gran luz que
iluminaba todo de forma tenue,
pero suficiente como para
poder seguir haciendo las
actividades diarias, sin
necesidad de ninguna otra
iluminación artificial. Allí no hay
nada de eso, no hay luces
artificiales, ni calefacciones, ni
aire acondicionado, ni
teléfonos, ni nada de aquello a
lo que yo estaba acostumbrada
en mi vida de antes.
Entendí rápidamente el
porqué de aquellas casas con
esos ventanales tan grandes y
con los techos abiertos al cielo
con una especie de cristales
absolutamente transparentes.
Las casas estaban así
construidas para poder disfrutar
de la iluminación natural
durante el día y durante la
noche.
Esa bonita luz nocturna
emanaba de la Luna. Una
noche más, ella vino a
acompañarnos y a llenarlo todo
con su luz y con su presencia.
Ese magnetismo que siempre
me produjo la Luna ahora era
todavía más intenso. Su
tamaño era cientos de veces
mayor a mis ojos, de lo que lo
había sido durante toda mi
existencia anterior. Era
inmensa, realmente grande y
parecía estar allí junto a
nosotros cada noche, como
nuestro apoyo, nuestra luz y
nuestra fuente de energía.
Tenía la sensación de que casi
podía tocarla. Le di la
bienvenida con una sonrisa y la
abracé con la mirada. No sé
cómo explicarlo, pero yo
también sentí su sonrisa y su
abrazo al verme allí.
— Gracias, Luna. Gracias por
estar aquí una vez más. Qué
grande te veo y qué cerca te
siento, más que nunca —le
susurré.
Cerré los ojos y me quedé
dormida. Me tapé con la ropa
que cubría mi cama. Los demás
Laerim no necesitaban cubrir su
cuerpo para dormir. Sin
embargo, yo todavía no estaba
entrenada en todos los poderes
Laerim y ellos lo sabían, por
eso, me habían proporcionado
las cosas que necesitaba en
estos primeros días de mi
nueva vida para poder
sobrevivir y hacerlo de manera
agradable.
Esa noche volví a soñar con
Liam. En mi fantasía, él llegaba
desde la ladera de la montaña
que había frente a mi ventana
y, caminando lentamente con
esa elegancia que le
caracterizaba, se dirigía hacia
mí con una eterna sonrisa y
mirándome con sus ojos
profundos, felinos. Al llegar a
mi lado nos abrazábamos, pero
cuando yo comenzaba a sentir
el placer que me proporcionaba
el calor y el aroma de su
abrazo, ese perfume irresistible
de su piel que nunca he
olvidado, entonces él se
esfumaba y desaparecía.
Este tipo de sueños, con la
silenciosa presencia de Liam
que se desvanecía al acercarme
a él, se repetía cada noche. Me
despertaba siempre con un
nudo en la garganta. No pasó
un solo día sin que pensara en
él, sin que le añorase y sin que
deseara volver a estar junto a
él. Y cada noche, me repetía a
mí misma que no tenía sentido,
que él ya no iba a volver, que
todo había sido un maldito
hechizo del que tendría que
liberarme alguna vez.
Pero era difícil porque, a
pesar del tiempo que fue
pasando, yo nunca dejé de
recordarle. Y curiosamente, el
recuerdo cobraba mayor nitidez
e intensidad cuanto más tiempo
pasaba. Es algo que no sabría
explicar. Por ejemplo, cuando
murió Ángel, el recuerdo de su
rostro se fue desvaneciendo
poco a poco de mi mente. Yo
trataba de recordarle tal como
era y sin embargo, no lograba
reconstruir su imagen en mi
memoria. En cambio, en el caso
de Liam, cada día su recuerdo
era más preciso, podía evocar
el aroma de su piel como si le
tuviera a mi lado, podía
reconstruir cada milímetro de
su rostro, podía sentir la
suavidad de sus manos, podía
ver a través de sus
transparentes y profundos ojos
felinos, podía escuchar la
melodía de sus palabras y
estremecerme con el recuerdo
de su música.
Reconozco que no hablaba de
esto con nadie porque, en el
fondo, no quería liberarme del
hechizo, pues hacerlo sería
decir adiós para siempre al
bello sentimiento del amor por
Liam. Y eso me causaría un
vacío todavía más insoportable.
Por ello, mantuve en secreto
mis recuerdos y mis vanas
esperanzas durante las décadas
que estuve en la Tierra de los
Inmortales.
Entre sueños y recuerdos, se
fue marchando la noche y
amaneció temprano. En
aquellos días de verano las
noches eran muy cortas, la
presencia de la Luna era
intensa, pero el tiempo que
duraba su compañía cada día
era realmente escaso. Llegué a
la Tierra de los Inmortales en la
época del año en la que los
días son más largos y las
noches más cortas.
Me levanté absolutamente
maravillada por el bello paisaje
y muy llena de energía. Me di
una ducha reparadora. Mi
ducha era algo maravilloso.
Dentro de mi cuarto de baño
había una pequeña cascada de
un agua transparente y pura
con la que podía lavarme y
cuyo sonido no olvidaré jamás,
pues era un placer
reconfortante escuchar el
sonido del agua al emanar de
allí arriba.
Me probé uno de los vestidos
que había en mi armario. Me
gustó, me sentí bien con esa
ropa; era de una tela suave y
agradable al tacto y además
tenía un bonito diseño que se
adaptaba muy bien a mi
silueta. Y el aroma, ¡qué bien
olían las cosas allí!
Y me dispuse a salir. La
verdad es que no sabía muy
bien qué hacer, aquello no era
como en mi vida de antes, en
que abres la nevera de casa y
preparas un desayuno o sales a
una cafetería o lo compras en
los puestos de las calles de
Nueva York. Me sentía un poco
perdida porque desconocía las
costumbres. Pero rápidamente
pude ver que ya todo el mundo
estaba fuera de sus casas,
había pequeños grupos de
Laerim; algunos comían, otros
se daban un baño en el río
Naima, otros leían
tranquilamente, los había que
meditaban, vi a muchos de
ellos haciendo ejercicio y los
niños jugaban y alborotaban.
Mientras observaba todo
aquello, escuché a Alan.
— Supongo que tendrás
hambre, ¿verdad? —dijo
acercándose a mi oído.
— Como siempre, estás en lo
cierto. Estoy hambrienta —
sonreí poniendo la mano sobre
mi estómago indicando el vacío
que había en él y la necesidad
de comer algo cuanto antes.
— Ven, Shadú ha preparado
un café irresistible y algunas de
sus especialidades.
¿Café? pensé. Cómo habría
podido preparar café si allí no
había cafeteras ni nada
parecido. Pero yo confiaba
plenamente en Alan y además
sabía que preparaba el café
como nadie, y nunca quiso
desvelar su receta, ni nos dejó
ver cómo lo hacía. Entendí que
tenía algo que ver con cómo lo
hacían por aquí.
— Hola, Aliva. Te he
preparado un desayuno, que
supongo que necesitas —
comentó Shadú indicándome
que me sentase en la mesa que
tenía frente a la puerta de su
casa.
— Mmm, ¡qué bien huele!—
exclamé, mientras me acercaba
a la mesa y observaba las
delicias que había preparado.
Shadú hizo un gesto
indicándome que me sentase y
comenzase a comer. Y así lo
hice.
Cogí la taza con aquel café
intenso y bebí, comprobando su
delicioso sabor. Sé que no era
café, era otro tipo de bebida,
pero tenía un agradabilísimo
sabor que recordaba
totalmente al café.
— Shadú, está buenísimo —
dije sin soltar la taza—.
¿Vosotros vais a desayunar? —
les pregunté, mientras cogía
una especie de panecillos
untados con algo parecido a la
miel.
— Ya he desayunado hace un
ratito, pero te acompañaré con
la bebida —respondió Shadú, al
tiempo que se preparaba una
taza de aquella especie de café
tan bueno y se sentaba a mi
lado.
Alan vio a alguien a quien
conocía y se alejó un poco de
nosotros para hablar con él.
Tardó en volver.
— ¿Cómo lo preparas? Aquí
no hay electrodomésticos —le
pregunté tratando de entender
cómo funcionaban las cosas en
mi nuevo mundo.
— Es fácil. Nosotros tenemos
la fuerza suficiente como para
triturar los granos con nuestras
propias manos, sin necesidad
de molinillos ni cosas así. Una
vez que el grano está molido, el
resto es sencillo. Ya sabes que
el café sólo tiene dos
ingredientes: el agua y el
propio café. Y aquí ambos
tienen un sabor especial.
— Entiendo.
Pero de repente, pensé:
¿cómo calientan el agua? Tal
vez hacen hogueras o algo así,
pero me parecía muy primitivo
para una cultura tan elevada en
todos los sentidos.
— ¿Y cómo calientas el agua?
—pregunté con la ingenuidad
de un niño que está
descubriendo un mundo
absolutamente desconocido.
— Bueno, es fácil. Es algo
que dominarás dentro de poco
tiempo. Simplemente, emito el
calor suficiente con mis manos
para hacer hervir el agua y
después con mis pensamientos
hago que se produzca la mezcla
—explicó como si fuese la cosa
más sencilla y normal del
mundo.
— Lo de emitir calor con tus
manos, casi lo puedo entender.
Pero lo de hacer que con tus
pensamientos se mezclen
ambos ingredientes, es algo
que me parece, no sé, entre
sobrenatural y una broma —
comenté levantando mis manos
para mostrar mi dificultad para
entender todo aquello.
— Sí, tal vez, te lo parezca.
Pero, no lo es. Tu mente es
mucho más poderosa de lo que
hayas podido llegar a imaginar,
Aliva. Sólo tenemos que
despertarla del letargo —
comentó, mirándome a los ojos
y sonriendo.
Shadú hablaba de forma
pausada y convincente. Tenía
un carisma especial, tan
seductor como Alan. Me quedé
callada mirándole. No sé si por
lo que acababa de decirme o
por el efecto tan fascinante que
me producía su presencia.
— Tranquila. Te
enseñaremos —dijo acariciando
mi brazo izquierdo.
En ese momento, Akemi
apareció a lo lejos. Había
estado haciendo ejercicio junto
al río Naima y venía a
desayunar. Se unió a nosotros y
nos contó lo que había hecho,
lo bien que se sentía, lo
reparador que había sido el
baño que se había dado en el
río al finalizar sus ejercicios y lo
hambrienta que estaba después
de dos horas de trabajo físico
intenso.
— ¿Te quieres venir conmigo
mañana, Aliva? —preguntó con
su eterna sonrisa.
— La verdad es que sí que
me apetece. Siento que he
abandonado un poco mi rutina
de entrenamiento y lo echo de
menos.
Casi sin querer, mis
pensamientos regresaron a
DEAL NYC, por un instante.
Pero cerré los ojos y aparté de
mi mente el recuerdo de
aquellos días.
— Perfecto. Pues, cuando la
Luna empiece a elevarse, te
recogeré en la puerta de tu
casa para irnos juntas, ¿vale?
—dijo Akemi antes de coger
una de las sabrosas frutas, cuyo
aroma abría el apetito de
cualquiera.
— Vale, pero aquí no hay
relojes, ¿cómo sabré que es el
momento? —pregunté porque
me sentía absolutamente
perdida.
— Shadú —dijo Akemi
dirigiéndose esta vez a él—.
Sería conveniente que le
empezases a enseñar algunas
cosas a Aliva para que se vaya
adaptando a la vida aquí, ¿no
crees?
— Sí, creo que será
necesario, si no queremos que
la pobre se desanime sin
necesidad —respondió.
Y se rió.
— Creo que podríamos
empezar ahora, ¿para qué
esperar más? —me invitó a
seguirle.
Nos levantamos de la mesa y
fuimos caminando hacia una
parte del río Naima en la que
no había gente. Por el camino
fuimos charlando.
— Shadú —exclamé.
— ¿Qué? —respondió con
suavidad.
— Verás, tengo muchas
preguntas que hacerte
— Me alegra saberlo. Eso
significa que tienes muchas
ganas de aprender. Preguntar
es una de las mejores formas
de aprender. El día que dejes
de hacerte preguntas, dejarás
de aprender y tu vida no tendrá
mucho sentido a partir de ahí —
explicó Shadú con gran razón
en sus palabras.
Sonreí.
— Pregunta lo que quieras,
Aliva —dijo animándome a
hablar también con el gesto
que hizo con su brazo.
— Aquí no hay nada de todo
aquello que he conocido antes
y sin embargo, todo parece,…
no sé, tan confortable y fácil —
expuse.
Shadú me escuchaba
atentamente.
— Me refiero a que no hay
electricidad, no hay teléfonos,
no hay ordenadores, no hay
tecnología de ningún tipo a
nuestro alrededor, no hay
fábricas, no hay coches, no hay
nada de todo aquello a lo que
estoy tan acostumbrada en mi
mundo anterior. Y sin embargo,
todo es fácil, cómodo y sencillo.
Es como si tuvieseis todo eso
sin tenerlo realmente —le
expliqué, mientras
caminábamos dando un
agradable paseo con la brisa de
aquel suave y fresco viento
sobre la piel.
Me detuve un momento
porque pensaba que no estaba
expresando bien lo que quería
decir.
— A ver si soy capaz de
transmitir bien lo que quiero
decir —añadí como pensando
en voz alta—. Este lugar parece
como el paraíso bíblico, todo es
bonito, todo es agradable. Sin
embargo, a simple vista podría
parecer que es un lugar
primario, como primitivo, donde
las condiciones mínimas de
comodidad a las que estoy
acostumbrada no existen.
— Verás, Aliva —hizo una
pausa—. Los seres humanos del
mundo del que vienes, buscan
fuera de sí mismos la solución a
todos sus problemas y a todas
sus necesidades. Han sido
capaces de construir ingeniosos
y sofisticados aparatos,
tecnologías y sistemas
complejos para hacer su vida
un poco más fácil. Sin embargo,
no se han dado cuenta de que
todo es mucho más sencillo, no
se han dado cuenta de que
todo el poder, todas las
capacidades y toda la sabiduría
está en su interior —explicó
Shadú con una mezcla entre
melancolía y entusiasmo al
mismo tiempo.
Yo le escuchaba
atentamente.
— Ellos han inventado y
construido aviones para poder
volar. Sin embargo, no han
tomado conciencia de que ésta
es una capacidad que podrían
desarrollar con el poder de su
mente. Ellos utilizan sistemas
de calefacción para sus
hogares, cuando realmente
sería mucho más sencillo
aplicar las técnicas que tú ya
conoces para regular la
temperatura corporal. Y así
podría seguir con un sinfín de
cosas que sabes —habló con
mayor entusiasmo ahora.
Retomamos el paseo
tranquilamente junto a la orilla
del Naima. El sol brillaba con
gran intensidad, el día tenía
una agradable temperatura. El
sonido del agua del río al correr
por su cauce en aquel
silencioso rincón del universo,
era cautivador. Y sobre todo, lo
que más recuerdo es que había
una luz especial que me llenaba
de energía y vitalidad.
— Creo que voy entendiendo
mejor todas las cosas. Si
buscásemos en nuestro interior,
nos daríamos cuenta de que ahí
está toda la sabiduría y todo el
poder —resumí lo que había
interpretado de las palabras de
Shadú.
— Eso es, exactamente —
respondió él con alegría—. Es lo
que tú hiciste cuando llevaste a
cabo la transición hacia la
juventud y la eternidad.
Siempre empezabas con una
profunda introspección y una
completa conexión con tu yo
interior, con tu ser más
auténtico —se detuvo
mostrando una repentina
tristeza—. El problema es que
los mortales no lo han buscado
realmente —añadió, metiendo
sus manos en los bolsillos de la
chaqueta que llevaba.
— Pero yo creo que no es
todo tan sencillo como dices —
expresé mis dudas con
sinceridad.
— No, no lo es. Por eso, te
voy a ayudar a recuperar ese
poder hasta el mismo nivel que
tenemos nosotros, Aliva —
respondió con dulzura y con un
gran respeto en la manera en
la que me hablaba.
— ¿Qué vas a hacer, Shadú?
— Voy a ir despertando poco
a poco tu potencial. Necesitaré
tiempo y necesitaré tu voluntad
y compromiso para conseguirlo
—me indicó.
— Lo tienes todo, tanto el
tiempo como mi voluntad y
compromiso, Shadú —respondí
con ilusión—. Y tienes toda mi
confianza en ti —continué,
cerrando los ojos como muestra
de mi amistad y de la certeza
que tenía de que todo lo que
viniera de Shadú, para mí iba a
ser bueno.
Me cogió de las manos y me
indicó que nos sentásemos
junto a la orilla del Naima. Así
lo hice.
A continuación, me pidió que
cerrase los ojos y me
concentrase en el apacible
sonido de las aguas del río y
me ayudó a que mi mente se
quedase en estado de paz
completa en tan sólo unos
segundos. Después, creo que
comenzó a decir una serie de
palabras en un idioma
desconocido para mí. No
entendía lo que decía, pero
sentía el tono apaciguador de
su voz. Y podía percibir la
energía y la fuerza que iba
emanando de cada una de las
células de mi cuerpo. Era una
sensación como de ir
recobrando vida, era algo así
como si hubiésemos puesto a
cámara rápida todo un proceso
de rejuvenecimiento interior de
cada una de las partes de mi
organismo, era como una
recarga energética.
Durante varios años, Shadú
fue realizando esta especie de
hipnosis conmigo y yo fui
notando cómo aquellas cosas
que hacían los Laerim y que
hasta entonces me habían
parecido casi sobrenaturales y
mágicas, conseguía hacerlas yo
misma y sentirlas como algo
normal y fácil en mi existencia.
Fui recogiendo en un diario,
cada noche, las experiencias
vividas durante cada instante
de los días. Fui describiendo la
forma en la que yo sentía cómo
se iban produciendo en mí
todos aquellos maravillosos
cambios que me estaban
transformando en una auténtica
Laerim. Fueron pasando los
meses y después los años y me
integré plenamente en aquel
rincón del universo, al que
sentía que pertenecía más que
a ningún otro lugar que pudiera
existir.
Shadú trabajó conmigo en el
despertar de mi mente y de
toda su potencialidad. Me
enseñó el arte de la meditación
profunda, que realizo cada día
de mi vida desde entonces. Yo
había aprendido a meditar con
las indicaciones que Martín me
había dejado en el archivo,
pero lo que aprendí con Shadú
fue muy diferente y mucho más
potente.
