TURISTAS Y VAGABUNDOS “Vivimos en un círculo extraño cuyo
centro está en todas partes
ZIGMUND BAUMANN
y su circunferencia en ninguna.”
2010
Blas Pascal
Para el consumidor de la sociedad de
consumo, estar en marcha, buscar, no
encontrar, o mejor, no encontrar aún, no es
malestar sino promesa de felicidad; tal vez es
la felicidad misma. Viajar es esperanza, llegar
es una maldición.
(Maurice Blanchot observó que la respuesta es
el infortunio de la pregunta; podríamos decir
que la satisfacción es el infortunio del deseo.)
Z.Baumann
La mayoría de las personas en la actualidad estamos en movimiento aunque
físicamente permanezcamos en reposo. Es el caso del que permanece sentado y
recorre los canales de televisión satelital o por cable, entra y sale de espacios
extranjeros con una velocidad muy superior a la de los jets supersónicos y los
cohetes cósmicos.
Todos somos viajeros, al menos en un sentido espiritual; o, como dice Michael
Benedikt, “la importancia misma de la situación geográfica en todas las escalas
está en tela de juicio. Nos volvemos nómadas... siempre conectados.” (Benedikt
1995:42)
La idea del “estado de reposo”, la inmovilidad, sólo tiene sentido en un
mundo que permanece inmóvil o al que puede atribuirse ese estado; en un
lugar con muros sólidos, caminos rígidos. Pero, uno no puede “quedarse
quieto” en la arena movediza. Tampoco puede hacerlo en nuestro mundo
moderno tardío o posmoderno, cuyos puntos de referencia están
montados sobre ruedas y tienen la irritante costumbre de desaparecer sin
darnos tiempo de leer las instrucciones, digerirlas y aplicarlas.
Para abrirse paso a través del matorral denso, oscuro, laberíntico de la
competitividad global "desregulada" hacia el candelero de la atención
pública, los bienes, servicios y señales deben despertar el deseo, y para
ello deben seducir a los consumidores eventuales, superando a la
competencia. Pero una vez logrado su objetivo, deben ceder rápidamente
su lugar a otros objetos de deseo para no detener esa búsqueda global de
ganancias y más ganancias llamada hoy "crecimiento económico".
El concepto mismo de "límite" requiere necesariamente dimensiones
témporo-espaciales. ¿Qué sentido puede tener la idea del "límite"? y sin
sentido, no hay manera de que se le acabe el impulso a la rueda mágica de
la tentación y el deseo. Las consecuencias, tanto para los encumbrados
como para los humildes, son tremendas según lo explica Jeremy Seabrook:
“No se puede “curar“ la pobreza porque no es síntoma de capitalismo enfermo. Por
el contrario, es señal de vigor y buena salud, de acicate para hacer mayores
esfuerzos en pos de la acumulación... hasta los más ricos del mundo se quejan de
las cosas de las que deben prescindir... hasta los más privilegiados están obligados
a padecer el ansia de adquirir”... (Seabrook 1988:15,19)
SER CONSUMIDOR EN UNA SOCIEDAD DE CONSUMO
Nuestra sociedad es una
sociedad de consumo .
Lo decimos en el sentido
profundo y fundamental de
que la sociedad de
nuestros antecesores, los
que sentaron sus bases en
la etapa industrial, era una
"sociedad de producción".
Pero en su actual etapa moderna tardía (Giddens), moderna segunda
(Beck), sobremoderna (Balandier) o posmoderna, ya no necesita ejércitos
industriales y militares de masas; en cambio debe comprometer a sus
miembros como consumidores. La formación que brinda la sociedad
contemporánea a sus miembros está dictada, ante todo, por el deber de
cumplir la función de consumidor.
La diferencia entre vivir en nuestra sociedad y en su inmediata anterior
("sociedad de producción“) no es tan drástica como la de abandonar una
función y asumir otra. En ninguna etapa la sociedad moderna pudo
prescindir de que sus miembros produjeran cosas para consumo...y desde
luego, en ambas sociedades se consume. La diferencia entre las dos
etapas de la modernidad es "sólo" de énfasis y prioridades, pero esa
transición introdujo diferencias enormes en casi todos los aspectos de la
sociedad, la cultura y la vida individual.