Recuerdo una de las tardes
en la que regresábamos a casa
después de todo este trabajo.
Yo llevaba sólo unos pocos días
allí y le preguntaba
constantemente por todo a él,
que me ofrecía sus respuestas
con la mayor sabiduría y
amabilidad posible.
— Shadú —dije, mientras
caminábamos.
¿Qué?
— ¿Te acuerdas de mi amigo
Martín? —pregunté mirándole a
los ojos.
— Claro que me acuerdo de
él —dijo sonriendo.
— Quiero preguntarte algo.
Asintió.
— ¿Por qué él no logró hacer
el cambio en su cuerpo para
conseguir la vida eterna, si tú
estabas con él? Quiero decir,
que yo lo hice a través de las
indicaciones que él me regaló
en su archivo y sin embargo, él
que sabía perfectamente la
teoría y además te tenía a ti
con todo el poder mental que
tú tienes y con todo lo que tú
sabes al respecto, no lo pudo
hacer ¿por qué? —dije intrigada
y queriendo conocer la verdad
por fin.
— Verás, Aliva. Martín era
una persona buena, con un
corazón herido por una vida
muy dura, que andaba
buscando un sentido a su vida y
un nuevo comienzo. Sus
sentimientos eran buenos. Si lo
vemos hasta aquí, pensarías
que era un buen candidato a
ser elegido para formar parte
de nuestra estirpe, ¿cierto?
Asentí.
— Sin embargo, Martín no
era fuerte. Él deseaba cambiar
y aprender cómo desarrollar la
fuerza necesaria para formar
parte de nuestro linaje. Pero no
tenía esa fuerza que tú sí
tienes. La has tenido desde
niña, tal vez porque tus
mayores te la transmitieron, tal
vez porque naciste con ella o
incluso la suma de ambas
cosas. Pero tienes esa fuerza
que es necesaria para vivir
como un auténtico Laerim. Por
eso, él no lo consiguió y tú sí —
terminó con una sonrisa.
— ¿Ni siquiera con tu ayuda?
—insistí, porque me parecía
increíble que Shadú no hubiese
podido transmitirle esa fuerza
necesaria a Martín.
Sonrió nuevamente.
— Claro que yo podría
haberle infundido esa fuerza,
pero no era él nuestro elegido.
Si le hubiera transmitido esa
fuerza yo, no habría sido algo
que nacía de su propio ser, sino
algo adquirido; lo cual nunca
podría ser tan potente como es
necesario en realidad —me
explicó con su voz tranquila y
serena.
— ¿Y lo supiste desde el
principio y aun así seguiste
trabajando con él durante
años? —pregunté extrañada.
— Sí, porque mi objetivo no
era Martín. Mi intuición me
decía que él era la puerta para
llegar a otro ser que realmente
sí estaba preparado para llegar
a ser uno de los nuestros con
su propia fuerza —me dijo con
sinceridad—. Y yo le enseñé
todos los pasos para que,
aunque no le llevaran a
conseguir el objetivo en sí
mismo, al menos los hubiera
asimilado de tal forma que
pudiera transmitírtelos a ti con
todo detalle. Él era el camino
hasta ti, Aliva. Y no te olvides
que lo que hice con él le
produjo mucha paz interior y le
ayudó a vivir una vida más
plena.
Me quedé pensando en ello,
tratando de comprenderlo todo.
Y Shadú continuó.
— El trabajo que yo estoy
haciendo ahora contigo no
consiste en transmitirte
conocimientos míos o en
enseñarte cómo hacer esto o lo
otro. Lo que estoy haciendo, y
nos quedan todavía años de
trabajo, es ayudarte a sacar lo
que tienes dentro de ti. Tú
tienes la fuerza, no soy yo
quien te la está transmitiendo,
eres tú quien la está
extrayendo de tu interior, de tu
alma —me explicó—. ¿Lo
entiendes, Aliva?
— Sí, Shadú. Gracias por tu
sinceridad.
Me devolvió una de sus
amables sonrisas y
continuamos nuestro camino
hacia casa. Yo iba pensando en
todo lo que me decía Shadú y
venían a mi mente las veces en
que Martín, Liam y Alan me
habían preguntado “¿dónde
está tu fuerza?” Después de
ese día y con los años que pasé
en aquel lugar, fui
comprendiendo que ser un
Laerim era algo que realmente
requería de una fuerza especial.
Y más allá de la vida en la
Tierra de los Inmortales, esta
fuerza sería la base de mi
supervivencia futura. Pero de
eso hablaremos más adelante.
Recuerdo que con Akemi
aprendí a conocer todos los
secretos para mantener sano
mi cuerpo. Cada mañana, ella
me explicaba cómo ejercitar los
músculos para mantenerlo
activo y sano. Siempre me
decía que nuestro cuerpo se
sentía mejor cuanto más lo
movíamos. Con ella, fui
tomando conciencia de que no
era posible llegar a ser una
Laerim, sólo trabajando la
mente; que era importante ir
en consonancia también con el
cuidado de mi cuerpo. Me
enseñó todo lo que los buenos
alimentos de aquella increíble
tierra podían aportar a mi vida.
Con ella aprendí a respirar de
modo que cada una de mis
células se oxigenase
plenamente con la pureza de
aquel aire de la Tierra de los
Inmortales. Era como aire de
vida.
Poco a poco, la gran
estantería de mi habitación se
fue llenando de libros, desde
que un día Alan me llevó a una
de las “librerías”. Lo pongo
entre comillas porque no se
parecía en nada a lo que yo
había conocido antes. Sin
embargo, era un gran edificio
donde podías acceder a la
sabiduría de los Laerim,
acumulada durante milenios de
existencia. Casi todos dejamos
escritos nuestros aprendizajes
diarios, nuestras experiencias y
sensaciones vividas y algunos
han adquirido, como su oficio o
su responsabilidad, el hecho de
recopilarlo todo y hacer copias
en una especie de cajas donde,
aparentemente no hay nada,
no son libros al uso. Son cajas
hechas de arcilla en las que
sólo los ojos de un Laerim
pueden leer las páginas
invisibles escritas por la mente
de otros Laerim. Cuando Shadú
consiguió que yo desarrollase
este poder, para mí fue todo un
descubrimiento y sobre todo
fue un avance en mi evolución,
porque pude acceder a todos
los escritos Laerim que, de otro
modo, nunca hubieran estado a
mi alcance.
Ahora iba entendiendo por
qué mi estantería estaba
completamente vacía cuando
llegué. Alan sabía que
necesitaría realizar un trabajo
mental durante algún tiempo,
antes de poder leer los libros
de hojas invisibles.
Empecé desde los más
antiguos, algunos de ellos
fueron escritos mucho tiempo
antes de la época de los
faraones de Egipto, en aquellos
años de la grandiosidad de los
Laerim y de la raza humana
anterior a la “hipnosis
colectiva”. Fui entendiendo y
conociendo mucho más y
mucho mejor todo lo relativo a
este mundo en el que había
sido acogida y plenamente
integrada por mis congéneres.
Fui viviendo la historia, tanto
de los Laerim como de los
humanos. Era como ir
reviviendo dos mundos que
habían existido y evolucionado
en paralelo desde aquellos
momentos en que se separaron
a través del proceso hipnótico,
que anuló los poderes de la
mente de la mayor parte del
género humano.
Para mí, los días pasaban
rápidos en aquellos tiempos.
Sin embargo, a pesar de todo lo
que hacía a lo largo del día y de
todo lo que aprendía y la
cantidad de cosas,
conversaciones y momentos
que compartía con todos mis
amigos y con mi “familia”
(Shadú, Akemi y Alan) la
verdad es que siempre tenía
tiempo para que el nítido
recuerdo de Liam regresase
diariamente a mi corazón. La
intensidad de su mirada y la
suavidad de sus caricias venían
a compartir los momentos en
los que nada distraía ya mi
mente. Solía sentarme junto a
la ventana, bajo el claro de
Luna que iluminaba mi
habitación e imaginaba la
silueta de Liam junto a mí.
Escuchaba su voz cautivadora y
mi alma lloraba, no sólo por su
ausencia, sino también y sobre
todo, por la tristeza que me
provocaba el hecho de pensar
que ya nunca más volvería a
verle. Y al final del día, siempre
sentía un nudo en mi garganta.
Así transcurría mi vida en
aquel mágico lugar del universo
que era la Tierra de los
Inmortales. Muy de vez en
cuando, llegaba alguien nuevo,
alguien que como yo, procedía
del mundo de los humanos en
el que yo también había nacido.
Eran personas que tenían algo
especial que llamaba la
atención y el interés de los
Laerim, tanto como para
permitirle llegar hasta nuestra
tierra, acogerle en su seno y
ayudarle a desarrollar todos los
poderes de nuestra especie.
Conservo en mi memoria, con
gran nitidez, el recuerdo de la
tarde en la que llegó Sayumi.
Ella era una chica de origen
japonés. Por lo que me contó
Akemi, esta chica había vivido
una experiencia
extremadamente dolorosa, un
terremoto había destruido todo
su mundo. Sayumi había
perdido a toda su familia, a
todos sus seres queridos. Su
vida se vio truncada en unos
minutos, como consecuencia de
la violencia de la naturaleza
que había azotado el pequeño
pueblo en el que había vivido
hasta entonces, con el sueño
de un futuro feliz.
Después de esa dolorosa
experiencia, había dedicado su
vida a ayudar a los demás. Y en
medio de esta difícil vida había
colmado de amor, cariño y
generosidad a todos los de su
alrededor. Al parecer, Himshal
había detectado la existencia
de un alma tan pura como la de
Sayumi y había salido de la
Tierra de los Inmortales con el
objetivo de encontrarla y
traerla a nuestra tierra.
Yo sabía de la existencia de
Himshal porque mi amigo
Martín me había hablado de él
en su carta y también algunos
de mis amigos en la Tierra de
los Inmortales, entre ellos Alan,
quien le admiraba
profundamente. Sin embargo,
todavía no le había conocido
puesto que cuando yo llegué
aquí, hacía un tiempo que él
había partido en busca de
Sayumi.
La tarde en que llegaron, de
forma inesperada, yo estaba
con Akemi aprendiendo un baile
muy divertido que ella se había
inventado y Alan nos animaba
burlonamente, hasta que tuvo a
Sayumi frente a él y
experimentó una auténtica
transformación. Creo que Alan
se enamoró de Sayumi en el
mismo instante en que sus
miradas se cruzaron por vez
primera. Había en sus ojos un
brillo que yo nunca había visto
antes en él. De repente, fue
como si el mundo se hubiese
parado a su alrededor y ya
nada más existiese, aparte de
Sayumi.
Akemi y yo cruzamos una
mirada cómplice, porque nos
dimos cuenta ambas de lo que
estaba ocurriéndole a Alan. Nos
hizo mucha gracia su reacción y
también nos hizo felices porque
las dos sentimos un cariño muy
especial y profundo por Alan. Y
nos llenó de alegría el saber
que acababa de experimentar
el amor verdadero. Las dos
sabíamos lo que era ese
sentimiento tan bello. En el
caso de Akemi, ella era
afortunada porque Shadú
estaba allí a su lado,
compartiendo su existencia con
ella. Y la amaba tan
intensamente como ella le
amaba a él. Sin embargo, yo
sentí como una punzada en mi
corazón, que inmediatamente
recordó a Liam, a quien sabía
que ya nunca más volvería a
ver. Liam, ese ser al que
amaba con toda mi alma y con
todo mi ser y al que añoraba
desde cada centímetro de mi
piel, a pesar de su engaño.
Desde aquella tarde, Alan
comenzó su bonita historia de
amor con Sayumi y eso supuso
que pasara menos tiempo con
nosotras. Desde ese momento,
Akemi se dio cuenta de que yo
podía sentirme sola en nuestra
maravillosa tierra y decidió
pasar más tiempo conmigo. Fue
la época en la que más cosas
aprendí de ella, que era una
mujer que había vivido milenios
junto a Shadú y albergaba una
enorme sabiduría.
Cuanto más conocía a Akemi,
más cuenta me daba de todo lo
que me quedaba por aprender,
lo cual me proporcionaba una
gran vitalidad. Pero al final del
día, cada noche sentía que me
quedaba sola junto a la Luna
en mi pequeño y dulce hogar,
completamente sola, porque mi
corazón sentía el vacío que
había dejado la ausencia de
Liam.
Después de varias décadas
en esta tierra, una noche decidí
sacar mi mochila, la que traje
conmigo desde Nueva York el
día en que llegué y en la que
había metido sólo algunas
prendas de ropa. Había una de
ellas que nunca saqué, que
dejé allí guardada a propósito,
durante todos los años que
había estado viviendo aquí. Sin
embargo, esa noche de otoño
en la soledad de mi hogar,
sentí la necesidad de volver a
tocarla. La saqué con cuidado,
sintiendo cómo el latido de mi
corazón se aceleraba. La tenía
entre mis manos, cerré los ojos
y la olí impregnándome con el
aroma que todavía desprendía,
a pesar de los años que había
pasado allí escondida.
Era una camiseta de Liam
que me había regalado hacía
mucho tiempo y seguía
conservando el aroma de su
piel. Aquel perfume me trasladó
inmediatamente a los días en
los que fui tan feliz junto a él y
recordé lo ocurrido cuando me
la regaló.
Habíamos pasado el día
juntos en Nueva York. Primero
vino a buscarme en su coche
blanco y fuimos juntos a
desayunar a Central Park.
Después, nos fuimos a DEAL
NYC y allí estuvimos un par de
horas haciendo ejercicio juntos.
Una vez finalizado el ejercicio,
habíamos reservado hora con
John, que para mí era el mejor
fisioterapeuta de Manhattan,
para que nos diera un masaje.
Primero me lo dio a mí y
después a Liam. Teníamos la
suerte de que John trabajaba
en DEAL NYC y nos regaló su
arte fuera de su horario,
cuando ya había terminado su
trabajo con los clientes.
Después de todo eso, nos
fuimos a casa de Liam y
pasamos la noche juntos.
Nunca olvidaré la magia de
aquellos momentos junto a él,
sintiendo su piel, su aroma y
sus caricias.
Todavía hoy, su recuerdo me
hace estremecer, hace que
toda mi piel tiemble al volver a
sentirle con la misma
intensidad que cuando estaba
junto a mí en aquellos días de
Nueva York, embaucada por la
dulzura de su mirada.
Me levanté de la cama en
medio de la noche y me puse
su camiseta. Era roja, de
algodón y tenía un dibujo como
de una especie de símbolo
oriental en blanco. Él, que
conservaba su agudeza de
felino, abrió los ojos al escuchar
el leve movimiento que hice al
levantarme sigilosamente. Me
miró y había amor en su
mirada, había un amor intenso,
al tiempo que apasionado y
puro; o al menos así lo sentí yo.
— Estás preciosa con mi
camiseta —susurró dulcemente
desde la cama.
Me di la vuelta sorprendida al
escucharle.
— Me has asustado —dije
reprimiéndole.
— No era mi intención, lo
siento —se disculpó elevando
su maravillosa sonrisa.
— Eres increíble —comenté
algo enfurruñada.
— ¿Por qué? —preguntó con
esa mirada tan típica de Liam,
en la que te dejaba ver que se
divertía jugando contigo.
— ¿Cómo que por qué? —dije
airada— ¿Es que no puedes
dormir profundamente como
cualquier persona?
— No. Y te recuerdo que yo
no soy cualquier persona —dijo
desde la cama, mirándome y
sin abandonar la dulzura de sus
ojos felinos y salvajes.
Se levantó, se acercó a mí y
me besó consiguiendo que me
derritiese entre sus brazos.
Al cabo de unos días, cuando
vino a recogerme a casa, me
dio una bolsita.
— ¿Qué es? —pregunté.
— Ábrelo —me indicó con su
mano.
— ¿Tu camiseta roja?
— Sí. Te queda muy bien y
me gustaría que la tuvieses tú
—dijo, bajando la mirada con
timidez.
— Gracias —sonreí y le besé.
Nos abrazamos, fue un
abrazo cálido.
Aquella noche en mi hogar de
la Tierra de los Inmortales,
recordaba con melancolía esos
momentos de amor con Liam,
momentos de cosas sencillas,
pero que ahora me devolvían a
un tiempo en el que mi vida fue
intensa y plena. Miré a la Luna
y sentí la necesidad de salir de
allí, pero no tenía a dónde ir, ya
no quedaba nadie de mis
amigos en mi mundo anterior.
Y Liam ya no era ese sueño
mágico que yo conservaba en
mis recuerdos, sino un Daimón
que amaba a otra chica, no a
mí.
Me sentí vacía.
Por la mañana fui con Akemi
a hacer ejercicio. Yo estaba
triste y ella lo notó enseguida.
— ¿Estás bien, Aliva? —
preguntó mirándome a los ojos.
— Sí —respondí en voz baja,
pero esquivando su mirada.
— Si no quieres hablar de
ello, no lo hagas. Pero si
sientes la necesidad de
contarme algo, sabes que te
escucharé.
— Gracias, pero no. Ahora no
deseo hablar. Prefiero
concentrarme en el ejercicio,
que me ayuda mucho a
sentirme bien —respondí con
tristeza.
Akemi mantuvo la discreción
y no insistió.
Después de nuestro tiempo
de deporte, desayunamos
juntas, como siempre. Yo
estaba callada, mucho más de
lo que era habitual en mí. Noté
que Akemi me observaba con
preocupación.
Al terminar, le dije que
quería dar un paseo por la orilla
del río. Ella comprendió que yo
necesitara estar sola y no dijo
nada. Me marché a dar un
paseo, fue un largo camino de
varias horas en el que traté de
no pensar en las cosas que me
entristecían y recuperar mi
energía.
“Liam no te quiere, nunca lo
hizo, todo fue un sueño, todo
fue fruto de un hechizo”, me
decía a mí misma para
encontrar la fuerza en mi
interior que me ayudase a
regresar a mi mágico mundo en
la Tierra de los Inmortales y ser
capaz de disfrutar del privilegio
que era vivir en aquel bello
lugar y ser capaz de vivir feliz.
Me sentía culpable, incluso algo
egoísta y desagradecida, por no
encontrar la felicidad en un
lugar como aquel, entre los
seres más puros, inteligentes,
bellos y cercanos que nadie
pueda imaginar. Me parecía
que no era justo, que no
merecía estar en aquel lugar si
no era capaz de amarlo y si no
era capaz de aprovechar este
privilegio. Me sentía desdichada
por la soledad, por el desamor
y por todos estos sentimientos
que me entristecían.
Pensé que no debía ser
impaciente, que tenía toda la
eternidad por delante para
esperar el encuentro con la que
sería mi alma gemela en la
tierra de los Laerim. Pensé en
Alan, que llevaba siglos
viviendo allí y sólo después de
tanto tiempo, hacía muy poco
que había encontrado al gran
amor de su vida. Tal vez a mí
me ocurriría lo mismo, tal vez
era una prueba de mi destino,
tal vez tenía que encontrar esa
fuerza para esperar y sobre
todo, para no sentir
insatisfacción en un lugar
donde todo era maravilloso.
Pensé que no estaba siendo
justa con la vida.
Después de varias horas,
regresé fortalecida a la casa de
Akemi y Shadú. Entré y cuando
Akemi me vio, vino
rápidamente hacia mí. Me
abrazó.
— ¿Cómo estás Aliva? —
preguntó mirándome a los ojos,
como buscando en la
profundidad de mis pupilas la
verdad de mi tristeza.
— Necesitaba estar sola,
reflexionar y encontrar la fuerza
en mi interior para valorar lo
afortunada que soy aquí —dije
bajando mi mirada.
Me sentía avergonzada por lo
que estaba ocurriendo en mi
interior.
— ¿Qué es lo que te produce
tanta tristeza? —preguntó
Akemi, con inmenso cariño en
su voz y en la calidez de su
mirada.
Respiré profundamente, cerré
los ojos. Me mordí los labios. La
miré a los ojos. Era un ser
bello. Y no me refiero a su
belleza exterior, sino sobre
todo a la belleza que emanaba
de su alma. Su nombre, de
origen oriental, significa
“hermosa”, “brillante”. Y así era
ella. El brillo de la belleza de su
alma te envolvía haciéndote
sentir bien a su lado. Era
maternal conmigo, al tiempo
que la mejor amiga que alguien
podría encontrar. A ella le podía
contar mi verdad. Sin embargo,
no me atrevía a hacerlo aún.
— Ahora no quiero hablar de
ello. No puedo hacerlo —dije
con un hilo de voz mientras
tragaba saliva.
Akemi era muy comprensiva
y supo que no debía
presionarme en aquellos
momentos. Me abrazó y me
trasmitió su apoyo en silencio.
Supe que siempre estaría allí
para ayudarme, que nunca me
dejaría sola en mi tristeza si yo
le pedía ayuda, pero también
comprendí que nunca me
presionaría ni me obligaría a
hablar de algo que yo no
quisiera compartir, por mucho
que le resultase difícil entender
por qué yo no era feliz o por
qué yo no quería contarle el
secreto que tanto me afectaba.
Sentí la cercanía y la
generosidad de Akemi, que ya
era como mi madre. Había
vivido más años junto a ella,
sintiendo su amor maternal
hacia mí, que con mi propia
madre. Por aquellos tiempos,
yo ya llevaba viviendo allí más
de treinta años. Akemi siempre
ocupará ese lugar especial en
mi corazón, tan especial como
el que ocupa Elisabeth, la que
fue mi madre, la que me dio la
vida.
Pasaron varias semanas y
lentamente fui recuperando la
esperanza de volver a sentirme
feliz, aunque ahora no lo fuese.
Pero todo se me vino abajo
una tarde en la que estaba con
Shadú, Akemi, Himshal y un
grupo de amigos nuestros
jugando a lo que ellos llaman
golf. No era realmente golf
como lo había conocido en el
mundo anterior en el que yo
había vivido, pero era algo muy
parecido en cuanto a las reglas
y objetivos del juego; la
diferencia es que no
utilizábamos palos para lanzar
aquella especie de bola y
colocarla en el hoyo, sino que
utilizábamos el poder de
nuestra mente. Era muy
divertido, para mí era un juego
realmente desafiante porque
había que ser muy fuerte
mentalmente para lograr los
objetivos tan retadores que nos
marcábamos con este juego y
me ayudaba mucho a cultivar
mis poderes Laerim. Era uno de
nuestros entretenimientos
favoritos porque requería
auténtica precisión mental.
Esa tarde, mientras
jugábamos en uno de los
paseos hacia el hoyo, Alan y
Sayumi iban caminando delante
de mí y él acarició su pelo con
suavidad, después la besó en
su mejilla, cerró los ojos y
había tanto amor en aquel beso
que yo pude sentir la intensidad
sólo con mirarlos. No sé cómo
fue, pero de repente toda mi
fortaleza se vino abajo. Me
sentí abatida, pensé que yo
nunca podría amar y ser amada
con esa pureza e intensidad con
la que lo hacían ellos. Y sentí
esto porque tuve claro que sólo
había un ser en el mundo por el
que yo podía sentir algo tan
bello y profundo. Y ese ser era
Liam, el Daimón que me había
engañado y que amaba a otra
mujer que no era yo, el Daimón
que nunca podría vivir junto a
mí en mi mundo Laerim, el
Daimón al que no volvería a ver
jamás en mi vida.
Definitivamente, sentí el
vacío en mi interior. Me quedé
parada, no podía seguir
caminando porque me parecía
que todo mi mundo se había
roto, que todo se derrumbaba a
mi alrededor. De repente, me
di cuenta de que mi vida sin
Liam no tenía sentido. ¿Para
qué quería vivir una vida eterna
si no podía entregar mi amor a
nadie, si no podía sentirme
amada por nadie, si no podía
vivir el amor de Liam?
Akemi se dio cuenta de que
algo me ocurría y se acercó
enseguida.
— Aliva, ¿estás bien? —dijo
cogiéndome del brazo y
mirándome profundamente.
— Necesito irme de aquí.
Necesito estar sola —cerré los
ojos—. Perdóname Akemi,
perdonadme todos.
Salí corriendo. Quería huir.
Utilicé una de las
capacidades que había
desarrollado en aquellos años
de aprendizaje junto a Shadú y
me trasladé a un lugar muy
alejado de mi grupo de amigos;
me trasladé a una playa que
había a varios kilómetros de
nuestro hogar.
Era la hora del atardecer, el
sol impregnaba con su luz
tardía el horizonte, diciendo
adiós a un día más. Me senté
en la orilla solitaria, rodeé mis
piernas con mis brazos,
adoptando una postura
encogida, encerrándome en mí
misma, bajé la cabeza y la
escondí entre mis brazos. Me
acompañó la melodía de las
olas al romper en la orilla, el
aroma del mar y el suave calor
de los últimos rayos del sol. No
sé cuánto tiempo estuve así.
Llegó la noche y con ella vino
mi querida Luna. Al sentir su
intensa luz, la miré y por fin
todas las lágrimas escondidas
empaparon mi piel. Lloré
intensamente, largamente,
tristemente. Lloré desde lo más
profundo de mi corazón, mi
pobre y cansado corazón, bajo
la dulce mirada de la Luna.
En estos momentos de
profundo desamor creo que
llegué a sentir el amor en
estado puro. Mis sentimientos
estaban tan a flor de piel, al fin,
que pude vivir la intensidad de
este momento, que aunque
triste, fue uno de los más
verdaderos de toda mi
existencia. Por fin, me estaba
enfrentando a mis
sentimientos, al fin estaba
dejando a mi corazón sentir, al
fin estaba dejando salir la
tristeza de mi alma. Lloré, lo
hice profundamente, fue un
llanto necesario y liberador. El
nudo de mi corazón se deshizo
al fin.
Pasé así toda la noche, fue
larga, pero dejé a mis
sentimientos recorrer toda mi
piel, aunque esos sentimientos
fueran de desamor. Dejé que la
sal del mar purgara mis
heridas. Me sumergí en sus
aguas purificadoras y limpié mi
agonía con su frescor nocturno.
Cuando, después de varias
horas de llanto profundo, me fui
calmando lentamente, escuché
una vez más, la voz de mi
Luna; esa voz profunda y
pausada, suave y cautivadora.
Era como una melodía, como
una canción que susurraba, de
nuevo.
“Aliva, habla de esto. Aliva,
pregunta o nunca sabrás la
verdad. Pregunta”.
Y se hizo el silencio sólo
interrumpido por las olas al
romper. La miré desconcertada
y grabé sus palabras en mi
mente.
Unos minutos después, se fue
elevando para dejar paso a la
luz del sol. Vi cómo me sonreía
orgullosa de mí, mientras se
alejaba hasta desaparecer
lentamente. Pasaron las horas
y fui sintiendo el calor de los
rayos del sol sobre mi piel y su
intensa luz me hizo abrir los
ojos. Me levanté de la arena
sobre la que me había quedado
tumbada tras la noche de
lágrimas.
Di un largo paseo por la
orilla, sintiendo la nueva
energía que iba surgiendo de
mi interior, tras esta catarsis
purificadora que había vivido.
Fue entonces cuando empecé a
sentir que recobraba la fuerza
para regresar y volver a
empezar una nueva etapa en
mi vida. Me trasladé, en
cuestión de minutos, a mi
hogar utilizando uno de los
poderes Laerim que había
adquirido en estos años.
Al llegar, Alan estaba en la
puerta de mi casa preocupado,
esperándome. Levantó la
mirada cuando sintió mi
presencia. Se puso en pie de
golpe.
— Aliva, ¿dónde estabas?,
¿qué ha pasado?, ¿estás bien?
Alan hablaba de forma
rápida, como atropellada y con
un nivel de preocupación que
jamás había observado en él.
Sonreí levemente, mirándole
con cariño a los ojos. Le
acaricié la mejilla.
— Ahora me siento mejor.
Necesitaba escapar y
encontrarme a mí misma,
liberarme del yugo de
sentimientos escondidos
durante años en el interior de
mi alma. Eran sentimientos a
los que necesitaba mirar de
frente.
Alan me miraba asustado.
— Hemos temido por ti, por
tu vida. Pensábamos que te
íbamos a perder para siempre.
Akemi ha estado toda la noche
tratando de mandarte la
energía más intensa y positiva
que podía, pero me decía que
sentía que no te llegaba. Era
como si hubieses puesto una
barrera a tu alrededor que nos
impedía saber dónde estabas,
cómo estabas o poder enviarte
nuestro apoyo para ayudarte —
me contó, todavía nervioso y
sin dejar de mirarme como para
asegurarse de que todo iba
bien conmigo—. Eres mucho
más fuerte de lo que pudimos
imaginar, Aliva.
Alan me observaba, medía
cada micro movimiento de mi
rostro para adivinar qué era lo
que me podía estar ocurriendo.
Respiré profundamente y
miré al cielo azul.
— Gracias, de verdad por
estar siempre a mi lado —dije
pausadamente.
Le abracé.
— ¿Qué te pasa, Aliva? Dime
cómo puedo ayudarte —insistió
angustiado, mientras me
abrazaba.
Alan me sentía como una
hermana y estaba muy afligido
por mi dolor.
— Necesitaba liberar el
sentimiento de desamor que
aplasté durante tantos años y
que ha seguido doliendo en mi
alma todo este tiempo —dije
mientras me sentaba sobre la
hierba verde que rodeaba mi
hogar, dejando al sol del
mediodía llenarme con su
energía y con su luz, esa luz
que hoy me parecía más
intensa.
— ¿El desamor? —preguntó
sorprendido Alan, que se había
sentado a mi lado dispuesto a
escucharme y a ayudarme, una
vez más.
Asentí, sin entender por qué
Alan se preguntaba eso si él,
mejor que nadie, sabía por qué
yo había decidido abandonar
Nueva York después de aquella
intrusión en la vida de Liam, a
través de los poderes que él
mismo compartió conmigo,
cuando estábamos en el parque
y descubrí que Liam amaba a
otra chica.
— Aliva, no sé de qué hablas.
No entiendo a qué te refieres —
insistió sorprendido y
desconcertado por mis
palabras.
Me sentí enfadada con Alan
por lo que me acababa de
decir.
— Tú lo viste igual que yo,
Alan. ¿Cómo es posible que no
sepas a qué me refiero? ¿Es
que lo has olvidado? ¿Es que tú
no estabas aquella noche en el
parque en Nueva York, cuando
me llevaste a entrar en la vida
de Liam? —dije con un cierto
tono de incomprensión ante las
palabras de Alan.
— Lo siento, Aliva. No te
entiendo —dijo desviando su
mirada hacia el suelo y
preguntándose qué era aquello
de lo que yo le estaba
hablando.
No respondí, me quedé
pensando por qué Alan no se
acordaba de aquello que había
marcado mi vida, que había
sido la razón por la que decidí
abandonar Nueva York y
empezar una nueva etapa en la
Tierra de los Inmortales, en la
que había pasado los últimos
años de mi existencia.
— He de reconocer que
nunca entendí realmente por
qué, después de aquello,
decidiste dejarlo todo y venir
aquí —confesó Alan con su
típica voz pausada.
— Pues no creo que haya que
ser muy inteligente para
entender mi decisión, Alan.
Me parecía que no entendía
lo importante que era Liam
para mí, que no se había dado
cuenta de la intensidad de mis
sentimientos hacia Liam; sentí
que lo había considerado algo
nimio, cuando era lo más
importante de mi vida.
— Lo siento, Aliva —añadió,
como desanimado ante mi
enfado—, no sé qué fue lo que
viste. Tal vez no controlé el
poder que compartí contigo —
dijo entre preocupado y
contrariado al no entender qué
podía haber visto yo diferente a
lo que él presenció y si
realmente era posible que me
hubiese llevado a un lugar
diferente al que él presenció.
Me di cuenta de que cabía la
posibilidad de que Alan hubiese
estado en un lugar distinto al
que yo asistí. Eso hizo que
rápidamente mi enfado con
Alan se transformase en
tristeza por el recuerdo de
aquella escena. Respiré
profundamente antes de
continuar.
— Yo vi a Liam,… estaba con
una chica. Estaba abrazado a
ella —me detuve para tomar
fuerzas antes de verbalizar el
mayor dolor que había sentido
en toda mi vida—. Y la amaba.
Pude sentir en mi interior lo
mismo que Liam sentía por esa
chica… y —me detuve una vez
más para poder continuar—,…
era amor, el amor más puro e
intenso que nadie podría sentir
por otro ser. Te lo aseguro.
Cerré los ojos sin poder
contener las lágrimas que
invadían mis mejillas.
Alan me miró y pude
observar un gesto entre la
sorpresa y casi el terror. Se
levantó. Dio varias vueltas
alrededor de mi jardín, con las
manos en los bolsillos y sin
levantar la cabeza, ni la mirada
del suelo. Estaba como sumido
en una especie de diálogo
interior, tratando de
comprender qué podía haber
pasado e intentando organizar
las ideas en su mente antes de
responderme. Su actitud era
muy extraña para mí porque
Alan, haciendo siempre honor a
su nombre, siempre
representaba la “armonía”
absoluta en todas las cosas a
las que se enfrentaba.
Al cabo de un minuto, se
detuvo delante de mí. Él seguía
de pie y yo sentada sobre la
hierba. Abrí los ojos y levanté
la mirada hacia él. Me di cuenta
de que le temblaban las manos.
Tomó aire antes de hablar.
— Aliva —dijo con un hilo de
voz.
— ¿Qué? —respondí
ahogando mis lágrimas.
— Esa chica.
— ¿Cuál?
— La que viste aquella noche
en el parque —respondió
mordiéndose el labio inferior.
Le miré sin decir nada.
— ¿No la reconociste? —me
preguntó tratando de entender
lo que había ocurrido.
— No, no le vi la cara. Estaba
abrazada a Liam y tenía su
rostro apoyado sobre el pecho
de él. En ningún momento pude
verla, no sé quién era. Creo que
no la había visto antes. No la
conocía —dije cerrando los ojos
mientras hablaba, en un intento
por calmar el dolor que todo
aquello seguía produciéndome.
Alan volvió a darse la vuelta.
Se frotó el pelo con su mano
izquierda.
Al cabo de un momento, se
volvió hacia mí de nuevo.
— ¿Es cierto esto que me
dices? —me preguntó
desconcertado— ¿Es verdad
que no la reconociste?
— No —respondí casi sin voz.
Y las lágrimas volvieron a
brotar de mis ojos. Alan me
tomó la mano y me ayudó a
levantarme.
— Ven.
Seguí llorando mientras nos
abrazábamos en silencio.
Después él se apartó con
suavidad, me cogió los brazos y
mirándome a los ojos con
cariño, continuó.
— ¿Por qué nunca me habías
hablado de esto? —preguntó
observando mi rostro para leer
mi comunicación no verbal.
— Porque me hacía tanto
daño que no podía hablar de
ello —respondí sinceramente.
— ¿Por qué nunca me
preguntaste quién era esa
chica? —dijo y vi cómo trataba
de contener las lágrimas por el
dolor que le producía mi
tristeza.
— No lo sé. Supongo que no
quiero saber quién es porque si
tiene un nombre será todavía
más real y me dolerá más —
dije entre sollozos.
En ese momento, recordé las
palabras de la Luna. Me había
dicho que preguntase para
saber la verdad. Y ahora Alan
me decía que por qué nunca le
pregunté.
Me sentía aturdida, no
entendía qué estaba pasando,
a qué me tendría que enfrentar,
qué era lo que Alan me iba a
desvelar. No tenía fuerzas para
descubrir algo que pudiera
causarme más dolor del que
había contenido en el rincón
más profundo de mi alma
durante todos estos años.
— Yo sí sé quién es ella,
Aliva —dijo acariciándome la
mejilla.
— No importa, Alan. Ya no
importa. Han pasado muchos
años. Ya no importa, de
verdad. No necesito saber
quién es.
Me di la vuelta para irme y
escapar de la posibilidad de
escuchar el nombre de alguien
a quien yo conociese y que
pudiese dolerme tanto. Ignoré
el consejo que me había dado
la Luna hacía tan sólo unas
horas. No estaba
suficientemente preparada para
vivir más angustia.
Alan avanzó rápidamente
hacia mí y me detuvo.
— No, Aliva. Sí importa —me
dijo muy serio y elevando la
voz, de un modo
completamente inusual en él.
— Déjame —grité
soltándome de su mano.
Empecé a alejarme de él,
andando rápidamente y
mirando al suelo.
— ¡Eras tú, Aliva! ¡Esa chica
eras tú! —gritó.
Me detuve en seco. Me di la
vuelta y le miré absolutamente
desconcertada por lo que me
acababa de decir Alan.
No fui capaz de emitir
palabra.