Si los filósofos, poetas y predicadores de la
moral entre nuestros antepasados se
preguntaban si uno trabaja para vivir o vive
para trabajar, el interrogante sobre el cual se
medita en la actualidad es si uno debe
consumir para vivir o vive para consumir. Es
decir, si somos capaces y sentimos la
necesidad de separar los actos del vivir y
consumir.
Sería igualmente ideal que el consumidor no abrazara nada con firmeza, no
aceptará ningún compromiso, no considerara necesidad alguna plenamente
satisfecha ni deseo alguno consumado. Cada juramento de lealtad, cada
compromiso, debería incluir la cláusula “hasta nuevo aviso". Sólo cuenta la
volatilidad, la temporalidad intrínseca de todos los compromisos; ésta es más
importante que el compromiso en sí, al que, por otra parte, no se le permite durar
más que el tiempo necesario para consumir el objeto de deseo (mejor dicho, el
tiempo suficiente para que se desvanezca la deseabilidad de ese objeto).
La satisfacción del consumidor debe
ser instantánea, dicho en un doble
sentido. Es evidente que el bien
consumido debe causar una
satisfacción inmediata, sin requerir la
adquisición previa de destrezas ni un
trabajo preparatorio prolongado; pero
la satisfacción debe terminar "en
seguida", es decir, apenas pasa el
tiempo necesario para el consumo.
Más aún, la promesa es tanto más
atractiva cuanto menos conocida sea
la necesidad; es muy divertido vivir
una experiencia cuya existencia se
ignoraba, y el buen consumidor es un
aventurero que ama la diversión. Al
buen consumidor no lo atormenta la
satisfacción de su deseo, sino que
son los tormentos de deseos jamás
experimentados ni sospechados los
que vuelven tan tentadora la
promesa.
Cuando se despoja el deseo de la demora y la demora del deseo, la capacidad de
consumo se puede extender mucho más allá de los límites impuestos por las
necesidades naturales o adquiridas del consumidor; asimismo la perdurabilidad física de
los objetos de deseo deja de ser necesaria. Se invierte la relación tradicional entre la
necesidad y la satisfacción: la promesa y la esperanza de satisfacción preceden a la
necesidad que se ha de satisfacer, y siempre será más intensa y seductora que las
necesidades persistentes.
• La perspectiva de que el deseo se extinga hasta desaparecer, de
quedarse sin nada a la vista capaz de revivirlo o en un mundo donde no
hay nada que desear, debe de ser el más siniestro de los horrores para
el consumidor ideal (y, desde luego, la peor pesadilla para los
mercaderes de bienes de consumo).
Los consumidores van de atracción en atracción, de tentación en tentación, de
husmear un artículo a buscar otro; de tragar un señuelo a lanzarse en pos de
otro; y cada atracción, tentación, artículo y señuelo es nuevo, distinto, atrapa la
atención mejor que el anterior. Para el consumidor cabal y maduro, actuar de
esa manera es una compulsión, una obligación. Pero esa la “obligación", esa
presión interiorizada, esa imposibilidad de vivir la vida de otra manera, se le
revela disfrazada de ejercicio del libre albedrío.
En la existencia del consumidor, viajar con esperanzas es mucho más
placentero que arribar. La llegada tiene ese olor mohoso del final del
camino, ese sabor amargo de la monotonía y el estancamiento que
acabaría con todo aquel que el consumidor -el consumidor ideal- aprecia y
considera el sentido mismo de la vida.
• No todos pueden ser
consumidores. No basta
desear; para que el deseo sea
realmente deseable, una
auténtica fuente de placer, es
necesario tener la esperanza
razonable de acercarse al
objeto deseado. Esta
esperanza razonable para
algunos, es fútil para muchos.
Todos estamos condenados a
elegir durante toda la vida,
pero no todos tenemos los
medios para hacerlo.