Alan se acercó a mí, una vez
más.
— Eras tú, Aliva —insistió,
esta vez con la suavidad
habitual de su voz.
Yo seguía inmóvil y callada,
mirándole aturdida.
— Aquel día entramos en sus
sueños. Vivimos sus
sentimientos con la misma
intensidad que los vivía él,
mientras soñaba contigo. Te
abrazaba a ti… te amaba a ti —
continuó con insistencia
cogiéndome el rostro para
hacerme reaccionar.
Cerré los ojos. Sentí que todo
me daba vueltas, era como si
estuviera perdiendo el control,
como que estaba cayendo a
una especie de vacío, como si
todo se tambalease bajo mis
pies, perdiendo el equilibrio.
— ¡Aliva! Reacciona, por
favor —dijo asustado y
cogiéndome los brazos.
Tardé unos segundos en
volver a mirarle. Y lloré una vez
más, con intensidad
nuevamente. Y entre sollozos,
tragué saliva.
— ¿Me estás diciendo la
verdad, Alan? —pregunté
inquiriéndole con mi mirada.
— Absolutamente. Te lo
prometo. Sabes que jamás te
mentiría. Y menos, en algo así
—respondió con contundencia.
Ambos nos quedamos en
silencio. Después Alan
continuó.
— ¡Qué estúpido fui! —
exclamó— Yo pensé que
después de aquello habías visto
que él estaba vivo y sano, que
era lo que tanto te preocupaba
en esos días. Y con la
tranquilidad que eso te
producía, habías decidido venir
a nuestra tierra para ser una
Laerim; ya que él siempre será
un Daimón, un ser maldito por
su origen. Pensé que, desde la
tranquilidad que te daba el
hecho de saber que él estaba
vivo, habías recuperado la
razón y habías elegido el
camino hacia una vida plena
con nosotros —me explicó.
Se quedó callado de repente.
— ¿Tanto le amas todavía? —
me preguntó con extrañeza.
Yo no respondí.
— Aliva. Lo siento me cuesta
entender cómo puedes sentir
algo tan extremadamente
fuerte por un ser así. Estás
todavía completamente
enamorada de alguien que
puede poner en riesgo tu vida.
Hablaba apresuradamente,
como nunca le había visto
hasta ese día.
— Somos dos linajes
enfrentados desde siempre y
por toda la eternidad —insistió.
Era como si estuviera
pensando en voz alta y
tratando de poner en orden su
cabeza.
— Vas tras un amor que no
es posible, Aliva. No, no puede
ser. Si le buscases pondrías en
riesgo tu vida y también la de
todos nosotros. ¿Es eso lo que
quieres? —exclamó
desconcertado.
— Necesito estar sola —le
pedí.
En su confusión, le vi negar
con la cabeza.
— No sé si debo dejarte
ahora, Aliva —comentó él.
— No estés preocupado. No
va a pasar nada malo. Sólo
necesito pensar en ello.
Créeme —expliqué
transmitiéndole la máxima
tranquilidad posible con el tono
de mi voz y mis gestos
pausados.
— ¿A dónde vas a ir? —me
preguntó para asegurarse de
que podía tener la situación
bajo control, si las cosas se
complicaban para mí.
Él era mi protector y no
quería dejarme en peligro.
— Estaré en el río —respondí
para tranquilizarle y que
supiera que podía venir a ver si
estaba bien, si quería hacerlo.
— ¿Lo prometes? —preguntó
para asegurarse.
— Sí, lo prometo.
Me fui caminado lentamente
hacia la orilla del río Naima. Fui
pensando cada palabra que me
había dicho Alan. Fui
procesando la nueva realidad
que acababa de descubrir,
después de años de vacío en mi
corazón y soledad en mi alma.
De repente, todo era diferente.
Había una esperanza. Si era yo
aquella chica, eso significaba
que Liam siempre me había
amado. Y entonces, tal vez no
era un horrible Daimón que me
había sometido a un hechizo
para terminar con mi vida y
quedarse con mi energía.
Lo cierto es que eso fue algo
que me dije a mí misma
durante años, con el objetivo
de llegar a sentir algo negativo
hacia él y así olvidarle con
mayor facilidad. Pero jamás
pude sentir nada malo por
Liam. Nunca le olvidé. Ni un
sólo día, en todos estos años
en la Tierra de los Inmortales,
dejé de pensar en él y amarle
con la misma intensidad de la
primera vez.
Al llegar a la orilla del río
Naima, el río de la vida, me
quité el vestido que llevaba
puesto, me sumergí en sus
aguas cristalinas y nadé en el
silencio de sus profundidades.
Ésta era una habilidad que
había desarrollado durante
estos años. Lo aprendí de
Akemi, ella me enseñó a nadar
junto a los peces durante largos
recorridos, sin necesidad de
subir a la superficie para
respirar. Entre estas aguas
calmadas y la paz del universo
que habitaba en su interior,
pude ir recobrando el equilibrio
que necesitaba para retomar el
rumbo de mi existir, para
recuperar la fuerza que me
faltaba para seguir, después de
los años de desamor y después
de conocer la verdad sobre lo
que vi en aquella incursión en
los sueños de Liam.
Entre las aguas del río de la
vida fui encontrando la calma.
Mucho más tranquila, llegué a
la cueva en la que los Laerim
acudíamos cuando nos faltaba
la energía o la fuerza para vivir
una existencia plena. El Naima
era el río de la vida porque
albergaba aquel rincón del
universo que contenía toda la
pureza para respirar libertad.
Era un lugar inmenso,
impregnado con una mágica luz
casi irreal, pues estaba
sumergido en las profundidades
de las aguas del río. Era un
oasis que reconfortaba incluso
a los seres más elevados de la
naturaleza, los Laerim. Para
nosotros era casi como un lugar
sagrado.
Me senté bajo la mágica luz y
me di cuenta de que todo lo
que me había ocurrido era
debido a mis decisiones.
Aquella tarde en el parque no
hablé con Alan de lo que me
dolía, no pregunté. No lo hice
entonces, ni luego durante
todos estos años. Al contrario,
preferí ahogar mi dolor y
aplastar mis sentimientos por
Liam, huyendo de mi casa para
buscar un nuevo destino. Y así
fue cómo llegué a esta tierra.
No es que no haya sido feliz
aquí, es que no he sido
plenamente feliz porque me
faltaba lo más importante:
Liam. En la cueva Naima me di
cuenta de que no había luchado
por mis sueños, que había
abandonado todo, huyendo y
dando la espalda al amor. Fue
un momento intenso y lo fue,
sobre todo, porque me llevé un
poderoso aprendizaje, al echar
atrás la mirada y observar la
realidad desde otra perspectiva
a la que había utilizado durante
años.
En ese momento, decidí que
nunca más volvería a huir, que
lucharía por todo aquello que
amaba y por todo aquello que
deseaba en el mundo. Y Liam
ocupaba el primer lugar entre
todas esas cosas.
Puse mis manos sobre la
piedra de cristales que había en
el centro de la cueva y, con los
ojos cerrados, sentí cómo la
energía recorría todo mi ser. Me
quedé allí anclada durante
horas. Después me incorporé y
me senté en el suelo. Entré en
estado de meditación, una
meditación profunda,
conectando mi mente y mi
cuerpo hasta llegar a mi alma y
alcanzar la paz absoluta que
necesitaba para absorber toda
la energía que había recibido,
pues de algún modo intuí que
pasaría mucho tiempo antes de
que yo pudiera volver a este
lugar mágico.
Después, cuando fui saliendo
de la meditación, realicé el
sano ejercicio de tomar
conciencia de todas las cosas
por las que me sentía un ser
agradecido y sentí cómo se
purificaba mi alma y cómo mi
corazón recobraba la fuerza
necesaria para emprender el
nuevo camino de mi vida, el
que me llevaría a la felicidad.
Estaba segura de ello. Sabía
que encontraría a Liam.
Volví a conectar con la piedra
de cristales y continué con la
carga de energía. Sentí cómo
toda la fuerza iba
reinstalándose en mi ser.
Respiré y cada poro de mi piel
se fue llenando de la voluntad
necesaria para iniciar un nuevo
rumbo. Iba a adentrarme en un
mundo desconocido e intuía
que esta etapa la iba a iniciar
sola.
Después de este momento
purificador, emprendí el camino
de regreso a casa sonriendo a
cada uno de los pacíficos seres
que habitaban el interior de las
transparentes y limpias aguas
del Naima. Me sentía tan llena
de energía que no necesité
subir a la superficie para
respirar en todo el camino de
vuelta a casa.
Así llegué al lugar donde
había dejado mi vestido, que
allí seguía, en el mismo lugar
donde lo puse antes de
sumergirme en el agua. El día
era muy soleado, y la luz
seguía brillando con intensidad.
Me lo puse e inicié un paseo en
el que mi piel se fue secando
bajo el cálido sol. Caminaba
con mi cara mirando al cielo,
respirando profundamente y
llenando todo mi cuerpo de
vida. Al cabo de un tiempo
paseando, sentí la necesidad de
sentarme junto a la orilla del
río, ya con mi ropa y mi piel
secas. E hice algo que no había
hecho desde hacía muchos
años. En la Tierra de los
Inmortales no hay espejos y
hacía mucho tiempo que no
veía mi rostro reflejado en
ningún lugar. Acerqué la cara a
la transparente y calmada tabla
que formaban las aguas
tranquilas del Naima. Por
primera vez en muchos años,
me vi en aquel espejo que la
naturaleza me acababa de
regalar. Para mi sorpresa, vi
que mi rostro, mi piel y mi
mirada habían adquirido la
belleza que tanto me fascinaba
de los Laerim. Me di cuenta de
que era realmente como mis
hermanos, por si me quedaba
alguna duda. Mi aspecto físico
tenía esa increíble y seductora
belleza Laerim que tanto me
atraía cuando la observaba en
ellos. Me toqué la cara tratando
de comprobar que ese rostro
era realmente el mío. Sonreí.
¡Era yo! De verdad, yo era así.
Y lo era por fuera y por dentro.
Durante todos estos años había
adquirido impresionantes
habilidades, destrezas casi
mágicas, fuerza, vitalidad,
energía y pureza. Mi mente
había despertado del todo
gracias a mis queridos
congéneres. Shadú me
acompañó en el despertar de
mi inteligencia, Akemi me
transmitió todos los poderes y
capacidades que hacen de los
Laerim seres sobrenaturales.
También ella me enseñó a
cuidar mi cuerpo para
mantenerlo joven y fuerte
durante los milenios de
existencia que todavía me
quedaban por delante. Con
Alan aprendí a amar
generosamente, a hacer grande
mi alma. Me fui impregnando
de la sabiduría de los libros
Laerim, día tras día. Y así
podría continuar con un largo
etcétera de maravillosas
experiencias que había
compartido con todos mis
amigos y seres tan queridos de
aquella tierra inmortal.
Volví a sentir profundamente
la gratitud por todo lo que
había alcanzado en aquellos
años en mi querida tierra. Pero
sabía que estaba terminando
otra fase de mi vida. Y me
levanté para regresar
finalmente a casa, al abrigo de
la cálida naturaleza y del sueño
de los tenues cantos de los
pájaros que revoloteaban entre
los árboles, cuyo aroma
despertaba mi apetito, pues
llevaba largas horas sin probar
bocado.
Nunca olvidaré el sabor tan
maravilloso de la comida en
esta tierra. Todavía hoy,
cuando recuerdo aquellos
preciosos años de mi vida, me
viene el aroma de aquel lugar,
el sabor intenso de los
alimentos que produce aquella
tierra sagrada. Y nunca podré
olvidar el brillo de la luz que
emite con intensidad el gran
sol, durante las horas del día y
la inmensa Luna, cada noche.
Al terminar de comer, me
sentí algo cansada. Las últimas
horas habían sido muy
intensas. Necesitaba un
descanso físico y mental, que
me permitiera abordar de otro
modo, desde otra perspectiva,
todo esto que ahora sabía. De
repente, toda mi vida parecía
haber dado un giro
trascendental. Todo era
diferente, a pesar de que todo
seguía en el mismo lugar, todo
cobraba sentido a mi alrededor.
Sin embargo, por alguna razón
que desconozco, yo necesitaba
dormir, justamente ahora que
mi corazón había despertado
del letargo en el que yo lo
había sumido en los últimos
años de mi vida.
Me acosté sobre mi cama y,
aunque el sol todavía brillaba
con fuerza sobre mi piel, me fui
quedando dormida, poco a
poco. Fue un profundo sueño.
Esta vez, no soñé con Liam, no
le vi caminando desde la ladera
de la montaña que había frente
a mi ventana. Esa noche tuve
un extraño sueño. Vi a Himshal
hablando con Shadú, le decía
que yo debía abandonar esta
tierra, que me había convertido
en un peligro para todos porque
amaba a un Daimón y mi amor
por él haría que eliminase
todas las barreras de protección
si él estaba cerca. De modo
q u e atraería a otros seres
malditos hacia la sagrada tierra
de los Laerim, poniendo en
riesgo la vida y la paz con la
que ellos vivían en el último
lugar del universo que todavía
era realmente puro.
Vi a Shadú sufrir. También
estaban Akemi, Alan y Sayumi.
Se les veía sumidos en un
profundo dolor. Entonces, llegó
un grupo de jóvenes Laerim y
se unieron a ellos en aquella
conversación. Hablaban con
calma, como siempre lo hace
un Laerim, pero el tono era de
máxima preocupación. Uno de
los jóvenes propuso que yo
abandonase la tierra, pero que
siempre hubiera tres Laerim
acompañándome para
protegerme allí adonde yo
estuviera. Himshal se negó.
Dijo que eso era una locura,
que eso significaría que tres
Laerim tuvieran que vivir años,
incluso siglos, apartados de los
suyos. No sería justo para ellos.
Los Laerim solo salían de
nuestra tierra cuando hallaban
la existencia de seres
especiales que pudieran ser
integrados en nuestra
comunidad, pero esto que
ocurría ahora no se había
producido nunca a lo largo de
nuestra historia.
Vi llorar a Akemi. Alan la
abrazaba.
No recuerdo cómo continuó
aquel sueño, solo sé que sentí
impotencia ante aquella
escena.
Después, los recuerdos que
tengo de mi vívido sueño sólo
tienen oscuridad. Es como si la
intensa luz de la tierra de los
Laerim se hubiera apagado en
mi interior, después de tantos
años sintiéndola en todo mi ser.
Sin embargo, yo estaba llena
de energía. Supongo que la
recarga que hice en la cueva
Naima tenía un sentido. La iba
a necesitar en el futuro para
hacer frente a todo lo que me
esperaba.
Sé que dormí durante varios
días, pero no fue un sueño en
el que perdiera ninguno de los
poderes ni de los aprendizajes
que había adquirido durante
aquellos años. Esos irán
siempre conmigo a lo largo de
todo mi camino por la vida. Soy
y seré una Laerim para
siempre. Y esto lo digo en el
más amplio sentido de la
palabra y desde la máxima
gratitud.
Al despertar, me di cuenta
del tiempo que había pasado
dormida. En nuestra tierra no
hay relojes ni calendarios, ni
n a d a similar. Pero no los
necesitamos. Cuando abrí los
ojos, sólo tuve que mirar el
aspecto que tenían las plantas
y árboles de mi alrededor para
saber cuánto tiempo había
estado así. Los Laerim tenemos
una capacidad de observación y
recuerdo que supera todo lo
imaginado por cualquier ser
humano normal. En mi mente
había quedado completamente
grabada la imagen de mi
entorno antes de quedarme
dormida y ahora podía ver
cuánto había cambiado todo en
estos días. Podía ver cuánto
habían crecido las hojas de los
árboles, cómo había cambiado
el aspecto de las flores y, lo
que es más increíble, podía ver
cuánto se había movido cada
grano del polvo y la tierra de mi
jardín. Todo eso y algunas
cosas más fueron suficientes
para darme cuenta de que
había dormido durante tres
días, nueve horas, veintisiete
minutos y tres segundos.
Esta maravillosa capacidad
de observación la aprendí de
Abel. Era uno de mis hermanos
Laerim con quien entablé una
estrecha y bonita amistad. Le
conocí una tarde en la que yo
estaba paseando por la orilla
del Naima y él estaba
observando una flor blanca que
brillaba bajo los rayos del sol,
tras la lluvia que había
refrescado el ambiente.
Me llamó la atención verle
tan absorto ante la flor. Abel
era hijo de unos amigos de mi
familia Laerim. Él había nacido
en la Tierra de los Inmortales y
nunca había salido de allí. Era
uno de esos Laerim puros que
no había conocido el mundo de
los “humanos no Laerim”. Era
alto, con un cuerpo atlético.
Abel tenía los ojos verdes, la
tez bronceada porque se
pasaba el día observando la
naturaleza. Tenía el pelo
castaño y unas manos suaves.
Su capacidad de abstraerse de
todo a través de la observación
de la naturaleza le había
convertido en un ser lleno de
paz interior y una gran riqueza
espiritual, al tiempo que poseía
una inmensa sabiduría.
— Hola—dije, acercándome a
él interesada en conocerle.
Levantó la cabeza, me miró
con esa dulzura tan típica de un
Laerim sublime como él. Y
sonrió.
— Hola —respondió con
cordialidad.
— Soy Aliva —dije,
sentándome junto a él.
— Yo soy Abel.
— Siento haberte
interrumpido, pero me ha
llamado mucho la atención la
forma en que mirabas esta flor.
— Ah, eso. Ya —dijo con
cierta timidez.
— Llevo un tiempo aquí y
nunca te había visto antes —
comenté mirándole a los ojos.
Los ojos de Abel brillaban
bajo el sol con intensidad y
sonreían cuando los mirabas.
Era un ser puro y de una
enorme inteligencia y belleza.
— Yo sí te había visto a ti. Sé
que te trajo Alan y que Akemi y
Shadú son ahora tus padres
aquí. Ellos son buenos amigos
de mis padres —me explicó.
— Claro, supongo que al ser
la nueva, es más fácil que tú
sepas de mí que yo de ti —
sonreí.
Había algo en Abel que me
producía un gran magnetismo.
— Seguro. Pero, además soy
muy observador —dijo
sonriendo con orgullo.
— Ya, ya veo.
Creo que esto le sorprendió y
por eso cerró los ojos como
tratando de ocultar su sonrisa.
Se echó atrás y apoyó sus
manos sobre la tierra
acomodándose y sin dejar de
observarme.
— ¿Qué hay en esta flor que
te tenía tan centrado en ella?
—pregunté mirando la flor
blanca.
— La estaba viendo crecer.
Es maravilloso ver el
crecimiento de una flor —
respondió como si esto fuese lo
más normal del mundo.
— ¿El crecimiento? —exclamé
sorprendida y sin entender a
qué se refería Abel— ¿Y cómo
lo haces? Supongo que requiere
alguna habilidad que no
conozco, porque a mí me
parece muy difícil, casi
imposible, poder percibir algo
así.
— Sí, aunque como ya sabes,
cualquier habilidad se aprende
—dijo con una maravillosa
sonrisa que transmitía una
enorme confianza.
— ¿Querrías enseñarme,
Abel?
— Claro.
Una de las cosas que más me
gusta de mis hermanos Laerim
es que aquí todo es posible,
todo se puede lograr. El que
sabe hacer algo que otros
quieren aprender, es feliz
pudiendo transmitirte su
sabiduría. Aquí compartimos
todo y esa generosidad es una
de las claves por la que esta
especie es tan avanzada y
mágica.
Pasé muchos días con Abel
aprendiendo la capacidad de
observación. Fueron días de paz
interior y de aprendizaje
continuo. Me gustaba mucho
estar junto a él. Abel es un ser
grande, especial y muy
divertido. Cuando le conoces,
estar con él es como un juego,
siempre te sorprende y siempre
te hace reír.
Con Abel aprendí a observar
los micro movimientos y a
entender su significado y su
alcance. Gracias a él, hoy
puedo fotografiar en mi mente
cada escena que vivo y
guardarla en mi cabeza, como
si se tratase de fotogramas de
una película. Gracias a Abel
puedo calcular el tiempo
transcurrido sin necesidad de
relojes. Puedo saber qué ha
cambiado a mi alrededor en
cada instante.
Antes de conocer a Abel,
pasaban millones de cosas ante
mis ojos y mis oídos de las que
no era consciente. Y con él
aprendí a prestar atención a
todo eso, a aprender de estas
pequeñas cosas que suceden
junto a mí y a entender el
significado de cada
movimiento; no sólo los
movimientos de los seres de la
naturaleza, sino también cada
pequeño movimiento de las
personas con las que me
relaciono. Esto es muy
importante para entender
mejor a mis congéneres y
también para saber qué sienten
y qué piensan aunque no lo
estén verbalizando.
Abel y yo solíamos
tumbarnos en cualquiera de los
bonitos lugares que había junto
al río Naima y observar lo que
ocurría a nuestro alrededor. Y
la observación no se limitaba
sólo a mirar, también aprendí a
agudizar mi oído. Abel me
enseñó la habilidad de escuchar
los más tenues sonidos que
sucedían junto a mí. Y después
me ayudó a desarrollar la
habilidad de apreciar sonidos
lejanos que para otros podían
parecer inapreciables.
Pasé tardes enteras con él
durante varios años. Nos
hicimos muy amigos, tanto que
le siento como un auténtico
hermano. Es como ese
hermano mayor que te guía y
te enseña lo que él ya ha
aprendido para que tú avances
más rápido que él en la vida. Y
Abel sabía tantas cosas
interesantes que a mí me
apetecía aprender, que estar
juntos nos gustaba mucho y se
nos pasaban las horas a
enorme velocidad.
Abel tenía dos amigos con
quien solía divertirse, Amaya y
Felipe. Disfruté de muchísimos
días y momentos divertidos
junto a ellos. A veces, se unía
Alan a nuestro grupo de amigos
y era genial. En la Tierra de los
Inmortales, junto a mis
hermanos Laerim aprendí
muchas cosas y sobre todo me
divertí muchísimo. Ellos viven
vidas de felicidad plena, son
sabios, fuertes, inteligentes, de
una belleza extrema, cuidan su
cuerpo de una forma exquisita
y ríen. Es una de las cosas de
las que conservo un recuerdo
más vivo, el sonido de las risas.
Son como los niños, no tienen
miedos, son sinceros, puros,
nobles, transparentes y
disfrutan de cada instante con
la misma intensidad que lo
hacen los niños. Juegan, se
divierten y la risa es parte
importantísima de sus vidas.
Viven la vida con naturalidad y
hay muchas cosas que aprendí
a no tomarlas en serio, de
modo que mi existencia se
convirtió en un camino mucho
más agradable y sencillo, como
cuando era pequeña.
No sé cómo estarán ahora
Abel, Amaya y Felipe. Confío en
que hayan ido encontrando el
amor y que sigan viviendo
intensa y naturalmente, fieles a
sus deseos y a sus mágicos
sueños.
Cada vez que pienso en
aquellos días y en mis
hermanos Laerim, me siento
como dulcemente atrapada en
mis recuerdos de aquella parte
de mi vida que sigue anclada
en mi alma. A veces, siento la
necesidad de detener mis
pensamientos en aquellos años
de mi existencia, que tan
importantes han sido para mí.
Sin embargo, mi vida ha sido
un camino hecho a base de
decisiones que han supuesto
muchas renuncias. Separarme
de Sara y Samuel fue la
decisión más difícil que he
t o m a d o jamás. Dejar Nueva
York produjo en mí un triste
vacío en el alma y ahora volvía
a sentir que el abismo se abría,
de nuevo, ante mi corazón.
Al despertar de mi largo y
profundo sueño de varios días,
salí de mi casa presintiendo
que algo inesperado iba a
ocurrir, que iba a tener que
dejar una parte de mi alma en
este mágico rincón del
universo.
Empezó a llover, las nubes
oscurecieron el cielo y el sonido
de la lluvia me embaucó,
parecía envolverme en un
callado susurro. Me sentí como
atraída por algún tipo de imán
y empecé a andar desde la
orilla del Naima adentrándome
en el denso bosque de
inmensos árboles. Caminé
durante mucho tiempo en
silencio. Iba hacia un lugar cuyo
significado desconocía, aunque
me daba cuenta de que estaba
saliendo de nuestra tierra,
estaba abandonando la tierra
de los Laerim y me estaba
adentrando en un lugar que
encerraba graves peligros.
De repente, escuché el grito
desgarrador de un hombre.
— ¿Por qué? —gritaba
desconsolado, entre el llanto, el
dolor y la angustia ante la
impotencia.
Me paré en seco. De
inmediato, supe que era Liam.
Se me formó un nudo en la
garganta. Comencé a correr con
todas mis fuerzas hacia el
interior del bosque. En unos
instantes, llegué al lugar del
que procedía la voz. Allí estaba
Liam, tirado en el suelo
suplicando a los pies de
Himshal.
— Yo no elegí ser lo que soy
—gritaba angustiado—. ¡He
luchado durante toda mi
existencia por liberarme de mi
parte Daimón y reforzar mi
parte Laerim! —insistía.
Tenía la ropa rasgada,
estaba sucio y manchado de
sangre, el rostro pálido y
demacrado. Lloraba postrado
en el suelo, empapado por la
intensa lluvia que había
oscurecido el cielo y había
transformado el día en noche
en aquel profundo y silencioso
bosque, que ahora se había
vuelto tenebroso e invadido por
los terribles truenos y violentos
relámpagos.
Himshal le miraba impasible
a un metro de distancia de
Liam.
Algo más apartados, había un
grupo amplio de Laerim
observando la escena y
protegiéndose unos a otros
ante el peligro que suponía la
presencia de un Daimón tan
cerca de la Tierra de los
Inmortales. A unos metros
detrás de Himshal, estaba
Shadú con el rostro triste y una
mirada de preocupación y dolor
que yo jamás había visto en sus
ojos. Por primera vez, le vi
abatido. Y a un lado de Shadú,
algo más apartada estaba
Akemi, junto a Alan y a Sayumi.
Alan parecía proteger a Akemi
con su brazo sobre los hombros
de ella, que apoyaba su cabeza
sobre el pecho de su hijo para
soportar la tristeza. Sin
interrumpir lo que allí estaba
ocurriendo, me deslicé
sigilosamente hasta llegar a
donde estaban ellos tres. Akemi
sintió mi presencia
inmediatamente y se volvió a
mirarme. Nunca había visto
tanto dolor en sus ojos. No era
miedo, ella no tenía miedo;
nunca lo había tenido. Era
dolor, un intenso dolor por la
terrible escena que estaba
presenciando. Parecía una
especie de juicio final a un
Daimón. Sin embargo, entendí
que Akemi no le veía como a un
Daimón cualquiera. Yo la
conocía bien y me di cuenta de
que Akemi era la única que
parecía creer las palabras de
Liam. Era la única que parecía
darse cuenta de que una parte
de Liam procedía de la estirpe
más pura de los Laerim,
realmente.
— ¡No trates de embaucarme
con tus hechizos, Daimón! —
respondió Himshal.
— ¿Qué más tengo que hacer
para que me creas? —dijo en su
angustia, con el cuerpo abatido.
— No te creo. Eres un
Daimón. Recuérdalo siempre.
Eres incapaz de amar. Eres un
ser maldito y tu presencia aquí
pone en peligro a todos mis
hermanos —gritaba Himshal,
haciéndole frente.
— Créeme, por favor —
suplicaba insistentemente Liam
—. Una parte de mí es Laerim.
— ¡Calla! Deja tus argucias,
¡maldito! —respondió Himshal,
cada vez más y más enfadado.
Yo sentía que estaba inmersa
en la peor de las pesadillas. Mi
corazón se aceleró y sentí
miedo. Sí, lo reconozco. A pesar
de ser una Laerim, sentí miedo.
No temía por mi propia vida,
sabía que eso no corría peligro.
Sin embargo, temía por mi
amor. Me debatía entre la
incertidumbre, el miedo y la
angustia. Y estaba como
inmovilizada ante la escena.
Entendía el enfado de Himshal
porque sabía que estaba
protegiendo a toda la
comunidad de quien él
consideraba un auténtico
peligro. No había maldad en su
enfado, había instinto de
protección hacia los suyos.
— Sólo quiero verla. Déjame
verla una vez más —suplicaba
Liam.
— ¡No! ¡No lo haré! No voy a
poner en peligro a toda nuestra
especie. No entrarás en nuestra
tierra. ¡Jamás! —sentenció
Himshal.
En ese momento, vi cómo
elevaba sus manos y con ellas
levantaba la poderosa barrera
de protección Laerim,
produciendo esa especie de
energía muy potente que
empezaba a arder sobre la piel
de Liam. Gritó por el dolor
inmenso que el fuego estaba
produciendo en su cuerpo.
¡Sentí que se me iba la vida y
el fuego quemaba mi propia
piel y abrasaba mi garganta!
Akemi me miró horrorizada y
en voz baja pero apremiante,
me habló.
— ¡Protege lo que amas!
Eso me hizo darme cuenta de
que podía hacer algo para
salvar a Liam. Y de manera
instintiva, di un enorme y veloz
salto y me interpuse entre Liam
y Himshal. Levanté mis manos
a la altura del pecho, con las
palmas abiertas hacia Himshal
y sentí cómo la barrera de
ardiente energía se movía
liberando a Liam del inmenso
dolor. No pude mirarle mientras
ejercía esta protección, pero le
oía gemir tirado en el suelo.
Escuché un grito de asombro
que venía del grupo de Laerim
que presenciaban la escena,
atónitos ante mi inesperada
intervención y ante mi fuerza.
— ¿Qué haces, Aliva? —
interrumpió Himshal,
desconcertado por mis actos y
también por la potencia de mi
fuerza.
— Déjale, por favor. Te lo
suplico —respondí con tristeza,
mientras mantenía mis manos
en alto para proteger a Liam.
— No puedo permitir que
pongas tu vida en peligro ni la
de toda nuestra comunidad,
Aliva —dijo mirándome con el
cariño que sentía por mí y sin
rencor.
— Le amo, Himshal —
confesé.
Bajó lentamente sus manos y
sentí que ya no era necesaria
mi protección porque ya no
había barrera que pudiera
dañar a Liam.
Himshal y yo nos miramos
durante unos instantes, ante el
silencio expectante de los allí
presentes.
— Aliva. Es un Daimón. El
máximo peligro para tu vida. Es
lo único que puede matarte —
dijo Himshal mirándome más
allá de la mirada, con el cariño
y respeto con el que siempre
me hablaba, a pesar de la
dureza del momento que
estábamos viviendo.
— Lo sé—respondí—. Y
también sé que una parte de él
es Laerim.
Himshal me miró incrédulo.
— Y aunque no lo fuera, lo
que sé es que le amo y él
también a mí. Y eso, Himshal,
está por encima de todo —dije
con una enorme convicción.
Él estaba convencido de que
no podía existir ningún Daimón
en el mundo entero que fuese
el fruto de un Laerim. Sé que
para él, Liam era un
peligrosísimo Daimón que había
desarrollado unos poderes
desconocidos y que, de algún
modo misterioso, había sido
capaz de encontrar la senda
hacia la Tierra de los
Inmortales; lo cual le
transformaba en un riesgo
todavía mayor para todos
nosotros.
— No puedo dejarle entrar, lo
siento —dijo él, bajando la
mirada ante la tristeza que le
producían las palabras que me
decía y lo que eso significaba.
Para los Laerim, era un arduo
trabajo encontrar almas puras
en este universo viciado. Y
cuando encontraban una, la
cuidaban y le daban todo para
que pudiera entrar a formar
parte de su comunidad, de su
maravilloso y mágico mundo.
Esto es lo que habían hecho
conmigo durante todos estos
años y ahora, Himshal sentía
una tristeza enorme porque mi
decisión significaba que tendría
que marcharme de allí para
siempre.
— Lo sé. Y aunque me duele
en el alma, lo entiendo. De
verdad —respondí con
madurez.
— Aliva —dijo acercándose a
mí y mirándome a los ojos—. Es
muy arriesgado, pequeña.
¿Estás segura de lo que estás
haciendo con tu vida?
— Sí, lo estoy. Nunca he
estado tan segura de algo en
toda mi existencia —dije
cerrando mis ojos porque sabía
lo que significaba esta decisión.
— No sé cómo resolver esto.
Vas a poner tu vida en peligro.
Si estás junto a él y no pones
una barrera de protección entre
vosotros, sabes que otros
Daimones se sentirán
fuertemente atraídos. Irán allí a
donde tú estés y nosotros no
podremos ir a protegerte —me
explicó con sus manos
agarrando mis hombros en un
intento de hacerme reaccionar
ante tan peligrosa decisión.
Era una elección muy dura.
Estaba entre mis hermanos
Laerim y el amor de Liam,
quien seguía siendo mitad
Daimón, con el peligro que eso
supondría en todo momento
para mí y para sí mismo.
Miré a mi alrededor. Mis
hermanos me observaban
desconcertados y tristes.
Cuando fui a cruzar mi mirada
con la de Akemi, ella cerró los
ojos en un intento de no llorar
para no dificultar más mi
decisión.
Liam continuaba inconsciente
en el suelo bajo la intensa
lluvia que empapaba su ropa
desgarrada. Seguía inmóvil y
con los ojos cerrados. Pero su
poder era tan grande, que vi
cómo su piel, abrasada por el
fuego de la protección Laerim,
iba regenerándose en cada
centímetro de su cuerpo.
Shadú seguía detrás de
Himshal, callado, observando
toda la escena y ya sin albergar
ninguna esperanza de que yo
me quedase con mis hermanos.
Respiré profundamente. Me
sentía apenada por todo
aquello a lo que iba a renunciar
por estar junto a Liam, pero
estaba llena de fuerza y
energía porque, al fin, él estaba
allí junto a mí. Deseaba
abrazarle, sentir el contacto de
su piel y el aroma hechizante
que tanto había añorado. Pero
sabía que debía dejar que el
proceso de recuperación física
siguiera su curso sin
interrumpirlo o yo misma podría
terminar con su vida en
cuestión de segundos, pues mi
energía terminaría abrasándole
en medio de ese proceso. Por
eso, no debía tocarle mientras
permaneciese inconsciente.
Me giré para responder a
Himshal, apreté mis labios
antes de comenzar a hablar. Le
miré.
— Lo sé. Asumo el riesgo —y
cerré los ojos bajando mi
rostro.
Himshal bajó también la
cabeza, abatido.
— Esto es entonces una triste
despedida —respondió.
— Sí —dije compungida y
casi sin voz, aunque más
segura de lo que jamás me
había sentido antes.
Se hizo el silencio más
absoluto, que sólo fue
interrumpido por un trueno
espeluznante. Era como que la
naturaleza luchaba contra mi
decisión y lloraba por lo que yo
estaba haciendo. Era como si
todo se tambalease por lo que
estaba ocurriendo allí.
— Confío en que tu fuerza te
proteja, querida Aliva. Nosotros
ya no podremos acompañarte
en esta senda tan arriesgada
que has escogido. Pero siempre
estarás en nuestros corazones y
nuestra casa siempre estará
abierta, si un día decides
regresar —dijo con solemnidad.
Me besó en la frente y me
abrazó con cariño. Sé que en su
alma no albergaba ninguna
confianza en que yo fuese a
regresar algún día.
— Gracias, Himshal.
Me di la vuelta y me acerqué
a Shadú. Le miré sin saber qué
decir y una lágrima traspasó las
puertas de mi mirada.
— Sé feliz, pequeña Aliva. Y
recuerda todo lo que has
aprendido aquí. Eres fuerte,
mucho más de lo que tú misma
puedes imaginar y mucho más
de lo que yo pensé que podría
llegar a ser un Laerim —dijo
Shadú mientras me abrazaba—.
Recuerda siempre quién eres —
me susurró.
Tuve la intuición de que
Shadú sentía un profundo y
doloroso vacío mientras me
abrazaba, aunque en su abrazo
me transmitió una poderosa
energía que siempre estará
conmigo.
Después se me acercó Alan.
— Hermana. Confío en que
vivas una vida plena y feliz.
Siempre estarás en mis
pensamientos —me susurró en
un cálido abrazo—. Intuyo que
algún día te volveré a ver.
— Te quiero, hermano —
respondí con un nudo en mi
garganta.
Me acerqué a Sayumi y la
abracé también.
— Cuida de él, por favor —le
pedí, mirando a Alan—. Te
echaré de menos.
Me miró sin saber qué decir,
pues era evidente que sentía
mi pérdida y ella sabía que Alan
iba a sufrir mucho mi ausencia.
Finalmente, miré a Akemi. Y
me di cuenta de lo difícil que
era para mí decirle adiós. Había
sido mi madre y así la quería.