La sociedad posmoderna, de consumo, es una sociedad estratificada, como todas
las que se conocen. Pero se puede distinguir una sociedad de otra por la escala de
estratificación. La escala que ocupan "los de arriba" y "los de abajo" en la sociedad
de consumo es la del grado de movilidad, de libertad para elegir el lugar que ocupan.
Una diferencia entre “los de arriba" y "los de abajo" es que los primeros pueden
alejarse de los segundos, pero no a la inversa. "Los de arriba" tienen la satisfacción
de andar por la vida a voluntad, de elegir sus destinos de acuerdo con los placeres
que ofrecen. En cambio, a "los de abajo" les sucede que los echan una y otra vez del
lugar que quisieran ocupar.
Divididos en marcha
Una cosa que está fuera del alcance incluso de los más experimentados y
lúcidos maestros del arte de la elección es la sociedad en la cual se nace;
por eso, nos guste o no, todos estamos de viaje.
• La combinación actual de la anulación de visas de ingreso y el refuerzo
de los controles de inmigración tiene un profundo significado simbólico;
podría considerarse la metáfora de una nueva estratificación emergente.
Pone al desnudo el hecho de que el "acceso a la movilidad global" se ha
convertido en el más elevado de todos los factores de estratificación.
También revela la dimensión global del privilegio y la privación.
Para el primer mundo, el de los globalmente móviles, el espacio ha perdido
sus cualidades restrictivas y se atraviesa fácilmente en sus dos versiones, la
"real" y la "virtual" para el segundo, el de los "localmente sujetos", los que
están impedidos de desplazarse y por ello deben soportar los cambios que
sufra la localidad a la cual están atados, el espacio real se cierra a pasos
agigantados. Esta clase de privación se vuelve aún más ingrata ante la
exhibición ostentosa, a través de los medios de comunicación, de la conquista
del espacio y la "accesibilidad virtual" de las distancias que siguen siendo
inalcanzables en la realidad no virtual.
• Los habitantes del primer mundo viven en un presente perpetuo están
constantemente ocupados y siempre "escasos de tiempo", porque cada
momento es inextensible, una experiencia idéntica a la del tiempo "colmado
hasta el borde". Las personas atascadas en el mundo opuesto están aplastadas
bajo el peso de un tiempo abundante, innecesario e inútil, en el cual no tienen
nada que hacer. En su tiempo "no pasa nada". No lo "controlan", pero tampoco
son controlados por él, a diferencia de sus antepasados, que marcaban sus
entradas y salidas, sujetos al ritmo impersonal del tiempo fabril. Sólo pueden
matar el tiempo a la vez que éste los mata lentamente.
• Los residentes del primer mundo viven en el tiempo; el espacio no rige
para ellos, ya que cualquier distancia se recorre instantáneamente. Es la
experiencia de vida que Jean Baudrillard expresó en su imagen de
"hiperrealidad" donde lo real y lo virtual son inseparables ya que ambos
adquieren o pierden en la misma medida la "objetividad", la
"externalidad" y el "poder punitivo" que para Emile Durkheim constituyen
los síntomas de toda realidad.
• Los residentes del segundo mundo viven en el espacio: pesado,
resistente, intocable, que ata el tiempo y lo mantiene fuera de su control.
Su tiempo es vacuo; en él, "nunca pasa nada". Sólo el tiempo virtual de
la televisión tiene una estructura, un "horario", el resto pasa monótono,
va y viene, no exige nada y aparentemente no deja rastros.
Los primeros viajan a voluntad, se divierten mucho (sobre todo, si viajan en
primera clase o en aviones privados), se les seduce o soborna para que viajen,
se les recibe con sonrisas y brazos abiertos. Los segundos lo hacen subrepticia
y a veces ilegalmente; en ocasiones pagan más por la superpoblada tercera
clase de un bote pestilente y derrengado que otros por los lujos dorados de la
business class; se les recibe con el entrecejo fruncido, y si tienen mala suerte
los detienen y deportan apenas llegan.