Para mí, decirle adiós a Akemi
era casi tan doloroso como lo
fue cuando me despedí de Sara
y Samuel.
Ella, que me conocía tan
bien, dio un paso. Me cogió las
manos y me miró con una
tierna sonrisa.
— Aliva, eres una mujer
valiente y fuerte, mucho más
de lo que tú misma crees.
Ámale con la intensidad que ha
estado guardada durante
tantos años en tu alma. Cuanto
más ames, más feliz serás,
créeme —dijo para abrazarme
inmediatamente.
Sentí cómo sus ojos lloraban.
— Gracias, Akemi. Eres mi
madre y te querré siempre —
dije con el último hilo de voz
que me quedaba.
Despacio y con un paso
suave, calmado y triste, se
fueron alejando todos de
regreso a la tierra de los
Laerim. Les miré durante un
buen rato, sintiendo cómo su
luz se iba desvaneciendo en
mis ojos. Y me quedé a solas
con Liam, que continuaba
postrado en el barro de aquel
tenebroso, oscuro y frío lugar.
A pesar de la tristeza y el
vacío que estaban dejando en
mi corazón, sabía que estaba
haciendo lo que mi alma
deseaba de verdad. Y eso me
daba la fuerza que era
necesaria para andar este
camino que había elegido.
Después de un rato, Liam
abrió los ojos. Yo estaba
sentada sobre una roca junto a
él, sumida en mis
pensamientos y en la maraña
de sentimientos encontrados
que se agolpaban, cuando le
escuché respirar
profundamente. Acababa de
regresar a la vida, tras el
poderoso azote de la barrera de
fuego energético que Himshal
le había lanzado. Estaba muy
desconcertado.
Me levanté de donde estaba
sentada, me agaché delante de
él y le sonreí. Su mirada felina
recuperó al instante la luz que
me había embaucado desde el
mismo momento en que le vi
por vez primera. Se levantó y
todo su cuerpo recobró la
alegría de aquellos días en
Nueva York.
— ¡Aliva! —exclamó— ¡Eres
tú! —dijo mirándome,
extremadamente nervioso y
pleno de felicidad al mismo
tiempo— Estás aquí. ¡Eres real!
—continuó.
Yo no era capaz de
pronunciar una sola frase,
aunque sabía que sus palabras
eran exactamente las mismas
que invadían mis
pensamientos. Yo también
sentía lo mismo y quería decirle
las mismas cosas que él me
estaba diciendo a mí. Porque
mi corazón se llenaba de
alegría por saber que era él,
que estaba allí conmigo y que
era real. Me abrazó, me besó.
Me volvió a abrazar y sentía
cómo latía su corazón, con la
misma fuerza e intensidad de la
primera vez.
— Estás aquí, Aliva —repetía
una y otra vez.
Me miraba como incrédulo al
tiempo que reía de felicidad.
— Al fin estás aquí. No sabes
cuánto te he buscado —dijo con
una alegre tristeza.
— Cada noche pensaba en ti,
cada noche sentía el vacío y
cada noche soñaba contigo,
Liam —pude decir al fin.
— Y yo, Aliva… Y yo —
respondió, recordando el vacío
que el caminar de estos últimos
años en soledad había dejado
en su piel.
Me volvió a abrazar y me
besó una vez más. Sentía el
calor plácido de sus labios
sobre mi piel.
— Cada noche miraba a la
Luna y le pedía que me guiase
hasta ti —confesó.
Cerré los ojos y sonreí. Mi
Luna era su cómplice. Y allí
estaba, cada noche, iluminando
el camino para que él entrase
en mis sueños y que yo nunca
le olvidase. Porque ella, mejor
que nadie, sabe que el olvido
es el principio del fin. Ella sabía
que si yo no le olvidaba, si yo
podía ver su rostro con la
nitidez que lo observaba cada
noche en mis sueños, él
seguiría vivo y tendría la fuerza
y la luz necesarias para
encontrar el camino que le
llevaría hasta mí. Sé que ella le
guió y le ayudó a acercarse
tanto a la Tierra de los
Inmortales. ¿Quién sino podría
obrar semejante proeza con un
Daimón?
En mis pensamientos, le di
las gracias a mi querida Luna
por su ayuda y su complicidad
con él y de algún modo,
conmigo.
En este maravilloso instante
de felicidad, después de
encontrarme de nuevo con
Liam, sentí que el peligro
acechaba y estaba más cerca
de lo que pudiéramos imaginar.
Pude escuchar a un tenebroso
grupo de Daimones que
estaban acercándose peligrosa
y rápidamente hacia el lugar
donde estábamos. Esta
habilidad que Abel me había
ayudado a desarrollar sería una
magnífica protección para
nosotros desde aquel día y en
el futuro.
— Vienen —le advertí.
— ¿Quiénes? —preguntó
desconcertado.
— Son un grupo de
poderosos Daimones, les oigo
acercarse. No tardarán mucho
en llegar. Tenemos que salir de
aquí cuanto antes —le advertí.
— Pero, ¿estás segura de
eso? —dijo con cierto miedo e
incredulidad.
Él no era capaz de captar con
sus sentidos todo lo que yo
podía percibir después de mi
despertar a la inmortalidad y a
la existencia plena de los
Laerim.
Siempre él había sido el
fuerte y el que tenía la mente
más activa y los sentidos más
poderosos de los dos. Pero se
dio cuenta de lo que yo había
cambiado en todos esos años
en esta tierra. Yo había
adquirido una fuerza y unas
capacidades que superaban las
suyas. Así que inmediatamente,
se percató de que yo tenía
razón y que había que salir de
allí lo más rápido posible, antes
de que pudieran llegar lo
suficientemente cerca como
para hacernos daño.
Mientras yo estuviera junto a
Liam no podía elevar mis
barreras protectoras porque le
mataría. Pero, si no me
protegía, los Daimones no
podrían resistir el aroma de mi
presencia y correrían hacia mí
para alcanzarme y hacerse con
mi energía. De hecho, habían
llegado hasta allí, tan cerca de
la tierra de los Laerim, atraídos
por el fuerte olor que producía
para ellos la presencia de un
grupo tan grande de Laerim
como el que allí se había
congregado hacía unos
minutos, poniendo en riesgo el
secreto de su propia tierra.
— Vámonos —dijo Liam,
seguro de mi poderosa mente.
Me cogió de la mano y ambos
pusimos en marcha nuestra
capacidad de avanzar cientos
de kilómetros en segundos.
A pesar de todo, me sentí
llena de alegría porque ya
siempre estaríamos juntos.
Pero, también supe que estaría
en una lucha constante por mi
libertad y por mi existencia.
Había tomado una arriesgada y
difícil decisión e iba a tener que
aprender a vivir con ello. No me
importaba, ahora estábamos
juntos y esta vez iba a ser para
siempre.
CAPÍTULO 12

MI HOGAR

Después de un largo
recorrido huyendo de aquellos
Daimones que nos perseguían,
llegamos a un punto donde yo
sabía que podía hacer el
traslado final al mundo en el
que habitan los humanos. Ya
nos habíamos alejado lo
suficiente del camino que
conducía a la tierra de los
Laerim, como para que estos
Daimones no supusieran un
peligro para el secreto de la
tierra inmortal. Les
despistamos de la senda que
llevaba hasta la tierra sagrada
de los Laerim. Así lo hice
porque yo no podía poner en
peligro a mis hermanos.
Entonces me detuve y Liam,
que estaba algo desconcertado,
me miró. En silencio tomé sus
manos como años atrás lo
había hecho Alan conmigo para
llevarme a nuestro mundo. Él
me miraba sin saber muy bien
qué estaba ocurriendo. Puse mi
brazo izquierdo sobre el suyo.
Él no tenía el escudo Laerim,
pero yo sabía que mis círculos
eran lo suficientemente
potentes como para hacer el
trabajo para los dos. Me di
cuenta de que Liam confiaba en
mí completamente porque no
opuso ninguna resistencia a lo
que yo iba a hacerle. Sentí
cómo mi escudo emitía una
poderosa energía hacia el brazo
de Liam. Noté que mi fuerza
era tan grande que le estaba
dañando, pero teníamos que
salir de allí, aunque para ello él
tuviera que sufrir dolor. Sin
embargo, sabía que él podría
con aquel daño que le estaba
produciendo yo misma con mi
energía. Al cabo de unos
segundos se quedó
inconsciente y entonces aparté
mi escudo de su brazo. Se
desplomó en el suelo.
Era necesario que él no
supiera nunca cómo habíamos
salido de aquel lugar. Éste era
un secreto que sólo conocíamos
los Laerim, sólo nosotros
podíamos entrar y salir de
aquella tierra y sólo nosotros
podíamos conocer cuál era el
camino verdadero. Era un
juramento que hacía cada
Laerim y que era una garantía
de protección para los demás
miembros de nuestra especie.
Yo había hecho este juramento
también en su día y no iba a
poner en peligro a ninguno de
mis hermanos sin necesidad.
Ahora que Liam ya estaba
inconsciente y dentro de mi
campo de energía, yo sabía que
podíamos iniciar el camino de
vuelta. Me arrodillé delante de
él y le rodeé con mis brazos,
evitando tocarle para no
provocarle más daño
innecesario, pero
asegurándome de que en el
camino de regreso al mundo de
los humanos él seguiría dentro
de mi campo de movilidad.
Inicié el proceso. Poco a poco,
fui viendo cómo todo a mi
alrededor estaba iluminado por
el mismo e intenso haz de luz
entre blanca y azulada que
emitió Alan cuando me llevó a
nuestra tierra. Volví a sentir
cómo mi cuerpo avanzaba a
altísima velocidad y vi cómo
también el cuerpo inconsciente
de Liam me acompañaba en
aquel viaje. Igual que el día
que realicé el viaje de ida con
Alan, el silencio impregnaba
todo el espacio, proporcionando
una paz absoluta y casi
embriagadora.
Finalmente, habíamos salido
y habíamos llegado al mundo
de los humanos, concretamente
a un bosque que había al norte
de los Estados Unidos. Era un
día de lluvia y ese lugar se
hallaba totalmente solitario,
bajo el oscuro gris provocado
por las enormes nubes que
cubrían el cielo. Volví a
sentarme a su lado sin tocarle
hasta que volvió a la
consciencia.
— ¿Dónde estamos? —
preguntó todavía aturdido y
tratando de recuperar su
respiración por completo.
— Estamos en un lugar, por
el momento seguro. En alguna
parte del norte de los Estados
Unidos —respondí
transmitiéndole una gran
tranquilidad.
— ¿Cómo hemos llegado
hasta aquí? —volvió a
preguntar tratando de entender
qué era lo que había ocurrido.
Le miré sonriendo.
— ¿Qué ha pasado? —dijo
entrecortado— Recuerdo que
me has abrasado con tus
círculos y después todo era
oscuridad —relató, intentando
él mismo entender qué había
sucedido.
— Confía en mí, Liam.
Sonreí una vez más.
— A partir de ahora, verás
que puedes confiar en mí para
muchas cosas que antes ni te
hubieras imaginado —dije
pausadamente.
— Estás distinta.
— Lo sé. Ahora soy una
Laerim. Ahora sí —dije con
orgullo.
Yo también me daba cuenta
de que hablaba como mis
hermanos y transmitía esa paz
y confianza que ellos solían
transmitirme a mí cuando los
conocí.
— Para mí sigues siendo
Aliva. Siempre serás mi Aliva.
Pero es cierto que se han
producido cambios significativos
en ti —me dijo observándome
como él solía hacer siempre.
Le miré esperando una
explicación algo más detallada
de lo que me quería decir,
aunque yo ya sabía a qué se
refería, pues podía entender
qué era lo que estaba
pensando sólo con mirarle. Esta
habilidad que me enseñó Abel
la había desarrollado
intensamente y me resultaba
muy interesante. Me permitía
entender qué era lo que los
demás me querían decir sin
necesidad de que hablaran,
sólo con observar sus micro
movimientos.
— Has adquirido una belleza
todavía mayor, no sólo externa
sino sobre todo me refiero a
algo que está dentro de ti. No
s é cómo explicarlo —dijo
mirándome con esos ojos que
siempre me embaucaron.
— No te preocupes. Sé a qué
te refieres. Ahora soy yo misma
—respondí.
Aunque yo sabía que
estábamos en un lugar
solitario, también me daba
cuenta de que mi energía era
tan potente en aquellos
momentos que no iba a tardar
en aparecer algún peligro. Y así
fue. Mientras hablábamos,
percibí que se acercaban unos
Daimones. Cerré unos
segundos los ojos para poder
concentrarme en escuchar los
sonidos lejanos y saber a qué
distancia estaban. Liam me
miró y se quedó en silencio
porque se daba cuenta de que
yo estaba escuchando. Después
abrí los ojos y le miré.
— Vienen más. Son
Daimones y nos han
encontrado —dije con seriedad
y bajando el tono de mi voz.
Los dos sabíamos que nos
perseguirían porque habían
percibido mi energía Laerim y
me seguirían allí donde yo
estuviera. Por eso, decidimos
que no podíamos estar siempre
huyendo de ellos, que teníamos
que hacerles frente y acabar
con ellos. Les esperamos.
Sabíamos que nos encontrarían
y vendrían a por mí. Cuando
estaban ya muy cerca de allí, le
dije a Liam que se fuera, que
se alejase lo suficiente como
para que mis barreras no
pudieran dañarle.
— No puedo dejarte sola. No
puedo abandonarte. No puedo
hacerlo, Aliva —dijo
preocupado y desconfiado.
Me cogió fuertemente las
manos.
— Sí puedes y lo harás. Ya no
soy la frágil Aliva que conociste
en Nueva York. Soy una Laerim
—dije con seguridad y orgullo
—. Confía en mí y sal de aquí
cuanto antes, por favor.
Le besé.
— Sal ya de aquí, Liam por
favor —le insté.
Me miró con miedo e
inseguridad, pero confiando en
mis palabras. Después dio un
gran salto y desapareció de mi
vista.
Yo no tenía miedo, pero era
la primera vez que me iba a
enfrentar a esto y sabía que no
iba a ser fácil. No tenía muy
claro cuántos Daimones me iba
a encontrar, ni si podría con
ellos. Pero me dije a mí misma
que ahora no podía ser mi fin.
Ahora que había recuperado a
Liam, nada ni nadie podría
acabar con mi vida. No sería
justo.
No tenía claro qué era lo que
iba a hacer cuando los tuviera
delante. Simplemente me iba a
dejar llevar por mi nuevo y
agudo instinto.
Me quedé en el mismo lugar
donde estaba hacía un minuto
con Liam. Observé el entorno.
Era un lugar apartado de la
civilización, solitario y frío, con
árboles altos que casi no
dejaban pasar la luz. El otoño
había comenzado hacía unos
días y al caer la tarde, se podía
sentir el frío en la piel. Activé la
regulación de mi temperatura
corporal, con el fin de sentirme
integrada en aquel lugar y que
el frío no fuese un problema
cuando me enfrentase a
aquellos desconocidos que
venían con la intención de
acabar con mi vida. Se
escuchaba soplar el viento
sobre las hojas de los enormes
árboles. Pisé con firmeza sobre
la tierra para sentir la conexión
con aquel desconocido lugar,
me agaché y tomé un puñado
de tierra húmeda. Me la
acerqué para inhalar su aroma,
al tiempo que sentía su tacto
frío. Miré arriba para observar
el cielo que comenzaba a
oscurecer entre los escasos
huecos que dejaban las hojas
de los árboles, para ver más
allá de ellos mismos. Agudicé
mi oído para escuchar los
sonidos que emitían los
animales que habitaban aquel
bosque y sentí el nerviosismo
en sus movimientos, pues su
instinto les indicaba que algo
peligroso estaba a punto de
ocurrir en su apacible hogar.
Todo esto me permitió
integrarme en aquel micro
cosmos y sentir cómo mi ser
trascendía a mí misma para
entrar a formar parte de este
apartado y bello lugar del
universo. Mientras sentía esa
profunda conexión con la
naturaleza, pude alcanzar un
estado de meditación que me
iba a permitir hacer frente a lo
que se avecinaba.
De repente, dos Daimones
grandes y fuertes, con la piel
muy bronceada y unos cuerpos
enormes, saltaron desde algún
árbol de alrededor y se
colocaron delante de mí. Abrí
los ojos pausadamente, pues
me hallaba en auténtico estado
de paz interior. Me miraron
fijamente y con una evidente
ansiedad por acabar conmigo.
Pude sentir cómo se helaba el
viento que soplaba
fuertemente, mientras
empezaba a anochecer.
— ¿Quién eres? —dijo
bruscamente el que estaba a
mi izquierda.
Me mantuve quieta y en
silencio, observándoles
fijamente. Mi gesto era
hierático.
— ¡Te he hecho una
pregunta! ¡Responde! —gritó
enfadado.
Yo continué callada y
mirándoles a ambos.
Pude percibir cómo se iba
poniendo cada vez más
nervioso por no ser capaz de
hacerme vacilar en ningún
momento.
Me llamó la atención la
marca que ambos tenían junto
a la sien izquierda. Era como
una especie de pequeño
semicírculo del mismo color de
su piel y que parecía como una
especie de cicatriz, aunque no
era realmente una cicatriz. No
había visto algo así antes y no
recordaba que ninguno de mis
maestros Laerim me hubieran
hablado de ello nunca. Aquello
me intrigaba, pero no dejé que
distrajera mi atención.
Al cabo de unos instantes de
tratar de preguntarme cosas
para hacerme hablar y de hacer
varios intentos por intimidarme
y atemorizarme sin éxito, soltó
una potente carcajada mirando
a su compañero y señalándome
a mí.
— ¿Y qué tipo de peligro
puede suponer una pequeña
cría, delgaducha y sola para
nosotros dos? —dijo mostrando
un tono de burla prepotente
hacia mí.
El otro no hablaba, sólo me
observaba. Me di cuenta de que
el de la derecha era el más
fuerte y el que podía ser más
peligroso para mí.
Aguanté hasta que ellos
dieran el primer paso.
Entonces, el de la izquierda se
acercó peligrosamente y me
susurró al oído.
— Nos lo vamos a pasar muy
bien, ¿verdad? —dijo
transmitiendo sus ganas de
hacerme daño y quedarse con
toda mi energía.
Me mantuve quieta, a pesar
de que su desagradable olor
me quitaba la respiración.
Visualicé el aroma de la tierra
húmeda y traté de mantenerme
serena, mientras observaba
atentamente cualquier micro
movimiento que hiciera el otro,
el de la derecha. Pues sabía
que ahí era donde estaba el
peligro real al que iba a tener
que hacer frente.
El de la izquierda trataba de
amedrentarme con sus palabras
y con su cercanía física, pero
seguí quieta aunque invadida
por ese espantoso rechazo que
sentía ante la presencia de
aquellos dos seres malignos.
Por un momento, pensé que me
ahogaba. Pero inmediatamente
volví a restaurar en mi mente la
conexión con la naturaleza. Y
un instante antes de que el de
la derecha iniciara el
movimiento para abalanzarse
sobre mí, di un salto por
encima del otro. Yo sabía que
en mi mano izquierda estaba
mi máximo poder, pues ahí es
donde estaban mis círculos, la
fuente de toda mi energía
protectora. Por eso, di el salto
para colocarme de modo que
mi mano izquierda proyectase
la barrera de protección más
potente sobre el Daimón más
peligroso de los dos.
Volví a pisar la tierra con
firmeza.
Levanté mis manos hasta la
altura del pecho y con las
palmas mirando una a cada uno
de ellos elevé los haces de
energía a mi alrededor.
Mientras lo hacía, yo estaba
con los ojos cerrados. No
necesitaba ver, toda mi
capacidad debía concentrarse
en crear una barrera de energía
luminosa y abrasadora a mi
alrededor que les impidiera
acercarse o tocarme.
En su instinto violento por
tomar toda mi energía para
hacerse más fuertes, se
acercaron a la luz que yo emitía
a mi alrededor con mis manos,
en un gesto como de derribar
una pared con la fuerza de su
cuerpo.
Y ese fue el momento en que
sentí cómo sus cuerpos se
abrasaban con la misma
intensidad y dolor que Himshal
le había producido a Liam,
cuando emitió la protección
Laerim en el bosque oscuro.
Escuché sus gritos de dolor,
porque aquello les estaba
provocando la muerte después
de cientos de años de
existencia.
Sabía que era necesario, que
tenía que protegerme a mí y a
Liam de dos seres que sólo
querían terminar con mi vida,
pero aún así el tormento que
me produjo saber que estaba
terminando con la vida de
alguien, aunque ese alguien
fuera un Daimón asesino que
quería matarme a mí, me
produjo un sentimiento de
amargura que no olvidaré
jamás.
Yo no había venido a este
mundo para terminar con la
vida de nadie y eso me hizo
sentir francamente mal. Pero
mantuve la fuerza suficiente
para aguantar hasta que
llegase su fin, sin dejar de
emitir la barrera energética que
me salvaría la vida, porque mi
mente inconsciente dio
prioridad a mi instinto de
supervivencia, por encima de
mis propios valores más
profundos.
Cuando supe que todo había
terminado, bajé las manos.
Miré al lugar donde antes
estaban los dos Daimones
amenazando mi vida y vi que
no había nada. Era como si
todo se hubiera desvanecido,
era como si esos dos Daimones
se hubieran esfumado o como
si no hubieran existido nunca
antes y todo hubiese sido un
producto de mi poderosa
imaginación. Aunque todavía se
podía apreciar un pequeño hilo
de humo sobre la tierra, fruto
de la abrasión que les había
provocado.
Estaba desconcertada y
exhausta por el esfuerzo que
acababa de hacer. Pensé que
iba a caerme al suelo de puro
agotamiento, cuando sentí la
presencia de más Daimones.
Me di la vuelta y vi que se
trataba de uno solo, pero
estaba detrás de mí acechando
para acabar con mi vida. No
tenía fuerzas para volver a
empezar y por un segundo
pensé que era el final. Pero me
puse frente a ella.
— ¿Quién eres, maldita? —
gritó.
Era una voz femenina. La
miré sin mediar palabra con
ella, al igual que había hecho
con los otros dos. Era algo que
aprendí con mis hermanos.
— Si alguna vez te
encuentras frente a un Daimón.
Debes estar muy atenta a
todos sus movimientos. Sobre
todo, debes observar sus micro
movimientos con la máxima
exactitud, porque son los que
te indicarán qué es lo siguiente
que va a hacer o qué está
pensando y eso te permitirá
adelantarte a ellos siempre —
me enseñaba Himshal, una
mañana en la que me estaba
entrenando para cualquier
posible peligro que pudiera
acechar mi vida.
— Y recuerda algo
primordial: un Daimón es un
prestidigitador de la palabra,
que tratará de embaucarte con
sutiles y poderosos engaños
hasta que caigas en sus garras.
Será capaz de decirte cualquier
cosa. Y ten por seguro que te
dará allí donde sabe que tú
reaccionarás. No les creas nada
de lo que te digan. Recuerda
siempre que son Daimones y
son peligrosos y mentirosos.
Nunca les respondas a lo que te
digan porque estarás en
peligro. Si les hablas ellos
sabrán qué es lo que tienen
que decir para hechizarte y
para llevarte a un lugar donde
estés indefensa y entonces,
atacar —me enseñaba con
sumo detalle y cuidado, para
que yo grabara sus palabras en
mi mente para siempre, como
hice.
Recordé perfectamente cada
una de las enseñanzas de
Himshal aquel día. Y seguí sus
indicaciones. No respondí a la
pregunta de la mujer Daimón.
— Responde, ¡maldita sea! —
dijo con rabia.
Yo seguí observándola
porque sabía que en cualquier
momento podía atacarme y
debía ser capaz de intuir ese
momento y la forma en que lo
haría para poder defenderme.
Pero me sentía muy frágil,
porque el esfuerzo que había
hecho para acabar con los otros
dos Daimones me había
debilitado y necesitaba un
tiempo para recuperarme.
Además, la tristeza por haber
terminado con la vida de un ser
vivo, me había desgastado
internamente. Vi que también
tenía la marca de la frente
exactamente igual que la de los
otros dos.
— No podrás conmigo —dijo
mirándome y desafiándome,
pero sin moverse del lugar en
el que estaba desde que llegó.
— ¡Pero yo sí! —gritó Liam
que acababa de aparecer de
entre la oscuridad y se había
puesto a mi lado, frente a ella.
Ella apartó sus ojos de mí,
pues quedó aturdida al ver a un
Daimón protegiendo a una
Laerim.
— ¿Quién eres tú? —preguntó
— ¿Qué es esto? ¿Qué está
ocurriendo aquí? —insistió
nerviosa a Liam.
— La protegeré con mi vida,
si es necesario —amenazó él.
Volví a sentir miedo por
Liam. Yo sabía que, con él tan
cerca, yo no podría emitir
ninguna protección. Por tanto,
todo dependía de él. Y no
estaba segura de lo fuerte que
pudiera estar en estos
momentos para hacer frente a
una mujer Daimón, que por lo
que pude intuir acababa de
perder a dos seres muy
próximos (tal vez sus hijos) y
yo había sido la causante de su
muerte.
Aquello me atemorizaba y
me resultaba extraño, porque
yo había aprendido que un
Daimón era un ser incapaz de
sentir amor por ningún otro ser
de la naturaleza. Por tanto,
aquello me resultaba
extremadamente raro.
— ¡Vete de aquí, Liam! —le
dije casi en un susurro— Yo
puedo con ella, si me dejas.
Pero necesito que te vayas.
— Aléjate —me dijo con la
voz muy tranquila y sin dejar de
mirar a la mujer Daimón.
Sabía que Liam tenía razón,
que yo no estaba
suficientemente recuperada del
esfuerzo realizado frente a
aquellos impresionantes
Daimones. Debía confiar en él.
Liam había luchado durante
milenios frente a multitud de
Daimones, quizá más
peligrosos que ésta, y había
sobrevivido a todos ellos
porque conocía perfectamente
la forma de acabar con el
peligro que suponían. Cuando
me disponía a alejarme, tal y
como Liam me había pedido,
me di cuenta de que si me iba y
le dejaba luchar contra ella,
probablemente volvería a caer
en esa rueda de violencia en la
que se vio inmerso en los
últimos tiempos en Nueva York
y eso significaba que volvería a
alejarse de mí para asegurar mi
protección. Además, estaba
convencida de que Liam había
logrado superar esa conducta
violenta nuevamente y yo no
debía permitir que volviese a
empezar la lucha contra sí
mismo. Aceleré mis
pensamientos para dar con la
forma en que pudiera acabar
con aquel dilema.
Ellos dos seguían
intimidándose el uno al otro,
con la mirada y la postura
preparados para el ataque
mortal. Yo tenía poco tiempo
para decidir qué hacer. Si
empezaban la lucha, el futuro
de Liam volvería a ser ese
futuro de dolor y violencia del
que trataba de deshacerse
constantemente y al que, en los
últimos tiempos se volvía a ver
expuesto por mí. Temía que
esto pudiera acabar
separándonos una vez más. Y
no estaba dispuesta a permitir
que eso volviera a ocurrir.
Entonces, sentí que venían
otros dos Daimones y que
llegarían en cuestión de dos
minutos hasta el lugar donde
estábamos nosotros. Fue en
ese momento cuando
comprendí por qué la mujer no
iniciaba el ataque contra Liam.
Era una especie de Daimón que
sólo caza en grupo, o al menos
con la ayuda de un segundo. No
era que los dos a los que yo
había matado fueran sus hijos,
como pensé en un primer
momento, ni que sintiera
ningún tipo de cercanía por
ellos, era simplemente que
sabía que se había alejado lo
suficiente de los otros
Daimones y que ella sola no
tenía la fuerza necesaria para
acabar con un Daimón tan
poderoso como Liam, en una
lucha cuerpo a cuerpo, o con
una Laerim. Estaba claro que
ella sabía que yo era una
Laerim, eso es algo que un
Daimón identifica incluso en la
distancia de varios kilómetros.
Y también sabía que si yo no
elevaba mis haces de luz
energética antes de que ella o
los otros dos pudieran tocarme,
entonces sería el fin, mi final.
Respiré profundamente,
apreté mi mano izquierda para
sacar toda la potencia de mis
círculos y me concentré en
atraer toda la fuerza que la
naturaleza me pudiera
proporcionar, con el objetivo de
recuperar el poder que
necesitaba para vencer a esos
seres malignos que avanzaban
hacia nosotros.
Los dos Daimones que venían
de camino llegarían en 50
segundos. No pensé en nada,
dejé a mi ser inconsciente
actuar desde su sabiduría, una
vez más.
De un salto me coloqué entre
la mujer Daimón y Liam, le
empujé atrás con mi mano
derecha y le grité.
— ¡Sal de aquí!
No reaccionó, seguía allí a
tan sólo unos metros.
— ¡Aléjate ya! —le exigí, sin
dejar de mirar a la mujer.
Al fin, Liam miró a la Luna
que ya nos acompañaba y
algún tipo de conexión se
produjo entre ambos, gracias a
la cual entendió que debía salir
de allí y dejarme a mí frente a
aquel inminente peligro. Corrió
y desapareció rápido en la
oscuridad de aquella húmeda
noche en el bosque. Quedaban
cinco segundos para que los
dos Daimones se presentaran
en el lugar donde yo estaba.
Seguí observando a la mujer,
mientras di unos pasos hacia
atrás, con el fin de dejar
espacio para evitar que los dos
Daimones se colocaran a mis
espaldas dificultándome la
maniobra.
Finalmente, llegaron y se
colocaron a los dos lados de la
mujer.
— Perfecto —pensé.
Les tenía en el ángulo preciso
para lanzar los haces de
energía contra los tres a la vez.
Ni siquiera me detuve a
mirarles a la cara, directamente
emití toda la fuerza Laerim que
fui capaz. Y nuevamente se
abalanzaron llevados por la
fuerte atracción que mis haces
de luz ejercían sobre ellos, era
algo irresistible que no podían
controlar, era tal la fuerza de
mi luz que no podían hacer
nada más que ir hacia ella. Se
repitió la escena abrasadora
que había vivido con los dos
anteriores. Seguí proyectando
el haz de energía frente a mí
hasta que supe que había
terminado con ellos.
Cuando estuve segura de que
no quedaba nada de aquellos
seres malditos, bajé las manos.
Y después me desplomé.
Estaba agotada, pero
completamente consciente de
lo que estaba ocurriendo.
Volví a coger un puñado de
tierra, la olí una vez más
impregnando cada una de mis
células de aquel poderoso
vínculo que me proporcionaba
la naturaleza y que era fuente
de energía para mí. Aunque
seguía tumbada, miré al cielo
oscuro, tan sólo iluminado por
un pequeño hilo de luz que
emitía mi Luna. La miré y
sonreí mientras continuaba
sintiendo el frío y húmedo tacto
de la tierra en mi mano. Volví a
escuchar con atención y sentí
que todo se tranquilizaba a mi
alrededor y todo se
reequilibraba nuevamente.
Mostré mi gratitud a este
pequeño micro cosmos, que
había compartido su energía
conmigo en un momento tan
violento y me había dado lo
que yo necesitaba para hacer
frente a esa violencia.
Al cabo de unos minutos,
llegó Liam. Miró a mi alrededor
y se dio cuenta de que yo
estaba completamente sola,
que no había un solo Daimón
en aquel bosque.
— ¿Estás bien? —susurró,
arrodillado junto a mí y
acariciándome la piel del rostro.
— Ahora sí. Ya no hay peligro
y tú estás aquí. Ahora sí estoy
bien —respondí mirándole a sus
maravillosos y hechizantes ojos
felinos, que brillaban más
todavía en la oscuridad de la
noche en el bosque.
— No sé si podré
acostumbrarme a esto. Siento
tanta impotencia al tener que
alejarme y saber que estás tú
sola ante seres tan violentos —
confesó, entre asustado y
enfadado con la situación,
mientras me miraba arrodillado
a mi lado.
— Lo sé, Liam. Pero los
tiempos en los que tenías que
luchar contra lo que quieres ser
para poder protegerme ya han
pasado. Ahora yo puedo
protegernos a los dos, como
has podido comprobar hoy —
dije con orgullo y sonriendo, al
fin.
Respiró profundamente.
— Salgamos de aquí —dijo
mientras me ayudaba a
levantarme.
Yo no podía dejar de mirarle.
Me parecía que todo era un
sueño y que al final despertaría
para tomar conciencia de la
realidad de que nunca más
volveríamos a estar juntos.
Pero podo a poco, me iba
convenciendo de que realmente
estábamos juntos, por fin. Y
sabía que ahora ya sería para
siempre.
Me miró una vez más. Me
besó y nos fundimos en un
dulce abrazo.
— Me siento mal, Aliva. Estoy
siendo muy egoísta contigo —
dijo avergonzado.
— ¿Qué quieres decir?
— Te he sacado del lugar
más maravilloso y seguro del
universo, porque no podía vivir
sin ti. Y te he traído de nuevo a
este mundo, que ahora es lo
más peligroso para tu vida,
p o r q u e no puedes elevar
ninguna barrera protectora
mientras estás conmigo. Eso
significa que siempre habrá
algún Daimón que interceptará
tu presencia en absoluta
desprotección y sentirá la
violenta necesidad de
encontrarte para acabar con tu
vida —dijo angustiado.
Se detuvo callado y me miró.
— No estoy siendo justo
contigo, Aliva —insistió
mientras negaba con la cabeza.
— Es verdad lo que dices.
Pero te olvidas de algo
importante. Yo estoy aquí
porque te amo, cada poro de
mi piel se estremece de
felicidad cuando estoy contigo.
Y si este es el precio que tengo
que pagar, estoy dispuesta a
hacerlo. Porque sin ti, ni el
lugar sagrado de los Laerim, ni
el paraíso más maravilloso que
pudiera existir en el universo
entero, podrían darme ni un
minúsculo trocito de la felicidad
que siento cuando estoy
contigo. Así que, olvídate de
eso que has dicho y no lo
vuelvas a repetir jamás —dije
con contundencia mirándole a
los ojos, esos ojos que brillaban
intensamente bajo la escasa luz
de la Luna.
Le acaricié.
— Gracias, Aliva.
Nos volvimos a abrazar. Era
tan increíble y apasionada la
sensación que me producía
sentirme entre sus brazos, que
habría podido olvidarme de
todo en aquel instante y volar
hacia el infinito junto a él.
— Vámonos de aquí —dijo
tomando mi rostro entre sus
cálidas manos—. Éste es un
lugar demasiado deshabitado y
eso hace que tu presencia sea
detectada con mucha facilidad
por parte de los Daimones. Nos
iremos a una ciudad, nos
mezclaremos con los humanos
mortales y ahí ya sabes que les
va a ser más difícil llegar a ti.
Eso nos permitirá estar más
tranquilos.
Me embaucó con su mirada
dulce y felina.
— ¿Volvemos a Nueva York?
—dije ilusionada pensando en
la posibilidad de regresar a mi
hogar.
— Te propongo que
esperemos un tiempo antes de
eso.
Le miré desconcertada.
— Abrimos un DEAL en
Chicago hace un tiempo. Y
tengo una casa allí. Podemos
pasar una temporada. ¿Qué te
parece? —propuso
hechizándome con su mirada y
el aroma de su piel— Y después
de unos meses podemos volver
a Nueva York, ¿de acuerdo?
Asentí. Y él sonrió.
— Pues, démonos prisa antes
de que otros Daimones nos
detecten.
Cerramos lo ojos y con
nuestras manos entrelazadas,
unimos nuestra energía para
trasladarnos al lugar deseado.
Cuando los volví a abrir,
estábamos junto al Chicago
River. Era de noche y la ciudad
brillaba bajo el color de las
luces de sus edificios. Nos
miramos, de nuevo. Liam
sonrió, se dio la vuelta y señaló
el impresionante Edificio
Trump.
Le miré con un gesto de
duda.
— Ahí arriba. En la planta 77
está el DEAL CHICAGO —dijo y
se detuvo a mirar mi reacción.
— ¡Guao! —exclamé
sonriendo.
— Y en la 88 está mi casa,
nuestra casa —susurró con una
sonrisa acercándose a mi oído y
logrando estremecerme con el
contacto de sus labios sobre mi
piel.
Le miré aturdida y llena de
felicidad. Estaba con él y eso
era lo importante. A mí me
daba igual si estábamos en la
maravillosa planta 88 de aquel
imponente edificio en medio de
la bella Chicago o en medio de
un frío y oscuro bosque
deshabitado. Lo que realmente
me importaba era que
estábamos juntos de nuevo. Y
esta vez yo sabía que sería
para siempre.