PASAR POR EL MUNDO VERSUS EL MUNDO QUE PASA
LA POLARIZACIÓN TIENE ENORMES CONSECUENCIAS PSICOLÓGICO-CULTURALES
Los turistas se desplazan o permanecen en un lugar según sus deseos. Abandonan un
lugar cuando nuevas oportunidades desconocidas los llaman desde otra parte. Los
vagabundos saben que no se quedarán mucho tiempo en un lugar por más que lo
deseen, ya que no son bienvenidos en ninguna parte. Los turistas se desplazan porque el
mundo a su alcance (global) es irresistiblemente atractivo; los vagabundos lo hacen
porque el mundo a su alcance (local) es insoportablemente inhóspito. Los turistas viajan
porque quieren; los vagabundos, porque no tienen otra elección soportable. Se podría
decir que los vagabundos son turistas involuntarios, si tal concepto no fuera una
contradicción en los términos.
La aclamada "globalización" está estructurada para satisfacer los sueños y
deseos de los turistas. Su efecto secundario -un efecto colateral, pero
inevitable- es la transformación de muchos más en vagabundos. Éstos son
viajeros a los que se les niega el derecho de transformarse en turistas. No se
les permite quedarse quietos (no hay lugar que garantice su permanencia, el
fin de la movilidad indeseable) ni buscar un lugar mejor.
Luz verde para los turistas, luz roja para los vagabundos. La localización
forzada vela por la selectividad natural de las consecuencias de la
globalización. La polarización del mundo y su población, fenómenos
conocidos y que causan preocupación creciente, no son un "palo en la
rueda" externo, foráneo, perturbador del proceso de globalización, sino su
consecuencia. No hay turistas sin vagabundos, y aquéllos no pueden
desplazarse en libertad sin sujetar a éstos...
PARA BIEN O PARA MAL... UNIDOS
"Los pobres no habitan una cultura separada de la de los ricos -dice Seabrook-;
deben vivir en el mismo mundo creado para beneficio de aquellos que poseen
el dinero. El crecimiento económico agrava su pobreza, así como la recesión y
la falta de crecimiento la intensifican". En efecto, la recesión significa mayor
pobreza y menores recursos; pero el crecimiento trae consigo una exhibición
aún más frenética, de las maravillas del consumo, y de ese modo augura una
brecha aún más profunda entre lo deseable y lo realista.
Los vagabundos son inútiles en el único sentido concebible de la palabra "utilidad"
en una sociedad de consumidores o turistas. Por ser indeseados, son candidatos
naturales a la marginación, a convertirse en chivos expiatorios. Pero su crimen no
es otro que el de querer ser como los turistas... A la vez que carecen de los
medios para realizar sus deseos como los demás turistas.
Los turistas abominan de los vagabundos más o menos por la misma razón que éstos
consideran a aquéllos sus gurúes e ídolos: en la sociedad de los viajeros, en la sociedad
viajera, turismo y vagancia son las dos caras de la misma moneda. Así el vagabundo es la
pesadilla del turista; el "demonio interior" que éste debe exorcizar diariamente. La visión
del vagabundo es aterradora para el turista: no le teme por lo que es sino porque puede
convertirse en él. Al barrerlo bajo la alfombra -al desterrar al mendigo y al sin techo de la
calle, al encerrarlo en un gueto lejano e "infranqueable", al exigir su exilio o
encarcelamiento- el turista trata desesperadamente, aunque en última instancia en vano,
de deportar sus propios miedos.
Pero los dos destinos y experiencias de vida gestados por la suerte común
dan lugar a dos percepciones drásticamente distintas del mundo, de sus
males y de la manera de curarlos: distintas, pero similares en sus defectos,
en su tendencia a pasar por alto tanto la red de dependencia mutua que
subyace a cada una de ellas como su misma oposición.
Las antiguas periferias evidentemente siguen su propio camino, se burlan de lo que dicen los
posmodernos sobre ellas. Y éstos son más bien impotentes frente a las realidades del
activismo islámico, la fealdad de los barrios marginales en México DF o incluso el negro
acuclillado frente a una casa vacía en el South Bronx. Son márgenes enormes, y no se sabe
qué hacer con ellos... Bajo la delgada película de los símbolos, rótulos y servicios globales,
hierve la caldera de lo desconocido, que no nos interesa gran cosa y sobre la cual tenemos
poco para decir. (Wojciech 1996:74-75).