Una pareja pasó a nuestro
lado y nos miraron con cierto
reparo. He de reconocer que no
parecíamos muy de fiar.
Estábamos sucios, con nuestra
ropa manchada y despeinados.
Nuestro aspecto era algo
extraño para aquel entorno.
Nos miramos y soltamos una
carcajada. Nos apresuramos
para entrar en el edificio y
llegar a la casa, para poder
darnos un buen baño caliente,
descansar y reponer fuerzas.
Además de recuperar el tiempo
perdido en los últimos años.
Recuerdo la mirada
extrañada del conserje cuando
entramos en el edificio. Pero,
conocía a Liam y sólo dijo un
“buenas noches” discreto y
educado. Entramos en el
ascensor y subimos hasta la
planta 88.
Liam abrió la puerta de su
lujoso apartamento, encendió
la luz y volvieron a mi memoria
los recuerdos de Nueva York.
Me quedé parada, como
absorta en el pasado que
regresaba con fuerza a mi
corazón. Liam me tomó de la
mano y me invitó a entrar,
mirándome sin saber qué me
estaba pasando.
— Entra. ¿Qué ocurre? —
preguntó extrañado.
Regresé pausadamente a la
realidad. Le miré y sonreí.
— Son los recuerdos. Este
apartamento me recuerda al de
Nueva York. Entrar aquí me ha
llevado a los mejores días de
mi vida —le dije, mirándole con
la entrega de quien ama con
pasión.
Sonrió y me besó.
Fue una noche mágica. Le
entregué mi vida para siempre.
El aroma de su piel me fue
envolviendo en los besos y la
luz de su rostro. Entre sábanas
y caricias fue despertando mi
alma, acompañada por la
melodía de su respiración
agitada. Nos perdimos en el
embrujo secreto de nuestros
labios. Sólo el aire fue testigo
de la fusión de nuestras almas.
Nadie podría separarnos nunca
más. Piel con piel, sellamos
nuestra unión para toda la
eternidad. Pertenecíamos a
linajes enfrentados durante
milenios de lucha. Sin embargo,
nuestras almas se fusionaban al
fin, tras años de mutua
búsqueda. Nunca antes había
sentido con tanta intensidad,
nunca antes había amado con
tanta fuerza. Tras varios años
separados, el magnetismo de
nuestros cuerpos se había
intensificado hasta extremos
indescriptibles, provocando el
delirio y haciéndonos renacer y
despertar a un sentimiento por
el que habríamos dado la vida,
si alguien hubiera tratado de
arrebatárnoslo. Nos
entregamos a nuestro amor
casi hasta el amanecer, en la
intimidad de aquella habitación
en la que nuestros cuerpos se
dejaron embaucar por el
perfume ardiente de la pasión.
Ni siquiera la reina del cielo se
atrevió a brillar aquella noche,
pues sabedora del largo camino
que habíamos recorrido hasta
llegar aquí, no quiso interrumpir
con su blanca luz. Supo que esa
noche debía ser sólo para
nosotros dos y después de años
guiando nuestros pasos y
emitiendo la energía necesaria
para liberar a Liam de sus
peligros, de su violencia y de
todo lo que pudiera hacerlo
peligroso para mí, entendió que
debía preservar la intimidad
que un amor tan intenso
requería para ser finalmente
sellado por toda la eternidad.
Al despertar sentí el calor de
su abrazo y me estremecí, una
vez más. Le miré. Su belleza
salvaje se intensificaba con su
rostro apaciblemente dormido.
No sé cuánto tiempo estuve
mirándole y respirando el
aroma de su piel bajo el calor
de sus brazos. Después, hice un
ligero movimiento y su instinto
felino le hizo despertar. Abrió
los ojos y su mirada me hechizó
una vez más.
— Cuánto tiempo te he
buscado, Aliva —dijo en un
susurro mientras me abrazaba
invadiendo mi alma con su
embaucadora voz.
Después me miró sonriendo,
besó mi frente y se incorporó
para levantarse.
— ¿Tienes hambre?
— No —respondí absorta
todavía en el embrujo de su
mirada.
— Pues yo podría devorar un
lobo —dijo como si aquello
fuera lo más normal del mundo.
Sonreí elevando las cejas,
extrañada por el comentario.
Aún me costaba
acostumbrarme a sus instintos
felinos.
Se levantó y yo me quedé un
rato reviviendo las sensaciones
que todavía penetraban cada
poro de mi piel. Respiré el
aroma de su cuerpo entre las
sábanas y cerré los ojos sin
poder dejar de sonreír de
felicidad.
Luego, me levanté y fui con
él a la enorme y lujosa cocina.
Me había preparado un
suculento desayuno. Me senté a
su lado y mientras iba
probando un poco de aquí y de
allá, no sé por qué recordé a
los Daimones que nos habían
intentado atacar el día anterior.
— Liam —dije, de repente.
— ¿Qué? —respondió con su
calma habitual.
— Los Daimones de ayer —
dije frunciendo el ceño, en un
gesto de duda.
— ¿Qué? —respondió antes
de dar un bocado a la fruta que
se había preparado.
— Tenían una marca en la
sien —expliqué señalando el
lugar sobre mi propia sien—.
Era como un semicírculo
perfecto. Lo tenían todos.
— Lo sé —respondió con
tranquilidad.
Le miré esperando una
explicación.
— Eran una especie muy
peligrosa. Eran una de las
mutaciones más antiguas que
existen. Esa marca en la cara
era lo que utilizaban quienes
les crearon para tenerles
identificados. Pertenecían a la
primera generación. Los de
esta generación somos, en
teoría, los más peligrosos —dijo
y acabó con una sonrisa que
mostraba la propia
contradicción, que él sabía que
suponían sus palabras.
Liam había dejado de comer
cuando yo le pregunté por este
asunto. Me di cuenta de que se
trataba de algo grave y mi
pregunta le había quitado el
apetito. Se había inclinado
sobre la mesa para explicarme
todo aquello con un tono
solemne y en voz muy baja,
como tratando de evitar que
alguien pudiera llegar a oírle
hablar de aquello.
— Fueron creados a partir de
los genes de una especie de
lobos muy violenta y fuerte que
existió en la antigüedad. Cazan
siempre en manadas y han
sobrevivido durante milenios
por su fuerza y por su voracidad
—se detuvo y cerró los ojos.
Luego me miró y vi la
preocupación en sus ojos.
— Por eso volví. Nunca nadie
había podido acabar con ellos
—tragó saliva—. Cuando me di
cuenta de quiénes eran, pensé
que te perdería para siempre.
Hace mucho tiempo, junto a
otros Daimones con los que
vivía en aquella época, nos
enfrentamos a ellos —se
detuvo un instante para
respirar—. Y perdimos a varios
de los nuestros en la lucha.
Sólo Amy yo pudimos sobrevivir
porque somos muy astutos y
pudimos despistarles. Pero son
salvajes, poderosos y muy
violentos.
Me miró, me cogió la mano
derecha. Él nunca tocaba mi
brazo izquierdo directamente,
pues allí es donde estaban mis
círculos y aunque yo no los
activase en su presencia, lo
cierto es que todavía hoy
seguían produciéndole dolor.
Me acarició y me besó.
— Ahora sé cuánto has
cambiado, cuánto has
aprendido y lo fuerte que eres,
Aliva —sonrió—. Los años en la
Tierra de los Inmortales no sólo
te han hecho más bella todavía,
sino que te han hecho una
mujer fuerte y valiente, capaz
de enfrentarse a la estirpe de
los Rijeis y hacerlos
desaparecer en cuestión de
minutos.
Elevé mis cejas, sorprendida
por las palabras de Liam.
Inspiré.
— Nunca me había
enfrentado antes a ningún
Daimón. Sé que quedé
exhausta después de haber
destruido a los dos primeros.
Cuando llegaron los otros, casi
no tenía fuerzas y hubo un
momento en que vi peligrar mi
vida —confesé.
Nos miramos en silencio,
pues los dos sabíamos que si
queríamos seguir juntos, el
peligro que había ahí fuera
sería constante y difícil de
manejar.
Liam se levantó de la silla.
— Ven —dijo con su dulce y
pausada voz, tomándome de la
mano.
Me levanté y le seguí. Fuimos
hasta el gran ventanal que
abría el salón al cielo azul de la
ciudad de Chicago y desde el
que se podía ver el río y la
belleza fría e invernal del lago
Michigan. Se puso detrás de mí
y me rodeó la cintura con sus
brazos hablándome al oído con
la suavidad de sus labios
rozando mi piel.
Una vez más, me sentí
embrujada por el perfume de
su voz y el susurro de sus
labios.
— Durante varios milenios te
he buscado. Sabía que existirías
en algún lugar, que te
encontraría en algún momento
de mi vida. Cuando te vi por
primera vez en aquel teatro,
fue como empezar de cero, fue
el día en que mi alma despertó
de una eterna pesadilla.
Se detuvo y continuó después
de unos segundos.
— Después, cuando empecé
la espiral de violencia contra los
Daimones tuve que marcharme,
pero no fuiste tú, fui yo el único
responsable de mis actos. Y
luego te perdí. Estos últimos
han sido los años más tristes y
duros de toda mi vida. Juré que
te encontraría allí donde
estuvieras porque ya no podía
imaginar mi vida si tú no
estabas cerca. Perdóname si
este amor tan grande y tan
intenso que siento por ti me ha
hecho egoísta. Perdóname pero
necesito estar cerca de ti.
Traté de darme la vuelta
para decirle que no había nada
que yo tuviera que perdonarle,
porque él era la razón de mi
existir y que mi vida no tendría
sentido ya sin él. Pero con
suavidad y dulzura detuvo mi
intención.
— Shhh —dijo en cuanto
intuyó que yo iba a decir algo al
respecto.
Se quedó en silencio durante
unos instantes.
— ¿Puedes sentir el viento a
través del cristal? —me
preguntó.
Me detuve a escuchar el
sonido.
— Sí.
— ¿Puedes sentir cómo
navega sobre las aguas del
lago? —insistió.
Tras unos segundos de
prestar atención a aquello que
me decía, asentí.
— Pues así es como quiero
perderme contigo en este
camino tan complicado que
hemos elegido. Así, con
suavidad y también con la
fuerza que me da el hecho de
saber que estaremos juntos
para siempre. Tú haces que me
sienta libre y contigo soy quien
siempre he querido ser. Junto a
ti la violencia de mi instinto
salvaje se desvanece y deja
salir a esa parte de mi ser que
desciende del linaje Laerim
más puro.
Guardó silencio.
— Enséñame a soñar que
puedo ser quien quiero ser —
suplicó, sin dejar de abrazarme.
Ahora sí me di la vuelta y al
mirarle vi que tenía los ojos
cerrados en un gesto de
sufrimiento.
— No te enseñaré a soñar,
Liam —dije con firmeza.
Abrió los ojos algo aturdido
por mis palabras.
— Estoy segura de que tú
puedes ser un Laerim, igual que
lo soy yo. No tengas miedo. No
te enseñaré a soñarlo, te
enseñaré a serlo —dije
sonriendo.
Y mirándole a esos
maravillosos ojos que
embrujaban mi piel, me
acerqué y le besé.
Pasamos el día juntos y al
llegar la noche, cuando él ya se
había quedado apaciblemente
dormido, cerré mis ojos y
concentré toda mi atención en
los círculos de mi brazo. En
unos minutos había logrado
conectar con la Tierra de los
Inmortales. Me vi caminando
hacia la casa de Shadú y
Akemi. Ella estaba sola. No sé
dónde estaría Shadú pero fue
perfecto porque con quien yo
deseaba hablar era con Akemi.
Se dio cuenta de que yo había
conectado con ella a través del
poder de nuestra mente, como
me habían enseñado a hacer
mis hermanos Laerim.
Escuché su voz en un suave y
callado susurro.
— ¡Aliva! ¿estás bien? —dijo
en voz muy baja.
— Sí ¿y tú? —respondí
sintiendo que se elevaba una
sonrisa en mis labios, pues me
hacía enormemente feliz saber
que podía hablar con ella con
tanta facilidad.
— Sí, aquí todo está como
siempre. Aunque te echamos
mucho de menos, pequeña —
dijo con ese gran cariño con el
que siempre me hablaba
Akemi.
— Yo también os echo de
menos, de verdad —respondí
con cierta amargura.
— ¿Y Liam? ¿Cómo está? —
preguntó y sé que lo hacía de
corazón.
Akemi era mi madre Laerim y
yo sabía que, de algún modo,
ella sentía que Liam era un ser
bueno, a pesar de su genética
que le hacía pertenecer al
linaje enemigo. Ella sabía que
yo le amaba y por alguna
razón, siempre supe que sentía
que era cierto que Liam tenía
una parte que procedía de la
estirpe de los Laerim.
— Bien, está bien —respondí
rápidamente y me detuve un
segundo—. De él quería
hablarte.
Me miró sorprendida.
— Verás, él lleva milenios
luchando contra su parte
animal. Siempre ha querido
reafirmar su ascendencia
humana. Él dice que su parte
humana es de la estirpe más
pura de los Laerim, que su
madre era una mujer que
descendía directamente de
nuestros hermanos. Él no es un
Daimón como los que he
conocido en estos años. En
absoluto. Te lo aseguro Akemi
—expliqué poco a poco.
Me detuve y la miré
fijamente a los ojos para leer
cómo estaba ella recibiendo
mis palabras. Yo sentía que
Akemi me escuchaba con
atención y que además me
creía de verdad.
— Su gran sueño es llegar a
ser un Laerim —dije y una vez
más, observé la reacción de
Akemi.
Ella me miró con un inmenso
amor, pero con la sabiduría que
siempre la caracterizó.
— Aliva, hija mía —sentí su
pesar—. Sabes que eso no es
posible. Un Laerim sólo puede
llegar a serlo porque desciende
de progenitores Laerim o, como
tú, porque es un ser especial,
con una bondad extrema y que
nunca ha albergado ningún
sentimiento negativo en su
existencia.
La miré con decepción.
Esperaba otra respuesta de
Akemi, aunque lo que me
estaba diciendo yo ya lo
supiera o lo pudiera intuir.
— Tú bien sabes que Liam ha
cometido actos de violencia
atroz, por tanto nunca podría
ser admitido por nuestra
comunidad. De hecho,
supondría un grave peligro para
nuestra supervivencia hacer
algo así —dijo con gran pena
en sus ojos.
Yo quería encontrar las
palabras adecuadas que
lograran convencerla.
— Pero Liam desciende de
una madre Laerim. Eso es
indiscutible.
— Bueno, eso es lo que él
dice —respondió Akemi
sabiendo que sus palabras me
iban a doler, como así ocurrió
—. Y te aseguro que yo no lo
dudo. Pero bien sabes que la
comunidad no aceptará algo así
con la confianza y la facilidad
con que yo lo hago.
Ambas nos quedamos en
silencio.
— Y aunque fuera cierto y lo
pudiera demostrar realmente,
la aberración genética que
cometieron con él, al crear un
ser de la unión de un humano
con un felino, le ha convertido
en un ser imprevisible, cuyos
actos de violencia le preceden.
Y por mucho que haya luchado
contra lo que es y por mucho
que desee alcanzar la bondad,
nunca podrá ser un Laerim —
expuso mostrándome la dureza
de su franqueza y la dificultad
que suponía para ella decirme
esto.
No pude articular palabra.
— Aliva. Créeme, no trates
de atravesar barreras que son
realmente infranqueables. Te
hará mucho daño intentar algo
así, cariño —insistió
dulcemente—. Ámale todo
cuanto puedas. Sed felices,
pero no intentes algo así
porque podría destruiros a los
dos. Desde luego, a él le
destruiría y luego lo
lamentarías. Créeme, por favor.
Tragué saliva. La abracé y
regresé a casa.
Le miré a él que estaba
tumbado durmiendo sobre el
sofá. Y en mis pensamientos le
juré que dedicaría el resto de
mi vida a ayudarle a ser quien
quería ser. Me dije a mi misma
“los paradigmas están para
romperlos”.
Entonces, intuyó mi presencia
y se despertó como solía hacer
gracias a su instinto felino.
— ¿Ocurre algo, Aliva? —
preguntó mientras me
observaba algo intrigado y
medio dormido todavía.
— No. Sólo miraba cómo
duermes. Me gusta verte
dormir. Me transmites un
sentimiento de paz y ternura
que me gusta mucho —confesé.
Me senté a su lado y le
acaricié con cariño.
— Nadie podrá separarme de
ti nunca más —continué.
— Quiero proponerte algo,
Aliva.
— ¿Qué?
— Me he dado cuenta de que
tienes muchas ganas de volver
a Nueva York. Sé que es la
ciudad que siempre has llevado
en el corazón y que allí te
sientes muy bien y te haces
más fuerte —comentó con
dulzura.
Le escuché atentamente.
— Te propongo que nos
quedemos aquí hasta abril. Así
yo podré reorganizar una serie
de temas que tengo pendientes
de trabajo. En Chicago
estaremos a salvo, es una gran
ciudad abarrotada de humanos.
Eso mantendrá a los Daimones
lejos de nosotros por un
tiempo. Puedes aprovechar
para hacer todas las cosas que
te apetezca en estos meses —
me ofreció—. Estaremos juntos
todo el tiempo. Y cuando llegue
abril, volveremos a nuestra
ciudad para pasar una
larguísima temporada allí.
Me quedé pensando. Esto era
lo que más deseaba, quería
poder volver a mi hogar,
recuperar mi vida de aquella
época en la que conocí la
felicidad absoluta.
No hizo falta que yo
contestara con palabras, mis
ojos dieron la respuesta. Y éste
fue el auténtico inicio de mi
nueva y eterna vida junto al ser
más importante de mi
existencia.
Cerré los ojos y me prometí a
mí misma que le ayudaría, que
le enseñaría a ser un Laerim y
unidos conseguiríamos terminar
con los Daimones. Y después
haríamos despertar de nuevo a
la civilización cuyo esplendor
nunca debía haber dejado de
existir.
Desde la infancia aprendí que
para que las cosas ocurrieran,
había que soñarlas antes de
que se hicieran realidad.
Así que soñé para que su
sueño fuera el primer paso
hacia la que sería una nueva
realidad.
Sentí que mi Luna nos traería
una clara luz a partir de esa
noche para iluminar el camino
de regreso a casa, embaucados
por la melodía de su eterna
canción y de su hechizante
susurro.

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